Está en la página 1de 399

Reiniciar el amor

Silvia Madi
Reiniciar el amor
Primera edición: febrero de 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo
puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a
CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de
esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 /93 272 04 47).

© Silvia Mar Menéndez de la Vega Díaz, 2024.


© Autora representada por IMC, Agencia Literaria, S. L.
© La Esfera de los Libros, S. L., 2024
Avenida de San Luis, 25
28033 Madrid
Tel. 91 443 50 00
www.esferalibros.com

ISBN: 978-84-1384-734-4
Depósito legal: M. 32.493-2023
Fotocomposición: Creative XML, S.L.U.
Impresión y encuadernación: Huertas
Impreso en España-Printed in Spain
Para mi marido.
Por todos nuestros horizontes.
ÍNDICE
SÍ, PAPÁ
«Prefiero» – Antílopez
Panic! At the classroom
«Sé incomprendido» – Morrigans
I’ve got issues, and you’ve got them
too
«La canción que no termina»
– Maldita Nerea
Tierra, trágame y escúpeme en Ikea
«Miss Honolulu» – Carlos
Sadness
Teoría de Causalidad y Cuerdas
«Un día de mierda» – Sidonie
Boom
«Y se fue» – La Pegatina
Un paseo para recordar
«Déjame» – Los Secretos
Chúpame la sangre
«Familia» – Funambulista
El fin de semana más raro del
mundo
«Eco» – IZAL
Como si fuera un Satisfyer
«Estoy aquí» – Despistaos
La confianza da miedo
«Señales de humo» – El Kanka
Bonnie y Clyde por los pasillos de la
universidad
«Terriblemente cruel» – Leiva
Tócame
«Caramelo» – Rocco Hunt,
Lola Índigo y Elettra Lamborghini
Lola Índigo y Elettra Lamborghini
El secreto de Carlota
«Éxtasis» – Pablo Alborán
Mamá, mamá, mamá…
«Ay, Mamá» – Rigoberta Bandini
Juernes, que te quiero juernes
«Tabú» – Pablo Alborán y Ava
Max
Bujarrapower
«La revolución sexual» – La Casa
Azul
Puedes esperar sentado
«No vaya a ser» – Pablo Alborán
El color de la piel que rodea tus ojos
«Tú me dejaste de querer» –
C. Tangana, Niño de Elche y La
Húngara
Arde Telegram
«Dramas y comedias» – Fangoria
Paro cardíaco por sonrisa tierna
«LA PLAYA» – Nil Moliner
Million dolar baby
«La venda» – Miki Núñez
Nadie aguanta a nadie
«Sin tu piel» – Nil Moliner
Soy más de izquierdas
«Boomerang» – Edurne
La hora tonta
«Mami» – Ptazeta y Juacko
Zambrano, a mi despacho
«Viento a favor» – Funambulista
Pleno al corazón
«Disparos» – Dani Fernández
Masculinidad frágil
«Bipolar» – Pol 3.14
«Bipolar» – Pol 3.14
Pintalabios y payasos
«Mundo imperfecto» – Sidecars
Chatos y chatas
«El caso de la rubia platino» –
Leiva
De Madrid al cielo
«Como un idiota» – Funambulista
Pisando fuerte
«Devuélveme a mi chica» –
Hombres G
La patada
«Tralará» – Conchita
Que sea tu chica yeyé
«Y yo» – Funambulista y Efecto
Pasillo
Segunda parte
«Quédate» – Funambulista y
Maldita Nerea
Puedo trasnochar contigo
«La noche en calma» – Sidecars
Desayuno con churros
«Amasijo de huesos» – Sidecars
Áteme
«El lado oscuro» – Jarabe de Palo
El cliché que somos
«Pegao» – Camilo
Es mi Atleti
«Si quieres» – Cariño
Una lata muy molesta
«Teléfono» – Aitana
Hacer cola
«Gentleman» – Cepeda
Como un témpano de hielo
«No pide tanto, idiota» – Maldita
Nerea
Nerea
El día que me lance contigo
«Te felicito» – Shakira y Rauw
Alejandro
Cógelas
«Cuando todas las historias se
acaban» – Maldita Nerea y Leire
Martínez
Ni puñetera idea
«El fin del mundo» – La La Love
You y Axolotes Mexicanos
Hay recuerdos que no se borran
«+ (MÁS)» – Aitana, Cali y El
Dandee
Ladilla Rusa es un modo de vida
«KITT y los coches del pasado» –
Ladilla Rusa, Joan Colomo, Los
ganglios y Lady Gipsy
La Cortafuegos
«Valeria» – Dvicio
Dónde están las llaves, matarile,
rile, rile…
«Cuando éramos dos» – Sinsinati
y Álvaro de Luna
Bórralo todo
«Duele» – Álvaro de Luna
¡Vámonos!
«Superpoderes» – Funambulista
Oh, Paula…
«Si me voy (Cups)» – Paula Rojo
y The Wild Horses
Miedo
«Miedo» – Amaia
¿Nos tomamos la última?
«Como tú» – Edurne y Efecto
Pasillo
Pasillo
Videollamadas y pánico
«Canción de radio» – Sofía Ellar
Tristán 2.0
«Cuando nadie ve» – Morat
El DJ y el destino me odian
«Nunca debí enamorarme» –
Camela
LA Teoría de Cuerdas, cariño
«Cuando zarpa el amor» – Camela
Las chicas son guerreras
«Las chicas son guerreras» – Los
Salvajes
¿He visto un lindo gatito?
«Qué bello es vivir» – El Kanka
Lo importante es participar
«Si te dicen» – Los Gatos del
Gitano
Gabinete de crisis besucón
«Macaulay Culkin» – Ladilla Rusa
Anticlimático
«Besos» – El Canto del Loco
Joder, ya era hora
«Sabor a mí» – Monsieur Periné
Aquí guerra y después gloria
«Breaking Bad» – Leiva
El reto
de la hamburguesa
«Slowly» – Natalia Lafourcade y
Leiva
Porras para Inés Juanita
«Mundo de cristal» – Conociendo
Rusia y Leiva
La confianza
«Eres tonto» – El Canto del Loco
«Eres tonto» – El Canto del Loco
Equivócate
«Jóvenes eternamente» – Pol 3.14
Pasajeros
«Por delicadeza» – Joaquín Sabina
y Leiva
Tener una conversación
«El viaje» – Conchita
La Friendzone
«Big Bang» – La La Love You y
Delaporte
In the mood for love
«Culpable» – Pablomora
Castos y recatados besitos
«Dejarse la piel» – Pablomora
Tú me enseñaste a…
«Deseos de cosas imposibles» –
La Oreja de Van Gogh
La teoría de la Evolución
«Todo me da igual» – Pignoise
Europe’s living
a celebration
«Europe’s Living A Celebration»
– Rosa López
Fotopollas no solicitadas
«De qué vas» – María Isabel
La última barrera
«Vivir» – Rozalén y Estopa
Estoy contigo
«Un planeta llamado sosotros» –
Maldita Nerea
20 de enero
«20 de enero» – La Oreja de Van
Gogh
Si son tan amables…
«Sobreviviré» – Mónica Naranjo
«Sobreviviré» – Mónica Naranjo
Hasta que me quede sin voz
«Hasta que amaneciera» –
Funambulista
El botellín del caos
«Dopamina» – Veintiuno
Epílogo
«Mi pequeño Chernóbil» – Leiva
Agradecimientos 481
SÍ, PAPÁ
«Prefiero» – Antílopez

D
— ime que no he dicho eso en voz alta —suplico.
Acabo de llamar papá a mi profesor, nada más y nada menos. Inés está a mi
derecha y me mira con los ojos más abiertos que las puertas de Primark en
rebajas.
Bueno, lo hace ella y lo hacen el resto de los alumnos del máster. Cuarenta
frikis de la Seguridad Informática y el Hacking Ético. ¿Que si podría ser peor?
Pues no, porque en esa muestra de población está incluido Rober, mi novio.
Y, cómo no, él: Tristán Acosta. El profesor más perdonavidas de Madrid y
probablemente del mundo entero. ¿No podía simplemente ignorar mi
comentario? Oh, no, claro que no. Desde el año pasado me ignora cada vez que
levanto la mano, pero si le llamo algo bochornoso, la cosa cambia. Y más
cuando ese «algo» es papá. Ahí, evidentemente, todo él, con su metro ochenta y
muchos, sus obscenos músculos definidos, su pelo castaño, sus mechones
perfectamente peinados, sus ojos verdes, el brillo de villano de Disney que hay
en ellos y toda su seriedad, tiene que ir a parar directo al centro de la jeta de
ridícula que se me acaba de quedar.
—Y vocalizando mejor que en toda tu vida —se ríe mi amiga cuando consigue
salir de su coma. No la culpo; ella siempre ha sido así de espontánea,
despreocupada y alegre. De hecho, el primer año de universidad fue ella quien le
llamó mamá a una profesora. Pero ella era amable y acabó riéndose con Inés, y
Tristán… Bueno, digamos que la amabilidad no es uno de sus talentos.
Me giro a la izquierda, hacia Rober, para que me eche un cable, pero mi novio
ha decidido que la mejor idea es enterrar la cabeza en la tierra como un avestruz,
y nada más establezco contacto visual con él para que me ayude como sea, da un
respingo y se mete en su ordenador.
¿Quién quiere enemigos cuando puede tener un novio como el mío?
—Yo también te quiero… —musito. Pero él ni siquiera se gira hacia mí. Soy
patética.
El silencio se hace en el aula nada más Tristán y su voz grave de ultratumba
vuelven a hablar:
—Continúe —dice. A mí se me ponen los pelos como escarpias. En primer
lugar, porque ni siquiera me acuerdo de qué estaba diciendo (mi cerebro ahora
mismo solo recuerda que he hecho el ridículo de mi vida); en segundo, porque
esa manía suya de tratarnos de usted cuando nos saca solo siete años… Uf, qué
repelús.
—¿Yo? —pregunto.
Me doy cuenta de mi error nada más abrir la boca. Tristán resopla y apoya el
culo sobre la mesa, ante lo que yo no pierdo detalle. «Muy bien, Carlota.
Llámale papá y después mírale el culo», pienso, pero la voz de mi profesor se
alza de nuevo sobre mis pensamientos.
—No, si quiere lo hago yo. Zambrano, es usted la última de la lista, no queda
nadie más. —Enarca una ceja, se cruza de brazos y yo siento que me encojo
cuando vuelve a resoplar por enésima vez.
»Iba a terminar de contarnos cómo implementar su Trabajo de Fin de Máster…
—Suspira con hastío.
—Claro… —musito, y trato de centrarme apartando mi mirada de la suya. El
tío da miedo, y lo último que me interesa ahora es parecer Bambi después de que
maten a su madre. No, si no quiero que me coma.
—Antes de Nochevieja, si lo ve usted viable —insiste.
Toma castaña. ¿No cree que ya he quedado suficientemente mal? Si mi nota no
dependiera en parte de este tío y no me diera el miedo que me da, juro que le
diría cuatro cosas.
Meto la cabeza en mi ordenador buscando el hilo de lo que estaba diciendo y
tratando de centrarme, pero me resulta imposible. Mis compañeros no dejan de
cuchichear y me siento cada vez más idiota.
Estoy completamente bloqueada.
De modo que hago lo único que creo que puedo hacer, por más vergüenza que
me dé.
Alzo la mirada mientras ahogo unas lágrimas que se agolpan en mis lacrimales
y le miro según niego con la cabeza. Lo reconozco: no puedo. No, cuando las
risas de mis compañeros cada vez suenan con más fuerza dentro de mí. Tal vez
no sea así y solo me estoy emparanoiando. Tal vez…
No, sí que lo están haciendo. Se están riendo. Todos ellos, menos Inés, que ha
entendido que mi situación no es como la que vivió ella y ahora me mira con
preocupación. Tampoco Rober se ríe. Él se ha refugiado en Minecraft de manera
supermadura. «Muy bien, cari». Pero el resto lo hace, y yo siento que el pánico
empieza a inundarme.
Pero desaparece de un plumazo cuando Tristán se incorpora y, girándose,
entona:
—Se acabó la clase. Pueden irse.
O al menos había desaparecido hasta que, a punto de atravesar las puertas del
aula, oigo a mis espaldas:
—Zambrano, usted quédese.
PANIC! AT THE CLASSROOM
«Sé incomprendido» – Morrigans

M iro a Inés con pánico. Mientras Rober hacía bomba de humo, ella ha
esperado a que recogiera, asumo que intentando hacerme sentir mejor,
pero ha sido inútil. Aunque he sofocado con maestría mi ataque de pánico, el
ridículo impregna cada poro de mi piel.
—¿Me quedo contigo? —susurra. Sin embargo, como antes, la oigo yo… y el
resto del mundo. Tristán incluido.
—He dicho «Zambrano», no «De la Vega» —apunta Tristán detrás de mí.
Niego con gratitud ante Inés. después la empujo fuera del aula y cierro la
puerta, apartándola como si me quitara una tirita del tirón. Un «Nos vemos más
tarde y te lo cuento todo con detalles» se queda flotando entre las dos.
Cuando me giro, Tristán está apoyado en la mesa otra vez. Lleva unos
pantalones azul marino profundo, una camisa blanca remangada hasta los codos
y el segundo botón desabrochado. Y me mira más terminante de lo que lo ha
hecho jamás. Yo me siento pequeñísima. Llevo unas Converse blancas, unos
vaqueros con rotos en las rodillas y una camisa celeste mal metida por dentro de
la cintura del pantalón, debajo de un cardigan gris.
—Lo lamento —entono directamente, por si así la bronca es más rápida y me
puedo escabullir—. No volverá a ocurrir.
Un momento, ¿qué es eso? ¿Por qué sonríe así?
La expresión de su rostro ha dado paso a una sonrisa socarrona que me
descoloca. Mientras mira hacia el aula vacía, suelta el aire por la nariz y niega
con la cabeza. ¿De verdad va a seguir riéndose de mí?
Sí, de verdad va a seguir haciéndolo.
—¿Puede dejar de reírse de mí? —pregunto firme, pese a todo. Me niego a
sentirme más humillada.
Ahora quien se cruza de brazos soy yo. Las lágrimas vuelven a asomar por mis
lacrimales, pero en este momento cargan mis ojos azules de rabia, de frustración.
He pasado un bochorno de proporciones épicas y el tío se recochinea. Y no
pienso tolerarlo más, aunque me exponga a que me suspenda.
Pero Tristán, una vez más, vuelve a la actitud de perdonavidas de antes…, con
un matiz: ahora se levanta, da dos pasos hacia mí y queda a escasos milímetros
de mi nariz, respirándome. No lo está haciendo con actitud agresiva ni mucho
menos; lo que recorre su rostro es más bien intriga. Eso no me lo pone más fácil,
pese a todo. Sentir que me escruta hace que me sienta desnuda, y todo el valor
que había reunido agoniza.
—¿Se atreve a vacilarme en clase delante de cuarenta alumnos y me pide que
yo deje de reírme de usted? Por favor, Zambrano, no me tome por idiota.
Me concentro en volver a respirar según veo cómo un mechón negro se me
posa delante de los ojos. Todo el mundo cree que llevar media melena recta con
flequillo es facilísimo. Que te peinas superbién, que los mechones nunca se te
descolocan y que el liso siempre es exquisito. Spoiler: no. Casi no te lo puedes
tocar porque se te pone graso (nivel mecánico en agosto) enseguida y siempre
hay algún mechón fuera de lugar. Y ojalá fuera fácil ahora mismo, porque
recolocándomelo me siento un poco ridícula.
—Yo no le he… —voy a responder cuando paso de mi pelo, pero está cerca;
muy, muy cerca. Extremadamente cerca. Peligrosamente cerca. Si respiro más
fuerte de la cuenta, mi pecho y el suyo se chocarán. Y no quiero que me saque
de aquí el SAMUR porque me dé un infarto.
Me alejo solo unos centímetros. Sé que es una demostración de sumisión como
una catedral, pero ahora mismo no puedo hacer nada más si quiero poder
terminar de hablar.
—Yo no le he vacilado —consigo entonar, al fin, mirando al suelo.
—Vaya… ¿Qué sucede, Carlota? ¿En un uno contra uno no es usted tan
valiente?
—¿Perdón? —Cuando levanto la mirada de nuevo, veo que vuelve a estar
delante de mí. Y no entiendo nada. Ni esa media sonrisa, ni cómo me mira, ni
por qué mi nombre en sus labios me pone así de nerviosa.
—Cuando el complejo de Electra se ha apoderado de usted no tenía tanto
miedo como ahora.
—¿El complejo de…? —Por Dios, no puede haber dicho eso—. P-porque ha
sido sin querer —balbuceo visiblemente descolocada—. No era un vacile.
Un segundo de pesado silencio se instala entre los dos.
—¿No lo era? —Enarca las cejas.
—Claro que no —musito, apartando la mirada otra vez—. ¿Quién en su sano
juicio haría algo así?
—Le sorprendería. —Se da media vuelta y se apoya en el escritorio otra vez,
pero ahora no sé si estoy hablando con Tristán, con alguien a quien le ha dado
una fiebre muy extraña en un momento más extraño aún, o con el alter ego casi
agradable de mi tutor del máster, porque señala su butaca y me insta a sentarme
en ella con una actitud que nada tiene que ver con la de antes. Un cambio radical
que tampoco comprendo. Este hombre es muy raro.
Un momento, ¿soy la protagonista de una novela de ciencia ficción que ha
viajado a un mundo paralelo sin darse cuenta? ¿He atravesado un portal? ¿Si
llamo por teléfono a mi mejor amiga, me lo cogerá la Inés de siempre o será la
Inés de este nuevo universo? ¿Cuántas Inés pueden existir en el multiverso?
¿Son todas rubias?
—Por favor, termine de contarme su proyecto —entona y me saca de la
chorrada que estaba empezando a pensar.
Sacudo la cabeza y pongo con rapidez el portátil encima de su mesa, pero no
me siento. ¿Cómo me voy a sentar ahí?
—Puede sentarse, si quiere —dice enseguida. Cómo no. Encima de repente es
un caballero.
—Estoy bien, gracias —entono. Después localizo mi presentación, inclino un
poco la pantalla hacia él y empiezo a hablar de corrido—: Como he comentado
antes, quiero llevar a cabo una API integrable en aplicaciones de mensajería que
rastree el envío de fotografías íntimas y sea capaz de bloquearlas…
Aunque mis compañeros han hecho sus exposiciones en cinco minutos cada
uno, yo hablo durante unos quince más. Le comento a Tristán cómo quiero
implementarla, en qué lenguaje de programación pretendo hacer las
integraciones, con qué framework, cómo la distribuiré…, me embalo y se lo
cuento todo. Y él, contra todo pronóstico, atiende con interés y asiente según yo
hablo.
De acuerdo, quizá decir «contra todo pronóstico» ha sido algo injusto.
Conozco a Tristán desde que empecé la carrera. Él hacía unos años que la había
terminado y, además de impartir clase, estaba estudiando el máster que estoy
cursando yo y otro de profesorado, todo a la vez. Es un genio. Y la Informática
le vuelve loco, según he oído por ahí y llevo comprobando este año y el anterior,
cuando también me daba alguna que otra asignatura. No es de extrañar que
cuando vea un proyecto que le interesa se ponga así.
Espera, ¿el proyecto le interesa?
—¿Qué le… parece? —Me muerdo el labio intrigada, hasta que me doy cuenta
del gesto que estoy dibujando y de que él no ha perdido detalle.
Aparto la mirada y cierro la pantalla del portátil para irme con mi bobería a
otra parte, pero él lo coge y, como si no le importara lo más mínimo que fuera mi
ordenador (probablemente no le importe), vuelve a abrirlo y viaja unas
diapositivas hacia atrás.
—¿Es consciente de que lo que quiere hacer es prácticamente imposible?
—Lo soy —asiento, resignada.
—Bien. Aquí cojea. —Señala, y empieza a pasar diapositivas—. Y aquí. Y
aquí también.
Se me cae el alma a los pies.
Tristán no lo sabe, pero no he escogido este proyecto porque sí, y le he
dedicado muchísimas madrugadas solo a la fase de planificación. Que me lo
haya tirado por tierra con solo tres movimientos de su índice me destruye por
completo.
Algo que, sin embargo, no demostraré. No quiero discutir más con él; ahora al
menos no me vacila, está hablando en serio, con algo parecido al respeto.
—A esto vas a tener que darle una vuelta de ciento ochenta grados.
Asiento y atiendo a lo que me dice con el estómago encogido y retirando una
lágrima que no me da tiempo a frenar. Por suerte, él no la ve. Continúa
ensimismado con mi proyecto. Y yo, en el fondo, agradezco que solo estemos
nosotros dos aquí. Si llega a criticarlo así delante de toda la clase, creo que me
habría dado algo.
Con todo, cuando pensaba que ya no iba a poder más y tendría que irme por
patas de aquí, Tristán se gira hacia mí, cierra la pantalla con cuidado y me tiende
el portátil, perdiendo la mirada en algún sitio del aula y volviendo a hablar. Y
aun con lo mal que me siento ahora mismo, su tono calmado, ese que no conocía
en él, provoca en mí una especie de sosiego que no esperaba en un momento así
cuando dice:
—Necesitaremos implementar un par de mejoras, repensar la ejecución y la
arquitectura de software, pero servirá.
Tardo en volver a respirar tanto como él en girarse. Está hablando más para sí
mismo que para mí.
Cuando termina, sin embargo, siento que me quedo sin respiración de nuevo.
—Carlota, tengo algo que proponerle.
I’VE GOT ISSUES, AND YOU’VE GOT THEM
TOO
«La canción que no termina»
– Maldita Nerea

—¿ A Toulouse? —repito por quinta vez. Estaría blanca como la pared si no


fuera porque la del aula es de un verde moco horroroso.
Tristán no se ha hecho de rogar. Nada más ha dicho que tenía algo que
proponerme, ha tecleado algo en su iPhone tropecientos mil y me ha puesto la
pantalla delante.
«CONVENCIÓN EUROPEA PARA PROYECTOS INNOVADORES
UNIVERSITARIOS DE SEGURIDAD INFORMÁTICA Y HACKING ÉTICO
DE JÓVENES TALENTOS», reza. Tampoco ha tardado en explicarme que
nuestra universidad se presenta cada año, con un alumno del máster que estoy
cursando yo. Pero eso yo ya lo sé. Lo sé de sobra. Lo sé tan bien como sé que
una vez ganamos con un proyecto suyo. Lo que no entiendo es por qué, de todos
los proyectos que han presentado mis compañeros, quiere presentar el mío.
Por qué quiere que sea yo quien vaya a Toulouse.
Asiente y me mira.
—Sí. Es en una ciudad distinta cada vez. —Apaga la pantalla del móvil y
suspira—. Yo iría con usted. Prepararíamos juntos el proyecto y la acompañaría
durante toda la convención.
Vale.
Vale.
VALE.
Eso sí que no me lo esperaba.
—¿Usted? —Abro mucho los ojos y trago saliva.
—Como mentor.
—¿Por qué?
—Porque es obligatorio… —Bufa—. No puede presentarse sin alguien que
haya ido antes.
Sacudo la cabeza, pero me doy cuenta de que no me interesa que crea que me
pone histérica e improviso:
—Me refiero a por qué me elige a mí. Hay proyectos brillantes en el aula.
Respiro cada vez con más rapidez. He perdido la noción del tiempo y creo que
necesito un apoyo. Todo esto es surrealista.
Tristán fija la mirada en el techo y suspira con lentitud.
—No me interesan los demás proyectos. Me interesa el suyo.
El pánico me invade otra vez.
—Pero ¿me robará la universidad el proyecto? ¿Perderé los derechos de
explotación? Tenía pensado contactar con alguna aplicación directamente. Si
voy, ¿significa que la universidad se la quedará? ¿O que la distribuirá por su
cuenta? ¿O que…?
Voy a continuar, pero no puedo. Tristán se coloca delante de mí y pone ambas
manos sobre mis hombros, transmitiéndome una tranquilidad que no esperaba
que me fuera a dar jamás alguien como él. Sus ojos ahondan en los míos como
un velero seguro de sí se hace al océano una noche de tormenta.
—La universidad no se quedará con nada. El sello de la Politécnica solo va en
el proyecto a modo de aval, pero todo eso estará bien atado. A la institución le
interesa el prestigio, nada más. Además, las bases son claras, y la explotación
final la decide el ganador —explica—. En caso de que elijan su proyecto,
firmará el contrato que a usted le interese para llevar a cabo la ejecución de la
API, y contará con ayudas para contactar con Telegram, con WhatsApp o con
quien considere. Aún hay bastante secretismo en lo que al jurado y las fases se
refiere, para salvaguardar la imparcialidad y evitar el tráfico de influencias,
supongo. —Se encoge de hombros—. Pero lo que sí puede hacer es ver las
empresas lanzadera que hay en la página web y decidirlo durante el fin de
semana.
Cuando me suelta, por algún motivo, una brisa fría me recorre los hombros, y
es una brisa que nada tiene que ver con que estemos en noviembre. Solo…
desearía que se hubiera quedado ahí, por algún motivo. Quizá que sea más
cercano me ayuda.
Hasta que recuerdo que él nunca, jamás, ha hecho eso.
Un momento. ¿No habrá adoptado esta actitud por interés?
—¿Y usted qué se lleva acompañándome?
—¿Yo? —Enarca una ceja. Yo asiento. Cuando lo ve, tarda unos segundos más
en volver a abrir la boca—. No confía en mí, ¿verdad?
¿Qué carajo contesto a eso?
Ahora es él quien sacude la cabeza.
—Está bien, mejor no responda. Yo no me llevo nada, más que una semana
pagada en Toulouse. —Se encoge de hombros de nuevo—. A mí me costea el
viaje la universidad, tal y como se lo costearon a mi mentor cuando fue conmigo
y tal como se lo costearán a usted. Más allá del viaje, al que no iremos si usted
no quiere, no me llevo nada. No estaré en el contrato si usted no lo decide, no me
involucraré más de la cuenta y le aseguro que, pasado el viaje, no le volveré a
mencionar nada de…
Ese «Al que no iremos si usted no quiere» me despierta de sopetón. Por eso le
freno, poniendo una palma sobre el aire, en dirección a su rostro.
—¿Si yo no acepto no puede elegir a alguien más?
Se aleja de mí, da una vuelta sobre sí mismo y se repeina hacia atrás, haciendo
que mi mirada recorra el sendero que sus dedos trazan sobre su pelo.
—Ya le he dicho que no me interesan los otros proyectos.
—Pero si no se lleva nada… —Quiero saber por qué le interesa, pero cuando
resopla y se lleva las manos a la cintura, decido que se acabó mi interrogatorio y
dejo de hablar.
Sé que la conversación se ha terminado cuando se gira hacia mí y, clavándome
la mirada de nuevo, entona:
—Medítelo y venga a verme el lunes después de clase, ¿de acuerdo? —Me
sobrepasa—. Buen fin de semana.
Y yo quiero responder que sí, que lo pensaré y le buscaré. Que meditaré bien la
decisión que estoy a punto de tomar. Que lo consultaré con la almohada y lo
hablaré con mi familia, aunque lo último no es verdad.
Pero no hago nada de eso.
En su lugar, un impulso dentro de mí toma el control y hace que le sostenga a
la altura del antebrazo antes de que me sobrepase del todo, dejándome aquí. No
sé en qué momento he empezado a confiar en Tristán, aunque una parte de mí
me dice que en ningún momento dejé de hacerlo. Que sus palabras, por más
serias y terminantes que hayan sonado siempre, me parecen sinceras.
Sus ojos chocan con las uñas azules de mis manos y yo me aparto de él con
suavidad, avergonzada. No sé de dónde ha sacado él la seguridad para
sostenerme así antes, pero no es nada fácil.
—Sí confío en usted —musito con un hilo de voz.
Ladea la cabeza poco a poco, y juraría que media sonrisa quiere dibujarse en
sus labios, pero frena cuando entiende que no he terminado de hablar, y yo digo:
—En quien no confío es en mí misma.
Ahora sí, su comisura se alza y una sonrisa más dulce de lo que esperaba se
asoma. Acto seguido sus ojos se achinan, yendo a parar a los míos de nuevo.
—Eso déjemelo a mí.
Trago saliva, asiento y me cuelgo el portátil del hombro. Un instante después,
Tristán abre la puerta del aula y me invita a salir por delante de él.
Cuando me giro para despedirme, sin embargo, ya no está.
TIERRA, TRÁGAME Y ESCÚPEME EN
IKEA
«Miss Honolulu» – Carlos Sadness

Q
—¿¡ UÉÉÉÉÉÉÉ!?
—Cierra un poco los ojos, se te van a salir de las órbitas y no quiero llamar
más la atención.
He venido directa a la cantina al ver el mensaje de Telegram de Inés.
—¡Qué fuerte! ¿Es en serio? —Sus ojos azules y su pelo rubio, liso y con esos
tirabuzones en las puntas se acercan tanto a mí que creo que me va a comer.
—Como te he respondido las últimas cinco veces: sí.
—¿Y ya has dicho que vas a ir? —se apresura a preguntar.
—A ver, no he dicho «Voy a ir», pero es como si lo hubiera dicho. Le he dicho
que confiaba en él. Y entonces él me ha soltado el frasón: «Eso déjemelo a mí»
—repito, imitando su voz grave.
Me va a dar algo solo de contarlo.
—¿Estamos hablando del mismo profe borde que te ha dicho que hablaras
antes de Nochevieja?
Meto la cara entre mis manos y resoplo.
—Joder, no lo sé ni yo… —Miro a Inés separando un poco mis dedos—. Si te
cuento algo, ¿me creerás?
—Mientras no intentes desmentir que es un borde de remate… —Sonríe.
Hundo más la cara entre mis manos y me apoyo en la mesa. Entonces, musito:
—Eso es precisamente lo que iba a hacer. Me he sentido… Yo qué sé. Me he
sentido bien. Me ha tratado de maravilla en cuanto ha sabido que no le estaba
vacilando.
Inés frunce el ceño.
—Espera, ¿pensaba que le estabas vacilando? Si es evidente que ha sido un
patinazo garrafal.
Me encojo de hombros otra vez mientras me incorporo un poco. Inés me roba
la Coca-Cola que había pedido y le da un sorbo.
—Para él no.
—Menudo cliché. El genio incomprendido que no comprende a los demás —se
ríe por lo bajini—. Por lo menos está bueno.
—Joder, tía.
—¿Qué? Tengo ojos en la cara. ¿Me vas a decir que no está como para mojar
pan?
—Inés, que tengo novio —la riño.
—¿Y? No te estoy diciendo que te lo tires, tronca. Te estoy diciendo que está
bueno, sin más. Y que su culo en vaqueros tiene que ser una obra de arte. Y no te
digo en chándal. Y que tiene cinco polvos seguidos. O veinticuatro. Uno por
cada hora del día.
No sé si me da más rabia lo roja que me pongo, no poder contestarle porque
Rober acaba de entrar en la cantina o estar de acuerdo con ella.
—Dejemos el tema. Viene el rey de Roma —corto.
—¿El del culo bonito? —Se gira de súbito, buscando a Tristán con la mirada
de una manera muy poco disimulada.
—No. El de la técnica del avestruz.

***

—No te encontraba por ninguna parte. —Me da un beso en la coronilla nada


más llegar. Yo intercambio una mirada con Inés, que le mira de arriba abajo,
ladeando la cabeza con los labios muy apretados y una ceja alzada.
—Pero si te has ido corriendo nada más Tristán nos ha dado vía libre —entono.
—Tenía que ir al… baño —improvisa Rober.
—¿A meter la cabeza dentro del váter? —pregunta mi amiga.
—¡Tía! —intercedo.
—Yo también te quiero, Inés —añade Rober, y se sienta a mi lado.
—Yo a ti no, Roberto, me caes peor que un dolor de muelas. —Sonríe con
falsedad hasta que ve cómo mi novio me da la mano. Cuando lo hace, una mueca
de asco recorre su rostro y simula una arcada.
Creo conveniente matizar que cuando he dicho que Inés es espontánea,
despreocupada y alegre, me refería a que lo es conmigo. Con el resto del mundo
solo es espontánea y despreocupada. Y con Rober es más borde que el canto de
una mesa. Pero ahora mismo no le falta razón: no es la primera vez que Roberto
me deja tirada y no saca la cara por mí. Y ese tipo de cosas a las novias a veces
se nos olvidan, pero a las mejores amigas y a las madres jamás. Sobre todo si,
como yo en alguna ocasión, has acabado llorando hecha un ovillo en una esquina
de tu habitación por su culpa. Pero eso es una historia para contar en otro
momento.
—¿Se puede saber por qué me odias tanto? —pregunta él.
—¿Se puede saber por qué no has intervenido cuando Carlota ha quedado en
evidencia delante de todo el mundo?
—¿Y qué pretendías que hiciera, De la Vega? —Rober alza una ceja. Se ha
separado de mí nada más Inés ha mencionado el incidente de clase. Yo, a mi vez,
le frunzo a él el ceño. No entiendo por qué se aparta así, pero no hacía falta ser
tan borde.
—¡Lo que fuera! Decir que es un juego sexual vuestro y que te lo estaba
llamando a ti, o llamarle tú algo aún más bochornoso, ¿qué sé yo?
—Claro, ¿qué mejor que elevar el ridículo a su máximo exponente? —Niega
con la cabeza y se ríe, sarcástico.
—¡Al menos podrías no haberte puesto a jugar a Minecraft y hacer como quien
oye llover! ¡Es tu novia, capullo! —le reprocha ella.
Aparto la mirada, pero lo que encuentro ahora no es mejor.
La cantina al completo está atenta a la discusión entre Rober e Inés.
Y la cantina al completo, por algún motivo, incluye a Tristán Acosta.
Tierra, trágame y escúpeme en Ikea para que me pierda.
TEORÍA DE CAUSALIDAD Y CUERDAS
«Un día de mierda» – Sidonie

S i hubiera un concurso de gente que hace cosas que no tienen sentido, yo hoy
me llevaría el primer premio y el accésit de Innovación. El primero, por la
escenita en el aula; el segundo, por salir corriendo tras Tristán sin pensármelo
cuando he visto que abandonaba la cantina.
Para colmo, dentro sonaba «Un día de mierda», de Sidonie, y según corro
hacia mi tutor, que se dispone a sentarse en una de las mesas de fuera (la más
apartada, cómo no), no puedo sacarme la canción de la cabeza, cómo me
representa y lo tremendamente absurdo que es todo esto.
Pero no lo he podido evitar.
Cuando he visto cómo me apartaba la mirada y se iba de allí, he sabido que
todo esto no estaba bien. Que a nadie, por más perdonavidas y borde que sea, por
más másteres que tenga y por más genio que se le considere, le gusta que hablen
de él a voz en grito en medio de una cantina abarrotada. Menos aún cuando son
sus alumnos los que lo hacen.
—Hola —grazno al tiempo que trato de recuperar mi respiración. Me peino los
mechones del flequillo y me apoyo sobre mis rodillas.
Tristán acababa de dar un mordisco a su sándwich cuando he aparecido, pero
ahora lo ha dejado sobre una servilleta y me mira, esperando a que diga algo. Por
supuesto, no me devuelve el saludo.
Pero estoy nerviosa y no es tan fácil, así que me apoyo en la silla y tomo aire
hondo antes de decir:
—Pensaba que iba a comer a su casa.
Me arrepiento de mi intervención nada más veo cómo me mira. Dios, es
mortificante.
—Y yo pensaba que dónde como no es asunto suyo, pero ya ve —responde. El
zasca se oye hasta en el Manzanares.
Me quedo sin habla tan pronto como le oigo. De acuerdo, Tristán siempre ha
sido así en clase, pero después de lo de hoy…
—Solo pretendía…
—¿Qué quiere, Zambrano?
Algo explota dentro de mí cuando, aparte del corte que me pega, vuelve a
llamarme por mi apellido con esa indiferencia, especialmente después de oír
cómo antes me llamaba por mi nombre y dejaba de ser un capullo arrogante. Y
no puedo más. Primero mi patinazo; a continuación, la escena casi agradable del
aula que no entiendo para nada y ahora tampoco quiero entender; después, cómo
mi novio ha hecho bomba de humo; luego, la discusión que ha tenido con mi
mejor amiga; y ahora mi profesor volviendo a ser un gilipollas conmigo. Todo el
mismo día.
—¿Se puede saber qué le pasa? —exploto—. Solo venía a pedirle disculpas.
No hace falta que me hable en ese tonito condescendiente y engreído cada vez.
Alza ambas cejas.
—Ah, ¿sí? ¿Y por qué venía a disculparse, exactamente? —Se recuesta sobre
su silla y se cruza de brazos mientras achina los ojos.
—¿Eso es todo lo que va a responder de todo lo que le he dicho? ¿La parte del
tonito condescendiente y engreído la va a ignorar? —digo exasperada.
—¿Va a dejar de responder a todas mis preguntas con más preguntas?
—¡Argh! ¡No lo sé! —Separo la silla y me siento, sabiendo que me he
arrepentido de todo esto mucho antes de empezar. Pero ya no puedo parar. Si me
tengo que pasar el resto de mi vida rebuscando en la basura (en la de Inés, que es
mi mejor amiga, me tendrá que acoger al menos en un cartón de la cocina), que
así sea.
El problema es que me callo unos segundos para intentar ordenar mis ideas… y
él usa mi silencio a su favor.
—Eso está mejor.
—Dios mío, dame paciencia… —musito mirando hacia la mesa y tratando de
controlar el aire que entra y sale de mis pulmones como un matasuegras.
—Dios no existe, Zambrano, sea pragmática.
Encima me vacila.
—Pragmático sería irme de aquí —gruño, a punto de separar la silla de nuevo
y abrirme.
—Hágalo, entonces. Adelante —zanja con indiferencia.
Pese a todo, cuando alzo la mirada, harta de todo esto, me encuentro con algo
que no esperaba.
Tristán vuelve a tener esa media sonrisa sobre la comisura y me mira con
sorna.
—Le divierte muchísimo reírse de mí, ¿verdad? —respiro con pesadez.
—Me divierte lo roja que se pone cuando está al límite.
Y… No. Eso no lo he visto venir.
Lo dice en un tono tan convencido que no puedo sino callarme para ver si
asimilo todo esto un poco mejor. No entiendo su actitud, los cambios que tiene
ni las expresiones que pone. No entiendo nada de él.
Nada, nada, nada.
Y, aun así, no me voy.
Necesito entenderlo.
—¿Puedo preguntar por qué? —pregunto.
—No sabía que necesitara un motivo para hacerlo.
Suspiro cansada, pero después me sobreviene una idea: yo también sé jugar a
esto.
—¿Conoce usted la Teoría de Causalidad? —pregunto, y sé que me he pasado
tres pueblos, pero mi madrileña chula interior va cuesta abajo y sin frenos.
Solo espero no estamparme.
—¿Se está quedando conmigo? —Enarca una ceja, serio de repente.
—Es solo una pregunta. —Ahora soy yo quien se encoge de hombros. Me
apunto un tanto.
—Ya. —Coge su sándwich y lo examina. Si va a comer delante de mí es que
está muy, pero que muy seguro de sí mismo. Yo no sería capaz. Me daría pánico
que oyera el ruidito de mis dientes mordisqueando el pan—. Una pregunta que
me encajaría si usted y yo no fuéramos ingenieros. —Su mirada se clava en mis
ojos con tanta vehemencia que creo que voy a llorar sangre, aunque consigo
mantenerme firme—. Pero lo somos. Y la Teoría de Causalidad se estudia en
primero de carrera.
Cuando le da el primer mordisco delante de mí a su sándwich, ataco:
—Entonces sabrá que no tiene por qué haber un motivo para querer ponerme al
límite, pero sí una causa. Es usted quien pretende causar este efecto en mí, al fin
y al cabo. Es usted quien quiere llevarme al límite. ¿Por qué me quiere llevar al
límite?
Casi se atraganta. Y entonces, solo entonces, me doy cuenta del doble sentido
de la frase.
—Zambrano, no me apriete las tuercas…
Ahogo un chillido en mi garganta. Un «No me apriete las tuercas» dicho así es
un «No me toque los cojones» de manual.
—Solo preguntaba. —Me encojo de hombros cuando he contado hasta diez
mentalmente para calmarme. Tengo que reconocer que, a pesar de que sigo sin
entender nada y en cuestión de horas he querido gritarle, llorar delante de él,
abrazarle, perseguirle hasta alcanzarle y hacer que se trague el sándwich entero,
todo este tira y afloja me causa mucho interés.
No debería, teniendo en cuenta que es mi tutor y que me ha pedido (en una
actitud muy poco habitual en él) que le acompañe a Toulouse porque confía en
mí, pero eso no hace sino aumentar el interés que me da todo esto.
—¿Conoce usted la Teoría de Cuerdas? —Deja el sándwich sobre la servilleta
y se inclina sobre la mesa, muy cerca de mí. Yo asiento con rapidez. Me pone
histérica notar su respiración aquí.
Y me apartaría, pero, con una sutileza que me desmonta, sin que nadie más lo
note, me sostiene por el codo y, en lo que a mí me parece una caricia (digo «me
parece» porque no puede serlo, es imposible) susurra:
—Pues deje de tensar la mía, Carlota.
BOOM
«Y se fue» – La Pegatina

T ristán y yo permanecemos mirándonos a los ojos sin decir nada durante


cerca de dos minutos, aunque a mí me parecen treinta y cuatro horas
seguidas. No sé qué se le estará pasando a él por la cabeza, pero a mí me taladra
las ideas el hecho de que todo pueda cambiar tantísimo en un solo día, y todo a
raíz de una sola palabra.
Solo paramos porque alguien más rompe el silencio.
—Carlota, mi vida, ¿podemos hablar?
Cuando oímos cómo Rober se acerca a mí, Tristán separa sus dedos de mi
codo. Como en el aula, siento que una brisa helada me zarandea; por cómo se
aparta, y por cómo analizo las diferencias entre el tono de voz de Tristán y el de
mi novio al llamarme por mi nombre. Causan dos efectos en mí radicalmente
distintos.
Por suerte, el tono de Rober también me devuelve a la realidad. De acuerdo, no
ha actuado como tocaba; ni siquiera me ha puesto una excusa cutre por haber
escapado cobardemente cuando la clase ha acabado, pero sé el miedo (él dice
que es respeto, pero no es verdad) que le tiene a Tristán, y eso hace que yo, a mi
vez, recuerde que estoy hablando con quien me va a poner parte de la nota a
final de curso.
—Hola, Rueda —entona Tristán con seguridad.
—Buenas tardes. —Sonríe con los labios apretados y le mira solo durante
medio instante. Después vuelve a mis ojos—. ¿Puedes?
—Ah, eh…, claro. —Miro a Tristán una última vez y me levanto, sabiendo que
hay demasiadas preguntas por responder.
Antes de que me despida y me aleje, sin embargo, nuestro profesor dice:
—Zambrano, como le he dicho, no olvide introducir la Teoría de Causalidad
dentro del marco conceptual del trabajo. Lo vemos el lunes.
—¿La Teoría de…? —voy a preguntar, pero me callo nada más veo cómo
Tristán, que se ha puesto detrás de Rober y se dispone a irse, me guiña un ojo
con una seriedad funeraria. Entonces no necesito un máster para entender que
me está echando un capote. He salido corriendo tras él y he dejado a mi novio y
mi mejor amiga dentro; además, nadie excepto ella sabe lo de Toulouse. Tengo
que ser discreta o pensarán que todo esto va más allá de lo profesional—. Claro,
sí, lo haré.
En ese momento, un «Sí, papá…» corta el aire y se deja oír desde dentro de la
cantina. Rober y yo nos giramos enseguida para ver de quién se trata, pero hay
varias personas agolpadas en la puerta, cotilleando y lanzando risitas absurdas.
Cuando miro de reojo hacia donde estaba Tristán, ha desaparecido.
Otra vez.
UN PASEO PARA RECORDAR
«Déjame» – Los Secretos

C amino de la mano de Rober por los jardines de la Politécnica. Nos hemos


ido hace cerca de quince minutos de la cantina. Yo creía que así el
ambiente sería menos raro, menos tenso. Pero nada más lejos de la realidad.
He intentado entablar conversación con él un par de veces hablándole sobre los
planes que podíamos hacer este fin de semana, pero no me está escuchando; ya
no es que ni siquiera responda, es que ni siquiera me mantiene la mirada. Se
limita a andar con los ojos puestos en un punto inconcreto mientras peina sin
éxito sus mechones alborotados, como si eso fuera a ordenarle las ideas. Es algo
más alto que yo, que mido metro sesenta y cinco, pero tan encorvado como va,
con sus ojos castaños, su pelo oscuro despeinado y esos pisotones, parece un
hobbit cabreado.
—Rober —entono. Él suspira y continúa andando.
No puedo más.
—¡Rober! —Paro en seco donde estaba y hago que me mire a los ojos, dándole
ambas manos—. ¿Se puede saber qué narices te pasa?
—¿Eh?
—Te recuerdo que eras tú quien quería hablar conmigo…
—Ah, yo, es que… Cojones, Carlota.
Si ahora mismo tuviera un espejo podría contrastar empíricamente que mi cara
es un poema.
—¿Qué respuesta es esa?
—Si te hago una pregunta, ¿no te enfadarás?
—¿Cómo quieres que lo sepa si aún no me la has hecho? —Esa pregunta
siempre me ha parecido una salvada de culo de manual.
—A lo que voy es a que no lo voy a preguntar porque no confíe en ti, pero
necesito asegurarme de que puedo hacerlo.
—Rober, no te entiendo. ¿Confías en mí o necesitas asegurarte de que puedes
hacerlo?
Rober cierra los ojos, me suelta las manos, se peina hacia atrás y después, tras
suspirar rápido, como si se preparara para hacer tiro al plato, dice de corrido:
—¿Qué ha pasado exactamente dentro del aula con Tristán?
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos…
Estoy completamente bloqueada. No sé qué decir ni cómo encajar la pregunta
que me acaba de hacer. No por la pregunta en sí; podría hablarle sobre Toulouse,
sobre mi trabajo, sobre que estaba tan histérica que casi tengo un ataque de
pánico y gracias a Tristán (y no a él, que ha huido) no lo he tenido. Pero el tono
de voz que ha utilizado conmigo, tan duro, tan acusador, no me lo esperaba. Y
ahora entiendo el porqué de la excusa de la Teoría de Cuerdas en el marco
conceptual; mi tutor ha visto algo que yo me negaba a ver y sobre lo que no
estoy preparada para hablar.
Inés, por suerte, aparece a mi lado, me da la mano y pregunta por mí:
—¿Qué coño le acabas de preguntar, pedazo de puerco rancio?
—Joder, Inés… —Suspira, hastiado—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que
no te metas en nuestra relación?
—Dímelo las que te salga del culo, que no te pienso hacer ni puto caso. Te lo
voy a preguntar otra vez: ¿qué coño le acabas de preguntar a mi amiga? ¿Estabas
acusándola de haber hecho algo con Tristán? ¿Eh? —Rober gira la mirada, pero
ella se planta delante y espeta—: ¡Eh! Te estoy hablando.
—No estaba acusándola de nada… Solo estaba preguntando.
—¿Y por qué quieres saber qué ha pasado exactamente? ¿Acaso importa cómo
le ha explicado a nuestro tutor la implementación de su Trabajo de Fin de
Máster? ¿También necesitas saber si el mando del proyector llevaba pilas? ¡Ah,
claro! Si las lleva tienes que quitárselas antes de metértelo por el culo. No sea
que se vayan a sulfatar.
Ni siquiera la freno. El hecho de que Rober me haya ido a buscar para
preguntarme sobre esto y todo lo que estoy leyendo yo entre líneas me cabrea
tanto como a Inés o más, solo que a mí no me salen las palabras; por ello dejo
que continúe hasta que Rober vuelve a preguntar:
—¿Solo habéis hecho eso? —Rober toma aire hondo—. ¿Seguro que no ha
pasado nada más? —Se gira hacia mí, pero sigo sin dar crédito. Sus ojos me
escrutan como si trataran de encontrar algún fallo en mi comunicación no verbal.
—¿Qué mierda insinúas que he hecho con Tristán? —pregunto, ahora sí,
encendida.
Él cierra los ojos, toma aire hondo y vuelve a abrirlos sobre los míos,
apretando los labios.
Boquea unos instantes como un pez. Un pez muy tóxico.
—Lo siento —dice al fin—. Estoy un poco paranoico.
—Pues contrata un psicólogo, ella no tiene por qué cargar con tu nula gestión
emocional —responde Inés. Rober la ignora.
—Es que como siempre tiene esa actitud de superioridad contigo me preocupé.
No sabía…
Vaya, interesante giro de los acontecimientos: se le ha olvidado que quería
asegurarse de que puede confiar en mí. Aun así, lo ignoro cuando veo que Inés
va a intervenir de nuevo y aprieto su mano para frenarla. Necesito que Rober
acabe con esto, aunque sea con una recogida de cable. Necesito que el día de hoy
termine ya. Necesito irme con mi amiga de retiro espiritual a nuestra casa a
comer fideos precocinados y ver películas de mierda.
—¿Qué no sabías?
—No sabía si te había amenazado con suspenderte o echarte del máster. Por
eso… pensé que le habías seguido en la cantina.
Miro a Rober, a Inés y a Rober una vez más. Después levanto la mirada,
observando el cielo de Madrid. Un momento después suelto la mano de Inés y le
doy un abrazo a mi novio, aunque lo último que quiero ahora mismo es
abrazarle. Sabe de sobra que Tristán no me ha amenazado, y yo sé perfectamente
a lo que se refería. No es la primera vez que Rober tiene una de esas actitudes
conmigo, aunque pensaba que las habíamos superado. Supongo que no ha sido
un día fácil para nadie.
—Está bien, no te preocupes. —Cuando he abrazado a Rober, le doy la mano a
Inés de nuevo y aprieto con más fuerza de lo que he hecho nunca. Ella me
devuelve el apretón, alentándome. Siempre hacemos esto cuando una de las dos
quiere llorar, y yo ahora quiero llorar mucho—. Este finde no creo que salga,
pero nos vemos el lunes, ¿vale?
Suspira y va a replicar, pero Inés se interpone y gruñe como un rottweiler.
—Claro, guapa.
Se acerca a mí para darme un beso, sin embargo, mi amiga, tratando de ser
disimulada (y sin conseguirlo), ahora hace como que le da la tos, y yo me dejo
llevar por el paripé y le doy un par de toques en la espalda, centrándome en ella,
porque no tengo ni la más mínima intención de besar a Rober.
Solo cuando el oportuno ataque de asma de mi amiga ha parado, me giro hacia
mi novio, encogiéndome de hombros, y dejo que me dé un beso en la mejilla.
—Cliri, guipi… —musita mi amiga cuando se ha alejado.
El lunes será otro día.
CHÚPAME LA SANGRE
«Familia» – Funambulista

E l ruido de la boca de metro consigue que sobrelleve un poco lo sorda que


me están dejando mis propios pensamientos. Sigo apretando la mano de
Inés tan fuerte que creo que se la voy a romper, pero ella ni se queja. Desde que
hemos salido de la Politécnica no nos hemos soltado, y no vamos a hacerlo
ahora.
—Miente como un cabrón —dice.
—Lo sé.
—¿Y? ¿Qué hacemos?
—¿Qué vamos a hacer? Nada. Esperar a que se le pase, como siempre. Al
menos ha parado a tiempo.
—¿En serio crees que eso es parar a tiempo? —Frunce el ceño—. Sabes que
piensa que te has tirado a Tristán, ¿verdad?
Suspiro largo y tendido antes de responder. Cuando voy a hacerlo, sin
embargo, llega nuestro metro, petado hasta los topes, y nos subimos.
—¿Y qué hago? —continúo según buscamos sitio.
Pese a que casi se da el talegazo del siglo cuando el metro parte y coge la
primera curva (estamos en una esquina sin asientos ni palos guarros a los que
agarrarnos), Inés alza una ceja y se cruza de brazos, porque una puede ser torpe
pero también digna.
—No sé, igual le puedes preparar unas lentejitas con chorizo. Seguro que le
encantan. O unos torreznos. A todo el mundo le gustan los torreznos.
Pongo los ojos en blanco.
—Rober es vegetariano.
Su sonrisa malvada consigue hacerme reír. Iré al Infierno por esto.
—En serio, Ce, no soy yo quien te tiene que decir qué hacer. Eres tú quien
tienes que ver que deberías haber dejado a ese tío un minuto después de entender
cómo era en pareja.
Sonrío de medio lado a pesar de la crudeza de la situación.
—Ya lo has dicho.
—Ya, y tú no me vas a hacer ni puto caso. —Descruza los brazos y suspira,
acercándose para abrazarme—. Ojo, tú sabes que yo me llevaba bien al principio
con él. Como colega no le veo tantas taras. Pero como novio… Tronca, no. Ese
tío no busca una pareja, busca un Tamagochi que llevar siempre en el bolsillo. Y
todo el mundo sabe que los Tamagochis se acaban muriendo, llenos de mierda o
deprimidos cuando no los cuidan.
Lo peor de todo es que ahora mismo querría hacer caso a Inés. Me gustaría
plantarme delante de Rober, decirle que no quiero saber nada más de los ataques
de celos que tiene cada vez que me quedo sola con un tío y de sus bombas de
humo cuando necesito que me apoye y que se acabó. Que estoy en la flor de la
vida, que he doblado turnos durante muchos veranos para sacarme un grado y un
máster y que voy a vivir acercándome a quien me dé la gana sin remordimientos.
Pero cada vez que hablo con él en esos términos acaba convenciéndome de que
le dé otra oportunidad. Además…, tenemos nuestros ratos. Pasar la tarde con él
cuando solo estamos los dos es agradable. Las mantas, el chocolate caliente, los
churros al despertar por la mañana después de pasar la noche en su casa… El
problema llega cuando salen a reducir inseguridades como las de hoy. Entonces
todo se vuelve insoportable.
Nos apeamos en San Fernando y caminamos hacia el piso con calma. Tenemos
pensado llegar, tirar los abrigos a tomar por saco, quitarnos el sujetador,
quejarnos de quien inventó ese cacharro del averno, abrir el sofá cama, pillar
unas mantas y encender HBO.
Y lo hacemos.
Nada más entrar, hacer todo eso y encender la aplicación, ponemos Superman
y nos abandonamos a la maravillosa obra de arte que es Henry Cavill.
—Qué raro que no pongas vampiros hoy —entono—. ¿Tienes fiebre?
—Hoy he cumplido el cupo de chupasangres con tu querido novio.
—Descuida, ese no me chupa la sangre. —Tuerzo una sonrisa.
—No. Te chupa la energía, que es peor.
EL FIN DE SEMANA MÁS RARO DEL
MUNDO
«Eco» – IZAL

P or primera vez en mucho, muchísimo tiempo, Rober no me manda ni un


solo mensaje durante el fin de semana. Normalmente es él quien abre la
conversación, así que me extraña bastante. Aun así, no tengo intención de ser yo
quien le diga nada. No me apetece lo más mínimo. He pasado dos días
estupendos comiendo porquerías y viendo series con Inés, hemos bajado al
centro comercial La Rambla, hemos paseado cerca del lago de los patos, hemos
hablado con ellos (con los patos) y hemos comido pipas en las gradas. Y hemos
cenado una pizza riquísima de jamón, queso y gambas que nos ha traído un tío
majo al que, según Inés (que no me cuenta el crimen hasta que el cadáver está
enterrado y la pizza terminada) le acabamos de dejar veinticinco céntimos de
propina y un Chupachups.
—¿Me estás vacilando? —pregunto.
—¡No, tronca! Había que dejarle algo —responde la digna de mi amiga.
—Me avergüenza lo cutre que eres.
—Que no, que se ha ido todo contento con el Chupachups…
—Ya, y con veinticinco céntimos que no le dan ni para pipas. ¿De qué era?
—De sandía… —confiesa.
Ahora lo entiendo todo.
—¡No te jode! Ese me lo compré yo ayer en la cantina. Ya le podías haber
dado el de Coca-Cola.
—El de Coca-Cola lleva como tres años en casa.
—Y tú no eres nada exagerada.
Hunde los hombros.
—Vale, lleva una semana. Me lo regalaron el lunes en el estanco, cuando fui a
hacer las fotocopias. Pero los de Coca-Cola no le gustan a nadie, tía, Ce.
—Y por eso precisamente deberías habérselo endosado.
—No podía hacer eso. Estaba buenísimo.
—¿Me quieres decir que le has dado mi Chupachups a un tío que no conoces
de nada ni vas a volver a ver en la vida porque estaba buenísimo?
—Sí, o sea, ¡no! ¿Tú qué sabes, tronca? A lo mejor vuelve.
—En ese caso, me aseguraré de guardar bajo llave los Chupachups de sandía.
Inés se ríe y se inclina hacia mí, remolona. Estamos en ese punto de la noche
en el que estamos tan tiradas en el sofá que nos da pereza levantar el
campamento para ir hacia la cama, pero sabemos que tenemos que hacerlo.
Dormir aquí un día está bien, pero dos te destroza la espalda, y ninguna de las
dos queremos ir mañana con tacataca a la universidad.
Empiezo a darle patadas al edredón con pereza y ella hace lo mismo conmigo
hasta que lo hemos tirado al suelo. Después me levanto y le tiendo ambas manos
para ayudarla.
—Venga, pedazo de vaga —la apremio.
—Cinco minutitos más… —procrastina.
—Que no, que mañana es el lunes más lunes de la historia —insisto.
Abre mucho los ojos.
—Ostras, es verdad, tu cita.
—¿Mi cita? ¿Qué cita? —Frunzo el ceño.
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos…
—Mierda.
—Carlota, no me digas que lo habías olvidado.
Aprieto los labios y dibujo una expresión de culpabilidad.
—Nooo…
—Carlota Zambrano. —Alza una ceja.
—Vale. Lo había olvidado por completo.
—¿Y por qué dices que va a ser el lunes más lunes de la historia si no es por
eso? —entona.
—Por Rober… No me acordaba de la parte de Tristán.
—Pero sabes lo que le vas a decir, ¿no? Quiero decir: ¿lo tienes claro?
—¿Que habría que… erradicar los Chupachups de Coca-Cola de la faz de la
Tierra?
—¡Carlota!
—¡Vale, perdón! No, no lo sé. Joder, qué movida. Mi cerebro desconectó
después de lo que pasó el viernes con míster Minecraft. No quiero ni pensar en
meterme en un despacho una hora con Tristán, y mucho menos en irme de viaje
con él. Cuando salga y se lo cuente a Rober me va a dar la turra máxima.
Inés niega con la cabeza.
—Tía, ¿quieres ir?
Me tiro en la cama y miro las vigas del techo mientras suspiro. Y suspiro más.
Y más. Y más. Suspiro como siete veces hasta que respondo a Inés:
—Me encantaría. A ver, me faltaría ver las bases, las empresas lanzadera y
asegurarme de que el proyecto no peligra, pero, si es así, es una oportunidad
brutal para llevarlo a cabo. El problema es que me da un vértigo de los gordos.
—¿Por volar?
—¿Qué va a ser por volar? —Miro a Inés y frunzo el ceño, aunque aparto la
mirada. No quiero preocuparla de más con mis movidas, aunque no me haga
especial ilusión lo de ir en avión—. Por Tristán.
—Eh, que el miedo a volar es muy normal… Yo lo odio. —Hace un ademán
—. ¿Es porque te pone burra?
—¿Qué dices, pedazo de pava?
—¿Qué? ¿No te pone burra? Si no te pone burra deberías ir al médico…
—Que tengo novio…
—Ah, sí, ese novio tan atento y maravilloso que te ha enviado tantos mensajes
después de su diarrea mental del viernes. Todo el fin de semana recibiendo flores
y bombones… Me da pereza de lo estupendísimo que es… —Simula una arcada
—. ¡A tomar por culo ya!
Pongo los ojos en blanco y me meto dentro del edredón. Inés se ha quedado en
el marco de la puerta, sin intención de irse.
—Mañana estará igual que siempre —digo.
—Sí, sí. —Hace otro ademán, como para que cambiemos de tema.
—¿«Sí, sí», qué?
—Que sí, que estará igual de gilipollas.
—¿Sabes? He captado a la primera que no le aguantas, pero normalmente estos
berrinches le duran poco y después volvemos a estar bien. —Me abrazo a un
cojín y la miro. Ni siquiera yo estoy convencida de lo que acabo de decir; no tras
este fin de semana.
—Bien —claudica—. Mañana me lo cuentas.
—Me vas a estar esperando con el «Te lo dije», ¿verdad?
—No. Te voy a estar esperando con los brazos abiertos para sostenerte y evitar
que te des la hostia del milenio. Soy tu mejor amiga, quiero que te quieran como
te mereces, no como si fueras un complemento de la patética, aburrida e
inmadura vida de alguien más.
A pesar del trasfondo que implica a Rober, sonrío. Adoro a Inés, y quiero que
lo sepa, así que llevándole la contraria a mi pereza y lo a gustito que empezaba a
estar, me destapo, voy hacia ella y la estrujo contra mí hasta que creo que se va a
quedar sin aire.
—Te quiero.
—¿Estrangular? —se ríe, aunque me devuelve el abrazo con la misma fuerza
—. Yo también te quiero muchísimo. Y te voy a querer estés con quien estés. —
Se separa de mí y, poniéndose de puntillas, me da un beso muy sonoro en la
mejilla.
»Pero no esperes que me quede callada, ¿vale?
—Es imposible esperar eso de ti, cariño.
—Cuando se trata del confuso corazón de mi mejor amiga, sí —responde
tajante—. Prométeme al menos que vas a intentar ver lo que está haciendo.
Nos separamos, pero permanecemos con las manos enlazadas unos segundos
más.
Lo peor de todo es que ya estoy viendo lo que está haciendo Rober, y no sé
cómo salir de aquí.
—Te lo prometo. —Sonrío y me doy media vuelta. Si le digo lo que estaba
pensando nos darán las tantas, y mañana madrugamos.
Sin embargo, cuando ella ya se ha ido, y antes de que apague la luz, me llega
un mensaje al teléfono que dice:
Inés: Espero q sepas q a mí no me engañas.
Carlota: … Brffff ya lo sé.
Inés: Bien. Mañana tendré el sonido del teléfono al máximo. Avisa cuando acabes y t paso a buscar
al despacho de Tristán. Prometo no matar a Robertóxico si me lo encuentro en los pasillos
Carlota: En q momento del finde se te ha ocurrido llamarle así?
Inés: En el momento en q mi amiga se plantea no hacer el viaje de su vida y triunfar por él.
Carlota: Venga, a sobarla.
Inés: Sí, mejor, no sea que te siga diciendo verdades que no quieres encajar
Carlota: …
Inés: Prométeme algo más y te juro q después te dejo dormir.
Carlota: Dale.
Inés: Q no pensarás en Roberto cndo decidas si vas o no a Toulouse.
Carlota: Te lo prometo…
Inés: Vale. He hecho captura de pantalla por si te daba por borrar el mensaje
Inés: Foto.
Carlota:
Carlota: Buenas noches, petarda.
Inés: Tkm.
Carlota: Yo más
Inés: Ni d coña
COMO SI FUERA UN SATISFYER
«Estoy aquí» – Despistaos

P
—¿ uedes dejar de hacer eso? —pregunta Inés.
—¿El qué? —Me giro hacia ella de repente y me quito la uña de la boca.
—Mover la pierna como si fuera un Satisfyer. Me pones nerviosa.
La risa histérica que me sale hace que la mitad del vagón se gire hacia mí.
Estamos a solo dos paradas de la universidad y creo que me va a dar algo.
Dentro de cinco horas estaré en el despacho de Tristán, pero aún no sé qué
narices voy a responderle.
A ver, sé qué quiero decir, pero no sé si debo.
En momentos como este, me gustaría poder contar con mi familia. Llamar a mi
madre y preguntarle qué opina ella, apoyarme en mi padre, lo que sea. Pero están
demasiado ocupados con su asesoría de éxito e ignorando a la hija que no quiso
estudiar Administración y Dirección de Empresas para prestarle atención a la
otra: la futura y brillante directora de Zambrano Asesores. Mi hermana pequeña,
Carol (no, mis padres no se mataron con los nombres).
—Bah —gruño.
—¿Qué te pasa?
—Nada, pensaba en voz alta —bufo—. En mi familia.
—Tu familia soy yo. —Dibuja una sonrisa exageradamente grande y me pasa
un brazo por encima de los hombros—. ¿Quieres que haga de madre estirada?
¿De padre ausente? ¿De hermana pedorra? ¡Pide por esa boquita!
Acabamos riéndonos y hablando de temas que nada tienen que ver ni con
Toulouse ni con mi familia, lo que me relaja muchísimo cuando, tras apearnos
del metro, llegamos a nuestra facultad.
En la puerta me encuentro a Rober con su mejor amigo y compañero de piso,
Javier Mateos, un cayetano de pelo castaño claro casi rubio, alto, fuerte y con
unos ojos tirando a gris que no le tienen nada que envidiar a Silent Hill. Un tío al
que conocimos en el grado y cuya tara es que al pobre a veces se le olvida que el
contacto visual no es con las tetas de las mujeres. Yo, a pesar de todo, no me
llevo mal con Javi. De hecho, he salido alguna que otra vez con él y debo
reconocer que me cae sorprendentemente bien. Pero Inés no le soporta. Ni
siquiera le tolera, y no la puedo culpar. Cuando ella está delante suele
comportarse como un gilipollas machista.
Aunque tengo la gran cantidad de cero ganas, me acerco a Rober para darle un
beso, pero mi amiga me para, musitando entre toses algo así como «Te ha
ignorado todo el finde». Yo freno, porque el mazazo es real, y espero a que
salude ella mientras sonrío con los labios apretados.
—Buenos días, Asqueroso Número Uno. ¿Qué tal, Asqueroso Número Dos?
¿Ha ido bien vuestro fin de semana? ¿Habéis batido el récord de acoso a tías en
discotecas?
—Qué coñazo eres, De la Vega —responde Mateos, a pesar de que antes se la
ha comido con la mirada.
—El que me puedes comer, chulapo. —Le lanza un beso y él le pellizca la
mejilla, acercándose más de la cuenta. Yo sonrío, a pesar de todo. Esta chica no
le tiene miedo ni al diablo.
En ese momento (al fin) Rober se acerca y me da un pico rápido y seco, pero
centramos la atención en nuestros amigos tan pronto como oímos que siguen
discutiendo.
—Pon fecha y hora, rubia.
—Ya te gustaría —se ríe.
—A lo mejor te gustaría a ti. —Le guiña un ojo de un modo que ni siquiera
Inés puede negar que es supersexy, y ella se aleja y le sonríe del modo más falso
que he visto en mi vida.
Un instante después caminamos hacia el aula, sabiendo que ellos vienen detrás,
y es Inés quien me aprieta la mano.
—¿Se puede saber qué ha sido eso? —susurro según noto cómo acelera.
—Eso han sido las ganas que tengo que reventarle la cara.
—Ya… ¿Solo la cara? —Enarco las cejas—. Porque yo diría que había tensión
sexual para frenar un camión.
Inés frena y me mira. Hemos llegado al aula, pero sigue cerrada. Este año solo
tenemos tres profesores: el ya famosísimo Tristán Acosta, con quien tenemos
más horas, que se ocupa de la tutorización, los proyectos y sus memorias; Simón
López, con quien vemos documentación; y Fullana, de implementación, aunque
este último suele faltar muchísimo y Tristán acaba haciendo la mitad de sus
horas (porque, gracias a Dios, él al menos entiende que este año es para
centrarnos en nuestros Trabajos de Fin de Máster y que con un profesor menos
lo llevamos claro). El caso es que, si bien Fullana falta como él solo, López, el
profe que tenemos ahora, suele llegar tarde, por lo que nos apoyamos en la pared
a esperar mientras Inés me suelta:
—Yo nunca he negado que tuviera un polvazo.
Con todo, no nos da tiempo a decir nada más. No sé en qué momento ha sido,
pero Rober y Javier están justo delante de nosotras, y el segundo, antes de que
ella se dé cuenta, le ha pasado un brazo por encima de los hombros y le está
susurrando todo lo seductor que puede (que debo decir que es bastante):
—¿Quién tiene un polvazo, De la Vega?
Inés da un respingo por el susto, pero solo un segundo después reacciona, se
quita el brazo de Javier de encima con asco y muy, muy cerca de su cara,
responde:
—Tu hermano, cariño. —Sonríe—. Dile a Quique que repetimos cuando
quiera.
Un instante más tarde, Simón López llega y abre la puerta, dejando a Javier
con una cara de cuadro que no se le va a quitar en todo el día.
No puedo negar que le entiendo.
Inés se acaba de pasar cinco paradas de AVE.
Carlota: Cómo se t ocurre soltarle eso de su hermano?!?!!???
Inés: No podía más.
Carlota: Ya, ya lo he visto… Y si le da por preguntarle a Quique?
Inés: No lo hará. Su masculinidad frágil no se lo permitiría.
Carlota: Eso espero. Como se entere de q de verdad has estado con su hermano lo mata.
Inés: X q iba a hacer eso?
Carlota: Joder, Inés, es evidente.
Inés: ?
Carlota: En serio?
Carlota: Xq está loco x ti.
***

No sé en qué momento se me ha ocurrido decirle eso a Inés esta mañana. Lleva


las cinco horas de clase mordiendo mis bolis (porque ella siempre se deja los
suyos) y preguntándome por qué intuyo eso, en qué gestos suyos lo he detectado
y un millón de cosas más a las que no puedo dar respuesta. Lo que le he dicho es
solo una sensación a raíz de ver cómo Javier la mira, porque, siendo claras, no
mira a nadie más como mira a mi amiga. A nadie.
Pese a todo, acaba calmándose. Lo hace después de un comentario de mierda
que Mateos le suelta a Erica, una de nuestras compañeras, sobre la falda que
lleva. Es más que suficiente para que el asco que le tiene vuelva a pasar por
encima de la intriga.
—Definitivamente, su hermano es mucho mejor que él —suelta.
—Cualquier tío de esta universidad es mucho mejor que él ahora mismo —
añado yo.
—¿Incluso el conserje?
—Incluso el conserje.
Acabamos riéndonos y corremos un tupido velo sobre el tema. Pero como mi
cerebro es experto en evadirse de las cosas importantes, cuando me pregunta si
quiere que me acompañe al despacho de Tristán se me corta la risa porque, de
nuevo, no me acordaba de mi cita con él.
En diez minutos tengo que salir hacia allí.
Cuando recojo mis trastos y me levanto, sin embargo, Rober parece haber
despertado de su letargo y viene hacia mí.
—Vete. Yo me ocupo —suelta Inés.
—No puedo irme así como así, tía.
—Claro que puedes. Es lo mismo que ha hecho él, ¿no? Pues igualdad de
condición. Hala. Aire.
—No, tronca. No es tan fácil.
—¿Quieres ver cómo sí? —Me mira y menea las cejas muy rápido. Después se
gira hacia Rober y, yendo hacia él, grita—: ¡Tú, repugnante! Ven conmigo.
Tenemos que hablar. Vas a contarme un par de cosas sobre tu amiguito.
La mirada confundida que intercambio con Rober dice que yo tampoco
entiendo nada. Después señalo la puerta, como diciendo que tengo que irme, y
me encojo de hombros. Él imita mi gesto y asiente, dejándose llevar por la loca
de mi amiga de manera muy, muy abrupta. Lo último que hace es un gesto con el
dedo que indica que nos vemos después. Yo sonrío y asiento.
Y salgo pitando hacia el despacho de Tristán.
LA CONFIANZA DA MIEDO
«Señales de humo» – El Kanka

T oco a la puerta del despacho de Tristán un par de veces, flojito. Estoy más
nerviosa que el día que hice mi primera comunión; tenía miedo de que
descubrieran que no creía en Dios porque pensaba que me iba a quemar con el
agua bendita.
«Dios no existe, Zambrano, sea pragmática», recuerdo que me dijo, y me
obligo a sacudir la cabeza y apartar las sensaciones de aquel momento de mi
mente, así como el hecho de que Inés me ha dicho unas cincuenta veces lo
buenísimo que está Tristán.
Estará buenísimo, pero es imbécil de remate.
Pasan dos minutos, pero no abre, y empiezo a ponerme nerviosa. ¿Si toco otra
vez estaré siendo muy molesta? ¿Me habrá dicho que pase y no le habré oído?
¿Se habrá olvidado de que habíamos quedado?
Entretanto, me llegan un par de mensajes al móvil. Uno es de Inés, el otro de
Rober. Mi amiga me dice que no ha podido entretener más a «mi querida lapa»
(y que no le soporta, y que es estúpido), y mi novio me pregunta dónde estoy.
Por suerte, no me da tiempo a responder a ninguno de los dos.
Una voz grave tras mi oído me obliga a centrarme y erguirme al decir:
—Qué puntual, Zambrano.
Tristán, sus pantalones de pinza negros y su camisa blanca, de nuevo
remangada, nos sobrepasan a mí y al vestido blanco de punto que llevo. El aire
que provoca, sumado al que había en el pasillo, hace que mi media melena negra
y mi flequillo recto se descoloquen, poniéndose delante de mi cara y haciéndome
parecer patética cuando se me mete en la boca un mechón del tamaño de la cola
de un perro.
—Bueno, usted me citó a esta hora. —Abre la puerta ante mí y me cede el paso
como hizo el otro día en el aula.
Nada más paso me recoloco el pelo. Mientras lo hago, veo en su boca media
sonrisa arrogante que, por alguna razón, no hace que me resulte insoportable.
—No recuerdo haber especificado ninguna hora. Que usted estuviera ansiosa
por venir es otro asunto.
¿Había dicho que no me resultaba insoportable? Mentía. Me resulta muy
insoportable. Superinsoportable. Megainsoportable. Insoportabilísimo.
—Yo no estaba ansiosa por venir —respondo. Casi me atraganto.
Tristán, quedando a escasos centímetros de mí, me encara y cierra la puerta a
mis espaldas. Y yo… Ay. Yo creo que me sube la fiebre.
«No pienses que está buenísimo, no pienses que está buenísimo, no pienses
que…».
Mierda, ya lo he pensado.
Ser más pálida que un iglú no ayuda cuando me pongo roja, rojísima. Pero
apartarme de él tan abruptamente para darle la espalda lo hace aún menos
cuando veo por el rabillo cómo, desdibujando la arrogancia de su sonrisa (y la
sonrisa entera), pregunta:
—¿Está bien, Carlota?
Lo hace de una manera tan conciliadora que me quiero morir. Todo es mucho
más fácil cuando es un capullo.
—Sí —digo solamente.
Pero como si ser un genio de la informática no fuera suficiente, Tristán pilla al
vuelo mi lenguaje corporal, y con pasos lentos, pausados, me rodea y se pone
delante de mí, mirándome a los ojos con preocupación. En este momento, algo
me dice que si sigo acabaré soltándole algo fuera de lugar que no tiene nada que
ver con Toulouse, así que me giro de nuevo y me dirijo hacia las dos sillas que
hay delante del escritorio, justo ante un ventanal cerrado. Él, sin embargo, no
insiste. Se encamina hacia la butaca de cuero marrón que hay al otro lado.
Cuando dejo el maletín marrón de flores de mi portátil en una y me siento en
otra, él ya está con su ordenador de sobremesa abierto, buscando algo que no sé
qué es.
Y no sé qué hacer. Ahora mismo tiene una cara de concentración tan férrea que
no estoy segura de si debo esperar a que me diga algo o sacar yo el tema, porque,
si espero, creo que estaré aquí tres años; y si no, igual interrumpo algo
importante.
No tengo que pensar mucho más. Mi móvil nos saca a los dos de lo que
estábamos haciendo cuando empieza a sonar, con un mensaje tras otro.
Rober.
Rober.
Rober otra vez.
Resoplo, respondo «Todo bien, luego te hablo» y lo pongo en silencio,
ignorando que me está preguntando de forma demasiado insistente dónde estoy,
si estoy sola o acompañada y, en el último caso, con quién.
—Lo siento.
—Se le da a usted muy bien pedir perdón. —Ladea la cabeza y gira la butaca
hacia mí. ¿Qué leches se supone que tengo que responder a eso?
—Sí, bueno, se me dan muy bien muchas cosas —Me refiero a cagarla.
Espera, ¿qué coño acabo de decir?
—¿Qué me quiere decir, Zambrano? —Ahora embebe los labios y entorna los
párpados (lo que le hace parecer superinteresante), y joder, yo maldigo que mi
mejor amiga me haya repetido lo supersexy que es tantas veces que me lo he
creído.
Porque me lo he creído solo por Inés, ¿no?
Cierro los ojos mientras tomo aire hondo y aprieto los labios, mordiéndome
después el inferior según asiento, sintiéndome idiota.
No es solo por Inés.
El tío está bueno con ganas.
—¿Podemos hablar de la convención, por favor? —pregunto nada más he
reunido el valor suficiente para abrir los ojos. Él sigue escrutándome con una
ceja alzada.
—Si tiene ya una respuesta, sí.
—Ese es el problema. No la tengo.
Por primera vez en mi vida, veo cómo Tristán Acosta aparta la mirada,
pensativo de un modo casi preocupante. Después ladea la cabeza hacia el lado
opuesto al que la tenía y se rasca la nuca, como si fuera él quien no sabe qué
hacer o qué decir ahora.
Solo que sí lo sabe.
Me devuelve la mirada, cruza ambas manos sobre su escritorio de madera y se
inclina hacia mí para decir:
—El plazo de inscripción acaba en cinco horas, Carlota.
—¿¡QUÉ!? —vocifero. Quedarme sin tiempo me pone muy nerviosa. Odio las
prisas. En primaria empezaba a estudiar los exámenes antes de saber la fecha—.
¿Por qué no me lo dijo antes?
—Porque hubo un fallo con las fechas. Pensaba que teníamos hasta el 31, y…
—parpadea con lentitud, frustrado— era hasta el 13.
Vaya, ni siquiera don Perfecto es tan perfecto, al fin y al cabo.
—Ah —digo solamente. Pero una risa nerviosa asoma en mis comisuras, y a él
mi gesto no le pasa desapercibido.
—Cojonudo, ahora se ríe.
¿Ha dicho «Cojonudo»?
—¿Ha dicho «Cojonudo»? —pregunto. No sé por qué lo hago, pero me
sorprende muchísimo que él hable así. ¿Dónde está mi profesor intachable y
correcto?
—Bueno, usted me llamó papá.
Abro muchísimo los ojos y ensancho la sonrisa, pero no porque me haga
gracia, sino porque estoy flipando. ¿Por qué es tan difícil mantener una
conversación con él?
—Ah, no, no, no. Eso ha sido un golpe bajísimo —me quejo—. Protesto.
—No está en un tribunal, Zambrano. Usted se ha reído de mí por girar un
número.
—¡Que no me he reído! —Doy un respingo de impaciencia en mi silla y él me
mira, sacudiendo un poco la cabeza y parpadeando—. Yo nunca me río de la
gente, ¿vale? Nunca. Pero todo esto me pone muy nerviosa, y cuando me pongo
nerviosa o incómoda o incluso triste me río. Le pasa a mucha gente. Y yo soy
esa gente.
Achina los ojos. Otra vez.
—¿Puede no hacer eso?
—¿El qué?
—Mirarme como si fuera tonta.
Vale, no esperaba ser capaz de decirle eso, pero mucho menos esperaba cómo
abre las cuencas, como si hubiera dicho una gilipollez.
—¿Qué le ha hecho pensar que yo creo que es usted tonta?
Entreabro los labios un poco, pero no me sale ni una palabra. Casi un minuto
más tarde, él vuelve a preguntar:
—¿De verdad cree que soy tan imbécil como para llevarme a Toulouse a
alguien a quien considero tonta para que deje a la universidad y a mí por tierra?
Un segundo.
Dos.
Tres…
Y ya está. Con esa pregunta, solo con esa pregunta, consigue que el miedo al
fracaso me invada por completo.
Está bien, me acaba de demostrar lo que me dijo: confía en mí. Pero yo sigo
sin hacerlo. ¿Quién me dice que no hago el ridículo de mi vida allí y dejo mal a
todo el mundo? ¿Quién me dice que el bochorno de mi vida no fue llamar a este
hombre papá, sino defender un proyecto que me importa muchísimo y caerme
con todo el equipo? ¿Con qué cara miraría a Tristán en el vuelo de vuelta, o
durante el resto de curso, si no ganáramos? ¿Cómo presentaría el Trabajo de Fin
de Máster ante el tribunal sabiendo que a una convención europea se la trajo al
pairo?
Me levanto de la silla a toda prisa, cogiendo el maletín y evitando que vea que
las lágrimas asoman otra vez. De repente estoy histérica. Necesito salir de aquí.
Y necesito hacerlo ahora mismo.
Solo me da tiempo a dar un paso.
Cuando quiero dar el siguiente, Tristán está detrás de mí, tan cerca que puedo
sentir su respiración, y me da la mano para frenarme.
—Espera, Carlota, por favor.
BONNIE Y CLYDE POR LOS PASILLOS DE
LA UNIVERSIDAD
«Terriblemente cruel» – Leiva

C uando oigo cómo me tutea, dejo el maletín en el suelo y la cazadora


vaquera encima. Él me da la vuelta con lentitud, yo le miro a los ojos
cuando lo hace, y después me invita a sentarme de nuevo en la silla que acababa
de dejar.
Nada más sentarme, él se acuclilla delante de mí, me suelta la mano y se
recoloca las rodillas del pantalón de pinza. Y es un gesto simplísimo, pero solo
con eso consigue que me muerda el labio inferior por los nervios. Después me
mira a los ojos y suspira.
—¿A qué le tienes miedo? —pregunta. Lo hace con suavidad, como si me
acariciara con cada palabra que dice, y yo me hago pequeñita en la silla y aparto
la mirada, dirigiéndola al suelo. Todo esto está siendo muy complicado y creo
que le prefiero en modo capullo.
—A fracasar —musito con un hilo de voz, sabiendo que no es momento de
hacerme de rogar. Dudo incluso de si lo ha oído, pero no me hace repetirlo.
En su lugar, se lleva una mano al pelo y se lo echa hacia atrás, pero no dice
nada. Aun así, el silencio que se crea entre nosotros no es incómodo. Y tal vez
por eso me animo a contarle lo más íntimo que hay dentro de mí. Si voy con él a
Toulouse, tiene que entender que dejar a la universidad por tierra no es lo más
importante.
—No quiero dejar a la universidad por tierra, ni a usted —digo.
—Tutéame —me interrumpe.
—¿Qué? —pregunto. No estoy segura de haberle oído bien.
—Que me tutees, Carlota.
Es ridículo preguntarle por qué. Trago saliva y asiento.
—No quiero dejarte a ti por tierra… —corrijo, aunque me cuesta. Suspiro. Él
me observa con atención—. Pero tampoco a mí. Y no escogí este proyecto por
cualquier cosa.
Ahora es él quien asiente con la cabeza y suspira.
—Lo sé. Se notaba por cómo hablabas de él.
—No, Tristán. —Cuando le llamo por su nombre, sus ojos y los míos se
encuentran como la primera vez que me llamó Carlota. Nunca un nombre me
había sonado tan íntimo—. Yo…
Cierro los ojos y los vuelvo a abrir en el techo, sabiendo que las lágrimas han
empezado a rodar hacia abajo tan pronto como he entonado su nombre. Lo que
voy a contar no es fácil. Hace años que no se lo cuento a nadie, y la última vez
que lo hice fue a Inés, que me estuvo abrazando durante horas, hasta que me
calmé.
Pero él no va a calmarme.
A él le va a dar igual.
A él solo le importa el proyecto.
La universidad.
La convención.
—Carlota, no me lo cuentes —corta. Se ha incorporado delante de mí, ha
arrastrado la silla que tengo delante, se ha sentado y me ha secado las lágrimas,
sorprendiéndome, haciendo que le mire y se me corte la respiración. Ahora
mismo tengo sus manos sobre mis mejillas, me acaricia y trata de calmarme. Y
no lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo…
A pesar de eso, yo cierro los ojos con fuerza y niego con la cabeza. Necesito
soltarlo. Necesito hacerlo y que entienda por qué no puedo fracasar.
De modo que, aunque me ha dicho que no lo haga, suelto la bomba:
—A mí me pasó. Filtraron mis fotos. Era menor.
Ahora es él quien cierra los ojos con lentitud, asintiendo hacia el suelo, pero no
aparta las manos de mis mejillas ni deja de acariciarme. Al menos, no hasta que
yo, más calmada, cojo sus manos con las mías y las bajo, indicándole que estoy
mejor aunque sea mentira. Porque ahora mismo solo quiero marcharme, llegar a
casa, meterme dentro del edredón y olvidar todo esto. Que mi proyecto siga
siendo algo chiquitito, asequible, que pueda hacer yo sola en la intimidad de
casa, mi zona de confort. Algo que no tenga que exponer en una convención a
nivel europeo.
—Gracias —logro decir al fin—. Por confiar en mí y por escucharme. De
corazón. Pero no estoy preparada para esto. No puedo ir y perder.
Un momento más tarde estoy levantada, con el maletín y la cazadora de nuevo
en la mano y dirigiéndome a la puerta.
Antes de abrirla, pese a todo, Tristán habla una vez más:
—No te lo habría propuesto si no pensara que vas a ganar.
Me giro lentamente hacia él. Sigue en la silla, inclinado sobre sus rodillas, y
me mira directamente a los ojos con algo parecido al cansancio.
—¿Perdón? —pregunto con un hilo de voz.
—Vas a ganar, Carlota.
Frunzo el ceño. ¿Qué narices dice?
—No puedes asegurar eso.
—Por supuesto que puedo.
—¿Por qué? ¿Está amañado?
Bufa con suavidad antes de levantarse. Diez segundos más tarde en los que yo
respiro hondo para terminar de calmarme le tengo delante de mí, mirándome de
cerca, esta vez sin rozarme.
No hace falta que lo haga.
Nada más abre la boca me toca el corazón.
—Porque creo en ti.
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos…
Y cuatro palabras. Eso es todo lo que necesito para lanzarme al vacío.
—Inscríbenos.
Cuando sonríe y libera el peso de sus hombros, no puedo evitar pensar que
tiene una de las sonrisas más bonitas que he visto en mi vida.
Como no puedo evitar quedarme sin aire de nuevo y ahogar una exclamación
de sorpresa cuando me aprieta contra su pecho, abrazándome. Aunque me suelte
antes de que pueda devolverle el gesto.
Es el día más raro de mi vida.

