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Mi pequeña provocadora
©Marcos A.C.
©enero, 2024.
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fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
apítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Capítulo 1
Hay quien dice que, desde incluso antes de nacer, cuando no somos más que
una pequeña célula en el vientre de nuestra madre, tenemos el destino
escrito.
Comenzaron aquel último año del instituto juntos, formaron una pareja de
las que cualquiera querría, y al verano siguiente mi madre se quedó
embarazada.
Mi abuela materna, Mary, quien también había enviudado joven cuando el
abuelo Robert falleció durante una de las misiones del ejército, acogió a mi
padre en casa y le trató siempre como a un hijo más.
Tenían veinte años cuando se casaron y mi abuelo les ayudó con la compra
de la casa. Los dos trabajaban en una revista como redactores y les iba muy
bien, tanto que mi llegada fue como uno de esos regalos que recibías por
sorpresa y te hacía llorar de alegría.
Desde luego que todo se les fue de las manos, no había otra manera de
decirlo, nos dejaban a Gina y a mí durante toda la noche solas en casa
mientras ellos estaban en la fiesta de una celebridad del cine
hollywoodiense, o de un cantante de fama internacional, o tras la
presentación de una nueva película cuya estrella le había concedido una
entrevista a mi padre para la televisión, y a mi madre para la revista.
Gina solo tenía diez años y debía cuidar de una niña de cuatro que se
despertaba por las noches llorando, pensando que sus padres la habían
abandonado.
Algunas de esas fiestas donde el alcohol y las drogas eran los invitados
estrella, las celebraban en nuestra propia casa, con música hasta altas horas
de la madrugada y con nosotras yéndonos a dormir a una pequeña casa
junto a la piscina que mis padres construyeron para nosotras.
Pero el dinero se iba casi tan rápido como entraba cuando llamaban al
hombre que les suministraba ese vicio del que, por mucho que la abuela
insistía que lo dejaran, no lo hacían.
Tenía seis años, y Gina doce, cuando mi abuela nos llevó a vivir con ella
después de haber pasado aquel verano una semana entera sin saber nada de
nuestros padres.
La abuela, que por aquel entonces tenía cincuenta y cinco años y llevaba
toda la vida trabajando como secretaria para un empresario de la ciudad,
cogió un par de maletas en las que metió nuestra ropa, algunos juguetes y
recuerdos que quisimos tener, y nos sacó de la casa de mis padres sin tan
siquiera avisarles.
Cuando regresaron de aquellas vacaciones veraniegas a las que un famoso
director de cine les había invitado, mi madre la llamó para preguntar dónde
estábamos y dijo que donde debíamos estar y donde íbamos a quedarnos
siempre, con ella.
Vi llorar a la abuela durante días, hasta que decidió dejar las lágrimas a un
lado para que nosotras no nos diéramos cuenta de que nuestros padres no
nos querían, solo que Gina ya lo había visto más que de sobra.
Cada mes le hacían llegar un dinero por nosotras, ese que iba guardando en
la cuenta y no tocaba nunca, decía que con su sueldo vivíamos las tres en
aquella casita tan ricamente.
Como niña que era, me hice amiga de Richi, el hijo de los vecinos que tenía
dos años más que yo, y desde ese momento, nos hicimos tan inseparables
que tanto sus padres como mi abuela decían que, cuando creciéramos,
acabaríamos casados y teniendo una familia.
Nada más lejos de la realidad, pues, aunque fue el primer chico al que besé,
podía recordar la cara de asco que puse cuando me aparté, y no porque
besara mal, ni mucho menos, sino porque para mí, Richi era más como un
hermano que un chico al mirar con otros ojos.
Sus padres, Robert y Pam, eran médicos, trabajaban en una clínica privada
y a sus cincuenta años, aún lo hacían.
Yo tenía dieciséis años, fue duro puesto que en esos diez años solo veía a
mis padres en nuestros cumpleaños y en la comida de Navidad, momento en
el que nos daban un regalo y después de comer, regresaban a su vida de
matrimonio sin hijos.
Sobraba decir que incluso Richi se mudó justo al piso de al lado del nuestro.
—Por Dios, esa mujer grita más que la de la semana pasada —dijo Gina
mientras terminábamos de prepararnos el desayuno.
Era sábado y, como cada fin de semana, nos iríamos en un rato a pasarlo a
casa de la abuela, esa que teníamos cerca de la playa.
—Creo que no fue buena idea que se mudara aquí al lado. —Reí.
—Si hubiera sabido que se iba a traer un ligue cada viernes, te aseguro que
no le habría dejado.
—Lo sé, pero podría haber sido bastante persuasiva al respecto. Aunque te
voy a ser sincera, envidio a esas mujeres, a mí no me ha hecho un hombre
gritar de ese modo, nunca.
—Digo yo que alguno tiene que haber, solo que nosotras no hemos buscado
bien, hermanita —suspiró.
Desayunamos mientras veíamos las noticias, con el volumen
suficientemente alto como para no escuchar los gritos del ligue de Richi, y
en cuanto acabamos y recogimos la mesa fuimos a preparar la bolsa que nos
llevaríamos a la casa de la playa.
Una vez estuvimos listas, y a sabiendas de a qué hora nos iríamos, Richi
llamó al timbre y cuando abrimos la puerta ahí estaba él, con su metro
ochenta de altura, el cabello negro alborotado y los ojos verdes de su madre
con una de esas sonrisas que haría que a cualquiera mujer le fallaran las
piernas.
—Richi, a veces siento que somos tus amantes —dijo mi hermana cogiendo
las llaves del coche.
—Sin sexo, que a mí no me has hecho gritar nunca como a tus ligues. —
Arqueó la ceja y yo traté de no reírme al ver la cara de mi mejor amigo.
Llegamos al parking del edificio y fuimos hasta el coche, donde Richi nos
cogió las mochilas para guardarlas mientras mi hermana y yo nos
sentábamos.
—¿Quieres apostar? Seguro que aguanto más de lo que imaginas —dijo tras
cerrar la puerta.
—Sois un par de cobardes, ¿lo sabéis? —Richi nos señaló a ambas antes de
recostarse en el asiento de atrás y ponerse las gafas de sol.
Había tenido una infancia difícil hasta que la abuela nos sacó de casa,
sintiendo la carencia del amor de mis padres, ese afecto que deberían
haberme dado en todo momento y que solo la abuela Mary me dio.
Pero agradecía que tomara la decisión de llevarnos a vivir con ella porque
eso había traído a Richi a nuestras vidas, y a él, a él no le cambiaba ni por
todo el oro del mundo.
Capítulo 2
Nada más dejar las cosas, nos dimos un chapuzón para quitarnos ese calor
de aquella bonita mañana de julio.
Y como era habitual en mí, me quedé sola en cuanto ellos regresaron a las
toallas.
—Hola —sollozó.
—Va… vale.
Sonreí de nuevo y, tras secarle las lágrimas, le saqué del agua un poco para
poder meterle por el hueco del flotador, en cuanto noté que estaba bien
encajado y no iba a salirse, le cogí de la mano y empezamos a nadar juntos.
—El flotador quería irse sin mí, mami —le dijo, y al mirarme ella, sonreí.
—No.
—Muchas gracias —me dijo aquella madre con lágrimas en los ojos—. Me
descuidé solo un segundo y ya no estaba en la toalla conmigo.
—Pasa más de lo que piensa. Pero seguro que, a partir de ahora, este
jovencito de aquí no se irá solo a nadar, a que no.
—Se le dan bien, seguro que algún día será mejor madre de lo que fue la
nuestra.
—Gina, mejor madre que la nuestra, sería cualquiera. —Volteé los ojos
mientras me secaba con la toalla.
—Hasta que encuentre una mujer que consiga que caiga de rodillas a sus
pies, porque Richi cuando se enamore, créeme, lo hará con fuerza y será
para toda la vida.
No tenía la menor duda de que así sería, la abuela Mary decía lo mismo.
Richi siempre fue un buen chico, de esos que por sus amistades y su familia
daría la vida de ser necesario, tenía un corazón enorme y nunca se había
enamorado.
Pero a veces eran los malos momentos los que acudían a mi mente,
haciendo que los recordara llegar una noche completamente borrachos y
seguramente tras haber consumido drogas, cuando me encontraron en el
sofá llorando y al ir a abrazarles me alejaron sin más.
Apenas era una niña de cinco años, no entendía por qué mis padres no me
daban cariño, y me guardé aquel dolor sin contarle a mi hermana y tampoco
a mi abuela lo que había pasado.
Era mejor recordarles como esos padres amorosos que eran a veces, cuando
estaban sobrios, cuando el hecho de ser padres para ellos era motivo de
alegría.
Cuando tuve edad suficiente para saber por qué mis padres me despreciaron
aquella noche, me prometí a mí misma que jamás trataría con ese desprecio
a mis hijos, ni a ningún otro niño, pues para ellos, en esa edad donde la
inocencia prevalece y el amor es cuanto necesitan, una palabra dulce, un
gesto de cariño, es lo que les saca las sonrisas más bonitas.
—Aquí tenéis. —Miré a Richi y vi que tenía un par de zumos de frutas para
nosotras y una cerveza para él.
—¿Y los cócteles? —pregunté.
—Esos para esta noche, porque he pensado que voy a llevaros a cenar,
bailar y beber.
—¿En plan amantes o como primeras esposas? —Curioseó Gina con la ceja
arqueada.
Descalza y con las sandalias de tacón, así iba por el pasillo de nuestra casa
de la playa para ir a reunirme con Gina y Richi en el salón.
Sabía bien lo que significaba ese gesto, y no, no pensaba permitir que mi
hermana tuviera una mala noche por culpa de su ex.
—Tres meses, Gina, ese es el tiempo que llevas llorando porque cuando te
llama todo empieza muy bien pero después… Te trata como antes de
dejarte.
—Chicas. —La voz de Richi nos llegó desde la puerta, y ahí estaba,
apoyado en el marco—. ¿Por qué no nos olvidamos de él y salimos a
divertirnos?
Cuando ella le conoció, venía de haber pasado dos años en una clínica
desintoxicándose, mi hermana tenía veintiséis años y él dos años más.
Debía reconocer que no era un mal tipo, consiguió salir limpio y superar
aquella mierda, regresó al trabajo como agente inmobiliario en la empresa
de su tío y durante tres años todo fue bien entre ellos.
Pero recayó una noche tras acudir a una fiesta en la que se reencontró con
antiguos amigos de aquella época, y durante dos años estuvo consumiendo
todo lo que se le ponía por delante.
Hasta que el propio Thomas le dijo que no quería seguir con ella porque no
era suficiente para él, y le confesó que llevaba todo ese tiempo acostándose
con su antigua novia, esa que le llevó de nuevo por el mal camino.
—Tú lo que quieres es que los hombres te envidien por llevarnos al lado. —
Volteé los ojos.
—Eso, y que a nosotras las mujeres nos fulminen con la mirada. —Rio
Gina.
Ella sonrió y le devolví el gesto. Era preciosa, una mujer tan bella por fuera
como lo era por dentro. Tenía un corazón enorme y aunque no lo dijera, una
parte de él aún seguía con Thomas, pues como solía decir la abuela Mary,
había amores que pasaban por nuestra vida y eran difíciles de olvidar.
Gina no merecía haber tenido que pasar por eso, pero así era la vida, el
destino con el que nacíamos.
Llegamos al bar y nada más entrar nos saludó Susy, la dueña, y nos llevó a
una de las mesas libres.
—¡Ethan! Qué sorpresa verte por aquí. —Se puso en pie para darle un par
de besos.
—Me han traído unos amigos, yo ni sabía que existía este sitio —sonrío.
—Igualmente.
—Vamos hombre, si ella te deja irte con tus amigos cuando quieras.
—Claro, para tener sus noches a solas con su amor platónico. —Volteó los
ojos.
—También es verdad. Bueno, os dejo que cenéis —dijo cuando uno de los
camareros llegó a nuestra mesa con el vino y las copas—. Que te diviertas.
—Le dio un par de besos a mi hermana y se marchó de nuevo a la mesa
junto con sus amigos.
—También está felizmente casado y tiene una hija de cinco años —informó
mi hermana bebiendo de su copa.
Eran esos momentos con ellos, en los que las risas y las tonterías de uno u
otro nos hacían olvidarnos del mundo, los que me gustaba atesorar en mi
memoria.
—Chicos, os invitan a esta botella —dijo Susy dejando una botella de vino
blanco en la mesa—. De parte de Ethan —sonrió.
Miramos hacia la puerta, donde ella había señalado con un leve gesto de
cabeza, y el compañero de mi hermana sonrió al tiempo que se despedía de
nosotros con la mano.
—Alana… —suspiró.
—¿Qué? Solo quiero que seas feliz, Gina, que al fin encuentres al hombre
que te valore por quién eres, por tu forma de ser y por lo que puedas
aportarle a su vida. En serio, no quiero que vuelvan a hacerte daño y que te
pases un mes entero llorando cada noche solo porque un idiota dijo que no
eras suficiente para él.
—Mira quién habla, el que se lleva cada viernes a una diferente para darnos
un concierto de gritos y gemidos. —Volteé los ojos.
—¿Qué puedo decir? Sé cómo hacer que una mujer disfrute en la cama —
sonrió al tiempo que hacía un guiño y tanto mi hermana como yo, le tiramos
una servilleta de papel a la cara.
Como había dicho Richi, teníamos que disfrutar de la fiebre del sábado
noche y, ¿qué mejor que hacerlo mientras bailábamos?
Capítulo 4
Nada más entrar en el local, a Gina se le fueron los pies y llegó bailando y
contoneando las caderas al ritmo de la música hasta la barra.
—Y ahora sí, comienza la noche —dijo Richi con un guiño—. ¡Masie, tres
chupitos! —le gritó a la camarera, que al vernos sonrió de oreja a oreja.
Y no, Masie no sonreía por vernos a Gina o a mí, sino por Richi.
Aquella camarera tenía veintidós años, era irlandesa y había llegado a Los
Ángeles cuanto tenía dieciocho años para cuidar de su única pariente viva
cuando perdió a sus padres, una tía abuela por parte de su padre que había
quedado viuda y sin hijos solo unos meses antes de que ella se quedara sola.
Su tía abuela le dijo que se mudara a Los Ángeles y así, al menos, se harían
compañía la una a la otra.
—Tal vez más tarde —dijo al fin sonriendo al tiempo que negaba dándose
por vencida.
Gina y yo nos tomamos los nuestros y nos dejamos llevar por la música que
sonaba en el ese momento.
A golpe de cadera y con los brazos en alto, fuimos dándolo todo hasta que
Richi nos arrastró a bailar a la pista.
Y ahí empezaron las miradas, esas que las mujeres le dedicaban a nuestro
sexy y sensual amigo que no dudó en bailar con las dos bien pegadito a
nuestra espalda.
—Para mí un ron.
Gina asintió y fue hacia la zona de barra en la que estaba Masie, mientras
Richi y yo seguíamos allí bailando y cantando a todo pulmón con cada
nueva canción.
—La cagué, ¿vale? No debí decir todo eso, yo… Yo te quiero, nena.
—O te largas ahora mismo, o hago que te echen —dijo Richi con los puños
apretados a los costados.
—Pero es que ella no quiere hablar contigo, Thomas —le aclaré—. ¿Qué
haces aquí? ¿Es que ahora vas a seguir a mi hermana a todas partes?
—¿De qué está hablando? No me habías dicho que hubieras quedado con
alguien. —Frunció el ceño mirando a mi hermana, y cuando ella me dedicó
una mirada rápida y apenas imperceptible, asentí para que me siguiera el
juego, tal vez aquella era la única manera de que Thomas la dejara
tranquila.
—Te lo dije por teléfono, no quiero volver a verte, y ya tenía planes para
esta noche.
—Escúchame, nena…
En ese momento vi aparecer por mi lado a un hombre alto, con traje gris,
camisa blanca desabotonada, rubio y de ojos verdes, y no pude evitar
cogerle de la mano y gritar.
—¡Al fin llegas! —Le hice acercarse y le abracé— Por favor, sígueme la
corriente —susurré en su oído.
Fue apenas un leve roce, pero vaya si se lo agradecimos Richi y yo, que nos
miramos sonriendo ante aquella actuación que tenía a Thomas con una cara
de perro rabioso que no podía con ella.
—Disculpa, ¿tú eres? —El rubio miró a Thomas de arriba abajo como si no
fuera más que un insecto en el suelo.
—Ya sabes, el que la trató como la mierda el año pasado —añadió Richi.
—Tócala, y pierdes las dos manos. —La amenaza del rubio sonó tan
jodidamente real y aterradora, que Thomas dio un paso atrás.
—Por fin creo que nos hemos librado de él, hermanita —dije acercándome
a Gina, y solo entonces el rubio la soltó y se metió la otra mano en el
bolsillo.
—Por una hermosa dama, lo que sea —contestó James con un guiño.
—¿Otra vez ligando, James? —Me giré al escuchar aquella voz masculina y
grave que me llegaba desde atrás.
Cuando miré, me encontré con un hombre un poco más alto que James, con
un traje azul marino, camisa blanca y corbata, cabello negro y unos ojos
marrones como el chocolate caliente.
Tragué con fuerza en cuanto esos ojos se posaron en mí, examinándome sin
el más mínimo pudor de arriba abajo.
Las mías lo estaban haciendo, a un tono bajo, pero ahí estaban, con esa luz
naranja luminosa rodeándonos a los dos.
