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Una Melodía Hipnótica
Una Melodía Hipnótica
Traducción
de Estíbaliz Montero Iniesta
Primera edición: noviembre 2022
© 2016 Rhapsodic by Laura Thalassa
© de la traducción: Estíbaliz Montero Iniesta, 2022
© de la corrección: Patricia Rouco
© diseño de cubierta: Dayna Watson
© imágenes de cubierta: michelaubryphoto/Shutterstock
© de la presente edición: Editorial Siren Books, S.L., 2022
info@sirenbooks.es
https://sirenbooks.es/
ISBN: 978-84-126043-5-1
IBIC: FMR
Impreso en España
The moral rights of the author have been asserted.
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solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Para mi familia,
porque para vivir hace falta todo un pueblo
PRÓLOGO
Mayo, hace ocho años
Tengo sangre en las manos, sangre entre los dedos de los pies, salpicaduras
de sangre en el pelo. Tengo manchas en el pecho y, para mi espanto, puedo
saborear algunas gotitas en los labios.
Hay demasiada manchando el suelo pulido de la cocina. Nadie puede
sobrevivir a semejante pérdida de sangre, ni siquiera el monstruo que yace a
mis pies.
Me tiembla todo el cuerpo, la adrenalina sigue bombeando por mis venas.
Dejo caer la botella rota, el cristal se hace añicos cuando golpea el suelo y
caigo de rodillas.
La sangre empapa mis vaqueros.
Me quedo mirando a mi torturador. Sus ojos vidriosos están desenfocados
y su piel ha perdido todo el color. Si fuera una persona más valiente, habría
apoyado la oreja en su pecho para asegurarme de que su corazón frío y
ennegrecido se ha detenido. Ni siquiera ahora puedo soportar tocarlo,
aunque ya no puede hacerme daño.
Se ha ido. Por fin se ha ido.
Se me escapa un sollozo estremecedor. Por primera vez en lo que parece
una eternidad, puedo respirar. Sollozo de nuevo. Dios, qué bien sienta. Esta
vez, dejo salir las lágrimas.
Se supone que no debo sentir alivio. Lo sé. Sé que se supone que la gente
debe llorar la pérdida de una vida. Pero soy incapaz. Al menos, no la suya.
Puede que eso me convierta en una mala persona. Lo único que sé es que
esta noche me he enfrentado a mi miedo y he sobrevivido.
Está muerto. No puede hacerme más daño. Está muerto.
Solo tardo unos segundos más en asimilarlo por completo.
Dios mío .
Está muerto .
Empiezan a temblarme las manos. Hay un cadáver y sangre, mucha
sangre. Estoy empapada en ella. Me ha manchado los deberes y oscurece el
rostro de Lincoln en mi libro de Historia.
Un fuerte escalofrío me recorre el cuerpo.
Me miro las manos, sintiéndome como Lady Macbeth. ¡Fuera , maldita
mancha! Corro hacia el fregadero de la cocina, dejando un rastro de huellas
ensangrentadas a mi paso. Dios, necesito limpiarme su sangre ahora mismo.
Me enjuago las manos frenéticamente. Me ha manchado las cutículas y se
me ha incrustado debajo de las uñas. No consigo limpiarla, pero da igual,
porque reparo en que ese líquido rojo me cubre los brazos. Así que los
froto. Pero luego está en mi camisa y alcanzo a ver que se me está
coagulando en el pelo.
Gimoteo cuando me doy cuenta.
No importa. No sale.
Mierda.
Me inclino sobre la encimera de granito y evalúo la mezcla rosada de
sangre y agua que la mancha, y también el suelo y el fregadero.
No puedo huir de esto.
A regañadientes, mis ojos se deslizan hacia el cadáver. Una parte ilógica
de mí espera que mi padrastro se incorpore y me ataque. Cuando no lo hace,
empiezo a pensar de nuevo.
¿Qué hago ahora? ¿Llama r a la policía? El sistema judicial protege a los
niños. No me pasará nada, solo me llamarán para interrogarme.
Pero ¿ me protegerán? No es como si hubiera matado a cualquier persona.
He matado a uno de los hombres vivos más ricos e intocables. No importa
que haya sido en defensa propia. Incluso en la muerte, los hombres como él
se salen con la suya en los casos más impensables todo el tiempo.
Y tendría que hablar de ello… de todo.
Me invaden las náuseas.
Pero no tengo otra opción, tengo que entregarme, a menos que…
El monstruo que se desangra en la cocina conocía a un tipo que conocía a
otro tipo: alguien que podría arreglar una situación complicada. Solo tengo
que vender un pedacito de mi alma para hablar con él.
Sin policías, sin preguntas, sin servicios sociales ni cárcel.
¿Sabes qué? Puede quedarse lo que quede de mi alma. Lo único que
quiero es dejar esto atrás.
Me apresuro hacia el cajón de los cachivaches, me cuesta abrirlo por
culpa de mis manos temblorosas. Cuando lo consigo, no tardo mucho en
coger la tarjeta de presentación y leer la peculiar información de contacto.
Hay una única frase escrita en ella; lo único que tengo que hacer es recitarla
en voz alta.
El miedo me invade. Si hago esto, no habrá vuelta atrás.
Recorro la cocina con la mirada.
Ya es demasiado tarde para echarse atrás .
Aprieto la tarjeta en la mano. Respiro hondo y sigo las indicaciones de la
tarjeta de presentación.
—Negociador, me gustaría hacer un trato.
1
Presente
El elegante restaurante al que entro a las ocho de la noche apuesta por una
iluminación tenue, las velas parpadean débilmente en todas las mesas para
dos personas. Está claro que Flamencos es un lugar al que la gente rica
viene para enamorarse.
Sigo al camarero, mis tacones impactan con suavidad contra el suelo de
madera mientras me lleva a un comedor privado.
Veinte de los grandes. Es un montón de pasta. Pero no lo estoy haciendo
por el dinero. La verdad es que las adicciones no me son para nada
desconocidas, y esta es una de mis favoritas.
El camarero abre la puerta de la sala privada y entro.
En el interior, un grupo charla amistosamente alrededor de una gran mesa.
Bajan un poco el tono en cuanto la puerta se cierra a mi espalda.
No hago ningún intento de acercarme.
Poso los ojos en Micky Fugue, un hombre calvo de cuarenta y tantos
años. Mi objetivo.
La piel me empieza a brillar cuando dejo que la sirena de mi interior salga
a la superficie.
—Todo el mundo fuera. —Mi voz suena melodiosa, sobrenatural.
Convincente.
Casi a la vez, los comensales se ponen de pie, con los ojos vidriosos.
Este es mi precioso y terrible poder. El poder de una sirena. Obligar a los
dispuestos y a los no dispuestos a hacer y creer lo que yo desee.
El glamour. Es ilegal. Aunque eso me importa una mierda.
—La cena ha estado genial —les digo mientras pasan a mi lado—. A
todos os encantaría repetirla en algún momento en el futuro. Ah, y yo nunca
he estado aquí.
Cuando Micky pasa junto a mí, lo agarro por la parte superior del brazo.
—Tú , no.
Se detiene, atrapado en la telaraña de mi voz, mientras el resto de los
comensales se van. Sus ojos vidriosos parpadean un momento y, en ese
instante, veo su confusión mientras su conciencia lucha contra mi extraña
magia. A continuación, desaparece.
—Vamos a sentarnos. —Lo conduzco de nuevo hasta su asiento y me
deslizo en el que está a su lado—. Podrás irte cuando hayamos terminado.
Todavía estoy brillando, mi poder aumenta con cada segundo que pasa.
Las manos me tiemblan un poco mientras lucho contra mis otros impulsos:
sexo y violencia. Se me podría considerar una Jekyll y Hyde moderna. La
mayor parte del tiempo soy simplemente Callie, investigadora privada. Pero
cuando necesito usar mi poder, otro lado de mí sale a la superficie. La
sirena es el monstruo que albergo dentro; ella quiere tomar y tomar y tomar.
Causar estragos, darse un festín con el miedo y la lujuria de sus víctimas.
Solo admitiría esto en voz alta bajo coacción, pero controlarla es difícil.
Cojo un pedazo de pan de una de las cestitas que hay en el centro de la
mesa y deslizo hacia mí un platillo que uno de los invitados no ha tocado.
Después de verter aceite de oliva y vinagre balsámico en el plato, sumerjo
el pan y le doy un mordisco.
Observo al hombre sentado junto a mí. El traje a medida que lleva oculta
su barrigón. En la muñeca lleva un Rolex. El expediente decía que es
contable. Sé que ganan bastante dinero, especialmente aquí, en Los
Ángeles, pero no tanto.
—¿Por qué no vamos directo s al grano? —pregunto. Mientras hablo,
configuro mi teléfono para que la cámara grabe nuestra conversación. Por si
acaso, saco una grabadora de mano y la enciendo—. Voy a grabar esta
conversación. Por favor, diga que sí en voz alta y dé su consentimiento para
esta entrevista.
Micky frunce el ceño mientras lucha contra el glamour de mi voz. No
sirve de nada.
—Sí —dice por fin entre dientes.
Este tipo no es tonto; puede que no entienda lo que le está pasando, pero
sabe que está a punto de ser engañado. Sabe que ya se la están jugando.
En cuanto accede, empiezo.
—¿Has estado malversando el dinero de tu madre? —Su madre senil y
que padece una enfermedad terminal. Lo cierto es que no debería haber
leído el archivo. Se supone que no debo involucrarme emocionalmente en
los casos y, sin embargo, cuando se trata de niños y ancianos, parece que
siempre me enfado.
Esta noche no es una excepción.
Le doy un mordisco al pan, sin dejar de mirarlo.
Él a bre la boca…
—Desde este momento hasta el final de nuestra entrevista, dirás la verdad
—ordeno, las palabras resbalan por mi lengua.
Se detiene y lo que sea que esté a punto de decir muere en sus labios.
Espero a que continúe, pero no lo hace. Ahora que no puede mentir, es solo
cuestión de tiempo que se vea obligado a admitir la verdad.
Micky lucha contra mi glamour, aunque es inútil. Está empezando a sudar,
a pesar de su plácida expresión.
Sigo comiendo como si todo marchara perfectamente.
Sus mejillas se tiñen de color. Al final, contesta, casi atragantándose con
las palabras.
—Sí. ¿Cómo coño has…?
—Silencio. —Deja de hablar de inmediato.
Menudo capullo. Robarle dinero a su madre moribunda. Una dulce
ancianita cuyo mayor error fue dar a luz a este fracasado.
—¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?
Parpadea, su mirada está llena de ira.
—Dos años —contesta contra su voluntad. Me fulmina con la mirada.
Me tomo mi tiempo para comerme lo que queda del pan.
—¿Por qué lo has hecho? —pregunto por fin.
—Ella no lo estaba usando y yo lo necesitaba. Lo voy a devolver —dice.
—¿ De verdad? —Enarco las cejas—. ¿Y cuánto has… tomado prestado ?
—pregunto.
Pasamos varios segundos de silencio. Las mejillas rubicundas de Micky
se vuelven cada vez más rosadas.
—No lo sé —acaba contestando.
Me inclino para acercarme más a él.
—Dame una estimación.
—Puede que doscientos veinte mil.
Solo con escuchar esa cifra, me atraviesa una oleada de ira.
—¿Y cuándo ibas a devolverle el dinero a tu madre? —pregunto.
—A-ahora —tartamudea.
Y yo soy la reina de Saba.
—¿Cuánto dinero tiene s disponible en tus cuentas en este momento? —
pregunto.
Alcanza su vaso de agua y bebe un trago largo antes de responder.
—Me gusta invertir.
—¿Cuánto?
—Algo más de doce mil.
Doce mil dólares. Ha vaciado las arcas de su madre y aquí está, viviendo
como un rey. Pero tras esta fachada, solo tiene doce mil dólares a mano. Y
apuesto a que ese dinero también lo liquidará pronto. Esta clase de hombres
son unos manirrotos; el dinero se les escapa entre los dedos.
Le dedico una mirada decepcionada.
—Esa no es la respuesta correcta. Veamos —digo mientras la sirena me
insta a ser cruel—, ¿dónde está el dinero?
Retuerce el labio superior, sobre el que hay una película de sudor, antes de
responder.
—Ya no está.
Me estiro y apago la cámara y la grabadora. Mi cliente ha obtenido la
confesión que quería. Por desgracia para Micky, yo todavía no he terminado
con él.
—Sí —digo—, sí que está. —Las pocas personas que me conocen lo
suficientemente bien reconocerían que mi tono ha cambiado.
Frunce el ceño de nuevo mientras la confusión asoma en su cara.
Le toco la solapa.
—Este traje es bonito, muy bonito. Y tu reloj… Los Rolex no son baratos,
¿verdad?
El glamour le hace negar con la cabeza.
—No —coincido—. Mira, con los hombres como tú, el dinero no
desaparece sin más. Acaba en… ¿cómo lo has descrito? —Miro a mi
alrededor en busca de la palabra antes de chasquear los dedos—.
Inversiones . Se mueve un poco, pero no desaparece. —Me inclino para
acercarme más—. Vamos a moverlo un poco más.
Abre los ojos como platos. Ahora veo a Micky, no el títere controlado por
mi magia, sino al Micky que era antes de que yo entrara en esta habitación.
Alguien astuto, alguien débil. Es plenamente consciente de lo que está
sucediendo.
—¿Q-quién eres? —Oh, el miedo en sus ojos. La sirena no puede
resistirse a eso. Me acerco y le acaricio la mejilla—. Yo-yo voy a…
—Vas a sentarte y a escuchar, Micky —le digo—, y eso es lo único que
vas a hacer porque, en este momento, estás… indefenso .
2
Mayo, hace ocho años
Poder.
Ese es el foco de mi adicción. Poder. Una vez me vi aplastada bajo su
peso, y a punto estuvo de tragarme por completo.
Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora yo soy la fuerza formidable.
El comedor privado del restaurante brilla con suavidad a la luz de las
velas. Me inclino más cerca de Micky.
—Esto es lo que va a pasar: vas a devolverle a tu madre ese dinero que
has malversado.
Sus ojos previamente vacíos me enfocan. Si las miradas mataran…
—Que. Te. Jodan.
Sonrío, y sé que parezco una depredadora.
—Escucha con atención, porque esta es la única advertencia que voy a
hacerte: sé que no tienes ni idea de lo que soy, pero te aseguro que puedo
arruinarte la vida y soy lo bastante idiota como para planteármelo. Así que,
a menos que quieras perder todo lo que te importa, vas a ser respetuoso.
Los mortales comunes saben que existen los seres sobrenaturales, pero
tendemos a mantenernos separados de los que no tienen dones mágicos por
la simple razón de que mierdas tan divertidas como la caza de brujas
tienden a surgir cuando los mortales se sienten demasiado intimidados por
nosotros.
Alcanzo mi bolso.
—Como no puedes ser un buen hijo por tu cuenta, voy a ayudarte —digo
con amabilidad. Saco del bolso un bolígrafo y un par de documentos que
me ha dado mi clienta.
Aparto el plato de Micky de en medio y lo coloco todo frente a él.
Uno de los documentos es una confesión escrita de culpabilidad y el otro
es un pagaré, ambos redactados por el abogado de mi clienta.
—Vas a devolver hasta el último centavo que has robado, con un diez por
ciento de interés.
Micky hace un pequeño ruido.
—¿Acabo de oír un quince por ciento?
Sacude la cabeza con furia.
—Eso me parecía. Voy a darte diez minutos para hojear el documento y
luego lo firmarás.
Paso esos diez minutos probando el vino y la comida que los invitados de
Micky han dejado atrás, y pongo los pies en alto porque, uf, tacones de
aguja.
Cuando se acaba el tiempo, recojo los documentos de Micky. Mientras los
hojeo, observo al hombre en sí. Ahora, su rostro está cubierto por una
película de sudor poco saludable y apuesto a que, si se quitara el esmoquin,
vería unos círculos enormes debajo de sus axilas.
Termino de hojear los documentos. Cuando acabo, los deslizo de nuevo
en mi bolso.
—Ya casi hemos terminado.
—¿Ca-si? —pronuncia la palabra como si nunca hubiera oído hablar de
ella.
—No habrás creído que te dejaría ir solo con unas pocas firmas, ¿verdad?
—Niego, y ahora mi piel ilumina la habitación más que la poca luz que hay.
La sirena que hay en mí adora esto: jugar con su víctima—. Ay, Micky, no,
no, no. —Y aquí es donde dejo de jugar con Micky y voy a matar. Me
inclino hacia delante, impregnando mi voz de tanto poder como soy capaz
—. Vas a corregir tus errores. Nunca más volverás a hacer esto y pasarás el
resto de tu vida trabajando para ser mejor persona y ganarte el perdón de tu
madre.
Él asiente.
Agarro mi bolso.
—Sé un buen hijo. Si oigo que no lo has sido, si escucho algo malo sobre
ti, me volverás a ver, y no quieres eso.
Sacude la cabeza, con expresión vacía.
Me pongo de pie. Mi trabajo aquí está hecho.
Presente
Presente
Presente
Presente
Desde que el Negociador me llevó por ahí la semana pasada, para tomar
café y pasteles, hemos pasado la mitad de las tardes en mi dormitorio y la
otra mitad dentro de una panadería en la otra punta de la Isla de Man.
Ha tenido cuidado de mantener las cosas a nivel platónico, a pesar de que
ha estado pagándome el café y los macaroons que pido cada vez que
visitamos el Douglas Café, la mejor panadería de la Isla de Man. O de que
ha estado pasando el rato conmigo la mayoría de las noches del último mes.
Esta situación no está bien.
No quiero que cambie.
—Entonces, ¿cuál es tu verdadero nombre? —le pregunto por centésima
vez.
Esta noche estamos en mi habitación. Estoy tumbada en mi cama y los
créditos de la película que hemos visto ruedan por la pantalla de mi portátil,
que he colocado a mi lado en la cama.
Una parte de mí teme girarse y verle la cara. Tiene que estar aburrido,
sentado en mi incómoda silla plegable y viendo Regreso al futuro en una
pequeña pantalla entre nosotros. Pero cuando me giro, no veo a un hombre
aburrido. Veo a uno confundido. Tiene el ceño fruncido y sus labios forman
una estrecha línea.
—¿Negociador?
—¿Por qué mataste a tu padrastro? —pregunta, deslizando su mirada
hacia la mía.
Me siento muy recta, una reacción inmediata. Un antiguo miedo me
atraviesa y llega acompañado de recuerdos no deseados. El aliento agrio de
mi padrastro, el olor de su cara colonia.
—¿Por qué me preguntas eso? —No logro mantener la emoción alejada
de mi voz.
Se recuesta en mi silla y se pasa las manos por detrás de la cabeza. Uno de
sus pies descansa sobre su otro muslo. No parece que vaya a irse a ninguna
parte pronto.
—Creo que tengo derecho a algún tipo de explicación —dice—, dado que
soy tu cómplice.
Trago saliva. Nunca debí haber negociado para disfrutar de la presencia
de este hombre.
Soy una chica de lo más estúpida.
—No vas a conseguir ninguna —le digo.
No es que no confíe en él, porque sí lo hago, aunque no debería. Pero la
idea de compartir esa parte de mi pasado con el Negociador… Me siento
mareada solo con pensarlo.
Me mira durante un largo momento. Sus labios se curvan en una sonrisa.
—Dime, pequeña sirena, ¿estás empezando a disfrutar de los secretos?
Casi parece orgulloso. Pero luego esa expresión se evapora y vuelve a
ponerse serio.
Apoya esos brazos aterradores y musculosos sobre los muslos.
—Lo que sea que te hiciera, es…
—Para . Deja de hablar. —Me pongo de pie, el portátil casi se cae de la
cama por culpa de mis prisas locas por levantarme del colchón.
El Negociador lo sabe . No es que sea necesario ser un genio para
descubrir por qué una adolescente aparentemente inocente atacaría a su
padrastro.
Le ruego en silencio que no me presione más. Sé que llevo el corazón en
la mano, que mi alma rota y maltratada asoma por mis ojos.
