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Un relato apologético del estalinismo

28 de diciembre de 2020

Roberto Sáenz

Una polémica con Emilio Albamonte sobre el balance del siglo XX, el estalinismo y la revolución
socialista.

“(…) el movimiento obrero, que aparentemente estaba derrotado, sale con un resultado mucho
más contradictorio de la guerra. La URSS no solo mantiene su territorio sino que avanza hacia
los Balcanes, Europa del Este, hasta ocupar la mitad de la Alemania capitalista, un resultado
inesperado para todo el mundo (…) las economías planificadas, aunque burocráticas, habían
expropiado a los capitalistas, y los Estados obreros deformados y degenerados
burocráticamente, sacan un tercio de la humanidad de la valorización del capital (…) Stalin salió
triunfador y extendió el prestigio de esa economía planificada –deformada burocráticamente-,
la economía de la Unión Soviética creció sostenidamente. Aliada a China, empezaron a crecer y
ser un desafío al orden mundial”.

Emilio Albamonte, “El método marxista y la actualidad de la época de crisis, guerras y


revoluciones”, izquierdadiario, 20/12/20.

Recientemente el dirigente del PTS (Partido de Trabajadores Socialista, Argentina), Emilio


Albamonte, dio una charla por zoom para su militancia abordando algunos elementos de la
situación internacional. En realidad, más que una intervención acerca de la coyuntura pretendió
proponer una panorámica sobre la situación mundial, por así decirlo, tomando una visión más
de conjunto de las últimas décadas.

Su intervención contiene algunas definiciones generales del actual período con las que
coincidimos, pero esta permeada por un balance errado del siglo pasado que se desborda en
los análisis de la actualidad.

Factores objetivos y subjetivos


Albamonte parte de señalar que el análisis de la situación mundial requiere de la combinación
del estudio de la economía internacional, las relaciones entre los Estados y la lucha de clases,
cuestión tomada de un planteo clásico de León Trotsky y que hace al ABC del análisis
internacional. En ese abordaje general si bien insiste en que el elemento determinante en última
instancia es la lucha de clases, en realidad, más bien, Albamonte desarrolla un análisis donde,
sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado, sin decir agua va agua viene, se pasa, más bien,
al análisis de las relaciones entre los Estados. Es decir, la centralidad del análisis queda situada
en dichas relaciones y no en la lucha entra las clases.

Por lo demás, al radicar Albamonte sus esperanzas en aquellos elementos objetivos que sacan a
los explotados y oprimidos de su cotidianeidad y les impulsan a hacer acciones revolucionarias,
lo que es una determinación real (los “sufrimientos superiores a los habituales” señala él;
nosotros destacamos la misma idea en nuestras charlas), Albamonte tiende, sin embargo, a
subestimar los factores subjetivos en gran medida. Esto ocurre aunque, paradójicamente, sea
al mismo tiempo un proponente de una idea de partido como resumen de toda la subjetividad
de la clase obrera; existe el partido y nada más que él en materia de la subjetividad de los

1
explotados y oprimidos; un abordaje de la organización revolucionaria que queda algo abstracto;
sin “suelo nutricio” para desarrollarse y construirse.

El elemento de las así llamadas “presiones objetivas” es real. Así funcionan las grandes crisis que
dan lugar a las revoluciones sociales. Pero, sin embargo, de lo que carece todo el análisis de
Albamonte, insistimos, es del análisis no solo estructural de la situación actual de la clase
trabajadora en términos generales, la proletarización masiva del mundo, sino, sobre todo, de sus
elementos subjetivos: la clase trabajadora en tanto que movimiento obrero y conciencia no
está analizada. O sólo lo está, como señalamos arriba, por la vía de sus direcciones. Todo parece
un juego de direcciones abstraídas completamente de sus raíces en el seno de las masas; el resto
de las determinaciones de la subjetividad de los trabajadores no cuentan para nada. Y, sobre
todo, no cuenta la crisis de alternativa socialista que subsiste hasta el día de hoy como
subproducto de las frustraciones del siglo veinte y que tiene su importancia sobre todo en
materia de sacar los balance del caso para relanzar la batalla por el socialismo.

