Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Silvia Madi
Reiniciar el amor
Primera edición: febrero de 2024
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo
puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a
CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de
esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 /93 272 04 47).
ISBN: 978-84-1384-734-4
Depósito legal: M. 32.493-2023
Fotocomposición: Creative XML, S.L.U.
Impresión y encuadernación: Huertas
Impreso en España-Printed in Spain
Para mi marido.
Por todos nuestros horizontes.
ÍNDICE
SÍ, PAPÁ
«Prefiero» – Antílopez
Panic! At the classroom
«Sé incomprendido» – Morrigans
I’ve got issues, and you’ve got them
too
«La canción que no termina»
– Maldita Nerea
Tierra, trágame y escúpeme en Ikea
«Miss Honolulu» – Carlos
Sadness
Teoría de Causalidad y Cuerdas
«Un día de mierda» – Sidonie
Boom
«Y se fue» – La Pegatina
Un paseo para recordar
«Déjame» – Los Secretos
Chúpame la sangre
«Familia» – Funambulista
El fin de semana más raro del
mundo
«Eco» – IZAL
Como si fuera un Satisfyer
«Estoy aquí» – Despistaos
La confianza da miedo
«Señales de humo» – El Kanka
Bonnie y Clyde por los pasillos de la
universidad
«Terriblemente cruel» – Leiva
Tócame
«Caramelo» – Rocco Hunt,
Lola Índigo y Elettra Lamborghini
Lola Índigo y Elettra Lamborghini
El secreto de Carlota
«Éxtasis» – Pablo Alborán
Mamá, mamá, mamá…
«Ay, Mamá» – Rigoberta Bandini
Juernes, que te quiero juernes
«Tabú» – Pablo Alborán y Ava
Max
Bujarrapower
«La revolución sexual» – La Casa
Azul
Puedes esperar sentado
«No vaya a ser» – Pablo Alborán
El color de la piel que rodea tus ojos
«Tú me dejaste de querer» –
C. Tangana, Niño de Elche y La
Húngara
Arde Telegram
«Dramas y comedias» – Fangoria
Paro cardíaco por sonrisa tierna
«LA PLAYA» – Nil Moliner
Million dolar baby
«La venda» – Miki Núñez
Nadie aguanta a nadie
«Sin tu piel» – Nil Moliner
Soy más de izquierdas
«Boomerang» – Edurne
La hora tonta
«Mami» – Ptazeta y Juacko
Zambrano, a mi despacho
«Viento a favor» – Funambulista
Pleno al corazón
«Disparos» – Dani Fernández
Masculinidad frágil
«Bipolar» – Pol 3.14
«Bipolar» – Pol 3.14
Pintalabios y payasos
«Mundo imperfecto» – Sidecars
Chatos y chatas
«El caso de la rubia platino» –
Leiva
De Madrid al cielo
«Como un idiota» – Funambulista
Pisando fuerte
«Devuélveme a mi chica» –
Hombres G
La patada
«Tralará» – Conchita
Que sea tu chica yeyé
«Y yo» – Funambulista y Efecto
Pasillo
Segunda parte
«Quédate» – Funambulista y
Maldita Nerea
Puedo trasnochar contigo
«La noche en calma» – Sidecars
Desayuno con churros
«Amasijo de huesos» – Sidecars
Áteme
«El lado oscuro» – Jarabe de Palo
El cliché que somos
«Pegao» – Camilo
Es mi Atleti
«Si quieres» – Cariño
Una lata muy molesta
«Teléfono» – Aitana
Hacer cola
«Gentleman» – Cepeda
Como un témpano de hielo
«No pide tanto, idiota» – Maldita
Nerea
Nerea
El día que me lance contigo
«Te felicito» – Shakira y Rauw
Alejandro
Cógelas
«Cuando todas las historias se
acaban» – Maldita Nerea y Leire
Martínez
Ni puñetera idea
«El fin del mundo» – La La Love
You y Axolotes Mexicanos
Hay recuerdos que no se borran
«+ (MÁS)» – Aitana, Cali y El
Dandee
Ladilla Rusa es un modo de vida
«KITT y los coches del pasado» –
Ladilla Rusa, Joan Colomo, Los
ganglios y Lady Gipsy
La Cortafuegos
«Valeria» – Dvicio
Dónde están las llaves, matarile,
rile, rile…
«Cuando éramos dos» – Sinsinati
y Álvaro de Luna
Bórralo todo
«Duele» – Álvaro de Luna
¡Vámonos!
«Superpoderes» – Funambulista
Oh, Paula…
«Si me voy (Cups)» – Paula Rojo
y The Wild Horses
Miedo
«Miedo» – Amaia
¿Nos tomamos la última?
«Como tú» – Edurne y Efecto
Pasillo
Pasillo
Videollamadas y pánico
«Canción de radio» – Sofía Ellar
Tristán 2.0
«Cuando nadie ve» – Morat
El DJ y el destino me odian
«Nunca debí enamorarme» –
Camela
LA Teoría de Cuerdas, cariño
«Cuando zarpa el amor» – Camela
Las chicas son guerreras
«Las chicas son guerreras» – Los
Salvajes
¿He visto un lindo gatito?
«Qué bello es vivir» – El Kanka
Lo importante es participar
«Si te dicen» – Los Gatos del
Gitano
Gabinete de crisis besucón
«Macaulay Culkin» – Ladilla Rusa
Anticlimático
«Besos» – El Canto del Loco
Joder, ya era hora
«Sabor a mí» – Monsieur Periné
Aquí guerra y después gloria
«Breaking Bad» – Leiva
El reto
de la hamburguesa
«Slowly» – Natalia Lafourcade y
Leiva
Porras para Inés Juanita
«Mundo de cristal» – Conociendo
Rusia y Leiva
La confianza
«Eres tonto» – El Canto del Loco
«Eres tonto» – El Canto del Loco
Equivócate
«Jóvenes eternamente» – Pol 3.14
Pasajeros
«Por delicadeza» – Joaquín Sabina
y Leiva
Tener una conversación
«El viaje» – Conchita
La Friendzone
«Big Bang» – La La Love You y
Delaporte
In the mood for love
«Culpable» – Pablomora
Castos y recatados besitos
«Dejarse la piel» – Pablomora
Tú me enseñaste a…
«Deseos de cosas imposibles» –
La Oreja de Van Gogh
La teoría de la Evolución
«Todo me da igual» – Pignoise
Europe’s living
a celebration
«Europe’s Living A Celebration»
– Rosa López
Fotopollas no solicitadas
«De qué vas» – María Isabel
La última barrera
«Vivir» – Rozalén y Estopa
Estoy contigo
«Un planeta llamado sosotros» –
Maldita Nerea
20 de enero
«20 de enero» – La Oreja de Van
Gogh
Si son tan amables…
«Sobreviviré» – Mónica Naranjo
«Sobreviviré» – Mónica Naranjo
Hasta que me quede sin voz
«Hasta que amaneciera» –
Funambulista
El botellín del caos
«Dopamina» – Veintiuno
Epílogo
«Mi pequeño Chernóbil» – Leiva
Agradecimientos 481
SÍ, PAPÁ
«Prefiero» – Antílopez
D
— ime que no he dicho eso en voz alta —suplico.
Acabo de llamar papá a mi profesor, nada más y nada menos. Inés está a mi
derecha y me mira con los ojos más abiertos que las puertas de Primark en
rebajas.
Bueno, lo hace ella y lo hacen el resto de los alumnos del máster. Cuarenta
frikis de la Seguridad Informática y el Hacking Ético. ¿Que si podría ser peor?
Pues no, porque en esa muestra de población está incluido Rober, mi novio.
Y, cómo no, él: Tristán Acosta. El profesor más perdonavidas de Madrid y
probablemente del mundo entero. ¿No podía simplemente ignorar mi
comentario? Oh, no, claro que no. Desde el año pasado me ignora cada vez que
levanto la mano, pero si le llamo algo bochornoso, la cosa cambia. Y más
cuando ese «algo» es papá. Ahí, evidentemente, todo él, con su metro ochenta y
muchos, sus obscenos músculos definidos, su pelo castaño, sus mechones
perfectamente peinados, sus ojos verdes, el brillo de villano de Disney que hay
en ellos y toda su seriedad, tiene que ir a parar directo al centro de la jeta de
ridícula que se me acaba de quedar.
—Y vocalizando mejor que en toda tu vida —se ríe mi amiga cuando consigue
salir de su coma. No la culpo; ella siempre ha sido así de espontánea,
despreocupada y alegre. De hecho, el primer año de universidad fue ella quien le
llamó mamá a una profesora. Pero ella era amable y acabó riéndose con Inés, y
Tristán… Bueno, digamos que la amabilidad no es uno de sus talentos.
Me giro a la izquierda, hacia Rober, para que me eche un cable, pero mi novio
ha decidido que la mejor idea es enterrar la cabeza en la tierra como un avestruz,
y nada más establezco contacto visual con él para que me ayude como sea, da un
respingo y se mete en su ordenador.
¿Quién quiere enemigos cuando puede tener un novio como el mío?
—Yo también te quiero… —musito. Pero él ni siquiera se gira hacia mí. Soy
patética.
El silencio se hace en el aula nada más Tristán y su voz grave de ultratumba
vuelven a hablar:
—Continúe —dice. A mí se me ponen los pelos como escarpias. En primer
lugar, porque ni siquiera me acuerdo de qué estaba diciendo (mi cerebro ahora
mismo solo recuerda que he hecho el ridículo de mi vida); en segundo, porque
esa manía suya de tratarnos de usted cuando nos saca solo siete años… Uf, qué
repelús.
—¿Yo? —pregunto.
Me doy cuenta de mi error nada más abrir la boca. Tristán resopla y apoya el
culo sobre la mesa, ante lo que yo no pierdo detalle. «Muy bien, Carlota.
Llámale papá y después mírale el culo», pienso, pero la voz de mi profesor se
alza de nuevo sobre mis pensamientos.
—No, si quiere lo hago yo. Zambrano, es usted la última de la lista, no queda
nadie más. —Enarca una ceja, se cruza de brazos y yo siento que me encojo
cuando vuelve a resoplar por enésima vez.
»Iba a terminar de contarnos cómo implementar su Trabajo de Fin de Máster…
—Suspira con hastío.
—Claro… —musito, y trato de centrarme apartando mi mirada de la suya. El
tío da miedo, y lo último que me interesa ahora es parecer Bambi después de que
maten a su madre. No, si no quiero que me coma.
—Antes de Nochevieja, si lo ve usted viable —insiste.
Toma castaña. ¿No cree que ya he quedado suficientemente mal? Si mi nota no
dependiera en parte de este tío y no me diera el miedo que me da, juro que le
diría cuatro cosas.
Meto la cabeza en mi ordenador buscando el hilo de lo que estaba diciendo y
tratando de centrarme, pero me resulta imposible. Mis compañeros no dejan de
cuchichear y me siento cada vez más idiota.
Estoy completamente bloqueada.
De modo que hago lo único que creo que puedo hacer, por más vergüenza que
me dé.
Alzo la mirada mientras ahogo unas lágrimas que se agolpan en mis lacrimales
y le miro según niego con la cabeza. Lo reconozco: no puedo. No, cuando las
risas de mis compañeros cada vez suenan con más fuerza dentro de mí. Tal vez
no sea así y solo me estoy emparanoiando. Tal vez…
No, sí que lo están haciendo. Se están riendo. Todos ellos, menos Inés, que ha
entendido que mi situación no es como la que vivió ella y ahora me mira con
preocupación. Tampoco Rober se ríe. Él se ha refugiado en Minecraft de manera
supermadura. «Muy bien, cari». Pero el resto lo hace, y yo siento que el pánico
empieza a inundarme.
Pero desaparece de un plumazo cuando Tristán se incorpora y, girándose,
entona:
—Se acabó la clase. Pueden irse.
O al menos había desaparecido hasta que, a punto de atravesar las puertas del
aula, oigo a mis espaldas:
—Zambrano, usted quédese.
PANIC! AT THE CLASSROOM
«Sé incomprendido» – Morrigans
M iro a Inés con pánico. Mientras Rober hacía bomba de humo, ella ha
esperado a que recogiera, asumo que intentando hacerme sentir mejor,
pero ha sido inútil. Aunque he sofocado con maestría mi ataque de pánico, el
ridículo impregna cada poro de mi piel.
—¿Me quedo contigo? —susurra. Sin embargo, como antes, la oigo yo… y el
resto del mundo. Tristán incluido.
—He dicho «Zambrano», no «De la Vega» —apunta Tristán detrás de mí.
Niego con gratitud ante Inés. después la empujo fuera del aula y cierro la
puerta, apartándola como si me quitara una tirita del tirón. Un «Nos vemos más
tarde y te lo cuento todo con detalles» se queda flotando entre las dos.
Cuando me giro, Tristán está apoyado en la mesa otra vez. Lleva unos
pantalones azul marino profundo, una camisa blanca remangada hasta los codos
y el segundo botón desabrochado. Y me mira más terminante de lo que lo ha
hecho jamás. Yo me siento pequeñísima. Llevo unas Converse blancas, unos
vaqueros con rotos en las rodillas y una camisa celeste mal metida por dentro de
la cintura del pantalón, debajo de un cardigan gris.
—Lo lamento —entono directamente, por si así la bronca es más rápida y me
puedo escabullir—. No volverá a ocurrir.
Un momento, ¿qué es eso? ¿Por qué sonríe así?
La expresión de su rostro ha dado paso a una sonrisa socarrona que me
descoloca. Mientras mira hacia el aula vacía, suelta el aire por la nariz y niega
con la cabeza. ¿De verdad va a seguir riéndose de mí?
Sí, de verdad va a seguir haciéndolo.
—¿Puede dejar de reírse de mí? —pregunto firme, pese a todo. Me niego a
sentirme más humillada.
Ahora quien se cruza de brazos soy yo. Las lágrimas vuelven a asomar por mis
lacrimales, pero en este momento cargan mis ojos azules de rabia, de frustración.
He pasado un bochorno de proporciones épicas y el tío se recochinea. Y no
pienso tolerarlo más, aunque me exponga a que me suspenda.
Pero Tristán, una vez más, vuelve a la actitud de perdonavidas de antes…, con
un matiz: ahora se levanta, da dos pasos hacia mí y queda a escasos milímetros
de mi nariz, respirándome. No lo está haciendo con actitud agresiva ni mucho
menos; lo que recorre su rostro es más bien intriga. Eso no me lo pone más fácil,
pese a todo. Sentir que me escruta hace que me sienta desnuda, y todo el valor
que había reunido agoniza.
—¿Se atreve a vacilarme en clase delante de cuarenta alumnos y me pide que
yo deje de reírme de usted? Por favor, Zambrano, no me tome por idiota.
Me concentro en volver a respirar según veo cómo un mechón negro se me
posa delante de los ojos. Todo el mundo cree que llevar media melena recta con
flequillo es facilísimo. Que te peinas superbién, que los mechones nunca se te
descolocan y que el liso siempre es exquisito. Spoiler: no. Casi no te lo puedes
tocar porque se te pone graso (nivel mecánico en agosto) enseguida y siempre
hay algún mechón fuera de lugar. Y ojalá fuera fácil ahora mismo, porque
recolocándomelo me siento un poco ridícula.
—Yo no le he… —voy a responder cuando paso de mi pelo, pero está cerca;
muy, muy cerca. Extremadamente cerca. Peligrosamente cerca. Si respiro más
fuerte de la cuenta, mi pecho y el suyo se chocarán. Y no quiero que me saque
de aquí el SAMUR porque me dé un infarto.
Me alejo solo unos centímetros. Sé que es una demostración de sumisión como
una catedral, pero ahora mismo no puedo hacer nada más si quiero poder
terminar de hablar.
—Yo no le he vacilado —consigo entonar, al fin, mirando al suelo.
—Vaya… ¿Qué sucede, Carlota? ¿En un uno contra uno no es usted tan
valiente?
—¿Perdón? —Cuando levanto la mirada de nuevo, veo que vuelve a estar
delante de mí. Y no entiendo nada. Ni esa media sonrisa, ni cómo me mira, ni
por qué mi nombre en sus labios me pone así de nerviosa.
—Cuando el complejo de Electra se ha apoderado de usted no tenía tanto
miedo como ahora.
—¿El complejo de…? —Por Dios, no puede haber dicho eso—. P-porque ha
sido sin querer —balbuceo visiblemente descolocada—. No era un vacile.
Un segundo de pesado silencio se instala entre los dos.
—¿No lo era? —Enarca las cejas.
—Claro que no —musito, apartando la mirada otra vez—. ¿Quién en su sano
juicio haría algo así?
—Le sorprendería. —Se da media vuelta y se apoya en el escritorio otra vez,
pero ahora no sé si estoy hablando con Tristán, con alguien a quien le ha dado
una fiebre muy extraña en un momento más extraño aún, o con el alter ego casi
agradable de mi tutor del máster, porque señala su butaca y me insta a sentarme
en ella con una actitud que nada tiene que ver con la de antes. Un cambio radical
que tampoco comprendo. Este hombre es muy raro.
Un momento, ¿soy la protagonista de una novela de ciencia ficción que ha
viajado a un mundo paralelo sin darse cuenta? ¿He atravesado un portal? ¿Si
llamo por teléfono a mi mejor amiga, me lo cogerá la Inés de siempre o será la
Inés de este nuevo universo? ¿Cuántas Inés pueden existir en el multiverso?
¿Son todas rubias?
—Por favor, termine de contarme su proyecto —entona y me saca de la
chorrada que estaba empezando a pensar.
Sacudo la cabeza y pongo con rapidez el portátil encima de su mesa, pero no
me siento. ¿Cómo me voy a sentar ahí?
—Puede sentarse, si quiere —dice enseguida. Cómo no. Encima de repente es
un caballero.
—Estoy bien, gracias —entono. Después localizo mi presentación, inclino un
poco la pantalla hacia él y empiezo a hablar de corrido—: Como he comentado
antes, quiero llevar a cabo una API integrable en aplicaciones de mensajería que
rastree el envío de fotografías íntimas y sea capaz de bloquearlas…
Aunque mis compañeros han hecho sus exposiciones en cinco minutos cada
uno, yo hablo durante unos quince más. Le comento a Tristán cómo quiero
implementarla, en qué lenguaje de programación pretendo hacer las
integraciones, con qué framework, cómo la distribuiré…, me embalo y se lo
cuento todo. Y él, contra todo pronóstico, atiende con interés y asiente según yo
hablo.
De acuerdo, quizá decir «contra todo pronóstico» ha sido algo injusto.
Conozco a Tristán desde que empecé la carrera. Él hacía unos años que la había
terminado y, además de impartir clase, estaba estudiando el máster que estoy
cursando yo y otro de profesorado, todo a la vez. Es un genio. Y la Informática
le vuelve loco, según he oído por ahí y llevo comprobando este año y el anterior,
cuando también me daba alguna que otra asignatura. No es de extrañar que
cuando vea un proyecto que le interesa se ponga así.
Espera, ¿el proyecto le interesa?
—¿Qué le… parece? —Me muerdo el labio intrigada, hasta que me doy cuenta
del gesto que estoy dibujando y de que él no ha perdido detalle.
Aparto la mirada y cierro la pantalla del portátil para irme con mi bobería a
otra parte, pero él lo coge y, como si no le importara lo más mínimo que fuera mi
ordenador (probablemente no le importe), vuelve a abrirlo y viaja unas
diapositivas hacia atrás.
—¿Es consciente de que lo que quiere hacer es prácticamente imposible?
—Lo soy —asiento, resignada.
—Bien. Aquí cojea. —Señala, y empieza a pasar diapositivas—. Y aquí. Y
aquí también.
Se me cae el alma a los pies.
Tristán no lo sabe, pero no he escogido este proyecto porque sí, y le he
dedicado muchísimas madrugadas solo a la fase de planificación. Que me lo
haya tirado por tierra con solo tres movimientos de su índice me destruye por
completo.
Algo que, sin embargo, no demostraré. No quiero discutir más con él; ahora al
menos no me vacila, está hablando en serio, con algo parecido al respeto.
—A esto vas a tener que darle una vuelta de ciento ochenta grados.
Asiento y atiendo a lo que me dice con el estómago encogido y retirando una
lágrima que no me da tiempo a frenar. Por suerte, él no la ve. Continúa
ensimismado con mi proyecto. Y yo, en el fondo, agradezco que solo estemos
nosotros dos aquí. Si llega a criticarlo así delante de toda la clase, creo que me
habría dado algo.
Con todo, cuando pensaba que ya no iba a poder más y tendría que irme por
patas de aquí, Tristán se gira hacia mí, cierra la pantalla con cuidado y me tiende
el portátil, perdiendo la mirada en algún sitio del aula y volviendo a hablar. Y
aun con lo mal que me siento ahora mismo, su tono calmado, ese que no conocía
en él, provoca en mí una especie de sosiego que no esperaba en un momento así
cuando dice:
—Necesitaremos implementar un par de mejoras, repensar la ejecución y la
arquitectura de software, pero servirá.
Tardo en volver a respirar tanto como él en girarse. Está hablando más para sí
mismo que para mí.
Cuando termina, sin embargo, siento que me quedo sin respiración de nuevo.
—Carlota, tengo algo que proponerle.
I’VE GOT ISSUES, AND YOU’VE GOT THEM
TOO
«La canción que no termina»
– Maldita Nerea
Q
—¿¡ UÉÉÉÉÉÉÉ!?
—Cierra un poco los ojos, se te van a salir de las órbitas y no quiero llamar
más la atención.
He venido directa a la cantina al ver el mensaje de Telegram de Inés.
—¡Qué fuerte! ¿Es en serio? —Sus ojos azules y su pelo rubio, liso y con esos
tirabuzones en las puntas se acercan tanto a mí que creo que me va a comer.
—Como te he respondido las últimas cinco veces: sí.
—¿Y ya has dicho que vas a ir? —se apresura a preguntar.
—A ver, no he dicho «Voy a ir», pero es como si lo hubiera dicho. Le he dicho
que confiaba en él. Y entonces él me ha soltado el frasón: «Eso déjemelo a mí»
—repito, imitando su voz grave.
Me va a dar algo solo de contarlo.
—¿Estamos hablando del mismo profe borde que te ha dicho que hablaras
antes de Nochevieja?
Meto la cara entre mis manos y resoplo.
—Joder, no lo sé ni yo… —Miro a Inés separando un poco mis dedos—. Si te
cuento algo, ¿me creerás?
—Mientras no intentes desmentir que es un borde de remate… —Sonríe.
Hundo más la cara entre mis manos y me apoyo en la mesa. Entonces, musito:
—Eso es precisamente lo que iba a hacer. Me he sentido… Yo qué sé. Me he
sentido bien. Me ha tratado de maravilla en cuanto ha sabido que no le estaba
vacilando.
Inés frunce el ceño.
—Espera, ¿pensaba que le estabas vacilando? Si es evidente que ha sido un
patinazo garrafal.
Me encojo de hombros otra vez mientras me incorporo un poco. Inés me roba
la Coca-Cola que había pedido y le da un sorbo.
—Para él no.
—Menudo cliché. El genio incomprendido que no comprende a los demás —se
ríe por lo bajini—. Por lo menos está bueno.
—Joder, tía.
—¿Qué? Tengo ojos en la cara. ¿Me vas a decir que no está como para mojar
pan?
—Inés, que tengo novio —la riño.
—¿Y? No te estoy diciendo que te lo tires, tronca. Te estoy diciendo que está
bueno, sin más. Y que su culo en vaqueros tiene que ser una obra de arte. Y no te
digo en chándal. Y que tiene cinco polvos seguidos. O veinticuatro. Uno por
cada hora del día.
No sé si me da más rabia lo roja que me pongo, no poder contestarle porque
Rober acaba de entrar en la cantina o estar de acuerdo con ella.
—Dejemos el tema. Viene el rey de Roma —corto.
—¿El del culo bonito? —Se gira de súbito, buscando a Tristán con la mirada
de una manera muy poco disimulada.
—No. El de la técnica del avestruz.
***
S i hubiera un concurso de gente que hace cosas que no tienen sentido, yo hoy
me llevaría el primer premio y el accésit de Innovación. El primero, por la
escenita en el aula; el segundo, por salir corriendo tras Tristán sin pensármelo
cuando he visto que abandonaba la cantina.
Para colmo, dentro sonaba «Un día de mierda», de Sidonie, y según corro
hacia mi tutor, que se dispone a sentarse en una de las mesas de fuera (la más
apartada, cómo no), no puedo sacarme la canción de la cabeza, cómo me
representa y lo tremendamente absurdo que es todo esto.
Pero no lo he podido evitar.
Cuando he visto cómo me apartaba la mirada y se iba de allí, he sabido que
todo esto no estaba bien. Que a nadie, por más perdonavidas y borde que sea, por
más másteres que tenga y por más genio que se le considere, le gusta que hablen
de él a voz en grito en medio de una cantina abarrotada. Menos aún cuando son
sus alumnos los que lo hacen.
—Hola —grazno al tiempo que trato de recuperar mi respiración. Me peino los
mechones del flequillo y me apoyo sobre mis rodillas.
Tristán acababa de dar un mordisco a su sándwich cuando he aparecido, pero
ahora lo ha dejado sobre una servilleta y me mira, esperando a que diga algo. Por
supuesto, no me devuelve el saludo.
Pero estoy nerviosa y no es tan fácil, así que me apoyo en la silla y tomo aire
hondo antes de decir:
—Pensaba que iba a comer a su casa.
Me arrepiento de mi intervención nada más veo cómo me mira. Dios, es
mortificante.
—Y yo pensaba que dónde como no es asunto suyo, pero ya ve —responde. El
zasca se oye hasta en el Manzanares.
Me quedo sin habla tan pronto como le oigo. De acuerdo, Tristán siempre ha
sido así en clase, pero después de lo de hoy…
—Solo pretendía…
—¿Qué quiere, Zambrano?
Algo explota dentro de mí cuando, aparte del corte que me pega, vuelve a
llamarme por mi apellido con esa indiferencia, especialmente después de oír
cómo antes me llamaba por mi nombre y dejaba de ser un capullo arrogante. Y
no puedo más. Primero mi patinazo; a continuación, la escena casi agradable del
aula que no entiendo para nada y ahora tampoco quiero entender; después, cómo
mi novio ha hecho bomba de humo; luego, la discusión que ha tenido con mi
mejor amiga; y ahora mi profesor volviendo a ser un gilipollas conmigo. Todo el
mismo día.
—¿Se puede saber qué le pasa? —exploto—. Solo venía a pedirle disculpas.
No hace falta que me hable en ese tonito condescendiente y engreído cada vez.
Alza ambas cejas.
—Ah, ¿sí? ¿Y por qué venía a disculparse, exactamente? —Se recuesta sobre
su silla y se cruza de brazos mientras achina los ojos.
—¿Eso es todo lo que va a responder de todo lo que le he dicho? ¿La parte del
tonito condescendiente y engreído la va a ignorar? —digo exasperada.
—¿Va a dejar de responder a todas mis preguntas con más preguntas?
—¡Argh! ¡No lo sé! —Separo la silla y me siento, sabiendo que me he
arrepentido de todo esto mucho antes de empezar. Pero ya no puedo parar. Si me
tengo que pasar el resto de mi vida rebuscando en la basura (en la de Inés, que es
mi mejor amiga, me tendrá que acoger al menos en un cartón de la cocina), que
así sea.
El problema es que me callo unos segundos para intentar ordenar mis ideas… y
él usa mi silencio a su favor.
—Eso está mejor.
—Dios mío, dame paciencia… —musito mirando hacia la mesa y tratando de
controlar el aire que entra y sale de mis pulmones como un matasuegras.
—Dios no existe, Zambrano, sea pragmática.
Encima me vacila.
—Pragmático sería irme de aquí —gruño, a punto de separar la silla de nuevo
y abrirme.
—Hágalo, entonces. Adelante —zanja con indiferencia.
Pese a todo, cuando alzo la mirada, harta de todo esto, me encuentro con algo
que no esperaba.
Tristán vuelve a tener esa media sonrisa sobre la comisura y me mira con
sorna.
—Le divierte muchísimo reírse de mí, ¿verdad? —respiro con pesadez.
—Me divierte lo roja que se pone cuando está al límite.
Y… No. Eso no lo he visto venir.
Lo dice en un tono tan convencido que no puedo sino callarme para ver si
asimilo todo esto un poco mejor. No entiendo su actitud, los cambios que tiene
ni las expresiones que pone. No entiendo nada de él.
Nada, nada, nada.
Y, aun así, no me voy.
Necesito entenderlo.
—¿Puedo preguntar por qué? —pregunto.
—No sabía que necesitara un motivo para hacerlo.
Suspiro cansada, pero después me sobreviene una idea: yo también sé jugar a
esto.
—¿Conoce usted la Teoría de Causalidad? —pregunto, y sé que me he pasado
tres pueblos, pero mi madrileña chula interior va cuesta abajo y sin frenos.
Solo espero no estamparme.
—¿Se está quedando conmigo? —Enarca una ceja, serio de repente.
—Es solo una pregunta. —Ahora soy yo quien se encoge de hombros. Me
apunto un tanto.
—Ya. —Coge su sándwich y lo examina. Si va a comer delante de mí es que
está muy, pero que muy seguro de sí mismo. Yo no sería capaz. Me daría pánico
que oyera el ruidito de mis dientes mordisqueando el pan—. Una pregunta que
me encajaría si usted y yo no fuéramos ingenieros. —Su mirada se clava en mis
ojos con tanta vehemencia que creo que voy a llorar sangre, aunque consigo
mantenerme firme—. Pero lo somos. Y la Teoría de Causalidad se estudia en
primero de carrera.
Cuando le da el primer mordisco delante de mí a su sándwich, ataco:
—Entonces sabrá que no tiene por qué haber un motivo para querer ponerme al
límite, pero sí una causa. Es usted quien pretende causar este efecto en mí, al fin
y al cabo. Es usted quien quiere llevarme al límite. ¿Por qué me quiere llevar al
límite?
Casi se atraganta. Y entonces, solo entonces, me doy cuenta del doble sentido
de la frase.
—Zambrano, no me apriete las tuercas…
Ahogo un chillido en mi garganta. Un «No me apriete las tuercas» dicho así es
un «No me toque los cojones» de manual.
—Solo preguntaba. —Me encojo de hombros cuando he contado hasta diez
mentalmente para calmarme. Tengo que reconocer que, a pesar de que sigo sin
entender nada y en cuestión de horas he querido gritarle, llorar delante de él,
abrazarle, perseguirle hasta alcanzarle y hacer que se trague el sándwich entero,
todo este tira y afloja me causa mucho interés.
No debería, teniendo en cuenta que es mi tutor y que me ha pedido (en una
actitud muy poco habitual en él) que le acompañe a Toulouse porque confía en
mí, pero eso no hace sino aumentar el interés que me da todo esto.
—¿Conoce usted la Teoría de Cuerdas? —Deja el sándwich sobre la servilleta
y se inclina sobre la mesa, muy cerca de mí. Yo asiento con rapidez. Me pone
histérica notar su respiración aquí.
Y me apartaría, pero, con una sutileza que me desmonta, sin que nadie más lo
note, me sostiene por el codo y, en lo que a mí me parece una caricia (digo «me
parece» porque no puede serlo, es imposible) susurra:
—Pues deje de tensar la mía, Carlota.
BOOM
«Y se fue» – La Pegatina
P
—¿ uedes dejar de hacer eso? —pregunta Inés.
—¿El qué? —Me giro hacia ella de repente y me quito la uña de la boca.
—Mover la pierna como si fuera un Satisfyer. Me pones nerviosa.
La risa histérica que me sale hace que la mitad del vagón se gire hacia mí.
Estamos a solo dos paradas de la universidad y creo que me va a dar algo.
Dentro de cinco horas estaré en el despacho de Tristán, pero aún no sé qué
narices voy a responderle.
A ver, sé qué quiero decir, pero no sé si debo.
En momentos como este, me gustaría poder contar con mi familia. Llamar a mi
madre y preguntarle qué opina ella, apoyarme en mi padre, lo que sea. Pero están
demasiado ocupados con su asesoría de éxito e ignorando a la hija que no quiso
estudiar Administración y Dirección de Empresas para prestarle atención a la
otra: la futura y brillante directora de Zambrano Asesores. Mi hermana pequeña,
Carol (no, mis padres no se mataron con los nombres).
—Bah —gruño.
—¿Qué te pasa?
—Nada, pensaba en voz alta —bufo—. En mi familia.
—Tu familia soy yo. —Dibuja una sonrisa exageradamente grande y me pasa
un brazo por encima de los hombros—. ¿Quieres que haga de madre estirada?
¿De padre ausente? ¿De hermana pedorra? ¡Pide por esa boquita!
Acabamos riéndonos y hablando de temas que nada tienen que ver ni con
Toulouse ni con mi familia, lo que me relaja muchísimo cuando, tras apearnos
del metro, llegamos a nuestra facultad.
En la puerta me encuentro a Rober con su mejor amigo y compañero de piso,
Javier Mateos, un cayetano de pelo castaño claro casi rubio, alto, fuerte y con
unos ojos tirando a gris que no le tienen nada que envidiar a Silent Hill. Un tío al
que conocimos en el grado y cuya tara es que al pobre a veces se le olvida que el
contacto visual no es con las tetas de las mujeres. Yo, a pesar de todo, no me
llevo mal con Javi. De hecho, he salido alguna que otra vez con él y debo
reconocer que me cae sorprendentemente bien. Pero Inés no le soporta. Ni
siquiera le tolera, y no la puedo culpar. Cuando ella está delante suele
comportarse como un gilipollas machista.
Aunque tengo la gran cantidad de cero ganas, me acerco a Rober para darle un
beso, pero mi amiga me para, musitando entre toses algo así como «Te ha
ignorado todo el finde». Yo freno, porque el mazazo es real, y espero a que
salude ella mientras sonrío con los labios apretados.
—Buenos días, Asqueroso Número Uno. ¿Qué tal, Asqueroso Número Dos?
¿Ha ido bien vuestro fin de semana? ¿Habéis batido el récord de acoso a tías en
discotecas?
—Qué coñazo eres, De la Vega —responde Mateos, a pesar de que antes se la
ha comido con la mirada.
—El que me puedes comer, chulapo. —Le lanza un beso y él le pellizca la
mejilla, acercándose más de la cuenta. Yo sonrío, a pesar de todo. Esta chica no
le tiene miedo ni al diablo.
En ese momento (al fin) Rober se acerca y me da un pico rápido y seco, pero
centramos la atención en nuestros amigos tan pronto como oímos que siguen
discutiendo.
—Pon fecha y hora, rubia.
—Ya te gustaría —se ríe.
—A lo mejor te gustaría a ti. —Le guiña un ojo de un modo que ni siquiera
Inés puede negar que es supersexy, y ella se aleja y le sonríe del modo más falso
que he visto en mi vida.
Un instante después caminamos hacia el aula, sabiendo que ellos vienen detrás,
y es Inés quien me aprieta la mano.
—¿Se puede saber qué ha sido eso? —susurro según noto cómo acelera.
—Eso han sido las ganas que tengo que reventarle la cara.
—Ya… ¿Solo la cara? —Enarco las cejas—. Porque yo diría que había tensión
sexual para frenar un camión.
Inés frena y me mira. Hemos llegado al aula, pero sigue cerrada. Este año solo
tenemos tres profesores: el ya famosísimo Tristán Acosta, con quien tenemos
más horas, que se ocupa de la tutorización, los proyectos y sus memorias; Simón
López, con quien vemos documentación; y Fullana, de implementación, aunque
este último suele faltar muchísimo y Tristán acaba haciendo la mitad de sus
horas (porque, gracias a Dios, él al menos entiende que este año es para
centrarnos en nuestros Trabajos de Fin de Máster y que con un profesor menos
lo llevamos claro). El caso es que, si bien Fullana falta como él solo, López, el
profe que tenemos ahora, suele llegar tarde, por lo que nos apoyamos en la pared
a esperar mientras Inés me suelta:
—Yo nunca he negado que tuviera un polvazo.
Con todo, no nos da tiempo a decir nada más. No sé en qué momento ha sido,
pero Rober y Javier están justo delante de nosotras, y el segundo, antes de que
ella se dé cuenta, le ha pasado un brazo por encima de los hombros y le está
susurrando todo lo seductor que puede (que debo decir que es bastante):
—¿Quién tiene un polvazo, De la Vega?
Inés da un respingo por el susto, pero solo un segundo después reacciona, se
quita el brazo de Javier de encima con asco y muy, muy cerca de su cara,
responde:
—Tu hermano, cariño. —Sonríe—. Dile a Quique que repetimos cuando
quiera.
Un instante más tarde, Simón López llega y abre la puerta, dejando a Javier
con una cara de cuadro que no se le va a quitar en todo el día.
No puedo negar que le entiendo.
Inés se acaba de pasar cinco paradas de AVE.
Carlota: Cómo se t ocurre soltarle eso de su hermano?!?!!???
Inés: No podía más.
Carlota: Ya, ya lo he visto… Y si le da por preguntarle a Quique?
Inés: No lo hará. Su masculinidad frágil no se lo permitiría.
Carlota: Eso espero. Como se entere de q de verdad has estado con su hermano lo mata.
Inés: X q iba a hacer eso?
Carlota: Joder, Inés, es evidente.
Inés: ?
Carlota: En serio?
Carlota: Xq está loco x ti.
***
T oco a la puerta del despacho de Tristán un par de veces, flojito. Estoy más
nerviosa que el día que hice mi primera comunión; tenía miedo de que
descubrieran que no creía en Dios porque pensaba que me iba a quemar con el
agua bendita.
«Dios no existe, Zambrano, sea pragmática», recuerdo que me dijo, y me
obligo a sacudir la cabeza y apartar las sensaciones de aquel momento de mi
mente, así como el hecho de que Inés me ha dicho unas cincuenta veces lo
buenísimo que está Tristán.
Estará buenísimo, pero es imbécil de remate.
Pasan dos minutos, pero no abre, y empiezo a ponerme nerviosa. ¿Si toco otra
vez estaré siendo muy molesta? ¿Me habrá dicho que pase y no le habré oído?
¿Se habrá olvidado de que habíamos quedado?
Entretanto, me llegan un par de mensajes al móvil. Uno es de Inés, el otro de
Rober. Mi amiga me dice que no ha podido entretener más a «mi querida lapa»
(y que no le soporta, y que es estúpido), y mi novio me pregunta dónde estoy.
Por suerte, no me da tiempo a responder a ninguno de los dos.
Una voz grave tras mi oído me obliga a centrarme y erguirme al decir:
—Qué puntual, Zambrano.
Tristán, sus pantalones de pinza negros y su camisa blanca, de nuevo
remangada, nos sobrepasan a mí y al vestido blanco de punto que llevo. El aire
que provoca, sumado al que había en el pasillo, hace que mi media melena negra
y mi flequillo recto se descoloquen, poniéndose delante de mi cara y haciéndome
parecer patética cuando se me mete en la boca un mechón del tamaño de la cola
de un perro.
—Bueno, usted me citó a esta hora. —Abre la puerta ante mí y me cede el paso
como hizo el otro día en el aula.
Nada más paso me recoloco el pelo. Mientras lo hago, veo en su boca media
sonrisa arrogante que, por alguna razón, no hace que me resulte insoportable.
—No recuerdo haber especificado ninguna hora. Que usted estuviera ansiosa
por venir es otro asunto.
¿Había dicho que no me resultaba insoportable? Mentía. Me resulta muy
insoportable. Superinsoportable. Megainsoportable. Insoportabilísimo.
—Yo no estaba ansiosa por venir —respondo. Casi me atraganto.
Tristán, quedando a escasos centímetros de mí, me encara y cierra la puerta a
mis espaldas. Y yo… Ay. Yo creo que me sube la fiebre.
«No pienses que está buenísimo, no pienses que está buenísimo, no pienses
que…».
Mierda, ya lo he pensado.
Ser más pálida que un iglú no ayuda cuando me pongo roja, rojísima. Pero
apartarme de él tan abruptamente para darle la espalda lo hace aún menos
cuando veo por el rabillo cómo, desdibujando la arrogancia de su sonrisa (y la
sonrisa entera), pregunta:
—¿Está bien, Carlota?
Lo hace de una manera tan conciliadora que me quiero morir. Todo es mucho
más fácil cuando es un capullo.
—Sí —digo solamente.
Pero como si ser un genio de la informática no fuera suficiente, Tristán pilla al
vuelo mi lenguaje corporal, y con pasos lentos, pausados, me rodea y se pone
delante de mí, mirándome a los ojos con preocupación. En este momento, algo
me dice que si sigo acabaré soltándole algo fuera de lugar que no tiene nada que
ver con Toulouse, así que me giro de nuevo y me dirijo hacia las dos sillas que
hay delante del escritorio, justo ante un ventanal cerrado. Él, sin embargo, no
insiste. Se encamina hacia la butaca de cuero marrón que hay al otro lado.
Cuando dejo el maletín marrón de flores de mi portátil en una y me siento en
otra, él ya está con su ordenador de sobremesa abierto, buscando algo que no sé
qué es.
Y no sé qué hacer. Ahora mismo tiene una cara de concentración tan férrea que
no estoy segura de si debo esperar a que me diga algo o sacar yo el tema, porque,
si espero, creo que estaré aquí tres años; y si no, igual interrumpo algo
importante.
No tengo que pensar mucho más. Mi móvil nos saca a los dos de lo que
estábamos haciendo cuando empieza a sonar, con un mensaje tras otro.
Rober.
Rober.
Rober otra vez.
Resoplo, respondo «Todo bien, luego te hablo» y lo pongo en silencio,
ignorando que me está preguntando de forma demasiado insistente dónde estoy,
si estoy sola o acompañada y, en el último caso, con quién.
—Lo siento.
—Se le da a usted muy bien pedir perdón. —Ladea la cabeza y gira la butaca
hacia mí. ¿Qué leches se supone que tengo que responder a eso?
—Sí, bueno, se me dan muy bien muchas cosas —Me refiero a cagarla.
Espera, ¿qué coño acabo de decir?
—¿Qué me quiere decir, Zambrano? —Ahora embebe los labios y entorna los
párpados (lo que le hace parecer superinteresante), y joder, yo maldigo que mi
mejor amiga me haya repetido lo supersexy que es tantas veces que me lo he
creído.
Porque me lo he creído solo por Inés, ¿no?
Cierro los ojos mientras tomo aire hondo y aprieto los labios, mordiéndome
después el inferior según asiento, sintiéndome idiota.
No es solo por Inés.
El tío está bueno con ganas.
—¿Podemos hablar de la convención, por favor? —pregunto nada más he
reunido el valor suficiente para abrir los ojos. Él sigue escrutándome con una
ceja alzada.
—Si tiene ya una respuesta, sí.
—Ese es el problema. No la tengo.
Por primera vez en mi vida, veo cómo Tristán Acosta aparta la mirada,
pensativo de un modo casi preocupante. Después ladea la cabeza hacia el lado
opuesto al que la tenía y se rasca la nuca, como si fuera él quien no sabe qué
hacer o qué decir ahora.
Solo que sí lo sabe.
Me devuelve la mirada, cruza ambas manos sobre su escritorio de madera y se
inclina hacia mí para decir:
—El plazo de inscripción acaba en cinco horas, Carlota.
—¿¡QUÉ!? —vocifero. Quedarme sin tiempo me pone muy nerviosa. Odio las
prisas. En primaria empezaba a estudiar los exámenes antes de saber la fecha—.
¿Por qué no me lo dijo antes?
