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Winnie Pooh y el

Pequeño Efelante

Walt Disney Pictures


presenta
Winnie Pooh
y el Pequeño Efelante

U
n día, en el siempre apacible Bosque de los Cien Acres, un sonido muy
extraño despertó a Rito. Parecía venir de algún lugar entre los árboles.
“¡Mamá!”, dijo Rito mientras intentaba mirar hacia afuera a través de la
ventana. “Escuchaste ese sonido?”.
Cangu levantó a su hijo para ayudarlo a alcanzar la ventana. “Qué clase
de sonido, cariño?”. “No sé”, dijo Rito. “Era un poco raro”. Pero Rito no era el
único que había escuchado el ruido. De pronto, Pooh, Piglet y Tigger llegaron
corriendo a su ventana. “Buenos días, Pooh!”, dijo Rito. “Oh, espero que sea
una buena mañana”, contestó Pooh.
“¿Qué está pasando?, preguntó Rito.
“A dónde va todo el mundo?”
“A la casa de Conejo”, le dijo Piglet.
“Él sabrá qué hacer... espero”.
Cuando llegaron a la casa de
Conejo, todos le contaron sobre el ru-
ido fuerte y misterioso que los había
despertado. “Bueno, lo que tenemos
aquí es un misterio”, dijo Conejo. En
ese momento, Rito vio algo que llamó
su atención. “Miren, encontré una huella!”, gritó. Tigger rió y le dijo: “Oh, eso es
imposible” Conejo observo detenidamente la marca en el suelo y, algo angustia-
do, dijo: “Esta gran huella le puede pertenecer a... un efelante!” Entonces Conejo
llevó a los amigos hasta la parte más lejana del Bosque. “Viven por allá”, susurró
Conejo.
Después, Conejo y Tigger contaron historias aterradoras sobre los efelan-
tes. Dijeron que eran muy grandes y que, si bien parecían graciosos, en realidad

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eran malos. Cuando Rito escuchó esas
terroríficas historias, dijo entusiasma-
do: “¡Vamos a atraparlo!”.
Conejo se puso algo nervioso y
le explicó que eso era imposible, pero
Rito lo convenció diciendo que se
harían famosos por ser los primeros en
cazar a un efelante.
“Regresen todos con sus equi-
pos y les enseñaré cómo se hace,” dijo
Conejo. Cuando los amigos regresaron al lugar, nadie había traído el equipo que
Conejo había imaginado. “Alguien trajo algo útil”, pregunto Conejo. “Yo traje una
cuerda”, gritó Rito. “Vamos todos juntos a atraparlo”. Conejo carraspeó nervios-
amente otra vez y le dijo: “Espera un momento, Rito. Ir en busca de un efelante
es muy peligroso. Eres muy pequeño. Puedes salir lastimado”. “¿Quieres decir
que no puedo ir?”, preguntó Rito. “Sí, lo siento Rito,” respondió Conejo.
En ese momento Cangu llamó a Rito. El pequeño, muy triste, se fue a su
casa. Al irse, llegó a escuchar que Conejo y los demás se encontrarían al día sigui-
ente para iniciar la gran expedición.
Esa noche, Rito practicó formas de atar con su cuerda. “Yo podría cap-
turar al efelante igual de bien que los demás”, se dijo a sí mismo. “¿Es por eso
que estás protestando?”, preguntó Cangu. “Efelantes?”. “¡Si!”, respondió Rito
acercándose a su mamá. “Tienen seis cabezas, bocas llenas de dientes filosos y
una cola grande y llena de púas. Podrían derribar una casa de un golpe!”. “¡Qué
barbaridad!”, dijo Cangu. “Y todos van a ir a atrapar a uno, menos yo. No es
justo”, dijo enojado Rito. “Soy lo suficientemente grande como para atrapar a un
efelante, ¿verdad mamá?”, suspiró Rito. Cangu le sonrío con ternura y le dijo:
“¿Qué tal si empiezas con un buen y largo sueño, hijito?”. Y así fue como Rito
soñó toda la noche con la gran cacería del efelante.
Al otro día, por la mañana, Rito pensó: “Si los demás no quieren que vaya
a su cacería de efelante, entonces yo haré mi propia expedición”. Rito tomó la cu-
erda, algo para comer, y salió de su casa. Afuera encontró una huella de efelante
y se quedó mirándola un ratito. Se sentía listo para buscar al efelante.
Mientras tanto, en otra parte del Bosque, Pooh, Piglet, Igor y Tigger tam-
bién se preparaban para su expedición. Eufórico, Conejo guió a los demás hasta

