Está en la página 1de 356

Primera edición.

Mi pequeña provocadora
©Marcos A.C.
©enero, 2024.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida,
ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de
recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea
mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por
fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
apítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Capítulo 1

Hay quien dice que, desde incluso antes de nacer, cuando no somos más que
una pequeña célula en el vientre de nuestra madre, tenemos el destino
escrito.

¿Y en qué momento el mío, el de Alana, decidió que debía tener unos


primeros años de infancia tan desastrosos?

Empecemos por el principio, por ese en el que dos jóvenes adolescentes de


dieciséis años, se conocieron durante las vacaciones de verano.

Patrick, mi padre, acababa de llegar a Los Ángeles, pues su padre, militar


de profesión y viudo, había sido destinado allí, y desde el momento en el
que conoció a Emily, mi madre, ninguno pudo separarse del otro.

Comenzaron aquel último año del instituto juntos, formaron una pareja de
las que cualquiera querría, y al verano siguiente mi madre se quedó
embarazada.
Mi abuela materna, Mary, quien también había enviudado joven cuando el
abuelo Robert falleció durante una de las misiones del ejército, acogió a mi
padre en casa y le trató siempre como a un hijo más.

Cuando mi abuelo paterno, también llamado Patrick, no estaba trabajando,


pasaba muchas tardes con mi abuela en casa y cuidando de mi hermana
mayor, Gina, mientras mis padres trabajaban.

Mi hermana había heredado el color castaño del cabello de mi padre y yo el


rubio de mi madre, ambas teníamos los ojos marrones como él.

Eran dos adolescentes responsables, estudiaban durante el día y trabajaban


por las tardes, él incluso cogió un segundo trabajo para los viernes y
sábados por la noche en un local de copas como camarero de barra para
tener algo más de dinero ahorrado.

Tenían veinte años cuando se casaron y mi abuelo les ayudó con la compra
de la casa. Los dos trabajaban en una revista como redactores y les iba muy
bien, tanto que mi llegada fue como uno de esos regalos que recibías por
sorpresa y te hacía llorar de alegría.

La abuela Mary nunca supo decirnos a Gina y a mí en qué momento todo


cambió, quizás fue cuando el abuelo Patrick falleció de manera inesperada,
o tal vez cuando a mi padre le dijeron que iban a despedirle porque debían
hacer recorte de personal en la revista, pero, fuera como fuese y por
motivos que aún hoy, a mis veintiséis años, no lograba entender, mi padre
comenzó a beber y tontear con las drogas yendo de fiesta en fiesta con mi
madre cuando empezó a trabajar en una cadena de televisión como
periodista y entrevistador de famosos.

Desde luego que todo se les fue de las manos, no había otra manera de
decirlo, nos dejaban a Gina y a mí durante toda la noche solas en casa
mientras ellos estaban en la fiesta de una celebridad del cine
hollywoodiense, o de un cantante de fama internacional, o tras la
presentación de una nueva película cuya estrella le había concedido una
entrevista a mi padre para la televisión, y a mi madre para la revista.

Gina solo tenía diez años y debía cuidar de una niña de cuatro que se
despertaba por las noches llorando, pensando que sus padres la habían
abandonado.

Muchas de esas noches me preparaba un chocolate caliente con nubes de


azúcar, me llevaba al sofá y ponía uno de los cientos de canales que
teníamos en la televisión para ver dibujos a cualquier hora del día, ya fueran
las nueve de la mañana o las tres de la madrugada.

Algunas de esas fiestas donde el alcohol y las drogas eran los invitados
estrella, las celebraban en nuestra propia casa, con música hasta altas horas
de la madrugada y con nosotras yéndonos a dormir a una pequeña casa
junto a la piscina que mis padres construyeron para nosotras.

No diría jamás que nuestros padres no nos quisieron en su momento, pero


para aquel entonces éramos más una carga para ellos que otra cosa.
Mi abuela venía a visitarnos y solía cocinar cuando ellos no estaban, mi
madre le daba dinero cuando eso sucedía y ella, en vez de malgastarlo, fue
guardándolo en el banco en una cuenta a nuestro nombre para que el día de
mañana tuviéramos algo ahorrado, aunque fuera poco.

El sueldo de mi padre era de los mejores en cuanto a periodistas se refería,


mi madre también cobraba un buen dinero y por eso se permitían el lujo de
una gran casa con jardín, piscina, varios dormitorios y cuartos de baño, así
como un par de coches de alta gama.

Pero el dinero se iba casi tan rápido como entraba cuando llamaban al
hombre que les suministraba ese vicio del que, por mucho que la abuela
insistía que lo dejaran, no lo hacían.

Tenía seis años, y Gina doce, cuando mi abuela nos llevó a vivir con ella
después de haber pasado aquel verano una semana entera sin saber nada de
nuestros padres.

De vacaciones en Saint-Tropez estaban cuando mi abuela decidió llamar a


mi madre para preguntarle, obteniendo como respuesta que ya éramos
suficientemente mayores para cuidarnos solas.

La abuela, que por aquel entonces tenía cincuenta y cinco años y llevaba
toda la vida trabajando como secretaria para un empresario de la ciudad,
cogió un par de maletas en las que metió nuestra ropa, algunos juguetes y
recuerdos que quisimos tener, y nos sacó de la casa de mis padres sin tan
siquiera avisarles.
Cuando regresaron de aquellas vacaciones veraniegas a las que un famoso
director de cine les había invitado, mi madre la llamó para preguntar dónde
estábamos y dijo que donde debíamos estar y donde íbamos a quedarnos
siempre, con ella.

Lejos de que mi madre gritara o se enfadara por habernos sacado de la casa


sin su permiso, se limitó a decir que les había hecho un favor.

Yo no entendía esas palabras de mi madre, lo hice con el tiempo, y es que


cuando se quería un tipo de vida y había hijos, se les veía más como una
molestia que como ese regalo que una vez fueron.

Vi llorar a la abuela durante días, hasta que decidió dejar las lágrimas a un
lado para que nosotras no nos diéramos cuenta de que nuestros padres no
nos querían, solo que Gina ya lo había visto más que de sobra.

Cada mes le hacían llegar un dinero por nosotras, ese que iba guardando en
la cuenta y no tocaba nunca, decía que con su sueldo vivíamos las tres en
aquella casita tan ricamente.

Como niña que era, me hice amiga de Richi, el hijo de los vecinos que tenía
dos años más que yo, y desde ese momento, nos hicimos tan inseparables
que tanto sus padres como mi abuela decían que, cuando creciéramos,
acabaríamos casados y teniendo una familia.

Nada más lejos de la realidad, pues, aunque fue el primer chico al que besé,
podía recordar la cara de asco que puse cuando me aparté, y no porque
besara mal, ni mucho menos, sino porque para mí, Richi era más como un
hermano que un chico al mirar con otros ojos.

Y lo mismo decía él de mí.

Sus padres, Robert y Pam, eran médicos, trabajaban en una clínica privada
y a sus cincuenta años, aún lo hacían.

Nuestros padres fallecieron tras una larga noche de fiesta y excesos,


sobredosis según dijeron los médicos, cuando tenían apenas cuarenta años.
Gina contaba por aquel entonces con veintidós años y estaba estudiando
secretariado para empezar a trabajar en la empresa donde estuvo mi abuela
toda la vida, su jefe quería que fuera su sucesora en el puesto, y ella,
encantada.

Yo tenía dieciséis años, fue duro puesto que en esos diez años solo veía a
mis padres en nuestros cumpleaños y en la comida de Navidad, momento en
el que nos daban un regalo y después de comer, regresaban a su vida de
matrimonio sin hijos.

A pesar de todo el dinero que habían ganado, mucho lo malgastaban en esas


fiestas de exceso por lo que la casa, que aún contaba con hipoteca, tuvimos
que venderla para pagar al banco.

Quedó un poco de dinero que guardamos en nuestra cuenta de ahorro, esa


de la que tanto Gina como yo cogimos dinero para comprar un coche para
ella con el que ir al trabajo, manteniendo el resto ahorrado.
Cuando acabé el instituto decidí estudiar enfermería al igual que Richi, y
sus padres nos aseguraron que al término de nuestros estudios tendríamos
trabajo en la clínica con ellos.

La abuela Mary acabó dejándonos solo seis años después de la muerte de


nuestros padres, tenía setenta y un años y se fue mientras dormía por una
parada cardíaca.

Los padres de Richi fueron los primeros en venir a la casa cuando la


encontramos y, por más que trataron de reanimarla, fue imposible.

Gina tenía veintiocho años y yo veintidós, y lloramos más la muerte de la


abuela, quien había sido una verdadera madre para nosotras, que la de
nuestros propios padres.

Nos dejó la casa en herencia y, como era el hogar en el que habíamos


crecido y donde sin duda alguna pasamos los mejores momentos de nuestra
vida, decidimos conservarla para cuando alguna de las dos tuviera familia.

Allí solo pasábamos los fines de semana, desconectando de todo, y en la


compañía de Richi, pues ambas decidimos mudarnos a un piso en el centro
de la ciudad que estaba cerca de nuestros respectivos trabajos.

Sobraba decir que incluso Richi se mudó justo al piso de al lado del nuestro.

Éramos como tres hermanos que no querían separarse.


Lo malo que tenía nuestro querido Richi, es que cuando se llevaba a alguno
de sus ligues a casa, le escuchábamos como si estuviera en una de nuestras
habitaciones teniendo sexo.

Como en ese preciso momento…

—Por Dios, esa mujer grita más que la de la semana pasada —dijo Gina
mientras terminábamos de prepararnos el desayuno.

Era sábado y, como cada fin de semana, nos iríamos en un rato a pasarlo a
casa de la abuela, esa que teníamos cerca de la playa.

—Creo que no fue buena idea que se mudara aquí al lado. —Reí.

—Si hubiera sabido que se iba a traer un ligue cada viernes, te aseguro que
no le habría dejado.

—Sabes que nada ni nadie habría podido impedir que se mudara.

—Lo sé, pero podría haber sido bastante persuasiva al respecto. Aunque te
voy a ser sincera, envidio a esas mujeres, a mí no me ha hecho un hombre
gritar de ese modo, nunca.

—Es que dudo que haya hombres como Richi.

—Digo yo que alguno tiene que haber, solo que nosotras no hemos buscado
bien, hermanita —suspiró.
Desayunamos mientras veíamos las noticias, con el volumen
suficientemente alto como para no escuchar los gritos del ligue de Richi, y
en cuanto acabamos y recogimos la mesa fuimos a preparar la bolsa que nos
llevaríamos a la casa de la playa.

Una vez estuvimos listas, y a sabiendas de a qué hora nos iríamos, Richi
llamó al timbre y cuando abrimos la puerta ahí estaba él, con su metro
ochenta de altura, el cabello negro alborotado y los ojos verdes de su madre
con una de esas sonrisas que haría que a cualquiera mujer le fallaran las
piernas.

—Buenos días, chicas, ¿nos vamos a la playa? —preguntó apoyado en el


marco de la puerta.

—Richi, a veces siento que somos tus amantes —dijo mi hermana cogiendo
las llaves del coche.

—Cariño, vosotras siempre seréis las mujeres de mi vida.

—Sin sexo, que a mí no me has hecho gritar nunca como a tus ligues. —
Arqueó la ceja y yo traté de no reírme al ver la cara de mi mejor amigo.

—Gina, si me estás diciendo después de veinte años, que te gusto, me


vuelvo célibe.

—¿Célibe, tú? —Me eché a reír, porque había conocido a hombres a lo


largo de mi vida, pero a playboy no le ganaba nadie—. Richi, no creo ni que
aguantaras una semana sin sexo.

Llegamos al parking del edificio y fuimos hasta el coche, donde Richi nos
cogió las mochilas para guardarlas mientras mi hermana y yo nos
sentábamos.

—¿Quieres apostar? Seguro que aguanto más de lo que imaginas —dijo tras
cerrar la puerta.

—Mejor no apostemos, que seguro que perdemos hasta la ropa interior —


contestó Gina.

—Sois un par de cobardes, ¿lo sabéis? —Richi nos señaló a ambas antes de
recostarse en el asiento de atrás y ponerse las gafas de sol.

—Prudentes, Richi, somos prudentes. —Reí.

Había tenido una infancia difícil hasta que la abuela nos sacó de casa,
sintiendo la carencia del amor de mis padres, ese afecto que deberían
haberme dado en todo momento y que solo la abuela Mary me dio.
Pero agradecía que tomara la decisión de llevarnos a vivir con ella porque
eso había traído a Richi a nuestras vidas, y a él, a él no le cambiaba ni por
todo el oro del mundo.
Capítulo 2

Antes de ir a la casa decidimos ir a la playa, donde pensábamos pasar la


mañana tomando el sol y disfrutando de algún que otro baño.

Como siempre, acabamos colocando nuestras toallas cerca de nuestro bar


playero favorito, uno que era una pasada y que tenía unos cócteles y zumos
de frutas buenísimos.

Nada más dejar las cosas, nos dimos un chapuzón para quitarnos ese calor
de aquella bonita mañana de julio.

Y como era habitual en mí, me quedé sola en cuanto ellos regresaron a las
toallas.

Me zambullí cual sirena, como decía mi hermana, y nadé hasta alejarme lo


suficiente de la orilla como para poder tumbarme boca arriba y quedarme
flotando unos minutos con los ojos cerrados, escuchando el latido de mi
propio corazón a través del agua.
Desde muy niña aquel era el modo en el que me gustaba relajarme, y me
llenaba de una energía de esas que renovaban el alma y el cuerpo.

Cuando decidí regresar a la playa comencé a nadar y escuché el grito de una


mujer de lo más agónico.

Al mirar, vi que un niño de unos cinco años estaba llorando mientras se


agarraba al flotador del que parecía haberse salido.

Nadé más rápido y llegué hasta él.

—Hola —dije mientras le cogía por la cintura.

—Hola —sollozó.

—Parece que el flotador quería nadar solo —sonreí—. Y tú no le dejabas


irse, ¿eh?

—Es que —cogió aire entre sollozos—, me puedo ahogar si no tengo el


flotador.

—Eso es verdad. ¿Qué te parece si te lo pongo y vamos hasta la orilla


nadando juntos?

—Va… vale.
Sonreí de nuevo y, tras secarle las lágrimas, le saqué del agua un poco para
poder meterle por el hueco del flotador, en cuanto noté que estaba bien
encajado y no iba a salirse, le cogí de la mano y empezamos a nadar juntos.

—¡Brian, hijo! —gritó la madre al vernos llegar, y sin soltarnos la mano


salimos del agua— Ay, mi niño, qué susto me has dado —dijo
arrodillándose ante él.

—El flotador quería irse sin mí, mami —le dijo, y al mirarme ella, sonreí.

—Ya lo he visto cariño, y tú no querías ¿verdad?

—No.

—Muchas gracias —me dijo aquella madre con lágrimas en los ojos—. Me
descuidé solo un segundo y ya no estaba en la toalla conmigo.

—Pasa más de lo que piensa. Pero seguro que, a partir de ahora, este
jovencito de aquí no se irá solo a nadar, a que no.

—No, para que no se quiera ir el flotador sin mí —contestó.

—Gracias, de verdad, muchas gracias.

—No hay de qué.

Me despedí de ellos y cuando llegué a nuestro rincón, Richi sonreía.


—Y por eso cuando llega un niño a urgencias, te dejo atenderlo —me dijo.

—Se le dan bien, seguro que algún día será mejor madre de lo que fue la
nuestra.

—Gina, mejor madre que la nuestra, sería cualquiera. —Volteé los ojos
mientras me secaba con la toalla.

—Siempre me quedaré con los buenos momentos con ella —dijo


poniéndose las gafas de sol—. Cuando nos leía cuentos por las noches,
cuando te mecía entre sus brazos y te cantaba esa nana para calmarte el
llanto. Tú no la viste tomar ciertas cosas, y eso me alegra. —Se encogió de
hombros.

—Vale, ¿quién quiere un cóctel? —preguntó Richi.

—¿A las doce del mediodía? —Arqueé la ceja.

—Es sábado, estamos en la playa, y a mí me apetece —contestó—. Ahora


vuelvo.

En cuanto comenzó a andar hacia el bar, mi hermana se incorporó apoyando


ambos codos en la toalla y miró hacia él.

—Fila de labios mordidos en tres… dos… —dijo, y empezamos a reír al ver


a las mujeres que se quedaban mirándole cuando pasaba por delante de ellas
— En serio, Alana, ese hombre es un peligro para la especie humana.

—Es un rompecorazones, no hay duda —reí.

—Hasta que encuentre una mujer que consiga que caiga de rodillas a sus
pies, porque Richi cuando se enamore, créeme, lo hará con fuerza y será
para toda la vida.

No tenía la menor duda de que así sería, la abuela Mary decía lo mismo.
Richi siempre fue un buen chico, de esos que por sus amistades y su familia
daría la vida de ser necesario, tenía un corazón enorme y nunca se había
enamorado.

Solía decir que prefería repartir un poco de su amor a muchas mujeres, en


vez de todo a una sola.

Pero sí, estaba segura de que en el momento en el que llegara la indicada,


esa que haría que sintiera una bandada de mariposas revoloteando en su
estómago y en la que no pudiera dejar de pensar, la querría a su lado el resto
de su vida.

Me quedé sentada en la toalla abrazándome las piernas mirando hacia el


mar, ese del que por más que intentásemos jamás podríamos ver el final,
pensando en ese amor que mis padres una vez tuvieron, un gran amor que
vivieron durante veinticuatro años hasta que ambos murieron.

En momentos en los que pensaba en ellos y los recordaba en aquellos


buenos momentos, como decía Gina, podía sonreír al tiempo que alguna
que otra lágrima de felicidad se escapa de mis ojos.

Pero a veces eran los malos momentos los que acudían a mi mente,
haciendo que los recordara llegar una noche completamente borrachos y
seguramente tras haber consumido drogas, cuando me encontraron en el
sofá llorando y al ir a abrazarles me alejaron sin más.

Nunca podría olvidar esas palabras que salieron de la boca de la persona


que debía amarme, el desprecio que vi en su mirada y cómo caí al suelo
cuando pasaron por mi lado para irse a la cama.

Apenas era una niña de cinco años, no entendía por qué mis padres no me
daban cariño, y me guardé aquel dolor sin contarle a mi hermana y tampoco
a mi abuela lo que había pasado.

Era mejor recordarles como esos padres amorosos que eran a veces, cuando
estaban sobrios, cuando el hecho de ser padres para ellos era motivo de
alegría.

Cuando tuve edad suficiente para saber por qué mis padres me despreciaron
aquella noche, me prometí a mí misma que jamás trataría con ese desprecio
a mis hijos, ni a ningún otro niño, pues para ellos, en esa edad donde la
inocencia prevalece y el amor es cuanto necesitan, una palabra dulce, un
gesto de cariño, es lo que les saca las sonrisas más bonitas.

—Aquí tenéis. —Miré a Richi y vi que tenía un par de zumos de frutas para
nosotras y una cerveza para él.
—¿Y los cócteles? —pregunté.

—Esos para esta noche, porque he pensado que voy a llevaros a cenar,
bailar y beber.

—¿En plan amantes o como primeras esposas? —Curioseó Gina con la ceja
arqueada.

—Primeras esposas. —Rio él.

—Ah, eso me gusta más.

—Estoy perdido, con vosotras estoy perdido. Hacéis conmigo lo que


queréis.

—Es lo que tiene ser nuestro hermano —dije sacándole la lengua.

Richi se echó a reír y nosotras con él.

No era nuestro hermano de verdad, pero sin lugar a duda, si Gina y yo


hubiéramos tenido la oportunidad de tener uno, querríamos que se pareciera
a él.
Capítulo 3

Descalza y con las sandalias de tacón, así iba por el pasillo de nuestra casa
de la playa para ir a reunirme con Gina y Richi en el salón.

—¡Ya estoy, ya estoy! —fui gritando mientras corría— ¿Y Gina? —


pregunté al ver que mi hermana no estaba allí esperándome, Richi se
encogió de hombros al tiempo elevaba ambas cejas.

Sabía bien lo que significaba ese gesto, y no, no pensaba permitir que mi
hermana tuviera una mala noche por culpa de su ex.

Suspiré y tras ponerme las sandalias, fui hacia su habitación. No tardé en


escucharla sonarse la nariz por haber estado llorando.

—Una sola lágrima más, Gina, y te quito el móvil —dije señalándola.

—Soy tu hermana mayor, no puedes quitarme el móvil como castigo, no


tengo quince años —protestó secándose las lágrimas.
—Es que no es normal esto, por Dios. ¿No te había dejado porque no valías
nada para él? Y de eso hace un año, ¿cuánto tiempo lleva llamándote para
que cenes con él?

—Tres meses —murmuró.

—Tres meses, Gina, ese es el tiempo que llevas llorando porque cuando te
llama todo empieza muy bien pero después… Te trata como antes de
dejarte.

—¿Crees que no lo sé? Le he pedido que deje de llamarme.

—Bloquea su número, es así de sencillo.

—Sabes que no hago eso —negó moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Pues deberías, ganarías en salud y paz mental. Es que es increíble, ni


come, ni deja comer —protesté—. Y siempre hace lo mismo, llama los
viernes y los sábados antes de que salgas para tratar de arruinarte la noche,
para que estés todo el tiempo pensando en que tiene razón y que podías
haber salido a cenar con él. Parece que no le queda claro que no quieres
volver con él —cuando dije aquello, Gina apartó la mirada y por un
segundo saltaron todas mis alarmas—. Porque no quieres volver con él,
¿verdad?

—Claro que no, Alana.

—Pues deja de cogerle el teléfono.


—No está bien —dijo levantándose de la cama.

—No lo estaba mucho antes, cuando decidió meterse en esa mierda.


¿Cuántas veces en esos dos últimos años te dijo que iba a dejarlo? ¿Cuántas
de esas veces lo dejó solo para volver a caer? Todas, Gina, todas y cada una
de las veces.

—Chicas. —La voz de Richi nos llegó desde la puerta, y ahí estaba,
apoyado en el marco—. ¿Por qué no nos olvidamos de él y salimos a
divertirnos?

Richi y yo habíamos estado al lado de mi hermana en los peores momentos


de su relación con Thomas, esos en los que la bebida y las drogas eran lo
único que parecían importarle.

Cuando ella le conoció, venía de haber pasado dos años en una clínica
desintoxicándose, mi hermana tenía veintiséis años y él dos años más.
Debía reconocer que no era un mal tipo, consiguió salir limpio y superar
aquella mierda, regresó al trabajo como agente inmobiliario en la empresa
de su tío y durante tres años todo fue bien entre ellos.

Pero recayó una noche tras acudir a una fiesta en la que se reencontró con
antiguos amigos de aquella época, y durante dos años estuvo consumiendo
todo lo que se le ponía por delante.

Los fines de semana se los pasaba de fiesta en fiesta mientras mi hermana


se quedaba pegada al teléfono preocupada y esperando recibir una llamada
como la que recibió mi abuela cuando fallecieron nuestros padres.

Hasta que el propio Thomas le dijo que no quería seguir con ella porque no
era suficiente para él, y le confesó que llevaba todo ese tiempo acostándose
con su antigua novia, esa que le llevó de nuevo por el mal camino.

El tío de Thomas vino a nuestra casa buscando a mi hermana y


disculpándose, diciéndole que no merecía lo que su sobrino le había hecho.

Le llevó de vuelta a la clínica, de donde salió mucho antes de lo que


debería, según él, porque estaba recuperado.

Ni siquiera su tío se lo creía, y así me lo dijo cuando le llamé para pedirle


que hablara con Thomas y le advirtiera que dejara de llamar a mi hermana,
cosa que había ignorado igualmente aun diciéndoselo su tío.

—Venga, arriba ese ánimo, chicas. Disfrutemos de la fiebre del sábado


noche —dijo Richi pasando un brazo por los hombros de Gina y el otro por
los míos.

—Tú lo que quieres es que los hombres te envidien por llevarnos al lado. —
Volteé los ojos.

—Eso, y que a nosotras las mujeres nos fulminen con la mirada. —Rio
Gina.

—¿Eso hacen? No me había dado cuenta —contestó haciéndose el tonto.


—Anda, vamos a cenar, que tengo tanta hambre, que sería capaz de comerte
a ti —le dije.

—Si me quieres como postre, paramos a la vuelta a comprar un poco de


nata.

—Richi, en tus sueños —respondí y se echó a reír.

Salimos de casa y ya estaba el taxi esperándonos en la puerta, subimos y


tras darle la dirección del bar donde cenaríamos esa noche, miré a mi
hermana y la cogí de la mano.

Ella sonrió y le devolví el gesto. Era preciosa, una mujer tan bella por fuera
como lo era por dentro. Tenía un corazón enorme y aunque no lo dijera, una
parte de él aún seguía con Thomas, pues como solía decir la abuela Mary,
había amores que pasaban por nuestra vida y eran difíciles de olvidar.

Gina no merecía haber tenido que pasar por eso, pero así era la vida, el
destino con el que nacíamos.

Llegamos al bar y nada más entrar nos saludó Susy, la dueña, y nos llevó a
una de las mesas libres.

—¿Qué va a ser, chicos? —preguntó.


—Una botella de vino blanco, y unas raciones de carne y pescado a la brasa
de la que hace tu marido —pidió Richi.

—Perfecto, pues enseguida os lo traen.

—¿Gina? —Nos giramos al escuchar la voz de un hombre llamando a mi


hermana, y ella sonrió al verle.

—¡Ethan! Qué sorpresa verte por aquí. —Se puso en pie para darle un par
de besos.

—Me han traído unos amigos, yo ni sabía que existía este sitio —sonrío.

—Pues es el mejor de esta parte de la ciudad. Ellos son Alana y Richi, mi


hermana y un amigo de la infancia. Chicos, él es Ethan, un compañero de
trabajo.

—Encantado de conoceros —dijo estrechándonos la mano.

—Igualmente.

—¿Qué tal Christine? —preguntó mi hermana.

—En casa con la niña, hoy me ha dado la noche libre. —Rio.

—Vamos hombre, si ella te deja irte con tus amigos cuando quieras.
—Claro, para tener sus noches a solas con su amor platónico. —Volteó los
ojos.

—En defensa de tu mujer diré que yo también me quedaría en casa algún


sábado por la noche para ver a Brad Pitt en una de sus películas.

—Por eso Christine y tú os lleváis tan bien.

—Por eso, y porque siempre tiene crema y canela en la sala de descanso


para su café gracias a mí. —Rio.

—También es verdad. Bueno, os dejo que cenéis —dijo cuando uno de los
camareros llegó a nuestra mesa con el vino y las copas—. Que te diviertas.
—Le dio un par de besos a mi hermana y se marchó de nuevo a la mesa
junto con sus amigos.

—Es guapo —dije cogiendo mi copa para dar un sorbo.

—Sí, se parece al modelo ese que se tiraba de lo alto de un acantilado para


anunciar una colonia —comentó Richi.

—También está felizmente casado y tiene una hija de cinco años —informó
mi hermana bebiendo de su copa.

—¿En serio? No nos habíamos enterado de ese pequeño detalle mientras


hablabais de Christine. —Volteé los ojos.
Una de las camareras llegó con la carne y el pescado en un par de fuentes
que puso en el centro de la mesa y ahí se acabó la conversación.

Era momento de disfrutar de aquella cena y de contarnos cómo nos había


ido la semana en el trabajo a cada uno.

Había cosas que nunca cambiaban y yo no quería que lo hicieran. Gina y


Richi eran mi familia, la única que me quedaba tras perder a la abuela,
también estaban Robert y Pam, los padres de Richi, que siempre que
invitaban a su hijo a comer a casa, nos decían a nosotras que fuéramos
también.

Eran esos momentos con ellos, en los que las risas y las tonterías de uno u
otro nos hacían olvidarnos del mundo, los que me gustaba atesorar en mi
memoria.

—Chicos, os invitan a esta botella —dijo Susy dejando una botella de vino
blanco en la mesa—. De parte de Ethan —sonrió.

Miramos hacia la puerta, donde ella había señalado con un leve gesto de
cabeza, y el compañero de mi hermana sonrió al tiempo que se despedía de
nosotros con la mano.

—Qué pena que esté casado —dije—, me gusta para ti.

—Y por eso está casado, hermanita, porque le gustó a Christine. —Rio.

—Tendremos que buscarte uno, así como él —comentó Richi.


—Oye, que ya soy mayorcita como para que queráis buscarme un hombre.

—Ahí, ahí quería yo llegar. —La señalé—. Un hombre, Gina, alguien


maduro y con los pies en la tierra, no uno como Thomas que bastante
tuvimos con él.

—Alana… —suspiró.

—¿Qué? Solo quiero que seas feliz, Gina, que al fin encuentres al hombre
que te valore por quién eres, por tu forma de ser y por lo que puedas
aportarle a su vida. En serio, no quiero que vuelvan a hacerte daño y que te
pases un mes entero llorando cada noche solo porque un idiota dijo que no
eras suficiente para él.

—Y no se quejaba tanto cuando le llevabas a tu casa y el cabecero de tu


cama aporreaba la pared —dijo Richi.

—Mira quién habla, el que se lleva cada viernes a una diferente para darnos
un concierto de gritos y gemidos. —Volteé los ojos.

—¿Qué puedo decir? Sé cómo hacer que una mujer disfrute en la cama —
sonrió al tiempo que hacía un guiño y tanto mi hermana como yo, le tiramos
una servilleta de papel a la cara.

Estallamos en carcajadas y, una vez más, volvió el buen rollo a nuestra


mesa.
Nos tomamos aquella segunda botella de vino a la salud del guaperas de
Ethan, y después de la cena tomamos un café antes de continuar con la
noche.

Como había dicho Richi, teníamos que disfrutar de la fiebre del sábado
noche y, ¿qué mejor que hacerlo mientras bailábamos?
Capítulo 4

Nada más entrar en el local, a Gina se le fueron los pies y llegó bailando y
contoneando las caderas al ritmo de la música hasta la barra.

—Y ahora sí, comienza la noche —dijo Richi con un guiño—. ¡Masie, tres
chupitos! —le gritó a la camarera, que al vernos sonrió de oreja a oreja.

Y no, Masie no sonreía por vernos a Gina o a mí, sino por Richi.

Aquella camarera tenía veintidós años, era irlandesa y había llegado a Los
Ángeles cuanto tenía dieciocho años para cuidar de su única pariente viva
cuando perdió a sus padres, una tía abuela por parte de su padre que había
quedado viuda y sin hijos solo unos meses antes de que ella se quedara sola.

Su tía abuela le dijo que se mudara a Los Ángeles y así, al menos, se harían
compañía la una a la otra.

Llevaba ese tiempo trabajando en el local y desde el primer momento en el


que vio a mi mejor amigo, aquella pelirroja tímida de ojos azules se quedó
prendada de él.
—Aquí tenéis —dijo tras dejar nuestros chupitos de tequila en la barra.

—Tienes que tomarte uno con nosotros.

—Sabes que no puedo, Richi —sonrió ella mientras se colocaba un mechón


de cabello tras la oreja.

—Tus compañeras se lo toman con quien se lo pide, ¿por qué tú no?

—Porque no me gusta beber mientras trabajo.

—Solo es un chupito, no te va a hacer nada.

—Tal vez más tarde —dijo al fin sonriendo al tiempo que negaba dándose
por vencida.

—Así me gusta. —Richi le hizo un guiño y nos entregó los chupitos a


nosotras—. Por una noche loca. —Levantó su vaso y se tomó aquel tequila
con sal y limón como si fuera tan solo un poco de agua.

Gina y yo nos tomamos los nuestros y nos dejamos llevar por la música que
sonaba en el ese momento.
A golpe de cadera y con los brazos en alto, fuimos dándolo todo hasta que
Richi nos arrastró a bailar a la pista.
Y ahí empezaron las miradas, esas que las mujeres le dedicaban a nuestro
sexy y sensual amigo que no dudó en bailar con las dos bien pegadito a
nuestra espalda.

—Voy a por algo de beber, ¿qué queréis? —preguntó Gina.

—Un gin-tonic —le pedí.

—Para mí un ron.

Gina asintió y fue hacia la zona de barra en la que estaba Masie, mientras
Richi y yo seguíamos allí bailando y cantando a todo pulmón con cada
nueva canción.

Hasta que unos minutos después vi que Thomas estaba atosigando a mi


hermana.

—No me lo puedo creer —dije, y Richi miró en la dirección en la que yo lo


hacía para encontrarse con la misma escena.

—Joder, ese tío no se cansa. —Le vi alejarse y le seguí, no quería que se


enfrentara a Thomas y se viera expuesto a que lo echaran a él del local.

—Vamos, nena, sabes que no me has olvidado —estaba diciéndole Thomas


a Gina.
—Lo he hecho, eres tú el que no deja de llamarme. No quiero verte más,
Thomas, tú lo dejaste claro hace un año.

—La cagué, ¿vale? No debí decir todo eso, yo… Yo te quiero, nena.

—O te largas ahora mismo, o hago que te echen —dijo Richi con los puños
apretados a los costados.

—Estoy hablando con ella, no contigo.

—Pero es que ella no quiere hablar contigo, Thomas —le aclaré—. ¿Qué
haces aquí? ¿Es que ahora vas a seguir a mi hermana a todas partes?

—Habíamos quedado en vernos.

—No mientas, ella no ha quedado contigo. Ha salido con nosotros y ha


quedado con otro —mentí, pero necesitaba que aquel idiota se alejara de
ella.

—¿De qué está hablando? No me habías dicho que hubieras quedado con
alguien. —Frunció el ceño mirando a mi hermana, y cuando ella me dedicó
una mirada rápida y apenas imperceptible, asentí para que me siguiera el
juego, tal vez aquella era la única manera de que Thomas la dejara
tranquila.

—Te lo dije por teléfono, no quiero volver a verte, y ya tenía planes para
esta noche.
—Escúchame, nena…

En ese momento vi aparecer por mi lado a un hombre alto, con traje gris,
camisa blanca desabotonada, rubio y de ojos verdes, y no pude evitar
cogerle de la mano y gritar.

—¡Al fin llegas! —Le hice acercarse y le abracé— Por favor, sígueme la
corriente —susurré en su oído.

Al apartarme, aquel rubio me miraba con una ceja ligeramente arqueada.

—¡Hombre, colega! —Richi, que me había visto las intenciones, se acercó


para darle una palmada en el hombro— Ya creímos que habías plantado a tu
chica. —Le llevamos hasta donde estaba mi hermana, que no sabía dónde
meterse en ese momento.

El rubio, que hasta el momento no había abierto la boca, sonrió al ver a


Gina y cómo ella se sonrojaba, colocándose un mechón de cabello tras la
oreja.

—¿Plantar a mi chica? Ni loco —dijo sonriendo aún más y, para sorpresa de


todos, rodeó a mi hermana por la cintura con el brazo y la pegó a su costado
—. Hola, preciosa. ¿Me echabas de menos? —Elevó la ceja y se inclinó
para besarla en los labios.

Fue apenas un leve roce, pero vaya si se lo agradecimos Richi y yo, que nos
miramos sonriendo ante aquella actuación que tenía a Thomas con una cara
de perro rabioso que no podía con ella.

—Lamento llegar tarde —le dijo al tiempo que le acariciaba la barbilla—,


pero tuve una reunión hasta tarde, ya sabes, cosas de empresarios. —Se
encogió de hombros sonriendo aún y sin apartar la mirada de mi hermana.

—¿Estás con este tío? —preguntó Thomas.

—Disculpa, ¿tú eres? —El rubio miró a Thomas de arriba abajo como si no
fuera más que un insecto en el suelo.

—Nena, dile a este capullo quién soy —le pidió a mi hermana.

—Es su ex —contestamos Richi y yo al unísono.

Mi hermana suspiró mirando hacia abajo y noté que se le estaban


empezando a humedecer los ojos.

—Ya sabes, el que la trató como la mierda el año pasado —añadió Richi.

—Ah, ese ex —dijo el rubio metiéndose la mano en el bolsillo del pantalón


mientras aún mantenía el otro brazo alrededor de la cintura de Gina—.
Suerte que la dejaste escapar, así yo pude encontrarla, y te aseguro que la he
convertido en la reina de mi mundo.

—Nena, no puedes hacerme esto. —Thomas miró a mi hermana y se acercó


para tratar de cogerle la mano, si eso ocurría, no estaba segura de lo que
podría hacer ella.

—Tócala, y pierdes las dos manos. —La amenaza del rubio sonó tan
jodidamente real y aterradora, que Thomas dio un paso atrás.

—Gina… —La llamó, ella le miró y vi determinación en sus ojos, como si


el simple hecho de tener a aquel desconocido a su lado le diera el valor que
necesitaba y que, aun estando con nosotros, nunca había salido a la luz en
esos casos.

—Deja de llamarme, Thomas, no quiero volver a verte, y no quiero hablar


contigo.

Thomas frunció el ceño, nos miró a Richi y a mí y no dudé en hacer un


gesto con la mano para despedirle y que se fuera de allí, cosa que no dudó
tras una última mirada a mi hermana y al rubio, que era más de una cabeza
más alto que él.

Cuando al fin estuvimos seguros de que no volvería y no podría


escucharnos, Richi y yo suspiramos.

—Por fin creo que nos hemos librado de él, hermanita —dije acercándome
a Gina, y solo entonces el rubio la soltó y se metió la otra mano en el
bolsillo.

Le pasé el brazo por los hombros y le besé la mejilla.


—Ya era hora. Gracias, colega. —Richi se acercó al rubio con la mano
extendida y este la aceptó dándole un apretón—. Soy Richi, y estas dos
bellas damas son Gina, tu novia —rio— y Alana.

—James —respondió con una sonrisa mientras miraba a mi hermana—.


Encantado.

—Gracias por eso —dijo Gina un tanto tímida.

—Por una hermosa dama, lo que sea —contestó James con un guiño.

—Te invitamos a una copa. —Ofreció Richi.

—No es necesario, pero gracias.

—¿Otra vez ligando, James? —Me giré al escuchar aquella voz masculina y
grave que me llegaba desde atrás.

Cuando miré, me encontré con un hombre un poco más alto que James, con
un traje azul marino, camisa blanca y corbata, cabello negro y unos ojos
marrones como el chocolate caliente.

Tragué con fuerza en cuanto esos ojos se posaron en mí, examinándome sin
el más mínimo pudor de arriba abajo.

Aquel hombre estaba rodeado por un aura poderosa y peligrosa a partes


iguales, el tipo de hombre por el que saltarían las alarmas de cualquier
mujer con sentido común.

Las mías lo estaban haciendo, a un tono bajo, pero ahí estaban, con esa luz
naranja luminosa rodeándonos a los dos.

—Esta vez no he sido yo —dijo James levantando ambas manos mientras


sonreía—. Ella me cogió para lanzarme a los brazos de su hermana.

—Claro, y tengo que creerte. Disculpad si os está molestando…

—No, no, todo lo contrario. —Se apresuró a decir Richi—. Tu amigo nos
ha echado un cable, bueno, más bien ha sido como la cadena de un ancla,
porque nos hemos librado de un tipo al que no deseábamos ver más.

—Su ex —James señaló a mi hermana—. ¿Ves? No he sido yo, solo he


ayudado a esta bella dama.

—No deberías haberlo hecho —dijo Gina—, pero gracias.

—Ha sido un placer, preciosa —James sonrió haciéndole un guiño—. Si me


necesitáis, estaré en el reservado reunido con unos clientes. Me voy a
aburrir, por cierto.

—¿Eso es algún tipo de invitación a que te llamemos? —Reí.

—Me gusta tu intuición, Alana. —Rio señalándome—. Por favor, sácame


de allí dentro de veinte minutos con cualquier excusa —me pidió con ambas
manos unidas como si suplicara.

—Vamos, James. —Le llamó su amigo.

—Colin, siempre tan aburrido —James suspiró tras mirar a su amigo—.


Gina, ha sido un placer conocer a mi futura esposa. —Le hizo un guiño y se
inclinó para besarla en la mejilla antes de alejarse.

El moreno, a quien James había llamado Colin, se quedó mirándome unos


segundos antes de girarse y, con ambas manos en los bolsillos, caminar
detrás de su amigo hacia el reservado en el que se sentaron.

—Yo os voy a matar —dijo Gina poniéndose delante de Richi y de mí,


mientras nos señalaba con el dedo—. ¿Se puede saber por qué habéis hecho
eso?

—Qué, ¿librarte de Thomas para siempre? —cuestioné.

—De nada por eso —contestó Richi.

—Por Dios, ese hombre es un completo desconocido, y prácticamente le


habéis echado a mis brazos —resopló.

—Disculpad. —Miramos hacia la barra, donde uno de los camareros nos


llamaba—. Estáis invitados a esta ronda —dijo con dos gin-tonics y un ron
delante de él.
—¿Quién nos invita? —pregunté.

—El reservado del fondo. —Señaló hacia el lugar y vi al rubio y al moreno


mirándonos.

Ambos levantaron su copa hacia nosotros a modo de brindis, y tragué con


fuerza al ver que esos ojos de color chocolate volvían a recorrer mi cuerpo
sin ningún tipo de pudor.

—Pues dales las gracias —sonreí cogiendo mi copa y les devolví el gesto
antes de dar un sorbo.

—A mí me da en la nariz que habéis ligado —dijo Richi riendo.

—Os mato —nos señaló Gina—, de esta os mato, y me deshago de vuestros


cadáveres para que no os encuentren.

—¿En serio? ¿Y qué ibas a hacer tú sola, hermanita? Aburrirte sin nosotros
—contesté pasándole el brazo por el hombro a Richi, dándole un beso en la
mejilla.

—Lo dudo, tendría paz mental —suspiró cogiendo su copa para dar un
sorbo.

Empezamos a bailar de nuevo allí los tres y cuando Richi estaba pegado a
mi espalda, contoneando las caderas y rozando su entrepierna cerca de mi
trasero, tuve la sensación de que me observaban.
De manera casi automática los ojos se me fueron solos hacia el reservado, y
aquella mirada marrón como el chocolate caliente, estaban fijos en mí.

El tal Colin se bebió de un trago el contenido de su vaso de whisky y asintió


cuando el hombre que tenía al lado le dijo algo, pero no le miraba a él, sino
a mí.

Tragué con fuerza y noté que me estremecía, nunca me habían mirado de


ese modo, como si… como si…

—Ese quiere darte un repaso —dijo Richi en mi oído, cortando mis


pensamientos.

—¿Quién? —Fruncí el ceño, como si no supiera a quién se refería.

—El moreno que no ha dejado de mirarte desde que te ha visto antes,


cuando vino a buscar a su amigo. Apostaría un mes de guardias contigo, a
que, si te beso el cuello, se enfada.

—Pero ¿qué estás…?

No me dio tiempo a preguntar qué quería decir, cuando sentí sus labios en el
cuello y me rodeó con ambos brazos por la cintura para mecernos en ese
baile pegado que compartíamos.
Miré hacia el reservado disimuladamente y, no sabía por qué, ese hombre al
que no conocía de nada, se había puesto más serio que antes.

—Si vas al baño, te sigue y te lo hace allí mismo. —Rio Richi.

—Ay, por Dios —resoplé.

Terminamos de bailar y, tras tomarnos aquellas copas a las que nos habían
invitado el rubio y el moreno, mi hermana dijo que quería irse a casa.

Richi y yo asentimos, y antes de que nos fuéramos, el camarero le entregó a


mi hermana una tarjeta con el nombre y el teléfono de James.

—¡Toma ya! —gritó Richi— Sabía que le habías gustado a ese hombre.

—No le voy a llamar —aseguró guardándose la tarjeta en el bolso.

—Tranquila, que podemos llamarle nosotros por ti.

—Ni se os ocurra hacer eso, Richi, o juro que…

—¿Qué? —preguntó él pasándole el brazo por los hombros— Puedes


enfadarte, pero sabes que no duras más de un día sin hablarme. Me quieres
demasiado para eso. —Le dio un beso en la mejilla.

Gina suspiró, Richi me hizo un guiño al ver que ella admitía que no podía
luchar contra nosotros dos cuando nos uníamos, y antes de alejarme de la
barra eché un vistazo al reservado.

Colin seguía mirándome mientras se bebía otro vaso de whisky, y me


estremecí de nuevo al ser el centro de atención de aquellos ojos, de ese
chocolate fundido y caliente que me observaba sin el más mínimo pudor.
Capítulo 5

Esa estaba siendo una mañana de trabajo de lo más tranquila.

Richi y yo estábamos en la parte de urgencias junto con sus padres, y aparte


de un par de turistas que se habían quemado por el sol de la playa, no hubo
muchos incidentes.

Eran cerca de las dos, y estábamos a punto de salir a comer, cuando


avisaron desde el mostrador que venían en camino varias ambulancias por
un choque múltiple en la carretera.

—Chicos, os necesito al cien por cien —nos dijo Robert, el padre de Richi,
a los dos—. Somos el centro más cercano al lugar del accidente.

