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Manifestaciones Del Barroco en Laurea CR
Manifestaciones Del Barroco en Laurea CR
Cristian Bohórquez
2017
Universidad Tecnológica de Pereira
Facultad de Bellas Artes y Humanidades
Maestría en Literatura
Cristian Bohórquez
Director
Arbey Atehortúa
2017
Resumen
Se estudia el entremés Laurea crítica (Nueva Granada, 1629) desde el marco conceptual
del Barroco español e hispanoamericano. Con este propósito: 1. se estudia y describe la
composición de la pieza a partir de las formas propias del entremés de figuras y en
contraste con las piezas del repertorio, 2. se indagan el Barroco y el Barroco de Indias
para detectar los aspectos estilísticos tocantes a la obra neogranadina y 3. se establecen
las manifestaciones del Barroco en el entremés santafereño. Por esta vía, se proponen
soluciones teóricas a asuntos pendientes en los escasos estudios de la obra, y se ubica el
texto en el desarrollo de las letras virreinales y del Barroco latinoamericano.
Palabras clave
3
Agradecimientos
Y en general a todos aquellos que me han enseñado; sus voces se presentan con halo
anecdótico cada vez que escribo.
4
Contenido
Pág.
Introducción 9
2. El Barroco 47
2.1 Emplazamiento renacentista 47
2.2 Continuidad medieval: lo gótico, trascendental y didáctico del Barroco 49
2.3 Acumulación, síntesis y tensión de opuestos 52
2.4 Principios clásicos 53
2.5 El espíritu del Barroco 57
2.6 El arte de la crisis 59
2.7 Teatro del mundo y el mundo como teatro 61
2.8 Parodia e imitación 62
2.9 Ocultamiento 65
2.10 El pliegue 68
2.11 El Lenguaje barroco 69
5
2.12 El Barroco de Indias 75
2.12.1 La mixtura 78
2.12.2 Sumisión y subversión 82
2.12.3 La academia jesuita y el espíritu del Barroco indiano 88
Conclusiones 150
Bibliografía 154
6
Lista de figuras
Pág.
Figura 1. Juan de Valdés Leal. Finis gloriae mundi 50
Figura 2. Caravaggio. La incredulidad de santo Tomás 53
Figura 3. Retablo de la Catedral metropolitana de la Ciudad de México 55
Figura 4. Bernini. Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni 69
Figura 5. Anónimo, La Virgen-Cerro 79
Figura 6. Cruz atrial en Tultitlán, México 83
Figura 7. Anónimo cusqueño. Niño Jesús inca 84
Figura 8. Fotografía anónima. Árbol que crece entre los adoquines de una acera 88
Figura 9. Representación de la arquitectura conceptual de la obra 96
Figura 10. Representación del continuum semántico que parte del concepto 130
“crítica” en Laurea crítica
7
Teatro menor no significa teatro inferior.
Eugenio Asensio
8
Introducción
Laurea crítica es la obra teatral más antigua conservada de la Nueva Granada. Se trata
de un entremés colonial fechado en 1629 que permaneció desconocido hasta mediados
del siglo XX, cuando se revisó y publicó por primera vez (Arrom y Rivas Sacconi,
1959). El texto apareció dentro del Thesaurus linguae latinae, un manuscrito que
compuso el criollo santafereño Fernando Fernández de Valenzuela cuando tenía trece
años de edad y era estudiante del colegio jesuita San Bartolomé. En 1949 Rivas Sacconi
(1993: 124) fue el primero en observar en el Thesaurus, inexplorado hasta aquel
momento, “el primer estudio de gramática latina producido en el país [Colombia] (…)
las primeras poesías latinas de un neogranadino y hasta los gérmenes del teatro
nacional”.
9
segundo, un estudio de la crítica del lenguaje culto de la pieza, realizado por Camacho
(1978). El tercero es un artículo de Bernal (1999), quien ubica en la pieza el inicio de la
“tradición carnavalesca en el teatro colombiano”. Adicionalmente, un cuarto documento
llegaría a ser la reflexión inédita de Atehortúa (s.f.) sobre el sentido de la intención
crítica de la obra. También, las historiografías de Orjuela (2000) y Reyes (2008) se
detienen varias páginas a examinar Laurea crítica y adoptan una posición respecto a la
diatriba que sugiere la obra. Finalmente, los rastreos de Bechara (1995) y Alatorre
(2000), sobre el uso del verso esdrújulo en España y el Nuevo Reino de Granada,
coinciden en ubicar los primeros versos esdrújulos neogranadinos en la pieza dramática
santafereña. Lo restante en el estado del arte son menciones de la obra dentro de
historiografías literarias, que suelen incluir algún juicio de valor sobre su estética.
Los juicios estéticos que se han realizado sobre la pieza coinciden generalmente con la
evaluación de sus editores: “El entremés no es, ni con mucho, una obra maestra” (Arrom
y Rivas Sacconi, 1959: 169). También hay homogeneidad de juicio sobre el mesurado
valor de su irrupción en el panorama literario hispanoamericano, apreciándola como “un
valioso testimonio de la densidad cultural y artística que en tan temprana fecha existía en
una apartada ciudad indiana [Bogotá]” (169), o como “documento en la historia
polémica de ese estilo [el gongorino]” (Anderson Imbert, 1987: 140). Esta posición solo
había sido discutida por Bernal (1999: 265) al afirmar que “Laurea crítica no es una
‘sorna disparada desde detrás’, sino una obra, que a pesar de sus limitaciones, posee un
significativo valor”.
10
(Picón-Salas, 1980). Esta observación permite entender el contraste entre la percepción
de “desafecto que la crítica ha mostrado por la literatura colonial” (Orjuela, 1983: 262) y
la observación que llega años más tarde sobre cómo “la investigación ha sido
especialmente fructífera en la recuperación de textos, autores y formas discursivas que
no integraban hasta ahora el repertorio monumentalizado de las letras coloniales”
(Moraña, 2005: 11), recuperación impulsada por una “relectura de textos a partir de
teorías postestructuralistas (…) [que ha] logrado vencer la visión eurocéntrica que se
concentró durante tanto tiempo en la verificación de los mecanismos transculturadores
que señalaban los grados y niveles de reproducción de discursos hegemónicos en
América” (11-12).
La presente investigación tuvo por objetivo estudiar Laurea crítica dentro del Barroco.
La metodología tuvo tres etapas, que a su vez dieron lugar a tres capítulos: primero, el
estudio de la composición de la pieza santafereña a la luz del repertorio al que pertenece,
el entremés de figuras; segundo, la indagación del Barroco y el Barroco americano, con
énfasis en aquellas faces del estilo que correspondieran a la composición hallada en la
obra bogotana; y tercero, para anudar el objetivo, el estudio de la composición de
Laurea crítica a partir del Barroco y en contraste con su repertorio dramático y con la
literatura colonial.
Este último apartado se ocupa de tres problemas literarios que salieron a flote en el
avance de la investigación y que encontraron tratamiento en la reflexión desde el estilo y
el repertorio del entremés: uno, la discusión académica sobre la presencia de una crítica
dentro de la pieza parecía tener una tercera vía de solución, diferente a la afirmación y la
negación; dos, el valor literario de la obra podía ser mayor al adjudicado por los
primeros estudiosos de la pieza; y tres, Laurea crítica haría parte de un conjunto de
discursos que apuntalan, mediante distintas estrategias discursivas, una subversión del
letrado criollo hacia el orden hegemónico.
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1. Estudio sobre la composición de Laurea crítica
1.1 Argumento
El argumento tiene por personaje principal a Don Velialís, quien busca recibir titulación
de crítico. La historia inicia y finaliza respectivamente con la manifestación y resolución
de este deseo. Se introduce el personaje Don Miser Protasio a quien corresponde otorgar
los grados. Antes de examinar a Don Velialís, ante este juez desfilan otros personajes
que buscan alcanzar un grado en sus ocupaciones, las cuales se muestran con sentido
caricaturesco: un Caballero, un Necio, un Preguntador y un Acatarrado.
El carácter del argumento es humorístico. Los títulos pretendidos por los personajes son
ridículos o se ridiculizan. Salta a la vista que ni la necedad, el entrometimiento o el
padecimiento crónico de resfriado constituyeron ocupaciones inscritas en el aparato
económico de la sociedad colonial. Por su parte, el ridículo tras la ocupación del
Caballero —tipo social que gozó de estatus en la larga tradición bélica, cultural y
libresca en Europa y que encontró protagonismo en la conquista de América— está dado
por su inoperancia en el orden colonial: “Ya la conquista es recuerdo; el espíritu
aventurero, la inestabilidad, la fiebre del oro, el sometimiento de indios, la fundación
han ido desapareciendo. La vida se aposa, se asienta” (Camacho, citado por Bernal,
12
1999: 262). El valor del grado de crítico encierra en cambio una estrategia retórica
dirigida a su rebajamiento. Teniendo en cuenta que los parlamentos que corresponden al
personaje han valido para determinar en la obra una actitud de “sátira al gongorismo”
(Camacho, 1978), el tipo específico de crítica con el que se asocia Don Velialís es la
crítica literaria, la cual goza de estatus dentro de la cultura intelectual desde que
Aristóteles la funda con su Poética. El solemne grado de crítico es rebajado al
equipararse con los demás oficios ridículos que desfilan en antesala a su aparición.
Desde el momento de su publicación, Laurea crítica ha sido ubicada dentro del género
del entremés (Arrom y Rivas Sacconi, 1959: 85), hecho de común aceptación que es
solo cuestionado tangencialmente por Shelly y Rojo (1982: 335) cuando refieren la obra
como un “Coloquio (para algunos entremés)”. No obstante, la forma del entremés
español es la que mejor explica las características de esta pieza neogranadina. Para
nuestro estudio, esta reflexión de género es importante porque buena parte de los rasgos
barrocos de la Laurea viajan desde el modelo literario peninsular adheridos al esquema
dramático del cual son propios. A continuación, una breve reseña histórica ayudará a
exponer los rasgos de este género teatral, antes de demostrarlos en la pieza y dilucidar
posteriormente cómo se asocian al Barroco.
Como lo refiere Cotarelo (1911: LV), es un “error suponer nacidos al mismo tiempo la
cosa y la palabra que la designa”, por lo cual hay que seguir los rastros del significante y
del significado hasta el momento de su comunión en el término de entremés. El vocablo
se remonta al siglo XIV en España y era usado para designar tanto platos de comida
como actos de entretenimiento de diverso tipo, por lo que su sentido primitivo fue el de
“intermedio, cosa a intercalar, etc.” (Cotarelo, 1911: LVI). Mientras tanto, y según lo
relata Asensio (1971: 36), el entremés se asomaba a la escena de forma embrionaria:
13
“Nació como simple episodio cómico primeramente incluido, más tarde segregado del
cuerpo de la pieza principal, en la que el aplauso del público le hacía tomar proporciones
desmesuradas hasta no caber en ella”. En esta especie de brote, adquiere su distinción
característica
A mediados del siglo XVI, el género obtuvo sus rasgos definitorios y ganó el nombre
que lleva actualmente, siendo el antecedente más temprano de la estabilización del
14
concepto el prólogo de la Comedia de Sepúlveda de 1547, donde se anuncia la inclusión
de “otros muchos entremeses que intervienen por ornamento de la comedia” (Buezo y
Plaza, 2008: 71). De allí hasta el punto histórico que atañe a nuestra investigación, del
desarrollo del entremés hicieron parte Lope de Rueda, Cervantes, Quevedo y Hurtado de
Mendoza.
A partir de Asensio (1971: 35-36), la crítica en general acepta a Lope de Rueda (1510–
1566) como padre del entremés. Básicamente fueron tres los aportes del dramaturgo
sevillano. En primer lugar, urbanizó el entremés, pasando del tema pastoril cercano a la
égloga —como en el Auto del repelón—, hacia una descripción de la fauna social en la
que consolidó una serie de tipejos o estereotipos marginales: el bobo o simple, el rufián,
el lacayo fanfarrón, el alguacil, la gitana y la negra, entre otros, que recuerda a la
commedia dell’arte, en donde está claro el influjo del teatro italiano, según Huerta
(1985: 17). Segundo, la preferencia por la prosa en lugar del verso, que le permitía
“remedar las inflexiones del habla, los modismos, y matices de la conversación, explorar
así nuevos sectores de la naturaleza humana y de la vida de su tiempo” (Asensio, 1971:
42). Tercero, en palabras de Huerta (1985: 17) “consolida el tópico textual básico del
teatro breve: la burla, como desencadenante de la acción, en la que básicamente se
disciernen unos personajes agentes y otros pacientes”.
Acaso lo más específico del entremés cervantino sea el sentido crítico que en él adquiere
la experiencia cómica. No hay que olvidar que Cervantes es un maestro en la poética del
humor. También lo es del pensamiento heterodoxo. La comicidad que adquiere
intencionalidad crítica no provoca una risa inocente, sino una sonrisa delatora del bien y
del mal. Una sonrisa de fuerte implicación ética.
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Cabe agregar, como otra característica del entremés cervantino, el reemplazo del
acostumbrado aporreo o cierre “a palos”, optando por un final feliz aligerado con música
o canto y baile, como ya se perfila en otros entremeses de principios del siglo XVI
(Buezo y Plaza, 2008: 72).
Seguidamente, para Buezo y Plaza (2008: 73) fue Quevedo (1580-1645) “el auténtico
renovador de la temática y el estilo de los entremeses en los primeros decenios del siglo
XVII”, puesto que en su obra se prefiguran las dos tendencias fundamentales del género
en su etapa de florecimiento —así llamada por Asensio (1971: 63-97)—: la del entremés
de figuras, que cabe en la categoría de entremés representado, y el entremés cantado.
Se tiene por referente inaugural del entremés de figuras a El hospital de los podridos
(1617)1 (Asensio, 1971: 85; Madroñal, 2007: 251). La obra, escrita en prosa, consiste en
un desfile y examen de podridos ante el rector de un hospital destinado a tratar esta
condición, que en el léxico de la época significa incomodarse desmesuradamente por el
1
En la séptima parte de las Comedias de Lope de Vega. No obstante, observamos en La elección de los
alcaldes de Daganzo (1615), de Miguel de Cervantes Saavedra, un entremés de figuras en verso en donde
varios prospectos ridículos de alcalde pasan a examen.
16
modo de ser de las cosas o los demás. Sin embargo, en el mismo año se publica El
ingenioso entremés del examinador Miser Palomo2, de Antonio Hurtado de Mendoza,
que marcaría “la divisoria de la prosa vieja y el verso nuevo” (Asensio, 1971: 68). El
crítico español asocia la superación de la vieja fórmula con la aparición de esta pieza, la
cual contó con bastante éxito y llegó a publicarse de manera suelta —y en varias
ediciones—, de lo cual no se conocen precedentes en la actividad editorial. Cabe anotar
que luego de 1620 no se publican más entremeses en prosa que dos de Jerónimo de Salas
Barbadillo 3.
Sobre la complejidad de este tipo de piezas, interesa subrayar aquí que el entremés de
figuras “apenas precisa unidad argumental, ya que su encanto reside en la variedad de
tipos caricaturizados y no en la progresión de la fábula” (Asensio, 1971: 80). El formato
era bastante sencillo y podía reciclarse una y otra vez con distintos entes ridículos.
Asensio (1971: 85) llama a estos entremeses “piezas desdramatizadas” dado “el modo
de exposición en que el personaje, en vez de condenarse a la acción, se empeñaba en
abogar contra sí mismo, [por lo que] renunciaba a la esencia del drama, el choque de
pasiones y acciones”.
La otra tendencia del entremés aligeró la sátira por medio de la danza y el canto,
corriente de la cual fue representante Quiñones de Benavente, y fue también prefigurada
por Quevedo, quien llevó el entremés hacia el baile y la mascarada (Buezo y Plaza,
2008: 73).
2
La fecha es propuesta por Asensio (1971: 67-68), quien discute con Cotarelo (1911: 322) por fecharlo en
1620.
3
El remedón de la naturaleza y Las aventuras de la corte, ambos de 1622.
17
XVII, con exponentes como Hurtado de Mendoza, Salas Barbadillo y Castillo
Solórzano, escrito en verso y enriquecido con otras situaciones cómicas aparte de la
chanza tradicional, como el desfile de entes ridículos y la modalidad cantada y de baile.
Respecto al verso, se encontró fórmula más adecuada en dos tipos de metro: “el
endecasílabo, ya suelto con un pareado al final de cada parlamento, ya en silva con rimas
frecuentes; [y] el romance con su capacidad universal de variación estilística” (Asensio,
1971: 63). El primero se usó “para recortar y dar energía al coloquio, sin esclavizarlo a
los grillos de la estrofa” mientras que el segundo, el más cercano en su forma a la prosa
y al habla, resultó el “más adecuado a la conversación llana y sin énfasis” (Asensio,
1971: 64).
Para esta investigación, conviene aclarar el alcance realista de este retratismo urbano
iniciado por Lope de Rueda y el carácter crítico del entremés. Sobre lo primero, dice
Asensio (1971: 32-33) que “suele incluirse el entremés, y con justicia, entre los géneros
que de cerca describen tipos y costumbres. No cabe sin embargo afirmar que constituya
un género radicalmente verista, trasegado del natural, una «tajada de la vida» (...) Sólo
con infinitas cautelas puede afirmarse que el entremés sea un tipo de teatro realista,
archivo de la vida de una época”. No obstante de no ambicionar un verdadero calco
sociológico, por otra parte sí se atribuye al dramaturgo sevillano el incluir una
perspectiva satírica burlesca de la sociedad, pues “en cualquier caso, no se trata de
ningún costumbrismo complaciente, pues aquí y allá aparece la nota de humor negro y
de crítica social, luego tan explotadas en otras formas del teatro breve, como la jácara”
(Huerta, 2008: 135).
Sobre lo segundo, la relación del teatro breve con la adopción de posturas críticas guarda
importancia en este trabajo por cuanto existe una discusión académica sobre el posible
carácter crítico de Laurea crítica. Es el Itinerario del entremés de Asensio (1971) el
trabajo que sentó la primera posición sólida al respecto. Según el crítico español, el
entremés peninsular no tuvo por objeto central otro que no fuera conseguir la risa del
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espectador (Asensio, 1971: 32-33). Así, a diferencia de la prosa crítico-satírica de
Quevedo, el género manifiesta una simplicidad cómica que rehúye de adentrarse en
inspecciones críticas del mundo, y el esquema de figuras solo “propendía a subrayar el
aspecto cómico de las pretensiones y vanidades que impulsan a los hombres (...) [ponía]
el énfasis sobre un exceso o exorbitancia más que sobre una complejidad personal, que
no cabía en las márgenes estrechas del entremés, [e] inclinaba la pintura hacia la
simplificación, hacia la caricatura” (Asensio, 1971: 84). Desde esta perspectiva, la burla
no es corrosiva ni moralizante, sino un medio detonador de una risa liberadora que, en
asocio con la función del carnaval y “amparado en sus festivos privilegios”, facilita al
espectador el tomarse unas “vacaciones morales” (Asensio, 1971: 35).
Pero esta postura, desde la cual el entremés de figuras no toma partido ideológico, es
discutida por Madroñal (1998) al proponer que, si bien el llamado entremés primitivo no
se planteaba problemas morales por aceptar con desenfado el caos del mundo, piezas
entremesiles posteriores, que se ubican en el esquema de figuras, “conllevan una
ideología particular y (...) de alguna manera contravienen lo que era característica
inherente del género” (Madroñal, 1998: 149-150).
Ahora bien, el esquema de figuras, momento histórico del entremés que Asensio (1971)
señaló como el de mayor esplendor del género, podría no ser el que presenta una mayor
criticidad. Pérez de León, citado por Maestro (2005: 202), plantea la necesidad de trazar
“un nuevo itinerario del entremés, basado en una concepción de la poética de lo cómico,
que permitiría distinguir, por un lado, el entremés de Lope de Rueda y de Cervantes,
entremés de fin de siglo XVI, de humor crítico, y por otro lado, el entremés de
Quiñones, Quevedo y Calderón, entremés del siglo XVII, de burla social”. Desde esta
perspectiva, “este segundo tipo de entremés, lejos de ser una culminación del género,
desde el punto de vista de la poética de lo cómico, sería precisamente su degeneración”.
Esta decadencia de lo crítico en el entremés se debería a la sujeción que ejercieron los
poderes gubernamentales y sociales en el teatro, con “la consolidación de la ‘comedia
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nueva’ lopesca, la cual responde —en palabras de Pérez de León— ‘a la imposición de
una forma de hacer teatro que apoyaba y era apoyada por las clases dirigentes’”. Por ello
Finalmente, y pasando a otro asunto, nos servirá agregar que era temática recurrente en
el entremés la parodia y ridiculización de los polos del estilo literario de la época:
conceptismo y cultismo (Asensio, 1971: 139; Madroñal, 2007: 254); y que incluso el
oficio de poeta podía ser burlado, como ocurre en El hospital de los podridos, en donde
se duda si “¿hay en todo el mundo sesos de poetas para henchir media cáscara de
avellana (...)?” (Cotarelo, 1911: 97).
4
La base de este rastreo fue la completa historiografía de El teatro de Hispanoamérica en la época
colonial, de Arrom (1956), sin dejar de cotejar la información en otros materiales posteriores: la Historia
de la literatura hispanoamericana I: época colonial, de Íñigo-Madrigal (1982), la Historia de la literatura
hispanoamericana I, de Anderson Imbert (1987) y El teatro en la Hispanoamérica colonial, de Arellano y
Rodríguez (2008); esto con el fin de no omitir piezas y hechos de más reciente hallazgo. También se
indagó en otros libros y artículos, por si existiese algún dato de nuestro interés que no se incluyera en las
historiografías.
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asocian con la fase renacentista del género. Del primero se conservan dieciséis
coloquios, ocho loas, el Entremés entre dos rufianes o también llamado Entremés del
ahorcado, y tres entremeses más, intercalados entre los coloquios (Arrom, 1956: 65). En
la primera pieza, un rufián se finge ahorcado para evitar la venganza de otro rufián a
quién abofeteó. El agredido, tras encontrarlo supuestamente muerto, desfoga su ira
relatando todo lo que le hubiese hecho sufrir. Las demás piezas entremesiles tienen un
propósito moralizante y son mediadas por el didactismo de la alegoría. Por otra parte, el
Entremés de Llerena es una sátira social, también desarrollada por medio de la alegoría.
El pueblo es representado por un bobo, llamado Cordellate, personaje típico de estos
pasos, y en sus parlamentos se alude a la decadencia de su fortuna, antes próspera y
feliz, por causa de autoridades corrompidas.
Luego, hasta mediados del siglo XVIII, fecha en la que Arrom (1956:119) da por
finalizado el periodo del Barroco en América, hay noticia de pocos entremeses y, entre
estos, ninguno es del tipo preciso que perseguimos, o sea, un entremés de figuras. Solo
un entremés de figuras de origen español, curiosamente traducido al náhuatl, más un par
de bailes y un fin de fiesta que se valen de esta clase de desfile carnavalesco.
Del español Juan del Valle y Caviedes (1645-1698), que vivió casi toda su vida en el
Perú, se conoce el Entremés del Amor alcalde, que tiene por personajes a un Cupido y
cinco presos, en una representación alegórica del amor como una cárcel.
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personajes estereotipados ante un juez, un Amor barquero, que examina a un Amante, un
Mercader, un Poeta, un Valiente, una Dama, una Casada y una Viuda. La otra pieza, el
Baile de Mercurio Galante, se vale también de un cuadro costumbrista en que desfilan
cinco parejas que son satirizadas por un juez y su alguacil, y donde “quedan esbozados
un quiteño simulador, un minero tramposo, un linajudo pobretón de Pisco, un lindo
limeño y un madrileño taimado” (Arrom, 1956: 148). También uno de los fines de fiesta
tiene un parecido en su argumento al de Laurea crítica, pues desarrolla una caricatura
del examen de grado que satiriza a los simuladores de sapiencia, y así echa mano de una
“profusión de expresiones en latín macarrónico, y de un humorismo corrosivo; todo muy
del gusto del público erudito, latinizante y burlón a quien iba enfilada" (Arrom, 1956:
150).
22
Vega; El animal profeta y dichoso parricida san Julián, de Antonio Mira de Amescua,
pero erróneamente atribuida en principio al mismo Lope; y un entremés, de autor
incierto, que no ha podido filiarse con su original castellano (Wright, Burkhart y Sell,
2003: 932)5. Aunque Wright, Burkhart y Sell (2003: 932) refieren la pieza como un
entremés de figuras, el argumento de la obra, tal como es comentado por Garibay (1971:
367), no corresponde con dicha asignación sino más bien con el de un entremés de
enredo y de tema picaresco, en afinidad con el teatro de Lope de Rueda. Se trata de un
escándalo que arma una vieja por la desaparición de una carne, en donde un muchacho,
el supuesto malhechor, culpa al viejo marido de aquella. La autoridad entra a mediar en
el alboroto pero es convencida en contra del viejo por las dádivas prometidas de parte de
la vieja, la que es azotada por la misma autoridad luego de que tratara de evadir el
soborno que prometió. También en náhuatl se encuentra el Entremés entre una Vieja y
un mozuelo su nieto, de autor anónimo. Esta pieza, según la refiere Arrom (1956: 175),
incluye gritos de animales junto con un tono bufonesco, e ideas “netamente mexicanas
que se desprenden del diálogo”.
5
El equívoco se reproduce todavía en Arrom (1956: 116), atribuyendo a Lope la pieza de Mira de
Amescua, y a Bartolomé de Alva el entremés, conforme con la Historia de la literatura náhuatl de
Garibay (1971:341) publicada en 1954.
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abandono de todos. En desfile, van saliendo personajes que representan vicios y
vanidades, como un poderoso o una dama frívola, que por lo tanto no pueden levantar a
la Verdad, y de los cuales el Loco, a modo de juez, denuncia sus liviandades. Al final,
solo el Pobre logra poner en pie a la Verdad, con lo que queda clara la moraleja. El
desfile corresponde más al de un auto sacramental (recuérdese El gran teatro del mundo,
de Calderón) que al de un entremés de figuras; como lo refieren Arellano y Eichmann
(2005: 16), “Eugenio Asensio ha recordado a propósito de Quiñones de Benavente
ciertas modalidades entremesiles cercanas al auto sacramental, como en Las cuentas del
desengaño”.