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los límites del Bosque, donde habitaban los efelantes.
No tan lejos de allí, moviéndose con cautela, Rito avanzaba entre los ár-
boles. Pero algo lo seguía de cerca. Cuando apoyo sobre el pasto su vianda, apa-
reció una trompa que luego de olfatearla se comió todo. Cuando Rito miró su
comida, notó que había desaparecido!
“Quién... ¿quién está ahí?”, preguntó Rito. Entonces vio que unas migas
habían quedado en el pasto, formando un camino, y decidió seguirlo. Así llegó
hasta un molino. Rito tomó coraje y entro. En la oscuridad del molino, una trom-
pa lo toco suavemente. “¡Aaah!”, gritó Rito. Sólo se percibía una sombra oscura
con una gran trompa. “¡Ahora te toca atraparme!”, dijo la sombra riendo. Rito
miró la sombra y dijo: “Tengo que irme”, y huyó hacia la puerta. La sombra le
cortó el paso y le dijo: “Pero ahora tienes que atraparme. ¿o no quieres jugar?”.
“No puedo”, dijo Rito. “Tengo que atrapar a un efelante”.
Tras gritar de alegría, la figura se abalanzó sobre Rito. Ambos cayeron
fuera del molino y el sol les permitió verse bien. “ Bravo! ¡Puedes atraparme a
mí! Yo soy un efelante”. Rito miró al efelante. No se parecía en nada a la de-
scripción de Conejo. “Si eres un efelante; ¿dónde están tus cuernos y tu cola
con púas?’ preguntó Rito. “No lo sé”
dijo el efelante. Rito le preguntó: “¿Es-
tás seguro de que eres un efelante?”.
“Mi mami dice que lo soy”, respondió
el efelante.
Entonces Rito le arrojó la cuerda
para atraparlo y dijo: “En nombre del
Bosque de los Cien Acres, ¡te captu-
ro!”. “Está bien”, murmuró el efelante

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mientras se dejaba atrapar. “A qué jugamos ahora?” “No podemos jugar”, le
explicó Rito. “Tienes que venir conmigo”. “¿Por qué?”, preguntó el efelante.
“Porque te he atrapado y... porque soy un adulto”, le contestó Rito. “¡Guau!, en-
tonces ya debes poder hacer sonar tu trompa”, dijo el efelante mientras intentaba
hacer un sonido con su trompa. “Yo todavía no he podido. Mi mamá dice que lo
podré hacer cuando crezca”.
En ese momento, Rito escuchó el mismo sonido extrano que lo había des-
pertado la mañana anterior. “¡Tengo que irme! Esa es mi mamá”, dijo el efelante.
“No te vayas todavíal, le pidió Rito. “Vamos a ver a mis amigos y después puedes
regresar con tu mami, ¿sí?”. “Bueno, está bien”. Y se fue detrás de Rito. “Me
llamo Lumpy. ¿Cómo te llamas?”, preguntó el efelante. “Rito”.
Mientras, del otro lado del Bosque, Pooh y Piglet creyeron ver a un efelan-
te, pero en realidad eran Conejo y Tigger. Así que terminaron atrapándose ¡entre
ellos mismos!
Cuando Rito y Lumpy llegaron al límite que dividía el bosque de los
efelantes y el Bosque de los Cien Acres, Lumpy se detuvo. “No debo de ir a
esa parte del bosque. Seres que espantan viven ahí”, dijo Lumpy. Rito se rió
y dijo: “Ahí es donde yo vivo. Y juro
que no hay ningún ser que espante”.
“Sí los hay”, insistió Lumpy. “Hay
uno anaranjado con rayas que rebota
y grita ‘Hoo-hoo-HOO’ y luego cae”.
“No, no. Ese es Tigger. ¡Es muy diver-
tido!”, le explicó Rito divertido. “Oye,
Lumpy, ¿estás realmente asustado,
verdad?”, preguntó Rito. “Pero te digo
que mis amigos no espantan”, insistió,
mientras se preguntaba cómo podía ser
que Lumpy tuviera miedo. “No hay nada malo aquí”. “¿Me lo prometes?”, dijo
Lumpy. “Te lo prometo”, respondió Rito. Y juntos atravesaron el límite y en-
traron al Bosque de los Cien Acres.