Ambos asentimos y, tras dejar de nuevo nuestras cosas en la sala de


vestuario, regresamos a la zona de urgencias y salimos a la calle a esperar la
llegada de las ambulancias junto con otros compañeros de enfermería que
ya estaban allí.
—Joder, ha sido uno de los fuertes —dijo uno de los compañeros con el
móvil en la mano.

—¿Cómo de grave se ve? —pregunté, preparándome mentalmente para lo


que pudiéramos recibir.

—Un par de camiones que al parecer aún siguen en llamas, y al menos ocho
coches.

La cara de cada uno de nosotros lo decía todo, debíamos esperar cualquier


tipo de traumatismo.

No tardamos en escuchar las sirenas de algunas ambulancias acercándose, y


cuando vimos a las dos primeras aparecer por el parking, nos organizamos
para ayudar a los sanitarios que traían a los afectados y que volvieran al
lugar del accidente de ser necesario cuanto antes.

—Mujer, treinta años —dijo el sanitario bajando de la parte trasera de la


ambulancia que había llegado primero—. Traumatismo en la cabeza y
varias contusiones, hombro y pierna izquierdas fracturados.

Dos de mis compañeros se acercaron a ellos para encargarse de la camilla y


la llevaron dentro, los sanitarios fueron al mostrador para hacer el registro
de entrada.

Los otros compañeros atendieron a un par de ambulancias más y Richi y yo


nos encargamos de la que entraba en ese momento.
—Varón, veintiocho años, pérdida de consciencia, traumatismo craneal,
fracturas en ambas piernas, contusiones y hombro derecho dislocado. Le
han tenido que sacar los bomberos del coche, dio varias vueltas de campana
a juzgar por cómo ha quedado la carrocería —dijo el sanitario—. En la otra
camilla tenemos a una niña de seis años, brazo roto, tobillo dislocado y
algunos cristales que le han cortado los antebrazos. Al parecer se protegió la
cara con un oso de peluche que llevaba con ella.

—Yo me encargo de la niña, Richi —le dije y él asintió acompañando al


sanitario al interior llevando la camilla del hombre.

Me acerqué a la ambulancia y el otro sanitario estaba consolando a la niña


que no dejaba de llorar.

—¿Mi papi se pondrá bien? —preguntó.

—Los médicos van a curarle, ya lo verás —le decía él.

—Hola —sonreí desde la puerta y el sanitario me miró.

—Mira, ya viene la caballería —dijo él sonriéndole a la niña—. Vamos a


bajar la camilla.

Asentí y le ayudé con ella, en cuanto la pequeña estuvo fuera empezó a


mirar a un lado y otro en busca de su padre, y al no verle comenzó a llorar
más.
—Ey, preciosa, no llores —le pedí acariciándole la mejilla—. Tu papá está
dentro y los médicos están con él.

—No quiero quedarme sola, es todo lo que tengo —sollozaba y a mí se me


partía el alma.

—Hasta que puedas verle a él, yo estaré contigo, ¿qué te parece?

—¿Me lo prometes?

—Claro que sí. ¿Cómo te llamas?

—Zoe.

—Yo soy Alana —sonreí y ella se secó de nuevo las lágrimas con la mano
que no tenía cabestrillo.

Me la llevé a uno de los boxes de urgencias y dejé al sanitario haciendo el


registro junto con su compañero.

Cuando la madre de Richi entró, lo hizo con una sonrisa de lo más maternal.

—Vaya, mi paciente más joven. ¿Cuántos años tienes, cielo? —preguntó


mientras se acercaba donde yo estaba limpiándole la cara para quitarle un
poco de la suciedad y las lágrimas.

—Seis.
—Y seguro que eres una niña muy valiente, ¿a que sí? —Zoe asintió y Pam
siguió haciéndole preguntas para rellenar el cuestionario de la pequeña y
poder tratarla como debía.

A pesar de su corta edad sabía a qué le tenía alergia y eso nos facilitó
mucho el trabajo.

Empecé a limpiarle los pequeños cortes de los antebrazos, alguno que tenía
también en las mejillas donde el peluche no había llegado a cubrirla bien, y
la desnudamos para poder ver si tenía alguna contusión o hemorragia
interna grave.

Por suerte lo único que tenía era lo que se veía a primera vista.

Le hice las curas, Pam le puso yeso en el brazo y el tobillo, y la vestimos


con un camisón del hospital.

—Ya estás lista —dijo ella—. Has sido una niña muy, muy valiente.

—¿Dónde está mi papi? —preguntó de nuevo con los ojos vidriosos.

—Mi marido está cuidando de él, cielo.

—¿Y se va a poner bien? No tenemos a nadie más.


—Se pondrá bien, claro que sí. Ya verás que antes de lo que piensas, estás
de nuevo en casa con él.

Pam me miró y tras un leve gesto de cabeza para que la acompañara, fue
hacia la cortina del box para salir.

—Ahora vengo, ¿sí? —le dije a Zoe.

—No me dejes sola. —Me cogió el brazo con la manita que no tenía
enyesada.

—No tardaré nada. Seguro que tienes hambre, ¿verdad? —Se mordió el
labio y asintió— Voy a la cocina, tengo una amiga allí que me dará algo
rico para ti.

—¿De verdad no vas a dejarme sola?

—De verdad de la buena. Promesa de meñique —murmuré levantando el


mío y ella entrelazó el suyo—. Vuelvo enseguida.

Cuando salí del box encontré a Pam rellenando los algunos papeles y me
acerqué a ella.

—¿Cómo está su padre? —le pregunté.

—Saldrá de esta, pero me preocupa su situación. Tendremos que esperar a


que despierte de las operaciones, pero, si es verdad lo que dice la niña y no
tienen a nadie, habrá que llamar a servicios sociales y que les faciliten
ayuda para cuando le den el alta. Él solo no va a poder cuidar de ella.

Asentí, no era la primera vez que veíamos un caso así, por lo que estábamos
más que preparados para lo que ocurriera.

Le dije que iba a buscarle algo de comer a la niña y sonrió al mismo tiempo
que negaba.

Ya me conocía bien y sabía de sobra que mi debilidad eran los niños, me


preocupaba por ellos y me encargaba de que estuvieran bien durante su
estancia allí.

Fui a la cocina de la cafetería donde estaba Gwen, una adorable mujer de


cincuenta años encargada de la cocina.

—Qué bien huele, ¿qué tenemos hoy de menú? —pregunté acercándome a


ella y dándole un abrazo por la espalda.

—Alana, mi niña, ¿qué haces aquí?

—Tenemos una paciente especial —sonreí, puesto que ella sabía a qué me
refería con eso.

—Entiendo. ¿Sándwich y zumo de manzana?

—Y un poco de fruta también.


—Marchando. —Hizo un guiño y se fue a prepararlo, pero antes, me puso
un plato de pasta sobre la mesa—. Come.

Me reí, Gwen era como una madre, siempre me echaba un vistazo rápido y
era capaz de adivinar si había comido algo o no desde el desayuno solo con
verme la cara.

La pasta estaba buenísima, la acompañé de un vaso de agua y cuando tenía


la comida para Zoe lista, me despedí de ella para llevársela.

—Aquí está su comida, señorita —dije entrando en el box, y la vi recostada


en la cama llorando—. Ey, cariño. —Dejé las cosas en la mesita y la abracé.

—Si mi papi se muere…

—No, no, no. —La aparté y le sequé ambas mejillas con los pulgares,
mirándola a los ojos fijamente—. No tienes que pensar en eso, ¿de acuerdo?
Tu papá no se va a morir. A ver, es cierto que va a estar malito un tiempo,
pero se pondrá bien.

—Solo estamos nosotros.

—Bueno, ese es un problema que la doctora Pam y yo podemos solucionar.


—Le hice un guiño—. Y ahora come, que Gwen te ha hecho unos
sándwiches especiales.
Al ver aquellos pequeños bocados con forma de estrella que tenía delante
sonrió. Eran sándwiches de pavo con queso fundido, algo que a los niños
les encantaba, y la fruta la había troceado en taquitos pequeños para que
pudiera comerlo sin problema.

Me quedé con ella mientras comía y cuando acabó, Pam se acercó a ver
cómo estaba. Cuando dijo que le dolían mucho el brazo y el tobillo, le puso
un relajante suave que teníamos para los más pequeños y un medicamento
para que durmiera un poco y dejara de llorar pensando en su padre.

Salí a buscar a Richi, le acompañé a la cafetería para que comiera algo y me


tomé un café con él.

Cuando le pregunté por el padre de Zoe me dijo que las operaciones habían
ido bien por lo que le había dicho Robert, estaban preparando una
habitación para él y la niña, y en cuanto pasaran esas veinticuatro horas que
le tendrían en observación, los subirían a los dos.

Regresamos al trabajo donde aún nos quedaban unas horas, y cuando


pasamos por la sala de espera de urgencias, la voz de un hombre hizo que
me detuviera.

—Disculpe, enfermera.

Cuando me giré, se me abrieron los ojos por la sorpresa de ver a quien


acababa de hablarme.

¿De verdad era el hombre del sábado?


Capítulo 6

Sí, no había lugar a duda, aquel hombre que me miraba con sus ojos de
color chocolate, era el mismo que vi la noche del sábado en el local.

—Vaya, qué sorpresa —dijo con una ceja arqueada y una leve sonrisa en los
labios.

—Disculpe, ¿nos conocemos? —pregunté haciéndome la tonta, pero fue


Richi quien respondió.

—Es el amigo de James, el rubio que nos ayudó a deshacernos de Thomas.

—Dicho así, parece que hubiera escondido su cadáver. —Rio el moreno.

—No, hombre, solo le dio una lección de humildad al ex de su hermana. —


Richi me señaló—. ¿Qué haces aquí…? —Le miró con los ojos
entrecerrados, esperando a que dijera su nombre, pues él no se acordaría,
pero yo sí.
—Colin —contestó él—. Han traído a James hace un rato en la ambulancia,
estaba en uno de los coches del accidente.

—¿Él estaba allí? —pregunté alarmada, porque mientras estábamos en la


cafetería tenían las noticias en la televisión y las imágenes eran
desalentadoras.

—Sí, vine en cuanto pude, pero aún no me han dicho nada. No soy familiar
y…

—Vale, espera aquí, voy a ver si me dicen algo. ¿Cuál es su apellido?

Después de que Colin me dijera el apellido de su amigo, me acerqué al


mostrador y le pedí a Helen que me dijera en qué box le habían atendido.

Entré en la zona de urgencias y fui hasta el box, donde lo encontré


recostado en la camilla con el brazo izquierdo enyesado.

—¿James? —Le llamé bajito al acercarme, pues tenía los ojos cerrados.

Había algo de sangre manchando su camisa blanca procedente de una


herida que tenía en la cabeza, el golpe a él debió llegarle por el lado
izquierdo del coche.

Abrió los ojos lentamente y cuando me vio, sonreí.

—Hola.
—¿He muerto y estoy en el cielo? —Elevó ambas cejas.

—No —reí—, estás vivo todavía.

—Me suena tu cara.

—Soy Alana, nos conocimos el sábado por la noche. Ya sabes, te cogimos


como el supuesto novio de mi hermana Gina.

—Ah, es verdad. ¿Cómo está mi futura esposa? —preguntó incorporándose


un poco en la cama, pero siseó al notar molestias.

—Aparte del brazo y la cabeza, ¿dónde más te has herido? —Le ayudé a
sentarse.

—En el costado, el médico dice que tendré un buen moratón durante un


tiempo. Por suerte solo ha sido el golpe, nada de hemorragias internas. Pero
joder, duele como el infierno.

—Ya imagino. ¿Recuerdas qué pasó?

—Perfectamente. Iba por la carretera de camino a una reunión, estaba


hablando por teléfono con Colin cuando vi que los coches de delante
empezaban a frenar, después una llamarada de fuego un poco más adelante
y los coches chocaron. Frené en seco, el coche derrapó y quedó cruzado en
la carretera, el que se acercaba a mí no tuvo tiempo de frenar y me dio de
lleno en mi lado del coche.

—Colin está en la sala de espera, no puede pasar a verte, pero le diré que
estás bien.

—¿Podrías preguntar si me dan el alta? Odio los hospitales.

—Dudo mucho que te dejen irte, al menos te quedarás unas horas más por
aquí. Pero voy a ver qué me dicen.

—Gracias, Alana. Y dile al Colin que no me he muerto, que le queda amigo


y socio para rato.

—Se lo diré, descuida. —Reí.

Fui a preguntar quién era el médico que le había atendido, busqué a Marc y
tras decirme cómo estaba James y que podría marcharse por la tarde a casa,
le informé a él y regresé a la sala donde aún estaba Colin esperando.

Lo encontré de pie, con ambas manos en los bolsillos del pantalón, de


espaldas a la puerta mirando por los ventanales.

Tenía hombros y espalda anchos, el traje se ajustaba a la perfección a su


cuerpo y la tela de los pantalones le hacía un culo de esos que solo se veían
en modelos.
—Colin. —Le llamé cuando me acerqué y se giró para mirarme—. James
está bien —sonreí y le conté cómo había visto a su amigo, lo que él me
había dicho que pasó y que esa misma tarde podría irse a casa, eso sí,
debería tomar analgésicos para el dolor del brazo y mantenerlo enyesado el
tiempo que le dijera el médico.

—Eso me gustará verlo —resopló—. Dudo que aguante más de una semana
con el brazo enyesado.

—Pues tendrá que hacerlo, son órdenes del médico. A no ser que quiera que
el brazo no le quede como antes.

—Estaba hablando con él cuando pasó —dijo—, cuando escuché el golpe y


se cortó la comunicación, me temí lo peor.

—Pues tranquilo, que me ha pedido que te diga que no te vas a librar de él


tan pronto —sonreí.

—Alana, te buscan en urgencias —me informó una compañera desde el


pasillo.

—Gracias, Cris, voy enseguida. —Ella asintió y volví a mirar a Colin—.


Debo irme, el deber me llama.

—Claro. Gracias por informarme.

—No hay de qué, para eso estoy.


Me despedí con un gesto de la mano y, apenas había dado unos pasos hacia
el pasillo, cuando le escuché llamarme.

—Alana.

—¿Sí?

—Como creo que estaré por aquí al menos un par de horas más, ¿qué te
parece si te invito a un café?

—Oh, bueno, yo… —¿Qué contestaba a eso? No iba a tardar mucho en


salir, así que podría aceptar, ¿verdad?— El café suena bien para mí —
sonreí.

—Te veo en la cafetería.

—Sí, estaré allí en media hora.

Colin asintió y me alejé.

Cuando entré en la zona de urgencias me dijeron que la pequeña Zoe había


estado preguntando por mí, así que fui hacia el box en el que estaba ella.

—Hola, preciosa. —La saludé al entrar y vi que estaba leyendo un cuento


que alguna de las enfermeras le había dado.
—Hola. ¿Puedo ver ya a mi papi?

—Todavía no cariño, le han tenido que curar y está dormido, cuando se


despierte os llevarán a los dos a una habitación, y ahí podrás ver a tu papi
—dije sentándome en la cama con ella—. ¿Qué estás leyendo?

—Un cuento que me ha dado una enfermera muy simpática.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté acariciándole el pelo.

—Me duele. —Frunció los labios.

—Voy a buscar a Pam, a ver si puede darte un poco más de medicamento,


¿sí?

—Vale.

Cuando encontré a Pam me dijo que le administrara un poco más del


calmante para el dolor, sin duda ese primer día la pobre Zoe lo iba a pasar
mal con el dolor.

Me crucé con Kimberly, otra de las enfermeras que comenzaba con su turno
y le hablé de la niña, yo me iría en breve y no quería que se quedar sola y
sin alguien que la visitara y le hiciera compañía cuando pudiera, así que me
aseguró que iría a verla antes de que yo me marchara.
Regresé con Zoe y le puse un poco más del medicamento, ella sonrió y me
enseñó el cuento.

—¿Quieres que te lo lea?

—Sí —sonrió.

Me senté de nuevo con ella y comencé a leer. Ella preguntaba por algunas
palabras que no entendía y yo le respondía lo mejor que podía.
El tiempo se me pasó volando y cuando quise darme cuenta, Kimberly
atravesaba la cortina.

—Zoe, ella es Kimberly. Es amiga mía y le he pedido que te cuide mientras


estés aquí —le dije.

—¿No vas a quedarte conmigo?

—No puedo, preciosa. Mi turno acaba ya y hasta mañana no tengo que


volver. Pero en cuanto llegue, vendré a verte.

—¿Lo prometes? —preguntó levantando el meñique.

—Lo prometo —dije sonriendo al tiempo que cruzábamos los meñiques.

Le di un beso en la mejilla y fui a la sala para cambiarme, donde encontré a


Richi.
—Vaya día, ¿eh?

—Sí, al final ha sido una locura.

—Oye, ¿cómo está James?

Le conté cómo se encontraba y que se iría pronto a casa, y se alegró de que


no fuera nada grave. No podíamos quitarnos de la cabeza al padre de Zoe.
Le habían operado de las dos piernas y, aunque podría volver a caminar,
tendría que ir un tiempo en silla de ruedas y después hacer rehabilitación.

—¿Nos vamos? —dijo cogiendo su mochila.

—Yo iré más tarde. Colin me espera en la cafetería para tomar un café.

—¿Colin el del sábado por la noche? ¿Ese Colin?

—No sé tú, pero yo no conozco a otro. —Me encogí de hombros.

—Vaya, al final resulta que mis chicas sí que ligaron las dos la otra noche.
—Rio.

—No sea tonto, solo quiere invitarme a un café porque le he podido dar
información de su amigo.

—Claro, ahora se llama así, agradecer con un café. —Volteó los ojos—.
Alana, a ese hombre le gustaste, y algo me dice que no parará hasta
conseguir de ti algo más que un café.

—Deja de decir tonterías, y vete a casa. —Le di un leve empujón—. Nos


vemos para la cena.

—Cierto, es miércoles, noche de comida mexicana. —Me dio un beso en la


mejilla cuando salimos al pasillo—. No hagas nada que yo no haría —
murmuró haciéndome un guiño.

—Por Dios, qué paciencia tenemos Gina y yo contigo —protesté.

—Soy vuestro chico favorito, me queréis con locura. —Se encogió de


hombros.

Me eché a reír y salí con él hasta la calle, le vi ir hacia el coche y yo me


dirigí a la cafetería.

Cuando entré vi a Colin sentado en una de las mesas, al sentir sus ojos sobre
los míos, las alarmas del sábado comenzaron a sonar un poco más fuertes,
pero igual de luminosas.

Aquel hombre era peligroso, así me lo decía mi insistió de supervivencia


femenina.
Capítulo 7

Sonreí al acercarme a la mesa y dejó su taza al verme llegar.

—Espero no haberte hecho esperar mucho —dije mientras me sentaba.

—No, tranquila, empleé el tiempo en revisar unos correos del trabajo.


¿Cómo quieres el café? —preguntó levantándose.

—Oh, tranquilo, voy…

—Voy yo, Alana. —Su voz sonó tan severa, tan de orden de jefe, que sentí
un leve escalofrío.

—Con leche, azúcar y una pizca de canela —le dije y asintió.

Caminaba por la cafetería como si fuera suya, con seguridad y


desprendiendo ese aire de poder que los hombres como él tenían.
No podía apartar la mirada de él, y mis ojos recorrían su espalda
observando todo, cada movimiento de sus músculos, el modo en el que la
chaqueta azul marino de su traje se ondulaba y cómo se ajustaba a sus
hombros.

Era como ver uno de esos modelos de las revistas posando para una sesión
de fotos, había visto varios no solo en el papel cuché, sino en la
marquesinas de las paradas de autobús, en carteles de publicidad del metro,
en la televisión… Pero ninguno como él.

Ese traje, sin lugar a duda, hecho a medida para Colin, le sentaba de
maravilla, amoldándose a cada movimiento de su cuerpo como si de una
extensión de este se tratase.

Elegancia y poder juntos en un hombre de negocios.

Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba con el codo apoyado en la


mesa y la mano sosteniendo mi barbilla, mirándole prácticamente
embobada, hasta que él giró con dos cafés en las manos y vi que arqueaba
ligeramente la ceja.

Carraspeé y me recompuse, pero tratar de negar que me había deleitado con


su escultural cuerpo sería una pérdida de tiempo, Colin lo había visto con
sus propios ojos.

—Gracias —dije cogiendo el café que acababa de dejar ante mí sobre la


mesa.
Colin asintió y se sentó de nuevo dando un sorbo a su café. Hice lo mismo,
solo para mantenerme ocupada y no mirarle directamente a los ojos, pero
podía sentir que él no apartaba los suyos de mí.

—¿Tengo algo en la cara? —pregunté con el ceño fruncido.

—Ojos, nariz y boca, además de algunos discretos lunares casi


imperceptibles a la vista —contestó.

—No era eso a lo que… Espera, ¿has visto mis pequeños lunares?

—Sí.

Tragué con fuerza al ver el modo en el que me miraba, y de nuevo aparté la


vista de él. Sus ojos eran oscuros, tan peligrosos como lo era él mismo, y
me ponía nerviosa.

—No tienes nada entre los dientes, si es a lo que te referías —dijo con una
leve sonrisa de medio lado.

—¿Entonces por qué me miras tanto? —interrogué.

—Porque me gusta lo que tengo delante.

Lo dijo con un tono de voz ligeramente ronco y mirándome tan fijamente


que pude comprobar que sus ojos eran prácticamente negros en su totalidad.
Tenía las pupilas tan dilatadas, que el marrón casi había desaparecido,
apenas se veía una fina línea de sus iris.

—Gracias, supongo. —Fruncí el ceño.

—También me intrigas, Alana —dijo mientras dejaba el café en la mesa—.


No pareces la clase de chica que escogería al primer hombre que pasa por
su lado para que finja ser el novio de su hermana.

—Y no lo soy, pero Richi y yo estamos cansados del ex de Gina. —Me


encogí de hombros—. Fue allí solo para incomodarla, sabe que solemos
estar en ese local y simplemente se presentó allí. Y, bueno, ya sabes lo que
dicen, a situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

—¿Qué habría pasado si en vez de James hubiera sido cualquier otro?


Quiero decir, que, en lugar de tomárselo bien a modo de broma, se hubiera
quedado con vosotros convirtiéndose en ese nuevo tío pesado del que
deshacerse.

—Pues habríamos lidiado con eso, supongo. —Reí.

—¿Quién es Richi para ti, Alana? —preguntó de pronto y mirándome


mucho más serio que hasta ese momento.

—Mi mejor amigo —contesté—. ¿Por qué?

—La otra noche bailabais muy juntos, y te besó.


—Ah, eso. —Reí quitándole importancia con la mano—. Es solo algo que
le gusta hacer, no solo conmigo, también con Gina. Pero no pasa de ahí.
Entre nosotros nunca ha habido nada, y nunca podría haberlo.

—¿No te has acostado con él? Porque para quien os ve desde fuera, da la
sensación de que sí.

—Te estás tomando unas confianzas que no son normales, si apenas te


conozco.

—Ahí quería llegar —contestó recostándose en la silla cruzando los brazos


—. Quiero conocerte. Como he dicho, te miro porque me gusta lo que veo,
y me gusta desde la otra noche.

—¿Y si tengo pareja? —Ofrecí a modo de respuesta—. ¿Qué pasa si hay


alguien en mi vida que no es Richi?

—Aun así, trataría de conocerte.

—No me digas que eres de esos. —Arqueé la ceja.

—Explícate, por favor —me pidió.

—Ya sabes, la clase de hombre que ve a una mujer que le gusta y, sin
importarle si ya tiene pareja, hace lo posible por conocerla mejor y tenerla
para él.
—Nadie me había descrito mejor en mi vida. —De nuevo sonrió de medio
lado y yo sentí que me empezaba a sonrojar por el modo en el que me
miraba.

—¿Qué pasa si yo no quiero conocerte mejor?

—Si no quisieras, no habrías venido a tomar café en primer lugar.

—Lo he hecho solo porque era una manera de agradecerme que te diera
información sobre tu amigo.

—Y porque te gusto.

—Yo no he dicho tal cosa.

—No con palabras, pero sí con la mirada. Me has estado mirando durante
todo el tiempo que esperé a que me preparasen los cafés. —Sí, sabía que me
había pillado mirándole, pero en mi defensa diré que no era consciente de
que lo hacía, tan embobada como me había quedado en ese momento.

—Puede que solo estuviera mirando hacia un punto de la pared, sumida en


mis pensamientos. Hay gente en la que pienso, ¿sabes?

—Dime mirándome a los ojos que no me estabas mirando a mí.

—No lo estaba.
—Mientes —sonrió apoyándose en la mesa—. Y al igual que yo me he
fijado en tu rostro, y sé dónde tienes cada uno de esos pequeños y casi
imperceptibles lunares, y he pensado en cómo sería besar y morder tus
carnosos labios, sé que tú te has preguntado lo mismo sobre los míos.

Lo dijo con tanta seguridad que me estremecí, y sobre todo me sorprendió


que hubiera llegado a adivinar hacia dónde habían estado yendo mis
pensamientos en los últimos quince minutos, mientras él me hablaba y mis
ojos, de manera discreta, o al menos eso pensaba yo, se desviaban hacia sus
labios mientras efectivamente me preguntaba cómo sería besarlos.

Iba a protestar, a negar esas palabras a pesar de que yo mentiría como una
bellaca y él decía la verdad, cuando empezó a sonar su móvil.

—Dime —respondió—. ¿Tan pronto te echan? —preguntó frunciendo el


ceño— Vale, ya decía yo. Te veo en la puerta de urgencias en diez minutos
—colgó y guardó de nuevo el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta—.
James ha pedido el alta antes de tiempo —suspiró—. ¿Y crees que
aguantará con el brazo enyesado el tiempo que le diga el médico? Cómo se
nota que no le conoces. —Rio.

Me puse en pie al tiempo que él lo hacía, cogí mi mochila y caminamos


hacia la salida de la cafetería para ir hasta la zona de urgencias.

—Tengo el coche allí. —Señalé el parking—. Gracias por el café, Colin.


Espero que James se recupere.
—No pensarás que esto acaba aquí, ¿verdad? —Arqueó la ceja, pero no me
dio tiempo a responder—. Te veré pronto, Alana, y te lo advierto, no acepto
nunca un no por respuesta —dijo sin apartar la mirada de la mía.

Me estremecí y le vi entrar en la clínica mientras sabía, en lo más profundo


de mi ser, que decía la verdad.

Ese hombre no iba a permitir que me negara a cenar con él o lo que fuera
que tuviera en mente, e incluso yo misma era consciente de que me costaría
rechazarle dado que veía que era un hombre persuasivo.

No tenía la menor duda de que aquello que quería acababa consiguiéndolo,


fuera como fuera el método empleado.
Capítulo 8

Nada más cruzar la puerta de nuestro apartamento, escuché las voces de


Richi y Gina en la cocina.

—Hola. —Saludé al entrar y los encontré con una copa de vino en la mano
a cada uno.

—Y aquí tenemos a la señorita número dos que ligó la noche del sábado —
dijo Richi con una sonrisa—. ¿Qué tal el café, querida? —preguntó tratando
de imitar el tono de una dama de la alta sociedad antigua.

—Como cualquier otro. —Me encogí de hombros y saqué una copa del
armario de la cocina para llenarla de vino.

—Detalles, Alana, queremos detalles —insistió él.

—Me preguntó si había algo entre nosotros —contesté antes de dar un


sorbo a mi copa.

—¿Y qué más? —Curioseó mi hermana.


—Le dije que no, y que nunca lo habría, y dijo que quiere conocerme.
Aunque también dejó caer que, aunque hubiera existido algo entre tú y yo
—señalé a Richi— o entre yo y cualquier otro hombre del mundo, eso no le
impediría conocerme.

—Así que le has gustado, tal como dije. —Rio él.

—Y al parecer volveré a verle, según cree, aunque no tiene mi número ni yo


el suyo.

—Dudo que le haga falta eso, sabe dónde trabajas, hermanita —sonrió Gina
y bebió de su copa.

—Espero que no se presente en la clínica a buscarme porque eso sería…

—Muy romántico —dijo ella.

—Siniestro, Gina, iba a decir que sería siniestro. ¿Y si no es solo un hombre


de negocios sino un acosador?

—Claro, y un psicópata, como Christian Bale en American Psycho. —Richi


volteó los ojos—. Por el día es un formidable e importante hombre de
negocios, y por la noche se dedica a seducir a mujeres y después del sexo
las hace trocitos en su apartamento de Central Park para después meterlas
en bolsas de basura y repartirlas por la ciudad. Por el amor de Dios, Alana.
—¿Por qué permitimos que siga viniendo a cenar a nuestro apartamento? —
le pregunté a Gina— Que yo sepa el suyo también está equipado con cocina
completa, ¿verdad? —Arqueé la ceja.

—Porque me amáis con todo vuestro corazón, soy el hombre de vuestra


vida y aunque os caséis y tengáis hijos varones, siempre lo seré —contestó
él encogiéndose de hombros.

—Si es que tiene respuestas para todo este hombre —protesté.

—¿Qué queréis cenar? Voy a ir llamando para pedirlo. —Gina cogió el


menú del restaurante mexicano y fuimos escogiendo la cena para esa noche
de miércoles.

Cuando decidimos, fui a darme una ducha y ponerme el pijama, ese era uno
de los mejores momentos de mi día a día, cuando me ponía cómoda para
estar en casa.

Tras la ducha y después de haberme recogido el pelo en un moño


despeinado, regresé con ellos y los encontré ya sentados en el sofá.

—¿Entonces a James le dieron el alta esta tarde? —preguntó mi hermana.

—La ha pedido él, al parecer —dije sentándome en el sillón de una plaza, y


cogí mi copa de vino—. Llamó a Colin para que le esperara en la puerta de
urgencias.
—Pero ¿cómo hace eso? Debería haber esperado hasta asegurarse de que
estaba bien —contestó Richi.

—Según Colin, ni siquiera cree que pueda mantener el brazo enyesado el


tiempo que le haya dicho el médico. —Volteé los ojos.

—¿Y tú le has visto bien? —Quiso saber Gina.

—Sí, estaba animado. Pero ¿por qué no le llamas y le preguntas? —sugerí


sonriendo.

—¿Te has vuelto loca? ¿Cómo voy a llamarle? Apenas le conozco.

—Pues bien que te besaste con él el sábado, querida —respondió Richi.

—Eso fue culpa vuestra. —Nos señaló—. Y no os he perdonado aún, que lo


sepáis.

En ese momento llamaron al telefonillo y Gina se levantó para ir a abrir.


Cuando la perdí de vista, cogí su móvil y el bolso y encontré la tarjeta que
James le había hecho llegar el sábado.

Marqué el número y en cuanto regresó a la mesa, pulsé el botón de llamada


y conecté el manos libres.

—¿A quién estás llamando? —preguntó dejando la cena en la mesa frente a


los sofás.
—Yo a nadie, tú a James —sonreí.

—¿Qué? —gritó elevando ambas cejas cuando vio que era su móvil el que
sonaba con los tonos de espera— No, no, no. Yo te mato, Alana, yo te…

—¿Sí? —La voz de James se escuchó al otro lado de la línea, y mi hermana


se quedó callada de repente— ¿Hola? —volvió a preguntar.

Richi y yo la animábamos a hablar, y ella negaba moviendo la cabeza tan


rápido de un lado al otro, que pareciera que fuera a desencajársele del
cuerpo de un momento a otro.

—Habla, por Dios —le dije en un murmullo.

—¿Quién es? —preguntó James— Escucho susurros.

—Habla, mujer —insistió Richi.

—Eh… sí, hola —dijo al fin—. ¿James?

—Sí, ¿quién me busca?

—Soy Gina, no sé si…

—Ah, mi futura esposa. Ahora sí que debo haber muerto después del peor
día de mi vida.
—Bueno, no has muerto, de eso estoy segura porque te he llamado por
teléfono, no a través de una Ouija —comentó y James soltó una carcajada al
otro lado.

—Guapa y con sentido del humor, dime que te casarás conmigo, preciosa.

—Solo quería saber cómo estás. Mi hermana y Richi me han dicho que
fuiste uno de los afectados del accidente en la carretera esta mañana.

—Sí, pero aún tengo mucha guerra que dar. Un brazo enyesado, un leve
golpe en la cabeza que sangró bastante, y magulladuras en el costado, nada
grave.

—Me alegra escuchar eso, en serio. Ellos… bueno, ellos por su trabajo
suelen ver cosas realmente graves, ¿sabes?

—¿Te habías preocupado por mí? Eso me hará llorar —dijo, y los tres
sonreímos pues se le notaba en la voz que él lo hacía, estaba bromeando con
ella de modo que así se aseguraba que la tranquilizaba.

—No, solo… quería saber si realmente estabas bien.

—Perfectamente preciosa, tanto es así, que te invito a cenar el viernes y que


lo compruebes tú misma. ¿A qué hora te recojo en tu casa?

—Muy rápido vas tú, ¿no crees?


Miré a Richi y ambos seguíamos sonriendo. Él, al igual que yo, estaba
pensando que había sido una buena idea la de lanzar a ese hombre a los
brazos de mi hermana y que era más que probable que de eso saliera algo
bueno.

—¿Qué tal a las ocho? —propuso James al ver que Gina no decía nada.

—No puedo, yo… El viernes ya tengo planes —Richi y yo la miramos con


los ojos muy abiertos, estaba mintiendo descaradamente, así que la señalé
con el dedo advirtiéndola de que no rechazara esa cena por nada del mundo.

—¿De verdad no vas a concederle a un convaleciente una cena? Eres mala


conmigo.

—Tengo una cena de trabajo.

—Preciosa, acepta un consejo de un hombre que no puede evitar una cena


de trabajo los fines de semana. Niégate, por tu salud, niégate. Los fines de
semana son para descansar y desconectar del trabajo. Así que tú y yo
tenemos una cita para hacer precisamente eso este viernes, o sea, en dos
días. Solo tienes que mandarme un mensaje con la dirección de tu casa.

Cogí el móvil de mi hermana de la mesa en un movimiento rápido y


comencé a teclear la dirección mientras ella me seguía por el salón
intentando quitármelo de las manos.
—No, no, no —dijo cuando me vio sonreír tras haber enviado el mensaje
con la dirección.

—No, ¿qué? —le preguntó James.

—No era…

—¡Vaya! Me has enviado tu dirección. Perfecto, el viernes a las ocho te


recojo, preciosa. Voy a tomarme uno de esos calmantes que me hacen ver
unicornios volando por mi habitación y que me alivien un poco del dolor.
Gracias por llamar. Nos vemos el viernes. Buenas noches.

—Yo no… —Volví a advertir a mi hermana con el dedo y ella suspiró—.


Buenas noches, James. Trata de descansar todo lo que puedas.

—Estoy seguro de que después de escuchar tu voz, dormiré como un bebé.


Hasta el viernes, Gina.

La llamada se cortó al otro lado y empecé a gritar emocionada porque mi


hermana al fin tenía una cita con alguien que de verdad merecería la pena.

—¿Se puede saber qué has hecho? —gritó.

—Nada, solo te di un empujoncito para que tuvieras una cita el viernes.

—No debiste, Alana, en serio —dijo al tiempo que negaba.


—Vamos, no es más que una cita para cenar. James parece simpático, y sin
duda mucho menos capullo que Thomas.

—Cualquier hombre sería menos capullo que Thomas, estoy seguro —


añadió Richi.

—No podéis meteros en mi vida así, sin más —protestó.

—Y no lo hacemos, solo queremos que salgas con otros seres humanos que
no seamos nosotros.

—Ya salgo con otras personas. —Volteó los ojos.

—Sí, tus compañeros de trabajo a quienes ves todos los días —resoplé—.
Gina, tengo un presentimiento con James, y cuando estés felizmente casada
con él y tengas un par de hijos, me lo agradecerás. —Le hice un guiño.

—Dios mío, ¿cuánto vino has bebido?

—Lo mismo que tú, o incluso puede que menos —sonreí—. Y ahora,
vamos a cenar que tengo hambre.

Mi hermana fue a la cocina a por platos y cubiertos murmurando por lo bajo


algo parecido a «tener hermanas para esto», pero me quería, ella en el
fondo me quería y las dos lo sabíamos.
—Hemos hecho bien, Alana —me dijo Richi pasándome el brazo por los
hombros—. ¿Viste cómo la miraba James la otra noche?

—Sí.

—Le gusta, y estoy seguro de que no será solo para una cena y un poco de
sexo. Y aunque sea así, estaremos con ella y para ella dejando el hombro
para que llore.

—Eso si no nos corta en pedacitos una noche mientras dormimos.

—No la creo capaz de eso, nos quiere demasiado. —Rio.

—Si estáis conspirando de nuevo contra mí —dijo Gino regresando al salón


—, os recuerdo que soy la que prepara la cena de los jueves, y no quisiera
que en la de mañana sufrierais una indigestión. —Entrecerró los ojos, y
Richi y yo hicimos como que nos echábamos a temblar.

Pusimos una película para ver mientras cenábamos, pero apenas me


concentré en ella, pues de algún modo mi mente se fue hacia una persona
que no estaba allí en ese momento.

Por qué empecé a pensar en Colin era un misterio para mí, pero ahí estaba
aquel hombre alto, de cabello negro y ojos del color del chocolate caliente
haciendo que me estremeciera al recordar el modo en el que me miraba.

Sentía cierta curiosidad por él, sinceramente, y quería conocerle un poco


más. No era solo porque fuera un hombre guapo y sexy, sino porque me
resultaba interesante.

Aquella no sería mi primera vez teniendo una cita con un desconocido, aún
podía recordar la vez que quedé con un chico de una de esas aplicaciones de
citas del móvil, y estaba segura de que quedar para cenar con Colin no sería
ni remotamente tan desastroso como aquella vez.

Y como ya había tenido oportunidad de hablar con él esa tarde, realmente


me pareció un hombre agradable, no tenía pinta de ser un psicópata ni
mucho menos.

Como dije antes, no habíamos intercambiado nuestros números de teléfono,


pero estaba segura de que Colin tendría sus métodos para conseguir verme e
invitarme a cenar con él.
Capítulo 9

Nada más llegar a la clínica esa mañana pregunté por cómo había pasado
Zoe la noche, esa niña me había calado más hondo que ningún otro y quería
que estuviera bien.

Para mi sorpresa, me dijeron que hacía apenas una hora que la subieron
junto con su padre a una de las habitaciones, así que en cuanto me cambié
de ropa, fui a la cafetería a por un desayuno que sabía le iba a encantar.

—Buenos días, Gwen —sonreí saludándola.

—Buenos días, cielo. ¿Qué necesitas?

—Uno de tus desayunos mágicos. —Le hice un guiño y se echó a reír.

—Ahora mismo lo tienes.

Me senté a tomar un café que me puso delante junto con una tostada, y la vi
preparar el desayuno para Zoe.
Un vaso de leche caliente con unas gotitas de miel, gofres con chispas de
chocolate y sirope de arce por encima, y un cuenco de fruta con mermelada
de fresa, era lo que solíamos llevarles a los niños para el desayuno.

En cuanto lo tuvo preparado, salí de la cocina y fui hacia la tercera planta,


donde habían instalado a Zoe y su padre.

Di un par de golpecitos en la puerta y fue la voz del padre quien dio paso.

—Buenos días. —Saludé y cuando la niña me vio, sonrió dejando el cuento


sobre su regazo.

—¡Alana! Has venido.

—Claro que he venido, ¿qué pensabas? —Le di un beso en la frente y vi


que su padre sonreía—. ¿Cómo te encuentras, preciosa?

—Me duele un poco menos, pero aún duele.

—Le han puesto más calmante esta mañana —comentó el padre—. Soy
Jack.

—Encantada —sonreí—. ¿Qué tal se encuentra usted?

—Mal debo estar si me llamas de usted, ¿he envejecido dos décadas, o algo
así?
—No —reí—, es la costumbre.

—Estoy vivo de milagro, según el médico —suspiró y le dio una mirada a


su pequeña por el rabillo del ojo—. Pero estoy aquí, que es lo importante.
No sé cuánto tiempo tardaré en volver a caminar, pero… lo haré.

—Eso seguro.

—¿Qué has traído? —preguntó Zoe mirando la bandeja.

—Tu desayuno. —Le hice un guiño y sonrió.

Cuando lo vio, se le iluminaron los ojos. Coloqué la bandeja en la mesa con


ruedas y la acerqué a su cama, le troceé los gofres y comenzó a comer
mientras miraba a su padre.

—¿Quieres? —le preguntó.

—No, cariño. Yo esperaré a que me traigan el mío. Se ve que tú tienes


enchufe en este sitio. —Rio.

—¿Cómo habéis pasado la noche? —Me interesé.

—Me han dicho que ella sí ha dormido, yo me desperté cada poco tiempo
con dolores. Tuvieron que ponerme una buena dosis de calmante y me
quedé dormido. Desperté justo antes de que nos subieran.
—Los primeros días son los más duros, pero cuando el dolor empiece a
remitir, estarás mejor.

—Eso espero. Lo que no sé es cómo me las voy a ingeniar para las cosas de
casa —suspiró.

—Ese puente ya lo cruzaremos cuando llegue el momento. —Le tranquilicé


—. Nosotros podemos ayudaros.

—Os lo agradecería, de verdad. Solo somos ella y yo —confirmó lo que me


había estado diciendo la niña el día anterior.

—Mi mami está en el cielo. Se fue el día que nací —dijo Zoe, su padre
asintió al ver que le miraba con los ojos muy abiertos, y se me partió el
corazón.

Ninguno de los tres volvimos a hablar, ella desayunó en silencio y yo,


mientras, ayudé a Jack a acomodarse en la cama.

Cuando le trajeron el desayuno a él, recogí la bandeja vacía de Zoe y me


despedí hasta la tarde, pues le había prometido que pasaría a verla antes de
irme a casa.

Le llevé la bandeja a Gwen y fui hacia la zona de urgencias, donde un Richi


sonriente me recibía pasándome el brazo por los hombros.

Aquellas primeras horas pasaron entre pacientes de todo tipo, y eran las
doce cuando escuché mi nombre por megafonía para que me acercara al
mostrador de información.

—¿Me habéis llamado? —dije al llegar.

—Sí, tienes una llamada.

—¿Una llamada? —Fruncí el ceño, puesto que nadie me llamaba nunca,


salvo Gina que solo lo había hecho un par de veces y porque se trataba de
una urgencia.

—Te la paso a la consulta de Pam —comentó y asentí.

Entré en la consulta unos minutos después, me senté en la silla giratoria de


la doctora Pam, y descolgué el teléfono.

—¿Diga?

—Buenos días, Alana. —Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar la


voz de Colin al otro lado del teléfono.

—¿Colin? ¿Qué haces llamando aquí?

—Invitarte a cenar mañana.

—No puedes llamarme al trabajo.

—No tenía otra manera de contactar contigo.


—Y esa es una buena señal de que no tenemos que volver a vernos.

—Te dije que lo que quiero lo consigo.

—¿Y me quieres a mí?

—Sí.

Su respuesta fue rápida y con un tono de esos que dejaban ver la confianza
que tenía en sí mismo.

La puerta se abrió y vi entrar a Pam mirando unos papeles, por lo que la


conversación con Colin tenía que acabar en ese momento.

—Lo siento, pero tengo que volver al trabajo —dije y Pam levantó la vista
hacia mí. Colgué sin esperar a escucharle y me puse en pie—. Pam, lo
lamento, pero me llamaron y…

—Oh, tranquila —sonrió—. ¿Es algo grave?

—No, no, solo una llamada personal. No me localizaba en el móvil y…


bueno, llamó a la clínica.

—Alana, ¿estás bien?


—Sí, perfectamente —sonreí pasando por su lado y tras despedirme con la
mano, regresé al trabajo.

Esa mañana no resultó tan frenética y con tantos pacientes como la anterior
por el accidente, pero apenas hubo tiempo para estar parados en la sala de
descanso.

A la hora de comer Richi y yo fuimos a la cafetería y le comenté la llamada


que había recibido de Colin.

—Así que va a por todas, ¿eh? —Rio.

—No tendría que haberme llamado aquí.

—Pues ya me dirás cómo quieres que hable contigo si no tiene tu número


de móvil, ¿haciendo una fogata en casa y sacudiendo la alfombra para que
te llegue el mensaje mediante el humo? Alana, por Dios, estamos en el siglo
de la tecnología, no en el viejo Oeste donde los indios enviaban mensajes de
humo. —Volteó los ojos.

—Sencillamente no llamando.

—Dime una cosa. ¿Por qué eres tan cabezota como Gina? Le habéis
gustado a un par de hombres que parecen decentes, y os negáis a salir con
ellos a cenar. Es una cena, no va a pedirte que te cases con él.

—Nos hemos centrado en Gina, ella es la importante por el momento, yo no


necesito un hombre que me haga olvidarme del idiota de mi ex.
—Ah, claro porque tu ex era una bellísima persona.

—Lo era, hasta que decidió largarse con el dinero que le presté y no supe
nada más de él.

—Un idiota, como Thomas. —Se encogió de hombros y continuamos


comiendo mientras me hablaba de los nuevos enfermeros que entrarían el
día siguiente en prácticas.

