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—No había ningún chico —dijo Matthew apenado—. Todo lo que había
era ella.
Lo que parecía una sonrisa algo torpe por falta de práctica, suavizó el
torvo semblante de Marilla.
—Oh, sí, sí, muchísimos. Pero la señora Spencer dijo claramente que
ustedes querían una niña de unos once años. Y la directora pensó en
mí. No pueden imaginarse lo encantada que estaba yo. No pude dormir
durante toda la noche por la alegría. Oh —agregó con reproche
volviéndose hacia Matthew—, ¿por qué no me dijo en la estación que
no me querían, y me dejó allí mismo? Si no hubiese visto el Blanco
Camino Encantado y el Lago de las Aguas Refulgentes, no me
resultaría tan penoso.
—A Lily Jones. Lily tiene sólo cinco años y es muy guapa. Tiene el pelo
castaño. Si yo fuera tan guapa y tuviera el pelo castaño, ¿me dejaría
quedar?
Marilla colocó la vela sobre una mesa triangular de tres patas y apartó
las frazadas.
—Sí, tengo dos. Me los hizo la directora del asilo. Son terriblemente
cortos. Nunca alcanza nada en el asilo, todo es escaso, por lo menos
en un asilo pobre como es el nuestro. Odio los camisones cortos. Pero
se puede soñar tan bien con ellos como con esos otros maravillosos
que llegan hasta los pies y tienen volantes alrededor del cuello; es el
único consuelo.
—¿Cómo puede usted llamar a ésta una noche buena cuando sabe
que será la peor noche que pasaré en toda mi vida? —dijo con
reproche. Luego se ocultó otra vez entre las sábanas.