Mientras tanto...

“¡Vamos!”

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“No más diversión ni juegos. El efelante ni siquiera está cerca”, gritó Conejo.

Pero muy cerca de allí un efelante de verdad trompeteaba preocupado.


Piglet vio que las plantas se movían y todos se escondieron en un tronco hueco.
“¡Ahí viene!”, gritó Piglet. Pero sólo se trataba de Igor, que salía de entre los ar-
bustos. “Hola”, dijo Igor, mientras el tambaleante tronco salía rodando con todos
adentro.
Entretanto, Rito llevó a Lumpy a visitar la casa de Pooh. Pero no había
nadie allí. El estómago de Lumpy empezó a hacer ruido. “Perdón, mi mami
siempre me da algo de comer a esta hora”. Y antes de que Rito pudiera detener-
lo, ¡Lumpy se empezó a comer la miel de Pooh!
Al salir ellos golpearon la puerta y los tarros do miel cayeron al piso. “¡Oh,
oh!”, dijeron Lumpy y Rito. Entonces fueron a la casa de Conejo, pero tampoco
lo encontraron. Lumpy vio una gran sandía y se la comió. Luego él y Rito se pu-
sieron a jugar con las verduras del jardín, que quedó hecho un desastre.
Como habían quedado muy sucios, Rito llevó a Lumpy al arroyo y le en-
señó a zambullirse. Lumpy a su vez le enseñó a Rito cómo sacar el agua con la
trompa y salpicar.
Rito y Lumpy decidieron perseguir algunas nubes. Lumpy tomó su cuerda
para que Rito lo guiara, pero Rito la rechazó. “Lumpy”, dijo Rito, “ya no estás
atrapado”. Rito le quitó la cuerda y la tiró a un lado.
Mientras Rito y Lumpy seguían jugando, Pooh, Piglet, Tigger y Conejo
regresaban a casa. “Hemos regresado de una exitosa expedición de efelantes”,
les dijo Conejo a todos. Pooh se quedó pensando y le preguntó: “ Estás seguro
de que fue exitosa, Conejo?”. “Claro que si”, respondió Conejo. “Mira a tu alre-
dedor. ¿Ves a algún efelante?”.
En ese momento todos vieron las
huellas que Lumpy había dejado mien-
tras caminaba con Rito. Las siguieron
y vieron que éstas conducían a la casa
de Pooh. Allí se encontraron muchos
tarros de miel rotos. “Oh”, dijo Pooh.
“Conejo, creo que la expedición no fue
para nada exitosa”

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Entonces Tigger fue al jardín de Conejo. El desorden lo sorprendió Cuan-
do Conejo vio su jardín, dijo horrorizado: “¡El efelante está entre nosotros!”.
Tigger, Pooh y Piglet corrieron como locos gritando, pero Conejo los detuvo.
“¡Ya basta!”, “¡Necesitamos poner trampas por todos lados”
Pusieron manos a la obra, y con una jaula, una red, una polea, ollas y
sartenes, un colchon, una plancha, un hoyo oculto entre ramas, un poco de miel
como carnada y mucho trabajo, terminaron su trampa.
Lumpy y Rito jugaban, cuando escucharon a la mamá del efelante llamarlo
a lo lejos. “De verdad me tengo que ir”, dijo Lumpy. “Se escucha preocupada”.
“¡Vamos!”, dijo Rito. “Te ayudaré a encontrarla”
La Mamá Efelante había encontrado las huellas en el molino, pero no
podía encontrar a su pequeño. Mientras, también Cangu estaba buscando a Rito.
Rito llamó a la mamá de Lumpy, pero parecía estar cada vez más lejos. Lumpy
comenzaba a desesperarse.
Rito decidió buscar a Cangu. “Ella siempre sabe qué hacer”, dijo contento.
Pero en ese momento su amigo no lo escuchó porque estaba asustadísimo cor-
riendo, perseguido por Pooh, Tigger, Conejo y Piglet.
“¡Lumpy! ¡Espera!”, gritó Rito
mientras corría detrás de su amigo,
pero éste ya había caído en la tram-
pa para efelantes. “Dijiste que no me
darían miedo”, sollozó Lumpy. “Lo
prometiste”. “Oh, Lumpy”, dijo Rito.
“Lo siento mucho”.
Rito trató de sacarlo de allí, pero
no pudo ayudar a su amigo. Cone-
jo y los demás lo llamaban a lo lejos.
¡No podía permitir que encontraran a
Lumpyl Afortunadamente, Rito pudo
deshacer un nudo que ataba la jaula y
ésta se abrió. ¡Lumpy estaba libre! Rito
y Lumpy se abrazaron felices. “Vamos
de regreso a casal”, dijo Lumpy.
En ese momento, Cangu y los
demás encontraron a Rito y pensaron