El entremés de los tunantes presenta el esquema del burlador burlado, donde los dos
tunantes, Gaspacho y Pericote, quieren robar la despensa de un letrado, pero este se da
cuenta a tiempo, logra encerrarlos y amenaza con azotarlos y cortarles la orejas, hasta
que logran huir.
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En El Entremés grasioso hay una situación cómica entre un Negro, que con un charango
quiere entrar a la iglesia a celebrar a la Virgen por la fiesta de la Candelaria, y un indio
Sacristán, que se niega a dejarlo pasar con excusas insensatas que más bien son una
burla, como el decir que la Virgen no está allí, hasta que le abre paso tras la oferta de
dinero. La actividad se presta para otras situaciones disparatadas e intercambio de
insultos y golpes.
Por último, El entremés del astrólogo tunante es una transcripción, con pocas
modificaciones, de la pieza del español Francisco Bances Candamo, que fue escrito
“para ser representado con el auto sacramental titulado El primer duelo del mundo, en
las fiestas del Corpus de Madrid del año 1687” (Arellano, 2007: 900).
25
1.2.3 El género dramático de Laurea crítica
La pregunta sobre el género de la Laurea nos ha llevado a consultar los antecedentes del
desarrollo del entremés, a la luz de los cuales se comprende claramente que la obra se
aloja en este marco, como ya se venía afirmando, más la precisión de que se inscribe en
el entremés de figuras, tal como define la categoría Asensio (1971), una pertenencia que
fue señalada por Bernal (1999: 261). Consideramos que no hace falta un estudio
estructural para demostrar lo anterior. Mejor, el cotejo de la pieza con el desarrollo de
los rasgos del género pone de relieve una notable sincronía entre las características
entremesiles de la obra estudiada con las que marcaban la vanguardia en el progreso del
género en España, lo que es interesante teniendo en cuenta los diversos factores
restrictivos socioculturales de la colonia.
La composición de Laurea crítica se asienta sobre aspectos que se han señalado como
los fundamentales de la “revolución técnica” que marcó el “florecimiento del entremés”
en el siglo XVII, distinguidos por Asensio (1971: 68): la forma versificada y el desfile
de la fauna social de figuras. La fecha en que se escribió, 1629, no dista mucho del año
de 1615, en que fue publicado el entremés de Cervantes, ni del de 1617, cuando se
publicó el de Hurtado de Mendoza. Sin embargo, no nos atrevemos a asegurar con ello
que el autor bogotano fuese consciente del vector del progreso del género al momento de
planear su obra, pues así mismo existe la posibilidad de que la composición deba su
forma exclusivamente al estudio de algún (os) entremés (es) disponible (s) en Santa Fe.
Sea lo que fuere, el breve intervalo temporal restringe a contadas piezas la baraja de
posibles modelos. Observamos las mayores coincidencias con entremeses como El
examinador Miser Palomo (1617) de Antonio Hurtado de Mendoza y El comisario
contra los malos gustos (1622) de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, lo que
referimos sin señalar que estos, o solo estos, fueron los referentes. Al respecto, hay que
tener en cuenta que la pieza de Hurtado de Mendoza se publicó de manera suelta y en
26
tres ediciones: 1618, 1619 y 1620 (Asensio, 1971: 68), lo que habría facilitado que
alguna copia llegara a la Nueva Granada6.
Describimos las similitudes que guarda Laurea crítica con los entremeses señalados, no
tanto para insistir en que le sirvieran de base como para demostrar los rasgos de este
entremés neogranadino.
6
Se descartan como posibles modelos las piezas referidas por Rivas Sacconi (1993: 135-136): El entremés
del comisario figuras (1631) y El caballero bailarín (1635); dadas sus fechas de publicación posteriores a
la Laurea, como bien lo hizo notar Reyes (2008: 61). Sin embargo, Reyes descarta además el entremés
de Hurtado de Mendoza por publicarse “en 1620, en una edición muy restringida, cuando Fernández de
Valenzuela tenía cuatro años”. Nos distanciamos de esta última opinión por cuanto desconoce las
ediciones de 1618 y 1619, puesto que así se liberaron más ejemplares. Además, no es argumento la edad
del autor santafereño al momento de la publicación de la pieza madrileña pues, al contrario, entre el
suceso y la composición de la Laurea trascurre el tiempo suficiente para que la pieza de Hurtado de
Mendoza pudiese llegar a Santafé. En todo caso, es un hecho que alguno de los entremeses de figuras
publicados desde 1615 en adelante tuvo que llegar de algún modo a manos del autor.
7
Este modo de producción, digamos, “industrial” también se manifestó en la organización del espectáculo
teatral barroco, en cuanto se llegó a recopilar y catalogar multitud de pasos con el fin de facilitar la
inserción de las piezas adecuadas en los entreactos de la comedia (Asensio, 1971: 43-44). También, en
lugares de América, la producción pictórica se llegó a realizar en líneas de producción que simplificaban
el trabajo (Bauer, 2008b: 18’10’’).
27
también podía incluirse, en algún punto, una alusión a lo grotesco, como mocos u orina,
en afinidad con lo carnavalesco. Hablamos, pues, de una fórmula que fue
desarrollándose hasta hallar su refinamiento en un sistema económico, en la relación
entre un bajo esfuerzo de creación y una eficacia cómica. Sobre este modelo de
engranaje, en su punto refinado, es que se hallan compuestas tanto la pieza de Hurtado
de Mendoza como la de Fernández de Valenzuela y, antes de 1629, en menor medida la
de Salas Barbadillo, El comisario contra los malos gustos.
La obra sigue el modelo peninsular del género, como señala Atehortúa (s.f.: 10), y con
riguroso apego, pues no presenta agentes disonantes con la lógica del esquema
metropolitano, como podría suceder con una pieza concebida por fuera del núcleo
cultural de la tradición; lo contrario, se presenta a tono con la evolución entremesil
peninsular. No obstante, Laurea crítica despliega también elementos singulares dentro
de las posibilidades que le da el esquema teatral.
El concepto de figura es uno de los emplazados dentro de la cultura del barroco. Hay
antecedentes del término en el medioevo, usado en la exégesis bíblica para referir a
algunos personajes del Antiguo Testamento como figuras o prefiguraciones de otros del
Nuevo Testamento (Auerbach, citado por Asensio, 1971: 77-78). Luego, el vocablo va
introduciéndose en las representaciones dramáticas en denominación de sus personajes,
hasta que en inicios del siglo XVII se utiliza en la cultura española para designar
numerosos estereotipos sociales ridículos (Asensio, 1971: 77-80). Además, se aprovecha
el desfile sistemático de estos tipos sociales estrafalarios como principio estructurante de
la nueva modalidad de entremés.
Tanto en la cultura como en el teatro, el empleo de esta designación cobijó una censura
de las actitudes de los tipos sociales señalados. En su Vida de la Corte y oficios
entretenidos en ella (1631), Quevedo presenta la primera revisión y descripción de los
28
tipos que poblaban la corte, agrupándolos en dos categorías: figuras naturales,
caracterizadas por sufrir defectos físicos, y figuras artificiales, caracterizadas por
actuaciones inmorales, contra las cuales arremetía: “hablaré desde aqui de las
artificiales, contra las cuales vá mi intento dirigido” (Quevedo, 1845: 15). Así pues,
“Quevedo no desestima lo que puede haber de ridículo en la configuración exterior de
una figura, [pero] su intento se orienta más hacia el comportamiento moral y social
manifestado mediante rasgos externos como el atuendo, los ademanes, las acciones, los
afeites. La figura muestra a través de signos visibles una apariencia de realidad que
induce a engaño” (Romanos, 1980: 908).
Puede que en Quevedo dicha intención constructiva sea manifiesta, pero en el teatro,
según se expuso anteriormente, no hay acuerdo académico sobre si la ridiculización de
las figuras parte de una intención moral. Así, la reflexión acerca de la crítica de Laurea
crítica, como entremés de figuras, ha venido sumando trabajos que polemizan de parte y
parte8. En esto nos parece clarificadora la mirada de Madroñal (1998: 158) cuando
sostiene que, si bien en sus inicios el género del entremés no se plantea problemas
morales de ningún tipo, pues su única pretensión es la irrisión del público, con
posterioridad este asume una postura moral, identificable en ciertas piezas y ciertos
autores, específicamente dentro del entremés de figuras. Pensamos que, en afinidad con
Quevedo y lo dicho por Madroñal, en el entremés de figuras no se desestima la intención
crítica reguladora del comportamiento social, aunque importe también, en mayor o
menor medida, el entretenimiento cómico.
Es característico del Barroco español el tener cimientos más allá del arte, también en la
sociedad9. Según referimos, el vocablo figura dio su cambio semántico durante este
periodo artístico; sirvió para describir el laberinto de especies de la fauna social, desfile
de estereotipos que a su vez sirvió de tema y de esquema para una modalidad dramática,
8
Esta discusión la reseñamos más adelante en el numeral 1.3.
9
Así, por ejemplo, el modo en que la Contrarreforma influyó en el arte y el concepto de Cultura barroca
ampliamente expuesto por Maravall (1983).
29
con lo que se reitera que en el Barroco la vida y el teatro pierden fronteras. Es
importante entonces examinar la baraja de figuras escogida en Laurea crítica. Si bien la
obra se apega al modelo entremesil peninsular, por lo que adhiere la mencionada postura
satírica, el componente de los personajes es el que mayor posibilidad da al hallazgo de
un color local, lo que permitiría establecer la existencia de puntos de infiltración de un
Barroco americano en la pieza.
30
bogotano, como asegura González Cajiao, sino por el tabaquismo, en lo que parece una
saeta del religioso santafereño en contra de este vicio de fumar 10:
Y en otro lugar:
Similar situación ocurre con el Preguntador. Este aparece aludido en algunos entremeses
como un defecto insufrible, mas no lo hemos encontrado como un personaje del elenco.
10
También en La elección de los alcaldes de Daganzo, Cervantes alude a este vicio: “Bien parece / que se
llama Estornudo el escribano, / que así se le encarama y sube el humo. Lo mismo en el relato peruano de
La endiablada (c. 1626), el narrador “censura a los fumadores y los califica de ‘semidiablos’ o de ‘diablos
completos’ porque echan humo por la boca y chupan lumbre” (Chang-Rodríguez, 1975: 275).
31
Así la pieza de Hurtado de Mendoza, en que Miser Palomo se incomoda por la
impertinente curiosidad de un Mesonero: “Preguntador parece el mesonista” (Cotarelo,
1911: 322). De este modo, el Preguntador y el Acatarrado son estereotipos sociales que
consiguen su borla de figuras en el entremés de Fernández de Valenzuela. Este hecho,
además, indica que Laurea crítica se enfilaba a realizar un aporte al género
enriqueciendo el estante de figuras, aporte que resta peso a las quejas sobre el valor y
originalidad de la pieza.
El Necio, por otra parte, es una figura que ya contaba con aparición en el género, como
en El examinador Miser Palomo, y nos parece que sus parlamentos no cuentan con
menor gracia que los del necio de esta pieza de Hurtado de Mendoza que, según
referimos, gozó de tal popularidad que se publicó suelta en varias ediciones. Incluso, nos
parece digno de destacar el ingenio del autor bogotano, al aprovechar una imagen del
poema novelado de las Soledades, de Góngora, y torcerla paródicamente para ilustrar el
defecto del necio. En la Soledad primera se dice del joven náufrago, al hallar tierra, que
este fue:
32
inútil ya en el establecimiento colonial. Bernal (1999: 262), quien reflexiona sobre esta
figura, bien afirma que “el caballero, desocupado por el afianzamiento del régimen
colonial, se dedica a robar y a la riña de gallos. Su valor, su temeridad y sus actos
gallardos han sido desplazados por el nuevo orden: el de la vida sedentaria, que a paso
lento construye un nuevo modo de vivir en los inicios del siglo XVII”, lo que la lleva a
intuir que “a lo largo de los interrogatorios [del examinador hacia el Caballero] va
quedando al descubierto la crisis de un orden social”.
Sin embargo, Atehortúa (s.f.: 5) refuta la interpretación de Bernal. Para el profesor este
personaje “no revela ninguna situación particular de la Nueva Granada. El caballero es
una figura extraída de la tradición peninsular, donde tenía sentido el cuadro del deterioro
social de este estamento”. Estamos de acuerdo con que la degradación de este estamento
social no era particular a la Nueva Granada, pero discutimos la idea de que este cuadro
de deterioro tuviese sentido solamente en la tradición peninsular, y no también en la
réplica cultural fundada por España en los reinos de ultramar. Tomando en cuenta las
raíces costumbristas del entremés de figuras, la pieza bogotana pudo retratar, aunque
fuera tangencialmente al objetivo cómico y satírico principal, la decadencia del que
fuera otrora un estamento especial asimismo en Indias. Insistimos en que el caballero de
Laurea crítica es un subtipo del caballero, que deriva del tronco tradicional, como
resulta natural, pero se distingue por situarse en un contexto colonial11.
11
Similar sátira sobre el cuadro de degradación del título de caballero en Indias puede observarse en el
relato La endiablada (c. 1626) del peruano Juan Mogrovejo.
33
Nuevo Mundo”. Segundo, cuando se le pide algo de canto al Músico, este inicia su trova
refiriendo la geografía aragonesa “Por las montañas de Jaca…”, pero Miser lo calla
reprochándole: “Parad, ladrón cantante. / ¿Qué? ¿auéys andado vos ese camino?”.
Tercero, la respuesta satírica de Miser hacia la anécdota del Caballero:
Con estas tres referencias basta para notar una distancia geográfica y, en cierta medida,
cultural de la metrópoli, diferenciación que indica la base de una conciencia criolla e
impide se le endilgue a la pieza la función de pasar por entremés español.
La quinta figura es Don Velialís, aspirante a grado de crítico y que “es una especie de
arribista intelectual quien no repara en la frivolidad de su discurso, sino en la forma del
mismo. Este personaje se caracteriza por el adorno de sus palabras y por el esfuerzo que
hace para mostrarse como un erudito: su lenguaje es de carácter eminentemente libresco
y retorcido” (Bernal, 1999: 263). Este uso del lenguaje constituye básicamente una
parodia de la llamada lengua poética de Góngora, y de su Soledad primera
específicamente, fuente que demostró Camacho (1978).
34
Archifigura es la Dama presumida, pero el Poeta Culto finaliza el desfile recibiendo el
más grave galardón:
Trazar la relación de Don Velialís con estos estereotipos del poeta, el culto y el pedante
en la tradición peninsular nos interesa sobre todo para exponer que no es Laurea crítica
el primer entremés que lanza sus saetas hacia el cultismo, lo que ha valido para que
algunos estudiosos de la pieza bogotana, al parecer sin observar la obra desde la
tradición entremesil, hayan tachado a la pieza de retrasada en cuestiones literarias, como
juzgó Camacho (1978: 102): “al tratar de hacer un balance, si tenemos en cuenta que dos
de los más grandes escritores americanos de la época —Sor Juana Inés de la Cruz y
Domínguez Camargo— aprovecharon excelentemente las enseñanzas de don Luis, sólo
podemos valorar la sátira de Valenzuela como una muestra de lo que se pensaba en los
medios más retrasados en literatura”.
35
en 1617, en El hospital de los podridos, de Lope de Vega, pieza considerada inaugural
del entremés de figuras, se burla a los poetas y a la versificación en esdrújulos:
Rector. (...) Pero notifíqueseles que dentro de tres días estén sanos de su
pudrición, y si no que le echarán una melecina de esdrújulos de poeta
que le harán echar el ánima (si fuera necesario), preparada con sesos de
los dichos poetas.
Secretario. Pues ¿hay en todo el mundo sesos de poetas para henchir media cáscara
de avellana, cuanto y más para preparar una melecina? (...) (Cotarelo,
1911: 97)
Es de agregar que Laurea crítica presenta los primeros versos esdrújulos de la Nueva
Granada (Bechara, 1995: 438; Alatorre, 2000: 426), pero con la particularidad de
originarse en la parodia burlesca del lenguaje culto.
El Poeta encuentra a su par en una Mujer con igual delirio cultista y pedantería:
Mujer. Si primero
no jura aquí por la laguna Estigia
que serán sus poéticos impulsos
sujetos siempre á correcciones mías;
que no buscará aplauso en la plebe
con comedias cansadas, ni divinas (308).
36
La pieza de Castillo Solórzano se centra en esta única boda, con lo que se puede afirmar
que el blanco de la sátira es el cultismo, igual que en El hospital de los necios.
La mofa a los poetas llegó a tener tal recurrencia que en El examinador Miser Palomo se
aboga por ellos. Al finalizar el desfile de entes ridículos, el examinador hace notar que
no ha dicho nada de los letrados:
Pensamos que los ejemplos anteriores demuestran que la crítica a los letrados y
específicamente a los cultistas no constituye un síntoma de retraso literario en la pieza
bogotana, como afirmó Camacho (1978: 102), sino un síntoma de sincronía con la
dinámica teatral de la metrópoli.
Siguiendo con el estudio de los personajes, restan otros que no son figuras, verbigracia
el examinador Miser Protasio, su Secretario, un Músico y el acompañante de Don
Velialís, Don Basilio.
37
También, entre los referidos, nos parece importante Don Basilio pues con él se inserta
un elemento innovador dentro de este formato teatral. Para exponer lo dicho,
proponemos dividir la acción dramática del entremés en tres momentos: 1. el
planteamiento de una situación inicial, en donde se presenta una excusa que provoque el
desfile de los entes ridículos ante el examinador; 2. el desfile en sí, en el que cada ente
comparece y es ridiculizado; y 3. un cierre, que suele ser un baile.
La novedad de Laurea crítica con respecto a los entremeses de figuras compuestos hasta
la fecha en que se escribió la obra bogotana, se ubica en la situación inicial. La excusa
dramática general en estos entremeses es la llegada al poblado de cierto juez que tiene el
interés de sacar de circulación a tanta figura. En las piezas españolas, este momento es
protagonizado por el mismo examinador, quien se encarga de hacer su propia
presentación y de introducir la situación de partida. Por ejemplo, en el Entremés del
Comisario de Figuras (1631) de Castillo Solórzano, el parlamento inicial está reservado
para el comisario y sus intenciones de limpiar la corte:
De manera inédita hasta 1629, Laurea crítica innovó en la arquitectura tradicional del
formato, planteando la situación inicial de manera diferente. No es la exposición de las
intenciones del examinador lo que abre la pieza, sino la de las pretensiones de una de las
figuras. De acuerdo con Asensio (1971: 114), el juez examinador se ubica como el
centro protagónico12 en los entremeses de figuras, porque sus acciones son las que
12
Con el término “protagónico” no pretendemos señalar más que al personaje nuclear de la acción teatral.
Tenemos presente que este no es precisamente un proto-agonista, pues recordamos que debido a la
ausencia de drama, Ascensio (1971:85) denominó a este tipo de entremeses “piezas desdramatizadas”.
38
cohesionan la fábula. Sin embargo, en la pieza santafereña el centro parece desplazarse,
encontrando en Don Velialís una figura protagónica.
Además, nos parece destacable el recurso del que se vale el autor bogotano para
refrescar el formato. La situación inicial la ocupa un diálogo entre Don Basilio y Don
Velialís, en que aquel le reprocha a este su aspiración de graduarse como crítico:
Si Don Velialís figura la locura, su amigo Don Basilio constituye su contrapeso racional,
el polo a tierra de las disparatadas aspiraciones:
El establecimiento de este binomio, que encarna la antítesis locura y razón, y que está en
consonancia con el estilo antitético del Barroco (lo vital y lo mortuorio, el vicio y la
virtud, lo claro y lo oscuro, lo ideal y lo material), permite por lo menos dos cosas: 1. la
generación de un momento dialógico en que el protagonista indique su objeto de deseo,
y 2. realzar lo ridículo y descabellado de la empresa del personaje, mediante el contraste
con su contraparte ecuánime y racional. Esta fórmula no es creación del autor bogotano,
puesto que Cervantes ya la había empleado ejemplarmente en su Quijote. Lo que sí
resulta novedoso es su empleo en el entremés de figuras, en un hecho que, sumado al
resto del tratamiento dado a la situación inicial de la pieza —o sea la asignación del
papel protagónico a una de las figuras en quien recae la función de plantear la acción
39
dramática—, demuestra una digna conciencia autoral de Fernández de Valenzuela, en
lugar del simple emulador que juzgaron los primeros estudiosos de Laurea crítica.
40
Por otra parte, la crítica de tipo social en la Laurea es sugerida por Orjuela (2000: 24)
cuando dice que “es una pieza satírica, farsesca, con intención de crítica social”, pero es
revisada con mayor detenimiento por Bernal (1999). La exposición de Bernal avanza
conforme al desarrollo del argumento, examinando cada uno de los episodios que
revelan una intención crítica. Por ejemplo, donde “el secretario le trae al músico para
deleitarlo un poco, pero apenas empieza a cantar, Miser lo calla criticándole que
interprete melodías de otros”, considera la investigadora que “el autor señala un
fenómeno frecuente producido por el coloniaje: la dependencia intelectual de la
metrópoli” (261). Luego, de la aparición del caballero, “un noble caído en desgracia a
quien Miser le pregunta si come paja: ‘que en este tiempo que ay falta de dinero, paja
comen no más los caualleros’ (v. 66)” (261-262), entiende que “a lo largo de los
interrogatorios va quedando al descubierto la crisis de un orden social. El caballero,
desocupado por el afianzamiento del régimen colonial, se dedica a robar y a la riña de
gallos. Su valor, su temeridad y sus actos gallardos han sido desplazados por el nuevo
orden: el de la vida sedentaria, que a paso lento construye un nuevo modo de vivir en los
inicios del siglo XVII” (262). También, tras el crítico don Velialís, personaje que “se
caracteriza por el adorno de sus palabras y por el esfuerzo que hace para mostrarse como
un erudito [pues] su lenguaje es de carácter eminentemente libresco y retorcido” (263),
Bernal observa que “el autor va plasmando la actitud del colonizado por aferrarse a la
cultura impuesta, en este caso, la española, para con ese reconocimiento participar del
poder que le otorga un título académico. Así, el autor presagia un mal endémico, que
hoy hace parte de nuestra idiosincrasia nacional: el manejo de la gramática, ligado al
ejercicio del poder” (264).
41
Laurea crítica acoge la estructura de revista o desfile de entes o figuras (...) Los
personajes, por otra parte, constituyen máscaras, elementos arquetípicos del entremés
español que en este caso tiene un objetivo claro, como bien lo expresa Eduardo
Camacho Guizado, una “crítica del léxico y de la manía cultista de los culteranos”
(Camacho, 1978, p.96). No hay entonces alusiones a asuntos de crítica social o política
como ocurre en el entremés de Cristóbal de Llerena (...) (4).
Atehortúa (s.f.) enfatiza que la recepción de la obra y de su crítica debe “considerar las
condiciones de producción del entremés y la naturaleza del mismo” (4). Estas
condiciones de producción incluyen, por ejemplo, [1] que “el temprano entremés de
Fernández de Valenzuela es un ejercicio de un estudiante del Colegio de San Bartolomé,
posiblemente pedido por el profesor, lo que implica que pudo haber seguido ciertas
exigencias para su composición” (8), como lo señalaron Arrom y Rivas Sacconi (1959:
89); [2] que “el entremés de Fernández de Valenzuela sigue, en conclusión, el modelo
peninsular del género” (Atehortúa, s.f.: 10) por lo cual se encuentran varios intertextos
que pudieron servirle al autor de modelo (10). Atehortúa cita los textos referidos por
Rivas Sacconi (1993: 135-136) y una escena de Pantagruel de Rabelais para coincidir
con “Carlos José Reyes [quien] confirma que el asunto y la trama de la Laurea crítica
eran comunes en aquella época” (10); y [3] la necesidad de Fernández de Valenzuela de
evadir la toma de posición en temas neurálgicos de la sociedad colonial debido a “las
condiciones de censura moral y mentales de un criollo que pertenecía a una de las
familias dominantes de la nueva Granada [sic.]” (4).
Por otra parte, Reyes (2008: 58-59) observa desde un ángulo distinto la sátira de la obra
y afirma que “Laurea crítica, plantea una crítica virulenta contra los grados y su
exigencia de títulos. Ésta es sin duda la clave de la intriga y la esencia del contenido de
la pieza, cuyo título en sí mismo se formula como una paradoja al contraponer los
conceptos del elogio y de la crítica”.
42
del argumento. Así, siguiendo al autor, Laurea crítica se mofa del aparato de
acreditación de oficios al cual, en tiempos de la colonia, lo integraban burocracias
oficiales, sociales y culturales que se movilizaban de manera mancomunada en pro de
consolidar el orden imperial, filas entre las cuales lo literario constituyó una batería de
primer orden. Dada esta imbricación de poderes, no es de extrañar que resulten
polémicos los intentos académicos de aislar un solo blanco hacia el cual se dispare la
burla.
En los siglos XVI y XVII tuvo auge el vejamen de grado. Tal como lo define Madroñal
(2006: 145), se trataba de un discurso satírico-burlesco que se pronunciaba en ocasión de
obtener el grado universitario de doctor. El vejamen no estaba reservado al público del
claustro doctoral; en algunos casos llegó a ser un entretenimiento que deleitó a las más
altas dignidades y al espectador ajeno a la universidad. Fue una tradición altamente
difundida, que alcanzó a dar frutos en los virreinatos de ultramar y otros reinos como
Portugal, y de la que participaron escritores de la talla de Hurtado de Mendoza y
Góngora. Para el ejemplo, el siguiente fragmento de un vejamen de don Luis dado a un
doctorando de la Universidad de Granada:
Tenemos un doctorando
criado en un oratorio
(en una casa de orates,
por no decilla de locos),
tan comensal, tan hermano
aun de los mas furïosos,
que un orate, frates suyo
será pulla para todos.