La figura del Negociador se vuelve borrosa. En algún momento, debo de
haber empezado a llorar, pero no he caído en ello hasta ahora, cuando ya no
puedo verlo bien.
Maldice por lo bajo y sacude la cabeza.
—Tengo que irme.
Parpadeo para ahuyentar la humedad de los ojos.
¿Se va? ¿Por qué me siento tan desolada ante esa posibilidad si hace un
momento estaba deseando todo lo contrario?
Cuando se levanta, la mirada del Negociador sigue las lágrimas que
resbalan por mis mejillas y puedo ver su arrepentimiento. Eso alivia mi
dolor. Un poco.
Justo cuando creo que se va a disculpar, no lo hace.
En su lugar, dice algo mejor.
—Desmond Flynn.
—¿Qué?
El aire ya se está moviendo, cambiando a medida que su magia entra en
acción.
—Mi nombre.
Solo después de que se vaya me doy cuenta de que no ha añadido una
cuenta por esa información.
Presente
Des no me dice a dónde me lleva, ni qué tarea tiene en mente para esta
noche. Mientras los dos nos elevamos sobre el océano, lo único que sé es
que se dirige hacia la costa en lugar de hacia el interior.
Ahora que me he acostumbrado un poco a volar en brazos del Negociador,
observo el mar brillante y las estrellas titilantes. Por oscuro que esté, estas
vistas son algo digno de contemplar. Puedo oler la sal en el aire mientras el
viento me agita el pelo. Me hace anhelar algo que he olvidado o perdido.
Giro la cabeza y poso la mirada en la garganta de Des y la parte inferior
de su fuerte mandíbula.
Un hada me lleva hacia la noche . Suena como todas las historias que he
leído sobre ellas.
Mi mirada sube hasta llegar a sus rasgos, bellos y familiares. Él mira
hacia abajo y me pilla observándolo. Hay un brillo astuto en su mirada, pero
lo que sea que ve en la mía hace que se le suavice.
El corazón se me aloja en la garganta. Aparto la mirada antes de que la
suya pueda metérseme debajo de la piel.
Nos alejamos de la costa. Nos dirigimos hacia el mar.
¿Qué podría haber ahí fuera para nosotros?
Lo descubro poco después, cuando entre la niebla de la costa aparece la
isla Catalina. Situada frente a la costa de Los Ángeles, Catalina es un lugar
al que los lugareños van de vacaciones los fines de semana. La mayor parte
de la isla está deshabitada. Pasamos Avalon, la ciudad principal de la isla, y
seguimos el borde de la costa de Catalina.
Giramos en la curva de los acantilados y una casa de piedra blanca
aparece a la vista, iluminada en mitad de la oscuridad. Queda claro, por la
forma en que el Negociador maniobra en el aire, que este es nuestro destino.
Absorbo las vistas. Está situada cerca del borde de un acantilado, en ese
sentido se parece mucho a la mía, y la parte trasera de la casa da paso a un
patio con terraza que termina justo al límite de la propiedad.
Cuanto más nos acercamos, más magnífico parece el lugar. Está hecho de
cristal y piedra blanca, y mientras damos la vuelta hacia el frente, vislumbro
brevemente los elaborados jardines que lo rodean.
El Negociador planea sobre el jardín delantero y, tras un descenso final,
aterrizamos.
Me alejo de sus brazos y echo un vistazo alrededor.
—¿Qué es este sitio? —Parece sacado de un sueño. Una casa palaciega
situada en un extremo del mundo.
—Bienvenida a mi casa —dice Des.
—¿Tu casa ? —pregunto, incrédula—. ¿Vives aquí?
—De vez en cuando.
Nunca pensé que el Negociador tuviera una casa propia, pero por supuesto
que la tiene. Visita la Tierra con bastante frecuencia.
Observo la buganvilla trepadora y la fuente borboteante situada en el
jardín delantero. Más allá, se alza su majestuosa casa.
—Este lugar es increíble —digo. De repente, mi pequeña casa parece
lúgubre y ruinosa en comparación.
Él mira a su alrededor y tengo la impresión de que está intentando ver su
casa a través de mis ojos.
—Me alegro de que te guste. Eres mi primera invitada.
Retrocedo al oír eso.
—¿De verdad?
Primero me muestra sus alas. Ahora, su escondite. Es obvio que ambas
revelaciones son importantes, pero no soy capaz de descifrar los motivos
del Negociador.
—¿Te hace sentir incómoda? —pregunta, bajando la voz—. ¿Que te traiga
a mi casa?
Tengo la clara impresión de que quiere que me sienta incómoda.
Está haciendo un buen trabajo para lograrlo.
—Curiosa, no incómoda —digo, desafiándolo con la mirada. Después de
todo, él estuvo en mi casa cientos de veces cuando yo era más joven.
Curva una esquina de la boca, sus ojos oscurecidos por lo que sea que se
esté gestando en esa mente suya. Extiende una mano hacia delante.
—Entonces, entra, tenemos mucho de lo que hablar.
—Bueno, ¿qué haces cuando no estás cerrando tratos? —le pregunto a Des,
que está tirado en el suelo, hojeando uno de mis libros de texto.
Tiene un bolígrafo en la mano y lo he visto garabateando cosas en los
márgenes. Me da mucho miedo que haya dibujado pollas dentro de mi libro
de texto, pero cuando echo un vistazo, me veo a mí misma. Ha dibujado un
trozo de mi cara y, maldita sea, es un artista increíble aparte de todo lo
demás.
—¿Además de arruinar la mente de una pequeña sirena? —pregunta.
—Además de eso —digo con una sonrisa amable.
Fuera de mi habitación, en el pasillo, oigo a algunos de mis compañeros
de planta reírse mientras salen corriendo a cenar. Llaman a la puerta
contigua a la mía e invitan a Shelly y a Trisha a cenar con ellos. Escucho
sus pasos acercándose a mi habitación y una pequeña parte de mí espera
que llamen a la puerta, aunque Desmond esté aquí.
Pasan de largo ante mi puerta sin detenerse.
—Ya sabes que no pueden oírnos —dice Des, sin levantar la vista de su
trabajo.
No lo sabía, pero me preguntaba por qué nadie había preguntado por la
voz masculina que sale de mi habitación. Aquí las paredes son finas como
el papel.
—Eso es muy amable por tu parte, Des —digo.
—Me gusta la privacidad. No ha tenido nada que ver contigo.
—Por supuesto. —Dios no quiera que el Negociador se haga famoso por
su amabilidad.
—Y mi nombre es Desmond, no… Des . —Su voz supura desdén.
¿Así que el nombre le molesta? Maravilloso.
—Dejaré de llamarte Des en cuanto tú dejes de llamarme querubín.
Refunfuña.
Tomo asiento en la silla del ordenador y lo observo trabajar durante varios
segundos. Y mientras estoy aquí sentada, mirándolo, siento una sacudida en
el estómago.
Si cierro los ojos, puedo fingir que no estamos en mi oscuro dormitorio,
que no le estoy pagando al Negociador para que me haga compañía, que a
Des le gusto tanto como él me gusta a mí. Pero luego recuerdo que puedo
pasar el rato con él durante un máximo de cuatro horas al día. Vivo para
esas cuatro horas, pero ¿y él? Es probable que yo solo sea su equivalente a
unas vacaciones pagadas.
¿Qué hace cuando no está robando secretos o cobrando deudas? ¿Cuál es
el concepto de diversión de este hombre?
Lo más probable es que sea robar caramelos a los niños o algo horrible
por el estilo.
—¿Qué haces en tu tiempo libre? —pregunto de nuevo.
Pasa otra página de mi libro de texto.
—Eso tiene un precio —dice.
Me encojo de hombros. Ya tengo dos hileras de cuentas, ¿ qué importa
una más?
—Añade una cuenta.
Me miro la muñeca justo cuando se forma otra cuenta negra y opaca.
—Me dedico a reinar. —Ni siquiera levanta la vista cuando lo dice.
Espero más, pero nunca llega.
—Venga ya, ¿eso es todo? —pregunto—. Esa respuesta no ha llegado ni a
cinco palabras.
Merezco una respuesta mejor que esa, considerando el precio que, con el
tiempo, tendré que pagar por este favor. Con toda probabilidad, algún día
esta pulsera de cuentas se convertirá en una versión muy real de besar, casar
o matar.
—Tampoco mi nombre, que fueron dos. En esa ocasión, no te quejaste. —
Empieza a dibujar mi boca.
—No añadiste ninguna cuenta por esa respuesta —digo.
—Un acto de generosidad que no me interesa repetir. —Sus palabras son
cortantes.
Rechino los dientes.
Me dejo caer en el suelo junto a él y le arrebato el bolígrafo de la mano.
—¿Sobre qué reinas exactamente? —exijo saber.
El Negociador rueda sobre el costado y apoya la cabeza en una mano con
una sonrisa en su rostro. Un mechón de cabello rubio y blanco le cae sobre
los ojos. Me estudia un segundo antes de ceder.
—Soy el Rey de la Noche.
—¿El Rey de la Noche? —repito como una tonta.
¿Qué clase de título es ese?
—En el Otro Mundo —elabora, recuperando el bolígrafo de mis manos.
El Otro Mundo.
Me quedo mirándolo.
El Otro Mundo .
Mierda, este tío es un hada. No, no solo un hada, un rey fae. Líder de una
de las razas más despiadadas.
Y he sido borde con él.
—Así que eres… muy importante —le digo.
Inclina la cabeza levemente, todavía parece estar divirtiéndose.
—Un poquito.
Pues estoy bien jodida, y no me había dado cuenta.
Observo su rebelde pelo blanco, su cuerpo impactante, su brazo tatuado y
su atuendo negro.
—No pareces un rey —le digo.
—Y tú no pareces el tipo de chica que hace tratos con el Negociador,
querubín. ¿Qué quieres decir con eso?
Ahí me ha pillado.
Rey de la Noche. Un nombre que evoca a un tipo duro.
—¿Dónde están tus alas? —pregunto.
Me dirige una mirada molesta.
—Lejos.
Des debe de darse cuenta de que voy a seguir molestándolo, porque cierra
mi libro de texto y lo deja a un lado.
Tener toda la atención del Negociador sobre ti es como captar la mirada
de un tigre. Lo único que quieres hacer era acariciar a la criatura, pero en
cuanto te mira, te das cuenta de que, sencillamente, te va a destrozar.
—Dime, querubín, ¿te gustaría visitar mi reino algún día? —pregunta, en
un tono suave como el terciopelo.
¿Es una pregunta con trampa? Siento como si estuviera a punto de caer en
una.
—¿Me llevarías? —pregunto. Intento no sonar demasiado emocionada o
asustada. Todo lo que sé sobre el Otro Mundo me aterroriza. Pero la idea de
que el Rey de la Noche me haga una visita guiada por su reino es
increíblemente atractiva.
—Claro que te llevaré —promete, con un brillo travieso en los ojos—. Un
día, no te dejaré otra opción.
Presente
Incluso después de que Des haya dejado a un lado las notas del caso y yo
haya guardado mi hoja de preguntas, no hace nada para dar por terminada la
noche. En vez de eso, un aperitivo a base de queso y galletas saladas llega a
la sala de estar desde la cocina, con un par de vasos y unas bebidas
pisándoles los talones.
Atrapo la Coca-Cola que flota justo encima de mi regazo mientras el
Negociador abre su botellín de cerveza y toma un trago nada despreciable.
Antes de empezar a beberme el refresco, lo miro mal, recordando de
nuevo que no puedo beber alcohol con él.
Des se acomoda en el sofá, la camiseta se le levanta unos centímetros
mientras coloca los brazos sobre el respaldo del mueble. Toma un trago de
su cerveza y me mira por encima del borde del botellí n con un aspecto tan
pecaminoso como el que más.
No siento que esto sea el final de la noche, más bien parece el comienzo.
Tampoco siento que sea un pago. La atmosfera es un poco demasiado
íntima para que ese sea el caso.
—Por favor, dime, ¿qué está pasando por la cabeza de mi pequeña sirena?
—pregunta mientras desplaza la mirada sobre mí.
Mi pequeña sirena .
—No soy tu nada —digo.
Toma otro trago de cerveza con una sonrisa.
Una vez que se aleja el botellí n de los labios, hace girar el líquido ámbar
del interior.
—Una vez fuiste mi clienta —dice—, y luego fuiste mi amiga, y ahora…
—Curva los labios hacia arriba de forma casi perversa, sus ojos plateados
destellan—. Quizás no le pondremos etiqueta a lo que somos ahora.
En el salón, el ambiente cambia, se vuelve pesado, casi bochornoso. No sé
si es su magia o simplemente el magnetismo natural de Des, pero hace que
me remueva en mi asiento.
—¿Por qué venir a la Tierra? —pregunto, desesperada por desviar la
atención de nuestra relación, o de la falta de ella, en mi opinión—. Eres un
rey, ¿por qué hacer nada de esto?
Parte del calor de la habitación se disipa. Toma otro trago de su bebida
antes de responder.
—¿Quieres la explicación oportuna o la real?
—Ambas —digo mientras me quito los zapatos para poder acurrucarme
mejor en su sofá.
Des se percata de mi gesto y su expresión se vuelve casi complacida.
—La respuesta oportuna es que tengo tiempo para ello. Dejando a un lado
las leyes y la política, mi reino hace mi trabajo más importante por sí solo:
arrastra la noche a través del Otro Mundo —dice, subiendo sus propios pies
calzados con botas al sofá y cruzándolos a la altura de los tobillos—. Otra
parte de mi trabajo como Rey de la Noche es asegurarme de que exista el
caos, y el caos es el estado natural de las cosas, incluso aquí en la Tierra.
Una vez más, el universo hace mi trabajo por mí. Luego están esas otras
actividades que se desarrollan mejor bajo el manto de la oscuridad: dormir,
la violencia y… —pasea la mirada por uno de mis brazos y siento como si
un dedo fantasma se arrastrara por mi piel— el sexo .
Mi sirena se agita.
—Llamémoslos los impulsos más básicos . Y, de nuevo, no necesitan que
nadie esté pendiente.
¿ He oído bien?
Dejo mi bebida en la mesita de café.
—Entonces, ¿alientas… a la gente a montárselo?
No puedo creer que nunca hayamos hablado de esto. A mi alrededor,
siempre actuaba como una monja. Nunca hubiera imaginado que esto sería
parte de su trabajo.
Enarca una ceja.
—¿Quieres una demostración?
La sirena de mi interior está despertando. Se alimenta de todas las cosas
sobre las que él gobierna. Violencia, caos… sexo .
Ella aceptaría un puñado de cuentas con mucho gusto por tal
demostración.
Él ve mi silencio por lo que es: deliberación. Un momento está tirado en
su extremo del sofá dejando su bebida y, al siguiente, desaparece. Me
sobresalto cuando reaparece a mi lado.
—Te divertirías, Callie —dice mientras se inclina. Tan cerca de mí, su
presencia es abrumadora. Sus labios me rozan la oreja—. Me aseguraría de
ello.
En el pasado, nunca se comportó así conmigo. Solo ahora empiezo a
entender que luchaba contra su naturaleza más innata para que
mantuviésemos una relación apropiada. Incluso a pesar de que empleé con
él todas las tácticas que se me ocurrieron.
Me aclaro la garganta.
—Des . —Me estoy ahogando en años de deseo por este hombre.
—Piénsalo. —Se aleja de mí—. Nada me gustaría más.
Mi corazón está desbocado, cuanto más lo miro, con más desesperación
trata de salir la sirena.
—¿Estabas mencionando tus razones para visitar la Tierra? —La voz me
sale ronca cuando me obligo a formular la pregunta. Es un último esfuerzo
para evitar que lo que está pasando continúe.
Su estado de ánimo cambia. Cierra los ojos cuando regresa a su rincón del
sofá.
—Ah, sí, la razón oficial . Los deberes que me impone la administración
de mi reino siguen dejándome mucho tiempo para trabajar en las relaciones
internacionales, intermundanas, en realidad. Como Negociador, eso es lo
que estoy haciendo. Aquí me mezclo con seres sobrenaturales, uso mi
magia para concederles pequeños favores —favores como el mío— y cobro
con intereses. Esas cosas hacen que mi reino sea todavía más rico, más
seguro.
Vuelve a coger su cerveza y toma otro trago.
—¿Y cuál es la razón no oficial? —pregunto.
Me mira fijamente durante mucho rato, sus ojos cada vez más distantes.
—Me han traído aquí razones que llevan mucho tiempo
desconcertándome.
El eterno vagabundo.
Sus ojos recorren la sala de estar, su mirada aún desenfocada. Aunque no
sé a dónde se ha desviado su mente, no está aquí.
—¿Todavía lo hacen?
Vuelve a prestarme atención.
—¿Todavía hacen qué?
—Desconcertarte.
Le palpita un músculo en la mejilla.
—No, querubín, ya no.
9
Diciembre, hace ocho años
Presente
Presente
Presente
No volvemos a casa hasta mucho más tarde, bien entrada la noche, calados
hasta los huesos. El Negociador me lleva a mi habitación y, cuando veo la
cama gigante con dosel esperándome, me desplomo sobre ella, estropeando
rápidamente las sábanas con arena y agua del océano.
—Refutas continuamente la teoría de que las sirenas son criaturas
elegantes —dice Des detrás de mí.
Entierro la cara en las sábanas.
—No tengo ropa.
—Tengo una política bastante relajada en cuanto a lo de no usar ropa —
responde.
—Des . —Mi voz suena amortiguada por las sábanas.
Suelta una risa estruendosa, luego se acerca y deja caer a mi lado una
camiseta grande y descolorida de Kiss y un par de calzoncillos.
—Esto es lo mejor que tengo en este momento.
Miro fijamente las prendas.
Él me apoya una mano en la espalda y cada célula de mi cuerpo es
consciente de ese roce.
Se inclina para quedar cerca de mi oído.
—Si te duchas lo bastante rápido, quizás te arrope cuando te metas en la
cama. —Acentúa el pensamiento mordiéndome la oreja.
Le lanzo una mirada molesta, pero es inútil; la piel me brilla como solía
hacerlo cuando era adolescente y mis hormonas se desbocaban.
—Solo si me quitas una cuenta.
—Callie, Callie, Callie —bromea—, creía que no podíamos pagar por la
compañía del otro.
Hago una mueca, recordando todos esos días en los que compré su
presencia, usándolo para ahuyentar mi soledad.
—Intenta quedarte fuera del baño esta vez —le digo mientras me bajo de
la cama y me dirijo al baño en cuestión.
—Intenta no pensar en mí —dice.
Le hago una peineta por encima del hombro.
Veinte minutos después, el Negociador logra quedarse fuera del baño.
Yo no logro evitar pensar en él.
Me seco con la toalla y me pongo la camiseta y los bóxers que Des me ha
dado. Huelen a él. No me había dado cuenta de que tenía un olor, pero lo
tiene. Es ahumado, como a fuego de leña, y masculino.
Cuando vuelvo al dormitorio, el Negociador ya se ha acomodado en mi
cama. Al verme, las sombras de la habitación se hacen más profundas. En
mitad de ellas, sus ojos brillan.
Hubo un tiempo en el que hubiera regalado a mi primogénito sin
pensármelo dos veces para verlo mirarme así desde mi cama.
Ahora me siento verdaderamente asustada. El Negociador podría pedir
cualquier cosa como pago.
Cualquier cosa.
Y estaría obligada a dársela.
Y con esa mirada hambrienta en su rostro, sé en qué está pensando. No es
que esté en contra de llegar más lejos con él. El problema es que realmente
no estoy en contra, y debería. Soy capaz de compartir mi intimidad con la
mayoría de los hombres y no sentir nada. Pero no con Des.
No con Des.
—No muerdo, querubín —dice al notar mi vacilación. Palmea el espacio
vacío junto a él—. Incluso te he dejado sitio.
Con cautela, me subo a la cama. Me tiendo de lado y quedamos cara a
cara.
—Creía que dabas mucha importancia a no cruzar los límites, Des.
Me envuelve la cintura con un brazo y me acerca a él.
—Cuando tenías dieciséis años. Ahora… —me pasa la mano por el brazo
—, estoy buscando expandir mi territorio contigo.
Dejo de respirar.