Albamonte desestima completamente la dificultad de que no exista hoy un movimiento obrero


socialista como un siglo atrás, lo cual es una dificultad no absoluta, claro está, pero sí un
problema que está pendiente de resolución.

Por otra parte, llama la atención que en su intervención no tenga ubicación alguna la crisis
ecológica que atraviesa la humanidad capitalista y de la cual es parte la actual pandemia, cual
relato sin sensibilidad por los problemas reales, cotidianos, que afectan a grandes sectores de
los de abajo, separado de las vivencias reales de la gente de carne y hueso, cuestión que no tiene
lugar en su larga intervención1.

De cualquier manera, en realidad, no es en esto en lo que disentimos más fundamentalmente


con Albamonte, y tampoco en su evaluación de la larga etapa de retrocesos que ha significado
el neoliberalismo capitalista de las últimas décadas, respecto de la cual tenemos un abordaje
similar, si bien su ángulo sobre todo de los efectos “ideológicos” del mismo, está desligado del
análisis de la crisis de alternativa socialista, dándole un aire algo abstracto al abordaje (aunque
la ideología neoliberal, competitiva de todos contra todos, es un elemento real).

La Revolución Rusa como acontecimiento estratégico


Pero en lo que se resiente dramáticamente el análisis que hace Albamonte, es en su visión del
siglo pasado y las consecuencias que dicha experiencia tiene todavía hoy en el presente.

Básicamente, Albamonte divide la historia del último siglo en tres partes. La primera etapa sería
(es) entre los años ‘20 a los ‘40, la que quedó marcada por grandes revoluciones, empezando
por la Revolución Rusa, a la que Albamonte no nombra, que, sin embargo, terminaron en grandes
derrotas. Con ser esto así, en el sentido lato del término, no se hace ninguna evaluación al
interior de estos procesos ni se señala que fueron acontecimientos históricos marcados a fuego
por revoluciones socialistas –triunfantes y derrotadas- propiamente dichas, clásicas, con
centralidad de la clase obrera y un rol de enorme importancia de nuestra corriente marxista
revolucionaria histórica.

La segunda gran etapa es la de la inmediata posguerra, donde se venía de las grandes derrotas
históricas de los años ‘30 pero que como subproducto de las condiciones objetivas, según

1
Al análisis de las interrelaciones entre economía, Estados y lucha de clases habría que agregarle, quizás,
la ecología: la relación entre las sociedades humanas y la naturaleza.

2
Albamonte y en parte realmente, se habrían obtenido grandes triunfos expropiándose a los
capitalistas un tercio del globo.

La tercera es la del neoliberalismo (de los años ‘80 a la crisis del 2008) y, finalmente, la cuarta es
la actual a partir del 2008, de lenta tendencia a la reversión de este ciclo de retrocesos abierto
promediando los años 1970, cuestión está última que, en términos generales coincidimos.
Albamonte habla de que estamos “en el límite del período de restauración neoliberal”, y nosotros
señalamos que se vive un período de reinicio de la experiencia histórica de los explotados y
oprimidos; dos definiciones que pueden ser complementarias.

Con todo, la visión del mundo y de la situación política internacional, apreciada históricamente,
es tan esquemática que termina siendo, paradójicamente, un relato que aplana en realidad la
lucha de clases: el rol de los sujetos sociales y políticos, la conciencia, los programas, las
direcciones, etcétera, con la esperanza que la realidad objetiva sea la que, en definitiva, nos
resuelva los problemas…

Por lo demás, en la segunda posguerra todos los desarrollos habrían sido progresos así como en
la etapa anterior, la inmediatamente posterior a la Revolución Rusa, todos fueron retrocesos y,
sobre todo, no se analiza críticamente estos acontecimientos.

