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Jerusalén es la capital de Israel y su ciudad más grande y poblada, con 804,355 residentes en un área de
125,1 kilómetros cuadrados1.
Fundación : 3000 a. C.
Superficie : 125,1 km²
Clima : 14°C, viento del NO a 5 km/h, humedad del 96%
Población : 780.517 (2010) Organización de las Naciones Unidas
Jerusalén y el cristianismo:
Parece una amarga ironía que a esta ciudad se le llame "Princesa de la Paz".
Desde hace dos mil años no ha habido paz en Jerusalén, la ciudad en que
aconteció la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En ningún lugar
santo del mundo han corrido tales ríos de sangre como aquí. En ningún
lugar se ha luchado con tal ardor, se ha odiado tan profundamente como
en la pequeña ciudad en las calvas, grises colinas rocosas de las montañas
de Judá. Tres religiones mundiales -judaísmo, cristianismo e islamismo-
hicieron de ella la manzana de la discordia de su creencia. Sin embargo,
tampoco en ningún lugar se han rezado tantas oraciones como en Jerusalén. Pues, según intenta
explicarlo el escritor Peter Bamm en su libro Lugares de la cristiandad primitiva:
El motivo de las rencillas acerca de Jerusalén fue siempre la exageración de una virtud, la
virtud de la piedad.
Desde los días de Jesucristo, la ciudad ha sido conquistada once veces y destruida totalmente cinco. Mas
sus ruinas siguen guardando los recuerdos del pasado, aunque, según opinión de los arqueólogos, la
Jerusalén bíblica descansa bajo una capa de cascotes de 20 m de altura. Por ello resulta tan
problemático querer reencontrar, como viajero de hoy, la Jerusalén de hace 2000 años. En el año 70
d.de J.C. ocurrió lo que Cristo había predicho: "Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que se
cumpla el tiempo de las naciones." Las legiones de Tito hicieron que la ciudad cayese pasto de las llamas.
Al mismo tiempo se roturaron completamente sus alrededores en un radio de 18 km, convirtiéndolos
con ello en un desierto calcáreo que aún subsiste hoy. Se derribó la triple muralla, se destruyó y se
mancilló el templo de los judíos. Más tarde, los romanos destruyeron totalmente sus pobres restos,
cuando los judíos intentaron desprenderse del yugo romano, bajo las órdenes de Ben Kochba (nombre
transmitido hasta nosotros por medio de los "rollos del Mar Muerto"). Adriano fundó, sobre las ruinas,
una nueva ciudad, Aelia Catolina. Doscientos años más tarde llegó desde Bizancio la piadosa emperatriz
Elena para buscar los lugares santos. Buscó y halló el Santo Sepulcro. Desde ese instante, Jerusalén se
convirtió en juguete de la historia. En el año 614 fue destruida por los persas, en 637 conquistada por el
califa Omar, en 1072 por los seljúcidas, en 1099 por cruzados cristianos. En el año 1187, el sultán
Saladino volvió a arrebatar la ciudad a los caballeros francos, en 1617 asaltaron sus muros turcos
osmanlíes. En 1917 entró en la ciudad el ejército inglés. Y desde 1948, Jordania e Israel luchan
denodadamente por la posesión de la "Ciudad Santa". Por mediación de las Naciones Unidas se concertó
un armisticio. Ambos contrincantes se quedaron con la parte de la ciudad que en aquel momento
ocupaban. Surgió una frontera tan casual como absurda. Una salvaje franja con barreras antitanques y
alambres de espinos dividió lo que durante milenios había sido una unidad. Un solo acceso unía ambas
partes de Jerusalén: la Puerta de Mandelbaum.