—¿Estás diciendo…?
Se inclina más cerca, me roza la frente con un beso y sale de la cama.
—Buenas noches, que duermas bien y no dejes que ningún monstruo te
muerda.
Después de eso, el Negociador se va.
A la mañana siguiente, entro en la cocina de Des mientras me froto los ojos.
—Buenos días, querubín.
Grito como un alma en pena al oír la voz del Negociador y me llevo las
manos al corazón. Mi piel brilla, convirtiendo en armónico el final de mi
grito mientras la sirena toma el control.
El rey fae está espatarrado en una de las sillas de la cocina, bebiendo café.
No lleva camiseta y veo con claridad todos los tatuajes que discurren a lo
largo de su brazo izquierdo.
Enarca las cejas como si estuviera loca.
Por fin recupero el aliento.
—Me has asustado.
—Está claro. —Su boca se desliza hacia un lado.
—No te rías.
Me acaricio el pelo distraídamente. En este momento, lo siento como si
estuviera desafiando la gravedad.
—No ha sido divertido —dice Des. Sus ojos recorren la camiseta y los
calzoncillos que llevo y su expresión se llena de ardor.
Cuando me mira así, la sirena se niega a irse.
—Des . —Se supone que debo decir su nombre como una advertencia,
pero en vez de eso, me sale como un ronroneo.
Mierda. Antes del café, mi control sobre la sirena no es demasiado
potente.
—Vaya, hola, amor —dice con una sonrisa que reserva solo para mi
sirena.
Estos dos sienten algo importante el uno por el otro. Incluso cuando yo
era una adolescente y Des dejaba claro que no cruzaría esa línea, era muy
indulgente con ella.
Y ahora mi control sobre ella se está desvaneciendo… desvaneciendo…
Ha desaparecido .
Me acerco a él, balanceando las caderas un poco mientras me brilla la
piel. No me detengo hasta que me subo a su regazo, con las piernas a cada
lado de su cintura.
Le quito la taza que está sosteniendo y la lanzo por encima del hombro. Él
levanta una mano, presumiblemente para evitar que la taza y el café que
contiene se estrellen contra el suelo.
Me inclino para acercarme a su oreja y muevo las caderas hasta que lo
escucho gemir.
—Siete años, hijo de puta —digo, o mejor dicho, dice la sirena, ya que es
ella la que dirige el espectáculo en este momento.
Las manos de él aterrizan en mi cintura.
—Vale la pena esperar por las mejores cosas, Callie.
Le rodeo el cuello con los brazos.
—¿Verdad o reto?
Su mirada empieza a arder, una sonrisa se extiende por sus labios.
—¿Estás intentando jugar a mi…?
—Verdad: si te hubieras molestado en quedarte, habría hecho realidad tus
deseos más traviesos. —Balanceo las caderas contra él para remarcar mis
palabras.
Noto cómo reacciona, algo que me provoca bastante placer.
Me inclino todavía más cerca y saboreo su oreja con la lengua.
—Y sé que mi rey oscuro tiene muchos deseos perversos —susurro.
Él gira la cara hacia mí, acercándola hasta que apenas hay distancia
separando nuestros labios.
Pero no lo beso.
—Voy a hacer que te duela más y más, y no haré nada para aliviarlo. Te
voy a hacer pagar por abandonarme.
Me bajo de su regazo y me alejo.
—Querubín —dice Des a mi espalda—, disfrutaré de cada dulce segundo.
Cuando Des aparece frente a mí, estoy hecha un puto desastre. Hay un
puñado de pañuelos esparcidos a mi alrededor. Tengo la cara mojada y los
ojos hinchados.
Miro al Negociador con tristeza, me tiembla todo el cuerpo.
Se cruza de brazos, su chaqueta de cuero cruje.
—¿A quién tengo que hacerle daño?
Niego y bajo la mirada. No sé por qué lo he llamado. No dejo que otras
personas me vean cuando estoy así. Pero estoy muy cansada de estar sola.
Hoy ha sido… Hoy ha sido un mal día.
—Dame un nombre, querubín.
Me limpio los ojos. No he terminado de llorar, pero, por el momento, las
lágrimas han parado.
Cuando por fin miro a Des a los ojos, veo que habla en serio. Tardo un
momento en darme cuenta de que el Negociador está cabreado y otro
momento en darme cuenta de que está cabreado en mi nombre .
Y soy lo bastante codependiente como para que esta reacción me haga
sentir mejor.
—Es un instructor —susurro con voz ronca.
Des se sienta a mi lado, uno de sus anchos hombros roza el mío antes de
que me rodee con un brazo y me acerque a él. Durante los siguientes cinco
minutos, me deja llorar y dejarle la chaqueta de cuero hecha un desastre, mi
cabeza debajo de la suya. Sube y baja la mano por mi brazo en un ademán
tranquilizador, pero esa acción queda un poco arruinada por lo amenazadora
que resulta su presencia.
Por fin me las arreglo para recomponerme, el cuerpo ya no me tiembla
tanto, y me alejo un poco de él.
Con el ceño profundamente fruncido, me limpia las lágrimas de las
mejillas antes de tomar mi rostro entre las manos.
—Cuéntame qué ha pasado. —Siento que su cuerpo vibra por la ira.
Respiro de forma temblorosa.
—Es el señor Whitechapel. Él… ha intentado tocarme…
Pero esas no son las palabras adecuadas, ¿verdad? Me ha tocado. No ha
parado hasta inmovilizarme, diciéndome todo el rato que eso era lo que yo
quería. Que lo había estado volviendo loco todo el semestre. Que había
notado todas y cada una de mis miradas sugerentes.
Me ha desabrochado el botón de los pantalones, me ha subido la
camiseta…
Eso ha sido todo lo lejos que ha llegado. Demasiado lejos.
Todavía no poseo un control absoluto sobre mi don, pero el miedo lo saca
a la luz. La sirena le ha dicho que se detuviera, le ha dicho que me soltara.
Y luego he corrido hacia aquí.
Y ahora me estoy muriendo por dentro, de vuelta a quien era antes de que
el Negociador me salvara de mi pasado.
Odio mi cara, odio mi cuerpo, odio lo que veo en el espejo. Odio mi
habilidad para atraer a la gente con una sola mirada y una orden. Odio todo
lo que me hace ser quien soy. Odio que todavía haya quien puede hacerme
sentir débil.
Me las arreglo para contarle la historia y luego empiezo a llorar otra vez.
Y otra vez, el Negociador me atrae hacia él. Apoyo la cabeza en su pecho,
por una vez, sin pensar en él en un sentido romántico, solo en busca de
consuelo.
—Querubín, estoy orgulloso de que uses tu poder de esa forma —dice
Des por fin.
No sabría decir por qué eso hace que llore más fuerte.
—¿Quieres que te cuente un secreto? —dice mientras me alisa el pelo con
una mano. No espera a que responda—. La gente como él nació para temer
a la gente como nosotros —dice con voz siniestra.
Hago una pausa en medio de mis sollozos.
¿Qué? ¿Qué se supone que significa eso? ¿Y por qué me lo dice? Llevo
toda la vida siendo una víctima. La gente como el señor Whitechapel usa a
la gente como yo, no al revés.
—Pues vaya mierda de secreto —decido.
El Negociador acerca los labios a mi oído.
—Es la verdad —susurra—. Con el tiempo, lo entenderás. Y con el
tiempo, lo aceptarás.
Improbable. Pero asiento de todos modos, porque en este momento no
tengo ganas de debatir con Des.
Durante unos quince segundos estoy bien, incluso podría haberlo
superado, luego el recuerdo de las manos de mi profesor sobre mi cuerpo
me hunde de nuevo.
No sé cuánto tiempo me paso llorando, solo que Des me abraza en todo
momento. Ahora mismo, no estoy segura de estar llorando por lo que ha
sucedido hoy. Creo que estoy llorando por todos esos días en los que no
escapé a tiempo.
Al cabo de un rato, Des me traslada del suelo a la cama mientas tararea un
himno feérico en voz baja. Y pasado otro rato, dejo de llorar como una
desquiciada y me limito a abrazarlo como si fuera mi propio manto
protector personal.
Me quedo dormida así, envuelta en los brazos del Negociador.
A la mañana siguiente, cuando me despierto, ya se ha ido.
No me entero hasta más tarde de que el señor Whitechapel ha
desaparecido. Y de que, cuando reaparece una semana después y abandona
las instalaciones, tiene la mayoría de los huesos del cuerpo rotos, le faltan
varios dientes y dedos de los pies, y lleva encima la tarjeta de visita del
Negociador.
Nadie logra convencerlo de que hable de lo que le ha pasado. Pero al
parecer, se siente bastante ansioso por confesar su asquerosa mala conducta
con los estudiantes.
Estudiantes. En plural. Por lo visto, no soy la primera.
Des ya no es solo mi salvador; también es mi guardián. Y tengo que
aceptar el hecho de que el hombre que me dejó llorar en sus brazos también
es el Negociador, un criminal buscado conocido no solo por sus tratos, sino
también por su inmensa crueldad, la misma crueldad por la que las hadas
son infames.
Y que el Señor se apiade de mí, todo ello me parece bien.
Presente
Todavía estoy tambaleándome cuando nuestro entorno vuelve a aparecer.
Me quedo sin respiración al mirar a mi alrededor.
Des y yo estamos de pie sobre unas ruinas cuyo mármol blanco brilla a la
luz de la luna. Unas enredaderas en flor se enroscan alrededor de los arcos
desgastados y las estatuas derribadas.
El Otro Mundo.
El sonido de la corriente del agua nos rodea por todos lados, la niebla que
crea me salpica la piel. Giro en un círculo y me tambaleo hacia atrás al ver
la cascada gigante que se estrella contra el extremo opuesto del
afloramiento en el que nos encontramos. Varias columnas de niebla se
elevan a su alrededor.
—¿Qué es este lugar? —pregunto con la voz teñida de asombro.
—El Templo de la Madre Eterna, una de las primeras diosas a las que mi
pueblo adoró. —Una vez más, los brazos de Des me rodean—. Agárrate.
Deslizo los brazos alrededor de su cintura mientras despliega las alas. Se
tensa, sus alas comienzan a aletear y la fuerza de cada movimiento azota mi
cabello. Nos elevamos y puedo ver mejor las ruinas. Están asentadas en una
pequeña isla rocosa que sobresale en el centro de una catarata gigante.
Aparto la mirada, solo para encontrarme con que el Negociador me ha
estado observando con esos fascinantes ojos suyos y una expresión dulce.
Cuanto más le sostengo la mirada, más rápido se me acelera el pulso y
más regresan mis antiguos anhelos. Quiero apartarla, pero no puedo.
Una sonrisa comienza a extenderse por sus labios y es muy diferente de
sus expresiones habituales.
—¿A dónde vamos? —grito por encima del viento, solo para romper el
momento.
Me agarra con más fuerza.
—A mi palacio.
El lugar donde reina Des. A pesar de mis reservas acerca de estar aquí, me
emociona verlo. Ni siquiera puedo contar las veces que me he preguntado
qué aspecto tendrá.
Nos elevamos más y más alto en el aire nocturno y atravesamos una nube
ondulante tras otra.
Un grupo de diminutas hadas relucientes —¿duendecillos?— pasa
volando junto a nosotros y luego da vueltas alrededor de Des, chillando con
entusiasmo.
—Claro que he vuelto —dice a modo de saludo—. No, no he traído
dulces, y sí, es guapa.
Siento un suave tirón en el pelo y oigo una risa aguda. Cuando miro por
encima del hombro, veo a varias de estas pequeñas hadas zambulléndose en
mi pelo, jugando a lo que parece ser al escondite. Una de ellas se aferra a un
mechón que ondea con la brisa y chilla de la emoción.
Mmm… de acuerdo.
—Esta es Callypso —continúa Des—. Callypso, estos son los
duendecillos del viento del oeste.
—Hola —digo por encima del hombro, intentando que no me asuste el
hecho de que unas personitas estén usando mi pelo como parque de
atracciones.
—Las hadas creen que es una bendición ser tocado por los duendecillos
—dice Des en voz baja.
—Vaya. —Y ahora sonrío.
Una revolotea y me acaricia la mejilla mientras habla con suavidad.
—Dice que tienes unos ojos amables.
Oigo el chirrido de la voz de la duendecilla cerca de mi oído mientras el
resto trepa por mi pelo y se posan en mi coronilla.
Lo que sea que ella diga a continuación provoca que Des deje la cara en
blanco.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Nada importante.
Chirridos de enfado.
—Fin de la discusión —le dice a la pequeña duendecilla, y su tono ya no
es indulgente—. Adelantaos y avisad en palacio de que vamos de camino.
Con un resoplido, los duendecillos se dispersan por el cielo,
alborotándome el pelo a medida que avanzan. Los veo volar hasta que las
nubes de la tarde se los tragan.
—Son muy dulces —digo.
—Mmm —me responde, con aspecto de estar distraído.
—¿En qué estás pensando? —pregunto.
—En nada, querubín.
Es obvio que se trata de una mentira, pero no lo presiono.
Nos elevamos por encima de otra capa de nubes y el cielo se aclara. Un
océano de estrellas inunda el cielo nocturno, más brillante que cualquiera
que haya visto en la Tierra. Son tan prominentes que casi siento que podría
extender la mano y tocarlas.
Y entonces veo el palacio de Desmond Flynn y cualquier pensamiento
sobre las estrellas se desvanece.
Sobre las nubes se alza un castillo hecho de la piedra blanca más pálida
posible. A la luz de la luna, brilla con intensidad, llamando la atención
sobre las altas torres y el laberinto de puentes y murallas que las conectan.
Por todos lados desciende una ciudad amurallada, cada edificio hecho de la
misma piedra blanca lechosa.
Por la forma en que las nubes se extienden alrededor de la base de la
ciudad, parece flotar sobre unas plumas mullidas. Pero a medida que nos
acercamos y la capa de nubes se disipa, alcanzo a ver el fondo de la
montaña gris pizarra sobre la que está construida.
Una isla en el cielo. Imposible y, sin embargo, aquí, en el Otro Mundo,
existe.
Incluso la base de la isla flotante parece haber sido tallada y cincelada
para adquirir el aspecto de más edificios. Distingo columnas y balcones,
escaleras en espiral y luces parpadeantes en ventanas de cristal tallado.
—Guau —susurro.
Por el rabillo del ojo, puedo sentir la mirada de Des sobre mí de nuevo,
pero por una vez, estoy demasiado distraída para mirarlo.
Más duendecillos dan vueltas a nuestro alrededor cuando empezamos a
descender. Pronto puedo distinguir las calles que serpentean entre los
edificios, y es entonces cuando me fijo en las hadas.
La mayoría se detiene para observar nuestra llegada. Siento cada uno de
esos ojos extraños y depredadores sobre mí, y soy dolorosamente
consciente de que soy un ser humano en una tierra que esclaviza a los de mi
especie. También soy consciente de que el Negociador me sostiene más
cerca de lo necesario y de que está haciendo una entrada muy pública, como
si estuviera orgulloso de mostrar a la humana que lleva en brazos.
O como si simplemente no le importara una mierda.
Conociendo a Des, la verdad es que apuesto por lo último.
Bate las alas más rápido a medida que nos acercamos más y más al patio
de piedra blanca frente al palacio. Una elaborada puerta de bronce rodea el
palacio. Al otro lado, se reúnen hombres y mujeres con orejas puntiagudas,
sus curiosos ojos fijos en nosotros. Varios guardias fae vestidos de blanco y
plateado los mantienen alejados. Parecen sentir tanta curiosidad por
nosotros como yo por ellos.
Des y yo aterrizamos con suavidad, su cabeza inclinada sobre la mía. Me
deshago de su agarre, pero no trato de apartar el brazo que mantiene
alrededor de mi cintura.
La multitud reunida a nuestro alrededor está en silencio. Luego, uno por
uno, empiezan a vitorear.
Clavo la vista en ellos y enarco las cejas. A mi lado, Des tiene las alas
desplegadas y su envergadura nos empequeñece. Para ser totalmente
sincera, me gustaría acurrucarme en una de ellas y esconderme.
—¿Por qué están vitoreando? —le susurro.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre el Reino de la Noche. —Tras esa
respuesta enigmática, asiente a nuestra audiencia y luego me lleva hacia el
castillo.
Hay docenas de personas reunidas en el vestíbulo de entrada, que intuyo
que son sus soldados, oficiales y ayudantes, pero ninguno de ellos se nos
acerca y Des no se detiene a hablarles, aunque los saluda con una
inclinación de cabeza.
Desplazo la mirada por todas partes, porque en todas partes hay algo
cautivador que contemplar, ya sea el enorme candelabro de bronce que hay
en lo alto cuyas llamas chisporrotean y parpadean como bengalas, o el
techo, que está hecho a imagen y semejanza del cielo exterior.
Todo es increíblemente encantador.
Des se inclina hacia mí.
—Llevo mucho, mucho tiempo queriendo enseñarte este lugar —admite.
Aparto la mirada de mi entorno para mirarlo a él.
—¿De verdad? —No sé qué hacer con esta información.
—Tenía aún más ganas de que te gustara —admite.
Recorro su rostro con la mirada antes de ver el sencillo anillo de bronce
martillado que rodea la cabeza del rey fae.
Su corona.
Toco el sencillo tocado.
—¿Cuándo te has puesto esto?
—Cuando hemos aterrizado.
No la llevaba encima, lo que significa… magia.
—Te queda bien. —Y lo digo en serio.
—La odio —confiesa en voz baja mientras me guí a por uno de los
pasillos.
—¿Por qué? —pregunto.
—Nunca me he sentido particularmente regio.
En este momento, mientras me conduce a través de su palacio, en el
centro de su reino, me doy cuenta de que Des es exactamente eso: un rey.
No es solo un título bonito, es todo esto.
La parte de él que me perteneció hace tantos años, cuando me visitaba, era
otra cosa. En ese entonces, solo vi su lado malvado, sus actos más sucios.
Nunca antes había visto su rectitud.
Esta es una faceta suya que desconozco. Y creo que podría ser su mejor
lado.
La corona no es lo único que lleva: tres bandas de bronce le rodean el
bíceps.
Se percata de lo que estoy mirando.
—Brazaletes de guerra —explica—. Al valor.
Un rey guerrero.
Mis partes femeninas ya estaban teniendo suficientes problemas con él
cerca. Ahora soy, oficialmente, una causa perdida.
Des me conduce por el palacio y mientras avanza dedica un asentimiento
de cabeza a las personas con las que nos cruzamos. Sus ojos permanecen
siempre sobre mí, y la mayoría baja la cabeza.
Estiro el cuello para seguir a la mujer hada que se ha detenido y ha hecho
una reverencia. No solo al rey, también a mí.
¿Pero qué…? ¿Es que acaso ha dicho a todo el mundo que estoy aquí para
solucionar sus problemas? Porque tengo serias dudas de que esos humanos
vayan a contarme algo que Des no haya podido sonsacarles.
—¿A dónde vamos? —pregunto, distraída.
—A las dependencias de los sirvientes. Hoy entrevistarás a una niñera
fuera de servicio.
No tiene sentido perder el tiempo, supongo. La idea de usar glamour con
esos humanos hace que me suden las palmas de las manos.
—¿Todos los reinos han dejado de llevarse cambiados? —pregunto.
Des niega con la cabeza.
—Solo el Reino de la Noche. El Reino del Día lo ha considerado, pero ni
el Reino de la Fauna ni el de la Flora lo harán.
Lo que significa que los humanos siguen siendo arrancados de su mundo.
—¿Y los tuyos son libres? ¿Aquí no hay esclavos? —pregunto.
—Ni uno solo, querubín.
Asiento para mí misma mientras me limpio las manos sudorosas en el
vestido.
Las dependencias de los sirvientes se encuentran en un edificio auxiliar
junto al palacio. Salimos por la parte trasera del castillo y cruzamos un
jardín iluminado por la luna antes de entrar en el edificio.
En el interior, el espacio está solo un poco menos adornado que el palacio
en sí y los pasillos son un poco más estrechos. Nos detenemos ante una
puerta de madera oscura.
—¿Has memorizado las preguntas? —pregunta Des.