Este pues doctorandico
quiere, en la octava del Corpus,
por autorizar el suyo,
hacer burla de nosotros.
Hanos convidado a verlo,
y creo que lo hacen pocos
de los que lo están mirando,
si no se ponen antojos (Madroñal, 2005: 176).
43
El fragmento incluye un juego de palabras con el término “oratorio”, lugar para la
oración, y “orate”, el loco o carente de razón, más una mofa de la baja estatura del
personaje. Como resulta natural pensarlo, el vejamen era una burla inofensiva, que solo
buscaba divertir a costas de quien recibía la máxima láurea; ello lo prueba que en las
constituciones universitarias se insistía en la responsabilidad del órgano rector de revisar
y aprobar la agudeza de la burla (Madroñal, 2006: 148).
El vejamen tuvo mucho de puesta en escena y por tal motivo se halló en estrecha
relación con las fuentes y recursos dramáticos. Por ello, Madroñal (2005: 54) piensa que
“esa imbricación entre vejamen y teatro se da también en la llamada ‘primera obra
teatral colombiana’, el entremés titulado Láurea crítica, de Fernando Fernández de
Valenzuela [en la que] se trata de graduar de crítico a un personaje, después de haberle
sometido a todo tipo de burlas por razón de su lenguaje”.
Desde la perspectiva del contacto de la obra santafereña con los vejámenes de grado,
Laurea crítica se presenta más como una pasiva burla que como una activa crítica; sin
embargo, su sátira se torna más seria cuando se considera la filiación de la pieza con el
género del entremés de figuras.
Luego de hacer un recorrido por cierto tipo de piezas entremesiles, al profesor Madroñal
(1998: 158) le “parece que una parte de los entremeses, generalmente escritos por
autores relacionados con la corte como Hurtado de Mendoza, Quiñones, Castillo
Solórzano, etcétera, se aparta del modelo general y supone una crítica moral a la
sociedad de su tiempo, que afecta no sólo la mentalidad, sino también a cosas mucho
más externas como la moda del guardainfante o los vocablos cultos”. Las piezas a las
que se refiere son todas pertenecientes al entremés de figuras, según indica, y sostiene
que este tipo de entremés esgrime una posición moral, a diferencia del entremés
tradicional que no toma algún tipo de partido ideológico.
44
Pensamos que el contexto entremesil permite aceptar que sí existe en la pieza bogotana
la “crítica virulenta contra los grados y su exigencia de títulos” que distingue Reyes
(2008: 58), y pide reevaluar la posición de Atehortúa (s.f.: 8) que la niega cuando afirma
que “Laurea crítica prefigura la negación explícita de Fernando Fernández, como de su
hermano Pedro de Solís, para los temas políticos o sociales”, y cuando recuerda “la
forma evasiva adoptada por los escritores criollos neogranadinos, en un espacio de poder
que compartían”.
Y más ejemplar aún es la prosa satírica de Quevedo que, de modo más directo, expone
las inconsistencias morales de la corte cuando cataloga y clasifica las figuras que la
poblaban, en sus Capitulaciones de la vida de la corte.
13
Creemos que en el fragmento se alude a los conocidos “mentideros” situados en la distinguida calle
Mayor de Madrid, donde justamente se publicó la obra. Estos fueron lugares de común reunión que
recibieron su nombre merced a las especulaciones que brotaban de la lengua libertina. Tres mentideros
famosos fueron los de Los Representantes, a donde concurrían los literatos y los que aspiraban a serlo;
Losas del Palacio, donde se buscaba favores del gobierno; y las Gradas de San Felipe, el que hoy un aviso
turístico anuncia como el lugar “de donde salían las nuevas primero que los sucesos”.
45
Con sustento en la interpretación de Reyes, proponemos aceptar que la crítica se dirige
hacia un asunto social, principalmente el sistema de acreditación de oficios14, donde lo
literario, y su exponente representativo: ya sea el cultismo, el gongorismo o el mismo
Góngora; es zaherido con protagonismo en la escena debido a que el letrado del siglo
XVII actuaba un papel también protagónico en el tablado de la sociedad barroca. El
título de la obra es pieza clave para comprender el sentido de la mofa, tal como lo indica
Reyes (2008: 58-59), pues se trata de una burla de la laurea, de la borla, de la pompa de
los grados, que encuentra en el enrevesamiento del aparato de titulación colonial,
material para ensamblar una situación cómica basada en su ridiculización. Esta crítica
encuentra mayor explicación en el capítulo tres de este documento, en donde se estudia
el artificio conceptista que la envuelve y, sobre todo, los anclajes que tiene en el Barroco
de Indias con otros textos de la producción colonial.
14
No compartimos la opinión de Artehortúa (s.f.: 5) al afirmar que “la figura que soporta la supuesta sátira
social en el entremés de Fernández de Valenzuela es el caballero”. Este es un personaje del reparto que no
se ubica en el foco de la burla, si bien hace parte de los vicios reprendidos.
46
2. El Barroco
Existe un sin número de enfoques teóricos sobre el Barroco. Sin embargo, como apunta
Maravall (1983: 23), se trata de una entidad tan amplia y diversa que cada estudio,
descripción o interpretación siempre será parcial. Entonces es comprensible la
incapacidad de emprender aquí una revisión exhaustiva de la materia, pero además ese
esfuerzo resultaría infructuoso: es posible que ninguna obra, y sobre todo una pieza de
teatro menor, presente todo lo barroco. Por ello, junto con la fundamentación general,
nos centramos en aquellas perspectivas de estudio que han hecho topografía sobre las
haces del Barroco que nos son de interés.
Existía en España un gusto barroco permanente y eterno, que daba preferencia a lo raro, a lo
complicado y a lo divino sobre lo terrestre, bello y mundano. Este gusto resistió la influencia
clásica greco-romana del renacimiento italiano, modificándola “a la española”, y propagó este
gusto renacentista modificado a la propia Italia. Fue allí, entonces, en Nápoles y en Roma
particularmente, donde se originó el Barroco histórico. Se extendió éste por Francia, Alemania e
Inglaterra, y regresó a la misma España, donde sobrepujó sus peculiares tendencias en fenómenos
tan exorbitantes como el “conceptismo” y el “churriguerismo” (1973: 28).
Hatzfeld (1973) también brinda una explicación sobre aquella predisposición barroca del
alma española, que se adhirió a la oleada renacentista proveniente de Italia y se contagió
luego a Roma de regreso: “tanto el origen como la exageración del Barroco en España
están en razón directa de ese espíritu mozárabe que, en tiempos pasados, creó el arte
47
‘mudéjar’ y la literatura ‘aljamiada’” (28-29). En otras palabras, una teoría del “‘eterno
barroco’ español, concebido como herencia árabe que, en un momento de la historia,
derrotó al puro Renacimiento italiano y produjo el Barroco histórico” (29).
Por lo anterior, resulta coherente que los orígenes del Barroco se remonten a una figura
influyente y tradicionalmente enmarcada como renacentista: Miguel Ángel, “que fue, en
verdad, el artista responsable de este movimiento, espiritualmente comprometido en él,
en todos los campos del arte: escultura, pintura, arquitectura y poesía” (Hatzfeld, 1973:
13). La coyuntura entre Renacimiento y Barroco, e incluso entre Italia y España, queda
claramente expuesta al determinar quiénes fueron los padres de la forma y el alma del
segundo periodo: “Parece, en verdad, que si el italiano Miguel Ángel es el padre del
Barroco formal, tal como Wölfflin dejó establecido al principio de nuestro estudio, no
parece haber duda de que el español San Ignacio [de Loyola, fundador de la Compañía
de Jesús y líder en la Contrarreforma,] sea el padre del espíritu del Barroco”.
48
2.2 Continuidad medieval: lo gótico, trascendental y didáctico del Barroco
Hatzfeld (1973: 31-32) comenta el juicio de Lafuente Ferrari, pero equilibra el posible
desvanecimiento del teórico —al aseverar que puede señalarse alguna como la estética
legítima de Europa— apuntando a una síntesis entre las estéticas gótica y renacentista:
Lafuente Ferrari no cree en absoluto que el Renacimiento italiano sea la forma de expresión
normal del arte occidental. El Renacimiento vino más bien a interrumpir de un modo artificial el
arte Gótico, que era su verdadera expresión, y lo que hace el Barroco es un intento de volver a
unir lo que el Renacimiento había roto, sin renunciar sin embargo a las adquisiciones de éste (…)
Hagamos notar cómo el punto fundamental que aquí se expone es el de un estilo barroco [en] que
se asimila las adquisiciones del Renacimiento conservando un sustrato gótico.
Precisamente hacia esa solución teórica apunta también el juicio de Spitzer, citado por
Pulido (2004: 384), cuando afirma que el Barroco “consiste en la reelaboración de dos
ideas, una medieval, otra renacentista, en una tercera idea, que nos muestra la polaridad
entre los sentidos y la nada, la belleza y la muerte, lo temporal y lo eterno”.
49
preocupaciones que indica Walter Benjamin, citado por Pulido (2004: 388), cuando
afirma que “la afinidad material entre el Cristianismo barroco y el medieval es triple. La
lucha contra los dioses paganos, el triunfo de la alegoría y la mortificación de la carne
son igualmente necesarios”.
Figura 1. Juan de Valdés Leal. Finis gloriae mundi. Adelante, dos cadáveres en descomposición
(un obispo y un caballero) devorados por insectos. Atrás, la mano llagada de Jesucristo
sosteniendo la balanza del juicio. En los platos, las inscripciones “ni más” y “ni menos”, el
primero contiene los pecados capitales y el otro las virtudes. Acompañan esqueletos y una
lechuza y un murciélago (considerados animales infernales).
50
las comedias en los intermedios. Aún así, el entremés, con su comicidad burlesca, y
dado el marco de la estricta vigilancia de la autoridad eclesiástica y la posterior censura
que sufrió, no se alejó de este interés adoctrinador, pues, recordando a Pérez de León,
citado por Maestro (2005: 203), si la comedia “es el policía del estado, el entremés es el
de barrio”.
En este marco, no resulta extraño que el entremés de figuras pueda relacionarse con una
obra tan lejana en género, tema y estilo como La divina comedia. Dante emplea una
técnica de desplazamiento del personaje a través de los escenarios alegóricos, en un
intento por recorrer las diversas haces del reino de la fe, de modo análogo al recorrido
del tríptico de El jardín de las delicias, obra también de desplazamiento por escenas en
que la mirada tiene la oportunidad de recorrer un universo. De manera inversa, pero
sobre la misma técnica, se presenta el desfile carnavalesco de figuras, caricaturas de
notorios vicios sociales; aquí son los “escenarios” del universo social los que se
desplazan ante un punto fijo en la mirada escrutadora del juez evaluador. En ambos tipos
de literatura prospera la misma clase de técnica didáctica del recorrido temático.
51
2.3 Acumulación, síntesis y tensión de opuestos
Son numerosas y variadas las fuentes del Barroco. En las letras, “hay que tener en
cuenta, por tanto, un copioso conjunto de elementos como la literatura y la cultura
clásicas, la literatura de los Santos Padres, géneros y formas literarias medievales como
el romancero, el Renacimiento español y sobre todo el italiano, con la poesía amorosa o
la literatura ascética y mística y un largo etcétera” (Pulido, 2004: 386-387). En el teatro
breve se registra “la deuda hacia la facecia que le presta [al entremés] su almacén de
anécdotas; hacia la Celestina que le traspasa el motivo del honor deformado para el uso
del hampa y los ladrones; hacia la novela picaresca que le brinda el tema del hambre
inmortal y una fauna de tipejos; hacia el folklor al que remeda en la fusión de atmósfera
verista con quimeras fantásticas” (Asensio, 1971: 44-45), además del carnaval medieval
y la commedia dell’arte italiana. En la cultura, el que ha sido llamado espíritu del
Barroco, su órgano motor, se nutrió de, al menos, dos fuentes: el misticismo mozárabe y
la didáctica gótico medieval, la cual fue el instrumento adoctrinador por excelencia.
52
comprueba la herida intercostal de Jesús, y también para focalizar al espectador —dirigir
su mirada, atendiendo al sentido pedagógico del estilo— sobre lo importante. El impulso
racionalista del santo es contrarrestado cuando la fe se materializa de manera sensitiva y
el espectador hiende con el mismo asombro el costado del Redentor en compañía de
testigos. La catarsis aristotélica es acomodada en la dirección que el aparato dominante
lo desea, y la emoción resultante de la apreciación de la obra de arte le hace creer al fiel
que también ha palpado la santa herida. Resulta curioso que la génesis del Barroco sea
también alegórica: luces renacentistas y voluntad de sapiencia que contrastan en síntesis
con las sombras góticas adoctrinadoras de la fe.
53
Dicha tensión, entre tradición e innovación, se presenta en el Arte nuevo de hacer
comedias en nuestro tiempo, de Lope de Vega. Como lo relata Pulido (2004: 410-411),
citando a Emilio Orozco, “el manifiesto fue un encargo de la Academia que debía ser
leído ante un auditorio de defensores de las reglas aristotélicas, de ahí que el término
arte del título aluda a las reglas que se ejemplificaban en los modelos de la antigüedad
clásica (…) y con el término nuevo se apunte a un teatro diferente al anterior (…)”.
54
mismo orden de los cielos, y en donde la opulenta decoración no temía sacrificar el
mensaje de humildad del proclamado mesías, con tal de conseguir un lenguaje que, por
su mismo esplendor, pasara por ser la lengua de Dios.
Aun así, y como referimos en el mismo lugar, el género conserva un ancla en la realidad
dado el interés pedagógico que surge como una amonestación social, en lo que se
observa un seguimiento de los principios del prodesse et delectare, educar con agrado,
55
formulados por Horacio en su Arte poética: “Prácticamente, los españoles representan el
prodesse en novelas ejemplares y picarescas, así como en los autos sacramentales; el
delectare, en la comedia ligera y en las poquísimas obras del tipo de Las Soledades”
(Hatzfeld, 1973: 102). Estos preceptos horacianos se hacen presentes en el teatro
jesuítico, como lo refiere Menéndez (2006: 499): “ellos [los jesuitas] seguirán la estela
de los marbetes clásicos del ‘deleitar y aprovechar’ y de lo ‘dulce y lo útil’ como
paradigmas de sus creaciones literarias. De ahí la consideración de la obra dramática
como ‘sermón disfrazado’ de la que hace eco el P. Juan Bonifacio, o la caracterización
de ‘sermones azucarados’ a la que se refiere el P. Valdivia”. Ciertamente, la burla social
del entremés de figuras aplica estos principios, y esta cuestión resultará de importancia a
la hora de estudiar el discutido valor crítico de Laurea crítica, obra parida por un escolar
de la Compañía de Jesús.
56
cultismo, se hizo inaceptable para diferentes actores dentro de las diversas esferas de la
sociedad, tanto de la aristocracia como de los ámbitos religioso y popular: “Los
desvanecimientos de los que llamáis cultos son risa del pueblo y endechas de la religión
cristiana” (Cascales, citado por Pulido, 2004: 396). Las razones del rechazo de la
dificultad en el cultismo se abordan en el título posterior de este capítulo sobre el
lenguaje barroco.
Reinar sobre la fe le permitía a España reinar sobre los hijos de Dios —o sea todo
hombre—, y por ello no iba a permitir el resquebrajamiento de la doctrina cristiana. Para
hacer frente a la reforma protestante, se fortificó más aún y su brazo religioso elevó
armas en una Contrarreforma. El espíritu español ya había sido nutrido del misticismo
arábigo durante setecientos setenta años y soportaría, por ello, el elevar aún más las
murallas de la fe con drásticas medidas doctrinales, en una estrategia en la que el arte
57
constituyó el medio propagandístico 15 y didáctico por excelencia. Belicismo de acción-
reacción: “acción: en los templos protestantes no debe haber imágenes; reacción: donde
los protestantes no ponen nada, la Santa Iglesia lo pondrá todo” (Schwerfel, 2008:
19’02’’).
15
Como nos lo recuerda Rama (1998: 34), citando a Maravall, “la época barroca es la primera de la
historia europea que debe atender a la ideologización de muchedumbres, apelando a formas masivas para
transmitir su mensaje, cosa que hará con rigor programático”.
58
2.6 El arte de la crisis
Afirma Hatzfeld (1973: 43) que, “por lo que hace al problema barroco, el simple estudio
literario de la forma ha perdido todo sentido si se separa de la historia de las ideas”.
Consideramos aquí, de manera general, que esa historia de las ideas se precisa para la
comprensión, no solo de la forma literaria, sino de todo el problema de lo barroco, lo
mismo que de cualquier otro estilo, pues es ese rastreo el que permite entender la lógica
cultural que encierran los rasgos de una expresión artística. Tal vez es Maravall (1983)
en su trabajo sobre La cultura del Barroco quien mejor ha puesto de relieve la incidencia
de los hechos sociales en los signos de la cultura española de la época, en una
interpretación que nos parece un escrutinio de la psiquis social aurisecular.
piénsese en lo que significa, respecto a España, la aparición de las cuatro grandes pestes, cuyas
pérdidas por algunos historiadores han sido calculadas (…) sobre una cuarta parte de la
población. Y con la peste forman cotejo (…) el hambre y la miseria. También el resto de los
países europeos, y más todavía, eso sí, cuando las pérdidas de la Guerra de los Treinta años
castigan tan severamente extensas zonas, conocen espectáculos dolorosos en sus campos y
ciudades.
59
Herodes. Martín Lutero, al clavar sus famosas 95 tesis en la puerta de una de las
principales bóvedas del fetichismo religioso, abrió una grieta que partiría en dos la tabla
del cristianismo y daría entrada a un largo periodo de conflictos político-religiosos que
ensombrecerían a Europa, la que
fue entonces también testigo de una serie de cambios radicales en el panorama internacional y de
unas guerras de alcance desconocido hasta entonces. Es el caso de la llamada de los Treinta Años,
que afectó a un alto número de países, tantos que se habla de este conflicto bélico como de la
primera guerra mundial de la edad moderna. Ella supuso el final de la hegemonía de España en
Europa y la desintegración del Imperio Romano Germánico en beneficio de Francia y Suecia.
(Red Española de Historia y Arqueología, 2012: 02’08’’)
Puede interpretarse entonces que el Barroco, aunque impuesto en los reinos de ultramar,
encajó además en la cosmovisión de una Indias desgarrada por la aculturación,
enajenada, desposeída, ultrajada, saqueada y asesinada. Los mismos tópicos psicológicos
mencionados echaron sus raíces en Hispanoamérica, no por la sola razón de adquirir una
cultura impuesta, sino porque además aquellos tópicos constituyeron un código cultural
60
que sirvió a esta tierra para expresar, de modo análogo, su trastornado y convulsionado
orden social16.
Como señala Aparicio (1999: 18), “el teatro barroco es un microcosmos, una miniatura
del mundo, y a la vez el mundo entero del XVII es teatro barroco”. Hay pues en la época
una doble proyección del teatro: hacia afuera, como útil didáctico de la doctrina, pero
también de entretenimiento, que figuró el principal medio de la propaganda oficial —y
prefiguró los modernos aparatos publicitarios de dominación masiva—; y hacia adentro,
como un enraizado tópico psicológico que le llevó al hombre barroco a representarse
como actor efímero y transitorio de una tragicomedia terrena, como se observa desde
Shakespeare hasta Calderón. Esto indica lo que tantas veces se ha repetido del Barroco:
que en él el teatro es mundo y el mundo es teatro.
En Indias, en donde muchos de los aspectos propios del Nuevo Mundo agudizaron
rasgos del estilo —como que los fines de sujeción requirieran un fortalecimiento de los
medios y mensajes propagandísticos—, se hallan muestras destacables del máximo
provecho de los espacios de la vida social para usarlos como prolongación del escenario
y del relato del dominador. Así, por ejemplo, “la necesidad de celebrar misas
multitudinarias a cielo abierto da lugar a una creación original: los retablos exteriores. A
diferencia de Europa, donde solo el interior de las iglesias está saturado de imágenes y
16
Hasta hoy, los signos del mismo alfabeto continúan vigentes en una Hispanoamérica que sigue teniendo
mucho de cultura barroca y que no ha logrado, ni querido, deshacerse de este lenguaje, que se convirtió en
su lengua madre, como no ha logrado reponerse de la crisis descubridora e individualizarse como sujeto
político. Como apuntó Picón-Salas (1980: 123): “A pesar de casi dos siglos de enciclopedismo y de crítica
moderna, los hispanoamericanos no nos evadimos enteramente aún del laberinto barroco. Pesa en nuestra
sensibilidad estética y en muchas formas complicadas de psicología colectiva”. Arriesgamos a decir, bajo
el riesgo de estar influidos por el mismo desvanecimiento crítico de Lafuente Ferrari, ya citado, que es el
Barroco, y no las estéticas antecedentes —precolombina— o precedentes —como el modernismo—, la
esencial expresión del arte hispanoamericano hasta este momento. Sin embargo, si se trata de un delirio
crítico, nos tendría que acompañar en él Alejo Carpentier, quien “llego a proponer al estilo barroco como
forma específica del arte del continente” (Rama, 1998: 35).
61
de símbolos, en América, tanto el interior como las fachadas se cargan de detalles
artísticos” (Bauer, 2008: 06’08’’). Con este proceder se consiguió una teatralización de
la plaza que, como sabemos, ha sido centro común de encuentro, socialización y
esparcimiento, modo en el cual se hace del transeúnte también un espectador de la
representación perpetua que acontece sobre las fachadas de los templos.
62
al ya perfecto modelo, es recuperado por una tradición que lo convierte a su vez en otro modelo
más, disponible para una cadena ilimitada de imitaciones futuras (90).
Pero hacia fines del siglo XVI ocurre un cambio ideológico en la función de la praxis
imitativa. Este giro en España tiene al menos tres causas: primera, la proliferación de la
producción artística que repercute en un desgaste de los modelos (Ball, 1977: 90);
segunda, la rivalidad entre autores que lleva al deseo de superar el canon (Ball, 1977: 90;
Ivanov, 2006), y tercera, el sentimiento de desencanto del ideal de mundo, producto del
estado de crisis social, que condujo al hombre barroco a subvertir con degradación los
paradigmas de la utopía estética grecolatina (Ivanov, 2006). En el Barroco surgen dos
tipos de imitación, una de signo positivo y otra de signo negativo, como sugiere Ball
(1977: 90) tomando como caso ejemplar a Góngora: “La alternación de burlas y veras a
través de toda su producción [refiriéndose a la del cordobés] divide esta operación
poética en dos modos. La imitación positiva postula un modelo deficiente que necesita el
suplemento idealista del nuevo texto, y la imitación negativa, o parodia, apunta a un
modelo falso o exagerado que necesita la reducción materialista del texto paródico”. La
imitación paródica actúa por reacción a las tres circunstancias nombradas, [1]
enriqueciendo la producción artística como reacción al desgaste de las líneas
renacentistas, [2] como arma satírico burlesca en la rivalidad entre autores (como la
habida entre Góngora y Quevedo), y [3] como expresión del desencanto frente a la
realidad y frente a los presupuestos clasicistas idealizadores de la belleza17.
17
Ivanov (2006) refiere ejemplos de esta última, como la desidealización burlesca de la amada y del amor
cortés, y la profanación de la mitología grecorromana, a lo cual se suma, a nuestro parecer, la comicidad
de lo obsceno y lo grotesco, en la que vemos un redescubrimiento de la materialidad del cuerpo (orina,
mocos, heces, toda clase de defectos físicos) en contestación paródica hacia la idealización y divinización
del mundo clásico.
63
Ariosto, Sannazaro y Minturno, pero “aún dentro del marco convencional de la
imitación petrarquista como ‘emulación’ del modelo, el texto gongorino aparece como
una afirmación polémica de superioridad”. Al respecto, Ball (1977: 91) recuerda el
comentario de Schulz-Buschhaus sobre el soneto La dulce boca que a gustar convida
imitado de Torquato Tasso: “Góngora traslada el soneto de Tasso, no como un discípulo
que esté buscando para sí y para su lenguaje nuevas posibilidades literarias, sino como
un rival, que transforma intencionadamente el poema del célebre poeta italiano y lo
‘corrige,’ para decirlo así, desde la perspectiva de una estética nueva”. En el mismo
periodo, el poeta parodia figuras del amor patético o romántico como Durandarte,
Belerma, Doña Alda, Gaiferos, Melisendra, Hero y Leandro.
La tercera etapa culmina las ambiciones de Góngora —“de mi pluma deseo hacer algo
no para los muchos”— con la Fábula de Polifemo y Galatea (1612), las Soledades
(1613) y la Fábula de Píramo y Tisbe (1618). Al respecto de estas obras, Ball (1977: 92)
sostiene que “lo más asombroso del fenómeno culterano es que las obras que reclaman
con mayor justificación el laurel de la superioridad para Góngora son precisamente
‘imitaciones’” que tienen en Ovidio su modelo. De las intenciones de Góngora explica el
investigador que “al inscribir tanto las obras culteranas como su autoparodia [la Fábula
de Píramo y Tisbe] en una competencia con el único poeta clásico de ingenio parecido al
suyo y por eso autoritativo para medir su propio éxito, Góngora se dirige al mismo
64
público de su modelo, es decir, un público universal de lectores cultos, y reclama la
misma valorización universal para su obra positiva y su desengaño con ella” (92).
Este estatus de Luis de Góngora, por el que se ubicó como una de las figuras centrales
de las letras del Barroco, le posicionó como principal foco de la imitación y la parodia,
no solo por españoles, sino además por ingleses, franceses, portugueses e italianos
(Sánchez, 2012). De la misma manera, es un hecho que el poeta y dramaturgo cordobés
constituyó el eje de la imitación en el Barroco latinoamericano. Sánchez (2012) estudia
la estela del gongorismo en América y, para el caso hispanoamericano, asocia los
siguientes autores (representativos, suponemos, pues podrían encontrarse otros de menor
reputación literaria): sor Juana Inés de la Cruz, Juan de Espinosa Medrano, Hernando
Domínguez Camargo, Bernardo de Balbuena, Pedro de Oña, Diego Sáenz de Ovecuri,
Fray Juan de Ayllón, Rodrigo Carvajal y Robles, Luis de Tejada y Guzmán, Pedro de
Peralta Barnuevo, Mateo Rosas de Oquendo, Juan del Valle y Caviedes y Luis Antonio
de Oviedo y Herrera. Pero en dicho rastreo no se menciona la imitación negativa, o sea
la parodia, lo que conduce a entender que Góngora no fue vórtice general de discordia
en la colonia como sí lo fue en España y el resto de Europa. De manera tal que la
parodia del cultismo de Laurea crítica, del bogotano Fernando Fernández de
Valenzuela, no solo representa una temprana muestra de la crítica literaria en
Hispanoamérica, sino también una de las pocas ocasiones —o quizás la única, hasta
donde deja ver nuestro rastreo— en que se rebatió la estética de Góngora desde Indias.