***
Salgo del despacho con Tristán una hora después. No he comido, está a punto
de rugirme el estómago y no sé cómo despedirme de él. Para colmo, todo Dios
nos mira, y eso que vamos casi a un metro el uno del otro, con mi maletín, mi
cazadora y su americana en medio. Si supieran que nos hemos abrazado se
volverían locos (que me ha abrazado, mejor dicho; no olvido que no me ha
dejado ni rodearle con medio brazo).
—¿Cuándo puedo contarlo? —susurro, más para entablar conversación que
porque quiera saberlo. No tenía pensado decírselo a nadie más que a Inés aún (a
las mejores amigas se les adelantan las noticias).
—Cuando quieras —responde—. El viaje está cogido.
—Ya, pero no nos vamos hasta dentro de dos meses.
Tristán frena en seco y me mira con esos ojos achinados a los que me empiezo
a acostumbrar y un amago de sonrisa vacilona. Yo me tomo la licencia de poner
los ojos en blanco y reírme, sin reparar en que unos veinte pares de ojos nos
observan.
—¿Le da miedo lo que puedan pensar, Zambrano? —entona con chulería y
volviendo a tratarme de usted. Yo entreabro la boca, queriendo preguntar por
qué hace eso. Pero no necesito hacerlo cuando Rober aparece detrás de mí y
consigue que me dé un escalofrío al cogerme por ambos brazos.
—Joder, Carlota, qué susto. ¿Dónde estabas?
Tardo unos segundos más en girarme. Los mismos en los que veo sobre las
comisuras de Tristán esa sonrisa seria y socarrona. La que me dedicó para que
mintiéramos juntos a Rober en la cantina.
Niego levemente con la cabeza y me muerdo el labio inferior para no decirle
cuatro cosas. Me va a volver loca. Y, a pesar de todo, ha conseguido relajarme
otra vez. El único motivo por el que no me río es porque Rober sigue detrás de
mí y no sé qué decirle.
Menudo canalla.
Pero el que hoy está dispuesto a ser mi salvador (un salvador muy raro, y
sobrado), vuelve a abrir la boca, esta vez en dirección a mi novio, y dice:
—Estaba conmigo, Rueda.
—¿Con usted? —Rober ni siquiera se da cuenta de que me aprieta los hombros
cuando se tensa de repente. Yo me giro y le dedico una sonrisa tranquilizadora,
pero por cómo estrecha el entrecejo, sé que no es suficiente.
—Estábamos revisando su marco conceptual.
—Tenía que añadir la Teoría de Cuerdas —comento, sin saber por qué le estoy
echando un capote a Tristán. ¿O me lo está echando él a mí?
—¿La Teoría de…? —va a preguntar Rober, pero no le da tiempo.
—La de Causalidad —corrige Tristán.
—¿Eh? —Me giro hacia él con los ojos muy abiertos. Pese a que está
intentando disimularlo, yo ya conozco ese hoyuelo en sus comisuras. Le encanta
tener la situación bajo control.
—Es la Teoría de Causalidad, Zambrano, no la de Cuerdas —explica casi
divertido.
—¡Ah! Eso, perdón. —Me giro hacia Rober, roja—. La Teoría de Causalidad.
—Ya, eh… —Se rasca la nuca, dubitativo—. ¿Has comido?
Me inunda la decepción. No sé por qué, algo dentro de mí pensaba que
acabaría en la cantina con el canalla. Algo que evidentemente no me conviene
ahora mismo.
—Sí —miento, sin embargo. Y noto cómo Tristán me escruta con la mirada.
—Ah —responde Rober, poco convencido. Y le mira a él, a quien yo
aprovecho para observar también de reojo—. ¿Y qué has comido?
No me puedo creer que tenga que dar parte de mi dieta, pero no quiero
buscarme líos para más tarde, de modo que digo:
—Un sándwich de la máquina cutre de vending. Me moría de hambre.
—Doy fe. Ha dejado el despacho lleno de migas —suelta Tristán como si nada.
Y yo le miro directamente y enarco las cejas. Cada vez entiendo menos cosas.
—Eh… Vale… Entonces ¿nos vemos mañana? He quedado para comer con mi
primo, que ha bajado de Guadarrama. Era por si querías venir con nosotros. O
puedes venir a tomarte un café, si quieres, mientras comemos.
«Qué planazo», pienso sarcásticamente. Y decido que no. Que paso. Inés
estaría orgullosa de mí.
—No te preocupes, ve con él y poneos al día. —Sonrío como la falsa evasora
de problemas profesional que soy—. Yo voy a ir a la biblio a por un par de libros
y después me marcho a Coslada.
—Ah, claro. Vale. Cuídate, cielo. —Me da un beso en la frente y sale por
patas. Cada vez que Tristán está cerca, se pone tan nervioso que creo que va a
explotar.
Le entiendo.
A mí me pasa exactamente igual.
Aunque, por algún motivo, desde que he sabido que comparte mi condición de
ser humano y la capacidad de bromear (aunque se le dé muy mal) también me
calme más que nadie.
TÓCAME
«Caramelo» – Rocco Hunt,
Lola Índigo y Elettra Lamborghini

V oy camino de la biblioteca, sin ningún libro que sacar, con Tristán aún a mi
lado. Lleva las manos dentro de los bolsillos, la mirada al frente y los
labios apretados en una sonrisita absurda.
—Me pones histérica —me atrevo a decir. No sé en qué momento hemos
pasado a ser Bonnie y Clyde, pero lo hemos hecho. Al menos, delante de Rober.
—¿Yo? —Me mira y se humedece los labios. A mí se me va la vista hacia su
boca—. ¿Por qué?
—Ah, ¡no sé! ¿Dónde vas? —Parpadeo y me centro.
—¿Y tú, Carlota?
Esa sonrisa va a desquiciarme. Tendría que estar prohibida.
«Carlota, céntrate», me digo. Volvía a estar mirándole a los labios.
—A la biblioteca.
—¿A por libros sobre la Teoría de Cuerdas? —me vacila.
—Dios mío, qué insufrible es —digo, más para mí que para él. Aunque
tampoco evito que lo oiga.
—Antes no ha parecido importarte.
Freno en seco. Tengo una curva nerviosa dibujada en la boca y muchas ganas
de gritar.
—Antes, como el viernes, no entendí por qué hacías eso. —Bufo—. Para ser
totalmente clara, no entiendo nada de lo que haces. Hasta hace horas eras un
robot, ¿sabes?
—Yo tampoco entiendo por qué vas directa a la biblioteca y no pregunto. —Se
encoge de hombros.
Me río frustrada y saco el móvil para pasar de él en su cara.
Repito: para pasar de mi tutor del máster, de Tristán Acosta, en su cara.
Pero lo que veo en la pantalla no me gusta un pelo. Rober me ha bombardeado
a mensajes e Inés me ha dicho que su madre la había venido a buscar para comer
de bólido, que lo sentía y que me quería millones, de modo que le envío que se
lo pase bien, dejo a Rober en leído (total, ya hemos hablado en el pasillo) y
guardo otra vez el teléfono, sabiendo que no tengo con quién comer.
Le miro enfurruñada.
—¿Y bien? ¿Tienes plan? —entona Tristán.
—¿Qué?
—Que si tienes plan.
—Evidentemente, no. ¿O es que además de ayudarme a mentirle a mi novio en
la cara por segunda vez consecutiva vas a llevarme en tu maravilloso
descapotable a comer? ¿Salir con una alumna no rompe tu código de honor
como profesor intachable? —digo, pero me tapo la boca nada más me doy
cuenta de lo que he dicho.
Y él… Él niega con la cabeza y sonríe.
—Estás desatada, Zambrano. Te doy la mano y me coges el codo. Pero no, no
voy a darte el gusto. No tengo descapotable.
Cierro los ojos y sofoco un grito. Soy patética.
—Pero tengo una Honda —añade y me guiña un ojo. Joder.
—Dios mío, tiene que ser coña —musito, dándome la vuelta y mirando al
techo.
—Ya le dije que Dios no existe, Zambrano, que sea…
—Muy bien. —Me giro, interrumpiéndole—. Seré pragmática: vamos a comer.
—¿Quién ha dicho que quiera comer contigo?
Ahora ni siquiera me molesto en sofocar el grito. Suelto un chillido de
frustración sin que me importe estar junto a la biblioteca, que cinco alumnos se
giren hacia mí ni la cara de satisfacción que pone Tristán cuando ve que al fin ha
logrado sacarme de quicio. No entiendo nada de su comportamiento.
Como no entiendo su risa desinhibida.
Ni cómo empieza a andar en dirección contraria a la biblioteca.
Pero mucho menos el tono con el que dice:
—Vamos, anda. Te llevo.

***
Miro a todas partes antes de subirme a la Honda negra de Tristán. No parece
haber nadie en el aparcamiento, pero, aun así, no me fío. Él espera con el casco
puesto, apoyado sobre el manillar con calma. Hace un rato que ha sacado un
segundo casco de dentro del asiento de la Honda 500 CBF (la he analizado para
buscarla después en Google y mostrársela a Inés, no lo niego) hasta la que me ha
guiado, pero yo sigo aquí como un poste de luz.
—Con calma, ¿eh? No tengo nada mejor que hacer que ver cómo respiras.
No necesito mirarle para saber que se está riendo de mí. Pero tampoco para
saber que, cuanto más espere, más posibilidades hay de que aparezca alguien y
nos vea. Aunque ese solo es un problema más.
—Es que no sé subir —reconozco, frustrada.
—¿Qué? —Se quita un segundo el casco y frunce el ceño. Como el mundo es
injusto, ni siquiera así se despeina. Después lo aparta, lo coloca en el manillar y
me mira—. ¿No sabes subir?
—Eso he dicho —respondo, aunque lo que quiero decir en realidad es: «No sé
subir a una moto enorme a la que no llego, con vestido y teniendo que agarrarme
a ti».
Un instante más tarde, Tristán se baja de la moto, se me planta delante y pone
las manos delante de mí, las palmas hacia arriba. Después dice:
—Voy a tocarte.
Se me enciende la cara en un segundo.
—¿QUE VAS A HACERME QUÉ? —vocifero.
Frunce el ceño media micra de segundo. La siguiente su cara es un cuadro.
—¿Qué? ¡No! Para ayudarte a subir a la moto, Carlota, joder… —Aparta la
mirada.
No puedo negar que el gesto me parece casi adorable, tanto como idiota me
siento yo cuando he malinterpretado sus palabras. Pero no me puedo dejar
vencer así, tan fácil; no con él. Muchísimo menos después del acelerón que
hemos pegado desde este mediodía (acelerón que aún estoy asimilando, como
estoy asimilando que este hombre no es un cíborg).
—¿Qué esperabas que pensara? Las últimas veces no me has pedido permiso
para tocarme —respondo más roja aún de lo que ya me había puesto. No me
estoy ayudando a mí misma.
Se lleva dos dedos al puente de la nariz y hace pinza mientras resopla. Y es un
gesto tan de mortal, viniendo de él, que no puedo sino acercarme otra vez y dar
rienda suelta (solo un poco) a la mamarracha que hay en mí. Tengo que restar
hierro a todo esto antes de que crea que me ha sentado mal cuando no ha sido
para nada el caso. Si algo es este hombre cuando estamos solos es respetuoso.
—Vamos, tócame, toda tuya —digo.
Él se separa los dedos del puente de la nariz y me mira, apartando lentamente
la mano. Intenta esconder una sonrisa, pero se le da fatal.
—Ahora no quiero. —Se cruza de brazos.
—Venga ya. —Me acerco a él—. ¿No pensarás que me ha molestado?
Pero Tristán no responde. Ni siquiera hace el amago de abrir la boca. Y no
entiendo por qué hasta que veo cómo está mirando algo más allá de mi espalda.
No me da tiempo a preguntar; mucho menos a girarme. Él, tras comprobar algo
y antes de que me dé cuenta, me ha levantado por la cintura, me ha apoyado en
su cadera y me ha colocado en la moto en medio segundo, separándome las
piernas después con un cuidado extremo y poniéndome el casco que había
dispuesto para mí. Después se sube él a la moto, se coloca su casco de nuevo,
coge mis manos y, tras ponerlas sobre su abdomen (gesto que me pone crítica
nada más noto su tableta de chocolate —por Dios, qué tableta—), arranca como
alma que lleva el diablo haciendo que me pegue más a él.
—No se te ocurra soltarte, Zambrano.
Y no puedo negarlo: me he puesto muy cachonda.
«Padre nuestro, que estás en el cielo…».

***

Recorremos las calles de Madrid en la Honda de Tristán durante cerca de


media hora. Media hora en la que no dejo de notar sus abdominales debajo de la
tela y en la que me planteo si debería dejar de tocarle, aunque eso implique
perder el equilibrio y romperme la crisma.
Dejo de pensarlo cuando aparcamos frente a un bar junto a la puerta de Atocha.
Mejor dicho: dejo de pensar, sin más. Ni siquiera me acuerdo de separarme de
él.
—Hemos llegado.
—¿Y? —Se gira hacia mí y, tras quitarse su casco, me quita también el mío
con cuidado.
—Que ya puedes soltarme. No te vas a caer. —Me mira directamente a los
ojos y sonríe. En ese momento, tengo que concentrarme mucho para no gritar
otra vez.
—Eres tú el que me lo ha pedido antes. —Trago saliva.
—¿Esa es tu excusa para seguir pegada a mí?
Enarco una ceja.
—No te emociones, ni que fueras Henry Cavill.
Le quito las manos de encima y noto cómo me inunda el frío otra vez, pero un
instante más tarde, igual que antes, sin que pueda darme cuenta, me coge por la
cintura y me baja, dejándome delante de él.
—No lo necesito.
—Buf… —resoplo para disimular, pero no me tranquilizo hasta que me quita
las manos de la cintura.
Aunque solo un segundo después se ponga a colocarme el pelo como si fuera
lo más importante que ha hecho en su vida, volviendo a esa seriedad suya, más
mítica que la Super Pop. Cualquiera que nos viera ahora mismo pensaría que
estamos liados. Y no le culparía. Podría pensarlo hasta yo. Y no me disgustaría.
«Rober no me trata así», me digo.
«Mierda, Carlota, ubícate, es un imbécil en el aula y fuera de ella. El único
motivo por el que está comportándose así es porque le interesa tu proyecto», me
recuerdo después. Aunque lo cierto es que le he creído cuando ha dicho que no
se llevaba nada a cambio. Bueno, el prestigio y esas cosas aburridas que buscan
los catedráticos.
Después de mi movida mental vamos hasta el McDonald’s más cercano y, para
mi sorpresa, nos metemos dentro. Yo llevo una cara de pasmo que no se la cree
nadie.
—¿Es broma? —pregunto.
—¿Qué? —Me mira como si nada.
—¿Me has traído a un McDonald’s?
—Oh, perdona. ¿Querías comer huevas de salmón?
—No quería comer huevas de salmón —me río—. Me encanta el McDonald’s.
Es solo que no te hacía viniendo aquí.
Viva los prejuicios.
—Claro que no me hacías viniendo aquí. —Pone los ojos en blanco—. Tú
crees que soy un profe matraca que no ha probado una hamburguesa en su vida y
que solo come ensaladas de chía, humus y sándwiches vegetales, ¿no?
—Yo no he dicho eso…
—Pero lo piensas —dice según se pone a elegir la comida, mirando con
concentración hacia la pantallita—. ¿Te gustan los nuggets?
—¿Los nuggets? —¿En serio es de los que piden nuggets?
—Son trozos de pollo rebozados. Están guay.
«Ha dicho “guay”. Tiene treinta años y ha dicho “guay”».
—En primer lugar, decir «guay» es muy de los noventa. Y en segundo, ya sé lo
que son, pero solo si llevan salsa. Si no se me hacen eternos.
—Es que soy de los noventa, Carlota. Y tú también, pero no se diga más. Cinco
salsas para la princesa. Elígelas. —Si no lo hubiera dicho en el tono de canalla
de antes me habría desmayado, pero por suerte está volviendo a ser un gallito,
así que le concedo el «princesa» y, tomándome yo también más licencias de las
que debería para que esto avance, le suelto:
—Qué idiota. —Luego me pongo delante de él y empiezo a toquetear la
pantalla. Aún me cuesta creer que esté eligiendo salsas para compartir con
Tristán—. Ya está. Voy a pagar.
—Claro que sí —responde, pero antes de que me dé cuenta ha puesto una
mano delante de mi cintura y ha pasado su tarjeta de crédito por el lector de la
máquina.
—¿Qué haces? —Me giro ofendida.
—Pagar.
—Vale, debí imaginar esa respuesta —claudico—. ¿Por qué pagas tú solo?
—Porque yo te he traído aquí.
—¡Menuda opresión!
—Oh, no… —Dibuja una mueca de hastío—. ¿Vas a salirme con el discurso
feminista?
Ahora soy yo quien achina los ojos. ¿De verdad mi tutor se ha atrevido a
decirme eso?
Bueno, yo le he llamado idiota.
—Eres muy difícil de tolerar, ¿lo sabes?
—Es mi mayor talento. —Me guiña un ojo (socorro, esta vez es más sexy que
las anteriores) y guarda la tarjeta.
—Dame tu número de teléfono. Voy a hacerte un Bizum.
—Qué lanzada, Zambrano —dice, y me sobrepasa para ir al quiosco—.
Invítame a cenar primero, ¿no?
—Pero ¿tú de qué vas? —carcajeo.
Nunca llega a responder.
Y tampoco me da su número.
Una hora más tarde, muchas discusiones tontas y más vaciles aún, hemos
acabado de comer y hablamos de la convención de nuevo. Tristán me cuenta que
tendremos que quedar varias veces a la semana para pulir el proyecto y
cuadramos horas después de clase; después me explica que durante la
convención hay varias fases a las que debemos asistir obligatoriamente: los
cuartos de final, las semifinales y la final. En todas ellas deberé presentar unos u
otros aspectos de mi proyecto, todos distintos y ante diferentes personas del
tribunal. Eso me pone algo nerviosa (si por «algo nerviosa» entendemos
«histérica del todo»), pero me dice que estará a mi lado, y eso me calma un
poquito. Solo un poquito. Excepto si estar a mi lado implica guiñarme el ojo y
dejar de ser el imbécil del aula, en ese caso estoy perdida.
Después volvemos hacia la moto y, nada más llegar y saber que me toca
subirme, el silencio se hace entre los dos.
—Como le digas a alguien que te he dicho esto dejaré la universidad. —Pienso
—. No, dejaré el país. No, dejaré el planeta.
Se apoya en la moto y se dibuja una cremallera imaginaria en los labios.
Después se cruza de brazos y, con unos hoyuelos preciosos sobre la sonrisa, me
observa. Entonces yo digo:
—Vale, profe, tócame.
Nuestra risa rompe el cielo de Madrid.
EL SECRETO DE CARLOTA
«Éxtasis» – Pablo Alborán

P or una vez, al llegar agradezco que Inés no esté en casa. No sé cómo le


explicaría todo esto.
Nada más entro en el piso compruebo que no está y corro a mi habitación a
buscar refuerzos (que es un eufemismo como la catedral de Burgos para el
Satisfyer). De acuerdo, esto no es algo de lo esté orgullosa cuando la imagen de
Rober cruza mi mente como una interferencia punzante y molesta. Pero se me
pasa rápido. Tan rápido como recuerdo cómo he tenido que poner el móvil en
silencio por el acoso y derribo de mi novio. Pero, sobre todo, cuando repito en
mi cabeza todo lo que ha pasado hoy con Tristán, desde que me ha tuteado hasta
que se ha despedido de mí con otro guiño de ojo de los que quitan el aliento. En
ese momento he disimulado bien, pero ahora…
Ahora necesito liberar la ciclogénesis explosiva que se agolpa en mi vientre si
no quiero soltarle a Inés que, efectivamente, me calienta más que la
contaminación a los polos y aguantarla durante el resto de mi vida mientras
insiste en que deje a Rober por él. Algo que no va a pasar porque Tristán jamás
estaría conmigo. Y yo con él tampoco, no olvidemos que cuando no es un robot
borde es un canalla que se cree mejor que Henry Cavill. Y eso las de mi
generación no se lo perdonamos a nadie.
Pero ser idiota no está reñido con estar bueno y yo no puedo más.
Cojo el cacharrito, compruebo que tiene pilas y me meto en el baño con la
ducha encendida por si a Inés le da por entrar.
Lo siguiente que hago es quitármelo todo y mirarme al espejo.
«Toda tuya. ¿En qué coño estaba pensando cuando le he dicho eso?», me
pregunto mientras me miro, y mis mejillas se encienden, pero no aparto la
mirada. De acuerdo, en un alarde de sensatez he estado a punto de dejarlo estar,
pero después me he acordado de cómo me ha tocado, y mi cerebro ha querido
que su imagen apareciera justo detrás de mí, en el espejo.
Es cuando sé que ya no hay vuelta atrás.
Enciendo el Satisfyer y me lo coloco sin mucha dificultad en el clítoris según
cierro los ojos y pienso en él. En cómo sonríe cuando no estamos en la
universidad o cuando estamos solos. En cómo entona mi nombre. En lo
completamente lejano e inaccesible que es y en lo muchísimo que me pone
pensar que podría hacer mío durante un ratito a alguien así.
Luego pienso en cómo me tocaría, por más que sea completamente imposible,
y que Dios me pille confesada, pero se me antoja una brutalidad.
«Voy a tocarte».
«Tócame».
Traduzco el tono y el significado de nuestras palabras de hoy como me da la
real gana según pulso el botón para aumentar un poco más la intensidad, algo
que normalmente no hago. Pero ahora mismo, como él ha dicho, estoy desatada.
Normalmente hago esto para calmarme, cansarme antes de dormir o porque
necesito un entretenimiento, pero hoy voy más allá. Hoy hago esto porque
necesito vaciarme.
Y quiero hacerlo pensando en él.
Sé que mañana me arrepentiré de esto cuando le mire a los ojos en clase, pero
imagino cómo sus manos suben hacia mis pechos y me los aprieta con
solemnidad, como todo lo que hace (incluso vacilarme), según me pellizca los
pezones y se recrea en ellos al tiempo que se humedece los labios. Pulso una vez
más el botón de la intensidad. Suspiro y llevo otra de mis manos hacia mi sexo,
acariciándome la hendidura mientras continúo estimulándome el clítoris. Y esto
es mucho más de a lo que debería llegar, pero me imagino que es él. Que me
toca, que me explora, que me devora el cuello mientras lo hace (ella y sus
fetiches vampíricos). Me imagino que me toca con vehemencia y apoyo el pecho
contra el mármol frío de la pila. Pulso de nuevo el botón de la intensidad. Gimo
como si no hubiera nadie más en Madrid. Suplico un segundo que Inés aún no
esté en el edificio, pero al siguiente me da igual y vuelvo a hacerlo.
En mi cabeza tengo a Tristán detrás de mí, me recorre el pecho con una mano,
e imagino que lo hace tan bien que la sensación de éxtasis empieza a provocarme
cosquillas cada vez más intensas. Evoco que me aprieta desde atrás en vaqueros
y me río un instante dándole las gracias mentalmente a mi amiga por esta idea.
De nuevo, me dura poco pensar en alguien que no es él. Aprieta contra mí y yo
pulso de nuevo el glorioso botoncito.
Todo esto empieza a írseme de las manos, pero continúo. Cuando introduzco
los dedos dentro de mí y ahueco el succionador para darme un mejor acceso,
arramblo contra mi sexo con necesidad y me deslizo hacia el suelo, abriendo las
piernas del todo al tiempo que jadeo como si me faltara el aire. Hacía demasiado
que no sentía algo así, y lo necesitaba.
Imagino que me mira, que me recorre, que me toca y me escruta con esa
mirada terminante que no puedo negar que me ha empezado a volver loca tan
pronto como he sabido que era algo más que un profe tan malhumorado como
sexy. Imagino que sonríe con esa socarronería mortificante. Imagino que hace
que abra más las piernas. Imagino que se acerca a mí.
Y, antes de que pueda evitarlo, imagino que funde su lengua sobre la mía y me
corro con fiereza, dejando que un espasmo me sacuda por completo solo un
instante antes de que estalle mi burbuja. Mi fantasía. Mi momento de insensatez.
Grito mentalmente después de mirarme a mí misma y darme cuenta de la
completa locura que acabo de cometer.
¿Me he corrido pensando en mi profesor del máster?
Trago saliva y aprieto los labios para evitar la risa tonta.
Definitivamente, me he corrido pensando en mi profesor del máster.
MAMÁ, MAMÁ, MAMÁ…
«Ay, Mamá» – Rigoberta Bandini

N o respondí a los mensajes de Rober. Decidí que era mucho mejor hablar
con él a la cara para que entendiera que aquel acoso y derribo por teléfono
no era bueno para nadie. Sin embargo, hoy ha decidido que es mejor idea hacer
pellas y no ir a clase. Tal vez tiene algo que ver con que tenemos clase con
Tristán.
Pero Tristán tampoco aparece. Lo cual después de lo de ayer no sé si me alivia
o me deja hecha polvo, para ser completamente franca. No sé qué habría hecho
al verle e imaginar de nuevo mi escenita del baño, por lo que me va bien un poco
de tregua. En su lugar viene un sustituto alto, canoso, escuálido y con cara de
pocos amigos al que no hemos visto en nuestra vida y nos dice que no se
encuentra bien, ante lo que yo no puedo evitar dejar de pensar en guarradas y
empezar a preocuparme. ¿Cuándo ha faltado él a clase? ¿Tan mal le sentaron las
salsas del McDonald’s?
Me descubro dándole más vueltas al hecho de que mi tutor falte que a que mi
novio pase de mí, pero tampoco me extraña. El último mensaje de Rober fue
literalmente un «Tenemos que hablar». Bueno, un «Tenemos que hablar» y algo
más.
Rober: Carlota, esto no puede ser…
Rober: No sé nada de ti…
Rober: Sigues en la uni?
Rober: Sigues con Tristán?
Rober: Carlota.
Rober: Car, x favor, estoy preocupado, responde.
Rober: Tía, no me dejes en leído.
Rober: Tenemos que hablar.
Cuando se lo muestro a Inés, levanta tanto la ceja que creo que se la va a partir.
Después se pone a teclear a toda leche en mi iPhone del año de la tana, pero no
envía nada. Sabe que no debe liarla así. En su lugar me pasa el teléfono, donde
veo escrito lo que le diría ella si fuera yo. Y lo escribe tan bien, tan
correctamente, que sé que está cabreada hasta los topes. Cuando Inés está
enfadada o muy, muy preocupada, pone hasta el punto final. Y ella nunca hace
eso; aún escribe como en el Paleozoico, cuando los SMS tenían límite de
caracteres.
Carlota: Estoy de acuerdo. Tenemos que hablar de lo rematadamente controlador y tóxico que eres.
Tenemos que hablar de por qué te he aguantado durante siete larguísimos años. Tenemos que hablar
de por qué tu masculinidad frágil no tolera que estudie con mi tutor. Tenemos que hablar de muchas
cosas. Pero como tú no me vas a dejar decir nada a mí, mejor te lo digo yo por aquí y zanjamos el
tema: se acabó, Roberto. Te dejo. Y Tristán está mucho más bueno que tú, jódete.

Evidentemente, ese mensaje nunca se llegó a enviar. Borro la notificación nada


mas verla y guardo el móvil en mi bolsillo ante la mirada indignada de Inés. Le
enerva casi más que a mí que Roberto sea así.
Un instante después, sin embargo, recibo un mensaje más. Esta vez es de mi
amiga.
Inés: Cndo llegué ayer ya estabas dormidísima y no t quise despertar. Cmo fue en la tutoría?
Carlota: Si te digo que me invitó al McDonald’s m crees?
Inés: Tronca?
Carlota: T lo juro
Inés: Tristán Acosta? El Perdonavidas?
Carlota: M llevó en su moto…
Inés: Tronca?!?!?!?
Carlota: Te lo cuento entero, pero no chilles cuando lo leas. No quiero que el sustituto nos diga nada.
Tiene pinta d borde
Inés: Y nosotras solo queremos a un borde

Evidentemente, Inés chilla nada más le cuento la parte del «Tócame». Lo hago
porque a una amiga no se le esconden esas cosas, es ruin y feo; un motivo más
que válido para que me rescinda el contrato de mejor amiga. Ante su grito se gira
toda la clase, incluido el sustituto. Pero ella disimula tirándose de la silla.
En serio: se tira de culo al suelo.
Lo que no esperábamos era que Javier fuera a venir escopetado a intentar
levantarla cuando estaba haciéndolo yo.
—¿Estás bien? —pregunta.
—A ti no te importa cómo esté. Ni me toques, cerdo. —Se aparta.
—Tía… —digo. Por una vez, no ha hecho nada más que intentar ayudarla.
—Joder, qué humos. —Se separa—. Muy bien. Ahí te quedas.
Inés, sin embargo, se queda mirándole mientras se va.
Y su mueca, por una vez, no es de odio. Es de pena.
Tenemos un problema.

***

Me escabullo cuando Inés está asegurándole al sustituto que está bien e


intercepto a Javier a medio pasillo mientras va hacia la cantina. Los martes
hacemos pocas horas, así que a las doce ya hemos salido, y solemos tomarnos
algo todos ahí.
—¡Javi! ¿Sabes algo de Rober?
—Vaya, ¿tú sí me hablas? —Y bufa.
Yo pongo los ojos en blanco. Qué raspa es cuando quiere.
—¿Tan mal te ha sentado lo de Inés?
—La que se ha sentado mal es ella, que ha acabado en el suelo —dice y
continúa andando, esta vez más rápido. No le digo que ha sido un chiste bastante
malo y que se le huele el despecho a kilómetros.
Pongo los ojos en blanco de nuevo y continúo caminando a su lado con
rapidez. Por cada paso que da él, yo tengo que dar tres. Y si quiero hacer
contacto con sus ojos grises tendré que dar cuatro.
—Oye, no puedes culparla. Normalmente eres un capullo arrogante con ella.
Javier frena en seco.
—¿Y ella no lo es conmigo? —contraataca.
—¿Eh?
—¿Ella no es una capulla arrogante cada vez que me acerco?
Juro que venía en son de paz. Lo juro. Lo perjuro. Lo prometo. Pero no voy a
pasar por aquí.
—Perdona, pero ella solo se defiende de tu machismo intrínseco. —Me cruzo
de brazos.
La risa de Javi suena amarga como un yogur sin azúcar.
—Claro, se me olvidaba que llamarme cerdo cuando le pregunto si está bien es
defenderse de mi machismo intrínseco.
Suspiro.
—No me refiero a eso…
—¿Y a qué te refieres, Carlota? Adelante, ilumíname. —Se apoya en la pared
del pasillo y tuerce el mentón.
—El otro día la llamaste «coñazo». ¿No te parece un tanto machista?
—¿Y a ti qué te pareció que me bautizara como «Repugnante Número Dos»?
—¿Estás seguro de que no eras el Número Uno? —pregunto para relajar el
ambiente.
Pero, para mi desgracia, no funciona; no le hace gracia y continúa andando.
—Javi…
—Mira, no te digo que yo sea perfecto. —Suspira—. El que esté libre de
pecado que tire la primera piedra. Me divierto haciendo el idiota con las tías,
pero nunca le haría daño a nadie, y creo que eso lo sabes.
Me encojo de hombros, pero no digo nada.
—Carlota… —Me llama, pero ahora aparto la mirada. No quiero acabar
dándole la razón cuando ha llamado capulla arrogante a Inés, aunque yo se lo
haya llamado a él (se siente, tampoco soy perfecta). Pero no me queda más
remedio cuando me coge por el mentón y hace que le mire—. Mírame.
—Quééé…
—¿Te acuerdas de aquella noche de agosto en la que cenamos en el Café
Central? La que terminamos haciendo el gilipollas en la Plaza del Ángel.
Asiento, aunque es mentira. Aquella noche me emborraché muchísimo y no
estoy orgullosa de ello.
—Te pillaste la tajada de tu vida —dice, como si me hubiera leído la mente.
—Muy amable por tu parte recordármelo, pero estaba tratando de esquivar ese
recuerdo. —Aprieto los labios.
Cuando le miro, sin embargo, Javi sonríe y me acaricia la cara con suavidad.
Después aparta la mano de mi mejilla y, sabiendo que tiene mi atención,
continúa:
—Ahora voy a ser un amigo de mierda, porque me pidió que no te lo dijera,
pero esa noche no te llevó Rober a casa. Te llevé yo.
Entreabro los labios y niego ligeramente con la cabeza.
—¿Perdona?
—Rober quería quedar como un héroe, pero iba aún más perjudicado que tú,
así que otro colega le acompañó a él, no recuerdo quién. Yo te acompañé hasta
Coslada en un búho. Inés puede dar fe de que no pasó nada. Te dejé en tu keli,
ella te recogió y me piré.
—¿Inés sabe que fuiste tú quien me acompañó hasta…? —pregunto.
—Inés sabe muchas cosas que no te cuenta, Carlota —me corta mientras niega
con la cabeza—. ¿Sabes dónde estuvo ayer?
Hago memoria. Me cuesta pensar en algo más que en el McDonald’s, pero las
amigas tienen una cajita dentro de nuestro cerebro desde donde rescatar con
rapidez la información, así que lo recuerdo veloz y digo:
—Ayer se fue a comer con su madre.
La risa sarcástica de Javi me descoloca, pero más lo hace cuando abre la boca
y dice:
—Ya. Pues yo no recuerdo haberla parido.
JUERNES, QUE TE QUIERO JUERNES
«Tabú» – Pablo Alborán y Ava Max

D espués de que Javi me contara que había estado con Inés, me dijo que no
sabía nada de Rober y me fui a casa. Necesitaba pensar. O huir. No lo sé.
Necesitaba estar sola. No solo no podía compartir con mi novio lo que me estaba
pasando y no entendía por qué había echado en falta a Tristán y las risas que nos
habíamos echado hasta el punto de cometer el error de pensar en él de esa
manera, sino que acababa de descubrir que mi mejor amiga no confiaba en mí.
Eso provocó que el día siguiente ni siquiera me moviera de la cama. Los
miércoles solo tengo dos horas de clase, y son con López, de documentación,
pero Inés prometió ir y coger apuntes para las dos, a lo que yo asentí y disimulé
tan bien como supe. Ese día Rober tampoco fue. Así que supongo que sirvió para
que Inés estuviera con Javi, fuera para lo que fuera, que parece ser que no es
asunto mío. Cuando llegó, alegué que tenía mucho dolor de estómago y acabé
yéndome a dormir sin cenar. Huelga decir que metí el Satisfyer bajo llave y
lancé la llave al mar (o lo habría hecho si no estuviera viviendo en Madrid y me
quedara lejos).
Hoy es jueves, y más de lo mismo. Sigo sin estar preparada para hablar con
Rober, pero mucho menos para la conversación con Inés. Y como huir de mis
problemas se me da fantásticamente, mi amiga va a coger apuntes para las dos
por segundo día consecutivo.
Sin embargo, estoy tirada en la cama regodeándome en mi desgracia cuando
me llega un mensaje al móvil. Uno de la última persona que esperaba.
Javi: Cuánto tiempo + piensas esconderte?
Carlota: Hola, Javi. No me encuentro bien…
Javi: Justo después de q te dijera q Inés y yo habíamos comido juntos? Q coincidencia.
Carlota: Lo creas o no, ha sido casualidad.
Javi: Carlota, no soy gilipollas.
Carlota: No tengo x q mentirte.
Javi: Claro q tienes x q. Tu novio está celoso y tu mejor amiga te oculta cosas.
Carlota: Y q sacas tú ayudándome?
Javi: Yo no saco nada ayudándote. Solo me causa curiosidad.
Carlota: Javi, no soy gilipollas
Javi: Vaaale… Es q están los dos insoportables. Rober ha vuelto hoy y no hay quien le sople, e Inés
no quiere hablar con nadie. Solo ha accedido a hacerlo cuando Tristán la ha enganchado por los
pasillos y la ha citado después de clase.
Carlota: Tristán ha enganchado a Inés? Para q?
Javi: Y yo q sé? Desde que fuimos a comer el otro día no ha vuelto a hablar conmigo.
Carlota: Eh… Por? No estáis bien?
Javi: Cuándo hemos estado bien?
Carlota: Bueno, fuisteis a comer. Supuse que era pq lo estabais.
Javi: Carlota… Creo que tienes que mandarle tú a tu amiga un «Tenemos que hablar».
Carlota: No estáis juntos?
Javi: Estás borracha? Inés no estaría conmigo ni aunque le pagara.
Carlota: No sé si eres consciente de lo machista que es eso.
Javi: Hostia, no, no voy por ahí, joder.
Carlota: …
Javi: En serio, no me refiero a eso. Si fuimos a comer es xq Inés quiere q hable con Rober para q él
te deje de hacer daño de una vez.
Carlota: Tú…? Y por q Inés confiaría en ti para eso?
Javi: En serio no lo sabes?
Carlota: No, no lo sé.
Javi: Te acuerdas del novio controlador q tuvo en segundo? El q le recriminó ir a la cena de fin de
curso con el vestido rojo q tenía una abertura en la pierna xq «mostraba demasiado».
Carlota: Me acuerdo. Le tiré una cerveza encima, me llevé a Inés a casa y al día siguiente nos
enteramos de que le habían partido la mandíbula.
Javi: Ok.
Javi: Se la partí yo.

Me obligo a apartarme del teléfono nada más entiendo la magnitud del asunto.
Para empezar, saber que fue Javi quien defendió a Inés me deja fuera de
combate. Por otra parte, no es que Inés no confíe en mí, es que está intentando
interceder porque me ve tan ciega que tiene miedo de que me pase algo como lo
que le pasó a ella, y, siendo claras, Rober va por el camino ideal para cagarla.
Aun así, hay algo que no entiendo. Algo que no encaja en todo esto.
Carlota: Buf. Vale. Ok. No lo entiendo. Ella lo sabe?
Javi: Sí.
Carlota: Pero entonces por q acabasteis tan mal?
Javi: Porque la rechacé.
Carlota: Q hiciste q???
Javi: El gilipollas, Carlota. Hice el gilipollas.

Nada más leo a Javi, le llamo y le pregunto dónde está.


—En la universidad —responde.
—Ya, pero creo que tenemos que vernos, y a la universidad no voy a ir.
Piensa unos segundos.
—Vale, es lógico. Oye, ¿seguro que no te importa que te vean por ahí
conmigo?
—Me la sopla —reconozco.
—Joder, cómo te transformas cuando se trata de Inés, macho.
—No lo sabes bien. ¿Nos vemos en la boca de metro de Callao?
—¿En Callao? Ahí nos puede ver todo Dios, Carlota.
—Descuida, tengo un bar pensado donde no nos vamos a encontrar a nadie —
aseguro.
—A saber… ¿Allí en media hora?
—Sí. Y Javi…, ni una palabra de esto a nadie.
—Tranqui, no le diré a nadie que me has pedido una cita. Será nuestro
secreto.
—Mira que eres tonto —me río—. Venga, te veo allí.

***

Cuando me bajo del metro, me llegan dos mensajes al móvil. Los miro con
rapidez y se me dibuja una sonrisa tontísima en la cara al ver de quiénes son. Sin
embargo, decido ignorar a sus emisores… solo un poquito, porque nada más
miro escaleras arriba veo a Javi con más preocupación de la que le he visto
jamás. Responderé en cinco minutos.
—¿Qué te pasa? —pregunto al encontrarme con él.
—Nada, ando rayado.
—¿Por qué?
—Yo qué sé. —Empieza a andar para restarle importancia, pero yo le freno
cogiéndole del brazo y frunzo el ceño.
—Javi… Desembucha.
—Vale. Es que cuando me iba he visto cómo entraba en el despacho de
Tristán. Pensaba que no me molestaría después de verlos hablar en los pasillos,
pero lo ha hecho. No me fío de él.
Solo me sale reírme. Si él supiera…
—¿Por qué te despollas? —Enarca una ceja.
—¿Me prometes no decirle nada a nadie? —pido.
—¿Ahora confías en mí?
—No —me río otra vez. Él pone los ojos en blanco—. Que sííí, que es broma.
—Joder, qué contenta estás…
—Es que estaba emparanoiadísima por lo de Inés. Pensaba que me ocultaba
que estabais juntos y me había comido muchísimo el tarro pensando que no me
lo contaba porque no confiaba en mí. Como me dijiste que me ocultaba muchas
cosas… Y luego resulta que solo eran dos.
—Bueno, dos… —Aparta la mirada otra vez, como cada vez que me esquiva
—. Es igual. Cuéntame lo que ibas a contarme, por favor.
Enarco una ceja y hago que me mire poniendo los dedos bajo su mentón.
—Si te permito que me cambies de tema es solo porque sé que estás rayado,
¿eh? Mira. —Saco el móvil y le muestro los dos últimos mensajes, que aún salen
sin leer en la pantalla de bloqueo.
Inés: Tía, Tristán m ha secuestrado y m ha amenazado con suspenderme hasta que le he dado tu
teléfono. Es un intensito. Te va a escribir…

Número desconocido: Hola, Carlota, soy Tristán. Inés me ha dado tu número. No te he visto en clase
y me han dicho que ayer tampoco viniste. ¿Estás bien?

—Este es el motivo por el que Inés estaba en el despacho de Tristán.


Cuando veo cómo Javi se relaja, me río otra vez.
—Venga, vamos a por una ronda. Hay que celebrar que el amor de tu vida no
se ha liado con nuestro profesor —bromeo.
Me pasa el brazo por encima de los hombros y volvemos a caminar.
BUJARRAPOWER
«La revolución sexual» – La Casa Azul

S
—¿ e puede saber dónde coño me has traído, Carlota? —pregunta encogido y
asustadizo. Lo mira todo desde la esquina del bar, agazapado en su asiento. Es
como un gorrioncillo recién caído del nido. Entrañable.
—Al mejor bar gay de Callao. Tiran las cañas que da gusto —respondo
orgullosísima.
—No me jodas… ¿Por eso me miran así?
Javi es un poco simple y mira a todas partes todo el rato como si fuera el centro
de atención. Spoiler: no lo es, pero la mayoría de los heteros tienen esa
percepción tan pagada de sí mismos.
—Te miran así porque olemos el miedo —digo, sin embargo.
—¿Cómo que «olemos»? ¿Eres lesbiana? ¿Por eso te va mal con Rober? ¿Es
una tapadera? —Abre muchísimo los ojos.
—Soy bisexual, Javi. —Pongo los ojos en blanco y le doy un sorbo a mi caña.
—Venga ya. Pero si sales con un tío. —Frunce el ceño.
«¿Cómo no?».
—Tienes mucho que aprender, pequeño saltamontes —respondo.
Bufa y piensa unos segundos, pero no consigue nada, de modo que hago un
ademán que significa «tranqui».
—Perdón. No sé muy bien cómo funcionan estas cosas.
—¿«Estas cosas»? —Sonrío interrogante.
—El bujarrapower.
—El bujarrapower… —repito, y asiento casi convencida—. Es una buena
manera de llamarlo. Algo faltona, pero bastante gráfica. Y ahora cuéntame qué
más no sé de mi mejor amiga.
—No, no, no… Como te lo cuente me corta la polla.
Abro mucho los ojos. No necesito que me diga nada más. Su tono lo ha hecho
por él.
—¿¡FOLLASTEIS!?
—¿Quieres bajar la voz? —pide.
—Uy… ¿Dónde está el Javier Mateos chulito que se vanagloria de llevarse a
las tías a la cama?
—Es mi hermano gemelo… —esquiva inútilmente.
—No, tu hermano se llama Quique, es más mayor que tú y está buenísimo. —
Sonrío.
—Mira, déjame, ¿eh? Ni me hables. —Poco le falta para ahogarse en su propia
caña.
… Bingo.
—Sigues rayado por su comentario del otro día, ¿verdad?
—Se suponía que veníamos a hablar de Rober —responde enfurruñado.
—Qué va. Yo nunca he dicho eso. —Me encojo de hombros.
—Vale, claro, hablemos de cómo Inés se ha tirado a mi hermano. Es un tema
de conversación que me apasiona. ¿Qué postura crees que usaron, Carlota? ¿El
misionero?
—Mi amiga no es tan aburrida. —Alzo una ceja. Después me doy cuenta de lo
mala respuesta que ha sido teniendo en cuenta que Javi está pillado por ella y la
vuelvo a bajar.
—No me lo recuerdes.
—Dios mío. —Abro mucho los ojos—. ¡Sigues pilladísimo!
—¿Podemos hablar ya de Roberto Fernando José y vuestro culebrón?
—¿Roberto Fernando José? —me río.
—Le llamo así desde que está hiperdramático con que te estás follando a
Tristán.
Se me atraganta la risa.
—¿Con que me estoy follando a…? ¿De dónde narices se ha sacado eso?
Javi suspira largo y tendido, pero ni cuando ha terminado responde. En su
lugar, me da la mano por encima de la mesa y me la acaricia, apretando los
labios. En ese momento empieza a sonar La Casa Azul con La Revolución
Sexual por los altavoces, y yo, pese a todo, sonrío un poco con lo surrealista de
la situación cuando veo cómo un chico se acerca a Javi para tirarle los trastos,
pero Javi le rechaza cortés y continúa centrado en mí.
En ese momento sé que lo que va a decirme no es fácil.
Pero no pensaba que fuera a ser tan difícil.
—Toda la facultad dice que te acuestas con él.

***

Escuchar La Revolución Sexual cuando un amigo te está diciendo que toda la


facultad cree que eres la zorra de tu profesor es bastante anticlimático. Pero más
lo es cómo todo el mundo canta a nuestro alrededor mientras Javi y yo,
mirándonos, mantenemos un silencio sepulcral. Al menos, hasta que digo:
—¿Por qué cojones piensan eso?
—Al parecer unos tíos creyeron ver que te ibas con él el lunes y lo esparcieron.
Al principio fue solo eso, pero después empezó el teléfono roto. Rober intentó
pararlo diciendo que no eras tú, que tú habías estado con él, pero no hubo
manera.
—No me jodas.
Asiente.
—Javi, no me lo estoy tirando —digo, aunque una punzada de culpabilidad me
recorre cuando recuerdo cómo me toqué pensando en él. No parece notarlo, así
que lo dejo ahí.
—Ya lo sé.
—¿Lo sabes? ¿Me crees? —pregunto.
—Claro que te creo. Te fuiste con Rober.
Sacudo la cabeza y bufo.
—No, no me fui con Rober. La parte de que me subí a la moto de Tristán es
verdad. Pero no me lo tiré, joder. Solo fuimos al McDonald’s.
—¿Qué? Joder, Carlota, tía, ¿qué cojones hacías con él en un McDonald’s? —
Me mira fijamente—. No, mejor no me lo cuentes. Mira, si quieres un consejo:
ni se te ocurra decírselo a Rober. Y, por tu bien, pasa de Tristán.
—¿Qué? ¿Por qué? A ver, no es como que me vaya a cambiar la vida verle o
no, pero no entiendo qué tiene de malo, aparte de ser un fanfarrón con el ego
subido.
Achina tanto los ojos que creo que los va a acabar cerrando.
—¿Es que no sabes lo que pasó con él cuando empezó a impartir el máster?
Muevo la cabeza, como pidiendo que le dé brío y me lo cuente ya, pero él tarda
un poco más, como si quisiera meter una pausa dramática o como si fuera
dificilísimo hacerlo.
—Se tiró a la que acabó siendo la primera de su promoción.
Me incorporo en mi asiento para alejarme un poco de él.
—Ahora sí que estás siendo un idiota, Javi.
—Vale, sí, de acuerdo. Javier Mateos, machista profesional, acusando a una tía
de tráfico de influencias. Perfecto, lo capto. Pero solo por curiosidad, ¿me
puedes explicar por qué acabasteis comiendo juntos?
—Por algo de mi proyecto. ¿Qué más da eso?
Javi piensa unos segundos. Después se lleva las manos al pelo y veo cómo se
pone blanco.
—Mierda, Carlota… No me digas que te ha elegido para la convención.

***

Ni siquiera me atrevo a decir que sí cuando oigo su tono de voz. Tampoco le


pregunto cómo sabe él eso y qué tiene que ver con la chica con la que estuvo.
Solo pago y salgo pitando del bar con Javier detrás de mí mientras marco el
número de Inés. Necesito entender qué quería Tristán y si toda la paja mental de
Javi tiene sentido.
—Tía, ¿dónde estás? No estás en casa —dice nada más descolgar.
—He salido a que me diera el aire —respondo. Javi va a mi lado y me hace
gestos muy exagerados para que entienda que no puedo decir que estamos
juntos. Era evidente, pero no se lo digo—. ¿A qué te referías con que Tristán te
ha secuestrado para que le dieras mi número? ¿Te ha obligado a dárselo?
—¿Qué? ¡No! Era coña, tronca, solo me lo ha pedido, y como el otro día te vi
tan bien al volver con él se lo he dado. ¿Te ha molestado?
—No, no, no me ha molestado —digo más relajada—. Es que me he
preocupado… ¿De verdad te ha amenazado con suspenderte?
—¡Qué va! Jobar, Ce, ¿desde cuándo no pillas una broma? Solo me ha
llevado allí porque no quería hablarlo en el pasillo, delante de todos. No es muy
ético que un profe le pida a una alumna el número de su mejor amiga.
Protección de datos y eso… —No necesito preguntarle para saber que piensa que
soy una paranoica—. Pero le he visto tan preocupado que no le he podido decir
que no.
—¿Sí? ¿Estaba preocupado? —Javi pone los ojos en blanco y yo le doy un
golpe suave en el brazo.
En ese momento estoy a punto de comerme una farola, pero él me coloca la
mano en la espalda y me guía hacia la boca de metro con cuidado. Yo le sonrío
como puedo.
—Sí, tía. Nunca le había visto así. ¿Pasó algo chungo cuando comisteis
juntos?
—No, solo lo que te conté.
—Pues no sé, chica, ni idea. Conmigo ha sido muy correcto, en su línea de
robot guaperas sin corazón. Igual aún se encontraba mal. Nos ha dicho que
ayer tuvo gastroenteritis. Y se ha disculpado, ¡por estar malo! ¿Tú crees que eso
es normal?
—No sé —respondo lacónica. Empieza a ponerme nerviosa que Javi esté tan
pendiente de mí—. Tía, tengo que dejarte, que voy a coger el metro. Te veo en
un rato en el piso, ¿vale?
—Vale, tronqui, ve con cuidado.
—Vale, te quiero.
—Yo más.
Después de oír cincuenta y siete veces cómo tengo que ir con cuidado,
despacho a Javi al final de las escaleras. Yo me voy hacia Coslada, pero él va a
volver a subir. Ha quedado con Rober en una hora delante del Edificio España y
va a hacer tiempo.
Antes de entrar en el andén hecha un lío, sin embargo, me giro una última vez
y, para liarme más, le pregunto a gritos:
—¡Oye, Mateos! ¿Qué es lo que me quiere decir Rober, exactamente?
Cuando le miro a los ojos, siento que ha envejecido mil quinientos años.
Niega con la cabeza y coge el móvil entre sus manos. Después manda un
mensaje y lo señala para que mire mi móvil, que acaba de vibrar.
Javi: Será mejor que cortes con él antes de descubrirlo.

Otro que escribe con punto final cuando la cosa se pone seria.
Genial.
PUEDES ESPERAR SENTADO
«No vaya a ser» – Pablo Alborán

C uando ayer llegué a casa le di a Inés un abrazo que casi la espachurra. Ni


siquiera esperé a que me saludara. Me limité a tirarme encima de ella, que
estaba repanchingada en el sofá, y decirle que la quería y la adoraba y la amaba
por encima de todas las cosas.
—¿Sigues teniendo fiebre? —me preguntó entre risas. Pero yo no tenía nada de
eso. Simplemente me había dado cuenta de cómo me había intentado cuidar.
¿Que lo había hecho escondiéndome información? Sí. Pero, como había dicho
Javi, nadie es perfecto. Y yo también iba a esconderle a ella algún que otro
detalle: mi aventura mental con nuestro profesor, que sé que no comió con su
madre, que sé que está intentando que Rober deje la toxicidad a un lado, que
todo Dios piensa que me tiro a Tristán y todo lo que se habla de él, que Javi está
loco por ella…
Vale, eso último igual no se lo oculto. Pero prometo ser muy, muy sutil. Al fin
y al cabo, Javi también es mi amigo.
El caso es que llegué, la espachurré y me pasé la tarde entera viendo pelis
chorras en pijama y quemando palomitas con ella. Y riéndome. Riéndome
mucho. Porque sabía que necesitaría recordar una tarde así cuando todo se me
echara encima.
Con esa idea en mente me he levantado y he buscado ropa para matar, como
cada vez que necesito sentirme segura.
Cuando Inés ve que salgo con el maletín, un traje de pitillos y blazer negros y
una camisa blanca, creo que se le van a saltar los ojos de las órbitas.
—¿Tronca? —dice.
—¿Qué pasa? —pregunto haciéndome la loca.
—¿Trooonca? ¿Cómo aparezco yo ahora a tu lado? Se va a caer todo el mundo
de culo.
—¿Qué dices? Tampoco es para tanto —me hago la loca.
—¿Que no? Mira, menos mal que te has puesto las Converse. Te llegas a poner
tacones y no salgo a tu lado.
—Exagerada es tu tercer apellido. Moriré en esa colina —me río.
—Ya, y Pibón es el tuyo.
—Venga, loqui, que vamos a perder el metro…
—Si no se avería cuando te vea…

***

Cuando entro en los pasillos de la facultad me mira todo el mundo. Sin


embargo, no lo hacen por lo que piensa Inés. Lo hacen porque creen que soy la
«alumna aventajada» de Tristán. Yuju.
Avanzo por los pasillos intentando quitar esa idea de mi mente y cuando oigo
cómo unos chavales algo más jóvenes se ríen y dicen «Sí, papá…» tiro de Inés,
que había frenado para decirles cuatro cosas, para que continuemos. No me
conviene montar un numerito.
Sin embargo, no soy yo quien lo hace.
—Cierra la puta boca si no quieres que te la parta, anormal.
Me obligo a frenar nada más oigo la voz de Rober detrás de mí.
Inés me mira con los ojos muy abiertos y, ahora sí, las dos nos giramos.
Cuando lo hacemos, corro hacia Rober, que ha cogido del cuello de la camisa al
pobre desgraciado que se ha atrevido a decirme eso.
—Rober, para —entono, cogiéndole del brazo.
—Retíralo —dice él, sin embargo. No me habla a mí. A mí ni siquiera me
mira. Ahora mismo no existo.
—Tío, tranquilo —responde el chaval, que tiene los ojos más abiertos que la
Warner en Navidad—. Solo era una broma.
—¿Y por qué a mí no me hace ni puta gracia? —espeta. Cada vez hay más
odio en su expresión.
—Rober, por favor —entono—. Déjalo ya.
Pero que se acerque más gente a ver la escenita no ayuda, y que un imbécil al
final del pasillo le llame cornudo a mi novio tampoco lo hace.
Por suerte, alguien más se hace paso entre la muchedumbre.
Alguien que domina la situación.
Respiro nada más veo cómo Javi, con las manos en los bolsillos, se acerca
como si esto fuera lo más normal del mundo. Cuando nos ha alcanzado me mira,
me guiña un ojo y pone las manos encima de los hombros de Rober, diciendo en
voz muy baja:
—¿Qué, Rueda? ¿Le partimos la cara a un chavalín?
—Es mayor de edad —musita mi novio, excusándose. Yo abro mucho los ojos.
Javi ni siquiera intenta que le quite las manos del cuello de la camisa. Se limita
a continuar hablando:
—Es un pobre diablo que se ha metido con la mujer equivocada. —Mira al
chaval, con la complicidad del poli bueno—. ¿Verdad, tío?
El chaval asiente con rapidez.
—¿Lo ves? —confirma.
—Lo único que veo es que tiene los cojones de reírse de mi novia. Y si tiene
los cojones de hacer eso también los tiene para responder ahora ante mí.
—Roberto, por Dios, no seas patético… —dice Inés, llevándose las manos a
las sienes.
—Nadie te ha dado vela en este entierro, De la Vega.
La mirada fugaz que Javi y yo intercambiamos lo dice todo.
—Se acabó, Roberto. Nos vamos de aquí. Nadie va a enterrar a nadie —entona
Javi, más serio.
—Piérdete, Mateos, esto tampoco va contigo.
Ya está. Ya me he cansado.
—Pero conmigo sí. —Me pongo en medio del chaval y de Roberto,
apartándole las manos de un manotazo a mi novio que le deja catatónico.
Saber que estoy en el ojo del huracán no es agradable, pero mucho menos
cómo todo el mundo nos mira, nos señala y cuchichea. No solo estoy
defendiendo a un imbécil que se ha reído de mí, sino que estoy desautorizando a
mi novio, que a su vez estaba defendiéndome, delante de media facultad.
Y media facultad, como en la cantina, de nuevo vuelve a incluir a Tristán
Acosta, que venía revisando su teléfono y se ha encontrado con el plantel y con
mis ojos de lleno.
Un momento… Su teléfono… ¿Qué se me está escapando?
Mierda.
No le llegué a responder.
—¿Se puede saber qué pasa aquí, Zambrano? —pregunta.
—No pasa nada —digo. Javi aprovecha para darle un tirón a Rober y sacarle
de escena, e Inés, a duras penas, empieza a hacer que la gente escampe.
—¿Y por qué no está en clase, si no pasa nada? ¿Le parece que lo más
inteligente tras dos días de faltas es montar un espectáculo?
Frunzo el ceño y entreabro los labios. ¿Acaba de llamarme tonta?
—¿Acaba de…? —voy a preguntar, pero me corta.
—Responda a lo que se le pregunta.
Parpadeo. No entiendo por qué me habla así. No entiendo por qué me mira
como si le diera asco. No entiendo su posición erguida de superioridad. No
entiendo que alce la ceja y me apremie haciendo un gesto con la mano,
humillándome aún más. Me siento una niñata en medio de todo el mundo y
siento que no le conozco de nada otra vez y que lo que vivimos fue una mentira.
—Yo no estaba…
—¿Usted no estaba qué, Zambrano? No tengo todo el día —me corta de nuevo.
En ese momento, la frustración me inunda, por lo que le aparto la mirada a
Tristán y busco a mis amigos. Encuentro a Inés, que está junto a Javi. Pero
Rober se ha ido a quién sabe dónde.
—Yo no estaba montando un espectáculo —respondo harta de todo tratando de
retomar una respiración medianamente normal, aunque lo hago en un tono de
voz mucho menos firme de lo que me gustaría. Me he sentido demasiado
desacreditada.
—Si quiere jugar a los institutos le sugiero que busque otro sitio —añade él,
sin embargo.
—¿Perdón…?
—Está usted perdonada.
Solo se da por satisfecho cuando un par de risas se alzan al final del pasillo.
Risas que se sofocan nada más Tristán se da la vuelta.
—¿Ustedes tampoco tienen nada mejor que hacer? —pregunta terminante,
dirigiéndose a todo el mundo.
Un segundo más tarde, el pasillo se ha vaciado y yo me dispongo a entrar a
clase tras él.
Tristán, sin embargo, cierra la puerta antes de que entremos y, dejándonos
fuera, se gira hacia mí y dice:
—Te espero en mi despacho después de clase.
—Pues puedes esperar sentado.
Me doy media vuelta y me voy.
No pienso llorar otra vez delante de él. No después de cómo me ha hablado.
EL COLOR DE LA PIEL QUE RODEA TUS
OJOS
«Tú me dejaste de querer» –
C. Tangana, Niño de Elche y La Húngara

S algo corriendo de la universidad sintiéndome patética y voy a parar a los


jardines, sintiéndome más patética aún. Desde que la semana pasada empezó
todo, mi vida se ha vuelto muy, pero que muy difícil. Estoy harta de que la gente
se comporte de manera tan extraña conmigo y de sentir que no tengo el control
sobre nada que no sea huir.
Aunque a veces, como ahora, ni siquiera sirva con eso.
—Carlota, frena —dice una voz tras de mí.
Una voz dolorosamente familiar.
—No quiero hablar, Roberto —respondo sin girarme.
No sé en qué momento he pensado que podía elegir, y tampoco sé de dónde ha
salido.
—Ya, pues tenemos que hacerlo.
—Ya —me doy la vuelta cuando noto que no se va—, pues no quiero. He
tenido bastante por hoy.
Roberto niega con la cabeza y suspira, poniéndome una mano tras la espalda
para guiarme. La última vez que lo hizo alguien fue Javi, y justo después…
… Justo después me envió el mensaje en el que me dijo que cortara con su
mejor amigo.
—Tenemos que hablar —dice, como decía su mensaje.
Cierro los ojos y paro en seco.
—Te he dicho que no quiero —repito—. ¿Qué parte no entiendes?
—Car, tranquila —responde tratando de infundirme calma mientras me
acaricia los brazos. No lo consigue—. No va a pasar nada malo, ¿vale?
—¿Nada más? —puntualizo con las lágrimas a punto de salir—. Qué rollo.
Después de que mi novio me ignorara el fin de semana, ni siquiera viniera a
verme estos dos días cuando no podía moverme de la cama y solo me hablara
cuando pensaba que me estaba tirando a otro, esperaba la traca final. Me
decepcionas, Roberto.
—¿Que yo te…? ¿Qué dices, Carlota? —boquea—. ¿Yo te decepciono a ti?
—No te hagas el loco.
—No me hago el loco. No sé por qué cojones te decepciono.
—Por los tuyos, que los tienes bien gordos. ¿Por qué coño huiste el viernes
pasado? ¿Por qué no me hablaste el fin de semana? ¿Por qué has estado toda la
semana evitándome menos cuando sabías que estaba con Tristán, cuando te
ponías en modo novio celoso? ¿Por qué…?
No me da tiempo a preguntar nada más. Roberto funde sus labios con los míos
en un beso que me tensa muchísimo según coge mi brazo con fuerza y entreabre
mi boca. Un beso largo. Demasiado largo. Extenuante.
—Para —susurra cuando se da por satisfecho. Yo sigo catatónica—. Te vienes
a casa.
—¿Qué…? Rober, no quiero.
Pero, por suerte, alguien más ha salido a los jardines antes de que nos diéramos
cuenta.
Cuando Javi se interpone entre los dos y hace que me suelte, su mirada no da
derecho a réplica.
—Roberto, basta.
—No te metas —dice mi novio.
—Deja de hacer el gilipollas de una vez. Creo que ayer hablamos bastante
claro —suelta Javi. Y no sé en qué debieron quedar, pero el tono que utilizan es
mortificante.
—Si te gusta el tono de la piel que rodea a tus ojos, colega, hazme caso a mí y
un favor a ti mismo y apártate —dice, y se encara con Javi. ¿En qué momento se
ha vuelto así?
—¿Qué dices, Rober…? —pregunto mientras doy un paso atrás.
Javi, sin embargo, no está para hostias. Y también se separa de él, con las
manos levantadas justo a mi lado. No quiere guerra.
—Escucha, Tristán ha dicho que si Carlota falta un día más la echa del máster.
Tiene que entrar ya.
—¿¡Qué!? ¿En serio? —Me giro hacia Javi.
—En serio.
Roberto se lleva ambas manos al pelo y vocifera:
—¡Joder! ¿Es tan difícil de entender que tengo que hablar con ella?
—Ey, eso díselo al profe. No mates al mensajero.
Roberto suspira un par de veces hasta que parece que se calma.
—Está bien, vamos —dice finalmente.
Pero Javi no ha terminado. Da un paso adelante y añade:
—No, tío, ya me ocupo yo. Tú ve a casa y cálmate, ¿quieres? Lo necesitas.
—No pretenderás que la deje sola en un día así.
Oh, qué bien, ahora de repente sí me quiere prestar atención. ¿Por qué será?
—No la dejas sola. La dejas conmigo. ¿O es que no confías en mí? —Enarca
una ceja y me pasa una mano por encima de los hombros. Roberto acaba
claudicando tras unos segundos, porque, evidentemente, es más fácil confiar en
su amigote que en su pareja.
—Está bien.
Tengo muchas, muchísimas ganas de preguntar si yo puedo decir algo, pero es
evidente que no. Que, aquí, Machito y Machirulo han decidido por mí. Aunque
algo me dice que Javi no lo hace como Roberto, sino que finge para protegerme,
y eso solo me inquieta más.
Pero lo que me termina de inquietar es que cuando Roberto va a acercarse para
darme un beso, Javi le frena diciendo:
—No, que me la lías y como no entre ya se queda sin máster. Después te la
devuelvo. —Le guiña un ojo y tira de mí.
Solo cuando nos hemos alejado lo suficiente, entona:
—En serio, Carlota, tienes que dejar a Rober. Y tienes que hacerlo ya.
No soy capaz de responder a Javi, pero cuando veo que estamos en el pasillo
que lleva a nuestra aula me invade el miedo otra vez, y acabo abriendo la boca
para preguntar:
—Oye, ¿es verdad que Tristán me quiere echar del máster?
Javi frena, me mira y niega con la cabeza.
—No, pero necesitaba una excusa para sacarte de allí.
—¿Y se puede saber por qué coño me defiendes tanto de tu mejor amigo?
—¿No has visto cómo se comportaba contigo, Carlota? ¿En serio? —pregunta.
—A ver, sí, pero…
—«Pero» nada. No le justifiques. Se le ha ido la puta pinza y no quiero tener
que partirle la mandíbula a él también.
—¿Perdón? A ver, tampoco te pases. Se le ha ido un poco, pero de ahí a que se
vuelva como el ex de Inés hay un trecho.
Suspira. A este chico le encanta suspirar. Pero cuando abre la boca lo entiendo.
Entendería todos los suspiros del mundo.
—Quiere prohibirte ver a Tristán.
—¿Qué?
—Lo que oyes.
Me separo de Javi y doy un par de vueltas sobre mí misma, intentando
calmarme.
—¿Quién coño es él para prohibirme nada?
—Nadie, pero eso ya se lo he dicho yo y no me escucha.
—No puede ser verdad —digo, y lo repito un par de veces—. No puede.
—¿Y qué gano yo mintiéndote?
—No lo sé. ¿Qué ganas? —Me cruzo de brazos, y aunque sé que estoy
demasiado estresada para esto, continúo porque ya no sé ni en quién puedo
confiar—: ¿Te acercas a mí por Inés?
—¿Qué? No. Inés no quiere saber nada de mí, ¿qué dices?
—No lo sé, dímelo tú, que me proteges de todo el mundo cuando aún nadie me
ha dicho nada. Porque, que yo sepa, ni Roberto me ha prohibido lo más mínimo,
ni Tristán se me ha insinuado. Pero tú te rayas y te emparanoias con todo y de
repente pareces mi hermano mayor. —No estoy segura de lo que le estoy
diciendo, pero no puedo parar. Siento que el poco control que tenía se me escapa
de las manos, y necesito comprenderlo.
—Solo intento ayudarte, Carlota.
—¡Pues así no me ayudas, Javi!
Toma aire hondo.
—Dime una cosa —dice, finalmente—: ¿te ha parecido muy normal la actitud
de esos dos en el pasillo hace un rato? Primero la de Rober y después la de
Tristán.
Joder, ahí tengo que darle la razón.
—Evidentemente, no.
—Vale. Pues nada más que añadir. Si quieres pasarte de frenada y darte la
hostia del siglo, adelante. Si no, avísame y estaré a tu lado para tirar del freno de
mano.
Le cojo de la cazadora justo antes de que abra la puerta del aula.
—¿Qué quieres? —pregunta.
Pero no digo nada. Mis lágrimas lo hacen por mí.
Javi cierra los ojos, chista y niega con la cabeza.
—Ven aquí, anda, tonta.
En este preciso momento entiendo que a veces un abrazo es todo lo que
necesitamos. Un hilo de certeza que nos ata a la realidad más incierta. Saber que
hay alguien sosteniéndonos. Apoyándonos. Justo aquí.
—No entiendo nada —susurro cuando su mano acaricia mi pelo.
—Todo va a ir bien.
Y no tengo por qué hacerlo, pero le creo.
Le quiero creer.
ARDE TELEGRAM
«Dramas y comedias» – Fangoria

J avi pasa primero cuando volvemos al aula. Nada más hacerlo, todo el mundo
se calla de súbito y nos mira a los dos. Él sonríe y, para restar hierro, ignora
que tenemos a Tristán delante y suelta:
—Perdonad, sin un porcentaje concreto de belleza en el aula no me concentro.
Algunas risitas se alzan en el aire, yo me quedo con cara de pasmo alternando
la mirada entre Javi y Tristán, que pone los ojos en blanco, e Inés resopla como
un caballo, pero seguimos aquí. Y seguiremos hasta que sea capaz de
desbloquearme para moverme.
O hasta que, como pasa, Javi me da la mano y me lleva hasta mi sitio. Sin
embargo, no quiero que se vaya. No aún. No sé por qué, pero siento que entre
ayer y hoy el tío que menos esperaba que lo hiciera se ha convertido en mi mejor
amigo, y necesito su apoyo. Porque, cuando él está cerca, todo este ambiente
parece un poco menos asfixiante.
Por eso le aprieto la mano y le freno para que se siente en el sitio de Rober.
—Esto va a levantar aún más la liebre, Carlota —susurra.
Yo le miro desde abajo y respondo:
—Por favor.
Y Javi parpadea con lentitud, sonríe y alcanza su portátil, del asiento de
delante, para ponerlo en el sitio de Rober y sentarse. Cuando todo el mundo mira
y veo que aun así pasa del aula, pienso que de verdad está ayudándome
desinteresadamente.
Solo cuando ha terminado de colocarse, la voz seca de Tristán se hace con la
clase:
—¿Podemos empezar ya o los señores necesitan algo más?
—No, estamos cómodos, puede usted proseguir —responde Javi con su mejor
sonrisa.
Si a Tristán no le ha explotado una vena con eso… lo ha disimulado genial.

***

Hablamos sobre las últimas pinceladas al marco conceptual y repasamos


algunos de los conceptos que vimos en primero de máster. Después Tristán nos
anima (si es que a eso se le puede llamar animar) a dedicar las dos horas que nos
quedan de tutoría a implementar las mejoras que hemos ido viendo.
Yo, sin embargo, no puedo sacarme de la cabeza el numerito de esta mañana,
cómo me ha hablado ni cómo se preocupó por Telegram. ¿Por qué tiene que ser
así? ¿Por qué un día es un divertido comedor de nuggets y al siguiente un
estúpido insufrible?
No puedo más.
Abro una pestaña diminuta de Telegram en el ordenador cuidando que nadie
me vea y le escribo a mi profesor. No debería, pero no pienso arriesgarme a que
me enganche al final de la clase. Prefiero que hablemos así, y podría dedicarle
toda suerte de insultos, pero decido empezar con un perfil bajo cuando envío:
Carlota: Siento no haber respondido. No me encontraba bien.

Nada más le vibra el teléfono a Tristán, lo saca y lo ve, se sienta en la silla,


tenso, para abrir el ordenador y escribirme. Lo sé porque, por una parte, no soy
capaz de quitarle la mirada de encima mientras lo hace y, por otra, porque en mi
pantalla sale cómo empieza a escribir.
Y entonces la que se tensa soy yo… Hasta que lo leo.
Tristán: ¿Estás mejor?

Esperaba que me echara la bronca, que me preguntara qué me pasaba para


haber faltado dos días, por irme después de que me dijera que fuera a su
despacho, pero no lo hace. En su lugar me pregunta si ya estoy mejor.
Y eso, de todo lo que podía enviarme, es lo que más me hace temblar.
Carlota: Lo cierto es que no.
Tristán: ¿Puedo preguntar por qué?
Carlota: ¿De verdad quieres saberlo?
Tristán: ¿Por qué no debería?
Carlota: No sé, a lo mejor por la escena que me has montado en el pasillo.
Tristán: …
Tristán: No me quedaba otra.
Carlota: ¿Perdón? ¿No te quedaba otra que llamarme tonta?
Tristán: Yo no te he llamado tonta.
Carlota: Ah, disculpa. Pensaba que lo contrario de inteligente era tonta. ¿Es guapa? Para tenerlo
claro.

No me doy cuenta de lo que he enviado hasta que Tristán levanta la mirada por
encima de su ordenador y, clavándome los ojos, alza una ceja. Un instante
después, sin embargo, niega con la cabeza, vuelve a su pantalla y yo respiro con
normalidad de nuevo.
Hasta que vuelve a escribir.
Tristán: Eres de todo menos tonta, Carlota.
Carlota: ¿Qué me estás llamando?
Tristán: No estoy llamándote nada, estoy desmintiendo que te haya llamado tonta.
Carlota: Ok.
Tristán: ¿Ok? ¿Eso es todo lo que me vas a decir?
Carlota: Bueno, tú me has dicho que fuera a tu despacho y te has quedado tan ancho.
Tristán: No, me he quedado con una cara de gilipollas increíble porque me has dicho que esperara
sentado.

Una vez más, su mirada y la mía se encuentran. Pero la mía ahora tiene un
brillo especial. No puedo negar que me ha hecho gracia que se llame gilipollas
con tanta facilidad. Al final estoy hablando con Tristán Acosta, perdonavidas
mundial. Tengo que reconocer que he estado bastante fina con la respuesta.
Carlota: Solo para que quede claro, no voy a ir.
Tristán: Pues tú me dirás cómo hablamos.
Carlota: Ahora estamos hablando.
Tristán: Ahora deberías estar con tu marco conceptual y no hablando conmigo.
Carlota: Exacto. Deberías sentirte halagado.
Tristán: ¿Se puede saber qué te pasa?

Suspiro y le miro una vez más, pero ahora ese brillo especial se ha esfumado.
No puedo evitar más que me ronde la cabeza lo que me contó Javi sobre Tristán
y aquella chica. Y sé que no es el lugar ni el momento, pero pienso sacarlo aquí
y ahora porque, francamente, no aguanto ni un segundo más:
Carlota: Me han contado lo que pasó el primer año que impartiste el máster.
Tristán: Ya lo sé.
Carlota: ¿Perdón?
Tristán: ¿Por qué crees que he sido un capullo contigo en el pasillo? Yo también he oído los
rumores.

Miro a Tristán una última vez. Necesito comprobar que no me está mintiendo.
Y ojalá viera un atisbo de mentira en sus ojos.
Ojalá.
Carlota: ¿Hay clase en esta aula después?
Tristán: No, está vacía.
Carlota: Entonces recoge lento. Será más fácil si nos quedamos aquí.
Tristán: Gracias.
Tristán: Y ahora ponte con el condenado marco… No quiero tener que volver a llamarte la atención.

No puedo evitar sonreír.


Carlota: Vale, pero solo para que conste y para vengar a todos esos alumnos a los que les has hecho
la vida imposible con tu actitud (entre los que me incluyo): eres un poco imbécil.
Tristán: ¿Ya te has quedado a gusto?
Carlota: Y un sobrado.
Carlota: Y un canalla.
Carlota: Y te crees que eres mejor que Henry Cavill, para lo cual tendrías que volver a nacer cinco
veces.
Tristán: ¿Algo más?
Carlota: No, ya está.
Tristán: Vale.
Tristán: Tú sigues siendo de todo menos tonta. Y ahora ponte con el marco o te suspendo.
Tristán: Y no es ningún farol.
PARO CARDÍACO POR SONRISA TIERNA
«LA PLAYA» – Nil Moliner

R
de mí.
ecojo lentamente, haciendo tiempo para quedarme con Tristán.
Sin embargo, la clase no se vacía. No del todo. Inés y Javi no se separan

—Me gustaría poder cerrar el aula —dice Tristán, cruzado de brazos sobre la
pared.
Yo le lanzo una mirada fugaz a Inés, y ella, con su superpoder de mejor amiga,
lo pilla al vuelo.
—Javier Jesús, mueve el culo —espeta.
—Hostia, tronca, no me llames así. Así solo me llama mi madre.
—¡JAVIER JESÚS! —vocifera indignada, poniéndose a su lado y cogiéndole del
brazo.
—¿No piensas esperar a tu amiga? —Frena él, enarcando una ceja y
cruzándose de brazos. Y tengo que reconocer que es bastante cómico cómo Inés
trata de tirar de Javi en vano. Cuando lo hace, Tristán y yo intercambiamos otra
mirada, también fugaz, y nos sonreímos. Aunque yo se la aparto tan pronto como
noto que me empiezo a poner roja. Además, no se merece mis sonrisas. Ha
amenazado con suspenderme.
—¿Ahora te atreves a hablar sobre Carlota? —Se gira hacia él y le pone un
dedito acusador en el pecho—. Pues a ella no te la vas a tirar. Antes tendrías que
pasar por encima de mí.
Pero Javi, que está dentrísimo del juego, que sabe lo que sé y que tiene una
complicidad conmigo que no conoce nadie más, sonríe de medio lado, se acerca
a mi amiga y entona:
—Eso lo decidirá ella. —Se gira hacia mí—. ¿Verdad, Carlotita?
—Piraos, anda. Os veo más tarde. —Pongo los ojos en blanco.
—¿Vas a salir? —Javi me mira con los ojos muy abiertos.
—Por supuesto —salta Inés—. ¿Crees que un par de chismosos van a robarle
el viernes? Luego nos subimos a los tacones y nos vamos a La Dolores.
En ese momento, Javi envía un par de mensajes y suspira, como si Inés no
tuviera remedio.
—¿Qué haces?
—Cambiar el plan. Te veo luego en Cortes, churri. —Le lanza un beso a Inés y
atraviesa la puerta por delante de ella. Una jugada magistral.
Y me quedo sola en el aula con Tristán.

***

—Vale. —Me siento en primera fila sobre un pupitre, cruzando las piernas y
agarrándome a los puños de la camisa—. ¿Qué me querías decir?
Tristán resopla, pero no responde. En lugar de ello va hasta su escritorio, se
sienta en la butaca y se repanchinga en ella. Solo entonces, habla:
—¿Te lo has creído? Lo de Paula.
—¿Paula? ¿Quién es Paula?
Pone los ojos en blanco.
—Mi ex.
—¿La chica que quedó primera de su promoción? —apunto.
—Esa misma.
Dejo las piernas colgando por encima del escritorio y me miro las Converse
según muevo los pies de delante atrás. No pensaba que esta conversación fuera a
empezar así.
—No quiero creérmelo —reconozco con un hilo de voz. No puedo decirle a
cuántos niveles no quiero creérmelo. Ni siquiera puedo reconocérmelo a mí
misma.
Tristán se incorpora y acerca su butaca hasta quedarse delante de mí
impulsándose con las piernas. Cuando hace esas cosas casi parece un mortal
más.
—Pues no te lo creas, por favor. —Suspira, como preparándose, e intuyo que
lo que va a decirme no es fácil—. Mira, Carlota, sé que lo más fácil ahora es
pensar que te quiero llevar a la convención para aprovecharme de ti, pero no es
así, ¿de acuerdo? No lo es para nada.
Asiento callada y estática. No sé qué decir, así que no digo nada. Simplemente
espero a que él continúe.
—Es cierto que Paula fue primera de su promoción y es cierto que la llevé a la
convención. Pero lo nuestro no empezó hasta que volvimos de allí.
Aparto la mirada. Esta conversación no debería despertarme tantas cosas.
—No tienes por qué contármelo. Te creo y, aunque no lo hiciera, no es asunto
mío —zanjo.
—Ya, pero prefiero poner las cartas sobre la mesa. Tú también lo hiciste. —
Me mira fijamente hasta que le devuelvo la mirada. Después me tiende una
mano. No lo hace por mí; lo hace por él. Necesita un punto de apoyo como yo lo
necesité cuando le dije que quería hacer ese proyecto y no otro porque a mí me
había pasado. Pese a que estoy temblando un poco, le doy la mano, aprieto y él
continúa:
»Aquella chica era un genio. Tenía un cerebro envidiable y su proyecto tenía
todas las papeletas para ganar. Presentó un filtro parental nuevo, innovador. Pero
en la convención creyeron que era demasiado ambicioso y que la habíamos
ayudado desde la universidad, así que la echaron para atrás. Traté de
desmentirlo, pero fue imposible. Nos volvimos a Madrid con las manos vacías
cuando debió haber ganado.
Asiento. He oído hablar sobre ese proyecto y me consta que es increíble.
—El caso es que, cuando volvimos, Paula y yo empezamos a pasar tiempo
juntos. Ella estaba hecha polvo y yo empecé a estarlo cuando ella remontó
porque no pude aguantar tanto tiempo. El roce hizo el cariño y empezamos a
salir —explicó—. El problema es que no tuvimos en cuenta que yo era su
profesor y ella mi alumna, porque para nosotros no era importante, pero el resto
de la promoción sí lo hizo, y los rumores se esparcieron. Se la acusó de tener
trato de favor, a mí de aprovecharme de una alumna… Fue una mierda.
Acabamos cortando porque no lo aguantábamos más.
Me descubro con las lágrimas asomando y apretando la mano de Tristán.
—No es justo.
—Claro que no, pero eso a la gente no le importa. Y por eso he sido un
gilipollas contigo antes. También por eso te subí el otro día así a la moto; porque
vi a los dos tontos a las tres que esparcieron que nos habíamos ido juntos, y
cuando pensé que no miraban vi la oportunidad para pirarnos de ahí. Por el
mismo motivo no aparecí el martes, pero tú tampoco viniste, y eso no hizo sino
levantar más polvo. Ahora estamos hasta el cuello, Carlota. Y no va a hacer más
que empeorar cuando se sepa que vienes a la convención…, si es que para ese
momento sigues creyéndome y no te echas atrás, cosa que entendería.
Achino los ojos y ladeo la cabeza. ¿De verdad me ha dicho eso?
Me bajo del escritorio de un salto y me quedo delante de él, mirándole desde
arriba, pero Tristán no tarda en separarse de mi mano y levantarse para apartarse.
Algo que, evidentemente, no le voy a permitir. No ahora que por primera vez sé
que está a punto de romperse y necesita apoyo.
Le cojo del brazo antes de que se dé la vuelta y, tal y como pasó la primera
vez, voy a parar a su pecho.
Esta vez es un abrazo lento, medido, pausado. Le rodeo la cintura y aprieto mi
mejilla contra sus pectorales. Permanezco allí unos segundos sintiendo cómo un
millón de tanques emocionales atraviesan mi estómago y mi pecho, hasta que
apoya su mentón sobre mi cabeza y me rodea los hombros con un solo brazo y
aprieta.
Y, como me lo ha dicho a mí Javi antes de entrar, ahora soy yo quien se lo dice
a Tristán:
—Sigues siendo un idiota por hablarme como lo has hecho, pero todo va a ir
bien, ¿vale?
Bufa con suavidad.
—Ojalá tengas razón.
—Querido, yo siempre la tengo.
Cuando le miro para sonreírle, sin embargo, me encuentro con una curva en su
boca que nunca había visto en él.
Y se me para el corazón.
Esto no me conviene nada.
MILLION DOLAR BABY
«La venda» – Miki Núñez

C omo la mayoría de cosas que hago, hago esta sin pensar.


Carlota: Tengo un plan.
Javi: Q puto miedo.
Carlota:
Javi: Q. Puto. Miedo.
Carlota: La vamos a liar parda.
Javi: Me lo vas a contar, o…?
Carlota: Nop.
Javi: Y x q coño m dices q tienes un plan?
Carlota: Porque tú vas a ser mi cómplice.
Javi: Sin saber absolutamente nada del plan?
Carlota: Todo a su tiempo, pequeño saltamontes…
Javi: Bfff… Prefería cndo no me soportabas.
Carlota: Yo siempre t he soportado. La q no te soporta es Inés.
Javi: Gracias, colega, eres una amiga.
Carlota: Pero después de esto te va a soportar.
Javi: ¿?
Carlota:

A pesar de que me manda cincuenta mil mensajes más, no respondo a Javi


porque aún estoy asimilando que lo que voy a hacer no es una completa locura
(que lo es). Pero si es verdad lo que dice de que Rober va a prohibirme ver a
Tristán, esta noche vamos a acelerar muchas cosas.
Normalmente intento llevar un perfil bajo, juro que lo hago. Soy discreta y
paso por la vida sin mucha pena ni mucha gloria. Voy viviendo mis cosas, salgo
con Inés, quedo con Rober… Pero no llamo la atención.
Hasta que me tocan las narices.
Cuando me las tocan, Inés sabe que soy el peor dolor de cabeza que te puedes
echar a la cara. Y Tristán empieza a saberlo también.
—Pero ¿por qué crees que Rober te va a prohibir ver a Tristán? —pregunta mi
amiga mientras nos estamos ahumando los ojos.
—Porque ayer cuando salí del aula me lo encontré, y su actitud dejó mucho
que desear. Tiene un ataque de celos de los peligrosos —suelto, porque una
verdad a medias siempre será mejor que una mentira. Y lo mejor es que, tal y
como Inés me ocultó que quedó con Javi, yo se lo oculte a ella en aras de un bien
mayor.
—¿Y de verdad crees que lo mejor es hacer como que estás liada con Javier
Jesús?
—Sí. Pero tranqui, no va a pasar a mayores. —Hago un ademán restándole
hierro.
—¡Claro que no! ¡Es un puto insoportable!
—A ver, tía —la corto—, tampoco es tan capullo.
Inés resopla.
—Venga, cómpramelo —insisto—. Sabes que así matamos dos pájaros de un
tiro.
—¿De verdad crees que lo mejor para que Rober y los demás dejen de pensar
que estás con Tristán es eso?
Le hago ojitos a mi amiga, pero después mi cara migra a una mucho más
malévola.
—Espera, ¿estás celosa?
—¿¡Qué dices!? ¡Qué asco! Lo que no quiero es que te babee encima y luego
la casa huela a machito frágil…
—Que no me va a babear encima —me río—. Como mucho nos daremos
algún besito tonto.
—Pero ¿y si te arrepientes? —insiste una última vez—. Hasta hace algunas
horas no dabas lo tuyo con Rober por perdido…
Me pongo seria de repente. No quería alarmarla, pero no me queda más
remedio.
—Inés —interrumpo cuando veo que va a seguir hablando.
—Dime. —Parpadea un par de veces.
—Hasta hace algunas horas, Rober no había intentado llevarme a su casa a la
fuerza ni me había obligado a besarle. ¿Te parece bien que me dé un par de
besos tontos con Javier o no?
Inés se queda lívida. Tarda unos segundos en reaccionar. Finalmente, traga
saliva y responde:
—Que le jodan a ese cabrón, Carlota. Como si te tiras a Javi.

***

Si esta mañana he ido a la universidad vestida para matar, ahora voy a armar
un incendio. Inés me ha dejado un vestido suyo que no me convence para nada,
pero con el que dice que estoy increíble. Bueno, se supone que es un vestido. Yo
más bien creo que es un trikini. Es un vestido negro corto, justo por encima de la
rodilla, con escote en pico y dos aberturas en los costados del vestido. Sobre este
llevo una gabardina fina abierta, porque cuando una sale de fiesta por Cortes no
tiene frío, y bajo él unos tacones monísimos negros.
Un atuendo que hace que Rober se me acerque con Javi nada más llegamos a
donde se ha agolpado media universidad.
—Joder, qué Pretty Woman —suelta Javi dándome dos besos.
—¿Eres gilipollas? —le responde Inés, que lleva una falda y un crop top y se
está quitando la chupa de cuero, a pesar de estar fuera del bar.
—Buenas noches a ti también, preciosa. —Se acerca a ella y le planta dos
besos en la mejilla.
Roberto ni siquiera dice nada.
Al menos, no hasta que me da la mano y me aparta de allí.
—¿Por qué te has vestido así? —pregunta en voz baja.
Casi me da algo cuando le oigo.
—¿Cómo? —Abro mucho, muchísimo los ojos. Vale, no tenía esperanzas de
que esto saliera bien después del numerito de la universidad, pero ahora también
se ha esfumado la última que me quedaba de que mi novio y yo quedáramos
como amigos.
—Como si salieras de caza, Carlota.
—No sé de qué me hablas, Roberto. —Me cruzo de brazos.
Su risa suena tan amarga como dolorosa.
—Encima hazte la loca.
—Perdona, pero ¿de qué coño vas? —Doy un paso atrás, pero él me toma del
brazo de nuevo.
Y todo explota. Achina los ojos y empieza a vociferar:
—¿De qué coño vas tú? ¿Primero te subes a la moto de tu tutor, después no
respondes a tu novio y ahora apareces en medio de Cortes como si te fueras a
poner en una esquina?
No me da tiempo a responder.
Antes de que lo haga, Javier está detrás de Roberto junto a Inés, hacia la que
me acerco nada más me zafo del agarre de Roberto.
—Espero no haberlo oído bien —dice Javi.
—Lo has oído muy bien —responde y empieza a hablar como si yo no
estuviera aquí—. ¿Tú has visto cómo viene?
—Guapísima —responde Javi con seriedad.
—No me toques los cojones, Javier. Tú mismo has dicho que iba de Pretty
Woman, que va de una prostituta.
—Sí, solo que yo no tenía ni puta idea de que la peli iba de lo que iba. —Se
gira hacia mí—. Lo siento, Carlota. No quería decir eso.
Al menos alguien se disculpa.
—Tranquilo, te había entendido. —Sonrío. Inés me abraza con más fuerza y
damos un paso atrás más.
—Mira, no sé qué coño os traéis todos últimamente contra mí, pero no
entiendo nada. De un tiempo a esta parte, parece que todo el mundo está mejor
con mi novia que yo.
—Claro, porque llamarla puta en medio de Cortes es lo más romántico que has
hecho en tu vida —continúa Javi.
—Bah —se ríe sarcástico—. Vale, perfecto. Lo retiro. ¿Eso queríais? Pues ya
está hecho. Y ahora, por favor, ¿puedo seguir hablando con mi chica?
—Igual deberías preguntarle a tu chica si sigue siéndolo, a estas alturas —
espeto terminante.
Nada más entonar esas palabras, Inés y Javi se giran hacia mí con orgullo.
Roberto lo hace con la mirada encendida.
—¿Qué cojones dices?
—Lástima que no estudiaras Filología. Te habría ido bien para entender el
castellano —suelto ahora, con lágrimas de furia en los ojos.
—Carlota. —Se gira hacia mí y va a cogerme del brazo otra vez, pero Javier se
interpone entre los dos y yo quedo tras todo el ancho de su espalda. Mientras lo
hace, pasa una de sus manos hacia atrás para dármela. Yo enlazo mis dedos a los
suyos e Inés me sonríe, asintiendo. Ahora entiende que hace todo esto para
protegerme.
—Por encima de mi puto cadáver —entona mi amigo.
Pero el derechazo que le mete Roberto a Javi no lo veo venir.
No lo vemos venir ninguno.
NADIE AGUANTA A NADIE
«Sin tu piel» – Nil Moliner

E
—¿ stás mejor? —pregunto. En cuanto un par de tíos han sujetado a Rober,
que mientras asimilábamos lo que estaba pasando le ha pegado otra vez a Javi,
Inés y yo le hemos subido al bar y nos hemos sentado al fondo. Después yo he
ido a por hielo y ahora estamos aquí los tres, intentando bajarle el morado del
ojo.
—Tendrías que ver al otro —se ríe.
—Al otro no le han pegado, solo le han echado de aquí —dice Inés,
visiblemente preocupada según le coloca el hielo sobre el morado.
—Le han echado y su novia le ha dejado, que es peor. Además, a partir de
ahora todo va a ser mucho más interesante. —Me guiña el ojo.
Mientras estábamos aquí, y aprovechando que ya había hablado con Inés, le he
propuesto a Javi el plan, y él, no sé si por cabreo con Rober o porque le parece
divertido, se ha subido al carro. Dentro de unos días toda la facultad va a pensar
que somos novios. No es la mejor idea, pero dejarán a Tristán tranquilo y
podremos ir a la convención sin que se repita la historia de Paula.
—Ya… —Sonrío, preocupada—. Pero te podría haber dejado ciego.
—Qué más quisiera. Le faltan dos veranos y mucho gimnasio. Estos músculos
no los consigues con un día de cardio, cariño —suelta.
—¿No puedes dejar de ser un flipado ni cuando te pegan? —pregunta Inés. Yo
me río.
—Solo si me lo pides tú, Inesita —susurra.
Ella le pone un dedo en la boca y él se lo muerde con gracia, pero Inés, por una
vez, no se aparta. Solo aprieta más con el hielo, haciendo que él la suelte y haga
una mueca de dolor mientras se queja.
El resto de la noche transcurre más o menos tranquila, si la tranquilidad
implica que más de cinco personas (algunas de ellas ni me conocen) me vengan
a preguntar por qué lo he dejado con Rober. Pero la función ya ha empezado, y
Javier, desde la primera, responde por mí:
—Porque yo estoy más bueno —dice por quinta vez.
—Qué pesado —masculla Inés, harta.
—Y la tengo más grande.
No reprimo la risa.
—¿Qué? Es verdad. —Le guiña un ojo a Inés y yo miro hacia otro lado.
—Rober y yo ya no estábamos bien —digo, como cada una de las veces—.
Eso es todo.
Cuando lo explico, la quinta persona se ha marchado encogiéndose de
hombros, como las cuatro anteriores.
Hasta que llega la sexta y siento que me quedo sin respiración.
—¿Qué coño ha pasado aquí?
Tristán está delante de mí.
Y joder, está guapísimo.

