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LAURA THALASSA

Traducción
de Estíbaliz Montero Iniesta
Primera edición: noviembre 2022
© 2016 Rhapsodic by Laura Thalassa
© de la traducción: Estíbaliz Montero Iniesta, 2022
© de la corrección: Patricia Rouco
© diseño de cubierta: Dayna Watson
© imágenes de cubierta: michelaubryphoto/Shutterstock
© de la presente edición: Editorial Siren Books, S.L., 2022
info@sirenbooks.es
https://sirenbooks.es/
ISBN: 978-84-126043-5-1
IBIC: FMR
Impreso en España
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Para mi familia,
porque para vivir hace falta todo un pueblo
PRÓLOGO
Mayo, hace ocho años

Tengo sangre en las manos, sangre entre los dedos de los pies, salpicaduras
de sangre en el pelo. Tengo manchas en el pecho y, para mi espanto, puedo
saborear algunas gotitas en los labios.
Hay demasiada manchando el suelo pulido de la cocina. Nadie puede
sobrevivir a semejante pérdida de sangre, ni siquiera el monstruo que yace a
mis pies.
Me tiembla todo el cuerpo, la adrenalina sigue bombeando por mis venas.
Dejo caer la botella rota, el cristal se hace añicos cuando golpea el suelo y
caigo de rodillas.
La sangre empapa mis vaqueros.
Me quedo mirando a mi torturador. Sus ojos vidriosos están desenfocados
y su piel ha perdido todo el color. Si fuera una persona más valiente, habría
apoyado la oreja en su pecho para asegurarme de que su corazón frío y
ennegrecido se ha detenido. Ni siquiera ahora puedo soportar tocarlo,
aunque ya no puede hacerme daño.
Se ha ido. Por fin se ha ido.
Se me escapa un sollozo estremecedor. Por primera vez en lo que parece
una eternidad, puedo respirar. Sollozo de nuevo. Dios, qué bien sienta. Esta
vez, dejo salir las lágrimas.
Se supone que no debo sentir alivio. Lo sé. Sé que se supone que la gente
debe llorar la pérdida de una vida. Pero soy incapaz. Al menos, no la suya.
Puede que eso me convierta en una mala persona. Lo único que sé es que
esta noche me he enfrentado a mi miedo y he sobrevivido.
Está muerto. No puede hacerme más daño. Está muerto.
Solo tardo unos segundos más en asimilarlo por completo.
Dios mío .
Está muerto .
Empiezan a temblarme las manos. Hay un cadáver y sangre, mucha
sangre. Estoy empapada en ella. Me ha manchado los deberes y oscurece el
rostro de Lincoln en mi libro de Historia.
Un fuerte escalofrío me recorre el cuerpo.
Me miro las manos, sintiéndome como Lady Macbeth. ¡Fuera , maldita
mancha! Corro hacia el fregadero de la cocina, dejando un rastro de huellas
ensangrentadas a mi paso. Dios, necesito limpiarme su sangre ahora mismo.
Me enjuago las manos frenéticamente. Me ha manchado las cutículas y se
me ha incrustado debajo de las uñas. No consigo limpiarla, pero da igual,
porque reparo en que ese líquido rojo me cubre los brazos. Así que los
froto. Pero luego está en mi camisa y alcanzo a ver que se me está
coagulando en el pelo.
Gimoteo cuando me doy cuenta.
No importa. No sale.
Mierda.
Me inclino sobre la encimera de granito y evalúo la mezcla rosada de
sangre y agua que la mancha, y también el suelo y el fregadero.
No puedo huir de esto.
A regañadientes, mis ojos se deslizan hacia el cadáver. Una parte ilógica
de mí espera que mi padrastro se incorpore y me ataque. Cuando no lo hace,
empiezo a pensar de nuevo.
¿Qué hago ahora? ¿Llama r a la policía? El sistema judicial protege a los
niños. No me pasará nada, solo me llamarán para interrogarme.
Pero ¿ me protegerán? No es como si hubiera matado a cualquier persona.
He matado a uno de los hombres vivos más ricos e intocables. No importa
que haya sido en defensa propia. Incluso en la muerte, los hombres como él
se salen con la suya en los casos más impensables todo el tiempo.
Y tendría que hablar de ello… de todo.
Me invaden las náuseas.
Pero no tengo otra opción, tengo que entregarme, a menos que…
El monstruo que se desangra en la cocina conocía a un tipo que conocía a
otro tipo: alguien que podría arreglar una situación complicada. Solo tengo
que vender un pedacito de mi alma para hablar con él.
Sin policías, sin preguntas, sin servicios sociales ni cárcel.
¿Sabes qué? Puede quedarse lo que quede de mi alma. Lo único que
quiero es dejar esto atrás.
Me apresuro hacia el cajón de los cachivaches, me cuesta abrirlo por
culpa de mis manos temblorosas. Cuando lo consigo, no tardo mucho en
coger la tarjeta de presentación y leer la peculiar información de contacto.
Hay una única frase escrita en ella; lo único que tengo que hacer es recitarla
en voz alta.
El miedo me invade. Si hago esto, no habrá vuelta atrás.
Recorro la cocina con la mirada.
Ya es demasiado tarde para echarse atrás .
Aprieto la tarjeta en la mano. Respiro hondo y sigo las indicaciones de la
tarjeta de presentación.
—Negociador, me gustaría hacer un trato.
1
Presente

Una carpeta cae en el escritorio frente a mí.


—Tienes correo, zorra.
Bajo la taza de café humeante de mi boca y desvío la mirada del portátil.
Temperance « Temper» Darling —juro por Dios que se llama así—, mi
socia comercial y mejor amiga, está de pie al otro lado de mi escritorio, con
una sonrisa coqueta.
Se deja caer en el asiento que hay frente a mí.
Bajo los tobillos del escritorio y estiro el brazo para acercarme el archivo.
Ella señala la carpeta con la cabeza.
—Es dinero fácil, nena.
Siempre es dinero fácil y lo sabe.
Sus ojos recorren mi despacho del tamaño de un armario, idéntico al de
ella.
—¿Cuánto ofrec e el cliente? —pregunto mientras apoyo los pies en el
borde del escritorio una vez más.
—Veinte de los grandes por un único encuentro con el objetivo, y ella ya
sabe cuándo y dónde debes interceptarlo.
Silbo. Pues sí que es dinero fácil.
—¿Hora de l encuentro con el objetivo? —pregunto.
—Hoy, a las ocho de la noche, en Flamencos. Es un restaurante elegante,
para tu información, así que… —Su mirada aterriza en mis botas
desgastadas—. No puedes llevar eso.
Pongo los ojos en blanco.
—Ah, y estará allí con unos amigos.
Y yo que estaba deseando llegar a casa relativamente temprano.
—¿Sabes lo que quiere la clienta? —pregunto.
—La clienta cree que su tío, nuestro objetivo, está abusando de la tutela
de su madre, su abuela. Han llevado el caso a los tribunales; pero quiere
ahorrarse algunas facturas legales y obtener una confesión directamente de
la fuente.
Una euforia familiar hace que mi piel empiece a brillar. Es una
oportunidad de ayudar a una anciana y castigar al peor tipo de criminal: el
que se aprovecha de su propia familia.
Temper se fija en el brillo de mi piel, embelesada. Se acerca antes de
recordarse a sí misma que no debe hacerlo. Ni siquiera ella es inmune a mi
glamour.
Sacude la cabeza.
—Chica, eres una hija de puta retorcida.
Esa es la verdad de Dios.
—Mira quién fue a hablar.
Resopla.
—Puedes llamarme la Bruja Mala del Oeste.
Pero Temper no es una bruja. Es algo mucho más poderoso.
Comprueba su móvil.
—Mierda —suelta—. Me encantaría quedarme y charlar, pero mi
delincuente estará en Luca’s Deli en menos de una hora y con el tráfico de
Los Ángeles a la hora de comer… La verdad es que no quiero verme
obligada a separar la 405 como si fuera el Mar Rojo. Ese tipo de cosas
levantan sospechas. —Se pone de pie y guarda el teléfono en el bolsillo—.
¿Cuándo vuelve Eli?
Eli, el cazarrecompensas que a veces trabaja para nosotras y otras veces
para la Politia, el cuerpo policial sobrenatural. Eli, quien también es mi
novio.
—Lo siento, Temper, pero estará fuera otra semana. —Me relajo un poco
mientras pronuncio las palabras.
Eso está mal, ¿verdad? ¿Disfrutar del hecho de que tu novio se haya ido y
tú tengas tiempo a solas?
Lo más probable es que también esté mal encontrar sofocante su afecto.
Tengo miedo de lo que significa, en especial porque, para empezar, no
deberíamos estar saliendo.
La primera regla del negocio es no liarse con colegas. Hace seis meses,
una noche que nos fuimos de copas después del trabajo, rompí esa regla
como si nunca hubiera existido. Y la rompí una y otra y otra vez hasta que
me encontré en una relación que ni siquiera estaba segura de querer.
—Uf —dice Temper, su pelo afro rebota un poco mientras inclina la
cabeza hacia atrás y alza los ojos al cielo—. A los malos siempre les
encanta armar revuelo cuando Eli no está. —Se dirige a mi puerta y, con
una mirada de despedida, sale de mi despacho.
Me quedo mirando la carpeta un momento antes de abrirla.
El caso no es nada especial. No hay nada particularmente cruel o difícil al
respecto. Nada que me haga sacar la botella de Johnnie Walker que guardo
en uno de los cajones de mi escritorio. Me doy cuenta de que quiero hacerlo
de todos modos, que mi mano anhela sacar la botella.
Hay demasiada gente despreciable en este mundo.
Desplazo los ojos rápidamente hacia las cuentas de ónix que llevo
enrolladas alrededor del brazo izquierdo mientras tamborileo con los dedos
sobre la mesa. Las perlas parecen tragarse la luz en lugar de refractarla.
Demasiadas malas personas y demasiados recuerdos dignos de olvidar.

El elegante restaurante al que entro a las ocho de la noche apuesta por una
iluminación tenue, las velas parpadean débilmente en todas las mesas para
dos personas. Está claro que Flamencos es un lugar al que la gente rica
viene para enamorarse.
Sigo al camarero, mis tacones impactan con suavidad contra el suelo de
madera mientras me lleva a un comedor privado.
Veinte de los grandes. Es un montón de pasta. Pero no lo estoy haciendo
por el dinero. La verdad es que las adicciones no me son para nada
desconocidas, y esta es una de mis favoritas.
El camarero abre la puerta de la sala privada y entro.
En el interior, un grupo charla amistosamente alrededor de una gran mesa.
Bajan un poco el tono en cuanto la puerta se cierra a mi espalda.
No hago ningún intento de acercarme.
Poso los ojos en Micky Fugue, un hombre calvo de cuarenta y tantos
años. Mi objetivo.
La piel me empieza a brillar cuando dejo que la sirena de mi interior salga
a la superficie.
—Todo el mundo fuera. —Mi voz suena melodiosa, sobrenatural.
Convincente.
Casi a la vez, los comensales se ponen de pie, con los ojos vidriosos.
Este es mi precioso y terrible poder. El poder de una sirena. Obligar a los
dispuestos y a los no dispuestos a hacer y creer lo que yo desee.
El glamour. Es ilegal. Aunque eso me importa una mierda.
—La cena ha estado genial —les digo mientras pasan a mi lado—. A
todos os encantaría repetirla en algún momento en el futuro. Ah, y yo nunca
he estado aquí.
Cuando Micky pasa junto a mí, lo agarro por la parte superior del brazo.
—Tú , no.
Se detiene, atrapado en la telaraña de mi voz, mientras el resto de los
comensales se van. Sus ojos vidriosos parpadean un momento y, en ese
instante, veo su confusión mientras su conciencia lucha contra mi extraña
magia. A continuación, desaparece.
—Vamos a sentarnos. —Lo conduzco de nuevo hasta su asiento y me
deslizo en el que está a su lado—. Podrás irte cuando hayamos terminado.
Todavía estoy brillando, mi poder aumenta con cada segundo que pasa.
Las manos me tiemblan un poco mientras lucho contra mis otros impulsos:
sexo y violencia. Se me podría considerar una Jekyll y Hyde moderna. La
mayor parte del tiempo soy simplemente Callie, investigadora privada. Pero
cuando necesito usar mi poder, otro lado de mí sale a la superficie. La
sirena es el monstruo que albergo dentro; ella quiere tomar y tomar y tomar.
Causar estragos, darse un festín con el miedo y la lujuria de sus víctimas.
Solo admitiría esto en voz alta bajo coacción, pero controlarla es difícil.
Cojo un pedazo de pan de una de las cestitas que hay en el centro de la
mesa y deslizo hacia mí un platillo que uno de los invitados no ha tocado.
Después de verter aceite de oliva y vinagre balsámico en el plato, sumerjo
el pan y le doy un mordisco.
Observo al hombre sentado junto a mí. El traje a medida que lleva oculta
su barrigón. En la muñeca lleva un Rolex. El expediente decía que es
contable. Sé que ganan bastante dinero, especialmente aquí, en Los
Ángeles, pero no tanto.
—¿Por qué no vamos directo s al grano? —pregunto. Mientras hablo,
configuro mi teléfono para que la cámara grabe nuestra conversación. Por si
acaso, saco una grabadora de mano y la enciendo—. Voy a grabar esta
conversación. Por favor, diga que sí en voz alta y dé su consentimiento para
esta entrevista.
Micky frunce el ceño mientras lucha contra el glamour de mi voz. No
sirve de nada.
—Sí —dice por fin entre dientes.
Este tipo no es tonto; puede que no entienda lo que le está pasando, pero
sabe que está a punto de ser engañado. Sabe que ya se la están jugando.
En cuanto accede, empiezo.
—¿Has estado malversando el dinero de tu madre? —Su madre senil y
que padece una enfermedad terminal. Lo cierto es que no debería haber
leído el archivo. Se supone que no debo involucrarme emocionalmente en
los casos y, sin embargo, cuando se trata de niños y ancianos, parece que
siempre me enfado.
Esta noche no es una excepción.
Le doy un mordisco al pan, sin dejar de mirarlo.
Él a bre la boca…
—Desde este momento hasta el final de nuestra entrevista, dirás la verdad
—ordeno, las palabras resbalan por mi lengua.
Se detiene y lo que sea que esté a punto de decir muere en sus labios.
Espero a que continúe, pero no lo hace. Ahora que no puede mentir, es solo
cuestión de tiempo que se vea obligado a admitir la verdad.
Micky lucha contra mi glamour, aunque es inútil. Está empezando a sudar,
a pesar de su plácida expresión.
Sigo comiendo como si todo marchara perfectamente.
Sus mejillas se tiñen de color. Al final, contesta, casi atragantándose con
las palabras.
—Sí. ¿Cómo coño has…?
—Silencio. —Deja de hablar de inmediato.
Menudo capullo. Robarle dinero a su madre moribunda. Una dulce
ancianita cuyo mayor error fue dar a luz a este fracasado.
—¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?
Parpadea, su mirada está llena de ira.
—Dos años —contesta contra su voluntad. Me fulmina con la mirada.
Me tomo mi tiempo para comerme lo que queda del pan.
—¿Por qué lo has hecho? —pregunto por fin.
—Ella no lo estaba usando y yo lo necesitaba. Lo voy a devolver —dice.
—¿ De verdad? —Enarco las cejas—. ¿Y cuánto has… tomado prestado ?
—pregunto.
Pasamos varios segundos de silencio. Las mejillas rubicundas de Micky
se vuelven cada vez más rosadas.
—No lo sé —acaba contestando.
Me inclino para acercarme más a él.
—Dame una estimación.
—Puede que doscientos veinte mil.
Solo con escuchar esa cifra, me atraviesa una oleada de ira.
—¿Y cuándo ibas a devolverle el dinero a tu madre? —pregunto.
—A-ahora —tartamudea.
Y yo soy la reina de Saba.
—¿Cuánto dinero tiene s disponible en tus cuentas en este momento? —
pregunto.
Alcanza su vaso de agua y bebe un trago largo antes de responder.
—Me gusta invertir.
—¿Cuánto?
—Algo más de doce mil.
Doce mil dólares. Ha vaciado las arcas de su madre y aquí está, viviendo
como un rey. Pero tras esta fachada, solo tiene doce mil dólares a mano. Y
apuesto a que ese dinero también lo liquidará pronto. Esta clase de hombres
son unos manirrotos; el dinero se les escapa entre los dedos.
Le dedico una mirada decepcionada.
—Esa no es la respuesta correcta. Veamos —digo mientras la sirena me
insta a ser cruel—, ¿dónde está el dinero?
Retuerce el labio superior, sobre el que hay una película de sudor, antes de
responder.
—Ya no está.
Me estiro y apago la cámara y la grabadora. Mi cliente ha obtenido la
confesión que quería. Por desgracia para Micky, yo todavía no he terminado
con él.
—Sí —digo—, sí que está. —Las pocas personas que me conocen lo
suficientemente bien reconocerían que mi tono ha cambiado.
Frunce el ceño de nuevo mientras la confusión asoma en su cara.
Le toco la solapa.
—Este traje es bonito, muy bonito. Y tu reloj… Los Rolex no son baratos,
¿verdad?
El glamour le hace negar con la cabeza.
—No —coincido—. Mira, con los hombres como tú, el dinero no
desaparece sin más. Acaba en… ¿cómo lo has descrito? —Miro a mi
alrededor en busca de la palabra antes de chasquear los dedos—.
Inversiones . Se mueve un poco, pero no desaparece. —Me inclino para
acercarme más—. Vamos a moverlo un poco más.
Abre los ojos como platos. Ahora veo a Micky, no el títere controlado por
mi magia, sino al Micky que era antes de que yo entrara en esta habitación.
Alguien astuto, alguien débil. Es plenamente consciente de lo que está
sucediendo.
—¿Q-quién eres? —Oh, el miedo en sus ojos. La sirena no puede
resistirse a eso. Me acerco y le acaricio la mejilla—. Yo-yo voy a…
—Vas a sentarte y a escuchar, Micky —le digo—, y eso es lo único que
vas a hacer porque, en este momento, estás… indefenso .
2
Mayo, hace ocho años

En mi cocina, el aire ondula, como si estuviera viendo un espejismo, y de


repente, él está aquí, llenando la habitación como si fuera suya.
El Negociador.
Joder, ha funcionado.
Lo único que alcanzo a ver de él es su buen metro ochenta y una gran
cantidad de pelo rubio platino atado con una tira de cuero. El Negociador
está de espaldas a mí.
Un silbido rompe el silencio.
—Un hombre muerto —dice, contemplando mi obra. Sus pesadas botas
emiten un tintineo cuando se acerca al cadáver.
Viste de negro de la cabeza a los pies, la camisa le queda ceñida sobre los
anchos hombros. Poso la mirada en su brazo izquierdo, que está cubierto de
tatuajes.
Callie, ¿dónde te has metido?
El Negociador le da un empujoncito al cadáver con la punta de la bota.
—Mmm, rectifico. Medio muerto.
Eso me saca de mi trance.
—¿Qué? —No puede estar vivo. El miedo que corre por mis venas
respira, está vivo.
—Es probable que te cueste más de lo que estás dispuesta a ofrecer, pero
aún puedo revivirlo.
¿Revivirlo? ¿Qué se ha fumado este tío?
—No lo quiero vivo —digo.
El Negociador se gira y, por primera vez, puedo echarle un buen vistazo.
Me quedo mirándolo como una tonta. Me había imaginado a un tipo
repugnante, pero por muy malvado que sea el hombre que tengo delante, no
es repugnante.
Ni siquiera un poco.
El Negociador es atractivo de una forma en la que solo unos pocos
hombres lo son. No es robusto, a pesar de la mandíbula fuerte y el brillo
duro de sus ojos. Su rostro presenta cierta simetría, una exuberancia en cada
uno de sus rasgos que a menudo se ve más en las mujeres que en los
hombres: pómulos altos y prominentes, labios traviesos y curvos, ojos
plateados y relucientes. No es que tenga un aspecto femenino. Eso es
imposible con ese cuerpo ancho y musculoso y el atuendo tan
impresionante que lleva.
Es simplemente un hombre atractivo.
Un hombre realmente atractivo.
Me evalúa.
—No.
Lo miro con curiosidad.
—¿No qué?
—No hago negocios con menores de edad.
El aire brilla y, Dios mío, se está yendo.
—¡Espera, espera! —Me estiro y lo agarro por el antebrazo. Ahora no
solo es el aire lo que brilla. Es mi piel, emite un suave resplandor. Ha estado
haciéndolo mucho últimamente.
Se detiene para mirarme el brazo. Algo pasa por esos ojos suyos, algo más
salvaje que la conmoción, algo más indómito que la emoción. La habitación
parece oscurecerse a su alrededor y, a su espalda, podría jurar que veo algo
grande y sinuoso.
Tan pronto como llega, se va.
Entrecierra los ojos.
—¿Qué eres?
Dejo caer la mano.
—Por favor —suplico—. De verdad necesito hacer un trato.
Suspira, suena muy disgustado.
—Escucha, no hago tratos con menores. Ve a la policía. —A pesar de su
tono, todavía me está mirando la mano, ahora con una expresión distante y
preocupada.
—No puedo. —Si él supiera—. Por favor, ayúdame.
Desplaza la mirada de mi mano a mi cara.
El Negociador rechina los dientes y frunce el ceño como si oliera algo
podrido. Me mira en toda mi maldita y despeinada gloria. Más rechinar de
dientes.
Sus ojos recorren la estancia y se detienen en mi padrastro. ¿Qué ve?
¿Puede deducir que ha sido un accidente?
Empiezan a castañetearme los dientes. Me rodeo el pecho con los brazos
con fuerza.
A su pesar, sus ojos vuelven a mí, su mirada se suaviza un breve instante
antes de endurecerse de nuevo.
—¿Quién es?
Trago saliva.
—Quién. Es —repite el Negociador.
—Mi padrastro —grazno.
Me mira fijamente, una mirada imposible de esquivar.
—¿Se lo merecía?
Suelto un suspiro tembloroso, se me escapa una lágrima a pesar de que
intento retenerla. Sin palabras, asiento.
El Negociador me escudriña durante mucho rato, su mirada se desplaza
hacia la lágrima que me cae por la mejilla.
Hace una mueca y aparta la mirada. Se frota la boca con la mano y se
aleja dos pasos antes de girarse hacia mí.
—De acuerdo —dice con voz áspera—. Te ayudaré —más rechinar de
dientes y otra mirada penetrante que se detiene en la lágrima de mi mejilla
— sin cobrarte . —Prácticamente se atraganta con las palabras—. Solo esta
vez. Considéralo mi gesto desinteresado del siglo.
Abro la boca para darle las gracias, pero él levanta la mano y cierra los
ojos con fuerza.
—No lo hagas.
Cuando abre los ojos, los pasea por la habitación. Siento el pálpito mágico
que emana de él.
Conozco este lado de nuestro mundo, el lado sobrenatural. Mi padrastro
construyó su imperio gracias a su habilidad mágica. Sin embargo, nunca he
visto este tipo de magia en acción, magia que puede hacer que ocurran
cosas de forma inexplicable. Jadeo cuando la sangre desaparece del suelo, y
luego, de la encimera, y a continuación, de mi ropa, pelo y manos.
La botella rota es la siguiente. Un instante está ahí y al siguiente, se
desvanece. Cualquiera que sea el hechizo que está usando, me hace
cosquillas en la piel cuando pasa por la habitación.
Una vez que ha terminado con la escena del crimen, el Negociador se
dirige hacia el cadáver.
Se detiene cuando llega a él y mira con curiosidad al hombre muerto. A
continuación, se queda inmóvil.
—¿Es quien creo que es?
Es probable que este no sea un buen momento para contarle al Negociador
que me he cargado a Hugh Anders, el analista bursátil más poderoso que
existe y el hombre que, por el precio correcto, podía decirte casi cualquier
cosa que quisieras saber sobre el futuro: cuá ndo iba a tener lugar un
trapicheo con drogas, si la amenaza contra tu vida era inofensiva o real, si te
iban a encarcelar por la muerte de un enemigo… Si no era el mejor vidente
del mundo, al menos era uno de los más ricos. No es que eso lo salvara de
la muerte.
Menuda ironía.
El Negociador suelta una sarta de maldiciones.
—Putas sirenas de mierda —murmura—. Tu mala suerte se me está
contagiando.
Me estremezco, bien familiarizada con la predisposición de las sirenas a la
desgracia. Es lo que provocó que mi madre tuviera un embarazo no deseado
y una muerte prematura.
—¿Tienes algún pariente? —pregunta.
Me muerdo el labio inferior y niego, abrazándome más fuerte. Estoy yo
sola en el mundo.
Él vuelve a soltar un juramento.
—¿Cuántos años tienes?
—Cumpliré dieciséis en dos semanas.
El cumpleaños que llevaba años esperando. En la comunidad
sobrenatural, dieciséis es la edad en la que uno pasa a ser adulto legalmente.
Pero ahora, ese mismo hecho podría usarse en mi contra. Una vez que
alcanzabas ese número mágico, podías ser juzgado como adulto.
Estaba a dos semanas de la libertad —dos semanas — y ha pasado esto.
—Por fin —suspira—, una buena noticia. Haz las maletas. Mañana te
mudas a la Isla de Man.
Parpadeo, mi mente tarda un momento en arrancar.
—¿Qué? Espera, ¿mañana? —¿Voy a mudarme? ¿Y tan pronto? La
cabeza me da vueltas al considerar la idea.
—Las clases de verano de la Academia Peel empiezan en un par de
semanas —dice.
Ubicada en la Isla de Man, una isla que queda justo entre Irlanda y Gran
Bretaña, la Academia Peel es el internado sobrenatural de más renombre.
Llevo muchísimo tiempo soñando con ir. Y ahora voy a hacerlo.
—Asistirás a clase allí y no le vas a contar a nadie que has matado a Hugh
Anders.
Me estremezco al oír eso.
—A menos que —agrega— prefieras que te deje aquí con este lío.
Dios.
—¡No, por favor, quédate!
Otro suspiro sufrido.
—Yo me ocuparé del cadáver y de las autoridades. Si alguien pregunta, ha
muerto de un infarto.
El Negociador me mira con curiosidad antes de recordar que está molesto
conmigo. Chasquea los dedos y el cuerpo levita. Tardo varios segundos en
procesar el hecho de que hay un cadáver flotando en mi cocina.
El Negociador parece imperturbable.
—Hay algo que debes saber.
—¿Mmm? —Mi mirada está fija en el cuerpo flotante. Es espeluznante.
—Mírame —espeta el Negociador.
Centro la atención en él.
—Existe la posibilidad de que mi magia desaparezca con el tiempo. Puede
que sea poderoso, pero esa pequeña y bonita maldición que todas las sirenas
tenéis pendiendo sobre la cabeza podría anular incluso mi magia. —De
alguna forma, se las arregla para parecer arrogante incluso cuando me dice
que sus poderes podrían no ser suficiente.
—¿Qué pasará si se da el caso? —pregunto.
El Negociador sonríe. Grandísimo gilipollas. Lo tengo totalmente calado.
—Entonces será mejor que empieces a utilizar tus artimañas femeninas,
querubín —contesta mientras arrastra la mirada sobre mí—. Las
necesitarás.
Con esa frase como despedida, el Negociador desaparece, junto con el
hombre al que he matado.
Presente

Poder.
Ese es el foco de mi adicción. Poder. Una vez me vi aplastada bajo su
peso, y a punto estuvo de tragarme por completo.
Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora yo soy la fuerza formidable.
El comedor privado del restaurante brilla con suavidad a la luz de las
velas. Me inclino más cerca de Micky.
—Esto es lo que va a pasar: vas a devolverle a tu madre ese dinero que
has malversado.
Sus ojos previamente vacíos me enfocan. Si las miradas mataran…
—Que. Te. Jodan.
Sonrío, y sé que parezco una depredadora.
—Escucha con atención, porque esta es la única advertencia que voy a
hacerte: sé que no tienes ni idea de lo que soy, pero te aseguro que puedo
arruinarte la vida y soy lo bastante idiota como para planteármelo. Así que,
a menos que quieras perder todo lo que te importa, vas a ser respetuoso.
Los mortales comunes saben que existen los seres sobrenaturales, pero
tendemos a mantenernos separados de los que no tienen dones mágicos por
la simple razón de que mierdas tan divertidas como la caza de brujas
tienden a surgir cuando los mortales se sienten demasiado intimidados por
nosotros.
Alcanzo mi bolso.
—Como no puedes ser un buen hijo por tu cuenta, voy a ayudarte —digo
con amabilidad. Saco del bolso un bolígrafo y un par de documentos que
me ha dado mi clienta.
Aparto el plato de Micky de en medio y lo coloco todo frente a él.
Uno de los documentos es una confesión escrita de culpabilidad y el otro
es un pagaré, ambos redactados por el abogado de mi clienta.
—Vas a devolver hasta el último centavo que has robado, con un diez por
ciento de interés.
Micky hace un pequeño ruido.
—¿Acabo de oír un quince por ciento?
Sacude la cabeza con furia.
—Eso me parecía. Voy a darte diez minutos para hojear el documento y
luego lo firmarás.
Paso esos diez minutos probando el vino y la comida que los invitados de
Micky han dejado atrás, y pongo los pies en alto porque, uf, tacones de
aguja.
Cuando se acaba el tiempo, recojo los documentos de Micky. Mientras los
hojeo, observo al hombre en sí. Ahora, su rostro está cubierto por una
película de sudor poco saludable y apuesto a que, si se quitara el esmoquin,
vería unos círculos enormes debajo de sus axilas.
Termino de hojear los documentos. Cuando acabo, los deslizo de nuevo
en mi bolso.
—Ya casi hemos terminado.
—¿Ca-si? —pronuncia la palabra como si nunca hubiera oído hablar de
ella.
—No habrás creído que te dejaría ir solo con unas pocas firmas, ¿verdad?
—Niego, y ahora mi piel ilumina la habitación más que la poca luz que hay.
La sirena que hay en mí adora esto: jugar con su víctima—. Ay, Micky, no,
no, no. —Y aquí es donde dejo de jugar con Micky y voy a matar. Me
inclino hacia delante, impregnando mi voz de tanto poder como soy capaz
—. Vas a corregir tus errores. Nunca más volverás a hacer esto y pasarás el
resto de tu vida trabajando para ser mejor persona y ganarte el perdón de tu
madre.
Él asiente.
Agarro mi bolso.
—Sé un buen hijo. Si oigo que no lo has sido, si escucho algo malo sobre
ti, me volverás a ver, y no quieres eso.
Sacude la cabeza, con expresión vacía.
Me pongo de pie. Mi trabajo aquí está hecho.

Lo único que se necesita es una orden.


« Olvida que existo» . Puf, tu memoria borra mi existencia.
« Aparta la mirada» . Tus ojos se mueven en todas direcciones menos en
la mía.
« Cuéntame tu secreto más oscuro» . Tu boca y tu mente te traicionan.
« Dame tu fortuna» . Limpiarás la cuenta bancaria en un instante.
« Ahógate» .
« Ahógate. Ahógate. Ahógate» .
Mueres.
Esa era la favorita de alguien cuando el mundo era joven, cuando las
sirenas tenían la reputación de persuadir a los marineros para que se
mataran.
« Ahógate» .
A veces, cuando me quedo a solas con mis propios pensamientos —lo
cual es bastante frecuente—, me hago preguntas sobre esas mujeres, las que
pasaban el rato en las rocas llamando a los marineros y atrayéndolos a la
muerte. ¿De verdad sucedió así? ¿Querían que murieran? ¿Por qué se
aprovechaban de esos hombres en particular? Los mitos nunca lo dicen.
Me pregunto si alguna de ellas era como yo. Si su belleza las convirtió en
víctimas mucho antes de proporcionarles poder. Si algún marinero en
alguna parte abusó de esas mujeres antes de que tuvieran voz. Si se
enfadaron y se cansaron, como yo, y usaron su poder para castigar a los
culpables como venganza.
Me pregunto cuánto tiene la historia de verdad y cuántas de sus víctimas
eran inocentes.
Yo cazo hombres malos. Esta es mi venganza. Mi adicción.
Subo las escaleras de mi casa en plena playa de Malibú, con los pies
doloridos por todas las horas que llevo con estos tacones. La pintura gris
pizarra de mi casa se despega de los listones de madera. Un moho verde
brillante crece a lo largo del tejado. Esta es mi casa, perfectamente
imperfecta.
Entro. Aquí el aire huele a océano.
Mi casa es sencilla. Tiene tres dormitorios, las encimeras de azulejos están
astilladas y, si caminas descalza, te encontrarás arena entre los dedos de los
pies. La sala de estar y el dormitorio dan al océano, y toda la pared trasera
de ambas habitaciones está constituida por unas gigantescas puertas
corredizas de cristal que pueden abrirse por completo hacia el patio trasero.
Más allá de mi pequeño patio, el mundo desaparece. Una escalera de
madera serpentea por el acantilado costero en el que se alza mi casa y, al
fondo, el gélido océano Pacífico besa la costa arenosa de California, y tus
pies, si se lo permites.
Este lugar es mi santuario. Lo supe en el mismo momento en que el
agente inmobiliario me lo enseñó hace dos años.
Camino por mi casa a oscuras, sin molestarme en encender las luces
mientras me quito la ropa prenda por prenda. Las dejo donde caen. Mañana
las recogeré, pero esta noche tengo una cita con el mar y luego, con mi
cama.
A través de las ventanas de mi sala de estar, la luna brilla con intensidad y
mi corazón rebosa un anhelo infinito.
En secreto, me alegro de que Eli tenga que mantenerse alejado de mí hasta
que pase la luna llena. Como licántropo, debe mantenerse alejado de mí
durante los Siete Sagrados, la semana alrededor de la noche de luna llena,
cuando no puede controlar su transformación en hombre a lobo.
Tengo mis propias razones para querer estar sola en este momento,
razones que no tienen nada que ver con Eli, pero sí con mi pasado.
Me quito los vaqueros cuando entro en mi habitación para coger el
bañador. Justo cuando alargo la mano para desabrocharme el sujetador, una
sombra más oscura que el resto se mueve.
Ahogo el chillido que burbujea en mi garganta. Palpo la pared que tengo
al lado con la mano hasta que encuentro el interruptor y enciendo las luces
del dormitorio.
Frente a mí, recostado en mi cama, está el Negociador.
3
Octubre, hace ocho años

« Hola, soy el inspector Garrett Wade, de la Politia. Me gustaría hacerle


algunas preguntas sobre la muerte de su padre…».
Las manos empiezan a temblarme mientras escucho el mensaje. ¿La
Politia lo está investigando? Son como la versión sobrenatural del fbi . Solo
que más aterradores.
Se suponía que no habría preguntas. Se suponía que las autoridades se
mantendrían alejadas. El Negociador se aseguró de eso.
Esa pequeña y bonita maldición que todas las sirenas tenéis pendiendo
sobre la cabeza podría anular incluso mi magia.
Me siento con pesadez en mi cama y me froto las sienes, con el teléfono
aún en la mano. La lluvia golpea la ventana de mi dormitorio, oscureciendo
mis vistas del castillo Peel, el castillo reconvertido en academia donde se
imparten todas mis clases.
Solo han pasado cinco meses desde esa fatídica noche. Cinco meses. Muy
poco tiempo para disfrutar de mi libertad, pero demasiado para parecer
inocente ante las autoridades.
Perdí mi oportunidad en el momento en que acepté la oferta del
Negociador.
La Academia Peel y la vida que he construido aquí podrían serme
arrebatadas. Todo en un instante.
Respiro hondo.
Tal como yo lo veo, tengo tres opciones: puedo huir y renunciar a la vida
que he construido para mí; puedo volver a llamar al agente, ir al
interrogatorio y esperar lo mejor, o puedo contactar con el Negociador y
hacer que arregle esto. Solo que esta vez estaría en deuda con él.
Es una elección fácil.
Me levanto de la cama y me dirijo a mi armario. Saco una caja de zapatos
del estante superior y la abro. La tarjeta de visita negra del Negociador yace
escondida debajo de otros cachivaches, las letras de bronce están algo
descoloridas en comparación con la primera vez que la sostuve en las
manos.
La saco de la caja y le doy vueltas una y otra vez en la mano. Verla trae de
vuelta a mi memoria esa noche, con todos sus sangrientos detalles.
No puedo creer que solo hayan pasado cinco meses.
Ahora, mi vida es muy diferente; he trabajado duro para enterrar mi
pasado.
Donde antes era débil, ahora soy poderosa. Una sirena que puede doblegar
la voluntad de una persona, que incluso puede romperla si así lo desea. Ese
conocimiento es una especie de coraza que me pongo cada mañana al
despertar. Solo me la quito a altas horas de la noche, cuando mis recuerdos
me superan.
Paso el pulgar por encima de la tarjeta.
No necesito hacer esto. Me prometí a mí misma que no volvería a
contactar con él. Me salí con la mía la última vez que lo conocí. No tendré
la misma suerte dos veces.
Pero esta es la mejor de tres malas opciones.
Así que, por segunda vez en mi vida, llamo al Negociador.

Presente

Me quedo inmóvil en el umbral de la puerta.


El Negociador está reclinado contra mi cabecera. Parece un depredador.
Un poder elegante y enjaulado, ojos peligrosos. También parece demasiado
cómodo en mi cama.
Siete años. Han pasado siete largos años desde que salió de mi vida. Y
ahora está aquí, recostado en mi cama como si no hubiera casi una década
interponiéndose entre nosotros. Y no tengo ni puta idea de cómo se supone
que debo reaccionar.
Sus ojos se desplazan sobre mí, perezosos.
—Tu lencería ha mejorado desde la última vez que te vi.
Jesús, hablando de que te pillen en bragas.
Ignoro la forma en que sus palabras me atraviesan. La última vez que me
vio era una adolescente enamorada y él no quería tener nada que ver
conmigo.
—Hola, Desmond Flynn —digo, invocando su nombre completo.
Estoy bastante segura de que soy una de las pocas personas que lo
conocen, y esa información lo hace vulnerable. Y ahora mismo, cuando
solo llevo puesta la ropa interior y me enfrento al hecho de que el
Negociador está en mi habitación, lo necesito vulnerable.
Él me dedica una sonrisa lenta y ardiente que hace que se me tense el
estómago mientras me constriñe el corazón.
—No me había dado cuenta de que esta noche querías revelar secretos,
Callypso Lillis —dice.
Los ojos del Negociador devoran mi piel expuesta y me siento de nuevo
como aquella adolescente torpe. Tomo una bocanada de aire. Ya no soy esa
chica, incluso aunque el hombre que hay frente a mí tenga exactamente el
mismo aspecto que cuando yo era joven.
La misma ropa negra, la misma silueta imponente, la misma cara
deslumbrante.
Cruzo la habitación y agarro mi bata de algodón de donde cuelga en la
parte trasera de la puerta del baño. Puedo sentir sus ojos sobre mí en todo
momento. Me alejo de él para ponérmela.
Siete años.
— ¿Qué quieres, Des? —pregunto, ajustándomela en la cintura.
Finjo que esto es normal, que el hecho de que esté en mi casa es normal,
cuando no lo es. Dios, no lo es en absoluto.
— Exigente como siempre, ya veo.
Suelto un chillido cuando su aliento me hace cosquillas en la oreja. Me
giro para enfrentarme a él.
El Negociador no está ni a medio metro de distancia, tan cerca que puedo
sentir el calor de su cuerpo. No lo he oído levantarse de la cama y cruzar la
habitación. No es que deba sorprenderme. La magia que usa es sutil; la
mayoría de las veces, si no la estás buscando, no lo notas.
—Un extraño defecto de carácter —continúa, con los ojos entrecerrados
—, considerando cuánto me debes. —Su voz es ronca y baja.
Así de cerca puedo ver cada elemento de su rostro. Pómulos altos, nariz
aristocrática, labios sensuales, mandíbula cincelada. Cabello tan pálido que
parece blanco. Sigue siendo demasiado atractivo para ser un hombre. Es tan
guapo que parece que no puedo apartar la mirada cuando sé que debería
hacerlo.
Sus ojos son lo que siempre me ha cautivado más. Son de diferentes tonos
de plateado, más oscuros en los bordes, donde los rodea una gruesa banda
de gris carbón, y más claros cerca del centro. El color de las sombras y los
rayos de luna.
Me duele mirarlo, no solo porque es inhumanamente guapo, sino porque
destrozó mi frágil corazón hace mucho tiempo.
El Negociador toma mi mano entre las suyas y, por primera vez en siete
años, me encuentro cara a cara con los tatuajes que luce por todo el brazo.
Bajo la mirada hacia nuestras manos entrelazadas mientras me levanta la
manga de la bata y expone mi brazalete de ónix que me cubre la mayor
parte del antebrazo. Cada cuenta, un pagaré mágico por un favor que le
compré al Negociador.
Gira la muñeca de un lado a otro, evaluando su trabajo. Intento apartar la
mano, pero no me suelta.
—Mi pulsera te sigue quedando bien, querubín —afirma.
Su pulsera.
La única joya que no me puedo quitar. Aunque no estuviera hecha con
seda de araña y, por lo tanto, no fuera demasiado fuerte para cortarla, la
magia que la ata a mi muñeca me impide quitármela hasta que pague mis
deudas.
La mano del Negociador aprieta la mía.
—Callie, me debes muchos favores.
La respiración se me atasca en la garganta cuando mi mirada se encuentra
con la suya. La forma en que me mira, la forma en que me frota en círculos
la suave piel de la mano con el pulgar… Sé por qué está aquí. De alguna
forma, lo he sabido desde el primer instante en que lo he visto en mi cama.
Este es el momento que llevo siete años esperando.
Suelto el aire.
—Por fin has venido a cobrar.
En lugar de responderme, la otra mano del Negociador se desliza por mi
muñeca cautiva, sobre las diecisiete filas de mi pulsera, sin detenerse hasta
llegar al final, hasta que sus dedos agarran la última de mis trescientas
veintidós cuentas.
—Vamos a jugar una partidita de verdad o reto —dice. Sus ojos se posan
en los míos y brillan con picardía.
El corazón se me estampa contra el pecho. Por fin ha venido a cobrar.
Parece que no logro que mi mente lo asimile.
Curva la boca de forma seductora.
—¿Qué será, Callie? ¿V erdad o reto?
Parpadeo un par de veces, todavía aturdida. Hace diez minutos me hubiera
reído si alguien me hubiera dicho que Desmond Flynn estaba esperando que
volviera a casa para poder cobrarse mis deudas.
—Que sea reto —dice en tono alegre, llenando mi silencio por mí.
El miedo se apodera de mi corazón. El Negociador es famoso por sus
elevados precios, y rara vez es dinero lo que pide; no tiene necesidad de
ello. No, por lo general toma algo más personal, y cada pago implica un
interés adicional. Teniendo en cuenta que tengo trescientos veintidós
favores por pagar, este hombre es básicamente mi dueño. Si quisiera, podría
ordenarme que acabara con un pequeño pueblo, y estaría obligada
mágicamente hasta que todas y cada una de las cuentas desaparecieran.
Es un hombre peligroso y, en este momento, está haciendo rodar una
cuenta entre sus dedos y mirándome con ojos calculadores.
Me aclaro la garganta.
—¿Cuál es el desafío?
En lugar de responderme, me suelta la muñeca e invade mi espacio
personal. Sin dejar de sostenerme la mirada, me inclina la cabeza hacia
atrás y la acuna.
¿Qué está haciendo?
Lo miro fijamente. Una pequeña sonrisa baila en sus labios y noto que su
mirada se vuelve más profunda un momento antes de que se incline.
Me tenso cuando sus labios rozan los míos, y luego mi cuerpo se relaja
cuando su boca se desliza contra ellos. Mi piel se ilumina de inmediato
cuando la sirena despierta. Sexo y sangre, eso es lo que le gusta.
Envuelvo con una mano el brazo con el que me acuna la cabeza. Presiono
con los dedos la cálida piel de su muñeca. Debajo, puedo sentir el músculo
inquebrantable de Desmond.
Él es real, esto es real . Eso es lo único que tengo tiempo de pensar antes
de que el beso termine y se aleje.
Baja la mirada hacia mi muñeca y yo hago lo mismo. La última cuenta de
mi pulsera brilla un momento y después se desvanece. El beso ha sido mi
desafío, el primer pago que ha exigido el Negociador.
Me llevo los dedos a los labios, con su sabor todavía en mi piel.
—Pero si no te gusto —susurro, confundida.
Se acerca a mi cara para pasar los dedos sobre mi piel radiante. Si fuera
humano, estaría completamente bajo mi hechizo en este momento. Pero es
algo completamente diferente.
Los ojos del Negociador brillan, llenos de emociones que pasé un año
memorizando y siete años tratando de olvidar.
—Volveré mañana por la noche. —Su mirada me recorre de nuevo y
enarca una ceja—. Considera el siguiente consejo como un favor gratuito:
prepárate para algo más que un simple beso.

Al amanecer sigo despierta, todavía en bata, y todavía sin la más mínima


idea de qué leches está pasando. Me siento en el césped al borde de mi
propiedad, respirando el aire salado del mar. Pego las rodillas al pecho
mientras una botella de vino casi vacía descansa a mi lado.
Ya he llamado a Temper y le he dicho que hoy no iría a la oficina. ¿Lo
bueno de tener tu propio negocio? Tener la oportunidad de decidir tu propio
horario.
Veo las estrellas oscurecerse y el reino del Negociador cerrarse mientras
el cielo se aclara poco a poco.
Bajo la mirada a mi muñeca. Podría jurar que la siento diferente ahora que
hay una cuenta menos. Solo quedan trescientos veintiún favores, y está
garantizado que el resto serán mucho más dolorosos que el primero.
Me toco los labios con un dedo. Antes estaba equivocada. En algún
momento, le he gustado a Des. Pero no como él me gustaba a mí, como si
hubiera colgado la luna misma en el cielo. El día en que me dejó me
arrancó el corazón, que nunca se curó bien, y ninguna cantidad de alcohol,
hombres o trabajo han podido repararlo.
A pesar de la enorme deuda que todavía le debo, no me arrepiento de
haber comprado los favores, ni un poco. Me alejaron de un monstruo;
habría vendido mi alma por ello. Pero la inquietud se desliza por mi cuerpo
cuando pienso en el precio que podría tener que pagar. Podría ser cualquier
cosa.
Necesito llamar a Eli. Es hora de acabar con lo nuestro.

—Hola, nena. —Eli contesta al teléfono, su voz suena baja y grave. Es


hombre de pocas palabras y aún menos secretos, y esto último se está
convirtiendo en un problema cada vez mayor para mí. Tengo casi tantos
secretos como el Negociador, un hombre que se gana la vida
recolectándolos.
Eli es consciente de que hay mucho de mí que no comparto, y el alfa que
hay en él me ha estado empujando a ser más abierta. Los cambiaformas son
condenadamente francos. Operan bajo el principio de que compartir es
preocuparse por alguien.
Me apoyo en la encimera.
—Eli… —Eso es lo único que puedo decir antes de frotarme la cara.
Llevo mucho tiempo preparándome para este día, pero eso no lo hace más
fácil. Lo intento de nuevo—. Eli, necesito decirte algo sobre mí que no vas
a querer escuchar.
Esta debería haber sido una conversación rápida: romper y colgar. Y he
considerado hacer precisamente eso. Pero romper con él por teléfono ya es
bastante mierda. Lo menos que puedo hacer es darle una explicación al
hombre.
—¿Va todo bien? —Hay un borde letal en su voz. El lobo lo está
controlando. Este no es el momento de lanzar semejante bomba.
Debería habérselo dicho hace meses . ¿Meses atrás, cuando éramos qué el
uno para el otro? ¿Amigos con derecho a roce? ¿Colegas que hacen horas
extras juntos después de la jornada laboral?
En ninguna versión de mi vida le habría revelado mis secretos a Eli, el
cambiaformas íntegro que defiende la ley sobrenatural en su trabajo y que
es la ley en su manada. No, la mayoría de mis secretos me acarrearían
muchos, muchos problemas.
—Estoy bien, es solo que… ¿Sabes el brazalete que llevo?
Dios, allá voy. El momento de la verdad.
—Sí —gruñe.
—Ese brazalete no es solo una joya.
Una pausa.
—Callie, ¿podemos hablar de esto cuando vuelva? No es un buen
momento…
—Cada cuenta es un favor que le debo al Negociador —me apresuro a
explicar. El secreto me quema al salir por la garganta.
Para la mayor parte del mundo sobrenatural, el Negociador es más un
mito que un hombre. Y los que saben un poco sobre él saben que no deja
que ninguno de sus clientes compre más de dos o tres favores a la vez, y
nunca espera tanto para cobrar el precio.
El otro extremo de la línea está en silencio, lo cual no es una buena señal.
—Dime que estás de broma, Callypso —dice al final Eli. Su voz es un
gruñido bajo.
—No es una broma —digo en voz baja.
Su gruñido se vuelve más intenso.
—Ese hombre es un criminal buscado.
Como si no fuera consciente de ese pequeño detalle.
—Sucedió hace mucho tiempo. —No sé por qué me molesto en
defenderme.
—¿Por qué me acabas de decir esto ahora? —El lobo casi ahoga sus
palabras.
Respiro hondo.
—Porque me visitó anoche —digo.
—¿Él… te visitó? ¿Anoche? ¿Dónde? —exige saber.
Cierro los ojos. Esta llamada solo va a empeorar.
—En mi casa.
—Cuéntame lo que pasó. —A juzgar por la forma en que la voz de Eli
retumba, dudo que la conversación telefónica vaya a alargarse mucho más.
Bajo la mirada hacia el esmalte desconchado de mis uñas.
Dilo y ya está.
La única otra persona además de Des que sabe lo de mis deudas es
Temper.
—Le debía trescientos veintidós favores. Ahora le debo uno menos. Va a
volver para cobrarse el resto a partir de esta noche.
—¿Trescientos veintidós favores? —repite Eli—. Callie, el Negociador
nunca…
—Él… lo hizo —insisto.
El silencio al otro lado de la línea es siniestro. Debe de estar
preguntándose qué haría que el Negociador se apartara tanto de sus
prácticas comerciales. E identifico el momento en que llega a su propia
conclusión.
Me aparto el teléfono de la oreja mientras Eli ruge y escucho algo
romperse.
—¿En qué estabas pensando, haciendo tratos con el Rey de la Noche?
El Rey de la Noche. Ser el Negociador es solo un trabajo secundario para
Desmond.
No le contesto. No puedo explicarme, no sin dejar al descubierto más
secretos terribles.
—¿Qué te obligó a hacer? —Un gruñido ahoga la mayoría de sus
palabras.
Mi temor aumenta. Mi vida está a punto de dar un vuelco. Conociendo al
Negociador, cualquiera que sea el pago que me pida, como mínimo
implicará violar la ley.
Eli nunca toleraría algo así.
Tengo que decírselo.
—Eli, no puedo estar contigo —susurro.
Esas palabras llevan resonando en mi mente desde el principio de nuestra
relación. Tenía tantas razones para no decirlas que he ignorado la verdad.
Y ahora que están al descubierto, el alivio me invade. Es la reacción
incorrecta. Terminar una relación es triste; debería sentirme triste, no…
libre . Pero me siento libre. He estado arrastrando a este pobre hombre en
un intento desesperado por arreglar mi corazón roto y lleno de cicatrices en
los brazos de alguien que no era adecuado para mí.
—Callie, no lo dices en serio, ¿verdad? —El lobo en él deja escapar un
gemido.
Cierro los ojos por culpa de la angustia que escucho al otro lado de la
línea; es un sonido doloroso, roto, y coincide con su voz.
Es mejor así.
—Eli —continúo—, no sé qué me va a pedir el Negociador que haga, y le
debo más de trescientos favores. —Se me quiebra la voz.
¿Dejo a Eli por qué? Por recuerdos y polvo. El hombre que me rompió el
corazón hace mucho tiempo me obligará a hacer cosas a instancia suya, y
tendré que recordar en todo momento que yo me lo busqué.
Hace mucho tiempo pensé que él era mi salvador y como una tonta
compré favor tras favor, decidida a mantenerlo en mi vida, todo mientras
me enamoraba de él.
Intercambié mi vida por un amor que no era más que sombras y cortinas
de humo.
—Callie, no te voy a dejar solo porque…
—Me besó —lo corto—. Anoche, el Negociador me besó. Esa fue la
primera deuda que me hizo pagar.
Tenía la intención de evitar dañar los sentimientos de Eli tanto como fuera
posible porque es un buen hombre, pero también necesito que se mantenga
alejado. Sé que, como líder de la manada, quiere protegerme, salvarme. Y si
cree que yo también quiero eso, perseguirá a Des hasta los confines de la
Tierra y la cosa no terminará hasta que uno de los dos esté muerto.
No podría con eso. No cuando esta situación es culpa mía y estas deudas
son mi carga.
Me obligo a expulsar el resto de palabras.
—No sé qué me pedirá esta noche, pero sea lo que sea, tendré que
hacerlo. Lo siento mucho —digo—. Nunca quise que esto sucediera.
Escucho algo como un gemido desde el otro lado del teléfono. Eli todavía
no ha hablado, y me da la impresión de que es porque no puede.
Me pellizco el puente de la nariz. Ahora viene la parte especialmente
desagradable.
—Eli —digo—, si me obliga a hacer algo ilegal, algo que haga daño a
alguien, es posible que tengas que… —Me interrumpo y me froto la frente.
Como cazarrecompensas sobrenatural, parte del trabajo de Eli es hacer
desaparecer a los maleantes paranormales. Y ahora podría convertirme en
una de ellos.
—No creo que debas preocuparte por hacer daño a alguien —dice Eli, su
voz retumba de forma amenazadora—. Ese malnacido tiene reservado algo
diferente para ti.
4
Octubre, hace ocho años

—Tú otra vez, no —dice el Negociador cuando se manifiesta en mi


dormitorio.
Me tambaleo al verlo. Esta es la segunda vez que lo llamo y no debería
sorprenderme que él pueda aparecer a voluntad, pero me sorprende igual.
Me enderezo.
—Tu magia está fallando. —Se supone que debe sonar como una
acusación, pero sale como una súplica.
Él observa mi estrecho cuarto.
—Te lo advertí —dice, moviéndose hacia la ventana y mirando hacia la
noche lluviosa.
Ya he perdido su atención.
—Quiero asegurarme de que no sea así.
El Negociador se gira y me evalúa.
—Entonces, ¿qué, sirenita? ¿Quieres hacer otro trato? —dice, cruzando
los brazos—. ¿No logré asustarte lo suficiente la primera vez?
Mis ojos recorren su cabello blanco y sus brazos grandes y esculpidos.
Ya lo creo que me asustó. Hay algo en él que parece un poco salvaje.
Salvaje y extraño. Pero tiempos desesperados exigen medidas desesperadas.
—¿Qué estarías dispuesta a darme? —pregunta, acechando en mi
dirección—. ¿Qué oscuros y terribles secretos compartirías? —pregunta
mientras se acerca—. Ya habrás oído que los secretos son mis favoritos,
¿no?
Quiero retroceder, pero una especie de miedo primitivo me mantiene
clavada al suelo.
Sus ojos vagan sobre mí.
—Pero por una sirena… Bueno, haría una excepción. Cualquier cosa que
quiera tendrías que dármela. Dime, querubín, ¿podrías darme lo que yo
quisiera?
Trago saliva cuando se acerca aún más .
—¿Podrías matar por mí? —pregunta en voz baja. Sus labios me rozan la
oreja—. ¿Podrías entregarme tu cuerpo?
Dios, ¿habla en serio? ¿De verdad podría obligarme a hacer esas cosas?
Me acaricia la mejilla con la nariz y se ríe de mi evidente miedo.
Se aleja.
—Como ya te dije, no hago tratos con menores. No arruines tu vida
debiéndome algo.
El aire brilla.
Puede que me haya aterrorizado, pero a estas alturas no tengo alternativa.
No puedo dejar que se vaya. Tan simple como eso.
La sirena sale a la superficie, desperezándose justo debajo de mi piel. Me
lanzo hacia él y atrapo su muñeca, con la mano brillándome.
—Haz un trato conmigo —digo, imprimiendo tanto glamour en mi voz
como soy capaz—. No soy menor de edad.
Y en realidad, no lo soy. En la comunidad sobrenatural, la edad legal para
considerar adulto a alguien son los dieciséis años. Es alguna ley arcaica que
nadie se ha molestado en cambiar.
Y ahora mismo, no me quejo.
El Negociador mira fijamente mi mano, como si no pudiera creer lo que
está pasando, y siento un remordimiento instantáneo. Es horrible quitarle el
libre albedrío a alguien.
Pero a grandes males…
Su expresión se torna afilada, frunce el ceño y el resto de su rostro se
vuelve, en una palabra, siniestro .
Arranca su brazo de mi agarre.
—¿Te atreves a hechizarme? —Su poder impregna su voz y es
petrificante. Inunda toda la habitación.
Doy un paso atrás.
De acuerdo, utilizar el glamour con él podría haber sido una idea
desastrosa.
—¿No funciona contigo?
¿Qué tipo de ser sobrenatural es inmune al glamour?
El Negociador se acerca más a mí, sus botas emiten un ruido siniestro.
Está furioso, eso es obvio. Se inclina, tan cerca que varios mechones de su
cabello rubio platino me hacen cosquillas en las mejillas.
—¿Quieres arruinar tu vida haciendo un trato? —Curva la boca
ligeramente hacia arriba, sus ojos brillan con interés—. Bien, hagamos un
trato.