Pero la realidad del último siglo y sus consecuencias hasta el día de hoy, ha sido muchísimo más
contradictoria. A diferencia de Albamonte, opinamos que el acontecimiento estratégico del siglo
veinte, el que enmarcó en definitiva todos los desarrollos junto a la Primera Guerra Mundial y la
Gran Depresión de los años 1930, fueron los acontecimientos ocurridos en torno a la Revolución
Rusa y las posteriores contrarrevoluciones que desataron la emergencia del fascismo y el
estalinismo; un análisis distinto al de Albamonte y la generalidad del trotskismo en la segunda
posguerra. La Revolución Rusa fue una conmoción internacional de tal magnitud que siguió
“repiqueteando” a lo largo del siglo entero.

La experiencia de la clase obrera con sus organizaciones tomando el poder acompañada del
campesinado y todos los explotados y oprimidos, dio lugar a un elam emancipador sin igual -no
simplemente emancipatorio sino de auto-emancipación (Roland Lew)-, histórico. Una revolución
hecha desde abajo, con el protagonismo consciente de la clase obrera y el resto de los explotados
y oprimidos que, por añadidura, repercutió en los cuatros costados del globo y dio lugar a un
ascenso socialista; atentos que estamos hablando de un ascenso propiamente socialista de la
lucha de clases.

Además de la Revolución Rusa triunfante se sucedieron un conjunto de revoluciones obreras y


socialistas derrotadas (Húngara, Alemana, China, Española, etcétera), que constituyeron eventos
históricos de la centralidad de la clase obrera consciente en la revolución y que se repitieron,
también con derrotas pero de manera muy significativa, tanto en las revoluciones
antiburocráticas de posguerra (RDA, Hungría, Polonia y Checoslovaquia, aplastadas por los
tanques estalinistas)2, como en la Revolución Boliviana de 1952, el Mayo francés, el Cordobazo,
etcétera, aunque estos últimos no hayan llegado a ser revoluciones.

De ahí que el marxismo revolucionario, el bolchevismo y demás tendencias revolucionarias


socialistas –el trotskismo inicial, el luxemburguismo, el gramscismo, etc., por así llamarlas- hayan
tenido un protagonismo que posteriormente no pudimos recuperar las diversas corrientes del

2
“Democracias populares y resistencia obrera: una aproximación histórica a los Estados burocráticos del
Glacis (1945/1956), Victor Artavia, izquierdaweb.

3
trotskismo–aunque la historia se mide en otros tiempos que unas pocas decenas de años y
siempre está abierta y depende, hasta cierto punto y a partir de determinado momento, de
nosotros, de nuestra acción-.

La mayor revolución histórica parió los más grandes fenómenos contrarrevolucionarios que
hayan existido en la historia de la humanidad: al nazismo y el fascismo (que no fueron
exactamente iguales; fue más virulento el primero) y el estalinismo; dos “almas gemelas” como
las llamaría Trotsky que tuvieron consecuencias históricas a lo largo del siglo pasado y sin los
cuales no se podrían entender las décadas subsiguientes. Fenómenos contrarrevolucionarios
“gemelos” el fascismo y el estalinismo, pero de naturaleza social diversa evidentemente.

En los países del capitalismo occidental, en el caso europeo de la mano de la socialdemocracia,


y en los Estados Unidos por otras vías más directas (el New Deal, etcétera), el imperialismo se
atrincheró en una democracia burguesa imperialista primero “asediada” en cierta forma por la
polarización de la revolución y contrarrevolución, y luego parcialmente legitimada por la
creciente burocratización de la URSS y la emergencia del nazismo, así como posteriormente por
la derrota del nazismo.