—Porque hubo un fallo con las fechas. Pensaba que teníamos hasta el 31, y…
—parpadea con lentitud, frustrado— era hasta el 13.
Vaya, ni siquiera don Perfecto es tan perfecto, al fin y al cabo.
—Ah —digo solamente. Pero una risa nerviosa asoma en mis comisuras, y a él
mi gesto no le pasa desapercibido.
—Cojonudo, ahora se ríe.
¿Ha dicho «Cojonudo»?
—¿Ha dicho «Cojonudo»? —pregunto. No sé por qué lo hago, pero me
sorprende muchísimo que él hable así. ¿Dónde está mi profesor intachable y
correcto?
—Bueno, usted me llamó papá.
Abro muchísimo los ojos y ensancho la sonrisa, pero no porque me haga
gracia, sino porque estoy flipando. ¿Por qué es tan difícil mantener una
conversación con él?
—Ah, no, no, no. Eso ha sido un golpe bajísimo —me quejo—. Protesto.
—No está en un tribunal, Zambrano. Usted se ha reído de mí por girar un
número.
—¡Que no me he reído! —Doy un respingo de impaciencia en mi silla y él me
mira, sacudiendo un poco la cabeza y parpadeando—. Yo nunca me río de la
gente, ¿vale? Nunca. Pero todo esto me pone muy nerviosa, y cuando me pongo
nerviosa o incómoda o incluso triste me río. Le pasa a mucha gente. Y yo soy
esa gente.
Achina los ojos. Otra vez.
—¿Puede no hacer eso?
—¿El qué?
—Mirarme como si fuera tonta.
Vale, no esperaba ser capaz de decirle eso, pero mucho menos esperaba cómo
abre las cuencas, como si hubiera dicho una gilipollez.
—¿Qué le ha hecho pensar que yo creo que es usted tonta?
Entreabro los labios un poco, pero no me sale ni una palabra. Casi un minuto
más tarde, él vuelve a preguntar:
—¿De verdad cree que soy tan imbécil como para llevarme a Toulouse a
alguien a quien considero tonta para que deje a la universidad y a mí por tierra?
Un segundo.
Dos.
Tres…
Y ya está. Con esa pregunta, solo con esa pregunta, consigue que el miedo al
fracaso me invada por completo.
Está bien, me acaba de demostrar lo que me dijo: confía en mí. Pero yo sigo
sin hacerlo. ¿Quién me dice que no hago el ridículo de mi vida allí y dejo mal a
todo el mundo? ¿Quién me dice que el bochorno de mi vida no fue llamar a este
hombre papá, sino defender un proyecto que me importa muchísimo y caerme
con todo el equipo? ¿Con qué cara miraría a Tristán en el vuelo de vuelta, o
durante el resto de curso, si no ganáramos? ¿Cómo presentaría el Trabajo de Fin
de Máster ante el tribunal sabiendo que a una convención europea se la trajo al
pairo?
Me levanto de la silla a toda prisa, cogiendo el maletín y evitando que vea que
las lágrimas asoman otra vez. De repente estoy histérica. Necesito salir de aquí.
Y necesito hacerlo ahora mismo.
Solo me da tiempo a dar un paso.
Cuando quiero dar el siguiente, Tristán está detrás de mí, tan cerca que puedo
sentir su respiración, y me da la mano para frenarme.
—Espera, Carlota, por favor.
BONNIE Y CLYDE POR LOS PASILLOS DE
LA UNIVERSIDAD
«Terriblemente cruel» – Leiva
***
Salgo del despacho con Tristán una hora después. No he comido, está a punto
de rugirme el estómago y no sé cómo despedirme de él. Para colmo, todo Dios
nos mira, y eso que vamos casi a un metro el uno del otro, con mi maletín, mi
cazadora y su americana en medio. Si supieran que nos hemos abrazado se
volverían locos (que me ha abrazado, mejor dicho; no olvido que no me ha
dejado ni rodearle con medio brazo).
—¿Cuándo puedo contarlo? —susurro, más para entablar conversación que
porque quiera saberlo. No tenía pensado decírselo a nadie más que a Inés aún (a
las mejores amigas se les adelantan las noticias).
—Cuando quieras —responde—. El viaje está cogido.
—Ya, pero no nos vamos hasta dentro de dos meses.
Tristán frena en seco y me mira con esos ojos achinados a los que me empiezo
a acostumbrar y un amago de sonrisa vacilona. Yo me tomo la licencia de poner
los ojos en blanco y reírme, sin reparar en que unos veinte pares de ojos nos
observan.
—¿Le da miedo lo que puedan pensar, Zambrano? —entona con chulería y
volviendo a tratarme de usted. Yo entreabro la boca, queriendo preguntar por
qué hace eso. Pero no necesito hacerlo cuando Rober aparece detrás de mí y
consigue que me dé un escalofrío al cogerme por ambos brazos.
—Joder, Carlota, qué susto. ¿Dónde estabas?
Tardo unos segundos más en girarme. Los mismos en los que veo sobre las
comisuras de Tristán esa sonrisa seria y socarrona. La que me dedicó para que
mintiéramos juntos a Rober en la cantina.
Niego levemente con la cabeza y me muerdo el labio inferior para no decirle
cuatro cosas. Me va a volver loca. Y, a pesar de todo, ha conseguido relajarme
otra vez. El único motivo por el que no me río es porque Rober sigue detrás de
mí y no sé qué decirle.
Menudo canalla.
Pero el que hoy está dispuesto a ser mi salvador (un salvador muy raro, y
sobrado), vuelve a abrir la boca, esta vez en dirección a mi novio, y dice:
—Estaba conmigo, Rueda.
—¿Con usted? —Rober ni siquiera se da cuenta de que me aprieta los hombros
cuando se tensa de repente. Yo me giro y le dedico una sonrisa tranquilizadora,
pero por cómo estrecha el entrecejo, sé que no es suficiente.
—Estábamos revisando su marco conceptual.
—Tenía que añadir la Teoría de Cuerdas —comento, sin saber por qué le estoy
echando un capote a Tristán. ¿O me lo está echando él a mí?
—¿La Teoría de…? —va a preguntar Rober, pero no le da tiempo.
—La de Causalidad —corrige Tristán.
—¿Eh? —Me giro hacia él con los ojos muy abiertos. Pese a que está
intentando disimularlo, yo ya conozco ese hoyuelo en sus comisuras. Le encanta
tener la situación bajo control.
—Es la Teoría de Causalidad, Zambrano, no la de Cuerdas —explica casi
divertido.
—¡Ah! Eso, perdón. —Me giro hacia Rober, roja—. La Teoría de Causalidad.
—Ya, eh… —Se rasca la nuca, dubitativo—. ¿Has comido?
Me inunda la decepción. No sé por qué, algo dentro de mí pensaba que
acabaría en la cantina con el canalla. Algo que evidentemente no me conviene
ahora mismo.
—Sí —miento, sin embargo. Y noto cómo Tristán me escruta con la mirada.
—Ah —responde Rober, poco convencido. Y le mira a él, a quien yo
aprovecho para observar también de reojo—. ¿Y qué has comido?
No me puedo creer que tenga que dar parte de mi dieta, pero no quiero
buscarme líos para más tarde, de modo que digo:
—Un sándwich de la máquina cutre de vending. Me moría de hambre.
—Doy fe. Ha dejado el despacho lleno de migas —suelta Tristán como si nada.
Y yo le miro directamente y enarco las cejas. Cada vez entiendo menos cosas.
—Eh… Vale… Entonces ¿nos vemos mañana? He quedado para comer con mi
primo, que ha bajado de Guadarrama. Era por si querías venir con nosotros. O
puedes venir a tomarte un café, si quieres, mientras comemos.
«Qué planazo», pienso sarcásticamente. Y decido que no. Que paso. Inés
estaría orgullosa de mí.
—No te preocupes, ve con él y poneos al día. —Sonrío como la falsa evasora
de problemas profesional que soy—. Yo voy a ir a la biblio a por un par de libros
y después me marcho a Coslada.
—Ah, claro. Vale. Cuídate, cielo. —Me da un beso en la frente y sale por
patas. Cada vez que Tristán está cerca, se pone tan nervioso que creo que va a
explotar.
Le entiendo.
A mí me pasa exactamente igual.
Aunque, por algún motivo, desde que he sabido que comparte mi condición de
ser humano y la capacidad de bromear (aunque se le dé muy mal) también me
calme más que nadie.
TÓCAME
«Caramelo» – Rocco Hunt,
Lola Índigo y Elettra Lamborghini
V oy camino de la biblioteca, sin ningún libro que sacar, con Tristán aún a mi
lado. Lleva las manos dentro de los bolsillos, la mirada al frente y los
labios apretados en una sonrisita absurda.
—Me pones histérica —me atrevo a decir. No sé en qué momento hemos
pasado a ser Bonnie y Clyde, pero lo hemos hecho. Al menos, delante de Rober.
—¿Yo? —Me mira y se humedece los labios. A mí se me va la vista hacia su
boca—. ¿Por qué?
—Ah, ¡no sé! ¿Dónde vas? —Parpadeo y me centro.
—¿Y tú, Carlota?
Esa sonrisa va a desquiciarme. Tendría que estar prohibida.
«Carlota, céntrate», me digo. Volvía a estar mirándole a los labios.
—A la biblioteca.
—¿A por libros sobre la Teoría de Cuerdas? —me vacila.
—Dios mío, qué insufrible es —digo, más para mí que para él. Aunque
tampoco evito que lo oiga.
—Antes no ha parecido importarte.
Freno en seco. Tengo una curva nerviosa dibujada en la boca y muchas ganas
de gritar.
—Antes, como el viernes, no entendí por qué hacías eso. —Bufo—. Para ser
totalmente clara, no entiendo nada de lo que haces. Hasta hace horas eras un
robot, ¿sabes?
—Yo tampoco entiendo por qué vas directa a la biblioteca y no pregunto. —Se
encoge de hombros.
Me río frustrada y saco el móvil para pasar de él en su cara.
Repito: para pasar de mi tutor del máster, de Tristán Acosta, en su cara.
Pero lo que veo en la pantalla no me gusta un pelo. Rober me ha bombardeado
a mensajes e Inés me ha dicho que su madre la había venido a buscar para comer
de bólido, que lo sentía y que me quería millones, de modo que le envío que se
lo pase bien, dejo a Rober en leído (total, ya hemos hablado en el pasillo) y
guardo otra vez el teléfono, sabiendo que no tengo con quién comer.
Le miro enfurruñada.
—¿Y bien? ¿Tienes plan? —entona Tristán.
—¿Qué?
—Que si tienes plan.
—Evidentemente, no. ¿O es que además de ayudarme a mentirle a mi novio en
la cara por segunda vez consecutiva vas a llevarme en tu maravilloso
descapotable a comer? ¿Salir con una alumna no rompe tu código de honor
como profesor intachable? —digo, pero me tapo la boca nada más me doy
cuenta de lo que he dicho.
Y él… Él niega con la cabeza y sonríe.
—Estás desatada, Zambrano. Te doy la mano y me coges el codo. Pero no, no
voy a darte el gusto. No tengo descapotable.
Cierro los ojos y sofoco un grito. Soy patética.
—Pero tengo una Honda —añade y me guiña un ojo. Joder.
—Dios mío, tiene que ser coña —musito, dándome la vuelta y mirando al
techo.
—Ya le dije que Dios no existe, Zambrano, que sea…
—Muy bien. —Me giro, interrumpiéndole—. Seré pragmática: vamos a comer.
—¿Quién ha dicho que quiera comer contigo?
Ahora ni siquiera me molesto en sofocar el grito. Suelto un chillido de
frustración sin que me importe estar junto a la biblioteca, que cinco alumnos se
giren hacia mí ni la cara de satisfacción que pone Tristán cuando ve que al fin ha
logrado sacarme de quicio. No entiendo nada de su comportamiento.
Como no entiendo su risa desinhibida.
Ni cómo empieza a andar en dirección contraria a la biblioteca.
Pero mucho menos el tono con el que dice:
—Vamos, anda. Te llevo.
***
Miro a todas partes antes de subirme a la Honda negra de Tristán. No parece
haber nadie en el aparcamiento, pero, aun así, no me fío. Él espera con el casco
puesto, apoyado sobre el manillar con calma. Hace un rato que ha sacado un
segundo casco de dentro del asiento de la Honda 500 CBF (la he analizado para
buscarla después en Google y mostrársela a Inés, no lo niego) hasta la que me ha
guiado, pero yo sigo aquí como un poste de luz.
—Con calma, ¿eh? No tengo nada mejor que hacer que ver cómo respiras.
No necesito mirarle para saber que se está riendo de mí. Pero tampoco para
saber que, cuanto más espere, más posibilidades hay de que aparezca alguien y
nos vea. Aunque ese solo es un problema más.
—Es que no sé subir —reconozco, frustrada.
—¿Qué? —Se quita un segundo el casco y frunce el ceño. Como el mundo es
injusto, ni siquiera así se despeina. Después lo aparta, lo coloca en el manillar y
me mira—. ¿No sabes subir?
—Eso he dicho —respondo, aunque lo que quiero decir en realidad es: «No sé
subir a una moto enorme a la que no llego, con vestido y teniendo que agarrarme
a ti».
Un instante más tarde, Tristán se baja de la moto, se me planta delante y pone
las manos delante de mí, las palmas hacia arriba. Después dice:
—Voy a tocarte.
Se me enciende la cara en un segundo.
—¿QUE VAS A HACERME QUÉ? —vocifero.
Frunce el ceño media micra de segundo. La siguiente su cara es un cuadro.
—¿Qué? ¡No! Para ayudarte a subir a la moto, Carlota, joder… —Aparta la
mirada.
No puedo negar que el gesto me parece casi adorable, tanto como idiota me
siento yo cuando he malinterpretado sus palabras. Pero no me puedo dejar
vencer así, tan fácil; no con él. Muchísimo menos después del acelerón que
hemos pegado desde este mediodía (acelerón que aún estoy asimilando, como
estoy asimilando que este hombre no es un cíborg).
—¿Qué esperabas que pensara? Las últimas veces no me has pedido permiso
para tocarme —respondo más roja aún de lo que ya me había puesto. No me
estoy ayudando a mí misma.
Se lleva dos dedos al puente de la nariz y hace pinza mientras resopla. Y es un
gesto tan de mortal, viniendo de él, que no puedo sino acercarme otra vez y dar
rienda suelta (solo un poco) a la mamarracha que hay en mí. Tengo que restar
hierro a todo esto antes de que crea que me ha sentado mal cuando no ha sido
para nada el caso. Si algo es este hombre cuando estamos solos es respetuoso.
—Vamos, tócame, toda tuya —digo.
Él se separa los dedos del puente de la nariz y me mira, apartando lentamente
la mano. Intenta esconder una sonrisa, pero se le da fatal.
—Ahora no quiero. —Se cruza de brazos.
—Venga ya. —Me acerco a él—. ¿No pensarás que me ha molestado?
Pero Tristán no responde. Ni siquiera hace el amago de abrir la boca. Y no
entiendo por qué hasta que veo cómo está mirando algo más allá de mi espalda.
No me da tiempo a preguntar; mucho menos a girarme. Él, tras comprobar algo
y antes de que me dé cuenta, me ha levantado por la cintura, me ha apoyado en
su cadera y me ha colocado en la moto en medio segundo, separándome las
piernas después con un cuidado extremo y poniéndome el casco que había
dispuesto para mí. Después se sube él a la moto, se coloca su casco de nuevo,
coge mis manos y, tras ponerlas sobre su abdomen (gesto que me pone crítica
nada más noto su tableta de chocolate —por Dios, qué tableta—), arranca como
alma que lleva el diablo haciendo que me pegue más a él.
—No se te ocurra soltarte, Zambrano.
Y no puedo negarlo: me he puesto muy cachonda.
«Padre nuestro, que estás en el cielo…».
***
N o respondí a los mensajes de Rober. Decidí que era mucho mejor hablar
con él a la cara para que entendiera que aquel acoso y derribo por teléfono
no era bueno para nadie. Sin embargo, hoy ha decidido que es mejor idea hacer
pellas y no ir a clase. Tal vez tiene algo que ver con que tenemos clase con
Tristán.
Pero Tristán tampoco aparece. Lo cual después de lo de ayer no sé si me alivia
o me deja hecha polvo, para ser completamente franca. No sé qué habría hecho
al verle e imaginar de nuevo mi escenita del baño, por lo que me va bien un poco
de tregua. En su lugar viene un sustituto alto, canoso, escuálido y con cara de
pocos amigos al que no hemos visto en nuestra vida y nos dice que no se
encuentra bien, ante lo que yo no puedo evitar dejar de pensar en guarradas y
empezar a preocuparme. ¿Cuándo ha faltado él a clase? ¿Tan mal le sentaron las
salsas del McDonald’s?
Me descubro dándole más vueltas al hecho de que mi tutor falte que a que mi
novio pase de mí, pero tampoco me extraña. El último mensaje de Rober fue
literalmente un «Tenemos que hablar». Bueno, un «Tenemos que hablar» y algo
más.
Rober: Carlota, esto no puede ser…
Rober: No sé nada de ti…
Rober: Sigues en la uni?
Rober: Sigues con Tristán?
Rober: Carlota.
Rober: Car, x favor, estoy preocupado, responde.
Rober: Tía, no me dejes en leído.
Rober: Tenemos que hablar.
Cuando se lo muestro a Inés, levanta tanto la ceja que creo que se la va a partir.
Después se pone a teclear a toda leche en mi iPhone del año de la tana, pero no
envía nada. Sabe que no debe liarla así. En su lugar me pasa el teléfono, donde
veo escrito lo que le diría ella si fuera yo. Y lo escribe tan bien, tan
correctamente, que sé que está cabreada hasta los topes. Cuando Inés está
enfadada o muy, muy preocupada, pone hasta el punto final. Y ella nunca hace
eso; aún escribe como en el Paleozoico, cuando los SMS tenían límite de
caracteres.
Carlota: Estoy de acuerdo. Tenemos que hablar de lo rematadamente controlador y tóxico que eres.
Tenemos que hablar de por qué te he aguantado durante siete larguísimos años. Tenemos que hablar
de por qué tu masculinidad frágil no tolera que estudie con mi tutor. Tenemos que hablar de muchas
cosas. Pero como tú no me vas a dejar decir nada a mí, mejor te lo digo yo por aquí y zanjamos el
tema: se acabó, Roberto. Te dejo. Y Tristán está mucho más bueno que tú, jódete.
Evidentemente, Inés chilla nada más le cuento la parte del «Tócame». Lo hago
porque a una amiga no se le esconden esas cosas, es ruin y feo; un motivo más
que válido para que me rescinda el contrato de mejor amiga. Ante su grito se gira
toda la clase, incluido el sustituto. Pero ella disimula tirándose de la silla.
En serio: se tira de culo al suelo.
Lo que no esperábamos era que Javier fuera a venir escopetado a intentar
levantarla cuando estaba haciéndolo yo.
—¿Estás bien? —pregunta.
—A ti no te importa cómo esté. Ni me toques, cerdo. —Se aparta.
—Tía… —digo. Por una vez, no ha hecho nada más que intentar ayudarla.
—Joder, qué humos. —Se separa—. Muy bien. Ahí te quedas.
Inés, sin embargo, se queda mirándole mientras se va.
Y su mueca, por una vez, no es de odio. Es de pena.
Tenemos un problema.
***
D espués de que Javi me contara que había estado con Inés, me dijo que no
sabía nada de Rober y me fui a casa. Necesitaba pensar. O huir. No lo sé.
Necesitaba estar sola. No solo no podía compartir con mi novio lo que me estaba
pasando y no entendía por qué había echado en falta a Tristán y las risas que nos
habíamos echado hasta el punto de cometer el error de pensar en él de esa
manera, sino que acababa de descubrir que mi mejor amiga no confiaba en mí.
Eso provocó que el día siguiente ni siquiera me moviera de la cama. Los
miércoles solo tengo dos horas de clase, y son con López, de documentación,
pero Inés prometió ir y coger apuntes para las dos, a lo que yo asentí y disimulé
tan bien como supe. Ese día Rober tampoco fue. Así que supongo que sirvió para
que Inés estuviera con Javi, fuera para lo que fuera, que parece ser que no es
asunto mío. Cuando llegó, alegué que tenía mucho dolor de estómago y acabé
yéndome a dormir sin cenar. Huelga decir que metí el Satisfyer bajo llave y
lancé la llave al mar (o lo habría hecho si no estuviera viviendo en Madrid y me
quedara lejos).
Hoy es jueves, y más de lo mismo. Sigo sin estar preparada para hablar con
Rober, pero mucho menos para la conversación con Inés. Y como huir de mis
problemas se me da fantásticamente, mi amiga va a coger apuntes para las dos
por segundo día consecutivo.
Sin embargo, estoy tirada en la cama regodeándome en mi desgracia cuando
me llega un mensaje al móvil. Uno de la última persona que esperaba.
Javi: Cuánto tiempo + piensas esconderte?
Carlota: Hola, Javi. No me encuentro bien…
Javi: Justo después de q te dijera q Inés y yo habíamos comido juntos? Q coincidencia.
Carlota: Lo creas o no, ha sido casualidad.
Javi: Carlota, no soy gilipollas.
Carlota: No tengo x q mentirte.
Javi: Claro q tienes x q. Tu novio está celoso y tu mejor amiga te oculta cosas.
Carlota: Y q sacas tú ayudándome?
Javi: Yo no saco nada ayudándote. Solo me causa curiosidad.
Carlota: Javi, no soy gilipollas
Javi: Vaaale… Es q están los dos insoportables. Rober ha vuelto hoy y no hay quien le sople, e Inés
no quiere hablar con nadie. Solo ha accedido a hacerlo cuando Tristán la ha enganchado por los
pasillos y la ha citado después de clase.
Carlota: Tristán ha enganchado a Inés? Para q?
Javi: Y yo q sé? Desde que fuimos a comer el otro día no ha vuelto a hablar conmigo.
Carlota: Eh… Por? No estáis bien?
Javi: Cuándo hemos estado bien?
Carlota: Bueno, fuisteis a comer. Supuse que era pq lo estabais.
Javi: Carlota… Creo que tienes que mandarle tú a tu amiga un «Tenemos que hablar».
Carlota: No estáis juntos?
Javi: Estás borracha? Inés no estaría conmigo ni aunque le pagara.
Carlota: No sé si eres consciente de lo machista que es eso.
Javi: Hostia, no, no voy por ahí, joder.
Carlota: …
Javi: En serio, no me refiero a eso. Si fuimos a comer es xq Inés quiere q hable con Rober para q él
te deje de hacer daño de una vez.
Carlota: Tú…? Y por q Inés confiaría en ti para eso?
Javi: En serio no lo sabes?
Carlota: No, no lo sé.
Javi: Te acuerdas del novio controlador q tuvo en segundo? El q le recriminó ir a la cena de fin de
curso con el vestido rojo q tenía una abertura en la pierna xq «mostraba demasiado».
Carlota: Me acuerdo. Le tiré una cerveza encima, me llevé a Inés a casa y al día siguiente nos
enteramos de que le habían partido la mandíbula.
Javi: Ok.
Javi: Se la partí yo.
Me obligo a apartarme del teléfono nada más entiendo la magnitud del asunto.
Para empezar, saber que fue Javi quien defendió a Inés me deja fuera de
combate. Por otra parte, no es que Inés no confíe en mí, es que está intentando
interceder porque me ve tan ciega que tiene miedo de que me pase algo como lo
que le pasó a ella, y, siendo claras, Rober va por el camino ideal para cagarla.
Aun así, hay algo que no entiendo. Algo que no encaja en todo esto.
Carlota: Buf. Vale. Ok. No lo entiendo. Ella lo sabe?
Javi: Sí.
Carlota: Pero entonces por q acabasteis tan mal?
Javi: Porque la rechacé.
Carlota: Q hiciste q???
Javi: El gilipollas, Carlota. Hice el gilipollas.
***
Cuando me bajo del metro, me llegan dos mensajes al móvil. Los miro con
rapidez y se me dibuja una sonrisa tontísima en la cara al ver de quiénes son. Sin
embargo, decido ignorar a sus emisores… solo un poquito, porque nada más
miro escaleras arriba veo a Javi con más preocupación de la que le he visto
jamás. Responderé en cinco minutos.
—¿Qué te pasa? —pregunto al encontrarme con él.
—Nada, ando rayado.
—¿Por qué?
—Yo qué sé. —Empieza a andar para restarle importancia, pero yo le freno
cogiéndole del brazo y frunzo el ceño.
—Javi… Desembucha.
—Vale. Es que cuando me iba he visto cómo entraba en el despacho de
Tristán. Pensaba que no me molestaría después de verlos hablar en los pasillos,
pero lo ha hecho. No me fío de él.
Solo me sale reírme. Si él supiera…
—¿Por qué te despollas? —Enarca una ceja.
—¿Me prometes no decirle nada a nadie? —pido.
—¿Ahora confías en mí?
—No —me río otra vez. Él pone los ojos en blanco—. Que sííí, que es broma.
—Joder, qué contenta estás…
—Es que estaba emparanoiadísima por lo de Inés. Pensaba que me ocultaba
que estabais juntos y me había comido muchísimo el tarro pensando que no me
lo contaba porque no confiaba en mí. Como me dijiste que me ocultaba muchas
cosas… Y luego resulta que solo eran dos.
—Bueno, dos… —Aparta la mirada otra vez, como cada vez que me esquiva
—. Es igual. Cuéntame lo que ibas a contarme, por favor.
Enarco una ceja y hago que me mire poniendo los dedos bajo su mentón.
—Si te permito que me cambies de tema es solo porque sé que estás rayado,
¿eh? Mira. —Saco el móvil y le muestro los dos últimos mensajes, que aún salen
sin leer en la pantalla de bloqueo.
Inés: Tía, Tristán m ha secuestrado y m ha amenazado con suspenderme hasta que le he dado tu
teléfono. Es un intensito. Te va a escribir…
Número desconocido: Hola, Carlota, soy Tristán. Inés me ha dado tu número. No te he visto en clase
y me han dicho que ayer tampoco viniste. ¿Estás bien?
S
—¿ e puede saber dónde coño me has traído, Carlota? —pregunta encogido y
asustadizo. Lo mira todo desde la esquina del bar, agazapado en su asiento. Es
como un gorrioncillo recién caído del nido. Entrañable.
—Al mejor bar gay de Callao. Tiran las cañas que da gusto —respondo
orgullosísima.
—No me jodas… ¿Por eso me miran así?
Javi es un poco simple y mira a todas partes todo el rato como si fuera el centro
de atención. Spoiler: no lo es, pero la mayoría de los heteros tienen esa
percepción tan pagada de sí mismos.
—Te miran así porque olemos el miedo —digo, sin embargo.
—¿Cómo que «olemos»? ¿Eres lesbiana? ¿Por eso te va mal con Rober? ¿Es
una tapadera? —Abre muchísimo los ojos.
—Soy bisexual, Javi. —Pongo los ojos en blanco y le doy un sorbo a mi caña.
—Venga ya. Pero si sales con un tío. —Frunce el ceño.
«¿Cómo no?».
—Tienes mucho que aprender, pequeño saltamontes —respondo.
Bufa y piensa unos segundos, pero no consigue nada, de modo que hago un
ademán que significa «tranqui».
—Perdón. No sé muy bien cómo funcionan estas cosas.
—¿«Estas cosas»? —Sonrío interrogante.
—El bujarrapower.
—El bujarrapower… —repito, y asiento casi convencida—. Es una buena
manera de llamarlo. Algo faltona, pero bastante gráfica. Y ahora cuéntame qué
más no sé de mi mejor amiga.
—No, no, no… Como te lo cuente me corta la polla.
Abro mucho los ojos. No necesito que me diga nada más. Su tono lo ha hecho
por él.
—¿¡FOLLASTEIS!?
—¿Quieres bajar la voz? —pide.
—Uy… ¿Dónde está el Javier Mateos chulito que se vanagloria de llevarse a
las tías a la cama?
—Es mi hermano gemelo… —esquiva inútilmente.
—No, tu hermano se llama Quique, es más mayor que tú y está buenísimo. —
Sonrío.
—Mira, déjame, ¿eh? Ni me hables. —Poco le falta para ahogarse en su propia
caña.
… Bingo.
—Sigues rayado por su comentario del otro día, ¿verdad?
—Se suponía que veníamos a hablar de Rober —responde enfurruñado.
—Qué va. Yo nunca he dicho eso. —Me encojo de hombros.
—Vale, claro, hablemos de cómo Inés se ha tirado a mi hermano. Es un tema
de conversación que me apasiona. ¿Qué postura crees que usaron, Carlota? ¿El
misionero?
—Mi amiga no es tan aburrida. —Alzo una ceja. Después me doy cuenta de lo
mala respuesta que ha sido teniendo en cuenta que Javi está pillado por ella y la
vuelvo a bajar.
—No me lo recuerdes.
—Dios mío. —Abro mucho los ojos—. ¡Sigues pilladísimo!
—¿Podemos hablar ya de Roberto Fernando José y vuestro culebrón?
—¿Roberto Fernando José? —me río.
—Le llamo así desde que está hiperdramático con que te estás follando a
Tristán.
Se me atraganta la risa.
—¿Con que me estoy follando a…? ¿De dónde narices se ha sacado eso?
Javi suspira largo y tendido, pero ni cuando ha terminado responde. En su
lugar, me da la mano por encima de la mesa y me la acaricia, apretando los
labios. En ese momento empieza a sonar La Casa Azul con La Revolución
Sexual por los altavoces, y yo, pese a todo, sonrío un poco con lo surrealista de
la situación cuando veo cómo un chico se acerca a Javi para tirarle los trastos,
pero Javi le rechaza cortés y continúa centrado en mí.
En ese momento sé que lo que va a decirme no es fácil.
Pero no pensaba que fuera a ser tan difícil.
—Toda la facultad dice que te acuestas con él.
***
***
Otro que escribe con punto final cuando la cosa se pone seria.
Genial.
PUEDES ESPERAR SENTADO
«No vaya a ser» – Pablo Alborán
***
J avi pasa primero cuando volvemos al aula. Nada más hacerlo, todo el mundo
se calla de súbito y nos mira a los dos. Él sonríe y, para restar hierro, ignora
que tenemos a Tristán delante y suelta:
—Perdonad, sin un porcentaje concreto de belleza en el aula no me concentro.
Algunas risitas se alzan en el aire, yo me quedo con cara de pasmo alternando
la mirada entre Javi y Tristán, que pone los ojos en blanco, e Inés resopla como
un caballo, pero seguimos aquí. Y seguiremos hasta que sea capaz de
desbloquearme para moverme.
O hasta que, como pasa, Javi me da la mano y me lleva hasta mi sitio. Sin
embargo, no quiero que se vaya. No aún. No sé por qué, pero siento que entre
ayer y hoy el tío que menos esperaba que lo hiciera se ha convertido en mi mejor
amigo, y necesito su apoyo. Porque, cuando él está cerca, todo este ambiente
parece un poco menos asfixiante.
Por eso le aprieto la mano y le freno para que se siente en el sitio de Rober.
—Esto va a levantar aún más la liebre, Carlota —susurra.
Yo le miro desde abajo y respondo:
—Por favor.
Y Javi parpadea con lentitud, sonríe y alcanza su portátil, del asiento de
delante, para ponerlo en el sitio de Rober y sentarse. Cuando todo el mundo mira
y veo que aun así pasa del aula, pienso que de verdad está ayudándome
desinteresadamente.
Solo cuando ha terminado de colocarse, la voz seca de Tristán se hace con la
clase:
—¿Podemos empezar ya o los señores necesitan algo más?
—No, estamos cómodos, puede usted proseguir —responde Javi con su mejor
sonrisa.
Si a Tristán no le ha explotado una vena con eso… lo ha disimulado genial.
***
No me doy cuenta de lo que he enviado hasta que Tristán levanta la mirada por
encima de su ordenador y, clavándome los ojos, alza una ceja. Un instante
después, sin embargo, niega con la cabeza, vuelve a su pantalla y yo respiro con
normalidad de nuevo.
Hasta que vuelve a escribir.
Tristán: Eres de todo menos tonta, Carlota.
Carlota: ¿Qué me estás llamando?
Tristán: No estoy llamándote nada, estoy desmintiendo que te haya llamado tonta.
Carlota: Ok.
Tristán: ¿Ok? ¿Eso es todo lo que me vas a decir?
Carlota: Bueno, tú me has dicho que fuera a tu despacho y te has quedado tan ancho.
Tristán: No, me he quedado con una cara de gilipollas increíble porque me has dicho que esperara
sentado.
Una vez más, su mirada y la mía se encuentran. Pero la mía ahora tiene un
brillo especial. No puedo negar que me ha hecho gracia que se llame gilipollas
con tanta facilidad. Al final estoy hablando con Tristán Acosta, perdonavidas
mundial. Tengo que reconocer que he estado bastante fina con la respuesta.
Carlota: Solo para que quede claro, no voy a ir.
Tristán: Pues tú me dirás cómo hablamos.
Carlota: Ahora estamos hablando.
Tristán: Ahora deberías estar con tu marco conceptual y no hablando conmigo.
Carlota: Exacto. Deberías sentirte halagado.
Tristán: ¿Se puede saber qué te pasa?
Suspiro y le miro una vez más, pero ahora ese brillo especial se ha esfumado.
No puedo evitar más que me ronde la cabeza lo que me contó Javi sobre Tristán
y aquella chica. Y sé que no es el lugar ni el momento, pero pienso sacarlo aquí
y ahora porque, francamente, no aguanto ni un segundo más:
Carlota: Me han contado lo que pasó el primer año que impartiste el máster.
Tristán: Ya lo sé.
Carlota: ¿Perdón?
Tristán: ¿Por qué crees que he sido un capullo contigo en el pasillo? Yo también he oído los
rumores.
Miro a Tristán una última vez. Necesito comprobar que no me está mintiendo.
Y ojalá viera un atisbo de mentira en sus ojos.
Ojalá.
Carlota: ¿Hay clase en esta aula después?
Tristán: No, está vacía.
Carlota: Entonces recoge lento. Será más fácil si nos quedamos aquí.
Tristán: Gracias.
Tristán: Y ahora ponte con el condenado marco… No quiero tener que volver a llamarte la atención.
R
de mí.
ecojo lentamente, haciendo tiempo para quedarme con Tristán.
Sin embargo, la clase no se vacía. No del todo. Inés y Javi no se separan
—Me gustaría poder cerrar el aula —dice Tristán, cruzado de brazos sobre la
pared.
Yo le lanzo una mirada fugaz a Inés, y ella, con su superpoder de mejor amiga,
lo pilla al vuelo.
—Javier Jesús, mueve el culo —espeta.
—Hostia, tronca, no me llames así. Así solo me llama mi madre.
—¡JAVIER JESÚS! —vocifera indignada, poniéndose a su lado y cogiéndole del
brazo.
—¿No piensas esperar a tu amiga? —Frena él, enarcando una ceja y
cruzándose de brazos. Y tengo que reconocer que es bastante cómico cómo Inés
trata de tirar de Javi en vano. Cuando lo hace, Tristán y yo intercambiamos otra
mirada, también fugaz, y nos sonreímos. Aunque yo se la aparto tan pronto como
noto que me empiezo a poner roja. Además, no se merece mis sonrisas. Ha
amenazado con suspenderme.
—¿Ahora te atreves a hablar sobre Carlota? —Se gira hacia él y le pone un
dedito acusador en el pecho—. Pues a ella no te la vas a tirar. Antes tendrías que
pasar por encima de mí.
Pero Javi, que está dentrísimo del juego, que sabe lo que sé y que tiene una
complicidad conmigo que no conoce nadie más, sonríe de medio lado, se acerca
a mi amiga y entona:
—Eso lo decidirá ella. —Se gira hacia mí—. ¿Verdad, Carlotita?
—Piraos, anda. Os veo más tarde. —Pongo los ojos en blanco.
—¿Vas a salir? —Javi me mira con los ojos muy abiertos.
—Por supuesto —salta Inés—. ¿Crees que un par de chismosos van a robarle
el viernes? Luego nos subimos a los tacones y nos vamos a La Dolores.
En ese momento, Javi envía un par de mensajes y suspira, como si Inés no
tuviera remedio.
—¿Qué haces?
—Cambiar el plan. Te veo luego en Cortes, churri. —Le lanza un beso a Inés y
atraviesa la puerta por delante de ella. Una jugada magistral.
Y me quedo sola en el aula con Tristán.
***
—Vale. —Me siento en primera fila sobre un pupitre, cruzando las piernas y
agarrándome a los puños de la camisa—. ¿Qué me querías decir?
Tristán resopla, pero no responde. En lugar de ello va hasta su escritorio, se
sienta en la butaca y se repanchinga en ella. Solo entonces, habla:
—¿Te lo has creído? Lo de Paula.
—¿Paula? ¿Quién es Paula?
Pone los ojos en blanco.
—Mi ex.
—¿La chica que quedó primera de su promoción? —apunto.
—Esa misma.
Dejo las piernas colgando por encima del escritorio y me miro las Converse
según muevo los pies de delante atrás. No pensaba que esta conversación fuera a
empezar así.
—No quiero creérmelo —reconozco con un hilo de voz. No puedo decirle a
cuántos niveles no quiero creérmelo. Ni siquiera puedo reconocérmelo a mí
misma.
Tristán se incorpora y acerca su butaca hasta quedarse delante de mí
impulsándose con las piernas. Cuando hace esas cosas casi parece un mortal
más.
—Pues no te lo creas, por favor. —Suspira, como preparándose, e intuyo que
lo que va a decirme no es fácil—. Mira, Carlota, sé que lo más fácil ahora es
pensar que te quiero llevar a la convención para aprovecharme de ti, pero no es
así, ¿de acuerdo? No lo es para nada.
Asiento callada y estática. No sé qué decir, así que no digo nada. Simplemente
espero a que él continúe.
—Es cierto que Paula fue primera de su promoción y es cierto que la llevé a la
convención. Pero lo nuestro no empezó hasta que volvimos de allí.
Aparto la mirada. Esta conversación no debería despertarme tantas cosas.
—No tienes por qué contármelo. Te creo y, aunque no lo hiciera, no es asunto
mío —zanjo.
—Ya, pero prefiero poner las cartas sobre la mesa. Tú también lo hiciste. —
Me mira fijamente hasta que le devuelvo la mirada. Después me tiende una
mano. No lo hace por mí; lo hace por él. Necesita un punto de apoyo como yo lo
necesité cuando le dije que quería hacer ese proyecto y no otro porque a mí me
había pasado. Pese a que estoy temblando un poco, le doy la mano, aprieto y él
continúa:
»Aquella chica era un genio. Tenía un cerebro envidiable y su proyecto tenía
todas las papeletas para ganar. Presentó un filtro parental nuevo, innovador. Pero
en la convención creyeron que era demasiado ambicioso y que la habíamos
ayudado desde la universidad, así que la echaron para atrás. Traté de
desmentirlo, pero fue imposible. Nos volvimos a Madrid con las manos vacías
cuando debió haber ganado.
Asiento. He oído hablar sobre ese proyecto y me consta que es increíble.
—El caso es que, cuando volvimos, Paula y yo empezamos a pasar tiempo
juntos. Ella estaba hecha polvo y yo empecé a estarlo cuando ella remontó
porque no pude aguantar tanto tiempo. El roce hizo el cariño y empezamos a
salir —explicó—. El problema es que no tuvimos en cuenta que yo era su
profesor y ella mi alumna, porque para nosotros no era importante, pero el resto
de la promoción sí lo hizo, y los rumores se esparcieron. Se la acusó de tener
trato de favor, a mí de aprovecharme de una alumna… Fue una mierda.
Acabamos cortando porque no lo aguantábamos más.
Me descubro con las lágrimas asomando y apretando la mano de Tristán.
—No es justo.
—Claro que no, pero eso a la gente no le importa. Y por eso he sido un
gilipollas contigo antes. También por eso te subí el otro día así a la moto; porque
vi a los dos tontos a las tres que esparcieron que nos habíamos ido juntos, y
cuando pensé que no miraban vi la oportunidad para pirarnos de ahí. Por el
mismo motivo no aparecí el martes, pero tú tampoco viniste, y eso no hizo sino
levantar más polvo. Ahora estamos hasta el cuello, Carlota. Y no va a hacer más
que empeorar cuando se sepa que vienes a la convención…, si es que para ese
momento sigues creyéndome y no te echas atrás, cosa que entendería.
Achino los ojos y ladeo la cabeza. ¿De verdad me ha dicho eso?
Me bajo del escritorio de un salto y me quedo delante de él, mirándole desde
arriba, pero Tristán no tarda en separarse de mi mano y levantarse para apartarse.
Algo que, evidentemente, no le voy a permitir. No ahora que por primera vez sé
que está a punto de romperse y necesita apoyo.
Le cojo del brazo antes de que se dé la vuelta y, tal y como pasó la primera
vez, voy a parar a su pecho.
Esta vez es un abrazo lento, medido, pausado. Le rodeo la cintura y aprieto mi
mejilla contra sus pectorales. Permanezco allí unos segundos sintiendo cómo un
millón de tanques emocionales atraviesan mi estómago y mi pecho, hasta que
apoya su mentón sobre mi cabeza y me rodea los hombros con un solo brazo y
aprieta.
Y, como me lo ha dicho a mí Javi antes de entrar, ahora soy yo quien se lo dice
a Tristán:
—Sigues siendo un idiota por hablarme como lo has hecho, pero todo va a ir
bien, ¿vale?
Bufa con suavidad.
—Ojalá tengas razón.
—Querido, yo siempre la tengo.
Cuando le miro para sonreírle, sin embargo, me encuentro con una curva en su
boca que nunca había visto en él.
Y se me para el corazón.
Esto no me conviene nada.
MILLION DOLAR BABY
«La venda» – Miki Núñez
***
Si esta mañana he ido a la universidad vestida para matar, ahora voy a armar
un incendio. Inés me ha dejado un vestido suyo que no me convence para nada,
pero con el que dice que estoy increíble. Bueno, se supone que es un vestido. Yo
más bien creo que es un trikini. Es un vestido negro corto, justo por encima de la
rodilla, con escote en pico y dos aberturas en los costados del vestido. Sobre este
llevo una gabardina fina abierta, porque cuando una sale de fiesta por Cortes no
tiene frío, y bajo él unos tacones monísimos negros.
Un atuendo que hace que Rober se me acerque con Javi nada más llegamos a
donde se ha agolpado media universidad.
—Joder, qué Pretty Woman —suelta Javi dándome dos besos.
—¿Eres gilipollas? —le responde Inés, que lleva una falda y un crop top y se
está quitando la chupa de cuero, a pesar de estar fuera del bar.
—Buenas noches a ti también, preciosa. —Se acerca a ella y le planta dos
besos en la mejilla.
Roberto ni siquiera dice nada.
Al menos, no hasta que me da la mano y me aparta de allí.
—¿Por qué te has vestido así? —pregunta en voz baja.
Casi me da algo cuando le oigo.
—¿Cómo? —Abro mucho, muchísimo los ojos. Vale, no tenía esperanzas de
que esto saliera bien después del numerito de la universidad, pero ahora también
se ha esfumado la última que me quedaba de que mi novio y yo quedáramos
como amigos.
—Como si salieras de caza, Carlota.
—No sé de qué me hablas, Roberto. —Me cruzo de brazos.
Su risa suena tan amarga como dolorosa.
—Encima hazte la loca.
—Perdona, pero ¿de qué coño vas? —Doy un paso atrás, pero él me toma del
brazo de nuevo.