Presente

—Tengo que decir que el descanso no te sienta bien.


Me doy la vuelta en la cama y me froto los ojos. Cuando retiro la mano,
veo al Negociador de pie a un lado de la cama, con los brazos cruzados y la
cabeza ladeada. Me está estudiando como si fuera un ave exótica, lo cual,
técnicamente, soy.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, todavía aturdida por el sueño.
—En caso de que no te hayas fijado, el día ha terminado. Estoy aquí para
seguir cobrándome tu deuda. —La forma en que dice « deuda» envía
escalofríos a través de mis brazos. Detrás de él, la luna brilla con intensidad
en la habitación.
Gimoteo. He dormido todo el día.
Después de esa llamada telefónica…
Chasquea los dedos y las mantas que me cubren se deslizan hacia abajo.
—Des, ¿qué estás…?
Chista, interrumpiéndome.
—El pijama tampoco te sienta bien, querubín. Esperaba que también
mejoraran con la edad.
Ahogo un bostezo y me levanto de la cama.
—Como si me importara mucho lo que pienses —murmuro, pasando
junto a él.
Donde ayer su presencia me llenaba de un antiguo dolor, esta noche lo
único que siento es fastidio. Bueno, y un poco de lujuria, y un montón de
angustia. Pero ahora mismo me estoy centrando en la sensación de molestia.
Me dirijo al baño y me limpio con discreción un poco de baba de la boca.
El Negociador me sigue, disfrutando de lo mucho que está arruinando mi
velada.
—Pues yo creo que sí —dice.
En respuesta, le cierro la puerta en las narices. Es probable que no sea la
forma más sabia de lidiar con el Rey de la Noche, pero en este momento no
me importa demasiado.
Doy dos pasos para alejarme de la puerta del baño, y se abre de golpe
detrás de mí. Me giro y miro al Negociador, cuyo cuerpo llena todo el
espacio. La puerta cuelga de las bisagras en un ángulo extraño.
—No había terminado —dice con calma. Sus ojos brillan mientras me
mira; es hermoso y terrible de contemplar.
—Me debes una puerta nueva —respondo.
Él se ríe, y es un sonido lleno de promesas oscuras.
—¿Por qué no nos centramos en pagar tus deudas actuales antes de hablar
sobre lo que yo te debo a ti?
Lo fulmino con la mirada, porque ahí me ha pillado.
—¿Qué es tan importante que has tenido que reventarme la puerta para
decírmelo? —pregunto, cruzando los brazos sobre el pecho.
Un reloj se forma sobre su muñeca tatuada y le da unos golpecitos en la
esfera.
—Tiempo, Callie, tiempo. Tengo algunas citas importantes a las que
asistir. Tienes que estar lista en veinte minutos.
—Vale.
Me acerco a la ducha y abro el grifo. Tendrá que ser una ducha rápida.
Cuando me doy la vuelta, el Negociador se ha puesto cómodo en la
encimera de azulejos de mi baño. Se ha apoyado contra la pared junto al
espejo, una de sus piernas cubiertas de cuero estirada frente a él, la otra,
doblada a la altura de la rodilla.
—Fuera —le digo.
Me dedica una sonrisa perezosa.
—No.
—No estoy bromeando.
Enarca una ceja.
—Ni yo.
Me paso una mano por el pelo.
—No me voy a desnudar frente a ti.
—Me parece bien —dice—. Dúchate con la ropa puesta.
Claro, porque eso es muy razonable.
—Si no vas a salir de aquí, me iré a otro lado.
—El grifo de tu baño de invitados no funciona —dice, descubriendo mi
farol. Abro los ojos como platos antes de recordar que su negocio es
conocer secretos.
No se va.
—Bien —digo, quitándome la camiseta—. Disfruta del espectáculo, es lo
único que recibirás de mí.
Su risa me trepa por el brazo.
—No te engañes, querubín. Tienes la muñeca llena de deudas y yo tengo
muchas, muchas exigencias.
Le lanzo otra mirada desagradable mientras entro en la ducha para
quitarme el resto de la ropa, sin preocuparme de que el agua esté
empapando rápidamente la tela. La cortina me oculta de él por completo.
Me quito los pantalones del pijama, asegurándome de apuntar
directamente a donde está Des cuando los lanzo por encima de la barra de la
cortina.
Suelta una risa siniestra, y sé, sin mirar, que ha esquivado la ropa.
—Tirar cosas no va a cambiar tu destino, Callie.
Pero me hace sentir muy bien. Le lanzo mi sujetador deportivo y luego
mis bragas. Varios segundos después de hacerlo, escucho que caen
inútilmente al suelo con un ruido sordo.
—Parece que tu pijama no está mejor mojado que seco. Qué vergüenza.
—Parece que todavía crees que me importa —respondo.
No responde, y el baño se queda en silencio rápidamente.
Esto no es inmensamente incómodo, para nada , pienso mientras empiezo
a enjuagarme.
—¿Por qué estás aquí, Des?
—Ya sabes por qué —dice—. Para cobrar.
—Me refiero a que por qué ahora. Han pasado siete años.
Siete años de silencio. Y pensar que este hombre y yo fuimos casi
inseparables una vez…
—¿Has contado los años que llevamos separados? —pregunta Des con
fingida sorpresa—. Si no supiera que es imposible, diría que me has echado
de menos. —Un leve rastro de amargura impregna sus palabras.
Cierro el agua y paso un brazo alrededor de la cortina para agarrar una
toalla.
—Pero sabes que es imposible. —Me envuelvo en la toalla y salgo.
—A palabras necias, oídos sordos, querubín —dice, saltando de la
encimera—. Ahora, date brío. Tenemos gente que ver y lugares a los que ir.
—Y después de eso, sale del baño.

Me estoy poniendo los pantalones, con mi ropa interior de mierda a la vista,


cuando el Negociador echa un vistazo a su reloj.
Desde que ha salido del baño, ha estado descansando en una silla que
tengo en un rincón de la habitación, esperando a que termine de arreglarme.
Sacude una pierna cubierta de cuero mientras espera. No puedo evitar sentir
que se está asegurando de que no intente huir.
Como si de los dos, yo fuera la que suele salir huyendo.
—Se acabó el tiempo, Callie. —Se levanta de mi silla y camina hacia mí.
Hay algo depredador en su forma de moverse.
—Espera… —Retrocedo y choco con mi tocador. Todavía tengo el pelo
empapado y estoy descalza.
—No —dice mientras se acerca a mí.
Me las arreglo para abrir el cajón de mi tocador y coger un par de
calcetines antes de que me levante en brazos.
Solía abrazarme así antes de irse. Me apretaba contra él y me mecía en sus
brazos mientras lloraba con todo mi corazón. Y cuando me dormía, se
tendía a mi lado durante horas, solo para poder despertarme cuando tuviera
pesadillas.
Pero en aquel entonces, nunca me había besado, ni siquiera lo había
intentado. No hasta esa última noche, y en aquella ocasión, fue todo cosa
mía.
—¿Es realmente necesario? —pregunto, refiriéndome a que me tenga en
brazos.
Reprimo un escalofrío. Su cuerpo todavía me hace sentir como en casa,
como cuando era una adolescente, y lo odio.
Siempre ha estado ahí. Cuando el sol me da en la cara, es su sombra la
que veo en el pavimento. Cuando la noche se cierra sobre mí, es su
oscuridad la que cubre mi habitación. Cuando me duermo, es su rostro el
que me persigue en sueños.
Está en todas partes, y ninguna cantidad de amantes puede lograr que mi
corazón lo olvide.
Des me mira, la expresión de sus ojos plateados se suaviza solo un poco.
Tal vez también esté recordando todas las otras veces en las que su piel
estuvo en contacto con la mía.
—Sí. —Es todo lo que dice.
Me pongo un calcetín con torpeza. El otro se me escapa y maldigo
mientras cae.
Un momento después, el calcetín revolotea junto a nosotros y aterriza en
mi estómago.
—¿Puedes darme los zapatos? —pregunto.
Los ojos del Negociador se desplazan hacia las botas que descansan junto
a la puerta corrediza de cristal de mi dormitorio. Mientras observo, se
elevan del suelo y flotan hacia mí. Las atrapo en el aire.
—Gracias —le digo, dedicándole una sonrisa genuina. Lo he visto hacer
este pequeño truco cientos de veces, y siempre me encanta.
Durante una única fracción de segundo, sus pasos vacilan. Frunce el ceño
mientras me mira, y luego vuelve a echar a andar.
La puerta corrediza de cristal se desliza para abrirse. El aire fresco de la
noche me impacta cuando el Negociador sale.
—¿Verdad o reto? —dice justo cuando termino de ponerme las botas.
Me tenso. Ya ha empezado el pago.
Hace unas horas estaba lista para ello, pero ahora ya no lo estoy. Todavía
no me ha respondido a por qué, después de tanto tiempo, ha elegido este
momento para volver a mi vida. O por qué se fue en primer lugar. Pero sé
que no debo esperar una explicación. Sonsacarle secretos es más difícil que
bañar a un gato.
—Verdad.
—¿Has dicho reto? —pregunta, enarcando las cejas mientras me mira.
Hoy no lleva el pelo recogido y unos mechones blancos le enmarcan el
rostro—. Vosotras, las sirenas, siempre sabéis cómo añadir un punto picante
a las cosas.
No me molesto en responder. El Negociador es retorcido de principio a
fin, por lo que sus palabras no me sorprenden lo más mínimo.
Pero lo que hace a continuación sí.
El aire a su espalda brilla y se fusiona hasta que aparecen un par de alas
plegadas que se elevan por encima de sus omoplatos.
La respiración se me queda atascada en la garganta.
Toda mi animosidad, todo mi resquemor, todo mi dolor, todo se calma
mientras contemplo esas alas.
La piel plateada y oscura se extiende sobre el hueso, tan fina en ciertas
zonas que puedo ver las delicadas venas. Unas garras blancas como huesos
rematan sus alas, la más grande casi del tamaño de mi mano.
Solo había visto las alas de Desmond una vez antes, y fue porque perdió
el control de su magia. Esto no parece espontáneo; esto parece deliberado.
No alcanzo a imaginar por qué ha elegido este momento para desplegarlas,
y ante mí, de entre todas las personas.
Me estiro por encima de su hombro y paso los dedos por la suave piel de
una de ellas. Tensa los brazos a mi alrededor y puedo sentir que deja de
respirar.
—Son preciosas —le digo. Tenía la intención de decírselo hace mucho
tiempo. Simplemente, nunca tuve la oportunidad.
Los ojos del Negociador recorren mi rostro hasta mis labios. Se queda
mirándolos durante un instante.
—Me alegra que te gusten. Vas a verlas bastante esta noche.
5
Octubre, hace ocho años

Doy vueltas a mi pulsera alrededor de la muñeca, jugando ansiosamente


con la única cuenta negra que lleva colgada, un pagaré que me recuerda lo
que le debo al Negociador por quitarme de encima a las autoridades.
Delante de mí, ese mismo hombre aparece por segunda vez en mi
dormitorio. Va vestido de negro de pies a cabeza, su camiseta vintage de
AC/DC abraza sus esculpidos hombros y su ancha espalda.
En cuanto me ve, cruza los brazos sobre el pecho.
—Mi magia sigue funcionando —dice—, así que, ¿qué más podrías
necesitar de mí?
Giro la pulsera alrededor de la muñeca de nuevo, el corazón me late como
loco al verlo.
—Quiero hacer otro trato.
Me mira con los ojos entrecerrados.
Espero a que diga algo, pero no lo hace.
Es hora de seguir adelante.
—Yo… Esto…
Enarca una ceja.
Escúpelo ya, Callie .
—Quiero comprarte durante una noche.
Dios. Bendito.
Que te den, boca. Vete al puto infierno.
Toda expresión desaparece de la cara del Negociador.
—Disculpa. ¿Cómo?
El rubor me sube por el cuello y las mejillas. Voy a morirme de
vergüenza. Rectifico, ojalá pudiera morirme de vergüenza. Sería mejor que
quedarme aquí como un pasmarote, abriendo y cerrando la boca como un
pez.
El Negociador empieza a sonreír y, de alguna manera, eso hace que todo
sea aún peor.
Nunca debería haber hecho esto .
—Solo quiero pasar el rato contigo —me apresuro a decir—. Sería
completamente platónico.
Uf, y ahora sueno desesperada. Pero ¿a quién quiero engañar? Estoy
desesperada, desesperada por tener algo de compañía. Cuando llegué a la
Academia Peel, pensé que encajaría y haría amigos, pero aún no ha
sucedido. Y me siento muy sola.
—Qué lástima, querubín —dice mientras empieza a fisgonear por mi
habitación—. Me gustaba más tu oferta cuando no era platónica.
Juro que las mejillas me arden aún más. Me fijo de repente en el torso
bien definido del Negociador.
Su mirada se desliza hacia la mía y ensancha la sonrisa, los ojos le brillan
con picardía.
Sabe exactamente en qué estoy pensando.
—Sería solo una noche —digo, observándolo mientras toma
distraídamente un frasco de perfume de la parte superior de mi tocador y lo
olisquea. Hace una mueca tras olerlo y vuelve a dejar el frasco donde lo ha
encontrado a toda prisa.
—Tengo trabajo —dice. Y, sin embargo, no se va.
Está dispuesto a dejarse convencer. Pero ¿cómo? La última vez que usé el
glamour con él, solo sirvió para cabrearlo. No creo que la lógica lo
convenza y, además, esto no tiene ninguna lógica. En todo caso, querer
pasar el rato con él una noche es una locura.
La primera vez que lo convencí de que me ayudara, ¿qué hice?
Pongo los ojos como platos cuando lo recuerdo.
—Negociador —digo, dirigiéndome hacia donde él está mirando mi
póster de « Mantén la calma y sigue leyendo» . Cuando estoy lo bastante
cerca, alargo la mano y le toco el antebrazo, mi estómago se contrae ante el
contacto—. ¿Por favor?
Juro que siento su cuerpo temblar bajo mi mano. Mira hacia abajo, donde
nuestra piel se encuentra. Mi mano cubre algunos de sus tatuajes.
La primera vez que lo convencí, no fueron tanto mis palabras, sino mi
contacto.
Cuando sus ojos plateados encuentran los míos de nuevo, juro que algo
retorcido brilla en ellos.
—Estás tentando a tu suerte, sirena. —Me roza los nudillos con los dedos
—. Una noche.
Asiento.
—Solo una noche.

Presente

Cerca del borde de mi propiedad, el Negociador deja de caminar, pero no


me suelta. Muy por debajo de nosotros se encuentra el océano, solo una
caída de doce metros nos separa de él.
Extiende las alas a su espalda y contengo el aliento ante semejante vista.
Su envergadura es increíble, de casi unos seis metros de ancho, y excepto
por su tonalidad plateada, se parecen mucho a las alas de un murciélago.
Lo miro a los ojos. Sé lo que está a punto de hacer.
—Des, no…
Esboza una sonrisa maliciosa.
—Agárrate fuerte, Callie.
Me muerdo el labio para sofocar un grito cuando salta del acantilado. Por
un segundo, caemos, y el estómago me da un vuelco. Luego, las alas del
Negociador atrapan el viento y la corriente de aire nos empuja hacia arriba.
Le envuelvo el cuello con las manos y entierro la cara contra su pecho. Lo
único que impide que caiga hacia la muerte son un par de brazos.
Mi cabello mojado me azota el rostro, los mechones están fríos como el
hielo a medida que nos elevamos.
—Te estás perdiendo el paisaje, querubín —me dice por encima del
aullido del viento.
—Estoy intentando no vomitar —contesto, no muy segura de que pueda
escucharme.
No es que tenga miedo a las alturas —vamos a ver, mi casa está sobre un
acantilado—, pero ser transportada por un hada no está en mi breve lista de
actividades divertidas.
Al cabo de un rato, levanto la cabeza y miro hacia abajo. El agua brilla
muy por debajo y, frente a nosotros, el resto de Los Ángeles nos hace señas,
la tierra iluminada como un árbol de Navidad.
Cuanto más subimos, más frío hace.
Me estremezco contra Des y me agarra con más fuerza. Me ajusta
ligeramente para que haya más superficie de mi cuerpo presionando contra
el suyo.
Tal como temía, estar tan cerca de él me recuerda a todas esas otras
ocasiones en las que me abrazó.
—¿A dónde vamos? —le grito al viento.
—… ubicación de tu segundo desafío. —El constante chillido del viento
se lleva la mayor parte de las palabras del Negociador, pero no las
importantes. Desearía que lo hubiera hecho.
No alcanzo a imaginar lo que me espera y, considerando mi sórdido
pasado, eso no es algo bueno.
Para nada.

—Dime que es una broma. —Me cruzo de brazos, observando el


aparcamiento en el que hemos aterrizado y el edificio que hay más allá—.
¿Te has cargado mi puerta por esto? —pregunto mientras recorro con los
ojos los sofás y las mesas en exposición en los escaparates de la tienda—.
¿Por una tienda de muebles ?
Tuerce la boca.
—Voy a rediseñar mi habitación de invitados, o más bien, tú lo vas a
hacer.
Pongo los ojos en blanco. Escoger muebles, ese es mi reto.
—Este sitio cierra en quince minutos —dice el Negociador—. Espero que
elijas y compres los muebles apropiados para un dormitorio antes de eso.
En cuanto termina de hablar, siento el manto de su magia posarse sobre
mis hombros como un peso, obligándome a ponerme en marcha.
Empiezo a moverme, gruñendo para mí misma. De todas las tareas tontas
y estúpidas posibles, me asigna esta. Para eso está Internet.
No debería quejarme, podría ser peor.
Debería ser peor. He sido testigo de suficientes tratos de Des para saber lo
que implica el pago. Nunca es tan fácil.
El Negociador me sigue. Sus alas desaparecen, como si no existieran.
Tengo que esforzarme para no mirarlo.
Este hombre no es más que un fuego fatuo, cuanto más me acerco a él,
más fuera de mi alcance parece.
Abro la puerta y entro en la tienda. Ante mí hay un mar de muebles.
Quince minutos no es tiempo suficiente para ver ni la mitad de lo que hay
aquí.
La magia de Desmond se me enrosca en el estómago, la sensación es
extraña e incómoda.
—¿Qué muebles quieres? —pregunto, incluso cuando el hechizo que Des
ha puesto sobre mí me empuja hacia delante.
El Negociador mete las manos en los bolsillos, se acerca a una mesa y
examina los cubiertos. Se lo ve cómicamente fuera de lugar con sus grandes
músculos y la camiseta descolorida de Iron Maiden que lleva puesta.
—Eso, querubín, lo decides tú.
A la mierda, no tengo tiempo para preocuparme por los gustos de este
hombre. En cuanto ese pensamiento cruza mi mente, siento el tirón
insistente de la magia, haciendo que se me retuerzan las entrañas.
Des me lanza una sonrisa maliciosa desde donde está, tirado en uno de los
sofás, y me doy cuenta de que debería estar más preocupada por la tarea que
por él.
Este favor dista mucho del beso de anoche. Entonces no sentí la magia.
Pero puede que solo sienta el tirón si me resisto. Esa idea hace que me
sienta disgustada conmigo misma. Anoche debí de haber luchado más
contra ese beso.
Me muevo por los pasillos, buscando los muebles más feos que pueda
encontrar. Mi pequeño acto de rebeldía. Esto es lo que pasa cuando no das
buenas instrucciones.
Le lanzo una mirada rápida al Negociador y veo que me observa con
mucha atención.
Está claro que tiene otro as en la manga.
No te centres en eso ahora.
Tan deprisa como puedo, recolecto las etiquetas del precio de los muebles
que he elegido y me dirijo a la caja registradora. La magia es un tamborileo
insistente en mis venas que acelera a cada minuto que pasa.
Los ojos del Negociador no se apartan de mí en ningún momento. Sé que
se está divirtiendo. Capullo.
Dios, su magia resulta muy invasiva. Es como un picor debajo de la piel.
Y mientras una pequeña y enferma parte de mí se estremece al sentir su
magia por fuera y por dentro, la parte más grande y práctica lo encuentra
inquietante a más no poder.
La mujer que trabaja en la caja registradora parece alarmada cuando
arrojo las etiquetas de los precios sobre el mostrador.
—Señora, se supone que no debe quitar las etiquetas de los muebles.
Mi piel desprende un resplandor suave.
—No pasa nada, no hay de qué preocuparse —le digo, sirviéndome de la
sirena que hay en mí para obligar a la dependienta.
Ella asiente como una tonta y empieza a escanear los códigos de barras.
Detrás de mí, escucho la risa estruendosa del Negociador.
—Mmm. —La mujer mira su ordenador y frunce el ceño—. Qué raro.
—¿El qué? —digo, sabiendo que esto va a ser más difícil de lo que
esperaba.
—Podría haber jurado que acabábamos de recibir un nuevo envío de estas
el jueves, pero me pone que se han agotado todas. —El artículo al que se
refiere es una silla de un rosa chillón con estampado de leopardo. Deja la
etiqueta del precio a un lado—. Deje que le cobre el resto de los artículos y
luego intentaré buscar este en el almacén.
—Olvídelo. —La magia está empezando a respirarme en la nuca. Dudo
que tenga tiempo para que la empleada revise el almacén.
Me dirige una mirada extrañada antes de que sus ojos se desplacen hacia
el reloj colgado en la pared que queda a mi izquierda. Sé que debe de estar
pensando en lo cerca que está de terminar su turno.
—Si está segura…
—Lo estoy —me apresuro a decir. He arrancado suficientes etiquetas de
precio para amueblar por completo la habitación del Negociador.
Escanea el siguiente código de barras, el de un sofá tapizado con un
patrón repetitivo de rosas y lazos enfermizamente dulces, y surge el mismo
problema.
Entrecierro los ojos y miro a mi espalda, al Negociador. Levanta la
muñeca y da un toquecito la esfera del reloj. La magia se contrae alrededor
de mis entrañas, y antes de que pueda evitarlo, me doblo sobre mí misma.
La magia se está volviendo más que desagradable.
Levanto una mano temblorosa y le hago una peineta antes de volver a
centrar la atención en la mujer.
El misterioso problema se repite con todos los artículos que escanea. Un
problema que yo conozco con el nombre de Desmond Flynn.
La magia hace que se me acelere el corazón y empeora con cada segundo
que pasa. Está claro que además del cierre de la tienda, el Negociador ha
impuesto un límite de tiempo propio.
Estúpida tarea.
Me inclino sobre el mostrador y trago saliva.
—¿Qué le dice su sistema que está disponible para comprar en este
preciso momento?
La cajera escribe algo en el ordenador. Frunce el ceño.
—Por ahora, parece que solo tenemos una cama con dosel, un candelabro
de hierro forjado, un sofá de dos plazas y un espejo dorado. —No podría
sonar más confundida.
—Me llevaré uno de cada —le digo mientras le paso mi tarjeta de crédito,
la mano me empieza a temblar. Unos goterones de sudor me cubren la
frente.
No moriré por culpa de un mueble feo.
Sorprendida, ella acepta la tarjeta.
—Pero, señora…
—Por favor —prácticamente suplico. La magia está empezando a
apoderarse de mis pulmones. De nuevo, siento la risa del Negociador a mis
espaldas.
La dependienta me mira como si me faltara un tornillo. Entonces, inclina
la cabeza.
—Oiga, ¿es usted esa actriz…? Ya sabe, la de…
—¡Por lo que más quieras , por favor, cóbrame! —La magia se retuerce
en mis entrañas. Me voy a desmayar si no termino esto pronto.
Se estremece como si la hubiera abofeteado. Si no estuviera
experimentando dolor físico, me sentiría mal por herir sus sentimientos.
Pero lo único en lo que puedo pensar en este momento es en cómo parece
duplicarse la magia.
Ella sorbe por la nariz y niega con la cabeza, pero hace lo que le pido.
Durante un angustioso minuto, repasa los métodos de entrega y los tiempos
de envío, pero por fin pasa la tarjeta por el sistema.
Suspiro cuando la magia me libera y me derrumbo contra el mostrador.
Me miro la muñeca a tiempo para ver desaparecer dos cuentas.
Voy a matarlo.
—¿Has tenido problemas? —pregunta el Negociador en tono inocente
mientras se levanta del sofá.
Paso junto a él y salgo de la tienda.
En el exterior, en la oscuridad del aparcamiento, se materializa frente a
mí, con los brazos cruzados. Por supuesto, nadie se fija en que puede
aparecer y desaparecer a voluntad.
Cuando trato de pasar junto a él, su brazo sale disparado y me atrapa por
la muñeca.
Me giro para enfrentarme a él.
—¿Dos? —prácticamente grito—. ¿Me haces redecorar tu estúpido
dormitorio en menos de veinte minutos, casi me muero, y eso solo elimina
dos cuentas?
No debería sentirme tan molesta. Todavía no me ha pedido nada que sea
realmente horrible, pero la sensación de unos dedos mágicos apretándome
los órganos casi me destroza.
El Negociador invade mi espacio personal.
—¿No te ha gustado esta tarea? —pregunta en voz baja. Sus ojos brillan a
la luz de la luna.
Soy lo bastante inteligente como para quedarme callada. En este
momento, se parece demasiado a un depredador, y cuando está así, sé que
no debo provocarlo.
Se acerca aún más.
—Tenía más como esta planeadas, pero si de verdad la has odiado,
entonces tal vez podamos hacer algo que sea un poco más… cómodo.
En el momento en que las palabras salen de su boca, me doy cuenta de
que he metido la pata hasta el fondo. He hecho justo lo que quería.
El Negociador me rodea con los brazos y su mirada se detiene en mis
labios.
Eli tenía razón.
Este malnacido tiene otra cosa en mente para mí.
Pero justo cuando creo que me va a besar, despliega las alas y nos
elevamos, regresando a la noche.
Veinte minutos después, el Negociador aterriza con gracia en mi patio
trasero, sosteniéndome en brazos. Sus enormes alas plateadas se pliegan tan
pronto como tocamos el suelo y, un momento después, desaparecen.
Sin palabras, me lleva hasta la puerta corrediza de cristal. Sin preguntar, la
abre y entra.
Se cierra detrás de nosotros. El Negociador me deposita en la cama y se
agacha frente a mí. Sus ojos no abandonan los míos en ningún momento
mientras sus manos se mueven hacia mis tobillos.
Estoy empezando a ponerme nerviosa. ¿Qué más me va a exigir esta
noche? Ni siquiera me ha visto desnuda. Además, sé que el Negociador no
me obligaría a pagarle con sexo a menos que yo estuviera de acuerdo.
Y no lo estoy.
¿Verdad?
Des me quita primero una bota, luego la otra. Las tira a un lado y me quita
los calcetines de uno en uno.
—Dime, Callie —dice, mientras desliza su mirada sobre mí—, ¿estás
nerviosa?
En este momento, no está exigiendo ningún pago, por lo que no necesito
responderle. Pero, de todos modos, me encuentro asintiendo de mala gana.
—Así que no lo has olvidado todo sobre mí —dice—. Bien.
Agarra uno de mis pies con las manos y me da un beso tierno en el tobillo.
—¿Verdad o reto?
Se me entrecorta la respiración.
—Verdad.
Me agarra el tobillo con más fuerza.
—¿Por qué crees que te dejé hace tantos años? —pregunta.
Tenía que ir directo a por el golpe mortal. Siento el corazón en la garganta
e intento tragarme mis emociones.
Respiro con dificultad.
El pasado ya no puede hacerme daño. Nada de aquello puede hacérmelo.
Solo existe en mi memoria.
—Des, ¿qué más da?
Su magia se enciende en mi garganta, aunque ya no duele como antes.
Solo es un recordatorio de que tengo que responder a su pregunta.
Se mantiene a la espera, dejando que su magia hable por él.
Tiro con los dedos de un hilo suelto de mi edredón.
—Yo te obligué. —Levanto la mirada—. Te forcé demasiado y provoqué
que te marcharas. —Siento que el hechizo me libera en cuanto las palabras
salen de mi boca.
Es posible que el pasado no pueda hacerme daño, pero lo cierto es que
parece algo vivo. Es sorprendente que alguien que entró y salió de mi vida
hace casi una década todavía pueda ejercer este tipo de control sobre mí.
Los ojos del Negociador buscan los míos, la luz de la luna hace relucir su
tono plateado. No soy capaz de leer su expresión, pero hace que el
estómago se me tense de forma incómoda.
Él asiente una vez y se pone de pie. Está casi en la puerta del balcón
cuando me doy cuenta de que se está marchando.
Ese pensamiento envía una punzada de dolor por todo mi cuerpo. Estoy
harta de mi estúpido corazón. Si pudiera, lo rompería yo misma
simplemente por ser lo bastante tonto como para ablandarse ante este
hombre cuando mi mente quiere alejarlo lo máximo posible.
—¿En serio, Des? —lo llamo—. ¿Ya vuelves a huir?
Sus ojos brillan cuando se gira para mirarme, con una mano en la puerta
corrediza.
—Tienes más razón de la que crees, querubín. Me obligaste a dejarte.
Siete años es mucho tiempo de espera, sobre todo para alguien como yo.
Una advertencia: no pienso volver a irme.
6
Noviembre, hace ocho años

Un deseo se convierte en dos, dos deseos se convierten en cuatro, cuatro se


convierten en ocho… hasta que, de algún modo, una hilera entera de
cuentas rodea mi muñeca.
Se suponía que iba a ser solo una noche. Pero como una adicta, no he
dejado de volver a por más. Más noches, más compañía.
No sé cuál es la historia del Negociador. No tiene por qué seguir
complaciéndome.
Y, sin embargo, lo hace…
Contemplo mis cuentas y recuerdo las advertencias del Negociador.
Cualquier cosa que quiera, tendrías que dármela. Dime, querubín,
¿podrías darme lo que yo quisiera? ¿Podrías entregarme tu cuerpo?
Debería tener miedo de esa amenaza. En cambio, me carcome una especie
de anticipación inquieta.
No estoy bien de la cabeza.
—¿En qué estás pensando, querubín? —me pregunta.
Esta noche, el Negociador está acomodado en mi cama, su cuerpo es tan
grande que sus pies cuelgan por el borde. Verlo tendido ahí, con la dirección
que están tomando mis pensamientos…
Siento el calor subiéndome por las mejillas.
—Está claro que es algo inapropiado. —Se acomoda contra mi almohada
y coloca las manos detrás de la cabeza.
Justo cuando creo que se va a burlar de mí al respecto, los ojos del
Negociador recorren mi habitación. Mi mirada sigue la suya, deslizándose
sobre el estante de la bisutería barata y el neceser de maquillaje que tengo
encima del tocador. Observo los pósteres colgados en mi pared: uno de los
Beatles, otro es una foto en blanco y negro de la torre Eiffel y ese estúpido
cartel de « Mantén la calma y sigue leyendo» . Mis libros de texto están
apilados en el escritorio, junto con mi taza y unas latas con bolsitas de té. El
suelo está cubierto de libros con las páginas dobladas para marcar por
dónde voy, ropa y zapatos.
Me siento joven de repente. Joven e inexperta. No puedo ni imaginarme a
cuántas mujeres ha visitado el Negociador, pero apuesto lo que sea a que
sus habitaciones parecían mucho más maduras que la mía, con mis pósteres
con chinchetas y mi triste juego de té.
—¿No tienes compañera de cuarto? —pregunta al fijarse en la silla
plegable que he colocado donde debería haber otra cama.
—Ya no.
Se mudó con su amiga, a quien habían asignado una habitación individual
y quería una compañera de cuarto. Me sentí tanto decepcionada como
aliviada al verla marcharse. Me gustaba la compañía, pero lo cierto es que
no nos llevábamos bien. Ella era divertida y alegre, y yo estaba… afligida.
El Negociador me dedica una mirada llena de lástima.
—¿Problemas para hacer amigos, querubín? —pregunta.
Me estremezco.
—Deja de llamarme así —digo, deslizándome en la silla del ordenador y
subiendo las piernas al escritorio.
Querubín . Me hace pensar en angelitos gordos. Eso me hace sentir aún
más joven.
Él se limita a sonreírme y se pone aún más cómodo.
—¿Cómo te llamas? —pregunto.
—¿No vas a abordar el tema de los amigos? —pregunta a su vez.
—Se llama desviar la conversación —digo, inclinando la silla hacia atrás
mientras hablo con él—, y tú también lo estás haciendo.
En su mirada aparece un brillo divertido. Dudo de que alguna vez lo
admita, pero estoy empezando a creer que le gusta visitarme. Sé que a mí
me gusta tenerlo cerca. Mantiene a raya a mis demonios durante un poco
más de rato de lo que conseguiría de otra manera.
—¿De verdad crees que doy mi nombre a los clientes sin más, querubín ?
—Recoge un trozo de papel perdido de mi mesita de noche.
—Deja. De. Llamarme. Así.
—¿Quién es George? —pregunta, leyendo el papel.
Y ahora me quiero morir. Le arrebato la nota, la arrugo y la tiro a la
basura.
—Dios mío. George . —Solo la forma en que lo dice es suficiente para
que vuelva a sonrojarme—. ¿Es el protagonista de tus pensamientos más
inapropiados?
Ojalá.
—¿Por qué te importa? —pregunto.
—Cuando un chico te da su número es porque le gustas. Y lo has
guardado. En tu mesita de noche. —Lo dice como si la mesita de noche
fuera el factor decisivo.
¿Qué se supone que debo decirle? ¿Que el único chico con el que estoy
obsesionada en este momento es el propio Negociador?
No, gracias.
—No es que vayamos a salir —murmuro—. Su hermana es amiga de una
chica a la que no le gusto.
No tengo que deletrear el resto. El Negociador levanta las cejas.
—Ah.
Puedo sentir su mirada diseccionando mi lenguaje corporal.
¿Qué ve? ¿Mi vergüenza? ¿Mi frustración? ¿Mi humillación?
Balancea las piernas para bajarse de la cama y esa acción repentina me
sobresalta. Extiende una mano y tira de mí para ponerme de pie.
—Coge un abrigo.
—¿Por qué?
—Porque vamos a salir.

Presente

Por la mañana, antes de irme al trabajo, me dirijo al baño e inspecciono la


puerta rota.
Reparada. El Negociador la ha reparado sin ningún trato de por medio. El
corazón me late con más fuerza al darme cuenta de ello. El Negociador es
un embaucador; todo tiene un precio. Entonces, ¿por qué esto no lo ha
tenido?
Y la frase con la que se despidió… Cierro los ojos con fuerza. Algo de lo
que dijo se me ha quedado grabado en la mente.
Siete años es mucho tiempo de espera, sobre todo para alguien como yo.
El Negociador no espera a nadie, y mucho menos a una clienta soñadora
que una vez estuvo demasiado dispuesta a devolverle todos los favores.
Pero parece que eso es exactamente lo que ha hecho: esperar.
No tiene sentido.
Hago rodar mi brazalete alrededor de la muñeca, contando y volviendo a
contar mis cuentas.
Quedan trescientas dieciséis. Eso significa que el Negociador quitó varias
después de que comprara sus preciosos muebles. Varias cuentas a cambio
del secreto que revelé.
Me froto la cara.
En este momento, creo que odio al Negociador más que nunca . Odio que
irrumpiera en mi vida cuando de verdad estaba haciendo algo con ella. Odio
haber tenido que romper con Eli por teléfono porque no sabía qué tareas me
encargaría Des. Pero, sobre todo, lo odio porque es más fácil odiarlo a él
que a mí misma.

Llego a Investigaciones de la Costa Oeste veinte minutos tarde, con una


caja de cartón rosa bajo el brazo.
Durante los últimos seis años, Temper y yo nos hemos dedicado al
negocio de la investigación privada. Aunque lo que hacemos es un poco
más cuestionable en el sentido legal que lo que implica el trabajo.
Investigaciones de la Costa Oeste puede conseguir casi cualquier cosa para
su cliente: encontrar a una persona desaparecida, obtener una confesión o la
prueba de un crimen.
—Hola —saludo desde nuestra área de recepción—, he traído el
desayuno.
El teclear que proviene del despacho de Temper se detiene.
—¿Dónuts? —grita con esperanza.
—No, he traído algo de fruta. Me ha parecido que hoy sería un buen día
para empezar la operación biquini —digo, dejando caer la caja de dónuts
sobre una mesa de nuestra sala de espera. Una pequeña nube de polvo se
eleva a su alrededor.
Recordatorio: hace falta limpiar la zona de estar.
—A la mierda con la operación biquini. —Temper sale pisando fuerte de
su oficina y me mira como si hubiera blasfemado—. ¿Crees que quiero
parecer una flacucha?
Sus ojos se posan en la caja de dónuts.
—He comprado los clásicos de arándanos y los rellenos de gelatina —
digo, dándole también su café—. Bum, fruta.
Suelta un gruñido.
—Me gusta tu forma de pensar, zorra.
—Lo mismo digo, amor.
Me dirijo a mi despacho.
Son las mismas oficinas a las que nos mudamos hace cinco años cuando,
en la noche de la graduación, hicimos las maletas y prácticamente huimos
de la Academia Peel, nuestro internado, en busca de algo mejor. Nuestra
oficina sigue transmitiendo la misma sensación de emoción y desesperación
que entonces, cuando las dos huíamos —yo, de mi pasado y Temper, de su
destino— y estábamos ansiosas por construir algo nuevo.
Sonrío cuando veo el cheque de mi último trabajo en mi escritorio. Dejo
caer mis cosas, me deslizo en la silla y agarro el cheque para guardarlo en el
bolso. Espero que Micky, el mierda de hijo, esté tratando bien a su madre.
Es un privilegio tener una.
Apoyo los talones en el escritorio y enciendo el ordenador. Mientras
espero a que cobre vida, repaso los mensajes en el teléfono de mi despacho.
Uno es de un objetivo anterior, un acosador llamado Sean que había
estado siguiendo a una de mis clientes a casa. Tanto Temper como yo
tuvimos que involucrarnos en el caso, y está claro que dejamos una
impresión duradera, a juzgar por el colorido lenguaje que emplea. Borro el
mensaje y paso al siguiente.
Los siguientes tres mensajes son de clientes potenciales. Alcanzo un bloc
de notas y cojo un bolígrafo para anotar los nombres y la información de
contacto que dejan.
Y luego está el último mensaje.
Se me paralizan los músculos cuando escucho esa voz cálida y grave.
« Cariño, no voy a romper contigo. No por esto. Cuando vuelva,
hablaremos del tema» .
Me enderezo, tensa.
No, no, no .
« Hasta entonces —continúa el mensaje—, he movido algunos hilos y he
puesto al Negociador en la lista de buscados, con la máxima prioridad» .
Es decir, uno de los diez primeros.
Mierda.
Esto es justo lo que no quería que sucediera: que Eli se hiciera cargo de
mi desastre y lo convirtiera en suyo.
En cuanto se carga el ordenador, abro la página web de la Politia y voy a
la lista de los más buscados. La lista llega hasta cien, pero los diez
criminales más buscados están al frente y al centro, su foto justo al lado de
su nombre.
El número tres de la lista es: « El Negociador (nombre real desconocido)»
.
—Hijo de puta —murmuro, asestando una patada al archivador que tengo
al lado.
No sé por qué estoy tan molesta. El Negociador puede encargarse de su
propia mierda y yo, de la mía. O podía, hasta que me lie con un puto
hombre lobo alfa.
Mis ojos se mueven hacia el boceto del rostro de Des, la Politia ni siquiera
tiene una foto suya, y la imagen en sí… podría ser cualquiera. En lo único
en lo que han acertado ha sido en los ojos plateados y el pelo blanco. Lo
cual, para ser justos, es suficiente.
Hago clic en el enlace y me pregunto a cuántas mujeres policías ha tenido
que convencer Eli para que el Negociador estuviera entre los diez primeros.
Des siempre ha estado en la lista de buscados, pero no sé si alguna vez lo he
visto llegar tan alto.
La página que se abre está llena de sus estadísticas y una descripción más
detallada. Y a diferencia del dibujo de Des, esta parece ser precisa, hasta los
tatuajes que le cubren el brazo. Sin embargo, no mencionan sus orejas
puntiagudas ni sus alas.
No saben que es un hada.
Pero, aun así, lo que tienen es suficiente para condenarlo.
Abro el último cajón de mi escritorio y saco la botella de Johnnie Walker.
Hoy es uno de esos días.
Temper entra cinco minutos después. Cuando me ve bebiendo, me señala
la botella. A regañadientes, la deslizo sobre el escritorio.
—¿Qué está pasando, chica? —pregunta antes de tomar un trago. Sabe
que cuando Johnnie sale a escena, ha pasado algo malo.
Aprieto los dientes y niego con la cabeza.
Ella se encoge ante la quemazón del whisky , esperando a que diga más.
Bajo la vista a mi pulsera.
—Mi pasado me ha atrapado.
Desliza la botella hacia mí.
—¿Necesitas que le haga daño a alguien? —pregunta, muy seria.
Tenemos una relación tan cercana como pueden tenerla dos amigas, y lo
hemos sido desde el último año de secundaria. En el centro de nuestra
amistad hay una especie de pacto: a ella nada la arrastrará hacia un futuro
que no quiera y a mí nada me arrastrará de vuelta al pasado que me he
esforzado tanto por olvidar.
Nada.
Suelto un resoplido que parece una carcajada.
—Eli ya se te ha adelantado.
—¿Eli? —dice, enarcando una ceja—. Tía, eso me ha dolido. Las zorras
de las amigas antes que los tíos, ¿recuerdas?
—Yo no le he pedido que se involucrara. Rompí con él y luego se
involucró…
—¿Cómo? —Se agarra a la mesa—. ¿Has roto con él? ¿Cuándo ibas a
decírmelo?
—Hoy. Te lo iba a decir hoy.
Sacude la cabeza.
—Menuda puta, deberías haberme llamado.
—Estaba ocupada poniendo fin a una relación.
Vuelve a dejarse caer en su asiento.
—Mierda, tía. Eli va a dejar de hacernos descuento.
—¿Eso es lo que más te molesta? —digo, tomando otro trago de whisky .
—No —responde—. Me alegro de que te creciera una vagina y rompieras
con él. Se merece algo mejor.
—Te voy a tirar la botella de whisky .
Levanta las manos para aplacarme.
—Era coña. Pero, en serio, ¿estás bien?
Apenas puedo contenerme para no volver a mirar la pantalla del
ordenador.
Suspiro.
—Para serte sincera, no tengo ni puta idea.
Estoy tomando un buen trago de vino cuando la puerta de atrás se abre y
entra el Negociador.
—¿Intentando ahogar tus sentimientos en alcohol otra vez, querubín?
Mi corazón galopa al verlo con su camiseta negra ajustada y unos
vaqueros desteñidos.
Dejo la copa de vino y el libro que estaba leyendo.
—¿Otra vez? —digo, enarcando una ceja—. ¿Cómo sabes tú cómo me
va?
—Rumores —dice con suavidad.
Entrecierro los ojos.
—¿Has estado atento a…?
Se me corta la voz cuando el Negociador cruza la habitación, me quita la
copa de vino y se dirige al fregadero de la cocina, donde tira el contenido
por el desagüe.
—¡Oye! —espeto—. Eso es un Borgoña de los caros.
—Estoy seguro de que tu bolsillo está sufriendo —dice. No hay ni una
pizca de remordimiento en su voz.
Lo sigo hasta mi cocina.
—No deberías desperdiciar un buen vino, por principios.
Se aleja del fregadero y jadeo cuando veo mi botella de vino levitar desde
la mesita de café y cruzar la sala de estar hacia la cocina para aterrizar en la
mano del Negociador, que está esperándola.
Pone la botella boca abajo y oigo el sonido del precioso vino saliendo de
ella y cayendo en mi fregadero de porcelana.
—¿Qué estás haciendo ? —Me siento demasiado sorprendida por su
audacia como para hacer algo que no sea quedarme boquiabierta mientras lo
que queda del vino desaparece por las tuberías en un remolino.
—Esta no es forma de resolver tus problemas —dice el Negociador,
agitando la ahora vacía botella de vino en mi dirección.
El primer estallido de justa indignación reemplaza mi conmoción.
—Me estaba bebiendo una copa de vino, psicópata, no toda la botella,
joder.
Deja caer la botella en el fregadero y doy un brinco cuando oigo que se
rompe el cristal.
—Estás en negación. —Los ojos de Des transmiten enfado.
Me agarra de la muñeca con brusquedad, sin quitarme los ojos de encima.
Toca una cuenta.
—¿Qué estás haciendo? —Los primeros indicios de inquietud aceleran mi
ritmo cardíaco.
—Cuidando de ti —dice, mirándome con la misma intensidad.
No puedo evitarlo, le miro las manos porque su expresión me hace sentir
violenta. Bajo sus dedos, una cuenta desaparece.
Enarco las cejas. Sea cual sea el pago que acaba de pedir, sé que no me va
a gustar.
—¿Vas a decirme lo que me acaba de costar esa cuenta?
—Lo descubrirás dentro de nada.
7
Noviembre, hace ocho años

Desde que el Negociador me llevó por ahí la semana pasada, para tomar
café y pasteles, hemos pasado la mitad de las tardes en mi dormitorio y la
otra mitad dentro de una panadería en la otra punta de la Isla de Man.
Ha tenido cuidado de mantener las cosas a nivel platónico, a pesar de que
ha estado pagándome el café y los macaroons que pido cada vez que
visitamos el Douglas Café, la mejor panadería de la Isla de Man. O de que
ha estado pasando el rato conmigo la mayoría de las noches del último mes.
Esta situación no está bien.
No quiero que cambie.
—Entonces, ¿cuál es tu verdadero nombre? —le pregunto por centésima
vez.
Esta noche estamos en mi habitación. Estoy tumbada en mi cama y los
créditos de la película que hemos visto ruedan por la pantalla de mi portátil,
que he colocado a mi lado en la cama.
Una parte de mí teme girarse y verle la cara. Tiene que estar aburrido,
sentado en mi incómoda silla plegable y viendo Regreso al futuro en una
pequeña pantalla entre nosotros. Pero cuando me giro, no veo a un hombre
aburrido. Veo a uno confundido. Tiene el ceño fruncido y sus labios forman
una estrecha línea.
—¿Negociador?
—¿Por qué mataste a tu padrastro? —pregunta, deslizando su mirada
hacia la mía.
Me siento muy recta, una reacción inmediata. Un antiguo miedo me
atraviesa y llega acompañado de recuerdos no deseados. El aliento agrio de
mi padrastro, el olor de su cara colonia.
—¿Por qué me preguntas eso? —No logro mantener la emoción alejada
de mi voz.
Se recuesta en mi silla y se pasa las manos por detrás de la cabeza. Uno de
sus pies descansa sobre su otro muslo. No parece que vaya a irse a ninguna
parte pronto.
—Creo que tengo derecho a algún tipo de explicación —dice—, dado que
soy tu cómplice.
Trago saliva. Nunca debí haber negociado para disfrutar de la presencia
de este hombre.
Soy una chica de lo más estúpida.
—No vas a conseguir ninguna —le digo.
No es que no confíe en él, porque sí lo hago, aunque no debería. Pero la
idea de compartir esa parte de mi pasado con el Negociador… Me siento
mareada solo con pensarlo.
Me mira durante un largo momento. Sus labios se curvan en una sonrisa.
—Dime, pequeña sirena, ¿estás empezando a disfrutar de los secretos?
Casi parece orgulloso. Pero luego esa expresión se evapora y vuelve a
ponerse serio.
Apoya esos brazos aterradores y musculosos sobre los muslos.
—Lo que sea que te hiciera, es…
—Para . Deja de hablar. —Me pongo de pie, el portátil casi se cae de la
cama por culpa de mis prisas locas por levantarme del colchón.
El Negociador lo sabe . No es que sea necesario ser un genio para
descubrir por qué una adolescente aparentemente inocente atacaría a su
padrastro.
Le ruego en silencio que no me presione más. Sé que llevo el corazón en
la mano, que mi alma rota y maltratada asoma por mis ojos.
La figura del Negociador se vuelve borrosa. En algún momento, debo de
haber empezado a llorar, pero no he caído en ello hasta ahora, cuando ya no
puedo verlo bien.
Maldice por lo bajo y sacude la cabeza.
—Tengo que irme.
Parpadeo para ahuyentar la humedad de los ojos.
¿Se va? ¿Por qué me siento tan desolada ante esa posibilidad si hace un
momento estaba deseando todo lo contrario?
Cuando se levanta, la mirada del Negociador sigue las lágrimas que
resbalan por mis mejillas y puedo ver su arrepentimiento. Eso alivia mi
dolor. Un poco.
Justo cuando creo que se va a disculpar, no lo hace.
En su lugar, dice algo mejor.
—Desmond Flynn.
—¿Qué?
El aire ya se está moviendo, cambiando a medida que su magia entra en
acción.
—Mi nombre.
Solo después de que se vaya me doy cuenta de que no ha añadido una
cuenta por esa información.