Le lanzo una miradita.
—He aceptado hacer esto. Yo cumplo mi palabra.
—Me lo tomaré como un sí —dice, buscando en mi rostro.
Es un sí.
Des llama a la puerta con los nudillos. Un momento después, se abre por
sí sola. En el interior, una humana está sentada en un escritorio, con su
pluma sobre una carta.
Por el aspecto de la estancia y los diversos pares de botas de varias tallas
que descansan justo al cruzar la puerta, debe de compartir el espacio con
algunos compañeros de cuarto. Pero por el momento, está sola.
Tan pronto como se fija en Des, se pone de pie y hace una profunda
reverencia.
—Mi rey, es un honor —murmura.
El Negociador se gira hacia mí y me dedica una mirada grave.
—Tu pago empieza ahora —dice.
De inmediato, la magia se apodera de mí, me pincha la piel e insta a la
sirena a salir.
—Odio cuando haces eso —murmuro.
— No hagas tratos con hombres malos, querubín —dice, apoyándose
contra la pared y cruzándose de brazos.
La mujer desvía la mirada hacia mí. Lo primero que noto son los
moretones. Le salpican el cuello y el pecho y continúan por debajo del
escote curvo de su vestido. Están agrupados, y es obvio que algunos son
más recientes que otros.
Cuando ve que me quedo mirando, cubre las marcas con timidez, pero
tiene otro moretón alrededor de la muñeca.
Casi puedo distinguir la pequeña huella de la mano que debe de haberla
apretado ahí.
—¿C-cómo puedo ayudaros? —pregunta mientras pasea la mirada entre
Des y yo.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —pregunto, dando unos pasos inseguros
hacia ella.
Niega con la cabeza, su mirada se detiene en mi piel brillante.
—Estoy aquí para hacerte algunas preguntas sobre las desapariciones de
hadas en tu reino —explico.
Toma una bocanada de aire, palidece visiblemente. Ahora ya tiene una
idea.
Empieza a negar con la cabeza, retrocede y choca contra la silla que tiene
detrás.
—Por favor. —Una vez más, coloca una mano sobre los moretones de su
pecho—. N-no puedo.
Al ver su miedo, creía que se haría la tonta. Pero tal vez ambas sepamos
que no sirve de nada.
Sus ojos empiezan a mirar a su alrededor en busca de una vía de escape.
Se aleja de mí, golpeando las cosas con torpeza.
—No hay ningún lugar al que puedas huir —le digo—. Ambas lo
sabemos.
A pesar de mi advertencia, trata de pasar a mi lado, haciendo un ademán
hacia la izquierda antes de echar a correr, como si fuera a intentar
derribarla.
Por desgracia para esta mujer, estoy acostumbrada a que los objetivos
huyan de mí.
—Detente —ordeno con mi voz sobrenatural.
El cuerpo se le paraliza de inmediato, los hombros le tiemblan. Cuando
me mira, una lágrima silenciosa se desliza por su mejilla. Verla me rompe el
corazón.
—Por favor, no tienes ni idea de lo que él hará si hablo —suplica.
¿Él?
—Vamos a sentarnos —sugiero en tono tranquilizador a pesar del
glamour.
Como un robot, se dirige hacia el pequeño sofá, más lágrimas siguen a la
primera. Cuando me mira, puedo ver la resistencia en sus ojos, pero no
puede hacer nada al respecto.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto mientras me siento a su lado y le doy
la mano. Ya está húmeda por el sudor.
Se mira las manos sobre el regazo.
—Gaelia.
Una humana con un nombre feérico.
—¿Naciste aquí? —pregunto.
Con una respiración temblorosa, asiente.
—¿Qué haces en el palacio? —pregunto, aunque me sé la respuesta de
antemano.
Le echa un vistazo a Des, que sigue apoyado en la entrada de la
habitación, antes de volver a centrar la atención en su propio regazo.
—Trabajo en la guardería real.
Vuelvo a examinar el moretón de su muñeca. Una vez más, la impresión
que deja en su piel hace que parezca que una mano diminuta la agarró con
demasiada fuerza. La mano de un niño…
Me obligo a mirarla a la cara de nuevo.
—¿Por qué tu rey cree que sabes algo sobre las desapariciones? —
pregunto.
Su expresión se desmorona, sus ojos y boca se fruncen mientras llora.
—Por favor —vuelve a suplicar.
Gaelia me mira con agonía, y sé que este es su último intento de detener el
resto de la conversación. Está apelando a mi humanidad con la mirada, pero
no sabe que tengo tan poco control sobre la situación como ella.
Aprieto los labios con fuerza, me pican los ojos. No quiero hacerle esto.
No es una criminal, solo la última de un linaje de humanos que una vez
fueron esclavos en este mundo. Es una víctima, alguien que ha tenido la
desgracia de trabajar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y
gracias a mí, es probable que sufra por su confesión forzada.
Cierro los ojos un segundo antes de continuar.
—Contéstame —la voz de la sirena suena con fuerza.
Toma una respiración profunda y temblorosa.
—Algunos de los bebés de la guardería real son los hijos de las guerreras
durmientes.
—¿Las mujeres de los ataúdes de cristal? —pregunto.
Asiente.
—Son diferentes de los otros niños que tenemos a nuestro cuidado —
continúa—. Son… peculiares.
Las hadas son peculiares en general; no me puedo ni imaginar qué es lo
que se considera una rareza entre las hadas.
—¿En qué sentido?
Gaelia empieza a llorar abiertamente, incluso mientras responde.
—Son apáticos, casi catatónicos, a veces. No duermen, solo se tienden en
sus cunas con los ojos fijos en el techo. La única vez que hacen algo es
cuando, es cuando… —se toca los moretones del pecho— se alimentan.
Enrosca los dedos en el escote de la blusa y baja el borde de la tela. Me
inclino para ver mejor. Debajo del material, tiene el pecho cubierto por
extensos hematomas. Entre tanta decoloración oscura hay extraños cortes
curvos.
Marcas de mordeduras.
Retrocedo ante esa visión. Ahora que me fijo, veo unas pequeñas marcas
de pinchazos donde los dientes han perforado la carne de Gaelia.
—Y cuando se alimentan —añade—, profetizan.
Profetas. Incluso la Tierra tiene seres sobrenaturales que pueden
profetizar… pero ¿niños que profetizan? Es algo peculiar .
Sin mencionar el hecho de que dichos niños están royendo a los humanos.
—¿Qué edad tienen esos niños? —pregunto.
Gaelia comienza a mecerse en su asiento mientras se rodea con los brazos.
—Algunos tienen ocho años —los labios le tiemblan con cada palabra—.
La menor tiene menos de tres meses.
—¿Y cuáles profetizan?
No aparta la mirada del suelo.
—Todos ellos.
¿Todos ellos?
—¿Incluso la de tres meses? —pregunto con escepticismo.
Gaelia asiente.
—Habla y se alimenta como el resto. Me dijo que tú y el rey vendríais.
Dijo: «No les entregues secretos, no les cuentes verdades o el dolor y el
terror serán tus compañeros de cama, y la muerte, el menor de tus miedos».
—Suelta un suspiro tembloroso—. No la creí. Ni siquiera recordaba su
advertencia hasta que habéis mencionado que queríais hacerme algunas
preguntas. —Se aprieta el cuerpo con los brazos—. Todos me muestran
tantas cosas, tantas cosas horribles…
—¿Eso es normal? —sondeo—. ¿Que una niña tan pequeña hable ya?
Más lágrimas.
—No, mi señora. Nada de esto es normal. —Los temblores de Gaelia, que
se habían calmado un poco, empiezan de nuevo.
—No lo entiendo, ¿por qué es tan terrible contarme esto? —pregunto.
Duda.
—Vas a tener que decírmelo, de una forma u otra —digo—. Mejor que
sea en tus propios términos.
Se tapa la boca con la mano y empieza a sollozar de nuevo.
—Perdóname. Perdóname. — La escucho susurrando para sí misma. Su
balanceo ha aumentado.
—Gaelia.
Despacio, su mirada busca la mía y se quita la mano de la boca.
—Él no quiere que lo encuentren —susurra—. Los niños me han dicho
que está haciendo muchos planes. Que desconfía de nuestro rey, el
Emperador de las Estrellas Vespertinas —dice, moviendo los ojos hacia
Desmond—. Pero que no teme a los demás.
Ahora, Des se acerca y me pone una mano en el hombro. Gaelia se fija en
el gesto.
—Todavía necesita más tiempo —continúa, rodeándose el cuerpo con los
brazos una vez más—. Todavía no es imparable.
—¿Por qué te lo contaría? —pregunta Des.
No responde, pero se aprieta con los dedos la carne de la parte superior de
los brazos.
—Contéstale —digo en voz baja, haciendo que mi glamour la obligue a
responder.
Aun así, lucha contra las palabras durante uno o dos segundos más, hasta
que salen a la fuerza de todos modos.
—Los niños dicen lo que les pasa por la cabeza. Incluso estos. En ese
sentido, no son tan diferentes de los niños comunes.
—¿Por qué les crees? —pregunto.
Le tiemblan los labios.
—¿Además de por las profecías? Porque desde hace años las enfermeras
de turno se quejan de una figura que se inclina sobre las cunas de estos
niños. Y últimamente, también yo he empezado a verla.
Siento un hormigueo en la nuca. El Otro Mundo está lleno de hombres del
saco, y esto suena exactamente a uno de ellos.
—¿Qué aspecto tiene? —pregunto, saliéndome del guion. Hasta ahora, me
las he arreglado para incorporar las preguntas de Des en el flujo natural de
la conversación, pero abandono el resto por completo.
Gaelia sacude la cabeza como una maníaca.
—Solo una sombra… Solo una sombra.
—¿Dónde está? —pregunta Des.
Ella se estremece, ya ni siquiera se molesta en luchar contra nuestras
preguntas.
—En todas partes.
Sus palabras me ponen la piel de gallina.
—¿Sabes su nombre? —pregunto.
—Ladrón de almas —murmura—. Ladrón de almas.
—¿Qué es lo que quiere? —gruñe el Negociador.
Sus ojos se encuentran con los nuestros.
—Todo .
13
Febrero, hace siete años
Presente
—¿De quién son los niños de los que se ocupan en la guardería real? —
pregunto mientras atravesamos el palacio una vez más, de camino a la
guardería. Me parece extraño que estos niños tan peculiares, como los ha
descrito Gaelia, estén justo dentro del castillo, en el corazón mismo del
reino.
Des junta las manos detrás de la espalda.
—La guardería se ocupa de los hijos huérfanos de padres guerreros, es
nuestra forma de honrar su último sacrificio; de los hijos de los nobles que
trabajan en palacio y, por supuesto, de cualquier hijo de la familia real,
incluido el mío.
—¿T-tuyo? —repito.
¿Por qué nunca había considerado la posibilidad de que Des pudiera tener
hijos?
A un rey guerrero como él no le faltarán mujeres… Es una posibilidad.
Desmond me echa un vistazo.
—¿Eso te molesta?
Niego sin mirarlo a los ojos, incluso a pesar del nudo que siento en el
estómago.
Noto su mirada sobre mí.
—Verdad —dice—: ¿cómo te sentirías si te dijera que tengo hijos?
En el momento en que la pregunta escapa de sus labios, su magia me
constriñe la tráquea.
Me llevo una mano a la garganta mientras lo fulmino con la mirada.
—Me encantaría que alguna vez me advirtieras de antemano —digo con
voz áspera.
Se me contrae la tráquea. No es la respuesta que quiere.
Siento que su magia me arranca las palabras, igual que la mía le ha
extraído las respuestas a Gaelia.
—Estaría celosa —digo.
Dios, me alegro de que seamos las únicas dos personas en este pasillo en
particular. Ya es bastante vergonzoso admitir esto ante Des sin público
adicional.
—¿Por qué? —me pregunta.
La magia no cede.
Aprieto los dientes, pero eso no evita que la respuesta se me escape.
—Porque soy una persona horrible. —La magia aprieta con más fuerza.
Por lo visto, no estoy siendo lo bastante sincera—. P-porque —intento de
nuevo— no quiero que nadie más comparta esa experiencia contigo.
—¿Por qué? —presiona.
Tiene que ser una broma.
Siento la magia como una soga alrededor del cuello.
—Porque es una experiencia que a mí me gustaría compartir contigo —
me apresuro a decir. Al instante, noto cómo se me sonrojan las mejillas.
Siento que la presión de la magia se reduce, pero solo un poco.
La mirada de Des es más amable ahora.
—¿Querrías tener un hijo mío?
—Ya no —jadeo.
Pero incluso ahora, la magia detecta que miento. Me aprieta la tráquea,
me asfixia.
—Síííí —siseo.
De repente, la magia me libera, y sé, sin ni siquiera mirar, que varias
cuentas han desaparecido.
Me importa una mierda.
Lo veo todo rojo.
Des parece muy complacido. Contento y excitado .
—Retomaremos esta conversación, querubín —promete.
Me abalanzo sobre él en este mismo instante.
Gruñe cuando lo empujo contra la pared y le rodeo el cuello con el brazo.
Santa madre de Dios, estoy cabreadísima.
Se aleja de la pared y me hace perder el equilibrio mientras me aparta los
brazos de su cuello. Antes de que pueda atacarlo de nuevo, me atrae hacia sí
y nuestros torsos quedan alineados.
—No tenías derecho a hacer eso —susurro con suavidad.
Técnicamente, tenía todo el derecho. Es lo que pasa cuando haces un trato
con Des: puede tomar lo que quiera como pago.
Desplaza la mirada hasta mis ardientes mejillas.
—Te sientes avergonzada.
Por supuesto que me siento avergonzada. ¿Quién quiere decirle al hombre
que le arrancó el corazón: « Oye, tío, todavía quiero tener hijos tuyos» ?
Me pasa una mano por la espalda.
—No te sentirías tan avergonzada si supieras lo que pienso yo al respecto.
Se me corta la respiración.
—Estate tranquila, querubín —continúa—. No tengo hijos. —Me acerca
más y me roza la oreja con los labios—. Aunque siempre estoy dispuesto a
cambiar eso.
Intento alejarme.
—Des, suéltame.
—Mmm —dice, deslizando la mano por la parte posterior de uno de mis
muslos—, creo que no. —Me coloca la pierna alrededor de su cintura.
Intento apartarla, pero es un esfuerzo inútil. Luego coloca la otra de tal
forma que le envuelvo la cadera—. Creo que me gustas en esta posición.
La próxima vez que me enamore de alguien, no será de un intrigante,
manipulador…
Baja más la mano y me ahueca el trasero.
… rey fae cachondo .
La próxima vez será de un buen chico.
—Ni siquiera quiero hijos —murmuro.
Des se limita a sonreír.
Hadas.
Entonces, naturalmente, alguien elige este preciso instante para girar hacia
este pasillo. El Negociador no hace ningún ademán de bajarme. En vez de
eso, echa a andar conmigo colgada como un koala y dedica un asentimiento
a la mujer hada cuando pasamos junto a ella.
Muy incómodo.
Des no me baja hasta que llegamos a las puertas dobles que conducen a la
guardería.
En esta zona del palacio, el silencio resulta antinatural. No dejo de esperar
oír… algo . Los niños siempre son ruidosos.
Alcanzo uno de los picaportes. Antes de que pueda abrir la puerta, el
Negociador me agarra la mano.
—Recuerda lo que te he dicho —dice—. Si pasa algo inusual, nos
largamos.
Observo esos ojos plateados, la ansiedad en sus rasgos cincelados.
—Entendido —digo.
Tras sacudirme su mano de encima, abro la puerta.
Hay casi más silencio dentro de la guardería que fuera. Incluso el aire
parece inmóvil aquí, como si todos estuvieran conteniendo la respiración.
Una solitaria sirvienta ahueca los cojines de uno de los varios sillones
ornamentados de la sala de estar. Más allá de ella, un conjunto de puertas
francesas da acceso a un patio privado.
Se sobresalta cuando nos ve y se dobla sobre sí misma en una rápida
reverencia.
—Mi rey, mi señora —nos saluda—. Qué sorpresa tan inesperada.
—Hemos venido ver a los niños del ataúd —dice Des con brusquedad.
Los niños del ataúd… qué nombre tan morboso.
—Oh —pasea la mirada entre nosotros—. Por supuesto.
¿Detecto inquietud?
Ella baja la cabeza.
—Es por aquí.
Mientras la seguimos por uno de los pasillos laterales que parten de la
zona común, noto que se cruje los dedos uno por uno, con discreción.
—Están bastante tranquilos en este momento. —Catatónicos , quiere
decir—. Hemos tenido que separarlos de los otros niños. Ha habido
quejas… —No termina la frase—. Bueno, eso ya lo sabéis, mi rey.
—¿Quejas sobre qué? —pregunto.
Respira hondo.
—Los niños se estaban alimentando de los demás niños. Hemos decidido
trasladarlos. No… se alimentan entre ellos.
Mientras la seguimos y pasamos por encima de algunos juguetes de cristal
y una lira que toca una melodía alegre, le echo una mirada a Des que viene
a decir «¿qué narices pasa?». Él enarca una ceja y niega con la cabeza, con
expresión sombría.
La sirvienta se detiene ante una puerta y llama mientras la abre.
—Niños, tenéis visita.
La habitación en la que entramos está envuelta en sombras y ninguno de
los candelabros encendidos parece ahuyentar la oscuridad. El lado más
alejado de la habitación está formado por una pared repleta de ventanas.
Hay varios niños de pie frente a ellas, contemplando la noche que se ve más
allá. Tal como ha dicho Gaelia, ninguno mueve ni un músculo. Más niños
yacen en la hilera de camas pegadas contra las paredes. No veo el interior
de las cunas, pero sé que debe de haber bebés en al menos algunas de ellas.
Sentada en una mecedora a nuestra izquierda, una nodriza se aprieta un
pañuelo contra la piel, justo encima del pecho, con una mueca de dolor.
Deja caer la mano y esconde el pañuelo en el puño cuando nos ve a Des y a
mí para ponerse de pie a toda prisa e inclinarse ante ambos.
El Negociador le dedica un asentimiento de cabeza, mientras mis ojos se
detienen en las gotas de sangre que se están formando en la zona donde
tenía el pañuelo presionado contra la piel.
—Podéis retiraros —les dice a las dos sirvientas.
La mujer que nos ha conducido hasta aquí no pierde el tiempo y se va,
pero la nodriza duda un instante y lanza una mirada temerosa alrededor de
la habitación antes de bajar la cabeza.
—Si me necesitáis, estaré fuera —dice mientras sale. La puerta se cierra a
su espalda.
Ahora que estamos los dos solos con todos estos extraños niños, estoy
asustada. Todos mis instintos me gritan que salga de la habitación.
Casi como si fueran uno solo, los niños que están junto a la ventana
empiezan a girarse hacia nosotros.
Me quedo helada.
Todos clavan la mirada en Des.
De repente, empiezan a gritar.
No se mueven, solo gritan. Incluso los bebés están llorando.
Des se inclina para acercarse a mí.
—Se me había olvidado decirte que no les gusto mucho.
—No me digas.
Da un paso para colocarse frente a mí, usando su cuerpo para protegerme,
y no voy a mentir, en este momento me siento ridículamente agradecida por
mi escudo humano.
Tú eras la que quería verlos, Callie. Sé valiente.
Me obligo a salir de detrás del Negociador mientras reúno los últimos
vestigios de mi coraje.
¿Qué ha dicho Gaelia? Por extraños que puedan ser, son solo niños.
Solo niños.
Doy un paso inseguro hacia delante y luego otro.
Siguen gritando, sus miradas fijas en Des.
Empiezo a tararear, con la esperanza de que, entre el amor de los niños
por la música y mis propias habilidades, dejen de chillar el tiempo
suficiente para que pueda interactuar de verdad con ellos.
De repente, las miradas de los niños recaen sobre mí, algunos de sus
llantos son interrumpidos por un poco de hipo cuando empiezo a brillar y la
melodía que tarareo empieza a adquirir un atractivo mágico.
Y entonces empiezo a cantar.
—Estrellita, ¿dónde estás?…
Que me demanden por falta de imaginación.
