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BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

Vínculos y evidencia estética entre la novela japonesa y la


mexicana: El jardín de la señora Murakami de Mario Bellatin,
“Bonsái” de Guadalupe Nettel y Bonsái de Alejandro Zambra

Tesis
para obtener el grado de
Maestra en Literatura Mexicana

Presenta:

Berenice Ramos Romero

Director de tesis:

Dr. Felipe A. Ríos Baeza

Puebla, Pue. Agosto 2015

         1  
                                                                   
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIA 4  

INTRODUCCIÓN 6  

CAPÍTULO 1

UNA REVISIÓN TEÓRICA 12  

1.1 De la literatura comparada como método de análisis 12  

1.2 De la noción de intertextualidad 17  

1.2.1 La intertextualidad en Julia Kristeva 19  

1.2.2 La intertextualidad en Roland Barthes 23  

1.3 De la traducción y los estudios de recepción 26  

1.4 Del Orientalismo 31  

1.5 Japonismo 37  

CAPÍTULO 2

ENTRE DOS CORRIENTES MARINAS: JAPÓN 39  

2.1. Literatura japonesa. Un breve recorrido de Meiji hasta nuestros días 39  

2.2 La estética en Japón 46  

2.2.1 Motivos recurrentes en la literatura japonesa 48  

2.2.1.1 Una tradición literaria moldeada por el alma femenina 49  

2.2.1.2 El escritor japonés hacia dentro 50  

2.2.1.3 Sugerir por explicar 53  

2.2.1.4 El empleo de la metáfora 55  

2.2.1.5 Gusto por lo irregular 58  

         2  
                                                                   
2.2.1.6 La fugacidad 60  

2.2.1.7 Espacios: lugares, viajes 61  

2.3 De los motivos recurrentes en las obras a analizar 63  

2.3.1 El sintoísmo: sombras, jardín, ceremonias 64  

2.3.2 El puente flotante de los sueños y las desapariciones.

(Harakiris y suicidios) 67  

2.3.3 Las cuatro estaciones: Individuo y sociedad 68  

2.3.4 Del personaje: nombres, características y espacios 69  

CAPÍTULO 3

MOTIVOS JAPONESES: HACIA UN ANÁLISIS DE LAS OBRAS 71  

3.1 De las obras 71  

3.1.1 Mario Bellatin y El jardín de la Señora Murakami 73  

3.1.2 Guadalupe Nettel y “Bonsái” 82  

3.1.3 Alejandro Zambra y Bonsái 96  

CONCLUSIONES 108  

BIBLIOGRAFÍA 113  

ÍNDICE ONOMÁSTICO 124  

         3  
                                                                   
AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIA

 
AGRADECIMIENTOS:

Al Dr. Felipe A. Ríos Baeza por su invaluable guía y asesoría desde la primera charla

acerca de esta investigación. A la Dra. Alicia V. Ramírez Olivares quien con sus

observaciones enriqueció esta tesis. Al Mtro. Juan Carlos Canales Fernández por las

recomendaciones literarias pero sobre todo por darme un segundo aliento que me regresó la

pasión al Japón y en especial a la literatura nipona. A la Pontificia Universidad Católica de

Chile, en especial a Cristián Opazo, Macarena Areco, Magda Sepúlveda, Rubí Carreño,

Wolfgang Bongers por el talento, las enseñanzas académicas y las lecciones de vida. A la

Leticia Contreras, al Dámaso Rabanal Gatica, a la Carolina Carvajal, a la Javiera Irribarren

y al Rodrigo G. Dinamarca porque sin quererlo fueron mis senseis durante seis meses y

ahora lo son para toda la vida. A la familia que se construye: mi Cesia, mi Pado, mi Pipe

por las incontables veces que me llamaron “seca”, “pulenta” y me la creí. A Carlos Alberto

Reyes Arroyo que en 2006 con ese best seller bajo su brazo me acercó a literatura japonesa.

A mis padres, sobre todo a mi madre. A mi hermana Connie que me apoyó, escuchó y leyó

durante todo el trayecto de esta tesis.

DEDICATORIA:

A Felipe A. Ríos Baeza con la admiración de siempre.

A Carlos A. Arroyo, clave en los momentos de incertidumbre.

         4  
                                                                   
Yo olía el papel
de un libro extranjero
recién llegado:
¡qué ganas me entraron
de tener dinero!
Takuboku

         5  
                                                                   
INTRODUCCIÓN

Leer y escribir. Artificial y natural. Oriente y Occidente. Cita y plagio. Sin comillas e

intertextualidad. Las estructuras dicotómicas han sido difíciles de desdibujar en el

pensamiento manifiesto del individuo, sin embargo autores como Jacques Derrida, Jacques

Lacan, Michel Foucault, Julia Kristeva, Roland Barthes han intentado desde la posición del

discurso borrar las dualidades haciendo énfasis en deconstruir las posiciones jerárquicas y

fijar la crítica en la multiplicidad de interpretación en los textos literarios.

Las tareas fundamentales de un trabajo de tesis no han variado desde sus comienzos:

analizar textos, explicarlos, relacionarlos, valorarlos, conservarlos; ser autoconsciente de

ello implica hallar –y plantear– un método que particularice la manera de leer textos que

otros han estudiado, estudian o estudiarán. Para hablar de una manera diferente al hacer un

análisis de textos hay que partir de dos actos: el primero, el gusto por la correlación entre el

tema, los textos y un yo; el segundo, de un diagnóstico.

En cuanto al diagnóstico, aunque pareciera ser que la revisión y lectura de la

literatura japonesa están en boga, todo ello alimentado por los estudios realizados

recientemente por la teoría literaria comparativa y los cuales se relacionan con el ámbito de

la intertextualidad, son pocos los estudios, en materia de literatura realizados al respecto.

Hasta ahora, uno de los más lúcidos es el de Felipe Ríos Baeza, quien en su libro El

desvarío ilustrado: ensayos sobre narrativa hispanoamericana contemporánea (IBERO-

BUAP, 2014), presenta dentro del corpus un ensayo dedicado a la interpretación sobre la

presencia de los ritos ceremoniales como una actividad que evidencia rasgos del

sincretismo y la filosofía oriental en la obra de Mario Bellatin. Asimismo, otro de los

         6  
                                                                   
ensayos dentro de los once que conforman este libro, presenta la obra de Alejandro Zambra,

en el cual sostiene que al momento de incorporar elementos orientales en la obra no es

posible realizar una copia sino únicamente apropiándolos desde “una grafía propia de

Occidente” (139).

Otro de los trabajos que también se han acercado a establecer un análisis académico

sobre la obra de Alejandro Zambra, se realizó en la Universidad Iberoamericana de Puebla,

en el año 2011. La investigación por parte de Mario Fernando Montenegro Sandoval, se

tituló Género literario e intertextualidad en “Bonsái” de Alejandro Zambra. El objetivo

fue crear una discusión acerca del género al que puede o no pertenecer dicha obra literaria,

determinando como conclusión, por parte del investigador, que se trata de una novela

resumen. Asimismo la identificación de los mecanismos de intertextualidad abordados por

Montenegro Sandoval, abordan un trabajo de relaciones textuales con otros textos y con la

misma obra, estudiando bajo esta perspectiva la presencia de la ironía, la parodia y la

autorreflexión.

Recientemente Macarena Areco publicó su libro Cartografía de la novela chilena

reciente: realismos, experimentalismos, hibridaciones y subgéneros (2015); en él presenta

el ensayo “Imaginarios de espacio y de sujeto: Japonerías en la narrativa argentina, chilena

y mexicana reciente” donde reconoce, de entre varios autores, la figura de Mario Bellatin,

Guadalupe Nettel y Alejandro Zambra como escritores que están retratando cada quien a su

modo visiones y estructuras al modo de la literatura japonesa.

Así, la necesidad de comenzar este proyecto de investigación radica en mostrar el

reciente interés de los escritores hispanoamericanos por retomar y hacer cercana una

literatura y cultura con la que pareciera no existen cercanías. En el campo de las

         7  
                                                                   
investigaciones de narrativa en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, no figura

un trabajo que aborde y explore los vínculos entre la literatura japonesa y la literatura

mexicana, por ello se ha centrado el interés en realizar un estudio en las obras El jardín de

la señora Murakami de Mario Bellatin, “Bonsái” de Guadalupe Nettel y Bonsái de

Alejandro Zambra, debido a una presencia latente en las tres obras que señalan motivos

culturales japoneses, además de un tratamiento de la estética narrativa nipona, ya sea en la

manera de retratar la creación literaria y de la colocación de atributos correspondientes a la

filosofía oriental, como de la apropiación de rituales ceremoniales transformados a la visión

occidental.

Por ello, esta tesis se propone presentar las relaciones ideológicas, la introducción

de elementos propios de la cultura japonesa, la parodia de las estructuras y la manera de

enunciar de autores japoneses en la narrativa mexicana de los escritores Mario Bellatin y

Guadalupe Nettel y en la obra del chileno Alejandro Zambra.

La metodología para esta tesis discurre a través del campo de la intertextualidad

iniciado por Julia Kristeva, de la teoría del Orientalismo propuesta por Edward W. Said y

de la problemática de la recepción de los textos a través de traducciones del japonés al

español, y en otros casos de la recepción de obras que han llegado a nosotros a través de la

traducción de las traducciones, es decir aún más alejado de la creación real.

En el año 2000, el escritor mexicano Mario Bellatin (México, 1960) dirige sus letras

hacia la representación de Oriente. Su novela El jardín de la señora Murakami atiende a

ritos ceremoniosos japoneses, evidencia la exquisitez de la narrativa nipona e introduce

elementos de alto valor simbólico para la cultura japonesa. En ésta es inevitable establecer

una evocación a los autores japoneses Yasunari Kawabata y Jun'ichirō Tanizaki.

         8  
                                                                   
Más tarde, en el año 2007, aparece la obra de Guadalupe Nettel (México, 1973),

titulada Pétalos y otras historias incómodas, que contiene el cuento “Bonsái”. En este

relato la autora precisa exponer una reflexión sobre la naturaleza del ser humano, su interés

por los espacios nos advierte se halla envuelto en una filosofía oriental, donde la

reconciliación del individuo consigo mismo permite un bien hacia el exterior. El manejo de

este tipo de escenarios le han valido denotar la mano e influencia de Haruki Murakami en

su propuesta narrativa, específicamente en “Bonsái”, el cuentario El matrimonio de los

peces rojos (2013) y en su más reciente publicación Después del invierno (2014).

Entre los dos autores mexicanos, aparece la figura de Alejandro Zambra (Santiago

de Chile, 1975) con su novela Bonsái (2006). El elemento nipón que da eje a la diégesis es

precisamente un bonsái. El árbol miniatura es un signo que figura ser el modo de narrar.

Hay una historia de amor, una historia de libros leídos y no leídos, la creación de una

novela inexistente, de un suicidio, todas estas se deshilvanan en paralelo con la creación de

un libro y el cuidado de un bonsái. La manera de narrar del escritor chileno sigue el

tratamiento dado por los autores japoneses Jun'ichirō Tanizaki y Natsume Sōseki, donde la

presencia del yo y el hecho de preferir sugerir las acciones en el relato, eliminando toda

narración barroca, lo acerca a la manera de narrar de estos autores.

A lo largo de esta tesis las respuestas que se hallan responden a la hipótesis de

determinar si en las novelas El jardín de la señora Murakami de Mario Bellatin, “Bonsái”

de Guadalupe Nettel y Bonsái de Alejandro Zambra se evidencia un tipo de estética

japonesa que se refleja en la apropiación de las tradiciones en los personajes de dichas

novelas, así como se alude a elementos que son símbolo de la cultura japonesa y en la

manera de captar la creación literaria.

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Por otra parte, también se establecen qué elementos claves aparecen en las historias

con características propias de la cultura japonesa. Este ejercicio sirve para demostrar si

guardan similitudes las historias entre un autor y otro en su tratamiento de esos elementos,

tales como el bonsái, la presencia del jardín, de la sombra –haciendo remembranza a

Tanizaki-, de la ceremonia, la soledad, el desapego, el encuentro con la naturaleza como un

espejo y el mismo suicidio, como una respuesta a la imposibilidad del ser.

Las apreciaciones mencionadas líneas arriba, han sido desarrolladas a través de tres

capítulos, entre los que se pretende mostrar una vinculación entre la narrativa japonesa y la

mexicana y chilena (para el caso de Alejandro Zambra).

En el capítulo I, titulado Una revisión teórica, encontraremos una explicación del

cómo se han dado los procesos para hablar sobre la interpretación de los textos, dejando de

lado términos como “influencia” y nos acercaremos más a las posturas de Ulrich Weisstein,

Roland Barthes, Itamar Even-Zohar y Julia Kristeva con sus visiones sobre la

“intertextualidad” y la “transposición”. Además haremos una revisión sobre las posturas de

Edward W. Said y su análisis del Orientalismo, así como de Franz Fanon para llegar a

determinar cómo nuestras construcciones concebidas respecto al Oriente nos llegan

únicamente a través de una invención europea; posteriormente abordaremos la problemática

de que nuestra forma de llegar a la literatura japonesa, o de cómo ésta llega a nosotros, es a

través de traducciones, tal como lo revela Alejandro Zambra en Tanizaki en la penumbra

(2009). Al final de este capítulo propondremos dos categorías de análisis a las que hemos

denominado Japonismo y japonerías.

Durante el capítulo II, Entre dos corrientes marinas: Japón, haremos un rastreo por

la literatura nipona, para identificar cuáles son los autores que mayormente han tenido

   10  
                                                                         
relevancia en la obra de Mario Bellatin, Guadalupe Nettel y Alejandro Zambra. También,

esta revisión nos indicará de cuál autor japonés tienen mayor influencia los autores de las

obras a analizar y qué evidencia estética podemos encontrar plasmada. El recorrido

comienza desde la Restauración Meiji. Asimismo, encontramos los primeros motivos

estéticos y simbólicos que son reiterativos en las obras y autores que se exponen.

En el capítulo III, Motivos japoneses: hacia un análisis de las obras, se llevará a

cabo un trabajo de comparación entre las obras El jardín de la señora Murakami (Mario

Bellatin), “Bonsái” (Guadalupe Nettel) y Bonsái (Alejandro Zambra), con la finalidad de

reconocer la estética japonesa, así como los motivos de confluencia y separación entre estos

autores. Este ejercicio se presentará para señalar e identificar los motivos japoneses de

convergencia y distanciamiento entre los tres autores a estudiar.

Finalmente, consideramos que esta propuesta de vinculación entre la novela

japonesa, mexicana y chilena respectivamente, localizada en las conclusiones, es la

propuesta de una guía para voltear a ver a los escritores hispanoamericanos que se

encuentran retomando los escenarios orientales para dar vida a sus propios proyectos

literarios.

   11  
                                                                         
CAPÍTULO 1

UNA REVISIÓN TEÓRICA

1.1 De la literatura comparada como método de análisis

La literatura posee una virtud que la convierte en material de estudio y ésta es su capacidad

intrínseca de ser vinculada con los hechos de cultura, mismos que son entendidos como

cualquier manifestación sígnica producto de las civilizaciones. Por ello y bajo este rasgo es

posible vincular a la literatura con los hechos históricos, con la característica particular y

sobresaliente de ser fidedignos. Dada esta peculiaridad, la literatura se distingue además por

   12  
                                                                         
su carácter de ruptura con lo remarcable (la necesidad de reflejar momentos de la historia),

este tipo de distinción se ha visto obstaculizado por las Poéticas que mantenían un carácter

normativo y hacían depender una escritura de los cambios históricos. Lentamente esta

acepción de literatura se ha ido desdibujando y ha perdido su carácter tan restringido al

punto tal de denominar como literatura a “fenómenos verbales de carácter o finalidad

estética” (Llovet, 2005:33) y permitiendo así la inserción del lector provisto con la

capacidad no sólo de leer sino de comparar lo leído.

La noción de literatura comparada nace bajo el concepto de Weltliteratur, acuñado

por J.W. Goethe en 18271, bajo la constitución de los modernos estados nacionales y del

ascenso del nacionalismo; durante el siglo XIX se usa para acentuar la diversidad de las

culturas y por la tanto se visibilizan las diferencias. Es importante señalar que Claudio

Guillén hacia 1985 parte de esta idea y afirma:

tenía que haberse abierto camino, para que fuera posible la Literatura Comparada, la
idea de literatura nacional y el sentido moderno de identificación histórica. Es decir,
aquellos componentes sin los cuales no son fácilmente concebibles unos fuertes
contrastes entre unidad y diversidad. (Guillén, 1985: 39)

De acuerdo a lo expuesto, la literatura comparada surge ante la transformación y el nuevo

régimen de relaciones que se establece entre las culturas de Europa; George Steiner en

“Qué es la literatura comparada” señala:


                                                                                                               
1
Esta noción propuesta por Goethe surge mientras comenta una novela china y unas canciones de Béranger,
dotándolo de un sentido doble al manifestar “cada vez veo más claramente […] que la poesía es un acervo
común a todos los hombres, y que aparece en todas partes y en todos los tiempos representada en centenares y
centenares de hombres. […] Me complazco contemplando lo que sucede en otras naciones y aconsejo a todos
que procuren hacer lo mismo. El concepto de literatura nacional ya no tiene sentido; la época de la literatura
universal está comenzando, y todos debemos esforzarnos por apresurar su advenimiento.” (cit. pos. Llovet,
2005: 340)

   13  
                                                                         
[…] la literatura comparada lee y escucha después de Babel; presupone la intuición, la
hipótesis de que, lejos de ser un desastre, la multiplicidad de las lenguas humanas […]
ha sido la condición indispensable para que los hombres y mujeres gocen de la libertad
de percibir, de articular y de “escribir” el mundo existencial en plena libertad. (1992:
133)

A partir de las nociones anteriores, para 1931, Paul van Tieghem definía en los siguientes

términos el objeto de la literatura comparada: “es esencialmente estudiar las obras de las

diversas literaturas en sus relaciones entre sí” (1931:57), este apunte se convirtió en el eje

de las obras que posteriormente se escribirían sobre el comparatismo, primordialmente

durante el siglo XX. Las propuestas metodológicas y epistemológicas de este autor

resultaron ser más relevantes en cuanto su observación sobre la relación entre autores y

obras con sus delimitaciones lingüísticas, en Littérature comparée, expresa:

[…] una vez fijada la frontera entre dos literaturas, nos proponemos estudiar todo
cuanto, en el dominio literario, pasa de un lado a otro, de manera que ejerza una
acción. Todo estudio de la literatura comparada, decíamos, tiene por finalidad describir
un paso, el hecho de que algo literario sea transportado más allá de la frontera
lingüística. (59)

Con estos apuntes de Paul van Tieghem, la literatura comparada ejecuta un quiebre con la

noción primaria de Weltliteratur, proceso que redujo a los estudios comparatistas a

enfocarse en los intercambios e influencias visibles, asignándole así un método capaz de

rastrear las relaciones de hecho e influencias con testimonios y opiniones contemporáneas a

la obra.

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Los rasgos expuestos anteriormente le dan a la literatura comparada una definición

y visión historicista (en la que únicamente atiende la relación entre literatura e historia,

historia política, historia del arte, de la filosofía) cuyo método aunque reducido será el

anclaje del cual se valdrán los posteriores estudios en materia de comparatismo.

Como se ha observado, la literatura comparada tiene una larga historia tanto como

campo de estudio como de disciplina; centrarse en la historicidad del texto literario le

reclama hacer uso de aportaciones de la lingüística, la semiótica, la estética, la sociología,

entre otras; sin embargo no puede situarse como un área de teoría sin comprobación ni

aplicación. Para Douwe Fokkema:

Ninguna disciplina, incluido el estudio teórico de la literatura, puede abstenerse de


comprobar sus hipótesis, o ceder su comprobación a otra disciplina. Ninguna
disciplina, la literatura comparada incluida, puede existir sin un cierto grado de
abstracción y generalización.” (1998: 152)

En 1958 durante la celebración del segundo congreso de la Asociación Internacional de

literatura comparada (AILC), el crítico checo-estadounidense René Wellek sorprendió con

sus aportaciones a los estudios de la literatura comparada y su desplegado sobre la

superación del positivismo, señalaba que las obras literarias al insertarse en otro lugar,

asimilaban y daban como resultado una estructura nueva:

Wellek consideraba que las obras literarias son totalidades en las que las materias
primas que provienen de otro lugar dejan de ser inertes y se asimilan en una estructura
nueva, y totalidades, concebidas en la imaginación libre, cuya integridad y significado
se violan si las desglosamos en fuentes e influencias. (Romero, 1998: 157-158)

   15  
                                                                         
Así la literatura comparada investiga los aspectos con carácter de “comercio

extranjero” como intermediarios, recepción, influencia, traducciones, todo esto trabajado

desde la estructura de la literatura a través del análisis de “autores específicos, textos,

géneros, corrientes, movimientos, periodos a que pertenecen a dos unidades culturales y/o

lingüísticas o más, ya sea en diferentes naciones o en culturas muy diferentes en una

nación.” (Romero, 1998: 136)

La comparabilidad de todo texto es el principio fundamental de la literatura

comparada. Así lo expone en términos amplios Susan Bassnett en la siguiente definición:

“[es] el estudio de textos a través de diferentes culturas, que abarca un ámbito

interdisciplinario y que tiene que ver con modelos de conexión entre las literaturas a través

del tiempo y el espacio.” (Romero, 1998: 87) Con esta enunciación de Bassnett, es más

claro y preciso comprender a la literatura comparada como un saber con la necesidad de

requerir “leer un texto frente otro, leer un texto como una relectura de otro, leer un texto en

el espacio intertextual de una cultura.” (10) Al tener en cuenta términos como

intertextualidad, entendiendo éste no como técnica narrativa sino como modo literario

según el cual los textos se relacionan necesariamente con otros textos atendiendo al término

de transposición desarrollado por Julia Kristeva en el que tenemos presente una

copresencia efectiva y que es una condición presente en todo texto literario, entonces la

literatura comparada, concebida no como comparación, sino como relaciones entre textos,

se convierte en sinónima de intertextualidad y tanto es así que la mayoría de los teóricos

que han trabajado en la construcción de la teoría de la intertextualidad son conocidos

comparatistas, tales como Julia Kristeva o Michel Riffaterre.

   16  
                                                                         
El trabajo y método de la literatura comparada puede llegar a consistir en el estudio

de las formas en que las culturas se reconocen en los textos a partir de sus proyecciones en

la “otredad”. Así es posible plantear historias de apropiación de la cultura del Otro, de

parodiar las estructuras y los discursos que se manifiestan en la literatura, e incluso de las

prácticas que se resisten a abandonar los sistemas en las que fueron fundadas. Abordar la

representación del Otro, no es el punto de mayor importancia sino la posible colaboración

con él.

Las definiciones tradicionales sobre la literatura comparada imposibilitan la apertura

de otras ramas de estudio, cuando el objetivo del comparatismo no debería ver fronteras

para su estudio. Adrián Marino lo puntualiza así en su texto “Replantearse la literatura

comparada” (1998): “ El objetivo de la literatura comparada consiste precisamente en

averiguar (los) nexos que, por encima de las fronteras, existen entre escritores de distintos

países.” (51) Esta aportación de Marino resulta funcional para señalar que la conexión entre

ambas literaturas va más allá de países como México y Japón, es decir entre Oriente y

Occidente.

1.2 De la noción de intertextualidad

En 1967, Julia Kristeva, al publicar en la revista Critique “Bakhtine, le mot, le dialogue et

le roman”, abre una brecha en la que introduce, a partir de su noción de dialogismo, la de

intersubjetividad asociándola con el de intertextualidad. Así para la teórica, todo texto es

una construcción que es similar a un mosaico de citas; todo texto es transformación de otro

   17  
                                                                         
texto, en este sentido el lenguaje poético se lee como un enunciado que inmediatamente

remite a significados discursivos diferentes y múltiples. Dados estos primeros apuntes de la

filósofa se comprende que en el espacio intertextual, el texto literario se inscribe como un

conjunto amplio de textos en tanto que es réplica de otros textos.

Siguiendo a Kristeva, en su texto La Seconde Main ou le Travail de la Citation

(1979), Antoine Compagnon hace lo propio en cuanto la presencia de la cita trasladada de

un texto a otro, reconociéndo así dos estadios en la lectura de un texto: la Sollicitation y la

Accommodation. En el primero de estos se lleva a cabo el reconocimiento de un fragmento,

al cual se le aisla del texto general y permanece en el lector a modo de una huella que

queda fijada en su atención, dotándolo de un sentido propio; posteriormente entra en

operación la Accommodation que consiste en insertar el texto fragmentado en el bagage

ideológico-cultural del indiviudo, relacionándolo con sus recuerdos y generando así un

nuevo texto que es en sí una reescritura. Determina Compagnon: “escribir, puesto que es

siempre reescribir; no difiere en absoluto de citar” (34). Estas posturas dejan como

herencia a la intertextualidad que la ejecución de todo texto –escritura y lectura- siempre es

una cita.