***

—¿Qué haces tú aquí? ¿También sales por Cortes? —pregunto.


—No, estaba en Recoletos. Pero he oído lo que ha pasado con Rueda y he
venido —explica.
Vale, genial. Si no fuera suficiente lo que ha pasado en La Dolores y lo
descolocadísima que estoy (encontrarme a mi tutor vestido en vaqueros, con
Converse y con una camiseta negra bajo la chupa de cuero me ha dejado bastante
loca), ahora me entero de que el chisme ha llegado hasta Recoletos y está
recorriendo el centro de Madrid.
—Uy, qué caballeroso —suelta el Javi más sarcástico—. Por suerte para ella
yo he llegado un poco antes que tú.
—Ella se bastaba solita —dice Inés, pero Javi se gira con los ojos
entrecerrados y responde:
—¿En serio, Inés? ¿No me vas a dar cancha ni siquiera hoy?
Inés me lanza una mirada tan fugaz como la que le he lanzado yo esta mañana,
y me basta para entenderla. Necesita hablar con él.
Me levanto sin siquiera coger la gabardina, le doy la mano a Tristán (sin saber
de dónde saco las agallas para hacerlo) y me lo llevo de aquí. Ya solucionaré las
miradas indiscretas más tarde.
Camino con él en silencio hasta que llegamos a uno de los soportales de Plaza
Mayor, donde el ruido del viernes por la noche nos da un poco de tregua.
Cuando nos sentamos en un escalón, sabiendo que ahí somos invisibles, digo:
—Me podías haber mandado un mensaje. No creo que sea muy sensato que
nos vean juntos un viernes por la noche.
—Lo he hecho, Carlota, pero no has contestado. —Suspira.
Frunzo el ceño, preocupada. ¿De verdad le he vuelto a ignorar?
Efectivamente. Hace una hora que me ha llegado su mensaje.
Tristán: He oído lo de Roberto. ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

—Lo siento.
Él sonríe.
—¿Qué? —Le miro con cautela—. Lo digo en serio. No quería preocuparte.
—No hace falta que me pidas perdón. Solo quería saber si estabas bien. Me
alegro de que Javier estuviera por ahí, aunque se haya tenido que tragar la paliza.
—No lo digas muy alto delante de Inés…
Niega con la cabeza y baja la mirada al suelo, aún risueño. Yo, en ese
momento, me abrazo a mí misma. Hasta ahora no he notado el frío; en parte por
el calentón, en parte por la caña, en parte por lo arropada que estaba por la gente
en el bar.
Tristán lo nota, y no tarda ni medio segundo en quitarse la chupa y ponérmela
a mí por encima de los hombros, apartando después la mirada y perdiéndola en
algún punto inconcreto de la plaza.
—No hace falta, estoy bien. —Le miro y le saco la lengua—. Y además no
quiero que se me pegue tu desagradable forma de ser.
—Cállate, anda. —Me da un toque suave con el hombro que me hace sonreír y
termina de ponérmela igual.
—Menudo tío pelma… —Cierro los ojos, cansada, pero también agradecida.
No hay quien le lleve la contraria, y en momentos como este, mi temperatura
corporal lo agradece infinitamente—. Pero me sigues cayendo mal.
—No esperaba menos de ti, Zambrano.
Se gira hacia mí. Cuando me encuentro con su mirada, abrigada por su chupa,
hay algo en ella que no comprendo, y siento que el tiempo se detiene.
Es un instante que no sé cómo catalogar. Sucede despacio, pero, cuando ha
terminado, siento que ha sido terriblemente fugaz. Que sus ojos y los míos se
han dicho más cosas de las que creo poder digerir. Que nuestros alientos se han
entrelazado. Que nos hemos entendido sin decir nada, y sin embargo, de repente
me doy cuenta de que esto está muy fuera de lugar y sacudo la cabeza de manera
exagerada para continuar con el tema como si nada.
—Voy a liarme con Javier.
No sé por qué lo digo y no sé por qué lo digo así, pero siento que necesito
hacérselo saber, tal y como se lo he hecho saber a Inés, y que sepa que no
significa nada. Que no es importante. Que no estamos juntos.
—¿Qué? —Ahora es él quien sacude la cabeza y frunce el ceño—. No tienes
que liarte con él por lo que ha hecho.
—¡Claro que no! No es como si le debiera un favor. —Sonrío y, sin pensarlo
(últimamente no me paro nada a pensar), entrelazo mis dedos con los suyos—.
No es por lo que ha hecho hoy.
—¿Te gusta Javier? —Piensa un segundo mientras se da cuenta de que le he
dado la mano otra vez—. Perdona, no tendría que preguntarte estas cosas. No
tienes por qué responder.
Con todo, no separa sus dedos de los míos. Arropa mi mano con la suya como
si fuera normal, y una parte de mí se arrepiente de no haber alargado el momento
de antes un poco más. De no saber dónde habría podido llegar esa mirada.
—Bájate ya del escalón de profe responsable, anda. —Aprieto su mano; él
aprieta los labios y asiente—. No me gusta Javi. Solo somos amigos; de hecho,
creo que estas dos semanas se ha convertido en mi mejor amigo. —Sonrío—.
Pero tenemos un plan.
—¿Y ese plan implica enrollarte con él? —Me mira interrogante.
—Ese plan —me río, es surrealista— implica enrollarme con él delante de
mucha gente. Y tú tienes que estar delante.
—Ah, cojonudo. —Asiente sarcástico—. ¿Y en qué momento se le ha ocurrido
a nuestro querido lumbreras milenial esta fantástica idea?
—Eso es lo mejor de todo. —Apoyo mi cabeza en su hombro y él me mira
desde arriba, sin creerse lo que estoy haciendo. Yo tampoco me lo creo—. Se me
ha ocurrido a mí.
—Pero ¿Zambrano? —Se separa de mi mano y me sostiene por ambas
mejillas, haciendo que le mire—. ¿Se te ha ido la cabeza del todo?
—¿Qué? —me río más—. Vamos, ¿prefieres que la gente piense que he dejado
a mi novio por ti?
Suspira.
—No es una buena idea —dice más serio.
—Claro que sí. Javi es un machito de manual y hasta esta noche era el mejor
amigo de Roberto —explico—. Será tan chocante que se olvidarán de nosotros
dos. Además, no hay perro que le ladre. Es como tú pero en simpático —digo
para intentar que sonría un poco, pero no lo consigo.
»Lo que quiero decir es que pretende echarnos un capote…
Me suelta del todo (algo que tenía que acabar pasando) y se lleva una mano al
pelo según mira al suelo.
—No entiendo por qué.
—¿Por? —pregunto.
—Porque desde lo de Paula no me aguanta.
SOY MÁS DE IZQUIERDAS
«Boomerang» – Edurne

C
—¿ ómo que Javi no te aguanta? —Parpadeo.
—¿No has visto que le da igual responderme en clase?
—Sí, pero… A ver. —Encojo un hombro.
—¿Y no te da qué pensar? —continúa.
—¿Que te responda? No, le responde a todo el mundo.
—Ya —se ríe, sarcástico—. Solo que a mí no me responde ni Dios.
—Porque te comportas como un borde inaccesible —explico mientras le
sonrío, aunque él sigue sin devolverme la sonrisa—, pero eso a él se la trae al
pairo.
—¿De verdad crees que soy un borde inaccesible?
Niego con la cabeza.
—No he dicho que lo seas, he dicho que te comportas como uno. —Me
muerdo el labio.
—Que no, Carlota, que no van por ahí los tiros.
Me acomodo en la pared, apoyándome para mirarle, y abrazo su chupa de
cuero por dentro para taparme. Él también se coloca mejor a mi lado.
—Me vas a soltar otra bomba, ¿verdad?
Suspira según asiente.
—¿Puedo saber si fue Javi quien te contó lo de Paula? —pregunta.
Me pongo blanca. No necesita que le responda que sí.
—Me lo imaginaba —otra vez el sarcasmo en su voz—. ¿Y que Paula es su
prima y la dejé yo te lo contó? ¿O esa información no era suficientemente
relevante?

***
Le devuelvo la chupa de cuero en la esquina de La Dolores, donde me va a
dejar de nuevo con mis amigos. Él se la pone, aunque por su expresión sé que
preferiría que me la quedara.
—Gracias por venir. —Sonrío mirando al suelo.
—No te despidas como si fuera un cumpleaños. He venido porque no sabía si
estabas bien.
En ese momento, frunzo el ceño según sonrío. ¿Qué habría hecho si no lo
hubiera estado?
—¿Y si no lo hubiera estado? —pregunto—. ¿Y si Javier no hubiera estado
aquí y hubiera seguido con Rober?
Tristán entreabre la boca.
—¿Qué? —Parpadea.
—Que qué hubieras hecho. —Me encojo de hombros, abrazándome de nuevo.
—Lo que habría hecho cualquiera, Carlota.
—Muy bien. ¿Y qué habría hecho cualquiera? —insisto, tirando del hilo—.
¿Tú también le habrías encajado dos derechazos?
Sonríe y mira al suelo mientras se mete las manos en los bolsillos, y es un
gesto que, pese a que no se lo diré, me va a quitar el sueño.
—No, yo soy más de izquierdas. —Nos reímos y yo me apoyo en la pared para
mirarle. Aún no asimilo que tenga una chupa de cuero y no vaya siempre con
americana, por más prejuicioso que sea eso—. Creo que no habría sido tan
conciliador como Javi.
—Javi no ha sido conciliador, ha sido lento.
—Eso no te lo discuto. —Pone los ojos en blanco.
—Claro. ¿Y tú le habrías pegado a un alumno, Míster Profesor Ejemplar?
—Ahora no estoy dando clase, Carlota. —Como yo, se apoya en la pared—.
No soy tu profesor las veinticuatro horas del día.
Según se me borra la sonrisa noto cómo me arden las mejillas y aparto la
mirada. Algo que, por Dios, espero que no note.
—Ya… Bueno —digo.
—Bueno —responde en un tono que no me conviene y nos miramos.
—Pero sigues sin caerme bien, ¿vale?
Sonríe y resopla por la nariz.
—Claro, Zambrano, descuida. No le diré a nadie que somos amigos.
—Bien, porque no lo somos. Y ahora me voy a ir yendo —digo encogiéndome
de hombros y señalando hacia atrás. No quiero ponerme a temblar ni robarle más
tiempo. Le vuelvo a mirar—. Gracias.
Él no responde, pero continúa con el atisbo de sonrisa sobre las comisuras. Y
yo, aunque me doy media vuelta, no puedo dejar de mirarle. Sé que tiene algo
más que decir. Empiezo a conocerle demasiado bien.
—Qué.
—Nada…
—¡Qué!
—¿Es que quieres que diga algo más?
Qué rabia da y qué guapo es.
—No.
—Va, pues tira a comerle la boca, fiera. Aquí no se te ha perdido nada, ¿no?
Y ahí está lo que quería decir.
Pero espera, ¿me acaba de vacilar? ¿O de insinuarse? ¿O de…? No sé qué coño
ha pasado.
—¿Me acabas de vacilar? —Abro muchísimo la boca, pasmada.
—¿Yo? Qué va… Zambrano, si se va a montar películas mejor cámbiese de
máster. He oído que hay uno de cinematografía increíble.
Me acerco a él de nuevo sin ningún tipo de vergüenza y le pongo un dedo
sobre el pecho, acusándole.
—¿Acaso está celoso, Acosta?
—Pft. Ya le gustaría.
Mi corazón se salta un latido. O veinticuatro.
—No ligue conmigo, no es nada profesional por su parte —bromeo en voz
baja. Él alza las manos en signo de rendición, pero sigue riéndose.
—En ningún caso he hecho eso. No quiero que su nuevo novio me parta la
cara.
—Es verdad, se me olvidaba que no tienes sentimientos. —Niego con la
cabeza y me alejo, pasando de él.
Sin embargo, cuando estoy a punto de atravesar la esquina, y sabiendo que él
sigue igual, observándome desde la pared, decido lanzar el dardo que llevaba
guardando un rato dentro de mí. Total, él también lo ha hecho, ¿no?
Me giro hacia él con medio cuerpo y entono:
—Oye, ¿le dejas la chupa a todas las tías que te encuentras por la calle?
Como esperaba, niega con la cabeza con media sonrisa que debería estar
contraindicada.
—Bien —respondo—. Porque yo tampoco les digo a todos que soy toda suya.
—Asumo que el discurso feminista no te permite equipararte a una propiedad.
—Asumes correctamente.
—Como siempre. —Sonríe del todo, y yo con él.
—Adiós, Tristán. —Levanto la mano.
—Adiós, Carlota.
Y ahora sí, notando su mirada tras de mí, me marcho.
Y grito internamente, eso también.
LA HORA TONTA
«Mami» – Ptazeta y Juacko

I nés se pasa el fin de semana entero diciendo lo imbécil que es Javi y lo poco
que le aguanta, y hasta me llega a pedir que le muerda la lengua cuando nos
liemos. A mí solo me sale darle la razón como a los locos, porque cada vez se le
nota más que le gusta.
—¿Seguro que no estás celosa? —pregunto.
—Lo que estoy es compadeciéndome de ti. No me puedo creer que vayáis a
jugar a ser novios.
—¿No te lo puedes creer o no te lo quieres creer?
—Ay, tronca, que no, qué asco. —Hace un ademán—. Su hermano está mucho
más bueno.
—Su hermano está buenísimo, pero Javi no está nada mal, reconócelo —
insisto—. Yo creo que hacéis buena pareja.
—Que no me rayes.
—Tú misma. Pero recuerda que no significa nada, ¿vale?
—Y aunque lo significara, Ce. No me mola un ñordo —miente, y el silencio se
hace unos segundos—. Oye, por cierto, ¿Rober te ha vuelto a intentar contactar?
«Buena salida por la tangente, Inés».
—Hace… tres horas que no lo intenta.
—Nuevo récord. Eso está bien. Se está superando a sí mismo.
—Nada más lejos de la realidad. Le habrán baneado la creación de nuevas
cuentas en Twitter ahora que Instagram no le deja.
—Sí, la verdad es que poder bloquear a todas las cuentas de un mismo creador
es un puntazo. Seguro que está que trina.
—Al menos no se ha presentado por aquí.
—Porque Javi ha cerrado el piso por dentro y ha escondido la llave —le
recuerdo.
—Ahí tengo que reconocerte que tiene unos huevazos. Ser su compañero de
piso ahora mismo no tiene que ser nada fácil.
—No hay nada difícil para Javier Jesús —me río—. Pero igual tú también
deberías darle un besito de consolación.
—Si quieres compartir babas conmigo me lo puedes decir directamente. —Me
guiña un ojo, y decido callarme porque debo reconocer que ha sido bastante
bueno.
—Vaaale —me río—. Oye, ¿hace un Mario Kart?
—Va. Voy a darte una paliza.

***

El resto de domingo lo paso pidiéndole revanchas a Inés, que me hace morder


el polvo una vez tras otra, y riéndome, algo que me hacía mucha falta. El
teléfono vibra, porque seguramente Rober ha encontrado una manera más de
contactarme, pero lo ignoro profesionalmente mientras le hago pucheros a Inés
por ganarme otra vez.
Hasta que, tras darle un abrazo y meterme en la cama después de todo el día,
veo que no es mi ex quien me ha escrito.
Es Tristán, patrocinador oficial de la Microinfartos Champions League.
Tristán: Hola, Carlota. Siento el domingo, pero se me pasó decirte que mañana tendríamos que
quedar después de clase para empezar a dar forma a tu proyecto para la convención. Ya me dices si
puedes.
Carlota: Te he vuelto a ignorar…
Tristán: Ya veo. Ignorarme se te da de coña.
Carlota: Perdón…
Tristán: Pedir perdón también se te da de coña.
Carlota: No me líes! Mañana después de clase en tu despacho?
Tristán: Después no… Durante.
Carlota: ¿?¿?¿?
Tristán: Yo también tengo un plan.
Carlota: Oh, Dios
Tristán: Dios no existe.
Carlota: Lo capté las dos primeras veces q me lo dijiste.
Tristán: Por si acaso…
Tristán: Oye, mañana… no me tengas en cuenta lo que voy a hacer, ¿vale?
Carlota: Vas a ser un capullo, ¿verdad?
Tristán: No te haces una idea de cuánto…
Tristán: Buenas noches, Zambrano.
Carlota: Como si ahora fuera a poder dormir. Buenas noches, Tristán.
Tristán: Tómate un vaso de leche caliente con miel.
Carlota: ¿Te estás quedando conmigo?
Tristán: No… A mí me funciona.
Carlota: No puede ser verdad. Bebes leche caliente con miel?
Tristán: ¿Qué hay de malo en ello?
Carlota: No hay nada de malo en ello. Es q es muy mono.
Tristán: Eh… ¿Vale?
Carlota: A ver, es q no te pega ser mono.
Carlota: TAMPOCO ESTOY DICIENDO QUE LO SEAS.
Tristán: Ah, ¿no? ¿Y cómo me pega ser?

«Un empotrador de mucho cuidado», pienso. Pero rechazo automáticamente


esa idea, riéndome nerviosa dentro del edredón.
Carlota: Borde.
Tristán: Ahá. Ok.
Carlota: ¿Ves? Ni siquiera usas emojis.
Tristán:
Carlota: Ese es aún más borde.
Tristán:
Carlota: Eh… Sabes que eso no es una sonrisa, ¿verdad?
Tristán: Lo sé. Eres tú pidiendo perdón.
Carlota: … Buenas noches, Tristán.
Tristán: Ey, ey, ¿te ha sentado mal?
Carlota: Q va! Es q empieza a ser la hora tonta. Si no me voy ya empezaré a decirte cosas muy
bochornosas.
Tristán: ¿Como por ejemplo?

Se me corta la respiración y recuerdo ¿los vaciles? ¿las insinuaciones…? de la


esquina de La Dolores.
Decido jugar.
Carlota: Estás tensando la cuerda adrede?
Tristán: … ¿Puede?

Me muerdo el labio como una colegiala. Sé que solo es un juego y que esto no
va a ir a ninguna parte, pero, por algún motivo, me apetece entrar a jugar. Ver
hasta dónde mi querido profesor intachable puede llegar.
En respuesta a: Tristán: Ah, ¿no? ¿Y cómo me pega ser?
Carlota: Intenso.
Tristán: ¿En qué sentido?

Tomo aire hondo y lo suelto:


Carlota: En todos.
Tristán: Interesante información… Buenas noches, Zambrano.
Carlota: No, no, no, no me dejes así, por favor.
Tristán: ¿Así cómo?
Carlota: A medias…
Tristán: Ah, no, eso nunca…

Ahogo un gritito contra la almohada y pataleo un par de veces.


Carlota: Ahora que hablamos el mismo idioma, cómo me pega ser a mí, Acosta?
Tristán: Lista y callada.
Carlota: Bah. Q aburrido…
Tristán: ¿Aburrido? Saber estar callada es un talento. Deberías saberlo, compartiendo piso.
Carlota: Espera, ¿estás hablando de…?
Tristán: Estoy hablando de que callarse cuando quieres gritar no es nada fácil.
Carlota: Y tú asumes q yo lo domino…
Tristán: Yo asumo que taparte la boca en determinados contextos tiene que ser interesante, Carlota.

«Vale, Carlota, mantén el tipo. No te pienses cosas que no son. Se está


refiriendo a clase. A su despacho. A los zascas del otro día. No tiene nada que
ver con la cama. Asúmelo y devuélvele la pelota», pienso. Y casi me convenzo.
Al menos, me convenzo tanto como para responder:
Carlota: Te gusta cuando callo porque estoy como ausente, Neruda?
Carlota: Reconoce que en clase soy una estudiante ejemplar.
Tristán: En primer lugar, Neruda era un gilipollas.
Tristán: Y en segundo: no estaba hablando de la universidad.

Y ahí muero yo.


Tristán: ¿Sigues ahí?
Carlota: No. Hablas con mi espíritu.
Tristán: Ya decía yo… Tranquila, no tengo pensado comprobarlo más allá del ámbito académico,
puedes revivir.
Carlota: Vaya, empezaba a pensar q ibas a darle la razón a Javi…
Tristán: No eres tan lista como pensaba si crees que así acabarías primera de tu promoción.
Carlota: Ni tú si crees q necesito tirarme a mi profesor para acabar primera de mi promoción
Tristán: No me cabe ninguna duda, Carlota.
Carlota: …Voy a ir a por un vaso de leche con miel. Q descanses.
Tristán: Buenas noches, Zambrano. Que duermas bien.
Tristán: Si duermes.

Pero no pienso dormir.


Alargo la mano, abro la mesita y saco el Satisfyer.
Segundo round.
ZAMBRANO, A MI DESPACHO
«Viento a favor» – Funambulista

E sta mañana Inés y yo hemos llegado tarde adrede. No quería encontrarme


con Roberto, y Javi me ha avisado cuando se ha metido en clase por
Telegram para que lo evitara, cosa que no he podido agradecer más. A pesar de
que su relación está peor que nunca, Javi sigue a su lado por mí, aunque ya está
buscando un piso donde irse para poder apartarse de mi ex.
Gracias a eso, la mañana ha pasado tranquila. Estoy repasando por enésima vez
la conversación que tuve ayer con Tristán, para comprobar que es real, durante la
clase de López, cuando alguien toca a la puerta del aula con estruendo.
Bueno, «alguien» no.
Él.
Empieza la función.
—Disculpe, López. Tengo que llevarme a una alumna.
López le observa con pereza y asiente haciendo un ademán. Hace un rato que,
tras darnos la teoría, nos ha dejado a nuestra bola para que tuviéramos tiempo
para implementarla en los proyectos.
—Gracias. —Me mira—. Zambrano, a mi despacho.
Voy a levantarme, pero él niega con la cabeza con urgencia cuando ve que mis
compañeros, todos ellos, especialmente Javi y Roberto, me miran sin entender
nada.
Y vuelvo a poner el culo en mi silla.
—¿Yo por qué? No he hecho nada.
Su risa sarcástica me hace temblar.
—¿Seguro que no? —pregunta.
—Seguro. ¿De qué va esto? —Miro a Inés y, poniendo el móvil debajo del
pupitre, le mando un mensaje rápido sin que nadie lo vea.
Carlota: Tranquila, es un farol.
Tristán, mientras tanto, entra en el aula negando con la cabeza.
—En vista de que su compañera no considera que esto sea lo suficientemente
importante como para venir a mi despacho, lo podemos hablar aquí. ¿No,
Zambrano?
—Usted dirá. —Me cruzo de brazos.
—Bien. —Tristán mete las manos dentro de sus pantalones. Yo grito
internamente—: ¿Puede explicarme por qué en el registro de entregas del viernes
está su marco conceptual completamente vacío? ¿Se está riendo de mí? Les dejé
tiempo para hacerlo en clase y han tenido dos meses, Zambrano, dos. Me parece
una falta de respeto monumental.
—¿Perdón…? —Frunzo el ceño.
—Tiene que ser un error —intercede Javi por mí.
—No estoy hablando con usted, Mateos.
Javi se queda con cara de folio: estirada y en blanco.
—No, Tristán, yo vi cómo entregaba el marco —dice ahora Inés—. Lo hicimos
juntas desde casa.
—Tampoco estoy hablando con usted, De la Vega.
En ese momento, me levanto con estruendo y digo:
—Vale, pero conmigo sí está hablando, ¿no? Demuéstremelo.
—¿Por qué narices cree que le he dicho que viniera a mi despacho, Zambrano?
—Se gira hacia López—. Disculpe.
López hace un gesto como diciendo que le da igual y bosteza.
—¿Piensa acompañarme hoy o tengo que darla por suspendida directamente?
—Ni se le ocurra —suelto, levantando un par de exclamaciones ahogadas en la
clase.
Después cierro el portátil, lo meto en mi maletín y doy el primer paso con mis
Converse rojas, a juego con el vestido de lana de cuello alto que me he puesto
hoy.
Al toro por los cuernos.
—Usted primero —espeto, a centímetros de su cara. Él alza una ceja y me
aparta la mirada más desagradable de lo que lo ha hecho nunca.
—Despídase de sus compañeros. Ya veremos si vuelve —dice mientras
empieza a andar. Yo me quedo en el sitio haciendo un esfuerzo atronador por
recordar que todo esto no es real.
—Despídase usted, a ver si vuelve a poder mirar a alguien a la cara cuando se
dé cuenta de su error.
—¿Me está retando, Zambrano? —Se gira antes de que cierre la puerta,
encarándose conmigo.
Yo me quedo un segundo sin aire y miro a Inés de reojo, que dibuja un círculo
con el pulgar y el índice para que sepa que lo hemos hecho bien.
Niego con la cabeza.
—Ya me parecía. Gracias, López. —López levanta el pulgar. Todo esto se la
trae floja.
Atravieso la puerta y él la cierra.
Ni siquiera me mira cuando nos vamos de aquí.

***

Cuando Tristán cierra la puerta de su despacho, tengo que esforzarme por


quitar la cara de empanada que se me ha quedado.
—Siéntate, anda —dice, en un tono mucho más dulce que con el que me ha
hablado hace un rato. Yo me siento, y él, tras quitarse la americana azul del traje,
se sienta también en su butaca y entona—: Lo siento.
Yo tardo en responder. Por una parte, porque sigo en shock con lo de anoche y
lo de antes; por la otra, porque me ha dicho que lo siente. Él a mí y no al revés.
—No tienes que pedirme perdón. —Niego con la cabeza según acerco la silla
al escritorio—. Pero podrías explicarme cómo pretendes salir de esta. Mi marco
conceptual está perfectamente entregado, pero si todo el mundo piensa lo
contrario, no sé cómo pretendes que cuele que nos vayamos a Toulouse juntos.
—Diremos que fue un fallo del servidor y que el marco es brillante.
—Ya, ¿y cuando te pregunten que por qué no lo comprobaste antes con otro
proyecto? Porque Javi lo hará. Lo sabes, ¿no?
—Claro que lo sé. Eso también lo he pensado. Diré que siempre empiezo a
corregir por la primera persona que envía, que en este caso fuiste tú, gracias a
Dios.
—Dios no existe, Acosta, sea pragmático… —Sonrío mientras apoyo la
barbilla sobre mis manos, sobre su escritorio. Él se ríe y se frota la frente, ante lo
que yo sonrío aún más.
—Déjame vivir, Carlota… —Encojo un hombro—. El caso es que entonaré el
mea culpa y ya está.
—¿Tú entonando el mea culpa delante de toda la clase?
—Yo entonando el mea culpa delante de toda la clase, resintiéndome como un
rancio porque no aguanto a quienes hacen que no tenga la razón y empezando a
comportarme contigo como un capullo porque no quiero reconocer que eres la
mejor.
Abro mucho los ojos.
—¿Que soy la mejor?
—Eso no es ningún secreto. —Se recuesta en su butaca y se pone a jugar con
un boli.
—Dímelo otra vez.
—No, que se te sube a la cabeza.
—Qué borde…
—Ya, ¿y qué más? ¿Intenso? —entona, dejando el boli de repente,
mordiéndose el labio.
Abro muchísimo la boca antes de tapármela con las manos.
—Qué golpe más bajo. ¿No sabes que es código de honor no mencionar las
conversaciones de la hora tonta?
—¿Qué conversaciones? —Achina los ojos y sonríe.
—¿Conversaciones en las que nos decimos cosas muy poco decorosas que para
nada voy a mencionar aquí?
Hace como que piensa unos segundos, embebiendo sus labios. Después se gira
hacia mí y dice:
—No me suena.
Pero me niego a que me haga luz de gas.
—Descuida, te refrescaré la memoria.
Tomo aire muy hondo mientras saco el teléfono, abriendo Telegram.
Sin embargo, cuando viajo a nuestra conversación, ya no está.
No hay nada.
Tristán suelta todo el aire por la nariz, y riéndose, se levanta y se coloca justo
detrás de mí, sacando mi portátil del maletín y poniéndolo sobre la mesa.
Cuando lo ha hecho, se sienta en la silla que hay junto a mí, me mira triunfal y,
señalándolo, entona:
—Abra la parte de la implementación de la API, Zambrano. Vamos a empezar
por explicar que en Telegram está la posibilidad de borrar mensajes para ambas
partes.
Es un maldito genio.
PLENO AL CORAZÓN
«Disparos» – Dani Fernández

C amino al lado de Inés mientras saco a mi programadora interior para


entender los últimos acontecimientos. No porque crea que tengo que verlo
desde un cariz técnico y analítico, sino porque la Carlota emocional está hecha
un lío. Tras el paripé del despacho, exceptuando a Inés, que sabe la verdad y
sigue apostando por la ni remotamente posible idea de nuestro tutor
empotrándome contra una lavadora, Tristán y yo seguimos disimulando en la
universidad. Y sí, es raro. Pero raro en plan bien. Yo pensaba que tenía un
profesor robótico, serio nivel velatorio, pero resulta que es todo una fachada y el
tío es más cachondo que los payasos de la tele, lo cual es una ventaja
competitiva los lunes a primera hora.
Cachondo de divertido, no de cochino.
A ver, alguna cochinada también nos hemos soltado, pero eso solo constata
que es un canalla y que yo estoy recuperándome después de lo de Roberto. Y es
todo sin ánimo de nada, solo para divertirnos. Vale que vino en cuanto supo que
mi ex se había pasado quince pueblos en La Dolores, que compartimos aquella
sonrisa en el portal, que hemos hablado en más de una ocasión a la hora tonta,
que somos partners in crime a ojos de toda mi clase, que… Da igual, creo que se
entiende.
A lo que me refiero es a que me lo paso bien con él, aunque todo esto tenga
fecha de caducidad y después vayamos a volver a tratarnos con la indiferencia de
siempre.
Bueno, con toda la indiferencia a la que puedes apelar después de llamarle
papá a tu profesor.
Y de que él te insinúe que te cerraría la boca en determinados contextos.
En fin, que probablemente después de esto no hablemos, pero que me quiten lo
bailado.
El caso es que hoy he decidido salir con Inés, porque si algo sé es que no es
bueno quedarme en casa sobrepensando sobre absolutamente todas las
vicisitudes del universo (véase mi ruptura con Roberto, el viaje a Toulouse, las
preocupantes advertencias de Javi, que él siga viviendo con mi ex…).
De modo que me he levantado de la cama (en realidad, Inés me ha tirado de
ella), me he duchado, me he puesto un traje de dos piezas rojo España con unas
Converse monísimas y me he preparado para ir a la bolera con mi amiga.
¿Y cuál es el giro planetario de la noche?
¿Qué sucede nada más atravesamos las puertas de la bolera de Parquesur, en
este para nada catedrático centro comercial?
—¡Ostras! ¡P-perdón! —balbuceo tras chocarme con la espalda de un armario
de metro ochenta y muchos.
Y pienso que Inés me ayudará. Que dirá que la culpa no es mía. Que el tipo
estaba en mal sitio. Que es un imbécil por no pedirme perdón. Pero mi mejor
amiga está muy ocupada mordiéndose el labio inferior mientras sonríe.
Ten amigas para esto.
—Se te da muy bien pedir perdón —entona.
Entiendo que a estas alturas sabrás que tengo delante a míster simpatía.
—¿Me persigues? —Entorno los párpados y me cruzo de brazos, aunque no
puedo evitar que media sonrisa colonice mis comisuras.
Tristán mira a su derecha, donde un colega suyo tan alto como él sonríe
mientras le tiende zapatos para jugar. También han venido a la bolera.
Pero eso no es lo importante. Lo importante es cómo se vuelve para mirarme a
mí de nuevo. Cómo alza una ceja. Cómo niega con la cabeza.
—¿Te has abalanzado sobre mí, pero soy yo quien te persigue? No me cuadra,
Zambrano.
—Dios. —Pongo los brazos en jarras—. ¿Es que si no la ganas la empatas?
Sonríe más.
—Sí. ¿Quieres que te lo demuestre? —entona y lanza una mirada fugaz a los
bolos. Yo frunzo el ceño y tardo unos segundos en entender de qué habla.
—¿Eh?
—Aún estamos a tiempo de meteros en la partida. ¿No, Ramón?
El tal Ramón asiente. Cierro los ojos y decido que me cae mal.
No te voy a negar que me apetezca, pero también me pone nerviosa la idea de
que me dé una paliza jugando, así que decido que voy a negarme para mantener
mi dignidad intacta. Pero cuando voy a decir que no, que vengo a jugar con mi
amiga y que me niego a hacerle pasar vergüenza dándole una paliza (una mentira
como una catedral), mi mejor amiga decide que es buen momento para que la
odie, me abraza por detrás con la fuerza de un orangután en celo y me tapa la
boca.
—¡Sí! —Y mira al chaval que da los zapatos—. ¡Majo, apúntanos a su partida!
—¿Qué haces, tronca? —Me giro hacia ella.
—Dejarte en evidencia —responde él.
Me giro para fulminarle con la mirada, pero cuando veo cómo se ha apoyado
en la barra, se cruza de brazos y se le marcan los pectorales por debajo del jersey
negro de persona normal que lleva hoy, casi me caigo de culo.
—Déjame en paz.
Sí, eso es todo lo que se me ha ocurrido decir.
Va a ser una noche larga.

***

Lo primero que hace cuando tiro la primera vez es pinzarse el puente de la


nariz e intentar esconder una sonrisa. ¿El motivo?
No me cuesta reconocerlo porque no es ninguna sorpresa: he dado mucha pena.
A los dos metros de tirarla, mi bola se ha lanzado hacia uno de los carriles como
una borracha se lanza al WhatsApp para decirle a su ex que le echa de menos en
una noche de fiesta.
Pero que yo ya supiera que iba a fallar no quita que su reacción me haya
dejado indiferente. Nada más girarme encogida de hombros y verle, he tenido
ganas de tirarle la Fanta encima. Ganas que aumentan cuando oigo:
—Si quieres pedimos que te pongan las barreras infantiles.
—Si quiris pidimis qui ti pingin lis birriris infintilis —decimos mi madurez y
yo. Y acto seguido le encaro muy de cerca, pongo el índice sobre su pecho y
digo—: ¿También quieres enseñarme a meter los dedos en el agujerito o eso lo
hago bien?
¿El problema?
Que nada más lo he hecho, él se ha quedado mirándome fijamente, ha
cambiado la risa de imbécil por una sonrisita estúpidamente sexy, se le han
achinado ligeramente los ojos, y ha dicho:
—Tienes un talento para las frases con doble sentido.
—¿E-eh? —Ladeo la cabeza.
Cuando me mira con esa expresión de dominación mundial que probablemente
no pierde ni en el baño, lo entiendo.
—¡No, por Dio…!
Sin embargo, antes de que termine la frase, su amigo se pone a centímetros de
su cara y suelta:
—Acosta, ¿nos van a dar las uvas, tiras ya?
—Desde luego —dice con voz de doblador de serie turca. No me quita la
mirada de encima ni una milésima mientras lo hace.
Cuando le pierdo de vista y me giro hacia Inés, me está mirando con los ojos
como platos. Yo trago saliva. Ella me imita y mete los hielos de su bebida dentro
de la mía.
Y no voy a negarlo: lo agradezco infinitamente.
Pero el juego no ha terminado. Y no me refiero a los bolos. Ya me gustaría.
A ver, tampoco voy a ser hipócrita: en realidad no me gustaría que terminara el
juego todavía. Como tampoco me gustaría que él dejara de mirarme de ese modo
sinvergüenza. Ni que se acercara a mí cuando me toca tirar y me tendiera la
mano para que me levantara. Sobre todo cuando se la doy y noto cómo sus dedos
me envuelven.
Es casi como si él también quisiera.
Casi. Porque es completamente imposible que mi profesor se fije en mí, ¿no?
«Sí, Carlota, basta. Solo está haciendo esto para que vayáis de buen rollo al
viaje», me digo.
Aunque un segundo más tarde él me contradiga y se quede a mi lado cuando
voy a tirar.
—¿Qué haces?
—Enseñarte a meterla —suelta. Inés grita de fondo de manera muy poco sutil.
Ramon se ríe—. ¿No es lo que me has pedido?
—¿Te das cuenta de lo poco decoroso que es esto por parte de un profesor? —
susurro.
—¿Tengo que repetirte que no estoy de servicio? —responde, también
susurrando.
—Eres imposible —susurro de nuevo, y me doy la vuelta para pasar de él y
coger una bola, pero un segundo más tarde ha vuelto a frustrar mi plan.
—Y tú muy guapa.
Me quedo tiesa con la bola en la mano. Me giro hacia él. Boqueo.
—¿Qué acabas de decir?
—¿Yo? —Enarca una ceja y se acerca a mí. Yo parpadeo como quince mil
veces—. Nada en absoluto.
—No, sí que lo has hecho. —Me pego más a mi bola.
—No lo recuerdo. —Se acerca a mí.
—Yo sí. —Como para no acordarme. Trago saliva y giro la mirada hacia la
pista. Necesito calmarme. Como me salga con otro comeback me voy a derretir.
Y, efectivamente, sucede.
Un instante más tarde, coge la bola, me sobrepasa para escoger otra y dice:
—Con esa no vas a conseguir nada. Pesa muy poco, por eso no te funciona. —
Me tiende otra y comienza a meter mis tres dedos en sendos agujeros con
delicadeza mientras, mirándome la mano, pregunta—: Y ahora, Zambrano, ¿lo
que recuerdas ha estado bien, o ha estado mal y es mejor que yo también lo
olvide?
Entreabro los labios. Le miro a los ojos. Mi mirada atónita se encuentra con la
suya, seria, terminante, decidida. Entreabro los labios un poco más. Niego con la
cabeza. Me pregunto si esto está pasando de verdad. Confirmo que está pasando
mientras baja de mis ojos a mis labios. Parpadeo. Parpadeo. Parpadeo. Y
entonces, con una voz que no sé de dónde consigo sacar, entono:
—No lo olvides.
Un segundo más tarde sonríe.
Dos más está detrás de mí.
Y al tercero, según acopla su cuerpo al mío para enseñarme a lanzar la bola,
dice:
—Vale, muñeca, ahora deja de temblar para que podamos tirar algún bolo.
No soy consciente de que he estado tonteando con mi tutor hasta que oigo a mi
amiga:
—¿Qué te ha dicho tan cerquita, pillina? —pregunta meneando las cejas.
La miro. Miro a Tristán. Veo cómo me observa por el rabillo del ojo, cierra los
ojos y los vuelve a abrir en la pista. Me basta una mirada para saber lo que
quiere decir.
—Me ha dicho cómo colocarme —miento—. Y ha hablado del peso de la bola.
—Eso es verdad.
—¿Tan cerca? —Enarca una ceja.
—Con la música no le oía.
—¿Y nada más?
—Por desgracia para tu telenovela turca, no.
—¿Y tú a él?
—Mucho menos. —Sonrío como puedo.
Hace un mohín.
—Menuda situación más desaprovechada —dice—. Javi en su lugar habría
lanzado un triple.
—Ya, bueno, pero da la casualidad de que no es Javi. —Me encojo de
hombros. Y no sé si ha sido la mejor respuesta, pero ella suspira, pone los ojos
en blanco, da un trago a su bebida y deja el tema, por lo que me doy por
satisfecha.
—Al final me rendiré con vosotros dos —zanja. Yo sonrío poco convencida y
rezo para que no se me note.
Oye, Siri, recuérdame que se lo cuente todo a Inés al volver de Toulouse.
Va a flipar.
MASCULINIDAD FRÁGIL
«Bipolar» – Pol 3.14

P
— ues menos mal que todo ha acabado bien —dice Inés. Javi pone los ojos en
blanco y se lleva el botellín a la boca antes de responder:
—Está claro que es una excusa. Su masculinidad frágil no deja que admita que
el fallo es suyo. Lo que me sorprende es que haya esperado dos semanas para
decirlo.
—Pero si ha dicho literalmente que el fallo fue suyo por no ver lo del servidor
—me río—. Además, si ha esperado dos semanas es porque quería asegurarse de
tener una solución para que no volviera a pasar —miento piadosamente. Javi no
necesita saber que esta semana hemos estado puliendo el proyecto de Toulouse.
Ni mucho menos que no hace tanto me enseñaba a jugar a los bolos mientras me
decía cosas bonitas al oído.
—Espera, ¿he oído bien? —pregunta Inés, que estaba ocupada bebiéndose
medio botellín de golpe—. ¿Tú te atreves a hablar de masculinidad frágil, Javier
Jesús? El chiste se cuenta solo.
—¿Cómo te tengo que decir que no me llames eso, Inés Juanita?
—¿Qué me acabas de llamar? —Achina la mirada.
Dibuja una sonrisa de satisfacción y, pagadísimo de sí mismo, responde:
—Inés Juanita…
—Ni siquiera tengo segundo nombre, anormal.
Yo me limito a ver el espectáculo desde la barrera. Es tremendamente divertido
verlos así. Solo intervengo cuando Javi dibuja esa sonrisa socarrona y a ella le
salta el tic del ojo de cuando se cabrea muchísimo.
—El caso —intervengo— es que me pidió perdón. Y el lunes va a comentar en
clase que nos vamos juntos a Toulouse. Aunque le jode bastante tener que
reconocerlo.
Inés me da la mano por debajo de la mesa. Antes de los bolos pude ponerla al
día y contarle que Tristán me explicó que Javi no le aguanta porque cortó con su
prima, que ahora está preocupado por mí y que además está rayado por lo del
piso con mi ex. De hecho, gracias a que se lo comentara y desde que me
defendió de Roberto, ahora le odia un poco menos. Y hasta accedió a que
saliéramos los tres.
Por eso estamos ahora mismo en La Dolores, después de todo.
Bueno, por eso, y porque Javi nos ha suplicado por favor que le saquemos del
piso un rato. Y por más ganas que tenga de quedarme mirando la pantalla del
chat con Tristán, se lo merece. Roberto no hace más que lloriquear para que le
deje el móvil para poder hablar conmigo, y como en clase Tristán no me da
tregua ni un segundo y me las he arreglado para comer en el piso cada día, no ha
tenido manera de coincidir conmigo.
—Bueno, pues más le vale tratarte bien —dice ofuscado.
—¿O qué? ¿Le partirás la cara a nuestro tutor? —Inés menea las cejas de
arriba abajo, socarrona.
—No me tires de la lengua, Inés…
—Tú siempre tan diplomático. —Sonríe con falsedad.
—Venga, dejadlo ya. Me tratará bien. —Igual me trata demasiado bien, pero
eso no es algo que necesiten saber—. Si hasta ha accedido a ir el sábado que
viene al Dime que me quieres.
—No jodas, ¿Tristán también viene al garito? —Javier resopla.
—Claro, ya dijimos que tenía que vernos todo el mundo…
—Joder, Carlota, pero no dijimos que todo el mundo incluía a nuestro tutor —
se queja.
—Vamos, Javi, si te va a encantar. —Le hago ojitos—. Visualízalo: tú y yo
entrando de la manita en el Dime que me quieres, tú cogiéndome de la cintura,
yo poniéndote las manos por encima del cuello… —Le hago más ojitos—. Eres
tú quien cree que me quiere llevar al huerto, ¿no? Pues imagina su careto cuando
lo vea —improviso. Inés simula una arcada—. Acabaremos de un plumazo con
el peñazo de Roberto y con tus paranoias con Tristán.
Paranoias que son más reales que nunca.
—Ya, bueno, eso para ti. A mí me quedan mazo meses de aguantar a tu
adorado profesor, y con Rober sigo viviendo y es un pesado de cojones. ¿Sabéis
cuántos mensajes me ha mandado esta tarde para saber dónde estamos?
—Bloquéale. —Inés se encoge de hombros.
—Ya, y que me cambie la cerradura.
—¿Cómo va a hacer eso? —Enarco una ceja.
—Yo qué sé, yo cierro por dentro para que no salga.
—Ya, pero tú lo haces para que no vaya a acosar a Ce… —resuelve Inés.
—Muy bien. Yo tengo mis excusas y él las suyas. —Piensa un segundo, achina
los ojos y mira a Inés con intensidad—. Eh, eh, eh, un momento. ¿Me estás
dando la razón, Inés? —Enarca las cejas y alza su botellín para brindar, pero Inés
pasa de su cara, bufa y me mira a mí.
—Ven conmigo —me dice.
Un instante después, se levanta y tira de mí, dejando a Javi sin respuestas y con
cara de pasmado. Pregunta si puede seguirnos, pero ella se gira y le dice que ni
lo intente y que guarde el sitio, así que se queda haciendo guardia.
Solo cuando estamos fuera de La Dolores, Inés vuelve a hablar:
—Si alguien pregunta, esto lo has propuesto tú, ¿estamos?
—¿Eh? ¿Qué es exactamente lo que he propuesto? —Parpadeo.
—Ahora te lo digo. Pero ¿estamos o no, Carlota?
—Joder, sí, estamos.
—Vale. Buf… No me creo que esté a punto de decirlo…
—Pero ¿el qué?
Me mira, se termina el botellín de un sorbo y suelta:
—Creo que Javi debería venir a vivir con nosotras.
Un segundo.
Dos.
Tres.
—¿Tienes fiebre, Inés?
—No tengo fiebre, tía, no…
—¿Estás borracha?
—Que no, tronca. —Suspira—. Es que me sabe mal que siga con él cuando
poco más y le parte la cara.
—Ya, pero no hay espacio en casa.
—Puede dormir en el sofá cama. —Se encoge de hombros. Puedo ver en su
cara cómo está buscando excusas.
—¿Y nuestras noches de HBO? —pregunto con media sonrisa burlona.
—Será… temporal. No me malinterpretes, no le quiero en casa. Pero encontrar
keli en Madrid no es fácil, tú lo sabes —se excusa—. Y, por peor que me caiga,
creo que tener que convivir con Roberto es un castigo que no se merece ni
siquiera él.
Cuando veo cómo responde Inés, entiendo que tengo que ponerme seria. Si me
dice la verdad y le parece repugnante, convivir con él no le gustará; si me está
mintiendo piadosamente y aún le gusta, saber que me voy a liar con él no tiene
que ser plato de buen gusto, aunque todos sepamos que no significa nada.
—Está bien. Pero se lo dices tú —accedo.
—¿Qué? No. —Niega con la cabeza como un millón de veces—. Su amiga
eres tú.
—Tía, me has sacado a rastras del bar. ¿De verdad crees que va a colar que le
diga que yo quiero que venga al piso?
—Sí. Si pregunta, le diremos que… estábamos hablando de otra cosa, de lo
que sea. Que te he dicho que me quería ir porque no le soporto, pero que tú me
has convencido de que estaba pasando por un mal momento. Le prohibiré estar a
menos de cinco metros cuadrados de mí y todos contentos. ¿Vale?
Tardo unos segundos en responder e Inés se pone histérica y me zarandea.
—¡Tronca! —apremia.
—¡Vale, vale!
—Y le remarcas que cuando encuentre algo mejor se tiene que pirar…
—Creo que eso colará más si se lo dices tú. Te va más ser el poli malo.
Piensa unos segundos. Finalmente, asiente convencida y dice:
—Tienes razón. Déjame a mí la parte borde.
Cuando nos encaminamos hacia el bar de nuevo, sin embargo, hay un detalle
que no le digo a Inés.
La Dolores tiene unos balcones pequeños y monísimos que dan a la calle desde
el bar. Balcones con ventanas que normalmente están abiertas. Como estaba
embalada contándome el plan, no se ha dado cuenta, pero yo, cuando me ha
zarandeado, lo he visto por el rabillo del ojo.
Javi estaba en uno de ellos.
Y, por su sonrisa, juraría que lo ha escuchado absolutamente todo.

***
—Inés Juanita… Qué detalle por tu parte…
—A mí me dejas en paz. La loca que te quiere en el piso es esta.
Trago saliva y asiento conteniendo la risa. Él me mira cómplice y sonríe.
—Bueno, ¿qué dices? —pregunto tratando de acelerar el proceso.
—¿Seguro que os parece bien a las dos? —insiste Javi.
—A mí no. —Le saca la lengua Inés.
—Venga, tía, no seas raspa —intercedo—. Sí, Javi, nos parece bien a las dos.
—Pero en cuanto encuentres piso te piras, y más te vale agilizarlo.
—Oído cocina.
—Y vas a tener un solo estante en la nevera. Como se te pase por la cabeza
tocar mi comida te juro que la enveneno. Le pongo algo chunguísimo.
—Le ponemos bujarrapower —me río. Javi se pone blanco.
—Todo menos eso, Carlota —suplica.
—¿Qué me he perdido? —Inés enarca una ceja.
—El otro día le conté a nuestro amigo que soy bisexual —le explico— y casi
le da un jari.
—Mentira. Soy una persona muy tolerante.
—Querrás decir intolerable —le corrige. Después me mira con el ceño
fruncido—. ¿Por qué le contaste a este que eres bisexual?
—Porque me tiró los trastos —miento— y quería que supiera que a partir de
ahora solo voy a estar con mujeres. ¿Estás libre, Inés?
—Lo siento, tengo novio. —Se encoge de hombros y le roba el botellín a Javi
para ponérselo en la boca.
—Es coña, ¿no? —pregunta Javi, completamente serio.
—¿Y a ti qué te importa? —Alza una ceja.
—Eso, ¿y a ti qué te importa? ¿No te gustará Inés? —Sonrío triunfal.
—Por Dios, cariño —responde, como si me diera explicaciones—, yo solo
tengo ojos para ti. Y para el botellín que la borde de tu amiga me ha robado.
—Lo siento, se ha esfumado —dice—. Como tu dignidad.
PINTALABIOS Y PAYASOS
«Mundo imperfecto» – Sidecars

O
— ye, tía, no estoy muy allá del estómago. No quiero dejarte sola con estos,
pero si te parece bien me tomo una y me vuelvo, ¿va?
No voy a decírselo, pero no soy tonta. Sé que Inés no quiere venir porque no le
hace gracia el numerito que voy a montar con Javi. Cada vez tengo más claro
que sigue hasta los huesos por él, y aunque no es asunto mío, decido meterme un
poco, solo un poco, para que esté bien. De lo contrario, cuando mañana se
encuentren desayunando en el salón, va a ser harto complicado.
Porque, para más inri, esta semana ha sido la última que Javier pasaba con
Roberto.
—Inés… ¿Seguro que no te molesta que haga esto con Javi? —pregunto por
milésima vez.
Ladea la cabeza según entra en el baño, donde estaba arreglándome.
—¿Por qué lo preguntas tanto?
—Porque me da la sensación de que te jode profundamente. —Suspiro. Me
acabo de quitar un peso de encima.
—Bueno, no todos los días tu mejor amiga se mete en la boca del lobo —
improvisa y se encoge de hombros—. Pero me jode por ti, no por él, créeme.
Que te guste Javi no es algo que crea que te conviene.
Dejo caer el pintalabios en la pila y me giro hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Estás de coña? —pregunto.
—¿Qué?
—Que no me gusta Javi.
Parpadea tres millones de veces.
—¿No te gusta Javi?
Abro mucho los ojos.
—¡Inés, por Dios! Solo somos amigos. Si me gustara no estaría jugando a esto.
Noto cómo se le relajan los hombros de repente, mientras se apoya en el marco
de la puerta.
—Ah. Pensaba que sí que te había empezado a gustar pero no querías
reconocerlo porque le odio…
—No, tía… —me río, pero sé que no es suficiente—. ¿Te cuento un secreto?
—Como me digas que no has olvidado a Robertóxico te escondo el rímel.
—No he olvidado lo imbécil que es Roberto, pero no es eso. —Suspiro—.
Es… algo más. ¿Te acuerdas del día de la bolera? Cuando me preguntaste qué
me había dicho Tristán.
Abre muchísimo los ojos y se lleva las manos a los labios. Creo que no va a
hacer falta que diga nada más.
—No. Me. Jodas. ¡Me mentiste! ¡Ya decía yo que estabas demasiado roja para
el frío que hacía, zorringuis!
Sonrío culpable y encojo un hombro mientras aparto la mirada, pero Inés me
zarandea y volvemos a tener contacto visual.
—Entonces ¿¡de verdad hay algo entre Tristán y tú!? ¿¡Por eso tienes que
hacer como que estás con Javi!? ¿¡Para que la gente no sospeche y no os acosen
como hicieron con Paula!? A ver, os vi cuando los bolos, pero como llevábamos
días hablando de lo de Javi pensaba que era solo tonteo. ¿Te gusta gusta? ¿En
plan pareja? ¿Mis plegarias han sido escuchadas?
Me pongo roja inmediatamente. Yo solo iba a contarle que habíamos tonteado
un poco, pero no que me gustara gustara (que, en nuestra jerga, es el primer
estadio del enamoramiento). Evidentemente, no me puede gustar formalmente.
Es mi profesor, y encima es superborde, y…
Joder, estoy enchochadísima.
Me limito a asentir.
La sonrisa de Inés se ensancha como no lo ha hecho nunca, y acto seguido me
da como cinco millones de besos en la mejilla, me sostiene por ambos
antebrazos y con la emoción de un entrenador de baloncesto, dice:
—Escúchame, Carlota, lo que te voy a decir es importante. Cómele los morros
a Javi como si no hubiera un mañana, ¿me oyes? Y asegúrate de que Tristán lo
vea bien. Que esté tan cerca que pueda ver vuestro ADN en la saliva. Que vea lo
que se está perdiendo. —Toma aire y lo suelta todo de golpe, hiperfeliz—. Y
ahora coge una toallita, anda. Te has pintado los dientes de rojo.
—¿Sabes que te quiero? —pregunto.
—¿Sabes que yo más?
—Eso no es posible.
—Sí que lo es. Y te lo voy a demostrar: para que no te rayes pensando en qué
puedo pensar yo cuando le comas la boca a mi Romeo —pone cara de asco—,
me voy a quedar en casa tan tranquila viendo el próximo capítulo de Juego de
Tronos sin ti.
—¿Es coña? —Enarco las cejas—. Tía, que es el último. ¿Lo vas a ver sin mí?
—Definitivamente: sí —se ríe—. Y le voy a encargar una pizza al
Chupachups, a ver si cuela.
—Vale, ignoraré esta enorme traición. Pero a mi habitación no le metas.
—No va a quedar hueco de la casa donde no le meta, cariño. —Me guiña un
ojo—. Trae ese pintalabios, anda, que Javi tiene que acabar hecho un payaso.
—¿Más aún de lo que ya lo es? —Sonrío.
—Mucho más.
CHATOS Y CHATAS
«El caso de la rubia platino» – Leiva

C uando el taxi me deja en el pub, todos los que suelen salir de la facultad por
aquí están ya esparcidos entre la calle y el interior del local.
No voy a mentir: a pesar del mono negro, la gabardina preciosa del otro día y
los tacones de corte de salón, avanzo con miedo. Ahora mismo no me haría
gracia encontrarme con Roberto ni con nadie a quien le hiciera ilusión gritarme
«Sí, papá». De modo que, recogiéndome parte de la media melena negra detrás
de la oreja y dejando ver los pequeños aritos de plata, paro un momento frente a
una farola y observo el panorama mientras saco el teléfono.
Mientras escribo a Javi para decirle que ya he llegado, veo que Roberto no está
aquí. Al menos, no aquí fuera. Eso me calma. Además, no me llevo mal con la
gente que hay fuera. Son algunos de los heaviatas éticos que van de Anonymous
por la vida, tumbando páginas de la deep web, y son gente legal. Por lo que el
ambiente pinta bien.
Carlota: Te vas a caer de culo cuando me veas, chato.

Cuando envío el mensaje y guardo el móvil, me dispongo a avanzar hacia


dentro del local. Sin embargo, antes de que lo haga, una mano se posa con
cuidado sobre mi cintura y desvía mi trayectoria, consiguiendo que me gire.
Cuando veo a un Javi sonriente y guapísimo delante de mí, no puedo sino
echarme a sus brazos. Dejo que me levante y me dé dos vueltas en el aire. Hace
tanto que no salgo a divertirme sin remordimientos que estoy eufórica, y saber
que es él quien me acompaña no hace sino mejorarlo todo mucho más. Estas tres
semanas con Javi han sido reveladoras a muchísimos niveles, y tener un nuevo
mejor amigo me sienta muy, pero que muy bien.
—¿Qué pasa, guapa? —pregunta mientras me baja y me da dos besos.
—Aquí estamos. Te acababa de escribir. —Sonrío, pero él frunce el ceño y
parpadea al tiempo que saca el móvil.
—Qué raro, no me ha llegado nada. —Nuestra conversación está en la pantalla,
y es verdad.
—Pues juraría que he visto el doble check. Se le habrá ido la pinza a Telegram,
déjame mirar.
Nada más compruebo mi móvil, se me corta la respiración.
Me acaba de llegar un mensaje, y no es de Javi, precisamente.
Es del tío que acabo de avistar a algunos metros de mí. Un tío que guarda el
móvil, sonríe de medio lado con mirada lobuna y desaparece entre el gentío.
Tristán: Suerte que tenía una pared detrás…, chata.

—Mierda —mascullo.
—No me lo has enviado a mí, ¿verdad? —pregunta Javi.
—Correcto.
—Por lo menos dime que no se lo has mandado a Tristán.
Miro a mi amigo mordiéndome el labio de abajo, culpable. Él resopla y pone
los ojos en blanco, pero solo un segundo después refuerza el agarre de mi cintura
y me invita a entrar en el local.
—Bueno, podría ser peor. —Me mira y sonríe según atravesamos la puerta—.
Se lo podrías haber mandado a Roberto.
Ambos nos reímos.
Una vez allí, el rumor de la música y la gente inunda nuestros oídos y dejamos
de hablar, pero no nos soltamos. Siento que soltar a Javi ahora mismo sería como
hacer puénting sin arnés.

***

Cuando entramos, suena «El caso de la rubia platino», en voz de Leiva, y Javi
me da la mano para que vayamos hasta la barra y pidamos dos cubatas.
—¿Tú qué quieres? —pregunta, pero me encojo de hombros. La verdad es que
me da igual. Ahora mismo solo quiero beber.
—Lo que sea, me fío de ti.
Javi abre mucho los ojos, asiente y toma aire henchido de orgullo antes de
pedir al barman. Dos minutos más tarde tengo un mojito de fresa entre las
manos. Poco cargado. Muy poco cargado, en realidad. Dudo hasta de que lleve
una gota de alcohol.
—Gracias. —Le doy un beso en la mejilla a modo de agradecimiento y él me
lo devuelve a mí en la frente, el gesto universal de la ternura. Después le da un
sorbo a su mojito.
No nos escondemos. Sabemos bien a lo que hemos venido y vamos a
aprovecharlo, se ponga quien se ponga delante. De hecho, si alguien se pone
delante, mejor. No será moralmente correcto, pero me hace gracia jugar a esto
después de tantos años.
—No lo entiendo, Javi —grito en su oído.
—¿El qué?
—Por qué no salió bien. A mí no me pareces ningún capullo.
Javi se ríe y alza su copa para que brindemos.
—Todos tenemos pasado, preciosa.
—Ya, pero…
Niega con la cabeza, cortando el tema. Yo me encojo de hombros y le paso una
mano por detrás del jersey negro a él, pensando de súbito que no es la camisa
blanca de Tristán.
Me obligo a apartar de mi cabeza esa idea y me concentro en la canción, que
por algún motivo me sé de pe a pa. Y nadie sabe cómo agradezco que todo el
mundo se ponga a cantar el estribillo a todo meter.
—¡No por casualidad me temen en los casinos! ¡Me daban diez de los grandes
por el caso de la rubia platino! —vocifero junto a Javi, que se ríe a mi lado al
oírme.
—¡Venga ya! ¿Y tú eres feminista?
—Sí, ¿qué pasa?
—Que esta canción es de todo menos feminista, chavala.
—¡Esta canción es una crítica, tronco! Que no te empanas de nada.
—Claro que sí, engañarse a una misma está de puta madre. —Me guiña un ojo.
—¿Ves? Eso sí es machista. «De puta madre». ¿Por qué esa expresión es para
movidas que están mal y «padrísimo» para movidas que están bien? ¿Me lo
explicas?
—Uf, no, por favor, no te pongas en ese plan —se ríe.
Carcajeo.
—¿En qué plan? —pregunto.
Pero Javi me ignora y se pone a cantar de nuevo, rodeándome la cintura con
ambas manos.
—¡No dan para comer las putas del barrio chino! Hostia, qué feminista, ¿eh?
Igual que un facha en el 8M.
—Cállate, anda —me río más y le abrazo.
A pesar de todo, ahora mismo soy inmensamente feliz.
En lo que termina la canción y empieza a sonar la siguiente, Marcamos la
Normas, unos tíos del máster vienen a saludar a Javi, pero él no me suelta. Solo
se incorpora pasándome un brazo por encima de los hombros y brinda con ellos,
invitándome a mí también, algo que Roberto no hizo nunca.
En ese momento, sin embargo, veo entre los huecos de las copas a alguien más
y dejo de prestar atención al grupo.
Tristán levanta su copa y alza una ceja apoyado desde una de las paredes del
local. Está allí con algunos tíos de promociones anteriores que quizá
coincidieron con él. No evito levantar sutilmente mi mojito hacia él y pegarme
más a Javi, haciendo que niegue con la cabeza. Luego se ríe, baja la mirada y la
vuelve a encontrar con la mía.
Un segundo después, me llega un mensaje al móvil.
Tristán: Te veo bien con tu nuevo novio.
Carlota: Estoy enamoradísima. No hay nadie q pueda separarme de él.
Tristán: ¿Es un reto?

Primero flipo. Leo el mensaje tres veces. Me planteo si no estoy alucinando.


Después me compongo, le miro y sonrío mientras encojo un hombro de manera
sutil. Por último me quito la gabardina y se la tiendo a Javi, que la coge con el
otro brazo según sigue hablando. Tristán no pierde detalle de nada, ni siquiera
cuando me aparto el pelo del cuello, pero tampoco mueve ficha.
Carlota: Perro ladrador…
Tristán: Vaya, ¿soy yo, o estás pidiéndome que te muerda?

Me mordisqueo el labio de abajo y me río mientras miro la pantalla. Qué bien


tirada.
Todo desaparece cuando guarda el móvil y, con discreción, mueve un índice
para que me acerque a él.
Con un solo gesto ha conseguido atraerme como un mosquito a su adorada
trampa mortal. Una trampa luminosa y poderosamente sexy.
—Javi, voy a saludar a alguien, ¿vale? No salgo del local.
—Venga. Cualquier cosa me haces un llamacuelga y te busco.
—Nada. —Sonrío—. En cinco minutos estoy aquí.
Le pellizco la mejilla con cariño y echo a andar en dirección a Tristán.
DE MADRID AL CIELO
«Como un idiota» – Funambulista

C uando doy el primer paso hacia Tristán, empieza a sonar «Como un idiota»,
de Funambulista. Yo me río mientras escucho la letra, él se acomoda más
en la pared, se mete las manos en los bolsillos y me mira con esa sonrisa suya
tan seria. Está en un rincón, no como nosotros, que estábamos en el centro del
lío, por lo que sé que no nos van a ver. Si yo le he visto, siendo clara, es porque
tengo un radar para lo que tiene que ver con él.

Como un idiota
que se pone a maquillar de seriedad
lo que le importa.

Cuando estoy a dos metros de él, se ha separado del grupo con el que estaba
hablando, que ha rehecho su formación y le ha dejado fuera del círculo. Ahora
estamos solos en una esquina recóndita del local.
No digo nada, me limito a acortar la distancia que hay entre nosotros y,
acercando mi cara a la suya mientras me apoyo sobre uno de sus hombros, darle
dos besos lentos que él me devuelve cortés.
Demasiado cortés, teniendo en cuenta que estas semanas, en su despacho, no
ha dejado de recordarme las conversaciones de las horas tontas y que se nos han
ido los ojos más de dos, y tres…, y veinte veces.
Algo que pienso aprovechar a mi favor.
—Vaya. —Sonrío, mirándole de cerca—. ¿No piensas ni tocarme?
Él se ríe negando con la cabeza y mira un segundo al techo, mordiéndose la
lengua.
Sin embargo, un instante más tarde me coge de la cintura, me aprieta contra él
y da media vuelta rápida, dejándome acorralada contra la pared. Sus labios frente
a los míos, sus ojos observando mi boca, su nariz pegada a la mía.
No estaba preparada para esto.
Ni para que me gustara tanto. Pero me gusta. Me encanta.
—¿Suficiente? —pregunta mientras me clava la mirada más tentadora que me
han clavado jamás.
Y me siento bien. Me siento de maravilla. Y más fácil que la tabla del uno, eso
también, pero a veces una quiere sentirse poderosa e inaccesible y otras, así:
alcanzable, moldeable. Hacer las cosas fáciles porque sabes que quien está
contigo va a tratarte bien y porque te apetece, sin más.
Asiento en silencio mientras trago saliva. Después, para disimular un pelín y
jugar mientras hago como que esto no me ha vuelto completamente loca (nada
más lejos de la realidad), me llevo el mojito a la boca y compruebo que
efectivamente no nos ve nadie desde aquí. A mi izquierda hay una mesa alta, y a
la derecha está su grupito.
—No te ve nadie, tranquila —dice, como si me leyera la mente.
—Técnicamente, tú me estás viendo —improviso.
—Qué va…
—¿No? ¿Soy invisible? —Me siento un poco tonta respondiendo eso, pero no
me sale nada más, y no quiero dejar de hablar con él. Quiero aprovechar cada
segundo.
—No, tonta… —se ríe seductor—. Yo te estoy comiendo con la mirada.
—¿Tristán…? —Abro mucho los ojos y dejo caer el brazo que sostenía la
copa, reforzando con el otro el agarre que tenía sobre su hombro y mirándole a
esos ojos insondables. Él, cuando lo hago, da un trago largo a su bebida, se la
termina y deja el vaso en una mesa que hay justo a nuestra derecha, liberando su
mano. Yo también intento hacerlo, pero me resulta tremendamente difícil pensar
en el sabor de mi mojito con el olor de la ginebra bailando sobre su boca.
De repente quiero un gin-tonic.
Aun así, saco fuerzas de flaqueza y me termino de un trago lo poco que me
quedaba, sin perderle de vista. Después dejo el vaso justo donde él ha dejado el
suyo y me centro en su sonrisa. Una sonrisa preciosa, mitad atracción, mitad
ternura, aderezada con un pelín de intensidad.
Decir que ahora mismo no estoy en el cielo sería mentir. Estoy acorralada en la
esquina de un local con un tío que me vuelve loca y me mira como si fuera la
única persona en un sitio abarrotado, y todo lo que he sufrido semanas atrás
parece dejar de doler de repente.
—Lástima que hayas borrado las conversaciones, sería un muy buen momento
para retomarlas —susurro en un alarde de valentía.
Él se ríe en silencio y, con voz gutural, se acerca a mi oído y entona:
—Como si no te acordaras de lo que ponían.
—Tal vez no me acuerdo. —Ladeo un poco la cabeza, lo justo como para
encontrarme con sus ojos otra vez.
—Ya, guapa. Eso cuéntamelo cuando te estés acordando de mí esta noche.
—Vas a tener que hacer algo más que dedicarme palabras vacías para que eso
pase —me atrevo a decir. Y sé, sé de verdad, que estoy tensando la cuerda.
En ese instante empieza a sonar «Imperdible», de Rayden y Sidecars, y el local
se vuelve completamente loco coreando la canción, pero a mí no me sale la voz.
He gastado mi último cartucho con esa última frase.

Perdernos solo para reencontrarnos.


Dejar que se vacíe el cargador.

Aunque Tristán esté dispuesto a hacer que vuelva a tenerlo cargado.


Se acerca a mi cuello con lentitud, con un tiempo que consigue erizar hasta el
último centímetro de mi piel. Es consciente de que me está poniendo
tremendamente nerviosa; mi respiración abrasa su piel, pero le da igual, es como
si hiciera suyo el calor, como si domara las llamas. Luego sube con la mano que
tenía en mi cintura hasta mi nuca, la ladea y siento cómo se divierte. Su rodilla
va a parar al centro de mis piernas y yo cierro los ojos y le ahueco, dándole
permiso para notar todo su cuerpo contra mí, dispuesta a dejarme hacer.
—Háblame de la Teoría de Causalidad, Carlota —susurra con gravedad
después.
—¿Qué…?
—Vamos, nena, sé que puedes hacerlo.
Al principio titubeo un poco, pero pronto aprieto los párpados y me concentro,
dispuesta a hacer memoria y decir lo básico, aunque sea, para poder seguir con
este juego que no entiendo y me está llevando a las puertas del Infierno. Un
infierno que ahora mismo resulta placentero.
Nada más abro la boca para hablar de la teoría, sin embargo, noto cómo sus
labios impactan con pausa en la piel que hay bajo el lóbulo de mi oreja,
abriéndose después para dar paso a unos dientes que me muerden lenta, suave y
dulcemente durante unos segundos en los que descubro que no me estaba
llevando al Infierno, sino a algunos kilómetros de allí, al norte.
De Madrid al cielo.
Sonrío pensándolo mientras noto cómo su otra mano viaja a mi cintura,
sosteniéndome cuando me tiemblan las piernas. Él me recoloca sobre su rodilla y
me roza con suavidad, sabiendo perfectamente a lo que está jugando. Yo me
engancho a su cuello y me dejo hacer. Perder la cabeza en la esquina de un bar
como dos sacos de hormonas es mucho más agradable de lo que recordaba.
—¿De esto tampoco te vas a acordar?
—No lo sé —vacilo débil—, igual mi novio hace que me olvide…
—Claro que sí, guapa. —Me mira con seguridad—. Corre, ve a comerle la
boca y luego me lo cuentas.
Sonrío mientras me muerdo el labio y observo cómo vuelve a mi mirada
mientras se relame.
—Igual tengo otros planes…
Frunce el ceño con diversión y aprieta mi cuerpo entre sus dedos.
—¿Puedo preguntar cuáles?
Me humedezco los labios.
—¿Has probado los mojitos de fresa? —pregunto mientras le miro desde
abajo.
—No sé si te capto. —Sonríe.
—Desde luego que lo haces —respondo y, mientras con una mano hundo mis
dedos en su pelo despacio, con la otra viajo hacia sus labios y los recorro con el
pulgar.
Y ver mis uñas azules sobre su boca me parece tan surrealista como bestial.
—A no ser que prefieras no recordar esto en clase cuando me veas —añado.
Pero él también debe percibir el surrealismo y la bestialidad, porque se pega
más a mí, uniendo sus vaqueros a mi mono, su camisa a mi pecho y su frente a la
mía, y, con una lentitud sublime empieza a acercarse a mis labios, milímetro a
milímetro, paso a paso, hasta que nuestros alientos se funden y corroboro que
estoy a punto de besarme con él.
—Estoy loco por recordar esto en clase cuando te vea.
Al fin.
PISANDO FUERTE
«Devuélveme a mi chica» –
Hombres G

H a pasado todo demasiado deprisa, demasiado confuso, demasiado abrupto.


Estaba a punto de besarme con Tristán, a oscuras y bajo el influjo de una
música lenta y embriagadora, pero, de repente, como si el hechizo se deshiciera,
las luces se han encendido y Rayden y Sidecars han dejado de cantar.
Ahora solo se oyen gritos.
Cuando entiendo de dónde vienen, creo que me quiero morir.
Tristán me mira con el ceño fruncido mientras yo trato de entonar algo que no
sé ni qué es. No sé qué hace él aquí ni cuándo ha llegado, pero acabamos de oír
con total nitidez cómo Roberto gritaba el nombre de Javi. Solo un segundo
después, vociferaba:
—¿¡QUÉ COJONES HACES CON EL ABRIGO DE CARLOTA, CABRÓN!?
Cierro los ojos y siento que un mareo me sobreviene de repente, pero Tristán y
yo miramos de reojo al centro de la pista y sé que debo reponerme. Mi ex tiene
cogido a Javier por el cuello de la camisa, y aunque él está tratando de ser
conciliador, no lo va a conseguir. Roberto está encendido, furibundo, ido. Sus
ojos anuncian unas ganas demasiado peligrosas de saltarle a la yugular a
cualquier persona que tenga que ver algo conmigo.
Y da mucho miedo.
—Tengo que ir —digo, sin embargo, mientras me incorporo—. Le va a hacer
daño a Javi.
Pese a que estoy a punto de alejarme, Tristán me da la mano con urgencia,
niega y responde:
—No, ni de coña. Está fuera de sí. —Y resopla de pura frustración antes de
soltarme del todo y mirar a uno de sus colegas—: Leo, tío, cuídamela, por favor.
Que no se le acerque el imbécil del polo rojo.
El tal Leo, que es un chico alto, de ojos oscuros y pelo azabache bien
recortado, sonriente y con una piel negra preciosa, asiente y me saluda amable y
tranquilizador, guiándome hacia el círculo donde están sus otros amigos. Yo, con
todo, solo puedo pensar en una cosa que ha dicho según veo cómo se aleja
remangándose los puños de la camisa.
«Cuídamela».

***

Ni yo ni nadie perdemos detalle de lo que está pasando en medio de la pista. La


cosa no ha pasado a mayores, por eso el puerta no se ha metido (a todas luces
pasa de movidas), pero si no lo ha hecho es porque Javi no tiene ganas de darse
de hostias con Roberto y trata de calmarle en su modo más diplomático. Tristán,
por su parte, aún valora si lo mejor es entrar o quedarse al margen. Sabe que un
paso en falso podría ser fatal.
—¿Está contigo? ¿Está aquí? —pregunta un Roberto visiblemente alterado.
Luego mira hacia todas partes. Me está buscando. Yo me hago un poco
pequeñita al lado de Leo y noto cómo los del pub bajan las luces, cómplices. No
saben cómo lo agradezco—. ¿¡DÓNDE COÑO ESTÁ!?
—Tío, no quiere verte —dice Javi, pasándole mi gabardina a la chica de la
barra, que la dobla y la guarda dentro. Después, todo lo mediador que puede,
como ha hecho hasta ahora, en la universidad y en su piso, se acerca a mi ex.
—No, no, ¡NO! —exclama Roberto—. Quiero verla. Necesito hablar con ella.
¡Carlota! —grita después, mirando a todas partes—. ¡CARLOTA, HOSTIA, QUE
VENGAS!
Javi trata de calmarle poniéndole una mano en el hombro, pero Roberto se gira
de súbito y le da un empujón que ni Javi ni nadie ve venir. El pub entero ahoga
una exclamación.
Por suerte, para cuando eso pasa, Tristán ya ha entrado en escena y le ha
puesto una mano a Javi en la espalda para que no se dé contra toda la barra. Algo
que también agradezco muchísimo, y no solo por la ayuda que representa en este
momento, sino porque así Javi verá que Tristán no es tan mala gente como cree.
Aunque eso no es lo que más me preocupa ahora mismo.
—¿Y tú qué coño haces aquí? —pregunta Roberto. Tristán enarca una ceja,
ayudando a Javi a terminar de estabilizarse. No entiende cómo de repente le ha
perdido todo el miedo y le habla con esa agresividad. Tampoco yo lo hago—.
¿Te estás tirando a mi novia?
Tristán resopla, visiblemente harto.
—En primer lugar, no me estoy tirando a nadie. Y en segundo, Carlota ya no
es tu novia —responde en mi defensa.
No sé en qué momento ha sido, pero empiezo a notar cómo las lágrimas caen
por mi rostro. Leo me toca la espalda y me pregunta si estoy bien. Yo niego con
la cabeza. No lo estoy, pero no me sale la voz. Solo quiero correr hacia allí y
parar todo esto de una vez.
Quizá por eso lo hago.
Quizá por eso echo a correr y aparezco allí, interponiéndome entre ellos como
un terremoto que nadie espera y sacude la tierra sin avisar.
Quizá por eso me zambullo en el centro neurálgico del conflicto.
Y quizá por eso me voy a dejar llevar.
Le doy la mano a mi amigo, aunque intercambio una mirada rápida con
Tristán; no quiero que piense que me he olvidado de él. Adoro a Javi, pero no
son sus dedos los que quiero ahora enlazados a los míos. Son los de mi tutor.
Pero eso no va a pasar; tenemos que ceñirnos al plan.
—Se acabó, Rober —digo. Y oigo cómo Tristán masculla que me vaya, que no
debería estar aquí. Pero lo estoy. Lo estoy y voy a terminar con esto.
—Carlota, cariño… —Suaviza el tono, como si sirviese de algo. No me olvido
de todo lo que ha dicho hasta ahora. De cómo ha empujado a Javi. Del acoso y
derribo de las pasadas semanas.
De todas las llamas que nos envolvían y me he negado a ver hasta ahora. De
toda la falta de confianza. De todo lo que estaba mal. De cómo ardíamos.
—No me llames eso, Roberto. Hace tiempo que dejé de serlo. Y, francamente,
dudo si lo llegué a ser alguna vez. Del cariño no nacen estas actitudes.
—Claro que sí, Car. —Aprieta las cejas y dibuja un puchero deprimente—.
Podemos volver a estar bien.
—Carlota… —advierte Tristán.
—Por favor, tío, no hagas eso —dice Javi, aunque después se gira hacia mí y
dice—: Carlota, hablamos después en casa, haz caso a Tristán.
En ese momento, algo dentro de Roberto hace clic. Y sus ganas de arreglar las
cosas, de hablar pausadamente y de disimular el enfado se evaporan para volver
a estar fuera de sí.
Supongo que es lo que sucede cuando interpretas un papel que no es el tuyo: el
actor no encaja en la piel del personaje y acaba estallando dentro de él.
—Un momento, ¿es ahí donde te vas, cabrón? —Le pone un dedo acusador
sobre el pecho a Javi —. ¿Por eso tenías tanta prisa? Te vas con ella, ¿verdad?
¿¡Estáis juntos!? ¡RESPONDE, COÑO!
Voy a echarme un poco hacia adelante para hablar con él, pero aprovechando
que las luces están cada vez más bajas y la música empieza a sonar de fondo
(entiendo que para aligerar el ambiente), Tristán me agarra sutil de la cintura y
me echa hacia atrás. Lo hace a la vez que Javi me para, apretándome la mano.
No quieren que dé un paso más adelante, y lo entiendo. Pero si ellos están
metidos en esto es por mí.
Niego con la cabeza y miento:
—Sí, Rober, estamos juntos.
La mirada de Rober se vacía en un segundo.
El mismo segundo en el que Javi se tensa a mi lado y sé que la luz tenue no ha
servido de nada. Que la música no lo ha hecho. Que nada ha conseguido que la
vorágine se detenga y vuelva la calma.
Porque Rober, con lo que cree que es la dignidad, entona:
—Muy bien. Ahora sí que se acabó, Carlota. Lo nuestro se ha ido a tomar por
culo. No esperaba esto. No esperaba que te fueras con él. —Me señala—. Me
has decepcionado muchísimo, tía.
Aunque ambos están a punto de saltar, los freno, ahora sí, dando un paso al
frente hacia Rober. Debo aprovechar que ha cambiado de actitud. Que ha dejado
la violencia a un lado, aunque sea durante unos segundos, y ha adoptado esa
postura de digno despecho donde solo él cree que tiene la razón. En el fondo,
todos sabemos que la última palabra es mía.
Y la pienso decir:
—Roberto, hace tiempo que se acabó, y te dejé yo hace casi un mes, como
llevo intentando hacerlo un año. No es asunto tuyo ni de nadie —enfatizo, más
para que lo oigan los demás que para que lo oiga él— con quién decida pasar mi
vida.
En ese momento, además de la mano de Javi acariciando la mía, noto cómo
Tristán da un paso junto a nosotros y me pone la mano en el hombro para
alentarme. Es un gesto que a mí me ayuda, pero a Roberto no hace sino
encenderle más, a juzgar por su risa sarcástica y la última mirada que me dedica.
—Ahora lo entiendo. Te los tiras a los dos. —Se ríe de nuevo. La agresividad
va volviendo poco a poco a él, como una ola furiosa arrambla contra las rocas
después de unos segundos de mar en calma—. ¡Cojonudo, Carlota! ¡Así
practicas para el jurado de la convención! —espeta, aprovechando que Tristán
comentó ayer en el aula que íbamos a ir juntos. Roberto sabe cómo ir a joder, y
pone la guinda cuando dice—: Buena suerte debajo de la mesa, zorra.
A mí no me sale la voz. Me siento como un barco varado que no ha visto venir
el temporal y ahora, roto, busca sus trozos a la deriva. Doy un paso atrás. Javi lo
nota, y va a intervenir por última vez para defenderme:
—¡Venga ya, Rob…!
Sin embargo, ni siquiera termina de decir su nombre.
El pub al completo se queda en silencio cuando Tristán da un paso al frente y
le hunde el puño en la boca a mi ex.
—Lávate la puta boca antes de volver a hablar de ella. No me temblará el pulso
si te la tengo que volver a cerrar.
LA PATADA
«Tralará» – Conchita

R oberto se ha ido nada más el puerta le ha dado la patada. Nos ha dicho que
pretendía hacerlo cuando ha oído lo que me llamaba, pero cuando ha visto
cómo actuaba Tristán ha preferido no intervenir, porque, en sus palabras: «Aquel
bruto necesitaba que le dieran una lección». Dentro ha empezado a sonar la
versión de Carlos Sadness de «Groenlandia», para suavizar el ambiente, y yo me
he quedado en la acera con Javi y Tristán, uno a cada lado de mi cuerpo,
esperando a que se me pase un poco la tensión después de vivir todo esto. Leo
también está aquí, a algunos centímetros de su amigo.
Se suponía que yo solo venía a hacer un poco el papelón con Javi para que la
gente pensara que estábamos juntos.
A ver, técnicamente lo hemos conseguido, y con creces. Para este momento
dudo que haya alguien en España que no crea que estoy liada con mi mejor
amigo. Pero no tenía que suceder así. Tristán no tenía por qué pegarle. Ni por
qué soltarle esa frase. Ni por qué intervenir, siquiera.
Y tampoco tendría por qué estar ahora mismo aquí, conmigo.
De hecho, todo esto hace que no podamos cerrar el capítulo.
—¿Por qué lo has hecho, tío? —pregunta Javi, que a todas luces piensa lo
mismo que yo.
Tristán, que jugueteaba pensativo con algunas piedras del suelo, se gira hacia
él y le mira con esos ojos achinados suyos, como si hubiera dicho una gilipollez.
—¿Perdona?
—No hacía falta partirle la boca —explica Javi.
Se ríe sarcástico.
—Claro, tu diálogo estaba yendo de puta madre…
—Eso es sexista, ¿lo sabes? —dice, más para chincharle que porque le
importe. A mí casi se me escapa una risa nerviosa, pero consigo ahogarla.
—No me toques los cojones, Mateos.
—No me los toques tú a mí, Acosta —responde. De repente está muy serio.
Empiezo a estar harta de estar entre dos fuentes de testosterona, así que
intervengo:
—¿Podéis dejar de medir quién tiene la polla más grande, por favor?
Los dos se callan de inmediato y me miran descolocados.
—En serio, estoy un poco cansada. —Me levanto y los miro—. Os lo
agradezco muchísimo, de verdad. A ti por ser tan diplomático, y a ti por
romperle la boca, porque yo también quería hacerlo, para ser sincera. —Miro a
Javi, que tiene los ojos muy, muy abiertos, y me encojo de hombros—. Lo
siento, yo tampoco soy perfecta, y me ha llamado zorra.
»Pero todo esto es muy difícil, y empiezo a hartarme. Yo solo quería venir a
hacer el papel, reírme un poco, beberme un par de copas y volver haciendo eses
a casa. No quería que nadie tuviera que cuidarme. —Miro al amigo de Tristán y
le sonrío—. No te ofendas, Leo, eres majísimo y me caes genial. —Ahora miro a
Tristán y me acuclillo delante de él, dándole la mano y apretándosela—. Y tú
tampoco me malinterpretes, que te veo la cara. Que me quiera proteger a mí
misma no significa que no me guste que también me protejan los demás. Es solo
que… —Me encojo de hombros y le clavo la mirada. Siento que este momento
es más íntimo que muchos de los que hemos tenido y entiendo que nuestra
relación ha cambiado antes casi de que nos diéramos cuenta—. No sé, hoy no me
apetecía ser el centro de atención porque nadie tuviera que cuidarme. No así, al
menos. No tan a lo bestia. Yo solo quería… Yo qué sé. Hacer lo que estaba
haciendo hasta que Roberto ha aparecido. —Cierro los ojos, suspiro y los vuelvo
a abrir para mirar una última vez a Tristán. Espero que lo capte y le separo la
mano acariciándosela—. Pasármelo bien.
Y tal y como antes se ha deshecho el hechizo, ahora se rehace de nuevo.
En el pub empieza a sonar Tralará, de Conchita, animando el ambiente cuando
oímos cómo todo el mundo empieza a cantar dentro del local.
Lo chulo de Madrid es esto. Un momento estás dejando a tu ex, y quince
minutos después nadie se acuerda porque hay una canción chulísima sonando
por los altavoces.

Qué jodidamente increíble es quererte.


Qué jodidamente increíble es tocarte, besarte, mirarte, abrazarte y poder
pensar…
que tengo poco más de dos minutos.