Uno a uno, los niños dejan de llorar y empiezan a mirarme, hipnotizados.
Camino hacia ellos, con la sincera esperanza de que esto sea una buena
idea.
Cuando termino la canción, los niños parpadean, como si estuvieran
despertando de un sueño. No puedo hechizar a las hadas, mis poderes solo
funcionan con seres de mi mundo, pero la música no necesita ser
controladora para cautivar.
Desplazan la mirada hacia Des y se tensan de nuevo.
—Calmaos —digo con mi voz etérea—. No quiere haceros daño. Yo no
quiero haceros daño.
Transcurren unos momentos tensos mientras espero a ver cómo
reaccionan. Al ver que no empiezan a gritar de nuevo, me relajo. Por lo
menos, me relajo tanto como puedo, considerando que estoy rodeada de
niños espeluznantes. Un par de ellos tienen sangre seca alrededor de los
labios.
Intento no estremecerme.
—Me llamo Callypso, pero podéis llamarme Callie. Quería haceros
algunas preguntas a todos. ¿Alguno quiere hablar conmigo?
Sus ojos se centran en mí y me miran sin pestañear. Me preocupa
seriamente la posibilidad de que se hayan quedado catatónicos cuando,
todos a una, asienten y empiezan a dar vueltas a mi alrededor.
—¿Dónde están vuestras madres? —pregunto.
—Durmiendo abajo —murmura un niño pequeño.
—¿Por qué están durmiendo? —pregunto.
—Porque él quiere que lo hagan. —Esta vez, es una chica con un ligero
ceceo la que responde. Mientras habla, le veo dos juegos de colmillos.
Intento no retroceder.
—¿Quién es «él»? —pregunto.
—Nuestro padre —dice otra niña.
¿Un único padre para todos estos niños?
Juro que siento un aliento fantasmal en la nuca.
No hay ninguna razón terrenal por la que deban saber esto o cualquier otra
cosa que les haya preguntado hasta ahora; sin embargo, lo saben. Y tengo el
presentimiento de que poseen la mayoría de las respuestas que Des está
buscando. Si las compartirán o no, es una cuestión completamente
diferente.
—¿Quién es vuestro padre? —pregunto.
Se miran entre sí, y de nuevo tengo la impresión de que toman decisiones
como una unidad colectiva.
—El Ladrón de almas —murmura un niño.
Ese nombre… Es el que ha mencionado Gaelia y también lo he visto
garabateado en las notas de Des.
—Él lo ve todo. Lo escucha todo —añade otro chico.
Diez puntos para Slytherin por la espeluznante respuesta.
—¿Dónde puedo encontrarlo? —pregunto.
—Él ya está aquí —dice un chico con cabello negro azabache.
Se me pone el vello de punta al oír eso.
—¿Puedo conocerlo?
En cuanto hago la pregunta, la habitación se oscurece. El Negociador no
dice nada, pero está claro que no está contento con mi pregunta.
—Sssssí… —La respuesta proviene de una de las cunas que hay en una
esquina de la habitación—. Pero no puedes traerlo contigo. —Los ojos de
los niños se dirigen a Des.
—Le gustarás a nuestro padre —dice una chica pelirroja.
—Ya le gustas —añade otro.
—Le gustan las cosas bonitas.
—Le gusta romperlas.
Una vez más, siento ese aliento escalofriante bajándome por el cuello
mientras los niños hablan, con sus miradas inquebrantables fijas en mí.
Las sombras de Des me rodean la parte inferior de las piernas de forma
protectora.
—Callie .
Los niños estrechan su círculo a mi alrededor, lanzando miradas por
encima del hombro al Negociador.
Antes, me preocupaba que no hablaran. Ahora me preocupa que me
aprecien demasiado.
—¿Sabéis dónde puedo encontrarlo? —pregunto.
—Él te encontrará…
—Él siempre encuentra a los que quiere…
—Ya ha empezado la cacería…
—¿La cacería? —No debería preguntar. Siento que venir al Otro Mundo
me ha expuesto justo de la forma que me temía.
—Te hará suya, como a nuestras madres.
Muy bien, se acabó.
—Tengo que irme —digo.
Al otro lado de la habitación, Des empieza a moverse hacia mí, a todas
luces de acuerdo con mi decisión.
—Todavía no —suplican los niños, acercándose a mí y agarrándome el
vestido con las manos.
—Quédate con nosotros para siempre.
—No puedo —digo—, pero puedo volver.
—Quédate —gruñe uno de los niños mayores.
—Ha dicho que no . —La voz afilada de Des atraviesa la habitación.
Los niños retroceden ante él, varios empiezan a gritar de nuevo. Uno le
sisea al rey fae mientras le enseña sus dientes puntiagudos.
—Quédate —me repiten varios.
Esta vez me agarran de los antebrazos desnudos y, cuando lo hacen…
El aire abandona mis pulmones.
Siento que caigo.
Caigo y caigo hacia la oscuridad, dejando atrás jaulas y jaulas repletas de
mujeres, algunas golpean las puertas de sus celdas, otras yacen demasiado
quietas. Planta tras planta se desdibujan ante mis ojos mientras caigo en
picado.
A continuación, el mundo da vueltas hasta que ya no estoy cayendo hacia
abajo, sino cayendo hacia arriba . Y entonces ya no estoy cayendo, sino
volando.
Aterrizo al pie de un trono, con las alas de mi espalda desplegadas.
Todo se desvanece a mi alrededor y es reemplazado por un bosque. Lo
atravieso volando, y los árboles parecen aullar. Salgo del bosque solo para
estrellarme contra mi vieja cocina, que está empapada en sangre.
Mi padrastro se levanta del suelo y su cuerpo cobra vida.
Ay, Dios, no .
Se cierne sobre mí, con una mirada repleta de furia. De la cabeza le brotan
astas. Crecen y giran con cada segundo que pasa. Él no aparta la mirada de
mí, su rostro cambia hasta que ya no estoy mirando a mi padre; estoy
mirando a un extraño, uno con el cabello castaño, la piel bronceada y unos
ojos marrones salvajes.
El hombre frente a mí está cubierto de la sangre de mi padre y, mientras lo
observo, se lame un chorro de sangre del dedo.
—Vaya —dice—, eres un pajarito muy muy bonito .
Él y la habitación se desvanecen, y la oscuridad me traga por completo.
14
Febrero, hace siete años
La alarma suena junto a mí, tal como lleva haciendo durante los últimos
trece minutos. No tengo la energía necesaria para desenredar los brazos de
las sábanas y apagarla.
Hoy es lo que me gusta llamar un día de Ave María. Porque nada que no
sea un milagro podrá hacerme salir de esta cama.
La mayoría de los días estoy bien. La mayoría de los días puedo fingir que
soy como todo el mundo. Pero también hay días en los que no puedo, días
en los que mi pasado me alcanza.
Días como hoy.
Estoy demasiado deprimida para levantarme de la cama. Siento que todos
esos malos recuerdos me arrastran.
El pomo de la puerta girando. El olor a licor en el aliento de mi
padrastro. Toda esa sangre cuando por fin lo maté…
Una de mis compañeras de planta golpea la puerta.
—Callie, apaga esa puñetera alarma antes de que despiertes a toda la
escuela —grita, y luego se aleja.
De alguna forma, me las arreglo para apagar la alarma antes de enterrar la
cara en la almohada.
Ni cinco minutos después, escucho el clic de la cerradura de mi
habitación. Empiezo a incorporarme cuando, de repente, la puerta se abre
de golpe y entra el Negociador. Si hay alguien en el pasillo, nadie se fija en
su entrada.
—Levántate —gruñe.
Todavía voy unos pasos por detrás de él. A mi mente le está costando
entender que el Negociador esté en mi habitación a estas horas.
Técnicamente, todavía está oscuro fuera, por lo que sigue siendo su
momento de reinar.
¿Pero una visita de buena mañana? Es la primera vez.
Recorre la distancia que queda hasta que llega a mi lado, y ya solo por su
expresión sé que habla en serio.
Me quita las mantas y me toca la espalda en un ademán reconfortante.
—Arriba .
¿Cómo ha sabido que el hecho de que durmiera trece minutos más de lo
habitual no ha sido simplemente pereza, sino una recaída?
Trafica con secretos.
Gimo y vuelvo a hundir la cabeza en la almohada. Estoy demasiado
cansada para esto.
—¿Quieres que siga apareciendo todas las noches? Pues tienes que
cuidarte.
Y luego va y dice eso.
—Eso es manipulación emocional —murmuro contra la almohada.
En este momento, anhelo sus visitas más que casi cualquier otra cosa en
mi vida.
—Te aguantas.
Giro la cara hacia un lado y hago una mueca.
—Eres malo. —También es lo bastante atractivo como para estar
buenísimo en una camiseta de Metallica que se abraza a sus músculos, un
par de vaqueros negros y su pelo rubio blanquecino recogido hacia atrás
para apartárselo de la cara.
Cruza los brazos sobre el pecho e inclina la cabeza hacia un lado.
—¿Acabas de darte cuenta de eso, querubín?
No, lo tengo calado desde el primer día, pero desde que lo conocí, se ha
ido ablandando cuando está conmigo.
—Ahora —continúa—, arriba .
Para enfatizar sus palabras, mi cama empieza a inclinarse, uno de los
extremos levita. Empiezo a deslizarme por el colchón.
Suelto una maldición y me aferro a los bordes para no rodar fuera de la
cama.
—¡Vale, vale! ¡Ya me levanto! —Me deslizo hasta el suelo y lo fulmino
con la mirada mientras cruzo la habitación.
Des se cruza de brazos y me mira fijamente. Este hombre no tiene
remordimientos.
Abro los cajones y empiezo a sacar prendas de vestir. Me muevo
despacio, con los párpados aún medio cerrados, mi cuerpo sigue cansado y
dolorido.
—Esto no volverá a suceder nunca, ¿entendido? —me dice—. No vas a
dejar de vivir tu vida porque algunos días sean más difíciles que otros.
Lo miro por encima del hombro como si estuviera loco.
—¡No es que yo quiera esto! —Que mi mente me succione de vuelta a los
peores momentos de mi pasado. Sentirme sucia, contaminada e imposible
de querer.
En estos momentos, incluso mi enfado es algo lamentable. No tengo la
energía necesaria para preocuparme de verdad por nada de esto.
—Si te sientes así otra vez, buscas ayuda o me llamas y yo te conseguiré
ayuda, pero de ahora en adelante, vas a hacer algo al respecto, ¿de acuerdo?
—dice Des. Su mirada es dura; no obtendré ninguna simpatía por su parte.
—Tú no lo entiendes…
—¿No? —Enarca las cejas—. Dime, querubín, ¿qué es lo que sé?
Me está provocando. Es muy obvio. No me atrevo a continuar porque
¿cuánto sé realmente sobre el Negociador? ¿Y cuánto sabe él sobre mí?
Así que, en vez de eso, vuelvo a fulminarlo con la mirada.
—Sí —dice—, eso es lo que quiero ver. Que te enfadas, que luchas. —
Suaviza el tono de la voz—. No te estoy pidiendo que no te sientas triste
nunca, Callie, te estoy pidiendo que pelees. Lucha siempre. Puedes hacerlo,
¿verdad?
Tomo una bocanada profunda de aire.
—No lo sé —respondo con sinceridad.
Todo su ademán se suaviza tras esa confesión.
—¿Puedes intentarlo?
Me muerdo el labio inferior, luego asiento de mala gana. Si eso es lo que
hace falta para que no deje de volver, puedo intentarlo.
Me dedica una sonrisa.
—Bien. Ahora vístete. Prepararé el desayuno antes de que tengas que irte
a clase.
Des pasa el resto de nuestra extraña mañana juntos haciendo todo lo que
está a su alcance para hacerme reír. Y funciona.
No sé cómo se las apaña, pero el Negociador consigue combatir mi estado
de ánimo. En lo que se refiere a los días de Ave María, parece que Des es
justo el milagro que necesito.
Presente
Cuando parpadeo y abro los ojos, veo una habitación desconocida. Echo un
vistazo a mi alrededor, a las paredes de un color azul intenso, con el ceño
fruncido.
—Estás despierta.
Me sobresalto al oír la suave voz del Negociador. Está sentado en una silla
junto a la cama, con los labios apoyados sobre las manos entrelazadas. En la
mesita de noche que tiene al lado hay un vaso vacío.
—¿Dónde estoy? —pregunto.
—Estamos en mi habitación, de vuelta en la Tierra —dice Des. Aleja los
brazos de mí.
Su habitación. La que no había estado dispuesto a enseñarme.
Recorro el entorno con la mirada y me fijo en la foto enmarcada del
Douglas Café y otra del castillo Peel. Al otro lado de la habitación, un
planetario dorado descansa sobre una mesa circular, los planetas de metal y
mármol de nuestro sistema solar cuelgan suspendidos alrededor del sol
dorado que hay en el centro.
No hay nada en su dormitorio que parezca digno de ser ocultado.
Y luego, en mitad de mis cavilaciones, mi viaje al Otro Mundo regresa a
mi mente.
El aire silba entre mis dientes y vuelvo a mirar al Negociador.
—Los niños.
Des agarra el vaso vacío y se dirige a un minibar que hay en el extremo
opuesto de la habitación para servirse un trago. Se lo bebe de golpe y sisea
por la quemazón del alcohol.
Se queda mirando el vaso.
—Entiendo por qué te gusta esta cosa —dice. Con cuidado, vuelve a dejar
el vaso y se apoya en la barra—. Dioses —se pasa una mano por la cara—.
Nunca he querido estrangular a los niños tanto como cuando los vi
agarrarte. Tenían los colmillos a la vista, estaban listos para beber de ti.
Me llevo una mano a la garganta. ¿Iban a beber de mí? Lo único que
recuerdo son las extrañas imágenes salidas de una pesadilla que vi cuando
me tocaron.
Trago saliva al pensar en ellas. ¿Acaso eran las profecías que Gaelia
mencionó?
Me bajo de su cama.
—Des, me mostraron cosas —digo. Me froto la piel en la zona donde me
tocaron y percibo que me saldrán varios moretones—. Vi a mujeres en
jaulas, un trono, un bosque y un hombre con cuernos.
—Un hombre con cuernos —repite el Negociador con expresión sombría.
—¿Eso ayuda? —pregunto.
—Por desgracia, querubín —dice—, así es.
Él te encontrará.
Él s iempre encuentra a los que quiere.
Ya ha empezado la cacería.
Te hará suya, como a nuestras madres.
Estoy sentada en la habitación de invitados de Des, contemplando
distraídamente la noche oscura al otro lado de la ventana.
¿Qué he hecho? Creía que estaba ayudando a Des, y a Gaelia, al
entrevistar a esos niños. Una parte de mí se sentía orgullosa de que hablaran
conmigo cuando el Negociador había estado tan seguro de que no lo harían.
Pero ahora… igual que Gaelia, siento en los huesos que las palabras de los
niños no estaban vacías. Que, por irracional que parezca, he llamado la
atención de lo que sea que Des ha estado buscando.
Y ahora me está cazando a mí.
Tomo una respiración profunda y temblorosa.
Necesito abandonar este lugar, esta casa , y todas sus conexiones con el
Otro Mundo. Joder, hay un portal a unas pocas puertas de mi habitación. No
importa si la criatura vive en otro reino; siempre que sepa cómo manipular
las líneas ley, solo tardará un instante en arrastrarse hasta la Tierra.
Empiezo a cambiarme y me pongo la ropa ya seca que usé aquí, aunque
tiene sal incrustada, y recojo las pocas pertenencias con las que vine.
Siento que la misma paranoia que había invadido a la niñera real se
arrastra ahora por mi columna vertebral.
Me estoy poniendo el pendiente cuando oigo que la puerta de mi
habitación se abre y siento una presencia siniestra a mi espalda.
—Te vas.
Un escalofrío me recorre los brazos ante esa voz suave como la seda.
Me giro para encarar al Negociador.
—No pienso quedarme aquí.
—Si vuelves a tu casa, tu ex te encontrará. —Se cruza de brazos.
Está disgustado.
—¿Quién ha dicho que vaya a volver? —Por supuesto que voy a volver.
—¿A dónde más ibas a ir?
—Tengo amigos.
Está bien, tengo una amiga. Temper.
Y lo más probable es que en este momento esté furiosa conmigo por
haberme ausentado sin permiso.
—No vas a ir a sus casas. —No es una orden, solo la constatación de un
hecho.
—¿Y qué si me voy a mi casa?
Preferiría enfrentarme a Eli, que se preocupa por mí, que está herido y
enfadado —a quien puedo controlar si es necesario —, que quedarme aquí
y arriesgarme a encontrarme con un enemigo al que ni siquiera Des
entiende.
Siento una agitación en el aire y, de repente, el Negociador está a mi lado,
con los labios presionados contra mi oreja.
—Si te vas a casa, es probable que tenga que volver a robarte de las
manos de tu ex, y eso me desagradará mucho .
Me giro para mirarlo.
—Ahora mismo, Des, tus sentimientos no son mi mayor preocupación.
El Negociador me mira fijamente durante un momento.
—Te asusta quedarte aquí —dice, leyéndome. Inclina la cabeza y
entrecierra los ojos—. ¿Crees que dejaría que te pasara algo en mi casa?
Podría jurar que se hace más grande, su presencia resulta abrumadora.
A juzgar por la mirada que veo en sus ojos, he ofendido al Rey de la
Noche.
Que le den.
Aparto la mirada y me dirijo hacia la puerta.
Un segundo después, el Negociador se materializa delante de mí,
bloqueándome la salida. Agarra con las manos la parte superior del marco
de la puerta. De mala gana, desplazo la mirada hacia esos brazos
tonificados suyos.
—¿Qué pasa si te digo que no te puedes ir? —dice con una voz hipnótica
—. ¿Que quiero que te quedes y usemos alguna cuenta más?
En realidad, no creo que intente retenerme aquí. Lo cierto es que no ha
querido tener nada que ver conmigo durante mucho tiempo, y no puedo
imaginar nuestra relación de otra manera.
—No te creería —digo—. Ahora, por favor, apártate.
Des me mira extrañado. Suelta el marco de la puerta y da un paso
adelante.
—¿Verdad o reto?
Retrocedo, repentinamente nerviosa por la mirada que detecto en sus ojos.
—Des…
—Reto —susurra.
Al instante, está sobre mí y me ahueca las mejillas con brusquedad. Su
boca choca contra la mía; sus labios, exigentes.
Des me está besando y Dios , es un beso salvaje.
Se lo devuelvo sin pensar, me dejo llevar por su sabor y por la sensación
de que me esté abrazando.
Se supone que debería irme, reclamar mi casa y mi vida, pero no. No va a
pasar, no mientras Des siga demostrando todas las formas en las que mi
gusto en hombres era perfecto de adolescente.
Retrocedo, y una de las manos del Negociador cae sobre mi muslo,
expuesto por la abertura de mi vestido. Mueve los dedos arriba y abajo por
toda mi piel, arriba y abajo.
Choco contra la pared de espaldas. Des me enjaula, reteniéndome con su
cuerpo. Abro los labios y su lengua se cuela dentro de mi boca, reclamando
la mía.
Desplaza la mano hasta mi pecho y yo me acerco a él, casi sin aire.
—Dioses , Callie —dice con voz áspera—, la espera… casi
insoportable…
Des materializa sus alas, que se extienden y construyen un muro a nuestro
alrededor. Mientras lo beso, empiezo a acariciarlas con los dedos.
Él gime y se inclina hacia mi caricia.
—Cómo me gusta.
Desliza una mano por debajo de mi ropa y me acuna un pecho, haciendo
ruidos muy eróticos contra mi boca mientras se familiariza con él.
Me tiemblan las rodillas, y él desliza una pierna entre ellas para
sostenerme.
La piel me empieza a brillar.
Quiero llorar de lo bien que me hace sentir. Todas sus caricias me han
hecho sentir bien desde el momento en que nos conocimos.
—¿Verdad o reto? —susurra.
¿Sigue importándome, a estas alturas?
—Verdad —murmuro contra sus labios, negándome a ceder a mis
impulsos más bajos.