Presente

Des no me dice a dónde me lleva, ni qué tarea tiene en mente para esta
noche. Mientras los dos nos elevamos sobre el océano, lo único que sé es
que se dirige hacia la costa en lugar de hacia el interior.
Ahora que me he acostumbrado un poco a volar en brazos del Negociador,
observo el mar brillante y las estrellas titilantes. Por oscuro que esté, estas
vistas son algo digno de contemplar. Puedo oler la sal en el aire mientras el
viento me agita el pelo. Me hace anhelar algo que he olvidado o perdido.
Giro la cabeza y poso la mirada en la garganta de Des y la parte inferior
de su fuerte mandíbula.
Un hada me lleva hacia la noche . Suena como todas las historias que he
leído sobre ellas.
Mi mirada sube hasta llegar a sus rasgos, bellos y familiares. Él mira
hacia abajo y me pilla observándolo. Hay un brillo astuto en su mirada, pero
lo que sea que ve en la mía hace que se le suavice.
El corazón se me aloja en la garganta. Aparto la mirada antes de que la
suya pueda metérseme debajo de la piel.
Nos alejamos de la costa. Nos dirigimos hacia el mar.
¿Qué podría haber ahí fuera para nosotros?
Lo descubro poco después, cuando entre la niebla de la costa aparece la
isla Catalina. Situada frente a la costa de Los Ángeles, Catalina es un lugar
al que los lugareños van de vacaciones los fines de semana. La mayor parte
de la isla está deshabitada. Pasamos Avalon, la ciudad principal de la isla, y
seguimos el borde de la costa de Catalina.
Giramos en la curva de los acantilados y una casa de piedra blanca
aparece a la vista, iluminada en mitad de la oscuridad. Queda claro, por la
forma en que el Negociador maniobra en el aire, que este es nuestro destino.
Absorbo las vistas. Está situada cerca del borde de un acantilado, en ese
sentido se parece mucho a la mía, y la parte trasera de la casa da paso a un
patio con terraza que termina justo al límite de la propiedad.
Cuanto más nos acercamos, más magnífico parece el lugar. Está hecho de
cristal y piedra blanca, y mientras damos la vuelta hacia el frente, vislumbro
brevemente los elaborados jardines que lo rodean.
El Negociador planea sobre el jardín delantero y, tras un descenso final,
aterrizamos.
Me alejo de sus brazos y echo un vistazo alrededor.
—¿Qué es este sitio? —Parece sacado de un sueño. Una casa palaciega
situada en un extremo del mundo.
—Bienvenida a mi casa —dice Des.
—¿Tu casa ? —pregunto, incrédula—. ¿Vives aquí?
—De vez en cuando.
Nunca pensé que el Negociador tuviera una casa propia, pero por supuesto
que la tiene. Visita la Tierra con bastante frecuencia.
Observo la buganvilla trepadora y la fuente borboteante situada en el
jardín delantero. Más allá, se alza su majestuosa casa.
—Este lugar es increíble —digo. De repente, mi pequeña casa parece
lúgubre y ruinosa en comparación.
Él mira a su alrededor y tengo la impresión de que está intentando ver su
casa a través de mis ojos.
—Me alegro de que te guste. Eres mi primera invitada.
Retrocedo al oír eso.
—¿De verdad?
Primero me muestra sus alas. Ahora, su escondite. Es obvio que ambas
revelaciones son importantes, pero no soy capaz de descifrar los motivos
del Negociador.
—¿Te hace sentir incómoda? —pregunta, bajando la voz—. ¿Que te traiga
a mi casa?
Tengo la clara impresión de que quiere que me sienta incómoda.
Está haciendo un buen trabajo para lograrlo.
—Curiosa, no incómoda —digo, desafiándolo con la mirada. Después de
todo, él estuvo en mi casa cientos de veces cuando yo era más joven.
Curva una esquina de la boca, sus ojos oscurecidos por lo que sea que se
esté gestando en esa mente suya. Extiende una mano hacia delante.
—Entonces, entra, tenemos mucho de lo que hablar.

Atravieso la entrada despacio, fijándome en los listones de madera pulida


del suelo y los accesorios de pared de metal reluciente. Me doy cuenta de
que no hay nada de hierro.
Frunzo el ceño cuando veo dos máscaras venecianas colgadas en la pared.
Solía tener un par idéntico en la Academia Peel.
Siento que se me pone la piel de gallina por todo el cuerpo.
No significa nada.
En la entrada hay alineadas una serie de fotografías panorámicas hasta la
sala de estar, cada una tomada en un rincón diferente del mundo. Los
luminosos bazares de Marruecos, las austeras montañas del Tíbet, los
tejados de tejas rojas de Cuzco. He visto todos esos sitios en persona,
gracias al hombre que está a mi lado.
Puedo sentir los ojos de Des sobre mí, observando cada una de mis
reacciones.
Insegura, me dirijo a la sala de estar, donde un sofá de cuero desgastado
descansa sobre una alfombra de piel. Su mesita de café es un cofre gigante
de madera, cuyos cierres de latón están romos por el paso del tiempo.
—Dime lo que estás pensando, Callie.
Me encanta tu casa.
Quiero enterrar los pies descalzos en esa alfombra peluda y sentir que me
hace cosquillas en los dedos. Quiero tumbarme en su sofá y pasar el rato
con el Negociador como solíamos hacer.
—Nunca he sido consciente de lo cerca que vivías —digo en vez de eso.
Entrecierra los ojos, como si supiera que no he dicho lo que estaba
pensando.
Estiro el cuello para intentar ver qué hay al otro lado de un pasillo oscuro.
—¿Quieres que te enseñe la casa? —pregunta mientras se apoya contra
una pared. Con sus vaqueros de tiro bajo y su pelo alborotado, parece haber
inventado la palabra sensualidad , cosa que es realmente molesta cuando
estás decidida a endurecer tu corazón para que alguien no te afecte.
Asiento antes de pensarlo mejor.
Pues vaya con lo de endurecer el corazón.
Y así, el Negociador me enseña su casa, desde la lujosa cocina hasta la
habitación de invitados que yo misma he amueblado hace poco. Las únicas
dos habitaciones que no me muestra son, por un lado, la habitación que
contiene un portal al Otro Mundo, la tierra de los fae, y por otro, su
dormitorio, también conocidas como las dos habitaciones más interesantes
de su casa.
Acabamos otra vez en la cocina, una zona de su casa que, aunque mucho
más refinada que la mía, es un sitio en el que apetece quedarse.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto mientras abro distraídamente
un bote de cobre que tiene apoyado contra la pared. Al principio creo que
estoy viendo harina, pero cuando capta la luz, brilla.
¿Polvo de hadas?
En lugar de responder, Des deja a un lado el bote que sostengo y me
agarra la muñeca. Pasa una mano por encima de mi brazalete.
—Esta noche quiero una verdad de ti —dice, sus ojos brillan con picardía
—. Dime, querubín, ¿qué has estado haciendo los últimos siete años?
Tan pronto como las palabras salen de su boca, siento la magia
obligándome a hablar. No es tan agresiva como lo fue anoche, porque no
hay límite de tiempo para esto, pero me cubre la lengua, invitándome a
hablar.
—Asistí a la Academia Peel un año más —empiezo— y fue entonces
cuando conocí a mi mejor amiga, Temper. —Podría jurar que lo veo
reaccionar incluso ante ese pequeño detalle. Una vez, el puesto de mi mejor
amigo lo ocupó él, aunque fuéramos una extraña combinación—. Ella me
ayudó a superar el último año. —No necesito dar más detalles para que
entienda que lo estaba superando a él.
La mano que todavía sostiene mi muñeca ahora me da un apretón.
—La noche de la graduación, Temper y yo nos marchamos del Reino
Unido. Nos mudamos a Los Ángeles y empezamos nuestro propio negocio.
—Ah, sí, Investigaciones de la Costa Oeste, ¿verdad? —dice.
Abro los ojos como platos antes de poder evitarlo.
—¿Lo conoces?
Me suelta la mano.
—Soy el Negociador, lo sé todo sobre tu pequeño negocio. —Lo dice
como si estuviera al tanto de los negocios de todo el mundo—. Parece que
hoy en día no soy el único que se dedica a sonsacar secretos.
No sabría decir si se siente complacido o molesto.
—¿Te molesta? —pregunto.
—Me complace. Y me enfada que me guste. —Frunce el ceño a la vez
que cruza los brazos sobre el pecho—. Nunca quise que terminaras como
yo. —Cuando dice eso, todos sus trucos desaparecen de su voz.
—No me había dado cuenta de que te importaba de una forma u otra.
¿Es amargura eso de mi voz? Creo que sí.
Él esboza una sonrisa triste.
—Háblame de tu negocio. —Lo dice con bastante inocencia, pero todavía
siento su magia en la lengua, obligándome a responder.
—Temper y yo somos investigadoras privadas. Ella usa sus hechizos para
atrapar criminales, encontrar personas desaparecidas y —asustar a la gente
— otras cosas . Yo utilizo mi glamour para obligar a la gente a confesar o a
actuar en contra de sus instintos más básicos. —Mientras lo digo, pienso en
Micky, mi último caso.
Des chasquea la lengua.
—Callie, Callie, convirtiendo el acto de violar la ley en un negocio. Vaya,
me suena familiar.
Me inspiré en su negocio para crear el mío. Vaya cosa.
—La imitación es la forma más sincera de adulación —digo.
El Negociador se inclina hacia delante.
—Querubín, puede que eso sea demasiado sincero. Aunque, como he
dicho, me complace… Estás tomando precauciones para protegerte de las
autoridades, ¿verdad?
Es decir, no te van a pillar pronto, ¿no?
Juro que suena como si en realidad le importara. Y todo esto viene del
tercer hombre más buscado del mundo sobrenatural.
—Me va bien. —Saco uno de los taburetes de la barra de la cocina y me
siento—. Eso es lo que he estado haciendo durante los últimos siete años.
Hago girar el taburete.
—Estás omitiendo algunos detalles —dice, moviéndose hacia el otro lado
de la barra en la que me he sentado.
No necesita decirme eso para sentir que la magia me presiona, exigiendo
que diga más.
—¿Qué me he dejado?
Des se apoya contra la isla de la cocina, su mirada es firme.
—Tu vida privada.
Siento que me sonrojo incluso mientras le dedico una mirada extrañada.
¿Por qué él, que me rechazó hace mucho tiempo, iba a preocuparse por mi
vida privada? Solo soy una clienta.
Es la magia la que me obliga a hablar.
—¿Quieres que te cuente todas las relaciones que he tenido en los últimos
siete años? No hay nada que decir.
Enarca una ceja.
—¿No has estado con nadie en todo este tiempo?
Jesús, esto es peor que compartir mi historial sexual con mi ginecólogo.
—¿Y tú qué? —exijo saber—. ¿Con quién has estado?
—No estamos hablando de mí y todavía no has contestado a la pregunta.
La magia me hunde sus garras y me atenaza la garganta.
—Ocho. ¿Vale? He tenido ocho «relaciones». —Entrecomillo la palabra
en el aire porque mi idea de una relación en realidad es una broma. Ninguna
ha durado más de seis meses.
Tengo problemas con el compromiso.
La magia de Des todavía me tiene bajo su control.
—Y algunas aventuras aquí y allá entre una relación y otra —digo, me
arde el rostro mientras hablo.
Dios, esto es vergonzoso, teniendo en cuenta que se lo estoy contando al
objeto de mi enamoramiento adolescente. Y cuanto más tiempo paso con él,
más pienso que no era estrictamente un enamoramiento adolescente. No,
cuanto más me mira con esos ojos seductores suyos, más siento que la
armadura que me rodea el corazón se desmorona, como si estuviera hecha
de papel maché.
Mientras hablo, Des endurece la expresión. Me emociona un poco la
posibilidad de que de verdad se sienta molesto ante la idea de que haya
tenido una relación.
—¿Quisiste a alguno de ellos? —pregunta.
Inclino la cabeza en su dirección.
—Eso no es asunto tuyo —le digo, más confundida que otra cosa.
—Au contraire , mientras tengas una deuda conmigo, es asunto mío.
—¿De verdad vas a obligarme a decir esto? —Es una pregunta retórica;
siento cómo la magia arrastra la respuesta hasta mi garganta—. No, no
quise a ninguno de ellos. —La magia me libera por fin—. ¿Ya estás
contento?
—No, querubín —dice con expresión pétrea—, no lo estoy.
Lo miro de arriba abajo. Todos estos pagos han sido una farsa. Un beso,
algunos muebles y un par de confesiones.
Eso es lo único que me ha pedido hasta ahora.
He visto a este hombre, sin ayuda de nadie, obligar a un político a cambiar
la ley sobrenatural como pago. Lo he visto arrancándoles secretos a
hombres que preferirían morir antes que confesar.
Apoyo los codos sobre la encimera de granito.
—¿Por qué has vuelto a mi vida? Y no me digas que es solo porque
decidiste, al azar, que era hora de pagar mis deudas.
Él también se inclina hacia delante, apenas hay unos centímetros de
distancia entre nuestras caras.
—No lo decidí al azar, Callie. Esto ha sido muy, muy deliberado. —Lo
dice como si las palabras mismas tuvieran peso.
Lo miro buscando la respuesta.
—¿Por qué, Des?
Duda y veo la primera grieta en su fachada, algo que no es enfado ni
amargura o distancia. Algo… vulnerable.
—Necesito tu ayuda —admite por fin.
Des ha construido un imperio a base de secretos y favores. Me cuesta
creer que yo pueda ofrecerle algo que no pueda conseguir en otra parte.
—¿El infame Negociador necesita mi ayuda? —lo digo con sarcasmo,
pero me siento intrigada.
—Está sucediendo algo en el Otro Mundo —explica—, algo que ni
siquiera mis secretos pueden descubrir.
El Otro Mundo . La mera mención me pone la piel de gallina. Es el reino
de las hadas y otras criaturas demasiado crueles para la Tierra. Todos los
seres sobrenaturales lo saben y aquellos con un poco de sentido común lo
temen.
—¿Cómo puedo ayudar? —pregunto, mientras la nevera se abre a su
espalda. Ya estoy temiendo lo que pueda decir.
Una botella de sidra espumosa sale flotando del frigorífico. Justo cuando
la puerta se cierra tras ella, una botella de vino se desliza desde una
encimera lejana. Un momento después, se abre un armario y dos copas
levitan. Los cuatro artículos aterrizan frente al Negociador, que empieza a
servirnos las bebidas.
—Necesito que obtengas información de algunos tipos.
Desliza una copa de sidra espumosa hacia mí. Frunzo el ceño, pero tomo
un sorbo vacilante de todos modos.
—¿No puedes hacerlo tú? —pregunto con las cejas enarcadas.
Sacude la cabeza, por su mirada, parece muy lejos de aquí.
—Puedo, hasta cierto punto. Más allá de ese punto… mueren.
—¿Mueren?
Jesús. ¿De qué está hablando este hombre?
—Como tú, puedo obligar a la gente a hacer lo que digo, pero existe una
diferencia clave entre nuestras dos habilidades.
Hay mucho más que una diferencia clave entre nuestras habilidades. Des
no brilla cada vez que usa la suya, ni intenta tirarse al objetivo de su
glamour como sí hace la sirena que hay en mí, que es una zorra cachonda.
—Tu glamour no le ofrece a tu objetivo la capacidad de rechazar las
órdenes —continúa—. Quieres que hablen y hablan. Quieres que bailen
desnudos por la calle, bailan desnudos por la calle. No tienen otra opción.
—Se pasa la copa de vino de una mano a otra—. Con mi poder —sigue—,
una persona puede elegir no ser obligada, pero eso la matará. Por lo tanto, si
lo desean, pueden optar por morir completamente vestidos en lugar de
bailar desnudos por la calle. O pueden optar por morir en silencio en lugar
de revelar un secreto.
Nunca había sido consciente…
—Pero consigues que todos hablen —digo.
El Negociador toma un largo trago de vino antes de responder.
—La mayoría de la gente quiere vivir.
Dejo que esa revelación cale.
—Entonces ¿tus sujetos están eligiendo la muerte en lugar de compartir
información?
Asiente, mirando su copa.
Uf. No logro imaginar por qué secreto valdría la pena morir.
—Tu plan tiene un fallo —digo—. No puedo hechizar a las hadas.
Me sostiene la mirada.
—No te estoy pidiendo que uses el glamour con hadas.
Eso me obliga a hacer una pausa.
—Entonces, ¿qué me estás pidiendo?
Sus ojos iluminados por la luna son tan misteriosos como siempre lo han
sido. Tras tomar algún tipo de decisión, rodea la barra, agarra otro taburete
y lo acerca.
—Las cosas en el Otro Mundo van… mal. —Su tono es más suave, como
si necesitara dulcificar las palabras—. Hay inquietud en mi reino, al igual
que en los demás. Ha habido desapariciones, muchas, muchas
desapariciones. Soldados que desaparecen sin dejar rastro. Solo las mujeres
han… vuelto. Necesito averiguar qué les ha pasado.
—¿Por qué no te lo cuentan esas mismas mujeres? —pregunto.
—No pueden. —La expresión de Des es de agonía.
—¿Están muertas?
Niega con la cabeza.
—No exactamente. No están ni vivas ni muertas.
Hago girar mi copa de sidra espumosa.
—Sigo sin entenderlo. ¿Qué quieres que haga, Des?
—Las hadas no quieren hablar conmigo. —Elige con cuidado sus
próximas palabras—. Pero las hadas no son las únicas que viven en el Otro
Mundo.
De repente, lo entiendo.
—Los cambiados —susurro. Humanos secuestrados por hadas y llevados
al Otro Mundo. La mayoría viven allí como esclavos.
—Necesito proteger mi reino.
Me tenso. Es raro que Des hable sobre la otra mitad de su vida, la mitad
en la que no es solo un matón fantasmal en plena noche. La mitad en la que
en realidad es rey y gobierna sobre todas esas criaturas que acechan en la
noche.
—Así que quieres llevarme a tu mundo —digo—. Y quieres que use el
glamour con tus esclavos…
—No son esclavos —gruñe.
—No me tomes por tonta, Des. El hecho de que sea lo único que han
conocido no significa que eligieran esa vida si tuvieran elección.
—Ninguno de nosotros puede elegir su vida —dice, y su mirada es
demasiado penetrante.
—Quieres que les sonsaque la verdad a la fuerza a los humanos que viven
en tu reino, aunque no es ético y probablemente acabarán peor que si
estuvieran muertos.
—Nunca te habías preocupado por la ética del glamour —dice.
—Porque ninguna de las personas con las que lo he utilizado eran
víctimas. —Todos eran criminales de un tipo u otro—. ¿Nunca has
considerado que si el Rey de la Noche, con todos sus trucos y promesas, no
puede hacer que esa gente hable, deberíamos dejarlos en paz?
—Callie —dice Des, inclinándose hacia delante—, las hadas se están
muriendo. Los humanos se están muriendo. Le está pasando algo al Otro
Mundo, y está pasando justo en mis narices.
—¿Qué pasa si te digo que no, que no lo haré? —digo.
Me estudia durante varios segundos, con la mandíbula tensa.
—Aun así, te obligaría a hacerlo.
Es lo que pensaba. Preferiría tener mi permiso, pero usaría mis
habilidades de todas formas.
—Entonces no tengo elección en absoluto —digo—. Lo haré.
Y así, vuelvo a trabajar con el Negociador.
8
Diciembre, hace ocho años

—Bueno, ¿qué haces cuando no estás cerrando tratos? —le pregunto a Des,
que está tirado en el suelo, hojeando uno de mis libros de texto.
Tiene un bolígrafo en la mano y lo he visto garabateando cosas en los
márgenes. Me da mucho miedo que haya dibujado pollas dentro de mi libro
de texto, pero cuando echo un vistazo, me veo a mí misma. Ha dibujado un
trozo de mi cara y, maldita sea, es un artista increíble aparte de todo lo
demás.
—¿Además de arruinar la mente de una pequeña sirena? —pregunta.
—Además de eso —digo con una sonrisa amable.
Fuera de mi habitación, en el pasillo, oigo a algunos de mis compañeros
de planta reírse mientras salen corriendo a cenar. Llaman a la puerta
contigua a la mía e invitan a Shelly y a Trisha a cenar con ellos. Escucho
sus pasos acercándose a mi habitación y una pequeña parte de mí espera
que llamen a la puerta, aunque Desmond esté aquí.
Pasan de largo ante mi puerta sin detenerse.
—Ya sabes que no pueden oírnos —dice Des, sin levantar la vista de su
trabajo.
No lo sabía, pero me preguntaba por qué nadie había preguntado por la
voz masculina que sale de mi habitación. Aquí las paredes son finas como
el papel.
—Eso es muy amable por tu parte, Des —digo.
—Me gusta la privacidad. No ha tenido nada que ver contigo.
—Por supuesto. —Dios no quiera que el Negociador se haga famoso por
su amabilidad.
—Y mi nombre es Desmond, no… Des . —Su voz supura desdén.
¿Así que el nombre le molesta? Maravilloso.
—Dejaré de llamarte Des en cuanto tú dejes de llamarme querubín.
Refunfuña.
Tomo asiento en la silla del ordenador y lo observo trabajar durante varios
segundos. Y mientras estoy aquí sentada, mirándolo, siento una sacudida en
el estómago.
Si cierro los ojos, puedo fingir que no estamos en mi oscuro dormitorio,
que no le estoy pagando al Negociador para que me haga compañía, que a
Des le gusto tanto como él me gusta a mí. Pero luego recuerdo que puedo
pasar el rato con él durante un máximo de cuatro horas al día. Vivo para
esas cuatro horas, pero ¿y él? Es probable que yo solo sea su equivalente a
unas vacaciones pagadas.
¿Qué hace cuando no está robando secretos o cobrando deudas? ¿Cuál es
el concepto de diversión de este hombre?
Lo más probable es que sea robar caramelos a los niños o algo horrible
por el estilo.
—¿Qué haces en tu tiempo libre? —pregunto de nuevo.
Pasa otra página de mi libro de texto.
—Eso tiene un precio —dice.
Me encojo de hombros. Ya tengo dos hileras de cuentas, ¿ qué importa
una más?
—Añade una cuenta.
Me miro la muñeca justo cuando se forma otra cuenta negra y opaca.
—Me dedico a reinar. —Ni siquiera levanta la vista cuando lo dice.
Espero más, pero nunca llega.
—Venga ya, ¿eso es todo? —pregunto—. Esa respuesta no ha llegado ni a
cinco palabras.
Merezco una respuesta mejor que esa, considerando el precio que, con el
tiempo, tendré que pagar por este favor. Con toda probabilidad, algún día
esta pulsera de cuentas se convertirá en una versión muy real de besar, casar
o matar.
—Tampoco mi nombre, que fueron dos. En esa ocasión, no te quejaste. —
Empieza a dibujar mi boca.
—No añadiste ninguna cuenta por esa respuesta —digo.
—Un acto de generosidad que no me interesa repetir. —Sus palabras son
cortantes.
Rechino los dientes.
Me dejo caer en el suelo junto a él y le arrebato el bolígrafo de la mano.
—¿Sobre qué reinas exactamente? —exijo saber.
El Negociador rueda sobre el costado y apoya la cabeza en una mano con
una sonrisa en su rostro. Un mechón de cabello rubio y blanco le cae sobre
los ojos. Me estudia un segundo antes de ceder.
—Soy el Rey de la Noche.
—¿El Rey de la Noche? —repito como una tonta.
¿Qué clase de título es ese?
—En el Otro Mundo —elabora, recuperando el bolígrafo de mis manos.
El Otro Mundo.
Me quedo mirándolo.
El Otro Mundo .
Mierda, este tío es un hada. No, no solo un hada, un rey fae. Líder de una
de las razas más despiadadas.
Y he sido borde con él.
—Así que eres… muy importante —le digo.
Inclina la cabeza levemente, todavía parece estar divirtiéndose.
—Un poquito.
Pues estoy bien jodida, y no me había dado cuenta.
Observo su rebelde pelo blanco, su cuerpo impactante, su brazo tatuado y
su atuendo negro.
—No pareces un rey —le digo.
—Y tú no pareces el tipo de chica que hace tratos con el Negociador,
querubín. ¿Qué quieres decir con eso?
Ahí me ha pillado.
Rey de la Noche. Un nombre que evoca a un tipo duro.
—¿Dónde están tus alas? —pregunto.
Me dirige una mirada molesta.
—Lejos.
Des debe de darse cuenta de que voy a seguir molestándolo, porque cierra
mi libro de texto y lo deja a un lado.
Tener toda la atención del Negociador sobre ti es como captar la mirada
de un tigre. Lo único que quieres hacer era acariciar a la criatura, pero en
cuanto te mira, te das cuenta de que, sencillamente, te va a destrozar.
—Dime, querubín, ¿te gustaría visitar mi reino algún día? —pregunta, en
un tono suave como el terciopelo.
¿Es una pregunta con trampa? Siento como si estuviera a punto de caer en
una.
—¿Me llevarías? —pregunto. Intento no sonar demasiado emocionada o
asustada. Todo lo que sé sobre el Otro Mundo me aterroriza. Pero la idea de
que el Rey de la Noche me haga una visita guiada por su reino es
increíblemente atractiva.
—Claro que te llevaré —promete, con un brillo travieso en los ojos—. Un
día, no te dejaré otra opción.

Presente

Poco después de aceptar ayudar a Des, me lleva de vuelta a mi casa para


pasar la noche. Ahora que me he subido al barco, hay preparativos que tiene
que hacer por su cuenta. Mañana repasaremos las desapariciones. Al día
siguiente, entrevistaré a los cambiados. Eso significa visitar el Otro Mundo
y ver, por primera vez en mi vida, el reino que gobierna Des.
Estoy de pie en mi patio trasero, viendo cómo el Negociador echa a volar
hacia la noche otra vez, y una gran parte de mí quiere seguirlo.
Esta noche, no tenía por qué enseñarme su casa, pero lo ha hecho.
Tampoco era necesario mostrarme sus alas, pero también lo ha hecho. Si
está intentando confundirme, se le da de miedo.
Una vez que Desmond desaparece, entro y me dirijo a la cocina. Antes,
me ha quitado una cuenta, poco después de sorprenderme bebiendo vino.
No me ha explicado exactamente por qué ha hecho desaparecer la cuenta,
aunque tengo mis sospechas.
Ahora, la curiosidad me puede. Es hora de comprobar mi teoría y pedirle
a Dios que esté equivocada.
Saco una botella de whisky Jameson del armario, desenrosco la tapa y
percibo los primeros rastros del licor. Me detengo un segundo. Si el pago
anterior es lo que creo que es, esto podría ser desagradable. Esa
preocupación persistente detiene mi mano solo un momento, luego inclino
la botella y bebo un trago largo y profundo.
El whisky es como tener ámbar líquido bajándome por la garganta; siento
cómo reduce mis nervios a cenizas. Cierro los ojos y disfruto del escozor
inicial en la parte posterior de la garganta y del calor que se me enrosca en
el estómago.
Un momento después, me relajo.
Creía que me había prohibido beber alcohol, pero es obvio que mi teoría
era errónea.
Guardo el whisky , aliviada.
Lo noto cuando me dirijo a mi habitación. El estómago me da un vuelco.
Trago saliva y me detengo. La sensación se desvanece y echo a andar otra
vez. Tres pasos después, siento una convulsión en el estómago. Esa
sensación me sube por el torso y casi caigo de rodillas; puedo sentir el
recorrido que hace hasta llegar a la garganta.
Qué cabrón.
Corro al baño y apenas llego a tiempo. Todo mi cuerpo sufre espasmos
mientras vomito el whisky . Siento los hilos de la magia obligando a mi
estómago a deshacerse por completo del alcohol, y es tan invasivo como lo
fue la primera vez que sentí su magia moverse dentro de mí.
Se me ponen los nudillos blancos cuando agarro con más fuerza la
porcelana.
Ahora sé por qué Desmond se ha cobrado esa cuenta en particular.
Sobriedad.
Que se olvide de los cazarrecompensas sobrenaturales que lo persiguen;
ese hijo de puta es mío.

Esta noche, cuando Desmond Flynn abre la puerta corrediza y entra en mi


sala de estar como si fuera el dueño del lugar, estoy lista para él.
—Te. —Lanzo una botella de whisky a la cabeza del Negociador—. Odio.
—Una copa de vino—. Mucho. —Un botellín de cerveza.
La silueta del Negociador desaparece en el instante en que cada uno de los
objetos tiene que entrar en contacto con él. Un momento después,
reaparece, su cuerpo parpadea mientras se dirige hacia mí. Todos los
recipientes de cristal se estrellan contra la pared a su espalda, los líquidos
ámbar y granate salpican por todas partes y gotean hacia el suelo de
madera.
—Eso no es agradable —gruñe.
Me dispongo a agarrar más munición. Todo mi suministro está alineado
en la encimera. He decidido emplearlo en mis prácticas de tiro, ya que está
claro que ahora no podré darle ningún otro uso.
El Negociador vuelve a desaparecer y, cuando reaparece, está frente a mí.
—Hoy tenemos trabajo que hacer.
—Puedes coger tu trabajo —gruño—, y metértelo por…
—Eh, eh, eh —dice, agarrándome la mandíbula y apretándome contra el
mostrador—. Ten cuidado con lo que deseas cuando estés a mi alrededor.
Nada me gustaría más que coger mi trabajo y meterlo en algún lugar que
nunca ve el sol.
Sé por experiencia que, cuando está de mal humor, al Negociador le
encanta tergiversar las palabras de sus clientes. Esa idea hace que la sirena
cante; la muy desvergonzada. El resto de mí tiene un cabreo de la hostia.
El Negociador parece darse cuenta de mi reacción conflictiva, porque se
le dilatan las pupilas.
—Hora de irse.
—No —digo, obstinada.
—No te lo estaba preguntando. —Me arrastra lejos de la encimera y me
obliga a atravesar la sala de estar hasta la puerta trasera.
Fragmentos de cristal y gotas de alcohol se elevan desde las paredes y el
suelo; el líquido recorre el camino hacia el fregadero y el cristal, hacia la
basura. Otra vez está limpiando para mí.
Forcejeo para que me suelte la muñeca, me resisto en todo momento.
—Desmond. Suéltame. Ahora. —Mi sirena se ha apoderado de mi voz,
provocando que mi orden suene seductora.
En lugar de dejarme ir, Des me arroja sobre su hombro.
—Sigue hablándome así, querubín —dice el Negociador—, no sabes
cuánto me excita. —Me da unas palmaditas en el culo y lo veo todo rojo.
—¡Bájame, idiota!
Pero en lugar de bajarme, me acomoda de tal modo que mis piernas
rodeen su cintura y mis brazos le rodeen el cuello. Intento liberarme, pero
su agarre es como una jaula que me mantiene en mi sitio.
Le pellizco la espalda. Suelta un juramento y, detrás de nosotros, el vaso y
el líquido que se estaban limpiando solos caen al suelo.
—Maldita sea, Callie —dice—, no me obligues a gastar una de tus
cuentas en inmovilizarte.
Lo miro a los ojos mientras me saca fuera.
—Te reto a que lo hagas, Des.
Veo un destello en su mirada.
—No me pongas a prueba. Lo haré y disfrutaré sintiendo cada centímetro
de tu piel mientras te obligo a quedarte quieta.
Me conformo con mirarlo fijamente.
—Estuvo mal por tu parte quitarme la capacidad de beber.
—No es lo peor que he hecho, querubín —dice—. Y no es permanente si
aprendes a beber de forma responsable.
Qué cojones tiene este hombre. ¿Cómo voy a aprender a beber de forma
responsable si no puedo beber ?
Me agarro a él con más fuerza mientras sus alas se materializan.
—Estaba bien antes de que te entrometieras en mi vida.
Suelta un resoplido burlón.
—Eso es discutible.
Antes de que pueda replicar, nos elevamos en el aire. Dejo escapar un
grito de sorpresa y él me frota la espalda en pequeños círculos,
probablemente en un intento de tranquilizarme. Quiero apartar esa mano,
pero a menos que le suelte el cuello, no podré.
En vez de eso, fijo la mirada en el cielo por encima de mi cabeza,
decidida a recitar las constelaciones en un esfuerzo por ignorar al hombre
que tanto me enfada y me confunde.
Y, cómo no, veo la friolera de tres estrellas en el cielo, y una de ellas
podría ser un avión. Así que me conformo con limitarme a ignorar a Des, lo
que resulta ser casi imposible. Respiro su olor, su pelo me hace cosquillas
en el dorso de las manos y lo único que puedo ver, además de la noche
oscura, es el arco amenazador de sus alas.
Unos diez minutos después, me doy por vencida y descanso la cabeza en
el hueco entre su cuello y su hombro.
El Negociador me aferra con más fuerza, y siento el áspero roce de su
mejilla mientras me acaricia. Empiezo a notar un patrón: se pone cariñoso
cuando estoy en sus brazos.
No estoy segura de cuánto tiempo permanecemos así, pero al cabo de un
rato siento que comenzamos a descender. Contemplo el mundo a nuestros
pies y observo cómo la isla Catalina se hace más grande y la casa del
Negociador aparece a la vista.
Quince minutos después, entramos en su sala de estar. Hoy, hojas y hojas
de notas escritas a mano y bocetos cubren su mesita de café. Me inclino
para verlas bien. He recibido suficientes encargos como investigadora
privada para reconocer el archivo de un caso cuando lo veo.
Levanto uno de los bocetos y reconozco la obra de Des al instante. Solía
dibujar retratos y paisajes en mi dormitorio de la Academia Peel. Aunque
ninguno como este.
En el boceto, hileras e hileras de mujeres yacen en lo que parecen ser
ataúdes, con los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el pecho.
Hostia puta.
—Estas son… ¿las mujeres?
Siento el aire agitarse; un momento después, tengo a Des detrás de mí,
mirando por encima de mi hombro, y soy muy consciente de él.
—Sí. Las devuelven a todas en un ataúd de cristal.
Anoche, Des me dijo que estas mujeres no estaban muertas, pero parecen
muertas.
Se inclina, me rodea y elige otra imagen, esta de un único ataúd colocado
en lo que parece un gran salón.
El palacio de Des . Es un pensamiento de lo más extraño.
Me centro en la mujer dormida, vestida con sus ropas de combate. En una
mano sostiene un arma, y en la otra…
Los ojos tienen que estar engañándome.
—¿Eso es…?
—Sí. Es un niño.
Me quedo mirando fijamente el dibujo.
Niño no es la palabra correcta para la diminuta vida acunada en el pecho
de la guerrera fae durmiente.
Infante. Bebé .
En los brazos de una mujer que bien podría estar muerta.
Siendo investigadora privada, he visto y escuchado una buena cantidad de
mierda retorcida.
Las hadas siempre logran superarlo.
—¿El bebé está muerto? —pregunto.
—Uy, no. —La forma en que Des dice eso hace que me gire para mirarlo.
—¿Así que está vivo? —lo sondeo.
—Mucho. ¿Las humanas que vas a entrevistar? Son las nodrizas de
algunos de estos niños.
Frunzo el ceño. ¿Qué podrían saber un montón de nodrizas?
Echo un vistazo a sus notas, escritas con sus elegantes garabatos.
«L os guerreros varones siguen desaparecidos…».
«S e lo conoce por el nombre de Ladrón de almas…».
Des me quita los bocetos de las manos.
—Para ayudarme, primero debes estudiar el Otro Mundo, incluso antes de
conocer los entresijos de este misterio en particular. Verás, en mi mundo, la
ignorancia conseguirá que te maten.
Reprimo un escalofrío. El Otro Mundo ya suena peor de lo que me temía.
Me siento en su sofá.
—Soy toda oídos, Des.
Se sienta a mi lado. Del montón de notas esparcidas ante nosotros, saca un
bolígrafo y una hoja de papel en blanco.
—Estos son los conceptos básicos: el mundo de las hadas es una gran
jerarquía. —Dibuja una pirámide—. Los que ostentan más poder están en la
cima, pero ninguno es tan poderoso como la reina y el rey de las hadas:
Titania y su rey consorte, Oberón, o la Madre y el Padre, como nosotros los
llamamos. Son algunos de los antiguos de más edad que siguen con vida.
No debes preocuparte demasiado por ellos. Ambos se han adentrado mucho
en Bajo la Colina y han tomado el sueño imperecedero.
—Mmm, en cristiano —digo.
—Es un estado comatoso. No están conscientes, pero tampoco muertos.
—Un poco como las guerreras —digo.
Des me obsequia con una mirada aguda.
—Sí —dice despacio—, un poco como ellas, supongo.
Su mano baja más por la pirámide y dibuja otra línea.
—Por debajo, están los cuatro reinos más grandes. Vuestros libros de
historia a veces se refieren a ellos por su nombre tradicional, cortes . Estos
cuatro reinos son: Noche, Día, Flora y Fauna.
Reconozco la casa de Des de inmediato y, una vez más, me sorprende lo
poderoso que es este hombre.
—Hay dos casas adicionales que suelen pasar desapercibidas, pero que
son igual de poderosas: el Reino del Mar, que gobierna sobre todas las
masas de agua. Y el Reino de la Muerte y la Tierra Profunda. Esas dos
casas se mantienen separadas: a Muerte no le gusta hacer incursiones en la
tierra de los vivos, y a los habitantes del Reino del Mar por lo general les
gusta permanecer en sus profundidades acuáticas. En cuanto a las cuatro
casas, yo gobierno el Reino de la Noche. Mi gente también me conoce
como su majestad Desmond Flynn, Emperador de las Estrellas Vespertinas,
Señor de los Secretos, Maestro de las Sombras y Rey del Caos.
Enarco una ceja.
—¿Nadie te llama Negociador?
No menciono el extraño dolor que siento al conocer detalles de la otra
vida de Des. Cuanto más me cuenta, más me doy cuenta de lo poco que sé
de él.
—En el Otro Mundo, no. —De vuelta al trabajo, Des empieza a escribir
otra vez—. En oposición directa al Reino de la Noche está el Reino del Día.
Lo gobierna Janus, Señor de los Pasajes, Rey del Orden, Narrador de la
Verdad, Portador de la Luz, Imbécil Supremo.
Casi se me pasa por alto la pulla.
Se me escapa una risa sorprendida.
—¿No te cae bien? —pregunto.
Des no se ríe conmigo.
—Él es la luz de mi oscuridad. El bien de mi mal. La verdad y la belleza
de mi engaño y mi maldad. Es mi opuesto; fue hecho para que no me
gustara —dice—. No es que tengas que compartir mi opinión —añade—. Si
lo conocieras, probablemente te gustaría. A todo el mundo le gusta.
Le echo un vistazo a Des mientras él contempla a las personas que ha
dibujado y percibo algo en su rostro. ¿Envidia? ¿Arrepentimiento?
¿Anhelo?
De nuevo, siento un dolor extraño, esta vez por él.
Le coloco una mano en la pierna, atrayendo así su atención.
—A lo mejor me gustaría y a lo mejor no. Mi aprecio por la verdad y la
belleza murió hace mucho tiempo.
Des me mira y el asomo de una sonrisa eleva la comisura de su boca antes
de devolver la atención al papel.
—El Reino de la Flora está gobernado por Mara, Reina de Todo lo que
crece, y su rey consorte, el Hombre Verde. Ella gobierna sobre toda la vida
vegetal. —Escribe sus nombres en la hoja—. Y, por último, está el Reino de
la Fauna, gobernado por Karnon, Amo de los Animales, Señor del Corazón
Salvaje, Rey de Zarpas y Garras. También conocido en ciertas partes como
el rey loco por sus tendencias solitarias y sus… excentricidades. Mientras
estés en mi reino, debes seguir las reglas de mi tierra. Cuando estés en el
Reino del Día, debes seguir las suyas, incluso yo, un rey, debo acatar sus
normas.
Espera, ¿qué?
—No voy a ir al Reino del Día ni a ningún otro, ¿verdad? —Porque no
tengo suficiente tiempo para aprenderme las leyes y las normas de etiqueta
de todos los diferentes reinos de las hadas. No si Des y yo nos vamos al
Otro Mundo mañana.
—Estarás en mi reino y solo en el mío, y allí contarás con mi absoluta
protección. —En su voz, oigo el duro tono de un gobernante—. Eso es todo
lo que necesitas saber sobre el Otro Mundo por ahora. —Aparta el dibujo
de la pirámide a un lado y vuelve a centrarse en las notas dispersas.
De mala gana, vuelvo a mirar la imagen de la mujer dormida que sostiene
un bebé contra el pecho.
—Entonces, ¿todas las mujeres vuelven con niños? —pregunto.
Desmond asiente, recorre el dibujo con los dedos.
—¿De quién son hijos? —pregunto.
Las hadas tienen la mala costumbre de llevarse niños que no son suyos.
—Provienen de los úteros de estas mujeres —afirma Des.
No pienso preguntar cómo saben eso.
—¿Y los padres? —pregunto.
El comienzo de una sonrisa irónica se extiende por los labios del
Negociador, pero luego se convierte en una mueca.
—Son solo un misterio más —dice. Coloca los papeles en una pila
ordenada—. Por ahora, nada de esto importa, excepto… —saca una hoja de
papel de la pila— esto.
Se la quito y la examino. Una lista de preguntas abarca casi toda la
longitud de la página, cada una más extraña que la anterior.
—¿Qué es esto?
—Esas, querubín, son las preguntas que harás mañana.

Incluso después de que Des haya dejado a un lado las notas del caso y yo
haya guardado mi hoja de preguntas, no hace nada para dar por terminada la
noche. En vez de eso, un aperitivo a base de queso y galletas saladas llega a
la sala de estar desde la cocina, con un par de vasos y unas bebidas
pisándoles los talones.
Atrapo la Coca-Cola que flota justo encima de mi regazo mientras el
Negociador abre su botellín de cerveza y toma un trago nada despreciable.
Antes de empezar a beberme el refresco, lo miro mal, recordando de
nuevo que no puedo beber alcohol con él.
Des se acomoda en el sofá, la camiseta se le levanta unos centímetros
mientras coloca los brazos sobre el respaldo del mueble. Toma un trago de
su cerveza y me mira por encima del borde del botellí n con un aspecto tan
pecaminoso como el que más.
No siento que esto sea el final de la noche, más bien parece el comienzo.
Tampoco siento que sea un pago. La atmosfera es un poco demasiado
íntima para que ese sea el caso.
—Por favor, dime, ¿qué está pasando por la cabeza de mi pequeña sirena?
—pregunta mientras desplaza la mirada sobre mí.
Mi pequeña sirena .
—No soy tu nada —digo.
Toma otro trago de cerveza con una sonrisa.
Una vez que se aleja el botellí n de los labios, hace girar el líquido ámbar
del interior.
—Una vez fuiste mi clienta —dice—, y luego fuiste mi amiga, y ahora…
—Curva los labios hacia arriba de forma casi perversa, sus ojos plateados
destellan—. Quizás no le pondremos etiqueta a lo que somos ahora.
En el salón, el ambiente cambia, se vuelve pesado, casi bochornoso. No sé
si es su magia o simplemente el magnetismo natural de Des, pero hace que
me remueva en mi asiento.
—¿Por qué venir a la Tierra? —pregunto, desesperada por desviar la
atención de nuestra relación, o de la falta de ella, en mi opinión—. Eres un
rey, ¿por qué hacer nada de esto?
Parte del calor de la habitación se disipa. Toma otro trago de su bebida
antes de responder.
—¿Quieres la explicación oportuna o la real?
—Ambas —digo mientras me quito los zapatos para poder acurrucarme
mejor en su sofá.
Des se percata de mi gesto y su expresión se vuelve casi complacida.
—La respuesta oportuna es que tengo tiempo para ello. Dejando a un lado
las leyes y la política, mi reino hace mi trabajo más importante por sí solo:
arrastra la noche a través del Otro Mundo —dice, subiendo sus propios pies
calzados con botas al sofá y cruzándolos a la altura de los tobillos—. Otra
parte de mi trabajo como Rey de la Noche es asegurarme de que exista el
caos, y el caos es el estado natural de las cosas, incluso aquí en la Tierra.
Una vez más, el universo hace mi trabajo por mí. Luego están esas otras
actividades que se desarrollan mejor bajo el manto de la oscuridad: dormir,
la violencia y… —pasea la mirada por uno de mis brazos y siento como si
un dedo fantasma se arrastrara por mi piel— el sexo .
Mi sirena se agita.
—Llamémoslos los impulsos más básicos . Y, de nuevo, no necesitan que
nadie esté pendiente.
¿ He oído bien?
Dejo mi bebida en la mesita de café.
—Entonces, ¿alientas… a la gente a montárselo?
No puedo creer que nunca hayamos hablado de esto. A mi alrededor,
siempre actuaba como una monja. Nunca hubiera imaginado que esto sería
parte de su trabajo.
Enarca una ceja.
—¿Quieres una demostración?
La sirena de mi interior está despertando. Se alimenta de todas las cosas
sobre las que él gobierna. Violencia, caos… sexo .
Ella aceptaría un puñado de cuentas con mucho gusto por tal
demostración.
Él ve mi silencio por lo que es: deliberación. Un momento está tirado en
su extremo del sofá dejando su bebida y, al siguiente, desaparece. Me
sobresalto cuando reaparece a mi lado.
—Te divertirías, Callie —dice mientras se inclina. Tan cerca de mí, su
presencia es abrumadora. Sus labios me rozan la oreja—. Me aseguraría de
ello.
En el pasado, nunca se comportó así conmigo. Solo ahora empiezo a
entender que luchaba contra su naturaleza más innata para que
mantuviésemos una relación apropiada. Incluso a pesar de que empleé con
él todas las tácticas que se me ocurrieron.
Me aclaro la garganta.
—Des . —Me estoy ahogando en años de deseo por este hombre.
—Piénsalo. —Se aleja de mí—. Nada me gustaría más.
Mi corazón está desbocado, cuanto más lo miro, con más desesperación
trata de salir la sirena.
—¿Estabas mencionando tus razones para visitar la Tierra? —La voz me
sale ronca cuando me obligo a formular la pregunta. Es un último esfuerzo
para evitar que lo que está pasando continúe.
Su estado de ánimo cambia. Cierra los ojos cuando regresa a su rincón del
sofá.
—Ah, sí, la razón oficial . Los deberes que me impone la administración
de mi reino siguen dejándome mucho tiempo para trabajar en las relaciones
internacionales, intermundanas, en realidad. Como Negociador, eso es lo
que estoy haciendo. Aquí me mezclo con seres sobrenaturales, uso mi
magia para concederles pequeños favores —favores como el mío— y cobro
con intereses. Esas cosas hacen que mi reino sea todavía más rico, más
seguro.
Vuelve a coger su cerveza y toma otro trago.
—¿Y cuál es la razón no oficial? —pregunto.
Me mira fijamente durante mucho rato, sus ojos cada vez más distantes.
—Me han traído aquí razones que llevan mucho tiempo
desconcertándome.
El eterno vagabundo.
Sus ojos recorren la sala de estar, su mirada aún desenfocada. Aunque no
sé a dónde se ha desviado su mente, no está aquí.
—¿Todavía lo hacen?
Vuelve a prestarme atención.
—¿Todavía hacen qué?
—Desconcertarte.
Le palpita un músculo en la mejilla.
—No, querubín, ya no.
9
Diciembre, hace ocho años

Des y yo nos encontramos en un rincón oscuro del campus, donde un muro


de piedra bajo separa los terrenos de la Academia Peel de la caída de los
acantilados que bordean esta zona de la Isla de Man. Muy por debajo de
nosotros, el océano se agita al chocar contra las rocas. Podría jurar que
escucho al agua susurrándome, rogándome que me acerque.

No es exagerado creer que el mar engendró a las sirenas. Atrae a mi oscuro


yo interior de la misma manera que mi voz atrae a los hombres.
Bueno, a los hombres mortales , al menos.
Me había preguntado qué tipo de ser sobrenatural era inmune a mi
glamour. Ahora ya tengo la respuesta.
Hadas. Criaturas que no son de este mundo.
Observo los terrenos del campus, donde los estudiantes arman bullicio
entre el castillo Peel a mi izquierda, que alberga las aulas, los comedores y
las bibliotecas de la escuela, y los dormitorios a mi derecha. Todo el lugar
está iluminado por lámparas, pero, aun así, entre la niebla de la costa y la
oscuridad de la tarde, es difícil distinguir a la gente.
—No pueden vernos —dice Des. El Negociador se acerca y el calor de su
magia me roza—. Pero no importaría de todos modos, ¿verdad? —pregunta.
Doy un paso atrás para alejarme de él.
—¿Qué se supone que significa eso?
Des avanza.
—Pobre Callie. Siempre fuera, siempre mirando hacia dentro.
Frunzo el ceño, mi mirada regresa a los grupos de estudiantes que cruzan
el césped. Puedo escuchar sus risas y fragmentos de sus conversaciones
incluso desde aquí.
—Dime, querubín —continúa—, ¿cómo es que alguien como tú —sus
ojos se desplazan deliberadamente sobre mí— acaba siendo una paria?
Bajo la mirada un instante hacia mis tejanos rotos y mis botines, luego
paso a mi chaqueta de cuero y la bufanda que me rodea el cuello.
Físicamente, encajo. Es todo lo que hay debajo de mi piel lo que me
diferencia.
—¿Por qué estamos hablando de mí? —pregunto, colocándome un
mechón de pelo detrás de la oreja.
Su mirada sigue mi mano.
—Porque a veces me fascinas.
Mi corazón se salta un latido. Había asumido que el interés iba en una
sola dirección.
Todavía me está mirando, esperando la respuesta.
—No son ellos, soy yo.
Frunce el ceño.
Vuelvo a mirarme las botas y asesto una patada a la hierba.
—Es difícil fingir ser normal después de… ya sabes. —Después de
cargarse a alguien . Suspiro—. Creo que tengo que recomponerme antes de
hacer amigos. Amigos de verdad.
No me puedo creer que acabe de admitir eso. Rara vez admito estas cosas,
ni siquiera ante mí misma.
Des me inclina la barbilla hacia arriba, con expresión seria. No dice nada
durante mucho rato, aunque estoy segura de que por su retorcida mente
están pasando un millón de cosas diferentes.
—¿Qué tal si te hago reina por una noche? —dice por fin.
Lo miro extrañada. Pero antes de que pueda discernir sus intenciones, una
fila de pequeñas luces parpadeantes aparece sobre su hombro. A medida
que se acercan, escucho el zumbido de unas alas.
Luciérnagas. Un grupo entero de ellas vuela en una única fila ordenada.
Mis ojos buscan los de Des, que esboza una sonrisa amable. Está claro
que esto es cosa suya.
Las luciérnagas centelleantes me rodean antes de llevar a cabo el peor de
los horrores: descender sobre mi cabeza.
—Tengo bichos en el pelo —le digo, con los hombros tensos.
—Tienes una corona —corrige, sonriendo y apoyándose contra el muro de
piedra.
¿Esta es su idea de una corona? Puedo sentirlas moviéndose alrededor de
mi pelo y necesito toda mi fuerza de voluntad para no aplastarlas. No soy el
tipo de persona a quien le gustan los bichos.
Una de las luciérnagas desciende y aterriza en mi bufanda. Luego procede
a colarse debajo de ella y baja por mi camisa.
—¡Ay, Dios mío! —chillo.
—Bichos traviesos —los reprende Des mientras se acerca para ayudarme
a quitarme la luciérnaga de encima—, manteneos alejados de los bonitos
pechos humanos.
¿Acaba de decir que mis pechos son bonitos?
El Negociador encierra al insecto en su puño y me roza la piel con los
nudillos. Se aleja de mí y, abriendo la palma de la mano, libera al bicho
resplandeciente. Los dos nos quedamos mirando cómo vuelve a mi pelo
como si estuviera borracho.
Apenas puedo distinguir sus cuerpos luminiscentes parpadeando sobre mí.
Todo es tan ridículo y extraño que me empiezo a reír.
—Des, ¿estás intentando animarme?
Pero cuando lo miro bien, veo que no se está riendo. La luz de los insectos
baila en sus ojos mientras me mira con los labios entreabiertos. Parpadea y
es como si estuviera volviendo de dondequiera que se haya ido su mente.
Me tiende la mano.
—Vámonos de aquí. ¿Tienes hambre? —pregunta—. La cena corre de mi
cuenta.
Le aprieto la palma, sintiendo como si algo entre nosotros cambiara para
mejor. Pero no lo abordo; no hay nada como una buena confesión para
asustar al Negociador y que huya.
—¿La cena corre por tu cuenta? —pregunto en cambio—. Eso suena
interesante…
Me lanza una sonrisa maliciosa, los ojos le brillan.
—Querubín, puede que todavía te pueda convertir en un hada.

