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UNA CANECA MUY FELIZ

Hola amigos hoy les contaré la historia de mi vida.

Soy una caneca de plástico, que después de haberme creado me utilizaron para empacar la
pintura, me dieron por nombre “CANECA DE PINTURA”. Estuve en una ferretería por mucho
tiempo, hasta que un día llegó un señor llamado Guillermo a comprar una.

Dijo: “buenas tardes, señor, necesito una caneca de pintura, debe ser muy bonita y duradera
porque quiero pintar la habitación de mi nieto Emi, es que lo amo mucho”.

El vendedor, le contestó: ¡claro que sí!, demostrando una sonrisa en su rostro. Por cierto,
ofreció un gran precio por mí.

Con su mano larga, el vendedor me tomó y me entregó al abuelito de Emi, quien de camino
a su destino se fue cantando y expresando su alegría por la labor que iba a realizar.

Cuando llegamos a la casa, sacó mi contenido y empezó a trabajar, aunque me


sentía muy contento por la utilidad que estaba prestando, me invadía un
sentimiento de tristeza porque en poco tiempo iba a ser desechada, pues al no tener en mi
interior la pintura ya no tendría sentido mi existencia.

Al pintar toda la habitación y al encontrarme vacía, me dejaron en un lugar solo, oscuro y


muy frío, era el depósito del apartamento donde vivía Emi, a quien le brindé felicidad por la
función que cumplí. Pensé que allí estaría por largos años, no veía ni un rayito de sol, pero
¡vaya sorpresa!, al poco tiempo de haberme internado allí, el papá del niño abrió la puerta
exclamando:

¡Ya es hora!, dijo a una mujer que se encontraba a su lado.

Yo, inmediatamente empecé a temblar del miedo.

La mujer, le respondió. ¿es hora de que, cariño?.

De botar la caneca, ya no nos sirve para nada.

Emi, quien se encontraba allí, gritó: ¡No papá, no lo permitiré!

Sus padres, extrañados, se miraron y sonrieron. ¿Por qué dices eso?, le preguntaron a Emi.

Mientras tanto yo, seguía asustada y sin entender nada.


Porque la llevaremos a la finca de los Abuelitos, se las regalaré.

El mismo día, me subieron a un carro y en compañía de Emi y sus padres, nos fuimos hacia
la finca de sus “titos”, como los llamaba el niño.

Al llegar al lugar, Emi, demostrando mucha alegría y en


agradecimiento a su abuelito, me entregó a él. Yo, no entendía nada.

Los abuelos se rieron y se vieron como si entre


ellos existiera complicidad, le agradecieron a Emi
y le dieron un gran abrazo.

La abuelita, a viva voz dijo, esta caneca la necesitábamos. Me lavaron muy bien y desde ese
día soy la encargada de recoger la leche que ordeñan de las vacas, de llevar y traer agua
limpia para los quehaceres del hogar y hasta para realizar los quesos que por cierto son
deliciosos.

Ahora, soy una caneca muy feliz, todo gracias a Emi


que les enseñó a sus padres y a sus abuelos que, aunque
ya no prestaba la misma función, me podían reutilizar.

Colorín colorado esta historia No ha acabado!.

Emilio Fuentes Torres.

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