Y todo explota. Achina los ojos y empieza a vociferar:
—¿De qué coño vas tú? ¿Primero te subes a la moto de tu tutor, después no
respondes a tu novio y ahora apareces en medio de Cortes como si te fueras a
poner en una esquina?
No me da tiempo a responder.
Antes de que lo haga, Javier está detrás de Roberto junto a Inés, hacia la que
me acerco nada más me zafo del agarre de Roberto.
—Espero no haberlo oído bien —dice Javi.
—Lo has oído muy bien —responde y empieza a hablar como si yo no
estuviera aquí—. ¿Tú has visto cómo viene?
—Guapísima —responde Javi con seriedad.
—No me toques los cojones, Javier. Tú mismo has dicho que iba de Pretty
Woman, que va de una prostituta.
—Sí, solo que yo no tenía ni puta idea de que la peli iba de lo que iba. —Se
gira hacia mí—. Lo siento, Carlota. No quería decir eso.
Al menos alguien se disculpa.
—Tranquilo, te había entendido. —Sonrío. Inés me abraza con más fuerza y
damos un paso atrás más.
—Mira, no sé qué coño os traéis todos últimamente contra mí, pero no
entiendo nada. De un tiempo a esta parte, parece que todo el mundo está mejor
con mi novia que yo.
—Claro, porque llamarla puta en medio de Cortes es lo más romántico que has
hecho en tu vida —continúa Javi.
—Bah —se ríe sarcástico—. Vale, perfecto. Lo retiro. ¿Eso queríais? Pues ya
está hecho. Y ahora, por favor, ¿puedo seguir hablando con mi chica?
—Igual deberías preguntarle a tu chica si sigue siéndolo, a estas alturas —
espeto terminante.
Nada más entonar esas palabras, Inés y Javi se giran hacia mí con orgullo.
Roberto lo hace con la mirada encendida.
—¿Qué cojones dices?
—Lástima que no estudiaras Filología. Te habría ido bien para entender el
castellano —suelto ahora, con lágrimas de furia en los ojos.
—Carlota. —Se gira hacia mí y va a cogerme del brazo otra vez, pero Javier se
interpone entre los dos y yo quedo tras todo el ancho de su espalda. Mientras lo
hace, pasa una de sus manos hacia atrás para dármela. Yo enlazo mis dedos a los
suyos e Inés me sonríe, asintiendo. Ahora entiende que hace todo esto para
protegerme.
—Por encima de mi puto cadáver —entona mi amigo.
Pero el derechazo que le mete Roberto a Javi no lo veo venir.
No lo vemos venir ninguno.
NADIE AGUANTA A NADIE
«Sin tu piel» – Nil Moliner
E
—¿ stás mejor? —pregunto. En cuanto un par de tíos han sujetado a Rober,
que mientras asimilábamos lo que estaba pasando le ha pegado otra vez a Javi,
Inés y yo le hemos subido al bar y nos hemos sentado al fondo. Después yo he
ido a por hielo y ahora estamos aquí los tres, intentando bajarle el morado del
ojo.
—Tendrías que ver al otro —se ríe.
—Al otro no le han pegado, solo le han echado de aquí —dice Inés,
visiblemente preocupada según le coloca el hielo sobre el morado.
—Le han echado y su novia le ha dejado, que es peor. Además, a partir de
ahora todo va a ser mucho más interesante. —Me guiña el ojo.
Mientras estábamos aquí, y aprovechando que ya había hablado con Inés, le he
propuesto a Javi el plan, y él, no sé si por cabreo con Rober o porque le parece
divertido, se ha subido al carro. Dentro de unos días toda la facultad va a pensar
que somos novios. No es la mejor idea, pero dejarán a Tristán tranquilo y
podremos ir a la convención sin que se repita la historia de Paula.
—Ya… —Sonrío, preocupada—. Pero te podría haber dejado ciego.
—Qué más quisiera. Le faltan dos veranos y mucho gimnasio. Estos músculos
no los consigues con un día de cardio, cariño —suelta.
—¿No puedes dejar de ser un flipado ni cuando te pegan? —pregunta Inés. Yo
me río.
—Solo si me lo pides tú, Inesita —susurra.
Ella le pone un dedo en la boca y él se lo muerde con gracia, pero Inés, por una
vez, no se aparta. Solo aprieta más con el hielo, haciendo que él la suelte y haga
una mueca de dolor mientras se queja.
El resto de la noche transcurre más o menos tranquila, si la tranquilidad
implica que más de cinco personas (algunas de ellas ni me conocen) me vengan
a preguntar por qué lo he dejado con Rober. Pero la función ya ha empezado, y
Javier, desde la primera, responde por mí:
—Porque yo estoy más bueno —dice por quinta vez.
—Qué pesado —masculla Inés, harta.
—Y la tengo más grande.
No reprimo la risa.
—¿Qué? Es verdad. —Le guiña un ojo a Inés y yo miro hacia otro lado.
—Rober y yo ya no estábamos bien —digo, como cada una de las veces—.
Eso es todo.
Cuando lo explico, la quinta persona se ha marchado encogiéndose de
hombros, como las cuatro anteriores.
Hasta que llega la sexta y siento que me quedo sin respiración.
—¿Qué coño ha pasado aquí?
Tristán está delante de mí.
Y joder, está guapísimo.
***
—Lo siento.
Él sonríe.
—¿Qué? —Le miro con cautela—. Lo digo en serio. No quería preocuparte.
—No hace falta que me pidas perdón. Solo quería saber si estabas bien. Me
alegro de que Javier estuviera por ahí, aunque se haya tenido que tragar la paliza.
—No lo digas muy alto delante de Inés…
Niega con la cabeza y baja la mirada al suelo, aún risueño. Yo, en ese
momento, me abrazo a mí misma. Hasta ahora no he notado el frío; en parte por
el calentón, en parte por la caña, en parte por lo arropada que estaba por la gente
en el bar.
Tristán lo nota, y no tarda ni medio segundo en quitarse la chupa y ponérmela
a mí por encima de los hombros, apartando después la mirada y perdiéndola en
algún punto inconcreto de la plaza.
—No hace falta, estoy bien. —Le miro y le saco la lengua—. Y además no
quiero que se me pegue tu desagradable forma de ser.
—Cállate, anda. —Me da un toque suave con el hombro que me hace sonreír y
termina de ponérmela igual.
—Menudo tío pelma… —Cierro los ojos, cansada, pero también agradecida.
No hay quien le lleve la contraria, y en momentos como este, mi temperatura
corporal lo agradece infinitamente—. Pero me sigues cayendo mal.
—No esperaba menos de ti, Zambrano.
Se gira hacia mí. Cuando me encuentro con su mirada, abrigada por su chupa,
hay algo en ella que no comprendo, y siento que el tiempo se detiene.
Es un instante que no sé cómo catalogar. Sucede despacio, pero, cuando ha
terminado, siento que ha sido terriblemente fugaz. Que sus ojos y los míos se
han dicho más cosas de las que creo poder digerir. Que nuestros alientos se han
entrelazado. Que nos hemos entendido sin decir nada, y sin embargo, de repente
me doy cuenta de que esto está muy fuera de lugar y sacudo la cabeza de manera
exagerada para continuar con el tema como si nada.
—Voy a liarme con Javier.
No sé por qué lo digo y no sé por qué lo digo así, pero siento que necesito
hacérselo saber, tal y como se lo he hecho saber a Inés, y que sepa que no
significa nada. Que no es importante. Que no estamos juntos.
—¿Qué? —Ahora es él quien sacude la cabeza y frunce el ceño—. No tienes
que liarte con él por lo que ha hecho.
—¡Claro que no! No es como si le debiera un favor. —Sonrío y, sin pensarlo
(últimamente no me paro nada a pensar), entrelazo mis dedos con los suyos—.
No es por lo que ha hecho hoy.
—¿Te gusta Javier? —Piensa un segundo mientras se da cuenta de que le he
dado la mano otra vez—. Perdona, no tendría que preguntarte estas cosas. No
tienes por qué responder.
Con todo, no separa sus dedos de los míos. Arropa mi mano con la suya como
si fuera normal, y una parte de mí se arrepiente de no haber alargado el momento
de antes un poco más. De no saber dónde habría podido llegar esa mirada.
—Bájate ya del escalón de profe responsable, anda. —Aprieto su mano; él
aprieta los labios y asiente—. No me gusta Javi. Solo somos amigos; de hecho,
creo que estas dos semanas se ha convertido en mi mejor amigo. —Sonrío—.
Pero tenemos un plan.
—¿Y ese plan implica enrollarte con él? —Me mira interrogante.
—Ese plan —me río, es surrealista— implica enrollarme con él delante de
mucha gente. Y tú tienes que estar delante.
—Ah, cojonudo. —Asiente sarcástico—. ¿Y en qué momento se le ha ocurrido
a nuestro querido lumbreras milenial esta fantástica idea?
—Eso es lo mejor de todo. —Apoyo mi cabeza en su hombro y él me mira
desde arriba, sin creerse lo que estoy haciendo. Yo tampoco me lo creo—. Se me
ha ocurrido a mí.
—Pero ¿Zambrano? —Se separa de mi mano y me sostiene por ambas
mejillas, haciendo que le mire—. ¿Se te ha ido la cabeza del todo?
—¿Qué? —me río más—. Vamos, ¿prefieres que la gente piense que he dejado
a mi novio por ti?
Suspira.
—No es una buena idea —dice más serio.
—Claro que sí. Javi es un machito de manual y hasta esta noche era el mejor
amigo de Roberto —explico—. Será tan chocante que se olvidarán de nosotros
dos. Además, no hay perro que le ladre. Es como tú pero en simpático —digo
para intentar que sonría un poco, pero no lo consigo.
»Lo que quiero decir es que pretende echarnos un capote…
Me suelta del todo (algo que tenía que acabar pasando) y se lleva una mano al
pelo según mira al suelo.
—No entiendo por qué.
—¿Por? —pregunto.
—Porque desde lo de Paula no me aguanta.
SOY MÁS DE IZQUIERDAS
«Boomerang» – Edurne
C
—¿ ómo que Javi no te aguanta? —Parpadeo.
—¿No has visto que le da igual responderme en clase?
—Sí, pero… A ver. —Encojo un hombro.
—¿Y no te da qué pensar? —continúa.
—¿Que te responda? No, le responde a todo el mundo.
—Ya —se ríe, sarcástico—. Solo que a mí no me responde ni Dios.
—Porque te comportas como un borde inaccesible —explico mientras le
sonrío, aunque él sigue sin devolverme la sonrisa—, pero eso a él se la trae al
pairo.
—¿De verdad crees que soy un borde inaccesible?
Niego con la cabeza.
—No he dicho que lo seas, he dicho que te comportas como uno. —Me
muerdo el labio.
—Que no, Carlota, que no van por ahí los tiros.
Me acomodo en la pared, apoyándome para mirarle, y abrazo su chupa de
cuero por dentro para taparme. Él también se coloca mejor a mi lado.
—Me vas a soltar otra bomba, ¿verdad?
Suspira según asiente.
—¿Puedo saber si fue Javi quien te contó lo de Paula? —pregunta.
Me pongo blanca. No necesita que le responda que sí.
—Me lo imaginaba —otra vez el sarcasmo en su voz—. ¿Y que Paula es su
prima y la dejé yo te lo contó? ¿O esa información no era suficientemente
relevante?
***
Le devuelvo la chupa de cuero en la esquina de La Dolores, donde me va a
dejar de nuevo con mis amigos. Él se la pone, aunque por su expresión sé que
preferiría que me la quedara.
—Gracias por venir. —Sonrío mirando al suelo.
—No te despidas como si fuera un cumpleaños. He venido porque no sabía si
estabas bien.
En ese momento, frunzo el ceño según sonrío. ¿Qué habría hecho si no lo
hubiera estado?
—¿Y si no lo hubiera estado? —pregunto—. ¿Y si Javier no hubiera estado
aquí y hubiera seguido con Rober?
Tristán entreabre la boca.
—¿Qué? —Parpadea.
—Que qué hubieras hecho. —Me encojo de hombros, abrazándome de nuevo.
—Lo que habría hecho cualquiera, Carlota.
—Muy bien. ¿Y qué habría hecho cualquiera? —insisto, tirando del hilo—.
¿Tú también le habrías encajado dos derechazos?
Sonríe y mira al suelo mientras se mete las manos en los bolsillos, y es un
gesto que, pese a que no se lo diré, me va a quitar el sueño.
—No, yo soy más de izquierdas. —Nos reímos y yo me apoyo en la pared para
mirarle. Aún no asimilo que tenga una chupa de cuero y no vaya siempre con
americana, por más prejuicioso que sea eso—. Creo que no habría sido tan
conciliador como Javi.
—Javi no ha sido conciliador, ha sido lento.
—Eso no te lo discuto. —Pone los ojos en blanco.
—Claro. ¿Y tú le habrías pegado a un alumno, Míster Profesor Ejemplar?
—Ahora no estoy dando clase, Carlota. —Como yo, se apoya en la pared—.
No soy tu profesor las veinticuatro horas del día.
Según se me borra la sonrisa noto cómo me arden las mejillas y aparto la
mirada. Algo que, por Dios, espero que no note.
—Ya… Bueno —digo.
—Bueno —responde en un tono que no me conviene y nos miramos.
—Pero sigues sin caerme bien, ¿vale?
Sonríe y resopla por la nariz.
—Claro, Zambrano, descuida. No le diré a nadie que somos amigos.
—Bien, porque no lo somos. Y ahora me voy a ir yendo —digo encogiéndome
de hombros y señalando hacia atrás. No quiero ponerme a temblar ni robarle más
tiempo. Le vuelvo a mirar—. Gracias.
Él no responde, pero continúa con el atisbo de sonrisa sobre las comisuras. Y
yo, aunque me doy media vuelta, no puedo dejar de mirarle. Sé que tiene algo
más que decir. Empiezo a conocerle demasiado bien.
—Qué.
—Nada…
—¡Qué!
—¿Es que quieres que diga algo más?
Qué rabia da y qué guapo es.
—No.
—Va, pues tira a comerle la boca, fiera. Aquí no se te ha perdido nada, ¿no?
Y ahí está lo que quería decir.
Pero espera, ¿me acaba de vacilar? ¿O de insinuarse? ¿O de…? No sé qué coño
ha pasado.
—¿Me acabas de vacilar? —Abro muchísimo la boca, pasmada.
—¿Yo? Qué va… Zambrano, si se va a montar películas mejor cámbiese de
máster. He oído que hay uno de cinematografía increíble.
Me acerco a él de nuevo sin ningún tipo de vergüenza y le pongo un dedo
sobre el pecho, acusándole.
—¿Acaso está celoso, Acosta?
—Pft. Ya le gustaría.
Mi corazón se salta un latido. O veinticuatro.
—No ligue conmigo, no es nada profesional por su parte —bromeo en voz
baja. Él alza las manos en signo de rendición, pero sigue riéndose.
—En ningún caso he hecho eso. No quiero que su nuevo novio me parta la
cara.
—Es verdad, se me olvidaba que no tienes sentimientos. —Niego con la
cabeza y me alejo, pasando de él.
Sin embargo, cuando estoy a punto de atravesar la esquina, y sabiendo que él
sigue igual, observándome desde la pared, decido lanzar el dardo que llevaba
guardando un rato dentro de mí. Total, él también lo ha hecho, ¿no?
Me giro hacia él con medio cuerpo y entono:
—Oye, ¿le dejas la chupa a todas las tías que te encuentras por la calle?
Como esperaba, niega con la cabeza con media sonrisa que debería estar
contraindicada.
—Bien —respondo—. Porque yo tampoco les digo a todos que soy toda suya.
—Asumo que el discurso feminista no te permite equipararte a una propiedad.
—Asumes correctamente.
—Como siempre. —Sonríe del todo, y yo con él.
—Adiós, Tristán. —Levanto la mano.
—Adiós, Carlota.
Y ahora sí, notando su mirada tras de mí, me marcho.
Y grito internamente, eso también.
LA HORA TONTA
«Mami» – Ptazeta y Juacko
I nés se pasa el fin de semana entero diciendo lo imbécil que es Javi y lo poco
que le aguanta, y hasta me llega a pedir que le muerda la lengua cuando nos
liemos. A mí solo me sale darle la razón como a los locos, porque cada vez se le
nota más que le gusta.
—¿Seguro que no estás celosa? —pregunto.
—Lo que estoy es compadeciéndome de ti. No me puedo creer que vayáis a
jugar a ser novios.
—¿No te lo puedes creer o no te lo quieres creer?
—Ay, tronca, que no, qué asco. —Hace un ademán—. Su hermano está mucho
más bueno.
—Su hermano está buenísimo, pero Javi no está nada mal, reconócelo —
insisto—. Yo creo que hacéis buena pareja.
—Que no me rayes.
—Tú misma. Pero recuerda que no significa nada, ¿vale?
—Y aunque lo significara, Ce. No me mola un ñordo —miente, y el silencio se
hace unos segundos—. Oye, por cierto, ¿Rober te ha vuelto a intentar contactar?
«Buena salida por la tangente, Inés».
—Hace… tres horas que no lo intenta.
—Nuevo récord. Eso está bien. Se está superando a sí mismo.
—Nada más lejos de la realidad. Le habrán baneado la creación de nuevas
cuentas en Twitter ahora que Instagram no le deja.
—Sí, la verdad es que poder bloquear a todas las cuentas de un mismo creador
es un puntazo. Seguro que está que trina.
—Al menos no se ha presentado por aquí.
—Porque Javi ha cerrado el piso por dentro y ha escondido la llave —le
recuerdo.
—Ahí tengo que reconocerte que tiene unos huevazos. Ser su compañero de
piso ahora mismo no tiene que ser nada fácil.
—No hay nada difícil para Javier Jesús —me río—. Pero igual tú también
deberías darle un besito de consolación.
—Si quieres compartir babas conmigo me lo puedes decir directamente. —Me
guiña un ojo, y decido callarme porque debo reconocer que ha sido bastante
bueno.
—Vaaale —me río—. Oye, ¿hace un Mario Kart?
—Va. Voy a darte una paliza.
***
Me muerdo el labio como una colegiala. Sé que solo es un juego y que esto no
va a ir a ninguna parte, pero, por algún motivo, me apetece entrar a jugar. Ver
hasta dónde mi querido profesor intachable puede llegar.
En respuesta a: Tristán: Ah, ¿no? ¿Y cómo me pega ser?
Carlota: Intenso.
Tristán: ¿En qué sentido?
***
***
P
— ues menos mal que todo ha acabado bien —dice Inés. Javi pone los ojos en
blanco y se lleva el botellín a la boca antes de responder:
—Está claro que es una excusa. Su masculinidad frágil no deja que admita que
el fallo es suyo. Lo que me sorprende es que haya esperado dos semanas para
decirlo.
—Pero si ha dicho literalmente que el fallo fue suyo por no ver lo del servidor
—me río—. Además, si ha esperado dos semanas es porque quería asegurarse de
tener una solución para que no volviera a pasar —miento piadosamente. Javi no
necesita saber que esta semana hemos estado puliendo el proyecto de Toulouse.
Ni mucho menos que no hace tanto me enseñaba a jugar a los bolos mientras me
decía cosas bonitas al oído.
—Espera, ¿he oído bien? —pregunta Inés, que estaba ocupada bebiéndose
medio botellín de golpe—. ¿Tú te atreves a hablar de masculinidad frágil, Javier
Jesús? El chiste se cuenta solo.
—¿Cómo te tengo que decir que no me llames eso, Inés Juanita?
—¿Qué me acabas de llamar? —Achina la mirada.
Dibuja una sonrisa de satisfacción y, pagadísimo de sí mismo, responde:
—Inés Juanita…
—Ni siquiera tengo segundo nombre, anormal.
Yo me limito a ver el espectáculo desde la barrera. Es tremendamente divertido
verlos así. Solo intervengo cuando Javi dibuja esa sonrisa socarrona y a ella le
salta el tic del ojo de cuando se cabrea muchísimo.
—El caso —intervengo— es que me pidió perdón. Y el lunes va a comentar en
clase que nos vamos juntos a Toulouse. Aunque le jode bastante tener que
reconocerlo.
Inés me da la mano por debajo de la mesa. Antes de los bolos pude ponerla al
día y contarle que Tristán me explicó que Javi no le aguanta porque cortó con su
prima, que ahora está preocupado por mí y que además está rayado por lo del
piso con mi ex. De hecho, gracias a que se lo comentara y desde que me
defendió de Roberto, ahora le odia un poco menos. Y hasta accedió a que
saliéramos los tres.
Por eso estamos ahora mismo en La Dolores, después de todo.
Bueno, por eso, y porque Javi nos ha suplicado por favor que le saquemos del
piso un rato. Y por más ganas que tenga de quedarme mirando la pantalla del
chat con Tristán, se lo merece. Roberto no hace más que lloriquear para que le
deje el móvil para poder hablar conmigo, y como en clase Tristán no me da
tregua ni un segundo y me las he arreglado para comer en el piso cada día, no ha
tenido manera de coincidir conmigo.
—Bueno, pues más le vale tratarte bien —dice ofuscado.
—¿O qué? ¿Le partirás la cara a nuestro tutor? —Inés menea las cejas de
arriba abajo, socarrona.
—No me tires de la lengua, Inés…
—Tú siempre tan diplomático. —Sonríe con falsedad.
—Venga, dejadlo ya. Me tratará bien. —Igual me trata demasiado bien, pero
eso no es algo que necesiten saber—. Si hasta ha accedido a ir el sábado que
viene al Dime que me quieres.
—No jodas, ¿Tristán también viene al garito? —Javier resopla.
—Claro, ya dijimos que tenía que vernos todo el mundo…
—Joder, Carlota, pero no dijimos que todo el mundo incluía a nuestro tutor —
se queja.
—Vamos, Javi, si te va a encantar. —Le hago ojitos—. Visualízalo: tú y yo
entrando de la manita en el Dime que me quieres, tú cogiéndome de la cintura,
yo poniéndote las manos por encima del cuello… —Le hago más ojitos—. Eres
tú quien cree que me quiere llevar al huerto, ¿no? Pues imagina su careto cuando
lo vea —improviso. Inés simula una arcada—. Acabaremos de un plumazo con
el peñazo de Roberto y con tus paranoias con Tristán.
Paranoias que son más reales que nunca.
—Ya, bueno, eso para ti. A mí me quedan mazo meses de aguantar a tu
adorado profesor, y con Rober sigo viviendo y es un pesado de cojones. ¿Sabéis
cuántos mensajes me ha mandado esta tarde para saber dónde estamos?
—Bloquéale. —Inés se encoge de hombros.
—Ya, y que me cambie la cerradura.
—¿Cómo va a hacer eso? —Enarco una ceja.
—Yo qué sé, yo cierro por dentro para que no salga.
—Ya, pero tú lo haces para que no vaya a acosar a Ce… —resuelve Inés.
—Muy bien. Yo tengo mis excusas y él las suyas. —Piensa un segundo, achina
los ojos y mira a Inés con intensidad—. Eh, eh, eh, un momento. ¿Me estás
dando la razón, Inés? —Enarca las cejas y alza su botellín para brindar, pero Inés
pasa de su cara, bufa y me mira a mí.
—Ven conmigo —me dice.
Un instante después, se levanta y tira de mí, dejando a Javi sin respuestas y con
cara de pasmado. Pregunta si puede seguirnos, pero ella se gira y le dice que ni
lo intente y que guarde el sitio, así que se queda haciendo guardia.
Solo cuando estamos fuera de La Dolores, Inés vuelve a hablar:
—Si alguien pregunta, esto lo has propuesto tú, ¿estamos?
—¿Eh? ¿Qué es exactamente lo que he propuesto? —Parpadeo.
—Ahora te lo digo. Pero ¿estamos o no, Carlota?
—Joder, sí, estamos.
—Vale. Buf… No me creo que esté a punto de decirlo…
—Pero ¿el qué?
Me mira, se termina el botellín de un sorbo y suelta:
—Creo que Javi debería venir a vivir con nosotras.
Un segundo.
Dos.
Tres.
—¿Tienes fiebre, Inés?
—No tengo fiebre, tía, no…
—¿Estás borracha?
—Que no, tronca. —Suspira—. Es que me sabe mal que siga con él cuando
poco más y le parte la cara.
—Ya, pero no hay espacio en casa.
—Puede dormir en el sofá cama. —Se encoge de hombros. Puedo ver en su
cara cómo está buscando excusas.
—¿Y nuestras noches de HBO? —pregunto con media sonrisa burlona.
—Será… temporal. No me malinterpretes, no le quiero en casa. Pero encontrar
keli en Madrid no es fácil, tú lo sabes —se excusa—. Y, por peor que me caiga,
creo que tener que convivir con Roberto es un castigo que no se merece ni
siquiera él.
Cuando veo cómo responde Inés, entiendo que tengo que ponerme seria. Si me
dice la verdad y le parece repugnante, convivir con él no le gustará; si me está
mintiendo piadosamente y aún le gusta, saber que me voy a liar con él no tiene
que ser plato de buen gusto, aunque todos sepamos que no significa nada.
—Está bien. Pero se lo dices tú —accedo.
—¿Qué? No. —Niega con la cabeza como un millón de veces—. Su amiga
eres tú.
—Tía, me has sacado a rastras del bar. ¿De verdad crees que va a colar que le
diga que yo quiero que venga al piso?
—Sí. Si pregunta, le diremos que… estábamos hablando de otra cosa, de lo
que sea. Que te he dicho que me quería ir porque no le soporto, pero que tú me
has convencido de que estaba pasando por un mal momento. Le prohibiré estar a
menos de cinco metros cuadrados de mí y todos contentos. ¿Vale?
Tardo unos segundos en responder e Inés se pone histérica y me zarandea.
—¡Tronca! —apremia.
—¡Vale, vale!
—Y le remarcas que cuando encuentre algo mejor se tiene que pirar…
—Creo que eso colará más si se lo dices tú. Te va más ser el poli malo.
Piensa unos segundos. Finalmente, asiente convencida y dice:
—Tienes razón. Déjame a mí la parte borde.
Cuando nos encaminamos hacia el bar de nuevo, sin embargo, hay un detalle
que no le digo a Inés.
La Dolores tiene unos balcones pequeños y monísimos que dan a la calle desde
el bar. Balcones con ventanas que normalmente están abiertas. Como estaba
embalada contándome el plan, no se ha dado cuenta, pero yo, cuando me ha
zarandeado, lo he visto por el rabillo del ojo.
Javi estaba en uno de ellos.
Y, por su sonrisa, juraría que lo ha escuchado absolutamente todo.
***
—Inés Juanita… Qué detalle por tu parte…
—A mí me dejas en paz. La loca que te quiere en el piso es esta.
Trago saliva y asiento conteniendo la risa. Él me mira cómplice y sonríe.
—Bueno, ¿qué dices? —pregunto tratando de acelerar el proceso.
—¿Seguro que os parece bien a las dos? —insiste Javi.
—A mí no. —Le saca la lengua Inés.
—Venga, tía, no seas raspa —intercedo—. Sí, Javi, nos parece bien a las dos.
—Pero en cuanto encuentres piso te piras, y más te vale agilizarlo.
—Oído cocina.
—Y vas a tener un solo estante en la nevera. Como se te pase por la cabeza
tocar mi comida te juro que la enveneno. Le pongo algo chunguísimo.
—Le ponemos bujarrapower —me río. Javi se pone blanco.
—Todo menos eso, Carlota —suplica.
—¿Qué me he perdido? —Inés enarca una ceja.
—El otro día le conté a nuestro amigo que soy bisexual —le explico— y casi
le da un jari.
—Mentira. Soy una persona muy tolerante.
—Querrás decir intolerable —le corrige. Después me mira con el ceño
fruncido—. ¿Por qué le contaste a este que eres bisexual?
—Porque me tiró los trastos —miento— y quería que supiera que a partir de
ahora solo voy a estar con mujeres. ¿Estás libre, Inés?
—Lo siento, tengo novio. —Se encoge de hombros y le roba el botellín a Javi
para ponérselo en la boca.
—Es coña, ¿no? —pregunta Javi, completamente serio.
—¿Y a ti qué te importa? —Alza una ceja.
—Eso, ¿y a ti qué te importa? ¿No te gustará Inés? —Sonrío triunfal.
—Por Dios, cariño —responde, como si me diera explicaciones—, yo solo
tengo ojos para ti. Y para el botellín que la borde de tu amiga me ha robado.
—Lo siento, se ha esfumado —dice—. Como tu dignidad.
PINTALABIOS Y PAYASOS
«Mundo imperfecto» – Sidecars
O
— ye, tía, no estoy muy allá del estómago. No quiero dejarte sola con estos,
pero si te parece bien me tomo una y me vuelvo, ¿va?
No voy a decírselo, pero no soy tonta. Sé que Inés no quiere venir porque no le
hace gracia el numerito que voy a montar con Javi. Cada vez tengo más claro
que sigue hasta los huesos por él, y aunque no es asunto mío, decido meterme un
poco, solo un poco, para que esté bien. De lo contrario, cuando mañana se
encuentren desayunando en el salón, va a ser harto complicado.
Porque, para más inri, esta semana ha sido la última que Javier pasaba con
Roberto.
—Inés… ¿Seguro que no te molesta que haga esto con Javi? —pregunto por
milésima vez.
Ladea la cabeza según entra en el baño, donde estaba arreglándome.
—¿Por qué lo preguntas tanto?
—Porque me da la sensación de que te jode profundamente. —Suspiro. Me
acabo de quitar un peso de encima.
—Bueno, no todos los días tu mejor amiga se mete en la boca del lobo —
improvisa y se encoge de hombros—. Pero me jode por ti, no por él, créeme.
Que te guste Javi no es algo que crea que te conviene.
Dejo caer el pintalabios en la pila y me giro hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Estás de coña? —pregunto.
—¿Qué?
—Que no me gusta Javi.
Parpadea tres millones de veces.
—¿No te gusta Javi?
Abro mucho los ojos.
—¡Inés, por Dios! Solo somos amigos. Si me gustara no estaría jugando a esto.
Noto cómo se le relajan los hombros de repente, mientras se apoya en el marco
de la puerta.
—Ah. Pensaba que sí que te había empezado a gustar pero no querías
reconocerlo porque le odio…
—No, tía… —me río, pero sé que no es suficiente—. ¿Te cuento un secreto?
—Como me digas que no has olvidado a Robertóxico te escondo el rímel.
—No he olvidado lo imbécil que es Roberto, pero no es eso. —Suspiro—.
Es… algo más. ¿Te acuerdas del día de la bolera? Cuando me preguntaste qué
me había dicho Tristán.
Abre muchísimo los ojos y se lleva las manos a los labios. Creo que no va a
hacer falta que diga nada más.
—No. Me. Jodas. ¡Me mentiste! ¡Ya decía yo que estabas demasiado roja para
el frío que hacía, zorringuis!
Sonrío culpable y encojo un hombro mientras aparto la mirada, pero Inés me
zarandea y volvemos a tener contacto visual.
—Entonces ¿¡de verdad hay algo entre Tristán y tú!? ¿¡Por eso tienes que
hacer como que estás con Javi!? ¿¡Para que la gente no sospeche y no os acosen
como hicieron con Paula!? A ver, os vi cuando los bolos, pero como llevábamos
días hablando de lo de Javi pensaba que era solo tonteo. ¿Te gusta gusta? ¿En
plan pareja? ¿Mis plegarias han sido escuchadas?
Me pongo roja inmediatamente. Yo solo iba a contarle que habíamos tonteado
un poco, pero no que me gustara gustara (que, en nuestra jerga, es el primer
estadio del enamoramiento). Evidentemente, no me puede gustar formalmente.
Es mi profesor, y encima es superborde, y…
Joder, estoy enchochadísima.
Me limito a asentir.
La sonrisa de Inés se ensancha como no lo ha hecho nunca, y acto seguido me
da como cinco millones de besos en la mejilla, me sostiene por ambos
antebrazos y con la emoción de un entrenador de baloncesto, dice:
—Escúchame, Carlota, lo que te voy a decir es importante. Cómele los morros
a Javi como si no hubiera un mañana, ¿me oyes? Y asegúrate de que Tristán lo
vea bien. Que esté tan cerca que pueda ver vuestro ADN en la saliva. Que vea lo
que se está perdiendo. —Toma aire y lo suelta todo de golpe, hiperfeliz—. Y
ahora coge una toallita, anda. Te has pintado los dientes de rojo.
—¿Sabes que te quiero? —pregunto.
—¿Sabes que yo más?
—Eso no es posible.
—Sí que lo es. Y te lo voy a demostrar: para que no te rayes pensando en qué
puedo pensar yo cuando le comas la boca a mi Romeo —pone cara de asco—,
me voy a quedar en casa tan tranquila viendo el próximo capítulo de Juego de
Tronos sin ti.
—¿Es coña? —Enarco las cejas—. Tía, que es el último. ¿Lo vas a ver sin mí?
—Definitivamente: sí —se ríe—. Y le voy a encargar una pizza al
Chupachups, a ver si cuela.
—Vale, ignoraré esta enorme traición. Pero a mi habitación no le metas.
—No va a quedar hueco de la casa donde no le meta, cariño. —Me guiña un
ojo—. Trae ese pintalabios, anda, que Javi tiene que acabar hecho un payaso.
—¿Más aún de lo que ya lo es? —Sonrío.
—Mucho más.
CHATOS Y CHATAS
«El caso de la rubia platino» – Leiva
C uando el taxi me deja en el pub, todos los que suelen salir de la facultad por
aquí están ya esparcidos entre la calle y el interior del local.
No voy a mentir: a pesar del mono negro, la gabardina preciosa del otro día y
los tacones de corte de salón, avanzo con miedo. Ahora mismo no me haría
gracia encontrarme con Roberto ni con nadie a quien le hiciera ilusión gritarme
«Sí, papá». De modo que, recogiéndome parte de la media melena negra detrás
de la oreja y dejando ver los pequeños aritos de plata, paro un momento frente a
una farola y observo el panorama mientras saco el teléfono.
Mientras escribo a Javi para decirle que ya he llegado, veo que Roberto no está
aquí. Al menos, no aquí fuera. Eso me calma. Además, no me llevo mal con la
gente que hay fuera. Son algunos de los heaviatas éticos que van de Anonymous
por la vida, tumbando páginas de la deep web, y son gente legal. Por lo que el
ambiente pinta bien.
Carlota: Te vas a caer de culo cuando me veas, chato.
—Mierda —mascullo.
—No me lo has enviado a mí, ¿verdad? —pregunta Javi.
—Correcto.
—Por lo menos dime que no se lo has mandado a Tristán.
Miro a mi amigo mordiéndome el labio de abajo, culpable. Él resopla y pone
los ojos en blanco, pero solo un segundo después refuerza el agarre de mi cintura
y me invita a entrar en el local.
—Bueno, podría ser peor. —Me mira y sonríe según atravesamos la puerta—.
Se lo podrías haber mandado a Roberto.
Ambos nos reímos.
Una vez allí, el rumor de la música y la gente inunda nuestros oídos y dejamos
de hablar, pero no nos soltamos. Siento que soltar a Javi ahora mismo sería como
hacer puénting sin arnés.
***
Cuando entramos, suena «El caso de la rubia platino», en voz de Leiva, y Javi
me da la mano para que vayamos hasta la barra y pidamos dos cubatas.
—¿Tú qué quieres? —pregunta, pero me encojo de hombros. La verdad es que
me da igual. Ahora mismo solo quiero beber.
—Lo que sea, me fío de ti.
Javi abre mucho los ojos, asiente y toma aire henchido de orgullo antes de
pedir al barman. Dos minutos más tarde tengo un mojito de fresa entre las
manos. Poco cargado. Muy poco cargado, en realidad. Dudo hasta de que lleve
una gota de alcohol.
—Gracias. —Le doy un beso en la mejilla a modo de agradecimiento y él me
lo devuelve a mí en la frente, el gesto universal de la ternura. Después le da un
sorbo a su mojito.
No nos escondemos. Sabemos bien a lo que hemos venido y vamos a
aprovecharlo, se ponga quien se ponga delante. De hecho, si alguien se pone
delante, mejor. No será moralmente correcto, pero me hace gracia jugar a esto
después de tantos años.
—No lo entiendo, Javi —grito en su oído.
—¿El qué?
—Por qué no salió bien. A mí no me pareces ningún capullo.
Javi se ríe y alza su copa para que brindemos.
—Todos tenemos pasado, preciosa.
—Ya, pero…
Niega con la cabeza, cortando el tema. Yo me encojo de hombros y le paso una
mano por detrás del jersey negro a él, pensando de súbito que no es la camisa
blanca de Tristán.
Me obligo a apartar de mi cabeza esa idea y me concentro en la canción, que
por algún motivo me sé de pe a pa. Y nadie sabe cómo agradezco que todo el
mundo se ponga a cantar el estribillo a todo meter.
—¡No por casualidad me temen en los casinos! ¡Me daban diez de los grandes
por el caso de la rubia platino! —vocifero junto a Javi, que se ríe a mi lado al
oírme.
—¡Venga ya! ¿Y tú eres feminista?
—Sí, ¿qué pasa?
—Que esta canción es de todo menos feminista, chavala.
—¡Esta canción es una crítica, tronco! Que no te empanas de nada.
—Claro que sí, engañarse a una misma está de puta madre. —Me guiña un ojo.
—¿Ves? Eso sí es machista. «De puta madre». ¿Por qué esa expresión es para
movidas que están mal y «padrísimo» para movidas que están bien? ¿Me lo
explicas?
—Uf, no, por favor, no te pongas en ese plan —se ríe.
Carcajeo.
—¿En qué plan? —pregunto.
Pero Javi me ignora y se pone a cantar de nuevo, rodeándome la cintura con
ambas manos.
—¡No dan para comer las putas del barrio chino! Hostia, qué feminista, ¿eh?
Igual que un facha en el 8M.
—Cállate, anda —me río más y le abrazo.
A pesar de todo, ahora mismo soy inmensamente feliz.
En lo que termina la canción y empieza a sonar la siguiente, Marcamos la
Normas, unos tíos del máster vienen a saludar a Javi, pero él no me suelta. Solo
se incorpora pasándome un brazo por encima de los hombros y brinda con ellos,
invitándome a mí también, algo que Roberto no hizo nunca.
En ese momento, sin embargo, veo entre los huecos de las copas a alguien más
y dejo de prestar atención al grupo.
Tristán levanta su copa y alza una ceja apoyado desde una de las paredes del
local. Está allí con algunos tíos de promociones anteriores que quizá
coincidieron con él. No evito levantar sutilmente mi mojito hacia él y pegarme
más a Javi, haciendo que niegue con la cabeza. Luego se ríe, baja la mirada y la
vuelve a encontrar con la mía.
Un segundo después, me llega un mensaje al móvil.
Tristán: Te veo bien con tu nuevo novio.
Carlota: Estoy enamoradísima. No hay nadie q pueda separarme de él.
Tristán: ¿Es un reto?
C uando doy el primer paso hacia Tristán, empieza a sonar «Como un idiota»,
de Funambulista. Yo me río mientras escucho la letra, él se acomoda más
en la pared, se mete las manos en los bolsillos y me mira con esa sonrisa suya
tan seria. Está en un rincón, no como nosotros, que estábamos en el centro del
lío, por lo que sé que no nos van a ver. Si yo le he visto, siendo clara, es porque
tengo un radar para lo que tiene que ver con él.
Como un idiota
que se pone a maquillar de seriedad
lo que le importa.
Cuando estoy a dos metros de él, se ha separado del grupo con el que estaba
hablando, que ha rehecho su formación y le ha dejado fuera del círculo. Ahora
estamos solos en una esquina recóndita del local.
No digo nada, me limito a acortar la distancia que hay entre nosotros y,
acercando mi cara a la suya mientras me apoyo sobre uno de sus hombros, darle
dos besos lentos que él me devuelve cortés.
Demasiado cortés, teniendo en cuenta que estas semanas, en su despacho, no
ha dejado de recordarme las conversaciones de las horas tontas y que se nos han
ido los ojos más de dos, y tres…, y veinte veces.
Algo que pienso aprovechar a mi favor.
—Vaya. —Sonrío, mirándole de cerca—. ¿No piensas ni tocarme?
Él se ríe negando con la cabeza y mira un segundo al techo, mordiéndose la
lengua.
Sin embargo, un instante más tarde me coge de la cintura, me aprieta contra él
y da media vuelta rápida, dejándome acorralada contra la pared. Sus labios frente
a los míos, sus ojos observando mi boca, su nariz pegada a la mía.
No estaba preparada para esto.
Ni para que me gustara tanto. Pero me gusta. Me encanta.
—¿Suficiente? —pregunta mientras me clava la mirada más tentadora que me
han clavado jamás.
Y me siento bien. Me siento de maravilla. Y más fácil que la tabla del uno, eso
también, pero a veces una quiere sentirse poderosa e inaccesible y otras, así:
alcanzable, moldeable. Hacer las cosas fáciles porque sabes que quien está
contigo va a tratarte bien y porque te apetece, sin más.
Asiento en silencio mientras trago saliva. Después, para disimular un pelín y
jugar mientras hago como que esto no me ha vuelto completamente loca (nada
más lejos de la realidad), me llevo el mojito a la boca y compruebo que
efectivamente no nos ve nadie desde aquí. A mi izquierda hay una mesa alta, y a
la derecha está su grupito.
—No te ve nadie, tranquila —dice, como si me leyera la mente.
—Técnicamente, tú me estás viendo —improviso.
—Qué va…
—¿No? ¿Soy invisible? —Me siento un poco tonta respondiendo eso, pero no
me sale nada más, y no quiero dejar de hablar con él. Quiero aprovechar cada
segundo.
—No, tonta… —se ríe seductor—. Yo te estoy comiendo con la mirada.
—¿Tristán…? —Abro mucho los ojos y dejo caer el brazo que sostenía la
copa, reforzando con el otro el agarre que tenía sobre su hombro y mirándole a
esos ojos insondables. Él, cuando lo hago, da un trago largo a su bebida, se la
termina y deja el vaso en una mesa que hay justo a nuestra derecha, liberando su
mano. Yo también intento hacerlo, pero me resulta tremendamente difícil pensar
en el sabor de mi mojito con el olor de la ginebra bailando sobre su boca.
De repente quiero un gin-tonic.
Aun así, saco fuerzas de flaqueza y me termino de un trago lo poco que me
quedaba, sin perderle de vista. Después dejo el vaso justo donde él ha dejado el
suyo y me centro en su sonrisa. Una sonrisa preciosa, mitad atracción, mitad
ternura, aderezada con un pelín de intensidad.
Decir que ahora mismo no estoy en el cielo sería mentir. Estoy acorralada en la
esquina de un local con un tío que me vuelve loca y me mira como si fuera la
única persona en un sitio abarrotado, y todo lo que he sufrido semanas atrás
parece dejar de doler de repente.
—Lástima que hayas borrado las conversaciones, sería un muy buen momento
para retomarlas —susurro en un alarde de valentía.
Él se ríe en silencio y, con voz gutural, se acerca a mi oído y entona:
—Como si no te acordaras de lo que ponían.
—Tal vez no me acuerdo. —Ladeo un poco la cabeza, lo justo como para
encontrarme con sus ojos otra vez.
—Ya, guapa. Eso cuéntamelo cuando te estés acordando de mí esta noche.
—Vas a tener que hacer algo más que dedicarme palabras vacías para que eso
pase —me atrevo a decir. Y sé, sé de verdad, que estoy tensando la cuerda.
En ese instante empieza a sonar «Imperdible», de Rayden y Sidecars, y el local
se vuelve completamente loco coreando la canción, pero a mí no me sale la voz.