Santuarios cristianos:
Los santuarios cristianos en Jerusalén han tenido que soportarlas
mismas desgracias que los hebreos. Para los cristianos es el monte
Calvario y el Santo Sepulcro, que en realidad son un solo lugar, el polo
alrededor del cual gira todo en Jerusalén. Se camina por un laberinto
de intrincadas callejas y de repente se llega ante la fachada románica
de la basílica del Santo Sepulcro. Hace una impresión sombría y
decadente. Están representados en ella todos los estilos arquitectónicos
de los últimos mil años. En la entrada se topa, para gran sorpresa, con
el islam: según un antiquísimo privilegio, el portal de la basílica es abierto por una familia musulmana.
En el centro del gigantesco recinto está la iglesia del Sepulcro dentro de un rosario de capillas, todas las
cuales hacen referencia a la historia de la salvación. Una de las capillas está construida sobre la roca del
Gólgota. Un hoyo enmarcado en plata indica el lugar donde en un tiempo debió de levantarse la cruz.
Bajo la cúpula de la iglesia hay una pequeña capilla de mármol con un atrio, la llamada capilla del
ángel. En ella se guarda la piedra que los ángeles apartaron del sepulcro de Jesucristo. Detrás del Santo
Sepulcro. Es un espacio muy reducido, en el que caben, como máximo cuatro personas. Llenan el aire
nubes de incienso. Lo iluminan 43 lámparas preciosas, cada una de las cuales pertenece a una de las
confesiones cristianas. Los muros están revestidos de mármol. Los peregrinos, sumidos en oraciones, se
arrodillan ante la piedra sobre la que debió haber reposado, en la tumba, el cadáver del Redentor. Cinco
confesiones, la ortodoxa griega, la católica romana, la siria, copta y los jacobitas, una pequeña
comunidad religiosa siria, se han repartido el señorío sobre la iglesia del Santo Sepulcro. Velan
celosamente las capillas, las lámparas y limosnas. Junto a la tumba misma se revelan según un plan
fijado hasta el minuto vigilando cuidadosamente de que nadie eche su óbolo en el platillo de la religión
equivocada. Fue una labor científica de tipo detestivesco el fijar los Santos Lugares, con exactitud, en la
Jerusalén varias veces destruida. También en lo que hace referencia a la iglesia del Santo Sepulcro, aún
no se está de acuerdo en si realmente se ha construido sobre la colina del Gólgota y la tumba de José de
Arimatea. Es demasiado grande el peso de los despojos del tiempo sobre los que sucedió. Se sabe que la
Vía Dolorosa, la calle a través de la cual Jesucristo llevó su cruz, que, en el transcurso del tiempo, ha
cambiado de lugar varias veces. La calle que hoy se llama así, una estrecha callejuela, sólo quiere ser un
lugar de piadoso recuerdo. Unas lápidas señalan las catorce estaciones del martirio. La primera está
junto al convento de las hermanas del Sion francesas. La decimocuarta y última es la capilla del
Sepulcro, en la iglesia del Santo Sepulcro. Es difícil descubrir bajo la actual Jerusalén la ciudad de
Jesucristo. El ajetreo, el comercio junto a los Santos Lugares toma no pocas veces formas repulsivas. Sólo
en el jardín de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, hay tanta paz como hace dos mil años, cuando
Jesucristo estuvo allí con sus discípulos. Hoy el jardín pertenece a los franciscanos. El Papa confió a esta
orden la vigilancia de los Santos Lugares. Desde el jardín de Getsemaní se puede echar una amplia
mirada sobre la ciudad con sus volubles murallas. Jesucristo entró en Jerusalén, el domingo de ramos,
montado sobre una pollina, entre los gritos de Hosanna del pueblo, a través de la "Puerta Dorada". Hasta
el siglo VIII, el patriarca griego de Jerusalén entraba cada año en la ciudad por la "Puerta Dorada".
Entonces los árabes la tapiaron. Temían una antigua profecía, según la cual un conquistador cristiano
entraría una vez en Jerusalén por esta puerta.