Al parecer serían cuatro chicas y tres chicos recién graduados que habían
obtenido la plaza en la clínica por ser los mejores de la promoción, solo
esperaba que fueran rápidos actuando cuando más necesitábamos de todas
las manos posibles en momentos de urgencia como el vivido el día anterior.

Las horas fueron pasando entre pacientes y cuando acabé mi turno, salí un
momento a la pequeña tienda que había al lado y compré algunas cosas para
Zoe.

Cuando entré a verla sonrió de oreja a oreja y Jack, su padre, asintió al


verme con una sonrisa también.

Le di a Zoe la bolsa y empezó a gritar como una loca al ver un par de


cuentos, un cuaderno para colorear y algunos lápices.

—Estar en un sitio como este puede ser muy aburrido —dije colocándole el
pelo tras la oreja.
—Bueno, al menos tenemos televisión por cable y puedo escoger algunas
películas que ver cuando papi está dormido.

—¿Cómo estás, Jack? —le pregunté a él y fui a ver el gotero, tendría que
avisar a las chicas para que fueran a cambiarlo.

—Aquí, pasando el rato. —Se encogió de hombros.

—Vale, le pediré a una de las enfermeras que te traiga algo para leer —reí.

—Con algo de deportes me va bien, no te preocupes.

—Entendido. Bueno, me voy ya. Pasaré a verte mañana, ¿vale, preciosa? —


le dije a Zoe, que asintió con mucho entusiasmo.

Le di un beso y salí dejándola entretenida con sus dibujos, y fui hacia la


zona de urgencias para coger mi coche e irme a casa.

Al menos esa era la intención, hasta que al llegar a él vi apoyado a Colin,


con los tobillos cruzados y las manos en los bolsillos.

Con el traje gris oscuro y esas gafas de sol que llevaba, no podía estar más
irresistible…
Capítulo 10

Colin me miraba mientras me acercaba a él, era imposible verle los ojos
ocultos tras la lente oscura de las gafas, pero sabía que estaba observando
cada centímetro de mi persona.

Ese día me había puesto unos shorts vaqueros, camiseta de tirantes y las
deportivas, así que había más piel expuesta que oculta bajo la ropa.

—¿Qué haces aquí? —pregunté frunciendo el ceño, y por suerte para mí, mi
voz sonó de lo más firme, a pesar de que estaba nerviosa ante aquel hombre
alto que tanto me imponía.

—Me has colgado —dijo sin más, sin apenas moverse.

—Ajá. Como te dije, tenía que volver al trabajo.

—A mí nadie me cuelga.

—Pues yo lo he hecho. —Me encogí de hombros y arqueó la ceja—. Si me


permites, tengo prisa. —Pulsé el botón del mando y abrí el coche,
esperando que se apartara de la puerta y me permitiera entrar, pero no lo
hizo—. ¿No escuchas bien? Tengo prisa.

—¿Te espera alguien?

—Así es. Esta noche tengo una cita.

Seguía sin quitarse las gafas, pero podía ver cómo le cambiaba la cara bajo
ellas. Tenía la mandíbula ligeramente apretada, cogió y soltó el aire con
fuerza y sonreí mentalmente.

—Claro que la tienes, conmigo —dijo apartándose al fin del coche y, en un


movimiento rápido, me quitó las llaves de la mano y volvió a cerrarlo antes
de guardarlas en uno de sus bolsillos.

—¡Oye! Devuélveme las llaves —pedí agarrándole del brazo para que se
detuviera, había empezado a caminar y alejarse de allí.

—Cuando te deje en casa, te las devolveré.

—No puedes hacer esto.

—Claro que puedo —contestó mirándome por encima del hombro—, mira
cómo lo hago.

—¿En serio es así como consigues tus citas? ¿Con coacciones?


—No estoy coaccionándote a hacer nada, porque sé, igual que lo sabes tú,
que quieres cenar conmigo, pero al mismo tiempo te haces la dura.

—Espera, que va a resultar que eres psicólogo o algo así. —Volteé los ojos.

—No, pero se me da bien leer a los demás.

Empezó a caminar de nuevo y acabé siguiéndole, solo porque quería


recuperar las llaves de mi coche y poder marcharme a casa.

Paró ante un coche negro de lo más lujoso y abrió la puerta del copiloto.

—No voy a ir contigo, así que dame las llaves de mi coche para que pueda
marcharme, no quiero hacer esperar a mi cita.

—No vas a volver a ver a quien sea esa cita.

—¿Quién eres tú para decirme a quién ver o no? —Fruncí el ceño.

Colin dio un paso hacia mí, me rodeó por la cintura con el brazo haciendo
que me estremeciera y aun con las gafas puestas, sentí que sus ojos me
hacían arder la piel por donde sabía que estaba pasando.

—El hombre que va a hacerte disfrutar de los verdaderos placeres de la vida


—dijo en un tono bajo, pero ligeramente ronco.
Tragué para poder pasar el nudo que se me había formado en la garganta y
le miré los labios, esos que, tal como había dicho el día anterior, no hacía
más que preguntarme cómo se sentiría al besarlos.

Colin se apartó apenas un poco y me guio hasta el coche, donde finalmente


me senté con la intriga de a dónde me llevaría.

Entró en el coche, lo puso en marcha y me entregó las llaves, esas que


guardé mientras le decía que pensaba que iba a devolvérmelas cuando me
dejara en casa.

—No creo que intentes salir con el coche en marcha —me contestó
encogiéndose de hombros.

Suspiré y saqué el móvil para mandar un mensaje a mi hermana y Richi a


nuestro chat de grupo.

Alana: No me esperéis para cenar, Colin me acaba de secuestrar.

No tardaron en responder, y mi hermana lo hizo con un montón de emojis


con la cara de sorpresa y sin entender nada.

Richi, por el contrario, envió varios aplausos y algunos otros que dejaban
claro lo que quería que hiciera con ese hombre.

Alana: Richi, no me voy a acostar con él, ¿por qué demonios envías una
maldita berenjena? Eres insufrible.
Richi: Vamos, cariño, necesitas echar un buen polvo y lo sabes. Ese
hombre es perfecto para ayudarte con tu problema de telarañas.

Alana: ¿Qué telarañas, idiota? No hace tanto que tuve sexo.

Gina: Hermanita, el Satisfayer no cuenta, como me dices tú a mí. Y si yo


tengo que salir a cenar mañana con James por vuestra culpa, tú cenas esta
noche con Colin. Diviértete.

Richi: Y haz todo lo que yo haría. Peca, niña, peca por una vez en tu vida.

—Genial —resoplé guardando el móvil de nuevo.

—¿Todo bien?

—Oh, sí, perfectamente. Mi cita me ha dicho que podemos agendar para


mañana.

—¿Agendar? —Arqueó la ceja— ¿Ibas a salir a cenar con un hombre o a


reunirte con un agente de seguros?

—A cenar con un hombre. ¿Vas a decirme dónde me llevas? No creo que


vista adecuadamente para algún lugar elegante de esos a los que seguro
sueles ir.
—Vas perfecta así como estás —dijo, y pude notar su mirada por el rabillo
del ojo.

El resto del camino lo hicimos en silencio, mientras él conducía


concentrado en la carretera y yo miraba por la ventana.

Cuando paró el coche cerca de la playa me quedé mirando aquel bonito


lugar.

Era como una cabaña, había varias mesas en una terraza acristalada y
muchas más en el interior. Quedaba a solo unos pasos de la arena y las
vistas hacia el mar eran una maravilla.

—No conocía este sitio —dije cuando me abrió la puerta y salí.

—Lleva años aquí, era el favorito de mi madre —comentó y le miré.

Se había quitado las gafas al fin y de nuevo pude verle los ojos, esos que se
volvían prácticamente negros cuando me miraban.

Entramos y una camarera de lo más sonriente y simpática nos llevó a una de


las mesas, donde preguntó qué íbamos a beber.

—¿Quieres vino? —me preguntó Colin.

—Blanco, por favor.


—Una botella de vino blanco.

—Enseguida —respondió sonriendo de nuevo.

Cogí la carta y me llamaron la atención algunos platos que, por los


ingredientes, debían estar buenísimos.

—¿Qué te apetece?

—Pues no sabría decirte, porque todo suena delicioso —contesté—. Pero…


creo que me voy a decantar por las tostas de queso crema con cebolla
caramelizada, y la carne en salsa.

—Muy buena elección.

—Has dicho que era el lugar favorito de tu madre, ¿ya no?

—Murió hace dieciocho años.

—Vaya, lo siento, no quise…

—No lo sabías —me cortó—. A ella le gustaba venir aquí, decía que con
estas vistas era como si comiera o cenara en casa. Vivíamos junto a la playa
por aquel entonces.

—Supongo que te mudaste.


—Lo hicimos, mi hermano y yo, un par de años después.

—¿No os quedasteis con tu padre?

—Murieron juntos. Un accidente de coche una noche nevada en Nueva


York.

—Yo también perdí a mis padres, pero por algo que ellos mismos se
buscaron, supongo. —Dado que él me había hablado de algo tan personal,
decidí darle lo mismo—. Haciendo un resumen, cuando mi hermana y yo
éramos pequeñas empezaron a consumir alcohol y drogas, esto último los
mató cuando yo tenía dieciséis años. Para cuando eso ocurrió, llevábamos
diez años viviendo con nuestra abuela, ella nos crio y nos hizo ser quienes
somos hoy en día. Mis padres estuvieron prácticamente ausentes en esa
época.

Trajeron la botella de vino y, tras servir nuestras copas, la camarera tomó


nota de lo que queríamos cenar y se retiró dejándonos de nuevo a solas.
Colin parecía haberse quedado algo más callado que antes y no sabía por
qué.

—¿Ocurre algo? —pregunté.

—Solo viejos recuerdos de familia.

—¿Estabais muy unidos a vuestros padres?


—Sí, Samuel tal vez más que yo, dado que era el más pequeño.

—Tu hermano —sonreí.

—Sí. Lo pasó mal, no gestionó bien lo que había pasado y, supongo que
cuando pierdes a tus padres con diecisiete años crees que la vida es una
mierda. Comenzó a beber, a gastar el dinero de la herencia en drogas,
incluso trapicheaba con ellas. Tuve que pagar su fianza en más de una
ocasión, no quiso ir a la universidad y acabó de un centro de
desintoxicación a otro desde que tenía veinte años.
»Salía tras un tiempo y se mantenía sobrio y sin tomar drogas hasta que
volvía a recaer. Yo estaba dirigiendo la empresa que mi padre había puesto
en mis manos, teníamos una fortuna y no quería que se perdiera así que
estudiaba la carrera y dirigía los negocios mientras trataba de sacar a mi
hermano adelante y que dejara esa vida de excesos, pero eso último fue
imposible.
»James se convirtió en mi socio y me ayudó con la empresa, hoy en día es
una de las mayores industrias en cuanto a diseño y tecnología
armamentística para el ejército, tal como mi padre siempre quiso.

—Tu hermano ahora debe tener unos… treinta y cinco, ¿no?

—Sí, y por increíble que me parezca, lleva un año y medio sin probar una
sola gota de alcohol y sin tomar drogas. La última vez que salió del centro
le di un ultimátum, o dejaba esa mierda y se centraba en la empresa, o podía
olvidarse de mí y del dinero de nuestros padres. Ellos no querrían verle así.

—Te hizo caso, es buena señal —sonreí.


—Creí que no duraría más de un mes en la empresa, si te soy sincero, pero
me ha demostrado que estaba equivocado.

—¿Cuántos años tienes tú?

—Cuarenta —respondió, y abrí los ojos porque no aparentaba esa edad.


Antes de saber que su hermano pequeño tenía unos años más que Gina,
hubiera jurado que Colin no debía tener más de treinta y cinco años.

Nos trajeron el primer plato y tras probarlo, Colin preguntó por qué me
había sorprendido al escuchar su edad.

—Creí que eras más joven, no aparentas ser un señor de cuarenta años.

—¿Acabas de llamarme señor? —Elevó ambas cejas.

—Eres un señor, ¿no?

—No soy tan mayor, Alana.

—Más que yo, sí. Catorce años para ser exactos.

—Catorce años de experiencia y madurez, que estoy seguro agradecerás


con el tiempo.
Aquello me dejó sin palabras y con el cuerpo temblando ante las ideas que
se empezaban a formar en mi mente, y todo por culpa de Richi y sus
malditos mensajes subliminales para que yo tuviese sexo con Colin.

Hice a un lado esos pecaminosos pensamientos y me centré en la


conversación que habíamos empezado a tener, por lo que continuamos
charlando sobre nuestras infancias, tan diferentes a pesar de haber nacido en
familias acomodadas.

Mientras que sus padres se dedicaron siempre a cuidar de ellos y hacer que
fueran niños felices, los míos se centraron en sus trabajos y en ir de fiesta en
fiesta.

La cena transcurrió de manera tranquila y agradable, Colin resultó ser un


hombre con el que se podía hablar de cualquier tema, era culto y educado, y
a pesar de la seriedad de su rostro, tenía un lado gracioso que me gustaba
poder ver.

Después de tomarnos allí mismo una copa, salimos y fuimos de regreso al


coche.

—¿Quieres dar un paseo por la playa? —propuso, y me sentí tentada, pero


estaba algo cansada por el trabajo.

—Suena bien, pero si no te importa, quiero irme a casa. Ha sido una semana
larga de trabajo y aún me queda mañana.
Colin asintió y, tras posar la mano en la parte baja de mi espalda, me guio
hasta el coche donde tomé asiento y me quedé en silencio mientras me
llevaba de vuelta a la clínica para coger mi coche.

—Gracias por la cena —dije cuando paró junto a él—. No ha estado mal.

—Y no querías que te invitara —sonrió de medio lado.

—Tenía una cita. —Le recordé.

—No mientas, Alana, los dos sabemos que no había ninguna cita. —Arqueó
la ceja.

—¿Y por qué estás tan seguro de eso?

—Porque si a mí una mujer me cancela en el último momento, la habría


estado llamando toda la noche.

—No pareces ese tipo de hombres.

—Lo soy, cuando la mujer que me cancela me interesa de verdad. De


hecho, tú me colgaste y ¿qué hice?

—Venir a buscarme —murmuré.

—Exacto. —Sentí el calor de sus dedos bajo mi barbilla—. No me gusta


que me cuelguen el teléfono, y nunca acepto un no por respuesta. ¿Lo has
entendido ya?

—Sí —respondí tras tragar el nudo de nervios en mi garganta.

—Bien. Porque quiero que pases el fin de semana conmigo, y no vas a


decirme que no.

—Lo siento, pero eso sí que no puedo…

—Puedes —me cortó—. Sé dónde vives, James tiene tu dirección. Mañana


pasaré a recogerte a las siete, y espero que estés lista en la puerta con una
pequeña maleta de mano.

—Pero ¿dónde quieres llevarme?

—Como dije, a que disfrutes de los placeres de la vida.

Sus ojos me observaban fijamente, me estremecí y cuando los vi bajar hasta


mis labios sentí que estos se separaban ligeramente.

¿Me besaría en ese momento? ¿Sentiría al fin esos labios que parecían
tentarme constantemente?

Cerré los ojos cuando vi que Colin acortaba la distancia inclinándose hacia
mí, me invadió el aroma de su perfume y entonces…

Me besó en la mejilla.
Abrí los ojos y lo encontré mirándome por el rabillo del ojo con una leve
sonrisa en los labios.

—Quieres que te bese, ¿verdad? —preguntó en un susurro con la voz


enronquecida por el deseo, no tenía la menor duda de eso— Sí, sé que
quieres. Pero no sucederá, no todavía.

Se apartó y me quedé pensando en cuánto tiempo tendría previsto


torturarme con esos labios sin besarme, pero fingí que no sentía el más
mínimo interés al respecto.

—No quiero que me beses, así que deja a un lado el ego de hombre que lo
consigue todo porque a mí, no me vas a tener tan fácilmente.

—¿En serio? —Arqueó la ceja y yo asentí—. Eso ya lo veremos, pequeña.


Como bien sabes, siempre consigo todo lo que quiero. Buenas noches,
Alana. Nos vemos mañana.

—No voy a ir a pasar el fin de semana contigo.

—Claro que vendrás, tienes curiosidad por ver dónde te llevo y qué
haremos. A las siete, ni un minuto más tarde, o habrá consecuencias.

Fruncí el ceño cuando le vi acomodarse de nuevo en su asiento y poner el


coche en marcha.
Me bajé de allí y entré en mi coche, solo entonces Colin se fue dejándome
sola.

¿En serio acababa de invitarme a pasar el fin de semana con él? Por Dios, si
apenas nos conocíamos, por mucho que hubiéramos estado hablando toda la
noche de nuestra infancia y de lo que había sido nuestra vida desde la
pérdida de las personas más importantes para nosotros, en mi caso, la
abuela Mary.

Puse el coche en marcha y me fui para casa, necesitaba una ducha y


meterme en la cama a descansar, estaba agotada. Solo que una cosa era lo
que yo quería hacer, y otra muy distinta lo que me esperaba al llegar.

Gina y Richi con su habitual interrogatorio sobre cómo me había ido la


noche con Colin.
Capítulo 11

Y a pesar de haber estado dando mil vueltas a la propuesta de Colin de


pasar el fin de semana con él, y de que decidí no ir más de veces de las que
decidí hacerlo, aquí estaba yo, a las siete de la tarde, con la maleta de mano
y colgándome el bolso para salir de casa.

—Mis niñas se hacen mayores —dijo Richi pasándose el dedo bajo los ojos
como si se secara las lágrimas—. Pronto os iréis de casa, formaréis vuestra
familia, y yo me convertiré en el nuevo viejito de la mansión Playboy. —
Hizo un guiño y Gina y yo nos echamos a reír.

—¿Esa es la versión masculina de la solterona de los gatos? —preguntó


Gina.

—Obviamente, soy alérgico a los gatos, cariño.

—Pero no a las gatas que te dejan las uñas marcadas —comenté tocándole
el hombro, donde aún se le veía el recuerdo de las uñas de su última
conquista.
—¿No tenías que estar a las siete abajo? Porque ya pasan tres minutos de la
hora. —Arqueó la ceja.

—¿Quién dijo que debía ser puntual para ir con él? Si realmente quiere que
le acompañe, esperará a que baje. —Me encogí de hombros.

—Vale, vale, deja las uñas para él. —Richi levantó ambas manos—.
¿Llevas todo? ¿Lencería sexy, condones, geles eróticos…?

—Por Dios, Richi —resoplé.

—¿Qué? Hazme caso, ese hombre te está llevando a un fin de semana de


lujuria y sexo desenfrenado.

—Madre mía, qué mente más pervertida tienes.

—¿Y ahora te das cuenta? —protestó mi hermana— Aún recuerdo cuando


lo encontré espiando por la ventana de mi habitación después de haberme
dado un baño en la piscina.

—Tenía doce años, Gina, era un preadolescente hechizado por tus encantos.

—Yo sí que te voy a hechizar, pero a escobazos. Anda, vete a tu casa que
seguro que tienes que bañarte en feromonas para salir esta noche a por tu
próxima conquista —le dijo empujándole hacia la puerta.
—Qué poca hospitalidad la vuestra, encima de que vengo a desearos una
bonita noche y que os divirtáis. Porque os recuerdo que me estáis dejando
por dos poll…

—Si terminas de decir esa palabra, te lavo la boca con jabón y estropajo —
le advertí señalándole con el dedo.

Richi cerró la boca y se pasó los dedos por los labios a modo de cremallera,
esa invisible de la que acabó tirando la llave al suelo.

—Alana, son casi y diez —dijo Gina—. No creo que Colin sea la clase de
hombre al que le guste la impuntualidad.

—Bueno, pues tendrá que aprender a convivir con ella si quiere que salga
con él.

—¿Has dicho salir? —Curioseó Richi—. De salir, salir, o sea, como una
pareja…

—Salir de ir a cenar y que me deje en casa.

—O de ir a pasar el fin de semana a cualquier parte del mundo. —Rio Gina.

—¿Tú de qué lado estás, hermanita? —protesté.

—¿Ahora mismo? Del suyo —señaló a Richi—, igual que tú te pusiste de


su parte en eso de que yo tuviera una cita para cenar con James.
—Como te dije, cuando estés felizmente casada con él, y tengas una
familia, podrás darme las gracias. —Le recordé mientras abría la puerta
para salir.

—Lo mismo te digo, cariño, lo mismo te digo —contestó con una sonrisa
mientras me veía entrar en el ascensor.

—Que Dios te acompañe en este fin de semana —dijo Richi haciendo una
cruz en el aire.

—¿Es que ahora eres monaguillo o cura? —Arqueé la ceja.

—Mujer, si lo digo por la de veces que, estoy seguro, vas a pronunciar esa
palabra mientras el moreno le da un repaso a tu cuerpo. Ya sabes —
carraspeó— : «oh, Dios, sí; oh, sí; Dios, Dios, Dios…»

—Qué colleja tienes, Richi, qué colleja —dije mientras se cerraba la puerta
del ascensor y le escuché reír cuando me quedé allí sola.

En cuanto llegué al rellano del edificio, caminé con toda la tranquilidad del
mundo hacia la puerta, y pude ver a Colin apoyado en su coche.

Pantalón de traje azul marino, camisa blanca con las mangas arremangadas
hasta los codos y desabotonada, sin chaqueta ni corbata a la vista, con los
tobillos cruzados y las manos en los bolsillos, y ese par de ojos marrones
bajo las oscuras gafas de sol.
Solo con verlo sentí un escalofrío por todo el cuerpo que me hizo tener
pensamientos pecaminosos en los que tal como había dicho Richi, llamaba a
Dios.

—Llegas tarde —dijo cuando me acerqué.

—Hola a ti también. —Arqueé la ceja.

—¿Recuerdas lo que dije de llegar tarde?

—No, la verdad es que no —negué moviendo la cabeza de un lado a otro,


aunque sí lo recordaba, solo quería que viera mi punto, ese en el que debía
entender que no todo el mundo haría lo que él dijera en cada momento.

Colin se apartó del coche y, aún con las manos en los bolsillos, se inclinó
para hablarme al oído.

—Esto traerá consecuencias.

Iba a preguntar qué consecuencias, pero preferí seguir callada al ver el


modo en el que me miraba, con los ojos ligeramente más oscuros de lo
normal.

Peligro, eso decía aquella mirada, peligro, y más peligro.

Colin abrió la puerta del coche mientras cogía mi maleta y, una vez me
senté, la dejó en el maletero. Se acomodó en su asiento y tras ponerlo en
marcha, se incorporó al tráfico de la calle para ir hacia la carretera.

—¿Vamos al aeropuerto? —pregunté al ver los carteles.

—Sí.

—Espera, no dijiste nada de coger un vuelo para sacarme del país.

—¿Quién ha dicho que vayamos a salir del país? —respondió— Vamos a


Nueva York.

—Oh. —No sabía qué más decir, pero no dejaba de preguntarme qué
íbamos a hacer allí durante el fin de semana.

Cuando llegamos, Colin dejó el coche aparcado en una zona reservada,


cogió nuestras maletas y me fue guiando hasta el aeropuerto, llevándome
por zonas por las que yo nunca había pasado, hasta que vi que nos
dirigíamos a la zona de pista privada, de donde salían muchos aviones y jets
privados.

Una sonriente azafata nos dio la bienvenida, le enseñamos nuestras


identificaciones y tras tomar nota de los datos, nos deseó un buen viaje.

Salimos hasta la pista y un chico con el mismo uniforme que la azafata nos
saludó, cogió las maletas y nos acompañó hasta el jet que esperaba por
nosotros.
Una vez a bordo, y solo cuando me senté en uno de esos cómodos asientos
de cuero beige, pregunté.

—¿Este jet es tuyo?

—De mi empresa, sí.

—Vaya, así que cuando tenéis que viajar por trabajo, no cogéis vuelos
comerciales como el resto del mundo.

—No, y no solo por trabajo. Cuando se trata de volar, prefiero hacerlo con
comodidad y sin exceso de pasajeros.

—Claro, lo de juntarse con la plebe debe ser horrible para usted, su


majestad. —Volteé los ojos.

—¿Quieres añadir consecuencias a la lista, pequeña? Porque puedo hacerlo,


puedo incluir consecuencias por tomarme el pelo. —Arqueó la ceja.

—No, no, mejor que no. Bastante tengo con no saber qué has pensado
hacerme para que pague esas consecuencias a las que te refieres.

—Estoy seguro de que las disfrutarás —me susurró al oído.

—Señor, estamos preparados para el despegue —le informó la azafata.

—Gracias.
Ella asintió y fue a su asiento, Colin y yo nos abrochamos los cinturones y
me preparé para el despegue, ese que fue mucho mejor y más suave de lo
que alguna vez había experimentado.

—Ahora entiendo por qué usas el jet —dije al desabrocharme el cinturón—.


En los vuelos comerciales a veces el despegue es insufrible.

—¿Quieres tomar algo? Puedo pedir que nos vayan preparando la cena, si
quieres.

—Oh, vale, sí, claro —sonreí—. Pero algo ligero.

—¿Qué tan una ensalada con nueces y unas tostas de queso crema y
salmón?

—Suena bien para mí.

Colin llamó a la azafata, le pidió que nos trajera algo de beber y que fuera
preparando la cena.

Cuando regresó con un whisky para él y vino blanco para mí, miré a Colin
con la ceja arqueada.

—Solo le has dicho algo de beber, no especificaste qué queríamos —dije.

—A mí me conoce bien, y le hice saber que te gusta el vino blanco.


—Bueno, eso es un detalle por tu parte, suma puntos —contesté
acercándome la copa para dar un sorbo.

—¿Suma puntos? —Arqueó la ceja.

—Ajá. Por si planeas llevarme a la cama en las próximas semanas.

—¿En las próximas semanas, dices? —Elevó ambas cejas—. Pequeña,


planeo llevarte a la cama en unas… —miró su reloj y sonrió de medio lado
— treinta horas.

Me estremecí al ver sus ojos, esos del color del chocolate caliente
observándome con deseo.

Acabé mi copa de vino de un sorbo debido a los nervios, y Colin empezó a


reírse al verme así.

Sin duda alguna ese era su cometido, ponerme nerviosa en todo momento y
de la manera que fuera.

Poco después la azafata llegó con nuestra cena y una nueva copa de vino
para mí, se lo agradecí con una sonrisa y mientras cenábamos le pregunté
por qué me llevaba a Nueva York.

—Uno de los altos cargos del ejército se retira, conocía a mi padre y


siempre tuvieron muy buena relación. Sabe que no acudo a ese tipo de
eventos, es James quien se encarga, dado que es el relaciones públicas de la
empresa, pero al haber tenido el accidente no quería hacerle viajar.

—¿Y necesitabas una acompañante?

—No, pero no quería venir solo y quería invitarte a cenar hoy, así que tomé
la decisión cuando fui a buscarte a la clínica.

—Y además planeas tener sexo conmigo mañana por la noche —comenté


llevándome un tomate cherry a la boca.

—Exactamente —respondió volviendo a mirarme, pero esta vez, sus ojos


estaban fijos en mis labios.

—Te veo muy seguro —dijo.

—Lo estoy.

—Pero aún ni me has besado —susurré.

—Y no lo voy a hacer, nunca lo hago.

—No te entiendo. —Fruncí el ceño.

—Jamás beso en los labios a una mujer, bajo ningún concepto.


¿Qué podía responder yo a eso? Pues nada, porque nunca me había topado
con un hombre que dijera tan abiertamente que no besaba nunca.

Comimos mientras me hablaba de la cena que tendría lugar la noche


siguiente, esa para la que no tenía nada que ponerme puesto que en mi
maleta había metido un pijama, unos vaqueros, un par de camisetas y un
vestido, así como las sandalias de tacón, y Colin se echó a reír.

No dijo nada al respecto, pero esperaba que pudiera llevarme a alguna


tienda a por un vestido un poco más elegante que el que llevaba en mi
maleta.

Después de la cena cogió su Tablet para revisar unos e-mails, momento que
yo aproveché para ponerme una película en el móvil y así pasamos el resto
del vuelo.

Aterrizamos en Nueva York ya entrada la noche y al bajar del avión nos


esperaba un todoterreno negro junto al que había un hombre de piel canela,
cabello castaño y ojos verdes que sonrió al verme.

—Buenas noches, señor —saludó a Colin, abrió la puerta de la parte trasera


y ambos subimos.

Después de guardar nuestras maletas, se sentó y nos llevó por las


iluminadas calles de la ciudad hasta un hotel de lo más lujoso y elegante. Su
fachada era antigua, pero se veía preciosa.
Una vez dentro, seguí a Colin hasta el mostrador de recepción y, tras hacer
el registro, le entregaron la tarjeta de la que sería nuestra habitación.

—¿Solo has reservado una habitación? —pregunté cuando entramos en el


ascensor.

—Es una suite, y tranquila, que la cama es lo suficientemente grande para


los dos.

—¿Esperas que duerma contigo todo el fin de semana?

—Teniendo en cuenta que mañana por la noche planeo follarte hasta dejarte
sin aliento, sí —dijo con el brazo alrededor de mi cintura mientras me
miraba fijamente, y sentí que me fallaban las piernas.

Colin se inclinó y me besó en el cuello. Cuando el ascensor llegó a la quinta


planta y se abrieron las puertas, me llevó aún con el brazo alrededor de mi
cintura hasta la suite, alguien había subido ya nuestras maletas y estaban
esperando en el interior.

Al entrar, me encontré con una estancia amplia de paredes en color crema,


muebles blancos, un par de sofás color café, unos enormes ventanales que
daban a Times Square, y una barra de bar.

Colin me llevó hasta la puerta de la habitación y descubrí que el cuarto de


baño estaba integrado en ella, de modo que la privacidad escaseaba a la
hora de ducharme.
—Voy a terminar algo de trabajo —dijo tras dejar nuestras maletas en el
suelo—. Te dejaré descansar, pero solo esta noche.

—Te veo muy seguro de que voy a acabar acostándome contigo, Colin. —
Me crucé de brazos.

—Lo harás —aseguró acercándose a mí y colocó un mechón de cabello


detrás de mi oreja para después inclinarse y susurrarme en el oído—,
porque sé que lo deseas tanto como yo. —Me besó el cuello de nuevo y se
apartó para dejarme sola.

Aquello era una locura, de eso no tenía la menor duda, jamás había hecho
algo como aquello, pero mentiría si dijera que no deseaba a ese hombre,
¿quién no lo haría?

Era atractivo, sí, pero también tenía un punto simpático en su forma de ser,
algo que siempre me había gustado en un hombre.

Tenía dinero, muchísimo dinero a juzgar por el lujo de la suite en la que nos
encontrábamos y el jet privado, pero eso a mí nunca me importó.

Mis padres también hicieron su propia fortuna, esa que gastaron sin el más
mínimo pudor en sus diferentes fiestas de excesos.

Pero Gina y yo también teníamos nuestros ahorros, no era una fortuna como
la que llegaron a amasar ellos o como la que debía tener Colin, pero era
suficiente para seguir guardándola para el futuro.
Y nunca, jamás, había estado con un hombre por su dinero. Eso no me
importaba, lo único que buscaba era que me quisiera, simplemente eso.

Me puse el pijama y aproveché para enviarles un mensaje a Gina y Richi


informándoles de que acababa de instalarme en el hotel en Nueva York y
preguntar qué tal su noche.

Después de diez minutos en los que ninguno de los dos contestó, sonreí
dando por hecho que se estaban divirtiendo, así que dejé el móvil en la
mesita, me metí bajo la sábana y, abrazada a ella mirando por la ventana,
cerré los ojos.

Pero no podía dormir, no, sabiendo que al otro lado de la puerta de la


habitación estaba el hombre que me había dicho lo que pensaba hacer
conmigo la noche siguiente.

Suspiré, comencé a dar vueltas en la cama presa de los nervios y, en algún


momento, acabé quedándome dormida.

Me pareció escuchar la puerta abriéndose y cerrándose, incluso el agua de


la ducha, pero se sentía tan lejano que probablemente no fuera más que un
sueño y seguí durmiendo.
Capítulo 12

Cuando desperté sentí el cuerpo más relajado que nunca, y eso debía ser
obra del colchón. Era lo más cómodo que había probado en mi vida.

Me incorporé en la cama, estirando cada uno de los músculos de mi cuerpo,


con los ojos cerrados mientras el sol de la mañana entraba por el ventanal.
Cuando miré hacia él, suspiré y se me dibujó una sonrisa al ver un pequeño
pajarillo posado en el poyete.

—Buenos días. —Me sobresalté al escuchar la voz de Colin, ni siquiera me


había parado a pensar que estuviera allí, no noté nada en la cama.

Pero ahí estaba, a mi lado, sentado con la espalda apoyada en el cabecero


leyendo en la Tablet, y el torso desnudo.

Y qué torso, por Dios, firme, sin un solo vello, bronceado y definido, y con
una tableta de chocolate que competía con el color de sus ojos, se notaba
que iba al gimnasio.

—Buenos días, no me di cuenta de que estabas aquí.


—En el sofá no iba a dormir.

—No, ya —reí—, quiero decir… Da igual. —Le quité importancia con la


mano—. ¿Podrías dejarme sola? Voy a darme una ducha y cambiarme de
ropa.

Colin giró la cabeza para mirarme despacio, muy despacio, casi como si lo
hiciera a cámara lenta, y arqueó una ceja.

—He visto a muchas mujeres desnudas antes —me informó.

—Bien por ti, pero a mí no vas a verme.

—Tengo la sensación de que sigues creyendo que este fin de semana no


pasará nada entre nosotros.

—Es que no va a pasar nada entre nosotros. —Me encogí de hombros y tras
apartar la sábana, hice por levantarme, pero cierto hombre grande y fuerte,
fue más rápido que yo y me atrapó con sus manos por la cintura—. ¡Oye!
—protesté mientras me llevaba hasta sentarme a horcajadas sobre sus
muslos.

Y lo sentí, de verdad que sentí entre mis piernas su miembro erecto bajo mi
sexo.
—No me conoces si sigues tan segura de que no va a pasar nada —dijo con
las manos sobre mis nalgas, y me movió de manera sutil y casi
imperceptible, pero haciendo que su miembro rozase mi sexo.

Me quedé callada y tragué saliva, mientras le observaba, notando cómo mi


cuerpo se estremecía con cada nuevo roce.

Colin sonrió ligeramente, me atrajo hacia él y comenzó a pasar la punta de


la lengua por mi cuello.

No iba a mentir diciendo que no sentía nada, puesto que lo sentía todo.
Cerré los ojos y dejé que siguiera pasando la lengua por esa zona, que sus
labios se posaran en ella con suaves y cortos besos y que sus manos, esas
grandes y fuertes que sostenían mis nalgas, me movieran sobre su dureza
haciendo que la humedad comenzara a formarse entre mis piernas.

—Te estás excitando —susurró en mi oído.

—No —mentí, mientras trataba de mantener el equilibrio agarrándome a


sus hombros.

—Puedo notar la humedad aun con la ropa puesta. —Me dio un ligero
mordisco, casi más fue como un jugueteo con los dientes, y maldito fuera
mi cuerpo, sensible y sin sexo desde hacía meses, por reaccionar y hacerme
gemir—. Te follaría ahora mismo, como quiero hacerlo desde que me
desperté y vi tu cuerpo en la cama. Parecías una jodida ofrenda.
—Para, por favor. —Lo aparté, debía reconocer que me costaba respirar con
tranquilidad, y el hecho de que al mirarle a los ojos viera el fuego de la
lujuria en ellos, no ayudaba.

Sus labios me tentaban, estaban ahí delante, tan sensuales y besables… Pero
recobré la cordura y conseguí que me soltara y permitiera que me bajase de
la cama.

—Me gustaría ducharme y vestirme sola, por favor —dije parada frente a la
cama y cruzada de brazos.

Colin me observó, se lamió los labios y tras coger la Tablet, se levantó y


pasó por mi lado llevando únicamente el bóxer para salir de la habitación.

—Voy a pedir el desayuno —dijo inclinándose y me besó en la mejilla.

Me estremecí ante aquel gesto, y cuando cerró la puerta al salir solté el aire
y fui a abrir el agua de la ducha mientras cogía la ropa que iba a ponerme.

Vaqueros, camiseta y deportivas, perfecta para un desayuno informal.

Tras la ducha, donde me tomé mi tiempo solo para calmar los nervios de
haber estado con Colin de ese modo tan poco convencional para un par de
desconocidos, me vestí y salí mientras me recogía el cabello en un moño.

—Qué bien huele —dije al sentir el aroma del café recién hecho.
Colin estaba tecleando en la Tablet, concentrado, así que me senté y no dije
más. Cogí un plato de huevos revueltos con beicon crujiente y me puse un
poco en una tostada. Dios, no sabía que tuviera tanta hambre.

Di un sorbo al café y me sorprendió ver que llevaba ese toque de canela que
me gustaba, miré a Colin disimuladamente y sonreí al pensar que se había
acordado de cómo tomé el café en la clínica el día que James tuvo el
accidente.

Mientras trabajaba le daba sorbos al café, pero apenas probaba bocado tan
concentrado como estaba.

Para cuando yo acabé de comer todo lo que mi cuerpo me permitió llevarme


a la boca, él dejó la Tablet al fin.

—¿Mucho trabajo? —pregunté.

—Algunos correos que responder sobre pedidos que están a punto de ser
enviados —dijo cogiendo un poco de beicon y se lo llevó a la boca.

—Bueno, y, ¿a qué hora es la cena de esta noche?

—Tendremos que estar allí a las ocho y media.

—Vale, me da tiempo para ir a comprarme algo elegante.


—Tienes hora reservada, en el salón de belleza del hotel, dentro de media
hora.

—¿Cómo dices? —Elevé ambas cejas.

—He llamado al salón del hotel para reservarte una cita. Ya sabes, para todo
eso que las mujeres os hacéis antes de asistir a un evento.

—Pero yo puedo arreglarme aquí.

—Apuesto a que sí, pero quiero que lo hagan en el salón de belleza. Y


también te acompañará una de las estilistas a la boutique que hay en la
esquina de esta calle, escoge un vestido, zapatos, bolso, lo que necesites. Ya
saben que tienen que cargarlo todo a la habitación.

—¿Vas a pagar tú todo eso?

—¿Creías que iba a hacer que lo pagaras tú? —Arqueó la ceja.

—Sí, bueno… Normalmente soy yo quien paga esas cosas cuando voy a ir a
una cita con un hombre. —Me encogí de hombros.

—Si esos hombres no te han mimado de ese modo, no merecen llamarse


hombres.

—Disculpa, pero ningún hombre tiene que mimarme, ya me puedo mimar


yo sola dándome los caprichos que quiera. —Fruncí el ceño.
Colin me cogió por la cintura de nuevo y me sentó en su regazo, mirándome
mientras colocaba un mechón de cabello tras mi oreja.

—Pequeña, mientras estés conmigo, no tendrás que mimarte tú sola —


sonrió de medio lado.

—Dime por favor que te refieres a sesiones de belleza y compra de ropa.

—Me refiero a todo, Alana.

Bajó su mano por mi cuello, acariciándolo, y la llevó hasta mi rodilla, esa


en la que dejó un ligero apretón antes de inclinarse para besarme el cuello.

Cerré los ojos de nuevo ante su contacto y cuando sentí sus dedos subiendo
por el interior de mi muslo hasta alcanzar mi sexo cubierto de ropa, noté
una punzada de deseo en el centro que me hizo jadear.

—Esta noche voy a tomar lo que deseo —susurró—, y no vas a


impedírmelo porque sé que tú también lo deseas.

Nos miramos durante unos segundos y vi tanta seguridad en sus ojos, que
no tuve la menor duda de que no podría impedirle que esa noche nos llevara
a los dos de cabeza al infierno.

Iba a pecar, lo sabía, y estaba dispuesta a hacerlo porque cuando sentía su


toque en mi cuerpo era imposible no excitarme.
—Vamos, ve a pasar la mañana siendo mimada —dijo con una sonrisa y me
besó en la mejilla—. Yo tengo algo de trabajo que hacer. Nos vemos para
comer juntos.

—Vale, sí, claro.

Me levanté y, tras coger el bolso y el móvil de la habitación, me despedí de


Colin y entré en el ascensor para ir hasta recepción.

Allí me indicaron dónde estaba el salón de belleza y nada más entrar, una
chica de piel color café con leche, con el pelo negro rizado y unos preciosos
ojos negros sonrió dándome la bienvenida.

—Soy Cloe, y estoy a tu disposición para lo que necesites en el día de hoy


—dijo acompañándome hacia la zona de peluquería.

—Pues muchas gracias, Cloe.

—¿Qué te gustaría hacerte en el pelo? —Curioseó.

—Si te soy sincera, no lo sé.

—Bien, en ese caso, te pondré en manos de Gary, es un experto en


sorprender a nuestras clientas.

—Vale, mientras no me corte mucho el pelo…


—Deja que vea. —Me quitó el coletero y soltó el cabello del moño.

Comenzó a tocarlo y sonrió diciéndome que lo tenía muy suave y sedoso,


que de largo estaba perfecto, pero no me venía mal un saneado de puntas.

—Gary, ven aquí, cielo. —Le llamó, y vi aparecer a un chico alto, de


cabello castaño y ojos azules con una amplia sonrisa.

—Dime, querida.

—Ella es Alana. Tenemos que dejarla bellísima para esta noche.

—Esa es mi especialidad —dijo él con un guiño.

—Pero —añadió Cloe.

—Oh, por favor. —Gary volteó los ojos—. ¿Por qué siempre tiene que
haber un pero? —Me reí y él arqueó la ceja.

—Lo siento —me disculpé—, es que no quiero que me dejes sin melena.

—Saneado de puntas, Gary —le informó Cloe.

—Ajá, muy bien. —Él comenzó a tocarme el pelo al igual que había hecho
ella, y le vi fruncir los labios un par de veces—. Hum —murmuró—.
Cariño, ¿has pensado alguna vez en darte unos sutiles reflejos rubios más
claros?

—La verdad es que no.

—Oh, pues te quedaría perfecto. No es como las mechas, sino un poco más
discreto. ¿Quieres que probemos?

—Venga, me pongo completamente en tus manos, pero nada de cortarme


media cabellera.

—Oh. —Se llevó la mano al pecho, haciéndose el ofendido—. Ni que yo


fuera un indio que hace esas cosas.

—¿Quieres tomar algo, Alana? —me preguntó Cloe.

—Un café, por favor. Con crema, azúcar y una pizca de canela.

Cloe asintió y se marchó dejándome en manos de Gary.

—¿Lista para que te deje como a una súper estrella de Hollywood? —


preguntó.

—Lista —sonreí.

Pasé la mañana entre la sesión de peluquería, un masaje facial, sesión de


manicura y pedicura, y, por último, el maquillaje. Para cuando acabaron
conmigo les aseguré que iba a buscar un salón de belleza en Los Ángeles
para darme unos mimos así al menos una vez al mes.

Cloe me acompañó a la boutique y allí me ayudó a escoger el mejor vestido,


uno que, tal como ella le pidió a la dependienta, se amoldara a mi cuerpo
como una segunda piel e hiciera resaltar a la perfección todo lo que había
que resaltar en mí.

Después de probarme como cien vestidos, o más, las tres estuvimos de


acuerdo en que ese último era perfecto para mí.

Completamos el conjunto con unas preciosas y finas sandalias de tacón, un


bolso de mano que combinaba a la perfección, y unos pendientes con
gargantilla y pulsera a juego.

Regresamos al hotel y me despedí de Cloe con un abrazo, agradeciéndole


todo lo que había hecho para ayudarme a prepararme para esa noche, y me
dijo que, si alguna vez volvía a Nueva York, no dudara en pasarme por allí
para que me mimaran un poco.

Subí a la suite cargada con las bolsas y cuando entré no vi a Colin, le llamé
mientras iba hacia la habitación, pero tampoco estaba allí.
Dejé las bolsas sobre la cama y regresé al salón con el móvil en la mano, a
punto de llamarle, hasta que vi una nota doblada en la mesa apoyada en el
florero en la que ponía mi nombre.

«He tenido que salir, no me esperes para comer. Pide lo que quieras, lo
cargarán en la cuenta. Descansa un poco si quieres, nos vemos a las ocho»
¿En serio se había ido y no regresaría hasta las ocho? Si teníamos que estar
a las ocho y media en la cena a la que había sido invitado, eso suponía que,
de donde fuera a donde había ido, vendría ya arreglado para irnos.

Suspiré, cogí el teléfono y pedí algo de comer, así como unos dulces para el
postre y un café, eso que cuando me lo sirvieran iba a disfrutar mientras
contemplaba las vistas de la ciudad a través del gran ventanal.
Capítulo 13

Debía reconocer que el maquillaje que habían usado en el salón de belleza


era de lo más resistente. A las ocho de la noche estaba impecable y como si
acabaran de maquillarme.

Tan solo tuve que retocarme un poco el pintalabios rojo, y eso acababa de
hacer cuando escuché que se abría la puerta de la suite.

—¿Alana?