Si bien a manera de introducción borgiana se sugiere que todo ya se encuentra

escrito y que únicamente reescribimos por asociaciones, es la figura del lector de Roland

Barthes quien ejecuta el éxito o no del reconocimiento de la cita.

   18  
                                                                         
1.2.1 La intertextualidad en Julia Kristeva

En su número 239, la revista Critique publica el artículo de Julia Kristeva titulado Bajtin,

la palabra, el diálogo y la novela, escrito en 1966 a través del cual reseñaba dos libros de

Mijail Bajtin2 y de los que rescataba la noción de Dialoguichnost (dialoguicidad), el cual

ocurría en el diálogo entre sujetos discrusivos reales o potenciales, dando así la primera

introducción del término intertextualité

[…] Bajtin es el primero en introducir en teoría literaria: todo texto se construye como
un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En el
lugar de noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje
poético se lee, por lo menos, como doble. (Kristeva, 1996: 3)

El término intertextualidad fue propuesto por Julia Kristeva, comienza a nombrarlo en

varios ensayos escritos entre 1966 y 1967, que aparecieron en Tel Quel y Critique; en 1969

en su libro Semiótica, desarrolla el concepto como análogo al concepto de intersubjetividad

y dialogismo de Mijail Bajtin. La manera en la cual se propuso utilizarlo es para referirse a

las huellas, citas o alusiones literarias que pueden observarse en cada texto. Si bien, Bajtin

sostenía y comprendía al hombre como un ser dialógico y la novela como producto

heteroglósico, producto del cruce de muchos lenguajes, así también lo considera Claudio

Guillén quien señala que mientras el concepto de influencia tiende a individualizar la obra

                                                                                                               
2
Las dos obras en las cuales centra su estudio Julia Kristeva son: Problemas de la poética de Dostoievski
(1936) y La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: La obra de François Rabelais (1941).

   19  
                                                                         
literaria, el término intertexto acredita la posibilidad de plantear una sociabilidad literaria

en su cruce con otras obras o creaciones anteriores3.

La intertextualidad no se considera sólo una manifestación textual claramente

perceptible de las “relaciones de hecho”, sino además hace referencia a la constitución del

sistema general de la literatura, según el cual cada obra sólo puede existir en relación con

las demás. De esta manera, se plantea a toda obra literaria como la construcción de y sobre

obras literarias anteriores. Por consiguiente la aplicación de la intertextualidad se hace

presente a través de dos vías: la alusión y la inclusión. La primera hace una reminiscencia

implícita de otras obras y la segunda explícita de palabras, formas o estructuras temáticas.

En la inclusión se presenta un esquema el cual va de la citación a la significación; la

citación es una inclusión de evocación de autoridades, sin que dicha cita intervenga en el

contenido de la obra; la significación cobra movimiento cuando la obra está construida en

torno a las palabras citadas y éstas se convierten entonces en el núcleo semántico de la

obra.

Aunque en múltiples ocasiones no se produzca una cita literal de otro texto, sí se

presentan alusiones, siendo así que el diálogo intertextual se cumple de manera exitosa en

el espacio literario de quien realiza el ejercicio de la lectura; el lector es quien debe

relacionar las obras y realizar un trabajo en el cual aprecie las diferencias del

planteamiento propio que presenta cada una de ellas.

Para Julia Kristeva el reconocimiento en la lectura de imágenes, escenarios,

tratamientos temáticos no podrían significar de ninguna manera el resultado final, sino que
                                                                                                               
3
Claudio Guillén, en su libro Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura comparada, señala: “El
concepto de influencia tendía a individualizar la obra literaria, pero sin eficacia alguna. La idea de intertexto
rinde homenaje a la sociabilidad de la escritura literaria, cuya individualidad se cifra hasta cierto punto en el
cruce particular de escrituras previas.” (2005: 290)

   20  
                                                                         
por el contrario estamos presenciando un proceso que es inacabado y sujeto a la necesidad

del lector y de su capacidad de reunir sentido e ilación entre uno o varios textos. También

lo plantearía así Mijail Bajtin al explicarnos el proceso de lectura como un proceso

dialógico en el cual el lector no se enfrenta a un lenguaje o un estilo único, sino a todo un

sistema de lenguajes interrelacionados. Julia Kristeva indica:

la estructura literaria no está sino que se elabora con relación a otra estructura. Esta
dinamización del estructuralismo no resulta posible más que a partir de una
concepción según la cual la ‘palabra literaria’ no es un punto un sentido fijo, sino un
cruce de superficies textuales, un diálogo de varias escrituras: del escritor, del
destinatario (o del personaje), del contexto cultural anterior o actual. (1981: 188)

El fenómeno de la intertextualidad ha sido mal comprendido y reducido por la crítica

tradicional 4 a una asociación de “fuentes y citas”, cuando lo que se pretende no es

condicionar el uso del código ni de la estructura de una obra, sino extenderlo al nivel del

contenido y transparentar así la relación entre textos, ya sea por medio del reconocimiento

de imitaciones, parodias o montajes. Este tipo de percepciones recae directamente sobre el

lector y de su sensibilidad cultural y memorística de la repetición entre una obra y otra.

Jenny Laurent en su texto “La estrategia de la forma” ejemplifica con el estudio de

Kristeva sobre los Cantos de Maldoror de Lautréamont que el trabajo de la intertextualidad

puede ocurrir como una “permutación” pero también como el “paso del sentido figurado al

sentido propio” (1996: 112), asimismo señala:

                                                                                                               
4
El trabajo de autores, en torno a la intertextualidad, como Gérard Genette en Palimpsestos: la literatura en
segundo grado (1982) o Jesús Camarero Arribas en Intertextualidad (2008), trata de hacer ingresar la
intertextualidad a un sistema estructuralista, es decir sólo a través del reconocimiento de citas, fuentes y
guiños. Con este tipo de trabajos la noción de intertextualidad parece quedar reducida al reconocimiento de
paratextos.

   21  
                                                                         
De un texto al otro, el tono, la ideología, el movimiento mismo de la escena han
cambiado, no al azar, sino por una sucesión de contradicciones y de simetrías
término a término. Remodelando la representación a su gusto como un material
transformable, la intertextualidad sigue vías que evocan a veces el trabajo del
sueño sobre representaciones-recuerdos. (Ibídem, 112)

Para el año de 1974, la teórica abandona el término y decide cambiarlo por el de

transposición, advirtiendo que este cambio se debe al uso simplista del que fue objeto en

estudios que únicamente buscaban fuentes o influencias entre textos

El término de intertextualidad designa esa transposición de un (o de varios) sistema (s)


de signos a otro; pero, puesto que ese término ha sido entendido a menudo en el
sentido banal de “crítica de las fuentes” de un texto, preferimos el de transposición,
que tiene la ventaja de precisar que el paso de un sistema significante a otro exige una
nueva articulación de lo tético –de la posicionalidad enunciativa y denotativa.
(Navarro, 1996: 59-60)

Los planteamientos de Julia Kristeva lograron perturbar toda clase de esquemas

epistémicos lineales que iban del autor a la obra, de la fuente a la influencia por citas; con

la intertextualidad se presenta la multiplicidad, mirar hacia el exterior, el texto se plantea

como un producto homogéneo. Así la particularidad y propuesta de la intertextualidad es

otorgar un nuevo modo de lectura; olvidarnos del sentido unívoco de la obra y la linealidad

del texto son la alternativas que se destacan.

Desde los estudios de la intertextualidad se observa que el texto origen está ahí con

todo su carácter de ser portador de la multiplicidad de sentido sin que este deba ser

enunciado. El texto “citado”, el nuevo texto, ya no se encuentra en el plano de la

   22  
                                                                         
denotación sino en el de la connotación; estamos frente a un texto que ya no significa por

su propia cuenta sino a partir de la construcción de significados como significantes y a la

inversa. Es precisamente en este movimiento (intercambio) en el que se reconoce una

lectura intertextual.

Pese a que las transformaciones intertextuales implican siempre una modificación

del contenido es importante remarcar que no es posible olvidar al texto como una

materialidad, dado que parte del proceso intertextual tiene por objetivo insertar ese texto en

un “nuevo conjunto textual”. (Navarro, 1996: 121)

1.2.2 La intertextualidad en Roland Barthes

Las aportaciones de Roland Barthes a la noción de intertextualidad no se encuentran

apartadas de su teoría de la lectura, misma que para el teórico no puede ser entendida como

un acto ingenuo o una simple correspondencia de palabras. Así la lectura es un acto de

establecimiento de referentes, mismos que pueden ser reales o imaginarios.

El texto de acuerdo a Barthes no puede ser concebido como una unidad cerrada y

autosuficiente, esto es, el texto no existe por sí mismo, sino en la medida en que forma

parte de otros textos. En El susurro del lenguaje, señala:

La intertextualidad en la que está inserta todo texto, ya que él mismo es el entretexto


de otro texto, no debe confundirse con ningún origen del texto: buscar las ‘fuentes’,
las ‘influencias’ de una obra es satisfacer el mito de la filiación; las citas que forman

   23  
                                                                         
un texto son anónimas, ilocalizables y, no obstante, ya leídas antes: son citas sin
entrecomillado. (1968: 78)

Existe en la trayectoria de Roland Barthes como teórico, ensayista y crítico, tres artículos

en los que desarrolla –aunque de manera muy breve- sus puntos sobre la intertextualidad:

La muerte del autor (1968), De la obra al texto (1971) y Teoría del texto (1973). En El

placer del texto (1973) se refiere al intertexto al lograr un detalle en un texto de Stendhal

que le refería a Proust y señala, por lo tanto:

Comprendo que la obra de Proust es, al menos para mí, la obra de referencia, la
mathesis general, el mandala de toda la cosmogonía literaria […] eso no quiere decir
en absoluto que soy un “especialista” de Proust: Proust es lo que me viene, no lo que
llamo; no es una “autoridad”; es simplemente un recuerdo circular . Y eso
precisamente es el inter-texto: la imposibilidad de vivir fuera del texto infinito –sea
Proust o el periódico, o la pantalla de televisión: el libro hace el sentido, el sentido
hace la vida. (50)

Es en El placer del texto donde señala que la intertextualidad no debe tener un sentido

restrictivo y enfocarse en conceptos como “influencias” o “fuentes” sino dado que tiene la

posibilidad de ampliar su corpus de estudio, puede entonces referirse también al conjunto

de los códigos y sistemas que rodean a ese texto, tales como la inserción de todo texto en

un espacio cultural, las prácticas de sentido que dan fundamento a esa cultura.

Roland Barthes recoge la idea en la cual el diálogo se produce en los tres lenguajes

de Julia Kristeva y aclara que la intertextualidad no mantiene relación alguna con la antigua

noción de influencia

   24  
                                                                         
Todo texto es intertexto; otros textos están presentes en él, a niveles variables, bajo
formas más o menos reconocibles; los textos de la cultura anterior y los de la cultura
envolvente; todo texto es un tejido nuevo de citas pretéritas. Pasan al texto,
redistribuidos en él, trozos de códigos, fórmulas, modelos rítmicos, fragmentos de
lenguas sociales, etcétera, pues siempre hay lenguajes antes del texto y en torno a él.
La intertextualidad, condición de todo texto, sea el que fuere, no se reduce
evidentemente a un problema de fuentes o de influencias; el intertexto es un campo
general de fórmulas anónimas, cuyo origen se puede raras veces localizar, de citas
inconscientes o automáticas, no puestas en comillas. (cit. pos. Guillén, 2005: 289)

Desde las aportaciones de este teórico las intenciones del autor no tienen ningún grado de

relevancia, así como tampoco la formación del lector, ya que en el proceso de lectura-

escritura lo que es notable no son las subjetividades conscientes y plenamente constituidas,

sino procesos en los cuales estos sujetos ya son cristalizaciones de sentidos posibles y con

filtros intertextuales ya interiorizados. Para Barthes no es de importancia si se realiza una

peor o mejor lectura, no es relevante el bagaje cultural en tanto que los conocimientos

previos dados por la cultura (códigos, lenguajes, símbolos, estereotipos) puedan entorpecer

o facilitar una lectura abierta y por lo tanto con capacidad productiva. Así la

intertextualidad aparece como un modo de leer sin sanción; el autor es un invitado más, la

participación del lector no es una resolución de su imagen, es la pérdida lo que motiva la

relación con los textos.

La concepción postestructuralista de Roland Barthes sobre la intertextualidad

enfatiza más en el lector que en el autor, es decir, en la recepción textual. Esta postura está

descrita en La muerte del autor donde la consecuencia es la liberación del lector y que la

unidad del texto no está en el origen sino en su destinación (el lector). Este tipo de lector

posee la característica de estar compuesto por una pluralidad infinita de referencias

   25  
                                                                         
intertextuales, dicho lector, ese ‘yo’ y su naturaleza es referido en S/Z como “ […] yo no es

un sujeto inocente, anterior al texto, que lo use luego como un objeto por desmontar o un

lugar por investir. Ese ‘yo’ que se aproxima al texto es ya una pluralidad de otros textos, de

códigos infinitos, o más exactamente perdidos.” (1970: 6)

1.3 De la traducción y los estudios de recepción

Es puntual señalar que los estudios sobre intertextualidad y literatura comparada no pueden

pensarse como nociones sin interrelación con estudios como la recepción y sobre todo con

los de la traducción; son elementos que se influyen y se interrelacionan entre sí de un modo

u otro. Para María José Vega y Neus Carbonell la traducción es un instrumento necesario

para expandir el territorio literario: “Las traducciones se convirtieron en necesarias en la

literatura comparada en el momento en el que la disciplina intentó moverse más allá de las

literaturas europeas.” (1998: 208)

Los primeros estudios sobre la influencia de la traducción en literatura aparecen en

los años ochenta, destacándose en este campo nombres de académicos como André

Lefevere, Itamar Even-Zohar, Susan Bassnett; estos autores depositan su interés en la

traducción literaria con énfasis en hacer crecer la producción literaria; el campo

traductológico también se pensó en el desarrollo de la literatura, hacia este punto se

inclinan nombres como André M. Rousseau, Antoine Berman y Claudio Guillén.

La traducción da al texto la posibilidad de abandonar el terreno de la literatura

nacional y la integra en los espacios de recepción de acuerdo con las necesidades tanto de

   26  
                                                                         
la traducción como de los espacios a los que ingresa. Judith Woodsworth contribuye en

tres acepciones a la literatura: a) como un desarrollo de la literatura nacional, b) la

redirección de la literatura nacional, y c) la aparición de una nueva literatura. (Tai, 2011:

80)

Según la traductóloga canadiense Roda P. Roberts, en su texto “The concept of

function of translation and its application to literary texts” analiza que la traducción genera

una pluralidad de funciones, entre las que esquematiza las siguientes:

a) Presentación de contenidos temáticos

b) Presencia del punto de vista y el estilo del escritor

c) Introduce elementos culturales en la sociedad de llegada

d) Introduce nuevas formas lingüísticas en la lengua de llegada

e) Crea una obra que se convierte en parte de la literatura de llegada

Expuesto lo anterior se puede deducir que las obras traducidas pueden servir de pretexto

para actualizar las tradiciones de la literatura nacional a la que llegan y, así plantear una

posible interacción entre la obra origen y la traducida.

Se tiene claro que la literatura comparada y la traducción son disciplinas

independientes, sin embargo se encuentran relacionadas, de tal modo que ésta necesita de

la traducción para acceder a las literaturas, logrando así su pretensión de abarcar y ampliar

sus estudios globales.

En 1971, André Lefèbvre marca tres ejes de la contribución de la traducción a la

literatura comparada. Primero explica el estudio de las influencias como las comparaciones

   27  
                                                                         
entre los originales y su traducción, o entre distintas traducciones de un mismo original,

como un resultado positivo y más significativo ante el estudio de las influencias. El

segundo eje, tiene que ver con la temática y señala que la traducción se torna más

significativa ante la presencia de la historia de la evolución de los géneros. El último, lo

denomina “Crítica” y en este hace énfasis en que una buena traducción puede aportar más

a la comprensión de un texto que un largo texto especializado en hacer crítica.

Es para 1992 cuando la traducción se esboza como una domesticación del texto

original. Este planteamiento lo desarrolla Eliot Weinberger en su libro Outside stories sus

aportes están orientados hacia la imposibilidad de que las traducciones puedan ser una

copia exacta y fiel del texto origen, señala: “The original is never better than the translation.

The translation is worse than another translation, written or not yet written, of the same

original.” (60) Otro de los aportes del teórico es destacar que en toda traducción existen y

prevalecen marcas que adviertan se trata de un texto traducido; si bien Weinberger ha

desarrollado estos puntos en materia poética, resultan igual de aplicables para el caso de la

narrativa; en sus traducciones sobre la poesía5 de Vicente Huidobro obtiene como resultado

teórico que “A translation that sounds like a poem in English is usually a bad translation.”

(59) A la vez que la traducción debe prevalecer con marcas, enfatiza el teórico que entre el
                                                                                                               
5
Para Weinberger las peores traducciones de poesía están elaboradas por los que se consideran expertos en
materia de traducción pero que desconocen del contexto sociocultural del que emerge esa creación; advierte
además que un poema traducido al inglés no debe tener un sonido en el que se pudiera apreciar fue elaborado
en inglés: The only good translators are avid readers of contemporary poetry in the translation-language. All
the worst translations are done by experts in the foreign language who know little or nothing about the poetry
along-side which their translations will be read. Foreign-language academics are largely concerned with
semantical accuracy, rendering supposedly exact meanings into a frequently colorless or awkward version of
the translation-language. They often write as though the entire twentieth century had not occurred. (...) They
champion the best-loved poet of Ruthenia, but never realize that he sounds in English like bad Tennyson.
Poets (or poetry readers) may be sometimes sloppy in their dictionary-use, but they are preoccupied with what
is different in the foreign author, that which is not already available among writers in the translation-language,
how that difference may be demonstrated, and how the borders of the possible may be expanded. Bad
translations provide examples for historical surveys; good translations are always a form of advocacy
criticism: here is a writer one ought to be reading and here is the proof. (1992:112)

   28  
                                                                         
lector y el autor existe una especie de acuerdo implícito en el que el primero tenga presente

durante su lectura que está posicionado frente a un texto traducido y no al original.

Así, la estrategia de domesticación del texto elimina la “traducción transparente”6 y

da como resultado un producto (texto) que complace a la cultura dominante, es decir, el

texto se manipula a tal punto en el que adquiere patrones culturales distintos a su origen.

(cfr. Gómez, 2008:12)

Por otra parte, a partir de los años setenta se comienzan a desarrollar los estudios de

recepción. Se insiste en los aspectos diacrónicos y sincrónicos de la recepción. La estética

de la recepción se centra en la lectura plural que se puede hacer de los textos, los estudios

en este campo se centran en la variedad de formas en las cuales los textos son recibidos en

distintos momentos y países. Cuando un texto es publicado en un país extranjero, éste se ve

sometido a una diversidad de manipulaciones pudiendo en cierta forma alterar el sentido de

la obra, y bien estas manipulaciones pueden deberse a ejercicios de poder manifestados en

el propio lenguaje o bien se tiende a usar una obra como objeto de lo válido en el ambiente

político y sociocultural de un país. Alejandro Zambra en su ensayo “Tanizaki en la

penumbra” señala este caso:

Tal vez suceda con Tanizaki lo que ha pasado, por ejemplo, con Kawabata, a quien
también leemos en traducciones de traducciones, a menudo encargadas a escritores
que se las arreglan como buenamente pueden para recrear el estilo a lo que ellos creen
que era el estilo original. Estas traducciones son, a veces, ejercicios asombrosos, pues
no debe ser fácil imitar una prosa que no hemos, en verdad, leído. (2012: 152)

                                                                                                               
6
Debe entenderse como aquellos textos que parecieran haber sido escritos en el idioma al cual fueron
traducidos.

   29  
                                                                         
En el mismo ensayo Alejandro Zambra reconoce que el resultado de las lecturas japonesas

es una imitación de aquello se supone conserva el estilo japonés; por otra parte aunque no

enuncia graficamente la posibilidad de la imitación como una generadora de nuevos textos

sí menciona, para el caso específico de la novela japonesa, que de la misma modo en que

los japoneses imitaron la literatura occidental europea, de la misma forma ahora Occidente

escribe novelas con lo que es capaz de comprender de Oriente.

Esa supuesta comprensión de la literatura nipona, llevada a cabo en los textos

traducidos por grandes casas editoriales, la mayoría de ellas españolas, llevan para Zambra

una “marca de lo intraducible” (2012: 38) e incluso la lectura realizada manifiesta una

especie de goce y orgullo por leer lo japonés, que lleva ya la máscara y el filtro de

Occidente. La literatura nipona, advierte, puede parecernos próxima pero en la realidad

cultural queda evidenciado lo ajenos que nos resultan sus modos de retratar en la escritura

lo natural.

Otra de las muchas posibilidades de la interpretación recae en las traducciones y de

la manera en que recibimos los textos. Con suerte nos podemos enfrentar a un traductor

respetuoso de la autonomía del texto original o bien a uno dispuesto a responder a los

requerimientos del auditorio en una época determinada; tal como lo señaló Jorge Luis

Borges en el epílogo de Vida de un loco “… cierta tristeza reprimida, cierta preferencia por

lo visual, cierta ligereza pincelada, me parecen, a través de lo inevitablemente imperfecto

de toda traducción.” (2012)

El estudio de la recepción emplea un tipo de lector que no se propone como un

lector ideal ni un especialista de la literatura, sino un lector medio en el que se reconoce el

proceso de recepción y el texto como producto derivado precisamente de este proceso,

   30  
                                                                         
dicho proceso está condicionado por la relación entre el texto primario (la obra) y las

expectativas del lector. Las expectativas del lector se enmarcan en los siguientes

componentes: 1) la experiencia lingüística; 2) experiencia particular en la lectura de textos,

en especial textos literarios, y 3) experiencias individuales (emocionales, sociales,

culturales). (Fokkema, D.W. y Ibsch, Elrud, 1988: 189-193) Queda claro que las diferentes

interpretaciones del texto no se pueden reducir a un esquema de valor unificado y que

diferentes lectores propongan un mismo tipo de interpretación, de lo contrario se señala

que existen tres grupos principales de interpretaciones: a) desde la evocación de imágenes;

b) interpretación desde una perspectiva dinámica y c) una interpretación con componentes

metafísicos. (Ibid, 191) Como observaremos en el capítulo tres de esta investigación, el

grupo a y b son en los que nos hemos basado para realizar el análisis de las obras.

1.4 Del Orientalismo

En 1978, Edward W. Said publica Orientalism, libro en el que definirá el orientalismo

como un conjunto de saberes sobre lo que se ha denominado como Oriente, misma

denominación que critica y aborda como una relación entre el poder –gobiernos,

instituciones, comercios- y la práctica lingüística europea del siglo XIX, percibe en esta

relación una clara intención político-económica de dominio, haciendo de la literatura su

apoyo máximo de discursividad para ejercer un poder.

Para desarrollar el Orientalismo, Edward W. Said plantea que el principal problema

de un reconocimiento del Otro y de sus naciones radica en la extensión del eurocentrismo

   31  
                                                                         
como una práctica que es totalizadora y envolvente de los efectos literarios, culturales y

políticos que forman parte en las estructuras de dominio, es decir de la cultura occidental

sobre el resto de las culturas del mundo.

Para Said las imposiciones y las creaciones de los discursos totalizadores

provenientes de la Europa moderna y de Estados Unidos logran el silencio del mundo no

occidental (lo no europeo). Este silencio es logrado a través de diversas formas, ya sea por

asimilación o bien por actos coercitivos. Este ejercicio de poder está vinculado para el

Catedrático de la Universidad de Columbia con la discursividad dada a través de los libros;

el Oriente, así pues, sería “un sistema de representaciones articuladas con toda una serie de

fuerzas que introdujeron Oriente en la cultura occidental y, posteriormente, en el imperio

occidental.” (Llovet, 2005: 390)

El Orientalismo, de acuerdo a Said, funciona y es una manera de entender y de

poner la vista en la relación entre el mundo no occidental y los discursos totalizadores. Esta

teoría trabaja como una posibilidad de romper las fronteras discursivas que el dominio

occidental considera como impenetrables.