Flavio Josefo:
En el año 67 d.J.C., el emperador Nerón envió al general Tito Flavio Vespasiano a Palestina para sofocar
una rebelión de la población judaica, que ya hacía años que duraba. Vespasiano venció a los judíos en
Galilea y, en la conquista de la ciudad de Jotapata hizo prisionero a un joven muy inteligente llamado
José ben Matías, un sabio en escrituras de la escuela patriótico-ortodoxa de los fariseos, que era
considerado como caudillo y jefe espiritual de los rebeldes de Galilea. Este José ben Matías no fue
crucificado ni obligado a salir a la arena, como solía hacerse con los que se rebelaban contra el poder
romano; al contrario, aquel cabecilla supo ganarse el favor de Vespasiano y se convirtió en el
acompañante inseparable del general en todas sus campañas victoriosas por Palestina. Según la
tradición, eso fue debido a que José ben Matías profetizó a Vespasiano -algo orgulloso a pesar de su
probidad y fidelidad- que pronto sería emperador de Roma. No se necesitaban especiales dotes de
profeta para hacer semejante vaticinio, porque quien conociera las circunstancias del momento, podía
muy bien calcular que, a la caída de Nerón, subiría al trono el hombre que tuviera las legiones más
fuertes, y quien poseía las legiones más fuertes era Vespasiano. Cuando al cabo de dos años, Vespasiano
entró en Roma como emperador, llevó consigo a José ben Matías, le concedió la ciudadanía romana y lo
nombró historiador oficial del imperio. A partir de aquel momento, el antiguo fariseo vivió en la capital
del mundo y, entre otras cosas, escribió una historia del pueblo judío, de la cual algunos pasajes se
incorporaron al libro bíblico de los Macabeos. Ahora se llamaba Flavio Josefo y su libro, escrito con la
intención de dar a conocer al mundo grecorromano la historia de su pueblo hasta entonces casi
ignorada, es considerado hasta hoy, al lado del Antiguo Testamento, una de las fuentes esenciales para la
época primitiva de Palestina, de aquel país pequeño, pero aun así sumamente importante, situado en la
encrucijada de las grandes culturas. (Herbert Wendt. Empezó en Babel).
Situación religiosa:
Fue el mismo Dios el que, hallándose los hebreos acampados en la falda del Sinaí, después de su salida
de Egipto, y luego de comunicarles su santa ley y de establecer con ellos una nueva alianza, por medio
de Moisés, les dio una constitución religiosa, que fuese capaz de conservar en medio del mundo pagano
el tesoro de la divina revelación, que en la plenitud de los tiempos se había de comunicar a todas las
naciones.
El Templo de Jerusalén:
El centro del culto lo constituía principalmente el Templo de Jerusalén; el Templo primitivo fue
construido por Salomón y destruídos sin piedad por los soldados de Nabuconodosor en 588; pero fue
reconstruido por Zorobabel, a la vuelta del cautiverio de Babilonia, en el mismo sitio del anterior, en lo
alto del monte Moria; aunque sin el esplendor y magnificencia del antiguo templo. Este segundo templo
fue el que agrandó y embelleció Herodes el Grande. La parte más exterior del templo la formaban una
serie de atrios y vestíbulos de gran capacidad; lo más interior del templo estaba formado por dos
recintos llamados el Santo y Santo de los Santos. En el Santo se hallaba un pequeño altar de oro, sobre el
que mañana y tarde se quemaban unos granos de incienso, y el candelabro de siete brazos y la Mesa
para los panes de la Proposición, ambos también de oro. El Santo de los Santos era el lugar santísimo,
que se componía de una sala cuadrada de unos veinte codos por cada uno de sus lados. Aquí sólo podía
entrar el Sumo Sacerdote una vez al año, el día de la Expiación, donde hacía breve oración por su
pueblo. Un espeso velo cubría la entrada. En otro tiempo, en el primer templo, ocupó este lugar el Arca
de la Alianza. (P.Valentín Incio García, 1941)
Monumentos de Jerusalén:
La sequedad de la naturaleza en los alrededores de Jerusalén debía contribuir al desagrado de Jesús. Los
valles carecían de agua; el suelo, árido y pedregoso. Cuando se domina con la vista la depresión del Mar
Muerto, el espectáculo es abrumador, monótono. Solamente sostiene la mirada la colina de Mizpa, con
sus recuerdos de la más vieja historia de Israel. En tiempos de Jesús la ciudad presentaba poco más o
menos el mismo aspecto que hoy. No tenía muchos monumentos antiguos, ya que, hasta los asmoneos,
los judíos permanecían ajenos a todas las artes; Juan Hyrcano había comenzado a embellecerla y
Herodes el Grande había hecho de ella una ciudad magnífica. Las construcciones herodianas
rivalizaban con las más perfectas de la antigüedad por su carácter grandioso, por su perfecta ejecución
y la belleza de sus materiales. Multitud de tumbas, de gusto muy original, se levantaban cerca del
templo en los alrededores de Jerusalén. Estos monumentos eran de estilo griego, apropiado a las
prácticas de los judíos y modificados considerablemente según sus principios. Los ornamentos de
escultura viviente que los Herodes se permitían, con gran disgusto de los rigoristas, eran desterrados en
ellos, reemplazándolos por una decoración vegetal. El gusto de los antiguos habitantes de Fenicia y
Palestina por las construcciones monolíticas talladas en la roca viva parecía revivir en estas singulares
tumbas cortadas en los peñascos, y en las cuales los estilos griegos están magistralmente aplicados a una
arquitectura troglodita. Jesús, que miraba las obras de arte como un pomposo alarde de vanidad, veía
todos estos monumentos con malos ojos. Su espiritualismo absoluto y su opinión firme hacían que la
estampa del viejo mundo le pasara desapercibida.
Sacerdotes:
[...] Los hombres más célebres del Talmud no son sacerdotes; son sabios según las ideas del templo. Sin
embargo, el alto sacerdocio del templo tenía un rango muy elevado en la nación; pero no estaba
enteramente a la cabeza del movimiento religioso. El soberano pontífice, cuya dignidad tanto había
envilecido Herodes, se convertía cada vez más en un funcionario romano, que era revocado con
frecuencia para hacer posible que el cargo aprovechara a todos. En oposición a los fariseos, celadores
laicos muy exaltados, los sacerdotes eran casi todos saduceos, o sea, miembros de esa aristocracia
incrédula que, habiéndose formado en torno al templo y viviendo del altar, veía en él sólo la vanidad. La
casta sacerdotal estaba a tal punto separada del sentimiento nacional y de la verdadera dirección
religiosa, que el pueblo identificaba el nombre "saduceo" (sadoki), que en principio designaba
simplemente a un miembro de la familia sacerdotal de Sadok, con el de "materialista" y "epicúreo".
(Renán, Vida de Jesús)
Asentamiento:
Gracias a Flavio Josefo y a la rápida propagación del cristianismo primitivo las Sagradas Escrituras de
los judíos fueron conocidas por el mundo antiguo no judío. Historiadores y etnógrafos les dedicaron sus
estudios, y se demostró que eran unas fuentes extraordinarias como no las había tenido ningún otro
pueblo de la antigüedad. El lector vive en ellos en lenguaje poético y forma legendaria un proceso
histórico como el que se desarrolló en todas partes en los inicios de nuestra historia cultural. En ellos se
leen acontecimientos y otras evoluciones que son representativos de otros acontecimientos y otras
evoluciones parecidos en otros ámbitos de cultura. Hallamos descrita la conquista de una tierra por un
pequeño pueblo de pastores nómadas, su lucha con gentes establecidas en campos y ciudades
económicamente superiores, sus combates para el dominio de los pozos necesarios para la subsistencia,
el crecimiento de los rebaños y la división de las tribus por él motivada. Vemos cómo estos nómadas
pasan paulatinamente al estado de seminómadas y, finalmente, al de agricultores sedentarios, cómo, en