La voz de Colin hizo que de nuevo mi cuerpo reaccionara, pero esa vez de
un modo diferente.

Nervios, eso sentía en aquel momento mientras respiraba hondo y soltaba el


aire antes de abrir la puerta de la habitación y salir.

Recordar ese último vistazo que me había dado en el espejo mientras me


hacía una foto para enviársela a Gina y Richi, quienes dijeron que estaba
deslumbrante y sexy, me hizo sonreír, sobre todo porque Richi aseguraba
que Colin no podría dejar de mirarme e imaginar cómo me desnudaba para
hacerme sudar bajo las sábanas. Muy imaginativo, mi querido mejor amigo.

El vestido era negro, entallado hasta la altura de las rodillas y a partir de ahí
la tela quedaba algo más suelta debido a la apertura en el lateral derecho,
esa que hacía que al caminar se me viera la pierna.

Tenía un tirante ancho nada más, en el hombro izquierdo, simulando una de


esas túnicas griegas de la antigüedad, y se cerraba con cremallera en el
costado derecho.

Las sandalias al igual que el bolso también eran de color negro, mientras
que el conjunto de pendientes, gargantilla y pulsera era plateado y con
algunos cristales que centelleaban al captar la luz.

Abrí la puerta y cuando Colin la escuchó, se giró y vi, por el modo en el que
me miraba con atención, casi embobado y recorriendo mi cuerpo de arriba
abajo, que la elección del vestido había sido todo un acierto.

—Cuando quieras podemos irnos —dije al ver que, tal como suponía, ya
llevaba puesto el esmoquin.

Caminé hacía él, que no dejaba de mirarme, y cuando pasé por su lado me
cogió de la muñeca.

Le miré por encima del hombro, esperando que dijera algo, pero
permaneció en silencio.
—¿Ocurre algo? —pregunté.

—No, vámonos. —Me soltó y le seguí hasta la puerta.

Las paredes del ascensor parecían estrecharse mientras mis nervios me


apretaban con fuerza en el estómago y él seguía callado.

Quizás me había equivocado y no le gustaba cómo iba vestida, ¿sería


demasiado llamativo para la cena a la que iba?

—Colin…

—¿Hum? —preguntó sacando su móvil del bolsillo para ver el mensaje que
acababa de llegarle.

—¿No voy bien vestida?

—¿A qué viene eso? —Frunció el ceño mientras me miraba.

—Bueno, no sé, no me has dicho nada y, no estoy segura de que este


atuendo sea adecuado para donde me llevas… —grité ante la sorpresa
cuando Colin me acorraló entre su cuerpo y la pared.

—Estás perfecta, Alana, elegante y sexy. Y si no he dicho nada es porque


estaba haciéndome con todo el autocontrol del que soy capaz para no
arrancarte el jodido vestido y follarte —dijo mirándome fijamente a los ojos
—. Pero lo voy a hacer —murmuró esta vez en mi oído—, lo voy a hacer
esta noche en cuanto regresemos a la suite, y vas a acabar tan agotada
cuando termine contigo, pequeña, que mañana no tendrás fuerzas para salir
de la cama.

Sonaba tan convencido de lo que estaba diciendo que no dudé ni un


segundo de que así sería.

El ascensor llegó a la planta baja y cuando se abrieron las puertas, Colin


entrelazó nuestras manos para salir e ir hacia la entrada del hotel donde ya
estaban esperándonos con el coche.

Subimos a la parte trasera e hicimos todo el camino en silencio, él mirando


el móvil cada vez que le sonaba con algún mensaje, y yo contemplando la
ciudad y el anochecer por la ventana.

—Señor, hemos llegado —dijo el chófer, quien no tardó en bajar para


abrirnos la puerta.

Colin salió primero y, tras tenderme la mano, sonreí y me agarré a él para


bajarme del coche procurando no enseñar nada que no debía.

Una vez estuve junto a él, se llevó mi mano hacia el brazo y así caminamos
hasta la entrada del hotel.

Un chico joven con uniforme y una carpeta preguntó nuestros nombres y él


se identificó, el chico revisó sus papeles y tras comprobar que estaba en la
lista, sonrió dándonos la bienvenida e indicándonos hacia dónde dirigirnos.
Caminamos hacia el gran salón que habían habilitado para la cena y nada
más entrar vi la gran cantidad de hombres y mujeres en uniforme, de
diferentes rangos del ejército, que se habían congregado allí, así como otros
muchos, que, como Colin, llevaban esmoquin, y mujeres que al igual que yo
lucían vestidos de lo más elegantes.

Colin cogió un par de copas de vino y me entregó una, sonreí en


agradecimiento y tras dar un sorbo, me llevó hasta donde se encontraba el
hombre al que homenajeaban con esa cena.

—Raymond. —Le llamó Colin al acercarnos a aquel hombre, casi tan alto
como él, de unos setenta años.

—Colin, muchacho. —Al verle, sonrió con afecto y le abrazó palmeándole


la espalda.

Tenía los ojos azules y su mirada era jovial a pesar de la edad, no dudaba
que aquel hombre habría aguantado aún unos años más en el ejército, pero
debía tener motivos de peso para retirarse.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal va la empresa?

—Yo bien, y la empresa mejor aún —contestó con seguridad y una sonrisa.

—Tu padre estaría orgulloso de ver a dónde has llevado su legado —le
aseguró con un leve apretón en el hombro—. Vaya, vaya, vaya. ¿Y quién es
esta bella y encantadora joven? ¿Tu novia, tu prometida tal vez?
—Soy Alana —dije sonriendo al tiempo que le tenía la mano—. Y no soy
más que una amiga de Colin que aceptó acompañarle esta noche.

—Bueno, este muchacho no tiene muchas amigas, que digamos. —Rio—.


Así que debes ser especial si te ha traído hasta aquí.

No dije nada, Colin tampoco confirmó ni desmintió, y Raymond sonrió al


tiempo que miraba a Colin.

—Me alegra que hayas venido tú y no James, siempre envías a ese pobre
hombre a estos eventos.

—Es su trabajo, y no he oído que se haya quejado nunca. Al contrario, le


gusta disfrutar de la cena y unas copas en eventos como este. —Rio—.
Lamentablemente sufrió un accidente hace unos días, tiene el brazo
enyesado y no quise hacerle viajar.

—Cuanto siento escuchar eso. ¿Fue algo grave?

Colin pasó a contarle lo del accidente de carretera en el que James se vio


involucrado, y yo me excusé para ir al cuarto de baño un instante.

Dejé la copa vacía en una de las bandejas de los muchos camareros que
pululaban por allí, y fui hacia la puerta en la que me había indicado que
estaba el pasillo que daba a los cuartos de baño que podíamos usar los
invitados al evento.
Había algunas mujeres allí retocándose el maquillaje mientras charlaban, y
escuché una protesta desde el interior de uno de los cubículos.

—¿Estás bien, Tif? —preguntó una de las que se retocaban el maquillaje.

—No, no lo estoy. Se me acaba de romper el maldito broche del vestido y


se me cae el tirante.

—Ay, Dios mío —dijo acercándose a la puerta—. Abre, a ver qué podemos
hacer.

—¿Qué quieres hacer con esto? —gritó abriendo la puerta y la pobre mujer
tenía medio pecho al descubierto.

—Bueno, estoy segura de que para Raymond sería todo un espectáculo a


modo de despedida del ejército. —Rio con una fuerte carcajada, y las otros
dos mujeres que se retocaban el maquillaje, disimularon las suyas mientras
salían.

—No te rías, desgraciada, que esto es serio.

—Lo sé, cariño, lo sé, pero… no se me ocurre una solución.

—Pues vaya amiga eres.

—Perdonar —dije, y ambas me miraron—. Tal vez yo pueda ayudaros —


sonreí.
Busqué en el bolso mi pequeño tesoro y lo cogí. Se trataba de un saquito de
terciopelo negro que era de la abuela Mary, donde siempre llevaba varios
imperdibles, así como una aguja y un poco de hilo para casos de urgencia.

Al sacar el imperdible, se lo entregué a la mujer que seguía con el tirante


caído y sonrió aliviada.

Lo puso uniendo ambas telas y suspiró.

—Acabas de salvarme la vida, muchas gracias.

—Dáselas a mi abuela, era quien decía que una mujer debe ir preparada
para cualquier emergencia.

—Muy sabia tu abuela, desde luego.

Entré en el cubículo contiguo y las escuché marcharse, cuando terminé, me


lavé las manos y retoqué el color rojo de mis labios antes de regresar al
salón.

Cuando lo hice vi a Colin hablando con una mujer alta, de cabello cobrizo
con un elegante vestido blanco que no dejaba de tocarle el brazo.

Pero él parecía enfadado, tenía el ceño fruncido y gesticulaba con la mano


mientras se apartaba del toque de ella.
—Ya lo hemos hablado —estaba diciéndole Colin a la mujer cuando me
acerqué a él—, y no vas a negarte, Rachel.

—¿Colin? —Le llamé y se giró.

Cuando vio que era yo, su ceño fruncido fue desapareciendo poco a poco.
Ella arqueó la ceja y me dedicó una mirada de arriba abajo sin tan siquiera
disimular un poco.

—¿Quién es ella? —le preguntó la tal Rachel a Colin.

—Mi acompañante —respondió mientras me rodeaba con el brazo por la


cintura.

—Así que tienes una amiguita nueva. ¿Sabe todo sobre…?

—Suficiente —la cortó.

Sin decirle nada más, giró llevándome con él y fuimos hacia la mesa en la
que nos sentaríamos para la cena. Retiró la silla para mí ante la sonrisa de
aquellos hombres y mujeres que estarían con nosotros, y cuando me senté
acarició mis hombros antes de inclinarse, le miré por encima del hombro.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—¿Yo? —Abrí los ojos por la sorpresa—. Eres tú el que parecía estar
discutiendo.
—Rachel tiene la capacidad de sacarme de mis casillas —suspiró cerrando
los ojos.

—¿Quién es Rachel, Colin?

—Nadie —volvió a mirarme—, ya no es nadie.

Sabía que me estaba ocultando algo, y no tenía la menor duda de que era
algo importante, de lo contrario aquella mujer no le habría alterado tanto.

Colin se sentó a mi lado y cuando todos los invitados estaban en sus


respectivas mesas, comenzaron a servir la cena.

Cada plato que traían tenía mejor pinta que el anterior, el vino con el que lo
acompañábamos estaba realmente delicioso y solo esperaba no acabar
tomando más de la cuenta.

Después de la cena sirvieron champán y Raymond subió al improvisado


escenario en el que habían colocado un atril desde donde se dirigió a todos
los presentes.

Agradeció a todos sus compañeros y subordinados del ejército estar esa


noche allí, así como les dio las gracias por haberle hecho pasar los mejores
años de su vida al servicio del país.
Recordó a muchos de sus compañeros que habían quedado en el camino,
esos muertos en el frente, o en misiones donde los insurgentes habían hecho
emboscadas a sus convoyes.

—Quiero hacer una mención especial a alguien que me dejó mucho antes de
lo que debería —dijo mirando a Colin—, pero que contó con la suerte de
tener alguien a quien dejarle su legado. Arthur era un buen amigo, alguien a
quien siempre consideré familia, al igual que a su esposa Rose y sus dos
hijos.
»Solíamos hablar de que, cuando me retirara del ejército, él ya estaría
jubilado y serían sus hijos quienes habrían tomado las riendas del negocio,
esto último lo hicieron, sí, mucho antes incluso de lo que ellos mismos
pensaban. Arthur decía que tendríamos una barca, unas cañas de pescar, y
nos iríamos todos los fines de semana al lago a dar de comer a los peces,
nunca se nos dio bien pescar. —Todos los asistentes rieron, excepto Colin,
no pude evitar darle un apretón en el brazo y me miró sorprendido.
»Si Arthur estuviera hoy aquí, diría algo así como… ya era hora, abuelo,
¿es que pensabas seguir llevando uniforme hasta los noventa? —Volvieron
a resonar las risas y en ese momento vi que Colin esbozaba una, casi
imperceptible—. Aunque no pueda verle, sé que está aquí, no solo porque
su hijo tiene una gran parte de él, sino porque prometimos brindar con el
mejor champán cuando llegara este día. Así que, damas y caballeros, por
favor, levantemos nuestras copas y brindemos con Arthur por mi jubilación.

Todos lo hicimos, Raymond miró hacia el techo y dijo «va por ti, viejo
amigo», antes de dar un sorbo.
Bajó del escenario mientras todos le aplaudían, pero yo no perdí de vista a
Colin en ningún momento.

Le notaba tenso, incluso me parecía que tenía los ojos algo húmedos, pero
estaba claro que ese hombre no iba a romper a llorar allí delante de tanta
gente.

Empezaron a retirar las mesas y las sillas, comenzó a sonar música y


muchos de los camareros se mezclaron con nosotros para servirnos más
champán.

—Necesito una copa —dijo Colin cogiéndome de la mano y me llevó hasta


una de las barras que habían instalado allí.

Pidió un whisky para él y un gin-tonic para mí, y tras el primer sorbo volvió
a rodearme por la cintura pegando mi espalda a su pecho.

—¿Estás bien, Colin? —le pregunté, acariciándole la mano que tenía sobre
mi vientre.

—Sí, solo he recordado a mi padre tal como lo ha hecho Raymond.

—Parece que estaban muy unidos.

—Así es. Estuvieron juntos en el ejército, hasta que mi padre decidió


dejarlo y seguir con la empresa que mi abuelo ya no podía llevar dado que
se estaba muriendo de cáncer.
—Lo siento.

—Raymond estuvo ahí para mí cuando los perdí, no dejó que me diera por
vencido nunca, y se aseguró de que el ejército comprara todo el
equipamiento que nosotros teníamos para darles. El contrato es de por vida
gracias a él, y aunque yo no siga dirigiendo la empresa, cuando lo hagan
mis hijos, siempre se mantendrán a flote y con ellos como su mejor cliente.

—No solo tus hijos —sonreí mirándole por encima del hombro—, tus
nietos, tus bisnietos, todas las futuras generaciones de mini Colin que
nazcan.

Él sonrió y comenzó a mecernos cuando escuchó una nueva canción. Allí


mismo bailamos mientras me besaba el cuello de vez en cuando, mientras
sus manos me tocaban e incitaban a que mi mente pensara en lo que podría
ocurrir después.

Con cada nueva mirada me ponía más nerviosa y al mismo tiempo me


excitaba.

—Hora de irse, pequeña —susurró en mi oído, nos miramos y me mordí el


labio mientras quería besarle a él.

Pero no lo hice, tan solo asentí. Fuimos a despedirnos de Raymond, Colin le


deseó lo mejor y que disfrutara de sus hijos y sus nietos, y regresamos a
nuestro hotel.
Capítulo 14

Nada más cruzar la habitación de la suite Colin me cogió por la cintura


haciéndome girar hasta que mis pechos chocaron con la dureza de su torso.

Esperaba uno de esos besos apasionados y ardientes de Hollywood, pero él


no besaba en los labios.

En cambio, los sentí en el cuello, suaves y sensuales, dejando breves besos


en esa zona de piel expuesta mientras me mantenía la cabeza ligeramente
inclinada.

La punta de su lengua comenzó a deslizarse lentamente hacia arriba hasta


llegar al lóbulo de mi oreja, ese que no dudó en mordisquear.

Volvió a girarme hasta que mi espalda quedó pegada a su cuerpo y me llevó


hasta la habitación mientas me besaba y mordía el cuello, haciendo que
cada uno de esos toques lanzara un irrefrenable deseo a mi centro.

Notaba la humedad entre mis piernas y sentía que, poco a poco, Colin me
enloquecía más y más.
Cuando llegamos a la habitación, esa que tan solo estaba iluminada por la
luz de la luna que entraba por la ventana, me deshizo el recogido que Gary
había hecho hacía casi una eternidad soltando las horquillas que llevaba. En
cuanto mi melena cayó en cascada por mi espalda, Colin la cogió con una
mano, tiró de ella y me atrajo hacia él para volver a lamerme el cuello y
mordisquearlo.

Gemí al sentirlo y cerré los ojos pensando en el placer que ese hombre, que
me deseaba tanto como yo a él, estaba a punto de hacerme sentir.

Desabrochó la cremallera que el vestido tenía en el costado derecho


mientras repartía besos en el cuello y el hombro desnudo, y cuando la tuvo
completamente abierta, deslizó la mano por dentro de la tela, haciendo que
ante el contacto de la yema de sus dedos, mi piel se fuera erizando.

Cubrió uno de mis pechos con ella, lo masajeó despacio y comenzó a


pellizcarme el pezón arrancándome un grito.

—Así, pequeña —susurró en mi oído—, así quiero escucharte gritar toda la


noche.

Me estremecí y llevé la mano a su cabello, entrelacé los dedos y cuando su


mano abandonó el interior de mi vestido para bajar por mi vientre hasta esa
apertura lateral de la falda que no dudó en abrir un poco más hasta posar la
mano sobre el muslo, tiré de algunos mechones al sentir esos dedos
subiendo hacia el valle de mi entrepierna.
—Alana —dijo mi nombre casi como un rugido—. ¿Has estado toda la
noche sin ropa interior?

—Sí —jadeé.

—Joder, si me lo hubieras dicho, hace horas que estaríamos follando.

Grité al notar su dedo penetrándome, y cuando comenzó a mover la mano


llevando el dedo dentro y fuera de mi vagina, me uní al juego moviendo las
caderas de adelante a atrás, gimiendo y tirando de su cabello cuando me
penetraba con más fuerza.

—Colin —murmuré excitada y con el orgasmo a punto de liberarse.

—¿Sí?

—Me voy a correr.

—Esa es la idea. —Rio con los labios sobre mi cuello.

Volvió a ir más rápido y me corrí en apenas unos segundos, gritando y


sintiendo las piernas más débiles que nunca.

Me quitó el vestido y quedó abandonado en el suelo. Giré para mirarle y


comencé a desnudarle yo a él. La chaqueta, la corbata y la camisa, todo
fuera y lanzado a alguna parte de la habitación.
Colin me miraba con los ojos cargados de deseo, el marrón prácticamente
había desaparecido ya que sus pupilas estaban muy dilatadas.

Desabroché sus pantalones, se los bajé junto con el bóxer y me arrodillé


ante él, quedando mi rostro tan cerca de su erección que pude ver aquellas
gotas de su esencia en la punta.

La rodeé con mi mano sin apartar los ojos de los suyos, vi su nuez bajando
con dificultad cuando tragó con fuerza y, cuando mi lengua se deslizó desde
la base a la punta, Colin jadeó dejando caer la cabeza hacia atrás.

Lo acogí en mi boca tanto como pude y comencé a lamerle sin apartar la


vista de él, quería ser testigo de todos y cada uno de los gestos que hiciera
mientras le daba placer.

—Joder, Alana —gimió y volvió a agarrarme del pelo, guiándome como a


él le gustaba.

Mi boca cada vez le acogía más y más rápido, Colin jadeaba y yo sentía que
me excitaba al verle disfrutando.

Cuando no pudo aguantar más me apartó, me cogió por la cintura y me


sentó en el borde de la cama con las piernas separadas.

—Mi turno, pequeña —dijo con una sonrisa de medio lado mientras se
acercaba a mi sexo.
—Oh, Dios —gemí al tiempo que todo mi cuerpo se estremecía mientras la
lengua de Colin daba una lamida lenta y perversa en toda mi zona, esa
donde la humedad cada vez era más y más abundante.

Colin lamía y mordía mi clítoris mientras yo me agarraba con todas las


fuerzas de las que disponía a las sábanas, con los ojos cerrados y gritando
con cada nuevo mordisquito.

Sin dejar de devorar mi centro, empezó a penetrarme con dos dedos y eso
fue lo que me llevó al borde de la perdición.

Me corrí con tanta fuerza que cuando él se apartó pude ver mi esencia
brillando en su boca.

Se incorporó, y sin un ápice de duda, me arrastró hacia arriba mientras se


arrodillaba entre mis piernas. Se inclinó para besarme el cuello y sentí la
punta de su miembro duro y erecto rozando la entrada de mi vagina.

—Colin —le supliqué tras unos segundos tortuosos en los que tan solo me
rozaba con su miembro.

No respondió, tan solo me agarró por la cintura con una mano y, sin avisar,
me penetró con fuerza llegando a lo más hondo de mi ser.

Grité al sentirlo y me apoyé con ambas manos en sus hombros mientras me


penetraba una y otra vez, entrando y saliendo rápido y con fuerza,
llenándome de él, follándome con determinación tal como había dicho que
haría, tal como yo misma había deseado que lo hiciera.
No paró, no se detuvo ni un solo instante, me besaba y mordía el cuello y el
hombro, lamía y mordisqueaba mis pezones, los pellizcaba y me follaba sin
parar.

Sentí el orgasmo en mi vientre, ese que quería ser liberado una vez más, me
aferré a sus hombros y cuando el propio Colin notó, al igual que yo, que las
paredes de mi vagina se contraían alrededor de su miembro, comenzó a
moverse más y más rápido, penetrándome con más fuerza, hasta que ambos
llegamos a ese clímax que deseábamos liberar.

Jadeantes y sudorosos nos quedamos tendidos en la cama hasta recuperar el


aliento.

Jugué con mis dedos entre el cabello de Colin y suspiré.

—No creas que he terminado contigo, pequeña —dijo mirándome fijamente


a los ojos—. Aún tenemos mucha noche por delante. —Hizo un guiño y se
inclinó.

Pensé que iba a besarme, que yo había conseguido que bajara esas barreras,
pero…

Sus labios se posaron en la punta de mi nariz antes de que Colin se retirara


y fuera a la zona del cuarto de baño a por una toalla húmeda con la que
limpiarme.
¿Conseguiría alguna vez un beso suyo? ¿O de verdad sería algo imposible
de lograr? Si había algo que decía la abuela Mary de mí, era que a cabezota
no me ganaba nadie y que nunca, bajo ningún concepto, me daba por
vencida hasta conseguir lo que quería.
Capítulo 15

Me había parecido escuchar un teléfono sonando, pero era un sonido tan


leve y lejano que debía haberlo imaginado y seguí durmiendo.

Sentía mi cuerpo laxo y agotado, nunca antes me había sentido así después
de un poco de sexo.

Bueno, un poco… no era del todo cierto.

La noche anterior seguía reproduciéndose en mi mente aún dormida, como


si fuera un sueño, solo que lo que viví en manos de Colin fue real.

No hubo besos en los labios, ni un solo leve roce suave y delicado, ni tan
siquiera un mordisco juguetón en ellos mientras me penetraba o acariciaba
cada centímetro de mi cuerpo. No, tal como dijo, no me besó de ese modo
en ningún momento.

En el cuello, en el hombro, en el vientre, en el interior de mis muslos,


incluso entre mis piernas, pero en los labios no dejó ni un solo beso.
Hizo conmigo lo que quiso en todo momento, llevándome al límite de mi
autocontrol, consiguiendo que me olvidara de todo cuanto nos rodeaba en
ese momento.

Las horas pasaron entre caricias y juegos, entre miradas y sonrisas


lujuriosas y cómplices, hasta que ambos liberamos todo aquello que
nuestros cuerpos querían.

La química entre Colin y yo era innegable, de eso no tenía la menor duda,


las chispas parecían saltar entre nosotros constantemente mientras
estábamos juntos en una misma habitación y, cuando anoche finalmente
sucumbí a sus deseos y los míos propios, dejándome llevar por esa
vertiginosa noche de sexo y pasión entre las sábanas, y fuera de ellas
también, por dónde comenzamos con nuestro tórrido y clandestino
encuentro, entendí que en manos de ese hombre no sería más que una
masilla gelatinosa y sudorosa que gritaría pidiendo más en cada ocasión que
pudiéramos compartir un momento de intimidad como ese.

Abrí los ojos y los rayos de sol que entraban por la ventana fueron más que
suficientes para hacerme saber que era hora de levantarse.

Me incorporé estirando los brazos y sentí el cuerpo dolorido, sonriendo al


recordar una vez más el motivo de tan placentero dolor.

Aún estaba desnuda y pude ver que tenía la huella de la mano de Colin
marcada en la cadera izquierda, me estremecí al recordar aquel momento
cuando él comenzó a hacer más fuerza en su agarre mientras estábamos
sentados en la cama, yo sobre él a horcajadas gimiendo y gritando mientras
su gruesa erección me llenaba, y hasta me dio un leve mordisco en el
hombro cuando comencé a moverme más deprisa buscando mi liberación y
la suya.

Eché un vistazo al móvil y vi que eran casi las dos del mediodía de aquel
domingo, por lo que abrí los ojos al ser consciente de que nunca antes había
dormido hasta tan tarde.

Claro que tampoco me había quedado despierta hasta altas horas de la


madrugada por tener sexo.

Estaba segura de que Richi me diría cuán orgulloso estaba de mí.

Sonreí ante ese pensamiento, me levanté y cogí la camisa que Colin había
llevado la noche anterior para ponérmela dado que fue lo primero que
encontré de toda nuestra ropa desperdigada por el suelo, me recogí el
cabello en un moño alto y abrí la puerta de la habitación para salir tras
arremangarme las mangas de la camisa hasta el codo.

—Ya hemos hablado de esto —escuché decir a Colin, y fruncí el ceño.

Estaba ante el ventanal de la suite únicamente con el bóxer, pasándose la


mano derecha por el cabello ya de por sí despeinado mientras hablaba con
alguien por teléfono.

—No, escúchame tú. No voy a aceptar esto más, ¿me oyes? No tienes
opción, Rachel, vas a aceptar.
Me quedé junto a la puerta, entornada eso sí por si se giraba, que no me
viera allí cotilleando como una vecina chismosa, y seguí escuchando la
conversación que mantenía con aquella mujer.

No es que fuera a aclararme muchas cosas, pero le estaba pidiendo algo


que, me daba la sensación, ella no quería hacer.

Cuando terminó la llamada dejó el móvil sobre la mesa en la que habíamos


desayunado el día anterior y yo comí sola, y miró hacia la puerta en la que
yo me encontraba.

—Puedes salir —dijo, y maldije para mis adentros porque no era posible
que me hubiera visto.

Abrí la puerta y cuando puse un pie fuera, miré hacia Colin y sus ojos se
clavaron en mí. Me miraba de arriba abajo y noté que se me enrojecían las
mejillas ante aquella mirada ardiente y oscura, haciendo que tragara saliva
en ese momento en el que incluso mi cuerpo se estremeció mientras un
escalofrío lo recorría de pies a cabeza.

—Te queda bien mi camisa —dijo cuando me tenía a solo un par de pasos.

—Fue lo primero que encontré en el suelo —contesté mordiéndome el


labio.

—Tendré que regalarte un par de ellas para que las uses cuando estemos
juntos. —Me rodeó con el brazo por la cintura y tras pegarme a su fuerte
cuerpo, se inclinó para besarme el cuello—. ¿Tienes hambre?
—La verdad es que sí, no he desayunado —sonreí mirándole—. ¿Por qué
me has dejado dormir hasta tan tarde?

—Digamos que me solidaricé con tu cuerpo. Anoche acabaste agotada, y


quería que recuperaras fuerzas para después.

—¿Después? —Fruncí el ceño.

—Así es, después.

—Pero hoy volvemos a Los Ángeles.

—Sí, pero antes de regresar tenemos tiempo. —Hizo un guiño y volvió a


besarme el cuello.

Llamó al servicio de habitaciones para pedir algo de comer y mientras


esperábamos estuvo revisando unos correos en su Tablet, por lo que yo eché
un vistazo a los mensajes del móvil.

Gina preguntaba si la cena había ido bien, y Richi si el moreno me había


dado un par de buenos orgasmos.

Reí ante el descaro de mi mejor amigo y Colin me miró por el rabillo del
ojo, pero no preguntó nada.
Cuando llamaron a la puerta él abrió sin importarle lo más mínimo estar
usando solo un bóxer, y regresó con el carrito lleno de comida.

Olía delicioso y mi estómago se hizo notar en cuanto vi lo que había


pedido.

Sirvió los platos en la mesa, me llenó la copa de vino y se sentó a mi lado


como el día anterior durante el desayuno para comer.

No perdía la ocasión de rozar mi muslo con su rondilla, de mirarme con


esas ganas que había visto la noche anterior, y mentiría si dijera que no
deseaba volver a estar entre sus brazos.

Para cuando estábamos tomándonos el café no pude evitar hacerle la misma


pregunta que la noche anterior, y lo hice sin pensar en si respondería o no.

—¿Quién es Rachel, Colin?

—Mi exmujer —respondió sin mirarme, y aquello sí que no lo esperaba—.


Estuve casado con Rachel hasta hace diez años, cuando confesó haber
estado engañándome.

—Es por ella por quien ya no besas —dije tras unos minutos de silencio, y
no se lo estaba preguntando, sino constatando un hecho que me parecía más
que evidente a juzgar por su mirada.

Era una mezcla de dolor y rabia que me hacía sospechar que ella le debió
hacer suficiente daño como para no querer intimar de ese modo con ninguna
otra mujer.

Colin asintió y, tras dejar el café en la mesa, me miró fijamente antes de


hablar.

—Besar a alguien es tener un gesto muy íntimo con esa persona, que
muestra que hay algo más que solo sexo, Alana, y por eso nunca beso.

—Pero el sexo también es íntimo, Colin —contesté—. Y ese es un acto en


el que también se puede mostrar algo más que solo eso. En general, no solo
con un beso puede demostrarse que hay algo más que sexo entre dos
personas, basta con una mirada, una caricia, un abrazo…

—No conmigo, te lo aseguro.

—¿Qué pasó entre vosotros? —quise saberlo no por curiosidad, sino para
entender los motivos que pudieron llevarle a levantar barreras alrededor de
sí mismo.

—No es relevante para nosotros —dijo cogiéndome la mano para llevarme


hasta él, haciendo que me sentara a horcajadas sobre sus muslos.

Comenzó a subir ambas manos por mi espalda y cuando bajó de nuevo en


esa lenta caricia, arqueó la ceja al notar que no llevaba nada bajo la camisa.

—¿Sin ropa interior? —preguntó.


—Ya te he dicho que tu camisa fue lo primero que encontré en el suelo. —
Me encogí de hombros.

—Pues me has puesto en bandeja que disfrute del mejor postre del mundo.

—¿Y ese cuál es?

—Tú —susurró en mi oído con esa voz seductora antes de darme un suave
mordisco en el cuello.

Llevó una mano a mi entrepierna y comenzó a deslizar el dedo por entre los
labios vaginales y ambos sentimos la humedad que ya comenzaba a
formarse allí.

Cerré los ojos mientras me agarraba a sus anchos y desnudos hombros con
fuerza y apenas unos segundos después comencé a gemir.

Colin seguía jugando con la lengua y los labios en la delicada y sensible


zona de mi cuello mientras me llevaba a ese placer inconfundible que sus
descarados dedos no tardaban en conseguir.

Y cuando estaba a punto de alcanzarlo, de correrme sobre la mano que


cubría por completo mi sexo, se detuvo levantándome por la cintura y
sentándome en la mesa.

Sonrió de medio lado, comenzó a desabrochar los botones de su camisa


hasta dejar mis pechos expuestos ante él y se llevó uno a la boca, lamiendo
y mordiendo el pezón mientras pellizcaba el otro, ese que no dudó en lamer
y morder instantes después.

Me apoyé con las manos en la mesa dejando caer la cabeza hacia atrás, y
cuando pasó la lengua por todo mi centro en una lenta y lujuriosa lamida,
gemí al tiempo que todo mi cuerpo se estremecía.

Colin me devoró sin compasión, manteniendo un fuerte agarre en mis


muslos evitando así que cerrara las piernas. Me llevó al límite y me hizo
correr con tal intensidad, que apenas noté que se apartaba para penetrarme
de una embestida fuerte y profunda.

Me cargó en brazos unidos por nuestros sexos y me llevó hasta el ventanal,


donde me apoyó y siguió penetrándome una y otra, y otra vez, mientras mis
manos se mantenían aferradas a su fuerte espalda.

No hubo besos, tampoco los esperé ni traté de dárselos, tan solo en el cuello
o los hombros, mientras pensaba que aquel hombre podría convertirse en
una peligrosa adicción para mí.

Apenas unas horas nos separaban de la vuelta a la realidad, de la


incertidumbre de si volvería a verle o este solo había sido un fin de semana
más para él, porque todo me hacía sospechar que Colin era como Richi
desde que se divorció.

Mujeres por doquier para llevar a una cada fin de semana a su cama, o a la
cama de una suite de lujo como esta.
Comenzó a moverse más y más rápido, hasta que sentí el momento exacto
en el que el clímax se acercaba para hacerme saltar por los aires en una
explosión de ardiente deseo mientras un escalofrío me recorría de pies a
cabeza.

Me penetraba con fuerza, con brusquedad, apoyado con la frente en mi


hombro mientras sus leves jadeos se mezclaban con mis sonoros gritos, y
cuando no pude más, cuando el éxtasis amenazaba con ser liberado, sentí
que Colin también se acercaba a su propia liberación.

Dejé caer la cabeza hacia atrás mientras clavaba con todas mis fuerzas las
yemas de los dedos en su espalda, y en el momento en el que Colin me
mordió ligeramente el cuello, grité liberando el orgasmo al mismo tiempo
que él.

Sus caderas seguían golpeando con fuerza hacia las mías, el sonido de
nuestras pelvis impactando una y otra vez, penetrándome con fuerza y
decisión, hasta que todo acabó y se detuvo, manteniéndome aún entre sus
brazos, con su duro y erecto miembro en mi interior, la frente apoyada en
mi hombro y el calor de su entrecortada respiración contra mi piel.

Si había algo que tenía que reconocer, era que el sexo con él, era alucinante.
Capítulo 16

Tras un vuelo en el que Colin no dudó en llevarme al cuarto de baño para


hacer que volviera a tener un par de orgasmos en las alturas, recogimos su
coche y me llevó a casa.

El silencio invadía el espacio en el que nos encontrábamos, por lo que me


limité a contemplar la noche de Los Ángeles mientras él conducía
concentrado en la carretera.

Noté su mano entrelazándose con la mía, miré ambas unidas sobre mi


regazo y sentí algo que no sabía identificar.

Le di una mirada rápida a Colin y seguía con la vista puesta en la carretera,


concentrado, pero con el ceño ligeramente fruncido.

¿En qué estaría pensando? ¿Qué se le pasaba por la cabeza en ese


momento?

¿Sería su exmujer? Porque, a pesar de haberle visto enfadado con ella, era
más que probable que aún siguiera sintiendo algo.
Si no, ¿por qué no habría querido besar a otra mujer, por mucho que dijera
que era algo demasiado íntimo para hacer con una persona cualquiera
durante el sexo?

Comenzó a dibujar pequeños círculos en el interior de mi muñeca y eso


hacía que mi cuerpo se relajara un poco, pero no así mi mente que no dejaba
de darle vueltas al asunto de Rachel.

Esa mujer me había mirado como si fuera una amenaza para ella, y el modo
en el que le preguntó a Colin si era una de sus amiguitas, ¿qué le importaba
a ella? Estaban divorciados, la vida privada de Colin a ella no le concernía
en lo más mínimo.

—Hemos llegado —dijo tras parar frente a la puerta de mi edificio.

—Sí —sonreí mirándole—. Gracias por traerme.

—Alana. —Tiró de mi mano hasta que me tuvo cerca, evitando que pudiera
abrir mi puerta, pero no dijo nada, tan solo se quedó allí observándome con
esos ojos que parecían querer volver a desnudarme.

—Tengo que irme —dije ante su silencio, y él tan solo asintió.

Bajé del coche, saqué mi equipaje del maletero y le vi allí parado con las
manos en los bolsillos.
Emprendí el camino hasta la puerta con pasos cortos, como si mi cuerpo no
quisiera apartarse de él. Me prometí no mirar atrás, si lo hacía, podría darle
a entender a Colin algo que no era, como que me importaba, por ejemplo.

—Alana. —Me llamó y sentí un escalofrío recorriendo mi espalda.

—¿Sí? —pregunté mirándole por encima del hombro.

—Te llamaré.

—Vale —sonreí apenas, y sin dedicarle más atención de la necesaria,


continué caminando hasta abrir la puerta y entrar en el ascensor que me
llevaría a mi casa.

Cuando entré me llegaron las risas de mi hermana y se me dibujó una


sonrisa, no tardé en escuchar la voz de Richi y sabía que estaban ahí
esperando mi llegada para una sesión de chismes al estilo Richi.

—Hola. —Saludé entrando en el salón.

—¡Ey, pibón! —dijo él poniéndose en pie de un salto— ¿Qué tal el viaje?


—Me dio un beso en la mejilla y un abrazo.

—Bien, bien. Nada de pasajeros molestos, fuimos en su jet.

—Vaya, qué nivel. —Rio.


—¿Y la cena de ayer? —Se interesó Gina.

—Una agradable velada. El homenajeado recordó al padre de Colin,


muchos de los presentes se emocionaron con sus palabras. —Me quité las
zapatillas y me senté en el sofá estirando las piernas en uno de los pufs que
teníamos para acomodar los pies.

—Estabas preciosa con ese vestido —dijo con una sonrisa de lo más
sincera.

—Sí, seguro que el amiguito de cierto moreno se alegró de verte con él


puesto. —Richi elevó ambas cejas y yo volteé los ojos.

—Se alegró más cuando me lo quitó al regresar al hotel.

—¿Te has acostado con él? —preguntaron ambos al unísono, con diferentes
grados de sorpresa.

—Ajá, y que conste que mi intención no era esa, pero se ve que él sí


pensaba que acabaría ocurriendo. Básicamente entendí que no saldría de
aquella suite sin experimentar un par de orgasmos.

—Te lo dije, la niña venía con un buen polvo en el cuerpo. —Richi señaló a
mi hermana—. Me debes cincuenta dólares.

—¿Hicisteis una apuesta sobre si me acostaría o no con Colin? —Fruncí el


ceño.
—Él insistió. —Gina señaló a Richi—. Si habías tenido una noche tórrida
de sexo con él, tenía que darle cincuenta dólares. Yo le dije que no tendrías
una de esas.

—Bueno, la tuve, pero ayer también tuve una siesta tórrida, y hace apenas
unas horas, un vuelo tórrido —sonreí con malicia.

—¿En serio? —gritó Richi.

—Sí. Por lo tanto, ambos tenéis razón y Gina no tiene que pagarte nada.

—No, no, claro que tiene que hacerlo.

—No, Richi. Tú dijiste una noche, y han sido dos noches y una tarde. —Me
encogí de hombros.

—Eso es trampa, y lo sabes. —Me señaló arqueando la ceja.

—Discúlpame por mirar por la economía de mi familia. —Me encogí de


hombros.

—Así que has tenido un fin de semana interesante —dijo Gina—. ¿Vas a
volver a verle?

—No lo sé, antes de irse me dijo que me llamaría.


—Entonces lo hará, si es un hombre de palabra como su amigo James, lo
hará.

—Y hablando del rubio, ¿qué tal te fue el viernes con él? —Le di un leve
codazo en el costado.

—Ella no ha tenido una experiencia orgásmica como la tuya —comentó


Richi volteando los ojos.

—No, no la tuve, pero tuvimos una buena cena. Me llamó ayer y…


comimos juntos.

—Y merendaron, y hasta cenaron, que cuando vine a buscarla a ver si


quería acompañarme a tomar una copa, no estaba en casa. Y eran las diez de
la noche.

—¿Pasaste todo el día con él? —le pregunté con una sonrisa.

—Sí, hablamos sobre Thomas, quería que le contara todo por si alguna vez
volvíamos a encontrárnoslo, saber qué esperar de él.

—Solo quiero saber una cosa, hermanita —dije cogiéndole la mano por
encima del sofá—. ¿Estás a gusto con él? Digo, me refiero a si es un
hombre con el que veas que puedes hablar de todo.

—Es un buen hombre, Alana —sonrió y vi un brillo en sus ojos que no


esperaba ver, siendo sincera, pero tampoco se lo dije—. Me hace reír, me
escucha y le importa lo que Thomas pueda llegar a hacer.
—Sabes lo que decía la abuela de un hombre que hace reír a una mujer,
¿verdad? —Elevé ambas cejas en un movimiento rápido.

—Que si te hacía reír incluso cuando solo tenías ganas de llorar, ese era el
hombre de tu vida.

—Al final verás que sí te acabas casando con él. —Reí.

—No corras tanto, chica, que tu hermana por no hacer, no se ha dado ni un


beso —dijo Richi, y en ese momento se me borró la sonrisa al recordar a
Colin.

Él no besaba nunca, por lo que sí, yo podría haber tenido tres encuentros
tórridos con él, pero tampoco nos habíamos besado.

—¿Y esa cara de haber visto un fantasma? —preguntó Gina.

Suspiré y les conté que Colin estaba divorciado y que su ex estuvo en la


cena, y que, a pesar de haber tenido un sexo increíblemente alucinante con
él, yo tampoco me había besado ese fin de semana.

Se sorprendieron, pero al igual que yo entendieron que debió ser mucho el


daño que su ex le causó para no querer compartir un simple beso con
cualquier otra mujer.
—Bueno, mucho hablar de nosotras —dije mirando a Richi—, y tú no has
dicho nada de tu fin de semana.

—Ya sabes, unas copas, una chica, algo de sexo. —Se encogió de hombros.

—Y no ha sido aquí —añadió Gina—, o es que esta chica es más discreta


que las anteriores.

—Estuvimos en su casa, eso es todo.

—Vaya, vaya, ¿un corderito ha dejado entrar al lobo en su casa? —Elevé


ambas cejas.

—No soy un lobo, y ella es un corderito tímido con una mujer sexy y
lujuriosa escondida que yo he liberado y seguiré liberando. —Hizo un
guiño.

—Espera un momento. —Gina levantó la mano—. ¿Vas a volver a verla?

—Sí. —Nosotras nos miramos con los ojos muy abiertos, incrédulas ante
aquella afirmación—. ¿Qué pasa?

—Richi, tú nunca vuelves a ver a una misma chica. Es decir…

—Sé lo que quieres decir, Alana —me cortó—, y créeme que esto me
sorprendió a mí tanto como a vosotras.
—Sí que debes haber visto algo en esta que las demás no lo tenían —sonrió
Gina, y nuestro amigo lo hizo también, pero apartando la mirada.

Nos ocultaba algo, el qué, no podría decirlo, pero estaba segura de que
había algo que Richi no nos había contado.

Después de un poco más de charla él se fue a su casa y nosotras a la cama.


Al día siguiente empezábamos una nueva semana de trabajo y quería
descansar, recuperarme del cansancio de tanto ejercicio físico con unas
horas de sueño reparador.

Solo que al cerrar los ojos, volvieron a mi mente todas las imágenes vividas
el fin de semana en los brazos de Colin.
Capítulo 17

Tres días, habían pasado tres días desde que Colin me dejó en casa tras
aquel viaje de fin de semana a Nueva York, y aún no sabía nada de él.

Dijo que me llamaría y no había sido así, y no es que yo estuviera pendiente


del móvil ni nada de eso, pero tal vez un mensaje para preguntar cómo
estaba, habría estado bien.

En esos días me había centrado en la pequeña Zoe, esa niña que al verme
entrar en su habitación con el desayuno me recibía con una amplia sonrisa.
Incluso me había hecho un dibujo el día anterior en el que estábamos las
dos coloreando mientras su padre veía la televisión.

A su padre aún no le daban el alta y ella no tenía con quién quedarse por lo
que se había convertido en una paciente más de la clínica, y era como una
muñequita para todo el equipo de enfermería, así como el de médicos.

Andrew, uno de los enfermeros más jóvenes y el más divertido y descarado


de todos, la llevaba con él a hacer la ronda de entrega de medicinas, algo
que habían descubierto que a los pacientes de más edad les gustaba, dado
que muchos de ellos eran tan ancianos que no tenían familia y ver a Zoe era
hacer que sus días se pintaran de colores.

Mi hermana seguía hablando con James, ese hombre estaba de baja en casa
y decía que se aburría, que ya quería volver a la oficina, y me tocó hablar
con él la noche anterior para decirle que, si se le ocurría pedir el alta
voluntaria, le diría a mi hermana que no volviera a cogerle el teléfono.

Se notaba que a James le gustaba Gina, más de lo que ni ella pudiera


imaginarse, ya que me dijo que no volvería a sacar el tema del alta. Que
trabajaría desde casa.

Otro que parecía de lo más distraído era Richi, cada vez que le veía durante
algún descanso estaba con el móvil en la mano, enviando o recibiendo
mensajes, y en alguna que otra ocasión incluso le había visto fruncir el ceño
y resoplar como si la respuesta no fuera la esperada.

En ese momento estaba sentado en la silla con la cabeza hacia atrás y


apoyada en la pared, con los ojos cerrados y murmurando algo.

—¿Se puede saber qué te pasa? —pregunté sentándome a su lado.

—Nada —dijo sin mirarme.

—Vamos, Richi, que nos conocemos. ¿Con quién hablas tanto por mensaje?
¿Es la chica del fin de semana?

