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Braslavsky Re Haciendo Escuelas
Braslavsky Re Haciendo Escuelas
Re-haciendo escuelas
E s t e m a t e r i a l s e u t i l i za c o n f in e s e x c l u s i v a m e n t e d i d á c t i c o s
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
1. RE-LECTURA DE LA AGENDA EDUCATIVA EN EL CAMBIO DE SIGLO: SENTIDOS,
CONCEPTOS Y CONTROVERSIAS
Las búsquedas de sentido para la educación latinoamericana
Los conceptos estelares de la agenda educativa en el cambio de siglo
Una mirada sobre las principales controversias de la agenda
educativa
2. CRITERIOS PARA UN NUEVO PARADIGMA EN LA ACCIÓN
De la escuela ejecutora a una escuela inteligente
Los protagonistas profesionales en las instituciones educativas
Del conglomerado al sistema articulado
3. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA TRAMA PARA LA TOMA DE DECISIONES
Los nuevos marcos de referencia
Los sistemas de información
Las cajas de herramientas
La profesionalización docente
4. PROTAGONISMO Y REFORMA DEL ESTADO EN EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DE
UN NUEVO PARADIGMA EDUCATIVO
La emergencia de un modelo híbrido de gestión
La cooperación como necesidad
Los cambios dentro de los "aparatos" burocráticos del sector educativo
La gestión de tensiones: una necesidad de la democratización
y una dimensión de la reforma del Estado
5. ALGUNAS EVIDENCIAS ACERCA DE LA EFICIENCIA Y DEL MEJORAMIENTO DE LA
CALIDAD Y DE LA EQUIDAD EDUCATIVAS EN EL CAMBIO DE SIGLO
Algunas tendencias regionales
Versiones del paradigma a través de dos casos: recuperación de
elementos para el debate
Primeras reflexiones comparativas
REFLEXIONES PARA CONTINUAR
BIBLIOGRAFÍA
1. RE-LECTURA DE LA AGENDA EDUCATIVA EN EL CAMBIO DE SIGLO:
SENTIDOS, CONCEPTOS Y CONTROVERSIAS
Hacia fines de la década del '80 la cuestión educativa se fue
posicionando nuevamente en la agenda pública de los países de América
latina. Este posicionamiento tuvo tres ejes estructuradores. El
primero fue la búsqueda de un nuevo sentido para la educación. El
segundo, la adopción de ciertos conceptos claves y el tercero, la
delimitación de un campo de controversias principales.
A lo largo de la historia la educación estuvo fuertemente
asociada con concepciones que la vinculaban al destino de las
sociedades. Las élites trataban de encontrar instrumentos para crear,
difundir y legitimar un orden que les permitiese construir sus
pretensiones económicas, políticas, ideológicas y sociales. Los
sectores subalternos procuraban, al mismo tiempo, hallar aquellos que
les permitiesen integrarse. La educación estuvo siempre cargada de
sentidos que le venían dados externamente. En la década del '90, en
cambio, pareciera que se buscase en la educación el sentido para la
sociedad, y no en la sociedad el sentido para la educación. Este
fenómeno es una moneda de dos caras. Por un lado se puede transformar
en la antesala de una nueva crisis educativa por generar expectativas
que serán difíciles de cumplir; es dudoso que la educación por sí sola
pueda solucionar todos los problemas a los que se enfrentan las
sociedades. Pero por otro lado, es una oportunidad. La mirada sobre la
educación puede convertirse en una mirada sobre las personas desde una
doble perspectiva: como constructoras de esa educación y como fin
último de la propia educación. En el primer apartado de este capítulo
se intentará avanzar desde una somera presentación de los sentidos que
tuvo la educación en la historia de América latina, hacia un
posicionamiento de un conjunto de personas que actúan en el sector,
que podría ser el eje de la construcción de un nuevo paradigma para la
educación latinoamericana desde una perspectiva humanista.