el valle del Jordán, las grandes familias forman tribus y, más tarde, se agrupan en clanes y en grupos de
tribus, cómo caen bajo el dominio feudal de otras potencias más fuertes, cómo recobran luego la
libertad, adoptan los distintos elementos de cultura y, bajo caudillos políticorreligiosos, los "jueces", se
convierten, poco a poco, en una nación. La ocupación del país por los israelitas, narrada en el primer
libro de Moisés, no es un caso único en la historia; era una etapa necesaria en la evolución humana, por
la que probablemente pasaron alguna vez todos los pueblos de cultura. En la misma época en que los
patriarcas judíos tomaban posesión de la tierra prometida, había en todo Oriente, entre el Cáucaso y el
desierto de Arabia, nómadas que buscaban tierras donde establecerse, pueblos procedentes de Arabia, de
Mesopotamia, del Irán, de Siria y del Asia Menor se establecieron en gran número y, según las
condiciones del terreno, fundaron estados más o menos sólidos. Una de estas migraciones de pueblos
que se produjo en el momento del paso de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro, es la designada por
los etnólogos con el nombre de migración aramea. Este concepto comprende el desplazamiento de los
distintos pueblos semitas de los desiertos sirioárabes hacia las fértiles tierras de cultivo junto al Eufrates,
el Tigris y el Jordán. En Babilonia, la migración aramea substituyó el dominio sumerio por un dominio
semita; en Asiria, los inmigrantes arameos dieron el impulso necesario para la fundación del último y
mayor imperio asirio. Las migraciones de los arameos dieron lugar a la formación de estados semitas en
Siria y en la costa oriental del Mediterráneo y llevaron también a los chabiri de los textos cuneiformes
babilónicos a Palestina, los aperu, como les llamaban los egipcios, los ibrim, como decían los árabes, es
decir, los hebreos. Sin embargo estos hebreos no eran idénticos al futuro pueblo judío. No se puede
hablar, en realidad, de judíos hasta el éxodo de Egipto de los hijos de Israel. El nombre de Israel aparece
por primera vez en una columna triunfal del faraón Menefta, que reinó hacia el año 1225 a.J.C. y que
hay que identificar probablemente con el rey de Egipto a quien abandonaron Moisés y los suyos. Para el
etnólogo moderno, los hebreos son pueblos semitas que aparecieron en Palestina y Siria en los siglos XV
y XIV y que algunos siglos más tarde fueron absorbidos por los israelitas. Originariamente, empero, la
palabra hebreo no servía para designar un pueblo, sino una determinada capa social. (Herbert Wendt)
Encontramos esta clase de hebreos en todo el mundo del antiguo Oriente, en el imperio babilónico, en
las tierras del este del Tigris, entre los hititas del Asia Menor, en Siria, en Palestina y el Egipto de las
dinastías XIX o XX. Se trata de una determinada designación aplicada a una situación políticosocial.
Aparecen como hebreos en los países de cultura del antiguo Oriente grupos de gente que disfrutan de
unos derechos limitados y de una situación económica también limitada, que prestan servicios cuando
se les contrata. No forman parte de la población aborigen, sino que representan elementos inestables
cuya principal característica es no ser propietarios de la tierra. (Martin North)
Si esta definición es la adecuada, resultará que la designación de hebreos habrá sufrido una evolución:
primero se llamó así a las capas inferiores de la sociedad, luego a las familias que no poseían tierras ni
dinero, llevadas por la migración aramea hasta Palestina y, finalmente, se dio este nombre a los israelitas
y a sus parientes más inmediatos, los amonitas, edomitas y moabitas. Y éste es el sentido que tiene
todavía para el mundo especializado. Los hebreos encontraron en Palestina a varios pueblos aborígenes,
con los que lucharon tenazmente.