He gastado mi último cartucho con esa última frase.
***
R oberto se ha ido nada más el puerta le ha dado la patada. Nos ha dicho que
pretendía hacerlo cuando ha oído lo que me llamaba, pero cuando ha visto
cómo actuaba Tristán ha preferido no intervenir, porque, en sus palabras: «Aquel
bruto necesitaba que le dieran una lección». Dentro ha empezado a sonar la
versión de Carlos Sadness de «Groenlandia», para suavizar el ambiente, y yo me
he quedado en la acera con Javi y Tristán, uno a cada lado de mi cuerpo,
esperando a que se me pase un poco la tensión después de vivir todo esto. Leo
también está aquí, a algunos centímetros de su amigo.
Se suponía que yo solo venía a hacer un poco el papelón con Javi para que la
gente pensara que estábamos juntos.
A ver, técnicamente lo hemos conseguido, y con creces. Para este momento
dudo que haya alguien en España que no crea que estoy liada con mi mejor
amigo. Pero no tenía que suceder así. Tristán no tenía por qué pegarle. Ni por
qué soltarle esa frase. Ni por qué intervenir, siquiera.
Y tampoco tendría por qué estar ahora mismo aquí, conmigo.
De hecho, todo esto hace que no podamos cerrar el capítulo.
—¿Por qué lo has hecho, tío? —pregunta Javi, que a todas luces piensa lo
mismo que yo.
Tristán, que jugueteaba pensativo con algunas piedras del suelo, se gira hacia
él y le mira con esos ojos achinados suyos, como si hubiera dicho una gilipollez.
—¿Perdona?
—No hacía falta partirle la boca —explica Javi.
Se ríe sarcástico.
—Claro, tu diálogo estaba yendo de puta madre…
—Eso es sexista, ¿lo sabes? —dice, más para chincharle que porque le
importe. A mí casi se me escapa una risa nerviosa, pero consigo ahogarla.
—No me toques los cojones, Mateos.
—No me los toques tú a mí, Acosta —responde. De repente está muy serio.
Empiezo a estar harta de estar entre dos fuentes de testosterona, así que
intervengo:
—¿Podéis dejar de medir quién tiene la polla más grande, por favor?
Los dos se callan de inmediato y me miran descolocados.
—En serio, estoy un poco cansada. —Me levanto y los miro—. Os lo
agradezco muchísimo, de verdad. A ti por ser tan diplomático, y a ti por
romperle la boca, porque yo también quería hacerlo, para ser sincera. —Miro a
Javi, que tiene los ojos muy, muy abiertos, y me encojo de hombros—. Lo
siento, yo tampoco soy perfecta, y me ha llamado zorra.
»Pero todo esto es muy difícil, y empiezo a hartarme. Yo solo quería venir a
hacer el papel, reírme un poco, beberme un par de copas y volver haciendo eses
a casa. No quería que nadie tuviera que cuidarme. —Miro al amigo de Tristán y
le sonrío—. No te ofendas, Leo, eres majísimo y me caes genial. —Ahora miro a
Tristán y me acuclillo delante de él, dándole la mano y apretándosela—. Y tú
tampoco me malinterpretes, que te veo la cara. Que me quiera proteger a mí
misma no significa que no me guste que también me protejan los demás. Es solo
que… —Me encojo de hombros y le clavo la mirada. Siento que este momento
es más íntimo que muchos de los que hemos tenido y entiendo que nuestra
relación ha cambiado antes casi de que nos diéramos cuenta—. No sé, hoy no me
apetecía ser el centro de atención porque nadie tuviera que cuidarme. No así, al
menos. No tan a lo bestia. Yo solo quería… Yo qué sé. Hacer lo que estaba
haciendo hasta que Roberto ha aparecido. —Cierro los ojos, suspiro y los vuelvo
a abrir para mirar una última vez a Tristán. Espero que lo capte y le separo la
mano acariciándosela—. Pasármelo bien.
Y tal y como antes se ha deshecho el hechizo, ahora se rehace de nuevo.
En el pub empieza a sonar Tralará, de Conchita, animando el ambiente cuando
oímos cómo todo el mundo empieza a cantar dentro del local.
Lo chulo de Madrid es esto. Un momento estás dejando a tu ex, y quince
minutos después nadie se acuerda porque hay una canción chulísima sonando
por los altavoces.
«Y yo», de Funambulista con Efecto Pasillo, empieza a sonar nada más entro
en el local. Allí me recibe Javi, que me coge por la cintura y me tiende el gin-
tonic.
—Bueno, qué, ¿me has hecho caso o te lo has pasado por el forro y le has
comido la boca? —pregunta sonriente mientras me lleva a la pista.
—Qué va, es demasiado cauto —me río y le doy un sorbo largo a mi bebida—.
Pero ¿puedo pedirte un favor?
—Todos los que quieras.
—Este es raro con ganas.
—Mientras no me pidas que te dé un hijo, Carlota, soy tu hombre.
—No voy por ahí, pero casi. —Me acerco a él y susurro—: Necesito que me
ayudes a poner muy celoso a alguien que cree que es imposible que lo consiga.
La sonrisa lobuna de Javi se ensancha según se repasa los dientes delanteros. Y
no miro, pero por cómo mira después hacia la puerta no me hace falta para saber
que Tristán está dentro del local. Lo sé. Lo sabemos todos.
Ahora sí, empieza la función.
—Prepárate para el mejor beso de tu vida, cariño. —Me lleva al centro de la
pista de la mano y, tras darme una vuelta, me pega a su cuerpo, me mira y me
guiña un ojo. Yo me río, nerviosa de repente, aunque estoy pasándomelo en
grande. Sin embargo, no me besa. No aún. Se limita a bailar conmigo como si le
fuera la vida en ello.
—Menudo farol —me quejo, divertida.
—Todo a su tiempo… —dice, como dije yo—. Vas a ver el Javierpower en
vivo y en directo.
Me empiezo a reír, y ahí, entonces, sí avisto a Tristán.
Me mira desde la barra y levanta una copa, pero yo le saco la lengua y
continúo bailando con Javi, abrazándole por el cuello. De acuerdo, no es el
hombre de mi vida y no es la primera persona con la que me quiero liar ahora
mismo, pero ¿por qué no vamos a reírnos un rato? ¿Por qué no vamos a ser
libres? Todos hemos demostrado estar a años luz de las actitudes tóxicas de
Roberto. Solo queremos disfrutar. Además, necesitamos seguir con la función.
Más aún después de que Tristán le haya partido la boca a mi ex.
Apuro el gin-tonic en lo que termina la canción y, nada más la siguiente suena,
lo dejo en la barra, asegurándome de pasar cerca de mi tutor.
Ahora sí, estoy dentrísimo. Y Javi, cuando oye cómo «Chica yeyé» empieza a
sonar, también.
Primero me arrastra a la pista de nuevo, y debo decir que me deja loca con lo
bien que baila el twist. Ahora mismo, absolutamente todo el mundo se fija en
nosotros. En pocos segundos, ha conseguido que la pista esté despejada y a nadie
le importa ya el numerito de Roberto (ni siquiera a mí) porque el ambiente ha
cambiado de manera radical. Solo un par de parejas más se atreven a bailar con
nosotros, haciendo que seamos el centro de atención.
Hace años que no me dejo llevar así, como si bailar fuera lo único importante
de esta vida, esta discoteca el único lugar del mundo y yo la única mujer.
El pelo alborotado
y las medias de color.
Una chica yeyé, una chica yeyé,
que te comprenda como yo.
***
Nada más leerlos, patalear y chillar internamente muchas veces, decido hacer
una captura de pantalla y guardarla en fotos. Con Tristán nunca se sabe cuándo
va a desaparecer un chat sin dejar rastro, y el de hoy no quiero olvidarlo nunca,
jamás, pase lo que pase.
Luego migro a la conversación con Inés.
«La madre que la parió», pienso mientras un torrente de carcajadas se escapa
de mi boca sin que lo pueda contener.
Carlota: Hola, churri. No me esperes esta noche. Irá Javi solo. Estarás bien, es el tío más legal q nos
podríamos haber echado a la cara y creo q es mi mejor amigo. No. No lo creo, lo sé. Yo estoy bien.
Todo está bien. Te quiero muchísimo
Inés: Tía, dnd estás?
Inés: No me puedo creer q lo de Javier Jesús no fuera un farol y d vdad vaya a venir solo.
Inés: El insoportable está llamando al telefonillo.
Inés: Yo te mato………………….
Inés: Está en el salón. Q hago?
Inés: Creo q voy a fingir un desmayo o q estoy haciendo caca o algo para no abrir tía.
Inés: Te estás tirando a Tristán?
Inés: Al menos una de las dos moja…
Inés: Al final os habéis comido la boca? Tú y Javi, quiero decir…
Inés: Mira le he abierto pq me daba vergüenza fingir lo de la caca y un desmayo me parecía feo, pero
le he dejado solo en el salón y me he ido. Quiere hablar. Yo no quiero. Tiene la cara llena de
pintalabios. Seguro q solo te ha besado a ti?
Inés: Dime que solo te ha besado a ti, por favor
Inés: Tía, hay algo q tengo que contarte…
Inés: Te acuerdas de que estuve conociendo a alguien hace un tiempo?
Inés: Vale, pues el alguien era Javier Jesús. No m odies x fa, iba a contártelo cuando estuviéramos
jubiladas o algo, o en mi lecho de muerte, o te lo iba a dejar como herencia junto a un chupachups de
sandía o algo
Inés: Por favor, dime q no te has pillado de Javi…
Inés: Vale, lo voy a soltar: todavía le quiero, tía. En plan mazo.
Inés: Pero si tú también le quieres no pasa nada, me alejaré. Es insoportable igual. Le odio. Le odio d
vdd ES HORRIBLE Y FEO.
Inés: Eso no era verdad, está buenísimo y es demasiado guapo para ser real mierda.
Inés: Buffffffffff… Te lo explico todo mañana, va?
Inés: Es q yo creía q iba a ser el amor d mi vida tía y el pavo coge y me rechaza y bf yoqsé.
Inés: Creo q tengo q contarte algo más.
Inés: Me ha besado.
Inés: Y no ha sido en plan cochino. Quiero decir q me ha besado en plan superbonito. Ha entrado
cuando yo estaba en plan neurótica en la habitación buscando algo que tirarle a la cara, me ha
frenado, m ha abrazado y después m ha plantado un beso en la frente. Y ha sido precioso, tía, fuegos
artificiales, tierno q te cagas, socorro.
Inés: (sin lengua qué estúpido es mira d verdad).
Inés: A ver igual no quiero q me chupe la frente pero yoqsé.
Inés: Oye, ahora es como si tú y yo nos hubiéramos besado q asco jasjdajsajdjadjadjadj puajjjjj.
Inés: Me da envidia el mojito q has subido a Insta, tenía que haber ido, aunque os viera besaros.
Inés: Bueno, no, no soy tan masoquista, pero me debes 1 mojito cabrona.
Inés: Tronca x favor te lo suplico dime q no le quieres.
Inés: Ce, estoy un poco borracha jejrejfjefj.
Inés: Quiero tirarme a Javi ejejekekejejerje.
Inés: Te quiero muchoooooooo.
Inés: Javi no quiere hacerme el amor le odio es imbécil te lo puedes creer? Le odio mazo tía.
Inés: Cuántos diastólicas crees que pedo aguantar sin decirle q le quiero?
Inés: pedo jaja.
Inés: Q pasa, Carlotita de mi corazón, soy yo, tu novio postizo. Supongo q te has dado cuenta, pero
tu amiga es una petarda d mucho cuidado. Voy a borrarle los mensajes, pero solo a ella, así te echas
unas risas cuando quieras (son para enmarcar, eh?). Mañana no hagas mucho ruido al entrar, xfa, q la
pava necesita sobarla tres días seguidos, se ha pillado el moco de su vida y el alcohol que teníais
poco más y era de quemar; menos mal q ahora me tenéis a mí para instruiros (de nada). Yo me voy
a tu cuarto, privilegios de ser tu mejor amigo y dejar q me partan la cara por ti (lo siento, pero el sofá
es incomodísimo). Mañana convenceré a Inés para q me deje dormir con ella. Le haré la cucharita
hasta el día del juicio final, q dice q no me aguanta, pero luego te manda 35 mensajes hablando de
mí (los he contado jaja). Creo q estoy enamorado, tócate los huevos… Lo siento, pero no eres mi
tipo. Quieres ser mi mejor amiga para siempre y vivir en Villa Friendzone? A ver, mientras esto dure
supongo que tendremos que darnos algún beso tonto, pero no creo q haga falta fingir mucho tiempo
más que nos gustamos. Un par de semanas y digo que no eres mi tipo, te parece? No quiero parecer
un capullo, pero es que Inés me gusta de verdad y no quiero cagarla con ella. No más, al menos. Ok?
Ya hablamos. Te quiero.
Inés: Buenos días, tronqui, ¿qué tal la noche? Aquí vino el Insoportable sin ti, así que supongo que
estás mejor que bien: sin él y acompañada del tío más bueno de la universidad; todo buenas noticias.
Hablamos cuando quieras, mi niña. Voy a intentar no pegarle a Javi con la sartén grande. Te quiero.
Sonrío nada más lo leo todo, hago otra captura para la posteridad (gracias,
profe, por este valioso aprendizaje) y me pongo inmediatamente a teclear. Su
último mensaje es de hace unos minutos.
Carlota: Hola, tía. La noche… Buf. Brutal. Te tengo que poner al día, fue una completa locura.
Estoy ahora mismo dentro del edredón de Tristán, y está haciendo churros. Y sobre «el
Insoportable»: no seas tan dura con él; ayer volvió a poner la cara delante de Roberto (ya te contaré,
comemos juntas?), y no le digas que te lo he dicho, pero me dijo cosas muy, pero que muy bonitas
de ti. Por cierto, el beso no fue para tanto, parecía un oso hormiguero… Vas a tener que enseñarle…
Carlota: Por cierto número 2, tengo una teoría: creo que las personas que escriben muchos mensajes
y muy breves se tienen que liar con las que escriben solo uno y kilométrico.
Inés: 1: Tía comemos juntas y me lo cuentas todo, apunta cómo hace los churros (si son congelados,
si los quema, cómo pone el azúcar y eso) q eso es importante. Bocata calamares y relaxing cup of
café con leche in Plaza Mayor? Es lo mejor d Madrid después de ti. Como la sopa de ajo en
Valladolid. Un día t tengo q llevar a Valladolid ok? Tomaremos mucha sopa de ajo, así Javi no
querrá darnos besos.
Inés: 2: Carlota, como te dijera algo de mis tetas le reviento, no te dijo nada de mis tetas, ¿no?
Inés: 2.1: Bueno, luego me lo cuentas… Si dijo algo bonito tampoco le reviento.
Inés: 3: No le pienso enseñar nada. Voy a ir con alcohol de quemar para limpiarte la lengua.
Pobrecita, lo q has tenido que pasar. Te acompaño en el sentimiento… Amén.
Inés: 4: Lo de los msj quiere decir que Tristán envía muchos y muy cortos? Pq tú los envías mazo
largos.
Carlota: Si tú supieras… Bocata calamares and relaxing cup. Y me apunto lo de la sopa. Nos vemos
en el caballito a las 14?
Inés: Sí, me escabulliré, soy la ninja vallisoletana. Fiu, fiu!!! (fiu fiu = yo tirando cosas de ninja).
Cuando termino de escribirme con Inés marco como leídos algunos mensajes
de gente del máster que no me ha hablado en mi vida; algunas personas me dicen
que «Pobrecito Rober», otras me felicitan por mi relación con Javi y otras me
dicen que no saben cómo tengo tanto mal gusto, pero ninguna menciona a
Tristán, lo que resulta muy conveniente.
Para terminar mi sesión de relaciones públicas de por la mañana, viajo a la
última conversación. A la de alguien con quien ya he hablado, aunque no lo sepa
nadie más.
Javi: Ey, fue muy tóxico responderte desde su móvil? Dime q no, xfa.
Carlota: Sí.
Javi: Bffffffffffffff en serio?
Carlota: Un pelín, pero estuvo bien que le borraras los mensajes. Fue en aras de un bien mayor.
Javi: Eso, una de cal y otra de arena. A mi machista interior le encanta que le justifiquen ahora q le
estoy matando. No, en serio, q conste que lo hice para q no se rayara.
Carlota: Ya lo sé, pero ahora no te rayes tú.
Javi: Estoy pilladísimo, Carlota.
Carlota: Lo sé, soy tu novia y me mandaste a la friendzone
Javi: Es que no eres mi tipo. D qué se despolla esta ahora? Espera.
Carlota: No sé…
Javi: Le has dicho que beso como un oso hormiguero, pedazo de cabrona?
Carlota: Preferías q le dijera a mi mejor amiga pilladísima por ti que besas bien?
Javi: Beso bien?
Carlota: Perfectamente, para ser un oso hormiguero. Pero q no se te suba a la cabeza.
Javi: Jeje vale
Carlota: Pero Tristán te da tres millones de vueltas…
Javi: Eso me lo tienes que contar con detalles.
Carlota: No que te pones celoso.
Javi: Eh, q al novio controlador ya le has dejado. Yo soy el liberal. El q te anima a ir a casa de
Tristón.
Carlota: Haré como que no le has llamado eso.
Javi: Oye, tu cama es mazo cómoda, quédate a vivir allí ok?
Carlota: Claro, y q Inés me mate.
Javi: Yo la cuidaré bien…
Carlota: Deja de despacharme, tenemos que salir juntos por lo menos hasta una semana después de
la convención.
Javi: Tanto tiempo?
Carlota: Claro, no querrás quedar como un cornudo?
Javi: Bf, no. Sería terrible para mi reputación.
Carlota: Q reputación, Javier Jesús?
Javi: … Yo también te quiero, mi amor.
O
— ye, qué injusto, estás buenísimo —suelta mi bocaza descastada cuando aún
está entrando. Hablar con Inés y Javi me ha desatado. Estoy fuera de control y
no tengo tiempo para pararme a poner el filtro que he quitado con ellos.
—¿Perdona? —se ríe mientras acerca los churros a la mesita de noche.
Me tapo la boca con rapidez cuando me doy cuenta de lo que he hecho, pero la
media sonrisa socarrona que mantiene me enciende otra vez. En fin. De perdidos
al río. Me destapo la boca y digo:
—Que estás buenísimo. No es justo. ¿No podías dejar un poco para los demás?
—¿Me lo dices a mí o al chocolate?
Suspiro de forma deliberadamente condescendiente.
—Te lo digo a ti, tonto. El chocolate aún no lo he probado.
Cuando Tristán me mira con una ceja enarcada y esa seriedad suya que me
vuelve loca, me muerdo el labio inferior y aprieto el edredón contra mi cuerpo,
aún tapado solo por su camisa. Él, solo un segundo más tarde, ha metido el dedo
en el chocolate, ha lamido las gotas que se le iban a la mano con más
sensualidad de la que pensaba que podían concentrar todos los actores de
anuncios de colonia del mundo entero y, tras inclinarse sobre la cama y ver mi
cara de pasmo, me ha analizado como si me fuera a devorar, ha reptado hacia mí,
consiguiendo que me tumbe, y me ha abierto la boca con la mano que no tiene
pringada de chocolate mientras acariciaba mis labios con el pulgar.
—Abre.
«AveMaríaPurísimaSinPecadoConcebida».
—¿O qué? —No sabes lo que me ha costado responder eso.
Cierra los ojos y respira hondo. Mientras lo hace, a mí se me van los ojos
instintivamente hacia su entrepierna, algo que él aprovecha de manera magistral
cuando me pilla infraganti.
—Abre, Carlota, o no te lo podré meter. —Su sonrisa ladina es terrible para mi
salud.
—¿Eres consciente de lo malinterpretable que…?
—El chocolate, malpensada. —Menea las cejas.
—Sí, clarísimamente hablabas del choc…
No puedo terminar. Nada más he abierto la boca para hablar, el índice de
Tristán me ha tanteado y se ha introducido en mi boca con lentitud, suavidad y
cautela y ha empezado a jugar con mi lengua, haciéndome soltar un gemido de
lo más pornográfico.
Me quiero morir de la vergüenza.
Y a la vez no quiero parar.
Cuando entiendo que va a salir, succiono su índice con ansia y abro los ojos,
consciente de lo roja que estoy y de que estoy empapándole las sábanas, y
atraigo su rostro con ambas manos hacia mí para que me mire.
—Está usted desatada, Zambrano.
Suelto su índice, inhalo con necesidad y respondo:
—Pues áteme.
Le falta tiempo para estampar sus labios sobre los míos y abrir el edredón.
***
Q
— ué va, te equivocas, lo mejor para la resaca no es el café —aseguro. Estoy
rebatiendo lo que acaba de constatar en nuestro nuevo tema de conversación,
encima de su pecho, embobada por completo y después de un orgasmo
maravilloso. Él me dibuja infinitos en la espalda.
—¿Y se puede saber por qué lo afirmas tan categóricamente? —responde.
—He recabado toda una serie de datos empíricos que corroboran mi hipótesis.
—Ah, ¿sí? ¿Y de cuánto era la muestra? —Me besa la barbilla.
—De una persona.
—Vamos, que lo has vivido en tus carnes y te quedas tan ancha —confirma.
—¿Es que solo puedes ser pedante tú? —me quejo.
Se descojona. Y, como las últimas veces, sonrío cuando lo hace. Ver a Tristán
reírse es maravilloso. Siempre le he visto tan serio, tan tajante, y ahora es tan
distinto, tan raro ver que es una de las personas más dulces que he conocido en
mi vida, que me descoloca.
—Bueno, ¿y me puedes decir por qué no es el café con sal, según tú? ¿Se
puede saber qué es lo mejor?
—Lo mejor eres tú.
Su silencio repentino me dice que no se lo esperaba. Está bien, lo entiendo.
Hace dos semanas hacíamos el paripé en clase de que no nos aguantábamos y
ahora estoy en su cama diciendo cursiladas. Pero la vida es así, sorprendente y
cachondísima.
—Me explico, ¿vale? —entono con dulzura. Él asiente—. Tal vez no seas tú en
todos los casos. De hecho, si tú eres el remedio para todo el mundo creo que vas
a tener bastante trabajo. —Aparto la mirada y esa idea de mi mente—. Me
refiero a que esto es lo mejor para la resaca: los mimos, las caricias, remolonear
en la cama hasta la una del mediodía después de un orgasmo que te quita de un
plumazo todos los pensamientos intrusivos. Tener alguien a quien hablarle
despacito. La versión de domingo de la slow life de la que presumen las
instagrammers. Y en mi caso, todo eso te incluye a ti. Por eso digo que quien
dice que lo mejor para la resaca es el café con sal no tiene ni idea de la vida;
porque la vida es esto. Y yo firmaría por tener todas mis resacas así. —Me
inclino y le beso con suavidad—. Y ahora haz como que el último minuto no ha
sido absurdamente cursi.
Él se queda callado como dos minutos. Yo solo sigo besándole para contener
mi histeria. Luego, solo me mira, parpadea y dice:
—Guau.
Sonrío.
—Y si hubieras experimentado el pack completo dirías «guau» dos veces.
Ahora es él quien se inclina y me besa en la frente.
—Ya, bueno, no sé. Hace mucho que no me toca nadie y no sé si estoy
preparado.
Me quedo sin habla. Normalmente estoy acostumbrada a ser yo la de las
inseguridades, los miedos, los reparos. Que sea don Perfecto quien los tiene me
destruye por completo los esquemas.
—¿Puedo preguntar qué te da miedo?
Suspira.
—No lo sé ni yo. ¿Todo?
—¿Todo? —Me encaramo un poco más encima de él—. ¿Por eso dijiste que
no íbamos a hacer el amor?
—No… —se ríe, tierno—. Eso era porque de verdad quiero hacerlo bien
contigo, Carlota. No puede ser de cualquier manera, después de una noche de
fiesta ni en una mañana de resaca, y mucho menos teniendo que esconderlo al
día siguiente en la universidad. El día que me lance contigo no te pienso volver a
soltar.
Entierro la cara en su pecho y ahogo un gritito.
—Me gustas mucho —musito, aunque lo pronuncio más bien como un mi
gushtas muscho, aquí, en medio de los pelitos que le salpican los pectorales.
Pero como lo siguiente lo quiero decir vocalizando bien del todo, emerjo y le
miro directamente—. Y no me importa que haga mucho tiempo; como si no lo
hubieras hecho nunca. Si crees que yo actuaba así de desinhibida con mi ex,
estás bastante equivocado. De hecho, esta mañana me ha dado bastante cosa
reconocerlo, y no sabes cuánto me ha calmado que cogieras tú las riendas.
Empezaba a pensar que estaba sonando como una colegiala enamorada,
inexperta y ridícula. Te recuerdo que en esta relación de poder no soy yo la
dominante.
—¿En esta relación de poder? —Abre mucho los ojos, atónito.
—Tristán… ¿El profe y la alumna? Por favor. Somos un cliché de novela
romántica.
—Ahá… ¿Y cómo suelen acabar esos clichés?
—Depende. ¿La novela tiene erótica?
—Por favor.
—En ese caso, me tendrías que empotrar en tu despacho.
Sus pupilas se ensanchan de súbito y el verde de sus iris desaparece de sus
ojos.
—¿Me está buscando usted las cosquillas, Zambrano?
Podría seguir, y Dios sabe que me encantaría, pero creo que ahora mismo no es
lo que más le interesa; no, si quiero que esté bien y deje de pensar en lo que
podríamos estar haciendo y no hacemos. Yo necesito tiempo, pero él también.
Por eso paso de responderle y le lanzo mi mejor ataque de cosquillas.
ES MI ATLETI
«Si quieres» – Cariño
***
***
P
—¿ or qué cojones no me dejas vivir? —espeto nada más llegamos al pasillo.
Ni siquiera me molesto en sacarlo de la universidad. Prefiero quedarme en un
espacio seguro, cerca de mis amigos.
—¿Te faltan al respeto en la puta cara y me tengo que quedar callado?
—¿Y tú qué coño sabes de respeto, Roberto? ¿De repente te has sacado un
máster de resolución de conflictos que te ha abierto los ojos? ¿Has hecho
mindfulness? ¿Un curso exprés de yoga? ¿Un despertar espiritual te ha sacudido
las ideas? ¿Se te ha aparecido Jesucristo en un póster de la pared? —salto.
El muy imbécil se cree con el derecho de resoplar.
—Mira, Carlota, yo no hice las cosas bien, eso te lo compro. Esta mañana ya te
he dicho que fui un capullo integral, y lo voy a trabajar con una psicóloga porque
no me da la gana ser así. Pero eso no le da carta blanca a los demás para
comportarse con esa superioridad moral y esa condescendencia contigo.
—Pero ¿tú qué coño sabes de cómo están siendo conmigo? —espeto.
—Bueno, Tristán se ríe de ti delante de todo el mundo y Javi no hace nada para
callarle.
—¡Tristán y yo tenemos una relación de igualdad, coño! No se ríe de mí, y
aunque lo hiciera, tampoco necesito que nadie me defienda, pero, para tu
información, no ha hecho más que tratarme bien desde que me conoce, pedazo
de bocazas. El problema es que la gente está tan enferma que no cree que un
hombre y una mujer puedan ser amigos, por eso nos comportamos así.
—¡Claro que un hombre y una mujer pueden ser amigos, Carlota! Siempre y
cuando ese hombre no sea Tristán y esa mujer no sea una alumna. ¿De verdad no
sabes que se tiró a la última a la que se llevó a la convención?
—¿Y tú de verdad eres tan machista como para pensar que la chica no tenía
dos dedos de frente para decidir a quién tirarse? ¿Qué película te has montado,
Roberto?
—¡No me jodas, Carlota! Guapo, listo y con la labia de un puto político… ¡Lo
tiene todo! ¿Qué tía no caería rendida a sus pies? Todas como moscas: primero
Paula y ahora tú. Pero ¿y el año que viene, cuando tú ya no estés? ¿Quién será la
próxima, Carlota? ¿Quién estará cuando tú ya hayas pasado de moda y no seas la
novedad? ¿A quién ocultará? ¿A quién le comerá la oreja en los pubs? ¿A quién
se llevará gratis de viaje por Europa? ¡Vamos, por favor, abre los ojos! ¿O me
vas a decir que no te ha llevado ya a su cama? Porque si no lo ha hecho a estas
alturas es todo un logro, ¡ojo! ¿Cuánto tardamos tú y yo en acostarnos? ¿Tres
años? ¿Y con él? ¿Has llegado a las tres semanas o ha sido antes? No respondas,
haz el favor. Respóndete a ti misma.
»Lo siento, pero no voy a hacer más como que me creo la escenita del pub, ni
mucho menos la de clase. Es más que evidente que lo de Javi es un puto farol,
que está pilladísimo de Inés, pero no tiene los huevos de decírselo porque la
cagó demasiado rechazándola y liándose con otra que a su modo de ver estaba
más buena y era más fácil la misma puta noche —dice. Yo siento que me quedo
sin aire—. ¿O eso no te lo ha contado? Ah, no, claro, ¡no es información
relevante! Es mejor que ahora vaya de héroe para acercarse a tu amiga sin
decírtelo.
»Porque, hablando de Javi, qué curioso que ahora se lleve bien con Tristán,
¿eh? Cuando no podía ni verle por lo de su prima. ¿O es que ahora que ve que se
puede aprovechar de ti sí se cree la versión de su nuevo profesor favorito? ¡Oh,
espera! ¿No será que le interesa tenerte lejos para estar él tranquilito en el piso
con Inés? Y dime, si es una relación de igualdad y tanto te respeta, ¿por qué no
reconoce ya que le gustas delante de todo el mundo? ¿De verdad no vale la pena
intentarlo delante de la universidad si lo de su ex no era verdad? Ah, pero el
paripé con Inés sí sirve.
»Mira, Carlota, te lo digo porque creo que te mereces algo mejor: si a ti y a tus
amiguitos teatreros aún os queda algo de dignidad, lo mejor sería que dejarais de
hacer cola para comerle la polla a Tristán, es lamentable —escupe finalmente.
No me doy cuenta del volumen que estamos usando hasta que reparo en que el
pasillo entero ha salido y lleva rato escuchando la conversación.
Mi clase incluida.
Inés rota en el suelo.
Javi mirándola devastado.
Y Tristán ni siquiera está ya aquí. Se ha ido. Otra vez.
COMO UN TÉMPANO DE HIELO
«No pide tanto, idiota» – Maldita Nerea
Avanzo según lo hace la canción y pienso ahora en Javi. ¿Cómo he podido ser
tan básica? En ningún momento pretendió convertirse en mi mejor amigo. Solo
quería estar cerca de Inés y remendar el daño causado.
Y luego está ella… Joder, Inés. ¿En qué momento nos hemos empezado a
ocultar información así? ¿Cuándo hice que dejara de confiar en mí? ¿Por qué
dejé de contarle yo las cosas? Desde que llegó de Valladolid fuimos
inseparables, y ahora llegan dos hombres, chasquean los dedos y consiguen que
empecemos a mentirnos. Aunque ellos no son los culpables, lo sé. Quienes
hemos cedido a hacerlo hemos sido nosotras, y no pienso quitarnos parte de
culpa.
Si al principio, cuando todo esto empezó, yo ya no entendía nada, ahora lo
hago menos todavía. Al principio todo había sido una discusión tonta con Rober
porque llamé papá a Tristán. Joder, lo pienso y me parece ridículo. Si no le
hubiera prestado atención a aquello, ahora seguiría todo como siempre. Mal, sí, y
con una vida que no me pertenece y en la que probablemente no habría podido
ser feliz, pero al menos no sentiría que soy un peón para todos mis amigos.
Porque aún son mis amigos, ¿no…?
Ya ni siquiera sé eso.
Me pierdo en mis propios pensamientos hasta llegar a la zona donde vivo con
Inés (y ahora con Javi, lo que me dice que la convivencia no va a ser nada fácil),
cerca del centro de salud, y cuando llego no sé si me alegro de estar aquí o lo
detesto.
¿Cómo pude creer que alguien como él se fijaría en alguien como yo?
¿En qué puto momento me metí en su cama tan pronto?
Estoy pensando que quizá es verdad que solo soy un entretenimiento para él
cuando llego a mi portal y siento que mi interior se hiela como un témpano. Pero
no es por la temperatura. No es porque no lleve chaqueta. No es por los vaqueros
rotos.
Es porque Tristán Acosta está justo delante de mí.
EL DÍA QUE ME LANCE CONTIGO
«Te felicito» – Shakira y Rauw Alejandro
S olo le devuelvo las llaves a Tristán cuando sé que empieza a ser seguro que
se vaya.
—Lo siento. —Le tiendo las llaves y me retiro el pelo detrás de la oreja, con
tristeza.
Él, sin embargo, sonríe.
—Se te sigue dando de coña pedir perdón.
—Hay cosas que no cambian nunca. —Me encojo de hombros.
—No me cabe duda. Yo me sé un par que no van a cambiar.
—No prometas lo que no puedes controlar, Acosta. Es peligrosísimo.
—¿Y se puede saber qué no puedo controlar?
—Tus sentimientos.
Se ríe, áspero.
—Esos hace tiempo que se lanzaron detrás de ti.
Cierro los ojos y me separo de la moto para que se suba él. No quiero que me
diga esto solo para que me sienta mejor.
—Vete, anda. Sigue siendo un profesor odioso y perdonavidas.
—Buena recogida de cable, Zambrano. Pero no me olvido de lo que te gusta el
perdonavidas.
—Cállate y arranca de una vez. —Aparto la mirada.
Pero Tristán no lo hace; no aún. Se apoya en el manillar con una mano, me
mira, y con la mano libre viaja a la línea de mi mandíbula y la acaricia.
—¿Puedo preguntarte solo una cosa más?
—Puedes preguntarme lo que quieras. —Trago saliva—. Siempre has podido.
Suspira.
—¿En serio crees que todo esto no tiene arreglo?
Respiro hondo y cierro un segundo los párpados.
—¿Te soy sincera? —Asiente—. Me encantaría decirte que no lo creo; que
algo muy dentro de mí sabe que volveremos a estar bien, o que empezaremos a
estarlo. Pero lo cierto es que no tengo ni puñetera idea, y ahora mismo no hay
nada que me duela más que quererte y no poder hacerlo bien porque, por más
cosas que me digas ahora, soy incapaz de creerme lo que no he visto. Y soy
incapaz de creerme suficiente.
Pese a todo, lo peor no es la dureza de mis palabras ni el dolor que se me
asienta en el pecho, es el par de ojos perdidos que rehúyen mi contacto.
Lo peor es cómo Tristán me sonríe, se inclina sobre mí y me da el beso más
dulce, delicado y tierno que me han dado en mi vida. Tras el que yo añado:
—Pero sí sé una cosa, Tristán, y de esto no me voy a olvidar jamás: eres con
quien más he aprendido.
Cierra los párpados y sonríe con melancolía.
—De algo me tenía que servir el máster de profesorado. —Sonríe débil. Intuyo
que está sufriendo tanto como yo, pero por una vez necesito pensar en mí misma,
y cuando pienso en él me olvido de todo. No me lo puedo permitir.
—Conduce con cuidado —digo después.
Asiente.
—Y escríbeme al llegar —añado con el ceño fruncido. Luego embebo los
labios. Estoy a punto de llorar otra vez.
—Lo haré.
—Y conduce con cuidado.
—Eso ya lo has dicho, Carlota.
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos…
Esta vez soy yo quien no lo evita.
Hundo mis labios sobre los de Tristán con más amor del que podría sentir
jamás según él me aprieta la cintura con necesidad, me separo de él sin mirarle a
los ojos y entro en el portal corriendo.
Esto es una mierda.
HAY RECUERDOS QUE NO SE BORRAN
«+ (MÁS)» – Aitana, Cali y El Dandee
M e estoy secando el pelo con un pijama de franela azul celeste, muy pocas
ganas de interactuar con el mundo y el estómago cerrado. Cuando me he
metido en la ducha, Inés y Javi aún no estaban aquí. No sé nada de ellos, excepto
que Javi me ha llamado cinco veces.
Cuando salgo, sin embargo, aunque mantengo el pijama de franela y el
estómago cerrado, mis ganas de interactuar con el mundo aumentan un pelín.
Solo un poco. Porque Inés acaba de abrir la puerta de casa y está hecha polvo.
Cuando nos vemos, echamos a correr hacia la otra como si no hubiera un
mañana y ella solloza:
—Ce… Lo siento muchísimo.
—No, no, no —la calmo acariciando su pelo y rompiendo a llorar otra vez—.
No me pidas perdón. Soy yo quien tiene que pedírtelo a ti. He sido la peor amiga
del mundo. Sabía lo que sentías por Javi y aun así me lie con él, aunque fuera un
paripé. Sabía que estabas enamorada y seguía con el rollo para ver si así la cosa
mejoraba. Pero no sabía… No sabía que te dolía tanto porque él…
—No sabías que me dejó por otra, tranquila, está bien. —Niega con la cabeza
—. No podías saberlo. Es un peso con el que no tenías por qué cargar, por eso te
lo escondí… Ya has llevado bastante de mi sufrimiento a cuestas.
—No, sí que lo es. Inés, yo no… Yo accedí a que viniera a casa… Él lo
sabía… En La Dolores estaba… No sabía que te había hecho tantísimo daño. —
Suspiro.
—Ya está, Ce, cariño, de verdad. No pasa nada. Me lo ha contado todo, ¿vale?
Ahórrate el mal trago. —Me aprieta más contra su cuerpo y yo me descubro
dibujando pucheros como una niña pequeña—. Yo siento muchísimo haber
accedido a hacer lo de las parejas con Tristán. No me imaginaba que conmigo le
fuera a resultar tan fácil, y contigo…
Niego con la cabeza. No quiero que se tenga que explicar, pero, sobre todo, no
quiero tener que hablar de esto. Duele demasiado. Ella lo capta y para
inmediatamente, cogiéndome por ambos hombros y diciendo:
—¿Tarde de chicas hasta que llegue Javi…?
En ese momento, sin embargo, suenan nuestros teléfonos, los dos a la vez.
Y eso solo puede significar una cosa.
Buenorros sin fronteras
Javi: Chicas, no me esperéis. No voy a ir al piso.
Inés: ¿No irás a volver a casa de Roberto?
Javi: Ya veré.
Inés me agarra muy fuerte la mano. No necesito hablarlo con ella para saber
que ninguna de las dos estamos bien con… lo que sea que sean los chicos para
ella y para mí. Pero no podemos dejar que vaya a casa de Roberto.
Pero antes de que pensemos qué responder, me llega un mensaje más por
privado.
Tristán: Ya he llegado y he hablado con el claustro. Está todo bien, no me lo han tenido en cuenta
por mi historial. Vuelvo a casa.
Carlota: ¿Saben que le pegaste?
Tristán: Eso no es asunto suyo, no pasó en la universidad.
Tristán: Y francamente, tampoco me siento orgulloso de haberme rebajado a su nivel de neandertal.
Carlota: De acuerdo… ¿Estás bien?
Tristán: ¿De verdad quieres que te responda a eso?
Carlota: Quiero saber que estás bien.
Tristán: Carlota… No hagamos todo esto aún más difícil. De todos modos no me vas a creer.
Carlota: Ok.
Tristán: Estoy bien, cuídate.
Carlota: Tú también.
C uando el martes amanezco con Ladilla Rusa a todo meter, sé que Inés está
de luto. Pone al grupo cada vez que tiene un desengaño amoroso, y ayer
vivió el peor de todos cuando estaba volviendo a creer en el amor. Por supuesto,
yo no voy a decirle que ojalá se arregle con Javi, por más que sepa las
intenciones que tiene ahora él con ella. Ella tampoco me lo ha dicho a mí por
Tristán, y si una mejor amiga quiere engañarse a sí misma diciendo que no
quiere a un tío, la otra mejor amiga asiente y canta a todo pulmón «KITT y los
coches del pasado», aun a riesgo de que su casera la eche del piso donde está
porque son las siete de la mañana.
—Y ES QUE MARIVÍ ES UNA ENAMORADA —vocifera desde el baño mientras se
pinta.
—UNA ENAMORADA DE CUALQUIER MARICONADA —grito yo en respuesta.
—¿¡Qué somos!? —añade ella después.
—¡Yo soy bisexual, pero tú eres hetero porque no puedes ser perfecta!
—¡Yo iba a decir divas empoderadas, pero me vale! —se ríe—. ¿¡Y por qué no
nos casamos la una con la otra!?
—¡Porque nos va el drama más que a una influencer el color marrón!
—¡Exacto, porque nos va el drama! Pero ¿¡vamos a llorar!?
—¡Ni de coña!
—¡Eso es, Carlotita!
—¡Bueno, igual lloramos un poquito! —rectifico.
—¡… Para qué negarlo!
—¡Y ES QUE MARIVÍ ES UNA ENAMORADA! —retomo después.
—¡UNA ENAMORADA DE CUALQUIER MARICONADA!
Cuando terminamos, las dos forzamos una sonrisa y nos encaminamos hacia
clase con entre cero ganas y ninguna, pero es lo que hay. Lo último que nos
conviene ahora mismo es enterrar la cabeza debajo de la tierra.
Así que, sin soltarnos de la mano, aparecemos en la universidad.
Lo peor es que es martes. Y los martes solo tenemos tres horas.
Las tres de tutoría.
Las tres con Tristán.
***
Entramos en el aula temprano para no encontrarnos con nadie, pero parece que
no hemos sido las únicas con esa idea. Los tres mosqueteros, Tristán, Javi y
Roberto, están dentro sentados en silencio.
—Eh… Creo que venimos en diez minutos —digo.
Pero alguien no está dispuesto a que huyamos así.
—Zambrano. —La voz de Tristán, grave y ronca, me hace frenar de inmediato.
Inés me mira y frunce el ceño. Le hago un gesto para que se vaya, pero niega y
se queda conmigo—. Pase, tengo que hablar con usted.
Eso sí que no me lo esperaba.
Vale, yo iba a tratarle como antes, pero ¿de usted? ¿De verdad?
Me giro de súbito y me dirijo hacia su escritorio.
—¿Me estás tratando de usted?
—Lo estoy haciendo, sí.
—Pero ¿tú a qué coño estás jugando? Que nos hemos enrollado. —Me cruzo
de brazos. Él suspira hastiado, pero no responde todavía. Primero se levanta con
fingida solemnidad hasta encararse conmigo, y una corriente eléctrica de cien
mil millones de vatios se instala entre los dos cuando llega hasta mí y dice:
—A hacer de toda esta puta mierda algo menos doloroso. Tengo que hablar
contigo de Toulouse. Nos faltan un par de cosas por pulir y necesito que
pactemos las fechas.
Me río. Soy una de esas personas que no puede evitar hacerlo en los momentos
tensos, cuando estoy nerviosa o incluso cuando me dan una noticia triste. Es
horroroso, pero así soy yo. Inoportuna en todos los sentidos de mi vida.
—¿Me quiere decir, señor Acosta —enfatizo, cabreadísima—, que mi proyecto
está mal?
—Tu proyecto es la hostia, Carlota, no seas dramática.
—¿Ahora sí me tuteas?
Tristán cierra los ojos y los abre de nuevo en el techo. Luego da una vuelta
sobre sí mismo. Cuando lo hace, me doy cuenta de que hoy, saliendo de esa
costumbre tan suya de venir en traje, se ha puesto un polo negro que sobresale
por debajo de un jersey verde oscuro de pico. Lo ha acompañado de unos pitillos
a juego con el polo y unos botines oscuros. Y yo voy muy, pero que muy
parecida. Llevo unos vaqueros negros, un jersey verde pistacho de lana con
escote en pico y un pañuelo negro. De calzado, como casi siempre, unas
Converse blancas.