Presente

Ya estoy metida de lleno en mi faena cuando Temper entra en


Investigaciones de la Costa Oeste y abre con brusquedad la puerta de su
despacho. Esta mujer es como un huracán.
Oigo como le da al botón del contestador y luego, un momento después,
escucho el ruido metálico de un mensaje.
Mientras me bebo mi café, reviso una vez más la lista de los más
buscados.
El Negociador todavía figura como el tercer criminal más buscado en el
mundo sobrenatural. Cualesquiera que sean los hilos de los que Eli tiró,
siguen firmes.
Supongo que, si la Politia nos pilla a mí y al Negociador juntos, me
considerarán su cómplice.
Vaya mierda.
Este es justo el motivo por el que guardo secretos. La ley y yo no
acabamos de llevarnos bien.
—¡Eeeeeeeh! —grita Temper desde la otra habitación. Oigo el taconeo de
sus zapatos mientras corre hacia mi despacho—. Tía —dice cuando se
detiene en mi puerta con mucho dramatismo. Hoy el pelo le cae en ondas
sueltas alrededor de los hombros—, ¿sabes algo…?
—¿Del cliente de los cien mil? —termino por ella. Hago girar mi silla y
los tacones de mis botas raspan la parte superior del escritorio—. Sí, ya le
he escrito un informe.
El cliente en cuestión también ha llamado a mi teléfono, solicitando
específicamente trabajar conmigo. No qued a claro en qué necesita mi
ayuda, solo que está dispuesto a pagar un dineral por ello.
Abro el informe del caso.
—Parece un poco incompleto —admito. No lo bastante incompleto como
para rechazarlo, pero lo suficiente como para despertar sospechas.
Temper gruñe.
—Si no lo aceptas, lo haré yo . Tengo una cocina que remodelar.
—Lo aceptaré, lo aceptaré —refunfuño—. Por cierto —agarro una
montaña de informes que tengo a mi izquierda y se los lanzo—, estos son
oficialmente tuyos.
Acepta las carpetas y las hojea.
—Excelente. Uy, mira esta joya: un maltratador al que tengo la ocasión de
maldecir. Pobre ricura, no tiene ni idea de lo que se le viene encima. —
Temper se levanta de su silla—. Está bien, será mejor que me ponga a
trabajar. Tantos criminales y tan poco tiempo… —Hace una pausa cuando
me ve la cara—. Oye, ¿cómo estás?
Lo que sea que ve en mi expresión debe de estar revelando parte de mi
confusión interna. Mi vida personal nunca va muy bien, pero en este
momento está en su punto más bajo.
Me encojo de hombros.
—Meh.
—¿Un meh bueno, o un meh malo?
—¿Un meh de «no estoy segura»? —contesto.
Se inclina sobre la mesa y coloca la mano sobre la mía.
—He sido una mala amiga. Supuse que lo de Eli… que era solo una
aventura.
Saco la mano de debajo de la suya y le hago un gesto para que se vaya.
—No seas tonta. Esto no es por Eli.
—Ah, bien . —Se relaja y se endereza—. Estaba a punto de sentirme
enormemente culpable. —Frunce el ceño mientras me mira de nuevo—.
Entonces… ¿qué es lo que va mal?
Dejo el café y me froto la cara.
—Mi pasado.
—Ah —dice Temper—, el misterioso pasado del que todavía no me has
hablado…
—Lo haré —insisto—, es solo… —«¿Quieres una demostración? Te
divertirías, Callie. Me aseguraría de ello» . Des bien podría estar en la
habitación, porque ahora mismo escucho su voz con suma claridad—, que
no sé cómo me siento al respecto en este momento —termino.
Temper asiente con simpatía.
—De acuerdo, a la mierda todo ese rollo de hablar del tema. ¿Quieres
tomar unas copas esta noche, cabrear a algún camarero por ser demasiado
ruidosas y agenciarnos un par de solteros?
—Prefiero un cheque en blanco. —No habría bebida ni citas en mi futuro
cercano.
—Mmmm, bueno, me avisarás si algo va mal, ¿verdad? —pregunta.
No.
—Pues claro.
—Eres una puta mentirosa, Callie —dice, sacudiendo la cabeza—. De
acuerdo, ya me lo contarás cuando estés lista.
Pero en lo que se refiere al Negociador, esa es la cuestión: no estoy segura
de que alguna vez vaya a estarlo.

Después de ocuparme de varios detalles, entre los que se incluyen haber


memorizado la lista de preguntas para el interrogatorio que me dio anoche
el Negociador, salgo de la oficina y me dirijo a entrevistar al principal
sospechoso en uno de los casos en los que estoy trabajando. La mayor parte
de mi trabajo consiste en esto: acorralar a la gente, usar glamour y obligarla
a confesar lo que sea que sepan.
Hoy se trata de la hija desaparecida de un cliente.
—¿Dónde está? —exijo saber mientras me cruzo de brazos.
El sospechoso: Tommy Weisel, de veinticuatro años, traficante de drogas
local que abandonó los estudios de formación profesional y exnovio de
Kristin Scott, de dieciséis años, actualmente desaparecida.
Tommy está sentado en una de las sillas de su cocina, inmovilizado por mi
glamour. Se retuerce en su asiento, incapaz de ponerse de pie, la nuez le
sube y baja mientras intenta reprimir la respuesta.
Como siempre, todo es en vano.
—Es-está en el sótano —dice mientras le tiembla el labio superior. Una
vez que las palabras salen, me pone mala cara—. Serás pu… —El resto de
la frase muere en su garganta.
Otra orden que le he dado: nada de insultos ni ofensas. Lo cierto es que es
por su propio bien. No hay nada que la sirena de mi interior adore más que
recompensar el odio con crueldad.
—¿Cómo ha llegado Kristin a tu sótano? —pregunto.
Tommy se lame los labios y desvía la mirada hacia mi teléfono, que está
fuera de su alcance y en estos momentos lo está grabando todo en vídeo.
—Yo… la he guiado hasta allí —dice.
Curvo las comisuras de la boca en una sonrisa y me acerco más a él para
acariciarle la cara con el dorso de mi mano brillante.
—¿Guiado? ¿Estás intentando hacerte el listillo? —Chasqueo la lengua y
sacudo la cabeza—. Buen intento. Permíteme reformular la pregunta:
¿Kristin está ahí abajo en contra de su voluntad?
Cierra los ojos con fuerza mientras unas gotas de sudor le corren por la
frente.
—Respóndeme.
—Sííííííí. —La palabra sale de él en un siseo, y luego se pone a jadear en
un intento de recuperar el aliento. Golpea el suelo de linóleo con los zapatos
y grita de frustración—. Eres una hija de p… —Se le corta la voz con un
gorgoteo.
Me inclino hacia él, ignorando su pelo graso y el olor corporal rancio que
emana de su ropa.
—Esto es lo que vas a hacer —le digo—. Vas a liberar a Kristin, luego te
entregarás y confesarás todo aquello de lo que eres culpable y colaborarás
con la policía para demostrar tu culpabilidad. Y nunca jamás harás daño a
Kristin, a su familia o a cualquier otra novia o ex que puedas llegar a tener.
Se estremece cuando mi glamour se apodera de él.
—Ahora levántate y suelta a tu novia.
Sin que haga falta insistir más, Tommy me lleva hasta Kristin, que está
encogida de miedo en su sótano.
Varios minutos después, una Kristin llorosa y yo aguardamos en el
vestíbulo de la casa de Tommy.
Al narcotraficante se lo ve asustado y cabreado mientras nos observa,
obligado a mantenerse a más de tres metros de mí y de Kristin gracias a otra
de las órdenes que le he dado.
Llevo a Kristin hasta la puerta principal y uso mi chaqueta para tocar el
picaporte. Una nunca es demasiado cuidadosa a la hora de evitar dejar
huellas dactilares. Los tíos como Tommy a veces son más astutos de lo que
parecen.
Acompaño a Kristin fuera, luego me detengo y miro de nuevo a Tommy,
que me está mirando a su vez.
—Recuerda —le digo—, vas a entregarte justo después de esto. —
Empiezo a cerrar la puerta antes de volver a hacer una pausa—. Ah, y yo
nunca he estado aquí.

En cuanto llego a casa, dejo mis cosas y me dirijo a mi habitación para


buscar el bañador. Hoy, voy a meterme en el mar.
Ahora que ya no bebo, nadar es una de las únicas formas que tengo de
aliviar la tensión. Y puesto que interactúo día tras día con algunas de las
personas más codiciosas y menos escrupulosas de Los Ángeles, tengo
mucha tensión que aliviar.
No paso de la sala de estar.
Oigo un ruido en la puerta principal, luego el metal gime cuando alguien
rompe el pomo. Un momento después, la puerta se abre de golpe.
Solo me da tiempo a llamar a la sirena a la superficie.
Una figura familiar irrumpe por la puerta.
Me llevo una mano al pecho.
—Mierda, Eli —digo con un hilillo de voz—, qué susto.
Entonces me doy cuenta de que Eli acaba de irrumpir en mi casa.
Vuelvo a mirar hacia la puerta.
—¿Estabas… esperándome?
Él no responde, y en sus rasgos detecto una intensidad que hace que me
tense.
Cruza el vestíbulo, concentrado por completo en mí. Sin hablar, recorre el
último trecho de distancia entre nosotros y me atrae hacia sus brazos para
besarme con fuerza.
—Guau —digo cuando logro separar los labios de los suyos. El resto de
mi cuerpo sigue pegado a él—. ¿Qué pasa?
A mi mente le está costando procesar los acontecimientos.
Eli está en mi casa. Eli me está abrazando.
—Tenía que verte, cariño. —Vuelve a besarme, y me siento muy
confundida.
Alejo la cabeza para echar un vistazo al calendario que tengo colgado en
la pared.
La luna llena…
—Eli, no deberías estar aquí.
Solo ha pasado un día desde la luna llena, y cuanto más cerca está esa fase
lunar, más tiende un cambiaformas a dejarse llevar por su forma animal.
Para aquellos que no lo son, es peligroso estar cerca de ellos.
—No podía mantenerme alejado. —Sus labios están de vuelta sobre los
míos, y estoy intentando con todas mis fuerzas no acojonarme, pero las
manos le tiemblan y puedo sentir el esfuerzo que está haciendo para
conservar esta forma.
—¿Por qué nadie te ha impedido venir?
—Nadie se interpone en los asuntos de pareja —dice, haciendo todo lo
físicamente posible para acercarse a mí.
Asuntos de pareja.
Asuntos. De pareja.
No.
No, no, no.
Me parece que estoy empezando a hiperventilar. Lo único que quería era
ir a nadar, y en lugar de eso… me encuentro con esta mierda de
proporciones épicas.
—Pero no soy… no soy tu pareja —digo.
Ni siquiera soy su novia. Ya no.
Oigo el gruñido bajo que emite desde el pecho.
—Iba a pedírtelo. Cuando volviese, iba a pedírtelo.
Ay madre.
—¿Pedirme qué?
Por favor, no me pidas lo que creo que tienes en mente.
Hemos estado juntos la friolera de seis meses. Todavía me estaba
acostumbrando al hecho de que deje un cepillo de dientes en mi baño.
Me ha estado presionando a lo largo de toda la relación para que sea más
emotiva, más íntima, más abierta… más .
Hace una pausa lo bastante larga para mirarme a los ojos.
—Que seas mi pareja.
Puede que sea la persona más horrible del mundo, porque al oír sus
palabras me estremezco. Tampoco es un estremecimiento de los buenos.
—Mmm.
No puedo alejarme de él, atrapada como estoy en sus brazos. En este
momento, ni siquiera está actuando como un humano. Eli es quisquilloso en
general, pero nunca es así, la necesidad de marcarme y reclamarme como
suya nunca lo hace enloquecer.
Desvío la mirada hacia la ventana, donde veo que está oscureciendo.
—Deberíamos hablar de esto cuando no estemos tan cerca de la luna
llena. —Cuando sepa que no te comportarás conmigo como un lobo feroz .
La desaprobación retumba en su pecho.
—No quiero hablar de esto, Callie. No quiero analizar lo que siento por ti.
Quiero que digas que sí y luego quiero follarte hasta que digas mi nombre
como un mantra.
Así es como este hombre logró acabar en mi cama la primera vez. Esto es
manipulación sexual. U oral. No tengo ni puta idea, pero está claro que sabe
cómo ganarse a la sirena.
—Tengo un anillo —dice, besándome la mandíbula mientras sus uñas se
transforman en garras y luego vuelven a ser a uñas humanas—. Mierda —
dice cuando su lado humano asoma un poco—, nada de esto está saliendo
bien. Solo sé mía.
Un hombre adulto tan sexy como Eli no puede decir cosas así. Mis partes
femeninas quieren derrocar a mi cerebro.
—Por favor, Eli —digo mientras frota su mejilla contra la mía,
impregnándome con su olor—. Tenemos que hablar de esto.
Un segundo. ¿Qué estoy diciendo?
Esto no es una negociación. No hay nada de lo que hablar. Cuando
terminas una relación, no le debes ninguna explicación a la otra persona,
por horrible que sea eso.
Además, ya le di una.
Su pecho retumba.
—De acuerdo, hablaremos más tarde.
Vuelve a besarme con la misma pasión animal con la que ha entrado en mi
casa. Solo que ahora es incluso más intenso de lo habitual. El hombre está
dando paso a la bestia incluso mientras se pone el sol.
No sé qué hacer. Puse fin a la relación que tenía con este hombre, pero
está actuando como si eso nunca hubiera sucedido.
Me alejo lo suficiente para hablar.
—Rompimos.
—Estuve pensando en ello después de que habláramos. —Me besa, luego
se aleja de nuevo—. ¿Qué tipo de pareja sería si no estuviera a tu lado
cuando me necesitas?
El alfa de su interior me dice que aquí acaba la conversación, y por un
momento, me siento arrastrada hacia él . Parpadeo a través de la neblina de
su dominio, el mismo dominio que ha estado ejerciendo desde que me ha
tomado en brazos, solo que no lo había notado hasta ahora.
No le corresponde a él decidir que volvemos a estar juntos. Podría
parecerme bien recibir la atención de dos hombres al mismo tiempo —
aunque un alfa nunca se conformaría con ser un segundón—, pero no es así.
Empieza a mover las manos sobre mi cuerpo. Esto se está descontrolando
demasiado deprisa.
—Espera, Eli —le digo.
Pero no está escuchando mis palabras, está escuchando a mi cuerpo, y mi
cuerpo está disfrutando de la intensidad de sus caricias.
—Eli —repito, incluso mientras la sirena sale a la superficie.
Me mete la mano en los pantalones y…
—Eli, para. —Mi voz alcanza múltiples notas mientras obligo a la sirena a
ejercer su poder.
Eli se queda quieto, obedeciendo la orden de mi voz.
He doblegado a un alfa a mi voluntad .
Esto no es bueno, no es bueno, nada bueno.
Pero es más que eso, acabo de usar glamour con Eli, el hombre que
proclama que me ama, un cazarrecompensas que trabaja del lado correcto
de la ley.
Estoy jodida en todos los sentidos menos en el que de verdad disfrutaría.
—¿Me… has hechizado? —Su voz se torna grave cuando el depredador
intenta hacerse cargo.
Trago saliva.
Ya he usado el glamour con Eli en el pasado, hay ciertas situaciones en las
que es inevitable, pero siempre tengo cuidado de no anular su voluntad. Y
eso es justo lo que ha pasado hace un segundo.
Detrás de mí, las puertas de cristal que dan a mi terraza se hacen añicos y
la noche entra en la habitación, oscureciéndola. Con ella llega una oleada
amenazante tan palpable que se me ponen los pelos de punta.
Des sale de las sombras, cada línea de su cuerpo exuda tensión.
—Vaya, no es una escena muy acogedora —dice, observándonos.
Eli suelta un gruñido tan profundo y siniestro que se me pone el vello de
punta, y ni siquiera soy el objetivo.
—Tú —dice.
—¿Yo qué, perro? —responde Des mientras se cruza de brazos.
¿ Perro? ¿El Negociador se ha limitado a suponer que Eli es un
cambiaformas o ya lo sabía? No le hablé de Eli cuando me preguntó sobre
mis relaciones…
—Des —le advierto.
Eli me empuja detrás de él, como si el Negociador fuera el único por
quien deberíamos preocuparnos en este momento.
—Quédate al margen, Callie —ordena.
¿Ves? Esto , esto es lo que siempre ha ido mal en nuestra relación. Que Eli
tome el mando y asuma que voy a obedecerle. Lo cual es más o menos el
equivalente a golpear un avispero con un palo.
—No creo que estés en posición de darle órdenes —dice Des. Ladea la
cabeza—. ¿De verdad creías que alguien como Callypso querría algo más
de ti que tu polla? —pregunta, dando un paso adelante, arrastrando la noche
a sus espaldas con él.
Puedo sentir el tirón de la magia de Desmond atrayéndome desde detrás
de Eli, cuyo gruñido gana fuerza con cada segundo que pasa.
—¿Qué puedes darle además de eso? —continúa el Negociador—.
¿Conversaciones intelectualmente estimulantes? —Sus ojos recorren el
metro ochenta del poderoso cambiaformas, que apenas puede contenerse—.
Definitivamente, no. Estoy seguro de que ha estado satisfaciendo esa
necesidad en otra parte.
El gruñido de Eli es tan fuerte que juro que la casa vibra con él.
—Si la tocas… —Eli apenas puede pronunciar las palabras—. Si le pones
una mano…
Des esboza una sonrisa siniestra.
—Ya le he puesto la mano encima. Y la boca. Y todo tipo de cosas…
Eli deja escapar un rugido, sus músculos, tensos. Creo que va a lanzarse
sobre el Negociador, pero en lugar de eso, da un paso tambaleante hacia
delante mientras su piel ondula.
Nunca he visto el cambio en persona, pero, madre mía, estoy a punto de
ser testigo. En menos de un minuto, Des y yo estaremos atrapados en una
habitación con un hombre lobo.
Esta es la razón por la que los cambiaformas se mantienen alejados de los
no cambiaformas durante la luna llena.
A menos, por supuesto, que quieran convertir a alguien en particular en
cambiaformas.
No es posible que Eli esté aquí por eso, ¿verdad?
Eli sabía que yo no quería cambiar, e incluso si quisiera, siempre debería
haber una bruja cerca, en caso de que el cambio no saliera bien, o el cuerpo
se debilitara demasiado, o surgiera cualquier otro tipo de complicación.
Pero desde que ha llegado, Eli no ha estado en el estado mental adecuado,
su cerebro ya era más lobo que hombre.
—No te transformarás —la voz de Des resuena en toda la habitación y
siento que la magia me roza y se impone a Eli—. No en esta casa, no tan
cerca de alguien a quien consideras tu… pareja.
¿Cuánto de nuestra conversación ha oído?
¿Cuánto sabía ya?
Un gemido interrumpe la serie de gruñidos profundos provenientes de Eli.
Se vuelve hacia mí, sus ojos ya de color ámbar. En ellos no hay ni rastro del
hombre que me importaba. Solo son los ojos salvajes de un lobo. Sin
embargo, no le temo. El instinto protector de Eli es innato y yo soy parte de
su manada.
Pero hará daño a Des. Des, que es su rival. Des, que está en su territorio,
ejerciendo control sobre su… uf… pareja . Des, a quien siento mirándome.
Noto su creciente necesidad de llevarme lejos.
—Eli —digo en voz baja.
Le sostengo la mirada mientras una tonalidad marrón vuelve a aparecer de
nuevo en sus iris. Empiezo a relajarme, especialmente cuando se endereza.
Luego, Eli balancea la cabeza hacia Des y un gruñido estalla de nuevo en
su pecho.
Y entonces, algo lo hace explotar. Dejando escapar un gruñido, carga
contra Des.
Por poco se me para el corazón.
El miedo, como no lo había sentido en mucho tiempo, me atraviesa.
—Eli, no lo toques. —Esta vez, cuando uso el glamour, sé lo que estoy
haciendo. Mi voz suena fuerte e inquebrantable.
Eli se detiene justo antes de llegar a Des, retenido por mi magia.
He cruzado una línea. Sé que lo he hecho.
No me importa. Esa es la parte verdaderamente aterradora. Le he quitado
el libre albedrío a Eli y lo único que siento es alivio de que Des esté ileso.
El pánico que he sentido, ese terror absoluto…
Mi mirada encuentra la del Negociador. La suya es ilegible.
—Es hora de irnos, querubín —dice mientras Eli resopla, confundido, a
solo unos metros de distancia.
Le echo al cambiaformas una mirada preocupada. Eli podría haberme
perdonado el hecho de que usara el glamour con él una vez. Pero ¿dos
veces?
No hay ninguna posibilidad.
Suelta un aullido, algo que me hiere profundamente.
—Callie, no —dice. Está empezando a encorvarse de nuevo, sus ojos
marrones se vuelven dorados. Ni siquiera la magia del Negociador puede
detener la transformación por mucho tiempo.
Vacilo al darme cuenta de lo que es esto: una encrucijada. A un lado está
Eli y todo lo que representa; al otro, está Des.
Si Eli matara al Negociador, me libraría de mis deudas. Es probable que
Des merezca la muerte. Y con la desaparición del Negociador, tendría otra
oportunidad de vivir con Eli. Y, con el tiempo, me convertiría en su pareja.
Sería muy fácil limitarme a decir que sí, entregarme a una vida que miles de
mujeres querrían.
Pero después de una temporada, Eli querría que yo hiciera el cambio. Ya
había empezado a mencionarlo, eso y… cachorros . A los cambiaformas les
gusta tener una gran familia. Sería su esposa, la madre de sus muchos hijos.
No podría ser solo Callie; tendría que ser su Callie. Tendría que obedecer,
ser su subordinada, como el resto de su manada. Tendría que anteponer la
manada a mis necesidades.
O podría irme con Des. Des, que no garantiza nada. Des, que me
abandonó hace tantos años solo para regresar a mi vida con un rugido. Des,
que no quiere cambiarme.
Des, quien solo me ha ofrecido esperanza y angustia. Des, mi amigo. Des,
mi misterio.
Des.
Des .
Y ahí está mi respuesta.
Eli era el sueño de alguien, pero… pero no era el mío.
—Siempre me importarás, Eli —le digo—, pero debes volver con tu
gente.
—Callie . —Se le quiebra la voz.
Su dolor me está destrozando. No quiero que sufra.
Las sombras se reúnen a mi alrededor. De repente, Des me envuelve la
cintura con el brazo.
—Querubín, tenemos que irnos.
Para Eli, vernos juntos es la gota que colma el vaso. Sus ojos se vuelven
completamente dorados y pierden esa chispa de inteligencia humana. Le
brota pelo por todo el cuerpo. Arquea la espalda, un temblor se apodera de
sus músculos. Echa la cabeza hacia atrás y aúlla, y ese sonido hace que se
me ponga la piel de gallina.
El aire de la noche se arremolina a mi alrededor mientras Des tira de mí
hacia mi patio trasero.
Cuando Eli se pone a cuatro patas, echo la precaución por la borda y
corro, agarrando a Des de la mano y arrastrándolo conmigo.
El Negociador me aúpa en brazos justo cuando un aullido escalofriante
inunda el aire a nuestra espalda.
—Agárrate —dice Des mientras Eli avanza hacia nosotros.
Joder, qué grande es el maldito lobo.
El Negociador tensa el cuerpo y luego despega.
Vislumbro al Eli lobuno abalanzándose sobre nosotros, sus dientes
muerden el aire vacío donde hace un segundo estaba el tobillo de Des.
Escucho sus lúgubres aullidos mucho después de que estemos en el aire,
es un sonido inquietante.
Apoyo la cabeza en el pecho de Des y siento que aprieta las manos a mi
alrededor.
Para bien o para mal, lo he elegido a él.
Y sigo sin arrepentirme.
10
Enero, hace siete años

—¿Por qué no me llevas contigo? —pregunto.


El Negociador y yo estamos sentados en el Douglas Café, una luz cálida
ilumina nuestro entorno. En el exterior, ha empezado a nevar.
Des se recuesta en su asiento, revolviendo su café con aire distraído.
—¿A cobrar a mis clientes? —Enarca las cejas—. Olvídate.
—¿Por qué no? —pregunto. O intento preguntar, pero sale más como un
gemido. Tengo que sofocar una mueca. Lo último que quiero es que piense
que soy inmadura.
—Querubín, ¿alguna vez has considerado la posibilidad de que hay cosas
de mí que no quiero que veas?
—No soy una ingenua, Des —le digo—. Ya sé lo que haces. —Lo vi de
primera mano la primera vez que lo convoqué—. Añade una cuenta.
Déjame ir contigo.
Se inclina hacia delante, empujando la mesa en el proceso.
—Niña tonta —gruñe mientras alargo el brazo para estabilizar mi taza—.
Esas cuentas no son una broma.
—Si estás tan en contra de ellas, entonces deja de repartirlas como
caramelos. —Sé que mis palabras solo son un anzuelo, pero una parte de
mí, la parte más salvaje y maldita, quiere ver a Des perdiendo el control.
La expresión de Des se vuelve afilada.
—¿Quieres saber cuánto te costarán al final mis favores? De acuerdo. Te
lo mostraré. Tal vez entonces te mantengas alejada. —Se bebe el resto de su
café y se pone de pie, su silla chirría mientras la aparta hacia atrás.
Un segundo. ¿Vamos a hacer esto ahora?
Al ver que no me levanto inmediatamente de mi asiento, agita la mano.
Mi silla empieza a inclinarse y me obliga a ponerme de pie. A nuestro
alrededor, nadie se percata.
Apenas tengo tiempo de agarrar mi abrigo y los últimos macaroons antes
de que él me dé la mano y me saque de allí.
En el exterior, la nieve se me enreda en la melena mientras caminamos
por la calle. Casi de inmediato, el frío se cuela bajo mi ropa. Puede que esto
sea una mala idea.
Las sombras de Des se arremolinan a nuestro alrededor como si se tratara
de humo.
No me habla durante todo el camino de vuelta al cementerio de Douglas,
donde está la entrada más cercana a las líneas ley.
En esencia, las líneas ley son carreteras sobrenaturales. Por todo el
planeta, existen ciertos pliegues y rasgaduras en la estructura de nuestro
mundo que son puntos de entrada, o portales, a estas líneas ley. A partir de
ahí, digamos que, si eres cierto tipo de criatura, como un hada o un
demonio, que sabe cómo manipularlas, puedes moverte a través de mundos
y entre mundos. Eso último es justo lo que permite que Des pueda ser un
rey en el Otro Mundo y que venga a la Tierra a negociar con los mortales.
Cuando llegamos a una sección particularmente antigua del cementerio,
con las lápidas tan viejas y erosionadas que la mayoría de los nombres y
fechas están desgastados, me acerca a él, con la mandíbula apretada. Sus
ojos tormentosos me sostienen la mirada.
—No hagas que me arrepienta de esto.
Antes de que tenga la oportunidad de decir nada, nuestro entorno
desaparece. Un momento después, las lápidas son reemplazadas por
edificios y canales.
Echo un vistazo a nuestro alrededor, asombrada.
—Venecia —susurro.
Siempre he querido visitarla. Y con un chasquido de dedos por parte del
Negociador, aquí estamos.
Ventajas de ser amiga de un rey fae.
—No te alejes —advierte.
—No es que fuera a irme a ninguna parte —murmuro, arrastrándome
detrás de él. Me retiene la mano con una fuerza exagerada.
Juntos, serpenteamos por callejones traseros, y arrugo la nariz ante el olor
de las aguas residuales. Cuando llegamos a una pequeña puerta desgastada
por el clima, Des se detiene.
Lo miro. Tiene la mandíbula tensa, su mirada plateada resulta gélida.
Sigue cabreado.
Vaya carácter volátil el de esta hada. No es como si tuviera que traerme.
Por amor de Dios, es un rey; estoy segura de que « no» es la primera
palabra de su diccionario.
Oigo el ruido de una cerradura, que me arranca de mis pensamientos, y
luego la puerta que tenemos delante se abre por sí sola.
Más allá, hay un pasillo oscuro. Es exactamente el tipo de sitio que no hay
que visitar si no quieres meterte en problemas. Supongo que ese es el
motivo de que el Negociador haya decidido venir aquí.
Des avanza por el pasillo después de colocarme tras él de un empujón. A
nuestra espalda, la puerta se cierra con un clic.
—Qué sitio tan acogedor —digo.
—Chist, querubín —dice—, y ya que tocamos el tema, procura no hablar.
Le saco la lengua.
—Te he visto —dice, sin darse la vuelta.
Es como si tuviera ojos en la nuca.
Nos adentramos en el interior del edificio y bajamos un tramo de escaleras
hasta llegar a un área tenuemente iluminada que en realidad no es más que
una cuadrícula de postes, pasarelas de cemento y grandes boyas con forma
de barril. Y entre las pasarelas y debajo de las boyas hay agua.
Montones y montones de agua.
Venecia se hunde , recuerdo.
Un hombre de aspecto elegante con entradas en el pelo y una enorme
barriga sale de las sombras.
—Te he llamado hace una hora —dice, con un marcado acento
escandinavo, y tira la tarjeta de presentación del Negociador.
Des la observa caer al suelo.
—No soy tu perrito faldero —dice Des—. Si no te gustan mis métodos,
llama a otra persona.
¿El Negociador hace esperar a sus clientes? Tenía la impresión de que
acudía tan rápido con todos los demás como conmigo.
Ahora me siento como un copo de nieve especial.
El hombre me señala con la barbilla.
—¿Quién es la chica? —pregunta.
—A ti no te importa una mierda. Ni la mires —dice el Negociador.
Pero el hombre no puede evitarlo. Soy una sirena, estoy hecha para
distraer. Sus ojos se desplazan sobre mí y su expresión se vuelve
hambrienta.
A mi lado, siento que el aire empieza a vibrar con el poder de Des. La
oscuridad comienza a arrastrarse por las esquinas de la habitación. No me
hace falta mirarlo para saber que está tenso.
—Escucha lo que te dice el Negociador —le digo al hombre,
impregnando mi voz de poder.
A regañadientes, deja de mirarme.
Y ahora siento que necesito restregarme la piel. Uf, este tío tiene edad
suficiente para ser mi padre.
—¿Qué quieres? —pregunta Des con los brazos cruzados.
—Quiero que mi hija entre en la Real Academia de Arte.
O lo que es lo mismo, el equivalente sobrenatural de Juilliard. Es una
escuela de artes escénicas cuyos estudiantes tienen habilidades especiales .
El Negociador silba.
—Lo último que sé es que casi todas las plazas para el próximo curso está
n ocupadas. Tendría que mover muchos hilos…
—Sabes que merezco la pena —dice el hombre.
Escucho el suave chapoteo del agua al rozar las boyas y las pasarelas de
debajo.
—¿Y qué me vas a dar tú a mí? —pregunta el Negociador.
El hombre se aclara la garganta.
—Tengo información sobre unas cuantas entradas a las líneas ley que la
Casa de las Llaves está considerando destruir.
La Casa de las Llaves es el gobierno del mundo sobrenatural. No importa
si eres estadounidense, argentino o australiano, mientras seas un ser
sobrenatural, ante todo tienes que seguir sus leyes.
—Mmm —dice el Negociador—, necesito algo mejor que eso si quieres
hacer un trato. Necesito que evites que se apruebe esa legislación.
—Imposible —afirma el hombre—. Refleja cómo se siente la población.
La gente está preocupada por sus casas, sus barrios. Ha habido un aumento
de niños cambiados…
—Te deseo la mejor de las suertes con el futuro de tu hija. —El
Negociador me apoya una mano en la espalda y empezamos a alejarnos.
Supongo que rechazar un trato es así de simple.
Detrás de nosotros, el hombre balbucea algunas excusas y explicaciones
más.
Casi hemos alcanzado la escalera cuando lo oímos.
—¡Espera, espera! De acuerdo, lo haré.
Miro de reojo a Des. Una sonrisa maliciosa se extiende por su rostro.
—Entonces, tenemos un trato —dice el Negociador, sin molestarse en
mirar por encima del hombro—. Asegúrate de que la legislación no se
apruebe. Sería una pena que tu hija no entrara en ninguna de las escuelas
que ha solicitado.
Y con eso, nos vamos.
De vuelta en las calles de Venecia, evalúo de nuevo a Des.
—Has sido bastante frío —digo mientras echamos a andar y mis botas
repiquetean contra los adoquines.
—Ha sido un negocio, querubín. Si quieres venir conmigo, será mejor que
te acostumbres a esto y a cosas peores.
—Que sí, que sí, que eres un malote.
Él señala mi pulsera con un gesto de la cabeza.
—Un día tendrás que devolver todo eso. ¿Tienes miedo ya?
Un poquito.
Pero cuando miro a Desmond a los ojos, tengo la clara impresión de que
no quiere que me asuste. Que, a pesar de intentar asustarme, no quiere
alejarme.
Supongo que ya somos dos.
—Lo estaría si no llevaras el pelo recogido en una coletita tan femenina
—digo mientras toco las puntas de su pelo blanco.
Me agarra la mano.
—No es de buena educación burlarse de un hada. Tenemos fama de
susceptibles. —A pesar de la amenaza, sus ojos brillan con entusiasmo.
—Lo siento —digo—, tu coleta es muy masculina. Siento que me va a
salir barba con solo mirarla.
—Mira que eres contestona —dice de forma cariñosa.
Paseamos a lo largo del Gran Canal, dejando atrás a los turistas a medida
que avanzamos. Observo las barcas moverse por el canal. Por encima, se
alzan tiendas de regalos y restaurantes, cuya cálida luz se derrama sobre las
calles.
Venecia. Es aún más maravillosa de lo que había imaginado que sería.
—Antes de irnos, ¿podemos dar un paseo en góndola? —pregunto.
El Negociador hace una mueca con el labio superior cuando ve pasar una
de esas barcas a nuestro lado.
—¿Por qué iba yo a…?
—¿Y podemos pasar por una de esas tiendas de regalos para que pueda
comprar una máscara?
También me gustaría tomar un poco de gelato , y puede que llevarme una
botella de vidrio soplado, pero no quiero forzar demasiado mi suerte.
Él gime.
—¿Nunca has escuchado la expresión «No mezcles los negocios con el
placer»?
Una sonrisa astuta se extiende por mi rostro.
—Vaya, ¿estás sugiriendo que soy un placer? —El corazón me late con
demasiada fuerza.
Él me frunce el ceño con expresión severa.
—Está claro que estoy empezando a contagiarte.
Ya lo creo.
—Vamos, será divertido —le digo para luego darle la mano y arrastrarlo
hacia una pequeña zona del canal donde esperan varias góndolas.
—Solo aceptaré esto si me haces un favor… —dice el Negociador detrás
de mí.
¿Hacerle un favor yo a él?
—Claro, lo que sea.
—Devuélveme mis pelotas al final de la noche, por favor.

Presente

Incluso después de que aterricemos frente a la casa de Des y de que Eli


quede a un cuerpo de agua de distancia de nosotros, el Negociador no me
suelta de inmediato. En vez de eso, sus alas acabadas en garras me rozan el
pelo mientras nos envuelven de forma protectora.
—¿Des?
Sus alas sufren una sacudida.
Deja escapar un suspiro tembloroso.
—No dejaba de pensar que te iba a pasar algo —susurra con voz ronca—.
No dejaba de ver a ese animal volviéndose contra ti. Tenía miedo de no
llegar a tiempo. —Le tiembla todo el cuerpo.
En este momento, me siento extrañamente vulnerable con él. Tal vez sea
la cruda sinceridad de sus palabras, Des siempre ha tenido cuidado de
enterrar sus sentimientos bajo el ingenio y la astucia. Tal vez sea que yo he
sentido el mismo miedo cuando he visto a Eli abalanzarse sobre él. Tal vez
sea el mero hecho de estar en sus brazos después de elegir esta vida, y no la
que he dejado en mi casa.
Apoyo la frente contra la suya y coloco una mano sobre su mejilla.
—Gracias por venir a por mí —le digo.
Me da miedo lo que habría pasado si no lo hubiera hecho.
—Querubín —dice con voz seria—, siempre iré por ti.
Nos quedamos así un minuto más, inmóviles. En realidad, es bastante
agradable estar bajo sus alas, pero al cabo de un rato, me siento ansiosa por
volver a tener los dos pies en el suelo.
—Des —le digo—, ya puedes bajarme.
A regañadientes, me suelta las piernas y deja que me sostenga sola, pero
mantiene mi torso atrapado en sus brazos. Retira las alas, pero no las pliega
a su espalda. En vez de eso, no deja de extenderlas y retraerlas, extenderlas
y retraerlas. Parece alterado.
—Ha ido a visitarte durante uno de los Siete Sagrados —dice Des—.
Piensa en ti como su pareja y te ha puesto en peligro a sabiendas. —Ahora
sus alas se despliegan a su alrededor, aleteando con furia, sus garras parecen
particularmente afiladas. Des me libera—. No es un verdadero compañero
si ha pensado en hacer eso.
Des tiene razón, por supuesto, pero ni siquiera estoy pensando en mí en
este momento. Lo único que veo cuando cierro los ojos es a Eli atacando a
Des. Lo habría matado.
Y luego me asalta otro pensamiento.
—Ay, Dios —digo en voz baja—. Hemos dejado a un hombre lobo
completamente transformado en un barrio residencial.
—Ya me he encargado de contenerlo; esta noche no podrá aventurarse
más allá de tu propiedad. Con suerte, por la mañana habrá recuperado el
control de sí mismo. —Des me mira como disculpándose—. Siento lo de tu
casa.
Me siento aliviada de que no pueda herir a nadie más por el momento.
Y luego, me impacta otro terrible pensamiento.
No podré volver a casa esta noche.
No a menos que quiera arriesgarme a tener otro encuentro con un hombre
lobo cabreado.
Me froto la cara. He usado glamour con un hombre lobo alfa y luego lo he
rechazado.
Una vez que vuelva a estar en posesión de sus facultades mentales, podría
emitir una orden de arresto contra mí. Incluso si decide no presentar cargos,
hará algo para castigarme por hechizarlo, despreciarlo y humillarlo . Un
alfa no se conformaría con menos.
Sabe perfectamente dónde vivo, y antes ha dejado más claro que el agua
que una puerta cerrada con llave no le impedirá entrar.
Esta noche no puedo volver, pero ¿podré volver mañana? ¿O la noche
siguiente? ¿O la siguiente? ¿Me sentiré segura sabiendo con cuánta
facilidad puede irrumpir y lo rápido que puede transformarse?
Los ojos de Des transmiten tristeza.
—Querubín, mi casa es tu casa —dice, leyéndome la mente—, durante
todo el tiempo que lo necesites.
Miro por encima del hombro a la casa que se expande a mi espalda. Todos
los muebles que Des me hizo comprar fueron para amueblar una única
habitación de invitados en su casa.
Una habitación en la que ahora es probable que me quede.
Y cuando se ha enfrentado a Eli, Des no se ha mostrado sorprendido ni
confundido por nada de lo que ha sucedido en mi casa. Y la única razón
sería…
Me giro hacia él.
—Lo sabías —digo, recordando cómo se ha burlado antes de mi ex—. Me
besaste esa primera noche sabiendo que estaba con Eli.
Mi ira va en aumento.
El Negociador sabe cómo funciona mi corazón; sabía que nunca aceptaría
dos relaciones de tintes románticos con dos hombres diferentes a la vez. Lo
único que tenía que hacer era plantar la semilla: rozar mis labios con un
beso casto y sugerir que él y yo podríamos intimar. Provocar que rompiera
con Eli le costó menos esfuerzo que chasquear los dedos.
Y ahora hay una habitación esperándome en casa de Des.
Me siento como una mosca atrapada en la telaraña del Negociador. Estoy
haciendo exactamente lo que él tenía planeado.
He pasado de un hombre controlador a uno calculador.
Des tensa la mandíbula.
—Callie…
—¿Haces esto con todas tus clientas? ¿Las obligas a romper con sus
novios? ¿Amueblas una habitación de tu casa solo para ellas?
Se acerca a mí, sus ojos brillan llenos de vida.
—No pienso hacer esto contigo. Esta noche, no.
—No, no vas a hacerlo, ¿verdad? —lo desafío. Me corre fuego por las
venas, un fuego que llevo acumulando desde el momento en que Des volvió
a entrar en mi vida—. Te limitarás a huir, como siempre haces.
Me atrapa la cara entre sus manos.
—¿A ti te parece que estoy huyendo, Callie? ¿Acaso parece que esté
intentando irme de tu lado?
—Pero lo harás —afirmo con fervor.
¿Cómo ha acabado esta conversación en que yo ventile mis propias
inseguridades?
—Si quieres verdades —dice, acalorado—, aquí tienes una: esto no es por
el perro, sino por nosotros.
—¿Quieres dejar de llamar así a Eli? —digo.
El Negociador me suelta y me mira con los ojos entrecerrados.
—¿Lo defiendes incluso ahora?
—Todavía significa algo para mí. —Y le he hecho daño. Muchísimo.
A Des le palpita un músculo de la mejilla.
El Negociador se acerca y curva los labios en una sonrisa burlona.
—Tienes más de trescientos favores que devolverme. Para cuando
terminemos, te darás cuenta de que Eli y todos esos otros hombres eran solo
un sueño insatisfactorio. Que esto, y solo esto , es real.
11
Enero, hace siete años

Estoy tumbada en mi cama y jugueteo con mi pulsera.


—¿Todos tus clientes reciben pulseras? —le pregunto al Negociador.
Sonrío al pensar en algún criminal con una delicada colección de cuentas
negras.
Con la espalda apoyada contra el pie de mi cama, Des hojea la revista
Magia & Ciencia que ha cogido de mi mesita de noche.
—No.
Alzo la muñeca hacia la luz y la giro de un lado a otro, intentando que la
luz del techo se refleje en la superficie pulida de las cuentas; en cambio,
parece que las cuentas absorben la luz hacia lo más profundo de su interior.
—¿Qué les das a tus otros clientes? —pregunto.
Des pasa otra página.
—Tatus.
Me incorporo hasta quedar sentada.
—¿Tatus? ¿Les das tatuajes? —De forma distraída, desplazo la mirada
hacia las dos máscaras venecianas colgadas en mi pared, las que Des y yo
elegimos en Venecia, una con el pico de un médico de la peste y la otra con
la cara pintada de un arlequín—. ¿Por qué a mí no me hiciste un tatuaje? —
pregunto.
El brazalete que hace un momento me parecía tan genial ahora parece un
sustituto poco convincente.
El Negociador cierra la revista y la deja a un lado.
—¿Prefieres un tatuaje?
—Por supuesto —respondo distraída, sin fijarme en el tono de advertencia
de su voz.
Un tatuaje sería mucho más atrevido que una cuenta endeble.
Des se da la vuelta para mirarme a la cara desde los pies de mi cama.
Y luego se sube a ella.
El Negociador se arrastra por mi cama y acaba colocándose encima de mí.
No puedo respirar. No creo que pueda respirar.
La mirada peligrosa de sus ojos apaga todo pensamiento coherente. Este
podría ser el momento en que nuestra relación pasa de una extraña amistad
a algo más.
Me asusta mucho esa posibilidad. Pero estoy ansiosa por que se haga
realidad.
Él se sienta a horcajadas sobre mi cintura, sus poderosos muslos cubiertos
de cuero me atrapan entre él. Se inclina y toma mi mano, la que no lleva el
brazalete.
El corazón se me va a salir del pecho. Me va a mil por hora, está como
loco. Nunca he estado tan cerca de Des. Y ahora estoy bastante segura de
que nunca estaré satisfecha hasta que estar tan cerca de él sea lo normal.
La piel me empieza a brillar y Des tiene la amabilidad de ignorar el hecho
de que estoy bastante excitada.
Me pasa una palma por la muñeca y el antebrazo. Bajo su toque, aparecen
marcas de tinta en mi piel, hilera tras hilera.
—¿Prefieres tener esto que unas cuentas? —me pregunta.
Aparto la atención de Des para examinar mejor las marcas.
Son feas. Viles de una forma que nunca había considerado que pudiera ser
un tatuaje.
—Puedes llevar mi tinta en la piel —dice, en tono persuasivo—. Solo
tienes que decirlo y la tendrás por todas partes. Ni siquiera te costará una
cuenta.
Des espera a que responda. Como no lo hago, las marcas se desvanecen
hasta que desaparecen por completo.
—Eso me parecía. —Me suelta la mano y se aparta de mí. Se sitúa a los
pies de mi cama una vez más, recupera la revista y continúa hojeándola—.
No voy a marcarte como a un delincuente común —dice por encima del
hombro— y, de todos modos, no deberías quererlo. La Politia busca ese tipo
de cosas. Sufrirían un aneurisma si vieran a una adolescente con más de
cien marcas.
—¿Por qué? —pregunto, sujetándome la muñeca que acaba de tocar—.
¿Es algo inusual?
Durante unos instantes, no responde, pero sé por su quietud que ya no está
leyendo.
Al final, arroja la revista a un lado y se pone de pie. Se pasa una mano por
el pelo, evitando mi mirada.
—Tengo que irme.
Esa es toda la advertencia que recibo antes de que gire sobre los talones y
se dirija a mi puerta.
—¡Espera! —Me pongo de pie y lo agarro del brazo. Como de costumbre,
un pequeño escalofrío me recorre ante el contacto—. No te vayas, por favor.
—Sin pretenderlo, ahora he empezado a brillar en serio y mi glamour ha
impregnado mi voz sin querer.
Des baja la mirada hasta mi mano, una mano que está disfrutando la
sensación de estar sobre su musculoso brazo.
—Querubín, estás rodeada por más de mil personas de tu edad. Necesito
trabajar y tú necesitas mejores amigos que yo.
—Solo quiero estar cerca de ti.
—¿Por qué? —pregunta mientras sus ojos buscan algo en los míos.
Porque no puedo controlarte. Porque conoces mis secretos. Porque me
haces sentir normal. Porque, contra toda lógica y razón, creo que podría
estar enamorada de ti.
—Por favor —digo.
Pero no es suficiente.
Des me aparta la mano de su brazo con suavidad y luego se va.

Presente

Justo cuando creo que el Negociador va a proclamar lo que de verdad siente


por mí, su rostro se cierra en banda.
Me conduce al interior de su casa. Los dos estamos tensos. Me siento
inquieta por Eli, por esta noche, pero sobre todo por Des.
Camino por delante de él y me dejo caer en uno de sus taburetes.
—Entonces, ¿voy a pasar la noche aquí?
Des me sigue con tranquilidad y se apoya en uno de los armarios.
—A menos que prefieras que te deje en la perrera en la que se ha
convertido tu casa.
Me limito a mirarlo. Él hace lo propio, y su mirada acalorada se desplaza
sobre mí. Sus alas siguen a la vista. A la sirena que hay en mí le gustan
muchísimo. A la mujer, también.
Me bajo del taburete y abro la nevera.
—Entonces, ¿cuándo vamos a…? —Dejo escapar un ruidito, distraída por
la comida que hay en el frigorífico.
Está lleno de todas mis comidas favoritas: samosas, pizza, pasta, pastel,
arroz frito, ensalada de pasta. Por curiosidad, abro el congelador.
Helado, mini quiches, tarta helada — ¿ cómo?— , taquitos.
Entrecierro los ojos y miro al Negociador.
—Ya veo que estás muy preparado para esto.
Se encoge de hombros, pero sus ojos están riendo.
Vuelvo a girarme hacia la nevera.
—Me vas a cebar como a un pavo de Acción de Gracias —murmuro.
Pero, en serio.
Cojo la tarrina de helado de galleta y la saco para dejarla en la encimera
de la isla.
—¿Cuchara?
Abre el cajón que tiene al lado y me la lanza. Apenas logro atraparla antes
de acabar sin globo ocular.
Estoy a punto de meter la cuchara en el helado cuando veo una bolsa de
papel blanca junto a él.
No. Es. Posible.
—¿Eso son…? —Ni siquiera puedo preguntarlo.
—Macaroons del Douglas Café —termina por mí.
Olvidándome del helado, me levanto y me dirijo hacia Des.
—Douglas está muy lejos. A medio mundo de distancia.
—Líneas ley, querubín —dice.
—¿Puedo? —pregunto, señalando la bolsa.
—Son para ti. —Me observa mientras lo rodeo.
Está claro que tenía planeado que pasara aquí la noche. Me pregunto si
habría planeado que la velada saliera como lo ha hecho, o si tenía algún otro
as en la manga. Sabiendo lo embaucador que es, esto último no me
sorprendería en absoluto.
Desliza la mirada hacia el helado. Este se aleja flotando de la mesa y se
dirige hacia el congelador. Una de las elegantes puertas de la nevera de
acero inoxidable se abre y el helado se desliza en el interior. La cuchara
vuela hacia atrás por la habitación y el cajón se abre a tiempo para que
entre.
Contemplar esta escena me provoca una calidez acogedora en la boca del
estómago, del tipo que trae recuerdos felices y familiares.
Saco un macaroon rosa y le doy un mordisco.
Dejo escapar un largo y profundo gemido.
Es perfecto.
—Des, eres un dios —le digo entre bocado y bocado. Han pasado años
desde que comí macaroons , y los del Douglas Café siempre fueron los
mejores.
—Un rey —me corrige. Tuerce los labios hacia un lado y esa mirada suya
se ilumina. Pero se transforma en algo travieso.
Se acerca, me arrebata la bolsa de papel y la deja a un lado, junto con los
macaroons parcialmente comidos.
—Has tenido una noche difícil, Callie.
Lo miro con cautela, sintiéndome como ese pequeño insecto que vuelve a
verse atrapado en una telaraña.
—¿Te gustaría posponer la visita al Otro Mundo hasta mañana por la
mañana? —Siento su aliento contra mi piel—. ¿Qué tal si esta noche nos
divertimos un poco?
El pulso empieza a acelerárseme con fuerza.
Prepárate para algo más que un beso .
—¿Qué tenías en mente?
Pero ya es demasiado tarde. Me agarra la muñeca, sus dedos rozan todas
las cuentas.
—Toca una verdad, querubín: ¿qué es lo que más te gustaría hacer esta
noche?
La magia me envuelve la garganta, tirando de mi tráquea. Hay un millón
de cosas que mi sucia mente estaría más que feliz de hacer, así que me
sorprendo cuando respondo.
—Quiero nadar en el océano.
Supongo que la realidad es así de simple.
Des me sonríe y, por una vez, es una sonrisa genuina.
—Está bien, entonces te llevaremos al océano.
Me lleva de vuelta al exterior y luego, tras rodearme con los brazos, nos
lleva volando por los acantilados que hay detrás de su casa hasta un
rinconcito de playa.
Me alejo de su abrazo y escucho el romper de las olas. Me llama, cada
chapoteo resbaladizo del agua me hace señas para que me acerque más y
más. Sin ser plenamente consciente, me quito los zapatos y los calcetines.
Todavía siento al Negociador detrás de mí, pero bien podría estar sola en
este momento. Me meto en el agua y esbozo una ligera mueca por culpa de
la fría temperatura.
El sonido, el olor, la sensación del océano, todo ello me calma el pulso.
Estoy en casa .
Con ropa y todo, me sumerjo en el mar. Salgo a la superficie solo para
sumergirme de nuevo. Aquí abajo, en las acuosas profundidades marinas,
encuentro paz y tranquilidad. Segundo a segundo, siento que mis
preocupaciones e inseguridades desaparecen. Solo estamos yo, la noche y el
océano.
La siguiente vez que salgo a la superficie, miro hacia la playa. Des me
observa desde la orilla, varios mechones de su cabello blanco le azotan las
mejillas. La expresión de su rostro me resulta muy familiar, la he visto en el
mío mil veces: la expresión de alguien que no encaja.
Nado hasta la orilla y salgo del océano. Él da un paso adelante,
probablemente cree que estoy lista para regresar. Pero, en vez de eso, tomo
su mano y tiro de él hacia el agua helada.
Des me mira, con aspecto de estar hechizado, mientras lo arrastro hacia
las olas. Y no se resiste. Esa es la parte más extraña de todas.
El océano siempre ha sido el lugar donde las sirenas matan a los hombres.
—Callie, ¿qué estás haciendo? —dice por fin cuando el agua le llega por
encima de la cintura.
¿No es obvio?
—Obligarte a unirte a mí.
Nos alejamos lo suficiente como para que nuestros dedos de los pies ya no
toquen el fondo del mar. Des sumerge la cabeza bajo el agua y se peina el
cabello hacia atrás.
Nos mantenemos a flote durante casi un minuto, ninguno de los dos dice
nada. Me tumbo de espaldas y contemplo la luz tenue de las estrellas. Su
mundo está por encima de nosotros y el mío, por debajo. Hay algo muy
satisfactorio en eso.
—¿Sabes? —digo—. Te he echado de menos. Todos los días.
Es un dolor que ha durado siete años. Debería haber remitido, pero nunca
lo hizo.
Se queda callado durante mucho rato.
—Yo también te he echado de menos.