[...] Los emigrantes acaudillados por Moisés encontraron en Palestina, o mejor dicho, al borde de los
territorios de cultura que era palestina, varias tribus y pueblos emparentados con ellos que habían
permanecido en aquel país. Les aportaron elementos de cultura egipcia, costumbres egipcias y, sobre
todo, las leyes y el concepto de Dios que les diera Moisés. Así nacieron, poco a poco, las doce tribus
israelitas. Tuvieron también contacto con otros pueblos hebraicoarameos, los amonitas, moabitas y
edomitas, con los cuales sostuvieron luchas por los pastos y campos de labranza y con los cuales
concluyeron pactos. [...] En cambio, los cananeos, aquellos hombres de cultura refinada que habitaban
en las regiones del Jordán, permanecieron alejados de los israelitas. Los cananeos vivían en ciudades
sólidas, poseían "carros de hierro", habían heredado muchas cosas de la cultura de Mesopotamia,
adoraban a Baal y a Astarté, rendían culto a los becerros, y las tribus israelitas los consideraban
extraños, viciosos y desvergonzados. [...] Sodoma y Gomorra, la fortificación de Jericó, cuyas murallas
cayeron al son de las trompetas de Josué, la orgullosa Sijem, las plazas de Hebrón y de Betel que, por fin,
fueron dominadas por los israelitas por las armas, eran ciudades cananeas. Pero generalmente, las
relaciones entre Canaán e Israel no eran belicosas, sino de carácter pacífico. Solían encontrar un modus
vivendi; algunas tribus israelitas eran siervas de ciudades cananeas y obtenían a cambio de ello derecho
de usufructo de sus tierras. (Herbert Wendt)
La conquista de Canaán (mediados s.VIII a.C.):
Los pueblos de canaán empezaron a oír el inquietante rumor de que
un grupo de tribus nómadas, los israelitas, avanzaban hacia el norte
desde el mar Muerto arrasando todo a su paso. Pronto ese grupo llegó
a la ciudad de Jericó, reclamando un territorio que consideraban suyo
pues Yavé se lo había prometido a sus antepasados. El libro bíblico de
Josué, nombre del jefe de los israelitas, narra los milagros que Dios
realizó para ayudar a su pueblo a conquistar Canaán: secar las aguas
del Jordán para que los israelitas cruzaran el río; derribar las murallas de Jericó, y hacer que el Sol se
detuviera sobre Gabaón. La campaña de invasión se describe en tres etapas. Primera, los israelitas
establecieron un bastión en Guilgal, donde efectuaron ritos de circuncisión y de Pascua como
preparativo para la guerra santa; ésta comenzó con la milagrosa conquista de Jericó, seguida por una
derrota en Hay y una victoria sobre una coalición de cinco ciudades en Gabaón. La segunda fase
empezó cuando los israelitas marcharon al sur a capturar las ciudades que se habían aliado contra ellos:
Libna, Laquis, Eglón, Hebrón y Dabir. Y en la tercera fase, los israelitas avanzaron hacia el norte para
enfrentar al ejército de Jasor, la mayor ciudad cananea. Aunque el enemigo contaba con carros de
guerra, la infantería israelita venció en un ataque por sorpresa en una zona fangosa. Los atacantes no
pudieron tomar muchas ciudades y aldeas de Canaán pero las tres campañas consolidaron su
hegemonía e inauguraron su historia como nación.
Josué:
Después de la muerte de Moisés, habló Dios a Josué, diciendo: «Ahora que Moisés ya no existe, tú debes
dirigir al pueblo. Llévalo, sin demora, más allá del Jordán para conquistar el país que yo os he
prometido. Nadie resistirá contra ti, pues yo estaré contigo.» Josué se dirigi6 luego a los ancianos de las
Doce Tribus, y les dijo: «Dios me ha hablado... Reunid al pueblo y decidle que prepare comida para un
largo viaje, porque muy pronto voy a llevaros más allá del Jordán hacia la Tierra Prometida.» Luego,
Josué llamó a dos hombres aparte, y les dijo: «Id en secreto al país de Canaan y volved después a mí.