Las derrotas y retrocesos de finales de los años 1920 y los años 1930 (“la medianoche del siglo”
como definiría Víctor Serge al período), tuvieron dramáticas consecuencias en lo que vino
después aun si las crisis y las guerras parieron, efectivamente, nuevas revoluciones -revoluciones
anticapitalistas pero no socialistas; ya volveremos sobre esto-, así como nuevos fenómenos como
la expropiación de los capitalistas sin revolución alguna mediante la ocupación de países enteros
por el Ejercito Rojo estalinizado. Y esto por no hablar de la expropiación campesina en la URSS a
comienzos de los años 1930 por intermedio de la contrarrevolución estalinista. (Albamonte sigue
reivindicando la trilogía de Isaac Deutscher sobre Trotsky, que contra toda la investigación
historiográfica de las últimas décadas presenta la colectivización forzosa y la industrialización
acelerada como la “revolución desde arriba de Stalin más profunda, incluso, que la Revolución
Rusa de 1917”…)

El estallido de la Segunda Guerra Mundial fue una colosal derrota de los explotados y oprimidos
de todo el mundo así como, distorsionadamente, la derrota del nazismo y el fascismo fue un
colosal triunfo democrático.

La guerra fue interimperialista, efectivamente, así como una guerra contrarrevolucionaria contra
la URSS, que incluso si no era ya un Estado obrero -cuestión en abierto hasta cuando lo fue;
nosotros nos inclinamos a que dejó de serlo en los años 1930-, seguía siendo un país donde el
capitalismo había sido expropiado3. Sin embargo, la herencia de las derrotas de las clases obreras
más fuertes y con más tradición del centro del mundo no dejaría de tener su peso en la resultante
de los acontecimientos de la segunda posguerra.

¿Cómo apreciar las etapas de la lucha de clases?


En este punto el relato de Albamonte se escinde de la lucha de clases y se transforma en una
disputa entre Estados; los Estados incluso “obreros” serían los portaestandartes de la historia y

3
Nuestra definición de la URSS a partir de la consolidación de la contrarrevolución estalinista la tomamos
de Cristian Rakovsky, que lo define como “Estado burocrático con restos proletarios y comunistas de la
revolución de 1917”. Demás está decir que reivindicamos la figura de Rakovsky contra parte
importantísima del trotskismo que lo ha soslayado. En Comunistas contra Stalin y Un revolucionario de
todos los países Pierre Broue hace una justa reivindicación de su figura.

4
no la lucha de clases misma (una visión estatista reñida con el marxismo revolucionario)4. Las
consecuencias de esto es que el análisis internacional está puesto sobre bases campistas, Este-
Oeste, sobre la idea del “enfrentamiento entre dos sistemas sociales”, sobre el concepto de que
el estalinismo extendió la “revolución socialista” por todo el orbe a la salida de la guerra
mundial…

Sin embargo, este no es más que el vulgar relato pablista (por el dirigente de la IV Internacional,
Michel Pablo, que comienzos de los años 1950 sostuvo una orientación seguidista del estalinismo
que terminó en la escisión de la IV en 1953) y no marxista revolucionario que, colocado en estos
términos, y aunque las nuevas generaciones conozcan poco de este debate, dejaba al marxismo
revolucionario, al trotskismo, sin justificación histórica; un “pablismo tardío y recargado”
podríamos llamar al relato de Albamonte.

A finales de los años ‘80 cae el muro de Berlín y el estalinismo, y se restaura el capitalismo. Pero
lo que Albamonte no señala es que cae como fruta madura -¡más bien podrida!-. Es decir: la
explicación de esta caída ignominiosa, sin pena ni gloria, hay que buscarla -no queda otra
explicación materialista posible, que Albamonte no da- en lo que ocurrió en las décadas
anteriores, fundamentalmente, en la derrota histórica de la clase obrera en la ex URSS, en su
propio Estado, en los años ’30, así como en las derrotas en los levantamientos antiburocráticos
del Este europeo.