Y, cómo no, no puedo evitar quedarme embobada mirándole y pensando en
que:
a) vamos de uniforme,
b) el Universo nos está mandando señales,
c) tenemos telepatía y
d) soy un poco boba por estar pensando en todo lo anterior.
C laro que no he pasado página con Tristán. ¿Cómo voy a hacerlo en un solo
día, por más que me duela todo? Lo de Rober, aunque parecía no tener fin,
era evidente que tenía que llegar. Pero lo de Tristán no. Lo suyo llegó, revolvió
mi vida, mis ideas, mis estudios, mis viajes, mis planes y mi corazón, y después
vi que no estaba dispuesto (al menos no aún), a revolver nada de lo suyo.
Pero tampoco le culpo, aunque esté así de dolida. Él tiene su vida, su ático
estupendo, su trabajo, su moto. Yo, a sus ojos, no era más que una alumna con
un proyecto muy íntimo. Hasta que me metí en su cama, claro. Ahí pasé a ser
algo más. Aunque lo hiciéramos todo tremendamente mal.
—Instalad el plugin de Google Scholar en Chrome, por favor —entona a mitad
de la clase, ya sin el ustedes—. Voy a pediros que metáis un documento concreto
de este buscador en cada uno de los Trabajos de Fin de Máster, de cara a
completar la bibliografía. Sé que la documentación interna la tratáis con López,
pero esta vez va a tener que ver con la implementación. Poneos música mientras
lo hacéis, si os apetece. Os va a llevar un rato. En veinte minutos os pregunto.
Toda la clase se queda loca. ¿Quién es ese tío joven y guapo que nos tutea y
nos dice que nos pongamos música y dónde está el rancio de los «ustedes» de
repente? Si solo hace un rato me estaba tratando así a mí.
Rescato los auriculares de mi maletín y me los pongo para huir del mundo.
Inés hace lo mismo, pese a que Javi se ha girado un segundo para ver si quería
hablar. Yo niego suavemente con la cabeza para que no le insista. Al menos no
ha vuelto a pasar nada más malo entre ellos.
El problema es que ahora, tras quince minutos intentando instalar el condenado
plugin, mi ordenador del año de la tos decide que dar problemas es una buena
idea. Para colmo, no me doy cuenta de que he suspirado de puro agobio hasta
que atraigo algunas miradas de gente a la que probablemente esté molestando.
—Lo siento —entono.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta Rober. Yo le rechazo lo más educada que sé.
—No, necesito un ordenata de este siglo, pero no es una invitación para que
me compres uno ni nada por el estilo. —Rober se ríe un poco, yo tuerzo una
sonrisa y sigo intentándolo.
En ese momento, con todo, Tristán ya está a mi lado y se ha acuclillado junto a
mí. Y eso me pone histérica.
Histérica nivel tener que ahogar un gritito y un respingo que casi hace que me
caiga de la silla, si no fuera porque me ha parado poniéndome una mano tras la
corva.
Pero más histérica me pone lo que pasa justo cuando me quito el auricular que
me quedaba. Porque, como no era suficiente con que la dichosa cancioncita se
hubiera colado justo ahora en la reproducción (mea culpa, yo la metí en mi
playlist de Spotify), he tirado sin querer del cable de los cascos, y ahora, «La
noche en calma», que no puedo dejar de pensar que es nuestra canción, suena
por toda el aula.
Y Tristán me mira.
Y yo le miro a él.
Y la clase entera nos mira a los dos.
Y los dos, lo sé, nos acordamos de absolutamente todo lo que pasó.
Hasta que mi tutor reconecta el cable con rapidez, escapa del momento y me
aparta la mirada como si le quemara.
—Tampoco hace falta que me dejes de mirar así —susurro—. No lo he hecho
adrede.
—Ahora no, Carlota. No después de esto. Por favor.
Suspiro y asiento, tiene razón. Esta no es la manera.
—El instalador me da el fallo aquí. —Señalo la pantalla.
No necesita más que dos segundos para detectar el problema.
—Es por el cortafuegos. —Hace un par de clics y lo tiene solucionado—. Ya
está.
—Vaya, gracias, ahora no me siento nada tonta.
—¿Tengo que responder a eso…?
Buf, no. Sé perfectamente lo que quiere responder, y no estoy preparada para
que me suelte que soy de todo menos tonta. Si él no quiere hablar de cómo me
ha quitado la mirada de encima, yo no quiero que me llame lo que sea que me
quiera llamar. De todos modos, no sería capaz de creérmelo, viniendo de su
boca.
—Mejor no.
—De acuerdo. —Se levanta, pero antes da un par de clics más y entra en dos
páginas de internet que no conozco. Cuando lo hace, me mira, sonríe con
suavidad y dice—: El plugin ya está, pero te he activado un par de cortafuegos
bastante puñeteros. De todos modos, ya tienes toda la documentación que
necesitas. Desactívalos en los diez minutos que quedan y respóndete a ti misma,
a ver si eres o no eres tonta.
—Pero ¿esto de dónde ha salido? —pregunto cuando los veo—. No son
cortafuegos normales, prohibirían la entrada de Frodo y Sam al Monte del
Destino.
—Después te cuento dónde los encontré. —Se incorpora sonriendo—. Diez
minutos, Zambrano.
Pero estoy cansada del dolor, así que hago de tripas corazón y digo:
—Me sobran once, Acosta.
Tampoco puedo evitar sonreír ligeramente.
Mucho menos cuando me aprieta un hombro, sutil, antes de irse.
Inés me da una patada rápida cuando ve que se me ha cortado el aire y tengo
sonrisa de tonta.
—Espabila, tía. Diez minutos.
Y también sonríe.
***
***
Por algún motivo, cuando esta vez recorro los pasillos de la universidad en
dirección al despacho, no siento como si estuviera huyendo o escondiéndome,
como las últimas veces. De hecho, siento todo lo contrario.
Voy al lado de Tristán. Caminamos a paso lento según esquivamos a unos y
otros alumnos, pero ya nadie nos mira. Al menos, no como lo hacían antes, con
el pitorreo del «Sí, papá». Después de lo que pasó, casi me atrevo a decir que los
ojos que se posan sobre nosotros lo hacen con algo parecido a la comprensión,
algo que no entiendo, teniendo en cuenta todo lo que dijo ayer Roberto en el
pasillo.
—¿Qué le pasa a la gente? —pregunto en un susurro.
—¿Qué le pasa de qué? —responde.
—Sabes perfectamente a qué me refiero. No eches balones fuera.
Freno cuando estamos delante de la puerta de su despacho y se pone a buscar
las llaves. Él no responde. Pero si bien Tristán es un genio de la informática, a
mí se me da bastante bien saber cuándo me está saliendo por la tangente.
—Es cosa tuya, ¿verdad? —insisto.
—No sé de qué me hablas —esquiva mientras mete la llave en la ranura.
—Muy bien. …
Pero no está bien, así que asiento y me dispongo a hacer exactamente lo mismo
que hice ayer. «Con un movimiento será suficiente», me digo. Repaso en mi
cabeza cómo hacerlo y me lanzo.
Nada más hemos entrado, hago como que se me cae el móvil, lanzándolo con
todo el cuidado que puedo sobre mis Converse para amortiguar la caída (no soy
Tristán Acosta, no tengo dinero para un iPhone nuevo). Y me alegro muchísimo
al comprobar que no se ha roto, pero no me agacho a recogerlo. Evidentemente,
él sí lo hace porque, pese a todo, sigue siendo un caballero, y es en ese momento
en el que aprovecho, le quito las llaves de la mano, cierro por dentro con una
rapidez que me sorprende incluso a mí y las escondo en el bolsillo trasero de mis
vaqueros, poniendo el jersey por encima y acorralándome a mí misma contra la
puerta.
He gastado toda la agilidad que tenía para el resto de mi vida en estos cinco
segundos.
—Venga ya, Carlota. —Cuando entiende lo que he hecho, se gira hacia mí y
enarca una ceja—. ¿Otra vez?
—Las que hagan falta.
Pone los ojos en blanco y su mano va a parar a la madera de la puerta, detrás
de mí, justo al lado de mi cara.
—Creo que dejé bastante claro que me la suda dónde escondas las llaves.
—Cuando me besas te da igual, pero cuando no lo haces no. ¿O tengo que
recordarte que hasta que me lancé no tenías pensado «sobarme el culo»?
—No será necesario, tengo buena memoria —espeta, serio como nunca. A mí
se me corta un poquito la respiración.
—Pues úsala para contarme qué carajo hiciste ayer cuando viniste a la
universidad —digo.
—No hice nada —dice, pero aparta la mirada.
Ah, no. Por ahí no. Me niego.
Le cojo el mentón y lo giro hacia mí.
—Mientes. Dime la verdad o me voy.
—Eres más cabezota que nadie, ¿verdad?
Sonrío radiante.
—Es mi mayor talento, cariño —digo con sorna.
—Muy bien, cariño —repite—. Pero no eres la única testaruda de los dos.
No me da tiempo a entender lo que está haciendo hasta que ya ha empezado.
Me ha pasado la misma mano con la que me estaba acorralando por detrás de la
espalda, la otra me la ha metido bajo las corvas y, antes de que me dé cuenta,
estoy en brazos de Tristán, tendida boca abajo y sin entender absolutamente
nada.
—¡Suéltame! —chillo, aunque de mi boca sale más una risa nerviosa que una
queja.
—Dame las llaves y te suelto —dice como si no le costara nada sostenerme así.
—No me da la gana —gruño.
—Ya te la dará —dice mientras me mira desde arriba.
—Te cansarás antes.
—Pesa más mi portátil que tú, enana. No tengo ninguna prisa. —Sonríe de
medio lado.
—Te odio —digo. Menos mal que no me ve. Ese «enana» me ha dejado fuera
de combate y estoy rojísima.
—Seguro que sí —responde y me recoloca sobre su espalda como si fuera un
saco de patatas. Yo me agarro a su jersey desde atrás como si me fuera la vida en
ello (de hecho, me va la vida en ello, si me caigo probablemente me muera),
aferrándome a su cintura con fuerza—. Eso, tú no te cortes, ¿eh? Toca tranquila.
—¡No te tocaría si me dejaras en el suelo, listo!
—¿Si te dejo en el suelo me darás las llaves?
—No. —Tampoco puedo evitar reírme. Es algo que me pasa muchas veces con
él. Me duele la luz de gas que me ha hecho, pero a la vez es gracioso, divertido y
mordaz de un modo que hace que no pueda aguantar la risa. Y que sea algo
inevitable lo convierte en algo altamente frustrante.
—Pues ahí te quedas. —Se apoya en el escritorio, pero refuerza el agarre de mi
cintura para que no pueda usar el apoyo para huir.
También te digo que, por más días que pase con él, sigo sin entender ni una
micra de lo que hace. Por una parte, me dice que no hagamos esto más difícil;
por la otra, se va del grupo; pero ahora me tiene agarrada por la cintura y las
piernas sin intención de dejarme ir.
Y pienso aprovecharlo.
—¿Esto es lo mejor que se te ha ocurrido para tocarme, Tristán? —pregunto.
—¿Esto es lo mejor que se te ha ocurrido para que te tocara, Carlota? —
responde fugaz. Mecachis.
Vale, se acabó. No puedo con él, con su socarronería ni con el calor que me
recorre en pleno diciembre cuando estoy a su lado. Hago como que me relajo
para despistarle y él se apoya en el escritorio, porque, por más que diga, sesenta
y dos kilos, haga el ejercicio que haga, no son para aguantarlos durante tres
horas seguidas. Luego espero unos segundos más y resoplo como si siguiera
enfadada hasta que noto que se confía.
Nada más veo (como buenamente puedo) que se saca el móvil del bolsillo,
actúo.
Separo las piernas, me impulso y me dejo caer.
Y, joder, es la peor idea que he tenido en mucho, mucho tiempo.
BÓRRALO TODO
«Duele» – Álvaro de Luna
T ristán ladea el mentón, aprieta los labios y frunce el ceño, divertido, según
asiente como diciendo «Ahá. Interesante» de un modo extrañamente
condescendiente pero sexy.
—Perdón —digo con la boca chica. Es todo lo que se me ocurre en un
momento así.
Mi maravilloso plan de trapecista ha salido mal, y en cuanto lo he puesto en
práctica casi me parto la crisma. Así que él ha tenido que soltar su móvil en el
escritorio para volver a agarrarme y ha acabado colocando mis piernas a ambos
lados de su cuerpo para que no me partiera la crisma.
La gimnasia nunca ha sido lo mío, ¿vale? Soy de las que no sabían hacer la
lateral y se mareaba con la voltereta. No me juzgues.
El caso es que ahora estoy sentada a horcajadas sobre Tristán, con una de sus
manos en mi nuca y la otra en la parte baja de mi espalda. Mi cadera sobre la
suya. Su mirada clavada en la mía. Mis brazos rodeándole los hombros.
Y entonces, por si eso fuera poco, entona:
—Gracias por las llaves, guapa.
Cuando separa la mano de mi espalda, las tiene ahí, entre sus dedos, como si
estuvieran pegadas con Superglue.
—¿En qué momento…?
Suelta una risa que es todo aire.
—En el que te has puesto a hacer el mono. Pero tranquila, no te he tocado. Se
te han caído a ti en uno de tus movimientos de contorsión.
«Ya. Pues qué lástima».
—Enhorabuena, ahora te odio aún más —digo. Como tiene las llaves, seguro
que no me va a contar qué pasó ayer.
Pone los ojos en blanco y responde:
—Muy bien. ¿Y te vas a bajar, o me vas a contar los fundamentos de tu
propuesta aquí?
Cierro los ojos, suspiro, y como soy buenamente capaz (de manera muy
ridícula, todo sea dicho), desenrollo los brazos de encima de Tristán, me
incorporo y repto hasta estar en el suelo.
Pero si bien he sido derrotada por un pedante, no estoy hundida. Yo nunca me
hundo del todo. De haber estado en el Titanic, habría nadado hasta Rose para
darle un empujón y que me hiciera sitio en la tabla.
Saco el portátil del maletín, lo pongo encima del escritorio, a su lado, y muy
cerca de él, con toda la seriedad que puedo, entono:
—Cada vez que una persona envía una fotografía, la aplicación de mensajería
hace un registro del elemento y lo envía. —Tristán asiente—. Y por eso el
primer fundamento es la Teoría de Causalidad. La foto es la causa, y el registro
es el efecto. —Va a intervenir para frenarme, pero no se lo permito. Pongo una
mano delante de su pecho y le freno yo a él.
»Un momento. —Si me dices hace dos meses que estaría mandando callar a mi
profesor, no te creo—. La causa no se puede evitar automáticamente con una
API, pero el registro sí. La intención es frenar el envío en el momento del efecto.
Cuando la aplicación de mensajería reciba cualquier fotografía, la API la
analizará en base a algunos parámetros predefinidos: análisis de edad,
desnudez… Si cumple uno o más de ellos, se bloqueará automáticamente el
envío.
—Echa el freno, Carlota —interrumpe otra vez, pero ahora no le paro—. No
puedes bloquear el envío sin más. No con ese fundamento.
—¿Por qué no? —Frunzo el ceño.
—Porque esas aplicaciones dan la opción de reenviar cuando hay un error de
envío, y la API podría no detectar la segunda vez. Estarías añadiendo una
variable más, y tendrías más de una causa para un solo efecto. Habría que
rehacer la implementación.
Suspiro. Menudo chasco.
—Ey, no te agobies. —Me acaricia el codo con suavidad mientras sonríe—. Se
te escapa algo.
—Se me escapa todo. Acabas de tirarme toda la base del proyecto con una sola
frase.
—Carlota. —Se levanta y me mira—. ¿Por qué hay capturas de nuestras
conversaciones?
Enarco una ceja y me cruzo de brazos. ¿Por qué narices me pregunta eso en un
momento como este? ¿De verdad cuando había logrado centrarme me tiene que
salir con estas?
—¿Y esto a qué viene ahora?
—Respóndeme.
—No es el momento —me niego. Él resopla.
—Carlota, responde.
Doy una vuelta por la habitación para calmarme. Ya no solo es que me saque
el tema, es que me exige que entre. Que pretende que hablemos las cosas cuando
a él le venga bien y no cuando estemos los dos preparados. Pues lo siento, pero
no. No pienso pasar por el aro. Yo ahora estoy hablando de mi proyecto, y
cuando antes le he preguntado qué había pasado en la universidad, no me ha
querido responder.
—¿Podemos centrarnos en el trabajo?
Se lleva dos dedos al puente de la nariz y se lo presiona.
—¿Por qué crees que te lo pregunto? Ya te dije que no iba a hacerlo más
difícil.
—Pues eso es ponerlo más difícil —replico.
—No. Es ayudarte a encontrar la respuesta al problema de tu proyecto sin
dártela yo.
—¿Y cómo coño pretendes que haga eso hablando de nuestras conversaciones?
—pregunto. Estoy a punto de ponerme a llorar de pura frustración. Él toma aire
hondo y se despinza el puente de la nariz.
—Te lo voy a preguntar otra vez, ¿de acuerdo? —Me mira con fijeza—. ¿Por
qué hay capturas de nuestras conversaciones?
—No lo sé, Tristán, ¿quizá porque decidiste unilateralmente que lo más fácil
era eliminarlo para todo el mundo?
Y sonríe. Sonríe tan radiante que me dan ganas de darme la vuelta e irme de
aquí. Y de besarle con rabia y después echarle la bronca como en las películas,
pero eso no lo voy a hacer.
El caso es que sonríe, se acerca a mí y yo niego con la cabeza, aún sin
entenderlo. Ahora mismo estoy frustrada, ofuscada, obcecada con que me haya
cambiado así de tema; y mucho más con que esté poniendo esa cara por algo que
no entiendo.
Estoy a punto de decirle que no pillo el chiste, pero me pone las manos en los
hombros y dice:
—Exacto. Porque, aunque ya estaba todo dicho, aunque ya se había enviado, lo
más fácil era eliminarlo para todo el mundo. No necesitas bloquear el envío de
las fotos y añadir otra variable, Carlota. Necesitas…
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos.
Y lo entiendo.
—Dejar que se envíe… y eliminarlo para todos justo en cuanto se haya
enviado. —Le miro con los ojos muy abiertos.
—Exacto. Si alguien tiene mala hostia y está empeñado en difundir una foto,
créeme: lo hará. Por otra aplicación, por mail o calcándola en un folio y
mandándola por correo postal. Por desgracia no puedes solucionar una lacra de
ese tamaño con una sola API —dice, aunque lo hace tan calmado que no me
sienta mal—. Pero puedes evitar que llegue al receptor añadiendo una
funcionalidad para bloquear el guardado automático en la aplicación que sea.
—¿Y por qué iban aplicaciones como Telegram o WhatsApp a bloquear eso
por una API como la mía?
Tristán se ríe sutil, marcando aún más ese hoyuelo que se le crea en la
comisura cuando dice algo de lo que está orgulloso, y añade:
—Porque vas a cambiar las reglas del juego.
—Ya, bueno… —Me pongo roja de repente—. No tienen por qué querer
cambiarlas.
—Entonces que cambien de discurso; no me cuadra que quieran tanta
privacidad de datos y después no implementen algo como lo tuyo.
Pienso unos segundos en silencio, me aparto de él y me siento para hacerlo con
más claridad. Todo esto me da muchísimo vértigo. Presentar un proyecto en una
convención europea para jóvenes talentos no es cualquier cosa, pero mucho
menos lo es intentar que aplicaciones de mensajería como esas hagan cambios
estructurales en su modelo de negocio por mí.
Aunque no sería «por mí», ¿no? Sería por todo el mundo.
Cuando noto que no puedo más, me giro hacia Tristán, que continúa donde me
había dejado, mirándome, y pregunto:
—¿Por qué estás tan seguro?
—Te lo he dicho muchas veces, Carlota: porque creo en ti.
¡VÁMONOS!
«Superpoderes» – Funambulista
C uando Paula abre la boca, lo hace con tanta seguridad como suele hacer su
primo (supongo que lo llevan en los genes), y yo me siento como una copia
débil y pequeñita de ella. Ambas tenemos el pelo negro, pero ella lo lleva largo y
bien peinado, no como yo, que me recoloco el flequillo cincuenta y cuatro veces
al día; los ojos claros, solo que los suyos son casi grises, como los de Javi; y la
piel blanca, aunque la suya es…
Resumámoslo en que mi autoestima no deja de gritar que ella juega en otra
liga.
Aún no ha dicho nada. Se ha limitado a ignorar a Javi y mirar a Tristán. Pero
ahora se acerca a él, que no se mueve de su sitio, justo a las puertas de la
universidad. Cuando llega a centímetros de su cara se me instala un nudo en el
pecho tan grande que me obligo a apartarme un poco más; de alguna manera
siento que estoy interrumpiendo algo importante, que sobro, que no debería estar
aquí.
En ese momento se me ocurre mirar a Javi de reojo, y ahora, además de la
culpa, veo en sus ojos la confusión. ¿De verdad no sabe por qué me siento así?
De acuerdo, es su prima, pero las diferencias saltan a la vista. Paula se inclina y
le da dos besos de cortesía a Tristán. Luego se separa de él, me mira a mí y dice:
—Encantada, Carlota. Soy Paula.
Yo aprieto los labios y fuerzo una sonrisa. Y justo en ese instante, ella se
acerca a mí y me saluda igual que ha hecho con Tristán, que nos observa, cierra
los ojos y se lleva la mano al pelo, dando una vuelta sobre sí mismo. No necesito
mirar a Javi para saber que está haciendo lo mismo. Además, no podría mirar a
Javi aunque quisiera. Paula, con su seguridad demoledora, se ha interpuesto
entre los dos para que deje de intentar frenarla.
—Igualmente —consigo responder con un esfuerzo titánico.
Solo un segundo después me aparto de nuevo. Que sea educada no quiere decir
que me soporte; de hecho, que sepa mi nombre no es ninguna buena señal, y el
tono en el que me ha dicho cómo se llamaba indicaba que es plenamente
consciente de que yo ya lo sabía; de que estoy al tanto de todo.
Javi lo corrobora cuando dice:
—Ya sabe quién eres. ¿Podemos irnos ya?
Pero el shock de Tristán parece haber desaparecido tras ver cómo ella y yo nos
saludábamos, porque se cruza de brazos y le pregunta a Javi:
—¿Se puede saber qué hacéis aquí, en primer lugar?
Los párpados de Javi caen con pesadez. Llevan tatuada la palabra «culpa».
—Te has ido de la lengua, ¿verdad? —responde Tristán. Javi bufa y asiente.
—¿Qué querías que hiciera? Es Paula. No me iba a dejar ir así como así.
Entonces Tristán vuelve a girarse hacia nosotras, esta vez con algo más de
urgencia, como si quisiera acabar con todo esto muy rápido.
—Si quieres que hablemos, vámonos de aquí —dice después.
Pero, de nuevo, no me está mirando a mí.
Vuelve a mirarla a ella.
—¿Quién te ha dicho que venga a verte a ti? —pregunta ella a Tristán.
—No me jodas… Paula, hostias, vámonos —dice Javi, que sabe algo que yo
no sé. Yo miro a todas partes buscando una respuesta, pero nadie parece querer
dármela aún.
—¿Por qué? —Paula se gira hacia su primo—. ¿No creéis que tiene derecho a
saberlo?
—No es asunto tuyo lo que ella tenga o no tenga que saber —dice Tristán,
mucho más seco de lo que esperaba. Yo, entretanto, repaso mentalmente: sé que
la dejó, y sé que ella se marchó a Portugal a trabajar cuando terminó el máster,
pero no sabía que hubieran acabado mal. De hecho…
—A mí me parece que sí. Id a donde queráis, pero si vais a casa no cerréis por
dentro. Tengo que poder abrir.
«A casa».
No me jodas.
No me jodas.
No me jodas…
—¿Tienes llave del ático? —pregunto descolocada. No tengo ningún derecho a
hacerlo, pero ella tampoco parece haber venido a contarme las cosas a medias, y
esto necesito saberlo. Yo he estado en ese piso. He estado allí con él.
Sonríe con cierto tinte de sororidad y dice:
—El petardo de tu tutor insistió en ponerme en la escritura. —Y hace un
ademán restándole hierro.
—¿Perdón? —pregunto, aunque ahora miro a Tristán cuando lo hago.
Él no responde, sin embargo. No le da tiempo. Lo vuelve a hacer ella al decir:
—Carlota, cielo, tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
Y no sé si es por su sonrisa, por cómo Javi se acerca a ella dispuesto a hacer
que se vayan una vez más, por cómo Tristán se vuelve a pasar la mano por la
cara como si la hubiera cagado hasta el fondo o por todo a la vez, pero sonrío de
vuelta a Paula y, haciendo de tripas corazón, respondo:
—¿Te apetece tomar algo?
—¿Es coña? —salta Javi.
—Me muero por una caña de La Dolores. Hace mucho que no voy por allí —
responde ella.
—Paula, no hagas esto —dice Tristán mientras se le acerca y le roza el hombro
con una mano. No es un gesto romántico, pero no puedo evitar mirar y que un
calambre me recorra el corazón. Javi también se acerca, y yo observo lo
desesperados que están y me recorre un segundo calambre.
Pero Paula no está aquí por casualidad, y tampoco está para que le toquen las
narices. Por eso ignora sus súplicas, se da la vuelta hacia ellos y, con toda la
severidad que a mí me ha estado ocultando, entona:
—Alguien tendrá que contarle que has dejado la universidad, ¿no?
Y de repente todo encaja.
—¿¡Que has hecho qué!?
MIEDO
«Miedo» – Amaia
N
— o la escuches, no es así exactamente —dice Tristán, que la sobrepasa y se
acerca hacia mí. Entretanto, Javi alcanza a su prima e intenta hacerla entrar en
razón, pero Paula pasa de su cara bombásticamente y vuelve a mi lado.
—¿Y cómo es, exactamente, si se puede saber? —pregunto con las lágrimas en
los ojos.
Él resopla.
—¿No podemos hablarlo en otro momento?
—¿Sigues haciendo eso, Tristán? ¿En serio? —pregunta ella. Y juro que ahora
mismo me encantaría que fuera una harpía borde y no la soportara, pero no
puedo entenderla más.
Para él nunca es el momento.
—Sigue haciéndolo —respondo yo mientras recuerdo cómo me respondió hace
unas semanas, cuando me paró la canción en clase; recordando su piso, cuando
me dijo que no íbamos a hacer el amor. Doy un paso atrás cuando veo que
intenta frenarme.
—Tío, frena, vas a salir escaldado —musita Javi mientras se pone detrás de él.
—A lo mejor si te hubieras callado no estaría así —le recrimina Tristán. Paula
y yo nos limitamos a mirar cómo siguen enterrándose.
—¿Y qué coño pretendías que hiciera si se ha presentado en el ático y ha
abierto la puerta? No sabes la cara que ha puesto al verme allí, hasta me ha
preguntado si tú y yo estábamos liados, vamos, no me jodas. —Se gira hacia
Paula—. Y tronca, podías haber tocado antes al timbre, estaba en pelotas. O
podría haber estado él.
—Ay, Javier Jesús, por Dios, vi mil veces cómo la tía te cambiaba el pañal de
pequeño, no seas dramático. —Hace otro ademán—. Tampoco es como si
hubiera algo que ver. Tres cuartos de lo mismo para Tristán. —Otro ademán
acompaña al zasca—. No me interesáis.
—Espera, ¿qué coño hacías en pelotas en mi piso? —Tristán frunce el ceño
según se gira un segundo hacia Javi.
—¿Salir de la ducha? —dice como si fuera obvio.
—¿Y si entro yo?
—¿Nunca has visto un pene?
—No tengo interés en ver el tuyo.
—No me jodas, estabas con Carlota. No ibas a volver en horas. Con suerte ni
siquiera ibas a volver. Pero por lo visto eres bastante lerdo. —Pone los ojos en
blanco.
Tristán y yo intercambiamos una mirada fugaz.
—¿Y si me da por volver antes por lo que sea?
—Le habrías hecho un favor a tu vista.
En cualquier otro momento esta conversación me haría hasta gracia, pero
ahora, con cada segundo que pasa, siento como si un millón de grietas se
abrieran dentro de mí, y, sinceramente, no quiero terminar de romperme. Así que
voy a zanjar todo esto, pero nada más abro la boca, Paula me da la mano y
empezamos a andar. Yo lo agradezco y la sigo. Solo paramos un segundo
cuando Tristán pregunta:
—¿De verdad no vas a dejar que te lo explique yo?
Ni siquiera reprimo la risa sarcástica y triste que me sale. Me giro hacia él y
digo:
—¿De verdad crees que no has tenido tiempo suficiente?
No evito llorar cuando cogemos un metro que nos acerca a Cortes para llegar a
La Dolores. Entierro la cara entre las palmas de mis manos y sollozo en silencio.
Medio vagón me ignora y la otra mitad hace como que no me ve porque, para ser
franca, no es su problema. De todos modos, cuando bajen del vagón en la
próxima estación es probable que no volvamos a vernos jamás. Madrid es así, un
lugar donde llorar a gusto delante de desconocidos.
Paula, sin embargo, no me deja sola mientras lo hago. Algo que no entiendo,
por otra parte; no tiene por qué llevarse bien conmigo ni por qué ayudarme, pero
tampoco siento que lo haga con segundas intenciones, porque no tiene pinta de
haber venido a joder a nadie. Me frota la espalda con cariño y permanece a mi
lado.
Cuando nos apeamos siento que no puedo más con la incertidumbre, así que
me seco las lágrimas, me aclaro la garganta y pregunto:
—¿Por qué haces todo esto?
—¿El qué? —Se gira hacia mí, y corroboro de nuevo cómo en su expresión no
hay nada que me diga que tiene intención de mentir. Al contrario. Parece sincera
y calmada.
—Todo. No me malinterpretes: me parece todo estupendo, es solo que no
entiendo que vuelvas a Madrid cuando parecía que formabas parte de un pasado
remoto, también apareces en la universidad a echarle la bronca a Tristán y me
propones ir a tomar algo juntas en plan feminista justiciera.
Empezamos a subir las escaleras de la boca de metro cuando responde:
—Vamos por partes, ¿te parece? —Asiento—. ¿Qué quieres saber primero?
—¿Qué haces aquí?
—Visitar a mis primos por Navidad.
Vale, no había contemplado la posibilidad de que no solo viniera a formar
parte de mi novela romántica.
—Ah… Claro. Perdón, soy una metiche. Pero voy a serlo un poco más. —
Sonrío culpable. Si no me quito esta espinita no me quedaré tranquila—. ¿Y ya
está? ¿De verdad solo vienes a eso? Porque, si es así, mi irrisorio amor propio y
yo no entendemos tu aparición estelar de hace un rato.
Sonríe y mira al suelo mientras niega con la cabeza. Viene a algo más, pero no
a lo que yo pensaba. Cuando me mira a los ojos y habla de nuevo, sé que me va
a decir la verdad:
—Y a ver a Leo.
—¿Leo? ¿El amigo de Tristán?
—El mismo. —Se le encienden las mejillas.
—Ah. —Me callo tan pronto como me doy cuenta de que me estoy
extralimitando. Bueno, me callo por eso y porque cuando he visto cómo le
brillaban los ojos al mencionar su nombre no he necesitado saber nada más.
—Puedes preguntar, ¿eh? Yo me he presentado en la universidad a cantarle las
cuarenta a mi ex delante de ti. Es normal que tengas curiosidad. —Cierra los
ojos y echa la cabeza hacia atrás para apoyarla en el cristal.
—Ya, sí, ha sido bastante… intenso. —Sonrío, pero no le pregunto más.
—Ha sido una zorrada —se ríe.
—¿Qué? —La miro. ¿De verdad podemos tomarnos esas confianzas? ¿No está
mal?
A ver, sé que puede que parezca que me preocupo demasiado, pero la única
chica con la que hablo en esos términos desde hace años es Inés. La vida de una
persona con ansiedad social es un interesante y jodido laberinto de prevenciones,
y yo aún no sé cómo salir de él en línea recta con nadie más.
—Vamos, ¿no te ha parecido que volvía a por el amor de mi vida ahora que no
salís?
—¿Perdón? —Una esquina más del laberinto me arrincona. ¿Me ha preguntado
todo eso para recordarme que no estoy con Tristán?
—Vale, por partes otra vez: cuando he llegado, Javi me lo ha contado todo —
recapitula. Yo aprieto los labios, no sé qué más hacer—. Y esto tienes que
saberlo, por ti y por Inés: soy la debilidad de mi primo pequeño. Me lo cuenta
absolutamente todo. Quique me tiene más calada, pero Javi…
—Te debe querer mucho. —Sonrío como puedo.
—¡Qué va! —carcajea—. Lo que pasa es que me tiene miedo.
—¿Miedo, Javier? —pregunto.
—¿Javi? No te haces una idea de cuánto. A mí y a muchas cosas más, lo que
pasa es que le encanta ir de machito que domina la situación, y como conmigo
no la domina… ¿Por qué crees que se lio con otra y no con Inés, aparte de
porque es rematadamente besugo? —Ladeo la cabeza. Empiezo a entrar en la
conversación. El laberinto parece algo menos enrevesado cuando hablamos de
algo en común y veo que compartimos opiniones.
»Tiene un miedo al compromiso increíble, pero no porque no quiera
comprometerse en el sentido literal de la palabra. Si la última vez que le vi me
dijo que se iba a casar con esa chica… —Sonrío, y ahora es de verdad. Me lo
creo perfectamente—. El problema es que es idiota y cree que no estará a la
altura, que tendrá problemas de convivencia, que desarrollará unos celos insanos
que harán que ella sufra. —Parpadeo muchas veces, pero no le pregunto; Paula
es una mujer lista y caza al vuelo mi gesto.
»Ya, yo tampoco pienso que alguien como él se pueda poner celoso. A ver,
hace como que se pone celoso, pero en realidad no es verdad. Es como Tristán,
son igualitos. Les encanta ir de machitos defensores del pueblo femenino y partir
un par de bocas para hacerse los guais, pero en realidad es solo sobreprotección
y ganas de marcar músculo. Luego son de los que se arrepienten porque saben
que la violencia es una gran cagada que no soluciona absolutamente nada.
Llevamos un rato más hablando de Javi cuando subimos a La Dolores y pido
dos tercios. Está a rebosar, lleno de gente cantando, vestida de oficina y con
cuernos de reno en la cabeza. Madrid también es esto.
Nos adentramos en el bar, sonreímos a un grupo de chicas que están de
despedida de soltera y llevan tetas pintadas con permanente en la cara y nos
apoyamos en la pared, una junto a la otra.
Y es curioso cómo, aunque no se oye prácticamente nada más que el murmullo
del bar, por una vez siento que hay silencio dentro de mí.
El ruido se ha apagado, y después de la sonrisa de Paula, creo que veo la salida
del laberinto.
¿NOS TOMAMOS LA ÚLTIMA?
«Como tú» – Edurne y Efecto Pasillo
E
— ntonces ¿por qué deja la universidad?
—¿Quieres la versión oficial o la que leo yo entre líneas?
Hace cerca de dos horas que estamos en La Dolores, aunque se me han hecho
cortísimas. Pocos minutos atrás, una pareja ha dejado la mesa que había junto a
nosotras, y rápidas como una madre en las rebajas antes de la vuelta al cole,
hemos corrido a cogerla entre risas. Ahora, tras darle un mordisco a mi rollito de
salmón, digo:
—Ambas, por supuesto. —Lo digo en serio. Quiero saber todo lo que me
quiera contar. Es raro, pero hace un rato que siento que con ella es todo muy
sencillo, y no tengo ganas de que nuestra extraña cita termine.
—Vale, veamos. —Se remanga—. La oficial es que Tristán, tras lo que dijo
Roberto en el pasillo, se cansó de dar clase a críos que le pueden meter en líos y
que ha decidido irse a trabajar al mundo de la pura y dura ciberseguridad en la
empresa privada. Vamos, que se ha cansado de dramas universitarios y en cuanto
acabe el curso, porque antes no le dejan, se pira a dramas de oficina —explica, y
de repente entiendo la actitud de todo el mundo cuando fuimos juntos por los
pasillos. Sabían que no podían tensar más la cuerda porque ya se había roto. No
había más chisme que sacar. Él lo había cortado de raíz.
—¿Y la extraoficial? —pregunto para dejar de pensar. No quiero volverme
loca.
Nada más Paula abre la boca, entiendo que me ha salido el tiro por la culata.
—La extraoficial es que te quiere más que a sí mismo, Carlota.
Casi me atraganto con el rollito de salmón.
Ahora sí que voy a pensar con ganas.
—¿Q-qué? —pregunto. Se ha puesto a mi lado y me ha dado un par de toques
en la espalda—. ¿Qué tiene que ver que me quiera con que se vaya de la
universidad?
—Bueno, tú también te vas, ¿no?
—Pero ¿eso qué tiene que ver? —Sacudo la cabeza.
Suspira y yo me siento ligeramente mal, porque en realidad sí veo por dónde
va y entiendo qué tiene que ver, pero necesito que me lo confirme. Necesito que
alguien que no sea del grupito me diga que Tristán hace esto porque apuesta por
nosotros, aunque me parezca horrible que haya llegado a la conclusión de que no
confío en él. Yo no necesito que se vaya de la universidad para saber que no se
va a ir con otra alumna. ¿Qué clase de pareja sería si lo pensara? Esa película ya
la he vivido, solo que el coprotagonista era Roberto, y no pienso rodar una
segunda parte siendo yo la celosa.
Aunque, bien pensado…, eso es culpa mía. Fui yo quien le preguntó quién me
aseguraba que no habría una nueva alumna en la siguiente promoción. Fui yo
quien le hizo pensar que no confiaba en él. Y eso que confío más en él que en mí
misma, pero en ese momento…
Joder, qué malo es hablar en caliente.
—¿Quieres dejar de culparte a ti misma? —pregunta. Seguramente ha visto
cómo mi telaraña de pensamientos empezaba a estrangularme.
—¿Cómo sabes que estoy haciéndolo?
—Tienes un cartel de neón en la frente que dice que crees que es por algo que
le dijiste tú, y escucha: no. No eres culpable de la gestión emocional de los
demás.
—Ya, pero le dije que…
—¿Qué, Carlota? ¿Lo mismo que le dije yo? ¿Lo mismo que le dijo Javi? ¿Lo
mismo que dijo tu ex? ¿Que Tristán se iba a buscar a otra después de a ti? ¿Que
ya se había liado con dos primeras promociones?
Trago saliva.
—Exactamente eso, aunque yo aún no soy primera promoción.
—Lo serás, de lo contrario no habría elegido tu proyecto —asegura.
—Si soy torpísima.
—Pues a mí me han dicho que has tumbado a los dos titanes —apunta
orgullosa.
—¿Tan heavy es eso?
—Hostia, tronca, si tú supieras…
Sonrío.
—Sea como sea, no tenía por qué haberle dicho eso. Fue como dudar de él.
—Ya, pero un calentón lo tiene cualquiera y él tiene antecedentes, cariño. Es
normal que te sientas insegura. —Vuelve a su sitio, pero me da la mano—. Aun
así, tal y como piensas eso, está en tu mano dejarlo de pensar.
—¿No es tarde?
—¿Para qué? ¿Para creer que te quiere cuando por fin te da motivos?
—Para convencerle de que no deje la universidad. Ya le creía, pero no me
gustaba su manera de escondernos del mundo. Y ahora no me gusta que para
mostrarnos tenga que dejar de ser quien es. Yo qué sé.
Niega con la cabeza.
—Tú no tienes que convencerle de que no deje la universidad, y él no va a
dejar de ser quien es porque cambie de trabajo. Lo que sí puedes hacer es decirle
que le crees, que confías en él, que le quieres, lo que sea. Pero no esperar que
tome la decisión solo porque tengas una fe ciega en él. De hecho, estoy casi
segura de que no te lo ha contado por eso, para que no le disuadas. Además,
cortaste con él, ¿no?
—Sí, bueno, no llegamos a empezar nada formal… —Me encojo de hombros.
—Como sea. —Se echa el pelo atrás con ambas manos, como si para ella nada
tuviera suficiente importancia. No sabe cómo envidio su actitud, yo soy la reina
del overthinking—. Si ha tomado esa decisión aun sabiendo que no quieres estar
con él es porque también él quiere alejarse de la uni. Y no me extraña, es un nido
de víboras… Allí no hay quien empiece una relación.
Resoplo como un caballo y me echo encima de la mesa con pesadez, haciendo
un puchero tonto, aunque ahora ya no tengo ganas de llorar. Lo cierto es que
Paula me ha caído brutal, y hablar con ella ha sido todo un alivio. Ella se ríe,
divertida, y se termina su tercio de un trago.
—Nadie tira las cañas como los madrileños —dice después—. ¿Otro corto?
—Como si traes cinco —me río.
Ella corresponde a mi sonrisa, coge los vasos vacíos y me guiña un ojo.
El laberinto de las precauciones queda lejos.
***
Bajamos las escaleras de La Dolores de la mano y partiéndonos el culo y
comentando que no hay nada que una más a dos mujeres que un ex en común.
Después quedamos en vernos en el desfile del orgullo el próximo julio, porque
por lo visto Tristán tiene un ojo increíble para las bisexuales, y nos dirigimos
hacia el metro riéndonos sobre no sé qué de su primo que he olvidado a los dos
minutos.
—Tía, le caerías tan bien a Inés…
—¡Tía, pues preséntamela!
—Con cómo está con tu primo no sé si es lo mejor…
—Bah, como si fuera a defender a Javierito. Es más tonto que Pichote, que se
cayó de espaldas y se rompió el cipote.
Me parto.
—¿Ves? Le caerías genial. A ver si cuando estén mejor…
—Cuando estén mejor yo ya no estaré por aquí, tronca. Me voy después de
Año Nuevo. ¿Por qué no quedamos antes?
—¿Las tres? —pregunto. En ese momento, Paula tiene que tirar de mí porque
casi me como a un tío que venía de frente e iba aún más perjudicado que yo.
—Los seis —responde—. Quiero ver a Leo, tía, pero Leo… A ver, no sé si me
quiere ver a mí. Hablamos por Telegram hasta horas intempestivas, pero no
damos el paso, ¿sabes? Y necesito tomarme unos minis con él y analizar sus
gestos, sus signos, el brillo de sus ojos para saber si quiere comerme los morros,
no sé.
»La movida es que si no es con Tristán sé que no veré a Leo, y Tristán no
vendrá si no vienes tú… La mayoría de tíos son complicados cuando se trata de
quedar con su ex. Todos creen que tienes segundas intenciones con ellos cuando
en realidad las tienes con su colega. —No sabe cómo agradezco que me diga la
verdad sin medias tintas.
—¿Y Javi?
—Javi irá, es mi primo —se parte el culo.
—¿Tan sobreprotector es?
—¿Sobreprotector? Tía, le voy a amenazar con hablar de sus anécdotas de
cuando era crío con Inés. Si quiere que sus tiernos recuerdos de orinal
permanezcan amparados bajo la sombra del desconocimiento, tendrá que venir a
evitarlo.
—Eh, esos recuerdos son monísimos.
—A mí también me lo parecen, pero la mayoría de tíos también son
complicados cuando se trata de hablar de que de pequeños hacían pipí y caca
delante de la chica que les gusta, y Javi no es una excepción.