Y eso es todo, absolutamente todo lo que necesitamos. Javi se levanta, me pasa


un brazo por encima de los hombros y me da un beso en la mejilla, provocando
que una ceja de Tristán se levante.
—Te jodes, Acosta, esta noche es mi cita.
—No sé si ella opina lo mismo que tú —se ríe irónico mientras se levanta y
nos mira.
—Algo tuve que hacer bien en esta vida y me lo recompensan en esta
partida… —canto, más para desviar el tema que porque me apetezca.
Javi frunce el ceño y me mira, pero yo desvío la mirada.
—No jodas, ¿has ido a saludarle a él?
—Qué jodidamente increíble es quererte… —continúo. Leo, cómplice, se
descojona, y Tristán se cruza de brazos y se muerde el labio con diversión.
—Dile que te hable de la Teoría de Causalidad —interviene Tristán, y le da
dos toquecitos en el hombro a Javi.
—Tengo cosas mejores que ofrecer que la puta Teoría de Causalidad —
responde Javi, pero yo reviento en una carcajada que rompe el cielo y la tensión
que habíamos tenido hasta ahora.
—Permíteme dudarlo —dice Tristán, acompañando mi risa.
—Eh… ¿Carlota? —Javi me mira con ambas cejas alzadas.
—No le hagas ni caso, es un flipado.
—Ya, eso ya te lo dije yo, pero tú te empeñas en ir cada día al despachito de la
magia. —Pone los ojos en blanco.
—Anda, qué bien vas hablando por ahí de mí, ¿eh, chato…? —responde
Tristán, rápido. A veces da vértigo lo listo que es.
—Bueno, ya vale —intercedo, antes de que esto pase a mayores otra vez. Solo
quiero meterme en el pub y bailar—. ¿Entramos?
—¿Tantas ganas tienes de comerme la boca, Carlota? —juega Javi.
—No sabes cuántas —le miro y empiezo a lanzarle besitos y apretarle las
mejillas—. Y de beber hasta ir contentilla también, que el mojito que me has
dado era sin alcohol, sobreprotector—. Tristán carraspea e intercala entre las
toses un «pagafantas». Si hace un mes me dicen que mi tutor estaría haciendo
esto, no me lo habría creído.
Javi hace ademán antes de darse media vuelta y empieza a andar. Leo hace lo
mismo, asumiendo que Tristán le seguirá, y yo voy detrás.
Sin embargo, un instante antes de que entremos, aprovechando la confusión,
una mano tira de mí con suavidad y me acerca a su cuerpo. Y entonces…
Tristán.
Tristán susurrando en mi oído.
Tristán pegándome a su cuerpo con la mano sobre mi vientre.
Tristán diciendo:
—Cuando estés en casa me cuentas si un besito tonto es capaz de hacer que te
olvides de la Teoría de Causalidad.
—¿Es un reto? —pregunto imitando sus palabras del principio de la noche sin
mirarle. Mi cuerpo entero arde de deseo entre sus dedos.
Él me lleva un segundo a un árbol que hay justo en la entrada, nos esconde y se
pega al tronco, colocándome a mí con la espalda sobre su pecho. Cuando lo hace
y me dejo caer sobre su cuerpo, hunde los labios sobre mi cuello y lo besa con
cuidado. Luego me abraza por delante del vientre, me atrae más a él mientras
sube, y sube, y sube…, hasta que llega a la línea de mi mandíbula y siento que
me encojo.
—Tristán… —susurro.
—Espero el veredicto.
—No voy a jugar con los dos. —Me dejo caer entre sus brazos—. No es mi
estilo.
—Nadie piensa que estés jugando con nosotros, Zambrano. —Deposita otro
beso sobre mi cuello. Me estremezco como hacía tiempo que nadie conseguía
que lo hiciera—. Solo te estoy diciendo que te dejes llevar. ¿Que Javi hace que
te olvides de esto? Perfecto. Al fin y al cabo, has venido a divertirte y callar un
par de bocas, ¿no? Pues hazlo a lo grande. Pero, si aun comiéndole la boca, no te
olvidas, háblame esta noche, cuando estés en casa, a la hora que sea.
—Para que borres las conversaciones justo después…
—No importa si las borro o no. Tú sabes que han estado ahí, que todo esto ha
pasado, y eso es lo único que importa.
Nuestro momento se alarga unos instantes más, pero al final noto cómo me
vibra el teléfono y suspiro a la vez que entiendo que se ha acabado la
conversación. Sin embargo, un segundo antes de irme, ladeo un poco el cuello
para mirarle desde delante. Después uno mi nariz a la suya y nos acariciamos. Es
íntimo. Mucho más de lo que pensé jamás que podría ser con él. Pero supongo
que hay relaciones que tardan años en fraguarse, y hay otras que con un vacile en
el momento adecuado, un par de conversaciones y un momentazo en un pub van
cuesta abajo y sin frenos. Él sonríe.
—¿Quieres que te haga un spoiler? —pregunto.
—Adelante.
—Te voy a hablar.
Sonríe más.
—Pero también voy a tomarte la palabra y a ponerte celosísimo. —Pienso un
poco, decido que no quiero hacerle daño y digo—: Aunque no le bese.
—No, Carlota. —Me pone las manos sobre la cintura y me gira, dejándome
justo encima de él y haciendo que note que él también está encendido—: Hazlo.
Bésale. Recupera los años de ligues que no has tenido. Haz todo lo que te salga
de las narices. Y cuando lo hayas hecho, cuando lo hayas probado todo hasta
cansarte, entonces avísame y te enseñaré qué pasa cuando te enfrentas al final
boss.
—Ya, ¿y serás el definitivo, el príncipe azul? —le vacilo al tiempo que hundo
mis dedos en su pelo una vez más. No puedo dejar de mirarle.
Sonríe seguro de sí antes de responder. Una sonrisa que me encanta. Exuda
firmeza.
—Por lo menos seré el que haga que te olvides de todos esos niñatos y te
diviertas un rato sin pensar de más.
Quizá es ir un poco a tiro fijo por su parte, pero no puedo evitar devolverle la
sonrisa, porque ha surtido efecto. Y sonrío más de lo que lo he hecho en toda mi
vida, por eso hundo la nariz en su cuello y lo hago desde allí, feliz, a pesar de
todo lo que ha pasado y va a pasar esta noche.
Y entiendo que puede que de eso se trate: de soltarme el pelo sin miedo a
ahondar en esas aguas desconocidas que las redes de amarre que me ataban no
me han dejado explorar, pero donde ahora puedo nadar tranquila, desnuda, libre,
explorando cada sensación, porque hay un faro que confía en mi llegada y
esperará para iluminarme cuando esté preparada.Me separo de su cuerpo con
movimientos perezosos, cariñosa, cuando mi móvil vuelve a sonar. Es Javi.
—¿Entras, gatita?
—Enseguida voy, cariño —respondo mirando a Tristán. Él sonríe de medio
lado y niega con la cabeza, como diciendo «Niños…».
—Va, ¿te pido algo mientras tanto?
—Un gin-tonic, porfa. Me he quedado con ganas.
—Venga, no le comas mucho la boca a ese, que es un paleto.
—Ya, bueno…
—Carlota, tiene mucho que demostrar aún, ¿vale? —insiste, más serio.
—Vale. Te veo dentro. Te quiero.
—Joder, qué bonito. Y yo a ti, guapa mía, pero no se lo digas a Inés.
Cuelgo y me guardo el móvil. Después me separo, todavía con la misma
sonrisa tonta, y me voy a despedir de Tristán, que se queda apoyado en el árbol
hasta que doy el primer paso.
El segundo, ¿cómo no?, no lo llego a dar.
Tira de mi muñeca y me atrae hacia su cuerpo de nuevo, haciendo que caiga
encima de sus brazos, como si me hubiera cogido al vuelo (bueno, en realidad es
exactamente lo que ha hecho; solo que si he estado a punto de comerme el suelo
es por su culpa). Y entonces me planta un beso en la mejilla que me deja
bloqueada. Un beso lento, estudiado, cuidadoso. El beso en la mejilla más
romántico, intenso y bonito del mundo.
—Que lo iguale, si puede.
Después deja de tocarme y se separa de mí.
—No hay quien te entienda, Tristán Acosta. —Sonrío con las mejillas
encendidas.
—Veremos si después de todo esto tú lo haces.
—Veremos.
Tengo la sensación de que todo esto solo acaba de empezar.
QUE SEA TU CHICA YEYÉ
«Y yo» – Funambulista y Efecto Pasillo

«Y yo», de Funambulista con Efecto Pasillo, empieza a sonar nada más entro
en el local. Allí me recibe Javi, que me coge por la cintura y me tiende el gin-
tonic.
—Bueno, qué, ¿me has hecho caso o te lo has pasado por el forro y le has
comido la boca? —pregunta sonriente mientras me lleva a la pista.
—Qué va, es demasiado cauto —me río y le doy un sorbo largo a mi bebida—.
Pero ¿puedo pedirte un favor?
—Todos los que quieras.
—Este es raro con ganas.
—Mientras no me pidas que te dé un hijo, Carlota, soy tu hombre.
—No voy por ahí, pero casi. —Me acerco a él y susurro—: Necesito que me
ayudes a poner muy celoso a alguien que cree que es imposible que lo consiga.
La sonrisa lobuna de Javi se ensancha según se repasa los dientes delanteros. Y
no miro, pero por cómo mira después hacia la puerta no me hace falta para saber
que Tristán está dentro del local. Lo sé. Lo sabemos todos.
Ahora sí, empieza la función.
—Prepárate para el mejor beso de tu vida, cariño. —Me lleva al centro de la
pista de la mano y, tras darme una vuelta, me pega a su cuerpo, me mira y me
guiña un ojo. Yo me río, nerviosa de repente, aunque estoy pasándomelo en
grande. Sin embargo, no me besa. No aún. Se limita a bailar conmigo como si le
fuera la vida en ello.
—Menudo farol —me quejo, divertida.
—Todo a su tiempo… —dice, como dije yo—. Vas a ver el Javierpower en
vivo y en directo.
Me empiezo a reír, y ahí, entonces, sí avisto a Tristán.
Me mira desde la barra y levanta una copa, pero yo le saco la lengua y
continúo bailando con Javi, abrazándole por el cuello. De acuerdo, no es el
hombre de mi vida y no es la primera persona con la que me quiero liar ahora
mismo, pero ¿por qué no vamos a reírnos un rato? ¿Por qué no vamos a ser
libres? Todos hemos demostrado estar a años luz de las actitudes tóxicas de
Roberto. Solo queremos disfrutar. Además, necesitamos seguir con la función.
Más aún después de que Tristán le haya partido la boca a mi ex.
Apuro el gin-tonic en lo que termina la canción y, nada más la siguiente suena,
lo dejo en la barra, asegurándome de pasar cerca de mi tutor.
Ahora sí, estoy dentrísimo. Y Javi, cuando oye cómo «Chica yeyé» empieza a
sonar, también.
Primero me arrastra a la pista de nuevo, y debo decir que me deja loca con lo
bien que baila el twist. Ahora mismo, absolutamente todo el mundo se fija en
nosotros. En pocos segundos, ha conseguido que la pista esté despejada y a nadie
le importa ya el numerito de Roberto (ni siquiera a mí) porque el ambiente ha
cambiado de manera radical. Solo un par de parejas más se atreven a bailar con
nosotros, haciendo que seamos el centro de atención.
Hace años que no me dejo llevar así, como si bailar fuera lo único importante
de esta vida, esta discoteca el único lugar del mundo y yo la única mujer.

El pelo alborotado
y las medias de color.
Una chica yeyé, una chica yeyé,
que te comprenda como yo.

Nada más termina el estribillo, sucede. Javi me sube sobre su cintura, me


agarra del pelo con suavidad y, haciendo honor al capullo integral que lleva
dentro, me guía hacia la barra, me coloca en el taburete que hay al lado del de
Tristán y, tras una mirada fugaz a nuestro profesor, zambulle su boca en la mía
arrancándome un grito de sorpresa.
Me cuesta una barbaridad centrarme, y no solo porque Javi me recorra los
labios como si llevara haciéndolo toda su vida, sino porque tengo a Tristán
Acosta al lado. Al lado. Este no es el beso que esperaba. Aunque, siendo clara, sí
es el que más me conviene ahora mismo si quiero callar algunas bocas. De modo
que, intentando ignorar que tengo al lado al tío por el que pierdo la respiración,
le lanzo una mirada veloz, me abrazo a Javi, le correspondo y le como la boca
con nocturnidad, alevosía y tratando de ocultar que estoy partiéndome a
mandíbula batiente. Cedo al vaivén de su boca, a sus manos sobre mi cuerpo, a
su sonrisa frente a la mía, a su lengua buscándome.
Cuando Javi se ha asegurado de que todo el mundo nos ha visto (especialmente
una persona), se separa de mí, me da un pico rápido en los labios, un millón de
besos en la mejilla, y me vuelve a sacar a la pista a toda leche a terminar la
canción, aunque ahora más que bailar nos abrazamos y nos partimos el uno en
frente del otro.
Antes de hacerlo, pese a todo, ha lanzado otro guiño, esta vez a Tristán,
mientras yo le miraba. Él ha sonreído, seguro de sí, y se ha cruzado de brazos,
pero no se ha ido. Se ha quedado ahí.
Y yo siento que una parte de mí se ha quedado con él todo el rato, porque mi
boca estaba con la de Javi, mis manos encima de él, mis ojos a milímetros de los
suyos; pero mi cabeza solo podía pensar cuánto deseaba que no fuera mi mejor
amigo quien estuviera conmigo en ese momento. ¿Qué habría pasado si hubiese
sido Tristán? ¿Cómo me habría besado él? ¿Habría sido lento, rápido, tierno,
intenso, explosivo? ¿Habríamos bailado al terminar? ¿Nos habríamos ido con la
música a otra parte?
Me temo que nunca lo sabremos.
SEGUNDA PARTE
«Quédate» – Funambulista y Maldita Nerea

M e paso el resto de la noche bailando con Javi. No volvemos a comernos la


boca, pero tampoco deja de repartirme besos tontos por las mejillas y la
frente, ni tampoco para de reírse conmigo. Ambos sabemos que lo que ha pasado
antes no ha sido más que un juego, y estamos más que conformes con ello.
Pero cuando llega la última canción, «Quédate», decido que cambie el
ambiente.
—No sabe lo que se pierde, Javi —susurro mientras enlazo los dedos tras su
cuello.
—Lo sé, beso de put… Perfectamente.
Ambos nos reímos, pero yo no voy por ahí, y me dispongo a explicárselo. Con
todo, añade rápido:
—No, Carlotita, ahora en serio. Ya te dije que no fue ella. —Y en ese
momento sé que me ha cazado al vuelo. Aun así, sonríe calmado.
—Ya… —Apoyo la cabeza en su hombro, pero no dejo de mirar hacia la barra.
Tristán sigue allí, completamente zambullido en algo que hay dentro de su
teléfono—. Dime una cosa, Javi.
—Lo que quieras.
Le miro de reojo y, antes de hablar, le dedico una sonrisa comprensiva.
—¿De verdad esperas que me crea que no estás intentándolo de nuevo?
Javi se separa unos centímetros de mí, aunque no dejamos de balancearnos.
—¿Perdón?
—Sé que quieres volver a conquistar a Inés.
—Claro. —Sonríe—. Y por eso beso a su mejor amiga delante de todo el
mundo.
—Sabes de sobra que ella lo sabe.
—Y le da igual… —Suspira.
—¿Tú la ves aquí, Javier Jesús? —susurro mientras vuelvo a apoyar la cabeza
en su hombro.
—He supuesto que no quería verme. —Me acaricia la cabeza y lo sé: él
desearía acariciársela a alguien más, y yo desearía que quien hundiera sus dedos
en mi pelo también fuera otro. Pero nos conformamos. Estamos cómodos.
Hemos desarrollado la amistad más cómplice, sincera y bonita que podríamos
encontrar en los casi ocho miles de millones de personas que hay en el mundo.
—Lo que no quería era ver cómo nos besábamos, cariño —explico.
Cuando le miro de nuevo, deja de moverse y me mira.
—Pero la rechacé, Carlota…
Encojo un hombro.
—Nunca es tarde si la dicha es buena. Aprovecha que te mudas con nosotras.
—Ya… Unas semanas.
—Bah, en Madrid encontrar piso es difícil —digo y le guiño un ojo—. Y no va
a dejar que duermas eternamente en el sofá. Ya la oíste en La Dolores, la idea
fue suya.
Sonríe.
—Gracias por eso; por no delatarme. Pensaba que me vería.
—Gracias por no delatarme tú a mí. Por ser mi cómplice en todo esto. Por
todo.
Javi se inclina sobre mi oído y, pillándome por sorpresa, susurra:
—¿Incluso por hacer como que no sé que estás pilladísima por Tristán y que él
también está actuando en la universidad?
Parpadeo y empiezo a boquear como un pez fuera del agua.
—¿Inés…?
—No, guapa —se ríe—. Pero tengo ojos en la cara. Y ese tío de ahí… Bah. Ya
te contaré, ¿vale?
Asiento, pero no digo nada más. En su lugar, me abrazo más a Javi, hasta que
él dice:
—Siempre, Carlotita. Siempre estaré contigo. Aunque te guste ese tonto a las
tres.
—No dudes que yo también lo estaré cuando te toque vivirlo a ti.
—¿Cuando me toque a mí? ¿A mí también me gustará ese tonto a las tres?
Me río y niego con la cabeza. Finalmente, respondo:
—Esta historia tendrá segunda parte. La tiene que haber.

***

Nos separamos cuando ya solo quedan algunas parejas y personas


desperdigadas en el pub. Tras la canción lenta, la mayoría se han ido a buscar un
after o se han recogido, y quienes quedan ya no nos conocen o no se acuerdan de
que lo hacen. Hay demasiadas caras en Madrid como para guardarlas todas en un
rincón de la memoria. Y está bien.
Antes de irme, me animo a buscar a Tristán para despedirme, aunque también
estoy deseando llegar para escribirme con él.
Primero lo hago dentro del local. Lo recorro con la mirada un par de veces.
Alzo el cuello, me escurro entre unos y otros grupos de la resistencia del pub…
Sin embargo, no está, por lo que me vuelvo a poner mi gabardina y me dispongo
a salir. Antes de que lo haga, Javi me tiende la mano, yo se la doy y sale
conmigo.
—¿No piensas soltarla ni un segundo? —pregunta una voz a nuestras espaldas.
Javi y yo sonreímos, sabiendo que la voz a nuestras espaldas es la misma que
yo estaba buscando. Después nos giramos y vemos cómo Tristán nos observa
con media sonrisa seria alzada. Javi me da un beso en la frente y entona:
—Voy a pedir un taxi, y como el novio para nada tóxico que soy, me voy a la
acera de ahí para que os despidáis. —Después me dice—: Pero si te molesta me
lo dices y vengo y le escupo. A mi Carlotita no la molesta nadie. —Tristán pone
los ojos en blanco—. Por cierto, luego tenemos que pasar por el piso a dejar las
llaves y pillar las maletas, si es que Roberto no les ha prendido fuego. Pero no
creo que tardemos mucho.
—¿Estás de coña? —interviene Tristán mientras se incorpora.
—No. —Se encoge de hombros—. ¿Qué esperabas, que viniera con tres
maletas de veinte litros y todos mis trastos a cuestas?
—Que los llevaras primero a su casa, lumbreras… —Enarca una ceja y se
cruza de brazos. Yo, entretanto, escucho y me ato mejor la gabardina mientras
me planteo por qué hablan estos dos con tanta naturalidad y si tiene algo que ver
el comentario que me ha hecho antes Javi o si solo es porque tuvo una relación
con su prima. Pero no me da la cabeza; son las seis de la mañana y hace un frío
que pela, así que me limito a escuchar cómo siguen discutiendo—. ¿De verdad
vas a hacer que espere en el piso de Roberto?
—¿Prefieres que haga ciento cincuenta viajes y no las deje dormir porque me
tengan que abrir la puerta?
—Prefiero que pienses, Javi.
—Perdone, señor Acosta, me falta un máster para ser tan listo como usted. —
Pone los ojos en blanco.
—Te faltan dos, que este aún no lo has terminado. —Le guiña un ojo.
—Ay, sí… Perdona, se me olvidaba que soy tontito por no tener tantos
estudios como tú. Ah, pero el beso me lo he llevado yo, ja, ja. —Se gira hacia mí
—. Lo dicho: no tardaremos mucho.
Tristán resopla.
—Pero ¿qué carajo te pasa? Qué pelma, tronco —vuelve Javi.
—Ya te lo he dicho: me pasa que no me puedo creer que la vayas a hacer
esperar en un taxi sola mientras tú subes.
—Uf. ¿Es siempre así? —Me mira—. Huele a masculinidad tóxica.
—No… —respondo y sonrío—. Es peor.
—¿En el despacho es así de petardo? ¿En serio?
—En el despacho… —Miro a Tristán—. Bah. En el despacho solo trabajamos,
si te digo la verdad. Como un matrimonio: mucho esfuerzo y poca recompensa.
Hasta que no estamos lejos no me dice nada.
—Vaya paleto. No sé cómo te dejamos vivir en Madrid.
—Haz el favor de callarte —dice y se acerca a mí—. Os acompaño.
—¿Qué? No. Seguro que aprovecháis para daros el lote en los asientos de
atrás.
—Que no, joder. —Aparta la mirada—. Que es para que no espere sola. No me
fío del taxista. Ni de que a Roberto no se le ocurra bajar. Ni de que…
—Anda que la invitas a tu casa —interrumpe y pone los ojos en blanco. Tristán
y yo intercambiamos una mirada veloz, pero nos la apartamos enseguida—.
¿Qué? Venga, que ya no estamos haciendo el paripé y vives aquí al lado. Deja
que le prepare mañana el desayuno a Inés con tranquilidad.
»Son todo ventajas —me dice ahora a mí—: así no ves cómo me rompe los
huevos. —Pausa—. Los de… Los de la sartén. Había pensado hacer huevos
revueltos.
Todos nos reímos. Supongo que lo habrás notado, pero Javi es una de esas
personas que domina el arte de llevar a su terreno los momentos incómodos para
convertirlos en algo ameno.
—¿No se supone que tiene muchas cosas que demostrarme? —susurro, aunque
sé de sobra que Tristán me oye.
—Bueno, se ha quedado mientras te metía la lengua hasta la campanilla. Ah,
Acosta, no tiene anginas. —Y se dirige a mí de nuevo—: Además, no te va a
comer los morros, sería como tragarse mis babas, y son babas de tontito sin dos
másteres, no se rebajaría tanto.
—Meapilas… —masculla Tristán, aunque hacemos como que le ignoramos.
—Ya, solo te olvidas de un detalle: igual no quiere que vaya a su casa —digo
yo.
En ese momento, Tristán se cansa de que hablemos de él como si no estuviera
y se acerca a mí. Después me mira como si hubiera cinco galaxias en mis
pupilas, y sus dedos encuentran el camino hacia los míos y los entrelaza, un
gesto que me eriza el cuerpo entero. Cuando lo ha hecho, me gira hacia él y,
apartándome el pelo con la otra mano, pregunta:
—¿Quieres venir?
—¿Tienes hueco?
Javi aparta la mirada, pero Tristán no la mueve ni un milímetro. Ambos se ríen
en silencio. Yo me siento un poco estúpida cuando me doy cuenta de que le he
hablado como si fuera un gestor de Hacienda.
—Para ti, sí.
—Vale, déjame… Déjame mandarle un mensaje a Inés.
—Los que quieras.
PUEDO TRASNOCHAR CONTIGO
«La noche en calma» – Sidecars

T ras despedirme de Javi, camino unos minutos, no muchos, junto a Tristán.


Lo hacemos en silencio mientras llegamos a una calle iluminada con
encanto por el halo de unas farolas tenues, al lado del Parque de Santander. Y,
por algún motivo, estoy más calmada de lo que lo he estado en mucho tiempo.
Ha sido una noche intensa, de esas que sabes que recordarás antes de morir. Ha
estado llena de sensaciones que sé que no podré olvidar y de tantos cambios que
no soy capaz de asimilar: cambios en el terreno amistoso, en el romántico y en el
más importante: en el del amor propio. Y sé que pasado mañana todos
volveremos a la universidad y el paripé continuará, pero ahora estoy bien, y
empiezo a pensar que de eso se trata la vida, de vivir cada instante sin
preocuparte por lo que pasará después. De saborear el momento presente como
si fuera una croqueta de las de la abuela. De acumular noches que recordar antes
de despedirte de la vida.
Subimos las escaleras a su ático tan en silencio como hemos llegado hasta
aquí, pero no es porque no tengamos nada que decir, sino para no romper el
hechizo. Solo rompemos el silencio cuando yo, completamente alucinada con la
zona y el ático del que abre la puerta, pregunto:
—¿Vives aquí…?
Él me mira y asiente como si no fuera gran cosa hasta que ve mi cara de
pasmo.
—Sí. ¿Estás bien?
«Bueno, no entraba en mis planes que, además de ser mi tutor y un genio,
tuvieras el paralizante poder adquisitivo como para alquilar un sitio así, y me
siento un poco pequeñita de repente porque veo que no tenemos nada que ver,
pero no pasa nada».
—Sí, claro. Es la temperatura.
El frío abraza mis huesos y se instala dentro de mí mientras le miro y continúo
asintiendo unos segundos con los labios apretados.
—Enseguida pongo la calefacción.
Aprovecho para tomar aire mientras se gira para toquetear un mando que hay
en la pared junto al marco de la puerta. Pero quien consigue que me relaje del
todo es él cuando me pone una mano sobre la cintura y dice con suavidad:
—Ya está, enseguida se caldeará. Mientras tanto, igual deberías revisar si
tienes mensajes.
Cuando veo cómo sonríe con calma, no tardo ni cinco segundos en coger mi
móvil y desbloquear la pantalla.
Sin embargo, lo que me encuentro allí no es un vacile, una frase subida de tono
ni nada que me indique que Tristán ha pasado por mi Telegram con la actitud
con la que suele pasearse por él.
Lo que me encuentro es una canción.
Le miro a los ojos según se quita la chaqueta. Después se apoya sobre la pared,
tal y como estaba cuando hemos salido del pub, y dice:
—Ponla, anda.
—No puedo —respondo con un hilo de voz. Sé perfectamente lo que dice esa
canción y no sé si estoy preparada para esto con él. No, si después no resulta ser
la declaración de intenciones que yo estoy interpretando.
Me estoy haciendo ilusiones y me están quedando preciosas. Demasiado,
quizá.
—Claro que sí —susurra mientras se acerca a mí. Un instante más tarde me
rodea y apoya la barbilla sobre mi cabeza. Yo apoyo la mejilla sobre su pecho,
tomo aire hondo mientras trato de asimilar que es el mismo hombre que hace
escasas semanas estaba fulminándome con la mirada y, finalmente, pongo la
canción.

Duerme bajo mi almohada.


Duerme, que yo hago guardia.
(…)
Y no hace falta que digas nada.
(…)
Ya pronto llegará mañana.
Por eso he escrito esta nana trasnochada,
para que puedas dormir sin despedir la madrugada.
Si se hace tarde y te asusta el ruido
o hay sombras en el pasillo;
si el viento azota tu ventana,
puedo trasnochar contigo.

Al tiempo que la canción avanza, Tristán deja el móvil en el mueble de la


entrada y se gira hacia mí de nuevo, mirándome a los ojos sin decir una sola
palabra. Supongo que tampoco hace falta, la música que nos rodea lo hace por
él. Lo inunda todo de un amor tan repentino como intenso como dulce como
visceral como tranquilo como…
Un momento, ¿acabo de pensar que esto es amor?
Dejo de planteármelo cuando noto que me quedo sin aire porque tantea mi
espalda con dulzura. Él, al contrario de mí, respira hondo mientras lo hace y sin
dejar de mirarme directamente. Está buscando la cremallera de mi mono. Pero
cuando la encuentra no la baja. Se queda ahí. Juega con ella, la toca, la acaricia,
y con ello entiendo que él también está nervioso. Que compartimos la mortal
sensación de los nervios de las primeras veces. Eso me tranquiliza un poco y
consigue que sonría y me anime a subir por los botones de su camisa. Cuando
me deshago del primero, Tristán traga saliva con dificultad y baja la cremallera.
Nuestras frentes se encuentran. Noto su respiración sobre mis pómulos. Me
siento viva.
—Dime una cosa, Carlota —susurra según continúa bajando la cremallera. Yo
le miro y parpadeo—. ¿Cómo ha sido?
Sonrío con dulzura y le deshago el segundo botón.
—¿Lo de Javi?
Asiente.
—¿Quieres que te diga lo que nos conviene o quieres que te diga la verdad?
—Lo quiero todo. —Sonríe. Yo sonrío con él cuando le leo entre líneas y me
deshago del tercer botón. Para ese momento, la cremallera llega abajo del todo, y
Tristán sube hacia arriba con las yemas de los dedos y me acaricia como el cielo
acaricia el mar, dibujando sobre mi piel las líneas de un horizonte impreciso.
—Lo que nos conviene que diga es que ha estado… —entono con dificultad—.
Ha estado bien. Quiero decir… Es Javi, habrá besado a un millón de chicas. —
Me encojo de hombros—. Lo hace bien, y el ambiente era divertido, supongo.
Pero la verdad es que no me importa nada de eso.
Frunce el ceño.
—¿Por qué?
Niego con la cabeza, termino de desabrocharle la camisa y se la abro. Cuando
lo hago, soy yo quien necesita parar unos segundos y respirar hondo. Estoy
temblando. Después le abrazo porque creo que me costará menos notar cada
milímetro de su piel pegada a la mía que mirarle, pero me equivoco. Ahora estoy
aún más histérica, y seguro que lo nota, lo sé, lo siento.
Con todo, cuando sus dedos hunden las huellas sobre mi piel, como si quisiera
dejarlas grabadas, recuerdo que no es solo la primera vez que yo entro en su
mundo. También es la primera vez que él me deja entrar.
—Porque yo lo que quería de verdad era esto. —Levanto la cabeza y me
enfrento a mis sentimientos, al hombre que tengo delante y a mi nueva realidad
—. No quería probar nada nuevo, ni quería darme a la vida que me has
propuesto antes de que entrara al pub de nuevo, ni encontrarme con todas las
historias de amor que no he tenido estos años. Solo quería estar contigo.
Nada más oírme, los labios de Tristán se curvan ligeramente, y yo me pregunto
si no son lo más bonito que he visto en mi vida.
Probablemente lo son.
—Y tal vez solo estabas jugando, pero no lo ha hecho, ¿sabes? Javi no ha
podido igualar el tuyo.
—¿El mío? —pregunta al tiempo que se deshace de la camisa y la deja cerca
de nosotros. Todo lo hace así, con cuidado, con delicadeza. Yo suspiro.
—Tu beso —respondo y siento que las mejillas se me colorean de repente, así
que las hundo en su pecho una vez más. Él se ríe en silencio. Un silencio dulce.
—No estaba jugando, Carlota. —Sostiene mi mentón con dos dedos y lo alza
hasta que le miro—. Yo tampoco sé qué nos ha pasado este mes, pero tienes
algo.
—¿Algo como qué?
—No te sabría decir exactamente qué es, pero es algo que va contigo y casi es
capaz de tocarme cuando estamos cerca. Y es hipnótico. Y tentador. Y hasta
peligroso. Pero a la vez también hace que me sienta bien, a gusto, en casa —se
ríe cuando ve cómo abro las cuencas de los ojos y parpadeo—. El caso es que es
algo que hace que me dé igual todo lo demás: las clases, la convención, lo que
piense el resto del mundo. Ahora mismo me da igual todo. Solo quiero que estos
meses pasen para poder hablar sin red de seguridad, lanzarme a decirte todo lo
que pienso de ti y hacer todo lo que se nos ocurra hasta que nos quedemos
dormidos.
—¿Y qué se te ocurre?
—Cosas hipnóticas. Y tentadoras. Y peligrosas. Sobre todo peligrosas. —Me
guiña un ojo.
—¿Y por qué son peligrosas? —titubeo.
—Porque sé que, cuanto más las practique contigo, más me va a costar
alejarme de ti.
Una ráfaga de calor me recorre inclemente todo el cuerpo. No es la primera vez
que lo hace, pero sí la más íntima, y es algo que no puedo pasar desapercibido.
No, cuando sus manos terminan de desnudarme y me dejan en ropa interior.
Menos aún cuando, solo un segundo después, me da la vuelta, me desengancha
el sujetador con cuidado y, sin mirarme, rescata de nuevo su camisa y me la
pone, emplazándome a que la ate.
—Pero no esta noche —susurra sobre mi oído, terminando su discurso. Yo
sonrío, y creo que quiero llorar un poco. Son muchas emociones, demasiadas
para vivirlas todas a la vez.
Supongo que por eso no será hoy.
Cuando he terminado de abrochármela, me giro hacia él de nuevo. La canción
continúa reproduciéndose en bucle, pero no me importa; no nos importa a
ninguno de los dos. Me bajo de los tacones y él se descalza y me da la mano,
guiándome hasta su habitación.
No necesito que hagamos el amor esta noche para saber que todo esto acaba de
empezar.
No, cuando, tras abrazarme por la espalda, nos tapa a ambos con el edredón y
me besa con suavidad tras las orejas.
Menos aún cuando, al girarme yo hacia él, me envuelve con todo el cuerpo y
me acaricia una mejilla con la nariz.
Tal vez por todo esto, por esta intimidad, por esta calma, se lo digo:
—Me gustas una barbaridad.
Carcajea flojito y me besa la frente. Después baja hacia mi nariz, llega a mis
mejillas y siento que me revoluciono como un Ford Ka viejo y destartalado
cuando alguien pisa a fondo su acelerador.
—Te prometo que entiendo que no quieras que nos acostemos aún —entono
con suavidad—. Pero, por favor, dime que no eres de los que dejan el primer
beso para la segunda cita.
Tristán se ríe soltando todo el aire por la nariz, y después hace lo mismo que en
el pub, solo que mucho, muchísimo más despacio: lleva sus manos de mi espalda
a mi cintura y me hace rodar, dejándome justo debajo de su cuerpo. No le digo
que me siento como una croqueta otra vez, pero ahora mismo soy una croqueta
bastante feliz. Una vez ahí, yo separo las piernas para que se ahueque, y él cierra
los ojos y se pega a mi frente al tiempo que suspira. No necesito que me lo
cuente para saber las ganas que tiene de que crucemos todos los límites porque
yo estoy igual. Sin embargo, no es así como debe ser. Ya lo ha explicado él.
Primero debe pasar todo lo demás.
Aun así, eso no frena el hecho de que, nada más he deslizado mis manos hacia
su pelo, él baje el rostro y me recorra de nuevo a besos, empezando primero en
la frente, continuando por la nariz, llegando a mis comisuras… Y solo un
instante después de besarme y dedicarme una sonrisa que no tiene nada que
envidiarle a ninguna estrella, se deshace de la distancia que hay entre nuestras
bocas… y su lengua se funde con la mía dentro de mí.
Cuando me besa, el mundo parece un lugar más amable, más cálido y más
seguro.
Y por eso, cuando nos separamos, susurro:
—Un día te contaré qué me pasó. Pero hoy… Hoy yo no… No creo que pueda.
«No quiero romper algo tan importante».
—Tranquila. —Su voz suena ronca y mimosa a la vez—. Tienes todo el tiempo
del mundo para contármelo.
—¿Tanto tiempo esperarías? —Sonrío.
—Y mucho más.
Cuando vuelve a besarme, siento cómo sus comisuras sonríen sobre las mías.
DESAYUNO CON CHURROS
«Amasijo de huesos» – Sidecars

M adrid es el lugar más especial de la galaxia de Andrómeda para quien


guste del chocolate con churros. No lo dice Tripadvisor, lo digo yo. Y
aunque este mediodía me contentaría con cualquier cosa, cuando me despierto en
la cama de matrimonio de Tristán tras pasar la madrugada pegada a él y huelo
cómo el olor al mejor desayuno del mundo lo inunda todo, soy feliz.
Me desharía del edredón, pero decido remolonear un poquito más y pensar en
lo encantador que fue conmigo. Anoche, después de besarme, se levantó a
apagar la canción y trajo el móvil junto a mí para que lo tuviera cerca cuando me
levantara. Además, pretendía dormir con los vaqueros puestos, por si de noche
notaba «algo raro», dijo. Yo intenté ahogar una carcajada porque no quería que
pensara que me había parecido ridículo cuando en realidad me había parecido un
detallazo (innecesario, pero un detallazo), pero su cara al decirlo me hizo
demasiada gracia, me salió fatal y acabé riéndome a mandíbula batiente. «¿De
verdad te preocupa eso después de cómo nos hemos magreado en el pub?»,
pregunté. Él apretó los labios y encogió un hombro, pero no se los quitó aún. Lo
hizo después de un beso mío en su mejilla y un «De verdad, no pasa nada, estoy
cómoda contigo». Finalmente, ya sin ellos, me volvió a hacer la cucharita, y no
sin un esfuerzo enorme, mientras notaba cada centímetro de nuestros cuerpos
donde había contacto, me dormí.
Para más inri, sé que no ha bajado para comprar el chocolate y los churros.
Está haciéndolos en la cocina. El ruido del horno y la vitrocerámica le delatan. Y
eso no hace sino mejorarlo todo un poco más. Jobar, ¿quién le prepara a su cita
chocolate con churros caseros el día después cuando no se ha acostado con ella?
Es Dios. Y yo me acabo de volver creyente.
Aprovechando que no está aquí, cojo mi teléfono y me dispongo a enviarle un
mensaje a Inés para saber qué tal está ella.
Cuando lo hago, sin embargo, veo que esta mañana he recibido dos mensajes
nuevos, y decido centrarme en ellos.
Tristán: Me niego rotundamente a que nadie más que no seas tú vuelva a pasar por mi cama. Eres
preciosa cuando duermes.
Tristán: Y siempre. Eres preciosa siempre.

Nada más leerlos, patalear y chillar internamente muchas veces, decido hacer
una captura de pantalla y guardarla en fotos. Con Tristán nunca se sabe cuándo
va a desaparecer un chat sin dejar rastro, y el de hoy no quiero olvidarlo nunca,
jamás, pase lo que pase.
Luego migro a la conversación con Inés.
«La madre que la parió», pienso mientras un torrente de carcajadas se escapa
de mi boca sin que lo pueda contener.
Carlota: Hola, churri. No me esperes esta noche. Irá Javi solo. Estarás bien, es el tío más legal q nos
podríamos haber echado a la cara y creo q es mi mejor amigo. No. No lo creo, lo sé. Yo estoy bien.
Todo está bien. Te quiero muchísimo
Inés: Tía, dnd estás?
Inés: No me puedo creer q lo de Javier Jesús no fuera un farol y d vdad vaya a venir solo.
Inés: El insoportable está llamando al telefonillo.
Inés: Yo te mato………………….
Inés: Está en el salón. Q hago?
Inés: Creo q voy a fingir un desmayo o q estoy haciendo caca o algo para no abrir tía.
Inés: Te estás tirando a Tristán?
Inés: Al menos una de las dos moja…
Inés: Al final os habéis comido la boca? Tú y Javi, quiero decir…
Inés: Mira le he abierto pq me daba vergüenza fingir lo de la caca y un desmayo me parecía feo, pero
le he dejado solo en el salón y me he ido. Quiere hablar. Yo no quiero. Tiene la cara llena de
pintalabios. Seguro q solo te ha besado a ti?
Inés: Dime que solo te ha besado a ti, por favor
Inés: Tía, hay algo q tengo que contarte…
Inés: Te acuerdas de que estuve conociendo a alguien hace un tiempo?
Inés: Vale, pues el alguien era Javier Jesús. No m odies x fa, iba a contártelo cuando estuviéramos
jubiladas o algo, o en mi lecho de muerte, o te lo iba a dejar como herencia junto a un chupachups de
sandía o algo
Inés: Por favor, dime q no te has pillado de Javi…
Inés: Vale, lo voy a soltar: todavía le quiero, tía. En plan mazo.
Inés: Pero si tú también le quieres no pasa nada, me alejaré. Es insoportable igual. Le odio. Le odio d
vdd ES HORRIBLE Y FEO.
Inés: Eso no era verdad, está buenísimo y es demasiado guapo para ser real mierda.
Inés: Buffffffffff… Te lo explico todo mañana, va?
Inés: Es q yo creía q iba a ser el amor d mi vida tía y el pavo coge y me rechaza y bf yoqsé.
Inés: Creo q tengo q contarte algo más.
Inés: Me ha besado.
Inés: Y no ha sido en plan cochino. Quiero decir q me ha besado en plan superbonito. Ha entrado
cuando yo estaba en plan neurótica en la habitación buscando algo que tirarle a la cara, me ha
frenado, m ha abrazado y después m ha plantado un beso en la frente. Y ha sido precioso, tía, fuegos
artificiales, tierno q te cagas, socorro.
Inés: (sin lengua qué estúpido es mira d verdad).
Inés: A ver igual no quiero q me chupe la frente pero yoqsé.
Inés: Oye, ahora es como si tú y yo nos hubiéramos besado q asco jasjdajsajdjadjadjadj puajjjjj.
Inés: Me da envidia el mojito q has subido a Insta, tenía que haber ido, aunque os viera besaros.
Inés: Bueno, no, no soy tan masoquista, pero me debes 1 mojito cabrona.
Inés: Tronca x favor te lo suplico dime q no le quieres.
Inés: Ce, estoy un poco borracha jejrejfjefj.
Inés: Quiero tirarme a Javi ejejekekejejerje.
Inés: Te quiero muchoooooooo.
Inés: Javi no quiere hacerme el amor le odio es imbécil te lo puedes creer? Le odio mazo tía.
Inés: Cuántos diastólicas crees que pedo aguantar sin decirle q le quiero?
Inés: pedo jaja.
Inés: Q pasa, Carlotita de mi corazón, soy yo, tu novio postizo. Supongo q te has dado cuenta, pero
tu amiga es una petarda d mucho cuidado. Voy a borrarle los mensajes, pero solo a ella, así te echas
unas risas cuando quieras (son para enmarcar, eh?). Mañana no hagas mucho ruido al entrar, xfa, q la
pava necesita sobarla tres días seguidos, se ha pillado el moco de su vida y el alcohol que teníais
poco más y era de quemar; menos mal q ahora me tenéis a mí para instruiros (de nada). Yo me voy
a tu cuarto, privilegios de ser tu mejor amigo y dejar q me partan la cara por ti (lo siento, pero el sofá
es incomodísimo). Mañana convenceré a Inés para q me deje dormir con ella. Le haré la cucharita
hasta el día del juicio final, q dice q no me aguanta, pero luego te manda 35 mensajes hablando de
mí (los he contado jaja). Creo q estoy enamorado, tócate los huevos… Lo siento, pero no eres mi
tipo. Quieres ser mi mejor amiga para siempre y vivir en Villa Friendzone? A ver, mientras esto dure
supongo que tendremos que darnos algún beso tonto, pero no creo q haga falta fingir mucho tiempo
más que nos gustamos. Un par de semanas y digo que no eres mi tipo, te parece? No quiero parecer
un capullo, pero es que Inés me gusta de verdad y no quiero cagarla con ella. No más, al menos. Ok?
Ya hablamos. Te quiero.
Inés: Buenos días, tronqui, ¿qué tal la noche? Aquí vino el Insoportable sin ti, así que supongo que
estás mejor que bien: sin él y acompañada del tío más bueno de la universidad; todo buenas noticias.
Hablamos cuando quieras, mi niña. Voy a intentar no pegarle a Javi con la sartén grande. Te quiero.
Sonrío nada más lo leo todo, hago otra captura para la posteridad (gracias,
profe, por este valioso aprendizaje) y me pongo inmediatamente a teclear. Su
último mensaje es de hace unos minutos.
Carlota: Hola, tía. La noche… Buf. Brutal. Te tengo que poner al día, fue una completa locura.
Estoy ahora mismo dentro del edredón de Tristán, y está haciendo churros. Y sobre «el
Insoportable»: no seas tan dura con él; ayer volvió a poner la cara delante de Roberto (ya te contaré,
comemos juntas?), y no le digas que te lo he dicho, pero me dijo cosas muy, pero que muy bonitas
de ti. Por cierto, el beso no fue para tanto, parecía un oso hormiguero… Vas a tener que enseñarle…

Carlota: Por cierto número 2, tengo una teoría: creo que las personas que escriben muchos mensajes
y muy breves se tienen que liar con las que escriben solo uno y kilométrico.
Inés: 1: Tía comemos juntas y me lo cuentas todo, apunta cómo hace los churros (si son congelados,
si los quema, cómo pone el azúcar y eso) q eso es importante. Bocata calamares y relaxing cup of
café con leche in Plaza Mayor? Es lo mejor d Madrid después de ti. Como la sopa de ajo en
Valladolid. Un día t tengo q llevar a Valladolid ok? Tomaremos mucha sopa de ajo, así Javi no
querrá darnos besos.
Inés: 2: Carlota, como te dijera algo de mis tetas le reviento, no te dijo nada de mis tetas, ¿no?
Inés: 2.1: Bueno, luego me lo cuentas… Si dijo algo bonito tampoco le reviento.
Inés: 3: No le pienso enseñar nada. Voy a ir con alcohol de quemar para limpiarte la lengua.
Pobrecita, lo q has tenido que pasar. Te acompaño en el sentimiento… Amén.
Inés: 4: Lo de los msj quiere decir que Tristán envía muchos y muy cortos? Pq tú los envías mazo
largos.
Carlota: Si tú supieras… Bocata calamares and relaxing cup. Y me apunto lo de la sopa. Nos vemos
en el caballito a las 14?
Inés: Sí, me escabulliré, soy la ninja vallisoletana. Fiu, fiu!!! (fiu fiu = yo tirando cosas de ninja).

Cuando termino de escribirme con Inés marco como leídos algunos mensajes
de gente del máster que no me ha hablado en mi vida; algunas personas me dicen
que «Pobrecito Rober», otras me felicitan por mi relación con Javi y otras me
dicen que no saben cómo tengo tanto mal gusto, pero ninguna menciona a
Tristán, lo que resulta muy conveniente.
Para terminar mi sesión de relaciones públicas de por la mañana, viajo a la
última conversación. A la de alguien con quien ya he hablado, aunque no lo sepa
nadie más.
Javi: Ey, fue muy tóxico responderte desde su móvil? Dime q no, xfa.
Carlota: Sí.
Javi: Bffffffffffffff en serio?
Carlota: Un pelín, pero estuvo bien que le borraras los mensajes. Fue en aras de un bien mayor.
Javi: Eso, una de cal y otra de arena. A mi machista interior le encanta que le justifiquen ahora q le
estoy matando. No, en serio, q conste que lo hice para q no se rayara.
Carlota: Ya lo sé, pero ahora no te rayes tú.
Javi: Estoy pilladísimo, Carlota.
Carlota: Lo sé, soy tu novia y me mandaste a la friendzone
Javi: Es que no eres mi tipo. D qué se despolla esta ahora? Espera.
Carlota: No sé…
Javi: Le has dicho que beso como un oso hormiguero, pedazo de cabrona?
Carlota: Preferías q le dijera a mi mejor amiga pilladísima por ti que besas bien?
Javi: Beso bien?
Carlota: Perfectamente, para ser un oso hormiguero. Pero q no se te suba a la cabeza.
Javi: Jeje vale
Carlota: Pero Tristán te da tres millones de vueltas…
Javi: Eso me lo tienes que contar con detalles.
Carlota: No que te pones celoso.
Javi: Eh, q al novio controlador ya le has dejado. Yo soy el liberal. El q te anima a ir a casa de
Tristón.
Carlota: Haré como que no le has llamado eso.
Javi: Oye, tu cama es mazo cómoda, quédate a vivir allí ok?
Carlota: Claro, y q Inés me mate.
Javi: Yo la cuidaré bien…
Carlota: Deja de despacharme, tenemos que salir juntos por lo menos hasta una semana después de
la convención.
Javi: Tanto tiempo?
Carlota: Claro, no querrás quedar como un cornudo?
Javi: Bf, no. Sería terrible para mi reputación.
Carlota: Q reputación, Javier Jesús?
Javi: … Yo también te quiero, mi amor.

Como si nos hubiéramos coordinado, nada más yo bloqueo la pantalla, Tristán


abre la puerta.
Y jolín, ese cuerpo debería estar prohibido en cuatro continentes como
mínimo.
ÁTEME
«El lado oscuro» – Jarabe de Palo

O
— ye, qué injusto, estás buenísimo —suelta mi bocaza descastada cuando aún
está entrando. Hablar con Inés y Javi me ha desatado. Estoy fuera de control y
no tengo tiempo para pararme a poner el filtro que he quitado con ellos.
—¿Perdona? —se ríe mientras acerca los churros a la mesita de noche.
Me tapo la boca con rapidez cuando me doy cuenta de lo que he hecho, pero la
media sonrisa socarrona que mantiene me enciende otra vez. En fin. De perdidos
al río. Me destapo la boca y digo:
—Que estás buenísimo. No es justo. ¿No podías dejar un poco para los demás?
—¿Me lo dices a mí o al chocolate?
Suspiro de forma deliberadamente condescendiente.
—Te lo digo a ti, tonto. El chocolate aún no lo he probado.
Cuando Tristán me mira con una ceja enarcada y esa seriedad suya que me
vuelve loca, me muerdo el labio inferior y aprieto el edredón contra mi cuerpo,
aún tapado solo por su camisa. Él, solo un segundo más tarde, ha metido el dedo
en el chocolate, ha lamido las gotas que se le iban a la mano con más
sensualidad de la que pensaba que podían concentrar todos los actores de
anuncios de colonia del mundo entero y, tras inclinarse sobre la cama y ver mi
cara de pasmo, me ha analizado como si me fuera a devorar, ha reptado hacia mí,
consiguiendo que me tumbe, y me ha abierto la boca con la mano que no tiene
pringada de chocolate mientras acariciaba mis labios con el pulgar.
—Abre.
«AveMaríaPurísimaSinPecadoConcebida».
—¿O qué? —No sabes lo que me ha costado responder eso.
Cierra los ojos y respira hondo. Mientras lo hace, a mí se me van los ojos
instintivamente hacia su entrepierna, algo que él aprovecha de manera magistral
cuando me pilla infraganti.
—Abre, Carlota, o no te lo podré meter. —Su sonrisa ladina es terrible para mi
salud.
—¿Eres consciente de lo malinterpretable que…?
—El chocolate, malpensada. —Menea las cejas.
—Sí, clarísimamente hablabas del choc…
No puedo terminar. Nada más he abierto la boca para hablar, el índice de
Tristán me ha tanteado y se ha introducido en mi boca con lentitud, suavidad y
cautela y ha empezado a jugar con mi lengua, haciéndome soltar un gemido de
lo más pornográfico.
Me quiero morir de la vergüenza.
Y a la vez no quiero parar.
Cuando entiendo que va a salir, succiono su índice con ansia y abro los ojos,
consciente de lo roja que estoy y de que estoy empapándole las sábanas, y
atraigo su rostro con ambas manos hacia mí para que me mire.
—Está usted desatada, Zambrano.
Suelto su índice, inhalo con necesidad y respondo:
—Pues áteme.
Le falta tiempo para estampar sus labios sobre los míos y abrir el edredón.

***

Creo que la frase que le he dicho a Tristán se ha convertido en mi favorita del


mundo entero; al hacerlo, quien se ha desatado al final ha sido él. Se ha colocado
encima de mí, me ha agarrado la nuca y ha jugado con mi lengua como no lo
había hecho nadie nunca (lo siento, Javier Jesús, pero esto es otro nivel). Y no
solo eso. Cuando ha visto cómo me arrancaba los gemidos, se ha esmerado
muchísimo. Tras pedirme permiso con la mirada, ha introducido la primera de
sus manos bajo la camisa y ha reptado poco a poco desde mi vientre hasta mis
pechos. A mí se me ha acelerado la respiración.
Al principio solo ha acariciado los costados de mi cuerpo con las manos
mientras me besaba. Pero después, cuando ha pegado su cadera a la mía, yo he
abierto las piernas sin ningún tipo de pudor para que notara lo que había
provocado en mí: el Diluvio Universal Extended Version.
—No pienso hacerte el amor —susurra—. No hasta que estés soltera del todo.
—Creo recordar que no es eso lo que te he pedido —respondo con una sonrisa
—. Yo he hablado de que me ates.
—No me jodas, Carlota, no tenses así la cuerda. —Respira con pesadez.
—No es la cuerda lo que pretendo tensar. —Me encojo de hombros con falsa
inocencia.
Nada más decir eso, engancho su labio inferior con los dientes y lo mordisqueo
con lentitud. Luego le beso, le beso y le vuelvo a besar. Sin embargo, no duro
mucho en sus labios; nada más ha entendido lo que pretendía, ha migrado con
una mano del costado de mis pechos a mi pezón derecho, lo ha pellizcado y lo ha
empezado a masajear. Pese a todo, eso no es lo que me disuade de besarle. Lo
que consigue que pare es su otra mano con el pulgar dentro de mi boca cuando
me pega a la cama para inmovilizarme.
—Por Dios —mascullo como puedo. El remolino de sensaciones que se agolpa
en lo más hondo de mi vientre no me lo pone nada fácil. Y su dedo en mi boca
otra vez, menos aún. Creo que jamás me habían puesto así de burra.
—No te lo pienso repetir —se ríe con sensualidad.
—Descuida, te lo voy a pedir yo a ti —gimoteo—: sé pragmático y tócame.
Pero Tristán también tiene otros planes.
—¿Y si prefiero que te toques tú?
Mis ojos se le clavan nada más oigo su pregunta, aunque no tengo intención de
retarle. Ese no es mi estilo. No aquí. Anoche dejé los remilgos al otro lado de la
puerta.
Llevo una mano a mi ropa interior y la zambullo dentro bajo su mirada atenta.
Sus pupilas se ensanchan y su respiración se agrava y se ralentiza.
Y de repente, en un segundo, sucede.
Me entra un miedo que no estaba y al que no esperaba y me paralizo de
repente.
Es extraño; no es como si quisiera salir corriendo de aquí. Es más bien la duda
de si voy a quedar bien delante de él. Con Rober estaba acostumbrada a las tres
cosas de siempre, y esto es como una especie de despertar sexual en el que
quiero bordarlo.
O tal vez es otra cosa.
«Hola, Carlota. Soy tu inseguridad. ¿Pensabas que no vendría hoy? Lo siento,
pero estás suscrita a mi versión premium, y no pienso darte tregua ni un día.
Aquí estoy».
Sí, definitivamente es otra cosa.
«Vete».
«No».
—Pst. —Tristán y su pelo descolocado, habitualmente perfecto, me sacan de
mis pensamientos. Tiene una sonrisa preciosa y las manos encima de los
costados de mi vientre otra vez—. Saca el miedo fuera. No estás tratando con el
dios del sexo.
—Ay, qué pena… —Me muerdo el labio, pero estoy segura de que eso no
oculta que sigo histérica.
Enarca una ceja y se inclina encima de mí.
—Lo siento, solo soy informático —susurra, pero su tono de voz reza que sabe
que no estoy bien. Y que lo haya notado y esté intentando ayudarme resulta
bastante contraproducente.
—Ya. —Encojo un hombro. Él, en ese momento, empieza a recorrerme el
ombligo con pausa, en círculos, y sube de nuevo hacia mis pechos, aunque ahora
no los pellizca. Se limita a acariciarme como si leyera mi cuerpo en braille, y eso
me pone aún más nerviosa. Dato importante: cuando me pongo nerviosa
follando, hablo. Hablo mucho—. Solo eres un genio de la informática, que
además resulta ser mi profe, al que mañana voy a tener que ver en clase como si
no me pusiera burrísima. Perdón: mi profe borde, que en modo perdonavidas me
pone aún más burrísima.
Sonríe.
—¿Te pongo aún más burrísima en modo perdonavidas?
—Pensaba que eras informático, no un sanjacobo.
—¿Perdón? —Ladea el mentón.
—Por eso de que estás empanado.
Y así, sin más, se descojona ante mi torpeza y todo lo bonito, precioso y
maravilloso que construimos ayer se difumina y me siento idiota.
Hasta que me doy cuenta de que las caricias y la risa solo eran una distracción.
Una técnica para que dejara de sobrepensar, de sufrir, de darle vueltas a todo. Ha
apartado la mano de mi sexo, y me mira con profundidad cuando empieza a
acariciarme el clítoris despacio.
—Cuando mañana sea un borde perdonavidas, acuérdate de lo que estoy a
punto de hacer. —Sonríe, ya sin carcajadas.
—¿Qué estás a punto de hacer? —pregunto como puedo.
La risa que suelta cuando introduce su dedo corazón dentro de mí y se inclina
sobre mi boca, para explorarme a base de movimientos vagos, me deja sin
respiración.
—Reiniciarte.
—Para eso —digo a duras penas— tienes que encontrar primero el botón.
No sé si es su guiño de ojos, cómo dice su siguiente frase, cómo introduce otro
dedo dentro de mí o cómo presiona mi clítoris con el pulgar según hace pinza
dentro de mi vagina, pero me relajo por completo cuando lo hace y entona:
—Diría que ya lo he encontrado.
—¿Ahora sí puedo decirlo, entonces? —susurro. El ambiente es extrañamente
romántico.
—Ahora tienes que decirlo. Voy a tocarte, Carlota —paladea.
—Correcto… Tócame.
Y siento que alcanzo el cielo con las manos.
EL CLICHÉ QUE SOMOS
«Pegao» – Camilo

Q
— ué va, te equivocas, lo mejor para la resaca no es el café —aseguro. Estoy
rebatiendo lo que acaba de constatar en nuestro nuevo tema de conversación,
encima de su pecho, embobada por completo y después de un orgasmo
maravilloso. Él me dibuja infinitos en la espalda.
—¿Y se puede saber por qué lo afirmas tan categóricamente? —responde.
—He recabado toda una serie de datos empíricos que corroboran mi hipótesis.
—Ah, ¿sí? ¿Y de cuánto era la muestra? —Me besa la barbilla.
—De una persona.
—Vamos, que lo has vivido en tus carnes y te quedas tan ancha —confirma.
—¿Es que solo puedes ser pedante tú? —me quejo.
Se descojona. Y, como las últimas veces, sonrío cuando lo hace. Ver a Tristán
reírse es maravilloso. Siempre le he visto tan serio, tan tajante, y ahora es tan
distinto, tan raro ver que es una de las personas más dulces que he conocido en
mi vida, que me descoloca.
—Bueno, ¿y me puedes decir por qué no es el café con sal, según tú? ¿Se
puede saber qué es lo mejor?
—Lo mejor eres tú.
Su silencio repentino me dice que no se lo esperaba. Está bien, lo entiendo.
Hace dos semanas hacíamos el paripé en clase de que no nos aguantábamos y
ahora estoy en su cama diciendo cursiladas. Pero la vida es así, sorprendente y
cachondísima.
—Me explico, ¿vale? —entono con dulzura. Él asiente—. Tal vez no seas tú en
todos los casos. De hecho, si tú eres el remedio para todo el mundo creo que vas
a tener bastante trabajo. —Aparto la mirada y esa idea de mi mente—. Me
refiero a que esto es lo mejor para la resaca: los mimos, las caricias, remolonear
en la cama hasta la una del mediodía después de un orgasmo que te quita de un
plumazo todos los pensamientos intrusivos. Tener alguien a quien hablarle
despacito. La versión de domingo de la slow life de la que presumen las
instagrammers. Y en mi caso, todo eso te incluye a ti. Por eso digo que quien
dice que lo mejor para la resaca es el café con sal no tiene ni idea de la vida;
porque la vida es esto. Y yo firmaría por tener todas mis resacas así. —Me
inclino y le beso con suavidad—. Y ahora haz como que el último minuto no ha
sido absurdamente cursi.
Él se queda callado como dos minutos. Yo solo sigo besándole para contener
mi histeria. Luego, solo me mira, parpadea y dice:
—Guau.
Sonrío.
—Y si hubieras experimentado el pack completo dirías «guau» dos veces.
Ahora es él quien se inclina y me besa en la frente.
—Ya, bueno, no sé. Hace mucho que no me toca nadie y no sé si estoy
preparado.
Me quedo sin habla. Normalmente estoy acostumbrada a ser yo la de las
inseguridades, los miedos, los reparos. Que sea don Perfecto quien los tiene me
destruye por completo los esquemas.
—¿Puedo preguntar qué te da miedo?
Suspira.
—No lo sé ni yo. ¿Todo?
—¿Todo? —Me encaramo un poco más encima de él—. ¿Por eso dijiste que
no íbamos a hacer el amor?
—No… —se ríe, tierno—. Eso era porque de verdad quiero hacerlo bien
contigo, Carlota. No puede ser de cualquier manera, después de una noche de
fiesta ni en una mañana de resaca, y mucho menos teniendo que esconderlo al
día siguiente en la universidad. El día que me lance contigo no te pienso volver a
soltar.
Entierro la cara en su pecho y ahogo un gritito.
—Me gustas mucho —musito, aunque lo pronuncio más bien como un mi
gushtas muscho, aquí, en medio de los pelitos que le salpican los pectorales.
Pero como lo siguiente lo quiero decir vocalizando bien del todo, emerjo y le
miro directamente—. Y no me importa que haga mucho tiempo; como si no lo
hubieras hecho nunca. Si crees que yo actuaba así de desinhibida con mi ex,
estás bastante equivocado. De hecho, esta mañana me ha dado bastante cosa
reconocerlo, y no sabes cuánto me ha calmado que cogieras tú las riendas.
Empezaba a pensar que estaba sonando como una colegiala enamorada,
inexperta y ridícula. Te recuerdo que en esta relación de poder no soy yo la
dominante.
—¿En esta relación de poder? —Abre mucho los ojos, atónito.
—Tristán… ¿El profe y la alumna? Por favor. Somos un cliché de novela
romántica.
—Ahá… ¿Y cómo suelen acabar esos clichés?
—Depende. ¿La novela tiene erótica?
—Por favor.
—En ese caso, me tendrías que empotrar en tu despacho.
Sus pupilas se ensanchan de súbito y el verde de sus iris desaparece de sus
ojos.
—¿Me está buscando usted las cosquillas, Zambrano?
Podría seguir, y Dios sabe que me encantaría, pero creo que ahora mismo no es
lo que más le interesa; no, si quiero que esté bien y deje de pensar en lo que
podríamos estar haciendo y no hacemos. Yo necesito tiempo, pero él también.
Por eso paso de responderle y le lanzo mi mejor ataque de cosquillas.
ES MI ATLETI
«Si quieres» – Cariño

Buenorros sin fronteras


Javi ha creado el grupo
Javi ha añadido a Inés
Javi te ha añadido
Javi ha añadido a Tristán

Javi: Hola, equipo


Inés: … En serio, Javier Jesús? Buenorros sin fronteras?
Carlota: Eh…, esto q es?
Tristán: ¿Puedo saber por qué estoy en un grupo de alumnos?
Javi: Dios. De verdad te gusta este palurdo más que yo, Carlotita?
Tristán: …
Inés: Deja de hacerte de rogar y explica de una vez para q es el grupo, q eres un coñazo.
Javi: Inés Juanita, eso es muy sexista.
Javi: Bueno, mi futura mujer (Inés, tkm) y yo hemos considerado q como ahora somos cómplices en
prácticamente todo (Hola, Acosta, cariñito ) deberíamos tener un grupo para los 4, para cuando
salgamos por ahí, como hoy.
Carlota: Como hoy?
Respuesta a: Javi: Dios. ¿De verdad te gusta este palurdo más que yo, Carlotita?
Tristán: Este palurdo ha dormido con ella y tú no.
Respuesta a: Tristán: Este palurdo ha dormido con ella y tú no.
Javi: Estás en Canarias y por eso respondes una hora más tarde? Yo ayer le comí la boca delante de
tus narices. Y oficialmente es mi novia. Tú eres el otro, pringado. En clase puedes mandar tú, pero
en la calle mando yo.
Tristán: …
Respuesta a: Carlota: Como hoy?
Inés: Tu novio oficial ha decidido acoplarse. Lo siento…
Carlota: Y dónde está la ninja vallisoletana que se iba a librar de él?
Tristán: Eso, a mí Carlota me ha dejado en casa.
Carlota: Le he atado a la cama.
Tristán: No sé si me gusta este grupo…
Javi: Oh! El gran Tristán Acosta mordiendo almohadas! Captura al canto.
Tristán: Cómo me lo voy a pasar tirando TFMs a la basura…
Javi: Tráfico de influencias! Captura al canto otra vez.
Javi: Además, mi TFM te la va a poner dura.
Inés: Profe, porfa, desátate de la cama y llévate a Javi a algún lado. No le aguanto.
Javi: Inés, yo quiero ir con mis dos novias. Me podéis ir dando de comer por turnos. Mordisqueáis la
comida y me la pasáis con la lengua.
Inés: Javi, están volando hostias y tienes cara de aeropuerto.
Javi: Más? Ya me he comido muchas últimamente. Ahora me tocan besitos.
Javi: Espera, Acosta, ¿no era que estabas en la cama? Porque juraría que mi novia está al lado de un
tío muy feo que se parece a ti. Hostia, qué horror. Joder, Matusalén! Vamos a acercarnos más, Inés
Juanita. Quiero ver si es una momia.
Inés: Javier Jesús, ponte gafas.
Tristán: ¿Inés?
Carlota: Le parece q estás buenísimo. Me lo dice siempre. (Tristán ha venido solo a acompañarme).
Inés: Gracias por la vendida, Ce…
Javi: …
Tristán: Alguien acaba de tener una idea.
Carlota: Javi…, vamos a pagar por todos nuestros pecados de golpe.
Tristán: Inés, ¿hace una cita doble?
Inés: …
Javi: Vamos, no me jodas. Con una pareja falsa es más que suficiente.
Tristán: No lo es, yo sigo siendo el tercero en discordia. Necesito una coartada.
Javi: Carlota, ¿no piensas decir nada?
Respuesta a: Tristán: Alguien acaba de tener una idea.
Carlota: … No me mates, Javi. El alguien que ha tenido la idea soy yo.
Javi: Ajá ok gracias
Respuesta a: Tristán: No lo es, yo sigo siendo el tercero en discordia. Necesito una coartada.
Inés: Solo soy una coartada para ti, Tristán?
Tristán: Inés, mi vida, por favor… La duda ofende.
Javi: Tristán, se están rifando hostias y tienes todas las papeletas.
Inés: Bua, cómo me lo voy a pasar.

***

Llevamos un rato sentados en uno de los bares aledaños a la plaza. Un


camarero majísimo acaba de dejar sobre nuestra mesa cuatro bocatas de
calamares y cuatro cañas. Corre una brisa gélida, pero nos da igual. Nos
contentamos con el sol de invierno (dentro no hay sitio, de todos modos, así que
tampoco nos queda más remedio). Y Javi, tras levantar su caña, coge y dice:
—Por Inés Juanita, el equivalente al Real Madrid de las mujeres.
Inés bufa, pero cuando intenta esconder la risa le sale muy mal. Yo achino los
ojos en una mueca de lo más borde. Tristán resopla como un caballo. Cuando lo
hace, nuestras miradas se encuentran, frunzo un poco el ceño y curvo mis labios
en una media sonrisa que él imita. Cuando veo la complicidad en sus ojos y
entiendo que somos del mismo equipo, me animo a decirle a Javi:
—¿Eso pretendía ser un piropo o un insulto?
Inés, como él, tiene más merengue en el corazón que una manga pastelera, por
eso nunca se lo rebato. Pero hoy… Hoy toca. Voy a pasármelo bien.
—Ya empezamos —dice mi amiga.
—Sabes de sobra que el Madrid no le hace sombra al Atleti —respondo. Javi
enarca una ceja.
—Por una vez estoy de acuerdo con este —responde Inés. Javi sonríe y va a
darle un beso en la mejilla, pero ella le planta la mano plana en los morros y le
aleja.
—Tampoco te emociones —musita. Después mira a Tristán y fuerza—: ¿Y tú?
¿No serás del equipo perdedor? Porque entonces creo que me voy a plantear
dejarte.
—Voy a hacer como que no he oído eso por el bien de nuestra relación… y de
la nota de tu Trabajo de Fin de Máster —responde. Yo me parto. Me pone
muchísimo que diga esas chorradas.
—Vamos a ver. —Javi se acomoda en su silla—. Tenemos doce Supercopas.
Doce. ¿Qué coño tenéis vosotros?
—Al Cholo —respondo.
—A Simeone —responde Tristán exactamente a la vez. Y nos miramos como
si fuéramos unos de esos novios que se terminan las frases. Telepatía amorosa. Y
mi corazón se salta un latido. Porque, aparte de lo bonita que ha sido esa sonrisa,
yo no sabía que era del Atleti, y me hace feliz de una manera muy básica que
seamos cómplices aquí. Y que podamos sufrir juntos viendo el fútbol también.
—Pero… —empieza Javi.
Inés frena a mi amigo y niega con la cabeza.
—Ni lo intentes. Es una batalla perdida.
—Vaya, como el Derbi para el Madrid —añade Tristán, y me guiña el ojo
mientras me da la mano por debajo de la mesa. Yo sonrío como una colegiala. Él
aprieta sus dedos cuando los enlaza a los míos.
—Vamos a tener que quedar para ver el próximo —añado, viendo que al fin
tendré alguien con quien celebrar los goles. Rober también era merengue y
cuando alguna vez quedamos los tres juntos era completamente insufrible. Sobre
todo cuando perdían ellos. Yo no podía ni celebrarlo; un merengue con el ego
herido es algo a lo que no te quieres enfrentar.
—Estoy muy de acuerdo —confirma Tristán.
—Vale —dice Javi—. Inés Juanita, acabaremos la noche besándonos bajo la
Cibeles. —Y menea las cejas arriba y abajo.
—Neptuno —corregimos Tristán y yo al unísono.
Y tengo que reconocer que estamos siendo un poquito insoportables, pero
jolín, me encanta.
No quiero que acabe jamás.
Sería capaz de dejar ganar al Madrid con tal de conservarlo.
UNA LATA MUY MOLESTA
«Teléfono» – Aitana

R oberto es una maldita lata.


No sé en qué momento de mi vida decidí que pasar siete años con él era
una magnífica idea, pero pagaría lo que fuera por revocar esa decisión.
A ver, o no. Quizá revocarla no sería lo mejor.
Lo voy a explicar bien: estar con Roberto ha hecho que aprenda muchas,
muchísimas cosas. El caso es que me fastidia tener que seguir aprendiéndolas
así. Hoy, por ejemplo, me está dando la valiosa lección de «Cómo no abordar a
tu ex en la universidad cuando ella te ha bloqueado en todas partes».
Nota mental: esperar a alguien en un pasillo mirando a esa persona fijamente
con media cara morada no ayuda. Sobre todo, si sabes que la cara morada es
porque la llamaste de todo menos guapa.
Para colmo, Inés ha entrado con Tristán para empezar con su papelón de pareja
ficticia, y como Javi tenía que pasar por la biblioteca a por un libro, le he dicho
que me adelantaba. Total, Roberto ya no me iba a tocar más las narices, ¿no?
¿No?
… Menuda ilusa estoy hecha.
—Carlota, ¿podemos hablar? —dice.
Yo acelero, continúo caminando y le ignoro. Es lo único que me sale hacer.
Pero él, que debe creer que ser pesado es un superpoder, avanza hasta que está a
mi lado y entona:
—Carlota, lo siento, de verdad. Fui un capullo integral.
Paro en seco en medio del pasillo.
—¿En qué momento, exactamente? —respondo mientras me giro hacia él. Él
suspira.
—En todos, Carlota. —Me da la sensación de que no ha terminado, pero ve
algo detrás de mí y se calla.
Un segundo después, ese algo detrás de mí me agarra de la cintura y me da un
beso en la mejilla.
—Hola, gatita —entona Javier. Roberto frunce el ceño.
—¿«Gatita»? Venga, ¿y qué más?
—Bueno, es un animal, ¿no? Tú de eso sabes. Están las gatas, que son las
madrileñas; las zorras, que son… Espera. —Javi me mira y sonríe. Yo aprieto
los labios para no reírme en un momento así—. ¿A qué te referías cuando la
llamaste zorra, Roberto?
Un instante más tarde, Tristán aparece para abrir nuestra aula, aunque no es a
él a quien tenemos ahora, sino a Fullana. Supongo que ha decidido faltar de
nuevo. Junto a él va Inés, que nada más ve la situación se acerca.
—De la Vega, a clase —espeta Tristán, sin embargo, antes de que Inés pueda
liarla más—. No me des la sustitución, anda.
—Voy, cielo —susurra flojito, pero lo suficientemente alto para que Roberto la
oiga.
Carraspeo y me pego un poco a Javi, que cuando la ha oído también me ha
apretado un poco más a mí. Creo que a los dos nos ha temblado el corazón.
—Mateos, Zambrano, también va por ustedes. Y por usted, Rueda, siempre
que sepa mantener la boca cerrada.
Roberto me mira una vez más, y, después de hacerlo, suspira, asiente y entra
cabizbajo en el aula. Cuando lo hace, no puedo evitar que una punzada de
culpabilidad me recorra el pecho. Pero desaparece nada más Javi me guía con
cariño y, abrazándome más cuando estamos delante de Tristán, dice:
—Ya vamos, cielo…
No puedo evitar sonreír otra vez.

***

Estamos llegando al final de la clase cuando un canuto me da en toda la cara.


—¡Auch! ¿¡Qué haces, pedazo de lerdo!? —susurro en la dirección de la que
venía el proyectil, pero Javi se gira hacia mí, me tira un beso y me dice que mire
el teléfono.
Carlota: De q vas, Javier Jesús?
Javi: De Bitel chusss.
Carlota: *Beetlejuice…
Javi: Es que si no no rimaba. Perdona por el lapazo, me lo ha pedido Tristán.
Carlota: Q me estás contando?
Javi: Mira el grupo.

Buenorros sin fronteras


Tristán: Dadme algún motivo para sacarla de clase al final como si estuviera cabreado.
Javi: Ahora te importa el grupo, Tristón?
Tristán: ¿Prefieres que me lleve a Inés?
Javi: Sus deseos son órdenes, amo y señor Acosta.
Javi: Ya está.
Tristán: … Me vale, gracias.
Tristán: Lo siento, Carlota.
Carlota: En serio? Q ya no necesitas excusa…
Tristán: Cuela más así. No pienso dejar que nos pillen tan pronto.
Inés: Q capullos

—Zambrano —oigo delante de mí, y aprieto mucho los labios, sonriendo de


manera hipócrita a Tristán.
—¿Sí?
—¿Qué hay en su móvil que sea más interesante que yo?
Se me borra la sonrisa. ¿Qué coño respondo a eso?
Por suerte, Javi está dentro del juego.
—Yo, Acosta, lo siento.
—No me toque las narices, Mateos, no estoy hablando con usted.
—Es que soy más guapo. —Se encoge de hombros y Tristán suspira.
—Una palabra más y se gana la expulsión.
—Joder, qué humos… —masculla, pero se asegura de que todo el mundo le
oiga igual.
—Cariño, haz el favor de callarte la boca —digo yo, desquitándome un poco
con una sonrisa falsa.
—Vaya, Zambrano, muchas gracias.
—De nada —respondo a Tristán, pero no entiendo que me dé las gracias hasta
que responde.
—Además de responder a los alumnos, ¿quiere dar usted la clase? Desde que
va a Toulouse lo tiene bastante subido, tal vez quiere intentarlo.
—¿Perdón?
Miro a todas partes. Inés está metida en su portátil y Javi partiéndose el culo.
No me han dicho de qué iba esto hasta que ha pasado, por lo que no he sabido
reaccionar y casi me lo tomo en serio, lo cual es bastante conveniente. Los
demás hacen como que no se enteran.
Los demás menos uno.
—Ey, ya vale, ¿no? —Roberto se levanta y atrae la atención de todo el mundo
—. Tampoco ha hecho nada.
«Mierda».
—Rueda, siéntese —oigo. Y sé que ahora Tristán está cabreado de verdad.
—¿Por qué? ¿Por notificar un abuso de poder? —dice. No, no es nada
exagerado.
—Roberto, por favor, cállate —pido hastiada—. Es verdad que estaba con el
teléfono.
—¿Y es necesario humillarte así por mirar el móvil? Tal vez era importante.
—No lo era. —Se gira Javier, serio de repente—. Cállate la puta boca.
—Fuera de mi clase —dice Tristán, sin embargo. Aquí no puede enzarzarse.
—¿Por qué? ¿Qué he hecho? —Enarca una ceja. Todo esto se empieza a poner
feo.
—Ser un hipócrita, para empezar —entona Inés—. ¿Cómo te atreves a decir
que alguien la humilla cuando hiciste lo que hiciste el sábado?
—Tú no estabas, Inés. No hables de lo que no sabes —responde.
—Pero yo sí estaba. —Javier se levanta y se dirige hasta Roberto—. Y
recuerdo con absoluta nitidez lo que le dijiste.
Roberto, sin embargo, no está dispuesto a callarse.
—Ya, y él también. —Señala a Tristán con un movimiento de cabeza—. ¿O te
tengo que recordar que es quien me cruzó la cara?
La clase al completo se gira; algunos ya lo sabían, pero habían decidido
callarse porque oyeron también cómo me trató Roberto. Ahora, sin embargo,
solo está su versión, y nadie parece estar dispuesto a repetir lo que dijo mi ex
ahora que ven que me está defendiendo.
—¿Qué pasa, Tristán? —continúa—. ¿Ahora que Carlota no te ha elegido a ti
entiendes lo que es estar celoso? Por favor, nadie se cree que estés con Inés, deja
de fingir y dar pena.
Dos frases. Dos han sido suficientes para tumbar nuestra estrategia.
Y para que me levante, le dé la mano a Roberto y me lo lleve de aquí.
Roberto es una maldita lata.
Una muy, muy molesta.
HACER COLA
«Gentleman» – Cepeda

P
—¿ or qué cojones no me dejas vivir? —espeto nada más llegamos al pasillo.
Ni siquiera me molesto en sacarlo de la universidad. Prefiero quedarme en un
espacio seguro, cerca de mis amigos.
—¿Te faltan al respeto en la puta cara y me tengo que quedar callado?
—¿Y tú qué coño sabes de respeto, Roberto? ¿De repente te has sacado un
máster de resolución de conflictos que te ha abierto los ojos? ¿Has hecho
mindfulness? ¿Un curso exprés de yoga? ¿Un despertar espiritual te ha sacudido
las ideas? ¿Se te ha aparecido Jesucristo en un póster de la pared? —salto.
El muy imbécil se cree con el derecho de resoplar.
—Mira, Carlota, yo no hice las cosas bien, eso te lo compro. Esta mañana ya te
he dicho que fui un capullo integral, y lo voy a trabajar con una psicóloga porque
no me da la gana ser así. Pero eso no le da carta blanca a los demás para
comportarse con esa superioridad moral y esa condescendencia contigo.
—Pero ¿tú qué coño sabes de cómo están siendo conmigo? —espeto.
—Bueno, Tristán se ríe de ti delante de todo el mundo y Javi no hace nada para
callarle.
—¡Tristán y yo tenemos una relación de igualdad, coño! No se ríe de mí, y
aunque lo hiciera, tampoco necesito que nadie me defienda, pero, para tu
información, no ha hecho más que tratarme bien desde que me conoce, pedazo
de bocazas. El problema es que la gente está tan enferma que no cree que un
hombre y una mujer puedan ser amigos, por eso nos comportamos así.
—¡Claro que un hombre y una mujer pueden ser amigos, Carlota! Siempre y
cuando ese hombre no sea Tristán y esa mujer no sea una alumna. ¿De verdad no
sabes que se tiró a la última a la que se llevó a la convención?
—¿Y tú de verdad eres tan machista como para pensar que la chica no tenía
dos dedos de frente para decidir a quién tirarse? ¿Qué película te has montado,
Roberto?
—¡No me jodas, Carlota! Guapo, listo y con la labia de un puto político… ¡Lo
tiene todo! ¿Qué tía no caería rendida a sus pies? Todas como moscas: primero
Paula y ahora tú. Pero ¿y el año que viene, cuando tú ya no estés? ¿Quién será la
próxima, Carlota? ¿Quién estará cuando tú ya hayas pasado de moda y no seas la
novedad? ¿A quién ocultará? ¿A quién le comerá la oreja en los pubs? ¿A quién
se llevará gratis de viaje por Europa? ¡Vamos, por favor, abre los ojos! ¿O me
vas a decir que no te ha llevado ya a su cama? Porque si no lo ha hecho a estas
alturas es todo un logro, ¡ojo! ¿Cuánto tardamos tú y yo en acostarnos? ¿Tres
años? ¿Y con él? ¿Has llegado a las tres semanas o ha sido antes? No respondas,
haz el favor. Respóndete a ti misma.
»Lo siento, pero no voy a hacer más como que me creo la escenita del pub, ni
mucho menos la de clase. Es más que evidente que lo de Javi es un puto farol,
que está pilladísimo de Inés, pero no tiene los huevos de decírselo porque la
cagó demasiado rechazándola y liándose con otra que a su modo de ver estaba
más buena y era más fácil la misma puta noche —dice. Yo siento que me quedo
sin aire—. ¿O eso no te lo ha contado? Ah, no, claro, ¡no es información
relevante! Es mejor que ahora vaya de héroe para acercarse a tu amiga sin
decírtelo.
»Porque, hablando de Javi, qué curioso que ahora se lleve bien con Tristán,
¿eh? Cuando no podía ni verle por lo de su prima. ¿O es que ahora que ve que se
puede aprovechar de ti sí se cree la versión de su nuevo profesor favorito? ¡Oh,
espera! ¿No será que le interesa tenerte lejos para estar él tranquilito en el piso
con Inés? Y dime, si es una relación de igualdad y tanto te respeta, ¿por qué no
reconoce ya que le gustas delante de todo el mundo? ¿De verdad no vale la pena
intentarlo delante de la universidad si lo de su ex no era verdad? Ah, pero el
paripé con Inés sí sirve.
»Mira, Carlota, te lo digo porque creo que te mereces algo mejor: si a ti y a tus
amiguitos teatreros aún os queda algo de dignidad, lo mejor sería que dejarais de
hacer cola para comerle la polla a Tristán, es lamentable —escupe finalmente.
No me doy cuenta del volumen que estamos usando hasta que reparo en que el
pasillo entero ha salido y lleva rato escuchando la conversación.
Mi clase incluida.
Inés rota en el suelo.
Javi mirándola devastado.
Y Tristán ni siquiera está ya aquí. Se ha ido. Otra vez.
COMO UN TÉMPANO DE HIELO
«No pide tanto, idiota» – Maldita Nerea

R ebaso a Roberto y salgo corriendo de la universidad en dirección a la boca


de metro. Ni siquiera me molesto en recoger mi portátil o la chaqueta.
Llevo el móvil, los auriculares y la cartera, y con eso por ahora me parece más
que suficiente. Me da igual que estemos a principios de diciembre. Estoy
ardiendo por dentro.
Me subo en el primer vagón que se me pone delante y miro los transbordos,
solo quiero salir de aquí. Cuando me doy cuenta, me he equivocado de línea y
estoy a una hora de Coslada, entre el metro y el rato que hay de San Fernando a
mi barrio a pie, pero ahora mismo hasta me alegro. Necesito tiempo para estar
sola. Necesito pensar. Necesito alejarme del mundo.
Lo que más me jode de toda esta situación es que Rober no parecía mentir, y
tampoco actuaba con la actitud de mierda con la que lo hizo las últimas veces.
Esta, lo único que ha intentado ha sido acercarse a mí, pero no me ha tocado. Ha
tratado de defenderme, pero, teniendo en cuenta la información con la que
cuenta, hasta me parece normal. Ha querido advertirme, pero lo ha hecho con
datos que ahora mismo me parecen tan coherentes como dolorosos.
Cuando estoy en el último transbordo, calculo el tiempo que me queda hasta
bajar en San Fernando y me pongo una alarma en el móvil, que no ha parado de
vibrar hasta ahora, aunque lo he ignorado. No soy capaz de enfrentarme a
ninguna conversación ahora mismo.
Al sonar mi alarma, el tren está empezando a frenar en San Fernando. Me
apeo, aún algo traspuesta, en ese estado entre el sueño y la vigilia en el que no
sabes muy bien qué es real y qué no, y camino por las calles de una ciudad cada
vez más triste y gris.
Me canso de oír mi respiración acelerada y mis pensamientos y cojo los
cascos. Cuando No Pide Tanto, Idiota, suena, sin embargo, se me viene el alma a
los pies.
¿Era necesario todo esto? ¿No podíamos solo ignorar los rumores?
Ya no sé ni en qué creer.

Ella quiere que le escribas su canción,


que la escuches, que le prestes atención,
que la invites a tocar su corazón.
No pide tanto, idiota.