2.9 Ocultamiento
Afirmaba Hatzfeld (1973: 14) que “el Barroco es el estilo del punto de vista pictórico
con perspectiva y profundidad, que somete la multiplicidad de sus elementos a una idea
central, con una visión sin límites y una relativa oscuridad que evita los detalles y los
perfiles agudos, siendo al mismo tiempo un estilo que en lugar de revelar su arte, lo
esconde”. La cita permite una lectura que recuerda la fusión de opuestos en el estilo y la
importancia de inspeccionar siempre ambos polos del contraste. Así, en la multiplicidad
65
de elementos se debe identificar cuál es la unidad desde la que parten las líneas, el punto
de fuga en el horizonte de la pieza; la pupila no puede cerrarse sobre las partes
iluminadas que atraen al ojo ante una visión sin límites, sino abrirse para escudriñar lo
que sugieren las zonas oscuras; y la pregunta no debe hacerse exclusivamente sobre lo
que se revela, sino también sobre lo que se esconde, por lo cual es tan importante
recorrer los numerosos detalles del lleno como detenerse a pensar sobre el vacío, e
importa tanto lo que se dice como su silencio.
Dado este orden de asuntos, Sánchez-Piérola (2001) se pregunta sobre “¿Qué sentido
tiene el afán exhibicionista barroco?”, es decir, qué explicación tiene la tendencia a la
multiplicación de detalles, al exceso ornamental, a dar plena luz a ciertos espacios
mientras otros se dedican a la sombra, y concluye que la exhibición también es un acto
de ocultamiento: “exhibir es mostrar, poner algo delante. ¿Delante de qué? De otra cosa,
que queda detrás, oculta. Por lo tanto, el acto de exhibir implica al acto de ocultar.
Siempre que se exhibe algo, se está ocultando aquello que no se exhibe. El barroco en
tanto puesta en escena nos remite a la pregunta por el ocultamiento”.
es un despiste. El recargamiento y los adornos barrocos apartan la atención del centro, que es
siempre un vacío. El horror al vacío del barroco se expresa en la decoración alrededor de un vacío
justamente. De allí que el barroco opte por la línea curva y quebrada en vez de la línea recta: su
estilo no es decir las cosas directamente, sino del modo menos directo posible. El interés del
barroco por el dinamismo se debe a que instaura un movimiento centrífugo que parte de un vacío
para alejarse de él. El vacío queda detrás de los decorados y los ornamentos. El silencio detrás de
la grandilocuencia.
Pero el ocultamiento y el silencio aun deben tener una justificación, lo que remite a la
pregunta ¿por qué la necesidad de esconder y callar, o de insinuar (mostrar o decir a
medias)? Pensamos que parte de la respuesta se halla en el peso de las restricciones
66
morales del aparato dominador, que llevó a recurrir al empleo de técnicas como la
ironía, la sátira y aun la parodia, que no constituyeron en todos los casos un medio de
burla y jolgorio sino también un modo de encubrir la subversión, enmascaramiento que
se realizaba unas veces para deleitar el intelecto, cuando este descubre el mensaje, y
otras por la intención de impugnar un orden desde un terreno estable y seguro.
En Indias, en donde la restricción bien pudo ser mayor que en la metrópoli, también
pueden encontrarse usos destacables y elaborados del ocultamiento y del silencio, como
en sor Juana Inés de la Cruz. Al respecto del Primero sueño, Lizama (2015: 7) piensa
que las alusiones a personajes femeninos de la mitología, —Nictimene, las hijas de
Minias y Alcione— “que corresponden a mujeres que no siguieron las reglas
establecidas por los hombres”, son una manera de enmascarar “su crítica a la Iglesia
Católica, por censurar el conocimiento y ser un ente opresor”, en lo que vemos por
nuestra parte una afrenta al patriarcado 18. Por otra parte, la monja mexicana responde a
los señalamientos que le hizo el obispo de Puebla en una carta que escribe el religioso
bajo el pseudónimo de Filotea de la Cruz. Si bien en la Respuesta a sor Filotea de la
Cruz, la décima musa niega frontalmente todas las imputaciones del obispo, Segura
(1994: 44) afirma que en la negación la monja “emplea lo que Josefina Ludmer llama
‘tricks of the weak’”, en donde “negar es un truco de los débiles ‘which here,’ de
acuerdo con Ludmer, ‘separates the field of saying (the law of the other) from the field
of knowing (my law)’”, de manera tal que la negación sobre una verdad, como discurso
que parte del reconocimiento de la propia debilidad ante el inquisidor, se convierte en el
ejercicio de un acto de poder sobre el conocimiento que es vedado a quien lo inquiere.
Estos dos casos demuestran que ante la represión, el sentido del discurso barroco debe
buscarse debajo de máscaras —como la sumisión o la locura—, entre líneas, leyendo en
18
Según Soriano (2000: 71-74), Nictimene “sintió un amor criminal por su padre”, las mineidas eran
“incrédulas de la deidad de Baco, en vez de acudir a sus cultos, proseguían laboriosas sus tejidos y se
entretenían en narrarse las leyendas de Píramo y Tisbe o de Marte y Venus” y Alcione “había
transformado en peces (…) a sus incautos amantes”.
67
línea curva y quebrada, recorriendo las ondulaciones de la insinuación (del latín sinuare,
senos, serpenteos), en el silencio, e incluso en lo opuesto a lo que se dice.
2.10 El pliegue
Deleuze (1989) dedica una obra completa a reflexionar sobre El pliegue como una
función operatoria de este estilo:
El Barroco no remite a una esencia, sino más bien a una función operatoria, a un rasgo. No cesa
de hacer pliegues. No inventa la cosa: ya había todos los pliegues procedentes de Oriente, los
pliegues griegos, romanos, románicos, góticos, clásicos… Pero él curva y recurva los pliegues,
los lleva hasta el infinito, pliegue sobre pliegue, pliegue según pliegue. El rasgo del Barroco es el
pliegue que va hasta el infinito (11).
El pliegue es el constituyente de lo múltiple, que “no sólo es lo que tiene muchas partes,
sino lo que está plegado de muchas maneras” (11), y del laberinto, pues “se dice que un
laberinto es múltiple, etimológicamente, porque tiene muchos pliegues” (11). También
la sucesión de parodias configuran una acumulación de pliegues en la materia remedada.
En ese truculento ondular se muestra y se esconde, se promete y se niega, y por ello el
ocultamiento barroco es un plegado del secreto. El Barroco llena el espacio circundante
con un exceso de pliegues, como los del arabesco, y en ello no se refleja sino el horror
vacui, heredado al arte bizantino y la decoración islámica. Por lo mismo, el pliegue
también hace una poética del silencio, pues el plegado artificioso no esconde motivo
alguno. Riza el espacio en espectacular artificio, y asimismo riza el tiempo retardando la
intelección del espectador, envolviéndolo en una encantadora pero vacua fantasía, y por
lo tanto el pliegue asume el padrinazgo de la dificultad. Este misterio es la manipulación
artificiosa de la catarsis aristotélica, que extasía y doblega, hasta elevar el sentimiento
místico a la altura de la fe contrarreformista.
68
Figura 4. Bernini. Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni. Ejemplo del uso material del pliegue
para dar voluptuosidad del efecto dramático, en la escena religiosa de la transverberación de la
beata. Tomado de http://www.jmhdezhdez.com/2015/05/extasis-de-santa-teresa-bernini.html
Al respecto de que Miguel Ángel sea el padre de la forma barroca, nos preguntamos
entonces si el malicioso pliegue de la sonrisa de la Mona Lisa, ese impávido mostrar y
ocultar, no es un indicio de que esa misma voluntad artística del pintor de la Capilla
Sixtina estaba también ya presente en Leonardo da Vinci19.
Hacia 1535 el humanista y erasmista español Juan de Valdés escribió su Diálogo sobre
la lengua, un tratado en el que reflexionó sobre el origen y asuntos gramaticales,
ortográficos, lexicales y estilísticos del castellano, en una boga por posicionar esta
lengua al nivel de las más prestigiosas. La ideología estilística allí defendida, en
correspondencia con la renacentista de la época, se inclinaba a favor de la naturalidad y
en contra de cualquier impostura: “el estilo que tengo me es natural, y sin afectacion
ninguna escrivo como hablo, solamente tengo cuidado de usar de vocablos que
signifiquen bien lo que quiero dezir, y digolo quanto mas llanamente me es possible,
19
Aclaramos que la antítesis Mona Lisa y son-risa, aunque llamativa, no es sino un juego conceptista
propiciado por el azar en el idioma español. La Gioconda obtuvo su nombre merced a una tesis sobre la
identidad de la modelo: Lisa Gherardini (esposa de Francesco Bartolomeo de Giocondo), al que se añadió
el título de Mona, o señora en el antiguo italiano. Nos resulta de valor, sin embargo, apreciar y referir la
coincidencia, que pareciera nutrir con un repliegue más el misterio que envuelve a la obra, ya que en
Laurea crítica ocurre un fenómeno similar, que adelante se refiere.
69
porque a mi parecer en ninguna lengua esta bien el afectacion” (Romera-Navarro, 1929:
217). Pero en el siguiente siglo, la afectación sustituye a la naturalidad y este giro se
instituye como una característica del lenguaje del Barroco:
Si durante una parte del siglo XVI el ideal estilístico expuesto por Valdés en su Diálogo de la
lengua “escribo como hablo” tuvo su manifestación en el ámbito literario, pronto este ideal de la
naturalidad va a ser sustituido por el de afectación, característica ya del Barroco que Menéndez
Pidal ha visto “como un cambio de dirección en sentido opuesto, cambio producido por necesidad
biológica, digámoslo así, por haber agotado sus posibilidades la norma de naturaleza y llaneza
imperante en el siglo XVI” (Pulido, 2004: 389-390).
Hay pues, en los autores dos suertes de obscuridad diversísimas: la una consiste en las palabras,
esto es, en el orden y modo de la locución, y en el estilo del lenguaje solo; la otra en las
sentencias, esto es, en la materia y argumento mismo, y en los conceptos y pensamientos dél. Esta
segunda obscuridad, o bien la llamamos dificultad, es la más veces loable (…) Mas la otra, que
sólo resulta de las palabras, es y será eternamente abominable por mil razones (Pulido, 2004:
391).
Estas dos vertientes del uso del lenguaje en literatura: la del contenido y la de su
expresión; se han entendido como escuelas claramente diferenciadas y opuestas a partir
de Menéndez Pelayo: conceptismo y cultismo, respectivamente (Pulido, 2004: 391). Sin
embargo, la tajante diferenciación y oposición de estas categorías ha sido también
discutida amplia y repetidamente. Parafraseamos a Pulido (2004: 392-393) en dicha
exposición: Croce, poco entusiasta del Barroco, unifica ambas corrientes por
considerarlas un vicio de forma. Curtius reconoce que al descender al estudio concreto
es imposible separar en la práctica conceptismo y cultismo; pronto, Dámaso Alonso
señala la presencia en Góngora de numerosos elementos conceptistas; Menéndez Pidal
70
califica las tendencias de estilos hermanos, de modo análogo que Antonio Villanova,
quien señala igual identidad de principios en ambos movimientos; pero la explicación
más clara llega por parte de Parker, Lázaro Carreter y Félix Monge, quienes “niegan la
oposición de conceptismo y culteranismo y dan prioridad al conceptismo entendido
como manifestación más extensa y general en la que se inscribirá el culteranismo” (393).
Para Pulido (2004: 392), la discriminación entre los dos movimientos ha sido superada
por los estudios al referirse a “los tópicos que por erróneos la crítica no ha tardado en
desechar”. Así, propone que “resulta más operativo hablar de las nociones de concepto,
culto, dificultad y otras en la literatura del XVII (…)” (Pulido, 2004: 394). Pero
pensamos que se apresura la autora a descartar los términos. Nos adherimos a la visión
de Parker, mencionada por la misma investigadora, quien “cree justificable y útil
mantener la separación” (Pulido, 2004: 393). Consideramos que la distinción es patente
desde el mismo enfrentamiento que se registró entre los defensores de la dificultad del
contenido y los de la expresión en el siglo XVII, y así suprimirla del cuerpo teórico
conllevaría a anular conceptos que permiten diferenciar los movimientos, dificultaría la
lectura futura de la bibliografía disponible y entorpecería el estudio subsiguiente del
fenómeno.
71
Diversos pensadores han señalado la inclinación del pensamiento analógico para crear
falacias. Por ejemplo, para Gastón Bachelard (1993: 105) la analogía era un obstáculo
epistemológico que “conduce a plantear una supradeterminación muy característica de la
mentalidad precientífica”. Y fue la analogía la forma de conocimiento en el Barroco, la
que “seguía teniendo un contenido gnoseológico; no porque con ella se pretendiera
acceder a una comprensión científica de la realidad, sino porque los presupuestos
gnoseológicos de la sociedad se encontraban en otros ámbitos (lo político, lo estético, lo
moral y lo religioso) donde el ficcionalismo de la analogía podía instalarse
legítimamente como una forma de conocimiento” (García, 2004: 486).
Esta razón analógica del mundo es la que fusiona el principio platónico, según el cual el
mundo creado es una réplica del mundo de las ideas, con el principio aristotélico de
continuidad en la gran cadena del ser. Se trata de un sistema que se representaría con el
72
cruce de un principio vertical, de la analogía de lo divino con lo terreno, con otro
horizontal, de analogía de lo terreno con lo terreno (García, 2004: 483). De esta manera
la analogía funcionó perfectamente para estructurar la sociedad Barroca en el orden
esperado en torno a un centro teológico, pues “lo analógico, y no lo lógico, era la única
manera de franquear la distancia entre lo infinito y lo finito [Aristóteles], lo natural y lo
sobrenatural [Platón]” (García, 2004: 486).
Resultó entonces fundamental controlar los senderos de sentido del lenguaje por los que
se movilizaba la mentalidad del hombre barroco, y “esta correspondencia entre Dios y el
hombre exigía, en todo caso, una relación comunicable y, por ende, un lenguaje religioso
que canalizara tal relación. Pues el lenguaje, efectivamente, es el instrumento
movilizador de cualquier sistema de ficción analógica” (García, 2004: 486).
Ahora bien, si Góngora es difícil, también lo es Quevedo, y pocos autores se han percatado, como
lo ha hecho Lázaro Carreter, de que las críticas vertidas por Jáuregui en su Discurso iban
dirigidas contra los dos destacados escritores barrocos, así como de que la dificultad del autor de
los Sueños tiene la misma base que la del autor de las Soledades: la intensificación de recursos
expresivos junto a la riqueza y la complejidad de sus temas (Pulido, 2004: 404).
Pero debe encontrarse la razón que explique la pugna entre los dos movimientos hijos de
la complicación barroca. Esta es que el conceptismo se ha considerado la expresión
propia del alma española (Pulido, 2004: 403), un espíritu de talante místico heredado de
73
la larga visita de árabes y judíos, sembrado sobre la posibilidad del sentido, el
razonamiento analógico que veía amenazadas sus vías de comunicación por la distorsión
cultista extraña a España:
74
Góngora llevó las posibilidades del cultismo al máximo punto conocido: “no sólo
escribe para cultos, sino que aun escribiendo para la clase culta de su época sobrepasa
los límites de intelección y formación literarias de ésta (…) El principal problema que
tuvo el autor de las Soledades fue la ausencia de lectores preparados para leer y entender
su poesía, que sin duda necesitaba un nuevo lector” (Pulido, 2004: 397). El carácter
colosal de su propuesta estética se erigió también en la propuesta de un nuevo lenguaje
poético. Por ello el cordobés figuró el bastión más importante de la corriente y su
nombre propio valió de sinónimo para renombrarla en gongorismo, y así mismo su
nombre, figura y obra fueron el blanco recurrente de constantes afrentas y apologías
literarias, tanto en la metrópoli como en las colonias de ultramar.
20
Desde una perspectiva más eurocéntrica, en ocasiones el interés ha sido el de analizar los problemas de
la cultura española en América (Picón-Salas, 1980: 123).
75
fueron estudiados a fondo y valorados por la crítica 21. Desde esta óptica, los juicios
estéticos sobre obras situadas por fuera de este canon podían ser tan descalificadores y
carentes de esmero, como el que lanzó Camacho (1978: 102) sobre Laurea crítica, quien
tras una reflexión de escasas ocho y media páginas afirmó que “sólo podemos valorar la
sátira de Valenzuela como una muestra de lo que se pensaba en los medios más
retrasados en literatura. Y, en efecto, el único valor del entremés, como resulta evidente,
es su calidad de muestra, de ejemplo”.
21
Leonardo Acosta (1984: 29) refería en su momento que “los casos típicos del barroco literario
americano que siempre se citan son los de Bernardo de Balbuena (o Valbuena), Carlos sigüenza y
Góngora [sic.] y sor Juana Inés de la Cruz, en México. En el Perú, el caso extremo es el del autor del
Elogio de don Luis de Góngora, Juan de Espinosa Medrano, el Lunarejo”.
76
De esta clase de indicaciones, con marcado interés sociológico e histórico, surge el
concepto de Barroco de Indias. Como define Santiago (2007: 125) al nuevo enfoque,
este, “sin desconocer la dependencia, postula un abandono de la mirada eurocéntrica
sobre los textos y enfatiza en los análisis la incidencia de las condiciones de producción
cultural en América, para advertir las particularidades locales” [la cursiva es nuestra]. Se
trata de una perspectiva bifronte, cuyo avance solo es posible si se despliega en dos
sentidos mancomunados: “enfocando el análisis de los textos y [de] la cultura
americana” (Moraña, 2005: 12). Por ello, como se percibe en los trabajos situados desde
esta perspectiva, el discurso académico no se centra exclusivamente en el marco de la
estética, sino que presenta un necesario enclave en la relectura de la historia tocando en
un análisis crítico del discurso. Debido a esta hibridación, Moraña (2005: 11) define al
giro teórico como uno de tipo crítico-ideológico. Crítico, precisamente por la
reinterpretación que hace de la historia cultural americana, la cual se esclarece por —y
alimenta a la vez— la reinterpretación de la producción cultural colonial. Ideológico, por
el mismo cambio de paradigma, en el que ha funcionado el empleo de “teorías
postestructuralistas” (11). Con su reseña del cuerpo autoral, Santiago (2007: 125)
permite reconocer algunas de las direcciones en que avanza el estudio del Barroco
hispanoamericano:
A su conformación contribuyen los aportes teóricos de Antonio Cornejo Polar, Ángel Rama, los
estudios sobre el sujeto criollo de Bernard Lavallé, sobre los letrados coloniales de Magdalena
Chocano Mena, y el enfoque americanista en la interpretación de los textos de Mabel Moraña,
María Alba Pastor Llaneza, Margo Glantz, Jacques Lafaye, Raquel Chang-Rodríguez, José
Antonio Mazzotti y Beatriz González-Stephan, entre otros22 [la cursiva es nuestra].
A partir del giro, como expresa Moraña (2005: 11), “la investigación ha sido
especialmente fructífera en la recuperación de textos, autores y formas discursivas que
no integraban hasta ahora el repertorio monumentalizado de las letras coloniales”23,
22
Nos parece acertado incluir los estudios de John Beverley (1981; 1988), que son reveladores de la
relación entre la estética y la dinámica social, cultural y económica del nuevo mundo y de este en relación
con la metrópoli española.
23
Aprovechamos también la cita para hacer notar que este enfoque teórico da cabida a “formas
discursivas” que no encajan en la clasificación de los géneros literarios tradicionales. Para una historia y
77
aunque esta afirmación debe entenderse guardando las proporciones. El progreso de los
estudios se da a la par del descubrimiento y análisis de las obras producidas en la
colonia, lo que ocurre lentamente en el terreno literario dada la dificultad de hallar los
textos, muchos de los cuales se perdieron para siempre mientras que los conservados
permanecen ocultos en archivos inexplorados, pero sobre todo a causa del desinterés
académico que pesa sobre nuestra génesis literaria, como reconoce Orjuela (1983: 262)
al quejarse del “desafecto que la crítica ha mostrado por la literatura colonial”.
2.12.1 La mixtura
78
sol) y Quilla (la luna). Todo esto, en fusión con el relato sobre el nuevo orden:
autoridades eclesiásticas (papa, cardenal y obispo, a la izquierda), gubernamentales (el
emperador Carlos V y su séquito, a la derecha) y las autoridades divinas, que sobra
mencionar (arriba).
79
predispondrá al grupo nativo para el aprendizaje jesuita de las técnicas de talla y
arquitectura con este material. Al sur del río de La Plata, la escasez de artistas fijará que
las obras se importen por tráfico y comercio desde Brasil. También, como refiere
Moraña (2005: 47), citando a Céspedes del Castillo, la arquitectura será más ventilada en
zonas más calurosas, se utilizarán materiales como quincha, caña y barro en zonas
sísmicas y hasta las características de la piedra, roja volcánica en la Nueva España o la
muy blanca y porosa de Arequipa, que resta pesadez arquitectónica, tendrán
repercusiones estéticas.
La barrera del lenguaje hará que castas como la mestiza (unión de español e indígena) y
mulata (español y negro) destaquen en las artes visuales. De esta manera, el arte y oficio
de las letras será ejercido mayoritariamente por los criollos que, como sugiere Beverley
(1981: 39), debían ser instruidos en este oficio para fijar burocracias administrativas
locales que aminoraran la carga del gobierno español. Pero el responsable de la
burocracia no era el sencillo operario sobre determinados documentos de oficina, como
en nuestros días, sino que demandaba una formación intelectual integral en letras. El
letrado participará de igual modo del aparato de documentación de gobierno, de los
textos de la fe y otras tareas escriturales, pues son ocupaciones enmarcadas en la misma
noción de literatura, la que es atravesada por los procedimientos estéticos del lenguaje.
80
los nuevos gobernantes virreinales venidos desde España, como la Comedia de san
Francisco de Borja, del mexicano Matías de Bocanegra; sentará una voz crítica de
protesta hacia el orden colonial, entre los pliegues de los diversos artilugios barrocos de
ocultamiento, como la Carta atenagórica de la décima musa mexicana, o la sátira de los
españoles radicados en Perú, Mateo Rosas de Oquendo y, el más incisivo, Juan del Valle
y Caviedes; delineará un rasgo de individualismo moderno 24 con el relato autobiográfico
confesional, como en la Relación autobiográfica de la monja chilena Úrsula Suárez;
aunque con mucha menor frecuencia que las artes plásticas, incluirá la presencia
indígena, como el auto sacramental escrito en quechua Uska páukar o El hijo pródigo
del “Lunarejo” De Espinosa Medrano, y también la presencia negra, como ocasión de
irrisión en entremeses y villancicos (Swiadon, 2006); se ocupara de historiar la colonia,
como El carnero, del bogotano Juan Rodríguez Freyle, y de describir y exaltar la
naturaleza, como el poema de inspiración quiteña A un salto por donde se despeña el
arroyo de Chillo de Domínguez Camargo.
Cabe mencionar que América también será influencia para el Barroco literario español.
Destacamos la comedia de Calderón La aurora en Copacabana, que relata la aparición y
talla de la virgen católica por el escultor indígena Francisco Tito Yupanqui; el guajalote
que Góngora sirve en la cena nupcial de su Soledad primera y que concilia con la
herencia griega, cuando “Himeneo a sus mesas destina”, y también la parodia del habla
esclava del mismo poeta cordobés en un poema de 1609 para la celebración del Corpus:
Pongamos fustana
e bailemo alegra;
que aunque samo negra,
sa hermosa tu.
Zambambú, morenica del Congo,
zambambú.
Vamo a la sagraria, prima,
veremo la procesión (Picón-Salas, 1980: 136).
24
Es de recordar que la modernidad inicia precisamente en la época del Barroco y que así sus problemas,
como el del individualismo, también se perfilan desde el arte del periodo. Muestra de ello es la conciencia
autoral en la preocupación de los derechos de autor de Cervantes, como refiere Beverley (1988: 222).
81
2.12.2 Sumisión y subversión
Para empezar, puede identificarse una subversión para la supervivencia del legado
ancestral. Como señala el historiador Mujica, “hay por parte de la población andina una
lectura distinta del santoral católico y una utilización distinta de sus imágenes, que eran,
digamos, los indios conversos o mestizos conversos, que utilizan la fe cristiana como
cortina de humo para continuar con sus viejas creencias” (Bauer, 2008b, 11’48’’). Vivo
ejemplo es la santería de los esclavos africanos, quienes cobijaron sus prácticas
religiosas e ídolos bajo el manto del catolicismo. Allí, para la muestra, el culto al orisha
82
yoruba Changó se disfrazó con el manto de san Marcos y de santa Bárbara25. También,
en las cruces atriales mexicanas se observa claramente el sincretismo.
Pero este sincretismo, por el cual se travisten los significantes indianos con los ropajes
de los significantes peninsulares, puede ser también la forma de reclamar un poder, o por
lo menos de participar de él, como puede interpretarse en el Niño Jesús inca. Siguiendo
con Mujica (Bauer, 2008b, 10’58’’), “lo interesante de esta pintura es que reúne los dos
reclamos de la nobleza incaica en el siglo XVIII, que es tener acceso, poder ingresar a
25
Este sincretismo es cantado a mediados del siglo XX por el dúo cubano Celina y Reutilio en aquel
clásico: santa Bárbara bendita / para ti surge mi lira / santa Bárbara bendita / para ti surge mi lira / y con
emoción se inspira / ante tu imagen bonita / Que viva Changó / ¡Que viva Changó, señores!