Finalmente, el Orientalismo inaugura una nueva etapa en la teoría poscolonial, es

Edward W. Said quien nos explica: “es un modo de relacionarse con Oriente basado en el

lugar especial que éste ocupa en la experiencia de Europa occidental.” (2003: 492) El

orientalismo manifiesta a manera de discurso la contraposición en imágenes, ideas,

experiencias e incluso personalidades con respecto a la manera de construir una imagen

mental de lo que es el ‘otro’ a partir de una concepción occidental. Así, Said sostiene la

tesis de que

   32  
                                                                         
Oriente era una palabra que más tarde acabó acumulando una amplia gama de
significados, asociaciones y connotaciones, y éstas no se referían necesariamente al
Oriente real, sino al campo que acompañaba la palabra. (2003: 203)

Con lo anterior el autor plantea que hasta cierto punto la presencia y existencia de estas

entidades originan un acto reflejo para concebir y entenderse la una a la otra. Es de esta

forma como nosotros nos acercamos a la literatura de oriente con sus creaciones literarias y

su concepción de occidente, así también en cómo nosotros hemos reconstruido sus

historias a través de un punto de vista meramente occidental.

Para Said al afirmar que el Orientalism muestra estructura típicas e ideológicas se

torna este una escuela de interpretación de Oriente conformada por la vision del Otro

(siempre extranjero), es decir:

[…] una doctrina positiva, una tradición académica, un área de interés definido por
viajeros, comerciantes, empresas, gobiernos, peregrinos, lectores de novelas y de
relación de viajes exóticos. De este modo. una forma de oriente está enraizada en el
discurso occidental: la doctrina y el lenguaje con los que se habla de oriente han sido
conformados por muchos europeos, por muchas experiencias y textos, que convergen
en estilos, convenciones y estereotipos comunes.” (Vega, 2003: 74)

Dicho proceso y reconocimiento es descritito por Said como destilación de ideas

esenciales sobre oriente7.

                                                                                                               
7
María José Vega en Los imperios de papel que críticos de la talla de James Clifford han encontrado
ambigüedad en la definición de orientalismo dada por Edward W. Said e incluso menciona en su teoría se
puede distinguir tres orientalismos: “[…] según observa James Clifford, [Said] no define el orientalismo, sino
que lo cualifica desde perspectivas diversas y no siempre conciliables. En primer lugar, aparece como el
producto intelectual de los orientalistas, entendiendo que es un orientalista quien enseña, escribe o investiga el
oriente, tanto en general como en alguno de sus aspectos particulares. El grupo incluye filólogos, sociólogos,
historiadores, antropólogos, expertos gubernamentales o políticos. En segundo lugar, el orientalismo es un
“estilo de pensamiento” (style of thought) basado en la distinción epistemológica y ontológica entre oriente y

   33  
                                                                         
Las nociones de Edward W. Said, puntos expuestos anteriormente en este apartado,

no pudieron haberse desarrollado sin las nociones y estudios previos expuestos por Frantz

Fanon en textos como Piel negra, máscaras blancas (1952) y Los condenados de la tierra

(1961), donde el filósofo francés plantea que el producto de la expresión de nuevas formas

culturales y políticas han dado como producto formas discriminatorias de relación social,

mismas que dan origen a la existencia y expresión de culturas dominantes y por lo tanto de

subyugación. Sitúo esta introducción debido a que María José Vega en Imperios de papel

(2003) desarrolla bajo las aportaciones de Fanon un presunto inconsciente blanco en las

lecturas percibidas del Otro e incluso de imposiciones culturales asumidas de igual forma

con la visión del colonizado, desarrolla:

[…] Nous lisons liveres blancs. Leemos libros blancos, y asimilamos poco a poco los
prejuicios, los mitos, el folklore que nos llega de Europa. El negro, irreflexivamente, se
escoge así mismo como portador de un pecado original. Para esta función, el Blanco
elige al Negro, y el Negro, que es un Blanco, lo elige también, convirtiéndose en
esclavo de esa representación cultural. […] Este conjunto de expresiones parece
centrarse en lo que Fanon llama a veces la imago, o en ocasiones dispersas, la
tematización; en lo que cifra en la metáfora de la librea; en lo que, en ocasiones,
nombra mito, formación de una imagen, o también ocasionalmente […] représentation
fixé. (52)

Es preciso señalar lo anterior debido a que la construcción y teoría del Orientalismo no es

sino una representación de sí como el Otro percibe y construye a manera de alineación,

mimesis o ruptura (a partir de una concepción de un Yo diferente).


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               
occidente, distinción que habrían aceptado y asumido muchos novelistas, poetas, economistas o políticos para
elaborar sus teorías, novelas o descripciones sociales. En tercer lugar, por último, el orientalismo sería una
“institución corporativa” destinada a tratar con el oriente, que, durante el período colonial, tuvo el poder de
dominarlo y reestructurarlo de forma efectiva.” (2003: 74)

   34  
                                                                         
Frantz Fanon además invita a la reflexión sobre el quehacer de la literatura y

dinamita que ésta es una representación de la visión del colonizador, que puede tener como

función la de formar una nueva conciencia de sí del colonizado y de cómo los demás lo

perciban/reciban o no.

Por otra parte, es importante mencionar la visión que tiene Slavoj Žižek respecto de

la noción de multiculturalismo. En 2005, en su artículo “Multiculturalismo o la lógica

cultural del capitalismo multinacional” 8 , expone que ese término es una especie de

racismo, en el que el respeto a la identidad del otro, únicamente denota un punto de

superioridad frente a la cultura que en particular se estudia. Lo expongo de tal manera

porque es precisamente esa visión con la que se percibe la literatura japonesa (traducida)

desde el Orientalismo en la que el Otro ha tomado el lugar de enunciación para describir

una visión parcial desde el punto de vista del imperio que lo enuncia. Edward W. Said en

Cultura e imperialismo ha expuesto:

Según ha dicho algún crítico por ahí, las naciones mismas narraciones. El poder para
narrar, o para impedir que otros relatos se formen y emerjan en su lugar, es muy
importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los principales
vínculos entre ambos. Más importante aún: los grandes relatos de la emancipación e
ilustración movilizaron a los pueblos en el mundo colonial para alzarse contra la
sujeción del imperio y desprenderse de ella. (2004: 13)

                                                                                                               
8
La crítica expuesta por Žižek a la noción de multiculturalismo está desarrollada en la siguiente cita: “El
multiculturalismo es una forma de racismo negada, invertida, autorreferencial, un “racismo con distancia”:
“respeta” la identidad del Otro, concibiendo a éste como una comunidad “auténtica” cerrada, hacia la cual él,
el multiculturalista, mantiene una distancia que se hace posible gracias a su posición universal privilegiada. El
multiculturalismo es un racismo que vacía su posición de todo contenido positivo (el multiculturalismo no es
directamente racista, no pone al Otro los valores “particulares” de su propia cultura), pero igualmente
mantiene esta posición como un privilegiado “punto vacío de universalidad”, desde el cual uno puede apreciar
(y despreciar) adecuadamente las otras culturas particulares: el respeto multiculturalista por la especificidad
del Otro es precisamente la forma de reafirmar la propia superioridad.” (2005: 172)

   35  
                                                                         
Lo que nos develan las posturas mencionadas de Slavoj Žižek y del teórico

palestino Said es la presencia de los sistemas de exclusión dentro de los discursos. Otro de

los puntos clave en el texto mencionado anteriormente de Edward W. Said, consiste en

hacer evidente que en la mayoría de las ocasiones, el crítico, al estudiar a los autores

clásicos, proscribe sus ideologías a un lugar alejado de la cultura, a la cual concibe como

un lugar al cual sí pertenecen y dentro del cual se reconoce su obra.

En el texto citado anteriormente de Žižek expone también a la ideología como

autorreferencial, señalando así que la ideología es definida “a través de una distancia

respecto de Otro” (2005:156). Acuñando a la noción de “tolerancia represiva” de Herbert

Marcuse, advierte:

La “tolerancia” liberal excusa al Otro folclórico, privado de su sustancia (como la


multiplicidad de “comidas étnicas” en una megalópolis contemporánea), pero denuncia
a cualquier Otro “real” por su “fundamentalismo”, dado que el núcleo de la Otredad
está en la regulación de su goce: el “Otro real” es por definición “patriarcal”,
“violento”, jamás es el Otro de la sabiduría etérea y las costumbres encantadoras.
(Ibídem, 157)

Con la anterior cita, lo que apuntamos a señalar es que en la distancia entre Oriente y

Occidente (para el caso que nos ocupa), la Otredad, entendiéndolo como lo describe Žižek,

es un proyecto ideológico que exhibe la distancia posmoderna contemporánea y se disfraza

de tolerancia.

   36  
                                                                         
1.5 Japonismo

El Japonismo, definido como la influencia de Japón en Occidente, ha sido algo más que una

exótica moda y puede ser considerado como uno de los resultados más enriquecedores de

nuestra cultura en la Edad Contemporánea. Su origen se da a mediados del siglo XIX y su

desarrollo se extendió hasta la década de los años treinta del siglo XX, aunque según el

grado de elasticidad que apliquemos a su definición, podemos notarlo presente hasta

nuestros días, momento en que nos referimos a un Neojaponismo.

El Japonismo extendió su campo de acción hacia todas las manifestaciones

culturales de la burguesía europea, principalmente al mundo artístico, pero también a la

ópera, moda, decoración, publicidad y sobre todo a la literatura. Una etapa muy fructífera

de esta influencia fue en la década de los años veinte del pasado siglo ya que el Japonismo,

en el ámbito literario, da mayor profundidad y asimilación del haikú en las obras escritas en

español. Posterior al acercamiento con el haikú se exacerba en un interés por conocer la

narrativa nipona.

Con base a lo anterior y por el tipo de análisis que se presentará en esta

investigación hemos decidido emplear los términos de japonismo o de japonerías como

categorías que nos permitan acercarnos al pliegue que se produce y resulta del proceso de

descentralizar el interior de la literatura nipona y acercarla a Occidente bajo una nueva

producción literaria.

Por un lado el japonismo implica la evidencia estética, rasgos y atributos de la

narrativa nipona en el imaginario creativo de la literatura occidental (concretamente en el

caso de Mario Bellatin, Guadalupe Nettel y Alejandro Zambra); y por otro, el término

   37  
                                                                         
japonerías señala de manera más precisa la inclusión de objetos propios de la cultura

japonesa, los cuales se muestran y sobre salen de manera más evidente en un texto.

   38  
                                                                         
CAPÍTULO 2

ENTRE DOS CORRIENTES MARINAS: JAPÓN


 

2.1. Literatura japonesa. Un breve recorrido de Meiji hasta nuestros días

 
Conocer la literatura nipona no sería suficiente sin conocer las bases de la cultura japonesa

misma, que tiene como primordial los siguientes tópicos:

a. Propone respetar los ciclos de la naturaleza.

b. Muestra un tiempo diferente, un mundo que trata de mitos y donde los elementos

mágicos, fantásticos, se pueden calificar de extraordinarios.

   39  
                                                                         
c. Existe un elogio a la lentitud, hay tiempo para los paseos, para el diálogo (interno y

externo).

d. Se presentan claves con funciones metafóricas: los ritos ceremoniales, el cuidado en

la preparación de los alimentos, el kimono, los bonsáis, el agua, los bosques, la

naturaleza y las estaciones del año como manifestación o reflejos del ánimo. Es

decir, se relacionan con la naturaleza no instrumental.

En todas estas claves hay una clara presencia del sintoísmo, definida como una relación

personal con la naturaleza, no hay creador ni creados (como funciona en Occidente) sino

que todo está en función de la naturaleza, que de acuerdo a Hisayasu Nakagawa, “es a la

única con la que se tiene deuda” (2005:102). Esos elementos claves también nos muestran

la moralidad japonesa, la cual implica un perdón no ligado a la conciencia sino al bien

común, al bien social.

Estas características propias de la cultura japonesa son reflejadas en las obras de

grandes exponentes nipones, cada uno atendiendo a sus circunstancias, épocas y

experiencias, sin dejar de lado un apego tradicionalista representante de su cultura.

De acuerdo con el trabajo realizado por Karatani Kojin en sus texto Origins of

Modern Japanese Literature, en 1868 finaliza en Japón el largo periodo de dominación de

los shogunes y se restablece el poder del emperador en lo que se denominó la Restauración

Meiji. La capital del imperio es trasladada a Edo, actual Tokyo. Durante el shogunato, por

más de dos siglos y medio, Japón permaneció completamente aislado del mundo exterior.

La Restauración Meiji entre muchas otras reformas, abrió las puertas del país a la influencia

extranjera, en especial a Occidente. Las consecuencias culturales de esta apertura son

   40  
                                                                         
incalculables. La literatura occidental hace su entrada en el país de una forma abrumadora y

espectacular, ejerciendo una influencia determinante en una élite muy culta y refinada (que

había permanecido volcada sobre sí misma), curiosa y ávida de novedades.

La literatura japonesa en el momento de la Restauración Meiji se dividía en tres

géneros: el diario, los cuentos y la poesía. El descubrimiento de la narrativa occidental

significó una revelación para los escritores japoneses, que muy pronto se plegaron a las

técnicas y procedimientos de los occidentales en los que predominaba el gusto por el

realismo. Los nuevos tiempos exigían una escritura que se acercara a la lengua hablada y a

la inclusión de unos valores que expresaran los sentimientos humanos. El autor que mejor

supo interpretar aquellas inquietudes fue Tsubouchi Shôyô en el ensayo Shasetsu Shinzui

(“La esencia de la novela”, 1886). Según Tsubouchi, la novela debería buscar los

sentimientos del hombre y en el contexto social su propia esencia artística y humana.

Fueron numerosos los escritores que atendieron estos reclamos, y entre una auténtica

pléyade destacamos a tres de ellos: Natsume Sōseki, Mori Ôgai y Ryūnosuke Akutagawa.

La modernidad de estos autores reside no tanto en la adopción de técnicas

occidentales como en su perfecta adaptación a temas de la tradición japonesa. La crítica de

narrativa japonesa entre los que figuran Guillermo Quartucci, Kobayashi Hideo, Lourdes

Porta y recientemente Santiago Roncagliolo, coinciden en que los tres autores mencionados

son los más representativos de su época, y no es entonces casualidad que sean los más

difundidos en Occidente.

Japón se incorporó de una forma por demás dramática a la modernidad. Un país

“medieval” pasó en muy poco tiempo a ser potencia mundial, con un papel protagónico en

Asia y el mundo. En este sentido, el aporte japonés a la literatura mundial ha sido

   41  
                                                                         
preponderante. Por supuesto que para un país con tradiciones arraigadas durante siglos el

proceso no fue sencillo. Desde un principio se planteó un dilema muy complejo, que

simplificamos como tradición versus modernidad.

Dentro de ese contraste surge la figura cimera de Yasunari Kawabata (1899-1972),

primer Premio Nobel de Literatura del Japón (1968). Su obra se caracteriza por la sutileza

con que aborda sus temas, la calidad de su pensamiento que expresa un profundo

conocimiento de lo humano y la inmensa riqueza de un lenguaje sugerente, esotérico y

poético. Es notable también la sensualidad, el manejo del silencio y la profundidad y el

dramatismo de los temas de sus narraciones.

A lo largo del siglo XX varios narradores japoneses alcanzaron fama y notoriedad

en su país y algunos fueron ampliamente conocidos y divulgados en Occidente. El caso más

palpable es el de Yukio Mishima (1875-1970), que en Japón era un personaje muy poco

conocido y polémico por sus opiniones políticas radicales, y que se hizo famoso luego de

su espectacular suicidio. Mishima, dejó una obra vasta y memorable, entre la cual destaca

su novela inicial Kamen no Kokohaku (Confesiones de una máscara, 1949). En la

actualidad, Mishima continúa siendo una figura un tanto incómoda en la cultura japonesa, y

a decir por su paisano Kenzaburō Ōé, en los momentos de crisis reaparece como un

fantasma siniestro despertando ideas extremas y nacionalistas.

El caso más típico de enfant terrible de la literatura japonesa es sin duda Osamu

Dazai (1909-1948), profundo admirador de Ryūnosuke Akutagawa, al que idolatraba,

quedó profundamente marcado por su suicidio. Y él mismo, Dazai, después de varios

intentos fallidos se suicidó en compañía de su amante. Dejó una obra atrevida e inquietante,

marcada por lo que algunos críticos como Andrés Ibáñez, Marta Rivera de la Cruz, entre

   42  
                                                                         
otros, han llamado una autodestrucción demente, que se sigue leyendo mucho en Japón con

cierto fervor, especialmente entre los jóvenes. Shayo (El ocaso, 1947) y Ningen Shikkaku

(Más que humano, 1948) son dos de sus obras más conocidas.

Otra figura destacable es la de Kōbō Abe (1924-1993) su escritura deja ver a un

narrador exigente y profundo a quien se le suele emparentar con Kafka y Samuel Beckett.

Escribió numerosas obras de ciencia ficción y novelas desoladas acerca de la condición

humana como: Sunna no Onna (La mujer de la arena, 1962), de la cual existe una versión

cinematográfica dirigida por Teshigahara; Tanin no Kao (El rostro ajeno, 1964), que

plantea un caso extremo de pérdida de identidad y Hako Otoko (El hombre caja, 1973), la

cual nos recuerda a los personajes marginados de su tan admirado Beckett. El estilo de

Kōbō Abe es denso e incluso sofocante, apoyado en una prosa analítica y envolvente, en la

cual todos los elementos están correlacionados.

Kenzaburō Ōé (1935), Premio Nobel de Literatura (1994), se ha convertido en una

especie de conciencia de su país. Es de los pocos autores que intenta mantener la memoria

de los ataques nucleares a Japón al final de la Segunda Guerra Mundial, constituyendo ese

hecho uno de los ejes de sus narraciones. De su vasta obra, signada por la ética y la

reflexión, destaca: Kojinteki na Taiken (Una cuestión personal, 1964), Man’en Gannen no

Futtoboru (El grito silencioso, 1967), una aproximación magistral a los valores más

tradicionales de la cultura japonesa, en particular el honor y la vergüenza; su más reciente

Chûgaeri (Salto mortal, 1999) donde se adentra en los problemas muy actuales planteados

por el terrorismo fundamentalista.

La figura de Jun'ichirō Tanizaki es una de las más representativas debido a su

capacidad de expresar los diversos cambios que se operaron en el siglo XX. Este autor que

   43  
                                                                         
detallaremos, debido a que su obra se hace visible en la creación narrativa de Alejandro

Zambra y de Mario Bellatin, se mantuvo activo durante casi seis décadas. La relevancia de

la obra de Tanizaki no reside tanto en la longevidad del autor sino en la conciencia

hipercrítica que le permitió cuestionar, cambiar e incluso dar una vuelta de tuerca a sus

escritos en los momentos clave, manteniendo siempre ese carácter arriesgado,

experimental, reflexivo e innovador que es propio de la modernidad. De temprana vocación

literaria, su primera colección de cuentos Shisei (El tatuador, 1910) en ella se muestra la

influencia de Edgar Allan Poe y Oscar Wilde, influencia que derivará en sus escritos

posteriores hacia una temática netamente nacional que critica la fascinación de los

japoneses por los valores recién llegados de Occidente: modas, vestidos, peinados,

culinaria, expresiones idiomáticas y la concepción misma de la belleza. Durante esos años,

Tanizaki escribe numerosos relatos en los cuales predominan los temas relacionados con la

sensualidad, la búsqueda de la belleza, las costumbres de una sociedad refinada y

cosmopolita y algunos directamente escabrosos que van desde el fetichismo, cierto

animalismo e incluso la necrofilia con un toque de gourmet.

El terremoto que devasta Tokyo en 1923 fue determinante para la nueva propuesta

narrativa de Tanizaki. En su obra Tade kuu Mushi (Hay quien prefiere las ortigas, 1929)

plantea dentro de una contenida tragedia familiar, los conflictos de una sociedad en vías de

transformación; su ensayo In ‘ei raisan (Elogio de la sombra, 1933), considerado por la

crítica japonesa como el ensayo más importante de cualquier época publica en Japón, y que

es una visión del ser esencialmente japonés en todas sus dimensiones.

La obra de Tanizaki es vasta y reveladora de las múltiples facetas de una cultura con

valores propios enraizada en siglos de tradición, que intenta sobrevivir a la avalancha

   44  
                                                                         
tentadora de nuevas ofertas, adoptando las más convenientes y reivindicando sus logros

más valiosos, aquellos que la defienden como una cultura única, refinada y auténtica.

Hacia finales del siglo XX han surgido en Japón varios autores que han copado una

escena muy competitiva. Los que han dado a conocer con bastante vigor en Occidente han

sido Haruki Murakami, Ryū Murakami y Banana Yoshimoto.

La obra de Ryū Murakami (1952) está marcada desde su primera novela Kagirinaku

tômeini chikai burû (Azul casi transparente, 1976) que constituyó un éxito de crítica y de

público, por la violencia, el sexo desaforado, las drogas y los dramas de la vida urbana. Por

su parte, Banana Yoshimoto (1964) se dio a conocer desde muy joven con su novela

Kitchen (1988), en la cual explora el mundo de lo femenino desde una perspectiva ligera,

muy acorde con los tiempos y los estudios de género.

El caso del autor Haruki Murakami (1949) irrumpe de forma espectacular en el

panorama de la literatura japonesa con Noruwei no mori (Tokio blues, 1987). En menos de

veinte años y a raíz de la traducción de sus novelas y cuentos en distintos idiomas. Haruki

Murakami se ha convertido en uno de los escritores más populares del mundo. Este autor es

determinado como un genio de la composición y la elaboración de personajes, ya que logra

combinar su admiración por la cultura occidental y por las manifestaciones del arte pop,

con las más arraigadas tradiciones de su país.

Cabe mencionar que el Japonismo es el más lejano y tardío de los orientalismos, con

los que comparte algunas características pero con notables particularidades que matizan las

conocidas tesis de Edward Said.

Este recorrido presentado de la literatura nipona y sus representantes

contemporáneos más destacables, tiene la finalidad de introducirnos en una atmósfera de

   45  
                                                                         
los japonés y así posibilitar el reconocimiento de los puntos de confluencia entre los autores

presentados en este apartado y los que serán estudiados en esta investigación.

2.2 La estética en Japón

La producción literaria japonesa ha sido innovadora y peculiar desde su periodo más

clásico. Con la modernidad que llegó desde la Apertura o Revolución Meiji en 1868 sus

obras no han perdido calidad y su difusión hacia Occidente ha sido lenta. Con las

traducciones de casas editoriales como Acantilado, Alfaguara, Alianza, Ático de libros,

Días contados, Ediciones Escalera, Impedimenta, Siruela, Sitori, Tusquets, etcétera, es

como hemos conocido en América Latina a los autores que le han dado un nuevo

tratamiento a la narrativa nipona.

De acuerdo al recorrido histórico realizado por Shunsuke Tsurumi en su libro

Ideología y literatura en el Japón Moderno (1980) la primera época de la narrativa

japonesa contemporánea da inicio con la ruptura del Sakoku9. Japón empieza a tener un

nuevo contacto y acercamiento con el Occidente. Se evidencia, como lo señala Carlos

Rubio en la introducción a Vida de un idiota y otras confesiones (2011), en la obras de

Natsume Sōseki y de Ryūnosuke Akutagawa la influencia de Gustave Flaubert, Guy de

Maupassant y Émile Zola. Sin embargo, son autores que sólo adoptan el lenguaje literario

de autores franceses e ingleses pero su literatura sigue mostrando al tradicional Oriente,

                                                                                                               
9
Literalmente se traduce como “país en cadenas” y corresponde a una política de relaciones exteriores
impuesta por Shogunato Tokugawa, que establecía que nadie, fuera extranjero o japonés podía entrar o salir
del país, la desobediencia de este estatuto era condenado con pena de muerte.

   46  
                                                                         
marcan una narrativa de búsqueda de la identidad de los japoneses una vez que advierten

que sus valores están siendo alterados por Occidente. Es con las novelas Futón (1907) de

Katai Tayama, Hakai (1974) de Tōson Shimazaki y Yo, el gato (1905) de Natsume Sōseki,

se inaugura un tipo de novela reconocida como “watakushi-shosetsu” o novela del yo; este

tipo de escritura nipona abandona la tradición textual japonesa de las grandes historias para

visualizar las pequeñas circunstancias humanas, el autor se sirve de la literatura para

reflejar sus propias circunstancias vitales desde la óptica de la sátira.

La segunda ola es recordada por la escritura de obras de posguerra. Con el desastre

de Hiroshima autores como Takiri Kobayashi, Jun'ichirō Tanizaki, Masuji Ibuse, revelan en

sus personajes el desamparo en el cual se encontraba la sociedad japonesa, se busca dar

testimonio de un trauma, se plantea en obras como Lluvia negra (1966) cuál es la

evolución que tendrá el síndrome, qué consecuencias va a tener una vida después de la

bomba nuclear del 6 de agosto de 1945.