—No, no, todo lo contrario. —Se apresuró a decir Richi—. Tu amigo nos
ha echado un cable, bueno, más bien ha sido como la cadena de un ancla,
porque nos hemos librado de un tipo al que no deseábamos ver más.
—Pues dales las gracias —sonreí cogiendo mi copa y les devolví el gesto
antes de dar un sorbo.
—¿En serio? ¿Y qué ibas a hacer tú sola, hermanita? Aburrirte sin nosotros
—contesté pasándole el brazo por el hombro a Richi, dándole un beso en la
mejilla.
—Lo dudo, tendría paz mental —suspiró cogiendo su copa para dar un
sorbo.
Empezamos a bailar de nuevo allí los tres y cuando Richi estaba pegado a
mi espalda, contoneando las caderas y rozando su entrepierna cerca de mi
trasero, tuve la sensación de que me observaban.
De manera casi automática los ojos se me fueron solos hacia el reservado, y
aquella mirada marrón como el chocolate caliente, estaban fijos en mí.
No me dio tiempo a preguntar qué quería decir, cuando sentí sus labios en el
cuello y me rodeó con ambos brazos por la cintura para mecernos en ese
baile pegado que compartíamos.
Miré hacia el reservado disimuladamente y, no sabía por qué, ese hombre al
que no conocía de nada, se había puesto más serio que antes.
Terminamos de bailar y, tras tomarnos aquellas copas a las que nos habían
invitado el rubio y el moreno, mi hermana dijo que quería irse a casa.
—¡Toma ya! —gritó Richi— Sabía que le habías gustado a ese hombre.
Gina suspiró, Richi me hizo un guiño al ver que ella admitía que no podía
luchar contra nosotros dos cuando nos uníamos, y antes de alejarme de la
barra eché un vistazo al reservado.
—Chicos, os necesito al cien por cien —nos dijo Robert, el padre de Richi,
a los dos—. Somos el centro más cercano al lugar del accidente.
—Un par de camiones que al parecer aún siguen en llamas, y al menos ocho
coches.
—¿Me lo prometes?
—Zoe.
—Yo soy Alana —sonreí y ella se secó de nuevo las lágrimas con la mano
que no tenía cabestrillo.
Cuando la madre de Richi entró, lo hizo con una sonrisa de lo más maternal.
—Seis.
—Y seguro que eres una niña muy valiente, ¿a que sí? —Zoe asintió y Pam
siguió haciéndole preguntas para rellenar el cuestionario de la pequeña y
poder tratarla como debía.
A pesar de su corta edad sabía a qué le tenía alergia y eso nos facilitó
mucho el trabajo.
Empecé a limpiarle los pequeños cortes de los antebrazos, alguno que tenía
también en las mejillas donde el peluche no había llegado a cubrirla bien, y
la desnudamos para poder ver si tenía alguna contusión o hemorragia
interna grave.
Por suerte lo único que tenía era lo que se veía a primera vista.
—Ya estás lista —dijo ella—. Has sido una niña muy, muy valiente.
Pam me miró y tras un leve gesto de cabeza para que la acompañara, fue
hacia la cortina del box para salir.
—No me dejes sola. —Me cogió el brazo con la manita que no tenía
enyesada.
—No tardaré nada. Seguro que tienes hambre, ¿verdad? —Se mordió el
labio y asintió— Voy a la cocina, tengo una amiga allí que me dará algo
rico para ti.
Cuando salí del box encontré a Pam rellenando los algunos papeles y me
acerqué a ella.
Asentí, no era la primera vez que veíamos un caso así, por lo que estábamos
más que preparados para lo que ocurriera.
Le dije que iba a buscarle algo de comer a la niña y sonrió al mismo tiempo
que negaba.
—Tenemos una paciente especial —sonreí, puesto que ella sabía a qué me
refería con eso.
Me reí, Gwen era como una madre, siempre me echaba un vistazo rápido y
era capaz de adivinar si había comido algo o no desde el desayuno solo con
verme la cara.
—No, no, no. —La aparté y le sequé ambas mejillas con los pulgares,
mirándola a los ojos fijamente—. No tienes que pensar en eso, ¿de acuerdo?
Tu papá no se va a morir. A ver, es cierto que va a estar malito un tiempo,
pero se pondrá bien.
Me quedé con ella mientras comía y cuando acabó, Pam se acercó a ver
cómo estaba. Cuando dijo que le dolían mucho el brazo y el tobillo, le puso
un relajante suave que teníamos para los más pequeños y un medicamento
para que durmiera un poco y dejara de llorar pensando en su padre.
Cuando le pregunté por el padre de Zoe me dijo que las operaciones habían
ido bien por lo que le había dicho Robert, estaban preparando una
habitación para él y la niña, y en cuanto pasaran esas veinticuatro horas que
le tendrían en observación, los subirían a los dos.
—Disculpe, enfermera.
Sí, no había lugar a duda, aquel hombre que me miraba con sus ojos de
color chocolate, era el mismo que vi la noche del sábado en el local.
—Vaya, qué sorpresa —dijo con una ceja arqueada y una leve sonrisa en los
labios.
—Sí, vine en cuanto pude, pero aún no me han dicho nada. No soy familiar
y…
—¿James? —Le llamé bajito al acercarme, pues tenía los ojos cerrados.
—Hola.
—¿He muerto y estoy en el cielo? —Elevó ambas cejas.
—Aparte del brazo y la cabeza, ¿dónde más te has herido? —Le ayudé a
sentarse.
—Colin está en la sala de espera, no puede pasar a verte, pero le diré que
estás bien.
—Dudo mucho que te dejen irte, al menos te quedarás unas horas más por
aquí. Pero voy a ver qué me dicen.
Fui a preguntar quién era el médico que le había atendido, busqué a Marc y
tras decirme cómo estaba James y que podría marcharse por la tarde a casa,
le informé a él y regresé a la sala donde aún estaba Colin esperando.
—Eso me gustará verlo —resopló—. Dudo que aguante más de una semana
con el brazo enyesado.
—Pues tendrá que hacerlo, son órdenes del médico. A no ser que quiera que
el brazo no le quede como antes.
—Alana.
—¿Sí?
—Como creo que estaré por aquí al menos un par de horas más, ¿qué te
parece si te invito a un café?
—Vale.
Me crucé con Kimberly, otra de las enfermeras que comenzaba con su turno
y le hablé de la niña, yo me iría en breve y no quería que se quedar sola y
sin alguien que la visitara y le hiciera compañía cuando pudiera, así que me
aseguró que iría a verla antes de que yo me marchara.
Regresé con Zoe y le puse un poco más del medicamento, ella sonrió y me
enseñó el cuento.
—Sí —sonrió.
Me senté de nuevo con ella y comencé a leer. Ella preguntaba por algunas
palabras que no entendía y yo le respondía lo mejor que podía.
El tiempo se me pasó volando y cuando quise darme cuenta, Kimberly
atravesaba la cortina.
—Yo iré más tarde. Colin me espera en la cafetería para tomar un café.
—Vaya, al final resulta que mis chicas sí que ligaron las dos la otra noche.
—Rio.
—No sea tonto, solo quiere invitarme a un café porque le he podido dar
información de su amigo.
—Claro, ahora se llama así, agradecer con un café. —Volteó los ojos—.
Alana, a ese hombre le gustaste, y algo me dice que no parará hasta
conseguir de ti algo más que un café.
Cuando entré vi a Colin sentado en una de las mesas, al sentir sus ojos sobre
los míos, las alarmas del sábado comenzaron a sonar un poco más fuertes,
pero igual de luminosas.
—Voy yo, Alana. —Su voz sonó tan severa, tan de orden de jefe, que sentí
un leve escalofrío.
Era como ver uno de esos modelos de las revistas posando para una sesión
de fotos, había visto varios no solo en el papel cuché, sino en la
marquesinas de las paradas de autobús, en carteles de publicidad del metro,
en la televisión… Pero ninguno como él.
Ese traje, sin lugar a duda, hecho a medida para Colin, le sentaba de
maravilla, amoldándose a cada movimiento de su cuerpo como si de una
extensión de este se tratase.
—No era eso a lo que… Espera, ¿has visto mis pequeños lunares?
—Sí.
—No tienes nada entre los dientes, si es a lo que te referías —dijo con una
leve sonrisa de medio lado.
—¿No te has acostado con él? Porque para quien os ve desde fuera, da la
sensación de que sí.
—Ya sabes, la clase de hombre que ve a una mujer que le gusta y, sin
importarle si ya tiene pareja, hace lo posible por conocerla mejor y tenerla
para él.
—Nadie me había descrito mejor en mi vida. —De nuevo sonrió de medio
lado y yo sentí que me empezaba a sonrojar por el modo en el que me
miraba.
—Lo he hecho solo porque era una manera de agradecerme que te diera
información sobre tu amigo.
—Y porque te gusto.
—No con palabras, pero sí con la mirada. Me has estado mirando durante
todo el tiempo que esperé a que me preparasen los cafés. —Sí, sabía que me
había pillado mirándole, pero en mi defensa diré que no era consciente de
que lo hacía, tan embobada como me había quedado en ese momento.
—No lo estaba.
—Mientes —sonrió apoyándose en la mesa—. Y al igual que yo me he
fijado en tu rostro, y sé dónde tienes cada uno de esos pequeños y casi
imperceptibles lunares, y he pensado en cómo sería besar y morder tus
carnosos labios, sé que tú te has preguntado lo mismo sobre los míos.
Iba a protestar, a negar esas palabras a pesar de que yo mentiría como una
bellaca y él decía la verdad, cuando empezó a sonar su móvil.
Ese hombre no iba a permitir que me negara a cenar con él o lo que fuera
que tuviera en mente, e incluso yo misma era consciente de que me costaría
rechazarle dado que veía que era un hombre persuasivo.
—Hola. —Saludé al entrar y los encontré con una copa de vino en la mano
a cada uno.
—Y aquí tenemos a la señorita número dos que ligó la noche del sábado —
dijo Richi con una sonrisa—. ¿Qué tal el café, querida? —preguntó tratando
de imitar el tono de una dama de la alta sociedad antigua.
—Como cualquier otro. —Me encogí de hombros y saqué una copa del
armario de la cocina para llenarla de vino.
—Dudo que le haga falta eso, sabe dónde trabajas, hermanita —sonrió Gina
y bebió de su copa.
Cuando decidimos, fui a darme una ducha y ponerme el pijama, ese era uno
de los mejores momentos de mi día a día, cuando me ponía cómoda para
estar en casa.
—¿Qué? —gritó elevando ambas cejas cuando vio que era su móvil el que
sonaba con los tonos de espera— No, no, no. Yo te mato, Alana, yo te…
—Ah, mi futura esposa. Ahora sí que debo haber muerto después del peor
día de mi vida.
—Bueno, no has muerto, de eso estoy segura porque te he llamado por
teléfono, no a través de una Ouija —comentó y James soltó una carcajada al
otro lado.
—Guapa y con sentido del humor, dime que te casarás conmigo, preciosa.
—Solo quería saber cómo estás. Mi hermana y Richi me han dicho que
fuiste uno de los afectados del accidente en la carretera esta mañana.
—Sí, pero aún tengo mucha guerra que dar. Un brazo enyesado, un leve
golpe en la cabeza que sangró bastante, y magulladuras en el costado, nada
grave.
—Me alegra escuchar eso, en serio. Ellos… bueno, ellos por su trabajo
suelen ver cosas realmente graves, ¿sabes?
—¿Te habías preocupado por mí? Eso me hará llorar —dijo, y los tres
sonreímos pues se le notaba en la voz que él lo hacía, estaba bromeando con
ella de modo que así se aseguraba que la tranquilizaba.
—¿Qué tal a las ocho? —propuso James al ver que Gina no decía nada.
—No era…
—Y no lo hacemos, solo queremos que salgas con otros seres humanos que
no seamos nosotros.
—Sí, tus compañeros de trabajo a quienes ves todos los días —resoplé—.
Gina, tengo un presentimiento con James, y cuando estés felizmente casada
con él y tengas un par de hijos, me lo agradecerás. —Le hice un guiño.
—Lo mismo que tú, o incluso puede que menos —sonreí—. Y ahora,
vamos a cenar que tengo hambre.
—Sí.
—Le gusta, y estoy seguro de que no será solo para una cena y un poco de
sexo. Y aunque sea así, estaremos con ella y para ella dejando el hombro
para que llore.
Por qué empecé a pensar en Colin era un misterio para mí, pero ahí estaba
aquel hombre alto, de cabello negro y ojos del color del chocolate caliente
haciendo que me estremeciera al recordar el modo en el que me miraba.
Aquella no sería mi primera vez teniendo una cita con un desconocido, aún
podía recordar la vez que quedé con un chico de una de esas aplicaciones de
citas del móvil, y estaba segura de que quedar para cenar con Colin no sería
ni remotamente tan desastroso como aquella vez.
Nada más llegar a la clínica esa mañana pregunté por cómo había pasado
Zoe la noche, esa niña me había calado más hondo que ningún otro y quería
que estuviera bien.
Para mi sorpresa, me dijeron que hacía apenas una hora que la subieron
junto con su padre a una de las habitaciones, así que en cuanto me cambié
de ropa, fui a la cafetería a por un desayuno que sabía le iba a encantar.
Me senté a tomar un café que me puso delante junto con una tostada, y la vi
preparar el desayuno para Zoe.
Un vaso de leche caliente con unas gotitas de miel, gofres con chispas de
chocolate y sirope de arce por encima, y un cuenco de fruta con mermelada
de fresa, era lo que solíamos llevarles a los niños para el desayuno.
Di un par de golpecitos en la puerta y fue la voz del padre quien dio paso.
—Le han puesto más calmante esta mañana —comentó el padre—. Soy
Jack.
—Mal debo estar si me llamas de usted, ¿he envejecido dos décadas, o algo
así?
—No —reí—, es la costumbre.
—Eso seguro.
—Me han dicho que ella sí ha dormido, yo me desperté cada poco tiempo
con dolores. Tuvieron que ponerme una buena dosis de calmante y me
quedé dormido. Desperté justo antes de que nos subieran.
—Los primeros días son los más duros, pero cuando el dolor empiece a
remitir, estarás mejor.
—Eso espero. Lo que no sé es cómo me las voy a ingeniar para las cosas de
casa —suspiró.
—Mi mami está en el cielo. Se fue el día que nací —dijo Zoe, su padre
asintió al ver que le miraba con los ojos muy abiertos, y se me partió el
corazón.
Aquellas primeras horas pasaron entre pacientes de todo tipo, y eran las
doce cuando escuché mi nombre por megafonía para que me acercara al
mostrador de información.
—¿Diga?
—Sí.
Su respuesta fue rápida y con un tono de esos que dejaban ver la confianza
que tenía en sí mismo.
—Lo siento, pero tengo que volver al trabajo —dije y Pam levantó la vista
hacia mí. Colgué sin esperar a escucharle y me puse en pie—. Pam, lo
lamento, pero me llamaron y…
Esa mañana no resultó tan frenética y con tantos pacientes como la anterior
por el accidente, pero apenas hubo tiempo para estar parados en la sala de
descanso.
—Sencillamente no llamando.
—Dime una cosa. ¿Por qué eres tan cabezota como Gina? Le habéis
gustado a un par de hombres que parecen decentes, y os negáis a salir con
ellos a cenar. Es una cena, no va a pedirte que te cases con él.
—Lo era, hasta que decidió largarse con el dinero que le presté y no supe
nada más de él.
Al parecer serían cuatro chicas y tres chicos recién graduados que habían
obtenido la plaza en la clínica por ser los mejores de la promoción, solo
esperaba que fueran rápidos actuando cuando más necesitábamos de todas
las manos posibles en momentos de urgencia como el vivido el día anterior.
Las horas fueron pasando entre pacientes y cuando acabé mi turno, salí un
momento a la pequeña tienda que había al lado y compré algunas cosas para
Zoe.
—Estar en un sitio como este puede ser muy aburrido —dije colocándole el
pelo tras la oreja.
—Bueno, al menos tenemos televisión por cable y puedo escoger algunas
películas que ver cuando papi está dormido.
—¿Cómo estás, Jack? —le pregunté a él y fui a ver el gotero, tendría que
avisar a las chicas para que fueran a cambiarlo.
—Vale, le pediré a una de las enfermeras que te traiga algo para leer —reí.
Con el traje gris oscuro y esas gafas de sol que llevaba, no podía estar más
irresistible…
Capítulo 10
Colin me miraba mientras me acercaba a él, era imposible verle los ojos
ocultos tras la lente oscura de las gafas, pero sabía que estaba observando
cada centímetro de mi persona.
Ese día me había puesto unos shorts vaqueros, camiseta de tirantes y las
deportivas, así que había más piel expuesta que oculta bajo la ropa.
—¿Qué haces aquí? —pregunté frunciendo el ceño, y por suerte para mí, mi
voz sonó de lo más firme, a pesar de que estaba nerviosa ante aquel hombre
alto que tanto me imponía.
—A mí nadie me cuelga.
Seguía sin quitarse las gafas, pero podía ver cómo le cambiaba la cara bajo
ellas. Tenía la mandíbula ligeramente apretada, cogió y soltó el aire con
fuerza y sonreí mentalmente.
—¡Oye! Devuélveme las llaves —pedí agarrándole del brazo para que se
detuviera, había empezado a caminar y alejarse de allí.