No volvemos a casa hasta mucho más tarde, bien entrada la noche, calados
hasta los huesos. El Negociador me lleva a mi habitación y, cuando veo la
cama gigante con dosel esperándome, me desplomo sobre ella, estropeando
rápidamente las sábanas con arena y agua del océano.
—Refutas continuamente la teoría de que las sirenas son criaturas
elegantes —dice Des detrás de mí.
Entierro la cara en las sábanas.
—No tengo ropa.
—Tengo una política bastante relajada en cuanto a lo de no usar ropa —
responde.
—Des . —Mi voz suena amortiguada por las sábanas.
Suelta una risa estruendosa, luego se acerca y deja caer a mi lado una
camiseta grande y descolorida de Kiss y un par de calzoncillos.
—Esto es lo mejor que tengo en este momento.
Miro fijamente las prendas.
Él me apoya una mano en la espalda y cada célula de mi cuerpo es
consciente de ese roce.
Se inclina para quedar cerca de mi oído.
—Si te duchas lo bastante rápido, quizás te arrope cuando te metas en la
cama. —Acentúa el pensamiento mordiéndome la oreja.
Le lanzo una mirada molesta, pero es inútil; la piel me brilla como solía
hacerlo cuando era adolescente y mis hormonas se desbocaban.
—Solo si me quitas una cuenta.
—Callie, Callie, Callie —bromea—, creía que no podíamos pagar por la
compañía del otro.
Hago una mueca, recordando todos esos días en los que compré su
presencia, usándolo para ahuyentar mi soledad.
—Intenta quedarte fuera del baño esta vez —le digo mientras me bajo de
la cama y me dirijo al baño en cuestión.
—Intenta no pensar en mí —dice.
Le hago una peineta por encima del hombro.
Veinte minutos después, el Negociador logra quedarse fuera del baño.
Yo no logro evitar pensar en él.
Me seco con la toalla y me pongo la camiseta y los bóxers que Des me ha
dado. Huelen a él. No me había dado cuenta de que tenía un olor, pero lo
tiene. Es ahumado, como a fuego de leña, y masculino.
Cuando vuelvo al dormitorio, el Negociador ya se ha acomodado en mi
cama. Al verme, las sombras de la habitación se hacen más profundas. En
mitad de ellas, sus ojos brillan.
Hubo un tiempo en el que hubiera regalado a mi primogénito sin
pensármelo dos veces para verlo mirarme así desde mi cama.
Ahora me siento verdaderamente asustada. El Negociador podría pedir
cualquier cosa como pago.
Cualquier cosa.
Y estaría obligada a dársela.
Y con esa mirada hambrienta en su rostro, sé en qué está pensando. No es
que esté en contra de llegar más lejos con él. El problema es que realmente
no estoy en contra, y debería. Soy capaz de compartir mi intimidad con la
mayoría de los hombres y no sentir nada. Pero no con Des.
No con Des.
—No muerdo, querubín —dice al notar mi vacilación. Palmea el espacio
vacío junto a él—. Incluso te he dejado sitio.
Con cautela, me subo a la cama. Me tiendo de lado y quedamos cara a
cara.
—Creía que dabas mucha importancia a no cruzar los límites, Des.
Me envuelve la cintura con un brazo y me acerca a él.
—Cuando tenías dieciséis años. Ahora… —me pasa la mano por el brazo
—, estoy buscando expandir mi territorio contigo.
Dejo de respirar.
—¿Estás diciendo…?
Se inclina más cerca, me roza la frente con un beso y sale de la cama.
—Buenas noches, que duermas bien y no dejes que ningún monstruo te
muerda.
Después de eso, el Negociador se va.
A la mañana siguiente, entro en la cocina de Des mientras me froto los ojos.
—Buenos días, querubín.
Grito como un alma en pena al oír la voz del Negociador y me llevo las
manos al corazón. Mi piel brilla, convirtiendo en armónico el final de mi
grito mientras la sirena toma el control.
El rey fae está espatarrado en una de las sillas de la cocina, bebiendo café.
No lleva camiseta y veo con claridad todos los tatuajes que discurren a lo
largo de su brazo izquierdo.
Enarca las cejas como si estuviera loca.
Por fin recupero el aliento.
—Me has asustado.
—Está claro. —Su boca se desliza hacia un lado.
—No te rías.
Me acaricio el pelo distraídamente. En este momento, lo siento como si
estuviera desafiando la gravedad.
—No ha sido divertido —dice Des. Sus ojos recorren la camiseta y los
calzoncillos que llevo y su expresión se llena de ardor.
Cuando me mira así, la sirena se niega a irse.
—Des . —Se supone que debo decir su nombre como una advertencia,
pero en vez de eso, me sale como un ronroneo.
Mierda. Antes del café, mi control sobre la sirena no es demasiado
potente.
—Vaya, hola, amor —dice con una sonrisa que reserva solo para mi
sirena.
Estos dos sienten algo importante el uno por el otro. Incluso cuando yo
era una adolescente y Des dejaba claro que no cruzaría esa línea, era muy
indulgente con ella.
Y ahora mi control sobre ella se está desvaneciendo… desvaneciendo…
Ha desaparecido .
Me acerco a él, balanceando las caderas un poco mientras me brilla la
piel. No me detengo hasta que me subo a su regazo, con las piernas a cada
lado de su cintura.
Le quito la taza que está sosteniendo y la lanzo por encima del hombro. Él
levanta una mano, presumiblemente para evitar que la taza y el café que
contiene se estrellen contra el suelo.
Me inclino para acercarme a su oreja y muevo las caderas hasta que lo
escucho gemir.
—Siete años, hijo de puta —digo, o mejor dicho, dice la sirena, ya que es
ella la que dirige el espectáculo en este momento.
Las manos de él aterrizan en mi cintura.
—Vale la pena esperar por las mejores cosas, Callie.
Le rodeo el cuello con los brazos.
—¿Verdad o reto?
Su mirada empieza a arder, una sonrisa se extiende por sus labios.
—¿Estás intentando jugar a mi…?
—Verdad: si te hubieras molestado en quedarte, habría hecho realidad tus
deseos más traviesos. —Balanceo las caderas contra él para remarcar mis
palabras.
Noto cómo reacciona, algo que me provoca bastante placer.
Me inclino todavía más cerca y saboreo su oreja con la lengua.
—Y sé que mi rey oscuro tiene muchos deseos perversos —susurro.
Él gira la cara hacia mí, acercándola hasta que apenas hay distancia
separando nuestros labios.
Pero no lo beso.
—Voy a hacer que te duela más y más, y no haré nada para aliviarlo. Te
voy a hacer pagar por abandonarme.
Me bajo de su regazo y me alejo.
—Querubín —dice Des a mi espalda—, disfrutaré de cada dulce segundo.

La sirena no desaparece por completo hasta que no le he pegado unos


cuantos tragos al café.
—Dioses, he echado de menos a tu sirena —dice Des.
Típico de un hada echar de menos a mi parte más siniestra y traviesa.
Suelto un gruñido mientras me comporto como en mi propia cocina,
tuesto algunos minigofres y busco sirope en los armarios.
Pues sí que conoce mis comidas favoritas.
El armario que tengo encima se abre y el sirope sale flotando de él. Lo
agarro.
—Gracias —digo por encima del hombro.
—Mmm.
Estoy jugando a las casitas con el Negociador. Y me parece muy…
normal.
Una vez que termino de prepararme los gofres, vuelvo a la mesa.
—Ahora los nombres de ambos están en la lista de personas más buscadas
—dice Des cuando me siento a su lado.
Tardo un segundo en procesarlo.
—Espera, ¿estoy en la lista de los más buscados?
Des me pasa su tablet y, efectivamente, ahí estoy. Número ochenta y seis.
Siento que me quedo boquiabierta.
—En serio, pero ¿qué mierda es esta?
A Eli se le ha ido la olla. Irrumpió en mi casa y se transformó,
poniéndonos a mí y a Des en peligro mortal. ¿Y el muy capullo se atreve a
ponerme en la lista de los más buscados?
Un segundo después, me doy cuenta de que lo más seguro es que Temper
haya visto la lista, lo que significa que debe de estar como loca. Voy a coger
mi móvil, solo para recordar que anoche no tuve la oportunidad de
llevármelo.
Vuelvo a centrarme en el anuncio y le doy al enlace. Los cargos incluyen
el uso ilegal del glamour y asociarme con el Negociador. Es este último
cargo el que me ha hecho entrar en la lista, de eso estoy segura.
Levanto la mirada hacia Des mientras le devuelvo la tablet . En sus ojos
encuentro una mirada asesina.
Conozco esa mirada. Venganza feérica.
A lo largo de los años, Des ha dejado un rastro de cadáveres mutilados a
su paso, desde clientes que intentaron traicionarlo hasta enemigos que
intentaron matarlo. Incluso desfiguró en mi nombre como mínimo a un
hombre que intentó hacerme daño.
—Lo que sea que estés pensando —digo—, no lo hagas, Des. Por favor.
Aprieta la tablet con fuerza.
—¿Suplicas por ese perro incluso ahora?
—Preferiría no encontrármelo cortado en pedacitos.
—Esa sería una muerte demasiado buena para ese desgraciado —dice el
Negociador en tono sombrío al tiempo que arroja la tablet sobre la mesa.
—Des, no vas a matarlo. —De todas las conversaciones que había
imaginado tener hoy, esta no era una de ellas.
Se inclina hacia delante y unas espirales de sombra se retuercen a su
alrededor.
—No está en mi naturaleza ser indulgente —dice en voz baja—. De modo
que, si quieres garantizar su seguridad, tendrás que concederme un favor.
—¿Qué quieres? —pregunto antes de llevarme un trozo de gofre a la
boca.
Él se limita a mirarme y a seguir mirándome.
—Creo que ya lo sabes.
El gofre se me atasca en la garganta.
« Dame una oportunidad» , suplican sus ojos.
De verdad quiere algo más que un beso.
—¿Por qué, Des? —La pregunta que no dejo de hacerme.
Me estudia durante un largo momento.
—Con el tiempo, te lo contaré —admite—. Pero no será hoy. —Toma un
sorbo satisfecho de café.
Lo observo.
—Tienes mucha suerte de que mi glamour no funcione contigo.
Deja su taza y yo intento ignorar la forma en que sus brazos se tensan con
el movimiento.
—¿Lo usarías conmigo? —pregunta.
—Por supuesto.
Ahora sonríe, su mirada es casi salvaje.
—Eso me complace mucho, querubín.
Son respuestas como esa las que me preocupan.
—Bueno —digo entre bocado y bocado de gofre—, estás aquí y es de día.
—¿Y?
Levanto la vista y me topo directamente con sus abdominales. Dios, es
tremendamente urgente que se ponga una camiseta.
—¿No hay ninguna regla contra aparecer durante el día?
Vuelve a coger su café.
—No soy un vampiro. No me voy a derretir en cuanto me dé el sol. —
Echa su silla hacia atrás y se pone de pie—. Acábate esos gofres, es hora de
ponerse a trabajar.
Mi plato empieza a levitar y tengo que sujetarlo en el aire.
Lo fulmino con la mirada.
—Solo por eso, voy a comer el doble de lento.
El Negociador sonríe y el plato vuelve a elevarse por los aires. Esta vez,
cuando lo agarro, se resiste y me tengo que conformar con retirar los gofres
del plato.
—Eres un pequeño cabrón vengativo —digo, mirándolo con el ceño
fruncido.
—¿Pequeño? —Me regala una sonrisa preciosa—. No utilicemos
adjetivos inapropiados. —Le da un último sorbo a su café y deja la taza en
el fregadero.
Mientras tanto, yo lidio con el desastre que es mi desayuno ahora mismo.
Me llevo los últimos trocitos de gofre a la boca, con las manos cubiertas de
almíbar.
Me acerco a él y abro el grifo del fregadero para enjuagarme las manos
pegajosas.
Sus ojos me recorren de nuevo.
—Por mucho que me gustes con mi ropa —dice—, tienes que cambiarte.
Hay varios conjuntos en tu armario.
—¿En serio? ¿Los acabas de dejar ahí? —pregunto, tratando de averiguar
cuándo puede haber guardado ahí la ropa sin que yo me haya enterado.
—No —dice mientras sale de la cocina—, la ropa siempre ha estado ahí
para ti. Anoche solo quería verte con la mía.
Será desgraciado.
—Espero que estés lista para usar tu glamour en algunas personas —dice
por encima del hombro—, en una hora nos vamos al Otro Mundo.

Respiro hondo mientras me dirijo a la habitación del portal de Des,


preparándome para el viaje al Otro Mundo.
Mi glamour solo funciona con seres terrenales. Una vez que crucemos,
seré tan inofensiva como un cachorro.
Es solo una visita. No nos vamos a quedar.
Bajo la mirada hacia el reluciente vestido fae. El material se abre a
medida que camino, revelando las cintas entrecruzadas de las sandalias, que
llevo atadas en lo alto de los muslos. En cuanto he abierto la puerta de mi
armario temporal, la ropa ha salido flotando de él y ha aterrizado sobre la
cama.
Sugerencia aceptada.
Diré lo siguiente de las hadas: pueden ser unas hijas de puta sin corazón,
pero tienen muy buen gusto en lo que a moda se refiere.
El Negociador me espera ante la puerta de la habitación que contiene el
portal, una de las dos habitaciones de su casa en las que todavía no he
entrado.
Nunca he visto a Des vestir algo que no sea una combinación de camiseta
y pantalones, hasta ahora.
Viste una túnica negra sin mangas que se le abraza al torso. Por debajo,
lleva unos pantalones negros metidos por dentro de unas botas de montar
oscuras. Un cinturón de cuero de talle bajo rodea holgadamente su cintura.
Dios. Parece un asesino, uno muy follable.
Detrás de él, hay varias cerraduras alineadas a lo largo de la puerta, y
apuesto a que hay incluso más cerraduras mágicas que no puedo ver. No sé
si sentirme tranquila o preocupada por las amplias medidas de seguridad.
Sin dejar de mirarme, Des golpea con los nudillos la puerta que tiene
detrás.
—Al otro lado de esta puerta, hay un portal activo —dice. Extiende el
brazo—. Te conviene aferrarte a mí hasta que salgamos de la línea ley.
No necesita decirlo dos veces. Le doy la mano y disfruto de la cálida
sensación de su piel contra la mía.
Una por una, las cerraduras se abren y, con cada una, aumenta mi
inquietud.
Todas esas viejas historias sobre hadas vuelven a mi mente. Monstruos
que acechan bajo las montañas. El hada de los dientes, que se construyó un
palacio con los dientes de los niños. Las hadas salvajes que, con una sola
mirada, pueden esclavizar a sus presas. Y luego están los fae que no se
parecen tanto a los humanos, seres que devoran humanos enteros y usan sus
entrañas como joyas.
Todo eso me espera al otro lado del portal.
La puerta se abre, y Des y yo entramos en una habitación circular, mis
sandalias pisan hierba verde y brillante, y hay diminutas flores blancas y
rosadas esparcidas por el suelo.
Una serie de glicinas cubren las paredes y el techo. Donde la pared se
encuentra con el suelo, hay un anillo de hongos que rodea la habitación.
La hierba se balancea de un lado a otro, y las hojas de glicina tiemblan
cuando una brisa fantasmal sopla sobre ellas.
Como en la mayoría de sitios que contienen un portal, aquí las leyes de la
naturaleza no son aplicables.
Des se gira y me evalúa.
—¿Preparada, querubín? —pregunta.
Mierda, de verdad voy a hacer esto.
Asiento.
Dejo que me guie hacia delante, hacia el centro de la habitación. El aire
resulta más denso con cada paso que doy y podría jurar que oigo música,
pero es tan suave que no puedo estar segura de que mis oídos no me estén
jugando una mala pasada.
Con una mirada enternecedora, el Negociador me coge en brazos y
nuestro entorno desaparece.
12
Enero, hace siete años

Cuando Des aparece frente a mí, estoy hecha un puto desastre. Hay un
puñado de pañuelos esparcidos a mi alrededor. Tengo la cara mojada y los
ojos hinchados.
Miro al Negociador con tristeza, me tiembla todo el cuerpo.
Se cruza de brazos, su chaqueta de cuero cruje.
—¿A quién tengo que hacerle daño?
Niego y bajo la mirada. No sé por qué lo he llamado. No dejo que otras
personas me vean cuando estoy así. Pero estoy muy cansada de estar sola.
Hoy ha sido… Hoy ha sido un mal día.
—Dame un nombre, querubín.
Me limpio los ojos. No he terminado de llorar, pero, por el momento, las
lágrimas han parado.
Cuando por fin miro a Des a los ojos, veo que habla en serio. Tardo un
momento en darme cuenta de que el Negociador está cabreado y otro
momento en darme cuenta de que está cabreado en mi nombre .
Y soy lo bastante codependiente como para que esta reacción me haga
sentir mejor.
—Es un instructor —susurro con voz ronca.
Des se sienta a mi lado, uno de sus anchos hombros roza el mío antes de
que me rodee con un brazo y me acerque a él. Durante los siguientes cinco
minutos, me deja llorar y dejarle la chaqueta de cuero hecha un desastre, mi
cabeza debajo de la suya. Sube y baja la mano por mi brazo en un ademán
tranquilizador, pero esa acción queda un poco arruinada por lo amenazadora
que resulta su presencia.
Por fin me las arreglo para recomponerme, el cuerpo ya no me tiembla
tanto, y me alejo un poco de él.
Con el ceño profundamente fruncido, me limpia las lágrimas de las
mejillas antes de tomar mi rostro entre las manos.
—Cuéntame qué ha pasado. —Siento que su cuerpo vibra por la ira.
Respiro de forma temblorosa.
—Es el señor Whitechapel. Él… ha intentado tocarme…
Pero esas no son las palabras adecuadas, ¿verdad? Me ha tocado. No ha
parado hasta inmovilizarme, diciéndome todo el rato que eso era lo que yo
quería. Que lo había estado volviendo loco todo el semestre. Que había
notado todas y cada una de mis miradas sugerentes.
Me ha desabrochado el botón de los pantalones, me ha subido la
camiseta…
Eso ha sido todo lo lejos que ha llegado. Demasiado lejos.
Todavía no poseo un control absoluto sobre mi don, pero el miedo lo saca
a la luz. La sirena le ha dicho que se detuviera, le ha dicho que me soltara.
Y luego he corrido hacia aquí.
Y ahora me estoy muriendo por dentro, de vuelta a quien era antes de que
el Negociador me salvara de mi pasado.
Odio mi cara, odio mi cuerpo, odio lo que veo en el espejo. Odio mi
habilidad para atraer a la gente con una sola mirada y una orden. Odio todo
lo que me hace ser quien soy. Odio que todavía haya quien puede hacerme
sentir débil.
Me las arreglo para contarle la historia y luego empiezo a llorar otra vez.
Y otra vez, el Negociador me atrae hacia él. Apoyo la cabeza en su pecho,
por una vez, sin pensar en él en un sentido romántico, solo en busca de
consuelo.
—Querubín, estoy orgulloso de que uses tu poder de esa forma —dice
Des por fin.
No sabría decir por qué eso hace que llore más fuerte.
—¿Quieres que te cuente un secreto? —dice mientras me alisa el pelo con
una mano. No espera a que responda—. La gente como él nació para temer
a la gente como nosotros —dice con voz siniestra.
Hago una pausa en medio de mis sollozos.
¿Qué? ¿Qué se supone que significa eso? ¿Y por qué me lo dice? Llevo
toda la vida siendo una víctima. La gente como el señor Whitechapel usa a
la gente como yo, no al revés.
—Pues vaya mierda de secreto —decido.
El Negociador acerca los labios a mi oído.
—Es la verdad —susurra—. Con el tiempo, lo entenderás. Y con el
tiempo, lo aceptarás.
Improbable. Pero asiento de todos modos, porque en este momento no
tengo ganas de debatir con Des.
Durante unos quince segundos estoy bien, incluso podría haberlo
superado, luego el recuerdo de las manos de mi profesor sobre mi cuerpo
me hunde de nuevo.
No sé cuánto tiempo me paso llorando, solo que Des me abraza en todo
momento. Ahora mismo, no estoy segura de estar llorando por lo que ha
sucedido hoy. Creo que estoy llorando por todos esos días en los que no
escapé a tiempo.
Al cabo de un rato, Des me traslada del suelo a la cama mientas tararea un
himno feérico en voz baja. Y pasado otro rato, dejo de llorar como una
desquiciada y me limito a abrazarlo como si fuera mi propio manto
protector personal.
Me quedo dormida así, envuelta en los brazos del Negociador.
A la mañana siguiente, cuando me despierto, ya se ha ido.
No me entero hasta más tarde de que el señor Whitechapel ha
desaparecido. Y de que, cuando reaparece una semana después y abandona
las instalaciones, tiene la mayoría de los huesos del cuerpo rotos, le faltan
varios dientes y dedos de los pies, y lleva encima la tarjeta de visita del
Negociador.
Nadie logra convencerlo de que hable de lo que le ha pasado. Pero al
parecer, se siente bastante ansioso por confesar su asquerosa mala conducta
con los estudiantes.
Estudiantes. En plural. Por lo visto, no soy la primera.
Des ya no es solo mi salvador; también es mi guardián. Y tengo que
aceptar el hecho de que el hombre que me dejó llorar en sus brazos también
es el Negociador, un criminal buscado conocido no solo por sus tratos, sino
también por su inmensa crueldad, la misma crueldad por la que las hadas
son infames.
Y que el Señor se apiade de mí, todo ello me parece bien.

Presente
Todavía estoy tambaleándome cuando nuestro entorno vuelve a aparecer.
Me quedo sin respiración al mirar a mi alrededor.
Des y yo estamos de pie sobre unas ruinas cuyo mármol blanco brilla a la
luz de la luna. Unas enredaderas en flor se enroscan alrededor de los arcos
desgastados y las estatuas derribadas.
El Otro Mundo.
El sonido de la corriente del agua nos rodea por todos lados, la niebla que
crea me salpica la piel. Giro en un círculo y me tambaleo hacia atrás al ver
la cascada gigante que se estrella contra el extremo opuesto del
afloramiento en el que nos encontramos. Varias columnas de niebla se
elevan a su alrededor.
—¿Qué es este lugar? —pregunto con la voz teñida de asombro.
—El Templo de la Madre Eterna, una de las primeras diosas a las que mi
pueblo adoró. —Una vez más, los brazos de Des me rodean—. Agárrate.
Deslizo los brazos alrededor de su cintura mientras despliega las alas. Se
tensa, sus alas comienzan a aletear y la fuerza de cada movimiento azota mi
cabello. Nos elevamos y puedo ver mejor las ruinas. Están asentadas en una
pequeña isla rocosa que sobresale en el centro de una catarata gigante.
Aparto la mirada, solo para encontrarme con que el Negociador me ha
estado observando con esos fascinantes ojos suyos y una expresión dulce.
Cuanto más le sostengo la mirada, más rápido se me acelera el pulso y
más regresan mis antiguos anhelos. Quiero apartarla, pero no puedo.
Una sonrisa comienza a extenderse por sus labios y es muy diferente de
sus expresiones habituales.
—¿A dónde vamos? —grito por encima del viento, solo para romper el
momento.
Me agarra con más fuerza.
—A mi palacio.
El lugar donde reina Des. A pesar de mis reservas acerca de estar aquí, me
emociona verlo. Ni siquiera puedo contar las veces que me he preguntado
qué aspecto tendrá.
Nos elevamos más y más alto en el aire nocturno y atravesamos una nube
ondulante tras otra.
Un grupo de diminutas hadas relucientes —¿duendecillos?— pasa
volando junto a nosotros y luego da vueltas alrededor de Des, chillando con
entusiasmo.
—Claro que he vuelto —dice a modo de saludo—. No, no he traído
dulces, y sí, es guapa.
Siento un suave tirón en el pelo y oigo una risa aguda. Cuando miro por
encima del hombro, veo a varias de estas pequeñas hadas zambulléndose en
mi pelo, jugando a lo que parece ser al escondite. Una de ellas se aferra a un
mechón que ondea con la brisa y chilla de la emoción.
Mmm… de acuerdo.
—Esta es Callypso —continúa Des—. Callypso, estos son los
duendecillos del viento del oeste.
—Hola —digo por encima del hombro, intentando que no me asuste el
hecho de que unas personitas estén usando mi pelo como parque de
atracciones.
—Las hadas creen que es una bendición ser tocado por los duendecillos
—dice Des en voz baja.
—Vaya. —Y ahora sonrío.
Una revolotea y me acaricia la mejilla mientras habla con suavidad.
—Dice que tienes unos ojos amables.
Oigo el chirrido de la voz de la duendecilla cerca de mi oído mientras el
resto trepa por mi pelo y se posan en mi coronilla.
Lo que sea que ella diga a continuación provoca que Des deje la cara en
blanco.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Nada importante.
Chirridos de enfado.
—Fin de la discusión —le dice a la pequeña duendecilla, y su tono ya no
es indulgente—. Adelantaos y avisad en palacio de que vamos de camino.
Con un resoplido, los duendecillos se dispersan por el cielo,
alborotándome el pelo a medida que avanzan. Los veo volar hasta que las
nubes de la tarde se los tragan.
—Son muy dulces —digo.
—Mmm —me responde, con aspecto de estar distraído.
—¿En qué estás pensando? —pregunto.
—En nada, querubín.
Es obvio que se trata de una mentira, pero no lo presiono.
Nos elevamos por encima de otra capa de nubes y el cielo se aclara. Un
océano de estrellas inunda el cielo nocturno, más brillante que cualquiera
que haya visto en la Tierra. Son tan prominentes que casi siento que podría
extender la mano y tocarlas.
Y entonces veo el palacio de Desmond Flynn y cualquier pensamiento
sobre las estrellas se desvanece.
Sobre las nubes se alza un castillo hecho de la piedra blanca más pálida
posible. A la luz de la luna, brilla con intensidad, llamando la atención
sobre las altas torres y el laberinto de puentes y murallas que las conectan.
Por todos lados desciende una ciudad amurallada, cada edificio hecho de la
misma piedra blanca lechosa.
Por la forma en que las nubes se extienden alrededor de la base de la
ciudad, parece flotar sobre unas plumas mullidas. Pero a medida que nos
acercamos y la capa de nubes se disipa, alcanzo a ver el fondo de la
montaña gris pizarra sobre la que está construida.
Una isla en el cielo. Imposible y, sin embargo, aquí, en el Otro Mundo,
existe.
Incluso la base de la isla flotante parece haber sido tallada y cincelada
para adquirir el aspecto de más edificios. Distingo columnas y balcones,
escaleras en espiral y luces parpadeantes en ventanas de cristal tallado.
—Guau —susurro.
Por el rabillo del ojo, puedo sentir la mirada de Des sobre mí de nuevo,
pero por una vez, estoy demasiado distraída para mirarlo.
Más duendecillos dan vueltas a nuestro alrededor cuando empezamos a
descender. Pronto puedo distinguir las calles que serpentean entre los
edificios, y es entonces cuando me fijo en las hadas.
La mayoría se detiene para observar nuestra llegada. Siento cada uno de
esos ojos extraños y depredadores sobre mí, y soy dolorosamente
consciente de que soy un ser humano en una tierra que esclaviza a los de mi
especie. También soy consciente de que el Negociador me sostiene más
cerca de lo necesario y de que está haciendo una entrada muy pública, como
si estuviera orgulloso de mostrar a la humana que lleva en brazos.
O como si simplemente no le importara una mierda.
Conociendo a Des, la verdad es que apuesto por lo último.
Bate las alas más rápido a medida que nos acercamos más y más al patio
de piedra blanca frente al palacio. Una elaborada puerta de bronce rodea el
palacio. Al otro lado, se reúnen hombres y mujeres con orejas puntiagudas,
sus curiosos ojos fijos en nosotros. Varios guardias fae vestidos de blanco y
plateado los mantienen alejados. Parecen sentir tanta curiosidad por
nosotros como yo por ellos.
Des y yo aterrizamos con suavidad, su cabeza inclinada sobre la mía. Me
deshago de su agarre, pero no trato de apartar el brazo que mantiene
alrededor de mi cintura.
La multitud reunida a nuestro alrededor está en silencio. Luego, uno por
uno, empiezan a vitorear.
Clavo la vista en ellos y enarco las cejas. A mi lado, Des tiene las alas
desplegadas y su envergadura nos empequeñece. Para ser totalmente
sincera, me gustaría acurrucarme en una de ellas y esconderme.
—¿Por qué están vitoreando? —le susurro.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre el Reino de la Noche. —Tras esa
respuesta enigmática, asiente a nuestra audiencia y luego me lleva hacia el
castillo.
Hay docenas de personas reunidas en el vestíbulo de entrada, que intuyo
que son sus soldados, oficiales y ayudantes, pero ninguno de ellos se nos
acerca y Des no se detiene a hablarles, aunque los saluda con una
inclinación de cabeza.
Desplazo la mirada por todas partes, porque en todas partes hay algo
cautivador que contemplar, ya sea el enorme candelabro de bronce que hay
en lo alto cuyas llamas chisporrotean y parpadean como bengalas, o el
techo, que está hecho a imagen y semejanza del cielo exterior.
Todo es increíblemente encantador.
Des se inclina hacia mí.
—Llevo mucho, mucho tiempo queriendo enseñarte este lugar —admite.
Aparto la mirada de mi entorno para mirarlo a él.
—¿De verdad? —No sé qué hacer con esta información.
—Tenía aún más ganas de que te gustara —admite.
Recorro su rostro con la mirada antes de ver el sencillo anillo de bronce
martillado que rodea la cabeza del rey fae.
Su corona.
Toco el sencillo tocado.
—¿Cuándo te has puesto esto?
—Cuando hemos aterrizado.
No la llevaba encima, lo que significa… magia.
—Te queda bien. —Y lo digo en serio.
—La odio —confiesa en voz baja mientras me guí a por uno de los
pasillos.
—¿Por qué? —pregunto.
—Nunca me he sentido particularmente regio.
En este momento, mientras me conduce a través de su palacio, en el
centro de su reino, me doy cuenta de que Des es exactamente eso: un rey.
No es solo un título bonito, es todo esto.
La parte de él que me perteneció hace tantos años, cuando me visitaba, era
otra cosa. En ese entonces, solo vi su lado malvado, sus actos más sucios.
Nunca antes había visto su rectitud.
Esta es una faceta suya que desconozco. Y creo que podría ser su mejor
lado.
La corona no es lo único que lleva: tres bandas de bronce le rodean el
bíceps.
Se percata de lo que estoy mirando.
—Brazaletes de guerra —explica—. Al valor.
Un rey guerrero.
Mis partes femeninas ya estaban teniendo suficientes problemas con él
cerca. Ahora soy, oficialmente, una causa perdida.
Des me conduce por el palacio y mientras avanza dedica un asentimiento
de cabeza a las personas con las que nos cruzamos. Sus ojos permanecen
siempre sobre mí, y la mayoría baja la cabeza.
Estiro el cuello para seguir a la mujer hada que se ha detenido y ha hecho
una reverencia. No solo al rey, también a mí.
¿Pero qué…? ¿Es que acaso ha dicho a todo el mundo que estoy aquí para
solucionar sus problemas? Porque tengo serias dudas de que esos humanos
vayan a contarme algo que Des no haya podido sonsacarles.
—¿A dónde vamos? —pregunto, distraída.
—A las dependencias de los sirvientes. Hoy entrevistarás a una niñera
fuera de servicio.
No tiene sentido perder el tiempo, supongo. La idea de usar glamour con
esos humanos hace que me suden las palmas de las manos.
—¿Todos los reinos han dejado de llevarse cambiados? —pregunto.
Des niega con la cabeza.
—Solo el Reino de la Noche. El Reino del Día lo ha considerado, pero ni
el Reino de la Fauna ni el de la Flora lo harán.
Lo que significa que los humanos siguen siendo arrancados de su mundo.
—¿Y los tuyos son libres? ¿Aquí no hay esclavos? —pregunto.
—Ni uno solo, querubín.
Asiento para mí misma mientras me limpio las manos sudorosas en el
vestido.
Las dependencias de los sirvientes se encuentran en un edificio auxiliar
junto al palacio. Salimos por la parte trasera del castillo y cruzamos un
jardín iluminado por la luna antes de entrar en el edificio.
En el interior, el espacio está solo un poco menos adornado que el palacio
en sí y los pasillos son un poco más estrechos. Nos detenemos ante una
puerta de madera oscura.
—¿Has memorizado las preguntas? —pregunta Des.
Le lanzo una miradita.
—He aceptado hacer esto. Yo cumplo mi palabra.
—Me lo tomaré como un sí —dice, buscando en mi rostro.
Es un sí.
Des llama a la puerta con los nudillos. Un momento después, se abre por
sí sola. En el interior, una humana está sentada en un escritorio, con su
pluma sobre una carta.
Por el aspecto de la estancia y los diversos pares de botas de varias tallas
que descansan justo al cruzar la puerta, debe de compartir el espacio con
algunos compañeros de cuarto. Pero por el momento, está sola.
Tan pronto como se fija en Des, se pone de pie y hace una profunda
reverencia.
—Mi rey, es un honor —murmura.
El Negociador se gira hacia mí y me dedica una mirada grave.
—Tu pago empieza ahora —dice.
De inmediato, la magia se apodera de mí, me pincha la piel e insta a la
sirena a salir.
—Odio cuando haces eso —murmuro.
— No hagas tratos con hombres malos, querubín —dice, apoyándose
contra la pared y cruzándose de brazos.
La mujer desvía la mirada hacia mí. Lo primero que noto son los
moretones. Le salpican el cuello y el pecho y continúan por debajo del
escote curvo de su vestido. Están agrupados, y es obvio que algunos son
más recientes que otros.
Cuando ve que me quedo mirando, cubre las marcas con timidez, pero
tiene otro moretón alrededor de la muñeca.
Casi puedo distinguir la pequeña huella de la mano que debe de haberla
apretado ahí.
—¿C-cómo puedo ayudaros? —pregunta mientras pasea la mirada entre
Des y yo.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —pregunto, dando unos pasos inseguros
hacia ella.
Niega con la cabeza, su mirada se detiene en mi piel brillante.
—Estoy aquí para hacerte algunas preguntas sobre las desapariciones de
hadas en tu reino —explico.
Toma una bocanada de aire, palidece visiblemente. Ahora ya tiene una
idea.
Empieza a negar con la cabeza, retrocede y choca contra la silla que tiene
detrás.
—Por favor. —Una vez más, coloca una mano sobre los moretones de su
pecho—. N-no puedo.
Al ver su miedo, creía que se haría la tonta. Pero tal vez ambas sepamos
que no sirve de nada.
Sus ojos empiezan a mirar a su alrededor en busca de una vía de escape.
Se aleja de mí, golpeando las cosas con torpeza.
—No hay ningún lugar al que puedas huir —le digo—. Ambas lo
sabemos.
A pesar de mi advertencia, trata de pasar a mi lado, haciendo un ademán
hacia la izquierda antes de echar a correr, como si fuera a intentar
derribarla.
Por desgracia para esta mujer, estoy acostumbrada a que los objetivos
huyan de mí.
—Detente —ordeno con mi voz sobrenatural.
El cuerpo se le paraliza de inmediato, los hombros le tiemblan. Cuando
me mira, una lágrima silenciosa se desliza por su mejilla. Verla me rompe el
corazón.
—Por favor, no tienes ni idea de lo que él hará si hablo —suplica.
¿Él?
—Vamos a sentarnos —sugiero en tono tranquilizador a pesar del
glamour.
Como un robot, se dirige hacia el pequeño sofá, más lágrimas siguen a la
primera. Cuando me mira, puedo ver la resistencia en sus ojos, pero no
puede hacer nada al respecto.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto mientras me siento a su lado y le doy
la mano. Ya está húmeda por el sudor.
Se mira las manos sobre el regazo.
—Gaelia.
Una humana con un nombre feérico.
—¿Naciste aquí? —pregunto.
Con una respiración temblorosa, asiente.
—¿Qué haces en el palacio? —pregunto, aunque me sé la respuesta de
antemano.
Le echa un vistazo a Des, que sigue apoyado en la entrada de la
habitación, antes de volver a centrar la atención en su propio regazo.
—Trabajo en la guardería real.
Vuelvo a examinar el moretón de su muñeca. Una vez más, la impresión
que deja en su piel hace que parezca que una mano diminuta la agarró con
demasiada fuerza. La mano de un niño…
Me obligo a mirarla a la cara de nuevo.
—¿Por qué tu rey cree que sabes algo sobre las desapariciones? —
pregunto.
Su expresión se desmorona, sus ojos y boca se fruncen mientras llora.
—Por favor —vuelve a suplicar.
Gaelia me mira con agonía, y sé que este es su último intento de detener el
resto de la conversación. Está apelando a mi humanidad con la mirada, pero
no sabe que tengo tan poco control sobre la situación como ella.
Aprieto los labios con fuerza, me pican los ojos. No quiero hacerle esto.
No es una criminal, solo la última de un linaje de humanos que una vez
fueron esclavos en este mundo. Es una víctima, alguien que ha tenido la
desgracia de trabajar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y
gracias a mí, es probable que sufra por su confesión forzada.
Cierro los ojos un segundo antes de continuar.
—Contéstame —la voz de la sirena suena con fuerza.
Toma una respiración profunda y temblorosa.
—Algunos de los bebés de la guardería real son los hijos de las guerreras
durmientes.
—¿Las mujeres de los ataúdes de cristal? —pregunto.
Asiente.
—Son diferentes de los otros niños que tenemos a nuestro cuidado —
continúa—. Son… peculiares.
Las hadas son peculiares en general; no me puedo ni imaginar qué es lo
que se considera una rareza entre las hadas.
—¿En qué sentido?
Gaelia empieza a llorar abiertamente, incluso mientras responde.
—Son apáticos, casi catatónicos, a veces. No duermen, solo se tienden en
sus cunas con los ojos fijos en el techo. La única vez que hacen algo es
cuando, es cuando… —se toca los moretones del pecho— se alimentan.
Enrosca los dedos en el escote de la blusa y baja el borde de la tela. Me
inclino para ver mejor. Debajo del material, tiene el pecho cubierto por
extensos hematomas. Entre tanta decoloración oscura hay extraños cortes
curvos.
Marcas de mordeduras.
Retrocedo ante esa visión. Ahora que me fijo, veo unas pequeñas marcas
de pinchazos donde los dientes han perforado la carne de Gaelia.
—Y cuando se alimentan —añade—, profetizan.
Profetas. Incluso la Tierra tiene seres sobrenaturales que pueden
profetizar… pero ¿niños que profetizan? Es algo peculiar .
Sin mencionar el hecho de que dichos niños están royendo a los humanos.
—¿Qué edad tienen esos niños? —pregunto.
Gaelia comienza a mecerse en su asiento mientras se rodea con los brazos.
—Algunos tienen ocho años —los labios le tiemblan con cada palabra—.
La menor tiene menos de tres meses.
—¿Y cuáles profetizan?
No aparta la mirada del suelo.
—Todos ellos.
¿Todos ellos?
—¿Incluso la de tres meses? —pregunto con escepticismo.
Gaelia asiente.
—Habla y se alimenta como el resto. Me dijo que tú y el rey vendríais.
Dijo: «No les entregues secretos, no les cuentes verdades o el dolor y el
terror serán tus compañeros de cama, y la muerte, el menor de tus miedos».
—Suelta un suspiro tembloroso—. No la creí. Ni siquiera recordaba su
advertencia hasta que habéis mencionado que queríais hacerme algunas
preguntas. —Se aprieta el cuerpo con los brazos—. Todos me muestran
tantas cosas, tantas cosas horribles…
—¿Eso es normal? —sondeo—. ¿Que una niña tan pequeña hable ya?
Más lágrimas.
—No, mi señora. Nada de esto es normal. —Los temblores de Gaelia, que
se habían calmado un poco, empiezan de nuevo.
—No lo entiendo, ¿por qué es tan terrible contarme esto? —pregunto.
Duda.
—Vas a tener que decírmelo, de una forma u otra —digo—. Mejor que
sea en tus propios términos.
Se tapa la boca con la mano y empieza a sollozar de nuevo.
—Perdóname. Perdóname. — La escucho susurrando para sí misma. Su
balanceo ha aumentado.
—Gaelia.
Despacio, su mirada busca la mía y se quita la mano de la boca.
—Él no quiere que lo encuentren —susurra—. Los niños me han dicho
que está haciendo muchos planes. Que desconfía de nuestro rey, el
Emperador de las Estrellas Vespertinas —dice, moviendo los ojos hacia
Desmond—. Pero que no teme a los demás.
Ahora, Des se acerca y me pone una mano en el hombro. Gaelia se fija en
el gesto.
—Todavía necesita más tiempo —continúa, rodeándose el cuerpo con los
brazos una vez más—. Todavía no es imparable.
—¿Por qué te lo contaría? —pregunta Des.
No responde, pero se aprieta con los dedos la carne de la parte superior de
los brazos.
—Contéstale —digo en voz baja, haciendo que mi glamour la obligue a
responder.
Aun así, lucha contra las palabras durante uno o dos segundos más, hasta
que salen a la fuerza de todos modos.
—Los niños dicen lo que les pasa por la cabeza. Incluso estos. En ese
sentido, no son tan diferentes de los niños comunes.
—¿Por qué les crees? —pregunto.
Le tiemblan los labios.
—¿Además de por las profecías? Porque desde hace años las enfermeras
de turno se quejan de una figura que se inclina sobre las cunas de estos
niños. Y últimamente, también yo he empezado a verla.
Siento un hormigueo en la nuca. El Otro Mundo está lleno de hombres del
saco, y esto suena exactamente a uno de ellos.
—¿Qué aspecto tiene? —pregunto, saliéndome del guion. Hasta ahora, me
las he arreglado para incorporar las preguntas de Des en el flujo natural de
la conversación, pero abandono el resto por completo.
Gaelia sacude la cabeza como una maníaca.
—Solo una sombra… Solo una sombra.
—¿Dónde está? —pregunta Des.
Ella se estremece, ya ni siquiera se molesta en luchar contra nuestras
preguntas.
—En todas partes.
Sus palabras me ponen la piel de gallina.
—¿Sabes su nombre? —pregunto.
—Ladrón de almas —murmura—. Ladrón de almas.
—¿Qué es lo que quiere? —gruñe el Negociador.
Sus ojos se encuentran con los nuestros.
—Todo .
13
Febrero, hace siete años

Esta noche, el Douglas Café está lleno de gente, una docena de


conversaciones diferentes llenan el aire.
Yo estoy mirando fijamente mi taza de café.
—Des, ¿por qué no me has hecho pagar mis deudas?
Des se recuesta en su asiento, con las piernas apoyadas en otra silla que ha
arrastrado cerca de él. Da un sorbo al expreso que le han servido en la taza
más pequeña del mundo y su mano empequeñece el diminuto recipiente.
Deja la taza en la mesa.
—¿Estás ansiosa por hacerlo, querubín?
A la tenue luz del café, los ojos le brillan con anticipación.
—Solo siento curiosidad. —Examino su rostro—. ¿Lo estás tú?
—¿Si estoy qué? —Pasea la mirada por el resto del café como quien no
quiere la cosa.
No me dejo engañar, igual que no me he dejado engañar antes, cuando
deliberadamente ha tomado asiento en un rincón del café y se ha asegurado
de tener la espalda contra la pared.
Desde que el señor Whitechapel reapareció con algunos dedos menos en
las manos y los pies y la tarjeta de presentación del Negociador en el pecho,
la Politia ha estado dando caza a Des.
—Ansioso por que pague mis deudas —digo.
—Si lo estuviera, entonces ya las habrías pagado.
Pero ¿por qué no iba a estar ansioso? Basándome en los tratos de los que
he sido testigo, sé que Des se toma con religiosidad el asegurarse de que los
pagos de sus clientes lleguen con puntualidad.
Mi brazalete ahora está formado por nueve filas llenas de cuentas y no
deja de crecer. No me ha hecho pagar ni una sola vez. Por ningún deseo.
—Todas estas cuentas me ponen nerviosa —digo mientras hago girar la
pulsera.
Me sostiene la mirada.
—Entonces, deja de comprar favores.
Me levanto, la silla hace ruido al arrastrarla hacia atrás.
—Esta noche no eres muy buena compañía —digo.
Tal vez no sea él. Quizá sea yo.
Porque en este momento, me siento decepcionada a más no poder.
Decepcionada por esta noche, por todas las demás como esta. Por querer
algo que, sencillamente, no puedo tener. Por ser demasiado débil para
renunciar a este estúpido enamoramiento a pesar de que sé que debería
hacerlo. Por acumular una vida entera de deudas y encadenarme a un
hombre retorcido que no quiere tener nada que ver conmigo.
—Siéntate —ordena Des, y siento el roce de su magia en la orden.
Las piernas se me empiezan a doblar, mi cuerpo se inclina para tomar
asiento. Lucho contra la orden, pero no sirve de mucho.
Lo fulmino con la mirada. Y ahora entiendo un poco mejor por qué mi
propio poder es tan terrible. Que tu cuerpo responda a otra persona es un
tipo de tortura peculiar. Peculiar y vil.
—Así es como te sentirás al pagar —dice—. Solo que la coacción será
peor. Mucho peor. —Se inclina hacia delante—. No te sientas tan ansiosa
por pagar tus deudas. Ninguno de los dos lo disfrutará.
—Si no lo vas a disfrutar, Des… —le digo mientras trato de ponerme de
pie. Su magia me empuja hacia abajo, obligándome a permanecer sentada
—. Entonces, ¿por qué no dejas de hacer tratos conmigo?
Le brillan los ojos de nuevo.
—Estás jugando a un juego peligroso conmigo, sirena. Hacer tratos es un
tipo de compulsión en sí misma. —Habla en voz tan baja que solo yo puedo
oírlo—. Y me los ofreces con mucha facilidad. —Hace una pausa, en sus
ojos detecto un brillo perverso—. No creas que dejaré de aceptarlos alguna
vez, porque no lo haré.

Presente

Des y yo guardamos silencio cuando dejamos atrás las dependencias de los


sirvientes.
A mi lado, el Negociador presenta un aspecto sombrío.
Niños que chupan sangre, visitantes fantasmas y un hombre conocido por
el nombre de Ladrón de almas. Es suficiente para provocarme pesadillas.
Me froto los brazos.
—¿Cuándo empezaron estas desapariciones? —pregunto mientras salimos
de los aposentos de los sirvientes y entramos en el jardín.
—Hace casi una década.
Y en todo ese tiempo, no se ha solucionado nada…
Yo he hecho mi trabajo, he hechizado a una mujer inocente a instancias
del Negociador. Puedo lavarme las manos de este asunto y abandonar a esa
mujer a su suerte, una suerte que la ha vuelto loca de terror. Una suerte de la
que la advirtió un bebé que debería ser demasiado pequeño para hablar.
Hago una pausa y me detengo en mitad del camino de piedra.
El Negociador se gira hacia mí, con el ceño fruncido.
—Si puedo conseguirte más información preguntando a los niños, ¿me
quitarías más cuentas? —pregunto.
Ladea la cabeza.
—¿Por qué quieres verlos? —sondea.
Como si no fuera obvio.
—Esa mujer de ahí tiene miedo de esos niños y de lo que le han dicho.
Deberíamos estar preguntándoles a ellos.
Des suspira.
—He jurado no usar mi magia con niños y, aparte de eso… He estado en
la guardería mil veces y mil veces he intentado hablar con ellos. Nunca ha
funcionado.
—Pero nunca has llevado una sirena contigo —le digo.
Cada vez que cierro los ojos, veo la mirada suplicante de Gaelia y su
desesperanza. Por lo visto, no puedo desentenderme sin más.
Unas arrugas aparecen alrededor de los ojos de Des.
—Eso es cierto, nunca he llevado una sirena temperamental para que me
hiciera el trabajo sucio. —Me mira un rato más. Por fin, de mala gana ,
asiente—. Te llevaré con los niños. Dudo que sirva de algo conmigo allí,
pero te llevaré de todos modos. Sin embargo —añade—, en el momento en
que perciba que algo anda mal, nos vamos, sin hacer preguntas.
El tono protector de su voz hace que se me ponga la piel de gallina en los
brazos.
—Me vale con eso.