Nada se puede explicar de la finalización del siglo veinte (el “corto siglo veinte”), y también de
los comienzos del veintiuno, sin remitirnos a las consecuencias estratégicas de dichos años, de
dicha contrarrevolución, aún si, por otra parte, esto tampoco impidió que hubieran inmensas
conquistas democráticas, antiimperialistas e, incluso, anticapitalistas pero no propiamente
socialistas, en la medida que no llevaron a la clase obrera el poder como afirma erróneamente
Albamonte: “(…) los resultantes de la lucha de clases dan que los campesinos y trabajadores
chinos aprovechan la situación para hacerse del poder y entrar en Pekín en enero de 1949,
mientras que la URSS puede extender su territorio ocupando todo el Este de Europa”. Esto no
fue así ni en China, ni, mucho menos, en ninguno de los países del Este europeo ocupados por
el Ejército Rojo burocrático (la extensión de la influencia de la URSS a nuevos territorios no
configuró ninguna revolución) ni, por lo tanto, abrieron realmente la transición socialista más
allá de la conquista progresiva de la expropiación burguesa5.

El relato simplista de Albamonte tira por la borda todo este balance; un balance mucho más
matizado y que comparten, incluso, en términos generales, muchas corrientes del trotskismo
“ortodoxo”. Por oposición, Albamonte nos presenta un relato a lo Eric Hobsbawm, historiador
estalinista aggiornado que justifica a Stalin o, lógicamente, a lo Isaac Deutscher, historiador de la
derecha trotskista, que criticó en su obra al fundador de nuestro movimiento en nombre del
pragmatismo. Según él, Trotsky habría sido “el más grande exponente del marxismo clásico”,

4
Incluso bajo el gobierno bolchevique de Lenin y Trotsky a comienzos de los años 1920, las revoluciones
conducidas a punta de pistola por el propio Ejército Rojo revolucionario y no sobre la base de una ascenso
obrero genuino en el país, como fue el caso de la marcha sobre Varsovia en 1920, se vieron frustradas. La
lección: no se puede sustituir a las masas obreras y populares y su acción con sus partidos y organismos a
la hora de la revolución socialista.
5
Una conquista que solo en los primeros años redundó en logros para los trabajadores y campesinos y
luego rápidamente se agotó dando lugar a desastres burocráticos como “El gran salto adelante” que
generó una hambruna en China (comienzos de 1960) o “Los 10 millones van” (por la zafra fracasada a
comienzos de los años 1970 en Cuba; fracaso al que le siguió la adaptación completa al monocultivo que
le impuso a la isla la URSS).

5
pero sus análisis no habrían tenido vigencia durante los años 1930 y subsiguientes porque la
revolución habría ocurrido de manera diferente afirmaría Deutscher en su biografía sobre el gran
revolucionario ruso.

Y, efectivamente, la revolución ocurrió de manera diferente. Pero el problema es que había que
evitar colocarle a todos los desarrollos la connotación de “socialista” y estudiar críticamente que
es lo que realmente estaba ocurriendo bajo nuestros ojos. (En todo caso, y como digresión, el
pragmatismo no es, simplemente partir de los acontecimientos tal cual son, obligación de todos
los revolucionarios para no ser meros propagandistas, sino negarse a adaptarse mecánicamente
a ellos para intentar transformarlos.)

Albamonte señala que en las últimas décadas la acumulación militante ha sido muy lenta para
todos los que hemos acumulado fuerzas (están también las corrientes que desacumularon), lo
que es un hecho; pero no le da una explicación materialista al fenómeno. En realidad, sí señala
el bajo nivel de la lucha de clases como así también el imperio del neoliberalismo, lo que está
bien. Pero se le pasa de largo completamente la trabajosa reconstrucción de la conciencia
socialista de la clase obrera; clase obrera que debe “digerir” el balance de las primeras
experiencias socialistas y/o anticapitalistas sobre todo en los países donde las mismas ocurrieron
y que siguen siendo en cierto modo un “agujero negro” desde el punto de vista estratégico
revolucionario (sobre todo la ex URSS y los países del Este europeo; China es más dinámico).