—Claro que puedo —contestó mirándome por encima del hombro—, mira
cómo lo hago.
—Espera, que va a resultar que eres psicólogo o algo así. —Volteé los ojos.
Paró ante un coche negro de lo más lujoso y abrió la puerta del copiloto.
—No voy a ir contigo, así que dame las llaves de mi coche para que pueda
marcharme, no quiero hacer esperar a mi cita.
Colin dio un paso hacia mí, me rodeó por la cintura con el brazo haciendo
que me estremeciera y aun con las gafas puestas, sentí que sus ojos me
hacían arder la piel por donde sabía que estaba pasando.
—No creo que intentes salir con el coche en marcha —me contestó
encogiéndose de hombros.
Richi, por el contrario, envió varios aplausos y algunos otros que dejaban
claro lo que quería que hiciera con ese hombre.
Alana: Richi, no me voy a acostar con él, ¿por qué demonios envías una
maldita berenjena? Eres insufrible.
Richi: Vamos, cariño, necesitas echar un buen polvo y lo sabes. Ese
hombre es perfecto para ayudarte con tu problema de telarañas.
Richi: Y haz todo lo que yo haría. Peca, niña, peca por una vez en tu vida.
—¿Todo bien?
Era como una cabaña, había varias mesas en una terraza acristalada y
muchas más en el interior. Quedaba a solo unos pasos de la arena y las
vistas hacia el mar eran una maravilla.
Se había quitado las gafas al fin y de nuevo pude verle los ojos, esos que se
volvían prácticamente negros cuando me miraban.
—¿Qué te apetece?
—No lo sabías —me cortó—. A ella le gustaba venir aquí, decía que con
estas vistas era como si comiera o cenara en casa. Vivíamos junto a la playa
por aquel entonces.
—Yo también perdí a mis padres, pero por algo que ellos mismos se
buscaron, supongo. —Dado que él me había hablado de algo tan personal,
decidí darle lo mismo—. Haciendo un resumen, cuando mi hermana y yo
éramos pequeñas empezaron a consumir alcohol y drogas, esto último los
mató cuando yo tenía dieciséis años. Para cuando eso ocurrió, llevábamos
diez años viviendo con nuestra abuela, ella nos crio y nos hizo ser quienes
somos hoy en día. Mis padres estuvieron prácticamente ausentes en esa
época.
—Sí. Lo pasó mal, no gestionó bien lo que había pasado y, supongo que
cuando pierdes a tus padres con diecisiete años crees que la vida es una
mierda. Comenzó a beber, a gastar el dinero de la herencia en drogas,
incluso trapicheaba con ellas. Tuve que pagar su fianza en más de una
ocasión, no quiso ir a la universidad y acabó de un centro de
desintoxicación a otro desde que tenía veinte años.
»Salía tras un tiempo y se mantenía sobrio y sin tomar drogas hasta que
volvía a recaer. Yo estaba dirigiendo la empresa que mi padre había puesto
en mis manos, teníamos una fortuna y no quería que se perdiera así que
estudiaba la carrera y dirigía los negocios mientras trataba de sacar a mi
hermano adelante y que dejara esa vida de excesos, pero eso último fue
imposible.
»James se convirtió en mi socio y me ayudó con la empresa, hoy en día es
una de las mayores industrias en cuanto a diseño y tecnología
armamentística para el ejército, tal como mi padre siempre quiso.
—Sí, y por increíble que me parezca, lleva un año y medio sin probar una
sola gota de alcohol y sin tomar drogas. La última vez que salió del centro
le di un ultimátum, o dejaba esa mierda y se centraba en la empresa, o podía
olvidarse de mí y del dinero de nuestros padres. Ellos no querrían verle así.
Nos trajeron el primer plato y tras probarlo, Colin preguntó por qué me
había sorprendido al escuchar su edad.
—Creí que eras más joven, no aparentas ser un señor de cuarenta años.
Mientras que sus padres se dedicaron siempre a cuidar de ellos y hacer que
fueran niños felices, los míos se centraron en sus trabajos y en ir de fiesta en
fiesta.
—Suena bien, pero si no te importa, quiero irme a casa. Ha sido una semana
larga de trabajo y aún me queda mañana.
Colin asintió y, tras posar la mano en la parte baja de mi espalda, me guio
hasta el coche donde tomé asiento y me quedé en silencio mientras me
llevaba de vuelta a la clínica para coger mi coche.
—Gracias por la cena —dije cuando paró junto a él—. No ha estado mal.
—No mientas, Alana, los dos sabemos que no había ninguna cita. —Arqueó
la ceja.
¿Me besaría en ese momento? ¿Sentiría al fin esos labios que parecían
tentarme constantemente?
Cerré los ojos cuando vi que Colin acortaba la distancia inclinándose hacia
mí, me invadió el aroma de su perfume y entonces…
Me besó en la mejilla.
Abrí los ojos y lo encontré mirándome por el rabillo del ojo con una leve
sonrisa en los labios.
—No quiero que me beses, así que deja a un lado el ego de hombre que lo
consigue todo porque a mí, no me vas a tener tan fácilmente.
—Claro que vendrás, tienes curiosidad por ver dónde te llevo y qué
haremos. A las siete, ni un minuto más tarde, o habrá consecuencias.
¿En serio acababa de invitarme a pasar el fin de semana con él? Por Dios, si
apenas nos conocíamos, por mucho que hubiéramos estado hablando toda la
noche de nuestra infancia y de lo que había sido nuestra vida desde la
pérdida de las personas más importantes para nosotros, en mi caso, la
abuela Mary.
—Mis niñas se hacen mayores —dijo Richi pasándose el dedo bajo los ojos
como si se secara las lágrimas—. Pronto os iréis de casa, formaréis vuestra
familia, y yo me convertiré en el nuevo viejito de la mansión Playboy. —
Hizo un guiño y Gina y yo nos echamos a reír.
—Pero no a las gatas que te dejan las uñas marcadas —comenté tocándole
el hombro, donde aún se le veía el recuerdo de las uñas de su última
conquista.
—¿No tenías que estar a las siete abajo? Porque ya pasan tres minutos de la
hora. —Arqueó la ceja.
—¿Quién dijo que debía ser puntual para ir con él? Si realmente quiere que
le acompañe, esperará a que baje. —Me encogí de hombros.
—Vale, vale, deja las uñas para él. —Richi levantó ambas manos—.
¿Llevas todo? ¿Lencería sexy, condones, geles eróticos…?
—Tenía doce años, Gina, era un preadolescente hechizado por tus encantos.
—Yo sí que te voy a hechizar, pero a escobazos. Anda, vete a tu casa que
seguro que tienes que bañarte en feromonas para salir esta noche a por tu
próxima conquista —le dijo empujándole hacia la puerta.
—Qué poca hospitalidad la vuestra, encima de que vengo a desearos una
bonita noche y que os divirtáis. Porque os recuerdo que me estáis dejando
por dos poll…
—Si terminas de decir esa palabra, te lavo la boca con jabón y estropajo —
le advertí señalándole con el dedo.
Richi cerró la boca y se pasó los dedos por los labios a modo de cremallera,
esa invisible de la que acabó tirando la llave al suelo.
—Alana, son casi y diez —dijo Gina—. No creo que Colin sea la clase de
hombre al que le guste la impuntualidad.
—Bueno, pues tendrá que aprender a convivir con ella si quiere que salga
con él.
—¿Has dicho salir? —Curioseó Richi—. De salir, salir, o sea, como una
pareja…
—Lo mismo te digo, cariño, lo mismo te digo —contestó con una sonrisa
mientras me veía entrar en el ascensor.
—Que Dios te acompañe en este fin de semana —dijo Richi haciendo una
cruz en el aire.
—Mujer, si lo digo por la de veces que, estoy seguro, vas a pronunciar esa
palabra mientras el moreno le da un repaso a tu cuerpo. Ya sabes —
carraspeó— : «oh, Dios, sí; oh, sí; Dios, Dios, Dios…»
—Qué colleja tienes, Richi, qué colleja —dije mientras se cerraba la puerta
del ascensor y le escuché reír cuando me quedé allí sola.
En cuanto llegué al rellano del edificio, caminé con toda la tranquilidad del
mundo hacia la puerta, y pude ver a Colin apoyado en su coche.
Pantalón de traje azul marino, camisa blanca con las mangas arremangadas
hasta los codos y desabotonada, sin chaqueta ni corbata a la vista, con los
tobillos cruzados y las manos en los bolsillos, y ese par de ojos marrones
bajo las oscuras gafas de sol.
Solo con verlo sentí un escalofrío por todo el cuerpo que me hizo tener
pensamientos pecaminosos en los que tal como había dicho Richi, llamaba a
Dios.
Colin se apartó del coche y, aún con las manos en los bolsillos, se inclinó
para hablarme al oído.
Colin abrió la puerta del coche mientras cogía mi maleta y, una vez me
senté, la dejó en el maletero. Se acomodó en su asiento y tras ponerlo en
marcha, se incorporó al tráfico de la calle para ir hacia la carretera.
—Sí.
—Oh. —No sabía qué más decir, pero no dejaba de preguntarme qué
íbamos a hacer allí durante el fin de semana.
Salimos hasta la pista y un chico con el mismo uniforme que la azafata nos
saludó, cogió las maletas y nos acompañó hasta el jet que esperaba por
nosotros.
Una vez a bordo, y solo cuando me senté en uno de esos cómodos asientos
de cuero beige, pregunté.
—Vaya, así que cuando tenéis que viajar por trabajo, no cogéis vuelos
comerciales como el resto del mundo.
—No, y no solo por trabajo. Cuando se trata de volar, prefiero hacerlo con
comodidad y sin exceso de pasajeros.
—No, no, mejor que no. Bastante tengo con no saber qué has pensado
hacerme para que pague esas consecuencias a las que te refieres.
—Gracias.
Ella asintió y fue a su asiento, Colin y yo nos abrochamos los cinturones y
me preparé para el despegue, ese que fue mucho mejor y más suave de lo
que alguna vez había experimentado.
—¿Quieres tomar algo? Puedo pedir que nos vayan preparando la cena, si
quieres.
—¿Qué tan una ensalada con nueces y unas tostas de queso crema y
salmón?
Colin llamó a la azafata, le pidió que nos trajera algo de beber y que fuera
preparando la cena.
Cuando regresó con un whisky para él y vino blanco para mí, miré a Colin
con la ceja arqueada.
Me estremecí al ver sus ojos, esos del color del chocolate caliente
observándome con deseo.
Sin duda alguna ese era su cometido, ponerme nerviosa en todo momento y
de la manera que fuera.
Poco después la azafata llegó con nuestra cena y una nueva copa de vino
para mí, se lo agradecí con una sonrisa y mientras cenábamos le pregunté
por qué me llevaba a Nueva York.
—No, pero no quería venir solo y quería invitarte a cenar hoy, así que tomé
la decisión cuando fui a buscarte a la clínica.
—Lo estoy.
Después de la cena cogió su Tablet para revisar unos e-mails, momento que
yo aproveché para ponerme una película en el móvil y así pasamos el resto
del vuelo.
—Teniendo en cuenta que mañana por la noche planeo follarte hasta dejarte
sin aliento, sí —dijo con el brazo alrededor de mi cintura mientras me
miraba fijamente, y sentí que me fallaban las piernas.
—Te veo muy seguro de que voy a acabar acostándome contigo, Colin. —
Me crucé de brazos.
Aquello era una locura, de eso no tenía la menor duda, jamás había hecho
algo como aquello, pero mentiría si dijera que no deseaba a ese hombre,
¿quién no lo haría?
Era atractivo, sí, pero también tenía un punto simpático en su forma de ser,
algo que siempre me había gustado en un hombre.
Tenía dinero, muchísimo dinero a juzgar por el lujo de la suite en la que nos
encontrábamos y el jet privado, pero eso a mí nunca me importó.
Mis padres también hicieron su propia fortuna, esa que gastaron sin el más
mínimo pudor en sus diferentes fiestas de excesos.
Pero Gina y yo también teníamos nuestros ahorros, no era una fortuna como
la que llegaron a amasar ellos o como la que debía tener Colin, pero era
suficiente para seguir guardándola para el futuro.
Y nunca, jamás, había estado con un hombre por su dinero. Eso no me
importaba, lo único que buscaba era que me quisiera, simplemente eso.
Después de diez minutos en los que ninguno de los dos contestó, sonreí
dando por hecho que se estaban divirtiendo, así que dejé el móvil en la
mesita, me metí bajo la sábana y, abrazada a ella mirando por la ventana,
cerré los ojos.
Cuando desperté sentí el cuerpo más relajado que nunca, y eso debía ser
obra del colchón. Era lo más cómodo que había probado en mi vida.
Y qué torso, por Dios, firme, sin un solo vello, bronceado y definido, y con
una tableta de chocolate que competía con el color de sus ojos, se notaba
que iba al gimnasio.
Colin giró la cabeza para mirarme despacio, muy despacio, casi como si lo
hiciera a cámara lenta, y arqueó una ceja.
—Es que no va a pasar nada entre nosotros. —Me encogí de hombros y tras
apartar la sábana, hice por levantarme, pero cierto hombre grande y fuerte,
fue más rápido que yo y me atrapó con sus manos por la cintura—. ¡Oye!
—protesté mientras me llevaba hasta sentarme a horcajadas sobre sus
muslos.
Y lo sentí, de verdad que sentí entre mis piernas su miembro erecto bajo mi
sexo.
—No me conoces si sigues tan segura de que no va a pasar nada —dijo con
las manos sobre mis nalgas, y me movió de manera sutil y casi
imperceptible, pero haciendo que su miembro rozase mi sexo.
No iba a mentir diciendo que no sentía nada, puesto que lo sentía todo.
Cerré los ojos y dejé que siguiera pasando la lengua por esa zona, que sus
labios se posaran en ella con suaves y cortos besos y que sus manos, esas
grandes y fuertes que sostenían mis nalgas, me movieran sobre su dureza
haciendo que la humedad comenzara a formarse entre mis piernas.
—Puedo notar la humedad aun con la ropa puesta. —Me dio un ligero
mordisco, casi más fue como un jugueteo con los dientes, y maldito fuera
mi cuerpo, sensible y sin sexo desde hacía meses, por reaccionar y hacerme
gemir—. Te follaría ahora mismo, como quiero hacerlo desde que me
desperté y vi tu cuerpo en la cama. Parecías una jodida ofrenda.
—Para, por favor. —Lo aparté, debía reconocer que me costaba respirar con
tranquilidad, y el hecho de que al mirarle a los ojos viera el fuego de la
lujuria en ellos, no ayudaba.
Sus labios me tentaban, estaban ahí delante, tan sensuales y besables… Pero
recobré la cordura y conseguí que me soltara y permitiera que me bajase de
la cama.
—Me gustaría ducharme y vestirme sola, por favor —dije parada frente a la
cama y cruzada de brazos.
Me estremecí ante aquel gesto, y cuando cerró la puerta al salir solté el aire
y fui a abrir el agua de la ducha mientras cogía la ropa que iba a ponerme.
Tras la ducha, donde me tomé mi tiempo solo para calmar los nervios de
haber estado con Colin de ese modo tan poco convencional para un par de
desconocidos, me vestí y salí mientras me recogía el cabello en un moño.
—Qué bien huele —dije al sentir el aroma del café recién hecho.
Colin estaba tecleando en la Tablet, concentrado, así que me senté y no dije
más. Cogí un plato de huevos revueltos con beicon crujiente y me puse un
poco en una tostada. Dios, no sabía que tuviera tanta hambre.
Di un sorbo al café y me sorprendió ver que llevaba ese toque de canela que
me gustaba, miré a Colin disimuladamente y sonreí al pensar que se había
acordado de cómo tomé el café en la clínica el día que James tuvo el
accidente.
Mientras trabajaba le daba sorbos al café, pero apenas probaba bocado tan
concentrado como estaba.
—Algunos correos que responder sobre pedidos que están a punto de ser
enviados —dijo cogiendo un poco de beicon y se lo llevó a la boca.
—He llamado al salón del hotel para reservarte una cita. Ya sabes, para todo
eso que las mujeres os hacéis antes de asistir a un evento.
—Sí, bueno… Normalmente soy yo quien paga esas cosas cuando voy a ir a
una cita con un hombre. —Me encogí de hombros.
Cerré los ojos de nuevo ante su contacto y cuando sentí sus dedos subiendo
por el interior de mi muslo hasta alcanzar mi sexo cubierto de ropa, noté
una punzada de deseo en el centro que me hizo jadear.
Nos miramos durante unos segundos y vi tanta seguridad en sus ojos, que
no tuve la menor duda de que no podría impedirle que esa noche nos llevara
a los dos de cabeza al infierno.
Allí me indicaron dónde estaba el salón de belleza y nada más entrar, una
chica de piel color café con leche, con el pelo negro rizado y unos preciosos
ojos negros sonrió dándome la bienvenida.
—Dime, querida.
—Oh, por favor. —Gary volteó los ojos—. ¿Por qué siempre tiene que
haber un pero? —Me reí y él arqueó la ceja.
—Lo siento —me disculpé—, es que no quiero que me dejes sin melena.
—Ajá, muy bien. —Él comenzó a tocarme el pelo al igual que había hecho
ella, y le vi fruncir los labios un par de veces—. Hum —murmuró—.
Cariño, ¿has pensado alguna vez en darte unos sutiles reflejos rubios más
claros?