Avanzo según lo hace la canción y pienso ahora en Javi. ¿Cómo he podido ser
tan básica? En ningún momento pretendió convertirse en mi mejor amigo. Solo
quería estar cerca de Inés y remendar el daño causado.
Y luego está ella… Joder, Inés. ¿En qué momento nos hemos empezado a
ocultar información así? ¿Cuándo hice que dejara de confiar en mí? ¿Por qué
dejé de contarle yo las cosas? Desde que llegó de Valladolid fuimos
inseparables, y ahora llegan dos hombres, chasquean los dedos y consiguen que
empecemos a mentirnos. Aunque ellos no son los culpables, lo sé. Quienes
hemos cedido a hacerlo hemos sido nosotras, y no pienso quitarnos parte de
culpa.
Si al principio, cuando todo esto empezó, yo ya no entendía nada, ahora lo
hago menos todavía. Al principio todo había sido una discusión tonta con Rober
porque llamé papá a Tristán. Joder, lo pienso y me parece ridículo. Si no le
hubiera prestado atención a aquello, ahora seguiría todo como siempre. Mal, sí, y
con una vida que no me pertenece y en la que probablemente no habría podido
ser feliz, pero al menos no sentiría que soy un peón para todos mis amigos.
Porque aún son mis amigos, ¿no…?
Ya ni siquiera sé eso.
Me pierdo en mis propios pensamientos hasta llegar a la zona donde vivo con
Inés (y ahora con Javi, lo que me dice que la convivencia no va a ser nada fácil),
cerca del centro de salud, y cuando llego no sé si me alegro de estar aquí o lo
detesto.
¿Cómo pude creer que alguien como él se fijaría en alguien como yo?
¿En qué puto momento me metí en su cama tan pronto?
Estoy pensando que quizá es verdad que solo soy un entretenimiento para él
cuando llego a mi portal y siento que mi interior se hiela como un témpano. Pero
no es por la temperatura. No es porque no lleve chaqueta. No es por los vaqueros
rotos.
Es porque Tristán Acosta está justo delante de mí.
EL DÍA QUE ME LANCE CONTIGO
«Te felicito» – Shakira y Rauw Alejandro

M e quedo quieta en cuanto Tristán se quita el casco, lo deja en el manillar y


baja de la moto. Tiene en el rostro esa expresión severa de los primeros
días, la de cuando no fingía conmigo. La seriedad de a quien no le importas. La
cara de quien ya no tiene por qué mentir. O, al menos, eso es lo que yo veo en él
en este momento.
Por una vez, no se molesta en peinarse. Se lo deja al viento, bailando delante
de sus ojos, y yo maldigo haberme fijado en él en primer lugar, y haber dicho
que sí a Toulouse, y fundirme por dentro cada vez que me mira.
«Te mira, Carlota, pero no te ve», dice dentro de mí una voz tremendamente
dolorosa. «Te comió con la mirada, pero no apostó por ti». «Te tocó, pero no
quiso que tú le tocaras a él». «Escuchó cómo dijiste que te gustaba, pero él no te
lo dijo nunca a ti». Ni siquiera me preocupo de decírselo. Total, ¿para qué? Él ya
lo sabe todo. Sabe incluso dónde vivo sin que se lo haya dicho. ¿Se lo habrá
dicho Javi o lo buscaría en mi expediente? Qué más da. No tengo el control de
absolutamente nada en mi vida desde hace años.
Las lágrimas me inundan los ojos en silencio al tiempo que me abrazo a mi
jersey, como si eso pudiera mantenerme aferrada a la realidad. Él se baja de la
moto y viene a paso lento hasta donde yo estoy. Cuando llega, su mano se coloca
bajo mi barbilla y me guía hasta sus ojos con firmeza. No tengo fuerzas para
apartarle. Se queja con la lengua cuando ve que tengo los ojos rojos; no he
empezado ahora a llorar, llevo todo el camino desde la universidad haciéndolo y
prácticamente ya no me quedan lágrimas.
Estoy desierta. Dolorida. Llena de grietas.
A pesar de todo, dejo que me las seque, y permito también que me abrace
después tratando de reconfortarme, porque quiero creerle. Porque todo lo que
siento cada vez que le veo no puede ser mentira. Las cosquillas en el estómago.
Los nervios en la piel. La felicidad en los labios. Aunque sea unidireccional y
solo lo sienta yo. Pero por una vez voy a ser egoísta.
O al menos iba a serlo. Iba a dejar que me abrazara. Iba a quedarme aquí
parada, entre sus brazos, esperando a que el frío se fuera por última vez.
Hasta que se ha separado de mí y, con la voz ronca de quien también ha
llorado, ha dicho:
—Por lo que más quieras, Carlota, dime que no te has creído ni una palabra.
Dejo inmediatamente de llorar.
—¿Eso es todo lo que te preocupa? —pregunto dolida—. ¿Si le he creído? ¿No
te importa cómo estoy ni cómo me ha sentado que tantas piezas encajaran de
repente? ¿Por qué coño crees que estoy llorando, Tristán?
Cierra los ojos con pesadez y se aparta de mí, apoyándose en la moto. Esta sí
es más la actitud que esperaba por su parte.
—Por supuesto que me importa. —Se cruza de brazos—. De lo contrario no
estaría aquí, créeme. Me estoy jugando el trabajo, si es que no me han echado ya
o han llamado a Inspección porque corra por ahí el rumor de que me acuesto con
mis alumnas. Pero todo parte de si le crees o no.
Río sarcástica, y, en ese momento, como si mi desazón controlara el tiempo,
empieza a llover. Una lluvia densa y pesada cae sobre el asfalto madrileño y lo
apaliza.
—¿Y se puede saber por qué de todo lo que puedo sentir ahora mismo es eso lo
más importante?
Tristán suspira de nuevo, se echa el pelo hacia atrás y me mira tajante.
Con todo, él ya sabe la respuesta.
—Porque si le crees, Carlota, entonces estamos jodidos de verdad.
La rabia se acumula dentro de mí y noto cómo las lágrimas quieren saltar de
nuevo. Sigue sin preocuparle cómo me encuentro. Solo le importa su puta
coartada, su trabajo, él y el entretenimiento que le han quitado.
—¿Sabes qué creo? —Doy un paso hacia él, acercándome a la moto. En ese
momento, él repara en que no llevo chaqueta y va a quitarse la americana azul,
pero le freno con la mano y continúo hablando—: Creo que no me dijiste ni una
vez que te gustaba. Que te esmeraste muchísimo en ocultar cosas cuando
Roberto estaba cerca, pero no lo hiciste tanto para mostrarme una mínima parte
de ti. Que me llevaste a tu casa y que yo me abrí ante ti de todas las formas que
pude, pero tú continuaste hermético como un puñetero abrefácil. Creo que has
sido capaz de fingir que estás con Inés, pero no has sido capaz de mostrarle a
nadie que estabas conmigo. —Intenta hablar, pero le paro. No he terminado.
»Pero ¿sabes qué es lo peor? Que sé que todo esto es culpa mía. Que yo no
debí esperar gustarle a alguien como tú. Que no debí ponértelo todo en bandeja.
Que debí ver las señales cuando me respondías con evasivas. Que no debí
enamorarme de ti.
A Tristán le cambia la expresión en una milésima de segundo. Entreabre los
labios, parpadea y sus brazos caen como dos pesos muertos a ambas partes de su
cuerpo.
—¿Qué acabas de decir? —Se acerca un paso a mí y queda otra vez a
centímetros de mi cuerpo. Se está calando hasta los huesos con la lluvia. Yo no
me separo. Las verdades se dicen de cerca y a la cara. O eso me enseñaron a mí,
aunque últimamente parezca que ya no se lleva.
—Lo que has oído.
—Repítelo, por favor.
«No seas tan tonta de obedecer, Carlota, te ha oído perfectamente», me digo.
Pero refunfuño y acabo haciéndolo igual porque, de algún modo, me sana y me
recompone que sepa la verdad. Ser transparente con el mundo, aunque el mundo
no lo sea conmigo.
—He sido tan sumamente gilipollas de enamorarme de ti.
—¿Cómo…?
Niega con la cabeza y yo ya no puedo más.
—Vi lo que quería ver —respondo—. Lo que quisiste mostrarme. Y me
gustaron tanto tus mentiras que me las creí. Ya ves, soy una niñata ilusa, se me
da muy bien creerme cosas que me pueden hacer daño. —Me encojo de hombros
con amargura. Él niega con la cabeza de nuevo y cierra los ojos un segundo con
fuerza.
—No te he mentido en ningún momento, Carlota, joder —dice ahora—. Si no
dije que me gustabas era porque daba por hecho que sabías que me volvías loco,
creía que era evidente que me tenías en bandeja. Y si fui con evasivas y no se lo
grité a todo el mundo fue precisamente porque me daba pánico que lo nuestro
acabara como acabó lo de Paula, pero al final todo está acabando muchísimo
peor.
«Has tenido mucho tiempo para pensar y aprenderte un papel», quiero
responder, pero me duele demasiado, porque sigo queriendo creerle, y solo me
sale preguntar:
—¿Peor que lo de Paula? —Para sorpresa de nadie, no sé qué quiere decir.
—Carlota, a Paula la dejé yo, pero fue sin escándalos públicos, y lo entendió
perfectamente. A ti no te habría dejado ni en un millón de años, por más jodida
que se pusiera la cosa, porque he aprendido a base de hostias. Pero tú sí estás
dejándome a mí porque no confías y crees que te hago luz de gas cuando lo que
ha pasado es que he intentado protegerte. Protegernos. Proteger todo esto, joder.
Así que sí, me parece un escenario bastante peor.
Frunzo el ceño.
—Podías haberme pedido empezar algo para que no pensara en eso y evitar
que todo se hiciera pedazos.
—¿Me explicas en qué momento?
—¿Yo qué sé, Tristán? En cualquier conversación de las horas tontas, por
ejemplo. Pero las borraste. Las borraste cada vez —recuerdo, y de repente
encajan más piezas aún, y duele más, y tengo más frío—. No querías guardarlas.
No querías que quedaran pruebas de todo lo que hemos sido, con aquella puta
excusa de que yo ya lo sabía y eso era lo importante. Claro, lo sabía yo, solo yo
y nadie más. Era tu palabra contra la mía, ¿no? La palabra del profesor serio y
respetado contra la de la tonta que se pilla por él. —Chisto sarcástica.
Llevo un rato evitando su mirada, pero cuando al fin choca con la mía veo que
él también tiene los ojos fatal.
Como veo que saca el teléfono, que abre la aplicación de fotos y que, tras abrir
una carpeta encriptada, me muestra todas y cada una de las capturas de pantalla
que sacó de las conversaciones. Tal y como hice yo cuando supe que las borraba.
—Hay cosas que no se pueden decir por teléfono, Carlota —dice derrotado—.
No sabes cómo siento que no lo veas.
Me quedo sin voz y tardo unos segundos en volver a hablar. Cuando lo hago,
sin embargo, intento no dejarme llevar por la emoción y, haciendo todo lo
posible por apoyarme en mi cerebro y no en mi corazón, respondo:
—Ni tú sabes cómo siento que sigas sin abrirte, sin confiar en mí para decirme
qué carajo sientes, cómo te sentiste cuando te elegí a ti en el pub o cuando dejé a
mi novio porque quería prohibirme verte, aunque solo lleváramos hablando
como lo hacíamos un par de semanas. No sabes cómo siento que haya tantos
cortafuegos dentro de ti.
Toma aire hondo y baja la mirada.
—No es algo que te vaya a decir ahora. Las cosas no se hacen así.
Bufo agotada. Claro que no lo va a decir ahora. No lo va a decir nunca.
—Tú no las haces así.
—Sí. Yo no las hago así.
—Pues yo sí. Y ¿sabes qué? A veces no importa tanto el momento, el lugar, las
circunstancias o el método. Importa que te lanzas al vacío por esa persona
porque la quieres. Importa que yo me lancé por ti.
—¿Cuándo vas a entender que yo también quiero hacerlo? —pregunta.
—Cuando tenga motivos. Pero pongamos que te creo, que ver que te importan
las conversaciones me ha convencido un mínimo y que creo que algún día
dejaremos de ir con cuentagotas y empezaremos a vivir. ¿Cuándo será eso,
exactamente? ¿Cuando no esté en la universidad y ya no haya nada que
demostrar a nadie? ¿Cuando los rumores te coloquen al lado de otra alumna de
primera promoción y ya no sepa qué creer porque nunca has sido sincero del
todo? A veces hay que arriesgarse para que la otra persona sienta que vale un
mínimo, y yo estoy cansada de sentir que no merece la pena hacerlo por mí. Lo
has hecho con las capturas, de acuerdo, pero ¿por qué no me lo has contado
hasta hoy? ¿Por qué sigues empeñado en poner muros a todo lo que te rodea?
¿Por qué no me dejas entrar?
Se mesa el pelo y se lo echa hacia atrás, como si le sacara de quicio.
—Porque no estás preparada para entrar, hazme caso.
—No. Tú no estás preparado para salir. ¿Y sabes por qué? Porque no hay red.
Porque no es todo completa y absolutamente seguro. Pero nada lo es nunca. La
vida no es esperar a que aparezca un avión que te lleve al otro lado. La vida es
lanzarte al precipicio y aprender a volar con tus propias alas.
—Contigo no va a haber red en la puta vida, Carlota. Estar contigo es como ir
en caída libre.
—Yo podría darte alas.
—O yo podría cortártelas a ti. ¿No entiendes que quiero asegurarme de que tú
no te caes conmigo?
—No sé cómo pretendes hacer eso cuando ya nos hemos caído.
Cierra los ojos y toma aire despacio, tratando de calmarse. Cuando vuelve a
mirarme, en sus ojos hay tanto dolor como determinación.
—De momento, volviendo a la universidad a arreglar toda esta mierda.
—Ya. —Me río, sarcástica—. ¿Y después? ¿Me llevarás a París y me pedirás
matrimonio en la Torre Eiffel?
—No. Después me iré contigo a Toulouse. —Se acerca tanto a mí que su nariz
roza la mía y las gotas de agua que nos mojaban a los dos se funden unas con
otras—. Y pienso volver contigo de la mano.
Cuando sus ojos van a parar a mis labios, no puedo responder.
Quiero creerme esa última mirada que me da.
Creo que es lo único que me ha dado de verdad.
CÓGELAS
«Cuando todas las historias se acaban» – Maldita Nerea y
Leire Martínez

S olo reacciono cuando Tristán, tras su última frase, da media vuelta y se


dirige hacia la moto.
Con lluvia.
En medio de Madrid.
—¿Dónde pretendes ir ahora? —digo, y le cojo del brazo antes de que se vaya.
No puedo negar que su contacto me destruye ahora mismo, pero no soy tan
idiota como para dejar que se meta casi veinte kilómetros de carretera con el
suelo mojado como está.
—Ya te lo he dicho. A la universidad, a solucionar toda esta mierda.
—¿En moto? —Frunzo el ceño—. No, ni de coña.
—No creo que estés en posición de prohibirme nada, Carlota. —Pone una de
sus manos sobre las mías con suavidad; supongo que lo hace con la intención de
apartarme, pero, si verdaderamente había algo sincero en sus palabras, le cuesta
tanto como a mí separarnos y no lo hace.
Y ojalá lo hiciera.
Porque estoy a punto de hacer una gilipollez.
—Por supuesto que lo estoy. —Aprovechando que tiene la atención en mi
brazo, cojo las llaves del contacto y me las guardo en el bolsillo trasero de los
pantalones—. Estás en Coslada, y en la universidad puede que mandes tú… —
Trago saliva—. Pero en mi barrio mando yo. Así que no te irás a ninguna parte,
a no ser que quieras vértelas con mi versión más macarra.
Enarca tanto una ceja que creo que se le va a salir de la cara.
—Mira, me da igual cómo lo hayamos pasado, cómo estemos y que no
tengamos arreglo, por más cosas bonitas que digas de Toulouse. —La mueca que
hace tras lo último que digo no me pasa desapercibida, pero continúo hablando
—: No voy a permitir que te vayas con este tiempo a la universidad para que te
mates.
Suspira.
—Dame las llaves, Carlota. Ahora.
—No. —Me alejo, pero él dibuja esa expresión de seriedad que me desmonta y
da un paso hacia mí.
—No te lo voy a repetir otra vez, Zambrano.
—Me la sopla, Acosta. No voy a ir a llevarte flores.
—Por favor, no es la primera ni la última vez que conduzco con lluvia. —Se
acerca un paso más poniendo los ojos en blanco con pesadez, pero me encuentro
acorralada contra el edificio.
—¿Y tú eres el que pretende evitar que yo me caiga? —le cuestiono mientras
pienso en cómo huir. Sé que no hay nada que le joda más—. Por suerte para ti,
yo sí pienso en que estés bien. No te pienso dar las llaves, están a buen recaudo,
te lo garantizo. Y mantengo que soy una macarra. Que ahora vivo aquí, pero soy
satánica y de Carabanchel.
Intenta ahogar una carcajada, y casi diría que le sale hasta bien.
—No me busques, Carlota, que me vas a encontrar…
—Ah, ¿ahora me amenazas? —tanteo. Sé perfectamente que no van por ahí los
tiros, pero necesito que pare de llover, joder. Este hombre es más testarudo que
el honor de un rolero.
Para en seco.
—Eres tú la que me ha amenazado con tu versión más macarra. Yo no iba por
ahí, joder.
—Eh, que yo soy una macarra civilizada. —Sacudo la cabeza—. Da igual,
dime, ¿por dónde ibas? —pregunto para seguir estirando el chicle.
Cuando cierra los ojos y traga saliva, veo cómo su nuez de adán sube y baja
con dificultad, con deseo. Un deseo que ahora mismo necesitamos muy, muy
lejos.
—No quieras saberlo.
—Quiero saberlo.
—Muy bien, la curiosidad mató al gato: iba por la vía más sexual, animal y
sucia a la que tu imaginación pueda darle alas. Y ahora, Carlota. Dame las
llaves.
—M-mientes —balbuceo.
Pone los ojos en blanco.
—No miento. Tronca, basta.
Tres.
Dos.
Uno…
—Muy bien. Demuéstralo —digo sin pensar—. Cógelas tú.
—¿Estás de coña? —pregunta.
—No lo estoy. ¿No ibas por esa vía tan sexual y animal y sucia? —Bufo como
si no le creyera. Pero soy tan sumamente patética que estoy deseando que lo
haga. Que me toque una última vez. Que subamos a mi piso y me empotre contra
la lavadora.
Y eso no va a pasar.
—No te voy a tocar —corrobora. Genial. Ahora me siento aún más patética.
—Vaya, qué ironía. Hasta hace unas horas juraría que me querías empotrar en
tu despacho —digo con más dolor del que puedo reconocer—, pero ahora no
eres capaz de coger unas simples llaves del bolsillo de mi pantalón.
—No voy a sobarte, Carlota. No después de esta conversación.
—¿Ves cómo mentías? —pregunto con amargura—. Tú sigue haciendo puntos.
De aquí no se va ni Dios.
No sé si me mata más su mirada o la manera en la que su comisura quiere
rebelarse y sonreír, pero no llega a hacerlo. Ambos sabemos que no podemos.
Que no estamos jugando. Que estamos dolidos, rotos, devastados, por más que lo
hayamos empezado a disimular porque no podíamos con tanta carga emocional.
No podemos ir más allá.
Y por eso no va a responder.
Seguro que no va a responder.
No va a responder.
O sí. Mierda.
—Dios no existe —entona, pero logra hacerlo con severidad.
—Dios ha muerto —respondo yo, rápida.
—¿Es una metáfora sobre nuestra relación o es que ahora te vas a ir a
Filosofía?
—Más te gustaría librarte de mí. —Suspiro mirando hacia abajo.
—Haz el favor de no decir gilipolleces y dame las llaves de una vez —suelta.
Eso sí que me descoloca.
—Ah, ¿ahora digo gilipolleces? —Enarco ambas cejas—. No sabes cómo me
fascina que del amor al odio haya solo una conversación. Es apasionante ver
cómo hasta esta mañana querías todo lo que saliera de mi boca y ahora lo
repudias.
—Carlota, la cuerda… —Acerca su frente a la mía, pero de él he aprendido a
seguir tensando hasta llegar al límite. Lo tengo bastante conseguido.
—Qué pasa con la cuerda —susurro.
—Que la vas a partir —responde en un tono de voz tan bajo como yo.
—Pues que se parta —le digo—. Y que se parta también la correa de
distribución, ya puestos, así no te vas.
—¿Quieres que me despidan?
«Quiero que te quedes», pienso. Pero cierro los ojos y aprieto los puños. No
puedo responderle eso a alguien que me ha demostrado que no soy para él lo que
él para mí.
—Eres funcionario, no es tan fácil.
—Dios, cuánto te odio —musita.
—Al menos ahora dices la verdad. —Me escabullo por debajo de su brazo,
pero Tristán (y cualquiera, en realidad) es más rápido y ágil que yo, que vengo
demostrando unas semanas que soy la madrileña más torpe de Madrid, y acabo
acorralada contra su moto, con el culo en el asiento y sus brazos a ambos lados
de mi cuerpo.
—¿Qué decías? —pregunta, y resulta más seductor de lo que debería.
—Como me toques, te juro que grito —respondo de corrido.
—Vaya. —Se acerca un poco más a mí, y doy gracias al cielo cuando noto que
el calor no solo lo emito yo; ha empezado a dejar de llover, o, al menos, la lluvia
es más fina—. Parece que no soy el único que miente.
Un instante más tarde, uno de sus dedos viaja a mi flequillo y lo peina con
cuidado, tocándome. Yo le doy permiso a cada uno de los pasos que da para
acercarse a mí.
—¿No querías gritar, cariño? —pregunta en voz baja sobre la cuenca de mi
oído.
—Lo estoy haciendo, aunque no lo creas —respondo más sincera de lo que
voy a ser jamás—. Internamente soy todo decibelios.
—No sé por qué no te veo incómoda.
—Porque no es incómoda como estoy.
—¿Y cómo estás?
Cierro los ojos y respiro hondo. Cuando vuelvo a abrirlos, el verde de sus iris
me parece más intenso que nunca.
—Dolida, jodida, enamorada de un gilipollas. Pero incómoda no.
—¿Es tarde para que ese gilipollas te diga que él también está enamorado
de…?
No dejo que termine. Antes de que lo haga he cogido su cara con ambas manos
y he estampado mis labios sobre los suyos, buscando su boca con ansia, con
ahínco, con desdén mientras le busco con la lengua y siento cómo sus manos
aprietan mi espalda, acercándome más a él según baja hacia la cadera.
Ni siquiera me lo pienso cuando abro las piernas y le doy acceso, bajando las
manos para apoyarme en la moto y quitarme las llaves con suavidad, sin que lo
note, antes de volver a la parte de atrás de su nuca.
No pienso dejar que gane. No, si el premio es perderle a él. Aunque el precio a
pagar sea notar cómo su lengua me busca como solo me buscó una vez, aunque
tenga que recordar cómo me tocó, cómo dormí pegada a su cuerpo, cómo soñé
que éramos posibles de mil maneras distintas.
Tristán termina bajando las manos a mi cadera y me levanta sobre la suya,
abultada y rígida. Pero no para ahí. Lleva ambas palmas a mis nalgas y las
aprieta como si no hubiera un mañana, serio y sin dejar de besarme, sonriendo
sarcástico cuando nota que las llaves ya no están ahí. Y yo juro que intento no
devolverle la sonrisa, pero es superior a mí.
Cuando él sonríe, todo mi mundo se paraliza.
Permanecemos entre los labios del otro tanto tiempo como el cielo decide que
es momento de dejar de llover. Y no sé si son cinco minutos o cinco horas,
aunque tampoco lo quiero saber. Sé que ahora mismo el tiempo sin él no solo va
a ser más relativo que nunca. También va a ser una mierda.
Por eso, cuando los primeros rayos de sol de este diciembre frío y húmedo se
ponen a trabajar y evaporan poco a poco el agua del asfalto, apuro el último beso
que voy a dar en muchísimo tiempo.
«Por suerte, cuando llueve nadie sabe que lloras». O eso creo yo hasta que
Tristán, subiendo por mi cuerpo, va a parar a mis mejillas y las seca.
Él ha sabido todo el tiempo qué estaba pasando.
Siempre me lee así de jodidamente bien.
NI PUÑETERA IDEA
«El fin del mundo» – La La Love You y Axolotes
Mexicanos

S olo le devuelvo las llaves a Tristán cuando sé que empieza a ser seguro que
se vaya.
—Lo siento. —Le tiendo las llaves y me retiro el pelo detrás de la oreja, con
tristeza.
Él, sin embargo, sonríe.
—Se te sigue dando de coña pedir perdón.
—Hay cosas que no cambian nunca. —Me encojo de hombros.
—No me cabe duda. Yo me sé un par que no van a cambiar.
—No prometas lo que no puedes controlar, Acosta. Es peligrosísimo.
—¿Y se puede saber qué no puedo controlar?
—Tus sentimientos.
Se ríe, áspero.
—Esos hace tiempo que se lanzaron detrás de ti.
Cierro los ojos y me separo de la moto para que se suba él. No quiero que me
diga esto solo para que me sienta mejor.
—Vete, anda. Sigue siendo un profesor odioso y perdonavidas.
—Buena recogida de cable, Zambrano. Pero no me olvido de lo que te gusta el
perdonavidas.
—Cállate y arranca de una vez. —Aparto la mirada.
Pero Tristán no lo hace; no aún. Se apoya en el manillar con una mano, me
mira, y con la mano libre viaja a la línea de mi mandíbula y la acaricia.
—¿Puedo preguntarte solo una cosa más?
—Puedes preguntarme lo que quieras. —Trago saliva—. Siempre has podido.
Suspira.
—¿En serio crees que todo esto no tiene arreglo?
Respiro hondo y cierro un segundo los párpados.
—¿Te soy sincera? —Asiente—. Me encantaría decirte que no lo creo; que
algo muy dentro de mí sabe que volveremos a estar bien, o que empezaremos a
estarlo. Pero lo cierto es que no tengo ni puñetera idea, y ahora mismo no hay
nada que me duela más que quererte y no poder hacerlo bien porque, por más
cosas que me digas ahora, soy incapaz de creerme lo que no he visto. Y soy
incapaz de creerme suficiente.
Pese a todo, lo peor no es la dureza de mis palabras ni el dolor que se me
asienta en el pecho, es el par de ojos perdidos que rehúyen mi contacto.
Lo peor es cómo Tristán me sonríe, se inclina sobre mí y me da el beso más
dulce, delicado y tierno que me han dado en mi vida. Tras el que yo añado:
—Pero sí sé una cosa, Tristán, y de esto no me voy a olvidar jamás: eres con
quien más he aprendido.
Cierra los párpados y sonríe con melancolía.
—De algo me tenía que servir el máster de profesorado. —Sonríe débil. Intuyo
que está sufriendo tanto como yo, pero por una vez necesito pensar en mí misma,
y cuando pienso en él me olvido de todo. No me lo puedo permitir.
—Conduce con cuidado —digo después.
Asiente.
—Y escríbeme al llegar —añado con el ceño fruncido. Luego embebo los
labios. Estoy a punto de llorar otra vez.
—Lo haré.
—Y conduce con cuidado.
—Eso ya lo has dicho, Carlota.
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos…
Esta vez soy yo quien no lo evita.
Hundo mis labios sobre los de Tristán con más amor del que podría sentir
jamás según él me aprieta la cintura con necesidad, me separo de él sin mirarle a
los ojos y entro en el portal corriendo.
Esto es una mierda.
HAY RECUERDOS QUE NO SE BORRAN
«+ (MÁS)» – Aitana, Cali y El Dandee

M e estoy secando el pelo con un pijama de franela azul celeste, muy pocas
ganas de interactuar con el mundo y el estómago cerrado. Cuando me he
metido en la ducha, Inés y Javi aún no estaban aquí. No sé nada de ellos, excepto
que Javi me ha llamado cinco veces.
Cuando salgo, sin embargo, aunque mantengo el pijama de franela y el
estómago cerrado, mis ganas de interactuar con el mundo aumentan un pelín.
Solo un poco. Porque Inés acaba de abrir la puerta de casa y está hecha polvo.
Cuando nos vemos, echamos a correr hacia la otra como si no hubiera un
mañana y ella solloza:
—Ce… Lo siento muchísimo.
—No, no, no —la calmo acariciando su pelo y rompiendo a llorar otra vez—.
No me pidas perdón. Soy yo quien tiene que pedírtelo a ti. He sido la peor amiga
del mundo. Sabía lo que sentías por Javi y aun así me lie con él, aunque fuera un
paripé. Sabía que estabas enamorada y seguía con el rollo para ver si así la cosa
mejoraba. Pero no sabía… No sabía que te dolía tanto porque él…
—No sabías que me dejó por otra, tranquila, está bien. —Niega con la cabeza
—. No podías saberlo. Es un peso con el que no tenías por qué cargar, por eso te
lo escondí… Ya has llevado bastante de mi sufrimiento a cuestas.
—No, sí que lo es. Inés, yo no… Yo accedí a que viniera a casa… Él lo
sabía… En La Dolores estaba… No sabía que te había hecho tantísimo daño. —
Suspiro.
—Ya está, Ce, cariño, de verdad. No pasa nada. Me lo ha contado todo, ¿vale?
Ahórrate el mal trago. —Me aprieta más contra su cuerpo y yo me descubro
dibujando pucheros como una niña pequeña—. Yo siento muchísimo haber
accedido a hacer lo de las parejas con Tristán. No me imaginaba que conmigo le
fuera a resultar tan fácil, y contigo…
Niego con la cabeza. No quiero que se tenga que explicar, pero, sobre todo, no
quiero tener que hablar de esto. Duele demasiado. Ella lo capta y para
inmediatamente, cogiéndome por ambos hombros y diciendo:
—¿Tarde de chicas hasta que llegue Javi…?
En ese momento, sin embargo, suenan nuestros teléfonos, los dos a la vez.
Y eso solo puede significar una cosa.
Buenorros sin fronteras
Javi: Chicas, no me esperéis. No voy a ir al piso.
Inés: ¿No irás a volver a casa de Roberto?
Javi: Ya veré.

Inés me agarra muy fuerte la mano. No necesito hablarlo con ella para saber
que ninguna de las dos estamos bien con… lo que sea que sean los chicos para
ella y para mí. Pero no podemos dejar que vaya a casa de Roberto.
Pero antes de que pensemos qué responder, me llega un mensaje más por
privado.
Tristán: Ya he llegado y he hablado con el claustro. Está todo bien, no me lo han tenido en cuenta
por mi historial. Vuelvo a casa.
Carlota: ¿Saben que le pegaste?
Tristán: Eso no es asunto suyo, no pasó en la universidad.
Tristán: Y francamente, tampoco me siento orgulloso de haberme rebajado a su nivel de neandertal.
Carlota: De acuerdo… ¿Estás bien?
Tristán: ¿De verdad quieres que te responda a eso?
Carlota: Quiero saber que estás bien.
Tristán: Carlota… No hagamos todo esto aún más difícil. De todos modos no me vas a creer.
Carlota: Ok.
Tristán: Estoy bien, cuídate.
Carlota: Tú también.

El «Te quiero» se queda flotando en el aire, pero no me da tiempo a pensarlo.


El grupo vuelve a sonar.
Buenorros sin fronteras
Tristán: Ubicación.
Javi: ¿Qué es eso?
Carlota: Es su casa.
Javi: Venga ya. No pienso dormir contigo.
Tristán: ¿Se te ocurre algo mejor, Mateos?
Javi: No sé, ¿dormir debajo de un puto puente, quizá?
Tristán: Tú verás.
Javi: … Voy para allá.

—Supongo que ya no tienen por qué disimular —dice Inés.


—Supones bien… —Me encojo de hombros y suspiro antes de reconocer—:
Es una pena. Hacían una pareja preciosa.
—A mí también me lo parecía. Me reía mucho con ellos —apunta con tristeza.
—Y yo…
El silencio que se hace con el salón está cargado de tristeza.
—Oye —decimos a la vez. Eso al menos nos hace reír un poco.
—Dale tú —dice Inés—. Yo aún no puedo.
Asiento.
—Quería saber si tú crees que todo esto se encauzará. Tristán y yo nos hemos
despedido porque… Bueno, porque no nos ha ido bien que la verdad saliera a la
luz. Supongo que todo ha ido demasiado deprisa y la confianza se cuece a fuego
lento. O que intentar protegernos mintiendo ha sido contraproducente. O yo qué
sé. Así que por mi parte de momento es un no.
Ahora es ella quien asiente.
—Yo también me he despedido de Javi.
Tomo aire hondo.
—Va a ser difícil de narices. ¿Lo tenemos claro? —entono con toda la
seguridad que puedo reunir.
—Lo tenemos claro —susurra—. Pero Carlota…, no se nos puede notar. Sería
peor aún.
Asiento y trago saliva.
—Lo sé. A la cara sé bien cómo comportarme.
—Ya, yo también… Igual que como cuando hacía como que no estaba loca por
él y en realidad sí lo estaba, supongo —responde con resignación.
—Ídem. Pero el grupo…
—¿Nos quedamos? —se adelanta.
Voy a responder que sí, pero justo cuando estoy abriendo la boca, ambos
móviles vuelven a sonar.
Buenorros sin fronteras
Tristán: Ok. Nos vamos viendo en clase.
Tristán salió del grupo
Javi salió del grupo
—No lo pienso borrar —responde Inés entre lágrimas.
—Ni de coña.
LADILLA RUSA ES UN MODO DE VIDA
«KITT y los coches del pasado» – Ladilla Rusa, Joan
Colomo, Los ganglios y Lady Gipsy

C uando el martes amanezco con Ladilla Rusa a todo meter, sé que Inés está
de luto. Pone al grupo cada vez que tiene un desengaño amoroso, y ayer
vivió el peor de todos cuando estaba volviendo a creer en el amor. Por supuesto,
yo no voy a decirle que ojalá se arregle con Javi, por más que sepa las
intenciones que tiene ahora él con ella. Ella tampoco me lo ha dicho a mí por
Tristán, y si una mejor amiga quiere engañarse a sí misma diciendo que no
quiere a un tío, la otra mejor amiga asiente y canta a todo pulmón «KITT y los
coches del pasado», aun a riesgo de que su casera la eche del piso donde está
porque son las siete de la mañana.
—Y ES QUE MARIVÍ ES UNA ENAMORADA —vocifera desde el baño mientras se
pinta.
—UNA ENAMORADA DE CUALQUIER MARICONADA —grito yo en respuesta.
—¿¡Qué somos!? —añade ella después.
—¡Yo soy bisexual, pero tú eres hetero porque no puedes ser perfecta!
—¡Yo iba a decir divas empoderadas, pero me vale! —se ríe—. ¿¡Y por qué no
nos casamos la una con la otra!?
—¡Porque nos va el drama más que a una influencer el color marrón!
—¡Exacto, porque nos va el drama! Pero ¿¡vamos a llorar!?
—¡Ni de coña!
—¡Eso es, Carlotita!
—¡Bueno, igual lloramos un poquito! —rectifico.
—¡… Para qué negarlo!
—¡Y ES QUE MARIVÍ ES UNA ENAMORADA! —retomo después.
—¡UNA ENAMORADA DE CUALQUIER MARICONADA!
Cuando terminamos, las dos forzamos una sonrisa y nos encaminamos hacia
clase con entre cero ganas y ninguna, pero es lo que hay. Lo último que nos
conviene ahora mismo es enterrar la cabeza debajo de la tierra.
Así que, sin soltarnos de la mano, aparecemos en la universidad.
Lo peor es que es martes. Y los martes solo tenemos tres horas.
Las tres de tutoría.
Las tres con Tristán.

***

Entramos en el aula temprano para no encontrarnos con nadie, pero parece que
no hemos sido las únicas con esa idea. Los tres mosqueteros, Tristán, Javi y
Roberto, están dentro sentados en silencio.
—Eh… Creo que venimos en diez minutos —digo.
Pero alguien no está dispuesto a que huyamos así.
—Zambrano. —La voz de Tristán, grave y ronca, me hace frenar de inmediato.
Inés me mira y frunce el ceño. Le hago un gesto para que se vaya, pero niega y
se queda conmigo—. Pase, tengo que hablar con usted.
Eso sí que no me lo esperaba.
Vale, yo iba a tratarle como antes, pero ¿de usted? ¿De verdad?
Me giro de súbito y me dirijo hacia su escritorio.
—¿Me estás tratando de usted?
—Lo estoy haciendo, sí.
—Pero ¿tú a qué coño estás jugando? Que nos hemos enrollado. —Me cruzo
de brazos. Él suspira hastiado, pero no responde todavía. Primero se levanta con
fingida solemnidad hasta encararse conmigo, y una corriente eléctrica de cien
mil millones de vatios se instala entre los dos cuando llega hasta mí y dice:
—A hacer de toda esta puta mierda algo menos doloroso. Tengo que hablar
contigo de Toulouse. Nos faltan un par de cosas por pulir y necesito que
pactemos las fechas.
Me río. Soy una de esas personas que no puede evitar hacerlo en los momentos
tensos, cuando estoy nerviosa o incluso cuando me dan una noticia triste. Es
horroroso, pero así soy yo. Inoportuna en todos los sentidos de mi vida.
—¿Me quiere decir, señor Acosta —enfatizo, cabreadísima—, que mi proyecto
está mal?
—Tu proyecto es la hostia, Carlota, no seas dramática.
—¿Ahora sí me tuteas?
Tristán cierra los ojos y los abre de nuevo en el techo. Luego da una vuelta
sobre sí mismo. Cuando lo hace, me doy cuenta de que hoy, saliendo de esa
costumbre tan suya de venir en traje, se ha puesto un polo negro que sobresale
por debajo de un jersey verde oscuro de pico. Lo ha acompañado de unos pitillos
a juego con el polo y unos botines oscuros. Y yo voy muy, pero que muy
parecida. Llevo unos vaqueros negros, un jersey verde pistacho de lana con
escote en pico y un pañuelo negro. De calzado, como casi siempre, unas
Converse blancas.
Y, cómo no, no puedo evitar quedarme embobada mirándole y pensando en
que:

a) vamos de uniforme,
b) el Universo nos está mandando señales,
c) tenemos telepatía y
d) soy un poco boba por estar pensando en todo lo anterior.

Cómo no, me pilla infraganti cuando se gira.


—Haga usted lo que prefiera. A mí me parece más sencillo así.
—Muy bien. Así entonces. Poniendo distancia, como si nunca hubiésemos
dormido juntos, nos hubiésemos besado debajo de la lluvia en plan peliculero o
te hubiese dicho que te quiero.
Lo siento, pero estoy harta de que se invisibilice todo lo que tiene que ver con
mis sentimientos. De que se me invisibilice a mí.
—Carlota…
—Zambrano, para usted —corrijo—. Esta tarde me va bien. ¿Cuántas veces
más hay que quedar?
Suspira y se apoya con todo el cuerpo en el escritorio. Después se recoloca el
pelo castaño. En ese momento, la clase empieza a entrar.
—Con una vez a la semana bastará. Nos vamos en un mes justo.
—¿«Bastará»? —Achino los ojos—. No tiene que bastar. Tiene que estar
perfecto. No puedo presentar cualquier cosa. He leído las bases y si llego a la
última fase lo van a televisar —me quejo. Tal vez es bastante pretencioso por mi
parte tener tantas esperanzas, pero estoy empezando a ver que si no creo yo en
mí misma no lo va a hacer nadie. Ni siquiera quien me prometió que lo haría, por
más que eso me parta el corazón.
—Ya, pero en la última fase este año no se sabe cuál es la prueba, no tiene
sentido prepararla.
—¿Qué?
—¿No se había leído las bases? —pregunta. Al oírle, suspiro y le miro tan
profundamente que creo que me voy a caer dentro de sus ojos.
—Déjalo ya, por favor. Puede que para ti sea más sencillo, pero a mí se me
hace rarísimo que me trates de usted, y me resulta bastante insultante, si te digo
la verdad. Porque, si estos somos nosotros, no sé a qué hemos estado jugando.
Toma aire hondo.
—Está bien.
—¿Sí?
—Sí. Pensé que sería lo mejor. Más fácil. Pero he visto que no. Y no hemos
estado jugando a nada, Carlota. Lo que vivimos fue real. —Encoge un hombro,
pero yo no respondo. Parece claudicar, porque tras un rato se cruza de brazos y
añade—: ¿Qué bases te has leído?
—Las de hace tres años. ¿No son siempre iguales?
—Joder, Carlota, no. ¿Tenías que ponerte con esas, precisamente?
—¿Qué pasa? ¿Cuáles son las de hace tres años? —Frunzo el ceño.
Roberto, que había estado cotilleando, dice por él con desinterés:
—Las de Paula. Fue el año que empezó a impartir el máster y se la llevó a la
convención.
Javi, a pesar de que estamos hablando de su prima, ni siquiera responde. Lleva
garabateando cosas en su libreta desde que hemos llegado y no levanta la cabeza.
Tristán tampoco dice nada más, aun con la mirada que le dedico, así que me
limito a mirar a Roberto y entonar:
—Gracias, Rober.
Y ahí, como un resorte, Tristán y Javi resoplan a la vez.
—Nada, mujer.
—¿Roberto? —salta Javi de repente, mi «Rober» parece haberle despertado.
—Dime —dice él, de nuevo con desinterés.
—Lávate la boca antes de…
—Ahórratelo, Javier —interrumpe Inés desde su sitio—. A nadie le importa tu
masculinidad frágil marcando territorio. No necesitas defender a tu prima y
decirle que se lave la boca al hablar de ella ni nada por el estilo. Por una vez el
chaval no ha dicho nada.
—Inés, tronca… ¿Te olvidas de que me cruzó la cara? —Enarca una ceja.
—No me olvido de nada. No soy una persona que olvide las cosas con
facilidad, ¿sabes?
Cuando lo dice, su mirada es tan fulminante como el doble sentido que acaba
de utilizar.
—Tía… —bufa. Tristán y yo intercambiamos una mirada fugaz, pero no
decimos nada. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Cuando veo que Inés va a responder, chisto brevemente, lo justo para llamar su
atención. Cuando la tengo, le hago el signo de «Corta ya», meneando mi mano a
ambos lados de mi cuello. Ella asiente, toma aire hondo y abre su portátil,
rendida. Pero hay alguien que quiere seguir con la conversación:
—Tu nuevo mejor amigo me la cruzó a mí. Estamos en paz —dice Rober, pero
eso no calma los ánimos.
—Venga ya, pavo. Tú te llevaste un puñetazo, yo me llevé dos. —Javi enarca
una ceja.
—Pobre. ¿Te jodió mucho que las chicas te pusieran hielitos?
—Vale, se acabó. —Me giro—. Me parece perfecto que me respondas, de
verdad, y que no te dejes pisotear también. Pero tampoco vayas de amiguito
ahora de la nada, no me he olvidado de lo imbécil que fuiste.
—La palabra que buscas es «tóxico» —añade Javi.
—Cállate la boca, Javier Jesús —dice Inés de nuevo, pero ahora soy yo quien
la fulmina con la mirada. No puede entrar en el juego así.
—Joder, ¿puede empezar la clase ya? —Tristán mira un segundo la hora en su
teléfono y yo lo miro con él, a la vez, como si solo fuera un reloj.
Cuando veo que tiene de fondo de pantalla una de nuestras capturas, me cuesta
apartarme.
—Perdón… —digo.
—Tranquila. —Me pasa una mano por el codo del jersey en dirección hacia la
mano, pero no para a tiempo y acabamos rozándonos…
Y yo… Yo no hago absolutamente nada por apartarme. Cuando su mano llega
a la mía, mis ojos van a parar directos a los suyos, al verde de sus iris, a ese
parpadeo que tengo tan estudiado. A todo lo que echo de menos de Tristán. A
todo lo que quiero creer de él. A todo lo que necesito que me demuestre.
El carraspeo de Roberto nos despierta de nuestro letargo.
—Te espero a las doce en el despacho —dice.
—Eso es ridículo, tienes que cerrar el aula… Vamos juntos hacia allí cuando lo
hagas.
—¿Juntos? —repite.
—¿Qué más da a estas alturas? Ya ha quedado claro que no somos nada. —Me
encojo de hombros.
Nuestros amigos (¿puedo considerar amigo a alguien aparte de a Inés? No lo
sé) se giran hacia nosotros. Y la clase al completo lo hace también. Porque mi
infinita torpeza ha querido que soltara esa frase en el tono más borde de mi
repertorio justo cuando los demás compañeros entraban.
—Muy bien, señorita Zambrano. —Pongo los ojos en blanco, qué pedante es
cuando quiere—. La espero a las doce aquí.
—Crío… —musito según me voy.
La sonrisa de Roberto me da un poco de asco.
—Tú no te emociones. Contigo he pasado página —le suelto.
—¿Y con él aún no? —pregunta cuando me siento. Pero lo hace en un tono tan
inocente que no me sale meterme más con él.
En ese momento lo recuerdo todo: la noche en calma de Sidecars, cómo me
desnudó, cómo nos reímos, cómo jugamos con el chocolate con churros, cómo
ayer nos besamos bajo la lluvia de Coslada y cómo amo a ese hombre que, para
colmo, se ha girado para mirarme nada más ha oído la pregunta de Rober. Él
también quiere saber si he pasado página.
—Miente —masculla Inés—. Ni se te ocurra decir la verdad.
Tristán se gira y enarca una ceja hacia mi amiga. Evidentemente, la ha oído.
Pero no puedo. No soy capaz.
Me limito a ignorar a Rober y centrarme en mi portátil.
Será mejor que empiece la clase.
LA CORTAFUEGOS
«Valeria» – Dvicio

C laro que no he pasado página con Tristán. ¿Cómo voy a hacerlo en un solo
día, por más que me duela todo? Lo de Rober, aunque parecía no tener fin,
era evidente que tenía que llegar. Pero lo de Tristán no. Lo suyo llegó, revolvió
mi vida, mis ideas, mis estudios, mis viajes, mis planes y mi corazón, y después
vi que no estaba dispuesto (al menos no aún), a revolver nada de lo suyo.
Pero tampoco le culpo, aunque esté así de dolida. Él tiene su vida, su ático
estupendo, su trabajo, su moto. Yo, a sus ojos, no era más que una alumna con
un proyecto muy íntimo. Hasta que me metí en su cama, claro. Ahí pasé a ser
algo más. Aunque lo hiciéramos todo tremendamente mal.
—Instalad el plugin de Google Scholar en Chrome, por favor —entona a mitad
de la clase, ya sin el ustedes—. Voy a pediros que metáis un documento concreto
de este buscador en cada uno de los Trabajos de Fin de Máster, de cara a
completar la bibliografía. Sé que la documentación interna la tratáis con López,
pero esta vez va a tener que ver con la implementación. Poneos música mientras
lo hacéis, si os apetece. Os va a llevar un rato. En veinte minutos os pregunto.
Toda la clase se queda loca. ¿Quién es ese tío joven y guapo que nos tutea y
nos dice que nos pongamos música y dónde está el rancio de los «ustedes» de
repente? Si solo hace un rato me estaba tratando así a mí.
Rescato los auriculares de mi maletín y me los pongo para huir del mundo.
Inés hace lo mismo, pese a que Javi se ha girado un segundo para ver si quería
hablar. Yo niego suavemente con la cabeza para que no le insista. Al menos no
ha vuelto a pasar nada más malo entre ellos.
El problema es que ahora, tras quince minutos intentando instalar el condenado
plugin, mi ordenador del año de la tos decide que dar problemas es una buena
idea. Para colmo, no me doy cuenta de que he suspirado de puro agobio hasta
que atraigo algunas miradas de gente a la que probablemente esté molestando.
—Lo siento —entono.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta Rober. Yo le rechazo lo más educada que sé.
—No, necesito un ordenata de este siglo, pero no es una invitación para que
me compres uno ni nada por el estilo. —Rober se ríe un poco, yo tuerzo una
sonrisa y sigo intentándolo.
En ese momento, con todo, Tristán ya está a mi lado y se ha acuclillado junto a
mí. Y eso me pone histérica.
Histérica nivel tener que ahogar un gritito y un respingo que casi hace que me
caiga de la silla, si no fuera porque me ha parado poniéndome una mano tras la
corva.
Pero más histérica me pone lo que pasa justo cuando me quito el auricular que
me quedaba. Porque, como no era suficiente con que la dichosa cancioncita se
hubiera colado justo ahora en la reproducción (mea culpa, yo la metí en mi
playlist de Spotify), he tirado sin querer del cable de los cascos, y ahora, «La
noche en calma», que no puedo dejar de pensar que es nuestra canción, suena
por toda el aula.

Si el viento azota tu ventana


puedo trasnochar contigo…

Y Tristán me mira.
Y yo le miro a él.
Y la clase entera nos mira a los dos.
Y los dos, lo sé, nos acordamos de absolutamente todo lo que pasó.
Hasta que mi tutor reconecta el cable con rapidez, escapa del momento y me
aparta la mirada como si le quemara.
—Tampoco hace falta que me dejes de mirar así —susurro—. No lo he hecho
adrede.
—Ahora no, Carlota. No después de esto. Por favor.
Suspiro y asiento, tiene razón. Esta no es la manera.
—El instalador me da el fallo aquí. —Señalo la pantalla.
No necesita más que dos segundos para detectar el problema.
—Es por el cortafuegos. —Hace un par de clics y lo tiene solucionado—. Ya
está.
—Vaya, gracias, ahora no me siento nada tonta.
—¿Tengo que responder a eso…?
Buf, no. Sé perfectamente lo que quiere responder, y no estoy preparada para
que me suelte que soy de todo menos tonta. Si él no quiere hablar de cómo me
ha quitado la mirada de encima, yo no quiero que me llame lo que sea que me
quiera llamar. De todos modos, no sería capaz de creérmelo, viniendo de su
boca.
—Mejor no.
—De acuerdo. —Se levanta, pero antes da un par de clics más y entra en dos
páginas de internet que no conozco. Cuando lo hace, me mira, sonríe con
suavidad y dice—: El plugin ya está, pero te he activado un par de cortafuegos
bastante puñeteros. De todos modos, ya tienes toda la documentación que
necesitas. Desactívalos en los diez minutos que quedan y respóndete a ti misma,
a ver si eres o no eres tonta.
—Pero ¿esto de dónde ha salido? —pregunto cuando los veo—. No son
cortafuegos normales, prohibirían la entrada de Frodo y Sam al Monte del
Destino.
—Después te cuento dónde los encontré. —Se incorpora sonriendo—. Diez
minutos, Zambrano.
Pero estoy cansada del dolor, así que hago de tripas corazón y digo:
—Me sobran once, Acosta.
Tampoco puedo evitar sonreír ligeramente.
Mucho menos cuando me aprieta un hombro, sutil, antes de irse.
Inés me da una patada rápida cuando ve que se me ha cortado el aire y tengo
sonrisa de tonta.
—Espabila, tía. Diez minutos.
Y también sonríe.

***

Consigo desactivar el segundo cortafuegos justo cuando Tristán se levanta de


la butaca y viene hacia mí. Han sido dos dolores de cabeza de mucho cuidado y
muchísima adrenalina, pero ya están.
—Si lo tenéis, poneos a buscar un artículo que os facilite de alguna manera la
implementación de los proyectos. La única condición aparte de esa es que no sea
inferior a dos páginas ni superior a treinta. Por lo demás, vale cualquier cosa:
apartados de otros trabajos académicos, artículos científicos… Mientras no me
salgáis con algo de la Wikipedia me va bien todo. —Los Anonymous bufan y se
ríen—. Divertíos. Tenéis media hora más.
—¿«Divertíos»? —Frunzo el ceño según se acuclilla a mi lado—. ¿Desde
cuándo tus alumnos se tienen que divertir? ¿Y desde cuánto nos tuteas a todos?
—¿No crees que ya lo hemos pasado bastante mal? —Me mira con tanta fijeza
que me duele la cabeza.
—No te falta razón. Pero ¿a todos? —repito—. No los conoces.
—Por favor, Carlota —interrumpe—. Saben que estoy pilladísimo por ti y que
le crucé la cara a ese. No tiene sentido que vaya con el «usted» por delante. Creo
que ha quedado claro al inicio de la clase que es una ridiculez.
Aprieto mucho los labios y aparto la mirada. No estaba preparada para esa
respuesta. Menos aún para esa respuesta en voz alta. Hay quien le ha oído. Y eso
confunde a niveles sobrehumanos a mi baja autoestima y a mi nulo amor propio.
Y quiero pensar que es suficiente demostración, pero… no me da tiempo.
—Bueno, ¿esto qué tal? —Para un segundo y, cuando ve que lo he terminado,
parpadea un par de veces, me mira serio y añade—: ¿Es broma, Carlota?
—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho? —Miro al ordenador.
—¿De verdad no lo sabes? —Me mira. Toda la clase se gira hacia nosotros—.
¿Te estás quedando conmigo?
—Te juro que no sé de qué me hablas. ¿Qué he hecho mal?
—¿Has mirado las propiedades? ¿Has visto quién los creó? —pregunta.
—No me puto jodas —musita Javi, girándose—. ¿Ha desactivado a los dos
titanes?
¿Tú sabes quiénes son los dos titanes? Pues yo tampoco. Pero Tristán le mira y
asiente. Javi se queda pasmado, y, tras él, varias personas más. Entre ellos, los
Anonymous otra vez. Les encanta Tristán, aunque no entiendo desde qué
momento.
Y joder, tampoco entiendo por qué.
—¿Podéis parar con el secretismo? No entiendo nada.
—Eres la única persona que ha sido capaz de desactivar los dos cortafuegos
más tocapelotas que he creado en mi vida. En diez minutos.
—¿Qué dices? —Entrecierro los ojos. ¿Esos cortafuegos eran suyos?
—Que como no te gradúes con matrícula de honor me vas a oír, Zambrano.
DÓNDE ESTÁN LAS LLAVES, MATARILE,
RILE, RILE…
«Cuando éramos dos» – Sinsinati y Álvaro de Luna

C uando la clase está a punto de acabar, Javi llama a Tristán a regañadientes


con una duda, este da la clase por terminada y los Anonymous se acercan a
mi sitio. En un segundo me veo rodeada por tres tíos altos, vestidos de negro,
con cadenas, pelos Pantene y las sonrisas más bonachonas que he visto en
mucho tiempo. Inés y Rober también se acercan.
—Bueno, ¿y? ¿Cómo lo has hecho? —pregunta Pablo, el más alto de todos. Le
brillan los ojos.
Lo entiendo, estos tíos son unos frikis de la ciberseguridad. Y de la ética. Y de
las camisetas de grupos heavies. Y del pelo brillante.
—Da igual lo que te explique —interviene Rober—. Se desactivan cada vez de
una manera distinta.
—¿En serio? —Miro a Rober con los ojos muy abiertos. Él se encoge de
hombros y, aunque no le hace especial ilusión, señala a Tristán, como diciendo
«Así es él»—. Pero ¿para qué narices programó algo así?
No es él quien responde. Para cuando alguien más abre la boca, yo estoy
recogiendo el portátil, y Javi y Tristán ya están aquí también.
Es mi tutor el que habla.
—Para ganar la convención.
Javi se aproxima y va a pasarle un brazo por encima a Inés como si nada, pero
Pedro, otro de los Anonymous, le frena antes de que ella le vea y niega con la
cabeza según cierra los ojos. Javi claudica y dibuja una mueca, pero aun así dice
lo que venía a decir:
—Y así, sin más, de esta manera tan poco flipada y pedante —se miran con
una ceja enarcada—, te acaba de contar que esta movida fue su Trabajo de Fin
de Máster.
—Bueno, venga, ya. —Tristán pretende escampar a la gente como si fueran
ovejas—. ¿Nos vamos a preparar tu presentación?
—Mientras solo sea la presentación… —musita Roberto, pero un segundo más
tarde, todos, incluidos los Anonymous y en especial Tristán, Javi, Inés y yo, le
hemos fulminado con la mirada.
—Rueda, no me hagas echarte otra vez.

***

Por algún motivo, cuando esta vez recorro los pasillos de la universidad en
dirección al despacho, no siento como si estuviera huyendo o escondiéndome,
como las últimas veces. De hecho, siento todo lo contrario.
Voy al lado de Tristán. Caminamos a paso lento según esquivamos a unos y
otros alumnos, pero ya nadie nos mira. Al menos, no como lo hacían antes, con
el pitorreo del «Sí, papá». Después de lo que pasó, casi me atrevo a decir que los
ojos que se posan sobre nosotros lo hacen con algo parecido a la comprensión,
algo que no entiendo, teniendo en cuenta todo lo que dijo ayer Roberto en el
pasillo.
—¿Qué le pasa a la gente? —pregunto en un susurro.
—¿Qué le pasa de qué? —responde.
—Sabes perfectamente a qué me refiero. No eches balones fuera.
Freno cuando estamos delante de la puerta de su despacho y se pone a buscar
las llaves. Él no responde. Pero si bien Tristán es un genio de la informática, a
mí se me da bastante bien saber cuándo me está saliendo por la tangente.
—Es cosa tuya, ¿verdad? —insisto.
—No sé de qué me hablas —esquiva mientras mete la llave en la ranura.
—Muy bien. …
Pero no está bien, así que asiento y me dispongo a hacer exactamente lo mismo
que hice ayer. «Con un movimiento será suficiente», me digo. Repaso en mi
cabeza cómo hacerlo y me lanzo.
Nada más hemos entrado, hago como que se me cae el móvil, lanzándolo con
todo el cuidado que puedo sobre mis Converse para amortiguar la caída (no soy
Tristán Acosta, no tengo dinero para un iPhone nuevo). Y me alegro muchísimo
al comprobar que no se ha roto, pero no me agacho a recogerlo. Evidentemente,
él sí lo hace porque, pese a todo, sigue siendo un caballero, y es en ese momento
en el que aprovecho, le quito las llaves de la mano, cierro por dentro con una
rapidez que me sorprende incluso a mí y las escondo en el bolsillo trasero de mis
vaqueros, poniendo el jersey por encima y acorralándome a mí misma contra la
puerta.
He gastado toda la agilidad que tenía para el resto de mi vida en estos cinco
segundos.
—Venga ya, Carlota. —Cuando entiende lo que he hecho, se gira hacia mí y
enarca una ceja—. ¿Otra vez?
—Las que hagan falta.
Pone los ojos en blanco y su mano va a parar a la madera de la puerta, detrás
de mí, justo al lado de mi cara.
—Creo que dejé bastante claro que me la suda dónde escondas las llaves.
—Cuando me besas te da igual, pero cuando no lo haces no. ¿O tengo que
recordarte que hasta que me lancé no tenías pensado «sobarme el culo»?
—No será necesario, tengo buena memoria —espeta, serio como nunca. A mí
se me corta un poquito la respiración.
—Pues úsala para contarme qué carajo hiciste ayer cuando viniste a la
universidad —digo.
—No hice nada —dice, pero aparta la mirada.
Ah, no. Por ahí no. Me niego.
Le cojo el mentón y lo giro hacia mí.
—Mientes. Dime la verdad o me voy.
—Eres más cabezota que nadie, ¿verdad?
Sonrío radiante.
—Es mi mayor talento, cariño —digo con sorna.
—Muy bien, cariño —repite—. Pero no eres la única testaruda de los dos.
No me da tiempo a entender lo que está haciendo hasta que ya ha empezado.
Me ha pasado la misma mano con la que me estaba acorralando por detrás de la
espalda, la otra me la ha metido bajo las corvas y, antes de que me dé cuenta,
estoy en brazos de Tristán, tendida boca abajo y sin entender absolutamente
nada.
—¡Suéltame! —chillo, aunque de mi boca sale más una risa nerviosa que una
queja.
—Dame las llaves y te suelto —dice como si no le costara nada sostenerme así.
—No me da la gana —gruño.
—Ya te la dará —dice mientras me mira desde arriba.
—Te cansarás antes.
—Pesa más mi portátil que tú, enana. No tengo ninguna prisa. —Sonríe de
medio lado.
—Te odio —digo. Menos mal que no me ve. Ese «enana» me ha dejado fuera
de combate y estoy rojísima.
—Seguro que sí —responde y me recoloca sobre su espalda como si fuera un
saco de patatas. Yo me agarro a su jersey desde atrás como si me fuera la vida en
ello (de hecho, me va la vida en ello, si me caigo probablemente me muera),
aferrándome a su cintura con fuerza—. Eso, tú no te cortes, ¿eh? Toca tranquila.
—¡No te tocaría si me dejaras en el suelo, listo!
—¿Si te dejo en el suelo me darás las llaves?
—No. —Tampoco puedo evitar reírme. Es algo que me pasa muchas veces con
él. Me duele la luz de gas que me ha hecho, pero a la vez es gracioso, divertido y
mordaz de un modo que hace que no pueda aguantar la risa. Y que sea algo
inevitable lo convierte en algo altamente frustrante.
—Pues ahí te quedas. —Se apoya en el escritorio, pero refuerza el agarre de mi
cintura para que no pueda usar el apoyo para huir.
También te digo que, por más días que pase con él, sigo sin entender ni una
micra de lo que hace. Por una parte, me dice que no hagamos esto más difícil;
por la otra, se va del grupo; pero ahora me tiene agarrada por la cintura y las
piernas sin intención de dejarme ir.
Y pienso aprovecharlo.
—¿Esto es lo mejor que se te ha ocurrido para tocarme, Tristán? —pregunto.
—¿Esto es lo mejor que se te ha ocurrido para que te tocara, Carlota? —
responde fugaz. Mecachis.
Vale, se acabó. No puedo con él, con su socarronería ni con el calor que me
recorre en pleno diciembre cuando estoy a su lado. Hago como que me relajo
para despistarle y él se apoya en el escritorio, porque, por más que diga, sesenta
y dos kilos, haga el ejercicio que haga, no son para aguantarlos durante tres
horas seguidas. Luego espero unos segundos más y resoplo como si siguiera
enfadada hasta que noto que se confía.
Nada más veo (como buenamente puedo) que se saca el móvil del bolsillo,
actúo.
Separo las piernas, me impulso y me dejo caer.
Y, joder, es la peor idea que he tenido en mucho, mucho tiempo.
BÓRRALO TODO
«Duele» – Álvaro de Luna

T ristán ladea el mentón, aprieta los labios y frunce el ceño, divertido, según
asiente como diciendo «Ahá. Interesante» de un modo extrañamente
condescendiente pero sexy.
—Perdón —digo con la boca chica. Es todo lo que se me ocurre en un
momento así.
Mi maravilloso plan de trapecista ha salido mal, y en cuanto lo he puesto en
práctica casi me parto la crisma. Así que él ha tenido que soltar su móvil en el
escritorio para volver a agarrarme y ha acabado colocando mis piernas a ambos
lados de su cuerpo para que no me partiera la crisma.
La gimnasia nunca ha sido lo mío, ¿vale? Soy de las que no sabían hacer la
lateral y se mareaba con la voltereta. No me juzgues.
El caso es que ahora estoy sentada a horcajadas sobre Tristán, con una de sus
manos en mi nuca y la otra en la parte baja de mi espalda. Mi cadera sobre la
suya. Su mirada clavada en la mía. Mis brazos rodeándole los hombros.
Y entonces, por si eso fuera poco, entona:
—Gracias por las llaves, guapa.
Cuando separa la mano de mi espalda, las tiene ahí, entre sus dedos, como si
estuvieran pegadas con Superglue.
—¿En qué momento…?
Suelta una risa que es todo aire.
—En el que te has puesto a hacer el mono. Pero tranquila, no te he tocado. Se
te han caído a ti en uno de tus movimientos de contorsión.
«Ya. Pues qué lástima».
—Enhorabuena, ahora te odio aún más —digo. Como tiene las llaves, seguro
que no me va a contar qué pasó ayer.
Pone los ojos en blanco y responde:
—Muy bien. ¿Y te vas a bajar, o me vas a contar los fundamentos de tu
propuesta aquí?
Cierro los ojos, suspiro, y como soy buenamente capaz (de manera muy
ridícula, todo sea dicho), desenrollo los brazos de encima de Tristán, me
incorporo y repto hasta estar en el suelo.
Pero si bien he sido derrotada por un pedante, no estoy hundida. Yo nunca me
hundo del todo. De haber estado en el Titanic, habría nadado hasta Rose para
darle un empujón y que me hiciera sitio en la tabla.
Saco el portátil del maletín, lo pongo encima del escritorio, a su lado, y muy
cerca de él, con toda la seriedad que puedo, entono:
—Cada vez que una persona envía una fotografía, la aplicación de mensajería
hace un registro del elemento y lo envía. —Tristán asiente—. Y por eso el
primer fundamento es la Teoría de Causalidad. La foto es la causa, y el registro
es el efecto. —Va a intervenir para frenarme, pero no se lo permito. Pongo una
mano delante de su pecho y le freno yo a él.
»Un momento. —Si me dices hace dos meses que estaría mandando callar a mi
profesor, no te creo—. La causa no se puede evitar automáticamente con una
API, pero el registro sí. La intención es frenar el envío en el momento del efecto.
Cuando la aplicación de mensajería reciba cualquier fotografía, la API la
analizará en base a algunos parámetros predefinidos: análisis de edad,
desnudez… Si cumple uno o más de ellos, se bloqueará automáticamente el
envío.
—Echa el freno, Carlota —interrumpe otra vez, pero ahora no le paro—. No
puedes bloquear el envío sin más. No con ese fundamento.
—¿Por qué no? —Frunzo el ceño.
—Porque esas aplicaciones dan la opción de reenviar cuando hay un error de
envío, y la API podría no detectar la segunda vez. Estarías añadiendo una
variable más, y tendrías más de una causa para un solo efecto. Habría que
rehacer la implementación.
Suspiro. Menudo chasco.
—Ey, no te agobies. —Me acaricia el codo con suavidad mientras sonríe—. Se
te escapa algo.
—Se me escapa todo. Acabas de tirarme toda la base del proyecto con una sola
frase.
—Carlota. —Se levanta y me mira—. ¿Por qué hay capturas de nuestras
conversaciones?
Enarco una ceja y me cruzo de brazos. ¿Por qué narices me pregunta eso en un
momento como este? ¿De verdad cuando había logrado centrarme me tiene que
salir con estas?
—¿Y esto a qué viene ahora?
—Respóndeme.
—No es el momento —me niego. Él resopla.
—Carlota, responde.
Doy una vuelta por la habitación para calmarme. Ya no solo es que me saque
el tema, es que me exige que entre. Que pretende que hablemos las cosas cuando
a él le venga bien y no cuando estemos los dos preparados. Pues lo siento, pero
no. No pienso pasar por el aro. Yo ahora estoy hablando de mi proyecto, y
cuando antes le he preguntado qué había pasado en la universidad, no me ha
querido responder.
—¿Podemos centrarnos en el trabajo?
Se lleva dos dedos al puente de la nariz y se lo presiona.
—¿Por qué crees que te lo pregunto? Ya te dije que no iba a hacerlo más
difícil.
—Pues eso es ponerlo más difícil —replico.
—No. Es ayudarte a encontrar la respuesta al problema de tu proyecto sin
dártela yo.
—¿Y cómo coño pretendes que haga eso hablando de nuestras conversaciones?
—pregunto. Estoy a punto de ponerme a llorar de pura frustración. Él toma aire
hondo y se despinza el puente de la nariz.
—Te lo voy a preguntar otra vez, ¿de acuerdo? —Me mira con fijeza—. ¿Por
qué hay capturas de nuestras conversaciones?
—No lo sé, Tristán, ¿quizá porque decidiste unilateralmente que lo más fácil
era eliminarlo para todo el mundo?
Y sonríe. Sonríe tan radiante que me dan ganas de darme la vuelta e irme de
aquí. Y de besarle con rabia y después echarle la bronca como en las películas,
pero eso no lo voy a hacer.
El caso es que sonríe, se acerca a mí y yo niego con la cabeza, aún sin
entenderlo. Ahora mismo estoy frustrada, ofuscada, obcecada con que me haya
cambiado así de tema; y mucho más con que esté poniendo esa cara por algo que
no entiendo.
Estoy a punto de decirle que no pillo el chiste, pero me pone las manos en los
hombros y dice:
—Exacto. Porque, aunque ya estaba todo dicho, aunque ya se había enviado, lo
más fácil era eliminarlo para todo el mundo. No necesitas bloquear el envío de
las fotos y añadir otra variable, Carlota. Necesitas…
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos.
Y lo entiendo.
—Dejar que se envíe… y eliminarlo para todos justo en cuanto se haya
enviado. —Le miro con los ojos muy abiertos.
—Exacto. Si alguien tiene mala hostia y está empeñado en difundir una foto,
créeme: lo hará. Por otra aplicación, por mail o calcándola en un folio y
mandándola por correo postal. Por desgracia no puedes solucionar una lacra de
ese tamaño con una sola API —dice, aunque lo hace tan calmado que no me
sienta mal—. Pero puedes evitar que llegue al receptor añadiendo una
funcionalidad para bloquear el guardado automático en la aplicación que sea.
—¿Y por qué iban aplicaciones como Telegram o WhatsApp a bloquear eso
por una API como la mía?
Tristán se ríe sutil, marcando aún más ese hoyuelo que se le crea en la
comisura cuando dice algo de lo que está orgulloso, y añade:
—Porque vas a cambiar las reglas del juego.
—Ya, bueno… —Me pongo roja de repente—. No tienen por qué querer
cambiarlas.
—Entonces que cambien de discurso; no me cuadra que quieran tanta
privacidad de datos y después no implementen algo como lo tuyo.
Pienso unos segundos en silencio, me aparto de él y me siento para hacerlo con
más claridad. Todo esto me da muchísimo vértigo. Presentar un proyecto en una
convención europea para jóvenes talentos no es cualquier cosa, pero mucho
menos lo es intentar que aplicaciones de mensajería como esas hagan cambios
estructurales en su modelo de negocio por mí.
Aunque no sería «por mí», ¿no? Sería por todo el mundo.
Cuando noto que no puedo más, me giro hacia Tristán, que continúa donde me
había dejado, mirándome, y pregunto:
—¿Por qué estás tan seguro?
—Te lo he dicho muchas veces, Carlota: porque creo en ti.
¡VÁMONOS!
«Superpoderes» – Funambulista

D espués de aquello, le pedí a Tristán si podíamos seguir otro día y me


marché. No lo hice enfadada, lo hice confundida; no estaba segura de lo
que había pasado, pero sabía que, que me hubiera dicho que creía en mí, seguía
sin significar que hubiera apostado por mí, por nosotros, y yo necesitaba ver
aquello.
De acuerdo, en clase me lo ha dado a entender un par de veces estas semanas,
pero no es suficiente. Y no digo eso porque necesite que ponga toda la carne en
el asador por nuestra relación y me plante un anillo en el dedo, qué va. Es solo
que me habría gustado una mínima demostración de que todo esto nuestro no es
un imposible. Gritárselo al mundo como quería hacerlo yo; o al menos decirlo,
aunque fuera bajito, antes de que todo explotara. Y ahora la inseguridad me
carcome.
A todo eso hay que sumarle que Tristán me esconde algo. Sé que no me lo
cuenta para protegerme, pero saber que de la noche a la mañana todo el mundo
entiende lo que ha pasado y deja de ver nuestra relación como si fuera algo raro
me descoloca (porque, a ojos de los demás, cualquier relación entre él y una de
sus alumnas es algo completamente fuera de lo normal). Y todo eso me inquieta
muchísimo.
El caso es que hoy es la última vez que voy a ver a Tristán en un tiempo.
Mañana empiezan las vacaciones de Navidad, y no volvemos hasta enero,
aunque la segunda semana tras las vacaciones ya es el viaje a Toulouse. Por eso
llevamos toda la tarde metidos en su despacho, él en la butaca y yo dando
vueltas por todo, repasando por enésima vez todo lo que ya hemos hablado,
repasado y vuelto a repasar. Y todo porque no soy capaz de reconocer que no
quiero alejarme de él.
—¿Y cuando te pregunten cómo pretendes hacer eso con la cantidad masiva de
datos que se registran al día? —pregunta.
—Les responderé que la API no guardará los elementos gráficos, solo les
asignará un código alfanumérico, y nada más haya hecho el análisis, la fotografía
se eliminará para todos. Si intenta enviar la misma tres veces, la API enviará un
reporte automático y se bloqueará la cuenta del usuario como medida
preventiva…
—Muy bien, ¿y cómo pretendes hacer que se cancele el envío? —Su voz suena
cansada.
—De hecho, el envío se hará. Pero no les dará tiempo a guardar la fotografía, y
tampoco se guardará automáticamente. Con la API se desactivará la opción de
guardado automático, y…
—Carlota. —Me para. Yo me giro hacia él, estaba caminando hacia la pared
mientras hablaba. Normalmente ya evito mirarle, y hoy, antes de alejarme de él
tanto tiempo, más aún—. Son las nueve de la noche, no queda nadie en la
universidad y te lo sabes perfectamente. ¿Podemos parar ya?
Suspiro.
Esperaba que pasar estas últimas horas con él antes de irme a ver películas
navideñas malas con Inés me sirviera para aligerar este nudo en el pecho, pero
no ha funcionado.
Observo cómo se abre un poco más el cuello de la camisa, que sale de dentro
del jersey negro de lana que se le ciñe a la figura, justo encima de los vaqueros
oscuros que se ha puesto. Yo suspiro y, como acto reflejo, reviso que el vestido
rojo de botones esté bien colocado. Pero dejo de hacerlo tan pronto como me
doy cuenta de lo cliché que soy poniéndome este vestido en Navidad. Seguro
que parezco un elfo de Papá Noel.
Vale, de repente quiero salir corriendo.
—Claro —digo veloz. Luego me apresuro a guardar el portátil y meterlo
dentro del maletín, pero él ya lo ha guardado todo, y por más prisa que me doy,
Tristán hace tiempo que está esperándome en la puerta cuando termino. No voy
a poder poner la excusa de que tengo prisa para enmascarar mi vergüenza (de
todos modos, no se la habría creído).
Nada más caminamos por los pasillos de la Politécnica, en silencio y en
penumbra, a mi cerebro le parece buena idea recordar todo lo que hemos vivido
estos meses, como cuando en el final de temporada de una serie te hacen muchos
flashbacks muy rápidos, por si te has perdido algún capítulo. Nos hemos
vacilado, hemos creído el uno en el otro, nos hemos amado, nos hemos reído,
nos hemos tocado, hemos roto… Y aún no hemos sido capaces de normalizar
esta situación.
Suspiro. Supongo que pasar unas semanas sin él me irá bien. Que tomar
distancia hará que nos calmemos.
—¿Qué vas a hacer durante las vacaciones? —pregunto, aunque teniendo en
cuenta que me puede responder cualquier cosa con cualquier persona, ahora me
parece una idea de mierda. No estoy preparada para saber que está pasando
página.
—Supongo que discutir con Javi. —Se encoge de hombros.
Frunzo el ceño.
—¿Aún no ha encontrado piso?
—Qué va, la cosa está difícil, y en Navidad no va a encontrar nada. Este mes
se ha empeñado en darme la mitad de la letra del piso. —Pone los ojos en
blanco. Yo abro mucho los míos y enarco las cejas.
—Espera, ¿el piso es tuyo? ¿Lo tienes en propiedad?
Dibuja una mueca de desinterés que no entiendo.
—Algo así, tengo como la mitad pagada. No es gran cosa.
«¿¡Cómo que no!?», quiero gritarle. No a cualquiera le dan una hipoteca en un
sitio así, en esa zona, con esas calidades, con los ceros que debe tener su
tasación. Y no cualquiera tiene la mitad pagada con su edad. Pero acabo
sacudiendo la cabeza para no parecer una superficial y, en su lugar, pregunto:
—Oye, ¿estarás bien?
Ambos paramos en medio del pasillo.
—¿A qué te refieres?
Suspiro. Parpadeo. Le miro desde abajo con el corazón en un puño…
Pero no me sale nada que no me vuelva a poner en la cuerda floja.
—Da igual, déjalo. —Me doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta, pero su
mano frena la mía y mi cuerpo entero para con su contacto. Hacía tiempo que no
nos tocábamos así.
Demasiado tiempo.
—No, no lo estaré —responde con gravedad—. Voy a echarte muchísimo de
menos todas las fiestas, si es lo que preguntas —dice. Yo entreabro los labios y
me giro hacia él.
—Tristán, no…
Se acerca a mis labios. Los mira con cautela.
—Déjame verte fuera de clase —pide.
—¿Fuera de clase? —balbuceo.
—Una cita, Carlota.
Quiero gritar que sí, pero no puedo tendérsela en bandeja. Ya lo he hecho una
vez y el resultado no fue demasiado halagüeño.
—Me lo pensaré, ¿vale? —digo, como si no supiera que le voy a escribir nada
más llegar a Coslada.
Él asiente resignado y volvemos a caminar.
Estoy pensando en cómo alargar la conversación para evitar lanzarme a sus
labios, pero ese problema se difumina rápido. Nada más ponernos los abrigos y
salir, alguien desmiente aquello de que estábamos solos en la universidad.
Ante nosotros hay una chica un poco más alta que yo, de pelo casi azabache,
con tirabuzones, ojos grandes claros, unas pestañas preciosas y un atuendo de
chica fuerte y segura de sí misma que tira para atrás; probablemente pegaría
saliendo con los Anonymous. Y no deja de mirar a Tristán.
Él deja nuestra conversación a medias, me coloca el abrigo encima y me insta a
salir.
Detrás de ella, Javi aparece corriendo, prácticamente con la lengua fuera, y me
mira con culpabilidad antes de girarse hacia la chica, intentar darle la mano (que
ella aparta como si fuera una mosca) y decir:
—Paula, déjalo ya. Vámonos.
Doy un paso atrás y miro a Tristán, pero él, por primera vez, no me mira a mí.
Le mantiene la mirada a ella.
A Paula.
A su ex.
OH, PAULA…
«Si me voy (Cups)» – Paula Rojo y The Wild Horses

C uando Paula abre la boca, lo hace con tanta seguridad como suele hacer su
primo (supongo que lo llevan en los genes), y yo me siento como una copia
débil y pequeñita de ella. Ambas tenemos el pelo negro, pero ella lo lleva largo y
bien peinado, no como yo, que me recoloco el flequillo cincuenta y cuatro veces
al día; los ojos claros, solo que los suyos son casi grises, como los de Javi; y la
piel blanca, aunque la suya es…
Resumámoslo en que mi autoestima no deja de gritar que ella juega en otra
liga.
Aún no ha dicho nada. Se ha limitado a ignorar a Javi y mirar a Tristán. Pero
ahora se acerca a él, que no se mueve de su sitio, justo a las puertas de la
universidad. Cuando llega a centímetros de su cara se me instala un nudo en el
pecho tan grande que me obligo a apartarme un poco más; de alguna manera
siento que estoy interrumpiendo algo importante, que sobro, que no debería estar
aquí.
En ese momento se me ocurre mirar a Javi de reojo, y ahora, además de la
culpa, veo en sus ojos la confusión. ¿De verdad no sabe por qué me siento así?
De acuerdo, es su prima, pero las diferencias saltan a la vista. Paula se inclina y
le da dos besos de cortesía a Tristán. Luego se separa de él, me mira a mí y dice:
—Encantada, Carlota. Soy Paula.
Yo aprieto los labios y fuerzo una sonrisa. Y justo en ese instante, ella se
acerca a mí y me saluda igual que ha hecho con Tristán, que nos observa, cierra
los ojos y se lleva la mano al pelo, dando una vuelta sobre sí mismo. No necesito
mirar a Javi para saber que está haciendo lo mismo. Además, no podría mirar a
Javi aunque quisiera. Paula, con su seguridad demoledora, se ha interpuesto
entre los dos para que deje de intentar frenarla.
—Igualmente —consigo responder con un esfuerzo titánico.
Solo un segundo después me aparto de nuevo. Que sea educada no quiere decir
que me soporte; de hecho, que sepa mi nombre no es ninguna buena señal, y el
tono en el que me ha dicho cómo se llamaba indicaba que es plenamente
consciente de que yo ya lo sabía; de que estoy al tanto de todo.
Javi lo corrobora cuando dice:
—Ya sabe quién eres. ¿Podemos irnos ya?
Pero el shock de Tristán parece haber desaparecido tras ver cómo ella y yo nos
saludábamos, porque se cruza de brazos y le pregunta a Javi:
—¿Se puede saber qué hacéis aquí, en primer lugar?
Los párpados de Javi caen con pesadez. Llevan tatuada la palabra «culpa».
—Te has ido de la lengua, ¿verdad? —responde Tristán. Javi bufa y asiente.
—¿Qué querías que hiciera? Es Paula. No me iba a dejar ir así como así.
Entonces Tristán vuelve a girarse hacia nosotras, esta vez con algo más de
urgencia, como si quisiera acabar con todo esto muy rápido.
—Si quieres que hablemos, vámonos de aquí —dice después.
Pero, de nuevo, no me está mirando a mí.
Vuelve a mirarla a ella.
—¿Quién te ha dicho que venga a verte a ti? —pregunta ella a Tristán.
—No me jodas… Paula, hostias, vámonos —dice Javi, que sabe algo que yo
no sé. Yo miro a todas partes buscando una respuesta, pero nadie parece querer
dármela aún.
—¿Por qué? —Paula se gira hacia su primo—. ¿No creéis que tiene derecho a
saberlo?
—No es asunto tuyo lo que ella tenga o no tenga que saber —dice Tristán,
mucho más seco de lo que esperaba. Yo, entretanto, repaso mentalmente: sé que
la dejó, y sé que ella se marchó a Portugal a trabajar cuando terminó el máster,
pero no sabía que hubieran acabado mal. De hecho…
—A mí me parece que sí. Id a donde queráis, pero si vais a casa no cerréis por
dentro. Tengo que poder abrir.
«A casa».
No me jodas.
No me jodas.
No me jodas…
—¿Tienes llave del ático? —pregunto descolocada. No tengo ningún derecho a
hacerlo, pero ella tampoco parece haber venido a contarme las cosas a medias, y
esto necesito saberlo. Yo he estado en ese piso. He estado allí con él.
Sonríe con cierto tinte de sororidad y dice:
—El petardo de tu tutor insistió en ponerme en la escritura. —Y hace un
ademán restándole hierro.
—¿Perdón? —pregunto, aunque ahora miro a Tristán cuando lo hago.
Él no responde, sin embargo. No le da tiempo. Lo vuelve a hacer ella al decir:
—Carlota, cielo, tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
Y no sé si es por su sonrisa, por cómo Javi se acerca a ella dispuesto a hacer
que se vayan una vez más, por cómo Tristán se vuelve a pasar la mano por la
cara como si la hubiera cagado hasta el fondo o por todo a la vez, pero sonrío de
vuelta a Paula y, haciendo de tripas corazón, respondo:
—¿Te apetece tomar algo?
—¿Es coña? —salta Javi.
—Me muero por una caña de La Dolores. Hace mucho que no voy por allí —
responde ella.
—Paula, no hagas esto —dice Tristán mientras se le acerca y le roza el hombro
con una mano. No es un gesto romántico, pero no puedo evitar mirar y que un
calambre me recorra el corazón. Javi también se acerca, y yo observo lo
desesperados que están y me recorre un segundo calambre.
Pero Paula no está aquí por casualidad, y tampoco está para que le toquen las
narices. Por eso ignora sus súplicas, se da la vuelta hacia ellos y, con toda la
severidad que a mí me ha estado ocultando, entona:
—Alguien tendrá que contarle que has dejado la universidad, ¿no?
Y de repente todo encaja.
—¿¡Que has hecho qué!?
MIEDO
«Miedo» – Amaia

N
— o la escuches, no es así exactamente —dice Tristán, que la sobrepasa y se
acerca hacia mí. Entretanto, Javi alcanza a su prima e intenta hacerla entrar en
razón, pero Paula pasa de su cara bombásticamente y vuelve a mi lado.
—¿Y cómo es, exactamente, si se puede saber? —pregunto con las lágrimas en
los ojos.
Él resopla.
—¿No podemos hablarlo en otro momento?
—¿Sigues haciendo eso, Tristán? ¿En serio? —pregunta ella. Y juro que ahora
mismo me encantaría que fuera una harpía borde y no la soportara, pero no
puedo entenderla más.
Para él nunca es el momento.
—Sigue haciéndolo —respondo yo mientras recuerdo cómo me respondió hace
unas semanas, cuando me paró la canción en clase; recordando su piso, cuando
me dijo que no íbamos a hacer el amor. Doy un paso atrás cuando veo que
intenta frenarme.
—Tío, frena, vas a salir escaldado —musita Javi mientras se pone detrás de él.
—A lo mejor si te hubieras callado no estaría así —le recrimina Tristán. Paula
y yo nos limitamos a mirar cómo siguen enterrándose.
—¿Y qué coño pretendías que hiciera si se ha presentado en el ático y ha
abierto la puerta? No sabes la cara que ha puesto al verme allí, hasta me ha
preguntado si tú y yo estábamos liados, vamos, no me jodas. —Se gira hacia
Paula—. Y tronca, podías haber tocado antes al timbre, estaba en pelotas. O
podría haber estado él.
—Ay, Javier Jesús, por Dios, vi mil veces cómo la tía te cambiaba el pañal de
pequeño, no seas dramático. —Hace otro ademán—. Tampoco es como si
hubiera algo que ver. Tres cuartos de lo mismo para Tristán. —Otro ademán
acompaña al zasca—. No me interesáis.
—Espera, ¿qué coño hacías en pelotas en mi piso? —Tristán frunce el ceño
según se gira un segundo hacia Javi.
—¿Salir de la ducha? —dice como si fuera obvio.
—¿Y si entro yo?
—¿Nunca has visto un pene?
—No tengo interés en ver el tuyo.
—No me jodas, estabas con Carlota. No ibas a volver en horas. Con suerte ni
siquiera ibas a volver. Pero por lo visto eres bastante lerdo. —Pone los ojos en
blanco.
Tristán y yo intercambiamos una mirada fugaz.
—¿Y si me da por volver antes por lo que sea?
—Le habrías hecho un favor a tu vista.
En cualquier otro momento esta conversación me haría hasta gracia, pero
ahora, con cada segundo que pasa, siento como si un millón de grietas se
abrieran dentro de mí, y, sinceramente, no quiero terminar de romperme. Así que
voy a zanjar todo esto, pero nada más abro la boca, Paula me da la mano y
empezamos a andar. Yo lo agradezco y la sigo. Solo paramos un segundo
cuando Tristán pregunta:
—¿De verdad no vas a dejar que te lo explique yo?
Ni siquiera reprimo la risa sarcástica y triste que me sale. Me giro hacia él y
digo:
—¿De verdad crees que no has tenido tiempo suficiente?
No evito llorar cuando cogemos un metro que nos acerca a Cortes para llegar a
La Dolores. Entierro la cara entre las palmas de mis manos y sollozo en silencio.
Medio vagón me ignora y la otra mitad hace como que no me ve porque, para ser
franca, no es su problema. De todos modos, cuando bajen del vagón en la
próxima estación es probable que no volvamos a vernos jamás. Madrid es así, un
lugar donde llorar a gusto delante de desconocidos.
Paula, sin embargo, no me deja sola mientras lo hago. Algo que no entiendo,
por otra parte; no tiene por qué llevarse bien conmigo ni por qué ayudarme, pero
tampoco siento que lo haga con segundas intenciones, porque no tiene pinta de
haber venido a joder a nadie. Me frota la espalda con cariño y permanece a mi
lado.
Cuando nos apeamos siento que no puedo más con la incertidumbre, así que
me seco las lágrimas, me aclaro la garganta y pregunto:
—¿Por qué haces todo esto?
—¿El qué? —Se gira hacia mí, y corroboro de nuevo cómo en su expresión no
hay nada que me diga que tiene intención de mentir. Al contrario. Parece sincera
y calmada.
—Todo. No me malinterpretes: me parece todo estupendo, es solo que no
entiendo que vuelvas a Madrid cuando parecía que formabas parte de un pasado
remoto, también apareces en la universidad a echarle la bronca a Tristán y me
propones ir a tomar algo juntas en plan feminista justiciera.
Empezamos a subir las escaleras de la boca de metro cuando responde:
—Vamos por partes, ¿te parece? —Asiento—. ¿Qué quieres saber primero?
—¿Qué haces aquí?
—Visitar a mis primos por Navidad.
Vale, no había contemplado la posibilidad de que no solo viniera a formar
parte de mi novela romántica.
—Ah… Claro. Perdón, soy una metiche. Pero voy a serlo un poco más. —
Sonrío culpable. Si no me quito esta espinita no me quedaré tranquila—. ¿Y ya
está? ¿De verdad solo vienes a eso? Porque, si es así, mi irrisorio amor propio y
yo no entendemos tu aparición estelar de hace un rato.
Sonríe y mira al suelo mientras niega con la cabeza. Viene a algo más, pero no
a lo que yo pensaba. Cuando me mira a los ojos y habla de nuevo, sé que me va
a decir la verdad:
—Y a ver a Leo.
—¿Leo? ¿El amigo de Tristán?
—El mismo. —Se le encienden las mejillas.
—Ah. —Me callo tan pronto como me doy cuenta de que me estoy
extralimitando. Bueno, me callo por eso y porque cuando he visto cómo le
brillaban los ojos al mencionar su nombre no he necesitado saber nada más.
—Puedes preguntar, ¿eh? Yo me he presentado en la universidad a cantarle las
cuarenta a mi ex delante de ti. Es normal que tengas curiosidad. —Cierra los
ojos y echa la cabeza hacia atrás para apoyarla en el cristal.
—Ya, sí, ha sido bastante… intenso. —Sonrío, pero no le pregunto más.
—Ha sido una zorrada —se ríe.
—¿Qué? —La miro. ¿De verdad podemos tomarnos esas confianzas? ¿No está
mal?
A ver, sé que puede que parezca que me preocupo demasiado, pero la única
chica con la que hablo en esos términos desde hace años es Inés. La vida de una
persona con ansiedad social es un interesante y jodido laberinto de prevenciones,
y yo aún no sé cómo salir de él en línea recta con nadie más.
—Vamos, ¿no te ha parecido que volvía a por el amor de mi vida ahora que no
salís?
—¿Perdón? —Una esquina más del laberinto me arrincona. ¿Me ha preguntado
todo eso para recordarme que no estoy con Tristán?
—Vale, por partes otra vez: cuando he llegado, Javi me lo ha contado todo —
recapitula. Yo aprieto los labios, no sé qué más hacer—. Y esto tienes que
saberlo, por ti y por Inés: soy la debilidad de mi primo pequeño. Me lo cuenta
absolutamente todo. Quique me tiene más calada, pero Javi…
—Te debe querer mucho. —Sonrío como puedo.
—¡Qué va! —carcajea—. Lo que pasa es que me tiene miedo.
—¿Miedo, Javier? —pregunto.
—¿Javi? No te haces una idea de cuánto. A mí y a muchas cosas más, lo que
pasa es que le encanta ir de machito que domina la situación, y como conmigo
no la domina… ¿Por qué crees que se lio con otra y no con Inés, aparte de
porque es rematadamente besugo? —Ladeo la cabeza. Empiezo a entrar en la
conversación. El laberinto parece algo menos enrevesado cuando hablamos de
algo en común y veo que compartimos opiniones.
»Tiene un miedo al compromiso increíble, pero no porque no quiera
comprometerse en el sentido literal de la palabra. Si la última vez que le vi me
dijo que se iba a casar con esa chica… —Sonrío, y ahora es de verdad. Me lo
creo perfectamente—. El problema es que es idiota y cree que no estará a la
altura, que tendrá problemas de convivencia, que desarrollará unos celos insanos
que harán que ella sufra. —Parpadeo muchas veces, pero no le pregunto; Paula
es una mujer lista y caza al vuelo mi gesto.
»Ya, yo tampoco pienso que alguien como él se pueda poner celoso. A ver,
hace como que se pone celoso, pero en realidad no es verdad. Es como Tristán,
son igualitos. Les encanta ir de machitos defensores del pueblo femenino y partir
un par de bocas para hacerse los guais, pero en realidad es solo sobreprotección
y ganas de marcar músculo. Luego son de los que se arrepienten porque saben
que la violencia es una gran cagada que no soluciona absolutamente nada.
Llevamos un rato más hablando de Javi cuando subimos a La Dolores y pido
dos tercios. Está a rebosar, lleno de gente cantando, vestida de oficina y con
cuernos de reno en la cabeza. Madrid también es esto.
Nos adentramos en el bar, sonreímos a un grupo de chicas que están de
despedida de soltera y llevan tetas pintadas con permanente en la cara y nos
apoyamos en la pared, una junto a la otra.
Y es curioso cómo, aunque no se oye prácticamente nada más que el murmullo
del bar, por una vez siento que hay silencio dentro de mí.
El ruido se ha apagado, y después de la sonrisa de Paula, creo que veo la salida
del laberinto.
¿NOS TOMAMOS LA ÚLTIMA?
«Como tú» – Edurne y Efecto Pasillo

E
— ntonces ¿por qué deja la universidad?
—¿Quieres la versión oficial o la que leo yo entre líneas?
Hace cerca de dos horas que estamos en La Dolores, aunque se me han hecho
cortísimas. Pocos minutos atrás, una pareja ha dejado la mesa que había junto a
nosotras, y rápidas como una madre en las rebajas antes de la vuelta al cole,
hemos corrido a cogerla entre risas. Ahora, tras darle un mordisco a mi rollito de
salmón, digo:
—Ambas, por supuesto. —Lo digo en serio. Quiero saber todo lo que me
quiera contar. Es raro, pero hace un rato que siento que con ella es todo muy
sencillo, y no tengo ganas de que nuestra extraña cita termine.
—Vale, veamos. —Se remanga—. La oficial es que Tristán, tras lo que dijo
Roberto en el pasillo, se cansó de dar clase a críos que le pueden meter en líos y
que ha decidido irse a trabajar al mundo de la pura y dura ciberseguridad en la
empresa privada. Vamos, que se ha cansado de dramas universitarios y en cuanto
acabe el curso, porque antes no le dejan, se pira a dramas de oficina —explica, y
de repente entiendo la actitud de todo el mundo cuando fuimos juntos por los
pasillos. Sabían que no podían tensar más la cuerda porque ya se había roto. No
había más chisme que sacar. Él lo había cortado de raíz.
—¿Y la extraoficial? —pregunto para dejar de pensar. No quiero volverme
loca.
Nada más Paula abre la boca, entiendo que me ha salido el tiro por la culata.
—La extraoficial es que te quiere más que a sí mismo, Carlota.
Casi me atraganto con el rollito de salmón.
Ahora sí que voy a pensar con ganas.
—¿Q-qué? —pregunto. Se ha puesto a mi lado y me ha dado un par de toques
en la espalda—. ¿Qué tiene que ver que me quiera con que se vaya de la
universidad?
—Bueno, tú también te vas, ¿no?
—Pero ¿eso qué tiene que ver? —Sacudo la cabeza.
Suspira y yo me siento ligeramente mal, porque en realidad sí veo por dónde
va y entiendo qué tiene que ver, pero necesito que me lo confirme. Necesito que
alguien que no sea del grupito me diga que Tristán hace esto porque apuesta por
nosotros, aunque me parezca horrible que haya llegado a la conclusión de que no
confío en él. Yo no necesito que se vaya de la universidad para saber que no se
va a ir con otra alumna. ¿Qué clase de pareja sería si lo pensara? Esa película ya
la he vivido, solo que el coprotagonista era Roberto, y no pienso rodar una
segunda parte siendo yo la celosa.
Aunque, bien pensado…, eso es culpa mía. Fui yo quien le preguntó quién me
aseguraba que no habría una nueva alumna en la siguiente promoción. Fui yo
quien le hizo pensar que no confiaba en él. Y eso que confío más en él que en mí
misma, pero en ese momento…
Joder, qué malo es hablar en caliente.
—¿Quieres dejar de culparte a ti misma? —pregunta. Seguramente ha visto
cómo mi telaraña de pensamientos empezaba a estrangularme.
—¿Cómo sabes que estoy haciéndolo?
—Tienes un cartel de neón en la frente que dice que crees que es por algo que
le dijiste tú, y escucha: no. No eres culpable de la gestión emocional de los
demás.
—Ya, pero le dije que…
—¿Qué, Carlota? ¿Lo mismo que le dije yo? ¿Lo mismo que le dijo Javi? ¿Lo
mismo que dijo tu ex? ¿Que Tristán se iba a buscar a otra después de a ti? ¿Que
ya se había liado con dos primeras promociones?
Trago saliva.
—Exactamente eso, aunque yo aún no soy primera promoción.
—Lo serás, de lo contrario no habría elegido tu proyecto —asegura.
—Si soy torpísima.
—Pues a mí me han dicho que has tumbado a los dos titanes —apunta
orgullosa.
—¿Tan heavy es eso?
—Hostia, tronca, si tú supieras…
Sonrío.
—Sea como sea, no tenía por qué haberle dicho eso. Fue como dudar de él.
—Ya, pero un calentón lo tiene cualquiera y él tiene antecedentes, cariño. Es
normal que te sientas insegura. —Vuelve a su sitio, pero me da la mano—. Aun
así, tal y como piensas eso, está en tu mano dejarlo de pensar.
—¿No es tarde?
—¿Para qué? ¿Para creer que te quiere cuando por fin te da motivos?
—Para convencerle de que no deje la universidad. Ya le creía, pero no me
gustaba su manera de escondernos del mundo. Y ahora no me gusta que para
mostrarnos tenga que dejar de ser quien es. Yo qué sé.
Niega con la cabeza.
—Tú no tienes que convencerle de que no deje la universidad, y él no va a
dejar de ser quien es porque cambie de trabajo. Lo que sí puedes hacer es decirle
que le crees, que confías en él, que le quieres, lo que sea. Pero no esperar que
tome la decisión solo porque tengas una fe ciega en él. De hecho, estoy casi
segura de que no te lo ha contado por eso, para que no le disuadas. Además,
cortaste con él, ¿no?
—Sí, bueno, no llegamos a empezar nada formal… —Me encojo de hombros.
—Como sea. —Se echa el pelo atrás con ambas manos, como si para ella nada
tuviera suficiente importancia. No sabe cómo envidio su actitud, yo soy la reina
del overthinking—. Si ha tomado esa decisión aun sabiendo que no quieres estar
con él es porque también él quiere alejarse de la uni. Y no me extraña, es un nido
de víboras… Allí no hay quien empiece una relación.
Resoplo como un caballo y me echo encima de la mesa con pesadez, haciendo
un puchero tonto, aunque ahora ya no tengo ganas de llorar. Lo cierto es que
Paula me ha caído brutal, y hablar con ella ha sido todo un alivio. Ella se ríe,
divertida, y se termina su tercio de un trago.
—Nadie tira las cañas como los madrileños —dice después—. ¿Otro corto?
—Como si traes cinco —me río.
Ella corresponde a mi sonrisa, coge los vasos vacíos y me guiña un ojo.
El laberinto de las precauciones queda lejos.