—Sí, es ella. —Giró la cabeza para mirarme y se quedó callado de nuevo.


—¿Vas a decirme qué pasa o tengo que adivinarlo?

—Es solo que… no deja de ponerme excusas para no vernos el próximo fin
de semana.

—No me digas que una chica se te está resistiendo. —Abrí los ojos ante la
sorpresa.

—Eso parece.

—¿En serio? Tengo que llamar a Gina. —Saqué el móvil del bolsillo de mi
chaqueta y marqué el número de mi hermana.

—Oye, no la llames. —Se incorporó, pero me levanté de la silla y puse el


manos libres en cuanto me aparté un poco, por suerte estábamos los dos
solos en la sala de descanso del personal.

—¿Alana? ¿Ocurre algo? —preguntó mi hermana.

—No te lo vas a creer.

—¿Qué pasa?

—A Richi se le está resistiendo una chica —dije.

—¿Qué me dices?
—A ver, a ver —Richi se puso en pie y se acercó a mí—, que solo me está
dando unas excusas muy pobres para no vernos, no es como si le hubiera
pedido matrimonio o algo así.

—Pues si llego a ver ese momento en el que le pidas matrimonio, ojalá


también te haga esperar para casaros. —Rio Gina—. Richi, esto es como un
récord mundial, estoy segura. ¿O acaso recuerdas alguna otra que se
resistiera a tus encantos y no acabara sucumbiendo a unas noches tórridas
en tu cama?

—Hermanita, esta es la primera vez. Creo que deberíamos conocer a esa


chica, seguro que nos caería bien.

—Vosotras lo que pasa es que disfrutáis viendo cómo una mujer me evita,
que sois muy malas las dos —dijo Richi señalándome.

—Pero no me señales a mí sola si te estás refiriendo a las dos, que Gina


también está aquí —protesté.

—¿Cómo que estoy allí, Alana? Qué soy ahora, ¿omnipresente o algo eso?
¿Una especie de fantasma?

—Tú me entiendes, que estás aquí también en la conversación.

—Sí, sí, a través de la línea telefónica, que parece que estáis los dos en
contacto con el más allá.
—Vaya dos brujas estáis hechas. —Richi entrecerró los ojos—. ¿Podéis
decirme qué hago para convencerla de que salga el fin de semana conmigo?

—¿Tú estás escuchando eso, Gina? El señor «lo tengo todo bajo control»
nos está pidiendo ayuda a nosotras. ¿Qué te parece?

—Que debe estar más enfermo de lo que pensaba, tómale la temperatura, y


la tensión por si acaso.

—Estoy perfecto de salud, y de la tensión también, gracias por tu


preocupación, Gina. ¿Podemos volver a lo importante, por favor? —
protestó Richi con la ceja arqueada.

—Bueno, si a mí quisiera convencerme un hombre para pasar el fin de


semana con alguien…

—Te recuerdo que estuviste el fin de semana pasado en Nueva York con un
hombre y tuviste sexo, hermanita —me cortó Gina—, ¿cómo te acabó
convenciendo para que fueras? —Rio.

—Como decía, si quisieran convencerme, se lo tendría que currar mucho


para demostrarme que le intereso para algo más que un poco de sexo. Así
que, dinos, Richi, ¿esa chica te interesa mucho? —sonreí con una pizca de
malicia.

—Llevo desde el lunes intentando que acepte salir conmigo, eso ya debería
ser algo así como una señal, ¿no? —resopló.
—Alana, que creo que esa chica… le ha dejado un poquito tocado —dijo
Gina en un tono más serio.

—Si quieres que acabe aceptando, Richi, tan solo sé sincero con ella y dile
lo que quieres. ¿Sexo casual de vez en cuando? ¿Conocerla más allá de solo
sexo? Bien, solo, díselo. —Me encogí de hombros—. Y si le dices que la
llamarás, hazlo, no la dejes esperando.

Los tres nos quedamos en silencio y sabía que ellos entendían


perfectamente a qué me refería.

—Chicos, tengo que volver al trabajo —dijo Gina para romper ese silencio
incómodo.

—Nosotros también —contestó Richi—. Adiós, preciosa. —Me dio un beso


en la mejilla y salió de la sala.

—Alana, ¿todo bien? —me preguntó.

—Sí, tranquila. Nos vemos en casa. Te quiero.

—Y yo, hermanita.

Corté la llamada y regresé al trabajo, pasando las horas entre pacientes, la


parada para comer y tras algunos pacientes, la visita a Zoe que a las dos nos
hacía los días más llevaderos.
—Mañana te traigo otro cuento —le dije antes de irme, puesto que ya se
había leído el tercero que le llevé el lunes.

—Vale —sonrió dándome un abrazo con el que estaba bien.

Le di un beso en la mejilla y tras despedirme de ella y su padre, salí de la


habitación y regresé a la planta de urgencias para ir hasta el parking.

Estaba buscando las llaves en el bolso y por eso no me di cuenta de que


Colin me esperaba apoyado en mi coche.
Como siempre con su impecable traje oscuro, las gafas de sol, los tobillos
cruzados y las manos en los bolsillos del pantalón.

Tragué para pasar los nervios, y ahí estaba aquel escalofrío subiéndome por
la espalda en cuanto él se quitó las gafas y me miró con esos ojos marrones
cargados de deseo.

—Hola. —Me saludó.

—¿Qué haces aquí?

—Llevarte a cenar.

—No quiero ir —respondí abriendo el coche—. Aparta, tengo prisa.

—¿Otra cita inexistente? —Arqueó la ceja.


—Ceno con mi hermana y con Richi. Quítate, no voy a volver a pedírtelo.

—No voy a ir a ningún sitio sin ti, Alana.

—¿Qué te crees, Colin? ¿Que puedes aparecer después de tres días sin saber
nada de ti y simplemente voy a aceptar ir a cenar contigo? Para que te
quede claro, si buscas una mujer con la que follar y nada más, no soy yo. Si
quieres una mujer dispuesta a obedecer y hacer lo que tú quieras cuando tú
digas con un simple chasquido de dedos, no soy yo.

—He tenido mucho trabajo estos días, tuve que coger un vuelo el lunes de
madrugada para una reunión del martes a la hora de comer en Chicago, y
tenía que prepararla. Tomé otro vuelo desde allí a última hora de la noche
para ir a Nueva York, he regresado hoy y me apetecía verte —dijo
acercándose y me rodeó por la cintura.

—¿Y de verdad tengo que creerte?

—Si no me crees a mí, pregúntale a James —dijo sacando el móvil y, tras


manejarlo unos segundos, escuché un tono de llamada.

—Dime, socio.

—James, ¿puedes decirle a Alana dónde he estado estos últimos tres días?

—En mi cama, dándome mimos —respondió sin pensar y, mientras que


Colin volteaba los ojos, yo disimulaba una risa.
—Hablo en serio, James.

—Vale, vale. Prácticamente ha vivido en el jet. El lunes estuvimos con una


conferencia toda la mañana, le ayudé con unos papeleos por la tarde y de
madrugada voló a Chicago para una reunión ayer. Por la noche se fue a
Nueva York y ha regresado hoy para comer con unos clientes aquí.

—Gracias, James.

—Un placer, hermano.

Colin cortó la llamada y me sentí un tanto estúpida. No tenía ningún


derecho a recriminarle nada, a fin de cuentas, no me debía explicaciones, no
éramos una pareja.

—¿Cenas conmigo? —preguntó con una media sonrisa.

—Vale, pero solo porque tengo hambre.

—Yo también, pero de ti —susurró en mi oído antes de morderme el cuello


y sentí que me estremecía de pies a cabeza.

Cerré de nuevo el coche y me llevó hasta el suyo, abrió la puerta para que
me sentara y cuando lo hice le mandé un mensaje a mi hermana para
avisarla de que no cenaría en casa.
Tras poner el coche en marcha, Colin entrelazó nuestras manos y así
condujo todo el camino, acariciándome la muñeca y en silencio mientras yo
pensaba en la manera en la que había reaccionado. Él no tenía que haberme
dado explicaciones y, aun así, lo había hecho.

Llegamos a una zona de las más exclusivas de Los Ángeles y entró en el


aparcamiento de un edificio, dejó el coche en una de las plazas y me hizo
guiño.

—¿Dónde me has traído? —pregunté mientras salía del coche— No será un


hotel. —Arqueé la ceja.

—Es mi apartamento —respondió cuando me uní a él y me rodeó por la


cintura.

Subimos en el ascensor hasta el ático y, una vez entramos allí, me quedé sin
palabras.

Todas las paredes del salón eran de cristal, y había una puerta que daba a
una terraza. Muebles negros, paredes blancas y suelos grises.

Me cogió de la mano y fuimos recorriendo el ático, ese en el que se notaba


que vivía solo.

Al igual que el salón, el resto de las habitaciones eran iguales, paredes


blancas, suelos grises y muebles negros.
La cocina estaba equipada con todo lujo de detalles y los electrodomésticos
más modernos del mercado.

Y allí nos encontrábamos en ese momento, en la cocina, con una copa de


vino en la mano cuando llamaron al telefonillo.

—La cena —sonrió, dejó la copa y fue a abrir.

Miré por una de las ventanas de la cocina hacia la calle, empezaba a


anochecer y la gente que paseaba por allí, así como los coches, se veían tan
pequeños.

Colin regresó con las bolsas de la cena y vi que eran de un restaurante


francés muy conocido de la ciudad.

Le ayudé a sacar los platos y los fuimos sirviendo en la isla de la cocina


donde decidimos cenar.

—¿Qué tal estos días en la clínica? —preguntó tras el primer bocado a ese
delicioso pastel de salmón que se deshacía en la boca.

—Agotadores. Tuvimos algunos pacientes con intoxicación por algo que


comieron en una boda, entre ellos la novia.

—Pobre, menudo recuerdo para el día más feliz de su vida.

—Desde luego.
Seguimos charlando y me habló de las reuniones a las que había asistido,
habían resultado ser un éxito y tenía un par de nuevos contratos importantes
firmados.

Brindamos por eso y seguimos cenando mientras hablábamos de todo y de


nada a la vez.

Eso era lo que me gustaba de Colin, que se podía mantener una


conversación con él de cualquier tema.

Para cuando acabamos y recogimos los platos, no dudó ni un segundo en


cogerme en brazos y sentarme en la encimera donde comenzó a besarme el
cuello mientras me iba desnudando poco a poco al tiempo que me tocaba
entre las piernas y hacía que mi humedad fuera en aumento.

En cuanto los dos estuvimos completamente desnudos, me bajó a suelo,


inclinándome hacia adelante y apoyando mis manos en la encimera. Tras
elevar mi caderas, me acarició la espalda desde la nuca hasta una de mis
nalgas, y me penetró con fuerza desde atrás haciéndome gritar al recibirle.

No nos llevó mucho tiempo para acabar liberándonos, tantas eran las ganas
que ambos nos teníamos, y cuando mi cuerpo se preparaba para el orgasmo
pude notar que Colin también lo hacía.

Llevó un dedo entre mis labios y nos corrimos así, gritando mientras una a
una las sacudidas del orgasmo nos azotaban a los dos.
Lo miré por encima del hombro y me fijé en sus ojos, esos que bajaron de
manera casi imperceptible hasta mis labios. Si tan solo me besara una vez…

Pero no lo hizo.

Sus labios acariciaron con un beso la erizada piel de mi cuello antes de


retirarse y coger un pañuelo para limpiarme antes de que me vistiera.

—¿Quieres una copa? —preguntó mientras se vestía también.

—No, gracias. Debería irme a casa, aún me quedan dos días de trabajo.

Colin asintió, me besó en la frente y una vez estuvimos completamente


vestidos, entrelazó nuestras manos y salimos de su ático para regresar al
coche, y que me llevara a la clínica para recoger el mío.

Si fuéramos algo más que esto, sino solo fuera sexo lo que hubiera entre
nosotros, podría haberme quedado a dormir con él, puesto que me habría
gustado despertar a su lado.
Capítulo 18

Viernes, dos de la madrugada, y era el tercer café que me tomaba desde que
entré en el turno de guardia, sustituyendo a una de las enfermeras que
necesitaba librar todo el lunes siguiente para poder acompañar a su hermana
a unas pruebas médicas en Chicago.

No era la primera vez que doblaba turno, y eso suponía que cuando saliera
el sábado por la mañana, no tendría que volver hasta el martes en mi horario
normal.

Algunas noches eran más tranquilas que otras, y esta parecía ser una de
esas, dado que apenas si habíamos atendido unas pocas urgencias, la más
grave, una mujer embarazada de seis meses que se había caído por las
escaleras de casa de sus suegros y temieron que al bebé le pudiera haber
pasado algo. Pero aquel niño era fuerte y estaba perfecto dentro del vientre
de su mamá.

Mientras me tomaba aquel café, me entretenía echando un vistazo en el


móvil a las noticias, y cuando vine a darme cuenta había tecleado el nombre
de Colin en el buscador.
Sonreí al ver algunas fotos suyas, en todas estaba tan guapo como siempre
que lo veía, con aquellos trajes a medida que le hacían lucir como un
modelo de revista.

Las cámaras le habían captado de todas las maneras posibles, hablando por
teléfono, saliendo de su empresa, a punto de subir al coche, tomando un
café en una terraza con James.

Bien podría hacerme fan suya si existiera un club, o incluso fundarlo yo


misma.

Reí mientras negaba y seguía bajando y bajando con el dedo en la pantalla


del móvil viendo sus fotos, si me viera Richi en este momento…

Me terminé el café y regresé a la zona de urgencias, me estaba acercando al


mostrador para preguntarle a las chicas si querían hacer un descanso que yo
las cubría, cuando las puertas se abrieron y vi entrar a un hombre corriendo,
cargando en sus brazos a una mujer que parecía inconsciente.

—¡Necesito ayuda! —gritó y me acerqué a él mientras llamaba a Scott, uno


de los celadores.

—¿Qué le ha pasado?

—Creo que se ha pasado con las drogas —contestó mirándola y en sus ojos
vi preocupación y miedo a partes iguales.
Me estremecí, porque esa misma mirada la había visto en mi abuela en más
de una ocasión.

—¿Cree? ¿No estaba con ella?

—No —negó mientras Scott acercaba una camilla—. Me llamó hace como
media hora pidiéndome que fuera a buscarla, no se encontraba bien. No sé
qué le han dado, pero nunca la había visto así.

—Nosotros nos encargamos —le dije—, vaya al mostrador y dele los datos
a mi compañera, ¿sí?

—¿Ella…? —Tragó grueso mientras me miraba, y supe la pregunta sin


necesidad de que terminara de formularla.

—Se pondrá bien, se lo aseguro.

Soltó el aire mientras asentía y fue hacia el mostrador. Acompañé a Scott a


la zona de boxes y no tardó en aparecer el doctor Grant, le habían dado
aviso las chicas del mostrador.

Revisó a la mujer, que no debía tener más de treinta años, no sabíamos qué
había tomado o qué se había inyectado, así que lo primero que hizo fue
solicitar un lavado de estómago dado que olía a alcohol y muy
probablemente la mezcla hubiera sido fatal.

Dejé al doctor Grant con ella y un par de enfermeras y fui a atender otra
urgencia con la doctora Sanders.
Cuando terminé con ella, regresé al box donde el doctor Grant hablaba con
la mujer y sonreí al verla. Estaba pálida, pero al menos había vuelto en sí.

—Ha sido una mezcla muy fuerte —le dijo a ella—. Si te traen más tarde…

—Entiendo —respondió sin necesidad de escuchar las palabras que


acabarían esa frase.

—En tus manos está, Tracey, pero lo mejor es que dejes todos esos excesos.
Quién sabe qué podría pasar la próxima vez.

—Gracias, doctor.

Él asintió antes de girarse y me dijo que quien la había traído podía pasar a
verla, así que fui hacia la zona de la sala de espera en busca de aquel
hombre alto, moreno y de ojos azules cuya mirada de preocupación no era
la de un amigo sin más, esa mujer, Tracey, debía ser importante para él.

En cuanto salí por las puertas escuché voces en la sala, no eran demasiado
altas como para que mis compañeras se quejasen, pero sí que era una clara
discusión entre dos hombres que parecían alterados.

Y según me acercaba, la voz de quien había traído a Tracey se hizo más


reconocible, así como la del otro hombre.

No tardé en ver a Colin allí parado frente al hombre, señalándole.


—Te lo advertí, Samuel, una más y se acababa todo —dijo Colin, y caí en la
cuenta de quién era el hombre que había traído a Tracey, su hermano
pequeño.

—Joder, ¿en serio no vas a creerme? —protestó.

—¿Qué coño hacías tú en ese sitio? Y no me mientas —gritó Colin.

—Ya te lo he dicho, hermano —suspiró derrotado—. Tracey me llamó, no


se encontraba bien, fui a buscarla y cuando la encontré, creí que se moría.

—Perdón —intervine y ambos me miraron—. Tracey está despierta, y


apuesto a que le gustaría verte —sonreí mirando a Samuel.

—¿Cómo está?

—Un poquito pálida, no te asustes al verla.

—Me asusté cuando la vi, como si estuviera muriéndose.

—Por lo que oí decir al doctor, si hubiera llegado aquí más tarde, podría
haberlo hecho. —Me acerqué y sin pensarlo, le pasé la mano por el brazo a
modo de consuelo—. Le has salvado la vida.

—O solo ha conseguido un breve plazo hasta que muera —soltó Colin, y le


miré con los ojos abiertos—. ¿Vas a darte cuenta ya de que esa mierda mata
de verdad? No me gustaría tener que ser yo el que te traiga aquí, medio
muerto, y enterrarte con papá y mamá.

—¡Estoy limpio, maldita sea! —Samuel estalló y le dio un empujón a


Colin, que no se movió un milímetro de donde estaba—. Más de un año,
joder. —Se pasó la mano por la frente y comenzó a andar por la sala—. Ni
una gota de alcohol, ni un puto gramo de nada. ¡Nada! —gritó mirándole de
nuevo— Y si no me crees, estamos en el lugar correcto para que lo hagas.

Colin frunció el ceño y Samuel me miró, cosa que a su hermano pareció


molestarle y cuando fue a hablar, lo hizo Samuel.

—Quiero que me hagan un análisis completo —me dijo—, pago lo que sea.

—Yo, no sé si…

—Que se los hagan, Alana —exigió Colin.

—¿La conoces? —le preguntó Samuel arqueando la ceja.

—Trajeron aquí a James cuando tuvo el accidente —respondió, aun


sabiendo tan bien como yo que nos conocimos unos días antes de eso.

—Vale, ven conmigo —le pedí girándome hacia la puerta—. Le diré al


doctor Grant que te atienda.
Samuel asintió y vino tras de mí hasta la zona de boxes, encontré al doctor
Grant, le dije lo que ocurría y al mencionar a Colin y Samuel abrió mucho
los ojos.

—Son hijos de un buen amigo del dueño de la clínica, dile que pase.

Asentí, acompañé a Samuel donde le esperaba el doctor y fui a hacer una


ronda mientras le tomaba muestras.

Poco después le vi salir y sonrió al encontrarme en el pasillo.

—¿Ya está? —pregunté.

—Sí. Me ha dicho que espere unos minutos, que te mandaría a ti con los
resultados.

—Pues nos vemos en la sala en cuanto los tenga.

—Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Mientras no sea eso de si tengo novio…

—No, no. —Rio—. Es sobre mi hermano. Os conocéis más de lo que me ha


dicho, ¿verdad?

—Creo que debería ser él quien…


—Vale, me doy por contestado —sonrió—. Te sonrojaste ahí fuera cuando
os mirabais. Y tampoco me ha pasado desapercibido el modo en el que mi
hermano ha parecido gruñirme por lo bajo cuando me acariciabas el brazo.

—Bueno, yo…

—Él es así —me cortó—, cuando le gusta alguien no lo sabe demostrar,


pero yo sé verlo. Y tú le gustas, Alana. —Me hizo un guiño y caminó por el
pasillo hasta la puerta, por donde le vi desaparecer al cerrarse.

Continué con la ronda hasta que el doctor Grant me avisara mientras


pensaba en lo que Samuel me había dicho, no podía creer que realmente yo
le gustara a Colin, no al menos más allá de un poco de sexo.

Cuando el doctor Grant me dio los resultados de Samuel, sonreí al verlos y


pensar en la cara de su hermano mayor, le iba a dejar mudo como el enanito
de Blancanieves.

Fui hacia la sala y encontré a ambos hermanos sentados, cada uno en una
esquina como si estuvieran peleados, mirando el móvil. En cuando Samuel
levantó la vista y me vio, se puso de pie y vino corriendo.

—Los resultados. —Levanté el papel.

—Dáselos a él —me pidió Samuel señalando a Colin, que se acercaba a


nosotros.

—¿Estás seguro? Normalmente la gente quiere verlos antes.


—Sé lo que van a decir, y quiero que él se convenza.

Asentí, le di el papel doblado a Colin y lo leyó detenidamente, me miró,


frunció el ceño y tuve la sensación de que esperaba escuchar algo por mi
parte, como si eso fuera una mentira.

—¿Satisfecho, hermano? —le preguntó Samuel, pero no respondió— Si no


te importa, voy a ver cómo está Tracey. Gracias, Alana —me dijo con una
sonrisa antes de salir.

Colin seguía allí mirando el papel sin poder creerlo, me acerqué y le puse la
mano en el brazo.

—No te estaba mintiendo, Colin —le dije en un tono bajo y calmado—.


Sabes cómo funciona eso, si hubiera tomado algo, sus pupilas habrían
estado muy dilatadas, por no hablar de que hablaría como si estuviera
demasiado exaltado.

—Estaba alterado, y muchas veces lo vi así después de que consumiera.

—Pues hoy no era por eso, Colin —le aseguré y no pude evitar deslizar mis
dedos entre su cabello, ese que tenía alborotado de tantas veces que habría
pasado sus manos por él, frustrado y preocupado a partes iguales por su
hermano pequeño—. Yo vi a Samuel llegar con Tracey en brazos, vi su
mirada, estaba preocupado por ella y tenía miedo por haberla visto así.
—Tracey es modelo, hace años que Samuel la conoce, y nunca me dijo que
ella también consumiera. Esta noche me ha dicho que él mismo se ha
enterado de eso, que tampoco lo sabía. Ella le vio, joder. —Se pasó la mano
por el pelo apartándose de mí—. Ella le vio en sus peores momentos,
incluso las veces que le llevé a las clínicas, ¿por qué se ha metido ella en
eso?

—Solo ella lo sabe, Colin. Pero, si te soy sincera, a tu hermano ella le


importa más de lo que puedas imaginar, y estoy segura de que la ayudará a
dejar esa vida, igual que hiciste tú con él.

—Yo le di un ultimátum —contestó.

—Tal vez Samuel empleé la misma tácita —sonreí acariciándole la mejilla.

En ese momento me habría gustado tanto poder darle un beso, que cuando
le vi mirarme los labios sentí que incluso él quería, pero eso no pasó.

Me abrazó por la cintura, escondiendo el rostro en mi pelo y respiró el


aroma de mi champú antes de besarme el cuello.

—Eres la única que sabe calmarme —susurró sin soltarme—, no sé cómo lo


haces.

No respondí porque yo tampoco lo sabía, pero tenía claro que, si Colin me


necesitaba para tener calma en un momento en concreto, ahí estaría yo para
él.
Estrechó los brazos aún más fuerte a mi alrededor y cerré los ojos,
apretando con mis manos en su espalda diciéndole en silencio que ahí me
tenía.

No pensé que fuera a conocer a su hermano, esa era la verdad, pero de


haber tenido que hacerlo, sin duda, habría preferido que fuera en alguna
cena o cualquier otro lugar, y no bajo esas circunstancias tan poco
alentadoras.
Capítulo 19

Habían pasado ya dos semanas desde la cena en Nueva York a la que me


llevó Colin, y en ese tiempo nos habíamos visto cuando estaba en Los
Ángeles, dado que algunos días tuvo que viajar para reuniones de trabajo.

Y a diferencia de aquellos tres días siguientes a esa cena, en los que no me


llamó ni tampoco envió mensajes, ahora sí lo hacía.

Solía escribirme sobre todo por la noche para preguntar qué tal había ido mi
día, y acabábamos hablando en una llamada que duraba casi una hora.

El viernes se presentó en la clínica para llevarme a pasar el fin de semana


con él a su ático, por lo que aquí nos encontrábamos en esta mañana de
domingo.

Ni siquiera me dio opción a pasar por mi piso a por ropa, dijo que tenía una
gran cantidad de camisas que podría ponerme y a él le alegraría la vista.

Pues sí, cuando no me tenía desnuda en la cama haciéndome todo aquello


que se le pasara por la cabeza, me paseaba por el ático usando solo una de
sus camisas.

Sentí una caricia en la espalda, estaba aún despertando de ese sueño en el


que me sumergí la noche anterior después de un baño de lo más relajante y
sensual, y noté cómo mi cuerpo se estremecía de pies a cabeza ante el roce
de las yemas de los dedos de Colin recorriendo mi piel.

Lo siguiente que hizo fue separarme las piernas y situarse justo ahí, entre
ellas, de rodillas.

Sus manos comenzaron a masajearme la espalda, la zona lumbar, las nalgas


y…

Gemí en el momento en el que sus dedos se adentraron entre mis piernas,


tocando y pellizcando el clítoris despacio, pero sabiendo exactamente lo
que quería conseguir.

Y lo conseguiría, obvio que sí, puesto que Colin era todo un experto en esa
materia en concreto.

Lo noté moverse y poco después me elevó las caderas para colocar una de
las almohadas bajo ellas, elevándolas, y lo siguiente que hizo fue comenzar
a lamer mi sexo con avidez y avaricia, con gula incluso, haciendo que todos
mis sentidos se concentraran en ese momento.

Gemía y movía las caderas haciendo que aquel momento fuera aún más
intenso de lo que estaba haciendo, y cuando Colin me penetró con dos
dedos sin dejar de jugar con su lengua y dientes en mi clítoris, llegué a tal
nivel de excitación que me corrí a chillidos, rompiendo con el silencio de la
habitación.

Sin decir una sola palabra, se apartó y me penetró con fuerza aferrado a mis
caderas, entrando y saliendo una y otra vez mientras yo iba al encuentro de
su miembro en mi interior, mientras me agarraba a la almohada y gritaba
pidiéndole más.

Hacía tiempo que había descubierto que a Colin le gustaba escucharme


pedirle que siguiera, que no parara o que me penetrara más rápido y más
fuerte. Él simplemente me complacía llenándome hasta lo más hondo.

El clímax nos alcanzó a ambos al mismo tiempo, liberándose, acompañado


de un grito fuerte y delirante tras el placer obtenido.

—Y ahora un café —dijo besándome el hombro antes de retirarse.

—¿Cómo puedes estar tan fresco? —pregunté rodando por la cama hasta
que quedé tumbada bocarriba, y los ojos de Colin se deleitaron observando
todo mi cuerpo— En serio, yo estoy agotada de anoche.

—Me recupero rápido —contestó con un guiño y esa sonrisa que me tenía
atontada, como decía Richi.

Su móvil empezó a sonar así que le dejé hablando mientras me daba una
ducha rápida y, tras vestirme con mi ropa, que ya estaba limpia, fui a
preparar el desayuno cuando él entró a ducharse.
Estaba terminando de tostar el beicon, con la televisión sonando de fondo,
cuando escuché algo que me hizo quedarme con la mano en la que tenía las
pinzas sobre la sartén en el aire.

Hablaban de Colin, pero no solo de él, sino también de Rachel, su exmujer.

Miré a la pantalla y ahí estaban los dos, juntos, en algunas fotos e imágenes
de vídeo que, según podía ver, eran de algunos de esos días en los que Colin
me dijo que estaba fuera de Los Ángeles por una de esas reuniones de
negocios.

¿Por qué me habría mentido? No es que hubiera algo serio entre nosotros,
no nos habíamos prometido un amor eterno de esos que ni la muerte podría
separar, pero al menos merecía sinceridad durante el tiempo que durase lo
que fuera que teníamos.

La periodista hablaba de que se oían rumores sobre la expareja que decían


que pudiera ser que volvieran a retomar la relación, esa que había acabado
hacía ya una década pero que, al parecer, aún mantenía vivas esas ascuas de
lo que una vez fueron.

Todas las imágenes habían sido captadas en Nueva York, donde al parecer
vivía Rachel, y en ese momento sentí tal presión en el pecho que quise salir
de su apartamento de inmediato.

Apagué la cocina y retiré la sartén, no quería provocar un incendio con el


jodido beicon porque los vecinos de ese miserable no tenían la culpa.
Se lo dije, no iba a ser su amante, no iba a ser ese entretenimiento que
mantenía para cuando su esposa no quisiera follar con él.

Cogí el bolso, guardé el móvil y me dirigía a la puerta para irme cuando le


vi aparecer, usando tan solo un pantalón de deporte negro.

—¿Ocurre algo? —preguntó con el ceño fruncido al verme con el bolso.

—Sí, me voy a mi casa —respondí caminando hacia la puerta.

—Espera, espera. —Me cogió por la muñeca.

—¡Suéltame! —grité.

—Alana, ¿qué te pasa?

—¡Eso me pasa! —señalé hacia la televisión, donde aún se veían las


imágenes de Colin y su exmujer en Nueva York.

Colin miró, y sin soltarme, fue hacia el salón. Solo entonces pareció
percatarse de que estaban hablando de él, como si antes, cuando vino de la
habitación, no estuviera prestando atención a nada de eso.

Escuchó y vio con atención, incluso con el ceño fruncido, mientras yo hacía
por liberarme de su agarre.
—Te lo dije, no voy a ser la otra —le advertí—. ¿Por qué no me dijiste a
qué ibas realmente a Nueva York? Al menos merecía la verdad, «oye,
Alana, voy a follarme a mi ex para ver si volvemos» —dije con una pobre
imitación de su voz y suspiré.

—No te he prometido nada —dijo mirándome—, por lo tanto, no te debo


nada. Tú y yo follamos, eso es todo.

Jamás, en toda mi vida, me había sentido peor que en ese momento,


recibiendo aquella puñalada por su parte.

Yo también sabía que no teníamos nada serio, pero al menos creí que
seríamos una pareja de amantes exclusivos. Qué gran error por mi parte.

Me tragué el dolor y las lágrimas que luchaban por salir, cogí aire y sin
apartar la mirada de él, hablé con toda la calma de la que fui capaz en ese
momento.

—No vuelvas a llamarme, y tampoco me busques.

Fui hacia la puerta y en cuanto salí de su apartamento, pedí un taxi,


necesitaba el más cercano a donde me encontraba, la operadora me dijo que
había uno a solo un par de calles dejando a un cliente.

Tuve suerte de que cuando salí a la calle, aparecía mi taxi, en el que me subí
y tras pedirle que me llevara a la clínica, donde habíamos dejado mi coche,
comencé a llorar en silencio mientras observaba la ciudad por la ventana.
Qué tonta había sido al creer que aquello nos llevaría a algo más, qué tonta.

Retiré las lágrimas de mis mejillas y escuché mi móvil sonando en el


interior del bolso. Al ver que era él, hice algo que nunca creí que haría,
bloquear su contacto.

Aquella sería la única manera de no volver a tener noticias suyas.


Capítulo 20

Seis días, ese era el tiempo que había pasado desde que en las noticias
dijeron que Colin y su exmujer podrían estar en plena reconciliación, y por
mucho que intentaba sacarme a ese hombre de la cabeza, era imposible.

Y había seguido al pie de la letra mis peticiones, porque no había recibido


ni una sola llamada suya, ni un mensaje, y tampoco había aparecido por la
clínica.

Estaba terminando de guardar la ropa planchada, cuando Gina apareció por


mi habitación.

—¿Todavía estás así? —preguntó con las manos en las caderas.

—Así, ¿cómo?

—En pijama y con el moño.

—¿Y cómo quieres que esté en casa, con un vestido de noche? —Volteé los
ojos.
—No te hagas la tonta, Alana —dijo entrando en la habitación y
quitándome la camisa de las manos para colocarla en la percha—. Ya tenías
que estar lista.

—Os lo he dicho antes, no voy a salir esta noche.

—Oh, sí, por supuesto que vas a salir. —Revisó el armario y acabó
escogiendo un vestido amarillo pastel con el cinturón ancho negro y las
sandalias de tacón del mismo color—. Vamos, a la ducha.

—Que seas la hermana mayor no quiere decir que, a mis años, puedas
darme órdenes. —Arqueé la ceja.

—Te recuerdo que tú confabulaste con Richi para que yo saliera a cenar con
James.

—Y mira qué bien os va, que salís muy a menudo. ¿Por qué no sales con él
esta noche?

—Porque tenía una reunión de trabajo con Colin.

Fue nombrarle, y mi cuerpo reaccionó de inmediato con un leve


estremecimiento.

—Alana —me cogió de la mano—, no me gusta verte así. Solo vamos a


tomar algo, una copa y ya, ¿sí? —sonrió manteniendo la esperanza, resoplé,
miré hacia el techo y acabé accediendo.

—Está bien, pero de verdad que solo voy a tomarme una copa y me vuelvo
a casa.

—Sí, sí, por supuesto. —Me dio un beso en la mejilla y dejó el vestido y las
sandalias en la cama.

Me di una ducha rápida, sequé mi cabello y lo recogí en una coleta alta,


puse un poco de maquillaje en mi pálido rostro que lucía desde hacía unos
días, y cuando me vestí fui al salón donde ya estaba también Richi.

—Madre mía, estás guapísima. Si no estuviera tan interesado el empresario


en ti, movía ficha —dijo Richi al verme.

—¿Tú estás loco? —Reí—. A ver si voy a tener que recordarte nuestro
primer y único beso.

—No, no, tranquila, que me acuerdo perfectamente. Fue como besar a una
hermana. —Puso cara de asquito y mi hermana también rio.

—Pues, si ya estamos listos, podemos irnos —anunció Gina, que cogió su


bolso antes de ir hacia la puerta.

Richi paró un taxi que pasaba por allí en ese momento y tras subirnos, le dio
la dirección del local.
—¿En serio? —pregunté.

—¿Qué? —Gina frunció el ceño.

—¿Vamos a ese local, precisamente?

—Es el mejor de Los Ángeles, ya lo sabes —contestó Richi.

—Y también donde podría encontrarme con…

—Ya te he dicho que está en una reunión con James —me cortó mi
hermana.

Resoplé y me crucé de brazos para mirar por la ventana, esperaba que de


verdad no fueran esa noche allí porque no quería verle. Me estaba costando
olvidarme de él, hacía seis días que no sabía nada de Colin, ni siquiera miré
en las noticias de Internet a ver qué decían de él y su ex.

Quizás incluso ya estuvieran planeando de nuevo su boda.

Llegamos a nuestro destino y entramos siendo recibidos por la música,


como siempre, caminamos hacia la barra y Richi llamó a Masie para pedirle
tres chupitos, un par de gin-tonics para nosotras y un whisky para él.

Nada más tener nuestras bebidas delante, tomamos el chupito y suspiré.


Richi me cogió por la cintura y comenzó a movernos, hasta que me eché a
reír con él por las caras de fastidio que ponía al no verme muy colaboradora
con sus bailes.

Y bailé, por supuesto que lo hice, porque en el fondo sabía que mi hermana
y mi mejor amigo lo único que querían era animarme y que no me quedara
en casa mustiándome como una plata, algo que él y yo le habíamos dicho a
Gina cientos de veces.

Llevaríamos un par de horas allí, y era ya mi segunda copa, cuando vi una


cara familiar acercándose.

—¿Alana? —Samuel sonrió al verme y le devolví el gesto.

—Hola, Samuel.

—Qué sorpresa verte. —Me dio un par de besos y como Gina y Richi nos
estaban mirando, se lo presenté.

—Este es Samuel, hermano de Colin. Ellos son Gina, mi hermana, y Richi,


nuestro amigo.

—Mejor amigo, para ser exacto, más como un hermano —dijo él


estrechándole la mano a Samuel—, pero a quién le interesan los pequeños
detalles, ¿verdad, Alana? —Volteó los ojos y Samuel soltó una carcajada.

Se parecía mucho a Colin, salvo por el color de ojos, pero en cuanto a


rasgos e incluso algunos gestos, era esa versión joven de un hombre que me
hacía sentir mil cosas a la vez.

—¿Cómo está Tracey? —le pregunté, y además de una sonrisa, se le


iluminaron los ojos.

—Bien, tomándoselo con calma. Al menos me permiten visitarla los


domingos por la mañana un rato.

—Me alegra escuchar eso.

Samuel asintió, y vi que el alivio cubría sus ojos.


Tracey se tomó aquella noche, en la que acabó en el hospital tras consumir
algunas sustancias demasiado peligrosas y mezcladas con alcohol, muy en
serio, al punto de que cuando Samuel le dijo que iba a internarla en una
clínica de desintoxicación y que no quería que saliera hasta estar
completamente recuperada, ella aceptó sin la más mínima objeción.

Colin me contó que Samuel había abierto su corazón ante una Tracey que
no podía creer lo que escuchaba, y que cuando le dijo que ella fue lo que le
mantuvo cuerdo y queriendo salir de ese pozo cada vez que recaía, porque
estaba enamorado de ella, se echó a llorar y le dijo que ella también sentía
algo por él pero que le daba miedo no ser correspondida.

Él le dijo que, si pasaba aquel tiempo en la clínica y salía limpia y no recaía


en tres meses desde que le dieran el alta, le pondría un anillo en el dedo y la
haría su esposa.
—Oye, no sé qué le has hecho a mi hermano —me dijo sacándome de mis
pensamientos antes de dar un sorbo a su whisky—, pero está de un humor
terrible desde el domingo.

—Yo no le he hecho nada, se lo ha hecho él solito. —Me encogí de


hombros.

—¿Qué ha pasado?

—Al parecer quiere volver con su exmujer y tenerme a mí como amante,


algo que no voy a hacer.

Le vi sonreír y negar moviendo la cabeza de un lado a otro, fruncí el ceño y


cuando se acercó a mí me pasó la mano por la cintura.

—Vamos, ven conmigo al reservado para que hablemos.

—¿De qué quieres hablar?

—De mi hermano mayor y lo idiota que puede ser por no contar las cosas.

Gina y Richi me miraron cuando me alejaba y me encogí de hombros, entré


con Samuel en uno de los reservados y nos sentamos en el sofá.

—¿Qué es lo que Colin no me ha contado?

—Nada de su vida, por lo que se ve.


—Bueno, sabía que tenía un hermano y que perdisteis a vuestros padres.

—Y, a juzgar por tu escasa reacción de sorpresa la noche que nos


conocimos cuando te pedí que me hicieran todo tipo de análisis también
sabías lo de mi adicción. —Arqueó la ceja, y asentí—. Vale, parte de su
historia la sabes. Pero no otra que es vital para él, y para que sea como es, o
sea, un muro infranqueable donde el amor parece electrocutarse si se
acerca. —Volteó los ojos.

—Antes pensaba que su ex debió hacerle mucho daño y esa era la razón de
muchas cosas que me ha dicho, pero ahora que parece que quieren volver,
no lo tengo tan claro.

—Colin jamás volverá con ella, y si la ha estado viendo en este tiempo es


porque tienen un hijo en común, o, bueno, al menos eso fue lo que ella dijo
hasta que le confesó que no era suyo.

—¿Cómo dices?

—Rachel se quedó embarazada, mi hermano estuvo feliz con la noticia, mi


sobrino nació, y todo era de color de rosa, hasta que ella le dijo a Colin que
no podía más, que había dejado de quererle y que hacía tiempo que estuvo
con otro hombre, que resultó ser el padre del niño.
»Colin lo había reconocido, el pequeño tenía dos años cuando ella se lo
contó y unos meses después se separaron definitivamente. Rachel se llevó al
niño a Nueva York, de donde era ella, y mi hermano visitaba a su hijo
porque así lo siente, es más, el padre biológico ni siquiera sabe que tiene un
hijo.
»Ese niño es el mundo de Colin, lo adora y lo quiere más que a nada. Pero
a su madre no podrá perdonarle nunca lo que le hizo. Y sí, por ella es por lo
que mi hermano mayor puede ser un tanto brusco en lo que a contacto con
mujeres se refiere, ya sabes, solo sexo y demás, pero, si me dejas decirte
algo, nunca le había visto tan bien como cuando se veía contigo.
»Sonreía más en la empresa, miraba el móvil, incluso cuando tenía que
volar por alguna reunión, antes de volverse el ogro que era antes de ti, hacía
lo posible por organizarlas de manera que pudiera regresar antes para verte.
»No te lo dirá, no lo confesará, porque así es don «yo controlo todo», pero
apuesto mis beneficios de un año a que se ha enamorado de ti, y eso le da
miedo. Ya se enamoró y mira cómo acabó todo. —Samuel se encogió de
hombros y dio un sorbo a su copa.

Yo aún estaba asimilando sus palabras, tratando de entender cómo alguien


podía hacer eso, mentir a la persona a la que se suponía que amabas y
romperle el corazón de ese modo.

Prefería no pensar en las intenciones de Rachel con respecto al niño y la no


paternidad de Colin, porque se me pasaban muchas cosas por la cabeza y, si
era sincera, ninguna era buena, decente o moral.

—Sé que es un idiota, pero también he visto cómo te mira y, puedes


creerme o no, en sus ojos veo amor. Otra cosa es que él quiera reconocerlo.
Y ahora, me vas a disculpar, pero tengo que volver al reservado donde están
mi hermano y James reunidos con un cliente.
—¿Colin está aquí? —pregunté mirando hacia todos lados.

—Sí —sonrió—. Y no te ha quitado ojo en toda la noche. Espero que nos


veamos pronto, Alana —dijo poniéndose en pie—, me gustas mucho para
mi hermano mayor. —Hizo un guiño y salió del reservado dejándome allí
con cara de tonta.

Le vi caminar por el local y cuando llegó a uno de los reservados más


alejados de la barra, vi a Colin. Estaba hablando con un hombre de unos
cuarenta años y parecía ser importante a juzgar por las caras serias de
ambos.

Aproveché que él no me vería en ese momento y fui hacia la barra, donde


mi hermana sonrió cuando llegué.

—Tú sabías que iba a estar aquí. —La señalé con el dedo.

—¿Quién?

—No te hagas la tonta, que no cuela. Colin, Gina, sabías que Colin iba a
estar aquí.

—¿Está aquí? No tenía ni idea.

—Mientes fatal. —Entrecerré los ojos—. Me voy a casa antes de que


intente acercarse.
—Cariño, de haber querido hacerlo, ya lo habría hecho —sonrió—. Porque,
te recuerdo que le prohibiste llamarte o buscarte. —Se encogió de hombros.

—Eres una bruja, debería darte vergüenza conspirar con tu novio para que
su amigo me pudiera ver.

—Estamos en paz, cariño —dijo posando la mano en mi hombro—,


estamos en paz.

Suspiré y les dije que me iba, no quería estar allí, tenía que evitar a toda
costa que Colin decidiera romper con ese silencio de hacía seis días, y
acercarse a mí.

Porque si lo hacía, si venía a mí, estaba segura de que me costaría mucho


resistirme y no caer en la tentación de lanzarme a sus brazos.
Capítulo 21

De nuevo viernes, y esos seis días desde la noche en la que vi a Colin en el


local sin que supiera que él estaba allí, no había podido dejar de pensar en
lo que me contó su hermano.

No era como si tuviera que saber todo sobre la vida de un hombre con el
que me acostaba, pero, habría estado bien que me lo contara el propio
Colin, al menos en aquella mañana en la que pensé que quería volver con su
mujer y yo no era más que un capricho pasajero con la crisis de los
cuarenta.

Estaba tomándome un café en la sala de descanso mientras hablaba con


Gina por mensaje, quien me decía que James la había invitado a cenar y que
debíamos aplazar nuestra noche de peli y tequila para otro día, cuando
apareció una de las enfermeras del mostrador con un ramo de flores y una
caja de bombones.

—Vaya, Francine, ¿tienes un admirador? —sonreí.


—Ojalá alguien me enviara a mí estas flores, niña —dijo dejándolo sobre la
mesa, delante de mí—. Lo ha traído un mensajero para ti.

—¿Para mí? —Fruncí el ceño y miré el ramo, cogí la tarjeta que había con
mi nombre y la leí.

«Te pido disculpas por cómo te contesté el último día. Me gustaría que
habláramos. Colin»

Pues disculpas aceptadas, pero no iba a hablar con él.


Dejé todo allí y una nota en la caja de bombones que decía: «Puedes coger
cuantos quieras», y regresé a mi trabajo.

A la hora de comer se lo conté a Richi y me dijo que no podía ser tan


malvada, que le diera a ese hombre la oportunidad de hablar conmigo.

Tanto él como Gina supieron al día siguiente lo que me había contado


Samuel, y no salían de su asombro por el comportamiento de la exmujer.

Después de comer y pasar el resto de la jornada entre pacientes, echando de


menos a la pequeña Zoe quien había dejado la clínica junto con su padre esa
misma semana, me cambié y salí de allí más que dispuesta a irme a casa y
tener mi noche de peli y tequila a solas.