—Oh, pues te quedaría perfecto. No es como las mechas, sino un poco más
discreto. ¿Quieres que probemos?
—Un café, por favor. Con crema, azúcar y una pizca de canela.
—Lista —sonreí.
Subí a la suite cargada con las bolsas y cuando entré no vi a Colin, le llamé
mientras iba hacia la habitación, pero tampoco estaba allí.
Dejé las bolsas sobre la cama y regresé al salón con el móvil en la mano, a
punto de llamarle, hasta que vi una nota doblada en la mesa apoyada en el
florero en la que ponía mi nombre.
«He tenido que salir, no me esperes para comer. Pide lo que quieras, lo
cargarán en la cuenta. Descansa un poco si quieres, nos vemos a las ocho»
¿En serio se había ido y no regresaría hasta las ocho? Si teníamos que estar
a las ocho y media en la cena a la que había sido invitado, eso suponía que,
de donde fuera a donde había ido, vendría ya arreglado para irnos.
Suspiré, cogí el teléfono y pedí algo de comer, así como unos dulces para el
postre y un café, eso que cuando me lo sirvieran iba a disfrutar mientras
contemplaba las vistas de la ciudad a través del gran ventanal.
Capítulo 13
Tan solo tuve que retocarme un poco el pintalabios rojo, y eso acababa de
hacer cuando escuché que se abría la puerta de la suite.
—¿Alana?
La voz de Colin hizo que de nuevo mi cuerpo reaccionara, pero esa vez de
un modo diferente.
El vestido era negro, entallado hasta la altura de las rodillas y a partir de ahí
la tela quedaba algo más suelta debido a la apertura en el lateral derecho,
esa que hacía que al caminar se me viera la pierna.
Las sandalias al igual que el bolso también eran de color negro, mientras
que el conjunto de pendientes, gargantilla y pulsera era plateado y con
algunos cristales que centelleaban al captar la luz.
Abrí la puerta y cuando Colin la escuchó, se giró y vi, por el modo en el que
me miraba con atención, casi embobado y recorriendo mi cuerpo de arriba
abajo, que la elección del vestido había sido todo un acierto.
—Cuando quieras podemos irnos —dije al ver que, tal como suponía, ya
llevaba puesto el esmoquin.
Caminé hacía él, que no dejaba de mirarme, y cuando pasé por su lado me
cogió de la muñeca.
Le miré por encima del hombro, esperando que dijera algo, pero
permaneció en silencio.
—¿Ocurre algo? —pregunté.
—Colin…
—¿Hum? —preguntó sacando su móvil del bolsillo para ver el mensaje que
acababa de llegarle.
Una vez estuve junto a él, se llevó mi mano hacia el brazo y así caminamos
hasta la entrada del hotel.
—Raymond. —Le llamó Colin al acercarnos a aquel hombre, casi tan alto
como él, de unos setenta años.
Tenía los ojos azules y su mirada era jovial a pesar de la edad, no dudaba
que aquel hombre habría aguantado aún unos años más en el ejército, pero
debía tener motivos de peso para retirarse.
—Yo bien, y la empresa mejor aún —contestó con seguridad y una sonrisa.
—Tu padre estaría orgulloso de ver a dónde has llevado su legado —le
aseguró con un leve apretón en el hombro—. Vaya, vaya, vaya. ¿Y quién es
esta bella y encantadora joven? ¿Tu novia, tu prometida tal vez?
—Soy Alana —dije sonriendo al tiempo que le tenía la mano—. Y no soy
más que una amiga de Colin que aceptó acompañarle esta noche.
—Me alegra que hayas venido tú y no James, siempre envías a ese pobre
hombre a estos eventos.
Dejé la copa vacía en una de las bandejas de los muchos camareros que
pululaban por allí, y fui hacia la puerta en la que me había indicado que
estaba el pasillo que daba a los cuartos de baño que podíamos usar los
invitados al evento.
Había algunas mujeres allí retocándose el maquillaje mientras charlaban, y
escuché una protesta desde el interior de uno de los cubículos.
—Ay, Dios mío —dijo acercándose a la puerta—. Abre, a ver qué podemos
hacer.
—¿Qué quieres hacer con esto? —gritó abriendo la puerta y la pobre mujer
tenía medio pecho al descubierto.
—Dáselas a mi abuela, era quien decía que una mujer debe ir preparada
para cualquier emergencia.
Cuando lo hice vi a Colin hablando con una mujer alta, de cabello cobrizo
con un elegante vestido blanco que no dejaba de tocarle el brazo.
Cuando vio que era yo, su ceño fruncido fue desapareciendo poco a poco.
Ella arqueó la ceja y me dedicó una mirada de arriba abajo sin tan siquiera
disimular un poco.
Sin decirle nada más, giró llevándome con él y fuimos hacia la mesa en la
que nos sentaríamos para la cena. Retiró la silla para mí ante la sonrisa de
aquellos hombres y mujeres que estarían con nosotros, y cuando me senté
acarició mis hombros antes de inclinarse, le miré por encima del hombro.
—¿Yo? —Abrí los ojos por la sorpresa—. Eres tú el que parecía estar
discutiendo.
—Rachel tiene la capacidad de sacarme de mis casillas —suspiró cerrando
los ojos.
Sabía que me estaba ocultando algo, y no tenía la menor duda de que era
algo importante, de lo contrario aquella mujer no le habría alterado tanto.
Cada plato que traían tenía mejor pinta que el anterior, el vino con el que lo
acompañábamos estaba realmente delicioso y solo esperaba no acabar
tomando más de la cuenta.
—Quiero hacer una mención especial a alguien que me dejó mucho antes de
lo que debería —dijo mirando a Colin—, pero que contó con la suerte de
tener alguien a quien dejarle su legado. Arthur era un buen amigo, alguien a
quien siempre consideré familia, al igual que a su esposa Rose y sus dos
hijos.
»Solíamos hablar de que, cuando me retirara del ejército, él ya estaría
jubilado y serían sus hijos quienes habrían tomado las riendas del negocio,
esto último lo hicieron, sí, mucho antes incluso de lo que ellos mismos
pensaban. Arthur decía que tendríamos una barca, unas cañas de pescar, y
nos iríamos todos los fines de semana al lago a dar de comer a los peces,
nunca se nos dio bien pescar. —Todos los asistentes rieron, excepto Colin,
no pude evitar darle un apretón en el brazo y me miró sorprendido.
»Si Arthur estuviera hoy aquí, diría algo así como… ya era hora, abuelo,
¿es que pensabas seguir llevando uniforme hasta los noventa? —Volvieron
a resonar las risas y en ese momento vi que Colin esbozaba una, casi
imperceptible—. Aunque no pueda verle, sé que está aquí, no solo porque
su hijo tiene una gran parte de él, sino porque prometimos brindar con el
mejor champán cuando llegara este día. Así que, damas y caballeros, por
favor, levantemos nuestras copas y brindemos con Arthur por mi jubilación.
Todos lo hicimos, Raymond miró hacia el techo y dijo «va por ti, viejo
amigo», antes de dar un sorbo.
Bajó del escenario mientras todos le aplaudían, pero yo no perdí de vista a
Colin en ningún momento.
Le notaba tenso, incluso me parecía que tenía los ojos algo húmedos, pero
estaba claro que ese hombre no iba a romper a llorar allí delante de tanta
gente.
Pidió un whisky para él y un gin-tonic para mí, y tras el primer sorbo volvió
a rodearme por la cintura pegando mi espalda a su pecho.
—¿Estás bien, Colin? —le pregunté, acariciándole la mano que tenía sobre
mi vientre.
—Raymond estuvo ahí para mí cuando los perdí, no dejó que me diera por
vencido nunca, y se aseguró de que el ejército comprara todo el
equipamiento que nosotros teníamos para darles. El contrato es de por vida
gracias a él, y aunque yo no siga dirigiendo la empresa, cuando lo hagan
mis hijos, siempre se mantendrán a flote y con ellos como su mejor cliente.
—No solo tus hijos —sonreí mirándole por encima del hombro—, tus
nietos, tus bisnietos, todas las futuras generaciones de mini Colin que
nazcan.
Notaba la humedad entre mis piernas y sentía que, poco a poco, Colin me
enloquecía más y más.
Cuando llegamos a la habitación, esa que tan solo estaba iluminada por la
luz de la luna que entraba por la ventana, me deshizo el recogido que Gary
había hecho hacía casi una eternidad soltando las horquillas que llevaba. En
cuanto mi melena cayó en cascada por mi espalda, Colin la cogió con una
mano, tiró de ella y me atrajo hacia él para volver a lamerme el cuello y
mordisquearlo.
Gemí al sentirlo y cerré los ojos pensando en el placer que ese hombre, que
me deseaba tanto como yo a él, estaba a punto de hacerme sentir.
—Sí —jadeé.
—¿Sí?
La rodeé con mi mano sin apartar los ojos de los suyos, vi su nuez bajando
con dificultad cuando tragó con fuerza y, cuando mi lengua se deslizó desde
la base a la punta, Colin jadeó dejando caer la cabeza hacia atrás.
Mi boca cada vez le acogía más y más rápido, Colin jadeaba y yo sentía que
me excitaba al verle disfrutando.
—Mi turno, pequeña —dijo con una sonrisa de medio lado mientras se
acercaba a mi sexo.
—Oh, Dios —gemí al tiempo que todo mi cuerpo se estremecía mientras la
lengua de Colin daba una lamida lenta y perversa en toda mi zona, esa
donde la humedad cada vez era más y más abundante.
Sin dejar de devorar mi centro, empezó a penetrarme con dos dedos y eso
fue lo que me llevó al borde de la perdición.
Me corrí con tanta fuerza que cuando él se apartó pude ver mi esencia
brillando en su boca.
—Colin —le supliqué tras unos segundos tortuosos en los que tan solo me
rozaba con su miembro.
No respondió, tan solo me agarró por la cintura con una mano y, sin avisar,
me penetró con fuerza llegando a lo más hondo de mi ser.
Sentí el orgasmo en mi vientre, ese que quería ser liberado una vez más, me
aferré a sus hombros y cuando el propio Colin notó, al igual que yo, que las
paredes de mi vagina se contraían alrededor de su miembro, comenzó a
moverse más y más rápido, penetrándome con más fuerza, hasta que ambos
llegamos a ese clímax que deseábamos liberar.
Pensé que iba a besarme, que yo había conseguido que bajara esas barreras,
pero…
Sentía mi cuerpo laxo y agotado, nunca antes me había sentido así después
de un poco de sexo.
No hubo besos en los labios, ni un solo leve roce suave y delicado, ni tan
siquiera un mordisco juguetón en ellos mientras me penetraba o acariciaba
cada centímetro de mi cuerpo. No, tal como dijo, no me besó de ese modo
en ningún momento.
Abrí los ojos y los rayos de sol que entraban por la ventana fueron más que
suficientes para hacerme saber que era hora de levantarse.
Aún estaba desnuda y pude ver que tenía la huella de la mano de Colin
marcada en la cadera izquierda, me estremecí al recordar aquel momento
cuando él comenzó a hacer más fuerza en su agarre mientras estábamos
sentados en la cama, yo sobre él a horcajadas gimiendo y gritando mientras
su gruesa erección me llenaba, y hasta me dio un leve mordisco en el
hombro cuando comencé a moverme más deprisa buscando mi liberación y
la suya.
Eché un vistazo al móvil y vi que eran casi las dos del mediodía de aquel
domingo, por lo que abrí los ojos al ser consciente de que nunca antes había
dormido hasta tan tarde.
Sonreí ante ese pensamiento, me levanté y cogí la camisa que Colin había
llevado la noche anterior para ponérmela dado que fue lo primero que
encontré de toda nuestra ropa desperdigada por el suelo, me recogí el
cabello en un moño alto y abrí la puerta de la habitación para salir tras
arremangarme las mangas de la camisa hasta el codo.
—No, escúchame tú. No voy a aceptar esto más, ¿me oyes? No tienes
opción, Rachel, vas a aceptar.
Me quedé junto a la puerta, entornada eso sí por si se giraba, que no me
viera allí cotilleando como una vecina chismosa, y seguí escuchando la
conversación que mantenía con aquella mujer.
—Puedes salir —dijo, y maldije para mis adentros porque no era posible
que me hubiera visto.
Abrí la puerta y cuando puse un pie fuera, miré hacia Colin y sus ojos se
clavaron en mí. Me miraba de arriba abajo y noté que se me enrojecían las
mejillas ante aquella mirada ardiente y oscura, haciendo que tragara saliva
en ese momento en el que incluso mi cuerpo se estremeció mientras un
escalofrío lo recorría de pies a cabeza.
—Te queda bien mi camisa —dijo cuando me tenía a solo un par de pasos.
—Tendré que regalarte un par de ellas para que las uses cuando estemos
juntos. —Me rodeó con el brazo por la cintura y tras pegarme a su fuerte
cuerpo, se inclinó para besarme el cuello—. ¿Tienes hambre?
—La verdad es que sí, no he desayunado —sonreí mirándole—. ¿Por qué
me has dejado dormir hasta tan tarde?
Reí ante el descaro de mi mejor amigo y Colin me miró por el rabillo del
ojo, pero no preguntó nada.
Cuando llamaron a la puerta él abrió sin importarle lo más mínimo estar
usando solo un bóxer, y regresó con el carrito lleno de comida.
—Es por ella por quien ya no besas —dije tras unos minutos de silencio, y
no se lo estaba preguntando, sino constatando un hecho que me parecía más
que evidente a juzgar por su mirada.
Era una mezcla de dolor y rabia que me hacía sospechar que ella le debió
hacer suficiente daño como para no querer intimar de ese modo con ninguna
otra mujer.
—Besar a alguien es tener un gesto muy íntimo con esa persona, que
muestra que hay algo más que solo sexo, Alana, y por eso nunca beso.
—¿Qué pasó entre vosotros? —quise saberlo no por curiosidad, sino para
entender los motivos que pudieron llevarle a levantar barreras alrededor de
sí mismo.
—Pues me has puesto en bandeja que disfrute del mejor postre del mundo.
—Tú —susurró en mi oído con esa voz seductora antes de darme un suave
mordisco en el cuello.
Llevó una mano a mi entrepierna y comenzó a deslizar el dedo por entre los
labios vaginales y ambos sentimos la humedad que ya comenzaba a
formarse allí.
Cerré los ojos mientras me agarraba a sus anchos y desnudos hombros con
fuerza y apenas unos segundos después comencé a gemir.
Me apoyé con las manos en la mesa dejando caer la cabeza hacia atrás, y
cuando pasó la lengua por todo mi centro en una lenta y lujuriosa lamida,
gemí al tiempo que todo mi cuerpo se estremecía.
No hubo besos, tampoco los esperé ni traté de dárselos, tan solo en el cuello
o los hombros, mientras pensaba que aquel hombre podría convertirse en
una peligrosa adicción para mí.
Mujeres por doquier para llevar a una cada fin de semana a su cama, o a la
cama de una suite de lujo como esta.
Comenzó a moverse más y más rápido, hasta que sentí el momento exacto
en el que el clímax se acercaba para hacerme saltar por los aires en una
explosión de ardiente deseo mientras un escalofrío me recorría de pies a
cabeza.
Dejé caer la cabeza hacia atrás mientras clavaba con todas mis fuerzas las
yemas de los dedos en su espalda, y en el momento en el que Colin me
mordió ligeramente el cuello, grité liberando el orgasmo al mismo tiempo
que él.
Sus caderas seguían golpeando con fuerza hacia las mías, el sonido de
nuestras pelvis impactando una y otra vez, penetrándome con fuerza y
decisión, hasta que todo acabó y se detuvo, manteniéndome aún entre sus
brazos, con su duro y erecto miembro en mi interior, la frente apoyada en
mi hombro y el calor de su entrecortada respiración contra mi piel.
Si había algo que tenía que reconocer, era que el sexo con él, era alucinante.
Capítulo 16
¿Sería su exmujer? Porque, a pesar de haberle visto enfadado con ella, era
más que probable que aún siguiera sintiendo algo.
Si no, ¿por qué no habría querido besar a otra mujer, por mucho que dijera
que era algo demasiado íntimo para hacer con una persona cualquiera
durante el sexo?
Esa mujer me había mirado como si fuera una amenaza para ella, y el modo
en el que le preguntó a Colin si era una de sus amiguitas, ¿qué le importaba
a ella? Estaban divorciados, la vida privada de Colin a ella no le concernía
en lo más mínimo.
—Alana. —Tiró de mi mano hasta que me tuvo cerca, evitando que pudiera
abrir mi puerta, pero no dijo nada, tan solo se quedó allí observándome con
esos ojos que parecían querer volver a desnudarme.
Bajé del coche, saqué mi equipaje del maletero y le vi allí parado con las
manos en los bolsillos.
Emprendí el camino hasta la puerta con pasos cortos, como si mi cuerpo no
quisiera apartarse de él. Me prometí no mirar atrás, si lo hacía, podría darle
a entender a Colin algo que no era, como que me importaba, por ejemplo.
—Te llamaré.
—Estabas preciosa con ese vestido —dijo con una sonrisa de lo más
sincera.
—¿Te has acostado con él? —preguntaron ambos al unísono, con diferentes
grados de sorpresa.
—Te lo dije, la niña venía con un buen polvo en el cuerpo. —Richi señaló a
mi hermana—. Me debes cincuenta dólares.
