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Corría el año de 1995 cuando un paro cardiaco terminó con la vida de Edmundo O’Gorman. Ese mismo día,
Miguel León-Portilla recibió del Senado de la República la medalla Belisario Domínguez. En los años
anteriores ambos habían entablado una polémica que, para los acordes habituales de la academia, había
resultado altisonante, por lo que la coincidencia de acontecimientos en aquel 28 de septiembre no deja de ser
una ironía. En todo caso, en los argumentos de esa disputa se jugaba no sólo la interpretación del llamado
significación histórica que se le asignaba al continente que, por lo pronto, hemos de llamar América. No era
Complutense de Madrid, que en esos años llevaba el nombre de la coyuntura: Quinto centenario, O‘Gorman
embate contra la interpretación de “Encuentro de dos mundos” impulsada por el Dr. León-Portilla. Ahí afirma
que toda esa construcción mantenía en su base la fútil idea que, “[…] desde el fondo de la eternidad [dos
mundos] yacían en espera de que un oscuro navegante los relacionara en un encuentro de duración no
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menos eterna, y todo ello sin saber lo que hacía, es decir, como el burro que tocó la flauta”. La sola
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México asumiría como estandarte. La idea de “encuentro”, aparejada con la imagen del mestizaje no sólo
biológico sino cultural, ganó en el terreno político e ideológico una preeminencia que, después de
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veinticinco años, sólo parcialmente se ha ido desarraigando.
Para los años ochenta, O’Gorman había dedicado buena parte de su vida y de sus estudios a
contravenir el absurdo que subyace a la idea del Descubrimiento: el esencialismo. Es decir, aquella idea que
concibe a América como “[…] ente dotado desde y para siempre, para todos y en todo lugar, de un ser
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predeterminado e inalterable”. La fatalidad de semejante noción implicaba concebir a la historia como el
resultado de designios inmanentes a las cosas, frente a las cuales los humanos quedaban reducidos a la
obediencia, en tanto sus decisiones y acciones no repercutían en la construcción del ser y el sentido de las
cosas.
Por su parte, Miguel León-Portilla, veinte años más joven que O’Gorman, había trazado una veta de
estudios que centraban su interés en el punto de vista indígena; en su filosofía, sus testimonios sobre la
conquista, sus lenguas, y en su sabiduría. Esta voluntad de rescate lo había llevado a cuestionar los extremos
interpretativos que, por un lado, denunciaban los procesos de conquista y colonización en su versión más
depredadora y quienes, por el otro, exaltaban a los conquistadores como héroes. Dentro de la respuesta a la
convocatoria hecha desde España para los festejos del Quinto Centenario, propuso la idea de “Encuentro” con
una doble intención: la primera era dejar de proyectar la historia desde un punto de vista europeo-
eurocentrista y, la segunda, era proponer “[…] una perspectiva que tomara en cuenta a todos los
participantes en el proceso”: gentes del Viejo Mundo (europeos, africanos y asiáticos) y a los indígenas
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americanos. Para soslayar la relación entre un descubridor y un descubierto, se acordó lanzar la idea de
encuentro entendido como “[…] acto de coincidir en un punto dos o más cosas o personas en un mismo
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lugar, por lo común chocando unos con otros”. Y a pesar de que la definición del diccionario recalcaba la
idea de choque o confrontación, la propuesta estatal decidió apostar a las acepciones de acercamiento,
reunión, convergencia y fusión. Esta imagen resultaba ideal para presentar una voz unificada en la historia
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nacional que seguía situando al mestizaje en el centro de la configuración nacional.
No está de más recordar, que si bien la propuesta de “Encuentro” no ha dejado de recibir duras críticas
de quienes se oponen a todo intento por borrar las violencias físicas y morales que desató el proceso de
conquista, cuando la idea fue presentada por primera vez en la reunión de Comisiones conmemorativas
latinoamericanas, que tuvo lugar en Santo Domingo el 9 de julio de 1984, la reacción interpretó la propuesta
como “[…] un intento de negar a España y a Colón la gloria del descubrimiento. Tanta fue su indignación,
que solicitaron se hiciera al día siguiente una ofrenda floral y una guardia ante el monumento a don
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Cristóbal”.