Fijaos cómo es esa gente, inspeccionad también la ciudad amurallada de Jericó que podemos ver a
distancia. Porque mientras no conquistemos este baluarte no podremos entrar más allá en el país.» Y los
dos espías se fueron a la ciudad pagana de Jericó y visitaron a una mujer llamada Rahab, cuya casa
estaba sobre el muro de la ciudad. Y sucedió que el rey de Jericó fue informado de la presencia de dos
extranjeros. Por lo que mandó ir a buscar a Rahab y le dijo: «Entrégame estos hombres porque han
venido a este país como espías.» Rahab, que había ocultado a los dos espías entre los tallos de lino que
tenía secando sobre el tejado, engañó a su rey, diciendo: «Es verdad que vinieron dos hombres hoy a mi
casa. Pero se marcharon antes de que se cerraran las puertas de la ciudad al oscurecer, y no sé adónde
se han ido... Vete pronto tras ellos, y seguramente les darás alcance.» El rey creyó a Rahab y, después de
enviar en su persecución, le permitió volver a su casa. Y, en la oscuridad de la noche, fue a los espías y
les dijo: «Nosotros, los de este país, estamos atemorizados ante vuestra gente, que han acampado al otro
lado del Jordán. Sabemos que vuestro Dios es poderoso. Hemos oído cómo os sacó de Egipto y secó el
mar Rojo para que pudiérais pasar. Por ello, estamos aterrorizados... Yo he engañado a mi rey, con lo
que habéis salvado vuestras vidas. Ahora, pues, os pido que me juréis que también os mostraréis
amables con migo y con mi familia. Jurad que cuando vosotros y vuestra gente invadan nuestro país
perdonaréis a mi padre, a mi madre, a mis hermanas y a mis hermanos. ¡Libradnos de la muerte! Y los
dos espías de Josué respondieron a Rahab: «Te juramos solemnemente que cuando conquistemos vuestra
ciudad te perdonaremos a ti y a tu familia. Procura reunir a tu familia en tu casa, y cuelga un cordón
escarlata de tu ventana, para que sepamos cuál es tu casa, y así podamos perdonarte.» Luego, en lo más
profundo de la noche, Rahab les ayudó a escapar. Sacó una larga soga y por ella los bajó sobre los muros
de la ciudad. «Id hacia las colinas», murmuró ella, y añadió: «Ocultaos ahí unos tres días, y después
volved con vuestra gente. Durante este tiempo, los hombres del rey habrán dejado de perseguiros, y así
estaréis a salvo.» Los dos espías se ocultaron, como les dijo Rahab, y escaparon a sus perseguidores. Cuan
do cruzaron el río Jordán y volvieron a Josué, le contaron todo lo que habían visto y oído. Y terminaron
diciendo: «La gente está atemorizada ante nosotros. No tienen fuerzas para resistir. Es cierto que el Señor
ha entregado ya el país en nuestras manos.»
La caída de Jericó:
Conforme a la voluntad de Dios, Josué ordenó a los hijos de Israel: «Cuando veáis a los sacerdotes
levantar el Arca sagrada de la Alianza y atravesar el río Jordán, debéis seguirlos.» Y el pueblo obedeció,
y Dios estuvo con ellos. Josué iba al frente de ellos, y todos sus ganados y rebaños pasaron con seguridad
el río hacia la llanura que rodeaba la ciudad pagana de Jericó. Allí acamparon. Recogieron el abundante
grano que crecía en los campos de alrededor y amasa ron pan. Aquella noche, por primera vez en
cuarenta años, no comieron maná. Aquella noche comieron del producto de la tierra de leche y miel, el
país de Canaán. Pero las puertas de Jericó estaban herméticamente cerradas contra los invasores
israelitas. Nadie podía salir ni entrar en ella. Y parecía que la ciudad podía aguantar un duro asedio.