Albamonte puede esquivar esto porque el núcleo de su corriente está en la Argentina… Pero su
informe carece de la sensibilidad y de los matices del análisis que son necesarios para hacer pie
realmente en Europa y ni hablar de los países del Este europeo, la ex URSS o mismo China. (Sobre
China recomendamos la lectura de Au Loong Yu, un marxista hongkones que es un punto de
referencia fundamental como puerta de entrada para entender que pasa en el gigante oriental.)

Es decir: un balance dedicado no solamente a las evoluciones del capitalismo, sino también, y
estratégicamente, a las experiencias no capitalistas fallidas, sin el cual no se puede relanzar
realmente la lucha por el socialismo.

Puede ser que un relato apologético de la historia sea más práctico para entusiasmar; también
puede ser que mostrar una Icaria (supuestamente la ex URSS de la segunda mitad del siglo
pasado) sea una especie de placebo para decir “se puede”; pero eso es puro pragmatismo: no
sirve para nada sino está mediado por un balance radical de los acontecimientos históricos, cosa
que Albamonte no parece dispuesto a encarar.

El PTS tiene elaboraciones sobre estrategia y otros tópicos que tienen su valor más allá de los
matices y/o diferencias que tengamos con ellos. Pero de lo que ha carecido siempre es de una
elaboración propia y real sobre el balance del estalinismo, actualizada, además, en función de lo
más serio de la historiografía marxista de las últimas décadas; y esto que decimos es un hecho,
no una afirmación caprichosa6.

Albamonte presenta un relato mecánico de las etapas de la lucha de clases; las mismas se
suceden como si dijéramos “unas detrás de las otras”; se “sobreimprimen” esquemáticamente,
por así decirlo, pero nunca de manera dialéctica: en lo nuevo no subsiste lo viejo. Se asemeja
en esto al marxista estalinista Louise Althusser, que no reconocía el análisis diacrónico, es decir,
histórico de los procesos, sino solamente la sobreimpresión de nuevas “sincronías” (es decir, era

6
Han publicado notas de diversos historiadores trotskistas o marxistas revolucionarios pero eso no parece
incorporado en su relato estratégico.

6
incapaz de dar cuenta del surgimiento de lo nuevo). Pero la historia real no funciona así. Toda
nueva etapa contiene parcialmente desarrollos de la anterior (el conocido concepto hegeliano,
tomado por Marx, de Aufhebung, el superar conservando, remite a esto; a las herencias del
pasado en el presente -a lo que podemos agregarle las potencialidades del porvenir7-).

La etapa revolucionaria socialista de los años 1920 a 1940, grosso modo, tuvo que vérselas con
la “resistencia de los materiales” de la etapa anterior: el atraso de las fuerzas productivas y el
aislamiento de la revolución en la URSS, un movimiento obrero en Occidente dominado por la
socialdemocracia, etcétera. La etapa revolucionaria pero no socialista de la segunda posguerra
tuvo que medirse, a su vez, con la herencia de las derrotas del fascismo y el estalinismo en
materia de atomización de las más grandes clases obreras y la burocratización de la más grande
revolución en la historia de la humanidad; la revolución social terminó desplazada al Oriente con
todas las consecuencias estratégicas que tuvo este hecho que, en cierta manera, fue
subproducto de los acuerdos de Yalta y Posdam donde Stalin acordó, de manera traidora,
quedarse con la periferia a cambio de dejarle el centro del mundo al imperialismo yanqui. Pero
este elemento clásico del análisis del trotskismo de posguerra tampoco figura en el relato de
Albamonte8.