Más allá del cariz sedicioso o no de la propuesta, hemos de recuperar que la coyuntura fue propicia no
sólo para el debate académico sino para la emergencia de toda índole de cuestionamientos al arraigado
etnocentrismo y a las relaciones de poder de matriz colonial que se mantenían, hacia el final del segundo
siglo de vida independiente, en los países de América Latina. Dichas vetas serían altamente fructíferas, desde
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propuestas como el “Encubrimiento del otro” de Enrique Dussel, hasta las críticas del giro decolonial y las
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discusiones del grupo modernidad/colonialidad. Tampoco se pueden dejar de lado los cuestionamientos a
las producciones historiográficas sobre la conquista hechas desde las academias norteamericanas. Intelectuales
como Guy Rozatn han emprendido una crítica a esas historias extranjeras de la Conquista que la vuelven una
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“novela de supermercado” y también han reprochado los efectos de las interpretaciones canónicas y
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nacionalistas. Sin embargo, aquí me propongo recuperar, en específico, la propuesta O’Gormaniana que, en
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su lucha contra el esencialismo, no sólo nos enseñó a dudar de todo aquel hecho histórico presentado como
inevitable, sino que nos legó una tarea ineludible a quienes nos seguimos preguntando por el ser de América,
no sólo en cuanto a lo que ha sido sino a la responsabilidad de construir una América para el futuro.
La América inventada
Dudar. Edmundo O’Gorman dudó de una expresión que se había convertido en axioma: Cristóbal Colón
descubrió América. ¿Quién podría dudarlo? Para el año 1992, en la escuela primaria, cada lunes
iluminábamos una página del libro El descubrimiento de América, en el que Colón aparecía siempre con un
aire de dignidad difícil de imaginar para alguien que llevaba tres meses surcando el mar océano en medio de
la desesperanza y de las pugnas entre la tripulación. Las ambiciones celebratorias de España habían propuesto
llevar a cabo la “Gran Fiesta”, iniciando sus preparativos por lo menos diez años antes de la fecha. En un
“iberoamericanos” para crear comisiones nacionales conmemorativas. Pero don Miguel León-Portilla no fue
colombiana, fue reemplazado en 1990 por designio del gobierno de Gaviria. Desde entonces, Arciniegas se
dedicó a acusar al gobierno de ceder a las presiones y de seguir el guion trazado desde Madrid. Pero si bien,
hubo desacuerdos y varias voces se levantaron, para cuestionar el tono de la celebración o los términos en los
que se estaba planteando, nadie parecía recuperar la duda del hecho en sí que O’Gorman había plasmado
El camino de O’Gorman para desmontar esa idea, reiterada durante siglos, quedó vertida en dos obras
publicada en 1958 y traducida al inglés en 1961. En ellas se propone determinar la procedencia de esa idea y,
para ello, recupera los vericuetos que una interpretación anónima y popular tomó para convertirse en tesis
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historiográfica. Don Edmundo parte del escepticismo general con el que fueron recibidas las noticias de
Colón para dar cuenta de cómo esta sospecha inicial desató un proceso en el que se acabó por dotar con un
ser “americano” a las tierras halladas en los viajes de exploración. La nueva imagen del mundo fue entonces
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producto de las sucesivas crisis a las que se sometieron las certezas vigentes y que culminaron hacia 1507
entonces se formuló que el mundo, que tradicionalmente había sido concebido en tres partes, tenía un cuarto
componente: una inmensa masa de tierra a la cual se le denominaba América y que, a diferencia de las otras
La nueva concepción del ser de América, producto de un proceso explicativo amplio y complejo, abría
un nuevo debate: por un lado, era equiparable a las tres partes restantes, pero al mismo tiempo ofrecía las
más extrañas novedades. En ese dilema se encontró Francisco López de Gómara hacia 1552 cuando escribía la
La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la Encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de Indias;
y así las llaman Nuevo Mundo. Y no tanto le dicen nuevo por ser nuevamente hallado, cuanto por ser grandísimo y casi tan grande
como el viejo, que contiene a Europa, África y Asia. También se puede llamar nuevo por ser todas sus cosas diferentísimas de las
del nuestro. Los animales en general, aunque son pocos en especie, son de otra manera; los peces del agua, las aves del aire, los
árboles, frutas, hierbas y grano de la tierra, que no es pequeña consideración del Criador, siendo los elementos una misma cosa
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como vienen de Adán. Mas no tienen letras, ni moneda, ni bestias de carga; cosas principalísimas para la policía y vivienda del
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hombre; que ir desnudos, siendo la tierra caliente y falta de lana y lino, no es novedad.