—¿Seguro que no quieres que me quede contigo? —preguntó Richi cuando


nos despedimos en la entrada.
—No, tú a ver si conquistas a esa mujer misteriosa.

—Ya la tengo casi, casi, enamoradita de mí.

—Lo que yo quiero saber es si tú —le señalé con el dedo en el pecho—


estás enamorado de ella. No seas un capullo, y vayas a conseguirlo para
dejarla tirada dentro de unos meses, Richi.

—Te voy a hacer una pregunta. Desde que sabes que estoy atontado perdido
por esta chica, ¿cuántos gritos y gemidos habéis escuchado desde mi piso?

—Ninguno.

—Pues ahí tienes la respuesta —dijo levantando ambas manos—. Solo me


acuesto con ella, y es que me tiene loco, loquito.

—Pues dale, vete a por tu chica, anda. —Le di un beso en la mejilla y me


fui hacia mi coche.

Lo que menos esperaba encontrar allí era a Colin, con vaqueros y una
camisa desabotonada con las mangas arremangadas hasta los codos, con su
habitual pose, es decir, apoyado en mi coche con los tobillos cruzados y las
manos en los bolsillos.

—Hola —sonrió levemente al verme.

—¿A qué has venido, Colin? Te pedí que no me llamaras ni me buscaras.


—Te he mandado flores y bombones —contestó mirándome dado que no
llevaba el ramo en mis manos.

—Sí, bueno, no era necesario. —Me encogí de hombros buscando las llaves
del coche en mi bolso—. Acepto tus disculpas, puedes ir en paz. —Agité la
mano para que se alejara de mí, pero no lo hizo, seguía ahí parado
impidiéndome entrar en el coche.

—Solo quiero hablar contigo, Alana —dijo dando un paso hacia mí, y no
tardó en posar sus manos en mi cintura.

Cómo había echado de menos eso, el calor de sus manos sobre mi cuerpo y
que me mirara así, con sus ojos de color chocolate caliente cargados de…

—Suéltame —le pedí recobrando la cordura, antes de que mi cuerpo, ese


que me traicionaba cada vez que le tenía cerca, se volviera masilla derretida
en sus manos.

—Sé que Samuel te ha contado cosas, y quiero poder explicarme yo mismo.

—No es necesario, de verdad. Después de casi dos semanas ya sí que no


queda nada entre nosotros. —Me encogí de hombros.

—¿En serio lo crees, pequeña? —preguntó en un susurro ronco cargado de


deseo mientras se inclinaba, y cuando sus labios, esos que tanto había
recordado besando cada rincón de mi cuerpo se posaron en la sensible piel
de mi cuello, cerré los ojos tratando de no dejar escapar ese leve gemido
que siempre me provocaba— Dime que no lo sientes, Alana.

—No.

—Dímelo de manera que me convenzas. —Rio.

—No… No siento nada. —Maldita fuera mi cuerpo, que me había hecho


sentir todo y hablar casi entre jadeos.

—Mentirosa. —Me dio un suave mordisco y ahí entendí que nunca iba a
poder estar con nadie más que no fuera él.

—Si voy es con mi coche, quiero poder salir del bar en el que estemos
cuando quiera —dije y él asintió.

—Por mí perfecto, solo que vamos a mi casa. —Volvió a besarme y se


apartó para ir a su coche antes de que pudiera decirle que, a su casa, no iba.

Pero lo hice, me subí al coche, lo puse en marcha, y le seguí por las calles
de Los Ángeles pensando en que, pasara lo que pasara, no debía dejarme
llevar ni perder la cabeza para no acabar en la cama con él.

Entré en el aparcamiento del edificio y me indicó con la mano que podía


aparcar en la plaza contigua a la suya, así que lo hice y bajé a darle
encuentro.
En silencio fuimos hasta el ascensor, ese espacio que parecía ir
reduciéndose a cada segundo que pasaba, y cuando al fin salimos respiré
hondo solo porque en ese pasillo el perfume de Colin no podía hacerle nada
a mis hormonas.

Cuando entramos en el ático, me llegó la voz de Samuel dando un grito de


protesta, y una risa que me pareció la de un niño.

Miré a Colin con el ceño fruncido y él sonrió haciéndome un guiño.

—En serio, enano, has hecho trampas. —Escuché que decía Samuel cuando
entramos en el salón.

—Es que no sabes jugar, no me culpes a mí. —Rio el niño.

Estaba de espaldas, pero parecía un poco más alto que los chicos de doce
años, tenía el cabello color cobrizo y algo alborotado, no sería hijo de Colin,
pero seguro que tenía esa misma manía suya de pasarse las manos por el
pelo cada vez que estuviera un poco enfadado.

—¿Otra vez perdiendo contra tu sobrino, hermano? —preguntó Colin, más


que nada para hacerse notar y que supieran que estábamos allí.

—Papá, voy a necesitar un mes para enseñar al tío Samuel a jugar —dijo el
niño volteando esos ojos verdes que, sin lugar a duda al igual que el cabello,
eran de su madre.
—Lo mío son los números, enano, ya lo entenderás cuando heredes la
empresa de tu abuelo —le contestó Samuel dándole un leve codazo en el
costado antes de levantarse, momento en el que se acercó a mí—. Hola,
Alana —sonrió dándome un par de besos—, me alegro de verte. Hermano,
me voy ya. Que disfrutéis de la noche, parejita.

Noté que me sonrojaba cuando Samuel dijo aquello, y vi que el niño fruncía
ligeramente el ceño. Estaría preguntándose quién narices era aquella mujer
con un moño mal hecho, en vaqueros y deportivas, que acompañaba a su
padre.

Y cuando nos quedamos solos, finalmente le pudo la curiosidad y le


preguntó a Colin.

—¿Quién es, papá? ¿Una niñera? ¿Tienes que salir esta noche? Porque
dijiste que íbamos a cenar en casa con alguien a quien ibas a invitar.

—Ella es Alana, y es la invitada para nuestra cena —contestó Colin


mientras nos acercábamos a él—. Alana, él es mi hijo Liam. —Le pasó el
brazo por los hombros, orgulloso de esas palabras.

—Encantada de conocerte, Liam —sonreí y le tendí la mano, esa que me


estrechó mientras también sonreía.

—¿En serio es la chica que me dijo el tío que te gusta? —soltó de pronto, y
a mí me dio la tos mientras que Colin no sabía dónde meterse, a juzgar por
su mirada.
—Hijo, un consejo de padre que te doy, no digas nunca delante de una
persona lo que te han contado en secreto.

—Papá, un consejo de hijo —le dio una leve palmada en el pecho—,


recuerda que el tío Samuel es malísimo para guardar secretos.

—Vale, creo que es hora de que te des una ducha mientras Alana y yo
preparamos la cena.

—Ah, muy bonito, soy una invitada ¿y tengo que cocinar? —Puse un brazo
en jarras.

—Ya te vale, papá —Liam suspiró, dejó el mando de la consola en la mesa


y fue hacia el pasillo, cerrando poco después la puerta de su habitación.

—Creo que ha pasado demasiado tiempo con mi hermano últimamente —


dijo mientras íbamos a la cocina.

—Así que, te gusto —sonreí de medio lado y él soltó una leve risa.

—Bueno, creí que eso quedó claro en Nueva York, cuando te dije que iba a
follarte —murmuró mientras me rodeaba por la cintura y me besó en el
cuello.

—Colin, no he venido para…


—Tranquila, no quiero que hagas nada que no te apetezca. Vamos a la
cocina, tengo que contarte algo que Samuel no te dijo, según me aseguró,
porque eso me correspondía a mí.

—¿Tengo que preocuparme?

—No, en absoluto.

Asentí, entramos en la cocina y sacamos todo lo necesario para preparar una


ensalada y unas hamburguesas para la cena, hasta que Colin volvió a hablar.

—Cuando me divorcié de Rachel tenía claro que no volvería nunca con ella,
jamás pensé que me pudiera traicionar de ese modo.

—¿Dónde está ahora? ¿O es tu turno con el niño? —pregunté mientras


troceaba un poco de queso para la ensalada.

—Está de vacaciones con su nuevo novio, qué sé yo dónde habrán ido. —


Se encogió de hombros—. Lo que sí tengo claro es que donde estén, no les
faltará nada con lo que pasarse.

—¿Rachel bebe?

—Y toma otras sustancias —murmuró.

—Drogas —intuí, Colin asintió y yo respiré hondo, Rachel era como mi


madre.
—Estoy tratando de conseguir la custodia de Liam, necesito que mi hijo
esté conmigo y lejos de toda esa mierda.

—Te entiendo, mi abuela nos sacó de casa sin siquiera avisar a mis padres,
claro que… No es que se preocuparan mucho por nosotras.

—Sé que no es mi hijo, pero lleva mi apellido y yo le quiero como si lo


fuera. Antes de divorciarme definitivamente le reproché muchas veces a
Rachel que no me contara la verdad antes de que naciera el niño, pero lo
tenía todo calculado al parecer.

—Cuando lo supiste ya adorabas a tu hijo.

—Sí. No iba a abandonarlo, es mi hijo a todos los efectos, aunque no lleve


mi sangre.

—No te imaginaba siendo padre, y, además, de un preadolescente —sonreí.

—Es muy buen niño, saca buenas notas y no da problemas. Sé que algún
día tomará las riendas de la empresa y la llevará tan alto como yo.

—Estoy segura de ello.

Liam apareció poco después y nos ayudó encargándose de poner la mesa.


Durante la cena me preguntó si era duro ser enfermera, al parecer su tío
Samuel le había puesto al corriente de todo, y le dije que había días peores
que otros, pero que me gustaba lo que hacía porque podía ayudar a las
personas a sanar.

Cuando acabamos, Liam se despidió de nosotros dándonos las buenas


noches y se retiró a su habitación, Colin y yo recogimos la mesa y me
ofreció una copa de vino.

—Gracias, pero mejor no —sonreí—. Tengo que conducir hasta casa.

—Puedes quedarte —murmuró cogiéndome por las caderas y pegándome a


su cuerpo.

Me mordí el labio y me estremecí mientras notaba en mi vientre su


entrepierna, esa que parecía estar empezando a cobrar vida.

—No creas que después de casi dos semanas sin hablar, voy a caer rendida
a tus pies a la primera de cambio —le advertí.

—¿No me has echado de menos?

—No voy a responder a ninguna pregunta si no es en presencia de mi


abogado. —Me encogí de hombros y Colin dejó escapar una leve risa.

No pude contenerme más y aquello que tanto deseaba hacer desde hacía
tiempo, lo hice.
Me puse de puntillas y cogiendo su rostro entre mis manos, le besé en los
labios.

Apenas fueron unos segundos, un leve roce de nuestros labios, pero lo hice.
Colin se puso tenso y cuando me aparté de él, sonreí al verle el rostro casi
ceniciento.

—¿Tenéis planes para el fin de semana? —le pregunté sin soltarle.

—No.

—Perfecto, porque ahora sí. Prepara un par de mochilas con ropa y los
bañadores, que os venís a mi casa. Mañana os veo allí a las nueve, justo a
tiempo para el desayuno. —Volví a besarle y me aparté.

Cogí el bolso y salí de su casa sin que él me dijera nada, estaba segura de
que le habían pillado tan de sorpresa mis besos, que aún no había
reaccionado.

Mientras iba en el coche llamé a mi hermana, contándole los planes para ese
fin de semana con Colin y Liam.
Capítulo 22

Acababa de terminar de guardar mis cosas en la mochila que llevaría a la


casa de la playa, y fui a la cocina donde Gina ya estaba preparando el
desayuno.

—Qué raro que Richi no esté aquí —dije cogiendo una manzana.

—No tardará en llamar.

—Entonces, ¿James también viene?

—Sí —sonrió—. Me había invitado a pasar el fin de semana con él, pero le
dije que no, no sé, creo que es pronto, ¿no?

—Depende, ¿a ti te gusta James? —pregunté, y mi hermana mayor asintió


un poquito sonrojada— ¿Qué te hace sentir cuando estás con él?

—Nervios, sobre todo. —Rio.


—Eso es normal. —Le quité importancia con la mano.

—Me siento cómoda, puedo hablar con él de cualquier cosa, la verdad.

—¿Y?

—Es atento, cariñoso, me hace reír que es un punto fuerte, y… —suspiró—


Vale, sí, es muy pasional en donde debe serlo.

—Pero lo más importante, hermanita, es que no te deja plantada porque ha


bebido o ha consumido tanto, que se ha olvidado hasta de dónde está.

—Lo sé.

El telefonillo sonó en ese momento y fui a abrir, resultó ser James, ese
hombre al que estaba convencida de que acabaría llamando cuñado mucho
antes de lo que pensaba.

Cuando entró en casa sonrió y me saludó con un par de besos.

—¿Qué tal va ese brazo? —pregunté porque aún lo tenía enyesado.

—Mejor, y por fin en una semana me quitan esto, a ver si ya puedo hacer
vida normal.

—No corras tanto, que antes tendrás que recuperar bien la movilidad y
demás.
—Lo sé, pero ya con librarme de esto, me vale. Hola, preciosa. —Se acercó
a mi hermana y sin importarle que yo estuviera delante, la rodeó desde atrás
por la cintura con el brazo bueno y le dio un beso en el cuello—. Qué bien
huele, ya me ha dado hambre.

—Pues en cuanto estemos todos, desayunamos —dije sacando platos para ir


a poner la mesa.

—Dudo que me queráis ver comerme a tu hermana, que era en lo que estaba
pensando.

—¿Eh? —Fruncí el ceño y cuando los miré, mi hermana estaba roja como
un tomate y con la mirada fija en la masa de las tortitas, mientras que James
sonreía de medio lado con una ceja arqueada— ¡Ay, joder! —grité al darme
cuenta— Vale, deja las cochinadas para esta noche, ¿sí?

—¿Esta noche? —Elevó ambas cejas—. A la hora de la siesta me llevo a tu


hermana a que se relaje.

Que mi pobre hermana se pusiera más roja, era imposible. No es que no


tuviera confianza conmigo para hablar de sexo, ni mucho menos, pero que
James fuera tan descarado y no mantuviera sus intimidades lejos de mis
oídos, era lo que la tenía tan avergonzada.

Un par de golpes en la puerta y supe que era Richi, así que dejé a los
tortolitos a solas unos minutos y abrí a mi mejor amigo.
—Acaba de llegar la alegría de la casa —dijo con una sonrisa de oreja a
oreja.

—Me encanta que te digas los piropos tú solo. —Reí.

—Hombre, es que si no me los digo yo, vosotras no me los decís. —Volteó


los ojos y comenzó a caminar hacia la cocina—. Huelo a tortitas.

—Eh, eh, espera aquí un momento. —Le cogí del brazo y lo hice frenar en
seco.

—¿Qué pasa?

—James y Gina, están en la cocina —murmuré—. Vamos a darles unos


minutos.

—No me digas más —sonrió.

Richi conocía a mi hermana tan bien como yo, y no era necesario que le
dijera el motivo de querer dejarles unos minutos a solas, dado que
conocíamos a James de haber cenado con nosotros en casa alguna noche lo
suficiente para saber que cuando mencionaba algo sexual, mi hermana se
convertía en un tomate andante.

—Así que anoche conociste a mini Colin —dijo apoyándose en la pared.


—Se parece más a su madre —respondí—. Pero es un amor de niño. Eso sí,
tiene el humor de su tío Samuel y algunos gestos y manías de Colin a pesar
de no llevar su sangre.

—Eso es bueno, si el niño no sabe la verdad, mejor que vea que se parece
en algo a ellos.

—Dudo que le hayan contado la verdad, si yo fuera Colin no lo haría, o al


menos esperaría a que fuera mayor de edad.

—También es posible que esté esperando para contárselo, a fin de cuentas,


no sé, ese niño tiene derecho a saber que no es su padre por si algún día
surge alguna compilación de salud, ya sabes, algo genético.

—Sí, por ese lado estaría bien que lo supiera, la verdad.

—¿Alana? —Escuché que me llamaba Gina desde la cocina.

—Sí, ya voy.

Pero en ese momento sonó el telefonillo y sonreí al saber que eran ellos.
Richi fue hacia la cocina para ayudar a poner la mesa, y yo abrí.

—¿Sí? —pregunté.

—Soy Colin.
—Subid.

Me quedé allí en la puerta esperando hasta que los vi salir del ascensor y
sonreí. Si estaba enamorada de Colin, ese mismo amor a primera vista me
acababa de dar de lleno con Liam.

No sería su hijo, no se parecería físicamente a él, pero no había duda de


que, algún día, sería una versión joven de Colin.

Ambos llevaban vaqueros, un polo azul marino y deportivas blancas, con el


pelo ligeramente alborotado tras la ducha.

—Hola. —Saludé con una sonrisa de oreja a oreja, feliz de verlos allí con
sus mochilas al hombro.

—Hola —Liam sonrió y a mí eso me llenó el alma, algo me decía que yo le


gustaba para su padre.

—Buenos días, pequeña. —Colin posó la mano en mi cintura dándome un


leve apretón y se inclinó para besarme el cuello.

—Pasad, el desayuno está listo, en cuanto acabemos, nos vamos.

—¿Irnos? —Colin frunció el ceño— Creí que nos quedábamos en tu casa.

—Vamos a mi otra casa —contesté con una risilla—. La casa donde


crecimos Gina y yo con mi abuela, que está cerca de la playa, y tiene
piscina y un jardín perfecto para pasar el fin de semana. Vamos, antes de
que nos dejen sin comida.

Ambos se miraron sin entender eso último, hasta que entramos en la cocina
y vieron allí a James junto a mi hermana y Richi.

Le presenté a Liam a mi pequeña familia y mi hermana quedó encantada


con él, al igual que le pasó al niño, que no se apartó de ella mientras
desayunábamos, elogiando sus tortitas.

Con Richi también congenió al momento, y no era para menos, puesto que
mi mejor amigo también tenía un humor de lo más peculiar, al igual que él
y su tío Samuel.

Cuando terminamos de desayunar, mi hermana fue a terminar de preparar su


mochila, y mientras James y Richi se quedaban en el salón con Liam
hablando de videojuegos, Colin me ayudó a recoger la mesa.

—No sabía que vendrían ellos también —me dijo rodeándome por la
cintura.

—En cuanto salí de tu apartamento anoche llamé a mi hermana. Esto es


algo que hacemos los tres todos los fines de semana, irnos a esa casa y
desconectar de todo —sonreí—. Sabía que a Liam le gustaría estar allí, hay
piscina y puede darse un chapuzón siempre que quiera. No sé, imaginé que
estar al aire libre era mejor que encerrado en un ático, por muy amplio y
lujoso que este sea.
—Pues has acertado de lleno, pequeña. —Me colocó un mechón detrás de
la oreja—. Mi hijo es lo más importante para mí, y, que una mujer vea eso y
le anteponga a él antes que a sus necesidades y las mías…

—Deja que te diga una cosa, don «yo controlo todo» —le corté y él arqueó
la ceja—. Sí, sé que tu hermano te llama así —sonreí—. No somos nada,
bueno, amigos sí, eso seguro, y estaré encantada de poder pasar tiempo con
tu hijo además de contigo.

—Cuando queráis podemos irnos —dijo mi hermana desde el salón, y me


quedé con las ganas de besar a Colin.

Me aparté de él y fui a la habitación a por mi mochila, cuando regresé,


Richi estaba hablando de la casa.

—Solo hay tres habitaciones, y el sofá del salón se convierte en cama, así
que yo me quedo allí. James, tú puedes dormir con Gina, Liam tendrá una
de las habitaciones y Colin se instalará con Alana.

—¿Se puede saber qué haces? —protesté.

—Repartir las habitaciones, que igual me dejabas durmiendo en una toalla


en el jardín.

—Pues no sería mala idea. —Volteé los ojos—. Colin puede dormir con
Liam si quiere.

—No va a querer, ya te lo digo yo. —Rio Richi, y James también.


—Vale, todo el mundo en marcha. —Señalé la puerta y fueron yendo hacia
ella.

—Tenemos que pasar antes por el súper —dijo Gina una vez salimos a la
calle para ir a por los coches.

—Alana y yo nos encargamos de la compra, no te preocupes —contestó


Colin.

—¿Sí? —preguntó y él asintió— Ok, pues nos vemos en casa, chicos —


sonrió y fue hacia el coche de James, Richi llevaría el suyo y yo iría en el de
Colin.

Una vez nos acomodamos los tres en él, le indiqué por dónde ir hacia la
casa de la playa y cuando estábamos llegando al súper aparcó y entramos a
hacer la compra.

Apenas si me dejó coger algo, Colin se encargó de llenar el carro con pan,
bebida, fiambres, carne, pescado y fruta, mientras yo me reía porque había
metido comida como para una semana y solo estaríamos allí dos días.

—Pero somos seis a comer, así que. —Se encogió de hombros cuando se lo
dije.

—Papá. —Le llamó Liam.


—Dime, hijo.

—Creo que falta comida para los desayunos.

—Cierto —dije—. Vamos a por leche, algunos bollos, galletas…

—¿Podemos coger cereales? —me preguntó Liam.

—Claro, y también algunas chuches, y helado, que por la tarde podemos ver
una peli tirados en el sofá. Allí hay tele por cable. —Le hice un guiño y él
sonrió.

Salimos del súper con más de diez bolsas, sin exagerar, incluso el pobre
Liam llevaba bolsas hasta el coche.

Cuando llegamos a la casa, Richi y James estaban limpiando la barbacoa,


supuse que Colin le mandó un mensaje a su amigo para decirle que llevaría
carne para hacerla allí.

—Alana, ¿me puedo dar un chapuzón en la piscina? —me preguntó Liam, y


sonreí acariciándole la mejilla y el pelo como a su padre.

—Cielo, en esta casa puedes hacer lo que quieras, como si fuera tuya.

—¡Voy a ponerme el bañador! —gritó.

—¡Tu habitación es la última puerta del pasillo! —le gritó mi hermana.


—¡Vale, tía Gina! —soltó, y nos hizo reír a todos.

—¿Me acaba de llamar tía? —Mi hermana nos miró con los ojos muy
abiertos.

—Eso parece. —Reí.

Miré a Colin y vi que estaba sonriendo, me rodeó con el brazo por la cintura
pegándome a su costado y apoyó la frente en la mía.

—Gracias por esto, él está… feliz —murmuró.

—Pues me alegra saber eso. —Le cogí por las mejillas y le besé, como
había hecho la noche anterior.

De nuevo él se puso tenso, pero como Alana que me llamaba, iba a


conseguir que dejara atrás esa tontería de no besar a las mujeres, o bueno, al
menos quería que me besara a mí.

Y mientras Liam nadaba en la piscina, los chicos prepararon la barbacoa


tomándose una cerveza, y Gina y yo fuimos guardando el resto de la
compra. Se sorprendió al ver todo lo que habíamos llevado y resopló
cuando le dije que excepto el desayuno y las chucherías, el resto era cosa de
Colin.
Acabamos las dos con el bikini puesto y metiéndonos en la piscina con
Liam, quien salió para secarse cuando lo hicimos nosotras a tomar un poco
el sol mientras el olor del maíz, las patatas y la carne nos hacía sonar el
estómago.

—¿Sabes, hermanita? —dijo de pronto— Creo que, por primera vez en la


vida, hemos tenido suerte encontrando a James y a Colin.

—Ah, ¿sí?

—Sí.

—¿Por qué?

—Sonreímos más —contestó mirándome con una sonrisa en los labios—. Y


ya sabes lo que decía la abuela.

—Si te hace sonreír —comencé a decir yo.

—Te sabrá hacer feliz. —Terminó ella.

Miré hacia Colin, Liam estaba con él y los demás, y como si supiera que le
observaba, miró por encima del hombro, sonrió y me hizo un guiño.

En ese momento yo también pensé en la abuela Mary, y supe que, de estar


aún con nosotras, James y Colin le habrían gustado mucho.
Capítulo 23

El día estaba llegando a su fin y Liam había disfrutado de la piscina como el


niño que era.

Richi incluso se metió con él un rato después de comer y jugaron con una
pelota un uno contra uno, una versión casera del waterpolo, según dijo mi
mejor amigo.

Colin había sonreído al ver a su hijo así más veces de las que podía contar, e
incluso él y James, que se había puesto un protector en el yeso, se unieron a
ese partido en el que acabaron ganando el padre y el hijo.

Gina miraba a James y se le iluminaba la cara, y él estaba siempre tan


atento, tan pendiente de ella en todo momento, que me alegré de que fuera
él quien pasaba aquella noche por mi lado cuando Thomas comenzó a
molestarla.

Habíamos terminado de cenar hacía un rato, pero aún estábamos todos


sentados a la mesa tomando una copa cuando Liam dijo que se iba a dormir,
se inclinó para darme un beso en la mejilla y noté que Colin sonreía y me
acariciaba el hombro con la mano.

—Buenas noches, Alana. Me lo he pasado muy bien en tu casa.

—Ay, cariño, no tienes que darlas —sonreí—. Cuando vengas a casa de tu


padre, te puedes venir a pasar aquí el día que quieras.

—¡Hasta mañana! —casi gritó mientras agitaba la mano mirándonos a


todos, y entró en la casa.

—Tu hijo es un amor, Colin —le dijo mi hermana.

—Es un chaval increíble —comentó Richi.

—Sí, Colin es un tipo con suerte, su hijo no solo es cariñoso y un buen


estudiante, es obediente y no le da problemas —nos aseguró James, que
mantenía un brazo alrededor de los hombros de mi hermana mientras le
acariciaba distraído la otra mano.

—Estoy muy orgulloso de él, y sé que algún día será un gran hombre.

—De eso no tengo la menor duda —sonreí.

—Así que vosotros tres venís a esta casa todos los fines de semana —
preguntó James cogiendo su whisky.
—Sí. Cuando nuestra abuela murió decidimos no venderla, nos criamos
aquí y… ya sabes, los recuerdos no tienen precio —contesté.

—Pues os propongo algo. —Dejó la copa—. ¿Qué os parece si vamos a


pasar un fin de semana todos a algún sitio? Una cabaña, un resort en una
isla. Tenemos el jet de la empresa disponible.

—Y a mí me tocará de niñero mientras vosotros jugáis a los médicos, como


si lo viera —dijo Richi volteando los ojos.

—Tranquilo, le decimos a Samuel que se venga y así cuidáis del niño los
dos.

—Ey, ey, a ver si me vas a decir que por la noche también puede darme
calorcito en la cama, que por ahí vas mal. Ya tengo a mi chica para eso.

—Pues que venga también.

—Eso estaría bien, solo que ni siquiera nosotras la conocemos —contestó


Gina.

—Sí, que parece que la estás manteniendo lejos de nosotras para que no le
contemos tus vergonzosas historias de niño y adolescente. —Reí.

—La conocéis más que de sobra —murmuró Richi, y cuando vio que Gina
y yo le mirábamos con los ojos muy abiertos, supo que había metido la pata.
—¿Cómo que la conocemos? —pregunté.

Pero no me respondió, ya que en ese momento llamaron al timbre.

—Voy yo, así luego voy a por un poco de agua —dijo mi hermana
poniéndose en pie.

Entró en casa y miré a Richi, esperando una respuesta, pero estaba claro que
mi mejor amigo no tenía pensado dármela.

—¡He dicho que te vayas! —Todos escuchamos el grito de mi hermana y


fuimos corriendo hacia la puerta.

—No me voy hasta que hablemos —le decía Thomas, que a juzgar por el
modo en el que arrastraba las palabras, estaba borracho—. No puedes seguir
evitando mis llamadas.

—¿A ti no te quedó claro que Gina está ahora conmigo? —gritó James
haciendo que mi hermana se apartara de la puerta.

—Joder, ¿en serio, nena?

—No la mires, no le hables, ni siquiera pienses en ella para hacerte una puta
paja. —James le cogió por el cuello de la camisa.

—James, por favor. —Le llamó Gina.


—Ha bebido —murmuré junto a Colin.

—Y ha tomado otras cosas también.

Sí, podía verlo por lo dilatadas que tenía las pupilas.


Me intenté acercar a la puerta, pero Colin me lo impidió agarrándome del
codo, cuando lo miré, negó moviendo la cabeza de un lado a otro.

Se adelantó y fue él, sacando el móvil del bolsillo de sus vaqueros.

—Estoy llamando a la policía, así que más vale que te vayas —le dijo a
Thomas.

—¿Y tú quién coño eres? ¿Te estás follando a estos dos capullos, Gina?

—Voy a ser tu peor pesadilla como no te largues.

—¿Es que ahora te montas tríos? Puta de mierda, ¿cuántas veces te lo


propuse y te negaste?

—Si vuelves a dirigirte a ella, te salto los dientes —James le amenazó con
los dientes muy apretados, y se notaba que se estaba controlando para no
darle un puñetazo, que era lo que se merecía—. Vete y no vuelvas a
molestar a mi mujer.

Colin hablaba con la policía pero a Thomas parecía no importarle.


James le soltó haciendo que tropezara pero no cayó al suelo. Todo lo
contrario, en cuanto se dio la vuelta, Thomas sacó una navaja del bolsillo y
se abalanzó sobre él, agarrándole por el cuello y, moviendo el otro brazo
hacia atrás y después hacia adelante, se la clavó en el costado.

—¡Hijo de puta! —gritó con la cara contraída por la sorpresa y el dolor.

Colin se fue a por él y Richi me dio su móvil para que pidiera una
ambulancia mientas iba a sujetar a Thomas y llevárselo de allí antes de que
Colin le diera una paliza.

Por suerte no tardamos en oír la sirena de un coche patrulla que debía estar
cerca de la zona.

—¿Alana? —Me giré con los ojos muy abiertos, al igual que mi hermana,
que se había quedado paralizada, al escuchar la voz de Liam— ¿Qué pasa?

—Nada, cariño. —Miré a mi hermana y entendió que debía llevarme al niño


de allí—. Vamos, vamos a la habitación.

Le pasé el brazo por los hombros y fuimos a la habitación, en cuanto cerré


la puerta y cuando se metió en la cama, me senté a su lado.

—Ese hombre… había bebido —dijo, y yo fruncí el ceño.

—¿Por qué lo dices?


—El nuevo novio de mi madre, a veces también habla así, le escucho desde
mi habitación y me quedo allí encerrado. Y ella grita, un día la escuché
gritar más y cuando salí, él la estaba golpeando.

Se me hizo un nudo en el estómago porque aquello no debería haberlo visto,


ningún niño tendría que ver a sus padres pasar por eso.

Colin me había dicho que su ex también consumía, y recordar las veces que
mis padres llegaron a casa en malas condiciones, me hizo estremecer.

—Le pedí que parara, intenté apartarle y me dio un empujón que hizo que
me golpeara con el marco de la puerta.

—Liam, ¿esto lo sabe tu padre?

—No —murmuró inclinando la cabeza y mirando sus manos—. Mi madre


me dijo que si se lo contaba, él nos separaría, y ella me perdería. Pero yo
quiero contárselo, porque no me gusta ver a mi madre siendo golpeada, y
quiero irme a vivir con él. No me gustan los novios de mi madre, no me
tratan bien, como lo has hecho tú.

—Cariño. —Le abracé y cuando noté que me caía una lágrima suya en el
hombro, se me humedecieron los ojos con lágrimas silenciosas que me
negué a derramar para no preocuparle más—. Si quieres contárselo a tu
padre, hazlo, él hará que no tengas que ver eso más.

Nos quedamos allí en la habitación, abrazados mientras él sollozaba


dejando a un lado la actitud de niño fuerte y casi adulto que habíamos visto
todos, hasta que tiempo después Colin entró por la puerta.

—¿Cómo está James? —preguntó, y él frunció el ceño al vernos así.

—Se lo han llevado en la ambulancia a la clínica, Richi ha ido con ellos en


su coche, porque tu hermana estaba muy nerviosa.

—¿Y Thomas?

—Detenido, cuando salgan de la clínica con el parte de lesiones, irán a


ponerle un par de denuncias a la comisaría —contestó y asentí—. ¿Y a ti
qué te pasa, campeón? ¿Te has asustado?

—No, papá, no es eso. Es que… —Liam me miró sonreí acariciándole la


mejilla y asentí— El novio de mamá bebe, y la golpea.

La cara de Colin cambió por completo, de estar relajado, a furioso. Liam le


contó todo lo que me había dicho a mí sin llorar, mostrándose fuerte de
nuevo ante su padre, como si creyera que, por verlo llorar, Colin fuera a
pensar que era un niño débil.

En cuanto acabó de contárselo, Colin le abrazó y le dijo que no iba a


permitir que nadie volviera a golpearle a él. Incluso le preguntó si podría
contar todo lo que ve en casa de su madre ante un juez, y Liam le dijo que
sí, si eso le ayudaba a irse a vivir con él.

—Ahora vuelvo, tengo que hacer una llamada —dijo, y sin necesidad de
que me dijera más, sabía que iba a llamar a su abogado, el testimonio de
Liam ante el juez sería fundamental para que él pudiera quedarse con la
custodia definitiva.

Liam se acurrucó en la cama y me pidió que me quedara con él hasta que


volviera su padre, así que nos quedamos allí hablando en susurros de lo que
él quería estudiar y a qué se dedicaría de mayor.

Lo tenía claro, quería seguir los pasos de su padre y eso me hizo sonreír.

No sabría decir en qué momento nos quedamos dormidos, pero así fue. Y
cuando noté una leve caricia en el hombro, me desperté sobresaltada.

—Tranquila, pequeña, soy yo —susurró Colin.

—Me he quedado dormida.

—Lo sé, tengo la prueba en el móvil —sonrió, y fruncí el ceño sin entender
—. Os he hecho una foto.

Miré a Liam y estaba abrazándome por la cintura con la cabeza sobre mi


hombro. Me gustaban los niños, y me veía siendo madre en un futuro, pero
nunca había sentido lo que en ese momento, y era un amor increíble hacia
ese niño que se hacía el fuerte para parecer adulto por el que yo misma me
enfrentaría a quien fuera.

—Vamos, dejémosle dormir. —Colin me ayudó a salir de la cama y me


cogió en brazos.
—Que siento las piernas, no soy como Rambo. —Volteé los ojos porque me
llevara en vez de dejarme ir caminando.

—Gracias por la aclaración, pero quiero llevarte.

Entramos en mi habitación, esa que íbamos a compartir, y mientras me


recostaba en la cama, me besó en los labios. Pero no un leve roce como los
que yo le había dado hasta ahora, ni mucho menos.

Nuestras lenguas se enlazaron en aquel primer encuentro y deseé poder


besar a ese hombre el resto de mi vida del mismo modo en el que lo hacía
ahora.

—¿Qué acabas de hacer? —pregunté incrédula cuando se apartó y vi que


comenzaba a desnudarme.

No respondió, me quitó cada prenda de ropa que acabó en algún rincón de


mi habitación y, tras desnudarse él, se colocó entre mis piernas mirándome
fijamente mientras me acariciaba la mejilla.

—Acabo de besar a la única mujer que realmente lo ha merecido en estos


años —contestó y sentí que mis ojos se humedecían.

Colin se inclinó y volvió a besarme mientras sus manos recorrían mi cuerpo


en una lenta y tortuosa pero dulce caricia, haciéndome estremecer de pies a
cabeza y notando que comenzaba a humedecerme con solo pensar en lo que
ese hombre estaba a punto de hacerme.
Capítulo 24

Esa mañana de miércoles, cuatro días después de lo ocurrido en mi casa de


la playa, estaba yendo a la cafetería con Richi para comer, cuando empezó a
sonar mi móvil y vi el nombre de Colin en la pantalla.

—Ah, ahí está tu príncipe, mi querida Blancanieves. —Rio y sonreí


mientras descolgaba.

—Hola. —Le saludé.

—Hola, pequeña. ¿Te pillo ocupada?

—No, estoy llegando a la cafetería, voy a comer con Richi.

—Ese soy yo —dijo él apartando un poco el móvil de mi cara para hablar.

—Quita, loco. —Reí—. ¿Va todo bien, Colin?


—Sí, va mejor que bien. El abogado me ha dicho que el juez admite el
testimonio de Liam, le dijo que tenía algo que contar sobre su madre y le
hemos llevado hoy para que hable con él, lo ha grabado y usarán el
testimonio en el juicio.

—¡Pero eso es genial! Ahora sí que te darán la custodia.

—Eso espero, no quiero que mi hijo siga viviendo en esa casa y que vea
como su madre se abandona.

—No se merece eso, y tampoco ser un daño colateral por defenderla. Sé que
la quiere, pero…

—Lo sé —me cortó, a sabiendas de que aunque el propio Liam nos había
dicho que quería a su madre, no quería seguir viviendo con ella y que uno
de sus novios la tomara con él.

Colin tampoco lo quería, era su hijo y le juró protegerle siempre de


cualquier cosa.

—Solo quería que lo supieras, te dejo comer, pequeña. ¿Nos vemos esta
noche?

—Claro, iré a cenar con vosotros.

—¿Italiano o mexicano?
—Lo que le apetezca a Liam —sonreí.

—Entonces será pizza —rio.

—Pues pizza para todos. Te… —Carraspeé, con los ojos abiertos ante el
pensamiento que acababa de tener en ese momento y que casi, casi, digo
con palabras— Te veo después. Adiós.

—Adiós, pequeña.

—¿Has estado a punto de decirle que le quieres? —preguntó Richi con


ambas cejas elevadas.

—No —mentí, y sentí que se me teñían las mejillas de rojo carmesí al


mismo tiempo que me ardían por la vergüenza.

—Sí —me señaló—, ¡se lo ibas a decir! Qué fuerte, chica, ¡te has
enamorado del moreno!

—¿Puedes dejar de gritar, por favor? —le pedí mientas tiraba del bajo de su
chaqueta.

—Ay, mis niñas, qué mayores se han hecho. —Se secó unas inexistentes
lágrimas bajo los ojos—. Ya veo que no tardaré mucho en llevaros a ambas
al altar.
—¿Y por qué corres tanto? No me veo casada, al menos todavía no. Y
mucho menos con Colin.

Pedimos la comida y tras llenar las bandejas y pagar, nos sentamos en una
de las mesas.

—Te has enamorado, y no me lo niegues. —Me señaló.

—Vale, creo que sí, pero esto no irá mucho más allá de…

—Alto ahí. —Levantó la mano haciendo que me callara—. Ese hombre te


ha presentado a su hijo, cariño, no eres solo un pasatiempo.

—Eso no lo sabes, ha estado con otras mujeres, y su ex le ha presentado a


muchos novios.

—Dudo que él haya hecho lo mismo. Por lo que he visto y oído de él,
puedes estar segura de que ese hombre no le ha enseñado a su hijo de doce
años a ser un vividor que vaya de flor en flor. Eso lo tendrá que descubrir él
solito. —Se encogió de hombros.

—Como sea, no creo que esto vaya a ser uno de esos felices para siempre.

—Cuando te lleve vestida de novia hasta él, me lo dices.

Negué mientras reía, pero dejamos la conversación para centrarnos en la


comida, solo que como él me había estado molestando a mí, yo misma le
quise molestar a él y pregunté por su chica, esa tan misteriosa que aún no
nos había presentado a Gina y a mí, solo que no me dijo quién era, tan solo
que cuando fuera el momento, nos la presentaría.

Regresamos a la zona de urgencias entre risas y, cuando llegamos a la


puerta, vi una mujer que me resultaba un tanto familiar, pero no sabía de
qué.

—Tú eres la amiguita de Colin, ¿verdad? —dijo mirándome, y al tenerla tan


cerca, descubrí que era Rachel, su ex.

—¿Y usted es? —preguntó Richi.

—Es su exmujer —le respondí yo—. Ahora te veo.

—¿Estás segura?

—Sí.

Richi asintió, no muy convencido, y entró quedándose tan solo unos metros
apartados de nosotras, vigilándome por si necesitaba ayuda en algún
momento.

—¿Qué quiere de mí? —Me crucé de brazos esperando una respuesta.

—No creas todo lo que te dice Colin —contestó—. Te ha mentido. No me


quiere quitar la custodia, sino volver conmigo, pero sin perderte. Se ha
encaprichado de ti, y no es la primera vez que le pasa. Durante nuestro
matrimonio me fue infiel varias veces, creí que con la llegada de nuestro
hijo eso cambiaría, pero no lo hizo. Por eso le pedí el divorcio, no soportaba
ser la que le esperaba en casa mientras él andaba por ahí con otras.

—Lo siento, pero no la creo —negué.

—Deberías hacerlo, Colin sabe bien cómo meterse en la cabeza de una


mujer, además de en su cama. Si sigues con él te arrepentirás.

—¿Me está amenazando? —Arqueé la ceja.

—No, solo te advierto. No es el hombre que crees, y tampoco es la primera


vez que miente para conseguir lo que quiere en ese momento.

Y sin decir una sola palabra más, comenzó a caminar hacia la zona del
parking.

—¿De qué quería hablar contigo esa mujer? —preguntó Richi.

—Me ha aconsejado no creer nada de lo que me diga Colin. Dice que él era
el infiel y ella quien le pidió el divorcio.

—¿Liam sigue con Colin?

—Sí, y se quedará al menos hasta el final de esta semana.


—Entonces ella no sabe que has conocido al niño, que os ha contado cosas,
y que su testimonio hará que le quiten a ella la custodia.

—Eso parece, de lo contrario, no me habría dicho que Colin quiere tenernos


a las dos. O sea, si eso fuera así, ¿por qué me presentaría al niño?

—No le hagas caso —dijo pasándome el brazo por los hombros—. Vamos,
que aún nos quedan unas horitas para irnos a casa.

Entramos en la clínica y el resto de la jornada la pasé enseñando a un par de


enfermeras nuevas dónde estaba todo y el modo que teníamos en la clínica
de controlar el inventario.

Cuando llegó la hora de salir, me despedí de Richi y cogí el coche para ir a


casa de Colin, la verdad era que me apetecía verle a él, y también al niño.

Puse música que me acompañara en el camino y al parar en su semáforo vi


que el coche que había detrás se pegaba mucho al mío.
Bueno, si tenía prisa por llegar a su casa era problema suyo, no mío y
tampoco del resto de conductores ni de viandantes que paseaban por las
calles de Los Ángeles en ese momento.

En el momento en el que se puso en verde, avancé por la carretera y el


coche seguía detrás de mí, por lo que parecía ser que prisa no llevaba.

Me despreocupé y seguí concentrada en conducir mientras la música me


acompañaba, poco podía imaginar que, apenas unos metros más adelante, el
coche que iba detrás de mí, me la acabaría liando.
Pero así fue, en una curva demasiado cerrada se puso a adelantarme a toda
velocidad, y cuando creí que le había perdido de vista, me lo encontré por
sorpresa parado en la recta un poco más adelante de donde me había
pasado, haciéndome frenar con tan mala suerte que perdí el control del
coche.

Lo último que podía recordar de ese momento era el acantilado demasiado


cerca, el chirriar de las ruedas mientras yo pisaba el freno, y la fuerza con la
que me agarraba al volante esperando el final de la noche.
Capítulo 25

Escuché el pitido de máquinas a mi alrededor, traté de abrir los ojos pero los
tenía tan pesados que me costaba.

Incluso el cuerpo me lo notaba como si fuera de plomo, ni siquiera era


capaz de mover un dedo.

Hice un último esfuerzo, y, poco a poco y para mi sorpresa, se me abrieron


los ojos.

Conocía perfectamente ese lugar, una de las habitaciones de la clínica en la


que yo trabajaba.
¿Qué hacía allí como una paciente más?

Miré alrededor y encontré a Richi revisando el gotero, tragué con dificultad


y carraspeé, lo que hizo que mi mejor amigo me mirara.

—¡Hostia puta! ¡Has despertado! —dijo con los ojos muy abiertos— Joder,
cariño, pareces uno de los muertos vivientes del Thriller de Michael
Jackson. —Frunció los labios.
—Vete —carraspeé de nuevo— a la mierda, Richi.

—Genial, sigues con tu buen humor de mierda, y me recuerdas, no has


perdido la memoria.

—¿Qué hago aquí? ¿Y por qué me duele todo como si me hubiera pasado
una manada de elefantes por encima?

—Porque tuviste un accidente, Alana, casi te perdemos —dijo sin rastro de


diversión, todo lo contrario, el dolor y el miedo se instalaron en sus ojos.

—¿Un accidente? ¿Cuándo?

—Hace dos semanas. Voy a buscar a mis padres. —Se inclinó y me besó en
la frente—. Me alegro de que estés de nuevo entre los vivos.

Le vi salir y traté de incorporarme, pero me dolía todo, y no exageraba.


Sentía un punzante y agudo dolor en el costado izquierdo, además de
presión, esa que, sin duda alguna, debía ser por un vendaje.

Retiré la sábana y me eché un vistazo. Todo el lateral izquierdo de mi


cuerpo se llevó la peor parte de ese accidente. Pierna enyesada hasta el
muslo, el costado en el que no sabía qué tenía pero que estaba vendado, y el
brazo con un vendaje desde la muñeca hasta un poco más arriba del codo.