Ese posicionamiento constituye a su vez una determinada
ubicación para interpretar y para actuar en el marco de las reformas
educativas que se llevan a cabo en la región. Pero no es suficiente
como lugar desde donde orientar las miradas. Al mismo tiempo hay que
definir algunos términos que sus documentos repiten hasta el cansancio
y que corren el riesgo den transformarse en conceptos vaciados, en sí
mismos, de todo sentido. De hecho, esos conceptos forman también parte
de la agenda educativa de la región.
Por último, esta agenda incluye dos controversias centrales
estrechamente vinculadas entre sí. La primera se refiere a la unidad
de cambio de la educación y la segunda, a la palanca de ese cambio. Ya
desde 1980 se fue cobrando conciencia y generando consenso en torno a
que el lugar del cambio educativo no puede ser el aula. Numerosas
investigaciones ofrecieron evidencias acerca de que la unidad más
apropiada para la promoción de los cambios educativos tiene que ser la
escuela. Sin embargo, todavía no hay unanimidad acerca de la relación
que existe entre la aceptación del criterio de acuerdo con el cual la
escuela debe ser la unidad de los cambios educativos y las estrategias
que se derivan de allí con respecto al sistema como un todo. Por otra
parte, en ocasiones se tiende a identificar la idea de que la asunción
de ese criterio conlleva una toma de posición en el sentido de
promover la privatización y la prescindencia del Estado en materia
educativa, dejando la dinámica del cambio educativo librada a una
lógica de mercado, cuando en realidad la controversia es otra. Definir
que la unidad del cambio educativo es la escuela no es lo mismo que
definir que la palanca de ese cambio es la dinámica del mercado. Las
decisiones acerca de cuál debe ser la unidad de cambio de la educación
y cuál, su palanca dinamizadora son centrales a la hora de resolver el
más alto nivel de una agenda educativa, porque definen el marco en el
que buscar la construcción de los dispositivos que permitirán
construir los sentidos y las metodologías para mejorar la educación.
Las competencias
Las identidades
Hacia fines de la década del '50 del siglo XX, la escuela y los
sistemas educativos latinoamericanos participaban de una tendencia
universal. Habían dejado de ser instituciones de orden estrictamente
nacional y se habían inscripto en el proceso de internacionalización
de la educación (Adick, 1995; Schriewes, 1996; Martínez Boom y otros,
1995). Primero, la escuela se había convertido en una institución
conocida por todos. Segundo, las escuelas habían pasado a estar
contenidas en sistemas educativos estructuralmente similares de país a
país y compatibles entre sí. Tercero, las reformas y las políticas
educativas, tanto desde el punto de vista discursivo como desde el
punto de vista de la construcción de dispositivos normativos e
institucionales, habían empezado a definirse y a resolverse en una
suerte de escenario, cuanto menos, supranacional.
La elaboración de planes o de emprendimientos regionales que
llevaran a la escolarización total de la población de América latina
fue uno de los principales indicadores del proceso de
internacionalización de la educación. A través de ellos se trató de
sistemas educativos adquirieran una serie de características
universalmente identificadas como deseables.
En los hechos, la expansión educacional en América latina
registró índices extraordinariamente elevados, tanto si se los compara
con los de otras regiones del mundo, como si se los relaciona con
cualquier antecedente histórico conocido. La región experimentó en
pocas décadas un proceso que en muchos países desarrollados se
prolongó durante más de un siglo (Filgueira, 1980). Hacia 1980 la
mayoría de los países de la región había alcanzado altos índices de
escolarización y algunos de ellos habían logrado avanzar en
significativos procesos de reestructuración y de modernización.
En el contexto del suicidio pedagógico se produjo un fugaz
desconcierto frente al hecho de que, en la mayoría de los países, la
educación seguía expandiéndose aunque no se correlacionaba con ningún
indicador de desarrollo económico y social, ni de mejoramiento masivo
de la calidad de vida de las personas.
