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MODALIZACIÓN: SUBJETIVIDAD/OBJETIVIDAD.

LAS FUNCIONES DEL


LENGUAJE. PRÁCTICA

1. Analiza las marcas de subjetividad presentes en estos textos

2. Analiza las marcas de objetividad presentes en el siguiente texto

3. Explica las funciones del lenguaje que predominan en estas oraciones y textos.
a. Ana es una chica simpática, inteligente, guapa... ¡Vamos, una joya!
b. Por cierto, ¿tienes hora?
c. ¿Lleva tilde la palabra odontólogo?
d. Estás guapísima con ese vestido.
e. Escucha con atención lo que tengo que decirte.
f. No me gusta nada la combinación de los colores en ese cuadro.
g. Las palabras cerdo, cochino y marrano son sinónimas.
h. La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas
que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los
remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en
esquina… (La Regenta, Clarín).
i. ¿Quiere cambiar de coche? ¿No conoce aún el nuevo monovolumen? ¡Anímese! ¡Entre ahora en este
concesionario y no se arrepentirá!
j. La policía del aeropuerto de Barajas se ha incautado de un maletín que contenía más de 2 kilos de droga.

4. Lee el texto y encuentra ejemplos de las funciones del lenguaje.

Doña Rosa sudaba por el bigote y por la frente.

-Y tú, pasmado, ya estás yendo por el periódico. ¡Aquí no hay respeto ni hay decencia, eso es lo que
pasa! ¡Ya os daría yo para el pelo, ya, si algún día me cabreara! ¡Habrase visto!

Doña Rosa clava sus ojitos de ratón sobre Pepe, el viejo camarero llegado, cuarenta o cuarenta y
cinco años atrás, de Mondoñedo. Detrás de los gruesos cristales, los ojitos de doña Rosa parecen los
atónitos ojos de un pájaro disecado.

-¡Qué miras! ¡Qué miras! ¡Bobo! ¡Estás igual que el día que llegaste! ¡A vosotros no hay Dios que os
quite el pelo de la dehesa! ¡Anda, espabila y tengamos la fiesta en paz, que si fueras más hombre ya
te había puesto de patas en la calle! ¿Me entiendes?

Doña Rosa se palpa el vientre y vuelve de nuevo a tratarlo de usted.

-Ande, ande… Cada cual a lo suyo. Ya sabe, no perdamos ninguno la perspectiva, ¡qué leñe!, ni el
respeto, ¿me entiende?, ni el respeto.

Doña Rosa levantó la cabeza y respiró con profundidad. Los pelitos de su bigote se estremecieron
con un gesto retador, con un gesto airoso, solemne, como el de los negros cuernecitos de un grillo
enamorado y orgulloso. Flota en el aire como un pesar que se va clavando en los corazones. Los
corazones no duelen y pueden sufrir, hora tras hora, hasta toda una vida, sin que nadie sepamos
nunca, demasiado a ciencia cierta, qué es lo que pasa.

Camilo José Cela, La colmena

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