¿En qué radicaba su novedad siendo los elementos una misma cosa allá y acá? Tan notables las
semejanzas como las divergencias, en la vacilación de Gómara, se hacía evidente que faltaba determinar si se
trataba de dos mundos distintos. Para O’Gorman los intentos por dar una respuesta a esta disyuntiva se
cifraron en discusiones riquísimas que comenzaron con Gonzalo Fernández de Oviedo, alcanzaron
profundidad filosófica con José de Acosta y que encontraron su salida política en la discusión de Bartolomé
de las Casas con Ginés de Sepúlveda. A las obras de todos los mencionados, O ‘Gorman les escribió
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prólogos, actualizando el sentido de las discusiones ahí vertidas, y al mismo tiempo impulsando una
revolución historiográfica que propugnaba por revisitar las fuentes, no para exprimirles los datos, sino para
mostrar la complejidad del conflicto que vivieron aquellos quienes se enfrentaron a la dura tarea de
Así por ejemplo, presenta a Gonzalo Fernández de Oviedo, no como esforzado colonizador y
funcionario español en Indias, tampoco como egregio escritor ni como el reprochable enemigo del padre Las
Casas, sino como un hombre atravesado de contradicciones “[…] tan de espada como de pluma, soldado,
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letrado y burócrata, sumiso a la vez que señor de horca y cuchillo”. Oviedo nunca pudo, a pesar de sus
esfuerzos, dejar su devoción por las novelas de caballería; desde el erasmismo despreciaba los libros de
patrañas, pero no vaciló en convertir las acciones de Hernán Cortés en hazaña colmada de maravillas.
Renunció así a la especulación filosófica sobre la naturaleza de América para convertirse en recopilador de
noticias militares y administrativas. Y, a pesar de que O’Gorman le reclama que “[…] de filósofo de América
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se convierte en su cronista”, también le reconoce la primicia de la duda sobre la singularidad de América.
La singularidad de América
Para poder atender lo que de singular tenía América, O’Gorman recurre a su división como ente físico y
como ente moral. En el primer aspecto, sus especificidades no eran suficientes como para cuestionar la
unidad del mundo, pues “[…] pese a novedades y extrañezas naturales nunca oídas, el mundo americano
encontraba perfecto acomodo dentro del marco de las nociones que se tenían entonces acerca de la realidad
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universal”. Pero, como ente moral, el ser con el que fue dotada América implicaba una diferencia entre
aquello que ya estaba constituido (el Viejo Mundo), y aquello que estaba en trance de constituirse (el Nuevo
Mundo). En este sentido, América sólo existía en función de lo que podía llegar a ser: una nueva Europa.
Aquí alcanzamos el punto álgido de la discusión, pues el meollo de esa tesis, forjada en la tradición
europea, radica en la profunda convicción de que la cultura occidental es la única y verdadera posibilidad
histórica de la humanidad. O’Gorman no sólo sitúa en este contexto la invención de América hecha a finales
del siglo XV e inicios del XVI, sino que denuncia cómo el universalismo eurocéntrico, en conjunción con el
mesianismo, inventó América a su imagen y semejanza: un ser incompleto en la medida en que era apenas
una posibilidad.
..SI EL SER MORAL DE UNA PERSONA SE DEFINE EN FUNCIÓN DE LO QUE VA SIENDO EN SU VIDA… NO
SE PODRÍA AFIRMAR QUE SU HISTORIA LE SEA LEJANA, SINO POR EL CONTRARIO, LE ES CONSTITUTIVA.
SIN
EMBARGO, A LA AMÉRICA INVENTADA POR EUROPA SE LE NEGÓ, DESDE EL INICIO, SU PROPIA HISTORIA.
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“Un perro ontológico en barrio ajeno” —dice O ‘Gorman—. O lo que es lo mismo, un absurdo: “[…]
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un ente capaz por su índole de tener historia, es incapaz de tenerla por la condición de sus circunstancias”.
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En ese dislate, el ser de América dependía del trasplante de la civilización occidental a unas circunstancias que
no eran las suyas. Algo así como querer que “[…] un esquimal viviera la vida de los esquimales en la
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espesura de una selva tropical”.