—Bueno, la tuve, pero ayer también tuve una siesta tórrida, y hace apenas
unas horas, un vuelo tórrido —sonreí con malicia.
—Sí. Por lo tanto, ambos tenéis razón y Gina no tiene que pagarte nada.
—No, Richi. Tú dijiste una noche, y han sido dos noches y una tarde. —Me
encogí de hombros.
—Así que has tenido un fin de semana interesante —dijo Gina—. ¿Vas a
volver a verle?
—Y hablando del rubio, ¿qué tal te fue el viernes con él? —Le di un leve
codazo en el costado.
—¿Pasaste todo el día con él? —le pregunté con una sonrisa.
—Sí, hablamos sobre Thomas, quería que le contara todo por si alguna vez
volvíamos a encontrárnoslo, saber qué esperar de él.
—Solo quiero saber una cosa, hermanita —dije cogiéndole la mano por
encima del sofá—. ¿Estás a gusto con él? Digo, me refiero a si es un
hombre con el que veas que puedes hablar de todo.
—Que si te hacía reír incluso cuando solo tenías ganas de llorar, ese era el
hombre de tu vida.
Él no besaba nunca, por lo que sí, yo podría haber tenido tres encuentros
tórridos con él, pero tampoco nos habíamos besado.
—Ya sabes, unas copas, una chica, algo de sexo. —Se encogió de hombros.
—No soy un lobo, y ella es un corderito tímido con una mujer sexy y
lujuriosa escondida que yo he liberado y seguiré liberando. —Hizo un
guiño.
—Sí. —Nosotras nos miramos con los ojos muy abiertos, incrédulas ante
aquella afirmación—. ¿Qué pasa?
—Sé lo que quieres decir, Alana —me cortó—, y créeme que esto me
sorprendió a mí tanto como a vosotras.
—Sí que debes haber visto algo en esta que las demás no lo tenían —sonrió
Gina, y nuestro amigo lo hizo también, pero apartando la mirada.
Nos ocultaba algo, el qué, no podría decirlo, pero estaba segura de que
había algo que Richi no nos había contado.
Solo que al cerrar los ojos, volvieron a mi mente todas las imágenes vividas
el fin de semana en los brazos de Colin.
Capítulo 17
Tres días, habían pasado tres días desde que Colin me dejó en casa tras
aquel viaje de fin de semana a Nueva York, y aún no sabía nada de él.
En esos días me había centrado en la pequeña Zoe, esa niña que al verme
entrar en su habitación con el desayuno me recibía con una amplia sonrisa.
Incluso me había hecho un dibujo el día anterior en el que estábamos las
dos coloreando mientras su padre veía la televisión.
A su padre aún no le daban el alta y ella no tenía con quién quedarse por lo
que se había convertido en una paciente más de la clínica, y era como una
muñequita para todo el equipo de enfermería, así como el de médicos.
Mi hermana seguía hablando con James, ese hombre estaba de baja en casa
y decía que se aburría, que ya quería volver a la oficina, y me tocó hablar
con él la noche anterior para decirle que, si se le ocurría pedir el alta
voluntaria, le diría a mi hermana que no volviera a cogerle el teléfono.
Otro que parecía de lo más distraído era Richi, cada vez que le veía durante
algún descanso estaba con el móvil en la mano, enviando o recibiendo
mensajes, y en alguna que otra ocasión incluso le había visto fruncir el ceño
y resoplar como si la respuesta no fuera la esperada.
—Vamos, Richi, que nos conocemos. ¿Con quién hablas tanto por mensaje?
¿Es la chica del fin de semana?
—Es solo que… no deja de ponerme excusas para no vernos el próximo fin
de semana.
—No me digas que una chica se te está resistiendo. —Abrí los ojos ante la
sorpresa.
—Eso parece.
—¿En serio? Tengo que llamar a Gina. —Saqué el móvil del bolsillo de mi
chaqueta y marqué el número de mi hermana.
—¿Qué pasa?
—¿Qué me dices?
—A ver, a ver —Richi se puso en pie y se acercó a mí—, que solo me está
dando unas excusas muy pobres para no vernos, no es como si le hubiera
pedido matrimonio o algo así.
—Vosotras lo que pasa es que disfrutáis viendo cómo una mujer me evita,
que sois muy malas las dos —dijo Richi señalándome.
—¿Cómo que estoy allí, Alana? Qué soy ahora, ¿omnipresente o algo eso?
¿Una especie de fantasma?
—Sí, sí, a través de la línea telefónica, que parece que estáis los dos en
contacto con el más allá.
—Vaya dos brujas estáis hechas. —Richi entrecerró los ojos—. ¿Podéis
decirme qué hago para convencerla de que salga el fin de semana conmigo?
—¿Tú estás escuchando eso, Gina? El señor «lo tengo todo bajo control»
nos está pidiendo ayuda a nosotras. ¿Qué te parece?
—Te recuerdo que estuviste el fin de semana pasado en Nueva York con un
hombre y tuviste sexo, hermanita —me cortó Gina—, ¿cómo te acabó
convenciendo para que fueras? —Rio.
—Llevo desde el lunes intentando que acepte salir conmigo, eso ya debería
ser algo así como una señal, ¿no? —resopló.
—Alana, que creo que esa chica… le ha dejado un poquito tocado —dijo
Gina en un tono más serio.
—Si quieres que acabe aceptando, Richi, tan solo sé sincero con ella y dile
lo que quieres. ¿Sexo casual de vez en cuando? ¿Conocerla más allá de solo
sexo? Bien, solo, díselo. —Me encogí de hombros—. Y si le dices que la
llamarás, hazlo, no la dejes esperando.
—Chicos, tengo que volver al trabajo —dijo Gina para romper ese silencio
incómodo.
—Y yo, hermanita.
Tragué para pasar los nervios, y ahí estaba aquel escalofrío subiéndome por
la espalda en cuanto él se quitó las gafas y me miró con esos ojos marrones
cargados de deseo.
—Llevarte a cenar.
—¿Qué te crees, Colin? ¿Que puedes aparecer después de tres días sin saber
nada de ti y simplemente voy a aceptar ir a cenar contigo? Para que te
quede claro, si buscas una mujer con la que follar y nada más, no soy yo. Si
quieres una mujer dispuesta a obedecer y hacer lo que tú quieras cuando tú
digas con un simple chasquido de dedos, no soy yo.
—He tenido mucho trabajo estos días, tuve que coger un vuelo el lunes de
madrugada para una reunión del martes a la hora de comer en Chicago, y
tenía que prepararla. Tomé otro vuelo desde allí a última hora de la noche
para ir a Nueva York, he regresado hoy y me apetecía verte —dijo
acercándose y me rodeó por la cintura.
—Dime, socio.
—James, ¿puedes decirle a Alana dónde he estado estos últimos tres días?
—Gracias, James.
Cerré de nuevo el coche y me llevó hasta el suyo, abrió la puerta para que
me sentara y cuando lo hice le mandé un mensaje a mi hermana para
avisarla de que no cenaría en casa.
Tras poner el coche en marcha, Colin entrelazó nuestras manos y así
condujo todo el camino, acariciándome la muñeca y en silencio mientras yo
pensaba en la manera en la que había reaccionado. Él no tenía que haberme
dado explicaciones y, aun así, lo había hecho.
Subimos en el ascensor hasta el ático y, una vez entramos allí, me quedé sin
palabras.
Todas las paredes del salón eran de cristal, y había una puerta que daba a
una terraza. Muebles negros, paredes blancas y suelos grises.
—¿Qué tal estos días en la clínica? —preguntó tras el primer bocado a ese
delicioso pastel de salmón que se deshacía en la boca.
—Desde luego.
Seguimos charlando y me habló de las reuniones a las que había asistido,
habían resultado ser un éxito y tenía un par de nuevos contratos importantes
firmados.
No nos llevó mucho tiempo para acabar liberándonos, tantas eran las ganas
que ambos nos teníamos, y cuando mi cuerpo se preparaba para el orgasmo
pude notar que Colin también lo hacía.
Llevó un dedo entre mis labios y nos corrimos así, gritando mientras una a
una las sacudidas del orgasmo nos azotaban a los dos.
Lo miré por encima del hombro y me fijé en sus ojos, esos que bajaron de
manera casi imperceptible hasta mis labios. Si tan solo me besara una vez…
Pero no lo hizo.
—No, gracias. Debería irme a casa, aún me quedan dos días de trabajo.
Si fuéramos algo más que esto, sino solo fuera sexo lo que hubiera entre
nosotros, podría haberme quedado a dormir con él, puesto que me habría
gustado despertar a su lado.
Capítulo 18
Viernes, dos de la madrugada, y era el tercer café que me tomaba desde que
entré en el turno de guardia, sustituyendo a una de las enfermeras que
necesitaba librar todo el lunes siguiente para poder acompañar a su hermana
a unas pruebas médicas en Chicago.
No era la primera vez que doblaba turno, y eso suponía que cuando saliera
el sábado por la mañana, no tendría que volver hasta el martes en mi horario
normal.
Algunas noches eran más tranquilas que otras, y esta parecía ser una de
esas, dado que apenas si habíamos atendido unas pocas urgencias, la más
grave, una mujer embarazada de seis meses que se había caído por las
escaleras de casa de sus suegros y temieron que al bebé le pudiera haber
pasado algo. Pero aquel niño era fuerte y estaba perfecto dentro del vientre
de su mamá.
Las cámaras le habían captado de todas las maneras posibles, hablando por
teléfono, saliendo de su empresa, a punto de subir al coche, tomando un
café en una terraza con James.
—¿Qué le ha pasado?
—Creo que se ha pasado con las drogas —contestó mirándola y en sus ojos
vi preocupación y miedo a partes iguales.
Me estremecí, porque esa misma mirada la había visto en mi abuela en más
de una ocasión.
—No —negó mientras Scott acercaba una camilla—. Me llamó hace como
media hora pidiéndome que fuera a buscarla, no se encontraba bien. No sé
qué le han dado, pero nunca la había visto así.
—Nosotros nos encargamos —le dije—, vaya al mostrador y dele los datos
a mi compañera, ¿sí?
Revisó a la mujer, que no debía tener más de treinta años, no sabíamos qué
había tomado o qué se había inyectado, así que lo primero que hizo fue
solicitar un lavado de estómago dado que olía a alcohol y muy
probablemente la mezcla hubiera sido fatal.
Dejé al doctor Grant con ella y un par de enfermeras y fui a atender otra
urgencia con la doctora Sanders.
Cuando terminé con ella, regresé al box donde el doctor Grant hablaba con
la mujer y sonreí al verla. Estaba pálida, pero al menos había vuelto en sí.
—Ha sido una mezcla muy fuerte —le dijo a ella—. Si te traen más tarde…
—En tus manos está, Tracey, pero lo mejor es que dejes todos esos excesos.
Quién sabe qué podría pasar la próxima vez.
—Gracias, doctor.
Él asintió antes de girarse y me dijo que quien la había traído podía pasar a
verla, así que fui hacia la zona de la sala de espera en busca de aquel
hombre alto, moreno y de ojos azules cuya mirada de preocupación no era
la de un amigo sin más, esa mujer, Tracey, debía ser importante para él.
En cuanto salí por las puertas escuché voces en la sala, no eran demasiado
altas como para que mis compañeras se quejasen, pero sí que era una clara
discusión entre dos hombres que parecían alterados.
—¿Cómo está?
—Por lo que oí decir al doctor, si hubiera llegado aquí más tarde, podría
haberlo hecho. —Me acerqué y sin pensarlo, le pasé la mano por el brazo a
modo de consuelo—. Le has salvado la vida.
—Quiero que me hagan un análisis completo —me dijo—, pago lo que sea.
—Yo, no sé si…
—Son hijos de un buen amigo del dueño de la clínica, dile que pase.
—Sí. Me ha dicho que espere unos minutos, que te mandaría a ti con los
resultados.
—Bueno, yo…
Fui hacia la sala y encontré a ambos hermanos sentados, cada uno en una
esquina como si estuvieran peleados, mirando el móvil. En cuando Samuel
levantó la vista y me vio, se puso de pie y vino corriendo.
Colin seguía allí mirando el papel sin poder creerlo, me acerqué y le puse la
mano en el brazo.
—Pues hoy no era por eso, Colin —le aseguré y no pude evitar deslizar mis
dedos entre su cabello, ese que tenía alborotado de tantas veces que habría
pasado sus manos por él, frustrado y preocupado a partes iguales por su
hermano pequeño—. Yo vi a Samuel llegar con Tracey en brazos, vi su
mirada, estaba preocupado por ella y tenía miedo por haberla visto así.
—Tracey es modelo, hace años que Samuel la conoce, y nunca me dijo que
ella también consumiera. Esta noche me ha dicho que él mismo se ha
enterado de eso, que tampoco lo sabía. Ella le vio, joder. —Se pasó la mano
por el pelo apartándose de mí—. Ella le vio en sus peores momentos,
incluso las veces que le llevé a las clínicas, ¿por qué se ha metido ella en
eso?
En ese momento me habría gustado tanto poder darle un beso, que cuando
le vi mirarme los labios sentí que incluso él quería, pero eso no pasó.
Solía escribirme sobre todo por la noche para preguntar qué tal había ido mi
día, y acabábamos hablando en una llamada que duraba casi una hora.
Ni siquiera me dio opción a pasar por mi piso a por ropa, dijo que tenía una
gran cantidad de camisas que podría ponerme y a él le alegraría la vista.
Lo siguiente que hizo fue separarme las piernas y situarse justo ahí, entre
ellas, de rodillas.
Y lo conseguiría, obvio que sí, puesto que Colin era todo un experto en esa
materia en concreto.
Lo noté moverse y poco después me elevó las caderas para colocar una de
las almohadas bajo ellas, elevándolas, y lo siguiente que hizo fue comenzar
a lamer mi sexo con avidez y avaricia, con gula incluso, haciendo que todos
mis sentidos se concentraran en ese momento.
Gemía y movía las caderas haciendo que aquel momento fuera aún más
intenso de lo que estaba haciendo, y cuando Colin me penetró con dos
dedos sin dejar de jugar con su lengua y dientes en mi clítoris, llegué a tal
nivel de excitación que me corrí a chillidos, rompiendo con el silencio de la
habitación.
Sin decir una sola palabra, se apartó y me penetró con fuerza aferrado a mis
caderas, entrando y saliendo una y otra vez mientras yo iba al encuentro de
su miembro en mi interior, mientras me agarraba a la almohada y gritaba
pidiéndole más.
—¿Cómo puedes estar tan fresco? —pregunté rodando por la cama hasta
que quedé tumbada bocarriba, y los ojos de Colin se deleitaron observando
todo mi cuerpo— En serio, yo estoy agotada de anoche.
—Me recupero rápido —contestó con un guiño y esa sonrisa que me tenía
atontada, como decía Richi.
Su móvil empezó a sonar así que le dejé hablando mientras me daba una
ducha rápida y, tras vestirme con mi ropa, que ya estaba limpia, fui a
preparar el desayuno cuando él entró a ducharse.
Estaba terminando de tostar el beicon, con la televisión sonando de fondo,
cuando escuché algo que me hizo quedarme con la mano en la que tenía las
pinzas sobre la sartén en el aire.
Miré a la pantalla y ahí estaban los dos, juntos, en algunas fotos e imágenes
de vídeo que, según podía ver, eran de algunos de esos días en los que Colin
me dijo que estaba fuera de Los Ángeles por una de esas reuniones de
negocios.
¿Por qué me habría mentido? No es que hubiera algo serio entre nosotros,
no nos habíamos prometido un amor eterno de esos que ni la muerte podría
separar, pero al menos merecía sinceridad durante el tiempo que durase lo
que fuera que teníamos.
Todas las imágenes habían sido captadas en Nueva York, donde al parecer
vivía Rachel, y en ese momento sentí tal presión en el pecho que quise salir
de su apartamento de inmediato.
—¡Suéltame! —grité.
Colin miró, y sin soltarme, fue hacia el salón. Solo entonces pareció
percatarse de que estaban hablando de él, como si antes, cuando vino de la
habitación, no estuviera prestando atención a nada de eso.
Escuchó y vio con atención, incluso con el ceño fruncido, mientras yo hacía
por liberarme de su agarre.
—Te lo dije, no voy a ser la otra —le advertí—. ¿Por qué no me dijiste a
qué ibas realmente a Nueva York? Al menos merecía la verdad, «oye,
Alana, voy a follarme a mi ex para ver si volvemos» —dije con una pobre
imitación de su voz y suspiré.
Yo también sabía que no teníamos nada serio, pero al menos creí que
seríamos una pareja de amantes exclusivos. Qué gran error por mi parte.
Me tragué el dolor y las lágrimas que luchaban por salir, cogí aire y sin
apartar la mirada de él, hablé con toda la calma de la que fui capaz en ese
momento.
Tuve suerte de que cuando salí a la calle, aparecía mi taxi, en el que me subí
y tras pedirle que me llevara a la clínica, donde habíamos dejado mi coche,
comencé a llorar en silencio mientras observaba la ciudad por la ventana.
Qué tonta había sido al creer que aquello nos llevaría a algo más, qué tonta.
Seis días, ese era el tiempo que había pasado desde que en las noticias
dijeron que Colin y su exmujer podrían estar en plena reconciliación, y por
mucho que intentaba sacarme a ese hombre de la cabeza, era imposible.
—Así, ¿cómo?
—¿Y cómo quieres que esté en casa, con un vestido de noche? —Volteé los
ojos.