26
Según Tinajero (2014), la multiplicidad de elementos de esta cruz presenta unidad temática en la pasión
y crucifixión de Cristo. De la vertiente europea se representan de manera transparente los ramos de
bienvenida, el gallo de la negación del mesías, la columna a la que fue atado el profeta y la corona de
espinas, entre otros elementos. De la vertiente americana, se funden con el relato cristiano rostros indios,
manos y la exhalación de una vírgula (símbolo de la palabra), como representación de quienes abofetearon
e insultaron a Jesús, algunos chimallis (escudos de batalla) suman a la escena el carácter guerrero propio
de los pueblos centroamericanos, y los arabescos del barroco son cambiados aquí por remates fitomorfos.
83
las órdenes religiosas, que a los indios les estaba vetado y, luego, la autonomía política
(…) El transformar al niño Jesús en una especie de rey-sacerdote y convertirlo en inca y
venerarlo se convirtió en un símbolo subversivo del catolicismo andino”. Este
procedimiento indígena es como el inverso de la arquitectura colonizadora en suelo
americano: poner un símbolo indiano debajo o dentro de otro católico.
Figura 7. Anónimo cusqueño. Niño Jesús inca. Tomado de Mora y Odone (2011)
Pero estas pugnas por el poder no fueron exclusivas del mundo americano. Beverley
(1981) nos lo recuerda respecto a Góngora en su Carta en respuesta a los ataques contra
su poesía. Según el investigador, citando a Jaime Concha,
ya muy entrado el siglo XVII el letrado seguía siendo un ser indefinible, es decir, huérfano de una
clara definición social (…) Ser noble, ser sacerdote, ser ganapán, eran cosas muy nítidas,
aristotélica y escolásticamente nítidas en la conciencia colectiva del periodo. No así el letrado,
cuya práctica social no encajaba plenamente dentro de la mentalidad excluyentemente nobiliaria
de los estamentos dominantes (38).
El ascenso social en la sociedad barroca comenzaba a delinearse por la vía del capital,
atenuando el requerimiento de la nobleza de sangre, para lo cual el letrado veía favorable
84
impulsar una moral de autoridad conferida por su trabajo, y esta sería una tercera línea
de medro27:
De allí que Góngora [en su Carta] insiste en que su poesía requiere un trabajo especifico en su
composición e interpretación y que en esto consiste su utilidad. Su cultivo de la dificultad
significa una sublimación estamental por parte del emisor y receptor a la vez, una autoridad.
Frente a la amenaza de una naciente cultura burguesa, la poética del gongorismo implica una
especie de fetiche aristocrático de una forma extremadamente elaborada, vista como noble o
sublime porque elude la comprensión del vulgo y se sitúa fuera de la órbita del mercado y del
dinero como medio de cambio y posesión28 (38).
27
El oficio letrado como modo de ascenso social se demuestra también, por ejemplo, en las razones que da
para buscar un grado el personaje principal del Entremés de don Pantalón de Mondapoços (1578): “(…)
porque ya quel Rey nuestro Señor a quien Dios prospere largos años no me haya hecho aquellas mercedes
que yo merezco por los grandes y eroycos hechos que hecho en esta guerra de Portugal tengo para hello,
vengo a sumarme a las letras, que suficiente ciencia tengo para ello, y donde no mi linaje y la mucha
merçed que vm. me hará serán parte para que no se me mengüe” (Lobato, 1998: 218).
28
Cabe recordar que, de manera reaccionaria, en su Carta el cordobés llama a su poesía “trabajo”, a pesar
de ser una “palabra que había adquirido en el siglo XVI una connotación peyorativa y plebeya” (38) y que
se opuso a publicar su obra en vida, la cual circuló siempre en manuscritos entre la élite, no obstante de su
situación económica a menudo precaria (36).
85
la clase oprimida y la opresora, entre colonizados y colonizadores, sino que existió
subversión entre los focos mismos del poder oficial, como lo demuestra en la Nueva
España La comedia de san Francisco de Borja, escrita y representada por Matías de
Bocanegra en 1640 para recibir al nuevo virrey, pieza que es para Sainz (2011: 381) y
otros “un ejemplo del teatro como instrumento político en la Compañía de Jesús”. Según
la investigadora, “el mensaje político de nuestra comedia se transmite mediante un
conjunto de elementos literarios que está pensado para la educación del príncipe, en este
caso la del representante de la monarquía en México” (384). Poniendo la vida del santo
como modelo, que fue también tercer general de la orden jesuita, “queda claro que uno
de los propósitos es la alabanza, pero existe otro: mostrar al gobernante cómo debe
ejecutar su poder” (386). Y esta forma de gobernar era, para los jesuitas, la contraria de
los postulados maquiavélicos que hicieron carrera con El príncipe (386-387) que,
recordemos, favorece las acciones de estado necesarias, aunque estas sacrifiquen los
valores morales, religiosos y humanos. Se trata entonces de una estética que no subvierte
el marco oficialista, pues se moviliza en consonancia general con los elementos que le
caracterizan, pero se interesa en subvertir un discurso de gobierno, ya que Matías de
Bocanegra “ejemplifica a través de Borja su idea de príncipe ideal y, en definitiva, la
idea también de la propia orden jesuita. Como ya se ha indicado, un objetivo de esta
obra es la educación del príncipe en la fe católica al igual que ocurre con los textos
antimaquiavélicos propios de la Contrarreforma” (387).
Respecto a la sumisión, que no hace falta demostrar por evidente, es preciso indicar que
aquel prejuicio de “nacionalismo adolescente”, del que hablaba Picón-Salas, puede hacer
que se la idealice, viendo en cada práctica barroca una opresión demoniaca para los
conversos. En esto, es de destacar la forma en que Magalahes interpreta el Barroco
brasilero, contrario al pronóstico de un arte de sometimiento, como un arte en el que hay
“una alegría, hay una joie de vivre, hay un aspecto de valorización de lo humano, hay
una sensualidad latente. De modo que hay una identidad del Barroco brasilero muy
diferente del Barroco de la América española” (Schwerfel, 2008: 10’54’’), interpretación
que Hug generaliza al continente: “El multiculturalismo que se inicia con el Barroco,
86
que incluye a los negros, a los indígenas, es otro elemento emancipador. Si el misionero
jesuita enseña escultura o composición a un indígena en Paraguay, no puedo ver nada de
sumiso, yo veo mucha emancipación en ello, e igual en Brasil” (Schwerfel, 2008:
15’56’’). Sin negar que haya un arma ideológica del imperio en el arte barroco apuntada
a América, un artefacto de adoctrinamiento, pensamos que lo anterior es, sin embargo,
aceptable en algunos casos más, por ejemplo la identificación mexicana con la pintura
de la virgen morena guadalupana, que envolvieron en leyenda de aparición y llegaron a
confrontar en una airada manifestación contra la Virgen de los Remedios, emblema de
los peninsulares; o la aceptación que ganaron los jesuitas entre los guaraníes gracias al
modo de presentación horizontal, no vertical, con que buscaron relacionarse; y la
colaboración de esclavos brasileros, donando el polvillo de oro de sus cabellos tras el
trabajo en las minas para la decoración de las iglesias, como solución al impedimento
administrativo de utilizar el oro extraído en estos propósitos y dirigirlo por completo a
Portugal.
No se trató entonces en todos los casos de una sumisión triste, como tampoco se trató de
una subversión airada y frontal; fue, más bien, una mixtura de ambas reacciones dentro
de un instinto de supervivencia al estado de crisis social y cultural, una “moral de
acomodación”, como la define Maravall (1983: 325), que se manifestó en el jugueteo
extraño de los signos del arte alrededor de las imposiciones materiales del Nuevo
Mundo, pues “la mente barroca, por encima de guerras y muertes, de engaños y
crueldades, de miseria y dolor, afirmará una última concordancia de los más opuestos
elementos, no porque elimine todos aquellos males, sino porque los adapte
recíprocamente, como a ellos se adapta el hombre. Por eso, en fin de cuentas, todo
comportamiento barroco es una moral de acomodación (…)”. Este Barroco de
supervivencia, que señala Maravall para el caso español, y que coincide con el caso
indiano, bien puede representarse, para cerrar, en la respuesta vital, necesariamente
obediente pero esencialmente indómita, de una naturaleza que crece geométrica y
estilísticamente, zigzagueando entre los constreñimientos de un plan organizacional
87
urbano, que depende del proyecto pero a la vez lo subvierte, como puede ocurrir en una
anónima calle actual:
Figura 8. Fotografía anónima. Árbol que crece entre los adoquines de una acera. Tomada de
http://www.topota.net/search/label/arbol
Fue una de las medidas de la Contrarreforma dar respaldo a las diferentes órdenes
religiosas en el objetivo de fortalecer la fe. Como es sabido, la orden con papel más
notorio, tanto en España como en América, fue la Compañía de Jesús, fundada entre
1538 y 1541 por Ignacio de Loyola, uno de los principales líderes de la reforma católica
cuyo carácter y empresa fueron fiel anticipo del quijotesco personaje cervantino, y en
quien Wölfflin ha visto al padre del espíritu del Barroco. El Barroco no habría
germinado con la riqueza de matices propios en Indias, sino que se habría manifestado
con la ajenidad de un trasplante, de no ser por la actuación singular de la Compañía, que
del mismo modo permitió que un alma, no casta sino mestiza, se insertara en el Barroco
americano.
88
La labor misionera jesuita se mantuvo delineada por la personalidad de su fundador 29.
Loyola, tras una larga convalecencia causada por su oficio inicial de militar, se auto
concibió como un caballero de Cristo, en un ideal de trascendencia nutrido por su afición
a los libros de caballería y varias lecturas teológicas y místicas a las que se entregó. Se
desprendió de sus posesiones, peregrinó como anacoreta y practicó la caridad, la oración
y la mortificación física. Llegó a marchar a Jerusalén para cristianizar y promovió una
cruzada hacia oriente. Aprendió latín en una escuela de gramática con niños. Mantuvo
inquietudes erasmistas y fue procesado varias veces por filoalumbradismo. En resumidas
cuentas, el discurso vital del personaje marcó las márgenes del jesuitismo en América: la
bondad, la educación, el desprendimiento material, la evangelización de tierras lejanas y
la búsqueda de la utopía.
29
Base de la historia de la Compañía de Jesús en los dos siguientes párrafos es el portal temático
Expulsión y exilio de los jesuitas de los dominios de Carlos III de la biblioteca virtual Miguel de
Cervantes, consultado en 20 de enero de 2016 en
http://www.cervantesvirtual.com/portales/expulsion_jesuitas/presentacion/
89
con voluntad a la aculturación: buscando la protección contra la acción de los
encomenderos y las incursiones portuguesas para hacer esclavos; y se encuentra también
la razón de la mixtura arquitectónica, escultural y pictórica del Barroco indiano en la
pedagogía sincretista jesuita que, como resulta natural, fue cuestionada por estratos
religiosos y gubernamentales. La Compañía bien pudo considerar esta como la
oportunidad de conseguir la utopía, levantando una sociedad basada en la civilización
europea, pero alejada de las malas costumbres y vicios del viejo mundo, pues incluso,
más tarde, los logros económicos y sociales de la orden se interpretaron como un
complot y le ocasionaron su expulsión y extinción a finales del siglo XVIII.
En los centros urbanos, merced a la renta que produjeron con la eficaz administración de
cultivos, los jesuitas construyeron destacados centros educativos, como también ocurrió
en España. Aquí, el interés jesuita fue el de formar letrados:
Tempranamente describió el padre Juan Sánchez Baquero la función de la Orden de Jesús que, a
diferencia de las órdenes mendicantes consagradas a la evangelización de los indios, vino a
atender “la nueva juventud nacida en esta tierra, de ingenios delicados y muy hábiles,
acompañados con una grande facilidad y propensión para el bien o el mal” conduciendo la
ociosidad en que vivían hacia “el ejercicio de las letras para el cual faltaban maestros y cuidado”
“con que estaban muy decaídas las letras y más pobladas las plazas que las escuelas” (Rama,
1998: 31).
Pero, ¿para qué educar el intelecto en una colonia, en una unidad administrativa que se
pretende mantener bajo control? La respuesta, como lo ha hecho ver Beverley (1981: 39-
40), es que “era preciso desarrollar un estado civil colonial en el que la función de las
letras —jurisprudencia, pedagogía, discurso político-moral, belles lettres, religiosidad,
etc.— escondiera y aminorara la necesidad de gobernar a través de un monopolio de los
medios de violencia”. Entonces la población criolla era la más adecuada para entrenarse
en la administración de la parte operativa, no dirigente, de la burocracia colonial, por el
acceso directo a la lengua y cultura metropolitanas, a la vez que su ubicación de casta
degradada restringía sus derechos y le mantenía bajo el dominio.
90
La Edad Moderna inicia para el viejo y el nuevo mundo en la sociedad barroca: la
globalización, el adoctrinamiento de masas, el capital como una línea de ascenso al
poder distinta de la nobleza, la producción en cadena y en masa, el orden burocrático,
los sistemas de titulación, la competitividad y el individualismo, son problemas actuales
que se perfilan desde la época. Los letrados criollos debieron asumir el problema de la
obtención de títulos académicos y el medro para escalar hasta posiciones de relativo
privilegio, en una época en que el intelecto puesto al servicio del arte literario denotaba
capacidad para ejercer los cargos administrativos y eclesiásticos. En esta dinámica era
fundamental una pedagogía exitosa y la jesuita fue un prodigio para la época, como lo
evidencian los tempranos intelectos de escritores como De Espinosa Medrano, que
escribió su primera obra, El rapto de Proserpina, sin llegar a los quince años y
Fernández de Valenzuela, que escribió su extenso tratado de gramática latina, el
Thesaurus linguae latinae, a los trece años de edad.
30
En el día 4 de enero de 2016 en http://parnaseo.uv.es/fmi/iwp/cgi?-db=Catalogo-Antiguo-Teatro-
Escolar_Server&-loadframes
91
Esta clase de indagaciones nos permite confrontar a Laurea crítica, pieza bogotana
enmarcada en el teatro jesuita, con la producción entremesil de la Compañía en España y
el resto de América. Este teatro se rigió por la Ratio atque Institutio Studiorum Societatis
Iesu (Plan oficial de estudios de la Compañía de Jesús), conocida como Ratio studiorum,
que configuró el primer sistema educativo de la historia occidental. En el documento se
define al teatro como un instrumento pedagógico de importancia y se expiden
condiciones para su realización. Como refiere Sainz (2011: 383), “en contraste con los
dramas de la época, [este teatro] es estrictamente religioso. Es importante recordar la
imposición de evitar temas profanos —una de las cuatro normas que dictó la Ratio
(1599) fue precisamente el uso de temas piadosos y no del mundo pagano—”. Dado
esto, nos resulta de especial interés que la pieza neogranadina, de burla social, no
desarrolla una temática religiosa ni siquiera de modo tangencial —ya que corresponde
plenamente con el reciente género entremesil de esquema de figuras, de corte laico— y,
más aún, que sea el único entremés de figuras del teatro jesuita hispano a ambos lados
del Atlántico31.
31
Esta aseveración nuestra surge de la consulta de dos fuentes: 1. para el marco español, de la revisión de
la compilación de entremeses de Menéndez (2004; 2006), investigación ambiciosa que pretendió recoger
todas las obras conservadas y de referencia del teatro de la Compañía de Jesús; y 2. para el marco
hispanoamericano, de la consulta del CATEH, tras revisar las descripciones de las obras arrojadas por el
cruce de términos de búsqueda “jesuita” en el campo “Autor”, “Nueva España”, “Perú” y “Antillas” en el
campo “Lugar de Representación/Composición” (términos geográficos que abarcan en el catálogo toda la
América española), y “entremés” en el campo inferior de términos adicionales.
92
disolventes del protestantismo”. Este modo jesuita de ser y de actuar sería el responsable
de lo que proponemos identificar como el espíritu del Barroco de Indias, que lo mismo
sirvió en sus inicios para la aculturación propuesta por el nuevo orden, como para
fomentar rasgos de autenticidad en los grupos productores americanos, rasgos de
autenticidad que se instituirían luego como rasgos de identidad y servirían
posteriormente, ya fundados en la tradición, para cimentar los ejes simbólicos de la
Independencia32.
32
Ejemplos representativos de esto son el sincretismo de la virgen morena guadalupana, que constituyó
símbolo de la independencia mexicana, y la leyenda alrededor de la primera santa americana, figura que
inicialmente fue símbolo del triunfo de la evangelización en Indias, pero que posteriormente se convertiría
en una “profecía política (…) que va a ser retomada después por el propio san Martín, según la cual santa
Rosa [de Lima] habría dicho que después que los españoles gobernaran cien años, el cetro caería de sus
manos y retornaría a un inca, y es así que santa Rosa se convierte después en la patrona de la
independencia americana” (Bauer, 2008b, 08’05’’). Lo mismo, la cultura letrada, abonada por la acción
jesuita y requerida para el funcionamiento del aparato burocrático colonial, luego del tránsito adolescente
por el que los criollos reclaman reconocimiento de la metrópoli con la calidad de su producción,
maduraría como signos de autosuficiencia, autonomía y ánimos independentistas.
93
3. Manifestaciones del Barroco en Laurea crítica
Los trabajos que a la fecha han abordado la pieza bogotana no se han ocupado de
ubicarla y estudiarla plenamente en su contexto estilístico. Pensamos que los problemas
literarios que se han planteado en torno a la obra comienzan a encontrar respuesta clara
una vez se los analiza en función de la estética y cultura del Barroco. Dado esto, en el
presente capítulo se estudian tres problemas literarios de Laurea crítica desde la óptica
del Barroco, a saber, su aspecto crítico, el valor literario de este entremés y su
articulación con el Barroco literario hispanoamericano.
La sátira es una característica presente en todas las obras del repertorio del entremés de
figuras, que puede incluso entenderse como inherente al género, toda vez que de ella
depende el efecto humorístico del esquema. La vigorosidad de dicha diatriba ya ha sido
estudiada, como mencionamos atrás, para el género en pleno. Sin embargo Laurea
crítica es un entremés que suma páginas de discusión académica sobre el carácter de su
afrenta. ¿Por qué habría de resultar llamativa la sátira de una obra que se ubica en un
género esencialmente satírico? Pensamos que por al menos tres razones. Primero, porque
su autoría criolla puede sugerir al investigador el escudriñar la posible existencia de una
nota de irreverencia hacia el aparato dominante. Segundo, porque hubo premura en
examinar la obra sin ponerla en su contexto junto a los demás entremeses de figuras,
partiendo de los estudios respecto al género y al repertorio. Tercero, porque la frase
titular fuerza al lector académico a interpretar la obra siguiendo el hilo de la llamada
crítica y a tratar de establecer su significado.
94
debate suscitado, ya que se trata del contexto sobre el cual se erige la pieza y del que
brotan sus características.
Aun cuando la burla social es parte activa de la configuración del entremés de figuras,
pensamos que es pertinente insistir en el estudio de la llamada crítica de esta obra en
particular, por considerar que en ella se da un tratamiento estético especial del recurso.
Básicamente, la pieza bogotana presenta una arquitectura de tramoya conceptual
configurada en torno a la crítica. Por esto es acertado estudiarla desde las técnicas
barrocas de la dificultad, el laberinto, el ocultamiento y el pliegue, y asimismo desde la
casa de espejos que se compone por el juego de tópicos opuestos y de la configuración
del espectáculo teatral barroco, de lo que resulta ser el conceptismo el factor común.
95
Soledades; y el que pone en cuestión, ya sea el valor del grado de doctor, o bien el
arribismo social y las mañas que despertaba el afán por obtenerlo, o hasta la capacidad
del aparato burocrático para certificar dignidades. Estas ramificaciones, sin contar las
que se extienden a tocar la curiosa construcción del Thesaurus (manuscrito que contiene
al entremés), el propósito de Fernández de Valenzuela con su trabajo académico y las
experiencias negativas del padre del autor frente al sistema de acreditación de oficios.
3.1.2 La dificultad
Esta complejidad es propia del principio de dificultad del Barroco. Como señaló
Gracián, “cuanto más escondida la razón, y que cuesta más, hace más estimado el
concepto, despiértase con el reparo la atención, solicítase la oscuridad, luego lo exquisito
de la solución desempeña sazonadamente el misterio” (Pulido, 2004: 398-399). Con
96
esto, “lo exquisito de la solución”, nos dice el autor de la Agudeza que la dificultad se
desplegó al servicio del placer, ya fuera del bien formado y hasta erudito desde el
cultismo, o bien del placer menos soberbio pero también oscuro del conceptismo.
La preocupación del escritor bogotano por la construcción del titular aplica de manera
anticipada la preceptiva de Baltasar Gracián, quien dedicó su tratado de 1648, Agudeza y
97
arte de ingenio, a reflexionar sobre el concepto e, incluso, con ingenio conceptista,
brindó una lección estética de su propio discurso al ocuparse en la elección más
pertinente y aguda de la frase titular. Como explica Collard, citado por Pulido (2004:
400), “la agudeza es la facultad intelectual que halla las correspondencias y las armonías
entre los objetos y que, a través del sistema metafórico, transmite la idea y regala el
intelecto; el arte incluye el trabajo de lima que pule la obra con fines estéticos
deleitables a la vista y al oído” [las cursivas son nuestras]; y como señala García (2004:
491) respecto al término restante, “la elección lingüística de Gracián resulta coherente y
significativa, porque el concepto, en su sistema, no es el resultado de una deducción
natural de la presentación analógica del mundo, sino un trabajo desarrollado por el
ingenio” [la última cursiva es nuestra].
Sin darse a luz en España el estudio de Gracián, la solución escritural del autor
neogranadino revela, desde Indias, una lectura acertada de la cultura y el estilo del
Barroco y una apropiación de las técnicas del conceptismo que luego serían materia de
la disertación académica. Este atisbo es un pequeño pero significativo aporte al arte del
entremés, por introducir un empleo inédito del ingenio en una obra del repertorio que
resultó eficaz para agudizar el divertimento, lo que hace de Laurea crítica una pieza
33
Vale anotar que la cultura del Barroco es depositaria de las pujas del naciente negocio editorial que
aplicó ingenio en el título de sus colecciones: Comedias nuevas y escogidas de los meiores Ingenios de
España, Madrid, 1662; El mejor de los mejores libros que han salido de comedias nuevas, Alcalá, 1651;
Flor de las mejores doce comedias de los mayores Ingenios de España, Madrid, 1652; De los mejores el
mejor, libro nuevo de comedias varias, nunca impresas, compuestas por los mejores ingenios de España,
Madrid, 1660, son algunos ejemplos.
98
efectiva en la finalidad que persigue el esquema y constituye un hecho que suma al valor
literario de la pieza.
El laberinto en el Barroco es una forma de ocultar, bien sea para complacer al intelecto
que descifra el mensaje, o bien porque la recurrencia a la ironía, al enmascaramiento y a
otros mecanismos análogos de expresión en línea curva o quebrada suele ser
proporcional a la censura y represión que exista en una sociedad, como lo fue la España
contrarreformista y todavía más la América virreinal. Pero el ocultamiento en la
literatura aurisecular no es un medio para eliminar significantes, o sea esconderlos para
que no sean hallados; es en cambio un modo de mostrar sin exponer del todo que
describe varios juegos, como el correr y descorrer barreras, la alusión en lugar de la
referencia directa, la ambigüedad, las luces y las sombras, el desplazar del centro focal el
objeto, el envolver con humor una diatriba, y hasta la negación y el silencio como en el
99
caso de sor Juana34. Es lo opuesto al terreno llano: la insinuación, o hacer sinuosa la
trayectoria del sentido, como el rizo inquietante en la comisura de La Mona Lisa.
Lo que revela el ocultamiento barroco es que la técnica del escritor, cuando es buena, no
le permitirá al lector confirmar sospechas, ya que la sospecha es el fin del ocultamiento
y no lo es la exposición, como se quisiera. De esta manera, Laurea crítica no aclara una
posición de afrenta hacia el orden burocrático; siembra la duda. Por esto no han sido
fructíferos los esfuerzos académicos que han buscado ponerse de acuerdo al respecto de
la controvertida intencionalidad crítica de la obra. A nuestro modo de ver y como
aplicamos aquí, conviene el estudio de la pieza tratando de determinar su arquitectura y
de comprender sus poleas de sentido. Desde esta perspectiva, ese efecto de dubitación,
que incluso divide a los estudiosos del entremés neogranadino, es el propinado
naturalmente por una obra barroca de tendencia laberíntica.
34
Al respecto de la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, en que la monja niega las imputaciones del obispo,
Segura (1994: 44) afirma que la religiosa “emplea lo que Josefina Ludmer llama ‘tricks of the weak’”, en
donde “negar es un truco de los débiles ‘which here,’ de acuerdo con Ludmer, ‘separates the field of
saying (the law of the other) from the field of knowing (my law)’”, de manera tal que la negación sobre
una verdad, como discurso que parte del reconocimiento de la propia debilidad ante el inquisidor, se
convierte en el ejercicio de un acto de poder sobre el conocimiento que es vedado a quien lo inquiere.
100
como este apuntan a que el autor esperaba acreditarse mediante la publicación de esta
obra. Entre los consignados en el Thesaurus, se encuentra la constante preocupación del
estudiante de San Bartolomé por recalcar su corta edad y su ascendencia familiar, que lo
emparenta con el capitán Pedro Fernández de Valenzuela, uno de los conquistadores que
acompañó a Gonzalo Jiménez de Quesada (124), y cabe agregar el proyecto “de escribir
una continuación de su obra (...) si la primera parte era acogida favorablemente” (131).
Al respecto, el mismo Rivas Sacconi afirma que “en sus primeros años creyó Fernando
que éstos —[los manuscritos de] el Thesaurus— habrían de darle eterna fama” (140).
Ahora bien, ¿cómo conciliar el supuesto carácter subversivo de la obra con el afán del
mismo autor de inscribirse en el poder, de “laurearse”?
