Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
p. 62
EN BUSCA DE LA MUSA DE LA HISTORIA
Estudiamos el pasado para iluminar la condición humana a partir del testimonio
de la memoria
Aun cuando ha sido degradada al rango de una rama secundaria del civismo,
Clío, la musa de la historia, está bajo un intenso asedio. Por una parte, se le
dice que pase al frente y recite las verdades eternas de la tradición occidental;
la otra, se le advierte que mientras no se vuelva “multicultural” será una pobre
buena para nada.
p. 63
[imagen]
p. 64
otras dos a la dinastía Mughal o mongólica) es tan propensa a causar el tedio,
con su evangelio acerca de la santidad de la cultura ancestral, como la historia
de viejo cuño, donde se deformaban los hechos a fin de hacer énfasis en el
dinamismo de una Europa incapaz de producir víctimas.
El más excéntrico de esos viajeros involuntarios del tiempo fue tal vez Walter
Ullmann, el gran historiador del papado, a cuyos desvanes en la Escuela
Superior Trinity de la Universidad de Cambridge fui enviado en el verano de
1965, a estudiar la historia de la Edad Media. El clima era inusitadamente
tormentoso en aquella mañana oscura y gris, que se iluminaba con las súbitas
ramificaciones de los relámpagos. En su celda de filósofo estaba la sombría y
encorvada figura de Ullmann, con las gafas al estilo del papa Pío XII posadas
precariamente sobre la nariz y con un manto verdoso que despedía ese tipo de
iridiscencia fungosa que adquieren las togas académicas muy gastadas, en el
húmedo levante de Inglaterra.. Aun para el criterio de Cambridge, él era un
personaje de intimidante excentricidad, que fumaba uno tras otro sus cigarrillos
y echaba las cenizas en el doblez de su pantalón. Con la música de fondo de la
tormenta que arreciaba, procedí a leer con diligencia mi torpe ensayo sobre la
conversión del emperador Constantino al cristianismo, a raíz de lo cual le
cambió el nombre a Bizancio y la llamó Constantinopla. En un pasaje de mi
lectura, cuando el emperador estaba a punto de tomar esa súbita decisión, se
oyó el estruendo ensordecedor de un rayo. Ullmann se puso de pie de un salto,
corrió hacia la ventana y exclamó: “¡Ya oigo el redoble por la muerte de
Bizancio!”.
Para todos esos autores la historia no era un lugar remoto y fúnebre, sino un
mundo que hablaba con fuerza y urgencia de nuestras propias inquietudes.
¿Cómo podremos revivir el sentido de la inmediatez dramática que ellos
poseían? En primer lugar, la historia tiene que ser liberada de su cautiverio en
el currículo de las escuelas, donde se le tiene como rehén de esa disciplina
amorfa y utilitaria que se conoce como estudios sociales. La historia se debe
mostrar sin sonrojo como lo que es: el estudio del pasado en toda su
espléndida confusión. Ella se tendrá que recrear en el sabor arcaico del
pasado, en la extraña música de su acento.
p. 65
interés por la historia es, a mi juicio, esa serie de “periódicos históricos” donde
la experiencia de los siglos pasados se vuelve plana, en encabezamientos
periodísticos de estilo moderno en los que se anuncia una entrevista con el
fundador de la patria Thomas Jefferson o con el abolicionista Frederick
Douglass, pues con eso se priva a tales personajes de su propia voz y se les
despoja de las cualidades que hacen de la historia algo tan apasionante. El
poder narrativo de la historia no estriba en que ésta sea regurgitada con los
ropajes de la prensa moderna. En realidad es al revés: en las manos
adecuadas, cobra su poder justamente por cuanto la distingue del sustento
diario de nuestro mundo de información desechable, no por lo que la asemeja a
él.