A este dilema O’Gorman dedicará otra porción de sus preocupaciones y disquisiciones. Particularmente para
el caso novohispano, recuperará la originalidad del criollismo en tanto proceso mediante el cual se superó el
absurdo inicial y los americanos se apropiaron de sus circunstancias, reclamando para sí, la realidad
americana. El resultado, fue un proceso ontológico que, a través del barroco, forjó un mundo ideal, en el
cual, mediante el elogio desmedido y la apología de cuanto era americano, pudo otorgarles a sus
circunstancias un altísimo valor. Se inventó entonces un mundo a su propia semejanza, a la medida de sus
necesidades, empujado por una exigencia vital, transfiguró la paradoja e inventó una modalidad de hombre:
el criollo novohispano.
Hasta aquí la ruta planteada por O’Gorman para dar cuenta de que la singularidad y novedad de
América no pasó nunca por los habitantes indígenas del continente. Por ello, vale la pena traer a cuenta un
ajuste propuesto por Bolívar Echeverría, quien recupera a los indios, y no a los criollos, como los sujetos
barrocos por excelencia: invención espontánea de aquellos que sobrevivieron en las nuevas ciudades, que
practicaron un cristianismo no ortodoxo y lograron, “[…] no desaparecer o morir como americano y ser
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sustituido por la copia de un europeo sino para pasar a ser europeo sin dejar de ser americano”. Así, la
singularidad de América se desliza desde la apropiación criolla de la cultura europea, en función de las
circunstancias americanas, hacia una re-creación de esa cultura, y en particular del cristianismo, actualizado
bajo la devoción mariana. La crisis ontológica de identidad sería entonces compartida: los “[…] indios
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huérfanos de su mundo aniquilado y el proyecto reflejo de los españoles expulsados del suyo”, darían lugar
La crítica
Pero volviendo a la incompatibilidad de las tesis de O’Gorman y las de León-Portilla, expresadas en el marco
del Quinto Centenario, es necesario decir que, a pesar de la distancia que el primero marcó respecto a los
indios, su crítica a la noción de “encuentro” y “fusión de culturas” acusó de improbidad intelectual a quienes
mediante eufemismos ocultaban del devenir histórico iberoamericano tres siglos de enfrentamientos y
violencia. Advirtió además, que glorificar al mestizaje implica, queriéndolo o no, festejar las violencias y
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crueldades que lo produjeron en tanto éstas le son constitutivas.
En lo que respecta al principio de fusión, O’Gorman reclama la ambigüedad del término, pues lejos de
referirse a la unión de intereses o de los respectivos sistemas de ideas y creencias constituyendo un proyecto
común, lo que ocurrió fue el trasplante de la cultura europea, lo que requirió, “[…] como condición
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necesaria, el rechazo de las culturas indígenas en cuanto tales”. Esta anulación, que necesariamente impedía
el llamado mestizaje cultural, no sólo se había gestado y concretado a partir de la imposición del dominio
europeo en términos militares, políticos, económicos y religiosos, se había fraguado por medio de una
conquista filosófica: la “[…] reducción de la realidad natural y moral americana a términos del sistema de
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ideas y creencias de la cultura americana”.
En el análisis de este proceso, que trata en su “Estudio preliminar” a la Apologética historia sumaria de
Bartolomé de las Casas, O‘Gorman concluye que después de la querella con Ginés de Sepúlveda, la igualdad
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racional ontológica de los hombres, supuesto compartido por ambos, sucumbió ante un relativismo que se
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fundaba en una contradicción lógica: aceptar la igualdad, pero al mismo tiempo negarla en cuanto al
discernimiento ético. Así, al objetar la capacidad de los indígenas de discernir entre el bien y el mal, se
Corona. La contundencia de esta anulación alcanzaba para negarle a estos pueblos la capacidad de
autogobernarse y para erigir al pueblo español como el portavoz de la única cultura válida. La aniquilación
acometida por medio de esta “conquista filosófica” anulaba, de acuerdo con O’Gorman, la posibilidad de
plantear un encuentro o una fusión de culturas. E independiente de que esa conquista no haya logrado
efectivamente suprimir a las culturas indígenas ni a sus sistemas de pensamiento, la sola intencionalidad que
articulaba el proyecto colonizador impide proyectar imágenes armónicas como la de encuentro o fusión.