—¿De quién son los niños de los que se ocupan en la guardería real? —
pregunto mientras atravesamos el palacio una vez más, de camino a la
guardería. Me parece extraño que estos niños tan peculiares, como los ha
descrito Gaelia, estén justo dentro del castillo, en el corazón mismo del
reino.
Des junta las manos detrás de la espalda.
—La guardería se ocupa de los hijos huérfanos de padres guerreros, es
nuestra forma de honrar su último sacrificio; de los hijos de los nobles que
trabajan en palacio y, por supuesto, de cualquier hijo de la familia real,
incluido el mío.
—¿T-tuyo? —repito.
¿Por qué nunca había considerado la posibilidad de que Des pudiera tener
hijos?
A un rey guerrero como él no le faltarán mujeres… Es una posibilidad.
Desmond me echa un vistazo.
—¿Eso te molesta?
Niego sin mirarlo a los ojos, incluso a pesar del nudo que siento en el
estómago.
Noto su mirada sobre mí.
—Verdad —dice—: ¿cómo te sentirías si te dijera que tengo hijos?
En el momento en que la pregunta escapa de sus labios, su magia me
constriñe la tráquea.
Me llevo una mano a la garganta mientras lo fulmino con la mirada.
—Me encantaría que alguna vez me advirtieras de antemano —digo con
voz áspera.
Se me contrae la tráquea. No es la respuesta que quiere.
Siento que su magia me arranca las palabras, igual que la mía le ha
extraído las respuestas a Gaelia.
—Estaría celosa —digo.
Dios, me alegro de que seamos las únicas dos personas en este pasillo en
particular. Ya es bastante vergonzoso admitir esto ante Des sin público
adicional.
—¿Por qué? —me pregunta.
La magia no cede.
Aprieto los dientes, pero eso no evita que la respuesta se me escape.
—Porque soy una persona horrible. —La magia aprieta con más fuerza.
Por lo visto, no estoy siendo lo bastante sincera—. P-porque —intento de
nuevo— no quiero que nadie más comparta esa experiencia contigo.
—¿Por qué? —presiona.
Tiene que ser una broma.
Siento la magia como una soga alrededor del cuello.
—Porque es una experiencia que a mí me gustaría compartir contigo —
me apresuro a decir. Al instante, noto cómo se me sonrojan las mejillas.
Siento que la presión de la magia se reduce, pero solo un poco.
La mirada de Des es más amable ahora.
—¿Querrías tener un hijo mío?
—Ya no —jadeo.
Pero incluso ahora, la magia detecta que miento. Me aprieta la tráquea,
me asfixia.
—Síííí —siseo.
De repente, la magia me libera, y sé, sin ni siquiera mirar, que varias
cuentas han desaparecido.
Me importa una mierda.
Lo veo todo rojo.
Des parece muy complacido. Contento y excitado .
—Retomaremos esta conversación, querubín —promete.
Me abalanzo sobre él en este mismo instante.
Gruñe cuando lo empujo contra la pared y le rodeo el cuello con el brazo.
Santa madre de Dios, estoy cabreadísima.
Se aleja de la pared y me hace perder el equilibrio mientras me aparta los
brazos de su cuello. Antes de que pueda atacarlo de nuevo, me atrae hacia sí
y nuestros torsos quedan alineados.
—No tenías derecho a hacer eso —susurro con suavidad.
Técnicamente, tenía todo el derecho. Es lo que pasa cuando haces un trato
con Des: puede tomar lo que quiera como pago.
Desplaza la mirada hasta mis ardientes mejillas.
—Te sientes avergonzada.
Por supuesto que me siento avergonzada. ¿Quién quiere decirle al hombre
que le arrancó el corazón: « Oye, tío, todavía quiero tener hijos tuyos» ?
Me pasa una mano por la espalda.
—No te sentirías tan avergonzada si supieras lo que pienso yo al respecto.
Se me corta la respiración.
—Estate tranquila, querubín —continúa—. No tengo hijos. —Me acerca
más y me roza la oreja con los labios—. Aunque siempre estoy dispuesto a
cambiar eso.
Intento alejarme.
—Des, suéltame.
—Mmm —dice, deslizando la mano por la parte posterior de uno de mis
muslos—, creo que no. —Me coloca la pierna alrededor de su cintura.
Intento apartarla, pero es un esfuerzo inútil. Luego coloca la otra de tal
forma que le envuelvo la cadera—. Creo que me gustas en esta posición.
La próxima vez que me enamore de alguien, no será de un intrigante,
manipulador…
Baja más la mano y me ahueca el trasero.
… rey fae cachondo .
La próxima vez será de un buen chico.
—Ni siquiera quiero hijos —murmuro.
Des se limita a sonreír.
Hadas.
Entonces, naturalmente, alguien elige este preciso instante para girar hacia
este pasillo. El Negociador no hace ningún ademán de bajarme. En vez de
eso, echa a andar conmigo colgada como un koala y dedica un asentimiento
a la mujer hada cuando pasamos junto a ella.
Muy incómodo.
Des no me baja hasta que llegamos a las puertas dobles que conducen a la
guardería.
En esta zona del palacio, el silencio resulta antinatural. No dejo de esperar
oír… algo . Los niños siempre son ruidosos.
Alcanzo uno de los picaportes. Antes de que pueda abrir la puerta, el
Negociador me agarra la mano.
—Recuerda lo que te he dicho —dice—. Si pasa algo inusual, nos
largamos.
Observo esos ojos plateados, la ansiedad en sus rasgos cincelados.
—Entendido —digo.
Tras sacudirme su mano de encima, abro la puerta.
Hay casi más silencio dentro de la guardería que fuera. Incluso el aire
parece inmóvil aquí, como si todos estuvieran conteniendo la respiración.
Una solitaria sirvienta ahueca los cojines de uno de los varios sillones
ornamentados de la sala de estar. Más allá de ella, un conjunto de puertas
francesas da acceso a un patio privado.
Se sobresalta cuando nos ve y se dobla sobre sí misma en una rápida
reverencia.
—Mi rey, mi señora —nos saluda—. Qué sorpresa tan inesperada.
—Hemos venido ver a los niños del ataúd —dice Des con brusquedad.
Los niños del ataúd… qué nombre tan morboso.
—Oh —pasea la mirada entre nosotros—. Por supuesto.
¿Detecto inquietud?
Ella baja la cabeza.
—Es por aquí.
Mientras la seguimos por uno de los pasillos laterales que parten de la
zona común, noto que se cruje los dedos uno por uno, con discreción.
—Están bastante tranquilos en este momento. —Catatónicos , quiere
decir—. Hemos tenido que separarlos de los otros niños. Ha habido
quejas… —No termina la frase—. Bueno, eso ya lo sabéis, mi rey.
—¿Quejas sobre qué? —pregunto.
Respira hondo.
—Los niños se estaban alimentando de los demás niños. Hemos decidido
trasladarlos. No… se alimentan entre ellos.
Mientras la seguimos y pasamos por encima de algunos juguetes de cristal
y una lira que toca una melodía alegre, le echo una mirada a Des que viene
a decir «¿qué narices pasa?». Él enarca una ceja y niega con la cabeza, con
expresión sombría.
La sirvienta se detiene ante una puerta y llama mientras la abre.
—Niños, tenéis visita.
La habitación en la que entramos está envuelta en sombras y ninguno de
los candelabros encendidos parece ahuyentar la oscuridad. El lado más
alejado de la habitación está formado por una pared repleta de ventanas.
Hay varios niños de pie frente a ellas, contemplando la noche que se ve más
allá. Tal como ha dicho Gaelia, ninguno mueve ni un músculo. Más niños
yacen en la hilera de camas pegadas contra las paredes. No veo el interior
de las cunas, pero sé que debe de haber bebés en al menos algunas de ellas.
Sentada en una mecedora a nuestra izquierda, una nodriza se aprieta un
pañuelo contra la piel, justo encima del pecho, con una mueca de dolor.
Deja caer la mano y esconde el pañuelo en el puño cuando nos ve a Des y a
mí para ponerse de pie a toda prisa e inclinarse ante ambos.
El Negociador le dedica un asentimiento de cabeza, mientras mis ojos se
detienen en las gotas de sangre que se están formando en la zona donde
tenía el pañuelo presionado contra la piel.
—Podéis retiraros —les dice a las dos sirvientas.
La mujer que nos ha conducido hasta aquí no pierde el tiempo y se va,
pero la nodriza duda un instante y lanza una mirada temerosa alrededor de
la habitación antes de bajar la cabeza.
—Si me necesitáis, estaré fuera —dice mientras sale. La puerta se cierra a
su espalda.
Ahora que estamos los dos solos con todos estos extraños niños, estoy
asustada. Todos mis instintos me gritan que salga de la habitación.
Casi como si fueran uno solo, los niños que están junto a la ventana
empiezan a girarse hacia nosotros.
Me quedo helada.
Todos clavan la mirada en Des.
De repente, empiezan a gritar.
No se mueven, solo gritan. Incluso los bebés están llorando.
Des se inclina para acercarse a mí.
—Se me había olvidado decirte que no les gusto mucho.
—No me digas.
Da un paso para colocarse frente a mí, usando su cuerpo para protegerme,
y no voy a mentir, en este momento me siento ridículamente agradecida por
mi escudo humano.
Tú eras la que quería verlos, Callie. Sé valiente.
Me obligo a salir de detrás del Negociador mientras reúno los últimos
vestigios de mi coraje.
¿Qué ha dicho Gaelia? Por extraños que puedan ser, son solo niños.
Solo niños.
Doy un paso inseguro hacia delante y luego otro.
Siguen gritando, sus miradas fijas en Des.
Empiezo a tararear, con la esperanza de que, entre el amor de los niños
por la música y mis propias habilidades, dejen de chillar el tiempo
suficiente para que pueda interactuar de verdad con ellos.
De repente, las miradas de los niños recaen sobre mí, algunos de sus
llantos son interrumpidos por un poco de hipo cuando empiezo a brillar y la
melodía que tarareo empieza a adquirir un atractivo mágico.
Y entonces empiezo a cantar.
—Estrellita, ¿dónde estás?…
Que me demanden por falta de imaginación.
Uno a uno, los niños dejan de llorar y empiezan a mirarme, hipnotizados.
Camino hacia ellos, con la sincera esperanza de que esto sea una buena
idea.
Cuando termino la canción, los niños parpadean, como si estuvieran
despertando de un sueño. No puedo hechizar a las hadas, mis poderes solo
funcionan con seres de mi mundo, pero la música no necesita ser
controladora para cautivar.
Desplazan la mirada hacia Des y se tensan de nuevo.
—Calmaos —digo con mi voz etérea—. No quiere haceros daño. Yo no
quiero haceros daño.
Transcurren unos momentos tensos mientras espero a ver cómo
reaccionan. Al ver que no empiezan a gritar de nuevo, me relajo. Por lo
menos, me relajo tanto como puedo, considerando que estoy rodeada de
niños espeluznantes. Un par de ellos tienen sangre seca alrededor de los
labios.
Intento no estremecerme.
—Me llamo Callypso, pero podéis llamarme Callie. Quería haceros
algunas preguntas a todos. ¿Alguno quiere hablar conmigo?
Sus ojos se centran en mí y me miran sin pestañear. Me preocupa
seriamente la posibilidad de que se hayan quedado catatónicos cuando,
todos a una, asienten y empiezan a dar vueltas a mi alrededor.
—¿Dónde están vuestras madres? —pregunto.
—Durmiendo abajo —murmura un niño pequeño.
—¿Por qué están durmiendo? —pregunto.
—Porque él quiere que lo hagan. —Esta vez, es una chica con un ligero
ceceo la que responde. Mientras habla, le veo dos juegos de colmillos.
Intento no retroceder.
—¿Quién es «él»? —pregunto.
—Nuestro padre —dice otra niña.
¿Un único padre para todos estos niños?
Juro que siento un aliento fantasmal en la nuca.
No hay ninguna razón terrenal por la que deban saber esto o cualquier otra
cosa que les haya preguntado hasta ahora; sin embargo, lo saben. Y tengo el
presentimiento de que poseen la mayoría de las respuestas que Des está
buscando. Si las compartirán o no, es una cuestión completamente
diferente.
—¿Quién es vuestro padre? —pregunto.
Se miran entre sí, y de nuevo tengo la impresión de que toman decisiones
como una unidad colectiva.
—El Ladrón de almas —murmura un niño.
Ese nombre… Es el que ha mencionado Gaelia y también lo he visto
garabateado en las notas de Des.
—Él lo ve todo. Lo escucha todo —añade otro chico.
Diez puntos para Slytherin por la espeluznante respuesta.
—¿Dónde puedo encontrarlo? —pregunto.
—Él ya está aquí —dice un chico con cabello negro azabache.
Se me pone el vello de punta al oír eso.
—¿Puedo conocerlo?
En cuanto hago la pregunta, la habitación se oscurece. El Negociador no
dice nada, pero está claro que no está contento con mi pregunta.
—Sssssí… —La respuesta proviene de una de las cunas que hay en una
esquina de la habitación—. Pero no puedes traerlo contigo. —Los ojos de
los niños se dirigen a Des.
—Le gustarás a nuestro padre —dice una chica pelirroja.
—Ya le gustas —añade otro.
—Le gustan las cosas bonitas.
—Le gusta romperlas.
Una vez más, siento ese aliento escalofriante bajándome por el cuello
mientras los niños hablan, con sus miradas inquebrantables fijas en mí.
Las sombras de Des me rodean la parte inferior de las piernas de forma
protectora.
—Callie .
Los niños estrechan su círculo a mi alrededor, lanzando miradas por
encima del hombro al Negociador.
Antes, me preocupaba que no hablaran. Ahora me preocupa que me
aprecien demasiado.
—¿Sabéis dónde puedo encontrarlo? —pregunto.
—Él te encontrará…
—Él siempre encuentra a los que quiere…
—Ya ha empezado la cacería…
—¿La cacería? —No debería preguntar. Siento que venir al Otro Mundo
me ha expuesto justo de la forma que me temía.
—Te hará suya, como a nuestras madres.
Muy bien, se acabó.
—Tengo que irme —digo.
Al otro lado de la habitación, Des empieza a moverse hacia mí, a todas
luces de acuerdo con mi decisión.
—Todavía no —suplican los niños, acercándose a mí y agarrándome el
vestido con las manos.
—Quédate con nosotros para siempre.
—No puedo —digo—, pero puedo volver.
—Quédate —gruñe uno de los niños mayores.
—Ha dicho que no . —La voz afilada de Des atraviesa la habitación.
Los niños retroceden ante él, varios empiezan a gritar de nuevo. Uno le
sisea al rey fae mientras le enseña sus dientes puntiagudos.
—Quédate —me repiten varios.
Esta vez me agarran de los antebrazos desnudos y, cuando lo hacen…
El aire abandona mis pulmones.
Siento que caigo.
Caigo y caigo hacia la oscuridad, dejando atrás jaulas y jaulas repletas de
mujeres, algunas golpean las puertas de sus celdas, otras yacen demasiado
quietas. Planta tras planta se desdibujan ante mis ojos mientras caigo en
picado.
A continuación, el mundo da vueltas hasta que ya no estoy cayendo hacia
abajo, sino cayendo hacia arriba . Y entonces ya no estoy cayendo, sino
volando.
Aterrizo al pie de un trono, con las alas de mi espalda desplegadas.
Todo se desvanece a mi alrededor y es reemplazado por un bosque. Lo
atravieso volando, y los árboles parecen aullar. Salgo del bosque solo para
estrellarme contra mi vieja cocina, que está empapada en sangre.
Mi padrastro se levanta del suelo y su cuerpo cobra vida.
Ay, Dios, no .
Se cierne sobre mí, con una mirada repleta de furia. De la cabeza le brotan
astas. Crecen y giran con cada segundo que pasa. Él no aparta la mirada de
mí, su rostro cambia hasta que ya no estoy mirando a mi padre; estoy
mirando a un extraño, uno con el cabello castaño, la piel bronceada y unos
ojos marrones salvajes.
El hombre frente a mí está cubierto de la sangre de mi padre y, mientras lo
observo, se lame un chorro de sangre del dedo.
—Vaya —dice—, eres un pajarito muy muy bonito .
Él y la habitación se desvanecen, y la oscuridad me traga por completo.
14
Febrero, hace siete años

La alarma suena junto a mí, tal como lleva haciendo durante los últimos
trece minutos. No tengo la energía necesaria para desenredar los brazos de
las sábanas y apagarla.
Hoy es lo que me gusta llamar un día de Ave María. Porque nada que no
sea un milagro podrá hacerme salir de esta cama.
La mayoría de los días estoy bien. La mayoría de los días puedo fingir que
soy como todo el mundo. Pero también hay días en los que no puedo, días
en los que mi pasado me alcanza.
Días como hoy.
Estoy demasiado deprimida para levantarme de la cama. Siento que todos
esos malos recuerdos me arrastran.
El pomo de la puerta girando. El olor a licor en el aliento de mi
padrastro. Toda esa sangre cuando por fin lo maté…
Una de mis compañeras de planta golpea la puerta.
—Callie, apaga esa puñetera alarma antes de que despiertes a toda la
escuela —grita, y luego se aleja.
De alguna forma, me las arreglo para apagar la alarma antes de enterrar la
cara en la almohada.
Ni cinco minutos después, escucho el clic de la cerradura de mi
habitación. Empiezo a incorporarme cuando, de repente, la puerta se abre
de golpe y entra el Negociador. Si hay alguien en el pasillo, nadie se fija en
su entrada.
—Levántate —gruñe.
Todavía voy unos pasos por detrás de él. A mi mente le está costando
entender que el Negociador esté en mi habitación a estas horas.
Técnicamente, todavía está oscuro fuera, por lo que sigue siendo su
momento de reinar.
¿Pero una visita de buena mañana? Es la primera vez.
Recorre la distancia que queda hasta que llega a mi lado, y ya solo por su
expresión sé que habla en serio.
Me quita las mantas y me toca la espalda en un ademán reconfortante.
—Arriba .
¿Cómo ha sabido que el hecho de que durmiera trece minutos más de lo
habitual no ha sido simplemente pereza, sino una recaída?
Trafica con secretos.
Gimo y vuelvo a hundir la cabeza en la almohada. Estoy demasiado
cansada para esto.
—¿Quieres que siga apareciendo todas las noches? Pues tienes que
cuidarte.
Y luego va y dice eso.
—Eso es manipulación emocional —murmuro contra la almohada.
En este momento, anhelo sus visitas más que casi cualquier otra cosa en
mi vida.
—Te aguantas.
Giro la cara hacia un lado y hago una mueca.
—Eres malo. —También es lo bastante atractivo como para estar
buenísimo en una camiseta de Metallica que se abraza a sus músculos, un
par de vaqueros negros y su pelo rubio blanquecino recogido hacia atrás
para apartárselo de la cara.
Cruza los brazos sobre el pecho e inclina la cabeza hacia un lado.
—¿Acabas de darte cuenta de eso, querubín?
No, lo tengo calado desde el primer día, pero desde que lo conocí, se ha
ido ablandando cuando está conmigo.
—Ahora —continúa—, arriba .
Para enfatizar sus palabras, mi cama empieza a inclinarse, uno de los
extremos levita. Empiezo a deslizarme por el colchón.
Suelto una maldición y me aferro a los bordes para no rodar fuera de la
cama.
—¡Vale, vale! ¡Ya me levanto! —Me deslizo hasta el suelo y lo fulmino
con la mirada mientras cruzo la habitación.
Des se cruza de brazos y me mira fijamente. Este hombre no tiene
remordimientos.
Abro los cajones y empiezo a sacar prendas de vestir. Me muevo
despacio, con los párpados aún medio cerrados, mi cuerpo sigue cansado y
dolorido.
—Esto no volverá a suceder nunca, ¿entendido? —me dice—. No vas a
dejar de vivir tu vida porque algunos días sean más difíciles que otros.
Lo miro por encima del hombro como si estuviera loco.
—¡No es que yo quiera esto! —Que mi mente me succione de vuelta a los
peores momentos de mi pasado. Sentirme sucia, contaminada e imposible
de querer.
En estos momentos, incluso mi enfado es algo lamentable. No tengo la
energía necesaria para preocuparme de verdad por nada de esto.
—Si te sientes así otra vez, buscas ayuda o me llamas y yo te conseguiré
ayuda, pero de ahora en adelante, vas a hacer algo al respecto, ¿de acuerdo?
—dice Des. Su mirada es dura; no obtendré ninguna simpatía por su parte.
—Tú no lo entiendes…
—¿No? —Enarca las cejas—. Dime, querubín, ¿qué es lo que sé?
Me está provocando. Es muy obvio. No me atrevo a continuar porque
¿cuánto sé realmente sobre el Negociador? ¿Y cuánto sabe él sobre mí?
Así que, en vez de eso, vuelvo a fulminarlo con la mirada.
—Sí —dice—, eso es lo que quiero ver. Que te enfadas, que luchas. —
Suaviza el tono de la voz—. No te estoy pidiendo que no te sientas triste
nunca, Callie, te estoy pidiendo que pelees. Lucha siempre. Puedes hacerlo,
¿verdad?
Tomo una bocanada profunda de aire.
—No lo sé —respondo con sinceridad.
Todo su ademán se suaviza tras esa confesión.
—¿Puedes intentarlo?
Me muerdo el labio inferior, luego asiento de mala gana. Si eso es lo que
hace falta para que no deje de volver, puedo intentarlo.
Me dedica una sonrisa.
—Bien. Ahora vístete. Prepararé el desayuno antes de que tengas que irte
a clase.
Des pasa el resto de nuestra extraña mañana juntos haciendo todo lo que
está a su alcance para hacerme reír. Y funciona.
No sé cómo se las apaña, pero el Negociador consigue combatir mi estado
de ánimo. En lo que se refiere a los días de Ave María, parece que Des es
justo el milagro que necesito.
Presente

Cuando parpadeo y abro los ojos, veo una habitación desconocida. Echo un
vistazo a mi alrededor, a las paredes de un color azul intenso, con el ceño
fruncido.
—Estás despierta.
Me sobresalto al oír la suave voz del Negociador. Está sentado en una silla
junto a la cama, con los labios apoyados sobre las manos entrelazadas. En la
mesita de noche que tiene al lado hay un vaso vacío.
—¿Dónde estoy? —pregunto.
—Estamos en mi habitación, de vuelta en la Tierra —dice Des. Aleja los
brazos de mí.
Su habitación. La que no había estado dispuesto a enseñarme.
Recorro el entorno con la mirada y me fijo en la foto enmarcada del
Douglas Café y otra del castillo Peel. Al otro lado de la habitación, un
planetario dorado descansa sobre una mesa circular, los planetas de metal y
mármol de nuestro sistema solar cuelgan suspendidos alrededor del sol
dorado que hay en el centro.
No hay nada en su dormitorio que parezca digno de ser ocultado.
Y luego, en mitad de mis cavilaciones, mi viaje al Otro Mundo regresa a
mi mente.
El aire silba entre mis dientes y vuelvo a mirar al Negociador.
—Los niños.
Des agarra el vaso vacío y se dirige a un minibar que hay en el extremo
opuesto de la habitación para servirse un trago. Se lo bebe de golpe y sisea
por la quemazón del alcohol.
Se queda mirando el vaso.
—Entiendo por qué te gusta esta cosa —dice. Con cuidado, vuelve a dejar
el vaso y se apoya en la barra—. Dioses —se pasa una mano por la cara—.
Nunca he querido estrangular a los niños tanto como cuando los vi
agarrarte. Tenían los colmillos a la vista, estaban listos para beber de ti.
Me llevo una mano a la garganta. ¿Iban a beber de mí? Lo único que
recuerdo son las extrañas imágenes salidas de una pesadilla que vi cuando
me tocaron.
Trago saliva al pensar en ellas. ¿Acaso eran las profecías que Gaelia
mencionó?
Me bajo de su cama.
—Des, me mostraron cosas —digo. Me froto la piel en la zona donde me
tocaron y percibo que me saldrán varios moretones—. Vi a mujeres en
jaulas, un trono, un bosque y un hombre con cuernos.
—Un hombre con cuernos —repite el Negociador con expresión sombría.
—¿Eso ayuda? —pregunto.
—Por desgracia, querubín —dice—, así es.

Él te encontrará.
Él s iempre encuentra a los que quiere.
Ya ha empezado la cacería.
Te hará suya, como a nuestras madres.
Estoy sentada en la habitación de invitados de Des, contemplando
distraídamente la noche oscura al otro lado de la ventana.
¿Qué he hecho? Creía que estaba ayudando a Des, y a Gaelia, al
entrevistar a esos niños. Una parte de mí se sentía orgullosa de que hablaran
conmigo cuando el Negociador había estado tan seguro de que no lo harían.
Pero ahora… igual que Gaelia, siento en los huesos que las palabras de los
niños no estaban vacías. Que, por irracional que parezca, he llamado la
atención de lo que sea que Des ha estado buscando.
Y ahora me está cazando a mí.
Tomo una respiración profunda y temblorosa.
Necesito abandonar este lugar, esta casa , y todas sus conexiones con el
Otro Mundo. Joder, hay un portal a unas pocas puertas de mi habitación. No
importa si la criatura vive en otro reino; siempre que sepa cómo manipular
las líneas ley, solo tardará un instante en arrastrarse hasta la Tierra.
Empiezo a cambiarme y me pongo la ropa ya seca que usé aquí, aunque
tiene sal incrustada, y recojo las pocas pertenencias con las que vine.
Siento que la misma paranoia que había invadido a la niñera real se
arrastra ahora por mi columna vertebral.
Me estoy poniendo el pendiente cuando oigo que la puerta de mi
habitación se abre y siento una presencia siniestra a mi espalda.
—Te vas.
Un escalofrío me recorre los brazos ante esa voz suave como la seda.
Me giro para encarar al Negociador.
—No pienso quedarme aquí.
—Si vuelves a tu casa, tu ex te encontrará. —Se cruza de brazos.
Está disgustado.
—¿Quién ha dicho que vaya a volver? —Por supuesto que voy a volver.
—¿A dónde más ibas a ir?
—Tengo amigos.
Está bien, tengo una amiga. Temper.
Y lo más probable es que en este momento esté furiosa conmigo por
haberme ausentado sin permiso.
—No vas a ir a sus casas. —No es una orden, solo la constatación de un
hecho.
—¿Y qué si me voy a mi casa?
Preferiría enfrentarme a Eli, que se preocupa por mí, que está herido y
enfadado —a quien puedo controlar si es necesario —, que quedarme aquí
y arriesgarme a encontrarme con un enemigo al que ni siquiera Des
entiende.
Siento una agitación en el aire y, de repente, el Negociador está a mi lado,
con los labios presionados contra mi oreja.
—Si te vas a casa, es probable que tenga que volver a robarte de las
manos de tu ex, y eso me desagradará mucho .
Me giro para mirarlo.
—Ahora mismo, Des, tus sentimientos no son mi mayor preocupación.
El Negociador me mira fijamente durante un momento.
—Te asusta quedarte aquí —dice, leyéndome. Inclina la cabeza y
entrecierra los ojos—. ¿Crees que dejaría que te pasara algo en mi casa?
Podría jurar que se hace más grande, su presencia resulta abrumadora.
A juzgar por la mirada que veo en sus ojos, he ofendido al Rey de la
Noche.
Que le den.
Aparto la mirada y me dirijo hacia la puerta.
Un segundo después, el Negociador se materializa delante de mí,
bloqueándome la salida. Agarra con las manos la parte superior del marco
de la puerta. De mala gana, desplazo la mirada hacia esos brazos
tonificados suyos.
—¿Qué pasa si te digo que no te puedes ir? —dice con una voz hipnótica
—. ¿Que quiero que te quedes y usemos alguna cuenta más?
En realidad, no creo que intente retenerme aquí. Lo cierto es que no ha
querido tener nada que ver conmigo durante mucho tiempo, y no puedo
imaginar nuestra relación de otra manera.
—No te creería —digo—. Ahora, por favor, apártate.
Des me mira extrañado. Suelta el marco de la puerta y da un paso
adelante.
—¿Verdad o reto?
Retrocedo, repentinamente nerviosa por la mirada que detecto en sus ojos.
—Des…
—Reto —susurra.
Al instante, está sobre mí y me ahueca las mejillas con brusquedad. Su
boca choca contra la mía; sus labios, exigentes.
Des me está besando y Dios , es un beso salvaje.
Se lo devuelvo sin pensar, me dejo llevar por su sabor y por la sensación
de que me esté abrazando.
Se supone que debería irme, reclamar mi casa y mi vida, pero no. No va a
pasar, no mientras Des siga demostrando todas las formas en las que mi
gusto en hombres era perfecto de adolescente.
Retrocedo, y una de las manos del Negociador cae sobre mi muslo,
expuesto por la abertura de mi vestido. Mueve los dedos arriba y abajo por
toda mi piel, arriba y abajo.
Choco contra la pared de espaldas. Des me enjaula, reteniéndome con su
cuerpo. Abro los labios y su lengua se cuela dentro de mi boca, reclamando
la mía.
Desplaza la mano hasta mi pecho y yo me acerco a él, casi sin aire.
—Dioses , Callie —dice con voz áspera—, la espera… casi
insoportable…
Des materializa sus alas, que se extienden y construyen un muro a nuestro
alrededor. Mientras lo beso, empiezo a acariciarlas con los dedos.
Él gime y se inclina hacia mi caricia.
—Cómo me gusta.
Desliza una mano por debajo de mi ropa y me acuna un pecho, haciendo
ruidos muy eróticos contra mi boca mientras se familiariza con él.
Me tiemblan las rodillas, y él desliza una pierna entre ellas para
sostenerme.
La piel me empieza a brillar.
Quiero llorar de lo bien que me hace sentir. Todas sus caricias me han
hecho sentir bien desde el momento en que nos conocimos.
—¿Verdad o reto? —susurra.
¿Sigue importándome, a estas alturas?
—Verdad —murmuro contra sus labios, negándome a ceder a mis
impulsos más bajos.
Interrumpe el beso el tiempo suficiente para examinarme los labios
hinchados con una mirada hambrienta en los ojos.
—¿Qué es lo que más has echado de menos de mí mientras no estaba? —
pregunta.
Tengo que respirar varias veces para recuperarme. Su pregunta es como
un jarro de agua fría que apaga la llama.
Su magia me rodea y me obliga a dar una respuesta.
—Todo. Literalmente, lo he echado todo de menos de ti mientras no
estabas.
Des me mira fijamente, su pecho sube y baja mientras recupera el aliento.
Retira la mano de debajo de mi ropa y me acaricia la mejilla con los
nudillos.
—No sabes lo que me provocan tus palabras.
—Ojalá lo supiera.
Tanto dar por mi parte, tanto tomar por la suya. No es así como se
construyen las relaciones saludables.
Me acaricia los brazos con los dedos.
—Quédate y te lo diré.
¡Lo que daría por eso! Por saber con exactitud lo que siente por mí.
Casi me lo trago, como me pasa con todo lo relacionado con este hombre.
Estoy a punto de asentir cuando lo recuerdo: Des es un hada, un
embaucador. Colecciona secretos para ganarse la vida, no los revela. Y en el
pasado, nunca se ha mostrado abierto conmigo. No va a empezar a hacerlo
esta noche.
Me hice una promesa a mí misma después de que Des saliera de mi vida,
la promesa de ser independiente. De no permitir que hombres como él
destruyan mi mundo. Y ahora, el mismo hombre que me obligó a hacerme
esa promesa, quiere abrirse camino bajo mi piel hasta mi corazón una vez
más.
Sería una persona horrible si rompiera esa promesa a la primera señal de
tentación.
Me paso las manos por el pelo.
¿Qué estoy haciendo? No, en serio, ¿ qué estoy haciendo?
Me quedo mirando el suelo, como si fuera a encontrar ahí las respuestas.
Luego, dejo caer las manos a los costados y lo empujo para apartarlo y
moverme.
Ha sido un día largo y horrible. Quiero mi pijama más cómodo, un tazón
de cereales y ver alguna basura en la tele que me ayude a dormirme.
Frente a mí, la puerta de la habitación de invitados se cierra de golpe.
Parece que no va a ser tan fácil conseguir lo que quiero.
Me giro, exasperada, solo para gritar.
El Negociador se acerca y parece que está a punto de hacerme morder el
polvo como venganza.
—No te vayas —dice. Aunque parece cabreado, habla con suavidad.
Eso me hace dudar.
Estoy muy cerca de ceder.
—¿Por qué, Des? —Recorro su rostro con la mirada. Todavía puedo
saborearlo en mis labios—. ¿Por qué tienes tantas ganas de que me quede?
Veo que se le tensa un músculo en la mandíbula. Hay un centenar de
mentiras plausibles que podría contarme, pero no da voz a ninguna de ellas.
Espero.
Y espero.
Pero nunca me da una respuesta.
Suspiro y me doy la vuelta para dirigirme a la puerta. El aire se espesa, la
electricidad estática hace que el vello de los brazos se me ponga de punta.
Es un gran indicador de que Des está disgustado. Prácticamente, me estoy
asfixiando en su poder.
Cuando miro hacia atrás de nuevo, ha desplegado las alas. No dejan de
expandirse y contraerse.
No está disgustado , sino fuera de control . Está a punto de perder la
cabeza.
Una parte de mí cree que no dejará que me vaya. Y a la otra parte, más
grande y retorcida, no le importaría del todo.
En cambio, la pesadez del aire se disipa y pliega las alas a la espalda.
—De acuerdo, querubín. Te llevaré a casa.

Cuando aterrizamos en mi patio trasero, Des comprueba el perímetro de mi


casa y luego las habitaciones, con una mirada frenética en los ojos.
Sigo demasiado conmocionada por mi entorno como para hacer algo que
no sea mirar. Había olvidado que hubo un hombre lobo adulto atrapado en
mi propiedad. Mi casa está hecha jirones.
Mientras el Negociador se mueve por ella, su magia repara los peores
daños. Las paredes agujereadas se arreglan, mi mesa destrozada vuelve a su
sitio, la madera astillada se vuelve a unir como si de un puzle se tratara, las
ventanas rotas se vuelven a sellar solas.
Des entra en la sala de estar, agitado, su figura imponente llena de energía
reprimida.
—Despejado —me informa mientras se pasa una mano por el pelo—.
Había dos oficiales de la Politia haciendo guardia en la calle, pero los he
alejado. Deberías estar a salvo durante un día más.
Un día es lo único que necesito para localizar el trasero peludo de Eli y
hacerle uno nuevo.
—Gracias —digo mientras hago una seña vaga a mi alrededor para
señalar los daños que ha arreglado, y bueno, por asustar a la pasma
sobrenatural, que me metería entre rejas a la primera oportunidad. Todavía
me parece surrealista pensar que ahora mismo figuro en la lista de los más
buscados.
El Negociador duda, intenta morderse la lengua. Sé que no quiere que esté
aquí.
—Mantente a salvo, querubín —dice al final—. Volveré mañana por la
noche.
Cruza la habitación y se dirige a la puerta que da a mi patio trasero, sin
dedicarme ni una mirada más.
No debería doler, nada de esto debería doler. Pero me duele.
No quiero que se vaya. Mi corazón quiere entregarse a él, a pesar de que
mi mente sabe que no debe hacerlo.
A medio camino de la puerta, se detiene. Suelta una maldición por lo bajo,
se da la vuelta y vuelve hacia mí. Me rodea la cintura con una mano y asalta
mis labios con ferocidad.
Jadeo contra su boca mientras se derrite contra mí. El beso termina tan
pronto como empieza.
Me suelta bruscamente.
—Si, por cualquier razón, quieres verme antes de mañana, ya sabes cómo
localizarme. —Retrocede—. Estaré esperando.
Y entonces se va.
15
Marzo, hace siete años

—Háblame de tu madre —me pide Des, que está sentado frente a mí.
Estamos jugando al póquer y bebiendo alcohol en mi habitación mientras,
fuera, una tormenta golpea las ventanas.
Lo de la bebida ha sido idea suya.
—Un poco de corrupción te vendrá bien, querubín —me ha dicho al
aparecer en mi habitación con la botella y guiñándome un ojo.
—No está permitido —he farfullado al ver el alcohol.
—¿Parezco el tipo de persona que sigue las reglas? —Con sus pantalones
de cuero y su brazo tatuado a la vista, definitivamente no.
De mala gana, he enjuagado mi taza y mi vaso para el agua y he dejado
que el Negociador nos sirva a cada uno un vaso de un whisky escocés «de
puta madre».
Sabe tan bien como un beso negro de los sucios.
—¿Mi madre ? —repito ahora mientras Des reparte otra mano.
Recojo mis cartas distraídamente, hasta que veo la mano que me ha
repartido.
Tres dieces. Por una vez, tengo la oportunidad de ganar una ronda.
Sus ojos dejan de mirarme para centrarse en el reverso de mis cartas y
luego vuelven a mí.
—Tres iguales —dice, adivinando mis cartas.
Miro los tres dieces que tengo en la mano.
—Has hecho trampa.
Levanta su vaso y bebe un trago, su musculoso cuerpo se ondula de una
forma muy placentera mientras lo hace.
—Ojalá fuera eso. Eres fácil de leer, querubín. Ahora —dice, dejando su
vaso y mirando fríamente sus propias cartas—, háblame de tu madre.
Junto mis cartas en una mano, bebo un sorbo de whisky y me estremezco
un poco cuando me toca la lengua.
Mi madre es uno de esos temas de los que nunca hablo. ¿De qué serviría?
Es solo otra historia triste; mi vida está plagada de ellas. Pero por la forma
en que Des me mira, sé que no podré cambiar de tema como si nada.
—No recuerdo mucho de ella —digo—. Murió cuando yo tenía ocho
años.
Des ya no presta atención ni al juego ni a la bebida. Esas dos frases son lo
único que necesito para captar toda su atención.
—¿Cómo murió?
Sacudo la cabeza.
—La asesinaron mientras ella y mi padrastro estaban de vacaciones. Fue
un error. El objetivo era mi padrastro, pero terminaron disparándole a ella
en su lugar.
Mi padrastro, que era vidente, no pudo preverlo. O tal vez lo hiciera, pero
no pudo o no quiso detenerlo.
Fuera inocente o culpable, esa noche nunca dejó de perseguirlo.
—Su muerte fue la razón de su alcoholismo.
Y su alcoholismo fue la razón de que…
Reprimo un escalofrío.
—¿Dónde estabas tú cuando pasó? —pregunta Des. Sigue teniendo un
aspecto tranquilo y perezoso, pero podría jurar que es puro teatro, igual que
su cara de póquer.
—En casa, con una niñera. Les gustaba irse de vacaciones solos.
Sé cómo suena mi vida. Fría y quebradiza. Y esa es la verdad.
Técnicamente, lo tenía todo: apariencia y dinero para acompañarla.
Nadie sospecharía que hubo largos períodos de tiempo en los que me
quedaba sola en la mansión de Hollywood de mi padrastro, con la única
compañía de una niñera y el chófer de mi padrastro para cuidarme. Los
negocios siempre eran lo primero.
Nadie sospecharía que esos largos períodos de soledad eran mucho
mejores que cuando él volvía de sus viajes. Me veía y volvía a caer en otra
botella.
Y luego…
Bueno, esos son otros tantos recuerdos en los que intento no pensar
demasiado.
Aun así, todavía quiero abandonar mi propia piel.
—¿Por qué iba alguien a intentar matar a tu padrastro? —pregunta Des,
nuestra partida de póquer completamente olvidada.
Me encojo de hombros.
—A Hugh Anders le gustaba el dinero. Y le daba igual quiénes fueran sus
clientes. — Jefes de la mafia. Capos de la droga. Jeques con vínculos con
grupos terroristas. Se llevaba el suficiente trabajo a casa como para que yo
lo viera todo—. Se convirtió en un hombre muy rico y se ganó muchos
enemigos.
Quizás por eso tenía la tarjeta de visita del Negociador en el cajón de la
cocina. Un hombre como mi padrastro iba por la vida con una diana en la
espalda.
—¿Alguna vez hiciste negocios con él, antes de conocerme?
No era mi intención plantear esa pregunta en particular, y ahora me
descubro conteniendo la respiración. No creo que lo conociera. El
Negociador no actuó como si lo conociera cuando lo llamé por primera vez,
pero Des está hecho de secretos. ¿Y si hubiera conocido a mi padrastro? ¿Y
si lo hubiera ayudado, al hombre que abusó de mí? ¿Al hombre que, directa
o indirectamente, provocó la muerte de mi madre?
La mera posibilidad me revuelve el estómago.
Des niega con la cabeza.
—No lo había visto nunca hasta que estuvo nadando en un charco de su
propia sangre.
La imagen de su cadáver pasa ante mis ojos.
—¿Qué hay de tu padre biológico? —pregunta Des—. ¿Cómo era?
—Un don nadie —digo, mirando fijamente mi taza—. Mi madre se quedó
embarazada por accidente cuando tenía dieciocho años. No creo que supiera
quién era mi padre, no figuraba en mi certificado de nacimiento.
—Mmm —murmura Des mientras hace girar distraídamente su bebida,
con la mirada distante.
No sé lo que está pensando, solo lo que yo pensaría: que todo esto suena a
que mis padres eran gente de mierda. Mi madre, a quien le interesaba darme
una buena vida pero que no quería estar muy presente en ella; mi padre,
cuyo mayor aporte fue su esperma, y mi padrastro, que protagonizaba todas
mis pesadillas más vívidas.
—¿Por qué no me hablas de tus padres? —digo, ansiosa por dejar de ser
el centro de atención.
Des se reclina hacia atrás y me mira con los ojos entrecerrados, una
sonrisa lenta curva sus labios. No puedo dejar de mirarlo.
—Compartimos tragedias similares, querubín —dice, todavía sonriendo,
aunque ahora parece transmitir cierta amargura.
Arqueo las cejas al oír sus palabras.
¿Un rey fae que tiene algo en común con su obra de caridad humana?
Cuesta creerlo.
Se impulsa para ponerse de pie.
—Tengo trabajo que hacer. Quédate con el whisky y, por el amor de los
dioses, practica lo de beber sin poner muecas. —Se gira hacia la puerta.
No me molesto en tratar de convencerlo de que se quede, aunque tengo
muchas ganas de hacerlo. Ya sé que no lo hará. Sobre todo, después de
nuestra —mi — pequeña charla a corazón abierto. A veces me imagino que
la mente del Negociador es una bóveda en la que los secretos entran y no
salen.
Se detiene y me mira por encima del hombro, su expresión lo dice todo.
Puede que no le haya contado cómo abusó de mí mi padrastro, pero lo sabe.
—Para que conste, querubín —dice—, si tu padrastro estuviera vivo, no lo
seguiría estando durante mucho tiempo. —Su mirada es dura como el acero.
Y luego, por arte de magia, desaparece en la noche.

Presente

Me paso más de una hora limpiando mi casa. Hay relleno y pelo de lobo por
todas partes. Sin mencionar las marcas de garras. Tendré que tirar la mesita
de café y una mesa auxiliar. A estas alturas, no son más que leña.
Debería haberle pedido a Des que hiciera desaparecer el resto de este
desaguisado con magia.
Pero él parecía muy melancólico; no me apetecía tentar a la suerte.
Des.
Han pasado menos de dos horas desde que se ha ido y ya estoy impaciente
por volver a verlo. Echo de menos su casa, sus macaroons , la suavidad de
sus sábanas para invitados. Echo de menos su olor y su tacto. Lo echo de
menos a él . He necesitado estar de vuelta en mi casa vacía para recordar lo
sola que estoy. Se me había olvidado mientras estaba con Des.
Hago lo que puedo para ordenar la casa, esforzándome al máximo para no
pensar en el hombre que antes parecía no querer dejarme, por no mencionar
al que ha destruido este sitio mientras luchaba por mí.
Debería limitarme a renegar de los hombres. No provocan más que dolor.
Corazones rotos y problemas.
Ahora, además de esconderme de las autoridades sobrenaturales y de un
monstruo del Otro Mundo, tengo que comprar muebles nuevos porque mi
ex violó una de las leyes más importantes del pacto y vino de visita durante
el equivalente a la regla de los cambiaformas.
Después de limpiar la mayor parte del desorden, me concentro en mi
móvil roto y me muerdo el interior de la mejilla con nerviosismo. He estado
postergando esta parte, pero no puedo retrasarlo por más tiempo.
Lo enciendo y reviso los mensajes. Treinta y un mensajes de texto y
veinticinco llamadas perdidas. Algunas de Eli, un par de varias partes
interesadas, pero la mayoría de Temper.
No me molesto en comprobar los demás antes de marcar el número de
Temper y, después de respirar hondo, le devuelvo la llamada.
Contesta al primer timbrazo.
—¿Dónde cojones estás, tía? —dice, presa del pánico.
—He vuelto a casa.
—¿Casa? ¿ Tu casa? —Levanta la voz—. Han saqueado tu casa, hay una
recompensa para quien te capture, ¿y tú estás en casa ?
—No pasa nada. Estoy bien.
—Creía que estabas muerta . —Se le quiebra la voz y la escucho sollozar
—. No podía localizarte. —Temper es una profesional en rastrear a
personas gracias a su magia, pero nunca pensé que la usaría para buscarme.
—¿Estás llorando? —pregunto.
—Joder, no, yo nunca lloro —dice ella.
—Siento mucho no haber llamado antes. De verdad que estoy bien —digo
en voz baja.
—¿Qué te ha pasado? Desapareces del mapa y Eli no ha dejado de
llamarme, pero no me ha contado nada.
Me presiono la sien con tres dedos.
—Es una larga historia.
—Tengo tiempo .
Suspiro.
Ella resopla y un ligero hipido se cuela en su voz.
—No suspires, zorra flacucha, que me he pasado las últimas veinticuatro
horas creyendo que mi mejor amiga estaba muerta .
—Temper, lo siento. Estoy bien, lo siento y estoy viva. —Obviamente.
Pero a veces, cuando se trata de Temper, es importante reiterar lo obvio.
—Chica, ¿qué ha pasado? —repite. Sé que está de pie y dando vueltas
gracias al sutil tintineo de sus joyas—. Es decir, la mejor posibilidad que se
me ocurrió fue que hubieras tenido sexo de reconciliación con Eli y que oh-
Dios-mío-probablemente-se-comportó-como-un-bestia-contigo-y-eso-es-
asqueroso. —Lo dice todo de carrerilla—. Y eso… que lo destrozó todo en
el proceso y también a ti.
Me estremezco al oír eso.
Ella deja escapar un suspiro.
—No me digas que te ha convertido. Por favor, no me digas eso.
Recuerdo cuánto te asustaba la idea. Y si lo ha hecho, que Jesucrito negro
lo ayude, porque le daré una paliza a ese pedazo de mierda peludo y me
haré un abrigo con su piel. ¿Me sigues?
La línea se queda en silencio y solo se oye el sonido de la respiración
pesada de Temper.
—Mierda —digo por fin. Me aclaro la garganta—. Esto, no, no hemos
follado como animales furiosos; no, Eli no me ha convertido, y por amor de
Dios, mujer, por favor, no conviertas a mi ex en un abrigo. No me ha hecho
daño.
—Entonces, ¿qué ha pasado?
Solo cuando me lo pregunta por tercera vez me doy cuenta de que me he
apropiado de algunos de los malos hábitos del Negociador, como el de
guardar secretos.
Bajo la mirada hasta mi pulsera, a la que le falta una hilera de cuentas.
—¿Puedes venir? —pregunto.
—¿El cielo es azul, zorra?
Esbozo una sonrisa temblorosa, aunque ella no pueda verla.
—Genial. Te lo contaré cuando llegues.

Tal como me he prometido a mí misma, busco algo de comida que me


reconforte y enciendo la tele para ver un programa que me pudrirá el
cerebro mientras espero a que llegue Temper.
Nada de eso me ayuda.
Me siento inquieta después de mi viaje al Otro Mundo y estoy molesta por
lo que ha pasado en mi casa, pero sobre todo estoy cabreada porque no dejo
de reproducir cada contacto íntimo que he tenido con Des desde que vino a
buscarme.
Diez minutos después, la puerta de mi casa se abre y escucho un taconeo.
Temper se detiene en la entrada cuando me ve y parpadea rápidamente.
—Chica .
Ambas recorremos la distancia que nos separa y nos abrazamos con
fuerza. Cuando por fin nos apartamos, Temper se sorbe la nariz y recorre mi
casa con la mirada. Sus ojos se detienen en mi mesa arreglada y en las
ventanas intactas.
—He estado aquí esta mañana —dice, apartándose las trenzas de la cara
—. La mesa de la cocina estaba rota.
—Eso es… bueno, parte de lo que tengo que contarte.
—Soy toda oídos. —Suelta sus cosas y se deja caer en mi sofá. Una
pluma revolotea por los aires cuando lo hace.
La había pasado por alto .
Temper se agencia mi cuenco con palomitas de maíz y empieza a comer.
—¿Dónde está el alcohol? —pregunta, mirando a su alrededor.
Por lo general, en noches como esta siempre hay una cerveza o una copa
de vino como acompañamiento.
Mierda, todavía no lo sabe.
—Bueno, estoy dándole una oportunidad a eso de la sobriedad —contesto
mientras me siento a su lado con cautela.
Se gira para mirarme cara a cara, olvidando las palomitas.
—Vale, a ver, ¿qué está pasando?
Me froto la cara.
—Demasiadas, demasiaaaaadas cosas.
¿Por dónde empiezo?
Dejo caer las manos y me miro la muñeca.
—¿Te suena esta pulsera? —empiezo, levantando el brazo.
—Síííííííííííí. —No tiene ni idea de por dónde voy.
—Cada una de estas cuentas es un pagaré. —Paso el pulgar sobre ellas,
sin mirarla a los ojos—. Estoy endeudada hasta las cejas.
Se acomoda en el sofá.
—Pues págalas —dice, y vuelve a comerse mis palomitas—. Tienes pasta.
—Chasquea los dedos cuando se le ocurre una idea—. O, mejor aún, usa el
glamour para librarte.
Me aclaro la garganta.
—No es tan sencillo. No puedo usar el glamour con este tío. Y ya le estoy
pagando. Por eso me he ido.
Ahora me mira con los ojos entrecerrados.
—¿Quién es?
Suelto una risita nerviosa.
—Él, mmm… Es el Negociador.
Se hace el silencio durante varios segundos.
Temper enarca las cejas.
—Espera, ¿el Negociador? ¿El mismo Negociador que casi mata a ese
profesor hace una década? ¿El mismo al que relacionan con más de veinte
desapariciones? ¿El mismo tío que siempre está en lo alto de la lista de los
más buscados de la Politia porque siempre está haciendo locuras?
—Presuntamente —digo.
Resopla.
—Tú y yo sabemos que ese hijo de puta no es inocente.
—Es un buen tío. —Y besa como una estrella de rock .
—Lo estás defendiendo —se asombra.
—Es complicado.
—Es un chico malo , Callie. Y estás hablando conmigo. Crecí en
Oakland, me gustan los malotes. Pero incluso yo creo que es demasiado
travieso para tirárselo.
Cierro la boca y me miro las manos.
Ella echa un vistazo a mi cara y deja escapar un suspiro.
—Ay, no, no me digas que te gusta.
No digo nada.
—Mierda. Te gusta. —Se acerca y me coge la mano—. Te lo voy a dejar
muy clarito, las cosas siempre acaban terriblemente mal con esa clase de
tíos.
Por desgracia para mí, lo sé de sobra.
Es noche cerrada cuando por fin me voy a la cama, con la mente consumida
por mis pensamientos.
Hace unas horas, me las he apañado para contárselo todo a Temper, todo
lo que pasó hace ocho años. Siempre ha sabido que alguien me rompió el
corazón, pero hasta esta noche no conocía los detalles. Se lo he contado
todo sobre mi trato con el Negociador y el crimen en el que me vi
involucrada y, por último, le he contado que Eli vino a casa durante uno de
los Siete Sagrados y se transformó delante de mí.
Pobre Eli. Ya no soy el único ser sobrenatural con el que va a tener que
ajustar cuentas. Y, personalmente, me acojonaría mucho más el cabreo de
Temper que el mío.
Fuera, el viento silba contra mis ventanas y sacude los cristales contra sus
marcos. Parece un sonido propio de una criatura moribunda. Las olas
chocan con furia contra los acantilados, todo suena tan fuerte que, una vez
que me duermo, se convierte en la banda sonora de un sueño ansioso tras
otro.
Oigo a esos niños feéricos en mi cabeza.
Viene a por ti. Viene a buscarte .
Sus manos me retienen mientras algo en la distancia se acerca con sigilo.
Cada vez está más cerca.
El gemido del viento me habla. Canturrea.
—Fiuuu… Fiaaa… He captado el dulce olor de una sirena… Fiuuu…
Fiooo… Le arrancaré las plumas y haré cantar a mi pajarillo…
Intento resistirme al agarre de los niños, pero no lo consigo. Echo un
vistazo por la ventana y juro que veo una silueta oscura recortada contra la
noche.
Voy a la deriva, perdida en el mar de mi mente.
Las puertas y ventanas traquetean.
—Déjame entrar, sirena; te daré alas para volar. —Oigo la voz justo junto
a mi oreja—. Solo abre la puerta y separa tus bonitos muslos.
Mi exhalación produce eco en el silencio.
—Callypso, ya no queda mucho…
Y luego el extraño sueño se evapora.