La realidad es más grande, efectivamente. Y por eso, a pesar de todo, hubo inmensas
revoluciones anticapitalistas bajo la presión de las grandes guerras y catástrofes económicas y
sociales como subproducto de la Segunda Guerra Mundial. Pero la herencia del período anterior
impidió que la clase obrera se hiciera del poder. Este es un hecho material que ninguna sociología
vulgar puede resolver: las revoluciones de posguerra –y atención que no todos los procesos
consistieron en revoluciones- fueron anticapitalistas pero no socialistas9.

Incluso el período neoliberal tiene sus contradicciones: los burgueses avanzaron en la


restauración capitalista en un tercio del globo, impusieron retrocesos en las condiciones de
explotación de los trabajadores y trabajadoras pero, contradictoriamente, aun sin radicalización,
es verdad, también, que se lograron conquistar derechos democráticos que solo un iluso podría
ver como meras concesiones burguesas…

Trazo grueso, la primera mitad del siglo veinte fue el de las más grandes revoluciones y
contrarrevoluciones en la historia humana; la segunda mitad expresó tanto la consolidación de
la hegemonía estadounidense como la emergencia de revoluciones anticapitalistas sin
socialismo (en honor a la verdad, la segunda revolución histórica del siglo, fue la Revolución
China de 1949, esto más allá que no la consideremos propiamente socialista), y la coexistencia
pacífica entre el estalinismo y el imperialismo, lo que terminaría haciendo que la burocracia se
arrodille perdiendo en la competencia puramente económica, y, ahora, el período en que el
capitalismo neoliberal parece estar llegando a sus límites… Pero todo este análisis admite

7
El principio esperanza, de Ernest Bloch, es una obra brillante que presenta de una manera mucho más
dialéctica, realmente, como lo nuevo late siempre en lo viejo.
8
Acá ocurre un paradoja: su corriente se la ha pasado despotricando contra el “trotskismo de Yalta” pero
no solamente ha asumido todos sus presupuestos sino que muchas veces, como en esta charla, queda a
la derecha de él…
9
La propiedad estatizada debe afirmarse no solo negativamente contra los capitalistas como lo hicieron
dichas revoluciones (es una expropiación y por lo tanto una conquista popular), sino también
positivamente. Es decir: para realizar todas sus potencialidades y no transformarse en una fuente de
nuevos privilegios y desigualdades, estar en manos de la clase obrera y su dictadura proletaria (ver nuestro
ensayo “A cien años de la Revolución Rusa”, izquierdaweb, sobre todo el capítulo dedicado a los problemas
de la propiedad estatizada).

7
matices que, si no se aprecian, quedan vulgares; al menos vulgares desde el punto de vista del
marxismo revolucionario.

El estalinismo lo hizo
El texto de Albamonte tiene varios problemas fácticos por no hablar de errores –y horrores-
teóricos y estratégicos a los que sólo podemos dedicarnos aquí a unos pocos de los más
gruesos10. Albamonte ve a la URSS estalinista de los años 1940 como ariete de la revolución
socialista; la mera extensión de sus fronteras sería un “vector revolucionario”, olvidándose que
esto ocurrió sin revolución alguna, sino, más bien, pisoteando los derechos nacionales de las
masas de Europa Oriental y la ex RDA (este no es un balance meramente nuestro sino una
reflexión que nos dejara nada más ni nada menos que Ernest Mandel, dirigente trotskista belga
que fuera ortodoxo en su análisis de la ex URSS como Estado obrero) 11. Albamonte también
parece olvidarse que la división de Alemania fue una derrota histórica para la clase obrera de
dicho país, una de las clases obreras más poderosas de la época (otro ortodoxo en materia de
análisis de la ex URSS como Nahuel Moreno, latinoamericano él, tendría sin embargo más
sensibilidad que Albamonte respecto de estos hechos)12. Albamonte habla de una suerte de
“unidad de acción entre la URSS y China”, que sólo está en su cabeza. Porque bien pronto
comenzaron las desavenencias entre ambas burocracias. Por algo eran burocracias nacionales
defensoras del “socialismo en un solo país; solo si hubieran sido internacionalistas hubieran
estrechado esfuerzos; ¡pero para ello no podrían hacer sido burocracias!