Consideraciones
Cuando O’Gorman arremete contra la noción de “Encuentro de dos mundos”, lo hace desde una idea de la
historia particular y a partir de las bases de un largo camino recorrido. Inicia con una insospechada duda:
Continúa por un sendero de minucioso trabajo historiográfico que plantea una revolución en la
aproximación a las fuentes mientras continúa su batalla contra el positivismo. Propone la discutible idea de
una América inventada, que no escapa a un absurdo ontológico que le niega su propia historia, pero su
propuesta encuentra escasas resonancias; probablemente cundió el resquemor a entablar un debate con un
experto discutidor. Sus pesquisas lo llevan a redimir al barroquismo y a presentarlo como muestra del
ingenio criollo, hombre nuevo americano, cuyo perfil bien se puede extender a tantos otros sujetos que
compartían dilemas semejantes. Si bien una ausencia importante en la obra de O’Gorman son los indios,
hacia el final de su vida apunta una serie de nodos problemáticos que se convertirán, después del Quinto
O’Gorman llamó a la actitud criolla “sorda rebeldía”, pareciera que se miraba él mismo en ella. Difícil
resultará imaginar a don Edmundo como joven rebelde y revolucionario, pero lo fue. A mí, que no lo conocí
porque mis años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional comenzaron varios años
después de su muerte, me enseñó a dudar. No tanto a desconfiar como a prevenirse de lo dado como
inevitable o verdadero. ¡Qué actitud más rebelde que la de aquél que no se doblega ante la fatalidad del
devenir!
Por ello, y sin olvidar sus tantas diatribas contra las “ideologías propicias a la ensoñación”, de don
Edmundo recupero su voluntad polémica, su ironía y su sentido del humor. Pero acaso lo más valioso que
nos legó fue una América sublime por imprevisible. Una América que se forja en cada discusión académica,
en cada reivindicación de justicia, en cada cuestionamiento al estado actual de las cosas. La invención de
América, cuyo ser estribaba en la posibilidad de llegar a serlo, no nos enfrenta a un destino inexpugnable
sino, por el contrario, a un abanico de oportunidades para dotarla del sentido que exigen nuestras
Notas
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Edmundo O’Gorman, “La falacia histórica de Miguel León-Portilla sobre el encuentro del Viejo y Nuevo
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Mundos” p. 24.
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2
En 2010, la serie Discutamos México, dedicada a la conmemoración de los 200 años de independencia
nacional y que iniciaba con un slogan que versaba “200 años orgullosamente mexicanos”, dedicó uno de sus
capítulos al “Encuentro de dos mundos” en el que participó el Dr. León-Portilla y donde se reiteraba la misma
idea .
3
E. O’Gorman, “América”, en Historiología: teoría y práctica, p. 130.
4
Miguel León-Portilla, “Encuentro de dos mundos”, p. 23
5
Idem.
6
Cf. Antonio Gómez Robledo, “Descubrimiento o Encuentro”. Para este autor lo que verdaderamente hubo
7
Miguel León-Portilla, “Encuentro de dos mundos” p. 23.
8
Cf. Enrique Dussel, 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad. La obra es
el producto de una serie de conferencias que dictó en la Wolfgang Goethe Universitat de Frankfurt, en
octubre de 1992. En 1994 se reeditó varias veces, entre ellas bajo el sello Abya Yala en Ecuador y por la
Universidad Mayor de San Andrés y Editorial Plural en Bolivia convirtiéndose en un referente a nivel
latinoamericano.
9
Cf. Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel, El Giro Decolonial. Reflexiones Para Una Diversidad
Epistémica Más Allá Del Capitalismo Global. En este volumen, además de los editores participan Walter
10
Cf. Guy Rozat, “Efectos de las ambigüedades del relato de la Conquista sobre la identidad de los
mexicanos”, p. 35. Además, Rozat ha sentado una tradición crítica desde su Seminario: “Repensar la
Conquista”.
11
O’Gorman divide este proceso en tres etapas: la primera en la que se concede intencionalidad a Cristóbal
Colón, donde a pesar de que América era completamente desconocida, Colón pudo ser consciente de su
existencia, esta tesis se apoyó en la supuesta existencia de un misterioso piloto anónimo. La segunda, concibe
que fue obra de la historia o de la providencia el que un navegante, sin conciencia de ello, completase el acto
de descubrir; así Colón aparece como mero instrumento de la historia en un engranaje de avance
irremediable del devenir, donde la acción humana permanece accesoria. La tercera etapa es la que concibe el
Descubrimiento como un acto fortuito en el que el descubrimiento se lleva a cabo a pesar de la falta de
intencionalidad y conciencia de Colón. Cf. Edmundo O’Gorman, La idea del descubrimiento de América.