La figura de Osamu Dazai10 marca de manera muy peculiar la narrativa japonesa,

sus obras abandonan la escritura de posguerra y comenzará la ola de escritores que van a

mostrar a una sociedad acosada totalmente por el hombre (siendo también un periodo de

numerosos suicidios por parte de los escritores), se acercan más a la globalización y se

advierte que los límites entre la novela japonesa y el occidente son más indefinidos. Es esta

última época la cual nos ha acercado más al Japón literario, con autores como Yasunari

Kawabata 11 , Kōbō Abe, Kenzaburō Ōé 12 , Tsutsui Yasutaka, Akira Yoshimura, Ryū

                                                                                                               
10
La narrativa de este autor se manifiesta más cercana al trabajo novelístico de Fiódor Dostoyevski. Esta
influencia de la literatura europea se observa más a detalle en su obra Indigno de ser humano (1948).
11
Primer Premio Nobel de literatura japonés. En sus obras como País de nieve (1948) y La casa de las bellas
durmientes (1961) vemos cómo recoge en un lenguaje moderno todos los valores que habían sido los valores
del Japón antiguo y tradicional.

   47  
                                                                         
Murakami, Yoko Ogawa, Hiromi Kawakami, Haruki Murakami, Banana Yoshimoto y

Kyoichi Katayama.

A partir de este último periodo, la novela nipona se manifiesta como un espejo

invertido, un reflejo no de ellos sino de nosotros mismos; lo japonés lo recibimos como la

figuración del Otro para los occidentales. Sus historias sitúan el papel del hombre en el

mundo en escenarios muy reconocibles para nosotros, los occidentales. Lo atractivo de ésta

última oleada es que hay un matiz muy japonés al hablar de las relaciones humanas y del

vértigo de la sociedad actual. La respuesta y propuesta de la literatura nipona ante una

época de aceleración, donde no hay tiempo ni comunicación, es respetar los ciclos de la

naturaleza.

2.2.1 Motivos recurrentes en la literatura japonesa

Los tópicos que a continuación se enumeran y en los cuales podríamos concentrar la

narrativa nipona han sido formados de acuerdo a las lecturas realizadas de novelas

japonesas. Asimismo se hizo uso de tópicos destacados por críticos y novelistas como

Carlos Rubio, Kayoko Takagi, Marta Rivera de la Cruz, Nuria Barrios, Santiago

Roncagliolo, Winston Manrique Sabogal, entre otros.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               
12
Segundo Premio Nobel de literatura otorgado a un japonés. Con los libros Cuadernos de Hiroshima (1963)
y Una cuestión personal (1964), su narrativa se torna más humanista que el resto de sus compañeros e
introduce en su quehacer creador el uso de la crónica.

   48  
                                                                         
2.2.1.1 Una tradición literaria moldeada por el alma femenina

Una de las características de la literatura japonesa que más sorprenden es -si se compara

con las literaturas occidentales- que haya tantas obras escritas por mujeres. Esta

participación femenina ha estado sujeta a altibajos: tuvo su auge entre el siglo VII y el XII;

sin embargo, lo que se escribió en esa época se considera aún hoy lo mejor de la producción

literaria japonesa, y las obras principales fueron escritas por mujeres. En aquella época el

idioma chino prevalecía en la corte japonesa, se esperaba que los hombres lo hablaran; sin

embargo, no de las mujeres. Quienes se dedicaron a preservar y a escribir poesía en

japonés, usualmente lo hacían en la forma de la tanka.

Los escritos de ese grupo de mujeres moldeó la forma de la literatura japonesa en

los siglos venideros. Produjo obras que aún hoy se leen con interés, en contraste con las

obras escritas por los hombres en aquella época -historias de naturaleza moralista o

didáctica- que ya no se leen. Dentro de este grupo podemos señalar las figuras de dos obras

en prosa: la primera novela japonesa, Genji Monogatari (Romance de Genji), cuya autora

es Murasaky Shikibu (978-1014), y Makuna no Sôshi (El libro de la almohada) de Sei

Shōnagon (968-1025); además está presente la autora de Kagerō Nikki (Los años de la

telaraña), únicamente reconocida como “La madre de Michitsuna”.

La melancolía de una tarde lluviosa, la preciosidad de la belleza que pronto se

desvanece, las alusiones no habladas de un comentario informal, y demás características de

el ánima femenina en el período Heian, se convirtieron en herencia para el pueblo japonés.

   49  
                                                                         
Un ejemplo de esto lo encontramos en un pasaje de la novela El libro de la almohada13 de

Sei Shōnagon14:

Me desperté de noche, y la luz de la luna se filtraba por la ventana iluminando las


ropas de cama de todas las personas en la habitación. Su claro brillo blanco me
conmovió enormemente. Es en ocasiones como ésta cuando se escriben poemas.
(2009:257)

La literatura producida en esta época, era difundida ante un público interesado en los

diarios, memorias, en el intercambio de poemas y en acertijos literarios. Lo que es

particularmente importante para la literatura japonesa es que la sensibilidad femenina

dominó la poesía de esa época y colocó el tono para las posteriores composiciones tanto de

hombres como de mujeres.

2.2.1.2 El escritor japonés hacia dentro

 
Algunas obras de literatura ponen el énfasis en el mundo interior, psicológico y espiritual

de los personajes representados. Otras se mueven hacia fuera, al poner el énfasis en la

crónica de los acontecimientos externos con los cuales los personajes se involucran. El

                                                                                                               
13
El año exacto se desconoce debido a que el manuscrito original desapareció antes del fin de la era Heian. Se
conoce que hasta antes del siglo XVII, sufrió modificaciones, se añadieron, suprimieron o reordenaron
fragmentos de la obra.
14
En el prólogo a El libro de la almohada, Amalia Sato señala a Shōnagon como la pionera de un género
propio de la literatura japonesa y que es vigente: “zuihitsu, el ensayo fugaz y digresivo, literalmente “al correr
del pincel”, farrago libelli sobre emociones, observaciones, apuntes autobiográficos o poemas, carente de una
orientación predeterminada; una dispersión del sujeto en fragmentos. Algo tan típicamente japonés como la
literatura de los diarios (nikki bungaku).” (2009:14-15)

   50  
                                                                         
cambio del exterior hacia el interior ha sido, en líneas generales, un desarrollo

medianamente reciente en las tradiciones de la prosa de ficción en Occidente. La tradición

japonesa, sin embargo, parece haber comenzado a la inversa. Las primeras obras que se

propusieron contar una historia le dieron un lugar de honor a las respuestas y sentimientos

interiores de sus personajes o narradores respectivos. Tal combinación de acontecimientos

narrados y la respuesta interior le dan a estas obras un extraordinario efecto moderno; los

trasfondos exóticos y las emociones expresadas hacen que estos textos antiguos sean

accesibles aún ahora.

Con semejante modelo, la narrativa japonesa continuó privilegiando los

sentimientos interiores sobre los acontecimientos externos. A medida que Japón se

incorporó al mundo moderno, las preocupaciones sociales y políticas comenzaron a

interesar a muchos escritores; entonces, la polaridad comenzó a cambiar rápidamente de

posición hacia la crónica exterior. No obstante, se continúa haciendo énfasis en los

sentimientos interiores de los personajes centrales. La fuerza del empuje interior en

narrativa -una constante a través de los siglos- sigue conservando un lugar central en la

tradición japonesa. Muestra de ello es apreciable en las obras de Haruki Murakami como

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (Negimaki-dori Kuronikuru, 1994), Kafka en

la orilla (Umibe no Kafuka, 2002); en El gato que venía del cielo (Neko no Kyaku, 2001)

de Takashi Hiraide; Justicia de un hombre solo (Toi Hi No Senso, 1978) de Akira

Yoshimura, La casa de la bellas durmientes (Nemureru bijo, 1961) de Yasunari Kawabata

y en gran parte de los relatos compilados en El puente de los sueños y otros relatos (1959)

de Jun'ichirō Tanizaki. En la novela La madre del capitán Shigemoto (Shosho Shigemoto

no Haba, 1950) del propio Tanizaki, leemos:

   51  
                                                                         
Al levantar la vista para ver qué era, vio que su madre miraba hacia la oscuridad con
los ojos llenos de lágrimas. Fue en ese momento cuando verdaderamente pensó que su
madre era bella: un reflejo del sol de primavera acababa de pasar sobre su rostro en
aquel preciso instante, destacando en nítido relieve los contornos que hasta entonces
Shigemoto sólo había visto en interiores profundos y oscuros. (121)

La caracterización de gran parte de la estética japonesa está dada por una delimitación

espacial -estática por lo tanto- en la que se elimina al "yo" como producto temporal, lo cual

es otra de las figuras más recurrentes para representar la intimidad. El desencanto, el

sufrimiento, la pérdida de la inocencia, el emblema de la caída, todos ellos suponen el paso

del tiempo, ya sea psicológico, biográfico, estético o histórico, y continuamente se

presentan como producto cuya finalidad comparte la sociabilidad, el invisibilizado “yo” es

una voz que protege un “nosotros” que se presencia en lo literario. Ejemplo de esto es la

obra Confesiones de amor (Iro Zange, 1935) de Chiyo Uno, la autora inaugura su novela

con dos líneas en las que se discurre el tiempo y desaparecen las individualidades: “No sé

por dónde empezar, dijo, y, tras reflexionar un instante, empezó a contar la historia

lentamente” (7). La subjetividad de la narrativa japonesa se disuelve o intenta allegarse a

una concepción del sujeto comunitario o nacional, disolviendo la dicotomía adentro/afuera

y apelando al paisaje, al mito y al tiempo como el espacio donde el cambio es o será

posible.

   52  
                                                                         
2.2.1.3 Sugerir por explicar

Aunque los japoneses comparten con otros pueblos el apego por las flores es su amor por

los brotes apenas abiertos y las flores caídas aquellos que los distingue. Parecen ser

conscientes de que la luna llena -o la floración plena de un árbol-, por muy preciosa que

sea, bloquea las posibilidades de la imaginación. Los comienzos sugieren lo que va a llegar,

los finales sugieren lo que ha sido, así la imaginación gana un espacio para expandirse más

allá de los hechos literales hasta los límites de las aptitudes del lector de un poema, del

espectador en una obra de teatro Noh o del conocedor de la pintura monocroma. Los

innumerables poemas de amor conservados en antologías de poesía japonesa casi nunca

expresan la alegría de encontrarse con el ser amado; más bien hablan del anhelo del poeta

por el encuentro, o la tristeza -más comúnmente, de ella- al darse cuenta de que la relación

se terminó y no habrá un nuevo encuentro. Dentro del género narrativo, Yasunari Kawabata

en su novela La casa de las bellas durmientes nos da una lección de este motivo:

Era como si lo preguntara con la excusa de poder tocarle la mano. La tomó en la suya y
la sacudió. Sabía que ella no abriría los ojos. Sin soltar su mano, contempló su rostro.
¿Qué clase de muchacha sería? Las cejas estaban libres de maquillaje, las pestañas
cerradas eran regulares. Olió la fragancia del cabello femenino. Al cabo de unos
momentos el sonido de las olas se incrementó, porque el corazón de Eguchi había sido
cautivado. Se desnudó con decisión. (2001: 14)

Un rasgo evidente de la poesía japonesa, sumamente alabado por los críticos, es su poder de

   53  
                                                                         
sugestión. Un poema realmente bueno lo tiene que completar el lector15. Por esa razón,

como lo señala Donald Keene en La literatura japonesa (1988), muchos poemas japoneses

nos parecen exageradamente pasivos, pues el escritor no especifica la verdad aprendida por

una experiencia, ni siquiera la forma en qué lo afectó; si lo dice, su poema se malogra. Lo

que con más frecuencia buscan los poetas japoneses es crear con unas cuantas palabras, por

lo regular con unas cuantas imágenes muy precisas, el bosquejo de una obra cuyos detalles

tiene que suplirlos el lector, de igual manera que en una pintura japonesa unas cuantas

pinceladas tienen que sugerir todo un mundo. A ese rasgo de la sugestión se debe en parte

el que la poesía japonesa no se pueda comunicar adecuadamente en ningún idioma

occidental. (Reckert, 2001)

Las características señaladas líneas arriba se observan en el trabajo de la autora

Chiyo Uno en Confesiones de amor, donde describe las conductas y emociones para

anunciar el encuentro sexual entre dos de sus personajes. Propio de la narrativa nipona la

concreción del acto no es descrito y en algunos casos propicia la ambigüedad en el lector,

esto es, desde la visión occidental se duda de la concreción del encuentro:

Mientras yo seguía inmóvil, demasiado atónito para moverme, ella se acercó a la cama
y empezó y quitarse el kimono rojo claro. Al desceñirse el obi, el kimono se deslizó
hasta el suelo. Su cuerpo, libre de toda prenda, era inusitadamente sensual. Mirándola
vestida, habría sido imposible soñarlo siquiera, pero la suavidad de su piel blanca me
hizo sentir que, si la tocaba, la mano se me quedaría pegada a su piel, sin poder
apartarla nunca más. […] Desconcertado, luché por serenar mi corazón que ardía como
el de un animal al que le mostraran la comida. (1992: 18)

                                                                                                               
15
En su texto Semiotics of poetry (1978), Michael Riffaterre refiere la dialéctica del fenómeno literario en el
que el espacio textual sirve para conformar o crear signos a partir de sentidos lingüísticos de los que el lector
habrá de hacerse cargo: “The literary phenomenon, however, is a dialectic between text and reader” (1)

   54  
                                                                         
El tratar de representar grandes entidades por medio de pequeños detalles dio por

resultado un realismo y una concreción de las imágenes que contrastan singularmente con

la nebulosa ambigüedad del efecto total. Se comprenderá que el sugerir todo un mundo por

medio de una imagen penetrante ha de estar necesariamente restringido a las formas

estróficas breves, y de hecho en tales formas de expresión es en lo que se han distinguido

generalmente los japoneses (Keene, 1988).

2.2.1.4 El empleo de la metáfora

Los escritores japoneses usan la metáfora de un modo que es "novedoso" para nosotros los

occidentales. Estamos acostumbrados a indicar las metáforas y símiles con las palabras

"como" y "tan". Los japoneses son mucho más sutiles. En el relato titulado “El tatuador”

(Shisei, 1910) de Jun'ichirō Tanizaki, encontramos un ejemplo de ello:

En este momento, levantó el pincel que apretaba el pulgar y los dos dedos siguientes de
la mano izquierda, aplicó su extremo en la espalda de la muchacha y, con la aguja que
llevaba en la mano derecha, empezó a grabar un dibujo. Sintió que su propio espíritu
se disolvía en la tinta negra de polvo de carbón con que le manchaba la piel. Cada gota
de cinabrio Ryukyu con que iba mezclando el alcohol y atravesándola era una gota de
sus propia sangre. Veía en sus pigmentos los matices de sus propias pasiones. (19)

Por medio de la yuxtaposición (colocando dos imágenes, una al lado de la otra) el lector

tiene que formar la ecuación, la comparación o la asociación en su mente. Esta afirmación

podría parecer demasiado simple, pero cuando la relación entre dos imágenes concretas no

   55  
                                                                         
se hace explicita, se obliga al lector a formar un cuadro o imagen en su mente y se le

permite buscar por sí mismo la información significativa.

Francine Masiello en El cuerpo de la voz (2013), pese a referirse concretamente a la

poesía viene a colación su señalización sobre el espacio íntimo en donde propone que

comulgan la imagen, la voz y el lector y que el éxito de esta depende en gran medida de lo

que ofrezca el texto, el significante:

De construcción exacta, de ritmos y movimientos controlados por un solo autor cuyo


destinatario está dispuesto a recibir lo que el poema ofrezca , el poema evoca sus
múltiples poderes (voces, temblores, pulsiones, sonidos ásperos o musicales) para
poder producir su efecto. Y aunque parece ser labor de una sola persona en el arte de la
construcción destinada para un solo lector, lo cierto es que el poema está cruzado por
múltiples vectores de innumerables ritmos latentes que no se desplazan en línea recta.
Tampoco desde luego, es un solo cuerpo el que lo recibe siempre de la misma manera.
(56-57)

Otra muestra de la manera en la cual es empleada la metáfora en la narrativa japonesa y que

pone en práctica las sugerencias de Masiello, la hallamos en la novela Música (Ongaku,

1964) de Yukio Mishima. La novela versa sobre la paciente Reiko Yumikawa quien es

tratada al inicio de las sesiones terapéuticas por un problema de anorexia y un tic en las

mejillas. A lo largo de la novela la relación de la paciente con la música es clave debido a

un constante señalamiento en el que la paciente insiste en su deseo por escucharla,

conforme se intensifica ese deseo le es imposible lograr percibir sonido cuando de temas

musicales se trata. El diagnóstico final que durante la novela es sugerido por su psiconalista

pero no enunciado es el de frigidez femenina. Mishima lo declara así: “Por ejemplo, si

   56  
                                                                         
escucho un programa dramático en la radio, entiendo y oigo perfectamente la parte

dialogada, pero la música de fondo desaparece, como si el sol, de repente, escondiera las

nubes.” (22)

Las novelas de Banana Yoshimoto como Kitchen (1988) y N.P. (1990) también

evidencian la relación entre imágenes concretas. En Kitchen se nos acerca, en distintos

pasajes, a objetos que forman parte de lo doméstico tales como plantas, cubiertos,

mobiliario de viviendas, etcétera. Dichos objetos guardan una constante relación con las

temáticas, personajes y tiempos que se narran. Por ejemplo, uno de los personajes describe

su estado anímico y una época de su vida de la siguiente forma:

Con la planta entre los brazos, lloraba de tal modo que, siendo un hombre, no pude
coger un taxi a pesar de que hacía un frío horrible. A lo mejor fue entonces cuando
pensé por primera vez que no me gustaba ser hombre […] Yo temblaba de frío
abrazado a la plantita, con sus hojas puntiagudas pinchándome la mejilla. Pensé de
todo corazón que no existían en el mundo otros seres que pudieran comprenderse tan
bien aquella noche como la palmera y yo […] Poco después murió mi esposa y la
palmera se marchitó. No sabía cómo cuidarla y la había regado demasiado. Dejé la
planta en un rincón del jardín y comprendí una cosa a pesar de que no puedo expresarla
bien. Es muy simple traducida en palabras: “El mundo no existe sólo para mí. El
porcentaje de cosas que me sucede no variará.” (110-111)

El planteamiento de esta cita nos señala y profundiza –además de poner una imagen a lado

de otra en la que la jerarquía es horizontal, esto es apelando al budismo Zen-, la relación de

la naturaleza con el individuo, exponiendo la no-dualidad, según la cual ningún elemento es

diferente ni tiene mayor o menor importancia. Este tópico y el modo en el que es tratado

por Banana Yoshimoto lo veremos presente en el capítulo III, primordialmente en el

   57  
                                                                         
análisis de la obra de Guadalupe Nettel y con mayores matices en Alejandro Zambra.

2.2.1.5 Gusto por lo irregular

Para el gusto japonés, la uniformidad es indeseable. Dejar las cosas incompletas las hace

interesantes, y le da uno el sentimiento de que hay espacio suficiente para el crecimiento.

Aunque sea la construcción del Palacio Imperial, siempre dejan un lugar sin terminar. Los

japoneses se han inclinado no sólo a lo incompleto sino a otra variedad de irregularidad, la

asimetría; tienen fuerte aversión por la simetría, a la que consideran poco sutil y

embarazosamente obvia.

La escritura japonesa que no está específicamente bajo influencia china evita el

paralelismo. La escritura más admirada por el japonés tiende a ser asimétrica16, y la

perfección de la tipografía de los libros es admirada sólo con condescendencia. Los jardines

japoneses famosos insisten en la irregularidad con una determinación equiparable a la que

los jardines europeos clásicos insisten en la simetría.

Junto con el gusto por lo irregular también se plantea la existencia de la relación

entre el hombre y la naturaleza. Para Renato Ortiz, se trata de un

amor ecológico que se asociaría a la idea de orden social […] un vínculo ontológico
que relaciona el hombre y la naturaleza […] los japoneses tendrían la innata capacidad
de interactuar con ella de un modo absolutamente complementario. Al contrario del
hombre ‘occidental’ cuyo propósito sería conquistarla, someterla a su voluntad,
                                                                                                               
16
Recordemos que las formas estándar de verso tienen cantidades irregulares de líneas: cinco para la tanka,
tres para el haikú.

   58  
                                                                         
preferiría preservarla. (2003: 44)

Si bien las construcciones son una forma de ejemplificar este tipo de tópico, dentro de la

narrativa se realiza un ejercicio más complejo en el que la irregularidad está manifiesta en

descripciones sugeridas y en el aparente desequilibrio de la naturaleza. Esto es, la propuesta

de los escritores nipones se encamina a que el lector complemente, logrando así que cada

parte (el narrador y el lector) cuente con una parte del todo. En La llave (Kagi, 1956) de

Jun'ichirō Tanizaki; en el relato “Extractos de la agenda de Yasukichi” (“Yasukichi no

Techō Kara”, 1920) de Ryūnosuke Akutagawa; El cielo es azul, la tierra es blanca (Sensei

no Kaban, 2001) y Algo que brilla como el mar (Hikatte mieru monno, are wa, 2003)

ambas novelas de Hiromi Kawakami, observamos este ejercicio. En la primera novela de la

autora la irregularidad aparece en la descripción de la naturaleza como un modo de explicar

alguna pugna en el que se hallen inmersos los personajes. Ésta no es declarada en la

narración como positiva o negativa sino que los paisajes y acontecimientos que rodean a los

personajes son expuestos con tal delicadeza que el lector puede resignificar un estado

emocional como el de la tristeza o el enojo en algo bello; el personaje Tsukiko nos narra:

Bajé la cuesta a mano firme. El sol del atardecer seguía suspendido por encima del
horizonte. Las incómodas chanclas me golpeaban las plantas de los pies y me sacaban
de quicio. El escándalo de las gaviotas era insoportable. El vestido que me había
comprado expresamente para el viaje tenía la cintura demasiado estrecha. Las chanclas
me venían grandes y me dolía el empeine. Tanto la playa como el camino estaban
desiertos y tristes, y yo, yo me sentía furiosa porque el maestro no me seguía.
(2002:130)

   59  
                                                                         
2.2.1.6 La fugacidad

En Occidente, se busca más la permanencia que la fugacidad, y esto ha inducido a los

hombres a construir monumentos con materiales que figuren y signifiquen lo inmortal, lo

no perecedero. Por regla general, construimos para lo permanente, el japonés para lo

transitorio; no sólo no se han contentado con la transitoriedad, sino que la han buscado con

ansia. Los japoneses fueron quizá los primeros en descubrir el placer especial de lo fugaz

como un elemento necesario de belleza; para ellos lo más precioso de la vida es su

incertidumbre.

Yasunari Kawabata es un ejemplo primordial de este tipo de tópico. En La casa de

las bellas durmientes, su personaje principal: el viejo Eguchi, al llegar a la casa de citas

muestra mayor interés ante lo que no está descubierto. Ante cada una de las mujeres que lo

esperan en la habitación otorgada, el personaje dedica tiempo a observarlas emulando

lentitud sin embargo sabemos la acción es breve por el devenir de los demás

acontecimientos. Eguchi imagina una corporalidad total a través de pequeños indicios. La

narración de Kawabata al hacer uso de este tópico logra una empatía con el lector, no sólo

el personaje principal vacila y se encuentra a la expectativa de mirar la belleza de la mujer

dormida sino que también pone en juego el interés del lector de que sea develada esa figura

en su totalidad. Rasgo que muy propio de la narrativa nipona no es descrito: “Para los ojos

cansados y con presbicia de Eguchi, la mano vista de cerca era aún más suave y hermosa.

Era suave al tacto, pero no podía ver la textura” (16)

La debilidad de la existencia humana, un tema común en la literatura de mundo,

   60  
                                                                         
probablemente no ha sido reconocida en ninguna otra parte como una condición necesaria

de la belleza como en el Japón. El amor especial que los japoneses tienen por la flor del

cerezo está seguramente también vinculado con el aprecio por este tópico de la fugacidad.

El personaje Tooru Okada de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995) es un

buen ejemplo de este tópico, leemos en la obra:

Me adormecí varias veces, pero enseguida volvía a despertarme. Momentos de sueño


breves e inquietos como los que se descabezan en el asiento de un avión. Cada vez que
parecía que iba a sumergirme en un sueño profundo, me despertaba de repente;
siempre a punto de desvelarme, sin darme cuenta, volvía a adormecerme. Eso se repitió
indefinidamente […] Cada que me despertaba echaba una ojeada al reloj y miraba la
hora. El paso del tiempo era lento e irregular.