Levanto la palma para chocarla con ella y ella me corresponde y nos quedamos
con las dos manos dadas, en medio de Cortes y riéndonos, aunque ya no
sabemos muy bien de qué.
—Oye, pero prométeme una cosa, ¿vale? —dice.
—Va, dime.
—No se lo pongáis fácil, aunque estéis encoñadísimas. Que sea lo más difícil
que hayan hecho en su vida. Que se lo tengan que currar un huevo, ¿va?
Achino los ojos y sonrío malvada.
—Dalo por hecho. ¿Nochebuena?
Sonríe también.
—Nochebuena.
Nos estamos soltando una de las manos y volviendo a andar para poner fin a la
noche cuando oigo mi nombre a mis espaldas.
No esperaba encontrarme aquí a la voz que lo entona, y francamente, no
entraba en mis planes girarme después de todo lo que ha pasado. Pero algo
dentro de mí me dice que ya está bien de sufrir, que no hace falta que haga como
que no le he oído, que no es necesario que le ignore, que no me va a hacer daño.
Me giro hacia Roberto, suelto un segundo a Paula y voy a darle un abrazo.
—Hola, Rober —entono cuando, tras unos segundos de puré mental, mi ex me
devuelve el abrazo. Después me separo de él, le sonrío y le vuelvo a dar la mano
a Paula.
—¿Este es Roberto? —me pregunta con malicia mientras me aprieta la mano.
—El mismo.
Algo me dice que la noche no ha terminado.
Y algo me dice que me va a gustar.
Lo confirmo cuando Paula me pone la mano que no me está dando sobre la
mejilla, se acerca a mi nariz y me sonríe como si fuera la mujer más inocente
sobre la faz de la Tierra:
—¿Y no me lo vas a presentar, gatita? —Sonrío. El «gatita» es muy de Javi.
—Por supuesto que sí, nena. —Sonrío más. El «nena» es muy de Tristán.
Me giro hacia él, que está blanco como la pared, y entono:
—Rober, te presento a mi chica.
Ella le tiende la mano y sonríe radiante mientras le planta el giro de guion del
siglo:
—Encantada, cariño. Soy la prima del tío al que casi le rompes la nariz.
VIDEOLLAMADAS Y PÁNICO
«Canción de radio» – Sofía Ellar
L o primero que hago al llegar a casa es comprobar que Inés está bien. Hace
horas, cuando estaba con Tristán en su despacho, le he enviado un mensaje.
Ella me ha respondido que podría estar peor y que se iba a dormir pronto (su
respuesta predeterminada desde el día que pasó lo del pasillo). Ahora he
comprobado que es así: duerme hecha un ovillo dentro de su edredón.
Cierro su puerta con cuidado y me meto en mi habitación. Una vez allí, me
descalzo, me quito el sujetador y me tiro encima de la cama. Estoy hecha polvo,
pero la sensación de quitarme los zapatos y los aros es liberadora.
Aunque sé que voy a estar peor cuando veo el chorro de mensajes que Javi y
Tristán me han enviado, cada uno en su chat.
Decido que me va a costar menos enfrentarme al de Javi y abro nuestra
conversación.
Javi: Carlota, por favor, escríbeme cuando puedas. Necesito q hablemos de lo q ha pasado. Necesito
saber cómo estás. Necesito entender q se te pasa por la cabeza desde el día del mitin de Roberto.
Necesito q hablemos de verdad.
Javi: Te quiero, tía, joder. No miento cuando digo q te has convertido en mi mejor amiga. Y no
quiero perder a la única mejor amiga q he tenido.
Javi: Y a la mejor…
Javi: Mira, sé q igual no me crees, pero no me acerqué a ti para acercarme a Inés. Sé de sobra q lo
mío con ella está más que muerto. Q me hizo ilusión pensar q podía volver a empezar con ella?
Claro, joder, pero eso no quita que me estuviera mintiendo a mí mismo. Y la movida de compartir
piso contigo también me molaba un huevo, no creas q no. Verte tropezándote con todas las cosas de
la casa tiene que ser un espectáculo. Tristán es un coñazo.
Javi: Perdón, coñazo es sexista. Tristán es un pollazo.
Javi: (No he dicho eso con connotación sexual).
Javi: Tampoco te propuse q te fueras a casa de Tristán para quedarme solo con ella. Joder, si lo único
que hice fue arroparla y darle un beso en la frente, no me jodas. Si al menos hubiera estado sobria
habría podido chincharla, pero ni eso. Me limité a ver cómo la tía de la que estoy profundamente
enamorado se reía de mí x la mañana xq beso como un oso hormiguero. Lo hice xq pensaba q
queríais estar juntos y xq de verdad necesitabas descansar después de lo de Robertóxico.
Javi: Oye, de verdad piensas q beso como un oso hormiguero?
Javi: Te diga lo que te diga mi prima, miente.
Javi: A no ser q sea bueno. Si es bueno, créela…
Javi: Ha llegado y no suelta prenda. Para colmo está borracha. Supongo q tú tampoco dirás nada y te
echarás a sobarla porque pasas de mí. Está bien, lo entiendo, de verdad. Pero x favor, no te olvides
de que te quiero muchísimo, y eso no va a cambiar.
Javi: Estás en línea o es un espejismo?
Sonrío nada más termino de leer todos sus mensajes. Nos falta una
conversación, eso está claro. Pero sigo confiando en Javi, y lo que fuimos no se
va a borrar. Aun así, decido hacerle sufrir un poquito más cuando me ve en línea
y me pregunta: me levanto, cojo mi pijama de franela y me cambio con mucha,
mucha pausa.
Cuando vuelvo, tengo tres mensajes más.
Javi: No me bloquees, x favor.
Javi: Haría lo que fuera x ti, Carlota.
Javi: Carlotita
Carlota: Javier Jesús, puedes llegar a ser muy insistente…
Javi: Carlota
Javi: Es mi mayor talento. Podemos hablar, x favor? X favor, x favor, x favor?
Carlota: No estamos hablando?
Javi: Por teléfono, xfa. No quiero releer toda la vida cómo me echas la bronca, y si me lo escribes no
voy a poder evitarlo.
Carlota: Te hago videollamada, dramático…
Javi: En serio?
Me pongo los auriculares, voy al salón para no molestar a Inés, cierro la puerta
y me acurruco en el sofá, sobre el edredón que tenemos tirado todo el invierno
sobre los asientos. Solo cuando he dejado de temblar por el frío llamo a Javi.
—Tía, qué guapa estás. —Sonríe y yo sonrío con él.
—Y tú, pero eso ya lo sabes.
—Qué va, yo estoy hecho un asco —se ríe—. Y estoy helado.
—Cuando el grajo vuela bajo…
—Hace un frío del carajo. —Sonríe—. No, en serio, mira. —Gira el móvil y
me muestra la puerta de Atocha.
Alucino.
—¿Qué haces en la terraza? ¿Estás mal de la cabeza? Entra ahora mismo, Javi.
YA.
—Tranqui, tía, no voy a hacer un striptease para los vecinos. Es que no quiero
que estos me oigan, y están en el salón.
—¿A estas horas? —pregunto. Sorprendentemente, no me recorre el pecho
ninguna punzada. Confío en Paula, y aún más en Tristán.
—Los dos. Pau le está echando la bronca del siglo a Tristán por ser un
imbécil contigo.
—Ah —me río.
—¿Ah? ¿Ahora eres amiga de mi prima?
—Si tú supieras…
—Pero… —Pausa—. No, ¿sabes qué? No me lo cuentes. Ya estoy bastante
rayado.
Sonrío. Javi no mira a la pantalla ni dos segundos seguidos. Sigue sintiéndose
fatal.
—Me puedes mirar, gatito.
Me basta esa palabra para desbloquearle.
—¿Qué me acabas de llamar? —pregunta con la sonrisa más radiante que he
visto en mi vida.
—Haber escuchado. No lo voy a repetir.
Ahora sí, me mira. Y me mira fijamente a los ojos, lo sé. Y también me abraza.
Da igual que haya una pantalla por medio, da igual que estemos a kilómetros de
distancia. Da igual todo. Javi y yo estamos compartiendo un abrazo que lo
arregla todo.
—Llevas un pijama precioso. ¿Qué son, ositos?
—Ositos polares.
—Me encanta. Deberías salir así por ahí alguna vez. Ligarías muchísimo.
—Tal vez lo haga. —Sonrío—. ¿Cuándo vas a ir a dormir? Es tardísimo.
Como te descuides ponen las calles.
—Tenía la corazonada de que ibas a hablar conmigo.
—Qué intensito te pones…
—No todas las noches uno recupera a su mejor amiga.
—Eh, ¿quién te ha dicho que me has recuperado? Me vas a tener que invitar a
muchos mojitos para compensar tu falta de comunicación.
—Carlotita… Sabes de sobra que tú y yo somos los que menos falta de
comunicación han tenido.
Miro hacia abajo, me encojo de hombros y dibujo una sonrisa dulce. Tiene
razón.
—Aun así, nos faltaba todo esto. —Suspiro—. Lo siento, Javi. No debí forzar
la situación.
—¿Qué situación?
—Que nos liáramos —aclaro.
—¿Bromeas? Eso ha sido lo único divertido de estos últimos dos meses.
—Ya, pero…
—Ni peros ni peras, Carlota, eso no es lo que ha jodido lo mío con Inés —
interrumpe—. Lo único por lo que tienes que pedirme perdón es por decir que
beso como un oso hormiguero. Te lo he preguntado cincuenta veces: ¿de verdad
beso tan mal?
Resoplo como un caballo. Qué petardo es…
… y cuantísimo le adoro.
—Besas de puta madre, pesado.
—¡Carlota! —Se hace el indignado poniéndose una mano en el pecho, pero se
le iluminan los ojos—. ¡Eso es muy sexista!
Empieza a reírse, aunque solo un segundo después para, aparta el móvil y se
gira.
Ha salido alguien más a la terraza. Y le ha requisado el teléfono.
—Qué pesadilla de primo tengo. Le he tenido que largar al salón. —Sonríe—.
¿Tú también ves doble, Carlotita? Qué malo es beber.
—Yo tengo la boca más pastosa que unas natillas caducadas —carcajeo.
—Ay, qué rico… —se ríe—. Bébete un vaso de agua con limón y sal, anda.
Mañana estarás nueva. Y podrás abrir la boca cuando te despiertes. Sin un
taladro, digo.
—¿Y eso cómo lo sabes tú? —me descojono.
—Porque sabe más el diablo por viejo que por diablo, amiga…
—Oye, no me has llegado a contar lo del piso.
Sonríe de medio lado.
—¿Seguro que quieres saberlo?
—Entre cero y una puñalada en el bazo, ¿cuánto me va a doler?
—Como pisar una pieza de lego.
—Tía, eso es casi peor que la puñalada. —Aprieto los labios.
—Nada, tonta, era broma. Solo como darte con el meñique contra la pata de
la cama —se ríe—. No, va, que en realidad es una chorrada. —Y hace uno de
sus famosos ademanes para restarle hierro al asunto—. Los padres de Tristán
son de esos ricos conservadores que aspiran a que su hijo los haga abuelos para
presumir de ellos con mil fotos en el club de campo, Facebook y los estados de
WhatsApp, y cuando empezó conmigo se ilusionaron con que sentara la cabeza,
así que le avalaron el ático desorbitadamente caro y le pagaron el entradón con
la condición de que yo también viviera con él. De hecho, le propusieron pagarlo
entero, pero nos negamos porque aún nos quedaban principios.
—Joder, qué bien —se me escapa en tono lastimero. No es muy esperanzador
que su familia la adorara a ese nivel.
—Tranqui, churri, tú también les gustarás a los suegros. Solo quieren nietos,
les da igual de quién —se ríe. Yo me pongo como un tomate—. Da igual, el caso
es que, cuando me dejó, aunque arreglamos los papeles y ahora solo es suyo, se
puso muy, pero que muy brasas con que me quedara con una llave por si
necesitaba algo, porque su sentido del deber es más tocho que el de Batman, y
no se quedó con la conciencia limpia hasta que le dije que vale, que me la
quedaría un tiempo. Pero este viaje he venido con la intención de devolvérsela.
—Vale, igual tardo unos años, pero procesaré todo lo que me acabas de contar.
—Sonrío y ella suelta una risotada—. ¿Cuánto tiempo llevabais saliendo?
—Nada y menos; ni un año. Pero el piso molaba un montón, nadie habría sido
capaz de decirle que no a la cara de ilusión y la pasta de sus padres y además
éramos bobos. ¿Quién compra un ático en Atocha hoy en día con la inflación
que hay?
—Los ricos —me río—. Para cuando haya más inflación.
—Pues mira, eso que ganáis. Os montáis en el tren de los especuladores, os
alquiláis un chaletito en Ávila, convertís esto en AirBnB y a vivir del cuento.
—No sé yo si lo veo de AirBnB con lo soso que lo tiene decorado.
—Ya, tía… Cuando te pida que vengas a vivir con él, lo llenas de flores,
arcoíris y banderas bisexuales, por favor.
—… Dalo por hecho. Se acabó la tiranía de lo monocromo.
Paula se parte, pero después la conversación se acaba tan pronto y tan
abruptamente como la puerta de la terraza se vuelve a abrir.
—¿Se puede saber con quién estáis hablando y por qué Javi no me deja salir a
mi propia terraza? —pregunta Tristán tras Paula. Ella bufa con pesadez.
—Tengo que dejarte, chochi, o estos dos se van a poner muy, pero que muy
pesados. A no ser que quieras hablar con este y decirle cuatro cosas. —Le
señala con la pantalla y, durante un segundo, Tristán y yo nos miramos…
… y me quedo sin habla.
No soy capaz de responder a Paula cuando le veo ahí, delante de la pantalla,
con unos pantalones de pijama azul marino y nada más. En pleno diciembre y en
la terraza.
—¿Carlota? —pregunta él mientras se acerca. Sin embargo, Paula le pone una
mano en el pecho sin siquiera mirarle y le frena. Entonces sí, una punzada se
instala dentro de mí, pero no es porque le toque ella; es porque no puedo hacerlo
yo. Porque, si todo esto no hubiera salido así, tal vez yo ahora estaría acurrucada
con él en su piso.
Pero no lo estoy.
Cuelgo la llamada solo un segundo antes de entrar en pánico.
TRISTÁN 2.0
«Cuando nadie ve» – Morat
Empezar como si no hubiera pasado nada es mucho más difícil que hacerlo
atacando el problema directamente, pero de algún modo necesito hacerlo así,
como si no todo estuviera tan partido en dos. Como si nosotros no lo
estuviéramos. Más paulatinamente.
Él, por suerte, parece que también.
Tristán: Escuchar música.
Carlota: ¿Qué música?
Tristán: Sidecars. ¿Y tú?
Sonrío. No tiene por qué estar escuchando «La noche en calma», como yo, que
soy una masoquista de mucho cuidado, pero ¿y si sí?
Sea como sea, no le pienso preguntar. Prefiero pensar que es así.
Además, poniéndome ñoña ahora no conseguiría nada. Tengo todas las
respuestas que necesito, y yo he sido transparente con Tristán, así que decido
que voy a adoptar la actitud que me ha recomendado Paula de ponérselo difícil,
cambio el reproductor para entrar en calor y no decir ninguna mentira, y
respondo:
Carlota: Camela. ¿Sobre qué querías hablar?
Tristán: ¿En serio escuchas Camela?
Carlota: Hace ya algún tiempo que vivo sin ti, y aún no me acostumbro, ¿por qué voy a mentir?
Tristán: Venga ya, ¿«Cuando zarpa el amor»?
Carlota: Juntos acordamos mejor separarnos… Hoy sé que no puedo seguir así.
Tristán: Tiene que ser coña.
Carlota: Intenté olvidarte y no lo conseguí.
Tristán: A la mierda.
Tristán: Lleno de recuerdos, todos hablan de ti.
Tristán: Estoy muerto en vida si no estás aquí.
Un momento, ¿está pasando? ¿Tristán está siguiéndome el rollo? ¿Con la canción? ¿Con las
indirectas?
Sonrío.
Carlota: Nochebuena. En el Dime que me quieres. Ponte guapo.
Tristán: ¿Es en serio? ¿En el Dime que me quieres? ¿Has quedado en eso con ella?
Carlota: Acabo de decidirlo unilateralmente en base a Camela.
Tristán: Ya. Y no tiene nada que ver que te comiera la oreja allí, qué va.
Carlota: Trae a Leo y a Javi, ¿vale?
Tristán: ¿A Leo por qué?
Carlota: Me gusta.
Tristán: Es broma, ¿no?
Carlota: No. Me gusta.
Tristán: Pues no le llevo.
Carlota: Pues le sigo en Instagram y se lo pido yo. (¿Le avisas, porfa? No es por mí)
Tristán: Oye, ¿por qué nunca me has dicho que tienes Instagram? (Sí, tranqui, bromeaba)
Carlota: ¿Es que tú tienes? Nunca pensé que alguien como tú pudiera tener.
Tristán: Qué prejuiciosa eres cuando quieres…
Tristán: @tristanacostamendez
Carlota: @carlotademadridalcielo
Tristán: Voy a seguirte.
Carlota: Cuidado, no sea que te enamores…
Sé que es un error haberle dicho eso cuando veo cómo me sigue y trasteo sus
fotos.
Me bastan tres para enamorarme todavía más.
No es que no me esperara algo así, es que la realidad supera la ficción que me
había montado en la cabeza. Tristán está guapísimo en las dos. En la que tiene
junto al Templo de Debod; en la del Retiro, con las gafas de sol; sobre la moto,
con el Skyline de Barcelona de fondo. ¡Si hasta tiene una foto de los pies y los
tiene preciosos! ¿Quién tiene los pies bonitos? El mundo no es justo.
Viajo a mi cuenta para comprobar si yo estoy la mitad de guapa que él, pero
acabo dibujando una mueca tonta y volviendo a su Instagram para petárselo a me
gustas. A ver, no salgo mal, pero después de verle, mis bragas prácticamente se
han ido a hacer puénting, y así una no se puede concentrar.
De hecho…
No. No me pienso contener.
Carlota: Eres tan fotogénico que das asco.
Tristán: Gracias, nena. Tú también.
Carlota: ¿Yo? Mis fotos no son material inflamable.
Tristán: Que no, dice…
Carlota: A ver, hay alguna que no está mal, pero yo no me tocaría con ellas.
Tristán: Espera, ¿me estás tirando de la lengua?
Carlota: Y descaradamente…
Tristán: Yo sí me tocaría con ellas.
***
Tristán: Hostia… Carlota, dime que lo has mandado a conciencia…
Carlota: Mierda.
Tristán: Eh…
Carlota: Ha sido sin querer, por Dios, dime que aún no lo has oído.
Tristán: He perdido la cuenta de las veces que lo he oído.
Carlota: Dime que al menos lo has oído con cascos, te lo ruego…
Tristán: Descuida, no escucho Camela sin cascos a las seis de la mañana.
Tristán: Oye, ¿no lo vas a borrar?
Carlota: El bochorno ya está ahí. Hay cosas que no se pueden borrar. Como el «Sí, papá». Recuerdos
para la posteridad.
Tristán: De bochorno nada. Tienes los gemidos más sexis que he oído en mi puta vida. El único
motivo por el que no me los pongo de tono de llamada es porque no quiero que los oiga nadie más
que yo.
Carlota: ¿Tristán…?
Tristán: He explotado, Carlota. No te haces una idea de las ganas de follarte que tengo ahora mismo.
Carlota: ¿Tristán?
Carlota: Joder, joder, joder…
Carlota: Me voy a dormir.
Carlota: (Es mentira. No dormiré nunca más después de esto).
Carlota: Te veo en Nochebuena, si soy capaz de mirarte a la cara.
Carlota: Te amo.
Este mensaje ha sido eliminado.
Carlota: Adiós.
Tristán: Yo más.
N
— o es una buena idea —se queja Inés por enésima vez.
Estamos arreglándonos en el baño, con el maquillaje Deliplus tirado en la pila
y el lápiz de ojos manchándolo todo de negro. Hay que ir despampanantes.
Porque ¿qué hay mejor que ver al tío al que amas en Nochebuena, en el pub
donde te comió la oreja por primera vez, con un vestido negro de satén de
tirantes que quita el aire, unos tacones rojos de salón y el pelo mejor planchado
que una loncha de queso en una tostadora?
Fácil: verle con el mejor ahumado de ojos de Madrid.
—Que sí, ya verás, te va a caer genial Paula —digo.
—No es Paula quien me preocupa, tía.
Suspiro. Ya lo sabía.
—Inés, lo máximo que hará Javi cuando te vea con este top de lentejuelas rojas
y ese pantalón de pinza divino que no me has devuelto desde la Navidad pasada
será caerse de culo. —Sonrío con desdén.
—Tía, es que el pantalón me pega con todo…
—Y te hace un culazo con los tacones negros, lo puedes decir.
—Y me hace un culazo, sí. —Se ríe por lo bajini—. ¿Tú no estás nerviosa? Ya
sabes, por ver a Tristán después de… eso.
Me río tan fuerte que suelto un ronquido. Acordarme del audio es lo peor que
me podía pasar ahora mismo.
—No le pienso ni mirar a la cara.
***
Nada más poner un pie en el Dime que me quieres, doy media vuelta.
Literalmente.
Porque lo primero que he oído ha sido «Cuando zarpa el amor» a todo
volumen, y lo primero que he visto cuando la gente de la pista se ha apartado
(como si yo fuera Moisés y ellos agua, surrealista lo inoportunos que han sido),
ha sido a un Tristán guapísimo, vestido con un traje negro que le queda increíble,
con una ceja enarcada, las manos dentro de los bolsillos y la sonrisa más lobuna
que he visto jamás. A su lado están Javi y Leo, igual de guapos (mentira, no
podrían estar nunca igual de guapos) pero me han importado entre cero y nada.
—¡Tía! —dice Inés, a la que tiro hacia fuera bajo la mirada descolocada de
Javi.
No estoy preparada.
No. Lo. Estoy.
Justo detrás de mí veo a Paula, que estaba saludando a alguien en la entrada, y
le lanzo una mirada fugaz que significa «Ven a toda leche, que estoy en crisis y
ahora eres mi amiga».
Ella da el primer paso con el taconazo azul marino que se ha calzado sobre la
acera y se acerca a nosotras enfundada en su vestido de manga larga, del mismo
color de los tacones. No. Los tacones son de un azul un poco más eléctrico. En
ese momento, empieza a sonar María Isabel por los altavoces.
Yo me abrazo a mi gabardina. Inés también (a la mía, ella se ha negado a
ponerse una).
—¿Tú tampoco has traído abrigo, pedazo de loca? —le pregunto a Paula.
—¿Yo? Antes muerta que sencilla —responde y todas nos reímos, aunque
niego con la cabeza. Son unas inconscientes.
—La revolución será sexy o no será —añade Inés.
—Ya me caes bien. —Paula le da dos besos a Inés y esta le guiña un ojo tras
devolvérselos.
—Sí, vais a ser las mejores amigas del mundo. Ya veo vuestros planes: salir
juntas, bailar juntas, beber juntas, morir de hipotermia juntas… —enumero
intentando no pensar que dentro de ese pub hay un hombre guapísimo que me
quiere (y al que quiero) empotrar.
Y que quiere y con el que quiero un millón de cosas más. Sucias y bonitas y
tiernas y cañeras y…
—¡Claro, jodida! Como tú tienes una gabardina hipersensual te da igual. El
plumas que me he traído yo de Oporto es horrendo: blanco e inflado. Parece que
voy a comisión con los neumáticos Michelín.—Se cruza de brazos mientras me
saca de mis pensamientos.
—Doy fe —dice una voz a mi espalda mientras se abraza a mi cintura.
Doy tal respingo cuando noto unos dedos recorriéndome el vientre que
estampo mi cabeza en la barbilla del tío que me ha abrazado, que resulta ser Javi
y ahora está encajándose la mandíbula.
—¡Dios, Javi, lo siento, lo siento, lo siento! —grito al tiempo que me giro
hacia él—. Menudo reencuentro. Ven aquí, ¿estás bien? ¿Te he hecho mucho
daño, cariño?
—No, Carlotita, estoy bien… —Sonríe como puede—. Bien hecho polvo.
—Bah, seguro que se lo merecía —suelta Paula.
—Gracias, Pau, tú también eres mi prima favorita.
—Soy la única que tienes. Pero mi favorito es Quique. —Se encoge de
hombros.
—¡Anda, qué coincidencia! —carcajea Inés—. Mi Mateos favorito también es
Quique.
—Esta alianza no me gusta nada… —Bufa y aparta la mirada.
Con todo el lío, ni siquiera había reparado en que los demás también están
aquí. Leo le ha dado dos besos a Paula, y Tristán ha apoyado ambos brazos a los
lados de los hombros de Inés, que mira hacia arriba y le planta un beso en la
frente al más puro estilo Spiderman. Él le pellizca a ella la mejilla.
Tengo que decir que me hace ilusión ver que, a pesar de que yo ya no salgo
con Tristán ni ella ha llegado a hacerlo nunca con Javi, jamás nos hemos perdido
del todo unos a otros. El grupo siempre ha tenido un nexo en común, alguien que
estaba con alguien, alguien que apoyaba a alguien. Incluso cuando ese alguien
era Tristán abriéndole a Javi las puertas de su casa.
Por eso aprovecho la coyuntura y nada más veo cómo Tristán me mira, otra
vez, con esa mirada hambrienta. Me doy la vuelta de nuevo hacia Javi y hundo la
cara en su pecho, abrazándole y chillando muy flojito. Después levanto un poco
la cara, dibujo un puchero y le digo a mi amigo:
—Está tan bueno que duele.
Él se descojona sin ningún tipo de disimulo.
—Pues vamos a daros un empujón —dice y me da un beso en la mejilla.
Después le mira y vocifera—. ¿Tú qué, puto paleto? ¿No piensas dejar de sobar
a Inés?
Inés enarca una ceja y va a responder hasta que ve la mirada que le dedico.
Después dibuja un «Aah…» con los labios y asiente. Que viva la conexión de las
mejores amigas.
—No lo sé. ¿Tú piensas dejar de acaparar a Zambrano?
—Perdona —intervengo, Javi me ha dado fuerzas—, pero ¿he oído bien? ¿Lo
preguntas tú, que ni siquiera me has saludado?
—No tiendo a saludar a cobardes que huyen nada más verme —contraataca.
El «Uuuh» de nuestros amigos no hace sino encenderme más.
—No huía de ti. Estaba…
—La he llamado yo —dice Paula, echándome un capote.
—Perdona por elegirla a ella antes que a ti. No quería herir tu frágil
masculinidad —corono.
Y justo en ese momento pasan dos cosas.
La primera, que Tristán, tras dibujar un gesto con los labios que significa
«Muy bien, vamos a jugar», deja de apoyarse en Inés y la anima a venir hacia
Javi con un empujón suave que cesa su momento de acapararla.
La segunda, que el DJ está obsesionado con Camela (y además el destino se ríe
de mí) y empieza a sonar «Nunca debí enamorarme».
Resoplo, pero le cambio el sitio a Inés, que cuando pasa a mi lado me estrecha
la mano con fuerza un instante, y acabo justo delante de su cara, a milímetros de
él, pero sin tocarle. Eso, por supuesto, tampoco es casualidad. Yo iba a
quedarme un poquito más lejos, pero Paula es un poco Celestina y ha decidido
que empujarme hasta que oliera su aftershave era una idea estupenda.
Tal vez lo fuera.
Ahora creo que el aftershave es afrodisíaco.
Cuando estoy delante de Tristán, siento que me inundan todos los sonidos que
hay alrededor. Que la música suena más fuerte que nunca, que el tráfico está
peor de lo que ha estado jamás, que las risas de los otros grupos son demasiado
estridentes.
Y sin embargo, cuando abre la boca y habla, el mundo entero deja de existir y
un silencio precioso se acomoda en cada uno de los espacios que hay entre mis
neuronas.
—Hola, guapa —dice con esa voz seria y gutural que no le pega a nadie con
Camela de fondo.
A nadie excepto a él.
—Hola… —Trago saliva.
Estoy a un suspiro de sus labios, de su nariz, de sus ojos. Y siento que me
sobra la gabardina, que la ropa me pesa como un yunque, pero no digo nada.
—Ya te he saludado —añade—. ¿Ahora qué?
—¿Cómo que «Ahora qué»? ¿Ni dos besos me vas a dar? Qué modales… —
No puedo apartar la mirada de su boca. No puedo dejar de pensar en nuestra
conversación. No puedo calmarme.
—¿Solo quieres dos? —susurra y siento cómo me sube un calor intenso y
punzante por todo el cuerpo. No soy capaz de responder—. Bueno, pues dos.
Tenemos toda la noche por delante.
Nunca pensé que me fueran a poner tan burra dos besos, pero cuando sus
labios se posan con cuidado sobre mis mejillas, sé que los tengo que encajar con
profesionalidad.
Aun así, no son dos besos cualesquiera. Son dos besos de dos personas que se
tienen más ganas que una garganta a una Coca-Cola en agosto, con Camela de
fondo, con el recuerdo de las veces que nos hemos dicho que estamos
enamorados del de enfrente, con el audio de mis gemidos en su teléfono, con
nuestra conversación y llamada posterior.
Son dos besos para los que Tristán, en primer lugar, me agarra con cuidado la
cintura, atrayéndome hacia él. Yo cedo y coloco ambas manos sobre su pecho.
Con ellas voy migrando hacia su pelo, recorriéndole y acariciando el nacimiento
con las uñas azules, con lentitud. Cuando hemos terminado de dárnoslos tan
despacio que siento que empiezo a sudar, a pesar de todo lo que hemos sentido,
nos separamos.
Y por separarme de él me deberían dar créditos gratis del máster. Ha sido lo
más difícil que he hecho en todos mis años de universidad.
Probablemente, cualquiera que supiera lo que se me está pasando por la cabeza
pensaría que soy boba. Que no pare. Que si quiero comerle la boca lo haga aquí
y ahora. Que me ha demostrado que le da igual que aquí fuera, ahora mismo,
haya media facultad. Pero no voy a hacerlo. Lo sabe él, lo sé yo y lo saben las
ganas que nos tenemos.
Porque hoy, aquí, en este instante, he entendido del todo a Tristán.
Y antes de eso tenemos que compensar todo lo que hemos sufrido.
Antes tenemos que tapar las heridas.
—¿Eres de los que bailan? —pregunto cuando al fin he dejado de reflexionar.
Él me mira con el ceño fruncido, pero sonríe.
Pasados unos segundos, sacude la cabeza y dice:
—Por ti sería hasta de los que hacen calceta.
Y, de nuevo, el grupo reaparece y Javi interviene.
—Pues vete a un rincón, abuelo. Su pareja de baile soy yo.
Me encojo de hombros y me dejo llevar por Javi, que aguanta la cintura de Inés
con un brazo mientras ella pone los ojos en blanco y resopla como si estuviera
harta de él (y como si sus mejillas no la delataran).
Justo antes de entrar, sin embargo, Tristán dice una última cosa:
—Pero te lo advierto, Mateos: como esta noche acerques tu boca a la mujer
equivocada duermes en la puta calle.
—Esta noche no duerme ni Dios —responde Javi, y como Inés ha hecho
conmigo, le guiña un ojo a su amigo.
Ojalá tenga razón.
LA TEORÍA DE CUERDAS, CARIÑO
«Cuando zarpa el amor» – Camela
N ada más entramos, miro de reojo a Javi y a Inés. Él la mira a ella con
seriedad, como si quisiera, por fin, hacer las cosas como toca. Yo le doy un
toquecito con el hombro para que se anime a ir en serio y él toma aire, pero
acaba negando con la cabeza. Después se gira hacia mi oído y susurra con
rapidez:
—Me odia.
—No te odia, está loca por ti.
—Ya, pues lo disimula que te cagas.
—Pues sácala a bailar. Fijo que se enamora. —Después me deshago del agarre
de Javi, me pongo delante de Inés y chillo por encima de la música—: ¡Me voy a
dejar por ahí la gabardina, que estoy sudando como un pollo!
—¡Eso es porque Tristán te pone más caliente que el queso de un sanjacobo!
—grita la muy cochina.
—Esa es una información muy interesante —interviene el rey de Roma, que de
repente está pegado a mis espaldas y deshace el cinturón de mi gabardina para
quitármela.
Cuando giro la cabeza, me la arrebata por los brazos y me da un mordisco
suave en la nariz, ante lo que yo me quedo más quieta, más erizada y nerviosa
que nunca. ¿Ha sido bonito o ha sido sexy? Dios mío, ni siquiera lo sé.
Me tiemblan las piernas. Él lo nota y me pasa un brazo por delante del vientre,
guiándome hacia la pared que tenemos detrás y colocando la gabardina justo a
nuestro lado, en una de las mesas altas. Después me suelta un segundo, pero al
siguiente tiene el antebrazo apoyado en la pared y me mira muy, muy de cerca.
No me doy cuenta de que estamos en el mismo sitio que la última vez hasta
que estoy acorralada contra la pared como en una película romántica.
—Vas a reventarme la vida.
—Voy a reventarte lo que te apetezca. —Se humedece los labios. Yo cierro los
ojos un segundo, asimilo lo que me acaba de decir y después parpadeo mucho,
muchas veces.
Y lo hago más aún cuando su cuerpo y el mío se tocan, porque el tío va con
todo, y ha decidido que pegarse a mi vestidito de satén es buena idea.
Igual que yo he decidido que no ponerme sujetador era una buena opción.
Y ahora me roza absolutamente todo con la camisa. Y lo sabe. Y yo ni siquiera
pienso hacer el amago de decir que no me encanta, porque sería la mentira más
obvia que habría dicho en mi vida.
—No te pienso besar —digo antes de gemir ridículamente.
—Oh, descuida, yo a ti tampoco. Tengo otras intenciones.
—¿Como cuáles? —pregunto.
Se ríe, pero no dice nada, porque ni siquiera Tristán Acosta tiene respuestas
para todo y porque ahora le ha gustado mucho tirarse un farol. Cuando lo noto,
decido que me niego a ir a rebufo otra vez. La última ya dominó él solito la
situación, y hoy, aunque esté visto que no soy capaz de hacerme la difícil, sí voy
a jugar.
Y voy a jugar mucho.
—Háblame de la Teoría de Cuerdas. —Cuando me oye, su expresión es una
completamente distinta. Ha estado intentando controlarse, y no esperaba que
fuera yo quien se lanzara; mucho menos así, claro. Su expresión de shock y sus
labios entreabiertos, boqueando como un pez fuera del agua, son dos obras de
arte.
Como yo la primera vez, no es capaz de decir nada, así que aprovecho la
coyuntura, me yergo, le bajo el brazo y le cambio el sitio, dejándole a él apoyado
en la pared.
Y me anoto un puntazo mental. Yo, Carlota Zambrano, he acorralado a Tristán
Acosta. Es un pequeño paso para la humanidad, pero uno enorme para mi ego,
que decide que el siguiente es llevarle ambas manos al abdomen y empezar a
subir, rastrillándole con las uñas en dirección al pecho.
Solo cuando estoy ahí me acomodo sobre él, que aparta la mirada. Después
coloco mi estupenda manicura azul en su mejilla y hago que me mire.
—Vamos, cariño, sé que puedes hacerlo —digo, como me dijo él.
—Carlota, la estás tensando…
—Descuida, eso ya lo he notado. —Sonrío ladina.
Él resopla y levanta la cabeza, mirando al techo. Pero no ha tenido en cuenta
algo de bastante calado: ahora su cuello está completamente al aire. Accesible.
Vulnerable.
Mío.
Y lo pienso aprovechar.
No tardo en llevar una mano a su nuca y la otra a una de sus manos, enredando
mis dedos entre los suyos y su pelo. Después le dedico un primer lametón, breve
y rápido, en la base del cuello. Eso consigue que deje de respirar un instante
increíblemente satisfactorio, y cada poro de mi piel empieza a prender como un
fósforo untado en gasolina. En ese momento, él cierra los ojos intentando
contenerse y aprieta mi mano según posa la otra en el costado de la cadera,
alcanzando el punto donde está la tira de mi tanga de encaje, que estoy segura de
que nota por encima del satén. Lo hace sin querer, pero joder, qué buena
decisión ha sido ponérmelo esta noche.
Y lo hago.
Llevo mis labios al lóbulo de su oreja. Lo beso con pausa, notando cómo
Tristán me aprieta contra él, y me recreo allí un rato, haciéndole sufrir con
dulzura. A pesar de que Leiva suena altísimo por los altavoces, ni siquiera oigo
la música; solo puedo concentrarme en cómo gruñe y me aprieta más contra su
cuerpo.
Justo después abro la boca y empiezo a dedicarle un mordisco tras otro, cuello
abajo, mientras le recorro con la lengua hasta llegar al cuello de su camisa, que
descoloco exultante de placer para empezar a succionar.
Cuando ladea la cabeza y me da un mejor acceso, siento que me sube la fiebre
de súbito. Eso, y que estoy completamente húmeda y a punto de dejarme llevar
hasta el punto de no retorno.
Dejo de mordisquearle y hundo la nariz en su cuello, respirando con dificultad
y gruñendo. Él aligera un poco los agarres y me da un beso en la frente.
—¿Estás bien…? —pregunta.
Solo me sale reírme.
Me río durante dos o tres minutos, cada vez más fuerte. Siento su sonrisa
encima de mí. Solo cuando he terminado, logro ponerme un poquito seria y digo:
—Digamos que no tengo tanto autocontrol como tú.
—¿Llamas a esto autocontrol? —pregunta apretándome contra su entrepierna.
Pero esta vez, lejos de echarme a reír, me enciendo aún más… y decido que la
noche es joven.
—Cariño —me acerco a su oído—, la única diferencia entre tú y yo es que yo
puedo disimular que llevo el Manzanares en las bragas, pero tú no puedes ocultar
el Pirulí.
Y, ahora sí, le doy un beso en la mejilla, observo una última vez la obra de arte
que es su cara de pasmo y me alejo unos centímetros, dispuesta a irme de allí.
Antes, sin embargo, oigo cómo dice:
—¿No necesitas la gabardina?
Sonrío.
—La necesitas tú más que yo. Lo que yo necesito es un baño y cinco minutos.
LAS CHICAS SON GUERRERAS
«Las chicas son guerreras» – Los Salvajes
***
—Oye, ¿no te parece que has sido un poco bestia con eso de que es un error?
—pregunto cuando estamos ya las tres con nuestras copas al otro lado del local.
—Es que es un error. Todo él y todo lo que representa —responde.
—En defensa de Inés tengo que decir que mi primo no tiende a hacer las cosas
bien.
—Muy bien, pues en defensa de Javi yo tengo que decir que tampoco se puede
lapidar a alguien por hacer las cosas mal una vez. —Me cruzo de brazos y frunzo
el ceño. Las adoro, pero si empezamos a sacar trapos sucios aquí no se salva
nadie—. No sé si lo recuerdas, y no es algo que me haga especial gracia sacar
aquí y ahora, pero yo me lie con él.
—Ya, pero yo eso no lo vi. —Inés se encoge de hombros.
—Que no lo vieras no lo hace menos real. —Bufo.
Inés va a restarle importancia con un ademán, pero la cojo de la mano y la
hago frenar.
—Mira, tía, te quiero. Eres mi mejor amiga. Pero precisamente por eso, y
aunque tire tierra sobre mi propio tejado, te tengo que decir que no es justo que a
mí me lo perdones y a él no.
—Tía, es que me la sopla que se liara contigo. Estaba mosca, pero joder, eso ya
se ha hablado. Lo que me jodió fue el daño que me había hecho antes, porque
para eso sí que no hubo ni una conversación. Solo se lio con aquella pava y se
olvidó de mí.
Suspiro. No se ha olvidado de ella en ningún momento, pero es inútil decirlo.
—¿Y por qué se lo has estado dejando pasar ahora? Creía que empezabais a ir
a mejor. De hecho, hasta que has dicho que querías olvidarle pensaba que iba a
ser una de esas discusiones que acaban en un beso pasional de película.
—Ya, pues eres muy optimista.
Paula resopla y se mete en su mojito, pero no se va de nuestro lado.
—Vale, está bien —reconoce—, el caso es que hasta ahora se lo dejaba pasar
porque estaba helada por dentro con el tema, pero al empezar a ir a mejor todas
las defensas se han ido fundiendo y se han reabierto todas las heridas.
—Hala, tronca, qué poética… —entona Paula. Inés se encoge de hombros otra
vez.
—Vale —digo yo, sin más.
—¿«Vale»? —responden ambas, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Qué queréis? ¿Que siga defendiéndole? No, gracias. No voy a meterme en
un bucle infinito. —Miro a Inés—. Por más que tú quieras seguir hablando del
tema porque en el fondo sabes que no quieres desprenderte de él. Y porque en el
fondo, cariño, sabes que no eres la única que está sufriendo.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Paula.
Inés suspira, cierra los ojos, los vuelve a abrir, da un sorbo eterno a su mojito y
dice:
—Que yo también le estoy haciendo daño. Y joder, tiene razón.
Unos segundos muy largos bailan entre nosotras.
—Bueno, ¿y ahora qué? —pregunta Pau.
Voy a responder, pero Inés me pone la mano en la boca. Literalmente.
—Ahora —interviene— vamos a hacer lo siguiente: una de vosotras vais a ir a
buscar a Javi y le vais a sacar a bailar y a animarle, porque me siento fatal por
haberle llamado «pedazo de mierda». —Paula niega con la cabeza, como
diciendo «Yo paso». Yo cierro los ojos y sonrío.
—Iré yo. ¿Y tú qué piensas hacer? —Miro a Inés.
—Bien. Yo… Yo voy a hacer como que me emborracho hasta que sea la hora
del mítico karaoke de Nochebuena.
—¡No jodas! —exclama Paula—. ¿Aquí hay karaoke?
—¿Tía? Pero si te pasé el programa —le recuerdo—. ¿Por qué crees que
hemos venido aquí?
—¿Hay un motivo concreto? —pregunta.
Inés se ríe y responde:
—Carlota es la yonqui del karaoke. Suerte intentando quitarle el micro.
¿HE VISTO UN LINDO GATITO?
«Qué bello es vivir» – El Kanka
***
Nada más llegar a donde están Tristán, Leo y Javi, le lanzo una mirada a los
dos primeros que no deja lugar a dudas. «Dejádmelo a mí». Ellos se apartan,
ambos con una sonrisa de compromiso, y yo abrazo a Javi por la espalda y le
planto un beso en la mejilla que suena más alto que la música cuando se gira
hacia mí y me ve.
—¿Qué pasa, gatita? —pregunta con melancolía.
—Quiero bailar, y no encuentro pareja de baile.
—Ya, pues…
Le abrazo más fuerte para evitar que termine la frase (casi consigo evitar que
siga respirando también sin querer) y le doy otro beso en la mejilla mientras le
tapo la boca. Y otro. Y otro más. Y él, cuando capta que no estoy dispuesta a
dejarle ir, me hace dar una vuelta y me pone delante de él. Entonces me mira
tajante.
—No me vas a dejar hasta que bailemos, ¿verdad?
—Afirmativo. —Le dedico mi sonrisa más adorable. Él rueda los ojos.
—Si quieres, te aguanto el mojito mientras bailas. —Se encoge de hombros.
—¿Perdón? —Enarco una ceja—. ¿Dónde está mi rey del swing?
—Le he dejado en casa.
—Ah, no. De eso nada. —Me termino el mojito, lo dejo en la mesa que tenía al
lado y le robo su copa para ponerla al lado. Me da igual que no se la haya
terminado—. No pienso permitir lamentaciones esta noche. Ven conmigo, chico
yeyé.