12
Las sucesivas crisis comienzan con la explicación ofrecida por Colón que presentaba como verdad el haber
tocado tierras que pertenecían al Asia, pero el escepticismo general la convirtió en una hipótesis sujeta a
comprobación. La segunda crisis se desata cuando se asimila que las nuevas tierras no eran insulares sino de
dimensiones continentales; de este modo no podían ya ajustarse a la imagen vigente del mundo. A partir de
esa crisis el proceso se invierte ya no tratando de acomodar esas tierras al modelo vigente sino intentando
ofrecer una nueva imagen, donde esas tierras encontraran acomodo. Cf. Edmundo O’Gorman, La invención
de América.
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13 Ok
Francisco López de Gómara, Historia General de las Indias, p. 42. El resaltado es mío.
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Cf. E. O’Gorman, “La Historia natural y moral de las Indias del padre Joseph de Acosta ” en Cuatro
historiadores de indias, pp. 121-181. “Prólogo” en Gonzalo Fernández de Oviedo, Sucesos y diálogo de la
Nueva España, pp.VII-XLVII. “Prólogo” en Joseph de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, XVII-LXV.
“Pedro Mártir y el proceso de América” en Cuatro historiadores de Indias, pp. 13-37. “Estudio preliminar” en
15
Edmundo O’Gorman, “Prólogo” en Gonzalo Fernández de Oviedo, Sucesos y diálogo de la Nueva España,
p. VIIII.
16
Ibid., XIII.
17
E. O’Gorman, “América”, p. 138.
18
E. O’Gorman, “Meditaciones sobre el criollismo”, p. 21.
19
Idem.
20
B. Echeverría, “Meditaciones sobre el barroquismo. El guadalupanismo y el ethos barroco en América”, p.
113.
21
Ibid., p. 119.
22
“Claramente se ve que León-Portilla sacrifica la verdad histórica en el altar de la conveniencia política.”
23
Ibid., p. 27.
24
Ibid., P. 29.
Bibliografía
CATRO-GÓMEZ, Santiago y Ramón Grosfoguel, El Giro Decolonial. Reflexiones Para Una Diversidad
Epistémica Más Allá Del Capitalismo Global, Bogotá, Universidad Central, Pontificia Universidad Javeriana,
DUSSEL, Enrique, 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad, Madrid,
América”, en Ma. Marcelina Arce et al, Barroco y cultura novohispana. Ensayos interdisciplinarios sobre
filosofía política, barroco y procesos culturales: cultura novohispana, México, Eón-BUAP, 2010.
GÓMEZ Robledo, Antonio, “Descubrimiento o encuentro”, en Historia Mexicana, No. 2, vol. 37, México, El
LEÓN-PORTILLA, Miguel, “Encuentro entre dos Mundos”, en Estudios de Cultura Náhuatl, No. 22, México,
UNAM-IIH, 1992, pp. 15-27, [Conferencia Internacional: Reescribiendo la Historia, San Antonio del Mar,
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O’GORMAN, Edmundo, “Prólogo”, en Gonzalo Fernández de Oviedo , Sucesos y diálogo de la Nueva España.
—————— La idea del descubrimiento de América: historia de esa interpretación y crítica de sus
fundamentos, México, Centro de Estudios Filosóficos, 1951, [Ediciones del IV centenario de la Universidad
de México.]
—————— The invention of America. An inquiry into the Historical nature of the New World and the
—————— “Prólogo”, en Joseph de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, 3ª ed., México, FCE,
Educación Pública, México, 1979. pp. 13-37, [Publicado originalmente en Pedro Mártir de Anglería, Décadas
—————— “Estudio preliminar” en Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria, México,
UNAM-IIH, 1967.
—————— Meditaciones sobre el criollismo, México, Centro de estudios de Historia de México, 1970.
—————— “La Historia natural y moral de las Indias del pare Joseph de Acosta”, en Cuatro historiadores
——————“La falacia histórica de Miguel León-Portilla sobre el “encuentro del Viejo y Nuevo Mundos”,
1987.
UNAM, 2007.
ROZAT Dupeyron, Guy, “Efectos de las ambigüedades del relato de la Conquista sobre la identidad de los
Fuentes Electrónicas
“200 años orgullosamente mexicanos” dedicó uno de sus capítulos al “Encuentro de dos mundos”, en
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