Me restriego los ojos mientras la luz del sol entra a raudales en mi


habitación. Me pica la nariz cuando una suave pluma revolotea hasta ella.
Me froto la cara y consulto el reloj que tengo junto a la cama.
¿Las dos del mediodía?
No tenía pensado dormir tanto tiempo. Por otra parte, no es que haya
dormido durante la mayor parte de la noche, sino que me he deslizado de un
sueño inquietante a otro.
Me tapo con las sábanas hasta la cabeza, provocando que docenas de
plumas revoloteen en el aire.
Pongo una mueca. La colcha no, por favor.
Eli debe de haberme destrozado el edredón. No me había dado cuenta…
Me impulso para salir de la cama y más plumas se esparcen por el suelo.
Uf.
Levanto un pie y me las despego de la piel, molesta. Es entonces cuando
de verdad me fijo en las plumas que ensucian mi suelo. Hay cientos y
cientos de ellas dispuestas en filas que se alejan de mi cama en forma de
arco.
Retrocedo e inclino la cabeza.
Cuando lo veo, se me hiela la sangre.
Es un ala.
Las plumas están dispuestas en forma de ala .
Alguien ha estado aquí . En mi casa. En mi habitación.
Alguien ha estado cerca de mí mientras dormía y ha colocado
meticulosamente cientos de plumas.
Rodeo la cama, empiezo a tener el vello de punta, solo para ver otra ala
idéntica arqueándose desde el otro lado.
Me llevo una mano a la boca. Siento que el corazón se me va a salir del
pecho.
¿De dónde salen todas estas plumas?
Me abalanzo sobre mi edredón y tiro hacia abajo. Pero no es el edredón lo
que se ha rasgado.
La sábana bajera y el colchón están hechos trizas. Justo donde he
dormido. Y sé con certeza que no estaban así cuando me acosté anoche.
Mi mente no consigue asimilar este horror. Esta invasión. Alguien se ha
metido prácticamente debajo de mí para rasgar el colchón y extraer todas
estas plumas.
¿Cómo es posible que no me despertara?
Respiro cada vez más deprisa; no me llega suficiente aire. Retrocedo, casi
tropezando con mis propios pies.
Abro la boca, las palabras salen de ella casi por reflejo.
—Negociador, quiero…
Des se materializa antes de que termine la frase.
Al principio, solo tiene ojos para mí. Y se lo ve rematadamente feliz, feliz
de que lo haya llamado. Pero luego se fija en las plumas. Las putas plumas,
que están por todas partes .
—Qué ha pasado. —Ni siquiera es una pregunta; es una amenaza para
quien haya hecho esto. El tono afilado de su voz hace que se me erice el
vello de la nuca.
Sacudo la cabeza.
—No lo sé.
Rodea mi cama, estudiando los patrones. Casi logra parecer tranquilo,
pero alcanzo a ver el contorno oscuro de sus alas.
Coloca una mano sobre el colchón y junta un puñado de plumas.
—¿Han hecho esto mientras dormías?
—Sí —grazno. La voz me suena vergonzosamente débil. Asustada.
Me rodeo el torso con los brazos. Me siento violada en mi propia casa, mi
santuario.
Des deja caer las plumas y camina hacia el otro lado de la habitación para
comprobar las puertas. Por lo que veo, siguen cerradas.
Se pasa una mano por la boca. A continuación, siento su magia, más y
más presente a cada segundo. Algunos mechones de pelo empiezan a
separarse de mi cabeza por culpa de la electricidad estática del aire.
—Estás bajo mi protección —dice—. Lo has estado durante mucho
tiempo. Quien haya hecho esto, ha podido detectarlo.
Mientras habla, las tablas del suelo tiemblan bajo sus pies y los paneles de
cristal que tiene detrás empiezan a traquetear igual que hicieron anoche.
Escucho cómo uno de ellos se fisura.
—Nadie, nadie , toca a las personas bajo mi protección. —Sus alas
aparecen y desaparecen mientras habla.
Soy lo bastante mujer como para admitir que ahora mismo le tengo un
poco de miedo a Des. Puedo sentir su furia fusionándose con la magia en la
habitación. Este es uno de esos momentos en los que tengo que reconocer
que las hadas son muy diferentes de los humanos. Su ira es mayor y más
feroz que la que un humano puede reunir. Y tardan mucho menos en
estallar.
El rostro de Des se contorsiona y se transforma en algo despiadado, y
estoy bastante segura de que está cerca de perder la cabeza por completo.
—Por favor, no mates a nadie en mi nombre —digo. Ya ha estado a punto
de suceder en el pasado.
Se ríe, pero está enfadado.
—Ni todas las cuentas del mundo podrían hacerme aceptar eso.
El Negociador vuelve a donde estoy y me sujeta la muñeca entre las
manos. Todavía se lo ve furioso, pero cuanto más me mira, más se
desvanece esa furia.
—Ahora, querubín —las palabras brotan de sus labios como si fueran
miel—, el primer pago del día: vas a venir a casa conmigo y no te irás hasta
que todas tus deudas hayan sido pagadas.
16
Marzo, hace siete años

Des está sentado en mi escritorio, con una de las botas apoyada en el


respaldo de mi silla de ordenador. Se ha apoyado contra mi ventana y está
dibujando. Los estudiantes que en este momento caminan hacia y desde los
dormitorios deberían poder verlo claramente. Vivo en el segundo piso de la
residencia de las chicas y mi habitación da al campus. Cualquiera que esté
merodeando fuera esta noche debería poder ver la espalda grande y
corpulenta de Des.
Pero no la ven. Y sé que es así porque, si la vieran, la vigilante de nuestra
resistencia se me echaría al cuello en unos dos segundos como máximo.
Las horas de visita han acabado hace mucho rato.
Lo que significa que el Negociador está enmascarando su presencia aquí
una vez más.
—¿Qué ocurre? —pregunta Des, sin mirarme. Sigue dibujando, usando el
cuaderno de bocetos y el carboncillo que le compré hace poco.
La estampa no sería tan extraña si el carboncillo y el cuaderno de bocetos
estuvieran en sus manos. Pero no lo están. En vez de eso, flotan en el aire a
medio metro de él, y el dibujo de Des cobra vida sin que él lo toque. Tiene
los brazos firmemente cruzados sobre el pecho.
—Nada —digo.
—Mentirosa.
Suspiro, mirando su dibujo desde donde estoy tumbada, en mi cama.
—¿Te da vergüenza que te vean conmigo? —pregunto.
—¿Qué? —El carboncillo se detiene en seco.
Empiezo a sonrojarme. Esto es humillante.
—¿Te da vergüenza que te vean conmigo? —repito.
El Negociador se gira hacia mí mientras frunce el ceño.
—¿Por qué preguntas algo así?
Siento un vacío en el estómago. No lo está negando.
—Dios mío, te da vergüenza.
Desaparece de su sitio solo para aparecer justo a mi lado. Un momento
después, su cuaderno de bocetos y el carboncillo caen al suelo detrás de él.
—Querubín —dice mientras me coge la mano—, no tengo ni idea de
dónde has sacado esa locura de idea. ¿Por qué leches iba a avergonzarme
que me vieran contigo?
Y así, mi preocupación se disipa. Creo que me odio un poco por todo el
control que tiene Des sobre mis emociones.
—Siempre usas tu magia para esconderte cuando estás conmigo —digo.
Me aprieta la mano y siento su contacto hasta en los dedos de los pies.
—Callie, tienes la absurda idea de que soy una buena persona cuando
estoy en lo alto de la lista de personas más buscadas por la Politia. Hay
cazarrecompensas buscándome en este mismo momento. Tampoco son los
únicos; tengo clientes y enemigos que estarían más que felices de usarte
para llegar hasta mí. Enmascarar mi presencia es como mi segunda
naturaleza, especialmente a tu alrededor.
Eso tiene sentido.
No me ha soltado la mano, ni se ha apartado de mi cama. Es como si
estuviéramos justo en el borde de algo, y cuanto más me mira, más empiezo
a resbalar hacia el precipicio.
Sus ojos plateados se oscurecen, y respiro hondo al ver esa mirada. En el
pasado, he visto esa expresión derretida en algunos hombres.
Pero nunca en Des.
Se me empieza a acelerar el pulso.
Caigo a toda velocidad hacia esos ojos, esa cara.
Ojalá lo que me gusta de Des terminara en su cara. Entonces podría ser
más fácil negar lo que siento por él. Pero la cuestión es que el Negociador
me salvó la vida hace meses y desde entonces continúa salvándomela todos
los días. Me gusta que esté tan jodido como yo, que no sea bueno, que sea
un pecador y que no ponga excusas. Me gusta que no le importe que yo
también sea un poco mala y pecadora.
Me gusta que me haya enseñado a jugar al póquer y que yo le haya hecho
ver Harry Potter … y leerse los libros —no los había tocado antes de
conocerme, el muy pagano—. Me gusta poder viajar por el mundo con él
cada vez que decide llevarme a uno de sus tratos, que mi habitación se haya
convertido en una colección de nuestros cachivaches.
Me gusta que beba expresos en tacitas diminutas y poder compartir mis
secretos con él, aunque él se guarde la mayor parte de los suyos. Es el punto
culminante de mis noches.
Mejor dicho: él es lo más destacable de mi vida.
Y me alegra ser su amiga, pero esta noche, cuando me mira así, quiero
más.
—Quédate a pasar la noche —susurro.
Des abre la boca, y juro, juro , que veo un sí formándose en sus labios.
Parpadea un par de veces, y así, el momento desaparece.
Se aclara la garganta y me suelta la mano.
—Querubín, eso sería inapropiado.
—Soy una adulta.
Se está alejando de mí, tanto física como emocionalmente, y sé que no
debería intentar perseguirlo cuando está así, pero quiero hacerlo.
Durante unos breves segundos, Des ha sido mío. Y estoy bastante segura
de que no me lo he imaginado.
—Tienes dieciséis años —dice.
—Exacto. La Casa de las Llaves me trata como a una adulta, no sé por
qué tú no.
—Tienes bragas con los día s de la semana —dice Des—. Eso significa
que eres demasiado joven para que me quede.
—¿Cómo sabes que tengo bragas con los días de la semana? —pregunto,
recelosa.
Se frota las sienes.
—Debería irme. —Empieza a incorporarse, su impresionante estatura se
despliega ante mis ojos.
Me apresuro a ponerme de pie también.
—Por favor, no lo hagas.
Empezamos a sonar como un disco rayado. Lo presiono demasiado y
huye. ¿Lo más aterrador de todo? Cuanta más distancia pone entre nosotros,
más desesperada estoy por eliminarla, y cuanto más lo intento, más lo
presiono.
Estoy perdiendo a mi mejor amigo, y ambos lo sabemos.
Des deja caer las manos.
—Callie, si me quedo, me rindo. Si me voy, no.
Entonces, ríndete .
Pero no lo hace, y no lo hará. Porque a pesar de todo lo que el Negociador
dice sobre sí mismo, en lo que respecta a mí se comporta como un hombre
honorable. Y esa es la verdadera raíz de nuestros problemas. En realidad,
podría ser el mejor hombre que conozco.

Presente

Vaya mierda.
Es salir del fuego y caer en las brasas . Eso es lo único en lo que puedo
pensar durante el vuelo a la isla Catalina.
Aterrizamos frente a la vergonzosamente impresionante casa de Des y
escapo de sus brazos sin decir una palabra. Lo siento a mi espalda, a él y a
su mirada evaluadora.
El hijo de puta es tan astuto que seguramente está intentando descubrir la
mejor forma de acercarse a mí.
Tendrá que seguir dándole vueltas. Ni siquiera yo estoy segura de cuál es
la mejor forma de acercarse a mí en este momento, porque no tengo ni idea
de lo que estoy sintiendo exactamente.
Definitivamente, molestia. Siento la correa mucho más tensa.
Ira e incredulidad, porque el Negociador de verdad me ha obligado a
mudarme con él a corto plazo. Dependiendo de lo despacio que me haga
pagar mis deudas, podría vivir bajo su techo el resto de mi vida.
Ignoro la chispa de excitación que acompaña a ese pensamiento; está
claro que mi corazón es un idiota.
Por debajo de todas estas emociones frustradas, siento alivio. Alivio por
no tener que ceder a mi ego y quedarme en una casa en la que me sentiría
insegura, o tragarme mi orgullo y rogarle a este hombre que me dejara
quedarme con él tan pronto después de haberme marchado.
—Sabes que no me arrepiento —dice detrás de mí, su voz uniforme se
escucha a través del patio.
Lo ignoro y subo los escalones de piedra para entrar en su casa palaciega.
—Desayuno y café —digo—. No puedo ser cortés contigo hasta que haya
desayunado y me haya tomado un café.
Siento una mano en la espalda cuando el Negociador se materializa a mi
lado.
—Entonces, démosle a la dama lo que quiere. Tengo justo lo que
necesitas…

El maldito Douglas Café. Esto es lo que estaba insinuando antes.


—Llevo… años sin venir —digo, echando un vistazo a la familiar
cafetería. Este sitio está exactamente igual, desde las mesas de madera
pulida hasta las fotos enmarcadas del puerto, pasando por la vitrina llena de
pasteles.
Cuando Des me ha llevado hasta la habitación del portal, me he sentido
más que un poco reacia a aventurarme de nuevo en las líneas ley. Pero
cuando hemos salido y llegado a la Isla de Man, mi opinión ha dado un giro
de ciento ochenta grados.
Fuera de la cafetería, el cielo está oscuro. Puede que sea tarde en el sur de
California, pero ya es de noche en las islas británicas.
Des se recuesta en su asiento y revuelve su café con pereza.
Algo muy parecido a la nostalgia me constriñe la garganta. Des solía
traerme aquí cada vez que se aburría de estar sentado en mi habitación.
Su mirada sigue la mía mientras me fijo en cada detalle de la cafetería.
—¿Has echado de menos este sitio? —me pregunta.
—No tanto como la compañía —admito.
Parece casi dolido por ello.
—¿Por qué te fuiste, Des? —susurro.
Tendremos que hablar de todo esto en algún momento si vamos a vivir
bajo el mismo techo.
Su expresión se vuelve sombría.
—Esa es una conversación para otro momento.
Casi gimo por la frustración.
—Ha pasado mucho tiempo, ¿qué más da?
Soy una puta mentirosa. Todavía importa. Desmond Flynn es una herida
que nunca cicatriza.
—Importa. —Es todo lo que dice, haciéndose eco de mis pensamientos.
Qué hombre tan atractivo y frustrante. Me está mirando como lo haría un
animal acorralado. Esa nunca es una buena posición en la que poner a un
ser sobrenatural, en especial si se trata de un rey fae.
Lo sé y, sin embargo, sigo sin poder dejar el tema.
—Cuéntamelo —insisto.
Se frota los ojos y suelta un suspiro.
—No está en mi naturaleza decírtelo. Nada de esto está en mi puta
naturaleza. Te lo explicaré todo cuando sea el momento adecuado.
Todas mis esperanzas se desploman al oír eso.
—Des, han pasado siete años. ¿Cuánto tiempo tengo que esperar para que
llegue el momento adecuado?
El ambiente en nuestra pequeña mesa se oscurece.
—¿Conoces siquiera el significado de esperar?
Retrocedo ante el escozor de sus palabras.
Él apoya los antebrazos sobre la mesa, un mechón de su pelo blanco
escapa de la cinta de cuero con la que se lo ha recogido.
—Siete años, Callie, ¿y cuántos de ellos has pasado soltera? —Parece
hincharse por la emoción que detecto en su voz.
—¿Qué? —Lo miro—. ¿Qué tiene eso que ver con este tema?
—Todo .
¿Des está… celoso ?
—Dime —repite, las sombras se hacen más profundas en la habitación—,
¿cuántos de estos años has pasado soltera?
No dejo de mirarlo, estupefacta. De los millones de formas en que podría
pasar el día, no había imaginado que esta sería una de ellas.
Des me agarra por la muñeca y toca una cuenta.
—Respóndeme.
Me arranca las palabras de la garganta.
—Ninguno.
Puaj.
Que le den a la magia. Y a los fae que se cobran deudas.
—Ninguno —repite el Negociador, cabreado pero satisfecho. Me suelta la
muñeca.
Lo fulmino con la mirada.
—¿Y supongo que tú has tenido las manos quietas? —He oído suficientes
historias sobre el Rey de la Noche y sus múltiples mujeres—. Eres un
imbécil . Me abandonaste . Me rompiste el corazón y me abandonaste. No
tienes derecho a estar celoso de lo que vino después de eso.
Se inclina hacia delante con expresión amenazante.
—No te abandoné, Callie.
Ahora estoy furiosa.
—Huiste de mi habitación esa noche, después del baile. Explícame cómo
es que eso no es abandonarme.
—No sabes nada.
—Entonces, ilumíname .
Nos miramos fijamente. Las sombras se acumulan a nuestro alrededor a
medida que las emociones de Des se apoderan de él. Los demás clientes no
lo notan, gracias a la tenue iluminación y al cielo nocturno del exterior, pero
yo, sí.
El mero hecho de verlo así de alterado debería ser satisfactorio, pero por
debajo de mi enfado, me siento desconcertada. Se fue hace muchos años y
ahora insiste en que no lo hizo. Y ha pasado tanto tiempo que me pregunto
si es que no lo recuerdo bien.
Pero no, esa noche en particular está grabada a fuego en mi cerebro.
Espero a que se explique, pero, como siempre, no lo hace. Aparto mi
bebida y los últimos restos de mi cruasán, he perdido el apetito.
Sus ojos siguen mis movimientos con atención.
—Querubín, ¿qué pasó anoche?
—Vas a tener que quitarme una cuenta si quieres que te dé alguna
respuesta —espeto, molesta. Si él va a resistirse a explicarse, entonces
desde luego que yo también me resistiré.
Un poco de ira muere en sus ojos grises, reemplazada por esa sonrisa
curva. Esto le gusta. Mi beligerancia, que presente batalla.
Me envuelve el brazalete con una mano y yo echo un vistazo rápido a su
brazo cubierto de tatuajes.
—Cuéntame qué pasó anoche —repite, y esta vez hay magia detrás de sus
palabras.
Me estremezco cuando me apresa y, al instante, me arrepiento de haberlo
provocado.
—Nada.
Empiezo a sentir presión en la tráquea.
—Mi magia parece no estar de acuerdo —dice el Negociador.
Me entran ganas de soltar un quejido.
—¿Qué más quieres que te diga? Después de que te fueras, limpié la casa,
pasé unas horas con una amiga y me acosté temprano. Cuando me desperté,
encontré mi dormitorio exactamente como lo has visto.
Des continúa removiendo su café.
—Mi magia no te está liberando, así que podrías intentar pensar un poco
más.
Lo miro entrecerrando los ojos.
Enarca una ceja.
—O puedes asfixiarte lentamente. Es tu decisión.
—No sé lo que quieres que diga —jadeo—. Vi la televisión, me fui a
dormir y me desperté en una cama hecha trizas.
Sigo sin notar ningún alivio. Y ahora me siento como uno más de los
clientes del Negociador, retorciéndome bajo su poder.
Toma un sorbo de café.
—¿Qué pasó entre que te acostaste y te despertaste?
Le dedico una mirada desconcertada.
—Dormí.
La magia ejerce presión contra mi pecho.
—¿A pierna suelta? ¿De forma intermitente? —me sondea—. ¿Tuviste
pesadillas?
Recuerdo la tormenta que sacudió la casa y el gemido del viento que
invadió mi sueño.
—Soñé —le digo.
¿Siento un poco menos de presión en el pecho?
—¿El qué? —me presiona Des.
Intento recordar. Está fuera de mi alcance.
—¿Desde cuándo lees los sueños? —pregunto.
—Desde siempre. Soy el Rey de la Noche. Gobierno sobre todo lo que
esta abarca, incluidos los sueños.
Eso tiene cierto sentido.
Agarro mi bebida y la miro fijamente, sacudiendo la cabeza.
—No sé. Esos niños a los que conocí estaban allí, reteniéndome. Y había
una voz, una voz masculina.
—¿Qué dijo?
Déjame entrar, sirena… Te daré alas para volar. Solo abre la puerta y
separa tus bonitos muslos.
Me arden las mejillas.
Dios.
—¿Qué dijo la voz? —pregunta Des.
—No voy a repetirlo en público.
El rey fae parece intrigado.
Ahora que recuerdo el sueño, la magia se intensifica, como si supiera que
estoy reteniendo la información deliberadamente.
Como sigo sin responder, me recorre con la mirada.
—¿De verdad vas a aguantar, cariño?
No por mucho tiempo, la magia me está quitando la vida.
—En público, no. —Prácticamente, estoy rogando.
El Negociador me estudia un momento más. Chasquea los dedos y el
ruido a nuestro alrededor disminuye, amortiguado.
—Esta es toda la privacidad que vas a tener.
Es suficiente. Bueno, para ser sincera, no es suficiente, no es que quiera
confesarle el contenido de mis sueños a Des, pero ya admití que quiero
tener bebés con él, así que en realidad no me queda orgullo que proteger.
Bajo la mirada hacia mi bebida.
—Dijo: «Déjame entrar, sirena… Te daré alas para volar. Solo abre la
puerta y separa tus bonitos muslos».
La presión que sentía en el pecho desaparece.
Por fin.
A nuestro alrededor, el ruido se intensifica una vez más.
Frente a mí, las sombras de Des han vuelto. Qué hombre tan
temperamental.
—¿No viste quién hablaba? —me pregunta.
Niego y tomo un sorbo de mi bebida.
Dejo la taza en la mesa con cautela.
—¿De verdad te estás tomando en serio mi sueño? —pregunto.
Des se pasa el pulgar por el labio inferior.
—Tal vez —dice distraídamente—. En el Otro Mundo, los sueños nunca
son solo sueños. Son otro tipo de realidad.
Me concedo un tiempo para asimilar eso.
—¿Crees… que algo del Otro Mundo me visitó anoche?
—No lo sé.
Podría tener un acosador fae.
Uno que puede colarse en mis sueños.
Me siento muy sucia . Sucia y vulnerable. Hay por ahí alguna criatura
capaz de manipular mi mente y no puedo hacer nada para detenerla. Creía
que quedarme en mi casa me ofrecería alguna medida extra de protección,
pero no fue así.
—¿Crees que esto tiene algo que ver con las desapariciones? —pregunto
ahora.
Estoy sentada en el sofá del Negociador, observándolo mientras camina
de un lado a otro por el salón, con los brazos detrás de la espalda.
Mira en mi dirección y, con el ceño fruncido, asiente con brusquedad.
Pues vaya mierda.
¿Cómo llamaron esos niños al hombre misterioso? El Ladrón de almas.
No es exactamente el tipo de nombre que transmite calidez.
¿Cuántas veces nos hemos enfrentado Temper y yo a una situación
similar? ¿Cuántos delincuentes nos han amenazado a lo largo de los años?
Incontables. Y cuando sucedía, la única forma de garantizar nuestra
seguridad era atrapar al malo antes de que él nos atrapara a nosotras.
Respiro hondo.
—Quiero ayudarte a resolver este caso. No solo a entrevistar a los
sirvientes, sino a resolverlo de verdad.
Antes de que mi acosador cumpla sus promesas .
Des deja de pasearse.
—¿Quieres ayudarnos a mí y a mi gente? —Me lanza una mirada
extrañada.
Me remuevo un poco en su sofá, inquieta por la extraña intensidad de su
mirada.
—Eso no es lo que he dicho.
Se acerca más a mí e inclina la cabeza como si pudiera adivinar mis
secretos a partir de mi expresión.
—Pero tienes la intención de hacerlo. —Llega al sofá y me mira—. Si me
ayudas más de lo que ya lo has hecho, te pondrás en peligro, un peligro del
que ni siquiera mi protección podría salvarte. Podemos encontrar otras
formas de que pagues tus deudas.
—No se trata de mis deudas —digo.
Su mirada se vuelve más profunda. Casi a regañadientes, aparta la mirada
de la mía y se frota la barbilla. Sus sombras me envuelven las piernas con
cariño.
—Debería negarme —reflexiona en voz alta—. Hay muchas razones por
las que debería decir que no. —Sus ojos se deslizan hacia los míos—.
Incluso conociendo el peligro, ¿todavía quieres ayudarme? —me pregunta.
Dudo y luego asiento, apretando los muslos.
¿Estoy asustada? Por supuesto. Pero en el pasado, eso nunca me ha
impedido aceptar un caso.
—Muy bien, querubín, resolveremos esto. Juntos.
17
Marzo, hace siete años

Mi padrastro está vivo .


Lo miro horrorizada mientras levanta su cuerpo ensangrentado del suelo;
la sangre aún brota a borbotones de la herida que tiene en el cuello.
Lo sabía. Sabía que volvería.
Hugh Anders era demasiado grande, demasiado terrible, demasiado
poderoso para ser asesinado.
Tropiezo hacia atrás cuando sus ojos me enfocan y veo que están repletos
de rabia asesina. Nunca me miró así cuando estaba vivo. En aquel entonces,
su mirada enfermiza era de otro tipo.
Pero ahora que lo he matado, las cosas son un poco diferentes.
—No —susurro.
Estoy cubierta de sangre y sigo alejándome de él. El talón me resbala en
un charco rojo y pierdo el equilibrio.
Lo primero que impacta contra el suelo es mi codo, el golpe hace que me
rechinen los dientes.
El monstruo está vivo .
No se ha acabado. Nunca acabará. Me ha estado matando lentamente
desde que tenía doce años. Solo está aquí para rematar el trabajo.
Camina hacia mí. La sangre le sigue brotando de la herida del cuello.
Retrocedo a toda prisa mientras sigue acercándose.
—¿Creías que podrías matarme? —pregunta—. ¿A mí?
Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios .
Me va a poner las manos encima. Nunca voy a escapar de esta casa.
Oigo tambores de fondo. O tal vez sea mi pulso.
Me alcanza.
El ruido pulula a mi alrededor. Más fuerte, más fuerte, más fuerte. Es lo
único que escucho.
Y entonces estalla.
—Callie, Callie, Callie —dice—. Callie, Callie, Callie… ¡ Callie,
despierta!
Jadeo y abro los ojos de golpe.
El Negociador me mira desde arriba. Parece medio loco, aprieta la
mandíbula con una fuerza que debería ser imposible y su ceño fruncido
sobre su mirada salvaje. El cabello pálido le cuelga suelto alrededor de la
cara.
Respiro de forma temblorosa mientras me limpio la humedad de las
mejillas.
Una pesadilla. Solo ha sido una pesadilla.
Des me agarra la parte superior de los brazos y yo extiendo la mano y
aprieto sus duros antebrazos, solo para asegurarme de que es real.
Me cuesta respirar.
Nos sostenemos la mirada. Lo está viendo todo, todas esas cosas oscuras
que encierro durante el día, en plena noche, escapan.
Odio que esté viendo lo mucho que me asusta mi pasado.
Pero en su expresión, yo también veo cosas que no debería ver. Como el
miedo, la preocupación. En este momento, Des es sentimiento en carne
viva.
—Ya no está, Callie —dice el Negociador—. Se ha ido y no va a volver.
No me molesto en preguntar cómo lo sabe. Me limito a asentir. Es el tema
sobre el que no hablamos.
De repente, soy plenamente consciente. La mayor parte del cuerpo de Des
está en mi cama y nuestras manos están una sobre la otra. Si fuera cualquier
otra persona, su presencia me asustaría muchísimo.
Pero Des es… Des es mi luz de luna.
Una brisa fría me pone la piel de gallina y miro a su espalda, hacia la
ventana sobre mi escritorio. Solo unos pocos pedazos irregulares de cristal
siguen en el marco. El resto de fragmentos están esparcidos por el suelo.
Parpadeo un par de veces, luego me vuelvo hacia el Negociador.
Él mueve una mano en dirección al desorden y los fragmentos de cristal
se elevan en el aire. Pedazo a pedazo, vuelven a unirse hasta que el cristal
está completo una vez más.
—He usado la ventana.
—¿Has volado ? —pregunto, escéptica y un poco curiosa. Nunca he visto
cómo son sus alas.
Un leve asentimiento por su parte.
—No te despertabas —dice, y escucho un rastro de preocupación en su
voz.
No suelo despertarme. No cuando estoy tan perdida en mis pesadillas.
Tengo que dejar que sigan su curso.
—¿Cómo lo has sabido? —pregunto—. Lo de la pesadilla, quiero decir.
Todavía está examinándome el rostro, como si estuviera intentando
asegurarse de que estoy bien.
—Eso no importa. —Me suelta los brazos—. Échate a un lado.
Lo hago y él se acomoda junto a mí, con la espalda apoyada en el
cabecero.
—Ese tío era un verdadero capullo, ¿no?
Sé que se refiere a mi padre.
Tenso la mandíbula y asiento.
Juro que las sombras de la habitación se hacen más profundas, y recuerdo
de nuevo quién está a mi lado, acaparando toda la habitación desde el
colchón. Durante varios segundos, permanecemos en silencio mientras la
oscuridad reclama mi dormitorio.
Tengo el pulso acelerado, en parte por el recuerdo de mi sueño y en parte
porque Des ha aparecido de la nada como una especie de salvador oscuro.
Y ahora está al borde de… algo. Ira, locura, venganza… a estas alturas,
sigue costándome leer a este hombre.
—Puedes estar tranquila, querubín —dice. Luego, más suave, añade—:
No dejaré que nadie más te haga daño. —La violencia que tiñe su voz… es
otro recordatorio de lo feroz que puede llegar a ser y de que se ha ganado
con creces su reputación.
—¿Te… te quedas? —pregunto, apartándome algunos mechones sudados
de la cara.
Hace solo un par de semanas, tenía bastante claro que no se quedaría a
dormir.
Se queda callado durante tanto tiempo que asumo que no va a
responderme.
—Sí —dice por fin—, me quedo.
Presente

—Entonces, ¿cuál es nuestro próximo movimiento? —pregunto mientras


recorro con los ojos las fotos que el Negociador tiene enmarcadas en el
salón.
Des se sienta a mi lado en el sofá y se pellizca el labio.
—Mañana me gustaría enseñarte a las guerreras durmientes.
Un escalofrío involuntario me recorre. Solo porque haya aceptado ser
parte de esto no significa que me emocione volver al reino de Des. Pero
quedarme sentada y dejar que alguien juegue conmigo mientras duermo
tampoco es una buena opción, así que…
—¿Crees que ver a esas mujeres nos ayudará a descubrir qué está
pasando? —pregunto.
Él me mira los labios.
—No —dice, seco—, pero te las enseñaré de todos modos.
Echo un vistazo a nuestro alrededor, a la sala de estar.
—¿Y después de eso?
Curva la comisura de la boca hacia arriba.
—Te dejaré mis notas sobre el caso para que las leas y procederemos a
partir de ahí. Aparte de eso, pagarás tu deuda y te sentirás como en casa.
Atrapada en la telaraña. ¿No es esto lo que sentí la última vez que Des me
trajo aquí? Que todo lo que me sucedía despertaba algún interés en él y no
tenía esperanzas de saber qué era.
Esa extraña belleza feérica suya me devuelve la mirada sin
remordimientos. Pertenece a una raza de seres que matan con salvajismo,
con brutalidad . Obligarme a vivir bajo su techo y jugar a sus juegos día
tras día no es particularmente cruel ni está demasiado fuera de lugar.
—¿Tengo que dormir literalmente dentro de tu casa todas las noches?
—No te preocupes por eso, querubín.
Me rio, aunque no me hace gracia.
—Eso no es una respuesta, Des. ¿Qué pasa si salgo de tu casa para pasar
la noche con un amigo? ¿Voy a morir en el acto?
—¿Un amigo? —pregunta en tono burlón—. ¿Así es como llamas a tus
hombres? ¿Amigos?
¿Tus hombres?
La única razón por la que no me he lanzado hacia el otro lado del sofá
para estrangularlo es porque, como hace unas horas, detecto celos en su
voz, y eso me desconcierta.
Entrecierro los ojos al mirarlo.
—Joder, pues sí que estás presuponiendo cosas —le digo—. Estaba
hablando de Temper, mi amiga completamente platónica , idiota. —Ella y
yo celebramos fiestas de pijamas de vez en cuando. Que nos demanden por
no querer crecer.
Curva la comisura de la boca hacia arriba.
—No morirás en el acto. Mi magia entiende de matices.
A juzgar por lo extrañamente molesto que estaba hace un momento,
apuesto a que mis hombres no están incluidos en esos matices.
El corazón me empieza a latir con fuerza cuando la realidad de mi
situación cala en mi cerebro.
Vivo con el Negociador .
¿Cómo va a funcionar esto, en el sentido práctico? ¿Qué pasa si tardo
años en pagar mi deuda? ¿Qué pasa si tengo que ver a Des salir con otras
mujeres? ¿Qué pasa si yo salgo con otros hombres?
Vivir juntos va a ser terrible .
Terrible. Terrible. Terrible.

Vuelvo a mi habitación y saco el teléfono que me he acordado de coger


antes de salir de mi casa con Des. Me desplazo hacia abajo por la pantalla
hasta dar con el número de Temper.
Teniendo en cuenta que ahora vivo temporalmente en una isla, tengo que
poner todo en orden, es decir, tengo que advertir a Temper de que no iré a
trabajar durante un tiempo.
No pienso demasiado en cuánto tiempo podría ser en realidad.
Sabías que este día llegaría , me regaño.
Estaba preparada para la posibilidad de tener que dejar Investigaciones de
la Costa Oeste mientras pagaba mi deuda con el Negociador. Eso reduce mi
tristeza.
—Hola, zorra —responde—. ¿Cómo estás?
Nos hemos estado mandando mensajes todo el día, así que sabe que estoy
vivita y coleando y a salvo de las garras de la Politia. Pero todavía no sabe
que ahora vivo con Des, en gran parte porque soy una gallina y no sabía
cómo darle la noticia.
—Hola, Temper. —Me froto la frente mientras intento mantener un tono
de voz ligero.
—Tía, te has perdido un buen día. ¿Sabes ese cliente de los cien mil que
llamó preguntando por ti? Bueno, hoy ha venido, y madre del amor
hermoso, ese hijo de puta está buenísimo. No lleva anillo, así que está libre.
Me muerdo la uña del pulgar. Es la transición perfecta y, aun así, no la
interrumpo.
—Tienes que salir de la lista de personas buscadas —continúa—, porque,
basándome en que no deja de preguntar por ti, empiezo a pensar que le
interesa mezclar un poco de placer con el trabajo. Y chica, hay que estar
muerta para no querer tirárselo.
—Deberías llevártelo a la cama —digo, y luego me estremezco.
Ella resopla.
—Tía, si hubiera estado dispuesto, el trato ya estaría sellado y firmado.
Estaba empecinado en trabajar contigo.
—Sobre eso… —Tomo una profunda bocanada de aire—. Voy a tener que
pillarme una baja.
—¿Y desde cuándo eso es una novedad? —pregunta Temper.
Aparto el teléfono y me quedo mirándolo un momento. Esa no es la
respuesta que me había imaginado.
—Nena, estás en la lista de personas más buscadas —continúa—. Lo
entiendo. Me he hecho cargo de tus casos hasta que puedas volver.
Me desplomo contra la pared más cercana. La lista de los más buscados.
Por supuesto.
—Temper, te quiero.
—Por supuesto que sí. Yo también te quiero, sexy. Pero —puedo
escucharla arrastrando los pies por su despacho— sigo pensando que
deberías ponerte en contacto con este cliente. ¿Quieres que te dé su
número…?
—No —me apresuro a decir. No quiero preocuparme por los clientes con
todo lo demás que tengo encima.
—Tienes razón —casi puedo verla asintiendo para sí misma—, es
demasiado peligroso. Podría delatarte.
No me molesto en mencionar que esta llamada también puede ser
rastreada. Son cosas de las que tanto Temper como yo somos muy
conscientes. La cuestión es que, cuando tienes poderes como los nuestros,
lidiar con molestias como los registros telefónicos es un juego de niños.
—Temper —digo en voz baja y un poco ronca—, puede que esté fuera
mucho tiempo.
—No lo estarás. Ya estoy trabajando para limpiar tu nombre, y cuando
vuelva Eli, me aseguraré de que, independientemente de los hilos que haya
movido, se retracte .
Me estremezco al oír la amenaza que desprende su voz.
—Temper, no es solo la lista de más buscados. Ojalá fuera solo eso… —
Reúno el valor necesario. Ahora viene la parte difícil—. Tal vez tengas que
encontrar a alguien que me reemplace.
La línea se queda en silencio durante varios segundos.
—No.
El tono de Temper hace que se me ponga la piel de gallina en los brazos.
Sé que, si estuviera en su despacho, el lugar temblaría junto con ella. Esto
no es más que un atisbo de su magnífico y malévolo poder.
—Está bien, está bien —digo, echándome atrás—. No tienes que buscar a
nadie más, pero el tema es que… el Negociador me ha reclutado para
ayudarlo con una serie de desapariciones en el Otro Mundo y, mientras lo
estemos investigando, me quedaré con él.
Silencio. Pero esta vez, cuando la línea se queda en silencio, no parece
siniestro como hace unos momentos. Parece… una crítica.
—¿Qué? —pregunto por fin.
—Nada.
Pongo los ojos en blanco.
—Escúpelo.
—Nada.
Espero.
Se aclara la garganta.
—¿Resulta que ahora duermes en casa del Negociador?
—¡No por elección propia!
—Mmm.
—Dios mío, Temper…
—Perra, las cosas claras: ¿te has pillado por ese tío? ¿De eso va todo
esto? —pregunta.
—No, no, no es eso. Esto es estrictamente profesional.
Mentirosa.
Resopla, detectando mi mentira.
—¿Él lo sabe?
—Mmm… —La verdad es que no sé cómo se siente el Negociador.
—De acuerdo, nena, vamos a reorganizarnos para un baño de realidad:
eres una sirena con un cuerpazo de infarto. Él es un mal tipo, de la clase con
quien se tienen pesadillas. Quiere tu cuerpo. Joder, hasta yo quiero tu
cuerpo y soy hetero como la que más. Así que, si te quedas allí, ya sabes lo
que va a pasar, yo sé lo que va a pasar, Jesucristo negro sabe lo que va a
pasar y, lo más importante, el Negociador sabe lo que va a pasar: vais a
echar un polvo…
—Temper —protesto.
—No intentes fingir que no es verdad. Y en cuanto a tu baja, no dejaré
que nadie ocupe tu puesto. Haz lo que tengas que hacer para salir de allí o
me encargaré yo misma .

Por la noche, me siento con Des en su comedor mientras las palabras de


Temper resuenan en mi mente. Podría ser lo bastante poderosa como para
enfrentarse al Negociador, y eso me asusta.
Tal vez debería ceder a sus desafíos… De esa forma, me desharía de las
cuentas más deprisa. Y, físicamente, me divertiría. Ah, sí, me lo pasaría
muy bien. Con Des, no me da miedo de intimar. Tengo miedo de la caída
que seguramente vendrá a continuación.
Al otro lado de la mesa llena de comida para llevar, está recostado en su
silla, con las piernas abiertas; su rostro, la viva imagen de la belleza
insolente. Esta es su mirada taciturna y majestuosa. Lo único que le falta es
su corona.
Paseo la mirada a nuestro alrededor. El comedor formal de Des casi
parece sacado de una fantasía. Talladas en los respaldos de las sillas hay
todo tipo de escenas de lo que solo puedo suponer que son cuentos de
hadas. Sobre nosotros, hay velas parpadeando en un candelabro de bronce
martillado y en las paredes cuelgan pinturas con escenas de un jardín
iluminado por la luna.
Es difícil imaginar que este hombre, este matón, le encargara a alguien
que diseñara su comedor así. Parece que han explotado ovarios por todas
partes. Ovarios elegantes y sofisticados, pero ovarios al fin y al cabo.
Sentada con los talones sobre la mesa, cojo una caja de lo mein. Sumerjo
los palillos y saco varios fideos con destreza.
Hago una pausa, a mitad de un bocado, cuando me doy cuenta de que Des
se limita a mirarme con expresión fascinada.
—¿Qué? —Me miro el pecho, solo para asegurarme de que no me he
tirado la comida encima.
Pedir un poco de comida china ha sido idea del Negociador, pero no ha
tocado su comida desde que nos hemos sentado.
—Has cambiado.
Sí que he cambiado, ¿verdad? En algún momento, me he endurecido un
poco más. Tal vez fuera el abandono de Des, tal vez fuera mi trabajo, tal vez
fuera el mero hecho de haber crecido.
Lo miro.
—¿Debería sentirme ofendida?
—Para nada, querubín. Todas las versiones de ti me resultan bastante…
intrigantes.
Intrigante. Es una forma de decirlo.
Enarco las cejas mientras vuelvo a sumergir los palillos en la caja.
—Tú no has cambiado mucho —digo.
—¿Debería sentirme ofendido? —Des se hace eco de mis palabras, su voz
más ronca que de costumbre.
Dejo la caja blanca y aparto de mí lo que queda de comida.
—No —digo.
Él no debería ofenderse, pero yo debería estar preocupada. Las mismas
cosas que me hicieron enamorarme de él hace tanto tiempo están volviendo
a afectarme.
—Mmm —dice, sosteniéndome la mirada durante varios segundos.
Luego, con un movimiento de la mano, los cartones de comida para llevar
desaparecen de la mesa de madera oscura.
—¿No querías nada? —pregunto.
—No tengo hambre.
Entonces, ¿por qué está aquí conmigo?
—No tenías que sentarte conmigo —le digo—. Ya no soy una adolescente
necesitada.
Me estremezco al pensar en esa chica que fue tan descuidada como para
coleccionar cuentas del Negociador solo para pasar unas horas con él.
—Créeme, lo sé.
El silencio cae con densidad sobre nosotros. En el pasado, nunca fue así.
En aquel entonces, el silencio siempre era cómodo. Joder, había noches en
las que le pedía que se quedara y no hablábamos en absoluto.
Pero ahora, ambos tenemos un montón de asuntos sin resolver.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunto por fin.
Cualquier cosa para quitarme este peso de encima.
El Negociador cruza sus musculosos brazos sobre el pecho.
—Estás pagando tus deudas.
—Basta, Des —le digo—. Tú y yo sabemos que no me refería a eso.
Anoche, ibas a decírmelo.
Se inclina hacia delante y apoya los antebrazos en el borde de la mesa.
—Pero solo si te quedabas, Callie. No te quedaste.
—Podría decir lo mismo de ti. —Tantos años perdidos—. ¿Te gusto
siquiera?
—Te he besado, te he suplicado que te quedes conmigo, he pasado la
mayor parte de la última semana contigo. ¿A ti qué te parece? —me dice
con suavidad.
¿Cómo es que una respuesta puede llegar a ser todo lo que quiero
escuchar… y al mismo tiempo hacer que me den ganas de tirarme de los
pelos?
—¿Que qué me parece? —digo, bajando las piernas de la mesa para poder
inclinarme hacia delante—. No importa lo que me parezca a mí. Eso es lo
único que he estado haciendo durante los últimos siete años: pensar en lo
que salió mal. Estoy harta de intentar descifrarte.
Des se pone de pie, elevándose sobre mí incluso desde el otro lado de la
mesa. Apoya las manos sobre la superficie plana.
—Hay algo, Callie, que nunca me has preguntado: cómo me siento acerca
de nuestros siete años separados.
¿¡Cómo se atreve! ?
—Eso es exactamente lo que te he estado preguntando —digo.
—No, has intentado averiguar por qué me fui. No có mo me sentí.
Solo un hada haría ese tipo de distinción. Y, por mi parte, siempre he
supuesto que el cómo se sentía estaba relacionado con el por qué se fue.
—Pregúntamelo, Callie —dice en voz baja, una súplica en sus ojos
luminosos.
El mero hecho de mirarlo… Es difícil no dejarse atrapar por la ferocidad
de su belleza y su voz aterciopelada. Todo me resulta dolorosamente
familiar.
Y ahora está intentando deconstruir nuestro pasado y convertirlo en algo
que no fue. Y soy lo bastante tonta como para permitir que suceda.
No puedo creer que esté a punto de decir esto.
—¿Cómo te sentiste al dejarme? —pregunto.
Me sostiene la mirada.
—Como si el alma se me partiera en dos.
Me quedo inmóvil.
¿Habla en serio?
Siento que mi mundo se está derrumbando.
—¿Y los siete años siguientes? —susurro.
Me mira fijamente, con firmeza.
—Han sido una pesadilla.
Está asestando martillazos al muro que he construido alrededor de mi
corazón y lo está derribando sistemáticamente. Y quiero que lo haga.
Si lo que dice es cierto, entonces a lo mejor quiero que supere todas mis
defensas.
Según su propia admisión, suena a que lo ha pasado peor que yo.
—Si tan malo ha sido, ¿por qué no volviste? —pregunto en tono
suplicante.
El Negociador abre la boca y creo que me va a responder, pero no lo hace.
—¿Verdad o reto?
Tiene que estar de broma.
—¿En serio, Des?
Justo cuando empezamos a eliminar las ambigüedades de nuestra relación,
él se detiene en seco.
—Haz esto por mí y te daré algo a cambio.
—De acuerdo —le digo con una mirada desafiante—. Reto.
Curva los labios en una sonrisa satisfecha, saboreando mi respuesta.
—Hazme algo que siempre me hayas querido hacer.
Vaya mierda.
Esto es lo que me pasa por desafiar al Rey de la Noche.
Trago saliva.
Hay muchas respuestas inapropiadas para esa orden, porque siempre ha
habido una lista interminable de cosas que he querido hacer con Des.
Des espera, con los brazos colgando a los costados.
Con cautela, avanzo por el comedor, su magia me obliga a seguir
adelante.
Esto va a ser vergonzoso.
Me detengo frente a él. Cuando levanto la cabeza, veo que muestra una
expresión seria.
Bajo la mirada hasta su mandíbula. Esa mandíbula fuerte y afilada que
tiene. Con cuidado, le rodeo el cuello con un brazo y acerco su rostro hacia
mí. Él se inclina para complacerme.
Nuestros ojos se encuentran un instante, los suyos brillan mientras me
mira.
Siento que esto es demasiado sincero. Como si las deudas no nos
obligaran. Como si, en este momento, fuera algo más que su cliente.
No quería dejarme hace siete años .
Con suavidad, le rozo esa mandíbula suya tan definida con un beso.
Te perdono por romperme el corazón , pienso mientras lo beso.
Le inclino la cara hacia un lado y deposito otro beso en su mandíbula.
Todavía te deseo .
Otro beso.
Creo que siempre lo haré .
Des se queda quieto, permitiendo que le deje un rastro de besos a lo largo
de la mandíbula.
Tocarlo, besarlo, me pone la piel de gallina. Me siento como si hubiera
una tormenta en el horizonte, como si se avecinara algo grande e imparable.
Algo que nos arrastrará a ambos. Y santo Dios, quiero que me arrastre.
La magia del Negociador continúa presionando contra mi piel. Le doy un
mordisquito en la oreja, ganándome un gemido bajo por parte de Des.
Desplazo la boca por la fuerte columna de su garganta, la sirena despierta
dentro de mí. Arrastro el cuello de su camiseta hacia abajo y toco con la
lengua el hueco que tiene en la base de la garganta.
La magia se disipa.
Parpadeo varias veces, como si despertara de un sueño. Mi boca todavía
se cierne sobre su piel. Haciendo un esfuerzo, me enderezo y le suelto la
camiseta.
—¿Siempre has querido hacerme eso? —pregunta Des con brusquedad.
Sacudiéndome de encima los últimos restos de aturdimiento, asiento. Él
frunce el ceño, en su boca hay un rictus adusto.
—Desde que tenía dieciséis años.
En ese entonces, quería besarlo por toda la mandíbula y el cuello porque
parecía romántico, erótico. Para una adolescente que quería una relación
pero le tenía miedo al sexo, besar ahí a un hombre parecía un buen
compromiso.
Des me cubre la mano con la suya y la sostiene contra su cuello, las fosas
nasales le aletean por culpa de una fuerte emoción.
—Hazlo otra vez —dice.
Enarco las cejas. Entonces, ¿no estaba solo en mi cabeza? ¿Des también
ha sentido esa chispa entre nosotros?
Retiro la mano de debajo de la suya para inclinarle la mandíbula en mi
dirección. Una vez más, le rozo la piel con los labios.
Ha agonizado durante nuestro tiempo separados.
Ha dicho que lo ha considerado una pesadilla. Y le creo.
Pero ¿dónde nos deja eso? ¿Qué significa todo esto?
Desplazo la boca por su cuello una vez más.
Des no se mueve ni un ápice, como si el más mínimo movimiento fuera a
asustarme. Y ahora, por primera vez, me pregunto si en algún momento se
ha sentido inseguro acerca de mis sentimientos por él. Siempre he supuesto
que eran obvios, pero es como si los dos nos hubiésemos abstenido de dar el
paso que expondría nuestros verdaderos sentimientos.
Siempre he supuesto que era porque no sentía nada por mí. Ya no estoy
segura de que eso sea cierto.
Le acaricio la piel de la mejilla con el pulgar mientras lo beso.
Y ahora nos tenemos miedo el uno al otro. Eso es lo que sentimos ambos.
Miedo de tener esperanza cuando lo único que ha hecho por nosotros ha
sido rompernos. Miedo de conseguir exactamente lo que queremos.
Podría estar equivocada, puede que, en realidad, Des no esté interesado en
mí a pesar de todas las señales. Pero voy a dejar de negar esa posibilidad. Y
voy a dejar de negar mis propios sentimientos.
Así que, después de terminar de besarlo en la garganta, alcanzo el borde
de su camiseta.
Las manos del Negociador me agarran la parte superior de los brazos y
puedo sentir su mirada acalorada y curiosa sobre mí, pero la ignoro.
No lo pienses demasiado.
Le levanto la camiseta y me alejo solo para ayudarlo a quitársela.
Paseo la mirada por su pecho esculpido. Le paso los dedos por el hombro,
donde sus tatuajes empiezan a desvanecerse. Flexiona los músculos bajo mi
roce.
Deslizo las manos sobre sus pectorales hasta sus duros abdominales.
Antes, me he equivocado al decir que no ha cambiado. Cuando era una
adolescente, nunca me habría dejado tocarlo así.
Apoyo los labios entre sus clavículas y empiezo a dejar un rastro de besos
por su esternón.
Me arriesgo a mirarlo.
Des me está mirando… Me está mirando como si yo personalmente
hubiera colgado todas las estrellas en el cielo. Un segundo después, cierra
los ojos.
—Callie…
A nuestro alrededor, la habitación se oscurece. ¿Cuánto más puedo
llevarlo hasta el límite antes de que le salgan las alas? Mejor dicho: ¿hasta
dónde puedo llevar esto antes de que aparezca la sirena? Ya la siento
exigiendo unirse a nosotros. O acelerará todo esto al máximo o cumplirá su
anterior amenaza de hacer esperar a Des.
—Dime lo que estás pensando —suspiro.
—Tengo miedo de que pares si hago algo. —Lo veo tragar saliva—. No
quiero que pares.
Me detengo para dedicarle una sonrisa tímida, genuina.
—No lo haré —digo, reforzando mis palabras con un beso en su esternón.
Se le escapa un siseo.
—Sigue haciendo eso y me cobraré más favores.
Se me ilumina la piel. La sonrisa malvada que se extiende por mi boca es
toda de la sirena.
—Dime —digo mientras el glamour toma el control de mi voz—, ¿has
estado pensando en lo que te dije? —Jugueteo con el botón superior de los
pantalones de Des y le paso una mano por la ingle—. En todos esos oscuros
deseos que te habría concedido con gusto .
—He pensado en ello —admite. Me acaricia la cara, parte de la pasión
que veo en sus ojos se convierte en algo… más dulce—. Lo siento, sirena.
Tuve que dejarte, aunque no quería hacerlo.
Frunzo el ceño mientras le desabotono la parte superior de los pantalones,
la sirena en mí no está del todo segura de cómo procesar esas palabras. El
resto de mí sabe que está siendo sincero.
De verdad que no quería dejarme.
Eso lo cambia todo.
Me agarra la mano justo cuando empiezo a bajarle los pantalones.
—Así no —dice en voz baja.
—¿Sigues resistiéndote a mí? —digo.
—Sigo conteniéndome por ti —corrige. Me roza el pómulo con el pulgar.
Sus palabras asestan otro golpe a mi muro. Lo está derrumbando sin
piedad.
—Ahora —continúa—, querubín, me toca a mí hacer algo que siempre he
querido hacer contigo —dice.
Se me ilumina la piel al oír eso.
Me toma en brazos y, todavía sin camiseta, me lleva por la casa. Continúo
besándole la parte inferior de la mandíbula, la sirena está impaciente. Muy,
muy impaciente.
Él gime.
—Nunca me había dado cuenta de lo bien que se siente. Por favor… ten
un poco de piedad.
Mi aliento se dispersa contra su piel e ignoro su súplica para seguir
besándolo, mi sangre se estremece ante su reacción.
Un momento después, sus alas hacen acto de presencia. Se expanden, solo
para curvarse a nuestro alrededor. Extiendo la mano y le acaricio una.
—Jesús…
Nunca pensé que Des se derretiría bajo mis caricias. Es algo a lo que
podría acostumbrarme.
Al entrar en su habitación, coloca las alas hacia atrás para poder
tumbarme en su cama. Se aleja y cierra los ojos.
Me incorporo sobre los antebrazos, tratando de averiguar qué está
tramando.
Un segundo después, las alas de Des desaparecen. Solo entonces se une a
mí en la cama, apoyándose contra el cabecero y tirando de mí para
colocarme contra él. Acomodo la cabeza en uno de sus pectorales
esculpidos y la respiración se me acelera. Incluso la sirena de mi interior se
deja llevar por la situación. Está acostumbrada a dirigir el espectáculo, pero
ahora mismo quiere ser seducida, en lugar de seducir.
Él me sostiene la mirada, con una chispa astuta en los ojos.
—¿Cómoda, amor?
Amor .
Eso es nuevo.
Sonrío como una idiota muy a mi pesar.
No estoy segura de cuál será su próximo movimiento hasta que un portátil
entra flotando por la puerta y aterriza con cuidado sobre su estómago.
Me quedo con la boca abierta cuando me doy cuenta de lo que está
pasando, siento el pulso en la garganta.
Nuestras noches de cine. En la academia, solíamos hacer esto a todas
horas.
Des abre el portátil y selecciona Harry Potter y las reliquias de la muerte:
parte 1 .
—Nunca llegamos a terminarlas juntos, así que… He pensado que
podríamos ver las dos últimas películas.
¿Esto es lo que siempre ha querido hacer conmigo?
Se me cierra la garganta. No me había dado cuenta de que disfrutaba de
nuestras noches de cine tanto como yo.
—La verdad es que me gustaría —digo por fin, porque él está esperando
escuchar algo.
Esboza una pequeña sonrisa, coloca una mano detrás de la cabeza y le da
a reproducir la película. Nos acomodamos como solíamos hacer. Por una
vez, nuestra cercanía, nuestro silencio, me hacen sentir tan cómoda como
hace años.
Dos horas después, las lágrimas corren silenciosamente por mis mejillas
cuando la película termina. Me gotean por la cara y caen sobre el pecho del
Negociador.
Siento que mira hacia mí.
—¿Estás llorando ? —me pregunta.
Se ha descubierto el pastel.
Sorbo por la nariz.
—Dobby era un gran amigo.
El Negociador hace una pausa. Entonces, le empieza a temblar el
estómago. Un segundo después, me doy cuenta de que se está riendo.
Me inclina la cabeza para que lo mire.
—Mierda, querubín, eres demasiado adorable. —Con cuidado, me limpia
las lágrimas con el pulgar.
Adorable. Otro cumplido que me guardo. Más tarde, cuando esté sola, lo
sacaré y lo saborearé.
La mirada de Des cae sobre mi boca y pasa de afectuosa a hambrienta.
Duda, y creo que me va a besar, pero luego clava la mirada en el portátil y
quita la película.
—¿Te sigue apeteciendo ver la segunda? —me pregunta.
Para ser sincera, recostada en mi almohada humana me está entrando
sueño, a pesar de que dicha almohada humana ha mantenido despierta mi
anatomía durante bastante tiempo.
—Sí, quiero verla —miento.
Como si fuera a optar por no participar en esto. Me gustaría ver a alguien
intentando apartarme del cuerpo esculpido de este hombre.
Juro que los ojos del Negociador no se pierden nada mientras me mira.
Sacude la cabeza y pone Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte 2 ,
y yo me vuelvo a acomodar contra su pecho.
Mi mente se distrae al empezar a ver la octava película de Harry Potter.
Aparte de algunos besos intensos y algún toqueteo mínimo, el Negociador
no ha llevado las cosas más lejos conmigo. Y ahora, para mi enorme
disgusto, la verdad es que quiero que lo haga. En especial, si soy sincera
conmigo misma, después de lo que me ha dicho esta noche sobre cómo se
sintió al dejarme.
Como si el alma se me partiera en dos .
Ha admitido sus sentimientos. Me los ha entregado libremente. Sigo
sorprendida por ello. Es algo muy significativo para cualquier hada. Los
secretos son su moneda. Cuantos más tengas, más poderoso eres.
¿Qué hace que un rey fae revele sus secretos?
Solo puedo intentar imaginármelo.
Me acurruco más contra su pecho, y una extraña y ligera emoción se
apodera de mí.
Podría acostumbrarme a esto.
18
Abril, hace siete años

El Negociador y yo nos bajamos del taxi.