Pensamos que para aclarar un interrogante como este habría que desligarse de la
concepción patriótica de nuestros días, que se configura básicamente como un prejuicio
que idealiza la subversión en Indias como un acto con afán independentista en todos los
casos. Además, hay que tomar en cuenta que parte de la subversión de Laurea crítica la
tejen dos hilos venidos desde la subversión en el Barroco español.
101
La segunda, bastante conocida, es el sincretismo del sistema simbólico del dominador
con la cosmología indígena. La permisividad de la orden jesuita, acorde con la ideología
humanista y erasmista de su fundador Ignacio de Loyola, dio cabida a que los nativos
indianos insuflaran sus propios símbolos en el aparato artístico aculturador, lo que
trastocó y pervirtió la coherencia del relato invasor, adhiriendo a este una disminuida
herencia del relato en resistencia. El sincretismo religioso en la imagen del Barroco
sirvió para lograr una sumisión en principio, pero cultivó de manera intestina una
subversión del sistema ideológico que consolidaría luego los símbolos de diferenciación
y liberación de un continente35.
ya muy entrado el siglo XVII el letrado seguía siendo un ser indefinible, es decir,
huérfano de una clara definición social (…) Ser noble, ser sacerdote, ser ganapán, eran
cosas muy nítidas, aristotélica y escolásticamente nítidas en la conciencia colectiva del
periodo. No así el letrado, cuya práctica social no encajaba plenamente dentro de la
mentalidad excluyentemente nobiliaria de los estamentos dominantes.
Fue en esta misma época en que comenzó a perfilarse el capital como una línea de
ascenso social, paralela a la tradicional de nobleza de sangre. Allí el letrado trató de
impulsar una tercera línea de medro en la jerarquía instalando una moral de autoridad
conferida por su trabajo literario, como lo demuestra Beverley (1981) con su estudio al
respecto de Góngora.
35
Como la virgen morena guadalupana y la primera santa americana, santa Rosa de Lima, cuyo origen
indígena es legendario. Ambas figuras representaron en principio el triunfo de la aculturación invasora,
pero luego se erigieron como símbolos de la diferenciación ideológica del continente y de las justas
independentistas.
102
La brega del letrado criollo por recibir una inclusión en la sociedad castiza española le
llevó a apropiarse del código literario metropolitano e intentar destacarse en él36. Y dado
que el afán de distinción suele repercutir necesariamente en eso, una diferenciación, se
delineó una ruptura con el molde, una transgresión. Esta subversión (al contrario de lo
que la mirada patriótica podría desear) no contenía el espíritu revolucionario de construir
una sociedad utópica, sino que actuaba en defensa de intereses propios, como puede
verse desde España hasta América.
No obstante de encumbrarse como uno de los autores insignes del estilo Barroco, la
transgresión de Góngora a las bases del sistema no fue poca. Se le condenaba por haber
dificultado y oscurecido la forma de la expresión, una verdadera inmoralidad para un
extenso sector, cuando lo tradicional y, por ende, lo moral era la elaboración del
concepto (García, 2004). Se le juzgaba de encriptarse para no ser entendido, hasta el
punto de concebir un propio lenguaje poético; una lengua de élite dentro de la misma
lengua castellana. Le cobijaba la sospecha de ser un “renegado de la patria”, como lo
refiere Collard (1968: 335), cuando “la afectación ‘conceptista’ sería la exageración de
un fenómeno hispano, y por lo tanto aceptable, mientras que la afectación ‘cultista’
respondería a la exageración de una tendencia extranjerizante, rechazable” (Pulido,
2004: 404). Un hereje, inclusive, como lo reseña Collard (1968: 334-335) citando a su
vez la queja de Cascales: “era así fácil aplicar el término ‘ateo’ a ese nadismo [o sea la
forma vacía, el cultismo] de Góngora: ‘En fin todo esto es un humor grueso que se le ha
subido al autor de este ateísmo y a sus sectarios, que, como humo, se ha de evaporar y
resolver poco a poco en nada’”. Góngora, además, rehusó publicar su obra en vida a
pesar de su situación económica precaria, restringiéndola con ello a circular de forma
manuscrita entre los círculos de la aristocracia. Con esta medida eludía aún más la
36
El oficio letrado como modo de ascenso social se demuestra también, por ejemplo, en las razones que da
para buscar un grado el personaje principal del Entremés de don Pantalón de Mondapoços (1578): “(…)
porque ya quel Rey nuestro Señor a quien Dios prospere largos años no me haya hecho aquellas mercedes
que yo merezco por los grandes y eroycos hechos que hecho en esta guerra de Portugal tengo para hello,
vengo a sumarme a las letras, que suficiente ciencia tengo para ello, y donde no mi linaje y la mucha
merçed que vm. me hará serán parte para que no se me mengüe” (Lobato, 1998: 218).
103
apropiación popular de su obra y también evitaba hacer de su producción un objeto de
mercado (Beverley, 1981: 36), en lo que percibimos un desdeño de la floreciente
industria editorial y en general un desapego de la lógica naciente del capital. El poeta no
competía por popularidad —en el sentido de agradar al pueblo—; el autor se autorizaba
a sí mismo—y valga la paradoja conceptista— con el valor de su trabajo, como esgrime
en su Carta en respuesta hacia los ataques de sus Soledades y su Polifemo: “esto
causarme ha autoridad” (Beverley, 1981: 36).
37
Esta contradicción es posible en la cultura de la risa del Barroco, como puede apreciarse en un autor
como Rodrigo de Herrera y Ribera que parodió su propia comedia Castigar por defender.
104
El segundo de los hilos es el de la subversión entre conceptismo y cultismo 38. La pieza
del bogotano es de bandera conceptista, aunque la mayor parte de sus 445 versos calque
el cultismo, porque es desde el concepto que se instala su controvertido armazón
semántico y se hace ariete. Pensamos que tras el estudio de Camacho (1978) queda
demostrado que el entremés hace una afrenta a la Soledad primera39. En vista de esto, la
obra burlesca presenta subversión de un discurso agresor, pero anclada en la tradición,
pues fue el cultismo un brote del conceptismo (Pulido, 2004: 392-393), cuando este
último era considerado la expresión propia del alma española (Pulido, 2004: 403). Lo
dicho discute el juicio de Camacho (1978: 102) al afirmar que “si tenemos en cuenta
que dos de los más grandes escritores americanos de la época —Sor Juana Inés de la
Cruz y Domínguez Camargo— aprovecharon excelentemente las enseñanzas de don
Luis, sólo podemos valorar la sátira de Valenzuela como una muestra de lo que se
pensaba en los medios más retrasados en literatura” y también cuestiona la aseveración
de Shelly y Rojo (1982: 335), quienes aseguran que la pieza neogranadina “se constituye
en portavoz de una estética renacentista que dentro de poco desaparecerá”; al ser el
cultismo la estética considerada artificial por el espíritu estético español, espíritu que
tuvo las bases en el pensamiento analógico para actuar según los fines propagandísticos
e intereses adoctrinadores de la Contrarreforma (García, 2004), las bases de Laurea
crítica se posan en el Barroco, no en el Renacimiento, haciendo parte de los discursos
que “expresan el modo de pensar de lo que podríamos llamar la ‘ortodoxia conceptista’
frente a la ‘herejía culta’ de Góngora” (Collard, 1968: 335).
38
Aunque actualmente hay un alejamiento de esta dicotomía, en el numeral 2.11 se sustenta en extenso el
porqué de retomarlas en esta investigación.
39
Contrario a Lyday (1970: 37-39), para quien el ataque iba dirigido a los malos imitadores del estilo
gongorino.
105
había sido centro de cuestionamientos, unos serios y otros burlescos, en la historia de la
parodia dramática española el genio del poeta cordobés no se había rebajado a la
conducta deplorable de una figura. Y la inscripción de don Luis en alguna forma de
poder queda registrada por el tamaño de la resistencia que se formó contra sus avances.
La segunda de estas formas es la cuestionada alusión al aparato de titulación académica.
Esta relación ha sido discutida arguyendo que el desfile de personajes ridículos ante un
juez es el esquema recurrente que identifica a este tipo de entremés (Atehortúa, s.f.: 3-4).
No obstante, el argumento de Laurea crítica sí se diferencia, incluso respecto al
argumento de las piezas más similares, como puede observarse.
40
Madroñal (2005: 54) ya había consignado la observación cuando relacionó la pieza bogotana con el
tradicional vejamen de grado, es decir, la inofensiva práctica por la cual un doctorando era sometido a
sátiras, burlas y parodias dentro de la ceremonia misma de graduación y que podía ser preparada con un
106
La pieza española41 más similar en este sentido a la bogotana es El ingenioso entremés
del examinador Miser Palomo (1617), de Antonio Hurtado de Mendoza. En ella “ha
venido el doctor miser Palomo/ a examinar á todo buscavida,/ sabandijas del arca de la
corte,/ donde se acoge tanto vagamundo” (vv. 6-9) y, lo mismo, se presentan solicitantes
estereotipados para certificar la idoneidad en su oficio. Sin embargo, no hay más
elementos que señalen una burocracia de titulación.
En Laurea crítica, por el contrario, hay detalles que acentúan y afirman la presencia de
un aparato de acreditación. Por una parte, la revista de las figuras se desarrolla en una
audiencia, además ubicada en la Colonia (Bernal, 1999: 260), lo que le acerca a los
órganos del estamento, mientras que el entremés de Hurtado de Mendoza trascurre en
una venta o posada. También, algunos de los parlamentos refuerzan esta presencia:
“¡Studie aquél la sphera, otro arismética,/ sea esgrimidor aquél, aquél geometra,/ que yo
muero e inclino por la crítica!” (vv. 29-31). Y, sobre todo, se halla la referencia directa,
por ejemplo: “Fecha en la corte de Minerua, reales de los doctos de las sciensias, Unga,
emporio de las musas, siempre noble, siempre docta, claríssima siempre Academia” (en
la prosa del v. 374) [las cursivas son nuestras], “Nos, el Micer Don Portasio, buli
carabuli, gimnasiarca, esiarca, monarca y protarca meritíssimo de la Academia Española
de críticos (…)” (prosa del v. 377) [la cursiva es nuestra]. No solo se trata de la
referencia al estamento académico; con alusiones como estas, el entremés bogotano filia
la “Academia Española de críticos” con el tradicional tópico del hospital de locos que, si
bien hace sus primeras apariciones en el siglo XVI (Nider, 1999: 926), se desarrolla
como tópico literario en el XVII (Tropé, 2002: 1785), en afinidad con la cultura burlesca
del Barroco y dentro de los tópicos generales del mundo al revés y la locura del mundo
expuestos por Maravall (1983, 311-316).
texto de reconocido autor literario, dotando así la escena con un carácter teatral de desfile ante un
evaluador satírico.
41
No se conoce alguna otra muestra del entremés de figuras en América.
107
Cabe observar que la crítica a la Academia es, o ya ambigua o ya ambivalente, debido a
que se ven comprometidos dos sustratos: la academia literaria, especialmente los
cultistas y los críticos, y el aparato de titulación académica, ya sea en su orden
burocrático o en el desvanecimiento de las gentes simuladoras, arribistas y sin mérito
que pretendían ascender en esta escala social. La arquitectura conceptista y ocultista de
Laurea crítica no permite establecer con claridad el blanco, al ser ese precisamente el
resultado de su estructura laberíntica y paradójica. Incluso, la dialéctica entre la pieza y
la obra que la contiene enriquece aún más el misterio.
108
aquí puede trazarse un vector proveniente de la tradición literaria peninsular, con una
obra clásica, recordando los relatos interpolados de Don Quijote de La Mancha. Es el
Barroco, con su tendencia a la acumulación, al característico abigarramiento, la pérdida
de foco y su estilo múltiple y fragmentario, lo que explica la construcción característica
de estas obras42, en una estructura que no es caprichosa sino funcional43.
la representación propiamente dicha se inicia con una loa, y sigue con el primer acto o
jornada de la comedia, en los dos entreactos se interpreta un entremés, un baile o algún
que otro juguete cómico, y tras la tercera jornada de la comedia el espectáculo de
conjunto, la fiesta barroca, de algo más de dos horas y media, se cerraba con una jácara,
una mojiganga o una pieza breve asainetada y bailes de fin de fête, algunos francamente
lujuriosos y desmadrados, como la zarabanda, la chacona y el escarramán (Aparicio,
1999: 53).
Así las cosas, en el Thesaurus tomamos por pieza principal, cual si fuera la comedia, al
tratado de gramática con sus cuatro libros que le componen como si se tratase de los
actos, y a la Laurea la tomamos como lo que es, un entremés, un juguete cómico con
objetivo de armonizar la solemnidad de la pieza protagónica. Al partir de esta
correspondencia, que no es una coincidencia fortuita pues ocurre dentro de la cultura del
Barroco, tal como la describe Maravall (1983), logramos identificar que el tema de
Laurea crítica se encuentra supeditado al tema del Thesaurus en una contralectura,
aseveración nuestra que se fundamenta en la función de este género menor dentro del
42
Respecto al barroco del Quijote, véase Hatzfeld (1973), caps. VIII, X y XI.
43
Orjuela (1983: 299) justifica la hibridación de El desierto “con el propósito de presentar una visión
completa del mundo novelado”.
109
espectáculo teatral, en el que “los entremeses leían con intención paródica la comedia, y
donde ésta idealizaba el amor entre damas caprichosas y galanes lisonjeros, el entremés
mostraba zafios amoríos entre forzudas molineras y vejestorios avarientos o estúpidos
barberos” (Aparicio, 1999: 56).
No obstante, el diálogo del entremés con el tratado podría ir más allá del sencillo interés
armónico y humorístico. El cultismo, liderado por Góngora, avanzaba con la ambición
de encumbrar la lengua castellana a la altura de la latina. Teniendo esto en mente, el
Thesaurus se prefigura como un custodio pedagógico de la lengua latina, una especie de
fortín, y la Laurea se convierte en ariete satírico contra el avance gongorino,
esgrimiendo armas burlescas conceptistas44.
3.1.6 El plegado
Todo este complejo laberinto de sentidos, con las relaciones exofóricas de la pieza
inclusive, responde a un mecanismo intrínseco del Barroco, un modus operandi, que
Deleuze (1989) identifica como El pliegue. Según el teórico, “el Barroco no remite a una
esencia, sino más bien a una función operatoria, a un rasgo. No cesa de hacer pliegues.
(…) él curva y recurva los pliegues, los lleva hasta el infinito, pliegue sobre pliegue,
pliegue según pliegue. El rasgo del Barroco es el pliegue que va hasta el infinito” (11).
Esta materialidad del pliegue configura un terreno conceptual estable para representar y
analizar la dificultad, el laberinto y el ocultamiento barrocos. Desde la reflexión de
44
Vale observar que desde la actual metodología de investigación literaria podría parecer un
desbordamiento del objeto de análisis el contemplar en el estudio de la obra también sus lazos exógenos
de sentido, como los que le atan hacia afuera con el Thesaurus. No obstante, pensamos que la literatura
barroca y la literatura moderna obedecen a paradigmas distintos de construcción artística. El libro de
nuestros días es uno que se construye sobre todo hacia adentro de sí mismo, aspecto conferido, entre otras
cosas, por la prevalencia de la ficción en literatura. Pero el libro barroco podía viajar tanto hacia adentro
como hacia afuera de sí, fruto de un arte literario que explotó con voracidad la dialéctica, ávido de
establecer puentes de sentido entre la obra y el resto de la literatura, del arte y de la cultura. Así las cosas,
el cambio en la concepción de libro —o sea la intelección de unidad literaria u obra— también requeriría
una apertura del paradigma teórico-analítico.
110
Deleuze (1989: 11), el pliegue es el constituyente de lo múltiple, que “no sólo es lo que
tiene muchas partes, sino lo que está plegado de muchas maneras”. Es el mismo
movimiento que describe la crítica de Laurea crítica. En la antítesis conceptista del
título, la carga semántica del primer término fuerza el plegado del segundo,
convirtiéndolo en una expresión problemática que el lector espera resolver. El primer
pliegue lo da el índice titular y de ahí en adelante el sentido se sigue plegando, anidando
en cada comisura versiones de la crítica: la que impugna el orden del aparato de
titulación, la que señala la dependencia intelectual de la metrópoli, la que presagia el mal
endémico nacional de la gramática en ligazón con el ejercicio del poder gubernamental
(Bernal, 1999: 264), la que acusa la pompa y las vanidades de los grados, la que
despotrica del enrevesamiento gongorino, o la que defiende al gongorismo de
emuladores sin mérito (Lyday, 1970: 37-39), la que no es crítica sino mera burla, la que
solo quiere armonizar con un divertimento la solemnidad del tratado de gramática, la
que dispara el médico don Pedro desde atrás (Reyes, 2008: 49-58), la que delata las
influencias de los maestros del estudiante de San Bartolomé (Arrom y Rivas Sacconi,
1959: 89; Ateortúa, s.f.: 8), la que hace fortín del conceptismo con lanza en ristre contra
Góngora y el cultismo.
111
crítica45—, y b. un juego semántico para el cual importa menos declarar la existencia o
ausencia (+ o -; 1 o 0) de la crítica que in-sinuarla, esto es hacerle pliegues, prometerla,
o sea exhibirla y esconderla. O, en palabras más sencillas, una caída en la tramoya
conceptista.
Así pues, este examen de la crítica de Laurea crítica desde el Barroco propone una
tercera posición en la discusión académica del controvertido sentido crítico: que este es
en sí mismo controvertido, del prefijo contra-, enfrentamiento, y la raíz latina vertere,
dar vueltas, es decir, que la crítica que sugiere la obra se contorsiona, se enrevesa, es
ambigua (o ambivalente), se pliega, y que la controversia académica en torno a los
pliegues de la subversión se conduce como una proyección del mismo sentido
controvertido, contorsionado, de la crítica. Dicho de otro modo, el plegado de la pieza ha
plegado el análisis académico. La propuesta estética que interpretamos de la obra
bogotana, una obra barroca, no es una que muestra o no una crítica, sino una que la
insinúa, la risa.
45
La observación del fenómeno semántico debe considerar, además, la variación del concepto “crítica” en
cada sujeto interpretante, lo cual sería demostrable mediante una descomposición del concepto en semas.
112
3.2 Discusión sobre el valor literario de Laurea crítica
113
the same stem as fingere, figulus, fictor, and effigies, meant ‘plastic form’”, lo que
guardan tras de sí las locuciones como efigie, ficción, fingir y figura, por compartir su
raíz, es el sentido de la re-presentación o simulación de la realidad. En síntesis, ambas
didácticas, la dramática eclesiástica medieval y la dramática civil barroca, se basan en la
técnica del retratismo, la base común tanto de los cuadros dantescos como los
entremesiles.
En el trayecto que describe la razón viajando del mithos al logos, parte de la tarea de
moldear los actantes sociales asumida por el horror escatológico en la Edad Media,
quedaría en manos de la censura satírica y crítica en el Barroco. Esta sería una de las
razones por las que este último periodo artístico y cultural se caracterizó por una
explotación insistente del humor crítico en la producción literaria. Los tratados de
Quevedo, la disputa en torno a Góngora y el entremés de figuras son ejemplos notorios
de la diversidad de medios textuales y estrategias discursivas usadas para esta clase de
pedagogía social.
A partir de Asensio (1971), quien definió además la categoría, se tiene El hospital de los
podridos (1617) por obra iniciática del entremés de figuras. Sin embargo, su desenlace y
114
moraleja expresan un ideal contrario al escarnio que caracterizaría luego al resto del
repertorio. Un podrido es, para la época, aquel que se incomoda extremadamente por el
modo de ser de los demás, y el rector de este hospital se encarga de encerrar a quienes
sufren de este mal. En un giro sorpresivo, la acción cierra con la aprehensión del Rector
por el Secretario, al considerar que se pudre también, y luego el Secretario es recluido
por igual motivo. La pieza concluye con el canto de una moraleja que vale citar: “No se
pudra nadie/ de lo que los otros hacen./ Pues que toda vuestra vida/ es como juego de
naipes,/ donde todas son figuras,/ y el mejor, mejor lo hace./ Dejemos á cada uno/ viva
en la ley que gustare,/ aunque su vida juzguemos/ á Ginebra semejante (...)”. Si los
demás autores hubieran acatado el consejo, no habría producción entremesil de figuras
posterior: la moraleja, que tiene un corte de humanismo renacentista, es contraria al
humor burlesco barroco fundado en la caricatura, la sátira y la crítica de defectos físicos
y morales.
Explotando la crítica de los defectos morales del cuerpo social, en el mismo año se
representó El ingenioso entremés del examinador Miser Palomo (1617), cuyo éxito
editorial aseguró la viabilidad del esquema. En este, donde “(...) ha venido el doctor
miser Palomo/ á examinar á todo buscavida,/ sabandijas del arca de la corte (...)”
(Cotarelo, 1911: 322) se elevan el humor y el sarcasmo con fórmulas que, al hacerse
recurrentes en piezas venideras, permiten reconocer la consolidación de un formato.
115
conoce que en lugares de América, la actividad pictórica se llegó a realizar en líneas de
producción que simplificaban el trabajo (Bauer, 2008b: 18’10’’).
De hecho, un aspecto poco abordado del Barroco es la influencia que tuvo de la lógica
económica moderna. Adicional a lo anterior, cabe citar la preocupación de Cervantes por
sus derechos de autor al concluir Don Quijote —aunque en esta actuación no primara el
interés monetario— y que el descobijado letrado del XVII haya impulsado una moral de
autoridad fundada en su trabajo, como una tercera línea de ascenso social —al lado de la
de sangre (nobleza) y la eclesiástica— (Beverley, 1981). Incluso, la invención de la
imprenta, en cuanto mecanismo de reproducción en serie, es un signo del despertar de
una cultura económica que impactó la forma y el fondo literarios, como fue la pululación
de novelas de caballería en España, un molde que fue afrentado y a la vez parodiado
—reproducido— por la que se conserva como primera novela moderna de la literatura
universal.
Parte de la riqueza productiva del Siglo de Oro tendría que ver con la demanda de
creación de propaganda moral eclesial y estatal, más la brega creativa del letrado para
ganar autoría y autoridad social. Este fenómeno habría aportado a algunos aspectos del
estilo barroco. En el caso del teatro, el espectáculo dramático de gran formato era un
medio doctrinal que demandó la producción masiva de obras artísticas de contenidos
ceñidos a unas márgenes de censura, lo que dilataría la percepción del aspecto
laberíntico, abigarrado y desmesurado del periodo —por ejemplo por las continuas
colecciones de piezas teatrales, y hasta el conjunto laberíntico de títulos, y la
reutilización continua de contenidos en la parodia— y buscaría salidas discursivas de
formato y contenido para suplir la demanda cultural con facilidad —como los moldes
del espectáculo teatral y el esquema entremesil de figuras—.
Regresando al formato dilucidado por Asensio (1971), la línea argumental del entremés
de figuras se repite de pieza a pieza, con las variaciones que le impriman una
singularidad de ingenio a cada obra. Las particularidades se despliegan a partir de un
116
tema general: el arribo de un juez, comisario, graduador de profesiones, médico
remediador de males o rector de hospital de locos, entre otros; que plantea la situación
inicial que excusa el desfile de tipos ridículos y moralmente reprobables ante el verdugo.
De allí, se elige un breve reparto en el almacén de figuras, que tanto ayudó a nutrir los
tratados de Quevedo: necios, graciosos, preguntadores, tomajones, caballeros, lindos,
etc., que pueblan ese universo de estereotipos del imaginario de la sociedad barroca. El
repertorio de tipos defectuosos, previamente catalogado, facilitaba la creación sobre el
formato. La labor de escritura se concentraba entonces en ingeniar los modos de burlar
los personajes, aunque incluso en esto se hicieron recurrentes ciertas acciones, como que
el examinador pregunte a la figura su nombre de pila y le reasigne otro ridículo, y que a
la salida de la figura (aprehensión, reclusión o grado) se le despache con alguna mofa.
Laurea crítica (Nueva Granada, 1629) se apega a su molde de igual forma que las demás
piezas del repertorio, como El Comisario contra los malos gustos (1622) de Jerónimo de
Salas Barbadillo, El licenciado Dieta (1628) de Hurtado de Mendoza, Los enfadosos
(1628) de Francisco de Quevedo, el Entremés del comisario de figuras (1631) de Alonso
de Castillo Solórzano, El caballero bailarín (1635) de Salas Barbadillo y, por supuesto,
el iniciático entremés de Miser Palomo (1617). Las circunstancias influyeron en el juicio
de los primeros estudiosos de Laurea crítica al interpretar la obra del joven estudiante
como un ejercicio de imitación de algún (os) entremés (es): “Valenzuela, pues, imitó, a
lo menos, alguna pieza en boga por entonces” (Rivas Sacconi, 1951: 136). La
observación del primer descriptor de la pieza bogotana, de que en La colección de
Cotarelo (1911) “se leen varios entremeses con los cuales tiene analogías la Laurea
crítica: véanse especialmente el Entremés del Comisario de Figuras (...), El ingenioso
entremés del examinador Miser Palomo (...) y El Caballero Bailarín” (Rivas Sacconi,
1951: 135) dio para que los primeros estudiosos del entremés santafereño aseveraran que
este “refleja el gusto literario de sus maestros de humanidades, y [el autor] hubo de
117
seguir muy estrechamente las pautas y los modelos indicados por ellos” (Arrom y Rivas
Sacconi, 1959: 89).
Por ello, sacaron por conclusión Arrom y Rivas Sacconi (1959: 89) que “hasta dónde, en
el entremés, van el dictado y el influjo del maestro, o la imitación de los modelos, y en
qué punto comienzan el libre juego de la imaginación y la espontánea creación del
adolescente (...) es imposible precisar”. Pero las piezas posteriores a la de Hurtado de
Mendoza, con la excepción de los rasgos de originalidad de Los enfadosos de Quevedo,
no son menos imitaciones del modelo de Miser Palomo que Laurea crítica. Una muestra
del pre-juicio se halla en que Rivas Sacconi (1951: 135-136) y luego Arrom y Rivas
Sacconi (1959: 89) se adelantaron a decir que la obra bogotana imitaba los entremeses
de El comisario de figuras y El caballero bailarín, cuando estos se publicaron
respectivamente dos y seis años después de la Laurea, como lo advirtió Reyes
(2008:61). Mejor, habría que decir que la re-producción del esquema formulado por
Antonio Hurtado de Mendoza, y reforzado con las obras que le siguieron, hizo del
género entremesil de figuras un formato, un molde, una plantilla, con economía de
producción, esto es una relativa facilidad de composición, en donde la singularidad debe
rastrearse guardando las estrechas márgenes y dimensiones del esquema reproducido 46.