Como observamos en el pasaje citado, el personaje de Haruki Murakami experimenta la

fugacidad a través de la inmediatez en el cambio de sus emociones y su relación de estas

con el vaivén del tiempo, mismas que se hacen más evidentes cuando se interna en un

espacio cerrado y de índole natural, un pozo.

2.2.1.7 Espacios: lugares, viajes

Los topónimos y sus significados fascinaron de especial manera a los japoneses. Toda una

especie de la literatura primitiva consiste en su mayor parte en etimologías populares de los

toponímicos. La mayoría de las obras tienen un viaje, durante el cual el significado y las

asociaciones de los nombres de los lugares recorridos están utilizados como instrumentos

   61  
                                                                         
que comunican las emociones de los viajeros, ya sea en su camino hacia la muerte, o hacia

una unión dichosa.

En el repertorio de la narrativa japonesa una figura clásica para la representación del

sujeto es el espacio cerrado: la pieza, el salón, la habitación. Concebidos como un espacio

interior y cerrado, por lo tanto, opuestos al exterior, esta clásica distinción filosófica -

adentro vs. afuera, sujeto vs. objeto- se encuentra principalmente en los escritos de autores

como Yasunari Kawabata, Yukio Mishima e incluso el más contemporáneo Haruki

Murakami y sus visitas forzadas a un pozo.

La novelista norteamericana Suzanne Cokal advierte que de los objetos estéticos la

caja es posiblemente la forma predilecta del siglo XX. Es posible develar en la narrativa

japonesa esa aseveración; los espacios cerrados —que también le competen a Franz

Kafka— son fuente de estructuras y espacios narrativos sofocantes, de terror, de

renacimiento, un punto de reunión de objetos sueltos.

Si bien este ha sido un recorrido que pretendió presentar un acercamiento a la

literatura japonesa y a los exponentes que consideramos son con quienes mayoritariamente

comparten rasgos de narración con los autores estudiados en este trabajo de investigación,

tales como Banana Yoshimoto, Haruki Murakami, Jun'ichirō Tanizaki, Natsume Sōseki,

Ryūnosuke Akutagawa, Yasunari Kawabata, Yukio Mishima, entre otros; así como

presentar a los autores, la obra a analizar y las posturas críticas (muy pocos son los

estudiosos que se han interesado hasta el momento por una lectura similar a la que se ocupa

en este trabajo de investigación) con respecto al tema que nos ocupa y finalmente el

reconocimiento de los tópicos que ubicamos se asemejan y repiten en las obras estudiadas,

es pertinente aclarar que en el siguiente capítulo se expondrá la postura literaria de

   62  
                                                                         
Guadalupe Nettel, Mario Bellatin y Alejandro Zambra en el que en sus textos se vislumbra

a un Japón cercano –incluso interiorizado-, no como un espacio exterior ideal sino como un

ámbito integrado a sus propias realidades y lecturas de lo que asimilan del país nipón. Por

lo tanto, se presenciará no un Japón mimético, ni un Japón verdadero en las obras

estudiadas sino el territorio imaginado por los autores y así saber de qué sirve Japón a estas

obras, cuál es la necesidad de inscribir motivos japoneses en sus textos y qué vislumbran

con estos.

2.3 De los motivos recurrentes en las obras a analizar

Las lecturas que se han hecho de Oriente generan en los escritores occidentales una

posibilidad de acercarse a concebir u obtener una experiencia similar a lo que es, en este

caso, la literatura nipona. Sin embargo, la prosa creada por estos únicamente nos ofrece un

testimonio de lo que imaginan que es Oriente.

Se tiene el primer caso de autores como José Juan Tablada17 (1871-1945) y Octavio

Paz18 (1914-1998), quienes al ser visitantes de Oriente, obtuvieron una ilusión de lo qué y

                                                                                                               
17
Reconocemos, primordialmente, a José Juan Tablada como uno de los primeros poetas mexicanos en
escribir haikús en lengua castellana, algunos de ellos: “Hiroshigé, “Li-Po” y “El Jarro de flores”.
18
Al dejar París, Octavio Paz se dirige a Oriente. Realiza una breve estancia de seis meses en Nueva Delhi y
posteriormente se le otorga un puesto en la Embajada de México en Tokio, donde vivirá alrededor de dos
años. La poesía de Paz sostuvo así un acercamiento a la estética oriental; muchos de sus poemas están hechos
con imágenes muy semejantes a las de los haikús japoneses. En El arco y la lira (1956), Paz escribe: “Yo es
una ilusión, un agregado de sensaciones, pensamientos y deseos” (86). Su proximidad con las filosofías
orientales es evidente, en cuanto al abandono del “Yo” o de la identidad personal, a favor de un “Yo” más
interpersonal y en comunicación con todo lo que lo rodea. En uno de los últimos poemas de Libertad bajo
palabra (1960), expresa:
La vida no es de nadie, todos somos
la vida –pan de sol para los otros,
los otros todos que somos nosotros-,

   63  
                                                                         
cómo se escribía en Japón y así incluyeron estas perspectivas y estilos en su poética;

mientras que los autores estudiados en esta investigación conciben una realidad japonesa a

partir de lo que leen, por lo tanto su trabajo creativo se rige a partir de una suposición de lo

que es el Oriente y proponen así una narrativa.

A continuación se enumeran los motivos japoneses que se analizan con mayor

reiteración en la obra de lo escritores nipones mencionados a lo largo de esta trabajo de

investigación y que su vez se ofrecen recurrentes en “Bonsái” de Guadalupe Nettel, El

jardín de la señora Murakami de Mario Bellatin y Bonsái de Alejandro Zambra.

2.3.1 El sintoísmo: sombras, jardín, ceremonias

En Japón hay que destacar la presencia ancestral del sintoísmo (o shintoísmo), la religión

étnica y fuente del origen espiritual de la nación cuya tradición ha enriquecido en los

japoneses una concepción muy particular ante la naturaleza y su disfrute. Aquí́, cualquier

elemento notable (desde un gran árbol hasta una llamativa roca) es objeto de adoración y el

cual posee divinidad. Actitud que se conoce como animismo, donde los elementos son

identificados y marcados a fin de establecer una relación armoniosa y de éstos recibir su

aprobación y protección.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               
soy otro cuando soy, los actos míos son más míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser de otro,
salir de mí, buscarme entre los otros
[…]
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte.

   64  
                                                                         
El sintoísmo asume que el hombre es parte de la naturaleza al igual que las piedras,

plantas y animales. La naturaleza es por lo tanto respetada y los santuarios sintoístas son

ubicados en densos bosques de rica belleza escénica. Una característica importante de estos

recintos es el yu-niwa o sitio sagrado, un espacio vacío, plano y abierto, compuesto de

grava, los cuales son demarcados y purificados a través de rituales para realizar actividades

o ceremonias religiosas. El sintoísmo es un credo politeísta basado en mitos, ritos y en un

conjunto de ideas, prácticas e instituciones.

Con el tiempo, estos espacios formaron parte de los palacios de la aristocracia la

cual, sofisticada y con la tendencia a realizar viajes de placer y retiro, empezó́ a

embellecerlos con árboles y rocas que inspiraban memorables escenas paisajísticas. Los

jardines fueron así́ distinguidos de la austeridad de los espacios sagrados y se crearon en

áreas abiertas para realizar actividades y ceremonias festivas, así́ como réplicas de paisajes

distantes. Es por ello por lo que podemos afirmar que el precursor del jardín japonés fue en

cierta medida el espacio santificado de los santuarios sintoístas.

Ignacio Aristimuño en su artículo titulado “Fundamentos del jardín japonés”

(2008)señala que el jardín también fue considerado como una

miniaturización del cosmos en donde una roca se convertía en una montaña, un


estanque de agua en un océano, y un lote de musgo en un gran bosque. Esta
concepción se basó en el uso del bonsái y el bonkei (árboles y paisajes en miniatura)
traídos de la China y comúnmente usados dentro de sus jardines como elementos
focales para la contemplación. (43)

   65  
                                                                         
En Japón, los jardines de piedra son los que mejor expresan esta idea de la miniaturización

en donde la interpretación de las escenas reducidas recae en el usuario, quien mediante el

uso de su abstracción mental participa dentro de este micro-cosmos llegando así a extraer la

esencia de su contenido.

La clave de comprensión de esta peculiar religión es la empatía con la naturaleza.

La percepción sagrada con la naturaleza puede explicarse por los elementos animistas de

ésta, aunque también confluyen en ella elementos de veneración a los ancestros. Posee una

clave optimista y se base en un reconocimiento de la belleza y los frutos de la naturaleza, y

la sumisión hacia ella.

El sintoísmo y su forma de aparecer en la narrativa hispanoamericana, podríamos

enmarcarlo en los siguientes puntos:

a) La expresión de una espiritualidad o de un alto contenido emocional.

b) El encerramiento del espacio y la enmarcación del paisaje.

c) La composición pictórica y la asimetría en el diseño.

d) La miniaturización del paisaje a fin de expresa conceptos abstractos del ambiente

natural.

e) La integración visual y espacial con la arquitectura del entorno.

f) La expresión de la transitoriedad o del cambio de las cosas, así como del uso de los

cambios de las visuales durante el desplazamiento a fin de ofrecer expectación y

sorpresa al usuario.

La ceremonia en la cultura japonesa guarda en sí un acto de solemnidad y se advierte como

un rito en el cual el individuo se hace consciente de su encuentro consigo mismo y a partir

   66  
                                                                         
de ahí de sus repercusiones hacia los demás, por lo que el conmemoración de la ceremonia

puede darse en conjunto y en diversos contextos, primordialmente en un contexto donde se

integre la naturaleza.

2.3.2 El puente flotante de los sueños y las desapariciones. (Harakiris y suicidios)

En las culturas de Asia oriental, acunadas por influencias taoístas y budistas, el sueño ha

tenido una presencia constante. La voz del sueño, ajeno a la voluntad del que sueña, es

interpretada como una voluntad de la naturaleza, y por lo tanto obedecida sin ningún

cuestionamiento.

El sueño ha figurado de forma prominente en la literatura japonesa, desde La

historia de Gengi, para muchos considerada cimera de la literatura nipona, basa su

argumento en la idea del sueño, de tal manera que sus personajes siempre están soñando.

Yukio Mishima también basó su tetralogía El mar de la fertilidad en los sueños con un

carácter donde se posibilitan las reencarnaciones. En la época moderna el motivo del sueño

sigue vigente: Jun'ichirō Tanizaki en “Anhelo de madre” toma de recurso el sueño para

describir y mezclar nostalgia y fantasía. Por su parte, Ryūnosuke Akutagawa mezcla

alucinaciones, sueños y visiones que reflejan su propio estado aterrado en Vida de un idiota

y otras confesiones. En La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata emplea el

sueño como un recurso diegético.

   67  
                                                                         
Una de las cualidades de la cosmovisión japonesa es la espontaneidad de las causas,

es decir, la conciencia de que el origen de los fenómenos se basa en lo natural, lo

espontáneo de los sentimientos y de las acciones.

El concepto y acto de desaparición en la literatura nipona tiene que ver con la

estructura de la lengua japonesa en la cual la omisión del sujeto no presenta una función

tan marcada, por lo tanto, en la conciencia cultural japonesa lo que es importantes es el

efecto y no la causa. Las desapariciones y las pérdidas contenidas en las obras japonesas

poseen una naturaleza inexplicable, cuya ausencia lejos de atormentar u obsesionar al

personaje afectado, se visualizan como un hecho intrascendente.

El suicidio en Japón tiene cierta aprobación en la medida que les significa una

manera de asumir la falla de una responsabilidad social o moral. La actitud cultural hacia el

suicida, es indulgente en la sociedad japonesa, funciona como un modo de escape

comprensible para las tensiones. Otro modo de explicar esta legitimación se puede hallar en

el código ético de los samuráis, llamado bushido. La historia japonesa describe que la

autodestrucción del guerrero, se busca como vía de escape a la vergüenza de la derrota,

siendo por lo tanto un acto de honor y de coraje, una prueba de integridad.

2.3.3 Las cuatro estaciones: Individuo y sociedad

Las formas de comportarse en la cultura japonesa se derivan del respeto escrupuloso a la

posición que cada persona tiene en la sociedad, la cual incluye el modo de hablar, la

etiqueta, el vestido, la vivienda, la profesión, la educación, el amor. La preocupación de

   68  
                                                                         
cumplir bien hasta los detalles mínimos, está ligado a que es más importante la forma que

el contenido.

La cultura japonesa sostiene que cualquier forma de respeto, sea esto en la manera

de servir los alimentos, la manera de caminar, de saludar, producen actitudes interiores que

contribuyen a la sinceridad de la intención y por lo tanto favorecen a una armonía social. El

valor de la armonía se construye a través de un proceso sutil en el cual no existe la

confrontación, las discusiones, ni mucho menos las decisiones individualistas.

El japonés se ve así mismo integrado a “algo”, el cual se halla íntimamente

relacionado con la naturaleza. Crean un sentimiento existencial de encontrarse abrazados a

la naturaleza, de vivir en comunión con ella. La veneración por la naturaleza y sus cambios

de estaciones han marcado la actitud de este pueblo. Existe una devoción por la naturaleza

y sus cambios que los propios habitantes se mimetizan con ésta.

2.3.4 Del personaje: nombres, características y espacios

Es imprescindible señalar que además de los motivos descritos anteriormente, las obras a

analizar muestran un carácter en el que a modo de imitación y de recurrencia a la creación

literaria japonesa, los autores han asimilado las características de personajes entrañables de

ésta. Adoptan así los nombres de personajes de la literatura nipona, situándolos en espacios

propios del Japón moderno y los dotan de cualidades que se asumen y son parte de

personajes de las obras de autores como Haruki Murakami, Jun'ichirō Tanizaki, Yasunari

Kawabata, Banana Yoshimoto, etcétera.

   69  
                                                                         
Este recorrido se ha realizado para analizar el vínculo de la narrativa nipona en las

novelas El jardín de la señora Murakami de Mario Bellatin, “Bonsái” de Guadalupe Nettel

y Bonsái de Alejandro Zambra con el fin de pormenorizar la presencia de la estética de la

novela japonesa, tales como la adaptación de las tradiciones en los personajes de dichas

novelas, la alusión a elementos que son símbolo de la cultura japonesa y la apropiación del

modo narrativo.

   70  
                                                                         
CAPÍTULO 3

MOTIVOS JAPONESES: HACIA UN ANÁLISIS DE LAS OBRAS


 

 
3.1 De las obras

En toda obra literaria, señala José Romera Castillo en su texto El comentario semiótico de

textos, el lector sensible se da cuenta de que, tras lo que el creador está exponiendo, “existe

un eludir constante que se manifiesta en forma de símbolos, imágenes o mitos, de un algo

que subyace y que está mucho más profundo que lo que la estructura de superficie

   71  
                                                                         
exterioriza” (1980: 85). En el texto literario aparecen una serie de referencias que hacen

que se produzcan identificaciones con otros textos.

En un México cuya literatura se ha orientado a las letras realistas, autobiográficas,

fantásticas y policíacas, se hace presente en el año 2000 una novela que hace evocación a

autores japoneses, tales como Yasunari Kawabata y Jun'ichirō Tanizaki, entre otros. Ésta es

El jardín de la señora Murakami de Mario Bellatin (México, 1960). En ella recoge las

preocupaciones filosóficas de Oriente y el autor atiende ciertos ritos ceremoniosos

japoneses y es posible evidenciar la exquisitez narrativa de creaciones niponas, así como la

introducción de objetos clave de alto nivel simbólico para y que representan a la cultura

japonesa.

Más tarde, en el año 2007, aparece la obra de Guadalupe Nettel (México, 1973),

titulada Pétalos y otras historias incómodas, que contiene el cuento “Bonsái”, cuyos rasgos

le han valido denotar la mano e influencia de Haruki Murakami. Nos expone una reflexión

sobre la naturaleza del ser humano, le da a los espacios un valor excepcional y a la manera

del narrador Murakami, centra a sus personajes en un espacio concreto para llegar a una

reconciliación de sí y después hacia los demás.

Entre los dos autores mencionados anteriormente, aparece la figura de Alejandro

Zambra (Santiago de Chile, 1975) con su novela Bonsái (2006). Si bien esta obra narra una

historia de amor y muerte diferida muy al estilo de lo contemporáneo, el suicidio de uno de

los personajes va a deshilvanar una historia de paralelismos entre la creación de un libro y

un delicado bonsái. Ambos crecen de una manera caprichosa, densa y concentrados en un

ser que dejó de existir y cuya muerte es enunciada por la voz del narrador desde el inicio

de la novela. La introducción de un bonsái en la novela nos acerca a reconocer que la

   72  
                                                                         
narrativa presentada por Zambra seguirá la manera peculiar y el tratamiento dado por los

autores japoneses a sus obras, primordialmente de Jun'ichirō Tanizaki, Natsume Sōseki y

Yasunari Kawabata.

3.1.1 Mario Bellatin y El jardín de la Señora Murakami

Mario Bellatin nació en la ciudad de México en el año de 1960. Debido a su preparación

profesional ha dedicado gran parte de su trabajo al área de la literatura y las humanidades,

haciéndose así director del Área de Literatura y Humanidades de la Universidad del

Claustro de Sor Juana. Cursó durante dos años estudios de Teología, lo que en sus obras se

verá reflejado en su apreciación del budismo zen y el sincretismo. En los años de 1986 y

1995 publicó sus primeras cinco novelas y en el año 2000 fue finalista del Premio Medicis

a la mejor novela extranjera. Recibió el premio Xavier Villaurrutia por su novela Flores

(2003) y el Premio Mazatlán por El gran vidrio (2007). Su obra ha sido traducida al inglés,

francés y al alemán. Dirige desde el año 2000 en la Escuela Dinámica de Escritores, una

especie de anti-taller literario con el que busca romper los mitos literarios y desacralizar el

proceso de la escritura. Además de las citadas anteriormente, entre sus publicaciones están

Salón de belleza (1994), El jardín de la señora Murakami (2000), Shiki Nagaoka: una

nariz de ficción (2001), La escuela del dolor humano de Sechuan (2001), Perros héroes

(2003), Bola negra (2005), El pasante de notario de Murasaki Shikibu (2011), El libro

uruguayo de los muertos (2012) y recientemente El perro de Fogwill (2015).

   73  
                                                                         
Aunque la novela El jardín de la señora Murakami (2000) le ha conducido a

Bellatin que se señale que su escritura se nutre de la literatura japonesa, o bien ser el más

japonés de los escritores mexicanos, el mismo autor advierte de su creación: “No es un

juego intelectual, lo hago para zafarme de los encasillamientos” (Lennard, 2006). Así él

precisó en crear ésta como una traducción de una novela inexistente y es que su narrativa

está impregnada de juegos lúdicos entre la ficción y la realidad, donde él mismo propone

romper la barrera de las fronteras lingüísticas y territoriales. Señala: “Hay una intención de

que no haya marcas territoriales ni espaciales ni de tiempo, y es ahí donde busco las

máscaras: escribo un texto musulmán, japonés, judío o chino” (Lennard, 2006).

En el número 43, año 15 de la revista Literatura mexicana contemporánea (2009),

Felipe Ríos Baeza realiza una interpretación sobre la presencia de los ritos ceremoniales

como una actividad que evidencia rasgos del sincretismo y la filosofía oriental en la obra de

Bellatin. En este artículo el autor advierte la presencia de autores como Yasunari Kawabata,

Ryūnosuke Akutagawa y Jun'ichirō Tanizaki, haciendo de este trabajo uno de los primeros

en abordar la evidencia estética de la literatura japonesa en la narrativa mexicana.

Por otra parte, Macarena Areco observa en su artículo “Japonerías en la narrativa

argentina, chilena y mexicana reciente” (2013) en la propuesta narrativa de Mario Bellatin a

un narrador que burla los imaginarios orientalistas y que descoloca la idea de armonía tan

interiorizada en la sociedad japonesa y reflejada en la propia literatura

En la repetición del texto vanguardista de Magritte –Esto no es Japón- y en la


destrucción del jardín de la señora Murakami y del propio país oriental me parece que
Bellatin intenta burlar los imaginarios orientalistas de armonía con la naturaleza, las
pastorales modernistas y posmodernistas que se figuran el más allá japonés como la

   74  
                                                                         
posibilidad de una vida estetizada y protegida. En lugar de eso, difumina el referente
imaginario, lo contagia con referencias absurdas e incluso con prácticas bárbaras, lo
destruye en un nuevo apocalipsis, se burla e ironiza. (2013:15)

La historia de El jardín de la señora Murakami tiene por argumento presentar a Izu, una

estudiante de arte, al cuidado de un padre enfermo. Como parte de sus cursos visita la

célebre colección de arte del señor Murakami, descrito como un hombre viudo, rico, de

misteriosas costumbres y que comienza a cortejar a Izu al sentirse atraído por la voz de

ésta. De dicha visita surge un ensayo crítico que le genera al personaje femenino verse en

vuelta en situaciones de traición y venganza en su contra. Años después de su matrimonio

con el señor Murakami, Izu, de pie al borde de un estanque, ve entre los destellos del

crepúsculo el espectro de su marido agonizante y toma una decisión: destruir el jardín que

había fungido como su refugio.

Esta novela de Mario Bellatin dibuja un Japón cercano. Los detalles con los que

precisa los espacios, la estructura narrativa, el conocimiento sobre atributos japoneses como

lo son la comida, descripción de lugares (concretamente el jardín y piezas cerradas) y

vestimenta, generan reconocer en él un interés por mostrar la escritura a la manera japonesa

como un lugar ideal y a su vez –propio de este escritor mexicano- se arriesga a jugar con

alternidades: por una parte, muestra y enriquece la mayor parte de la novela con tintes

tradicionalistas japoneses, se mantiene dentro de los imaginarios éticos y estéticos de la

nación nipona; y por otra, incluye un personaje con visiones occidentales, lo que genera en

la lectura un espacio degradado, el cual llega a parecer incluso “contaminado”. Sin

embargo, al referirnos al reconocimiento de un “espacio contaminado”, es lo que

precisamente se apela a establecer que la propuesta literaria de Bellatin es encontrar, en la

   75  
                                                                         
estética literaria japonesa, características y ambientes para la creación de algo en apariencia

nuevo. Uno de los pasajes en la novela que atrae inmediatamente la atención, es la conducta

tradicional del señor Murakami, donde a base de pruebas que dañan la reputación de la

protagonista consigue un pacto matrimonial en el cual Izu es despojada de cualquier

privilegio obtenido en su soltería y lo único que podrá tener ligado a su pasado es la

posesión de un jardín tradicional, con senderos acuáticos y un lago con peces dorados:

El señor Murakami exigía que su futura esposa renunciara a la dote para


convertirse, de ese modo, en un marido de la vieja estirpe. Recibiría una mujer sin
nombre, sin privilegios y sin dinero. La madre le suplicó que no pidiera la mano de
su hija. Pero el señor Murakami le dijo que poseía pruebas de la presencia de Izu en
el hotel donde se realizaron las citas clandestinas. Tenía también unas fotos […] en
las que aparecía Izu semidesnuda” (197).

Izu tiene esa correspondencia con lo tradicional. Presenciamos a un personaje cuya

individualidad, soledad y asimilación de su destino es entendida y reflejada de manera

metafórica a través de un flor amarilla que era visible en el jardín: “Había llegado a esa

conclusión luego de mirar, una y otra vez, el reflejo de la solitaria flor amarilla que ciertas

noches aparecía en el centro de su pequeño jardín” (198).

El jardín de la señora Murakami funciona como una suerte de signo que devela en

su totalidad, anunciar el corpus al que nos enfrentaremos. Los significantes presentes en el

título refieren y exaltan la relación con Oriente. El jardín es ese tópico el cual hemos

manejado como una constante en la narrativa japonesa, que si bien responde al contacto con

la naturaleza y por lo tanto a su relación con el individuo cercano a ese espacio, también

juega una suerte de ámbito recreativo y de autoconocimiento en lo privado. El significante

   76  
                                                                         
“Murakami” en el título, por su parte apela de manera más inmediata al reconocimiento de

estar frente a un texto cuya propuesta está encaminada a un imaginario del Oriente.

Esta novela propone un escenario absoluto en el que el imaginario oriental está

interiorizado, operando y dando así sentido a la diégesis. El territorio por el cual se mueven

los personajes se vislumbra como un Japón real desde la visión de un narrador occidental.