La obstinación de las poblaciones (Filmus y Frigerio, 1988), más
incluso que la existencia de políticas estatales adecuadas, fue
logrando que hacia 1980 más de ocho de cada diez alumnos de una misma
cohorte permanecieran por lo menos durante siete años en los
establecimientos que ofrecen educación primaria o general básica. Sólo
a la edad de trece años comenzaban a abandonar las escuelas
definitivamente (Tedesco y Schiefelbein, 1995). La pedagogía, la
sociología y las políticas educativas podrían haberse suicidado
paralelamente a la ausencia de demandas económicas, políticas y
sociales para la educación pero, desde su vocación de sujetos, las
personas persistían en sus esfuerzos para que sus hijos la tuvieran.
Sin embargo, pocos años después se demostró que el hecho de que los
niños y jóvenes asistieran durante muchos años a la escuela no
implicaba necesariamente que realizaran los aprendizajes deseados ni
mucho menos los necesarios para ser protagonistas en el siglo XXI
(Carnoy y De Moura Castro, 1997). Los niños y los jóvenes de la región
aprendían y siguen aprendiendo, pese a algunas modestas mejoras, menos
del 50 % de lo básicamente esperable de acuerdo con las expectativas
oficiales.
Esa realidad admitía al menos dos interpretaciones. La primera
era que la escuela no valía la pena. La segunda era la insuficiencia y
hasta la falta de conveniencia de seguir alentando procesos de
expansión escolar mientras no se acentuara la preocupación por la
calidad de la educación.
Como ya se anticipó, la reactivación del interés por la
educación en la agenda pública vino de la mano de la búsqueda de un
modelo de desarrollo que permitiese a los países de América latina
insertarse en los innegables procesos de globalización y de
modernización tecnológica, de la reactivación del interés y del
compromiso con la democracia, y fue facilitada por ciertos hallazgos
de la investigación. Esa constelación de factores permitió fallar a
favor de la segunda de las interpretaciones presentadas. El
pensamiento hegemónico optó por la concepción de acuerdo con la cual
no se trata de negara valor de la educación formal, sino de considerar
que la exclusiva permanencia de la población en las escuelas durante
un gran número de anos no es suficiente. Se puede permanecer en las
escuelas y seguir marginado de los procesos del conocimiento y de la
formación que posibilitan la construcción de competencia y de
identidad.
Por eso, un gran desafío para la primera década del 2000
consiste en lograr que la expansión educativa se consolide y complete
y que revierta en aprendizajes efectivos para el siglo XXI, es decir,
que se alcance otra calidad educativa.
Para las perspectivas humanistas, esa calidad pasa por la
formación de competencias y de identidad al mismo tiempo, tanto que
para las perspectivas tecnocráticas esta mas circunscripta a la
formación de competencias, y en particular, de algunas de ellas: las
cognitivas, las prácticas y, en sus versiones más modernas, las
interactivas. El sujeto se reduce a una persona que puede hacer con
otros pensando sobre ese hacer pero no necesariamente relacionándolo
con las consecuencias éticas sobre otros y en el mundo. Para ciertas
perspectivas conservadoras, la calidad de la educación parece
consistir en la preservación de las identidades de cada grupo, no en
la recuperación de las múltiples identidades de todos los grupos con
vocación de enriquecimiento y de proyección. En sus versiones más
fundamentalistas, priorizan incluso la imposición a todo el conjunto
social de esos valores que desean conservar. Para las perspectivas
liberales, en cambio, la cuestión de las identidades puede ser una
prioridad. Su preocupación por la libertad tiene sus raíces en la
lucha contra la imposición conservadora de valores tradicionales y en
la búsqueda de afirmación del sujeto. Por eso, en parte, el
neoliberalismo es en cierto modo una paradoja antiliberal. En su
opción por el mercado como palanca de cambio limita tanto la
posibilidad de realización de la libertad de algunos grupos y
personas, que habilita y fortalece las posibilidades de imposición
conservadora y de legitimación de un consistente orden
estamentalizado. De allí que, aun siendo diferentes, en la acción
práctica las perspectivas neoliberales y las neoconservadoras puedan
converger y fortalecerse mutuamente.