—No te hagas la tonta, Alana —dijo entrando en la habitación y
quitándome la camisa de las manos para colocarla en la percha—. Ya tenías
que estar lista.
—Oh, sí, por supuesto que vas a salir. —Revisó el armario y acabó
escogiendo un vestido amarillo pastel con el cinturón ancho negro y las
sandalias de tacón del mismo color—. Vamos, a la ducha.
—Que seas la hermana mayor no quiere decir que, a mis años, puedas
darme órdenes. —Arqueé la ceja.
—Te recuerdo que tú confabulaste con Richi para que yo saliera a cenar con
James.
—Y mira qué bien os va, que salís muy a menudo. ¿Por qué no sales con él
esta noche?
—Está bien, pero de verdad que solo voy a tomarme una copa y me vuelvo
a casa.
—Sí, sí, por supuesto. —Me dio un beso en la mejilla y dejó el vestido y las
sandalias en la cama.
—¿Tú estás loco? —Reí—. A ver si voy a tener que recordarte nuestro
primer y único beso.
—No, no, tranquila, que me acuerdo perfectamente. Fue como besar a una
hermana. —Puso cara de asquito y mi hermana también rio.
Richi paró un taxi que pasaba por allí en ese momento y tras subirnos, le dio
la dirección del local.
—¿En serio? —pregunté.
—Ya te he dicho que está en una reunión con James —me cortó mi
hermana.
Y bailé, por supuesto que lo hice, porque en el fondo sabía que mi hermana
y mi mejor amigo lo único que querían era animarme y que no me quedara
en casa mustiándome como una plata, algo que él y yo le habíamos dicho a
Gina cientos de veces.
—Hola, Samuel.
—Qué sorpresa verte. —Me dio un par de besos y como Gina y Richi nos
estaban mirando, se lo presenté.
Colin me contó que Samuel había abierto su corazón ante una Tracey que
no podía creer lo que escuchaba, y que cuando le dijo que ella fue lo que le
mantuvo cuerdo y queriendo salir de ese pozo cada vez que recaía, porque
estaba enamorado de ella, se echó a llorar y le dijo que ella también sentía
algo por él pero que le daba miedo no ser correspondida.
—¿Qué ha pasado?
—De mi hermano mayor y lo idiota que puede ser por no contar las cosas.
—Antes pensaba que su ex debió hacerle mucho daño y esa era la razón de
muchas cosas que me ha dicho, pero ahora que parece que quieren volver,
no lo tengo tan claro.
—¿Cómo dices?
—Tú sabías que iba a estar aquí. —La señalé con el dedo.
—¿Quién?
—No te hagas la tonta, que no cuela. Colin, Gina, sabías que Colin iba a
estar aquí.
—Eres una bruja, debería darte vergüenza conspirar con tu novio para que
su amigo me pudiera ver.
Suspiré y les dije que me iba, no quería estar allí, tenía que evitar a toda
costa que Colin decidiera romper con ese silencio de hacía seis días, y
acercarse a mí.
No era como si tuviera que saber todo sobre la vida de un hombre con el
que me acostaba, pero, habría estado bien que me lo contara el propio
Colin, al menos en aquella mañana en la que pensé que quería volver con su
mujer y yo no era más que un capricho pasajero con la crisis de los
cuarenta.
—¿Para mí? —Fruncí el ceño y miré el ramo, cogí la tarjeta que había con
mi nombre y la leí.
«Te pido disculpas por cómo te contesté el último día. Me gustaría que
habláramos. Colin»
—Te voy a hacer una pregunta. Desde que sabes que estoy atontado perdido
por esta chica, ¿cuántos gritos y gemidos habéis escuchado desde mi piso?
—Ninguno.
Lo que menos esperaba encontrar allí era a Colin, con vaqueros y una
camisa desabotonada con las mangas arremangadas hasta los codos, con su
habitual pose, es decir, apoyado en mi coche con los tobillos cruzados y las
manos en los bolsillos.
—Sí, bueno, no era necesario. —Me encogí de hombros buscando las llaves
del coche en mi bolso—. Acepto tus disculpas, puedes ir en paz. —Agité la
mano para que se alejara de mí, pero no lo hizo, seguía ahí parado
impidiéndome entrar en el coche.
—Solo quiero hablar contigo, Alana —dijo dando un paso hacia mí, y no
tardó en posar sus manos en mi cintura.
Cómo había echado de menos eso, el calor de sus manos sobre mi cuerpo y
que me mirara así, con sus ojos de color chocolate caliente cargados de…
—No.
—Mentirosa. —Me dio un suave mordisco y ahí entendí que nunca iba a
poder estar con nadie más que no fuera él.
—Si voy es con mi coche, quiero poder salir del bar en el que estemos
cuando quiera —dije y él asintió.
Pero lo hice, me subí al coche, lo puse en marcha, y le seguí por las calles
de Los Ángeles pensando en que, pasara lo que pasara, no debía dejarme
llevar ni perder la cabeza para no acabar en la cama con él.
—En serio, enano, has hecho trampas. —Escuché que decía Samuel cuando
entramos en el salón.
Estaba de espaldas, pero parecía un poco más alto que los chicos de doce
años, tenía el cabello color cobrizo y algo alborotado, no sería hijo de Colin,
pero seguro que tenía esa misma manía suya de pasarse las manos por el
pelo cada vez que estuviera un poco enfadado.
—Papá, voy a necesitar un mes para enseñar al tío Samuel a jugar —dijo el
niño volteando esos ojos verdes que, sin lugar a duda al igual que el cabello,
eran de su madre.
—Lo mío son los números, enano, ya lo entenderás cuando heredes la
empresa de tu abuelo —le contestó Samuel dándole un leve codazo en el
costado antes de levantarse, momento en el que se acercó a mí—. Hola,
Alana —sonrió dándome un par de besos—, me alegro de verte. Hermano,
me voy ya. Que disfrutéis de la noche, parejita.
Noté que me sonrojaba cuando Samuel dijo aquello, y vi que el niño fruncía
ligeramente el ceño. Estaría preguntándose quién narices era aquella mujer
con un moño mal hecho, en vaqueros y deportivas, que acompañaba a su
padre.
—¿Quién es, papá? ¿Una niñera? ¿Tienes que salir esta noche? Porque
dijiste que íbamos a cenar en casa con alguien a quien ibas a invitar.
—¿En serio es la chica que me dijo el tío que te gusta? —soltó de pronto, y
a mí me dio la tos mientras que Colin no sabía dónde meterse, a juzgar por
su mirada.
—Hijo, un consejo de padre que te doy, no digas nunca delante de una
persona lo que te han contado en secreto.
—Vale, creo que es hora de que te des una ducha mientras Alana y yo
preparamos la cena.
—Ah, muy bonito, soy una invitada ¿y tengo que cocinar? —Puse un brazo
en jarras.
—Así que, te gusto —sonreí de medio lado y él soltó una leve risa.
—Bueno, creí que eso quedó claro en Nueva York, cuando te dije que iba a
follarte —murmuró mientras me rodeaba por la cintura y me besó en el
cuello.
—No, en absoluto.
—Cuando me divorcié de Rachel tenía claro que no volvería nunca con ella,
jamás pensé que me pudiera traicionar de ese modo.
—¿Rachel bebe?
—Te entiendo, mi abuela nos sacó de casa sin siquiera avisar a mis padres,
claro que… No es que se preocuparan mucho por nosotras.
—Es muy buen niño, saca buenas notas y no da problemas. Sé que algún
día tomará las riendas de la empresa y la llevará tan alto como yo.
—No creas que después de casi dos semanas sin hablar, voy a caer rendida
a tus pies a la primera de cambio —le advertí.
No pude contenerme más y aquello que tanto deseaba hacer desde hacía
tiempo, lo hice.
Me puse de puntillas y cogiendo su rostro entre mis manos, le besé en los
labios.
Apenas fueron unos segundos, un leve roce de nuestros labios, pero lo hice.
Colin se puso tenso y cuando me aparté de él, sonreí al verle el rostro casi
ceniciento.
—No.
—Perfecto, porque ahora sí. Prepara un par de mochilas con ropa y los
bañadores, que os venís a mi casa. Mañana os veo allí a las nueve, justo a
tiempo para el desayuno. —Volví a besarle y me aparté.
Cogí el bolso y salí de su casa sin que él me dijera nada, estaba segura de
que le habían pillado tan de sorpresa mis besos, que aún no había
reaccionado.
Mientras iba en el coche llamé a mi hermana, contándole los planes para ese
fin de semana con Colin y Liam.
Capítulo 22
—Qué raro que Richi no esté aquí —dije cogiendo una manzana.
—Sí —sonrió—. Me había invitado a pasar el fin de semana con él, pero le
dije que no, no sé, creo que es pronto, ¿no?
—¿Y?
—Lo sé.
El telefonillo sonó en ese momento y fui a abrir, resultó ser James, ese
hombre al que estaba convencida de que acabaría llamando cuñado mucho
antes de lo que pensaba.
—Mejor, y por fin en una semana me quitan esto, a ver si ya puedo hacer
vida normal.
—No corras tanto, que antes tendrás que recuperar bien la movilidad y
demás.
—Lo sé, pero ya con librarme de esto, me vale. Hola, preciosa. —Se acercó
a mi hermana y sin importarle que yo estuviera delante, la rodeó desde atrás
por la cintura con el brazo bueno y le dio un beso en el cuello—. Qué bien
huele, ya me ha dado hambre.
—Dudo que me queráis ver comerme a tu hermana, que era en lo que estaba
pensando.
—¿Eh? —Fruncí el ceño y cuando los miré, mi hermana estaba roja como
un tomate y con la mirada fija en la masa de las tortitas, mientras que James
sonreía de medio lado con una ceja arqueada— ¡Ay, joder! —grité al darme
cuenta— Vale, deja las cochinadas para esta noche, ¿sí?
Un par de golpes en la puerta y supe que era Richi, así que dejé a los
tortolitos a solas unos minutos y abrí a mi mejor amigo.
—Acaba de llegar la alegría de la casa —dijo con una sonrisa de oreja a
oreja.
—Eh, eh, espera aquí un momento. —Le cogí del brazo y lo hice frenar en
seco.
—¿Qué pasa?
Richi conocía a mi hermana tan bien como yo, y no era necesario que le
dijera el motivo de querer dejarles unos minutos a solas, dado que
conocíamos a James de haber cenado con nosotros en casa alguna noche lo
suficiente para saber que cuando mencionaba algo sexual, mi hermana se
convertía en un tomate andante.
—Eso es bueno, si el niño no sabe la verdad, mejor que vea que se parece
en algo a ellos.
—Sí, ya voy.
Pero en ese momento sonó el telefonillo y sonreí al saber que eran ellos.
Richi fue hacia la cocina para ayudar a poner la mesa, y yo abrí.
—¿Sí? —pregunté.
—Soy Colin.
—Subid.
Me quedé allí en la puerta esperando hasta que los vi salir del ascensor y
sonreí. Si estaba enamorada de Colin, ese mismo amor a primera vista me
acababa de dar de lleno con Liam.
—Hola. —Saludé con una sonrisa de oreja a oreja, feliz de verlos allí con
sus mochilas al hombro.
Ambos se miraron sin entender eso último, hasta que entramos en la cocina
y vieron allí a James junto a mi hermana y Richi.
Con Richi también congenió al momento, y no era para menos, puesto que
mi mejor amigo también tenía un humor de lo más peculiar, al igual que él
y su tío Samuel.
—No sabía que vendrían ellos también —me dijo rodeándome por la
cintura.
—Deja que te diga una cosa, don «yo controlo todo» —le corté y él arqueó
la ceja—. Sí, sé que tu hermano te llama así —sonreí—. No somos nada,
bueno, amigos sí, eso seguro, y estaré encantada de poder pasar tiempo con
tu hijo además de contigo.
—Solo hay tres habitaciones, y el sofá del salón se convierte en cama, así
que yo me quedo allí. James, tú puedes dormir con Gina, Liam tendrá una
de las habitaciones y Colin se instalará con Alana.
—Pues no sería mala idea. —Volteé los ojos—. Colin puede dormir con
Liam si quiere.
—Tenemos que pasar antes por el súper —dijo Gina una vez salimos a la
calle para ir a por los coches.
Una vez nos acomodamos los tres en él, le indiqué por dónde ir hacia la
casa de la playa y cuando estábamos llegando al súper aparcó y entramos a
hacer la compra.
Apenas si me dejó coger algo, Colin se encargó de llenar el carro con pan,
bebida, fiambres, carne, pescado y fruta, mientras yo me reía porque había
metido comida como para una semana y solo estaríamos allí dos días.
—Pero somos seis a comer, así que. —Se encogió de hombros cuando se lo
dije.
—Claro, y también algunas chuches, y helado, que por la tarde podemos ver
una peli tirados en el sofá. Allí hay tele por cable. —Le hice un guiño y él
sonrió.
Salimos del súper con más de diez bolsas, sin exagerar, incluso el pobre
Liam llevaba bolsas hasta el coche.
—Cielo, en esta casa puedes hacer lo que quieras, como si fuera tuya.
—¿Me acaba de llamar tía? —Mi hermana nos miró con los ojos muy
abiertos.
Miré a Colin y vi que estaba sonriendo, me rodeó con el brazo por la cintura
pegándome a su costado y apoyó la frente en la mía.
—Pues me alegra saber eso. —Le cogí por las mejillas y le besé, como
había hecho la noche anterior.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—¿Por qué?
Miré hacia Colin, Liam estaba con él y los demás, y como si supiera que le
observaba, miró por encima del hombro, sonrió y me hizo un guiño.
Richi incluso se metió con él un rato después de comer y jugaron con una
pelota un uno contra uno, una versión casera del waterpolo, según dijo mi
mejor amigo.
Colin había sonreído al ver a su hijo así más veces de las que podía contar, e
incluso él y James, que se había puesto un protector en el yeso, se unieron a
ese partido en el que acabaron ganando el padre y el hijo.
—Estoy muy orgulloso de él, y sé que algún día será un gran hombre.
—Así que vosotros tres venís a esta casa todos los fines de semana —
preguntó James cogiendo su whisky.
—Sí. Cuando nuestra abuela murió decidimos no venderla, nos criamos
aquí y… ya sabes, los recuerdos no tienen precio —contesté.
—Tranquilo, le decimos a Samuel que se venga y así cuidáis del niño los
dos.
—Ey, ey, a ver si me vas a decir que por la noche también puede darme
calorcito en la cama, que por ahí vas mal. Ya tengo a mi chica para eso.
—Sí, que parece que la estás manteniendo lejos de nosotras para que no le
contemos tus vergonzosas historias de niño y adolescente. —Reí.
—La conocéis más que de sobra —murmuró Richi, y cuando vio que Gina
y yo le mirábamos con los ojos muy abiertos, supo que había metido la pata.
—¿Cómo que la conocemos? —pregunté.
—Voy yo, así luego voy a por un poco de agua —dijo mi hermana
poniéndose en pie.
Entró en casa y miré a Richi, esperando una respuesta, pero estaba claro que
mi mejor amigo no tenía pensado dármela.
—No me voy hasta que hablemos —le decía Thomas, que a juzgar por el
modo en el que arrastraba las palabras, estaba borracho—. No puedes seguir
evitando mis llamadas.
—¿A ti no te quedó claro que Gina está ahora conmigo? —gritó James
haciendo que mi hermana se apartara de la puerta.
—No la mires, no le hables, ni siquiera pienses en ella para hacerte una puta
paja. —James le cogió por el cuello de la camisa.
—Estoy llamando a la policía, así que más vale que te vayas —le dijo a
Thomas.
—¿Y tú quién coño eres? ¿Te estás follando a estos dos capullos, Gina?
—Si vuelves a dirigirte a ella, te salto los dientes —James le amenazó con
los dientes muy apretados, y se notaba que se estaba controlando para no
darle un puñetazo, que era lo que se merecía—. Vete y no vuelvas a
molestar a mi mujer.
Colin se fue a por él y Richi me dio su móvil para que pidiera una
ambulancia mientas iba a sujetar a Thomas y llevárselo de allí antes de que
Colin le diera una paliza.
Por suerte no tardamos en oír la sirena de un coche patrulla que debía estar
cerca de la zona.
—¿Alana? —Me giré con los ojos muy abiertos, al igual que mi hermana,
que se había quedado paralizada, al escuchar la voz de Liam— ¿Qué pasa?
Colin me había dicho que su ex también consumía, y recordar las veces que
mis padres llegaron a casa en malas condiciones, me hizo estremecer.
—Le pedí que parara, intenté apartarle y me dio un empujón que hizo que
me golpeara con el marco de la puerta.
—Cariño. —Le abracé y cuando noté que me caía una lágrima suya en el
hombro, se me humedecieron los ojos con lágrimas silenciosas que me
negué a derramar para no preocuparle más—. Si quieres contárselo a tu
padre, hazlo, él hará que no tengas que ver eso más.
—¿Y Thomas?
—Ahora vuelvo, tengo que hacer una llamada —dijo, y sin necesidad de
que me dijera más, sabía que iba a llamar a su abogado, el testimonio de
Liam ante el juez sería fundamental para que él pudiera quedarse con la
custodia definitiva.
Lo tenía claro, quería seguir los pasos de su padre y eso me hizo sonreír.
No sabría decir en qué momento nos quedamos dormidos, pero así fue. Y
cuando noté una leve caricia en el hombro, me desperté sobresaltada.