Publicados en el mismo año, El hospital de los podridos y Miser Palomo son los dos
primeros entremeses de figuras, contrapuestos no solo en preferir respectivamente la
46
Sin embargo, en la reclamación que hacemos a los editores de Laurea crítica cabe incluir la salvedad de
que a la fecha no se encontraba aún el estudio de Asensio (1971) que dio nombre y caracterización al
esquema entremesil de figuras.
118
prosa o el verso, sino también en una posición frente a la crítica, pues, como referimos,
mientras el primero dimite de ella, el segundo abraza el recurso, le saca provecho para la
irrisión y genera una línea de producción cultural literaria que por décadas explota la
diatriba.
En su repertorio, Laurea crítica es una pieza que destaca por potencia invectiva y,
consecuentemente, composición artificiosa. Adicional al escarnio tradicional del género,
este entremés colonial parodia las Soledades de Góngora (Camacho, 1978), obra y autor
icónicos en torno a los cuales giraba la conocida y vertiginosa polémica. La
transtextualidad, uno de los recursos más notorios del Barroco y que prestó un útil
recurrente a la burla y a la sátira, no fue un recurso explotado por el repertorio
entremesil de figuras, cuyo blanco lo constituyó sobre todo la sociedad, mas no la
literatura misma. Este aspecto distingue a la pieza neogranadina, cuya crítica se
complejiza al flanquear otros blancos de manera artera con alusiones truculentas: el
aparato burocrático de titulación y acreditación de oficios, el rango de doctor, la
Academia y hasta el mismo oficio crítico; en un andamiaje artificioso que acentúa su
estilo barroco.
119
a raíz del oxímoron laurea-crítica, un laberinto de sospechas sobre las varias críticas
posibles en que la certeza se deja en suspenso. La contradicción —pues Fernández de
Valenzuela estaría vapuleando los mismas honras que esperaba alcanzar (tal como lo
consigna en su Thesaurus), y estaría encarnando el mismo papel crítico del que parece
mofarse— es hermana de la dificultad e hija del Barroco, como ocurre con las burlas
sobre la pobreza y la pedantería de los poetas a las que recurría un poeta como Salas
Barbadillo (p.e. El comisario de figuras), y que reprochaba Hurtado de Mendoza (p.e.
Miser Palomo).
El plegado —recordando la teoría del pliegue barroco de Deleuze (1989)— del concepto
crítica en Laurea crítica es por lo anterior múltiple y contradictorio, dificultoso, lo que
valoramos como una muestra de ingenio y destreza literaria —no obstante de algunos
yerros en la versificación (Arrom y Rivas Sacconi, 1959: 93)—, y como una muestra
sólida de la exploración y apropiación del Barroco en tierra indiana.
Por otra parte, hay una innovación más en la forma en que el autor santafereño
desarrolla el esquema argumental típico del entremés de figuras. Asensio (1971) fue el
primero en observar la progresión recurrente que inicia con el arribo al poblado de un
juez (p.e. comisario, médico, rector de hospital, examinador de oficios, o cualquier
120
profesión que excuse el desfile) y cierra con el examen, sátira y despacho de cada tipejo,
por lo cual afirmó que “el entremés de figuras apenas precisa unidad argumental, ya que
su encanto reside en la variedad de tipos caricaturizados y no en la progresión de la
fábula” (80). Asimismo denominó a las obras compuestas sobre este esquema como
“piezas desdramatizadas”, porque “el modo de exposición en que el personaje, en vez de
condenarse a la acción, se empeñaba en abogar contra sí mismo, renunciaba a la esencia
del drama, el choque de acciones y pasiones” (85).
Así, pues, el esquema solo requería de una escena, pero Laurea crítica se desarrolla en
dos. Los primeros 45 versos se dedican al planteamiento de una situación inicial en la
que una de las figuras se hace protagónica al exponer su objeto de deseo (obtener el
grado de crítico), mediante el diálogo con su acompañante. En consonancia con una
lógica narrativa, el ciclo aquí abierto se cierra solo hasta el final cuando, tras agotar el
desfile, se presenta el protagónico Don Velialís, exhibe sus méritos y obtiene su grado.
Más aún, hay una dialéctica entre este personaje y su amigo, Don Basilio, que recuerda
el dúo cervantino de Don Quijote y Sancho Panza, porque del mismo modo Don Velialís
representa al ideal desatinado pero buscado con pasión y locura, mientras que Don
Basilio se ubica como su contraparte mesurada y cuerda. Este último es sabedor de la
locura libresca de la figura, pero le brinda su amistosa complicidad al informarlo del
arribo de un examinador que podría darle grado, actitud cómplice de la que es indicio,
además, un parlamento de Don Basilio (vv. 40-43) en que parece remedar adrede y sin
afrenta el lenguaje retorcido de Don Velialís.
En consonancia, la extensa burla que el juez, Don Miser Protasio, hace al protagonista
cuando pasa a examen, y que incluye un protocolo cómico de la presentación de una
misiva y un acta, más la parodia de los actos tradicionales de graduación, recuerda el
episodio en que Alfonso Quejana es nombrado caballero mediante una parodia del rito
novelesco y en complicidad con su locura. También, dado que el protagonista se
121
presenta al cierre y que su carácter es el más agudo entre las figuras presentadas, se
genera un tono en crescendo en el ridículo del desfile.
122
Medrano) y que no se ha resuelto la sospecha de Reyes (2008: 54-59), quien sugiere que
el padre de Fernández de Valenzuela, cuyas vivencias pudieron inspirar una crítica del
orden burocrático académico en la obra y quien podría ser el autor de las comedias de
1619 En Dios está la vida y Vida de hidalgos, pudo tener autoría en el entremés. La
intervención de distintas plumas autorales (Aparicio, 1999: 105) en un periodo en que se
consolidaba el concepto de autoría (Cervantes), el ocultamiento (de la crítica y de la
autoría), el entremetimiento del yo en la obra (p.e. Velásquez con Las meninas,
Cervantes con El Quijote) y hasta el silencio, sobre todo en la periferia [Laurea crítica
no se publicó en su momento, como tampoco la rebelde Invectiva apologética del
neogranadino Hernando Domínguez Camargo. Sor Juana halló su propia manera de
decir, callando (Segura, 1994: 44)], fueron los recursos discursivos a que se vieron
abocados los letrados en tierra indiana y, por lo tanto, las acuarelas disponibles para la
producción artística barroca colonial, como prestaron los matices de su materialidad al
barroco arquitectónico la piedra blanca y porosa de Arequipa, la roca volcánica rojiza en
México y la quincha, caña y barro en zonas sísmicas y la selva paraguaya, o la flora, el
clima y la cosmovisión que fueran locales (Moraña, 2005: 44).
3.3.1 Mateo Rosas de Oquendo, Juan del Valle y Caviedes y la sátira social
Uno de los testimonios más tempranos del ejercicio de la crítica social en la colonia es la
Sátira (1598) de Mateo Rosas de Oquendo (1559?-?), español residente en Perú cuya
obra se ha enmarcado en la literatura americana por su estilo y temática. Su Sátira a las
cosas que pasan en el Pirú es un romance de 2324 versos que presenta un recorrido por
los defectos morales de la población y vida del Virreinato, de manera tan orbicular como
promete:
123
a quien no le alcance parte (Paz y Meliá, 1906: 257).
El romance, además, permite ubicar uno de los primeros rastros en el Barroco indiano
del desfile satírico social o carnavalesco, estilo de desplazamiento que se vierte en el
Barroco desde la didáctica católica medieval, se desarrollará ejemplarmente en la
picaresca y en Quevedo, y se arraigará también en Hispanoamérica en textos como La
endiablada (c. 1626) de Juan Mogrovejo de la Cerda, Laurea crítica (1629) de Fernando
Fernández de Valenzuela y el conjunto de la obra satírica de Juan del Valle y Caviedes,
como su Diente del Parnaso (1683-1691).
De esta manera, en el conjunto de textos que presentan posturas del letrado frente a los
asuntos sociales de su época, según Ruiz (2014: 14) “se va definiendo y describiendo
cierta matriz conceptual de la lectura y cierta lógica textual de la escritura que exponen
una delgada pero sólida red crítica”. Las consonancias entre los nodos de dicha red
pueden constatarse mediante el seguimiento de los aspectos literarios recurrentes, como
tópicos o rasgos de estilo. Para exponer la filiación de Laurea crítica con otras obras del
conjunto, y demostrar la actualización de la producción satírica con preocupaciones del
contexto americano, abordamos aquí dos de las figuras del desfile carnavalesco virreinal
desde el entremés de figuras bogotano: el caballero y el crítico, este último en el numeral
siguiente.
Este caballero americano es pobre; no tiene caballeriza, tan solo pajar, se le satiriza
preguntándole entonces: “¿Coméis paja?/ Que en este tiempo, que ay falta de dineros,/
paja comen, no más, los caualleros” (vv. 64-67). Además, ladrón: “Ya e reducido yo mi
valentía/ a la destresa de los cinco dedos,/ que esgrimiéndolos siempre uñas abaxo/
hurón de bolsas soy sin más trabaxo” (vv. 90-93). Hombre poco devoto y holgazán: “¿Y
cómo os va de missa?/ Busco quien la despache más aprisa,/ y el rato que no doy a los
vigotes,/ a los lados me parlan dos guillotes” (vv. 76-79). Y sus defectos los
complementan lo murmurador: “que quien cae en mi lengua cae en lodo” (v. 86); lo
124
pendenciero: “Con todo, me hallaré en qualquier pendensia/ que se empiese a trauar en
mi presensia” (vv. 96-97), el gusto por la riña de gallos (vv. 98-100) y por rondar damas:
¿Róndasse?
Cauallero. Algunos ratos.
Miser. Dexad sólo rondar a vuestros gatos.
Cauallero. En essa parte soy hombre terníssimo.
Suelo lleuar conmigo cuatro músicos
que hasen bien regañar a las gitarras
debaxo del balcón de alguna ingrata;
y estando puesto un cántaro al sereno,
como de quando en quando goteava.
que era fauor creýa,
pensando que mi dama me escupía.
Miser. Pues idos a Madrid a media noche
y allá os escupirán damas de coche (vv. 101-110).
La descripción de esta figura coincide con el mismo tipo colonial en La endiablada, una
obra que le era contemporánea al entremés neogranadino, pero con la cual no existió
contacto puesto que ninguna de las dos se publicó en su momento. Para percatarse de la
similitud, obsérvese la síntesis que realiza Chang-Rodríguez (1975) del personaje en el
relato peruano: “Es un caballero, como muchos de entonces, sin dinero. Tampoco
escribe bien, se enoja por cualquier cosa, miente, no paga las deudas, habla durante la
misa, y se levanta tarde” (274-275). Ya Bernal (1999: 262) en su estudio sobre Laurea
crítica aseguraba que la caracterización de este caballero pertenece al Nuevo y no al
Viejo Mundo, afirmación que se refuerza al leer el relato de Mogrovejo, pues
“aparentemente este tipo de caballero era corriente en el Nuevo Mundo, porque Amonio
nos advierte: ‘Si viene a Lima... tu chapetón, hecho de pícaro cauallero, no le faltarán
hartos del mismo suceso, con quien comunique" (Chang-Rodríguez, 1975: 275).
125
enumeración vituperativa de apellidos altisonantes, el satírico los denuncia
irónicamente: “todos son hidalgos finos/ de conocidos solares./ No viene acá Juan
Muñoz,/ Diego Gil, ni Pero Sánchez;/ no bienen hombres humildes,/ ni judíos ni
oficiales,/ sino todos caballeros/ y personas principales./ Sólo yo soy un pobrete sin don
y con mil azares,/ con un nacimiento humilde,/ y un título de Juan Sánchez” (vv. 1541-
1552).
Posteriormente, Juan del Valle y Caviedes también satirizó a este tipo virreinal, como en
el poema Cavalleros chanflones o los sonetos Para ser cavallero, el cual citamos, y
Remedio para lo cavalleresco:
Cabe agregar acerca del carácter de estas críticas y de la gravedad que pudieran
representar para los oídos de la Corona, que nos parece generalizable a la sátira colonial
la afirmación de Lasarte (2005: 45) sobre la Sátira de Rosas de Oquendo: “entrega una
visión denigratoria de la vida limense, en múltiples niveles sociales, pero cuya crítica se
halla relativizada por la comicidad regeneradora del discurso carnavalesco con que se
entronca”. El discurso satírico-crítico colonial, no obstante de sus particularidades
temáticas y mayor constreñimiento, se ampara dentro de la misma modalidad que tuvo
licencia de expresión en el Barroco metropolitano, como la literatura picaresca, el
entremés de figuras y Quevedo, por lo cual es comprensible que pudiera desarrollarse,
entre ciertas márgenes, también en Indias.
126
Por otra parte, es también característico que textos de este tipo, en los cuales se
encuentra una postura que confronta el orden social y estamental, se hallen en
contradicción respecto a otras obras y actitudes de los mismos autores en las que se
registra un apego y defensa del ordenamiento. El fenómeno discursivo es explicado por
Moraña (2005: 15) como la manifestación de una negociación simbólica en el proceso
de construcción de la identidad del letrado americano, pues
sus discursos emergen como negociación ideológica entre las tradiciones recibidas (...) y
las pulsiones que irán modificándola. Su acción cultural es, principalmente, una praxis
de gestión en la que se define como agente transculturador para quien la identidad se
descubre y elabora desde la alteridad en un juego de espejos con frecuencia deformantes,
de mímica, celebraciones y rechazos, festividad y tragedia, que transforma los actores
sociales en sujetos, las prácticas letradas en praxis culturales cuya teleología va
explicitándose paulatinamente.
Se presenta en Laurea crítica lo que a primera vista parece una inconsistencia. La figura
del crítico, Don Velialís, no juzga a nadie. Su carácter lo identifica, en cambio, el
lenguaje cultista, y se le tacha de loco, de borracho y hasta portador de un lenguaje
diabólico, pero no por proferir juicios en algún asunto. Un acercamiento a la figura en
otros rincones de la literatura colonial constata que en la época el sentido de ser crítico
127
era semejante al actual, pero también se le asociaba con el cultismo y otros conceptos
periféricos.
Esta relación es afín al título del prólogo al lector de la Invectiva: Lucifer en romance de
romance en tinieblas; y que complementa con el siguiente subtítulo: “Paje de hacha de
una noche culta, y se hace prólogo luciente, o proemio rutilante, o babadero corusco, o
delantal luminoso, este primer Razonamiento al Lector” (385), conjunto en el que se
contrastan, desde la frase titular, el discurso crítico, que es palabra iluminada del poeta
(“paje de hacha”, “prólogo luciente”, “proemio rutilante”), y la oscuridad cultista
(“noche culta”, “Lucifer”, “romance”, “tinieblas”). Es por medio de tropos como se
relacionan conceptos tan disímiles como lo crítico, lo estético y lo infernal: “Suplícole al
poeta, que de aquí adelante no haga romances anticristos, malhablados, de la Pasión de
Cristo (...) que con esto Dios le dará gracia y gloria de poesía” (446). En el fondo
subyace un silogismo que autoriza al crítico para emprender una cruzada contra el mal
decir.
128
Pregunta: En quanto a la discreçión, te pregunto, si ay bien entendidos.
Respuesta: Ynfinitos, pero no hiçieran falta.
P.: ¿Por qué?
R.: Porque los demás que lo son los odian y generalmente no los estiman.
P.: ¿A qué genero rreduçen los entendidos?
R.: A cultos, críticos y poetas.
P.: ¿Quiénes son los cultos?
R.: Los leýdos humanistas que hablan y escriuen bien y sucinto.
P.: ¿Y los críticos?
R.: Los que además de tener esto, hablando mal, hablan bien.
P.: ¿Y los poetas?
R.: Los menos porque no es poeta el coplista.
P.: ¿Qué partes a de tener el buen poeta?
R.: Casi diuinas.
P.: ¿Pues, que a de ser?
R.: Científico en todo.
P.: ¿Quál es la mejor poessía?
R.: Para los legos la más fáçil, para los doctos la mas leuantada.
P.: ¿De los cultos, qué tantos ay en Lima?
R.: Muchos, y aun no ygualan al número de los críticos porque todo lo que saue
a mordaz se apeteçe mejor.
P.: ¿Qué tanto se murmura?
R.: No tratan de otra cossa con que vienen a tratar de todas.
P.: ¿Pues no ay amigos que defiendan los suyos?
R.: No. Y para que no me preguntes más en esta materia, saue que no ai actión,
ni aun locuçión agena que les paresca bien. Todo lo muerden, todo lo
censuran, todo lo condenan, y todos se condenan. Los cursantes de esta
universidad, que así la llamo por los muchos que la frequentan, y en esto de
amistades no se usan, Pythias y Damones, Pylades y Orestes, ni Eneas y a
Hacates.
P.: ¿Por qué camino suelen ser presunptuosos los poetas?
R.: Pagándose demasiado de sus poemas y creyéndolos superiores siendo tal
vez bucólicos.
P.: ¿Y los coplistas?
R.: Esos fundan su aplausso en ser bufones del bulgo, haçiendo vn sonetico a
cada acçión de sus superiores en ynjenio y calidad.
P.: ¿Y cómo llaman a esas poesías?
R.: Con poca rraçón, sátiras, con mucha, liuelos.
P.: ¿Con que granjearán en las Yndias los que fueren poetas más estimación?
R.: Con no serlo. Teniendo en su coraçón gran contrición de hauerlo sido y
propósito executado después de no serlo mas (Chang-Rodríguez, 1975:
284).
129
Por otra parte, el artificio conceptista de la pieza bogotana puede explorarse a fondo, con
apoyo en el continuum de conceptos que se representa en la figura 10:
Figura 10. Representación del continuum semántico que parte del concepto “crítica” en Laurea
crítica. Elaboración propia.
Por esto, el cultismo se presenta también en Laurea crítica como un lenguaje oscuro e
infernal. En parlamento del examinador Miser Protasio:
130
Continuando, por parlamentos como los que siguen se asocia al crítico con el culto y
luego con el loco, como puede observarse en los términos que señalamos en cursiva:
El sentido de locura se refuerza en otros lugares, como cuando el juez envía al cultista al
Hospital del Nuncio de Toledo, en afinidad con el tópico de los hospitales de locos tan
frecuente en la literatura satírica aurisecular (Nider, 1999: 926; Tropé, 2002: 1785):
“salgáis desta villa para tener vuestro nouiciado en el Hospital del Nuncio de Toledo,
según uso y costumbre de los dichos graduados; y si dentro del dicho tiempo no
huviéredes sanado, os mandamos quedar allí, porque no peguéis a otros el
contagio”(Laurea, prosa del v. 377).
¿cómo os llamáis?
Don Velialís. Don Velialís de Lúbrisis.
Miser. ¿Vel y qué?
Don Velialís. Don Vel-i-anís.
Miser. ¡Nombre estremado!
Bueno soys para vel y confitado (vv. 309-311).
131
Domínguez Camargo— aprovecharon excelentemente las enseñanzas de don Luis, sólo
podemos valorar la sátira de Valenzuela como una muestra de lo que se pensaba en los
medios más retrasados en literatura” pues, como se ha expuesto aquí, también
Domínguez Camargo satirizó el cultismo, aunque fuera en esa etapa final de su vida en
que abandonó el jesuitismo y lanzó su Invectiva. Este religioso colombiano es otra figura
contradictoria, cuyo discurso giró tanto en torno a la apología del estamento como a la
crítica de algunos códigos del orden: el cultismo, visto aquí, y la academia, como se
ampliará en el apartado 3.3.3. Con lo dicho en el presente numeral se demuestra que el
crítico y la crítica fueron tópicos de interés en el discurso del Barroco indiano y, por el
enclave con las obras de Mogrovejo y Domínguez Camargo, puede entenderse mejor la
caracterización del personaje de Laurea crítica, así como la preocupación del letrado
criollo por la crítica, lo cual se examina en el siguiente titular.
En todo caso, es de tener en cuenta que la expresión en América de posturas que evalúan
la coherencia del orden no son iniciativas originales, pues se vierten en las letras del
continente mediante los mismos códigos peninsulares, como señala Moraña (2005: 282):
132
Sería absurdo pensar que este pensamiento crítico emergente en América se da con
independencia de las teorizaciones y metodologías europeas (...) la tradición greco-
latina llega a América principalmente a través de las nociones teóricas y principios
operativos presentes en poéticas y preceptivas del Renacimiento y el Barroco. Los textos
que se van creando en el Nuevo Mundo aplican y reelaboran esa tradición, la cual de
inmediato pone de manifiesto la tensión existente entre ese cuerpo normativo y los
productos poéticos americanos.
Pasando a una breve reseña de la crítica literaria indiana, para Moraña (2005: 284-5) el
inicio del pensamiento crítico-literario en Indias se remonta al anónimo Discurso en loor
de la poesía (1608). Los estudios suelen coincidir en que el Apologético en favor de don
Luis de Góngora (Lima, 1662), del “Lunarejo” peruano Juan de Espinosa Medrano, es la
más ambiciosa y sustentada crítica literaria de la América virreinal (Moraña, 2005;
Santiago, 2007). Algunos de los demás textos que se inscriben plenamente en esta
modalidad son: el entremés de figuras Laurea crítica (Bogotá, 1629), en el que “se
satiriza al gongorismo de manera indirecta y también muy directa y decididamente (...)”
(Camacho, 1978: 96); la Invectiva apologética (Colombia, 1652), en la que Hernando
Domínguez Camargo critica meticulosamente las estrofas de un poema que le ha llegado
sobre la pasión de Cristo, ofrece su posición acerca de la poesía e, incluso, arriesga su
propia versión poética sobre el mismo tema; y la Crisis sobre un sermón o Carta
atenagórica (México, 1690) en que sor Juana Inés de la Cruz refuta la exégesis del
afamado predicador Antonio Vieira sobre la mayor fineza de Cristo. Otros escritos,
como el relato La endiablada (Lima, c. 1626), se preocupan aunque sea tangencialmente
por el tema.
Como lo identifica Santiago (2007: 131), “otra manera de dar muestras de la inteligencia
criolla es pronunciarse sobre temas polémicos que ocupan a la intelectualidad europea”,
y qué asunto literario fue más polémico en la metrópoli que la propuesta estética del
príncipe de los poetas líricos de España. En estas muestras de talento e inteligencia, “es
fructífero ver en el gongorismo un primitivo momento de constitución de una ideología
de las capas medias del Virreinato en su grupo de letrados (...), la consolidación de una
cierta conciencia de élite cultural debido a manejar un instrumento técnico complejo
como es la poesía gongorina” (Beverley, 1981: 36). No obstante, toda polémica se arma
133
de dos bandos y, aunque la obra del “Lunarejo” es claramente la mayor defensa del
cultismo en América, la literatura colonial también registra el argumento de la
contraparte y, aunque lo haga dentro del código de la risa, poniendo de cabeza el
lenguaje gongorino, la misma apropiación y reformulación del estilo parodiado por
Fernández de Valenzuela —puesto que “casi todos los elementos del estilo de Góngora
están presentes, exagerados y ridiculizados” (Camacho, 1978: 96)— puede entenderse
como una exposición del dominio del mencionado “complejo instrumento técnico” y un
intento de exhibir ante la comunidad central las propiedades intelectuales del letrado de
la periferia, calidad intelectual que cuando no fue reconocida dentro de un sistema de
acreditación, condujo a expresiones de abdicación de la autorización académica y de
autoaprobación.
Dice Santiago (2007: 128) que, “desde la perspectiva criolla, las expresiones resultan
una prueba de lealtad política, de participación en el régimen, que inviste a los artistas de
autoridad ideológica y calidad moral. Además el manejo del complejo código estético,
que implica un novedoso trabajo con las formas expresivas, creativas imágenes,
ingeniosos juegos conceptuales y una vasta erudición, señala en ellos ‘hombres doctos’,
sujetos con habilidades y competencias intelectuales privilegiadas que desdicen el
prejuicio subestimador de los hispanos”. Sin duda esta cita interpreta la producción del
letrado criollo, y más a uno como Hernando Domínguez Camargo, personaje inscrito en
el poder eclesial, por una obra como su Poema heroico de san Ignacio de Loyola; pero
no explica al Domínguez Camargo de la Invectiva apologética (1652), en cuyo capítulo
de “Aprobación” profiere:
yo me diera a prueba (hermano lector) que deseas verme aprobado de bonetes sabios,
capillas doctas y barbas graduadas: yo he caído en la cuenta, y me he querido rapar a
navaja de estos enfados, y de andar pidiendo a otros lo que yo puedo darme, porque es
gran palabra el ave de tuyo. Y si puedo ser cuña de mi mismo palo, ¿por qué quieres que
134
otros metan en mi palo su cuña? Yo me apruebo hasta tante bonete: yo me calo la
capilla, y yo me castro de barbas, y quiero ser más doctor capón que doctor probado; y
con eso me ahorro de rogar a nadie (...) (Domínguez Camargo: 1956: 393).
ya muy entrado el siglo XVII el letrado seguía siendo un ser indefinible, es decir,
huérfano de una clara definición social (…) Ser noble, ser sacerdote, ser ganapán, eran
cosas muy nítidas, aristotélica y escolásticamente nítidas en la conciencia colectiva del
periodo. No así el letrado, cuya práctica social no encajaba plenamente dentro de la
mentalidad excluyentemente nobiliaria de los estamentos dominantes.
Las líneas del poder eran dos básicamente: la de nobleza (herencia de sangre) y el clero.