Los espacios funcionan a manera de refugios y el narrador brinda dos alternativas a sus

personajes; por una parte, se genera una intención de otorgar protección y por otra, parece

darle al espacio la capacidad de perturbar al personaje y confrontarlo con su desdicha. Izu,

el personaje principal es un claro ejemplo de este manejo del espacio con una doble

intencionalidad. Antes de casarse con el señor Murakami, Izu contaba con una estancia

privada19, con vista y salida al jardín, destinada a su trabajo intelectual, sin embargo al

reconocer este espacio como suyo determina dormir ahí y sobre todo es el lugar en donde se

refugia, guarda y contempla los regalos enviados por el señor Murakami durante el cortejo.

Después de la muerte del señor Murakami, el jardín es expuesto como un espacio que

trastorna al personaje y también al lector, esto debido al conocimiento de que los entornos

naturales en la literatura japonesa tienen el atributo de la tranquilidad y no del desasosiego:

Al final de algunas tardes, cuando las sombras hacen difusos los contornos de los
objetos, la señora Murakami cree ver la silueta de su marido en la otra orilla del
estanque. Hay ocasiones en que percibe cómo le hace señas con las manos. La
señora Murakami suele sentarse entonces en una piedra situada en la explanada
mayor, y entrecierra los ojos para ver mejor el espectáculo que se le presenta al

                                                                                                               
19
Por el narrador conocemos que los padres convirtieron “el salón destinado a la ceremonia del té en un
estudio en el que se pudiera dedicar con disciplina a su tarea intelectual” (163), esta imagen da cuenta de la
modernización efectuada y de las posibilidades de autonomía que se le abren a la joven, quien dispone de un
“cuarto propio” con ruptura de lo tradicional.

   77  
                                                                         
fondo del jardín. Aquellas apariciones ocurren cuando las condiciones de la
atmósfera son las apropiadas. Cierta vez, vio cómo el fantasma iba hundiéndose de
pie en uno de los senderos acuáticos. […] El jardín de la señora Murakami Izu iba a
ser demolido en los días siguientes. (151)

Por otra parte, en la cita anterior presenciamos dos motivos fuertes de la literatura japonesa

y que de inmediato surge el diálogo con la propuesta de Jun'ichirō Tanizaki y la de

Yasunari Kawabata. Del primero obtiene la idea de la sombras y la penumbra, que dentro

de la narrativa de Tanizaki recrean los escenarios ideales para los momentos álgidos en la

diégesis, tal como ocurre en la novela La madre del capitán Shigemoto (1949); el ensayo

del mismo autor El elogio de la sombra (1933) nos da las claves para entender la necesidad

de los claroscuros en la cultura japonesa y que de manera evidente Bellatin parece

conocedor. Por otro lado, tenemos la ensoñación y la presencia fantasmal de algún

familiar, a la manera de Yasunari Kawabata: los espacios privados, el personaje en estado

de duermevela, preparan el ambiente propicio para las apariciones.

El Japón revelado en la literatura nipona nos ofrece una cultura alternativa. En el

capítulo dos de esta investigación, describíamos una constante en la narrativa nipona: el

manifestar la relación del individuo con la naturaleza, provista de armonía y control. La

posibilidad de destrucción, por tanto, opera mayormente al modo del imaginario occidental.

Es precisamente en este rasgo donde el trabajo creativo de Mario Bellatin se separa de la

profundidad sintoísta con la que los autores nipones enmarcan su narración. Si bien el autor

decide que el jardín de la señora Murakami sea destruido, también en la narración se nos

presenta como un artificio: el jardín no era parte del entorno sino que es construido para

   78  
                                                                         
agradar. A la voluntad de Izu, esta artificialidad es comprendida desde el modo occidental

en el cual el hombre tiene el propósito de someter a la naturaleza20.

Además del jardín japonés, otro elemento importante es la presencia de peces21 en

distintos pasajes del texto. La presencia de estos seres otorgan un sentido distinto dentro de

la novela cuando se asimila que los elementos de la naturaleza funcionan como análogos

del humano, esto sin llevar a cabo una prosa que evidencie esa relación. En la novela se

narra que en el primer jardín de la estudiante Izu no es posible mantener peces, pero en el

segundo jardín (el creado por señor Murakami), se dice que la señora Murakami contempla

durante horas “los reflejos de las escamas y las colas” (151). Además cuando la joven deja

la casa de sus padres cena con el señor Murakami en un restaurante

donde ofrecían la carne recién cortada de un pez que regresaba descarnado


pero vivo a una pequeña pecera que luego ponían sobre la mesa. La comida
debía durar el tiempo exacto que tardaba el pobre animal en dejar de nadar y
morir. También era posible, cuando servían el té, apreciar el proceso completo de
florecimiento de una rama de cerezo adaptada especialmente para que eso
sucediera así. (198)

                                                                                                               
20
Esta voluntad de lo artificial también aparece en la obra de Alejandro Zambra (Bonsái), donde Julio
adquiere un bonsái, adquiere instrumentos y manuales que le indiquen cómo modificar la naturaleza propia
del árbol miniatura y darle la forma de un bonsái que el personaje concibe como idóneo para representar en él
(a manera de espejo) su escritura, sus emociones y el modelo de relación de pareja que no pudo lograr.
21
En Salón de belleza (1994), los peces son un elemento importante para la narración. Bellatin a través de
distintos peces, que van desde los Gupis Reales, Carpas Doradas a los Peces Basurero, realiza una analogía
del personaje principal y del Moridero o Salón de belleza con el comportamiento de los habitantes de la
pecera, el cual había sido acondicionado como parte del inmueble de dicho lugar. Leemos: “Desde el primer
momento, pensé en tener peceras de grandes proporciones. Lo que buscaba era que mientras eran tratadas, las
clientas tuvieran la sensación de encontrarse sumergidas en agua cristalina para luego salir rejuvenecidas y
bellas a la superficie” (2013:25) Hacia el final de la novela, nos encontramos la artificialidad de la pecera
como una alegoría de la muerte: “Será inútil, por eso, desmantelar este lugar, que tiene todo destinado para la
agonía. Incluso para la decoración pues, entre otros objetos, la pecera del agua verde es la más adecuada para
convertirse en la última imagen de cualquier moribundo.” (81)

   79  
                                                                         
esta ceremonia tradicional parece alegorizar la destrucción de la personalidad de Izu. El pez

dentro de la pecera –imagen que también se hace recurrente en la narrativa de Guadalupe

Nettel22- es una representación de la propia señora Murakami.

La inclusión de Occidente, sus costumbres y su idea de modernidad se hallan

presentes en la novela como una manera de romper con la armonía tradicionalista del

escenario tan perfecto e ideal que describe Bellatin. Tras ser invitada al aniversario de la

revista en la cual había publicado un artículo sobre la colección de arte del señor

Murakami, Izu decide que asistirá vestida a “la moda occidental” (166) justificando que de

esa manera acrecentará el impacto del artículo publicado.

Aunque el personaje principal de Bellatin hace manifiesta su fascinación por

Occidente, también declara que la mezcla de ambas culturas le resulta aún más atractiva.

Con este señalamiento podríamos reconocer una declaración disfrazada y muy matizada del

autor y su interés por retomar la cultura japonesa para dar escenario a su creación literaria.

El narrador nos dice de Izu: “Siempre había sentido atracción por los hombres de su país

que conocían Occidente y lograban, de alguna manera, poner en práctica lo mejor de las

dos culturas” (164)

La novela termina de manera circular, con la palara ‘otsomuru’ que, según se indica

en una nota, “refiere al final que es en realidad un comienzo” (199), así como ha empezado

cuando la historia termina: después de la muerte del marido, en cuya agonía ha revelado

que tuvo por amante a la sirvienta de Izu. Ésta, que con la viudez enfrenta la pobreza,

ordena la demolición de su jardín. A partir de esta destrucción adquieren sentido diversos

                                                                                                               
22
Guadalupe Nettel en el año 2014 publica el cuentario “El matrimonio de los peces rojos”, en él es también
reflejado a través de los diferentes cuentos el uso de animales como atributo para comprender la personalidad
y acciones de los personajes.

   80  
                                                                         
indicios poco comprensibles en una primera lectura: la complejidad de la disposición

temporal, que va entrecruzando fragmentos de la diégesis y finalmente se cierra en un

círculo. De acuerdo a esta explicación, ‘otsomuru’ genera descubrir una novela estructurada

muy al modo de la narrativa contemporánea actual. Sin embargo, la misma palabra sugiere

que la literatura japonesa se comprende dentro de sí misma: la historia de Izu y todos los

recursos incorporados de Japón funcionan dentro del texto como sucesos encadenados unos

tras otros, mismos que se comprenden en el interior del texto y no como elementos aislados

o exteriores. Por ello no es azaroso que Bellatin23, como autor, incorpore notas a pie de

página24, aclaraciones finales de la novela25, pues la intención es sumergir al lector en un

imaginario nipón sin que deba recurrir a fuentes externas. Este propósito de Bellatin de ser

un guía y encaminar la lectura nos remite a relacionar su propuesta con la narrativa del

escritor Jun'ichirō Tanizaki.

                                                                                                               
23
Las notas a pie de página en ocasiones remiten a una nota futura o incluso se centran a detallar cuestiones
conocidas, como qué es un kimono o un futón; la descripción de rituales como la cacería de orugas en los
años bisiestos; las descripciones de las comidas; las ceremonias del té o algunas otras, ocupan un interés
particular por parte del autor en ser descritas y especificarlas a la manera en la cual el narrador quiere sean
comprendidas.
24
En la segunda parte de las tres que componen a esta novela, hallamos con mayor recurrencia el uso de notas
al pie de página para aclarar significantes japoneses utilizados durante la historia. En un pasaje en el que se
describe una de las recetas favoritas del señor Murakami, leemos:
[…] Shikibu las tostaba hasta dejarlas crujientes. Luego las cocía con el arroz. Los sudares20 donde
se asaban eran siempre de metal. Su madre le había enseñado a usarlos. Antes había habido uno en la
casa, también importado, pero no de metal sino de bambú. El paquete en el que llegó incluía las
instrucciones de uso escritas con extraños caracteres, que el padre del señor Murakami logró
descifrar después de muchos esfuerzos. A veces los rollitos eran acompañados de tutsomoro21 o de
jiru-matsubae22.
20
Olla japonesa diseñada especialmente para cocinar rollos de algas. Por la dificultad en su
obtención es muy apreciada en el país, especialmente entre las clases media y alta.
21
Trozos de pescado.
22
Carne de res prensada. (2005:172)
25
Al termino de El jardín de la señora Murakami, Bellatin incluye una sección de notas finales, titulado:
“Adenda al relato del jardín de la señora Murakami”. Entre ellas, es destacable la alusión realizada al escritor
Jun'ichirō Tanizaki, el autor mexicano, declara: “1. Si bien no está dicho explícitamente, la señora Murakami
parece mantener una extraña relación con el ensayo Elogio del sombra, de Tanizaki Yunichiro. Resulta difícil
de definir la naturaleza de dicho interés.” (200)

   81  
                                                                         
Otro punto a resaltar en la propuesta narrativa de Mario Bellatin es la estructura

gráfica de la novela. Las innumerables notas al pie de página, las palabras japonesas en

cursivas, el referente de escritores japoneses26 dentro de la novela y la explicación de estos

incluidos en el corpus de la misma, sugieren estar presenciando una novela japonesa que ha

pasado por el ejercicio de la traducción. Este tipo de composición estilística cumple de

manera exitosa el interés del escritor de romper con las fronteras territoriales, lográndolo

desde de la apropiación del imaginario oriental y haciendo suyos escenarios nipones y

hasta modos lingüísticos.

3.1.2 Guadalupe Nettel y “Bonsái”

Guadalupe Nettel es originaria del Distrito Federal. Nació en 1973, estudió la carrera de

Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México,

posteriormente obtuvo un doctorado en Ciencias del Lenguaje en Francia por el École des

Hautes Études en Sciences Sociales. Su producción literaria está conformada por los libros

de cuentos Juegos de artificio (1993), Les jours fossiles (2003), Pétalos y otras historias

                                                                                                               
26
Los referentes a autores nipones, también los encontramos en otras novelas de Mario Bellatin, por ejemplo,
Salón de belleza (1994), inicia con un epígrafe que forma parte del corpus de La casa de las bellas durmientes
(2011) de Yasunari Kawabata: “Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humano”. De
la misma forma, en Shiki Nagaoka: una nariz de ficción (2001), encontramos un pasaje del relato “La nariz”
(1916) de Ryūnosuke Akutagawa, empleado nuevamente como epígrafe: “En el hombre conviven dos
sentimientos opuestos. No hay nadie por ejemplo, que ante la desgracia del prójimo, no sienta compasión.
Pero si esa misma persona consigue superar esa desgracia, ya no nos emociona mayormente. Exagerando, nos
tienta a hacerla caer de nuevo en su anterior estado. Y sin darnos cuenta sentimos cierta hostilidad hacia ella.”
(2005). Por otra parte, en El pasante de notario Murasaki Shikibu (2011), utiliza el nombre de la autora de
Genji Monogatari para conformar la diégesis de su historia y entablar un diálogo-homenaje a la propuesta
narrativa actual de Margo Glantz. En La historia de Mishima. Una biografía ilustrada (2010), Mario Bellatin,
oscila entre exponer una indagación biográfica y develar mediante una vasta serie de fotografías que no hay
acontecimientos únicos sino diferentes perspectivas.

   82  
                                                                         
incómodas (2008); por las novelas El huésped (2006), El cuerpo en que nací (2011), El

matrimonio de los peces rojos (2013), Después del invierno (2014); por el ensayo Para

entender a Julio Cortázar (2011) y la reciente publicación de la investigación Octavio Paz.

Las palabras en libertad (2014).

La recopilación de cuentos Pétalos y otras historias incómodas le valió a la

escritora el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (2007) y con éste llamaría la

atención de las casas editoras, quienes la invitarían a mayores publicaciones. En esta

compilación se encuentra la obra “Bonsái”. Si bien pueden documentarse algunos artículos

en los cuales se hace referencia a que la autora maneja influencia del autor japonés Haruki

Murakami, aún no se ha realizado un estudio detallado sobre dichos intertextos. En

entrevista para Cultura UNAM en el año 2011, la autora declara ante la pregunta “¿Con qué

escritores actuales te sientes conectada?”: “Están, por ejemplo, Philip Roth, a quien no

puedo dejar de leer; John Banville; Jean Echenoz y, en un registro distinto aunque

imprescindible conectada con Haruki Murakami”. En la misma presentación señala más

adelante que es el personaje femenino de “Bonsái” un encuentro con el personaje de Midori

de Tokio Blues.

Macarena Areco propone una lectura del cuento en el cual los motivos japoneses, a

los que la autora ha denominado “japonerías”, son una fuente de subjetividad,

individuación y de identidad artificial

Las japonerías como productoras de subjetividad e individuación tienen efectos


emancipadores: “Fue como una liberación. En ese momento dejé de preocuparme por
cosas que antes me pasaban y me causaban angustia […] También por esas fechas dejé
de propinar sonrisas hipócritas […] No era falta de amabilidad, sino simple coherencia

   83  
                                                                         
con mi naturaleza. Y, al contrario de lo que podía esperar, la gente no lo tomó a mal.
Es más, los compañeros de oficina comentaban que últimamente me veía ‘en buena
forma’, incluso ‘más natural’”. En cambio los bonsái representan una identidad
artificial que impide ser feliz: “Yo amaba a Midori, pero dejarme invadir era actuar en
contra de mi naturaleza” […] Si bien el desenlace nostálgico relativiza las asociaciones
éticas ello no invalida las relaciones que se proponen entre jardín japonés, bonsái y
subjetivación. (2013:12)

“Bonsái” es un cuento que relata la vida de un hombre que, a pesar de encontrarse en un

aparente feliz matrimonio y con una vida estable, se percata de un sentimiento de soledad

que lo abruma día tras día. Los paseos dominicales al jardín botánico del señor Okada, se

convierten en el refugio idóneo para olvidar las frustraciones y el vacío que le provoca su

vida cotidiana de oficinista.

La trama se sitúa en alguna ciudad de Japón, donde Okada, un hombre casado sin el

deseo de tener hijos, asiste cada domingo a espaldas de su mujer, sin ninguna razón

aparente, a un parque cerca de su casa. En el parque hay un invernadero. El hombre,

arrastrado por las memorias que de ese espacio tenía su esposa, un día irrumpe en él y se da

cuenta, de la mano del jardinero experto que lo guía entre las plantas, que su naturaleza es

la naturaleza propia de un cactus. Lo acepta y se vuelve más natural en su conducta al

adoptar una postura, un “ser” específico que a la vez delimita y potencia lo que es.

El protagonista se olvida de fingir una conducta, se olvida de querer ser algo que no

es, para así ya no seguir traicionándose. Esto, invariablemente, le trae consecuencias, hace

que se replantee su vida tanto personal como matrimonial. El cuento termina con el hombre

divorciado, al comprender que su esposa y él no son la misma planta (interpreta que ella es

una enredadera) y ninguno puede, o debe, manipular su naturaleza para encajar con el otro

   84  
                                                                         
y poder seguir juntos.

El título que da nombre a este cuento, devela la intención, por parte de la autora, de

acercarse al universo japonés. Sin embargo, lo apropia desde una visión occidental a través

de la cual desenmascara su artificialidad. Si bien este árbol miniatura es un tópico en la

narrativa nipona que pretende la perfección a través de un minucioso cuidado, dentro del

relato genera una antítesis con el corpus de la historia y con los personajes. El matrimonio

es presentado, al inicio del relato, como funcional y feliz, apegado a sus rutinas, pero hacia

la mitad del cuento, cuando el señor Okada conoce los bonsái, esta atmósfera es

desquebrajada y presenciamos las voces de los personajes, juzgando la falsedad de su vida

en pareja:

Midori y yo llevábamos ocho años de casados. Los matrimonios de amigos tenían


casi todos hijos. Cuando nos preguntaban cómo hacíamos para vernos felices,
decíamos que el secreto consistía en no tenerlos. Era curioso que, justo la noche que
había descubierto su verdadera identidad, Midori hablara de ese tema. (51)

Asimismo, Okada no pretende ser una planta bella, e incluso se reconoce en un cactus a los

que describe como: “[…] erguidos como centinelas, [algunos] otros en forma de ovillo, a

ras del suelo, asumiendo la posición circunspecta de un erizo. […] La multitud de espinas

diminutas sobre esa piel me hizo recordar mi propio rostro cuando llevo más de dos días sin

afeitarme” (47)

Por otra parte, el bonsái, dentro de la historia, es un elemento que causa repulsión.

Este árbol en la propuesta de Nettel, es despojado de las características orientales y se le

atribuyen particularidades en las cuales se niega una estética del preciosismo en este

elemento. El personaje principal describe: “Los bonsáis siempre me habían causado una

   85  
                                                                         
especie de miedo, en todo caso una aprensión inexplicable. Hacía mucho que no veía

alguno y encontrarme de repente con tal cantidad de ellos me produjo un malestar casi

físico” (54). El jardinero Murakami los califica de traicioneros: “Los árboles son los seres

más espaciosos que hay sobre la tierra, en cambio un bonsái es una contracción. Así vengan

de un árbol frondoso o de un árbol frutal, los bonsáis sólo son eso, bonsáis, árboles que

traicionan su verdadera naturaleza” (55). La valoración señalada por el jardinero al

describir como traicionero al árbol miniatura, emerge para puntualizar en su escucha, el

señor Okada, una manera análoga del cómo los elementos de la naturaleza se relacionan

con los seres humanos y estos tienden a ser modelos a imitar por el hombre. Como se

planteaba en el capítulo II de esta investigación, la narrativa nipona emplea la metáfora a

modo de una yuxtaposición de imágenes que no obvian ni declaran juicios; por ello la

declaración del personaje Murakami apunta a generar la reflexión en el señor Okada sobre

traicionar los modos y deseos de vida.

Ligado a lo anterior el epígrafe de Khyentsé Norbu, con el que se inicia el relato,

nos establece un primer indicio de las pugnas a las cuales se enfrentarán los personajes por

escapar a un ideal de belleza, tal como lo representa un bonsái: “Nuestros cuerpos son

como árboles bonsái. Ni una hojita inocente puede crecer en libertad, sin ser viciosamente

suprimida, tan estrecho es nuestro ideal de apariencia” (35). Además, esta rúbrica apunta a

señalar la intención de la autora por gestar un relato que desarticula el ideal del universo

narrativo nipón, desde una óptica occidental, a través de la cual es posible romper los

modelos narrativos y concebir nuevas propuestas.

De acuerdo a lo anterior, no es gratuito que el territorio por el cual se desplazan los

personajes nettelianos, develen un Japón concebido por la autora. Aoyama no es un lugar

   86  
                                                                         
estrictamente nipón, sino que el lector se sabe dentro de un espacio japonés por el uso de

japonerías incluidas dentro de la narración: “Los sábados, Midori tenía la costumbre de

pasar la tarde entera en el salón de belleza. Como el paseo en Aoyama para mí, la estética

era un espacio que ella se reservaba” (40); en otro pasaje del relato, Okada narra sus visitas

a una cafetería describiéndolo como cualquier edificio y el único referente nipón es el

nombre del café: “Los domingos, por ejemplo, tomaba algún libro del despacho y salía de

casa fingiendo que iba a pasear por el jardín botánico, pero en realidad me quedaba en el

café de Jenjiko, situado a unas cuantas cuadras de nuestro edificio.” (46).

En cuanto a la conformación de los personajes, Guadalupe Nettel hace uso de sus

conocimientos teóricos sobre intertextos para conformar y bautizar a los personajes de su

cuento, de acuerdo al universo murakamiano. Éste, como se presentaba líneas anteriores, se

desarrolla a través de tres personajes principales: El señor Okada, Midori (esposa del señor

Okada) y el señor Murakami.

Claramente el personaje del señor Murakami está construido como una insinuación

al autor japonés e incluso como un homenaje a la narrativa del novelista. Esto se señala así

debido a que el personaje de Nettel se desenvuelve en un papel de aleccionador: es un

jardinero, cuidador de plantas por excelencia, no se intimida al hablar de su trabajo ni de su

conocimiento amplio sobre las plantas. El señor Murakami, señala:

-Pues a pesar de lo que usted pueda creer, las plantas son peores que los animales: o las
atiende o se mueren; en pocas palabras. Son un chantaje perpetuo. Plante una y verá:
en cuanto salga la primera hoja no podrá dejar de regarla; cuando crezca demasiado
tendrá que cambiarla de maceta, quizás con el tiempo le salga alguna plaga. (42)

   87  
                                                                         
De igual manera, en la mayoría de las obras de Haruki Murakami27 se presenta la

figura del autor retratada en algún personaje, al quien por lo regular le asigna el papel del

escritor frustrado con un par de novelas que sólo puede desenvolverse como profesor (es

decir, con la característica de enseñar). Por su parte, Haruki Murakami en el prólogo a

Sauce Ciego, mujer dormida emite una declaración de principios28, en la cual es muy

puntual al señalar que la creación de sus novelas las concibe como ir creando un bosque,

mientras que su participación cuentística la asimila más hacia la creación de un jardín.

Dado este referente es por lo cual señalo el cuento de Nettel funciona a manera de

homenaje al autor nipón, pues si bien Murakami reconoce la creación de cuento como una

analogía de darle vida a un jardín, es el personaje de la narradora mexicana, quien con su

rol de jardinero funciona a manera de vertebra netteliana como el creador y el punto de

origen a que la narración sea un cuento.

Otro de los personajes es el de la esposa del señor Okada: Midori. Este personaje en

el texto de Guadalupe Nettel, en realidad es una figura un tanto sombría en cuanto a la

acción de su presencia en la narración, sin embargo las características descritas por la

narradora, que enmarcan al personaje, tales como nombrarla una planta “enredadera”, una

mujer insistente en mantener relaciones sexuales con su esposo al anochecer y al despertar,

así como mostrar que su participación más importante se da en un diálogo llevado a cabo

durante la hora del almuerzo, nos develan un personaje activo, desinhibido. Bajo estas
                                                                                                               
27
Por mencionar algunas: Sputnik, mi amor (1999), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995) y
1Q84 (2009-2010)
28
“Para mí escribir novelas es un reto, escribir cuentos es un placer. Si escribir novelas es como plantar un
bosque, entonces escribir cuentos se parece más a plantar un jardín. Los dos procesos se complementan y
crean un paisaje completo que atesoro. El follaje verde de los árboles proyecta una sombra agradable sobre la
tierra, y el viento hace crujir las hojas, que a veces están teñidas de oro brillante. Mientras tanto, en el jardín
aparecen yemas en las flores y los pétalos de colores atraen a las abejas y a las mariposas, y ello nos recuerda
la sutil transición de una estación a la siguiente”. (Murakami, 2008:7)

   88  
                                                                         
descripciones es inmediata la relación con el personaje femenino de Tokio Blues que de

igual manera lleva por nombre Midori, con una participación en la novela donde sus

diálogos siempre están acompañados de imágenes en las cuales ella se encuentra

cocinando, sugiriéndole a Watanabe (personaje principal de la novela) tener un encuentro

sexual o ambas situaciones.