—Lo sé, tengo la prueba en el móvil —sonrió, y fruncí el ceño sin entender
—. Os he hecho una foto.
—Eso espero, no quiero que mi hijo siga viviendo en esa casa y que vea
como su madre se abandona.
—No se merece eso, y tampoco ser un daño colateral por defenderla. Sé que
la quiere, pero…
—Lo sé —me cortó, a sabiendas de que aunque el propio Liam nos había
dicho que quería a su madre, no quería seguir viviendo con ella y que uno
de sus novios la tomara con él.
—Solo quería que lo supieras, te dejo comer, pequeña. ¿Nos vemos esta
noche?
—¿Italiano o mexicano?
—Lo que le apetezca a Liam —sonreí.
—Pues pizza para todos. Te… —Carraspeé, con los ojos abiertos ante el
pensamiento que acababa de tener en ese momento y que casi, casi, digo
con palabras— Te veo después. Adiós.
—Adiós, pequeña.
—Sí —me señaló—, ¡se lo ibas a decir! Qué fuerte, chica, ¡te has
enamorado del moreno!
—¿Puedes dejar de gritar, por favor? —le pedí mientas tiraba del bajo de su
chaqueta.
—Ay, mis niñas, qué mayores se han hecho. —Se secó unas inexistentes
lágrimas bajo los ojos—. Ya veo que no tardaré mucho en llevaros a ambas
al altar.
—¿Y por qué corres tanto? No me veo casada, al menos todavía no. Y
mucho menos con Colin.
Pedimos la comida y tras llenar las bandejas y pagar, nos sentamos en una
de las mesas.
—Vale, creo que sí, pero esto no irá mucho más allá de…
—Dudo que él haya hecho lo mismo. Por lo que he visto y oído de él,
puedes estar segura de que ese hombre no le ha enseñado a su hijo de doce
años a ser un vividor que vaya de flor en flor. Eso lo tendrá que descubrir él
solito. —Se encogió de hombros.
—Como sea, no creo que esto vaya a ser uno de esos felices para siempre.
—¿Estás segura?
—Sí.
Richi asintió, no muy convencido, y entró quedándose tan solo unos metros
apartados de nosotras, vigilándome por si necesitaba ayuda en algún
momento.
Y sin decir una sola palabra más, comenzó a caminar hacia la zona del
parking.
—Me ha aconsejado no creer nada de lo que me diga Colin. Dice que él era
el infiel y ella quien le pidió el divorcio.
—No le hagas caso —dijo pasándome el brazo por los hombros—. Vamos,
que aún nos quedan unas horitas para irnos a casa.
Escuché el pitido de máquinas a mi alrededor, traté de abrir los ojos pero los
tenía tan pesados que me costaba.
—¡Hostia puta! ¡Has despertado! —dijo con los ojos muy abiertos— Joder,
cariño, pareces uno de los muertos vivientes del Thriller de Michael
Jackson. —Frunció los labios.
—Vete —carraspeé de nuevo— a la mierda, Richi.
—¿Qué hago aquí? ¿Y por qué me duele todo como si me hubiera pasado
una manada de elefantes por encima?
—Hace dos semanas. Voy a buscar a mis padres. —Se inclinó y me besó en
la frente—. Me alegro de que estés de nuevo entre los vivos.
Vale, ese dolía pero no estaba roto, debía ser solo un leve esguince.
Hice por levantarme, pero tenía la maldita sonda puesta, lo que quería decir
que esas dos semanas las había pasado en coma. Suerte para mí que era
enfermera y podía quitármela yo, cosa que hice porque no quería estar ni un
segundo más en esa cama. Y aunque finalmente conseguí levantarme, lo
hice con cierta dificultad. Fui hasta el baño caminando más despacio que
una tortuga y al mirarme en el espejo vi que tenía algunas pequeñas heridas
en la cara, ya estaban curadas, pero eso seguro que fue porque el cristal
delantero estallaría en pedacitos y se me clavaron.
Suspiré, hice pis sin aquella cosa puesta, y regresé a la habitación para
meterme en la cama, pero en ese momento se abrió la puerta y Richi,
seguido por sus padres, entraron.
—¿Qué haces, loca del demonio? —me gritó mi amigo corriendo hasta mí
para cogerme en brazos y llevarme a la cama.
—Me la he quitado, ¿qué querías, que fuera con ella puesta al baño? —
Volteé los ojos.
—Madre mía, vais a tener que atarla a la cama si queremos que se recupere
—les dijo a sus padres.
—Bueno, lo normal. Un día de trabajo más. Lo único raro fue que vino tu
ex a verme. —Miré a Colin—. Dijo que no debía creerte, que tú le fuiste
infiel, que…
—No la estrujes otra vez, que si me la rompes, a ver cómo me haces otra
igual, colega —le dijo Richi dándole una palmada en la espalda.
—Bueno, podría haber sido el caso, sí. —Me encogí de hombros—. Han
pasado dos semanas, y no he perdido la memoria, pero podrían haber
pasado meses y que me despertara sin saber quién era yo, ni nadie de mi
entorno. Incluso podría no haber…
—No, pero si fue Rachel… —suspiró— Tenía que haber sabido que se
presentaría en aquella fiesta, y al verte se volvería loca. No quiere que le
quite al niño, y se inventaría cualquier cosa con tal de hacer que te alejaras.
Samuel dice que debió ver algo en mi manera de mirarte a ti.
En eso tuvo mucho que ver Colin, que les pidió que me hicieran todas las
pruebas que fueran necesarias para asegurarse de que estaba perfectamente
bien y que no me ocurriría nada.
Se negó, obviamente, así que aquí estaba yo, en mi tercer día, bueno no, el
decimoséptimo día ingresada en la clínica, el tercero siendo consciente de
ello y queriendo salir cuanto antes para irme a casa.
Dejé el móvil caer en mi regazo, y suspiré cerrando los ojos al tiempo que
apoyaba la cabeza en la almohada. Me quería ir a mi casa.
—Dime que has venido para llevarme a casa, por favor —le imploré,
juntando las manos a modo de súplica.
—Gina, tienes que sacarme de aquí, no aguanto más. Me voy a volver loca.
Di varias vueltas de campana con el coche, ese que quedó hecho un amasijo
de hierros, y según me dijeron, tuvieron que intervenir los bomberos para
poder sacarme.
—Bueno, tengo una sorpresa para ti —dijo con una sonrisa cogiéndome la
mano.
—Vaya por Dios. ¿Has venido con tu padre? —le pregunté a Liam, cuando
se apartó para dejar al oso sentado en la silla junto a mi cama.
—Sí, la tía Gina y el tío Richi me han dicho que vamos a cenar pizza y a ver
una película de miedo.
—¿Qué? —Abrí los ojos horrorizada— No, no, nada de películas de miedo.
—Sé cómo se llega a eso, pero, Richi, por el amor de Dios, ¿no sabes que
existen los… ya sabes?
—Bueno, imagino que habrás estado en una situación como la mía, o sea,
con un calentón de tres pares, ¿no?
—Y sin presentarnos a tu novia, nos dices que vamos a ser tías y te quedas
tan tranquilo —añadí.
—Es Masie.
—No sé, Alana —suspiró con las manos en los bolsillos—. La noche que
Gina salió a cenar con James y tú te fuiste a Nueva York, salí como siempre
a tomar algo, ya sabes.
—Sí.
—¡Vas a ser papá! —grité y sonrió al tiempo que asentía— Madre mía,
quién lo iba a decir.
—Sí, siempre pensé que ella sería la primera —dijo señalando a Gina.
—Me alegra saber que no lo he sido. —Rio—. Seguro que seré la última.
Abrí la boca para protestar, pero no dije nada y volví a cerrarla. ¿Sería que
Colin me veía así, como su chica, su novia? ¿Me veía en el futuro a su lado,
como su esposa y madre de sus hijos?
—En cuanto le dijo que estaba embarazada y me miró a mí, no hizo falta
que le dijera nada. Lo dedujo ella sola.
—Mirar el lado bueno, se acabaron los gritos y gemidos los viernes por la
noche.
—Claro, porque ahora los tendremos de lunes a domingo. —Volteé los ojos.
Y tras unos minutos más allí haciéndome compañía, se fueron. Gina llevaría
a Liam con ella a casa y Richi pasaría la noche con su chica.
Era curioso cómo la vida nos había cambiado a los tres a la vez,
encontrando esa persona especial con la que compartir el tiempo y que nos
hiciera sentir especiales y hacernos pensar en dar un giro a todo aquello que
nos rodeaba.
Sonreí al pensar en que Richi iba a ser padre, algo que nunca creímos que
llegaríamos a ver. Pero en sus ojos había visto que esa noticia le hacía feliz.
—Buenos días, pequeña. —Me saludó con una sonrisa y vi que llevaba un
jarrón con flores en la mano.
—Deseando irme de aquí. Llevo cuatro días fuera del coma y estoy
perfectamente. ¿Puedes explicarme por qué no dejas que Robert y Pam me
den el alta? Quiero volver a casa.
—Solo quería asegurarme de que no te pasaba nada. Me dijeron que, aun
habiendo salido del coma y no tener pérdida de memoria, podrías
encontrarte mal o algo. No quería arriesgarme a que eso pasara.
—Pues ya ves que estoy bien. Solo tendré que caminar con muletas pero…
—¿En serio?
—Sí. Anoche cuando acabé la reunión llamé a Gina para ver cómo estaba
Liam, y fue cuando me dijo que tú estabas desesperada por irte a casa. Le
pregunté al doctor Robert cómo te veía y dijo que lista para irte.
—De verdad.
—Te como, es que te como —dije cogiéndole ambas mejillas entre mis
manos y le besé en los labios.
Por fin me podía ir a casa, que sí, que estaba de baja laboral y no podría ir
donde quisiera cuando quisiera, pero al menos no iba a estar allí en la
habitación de la clínica muerta del asco.
—No lo tengo claro, y dudo que vayas a hacer el reposo que te indiquen. —
Me sentó en la cama.
—Que sí, que sí, confía en mí. Me quedaré en el sofá quietecita todo el día,
solo iré al cuarto de baño cuando ya no pueda aguantar más, y lo haré con la
silla. —Lo miré con carita de cachorro.
—Tal vez debería llevarte a casa conmigo, puedo pedirle a la mujer que
limpia y cocina que cuide de ti.
—No, no, me voy a mi casa, que allí voy a estar mejor, de verdad.
—No me fío.
—Pues deberías. —Le pasé el dedo por el pecho, acariciándolo por encima
de la tela de la camisa, mordisqueándome el labio—. Puedes venir a
visitarme cuando quieras y comprobar que soy una chica obediente.
—Alana —dijo en un tono ronco que no daba lugar a duda, le estaba
provocando.
—¿Hum?
La otra mano comenzó a subir por mi pierna, ocultándose bajo la tela del
vestido acariciándome el muslo. Gemí cuando sentí sus dedos adentrándose
en mi entrepierna, retirando la tela de mis braguitas y deslizándonos por mis
pliegues, esos que amenazaban con estar húmedos en cuestión de segundos
por el modo en el que Colin me tocaba.
—Colin —jadeé.
—Alana. —Mi nombre salió de sus labios como un gruñido, y juraría que le
noté estremecerse mientras lo tocaba, mientras subía y bajaba la mano por
toda esa dura longitud que quería sentir dentro de mí—. Pequeña, no sigas
jugando con fuego.
—Quiero que me quemes, Colin —le aseguré al tiempo que todo mi cuerpo
temblaba.
—Dios mío —gemí mientras Colin entraba y salía con fuerza, golpeando
sin piedad, rápido y llenándome por completo.
De nuevo esas dos palabras queriendo ser dichas, pero las reprimí temiendo
que pudieran molestarle.
—¿Hola?
—Estamos en el baño —contesté—. Ahora salgo.
—Traigo tu alta.
—De acuerdo, prometo ser una chica buena y obediente, tal como le he
dicho a Colin. —Le miré con una sonrisilla de lo más pícara, y él arqueó la
ceja de manera casi imperceptible, pero entendí a la perfección lo que
quería decirme con ese gesto.
«Si sigues jugando con fuego, te haré arder»
Los últimos dos días en casa habían sido tranquilos, salvo porque Colin se
pasaba el día enviándome mensajes preguntando, cada dos horas, cómo me
encontraba.
Pam, la madre de Richi, me dijo que debía acudir el lunes a una revisión
para ver cómo iba mi brazo, y si estaba todo bien, me quitaría el vendaje, de
modo que la silla de ruedas quedaría en el olvido para comenzar a moverme
por la casa con muletas.
Pero me tomaba todas las pastillas para el dolor, eso sí, que yo quería
recuperarme cuanto antes.
Su ex no tardó en aparecer por allí, con una falda lápiz en azul marino y una
camisa de raso beige, oculta bajo unas grandes gafas de sol junto a un
hombre alto, trajeado y con maletín que también debía ser su abogado.
—Rachel, ¿son ciertas las acusaciones que se han hecho sobre ti en estos
últimos días? —preguntó uno de los periodistas.
—Se han dicho muchas cosas, todas calumnias hacia mi persona con el fin
de quitarme a mi pequeño —contestó.
Ella siguió respondiendo a las preguntas durante unos minutos, hasta que su
abogado le dijo que debían entrar.
—¿Sí?
—¿Qué necesita?
—Buenos días, inspector —sonreí—. Pase, por favor. —Nada más hacerlo,
cerré la puerta—. ¿Quiere tomar algo?
—Café, si tiene.
—Gracias.
—Así es.
—Es comprensible. Cuando se fue, seguimos sus pasos por otra de las
cámaras que daba al parking, cogió el coche y se marchó, pudimos
comprobar que lo hizo al hotel en el que se había alojado.
—Era su coche, sí, pero no lo conducía Rachel Pudimos captar una imagen
del conductor.
—¿Era un hombre?
—Así es.
—Es muy probable que sí, pero quería preguntarle si conocía al hombre que
conducía el coche. —Sacó el móvil de su bolsillo y tras tocar en la pantalla
durante unos segundos, me mostró una foto.
—¿Van a interrogarla?
—Es una investigación abierta y no puedo hablar de ello, pero le diré que
estamos tras ella, la tenemos vigilada y es cuestión de tiempo que cometa
un fallo.
—Colin se fijó en usted, ella los vio juntos, y además de la amenaza de que
él quisiera quitarle al niño, vio que podía ser reemplazada también como
madre.
—Yo estoy flipando —dije pasándome la mano por la frente sin poder creer
que esa mujer hubiera llegado tan lejos—. ¿De verdad que esos pudieron
ser sus motivos?
—Sí, sé que ahora por la mañana será complicado, pero le llamaré para
reunirme con él.
—Inspector, cree que ese hombre, el que conducía el coche aquella noche,
¿podría intentar hacerme algo de nuevo? —pregunté, temiendo que así
fuera.
—No descartamos que así sea, por eso Colin nos pidió que tuviéramos a
alguien vigilando su casa.
—Quiso matarme, ¿quién en su sano juicio haría algo así contra otra
persona?
—Debo irme ya, solo quería mostrarle la foto por si le había visto alguna
vez. Espero que se mejore pronto —dijo mirando mi pierna completamente
estirada en la silla.
—Ese.
—No, Gina, no hace falta —sonreí—. Estoy bien. Además, cuando acabe el
juicio Colin me llamará, así que me hará compañía un ratito.
—Y yo.
Me senté en el sofá, recostando la cabeza en el respaldo con los ojos
cerrados, y suspiré al pensar en Rachel y en que, lo que dijo el inspector,
pudieran ser esos motivos que la llevaron a hacerme tener el accidente en el
que, si mi ángel de la guarda no hubiera intervenido, habría sido mi final.
Capítulo 29
Me debía haber quedado dormida por el calmante que me tomé poco antes
de que llegara el inspector, porque acabé sobresaltándome al escuchar que
llamaban al telefonillo con mucha insistencia, y también a mi móvil.
—¿Y por qué no abres? Te he llamado hace como cuarenta y cinco minutos
tres veces al móvil, y no lo cogías. Me he preocupado y decidí venir.
Justo entonces sus labios se posaron en los míos con esa necesidad de otras
veces y cerró la puerta del apartamento con el pie para ir hacia el interior
llevándome en brazos.
Acabé sentada en la encimera de la cocina con él entre mis piernas sin dejar
de besarme y tocarme.
Sentía sus manos por todas partes, bajo la camiseta, por los muslos, en mi
espalda, los pechos.
Me llevó a un orgasmo tan intenso que incluso juraría que estaba algo
mareada.
Tras cogerme por la cintura me dejó en el suelo, apoyando mis manos en la
encimera, elevó mis caderas y poco después de escuchar cómo se
desabrochaba el pantalón, me penetró con fuerza manteniendo una mano
sobre mi vientre y entrelazando la otra con la mía.
—¿Te parece que esto es un sueño, pequeña? —susurró con una nueva
penetración.
—Podría ser, sí. Reconozco que a veces tengo sueños húmedos con cierto
hombre.
—¿Le conozco?
—Es una promesa. —Me besó en los labios y sentí que en ese momento
algo cambiaba entre nosotros.
Siempre habría pasión, deseo, lujuria y un fuego de esos que nos haría arder
de manera imparable, pero también podría haber algo muy parecido al
amor.
—¡Ay, por Dios! Pero eso es una buenísima noticia, Colin. —Le rodeé con
ambos brazos por los hombros y él me estrechó aún más fuerte entre los
suyos.