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que el efelante lo había capturado. Así que Conejo, Pooh, Piglet y Tigger lanza-
ron sus cuerdas y atraparon a Lumpy.
“En nombre del Bosque de los Cien Acres... te hemos capturado!” gri-
taron. “¡No!”, gritó Rito. Sus amigos se detuvieron sorprendidos. “Déjenlo ir”, les
pidió Rito. “Lo están asustando. Los efelantes no son grandes, ni asustan. Lumpy
es mi amigo!”. Rito le dio una palmadita a Lumpy y dijo: “Él es un niño, como
yo”.
Pronto se dio cuenta de que tendría que convencer a sus amigos. “Se asus-
ta”, le dijo Rito a Piglet. “Y le gusta la
miel”, le explicó a Pooh “Y hasta está
aprendiendo a rebotar”, le contó a Tig-
ger.
Uno por uno, Piglet, Pooh y Tig-
ger soltaron sus cuerdas. Sólo queda-
ba la cuerda de Conejo. “Tú también
debes dejarlo ir, Conejo”. Conejo final-
mente soltó su cuerda.
Lumpy huyó. Y al alejarse de los
aterradores amigos de Rito, cayó por
una pendiente. “¡Lumpy!”, gritó Rito,
y enseguida tomó una cuerda para ayu-
dar a su amigo. Así logró frenar la caí-
da de Lumpy, pero fue jalado hacia un
hoyo lleno de árboles secos. “¡Aguan-
ta, Rito!”, gritó Lumpy. “ Tengo una
idea!”. Lumpy corrió a los límites del
Bosque, e hizo sonar su trompa “ Ta-
root! Taroot!”. Por fin lo había logra-
do!
Entonces se escuchó otro gran ruido, era la mamá de Lumpy! “Mamini!”,
gritó Lumpy. “No te preocupes Rito, mi mami viene en camino”, le dijo Lumpy a
Rito. “¿Mami?*, susurro Conejo, quien se quedo helado al imaginarse a la Mamá
Efelante.
La mamá de Lumpy, muy enojada, aparecio enseguida y le preguntó a
su hijo dónde había estado todo ese tiempo. “Oh, mi pequeñín! Me preocupé

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mucho por ti”, le dijo abrazándolo. “Estoy bien, mami, pero mi amigo Rito está
en problemas. ¿Lo puedes ayudar?”, dijo Lumpy. “¡Rito! ¿Puedes escucharme,
pequeño? No te preocupes. Soy la mamá de Lumpy. Yo te ayudaré a salir”, le
gritó.
Con cuidado, Mamá Efelante arrojó a un lado los grandes troncos. Todos
la miraban sorprendidos. Ninguna trampa hubiera podido detenerla. Entonces
Mamá Efelante tomó a Rito con su trompa y, con dulzura, se lo dio a Cangu.
“¡Oh Rito! ¡Estaba muy preocupada!”, le dijo Cangu a Rito, después de
abrazarlo fuerte. Lumpy también abrazó a su mamá. “ Lo hiciste, mami!”, dijo fe-
liz. “¡Y tú pudiste hacer sonar tu trompa!”, exclamó orgullosa la Mamá Efelante.
Tigger y Conejo miraban asombrados; los efelantes no eran como ellos
imaginaban. “Oh Conejo”, dijo Pooh. “Por eso estaba aquí el efelante: estaba
buscando a su bebé”
Ya todo se había aclarado, la expedición había finalizado y los efelantes
debían volver a su casa. Pero Rito y Lumpy querían seguir jugando. Comprensi-
vas, las dos mamás los dejaron divertirse un rato más. Todos estaban felices por
haber hecho buenos y nuevos amigos.

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