Interrumpe el beso el tiempo suficiente para examinarme los labios
hinchados con una mirada hambrienta en los ojos.
—¿Qué es lo que más has echado de menos de mí mientras no estaba? —
pregunta.
Tengo que respirar varias veces para recuperarme. Su pregunta es como
un jarro de agua fría que apaga la llama.
Su magia me rodea y me obliga a dar una respuesta.
—Todo. Literalmente, lo he echado todo de menos de ti mientras no
estabas.
Des me mira fijamente, su pecho sube y baja mientras recupera el aliento.
Retira la mano de debajo de mi ropa y me acaricia la mejilla con los
nudillos.
—No sabes lo que me provocan tus palabras.
—Ojalá lo supiera.
Tanto dar por mi parte, tanto tomar por la suya. No es así como se
construyen las relaciones saludables.
Me acaricia los brazos con los dedos.
—Quédate y te lo diré.
¡Lo que daría por eso! Por saber con exactitud lo que siente por mí.
Casi me lo trago, como me pasa con todo lo relacionado con este hombre.
Estoy a punto de asentir cuando lo recuerdo: Des es un hada, un
embaucador. Colecciona secretos para ganarse la vida, no los revela. Y en el
pasado, nunca se ha mostrado abierto conmigo. No va a empezar a hacerlo
esta noche.
Me hice una promesa a mí misma después de que Des saliera de mi vida,
la promesa de ser independiente. De no permitir que hombres como él
destruyan mi mundo. Y ahora, el mismo hombre que me obligó a hacerme
esa promesa, quiere abrirse camino bajo mi piel hasta mi corazón una vez
más.
Sería una persona horrible si rompiera esa promesa a la primera señal de
tentación.
Me paso las manos por el pelo.
¿Qué estoy haciendo? No, en serio, ¿ qué estoy haciendo?
Me quedo mirando el suelo, como si fuera a encontrar ahí las respuestas.
Luego, dejo caer las manos a los costados y lo empujo para apartarlo y
moverme.
Ha sido un día largo y horrible. Quiero mi pijama más cómodo, un tazón
de cereales y ver alguna basura en la tele que me ayude a dormirme.
Frente a mí, la puerta de la habitación de invitados se cierra de golpe.
Parece que no va a ser tan fácil conseguir lo que quiero.
Me giro, exasperada, solo para gritar.
El Negociador se acerca y parece que está a punto de hacerme morder el
polvo como venganza.
—No te vayas —dice. Aunque parece cabreado, habla con suavidad.
Eso me hace dudar.
Estoy muy cerca de ceder.
—¿Por qué, Des? —Recorro su rostro con la mirada. Todavía puedo
saborearlo en mis labios—. ¿Por qué tienes tantas ganas de que me quede?
Veo que se le tensa un músculo en la mandíbula. Hay un centenar de
mentiras plausibles que podría contarme, pero no da voz a ninguna de ellas.
Espero.
Y espero.
Pero nunca me da una respuesta.
Suspiro y me doy la vuelta para dirigirme a la puerta. El aire se espesa, la
electricidad estática hace que el vello de los brazos se me ponga de punta.
Es un gran indicador de que Des está disgustado. Prácticamente, me estoy
asfixiando en su poder.
Cuando miro hacia atrás de nuevo, ha desplegado las alas. No dejan de
expandirse y contraerse.
No está disgustado , sino fuera de control . Está a punto de perder la
cabeza.
Una parte de mí cree que no dejará que me vaya. Y a la otra parte, más
grande y retorcida, no le importaría del todo.
En cambio, la pesadez del aire se disipa y pliega las alas a la espalda.
—De acuerdo, querubín. Te llevaré a casa.
—Háblame de tu madre —me pide Des, que está sentado frente a mí.
Estamos jugando al póquer y bebiendo alcohol en mi habitación mientras,
fuera, una tormenta golpea las ventanas.
Lo de la bebida ha sido idea suya.
—Un poco de corrupción te vendrá bien, querubín —me ha dicho al
aparecer en mi habitación con la botella y guiñándome un ojo.
—No está permitido —he farfullado al ver el alcohol.
—¿Parezco el tipo de persona que sigue las reglas? —Con sus pantalones
de cuero y su brazo tatuado a la vista, definitivamente no.
De mala gana, he enjuagado mi taza y mi vaso para el agua y he dejado
que el Negociador nos sirva a cada uno un vaso de un whisky escocés «de
puta madre».
Sabe tan bien como un beso negro de los sucios.
—¿Mi madre ? —repito ahora mientras Des reparte otra mano.
Recojo mis cartas distraídamente, hasta que veo la mano que me ha
repartido.
Tres dieces. Por una vez, tengo la oportunidad de ganar una ronda.
Sus ojos dejan de mirarme para centrarse en el reverso de mis cartas y
luego vuelven a mí.
—Tres iguales —dice, adivinando mis cartas.
Miro los tres dieces que tengo en la mano.
—Has hecho trampa.
Levanta su vaso y bebe un trago, su musculoso cuerpo se ondula de una
forma muy placentera mientras lo hace.
—Ojalá fuera eso. Eres fácil de leer, querubín. Ahora —dice, dejando su
vaso y mirando fríamente sus propias cartas—, háblame de tu madre.
Junto mis cartas en una mano, bebo un sorbo de whisky y me estremezco
un poco cuando me toca la lengua.
Mi madre es uno de esos temas de los que nunca hablo. ¿De qué serviría?
Es solo otra historia triste; mi vida está plagada de ellas. Pero por la forma
en que Des me mira, sé que no podré cambiar de tema como si nada.
—No recuerdo mucho de ella —digo—. Murió cuando yo tenía ocho
años.
Des ya no presta atención ni al juego ni a la bebida. Esas dos frases son lo
único que necesito para captar toda su atención.
—¿Cómo murió?
Sacudo la cabeza.
—La asesinaron mientras ella y mi padrastro estaban de vacaciones. Fue
un error. El objetivo era mi padrastro, pero terminaron disparándole a ella
en su lugar.
Mi padrastro, que era vidente, no pudo preverlo. O tal vez lo hiciera, pero
no pudo o no quiso detenerlo.
Fuera inocente o culpable, esa noche nunca dejó de perseguirlo.
—Su muerte fue la razón de su alcoholismo.
Y su alcoholismo fue la razón de que…
Reprimo un escalofrío.
—¿Dónde estabas tú cuando pasó? —pregunta Des. Sigue teniendo un
aspecto tranquilo y perezoso, pero podría jurar que es puro teatro, igual que
su cara de póquer.
—En casa, con una niñera. Les gustaba irse de vacaciones solos.
Sé cómo suena mi vida. Fría y quebradiza. Y esa es la verdad.
Técnicamente, lo tenía todo: apariencia y dinero para acompañarla.
Nadie sospecharía que hubo largos períodos de tiempo en los que me
quedaba sola en la mansión de Hollywood de mi padrastro, con la única
compañía de una niñera y el chófer de mi padrastro para cuidarme. Los
negocios siempre eran lo primero.
Nadie sospecharía que esos largos períodos de soledad eran mucho
mejores que cuando él volvía de sus viajes. Me veía y volvía a caer en otra
botella.
Y luego…
Bueno, esos son otros tantos recuerdos en los que intento no pensar
demasiado.
Aun así, todavía quiero abandonar mi propia piel.
—¿Por qué iba alguien a intentar matar a tu padrastro? —pregunta Des,
nuestra partida de póquer completamente olvidada.
Me encojo de hombros.
—A Hugh Anders le gustaba el dinero. Y le daba igual quiénes fueran sus
clientes. — Jefes de la mafia. Capos de la droga. Jeques con vínculos con
grupos terroristas. Se llevaba el suficiente trabajo a casa como para que yo
lo viera todo—. Se convirtió en un hombre muy rico y se ganó muchos
enemigos.
Quizás por eso tenía la tarjeta de visita del Negociador en el cajón de la
cocina. Un hombre como mi padrastro iba por la vida con una diana en la
espalda.
—¿Alguna vez hiciste negocios con él, antes de conocerme?
No era mi intención plantear esa pregunta en particular, y ahora me
descubro conteniendo la respiración. No creo que lo conociera. El
Negociador no actuó como si lo conociera cuando lo llamé por primera vez,
pero Des está hecho de secretos. ¿Y si hubiera conocido a mi padrastro? ¿Y
si lo hubiera ayudado, al hombre que abusó de mí? ¿Al hombre que, directa
o indirectamente, provocó la muerte de mi madre?
La mera posibilidad me revuelve el estómago.
Des niega con la cabeza.
—No lo había visto nunca hasta que estuvo nadando en un charco de su
propia sangre.
La imagen de su cadáver pasa ante mis ojos.
—¿Qué hay de tu padre biológico? —pregunta Des—. ¿Cómo era?
—Un don nadie —digo, mirando fijamente mi taza—. Mi madre se quedó
embarazada por accidente cuando tenía dieciocho años. No creo que supiera
quién era mi padre, no figuraba en mi certificado de nacimiento.
—Mmm —murmura Des mientras hace girar distraídamente su bebida,
con la mirada distante.
No sé lo que está pensando, solo lo que yo pensaría: que todo esto suena a
que mis padres eran gente de mierda. Mi madre, a quien le interesaba darme
una buena vida pero que no quería estar muy presente en ella; mi padre,
cuyo mayor aporte fue su esperma, y mi padrastro, que protagonizaba todas
mis pesadillas más vívidas.
—¿Por qué no me hablas de tus padres? —digo, ansiosa por dejar de ser
el centro de atención.
Des se reclina hacia atrás y me mira con los ojos entrecerrados, una
sonrisa lenta curva sus labios. No puedo dejar de mirarlo.
—Compartimos tragedias similares, querubín —dice, todavía sonriendo,
aunque ahora parece transmitir cierta amargura.
Arqueo las cejas al oír sus palabras.
¿Un rey fae que tiene algo en común con su obra de caridad humana?
Cuesta creerlo.
Se impulsa para ponerse de pie.
—Tengo trabajo que hacer. Quédate con el whisky y, por el amor de los
dioses, practica lo de beber sin poner muecas. —Se gira hacia la puerta.
No me molesto en tratar de convencerlo de que se quede, aunque tengo
muchas ganas de hacerlo. Ya sé que no lo hará. Sobre todo, después de
nuestra —mi — pequeña charla a corazón abierto. A veces me imagino que
la mente del Negociador es una bóveda en la que los secretos entran y no
salen.
Se detiene y me mira por encima del hombro, su expresión lo dice todo.
Puede que no le haya contado cómo abusó de mí mi padrastro, pero lo sabe.
—Para que conste, querubín —dice—, si tu padrastro estuviera vivo, no lo
seguiría estando durante mucho tiempo. —Su mirada es dura como el acero.
Y luego, por arte de magia, desaparece en la noche.
Presente
Me paso más de una hora limpiando mi casa. Hay relleno y pelo de lobo por
todas partes. Sin mencionar las marcas de garras. Tendré que tirar la mesita
de café y una mesa auxiliar. A estas alturas, no son más que leña.
Debería haberle pedido a Des que hiciera desaparecer el resto de este
desaguisado con magia.
Pero él parecía muy melancólico; no me apetecía tentar a la suerte.
Des.
Han pasado menos de dos horas desde que se ha ido y ya estoy impaciente
por volver a verlo. Echo de menos su casa, sus macaroons , la suavidad de
sus sábanas para invitados. Echo de menos su olor y su tacto. Lo echo de
menos a él . He necesitado estar de vuelta en mi casa vacía para recordar lo
sola que estoy. Se me había olvidado mientras estaba con Des.
Hago lo que puedo para ordenar la casa, esforzándome al máximo para no
pensar en el hombre que antes parecía no querer dejarme, por no mencionar
al que ha destruido este sitio mientras luchaba por mí.
Debería limitarme a renegar de los hombres. No provocan más que dolor.
Corazones rotos y problemas.
Ahora, además de esconderme de las autoridades sobrenaturales y de un
monstruo del Otro Mundo, tengo que comprar muebles nuevos porque mi
ex violó una de las leyes más importantes del pacto y vino de visita durante
el equivalente a la regla de los cambiaformas.
Después de limpiar la mayor parte del desorden, me concentro en mi
móvil roto y me muerdo el interior de la mejilla con nerviosismo. He estado
postergando esta parte, pero no puedo retrasarlo por más tiempo.
Lo enciendo y reviso los mensajes. Treinta y un mensajes de texto y
veinticinco llamadas perdidas. Algunas de Eli, un par de varias partes
interesadas, pero la mayoría de Temper.
No me molesto en comprobar los demás antes de marcar el número de
Temper y, después de respirar hondo, le devuelvo la llamada.
Contesta al primer timbrazo.
—¿Dónde cojones estás, tía? —dice, presa del pánico.
—He vuelto a casa.
—¿Casa? ¿ Tu casa? —Levanta la voz—. Han saqueado tu casa, hay una
recompensa para quien te capture, ¿y tú estás en casa ?
—No pasa nada. Estoy bien.
—Creía que estabas muerta . —Se le quiebra la voz y la escucho sollozar
—. No podía localizarte. —Temper es una profesional en rastrear a
personas gracias a su magia, pero nunca pensé que la usaría para buscarme.
—¿Estás llorando? —pregunto.
—Joder, no, yo nunca lloro —dice ella.
—Siento mucho no haber llamado antes. De verdad que estoy bien —digo
en voz baja.
—¿Qué te ha pasado? Desapareces del mapa y Eli no ha dejado de
llamarme, pero no me ha contado nada.
Me presiono la sien con tres dedos.
—Es una larga historia.
—Tengo tiempo .
Suspiro.
Ella resopla y un ligero hipido se cuela en su voz.
—No suspires, zorra flacucha, que me he pasado las últimas veinticuatro
horas creyendo que mi mejor amiga estaba muerta .
—Temper, lo siento. Estoy bien, lo siento y estoy viva. —Obviamente.
Pero a veces, cuando se trata de Temper, es importante reiterar lo obvio.
—Chica, ¿qué ha pasado? —repite. Sé que está de pie y dando vueltas
gracias al sutil tintineo de sus joyas—. Es decir, la mejor posibilidad que se
me ocurrió fue que hubieras tenido sexo de reconciliación con Eli y que oh-
Dios-mío-probablemente-se-comportó-como-un-bestia-contigo-y-eso-es-
asqueroso. —Lo dice todo de carrerilla—. Y eso… que lo destrozó todo en
el proceso y también a ti.
Me estremezco al oír eso.
Ella deja escapar un suspiro.
—No me digas que te ha convertido. Por favor, no me digas eso.
Recuerdo cuánto te asustaba la idea. Y si lo ha hecho, que Jesucrito negro
lo ayude, porque le daré una paliza a ese pedazo de mierda peludo y me
haré un abrigo con su piel. ¿Me sigues?
La línea se queda en silencio y solo se oye el sonido de la respiración
pesada de Temper.
—Mierda —digo por fin. Me aclaro la garganta—. Esto, no, no hemos
follado como animales furiosos; no, Eli no me ha convertido, y por amor de
Dios, mujer, por favor, no conviertas a mi ex en un abrigo. No me ha hecho
daño.
—Entonces, ¿qué ha pasado?
Solo cuando me lo pregunta por tercera vez me doy cuenta de que me he
apropiado de algunos de los malos hábitos del Negociador, como el de
guardar secretos.
Bajo la mirada hasta mi pulsera, a la que le falta una hilera de cuentas.
—¿Puedes venir? —pregunto.
—¿El cielo es azul, zorra?
Esbozo una sonrisa temblorosa, aunque ella no pueda verla.
—Genial. Te lo contaré cuando llegues.
Presente
Vaya mierda.
Es salir del fuego y caer en las brasas . Eso es lo único en lo que puedo
pensar durante el vuelo a la isla Catalina.
Aterrizamos frente a la vergonzosamente impresionante casa de Des y
escapo de sus brazos sin decir una palabra. Lo siento a mi espalda, a él y a
su mirada evaluadora.
El hijo de puta es tan astuto que seguramente está intentando descubrir la
mejor forma de acercarse a mí.
Tendrá que seguir dándole vueltas. Ni siquiera yo estoy segura de cuál es
la mejor forma de acercarse a mí en este momento, porque no tengo ni idea
de lo que estoy sintiendo exactamente.
Definitivamente, molestia. Siento la correa mucho más tensa.
Ira e incredulidad, porque el Negociador de verdad me ha obligado a
mudarme con él a corto plazo. Dependiendo de lo despacio que me haga
pagar mis deudas, podría vivir bajo su techo el resto de mi vida.
Ignoro la chispa de excitación que acompaña a ese pensamiento; está
claro que mi corazón es un idiota.
Por debajo de todas estas emociones frustradas, siento alivio. Alivio por
no tener que ceder a mi ego y quedarme en una casa en la que me sentiría
insegura, o tragarme mi orgullo y rogarle a este hombre que me dejara
quedarme con él tan pronto después de haberme marchado.
—Sabes que no me arrepiento —dice detrás de mí, su voz uniforme se
escucha a través del patio.
Lo ignoro y subo los escalones de piedra para entrar en su casa palaciega.
—Desayuno y café —digo—. No puedo ser cortés contigo hasta que haya
desayunado y me haya tomado un café.
Siento una mano en la espalda cuando el Negociador se materializa a mi
lado.
—Entonces, démosle a la dama lo que quiere. Tengo justo lo que
necesitas…
Presente
Me despierto casi a oscuras. Una pierna enorme está echada sobre la mía y
un brazo me rodea el abdomen.
Des.
En algún momento durante la última película de Harry Potter, me quedé
dormida en sus brazos, con el cuerpo pegado al suyo. Y en las horas
posteriores, me ha sostenido con fuerza contra su pecho, su cuerpo casi
envolviendo el mío.
Todavía tengo la ropa puesta, y él, la suya y, sin embargo, hay algo en esta
situación que resulta increíblemente íntimo.
Me froto los ojos y, aturdida, echo un vistazo a la habitación en penumbra.
Las sombras de Des acechan en todos los rincones, verlas me hace sentir…
segura.
Empiezo a moverme, solo para que Des me agarre con más fuerza y me
acerque aún más. Dejo escapar un pequeño chillido. En este momento, soy
el osito de peluche de un hombre demasiado grande.
El Negociador se mueve y me acaricia la parte posterior de la cabeza.
—¿Estás despierta? —pregunta, su voz ronca por el sueño.
En lugar de responder, levanto la cabeza y lo miro a los ojos. Ese destello
calculador ha desaparecido, la astucia ha desaparecido. Atrás han quedado
los escudos tras los que se esconde.
En este momento, es solo un hombre cansado y feliz.
Me pasa un pulgar por el labio inferior.
—Te mentí, querubín, el sueño te sienta muy bien.
Noto que la cara me arde. No sé cómo logra ver mi reacción en la
oscuridad, pero su mirada aterriza en mis mejillas.
—Igual que el rubor.
Vacilante, alargo la mano y la paso por los mechones blancos de Des.
—Cuéntame otro secreto —le pido.
Él tuerce la boca.
—Le cuentas un secreto a una sirena… y ella te pide otro.
—Tienes muchísimos —le digo—. No seas un Grinch.
Deja escapar un largo suspiro de sufrimiento, pero el efecto queda
arruinado por la sonrisa que se extiende por sus labios.
Se inclina para acercarse.
—No iba a contarte esto, pero si quieres un secreto…
Espero.
—Babeaste sobre mi pecho durante la segunda película —confiesa—.
Para ser sincero, creía que estabas llorando otra vez.
Lo empujo, riendo a mi pesar.
—¡No me refería a eso cuando te he pedido un secreto!
Rueda sobre la espalda y me engancha por la cintura con un brazo para
llevarme con él. Y ahora también ha empezado a reírse.
—Yo no dicto las reglas, querubín, solo las doblego.
Me siento a horcajadas sobre él y me inclino para acercarme más.
—Yo debería ser una excepción. —Ni siquiera sé qué me impulsa a
decirlo, pero es demasiado tarde para retirarlo.
Espero que Des enarque una ceja y dé la vuelta a mis palabras con ese
piquito de oro suyo.
En vez de eso, su rostro recobra la serenidad, su expresión se vuelve seria.