Sin embargo, hay algo con lo que no he contado. Y es con la canción que
empieza a sonar.
—Carlota… No pienso bailar contigo «Cómeme el Donut».
—Oh, mi niño, claro que sí.
***
Con todo, no ha dejado de estar mal del todo hasta que Inés se ha acercado, le
ha mirado de arriba abajo, le ha enarcado una ceja y le ha soltado:
—¿A eso le llamas bailar, Javier Jesús? Qué lamentable espectáculo. Te hacía
más Patrick Swayze en Dirty Dancing.
Y ahí, con ese paso adelante de Inés, Javi, mi Javi, ha vuelto a aparecer.
—¿Te mola Dirty Dancing? —pregunta con una sonrisa brillante que reza
cómo la quiere. Solo con oír cómo se dirigía a él se le ha iluminado la cara.
—Me mola Dirty Dancing, me mola el Dancing… y me mola lo Dirty.
Ambos sonríen con una dulzura y una complicidad que no le pegan nada con la
frase de Inés cuando ella le guiña el ojo.
Y a mí se me contagia su sonrisa mientras desaparezco al más puro estilo
Homer Simpson entre los arbustos.
LO IMPORTANTE ES PARTICIPAR
«Si te dicen» – Los Gatos del Gitano
V ocifero como una colegiala enfurecida cuando se anuncia por los altavoces
que empieza el karaoke y me escabullo de allí a toda prisa. Vale, también
lo he hecho para que se queden solos del todo y hablen un poco de las movidas
que tienen en la cabeza, pero… el karaoke pesa más.
El karaoke es sagrado.
—¿Empiezas, jefa? —Estoy en la barra pidiendo la primera canción mucho
antes de que nadie más pueda llegar hasta aquí. Si alguien intenta inaugurar el
karaoke en mi lugar, mi ira caerá sobre esa persona.
—Sí. Porfa, ponme «Si te dicen».
—A mandar. ¿La cantas sola?
—No. Dame dos micros, ahora llamo a mi compañero.
Entonces corro a la tarima y grito:
—¡Roberto Rueda, cobarde, ven aquí y demuéstrale a Madrid lo mal que
cantas!
No he escogido a Roberto por casualidad, como tampoco he escogido esta
canción porque sí. Cuando solo éramos amigos, en el instituto, la escuchábamos
continuamente y nos reíamos muchísimo. En aquellos momentos hablábamos
cada dos por tres de relaciones sanas, de lo bonito que sería estar con alguien que
te respetara y te quisiera, de todo lo que estaba bien. Después se nos fue de las
manos.
Dudo unos instantes. En primer lugar, porque que esté contentilla (que no
borracha, ojo) y desinhibida no significa que no vea que todo Dios me está
mirando; incluidos mis amigos, entre ellos Tristán, que no entienden
absolutamente nada. Pero yo guiño un ojo en su dirección, Inés intercambia con
ellos un par de palabras y todos parecen entenderlo, aun a regañadientes.
Cuando Roberto sube conmigo, siendo el que menos entiende todo esto de
todos, sonrío feliz. Porque mientras lo hace se pinza el puente de la nariz y mira
a todas partes.
—¿Es coña, Car…?
Le tiendo el micro.
—El otro día montamos un numerito —susurro—. Ahora montaremos el
espectáculo.
Y sucede.
Empieza él. Y cuando toca «esa» parte, nos entendemos a la perfección.
—Si te dicen «no te quiero»… —entono.
—Di «lo importante es participar». Y si te dicen «quédate esta noche» —
señala a Tristán con la cabeza— quédate esta noche y la siguiente. —Yo sonrío.
—Y si te dicen «vete mañana», haz las maletas, dale un beso y sé feliz.
Y justo entonces, en ese momento, Roberto me tira un beso tonto, amistoso, y
sabemos que hemos vuelto a empezar. Cada uno por su parte, cada uno por su
camino, pero juntos, de alguna manera. Sabiendo que el día de mañana nos
encontraremos por Madrid (porque no: no es verdad eso de que aquí no te
encuentras a tu ex; al menos, no cuando estás en sus mismos círculos), y nos
hablaremos sin reproches.
Creo que hay pocas cosas que alivien más que perdonar y dejar ir.
***
Ambos hemos dejado los micros sobre la mesita que hay delante del proyector.
Rober ya se ha bajado de la tarima y yo estoy a punto de hacerlo, pero, como la
mayoría de veces de estos últimos meses, cuando veo la expresión de Inés, me
da la sensación de que está a punto de pasar algo que no me espero.
Aun así, voy a poner el tacón en el escalón que me devolverá al suelo del pub.
Rober me tiende la mano para ayudarme. Y luego…, de repente me la quita.
Yo frunzo el ceño y estoy a punto, a puntísimo, de reprocharle ser un idiota
que ha jugado con la percepción que quería que tuviera de él. Pero él sonríe, y lo
hace de un modo tan bonito que me obliga a frenar.
Pero no es lo único que consigue que pare y deje de pensar en reproches.
Porque alguien me agarra por el vientre de forma familiar, con suavidad, como
la primera noche que pasamos juntos.
Paro y suspiro con alivio. Él coloca una mano por delante de mi cintura y, con
la otra, me tiende el micro de nuevo.
—¿Desde cuándo tú cantas…? —susurro, aunque ahora mismo no me importa
lo más mínimo; lo que de verdad me importa es que Tristán se ha subido a la
tarima y me está abrazando delante de todo el mundo. De media facultad. Del
pub al completo. De una pequeña parte de Madrid que ahora mismo me parece
infinita.
Le está diciendo a todo el mundo que me quiere.
—Bueno, Javi me ha dicho que no había huevos, y…
—¿Y…? —Miro hacia abajo cuando noto cómo su boca roza mi oreja,
hablándome de cerca. Es un momento tan extrañamente íntimo, aun estando aquí
arriba, rodeados de gente y en medio de los focos.
Madrid deja de existir. Me duelen las mejillas de sonreír.
—Y he pensado que, tal vez, estaría bien demostrarle lo mal que canto a mi
colchonera favorita.
Me giro hacia él con lentitud, con el ceño fruncido y una sonrisa que no se me
va ni con agua hirviendo. Pero cuando lo hago, una mirada cálida como pocas he
visto en mi vida hace que relaje el rostro y suspire. Tristán tiene ese poder sobre
mí: un segundo puede estar volviéndome loca de atar y al siguiente arropándome
con solo mirarme.
—¿Y lo de colchonera es porque…?
Pero justo en ese instante empieza a sonar Partido a Partido.
—Ahora mismo juro que me casaría contigo. —Le acaricio la mejilla, también
delante de todo el mundo, y me pongo el micro delante de la boca.
—Por ahora me vale con que empieces tú a cantar. Se me da fatal coger el
tono. De eso… ya hablaremos.
Ni siquiera me lo pienso. Y aunque estaba deseando que todo el mundo nos
viera así, cuando refuerzo el agarre del micro con la emoción a flor de piel,
nerviosa de repente, hundo la cara en su pecho para que este momento sea solo
nuestro antes de entonar:
—Aunque apenas queda un socavón junto al Manzanares, y atascos en los
bulevares de mi corazón… Los profetas de anteayer son gaviotas de alas rotas
muertas de sed, gatos sin botas.
—Al balcón de la soledad —empieza, y me dan ganas de zarandearle cuando
se me escapa una lágrima. Si esto es cantar mal, que me quiten el título de
Grado. Achino los ojos y niego con la cabeza. Él se pone un poquito rojo—
trepan los náufragos, malheridos de tanto remar contra el huracán.
Entretanto, la gente ha ido animándose y se ha arrancado a cantar con nosotros.
Pero es que, y me da igual que esté mal que lo diga yo, quedamos bien. Muy
bien. Jodidamente bien. Cualquiera se animaría con nosotros.
Lo corroboramos cuando cantamos al unísono:
—No me habléis de resistir, es mi Atleti de Madrid. No me vengan con
lamentos, hablo de sobrevivir… —Nos pegamos más—. Y seguir coronando
montañas, y seguir conquistando escaleras, en el tiempo de descuento,
regateando al porvenir. Y ganar, y ganar, y ganar, y ganar y volver a ganar…
Partido a partido.
Y así, con eso, ya hemos ganado.
Y aquí, en esta tarima, con esta sonrisa, con esta canción que nos une, con él,
es donde muero yo de amor.
No necesito nada más.
Me acaba de marcar el gol que nos ha hecho campeones.
GABINETE DE CRISIS BESUCÓN
«Macaulay Culkin» – Ladilla Rusa
Carlota: Te…
Inés: lo…
Carlota: dijimos…
***
***
—Prepárate para el mejor beso que te han dado en tu vida por segunda vez. —
Javier se repeina hacia atrás, se levanta y se quita la americana de forma
exagerada. Tras girar dos veces la botella, me ha tocado con él, y ahora se
relame exageradamente, transmitiéndome que va a hacer el payaso para que me
calme.
—Permíteme dudarlo… —responde Tristán—, pero que nos dé el veredicto
ella después. Ahora, por favor, ¿puedes dejar de dártelas de dandi y avanzar?
Javi pone los ojos en blanco ante su intervención, pero le hace caso. Me tiende
la mano, yo me levanto y noto cómo el frío me anestesia donde Tristán me deja
de tocar cuando me aparto. Luego me pongo justo delante de mi amigo. No sé
por qué se ha levantado, pero en el fondo me hace gracia; convierte todo esto en
algo aún más surrealista.
Entonces me da una vuelta, me sostiene entre sus brazos como si estuviéramos
bailando, me inclina sobre el suelo, y ahí, mirándome directamente a los ojos,
me besa…
… En la mejilla. Con un beso de abuela: muy ruidoso y familiar.
—Lo siento, cariño, me estoy reservando para Inés Juanita —susurra.
Inés simula una arcada, pero veo en su mirada un brillo de sosiego que le hacía
falta. Ella ya quiso evitar ver esto una vez, y lo sabemos todos. Todos menos
Paula, que grita:
—ESO ES TRAMP…
Sin embargo, Tristán la interrumpe con rapidez:
—Paula, nunca te lo he pedido y te juro que esto va sin trazas de patriarcado,
pero: por favor, solo por una vez, cállate la boca —espeta con seriedad.
Paula parpadea un par de veces, le mira, me mira a mí, yo le pido lo mismo
que él con la mirada, y Javi, e Inés. Todos se lo pedimos, aunque solo sea en esta
ocasión. Y no sé si es porque se lo pide Tristán o por qué, pero claudica.
—Está bien, venga —dice rápida—. Siguiente pareja.
Cuando sabemos quiénes tocan a continuación, no podemos evitar partirnos el
culo…
… casi todos.
***
—¿Qué pasa, guapa? —Paula menea las cejas arriba y abajo muy, muy rápido
—. ¿Quieres acaparar el juego?
No pierdo detalle de cómo están los demás: Inés, divertidísima; Leo, muy, pero
que muy interesado; Javi, con la boca abierta; Tristán…
Tristán está blanco como un verano en Ibiza.
—Quiero acaparar a los Mateos. —Le guiño el ojo y me acerco a ella a gatas,
ocupándome de que Tristán tenga unas vistas privilegiadas de todo esto.
—Esperad —dice, sin embargo. Cuando le miramos está lívido—. ¿De verdad
tengo que ver esto?
La mirada fugaz que intercambiamos Paula y yo está cargada de maldad. Y
después, así, sin más, me vuelvo a girar hacia ella, solo que algo inclinada hacia
Tristán, para verle también.
—Sí —decimos al unísono.
Y entonces montamos el numerito de nuestra vida.
Me pongo de rodillas, y con mis maravillosas uñas azules, esas de las que
estoy tan orgullosa, le aparto un tirabuzón de delante de la cara. Ahí corroboro
una vez más cómo Paula es preciosa; si no fuera porque está pilladísima por Leo
y yo por Tristán, no me importaría tener unas palabras con ella. Aunque tampoco
podríamos tener nada, estamos friendzoneadas a niveles hipersónicos. Y así debe
ser.
Pero por jugar un poco no pasa nada, ¿no?
—Profe… —entono en voz bajita, mirándole con sensualidad. Entretanto, noto
cómo ella me posa las manos sobre la cintura; yo hago lo mismo sobre la línea
de su mandíbula e intento no partirme de risa. Él ni siquiera responde; se limita a
mirarme con una expresión complicada—. Tengo que reconocer que tienes buen
gusto.
Y, menos mal, le hace gracia. No es una carcajada, pero niega con la cabeza,
aparecen esos hoyuelos que tanto me gustan y luego vuelve a dirigirme esa
media sonrisa suya que me vuelve loca.
Y ya está. Es todo lo que necesito para girarme hacia Paula, acariciarle el labio
inferior, ladearle con suavidad el rostro y enterrar mi lengua en su boca.
Es un beso pausado, cálido, húmedo. Un beso que, si no estuviéramos más
concentradas en cómo están ellos que en cómo estamos nosotras, nos estaría
llevando a las puertas del mismísimo Infierno. Un beso en medio del que nos
sonreímos y en el que habríamos acabado enrollándonos durante cerca de un
minuto.
Si no fuera porque Javi, cortando de sopetón toda la tensión que se había
creado, acaba de decir:
—Joder, terminad ya, que es el momento más anticlimático de mi vida.
Paula y yo ahogamos una carcajada en la boca de la otra, nos separamos, nos
sonreímos con malicia, ella se sienta mejor en su sitio y yo vuelvo junto a
Tristán.
Y justo ahí, en ese momento, Leo y él se aclaran la garganta y se sientan mejor
(¿por qué será? ¿Qué tendrán esas entrepiernas que esconder?). A la vez.
—Sois unas hijas de puta —musita Inés, más divertida que en toda su vida.
Estamos de acuerdo.
JODER, YA ERA HORA
«Sabor a mí» – Monsieur Periné
V
— aya —dice Paula, tragando saliva.
—Vaya —repite Leo, tomando aire hondo.
—Vaya… —dice Tristán, meneando las cejas y recolocando la mano sobre mi
pierna, tras mi espalda.
—A ver —dice Inés—, si queréis yo también lo digo, pero creo que sería más
ágil que os comierais ya los morros, no sé, para que no estemos aquí hasta
nuestra jubilación. —Se encoge de hombros, yo me río y me callo. Estaba a
punto de decir «Vaya» también, pero me hace más gracia su intervención.
—Por favor, hacedlo rápido, me da asco ver cómo mi prima se morrea, ya lo
he tenido que sufrir una vez y además aún estoy esperando a Inés Juanita. —La
mira con media sonrisa lobuna y le lanza un beso. Ella se aparta con rapidez de
su trayectoria y sopla al aire, alejando el beso imaginario de ella.
No soy tonta; sé que Inés lo ha hecho para darle tiempo a Paula, que de repente
está apretándose el vestido, entre nerviosa e ilusionada, y con un rojo en las
mejillas que no le había visto hasta ahora. Se acaba de topar con que ahora sí va
a haber beso. Y va a ser de verdad.
—Bueno… —Leo ladea la cabeza y asiente, como preparándose—. ¿Vienes?
—Ven tú —responde ella. Y ninguno nos atrevemos a abrir la boca; lo
habríamos hecho si Paula se estuviera haciendo la difícil por las risas, pero no ha
sido así. Lo ha dicho nerviosa. Juraría que le tiembla hasta el carné de identidad.
Y entonces me doy cuenta.
—No vayas —intercedo, dándole la mano a mi amiga—. No así.
Todos menos Paula y Leo me miran extrañados; ellos lo hacen suspirando,
como si agradecieran que me hubiera dado cuenta de eso.
—¿Por qué? —pregunta Javi, descolocado. Su lógica aún no ha dejado de
bailar con el alcohol.
—Porque un primer beso no puede ser así —explico—. Marchaos. Id a alguna
habitación, al baño, al pasillo o donde queráis, pero no lo hagáis aquí. No delante
de nosotros.
—¿Seguro? —pregunta Paula. Yo sonrío.
—Por supuesto —interviene Tristán—. Id. Os esperamos.
—Id sin prisa —corrijo yo, guiñándole un ojo a Pau—. Prepararemos algo
para beber mientras tanto.
Asienten, se miran, y, al fin, él se levanta y le tiende la mano.
***
Cuando Leo y Paula han vuelto de una de las habitaciones y han cogido dos de
los gin-tonics que habíamos preparado para todos, ya no se han sentado como
antes. Leo le ha dado una patada sutil a Javi, que se ha quejado de manera
exagerada, y le ha dicho que tirara para el costado, acercándose a Inés. Y aquí
estamos ahora, con ella acercándose cada vez más a mí para que Javi la deje en
paz.
—Como me toques te aplasto las pelotas —espeta, aunque no se mueve ni un
milímetro.
—No te tocaré, Inés Juanita, mi amor…, hasta que tú me lo pidas.
—¿Y si te pido que te pierdas? —Se gira hacia él con una sonrisa de desdén.
Él se ríe dulce, como si lo que hubiera leído fuera lo más romántico del mundo.
Y un segundo más tarde se olvida de que le ha amenazado y le pellizca la
barbilla con lentitud y suavidad. Algo que hace que, a Inés, no tengo ninguna
duda, le implosione el cerebro.
Le ha encantado.
Carraspeo junto a Paula, que está tan pegada a Leo como yo a Tristán, e Inés,
solo entonces, descubre lo que acaba de pasar. Así que se separa de él con
rapidez y me mira:
—Bueno, ya está, ¿no? —pregunta mi amiga.
—¿Qué? —Tristán enarca una ceja—. No.
—¿Por qué? Ya hemos conseguido que se dieran el beso.
—¿Habéis montado todo esto para que nos besáramos? —se ríe Leo.
—Bueno… —dice Inés.
—Sí —carcajeo y continúo—: Pero ahora ya no solo estamos jugando por eso.
Inés, cariño, lo siento, pero te jodes. No me voy sin mi beso.
—Te has dado dos, pedazo de guarra. —Enarca una ceja.
—Pues quiero tres, pedazo de puerca —respondo con mi mayor sonrisa.
Pone los ojos en blanco y suspira pesadamente.
—Está bien.
Gira la botella, le toca a Javi… Y la vuelve a girar…
Y le toca a Inés.
En un instante, a Javi se le van el color de la cara y el aire de los pulmones.
Ella, en cambio, está de un rojo España que tira para atrás.
—Estos gin-tonics no están nada cargados —se queja él con un hilo de voz.
—No pienso besarte —espeta Inés, seria.
Él la mira directamente a los ojos y toma aire hondo. Después boquea,
buscando unas palabras que parecen no llegar.
Sé que para ellos esto no es fácil. Se quieren, eso está claro, pero lo han pasado
mal. Y Javi no va a presionarla. Por ello asiente y claudica diciendo:
—Está bien. —Se encoge de hombros y se aparta unos centímetros de ella.
Y es triste. Muy, muy triste. Porque todo el mundo aquí sabe que quieren
besarse, que desean hacerlo tanto como los demás lo hemos deseado, que
pagarían lo que fuera por borrar lo que vivieron y comerse ahora la boca sin
ningún tipo de pudor para tener una excusa para empezar.
Nadie sabe cuánto me alegro cuando Inés vuelve a hablar.
—Menudo gallina… —musita Inés—. ¿No me vas a insistir ni un poco? ¿Tan
fea soy?
—¿Qué cojones, Inés? —Javi se gira hacia ella con el ceño fruncido—. No te
voy a presionar.
—Buena forma de decir que no te gusto —rebate, aunque todos sabemos por
qué lo está haciendo. Inés es perfectamente consciente de que Javi no quiere ser
así, y ella tampoco le quiere presionar a él, por eso lo hace todo en ese tono de
perdonavidas. El problema es que Javi no está viendo por dónde va.
—Inés, no juegues con fuego. Has sido tú quien ha dicho que no pensabas
besarme. —Se gira hacia ella, pero ella no le mira a él, así que Javi la toma con
suavidad del mentón y lo gira hasta que se están mirando.
Dudo haber visto a dos personas mirarse así jamás, y creo que yo solo he
mirado así a Tristán. Están devorándose, y lo están haciendo de un modo tan
profundo, respetuoso y puro que se me parte el corazón solo pensando en que
todo esto puede no salir bien. Sigo pensando que Javi e Inés necesitan una
segunda parte.
Y, al parecer, no soy la única.
—Exacto —susurra—, he dicho que no pensaba besarte.
—¿Entonces…? —Javi frunce el ceño.
—Entonces —cierra los ojos y suelta el aire— bésame tú.
Si bien no había visto nunca a nadie mirarse así, tampoco había visto a Javi
cuadrarse y concentrarse de esta manera. Se ha acercado a Inés, ha separado las
rodillas, y, tras parpadear un par de veces y llenarse de oxígeno, ha bajado de su
mentón a su cintura, atrayéndola más hacia sí, que queda sentada tal y como
estoy yo, con las piernas hacia atrás, delante de la cadera de Javi. Ahora ella le
pone las manos sobre el pecho con lentitud, y él le acaricia la espalda con
tiempo, como si fuera el tesoro más delicado que ha tocado jamás
(probablemente lo sea). Los demás no nos atrevemos a hablar, a movernos, a
hacer el más mínimo ruido mientras eso pasa. Incluso hemos ralentizado
nuestras respiraciones. Nos limitamos a observar cómo Javi vuelve a subir con
una de sus manos a su pelo, apartándoselo con cuidado, hasta que deja posada la
mano entre su cuello y su mandíbula para acariciarla mientras le susurra algo
que ni siquiera nosotros, que estamos al lado, alcanzamos a oír. Ella asiente con
lentitud y nervios y después cierra los ojos al tiempo que sube algo más y se
apoya en sus hombros antes de ladear el mentón.
Y entonces sucede.
Javi se acerca a los labios de Inés, la aprieta contra su cuerpo con una
necesidad extrema y, con una dulzura infinita, se zambulle en su boca y se funde
con ella en un vaivén que conecta sus labios como si llevaran toda la vida
buscándose, coordinándose en ese péndulo, humedeciéndose el uno al otro
mientras se acarician. Él se esconde menos que ella a los ojos de los demás
cuando la toca, pero ella también lo hace con movimientos cuidadosos, casi
invisibles.
Un roce con el índice la piel del cuello, una uña que dibuja infinitos sobre la
clavícula, unos labios que no se quieren ir.
Javi se estremece y la aprieta más contra él, separándose un segundo de su
boca, mirándola de arriba abajo y besándola con más vehemencia después,
uniendo su lengua a la suya. Ella le corresponde cada segundo y acaba
enredando la manicura, roja y preciosa, en su cuello, hasta que él la rodea con las
piernas y acaban completamente abrazados.
Llevan cerca de tres minutos besándose cuando Inés ahoga una exclamación en
la boca de Javi y se separa de ella, mirando después a todas partes. Él da un
respingo sin entender qué está pasando, y ella aparta las manos de su pelo, de sus
hombros y, finalmente, de él.
Cuando me mira, lo sé. Se había olvidado de que estábamos aquí.
Cojo la botella a toda prisa, carraspeo y la giro como si me fuera la vida en
ello.
El cuello de cristal va a parar justo delante de mí, lo que provoca que todo el
mundo me llame acaparadora (y con razón). Yo fuerzo una risa (aún estoy en
shock con lo de antes) y voy a girarla otra vez, pero Tristán me para por la
muñeca, me mira con su media sonrisa mítica y dice:
—Ni de casualidad. Como lances tú otra vez nos tiramos aquí tres años.
Y pasa.
Es todo rapidísimo. Tristán tira. La botella gira a una velocidad de vértigo. El
cuello le señala a él. Él me mira. Dibuja una sonrisa ladina.
Y solo una micra más tarde, me pasa un brazo por detrás de la espalda, el otro
me lo coloca en la mejilla y, tras girarme e inclinarme sobre él, entona:
—Joder, ya era hora.
Cuando me coge con fuerza y nuestros labios chocan con brutalidad delante de
todo el mundo, soy exageradamente feliz.
AQUÍ GUERRA Y DESPUÉS GLORIA
«Breaking Bad» – Leiva
L e he insistido a Inés tantas veces que he perdido la cuenta, pero ella siempre
ha insistido una más. Me ha dicho que no le importa, que no pasa nada, que
no se va a morir por dormir una noche en el mismo sitio que Javi. Y ahora,
mientras Leo y Paula hacen cosas no aptas para el horario infantil en una de las
dos habitaciones, me mira desde el sofá cama, descalza y abrazada a un cojín.
Mi amigo está en una de las sillas de la mesa de comedor que hay al lado,
sentado con el pecho en el respaldo y con los brazos sobre este, mientras me
observa con calma, como diciendo: «Tranquila, no la voy a molestar». Y yo ya
lo sé, pero, aun así…
—Tía, vete a dormir, en serio —dice con una sonrisa comprensiva en los
labios.
—No van a dormir —añade Javier con la misma comprensión y una calma que
me traspasa. Luego intercambian una sonrisa suave y cómplice.
Si algo tienen estos dos, es la capacidad de no pensar en ellos en absoluto
cuando hay alguien más delante. Me lo han demostrado tantas veces que duele, y
no quiero volver a ser yo la egoísta.
—Pero… —voy a volver a preguntar si están seguros, aunque corto a medio
camino. Los brazos de Tristán se enlazan delante de mi vientre y me da un beso
encima del hombro.
—Creo que ya has insistido suficiente —susurra. Ellos sonríen una vez más y
yo me siento aún más culpable.
—¿Y si no quieren estar juntos? —susurro yo después, aunque no sé por qué;
es evidente que me oyen.
—¿Y si lo quieren estar?
Inés cierra los ojos con calma mientras se acomoda un poco más en el sofá.
Javi, en ese mismo momento, la mira y suspira casi inaudiblemente. Un instante
después, Tristán me da otro beso, esta vez en el cuello, y yo claudico.
—Está bien. —Bufo—. Si necesitáis algo, me venís a buscar.
Ambos se ríen en silencio.
—No, gracias. Estamos bien. —Asiente Inés, aún con los ojos cerrados.
Entonces, Tristán tira de mí con levedad hacia atrás y cierro la puerta
acristalada que separa el salón del ático.
Sin embargo, y aunque lo dice flojísimo, cuando nos estamos alejando oímos:
—Javi…, deja de hacer el tonto en la silla y ven a dormir.
***
***
***
Tristán ha venido a la cantina para estar conmigo mientras espere a Inés, que
ha quedado con Javi fuera en escasos minutos. Ella aún está con nosotros,
tomándose un segundo café y moviendo la pierna como si llevara un vibrador
dentro.
—Tranquila —entono mientras la freno con la mano—. Todo va a ir bien.
—Para vosotros es fácil decirlo, mirad lo bien que estáis. —Se muerde las
uñas. Y ella nunca se muerde las uñas. Son lo que más adora en esta vida
(después de mí).
—Ya, bueno, nos faltan algunas barreras por superar. —Tristán se encoge de
hombros.
—¿Qué barreras? —Ladea el mentón. Yo sonrío.
—Hacer todo esto oficial, entre otras… —respondo y le doy la mano por
debajo de la mesa.
—¿Entre otras? —pregunta Inés. En cualquier otro momento se daría cuenta de
lo que está preguntando, pero ahora no lo hace. Está tan nerviosa que no piensa.
—Todo se andará. —Tristán me mira y sonríe con dulzura. No va a responder
que no hemos hecho el amor aquí—. Toulouse está cerca y allí estaremos solos.
En ese momento, Rober entra con Ana. La lleva cogida de la cintura y se miran
de cerca con una sonrisa preciosa. Cuando nos ven, no dudan en venir a
saludarnos.
—Feliz Año —entona él.
—Eso parece. —Sonrío radiante. Tristán me aprieta la mano con cariño por
debajo de la mesa. Inés aprieta los labios; sigue sin tragarle. Después, sin
embargo, intenta ser maja y dice:
—Veo que el amor está en el aire.
Rober se encoge de hombros.
—Eso parece. He visto también a Javi ahí fuera hace un rato con Ali. —
Pretende ser agradable. Lo que Rober no sabe es que eso es lo último que
esperábamos oír.
—¿Qué acabas de…?
No termino la pregunta.
Inés se levanta de súbito y se encamina hacia la puerta. Yo me levanto y corro
hacia ella con Tristán detrás. Ambos tratamos de frenarla por si ve algo que le
pueda romper el corazón.
Pero joder, llegamos tardísimo. Muy, muy tarde.
Justo para ver cómo Javi, apoyado sobre uno de los árboles de fuera de la
cantina, pega su frente sobre la de Alicia Meroño, que sonríe tímida mientras él
le acaricia una mejilla con una mano…
… y la besa.
Inés ni siquiera espera a que se separen. Se acerca a Javi, le coge del hombro y
le gira con rapidez hacia ella. Cuando lo hace, estaba ya preparando una mueca
de «Quién coño eres y qué coño crees que haces», pero cuando ve a mi amiga
pierde la mirada y suspira resignado.
—Buenos días, Inés —dice sin más. Alicia lo observa todo atónita, pero no
dice nada.
—¿«Buenos días»? ¿Estás de puta coña? —le responde ella.
Él ni siquiera se esconde. Sabe bien a qué se refiere, y toda su respuesta es
encogerse de hombros y girarse hacia Alicia. Un instante después, dice:
—Te veo luego en clase.
Ella sonríe entre culpable e interrogante y desaparece. En ese momento, yo ya
no puedo más y pretendo ir a su encuentro, pero Tristán me frena poniéndome
una mano en el vientre y negando con suavidad.
—No te metas, no es asunto tuyo —dice con una calma casi anestésica.
No doy crédito, como comprenderás.
—¿No es asunto mío que le acaben de romper el corazón a mi mejor amiga por
segunda vez? —vocifero. Pero él niega—. ¿Estás de coña, Tristán? ¿En serio no
es asunto mío?
En ese momento, me giro para ver a Javi y veo que intercambia una mirada
fugaz con mi tutor del máster. Una mirada que no da lugar a dudas. A la vez, yo
intercambio una con Inés.
—Un momento. —Me giro hacia Tristán después—. ¿Tú sabías que se la
estaba pegando a Inés?
Tristán resopla y se lleva una mano al pelo. Luego se lo mesa.
—No se la está pegando a Inés.
—Tienes que estar de coña —repito, apartándome de él y dando un paso atrás
—. ¿Lo sabías y no me has dicho nada? ¿Ha estado llevando al piso a Alicia?
—No te he dicho nada porque no es asunto nuestro, Carlota. Y no, no la ha
llevado.
—¿Antes no era asunto mío, pero ahora no es asunto nuestro? —Ahogo una
risa sarcástica—. No me toques los ovarios, Tristán. Es mi mejor amiga, mi
hermana. Y tú has sabido todo este tiempo que se la estaba pegando y que le iba
a romper el corazón y no me has dicho absolutamente nada. ¿Qué pasa? ¿Ahora
de repente es tu mejor amigo del alma y le cubres así? ¿Él te cubre a ti también
algo que deba saber, o tampoco es asunto mío?
Cierra los ojos y se acerca hacia mí, pero yo doy otro paso atrás.
—Carlota, deja de extralimitarte, te estás pasando. Yo no te escondo nada.
—Nada, excepto que el tío por el que está pillada la persona más importante
que tengo en mi vida, con la que duermo cada noche porque no puede con sus
ataques de ansiedad, le está comiendo la boca a otra.
—Javi hace eso porque no se atreve con Inés y quiere pasar página.
—¿¡Y no crees que habría estado bien que después de lo que vimos en
Navidad le diera al menos una explicación!?
Bufa por enésima vez y va a responder, pero le pongo una mano delante para
que sepa que no quiero oírle. Evidentemente, era una pregunta retórica, y no le
voy a permitir que me diga de nuevo que no es cosa mía. Sabe de sobra lo que
Inés significa para mí, lo que me ha ayudado, lo que la he ayudado yo. Sabe que
es mi única familia, mi confidente, mi todo. Por ello, en cuanto va a tocarme de
nuevo yo me vuelvo a separar, chocándome con la espalda de mi amiga, que
tiembla.
Le doy la mano a Inés desde atrás y niego con la cabeza.
Solo un segundo después, notando cómo tiembla y solloza, le digo al hombre
que tengo delante:
—Te creí cuando me dijiste que haríamos las cosas bien.
Tristán achina los ojos y niega con preocupación.
—Y las hemos hecho. Esto no tiene nada que ver con nuestra relación.
Bufo exasperada. Inés me aprieta más la mano. Está hecha una mierda. Yo la
atraigo hacia mí y la abrazo según ella rompe a llorar sobre mi pecho.
—¿Esto no es asunto mío, Tristán? ¿De verdad?
Aparta la mirada, pero no dice nada pese a cómo está Inés.
—Muy bien —claudico—. En ese caso, no hay nada más que hablar.
—¿Qué…? —Se acerca a mí—. Carlota, no, ¿después de todo lo que hemos
construido?
Me muerdo el labio para no llorar yo también y niego con la cabeza.
Aprieto a Inés entre mis brazos.
Miro a Tristán a los ojos.
—¿Y qué coño hemos construido si en la base no hay confianza?
EQUIVÓCATE
«Jóvenes eternamente» – Pol 3.14
Tengo que hacer un esfuerzo titánico para que no se me caiga el móvil de Inés
al suelo. Estoy flipando. Sin embargo, no seré yo quien se ponga a reprocharle la
mentira guarrísima que le ha endosado a Alicia de que está conociendo a alguien
más. En su lugar, analizo de nuevo el último mensaje y, para no ponerme a
echarle la turra moralista de que está feo hablarle a la nueva novia de su ex,
pregunto algo que me parece igual de importante:
—¿Lo de Tinder es verdad?
Recupera el móvil, abre Tinder y clica un par de veces antes de devolvérmelo.
Javi, efectivamente, le ha pedido hacer match.
Tomo aire con pesadez y algo en el fondo de mi pecho agradece no haber
tenido que vivir esto siendo pareja de Tristán. Habría sido un conflicto de
intereses tela de grande.
—Se tiene que haber equivocado.
—La que no se va a equivocar otra vez con él soy yo. —Suspira.
Rechaza la solicitud y guarda el teléfono.
—Pero tú, Carlota, equivócate muchísimo en Toulouse si es lo que te nace.
Equivócate cuando veas que el error te va a hacer feliz. Equivócate cuando
sientas cosquillas en el estómago. Equivócate hasta que encuentres el acierto.
Equivocarse cuando no haces daño a nadie más es bonito. Y tú te mereces vivir
cosas bonitas. —Me da las manos con los ojos vidriosos—. Y él también.
PASAJEROS
«Por delicadeza» – Joaquín Sabina y Leiva
***
Sofoco una risa amarga, pero no puedo negar que pienso lo mismo que él. Aun
así, sigo haciéndome la dura un poco más porque no sé cómo decirle que le echo
de menos sin dejarme otra parte de una conversación que debemos tener para
empezar esto como toca.
Carlota: Pues cuánto lo siento, amigo.
Tristán: ¿En serio, Carlota…?
Carlota: En serio, Tristán.
N ada más subir al avión, la gente se apiña en el pasillo. Hay una señora con
unas maletas del tamaño de la Cibeles y un par de hombres la están
ayudando a colocarlas. Nosotros no estamos muy lejos de aquí; de hecho,
viajamos en el asiento cuatro, así que estamos justo al inicio del avión.
Estoy empezando a impacientarme cuando oigo cómo una marabunta de
adolescentes hormonados y chillones entra en el avión, arramblando con
prácticamente todo. La tripulación de cabina los frena enseguida para que no
reine el caos, pero ha sido suficiente como para que alguien empuje a Tristán y
él a mí sin querer. Y por si tener su cadera pegada a mi coxis no era suficiente,
para evitar que me caiga me ha agarrado de la cintura y me ha pasado un brazo
por delante de los hombros, anclando mi cuerpo al suyo. Mientras lo hacía, me
ha clavado el bulto de la entrepierna en lo que viene siendo todo el culamen.
Solo un instante más tarde, la señora de las maletas se sienta en su sitio, sonríe
radiante a los hombres, nos mira, nos sonríe radiante y dice con alegría:
—Gracias por esperar, pareja. ¿Vais de luna de miel?
Miro a Tristán por encima del hombro, desde abajo. Él me mira a mí con
seriedad. Me giro hacia ella cuando vemos que estamos perdiendo la noción del
tiempo y, forzando una sonrisa que no se cree nadie, entono:
—Algo así.
Cuando me deshago de su agarre con rapidez, guardo la barra de mi maleta y
me dispongo a colocarla en el compartimento.
Pero sorpresa: Tristán no me deja. Y no puedo negar que lo agradezca; en parte
porque pesa un quintal, en parte porque me parece adorable, y en parte porque
ahora tengo un motivo para hacerme la ofendida y olvidar lo que acabamos de
vivir.
Me coloco en mi asiento con fingida rabia y, cuando está a mi lado, cojo mi
cinturón de seguridad y empiezo a refunfuñar mientras intento ponérmelo.
—Podía sola, ¿sabes? —me quejo sin mirarle.
Y el cinturón no entra.
—Claro que sí. —Se abrocha el suyo con facilidad y vuelve a coger su móvil,
pero cuando ve que sigo peleándome con el condenado cacharrito centra su
atención de nuevo en mí—. ¿También puedes sola con eso, o…?
Nada más me giro, veo en su rostro una expresión de vacile increíble. Alza una
ceja, desvía su comisura ligeramente y alterna la mirada entre mis ojos y mis
manos.
—Claro que sí. —Y continúo pegándome con el metal.
Él se encoge de hombros, pero cuando ve que llevo dos minutos intentando
ponérmelo, se gira hacia mí, retira el reposabrazos que hay en medio de los dos
y, acercándose a mi oído, susurra:
—Trae, anda.
—Bueno, pero que sepas que ya casi lo tenía… —musito débil, como cada vez
que tengo sus labios tan cerca de mi cuello y no puedo evitar acordarme del
Dime que me quieres. Pero él me ignora, lleva sus manos a mi cinturón, lo
maneja unos segundos, deshaciendo el nudo que había en el mecanismo, y
después, sobrepasándome con la otra mano, me abrocha.
Y yo suspiro como una tonta enamorada cuando su mejilla pasa por delante de
mi boca. Él lo nota y permanece a mi lado unos segundos más, mirándome de
cerca. Yo no puedo evitar girar el rostro hacia él de nuevo. Me supera, pero a la
vez me encanta sufrir así.
Sé que la he cagado y que voy a sufrir aún más en cuanto abro la boca y
pregunto:
—¿De verdad te habías equivocado de chat?
Suspira, se aparta de mi cuerpo y, sin dejar de mirarme, entona:
—Por supuesto que no.
***
N ada más aterrizamos en Toulouse, nos recibe un aguacero que reza que no
es una buena idea salir, así que, tras cruzar una mirada, decidimos en
silencio que lo mejor es sentarnos en una de las sillas del aeropuerto a esperar.
Y esperamos.
Y esperamos.
Y esperamos más.
Pero la lluvia no frena, y yo empiezo a ponerme nerviosa, de modo que decido
sacar los AirPods para ponerme algo de música y así matar el tiempo. Es eso o
decirle a Tristán la primera cosa que se me venga a la cabeza, y no estoy
preparada para hacer más el ridículo y poner más en entredicho el poco
equilibrio emocional que me queda después de la escenita del avión.
«Menuda ridícula», pienso.
Solo que, como tantas otras veces, no solo lo pienso.
—No estoy de acuerdo.
Le miro. Me mira. Suspiro y cierro los ojos resignada.
—He pensado en voz alta otra vez, ¿verdad?
—Y no has sido muy amable contigo misma.
Cierro los auriculares de un golpe y apoyo la cabeza en la pared.
—¿Puedes dejar que me flagele tranquila, por favor?
—No.
Frunzo el ceño y abro los ojos. Le encuentro delante de mí, su cabeza sobre la
pared como la mía, una mirada preocupada.
—No elijas precisamente este momento para ser un príncipe azul, te lo pido.
Se ríe amargo y baja un instante los párpados.
—Creo que ha quedado bastante claro que no soy nada de eso. Más bien soy el
villano.
Achino los ojos.
—Pero ¿qué dices?
—Bueno. Te oculté información que para ti era importante. Lo de la
universidad, lo de Javi…
—Para protegerme —me quejo. Y ya está. Ya estoy justificándole para
convertirle yo en lo que precisamente le he pedido que no fuese.
—Sí, bueno, el fin no justifica los medios. No fui justo contigo.
Voy a empezar con un «Eso es verdad, pero…», pero ¿es cierto, para empezar?
Me callo y me planteo hasta el sentido de mi existencia. Ya no lo tengo tan claro.
Quiero decir, ¿puedo juzgarle por no contarme algo que me iba a destrozar?
¿Habría preferido que me contara lo de Inés para meterme en medio sin ningún
tipo de derecho? ¿Habría sido justo evitar que dejara la docencia cuando está
deseando hacerlo?
«No».
—Creo que soy yo quien no fue justa contigo —digo finalmente. Él me mira,
entreabre los labios y parpadea interrogante.
—¿Perdón?
—Sé que no es excusa, pero vengo de una relación en la que tenía que dar
parte de todo lo que hacía. Y joder, Tristán, no me gustaba hacerlo. ¿Cómo voy a
pedirte a ti que lo hagas? Tenías tus razones, y yo debí confiar en ellas en lugar
de hacer una pataleta.
—Ya, pero era tu mejor amiga.
—Y Javi el tuyo.
—Yo no diría tanto —replica, pero sonríe.
—No te hagas el machito ahora. Laváis los calzoncillos en la misma lavadora.
Mira al techo, pero sigue sonriendo, y cuando me mira de nuevo mantiene una
expresión preciosa.
—Vale.
—¿Vale?
—Tienes razón.
Abro muchísimo la boca.
—Paren rotativas. ¿Me estás dando la razón?
—Te daría lo que me pidieras, Carlota.
No puedo evitar que se me quede cara de boba, y tampoco abrir la boca y
preguntar:
—¿Y si te pido un café? Un café en Francia, ojo. Son caros que te pasas.
Se ríe en silencio, pero acaba levantándose y tendiéndome las manos. Yo se las
cojo y dejo que me atraiga hacia él, pero luego me separo y me hago la digna
carraspeando. Después dice:
—¿Cómo lo quieres?
—Como te hayas olvidado hasta de cómo me gusta el café, me vas a oír.
Niega con la cabeza risueño, me da la mano y nos dirigimos hacia la primera
cafetería dispuesta a timarnos por dos cafés.
Una vez allí, yo me siento y él va a pedir. Cuando vuelve, lo hace con un café
solo largo y otro con leche, espuma y canela con un corazón dibujado.
—Buen chico. —Sonrío—. Pero vas a necesitar algo más que un café bonito
para volver a… caerme bien.
—Lo sé —interrumpe—. Y estoy dispuesto a currármelo.
—¿Aunque te meta en la Friendzone de por vida?
Enarca una ceja.
—¿Lo dices en serio?
—Que te haya dado la razón no significa que me vaya a casar contigo.
Tenemos un problema serio de comunicación.
Bufa, da un sorbo a su café y pierde la mirada en el infinito. Yo espero
abrazando mi taza. Un momento más tarde, dice:
—Aunque me metas en la Friendzone de por vida.
Estoy partiéndome de risa mucho antes de responder:
—Genial, bro.
Enarca aún más la ceja.
—¿Estás de coña?
—¿Prefieres que te llame amiguete?
Cierra los ojos y da otro sorbo a su café.
—Prefiero que me llames cariño —masculla después.
—¿Cómo dices, camarada?
—Dios mío. ¿Cuánto tiempo dices que tengo que aguantarte así?
Sonrío, me acerco a él y le pellizco la barbilla.