Midori en el cuento “Bonsái” es descrita así: “En las mañanas antes de ir al trabajo

o en las noche antes de dormir, a Midori le entraban unas ganas de hacer el amor, cosa que

por supuesto contrariaba mi naturaleza cactus” (51). En la obra de Tokio blues, en un

diálogo entre Midori y Watanabe, se señala de este personaje:

Al atardecer [Midori] se fue de compras por allí cerca y preparó la cena. Sentados a
la mesa de la cocina, bebimos cerveza y comimos tempura y arroz con chicharos.
-Watanabe, come mucho y produce montones de semen –dijo Midori-. Luego haré
que lo expulses con cariño. (Murakami, 2009:347)

El señor Okada, se caracteriza por encontrarse en un estado de autodescubrimiento. Goza

de sus espacios de soledad y aunque enamorado de Midori, se encuentra cansado de luchar

constantemente por ocultar su naturaleza, decidiendo así separarse de la artificialidad en la

cual se sentía preso al vivir con ella. De la misma forma, Tooru Okada, personaje principal

de la novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (2010) se presenta como una

persona escéptica, sin conocimiento de sus alcances para relacionarse con otros seres; su

relación más importante es con su esposa Kumiko pero al desaparecer ésta, el personaje se

ve envuelto en un misterioso camino que le hará encontrarse consigo, afrontarse a sus

   89  
                                                                         
debilidades y ateísmos para rescatar así al ser más amado en su existencia, misma situación

que para el autor japonés no es otro planteamiento que el de encontrarse así mismo.

[…] Me rasuré el mentón, la mejilla izquierda y, después, la derecha. Pero cuando al


terminar dirigí la mirada hacia el espejo, me quedé sin aliento. En la mejilla derecha
tenía una mancha negriazul. […] Parecía estar profundamente estampada en mi piel.
La palpé con la punta de los dedos. La piel de aquella zona estaba ligeramente más
caliente, pero eso es lo único que se apreciaba al tacto. Eran una mancha de
nacimiento. Me había salido una mancha de nacimiento en el punto exacto donde, en
el fondo del pozo, había tenido aquella sensación de calor. (Murakami, 2010: 390-396)

El Okada de Murakami, en su búsqueda interna y el rescate de su esposa desarrolla en su

cuerpo una mancha negriazul, la cual aparece repentinamente en su mejilla derecha. Por su

parte, el Okada de Nettel desarrolla más su sensibilidad a hacerse semejante a las

características de un cactus.

Conforme pasaron los días, mi pertenencia a los cactus me fue pareciendo más y más
evidente. En la oficina, me mantenía siempre erguido, esperando con aprensión el
momento en que la puerta iba a abrirse para dejar entrar una mala noticia. Cada vez
que el teléfono sonaba, sentía sobre mi piel el nacimiento de una nueva espina […] mis
colegas de trabajo me habían jugado ya algunas bromas acerca de mi temperamento
austero, pero nunca les había dado importancia. Ahora, en cambio, todo me parecía una
consecuncia lógica de mi condición. Era así de simple: yo era un cactus, ellos no. (48)

Además de ser notorios los cambios físicos experimentados por los personajes, también es

importante destacar que en ambas narraciones los cambios se producen cuando se adentran

a espacios dotados de significar: soledad y entornos individualizantes; por una parte Okada

   90  
                                                                         
de Nettel lo experimenta en el jardín y Okada de Murakami, lo hace al internarse en un

pozo.

En el capítulo dos de esta investigación, mencionábamos este interés de la cultura

japonesa en seleccionar espacios para llevar a cabo una ceremonia del encuentro del

individuo con su naturaleza. La narradora mexicana se apropia de la literatura nipona el

presentar el uso de los espacios como lugares donde se posibilita un acercamiento a la

sabiduría oriental29. Nettel, de manera similar a la narrativa de Murakami, emplea los

espacios como un eje que muestra de una manera más transparente a sus personajes30 y los

lleva a sufrir cambios. Estos procesos de cambio ocurren en áreas que aún conociéndolas y

siendo tan cercanas a los personajes, nunca habían sido de su interés hasta el momento de

significar una anología de su autodescubrimiento. Si bien por un lado la autora de “Bonsái”

sitúa –para este cambio- a su personaje en un invernadero, el protagonista de Murakami se

encierra en un pozo; en ambos casos, por la tanto, se trata de espacios únicos y cerrados. El

señor Okada de “Bonsái” presenta así su espacio:

De joven había ido a ese mismo jardín con alguna chica del colegio y más tarde con
alguna novia de la universidad, pero tampoco a ellas se les había ocurrido visitar el
invenadero. Hay que reconocer que el edificio no era precisamente atractivo: más que
un jardín cerrado, parecía un gallinero o un almacén de verduras. Lo imaginaba un
lugar agobiante, enloquecedor como el mercado de Tsukiji, aunque más pequeño y
                                                                                                               
29
Como anteriormente se ha mencionado, los espacios en la literatura nipona tienen una estrecha relación con
la naturaleza, misma que a su vez es el templo del sintoísmo, éste funciona a manera de religión en el cual los
elementos naturales funcionan como instrumentos para comprender al hombre a través de la naturaleza. En la
novela Kafka en la orilla, Haruki Murakami nos explica esta relación a través de su personaje Kafka Tamura:
“Pienso en el río, pienso en la marea. Pienso en el bosque, pienso en el manantial. Pienso en la lluvia, pienso
en los rayos. Pienso en las rocas. Pienso en las sombras. Todo aquello se encuentra dentro de mí.” (402)
30
En un pasaje del cuento el personaje principal, el señor Okada, declara haber encontrado en el jardín un
lugar que conforme avanza el tiempo se vuelve más suyo: “[…] Aoyama se había convertido en un espacio
reservado para mí, uno de esos lugares de los que uno se va apropiando y que constituyen una suerte de
refugio.” ( 37)

   91  
                                                                         
lleno de plantas desconocidas con nombres impronunciables. Pero una tarde, de
manera repentina, el invernadero empezó a interesarme. (36)

Para el personaje de Murakami, Tooru Okada, su espacio de reflexión (un pozo) es

expuesto en múltiples pasajes debido a que constantemente el personaje desciende

describiendo diferentes estados de ánimo, así como diversos resultados de su cavilación:

Respiré, me senté en el fondo del pozo y apoyé mi espalda contra la pared. Luego cerré los

ojos y dejé que mi cuerpo se familiarizara con el lugar. “¡Bueno!”, pensé, “ya estoy en el

fondo de un pozo”. (2010: 311)

En el caso de ambas narraciones, las descripciones empleadas para dar a conocer

esos espacios muestran la esencia de la narrativa japonesa la cual radica, entre otros

elementos, en hacer de cada motivo un espejo del sentir del humano. Por ello, no es casual

que ambos autores nos expongan estas visiones en sus personajes: en el momento de

cambio y ahogo se recurre a dichos espacios, incluso de una forma aberrante, para acercar

al lector a un estado de complicidad emocional.

En un grado menor de la apropiación de los espacios, también figura Midori de

Nettel, quien cada sábado por la tarde acostumbra a realizar visitas al salón de belleza, en

cuyo lugar a manera de ritual, acude a realizarse el mismo peinado y a colocarse el mismo

color de uñas. Estas dos características advierten a un personaje cómodo con su naturaleza,

pero que a su vez desea sea reafirmado ese estado natural desde el exterior pero sin que ese

espaco sea invadido por su esposo.

Otra de las apropiaciones de la narrativa nipona presentes en la obra de Guadalupe

Nettel radica en el uso de la primera persona para llevar a cabo la narración de “Bonsái”.

Uno de los detalles que más resalta en la estética de Haruki Murakami es la construcción

   92  
                                                                         
de sus obras con el uso del “yo”31; utilizando el boku como una licencia para conocer la

psique del personaje. Esta estrategia literaria forma parte de la poética de Murakami, en

algunas obras es más evidente, como en el caso de La casa del carnero salvaje (1982), El

fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (1985), Baila baila baila (1988) y

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994).

[…] Apoyé la cabeza en la pared y cerré los ojos. Pensé que quizá May Kasahara
tuviera razón. El hombre que era yo, a fin de cuentas, había sido hecho en alguna otra
parte. Y todo venía de otra parte y luego volvía a ir a otra parte. Yo no soy más que un
simple camino por donde pasa el hombre que yo soy.
¿Sabes, señor pájaro-que-da-cuerda? Yo esas cosas las entiendo. ¿Por qué no las
entendrás tú? (Murakami, 2010: 365)

En el relato de Nettel conocemos al personaje principal a través de su propia voz: “Según

mi mujer, tengo demasiado pelo para ser japonés. Pero, más allá de la barba, me pareció

que los cactus y yo teníamos algo en común […] Entre más los miraba, más comprendía a

los cactus.” (Nettel, 2011: 47)

Si bien el relato “Bonsái” del año 2007 es un homenaje al escritor predilecto nipón

de la autora, para el año 2013 en el cuento “El matrimonio de los peces rojos”, Guadalupe

Nettel logra acercarse más hacia la apropiación del universo japonés. Alcanza en este

último relato hacer evidente que las lecturas realizadas sobre Oriente generan en los

                                                                                                               
31
Aunque en japonés no existe este pronombre, la palabra más utilizada por la narrativa nipona para acercarse
y designar la primera persona posee un tono formal, se emplea para ello: watakushi o watashi. Sin embargo el
autor japonés ha optado por emplear boku como un sustituto del pronombre porque, considera, tiene un
carácter más casual y, cree, es la voz más cercana al “yo” en el lenguaje de los jóvenes expresado en
circunstancias informales. A través del boku se lleva la dirección narrativa, con la característica de lograr un
desconcierto que permita permear en la realidad del personaje y observar de cerca las posibles fracturas en la
psique del narrato.

   93  
                                                                         
escritores occidentales una posibilidad de acercarse a concebir u obtener una experiencia

similar a lo que es la cultura nipona y su relación con la naturaleza. La manera en la cual se

manifiestan las japonerías en este relato, ofrecen un modo alternativo de conocer a los

personajes de la narración a través de unos peces rojos que son un regalo dado a un

matrimonio joven en espera de su primera hija.

Una de las constantes en la narrativa nipona está el de manifestar la relación del

individuo con la naturaleza, provista de armonía y control; la posibilidad de destrucción

opera mayormente al modo del imaginario occidental. Es precisamente en este rasgo donde

“El matrimonio de los peces rojos” muestra un trabajo más creativo por parte de Guadalupe

Nettel, debido a que consigue obtener del universo nipón ciertos rasgos pero logra

apropiarlos y explotarlos en su propia narrativa; esto es se separa de la profundidad

sintoísta con la que los autores nipones enmarcan su narración.

Si bien tenemos a dos personajes que cuidan de dos peces (un macho y una hembra)

viviendo en una misma pecera con riesgo de lastimarse por ser esta una característica

propia del tipo de pez, nos advierte la protagonista “pertenecían a la especie de los Betta

splendens, conocidos también como “luchadores de Siam”, el hecho de mantenerlos en

dicho recipiente –por disposición del esposo- nos presenta este miniacuario como un

artificio: la pecera es un modo de conocer el destino de los personajes, sus debilidades y

rencores, personajes que viven en un matrimonio sin tener el interés de permanecer en él.

Esta artificialidad es comprendida desde el modo occidental en el cual el hombre tiene el

propósito de someter a su voluntad a la naturaleza32, la protagonista narra un poco acerca de

                                                                                                               
32
Esta voluntad de lo artificial también aparece en la obra de Alejandro Zambra (Bonsái), donde Julio
adquiere un bonsái, adquiere instrumentos y manuales que le indiquen cómo modificar la naturaleza propia

   94  
                                                                         
esta situación: “Se les denomina comúnmente luchadores. En algunos países, se usan

incluso como animales de pelea y se les sube al ring, de la misma forma en que, en

Occidente, se utilizan los gallos para ganar apuestas” (23).

Además, la presencia de los peces rojos otorgan un sentido distinto dentro de la

novela cuando se asimila que los elementos de la naturaleza funcionan como análogos del

humano, esto sin llevar a cabo una prosa que evidencie esa relación. En el cuento el

narrador nos señala “Son como un espejo que refleja emociones o comportamientos

subterráneos que no nos atrevemos a ver” (16).

La distancia entre un relato y otro (“Bonsái” y “El matrimonio de los peces rojos”),

muestra que las imágenes vinculadas a Japón crecieron y pasaron de ser un simple

homenaje a funcionar como un factor de subjetivación. Las japonerías en ambos relatos –ya

sea en su versión idílica o en la material- son aquí algo así como una esperanza final, un

orden después del caos, un amor después del amor, un arraigo después del exilio, un

reconocimiento con la naturaleza propia y la lucha por la identidad.

Finalmente, la recuperación de Japón en la narrativa de Guadalupe Nettel obedece a

mirar en Oriente la posibilidad de incluir motivos propios de la cultura japonesa, adueñarse

de ellos y romper en el plano de lo literario fronteras geográficas y estéticas, que permitan

concebir la descripción de factores como el sintoísmo y estudiarlos como análogos para

descubrir detalles en la narración. La escritora hace uso de japonerías tales como el bonsái,

el jardín y los peces Betta para establecer un guiño con y al modo de la literatura nipona,

con el fin de hallar en este modo narrativo una posibilidad de establecer vínculos entre la

creación de sus personajes y el ambiente planteado en la narración.


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               
del árbol miniatura y darle la forma de un bonsái que el personaje concibe como idóneo para representar en él
(a manera de espejo) su escritura, sus emociones y el modelo de relación de pareja que no pudo lograr.

   95  
                                                                         
3.1.3 Alejandro Zambra y Bonsái

Alejandro Zambra originario de Santiago de Chile, nació en el año de 1975; es licenciado

en Letras Hispánicas. Inicia su carrera literaria en la poética y poco después llegaría a la

narrativa. Entre sus libros de poesía están Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003); realiza

una colección de ensayos titulada No leer (2010) y las novelas Bonsái (2006), La vida

privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011), las cuales han sido

traducidas a varios idiomas; el cuentario Mis documentos (2013) y el reciente Facsímil

(2014).

Su novela Bonsái fue galardonada con el Premio de la Crítica como la mejor novela

chilena de 2006. Esta misma historia fue llevada a la pantalla grande con el mismo título

bajo la dirección de Cristián Jiménez, estrenada en Cannes en el año 2011. La obra del

autor chileno recoge elementos clave de la cultura japonesa, siendo así mismo el título de la

novela. En ella la presencia de un bonsái nos plantea el reflejo de las características de los

personajes y sobre todo de la manera de llevar la narrativa de la novela.

Bonsái es una novela corta que toma inicio narrándonos el final:

Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios
años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llamaba o se llamaba
Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final
Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura [… ] (2011:13)

La historia gira en torno a dos personajes indefinibles: Julio y Emilia. Ambos, estudiantes

de literatura, viven un romance muy intenso y posteriormente, por azares del destino, se

separan. Sostienen una relación en la cual Julio y Emilia se mienten mutuamente para dejar

   96  
                                                                         
fascinado al otro, y eso solo el lector llega a saberlo.

Mientras Julio vive su solitaria existencia intentando entender qué fue lo que perdió,

recuerda haber compartido con Emilia la lectura del cuento “Tantalia” de Macedonio

Fernández y de ahí retoma cuidar una plantita como símbolo de que el amor muere hasta

que ésta muera. Julio, ahora solo y atrapado en el pasado, decide que dedicará sus días a ver

crecer un bonsái, el que cuidará con un esmero casi obsesivo al tiempo que escribe un libro.

Solo que él apenas es consciente de que la historia que ha decidido escribir -inspirada por

un escritor al que conoció, de nombre Gazmurri- es su propia historia, pero con los

nombres de los personajes cambiados. Asistimos entonces a la soledad de Julio mientras

Emilia, como un fantasma, va apareciendo de tanto en tanto como un mero recuerdo. Un

recuerdo que a veces resulta amargo.

Macarena Areco reconoce un contenido metaliterario enlazado a la naturaleza y la

presencia de Japón, señala: “ [… ] si luego consideramos la estructura y la extensión del

relato también podemos percibir esta velada presencia del país de oriente, en tanto el

minimalismo es una de sus características en el imaginario occidental” (2013: 8). Por otra

parte, relaciona la propuesta narrativa de Alejandro Zambra con la descripción que Roland

Barthes33 ocupa para describir los espacios en el país oriental y sus diferencias con los

occidentales.

En el año 2009 se publicó No leer, del escritor Alejandro Zambra (1975). Su

contenido es una suma de ensayos, crónicas y reseñas elaboradas durante su trabajo en los
                                                                                                               
33
En su libro El imperio de los signos (2007), Roland Barthes realiza una descripción de Japón y puntualiza
datos como: “En el mercado flotante de Bangkok, cada comerciante se mantiene en una pequeña piragua
inmóvil; vende muy menudas cantidades de comida… Desde él mismo hasta la mercancía, pasando por su
esquife, todo es pequeño. La comida occidental, acumulada, dignificada, hinchada hasta lo majestuoso, ligada
a cualquier operación de prestigio, se orienta siempre hacia lo grueso, lo grande, lo abundante, lo copioso; la
oriental sigue el movimiento inverso, se expande hacia lo infinitesimal: el futuro del pepino no es su
amontonamiento o su condensación, sino su división” (23)

   97  
                                                                         
diarios Las últimas noticias y La tercera34. Uno de los ensayos que advierte sobre el interés

del autor en voltear a ver lo que sucede con la literatura de Oriente es «Tanizaki en la

penumbra». En este texto el autor expone la distancia que se marca al leer un texto cuyo

proceso de traducción se ha enfrentado a diversos métodos y conocimientos de quienes

realizan ese trabajo35. Señala en dicho ensayo la siguiente situación:

Tal vez suceda con [Jun'ichirō] Tanizaki lo que ha pasado, por ejemplo, con [Yasunari]
Kawabata, a quien también leemos en traducciones de traducciones, a menudo
encargadas a escritores que se las arreglan como buenamente pueden para recrear el
estilo o lo que ellos creen que es el estilo original. Esas traducciones son, a veces,
ejercicios asombrosos, pues no debe ser fácil imitar una prosa que nunca hemos, en
verdad, leído. En cierto modo imitamos, ahora, a los imitadores: imaginamos las
novelas de los japoneses del mismo modo que los japoneses admiraron, primero, la
costumbre occidental de escribir novela (No leer, 137).

A partir de estas reflexiones poco aleatorias podemos acercarnos a entender el proyecto

narrativo del autor chileno y la inclusión de un manejo de la diégesis a la manera de

autores nipones como una alternativa de creación.

En su primera novela, Bonsái (2006), Alejandro Zambra problematiza las relaciones

entre ficción y realidad desde el recurso literario de la metaficción. La trama es sencilla, la

                                                                                                               
34
Diarios publicados en Santiago de Chile.
35
En el año 2003, el escritor chileno Álvaro Bisama en su novela Caja negra (2006) realizaba una reflexión
en torno a estos conflictos de los procesos de traducción y de la distancia cultural entre Oriente y Occidente:
“Cambio de canal. Dan una película. Me quedo pegado. Sale Tsutomu Hiranuma. Un buen actor para el que
todo es una farsa, un hedonista, un diletante, alguien incapaz de tomarse en serio. Un tipo al borde de sus
facultades, más imbécil o más inteligente que el resto, en el límite del hastío y el agotamiento, de la
decadencia. Hiranuma es un paisaje, un universo que existe para ser contemplado. Él mismo esboza las
contradicciones, los discursos tensionados de la película. Hiranuma es Japón: algo kitsch pero zen, una mala
broma o un chiste racista que en realidad es una parábola. Es el mensaje del filme que Hiranuma subraya: no
entendemos nada, no vamos a entender nada nunca. El otro, los japoneses, la joven preciosa que aparece a
rescatarlo, son las infinitas modulaciones de un idioma en cuya traducción todo se pierde: múltiples
significados desaparecidos en la estética del aire.” (96)

   98  
                                                                         
novela es breve; se trata de dos estudiantes de literatura, Julio y Emilia, cuyas vidas se van

armando acorde a la lectura de diferentes autores, desde Yasunari Kawabata, Yukio

Mishima, pasando por Flaubert, Proust y otra serie de nombres conocidos. No obstante, la

historia de ambos llega a su fin con la lectura de un cuento de Macedonio Fernández, en el

que una pareja decide cuidar una plantita símbolo de su amor. Años después Julio escribirá

una novela titulada Bonsái, en la que un hombre se entera de la muerte de una novia de

juventud, y se encierra en su habitación a cuidar uno de estos árboles en miniatura como un

homenaje, incluso con la intención de conservar ese amor nunca olvidado.

El interés de este personaje (Julio) por darle forma y cuidado a un bonsái, visibiliza

un proyecto de vida al modo japonés: aparece una visión idealizada –que se propone desde

uno de los epígrafes que dan inicio a la novela (“El dolor se talla y se detalla” verso del

poeta chileno Gonzalo Millán) - construya una suerte de sanidad vital y asegurar que

después del fracaso existirá un giro de lo catastrófico. El bonsái, en su versión idílica y

material, cumple una función de esperanza final, una búsqueda de orden después del caos,

una preservación del amor después del amor. El cuidado del árbol japonés y el rito que

oficia Julio al crearlo él mismo, emula el tratamiento especial de aquellos que han sufrido

las desesperanzas sociales y personales, tales como las revela Kenzaburo Ōé en Una

cuestión personal.

Por otra parte, la palabra bonsái está cargada de un contenido metaliterario

significativo enlazado con una visión acerca de la naturaleza. Inmediatamente después del

título, el epígrafe de Kawabata (alterado por el autor)36, vuelve a marcar la importancia de

                                                                                                               
36
El texto original de Yasunari Kawabata, aparece en la novela Lo bello y lo triste (2009), como parte del
corpus del capítulo titulado “Primavera temprana”. Se lee: “Los años pasaban y la única persona que jamás
cambiaba era la adolescente de su libro”. (61)

   99  
                                                                         
Japón y, al hacer referencia a un personaje literario, da un primer indicio de su vínculo con

la metaficcionalidad: “Pasaban los años, y la única persona que no cambiaba era la joven de

su libro”. Y si luego consideramos la estructura y la extensión del relato también podemos

percibir esta velada presencia del país de Oriente, en tanto el minimalismo es una de sus

características en el imaginario occidental. Bonsái es una novela breve (94 páginas) con una

trama que se sintetiza desde el inicio de la diégesis: “Al final ella muere y él se queda solo”

(13).

La historia parece estar contada desde el inicio pero nos enfrentamos a otra

propuesta: la de la creación de un bonsái en paralelo, con un escrito titulado Bonsái. Julio

escribe una novela llamada Bonsái, muy a la manera en la que él supone que escribe

Gazmuri (otro autor que también está escribiendo una novela). Esta relación metaliteraria

enlaza la propuesta narrativa de Alejandro Zambra con la “novela del yo”, a la manera en

que Natsume Sõseki descubre en este modo una manera de hacer evidente las

circunstancias humanas y plasmarlas en la literatura, a modo de sátira.. En la «novela del

yo», como ocurre con Julio37, el autor forma parte del protagonismo que ocupa la historia y

se genera un nivel narrativo donde la figura del propio Zambra sufren una suerte de parodia

autoficcional, al modo que ocurre en la narrativa de Kenzaburo Ōé –en el caso de Una

cuestión personal- y Akutagawa –señalado en La vida de un idiota- . La producción del

árbol en miniatura refiere explícitamente a la escritura: “Cuidar un bonsái es como escribir,

piensa Julio. Escribir es como cuidar un bonsái” (87).

                                                                                                               
37
En la novela del mismo autor La vida privada de los árboles, el fenómeno se repite con el personaje
principal (Julián). Este personaje es descrito como “profesor de literatura en cuatro universidades de
Santiago” (26) y que también se dedica a contar historias aunque esta posición escritural se define desde un
ámbito doméstico: “Es profesor, y escritor de domingo. Hay semanas en que trabaja la mayor cantidad de
tiempo posible, a un ritmo obsesivo, como si tuviera enfrente un plazo que cumplir” (27).