***
Bajamos las escaleras de La Dolores de la mano y partiéndonos el culo y
comentando que no hay nada que una más a dos mujeres que un ex en común.
Después quedamos en vernos en el desfile del orgullo el próximo julio, porque
por lo visto Tristán tiene un ojo increíble para las bisexuales, y nos dirigimos
hacia el metro riéndonos sobre no sé qué de su primo que he olvidado a los dos
minutos.
—Tía, le caerías tan bien a Inés…
—¡Tía, pues preséntamela!
—Con cómo está con tu primo no sé si es lo mejor…
—Bah, como si fuera a defender a Javierito. Es más tonto que Pichote, que se
cayó de espaldas y se rompió el cipote.
Me parto.
—¿Ves? Le caerías genial. A ver si cuando estén mejor…
—Cuando estén mejor yo ya no estaré por aquí, tronca. Me voy después de
Año Nuevo. ¿Por qué no quedamos antes?
—¿Las tres? —pregunto. En ese momento, Paula tiene que tirar de mí porque
casi me como a un tío que venía de frente e iba aún más perjudicado que yo.
—Los seis —responde—. Quiero ver a Leo, tía, pero Leo… A ver, no sé si me
quiere ver a mí. Hablamos por Telegram hasta horas intempestivas, pero no
damos el paso, ¿sabes? Y necesito tomarme unos minis con él y analizar sus
gestos, sus signos, el brillo de sus ojos para saber si quiere comerme los morros,
no sé.
»La movida es que si no es con Tristán sé que no veré a Leo, y Tristán no
vendrá si no vienes tú… La mayoría de tíos son complicados cuando se trata de
quedar con su ex. Todos creen que tienes segundas intenciones con ellos cuando
en realidad las tienes con su colega. —No sabe cómo agradezco que me diga la
verdad sin medias tintas.
—¿Y Javi?
—Javi irá, es mi primo —se parte el culo.
—¿Tan sobreprotector es?
—¿Sobreprotector? Tía, le voy a amenazar con hablar de sus anécdotas de
cuando era crío con Inés. Si quiere que sus tiernos recuerdos de orinal
permanezcan amparados bajo la sombra del desconocimiento, tendrá que venir a
evitarlo.
—Eh, esos recuerdos son monísimos.
—A mí también me lo parecen, pero la mayoría de tíos también son
complicados cuando se trata de hablar de que de pequeños hacían pipí y caca
delante de la chica que les gusta, y Javi no es una excepción.
Levanto la palma para chocarla con ella y ella me corresponde y nos quedamos
con las dos manos dadas, en medio de Cortes y riéndonos, aunque ya no
sabemos muy bien de qué.
—Oye, pero prométeme una cosa, ¿vale? —dice.
—Va, dime.
—No se lo pongáis fácil, aunque estéis encoñadísimas. Que sea lo más difícil
que hayan hecho en su vida. Que se lo tengan que currar un huevo, ¿va?
Achino los ojos y sonrío malvada.
—Dalo por hecho. ¿Nochebuena?
Sonríe también.
—Nochebuena.
Nos estamos soltando una de las manos y volviendo a andar para poner fin a la
noche cuando oigo mi nombre a mis espaldas.
No esperaba encontrarme aquí a la voz que lo entona, y francamente, no
entraba en mis planes girarme después de todo lo que ha pasado. Pero algo
dentro de mí me dice que ya está bien de sufrir, que no hace falta que haga como
que no le he oído, que no es necesario que le ignore, que no me va a hacer daño.
Me giro hacia Roberto, suelto un segundo a Paula y voy a darle un abrazo.
—Hola, Rober —entono cuando, tras unos segundos de puré mental, mi ex me
devuelve el abrazo. Después me separo de él, le sonrío y le vuelvo a dar la mano
a Paula.
—¿Este es Roberto? —me pregunta con malicia mientras me aprieta la mano.
—El mismo.
Algo me dice que la noche no ha terminado.
Y algo me dice que me va a gustar.
Lo confirmo cuando Paula me pone la mano que no me está dando sobre la
mejilla, se acerca a mi nariz y me sonríe como si fuera la mujer más inocente
sobre la faz de la Tierra:
—¿Y no me lo vas a presentar, gatita? —Sonrío. El «gatita» es muy de Javi.
—Por supuesto que sí, nena. —Sonrío más. El «nena» es muy de Tristán.
Me giro hacia él, que está blanco como la pared, y entono:
—Rober, te presento a mi chica.
Ella le tiende la mano y sonríe radiante mientras le planta el giro de guion del
siglo:
—Encantada, cariño. Soy la prima del tío al que casi le rompes la nariz.
VIDEOLLAMADAS Y PÁNICO
«Canción de radio» – Sofía Ellar

L o primero que hago al llegar a casa es comprobar que Inés está bien. Hace
horas, cuando estaba con Tristán en su despacho, le he enviado un mensaje.
Ella me ha respondido que podría estar peor y que se iba a dormir pronto (su
respuesta predeterminada desde el día que pasó lo del pasillo). Ahora he
comprobado que es así: duerme hecha un ovillo dentro de su edredón.
Cierro su puerta con cuidado y me meto en mi habitación. Una vez allí, me
descalzo, me quito el sujetador y me tiro encima de la cama. Estoy hecha polvo,
pero la sensación de quitarme los zapatos y los aros es liberadora.
Aunque sé que voy a estar peor cuando veo el chorro de mensajes que Javi y
Tristán me han enviado, cada uno en su chat.
Decido que me va a costar menos enfrentarme al de Javi y abro nuestra
conversación.
Javi: Carlota, por favor, escríbeme cuando puedas. Necesito q hablemos de lo q ha pasado. Necesito
saber cómo estás. Necesito entender q se te pasa por la cabeza desde el día del mitin de Roberto.
Necesito q hablemos de verdad.
Javi: Te quiero, tía, joder. No miento cuando digo q te has convertido en mi mejor amiga. Y no
quiero perder a la única mejor amiga q he tenido.
Javi: Y a la mejor…
Javi: Mira, sé q igual no me crees, pero no me acerqué a ti para acercarme a Inés. Sé de sobra q lo
mío con ella está más que muerto. Q me hizo ilusión pensar q podía volver a empezar con ella?
Claro, joder, pero eso no quita que me estuviera mintiendo a mí mismo. Y la movida de compartir
piso contigo también me molaba un huevo, no creas q no. Verte tropezándote con todas las cosas de
la casa tiene que ser un espectáculo. Tristán es un coñazo.
Javi: Perdón, coñazo es sexista. Tristán es un pollazo.
Javi: (No he dicho eso con connotación sexual).
Javi: Tampoco te propuse q te fueras a casa de Tristán para quedarme solo con ella. Joder, si lo único
que hice fue arroparla y darle un beso en la frente, no me jodas. Si al menos hubiera estado sobria
habría podido chincharla, pero ni eso. Me limité a ver cómo la tía de la que estoy profundamente
enamorado se reía de mí x la mañana xq beso como un oso hormiguero. Lo hice xq pensaba q
queríais estar juntos y xq de verdad necesitabas descansar después de lo de Robertóxico.
Javi: Oye, de verdad piensas q beso como un oso hormiguero?
Javi: Te diga lo que te diga mi prima, miente.
Javi: A no ser q sea bueno. Si es bueno, créela…
Javi: Ha llegado y no suelta prenda. Para colmo está borracha. Supongo q tú tampoco dirás nada y te
echarás a sobarla porque pasas de mí. Está bien, lo entiendo, de verdad. Pero x favor, no te olvides
de que te quiero muchísimo, y eso no va a cambiar.
Javi: Estás en línea o es un espejismo?

Sonrío nada más termino de leer todos sus mensajes. Nos falta una
conversación, eso está claro. Pero sigo confiando en Javi, y lo que fuimos no se
va a borrar. Aun así, decido hacerle sufrir un poquito más cuando me ve en línea
y me pregunta: me levanto, cojo mi pijama de franela y me cambio con mucha,
mucha pausa.
Cuando vuelvo, tengo tres mensajes más.
Javi: No me bloquees, x favor.
Javi: Haría lo que fuera x ti, Carlota.
Javi: Carlotita
Carlota: Javier Jesús, puedes llegar a ser muy insistente…
Javi: Carlota
Javi: Es mi mayor talento. Podemos hablar, x favor? X favor, x favor, x favor?
Carlota: No estamos hablando?
Javi: Por teléfono, xfa. No quiero releer toda la vida cómo me echas la bronca, y si me lo escribes no
voy a poder evitarlo.
Carlota: Te hago videollamada, dramático…
Javi: En serio?

Me pongo los auriculares, voy al salón para no molestar a Inés, cierro la puerta
y me acurruco en el sofá, sobre el edredón que tenemos tirado todo el invierno
sobre los asientos. Solo cuando he dejado de temblar por el frío llamo a Javi.
—Tía, qué guapa estás. —Sonríe y yo sonrío con él.
—Y tú, pero eso ya lo sabes.
—Qué va, yo estoy hecho un asco —se ríe—. Y estoy helado.
—Cuando el grajo vuela bajo…
—Hace un frío del carajo. —Sonríe—. No, en serio, mira. —Gira el móvil y
me muestra la puerta de Atocha.
Alucino.
—¿Qué haces en la terraza? ¿Estás mal de la cabeza? Entra ahora mismo, Javi.
YA.
—Tranqui, tía, no voy a hacer un striptease para los vecinos. Es que no quiero
que estos me oigan, y están en el salón.
—¿A estas horas? —pregunto. Sorprendentemente, no me recorre el pecho
ninguna punzada. Confío en Paula, y aún más en Tristán.
—Los dos. Pau le está echando la bronca del siglo a Tristán por ser un
imbécil contigo.
—Ah —me río.
—¿Ah? ¿Ahora eres amiga de mi prima?
—Si tú supieras…
—Pero… —Pausa—. No, ¿sabes qué? No me lo cuentes. Ya estoy bastante
rayado.
Sonrío. Javi no mira a la pantalla ni dos segundos seguidos. Sigue sintiéndose
fatal.
—Me puedes mirar, gatito.
Me basta esa palabra para desbloquearle.
—¿Qué me acabas de llamar? —pregunta con la sonrisa más radiante que he
visto en mi vida.
—Haber escuchado. No lo voy a repetir.
Ahora sí, me mira. Y me mira fijamente a los ojos, lo sé. Y también me abraza.
Da igual que haya una pantalla por medio, da igual que estemos a kilómetros de
distancia. Da igual todo. Javi y yo estamos compartiendo un abrazo que lo
arregla todo.
—Llevas un pijama precioso. ¿Qué son, ositos?
—Ositos polares.
—Me encanta. Deberías salir así por ahí alguna vez. Ligarías muchísimo.
—Tal vez lo haga. —Sonrío—. ¿Cuándo vas a ir a dormir? Es tardísimo.
Como te descuides ponen las calles.
—Tenía la corazonada de que ibas a hablar conmigo.
—Qué intensito te pones…
—No todas las noches uno recupera a su mejor amiga.
—Eh, ¿quién te ha dicho que me has recuperado? Me vas a tener que invitar a
muchos mojitos para compensar tu falta de comunicación.
—Carlotita… Sabes de sobra que tú y yo somos los que menos falta de
comunicación han tenido.
Miro hacia abajo, me encojo de hombros y dibujo una sonrisa dulce. Tiene
razón.
—Aun así, nos faltaba todo esto. —Suspiro—. Lo siento, Javi. No debí forzar
la situación.
—¿Qué situación?
—Que nos liáramos —aclaro.
—¿Bromeas? Eso ha sido lo único divertido de estos últimos dos meses.
—Ya, pero…
—Ni peros ni peras, Carlota, eso no es lo que ha jodido lo mío con Inés —
interrumpe—. Lo único por lo que tienes que pedirme perdón es por decir que
beso como un oso hormiguero. Te lo he preguntado cincuenta veces: ¿de verdad
beso tan mal?
Resoplo como un caballo. Qué petardo es…
… y cuantísimo le adoro.
—Besas de puta madre, pesado.
—¡Carlota! —Se hace el indignado poniéndose una mano en el pecho, pero se
le iluminan los ojos—. ¡Eso es muy sexista!
Empieza a reírse, aunque solo un segundo después para, aparta el móvil y se
gira.
Ha salido alguien más a la terraza. Y le ha requisado el teléfono.
—Qué pesadilla de primo tengo. Le he tenido que largar al salón. —Sonríe—.
¿Tú también ves doble, Carlotita? Qué malo es beber.
—Yo tengo la boca más pastosa que unas natillas caducadas —carcajeo.
—Ay, qué rico… —se ríe—. Bébete un vaso de agua con limón y sal, anda.
Mañana estarás nueva. Y podrás abrir la boca cuando te despiertes. Sin un
taladro, digo.
—¿Y eso cómo lo sabes tú? —me descojono.
—Porque sabe más el diablo por viejo que por diablo, amiga…
—Oye, no me has llegado a contar lo del piso.
Sonríe de medio lado.
—¿Seguro que quieres saberlo?
—Entre cero y una puñalada en el bazo, ¿cuánto me va a doler?
—Como pisar una pieza de lego.
—Tía, eso es casi peor que la puñalada. —Aprieto los labios.
—Nada, tonta, era broma. Solo como darte con el meñique contra la pata de
la cama —se ríe—. No, va, que en realidad es una chorrada. —Y hace uno de
sus famosos ademanes para restarle hierro al asunto—. Los padres de Tristán
son de esos ricos conservadores que aspiran a que su hijo los haga abuelos para
presumir de ellos con mil fotos en el club de campo, Facebook y los estados de
WhatsApp, y cuando empezó conmigo se ilusionaron con que sentara la cabeza,
así que le avalaron el ático desorbitadamente caro y le pagaron el entradón con
la condición de que yo también viviera con él. De hecho, le propusieron pagarlo
entero, pero nos negamos porque aún nos quedaban principios.
—Joder, qué bien —se me escapa en tono lastimero. No es muy esperanzador
que su familia la adorara a ese nivel.
—Tranqui, churri, tú también les gustarás a los suegros. Solo quieren nietos,
les da igual de quién —se ríe. Yo me pongo como un tomate—. Da igual, el caso
es que, cuando me dejó, aunque arreglamos los papeles y ahora solo es suyo, se
puso muy, pero que muy brasas con que me quedara con una llave por si
necesitaba algo, porque su sentido del deber es más tocho que el de Batman, y
no se quedó con la conciencia limpia hasta que le dije que vale, que me la
quedaría un tiempo. Pero este viaje he venido con la intención de devolvérsela.
—Vale, igual tardo unos años, pero procesaré todo lo que me acabas de contar.
—Sonrío y ella suelta una risotada—. ¿Cuánto tiempo llevabais saliendo?
—Nada y menos; ni un año. Pero el piso molaba un montón, nadie habría sido
capaz de decirle que no a la cara de ilusión y la pasta de sus padres y además
éramos bobos. ¿Quién compra un ático en Atocha hoy en día con la inflación
que hay?
—Los ricos —me río—. Para cuando haya más inflación.
—Pues mira, eso que ganáis. Os montáis en el tren de los especuladores, os
alquiláis un chaletito en Ávila, convertís esto en AirBnB y a vivir del cuento.
—No sé yo si lo veo de AirBnB con lo soso que lo tiene decorado.
—Ya, tía… Cuando te pida que vengas a vivir con él, lo llenas de flores,
arcoíris y banderas bisexuales, por favor.
—… Dalo por hecho. Se acabó la tiranía de lo monocromo.
Paula se parte, pero después la conversación se acaba tan pronto y tan
abruptamente como la puerta de la terraza se vuelve a abrir.
—¿Se puede saber con quién estáis hablando y por qué Javi no me deja salir a
mi propia terraza? —pregunta Tristán tras Paula. Ella bufa con pesadez.
—Tengo que dejarte, chochi, o estos dos se van a poner muy, pero que muy
pesados. A no ser que quieras hablar con este y decirle cuatro cosas. —Le
señala con la pantalla y, durante un segundo, Tristán y yo nos miramos…
… y me quedo sin habla.
No soy capaz de responder a Paula cuando le veo ahí, delante de la pantalla,
con unos pantalones de pijama azul marino y nada más. En pleno diciembre y en
la terraza.
—¿Carlota? —pregunta él mientras se acerca. Sin embargo, Paula le pone una
mano en el pecho sin siquiera mirarle y le frena. Entonces sí, una punzada se
instala dentro de mí, pero no es porque le toque ella; es porque no puedo hacerlo
yo. Porque, si todo esto no hubiera salido así, tal vez yo ahora estaría acurrucada
con él en su piso.
Pero no lo estoy.
Cuelgo la llamada solo un segundo antes de entrar en pánico.
TRISTÁN 2.0
«Cuando nadie ve» – Morat

C uando he dicho que tenía un chorro de mensajes de Javi y Tristán me


refería a que tenía un chorro de mensajes de Javi y uno solo de Tristán.
Y ese único mensaje es suficiente para que necesite media hora para pensar.
Hasta que le escribo en modo Inés: con seriedad y corrección ortotipográfica.
La ocasión lo merece.
Tristán: ¿Podemos hablar?
Carlota: ¿Sigues despierto?
Tristán: ¿Y tú?
Tristán: Perdona, ha sido una pregunta de mierda. Claro que lo estás, si no lo estuvieras, no
responderías.
Carlota: Tranquilo. ¿Qué haces?

Empezar como si no hubiera pasado nada es mucho más difícil que hacerlo
atacando el problema directamente, pero de algún modo necesito hacerlo así,
como si no todo estuviera tan partido en dos. Como si nosotros no lo
estuviéramos. Más paulatinamente.
Él, por suerte, parece que también.
Tristán: Escuchar música.
Carlota: ¿Qué música?
Tristán: Sidecars. ¿Y tú?

Sonrío. No tiene por qué estar escuchando «La noche en calma», como yo, que
soy una masoquista de mucho cuidado, pero ¿y si sí?
Sea como sea, no le pienso preguntar. Prefiero pensar que es así.
Además, poniéndome ñoña ahora no conseguiría nada. Tengo todas las
respuestas que necesito, y yo he sido transparente con Tristán, así que decido
que voy a adoptar la actitud que me ha recomendado Paula de ponérselo difícil,
cambio el reproductor para entrar en calor y no decir ninguna mentira, y
respondo:
Carlota: Camela. ¿Sobre qué querías hablar?
Tristán: ¿En serio escuchas Camela?
Carlota: Hace ya algún tiempo que vivo sin ti, y aún no me acostumbro, ¿por qué voy a mentir?
Tristán: Venga ya, ¿«Cuando zarpa el amor»?
Carlota: Juntos acordamos mejor separarnos… Hoy sé que no puedo seguir así.
Tristán: Tiene que ser coña.
Carlota: Intenté olvidarte y no lo conseguí.
Tristán: A la mierda.
Tristán: Lleno de recuerdos, todos hablan de ti.
Tristán: Estoy muerto en vida si no estás aquí.

Un momento, ¿está pasando? ¿Tristán está siguiéndome el rollo? ¿Con la canción? ¿Con las
indirectas?

Carlota: Dime que sientes lo mismo que yo…


Tristán: Dime que me quieres, dímelo…
Carlota: No sabes lo difícil que ha llegado a ser estar sin tu cariño, sin poderte tener.
Tristán: Cuánto eché de menos, mi niña, tus besos…

Me río antes de responder. Quiero seguir jugando un poco más, y me da que si


terminamos este temazo mítico la conversación se va a acelerar demasiado.
Carlota: Voy a cambiar de canción.
Tristán: Menuda cobra.
Tristán: Oye, ¿estás borracha? ¿Cuánto es la raíz cuadrada de cuatro?
Carlota: Muy borracha, muchísimo. La raíz es 69. ¿Te sabes «Nunca debí enamorarme»?
Tristán: … Joder.
Tristán: Nunca debí enamorarme, vivir sin ti, cariño, lo que me está costando…
Carlota: Me gusta tu pijama.
Tristán: Y a mí el tuyo.
Carlota: Y que seas del Atleti…
Tristán: Te gustó, ¿eh?
Carlota: Y el hoyuelo de tu comisura cuando sonríes de medio lado.
Tristán: Carlota… Estamos en hora tonta…
Carlota: Pienso aprovechar para decirte todo lo que quiera. Mañana no me acordaré de nada.
Tristán: (¿En serio estás borracha?)
Carlota: (No, no lo estoy. ¿No me vas a seguir el rollo ni una vez?)
Tristán: (Te lo llevo siguiendo toda la conversación, aunque tú no me lo hayas seguido a mí…)
Carlota: (Yo también estaba con La noche en calma)
Carlota: Pero te odio, no te aguanto, eres tremendamente insoportable. Y no eres tan listo. ¿Los dos
titanes? Por Dios, ¿y ese nombre pretencioso? Es como las tres mellizas. O como los cuatro
mosqueteros.
Tristán: El tercero es tu API. Vas a conseguir muchas cosas con ella, créeme.

Y… ahí está. La profundidad que yo intentaba postergar.


Carlota: Por lo pronto he conseguido que dejes la docencia…
Tristán: Nah. Es que se me rifan…
Carlota: Ya… ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
Tristán: Lo estoy, Carlota. Tranquila.
Carlota: Vale.

Pasamos unos minutos sin hablar, ambos en línea. De acuerdo, quizá me he


puesto demasiado intensa, teniendo en cuenta que quería ser una mamarracha y
aligerar el ambiente. Pero necesitaba asegurarme de eso. Necesitaba saberlo;
saber que no se va por mí.
Aun así, ahora me arrepiento. Porque hemos dejado de hablar, y aunque
aparentemente sigue conectado, quizá se ha dormido porque se ha aburrido. O tal
vez simplemente ya no quiere hablar conmigo y se ha ido a hacer otra cosa.
Y ahora mismo sé que es muy posible que no obtenga respuesta, pero necesito
intentarlo. Necesito saber que podemos volver al modo Camela solo un ratito
más.
Carlota: ¿Te ha dicho Paula que hemos quedado?
Tristán: ¿Qué? No. ¿Desde cuándo quedas con mi ex?
Carlota: Desde que somos amigas.
Tristán: Ahá… Qué peligro.
Carlota: Y tú vienes.
Tristán: Eh… No, gracias.
Carlota: ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de dos mujeres?
Tristán: ¿De dos ex? Mucho.
Carlota: ¿Has decidido unilateralmente que soy tu ex?
Tristán: Ya me entiendes…
Carlota: Dime que sientes lo mismo que yo, dime que me quieres, dímelo…
Tristán: Cuando zarpa el amor…

Sonrío.
Carlota: Nochebuena. En el Dime que me quieres. Ponte guapo.
Tristán: ¿Es en serio? ¿En el Dime que me quieres? ¿Has quedado en eso con ella?
Carlota: Acabo de decidirlo unilateralmente en base a Camela.
Tristán: Ya. Y no tiene nada que ver que te comiera la oreja allí, qué va.
Carlota: Trae a Leo y a Javi, ¿vale?
Tristán: ¿A Leo por qué?
Carlota: Me gusta.
Tristán: Es broma, ¿no?
Carlota: No. Me gusta.
Tristán: Pues no le llevo.
Carlota: Pues le sigo en Instagram y se lo pido yo. (¿Le avisas, porfa? No es por mí)
Tristán: Oye, ¿por qué nunca me has dicho que tienes Instagram? (Sí, tranqui, bromeaba)
Carlota: ¿Es que tú tienes? Nunca pensé que alguien como tú pudiera tener.
Tristán: Qué prejuiciosa eres cuando quieres…
Tristán: @tristanacostamendez
Carlota: @carlotademadridalcielo
Tristán: Voy a seguirte.
Carlota: Cuidado, no sea que te enamores…

Sé que es un error haberle dicho eso cuando veo cómo me sigue y trasteo sus
fotos.
Me bastan tres para enamorarme todavía más.
No es que no me esperara algo así, es que la realidad supera la ficción que me
había montado en la cabeza. Tristán está guapísimo en las dos. En la que tiene
junto al Templo de Debod; en la del Retiro, con las gafas de sol; sobre la moto,
con el Skyline de Barcelona de fondo. ¡Si hasta tiene una foto de los pies y los
tiene preciosos! ¿Quién tiene los pies bonitos? El mundo no es justo.
Viajo a mi cuenta para comprobar si yo estoy la mitad de guapa que él, pero
acabo dibujando una mueca tonta y volviendo a su Instagram para petárselo a me
gustas. A ver, no salgo mal, pero después de verle, mis bragas prácticamente se
han ido a hacer puénting, y así una no se puede concentrar.
De hecho…
No. No me pienso contener.
Carlota: Eres tan fotogénico que das asco.
Tristán: Gracias, nena. Tú también.
Carlota: ¿Yo? Mis fotos no son material inflamable.
Tristán: Que no, dice…
Carlota: A ver, hay alguna que no está mal, pero yo no me tocaría con ellas.
Tristán: Espera, ¿me estás tirando de la lengua?
Carlota: Y descaradamente…
Tristán: Yo sí me tocaría con ellas.

Me muerdo el labio inferior tan rápido como alcanzo el succionador de mi


mesilla de noche. Luego me zambullo en el edredón aguantando una risita tonta.
Después me quito el pantalón de pijama, la ropa interior, abro las piernas y me
pongo el glorioso cacharrito en el clítoris sin dejar de visualizar su cara.
Tristán: Vaya, alguien se ha acobardado…
Carlota: Escribo lenta con una sola mano, chato.
Tristán: Voy haciendo las capturas, por si acaso…
Tristán: Procura estar calladita, vas a despertar a Inés y va a ir a ver si estás bien…
Carlota: Inés sabe perfectamente que cuando suena Tristán 2.0 no tiene que entrar.
Tristán: Júrame que has llamado así a lo que sea que tengas entre las piernas.

Prometo que quiero responder, pero no puedo. No soy físicamente capaz. Me


limito a cerrar los ojos, apretar el móvil, abrir aún más las piernas y morder el
edredón para no hacer tanto ruido cuando un orgasmo de proporciones épicas me
hace vibrar, vaciarme, gemir, todo pensando en él.
Aunque no me dé cuenta de que tenía pulsado el botón de grabar un audio
hasta que lo he enviado.

***
Tristán: Hostia… Carlota, dime que lo has mandado a conciencia…
Carlota: Mierda.
Tristán: Eh…
Carlota: Ha sido sin querer, por Dios, dime que aún no lo has oído.
Tristán: He perdido la cuenta de las veces que lo he oído.
Carlota: Dime que al menos lo has oído con cascos, te lo ruego…
Tristán: Descuida, no escucho Camela sin cascos a las seis de la mañana.
Tristán: Oye, ¿no lo vas a borrar?
Carlota: El bochorno ya está ahí. Hay cosas que no se pueden borrar. Como el «Sí, papá». Recuerdos
para la posteridad.
Tristán: De bochorno nada. Tienes los gemidos más sexis que he oído en mi puta vida. El único
motivo por el que no me los pongo de tono de llamada es porque no quiero que los oiga nadie más
que yo.
Carlota: ¿Tristán…?
Tristán: He explotado, Carlota. No te haces una idea de las ganas de follarte que tengo ahora mismo.
Carlota: ¿Tristán?
Carlota: Joder, joder, joder…
Carlota: Me voy a dormir.
Carlota: (Es mentira. No dormiré nunca más después de esto).
Carlota: Te veo en Nochebuena, si soy capaz de mirarte a la cara.
Carlota: Te amo.
Este mensaje ha sido eliminado.
Carlota: Adiós.
Tristán: Yo más.

Sonrío por última vez mientras me levanto al baño.


Tengo que hacer un esfuerzo enorme para no llorar de felicidad.
EL DJ Y EL DESTINO ME ODIAN
«Nunca debí enamorarme» – Camela

N
— o es una buena idea —se queja Inés por enésima vez.
Estamos arreglándonos en el baño, con el maquillaje Deliplus tirado en la pila
y el lápiz de ojos manchándolo todo de negro. Hay que ir despampanantes.
Porque ¿qué hay mejor que ver al tío al que amas en Nochebuena, en el pub
donde te comió la oreja por primera vez, con un vestido negro de satén de
tirantes que quita el aire, unos tacones rojos de salón y el pelo mejor planchado
que una loncha de queso en una tostadora?
Fácil: verle con el mejor ahumado de ojos de Madrid.
—Que sí, ya verás, te va a caer genial Paula —digo.
—No es Paula quien me preocupa, tía.
Suspiro. Ya lo sabía.
—Inés, lo máximo que hará Javi cuando te vea con este top de lentejuelas rojas
y ese pantalón de pinza divino que no me has devuelto desde la Navidad pasada
será caerse de culo. —Sonrío con desdén.
—Tía, es que el pantalón me pega con todo…
—Y te hace un culazo con los tacones negros, lo puedes decir.
—Y me hace un culazo, sí. —Se ríe por lo bajini—. ¿Tú no estás nerviosa? Ya
sabes, por ver a Tristán después de… eso.
Me río tan fuerte que suelto un ronquido. Acordarme del audio es lo peor que
me podía pasar ahora mismo.
—No le pienso ni mirar a la cara.

***

Nada más poner un pie en el Dime que me quieres, doy media vuelta.
Literalmente.
Porque lo primero que he oído ha sido «Cuando zarpa el amor» a todo
volumen, y lo primero que he visto cuando la gente de la pista se ha apartado
(como si yo fuera Moisés y ellos agua, surrealista lo inoportunos que han sido),
ha sido a un Tristán guapísimo, vestido con un traje negro que le queda increíble,
con una ceja enarcada, las manos dentro de los bolsillos y la sonrisa más lobuna
que he visto jamás. A su lado están Javi y Leo, igual de guapos (mentira, no
podrían estar nunca igual de guapos) pero me han importado entre cero y nada.
—¡Tía! —dice Inés, a la que tiro hacia fuera bajo la mirada descolocada de
Javi.
No estoy preparada.
No. Lo. Estoy.
Justo detrás de mí veo a Paula, que estaba saludando a alguien en la entrada, y
le lanzo una mirada fugaz que significa «Ven a toda leche, que estoy en crisis y
ahora eres mi amiga».
Ella da el primer paso con el taconazo azul marino que se ha calzado sobre la
acera y se acerca a nosotras enfundada en su vestido de manga larga, del mismo
color de los tacones. No. Los tacones son de un azul un poco más eléctrico. En
ese momento, empieza a sonar María Isabel por los altavoces.
Yo me abrazo a mi gabardina. Inés también (a la mía, ella se ha negado a
ponerse una).
—¿Tú tampoco has traído abrigo, pedazo de loca? —le pregunto a Paula.
—¿Yo? Antes muerta que sencilla —responde y todas nos reímos, aunque
niego con la cabeza. Son unas inconscientes.
—La revolución será sexy o no será —añade Inés.
—Ya me caes bien. —Paula le da dos besos a Inés y esta le guiña un ojo tras
devolvérselos.
—Sí, vais a ser las mejores amigas del mundo. Ya veo vuestros planes: salir
juntas, bailar juntas, beber juntas, morir de hipotermia juntas… —enumero
intentando no pensar que dentro de ese pub hay un hombre guapísimo que me
quiere (y al que quiero) empotrar.
Y que quiere y con el que quiero un millón de cosas más. Sucias y bonitas y
tiernas y cañeras y…
—¡Claro, jodida! Como tú tienes una gabardina hipersensual te da igual. El
plumas que me he traído yo de Oporto es horrendo: blanco e inflado. Parece que
voy a comisión con los neumáticos Michelín.—Se cruza de brazos mientras me
saca de mis pensamientos.
—Doy fe —dice una voz a mi espalda mientras se abraza a mi cintura.
Doy tal respingo cuando noto unos dedos recorriéndome el vientre que
estampo mi cabeza en la barbilla del tío que me ha abrazado, que resulta ser Javi
y ahora está encajándose la mandíbula.
—¡Dios, Javi, lo siento, lo siento, lo siento! —grito al tiempo que me giro
hacia él—. Menudo reencuentro. Ven aquí, ¿estás bien? ¿Te he hecho mucho
daño, cariño?
—No, Carlotita, estoy bien… —Sonríe como puede—. Bien hecho polvo.
—Bah, seguro que se lo merecía —suelta Paula.
—Gracias, Pau, tú también eres mi prima favorita.
—Soy la única que tienes. Pero mi favorito es Quique. —Se encoge de
hombros.
—¡Anda, qué coincidencia! —carcajea Inés—. Mi Mateos favorito también es
Quique.
—Esta alianza no me gusta nada… —Bufa y aparta la mirada.
Con todo el lío, ni siquiera había reparado en que los demás también están
aquí. Leo le ha dado dos besos a Paula, y Tristán ha apoyado ambos brazos a los
lados de los hombros de Inés, que mira hacia arriba y le planta un beso en la
frente al más puro estilo Spiderman. Él le pellizca a ella la mejilla.
Tengo que decir que me hace ilusión ver que, a pesar de que yo ya no salgo
con Tristán ni ella ha llegado a hacerlo nunca con Javi, jamás nos hemos perdido
del todo unos a otros. El grupo siempre ha tenido un nexo en común, alguien que
estaba con alguien, alguien que apoyaba a alguien. Incluso cuando ese alguien
era Tristán abriéndole a Javi las puertas de su casa.
Por eso aprovecho la coyuntura y nada más veo cómo Tristán me mira, otra
vez, con esa mirada hambrienta. Me doy la vuelta de nuevo hacia Javi y hundo la
cara en su pecho, abrazándole y chillando muy flojito. Después levanto un poco
la cara, dibujo un puchero y le digo a mi amigo:
—Está tan bueno que duele.
Él se descojona sin ningún tipo de disimulo.
—Pues vamos a daros un empujón —dice y me da un beso en la mejilla.
Después le mira y vocifera—. ¿Tú qué, puto paleto? ¿No piensas dejar de sobar
a Inés?
Inés enarca una ceja y va a responder hasta que ve la mirada que le dedico.
Después dibuja un «Aah…» con los labios y asiente. Que viva la conexión de las
mejores amigas.
—No lo sé. ¿Tú piensas dejar de acaparar a Zambrano?
—Perdona —intervengo, Javi me ha dado fuerzas—, pero ¿he oído bien? ¿Lo
preguntas tú, que ni siquiera me has saludado?
—No tiendo a saludar a cobardes que huyen nada más verme —contraataca.
El «Uuuh» de nuestros amigos no hace sino encenderme más.
—No huía de ti. Estaba…
—La he llamado yo —dice Paula, echándome un capote.
—Perdona por elegirla a ella antes que a ti. No quería herir tu frágil
masculinidad —corono.
Y justo en ese momento pasan dos cosas.
La primera, que Tristán, tras dibujar un gesto con los labios que significa
«Muy bien, vamos a jugar», deja de apoyarse en Inés y la anima a venir hacia
Javi con un empujón suave que cesa su momento de acapararla.
La segunda, que el DJ está obsesionado con Camela (y además el destino se ríe
de mí) y empieza a sonar «Nunca debí enamorarme».
Resoplo, pero le cambio el sitio a Inés, que cuando pasa a mi lado me estrecha
la mano con fuerza un instante, y acabo justo delante de su cara, a milímetros de
él, pero sin tocarle. Eso, por supuesto, tampoco es casualidad. Yo iba a
quedarme un poquito más lejos, pero Paula es un poco Celestina y ha decidido
que empujarme hasta que oliera su aftershave era una idea estupenda.
Tal vez lo fuera.
Ahora creo que el aftershave es afrodisíaco.
Cuando estoy delante de Tristán, siento que me inundan todos los sonidos que
hay alrededor. Que la música suena más fuerte que nunca, que el tráfico está
peor de lo que ha estado jamás, que las risas de los otros grupos son demasiado
estridentes.
Y sin embargo, cuando abre la boca y habla, el mundo entero deja de existir y
un silencio precioso se acomoda en cada uno de los espacios que hay entre mis
neuronas.
—Hola, guapa —dice con esa voz seria y gutural que no le pega a nadie con
Camela de fondo.
A nadie excepto a él.
—Hola… —Trago saliva.
Estoy a un suspiro de sus labios, de su nariz, de sus ojos. Y siento que me
sobra la gabardina, que la ropa me pesa como un yunque, pero no digo nada.
—Ya te he saludado —añade—. ¿Ahora qué?
—¿Cómo que «Ahora qué»? ¿Ni dos besos me vas a dar? Qué modales… —
No puedo apartar la mirada de su boca. No puedo dejar de pensar en nuestra
conversación. No puedo calmarme.
—¿Solo quieres dos? —susurra y siento cómo me sube un calor intenso y
punzante por todo el cuerpo. No soy capaz de responder—. Bueno, pues dos.
Tenemos toda la noche por delante.
Nunca pensé que me fueran a poner tan burra dos besos, pero cuando sus
labios se posan con cuidado sobre mis mejillas, sé que los tengo que encajar con
profesionalidad.
Aun así, no son dos besos cualesquiera. Son dos besos de dos personas que se
tienen más ganas que una garganta a una Coca-Cola en agosto, con Camela de
fondo, con el recuerdo de las veces que nos hemos dicho que estamos
enamorados del de enfrente, con el audio de mis gemidos en su teléfono, con
nuestra conversación y llamada posterior.
Son dos besos para los que Tristán, en primer lugar, me agarra con cuidado la
cintura, atrayéndome hacia él. Yo cedo y coloco ambas manos sobre su pecho.
Con ellas voy migrando hacia su pelo, recorriéndole y acariciando el nacimiento
con las uñas azules, con lentitud. Cuando hemos terminado de dárnoslos tan
despacio que siento que empiezo a sudar, a pesar de todo lo que hemos sentido,
nos separamos.
Y por separarme de él me deberían dar créditos gratis del máster. Ha sido lo
más difícil que he hecho en todos mis años de universidad.
Probablemente, cualquiera que supiera lo que se me está pasando por la cabeza
pensaría que soy boba. Que no pare. Que si quiero comerle la boca lo haga aquí
y ahora. Que me ha demostrado que le da igual que aquí fuera, ahora mismo,
haya media facultad. Pero no voy a hacerlo. Lo sabe él, lo sé yo y lo saben las
ganas que nos tenemos.
Porque hoy, aquí, en este instante, he entendido del todo a Tristán.
Y antes de eso tenemos que compensar todo lo que hemos sufrido.
Antes tenemos que tapar las heridas.
—¿Eres de los que bailan? —pregunto cuando al fin he dejado de reflexionar.
Él me mira con el ceño fruncido, pero sonríe.
Pasados unos segundos, sacude la cabeza y dice:
—Por ti sería hasta de los que hacen calceta.
Y, de nuevo, el grupo reaparece y Javi interviene.
—Pues vete a un rincón, abuelo. Su pareja de baile soy yo.
Me encojo de hombros y me dejo llevar por Javi, que aguanta la cintura de Inés
con un brazo mientras ella pone los ojos en blanco y resopla como si estuviera
harta de él (y como si sus mejillas no la delataran).
Justo antes de entrar, sin embargo, Tristán dice una última cosa:
—Pero te lo advierto, Mateos: como esta noche acerques tu boca a la mujer
equivocada duermes en la puta calle.
—Esta noche no duerme ni Dios —responde Javi, y como Inés ha hecho
conmigo, le guiña un ojo a su amigo.
Ojalá tenga razón.
LA TEORÍA DE CUERDAS, CARIÑO
«Cuando zarpa el amor» – Camela

N ada más entramos, miro de reojo a Javi y a Inés. Él la mira a ella con
seriedad, como si quisiera, por fin, hacer las cosas como toca. Yo le doy un
toquecito con el hombro para que se anime a ir en serio y él toma aire, pero
acaba negando con la cabeza. Después se gira hacia mi oído y susurra con
rapidez:
—Me odia.
—No te odia, está loca por ti.
—Ya, pues lo disimula que te cagas.
—Pues sácala a bailar. Fijo que se enamora. —Después me deshago del agarre
de Javi, me pongo delante de Inés y chillo por encima de la música—: ¡Me voy a
dejar por ahí la gabardina, que estoy sudando como un pollo!
—¡Eso es porque Tristán te pone más caliente que el queso de un sanjacobo!
—grita la muy cochina.
—Esa es una información muy interesante —interviene el rey de Roma, que de
repente está pegado a mis espaldas y deshace el cinturón de mi gabardina para
quitármela.
Cuando giro la cabeza, me la arrebata por los brazos y me da un mordisco
suave en la nariz, ante lo que yo me quedo más quieta, más erizada y nerviosa
que nunca. ¿Ha sido bonito o ha sido sexy? Dios mío, ni siquiera lo sé.
Me tiemblan las piernas. Él lo nota y me pasa un brazo por delante del vientre,
guiándome hacia la pared que tenemos detrás y colocando la gabardina justo a
nuestro lado, en una de las mesas altas. Después me suelta un segundo, pero al
siguiente tiene el antebrazo apoyado en la pared y me mira muy, muy de cerca.
No me doy cuenta de que estamos en el mismo sitio que la última vez hasta
que estoy acorralada contra la pared como en una película romántica.
—Vas a reventarme la vida.
—Voy a reventarte lo que te apetezca. —Se humedece los labios. Yo cierro los
ojos un segundo, asimilo lo que me acaba de decir y después parpadeo mucho,
muchas veces.
Y lo hago más aún cuando su cuerpo y el mío se tocan, porque el tío va con
todo, y ha decidido que pegarse a mi vestidito de satén es buena idea.
Igual que yo he decidido que no ponerme sujetador era una buena opción.
Y ahora me roza absolutamente todo con la camisa. Y lo sabe. Y yo ni siquiera
pienso hacer el amago de decir que no me encanta, porque sería la mentira más
obvia que habría dicho en mi vida.
—No te pienso besar —digo antes de gemir ridículamente.
—Oh, descuida, yo a ti tampoco. Tengo otras intenciones.
—¿Como cuáles? —pregunto.
Se ríe, pero no dice nada, porque ni siquiera Tristán Acosta tiene respuestas
para todo y porque ahora le ha gustado mucho tirarse un farol. Cuando lo noto,
decido que me niego a ir a rebufo otra vez. La última ya dominó él solito la
situación, y hoy, aunque esté visto que no soy capaz de hacerme la difícil, sí voy
a jugar.
Y voy a jugar mucho.
—Háblame de la Teoría de Cuerdas. —Cuando me oye, su expresión es una
completamente distinta. Ha estado intentando controlarse, y no esperaba que
fuera yo quien se lanzara; mucho menos así, claro. Su expresión de shock y sus
labios entreabiertos, boqueando como un pez fuera del agua, son dos obras de
arte.
Como yo la primera vez, no es capaz de decir nada, así que aprovecho la
coyuntura, me yergo, le bajo el brazo y le cambio el sitio, dejándole a él apoyado
en la pared.
Y me anoto un puntazo mental. Yo, Carlota Zambrano, he acorralado a Tristán
Acosta. Es un pequeño paso para la humanidad, pero uno enorme para mi ego,
que decide que el siguiente es llevarle ambas manos al abdomen y empezar a
subir, rastrillándole con las uñas en dirección al pecho.
Solo cuando estoy ahí me acomodo sobre él, que aparta la mirada. Después
coloco mi estupenda manicura azul en su mejilla y hago que me mire.
—Vamos, cariño, sé que puedes hacerlo —digo, como me dijo él.
—Carlota, la estás tensando…
—Descuida, eso ya lo he notado. —Sonrío ladina.
Él resopla y levanta la cabeza, mirando al techo. Pero no ha tenido en cuenta
algo de bastante calado: ahora su cuello está completamente al aire. Accesible.
Vulnerable.
Mío.
Y lo pienso aprovechar.
No tardo en llevar una mano a su nuca y la otra a una de sus manos, enredando
mis dedos entre los suyos y su pelo. Después le dedico un primer lametón, breve
y rápido, en la base del cuello. Eso consigue que deje de respirar un instante
increíblemente satisfactorio, y cada poro de mi piel empieza a prender como un
fósforo untado en gasolina. En ese momento, él cierra los ojos intentando
contenerse y aprieta mi mano según posa la otra en el costado de la cadera,
alcanzando el punto donde está la tira de mi tanga de encaje, que estoy segura de
que nota por encima del satén. Lo hace sin querer, pero joder, qué buena
decisión ha sido ponérmelo esta noche.
Y lo hago.
Llevo mis labios al lóbulo de su oreja. Lo beso con pausa, notando cómo
Tristán me aprieta contra él, y me recreo allí un rato, haciéndole sufrir con
dulzura. A pesar de que Leiva suena altísimo por los altavoces, ni siquiera oigo
la música; solo puedo concentrarme en cómo gruñe y me aprieta más contra su
cuerpo.
Justo después abro la boca y empiezo a dedicarle un mordisco tras otro, cuello
abajo, mientras le recorro con la lengua hasta llegar al cuello de su camisa, que
descoloco exultante de placer para empezar a succionar.
Cuando ladea la cabeza y me da un mejor acceso, siento que me sube la fiebre
de súbito. Eso, y que estoy completamente húmeda y a punto de dejarme llevar
hasta el punto de no retorno.
Dejo de mordisquearle y hundo la nariz en su cuello, respirando con dificultad
y gruñendo. Él aligera un poco los agarres y me da un beso en la frente.
—¿Estás bien…? —pregunta.
Solo me sale reírme.
Me río durante dos o tres minutos, cada vez más fuerte. Siento su sonrisa
encima de mí. Solo cuando he terminado, logro ponerme un poquito seria y digo:
—Digamos que no tengo tanto autocontrol como tú.
—¿Llamas a esto autocontrol? —pregunta apretándome contra su entrepierna.
Pero esta vez, lejos de echarme a reír, me enciendo aún más… y decido que la
noche es joven.
—Cariño —me acerco a su oído—, la única diferencia entre tú y yo es que yo
puedo disimular que llevo el Manzanares en las bragas, pero tú no puedes ocultar
el Pirulí.
Y, ahora sí, le doy un beso en la mejilla, observo una última vez la obra de arte
que es su cara de pasmo y me alejo unos centímetros, dispuesta a irme de allí.
Antes, sin embargo, oigo cómo dice:
—¿No necesitas la gabardina?
Sonrío.
—La necesitas tú más que yo. Lo que yo necesito es un baño y cinco minutos.
LAS CHICAS SON GUERRERAS
«Las chicas son guerreras» – Los Salvajes

E stoy casi segura de que no he hecho el más mínimo ruido, y aunque lo


hubiera hecho, la música lo habría tapado. Pero cuando salgo del baño y
veo cómo Inés y Paula me miran a través del espejo mientras hacen como que se
pintan los labios, dudo hasta de cómo me llamo.
—¿Qué tal, Carlotita? —pregunta Pau.
—¿Te has quedado a gusto? —añade Inés.
—Callaos, cabronas. —Estoy rojísima.
—Ey, ey, que está genial. Mira qué colorete natural más bonito se te ha
quedado —dice Paula entre risas—. Lo que no sé es por qué no te lo has traído al
baño contigo. Se os veía bastante inspirados.
—¿Se nos veía? —Abro muchísimo los ojos.
—Por favor, Ce… —Inés se presiona el puente de la nariz—. ¿Ni siquiera os
habéis dado cuenta de que estábamos ahí?
Estoy casi segura de que me he quedado catatónica. ¿Todos mis amigos han
visto lo que ha pasado?
—Matadme.
—Eso sería demasiado fácil para ti —se ríe Inés—, y no somos tan benévolas.
Además, tranquila. Solo nos hemos quedado cerca para que no os viera el resto
del pub.
Boqueo tanto tiempo que, cuando termino, me pregunto si ya es de día.
—¿Cómo salgo yo ahora?
—Menos cachonda, que ya es algo —carcajea Paula. Unas chicas que han
entrado para hacer pis juntas nos miran y nos ponen cara rara. Paula las mira,
enarca una ceja, les dedica un mohín y las chicas se meten en el baño.
—No me refiero a eso, pedazo de pava —respondo—. Me refiero a cómo le
miro a los ojos. Estaba tan obcecada que ni siquiera he pensado en lo que estaba
haciendo. Solo me he dejado llevar.
—Y tanto —dice Pau, y se descojona otra vez, pegándome la risa.
Tienes que saber que Paula se ríe como una gallina clueca.
—Bah. —Inés le resta importancia, aunque también sonríe—. La que va con
un empalme por ahí no eres tú, es él. Además, ¿cuál es el delito? ¿Correrte?
Joder, que me lleven presa. Todas nos hemos tocado alguna vez en el baño de
una discoteca; juntas o en pareja. Si lo hice hasta con Javier Jesú…
Mi mejor amiga se calla tan pronto como se da cuenta de lo que está a punto de
decir, pero ya es tarde. Muy, muy tarde. Y a Paula y a mí se nos ha olvidado mi
historia; la suya es más interesante.
—Continúa, querida, tienes toda nuestra atención. —Paula se apoya en la pila
y me tiende el pintalabios para que me retoque; es su manera de decirle a Inés
que no tenemos prisa. Yo, por supuesto, lo cojo y me retoco con entre cero y
ninguna prisa.
—¿Cuela si digo que conozco a otro Javier Jesús? —Se muerde el labio.
Paula niega con la cabeza y sonríe en silencio. Después me mira a mí, y la
mirada que intercambiamos lo dice todo.
—¿Se lo dices tú o se lo digo yo? —pregunta.
Yo le devuelvo el pintalabios, abro y cierro un par de veces la boca, me
aseguro de que no tengo marcas en los dientes, y entonces digo:
—Inés, mi vida, lo sabemos todo.
Un instante más tarde intentamos frenarla, pero ha salido escopetada, con ese
rojo tomate de la huerta en la cara, y va directa a Javi, que está hablando con
Tristán, aún con la gabardina delante.
Esto va a ser divertido.
—¡JAVIER JESÚS, PEDAZO DE MIERDA! —espeta, y le gira por el hombro. Él abre
mucho los ojos y se echa un poco hacia atrás, pero no sirve de nada. Inés le coge
del cuello de la camisa y le acerca tanto a ella que parece que le va a besar.
—Eh… Ha sido él. —Y señala a Tristán.
—¿Tío? —responde Tristán, que un instante después me busca a mí. No sé si
porque me echa de menos o porque quiere un parapeto para cuando Inés estalle.
—Vale, ahora en serio: ¿qué pasa, Inés? —pregunta.
—Pasa que te voy a cortar las pelotas y me las voy a poner de pendientes. ¡Eso
pasa! —le suelta, aunque sé que no está dolida, en el fondo le gusta que él haya
presumido de eso contándonoslo; si acaso, algo molesta porque se le note que no
le ha olvidado. Yo me apoyo en la pared junto a Tristán con diversión.
—¿Se puede saber qué está pasando? —susurra Tristán. Yo apoyo la cabeza en
su hombro. Él me pasa el brazo por detrás de la cintura. Y me siento bien.
—Tú disfruta del espectáculo.
—Inés, tronca, eres muy gráfica, pero no entiendo qué he hecho ahora. —Ella
no responde, le sale humo por las orejas. Él piensa, y…—. Espera, ¿quién había
en el baño? —Gira la cabeza hacia el baño—. ¿Alguna ex? ¿Qué te ha dicho? Es
todo mentira, Inés.
—Mi primo es un hacha de las relaciones interpersonales, no sé cómo no
estudió Psicología —dice Paula, y se sitúa a mi lado cruzada de brazos. Leo no
tarda en ponerse junto a ella.
En ese momento, Inés no puede más y explota.
Pero lo hace justo en el momento en el que la música deja de sonar y, como en
las mejores películas, todo el mundo se queda en absoluto silencio.
—¿¡Se puede saber a cuánta gente le has contado que follamos!?
«Mierda, menudo timing».
—A menos que tú, al parecer… —susurra Javi, y mira a todo el mundo cuando
la canción vuelve a sonar, y todo el mundo mira a Inés. O a Javi. No,
definitivamente miran a Inés.
Pero un instante después vuelve la música… y la gente se olvida de lo que
acaba de pasar y empieza a cantar Viejoven a todo pulmón.
Porque así es Madrid, ¿recuerdas?
—Carlota —me llama Inés sin mirarme siquiera. Continúa con la mirada fija
en Javi, furibunda, a punto de saltarle a la nuez. Yo me separo de Tristán
pellizcándole con dulzura y voy al lado de mi amiga, dándole la mano—. Quiero
un mojito. Tengo un error que olvidar.
Vale, eso no ha sido divertido, y diría que ahora Inés está algo más que
molesta, así que decido centrarme.
—¿De verdad fue un error acostarte conmigo, tronca?
Ella se ríe sarcástica.
—Ese no es el error que quiero olvidar. El error eres tú.
Javi cierra los ojos y suspira con hastío.
—Que sean dos. Pero vamos ya, antes de que digas algo más de lo que te
puedas arrepentir —digo y tiro de ella.
Paula se incorpora y nos acompaña.
—Que sean tres.

***

—Oye, ¿no te parece que has sido un poco bestia con eso de que es un error?
—pregunto cuando estamos ya las tres con nuestras copas al otro lado del local.
—Es que es un error. Todo él y todo lo que representa —responde.
—En defensa de Inés tengo que decir que mi primo no tiende a hacer las cosas
bien.
—Muy bien, pues en defensa de Javi yo tengo que decir que tampoco se puede
lapidar a alguien por hacer las cosas mal una vez. —Me cruzo de brazos y frunzo
el ceño. Las adoro, pero si empezamos a sacar trapos sucios aquí no se salva
nadie—. No sé si lo recuerdas, y no es algo que me haga especial gracia sacar
aquí y ahora, pero yo me lie con él.
—Ya, pero yo eso no lo vi. —Inés se encoge de hombros.
—Que no lo vieras no lo hace menos real. —Bufo.
Inés va a restarle importancia con un ademán, pero la cojo de la mano y la
hago frenar.
—Mira, tía, te quiero. Eres mi mejor amiga. Pero precisamente por eso, y
aunque tire tierra sobre mi propio tejado, te tengo que decir que no es justo que a
mí me lo perdones y a él no.
—Tía, es que me la sopla que se liara contigo. Estaba mosca, pero joder, eso ya
se ha hablado. Lo que me jodió fue el daño que me había hecho antes, porque
para eso sí que no hubo ni una conversación. Solo se lio con aquella pava y se
olvidó de mí.
Suspiro. No se ha olvidado de ella en ningún momento, pero es inútil decirlo.
—¿Y por qué se lo has estado dejando pasar ahora? Creía que empezabais a ir
a mejor. De hecho, hasta que has dicho que querías olvidarle pensaba que iba a
ser una de esas discusiones que acaban en un beso pasional de película.
—Ya, pues eres muy optimista.
Paula resopla y se mete en su mojito, pero no se va de nuestro lado.
—Vale, está bien —reconoce—, el caso es que hasta ahora se lo dejaba pasar
porque estaba helada por dentro con el tema, pero al empezar a ir a mejor todas
las defensas se han ido fundiendo y se han reabierto todas las heridas.
—Hala, tronca, qué poética… —entona Paula. Inés se encoge de hombros otra
vez.
—Vale —digo yo, sin más.
—¿«Vale»? —responden ambas, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Qué queréis? ¿Que siga defendiéndole? No, gracias. No voy a meterme en
un bucle infinito. —Miro a Inés—. Por más que tú quieras seguir hablando del
tema porque en el fondo sabes que no quieres desprenderte de él. Y porque en el
fondo, cariño, sabes que no eres la única que está sufriendo.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Paula.
Inés suspira, cierra los ojos, los vuelve a abrir, da un sorbo eterno a su mojito y
dice:
—Que yo también le estoy haciendo daño. Y joder, tiene razón.
Unos segundos muy largos bailan entre nosotras.
—Bueno, ¿y ahora qué? —pregunta Pau.
Voy a responder, pero Inés me pone la mano en la boca. Literalmente.
—Ahora —interviene— vamos a hacer lo siguiente: una de vosotras vais a ir a
buscar a Javi y le vais a sacar a bailar y a animarle, porque me siento fatal por
haberle llamado «pedazo de mierda». —Paula niega con la cabeza, como
diciendo «Yo paso». Yo cierro los ojos y sonrío.
—Iré yo. ¿Y tú qué piensas hacer? —Miro a Inés.
—Bien. Yo… Yo voy a hacer como que me emborracho hasta que sea la hora
del mítico karaoke de Nochebuena.
—¡No jodas! —exclama Paula—. ¿Aquí hay karaoke?
—¿Tía? Pero si te pasé el programa —le recuerdo—. ¿Por qué crees que
hemos venido aquí?
—¿Hay un motivo concreto? —pregunta.
Inés se ríe y responde:
—Carlota es la yonqui del karaoke. Suerte intentando quitarle el micro.
¿HE VISTO UN LINDO GATITO?
«Qué bello es vivir» – El Kanka

D e camino hacia los chicos me encuentro a Rober. Está en la barra, hablando


con una chica rubia de sonrisa dulce que me suena de primero del máster.
Comentan no sé qué de las clases de López, una conversación en la que podría
intervenir para enterrar un poco más el hacha de guerra. Sin embargo, veo en él
una sonrisa tan sincera que descarto intervenir; no es mi momento. Además,
después de que Paula le dijera aquello, le confesamos que en realidad ella y yo
no salíamos, que solo queríamos chincharle, y acabamos tomándonos la última
con él. Entonces nos contó que las sesiones con la psicóloga estaban yendo de
maravilla y que se arrepentía muchísimo de todo, así que las cosas están mejor, y
no quiero empeorárselas ahora que parece que él también pasa página, porque
Rober parece haber cambiado (aunque aún no canto victoria), y tengo que decir
que me gusta esta nueva versión.
Pese a todo, estoy pasando de largo cuando noto que una mano me pellizca el
costado.
En ese momento, me cruzo también con la mirada de Tristán, que pierde la
expresión desenfadada que tenía hablando con Leo, se incorpora y enarca una
ceja. Pero yo levanto una mano, como diciendo que está todo bien, y me giro
hacia mi ex.
—¿Cómo tú por aquí? —Sonrío mientras le doy dos besos.
—Bueno, vi que había karaoke, y…
—¿Y has decidido venir a que te dé una paliza? —me adelanto divertida.
—Mira que te gusta fliparte… Sabes de sobra que canto mejor que tú. Cuando
suba nadie se va a acordar de ti. Porque asumo que no vas a dejar que nadie
cante antes…, ¿verdad?
—Correcto. —Asiento orgullosa.
Miro a mi izquierda y veo cómo la chica nos mira de reojo con timidez. Yo,
sutil, le doy un codazo en todo el bazo a Rober.
—¿No nos piensas presentar?
—Ah. —Se pone rojo tomate—. Claro, perdonad. Ana, ella es Carlota, de mi
clase. Carlota, ella es Ana, está en…
—En primero. Lo sé. —Le doy dos besos. Ella sonríe ante mi descaro—.
Encantada, soy la ex del pavo que está intentando ligar contigo. La que le llamó
papá al profe por el que está pillada.
—La Cortafuegos —añade ella, y sonríe también. Me alegra ver que me está
siguiendo el rollo y no se ha sentido mal—. Rober me ha hablado mucho y muy
bien de ti.
—Ah, ¿sí? ¿Muy bien? Quién lo diría. —Le pongo una mano sobre el hombro
a mi ex y, con ambas cejas en alza, aprieto—. Pórtate bien con ella, Roberto. —
Y me acerco a su oído para susurrar—. Nada de micromachismos, ni de
macromachismos, ni de machismos en general. O te buscaré, te encontraré y te
haré recitar el manifiesto feminista hasta que se te caiga la lengua mientras
corres por la Castellana.
Rober me mira y, tras unos segundos, me encaja un abrazo de los que curan. Y
entonces, con un tono de voz que de verdad me indica que hay personas que sí
que cambian (y que su psicóloga es un hacha), responde:
—Descuida, lo haré.

***

Nada más llegar a donde están Tristán, Leo y Javi, le lanzo una mirada a los
dos primeros que no deja lugar a dudas. «Dejádmelo a mí». Ellos se apartan,
ambos con una sonrisa de compromiso, y yo abrazo a Javi por la espalda y le
planto un beso en la mejilla que suena más alto que la música cuando se gira
hacia mí y me ve.
—¿Qué pasa, gatita? —pregunta con melancolía.
—Quiero bailar, y no encuentro pareja de baile.
—Ya, pues…
Le abrazo más fuerte para evitar que termine la frase (casi consigo evitar que
siga respirando también sin querer) y le doy otro beso en la mejilla mientras le
tapo la boca. Y otro. Y otro más. Y él, cuando capta que no estoy dispuesta a
dejarle ir, me hace dar una vuelta y me pone delante de él. Entonces me mira
tajante.
—No me vas a dejar hasta que bailemos, ¿verdad?
—Afirmativo. —Le dedico mi sonrisa más adorable. Él rueda los ojos.
—Si quieres, te aguanto el mojito mientras bailas. —Se encoge de hombros.
—¿Perdón? —Enarco una ceja—. ¿Dónde está mi rey del swing?
—Le he dejado en casa.
—Ah, no. De eso nada. —Me termino el mojito, lo dejo en la mesa que tenía al
lado y le robo su copa para ponerla al lado. Me da igual que no se la haya
terminado—. No pienso permitir lamentaciones esta noche. Ven conmigo, chico
yeyé.
Sin embargo, hay algo con lo que no he contado. Y es con la canción que
empieza a sonar.
—Carlota… No pienso bailar contigo «Cómeme el Donut».
—Oh, mi niño, claro que sí.

***

He logrado animar a Javi a base de bailar como si fuera un ventilador. Al


principio me apartaba la mirada, pero cuando me la ha soplado todo y le he
empezado a perrear de manera muy, pero que muy ridícula junto a su pierna, ha
acabado claudicando ante mi ridiculez suprema y ha empezado a moverse. Al
principio lo hacía como los tíos pelmazo que no saben bailar y se limitan a
asentir en medio de la pista, pero poco después, cuando la canción ha pasado y
ha empezado a sonar a toda leche «Qué bello es vivir», de El Kanka (que resulta
que le fascina), ha empezado a cantarme un pelín más alegre.

Cómo me gusta recrearme disfrutando de cualquier soplo de aire,


y cómo me alegro de encontrarme tan alegre, tan feliz, tan despreciable…
Qué bello es vivir,
qué lindo es amar,
yo te quiero a ti,
tú me quieres más…

Con todo, no ha dejado de estar mal del todo hasta que Inés se ha acercado, le
ha mirado de arriba abajo, le ha enarcado una ceja y le ha soltado:
—¿A eso le llamas bailar, Javier Jesús? Qué lamentable espectáculo. Te hacía
más Patrick Swayze en Dirty Dancing.
Y ahí, con ese paso adelante de Inés, Javi, mi Javi, ha vuelto a aparecer.
—¿Te mola Dirty Dancing? —pregunta con una sonrisa brillante que reza
cómo la quiere. Solo con oír cómo se dirigía a él se le ha iluminado la cara.
—Me mola Dirty Dancing, me mola el Dancing… y me mola lo Dirty.
Ambos sonríen con una dulzura y una complicidad que no le pegan nada con la
frase de Inés cuando ella le guiña el ojo.
Y a mí se me contagia su sonrisa mientras desaparezco al más puro estilo
Homer Simpson entre los arbustos.
LO IMPORTANTE ES PARTICIPAR
«Si te dicen» – Los Gatos del Gitano

V ocifero como una colegiala enfurecida cuando se anuncia por los altavoces
que empieza el karaoke y me escabullo de allí a toda prisa. Vale, también
lo he hecho para que se queden solos del todo y hablen un poco de las movidas
que tienen en la cabeza, pero… el karaoke pesa más.
El karaoke es sagrado.
—¿Empiezas, jefa? —Estoy en la barra pidiendo la primera canción mucho
antes de que nadie más pueda llegar hasta aquí. Si alguien intenta inaugurar el
karaoke en mi lugar, mi ira caerá sobre esa persona.
—Sí. Porfa, ponme «Si te dicen».
—A mandar. ¿La cantas sola?
—No. Dame dos micros, ahora llamo a mi compañero.
Entonces corro a la tarima y grito:
—¡Roberto Rueda, cobarde, ven aquí y demuéstrale a Madrid lo mal que
cantas!
No he escogido a Roberto por casualidad, como tampoco he escogido esta
canción porque sí. Cuando solo éramos amigos, en el instituto, la escuchábamos
continuamente y nos reíamos muchísimo. En aquellos momentos hablábamos
cada dos por tres de relaciones sanas, de lo bonito que sería estar con alguien que
te respetara y te quisiera, de todo lo que estaba bien. Después se nos fue de las
manos.
Dudo unos instantes. En primer lugar, porque que esté contentilla (que no
borracha, ojo) y desinhibida no significa que no vea que todo Dios me está
mirando; incluidos mis amigos, entre ellos Tristán, que no entienden
absolutamente nada. Pero yo guiño un ojo en su dirección, Inés intercambia con
ellos un par de palabras y todos parecen entenderlo, aun a regañadientes.
Cuando Roberto sube conmigo, siendo el que menos entiende todo esto de
todos, sonrío feliz. Porque mientras lo hace se pinza el puente de la nariz y mira
a todas partes.
—¿Es coña, Car…?
Le tiendo el micro.
—El otro día montamos un numerito —susurro—. Ahora montaremos el
espectáculo.
Y sucede.
Empieza él. Y cuando toca «esa» parte, nos entendemos a la perfección.
—Si te dicen «no te quiero»… —entono.
—Di «lo importante es participar». Y si te dicen «quédate esta noche» —
señala a Tristán con la cabeza— quédate esta noche y la siguiente. —Yo sonrío.
—Y si te dicen «vete mañana», haz las maletas, dale un beso y sé feliz.
Y justo entonces, en ese momento, Roberto me tira un beso tonto, amistoso, y
sabemos que hemos vuelto a empezar. Cada uno por su parte, cada uno por su
camino, pero juntos, de alguna manera. Sabiendo que el día de mañana nos
encontraremos por Madrid (porque no: no es verdad eso de que aquí no te
encuentras a tu ex; al menos, no cuando estás en sus mismos círculos), y nos
hablaremos sin reproches.
Creo que hay pocas cosas que alivien más que perdonar y dejar ir.

***

Ambos hemos dejado los micros sobre la mesita que hay delante del proyector.
Rober ya se ha bajado de la tarima y yo estoy a punto de hacerlo, pero, como la
mayoría de veces de estos últimos meses, cuando veo la expresión de Inés, me
da la sensación de que está a punto de pasar algo que no me espero.
Aun así, voy a poner el tacón en el escalón que me devolverá al suelo del pub.
Rober me tiende la mano para ayudarme. Y luego…, de repente me la quita.
Yo frunzo el ceño y estoy a punto, a puntísimo, de reprocharle ser un idiota
que ha jugado con la percepción que quería que tuviera de él. Pero él sonríe, y lo
hace de un modo tan bonito que me obliga a frenar.
Pero no es lo único que consigue que pare y deje de pensar en reproches.
Porque alguien me agarra por el vientre de forma familiar, con suavidad, como
la primera noche que pasamos juntos.
Paro y suspiro con alivio. Él coloca una mano por delante de mi cintura y, con
la otra, me tiende el micro de nuevo.
—¿Desde cuándo tú cantas…? —susurro, aunque ahora mismo no me importa
lo más mínimo; lo que de verdad me importa es que Tristán se ha subido a la
tarima y me está abrazando delante de todo el mundo. De media facultad. Del
pub al completo. De una pequeña parte de Madrid que ahora mismo me parece
infinita.
Le está diciendo a todo el mundo que me quiere.
—Bueno, Javi me ha dicho que no había huevos, y…
—¿Y…? —Miro hacia abajo cuando noto cómo su boca roza mi oreja,
hablándome de cerca. Es un momento tan extrañamente íntimo, aun estando aquí
arriba, rodeados de gente y en medio de los focos.
Madrid deja de existir. Me duelen las mejillas de sonreír.
—Y he pensado que, tal vez, estaría bien demostrarle lo mal que canto a mi
colchonera favorita.
Me giro hacia él con lentitud, con el ceño fruncido y una sonrisa que no se me
va ni con agua hirviendo. Pero cuando lo hago, una mirada cálida como pocas he
visto en mi vida hace que relaje el rostro y suspire. Tristán tiene ese poder sobre
mí: un segundo puede estar volviéndome loca de atar y al siguiente arropándome
con solo mirarme.
—¿Y lo de colchonera es porque…?
Pero justo en ese instante empieza a sonar Partido a Partido.
—Ahora mismo juro que me casaría contigo. —Le acaricio la mejilla, también
delante de todo el mundo, y me pongo el micro delante de la boca.
—Por ahora me vale con que empieces tú a cantar. Se me da fatal coger el
tono. De eso… ya hablaremos.
Ni siquiera me lo pienso. Y aunque estaba deseando que todo el mundo nos
viera así, cuando refuerzo el agarre del micro con la emoción a flor de piel,
nerviosa de repente, hundo la cara en su pecho para que este momento sea solo
nuestro antes de entonar:
—Aunque apenas queda un socavón junto al Manzanares, y atascos en los
bulevares de mi corazón… Los profetas de anteayer son gaviotas de alas rotas
muertas de sed, gatos sin botas.
—Al balcón de la soledad —empieza, y me dan ganas de zarandearle cuando
se me escapa una lágrima. Si esto es cantar mal, que me quiten el título de
Grado. Achino los ojos y niego con la cabeza. Él se pone un poquito rojo—
trepan los náufragos, malheridos de tanto remar contra el huracán.
Entretanto, la gente ha ido animándose y se ha arrancado a cantar con nosotros.
Pero es que, y me da igual que esté mal que lo diga yo, quedamos bien. Muy
bien. Jodidamente bien. Cualquiera se animaría con nosotros.
Lo corroboramos cuando cantamos al unísono:
—No me habléis de resistir, es mi Atleti de Madrid. No me vengan con
lamentos, hablo de sobrevivir… —Nos pegamos más—. Y seguir coronando
montañas, y seguir conquistando escaleras, en el tiempo de descuento,
regateando al porvenir. Y ganar, y ganar, y ganar, y ganar y volver a ganar…
Partido a partido.
Y así, con eso, ya hemos ganado.
Y aquí, en esta tarima, con esta sonrisa, con esta canción que nos une, con él,
es donde muero yo de amor.
No necesito nada más.
Me acaba de marcar el gol que nos ha hecho campeones.
GABINETE DE CRISIS BESUCÓN
«Macaulay Culkin» – Ladilla Rusa

— M al, mal, todo mal.


Paula da vueltas alrededor del baño. Fuera se oye Ladilla Rusa con Macaulay
Culkin, y, si no fuera porque estas dos señoras me han separado vilmente de los
maravillosos brazos de mi tutor del máster, yo ahora estaría comiéndole la boca
en una esquina del local, con expresión de enamorada embobada y caídas de
párpardos de lo más ridículas.
Pero no. No lo he podido llegar a hacer. Estas tenían otros planes.
—¡Todo mal! —repite.
—¿De verdad no podíais esperar cinco minutos para el gabinete de crisis? En
serio, no es para tanto. —Me aprieto el puente de la nariz.
—¡Sí lo es! No solo no me ha devuelto el beso, sino que cuando se me ha
puesto el mechón delante de la cara no me lo ha quitado —se queja. Inés asiente
dándole la razón—. No puede ser. No le gusto.
—Pero ¿no me dijiste que os decíais cochinadas todas las noches? —pregunto.
—Bueno, a ver, yo le lanzo indirectas, pero él… —Se pone blanca como la
pared (si la pared no estuviera pintarrajeada con un montón de corazones y
números de teléfono, claro)—. Oh, Dios mío. ¿Y si es gay?
—Saca el móvil —ordeno.
—¿Qué? ¿Por qué? —Enarca una ceja.
—Para ver qué te responde. Es un gabinete de crisis, ¿no? Pues arreando, fase
de análisis —explico.
Si hay una verdad absoluta en este mundo, esa es que lo que se habla con una
mujer, en repetidas ocasiones se habla con ella y con su mejor amiga. Y que
habrá pantallazos. Y que dichos pantallazos podrán ser usados como pruebas en
caso de juicio popular de amigas. Las capturas de pantalla no son como ir a
hacer pis juntas al baño o como dejarse compresas, son algo serio. Le estás
abriendo las puertas a tu intimidad, a tus chistes guarros, a cómo el chico mono
de la foto te pone el sur como un bebedero de patos. Aunque todo eso se borre a
continuación de los dispositivos móviles y de las memorias RAM de los cerebros
de tus amigas.
Por eso, nada más Paula nos confía esa parte de sí misma, sabemos que este es
solo el inicio de una larga y bonita amistad.
Eso, y que está rematadamente ciega.
—¡Veeenga! Y el Oscar es para… —dice Inés, que está mucho más animada
que antes—. Se la pones durísima.
—Confirmamos —digo.
—¿Por qué estáis tan seguras?
—¿Hola? —Inés abre mucho los ojos.
—Punto número uno —empiezo a enumerar—: te ha hablado él primero. Eso
es que quiere hablar contigo. Hoy en día, para ligar se mandan fueguitos por
historias de Instagram, esto es otro nivel.
—Punto número dos —añade Inés—: tarda en responderte una media de dos
minutos. Eso puede significar dos cosas: la primera, que quiere pensar bien qué
te responde; la segunda, que se la está machacando.
—Menuda bestia —me río—. Pero tiene razón. Cuando Tristán tarda en
responder… —Me callo al ver cómo me miran—. Vale, volvamos a Leo…
Punto número tres: te ha dicho que estaba «deseando» verte. Eso no es algo que
se le diga a una mejor amiga.
—Exacto —corrobora Inés—. A una mejor amiga le dices: «Tía, te voy a
chupar la cara cuando te vea».
Ambas escrutamos a Inés con una ceja enarcada.
—Tú no bebes más hoy —dice Paula.
—Estoy de acuerdo —carcajeo—. Pero Inés tiene un punto: con una mejor
amiga eres mucho más burro porque sabes que no hay peligro de que
malinterprete nada llevándoselo al terreno romántico. O al sexual.
»Mira, yo creo que simplemente es… reservado. Y estás acostumbrada a otro
tipo de tíos.
—Pero es que por eso me gusta tanto… —Hace un puchero—. Y ha tenido mil
y una ocasiones para besarme esta noche. Mil y una. Se lo he puesto a huevo.
¡Venga, tías!
La verdad es que nunca pensé que vería a Paula así. Cuando me la encontré
delante de Tristán parecía una diva perdonavidas; le miraba con esos ojos
terminantes con los que se mira a un ex que ha hecho algo mal (como yo he
mirado tantas veces a Rober). Y ahora…
—Tía, hay chicos que necesitan… un empujón. ¿Vale? No te rayes —acabo
diciendo, y le pongo las manos a ambos lados de los brazos.
—No sé yo, si se le pusiera la oportunidad de besar a mi primo por delante
igual sí que se lanzaba. Sigo pensando que es posible que sea gay. Pero bueno,
sería una victoria inmensa para el colectivo. —Suspira.
En ese momento, con esa frase, se me enciende la bombilla. Y lo hace de una
manera tan intensa que casi me mareo, como cuando estás durmiendo una
mañana de domingo de resaca y llega alguien y abre todas las persianas de
golpe.
Cuando miro a Inés, veo que tiene la misma cara que yo.
—¿Estamos pensando lo mismo? —entono mirando a mi mejor amiga.
—El ático estaba cerca, ¿verdad? —pregunta. Nosotras asentimos—. Bien,
pues voy a adueñarme de una botella vacía. Vosotras llamad a los chicos.
Y emprende el paso. Con todo, antes de atravesar la puerta del baño, se gira y
dice:
—Eso sí, os lo advierto: como me toque besarme con Javi, os juro que me lío a
escobazos con vosotras.
—¿A escobazos por qué? —pregunto.
Nos fulmina con la mirada y dice:
—Porque seréis unas puñeteras brujas.
Nada más Inés ha salido, Paula y yo nos miramos. Ella está mucho más
animada (porque compartir tus dramas con tus amigas, y esto es otra verdad
absoluta de la amistad, es algo que sana), y la mirada que intercambiamos es
cristalina. Solo un segundo después, dice:
—Se van a comer los morros.
—Joder, si se los van a comer…
ANTICLIMÁTICO
«Besos» – El Canto del Loco

D e camino al piso de Tristán, Inés se empeña en poner «KITT y los coches


del pasado» en bucle. No ha intentado más acercamientos con Javi
(excepto el de que le gustaba Dirty… En fin, hay que quererla así). Ahora
encabeza el grupo con Paula, que sigue un poco hecha polvo creyendo que Leo
pasa de ella (cuando el tío no deja de comérsela con los ojos) y necesita
distraerse, mientras las dos cantan a todo pulmón:
—¡KITT, KITT, KITT, DOS TETAS DE ESPUMA!
—¿Y tú saliste con esa? —Javi señala con la cabeza a su prima. Tristán y yo
intercambiamos una mirada fugaz para comprobar que ambos estamos bien.
—¿Se puede tener más vista que tú? —responde él.
—Joder, Tristán, qué borde. Yo me lie con ella —me señala— y no pasa nada.
—¿Te has planteado que igual ese es tu problema, tío? —interviene Leo por
primera vez. Lo hace conciliador y pausado, pero su voz suena segura.
—¿Qué problema? ¿Liarme con Carlotita? No fue nada.
—Liarte con ella no, patán —dice Tristán. Después, él y Leo suspiran y se
llevan a la vez los dedos a las sienes, como si lo hubieran estado practicando.
—Javi, cariño —medio—, no sé si te has dado cuenta, pero no todo el mundo
está sacando a colación todo el día el pasado.
—¿Cosas del pasado? ¿Como cuáles?
Dios mío, qué mal le sienta el alcohol a su razonamiento básico.
—Hostias, Javier —entona Tristán—. Como que salí con tu prima, como que
te liaste con Carlota, como cualquier cosa que tenga que ver con quienes estamos
intentando tener algo con otras personas.
Un segundo.
Dos.
Tres…
Las chicas frenan. Paula se gira con los ojos muy abiertos. Yo miro con los
ojos aún más abiertos a Leo. Todos hemos oído el plural, y todos sabemos que
no solo se refiere a él y a mí. Por eso, ella y yo intercambiamos una mirada
rápida antes de que le pregunte a Tristán con una sonrisa radiante:
—¿Tú cómo sabes que Paula está intentando tener algo con alguien?
Ahora es Tristán quien mira a Leo, y Leo a Tristán. Y la mirada del primero al
segundo es de disculpa, pero del segundo al primero… Leo mira a Tristán como
si le fuera a sacar los ojos con una pajita.
Tras la risita de rigor, las chicas y yo hacemos el resto del camino agarradas de
los brazos como tres señoras en el mercado y en silencio, excepto por tres
mensajes de Telegram. Tres cuyas emisoras disfrutamos como unas perras de
enviar.
Marujas cósmicas
Creaste el grupo
Has añadido a Inés
Has añadido a Paula

Carlota: Te…
Inés: lo…
Carlota: dijimos…

***

—Vale, la dinámica es la siguiente… —empieza a contar Javi, y todos nos


quedamos mirándole. Las chicas enarcamos una ceja; los chicos fruncen el ceño.
Estamos todos en el suelo del salón con la botella vacía en medio. Nada más
llegar, Inés nos ha exigido sentarnos, amenazándonos con darnos besos de vaca
(tengo que hablar con ella sobre su problema con chupar caras). Ahora ella está
frente al sofá, Paula está a su derecha, seguida de Leo y Javi, y después estamos
nosotros. Los demás están sentados como indios, pero nosotros no. Él está
estirado, tiene un tobillo cruzado por encima del otro y está apoyado sobre sus
codos, que están en el suelo. Una postura que, con ese traje de Kingsman, me
suscita un interés más que sugerente (porque decir que quiero sentarme en su
cara igual es un poco bruto). Yo estoy apoyada sobre la cadera con las piernas
hacia atrás, ligeramente inclinada hacia él, descalza y a punto de morirme
cuando siento cómo Tristán, sin que nadie más lo note, ha pasado a apoyarse
solo en uno de sus codos y el otro lo ha llevado a la parte baja de mi cadera,
acariciándola en círculos perezosos.
«Ay».
Me giro para mirarle por encima del hombro y le sonrío con dulzura, pero la
mirada que él me devuelve, a la vez que empieza a deslizar la mano hacia abajo,
es de todo menos casta.
Joder, con lo que me había esforzado por no ser una bruta y en medio segundo
estoy más encendida que Vigo en Navidad.
Está llegando con su índice al límite de mi vestido cuando Inés, harta de Javi
de nuevo, dice:
—Ahórratelo, Javier Jesús. Todo el mundo sabe jugar a la botella.
—¿En serio? ¿Habéis jugado todos? —Ladea la cabeza.
Asentimos cuatro de nosotros. Leo y Tristán no.
—¿Quééé? No te creo. —Paula mira a Leo, pero se da cuenta del error y gira
hacia Tristán,—. Pero si antes en el baño comentábamos lo bestia que eres.
Su mano aprieta mi muslo, traspasando el límite de mi vestido y levantándolo
un poco. Y nunca, jamás, me había sentido tan deseada como ahora.
—Venga, cabrona, tú véndeme… —espeto para que no se note que estoy tan
burra que podría ponerme a dar vueltas a un molino de trigo.
—¡Perdón! Se me ha escapado… —responde.
—Eso da igual —dice él con una calma que me traspasa. Ni siquiera me atrevo
a mirarle a los ojos. No hace falta. Me está hablando con la mano, según sigue
subiendo y acariciando mi piel con la presión justa y una lentitud que me
destruye por completo—. Soy un… bestia —pone los ojos en blanco mientras lo
dice— en la intimidad, con las mujeres a las que quiero y si a ellas les parece
bien, pero no delante de todo el mundo.
En ese momento, Javi empieza a reprocharle que en el Dime que me quieres,
conmigo, no le ha importado no estar en la intimidad, pero yo ya no oigo nada.
Me he girado hacia sus ojos nada más ha dicho «con las mujeres a las que
quiero». No se hace una idea de todas las barreras que ha derribado con una sola
frase. En el pasado, con Rober, me habría vuelto loca pensando en que habría
podido haber otra: una ex, alguien que le gustara, un tonteo amistoso, lo que
fuera. Pero con Tristán no lo pienso ni cuando estamos bajo un techo que ellos
mismos han compartido, porque me ha demostrado que me quiere. Aun así, no
soy perfecta, y acabo de caer en que puede ser que les toque juntos. Eso sí hace
que me sienta un pelín, solo un pelín… más incómoda. Aunque no quiera.
Aunque sepa que todo esto es solo un juego y que no significará nada para
ninguno de los dos, porque han pasado página, porque a ella le gusta Leo,
porque a él…
Vale, quizá aún tengo alguna barrera que otra.
—¡Carlota! —grita Inés, y me descubro mirándole tan concentrada como él me
estaba mirando a mí. ¿En qué momento ha dejado de existir el mundo exterior?
—¡Perdón! ¿Qué pasa?
—Que si empezamos… —dice Paula—. No creo que necesiten explicación,
aunque no hayan jugado nunca.
Me giro a Tristán una última vez y la seguridad que hay en sus ojos me rescata.
«Solo es un juego, Carlota, tranquila», me digo.
—Claro. —Sonrío, y giro la botella por primera vez.

***

—Prepárate para el mejor beso que te han dado en tu vida por segunda vez. —
Javier se repeina hacia atrás, se levanta y se quita la americana de forma
exagerada. Tras girar dos veces la botella, me ha tocado con él, y ahora se
relame exageradamente, transmitiéndome que va a hacer el payaso para que me
calme.
—Permíteme dudarlo… —responde Tristán—, pero que nos dé el veredicto
ella después. Ahora, por favor, ¿puedes dejar de dártelas de dandi y avanzar?
Javi pone los ojos en blanco ante su intervención, pero le hace caso. Me tiende
la mano, yo me levanto y noto cómo el frío me anestesia donde Tristán me deja
de tocar cuando me aparto. Luego me pongo justo delante de mi amigo. No sé
por qué se ha levantado, pero en el fondo me hace gracia; convierte todo esto en
algo aún más surrealista.
Entonces me da una vuelta, me sostiene entre sus brazos como si estuviéramos
bailando, me inclina sobre el suelo, y ahí, mirándome directamente a los ojos,
me besa…
… En la mejilla. Con un beso de abuela: muy ruidoso y familiar.
—Lo siento, cariño, me estoy reservando para Inés Juanita —susurra.
Inés simula una arcada, pero veo en su mirada un brillo de sosiego que le hacía
falta. Ella ya quiso evitar ver esto una vez, y lo sabemos todos. Todos menos
Paula, que grita:
—ESO ES TRAMP…
Sin embargo, Tristán la interrumpe con rapidez:
—Paula, nunca te lo he pedido y te juro que esto va sin trazas de patriarcado,
pero: por favor, solo por una vez, cállate la boca —espeta con seriedad.
Paula parpadea un par de veces, le mira, me mira a mí, yo le pido lo mismo
que él con la mirada, y Javi, e Inés. Todos se lo pedimos, aunque solo sea en esta
ocasión. Y no sé si es porque se lo pide Tristán o por qué, pero claudica.
—Está bien, venga —dice rápida—. Siguiente pareja.
Cuando sabemos quiénes tocan a continuación, no podemos evitar partirnos el
culo…
… casi todos.