Dios habló a Josué, diciendo: «No temáis, porque Jericó, su rey y toda su gente será vuestra.» Y el Señor
reveló a Josué el modo exacto de cómo debían conquistar la ciudad. Le dijo: «Una vez por día, durante
seis días, tus hombres deben marchar en torno a los muros de Jericó. Tus hombres armados irán los
primeros. Seguirán siete sacerdotes tocando trompetas de cuernos de carnero. Y a éstos les seguirán
unos sacerdotes que lleven el Arca Santa de la Alianza... Así, daréis vuelta a la ciudad una vez cada día,
durante seis días. Y al séptimo día, la misma procesión dará siete vueltas a la ciudad. Y cuando los
sacerdotes hagan resonar sus trompetas, tu pueblo avanzará con gran griterío.» Obedeciendo las
instrucciones de Dios, Josué se levantó a la mañana siguiente y organizó la procesión. Cuando todo
estuvo preparado, empezaron a dar vueltas en torno a Jericó, mientras siete sacerdotes hacían sonar sus
trompetas sin cesar. Al segundo día, y en los siguientes hicieron lo mismo. Al séptimo dieron siete veces
la vuelta a la ciudad, y, como Dios les había mandado; en este día, el pueblo de Israel avanzó, y cuando
la procesión dio la séptima y última vuelta, mientras los sacerdotes hacían sonar sus trompetas,
empezaron a lanzar grandes gritos. Y he aquí que los muros de Jericó se derrumbaron y cayeron a tierra
ante sus ojos. Entonces, los hombres armados de Israel entraron y conquistaron la ciudad. Se
apoderaron de toda clase de cosas preciosas, de oro, plata, bronce y hierro que pudieron encontrar para
el Tabernáculo de Yahvé. Luego prendieron fuego a la ciudad para destruirla. Josué no olvidó la
promesa que habían hecho los dos espías a la mujer llamada Rahab. Sus hombres buscaron la casa que
tenía el cordón escarlata colgando de la ventana. Y condujeron a Rahab a lugar seguro, con toda su
familia, que estaba reunida en ella. Les perdonaron la vida porque Rahab había ocultado a los dos espías
perseguidos por el rey de Jericó.
La ciudad de Ai:
Después de la caída de Jericó, Josué llevó a su pueblo hacia el oeste, avanzando hacia la ciudad de Ai. Y
el Señor estaba con ellos. Josué concibió un plan para conquistar la ciudad, donde la gente adoraba a
dioses falsos. Tomó cinco mil hombres armados y, en la oscuridad de la noche se acercó a la ciudad que
dormía. Y les dio orden de ocultarse, diciendo: «Echaos aquí y no os mováis hasta que yo os dé la señal.»
Luego los dejó y volvió al campamento de Israel. A la mañana siguiente, Josué completó su plan. Al
frente de una banda de hombres, se aproximó con valentía a la ciudad. Y cuando el rey de Ai le vio con
sus pocos hombres, él con toda su gente salió para ahuyentar a Josué. Y Josué y sus hombres fingieron
estar atemorizados, y huyeron al campo, obligando al rey y a su gente a alejarse de la ciudad. Entonces
llamó Dios a Josué y le dijo: «Levanta tu tanza y apunta hacia Ai.» Y Josué levantó su lanza apuntando
hacia la ciudad. Y esto sirvió de señal para sus hombres armados, que estaban echados y escondidos. Se
levantaron los cinco mil hombres fuertes e irrumpieron en la imprudente ciudad de Al. La tomaron y le
prendieron fuego. Cuando el rey de Ai y su gente miraron atrás y vieron el humo y las llamas que se
levantaban de su ciudad, dejaron de perseguir a Josué. Estaban confundidos, sin saber qué hacer. No tu
vieron tiempo de hacer un plan, porque, de repente, se vieron rodeados por todas partes. Josué y sus
hombres les atacaban de un lado, mientras que los israelitas que habían quedado en el campamento,
con los cinco mil que habían tomado Ai, les atacaban por los otros lados. De este modo cayó la segunda
ciudad de Canaán en manos de los hijos de Israel. (Manuel Komroff, 1970).