—Solo un ratito más.
IN THE MOOD FOR LOVE
«Culpable» – Pablomora
M e parece surrealista estar dentro del mismo edredón con Tristán, pegada a
su pecho desnudo, en ropa interior y dibujando infinitos en el vello clarito
que salpica su pecho.
—Bueno… —entona. Yo sonrío y me pego más a él.
—Bueno… —canturreo divertida.
Me mira como apremiándome a hablar para que empecemos el tema, pero yo
no quiero. No quería hace un rato y no me apetece ahora. ¿Es inmaduro por mi
parte rehuir esta conversación? Sí. ¿Me da igual porque es más bonito acurrucar
mis pies fríos con los suyos? Por supuesto.
—Estás helada. —Me abraza más.
—Caliéntame —suelto una risita. Él suspira y se pone de un rojo tomate muy
bonito.
—No piensas sacar tú el tema, ¿verdad?
—¿No podemos hacer el amor primero? —pregunto traviesa, aunque no lo
pretendo, solo quiero jugar un poco.
En ese momento, a Tristán se le pasan las ganas de reírse, entreabre los labios
y carraspea.
—Carlota, hemos dicho que… Buf. En serio, no me lo pongas tan difícil.
Me acurruco más sobre su pecho, aplasto la mejilla contra él, subo una mano
hacia su mentón y lo pellizco.
—Es broma. Me vale con que me des castos y recatados besitos…
—Perfecto.
—… por todo el cuerpo.
—Tía… —se ríe.
—¡Perdón! Llevo una semana sin ti.
—Porque has querido.
Nada más dice eso, me coloca debajo de él y se apoya sobre sus codos, que
quedan a ambos lados de mis hombros. También enlaza sus piernas con las mías,
y su entrepierna, por encima del bóxer, va a parar a mi cadera, justo sobre mi
pubis. Huelga decir que ahogo un gritito mientras le miro a los ojos cuando noto
su bulto sobre mí.
Y así, sin más, decido que me voy a arrepentir si no saco el tema ya.
—Va, cuéntame lo que quieras. Pero sigo pensando que no me lo debes.
Aun así, nos damos un tiempo más. Nuestras lenguas bailan y saben a otoño, a
reencuentro, a hogar.
Luego, sin apartarse, mientras me roza con los labios, responde:
—Tienes que prometerme que no le dirás esto a Inés…
Frunzo el ceño y separo mi boca de la suya con suavidad, poniéndole ambas
manos en el pecho.
—Mira, no te voy a mentir, antes lo he pensado y sé que no tengo ningún
derecho, pero no puedes pedirme que le esconda algo así a mi mejor amiga si
con ello consigo que esté un poco menos hundida. En parte por eso no quería
que me lo contaras, porque sé que me voy a ir de la lengua. Es que lo sé.
Él, con todo, no cesa. Se vuelve a colocar encima de mí, me dedica un lametón
suave en el cuello y empieza a besarlo poco a poco.
—Solo te estoy pidiendo que me guardes un secreto, pequeña… —Maldito.
Sabe que es mi debilidad—. Nada más.
Resoplo flojito. Cuando lo hago, él agarra mi pelo entre sus dedos y lo aparta,
dándose un mejor acceso. Yo se lo concedo sin reservas. Después va subiendo
poco a poco, beso a beso, hasta la piel que hay detrás de mi oreja. Allí
permanece unos segundos, lamiéndola, saboreándola, estremeciéndome.
—Así es imposible tener una conversación —me río bajito.
—Has empezado tú. —Me mordisquea con suavidad—. ¿Lo harás por mí?
Yo tomo aire hondo y recorro la cordillera perfecta que es su espalda. No
quiero ocultarle nada a Inés, pero tampoco quiero traicionar la confianza de
Tristán. Necesito esto. Y no puedo volverlo a perder. Me las arreglaré para cerrar
la boca.
—De acuerdo —claudico—. Pero solo si me prometes que es por su bien. —Él
sonríe sobre mi cuello y viaja a mis labios, besándome con vehemencia, esta vez.
—Por supuesto que es por su bien, Carlota. —Pausa—. Verás, hay un motivo
por el que Javi se fue con Alicia.
Asiento y trago saliva con dificultad. Nada más ha empezado a contarme eso,
se ha colocado a mi lado y ha empezado a acariciar mi vientre con pausa con el
dedo índice, yendo hacia la tira de las brasileñas preciosas que me he puesto hoy
(he sido muy, muy optimista esta mañana, y fíjate, ha salido bien).
—El caso es que no se atreve a estar con ella. —Resoplo, eso lo sé—. No sé si
te lo contó, pero después de Navidad estuvieron hablando. Fue cuando él le pidió
que empezaran de cero.
Espera, eso es nuevo.
—¿Qué…? —Abro los ojos según me desperezo con muchas dudas.
Antes de responder, vuelve unos segundos a mis labios y sus dedos se deslizan
hasta llegar a mi ropa interior con calma.
—Ella le dijo que no, que ya habían sufrido demasiado. —Pausa—. Acordaron
no contárselo a nadie, por eso no lo sabías. Yo tampoco lo habría sabido de no
ser porque, solo una noche más tarde, me encontré a Javi mirando fotos de
manera muy dramática al lado de una lavadora.
—¿Al lado de una lavadora? —me extraño un poco más
—Ahí no se le escuchaba llorar. —Se encoge de hombros.
—Pero si Inés… —Freno un segundo sus caricias y sonrío con dulzura. Él me
devuelve la sonrisa—. En serio, así no hay quien hable.
Se aparta unos segundos de mí, pero entonces, con la seguridad que le confiere
tener el control, me mordisquea un pezón con suavidad.
—Muy bien —dice y para un segundo—. Prueba así.
—Lo que iba a decir —me río jadeando— es que Inés quería hablar con él
sobre… Deja que me centre… Ay… Eres lo peor.
—Y tú estás buenísima. —Muerde. Es cuando decido acabar el tema de tirón.
—Lo que quiero decir es que Inés quería hablar con él para volver a empezar
—digo de corrido—. Se debió arrepentir de decirle que no.
Y entonces sí, se separa de mi piel y sé que tengo toda su atención.
Un rato después, cuando entendemos que nuestros amigos son idiotas y han
estado jugando al pillapilla, volvemos a acurrucarnos y terminamos la
conversación.
—Entonces ¿sí quería empezar de cero? —pregunta.
—Claro… Lo que pasa es que necesitaba hablar con él de todo. Como nosotros
—explico.
—Ya, pues… no lo hicieron.
—Ya. Y por eso él se fue con Ali. —Pongo los ojos en blanco—. Muy maduro.
Se encoge de hombros.
—No lo excusarás, ¿no? —pregunto.
—Qué va… Yo también creo que fue una cagada. Solo digo que lo entiendo.
—Pero ¿por qué lo entiendes?
Suspira, me mira y aprieta los labios.
—Porque pensó que estando con otra podría aprender y merecerse estar con
Inés.
—No fastidies… ¿Alicia son sus prácticas? —Achino los párpados.
—Hombre, dicho así…
—Dicho así, está siendo aún más gilipollas de lo que pensaba. —Enarco una
ceja. Él se lleva las manos a las sienes. No sabe por dónde salir—. ¿Estás de
acuerdo con lo que ha hecho?
—¿Qué? No, joder. Yo nunca he dicho que estuviera de acuerdo con ello. Solo
digo que, para lo cabeza de buque que es Javi, entiendo su razonamiento.
—¿Y lo de Tinder?
—¿Tinder? ¿Qué pasa con Tinder? —pregunta.
—¿No sabes que le pidió hacer match a Inés…?
—Joder, qué paleto. —Y se ríe. ¡Se ríe!
—¡Oye! —Le doy una bofetada suave sobre la mejilla, pero no puedo evitar
que me contagie la risa.
—A ver, es que… En fin —dice y sacude la cabeza. Tiene razón, esto es
surrealista.
Suspiro y recapitulo:
—Bueno, entonces Javi le pidió empezar de cero, pero sin hablar de nada, a lo
que Inés dijo que no (y con razón). —Asiente—. Después, él decidió que tenía
que prepararse para estar con ella, como si Alicia fuera un máster habilitante. —
Asiente de nuevo, aunque frunce el ceño divertido—. Y después, mi querida
amiga pensó que era buena idea pedírselo cuando ella le había dicho que no
antes, y se encontró con el pastel. —Asiente de nuevo—. Y ahora no se hablan
porque ella le dijo que no a él y él le dijo que no a ella, pero ambos querían
decirse que sí.
—Es un buen resumen, sí.
—¿Y coincidimos en que los dos son bobos? —añado.
—Coincidimos. —Sonríe.
—¿Y coincidimos en que se acabó ocultarnos información que puede hacer
que tú y yo salgamos mal parados? Quiero decir: no hace falta que nos lo
contemos todo, todo, todo, ni que estemos juntos todos los días, ni que lo
hagamos todo a la vez ni nada de eso. Pero en vista de que tu mejor amigo y la
mía son algo… complicados, al menos no dejemos que sus secretos nos enreden,
¿vale?
—Descuida, no pienso volver a arriesgarme a perderte. No soy tan tonto como
él.
—Bien. —Sonrío—. Todo hablado.
—Bien. —Sonríe él—. ¿Y ahora…?
Lo dice de tal modo que me suben unas mariposas preciosas por el estómago.
Me ha agarrado un mechón con cuidado, me ha acariciado la mejilla con la otra
mano y, tras decirlo, sus labios han rozado los míos con un cariño que cala.
Y tal vez por eso me animo a proponerle romper una de las últimas barreras:
—Ahora, si te viene bien, hacemos el amor.
TÚ ME ENSEÑASTE A…
«Deseos de cosas imposibles» – La Oreja de Van Gogh
***
Noto cómo empieza a temblar tan pronto como alcanza la cartera y saca un
preservativo. Es casi imperceptible, solo lo hace un poco, pero el ligero temblor
de sus manos tratando de abrirlo es síntoma suficiente de cómo le cuesta aún.
Para calmarle llevo una de mis manos hasta su mentón con mimo y hago que
me mire. Con la otra continúo mimándole el pecho. Sigo sobre su pecho. Él
titubea unos segundos, pero acaba mirándome, y entonces le sonrío con dulzura
y pregunto:
—¿Me dejas a mí?
Parpadea tan lento que no sé si se va a quedar con los ojos cerrados, pero
termina abriéndolos de nuevo y tendiéndomelo.
Una vez lo tengo entre las manos, rasgo con las uñas el plástico y lo abro. Y
después lo saco, nos miramos…
… y el tiempo deja de correr.
Pasados unos segundos, él parpadea y yo me muevo, apartándome de encima y
poniéndome a su lado. Tristán no pierde detalle, y de repente me inundan los
nervios a mí, cuando se supone que soy quien debería estar tranquila, que es él
quien se siente inseguro con todo esto, que es a él a quien le cuesta, y sin
embargo… yo ahora estoy exactamente igual.
Me concentro en apartarle el bóxer con un cuidado milimétrico, obligándome a
mí misma a avanzar para no pensar tanto, pero nada más tengo el condón entre
los dedos y estoy volviendo a masturbarle con cuidado, sé que respiro más fuerte
de lo normal por los nervios y que lo va a notar. Necesito que esté cómodo,
necesito que esté bien, necesito… Necesito tantas cosas que pierdo la cuenta y
los pensamientos se agolpan dentro de mí y me aturden.
Por suerte, el tira y afloja que Tristán y yo nos traíamos en clase no se quedó
allí, y antes de que pueda darme cuenta me ha agarrado de la cintura, me ha
tumbado debajo de él, me ha separado las piernas con la rodilla y está cogiendo
el plastiquito de entre mis manos y colocándoselo encima.
Su expresión reza que estamos empatados.
Yo sonrío y me dejo hacer. Es un alivio no tener que mover las manos ahora
mismo.
Un segundo después coloca las suyas encima de mis rodillas y empieza a bajar,
acariciándome los muslos, el vientre, la cintura… Solo para de moverse cuando
ambos notamos que su glande está justo sobre mis labios y me roza. Y sé que
sigue nervioso, igual que yo. Pero ha intentado reponerse para que yo estuviera
bien, porque sigue leyéndome como a un libro abierto.
Y ahora me toca a mí. Tomo aire y me incorporo un poco para zambullir mis
dedos entre sus mechones, atraerle hacia mi boca y besarle con todo el amor que
he acumulado en todos mis años de vida.
Pero el silencio dice demasiadas cosas, y ya no puedo más, así que decido
ponerle nombre a lo que nos está pasando preguntando:
—¿Soy la única que está histérica, o…?
Sonríe, lleva sus manos a mis mejillas y susurra:
—Qué va.
—…Vale, menos mal —respondo.
—… Supongo que se me daba mejor por teléfono —dice él.
—Todo es más fácil por teléfono. —Hago un ademán para restarle hierro,
aunque estoy completamente de acuerdo—. ¿Te hablo de la Teoría de
Causalidad?
Él se ríe, y con el movimiento de su cuerpo al reírse se pega más a mí y nos
sobresalta a ambos. Entonces yo trago saliva y él aprieta los labios, baja las
manos hasta mi cintura y, abrazándome entera, sin que ninguno de los dos diga
una sola palabra más, entierra su sexo dentro de mí.
El gemido conjunto que compartimos es lo más bonito que he oído en mi vida.
LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
«Todo me da igual» – Pignoise
***
Cuando entro en el enorme y rojo salón de actos del hotel con el traje de dos
piezas negro, me encuentro con algo que hace que me encoja un poco. No solo
está abarrotado de gente, sino que soy la única mujer a excepción de una señora
de mediana edad en el jurado. Ella, la de la piel del color del ébano y la sonrisa
radiante, parece estar acostumbradísima, pero yo no. A decir verdad, que seamos
pocas no me sorprende. En nuestro sector hay aún mucho por hacer: demasiados
prejuicios, muchos techos de cristal y la convicción intrínseca de todos los que
ahora me miran de que yo no debería estar aquí.
He entrado a unos centímetros de Tristán sin darle la mano, y aunque ahora me
iría genial dársela y apretar, no voy a hacerlo para que me juzguen aún más y
piensen que estoy aquí porque tengo trato de favor, pero le necesito. Por eso,
cuando noto cómo todos los ojos del salón de las cerca de cien personas que hay
desperdigadas en sus sillas y las que se están sentando se giran hacia mí, le
busco a él.
Pero él no me devuelve la mirada. Está ocupado fulminando con una mirada
terminante a todas esas personas que se atreven a cuchichear y reírse cuando
avanzamos hacia nuestros asientos.
—¿Con Paula hicieron lo mismo? —pregunto en un susurro cuando al fin nos
hemos sentado.
—Sí. No les hagas ni puto caso.
—¿Y ya está? ¿Sin más? —Le miro con el ceño fruncido—. No me hace
mucha gracia que se rían de mí, y dudo que ignorándolos vayan a dejar de
hacerlo.
Se gira con hastío.
—¿Y crees que a mí sí? —Se acerca a mi oído—. Ojalá solo se rieran de ti. No
me hace ninguna gracia cómo te miran la mitad de estos putos cerdos, pero no
puedo interponer una queja solo por «sensaciones» porque, para ellos, no ha
pasado nada. —Suspira—. Y no voy a permitir que te llamen histérica ni que
digan que necesitas ir de víctima para ganar. Están deseándolo.
—¿Qué…? Un momento, ¿cómo me miran…? —Desvío la mirada un
segundo, y es suficiente para ver cómo el alumno representante de Alemania, un
chico joven, rubio y de facciones duras con la bandera de su país en el pecho, me
está mirando con una sonrisa repugnante. No me había dado cuenta hasta ahora,
desconcentrada por las risitas. Pero un instante después deja clara su intención
guiñándome un ojo y rodando su dedo índice, como diciendo «Nos vemos más
tarde»—. No me jodas.
Cuando Tristán ve hacia dónde estoy mirando, se gira y el alemán disimula. Él
aprieta el puño contra el reposabrazos y se le tensa la mandíbula.
—Tranquilo —susurro—. Está bien.
—No, no lo está. De verdad pensé que habrían mejorado las cosas. El año
pasado traje a otro alumno del máster, y aunque no ganó, tampoco pasó nada de
esto. Pero claro, él no era…
—No era una mujer —termino su frase. Y él, aunque le jode, asiente. Pero yo
sonrío, le doy un golpe suave a su rodilla con la mía, y añado—: Pero esta mujer
no les tuvo miedo a los dos titanes, y cariño, te aseguro que tampoco se lo va a
tener a una panda de salidos.
***
Las presentaciones se suceden unas tras otras sin pena ni gloria. Los alumnos
suben, explican el marco conceptual de sus proyectos y, tras un aplauso nimio,
vuelven a bajarse. Hay cincuenta proyectos, y vamos por el que hace cuarenta y
nueve. Yo, cómo no, soy la última gracias a mi apellido, así que mis nervios se
acumulan como polvo en una persiana.
Para matar el tiempo, he estado observando el comportamiento de los jueces
junto a Tristán. Miran a los ojos a los ponentes nada más suben, observan cómo
se preparan, asienten y hacen algunos apuntes en su cuaderno. Con todos es
igual. Se lo escribo rápidamente a Tristán por Telegram. Él me dice que ha visto
lo mismo y añade que cuando el quinto y último juez, el más mayor, canoso y
sentado a la derecha, se rasca la nuca, después aplaude con menos ánimo.
Queremos analizar su manera de actuar para ver si conmigo lo hacen igual.
Cuando un «Caglota Zambgano» mal pronunciado suena por los altavoces,
tomo aire hondo y me levanto. Antes le lanzo una última mirada a Tristán. Él me
la devuelve con fuerza y ánimo, haciendo de tripas corazón por todo el ambiente
que se ha creado antes, y yo se lo agradezco apretándole la mano sutil antes de
alejarme.
—Te quiero —digo entre dientes.
—Y yo a ti. Dales caña —responde él.
Sin embargo, no duro ni dos segundos en la tarima antes de volver a mirarle,
esta vez dolida, humillada, con un nudo en la garganta.
Nada más he puesto un pie en las escaleras que dan a la tarima, unas diez
personas han abandonado el salón de actos. Él se gira y les llama la atención
carraspeando, pero solo recibe a cambio un par de miradas de desinterés.
No soy nadie para ellos.
Y Dios sabe que quiero cabrearme, tirarles un boli, chillar. Pero no puedo, y la
frustración me inunda por dentro. Para colmo, cuando giro la cara veo que la
jueza de antes me mira con media sonrisa, y sé que ya está tomando nota. Debo
centrarme, mirar a los otros jueces y asegurar que, aunque algunos de mis
compañeros sean unos maleducados, todo va como esperábamos.
Pero no es así.
Los demás jueces ni siquiera me devuelven la mirada. Uno se ha acostado un
poco más sobre su silla, otro bosteza y el cuarto mira el teléfono. Le lanzo una
mirada fugaz a Tristán, como preguntando: «¿De qué coño van?», pero él está
incluso peor que yo; lo sé porque desde aquí puedo ver la vena de su cuello
hinchada como una anaconda, así que, cuando me mira, le sonrío para
tranquilizarle como si no me importara, me cuadro, me giro y miro a los jueces
dando el primer paso sobre la tarima con el tacón de charol de Inés. Al poco
estoy en el centro, ante un micro desproporcionadamente alto y una multitud que
me mira como si fuera un bicho raro (bueno, en honor a la verdad, diré que son
solo unos pocos; la otra mitad se comporta con indiferencia, cosa que casi
agradezco. El problema es que, como suele suceder, unos pocos idiotas son
suficientes para hacer mucho ruido).
Les dedico un par de insultos no muy bonitos, pero sí muy españoles dentro de
mi cabeza, rescato el micro del rascacielos en el que está subido y empiezo a
hablar:
—Buenos días —saludo en un perfecto inglés—. Mi nombre es Carlota
Zambrano, vengo en representación de la Universidad Politécnica de Madrid, y
voy a presentar la API que dificultará el envío de fotografías sensibles en
aplicaciones de mensajería.
No puedo continuar. Nada más he dicho esa última frase, varias personas del
público se ríen y me silban, faltándonos al respeto a mí y a mi trabajo. Por
suerte, la jueza de antes se gira, y es suficiente para que se callen…
… durante solo unos segundos.
Cuando vuelvo a hablar, explico que voy a comentar mi marco conceptual,
pero justo entonces, uno de los jueces se levanta. ¡Se levanta! Por Dios, le tiraría
un tacón para dejarlo clavado en la silla.
Toso tratando de llamar su atención, pero es inútil. Se dirige hacia la papelera
que hay a uno de los lados de la sala de actos, se saca un papel de dentro del
bolsillo y lo tira. Yo miro a Tristán, pero él no me mira a mí, se ha quedado
bloqueado viendo al juez.
En el instante en que el juez se vuelve a sentar (cómo no, sin mirarme), suenan
algunas risitas y más silbidos en el salón de actos. Los pocos maleducados que
me han recibido son cada vez más.
Duele.
Y exploto.
Miro a Tristán por última vez, esta ocasión, pidiéndole perdón. Estoy a punto
de mandar a la mierda a la convención y me da igual. Nada vale más que mi
orgullo y el de las mujeres a las que represento aquí arriba. Él asiente y se cruza
de brazos. Está tan harto como yo.
Primero me aclaro la garganta carraspeando, pero como no me hacen ni puto
caso decido que me voy a divertir. Dejo los papeles que traía en el suelo y me
acerco a uno de los altavoces, aproximando el micrófono y haciendo que toda la
sala de actos se acople. Los bobos que se reían de mí ahora se tapan los oídos.
Ya no parecen tener tantas ganas de silbar.
Me anoto un punto mental cuando la jueza me mira y sonríe de medio lado,
como Tristán. A continuación, me pongo el micro en la boca y digo:
—Iba a comentarles que mi marco conceptual empezaba por la Teoría de
Causalidad, pero en vista de que la mitad de los presentes no han terminado de
evolucionar, si quieren les explico la de Darwin.
Un par de idiotas se reacomodan en sus asientos y se hace el silencio.
—Vaya, gracias. Parece que no hará falta. —Me cruzo de brazos sin dejar de
sostener el micro como una institutriz sabihonda; ahora mismo me resbala
absolutamente todo. Voy a decir lo que he venido a decir y después me iré de
aquí, pero todo por la puerta grande y con el orgullo intacto—. Como les venía
comentando, la Teoría de Causalidad, que empieza con el principio de causa-
efecto, es el primero de mis fundamentos. Les explico: cuando un neandertal —
enfatizo— de los que les silban a las mujeres decida que es divertido enviar
fotografías sensibles a sus colegas neandertales para divertirse un rato a costa de
otra persona…
Empieza el espectáculo.
EUROPE’S LIVING
A CELEBRATION
«Europe’s Living A Celebration» – Rosa López
***
Me acaba de llegar un correo al mail, y nada más lo veo me quedo sin
respiración.
—Estás. De. Coña.
—¿Qué pasa? —pregunta Tristán mientras sale de la ducha con una toalla
enrollada a la cadera. Yo me limito a girar la pantalla de mi teléfono y ponérsela
a centímetros de la cara. Después… disfruto de las vistas un segundo. El mismo
en el que él tarda en apartar el teléfono, tirarlo sobre la cama, cogerme de la
cadera y, boquiabierto, entonar—: ¿Esto es en serio? ¿Has pasado… a la
segunda fase?
Yo embebo los labios mientras pienso en cómo contestar. Luego me muerdo el
inferior con nervios, sin ocultar la sonrisa tontorrona que se me ha dibujado. Y
justo cuando voy a abrir la boca para decir que sí, que es todo lo que me sale,
Tristán me coge en brazos, me lanza sobre la cama, cierra el ventanal que da la
bienvenida a la noche de Toulouse, y se inclina sobre mí.
—¿No íbamos a bajar a cenar…? —susurro.
Pero él suelta una risa supersexy, alza una ceja y, quitándose la toalla de cuajo,
dice:
—Que venga el servicio de habitaciones. Yo voy descorchando ya.
Un instante después desaparece edredón abajo y me abre las piernas.
Es usted finalista.
Preséntese el viernes a las 8.45 en el salón de actos para defender la última fase.
Enhorabuena.
No me doy cuenta de que estaba cantando en voz alta hasta que Tristán se ha
despertado, ha entrado en el baño, que había dejado entreabierto, me ha
desconectado los cascos y, abrazándome por la cintura, ha cantado conmigo:
—Te perdí y no te perderé, nunca más te dejaré…
—Qué asco da lo bien que cantas —me río.
—Qué asco da lo buena que estás —responde y me planta un beso en la
mejilla.
Huelga decir que acabamos la mañana haciendo el amor contra la pila.
***
N
— o tienes por qué hacerlo.
Cuando Tristán ve que no respondo, me da la mano y aprieta, pero yo continúo
sin decir nada. Me limito a negar con la cabeza, apretar la mandíbula y mirar
hacia la tarima, donde el cuarto y último de mis contrincantes defiende su última
fase.
Exponer la motivación personal que le llevó a crear su API.
—Puedes inventarte cualquier otra cosa, ¿me oyes? No tienen cómo
comprobarlo.
Niego de nuevo con la cabeza en silencio, ante lo que Tristán se gira hacia mí,
toma mi rostro entre sus manos y hace que le mire.
—Te pueden hacer mucho daño, Carlota, por favor.
Nunca le había visto tan preocupado. Y sé que es porque tiene razón: pueden
hacerme daño, y lo más probable es que lo intenten. Quizá no el jurado, quizá no
mis compañeros finalistas, pero sí los medios que han acudido invitados a la
última fase para ver en primera persona quién gana y sacar la noticia a nivel
europeo, televisándola. Tal vez sí las personas que se esconden tras nicks
anónimos en redes, en cuanto se hagan eco de lo que me pasó. A lo mejor
quienes esparcieron mis fotos siendo menor. Puede que esas fotos incluso salgan
de nuevo a la luz.
Y sin embargo, cuando oigo mi nombre, tengo muy claro qué hacer.
Clavo el tacón en el suelo, me levanto y me dirijo hacia la tarima sin mirar
atrás.
He venido a cambiar las reglas del juego.
—Supe que quería estudiar ciberseguridad el día en que esparcieron mis fotos
por primera vez.
El salón de actos se sume en un silencio sepulcral, y durante un rato cuento mi
historia. La misma historia desgarradora, complicada y horrible que le conté a
Tristán. La historia que me rompió. Y cuando la he sacado toda fuera delante del
salón de actos y de todas las personas que haya tras los televisores, continúo:
—Cuando se lo conté a mi mejor amiga, ella me dijo: «Ojalá pudiera borrar lo
que te pasó». Y entonces lo supe: tenía que encontrar el modo de hacerlo,
aunque para mí fuera tarde, porque había otras personas que podían evitar años
de dolor y culpabilidad.
»Lo mío ya hacía tiempo que había pasado y prácticamente todo el mundo lo
había olvidado, por lo que lo más sencillo habría sido permanecer en silencio,
buscar un proyecto fácil, entretenerme y mirar a otro lado. Coger la vía fácil.
Pero no dejaba de ver cómo en las noticias, día tras día, había niñas que estaban
viviendo lo mismo que yo pasé. Niñas inocentes que se sentían responsables.
Niñas que creían que su vida se acababa allí. Niñas que decidían acabar con sus
vidas. Niñas a las que extorsionaban. Familias destruidas y mucho más daño del
que cualquier persona debería soportar.
»Por ello presento hoy aquí esta API. Porque, sencillamente, lo viví en primera
persona. Y como lo viví, sé cuánto duele que te destruyan la vida y cuánto cuesta
recuperarla y volver a quererte por un solo error.
»También sé lo arriesgado que ha sido subir hoy aquí, pero el riesgo merece la
pena si hay una posibilidad, aunque sea una diminuta, de que la última sea yo.
»Muchas gracias por su atención.
Tan pronto como dejo el micrófono sobre el soporte, aparto la mirada del
público, aguanto la respiración, contengo las lágrimas con un nudo en la
garganta y me bajo escuchando únicamente el sonido de mis tacones en el salón
de actos. Nadie se atreve a aplaudir como han hecho con mis anteriores
compañeros, nadie se atreve a alzar la voz, y eso me destruye aún más que todo
lo que he dicho.
Pero justo cuando estoy a punto de romperme y caer, Tristán sale a mi
encuentro en medio del pasillo para recibirme con un abrazo que sostiene las
ruinas que quedan de mí. Y solo entonces, cuando caigo entre sus brazos, me
permito empezar a temblar y susurro:
—Por favor, sácame de aquí.
***
Estoy apoyada en la pared del pasillo mirando hacia el techo y asintiendo a
todo lo que me dice Tristán: que la culpa no fue mía, que lo he hecho bien, que
soy una valiente y un largo etcétera. Con todo, yo ahora mismo solo puedo
pensar en una cosa: me he abierto en canal. He contado mi secreto.
Y no va a salir bien.
Sé cómo me han mirado los jueces, los compañeros, sus tutores, el personal del
hotel, los medios. Conozco esa mirada. Reza «La culpa sí fue tuya» y va cargada
de condescendencia, repugnancia, decepción, incomprensión. Pero yo seguía
hablando, seguía abriéndome, seguía compartiendo mi historia con el continente
entero.
Cuando entramos de nuevo en el salón de actos es porque un trabajador del
hotel nos ha venido a buscar. Aunque yo soy la candidata, a mí no me ha mirado;
se ha dirigido a Tristán.
—¿Estás segura de que quieres ir? —me pregunta—. Podemos irnos.
Yo cierro los ojos, dejo ir las dos últimas lágrimas, me las seco y asiento
dándole la mano.
—Vamos.
Nada más entramos, el jurado llama a una sala aledaña a nuestros tutores. Eso
me descoloca; no esperaba tener que alejarme de mi único pilar aquí.
En un primer momento, Tristán no me suelta. Se gira hacia mí y hacia el salón
de actos entero y niega con la cabeza.
—No pienso dejarte sola.
Pero aunque yo también desearía que se quedara, no quiero que llamemos más
la atención, por lo que le doy un beso rápido en los labios, le suelto y entono:
—Sí vas a hacerlo. Y después vamos a acabar con esto.
Él suspira, asiente y me devuelve el beso con algo más de profundidad. Antes
de irse, sin embargo, susurra en mi oído:
—Tú ya has ganado, Carlota. No lo olvides.
—No lo haré.
***
Llevo cerca de media hora sentada en una esquina del salón de actos hablando
con Inés, y estoy empezando a impacientarme. Le he pedido que me cuente
novedades para distraerme, pero no las hay. Javi y ella siguen sin hablarse y,
según mi amiga, en la universidad todo es un rollo sin nosotros dos.
Inés: Tú q tal, tronqui?
***
T
—¿¡ ía!? —exclama Inés, pegadísima a su botellín. Tristán la mira y sonríe.
Está alucinando con la propuesta—. ¿Es broma?
—No lo es. —Sonrío radiante—. ¿Qué me dices?
—¿Que qué te digo? ¡Por Dios! —Se levanta, se apoya en la mesa y se inclina
hacia mí—. ¿Me estás diciendo en serio que vas a desarrollar la API y que
quieres contar conmigo para ello?
—Está diciéndote exactamente eso. —Tristán se lleva el botellín a la boca con
gracia y me guiña un ojo. Yo le sonrío en respuesta.
—Aurora nos propuso desarrollar la API y pasar a formar parte de la plantilla,
pero con cómo está el sector es difícil encontrar a expertos en ciberseguridad,
por ello la condición es que yo cree el equipo.
—¿Estás de coña? ¡Tronca! —grita, se levanta y da un par de vueltas en el sitio
—. Joder, esto es muy fuerte, Ce. ¡Muy fuerte! —Se gira y, asintiendo, añade—:
Escúchame: por supuesto que sí. ¡Cuenta conmigo! No hay nada, ¿me oyes?, nada
que pueda hacer que me baje de este proyecto. ¡Bua! —Deja el botellín en la
mesa con estruendo y nos abraza a Tristán y a mí, que intercambiamos una
mirada cómplice y tomamos aire con alivio—. ¡Qué flipe! Vamos a ser el mejor
equipo del mundo, los tres. —Sonríe, se muerde el labio con emoción y se
separa sin dejar de mirarme con esos ojitos ilusionados.
Es cuando ve la expresión de culpabilidad que le estoy dedicando.
—Uy. ¿Qué pasa?
—Sobre eso último, Inés… —entona Tristán. Yo le doy la mano con fuerza
por debajo de la mesa.
Inés pierde la sonrisa.
—¿Tú no vas a trabajar con nosotras? —Le mira.
—¿Qué? —Frunce el ceño—. ¡Claro que sí! No era eso lo que iba a…
—Inés, cariño —interrumpo. Esta guerra es mía—. En el equipo somos cuatro.
Justo en ese momento se abre la puerta de La Dolores, entra el rubio más
guapo de Madrid, se pide un botellín guiñándole el ojo a la camarera y, bajo
nuestra atenta mirada, entona:
—¿Qué pasa, Inés Juanita? ¿Ya te han dado la buena noticia?
Inés mira a Javi.
Mira a Tristán.
Me mira a mí.
Y entona:
—No me puto jodas.
EPÍLOGO
«Mi pequeño Chernóbil» – Leiva
E s el último día del curso. Tristán nos ha ido llamando uno a uno a su
despacho para hablar sobre las notas. Ya todos mis compañeros la tienen.
Yo, como siempre, soy la última. Pero pese a que mis compañeros podrían
haberse ido, la gente sigue aquí, hablando sobre cómo de exasperantes y
agotadores han sido estos años, pero también sobre lo bonitos que han sido y
todo lo que nos han traído.
Hay quienes se quedan en la universidad. Los Anonymous, por ejemplo,
quieren seguir estudiando; Rober también, él va a hacer el máster de
profesorado, y yo creo que va a ser un gran profesor; otros, como nosotros o Ali,
que se va a abrir un departamento de ciberseguridad a la empresa de su hermana,
nos incorporamos ya al mercado laboral. Pero todos nos hemos hecho la
promesa de no dejar de vernos.
Una promesa que, naturalmente, no vamos a cumplir.
Cuando entra el penúltimo alumno en el aula, Tristán se asoma al marco y se
apoya en él con el antebrazo. Luego me clava la mirada, y no sé cómo sentirme.
Por una parte, estoy más salida que el canto de una mesa cuando veo cómo me
observa, con esa ceja enarcada y esa media sonrisa. Pero, por la otra, me inunda
la melancolía al saber que todo esto se acaba aquí. Que ya no vamos a volver a
vernos en la universidad. Que ninguno de los dos vamos a volver a pisar la
Politécnica.
De todos modos, me atuso el vestido blanco y me levanto hacia él cuando dice:
—Zambrano, a mi despacho…
El «Uuuh» de la clase levanta algunas risitas, pero son todavía más las que
levanta Javi cuando dice:
—Bueno, gente, todos a la cantina. No tiene sentido esperar tres horas aquí.
—Qué optimista, Mateos. —Tristán le guiña un ojo. Cuando lo hace, yo ya
estoy a su lado y le doy la mano, que él estrecha. El resto de nuestros
compañeros empiezan a salir deseándole a Tristán un buen verano, aunque en un
rato vamos a ver a la mayoría en el Dime que me quieres.
Cinco minutos más tarde, cierra la puerta del aula por última vez.
***
—Bueno… —susurra al tiempo que cierra el despacho con pestillo. Casi creo
que puedo oír cómo las mariposas de mi estómago chillan internamente
conmigo.
—Bueeeno… —respondo yo, apoyándome sobre su escritorio y cruzando una
cuña blanca por encima de la otra.
—¿Quieres tu nota?
—Evidentemente —me río.
Él se acerca a mí, me sienta en el escritorio, me abre las piernas y se acomoda
en medio con esos vaqueros claros que le quedan demasiado bien. Y yo voy a
reñirle, pero después, según me da un besazo en la boca, estira el brazo
sobrepasando mi espalda y me entrega el cuaderno de notas con mi nombre
señalado.
—Enhorabuena, preciosa.
Le miro con los ojos muy abiertos.
—¿Es coña?
—Pero si estaba cantado —se ríe. Yo no puedo dejar de parpadear y mirar el
cuaderno.
—¿De verdad soy primera de mi promoción?
—Para sorpresa de nadie. —Pone los ojos en blanco—. Espero que estés
despampanante en la graduación. Te llevo visualizando desde que saqué las
notas con un vestidazo negro. Uno fácil de quitar, por favor.
Y chillo. Chillo muchísimo. Chillo un montón. Esta vez, externamente.
Solo cuando he terminado le atraigo hacia mí, cojo sus mejillas entre mis
manos y le beso. Estos meses no han sido fáciles. He recibido cientos de
llamadas, broncas de mi familia y mensajes por redes de todo tipo, buenos y
malos, que han agotado mi batería social y han requerido de un esfuerzo
inmenso por mi parte y la de la psicóloga que me ha acompañado, pero ahora
todo eso ha pasado y me siento espectacular.
—Y lo he hecho sin tirarme a mi profe en su despacho —susurro irónica,
sonrío con autosuficiencia y me relamo el labio inferior, enganchándole el borde
del vaquero.
—Tranquila, Zambrano, eso aún podemos arreglarlo… —Enarca una ceja y
lleva sus manos a mis piernas, empezando a descolocarme el vestido.
—¿Qué me está proponiendo, Acosta…?
—A ver… —Respira con profundidad, después me besa la mandíbula y me
sube un poco más el vestido—. Es el último día que voy a ser su profesor. Y no
sé si recuerda que hace unos meses me comentó algo de empotrarla en el
despacho…
No le dejo terminar. Coloco mis labios sobre su oído y susurro:
—No sé por qué llevo aún el vestido puesto, pero desnúdame de una vez.
Tristán me mira un segundo. Uno solo.
El siguiente se arranca la camiseta, me baja del escritorio y me da la vuelta,
apoyando mi pecho en él y bajándome las bragas.
—¿Zambrano? —entona, agachándose y abriéndome los labios con dos dedos.
—¿Sí? —Le sonrío coqueta. Él me acaricia la cintura y sonríe.
—Empiece a recitar la Teoría de Causalidad —dice cuando emerge—. No
tengo toda la tarde.
Yo me apoyo sobre el escritorio notando cómo me tiemblan las piernas, y no
me puede gustar más.
—Las causas han de preceder siempre a su efecto… Y necesito mi maletín.
—Hay condones en mi cartera. La tienes delante.
—Gracias a Dios.
—Sea pragmática, Zambrano, Dios… —se ríe.
Pero esta vez voy a ser yo quien acabe la frase.
Me giro, le tumbo en el suelo colocando una de mis manos entre sus mechones
y la otra en su pecho, ya con el condón entre los dedos, y entonces me siento a
horcajadas sobre él y susurro:
—Dios existe, cariño. Y le tengo debajo.
—Disiento. —Me gira con agilidad, y ahora es él quien me apoya a mí en el
suelo y hunde los labios en el lóbulo de mi oreja—. Yo la tengo debajo.
Sonrío cuando me mordisquea suavemente.
—Hazme el amor de una vez.
—Será un placer.
¿Fin?
AGRADECIMIENTOS
A doro agradecer. Me paso el día dando las gracias. Soy de esas personas a las
que les acabas diciendo: «Silvia, ya», porque, de verdad, puedo llegar a
dártelas tres veces en el mismo correo electrónico o en una conversación de
ascensor si pulsas por mí el piso. Daría las gracias hasta en la Declaración de la
Renta (de acuerdo, quizá no tanto). Pero, por otra parte, pienso que nunca
agradezco suficiente.
Tal vez se deba a que tengo tantas personas por las que estar agradecida que sé
que es altamente probable que me deje alguna.
Por eso, en esta ocasión me voy a permitir la licencia de generalizar un poco y
solo resaltar el nombre de aquellas personas que han estado, en el sentido más
tangible de la palabra, junto a mí para que Reiniciar el amor fuera una realidad.
A Alex, mi marido. Empiezo por ti porque contigo empezó esta historia. El día
que se me ocurrió la idea de Tristán y Carlota iba en el coche contigo. Aún ni
siquiera estábamos casados, y no sabía cuánto aportarías para que este libro viera
la luz. Has confiado en mí desde el primer momento, me has traído más vasos de
agua de los que podía beber y gracias a ti tengo más anécdotas románticas
ridículas de las que jamás podré meter en cualquier libro. Pero, más allá de eso,
somos un equipo, siempre lo hemos sido, y eso me facilita la vida.
A Marcos, mi hijo. Vida mía, no podrás leer estos libros hasta que seas muy
mayor (y, para entonces, a lo mejor te da no sé qué leerlos, lo entiendo. Tú lee
mucho, pero siempre lo que te llame, no porque lo escriba mamá). Aun así,
debes saber que, además del gran amor de mi vida, eres mi suerte y mi razón
para esforzarme cada día más. Supe que esta historia se publicaría al poco de tu
nacimiento; estaba contigo en la habitación, tú dormías a mi lado cuando recibí
la noticia. Y ahora escribo estos agradecimientos contigo en brazos, también
dormido, calmado y feliz. Y no puedo sentirme más afortunada.
A Silvia, mi madre. Tú me diste alas y me las sigues dando. Conciliar sin ti
sería un espejismo, y sabes lo agradecida que estoy cada día por todo lo que
haces por nosotros. Y por nuestro Atleti. Y por nuestro Partido a Partido. Y por
nuestro Leiva. Y por todos los recovecos de Madrid que me has descubierto. Y
por todos los libros que me leíste de pequeña. Ojalá poder darte la mitad de la
mitad de todo lo que me das, porque mi vida se nutre en parte de tus
aprendizajes, y mis libros salen de esa vida que tú un día me regalaste y regaste
con libros, canciones y muchas más ilusiones de las que caben en este párrafo.
A todas mis amigas. Las que tengo cerca y las que están tras la pantalla. Pero
especialmente a Mia, mi catalana favorita. La Inés de mi Carlota. Siempre
recordaré las noches mostrándonos fragmentos de libros, la vocación
compartida, las videollamadas con el «modo maruja» activado hablando de
sueños por cumplir y toda la emoción compartiendo buenas noticias según los
vamos cumpliendo una al lado de la otra.
A Cristina, mi editora de La Esfera, por confiar en mí y hacer brillar este
manuscrito a mi lado. El día que intercambiamos los primeros correos grité de
ilusión, tras la primera llamada me convencí de que haríamos un gran tándem, y
trabajar contigo en el manuscrito lo ha corroborado y es de lo mejor que he
vivido en mi viaje literario. Este libro no sería lo que es sin ti. Y, por extensión,
a todo el equipo que has orquestado: diseño, comunicación, maquetación,
corrección..., son muchas las personas involucradas en hacer un libro. Gracias
también a todas y cada una de ellas.
A Isabel, mi agente, por creer en esta historia cuando intenté venderla en un
solo tuit, y por todo el proceso para verla publicada, desde las primeras mejoras
que me propusiste hasta acabar encontrándole un hogar. Aún estoy asimilando
haber empezado a recorrer este camino tan bien acompañada. Y, como
comentaba con la editorial, lo mismo con la agencia: por extensión, a todas las
personas del equipo que han puesto su granito de arena y han logrado que me
sintiera como en casa.
A todas las compañeras de vocación que os habéis alegrado e interactuado por
y con cada avance cuando todo esto aún era solo un hashtag más,
#ProyectoChispas, en redes sociales. A las reseñadoras, que dan voz a los libros.
Y a las lectoras, que les dais vida. Publicar no tendría sentido sin vosotras. Sois
muchas, pero estaré encantada de recordároslo según vayamos hablando.
Gracias en mayúscula, negrita, cursiva, subrayado y brilli brilli. Ahora este
libro también es vuestro.