***

—¿Qué pasa, guapa? —Paula menea las cejas arriba y abajo muy, muy rápido
—. ¿Quieres acaparar el juego?
No pierdo detalle de cómo están los demás: Inés, divertidísima; Leo, muy, pero
que muy interesado; Javi, con la boca abierta; Tristán…
Tristán está blanco como un verano en Ibiza.
—Quiero acaparar a los Mateos. —Le guiño el ojo y me acerco a ella a gatas,
ocupándome de que Tristán tenga unas vistas privilegiadas de todo esto.
—Esperad —dice, sin embargo. Cuando le miramos está lívido—. ¿De verdad
tengo que ver esto?
La mirada fugaz que intercambiamos Paula y yo está cargada de maldad. Y
después, así, sin más, me vuelvo a girar hacia ella, solo que algo inclinada hacia
Tristán, para verle también.
—Sí —decimos al unísono.
Y entonces montamos el numerito de nuestra vida.
Me pongo de rodillas, y con mis maravillosas uñas azules, esas de las que
estoy tan orgullosa, le aparto un tirabuzón de delante de la cara. Ahí corroboro
una vez más cómo Paula es preciosa; si no fuera porque está pilladísima por Leo
y yo por Tristán, no me importaría tener unas palabras con ella. Aunque tampoco
podríamos tener nada, estamos friendzoneadas a niveles hipersónicos. Y así debe
ser.
Pero por jugar un poco no pasa nada, ¿no?
—Profe… —entono en voz bajita, mirándole con sensualidad. Entretanto, noto
cómo ella me posa las manos sobre la cintura; yo hago lo mismo sobre la línea
de su mandíbula e intento no partirme de risa. Él ni siquiera responde; se limita a
mirarme con una expresión complicada—. Tengo que reconocer que tienes buen
gusto.
Y, menos mal, le hace gracia. No es una carcajada, pero niega con la cabeza,
aparecen esos hoyuelos que tanto me gustan y luego vuelve a dirigirme esa
media sonrisa suya que me vuelve loca.
Y ya está. Es todo lo que necesito para girarme hacia Paula, acariciarle el labio
inferior, ladearle con suavidad el rostro y enterrar mi lengua en su boca.
Es un beso pausado, cálido, húmedo. Un beso que, si no estuviéramos más
concentradas en cómo están ellos que en cómo estamos nosotras, nos estaría
llevando a las puertas del mismísimo Infierno. Un beso en medio del que nos
sonreímos y en el que habríamos acabado enrollándonos durante cerca de un
minuto.
Si no fuera porque Javi, cortando de sopetón toda la tensión que se había
creado, acaba de decir:
—Joder, terminad ya, que es el momento más anticlimático de mi vida.
Paula y yo ahogamos una carcajada en la boca de la otra, nos separamos, nos
sonreímos con malicia, ella se sienta mejor en su sitio y yo vuelvo junto a
Tristán.
Y justo ahí, en ese momento, Leo y él se aclaran la garganta y se sientan mejor
(¿por qué será? ¿Qué tendrán esas entrepiernas que esconder?). A la vez.
—Sois unas hijas de puta —musita Inés, más divertida que en toda su vida.
Estamos de acuerdo.
JODER, YA ERA HORA
«Sabor a mí» – Monsieur Periné

V
— aya —dice Paula, tragando saliva.
—Vaya —repite Leo, tomando aire hondo.
—Vaya… —dice Tristán, meneando las cejas y recolocando la mano sobre mi
pierna, tras mi espalda.
—A ver —dice Inés—, si queréis yo también lo digo, pero creo que sería más
ágil que os comierais ya los morros, no sé, para que no estemos aquí hasta
nuestra jubilación. —Se encoge de hombros, yo me río y me callo. Estaba a
punto de decir «Vaya» también, pero me hace más gracia su intervención.
—Por favor, hacedlo rápido, me da asco ver cómo mi prima se morrea, ya lo
he tenido que sufrir una vez y además aún estoy esperando a Inés Juanita. —La
mira con media sonrisa lobuna y le lanza un beso. Ella se aparta con rapidez de
su trayectoria y sopla al aire, alejando el beso imaginario de ella.
No soy tonta; sé que Inés lo ha hecho para darle tiempo a Paula, que de repente
está apretándose el vestido, entre nerviosa e ilusionada, y con un rojo en las
mejillas que no le había visto hasta ahora. Se acaba de topar con que ahora sí va
a haber beso. Y va a ser de verdad.
—Bueno… —Leo ladea la cabeza y asiente, como preparándose—. ¿Vienes?
—Ven tú —responde ella. Y ninguno nos atrevemos a abrir la boca; lo
habríamos hecho si Paula se estuviera haciendo la difícil por las risas, pero no ha
sido así. Lo ha dicho nerviosa. Juraría que le tiembla hasta el carné de identidad.
Y entonces me doy cuenta.
—No vayas —intercedo, dándole la mano a mi amiga—. No así.
Todos menos Paula y Leo me miran extrañados; ellos lo hacen suspirando,
como si agradecieran que me hubiera dado cuenta de eso.
—¿Por qué? —pregunta Javi, descolocado. Su lógica aún no ha dejado de
bailar con el alcohol.
—Porque un primer beso no puede ser así —explico—. Marchaos. Id a alguna
habitación, al baño, al pasillo o donde queráis, pero no lo hagáis aquí. No delante
de nosotros.
—¿Seguro? —pregunta Paula. Yo sonrío.
—Por supuesto —interviene Tristán—. Id. Os esperamos.
—Id sin prisa —corrijo yo, guiñándole un ojo a Pau—. Prepararemos algo
para beber mientras tanto.
Asienten, se miran, y, al fin, él se levanta y le tiende la mano.

***

Cuando Leo y Paula han vuelto de una de las habitaciones y han cogido dos de
los gin-tonics que habíamos preparado para todos, ya no se han sentado como
antes. Leo le ha dado una patada sutil a Javi, que se ha quejado de manera
exagerada, y le ha dicho que tirara para el costado, acercándose a Inés. Y aquí
estamos ahora, con ella acercándose cada vez más a mí para que Javi la deje en
paz.
—Como me toques te aplasto las pelotas —espeta, aunque no se mueve ni un
milímetro.
—No te tocaré, Inés Juanita, mi amor…, hasta que tú me lo pidas.
—¿Y si te pido que te pierdas? —Se gira hacia él con una sonrisa de desdén.
Él se ríe dulce, como si lo que hubiera leído fuera lo más romántico del mundo.
Y un segundo más tarde se olvida de que le ha amenazado y le pellizca la
barbilla con lentitud y suavidad. Algo que hace que, a Inés, no tengo ninguna
duda, le implosione el cerebro.
Le ha encantado.
Carraspeo junto a Paula, que está tan pegada a Leo como yo a Tristán, e Inés,
solo entonces, descubre lo que acaba de pasar. Así que se separa de él con
rapidez y me mira:
—Bueno, ya está, ¿no? —pregunta mi amiga.
—¿Qué? —Tristán enarca una ceja—. No.
—¿Por qué? Ya hemos conseguido que se dieran el beso.
—¿Habéis montado todo esto para que nos besáramos? —se ríe Leo.
—Bueno… —dice Inés.
—Sí —carcajeo y continúo—: Pero ahora ya no solo estamos jugando por eso.
Inés, cariño, lo siento, pero te jodes. No me voy sin mi beso.
—Te has dado dos, pedazo de guarra. —Enarca una ceja.
—Pues quiero tres, pedazo de puerca —respondo con mi mayor sonrisa.
Pone los ojos en blanco y suspira pesadamente.
—Está bien.
Gira la botella, le toca a Javi… Y la vuelve a girar…
Y le toca a Inés.
En un instante, a Javi se le van el color de la cara y el aire de los pulmones.
Ella, en cambio, está de un rojo España que tira para atrás.
—Estos gin-tonics no están nada cargados —se queja él con un hilo de voz.
—No pienso besarte —espeta Inés, seria.
Él la mira directamente a los ojos y toma aire hondo. Después boquea,
buscando unas palabras que parecen no llegar.
Sé que para ellos esto no es fácil. Se quieren, eso está claro, pero lo han pasado
mal. Y Javi no va a presionarla. Por ello asiente y claudica diciendo:
—Está bien. —Se encoge de hombros y se aparta unos centímetros de ella.
Y es triste. Muy, muy triste. Porque todo el mundo aquí sabe que quieren
besarse, que desean hacerlo tanto como los demás lo hemos deseado, que
pagarían lo que fuera por borrar lo que vivieron y comerse ahora la boca sin
ningún tipo de pudor para tener una excusa para empezar.
Nadie sabe cuánto me alegro cuando Inés vuelve a hablar.
—Menudo gallina… —musita Inés—. ¿No me vas a insistir ni un poco? ¿Tan
fea soy?
—¿Qué cojones, Inés? —Javi se gira hacia ella con el ceño fruncido—. No te
voy a presionar.
—Buena forma de decir que no te gusto —rebate, aunque todos sabemos por
qué lo está haciendo. Inés es perfectamente consciente de que Javi no quiere ser
así, y ella tampoco le quiere presionar a él, por eso lo hace todo en ese tono de
perdonavidas. El problema es que Javi no está viendo por dónde va.
—Inés, no juegues con fuego. Has sido tú quien ha dicho que no pensabas
besarme. —Se gira hacia ella, pero ella no le mira a él, así que Javi la toma con
suavidad del mentón y lo gira hasta que se están mirando.
Dudo haber visto a dos personas mirarse así jamás, y creo que yo solo he
mirado así a Tristán. Están devorándose, y lo están haciendo de un modo tan
profundo, respetuoso y puro que se me parte el corazón solo pensando en que
todo esto puede no salir bien. Sigo pensando que Javi e Inés necesitan una
segunda parte.
Y, al parecer, no soy la única.
—Exacto —susurra—, he dicho que no pensaba besarte.
—¿Entonces…? —Javi frunce el ceño.
—Entonces —cierra los ojos y suelta el aire— bésame tú.
Si bien no había visto nunca a nadie mirarse así, tampoco había visto a Javi
cuadrarse y concentrarse de esta manera. Se ha acercado a Inés, ha separado las
rodillas, y, tras parpadear un par de veces y llenarse de oxígeno, ha bajado de su
mentón a su cintura, atrayéndola más hacia sí, que queda sentada tal y como
estoy yo, con las piernas hacia atrás, delante de la cadera de Javi. Ahora ella le
pone las manos sobre el pecho con lentitud, y él le acaricia la espalda con
tiempo, como si fuera el tesoro más delicado que ha tocado jamás
(probablemente lo sea). Los demás no nos atrevemos a hablar, a movernos, a
hacer el más mínimo ruido mientras eso pasa. Incluso hemos ralentizado
nuestras respiraciones. Nos limitamos a observar cómo Javi vuelve a subir con
una de sus manos a su pelo, apartándoselo con cuidado, hasta que deja posada la
mano entre su cuello y su mandíbula para acariciarla mientras le susurra algo
que ni siquiera nosotros, que estamos al lado, alcanzamos a oír. Ella asiente con
lentitud y nervios y después cierra los ojos al tiempo que sube algo más y se
apoya en sus hombros antes de ladear el mentón.
Y entonces sucede.
Javi se acerca a los labios de Inés, la aprieta contra su cuerpo con una
necesidad extrema y, con una dulzura infinita, se zambulle en su boca y se funde
con ella en un vaivén que conecta sus labios como si llevaran toda la vida
buscándose, coordinándose en ese péndulo, humedeciéndose el uno al otro
mientras se acarician. Él se esconde menos que ella a los ojos de los demás
cuando la toca, pero ella también lo hace con movimientos cuidadosos, casi
invisibles.
Un roce con el índice la piel del cuello, una uña que dibuja infinitos sobre la
clavícula, unos labios que no se quieren ir.
Javi se estremece y la aprieta más contra él, separándose un segundo de su
boca, mirándola de arriba abajo y besándola con más vehemencia después,
uniendo su lengua a la suya. Ella le corresponde cada segundo y acaba
enredando la manicura, roja y preciosa, en su cuello, hasta que él la rodea con las
piernas y acaban completamente abrazados.
Llevan cerca de tres minutos besándose cuando Inés ahoga una exclamación en
la boca de Javi y se separa de ella, mirando después a todas partes. Él da un
respingo sin entender qué está pasando, y ella aparta las manos de su pelo, de sus
hombros y, finalmente, de él.
Cuando me mira, lo sé. Se había olvidado de que estábamos aquí.
Cojo la botella a toda prisa, carraspeo y la giro como si me fuera la vida en
ello.
El cuello de cristal va a parar justo delante de mí, lo que provoca que todo el
mundo me llame acaparadora (y con razón). Yo fuerzo una risa (aún estoy en
shock con lo de antes) y voy a girarla otra vez, pero Tristán me para por la
muñeca, me mira con su media sonrisa mítica y dice:
—Ni de casualidad. Como lances tú otra vez nos tiramos aquí tres años.
Y pasa.
Es todo rapidísimo. Tristán tira. La botella gira a una velocidad de vértigo. El
cuello le señala a él. Él me mira. Dibuja una sonrisa ladina.
Y solo una micra más tarde, me pasa un brazo por detrás de la espalda, el otro
me lo coloca en la mejilla y, tras girarme e inclinarme sobre él, entona:
—Joder, ya era hora.
Cuando me coge con fuerza y nuestros labios chocan con brutalidad delante de
todo el mundo, soy exageradamente feliz.
AQUÍ GUERRA Y DESPUÉS GLORIA
«Breaking Bad» – Leiva

L e he insistido a Inés tantas veces que he perdido la cuenta, pero ella siempre
ha insistido una más. Me ha dicho que no le importa, que no pasa nada, que
no se va a morir por dormir una noche en el mismo sitio que Javi. Y ahora,
mientras Leo y Paula hacen cosas no aptas para el horario infantil en una de las
dos habitaciones, me mira desde el sofá cama, descalza y abrazada a un cojín.
Mi amigo está en una de las sillas de la mesa de comedor que hay al lado,
sentado con el pecho en el respaldo y con los brazos sobre este, mientras me
observa con calma, como diciendo: «Tranquila, no la voy a molestar». Y yo ya
lo sé, pero, aun así…
—Tía, vete a dormir, en serio —dice con una sonrisa comprensiva en los
labios.
—No van a dormir —añade Javier con la misma comprensión y una calma que
me traspasa. Luego intercambian una sonrisa suave y cómplice.
Si algo tienen estos dos, es la capacidad de no pensar en ellos en absoluto
cuando hay alguien más delante. Me lo han demostrado tantas veces que duele, y
no quiero volver a ser yo la egoísta.
—Pero… —voy a volver a preguntar si están seguros, aunque corto a medio
camino. Los brazos de Tristán se enlazan delante de mi vientre y me da un beso
encima del hombro.
—Creo que ya has insistido suficiente —susurra. Ellos sonríen una vez más y
yo me siento aún más culpable.
—¿Y si no quieren estar juntos? —susurro yo después, aunque no sé por qué;
es evidente que me oyen.
—¿Y si lo quieren estar?
Inés cierra los ojos con calma mientras se acomoda un poco más en el sofá.
Javi, en ese mismo momento, la mira y suspira casi inaudiblemente. Un instante
después, Tristán me da otro beso, esta vez en el cuello, y yo claudico.
—Está bien. —Bufo—. Si necesitáis algo, me venís a buscar.
Ambos se ríen en silencio.
—No, gracias. Estamos bien. —Asiente Inés, aún con los ojos cerrados.
Entonces, Tristán tira de mí con levedad hacia atrás y cierro la puerta
acristalada que separa el salón del ático.
Sin embargo, y aunque lo dice flojísimo, cuando nos estamos alejando oímos:
—Javi…, deja de hacer el tonto en la silla y ven a dormir.

***

Nada más Tristán cierra la puerta de la habitación, cambia el ambiente, y el


mar en calma que dejamos en el salón se convierte en una corriente de retorno
que me lleva como un flotador olvidado mar adentro.
Mi tutor me acorrala contra la puerta, y solo Dios (que no existe, seamos
pragmáticas) sabe lo muchísimo que me gusta que me pase una mano por detrás
de la cintura, apoye el antebrazo sobre la madera, junto a mi cuello, y zambulla
su boca en la mía con esa rabia, explorándome con la lengua nada más dejo de
saber cuáles son sus labios y cuáles los míos.
—Qué prisas… —me río a medio beso y le atraigo más hacia mí.
—No te haces una idea de cuántas —dice, y mientras me besa otra vez
presiona mi cadera con la entrepierna, haciéndome tragar saliva. Nunca me había
sentido tan deseada como ahora, tan querida, con tantísimas ganas de arrancarle
la ropa a alguien y dejarme hacer.
—Ahá… —Ladeo el cuello cuando baja con la boca hacia él y empieza a
lamerlo.
—Quítate el vestido, Carlota. —Me da un último mordisco y se separa de
súbito.
—¿Eh?
—Quítate. El. Vestido.
Parpadeo.
—Por favor —añade. Ambos nos reímos.
—¿Yo…? ¿Y tú qué piensas hacer? —Parpadeo entrando en el juego, en la
lucha de poder. Él se ríe serio y sensual como los actores de la telenovela
romántica que ve mi madre al mediodía, se aparta, se sienta en el costado de la
cama y se empieza a desabrochar la camisa.
—Disfrutar de las vistas.
Cuando veo cómo el tercer botón desaparece a un metro de mí y deja su pecho
al descubierto, decido obedecer.
Alcanzo la cremallera de mi vestido llevando una mano a mi espalda y la bajo.
La habitación se inunda por completo con su sonido. En ese momento, a él se le
dilatan y ensombrecen las pupilas, y su sonrisa desaparece para dar paso a una
expresión que me devora.
Me quito un tirante con pausa, después el otro, y el satén, como si estuviera
deseando escapar de mi piel, se desliza hacia el suelo y me deja sola, con las
medias y las bragas delante de mi profesor del máster.
—Tendrías que estar prohibida… —musita, y se acerca a mí de nuevo al
tiempo que me observa desde arriba con un deseo punzante. Se termina de quitar
la camisa sin dejarme de mirar. Y me siento observada y en el centro de la
vorágine, pero me fascina.
—Ya, pues por suerte para ti no lo estoy, querido, así que barra libre. —Alzo
una ceja, me lo como con la mirada y carraspeo. Él tarda unos segundos más en
responder. Lo hace después de parpadear y sacudir la cabeza para quitar la carita
adorable de bobo que se le ha puesto.
—Me encanta cuando haces eso. —Luego me coloca las manos en la zona
lumbar y me atrae hacia él.
—¿El qué, carraspear? —pregunto cuando mis pechos tocan el suyo.
Sonríe.
—No dártelas de santurrona. —Viaja a mi oreja y empieza a mordérmela con
lentitud, repasándome el contorno con la lengua, cálida.
—No soy de las que se quedan calladas ante los monumentos. Mira que lo he
visto veces, pero yo miro Neptuno y aún digo «guau».
Nada más digo la última frase, Tristán dibuja en el aire una risa gutural, hosca,
tan profunda que creo que podría hacer que explotara solo con eso.
—Pues hoy te vas a tener que callar, cariño… Tenemos vecinos.
No necesito mirarme a un espejo para saber que mis pupilas han devorado al
iris.
Me da la vuelta con rapidez, me empuja contra la puerta con suavidad y me
separa los muslos con una rodilla. Yo noto que me empapo, que me sobra la tela,
que todo desaparece y deja de existir. Pero lo hace aún más cuando su mano
izquierda me tapa la boca, sus dientes se hunden en mi clavícula y los dedos de
su mano derecha se meten en mi ropa interior con rapidez.
Por favor, que esta noche no se acabe jamás.

***

Estoy haciendo un esfuerzo titánico por no gritar cuando Tristán empieza a


vibrar sobre mi clítoris. Y no pienso maquillar la realidad: estoy como el
Embalse de San Juan en temporada de lluvias, empapada por encima de mis
posibilidades. Ahora mismo solo tengo ganas de deshacerme entre sus brazos, y
mis piernas dan fe cuando pierden el tono. Él lo nota y baja la mano que tiene
sobre mi boca hacia mi pecho. Cuando lo ha hecho, me pellizca un pezón con
suavidad.
—No pierdes oportunidad, ¿eh? —gimoteo.
—Habría que ser completamente idiota para tenerte así y no tocarte cada
centímetro. —En ese momento aprieta más, vibra más rápido sobre mí y me
muerde con más fuerza, aunque nunca deja de ser el hombre comedido que
conocí al principio. Nunca me deja de cuidar.
Soy perfectamente consciente de lo que está pasando, pero juraría que estoy en
otro plano. Tengo los ojos cerrados y, sin embargo, lo veo todo, lo noto todo, lo
oigo todo. Supongo que el sexo es esto: disfrutar de la piel sintiendo que estás
fuera de ella.
Los jadeos inundan la habitación, y sé que contenerme me va a costar una
barbaridad cuando sonríe y me lame la oreja.
—Te quiero —musito como puedo, esta vez sin miedo. Sé que él también.
Cuando nota que me empiezan a temblar las piernas, Tristán sale de dentro de
mí, me gira y me levanta sobre su cadera para llevarme a la cama, dentro de la
que estoy en un parpadeo.
Los pliegues del edredón, fríos a pesar del aire acondicionado, hacen contraste
con mi temperatura, pero cierro los ojos y me abandono al giro térmico para
disfrutar de mi montaña rusa de sensaciones.
Tristán se ha metido conmigo, ha introducido su antebrazo bajo mi pelo y
ahora me mira como si fuera la única persona sobre la faz de la Tierra mientras
me quita las medias. Yo intento desnudarle a la vez, pero él se aparta divertido y
niega mientras hace ruiditos con la lengua.
—No me vas a dar nada de paz, ¿verdad? —pregunto.
—¿Paz? —se ríe sarcástico—. Nada de paz. Aquí guerra y después gloria.
Pongo los ojos en blanco, pero decido jugar:
—¿Y cuándo me vas a declarar la guerra del todo?
Él cierra los ojos y se inclina para besarme el vientre.
—Todo a su tiempo, Carlota… —Y me besa de nuevo.
Quiero preguntar si «su tiempo» es hoy, pero no puedo. Ahogo el aire en mi
garganta cuando dos de sus dedos, rápidos y firmes, me abren los labios, me
penetran y hacen pinza dentro de mí con rapidez, estirándose y contrayéndose
veloces, aprendiéndome.
—Abre las piernas —entona cuando mi cuerpo las ha cerrado para sentirle más
por pura intuición.
—Ábremelas tú —consigo decir.
—¿Estás segura de lo que me acabas de pedir?
Juro solemnemente que quiero decir que sí, pero solo me sale un siseo. No se
me da demasiado bien vocalizar en momentos así. Aun así, él me entiende. O
eso creo.
Lo sé cuando sale de dentro de mí, observa con hambre cómo palpito unos
segundos más y desaparece edredón abajo.
Nada más llegar a mi cadera me agarra los muslos con los dedos húmedos y
me los separa con ansia. Me siento descubierta. Ardo. Quiero.
Y él también. Lo sé. Lo veo. Sus ojos no pueden esconder la mirada más
sexual que he visto jamás.
—¿Dónde han estado esas pupilas toda mi vida? —pregunto.
—Comiéndote en clase cada vez que no mirabas.
Me encomiendo a mis demonios y me olvido de que hay más gente en casa.
Pienso gritar.
EL RETO
DE LA HAMBURGUESA
«Slowly» – Natalia Lafourcade y Leiva

E stamos abrazados bajo el edredón cuando empiezo a tontear con el pantalón


de pinza de Tristán. Al principio lo hago a la altura de sus rodillas, sin subir
mucho. Mientras lo hago, le beso despacio los hombros y dibujo infinitos sobre
ellos. Él se pega a mi cuerpo desnudo y me devuelve el beso en la mejilla con
ternura. Pero, pese a los arrumacos, tras unos segundos noto que algo va mal, de
modo que freno de inmediato y pregunto:
—¿Estás bien? Te noto nervioso… —Subo un poco más y continúo dibujando
figuras inconcretas sobre el pantalón.
—Eso es porque estoy nervioso —responde sincero.
—Hace unos minutos no lo parecía —comento—. No me malinterpretes, no es
un reproche. Es solo que no lo entiendo.
—Tranquila. —Sonríe—. Verás, es que hace unos minutos tenía yo el control,
y ahora… —Para de hablar cuando nota que estoy justo al lado de su erección—.
No lo sé.
—Si necesitas más tiempo podemos hacerlo otro día, cielo. No hay prisa. —Le
beso la mejilla con cuidado.
Traga saliva y me mira con fijeza. Y entonces, con suavidad, niega con la
cabeza y me acaricia la mejilla.
—No, está bien. —Sonríe como puede—. No me hagas caso, no es para tanto.
Frunzo el ceño y me incorporo con los brazos sobre su pecho.
—Claro que es para tanto. Todo el mundo tiene inseguridades, miedos, algo
que le da reparo. Hasta Superman tiene la kryptonita.
Se ríe.
—¿De verdad quieres hablar de superhéroes en un momento así?
—Quiero hablar de lo que sea. —Me pongo a horcajadas encima de él y le
beso con calma. Él respira con dificultad al sentir cómo mi sexo queda cerca del
suyo por encima de la ropa, como ha pasado antes con mi mano, y entonces lo
entiendo—. Lo de que no quieres que nos acostemos porque primero quieres que
sea algo oficial no es del todo cierto, ¿verdad?
Cierra los ojos y suspira. Después aparta la vista.
—No se te escapa una, ¿eh?
Asiento y me acerco a su boca. Al hacerlo, atraigo de nuevo su mirada.
—Escúchame: deja de invalidarte. Está bien que no quieras hacerlo aún. Está
bien que no quieras que nos acostemos hasta dentro de tres años. Está bien que
no te sientas preparado. Podemos ir poco a poco si es lo que quieres.
—No. No es eso. No es… Lo que quiero es desbloquear lo que me pasa.
Y así, sin más, sin decir qué le pasa, deja de hablar y desaparece entre sus
pensamientos.
Luego hay un silencio largo y doloroso, uno que me obliga a actuar:
—Mira, no sé qué es eso que te pasa, pero tiene toda la pinta de trauma, y
vamos a hacer algo. —Le doy ambas manos—. Los dos vamos a desbloquear un
trauma juntos. Uno pequeñito, uno grande, ese que te impide actuar ahora o uno
que no te deja comer lechuga. Da igual. Pero empecemos por ahí, ¿vale?
—No sé si te pillo.
Estoy temblando desde que hace unos segundos la idea ha aparecido en mi
cabeza y la he soltado sin pensar, pero sonrío y continúo:
—Tengo la convicción de que cuesta menos superar los traumas si tienes a
alguien con quien compartirlos. Son como uno de esos retos en los que tienes
que comerte una hamburguesa gigante para que te salga gratis y pongan tu
nombre en la pared, y si no lo consigues pagas muchísimo por ella. —Tristán
frunce el ceño, pero yo ya estoy dentro de mi malísima metáfora—. El caso es
que tienes que tragártela igual, pero si lo haces con alguien más, la carga es
menos pesada. Y masticas diferente. Y te ríes más. Y te ensucias menos. Y
digieres mejor. Y…
—Carlota.
—¿Qué? No iba a llegar a la parte escatológica, si es lo que te preocupa.
Se ríe de nuevo y a mí se me ilumina un poquito el corazón.
—No es lo que me preocupa. Iba a decirte que, generalmente, esos retos se
hacen a solas.
—¡Qué va! ¿Ves? Ese es tu problema. Estás tan convencido de que tienes que
enfrentarte solo a la hamburguesa que ni siquiera te informas. —Niego
haciéndome la ofendida—. En muchos restaurantes te dejan llevar a un amigo, y
tú llevas a tu amigo más tragón para poder superar el reto juntos. Y yo ahora soy
tu amiga tragona, vamos a superar el reto y vamos a pintar nuestros nombres
en… —miro a mi alrededor y señalo el cabecero de la cama— aquí, si no es muy
caro. ¿Vale? También podemos poner un post-it.
Me parece una genialidad de discurso hasta que veo cómo se parte.
—¿Qué he dicho?
—¿Qué no has dicho?
Sonrío. Sonríe. Embebo los labios y le miro para saber si está seguro. Él
asiente y me cede la palabra.
Y entonces me acurruco en su pecho y me abro en canal.
Directa a por el peor momento de mi vida.
El que siento que quiero compartir con él.
—Yo tenía dieciséis años, una pareja con la que llevaba unos meses en la que
creía que podía confiar y vivía en un barrio pudiente de Madrid. Tenía la vida
perfecta, el expediente perfecto y las amigas perfectas, pero cometí un error: me
hice unas fotos desnuda y se las envié al que en aquel momento era mi novio. —
Pausa. Trago saliva—. Él hizo lo mismo, y minutos más tarde prometimos que
las habíamos borrado.
—Solo que él no lo hizo —dice.
—Solo que él no lo hizo —confirmo—. En su lugar se las envió a sus amigos,
y la mañana siguiente mi instituto estaba empapelado con el cuerpo desnudo de
una adolescente. —Pausa otra vez. Noto cómo me ruedan varias lágrimas por los
ojos. Tristán me acaricia la mejilla, yo fuerzo una sonrisa y continúo. Voy a
comerme esa maldita hamburguesa como ya lo hice una vez:
»Empecé a ir al psicólogo la semana siguiente, y allí mi terapeuta trató de
convencerme de que la culpa no había sido mía. Sin embargo, el resto del mundo
decía lo contrario. Me quedé sola de un día para otro, y mi salud mental empezó
a caer en picado. —Me doy cuenta de que llevo un rato con la mirada perdida y
vuelvo a mirarle a él. Me observa con preocupación. Yo me abrazo más fuerte a
su cuerpo y tomo aire hondo. Lo peor ya ha pasado.
»Tiempo más tarde empecé a ir a la universidad, donde nadie sabía lo que me
había pasado, y conocí a mi mejor amiga. Una rubia que acababa de llegar de
Valladolid a la que conoces muy bien. —Sonreímos—. Al principio no se lo
conté; me daba miedo que ella también me juzgara. Sin embargo, una noche de
las tantas que me vine abajo, cuando no podía más, se quedó conmigo hasta las
cuatro de la madrugada en el parque de Coslada que hay junto al que hoy es
nuestro piso, después de una cena de clase y se lo conté. Allí me escuchó en
silencio, me abrazó y dejó que llorara todo lo que no había podido llorar con mi
familia, con mis amigas, en mi instituto.
»Y esa, cariño, fue la primera vez que tuve que comerme la hamburguesa.
—¿Y esta? —pregunta con una sonrisa orgullosa.
—Esta es la segunda. —Suspiro aliviada—. Alguna vez lo había contado por
encima. A Rober, a Javi. Pero nunca, hasta hoy, he vuelto a contar los detalles. Y
me siento muy bien.
—Me alegro, Zambrano. —Me da un beso en la frente que se alarga en el
tiempo. Un beso tierno, callado y doloroso.
Tras ese rato, le miro a los ojos desde abajo y vuelvo a hablar:
—¿Y tú? ¿Me cuentas una de tus hamburguesas?
Toma aire hondo y lo suelta de golpe. Luego me mira y asiente.
—Te voy a contar la hamburguesa. Es lo justo, después de lo que acabas de
hacer. —Voy a decirle que no es necesario que empiece por ahí si no está
preparado, pero él niega y me hace un gesto que indica que quiere intentarlo. Me
callo.
»He conocido a un millón de personas que me han insinuado que debo llevar
una vida sexual más activa que un Satisfyer, y yo me río y le quito importancia.
No porque quiera dar esa imagen de macho alfa, sino porque me bloqueo y no sé
cómo explicar que la verdad es que llevo años sin hacer nada más que conmigo
mismo porque, desde que pasó lo que pasó con Paula, no he sido capaz de ir más
allá con nadie. Quizá te parece una tontería, pero para mí la intimidad es algo
muy serio. Entiendo los rollos de una noche, entiendo el despertar sexual de
nuestra generación, entiendo que se tiren tabúes a la basura y que se hablen más
las cosas, pero yo nunca podría. Supongo que estoy chapado a la antigua.
—No me parece una tontería. No eres menos válido por sentirte así.
Él se encoge de hombros. Sigue pensándolo. Le doy tiempo y continúa:
—El caso es que, por no dar explicaciones, he ido labrándome una fama y unas
expectativas irreales que me van en contra con los demás y conmigo mismo,
porque ahora tengo un nivel de autoexigencia que no es sano, lo cual es un
jodido problema, porque no es que no quiera que me hagas nada. Claro que
quiero, joder. Lo quiero todo desde que llegasteis tú, tu espontaneidad, tus
indirectas con Camela y esos labios que no soy capaz de sacarme de la cabeza.
Pero después pienso que esos mismos labios llevan siete años acostumbrados a
alguien, y pienso que yo no voy a poder…
—Para, por favor. —Juro que no quería hacerlo, pero me resulta imposible no
interrumpir—. No te compares. —Le miro con fijeza y le atraigo hacia mí hasta
que ambos estamos sentados—. Yo, mi espontaneidad, mis indirectas con
Camela y mis labios te queremos a ti. Por eso dejamos todo a lo que estábamos
acostumbrados. Y por eso queremos todas nuestras nuevas primeras veces
contigo.
—No sé, Carlota. No creo que sea lo mismo. —Bufa, pero noto cómo sus
últimos muros están cayendo, y empiezo a revolverle el pelo con calma mientras
sigo respondiendo:
—Claro que no, tesoro. Por eso te digo que podemos esperar.
—Pero ¿y si no quiero esperar? ¿Y si quiero lanzarme y no sobrepensar y
olvidarme de todo por una vez? ¿Y si lo que pasa es que no puedo hacerlo? ¿Y si
no puedo nunca?
Le miro. Me mira. Le acaricio las mejillas con pausa mientras grabo dentro de
mí cada milímetro de la cara más bonita y atrapada de Madrid.
—Podrás. Confía en mí.
—Confío en ti. En quien no confío es en mí. ¿Y si me vengo abajo, Carlota?
—Si eso pasa, pararemos y volveremos a levantarte. —Sonrío—. Quizá no
hoy. Quizá no mañana. Quizá no en un mes. Cuando estés preparado. Pero
volveremos a hacerlo todas las veces que hagan falta, todas de maneras distintas,
todas solo nuestras.
—Nunca pensé que hablar de erecciones pudiera ser tan romántico. —Dibuja
una sonrisa insegura en silencio y baja la mirada, pero yo se la vuelvo a subir y
mis labios besan los suyos como una leve caricia.
—Y yo nunca pensé que querría a alguien como te quiero a ti —susurro, y
cuando nos miramos me siento nueva—. ¿Quieres que lo intente? Poco a poco.
Fácil. Suave. Y si no va bien, carraspeas, o silbas, o me haces una señal y paro.
—Dudo que me ponga a silbar.
—Ya me has entendido, bobo.
Sonríe un poco más.
—Sí, quiero que lo intentes.
Nada más oírle, empiezo a recorrer su piel desde la mejilla hasta el cuello,
parando en él unos segundos. Cuando lo estoy haciendo, inclino de nuevo a
Tristán hasta tumbarle en la cama y le desabrocho los pantalones, pero noto que
no está preparado para que vaya aún, de modo que coloco mi sexo cerca del suyo
de nuevo por encima de la ropa y me muevo con lentitud. De su garganta mana
un gruñido dulcísimo.
—Es una pena que lleves un pantalón tan mono… Te lo voy a poner perdido…
—susurro, y succiono su labio inferior entre los míos para morderlo después. Él
cierra los ojos y relaja un poco las manos. Las lleva a mi cadera. La suya se
empieza a endurecer más.
Por cómo aprieta los párpados, es evidente que está descolocado, pero se deja
hacer. Algo que corroboro cuando dice:
—Al carajo el pantalón…
Es increíble cómo ha pasado de ser el bestia que comentábamos antes a un
simple mortal, con sus inseguridades y sus reparos.
Después le beso con suavidad y viajo al botón de su cintura, desabrochándolo
con pausa. En un primer momento, a pesar de que le retiro la boca de los labios,
permanece callado, expectante. Después, como si hubiera estado pensando qué
decir, me sorprende entonando:
—He estado intentando mentalizarme. Cada día, cada noche, releyendo la
última conversación… Pero no me ha servido de nada. Es como si se hubiera
roto algo dentro de mí.
—No te preocupes, ahora te reviso el código fuente. —Sonrío y le bajo la
cremallera despacio y sin dejar de mirarle a los ojos. Luego me aparto para
quitarle los pantalones del todo. Cuando lo he hecho, le miro y veo cómo dibuja
media sonrisa nerviosa sobre las comisuras, con ese hoyuelo suyo precioso y el
ceño fruncido. Sigue pensando en mi frase, lo sé.
—¿El código fuente? —repite. Yo me anoto un punto mental.
—¿La verdad? —Repito dirigiendo brevemente la mirada hacia él y, sin
pensármelo más, empiezo a acariciarle por encima del bóxer negro de Hugo
Boss que lleva. Él se estremece y me atrae, poniendo una de sus manos sobre mi
nuca, pero no me aparta—. Es la primera chorrada que se me ha ocurrido.
—Bastante lograda… —Suspira, cierra los ojos y apoya la cabeza sobre la
almohada.
—¿Verdad? —Me apoyo a su lado, sobre su brazo, y empiezo a besarle el
cuello—. A veces me sorprende a mí misma lo elocuente que puedo llegar a ser,
como cuando te llamé papá en clase.
Aprovecho que suelta una carcajada flojita para morderle con suavidad la
mejilla e introducir mi mano dentro del bóxer, notando al fin todas las curvas y
rectas de su sexo entre mis dedos, de su tronco cuando me empiezo a mover, de
sus testículos cuando los acaricio con delicadeza al llegar abajo del todo,
recorriéndole. A él se le cortan la risa y la respiración un instante, pero, por una
vez, no aparta la mirada; al contrario, se gira hacia mí, se mordisquea el labio y
continúa mirándome con unos ojos de amor que me desmontan. Y decido que es
esa es la estrategia. Hablar. Decir chorradas. Decir cosas bonitas. Decir lo que
sea que le recuerde que sigo a su lado y que es todo lo que me importa. No dejar
hueco a la incertidumbre. A nada que no seamos nosotros dos.
—¿Qué fue lo primero que pensaste? —pregunto mientras vuelvo a subir hasta
el glande, acariciándole muy levemente, muy despacio, apretando un poco para
encontrar la presión justa—. Cuando te lo llamé.
—Que me estabas vacilando… —responde con dificultad.
—Yo jamás te habría vacilado. No a ti. Me dabas un miedo que te cagas. —
Sonrío y me sincero.
—¿Yo a ti…?
—Tú, cariño. —Empiezo a acelerar y presiono un poco más, lo justo para que
se habitúe. Con la otra mano le recoloco algunos mechones cercanos a la frente
—. Impones una barbaridad.
—Venga ya… —Cierra los ojos un instante cuando contesta, pero los vuelve a
abrir, y media sonrisa se asoma a sus comisuras.
—Vamos, dilo como si no te hubieras estado intentando ganar esa reputación a
pulso.
—¿Qué reputación? —Pega su frente a la mía.
—La de genio sexy perdonavidas.
Otra carcajada en voz baja. Con ella, pone su otra mano sobre mi cadera y me
acerca a él, algo más desinhibido. Yo me anoto como diez puntos de una vez.
Sin embargo, no mide bien la distancia, o quizá es la fuerza, y acaba uniendo mi
vientre a su miembro, rozándose más de la cuenta conmigo. Yo freno un
segundo, presa del deseo, y le miro a los ojos desde abajo.
—Continúa, por favor —susurra.
Mil puntos para Carlota.
Y yo continúo. Continúo tocándole, continúo pegada a él y continúo notando
cómo me empapo cada vez más. Pero solo un segundo más tarde me saca de mi
ensoñación.
—Carlota… Continúa hablándome. —Sonríe.
—Ah —me río bajito con él y entierro mi frente en su pecho, pero él me toma
del mentón y empieza a besarme, llevándole la contraria a lo que me acaba de
pedir (aún no sé hablar mientras estoy besando, lo cual es una pena porque ahora
mismo quiero decirle muchas cosas bonitas). Aun así, no dejo de tocarle;
continúo acariciando su miembro de abajo arriba, abarcándolo entero y
apretándome más contra él.
El beso empieza a alargarse en el tiempo. Primero ha sido un pico; algo corto,
dulce y delicado. Pero pronto hemos cedido a la inercia, a la sed, nos hemos
abierto los labios y me ha empezado a explorar con la lengua mientras me
invitaba a hacerlo también.
Cuando me quiero dar cuenta estoy debajo de él, que me acaricia los pechos
como si le fuera la vida en ello y bebo de su boca como si fuera agua recién
llegada de un manantial..
No sé en qué momento he empezado a gemir, ni cuándo sus jadeos y los míos
se han confundido de esta manera, ni cuándo he necesitado rodearle con las
piernas, sintiéndole así de cerca de mí, pero ha pasado todo ello.
Y, sin embargo, una parte de mi conciencia, una pequeñísima parte de ella, me
dice que aún no. Que así no. Que tenemos que ir poco a poco. Se lo he
prometido.
Por ello me separo de sus labios con un pico de despedida (solo durante un
ratito) y me las arreglo para dejarle debajo de mí. Sin embargo, cuando estoy
empezando a bajar, Tristán sonríe como solo él sabe hacer.
Y entonces yo sé que ha vuelto.
Pierdo la noción del espacio cuando me coge en brazos, pero sé que en
cuestión de tres segundos estoy a cuatro patas sobre su cuerpo, con las piernas a
ambos lados de sus hombros y sus brazos anclando mis muslos justo delante de
él.
Cuando me llega un primer lametón, sin embargo, tengo que intentar ahogar un
grito de placer. Tristán, a pesar de mis esfuerzos para que no me oyera, debe
hacerlo, porque me asesta otro, y otro, y el tercero va acompañado de una de sus
manos volviendo a acariciarme, de la punta de su lengua haciéndose camino
dentro de mí y de su cabeza moviéndose de lado a lado con rapidez.
—Tristán… —suplico. En realidad, no tengo nada que decir. Solo quiero
disfrutar de su nombre en mis labios. Paladearlo. Tener todo lo que pueda de este
hombre dentro de mí, de mi sexo, de mis manos, de mis cuerdas vocales. Noto
cómo sonríe y me mordisquea mucho más desinhibido.
No puedo más. Cuando sé que estoy a punto de ponerme a gemir como una
burra, hundo mi boca en su pene y lo llevo hasta el fondo de mi garganta
mirándole a los ojos. Eso le frena un segundo, haciendo que separe la boca y
suspire profundamente.
Entonces, cuando veo cómo sonríe mordiéndose la lengua, se le achinan los
ojos y exhala un gemido, sé dos cosas:
Que lo hemos conseguido.
Y que vuelve nuestra epicúrea lucha de poder.
PORRAS PARA INÉS JUANITA
«Mundo de cristal» – Conociendo Rusia y Leiva

L a mañana siguiente, Tristán, que iba delante de mí, se da la vuelta y me


atrae hacia él desde la tripa, apartándome de la puerta acristalada cuando
voy a aparecer en el salón. Nada más lo ha hecho, nos pega a un lateral del
pasillo, donde no pueden vernos, me tapa la boca y susurra sobre mi oído:
—No hagas ruido.
Me acerco al marco con lentitud y me inclino hacia delante lo justo como para
abarcar la parte interesante de la estancia sin que me vean.
Entonces lo veo.
Inés está tumbada a un lado del sofá, abrazada a un cojín y tapada con un
edredón sobre el que, además, está la americana de Javi. Duerme con calma, con
quietud, y respira con un sosiego precioso. Tras ella está él, despierto, fuera del
edredón, con la misma ropa de anoche, excepto por la americana y los zapatos, y
mirándola como si fuera el tesoro más bonito del mundo. Se limita a observarla
incorporado sobre el respaldo, respirando flojito.
Ella se mueve unos milímetros, aún dormida pero como si se fuera a despertar,
y musita algo en sueños que desde aquí no podemos oír; algo ante lo que él
sonríe, se inclina y le aparta un mechón de la cara. Justo después suspira, la besa
en la frente y le acaricia una mejilla con mucho, mucho cuidado.
Lo último que hace es apartarse, yendo hacia el otro lado del sofá. Cuando lo
hace, se gira hacia el lado contrario y cierra los ojos.
Luego Inés se despereza poco a poco. Cuando ve la americana de Javi sobre
ella le busca con la mirada. Le ve. Suspira. Y aunque no sabe que está despierto,
se acerca a él, se quita la americana y se la coloca a mi amigo poco a poco, con
cuidado, encima. Solo un instante más tarde se acerca a su rostro, sonríe, le da
un beso en la mejilla y se dispone a apartarse.
Sin embargo, el ruido del portazo que dan Leo y Paula saliendo de su
habitación los sobresalta, igual que sus risas descaradas. Los dos tortolitos se
deben quedar por el pasillo comiéndose la boca, porque no aparecen donde
estamos nosotros, pero ya han hecho suficiente.
Y ahí, con la cara de circunstancia de Inés, es donde yo me deshago de Tristán
y entro en acción.
—¡Feliz Navidad! —Abro la puerta del salón con estruendo y me lanzo encima
del sofá para abrazar a mi amiga y cortar un momento para el que no están
preparados. Llevo un pijama de franela de Tristán, así que soy como una manta
gigante. Una manta gigante que enrolla a Inés y se hace bolita con ella en un
rincón mientras aprovecha que Tristán entra y entretiene a Javi para susurrar—:
¿Cómo fue…?
Se pone roja y me abraza.
—Estuvimos hablando un rato…
—¿Y? ¿Lo habéis arreglado? —la apremio, aunque sé que no. Si lo hubieran
hecho, esta mañana no se habrían despertado así.
—Bueno. —Se encoge de hombros—. No nos tiramos hasta las tres
discutiendo, así que algo es algo. ¿Y a ti qué tal te fue? —Refuerza el abrazo.
—¿No me oíste? —La miro con los ojos muy abiertos y me giro a Tristán—.
Oye, pues sí que fuimos silenciosos. No nos oyeron.
Javi suelta una carcajada que hace que Inés dé un respingo. Tristán se pellizca
el puente de la nariz.
—¿Qué pasa? —pregunto. Pero mi chico (Dios mío, qué bien suena), sonríe y
niega.
—Nada, pequeña, nada. —Le tiende la mano a Javi y este la coge y se levanta
—. Vamos a arrancar a Leo de los brazos de Paula y a por churros, ¿va?
Dibujo un puchero sonriente.
—¿Podéis traer porras, porfa? —pregunta Inés.
Javi menea muy rápido las cejas, se inclina hacia nosotras con los puños sobre
el sofá, le clava la mirada a mi amiga y susurra:
—Lo que sea por mi Inés Juanita.
Y se come un cojín que le lanza mi amiga como proyectil.
Pero sé que Inés está mejor, que ya no tiene secretos que le pesan dentro, que
han sobrevivido a una noche difícil juntos y que, en el fondo, muy en el fondo,
ambos tienen una pequeña esperanza de que todo esto salga bien.
Y con ello, de momento, es suficiente.
LA CONFIANZA
«Eres tonto» – El Canto del Loco

L a mañana de Navidad la pasamos juntos, y durante las vacaciones, a partir


de entonces, nos vimos cada día, pero no volví a dormir en casa de Tristán.
Inés me necesitaba con ella; después de aquella noche, no hubo ni una en la
que no durmiéramos juntas. Aparecía en el marco de mi puerta y me preguntaba
si podía entrar. Yo, por supuesto asentía cada vez, le hacía hueco a mi lado y le
revolvía el pelo hasta que se quedaba dormida mientras le hablaba de temas
dignos de la SuperPop.
Sé que no está bien. Ella no volvió a ver a Javi ni pretende hacerlo hasta que se
sienta preparada, pero no ha habido ni una noche que no me hablara de él.
Quiere empezar algo, pero el miedo a que vuelva a pasar lo que ya sucedió la
embarga, y esta mañana de vuelta a clase está peor que nunca.
—Cariño —entono. Lleva diez minutos removiendo el café con la mirada
perdida—. Inés.
No responde, así que le freno la mano directamente. Ella me mira y da un
respingo.
—¡Perdón! Perdón…
—Inés, tienes que hablar con él. No puedes seguir así. Aprovecha que le vas a
ver hoy en clase y ya te lo quitas de encima.
—Pero no estoy preparada, tía, no sé qué decirle.
—No estás preparada, tía, pero sí sabes qué decirle.
Bufa, deja la cuchara a un lado y se toma la mitad del café con leche de un
trago.
—Vale, sí, sí sé qué decirle. Pero no quiero ir con el reproche por delante, y
tampoco puedo ir superfeliz a decirle que le quiero. No me ha enviado ni un solo
mensaje durante el resto de las vacaciones.
Suspiro.
—Pero a mí sí —respondo. Y además ella lo sabe de sobra.
—Ya, pero ¿de qué me sirve a mí que le pregunte a mi mejor amiga cómo
estoy?
—De saber que se preocupa por ti…
—Ya, Ce, pero sigue sin servirme de nada si no me lo pregunta a mí… —Bufa
—. Mira, yo también me preocupo por él y no le escribo porque cada vez que
pienso en él me acuerdo de lo que pasó. Supongo que cada uno tenemos nuestros
stoppers.
—Inés, moderna mía, no pretendo excusar sus «stoppers», pero fue un error.
Un error que te cagas, sí, pero lleva desde que lo hizo intentando enmendarlo.
—¿Crees que no lo pienso cada noche? Pero no soy perfecta, Carlota, no me
sale superarlo sin más.
—Ese es el problema: no puedes superarlo sin más hasta que no pongas las
cartas sobre la mesa y lo hables con él. Después, a partir de ahí, podréis empezar
de cero. Antes no.
Resopla, pero no replica porque en el fondo sabe que es así.
—¿Estarás conmigo? Quiero decir: sé que tengo que hacerlo por mi cuenta,
pero… quédate por allí cerca, porfa.
—Por supuesto que sí. —Estiro una mano y aprieto la suya. Ella me sonríe
como puede. Yo le devuelvo una sonrisa radiante.
Va a salir bien.

***

Tristán ha venido a la cantina para estar conmigo mientras espere a Inés, que
ha quedado con Javi fuera en escasos minutos. Ella aún está con nosotros,
tomándose un segundo café y moviendo la pierna como si llevara un vibrador
dentro.
—Tranquila —entono mientras la freno con la mano—. Todo va a ir bien.
—Para vosotros es fácil decirlo, mirad lo bien que estáis. —Se muerde las
uñas. Y ella nunca se muerde las uñas. Son lo que más adora en esta vida
(después de mí).
—Ya, bueno, nos faltan algunas barreras por superar. —Tristán se encoge de
hombros.
—¿Qué barreras? —Ladea el mentón. Yo sonrío.
—Hacer todo esto oficial, entre otras… —respondo y le doy la mano por
debajo de la mesa.
—¿Entre otras? —pregunta Inés. En cualquier otro momento se daría cuenta de
lo que está preguntando, pero ahora no lo hace. Está tan nerviosa que no piensa.
—Todo se andará. —Tristán me mira y sonríe con dulzura. No va a responder
que no hemos hecho el amor aquí—. Toulouse está cerca y allí estaremos solos.
En ese momento, Rober entra con Ana. La lleva cogida de la cintura y se miran
de cerca con una sonrisa preciosa. Cuando nos ven, no dudan en venir a
saludarnos.
—Feliz Año —entona él.
—Eso parece. —Sonrío radiante. Tristán me aprieta la mano con cariño por
debajo de la mesa. Inés aprieta los labios; sigue sin tragarle. Después, sin
embargo, intenta ser maja y dice:
—Veo que el amor está en el aire.
Rober se encoge de hombros.
—Eso parece. He visto también a Javi ahí fuera hace un rato con Ali. —
Pretende ser agradable. Lo que Rober no sabe es que eso es lo último que
esperábamos oír.
—¿Qué acabas de…?
No termino la pregunta.
Inés se levanta de súbito y se encamina hacia la puerta. Yo me levanto y corro
hacia ella con Tristán detrás. Ambos tratamos de frenarla por si ve algo que le
pueda romper el corazón.
Pero joder, llegamos tardísimo. Muy, muy tarde.
Justo para ver cómo Javi, apoyado sobre uno de los árboles de fuera de la
cantina, pega su frente sobre la de Alicia Meroño, que sonríe tímida mientras él
le acaricia una mejilla con una mano…
… y la besa.
Inés ni siquiera espera a que se separen. Se acerca a Javi, le coge del hombro y
le gira con rapidez hacia ella. Cuando lo hace, estaba ya preparando una mueca
de «Quién coño eres y qué coño crees que haces», pero cuando ve a mi amiga
pierde la mirada y suspira resignado.
—Buenos días, Inés —dice sin más. Alicia lo observa todo atónita, pero no
dice nada.
—¿«Buenos días»? ¿Estás de puta coña? —le responde ella.
Él ni siquiera se esconde. Sabe bien a qué se refiere, y toda su respuesta es
encogerse de hombros y girarse hacia Alicia. Un instante después, dice:
—Te veo luego en clase.
Ella sonríe entre culpable e interrogante y desaparece. En ese momento, yo ya
no puedo más y pretendo ir a su encuentro, pero Tristán me frena poniéndome
una mano en el vientre y negando con suavidad.
—No te metas, no es asunto tuyo —dice con una calma casi anestésica.
No doy crédito, como comprenderás.
—¿No es asunto mío que le acaben de romper el corazón a mi mejor amiga por
segunda vez? —vocifero. Pero él niega—. ¿Estás de coña, Tristán? ¿En serio no
es asunto mío?
En ese momento, me giro para ver a Javi y veo que intercambia una mirada
fugaz con mi tutor del máster. Una mirada que no da lugar a dudas. A la vez, yo
intercambio una con Inés.
—Un momento. —Me giro hacia Tristán después—. ¿Tú sabías que se la
estaba pegando a Inés?
Tristán resopla y se lleva una mano al pelo. Luego se lo mesa.
—No se la está pegando a Inés.
—Tienes que estar de coña —repito, apartándome de él y dando un paso atrás
—. ¿Lo sabías y no me has dicho nada? ¿Ha estado llevando al piso a Alicia?
—No te he dicho nada porque no es asunto nuestro, Carlota. Y no, no la ha
llevado.
—¿Antes no era asunto mío, pero ahora no es asunto nuestro? —Ahogo una
risa sarcástica—. No me toques los ovarios, Tristán. Es mi mejor amiga, mi
hermana. Y tú has sabido todo este tiempo que se la estaba pegando y que le iba
a romper el corazón y no me has dicho absolutamente nada. ¿Qué pasa? ¿Ahora
de repente es tu mejor amigo del alma y le cubres así? ¿Él te cubre a ti también
algo que deba saber, o tampoco es asunto mío?
Cierra los ojos y se acerca hacia mí, pero yo doy otro paso atrás.
—Carlota, deja de extralimitarte, te estás pasando. Yo no te escondo nada.
—Nada, excepto que el tío por el que está pillada la persona más importante
que tengo en mi vida, con la que duermo cada noche porque no puede con sus
ataques de ansiedad, le está comiendo la boca a otra.
—Javi hace eso porque no se atreve con Inés y quiere pasar página.
—¿¡Y no crees que habría estado bien que después de lo que vimos en
Navidad le diera al menos una explicación!?
Bufa por enésima vez y va a responder, pero le pongo una mano delante para
que sepa que no quiero oírle. Evidentemente, era una pregunta retórica, y no le
voy a permitir que me diga de nuevo que no es cosa mía. Sabe de sobra lo que
Inés significa para mí, lo que me ha ayudado, lo que la he ayudado yo. Sabe que
es mi única familia, mi confidente, mi todo. Por ello, en cuanto va a tocarme de
nuevo yo me vuelvo a separar, chocándome con la espalda de mi amiga, que
tiembla.
Le doy la mano a Inés desde atrás y niego con la cabeza.
Solo un segundo después, notando cómo tiembla y solloza, le digo al hombre
que tengo delante:
—Te creí cuando me dijiste que haríamos las cosas bien.
Tristán achina los ojos y niega con preocupación.
—Y las hemos hecho. Esto no tiene nada que ver con nuestra relación.
Bufo exasperada. Inés me aprieta más la mano. Está hecha una mierda. Yo la
atraigo hacia mí y la abrazo según ella rompe a llorar sobre mi pecho.
—¿Esto no es asunto mío, Tristán? ¿De verdad?
Aparta la mirada, pero no dice nada pese a cómo está Inés.
—Muy bien —claudico—. En ese caso, no hay nada más que hablar.
—¿Qué…? —Se acerca a mí—. Carlota, no, ¿después de todo lo que hemos
construido?
Me muerdo el labio para no llorar yo también y niego con la cabeza.
Aprieto a Inés entre mis brazos.
Miro a Tristán a los ojos.
—¿Y qué coño hemos construido si en la base no hay confianza?
EQUIVÓCATE
«Jóvenes eternamente» – Pol 3.14

L levamos una semana evitando a Tristán y Javi. Desde la discusión, las


clases, sobre todo las de Tristán, han sido incomodísimas; las miradas han
cortado el aire e Inés y yo hemos salido escopetadas cada vez que han
terminado, a pesar de que él nos haya llamado en más de una ocasión para
hablar. Quiere arreglarlo, y sé que cree que estoy exagerando soberanamente,
pero si no es capaz de entender que quiero a esta chica más de lo que me quiero
a mí, no hace falta hablar nada más. Ella estuvo cuando mi familia me dio la
espalda, y ahí decidí que podía sufrir yo, pero no Inés. Si sufre ella estoy
dispuesta a ver nuestro mundo arder, y estaré encantada de poner yo la gasolina.
Pese a lo que me dolió, zanjé mi historia con Tristán nada más me alejé de él
fuera de la cantina. Con Javi ni siquiera hablé; intercambié un mensaje en el que
no di lugar a réplica, y él, que es plenamente consciente de lo que vi y de parte
de quién estoy, aun sabiendo todo lo que sé, lo aceptó y no intentó nada más.
Pero hoy…
Joder. Hoy me voy a Toulouse.
Me he puesto unos pitillos negros a juego con las Converse, una camisa blanca
y una blazer amarilla, y me siento como la abeja Maya, pero me da bastante
seguridad ir así.
—Aparte del glamur, que habla por sí solo, ¿ya lo tienes todo? —pregunta mi
amiga apoyada en el marco de la puerta. Intenta sonreír, pero le sale una mueca
torcida.
Arrastro mi maleta hasta donde está ella y entono:
—Menos las ganas.
—Escucha… —Se acerca y me aprieta los brazos—. Sé que ha sido una
semana de mierda, pero tú no tienes por qué estar así con él por mí. Que lo mío
con Javi no haya llegado a buen puerto no significa que lo tuyo también tenga
que acabar hundido. Si Tristán no nos dijo nada es porque…
Resoplo y la interrumpo:
—No le justifiques. No lo hizo bien.
Lo último que quiero ahora es que Inés sea comprensiva con él. Preferiría que
despotricara, que me dijera que es un imbécil, que me dijera que como salga con
él me voy a caer con todo el equipo.
Sin embargo, tumba todo lo que preferiría con una sola frase cuando dice:
—Dime solo una cosa, Ce: ¿tú no se lo habrías ocultado a Javi por mí?
Mierda.
—Joder, sí, pero tú eres mi mejor…
No me deja terminar.
—Ellos también lo son. —Sonríe comprensiva—. Han empezado a serlo. Han
vivido muchas cosas juntos. Pero volviendo a lo que somos nosotras: sí, soy tu
mejor amiga, y tú eres la mía. Por eso mismo, y porque en el contrato de mejores
amigas imaginario incluí esta cláusula, te prohíbo frenar por mí si durante el
viaje empezáis, esta vez bien, de cero.
—¿Inés…? —pregunto atónita.
—Quieres a Tristán más de lo que has querido a nadie en toda tu vida, Carlota.
—Piensa—. Vale, igual a mí me quieres más. —Sonríe—. Pero no tires esto por
la borda porque sea un buen amigo. Es el amor de tu vida.
Resoplo y aprieto los párpados mientras contengo el llanto.
—Odio que seas tan madura.
—Nah, no creas que lo soy tanto. —Aparta la mirada, después me la devuelve
y se muerde una uña mostrando los dientes—. De hecho…
—Oh, no. —Abro mucho los ojos—. No fastidies, Inés. ¿Qué has hecho?
Ahora se mordisquea el labio y me mira desde abajo con culpabilidad. Lo
siguiente que hace es sacar su teléfono y tendérmelo con los mensajes privados
de Instagram abiertos.
Se me corta el aire nada más veo lo que ha hecho.
@inestimable: Hola, Ali. Siento escribirte por aquí, pero no tengo tu número y no voy a acercarme a
ti en clase con la lapa que tienes al lado todo el día para pedírtelo.
@inestimable: Solo quería decirte que vayas con ojo, que Javi es guapísimo, adorable, supersexy y
un larguísimo etcétera, pero también es un cabrón de mucho calibre.
@inestimable: Que un día te promete que te va a bajar la luna y al siguiente se la está dando a otra.
@inestimable: Por supuesto, espero que te vaya genial con él. Ojalá siente cabeza y todas esas cosas,
pero ve con ojo, ¿vale?
@inestimable: Por cierto: dile que lo siento, pero que no le voy a dar match a la solicitud que me
mandó de madrugada por Tinder. Estoy conociendo a alguien y no creo que sea de recibo.

Tengo que hacer un esfuerzo titánico para que no se me caiga el móvil de Inés
al suelo. Estoy flipando. Sin embargo, no seré yo quien se ponga a reprocharle la
mentira guarrísima que le ha endosado a Alicia de que está conociendo a alguien
más. En su lugar, analizo de nuevo el último mensaje y, para no ponerme a
echarle la turra moralista de que está feo hablarle a la nueva novia de su ex,
pregunto algo que me parece igual de importante:
—¿Lo de Tinder es verdad?
Recupera el móvil, abre Tinder y clica un par de veces antes de devolvérmelo.
Javi, efectivamente, le ha pedido hacer match.
Tomo aire con pesadez y algo en el fondo de mi pecho agradece no haber
tenido que vivir esto siendo pareja de Tristán. Habría sido un conflicto de
intereses tela de grande.
—Se tiene que haber equivocado.
—La que no se va a equivocar otra vez con él soy yo. —Suspira.
Rechaza la solicitud y guarda el teléfono.
—Pero tú, Carlota, equivócate muchísimo en Toulouse si es lo que te nace.
Equivócate cuando veas que el error te va a hacer feliz. Equivócate cuando
sientas cosquillas en el estómago. Equivócate hasta que encuentres el acierto.
Equivocarse cuando no haces daño a nadie más es bonito. Y tú te mereces vivir
cosas bonitas. —Me da las manos con los ojos vidriosos—. Y él también.
PASAJEROS
«Por delicadeza» – Joaquín Sabina y Leiva

C uando llego a la T4, me vibra el teléfono tras una semana. Sé que no es


Inés; con ella acabo de hablar por FaceTime para decirle que había llegado
bien. Y me temo que tengo una corazonada.
No voy a poder postergar más hablar con él. Y eso me pone histérica y a la vez
me hace feliz de un modo que no pienso reconocer.
Tristán: Estoy a dos rotondas. Espérame delante del control si has llegado.
Carlota: No escribas mientras conduces.
Tristán: …
Tristán: Me lleva Leo.
Carlota: Ok.

Como me ha pedido, me encamino hacia aduanas. Mientras lo hago, selecciono


mi tarjeta de embarque en el móvil y amplío el código QR. Pero ya no tengo
nada más que hacer; nada, excepto esperar y moverme como si tuviera el
hormiguillo.
O eso pensaba hasta que la voz de mi tutor del máster me sobresalta y me hace
dar un respingo:
—Buenos días —entona con seriedad.
—¡Ay!
—Eh… Perdón.
—N-no pasa nada. —Sacudo la cabeza—. O sea, sí. ¡Sí que pasa! Ve con
cuidado, jolín, me has asustado, y estamos en un aeropuerto. No quiero montar
un numerito y que vengan dos guapísimos guardias civiles a decirme cosas.
Me hago la digna para disimular que me he quedado pillada viendo lo
asquerosamente guapo que va, pero no puedo dejar de mirarle de reojo. Lleva un
traje negro de pinza con la camisa abierta hasta el segundo botón. Él aparta la
mirada y resopla con cansancio, y cuando lo hace me siento tan mal que el poco
orgullo que tengo me obliga a dar media vuelta con las mejillas coloradas. No
creo que Inés se refiriese a esto con equivocarme, pero ya está hecho, así que
avanzo.
Estoy a punto de pasar por el control, abarrotado a las doce del mediodía,
cuando noto que algo tira de mí hacia él y me pega a su cintura.
Cómo no, es él. Y cómo no, a mí se me corta la respiración cuando lo hace.
—¿Se puede saber qué pretendes? —entono con firmeza mirándole por encima
del hombro, pero bajo el tono de voz en cuanto noto cómo su respiración roza la
mía. La tensión me cubre la piel—. Iba a pasar.
—Ibas a pitar —me corrige, y un instante después me coloca ambas manos
encima de los pantalones, me recorre algunos centímetros de la cintura hacia
delante y me quita el cinturón con maestría. No me da tiempo a esconder cómo
se me corta el aire.
Un momento más tarde lo enrolla, lo mete en su bandeja y suelta todo el aire
acumulado por la nariz.
Me giraría para discutir con él y decirle que prefiero pitar a que me toque, pero
sería una mentira muy cochina, así que, roja como un tomate, me doy media
vuelta y paso por el control… sin pitar. Aunque él no corre la misma suerte. Le
cogen en uno de los controles aleatorios antidrogas antes de que llegue con su
bandeja y me tienda el cinturón.
—Vaya. ¿Alguna sustancia que declarar? —me atrevo a vacilarle, aunque
continúo seria como la semana pasada. Tristán intentó hablar conmigo un par de
veces entonces, pero tras el segundo día claudicó. Sabe que soy un muro. Sin
embargo, cuando le he dicho eso, a pesar de mi cara de póker, se encara conmigo
a escasos centímetros de mi nariz, achina los ojos y frunce el ceño con interés.
—¿Me estás vacilando, Carlota?
Me encojo de hombros y me pongo el cinturón con lentitud, mirándole a los
ojos. Él me recorre de arriba abajo mientras lo hago y respira con pesadez, lo
que hace que me ponga aún más histérica. Luego cojo mi maleta,
preocupándome más de lo que debería de que vea la manicura negra en pico que
me he hecho, y empiezo a andar.
Pero he cometido un error. El primero de todos los que intuyo que voy a
cometer este viaje.
Me he olvidado de con quién me estoy jugando los cuartos.
Tristán me alcanza arrastrando su pijísima American Tourister azul marino, y,
adelantándonos a mí y a mi maleta del bazar para ir a parar a una de las pantallas
que nos dirá nuestra puerta de embarque, susurra:
—Mis adicciones son otras. Pero eso tú ya lo sabes, ¿no?
Freno en seco y me esfuerzo por dibujar una sonrisa hipócrita, y aunque lo
único que quiero ahora mismo es comerle la boca, le lanzo el primer dardo:
—No sabía que ocultar cosas fuera una adicción.
«Eso es, Carlota. El corazón y el orgullo tocados, pero nunca hundidos».
Ahora es él quien sonríe sarcástico. Una sonrisa que me indica que ha entrado
en el tira y afloja tan peligroso al que le he invitado sin pensar.
Se acerca a escasos centímetros de mí de nuevo, esta vez enfocado en mi boca,
y sabiendo que no soy humanamente capaz de apartar la mirada de sus labios,
entona:
—No me busques, Carlota.
—¿O qué? —respondo con dificultad—. ¿Te voy a encontrar?
Suelta una risa amarga como toda respuesta.
Y lo intento, de verdad, pero no soy capaz de responder ante su gesto. En su
lugar, me giro como si pasara de él, miro la pantalla y me encamino hacia la
puerta de embarque con las lágrimas en los ojos antes de que me vea.
No estoy preparada para esto. Le quiero demasiado como para fingir que no
me importa.

***

Nada más sentarme en una de las sillas de la puerta de embarque, apoyo el


portátil encima de mi maleta, me coloco los auriculares y me pongo a repasar la
presentación. Tristán va a sentarse junto a mí, pero soy más rápida y coloco mi
bolso de mano en medio de los dos. Entonces pone los ojos en blanco, suspira y
se cruza de brazos con resignación. Lo siguiente que hace es sentarse al otro lado
de mi bolso y trastear su teléfono.
Un instante después, me llega un mensaje.
Cuando lo veo, creo que me va a dar un infarto.
Tristán: Estás guapísima.
Carlota: ¿Hola?
Tristán: Perdona, me confundí de conversación.
Perdona, ¿qué? ¿Acaba de hacer eso de verdad? ¿Está chinchándome de esa
manera? ¿En serio quiere apretarme así las tuercas?
Me quito uno de los auriculares, le miro y veo en su rostro esa media sonrisa
socarrona que tenía al principio, cuando le conocí. Y me dan ganas de borrársela
sacando un guante de la maleta y dándole un guantazo al más puro estilo
victoriano.
—Capullo… —mascullo.
Pero no responde. No de viva voz.
Tristán: Yo también te quiero.
Carlota: Que te jodan.
Tristán: Vamos, Carlota… ¿Estás celosa?
Carlota: ¿Chincharme es todo lo que se te ocurre para conseguir que te hable?
Tristán: Se me ocurren muchas cosas, pero no sé si están permitidas en un aeropuerto.
Carlota: ¿Se puede saber por qué coño estás así de repente?
Tristán: Porque soy humano.
Carlota: … ¿Y?
Tristán: Y quitarte el cinturón no ha sido nada fácil.

Sofoco una risa amarga, pero no puedo negar que pienso lo mismo que él. Aun
así, sigo haciéndome la dura un poco más porque no sé cómo decirle que le echo
de menos sin dejarme otra parte de una conversación que debemos tener para
empezar esto como toca.
Carlota: Pues cuánto lo siento, amigo.
Tristán: ¿En serio, Carlota…?
Carlota: En serio, Tristán.

Cuando resopla, veo de reojo cómo uno de sus mechones se despeina. En


cualquier otro momento de nuestras vidas me acercaría a él, se lo colocaría y
probablemente acabaría despeinándole más aún en algún baño de los que nos
rodean, pero ahora…
Ahora me llega otro mensaje suyo.
Tristán: ¿Puedo hacerte una pregunta?
Carlota: Supongo, tú mandas.
Tristán: ¿De verdad has pasado página?
El aire se me queda atascado en la garganta cuando leo el mensaje y sé que me
está mirando. Le miro, y veo en sus ojos, que me devuelven la mirada, una
preocupación profunda y dolorosa. Y quiero responder mirándole. Con todo, lo
único que me sale es un boqueo débil, ante lo que él acaba suspirando y clicando
un par de veces sobre su pantalla.
Me giro hacia mi móvil para ver si ha respondido y poner yo que no a mi vez,
pero cuando lo hago ya no hay nada.
Ha borrado nuestra conversación.

Pasajeros del vuelo con destino Toulouse…


TENER UNA CONVERSACIÓN
«El viaje» – Conchita

N ada más subir al avión, la gente se apiña en el pasillo. Hay una señora con
unas maletas del tamaño de la Cibeles y un par de hombres la están
ayudando a colocarlas. Nosotros no estamos muy lejos de aquí; de hecho,
viajamos en el asiento cuatro, así que estamos justo al inicio del avión.
Estoy empezando a impacientarme cuando oigo cómo una marabunta de
adolescentes hormonados y chillones entra en el avión, arramblando con
prácticamente todo. La tripulación de cabina los frena enseguida para que no
reine el caos, pero ha sido suficiente como para que alguien empuje a Tristán y
él a mí sin querer. Y por si tener su cadera pegada a mi coxis no era suficiente,
para evitar que me caiga me ha agarrado de la cintura y me ha pasado un brazo
por delante de los hombros, anclando mi cuerpo al suyo. Mientras lo hacía, me
ha clavado el bulto de la entrepierna en lo que viene siendo todo el culamen.
Solo un instante más tarde, la señora de las maletas se sienta en su sitio, sonríe
radiante a los hombres, nos mira, nos sonríe radiante y dice con alegría:
—Gracias por esperar, pareja. ¿Vais de luna de miel?
Miro a Tristán por encima del hombro, desde abajo. Él me mira a mí con
seriedad. Me giro hacia ella cuando vemos que estamos perdiendo la noción del
tiempo y, forzando una sonrisa que no se cree nadie, entono:
—Algo así.
Cuando me deshago de su agarre con rapidez, guardo la barra de mi maleta y
me dispongo a colocarla en el compartimento.
Pero sorpresa: Tristán no me deja. Y no puedo negar que lo agradezca; en parte
porque pesa un quintal, en parte porque me parece adorable, y en parte porque
ahora tengo un motivo para hacerme la ofendida y olvidar lo que acabamos de
vivir.
Me coloco en mi asiento con fingida rabia y, cuando está a mi lado, cojo mi
cinturón de seguridad y empiezo a refunfuñar mientras intento ponérmelo.
—Podía sola, ¿sabes? —me quejo sin mirarle.
Y el cinturón no entra.
—Claro que sí. —Se abrocha el suyo con facilidad y vuelve a coger su móvil,
pero cuando ve que sigo peleándome con el condenado cacharrito centra su
atención de nuevo en mí—. ¿También puedes sola con eso, o…?
Nada más me giro, veo en su rostro una expresión de vacile increíble. Alza una
ceja, desvía su comisura ligeramente y alterna la mirada entre mis ojos y mis
manos.
—Claro que sí. —Y continúo pegándome con el metal.
Él se encoge de hombros, pero cuando ve que llevo dos minutos intentando
ponérmelo, se gira hacia mí, retira el reposabrazos que hay en medio de los dos
y, acercándose a mi oído, susurra:
—Trae, anda.
—Bueno, pero que sepas que ya casi lo tenía… —musito débil, como cada vez
que tengo sus labios tan cerca de mi cuello y no puedo evitar acordarme del
Dime que me quieres. Pero él me ignora, lleva sus manos a mi cinturón, lo
maneja unos segundos, deshaciendo el nudo que había en el mecanismo, y
después, sobrepasándome con la otra mano, me abrocha.
Y yo suspiro como una tonta enamorada cuando su mejilla pasa por delante de
mi boca. Él lo nota y permanece a mi lado unos segundos más, mirándome de
cerca. Yo no puedo evitar girar el rostro hacia él de nuevo. Me supera, pero a la
vez me encanta sufrir así.
Sé que la he cagado y que voy a sufrir aún más en cuanto abro la boca y
pregunto:
—¿De verdad te habías equivocado de chat?
Suspira, se aparta de mi cuerpo y, sin dejar de mirarme, entona:
—Por supuesto que no.

***

Llevamos media hora de vuelo cuando entramos en una tormenta horrorosa


que sacude el avión como si esto fuera una atracción de la Warner. Una de las
bestias.
En una de las turbulencias, oigo un grito de la señora de las maletas, las risas
de los adolescentes hormonados y el llanto de un bebé, pero no digo nada pese a
que yo también estoy deseando echarme a llorar.
No se lo he dicho a nadie (ni siquiera a Inés cuando me preguntó) y no es el
momento de hacerlo, pero odio volar. Me da un miedo atroz. Y si hay mal
tiempo todavía más. A mi familia siempre le encanta; mis padres son de los que
aplauden cuando un avión aterriza. Pero a mí… A mí me ha dado un pánico
terrible desde que un día, siendo pequeña, saltaron las mascarillas de oxígeno
por un error en el mecanismo. No pasó nada, pero me marcó de por vida. Y
aunque he estado hasta ahora controlándome por puro orgullo a base de escuchar
a Conchita por los auriculares, para que Tristán, que observa su móvil con
desinterés, no lo notara, siento que estoy a punto de colapsar, así que cierro los
ojos y repaso la letra de la canción.
En uno de los vahídos que da el avión (diría que el peor de todos hasta ahora),
los murmullos del avión se intensifican, y yo me agarro con fuerza al
reposabrazos, tratando de controlar mi respiración.
El problema es que alguien más ya estaba apoyado en el reposabrazos.
El problema es que ese alguien era Tristán.
El problema es que le he dado la mano como si me fuera la vida en ello y ahora
aprieto, aprieto y aprieto como si dársela me mantuviera en este plano astral.
Y el problema es que ahora no se la puedo soltar.
Cuatro problemas con los que no puedo lidiar sola. Aunque parece que
tampoco lo estoy cuando retira el reposabrazos que hay entre él y yo y,
aprovechando que la señal de los cinturones está desactivada, sin una sola
palabra, se quita el cinturón, me quita el mío, me baja los cascos y me acerca a
su cuerpo, pegando mi espalda a su pecho y susurrando sobre mi oído:
—Ey, tranquila, estoy aquí, ¿vale? —dice con esa voz profunda y de ASMR.
Asiento con rapidez, pegando sus brazos a mi vientre, agarrándome a él como
si fuera mi salvavidas.
Tal vez lo sea.
En ese momento, el avión entra en una nube y la tormenta eléctrica nos sacude,
logrando que me gire hacia él y me abrace a su cuello, enterrando la cabeza en él
y respirando con dificultad.
—Lo siento. Odio volar. Lo odio muchísimo.
—No pasa nada. —Me abraza con más fuerza y me acaricia el pelo. Cuando lo
hace, no puedo más y empiezo a llorar, y no solo por el vuelo; tenerle tan cerca
después de esta semana de mierda me destruye, y eso, sumado a la adrenalina del
momento, me descoloca por completo—. Respira conmigo, va. Inspira… —
Niego con la cabeza. No puedo. Hiperventilo—. Vamos, cariño, por favor…
Cuando oigo que me llama así, y tras darme un segundo para asimilar que lo ha
hecho, me aferro más a su cuello y trato de acompasar mi respiración a las
caricias que me está dando. No le miro. Tampoco puedo hacerlo aún, después de
todo lo que hemos pasado y lo abrupto que está siendo este reencuentro. Pero
aprieto mi cuerpo contra el suyo y obedezco, inspirando de forma abrupta, la
única que sé ahora mismo. Cuando lo hago, él se relaja un poco.
—Llámamelo otra vez —suplico. No sé en qué estoy pensando cuando lo
hago, pero lo necesito. Ya está.
Tristán se tensa un segundo, pero al siguiente me separa un poco de él y,
mirándome con fijeza, se asegura:
—¿El qué…?
—Ya lo sabes. Algo bonito, por favor —insisto llorosa.
Cierra los ojos, me acaricia una pierna hasta subir a mi cintura y, cuando apoyo
la cabeza sobre su pecho, entona:
—Todo va a ir bien, nena… En poco más de media hora habremos aterrizado.
—¿Media hora? —repito. Solo quiero seguir hablando con él.
—Poco más, pequeña. —Asiente—. Tres cuartos, a lo sumo. Y ya está, tierra
firme.
Asiento con la cabeza. Él me da un beso en la frente y a mí se me agota el aire
por enésima vez.
En ese momento, una azafata se acerca y me pregunta si estoy bien. Tristán va
a alejarse, pero yo le freno, manteniendo su mano sobre mi cintura, y le sonrío a
ella con dificultad, asintiendo para que se vaya. No quiero que nadie me quite
este momento.
Cuando se va y han pasado unos minutos, fijo mis ojos en los suyos y,
armándome de todo el valor que me da, hundo la boca en su cuello y susurro:
—Te parezco patética, ¿verdad?
—Nada más lejos de la realidad. —Sonríe mientras busca mi cuello a la vez
para abrazarme—. Me pareces maravillosa.
—¿Incluso si estoy pasando de ti? —Me acurruco más y mis labios, mientras
estoy hablando, rozan su piel.
—Pasa de mí todo lo que necesites, si eso te hace sentir bien. —Suspira, me
mira y me seca las lágrimas—. Pero vuelve cuando estés preparada, Carlota, por
favor. Aunque solo sea para tener una conversación y aclarar lo que pasó.
Cierro los ojos, me acurruco de nuevo en su pecho y asiento.
—Te prometo que lo haré.
«Yo siempre vuelvo a ti. Encuentro mi versión más feliz en nuestras noches
cantando Camela».
LA FRIENDZONE
«Big Bang» – La La Love You y Delaporte

N ada más aterrizamos en Toulouse, nos recibe un aguacero que reza que no
es una buena idea salir, así que, tras cruzar una mirada, decidimos en
silencio que lo mejor es sentarnos en una de las sillas del aeropuerto a esperar.
Y esperamos.
Y esperamos.
Y esperamos más.
Pero la lluvia no frena, y yo empiezo a ponerme nerviosa, de modo que decido
sacar los AirPods para ponerme algo de música y así matar el tiempo. Es eso o
decirle a Tristán la primera cosa que se me venga a la cabeza, y no estoy
preparada para hacer más el ridículo y poner más en entredicho el poco
equilibrio emocional que me queda después de la escenita del avión.
«Menuda ridícula», pienso.
Solo que, como tantas otras veces, no solo lo pienso.
—No estoy de acuerdo.
Le miro. Me mira. Suspiro y cierro los ojos resignada.
—He pensado en voz alta otra vez, ¿verdad?
—Y no has sido muy amable contigo misma.
Cierro los auriculares de un golpe y apoyo la cabeza en la pared.
—¿Puedes dejar que me flagele tranquila, por favor?
—No.
Frunzo el ceño y abro los ojos. Le encuentro delante de mí, su cabeza sobre la
pared como la mía, una mirada preocupada.
—No elijas precisamente este momento para ser un príncipe azul, te lo pido.
Se ríe amargo y baja un instante los párpados.
—Creo que ha quedado bastante claro que no soy nada de eso. Más bien soy el
villano.
Achino los ojos.
—Pero ¿qué dices?
—Bueno. Te oculté información que para ti era importante. Lo de la
universidad, lo de Javi…
—Para protegerme —me quejo. Y ya está. Ya estoy justificándole para
convertirle yo en lo que precisamente le he pedido que no fuese.
—Sí, bueno, el fin no justifica los medios. No fui justo contigo.
Voy a empezar con un «Eso es verdad, pero…», pero ¿es cierto, para empezar?
Me callo y me planteo hasta el sentido de mi existencia. Ya no lo tengo tan claro.
Quiero decir, ¿puedo juzgarle por no contarme algo que me iba a destrozar?
¿Habría preferido que me contara lo de Inés para meterme en medio sin ningún
tipo de derecho? ¿Habría sido justo evitar que dejara la docencia cuando está
deseando hacerlo?
«No».
—Creo que soy yo quien no fue justa contigo —digo finalmente. Él me mira,
entreabre los labios y parpadea interrogante.
—¿Perdón?
—Sé que no es excusa, pero vengo de una relación en la que tenía que dar
parte de todo lo que hacía. Y joder, Tristán, no me gustaba hacerlo. ¿Cómo voy a
pedirte a ti que lo hagas? Tenías tus razones, y yo debí confiar en ellas en lugar
de hacer una pataleta.
—Ya, pero era tu mejor amiga.
—Y Javi el tuyo.
—Yo no diría tanto —replica, pero sonríe.
—No te hagas el machito ahora. Laváis los calzoncillos en la misma lavadora.
Mira al techo, pero sigue sonriendo, y cuando me mira de nuevo mantiene una
expresión preciosa.
—Vale.
—¿Vale?
—Tienes razón.
Abro muchísimo la boca.
—Paren rotativas. ¿Me estás dando la razón?
—Te daría lo que me pidieras, Carlota.
No puedo evitar que se me quede cara de boba, y tampoco abrir la boca y
preguntar:
—¿Y si te pido un café? Un café en Francia, ojo. Son caros que te pasas.
Se ríe en silencio, pero acaba levantándose y tendiéndome las manos. Yo se las
cojo y dejo que me atraiga hacia él, pero luego me separo y me hago la digna
carraspeando. Después dice:
—¿Cómo lo quieres?
—Como te hayas olvidado hasta de cómo me gusta el café, me vas a oír.
Niega con la cabeza risueño, me da la mano y nos dirigimos hacia la primera
cafetería dispuesta a timarnos por dos cafés.
Una vez allí, yo me siento y él va a pedir. Cuando vuelve, lo hace con un café
solo largo y otro con leche, espuma y canela con un corazón dibujado.
—Buen chico. —Sonrío—. Pero vas a necesitar algo más que un café bonito
para volver a… caerme bien.
—Lo sé —interrumpe—. Y estoy dispuesto a currármelo.
—¿Aunque te meta en la Friendzone de por vida?
Enarca una ceja.
—¿Lo dices en serio?
—Que te haya dado la razón no significa que me vaya a casar contigo.
Tenemos un problema serio de comunicación.
Bufa, da un sorbo a su café y pierde la mirada en el infinito. Yo espero
abrazando mi taza. Un momento más tarde, dice:
—Aunque me metas en la Friendzone de por vida.
Estoy partiéndome de risa mucho antes de responder:
—Genial, bro.
Enarca aún más la ceja.
—¿Estás de coña?
—¿Prefieres que te llame amiguete?
Cierra los ojos y da otro sorbo a su café.
—Prefiero que me llames cariño —masculla después.
—¿Cómo dices, camarada?
—Dios mío. ¿Cuánto tiempo dices que tengo que aguantarte así?
Sonrío, me acerco a él y le pellizco la barbilla.
—Solo un ratito más.
IN THE MOOD FOR LOVE
«Culpable» – Pablomora

H oras más tarde, llegamos al hotel donde se va a celebrar la convención, y


mientras Tristán hace el check-in, yo cojo el móvil y descubro que aún no
había quitado el modo avión. Estaba tan ensimismada que no me he acordado.
Cuando lo hago, tengo un mensaje de Inés.
Inés: Q tal el vuelo, amor?

Miro el mensaje, miro a Tristán, le tiendo el DNI cuando me lo pide


(suplicando con todas mis fuerzas que no le dé por mirar la horrenda foto que
tengo) y, solo un instante después, vuelvo a mi pantalla y tecleo:
Carlota: Estoy enamoradísima de él, tía. Me he puesto fatal porque odio volar (perdón por no
contártelo pero no quería que te preocuparas por más cosas aún, te doy más disgustos que a mi
madre), he acabado volando acurrucada en su cuello y me ha llamado cariño y nena y pequeña. Y
eso q no hemos empezado la mañana de la mejor manera… Y después nos hemos tomado un café
juntos, pero en plan amigos.
Inés: Ce, tía, arregladlo, no os pega nada el plan amigos. (Me das más alegrías que disgustos, boba).
Carlota: No sé, tía, creo que necesitamos un poco más de tiempo. Hemos hablado de lo de Javi y lo
de la docencia, pero aun así siento que todavía sería demasiado antinatural. A todo esto, q tal con
Mateos en clase?
Inés: Al parecer, Alicia le ha dejado. Me lo ha contado ella en uno de los descansos.
Carlota: Q se joda. (¿Está bien?).
Inés: Eso. (No lo sé, no me ha dicho nada, me siento muy culpable).
Carlota: Tía, q te hizo match en Tinder. Jugar a dos bandas no está bien.
Inés: Tienes razón, da igual. Ya estáis en el hotel?
Carlota: Sí. Tristán está acabando con el check-in. Estoy histérica.
Inés: Cuándo tienes la primera presentación?
Carlota: Mañana por la mañana. Supongo que ahora subiremos y practicaremos lo que queda de
mañana.
Inés: Vale, usad condón.
Carlota: ¡Tronca!
Inés: Para practicar jeje.
Inés: Tkm.
Carlota: Qué idiota eres.
Carlota: Yo más.