—Lo eres. —Posa la mirada en mi boca, hunde los dedos en mi piel.
La mayor parte del tiempo, este hombre me confunde. Pero ahora no. En
este momento, él y yo estamos exactamente en sintonía.
Despacio, bajo la cabeza y presiono la boca contra la suya.
¿Qué hay mejor que despertarse con Des por la mañana?
Besar a Des por la mañana.
Le rozo los labios con los míos y pruebo su sabor. Él me acerca más y
emite un sonido gutural mientras profundiza el beso y me mete la lengua en
la boca.
Me siento como si esto fuera un asunto pendiente. Él y yo somos como
una tormenta en el horizonte, pero ahora, por fin, esa tormenta está
llegando.
Me muevo contra él, quiero más, estoy impaciente por tenerlo.
—Callie —dice, con voz tensa—, no puedes hacer eso, amor.
Ahí está otra vez.
Amor.
—Repítelo.
—¿Amor?
Asiento y me aprieto más contra él.
—Me gusta ese apelativo cariñoso. —Me muevo de nuevo contra él a
pesar de sus advertencias.
Emite un gemido de dolor.
—A mí también —susurra.
Deslizo una mano entre nosotros, le desabrocho los pantalones y meto la
mano.
—Me gusta mucho .
Des sisea.
—Cuidado —advierte contra mis labios. Sus ojos dicen una cosa
completamente diferente. Me retan a ir más allá.
Me separo de su boca.
—¿Qué pasa si no quiero tener cuidado? —digo, agarrándole. Mi
respiración se hace más pesada al sentirlo. Nunca he hecho esto con él.
Parece aún más correcto que nuestro beso—. ¿Qué pasa si no quiero que tú
tengas cuidado? —remarco mis palabras moviendo la mano hacia arriba y
hacia abajo. Arriba y abajo.
Se balancea contra mí.
Me inclino más cerca.
—El duro Negociador ya no es tan duro.
—Callie…
—Amor —corrijo, la sirena empieza a filtrarse en mis palabras.
—Amor —dice—, yo tenía planeado esto… al revés.
—Qué lástima —digo.
—Mujer malvada —dice mientras curva la boca en una sonrisa.
Me siento tentada de llevarlo al límite, solo para parar justo en ese
instante. Eso es lo que quiere la sirena: disfrutar de su lujuria y luego
hacerlo sufrir.
Pero una parte aún mayor quiere llegar hasta el final. Este hombre me
dejó, pero agonizó por ello. Este amante que parecía celoso de mis ex. Este
rey generalmente pulcro que va a correrse en los pantalones porque quiero
que se desmorone bajo mis caricias.
Lo miro con asombro. Sus pómulos son aún más afilados desde este
ángulo, sus ojos astutos no se apartan de mi cara mientras me aprieta los
muslos con las manos.
—Sigue así, Callie…
Muevo la mano más deprisa.
Él sisea otra vez y mueve las manos sobre mí como si estuviera tratando
de encontrar exactamente qué quiere tocar pero sin poder decidirse. Al
final, las posa en mis caderas.
No dejo de tocarlo, sintiendo su cuerpo tenso debajo de mí.
—Me corro… —gime.
Me inclino y lo beso mientras se sacude contra mí, una y otra y otra vez.
Sus dedos me aprietan la carne, tratando de acercarme a él.
Sonrío contra su boca cuando por fin siento que se relaja.
Respira pesadamente contra mí y apoya la frente en la mía.
—¿Quieres que te cuente un verdadero secreto? —pregunta con voz
ronca.
Asiento.
—Quiero despertar contigo todas las mañanas.
Presente
Presente
Los siguientes días, Des los pasa en el Otro Mundo, cumpliendo con sus
deberes reales mientras yo me quedo en su casa de Catalina. Me invitó a
quedarme con él, pero… En fin, por ahora estoy bien a este lado de la línea
ley.
Mientras tanto, he leído algunas de las notas del caso de Des, que
reafirman en gran medida lo que ya me dijo. Menciona a los sirvientes
humanos con sus moretones y miradas angustiadas, a las hadas que caen en
un sueño profundo después de cuidar a esos extraños niños y a las personas
que eligieron la muerte antes que responder a las preguntas de Des. Todo
este misterio deja tras de sí un triste e inquietante rastro de destrucción.
Cuando no estoy leyendo sobre el caso, me dedico a explorar isla Catalina
o la casa de Des. En este momento, estoy haciendo esto último.
Entro en la habitación del Negociador y enciendo las luces. Contemplo las
obras de arte que adornan las paredes, el modelo metálico del sistema solar
y el minibar.
Tenía curiosidad por saber por qué Des no quiso que viera esta habitación
cuando me enseñó la casa por primera vez. Aquí no hay mucha cosa.
Avanzo hacia la cómoda y abro los cajones uno tras otro. Dentro de cada
uno hay montones de camisetas y pantalones doblados. El poderoso Rey de
la Noche guarda su ropa igual que hacemos el resto.
Cierro el último cajón y sigo adentrándome en la habitación, sin ver
mucha cosa más que pueda cotillear. En serio, esta es una de las
habitaciones más espartanas en las que he estado, y mi trabajo me ha
llevado a husmear en una buena cantidad de dormitorios.
Mi mirada aterriza en una de sus mesitas de noche. Lo único que descansa
sobre ella, además de una lamparilla de noche, es un cuaderno con tapas de
cuero. De nuestro tiempo juntos, recuerdo que a Des le encantaba dibujar.
En una ocasión, incluso le compré un cuaderno de bocetos.
Avanzo hacia el objeto y curvo la mano sobre la suave tapa. Luego, dudo.
Esto es privado. Es, esencialmente, el diario de Des.
Pero en el pasado, nunca estuvo dispuesto a compartir su arte.
Tomo una decisión y abro el cuaderno.
Dejo de respirar en el momento en que veo el primer dibujo.
Soy… yo.
El retrato es bastante simple, solo un esbozo de mi cabeza, cuello y
hombros. Paso un dedo por la curva dibujada a lápiz de mi mejilla y me fijo
en lo brillantes que parecen mis ojos en el dibujo. Lo esperanzada que
parezco.
Recuerdo a Des dibujando esto en mi dormitorio, hace más de siete años.
También recuerdo ver la imagen y no sentirme conectada por completo con
ella. En aquel entonces estaba tan sola, tan poseída por mis propios
demonios, que no podía imaginar que alguien me mirara y viera a una chica
tan guapa. Pero, aun así, me sentí halagada.
Lo ha guardado todo este tiempo.
Siento que mis defensas se desmoronan un poco más. El muro que
construí alrededor de mi corazón está en ruinas y, por lo visto, Des ni
siquiera necesita estar aquí para destruirlo.
En el siguiente boceto, aparezco sentada en el suelo, con la espalda
apoyada en el cabecero de la cama de mi dormitorio, lanzándole una mirada
petulante al artista que me dibuja. Debajo de la imagen, hay una nota
garabateada: « Callie quiere que deje de dibujarla. Este es el aspecto que
tiene cuando le digo que no» .
Sonrío un poco al leer eso. Son palabras poderosas, pero Des cedió a mi
petición, al menos en parte; me dibujó todo tipo de paisajes y criaturas del
Otro Mundo además de los retratos míos que tanto le gustaban.
El siguiente dibujo es uno que nunca he visto y, a diferencia del resto de
bocetos, este está hecho con más cuidado. Al principio, lo único que
distingo es el ángulo extraño que ha empleado para dibujarlo, como si el
artista estuviera tumbado boca arriba y mirando hacia abajo para ver el
largo de su cuerpo. Entonces distingo a la mujer acurrucada contra el pecho
que estoy mirando. Reconozco mi pelo oscuro, la parte superior de mi nariz
y los contornos de mi rostro, medio enterrado en el pecho de Des.
Podría tratarse de una de las muchas noches en las que me quedé dormida
acurrucada contra él, pero hay algo en la imagen… Algo en ella me hace
pensar que se trata de una de las noches malas, una de las noches en las que
Des se quedaba para ahuyentar mis pesadillas. Soy capaz de sentir el eco de
ese viejo dolor incluso ahora.
Esas noches fueron las que hicieron que me diera cuenta de que estaba
enamorada del Negociador. Que no era solo un estúpido enamoramiento,
sino algo que podía sentir en la piel y en los huesos. Algo imposible de
extinguir.
No me enamoré de Des porque fuera guapo o porque conociera mis
secretos, sino porque se quedó en mis momentos menos agradables. Porque
era un hombre que no intentó quitarme nada, ni siquiera cuando estaba
tumbada a su lado, sino que me proporcionó paz y consuelo. Porque volvió
a salvarme cada una de esas noches, aunque fuera de mí misma.
Y si este dibujo sirve de indicación, fueron momentos que Des también
quería recordar.
Paso a la siguiente imagen, esta está a color. La mayor parte del dibujo
emplea tonos intensos de azul y verde. Estoy sonriendo, un anillo de
luciérnagas descansa sobre mi cabeza. También recuerdo esta noche…
Un golpe en la puerta me arranca de mis pensamientos.
¿Qué estoy haciendo? Está claro que no debería estar cotilleando los
dibujos. Aunque sea obvio que soy la musa del Negociador.
Cierro el cuaderno a toda prisa y lo dejo donde lo he encontrado. Le lanzo
varias miradas mientras cruzo la habitación. Ha conservado esos viejos
dibujos todo este tiempo.
Vuelvo a recordar su confesión sobre cómo se sintió al dejarme: «Como si
el alma se me partiera en dos» . Y una vez más, siento una esperanza tan
intensa que resulta casi dolorosa.
Eso también desaparece cuando alguien vuelve a llamar a la puerta.
¿Quién vendría a visitar a Des aquí?
Obtengo mi respuesta unos segundos después, cuando echo un vistazo por
la mirilla de la puerta.
—Mierda —murmuro por lo bajo.
—Te he oído, Callie —dice una voz grave y familiar.
El Negociador no recibe visitas aquí.
Yo sí.
21
Mayo, hace siete años
Presente
Eli. La lista de los más buscados. Eso es lo único en lo que puedo pensar
mientras salgo de casa de Des y me enfrento a mi ex.
Me siento como si nuestra última confrontación hubiera tenido lugar hace
un millón de años. Para ser sincera, después de todo lo que ha sucedido en
el Otro Mundo, esto parece… muy insignificante en comparación.
—¿Estabas intentando que te atraparan o simplemente no te importaba
una mierda? —pregunta Eli.
—Me importaba una mierda. —Cruzo los brazos sobre el pecho y me
apoyo en la pared de la entrada. Ahora siento que mi ira regresa. Será
desgraciado—. No me puedo creer que tuvieras la audacia de entrar en mi
casa, poner mi vida en peligro y luego , como si eso no fuera suficiente,
poner mi nombre en la puñetera lista de personas más buscadas.
—Callie, nunca te habría hecho daño —dice con suavidad.
Parece casi herido. Y estoy segura de que resulta hiriente a algún nivel,
considerando que es el protector de su manada.
—Viniste a mi casa durante los Siete Sagrados —digo—. Por supuesto
que podrías haberme hecho daño.
Niega con la cabeza.
—Eres parte de la manada. O al menos, lo eras.
Se me ponen los pelos de punta ante su reacción.
—¿Pones a todos los miembros de la manada en la lista de los más
buscados? —pregunto.
A ver cómo de grandes tiene Eli las pelotas.
Se pasa una mano por la cara.
—Cometí un error —dice, derrotado—. Estaba cabreado y mi lobo exigía
justicia… —Suspira—. No es una excusa, pero, por si sirve de algo, lo
siento mucho.
Aprieto los labios. Tampoco es que yo haya manejado bien las cosas, pero
poner a alguien en la lista de personas sobrenaturales más buscadas supera
con creces cualquier mala acción por mi parte.
—No voy a dejar que me arresten —le digo.
Deja escapar un suspiro.
—No te voy a entregar. Solo… necesitaba hablar contigo.
—Podrías haber llamado.
—Lo siento —dice en tono genuino. Viniendo de un alfa como él, una
disculpa es algo raro.
Tenso la mandíbula. Sigo muy molesta con todo este asunto.
Reprimo mi frustración, asiento con la cabeza y desvío la mirada. No
estoy segura de si es para reconocer la disculpa de Eli o para aceptarla. Lo
único que sé es que quiero enterrar el hacha de guerra.
Los ojos del cambiaformas recorren la casa del Negociador.
—Mi oferta sigue en pie, Callie.
Lo miro de reojo.
—Lo que hice estuvo mal, pero lo que está haciendo este tío es peor. Te
está quitando tu libre albedrío —dice—. El Negociador es un hombre muy
buscado. Solo tienes que pedirlo y me ocuparé del problema.
Tardo varios segundos en asimilar lo que está diciendo. Cuando lo hago,
me invade el horror.
—No, eso no es lo que quiero.
—Callie . —Acaba de hablar el alfa.
—No lo hagas —le advierto. Ya no tiene derecho a ejercer su influencia
sobre mí—. Hay muchas cosas que no sabes.
—Entonces, cuéntamelas —dice—. De lo contrario, seguiré asumiendo lo
peor.
¿No es justo eso lo que le he estado exigiendo a Des? ¿Qué deje de
guardar secretos? Y ahora estoy siendo una hipócrita.
Pero este secreto…
—Nunca te he hablado sobre mi pasado. —Me froto la cara con las
manos.
Incluso ahora, dudo de si contárselo a Eli. Recordar duele, y luego está la
vergüenza. La vergüenza omnipresente.
Pero puede que, si se lo cuento, entienda por qué actué como lo hice. Y tal
vez lo ayude a sentirse mejor, sobre mí, sobre Des y sobre toda esta
situación.
—Cuando era menor de edad —empiezo—, mi padrastro… mi
padrastro…
Eli se queda muy quieto.
—Abusó sexualmente de mí. —Me obligo a pronunciar las palabras.
Oigo un gruñido bajo. Esto es lo que siempre me ha gustado de los
cambiaformas, de Eli. Nadie hace daño a sus cachorros. Nadie.
Suelto un suspiro tembloroso.
—Fue una situación que duró años. Y solo se detuvo… —Hago una pausa
de nuevo y me pellizco el puente de la nariz. Puedo hacerlo—. Cuando
tenía casi dieciséis años, vino a por mí y me enfrenté a él con una botella
rota. Le corté una arteria. —Había mucha sangre —. Murió en cuestión de
minutos.
El gruñido de Eli es cada vez más fuerte.
Me miro las manos.
—Maté a un hombre. Ni siquiera era una adulta. Pensé que mi vida había
terminado antes de empezar, y todo porque por fin le había plantado cara a
la persona que abusaba de mí. —Bajo la voz—. Era un vidente muy
poderoso. Si hubiera hecho las cosas de manera legal, simplemente… no sé
si habría terminado bien para mí—. Respiro hondo—. Así que llamé a un
hombre infame por sus tratos…
Eso es lo único que logro decir antes de que Eli me abrace y me sostenga
contra él.
—Lo siento mucho, Callie. Lo siento muchísimo.
Me estremezco un poco cuando el recuerdo me recorre y asiento contra él.
—Deberías habérmelo contado. Todo esto —me reprende en voz baja.
—No se me da bien compartir las cosas —admito.
Me abraza durante casi un minuto y yo agradezco el consuelo.
Al cabo de un rato, abandono sus brazos y me limpio una lágrima que ha
logrado escabullírseme por el rabillo del ojo.
—Lo que tienes que entender —digo— es que el Negociador me salvó.
Limpió el desastre, me inscribió en la Academia Peel, ocultó mi crimen.
Contarle esto a Eli es un riesgo. El cambiaformas es uno de los buenos.
Podría arrastrarme, desenterrar ese viejo caso y dejar que el sistema haga su
trabajo.
Estoy confiando en que el sentido de la justicia de Eli —la justicia de la
manada— coincidirá con mis acciones; las personas que les hacen cosas
malas a los cambiaformas inocentes suelen desaparecer.
—Esa vez, el Negociador no me cobró —continúo—. Sé que crees que lo
hizo, pero tiene su propio código ético. Como yo era menor de edad en ese
momento, no me permitió hacer negocios con él de esa manera.
Ahora que sé lo que sé sobre las hadas, los favores auténticos son algo
muy significativo. Las hadas viven para aprovechar una situación así.
Eli también parece entenderlo. El hombre lobo enarca las cejas.
—Pero volví a llamarlo más tarde. Y otra vez. Y otra vez. Se me
ocurrieron todo tipo de favores solo para que se quedara por un tiempo. —
Porque me intrigaba. Porque estaba enamorada de él. Porque quería un
amigo al que no le asustara mi oscuridad, y a Des no le daba miedo.
—Nunca debería haber hecho esos tratos contigo —gruñe Eli.
Juego con mi pulsera, haciendo rodar las cuentas alrededor de la muñeca.
—No, probablemente no debería haberlo hecho —coincido—. Pero todos
hemos cedido a nuestros instintos más bajos una o dos veces, ¿no es así? —
digo.
Eli gruñe, mientras echa un vistazo a la propiedad del Negociador.
Se frota la cara.
—Ojalá me hubieras contado todo esto hace mucho tiempo.
Podría haberlo hecho, lo habría hecho, debería haberlo hecho… No sirve
de nada enfadarse por eso ahora.
—¿Alguna vez tuve una oportunidad? —pregunta Eli.
Miro al cambiaformas.
—No lo sé. Pero sí sé que te mereces a alguien que pueda darte mucho
más que yo.
Eli se acerca y apoya la palma de la mano en un lado de mi cara.
—Ese hijo de puta es un hombre afortunado.
Las palabras apenas han salido de su boca cuando las puertas delanteras se
abren de golpe detrás de nosotros.
Me giro justo a tiempo de ver a Des saliendo de la casa, con las alas
desplegadas. Sus ojos tormentosos están fijos en Eli, que sigue cerca de mí,
y veo un destello de posesividad en ellos.
Por reflejo, me alejo del cambiaformas.
Estamos a plena luz del día y no es exactamente el momento favorito del
día de Des. Se suponía que estaría en el Otro Mundo varias horas más. Está
claro que algo ha cambiado.
¿Creía que yo estaba en apuros? ¿Cómo iba a saberlo?
El suelo tiembla bajo el poder de Des, que no aparta la mirada de Eli
mientras avanza hacia él.
Doy un paso para colocarme frente al Negociador y le pongo una mano en
el pecho para impedir que haga lo que sea que esté pensando en hacer.
Baja la mirada hacia mi mano, sus fosas nasales dilatadas, antes de volver
a mirar a Eli.
—Tienes dos segundos para salir de mi propiedad antes de que te obligue
—le dice al cambiaformas, en un tono tan suave como el licor.
Eli mira fijamente las alas de Des durante un largo momento, atónito. Por
fin, aparta la mirada.
—No lo sabía —dice.
Paseo la mirada entre ambos.
—¿Saber el qué?
El Negociador observa a Eli durante varios segundos. Luego, muy
levemente, inclina la cabeza.
—Ahora ya lo sabes.
—Callie me ha contado lo que hiciste por ella hace años —dice Eli—.
Gracias por ayudarla —continúa—. Olvidemos la mala sangre entre
nosotros, ¿de acuerdo? No me había dado cuenta de cuál era la situación, de
nada de esto.
Una vez más, Des inclina la cabeza.
Eli retrocede y lanza una mirada en mi dirección.
—Cuídate, Callie —dice, levantando una mano para despedirse. Y luego
se da la vuelta y se marcha de la propiedad y de mi vida.
Sigo con el ceño fruncido mucho después de que Eli haya ido. Nada de lo
que acaba de pasar tiene demasiado sentido. Esperaba una confrontación de
algún tipo entre ambos; en cambio, he recibido disculpas y comprensión.
Debería sentirme aliviada, pero mientras Des me conduce de vuelta al
interior, desvío la mirada hacia sus alas.
Eso es lo que Eli estaba mirando con tanta sorpresa. Las alas del rey fae.
Las mismas alas que Des me ocultó con tanto cuidado en el pasado.
Hay algo que se me escapa, y pienso averiguar qué es.