Es verdad que un tercio de la humanidad quedó fuera de la valorización directa del capital; un
hecho progresivo sin duda alguna. Pero es falso que la URSS haya crecido “sostenidamente”
luego de la segunda guerra… bien pronto se apreciaron los límites insanables de la planificación
burocrática, y bien pronto también quedaría desacreditada la planificación en manos de la
burocracia. En vez de desarrollar estos acontecimientos, Albamonte se evade de todo análisis
materialista del derrumbe de la URSS y se apega a la idea simplista de que los capitalistas
“compraron a la burocracia” como si la de la ex URSS o China se trata de una burocracia similar
a la sindical de los países capitalistas…

En fin: se nos hace muy largo seguir a Albamonte por todos sus desarrollos pero creemos haber
tomado algunos de sus problemas principales. La cuestión aquí nos remite, en definitiva, a las
dificultades de construir una corriente internacional que sea sólida sin el esfuerzo de construir
un balance estratégico; no un balance acabado lo que sería una pedantería no solo por lo
fragmentado que esta el movimiento trotskista sino, por lo demás y fundamentalmente, porque
hace falta que todavía logremos sacar a nuestro movimiento de la marginalidad en el que ha
estado a lo largo de décadas –sobre todo por razones objetivas, pero subjetivas también. Y

10
Tenemos concepciones tan distintas que habría que escribir un “tratado” entero para dar cuenta de
ellas. En todo caso, un error fáctico en su charla –¡error fáctico estalinofilo también él!- es la emergencia
de la Resistencia en Francia en 1943/4. Robert Paxton, conocido especialista en la Francia de Vichy señala
que, sobre todo la juventud francesa se volcó a la Resistencia cuando al gobierno fascista del Mariscal
Petain comenzó a mandar a los jóvenes como trabajadores forzados a Alemania; una medida
eminentemente antipopular. Por lo demás, el PC francés no llegó nunca a organizar una resistencia de
masas. Fue, más bien, una vanguardia de masas, lo que no es exactamente lo mismo.
11
El poder y el dinero es su obra de balance madura del estalinismo por así decirlo.
12
Moreno llevó adelante una síntesis objetivista de la teoría de la revolución que ayudó al desbarranque
de su corriente. Sin embargo, en los años 1980 y en relación a los desastres de la planificación burocrática,
demostraría enorme sensibilidad. Lo hemos citado a este respecto en nuestro ensayo “Dialéctica de la
transición. Plan, mercado y democracia obrera”, izquierdaweb.

8
además, y más fundamentalmente aun, hacen falta nuevas revoluciones socialistas en el siglo
veintiuno que nos permitan “redondear” conclusiones más de conjunto sobre su contraste.

Marx y Engels eran muy cuidadosos con las anticipaciones. Preferían atenerse al movimiento
real. Claro que, por otra parte, no tenían detrás de sí un siglo de experiencias anticapitalistas
como tenemos nosotros. Pero de todas maneras, es evidente que hace falta que “hablen” las
nuevas revoluciones socialistas que están en el porvenir –¡y para las cuales debemos trabajar
denodadamente!- para poder superar la actual parcialidad en materia de elaboración
programático-estratégica, problema que ninguna corriente podrá resolver por sí misma hasta
que no logremos amplia influencia orgánica entre las masas y roles de dirección reales.

Esto sólo se puede hacer pegados a la lucha de clases y construyendo nuestros partidos
revolucionarios y nuestras corrientes internacionales con la mayor amplitud de miras que sea
posible; organización revolucionaria y corriente internacional que nosotros concebimos
íntimamente ligadas a nuestra clase, a sus vivencias y experiencias para aprender de ellas y
además aportarles nuestro bagaje estratégico.

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