—Ella se lo habrá tomado como una traición por parte de Liam, imagino.
—No, más bien cree que yo le he metido esa mierda en la cabeza a mi hijo.
Y no quería hacer lo que he hecho, pero he tenido que decir ante el juez que
el niño ni siquiera es biológicamente mío, que ella me engañó y que la de
las infidelidades fue ella, porque Rachel empezó a decir que al niño le había
querido hacer dudar de ella solo porque a mí me mintió y el niño no es mío.
—Jamás creí que fuera a pasarme esto, cuando la conocí no era así.
—Pues sí que ha cambiado con los años, hasta para conspirar y querer
matarme.
—Pero estoy bien —sonreí acariciándole la mejilla—. Solo una pierna rota,
algunas magulladuras y un brazo que ya casi está perfectamente.
—Como sea, no lo había pasado tan mal en toda mi vida. Fueron las dos
semanas más largas que he vivido nunca.
Con los ojos abiertos por la sorpresa de aquellas palabras y sin poder hablar,
así me había quedado al escuchar a Colin.
—Alana.
—Colin —lo corté—, no digas cosas que de verdad no sientes, por favor.
—Colin. —Se me cayeron algunas lágrimas por las mejillas y él las retiró
con los pulgares.
—Jamás pensé que podría volver a entregarle todo de mí a una mujer, hasta
que llegaste tú —confesó apoyando la frente en la mía.
Y a eso, ¿qué podía decir yo? Pues, estaba claro, esas dos palabras que otras
veces quise decir y, por miedo a su rechazo, no me atreví.
—Te quiero.
Capítulo 30
Las últimas tres semanas habían pasado tan rápido que casi ni me había
dado cuenta.
Colin se pasaba a visitarme por las tardes para ver cómo estaba, y los fines
de semana me había llevado con él y Liam a su casa para que no me
quedara sola, puesto que Gina los había pasado con James.
—No puedo creer que al fin me vaya a librar de esto —dije tocándolo.
—Te lo van a quitar, pero eso no quiere decir que puedas correr una
maratón, que te conozco —contestó Colin.
—Vaya, hombre, y yo que me iba a preparar ya para hacer una con Liam.
—Lo sé, pero quiero ayudarte con la rehabilitación. Piensa que, si estás
caminando y te falla la pierna, puedes caer al suelo y Gina tal vez no pueda
ayudarte a levantarte.
—Pues vamos a ver qué tal está esa pierna —dijo Robert—. Podéis
esperarla en mi consulta. —Miró a Colin y Liam.
—Gracias, Robert.
Sentí un alivio enorme cuando me lo quitaron y pude notar esa leve brisa de
aire rozándome la piel. Había pasado tanto tiempo desde el accidente, que la
pierna había perdido masa y movilidad, como era lógico por haberla tenido
rígida durante tanto tiempo.
Me quitaron los puntos de la operación y me quedó una larga cicatriz desde
la rodilla hasta el tobillo, algo que estaría ahí el resto de mi vida y con lo
que debería convivir.
—Incluso con esa cicatriz, sigues teniendo unas piernas preciosas —dijo
Colin haciéndome un guiño.
Noté que me sonrojaba, algo que ese hombre conseguía con una facilidad
increíble.
Cuando Colin le dijo que viviría con él, nos explicaron a los dos cómo
hacer esos ejercicios, e incluso Liam prestó atención para ayudarme cuando
no estuviera su padre.
Aquel niño, o, mejor dicho, aquel joven casi adolescente, era un amor.
Me ayudaron allí mismo a dar los primeros pasos sin las muletas, Pam me
aconsejó que empezara despacio y que fuera flexionando la rodilla poco a
poco para que la articulación se acostumbrara de nuevo al movimiento, y
tras darme la receta de unos calmantes suaves por si sentía molestias
después de los ejercicios y la rehabilitación, así como de una crema con la
que Colin podría darme masajes y que ayudaban también a aliviar las
molestias, nos marchamos de allí.
—Papá, este es el mejor momento para hacer una carrera y apostar con ella.
Si pierde, tiene que lavar los platos durante una semana.
—Creo que tu hijo quiere que sea su sirvienta una semana —dije, y Liam se
echó a reír.
Llegar al coche a mi paso fue toda una aventura, jamás creí que me cansaría
tanto al caminar tan despacio, pero era complicado cuando al flexionar la
rodilla notaba ese leve tirón de molestia.
Ya se había retrasado bastante por tener que llevarme a la clínica, pero decía
que, antes que el trabajo, estábamos Liam y yo.
Gina llamó para preguntar qué tal había ido y cuando le dije que finalmente
me había librado del yeso en la pierna, se alegró, pero me pidió paciencia
para comenzar a hacer mi vida normal tal como era antes del accidente.
Cada vez que recordaba las palabras del inspector, y pensaba en que aún
había policías merodeando por mi calle para evitar que ese hombre volviera
a intentar hacerme algo, los nervios afloraban.
Habían pasado tres semanas desde su visita y nadie en ese tiempo había
intentado hacerme nada.
Colin le llamó unos días atrás para interesarse por Rachel, quien parecía que
estaba en Florencia con su nuevo novio, ese actor adicto al alcohol y las
drogas que la golpeaba, dado que él estaba rodando una nueva película.
De eso habían pasado tres días y debía reconocer que vivir con Colin y
Liam, era fantástico.
Colocamos muchos más globos por todo el salón, así como otros que
colgaban desde el techo en los que habíamos metido notas con indicaciones
para encontrar sus regalos.
Eso fue idea de Masie, quien nos dijo que una de las tardes que llegó a casa,
se encontró todo lleno de globos y, solo en uno de ellos, había una nota que
la llevaría a una sorpresa que iba a darle.
La pobre se pasó una hora pinchando globos con tapones en los oídos hasta
que encontró el que tenía esa nota.
Finalmente la sorpresa fue que Richi había reservado mesa en un
restaurante de la ciudad donde la llevó para regalarle un anillo.
—¿Ya está todo listo? —preguntó rodeándome por la cintura para darme un
beso en los labios.
—Claro que sí, hijo, tú pónselo fácil a tu padre. —Volteó los ojos.
Nos sentamos a comer allí mismo en la cocina y Colin nos comentó que
debía salir el lunes de viaje para Chicago, después a Nueva York y Texas,
por lo que hasta el jueves por la noche no regresaría a casa.
Tenía algunas reuniones a las que no podía enviar a Samuel así que nos
quedaríamos solos en casa.
Después de comer, tal como había dicho, preparé el pastel, y Colin no dejó
de decirme que debería descansar un poco.
Mientras terminaba de hacer la masa, él hizo café para los dos y cuando
teníamos las tazas servidas, llamaron al timbre.
—Venía a ver si podía echaros una mano —comentó tras dar un sorbo.
—Ajá. —Reí.
—Está mejor, aún le queda trabajo por hacer pero… Los médicos dicen que
va por buen camino. Espero que así sea porque tengo ganas de verla bien
por completo.
—Es duro haberla visto así, ¿sabes? Aquella noche, cuando la encontré,
pensé que no salía de esa.
—Y ella saldrá de ese centro y dejará esa vida atrás, gracias a la tuya.
Los primeros en llegar fueron Gina y James, quienes se rieron al ver cómo
teníamos la entrada y el salón.
Globos negros, dorados y plateados por todas partes y la guirnalda de la
entrada.
Fui despacio y ayudada por las muletas hasta la puerta, abrí y, en cuanto vi
a Richi, sonreí.
—Hola, preciosa —dijo dándome un par de besos.
—Hola.
—Vale, esto es por lo que te hice a ti, ¿verdad, cariño? —Arqueó la ceja
mirando a Masie.
—Creo que a partir de ahora te vas a pensar muy bien las sorpresa, colega.
—Rio Samuel.
—Desde luego que sí. ¿Tengo que hacer explotar todos?
—No —me acerqué a él con una aguja en la mano—, solo los que cuelgan
del techo. Hay cuatro en los que están los regalos.
—¿Cuatro? —Abrió los ojos— Pero si hay como tres docenas de globos
colgando.
—A mí me pusiste cincuenta globos para una sola nota —le recordó Masie
—. Diviértete, cariño.
Cuando solo le quedaban seis por explotar dio con la nota del último regalo,
así que leyó cada pista y empezó a buscarlos.
Se echó a reír al verla y dijo que estaba más que convencido de que así
sería, y no le importaba demasiado.
La barbacoa estaba lista para ir haciendo la carne y demás, sacamos la
bebida y la ensalada al jardín y, mientras esperábamos el resto de comida,
hablamos de aquella escapada de fin de semana que James propuso semanas
atrás, antes de mi accidente.
—Con el jet podemos estar en cualquier parte, en unas pocas horas —dijo.
—Suena bien, pero que sea antes de que Liam comience las clases —
contesté cogiendo mi vaso—, en cuanto eso ocurra, el niño tiene que estar
centrado en sus estudios.
—Colega, te ha caído una buena con Alana. —Rio Richi mirando a Liam—.
No vas a poder divertirte.
—Claro que podrá, pero lo primero son las clases —le aseguré.
—Lo que viene siendo, ir al parque a dar de comer a las palomas con los
nietos. —Rio James.
Richi sopló sus veintinueve velas, sí, tal cual, pues le habíamos puesto
todas, y después del pastel y unas copas, dimos la noche por terminada y
nos retiramos a descansar.
Al pasar por el salón comprobé que Liam estaba bien, le acomodé los
cojines y le besé la frente antes de ir con Colin a la habitación.
—Ya casi nada, los calmantes y la crema hacen su efecto —le aseguré con
una sonrisa.
Los paseos por aquella zona junto a Colin eran habituales, lo hacíamos para
ejercitar la pierna y que no me muriera de aburrimiento en el apartamento,
aunque siempre teníamos algo que hacer porque Liam no dejaba de
proponerme planes.
—¿Vas bien? —me preguntó tras los primeros cinco minutos caminando.
Liam dejó escapar una leve risa, pero sabía tan bien como yo que, hasta que
mi pierna estuviera completamente recuperada, una tortuga llegaría antes
que yo al semáforo.
Cogí pescado fresco para hacerlo para la cena, así como verduras para
acompañarlo, y Liam me pidió hamburguesas para la cena de la noche
siguiente.
Ese niño era un auténtico peligro para mí, puesto que le consentía mucho,
algo que su padre no llevaba del todo bien y siempre decía que ese niño era
mi debilidad.
Tras pagar y quedar en que nos llevarían la compra a casa esa tarde, Liam y
yo fuimos a la cafetería a tomarnos un batido con una ración de tortitas con
sirope y nata.
Con lo que sí amenazó a Colin fue con contarle a Liam la verdad, esa en la
que acabaría descubriendo que no era su padre, y le advirtió que, si hacía
eso, se arrepentiría.
Le convencí de que fuera él mismo quien le contara todo a Liam, era apenas
un niño de doce años pero estaba convencida de que lo asimilaría bien y a él
no le reprocharía nada.
—Me la estoy imaginando y seguro que quedará perfecta, muy tú. —Le
hice un guiño.
Miré hacia el lugar, Liam estaba en ese lado y si el coche no frenaba, la peor
parte se la llevaría él.
Quise correr más pero mi pierna no me lo permitía, y aunque a él le pedí
que lo hiciera, dijo que no me iba a dejar sola.
El coche cada vez se acercaba más y más, y si mis sospechas eran ciertas,
venía directamente hacia nosotros.
Algunos coches patrulla llegaron minutos después y entre los hombres que
salían de ellos, reconocí al inspector que llevaba el caso.
Iban a interrogarlo, y si Rachel tenía algo que ver con ese nuevo ataque, se
enfrentaría a tres cargos de conspiración por intento de homicidio.
—¡Tenía que haber hecho esto antes! —gritó Rachel, que era quien tenía el
arma.
Hizo por disparar de nuevo, pero el inspector lo hizo antes de modo que la
bala impactó en el arma que ella tenía en las manos y la soltó.
—Sí, ¿y tú?
—Sí.
—Bien, porque quiero que, cuando seas mayor y pienses en tu madre, lo
hagas recordando todo lo bueno, y no este momento. ¿De acuerdo?
—Dime, cariño.
Miré a Colin sin saber qué responder, él sonrió y nos abrazó a Liam y a mí
antes de hablar.
—Cuando eso ocurra, hijo, cuando me case con Alana, no dudes que se
convertirá en tu madre.
Capítulo 33
Un año después…
Desde aquel día, en el que la propia Rachel disparó contra mí, e incluso
contra Colin, tuve mucho más claro que velaría por Liam y le protegería
con mi vida.
Hasta que en la noche de fin de año, unos meses después, y antes de que se
acabara el año, me pidió que me casara con él.
Mi hermana y yo lloramos al pensar en lo mucho que le habría gustado a la
abuela Mary estar en ese momento con nosotras, y en que tanto Colin como
James se habrían ganado su simpatía y afecto.
Decir que me comían los nervios era quedarme muy corta, estaba
temblando como un flan.
Richi iba a ser mi padrino, tal como dijo, y estaba guapísimo con el
esmoquin que llevaba.
—Lo sé, pero está muy presente —sonreí mientras me llevaba la mano al
cuello, donde reposaba la gargantilla de perlas que nos pidió tanto a Gina
como a mí que usáramos como ese algo viejo que llevar el día de nuestra
boda.
Siempre me dije que jamás haría sentir a mis hijos así, como si no los
quisiera.
—Eres la novia más guapa que he visto desde que me casé con Pam. —
Robert me abrazó y me besó en la frente.
—Menos mal que me has tenido en cuenta. —Ella arqueó la ceja y los
cuatro nos reímos.
—Queríamos darte algo. —Vi que Robert sacaba un sobre del bolsillo
interior de su chaqueta—. Sabemos lo que vas a decir, no era necesario, con
teneros aquí es suficiente y todo ese blablablá, pero queríamos darte un
regalo de bodas, digno de una hija.
—Robert, yo no…
—No te he parido, cariño —Pam me cogió de las manos—, pero tanto Gina
como tú, sois como hijas para nosotros.
—Y como eso pase, os aseguro que mi futura esposa se llevará las manos a
la cabeza —comentó Richi.
—Sabemos que Colin tiene dinero más que suficiente para cuidar de ti y
vuestros futuros hijos, pero hemos pensado que ese dinero puedes guardarlo
junto con lo que aún tienes de tus padres y tu abuela, y se lo des a tus hijos
en un futuro.
—Llegó la hora.
—Sí —sonreí.
—¿Te puedes creer cómo han cambiado nuestras vidas en este año? Yo fui
el primero en ser padre, y tú la primera en casarte.
—¿Qué sería la vida sin locuras, nena? Mira dónde estamos, solo porque
aquella noche cogiste al rubio como carnaza para Thomas.
—Totalmente.
Sí, nos casábamos por la iglesia a pesar de que él ya lo había hecho, pero
con todo lo que ocurrió con Rachel, y el hecho de que lo engañara con el
tema de su paternidad, estuvo durante meses luchando hasta conseguir que
ese matrimonio quedara completamente anulado, como si nunca hubiera
existido.
Y con respecto a eso, había algo que Liam aún no sabía pero que se lo
contaríamos en cuanto nos casáramos.
—Aquí la tienes, Colin —le dijo Richi entregándole mi mano—. Más vale
que la cuides, o te las verás con estos. —Levantó ambas manos cerradas en
puños y Colin sonrió.
—Hijo, espera a que os declare marido y mujer al menos —le pidió el cura.
La familia había crecido mucho en ese tiempo, empezando por nuestro hijo
Arthur, nombre que heredó de su abuelo ya que no me importó que mi
marido lo escogiera.
Pero la vida nos tenía otra sorpresa, y esa llegó hacía solo un año, con el
nacimiento de las gemelas Elisa y Beatrice.
A sus diecisiete años era tan alto como su tío Samuel, le encantaba todo lo
relacionado con la informática y estaba deseando empezar la universidad
para cursar los estudios de empresariales con los que, en cuanto se
graduase, podría ocupar un buen puesto en la empresa de Colin.
Pero no fui la única en tener una casa llena de niños, ni mucho menos.
Robert y Pam, los padres de Richi, habían pasado a ser los abuelos de todos
nuestros niños, y se encargaban de consentirlos en sus cumpleaños y el día
de Navidad.
Ambos seguían siendo médicos en la zona de urgencias de la clínica, al
igual que Richi y yo trabajábamos con ellos como enfermeros jefes.
Echaba de menos a mi abuela, aun habiendo pasado tantos años desde que
nos dejó, no podía olvidarme de ella y pensar en lo mucho que habría
disfrutado de la vida junto a sus bisnietos.
Esa noche celebrábamos los cuarenta y cinco años de Colin, solo que él no
sabía que a la cena a la que le llevaba en uno de sus restaurantes favoritos,
vendría toda la familia, pensaba que era una cena solo para nosotros dos, y
que por eso había mandado a Liam y a los niños a casa de mi hermana
Gina.
—¿Dónde…? —con la boca abierta, así se quedó al verme sin poder decir
una sola palabra más.
—Y tú siempre has sabido cómo hacer que yo enloquezca entre tus manos.
—Llevé los dedos a su cabello y jugué con él.
Porque así era el amor cuando llegaba a nuestras vidas, no entendía de edad,
ni de tiempo, simplemente llegaba en el momento en el que debía hacerlo
para que comprendiéramos que, con amor, cualquier cosa era posible.
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