Vale, ese dolía pero no estaba roto, debía ser solo un leve esguince.
Hice por levantarme, pero tenía la maldita sonda puesta, lo que quería decir
que esas dos semanas las había pasado en coma. Suerte para mí que era
enfermera y podía quitármela yo, cosa que hice porque no quería estar ni un
segundo más en esa cama. Y aunque finalmente conseguí levantarme, lo
hice con cierta dificultad. Fui hasta el baño caminando más despacio que
una tortuga y al mirarme en el espejo vi que tenía algunas pequeñas heridas
en la cara, ya estaban curadas, pero eso seguro que fue porque el cristal
delantero estallaría en pedacitos y se me clavaron.

Suspiré, hice pis sin aquella cosa puesta, y regresé a la habitación para
meterme en la cama, pero en ese momento se abrió la puerta y Richi,
seguido por sus padres, entraron.

—¿Qué haces, loca del demonio? —me gritó mi amigo corriendo hasta mí
para cogerme en brazos y llevarme a la cama.

—Necesitaba levantarme. —Me encogí de hombros.

—Te podías haber esperado a que volviera. ¿Y la sonda?

—Me la he quitado, ¿qué querías, que fuera con ella puesta al baño? —
Volteé los ojos.

—Madre mía, vais a tener que atarla a la cama si queremos que se recupere
—les dijo a sus padres.

—¿Cómo te encuentras, cariño? —me preguntó Pam.


—Me duele todo el cuerpo.

—No es para menos, estás viva de milagro —contestó Robert.

—Richi me ha dicho que tuve el accidente hace dos semanas.

—Así es —ella asintió.

—Pero, no recuerdo nada.

La puerta volvió a abrirse y Colin entró corriendo a la habitación.

—Dios, Alana. —Me abrazó y cuando me quejé al sentir el dolor en el


costado, se apartó.

—Cuidado, campeón, que nos la rompes —dijo Richi.

—Lo siento, lo siento, pequeña. ¿Cómo te sientes?

—Me duelen hasta las pestañas —suspiré.

—Pero estás despierta, eso es lo que importa.

—Y parece que recuerda —comentó mi amigo.

—¿Sí? —Colin abrió los ojos y sonrió, esperanzado.


—Sí, menos el accidente que dicen que tuve. —Fruncí el ceño.

—¿Qué es lo último que recuerdas?

—Pues lo último de ese día, que me despedí de Richi en la puerta, subí al


coche, y conduje para ir a tu casa. Un coche me adelantó y, después… no sé
qué pasó.

—¿Y antes de eso? —curioseó Pam.

—Bueno, lo normal. Un día de trabajo más. Lo único raro fue que vino tu
ex a verme. —Miré a Colin—. Dijo que no debía creerte, que tú le fuiste
infiel, que…

—¿Ella vino a verte? —gritó.

—Sí. Dijo que si seguía contigo, me acabaría arrepintiendo.

—Eso me suena a amenaza —comentó Pam.

—A mí me lo pareció, pero dijo que era una advertencia. Supuse que


porque Colin podría engañarme a mí como decía que lo había hecho con
ella.

—O que intentó quitarte del medio, Alana —dijo Robert.


—Joder. —Colin sacó el móvil del bolsillo y le vi marcar mientras se giraba
—. Escúchame bien, necesito que aceleres todo, tengo que conseguir la
custodia de mi hijo cuanto antes mejor. Rachel no va a llevárselo de nuevo
con ella a casa, y me importa una mierda si me denuncia por
incumplimiento de régimen de visitas, pero mi hijo no vuelve con ella.
»Hace dos semanas fue a ver a Alana, y esa noche ella tuvo el accidente.
Dime que no es una puta casualidad después de que le advirtiera que si
seguía conmigo se iba a arrepentir. —Se pasó la mano por el pelo y no
dejaba de pasear de un lado a otro por la habitación.
»Me da igual cómo, pero consíguelo. Quiero la custodia completa de mi
hijo, y pídele a tu amigo el policía que investigue más a fondo el accidente,
Alana casi muere en ese acantilado, y si Rachel tiene algo que ver, la quiero
el resto de su miserable vida en la cárcel, ¿me he expresado con claridad?
Bien, mantenme al tanto.

Colgó y me miró. Pam sonrió y cuando la miré me hizo un guiño.

—Tenemos que hacerte algunas pruebas, Alana —me dijo Robert.

—¿Puedo hablar con ella a solas antes? —preguntó Colin.

—Claro, vamos a ir preparando la sala para las pruebas —respondió Pam.

—No la estrujes otra vez, que si me la rompes, a ver cómo me haces otra
igual, colega —le dijo Richi dándole una palmada en la espalda.

Cuando los tres salieron de la habitación, Colin se sentó en la silla junto a la


cama y me cogió la mano para besarla.
—Creí que no despertarías —confesó.

—Bueno, podría haber sido el caso, sí. —Me encogí de hombros—. Han
pasado dos semanas, y no he perdido la memoria, pero podrían haber
pasado meses y que me despertara sin saber quién era yo, ni nadie de mi
entorno. Incluso podría no haber…

—No lo digas. —Se incorporó llevando la mano a mi nuca y apoyó la frente


en la mía—. No se te ocurra decir que podrías haber no despertado nunca
porque eso me lo dijo Richi, y puedes preguntarle a él cómo quedó la sala
donde me llevó.

—¿La destrozaste? —Abrí los ojos asustada.

—Digamos que volaron un par de sillas chocando con la pared, y la mesa…


Bueno, esa la hice volcar.

—¿Por qué hiciste eso, Colin?

—Porque pensar en perderte me mataba, Alana —susurró—. Siento que


estés así por mi culpa.

—No es tu culpa. Tú no provocaste el accidente. —Fruncí el ceño.

—No, pero si fue Rachel… —suspiró— Tenía que haber sabido que se
presentaría en aquella fiesta, y al verte se volvería loca. No quiere que le
quite al niño, y se inventaría cualquier cosa con tal de hacer que te alejaras.
Samuel dice que debió ver algo en mi manera de mirarte a ti.

—Claro, ahora me dirás que te has enamorado de mí. —Reí.

—Sí —dijo sin pensar, y se me cortó la risa de inmediato.

No supe ni qué decir, a pesar de que yo misma estaba enamorada de él.

Colin se inclinó y me besó en los labios, un beso donde me demostró eso


que acababa de confesar, porque así lo sentí, una confesión por su parte.
Capítulo 26

Desde que desperté en la habitación de la clínica habían pasado tres días, y


los padres de Richi aún no se habían planteado ni darme el alta.

En eso tuvo mucho que ver Colin, que les pidió que me hicieran todas las
pruebas que fueran necesarias para asegurarse de que estaba perfectamente
bien y que no me ocurriría nada.

Y yo como enfermera y profesional en mi trabajo era muy buena, pero


como paciente, estaba comprobando que no tenía apenas paciencia.

Me quejaba cuando Richi venía a visitarme, diciéndole que no entendía


cómo nuestros pacientes aguantaban tantas horas allí sin hacer nada. Si
hasta le pedí que me dejara hacerme a mí misma una nueva extracción de
sangre porque sus padres querían comprobar que mis niveles estaban bien.

Se negó, obviamente, así que aquí estaba yo, en mi tercer día, bueno no, el
decimoséptimo día ingresada en la clínica, el tercero siendo consciente de
ello y queriendo salir cuanto antes para irme a casa.
Dejé el móvil caer en mi regazo, y suspiré cerrando los ojos al tiempo que
apoyaba la cabeza en la almohada. Me quería ir a mi casa.

—Hola. —Miré hacia la puerta y vi a mi hermana asomada.

—Dime que has venido para llevarme a casa, por favor —le imploré,
juntando las manos a modo de súplica.

—Pues no, lo siento mucho. —Entró y cerró la puerta.

—Gina, tienes que sacarme de aquí, no aguanto más. Me voy a volver loca.

—Colin quiere asegurarse de que estás bien.

—Pero si podría correr una jodida maratón a la pata coja —resoplé.

—Bueno, eso estaría por ver. —Rio—. ¿Cómo estás?

—Aburrida, muerta del asco, y creo que empiezo a tener claustrofobia de


estar aquí metida. Esto no os lo perdono, de verdad que no.

—Pudiste morir, Alana —me recordó—. Entraste prácticamente en las


últimas.

—Lo sé —susurré alisando la colcha de la cama.


Robert y Pam me dijeron que debía tener un ángel de la guarda buenísimo
porque de algún modo que no conseguían explicar, aquella noche aún
estaba viva cuando me trajeron.

Di varias vueltas de campana con el coche, ese que quedó hecho un amasijo
de hierros, y según me dijeron, tuvieron que intervenir los bomberos para
poder sacarme.

Gina decía que ese día volví a nacer.

—Bueno, tengo una sorpresa para ti —dijo con una sonrisa cogiéndome la
mano.

—Si no me vas a llevar a casa, no es una sorpresa.

—Qué impaciente eres, hija, de verdad. —Rio.

—Vale, ¿qué sorpresa?

—Dame un momento. —Levantó la mano y fue hacia la puerta, abrió y


poco después vi que un enorme oso blanco con un lazo rosa en el cuello
parecía estar caminando solo, hasta que Liam asomó la cabeza por detrás.

—¡Liam! Pero ¿y ese oso? —sonreí.

—Lo vi y le dije a mi padre que quería regalártelo. —Se encogió de


hombros.
—Ay, cariño, pero si es igual de grande que tú. —Reí—. Ven, dame un
abrazo. —Abrí los brazos y sin soltar el peluche, me abrazó.

Sentí un nudo en la garganta y las lágrimas empezando a inundar mis ojos,


pero no iba a llorar.

—Esto ya me ha curado, hermanita —le dije a Gina sin soltar a Liam—.


¿Puedes pedir que me den el alta?

—No cuela, Alana. —Rio.

—Vaya por Dios. ¿Has venido con tu padre? —le pregunté a Liam, cuando
se apartó para dejar al oso sentado en la silla junto a mi cama.

—No, está en una reunión con James y el tío Samuel.

—Me pidió que me quedara esta noche con él —dijo Gina.

—Sí, la tía Gina y el tío Richi me han dicho que vamos a cenar pizza y a ver
una película de miedo.

—¿Qué? —Abrí los ojos horrorizada— No, no, nada de películas de miedo.

—No me dan miedo —contestó frunciendo los labios—, el tío Samuel y yo


las vemos algunas veces.
—Ay Dios, tu tío Samuel y Richi son unas malas influencias para ti. —Me
pasé la mano por la frente.

El móvil de mi hermana empezó a sonar y cuando lo sacó del bolso, sonrió.

—Hablando de malas influencias. Hola, Richi. Pues estoy en la clínica,


visitando a Alana. Ajá, sí, en su habitación. Vale, ahora nos vemos. —Colgó
y volvió a guardarlo, frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Pues, no sé, pero lo he notado raro.

—Creo que ha sido un día difícil en urgencias —comenté—. Y ya es hora


de que se vaya a casa.

—Por eso vinimos ahora, para irnos juntos para casa.

Seguí hablando con Liam y le pregunté cuándo volvería a Nueva York, a


pesar de que sabía que Colin no quería que lo hiciera y estaba luchando con
todas sus fuerzas para conseguir la custodia, y me dijo que por el momento
su padre se negaba a llevarle de vuelta, cosa que a él no parecía importarle.

Poco después la puerta se abrió y mi mejor amigo entró con la cara un


poquito pálida.

—Richi, ¿estás bien? Parece que has visto un fantasma —sonreí.


—Tengo algo que contaros —dijo—. Hola, colega. —Chocó la mano con
Liam en una especie de saludo que parecían haber ensayado mucho hasta
lograr que saliera perfecto y natural.

—Hola, tío Richi.

—¿Por qué le llamas así, y a ella tía Gina? —Curioseé.

—Me dijeron que podía. —Liam se encogió de hombros y con esa


respuesta me debería dar por explicada, así que perfecto.

—¿Qué tienes que contarnos? —le preguntó mi hermana a Richi.

—Siéntate, no sea que te caigas de culo al suelo —le pidió él acercando la


otra silla hasta ella.

—No puede ser tan malo, ¿no?

—No, pero seguro que de la sorpresa te mareas por la impresión.

—Vale, me tienes intrigada —intervine—. ¿Qué pasa?

—Voy a ser padre.

Y así lo dijo, sin prepararnos, sin pensar, sin anestesia.


—Creo que me voy a sentar —dijo mi hermana.

—¿Cómo has dicho?

—Que voy a ser padre, Alana.

—Pero, ¿y eso cómo ha sido?

—¿Quieres una lección de anatomía? —contestó.

—A ver, a ver, que hay un niño delante —protestó mi hermana.

—Sé cómo se llega a eso, pero, Richi, por el amor de Dios, ¿no sabes que
existen los… ya sabes?

—¿Queréis que salga a tomarme un zumo o algo? —preguntó Liam.

—Sí, cariño —sonreí—. Ve a buscar a Margaret, que es una enfermera muy


simpática que está en el mostrador de esta planta. Dile que se quede
contigo, ¿sí?

—Vale. —Se acercó y volvió a abrazarme y le di un beso en la mejilla—.


Ponte bien pronto, que quiero volver a ir a la casa de la playa contigo.

—Ay, mi niño, si es que te tengo que querer. —Me lo comí a besos.

Cuando salió, me incorporé en la cama y señalé a Richi.


—¿En serio, Richi? Pero cómo se te olvidó ponerte un condón, por Dios.

—Bueno, imagino que habrás estado en una situación como la mía, o sea,
con un calentón de tres pares, ¿no?

—Sí, pero, no pierdo la cordura hasta ese punto.

—Vale, vamos a calmarnos un poco. Que es un hijo, no una maldición


ancestral por abrir un sarcófago, por Dios —dijo Gina volteando los ojos.

—Y sin presentarnos a tu novia, nos dices que vamos a ser tías y te quedas
tan tranquilo —añadí.

—Es Masie.

Silencio, un silencio ensordecedor fue lo que llenó en ese momento la


habitación.

—Masie, ¿nuestra Masie? —preguntó mi hermana.

—No conozco otra. —Se encogió de hombros.

—Pero, Richi, ¿y eso cómo pasó?

—No sé, Alana —suspiró con las manos en los bolsillos—. La noche que
Gina salió a cenar con James y tú te fuiste a Nueva York, salí como siempre
a tomar algo, ya sabes.

—Sí, en busca de un poco de compañía para tu cama. —Volteé los ojos—.


¿Y tenía que ser ella? Le gustas desde hace tiempo, Richi.

—Bueno, no lo planeé, ¿vale? Joder, había un tío que no dejaba de


incordiarla, y cuando le vi agarrarla de la muñeca y el gesto de dolor de
ella, yo, solo… Reaccioné. Vi todo rojo, Alana, me enfurecí y aparté a ese
tío hasta que le tiré al suelo. Ella me pidió que le dejara, que no era más que
un pesado que se había tomado más copas de la cuenta, pero no me aparté
de la barra el resto de la noche. Esperé a que acabara su turno y la llevé a
casa. Vete a saber por qué, pero esa noche empecé a verla, a verla de
verdad.

—Hasta que entendiste que te habías enamorado —sonrió Gina.

—Sí.

—¡Vas a ser papá! —grité y sonrió al tiempo que asentía— Madre mía,
quién lo iba a decir.

—Sí, siempre pensé que ella sería la primera —dijo señalando a Gina.

—Me alegra saber que no lo he sido. —Rio—. Seguro que seré la última.

—Aunque, bien mirado… —Richi se rascó la barbilla—. Alana ha sido


realmente la primera.
—¿Yo? —Abrí los ojos—. No me digas que me he despertado de un coma y
no me habéis dicho aún que estoy embarazada.

—No, mujer, me refiero a Liam

—Ah, bueno. ¿Qué? No, no, ese niño no es mi hijo.

—Pues te ve como a una madre —dijo Gina sonriendo—. Y no es el único,


tengo la sensación de que Colin también.

—Solo soy… ¿Qué sé yo lo que soy de Colin?

—¿Su chica? —respondieron al unísono.

Abrí la boca para protestar, pero no dije nada y volví a cerrarla. ¿Sería que
Colin me veía así, como su chica, su novia? ¿Me veía en el futuro a su lado,
como su esposa y madre de sus hijos?

—Bueno, esto merece una celebración en condiciones —dijo Richi—, así


que en cuanto salgas de aquí, nos vamos todos de cena para celebrar que
voy a ser padre.

—¿Y cómo te has enterado?

—Masie ha venido a urgencias porque no se sentía bien, la he acompañado


a la consulta de mi madre y… bueno.
—¡Ostras! Menuda manera de enterarse de que va a ser abuela. —Rio mi
hermana.

—En cuanto le dijo que estaba embarazada y me miró a mí, no hizo falta
que le dijera nada. Lo dedujo ella sola.

—¿Y cómo se lo ha tomado? —pregunté.

—Mejor de lo que esperaba, incluso le ha dado su número de teléfono para


que la llame siempre que tenga dudas o algo.

—Tu madre es un encanto —sonreí.

—Le voy a pedir a Masie que se mude conmigo, su apartamento es pequeño


y paga mucho por el alquiler.

—Me cuesta creer que al fin hayas sentado la cabeza. —Reí.

—Pues anda que a mí —añadió mi hermana.

—Mirar el lado bueno, se acabaron los gritos y gemidos los viernes por la
noche.

—Claro, porque ahora los tendremos de lunes a domingo. —Volteé los ojos.
Y tras unos minutos más allí haciéndome compañía, se fueron. Gina llevaría
a Liam con ella a casa y Richi pasaría la noche con su chica.

Era curioso cómo la vida nos había cambiado a los tres a la vez,
encontrando esa persona especial con la que compartir el tiempo y que nos
hiciera sentir especiales y hacernos pensar en dar un giro a todo aquello que
nos rodeaba.

Sonreí al pensar en que Richi iba a ser padre, algo que nunca creímos que
llegaríamos a ver. Pero en sus ojos había visto que esa noticia le hacía feliz.

Y yo estaba igual, pues me hacía ilusión ser tía.


Capítulo 27

Acababa de terminar de desayunar cuando Colin entró en la habitación.

—Buenos días, pequeña. —Me saludó con una sonrisa y vi que llevaba un
jarrón con flores en la mano.

—Qué bonitas, ¿son para mí?

—¿Para quién crees?

—Gracias —dije cuando las dejó en la mesita.

—¿Cómo estás? —Se inclinó para besarme.

—Deseando irme de aquí. Llevo cuatro días fuera del coma y estoy
perfectamente. ¿Puedes explicarme por qué no dejas que Robert y Pam me
den el alta? Quiero volver a casa.
—Solo quería asegurarme de que no te pasaba nada. Me dijeron que, aun
habiendo salido del coma y no tener pérdida de memoria, podrías
encontrarte mal o algo. No quería arriesgarme a que eso pasara.

—Pues ya ves que estoy bien. Solo tendré que caminar con muletas pero…

—Olvídate de las muletas, ese brazo aún no lo tienes recuperado del


esguince.

—Bueno, pues me ayudaré de una silla de ruedas, cuánto, ¿una semana


hasta que pueda coger las muletas? Pero sácame de aquí.

—Trabajas aquí —sonrió sentándose en la silla.

—Y como enfermera me encanta estar aquí, aportar mi granito de arena


para que los pacientes se recuperen, pero soy malísima paciente —Colin
sonrió y se quedó mirándome, arqueé la ceja y me crucé de brazos—. ¿Qué
te hace tanta gracia?

—Tú. —Se acercó y me dio un beso en los labios.

—Vaya, parece que le has cogido el gusto a besarme.

—He venido para llevarte a casa.

—¿En serio?
—Sí. Anoche cuando acabé la reunión llamé a Gina para ver cómo estaba
Liam, y fue cuando me dijo que tú estabas desesperada por irte a casa. Le
pregunté al doctor Robert cómo te veía y dijo que lista para irte.

—Ay, Dios, ¿de verdad me voy a casa?

—De verdad.

—Te como, es que te como —dije cogiéndole ambas mejillas entre mis
manos y le besé en los labios.

Lo que iba a ser un besito breve de agradecimiento, se convirtió en uno un


poco más intenso, y cuando nos separamos vi sus ojos oscurecidos por el
deseo.

—No me busques, pequeña, que te tengo unas ganas… —murmuró, y sentí


un escalofrío— Voy a ver a Robert. —Me besó y se puso en pie para
después salir de la habitación.

Por fin me podía ir a casa, que sí, que estaba de baja laboral y no podría ir
donde quisiera cuando quisiera, pero al menos no iba a estar allí en la
habitación de la clínica muerta del asco.

Me levanté en cuanto estuve sola en la habitación y, como el día que


desperté, fui a la pata coja hasta el cuarto de baño donde me aseé y me puse
el vestido que Gina me había llevado junto con una de las deportivas y me
recogí el pelo en un moño desenfadado, o despeinado cual nido de ratas
como a veces lo llamaba Richi.
Cuando regresé a la habitación entró Colin y, al verme dando saltitos,
suspiró al tiempo que volteaba los ojos.

—Me da que no es buena idea que te vayas a casa —dijo cogiéndome en


brazos.

—Es perfecta, créeme.

—No lo tengo claro, y dudo que vayas a hacer el reposo que te indiquen. —
Me sentó en la cama.

—Que sí, que sí, confía en mí. Me quedaré en el sofá quietecita todo el día,
solo iré al cuarto de baño cuando ya no pueda aguantar más, y lo haré con la
silla. —Lo miré con carita de cachorro.

—Tal vez debería llevarte a casa conmigo, puedo pedirle a la mujer que
limpia y cocina que cuide de ti.

—No, no, me voy a mi casa, que allí voy a estar mejor, de verdad.

—No me fío.

—Pues deberías. —Le pasé el dedo por el pecho, acariciándolo por encima
de la tela de la camisa, mordisqueándome el labio—. Puedes venir a
visitarme cuando quieras y comprobar que soy una chica obediente.
—Alana —dijo en un tono ronco que no daba lugar a duda, le estaba
provocando.

—¿Hum?

—Si sigues jugando con fuego…

—¿Qué vas a hacer? —pregunté en un susurro de lo más coqueto. Que


supiera que no era el único que había echado de menos ciertas cosas que
ocurrían entre nosotros.

—No quieras saberlo.

—Pero, es que sí quiero —sonreí de nuevo—. Puedes decírmelo —cogí la


corbata y le atraje hacia mí, para susurrarle al oído— o mostrármelo.

—Dios, mujer —gruñó y sentí su mano, grande y firme, en mi nuca,


inclinándome la cabeza hacia atrás para apoderarse de mis labios en un beso
sediento.

La otra mano comenzó a subir por mi pierna, ocultándose bajo la tela del
vestido acariciándome el muslo. Gemí cuando sentí sus dedos adentrándose
en mi entrepierna, retirando la tela de mis braguitas y deslizándonos por mis
pliegues, esos que amenazaban con estar húmedos en cuestión de segundos
por el modo en el que Colin me tocaba.

Comenzó a hacer círculos lentos y deliciosamente tortuosos sobre mi


clítoris y mis gemidos se intensificaron. Cuando me penetró con uno de sus
dedos, me agarré con fuerza a él y me aparté dándole acceso a mi cuello,
que era lo que buscaba en ese momento para pasar la lengua por él y
mordisquearlo de manera juguetona con los dientes.

—Colin —jadeé.

Siguió tocándome y penetrándome sin parar, y estaba tan excitada y


necesitada de él en ese instante, que le desabroché los pantalones y liberé su
miembro erecto, ese que no dudé en envolver con mi mano.

—Alana. —Mi nombre salió de sus labios como un gruñido, y juraría que le
noté estremecerse mientras lo tocaba, mientras subía y bajaba la mano por
toda esa dura longitud que quería sentir dentro de mí—. Pequeña, no sigas
jugando con fuego.

—Quiero que me quemes, Colin —le aseguré al tiempo que todo mi cuerpo
temblaba.

Y no necesité decírselo una vez más, en un rápido movimiento, apartó mi


mano de su erección y la alineó con la entrada a mi vagina, fue apenas un
segundo después que le sentía profundamente dentro de mi ser.

—Dios mío —gemí mientras Colin entraba y salía con fuerza, golpeando
sin piedad, rápido y llenándome por completo.

Cuando mis gemidos pasaron a ser un poco más ruidosos, y prácticamente


se convirtieron en gritos, me cubrió la boca con la mano y siguió
penetrándome mientras besaba, lamía y mordisqueaba la sensible piel de mi
cuello al tiempo que podía escuchar sus jadeos.

Aquel fue un encuentro rápido y de lo más peligroso, pues en cualquier


momento alguien del personal de la clínica podría entrar y encontrarnos en
aquella posición tan poco decorosa, pero a él parecía no importarle y yo
necesitaba sentirle hasta el final.

Empezó a moverse mucho más rápido, más frenético y con fuerza, y


segundos después ambos nos dejamos llevar, siendo arrastrados por ese
torbellino de placer y deseo que nos consumía desde hacía días.

De nuevo esas dos palabras queriendo ser dichas, pero las reprimí temiendo
que pudieran molestarle.

Abracé a Colin mientras recuperábamos el aliento y, cuando escuchamos


voces acercándose por el pasillo, se apartó para acomodarse la ropa y me
cogió en brazos para llevarme al cuarto de baño.

—Eres una provocadora —dijo antes de besarme la frente y me dejó en el


suelo.

—¿Yo? Pero si has sido tú quien me ha besado tan arrebatadoramente que


me ha hecho perder la cabeza.

La puerta se abrió y escuchamos la voz de Pam.

—¿Hola?
—Estamos en el baño —contesté—. Ahora salgo.

—Traigo tu alta.

—Y no quería creerme cuando se lo dije —comentó Colin saliendo de allí


como si no acabara de follarme sobre la cama en la que me había pasado los
últimos dieciocho días.

—Hasta que vea el papel. —Rio ella.

A diferencia de Colin, que apenas si se le notaba que acababa de tener sexo


en esa habitación, yo tenía las mejillas sonrojadas, los ojos vidriosos y el
cabello, que de por sí era un moño desastroso, ahora estaba peor.

Me refresqué la cara, arreglé el cabello y me asomé por la puerta saludando


a Pam. No tardó en acercarse Colin con la silla de ruedas para que me
sentara.

—Aquí tienes, cariño —Pam sonrió mientras me entregaba el papel con mi


alta médica—. Solo espero que hagas caso de todas las recomendaciones
que voy a darte, esa pierna tiene que sanar en condiciones, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, prometo ser una chica buena y obediente, tal como le he
dicho a Colin. —Le miré con una sonrisilla de lo más pícara, y él arqueó la
ceja de manera casi imperceptible, pero entendí a la perfección lo que
quería decirme con ese gesto.
«Si sigues jugando con fuego, te haré arder»

Y que Dios me perdonase por mis pensamientos impuros en ese momento,


pero quería que Colin me arrastrara al fuego ardiente del placer que él sabía
darme.
apítulo 28

Los últimos dos días en casa habían sido tranquilos, salvo porque Colin se
pasaba el día enviándome mensajes preguntando, cada dos horas, cómo me
encontraba.

Y aunque eso me agobiaba un poco, debía reconocer que me gustaba saber


que se preocupaba por mí.

Esa mañana de viernes tenía el juicio para la custodia de Liam, esperaba


que finalmente se la dieran a él y que ese niño, que solo merecía amor y
cariño por parte de sus padres, dejara la casa en la que no quería seguir
viviendo por mucho que aún quisiera a su madre.

Pam, la madre de Richi, me dijo que debía acudir el lunes a una revisión
para ver cómo iba mi brazo, y si estaba todo bien, me quitaría el vendaje, de
modo que la silla de ruedas quedaría en el olvido para comenzar a moverme
por la casa con muletas.

Vale, ahora que no podía escucharme nadie… No estaba usando mucho la


silla por la casa mientras estaba sola, ya que si podía moverme despacio
arrastrando la pierna enyesada, pues lo hacía.

Pero me tomaba todas las pastillas para el dolor, eso sí, que yo quería
recuperarme cuanto antes.

Estaba viendo en la televisión un programa del corazón cuando aparecieron


Colin y Rachel en pantalla, subí el volumen y escuché que hablaban del
juicio.

El reportero estaba en directo en la puerta de los juzgados y él llegó


acompañado de quien debía ser su abogado.

Su ex no tardó en aparecer por allí, con una falda lápiz en azul marino y una
camisa de raso beige, oculta bajo unas grandes gafas de sol junto a un
hombre alto, trajeado y con maletín que también debía ser su abogado.

A diferencia de Colin, ella sí paró a hablar con la prensa.

—Rachel, ¿son ciertas las acusaciones que se han hecho sobre ti en estos
últimos días? —preguntó uno de los periodistas.

—Se han dicho muchas cosas, todas calumnias hacia mi persona con el fin
de quitarme a mi pequeño —contestó.

—Rachel, una de esas acusaciones —dijo una mujer.

—Calumnias —repitió ella cortándole.


—Una de esas acusaciones —insistió— hace alusión a tu adicción a la
bebida y otras sustancias. ¿Qué tienes que decir al respecto?

—Mentira todo, solo lo que mi exmarido ha querido contar para que me


quiten a mi hijo.

—Se especula con la posibilidad de que haya un testimonio decisivo para


que Colin se quede con la custodia, ¿eso te preocupa? —le preguntó un
hombre de unos cuarenta y cinco años.

—Yo sé que mi hijo me quiere, y yo a él, y no haría nada para perjudicarle.


Su padre, en cambio, quiere quitármelo. Y ese hombre no es de fiar, ni
mucho menos. Si nos divorciamos fue por sus reiteradas infidelidades, esas
que soporté durante años hasta que mi hijo tenía dos años y dije basta.
Hasta hace poco Colin sí quería volver conmigo, a pesar de tener una
nueva amiguita con la que irse a la cama. Incluso me propuso un trato,
podíamos volver siempre y cuando le permitiera estar con ella. Como
comprenderéis, una señora como yo, no se rebajaría a eso, a que su marido
esté con otra mujer al mismo tiempo.

Ella siguió respondiendo a las preguntas durante unos minutos, hasta que su
abogado le dijo que debían entrar.

Le mandé un mensaje a mensaje a Colin deseándole mucha suerte y me


respondió diciendo que me llamaría en cuanto saliera.
Apagué la televisión y fui a prepararme un café, en ese momento sonó mi
móvil y vi que era un número que no conocía.

—¿Sí?

—Buenos días, soy el inspector Stevens, la llamo con relación al accidente


que sufrió usted hace unas semanas.

—¿Qué necesita?

—Verá, soy amigo del abogado de Colin, llevo el caso y tenemos


novedades. Me gustaría poder hablar con usted sobre ellas.

—Oh, pues… Es que no puedo salir de casa, es decir, sí puedo, pero


necesito ayuda. Tengo una pierna rota y enyesada a consecuencia del
accidente y debo moverme en silla de ruedas, al menos hasta que me quiten
el vendaje del brazo y que pueda manejar las muletas.

—Entiendo. Si me da la dirección puedo pasarme por su casa.

—Pues me haría un favor, sí —sonreí.

Le di la dirección y quedó en que estaría en casa en unos cuarenta minutos,


por lo que fui a ponerme ropa deportiva dado que no estaría bien que
recibiera a un inspector de policía en pijama.
Tras asearme, vestirme y arreglarme el pelo, lo que me llevó treinta y cinco
minutos, tuve exactamente cinco para esperar la llegada del inspector.

En cuanto sonó el telefonillo abrí y me quedé junto a la puerta esperando su


llegada.

—Buenos días, señorita.

—Buenos días, inspector —sonreí—. Pase, por favor. —Nada más hacerlo,
cerré la puerta—. ¿Quiere tomar algo?

Le seguí con la silla de ruedas, esa que manejaba muy bien.

—Café, si tiene.

—Claro, acabo de hacerlo.

En ese momento fue él quien me siguió a la cocina, serví el café en un par


de tazas y le ofrecí la suya.

—Gracias.

—¿Qué novedades tiene sobre mi accidente? Yo sigo sin recordar mucho


más de lo que les dije a los policías que vinieron a la clínica cuando
desperté.
—Le comentó a Colin que su exmujer había ido a verla a la clínica esa
tarde, ¿cierto?

—Así es.

—Solicitamos las cámaras a la clínica y efectivamente se ve a Rachel en las


imágenes de la cámara de la puerta de urgencias, debo decirle que estuvo
esperando a que usted llegara más de media hora.

—Bueno, yo había salido a comer pero no llegué a preguntar cuándo había


llegado ella.

—Es comprensible. Cuando se fue, seguimos sus pasos por otra de las
cámaras que daba al parking, cogió el coche y se marchó, pudimos
comprobar que lo hizo al hotel en el que se había alojado.

—Sigo sin saber a dónde quiere llegar con eso, inspector.

—Poco antes de su turno de salida, vimos el coche de Rachel llegar de


nuevo a la clínica, aparcó y, cuando usted se marchó, la siguió.

—¿Está diciendo que ella fue la que provocó mi accidente?

—Era su coche, sí, pero no lo conducía Rachel Pudimos captar una imagen
del conductor.

—¿Era un hombre?
—Así es.

—Entonces, ¿cree de verdad que Rachel estuvo detrás de mi accidente?

—Es muy probable que sí, pero quería preguntarle si conocía al hombre que
conducía el coche. —Sacó el móvil de su bolsillo y tras tocar en la pantalla
durante unos segundos, me mostró una foto.

Era un hombre más o menos de la edad de Rachel o incluso de la de Colin,


rubio de ojos marrones pero al que no había visto en mi vida, y así se lo
hice saber a él.

—Rachel está en una relación, tal vez sea él —dije encogiéndome de


hombros.

—Esa posibilidad estuvo sobre la mesa, pero tras hacer unas


averiguaciones, hemos comprobado que no es su pareja. Sea quien sea ese
hombre, conoce a Rachel y posiblemente hizo lo que ella le pidió.

—Que intentara matarme. Pero ¿por qué?

—Eso es algo que solo ella sabe, por desgracia.

—¿Van a interrogarla?
—Es una investigación abierta y no puedo hablar de ello, pero le diré que
estamos tras ella, la tenemos vigilada y es cuestión de tiempo que cometa
un fallo.

—Hoy es el juicio para la custodia de Liam —comenté, recordando que la


había visto en la televisión apenas una hora antes.

—Lo sabemos —asintió—, algunos de nuestros agentes estaban allí hoy.

—Sigo sin saber por qué querría matarme.

—Señorita, dada mi experiencia, podría decirle que, en el ochenta por


ciento de los casos de este tipo, se trata de crímenes pasionales.

—¿Crímenes pasionales? —Fruncí el ceño.

—Colin se fijó en usted, ella los vio juntos, y además de la amenaza de que
él quisiera quitarle al niño, vio que podía ser reemplazada también como
madre.

—Yo estoy flipando —dije pasándome la mano por la frente sin poder creer
que esa mujer hubiera llegado tan lejos—. ¿De verdad que esos pudieron
ser sus motivos?

—Señorita, le sorprenderían los motivos que podrían llevar a una persona a


cometer un crimen, y no dudo que esos pudieran serlos para Rachel.
—Supongo que querrá hablar con Colin.

—Sí, sé que ahora por la mañana será complicado, pero le llamaré para
reunirme con él.

—Inspector, cree que ese hombre, el que conducía el coche aquella noche,
¿podría intentar hacerme algo de nuevo? —pregunté, temiendo que así
fuera.

—No descartamos que así sea, por eso Colin nos pidió que tuviéramos a
alguien vigilando su casa.

—¿Colin hizo eso? —Fruncí el ceño.

—Sí, tenemos un coche con dos policías de civil haciendo guardia


constantemente, son tres turnos, tres coches diferentes, pero si ese hombre
se acerca aquí, evitaran que le hagan algo a usted o a su hermana.

—Yo… No sé cómo he llegado a esto, la verdad.

—Usted no ha hecho nada malo, señorita, simplemente es la pareja de un


hombre cuya exmujer se ha visto amenazada, sin motivos aparentes para
todos, menos para ella.

—Quiso matarme, ¿quién en su sano juicio haría algo así contra otra
persona?
—Debo irme ya, solo quería mostrarle la foto por si le había visto alguna
vez. Espero que se mejore pronto —dijo mirando mi pierna completamente
estirada en la silla.

—Al menos ya estoy en casa, en la clínica me iba a volver loca —suspiré y


comencé a mover la silla.

—Tranquila, no se moleste, sé dónde está la salida —sonrío.

Asentí y me quedé allí en la cocina mientras él se marchaba, cuando


escuché que se cerraba la puerta fui hacia el salón donde había dejado el
móvil y llamé a mi hermana, que no tardó en responder.

—Alana, ¿va todo bien? —preguntó.

—Sí, tranquila, no me he caído y estoy en plan tortuga en el suelo. —Reí.

—Vale, me alegra escuchar eso.

—Solo te llamaba porque ha venido a verme el inspector que lleva la


investigación de mi accidente.

—¿El que me dijiste que es amigo del abogado de Colin?

—Ese.

—¿Y qué te ha dicho?


—Las cámaras de la clínica captaron a Rachel, la vieron irse en un coche
después de hablar conmigo, y ese mismo coche volvió a ser grabado cuando
yo me iba, pero lo conducía un hombre.

—Su novio —dijo con un gemido de sorpresa.

—Eso pensé yo cuando me enseñó la foto, pero me ha dicho que no es el


novio. Sea quien sea, no descarta que pueda intentar ir a por mí de nuevo.

—Alana, por Dios.

—Tranquila, que al parecer Colin se encargó de pedirle que pusiera policías


para vigilar el edificio.

—Madre mía, hermanita, ¿quieres que me vaya a casa contigo? Le puedo


decir a mi jefe que…

—No, Gina, no hace falta —sonreí—. Estoy bien. Además, cuando acabe el
juicio Colin me llamará, así que me hará compañía un ratito.

—Vale, bueno, cualquier cosa me llamas, ¿sí?

—Sí. Adiós, hermanita. Te quiero.

—Y yo.
Me senté en el sofá, recostando la cabeza en el respaldo con los ojos
cerrados, y suspiré al pensar en Rachel y en que, lo que dijo el inspector,
pudieran ser esos motivos que la llevaron a hacerme tener el accidente en el
que, si mi ángel de la guarda no hubiera intervenido, habría sido mi final.
Capítulo 29

Me debía haber quedado dormida por el calmante que me tomé poco antes
de que llegara el inspector, porque acabé sobresaltándome al escuchar que
llamaban al telefonillo con mucha insistencia, y también a mi móvil.

Cuando lo cogí de la mesa vi que era Colin y contesté antes de ir a ver


quién llamaba al telefonillo.

—¿Colin? ¿Cómo ha ido el juicio? —pregunté.

—¿Dónde estás, Alana?

—En casa. —Fruncí el ceño.

—¿Y por qué no abres? Te he llamado hace como cuarenta y cinco minutos
tres veces al móvil, y no lo cogías. Me he preocupado y decidí venir.

—Vaya… Me quedé dormida, lo siento. Voy a abrirte.


—Vale.

Colgamos y, tan rápido como podía caminar arrastrando la pierna enyesada,


fui hacia la puerta para abrir. Le esperé allí apoyada en el marco y, cuando
salió del ascensor, sentí que todo mi cuerpo se encendía al verle.

—Hola —sonreí cuando llegó a mi piso—. ¡Ah! —grité en el momento en


el que me cogió en brazos.

Justo entonces sus labios se posaron en los míos con esa necesidad de otras
veces y cerró la puerta del apartamento con el pie para ir hacia el interior
llevándome en brazos.

Acabé sentada en la encimera de la cocina con él entre mis piernas sin dejar
de besarme y tocarme.

Sentía sus manos por todas partes, bajo la camiseta, por los muslos, en mi
espalda, los pechos.

No tardó en deshacerse de la camiseta y el sujetador, y se lanzó a devorar


mis pechos, mordisqueándome los pezones.

Hizo que me recostara y sin casi esfuerzo se deshizo de los pantalones


cortos y la braguita, gemí en cuanto sentí su lengua deslizándose entre mis
pliegues.

Me llevó a un orgasmo tan intenso que incluso juraría que estaba algo
mareada.
Tras cogerme por la cintura me dejó en el suelo, apoyando mis manos en la
encimera, elevó mis caderas y poco después de escuchar cómo se
desabrochaba el pantalón, me penetró con fuerza manteniendo una mano
sobre mi vientre y entrelazando la otra con la mía.

No paró de entrar y salir, penetrándome con fuerza y sin ninguna delicadeza


una y otra vez.

Mi cuerpo desnudo encajaba a la perfección junto al suyo, mucho más


grande, y cubierto por ese traje azul marino con el que había ido al juicio.

Me besó el cuello, mordisqueó mi hombro, y apretó mi mano en el


momento en el que ambos sentimos que estábamos a punto de alcanzar el
orgasmo.

Y lo hicimos, juntos, gritando al unísono mientras mis caderas iban hacia


atrás al encuentro de las suyas.

—¿Estoy soñando? —pregunté entre jadeos mientras recobrábamos el


aliento.

—¿Te parece que esto es un sueño, pequeña? —susurró con una nueva
penetración.

—Podría ser, sí. Reconozco que a veces tengo sueños húmedos con cierto
hombre.
—¿Le conozco?

—Por supuesto, es tu hermano Samuel.

—Escúchame, pequeña —me cogió la barbilla para que le mirara—, jamás


va a haber otro hombre que esté tan profundamente dentro de ti, como yo.

—¿Eso es una amenaza? —Arqueé la ceja.

—Es una promesa. —Me besó en los labios y sentí que en ese momento
algo cambiaba entre nosotros.

Siempre habría pasión, deseo, lujuria y un fuego de esos que nos haría arder
de manera imparable, pero también podría haber algo muy parecido al
amor.

Cuando se retiró, me ayudó a vestirme de nuevo y me cogió en brazos para


llevarme al sofá, donde se sentó conmigo en su regazo.

—He ganado —sonrió—. Tengo la custodia de Liam.

—¡Ay, por Dios! Pero eso es una buenísima noticia, Colin. —Le rodeé con
ambos brazos por los hombros y él me estrechó aún más fuerte entre los
suyos.

—El testimonio grabado de Liam ha sido definitivo, el juez no ha dudado ni


un segundo. El abogado de Rachel se quedó sin argumentos y ella no sabía
dónde meterse. No se esperaban eso, desde luego.

—Ella se lo habrá tomado como una traición por parte de Liam, imagino.

—No, más bien cree que yo le he metido esa mierda en la cabeza a mi hijo.
Y no quería hacer lo que he hecho, pero he tenido que decir ante el juez que
el niño ni siquiera es biológicamente mío, que ella me engañó y que la de
las infidelidades fue ella, porque Rachel empezó a decir que al niño le había
querido hacer dudar de ella solo porque a mí me mintió y el niño no es mío.

—Dios mío, qué retorcida es esa mujer.

—Jamás creí que fuera a pasarme esto, cuando la conocí no era así.

—Pues sí que ha cambiado con los años, hasta para conspirar y querer
matarme.

—¿Cómo dices? —Frunció el ceño.

Le conté que el inspector había estado en casa y le dije todo lo que


habíamos hablado, se enfureció al saber que Rachel pudo ser capaz de eso
movida por la rabia y el hecho de que él iba a quitarle al niño, y me cogió
ambas mejillas para besarme.

—Siento que te hayas visto metida en medio de esta guerra —dijo


mirándome fijamente
—Bueno, ya sabes que en todas las guerras suele haber daños colaterales —
sonreí.

—Pudiste haber muerto, Alana, mi ex hizo que alguien intentara matarte. Si


te hubiera perdido, me habría vuelto loco. No habría podido controlarme,
ella lo pagaría, Alana.

—Pero estoy bien —sonreí acariciándole la mejilla—. Solo una pierna rota,
algunas magulladuras y un brazo que ya casi está perfectamente.

—Medio muerta, fue lo que me dijo Richi. —Había dolor en su voz y


también en sus ojos—. Llegaste a la clínica medio muerta.

—Me aferraba a la vida, que es diferente.

—Como sea, no lo había pasado tan mal en toda mi vida. Fueron las dos
semanas más largas que he vivido nunca.

—Bueno, olvidemos ese tema, ¿sí? ¿Liam sigue en tu casa?

—Sí, Samuel se quedó con él hoy.

—¿Y ya has ido a verle?

—Vine aquí directamente. —Me besó—. Quería darte la noticia por


teléfono, pero pensé que te habrías caído y estarías desmayada en el suelo,
o…
—Madre mía, otro como mi hermana. ¿Qué os ha dado con ese miedo a que
me caiga y me quede bocarriba como una tortuga sin poder moverme? —
Volteé los ojos.

—Alana, te quiero demasiado como para perderte.

Con los ojos abiertos por la sorpresa de aquellas palabras y sin poder hablar,
así me había quedado al escuchar a Colin.

Sentí un nudo en la garganta y los ojos empezaron a escocer por esas


lágrimas que parecían querer hacer una aparición digna de una entrega de
premios.

¿De verdad acababa de decir, que me quería?

—¿Estás bien? —preguntó acariciándome la mejilla.