Guardo el móvil y camino junto a Tristán. Ahora, sin embargo, no decimos ni


media palabra. Ni cuando recorremos la planta baja, ni cuando nos subimos al
ascensor, ni cuando llegamos a la habitación. Era más fácil en el aeropuerto,
rodeados de gente.
Hasta que pasa la tarjeta y ve algo dentro. Entonces frena en seco, suelta la
maleta y se queda lívido.
—¿Qué pasa?
Cuando doy un paso adelante lo entiendo.
—Oh.
Lentamente, me adentro en la estancia. Es un sitio precioso: beis y blanco,
acogedor de un modo nada recargado, impoluto. El parqué es claro, y tenemos
un ventanal con unas vistas al río increíbles. Junto a este hay un sofá Chester
clarito, y a su lado la puerta del baño, que también resulta ser inmenso, brillante
y precioso. Creo que podría comer en esa taza de váter, aunque no lo intentaré.
El único problema es que solo hay una cama.
Cuando me giro hacia él, está dándose media vuelta y saliendo al pasillo de
nuevo.
—¿Dónde vas?
—A decirles que nos cambien de habitación —responde rápidamente.
Nada más lo dice, aprieto los dientes y me pongo a pensar. Sé que lo último
que debería hacer ahora es replicar, quejarme, decirle que no quiero que lo haga
porque estoy deseando dormir con él y que me haga la cucharita. De hacerlo, se
me va a ver muchísimo el plumero, y antes de lanzarme a sus brazos y decirle
que es el hombre de mis sueños, mi príncipe azul y toda esa sarta de cursiladas,
necesito poner los puntos sobre las íes que mi corazón siente que necesita para
respetarse a sí mismo otra vez. No puedo empezar a llamarle pasteladas sin más
porque haya pasado lo que ha pasado en el avión y después hayamos hablado,
porque también han pasado muchas otras cosas en las que no nos hemos llamado
nada bonito ni nos hemos acurrucado, y, como ambos sabemos, gracias a esas
cosas hay una conversación entre nosotros que tiene que existir. Una
conversación en la que los sentimientos no pueden ir por delante, tiene que ir la
razón por una vez en mi vida. De lo contrario, no me va a resultar fácil hablar de
lo de Javi cuando una parte nada pequeña de mi amor le pertenece a mi mejor
amiga.
Aunque para no sufrir lo único que se me ocurra sea calentar motores.
¿Me va a costar una barbaridad dar este paso? Sí.
¿Voy a disfrutar como una perra de este momento pese a ello? También.
—¿Qué sucede, Acosta? —entono y me apoyo a un costado de la pared
mientras me desprendo poco a poco de la americana—. ¿Le teme usted al éxito?
Cuando Tristán se gira hacia mí, respira con pesadez y se le han dilatado las
pupilas. Me ha dirigido una expresión que poco más y hace que me caiga de
culo: seria, terminante, mortífera de un modo demasiado sensual como para no
estar prohibido. Después, con una zancada, tras cerrar la puerta, se ha colocado
justo delante de mis labios y me ha apoyado entera contra la pared, pegando su
frente a la mía.
—No juegues con fuego, Carlota. Hoy tengo la mecha muy corta y ahora
mismo me basta una chispa.
Trago saliva, pero no me achanto. Sabía de sobra que su frase me iba a
encender y lo ha hecho adrede, de modo que cuando coge mi americana y la
lanza sobre la cama sin mirar, yo dibujo media sonrisa, agarro su cinturón y lo
aprieto contra mí para causar en él el mismo efecto. Lo consigo. Noto su
erección sobre mi estómago, respiro cortadamente y salivo como un perro de
Pavlov (por suerte, esa parte la disimulo tragando con algo de dificultad). Un
instante después, recuperada, me acerco a su boca y susurro:
—No sé qué definición tienes tú de «corta», pero no es la misma que la mía,
amiguete.
Se ríe y baja la cabeza como diciendo «No me puedo creer lo que acaba de
hacer».
—No me hagas esto.
Acerco mi boca a la suya.
—¿El qué, colegui?
—Carlota…
—Tristán…
—Se nos va a ir la pinza.
Sonrío, uno mi nariz a la suya y, olvidándome de ir paso a paso, de no
saltarnos más conversaciones y de un largo etcétera, digo:
—¿Se lo contarías a alguien?
—Ni de coña.
—Entonces se nos puede ir. Solo un pelín. ¿Vale?
Toma aire con pesadez y me lleva las manos a la línea de la mandíbula y
pregunta:
—¿Qué me estás pidiendo?
Cuando vuelvo a tomar aire, lo hago cortadamente. No puedo esconder más lo
nerviosa que estoy, por más descarada que haya pretendido ser.
—Que me beses de una vez. No soy capaz de seguir disimulando que no quiero
hacerlo.
Y entonces sucede.
Nuestros corazones dan un golpe de Estado dentro de nuestros cuerpos y
toman el control.
Tristán me sube sobre su cadera, me aprieta contra la pared y hunde su lengua
en la mía con vehemencia. A mí se me escapa un gemido que no puedo retener,
y noto cómo empiezo a empaparme sin poderlo remediar; igual que no puedo
remediar apretar mi sexo contra el suyo a través de la ropa, buscándole por pura
necesidad.
Solo me separo de sus labios para respirar y preguntar:
—¿Entiendo que nos quedamos con la habitación?
Sonríe más seguro de sí mismo. Yo me alegro de ver cómo vuelve poco a poco
a ser él.
—¿Deberíamos?
«Bueno, la hemos puesto perdida de amor. No creo que sea de recibo
devolverla en este estado», me gustaría añadir. Y sé que a él le gustaría oírlo, en
el fondo es un romántico. Pero me lo guardo para el futuro y me limito a encoger
un hombro y decir:
—Puede que si seguimos así te diga que sí.
Su sonrisa de medio lado y su risa silenciosa responden por él justo antes de
bucear dentro de mi camisa, aunque solo un minuto más tarde, cuando hemos
saltado un par de bases y está a punto de empezar a desabrocharme la camisa, de
repente se aparta unos milímetros, poniendo la frente sobre mi clavícula para
frenar, y gruñe.
—¿Qué pasa…? —pregunto con dificultad. Veo cómo le cambia la expresión.
Está sufriendo.
—Pasa que así no. —Bufa y me deja en el suelo. Luego me besa con
profundidad y sostiene mi rostro entre sus manos con una expresión casi de
dolor. Yo llevo mis uñas a sus antebrazos y le acaricio de arriba abajo sobre la
tela de la camisa, mimándole mientras me agarro a él. Me tiemblan las piernas.
—¿Por qué no?
Sé perfectamente la respuesta, pero pregunto igual. Él se aparta de mí y mira
en dirección contraria, aunque deja uno de sus brazos en la pared, al lado de mi
cuello.
—Porque no puede ser que después de todo lo que ha pasado vaya a ser un
bestia, Carlota. —Se gira de nuevo hacia mí y me mira—. Y porque no puedo
con la idea de que después de Toulouse puede que se acabe todo. Sé que aquí es
más fácil que todo vaya más deprisa, que en el aeropuerto te animaras a hablar
conmigo porque era la única persona con la que podías hacerlo, que un hotel sea
el sitio ideal para que todo lo que hay entre nosotros decida explotar. Pero ¿y
cuando volvamos a Madrid? ¿Volveremos a separarnos?
Abro la boca, pero no le rebato. Me limito a preguntar:
—¿Qué te hace pensar eso?
—Que no sería la primera vez.
Bajo la mirada.
—Bueno, habría podido elegir no venir y lo he hecho, ¿no? —pregunto con un
hilo de voz, intentando ser lógica. No quiero decirle simplemente «Eso no va a
pasar». Serían palabras vacías.
—Sí. —Se acerca hacia mí y une su nariz a la mía—. Pero solo porque
teníamos un vuelo programado, y ambos sabemos que tu sentido del deber no te
habría permitido perderlo, y mucho menos mandarme a mí solo a Toulouse. Pero
más allá de todo eso, a lo que voy es: ¿quién me dice que estarías conmigo si yo
no hubiera decidido que fueras tú quien viniera a la convención? ¿Me habrías
acabado pidiendo que te besara? Yo creo que no.
—¿Qué dices…? —recupero un poco mi voz.
Niega con la cabeza.
—Digo que, si todo esto no existiera, tú y yo tampoco lo haríamos. No habría
explotado lo de Roberto, no te habrías fijado en mí, no habría pasado todo lo que
nos ha traído hasta esta situación. Si la convención no hubiera existido, tú y yo
no… —Suspira—. No habrías decidido venir, y esta movida no estaría
ocurriendo.
—Perdona, ¿qué es «esta movida»? —Mi voz ya suena firme. Entera. Estoy
mejor.
O quizá solo estoy resistiendo porque sé que él ahora mismo no es capaz de
hacerlo y no quiero, no puedo permitirme, que lo nuestro se eche a perder por la
avalancha de inseguridades que nos persigue.
—Esta movida. —Se encoge de hombros y nos señala—. La tensión sexual no
resuelta que somos, supongo. No me puedo permitir llamarla de otra manera
hasta que tú no des el paso antes.
—No te han servido de nada ni la carrera ni los dos másteres. Si piensas eso es
que no tienes ni idea de nada —interrumpo. Él frunce el ceño.
—¿Disculpa?
—Me importa una mierda la convención. —Me inclino hacia él y me cruzo de
brazos—. En primer lugar, yo pretendía distribuir la API por mi cuenta. Claro
que iba a ser más difícil, pero ¿por qué no iba a poder encontrar una manera? El
único motivo por el que estoy aquí en primer lugar es porque tú me dijiste que
creías en mí. ¿Dejarías de creer en mí si no estuviera la convención de marras
por medio? ¿Dejarías de creer en mí si no ganara?
—¿Estás de coña? Claro que no.
Suspiro.
Se acabó.
—¿Y qué coño te hace pensar que yo dejaría de creer en nosotros?
Parpadea una vez.
Dos.
Tres veces.
—¿En nosotros…? —pregunta.
Cierro los ojos y niego con la cabeza, pero descruzo los brazos y me acerco a
su cuerpo, colocándole el cuello de la camisa de nuevo.
—Puede que gane o puede que pierda, ¿qué más da? Solo es un premio.
Prestigio, si me apuras. Titulares de periódicos de los que nadie se acordará en
unos meses. Mi vida no se acaba aquí. Ni siquiera tenía pensado presentarme, lo
hice porque tú me dijiste que creías en mí.
»Pero nuestra relación no empezó solo porque tú creyeras en ella. Empezó
porque los dos lo hicimos, y créeme, sobre ella no deciden ni un jurado europeo
ni una universidad, así que me importa una mierda lo que pase en la convención.
»De hecho, me importa infinitamente más lo que pase ahora mismo en esta
habitación que lo que pase estos días encima de la tarima. Porque, para mí, “esta
movida” no es solo tensión sexual. Y sé que para ti tampoco.
—¿Y qué es? —susurra.
—Lo sabes perfectamente. Empieza por «a» y acaba por nosotros dos dejando
de ser imbéciles.
—¿Qué pretendes con todo esto, Carlota? —Se vence un poco mientras se
inclina sobre mí. Yo le acaricio el cuello, hundiendo con suavidad las puntas de
mis uñas entre sus mechones.
—Hace dos minutos pretendía que no te fueras… —Sonrío con pausa—.
Ahora, que entiendas que cuando me he subido a ese avión lo que más me
importaba no era Toulouse, sino sentarme a tu lado. Este lugar, por más bonito
que sea, no es parte de mí. Lo que siento por ti sí, y ocupa mucho más espacio
aquí dentro —llevo una de sus manos a mi corazón. Él cierra los ojos y traga
saliva. Cuando lo hace, su nuez baja y vuelve a subir con dificultad— que
cualquier evento académico. Así que no vuelvas a decir que estamos juntos por
la convención, porque no habría tenido miramientos en dejarte plantado si mi
corazón me lo hubiera pedido.
Intenta sonreír, pero sigue dolido y finalmente susurra:
—No puedes hacer de menos un sueño por amor.
—¿Quién ha renunciado a nada? —Le acaricio la mejilla hasta que consigo
que me mire—. Voy a defender la API como si me fuera la vida en ello, pero si
no gano no me pienso hundir. Lucharé por mi cuenta para que vea la luz como
tenía pensado hacer desde el principio.
»Me puedo ir de aquí sin un contrato, Tristán, pero no me iré de aquí sin ti.
Cierra los ojos con fuerza y una lágrima se le escapa y cae hacia mi camisa.
—No me hagas esto… —pide.
—¿El qué, cariño? ¿Decir la verdad?
Asiente, sonríe y viaja con sus labios a mi cuello, dándome un beso lento,
húmedo y cálido. Yo gimoteo muy flojito. Un gemido con un mensaje claro: «Te
echaba de menos».
—Deja que termine yo también de contártela —susurra—. Lo de la
universidad lo sabes por Paula, pero de Javi no sabes nada, y necesito cerrar ese
capítulo.
—Sé más que suficiente. Además, no me debes nada.
—Ya, pero yo necesito quitarme de encima la versión extendida.
Suspiro.
—Está bien, pero primero vamos a la cama.
—Carlota…
—Solo pretendo hablar —aclaro—. Pero, francamente, estoy molida del viaje
y prefiero hacerlo tumbada, sin la ropa del aeropuerto y acurrucada contigo, si te
parece bien.
Cierra los ojos una vez más, pero esta vez su autocontrol no puede ocultar la
risita que asoma en su hoyuelo. Cuando los abre, musita algo así como que le
voy a volver loco, pero no llego a oírlo bien, porque mientras lo está haciendo
me gira, se abraza a mi vientre desde la espalda y me dirige a la cama.
A nuestra cama.
Y si bien no era así como pretendía que empezara el viaje, si bien creía que iba
a ser todo mucho más complicado, bienvenidos sean los impulsos y los errores
de los hoteles.
«Inés, no me he equivocado yo, pero lo voy a aprovechar como si lo hubiera
hecho».
CASTOS Y RECATADOS BESITOS
«Dejarse la piel» – Pablomora

M e parece surrealista estar dentro del mismo edredón con Tristán, pegada a
su pecho desnudo, en ropa interior y dibujando infinitos en el vello clarito
que salpica su pecho.
—Bueno… —entona. Yo sonrío y me pego más a él.
—Bueno… —canturreo divertida.
Me mira como apremiándome a hablar para que empecemos el tema, pero yo
no quiero. No quería hace un rato y no me apetece ahora. ¿Es inmaduro por mi
parte rehuir esta conversación? Sí. ¿Me da igual porque es más bonito acurrucar
mis pies fríos con los suyos? Por supuesto.
—Estás helada. —Me abraza más.
—Caliéntame —suelto una risita. Él suspira y se pone de un rojo tomate muy
bonito.
—No piensas sacar tú el tema, ¿verdad?
—¿No podemos hacer el amor primero? —pregunto traviesa, aunque no lo
pretendo, solo quiero jugar un poco.
En ese momento, a Tristán se le pasan las ganas de reírse, entreabre los labios
y carraspea.
—Carlota, hemos dicho que… Buf. En serio, no me lo pongas tan difícil.
Me acurruco más sobre su pecho, aplasto la mejilla contra él, subo una mano
hacia su mentón y lo pellizco.
—Es broma. Me vale con que me des castos y recatados besitos…
—Perfecto.
—… por todo el cuerpo.
—Tía… —se ríe.
—¡Perdón! Llevo una semana sin ti.
—Porque has querido.
Nada más dice eso, me coloca debajo de él y se apoya sobre sus codos, que
quedan a ambos lados de mis hombros. También enlaza sus piernas con las mías,
y su entrepierna, por encima del bóxer, va a parar a mi cadera, justo sobre mi
pubis. Huelga decir que ahogo un gritito mientras le miro a los ojos cuando noto
su bulto sobre mí.
Y así, sin más, decido que me voy a arrepentir si no saco el tema ya.
—Va, cuéntame lo que quieras. Pero sigo pensando que no me lo debes.
Aun así, nos damos un tiempo más. Nuestras lenguas bailan y saben a otoño, a
reencuentro, a hogar.
Luego, sin apartarse, mientras me roza con los labios, responde:
—Tienes que prometerme que no le dirás esto a Inés…
Frunzo el ceño y separo mi boca de la suya con suavidad, poniéndole ambas
manos en el pecho.
—Mira, no te voy a mentir, antes lo he pensado y sé que no tengo ningún
derecho, pero no puedes pedirme que le esconda algo así a mi mejor amiga si
con ello consigo que esté un poco menos hundida. En parte por eso no quería
que me lo contaras, porque sé que me voy a ir de la lengua. Es que lo sé.
Él, con todo, no cesa. Se vuelve a colocar encima de mí, me dedica un lametón
suave en el cuello y empieza a besarlo poco a poco.
—Solo te estoy pidiendo que me guardes un secreto, pequeña… —Maldito.
Sabe que es mi debilidad—. Nada más.
Resoplo flojito. Cuando lo hago, él agarra mi pelo entre sus dedos y lo aparta,
dándose un mejor acceso. Yo se lo concedo sin reservas. Después va subiendo
poco a poco, beso a beso, hasta la piel que hay detrás de mi oreja. Allí
permanece unos segundos, lamiéndola, saboreándola, estremeciéndome.
—Así es imposible tener una conversación —me río bajito.
—Has empezado tú. —Me mordisquea con suavidad—. ¿Lo harás por mí?
Yo tomo aire hondo y recorro la cordillera perfecta que es su espalda. No
quiero ocultarle nada a Inés, pero tampoco quiero traicionar la confianza de
Tristán. Necesito esto. Y no puedo volverlo a perder. Me las arreglaré para cerrar
la boca.
—De acuerdo —claudico—. Pero solo si me prometes que es por su bien. —Él
sonríe sobre mi cuello y viaja a mis labios, besándome con vehemencia, esta vez.
—Por supuesto que es por su bien, Carlota. —Pausa—. Verás, hay un motivo
por el que Javi se fue con Alicia.
Asiento y trago saliva con dificultad. Nada más ha empezado a contarme eso,
se ha colocado a mi lado y ha empezado a acariciar mi vientre con pausa con el
dedo índice, yendo hacia la tira de las brasileñas preciosas que me he puesto hoy
(he sido muy, muy optimista esta mañana, y fíjate, ha salido bien).
—El caso es que no se atreve a estar con ella. —Resoplo, eso lo sé—. No sé si
te lo contó, pero después de Navidad estuvieron hablando. Fue cuando él le pidió
que empezaran de cero.
Espera, eso es nuevo.
—¿Qué…? —Abro los ojos según me desperezo con muchas dudas.
Antes de responder, vuelve unos segundos a mis labios y sus dedos se deslizan
hasta llegar a mi ropa interior con calma.
—Ella le dijo que no, que ya habían sufrido demasiado. —Pausa—. Acordaron
no contárselo a nadie, por eso no lo sabías. Yo tampoco lo habría sabido de no
ser porque, solo una noche más tarde, me encontré a Javi mirando fotos de
manera muy dramática al lado de una lavadora.
—¿Al lado de una lavadora? —me extraño un poco más
—Ahí no se le escuchaba llorar. —Se encoge de hombros.
—Pero si Inés… —Freno un segundo sus caricias y sonrío con dulzura. Él me
devuelve la sonrisa—. En serio, así no hay quien hable.
Se aparta unos segundos de mí, pero entonces, con la seguridad que le confiere
tener el control, me mordisquea un pezón con suavidad.
—Muy bien —dice y para un segundo—. Prueba así.
—Lo que iba a decir —me río jadeando— es que Inés quería hablar con él
sobre… Deja que me centre… Ay… Eres lo peor.
—Y tú estás buenísima. —Muerde. Es cuando decido acabar el tema de tirón.
—Lo que quiero decir es que Inés quería hablar con él para volver a empezar
—digo de corrido—. Se debió arrepentir de decirle que no.
Y entonces sí, se separa de mi piel y sé que tengo toda su atención.
Un rato después, cuando entendemos que nuestros amigos son idiotas y han
estado jugando al pillapilla, volvemos a acurrucarnos y terminamos la
conversación.
—Entonces ¿sí quería empezar de cero? —pregunta.
—Claro… Lo que pasa es que necesitaba hablar con él de todo. Como nosotros
—explico.
—Ya, pues… no lo hicieron.
—Ya. Y por eso él se fue con Ali. —Pongo los ojos en blanco—. Muy maduro.
Se encoge de hombros.
—No lo excusarás, ¿no? —pregunto.
—Qué va… Yo también creo que fue una cagada. Solo digo que lo entiendo.
—Pero ¿por qué lo entiendes?
Suspira, me mira y aprieta los labios.
—Porque pensó que estando con otra podría aprender y merecerse estar con
Inés.
—No fastidies… ¿Alicia son sus prácticas? —Achino los párpados.
—Hombre, dicho así…
—Dicho así, está siendo aún más gilipollas de lo que pensaba. —Enarco una
ceja. Él se lleva las manos a las sienes. No sabe por dónde salir—. ¿Estás de
acuerdo con lo que ha hecho?
—¿Qué? No, joder. Yo nunca he dicho que estuviera de acuerdo con ello. Solo
digo que, para lo cabeza de buque que es Javi, entiendo su razonamiento.
—¿Y lo de Tinder?
—¿Tinder? ¿Qué pasa con Tinder? —pregunta.
—¿No sabes que le pidió hacer match a Inés…?
—Joder, qué paleto. —Y se ríe. ¡Se ríe!
—¡Oye! —Le doy una bofetada suave sobre la mejilla, pero no puedo evitar
que me contagie la risa.
—A ver, es que… En fin —dice y sacude la cabeza. Tiene razón, esto es
surrealista.
Suspiro y recapitulo:
—Bueno, entonces Javi le pidió empezar de cero, pero sin hablar de nada, a lo
que Inés dijo que no (y con razón). —Asiente—. Después, él decidió que tenía
que prepararse para estar con ella, como si Alicia fuera un máster habilitante. —
Asiente de nuevo, aunque frunce el ceño divertido—. Y después, mi querida
amiga pensó que era buena idea pedírselo cuando ella le había dicho que no
antes, y se encontró con el pastel. —Asiente de nuevo—. Y ahora no se hablan
porque ella le dijo que no a él y él le dijo que no a ella, pero ambos querían
decirse que sí.
—Es un buen resumen, sí.
—¿Y coincidimos en que los dos son bobos? —añado.
—Coincidimos. —Sonríe.
—¿Y coincidimos en que se acabó ocultarnos información que puede hacer
que tú y yo salgamos mal parados? Quiero decir: no hace falta que nos lo
contemos todo, todo, todo, ni que estemos juntos todos los días, ni que lo
hagamos todo a la vez ni nada de eso. Pero en vista de que tu mejor amigo y la
mía son algo… complicados, al menos no dejemos que sus secretos nos enreden,
¿vale?
—Descuida, no pienso volver a arriesgarme a perderte. No soy tan tonto como
él.
—Bien. —Sonrío—. Todo hablado.
—Bien. —Sonríe él—. ¿Y ahora…?
Lo dice de tal modo que me suben unas mariposas preciosas por el estómago.
Me ha agarrado un mechón con cuidado, me ha acariciado la mejilla con la otra
mano y, tras decirlo, sus labios han rozado los míos con un cariño que cala.
Y tal vez por eso me animo a proponerle romper una de las últimas barreras:
—Ahora, si te viene bien, hacemos el amor.
TÚ ME ENSEÑASTE A…
«Deseos de cosas imposibles» – La Oreja de Van Gogh

T ristán carraspea aclarándose la garganta. Sé que aún le cuesta todo esto,


pero también son evidentes las ganas que tiene. Por ello, y sabiendo que le
tranquiliza tener el control, me acurruco entre sus brazos y le beso la barbilla con
pausa. Después, entono con suavidad:
—¿Dónde lo habíamos dejado antes?
Respira hondo y me besa la nariz. Después baja hasta mi cuello y empieza a
besarlo con intensidad y lentitud. A la vez, su mano vuelve a mis brasileñas y las
descoloca. Yo le ayudo flexionando las rodillas, y en pocos segundos estoy
completamente desnuda delante de él.
Es en estos momentos, al tiempo que empieza a acariciarme en círculos encima
de los labios, cuando me doy cuenta de que con él estoy más cómoda de lo que
he estado en toda mi vida. No es que con mi ex me sintiera mal del todo;
Roberto y yo llevábamos muchos años juntos, y el sexo esporádico era parte de
nuestra relación. Nos habíamos acostumbrado el uno al otro. Pero con Tristán es
diferente. Con él no necesito siete años de aprendizaje. Nos hemos enseñado
tanto con nuestros vaivenes, con lo que sabemos que nos gusta, con lo que
sabemos que nos da miedo…, que todo fluye y lo buscamos. Y estoy cómoda,
simple y sencillamente cómoda. Por eso, a veces, como en la puerta, me doy la
licencia de jugar un poco a restar hierro así. Porque es natural. Ya no es que me
dé igual estar completamente desnuda bajo su cuerpo, es que lo disfruto.
Disfruto de que me mire, de que me toque, de que disfrute de mí y me invite a
disfrutar de él.
Introduce un dedo dentro de mí con lentitud. Yo suspiro mientras le miro y
sonrío mientras pienso todo eso. Él achina los ojos, como si supiera que mi
cabeza va a mil por hora, y se muerde el labio cuando ve cómo ensancho mi
sonrisa.
—¿Sabes? —pregunto cuando empieza a acariciarme por dentro—. Creo que
eres mi profesor favorito.
Él se ríe, vence su rostro sobre mi hombro y me besa la mejilla con suavidad.
—Tú también.
—¿Yo? —pregunto. Introduce otro dedo dentro de mí y acelera ligeramente,
alcanzando mi punto ge. Nota cómo doy un respingo divertido y empieza a
presionarlo con intensidad.
—Tú. —Se ríe con dulzura—. Nadie me ha enseñado tantas cosas en tan poco
tiempo, Carlota. Deberían convalidarte el máster.
—¿Qué te he…? Uy —me río. Me encanta hablar con él mientras nos
acostamos, pero me lo está volviendo a poner muy difícil.
—¿Uy…? —se ríe conmigo. En ese momento decido empezar a acariciarle.
Primero lo hago por encima del bóxer un par de veces, y cuando lo hago él
inspira con fuerza. Solo al notar que se le ha calmado la respiración introduzco
mi mano, agarrando su tronco y empezando a masturbarle de abajo arriba,
despacio, sin prisas, sin tiempos.
Según lo hacemos, nos miramos a los ojos. Y no sé si él verá lo mismo en los
míos que yo en los suyos (espero que sí), pero los de Tristán centellean con
ilusión y unos nervios preciosos.
—¿Qué te he enseñado yo…? —susurro cuando noto que reduce un poco su
velocidad, acompasándose a la que le estoy dedicando yo.
Antes de responder, sin embargo, me besa. Es un beso caliente y estudiado,
como una tarde de invierno en una biblioteca. Un beso con el que me dice tantas
cosas que no puedo evitar sonreír según me abre los labios, jugando con su
lengua dentro de mí. Un beso durante el que se incorpora algo más, abriéndome
más las piernas y saliendo de dentro para acariciarme de nuevo el clítoris con
movimientos perezosos. Yo dejo la mano sobre su glande y le acaricio con
suavidad a la vez. Se acerca algo importante.
—Me has enseñado que esconder aquello que nos hace felices es un error
tremendo —susurra. Yo me tumbo de costado y le beso la línea de la mandíbula
con pausa sin dejar de mirarle—. Nunca quise ocultar todo esto; solo pretendía
proteger lo que quiera que sea de lo que fuera que podía pasar, de lo que
pudieran decir, de lo que pudiera romperlo… Pero me obcequé tanto en ello que
acabé rompiéndolo yo.
—No fuiste tú solo —respondo. Le entiendo tan bien que duele—. Fuimos los
dos. Estábamos aprendiéndonos.
Él niega con la cabeza y se deshace después de la distancia entre sus labios y
los míos, callándome con ternura. Y yo… Yo corroboro lo enamorada que estoy
de él.
—También me enseñaste a enamorarme como no lo he hecho en toda mi vida,
sin desmerecer a nadie. No digo que mis anteriores historias de amor no
estuvieran bien y no me enseñaran nada, no me malinterpretes. Digo que no eran
tú. Que no podrían haber sido tú nunca. Cuando apareció Paula en la universidad
me embargó un miedo intensísimo a perderte por lo que te pudiera decir de mí, y
en ese momento se me olvidó todo lo demás. Solo me importaba que quisieras
quedarte conmigo.
Sonrío.
—Pero también me enseñaste que no podía retenerte, Carlota. Que había cosas
que tenías que ver por ti misma y que yo no las podía empujar presionándote a
base de mensajes o llamadas. Y créeme: no ha habido noche en la que haya
deseado hablar contigo hasta las tantas y haya acabado revisando todas las
capturas de pantalla.
Cuando termina de decir eso, llevo ambas manos a su pecho y hago que se
tumbe del todo. Él coloca sus manos sobre mi cadera con suavidad y, cuando lo
hace, me siento a horcajadas sobre él, sin rozarle el sexo. Cuando al fin bajo y lo
hago, ambos suspiramos con dificultad.
—Por favor —susurro, recostándome sobre su pecho—, dime que fuiste lo
suficientemente optimista como para traer cond…
Antes de que termine ha sonreído, me ha atraído hacia su boca y me ha besado
con un amor que me inunda.
—Sí que lo fui.

***

Noto cómo empieza a temblar tan pronto como alcanza la cartera y saca un
preservativo. Es casi imperceptible, solo lo hace un poco, pero el ligero temblor
de sus manos tratando de abrirlo es síntoma suficiente de cómo le cuesta aún.
Para calmarle llevo una de mis manos hasta su mentón con mimo y hago que
me mire. Con la otra continúo mimándole el pecho. Sigo sobre su pecho. Él
titubea unos segundos, pero acaba mirándome, y entonces le sonrío con dulzura
y pregunto:
—¿Me dejas a mí?
Parpadea tan lento que no sé si se va a quedar con los ojos cerrados, pero
termina abriéndolos de nuevo y tendiéndomelo.
Una vez lo tengo entre las manos, rasgo con las uñas el plástico y lo abro. Y
después lo saco, nos miramos…
… y el tiempo deja de correr.
Pasados unos segundos, él parpadea y yo me muevo, apartándome de encima y
poniéndome a su lado. Tristán no pierde detalle, y de repente me inundan los
nervios a mí, cuando se supone que soy quien debería estar tranquila, que es él
quien se siente inseguro con todo esto, que es a él a quien le cuesta, y sin
embargo… yo ahora estoy exactamente igual.
Me concentro en apartarle el bóxer con un cuidado milimétrico, obligándome a
mí misma a avanzar para no pensar tanto, pero nada más tengo el condón entre
los dedos y estoy volviendo a masturbarle con cuidado, sé que respiro más fuerte
de lo normal por los nervios y que lo va a notar. Necesito que esté cómodo,
necesito que esté bien, necesito… Necesito tantas cosas que pierdo la cuenta y
los pensamientos se agolpan dentro de mí y me aturden.
Por suerte, el tira y afloja que Tristán y yo nos traíamos en clase no se quedó
allí, y antes de que pueda darme cuenta me ha agarrado de la cintura, me ha
tumbado debajo de él, me ha separado las piernas con la rodilla y está cogiendo
el plastiquito de entre mis manos y colocándoselo encima.
Su expresión reza que estamos empatados.
Yo sonrío y me dejo hacer. Es un alivio no tener que mover las manos ahora
mismo.
Un segundo después coloca las suyas encima de mis rodillas y empieza a bajar,
acariciándome los muslos, el vientre, la cintura… Solo para de moverse cuando
ambos notamos que su glande está justo sobre mis labios y me roza. Y sé que
sigue nervioso, igual que yo. Pero ha intentado reponerse para que yo estuviera
bien, porque sigue leyéndome como a un libro abierto.
Y ahora me toca a mí. Tomo aire y me incorporo un poco para zambullir mis
dedos entre sus mechones, atraerle hacia mi boca y besarle con todo el amor que
he acumulado en todos mis años de vida.
Pero el silencio dice demasiadas cosas, y ya no puedo más, así que decido
ponerle nombre a lo que nos está pasando preguntando:
—¿Soy la única que está histérica, o…?
Sonríe, lleva sus manos a mis mejillas y susurra:
—Qué va.
—…Vale, menos mal —respondo.
—… Supongo que se me daba mejor por teléfono —dice él.
—Todo es más fácil por teléfono. —Hago un ademán para restarle hierro,
aunque estoy completamente de acuerdo—. ¿Te hablo de la Teoría de
Causalidad?
Él se ríe, y con el movimiento de su cuerpo al reírse se pega más a mí y nos
sobresalta a ambos. Entonces yo trago saliva y él aprieta los labios, baja las
manos hasta mi cintura y, abrazándome entera, sin que ninguno de los dos diga
una sola palabra más, entierra su sexo dentro de mí.
El gemido conjunto que compartimos es lo más bonito que he oído en mi vida.
LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
«Todo me da igual» – Pignoise

S i alguien me hubiera dicho que estaría repasando mi presentación desnuda,


con las mejillas rojas, perlada de sudor, sobre el pecho de Tristán y entre sus
brazos después de hacer el amor por tercera vez, no le habría creído.
Sin embargo, así es. Desde ayer, hemos hecho el amor tres veces. Dos ayer y
una hoy. Esta mañana nos hemos enganchado en la puerta de la entrada a la
habitación nada más volver del buffet y hasta que no hemos podido más, nos
hemos buscado con las manos como si nos leyéramos en braille y hemos gemido
el nombre del otro hasta vaciarnos. Y, a pesar de que a veces nos ha costado
coordinarnos (Roma no se construyó en un día), hemos acabado riéndonos y
encendiéndonos aún más.
—¿Y si te preguntan cómo piensas implementarla…? —pregunta al tiempo
que me rasca la espalda en movimientos vagos y lentos. Yo me acurruco más
sobre su cuerpo y le beso el cuello con lentitud.
—Les hablaré de los lenguajes de programación en los que he pensado y cómo
pretendo integrarlos a las aplicaciones de mensajería…
—Vale…
—Bien…
—De acuerdo… —se ríe.
Le miro divertida y le doy un beso rápido.
—Igual debería ir a prepararme… —entono.
Resopla como un caballo.
—Una lástima. Me habría encantado acapararte lo que queda de día.
Sonrío, pero acabo levantándome para buscar mis bragas mientras entono:
—No dudes que me quedaría con gusto a que me pusieras a cuatro patas,
cariño. Pero tengo una API que defender…
Aún tirado en la cama, me mira y respira con pesadez. Luego se apoya sobre el
cabecero y contesta:
—Podemos aprovechar la ducha. —Se encoge de hombros, pero por más
tentador que parezca, me inclino sobre él, le beso y susurro:
—Como nos metamos en esa ducha juntos no llegamos. Y no pienso
arriesgarme ni por el mejor polvo del mundo. Esta noche, ¿vale?
Sonríe radiante.
—Y todas las que quedan.

***

Cuando entro en el enorme y rojo salón de actos del hotel con el traje de dos
piezas negro, me encuentro con algo que hace que me encoja un poco. No solo
está abarrotado de gente, sino que soy la única mujer a excepción de una señora
de mediana edad en el jurado. Ella, la de la piel del color del ébano y la sonrisa
radiante, parece estar acostumbradísima, pero yo no. A decir verdad, que seamos
pocas no me sorprende. En nuestro sector hay aún mucho por hacer: demasiados
prejuicios, muchos techos de cristal y la convicción intrínseca de todos los que
ahora me miran de que yo no debería estar aquí.
He entrado a unos centímetros de Tristán sin darle la mano, y aunque ahora me
iría genial dársela y apretar, no voy a hacerlo para que me juzguen aún más y
piensen que estoy aquí porque tengo trato de favor, pero le necesito. Por eso,
cuando noto cómo todos los ojos del salón de las cerca de cien personas que hay
desperdigadas en sus sillas y las que se están sentando se giran hacia mí, le
busco a él.
Pero él no me devuelve la mirada. Está ocupado fulminando con una mirada
terminante a todas esas personas que se atreven a cuchichear y reírse cuando
avanzamos hacia nuestros asientos.
—¿Con Paula hicieron lo mismo? —pregunto en un susurro cuando al fin nos
hemos sentado.
—Sí. No les hagas ni puto caso.
—¿Y ya está? ¿Sin más? —Le miro con el ceño fruncido—. No me hace
mucha gracia que se rían de mí, y dudo que ignorándolos vayan a dejar de
hacerlo.
Se gira con hastío.
—¿Y crees que a mí sí? —Se acerca a mi oído—. Ojalá solo se rieran de ti. No
me hace ninguna gracia cómo te miran la mitad de estos putos cerdos, pero no
puedo interponer una queja solo por «sensaciones» porque, para ellos, no ha
pasado nada. —Suspira—. Y no voy a permitir que te llamen histérica ni que
digan que necesitas ir de víctima para ganar. Están deseándolo.
—¿Qué…? Un momento, ¿cómo me miran…? —Desvío la mirada un
segundo, y es suficiente para ver cómo el alumno representante de Alemania, un
chico joven, rubio y de facciones duras con la bandera de su país en el pecho, me
está mirando con una sonrisa repugnante. No me había dado cuenta hasta ahora,
desconcentrada por las risitas. Pero un instante después deja clara su intención
guiñándome un ojo y rodando su dedo índice, como diciendo «Nos vemos más
tarde»—. No me jodas.
Cuando Tristán ve hacia dónde estoy mirando, se gira y el alemán disimula. Él
aprieta el puño contra el reposabrazos y se le tensa la mandíbula.
—Tranquilo —susurro—. Está bien.
—No, no lo está. De verdad pensé que habrían mejorado las cosas. El año
pasado traje a otro alumno del máster, y aunque no ganó, tampoco pasó nada de
esto. Pero claro, él no era…
—No era una mujer —termino su frase. Y él, aunque le jode, asiente. Pero yo
sonrío, le doy un golpe suave a su rodilla con la mía, y añado—: Pero esta mujer
no les tuvo miedo a los dos titanes, y cariño, te aseguro que tampoco se lo va a
tener a una panda de salidos.

***

Las presentaciones se suceden unas tras otras sin pena ni gloria. Los alumnos
suben, explican el marco conceptual de sus proyectos y, tras un aplauso nimio,
vuelven a bajarse. Hay cincuenta proyectos, y vamos por el que hace cuarenta y
nueve. Yo, cómo no, soy la última gracias a mi apellido, así que mis nervios se
acumulan como polvo en una persiana.
Para matar el tiempo, he estado observando el comportamiento de los jueces
junto a Tristán. Miran a los ojos a los ponentes nada más suben, observan cómo
se preparan, asienten y hacen algunos apuntes en su cuaderno. Con todos es
igual. Se lo escribo rápidamente a Tristán por Telegram. Él me dice que ha visto
lo mismo y añade que cuando el quinto y último juez, el más mayor, canoso y
sentado a la derecha, se rasca la nuca, después aplaude con menos ánimo.
Queremos analizar su manera de actuar para ver si conmigo lo hacen igual.
Cuando un «Caglota Zambgano» mal pronunciado suena por los altavoces,
tomo aire hondo y me levanto. Antes le lanzo una última mirada a Tristán. Él me
la devuelve con fuerza y ánimo, haciendo de tripas corazón por todo el ambiente
que se ha creado antes, y yo se lo agradezco apretándole la mano sutil antes de
alejarme.
—Te quiero —digo entre dientes.
—Y yo a ti. Dales caña —responde él.
Sin embargo, no duro ni dos segundos en la tarima antes de volver a mirarle,
esta vez dolida, humillada, con un nudo en la garganta.
Nada más he puesto un pie en las escaleras que dan a la tarima, unas diez
personas han abandonado el salón de actos. Él se gira y les llama la atención
carraspeando, pero solo recibe a cambio un par de miradas de desinterés.
No soy nadie para ellos.
Y Dios sabe que quiero cabrearme, tirarles un boli, chillar. Pero no puedo, y la
frustración me inunda por dentro. Para colmo, cuando giro la cara veo que la
jueza de antes me mira con media sonrisa, y sé que ya está tomando nota. Debo
centrarme, mirar a los otros jueces y asegurar que, aunque algunos de mis
compañeros sean unos maleducados, todo va como esperábamos.
Pero no es así.
Los demás jueces ni siquiera me devuelven la mirada. Uno se ha acostado un
poco más sobre su silla, otro bosteza y el cuarto mira el teléfono. Le lanzo una
mirada fugaz a Tristán, como preguntando: «¿De qué coño van?», pero él está
incluso peor que yo; lo sé porque desde aquí puedo ver la vena de su cuello
hinchada como una anaconda, así que, cuando me mira, le sonrío para
tranquilizarle como si no me importara, me cuadro, me giro y miro a los jueces
dando el primer paso sobre la tarima con el tacón de charol de Inés. Al poco
estoy en el centro, ante un micro desproporcionadamente alto y una multitud que
me mira como si fuera un bicho raro (bueno, en honor a la verdad, diré que son
solo unos pocos; la otra mitad se comporta con indiferencia, cosa que casi
agradezco. El problema es que, como suele suceder, unos pocos idiotas son
suficientes para hacer mucho ruido).
Les dedico un par de insultos no muy bonitos, pero sí muy españoles dentro de
mi cabeza, rescato el micro del rascacielos en el que está subido y empiezo a
hablar:
—Buenos días —saludo en un perfecto inglés—. Mi nombre es Carlota
Zambrano, vengo en representación de la Universidad Politécnica de Madrid, y
voy a presentar la API que dificultará el envío de fotografías sensibles en
aplicaciones de mensajería.
No puedo continuar. Nada más he dicho esa última frase, varias personas del
público se ríen y me silban, faltándonos al respeto a mí y a mi trabajo. Por
suerte, la jueza de antes se gira, y es suficiente para que se callen…
… durante solo unos segundos.
Cuando vuelvo a hablar, explico que voy a comentar mi marco conceptual,
pero justo entonces, uno de los jueces se levanta. ¡Se levanta! Por Dios, le tiraría
un tacón para dejarlo clavado en la silla.
Toso tratando de llamar su atención, pero es inútil. Se dirige hacia la papelera
que hay a uno de los lados de la sala de actos, se saca un papel de dentro del
bolsillo y lo tira. Yo miro a Tristán, pero él no me mira a mí, se ha quedado
bloqueado viendo al juez.
En el instante en que el juez se vuelve a sentar (cómo no, sin mirarme), suenan
algunas risitas y más silbidos en el salón de actos. Los pocos maleducados que
me han recibido son cada vez más.
Duele.
Y exploto.
Miro a Tristán por última vez, esta ocasión, pidiéndole perdón. Estoy a punto
de mandar a la mierda a la convención y me da igual. Nada vale más que mi
orgullo y el de las mujeres a las que represento aquí arriba. Él asiente y se cruza
de brazos. Está tan harto como yo.
Primero me aclaro la garganta carraspeando, pero como no me hacen ni puto
caso decido que me voy a divertir. Dejo los papeles que traía en el suelo y me
acerco a uno de los altavoces, aproximando el micrófono y haciendo que toda la
sala de actos se acople. Los bobos que se reían de mí ahora se tapan los oídos.
Ya no parecen tener tantas ganas de silbar.
Me anoto un punto mental cuando la jueza me mira y sonríe de medio lado,
como Tristán. A continuación, me pongo el micro en la boca y digo:
—Iba a comentarles que mi marco conceptual empezaba por la Teoría de
Causalidad, pero en vista de que la mitad de los presentes no han terminado de
evolucionar, si quieren les explico la de Darwin.
Un par de idiotas se reacomodan en sus asientos y se hace el silencio.
—Vaya, gracias. Parece que no hará falta. —Me cruzo de brazos sin dejar de
sostener el micro como una institutriz sabihonda; ahora mismo me resbala
absolutamente todo. Voy a decir lo que he venido a decir y después me iré de
aquí, pero todo por la puerta grande y con el orgullo intacto—. Como les venía
comentando, la Teoría de Causalidad, que empieza con el principio de causa-
efecto, es el primero de mis fundamentos. Les explico: cuando un neandertal —
enfatizo— de los que les silban a las mujeres decida que es divertido enviar
fotografías sensibles a sus colegas neandertales para divertirse un rato a costa de
otra persona…
Empieza el espectáculo.
EUROPE’S LIVING
A CELEBRATION
«Europe’s Living A Celebration» – Rosa López

B ajo de la tarima habiendo explicado mi marco conceptual con más de una,


de dos y de tres indirectas y sonrisas cómplices de Tristán y un silencio
sepulcral. Ni hay aplauso ni se le espera, así que me acerco a mi silla, me siento
al lado de mi tutor y le miro con media sonrisa adorable.
—¿Qué tal lo he hecho?
Y empieza a aplaudir. Al principio lo hace él solo, con lentitud y mirándome a
los ojos. Pero al poco tiempo, la jueza agradable le sigue, y algunos de los
alumnos evolucionados los siguen también. Al final tengo un aplauso
inesperado; evidentemente, no es como el de los demás alumnos, pero sí
suficiente para hacerme sentir un poco mejor.
—¿Tú qué crees? —susurra Tristán, y se inclina hacia mí con media sonrisa y
los ojos achinados.
—Yo creo que me van a echar de aquí en cero coma, pero que me quiten lo
bailado.
—Estoy de acuerdo. Pero también creo que ya has cambiado las reglas de este
juego. Y eso no te lo van a poder quitar.
Entonces, cuando todo el mundo se está levantando para irse, me da la mano,
me ayuda a incorporarme con él, agarra mi nuca, me atrae hacia él y me planta
un beso de película en medio del salón de actos.
—Ahora sí que me van a echar —me río, pero él me agarra de la cintura y me
besa con más profundidad. Ni siquiera me lo pienso cuando enrosco mi lengua a
la suya.
—Que les jodan, Carlota. Tú ya has ganado.

***
Me acaba de llegar un correo al mail, y nada más lo veo me quedo sin
respiración.
—Estás. De. Coña.
—¿Qué pasa? —pregunta Tristán mientras sale de la ducha con una toalla
enrollada a la cadera. Yo me limito a girar la pantalla de mi teléfono y ponérsela
a centímetros de la cara. Después… disfruto de las vistas un segundo. El mismo
en el que él tarda en apartar el teléfono, tirarlo sobre la cama, cogerme de la
cadera y, boquiabierto, entonar—: ¿Esto es en serio? ¿Has pasado… a la
segunda fase?
Yo embebo los labios mientras pienso en cómo contestar. Luego me muerdo el
inferior con nervios, sin ocultar la sonrisa tontorrona que se me ha dibujado. Y
justo cuando voy a abrir la boca para decir que sí, que es todo lo que me sale,
Tristán me coge en brazos, me lanza sobre la cama, cierra el ventanal que da la
bienvenida a la noche de Toulouse, y se inclina sobre mí.
—¿No íbamos a bajar a cenar…? —susurro.
Pero él suelta una risa supersexy, alza una ceja y, quitándose la toalla de cuajo,
dice:
—Que venga el servicio de habitaciones. Yo voy descorchando ya.
Un instante después desaparece edredón abajo y me abre las piernas.

Europe’s living a celebration…


FOTOPOLLAS NO SOLICITADAS
«De qué vas» – María Isabel

A ntes de entrar en el salón de actos he llamado a Inés desde el pasillo. Allí


me ha dicho que les diera una paliza dialéctica y un hachazo intelectual. Y
yo estoy dispuesta a hacer las dos cosas cuando entro con mi traje rojo pasión y
mi camisa y mis Converse blancas de la mano de Tristán para sentarme en mi
sitio.
Somos la mitad de los que éramos ayer. Hay cincuenta personas en la sala de
actos, correspondientes a los veinticinco representantes de universidades
europeas que han (¡hemos!) pasado a la segunda fase. Aunque, a decir verdad,
aún no sé qué hago aquí, pero me alegro de estar entre ellos. Sobre todo, cuando
el alemán me mira y dibuja una mueca de disconformidad. Yo le sonrío con
autosuficiencia.
Después espero mi turno estoicamente, porque tampoco es cuestión de llamar
más la atención si no es necesario. Además, lo que me pide el cuerpo es que me
quede en silencio y mi trabajo haga todo el ruido por mí.
Como somos muchos menos, mi turno también tarda menos en llegar, pero no
puedo decir que nada de eso consiga que no esté nerviosa cuando pongo un pie
en la tarima. Al final, haber pasado una fase ha hecho que todo esto se
intensifique y sea mucho más exigente, aunque sigan mirándome como si no
fuera nadie. Porque ahora tengo que demostrar quién soy con el doble de
intensidad.
Saludo esperando que hoy no haga falta acoplar el micro para que me presten
atención, y me llevo una grata sorpresa cuando veo que no es necesario. De
acuerdo, no me están prestando atención como a los demás, no me han aplaudido
cuando he subido como a los demás y la mitad evitan mantener contacto visual
conmigo, pero no les culpo. No todos los días se sienten así de intimidados.
En cuanto a los jueces, la mujer me mira con el mismo respeto con el que lo
hizo la primera fase, y los otros tres al menos me lanzan alguna mirada. Son
breves y secas, pero ya me valen. Intuyen que existo, que hay un ente más sobre
la tarima.
Y ahora se lo voy a demostrar.
Empiezo a hablar de la implementación de mi API más emocionada de lo que
esperaba. Tengo diez minutos para contar cómo quiero hacerlo, tal y como
estuve practicando con Tristán, y después habrá cinco más de turno de
preguntas, donde tanto mis contrincantes como los jueces podrán preguntarme lo
que quieran.
El caso es que me he confiado. Pensaba que sería fácil, que mis preguntas
serían como las de los demás, que podría responder con profesionalidad y dando
más detalles y que todo saldría según lo esperado hasta que, tras responder a las
dudas de los jueces (que estaban entre el millón de posibilidades que preparé con
Tristán) oigo cómo alguien del público, escondido para que no le descalifiquen,
grita desde detrás de uno de los asientos:
—¡Si te mando yo una fotopolla, seguro que no la borras!
De acuerdo, ha sido mucho más básico de lo que esperaba, y tal vez por eso
solo se ríen él y cuatro o cinco descerebrados más, pero aunque sé que es
altamente probable que ahora sí me descalifiquen por lo que estoy a punto de
hacer, no puedo callarme.
«Mejor morir de pie que vivir arrodillada», me digo. Entonces suspiro con
cansancio y, armándome de mala leche, digo:
—Me aseguraré de integrar un microscopio en la API para cuando eso pase. —
Sonrío y un par de alumnos del fondo de los que ayer me miraban con
indiferencia sueltan una risotada—. Y ahora, si no hay más preguntas…
El espectáculo debe continuar.
LA ÚLTIMA BARRERA
«Vivir» – Rozalén y Estopa

T ristán ha reservado una mesa en un pequeño restaurante mítico de Toulouse


para celebrar la paliza dialéctica y el hachazo intelectual, y cuando llegamos
a Le Petit Marais de la mano, siento que a pesar de todo lo que está pasando, me
encuentro extremadamente bien.
Y me encuentro aún mejor cuando llegamos a la mesa donde nos han colocado,
que da a un ventanal que muestra el puente Saint-Pierre junto al río Garona. Una
vez allí, Tristán separa la silla, me ayuda a quitarme la gabardina sobre el vestido
de satén verde oscuro, me invita a sentarme, me da un beso en la coronilla y va
él a su sitio.
—¿Y este despliegue de galantería? —susurro mientras apoyo los codos sobre
la mesa y la barbilla sobre las manos. Él, cuando se sienta, me mira enamorado y
se encoge de hombros.
—La ocasión lo merece, y tú también —responde y yo me sonrojo.
Pero tiene razón, es una ocasión especial. Hoy era el último día que pisaba la
convención, y tras esta noche nos marcharemos. Hay una fiesta final para todos
los candidatos, hayan pasado y quedado entre los cinco finalistas o no, pero no
vamos a acudir.
Y me da igual. Estos días luchando me han dado mucha más fuerza para sacar
la API adelante. Para callarle la boca a los idiotas que han intentado silenciarme,
sí, pero también para darle alas a la justicia de todas aquellas que tuvimos que
sufrir algo como lo que me pasó a mí.
Sonrío con mi último pensamiento y él me acompaña con la misma sonrisa,
como si me hubiera leído la mente.
Tristán se ha puesto más guapo que nunca. Lleva un traje gris, el cuello de la
camisa recién planchado (le he visto hacerlo con un cuidado muy bonito
mientras me maquillaba por el hueco de la puerta del baño) y el pelo peinado
milimétricamente. Para colmo, sus ojos verdes centellean cuando me mira, y yo
me siento la persona más afortunada del mundo por tenerle a mi lado y porque
todo esté bien al fin.
—Eres tan guapo que duele. —Sonrío de nuevo, y él cierra los ojos y se le
encienden un poquito las mejillas.
—Pues imagínate lo que me duele a mí ver a semejante monumento.
—El puente de Saint-Pierre está en esa dirección. —Señalo entre risas.
—El puente de Saint-Pierre no te hace sombra.
Me río y sacudo la cabeza, pero no le rebato porque podría haber dicho lo
mismo de él. Después pasan unos minutos en los que él no habla y yo no digo
nada en particular: «Qué bonito el río», «Qué iluminación tan tierna», «¿Has
visto qué cubiertos más raros?» hasta que me doy cuenta de algo y pregunto:
—Oye, ¿no pasan un poco de nosotros? Aún no hemos pedido.
Niega con la cabeza.
—No te preocupes, he pedido yo al llamar para reservar.
Arqueo ambas cejas.
—¿Ahá…? ¿Y mi poder de decisión? —preguntamos mi reciente
empoderamiento y yo, aunque me da mucha curiosidad saber qué ha elegido
para mí.
Antes de que responda, sin embargo, entran dos camareros. El primero sirve
dos copas de vino y dos vasos de agua, y el segundo, colocándose al otro lado de
la mesa, deja dos Cassoulettes que tienen una pinta deliciosa, una para él y una
para mí.
Después desaparecen…
… y me doy cuenta de que en mi plato hay un papel.
Un papel enrollado, atado con un hilito rojo, diminuto.
Un papel que cojo entre mis dedos justo antes de mirar a Tristán.
Un papel que hace que no pueda mantener el culo en la silla.

Carlota, tumbemos formalmente la última barrera:


¿salimos?
ESTOY CONTIGO
«Un planeta llamado sosotros» – Maldita Nerea

V amos de camino a nuestro hotel paseando acurrucados junto al Garona.


Desde que le he dicho que sí a Tristán no nos hemos separado ni un
milímetro, literalmente. He movido mi silla, mi plato y mis cubiertos hasta
ponerme a su lado, y después no le he soltado de la mano ni un segundo, lo que
ha sido tan chistoso como engorroso para cenar. Más tarde, cuando hemos
terminado, ha intentado empeñarse en pagar, pero le he recordado casi a voz en
grito que ya lo hizo en el McDonald’s, que era un símbolo muy patriarcal y que
la que había pasado a la segunda fase era yo, y ha tenido que callarse y dejarme
invitar a mí.
—Te quiero —digo.
—Gracias —susurra, y sonríe según baja la mirada—, las últimas veintisiete
veces que lo has dicho no me había quedado suficientemente claro.
—Te amo, te adoro —respondo mientras le doy un millón de besos en la
mejilla.
Se para, me abraza, pega su nariz a la mía y, cerrando los ojos, entona:
—Y yo a ti.
—Pero yo más —sigo.
—Que nooo… —Pone los ojos en blanco y me pasa un brazo por encima de
los hombros. Luego vuelve a andar.
—Que s… —voy a replicar, pero justo en ese momento me llega un mensaje al
móvil, y recordando la hora que es y que ya le he dado las buenas noches a Inés,
me preocupo. Porque con Javi no estoy hablando, Paula a esta hora suele hablar
con Leo y con mi familia no intercambio ni un «Buenos días».
Miro a los ojos a Tristán según lo saco a toda prisa, preocupada. ¿Le habrá
pasado algo a Inés? ¿Estarán todos bien? ¿Habrá pasado…?
Oh.
Dios.
Mío.
Miro la pantalla, pero no digo nada. No soy humanamente capaz. Se me han
quedado las palabras en la garganta, y solo consigo taparme la boca con una
mano, mirar a Tristán con los lacrimales inundados, mirar el móvil de nuevo,
mirar a Tristán otra vez…
Hasta que no puedo más y giro el teléfono para mostrárselo.
Apreciada señorita Zambrano:

Es usted finalista.
Preséntese el viernes a las 8.45 en el salón de actos para defender la última fase.

Enhorabuena.

Tristán tarda unos segundos en reaccionar. Los mismos que yo en empezar a


sollozar.
—¿Pone que he pasado a la última fase o estoy flipando?
—Lo has hecho… —dice completamente en blanco. Luego reacciona, sacude
la cabeza, me alza en volandas y, según me empieza a dar vueltas, grita—: Lo
sabía, joder, ¡LO SABÍA! —Me frena, me coge por la nuca y estampa su boca
sobre la mía con una sonrisa preciosa.
»Escucha —continúa—: no importa lo que pase el viernes, ¿me oyes? Tienes
que saber que vales muchísimo y que nadie va a poder contigo. Nadie. Nunca.
¡Joder! —Se separa un segundo de mí, da un salto que me arranca una risotada y
lanza un puñetazo al aire. A nuestro lado pasa una pareja mayor que se le queda
mirando divertida, pero él no se achanta. Al revés. Se vuelve a juntar conmigo,
me da un beso rapidísimo y sonoro en la mejilla y, girándose hacia los señores,
grita en un perfecto francés:
»C’est ma copine! C’est la meilleure!*
* ¡Es mi novia! ¡Es la mejor!
Yo le miro con los ojos muy abiertos, sorprendida de que entre sus talentos
también esté el hablar francés. No he entendido nada, pero no me da tiempo a
preguntarle cuando Tristán vuelve a mi boca y me besa con ilusión, así que
decido que ya preguntaré después o buscaré en Google como buenamente pueda.
Ahora mismo estoy demasiado ocupada sonriendo mientras me levanta en
volandas otra vez.
Casi medio minuto más tarde me baja, me pone ambas manos sobre las
mejillas y lo veo: está llorando.
—¿Estás bien? —Sonrío mientras se las seco, aunque verle así hace que me
emocione yo.
—Estoy mejor que bien —responde—. Estoy orgulloso, estoy ilusionado,
estoy enamorado… —Sacude la cabeza—. Estoy contigo, Carlota. Y no hay
nada que pueda superar eso.
Cuando oigo lo que dice soy yo quien le besa, quien le abraza y quien rompe a
llorar.
Un segundo más tarde corremos hacia el hotel.
Tenemos una presentación que bordar, aunque no sepa ni de qué va a ir la fase.
20 DE ENERO
«20 de enero» – La Oreja de Van Gogh

C omo cada 20 de enero, me levanto poniendo la misma canción de La Oreja


de Van Gogh, cuando aún cantaban con Amaia (para mí, la mejor etapa que
tuvieron, sí lo digo).
Es viernes por la mañana, anteayer me convertí en novia del tío más guapo,
inteligente y maravilloso de Madrid, y ayer me pasé el día entero en el hotel
repasando detalles de la API junto a él. Tristán no dejó ni un minuto de
mimarme e ir a buscarme cafés, galletas y toda suerte de cursiladas para
motivarme que no necesité pero me encantaron (como el cruasán de peluche con
la camiseta de Toulouse que encontró en la tienda de abajo). Por la noche
paseamos por el Garona, nos hicimos una foto besándonos sobre el puente
iluminado y la pusimos de perfil. Sin importar nada ni nadie más. Y cuando me
he despertado estaba hecha polvo (mi cerebro me ha exigido cinco minutos más
que no le he concedido), pero recordarlo todo me ha dado una energía que ni
cincuenta cafés, así que me he colocado los auriculares, he dado a play para
reproducir la canción y me he puesto a bailar como una loca mientras me vestía
para bajar a desayunar.

Me pregunté qué sería sin ti el resto de mi vida


y desde entonces te quiero, te adoro y te vuelvo a querer.

No me doy cuenta de que estaba cantando en voz alta hasta que Tristán se ha
despertado, ha entrado en el baño, que había dejado entreabierto, me ha
desconectado los cascos y, abrazándome por la cintura, ha cantado conmigo:
—Te perdí y no te perderé, nunca más te dejaré…
—Qué asco da lo bien que cantas —me río.
—Qué asco da lo buena que estás —responde y me planta un beso en la
mejilla.
Huelga decir que acabamos la mañana haciendo el amor contra la pila.

***

Me calzo los tacones de salón granate a una velocidad de vértigo mientras


Tristán se pone la corbata con rapidez, pero hoy no le sale bien y empieza a
ponerse nervioso. Nos hemos enredado hasta y media, y en quince minutos
tenemos que estar abajo, y, a poder ser, respirando con normalidad y sin las
mejillas encendidas.
—Trae aquí —digo sonriendo mientras le cojo la corbata para atársela yo.
—Merci, mon chéri —susurra y me pone las manos en la cintura. Un segundo
más tarde, sin embargo, las empieza a subir para chincharme, así que le termino
de poner la corbata y le aparto mientras me río. Desde que le dije que me ponía
burra hablando en francés no ha parado de hacerlo, y ahora no nos conviene.
Tenemos que llegar.
—¡No me líes!
—Sosa —dice, pero mientras lo hace se asegura de que lo llevo todo bien. El
pelo, el vestido, el maquillaje—. Venga, vámonos.
Me da la mano y corremos hacia los ascensores, recorremos el pasillo que
conduce al salón de actos y, una vez allí, un minuto antes de que cierren las
puertas, entramos y nos sentamos en nuestro sitio. Cuando lo hacemos, él vuelve
a mirarme y asegurarse de que estoy perfecta (aunque no me sirve de nada,
Tristán no es objetivo), y sonreímos a la vez.
Hasta que los jueces anuncian cuál es la última fase, hasta ahora secreta.
Entonces se nos borra la sonrisa.
SI SON TAN AMABLES…
«Sobreviviré» – Mónica Naranjo

N
— o tienes por qué hacerlo.
Cuando Tristán ve que no respondo, me da la mano y aprieta, pero yo continúo
sin decir nada. Me limito a negar con la cabeza, apretar la mandíbula y mirar
hacia la tarima, donde el cuarto y último de mis contrincantes defiende su última
fase.
Exponer la motivación personal que le llevó a crear su API.
—Puedes inventarte cualquier otra cosa, ¿me oyes? No tienen cómo
comprobarlo.
Niego de nuevo con la cabeza en silencio, ante lo que Tristán se gira hacia mí,
toma mi rostro entre sus manos y hace que le mire.
—Te pueden hacer mucho daño, Carlota, por favor.
Nunca le había visto tan preocupado. Y sé que es porque tiene razón: pueden
hacerme daño, y lo más probable es que lo intenten. Quizá no el jurado, quizá no
mis compañeros finalistas, pero sí los medios que han acudido invitados a la
última fase para ver en primera persona quién gana y sacar la noticia a nivel
europeo, televisándola. Tal vez sí las personas que se esconden tras nicks
anónimos en redes, en cuanto se hagan eco de lo que me pasó. A lo mejor
quienes esparcieron mis fotos siendo menor. Puede que esas fotos incluso salgan
de nuevo a la luz.
Y sin embargo, cuando oigo mi nombre, tengo muy claro qué hacer.
Clavo el tacón en el suelo, me levanto y me dirijo hacia la tarima sin mirar
atrás.
He venido a cambiar las reglas del juego.
—Supe que quería estudiar ciberseguridad el día en que esparcieron mis fotos
por primera vez.
El salón de actos se sume en un silencio sepulcral, y durante un rato cuento mi
historia. La misma historia desgarradora, complicada y horrible que le conté a
Tristán. La historia que me rompió. Y cuando la he sacado toda fuera delante del
salón de actos y de todas las personas que haya tras los televisores, continúo:
—Cuando se lo conté a mi mejor amiga, ella me dijo: «Ojalá pudiera borrar lo
que te pasó». Y entonces lo supe: tenía que encontrar el modo de hacerlo,
aunque para mí fuera tarde, porque había otras personas que podían evitar años
de dolor y culpabilidad.
»Lo mío ya hacía tiempo que había pasado y prácticamente todo el mundo lo
había olvidado, por lo que lo más sencillo habría sido permanecer en silencio,
buscar un proyecto fácil, entretenerme y mirar a otro lado. Coger la vía fácil.
Pero no dejaba de ver cómo en las noticias, día tras día, había niñas que estaban
viviendo lo mismo que yo pasé. Niñas inocentes que se sentían responsables.
Niñas que creían que su vida se acababa allí. Niñas que decidían acabar con sus
vidas. Niñas a las que extorsionaban. Familias destruidas y mucho más daño del
que cualquier persona debería soportar.
»Por ello presento hoy aquí esta API. Porque, sencillamente, lo viví en primera
persona. Y como lo viví, sé cuánto duele que te destruyan la vida y cuánto cuesta
recuperarla y volver a quererte por un solo error.
»También sé lo arriesgado que ha sido subir hoy aquí, pero el riesgo merece la
pena si hay una posibilidad, aunque sea una diminuta, de que la última sea yo.
»Muchas gracias por su atención.
Tan pronto como dejo el micrófono sobre el soporte, aparto la mirada del
público, aguanto la respiración, contengo las lágrimas con un nudo en la
garganta y me bajo escuchando únicamente el sonido de mis tacones en el salón
de actos. Nadie se atreve a aplaudir como han hecho con mis anteriores
compañeros, nadie se atreve a alzar la voz, y eso me destruye aún más que todo
lo que he dicho.
Pero justo cuando estoy a punto de romperme y caer, Tristán sale a mi
encuentro en medio del pasillo para recibirme con un abrazo que sostiene las
ruinas que quedan de mí. Y solo entonces, cuando caigo entre sus brazos, me
permito empezar a temblar y susurro:
—Por favor, sácame de aquí.

***
Estoy apoyada en la pared del pasillo mirando hacia el techo y asintiendo a
todo lo que me dice Tristán: que la culpa no fue mía, que lo he hecho bien, que
soy una valiente y un largo etcétera. Con todo, yo ahora mismo solo puedo
pensar en una cosa: me he abierto en canal. He contado mi secreto.
Y no va a salir bien.
Sé cómo me han mirado los jueces, los compañeros, sus tutores, el personal del
hotel, los medios. Conozco esa mirada. Reza «La culpa sí fue tuya» y va cargada
de condescendencia, repugnancia, decepción, incomprensión. Pero yo seguía
hablando, seguía abriéndome, seguía compartiendo mi historia con el continente
entero.
Cuando entramos de nuevo en el salón de actos es porque un trabajador del
hotel nos ha venido a buscar. Aunque yo soy la candidata, a mí no me ha mirado;
se ha dirigido a Tristán.
—¿Estás segura de que quieres ir? —me pregunta—. Podemos irnos.
Yo cierro los ojos, dejo ir las dos últimas lágrimas, me las seco y asiento
dándole la mano.
—Vamos.
Nada más entramos, el jurado llama a una sala aledaña a nuestros tutores. Eso
me descoloca; no esperaba tener que alejarme de mi único pilar aquí.
En un primer momento, Tristán no me suelta. Se gira hacia mí y hacia el salón
de actos entero y niega con la cabeza.
—No pienso dejarte sola.
Pero aunque yo también desearía que se quedara, no quiero que llamemos más
la atención, por lo que le doy un beso rápido en los labios, le suelto y entono:
—Sí vas a hacerlo. Y después vamos a acabar con esto.
Él suspira, asiente y me devuelve el beso con algo más de profundidad. Antes
de irse, sin embargo, susurra en mi oído:
—Tú ya has ganado, Carlota. No lo olvides.
—No lo haré.

***

Llevo cerca de media hora sentada en una esquina del salón de actos hablando
con Inés, y estoy empezando a impacientarme. Le he pedido que me cuente
novedades para distraerme, pero no las hay. Javi y ella siguen sin hablarse y,
según mi amiga, en la universidad todo es un rollo sin nosotros dos.
Inés: Tú q tal, tronqui?

Estaba a punto de adelantarle la noticia que ocupará los titulares de los


próximos días cuando la puerta por donde se han ido Tristán y los demás se abre
con estruendo y sale él más cabreado de lo que le he visto en toda mi vida, por lo
que le pido perdón mentalmente a Inés (tendrá que enterarse por la tele), guardo
el móvil en mi maletín y presto atención a lo que está pasando mientras
agradezco que los camarógrafos no estén delante.
—¡Señor Acosta, por favor! —vocifera uno de los jueces, el que una vez se
levantó a tirar un papel mientras yo exponía.
—No tienen ni puta idea de nada. —Se gira y le espeta directamente en la cara.
El juez da un paso atrás. Junto a ellos, la jueza que tanto bien me ha transmitido
permanece a una distancia prudencial con una expresión indescifrable—. Esto no
quedará así.
—¡Señor Acosta! —repite—. Sea razonable…
—¿Quiere que sea razonable? —Suelta una risa sarcástica y se cruza de brazos
—. ¿O quiere que me calle la boca cuando se está discriminando a mi alumna
por su situación personal? ¡Por favor, no sea ridículo! Es completamente
lamentable que pretenda que alguien se crea que un nuevo entorno de
programación que hace aguas por todas partes es mejor que su API.
—La API de la señorita Zambrano… —empieza otro, pero Tristán se gira
hacia él y espeta:
—La API de la señorita Zambrano le da tres millones de vueltas a cualquier
proyecto que les hayan presentado en cualquiera de las ediciones de esta mierda
de convención, y lo saben perfectamente. Tiene unos fundamentos firmes, una
ejecución impecable y una motivación perfectamente válida. Pero les da miedo
reconocer que son unos paletos misóginos que ni siquiera la escucharon el
primer día cuando se subió a la tarima, igual que les da miedo reconocer que no
le dan el premio porque ustedes también creen que tuvo la culpa.
»Solo espero —se gira hacia todo el salón de actos, hablando en general. A mí
se me corta la respiración— que a ninguna de sus hijas, amigas o familiares les
suceda lo que le sucedió a ella. Porque entonces, señores, entonces desearán
haberle concedido el premio al mejor proyecto que les han presentado, créanme.
»Y ahora, si son tan amables, váyanse a la mierda.
Se acerca hacia mí, coge el maletín, me da la mano, me mira y, cuando
estamos junto a la puerta, entona:
—Estos gilipollas sí que le tienen miedo al éxito.
Abandonamos el lugar sin mirar atrás.
HASTA QUE ME QUEDE SIN VOZ
«Hasta que amaneciera» – Funambulista

E stamos a punto de entrar en el ascensor para volver a nuestra habitación


cuando una voz ahogada a nuestras espaldas nos sobresalta.
—¡Carlota, un momento! —dice en un español perfecto mientras retoma la
respiración.
Cuando me giro, me encuentro con la jueza de la sonrisa simpática y me quedo
bloqueada un segundo. Al siguiente, respondo:
—¿Qué quiere?
Me gustaría haber sido más amable con ella, teniendo en cuenta que aparte de
Tristán ha sido la única que no me ha hecho sentir como si fuera un despojo de
la sociedad, pero no soy capaz. Ahora mismo estoy por los suelos.
Ella, a pesar de mi tono, sonríe y responde:
—En primer lugar, que me tuteéis. Me llamo Aurora. Aurora Balde.
Encantada. —Me tiende la mano. Yo dudo unos segundos, pero se la estrecho
insegura—. En segundo, ¿tenéis tiempo para un café esta tarde? Ahora tengo que
volver a la convención, pero me gustaría proponeros algo.
—No lo sé, yo… Estábamos pensando en irnos a…
Cuando estaba a punto de escabullirme como buena cobarde que no tiene
tiempo ni ganas para más movidas, Tristán me pone una mano en el hombro y
me interrumpe:
—Sí, lo tenemos.
Me giro hacia él. No entiendo nada. ¿Por qué hace esto de repente si hace unos
minutos estaba echándoles la bronca a los jueces y gritándole a todo el mundo
delante de los medios por mí?
—Genial. —Sonríe—. ¿A las cinco en la cafetería del hotel?
—Estupendo —entona.
No me queda más remedio que apretar los labios y asentir.
Nos damos media vuelta y, ahora sí, entramos en el ascensor.

***

—Tristán —entono al llegar a la habitación con mucho cabreo contenido. Él


cierra la puerta, me mira y parpadea—, te quiero, confío en ti y por eso no he
dicho nada mientras marcabas territorio descaradamente ahí abajo con la jueza,
pero sería todo un detalle que me dijeras qué coño acaba de pasar y por qué yo
no he tenido ni voz ni voto cuando claramente me estaba hablando a mí. —
Enarco una ceja.
Antes de responder, lleva sus manos a mi cintura, pero hace un cuarto de hora
que me siento tremendamente idiota, y las palabras siguen agolpándose dentro
de mí, por lo que antes de que diga nada, le pongo el índice sobre los labios y
añado:
—Sé responder por mí misma, y creo que lo he demostrado varias veces. No
me cuadra que te marques ese discurso delante de los medios y después ni
siquiera me dejes decidir si quiero o no quiero tomarme un café con alguien que
ha decidido que mi proyecto no es lo suficientemente válid…
—Cariño —interrumpe en un tono extrañamente conciliador. Y ante eso,
sumado a la caricia que sube de mi cintura a mi cuello cuando lo dice, no me
queda más remedio que mirarle a los ojos y callarme… un poco. Luego seguiré.
—Qué —digo. Él sonríe con dulzura.
—Tienes toda la razón del mundo. Sé que sabes responder por ti misma y por
supuesto que puedes decidir si quieres o no quieres tomarte ese café con ella. Por
mí como si lo pides para llevar y se lo tiras en el traje de Armani a los otros
gilipollas del jurado, me trae sin cuidado. Pero antes de que decidas si la
dejamos plantada o no, respóndeme a una cosa, ¿quieres? —Asiento a
regañadientes.
»¿Sabes quién es esa mujer?
Parpadeo un par de veces. Él baja la mano que tenía en mi cuello hasta la parte
central de mi espalda y me abraza. Y yo me rindo y rodeo su cintura con las
manos. Un instante más tarde niego con la cabeza. Y él, sonriendo un poco más,
entona:
—Bien. Es el motivo por el que he «marcado territorio» antes de que dijeras
algo de lo que arrepentirte. —Me besa la frente y me mira. Yo frunzo el ceño—.
Esa mujer es la directora de Skysoft. Si alguien puede conseguir que las
aplicaciones de mensajería integren tu API, es ella.
Me aparto de él.
Ahora mismo no sé si reírme, cabrearme o comerle la boca, de modo que me
alejo, doy un par de pasos por la habitación, suspiro, me giro hacia Tristán,
vuelvo a su lado y, justo cuando veo su sonrisa confiada, me doy cuenta de algo
y frunzo el ceño.
—Lo has sabido todo este tiempo, ¿verdad?
Aprieta los labios y aparta la mirada. Yo le coloco una mano bajo el mentón y
lo dirijo hacia mí, alzando una ceja inquisidora cuando le obligo a mirarme.
—Habla, cobarde —espeto, y aunque la situación y sus hoyuelos hundidos me
empiezan a divertir, me mantengo firme.
—Tengo derecho a permanecer en silencio y a un abogado —replica.
—No, no lo tienes. —Me acerco a sus labios—. Esto no es el código civil. Es
el código Carlota. Habla.
Entonces descubro que mis intenciones de sonar intimidante me están saliendo
tremendamente mal. Sobre todo, cuando las yemas de sus dedos se clavan en mi
vestido, empiezan a bajar y me besa suavemente la mejilla.
—Un respeto, señorita Zambrano… Está usted hablando con su profesor —
susurra en mi oído.
Trago saliva.
—Mi profesor ha considerado que estaba bien ocultarme información canónica
otra vez —respondo con un hilo de voz, aunque en esta ocasión sé que no estoy
alterada por él. ¿Que lo suyo me ha descolocado? Sí. ¿Que probablemente he
pagado mi frustración de la última fase con él? También. Pero esta vez no es
como las otras. Sé que está conmigo y que lo hace por mí.
Y él, por cómo sonríe, lo sabe. Me tiene caladísima.
—Tal vez su profesor no quería que se sintiera coartada y prefería que actuara
libremente, como ha podido hacer hasta ahora.
Vale. No me puedo hacer más la dura. Si llego a saber que Aurora era la
delegada de ese empresón, jamás habría hablado con esa ligereza ni me habría
enfrentado a los neandertales que se atrevieron a reírse de mí.
Pero soy madrileña y del Atleti. Tirar la toalla en esta discusión absurda no es
una opción.
—Habría sido todo un puntazo no responderle como si la odiara… —Bufo por
lo bajini. Él se ríe—. Por Dios, no he podido ser más borde.
—Dios no existe, Zambrano, sea…
Tomo aire hondo y le cierro la boca poniéndole la mano delante.
—Vas tener que hacer algo más que hablarme de usted y decirme que Dios no
existe para que te perdone —susurro. Él me guiña el ojo y, colocándome las
manos en las nalgas, me aprieta contra su cuerpo.
—Muy bien, pequeña. Pide por esa boquita.
No puedo mentir: se me pasan por la cabeza cincuenta millones de alternativas,
todas ellas más picantes que la anterior. Pero cuando Tristán me mira y veo de
nuevo el orgullo que me ha dedicado durante toda la convención, cierro los ojos,
tomo aire hondo y, sin poder esconder lo agradecida que estoy en el fondo,
susurro:
—Bésame hasta que me quede sin voz.
EL BOTELLÍN DEL CAOS
«Dopamina» – Veintiuno

T
—¿¡ ía!? —exclama Inés, pegadísima a su botellín. Tristán la mira y sonríe.
Está alucinando con la propuesta—. ¿Es broma?
—No lo es. —Sonrío radiante—. ¿Qué me dices?
—¿Que qué te digo? ¡Por Dios! —Se levanta, se apoya en la mesa y se inclina
hacia mí—. ¿Me estás diciendo en serio que vas a desarrollar la API y que
quieres contar conmigo para ello?
—Está diciéndote exactamente eso. —Tristán se lleva el botellín a la boca con
gracia y me guiña un ojo. Yo le sonrío en respuesta.
—Aurora nos propuso desarrollar la API y pasar a formar parte de la plantilla,
pero con cómo está el sector es difícil encontrar a expertos en ciberseguridad,
por ello la condición es que yo cree el equipo.
—¿Estás de coña? ¡Tronca! —grita, se levanta y da un par de vueltas en el sitio
—. Joder, esto es muy fuerte, Ce. ¡Muy fuerte! —Se gira y, asintiendo, añade—:
Escúchame: por supuesto que sí. ¡Cuenta conmigo! No hay nada, ¿me oyes?, nada
que pueda hacer que me baje de este proyecto. ¡Bua! —Deja el botellín en la
mesa con estruendo y nos abraza a Tristán y a mí, que intercambiamos una
mirada cómplice y tomamos aire con alivio—. ¡Qué flipe! Vamos a ser el mejor
equipo del mundo, los tres. —Sonríe, se muerde el labio con emoción y se
separa sin dejar de mirarme con esos ojitos ilusionados.
Es cuando ve la expresión de culpabilidad que le estoy dedicando.
—Uy. ¿Qué pasa?
—Sobre eso último, Inés… —entona Tristán. Yo le doy la mano con fuerza
por debajo de la mesa.
Inés pierde la sonrisa.
—¿Tú no vas a trabajar con nosotras? —Le mira.
—¿Qué? —Frunce el ceño—. ¡Claro que sí! No era eso lo que iba a…
—Inés, cariño —interrumpo. Esta guerra es mía—. En el equipo somos cuatro.
Justo en ese momento se abre la puerta de La Dolores, entra el rubio más
guapo de Madrid, se pide un botellín guiñándole el ojo a la camarera y, bajo
nuestra atenta mirada, entona:
—¿Qué pasa, Inés Juanita? ¿Ya te han dado la buena noticia?
Inés mira a Javi.
Mira a Tristán.
Me mira a mí.
Y entona:
—No me puto jodas.
EPÍLOGO
«Mi pequeño Chernóbil» – Leiva

E s el último día del curso. Tristán nos ha ido llamando uno a uno a su
despacho para hablar sobre las notas. Ya todos mis compañeros la tienen.
Yo, como siempre, soy la última. Pero pese a que mis compañeros podrían
haberse ido, la gente sigue aquí, hablando sobre cómo de exasperantes y
agotadores han sido estos años, pero también sobre lo bonitos que han sido y
todo lo que nos han traído.
Hay quienes se quedan en la universidad. Los Anonymous, por ejemplo,
quieren seguir estudiando; Rober también, él va a hacer el máster de
profesorado, y yo creo que va a ser un gran profesor; otros, como nosotros o Ali,
que se va a abrir un departamento de ciberseguridad a la empresa de su hermana,
nos incorporamos ya al mercado laboral. Pero todos nos hemos hecho la
promesa de no dejar de vernos.
Una promesa que, naturalmente, no vamos a cumplir.
Cuando entra el penúltimo alumno en el aula, Tristán se asoma al marco y se
apoya en él con el antebrazo. Luego me clava la mirada, y no sé cómo sentirme.
Por una parte, estoy más salida que el canto de una mesa cuando veo cómo me
observa, con esa ceja enarcada y esa media sonrisa. Pero, por la otra, me inunda
la melancolía al saber que todo esto se acaba aquí. Que ya no vamos a volver a
vernos en la universidad. Que ninguno de los dos vamos a volver a pisar la
Politécnica.
De todos modos, me atuso el vestido blanco y me levanto hacia él cuando dice:
—Zambrano, a mi despacho…
El «Uuuh» de la clase levanta algunas risitas, pero son todavía más las que
levanta Javi cuando dice:
—Bueno, gente, todos a la cantina. No tiene sentido esperar tres horas aquí.
—Qué optimista, Mateos. —Tristán le guiña un ojo. Cuando lo hace, yo ya
estoy a su lado y le doy la mano, que él estrecha. El resto de nuestros
compañeros empiezan a salir deseándole a Tristán un buen verano, aunque en un
rato vamos a ver a la mayoría en el Dime que me quieres.
Cinco minutos más tarde, cierra la puerta del aula por última vez.

***

—Bueno… —susurra al tiempo que cierra el despacho con pestillo. Casi creo
que puedo oír cómo las mariposas de mi estómago chillan internamente
conmigo.
—Bueeeno… —respondo yo, apoyándome sobre su escritorio y cruzando una
cuña blanca por encima de la otra.
—¿Quieres tu nota?
—Evidentemente —me río.
Él se acerca a mí, me sienta en el escritorio, me abre las piernas y se acomoda
en medio con esos vaqueros claros que le quedan demasiado bien. Y yo voy a
reñirle, pero después, según me da un besazo en la boca, estira el brazo
sobrepasando mi espalda y me entrega el cuaderno de notas con mi nombre
señalado.
—Enhorabuena, preciosa.
Le miro con los ojos muy abiertos.
—¿Es coña?
—Pero si estaba cantado —se ríe. Yo no puedo dejar de parpadear y mirar el
cuaderno.
—¿De verdad soy primera de mi promoción?
—Para sorpresa de nadie. —Pone los ojos en blanco—. Espero que estés
despampanante en la graduación. Te llevo visualizando desde que saqué las
notas con un vestidazo negro. Uno fácil de quitar, por favor.
Y chillo. Chillo muchísimo. Chillo un montón. Esta vez, externamente.
Solo cuando he terminado le atraigo hacia mí, cojo sus mejillas entre mis
manos y le beso. Estos meses no han sido fáciles. He recibido cientos de
llamadas, broncas de mi familia y mensajes por redes de todo tipo, buenos y
malos, que han agotado mi batería social y han requerido de un esfuerzo
inmenso por mi parte y la de la psicóloga que me ha acompañado, pero ahora
todo eso ha pasado y me siento espectacular.
—Y lo he hecho sin tirarme a mi profe en su despacho —susurro irónica,
sonrío con autosuficiencia y me relamo el labio inferior, enganchándole el borde
del vaquero.
—Tranquila, Zambrano, eso aún podemos arreglarlo… —Enarca una ceja y
lleva sus manos a mis piernas, empezando a descolocarme el vestido.
—¿Qué me está proponiendo, Acosta…?
—A ver… —Respira con profundidad, después me besa la mandíbula y me
sube un poco más el vestido—. Es el último día que voy a ser su profesor. Y no
sé si recuerda que hace unos meses me comentó algo de empotrarla en el
despacho…
No le dejo terminar. Coloco mis labios sobre su oído y susurro:
—No sé por qué llevo aún el vestido puesto, pero desnúdame de una vez.
Tristán me mira un segundo. Uno solo.
El siguiente se arranca la camiseta, me baja del escritorio y me da la vuelta,
apoyando mi pecho en él y bajándome las bragas.
—¿Zambrano? —entona, agachándose y abriéndome los labios con dos dedos.
—¿Sí? —Le sonrío coqueta. Él me acaricia la cintura y sonríe.
—Empiece a recitar la Teoría de Causalidad —dice cuando emerge—. No
tengo toda la tarde.
Yo me apoyo sobre el escritorio notando cómo me tiemblan las piernas, y no
me puede gustar más.
—Las causas han de preceder siempre a su efecto… Y necesito mi maletín.
—Hay condones en mi cartera. La tienes delante.
—Gracias a Dios.
—Sea pragmática, Zambrano, Dios… —se ríe.
Pero esta vez voy a ser yo quien acabe la frase.
Me giro, le tumbo en el suelo colocando una de mis manos entre sus mechones
y la otra en su pecho, ya con el condón entre los dedos, y entonces me siento a
horcajadas sobre él y susurro:
—Dios existe, cariño. Y le tengo debajo.
—Disiento. —Me gira con agilidad, y ahora es él quien me apoya a mí en el
suelo y hunde los labios en el lóbulo de mi oreja—. Yo la tengo debajo.
Sonrío cuando me mordisquea suavemente.
—Hazme el amor de una vez.
—Será un placer.

¿Fin?
AGRADECIMIENTOS

A doro agradecer. Me paso el día dando las gracias. Soy de esas personas a las
que les acabas diciendo: «Silvia, ya», porque, de verdad, puedo llegar a
dártelas tres veces en el mismo correo electrónico o en una conversación de
ascensor si pulsas por mí el piso. Daría las gracias hasta en la Declaración de la
Renta (de acuerdo, quizá no tanto). Pero, por otra parte, pienso que nunca
agradezco suficiente.
Tal vez se deba a que tengo tantas personas por las que estar agradecida que sé
que es altamente probable que me deje alguna.
Por eso, en esta ocasión me voy a permitir la licencia de generalizar un poco y
solo resaltar el nombre de aquellas personas que han estado, en el sentido más
tangible de la palabra, junto a mí para que Reiniciar el amor fuera una realidad.
A Alex, mi marido. Empiezo por ti porque contigo empezó esta historia. El día
que se me ocurrió la idea de Tristán y Carlota iba en el coche contigo. Aún ni
siquiera estábamos casados, y no sabía cuánto aportarías para que este libro viera
la luz. Has confiado en mí desde el primer momento, me has traído más vasos de
agua de los que podía beber y gracias a ti tengo más anécdotas románticas
ridículas de las que jamás podré meter en cualquier libro. Pero, más allá de eso,
somos un equipo, siempre lo hemos sido, y eso me facilita la vida.
A Marcos, mi hijo. Vida mía, no podrás leer estos libros hasta que seas muy
mayor (y, para entonces, a lo mejor te da no sé qué leerlos, lo entiendo. Tú lee
mucho, pero siempre lo que te llame, no porque lo escriba mamá). Aun así,
debes saber que, además del gran amor de mi vida, eres mi suerte y mi razón
para esforzarme cada día más. Supe que esta historia se publicaría al poco de tu
nacimiento; estaba contigo en la habitación, tú dormías a mi lado cuando recibí
la noticia. Y ahora escribo estos agradecimientos contigo en brazos, también
dormido, calmado y feliz. Y no puedo sentirme más afortunada.
A Silvia, mi madre. Tú me diste alas y me las sigues dando. Conciliar sin ti
sería un espejismo, y sabes lo agradecida que estoy cada día por todo lo que
haces por nosotros. Y por nuestro Atleti. Y por nuestro Partido a Partido. Y por
nuestro Leiva. Y por todos los recovecos de Madrid que me has descubierto. Y
por todos los libros que me leíste de pequeña. Ojalá poder darte la mitad de la
mitad de todo lo que me das, porque mi vida se nutre en parte de tus
aprendizajes, y mis libros salen de esa vida que tú un día me regalaste y regaste
con libros, canciones y muchas más ilusiones de las que caben en este párrafo.
A todas mis amigas. Las que tengo cerca y las que están tras la pantalla. Pero
especialmente a Mia, mi catalana favorita. La Inés de mi Carlota. Siempre
recordaré las noches mostrándonos fragmentos de libros, la vocación
compartida, las videollamadas con el «modo maruja» activado hablando de
sueños por cumplir y toda la emoción compartiendo buenas noticias según los
vamos cumpliendo una al lado de la otra.
A Cristina, mi editora de La Esfera, por confiar en mí y hacer brillar este
manuscrito a mi lado. El día que intercambiamos los primeros correos grité de
ilusión, tras la primera llamada me convencí de que haríamos un gran tándem, y
trabajar contigo en el manuscrito lo ha corroborado y es de lo mejor que he
vivido en mi viaje literario. Este libro no sería lo que es sin ti. Y, por extensión,
a todo el equipo que has orquestado: diseño, comunicación, maquetación,
corrección..., son muchas las personas involucradas en hacer un libro. Gracias
también a todas y cada una de ellas.
A Isabel, mi agente, por creer en esta historia cuando intenté venderla en un
solo tuit, y por todo el proceso para verla publicada, desde las primeras mejoras
que me propusiste hasta acabar encontrándole un hogar. Aún estoy asimilando
haber empezado a recorrer este camino tan bien acompañada. Y, como
comentaba con la editorial, lo mismo con la agencia: por extensión, a todas las
personas del equipo que han puesto su granito de arena y han logrado que me
sintiera como en casa.
A todas las compañeras de vocación que os habéis alegrado e interactuado por
y con cada avance cuando todo esto aún era solo un hashtag más,
#ProyectoChispas, en redes sociales. A las reseñadoras, que dan voz a los libros.
Y a las lectoras, que les dais vida. Publicar no tendría sentido sin vosotras. Sois
muchas, pero estaré encantada de recordároslo según vayamos hablando.
Gracias en mayúscula, negrita, cursiva, subrayado y brilli brilli. Ahora este
libro también es vuestro.

También podría gustarte