100  
                                                                             
A partir de este símil, la novela parece enunciar una suerte de poética que liga

naturaleza y escritura, que como ya ha sido mencionado en esta investigación cumple con

ser un tópico recurrente de la literatura nipona: “Un bonsái es una réplica artística de un

árbol en miniatura. Consta de dos elementos: el árbol vivo y el recipiente. Los dos

elementos tienen que estar en armonía y la selección de la maceta apropiada para un árbol

es casi una forma de arte por sí misma” (85-86). La descripción, que enfatiza la importancia

de poner límites, parece ser una reflexión acerca de la necesidad del control en el arte y de

una suerte de mimesis develada estratégicamente. Hacia el final de la novela, el narrador de

Bonsái, señala: “El árbol sigue el curso que señalan los alambres. Dentro de pocos años,

pretende Julio, ha de ser, por fin, idéntico al dibujo” (91), es decir, anticipadamente,

idéntica a una poética japonesa.

Si entendemos que la literatura es ficción y la ficción es sinónimo de simulación de

obras que, sean o no noveladas, tratan de hechos y personajes posibles en mundos posibles

e imaginarios, Bonsái de entrada nos advierte su condición de artilugio, porque “al final

Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura” (13). Es decir, la invención de un

narrador que resultará ser el protagonista y que en un tono casi peyorativo señala que “el

resto”, vale decir “lo que sobra”, es lo que va a contar, una novela de “capítulos cortos […]

[de esas] que están de moda” (64), como plantea casi en el mismo tono otro de sus

personajes. Al parecer la única certeza que el lector posee es que “al final ella muere y él se

queda solo”, porque incluso los nombres de los personajes son producto de un acuerdo

entre quien cuenta la historia y el que la lee, acuerdo que se sella con un “pongamos que

ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama y se sigue llamando Julio” (13).

101  
                                                                             
Estos planteamientos abordados desde una postura teórico-ficcional nos develan,

mediante esos recursos del autor, una apropiación para recrear desde el título de la novela

el espacio propicio en el que defiende y define un proyecto literario donde Japón y su

presencia se aparta de ser un espacio idealizado y puro, para definirse como una estructura

contaminada, en este caso de múltiples autores que acompañan a los personajes a lo largo

de la novela.

Continuando con el tono que se ofrecen en las primeras líneas de Bonsái y la

advertencia del narrador al focalizar su interés en la historia de Emilia y Julio y advertirnos

que otros aspectos que pudieran conformar la atmósfera de la novela, así como la presencia

de otros personajes, son “el resto”, “literatura” (13), es enfrentarnos a un Alejandro Zambra

que descubrió y se apropio de la manera de narrar de autores como Yasunari Kawabata,

Yukio Mishima o Jun'ichirō Tanizaki, donde la propuesta naturalista está sobrada: la

narrativa de estos autores es limpia y no introduce elementos gratuitos a la narración, los

mundos y espacios que presentan son nombrados para crear una atmósfera narrativa

contada desde los personajes, no existe en la narrativa de estos autores nipones una

pretensión barroca. Del mismo modo en que operan estos autores, la narrativa de Zambra

continua con esa misma línea: una narrativa limpia y sin atributos sobrados38.

De acuerdo a lo mencionado en líneas arriba, el mismo Alejandro Zambra indica en

su ensayo sobre Tanizaki un reconocimiento de esa precisión presentada en la narrativa

japonesa: “Los escritores japoneses tal vez borraron lo que a la novela occidental, como

género, le sobraba. Quizás por eso, al reseñar sus libros, inevitablemente se habla de
                                                                                                               
38
Escribe Jun'ichirō Tanizaki, al final de El elogio de la sombra (2008), “En lo que a mí respecta, me gustaría
resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombras que estamos disipando… Me
gustaría ampliar el alero de ese edificio llamado «literatura», oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo
que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo.” (94-95)

102  
                                                                             
“precisión” o de “delicadeza” y hasta de “limpidez”, como dice Borges a propósito de

Akutagawa” (2006:138). Esta afirmación concebida se evidenciaría en el trabajo literario

presentado tanto en Bonsái como en La vida privada de los árboles39. La figuración de

“limpidez”, de “delicadeza”, es presentada en la voz de los narradores de ambas novelas.

La narración a lo largo de toda la novela está caracterizada por ser una prosa fría

que denota una cuidada elección y disposición de las palabras, el fingimiento y el engaño

cruzan la relación de los protagonistas quienes se unirán por lo que no leen y se separarán

por lo que efectivamente llegan a leer40. Conocemos a Julio y Emilia por sus posibles (dada

esa postura de fingimiento letrístico) mundos literarios y esto sucede del mismo modo en el

proyecto literario de Jun'ichirō Tanizaki –e incluso de manera menos presente en el de

Kenzaburo Ōé-: fue un escritor que dentro de sus obras citaba otras obras precedentes (de

su misma creación) y que a su vez explotaría en obras futuras41.

El Japón de Zambra es un significante que está y pretende dar signos de presencia

en la novela: tiene un valor estético en la narrativa que se contrapone a lo vulgar y a la

saturación de descripciones, y aunque la parte del erotismo y sensualidad tan discretamente

trabajada por los autores nipones se ve en desventaja frente a la propuesta de pasajes

                                                                                                               
39
Si bien en Bonsái este ejercicio no es declarado gráficamente, sino sólo en la estética propuesta, en La vida
privada de los árboles sí existe una declaración que afirma dicho interés por procurar lo exacto, lo preciso:
“Acaba de terminar un libro muy breve, que sin embargo le tomó varios años escribir. En un principio se
dedicó a acumular materiales: llegó a juntar casi trescientas páginas, pero luego fue descartando pasajes,
como si en lugar de sumar historias quisiera rescatarlas o borrarlas. El resultado es pobre: una escuálida resma
de cuarenta y siete hojas que él se empeña en considerar una novela” (27-28).
40
Desde el inicio de la novela se exhibe una relación contaminada por la mentira, cuando con impostada
intimidad los personajes se confiesan haber leído los siete tomos de En busca del tiempo perdido. A partir de
esa confesión-mentira se crea un simulacro de complicidad, de “dispersar frases que parecen verdaderas”
(25), de anularse y disimular las diferencias para recrearse desde la literatura y formar un bulto, una masa
informe e indiferenciada que los sitúa –bajo su óptica- en un lugar preferencial, el espacio de las letras, un
espacio que los hace mejores que ‘el resto, “ese grupo inmenso y despreciable” (26) que en la narración
apenas aparece dibujado.
41
Este mismo ejercicio es también notorio en Alejandro Zambra. Su obra La vida privada de los árboles ha
tenido una recepción en la que se le figura como la “hermana” y/o continuación de Bonsái.

103  
                                                                             
narrativos presentados por el autor en donde el narrador cuenta las aventuras sexuales de

los personajes, se justifica porque obedece más a un modo de reflejar una época de

juventud a la manera occidental. El erotismo y sensualidad de la narrativa nipona no está en

los personajes sino en la escritura del autor. El signo japonés está presente en la nobleza y

gracia erótica dibujada en la manera de describir los objetos y las conductas más banales,

con firmeza pero con el deseo de hacer una propuesta estética, de un estilo.

El único rasgo de presencia de “inspiración erótica” a la manera japonesa (31)

aparece en el apartado de la novela nombrado “Tantalia”, cuando los personajes después de

acostumbrarse a leer en voz alta, el narrador nos menciona que El pabellón de oro de Yukio

Mishima es una fuente de inspiración.

El espacio literario en Bonsái adquiere connotaciones paródicas. Se nos presenta un

texto que imita críticamente a otro texto preexistente por medio del recurso de la ironía, con

el fin de desafiar las mismas bases de aquello que critica. Por una parte, en la novela de

Zambra se reconoce toda una tradición literaria que los personajes leen, pero la pregunta es

cómo la leen, de qué forma como estudiantes de literatura y como lectores42 entienden se

apropian de esa tradición desde Santiago de Chile del siglo XX. Sin embargo, este espacio

de lo parodiado no sólo se da en la metaficción de la novela, sino que genera un radio más

amplio en el que el autor parodia el espacio, estructura y motivos presentes en la narrativa

japonesa.

                                                                                                               
42
Con una actitud que finalmente evidencia ser bastante conservadora, tanto Julio como Emilia son una suerte
de intelectuales snob que toman al pie de la letra los lugares comunes de la literatura, porque ambos
pertenecen al grupo de “los jóvenes tristes que leen novelas juntos, que despiertan con libros perdido entre las
frazadas, que fuman mucha marihuana y escuchan canciones que no son las mismas que escuchan por
separado” (40), jóvenes que cuidan cada una de sus palabras y las exponen como si fuesen trascendentes,
personajes que se cuidan de tener “amistades vulgares” (74) y tienen horror de caer en lo corriente.

104  
                                                                             
Existe en la obra de Zambra la posibilidad de que esa parodia sea un homenaje a

autores como Yukio Mishima o al mismo Yasunari Kawabata de quien aparece un epígrafe

al iniciar la novela. Sin embargo dicha posibilidad se desvanece cuando se confronta la cita

con la del autor y es evidente la alteración en el enunciado. Por otra parte, este mismo

episodio puede significar en sí la propuesta de Alejandro Zambra y que tan bien señalaba

en su ensayo “Tanizaki en la penumbra”, en el que sostiene la baja posibilidad de estar

leyendo verdaderamente al autor dada la imposibilidad de la certeza de las traducciones. La

traducción se enuncia desde el universo zambriano como creación de otro texto.

Tras la lectura hecha por los personajes del cuento de Macedonio Fernández

“Tantalia”, la relación de estos empieza a decaer. Se afirma una insatisfacción de los

personajes zambrianos y de los personajes del cuento, quienes se sienten tentados a

alcanzar una felicidad a la que no pueden acceder porque viven su realidad de manera

absurda, simbolizando su amor en una planta que ellos mismos terminan desechando por

cobardía. La lectura del cuento en Bonsái marca el quiebre de la relación amorosa entre

Julio y Emilia, a pesar de que ambos intentan prolongarla imaginando e incluso

protagonizando, escenas que harán “más bello y más triste”43 (37) el desenlace, muy a la

manera de enunciación de Yasunari Kawabata. La pareja termina así ficcionalizándose

conscientemente dentro de la ficción de la que ellos mismos forman parte.

En una entrevista realizada por Nicolás Vicente Ugarte, Alejandro Zambra revela de

Bonsái, en un contexto en el que la pregunta versaba sobre el tema de la dictadura y las

movilizaciones sociales de la postdictadura durante el año 2011: “Yo creo que Bonsái es

                                                                                                               
43
En la novela se lee: “Desde que leyeron «Tantalia» el desenlace era inminente y por supuesto ellos
imaginaban y hasta protagonizaban escenas que hacían más bello y más triste, más inesperado ese desenlace”.
(36-37)

105  
                                                                             
una novela sobre ese tiempo. Éramos árboles reprimidos entonces, nos alambraron en una

cierta dirección, para que fuéramos a favor de la corriente”. (2014: 67). Esta íntima

declaración de Alejandro Zambra, propone recordar las declaraciones que en su momento

realizó el escritor Kenzaburo Ōé cuando se le preguntaba sobre sus explícitas novelas como

Una cuestión personal o Arrancar las semillas, fusilar a lo niños.

Bonsái se vuelve escritura de la escritura, la novela que el personaje de ficción

escribe pero que llega a las manos de nosotros, sus lectores, desarticulando los límites

convencionales entre lo real y lo ficticio. En ella la metaficción y la apropiación de la

literatura realizada por los personajes son estrategias que parodian ciertos tópicos literarios

y que evidencian la participación en el texto de motivos japoneses recurrentes, mismos que

sirven para conciliar y articular un mundo imaginario del cómo se estructura la narrativa

nipona.

Así habría que señalar que la obra de Alejandro Zambra no es una escritura hecha a

la manera de la novela japonesa, sino cómo el escritor concibe dichas textualidades de

Oriente son, situación que es una ventaja pues le ha permitido elaborar un proyecto creativo

con matices, hacia una escritura que explora otras posibilidades en el campo de la literatura

latinoamericana.

Recientemente James Wood, en su artículo “Story of my life. The fictions of

Alejandro Zambra” (2015) puntualiza sobre la diferencia de registro que el autor de Bonsái

está trabajando con respecto a la de sus antecesores y contemporáneos. Wood al revisar la

obra completa, sin incluir Facsímil (última novela publicada por el autor, 2014), concluye:

106  
                                                                             
What appears to torment Zambra is, in fact, the old realist dream of an infinite novel, a
fiction that haplessly captures all of life, a novel that has escaped the artificiality of
form, that has vanquished the aestheticism of authorial selection: a long book about a
whole year, say; a book made up of nothing but inventoried reminiscences; the blank
page before it has become a book, as open to life as a camera or a microphone, waiting
to be filled up with existence—the “accidental” book that would perforce become a
“necessary” one.

Alejandro Zambra juega con las posibilidades de hacer novela: desde apelar a la memoria,

al duelo, a la innovación, a las formas de estructurar el texto. Sus posturas críticas y sus

intentos por teorizar sobre la traducción le hacen no sólo crear una novela al modo de la

narrativa japonesa sino metaforizar con japonerías su obra completa: El árbol miniatura son

sus novelas breves como proyecto literario; el contenedor, la estructura empleada para darle

forma al texto mismo.

107  
                                                                             
CONCLUSIONES

Escribir sobre la literatura japonesa, sin hablar, leer o entender japonés, ha supuesto un

trabajo que se vio predispuesto al alcance de traducciones de la literatura japonesa hechas al

inglés o, en el mejor de los casos, al español. Esta tesis que se realizó durante dos años de

investigación pretendió ser un acercamiento a una lectura que rebasara fronteras

geográficas y lingüísticas. Se pusieron en juego elementos teóricos, literarios, ideológicos,

culturales y la interpretación del lector, como inacabadas veces lo sugirió Barthes.

Esta investigación ofreció un enfoque desde donde se conjuntaron inquietudes y

teorías que establecían la relación entre el modo de captar el exterior (en el sentido del Otro

y también de lo geográfico); el análisis de aquellas teorías que ofrecían estudiar a los

discursos como posibilidades de interpretación, dejando de lado modos estructuralistas,

sirvieron para justificar la operación que percibíamos latente en las obras de los autores

estudiados durante esta investigación.

El universo literario nipón con todos sus rasgos propios y tradicionalistas de su

cultura, potencializaron universos con motivos persistentes de ese cosmos pero con

apropiaciones e intención de trasladar un mundo ajeno a uno propio: un Oriente

occidentalizado, un orientalismo en segundo grado como lo utilizaría Felipe Ríos Baeza.

Esas propuestas narrativas con carácter de nuevo originaron obras como El jardín de la

señora Murakami de Mario Bellatin, “Bonsái” de Guadalupe Nettel y Bonsái de Alejandro

Zambra, en las cuales en algunas era exageradamente notorio el vínculo con la narrativa

nipona y en otras, había que develar con los pequeños motivos presentes, el acercamiento

tan grande y de contenido oculto con algunos autores japoneses.

108  
                                                                             
Obtuvimos que tal como lo señala la teoría de la intertextualidad, los textos que

pudimos asociar frente a los que teníamos como muestra de investigación, eran un conjunto

de textos que al estar almacenados en nuestra memoria orientaban la lectura del texto que

teníamos enfrente. Sin embargo, tal como lo señaló Roda P. Roberts, advertimos un estilo

propositivo de los escritores mexicanos y del chileno, además de destacar que cada uno

introdujo elementos culturales ajenos a una nueva sociedad (la mexicana y la chilena). Esta

recepción de motivos nipones reveló entre los escritores estudiados su manera de articular

un constructo imaginario de lo que es Oriente a partir de una concepción occidental.

Durante este trabajo la intención fue revisar y analizar el territorio imaginado o

mimético por los autores para tratar de responder si existía una evidencia estética entre la

novela japonesa y la mexicana, así como de la obra de Alejandro Zambra; se presentaron

los vínculos de un Japón literario que se evidencia en las obras de estos tres autores. Es

decir, el universo nipón, manejado como imaginerías japonesas (por el modo en el cual

cada autor logró su apropiación), su modo de uso y su posible funcionalidad fueron el

interés de este trabajo. Dado que se trata de un territorio inventado decidimos utilizar las

categorías Japonismo y japonerías para referirnos, en el caso del primero, al universo

japonés que se hace presente en Occidente; en el caso del segundo, para referirnos a los

elementos propios de la cultura japonesa que se hallaban presentes dentro de cada uno de

los textos.

El proceso de esta investigación nos permitió hacer evidente la intención de los

escritores hispanoamericanos de descentralizar el interior de Japón, su cultura, y de

traspasar a través de las poéticas de cada uno la lejanía geográfica con Oriente. Nos

enfrentamos con esto a autores que con el uso de “japonerías”, lograron salir de la amenaza

109  
                                                                             
de la repetición de géneros. No más novela de detectives, de novela psicológica, de

realismos; estos autores encontraron bonsáis, vasijas de porcelana, jardines, un refugio ante

la amenaza de la monotonía literaria.

Por su parte, Mario Bellatin ha sido y continuará siendo un autor que se arriesga, sin

temor a los juegos lingüísticos, con las variantes temáticas. El jardín de la señora

Murakami nos mostró un escritor conocedor de la cultura japonesa, de la literatura nipona,

de las filosofías orientales y que haciendo uso de este conocimiento logró una obra fundada

en el universo nipón pero con destellos de burla hacia las estructuras seguidas durante la

traducción de textos. Los ritos ceremoniosos y la relación del individuo con la naturaleza,

fueron dos motivos japoneses entre los cuales Bellatin hizo notar su apropiación de ese

universo oriental y lograr entonces una versión occidentalizada.

Guadalupe Nettel desde su relato breve “Bonsái” nos confirmó los vasos

comunicantes de su propuesta literaria con el autor Haruki Murakami. Los espacios y los

personajes en el cuento hicieron evidente demostrar en “Bonsái” una especie de homenaje

al creador de Crónica de pájaro que da cuerda al mundo. Este apego con Murakami es

manifiesto en el modo de tratar las relaciones amorosas: en ambos autores siempre uno

queda solo, haciendo una reflexión de la individualidad y del no saber establecer vínculos

que satisfagan la entereza del otro. Si bien el relato “Bonsái” del año 2007 es un homenaje

al escritor nipón predilecto de la autora, para el año 2013 en el cuento “El matrimonio de

los peces rojos”, Guadalupe Nettel logra apropiarse aún más del universo japonés. Alcanza

en este un último relato hacer evidente que las lecturas que se han hecho de Oriente generan

en los escritores occidentales una posibilidad de acercarse a concebir u obtener una

experiencia similar de lo que es la cultura nipona y su relación con la naturaleza. La manera

110  
                                                                             
en al cual se manifiestan las japonerías en este relato ofrecen un modo alternativo de

conocer a los personajes de la narración a través de unos peces rojos que son un regalo

dado un matrimonio joven en espera de su primera hija. Una de las constantes en la

narrativa nipona es manifestar la relación del individuo con la naturaleza, provista de

armonía y control; la posibilidad de destrucción opera mayormente al modo del imaginario

occidental. Es precisamente en este rasgo donde “El matrimonio de los peces rojos”

muestra un trabajo más creativo por parte de Guadalupe Nettel, debido a que logra obtener

del universo nipón ciertos rasgos pero logra apropiarlos y explotarlos en su propia

narrativa; esto es: se separa de la profundidad sintoísta con la que los autores nipones

enmarcan su narración. Esta misma temática se hace presente en otras obras de la autora

mexicana, como en la recién publicada Después del invierno (2014) y en la columna que

colabora para el diario El País.

Mirando hacia el cono sur, Alejandro Zambra y su Bonsái le sirve al autor para

ejemplificar lo que ya enunciaba en su ensayo “Tanizaki en la penumbra” en el cual

advierte el distanciamiento bajo el cual se leen obras de las que se desconoce el idioma.

Zambra propone una separación con la prosa condensada y extensa y crea a modo de

parodia una narrativa con tintes nipones. Sigue una estilística al modo de Jun'ichirō

Tanizaki, introduce un elemento simbólico para la cultura japonesa y desarrolla una, dos,

tres historias en paralelo al crecimiento del árbol miniatura. Ese personaje-autor que recorta

y da figura al bonsái, simula el trabajo de las traducciones, en el que el mismo Alejandro

Zambra reconoce se produce un moldeo de acuerdo al campo cultural del que traduce que

el texto es un resultado, muchas veces, lejano al texto original.

111  
                                                                             
Presentar a tres autores que casi se empatan en una brecha generacional, permitió

generar un corpus que ejemplificara un interés nuevo por absorber escenarios, símbolos,

ambientes, modos de narrar y estructurar ajenos. Mario Bellatin (1950), Guadalupe Nettel

(1973) y Alejandro Zambra (1975) nos señalaron a través de su narrativa el hecho de

retomar la literatura nipona como un rasgo que deviniera en un apropiación de al modo de y

generar algo nuevo.

Los autores presentados tuvieron puntos de convergencia en los motivos que

introducen en sus novelas y cuento, tales como: a) sugerir por explicar, b) empleo de la

metáfora, c) espacios, lugares/viajes, d) personajes al modo nipón, e) presencia del

sintoísmo.

Finalmente, aunque autores como Mario Vargas Llosa y José Donoso ya habían

recurrido a las japonerías, en menor medida (el primero en su novela La casa verde (1965)

con su personaje Fushia, y el segundo con El lugar sin límites (1966) con el personaje de

“la japonesita”), habrá que continuar bajo la línea presentada durante esta investigación y

revisar las propuestas de autores como Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) y su novela

Wasabi (1994), Álvaro Enrigue (México, 1969) con su relato “Un samurái ve el amanecer

en Acapulco” (2013), Isabel Allende (Perú, 1942) con la reciente novela El amante japonés

(2015), Pablo Simonetti (Santiago, 1961) con la novela Jardín (2014), Roberto Brodsky

(Santiago, 1957) y la novela Bosque quemado o Tryno Maldonado (México, 1977) con su

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

 
A
Abe, 43, 48 I
Akutagawa, 41, 42, 47, 58, 63, 68, 75, 84, Ibuse, 47
103, 105  
Areco, 6, 76, 85, 99
K
Aristimuño, 66
 
  Kawabata, 8, 29, 42, 48, 52, 54, 60, 62,
B 63, 68, 70, 73, 74, 75, 79, 84, 100, 101,
102, 104, 107, 108
Bajtin, 19, 21
Barthes, 5, 10, 18, 23, 24, 25, 100, 110
Kawakami, 48, 59
Bassnett, 16, 26
Keene, 54, 55
Bellatin, 1, 6, 7, 8, 9, 10, 38, 44, 63, 65,
Kristeva, 5, 7, 10, 16, 17, 18, 19, 20, 21,
73, 74, 75, 76, 77, 80, 81, 82, 83, 84,
22, 24
110, 112, 114, 119, 123
 
Bisama, 100
  L

C Llovet, 13, 32
 
Compagnon, 18
  M

D Masiello, 56
Mishima, 42, 57, 62, 63, 68, 84, 101, 104,
Dazai, 42, 48
106, 107
 
Murakami,
F Haruki, 45, 48, 50, 62, 63, 65, 71, 82,
Fanon, 10, 34, 35 83, 85, 88, 89, 90, 91, 92
Fernández, 99, 101, 107, 117 Ryū, 45, 48
   

G N

Guillén, 13, 19, 20, 25, 26 Navarro, 22, 23


  Nettel, 1, 3, 6, 7, 8, 9, 10, 38, 58, 63, 65,
70, 73, 82, 84, 87, 89, 90, 92, 93, 94,
H 95, 96, 97, 110, 112, 114
Hiraide, 52, 125

124  
                                                                             
O Takuboku, 4
Ōé, 42, 43, 48 Tanizaki, 8, 9, 10, 29, 44, 45, 47, 52, 56,
Ortiz, 59 59, 63, 68, 70, 73, 74, 75, 79, 83, 100,
  104, 105, 106, 107, 113
Tsurumi, 46
P  
Paz, 64, 85, 122
  U
Uno Chiyo, 53, 55, 77, 95, 100
R  
Riffaterre, 16, 54
V
Ríos, 1, 5, 75, 110
Rubio, 47 Vega, 26, 33, 34
   

S Y

Said, 7, 10, 31, 32, 33, 34, 36, 46 Yoshimoto, 45, 48, 57, 58, 63, 70
Shikibu, 50, 75, 83, 84, 118 Yoshimura, 48, 52
Shōnagon, 50  
Sōseki, 9, 41, 47, 63, 74 Z
Steiner, 13
Zambra, 1, 3, 6, 7, 8, 9, 10, 29, 30, 38, 44,
 
58, 63, 65, 70, 73, 80, 97, 98, 99, 100,
T 101, 102, 104, 105, 106, 107, 108, 109,
Tablada, 64 110, 111, 113, 114
Tai, 27 Žižek, 35, 36, 37, 119

125  
                                                                             

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