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Los tesoros de la abuela Lelia María

Mi abuela Lelia María es una mujer muy buena y generosa, tiene casi 90 años y ella dice
que mucho más porque dice que siempre ha vivido dos veces, cosas buenas y cosas
malas, pero como siempre sonríe lo hace por exagerar, al menos eso pienso yo.

- Que pasa mijita.


- Nada abuelita.
- Como que nada, a ti te pasa algo mijita.
- Toy un poco preocupada, abuelita
- Pos dime, la gravedad del asunto
- Una tarea del cole y nos sé cómo empezar.
- Pos de que trata mi mijita
- Es para escribir una historia que antes nadie ha escrito.
- Pos hubieras empezado por ahí, que yo te cuento todos los cuentos que tú quieras.
- Tú sabes cuentos, abuelita.
- Y muchos mijita
- Pero tiene que ser algo diferente a todas las demás.
- Yo tengo una que me pasó a mí.

Me quedó preocupada como la historia de mi abuelita puede gustar y que historia será,
esas historias siempre son aburridas, de seguro será de sus animalitos, de su chacra, de
sus papás, me quedó pensativa.

- Pos que pasó mi hijita, estás asustada si todavía no empiezo.


- Es que no sé si gustará.
- Claro que gustará, confía en tu abuela.

Seguro me dirá que cuando era niña su padre le compró un regalo que ella siempre habia
soñado, yo quiero uno que tenga un final inesperado y que al final tenga un mensaje para
el público, yo quiero un cuento fabuloso. Para cuando menos lo esperaba ya abuela
iniciaba su relato.

Yo vivía en el distrito de Curamori, un pueblo alejado de la provincia Santa Rosa en el


departamento de Piura. Mis padres salieron al campo como era su costumbre a trabaja el
campo y yo me quedaba sola en la casa, era delgada y hermosa como una princesa, era
la engreída de papá y la adoración de mi madre, tenía 16 años y ya sabía cocinar, de eso
me encargaba yo, desde cuidar a mis hermanos menores, hasta la cocina y así
transcurrirían mis días, hasta que un día un hombre montado en su borrico se apareció
para pedirme un poco de agua.

- Señorita, buenos días.


- Buenos días señor.
- Me regala un poco de agua.
- Sí, señor.

Me acerco con un mate de agua y noto que traía una carga extraña, unas alforjas que
brillaban, parecían monedas de oro, pero muchas monedas de oro, muy asustada caí al
suelo como medio desmayada, quería gritar y no podía, quería pararme y no podía
pararme y él acercaba con intenciones de darme un beso y yo no podía evitarlo y cerré
mis ojos y sentí que sus labios tocaron mis mejía, es ahí entonces que grité, me cargó en
sus brazos y sentía que me daba unas palmadas en la cara y desperté, estaba en los
brazos de papá que me sonreía: ¿Qué paso mijita, se me durmió en el fogón?. Le conté la
historia y me dijo que tuviera cuidado que era el duende de la montaña y que le gustaba
llevarse a las chica jóvenes y bonitas y que nunca más regresan con sus familias, pero
que no me preocupará que solo pasa si te quedas dormida al lado del cántaro de agua o
del fogón porque siempre pide algo de comer o un poco de agua para ganarse la
confianza y la única manera de espantarlo es gritar fuerte, arrojarle el agua a su cara o
echarle la ceniza por todo su cuerpo. Los rumores llegaron a los vecinos de las casas
lejanas, una casa estaba lejos de la otra que para llegar se tenía que hacer a caballo o en
burro, es así como llegó José Castillo Peña, era flaco y de buen porte, llegó dice para
acompañarme y así lo hizo por varios días y todo volvió a la calma. Se ausentó por unos
días, habia bastante trabajo en su chacra que decidió trabajar duro y parejo. Para prevenir
me dejó el cántaro lleno de agua y costal de ceniza por si acaso volviera el duende de la
montaña. Estaba cocinado cuando se apareció nuevamente el hombre de las monedas de
oro.

- Señorita buenos días., me regala un mate de agua.


- No hay agua.
- Yo veo el cántaro lleno.
- Es para cocinar y para la familia, aquí no hay agua para extraños.
- Pero yo no soy un extraño
- ¿Qué quiere de mí?
- Casarme contigo.
- No puedo, mis padres me necesitan
- Ellos ya no pasarán necesidades, le dejaremos dos sacos de monedas de oro y ya no
necesitarán trabajar. Y para nosotros tenemos dos más para vivir felices por la eternidad.

Me puse a gritar y no desapareció, grité más fuerte y seguía ahí, me tomó de la mano y
me entregó una moneda de oro y me dijo es real. Le arroje el agua a su cara y seguía
atrapada, no me soltaba vacío las monedas de oro al suelo y me dijo todo es oro y será
para tus padres, le eche la ceniza por todo su cuerpo, cortó el otro costal y las monedas
cayeron, quería despertar, pero todo era real.

- No estás dormidas, esto es real, mírame a los ojos y verás que todo es real.

Noté que era rubio y muy hermoso, tenía los dientes blancos y el pelo le llegaba hasta los
hombros, dejé que me cargará y dejé que me subiera en su burro para cuando decía arre,
me acordé de José, busque el agua y estaba lejos del cántaro, busqué la ceniza y no
llegaba al costal, entonces grité y grité y pronuncie su nombre, José te amo y desperté ya
no en brazos de papá sino en los brazos del abuelo José y nos casamos y vivimos felices
para siempre…

- Abuelita está muy linda la historia, pero no hay mensaje.


- El mensaje, mijita linda, es que cuando llega el amor verdadero no lo cambias ni por todo
el oro del mundo.
- Ahora sí, me pareció un final más justo para la historia de la abuela.

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