—Sí. —Mi voz salió en apenas un susurro quebrado.

—Alana.

—Colin —lo corté—, no digas cosas que de verdad no sientes, por favor.

—¿Por qué crees que no siento lo que acabo de decirte?

—Porque, no puede ser, no es…


—Te quiero, Alana. No sé cómo pasó, ni cuándo exactamente, pero sí sé
que te quiero y que no podría soportar la idea de perderte, de que te alejes
de mí, de tener una vida sin ti.
»Sé que quieres a Liam tanto como yo, que te importa y le protegerías de
cualquier cosa, y eso para mí es motivo suficiente para saber que él también
sufriría si te pasara algo. Mi hijo te adora, Alana, y aunque no lo diga, me
atrevería a asegurar que te ve como a una madre, esa que no ha tenido de
verdad.
»Rachel dio de lado a mi hijo muchas veces por sus fiestas, por el alcohol
y las drogas, y sé que eso no pasará contigo porque has pasado por ello. No
te voy a pedir ahora mismo que te cases conmigo, Alana, pero sí que te
quedes en nuestras vidas el tiempo que tú quieras.

—Colin. —Se me cayeron algunas lágrimas por las mejillas y él las retiró
con los pulgares.

—Jamás pensé que podría volver a entregarle todo de mí a una mujer, hasta
que llegaste tú —confesó apoyando la frente en la mía.

Y a eso, ¿qué podía decir yo? Pues, estaba claro, esas dos palabras que otras
veces quise decir y, por miedo a su rechazo, no me atreví.

—Te quiero.
Capítulo 30

Las últimas tres semanas habían pasado tan rápido que casi ni me había
dado cuenta.

Colin se pasaba a visitarme por las tardes para ver cómo estaba, y los fines
de semana me había llevado con él y Liam a su casa para que no me
quedara sola, puesto que Gina los había pasado con James.

Richi y Masie, quien ya se había instalado en el apartamento de mi mejor


amigo, le dijeron que ellos podían hacerme compañía, pero insistió en que
estaría mejor con él.

Sobraba decir que menos dormir, hicimos de todo en su habitación, bueno,


de todo lo que nos permitía mi pierna enyesada.

El vendaje del brazo me lo quitaron dado que lo tenía bien y no me dolía,


había sido un leve esguince que sanó, y pude dejar la silla para caminar con
muletas. En mi favor tenía que decir que al haber caminado arrastrando la
pierna, e incluso a veces dando saltitos a la pata coja, lo de usar las muletas
fue coser y cantar.
Liam también me cuidaba mucho cuando estaba en casa de Colin, si me
apetecía algo de beber o de comer mientras veíamos una película los tres
sentados en el sofá, él era el primero en levantarse para ir a buscarlo.

Quería a su padre, estaba enamorada de él tal como le acabé confesando la


mañana en la que obtuvo la custodia definitiva y total, pero es que a él, a
Liam, le quería como si fuera mi niño.

Esa mañana de lunes, después de un fin de semana todos juntos en la casa


de la playa, Colin, Liam y yo íbamos de camino a la clínica para que me
quitaran el yeso de la pierna.

—No puedo creer que al fin me vaya a librar de esto —dije tocándolo.

—Te lo van a quitar, pero eso no quiere decir que puedas correr una
maratón, que te conozco —contestó Colin.

—Vaya, hombre, y yo que me iba a preparar ya para hacer una con Liam.

—Alana —protestó, y volteé los ojos.

—Colin, sé lo que puedo y lo que no puedo hacer, ¿vale? Tranquilo, que no


haré esfuerzos innecesarios.

—Más te vale, necesitas hacer rehabilitación para recuperar bien la


movilidad, y sé que los masajes te vendrán bien. Por eso quiero que te
instales en mi casa a partir de hoy.

—¿Qué? —Fruncí el ceño— Estoy bien en mi apartamento.

—Lo sé, pero quiero ayudarte con la rehabilitación. Piensa que, si estás
caminando y te falla la pierna, puedes caer al suelo y Gina tal vez no pueda
ayudarte a levantarte.

—No sé si me estás llamando ballena. —Entrecerré los ojos.

—No —rio—, pero sé que ella se pondrá nerviosa, intentará levantarte y no


podrá.

—Reconoce que el hecho de que eso pueda pasar, en tu casa, te daría la


ocasión perfecta para tocarme —murmuré, y él sonrió.

Por suerte para nosotros Liam iba escuchando un partido de baloncesto en


el móvil, así que no podía escucharnos si decíamos algo fuera de lo normal.

Llegamos a la clínica y tras entrar por la zona de urgencias, mis compañeros


y compañeras sonrieron al verme y se interesaron por cómo me encontraba.

No tardaron en avisar a Pam y Robert para que vinieran a buscarme.

—Alana. —Me giré al escuchar la voz de Pam—. Cariño, ¿cómo estás? —


Me abrazó y después lo hizo Robert.
—Deseando que me quitéis esto —sonreí.

—Pues vamos a ver qué tal está esa pierna —dijo Robert—. Podéis
esperarla en mi consulta. —Miró a Colin y Liam.

—Gracias, Robert.

Les seguimos por el pasillo hasta la puerta de la consulta de Robert, donde


antes de entrar, Colin me dio un beso en los labios que hizo que me
sonrojara.

Me llevaron a la sala de rayos para hacerme una radiografía y comprobar


qué tal estaba todo, yo esperaba que los huesos hubieran soldado
perfectamente y que sí, por fin, me quitaran el yeso de una maldita vez,
porque necesitaba librarme de ese peso incómodo que no me permitía hacer
mi vida normal, el simple hecho de ducharme era toda una aventura al tener
que ponerme un saco de basura para envolverme la pierna.

Con la radiografía en la mano, regresamos a la consulta y al entrar, Colin se


levantó para que yo me sentara en la silla, sonreí y él me acarició la mejilla.

Robert y Pam echaron un vistazo y, tras comprobar que todo estaba


perfecto, me llevaron a un box para quitarme el yeso.

Sentí un alivio enorme cuando me lo quitaron y pude notar esa leve brisa de
aire rozándome la piel. Había pasado tanto tiempo desde el accidente, que la
pierna había perdido masa y movilidad, como era lógico por haberla tenido
rígida durante tanto tiempo.
Me quitaron los puntos de la operación y me quedó una larga cicatriz desde
la rodilla hasta el tobillo, algo que estaría ahí el resto de mi vida y con lo
que debería convivir.

—Incluso con esa cicatriz, sigues teniendo unas piernas preciosas —dijo
Colin haciéndome un guiño.

Noté que me sonrojaba, algo que ese hombre conseguía con una facilidad
increíble.

Robert me sostuvo el tobillo y comenzó a mover mi pierna despacio, pero


haciendo esos movimientos normales y cotidianos que debía hacer yo en
casa, a modo de ejercicio, además de las sesiones de rehabilitación a las que
tendría que acudir durante algunos meses.

Cuando Colin le dijo que viviría con él, nos explicaron a los dos cómo
hacer esos ejercicios, e incluso Liam prestó atención para ayudarme cuando
no estuviera su padre.

Aquel niño, o, mejor dicho, aquel joven casi adolescente, era un amor.

Me ayudaron allí mismo a dar los primeros pasos sin las muletas, Pam me
aconsejó que empezara despacio y que fuera flexionando la rodilla poco a
poco para que la articulación se acostumbrara de nuevo al movimiento, y
tras darme la receta de unos calmantes suaves por si sentía molestias
después de los ejercicios y la rehabilitación, así como de una crema con la
que Colin podría darme masajes y que ayudaban también a aliviar las
molestias, nos marchamos de allí.

—¿Vas bien? —preguntó Colin mientras caminábamos por el pasillo.

—Sí, pero en una carrera contra una tortuga y un caracol, yo quedaría la


última —resoplé.

—Papá, este es el mejor momento para hacer una carrera y apostar con ella.
Si pierde, tiene que lavar los platos durante una semana.

—Tenéis lavavajillas en el apartamento, Liam. —Arqueé la ceja.

—Pues… ¿recoger mi habitación? —Frunció los labios.

—Creo que tu hijo quiere que sea su sirvienta una semana —dije, y Liam se
echó a reír.

—Menos mal que está bromeando —dijo Colin y Liam sonrió.

Llegar al coche a mi paso fue toda una aventura, jamás creí que me cansaría
tanto al caminar tan despacio, pero era complicado cuando al flexionar la
rodilla notaba ese leve tirón de molestia.

En el momento en el que me senté en el coche, solté aire aliviada y cerré los


ojos agradeciendo aquel breve descanso.
Pasamos por la farmacia a por las pastillas y la crema, y Colin nos llevó de
vuelta a casa antes de ir a la oficina, según me dijo tenía varias reuniones y
no sabía a qué hora volvería.

Ya se había retrasado bastante por tener que llevarme a la clínica, pero decía
que, antes que el trabajo, estábamos Liam y yo.

Me senté en el sofá con el niño a ver la televisión, después prepararíamos


algo rápido de comer antes de hacer mis ejercicios, y por la tarde veríamos
alguna película de estreno mientras esperábamos que llegara Colin.

Gina llamó para preguntar qué tal había ido y cuando le dije que finalmente
me había librado del yeso en la pierna, se alegró, pero me pidió paciencia
para comenzar a hacer mi vida normal tal como era antes del accidente.

Cada vez que recordaba las palabras del inspector, y pensaba en que aún
había policías merodeando por mi calle para evitar que ese hombre volviera
a intentar hacerme algo, los nervios afloraban.

Habían pasado tres semanas desde su visita y nadie en ese tiempo había
intentado hacerme nada.

Colin le llamó unos días atrás para interesarse por Rachel, quien parecía que
estaba en Florencia con su nuevo novio, ese actor adicto al alcohol y las
drogas que la golpeaba, dado que él estaba rodando una nueva película.

Seguían muy atentos a todos sus movimientos, no la habían interrogado por


su posible implicación en mi accidente porque el inspector estaba
convencido de que en algún momento cometería un fallo y la cogerían
entonces.

Por mi parte, el hecho de que esa mujer pudiera atacarme en cualquier


momento, cuando menos lo esperara, me ponía nerviosa.
Capítulo 31

Mi hermana se encargó de preparar un par de maletas con algunas de mis


cosas esa noche y Colin las recogió a la mañana siguiente.

De eso habían pasado tres días y debía reconocer que vivir con Colin y
Liam, era fantástico.

Era viernes y nos preparábamos para un nuevo fin de semana, habíamos


decidido irnos todos a mi casa de la playa, y por todos me refería también a
Masie, Liam dormiría en el sofá cama del salón y decía que no le
importaba.

Era el cumpleaños de Richi, veintinueve años, y no se imaginaba la sorpresa


que las chicas y yo le teníamos preparada para esa noche, puesto que
íbamos a decorarla con todo lo que se nos había pasado por la cabeza, y
para ello, Colin nos había llevado a Liam y a mí para prepararlo todo.

—¿Dónde pongo estos globos? —me preguntó después de haber colocado


la guirnalda en la que podía leerse «Feliz cumpleaños» de una pared a otra
en la entrada.
—Esos aquí, en este lado —dije llevando los enormes globos del número
dos y el nueve para ponerlos justo debajo de la guirnalda.

Colocamos muchos más globos por todo el salón, así como otros que
colgaban desde el techo en los que habíamos metido notas con indicaciones
para encontrar sus regalos.

Eso fue idea de Masie, quien nos dijo que una de las tardes que llegó a casa,
se encontró todo lleno de globos y, solo en uno de ellos, había una nota que
la llevaría a una sorpresa que iba a darle.

La pobre se pasó una hora pinchando globos con tapones en los oídos hasta
que encontró el que tenía esa nota.
Finalmente la sorpresa fue que Richi había reservado mesa en un
restaurante de la ciudad donde la llevó para regalarle un anillo.

No era de compromiso, aún no pensaban en casarse, pero le dijo que con él


quería dejar claro a cualquier idiota que intentara coquetear con ella en el
trabajo, que ya tenía pareja.

Para cuando Liam y yo terminamos de decorar todo, era casi la hora de


comer por lo que pedimos en el restaurante chino y justo nos lo entregaron
cuando llegaba Colin.

—Cuando Richi vea esto, os va a odiar a todas. —Rio.


—Fue idea de su novia, nosotras simplemente la hemos ayudado. —Me
encogí de hombros.

—¿Ya está todo listo? —preguntó rodeándome por la cintura para darme un
beso en los labios.

—Después de comer prepararé el pastel, y mientras se hornea, guardaremos


los regalos.

—Papá, yo también voy a querer una gincana de estas para mi cumpleaños


—dijo Liam.

—Claro que sí, hijo, tú pónselo fácil a tu padre. —Volteó los ojos.

Nos sentamos a comer allí mismo en la cocina y Colin nos comentó que
debía salir el lunes de viaje para Chicago, después a Nueva York y Texas,
por lo que hasta el jueves por la noche no regresaría a casa.
Tenía algunas reuniones a las que no podía enviar a Samuel así que nos
quedaríamos solos en casa.

—Perfecto, noches de peli, pizza y palomitas —dije haciéndole un guiño a


Liam.

Después de comer, tal como había dicho, preparé el pastel, y Colin no dejó
de decirme que debería descansar un poco.
Mientras terminaba de hacer la masa, él hizo café para los dos y cuando
teníamos las tazas servidas, llamaron al timbre.

—¿Esperas a alguien? —preguntó.

—No, y es pronto para que lleguen.

—¡Tío Samuel! —Escuchamos gritar a Liam desde la entrada, y ambos


sonreímos.

—Hola, colega. La que habéis liado aquí con los globos.

—Cosa de las tías y Alana.

—Ya veo. —Rio.

No tardamos en verlo entrar en la cocina y Colin le sirvió un café.

—Venía a ver si podía echaros una mano —comentó tras dar un sorbo.

—Solo queda esconder los regalos —dije.

—¿Esconderlos? —Elevó ambas cejas—. ¿Le vais a hacer buscarlos?

—Ajá. —Reí.

—Pobre hombre. —Soltó una carcajada.


—Seguro que es divertido, como una búsqueda del tesoro —dijo Liam.

—Visto así —sonrió.

Liam regresó al salón para jugar con la consola y, mientras yo terminaba de


preparar el pastel, Samuel nos habló de Tracey.

—Está mejor, aún le queda trabajo por hacer pero… Los médicos dicen que
va por buen camino. Espero que así sea porque tengo ganas de verla bien
por completo.

—Seguro que sí, hermano. —Colin le dio un leve apretón en el hombro.

—Es duro haberla visto así, ¿sabes? Aquella noche, cuando la encontré,
pensé que no salía de esa.

—Te vi muchas veces así, Samuel, y aquí estás.

—Gracias a ti y tu cabezonería —sonrió.

—Y ella saldrá de ese centro y dejará esa vida atrás, gracias a la tuya.

Nos tomamos el café y cuando metí el pastel en el horno, los tres me


ayudaron a guardar los regalos de Richi en el escondite asignado para cada
uno de ellos.
Eran rincones fáciles para acceder y encontrar los paquetes, pero sabía que
Richi se volvería loco al ver aquello que habíamos montado.

Si no fuera dando ideas locas a su novia y sus amigas, no estaría a punto de


sufrirlo en sus propias carnes.

Cuando acabamos, Colin y yo preparamos la carne, el maíz y las patatas


para hacer la barbacoa para la cena, y Samuel hizo una ensalada César
como entrante.

Los primeros en llegar fueron Gina y James, quienes se rieron al ver cómo
teníamos la entrada y el salón.
Globos negros, dorados y plateados por todas partes y la guirnalda de la
entrada.

—Os va a matar —dijo James.

—Culpa suya —contestamos las dos al unísono encogiéndonos de hombros.

Fueron a llevar las bolsas con su ropa a la habitación de Gina, y cuando


regresaron, volvió a sonar el timbre y todos sabíamos que era Richi.

—En cuanto abra la puerta, ya sabéis —dije, y asintieron.

Fui despacio y ayudada por las muletas hasta la puerta, abrí y, en cuanto vi
a Richi, sonreí.
—Hola, preciosa —dijo dándome un par de besos.

—Hola.

Abrí del todo, me aparté para que pasaran y…

—¡Sorpresa! —gritaron los demás.

—Pero ¿qué es esto? —preguntó Richi riéndose al ver los globos.

—Tu fiesta de cumpleaños, a ver si pensabas que nos íbamos a olvidar de


prepararte una sorpresa —contestó Gina dándole un par de besos y un
abrazo—. Felicidades, Richi.

—Gracias. ¿Habéis dejado algún globo en la tienda? —Rio.

—Sí, sí, todavía quedan.

—Vale, esto es por lo que te hice a ti, ¿verdad, cariño? —Arqueó la ceja
mirando a Masie.

—Ajá. Vas a comprobar de primera mano lo divertido que es explotar


globos hasta que encuentres dónde están tus regalos —le dijo con una
sonrisa al tiempo que se encogía de hombros.

—Creo que a partir de ahora te vas a pensar muy bien las sorpresa, colega.
—Rio Samuel.
—Desde luego que sí. ¿Tengo que hacer explotar todos?

—No —me acerqué a él con una aguja en la mano—, solo los que cuelgan
del techo. Hay cuatro en los que están los regalos.

—¿Cuatro? —Abrió los ojos— Pero si hay como tres docenas de globos
colgando.

—A mí me pusiste cincuenta globos para una sola nota —le recordó Masie
—. Diviértete, cariño.

—Vaya tres, conspirando contra mí —suspiró y tras coger la aguja,


comenzó a pinchar un globo tras otro.

Cuando solo le quedaban seis por explotar dio con la nota del último regalo,
así que leyó cada pista y empezó a buscarlos.

Los encontró incluso antes de lo que pensaba, y le gustaron todos. Desde el


reloj que le habían comprado Colin, James y Samuel, hasta la taza de Masie
en la que ponía «Mi papá bebe café porque no le dejo dormir por las
noches».

Se echó a reír al verla y dijo que estaba más que convencido de que así
sería, y no le importaba demasiado.
La barbacoa estaba lista para ir haciendo la carne y demás, sacamos la
bebida y la ensalada al jardín y, mientras esperábamos el resto de comida,
hablamos de aquella escapada de fin de semana que James propuso semanas
atrás, antes de mi accidente.

—Con el jet podemos estar en cualquier parte, en unas pocas horas —dijo.

—Suena bien, pero que sea antes de que Liam comience las clases —
contesté cogiendo mi vaso—, en cuanto eso ocurra, el niño tiene que estar
centrado en sus estudios.

—Colega, te ha caído una buena con Alana. —Rio Richi mirando a Liam—.
No vas a poder divertirte.

—Claro que podrá, pero lo primero son las clases —le aseguré.

—Y más si va a seguir los pasos de su padre —dijo Samuel—. Algún día


tendrá que dirigir la empresa, mientras nosotros nos dedicamos a vivir la
vida de jubilados.

—Lo que viene siendo, ir al parque a dar de comer a las palomas con los
nietos. —Rio James.

—Oye, no te rías, que tú harás lo mismo.

Y así fue el resto de la noche, entre risas, comiendo y disfrutando de la


compañía y las locuras que a uno u otro se le pasaban por la cabeza.
Hasta que finalmente dijimos que iríamos a esa escapada de viernes a lunes
a Italia, pues a nosotras eso de visitar la famosa Fontana di Trevi nos
apetecía mucho.

Richi sopló sus veintinueve velas, sí, tal cual, pues le habíamos puesto
todas, y después del pastel y unas copas, dimos la noche por terminada y
nos retiramos a descansar.

Al pasar por el salón comprobé que Liam estaba bien, le acomodé los
cojines y le besé la frente antes de ir con Colin a la habitación.

—¿A mí también me vas a dar un beso de buenas noches en la frente? —


preguntó juguetón cuando entramos y dejé las muletas junto al sofá.

—Claro que sí, ahora mismo si quieres —sonreí.

—Prefiero otra clase de besos —susurró mientras se inclinaba y sus labios


se posaron en los míos con suavidad.

En el momento en el que me cogió en brazos para llevarme hasta la cama,


supe que aquella sería una de esas noches de pasión y deseo inolvidables.
Capítulo 32

Los días fueron pasando y aquella mañana de miércoles, cuando Colin se


fue a trabajar, Liam y yo desayunamos mientras preparábamos la lista de la
compra.

—¿Vamos a pedirla por Internet? —preguntó llevándose una cucharada de


cereales a la boca.

—No, vamos a ir a nosotros al súper y pediremos que la traigan a casa


después. Necesito empezar a hacer las cosas cotidianas de siempre.

—¿Te sigue doliendo? —preguntó, ya que desde el viernes anterior, cuando


estuvimos decorando la casa para el cumpleaños de Richi, sentí algunas
molestias.

—Ya casi nada, los calmantes y la crema hacen su efecto —le aseguré con
una sonrisa.

—Bueno, si te cansas demasiado, podemos sentarnos en la cafetería de al


lado a comernos unas tortitas.
—Eso no lo dudes, al dulce no le voy a decir nunca que no. —Reí.

Una hora después estábamos saliendo de casa. En el momento en el que


comencé a caminar por la acera, sintiendo el sol en la cara, respiré y solté el
aire sumamente aliviada.

Los paseos por aquella zona junto a Colin eran habituales, lo hacíamos para
ejercitar la pierna y que no me muriera de aburrimiento en el apartamento,
aunque siempre teníamos algo que hacer porque Liam no dejaba de
proponerme planes.

—¿Vas bien? —me preguntó tras los primeros cinco minutos caminando.

—Sí —sonreí—. Despacio, pero bien. Seguramente llegaremos al semáforo


antes de que vuelva a ponerse en rojo por cuarta vez.

Liam dejó escapar una leve risa, pero sabía tan bien como yo que, hasta que
mi pierna estuviera completamente recuperada, una tortuga llegaría antes
que yo al semáforo.

Tras cruzar la calle entramos en el supermercado, Liam empujaba el carro y


yo iba metiendo todo lo que habíamos apuntado en la lista y algunas cosas
que no estaban en ella pero, dado que tanto él como yo éramos fans del
azúcar y todo tipo de chucherías y bollos, no pudimos resistirnos.

Cogí pescado fresco para hacerlo para la cena, así como verduras para
acompañarlo, y Liam me pidió hamburguesas para la cena de la noche
siguiente.

Ese niño era un auténtico peligro para mí, puesto que le consentía mucho,
algo que su padre no llevaba del todo bien y siempre decía que ese niño era
mi debilidad.

No entraba en mis planes mentir al respecto, y reconocía abiertamente ante


su padre y el resto de nuestra familia y amigos que sí, que Liam era mi
mayor debilidad.

Tras pagar y quedar en que nos llevarían la compra a casa esa tarde, Liam y
yo fuimos a la cafetería a tomarnos un batido con una ración de tortitas con
sirope y nata.

Eché un vistazo por la ventana y comprobé que los policías no estaban.


Días atrás le dije a Colin que le pidiera al inspector que retirara a mis
vigilantes, no parecía que Rachel fuera a intentar hacerme algo después de
tanto tiempo.

No es que le entusiasmara la idea, al igual que al inspector tampoco, pero


finalmente lo hizo tras comprobar que Rachel parecía haberse olvidado de
mí.

Fue en ese momento cuando la interrogaron por lo ocurrido el día de mi


accidente, y ella tan solo dijo que alguien había robado el coche que ella
alquiló en el aeropuerto cuando estuvo en Los Ángeles, y dijo que no
conocía al hombre que lo conducía.
Colin no se lo creía, estaba convencido de que ese par se conocían y la
llamó para sonsacarle, pero lo único que ella le dijo fue que no sabía de
quién se trataba y de que disfrutara de la familia que tenía ahora, mientras
pudiera.

Se lo tomó como una amenaza, yo en cambio le quité importancia y le dije


que tan solo estaba molesta porque había perdido la custodia de su hijo y se
había dado cuenta de que él era mucho más importante para Liam que ella,
aun siendo su madre.

Con lo que sí amenazó a Colin fue con contarle a Liam la verdad, esa en la
que acabaría descubriendo que no era su padre, y le advirtió que, si hacía
eso, se arrepentiría.

Le convencí de que fuera él mismo quien le contara todo a Liam, era apenas
un niño de doce años pero estaba convencida de que lo asimilaría bien y a él
no le reprocharía nada.

Así fue, se abrazó a Colin y le dijo que no le importaba quién hubiera


puesto su granito de arena para concebirlo, puesto que lo verdaderamente
importante era que él había estado ahí para sostenerlo antes de caer, para
ayudarlo a levantarse si eso pasaba, y para ser el mejor padre del mudo que
alguien podría querer.

Cuando le escuché decir «tú eres y siempre serás mi padre», se me hizo un


nudo en la garganta y acabé llorando.
Tras acabar con las toritas y el batido, pusimos rumbo de vuelta a casa, sin
ser conscientes de que algo estaba a punto de pasarnos.

—Quiero preguntarle a papá si puedo cambiar los muebles y el color de las


paredes de mi habitación —me dijo mientras nos acercábamos al semáforo
—. ¿Crees que me dejará?

—Seguro que sí —sonreí—, tu habitación debe ser el lugar en el que más


cómodo te sientas, a fin de cuentas, pasarás allí mucho tiempo estudiando.
¿Qué color has pensado para las paredes?

—Azul claro y oscuro, y los muebles, en color madera clara. Quiero un


escritorio amplio con una gran estantería, me gustaría tener muchos libros
en ella.

—Me la estoy imaginando y seguro que quedará perfecta, muy tú. —Le
hice un guiño.

Llegamos al semáforo, ese que encontramos en verde para poder cruzar, y


tan solo había un coche esperando en uno de los carriles.

Y fue entonces, como salido de la nada y sin que lo esperásemos, que


escuchamos un coche acercándose a toda velocidad por la calle.

Miré hacia el lugar, Liam estaba en ese lado y si el coche no frenaba, la peor
parte se la llevaría él.
Quise correr más pero mi pierna no me lo permitía, y aunque a él le pedí
que lo hiciera, dijo que no me iba a dejar sola.

El coche cada vez se acercaba más y más, y si mis sospechas eran ciertas,
venía directamente hacia nosotros.

Cuando lo teníamos prácticamente encima, sentí que alguien me levantaba


en brazos al mismo tiempo que veía a Liam abandonar el suelo igual que
yo, escuché algunos disparos y lo siguiente que sentí fue el estruendo de las
muletas cayendo al suelo antes de que el cuerpo de alguien amortiguara el
golpe que iba a darme al caer.

—¿Está bien, señorita? —me preguntó una voz masculina a mi espalda.

—Sí, yo sí. ¿Liam? —grité incorporándome— ¿Dónde está Liam?

—Estoy aquí. —Miré hacia mi izquierda y ahí estaba, sobre el cuerpo de


otro hombre que había amortiguado su caída.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté.

—Policías, y hemos estado siguiéndoles toda la mañana.

—¿Policías? Pero, creí que el inspector había retirado la vigilancia —dije


mientras me ayudaba a ponerme en pie.
—Una simple estrategia, una maniobra de distracción que propiciara que
quien intentó matarla en aquel accidente, se dejara ver de nuevo.

Eché un vistazo hacia donde estaba el coche y vi que un hombre apuntaba


hacia el conductor con un arma. Debía ser otro policía.

Algunos coches patrulla llegaron minutos después y entre los hombres que
salían de ellos, reconocí al inspector que llevaba el caso.

Cuando se acercó a ver cómo estábamos, después de ir a ver al conductor


del coche, me dijo que era el mismo que me siguió desde la clínica el día
que tuve el accidente.

Iban a interrogarlo, y si Rachel tenía algo que ver con ese nuevo ataque, se
enfrentaría a tres cargos de conspiración por intento de homicidio.

Colin llegó al lugar y al vernos sanos y salvos, nos abrazó a ambos.


Subimos al coche y nos llevó a la clínica para que nos revisaran, a pesar de
que le dije que estábamos bien.

Y cuando estábamos entrando en el coche, escuchamos un nuevo disparo.

—¡Tenía que haber hecho esto antes! —gritó Rachel, que era quien tenía el
arma.

—¡Suelte el arma! —le ordenó el inspector, pero ella no parecía querer


hacerlo.
—Me quitaste a mi hijo —le dijo a Colin con rabia—, y yo voy a quitarte a
quien más quieres.

Hizo por disparar de nuevo, pero el inspector lo hizo antes de modo que la
bala impactó en el arma que ella tenía en las manos y la soltó.

No tardaron en reducirla y, tras esposarla, llevársela hacia uno de los coches


patrulla.

—Liam, ¿estás bien? —le pregunté.

—Sí, ¿y tú?

—Sí, cariño. —Le acaricié la mejilla y besé su frente antes de acercarlo a


mí para abrazarlo.

—No volveré a verla, ¿verdad? —murmuró.

—No lo creo. Pero ¿puedes hacerme un favor? —Hice que me mirara y


asintió—. Recuerda a tu madre como era antes de cambiar, cuando te leía
cuentos, cuando te abrazaba en las noches en las que tenías una pesadilla,
cuando reías con ella por cualquier tontería, cuando la veías feliz. ¿Lo
harás?

—Sí.
—Bien, porque quiero que, cuando seas mayor y pienses en tu madre, lo
hagas recordando todo lo bueno, y no este momento. ¿De acuerdo?

—Sí. —Me abrazó—. Alana.

—Dime, cariño.

—Si te casaras con mi padre, ¿podría llamarte mamá?

Miré a Colin sin saber qué responder, él sonrió y nos abrazó a Liam y a mí
antes de hablar.

—Cuando eso ocurra, hijo, cuando me case con Alana, no dudes que se
convertirá en tu madre.
Capítulo 33

Un año después…

El tiempo pasaba casi sin que nos diéramos cuenta.

Desde aquel día, en el que la propia Rachel disparó contra mí, e incluso
contra Colin, tuve mucho más claro que velaría por Liam y le protegería
con mi vida.

Cuando escuché a Colin decir que cuando nos casáramos me convertiría en


su madre, sentí como si me quitaran un peso de encima.

Él ya me había dicho que me quería, pero por alguna razón que no


conseguía entender, seguía con ese temor de que aquello fuera solo algo
pasajero.

Hasta que en la noche de fin de año, unos meses después, y antes de que se
acabara el año, me pidió que me casara con él.
Mi hermana y yo lloramos al pensar en lo mucho que le habría gustado a la
abuela Mary estar en ese momento con nosotras, y en que tanto Colin como
James se habrían ganado su simpatía y afecto.

Y aquí estaba, en un soleado día de agosto, a punto de convertirme en la


esposa de Colin.

Decir que me comían los nervios era quedarme muy corta, estaba
temblando como un flan.

Masie se había encargado de maquillarme y peinarme mientras Gina


cuidaba de nuestra sobrina Alice, una niña preciosa igualita que su madre.

Richi iba a ser mi padrino, tal como dijo, y estaba guapísimo con el
esmoquin que llevaba.

—A tu abuela le habría encantado ver este momento —me dijo


acariciándome la mejilla.

—Lo sé, pero está muy presente —sonreí mientras me llevaba la mano al
cuello, donde reposaba la gargantilla de perlas que nos pidió tanto a Gina
como a mí que usáramos como ese algo viejo que llevar el día de nuestra
boda.

En ese momento pensé en mis padres, en si alguna vez en su vida realmente


nos quisieron a Gina y a mí, o a mí, más bien.
Gina llegó por sorpresa pero los unió más como pareja y la adoraban, yo era
la que, aun habiendo llegado por sorpresa también, fue una de esas con la
que realmente no contaban y era como si les hubiera trastocado todos sus
planes.

Siempre me dije que jamás haría sentir a mis hijos así, como si no los
quisiera.

—Alana, cariño, estás preciosa —dijo Pam entrando en la habitación.

—Y nerviosa como un flan. —Reí mientras la abrazaba.

—Eso es normal, la novia que diga lo contrario, miente.

—Eres la novia más guapa que he visto desde que me casé con Pam. —
Robert me abrazó y me besó en la frente.

—Menos mal que me has tenido en cuenta. —Ella arqueó la ceja y los
cuatro nos reímos.

—Queríamos darte algo. —Vi que Robert sacaba un sobre del bolsillo
interior de su chaqueta—. Sabemos lo que vas a decir, no era necesario, con
teneros aquí es suficiente y todo ese blablablá, pero queríamos darte un
regalo de bodas, digno de una hija.

—Robert, yo no…
—No te he parido, cariño —Pam me cogió de las manos—, pero tanto Gina
como tú, sois como hijas para nosotros.

—Me vais a hacer llorar —sonreí conteniendo las lágrimas.

—Y como eso pase, os aseguro que mi futura esposa se llevará las manos a
la cabeza —comentó Richi.

Cierto, mi mejor amigo se había comprometido oficialmente con la madre


de su hija, y estaban a solo un mes de su gran día.

—Vamos, ábrelo —dijo Robert señalando el sobre.

Cuando lo abrí, me quedé sin palabras y esas ganas de llorar aumentaron.

—Esto es demasiado, de verdad. —Los miré y ambos negaban, me habían


entregado un cheque de diez mil dólares.

—Sabemos que Colin tiene dinero más que suficiente para cuidar de ti y
vuestros futuros hijos, pero hemos pensado que ese dinero puedes guardarlo
junto con lo que aún tienes de tus padres y tu abuela, y se lo des a tus hijos
en un futuro.

—Gracias, de verdad, muchas gracias. —Me abracé a los y fue inevitable,


se escaparon algunas lágrimas.
—Por Dios, Alana, como te vea Masie —dijo Richi cogiendo un pañuelo—.
Salid de aquí —les pidió a sus padres— antes de que la novia acabe hecha
un desastre.

Ambos sonrieron y salieron de la habitación. Una vez estuvimos solos,


Richi me abrazó y besó mi frente.

—Llegó la hora.

—Sí —sonreí.

—¿Te puedes creer cómo han cambiado nuestras vidas en este año? Yo fui
el primero en ser padre, y tú la primera en casarte.

—Y Gina está embarazada ahora, no lo olvides. —Reí.

—Cierto. Al final, la pequeña es la que ha hecho las cosas siguiendo el


orden natural. Primero noviazgo, después boda y para el final los hijos.
Siempre fuiste tan meticulosa…

—Y tú tan loco. —Reí.

—¿Qué sería la vida sin locuras, nena? Mira dónde estamos, solo porque
aquella noche cogiste al rubio como carnaza para Thomas.

—Y no me arrepiento, mi hermana está feliz, yo lo estoy, y ¡me caso! —


grité.
—Si no vamos ya, no te casas. ¿Lista?

—Totalmente.

Richi me ofreció su brazo, cogí mi ramo y tras agarrarme a él, me llevó


hasta la iglesia donde me esperaba Colin en el altar.

Sí, nos casábamos por la iglesia a pesar de que él ya lo había hecho, pero
con todo lo que ocurrió con Rachel, y el hecho de que lo engañara con el
tema de su paternidad, estuvo durante meses luchando hasta conseguir que
ese matrimonio quedara completamente anulado, como si nunca hubiera
existido.

Ella seguía en prisión por los intentos de homicidio, y el abogado de Colin


se encargó de hacerla firmar la renuncia como madre de Liam, de modo que
jamás pudiera reclamarlo. Lo hizo diciendo que a fin de cuentas, desde que
él testificó en su contra, ya no tenía hijo.

Y con respecto a eso, había algo que Liam aún no sabía pero que se lo
contaríamos en cuanto nos casáramos.

La música empezó a sonar y, mientras caminaba por aquella alfombra


luciendo mi vestido entallado de tirante ancho y con un velo que a su vez
hacía de capa y cola, todos los invitados sonreían a mi paso.

—Aquí la tienes, Colin —le dijo Richi entregándole mi mano—. Más vale
que la cuides, o te las verás con estos. —Levantó ambas manos cerradas en
puños y Colin sonrió.

—Tranquilo, planeo cuidar de ella el resto de mi vida. —Colin entrelazó


nuestras manos y Richi fue a sentarse junto a los demás.

Miré a Liam y me dedicó una preciosa sonrisa llena de complicidad.

—Si estáis listos, podemos comenzar —dijo el cura, y ambos asentimos—.


Queridos hermanos, estamos hoy aquí reunidos para unir en santo
matrimonio a Colin y Alana.

Mientras él hablaba, nosotros nos mirábamos y sonreíamos, Colin me


acariciaba el interior de la muñeca como siempre que me notaba nerviosa, e
incluso se la acercó a los labios para besarla.

—Hijo, espera a que os declare marido y mujer al menos —le pidió el cura.

—Disculpe, padre. —Carraspeó, y el cura acabó riéndose.

—Sí, discúlpele, padre, que está deseando poder besar a la novia y


llevársela para el momento de la reproducción —dijo Samuel.

—¡Samuel! —Tracey, que estaba completamente recuperada de sus


adicciones y había dejado el mundo de la moda para trabajar en la empresa
de ellos como secretaria de James, le dio un manotazo en el hombro.
—Ay, la impaciencia por la noche de bodas —suspiró el cura con una pícara
sonrisa, a pesar de que estaba más que claro que nosotros no llegábamos
puros a ese matrimonio.

Tras aquella breve interrupción, continuó con la ceremonia y poco después


nos declaró marido y mujer.

Salimos a la calle donde nos esperaba el coche que nos llevaría al


restaurante en el que celebraríamos el banquete y una vez dentro, Colin me
atrajo hacia él para besarme con esa urgencia que siempre tenía.

—Menos mal que el pintalabios es de esos resistentes a todo. —Reí.

—Lo siento, pero ese besito de la iglesia me ha sabido a poco.

—Ya veo, ya.

—Al fin eres mía, y de manera oficial —dijo acariciándome la mejilla.

—Eso parece, sí. Tenemos un certificado de matrimonio que lo demuestra.


Aunque no me habría hecho falta ningún papel para que todo el mundo
supiera que tú eres mío, y yo soy tuya.

—Lo sé, a mí tampoco. —Volvimos a besarnos y para cuando miré por la


ventana, me di cuenta de que ese no era el camino hacia el restaurante.

—¿Dónde vamos? El restaurante está hacia el otro lado. —Fruncí el ceño.


—Al aeropuerto —contestó.

—¿Al aeropuerto? —grité.

—Tenemos una luna de miel a la que ir, ¿recuerdas? —Arqueó la ceja.

—Sí, pero, ¿y el convite? ¿Y los invitados?

—Estoy seguro de que se van a divertir.

—Estás loco, ¿lo sabías? —Reí.

—Sí, pero por ti.


Epílogo

Cuatro años después…

La familia había crecido mucho en ese tiempo, empezando por nuestro hijo
Arthur, nombre que heredó de su abuelo ya que no me importó que mi
marido lo escogiera.

Volví embarazada de nuestra luna de miel en Isla Mauricio, y es que, entre


playa, cócteles y sol, pasamos aquellas dos semanas de absoluta
tranquilidad.

Ahora tenía tres años y era el vivo retrato de Colin.

Pero la vida nos tenía otra sorpresa, y esa llegó hacía solo un año, con el
nacimiento de las gemelas Elisa y Beatrice.

Ellas se parecían más a mí, y se habían convertido en la perdición de su


padre y su hermano mayor, Liam.
Liam, mi niño, ese a quien a nuestra vuelta de la luna de miel finalmente le
dijimos que llevaría mi apellido y podría llamarme mamá, cosa que le
emocionó tanto que incluso lloró abrazado a mí.

A sus diecisiete años era tan alto como su tío Samuel, le encantaba todo lo
relacionado con la informática y estaba deseando empezar la universidad
para cursar los estudios de empresariales con los que, en cuanto se
graduase, podría ocupar un buen puesto en la empresa de Colin.

Pero no fui la única en tener una casa llena de niños, ni mucho menos.

Richi y Tracey finalmente se casaron un mes después que nosotros y, dos


años más tarde, nació Zack, un niño que siempre estaba sonriendo.

Mi hermana Gina y James se casaron hacía ya tres años, y por el momento


eran los padres de Julia, una niña de dos años rubia y de ojos verdes como
su padre que parecía una muñeca.

Samuel y Tracey también decidieron hacer aún más oficial su relación y se


casaron el año anterior, solo unos meses después del nacimiento de mis
gemelas, y estaban esperando su primer bebé, una niña a la que llamarían
Rose, nombre que llevó la madre de él y de Colin.

Robert y Pam, los padres de Richi, habían pasado a ser los abuelos de todos
nuestros niños, y se encargaban de consentirlos en sus cumpleaños y el día
de Navidad.
Ambos seguían siendo médicos en la zona de urgencias de la clínica, al
igual que Richi y yo trabajábamos con ellos como enfermeros jefes.

Colin, Samuel y James dirigían la empresa con algunos cambios en sus


vidas, como por ejemplo, el hecho de que habían decidido delegar algunas
gestiones a gente de su absoluta confianza para que asistieran a reuniones
fuera de Los Ángeles, al igual que habían comenzado a tener más
videoconferencias con esos clientes extranjeros para no pasar tantos días
fuera sin ver a sus familias.

En cuanto a Colin y a mí como pareja, no había un solo día que no nos


amásemos como aquellos primeros momentos, en los que dimos rienda
suelta a la pasión en la suite de un hotel en Nueva York.

Y desde esa primera vez en la que expresamos lo que sentíamos hacia el


otro, cuando nos dijimos te quiero, ni un solo día de esos cuatro años
habíamos pasado sin decírnoslo.

Mi abuela Mary solía decirnos a Gina y a mí que le dijéramos siempre a esa


persona especial cuánto la queríamos, porque si estaba teniendo un mal día,
esas simples y sencillas palabras dichas desde el corazón, podían hacer que
su sonrisa le iluminara el rostro, y el día se pintara de colores hermosos.

Echaba de menos a mi abuela, aun habiendo pasado tantos años desde que
nos dejó, no podía olvidarme de ella y pensar en lo mucho que habría
disfrutado de la vida junto a sus bisnietos.
Esa noche celebrábamos los cuarenta y cinco años de Colin, solo que él no
sabía que a la cena a la que le llevaba en uno de sus restaurantes favoritos,
vendría toda la familia, pensaba que era una cena solo para nosotros dos, y
que por eso había mandado a Liam y a los niños a casa de mi hermana
Gina.

Solo que antes de la cena, yo tenía otros planes con mi marido.

—Cariño, ¿has visto mi corbata granate? —preguntó mientras la buscaba en


el armario.

—Ajá. Sí, la he visto —contesté saliendo del cuarto de baño.

—¿Dónde…? —con la boca abierta, así se quedó al verme sin poder decir
una sola palabra más.

Sonreí al haber conseguido mi objetivo, ese que no era otro que el de


sorprenderle y hacer que acabáramos llegando un poquito tarde a la cena.

—¿Qué haces con mi corbata? —preguntó acercándose despacio, como un


depredador a punto de cazar su cena.

—Ya ves. —Me encogí de hombros—. Sé que es tu favorita y pensé que,


verla puesta en mí, te gustaría —dije la mar de coqueta.

—Cariño, solo llevas mi corbata.


—Y los zapatos de tacón que me regalaste —señalé.

—Y nada más —añadió.

—Y nada más —sonreí de nuevo y Colin me rodeó por la cintura


pegándome a él.

—¿Por qué te gusta tanto jugar con fuego, pequeña? —susurró


acariciándome el cuello con la punta de la nariz, llamándome de ese modo
que tanto nos gustaba a los dos cuando estábamos en esos momentos de
intimidad.

—Tal vez sea porque me gusta quemarme contigo —respondí.

—Esa mezcla tuya de timidez y sensualidad, siempre me volvió loco. —Me


dio un leve mordisquito en el cuello.

—Y tú siempre has sabido cómo hacer que yo enloquezca entre tus manos.
—Llevé los dedos a su cabello y jugué con él.

—Llegaremos tarde al restaurante —murmuró pegándome a él de modo que


sentí la dureza de su entrepierna en mi vientre.

—¿Cómo de tarde? —jadeé cuando me besó al tiempo que una de sus


manos se adentraba entre mis piernas.
—Una hora, tal vez un poco más. —Me penetró con el dedo y gemí dejando
caer la cabeza para darle más acceso a mi cuello y que me besara.

—No hay problema, no perderemos la reserva —dije mirándole a los ojos y


en ese momento vi el hambre por devorarme en los suyos.

—Así que, te gusta quemarte entre mis manos. —Arqueó la ceja.

—Siempre me ha gustado. —Me mordí el labio inferior.

—Pues prepárate para arder, mi querida esposa.

—Lo estoy deseando.

Sus labios se apoderaron de los míos en ese instante, en un beso cuyo


significado no era solo el del deseo que nos invadía a los dos, sino el del
anhelo de tenernos, de sentirnos, el del amor que compartíamos desde hacía
cinco años, ese al que no le importó que nos separasen catorce años de
diferencia entre su edad en la mía.

Porque así era el amor cuando llegaba a nuestras vidas, no entendía de edad,
ni de tiempo, simplemente llegaba en el momento en el que debía hacerlo
para que comprendiéramos que, con amor, cualquier cosa era posible.
RRSS:

Facebook: Marcos Álvarez Castro


IG: @marcosalvarezcastro
Twitter: @ChicasTribu

También podría gustarte