Presente
Presente
Abro los ojos y me masajeo la cabeza, aturdida. Por encima de mí, hay un
techo de roca toscamente tallada. Me siento y me examino el cuerpo. Ya no
llevo la ropa de esta mañana. En su lugar, estoy enfundada en un vestido
fino de color cobre, en cuyos extremos hay bordados patrones intrincados y
relucientes.
No recuerdo haberme cambiado…
Me estremezco. Tengo frío. Mucho, mucho frío.
Echo un vistazo a mi alrededor. Tres paredes de roca me rodean. Y la
cuarta…
La cuarta es una pared de barrotes de hierro.
Encarcelada. ¿Pero dónde? ¿Por qué?
Me bajo del catre en el que me he despertado. En la esquina de la
habitación, hay lo que llamaría un baño si me sintiera benevolente. Es más
como un cuenco colocado en el suelo.
En la pared más cercana a mí hay marcas de conteo. Docenas y docenas
de ellas. No hay ningún grupo de cinco, y no soy capaz de decidir si se debe
a que el último prisionero contó los días así intencionadamente… o si
varios prisioneros separados empezaron a contar y nunca pasaron de los
cuatro.
Me doy cuenta de que al malnacido que me ha secuestrado no se lo ve por
ningún lado.
¿Era el Ladrón de almas o alguien completamente diferente? Ni siquiera
ha intentado explicar sus motivos.
Me dirijo al frente de mi celda, ignorando el regusto amargo que siento en
la parte posterior de la garganta, el sabor de la magia residual. Tengo la
vista fija en lo que hay frente a mí.
Es una caverna repleta de celdas excavada en esquisto. Hilera tras hilera,
nivel tras nivel. Se extienden en todas direcciones hasta donde me alcanza
la vista: arriba, abajo, izquierda, derecha.
Dentro de cada una de ellas hay una mujer vestida de forma similar a mí.
Se me pone la piel de gallina.
Se parece a mi visión.
¿Son estas las mujeres desaparecidas?
Si es así, entonces estoy totalmente jodida. Des no ha desentrañado el
misterio y lleva en curso casi una década. No albergo esperanzas de que eso
vaya a cambiar simplemente porque yo esté aquí.
¿Dónde está Des? ¿Qué debe de pensar?
—¿Hola? —llamo.
Nadie responde.
A lo lejos, escucho un murmullo silencioso y el suave repiqueteo de unos
zapatos en los pasillos que discurren junto a las celdas, pasos que deben de
pertenecer a los guardias de la prisión. Hago una mueca. Si ese es el caso,
entonces hay al menos un puñado de personas que saben qué pasó con las
guerreras desaparecidas del Otro Mundo. Y están permitiendo que ocurra.
Aparte de esos pocos sonidos, los bloques de celdas están sumidos en un
silencio inquietante.
Este es el lugar donde la esperanza viene a morir.
Y entonces, un pensamiento me asalta, uno que me da coraje.
—Negociador —me apresuro a decir—, me gustaría hacer un trato.
Espero que el aire brille y que el gran cuerpo de Des invada el espacio de
mi celda.
Pasa un segundo. Luego otro. Y otro.
La celda permanece exactamente como la he encontrado.
—Negociador, me gustaría hacer un trato —repito.
En el pasado, él siempre ha acudido. Siempre. Y después de lo de anoche,
sé que vendrá a por mí ahora que han pasado nuestros siete años.
Vuelvo a esperar.
No pasa nada. Mi celda permanece vacía. Horriblemente vacía.
Y ahora tengo que aceptar que Des no puede llegar a mí, ya sea porque
está herido, una idea que rechazo con cada fibra de mi ser, o porque algo se
lo impide.
Algo como la magia.
Algo tan poderoso que un rey fae no puede atravesarlo de inmediato.
Tengo que lidiar con ella. Y si quiero salir de aquí con vida, tendré que
encontrar una forma de deshacerme de ella.
Los grilletes de hierro resuenan entre mis tobillos y mis muñecas mientras
los guardias que tengo a cada lado me sacan de la celda. Me pica la nariz
cuando la venda de los ojos que uno de los guardias me ha atado alrededor
de la cabeza me hace cosquillas.
¿No es demasiado exagerado?
Ni siquiera me siento halagada por ello. Es probable que sea el
procedimiento estándar con las guerreras encarceladas.
Podría ser peor. Si yo fuera un hada, las esposas de hierro no me estarían
simplemente rozando la piel; harían chisporrotear mi carne y me drenarían
la energía.
Poco a poco, los murmullos silenciosos se apagan y el aire empieza a oler
más fresco, aunque todavía detecto un rastro de moho impregnado del olor
a… animales.
Pasan otros cinco minutos antes de que me dejen en una habitación. Aquí,
el aire parece pesado, siniestro.
Aquí pasan cosas malas.
Me van a pasar cosas malas.
Intento no entrar en pánico.
Pasé años asegurándome de que nunca más sería una víctima, y todo ha
sido en vano. Mi glamour no funciona con ninguno de estos seres y, sin él,
no soy más que una humana que se enfrenta a unas hadas poderosas.
Los guardias me sueltan, sus pasos retroceden a mi espalda. Un momento
después, la puerta se abre, luego se cierra con suavidad y estoy sola otra
vez, encadenada y con los ojos vendados en esta habitación de aura
perversa.
Pongo los sentidos a trabajar. Oigo la respiración de alguien.
Joder, después de todo, no estoy sola .
Siento una oleada de pánico.
—La única debilidad de Desmond Flynn. —Una voz profunda y vibrante
llena la habitación y siento el poder de esta criatura en sus palabras—. Y
está en mis manos.
El corazón me late con fuerza y, a medida que mi miedo despierta,
también lo hace mi sirena.
Escucho el sonido de unas pisadas fuertes cruzando la habitación hacia
mí. Necesito casi toda mi fuerza de voluntad para no retroceder a
trompicones.
—Nunca hubiera imaginado que el gran Rey del Caos elegiría una esclava
para sí mismo. —Se detiene justo frente a mí.
Me sobresalto cuando siento un roce a lo largo del pómulo, que a estas
alturas debe de estar brillando.
—Ni siquiera una como tú. —Me pasa un pulgar por el labio inferior—.
Por aquí la gente te llama hechicera. Pero dime, humana, ¿podrías
hechizarme a mí?
En lugar de responder, le aparto la mano con las mías encadenadas. Mi
acción provoca una risa y luego sus manos vuelven a mi cara, me acarician
la piel.
—Deja de tocarme —gruño.
—Uy, mi señora, ¿es que no te has enterado? —Siento su cálido aliento en
la oreja—. Es lo que mejor se me da —susurra.
Dentro de mí, la sirena se inquieta.
« Si quiere una hechicera, démosle una hechicera —susurra—. Que piense
que estamos dispuestas hasta el último segundo. Luego contemplaremos su
cuerpo desde arriba y nos reiremos mientras se quita la vida. Ha sido mala
idea cabrearnos» .
Mi sirena no se da cuenta —o no le importa— de que con este hombre no
funciona el glamour. No si es un fae.
Me quita la venda de los ojos y parpadeo cuando me alcanza la luz. Las
astas del hombre son lo primero en lo que me fijo. Una cornamenta afilada
e imponente que añade otros sesenta centímetros a una estatura ya
considerable. Su sedoso pelo castaño enmarca un rostro bronceado.
Es el hombre de mis sueños.
Las pupilas alargadas de sus ojos dorados se expanden cuando me
observa.
—Eres bastante hermosa —dice—. Entiendo por qué el Señor de los
Secretos te ha tomado como pareja. Pero eres dolorosamente débil —
continúa—. Cuánta vulnerabilidad. Debería haber elegido mejor.
—¿Quién eres? —pregunto con un hilo de voz.
—¡Dónde están mis modales! —Se inclina—. Soy Karnon, Rey de la
Fauna, Amo de los Animales, Señor del Corazón Salvaje y Rey de Zarpas y
Garras.
¿ El Rey de la Fauna? ¿El rey loco?
Mierda santa, la cosa está chunga.
Se endereza y extiende los brazos para señalar la habitación a su
alrededor.
—Bienvenida a mi reino.
Echo un vistazo a la habitación, al dormitorio. Todo está cubierto de
pieles. Los muebles, de madera maciza y marfil, están dispersos por toda la
habitación, cada pieza intrincadamente tallada, aunque ninguno es tan
impresionante como el asombroso cabezal de la cama. Hay una escena de
caza tallada en la madera, adornada con piezas de marfil, nácar, piedras
semipreciosas y trocitos de oro.
Una cama para un rey.
De todas las habitaciones a las que podría haberme llevado para reunirme
con él, esta es la que ha elegido. Tampoco es buena señal.
Aparto la mirada de la enorme cama para mirar a Karnon, quien me está
estudiando con una sonrisita y los ojos entrecerrados.
Sus ojos bailan ante el sonido de mi hipnótica voz. Se inclina hacia mí,
sus cuernos a punto de rozarme.
—Ya he elegido un ataúd para ti. Un ataúd especial para una mujer
especial. Te dejaremos directamente a los pies de tu pareja.
¿Sabe que Des y yo somos pareja?
Karnon engancha un dedo en el cuello bajo de mi vestido.
—Me pregunto si se romperá en pedazos al ver a su amor así, inmóvil
como un cadáver y sosteniendo al bebé de otro hombre. ¿Lo matará? ¿Se lo
quedará? Cuántas posibilidades… —Pasa el dorso de los dedos sobre mi
pecho. Me fijo en que tiene sangre seca en los pliegues de la mano.
Trago saliva al verlo. Hasta ahora, solo se ha comportado de forma un
poco excéntrica, pero no me cabe ninguna duda de que podría estallar en
cualquier momento.
—Nunca he estado con una humana —continúa. Baja la voz—. En el
Reino de la Fauna es tabú acostarse con una esclava. Vosotras, las bestias
terrenales, sois muy sucias. Pero eres bastante agradable a la vista. —Me
recorre con la mirada—. Sí, bastante agradable. Estoy ansioso por ver el
resto de ti.
Jesús.
« Nadie volverá a hacernos daño como antes —promete mi sirena—.
Pagará por esto» .
El Rey de la Fauna inclina la cabeza.
—¿Tal vez deberíamos empezar ya?
Antes de que tenga tiempo de reaccionar, me agarra la mandíbula.
Mirándome a los ojos, se inclina y presiona los labios contra los míos.
No es un beso. No en el auténtico sentido de la palabra. En lugar de eso,
me obliga a abrir la boca y luego exhala.
Una ráfaga de magia me baja a la fuerza por la garganta, sabe a
podredumbre. Lucho contra él incluso cuando las rodillas me empiezan a
ceder.
Me rodea la cintura con el brazo y me sostiene mientras continúa
exhalando dentro de mí.
Intento darle en la entrepierna con la rodilla, pero mi pierna solo sube
unos centímetros antes de que los grilletes que me rodean los tobillos se
tensen con fuerza.
Karnon ni siquiera se da cuenta.
Mis brazos encadenados están atrapados entre nosotros.
Estoy completamente inmovilizada.
En un último esfuerzo, aparto la cabeza de un tirón y luego le doy un
cabezazo al Rey de la Fauna. Él se tambalea hacia atrás mientras se lleva
una mano a la frente.
Sin su agarre para sostenerme, mis piernas ceden.
Karnon curva los labios en lo que podría ser una sonrisa, pero lo único
que veo son varios juegos de colmillos.
—La esclava es peleona.
Me obligo a ponerme de pie, inestable. Me estoy ahogando con la magia
corrupta que ha introducido en mí a la fuerza.
—¿Qué me has hecho? —grazno, con la voz ronca.
Inclina la cabeza y me observa con esos extraños ojos suyos.
—Espero con ganas ver más de esa bonita piel —dice—. ¡Guardias! —
llama, sin apartar la mirada de mí.
Dos soldados fae se precipitan en la habitación, uno tiene plumas por pelo
y el otro, garras.
—Ya hemos acabado aquí —dice Karnon.
De nuevo, me tambaleo sobre mis pies, me siento mareada y desorientada.
Cada momento que paso aquí, me debilito. Me pasa algo muy malo. Todo
se mueve más despacio: mis extremidades, mi mente.
Los soldados vuelven a vendarme los ojos con brusquedad. Me agarran
por la parte superior de los brazos y me arrastran de regreso a mi celda para
lanzarme sin cuidado sobre el catre de la esquina.
Apenas soy consciente de ello. Lo que sea que me ha metido a la fuerza
por la garganta se está deslizando por mi cuerpo, convirtiendo mis venas en
hielo.
No se molestan en quitarme la venda que me cubre los ojos y no tengo la
energía necesaria para hacerlo yo misma.
A la deriva, a la deriva…
Mi mente se nubla hasta que todo lo que me rodea es una negrura sin fin y
sin esperanza.
26
Día quién coño sabe cuál y visita número seis de Karnon, el tío que está
empezando a protagonizar todas mis pesadillas.
Cuando llegamos, los guardias me arrojan al suelo sin contemplaciones
antes de retirarse.
Con un ligero gemido, me aúpo sobre los antebrazos y me llevo una mano
a la venda. Estas últimas veces, los guardias han dejado de atarme las
muñecas y los tobillos. ¿Qué necesidad hay? Estoy demasiado débil para
escapar.
Retiro la tela que me cubre los ojos y parpadeo para adaptarme al brillo de
la habitación. Me quedo inmóvil cuando observo mi entorno.
Lo primero que noto es que no estoy en la habitación de Karnon. Aquí,
hay hojas secas esparcidas por el suelo, y unas enredaderas finas y muertas
cubren la mayoría de las paredes y gran parte del techo. Incluso envuelven
la gran lámpara de araña con astas situada muy por encima de mí. Esta
habitación abandonada parece haber sido dejada a la intemperie.
Una habitación salvaje para un rey salvaje y loco.
Mi mirada aterriza en un estrado elevado al otro lado de la habitación. La
enorme silla colocada en el centro está hecha enteramente de huesos. Y
sentado en ella está Karnon.
Me evalúa desde su trono.
—Pajarillo precioso —dice—, te estás muriendo.
Se pone de pie, y esa simple acción envía un escalofrío por mi espalda.
Esta no será como las otras visitas.
Sus pasos resuenan mientras desciende por las escaleras frente a él, las
hojas crujen bajo sus botas.
Observo bien sus ojos y vuelve a ser mi padrastro. La lujuria medio loca
que parece más propia de un animal que de un hombre. El mal genio que
puede convertirse en ira a la menor provocación.
Se detiene a menos de treinta centímetros de mí. Solo estamos nosotros en
esta habitación; a los guardias, ayudantes u oficiales que suelen estar aquí
no se los ve por ningún lado.
Karnon se arrodilla junto a mí. Intento alejarme, pero las extremidades me
pesan y las muevo con lentitud. Quiero gritar de frustración. Juré hace
mucho tiempo que nunca más volvería a ser una víctima. Pero aquí estoy,
impotente y a merced de la voluntad de un rey loco.
Empieza a acariciarme el pelo.
—Qué pajarillo tan, tan bonito. Es una pena que no puedas volar, atrapada
como estás en esta jaula que constituye tu cuerpo. —Me ahueca la cara con
las manos—. Te estás muriendo porque el animal que hay en ti está siendo
asfixiado.
Claaaro, es por eso.
—Me muero porque me estás envenenando —digo.
Él me devuelve la mirada, distante, y sé que no ha asimilado mis palabras.
Empieza a acariciarme el pelo de nuevo.
—¿Cómo puede sobrevivir una criatura si no tiene branquias para respirar
o alas para volar?
Como no respondo, me mira como si mi silencio le estuviera dando la
razón.
Mueve las manos desde mi pelo hasta mi espalda. Intento alejar sus
manos, pero las mías se mueven muy despacio. No sirve de nada.
—Dulce criatura —dice, acariciándome la espalda—, no te preocupes. —
Se inclina cerca de mi oreja—. Hoy te haré libre.
Me giro para mirarlo y me topo con esas pupilas alargadas suyas. Nos
miramos el uno al otro durante varios segundos mientras sus manos
descansan pesadas en mi espalda. Su cuerpo empieza a temblar y entonces,
de repente, libera toda su magia directamente contra mí.
Esta magia es como un mazazo en la espalda, se me hunde en la piel, en
los huesos, con la fuerza de un tren de carga. La onda expansiva se extiende
a nuestro alrededor, sacudiendo las mismísimas paredes de su salón del
trono.
Luego llega el dolor, más intenso y agudo que cualquier cosa que haya
sentido. Mi sirena se despierta en respuesta.
Abro la boca, pongo los ojos en blanco y grito y grito mientras me
atraviesa una agonía diferente a todo lo que he sentido en el pasado. Siento
como si el cuerpo se me estuviera deshaciendo, como si los huesos se me
rompieran, los músculos se me desgarraran y la piel se me estuviera
despellejando.
La fuerza que me inmoviliza contra el suelo es interminable e insondable.
Estoy indefensa mientras Karnon me agarra por la espalda, un agarre del
que no puedo deshacerme en este momento.
El Rey de la Fauna se ríe hasta quedarse ronco cuando un sonido similar a
un trueno retumba en la distancia.
—Mi precioso pajarillo canta mejor cuando le duele. —Me aprieta la piel
con fuerza—. Sirena —grita—, ¡sal a la superficie!
Otra oleada de poder me da de lleno.
Mis gritos alcanzan un nuevo decibelio, el sonido armoniza consigo
mismo.
Siento como si la columna vertebral y las costillas me estuvieran
crujiendo, como si se estuvieran rompiendo. Ya no estoy hecha de músculos
y huesos. Todo ha sido pulverizado bajo la magia de Karnon.
—¡Sí! —chilla el lunático—. ¡Más!
Mi cuerpo parece ceder cuando otra oleada de energía me inunda. Mi piel
arde y arde. ¡Y mi espalda!
¡Tengo la espalda en llamas! Tiene que ser eso, ahí es donde más me
duele.
Karnon me libera, pero el poder agonizante que ha introducido a la fuerza
en mi interior no disminuye. En todo caso, está empeorando, porque está
cambiando de rumbo; en lugar de enterrarse dentro de mí, ahora está
intentando salir a la fuerza.
Me encorvo, me cuesta respirar, tengo el pelo pegado a la cara.
—¡Más! —grita Karnon.
Me estoy desgarrando de dentro hacia fuera. Mi piel ya no se ajusta a mi
cuerpo. Es demasiado pequeña.
Jadeo una y otra vez, apenas capaz de soportar el dolor que siento.
—¡Más!
Mis gritos se vuelven cada vez más agonizantes mientras su poder se
estrella contra el interior de mi carne.
—¡MÁS!
De repente, mis gritos quedan interrumpidos y la magia estalla.
La piel se me abre a ambos lados de la columna y oigo el ruido de algunos
estallidos y chasquidos húmedos.
Y luego… lo siento. Dos protuberancias húmedas y pegajosas salen de mi
carne desgarrada y se despliegan a mi espalda.
Entonces, por fin, por fin, la magia se aplaca.
Me derrumbo sobre mí misma, tiritando, temblando.
Hay sangre por todas partes.
—¡Sí! ¡Mi precioso pajarillo, eres libre! —exclama Karnon con alegría.
No puedo moverme. No me queda energía. Mientras yazco en el suelo,
echo un vistazo a mis manos. Donde antes había uñas, ahora tengo garras
afiladas y negras. Y mis antebrazos… están cubiertos por unas escamas
delicadas y semitransparentes que brillan como el oro allí donde la sangre
no las tapa.
Lo que veo a duras penas tiene sentido.
Pero entonces vislumbro algo por encima de mi hombro. Algo oscuro,
algo sangriento… Y siento un peso extraño en la espalda…
La sirena me está susurrando, las palabras se enroscan a mi alrededor…
Soy poderosa.
Soy la venganza.
Estoy desatada.
Los pasos de Karnon se acercan.
Agarra esas cosas oscuras y sangrientas de detrás de mí y tira de ellas
hacia arriba y hacia fuera. Siento que los músculos se me estiran mientras
extiendo los brazos.
Pero mis brazos están justo frente a mí…
Vuelvo a vislumbrar esas cosas oscuras. Y entonces lo entiendo.
Alas .
Me han crecido alas .
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Z-Access
https://wikipedia.org/wiki/Z-Library
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