Beverley (1981) demostró en su estudio sobre Góngora que el letrado abrió su propia
línea dentro del poder, en la cual instituyó que podía medrar mediante su trabajo
intelectual. Del discurso del poeta cordobés en una carta en que defiende el mérito de su
trabajo, tan vapuleado como defendido, Beverley encontró que el autor se autoriza a sí
mismo, es decir, se confiere autoridad instalando para sí en la sociedad el cobijo de una
moral que, no obstante de asir el orden lo trasgrede, lo subvierte en su provecho. El
poeta cordobés, quien rehusó publicar su obra para restringirla de la apropiación del
vulgo, no compitió por popularidad —en el sentido de agradar al pueblo—; el autor
entró en carrera por autorizarse— con el valor de su trabajo. Como esgrimiera en su
Carta en respuesta hacia los ataques de sus Soledades y su Polifemo: “[mi poesía]
causarme ha autoridad” (Beverley, 1981: 36).
135
de Egipto, yo me apruebo a mí mismo (Domínguez Camargo: 1956: 393) [la cursiva es
nuestra].
O también, en el prólogo al lector en la misma obra, donde se queja de los malos poetas
y lanza una saeta más a la aprobación académica: “Los Homeros antiguos dormitaban tal
vez; pero los modernos roncan y es cada copla suya una modorra en cuatro pies, y
duermen a verso suelto, como a sueño suelto; no causan admiración las letras de
aquellos a quien gradúa, no es estudio, sino el tratar con los que no saben. Es grande la
universidad de la ignorancia” (Domínguez Camargo, 1956: 389) [las cursivas son
nuestras].
El religioso bogotano expresa poca fe por los letrados, sobre todo los cultos. “Lucifer en
romance de romance en tinieblas” es el título del mencionado prólogo, en el que invierte
un extenso discurso en reflexionar con qué adjetivo denominar a su lector: “Si lector
sabio, se enojarán las barbas de los letrados, que tienen pelos doctos y escubillas
graduadas. Si lector discreto, es meterte en baraja con los frailes de la orden, que tienen
discretos por elección y no por naturaleza. Si lector cristiano, es mentira, porque te hará
desbautizar este anticristo; y será lector anticristiano. Si lector bautizado, es tratarte
como a vino de taberna” (Domínguez Camargo, 1956: 385). Para Ochoa (2013: 43),
Se ha discutido si Laurea crítica presenta una diatriba del orden social, específicamente
del orden de los grados. Según Reyes (2008: 58-59), el entremés “plantea una crítica
virulenta contra los grados y su exigencia de títulos. Ésta es sin duda la clave de la
intriga y la esencia del contenido de la pieza, cuyo título en sí mismo se formula como
una paradoja al contraponer los conceptos del elogio y de la crítica”. Atehortúa (s.f.: 4)
refuta esta lectura argumentando que la obra acoge la misma estructura de revista o
136
desfile que otros entremeses españoles y debido a “las condiciones de censura moral y
mentales de un criollo que pertenecía a una de las familias dominantes de la nueva
Granada” (4).
Al respecto, consideramos que en Laurea crítica, a diferencia de las demás piezas del
repertorio, hay razones para discernir la presencia del aparato de acreditación de oficios.
El cronotopo de la acción es una audiencia en el Nuevo Mundo (Bernal, 1999:260). En
aquella audiencia se presenta un ambiente académico, para lo cual los parlamentos
brindan indicios suficientes: “¡Studie aquél la sphera, otro arismética, / sea esgrimidor
aquél, aquél geometra, / que yo muero e inclino por la crítica!” (vv. 29-31); “Fecha en la
corte de Minerua, reales de los doctos de las sciensias, Unga, emporio de las musas,
siempre noble, siempre docta, claríssima siempre Academia” (en la prosa del v. 374);
“Nos, el Micer Don Portasio, buli carabuli, gimnasiarca, esiarca, monarca y protarca
meritíssimo de la Academia Española de críticos (…)” (prosa del v. 377) [la cursivas
son nuestra]. Pensamos que no solo se trata de una referencia al estamento académico;
con indicios como estos el entremés bogotano filia la mencionada “Academia Española
de críticos” con el tradicional tópico del hospital de locos que aparece en el siglo XVI
(Nider, 1999: 926) y se desarrolla como tópico literario en el XVII (Tropé, 2002: 1785)
a tono con la cultura burlesca del Barroco y dentro de los tópicos del mundo al revés y la
locura del mundo expuestos por Maravall (1983, 311-316).
137
El tópico de la Academia, que contiene aquí tanto la burocracia de los grados como al
letrado —especialmente el culto—, es un punto de contacto de las obras de Fernández de
Valenzuela y Domínguez Camargo, asunto que abordan con subversión, esto es,
poniendo de cabeza el discurso del orden, el uno con burla ladina y el otro con franco
desdeño. La relación expuesta constituye un ejemplo de que el letrado estaba dispuesto a
transgredir, por lo menos hasta este punto —más acentuado en Domínguez Camargo—,
la postura que podría esperarse de un criollo inscrito en el orden virreinal.
Además, llama la atención que la similitud brotara en dos personajes bogotanos, jesuitas
y adheridos al aparato religioso. Asimismo, “laurea crítica” e “invectiva apologética”
son construcciones en oxímoron, marcas estilísticas que traslucen el conceptismo y la
estela de Quevedo en América y, en este caso particular, en la Nueva Granada.
Un estudio de los procesos editoriales de todas las obras del poeta santafereño, incluido
su célebre Poema heroico, arroja una luz sobre lo polémicas que en su momento
pudieron resultar las obras de este sacerdote exjesuita. Meo-Zilio, en el prólogo a su
edición sobre las obras domingueñas, explica que los trámites editoriales estuvieron a
cargo de un jesuita también, pero de un jesuita poeta, Antonio de Bastidas, quien dio su
sello de aval a las obras domingueñas en calidad de esto y no de aquello; los encargados
de las licencias en Madrid se confiaron de los criterios del mencionado poeta
ecuatoriano y dejaron pasar las obras; sin embargo, durante casi dos siglos, las obras
fueron sumidas en la oscuridad, nadie habló de ellas. Esto indica que, después de
haberse licenciado su publicación, alguien se tomó el tiempo de revisarlas y de prohibir
su circulación en las colonias (49-50).
El caso del manuscrito del Thesaurus es, no obstante, diferente. Según cuenta Rivas
Sacconi (1993: 131), “el autor tuvo fincadas sus esperanzas para la publicación en Julián
de Cortázar, arzobispo de Santa Fe, quien empero murió a poco de terminado el
Thesaurus. A él lo dedicó en varias epístolas que anteceden el texto”. Así las cosas,
puede que Fernández de Valenzuela no haya sido objeto directo del régimen de censura,
138
pero la situación obliga a pensar, por lo menos, en el poco esmero que tuvo la imprenta
en difundir las obras de la producción colonial, lo cual es un signo de una censura
pasiva, del silencio, cuyas manifestaciones pueden triangularse en otras zonas de la
América virreinal.
139
La aparición en letra de molde de su escrito le generó a la “Fénix de América”
seguidores y detractores, quienes habrían cuestionado no solo la hermenéutica de la
religiosa, sino además su rectitud moral. Así surgió la defensa (su apologético) llamada
Respuesta a sor Filotea de la Cruz (1691), en el fondo una respuesta a sus
cuestionadores pues fue el resultado de la orden recibida del mismo obispo para redactar
su autobiografía, con la cual “Fernández de Santa Cruz la espoleó así a explayarse a
través de la pluma para justificar a detalle los porqués de la vida de su espíritu” (15).
Ni al primer imposible tengo más que responder que no ser nada digno de vuestros ojos;
ni al segundo más que admiraciones, en vez de gracias, diciendo que no soy capaz de
agradeceros la más mínima parte de lo que os debo. No es afectada modestia, Señora,
sino ingenua verdad de toda mi alma, que al llegar a mis manos, impresa, la carta que
vuestra propiedad llamó Atenagórica, prorrumpí (con no ser esto en mí muy fácil) en
lágrimas de confusión, porque me pareció que vuestro favor no era más que una
reconvención que Dios hace a lo mal que le correspondo; y que como a otros corrige con
castigos, a mí me quiere reducir a fuerza de beneficios (Soriano, 2014: 286).
Relata sor Juana la historia de su encuentro con las letras y su esfuerzo autodidacta. En
varios momentos se esmera por mostrar modestia respecto a sus habilidades —las cuales
no duda aun así en exponer, como en los numerosos autores y pasajes en latín que cita—
y reitera que escribe en contra de su voluntad:
Y, a la verdad, yo nunca he escrito sino violentada y forzada y sólo por dar gusto a otros;
no sólo sin complacencia, sino con positiva repugnancia, porque nunca he juzgado de mí
que tenga el caudal de letras e ingenio que pide la obligación de quien escribe; y así, es
la ordinaria respuesta a los que me instan, y más si es asunto sagrado: ¿Qué
entendimiento tengo yo, qué estudio, qué materiales, ni qué noticias para eso, sino cuatro
bachillerías superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que yo no quiero ruido con
el Santo Oficio, que soy ignorante y tiemblo de decir alguna proposición malsonante o
torcer la genuina inteligencia de algún lugar. Yo no estudio para escribir, ni menos para
enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro
menos. Así lo respondo y así lo siento (Soriano, 2014: 290).
140
Aun así, incluye su defensa ante las acusaciones con argumentos diversos:
Si el crimen está en la Carta atenagórica, ¿fue aquélla más que referir sencillamente mi
sentir con todas las venias que debo a nuestra Santa Madre Iglesia? Pues si ella, con su
santísima autoridad, no me lo prohíbe, ¿por qué me lo han de prohibir otros? ¿Llevar una
opinión contraria de Vieyra fue en mí atrevimiento, y no lo fue en su Paternidad llevarla
contra los tres Santos Padres de la Iglesia? Mi entendimiento tal cual ¿no es tan libre
como el suyo, pues viene de un solar? ¿Es alguno de los principios de la Santa Fe,
revelados, su opinión, para que la hayamos de creer a ojos cerrados? Demás que yo ni
falté al decoro que a tanto varón se debe, como acá ha faltado su defensor, olvidado de la
sentencia de Tito Lucio: Artes committatur decor; ni toqué a la Sagrada Compañía en el
pelo de la ropa; ni escribí más que para el juicio de quien me lo insinuó; y según Plinio,
non similis est conditio publicantis, et nominatim dicentis. Que si creyera se había de
publicar, no fuera con tanto desaliño como fue. Si es, como dice el censor, herética, ¿por
qué no la delata? y con eso él quedará vengado y yo contenta, que aprecio, como debo,
más el nombre de católica y de obediente hija de mi Santa Madre Iglesia, que todos los
aplausos de docta. Si está bárbara —que en eso dice bien—, ríase, aunque sea con la risa
que dicen del conejo, que yo no le digo que me aplauda, pues como yo fui libre para
disentir de Vieyra, lo será cualquiera para disentir de mi dictamen (Soriano, 2014: 321-
2).
Dado el carácter autobiográfico del escrito y que este surge por encargo del obispo para
mostrar la integridad espiritual de la religiosa, el texto se enmarca dentro del género del
relato monjil confesional, género que surge porque “las monjas debían hacer presente
‘las angustias de sus almas’ a un confesor para que éste opinara sobre la calidad de las
faltas o la dirección de su espíritu (...) La comunicación verbal entre monjas y
confesores era exigida. La epistolar, sin embargo, estaba celosamente restringida a casos
especiales”, por ejemplo por el peligro del contacto entre ambos sexos, para poner bajo
el celo del Santo Oficio de la Inquisición los éxtasis y visiones que presentaban algunas
religiosas, o para llevar memoria de una vida ejemplar que podría ser publicada
póstumamente y originar un proceso de canonización (Araya, 2003: 162).
141
facultades intelectuales y literarias que exhibe, pero que refiere con modestia (Suárez,
1984).
Sin embargo, este terreno discursivo que se supone ortodoxo transcurría entre lo dicho y
lo oculto, entre el enunciado propiamente dicho y el silencio, que al resultar significante
también enuncia. Por una parte, es comprensible que el constreñimiento confesional,
preservado por escrito, y el temor hacia el Santo Oficio actuaran como un mecanismo de
autocensura de la penitente. Por otro lado, en miras a la publicación de la vida ejemplar
o la canonización de la religiosa, el escrito podía sufrir una acomodación, como lo
explica Valdés (1992: 155): “el confesor hacia [sic.] los elogios fúnebres, o escribía la
vida de la monja, para lo cual la escritura de ella servía como material bruto. El proceso
de editing, montaje y otras formas de manipulación de este material bruto, hasta
transformarlo en ejemplo de conducta, debe haber tenido aspectos de gran interés para el
análisis ideológico”.
142
‘which here,’ de acuerdo con Ludmer, ‘separates the field of saying (the law of the
other) from the field of knowing (my law)’”.
Esto hace que la escritura conventual, tal como lo apuntaba la hermenéutica confesional,
constituya un terreno de análisis literario en el que debe tenerse en cuenta lo no dicho, lo
que podría explorarse mediante el principio dialógico bajtiniano, por ejemplo por el
dialogismo oculto:
En medio del trayecto que puede trazarse entre el relato conventual, cuyos contenidos se
adhieren a las márgenes del orden, y la Invectiva directa de Domínguez Camargo hacia
el orden académico, se ubican la ironía, la sátira y la parodia, en una obra como Laurea
143
crítica cuya composición, como hemos argumentado anteriormente, no explicita una
afrenta hacia la burocracia de los grados, pero sí expresa indicios, pues se encuentra
dirigida hacia la sospecha. Estas modalidades que repliegan la expresión constituyen
laberintos, tramoyas de sentido, que de forma análoga ocultan sentidos, y por ello harían
parte del tópico del silencio en el Barroco americano, el cual es para Moraña (2005: 189)
“el gran tema no sólo de sor Juana sino de la cultura barroca virreinal”. En este,
dentro del marco de la cultura novohispana, sor Juana ilustra con particular claridad la
creciente “conciencia lingüística” del letrado criollo, cuya creatividad se desarrolla como
actualización y al mismo tiempo como impugnación de los modelos dominantes (...) La
dialéctica del decir y el callar que va pautando el desarrollo de su pensamiento es un
esfuerzo deliberado por vencer el “solipsismo lingüístico” promovido por el orden
dogmático y reducir al mínimo posible las restricciones del sistema (179).
puestos en relación con la polémica con los hispanos, los enunciados textuales descubren
el esfuerzo criollo por crear representaciones que tienden a incorporar la realidad local
en el registro de la cultura universal, por construir una territorialidad y un sujeto
equivalente al europeo. Los escritores buscan despertar la admiración por la tierra natal,
sus riquezas naturales y civilización, o configurar a las ciudades centrales de la Colonia
como una nueva Roma americana.
144
El afán de incorporar la realidad americana al mundo es palpable en las descripciones
urbanas, como la que contiene de Santa Fe el Thesaurus de Fernández de Valenzuela, en
odas a la naturaleza, como la anónima Descripción del río Bogotá y salto del
Tequendama, y en una relación histórica como El carnero. También puede detectarse en
las letras conventuales, como las de sor Juana, el intento de inscribir en el orden de los
sucesos al género humano más marginado; pero podrían encontrarse reticencias al ubicar
el retrato social de Laurea crítica en este conjunto escritural, dado el antecedente de los
estudios que han afirmado que la pieza santafereña desarrolla sus contenidos en función
del formato que caracteriza al entremés de figuras. De demostrar la ubicación del
retratismo de este entremés en suelo americano ya se ha ocupado Bernal (1999) y
anteriormente hemos expuesto que, por virtudes propias, la composición de Laurea
crítica no obedece a una copia de modelos. Para redondear y sentar esta argumentación
vemos procedente constatar la presencia de estos aspectos de la pieza dramática en otra
muestra literaria del Barroco americano.
La endiablada (c. 1626) es una narración del madrileño asentado en el Perú Juan
Mogrovejo de la Cerda, cuyo argumento guarda asombrosa similitud con El diablo
Cojuelo (1641) del español Luis Vélez de Guevara. El narrador personaje escucha la
conversación entre dos demonios, Amonio y Asmodeo, en una oscura calle de Lima. La
línea argumental desarrolla un recorrido por los defectos morales de distintos tipos
sociales. Asmodeo cuenta los detalles de su viaje desde Madrid, ordenado por el
“ynfernal superior” para aumentar la captura de almas. Su vehículo son los cuerpos de
los que toma posesión, situación que le permite conocer sus conciencias y se presta para
el comentario satírico. Posteriormente recibe las noticias de Amonio sobre las malas
costumbres en Indias, completando el panorama de vicios. Como sintetiza Chang-
Rodríguez,
145
abogados; los premios van a los que no los merecen; los médicos, con sus horribles
recetas y concilios, condenan a muerte a los enfermos; abundan los petulantes, los
chismosos y las mujeres ostentosas y pedigüeñas; los galanes son escandalosamente
presumidos en el vestir; predomina el deseo de fácil enriquecimiento; y los escritores de
talento son despreciados por el público (...) El narrador, agudo observador de las
costumbres sociales, a través de Asmodeo censura a los fumadores y los califica de
“semidiablos” o de “diablos completos” porque echan humo por la boca y chupan
lumbre. Y se lamenta de que un auto de fe haya contribuido al comienzo de la
desaparición de las [mujeres] tapadas (1975: 275).
146
de la tradición de Quevedo actualizada con los tópicos del Nuevo Mundo, y esta es una
impronta estilística profunda en el Barroco indiano. Con esto, la herencia quevediana se
constituye como uno de los conductos por los que el Nuevo Mundo buscó su
incorporación al mundo.
El lenguaje puede verse como el tema de Laurea crítica, así como lo es de hecho para el
Thesaurus que contiene al entremés. Esto, al tener en cuenta que la crítica más visible de
la pieza dramática se dirige hacia el lenguaje gongorino, y la lanza en ristre se empuña
desde el conceptismo, otro uso de la lengua, y que esta forma paródica ubica a la obra
burlesca dentro del tratado solemne que la contiene —a manera del espectáculo teatral
barroco— como un paso dramático de contralectura de la obra mayor.
La preocupación del letrado criollo por el lenguaje es comprensible, pues este no solo es
la herramienta de su oficio, sino que es sobre todo el instrumento de brega para afrontar
las políticas de dominio y el prejuicio dominador del aparato opresor. Con su trabajo, el
letrado pretende participar de la sociedad dominante, y para ello cultiva su estilo y su
intelecto, exhibe su técnica por los medios de difusión que encuentra precarios y
participa de las discusiones culturales de la metrópoli, pero también trata de defender o
reivindicar, según su necesidad, a una clase o minoría que le condiciona. Sus invectivas
y apologías del orden no tienen por objeto restaurar o construir la utopía americana, sino
proponer un orden en donde él tenga su lugar.
147
encuentra en Fernández de Valenzuela en su preocupación pedagógica del latín, pues su
Thesaurus era un texto de enseñanza de esta lengua, a la que trató de proteger del avance
oscurantista —por la oscuridad en la expresión— de Góngora, cuyo proyecto era elevar
su lengua poética a la altura de la latina: “De honroso, en dos maneras considero me ha
sido honrosa esta poesía: si entendida para los doctos, causarme ha autoridad, siendo
lance forzoso venerar que nuestra lengua a costa de mi trabajo haya llegado a la
perfección y alteza de la latina” (Carta en respuesta, citado por Ochoa, 2013: 42). Como
señala Santiago (2007: 128), “el uso de la retórica se aviene, entonces, con el afán de
ennoblecimiento criollo y a la vez abre a los autores la posibilidad de ser escuchados y
de aprovechar las modalidades del estilo para desplegar en las obras los tópicos de sus
reclamos”.
De parte del autor bogotano llegan los primeros versos esdrújulos neogranadinos con lo
que “se completa así una larga trayectoria que se inicia en los versos proparoxítonos de
la Laurea crítica de Fernando Fernández de Valenzuela; se aclimata definitivamente con
los decasílabos con principio y final esdrújulo de Álvarez de Velasco y todavía pervive
—aunque en ‘rústicos versos’— a finales del siglo XVIII en la obra de Vélez Ladrón de
Guevara” (Bechara, 1995: 438). Pero, a diferencia de poetas posteriores, los esdrújulos
de Fernández no tienen un fin en sí mismos, no se escribieron para lustrar la
composición dramática: tienen aparición incidental, pues la gran mayoría sobreviene a la
pieza en boca del delirio cultista del personaje Don Velialís, que busca el grado de
crítico y mediante el cual se parodia las Soledades del príncipe de los poetas.
148
también de la estela del letrado español encabezada por Góngora: amoldar el mundo del
lenguaje para hacerse campo en el mundo.
149
Conclusiones
Laurea crítica (Nueva Granada, 1629) es un entremés de figuras, pues todos sus rasgos
corresponden con este esquema dramático del teatro áureo. Al estudiar su composición y
cotejarla con las piezas del repertorio que le corresponde a su género dentro del tronco
peninsular, y dentro del marco conceptual del Barroco, puede apreciarse una obra
literaria meritoria en términos estéticos, comparable con las piezas que mejor logran la
intención burlesca, anteriores o posteriores. Asimismo, por suficientes rasgos de
originalidad que resultan armónicos con el estilo, puede valorarse una pieza que se
distingue positivamente y enriquece el repertorio que hoy se conserva.
La indagación bibliográfica llevada a cabo indicó que se trata del único entremés de
figuras hispanoamericano, hasta donde ha avanzado la tarea de recuperación de la
escritura colonial. Este dato, que bien puede resultar provisional como suele suceder en
este ámbito, aporta información a nuestro conocimiento sobre la génesis y desarrollo del
teatro colonial en Hispanoamérica y debería ser tenido en cuenta, por ello, para ajustar la
historiografía que se escriba en adelante en este tema.
150
El barroco que manifiesta Laurea crítica se articula con el Barroco español, como
resulta natural de la producción colonial americana, en herencia de las características
estilísticas que le vienen directamente del esquema entremesil particular. El desfile
satírico que caracteriza al entremés de figuras es un formato que deriva del didactismo
gótico medieval, donde el escarnio desde la retórica de lo siniestro ha menguado a
merced de luces renacentistas que lo llevan a argumentar desde otra retórica: la crítica
envuelta con humor; y que se ha entregado a otros autores de la producción cultural,
pasando del clero a las manos del letrado de la esfera civil. Como expusimos en su
debido momento, el profundo sincretismo de lo barroco se halla emplazado sobre el
Gótico y el Renacimiento; el entremés de figuras es una muestra de esta relación.
151
El nexo con el Barroco de Indias es en cambio un poco más complejo —o, de otro
modo, imprevisto para un barroco que aún se encuentra en fase de descubrimiento—: el
estilo de la pieza no se filia principalmente con el teatro menor al cual pertenece, sino
con textos de otras modalidades. Esto se debe a que el entremés de figuras, según
nuestros datos, no prosperó en la América española. De esta manera no es posible
comparar la pieza con un repertorio indiano de este género particular, lo que no quiere
decir, sin embargo, que el texto dramático no comparta las características barrocas de
otros géneros en la literatura dramática de Ultramar; para el ejemplo se encuentran dos
bailes y un fin de fiesta escritos por Pedro de Peralta Barnuevo para su comedia La
Rodoguna (1719), piezas con que comparte el esquema satírico de desfile. Esta línea
bien puede ser explorada con posterioridad para ahondar la comprensión del Barroco
indiano y de la pieza dramática colombiana. En la presente oportunidad fue la prioridad
establecer los rasgos más agudos del Barroco en la pieza neogranadina, con la finalidad
de aportar al esclarecimiento de cuestiones literarias apremiantes en torno a Laurea
crítica, como su valor literario y articulación con el periodo estético. Dado este juego de
asuntos, fueron obras de otros formatos, dentro de la narrativa, la poética y la
tratadística, las que permitieron efectuar el estudio, por constituir ellas el cuerpo sobre el
que más se ha relievado teóricamente el Barroco americano que, como hemos insistido,
aún madura en conceptualización.
El estilo del entremés neogranadino se apuntala a rasgos que ya habían emergido hacia
1629 en la literatura barroca de Hispanoamérica y que se prolongarían posteriormente a
lo largo del periodo. Esos rasgos derivan de la emergencia de una conciencia criolla y
son circunvecinos de la expresión de una postura —sea social, cultural o estética—, que
unas veces consuena nítidamente con el orden, y otras veces disuena, de manera franca y
directa o de manera artera y ladina. Tensiones como esta son producto de un proceso de
negociación simbólica, típico de un esqueje cultural que prefigura un desprendimiento
porque se engrosa para el periodo social de la Independencia. Para ese momento de
cultivo de una identidad e identificación, la crítica fue un tópico literario, pero también
un ejercicio textual y móvil discursivo, que se manifestó en textos de diverso género
152
tejiendo desde varios puntos geográficos de Ultramar la referida “red crítica” (Ruiz,
2014). Sin embargo, este aprovechamiento discursivo de la literatura, así como otras
características de la producción colonial, no fue un rasgo original del Barroco de Indias,
sino una transformación de un rasgo del Barroco peninsular.
Las anteriores menciones, que contrastan con las primeras lecturas de la pieza, no
deberían inquietar. Como ha mencionado Zaneti (1993), “la preponderancia de líneas de
análisis como las que muy rápidamente mencioné, y que en ocasiones caen en el
anacronismo, están muy unidas al hecho de que muchos de estos textos se han leído por
primera vez en el siglo XX, o son objeto de interpretaciones medianamente numerosas
bastante avanzado el siglo y esta situación suele marcarlas sobremanera” (217). Del
mismo modo, Laurea crítica es una obra marcada por juicios estéticos fundados sobre
un modelo teórico distinto, que es básicamente el de la traslación de las concepciones
sobre un arte de otro universo cultural que, si bien es matriz del nuestro, no es el propio.
Entre aquellas inspecciones iniciales y la que hoy se entrega, media un conjunto
bibliográfico ya robusto inscrito en el cambio de perspectiva en el estudio de la literatura
colonial, que ha permitido la reinterpretación de textos que, así como Laurea crítica, se
encontraban marginados del canon literario virreinal (Zanetti, 1993; Moraña, 2005).
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