—¿Te resulta extraño ir en coche en lugar de volar? —pregunto.
Estamos en otro de sus trabajos. Necesita que alguien pague sus deudas.
—No tan extraño como traerte a ti —dice mientras paga al conductor.
Esta noche seguimos en la Isla de Man, aunque nunca he estado en esta
zona en particular. Creo que estamos en el extremo norte de la isla. Por
aquí, las casas están construidas muy juntas, muchas de ellas con la pintura
descascarillada y las tejas cubiertas de musgo.
—¿Alguna vez vas a enseñarme tus alas? —pregunto, mirándolo mientras
se aleja del taxi y se guarda la cartera en el bolsillo trasero de los
pantalones. Me obligo a apartar la vista de él y de la forma que tiene la ropa
de adherirse a su cuerpo musculoso.
Quién pudiera ser esa camiseta desteñida.
—Confía en mí, no quieres verme las alas —dice, pasando junto a mí por
el camino pavimentado.
—¿Por qué no iba a querer? —pregunto mientras lo sigo, sacando un
macaroon con sabor a pistacho de la bolsa que llevo. Hemos hecho una
parada técnica en el Douglas Café justo antes de esto.
—Hay algo que deberías saber sobre las hadas —dice por encima del
hombro—, nuestras alas solo aparecen cuando queremos pelear o follar.
Teniendo en cuenta la frecuencia y la extensión de las descripciones sobre
las alas de hadas de mis libros de texto, las muy perras deben de perder la
cabeza todo el tiempo.
Pero no Des, por lo que parece. Nunca he visto sus alas. Ni una sola vez.
La buena noticia: hasta ahora no ha querido matarme. La mala noticia:
tampoco ha querido sacudir mi mundo.
Maldita sea.
Lo alcanzo.
—Eres un hada inusualmente bien educada —le digo, y le doy un
mordisco a un macaroon .
Dios mío, estos dulces están buenísimos.
Él arquea una ceja y sus ojos van a la deriva hasta mi boca mientras me
termino el postre.
—No siempre. Dame un par de copas y me convierto en una pesadilla.
—Un par de copas, ¿eh? —digo mientras me sacudo las migajas que se
me han deslizado hasta el pecho.
¿De verdad es lo único que se necesita? Él y yo hemos bebido juntos …
Debe de ver mi interés.
—Querubín, nunca vas a pillarme borracho.
Interrumpimos la conversación cuando nos acercamos a una casa que
parece modesta, la pintura está especialmente descolorida.
Des llama a la puerta.
—¿ Ves? Tienes muy buenos modales para ser un hada —digo a su lado.
Me lanza una mirada de sufrimiento, pero no responde.
Cuando nadie abre la puerta, Des vuelve a llamar.
Y de nuevo, nadie responde.
—Maldito idiota —murmura, retrocediendo.
—No creo que haya nadie…
Des levanta el pie y patea la puerta hasta arrancarla de las bisagras, la
fuerza hace que el metal chirríe.
La sorpresa hace que abra los ojos de par en par cuando la puerta se
estrella contra el interior de la casa.
Cuando se endereza, Des parece la Muerte acudiendo a recoger un alma
nueva mientras se quita pedazos de madera de encima.
—Quédate aquí, querubín.
Siento el corazón en la garganta, pero hago lo que me pide.
El Negociador entra a grandes zancadas, las sombras de la tarde se aferran
a él como volutas de humo.
Desaparece por el pasillo.
Cada segundo de silencio es agonizante. Me como otro macaroon para
distraerme, pero sabe a serrín. De repente, me siento como una tonta
sosteniendo mi bolsa de macaroons , esperando a que el rey matón de las
hadas le haga quién sabe qué a la pobre alma que vive aquí.
No debería estar aquí. Las chicas buenas no hacen esto. Y las chicas
malas… bueno, no soy una de esas, ¿verdad?
Has matado a un hombre. Eres peor que una chica mala.
Se oye un grito desde algún lugar del interior de la casa y me sorprende lo
suficiente como para dejar caer mi bolsa de dulces.
—¡Por favor, no me hagas daño! —suplica un hombre dentro de la casa.
Cuando Des regresa a lo que queda de la puerta principal, arrastra a un
hombre que tiene cogido por la nuca. Las sombras que se aferran a su
cuerpo son más profundas que antes. Me fijo con detenimiento en su
espalda.
Sigue sin haber alas.
—Solo por hacerte el difícil, voy a cobrarte intereses —dice el
Negociador, arrastrándolo por los escalones de la entrada hasta el césped.
—Por favor, por favor, pagaré, dame solo una semana.
—No quiero que me pagues en una semana, quiero que lo hagas ahora. —
Arroja al hombre a la hierba. Por encima del hombro, el Negociador me
dice—: Recoge tu bolsa, querubín. Es de mala educación tirar basura al
suelo.
—Dice el hombre que acaba de destrozar una puerta —murmuro mientras
agarro la bolsa, con la mirada fija en lo que sucede frente a mí.
El Negociador me sonríe.
—Eso no es tirar basura, eso es allanamiento. —Hace una pausa y
escucho una serie de extraños ruidos detrás de mí—. Y ahora ya no lo es.
No necesito mirar para saber que ha arreglado la puerta.
—Presumido —digo, el inicio de una sonrisa formándose en mis labios.
Por segunda vez esta noche, los ojos del Negociador se posan en mi boca.
A su espalda, su cliente tiembla en el suelo, su mirada se encuentra con la
mía.
—Por favor, ayúdame —suplica.
Todo rastro de humor desaparece del rostro de Des cuando se da la vuelta.
El Negociador se coloca frente a mí y juro que la noche se oscurece.
—No deberías haber hecho eso. —Un trueno retumba en la distancia.
Des se acerca al hombre tembloroso, que ahora se aleja de él como un
cangrejo. El Negociador le pone el pie en el pecho.
—Dame el nombre —exige Des.
—N-no sé de lo que estás hablando.
Des evalúa al hombre durante varios segundos y luego asiente.
—Está bien, Stan. Levántate.
No te levantes, Stan, no seas tonto.
Pero el tonto de Stan se levanta, con una chispa de incrédula esperanza en
los ojos. Como si el Negociador fuera a liberar a un hombre de sus deudas.
—Vamos —Des señala con la cabeza un coche destartalado aparcado
frente a la casa—, entra.
Ahora, Stan duda, confundido.
El Negociador ya camina hacia el coche.
—Llaves —exige.
Cuando Stan no se las entrega, salen flotando de su bolsillo por su propia
voluntad. Des las atrapa en el aire.
Golpea el capó del vehículo.
—Entra. Ahora .
—¿Qué estás haciendo? —exige saber Stan. Puedo verle el miedo en los
ojos.
—Vamos a visitar el Otro Mundo. —Des abre la puerta del lado del
conductor—. Y una vez que lleguemos allí, te daré de comer a los hijos de
puta más aterradores que conozco.
Eso es suficiente para doblegar al poderoso Stan. El hombre empieza a
gemir incluso mientras entra en la parte trasera del coche, y su miedo es el
sonido más lamentable del mundo. Hago una mueca. Es como si no hubiera
sabido que llegaría este día cuando compró un favor del Negociador.
Cuando los ojos de Des caen sobre mí, suaviza la mirada.
—Mis disculpas, querubín, por haber estropeado nuestra noche. Te dejaré
en tu residencia. Entra.
Me dirijo al coche y me deslizo en el asiento del copiloto, el interior huele
a humo rancio de cigarrillo.
Desde detrás nos llegan más ruegos.
—Por favor, tú no lo entiendes —dice Stan, inclinándose hacia delante—,
tengo familia.
—Te has separado de tu novia y tienes dos hijos en los que no gastas ni
tiempo ni dinero. Confía en mí, están mejor sin ti. —El Negociador arranca
y empezamos a avanzar por la oscura carretera.
—No quiero morir. —Stan se echa a llorar.
—Entonces, dime lo que necesito saber —dice Des.
—No lo entiendes —se queja Stan—, él hará cosas peores que matarme.
Una vez más, la oscuridad se expande alrededor de Des.
—Sabes quién soy, Stan —dice el Negociador en un tono gélid o—. Mi
reputación me precede. Así que habrás oído hablar de lo que les sucedió a
los clientes que intentaron estafarme antes que tú.
Más sollozos.
—Y pagaron —dice Des en tono siniestro—. Antes de morir, pagaron.
Ay, mierda .
Stan llora con más fuerza, y cuando lo miro por encima del hombro, se le
ha formado una burbuja de moco en una de las fosas nasales.
Esto está mal.
—Por favor —suplica con más suavidad—, por favor. Tengo… Tengo una
familia. Tengo…
Tal vez sea la burbuja de mocos, tal vez sea el hecho de que un hombre
adulto está siendo un cobarde o tal vez sea que tengo que estar sentada en
un coche apestoso y, por lo tanto, no puedo comerme mis macaroons en
paz, pero este hombre me está arruinando la noche al hacerse el difícil.
Llamo a la sirena, un suave brillo corre por mi piel mientras giro el cuerpo
para mirar a Stan.
—Querubín… —advierte Des.
Demasiado tarde.
—Cumple tu juramento con el Negociador y dile lo que necesita saber —
le ordeno, utilizando el glamour con el cliente del Negociador—. Ahora.
Stan emplea varios segundos en luchar contra su boca, pero lo traiciona.
Empieza a llorar incluso mientras habla.
—Le llaman el Ladrón de almas. No conozco su nombre real, ni el
nombre de las personas que le hacen el trabajo sucio.
A mi lado, la boca del Negociador es una línea fina y enfadada.
—Tiene muchos cuerpos y ninguno en absoluto… —Su voz se apaga
entre sollozos. En mitad de ellos, lo escucho murmurar—: Zorra.
Des pisa el freno y el coche patina hasta detenerse. Un momento después,
ha salido del coche y está arrastrando a Stan por el pelo. Lo arrastra hacia la
oscuridad, y por la forma en la que la noche se vuelve más profunda, sé que
se ha escondido en las sombras.
Oigo chillar a Stan y el sonido de la carne golpeando carne. Después, eso
también se vuelve distante.
Por fin se hace el silencio.
Transcurren varios minutos y estoy medio convencida de que el
Negociador se ha olvidado de mí. Pero luego, como salido de la nada, Des
aparece a una docena de metros de distancia del lado del copiloto,
frotándose los nudillos.
—¡Has volado! —exclamo, asombrada. También le ha hecho Dios sabe
qué a Stan, pero no voy a pensar demasiado en eso.
El Negociador no lo mataría. ¿Verdad?
Des no responde a mis palabras y solo cuando se acerca me doy cuenta de
que está enfadado.
Abre mi puerta y me saca del coche para sostenerme cerca de él.
—Nunca vuelvas a hacer eso, querubín. —Tiene la respiración agitada—.
Nunca más.
¿El glamour?
—Pero te he ayudado —digo.
Me aprieta los brazos, un músculo le tiembla en la mejilla.
—Te has puesto una diana en la espalda, joder.
Sigo sin entenderlo.
—Hice lo mismo en Venecia.
—Lo cual también fue problemático —dice—, pero esto es diferente. Has
hecho hablar a un hombre que estaba dispuesto a morir para guardar
silencio. —Deja que eso flote en el aire.
Estaba dispuesto a morir para guardar silencio.
Siento una punzada de miedo. No me he tomado en serio los negocios de
Des. La prueba de ello me sube por la muñeca. Para mí, siempre han sido
juegos. Juegos macabros, violentos, pero juegos, al fin y al cabo.
Y los juegos no son reales.
Pero esto es real, y puesto que he interferido, podría haberle arruinado la
vida a alguien, bueno, habérsela arruinado más de lo que ya estaba.
Des aprieta la mandíbula.
—¿Cuántas chicas pueden hechizar a alguien con glamour? Piénsalo un
segundo.
No lo sé.
Se inclina para acercarse más.
—Muy pocas. —Entrecierra los ojos—. ¿Sabes lo que sucederá si alguien
va tras ese hombre? ¿Ese alguien que no quería que Stan hablara en primer
lugar? Lo torturarán, ¿y qué lealtad te debe Stan? Confesará tan pronto
como pueda, y luego, quienquiera que le haya metido tanto miedo en el
cuerpo, irá a por ti.
Madre mía.
—Puedo hacer que lo olvide —digo, alzando la voz—. Solo tienes que
volver a traérmelo. —Miro por encima del hombro de Des hacia la
oscuridad.
—Hacer que lo olvide no cambiará la situación —dice el Negociador—.
Si la persona equivocada estuviera lo bastante interesada, podría sentir tu
glamour incluso sin la ayuda de los recuerdos de Stan. Y luego podrían
rastrearlo hasta ti.
Siento que mis náuseas aumentan. No solo por mí, sino porque mi
intromisión también podría haber puesto en aprietos a Stan y Des.
Lo peor de todo es que creía que el Negociador se sentiría impresionado,
incluso orgulloso. Que había demostrado que podía serle útil.
Dejo escapar un suspiro tembloroso.
—Lo siento —digo en voz baja.
Los ojos de Des buscan los míos y, poco a poco, su ira se evapora. Me
atrae hacia él y me envuelve en sus brazos.
—No es culpa tuya —dice, desinflado—. No debería haberte traído. He
sido un tonto al dejar que me convencieras.
Me tenso en sus brazos. Aunque eso demuestre lo jodida que estoy, me
gusta ir con él.
—Quiero seguir viniendo contigo —le digo.
—Lo sé, querubín. Pero ninguno de nosotros puede vivir así.
Sus palabras hacen que el corazón me lata más fuerte, aunque no estoy
segura de si siento temor o emoción. Supongo que todo depende de sus
razones.
—¿Así cómo? —pregunto.
Se limita a abrazarme más fuerte.
—Nada. Olvídalo.

Presente
Me despierto casi a oscuras. Una pierna enorme está echada sobre la mía y
un brazo me rodea el abdomen.
Des.
En algún momento durante la última película de Harry Potter, me quedé
dormida en sus brazos, con el cuerpo pegado al suyo. Y en las horas
posteriores, me ha sostenido con fuerza contra su pecho, su cuerpo casi
envolviendo el mío.
Todavía tengo la ropa puesta, y él, la suya y, sin embargo, hay algo en esta
situación que resulta increíblemente íntimo.
Me froto los ojos y, aturdida, echo un vistazo a la habitación en penumbra.
Las sombras de Des acechan en todos los rincones, verlas me hace sentir…
segura.
Empiezo a moverme, solo para que Des me agarre con más fuerza y me
acerque aún más. Dejo escapar un pequeño chillido. En este momento, soy
el osito de peluche de un hombre demasiado grande.
El Negociador se mueve y me acaricia la parte posterior de la cabeza.
—¿Estás despierta? —pregunta, su voz ronca por el sueño.
En lugar de responder, levanto la cabeza y lo miro a los ojos. Ese destello
calculador ha desaparecido, la astucia ha desaparecido. Atrás han quedado
los escudos tras los que se esconde.
En este momento, es solo un hombre cansado y feliz.
Me pasa un pulgar por el labio inferior.
—Te mentí, querubín, el sueño te sienta muy bien.
Noto que la cara me arde. No sé cómo logra ver mi reacción en la
oscuridad, pero su mirada aterriza en mis mejillas.
—Igual que el rubor.
Vacilante, alargo la mano y la paso por los mechones blancos de Des.
—Cuéntame otro secreto —le pido.
Él tuerce la boca.
—Le cuentas un secreto a una sirena… y ella te pide otro.
—Tienes muchísimos —le digo—. No seas un Grinch.
Deja escapar un largo suspiro de sufrimiento, pero el efecto queda
arruinado por la sonrisa que se extiende por sus labios.
Se inclina para acercarse.
—No iba a contarte esto, pero si quieres un secreto…
Espero.
—Babeaste sobre mi pecho durante la segunda película —confiesa—.
Para ser sincero, creía que estabas llorando otra vez.
Lo empujo, riendo a mi pesar.
—¡No me refería a eso cuando te he pedido un secreto!
Rueda sobre la espalda y me engancha por la cintura con un brazo para
llevarme con él. Y ahora también ha empezado a reírse.
—Yo no dicto las reglas, querubín, solo las doblego.
Me siento a horcajadas sobre él y me inclino para acercarme más.
—Yo debería ser una excepción. —Ni siquiera sé qué me impulsa a
decirlo, pero es demasiado tarde para retirarlo.
Espero que Des enarque una ceja y dé la vuelta a mis palabras con ese
piquito de oro suyo.
En vez de eso, su rostro recobra la serenidad, su expresión se vuelve seria.
—Lo eres. —Posa la mirada en mi boca, hunde los dedos en mi piel.
La mayor parte del tiempo, este hombre me confunde. Pero ahora no. En
este momento, él y yo estamos exactamente en sintonía.
Despacio, bajo la cabeza y presiono la boca contra la suya.
¿Qué hay mejor que despertarse con Des por la mañana?
Besar a Des por la mañana.
Le rozo los labios con los míos y pruebo su sabor. Él me acerca más y
emite un sonido gutural mientras profundiza el beso y me mete la lengua en
la boca.
Me siento como si esto fuera un asunto pendiente. Él y yo somos como
una tormenta en el horizonte, pero ahora, por fin, esa tormenta está
llegando.
Me muevo contra él, quiero más, estoy impaciente por tenerlo.
—Callie —dice, con voz tensa—, no puedes hacer eso, amor.
Ahí está otra vez.
Amor.
—Repítelo.
—¿Amor?
Asiento y me aprieto más contra él.
—Me gusta ese apelativo cariñoso. —Me muevo de nuevo contra él a
pesar de sus advertencias.
Emite un gemido de dolor.
—A mí también —susurra.
Deslizo una mano entre nosotros, le desabrocho los pantalones y meto la
mano.
—Me gusta mucho .
Des sisea.
—Cuidado —advierte contra mis labios. Sus ojos dicen una cosa
completamente diferente. Me retan a ir más allá.
Me separo de su boca.
—¿Qué pasa si no quiero tener cuidado? —digo, agarrándole. Mi
respiración se hace más pesada al sentirlo. Nunca he hecho esto con él.
Parece aún más correcto que nuestro beso—. ¿Qué pasa si no quiero que tú
tengas cuidado? —remarco mis palabras moviendo la mano hacia arriba y
hacia abajo. Arriba y abajo.
Se balancea contra mí.
Me inclino más cerca.
—El duro Negociador ya no es tan duro.
—Callie…
—Amor —corrijo, la sirena empieza a filtrarse en mis palabras.
—Amor —dice—, yo tenía planeado esto… al revés.
—Qué lástima —digo.
—Mujer malvada —dice mientras curva la boca en una sonrisa.
Me siento tentada de llevarlo al límite, solo para parar justo en ese
instante. Eso es lo que quiere la sirena: disfrutar de su lujuria y luego
hacerlo sufrir.
Pero una parte aún mayor quiere llegar hasta el final. Este hombre me
dejó, pero agonizó por ello. Este amante que parecía celoso de mis ex. Este
rey generalmente pulcro que va a correrse en los pantalones porque quiero
que se desmorone bajo mis caricias.
Lo miro con asombro. Sus pómulos son aún más afilados desde este
ángulo, sus ojos astutos no se apartan de mi cara mientras me aprieta los
muslos con las manos.
—Sigue así, Callie…
Muevo la mano más deprisa.
Él sisea otra vez y mueve las manos sobre mí como si estuviera tratando
de encontrar exactamente qué quiere tocar pero sin poder decidirse. Al
final, las posa en mis caderas.
No dejo de tocarlo, sintiendo su cuerpo tenso debajo de mí.
—Me corro… —gime.
Me inclino y lo beso mientras se sacude contra mí, una y otra y otra vez.
Sus dedos me aprietan la carne, tratando de acercarme a él.
Sonrío contra su boca cuando por fin siento que se relaja.
Respira pesadamente contra mí y apoya la frente en la mía.
—¿Quieres que te cuente un verdadero secreto? —pregunta con voz
ronca.
Asiento.
—Quiero despertar contigo todas las mañanas.

Esta vez, cuando nos dirigimos al Otro Mundo, conozco el procedimiento.


Cruzamos el portal y llegamos a otro conjunto de ruinas feéricas —en este
caso, se trata de un círculo de piedra formado por una estatua tras otra de
hombres y mujeres feéricos con expresiones solemnes—, antes de que Des
nos lleve volando a su palacio.
Me sostiene muy cerca de él, y más de una vez lo pillo echándome una
mirada sin muro alguno.
Como si quisiera más de mí.
Antes, no le he dado la oportunidad. Inmediatamente después de que se
corriera, me he escabullido de su cama.
¿Qué por qué he huido? Tal vez porque tenía miedo de lo que le he hecho
a nuestra relación. Tal vez porque quería darle algo con lo que obsesionarse,
de la misma forma en que yo me obsesioné con su confesión anoche.
Solo que ahora también estoy empezando a obsesionarme con esta
mañana. Con cada mirada acalorada que me lanza y cada promesa
silenciosa de sus ojos que me dicen que va a terminar lo que yo he
empezado.
El rey de las hadas tiene hambre y está acostumbrado a conseguir lo que
quiere.
Intento concentrarme en la tarea que tengo entre manos, visitar a las
guerreras durmientes, pero es inútil. Soy más consciente que nunca del
Negociador.
Atravesamos la capa de nubes y, una vez más, vislumbro esa magnífica
ciudad suya.
—¿Cómo se llama? —pregunto, señalando con la cabeza la ciudad
flotante del Negociador.
—Somnia —responde, su aliento me hace cosquillas en la oreja—. La
tierra del sueño y de la pequeña muerte. La capital de mi reino.
La tierra del sueño y de la pequeña muerte. Suena oscuro y mágico… es
como describir a Des en pocas palabras.
Se inclina con brusquedad hacia la izquierda y rodea la ciudad a medida
que comenzamos a descender. La gente sale sigilosamente a las terrazas y a
las calles para vernos aterrizar. Más personas se reúnen en el exterior de las
puertas del castillo.
—La siguiente ciudad más grande —continúa el Negociador—, es
Barbos, luego Lephys, después Phyllia y Memnos, que son ciudades
hermanas conectadas por un puente. Arestys es la más pequeña, la más
pobre… —Se le oscurece la expresión.
—¿Todas son ciudades flotantes? —pregunto.
—Sí.
—Me gustaría verlas…
¿Que estoy diciendo? ¿Es posible que eso haya salido de mi boca? Lo
último que quiero es pasar más tiempo en el Otro Mundo.
Des me mira.
—Empezando por Arestys —añado sin aliento.
En serio, Callie, zorra chiflada, deja de hablar.
Pero no puedo , no cuando me mira así.
—Entonces te llevaré a todas ellas —dice, sus ojos plateados brillan como
si nunca pudiera hartarse de mis palabras.
Bien podría haber clavado yo misma el último clavo en mi ataúd.
Tenías que abrir la bocaza …
Des planea por encima del castillo y, a diferencia de la gran entrada que
hicimos la última vez, aterrizamos con suavidad en una de las terrazas
traseras del palacio.
Me ayuda a ponerme de pie antes de que sus alas desaparezcan.
—¿Esta vez no hay entrada elegante? —pregunto.
—Esta noche no quería compartirte. —Sus alas desaparecen mientras
habla.
Justo cuando desaparecen, su sencillo aro de bronce se materializa.
Debajo de la camiseta negra que lleva puesta, veo aparecer también el más
baj o de los tres brazaletes de guerra de bronce.
Sonrío al verlo, mi rey criminal, con su camiseta deshilachada y su
sencilla corona. En este momento no parece ni hada ni humano. Parece algo
mejor que cualquiera de las dos cosas.
Como quien no quiere la cosa, me da la mano y me lleva al interior del
palacio. Avanzamos por un amplio pasillo y atravesamos una habitación
llena de espadas y cetros en exhibición.
Los faes con los que nos cruzamos no echan ni un vistazo al atuendo de
Des, a pesar de que llevan vestidos y túnicas bordadas y trajes con botones
y abalorios elegantes.
Yo soy lo que sus súbditos miran.
Yo y mi mano, entrelazada con la del rey.
Cuando los descubro mirando, me hacen una profunda reverencia y
murmuran « su majestad» cuando pasamos a su lado.
Estoy ansiosa por soltarle la mano, aunque solo sea para evitar que me
miren. Des, mientras tanto, no se inmuta ante nada de esto. Me lleva fuera
del palacio, por una pasarela arqueada y suspendida que conecta dos de los
chapiteles del castillo, y me concedo un momento para asimilar lo
impresionante que es la arquitectura de este lugar. El palacio se encuentra
en el punto más alto de Somnia, el resto de los edificios caen por todos
lados.
Desde aquí, el mundo parece estar formado por miles y miles de estrellas,
cada una más brillante que la anterior. Por debajo de nosotros hay niveles y
niveles de casas de piedra blanca que salpican la tierra, algunas incluso
descienden por abismos excavados en la ciudad. Esto le da un significado
completamente nuevo a la expresión feérica bajo la montaña .
Una vez más, me sorprende lo mágico, lo imposible que es este lugar. La
ciudad de los sueños y la pequeña muerte parece sacada de un sueño. Uno
del que estoy segura de que despertaré.
Entramos en otra torre, dejando el cielo nocturno atrás otra vez. Des me
conduce por varios pasillos más hasta que, por fin, nos detenemos frente a
una puerta de bronce martillado, cuya parte superior se curva para dar
forma a un arco marroquí, y me hace pasar al interior.
En cuanto entro, comprendo dónde estamos.
Los aposentos del rey.
Solo por la puerta, debería haber sabido a dónde íbamos a entrar, pero
había asumido erróneamente que el Negociador me llevaba a ver a las
mujeres dormidas.
Ante mí se extiende una lujosa sala de estar y, más allá, un gran balcón. A
la izquierda, alcanzo a ver los muebles del dormitorio. A la derecha, hay
algo parecido a un comedor.
Hay lámparas de bronce colocadas a lo largo de las paredes, que emiten
los mismos destellos de luz que, durante la última visita, vi flotando detrás
de cada cristal.
Cuando me giro para mirar a Des, las sombras se han acurrucado a su
alrededor. Detrás de sus hombros, sus alas plegadas se mueven, inquietas,
como si no pudieran sentirse cómodas. Las ha tenido a la vista desde que
hemos aterrizado.
El hambre en sus ojos…
Me coge una mano y me besa los nudillos.
—¿Verdad o reto? —susurra.
No ha dejado de tener pensamientos carnales desde ese pequeño despertar
a mano que le he proporcionado esta mañana…
… y yo tampoco.
—Reto.
Se le agitan las aletas de la nariz.
En un suspiro está frente a mí, y al instante siguiente estoy en sus brazos,
sus labios calientes sobre los míos. Me lleva a través de sus aposentos hasta
su dormitorio, sin dejar de besarme en ningún momento.
Del techo alto cuelgan lámparas, una pequeña luz brilla en cada una de
ellas. En el extremo más alejado de la habitación, una hilera de ventanas
con ese distintivo arco marroquí rodea un conjunto de puertas dobles que
conducen al balcón.
El Negociador me tiende en una cama enorme con una cabecera de bronce
martillado, los ojos le brillan bajo esta luz. No me sigue hasta el colchón,
sino que prefiere quedarse al pie de la cama y mirarme.
Se arrodilla y me acaricia la pierna con una mano, parte de su pelo rubio
platino se desliza sobre su rostro.
No, quiero ver su expresión.
Me incorporo y estiro el brazo para apartarle el pelo de la cara.
Él se inclina hacia mi contacto.
Ambas manos me envuelven las piernas.
—Una vez que empieza el pago, la magia cobra vida propia, Callie.
¿Todavía quieres aceptar el reto?
A juzgar por dónde estamos, por cómo me toca Des y el calor en sus ojos,
sé que esto va a ser algo físico.
Debería decir que no. Debería protegerme a mí misma de más enredos
emocionales con este hombre. Pero después de lo anoche y de lo de esta
mañana, he decidido probar una nueva táctica. Una en la que soy valiente y
sigo lo que quiere mi corazón.
—Sí.
En sus ojos brilla el triunfo.
Me empuja el torso hacia abajo. Ya puedo sentir la magia enroscándose a
nuestro alrededor, a la espera. A diferencia de la mayoría de las otras
ocasiones en las que siento que se me echa encima, ahora el poder del
Negociador me resulta cálido, agradable, como si estuviera ahí para
contribuir a la experiencia.
Con las manos de vuelta en mis pantorrillas, tira de mí hasta colocarme al
borde de la cama, con las piernas colgando del colchón, el vestido de gasa
que me he puesto esta mañana casi alrededor de la cintura. Des desliza las
manos hacia arriba, por encima de mis rodillas y a lo largo de la cara interna
de mis muslos.
Jadeo cuando sus dedos rozan las bragas de encaje que llevo puestas.
La respiración de Des se entrecorta cuando me sube todavía más el
vestido y ve bien mi lencería.
—Justo como me lo había imaginado… —murmura mientras sus ojos
vagan sobre mí—, y mi imaginación nunca te ha hecho justicia.
¿Se ha imaginado esto?
Engancha los dedos alrededor de los bordes de encaje y me quita las
bragas, descubriéndome centímetro a centímetro.
Por debajo de mi creciente deseo, tengo miedo.
El destino es demasiado cruel para proporcionar más que una muestra de
lo que queremos. Tengo miedo de que esta sea la única degustación de la
que podré disfrutar.
—Querubín —dice Des, tirando mis bragas a un lado. Me contempla,
hipnotizado—. Voy a hacer que te sientas bien. Muy muy bien.
Levantándome todavía más el vestido, sus labios empiezan a besarme la
piel que queda justo debajo de mi vientre.
—Des… —El corazón se me va a salir del pecho.
Me relamo los labios, tengo la garganta seca.
Des pasa un dedo por mi centro. Jadeo por la sorpresa. Mi piel empieza a
iluminarse.
Lo hace de nuevo, y ahora son mis caderas las que se mueven. Des suelta
un gruñido bajo.
Hunde un dedo en mi interior y me quedo completamente en blanco.
Desliza otro dedo y dejo escapar un gemido bajo.
—Eso es, Callie.
—Des. —Necesito más. Mucho más.
Retira los dedos y, mientras observo, se los lame uno a uno.
Es tan indecente. Y que Dios me ayude, porque me excita.
Deja escapar un gemido.
—Mejor de lo que me había imaginado.
Se coloca una de mis piernas sobre el hombro y luego la otra, abriéndome
para él.
Todo esto es muy indecoroso.
El Negociador aparta la atención de mi centro para mirarme a los ojos.
—Te aviso de algo: no pienso parar hasta que te corras. —Y luego se
inclina.
Al primer contacto con su boca, aspiro. Va a ser demasiado, eso lo sé
desde ya.
Me lame alrededor de los labios menores, con un mordisquito aquí y allá,
provocándome. Pronto, me encuentro emitiendo sonidos de los que no estoy
orgullosa. No sé qué hacer con las manos, así que retuerzo las sábanas.
—Mi querubín. Tan dulce, tan sensible —dice entre beso y beso, con voz
áspera.
Por Dios, no mentía al decir que era el jefe supremo —o el rey, o lo que
sea — del sexo. ¿Alguna vez he sentido tanto placer con el sexo oral?
Es una pregunta retórica. La respuesta es no. Y ni siquiera ha llegado al
clítoris todavía.
Está jugando conmigo, y me importa una mierda, porque el Negociador
está entre mis piernas y no va a parar hasta que me corra.
Pero luego deja de jugar conmigo y, de repente, se pone a trabajar en
serio. Pasa la lengua sobre el clítoris, una y otra vez.
Ay, Dios.
Es demasiado. Demasiado. Mis caderas se mueven por voluntad propia,
mi cuerpo brilla más que las lámparas que cuelgan por toda la habitación.
No puedo con esto.
Intento arrastrarme hacia atrás, lejos de su boca, jadeando.
—No, no, querubín —dice, tirando de mí—, tú no vas a ninguna parte. No
hasta que termine contigo.
No va a soltarme. No va a soltarme, y yo me estoy rebelando contra él.
Dejo escapar un sollozo ahogado.
—Des, por favor .
Hay demasiadas sensaciones ahí abajo, y se están acumulando.
Acumulando, acumulando y acumulando .
—Córrete para mí. —Ahora, simplemente me está chupando el clítoris.
En estos momentos, pensar me resulta imposible.
—Des .
Mi cuerpo es solo un manojo de nervios, todos ellos tensos. No puedo
escapar, y no podré aguantar mucho más. Estoy justo al borde, y con cada
golpe de su lengua…
—Córrete.
… empiezo a caer.
—Dios mío, Des . —La sirena se cuela en mi voz.
Miro sin ver el precioso techo, con la vista desenfocada, mientras el
orgasmo me atraviesa, y dura más y arde con más intensidad que cualquier
otro que haya tenido.
Para cuando me recupero, el Negociador me está besando la cara interna
de los muslos, su toque sigue siendo posesivo. Las piernas me resbalan de
sus hombros y él las atrapa para cerrarlas con suavidad y tirar de mi vestido
hacia abajo.
Me toma en brazos y nos traslada hasta el cabecero de su cama.
Me quedo mirándolo, asombrada.
—Eso ha sido… —Increíble. Alucinante. Impresionante.
—Hace mucho que tenía que haber pasado —termina por mí.
Des me retira el pelo hacia atrás con una caricia, sus ojos están llenos de
anhelo. Siento un nudo en el corazón al verlo. Se inclina y me besa, y me
saboreo en sus labios. Es vulgar y excitante, y mi piel se ilumina de nuevo.
Des me arrastra los dedos por el brazo.
Le sostengo la mirada, intentando como una idiota no pensar en el hecho
de que Des acaba de comerme. Este hombre tan atractivo que siempre ha
estado tan fuera de mi alcance me ha quitado una cuenta solo para poder
provocarme un orgasmo.
El mundo está completamente del revés, y no quiero que se enderece
nunca.
—¿En qué estás pensando? —pregunto.
—En muchas cosas, querubín.
Toco los brazaletes de guerra de bronce que le rodean la parte superior del
brazo.
—Te he imaginado en mi cama mil veces —continúa, sin dejar de
mirarme.
Este momento está siendo surrealista.
—¿Mil veces?
No sé qué hacer con la sensación de mareo y atontamiento que me
recorre. Está en algún punto entre la euforia y la adulación, y la esperanza
que siento es tan intensa que duele.
Una vez más, tengo miedo, de él, de nosotros. De tener a mi alcance todo
lo que siempre he querido, solo para que se me escurra entre los dedos.
Porque se me escurrirá entre los dedos. Esa es la naturaleza de las cosas.
Apoya los labios cerca de mi oído.
—¿Quieres descubrir una de mis verdades?
—Siempre —digo, girando la cabeza para mirarlo mejor.
Él toma mi mano y me la aprieta contra su pecho. Debajo de la palma,
siento sus latidos acelerados.
Dejo de mirarle el pecho para volver a mirarlo a la cara.
—Hace eso cada vez que estoy cerca de ti —dice.

Estoy de pie en su balcón, contemplando el cielo nocturno. Después de


recuperar el uso de todas mis extremidades, he explorado los aposentos de
Des y he acabado aquí.
Observo todos esos edificios y jardines pálidos que se extienden castillo
abajo.
El Negociador reina sobre todo esto.
Sobre todo esto y más.
Des sale al balcón.
—La mayor parte del tiempo, se me olvida que eres un rey —le comento.
—Me alegro —dice, colocándose detrás de mí. Apoya los brazos en la
barandilla, enjaulándome—. No quiero que pienses en mí como un rey.
Quiero que pienses en mí como un hombre.
Eso lo entiendo. Las etiquetas pueden ser muy peligrosas, incluso cuando
pueden parecer deseables.
—Quiero que me cuentes más cosas sobre este lado tuyo —le digo.
Quiero saber cómo llegó al poder. Cuántos años lleva gobernando. Quiero
saber si toma las decisiones por sí mismo o si tiene un comité de asesores
de confianza. Quiero saber todas las cosas aburridas y estúpidas que su
posición conlleva porque, sencillamente, quiero saber más sobre él.
Me da un beso en el hombro.
—Algún día, querubín, te las contaré.
Me giro hacia Des y echo un vistazo a la piel que acaba de besar. Veo los
intrincados tatuajes que le recorren el brazo izquierdo y empiezo a trazarlos.
Bajo mis dedos, lo siento temblar.
—¿Dónde te hiciste estos? —pregunto.
—Esa también es una historia para otro momento.
Des y sus secretos. Siempre sus secretos.
Suspiro y vuelvo a centrarme en su reino.
Nos quedamos así de juntos durante mucho rato, sin hablar.
—¿Quieres saber un secreto? —pregunta el Negociador.
Esto debe de ser un premio de consolación. No puedo saber quién es el
rey Desmond, o los detalles de la tinta que le cubre el brazo, pero me
entregará un secreto, da igual que pueda no tener nada que ver con el tema.
—Sí —suspiro. Soy lo bastante patética como para aceptar lo que pueda
conseguir.
Me rodea el abdomen con un brazo y aprieta su pecho contra mi espalda.
—El Reino de la Noche es el reino más fuerte del Otro Mundo. Si se lo
dices a las hadas de cualquier otro reino, discutirán contigo. Pero es la
verdad—. Señala hacia el cielo por encima de mi hombro—. Dime, ¿qué
ves ahí fuera?
Sigo su dedo y miro hacia el cielo nocturno. En él brillan miles y miles de
estrellas, todas ellas mucho más brillantes que cualquiera que haya visto en
la Tierra.
—Estrellas —digo.
—¿Eso es lo único que ves? —pregunta.
—Aparte de la noche, sí.
—La noche —repite mientras me acaricia la piel del estómago con el
pulgar a través de la tela de mi vestido—. Es precisamente el motivo de que
la gente menosprecie mi reino. Nadie ve la oscuridad y, sin embargo, está en
todas partes. Estamos rodeados por todo un universo de ella. Estuvo antes
que nosotros, permanecerá mucho después de nosotros. Incluso las estrellas
pueden formarse y morir a continuación, pero la oscuridad siempre estará
ahí.
»Esa también es la razón por la que el Reino de la Noche es considerado
el más romántico. Los amantes no solo se encuentran bajo el manto de la
oscuridad, la oscuridad es la más eterna de todas las cosas. Declarar tu amor
hasta el fin de la noche es el voto más sagrado e imperecedero que existe.
—Más tranquilamente, añade—: Es el juramento que pronunciaré cuando
me una a mi reina.
Como una puñalada en el estómago.
No quiero oír hablar de la futura reina de Desmond, no justo después de lo
que hemos hecho juntos. No es como si me lo estuviera pidiendo a mí,
después de todo.
Me avergüenza que me importe siquiera. No debería, pero es como si no
pudiera evitar abrirme a él.
—Será una chica con suerte —digo, alejándome de la barandilla y de él.
Siento los ojos de Des sobre mí mientras entro a su habitación.
—No —corrige—, no será ella la afortunada. Lo seré yo.
19
Abril, hace siete años

Esto no puede durar.


Estoy recostada en los brazos del Negociador, los ojos se me cierran
mientras me acaricia el pelo. Lucho contra el sueño. No me quiero perder ni
un momento de esto.
Desde que desperté de esa pesadilla, con mi ventana hecha pedazos y Des
en la habitación, se ha quedado conmigo todas las noches hasta que me he
dormido. Tal vez incluso más tiempo.
Siento como si su cuerpo estuviera hecho para mí, cada hueco y surco
encajan contra los míos como piezas de un rompecabezas. Pero es más que
la forma en que encajo con él, es la forma en que huele, un aroma para el
que no hay nombre, y la forma en que enrosca el brazo alrededor de mi
espalda.
Justo en la base del estómago tengo la sensación de que estar en sus
brazos es lo correcto, como si este fuera el único lugar al que pertenezco de
verdad.
¿Él también lo siente? ¿O simplemente me estoy montando un cuento de
hadas con humo y sombras?
Son preguntas que me hago a menudo.
Mis párpados caen y me esfuerzo por mantenerlos abiertos. Le miro la
oreja. Extiendo la mano y trazo el borde puntiagudo.
Orejas feéricas.
Bajo mi contacto, Des se estremece.
—Las escondes —digo.
Juro que la mayor parte del tiempo tienen un aspecto redondeado,
humanas.
—A veces —coincide.
Me aparta la mano con suavidad.
Se hace el silencio, las luces de la habitación hace rato que están
apagadas. Incluso en la oscuridad, puedo sentir las sombras de Des
cubriéndome y haciéndome sentir segura.
Antes de él, tenía muchas razones para temer la noche.
Ahora, la anticipo, porque él viene con ella.
—Gracias —murmuro.
—¿Por qué, querubín? —pregunta.
—Por todo.
Deja de acariciarme el pelo por un momento. Cuando retoma el
movimiento, juro que siento que me roza la sien con el pulgar. Es una
caricia increíblemente ligera.
Empiezo a quedarme dormida, así que no estoy segura de si me he
imaginado las últimas palabras que susurra en la noche.
—Por ti, no podía ser menos.

Presente

Después de nuestra conversación, ambos volvemos al trabajo. Es decir, a


visitar a las guerreras durmientes.

Si el Negociador nota que estoy distante, no dice nada.


¿Qué puede decir? ¿Que lo siente? En este caso, él no tiene la culpa. El
amor no es algo que se pueda fingir. Y aunque Des ha sido cariñoso, amable
y físico conmigo, nunca ha mencionado nada sobre el amor.
Soy yo la que no puede sofocar estos sentimientos que llevan años
creciendo en mi interior.
El Negociador me hace bajar tramo tras tramo de escaleras, y nos
adentramos en las entrañas de su castillo hasta llegar a un balcón que debe
de estar ubicado en uno de los niveles más bajos del palacio. Más allá, la
tierra se desvanece y los edificios quedan escalonados uno encima del otro
mientras descienden hacia la oscuridad.
Nos acercamos a la barandilla, el aire fresco de la noche me azota el
cabello.
Me inclino sobre el pasamanos.
—Ahora, ¿hacia dónde?
Des me envuelve la cintura con los brazos.
—¿Qué…? —Apenas tengo tiempo para echar un vistazo al conjunto de
músculos que me agarran y a los intrincados tatuajes de su brazo antes de
que salte al vacío mientras despliega sus alas acabadas en garras.
Grito cuando mi cuerpo se eleva de golpe con el suyo.
Debería haber sabido, tan pronto como he visto el balcón, que íbamos a
volar a alguna parte.
Solo que Des ha dejado de batir las alas. Es en este momento cuando me
doy cuenta de que no estamos volando. Estamos cayendo en picado .
Nada puede describir el terror puro de caer de cabeza al abismo. El viento
hace que el pelo me azote la cara y me roba el aliento mientras caemos. Un
vertiginoso número de balcones y jardines pasan a nuestro lado,
escalonados a lo largo de las paredes interiores de roca de esta extraña isla.
El conjunto parece una casa de muñecas. Veo secciones transversales con
casas y tiendas, templos y jardines. Y a medida que caemos, cada nivel se
vuelve más y más oscuro.
Continuamos descendiendo, hasta que los edificios quedan envueltos en la
oscuridad. Aquí abajo, parece menos la ciudad de la noche y más el vacío.
Nuestro descenso se ralentiza, y las grandes alas del Negociador se
despliegan sobre mí mientras nos inclina hacia un balcón sin pretensiones
casi en el fondo del abismo. Los edificios que nos rodean están menos
adornados que los de arriba y las enredaderas cubiertas de espinas que
serpentean alrededor de las rejas y los pórticos con columnas parecen casi
siniestras.
En cuanto aterrizamos, me tambaleo en sus brazos por culpa del flujo de
sangre.
Me agarra con más fuerza cuando intento alejarme.
—Date un momento, Callie —me dice en voz baja.
Lo hago, sin que me importe del todo su abrazo.
Una vez que Des siente que he dejado de balancearme, me suelta.
Echo un vistazo a lo que debe de ser uno de los niveles más bajos de la
ciudad. Aquí hace frío, más frío que arriba, al aire libre.
—¿Qué es este lugar?
—Bienvenida al distrito industrial de la capital, de donde salen las
exportaciones de Somnia y a donde llegan las importaciones.
Así que la gente no vive aquí per se . Es un alivio. En comparación con el
resto de la ciudad, esta zona es una decepción. A ver, es bonita, de una
forma espeluznante, pero no es un lugar en el que me gustaría quedarme
mucho rato.
Miro hacia la sencilla puerta de madera que conduce al interior desde el
balcón en el que nos encontramos. La inquietud me revuelve el estómago.
No soy capaz de detectar la magia de la misma manera que lo haría un
hada, pero ni siquiera yo quiero atravesar esta puerta, aunque estoy segura
de que eso es justo lo que vamos a hacer.
Ni un segundo después, mis sospechas se ven confirmadas cuando Des me
conduce hacia la puerta.
—Esto solía ser un almacén —explica—, al igual que el resto de los
edificios de esta zona. Se convirtió en un refugio temporal para las
durmientes cuando nos quedamos sin espacio…
Delante de nosotros, la puerta se abre y entramos en un almacén
cavernoso y sin ventanas.
El Negociador le hace un gesto con la cabeza a un guardia que parece
estar vigilando desde el otro extremo de la habitación. Sin una sola palabra,
el guardia se marcha por una puerta más alejada para concedernos
privacidad.
Miro a mi alrededor. Como en muchas de las habitaciones del palacio,
alguien ha usado magia para plasmar una representación del cielo nocturno
en el techo. Unos diminutos estallidos de luz brillan con suavidad desde los
apliques colocados en la pared, pero hacen muy poco para disipar la
oscuridad que se acumula en esta habitación.
Eso es lo único que asimilo del almacén en sí porque…
Cuántos ataúdes.
Hay cientos de ellos, tal vez miles. Hilera tras hilera de ataúdes de cristal.
Los recorro con la vista.
—Hay muchísimos —susurro.
A mi lado, el Negociador frunce el ceño.
—Casi el doble de esta cantidad de mujeres siguen desaparecidas solo en
mi reino.
Aspiro una bocanada de aire. Es prácticamente una ciudad entera. Puede
que una ciudad pequeña, pero aun así.
Es una cifra abrumadora.
Dentro de cada ataúd, vislumbro a las mujeres con las manos cruzadas
sobre el pecho.
Es espeluznante.
—¿Todas ellas tenían un niño? —pregunto.
El Negociador asiente mientras se pasa el pulgar por el labio inferior. Por
esos labios que hace menos de una hora estaban sobre mí.
Él ve que lo estoy mirando y, cualquiera que sea la mirada que estoy
poniendo, provoca que le aleteen las fosas nasales.
Tengo que apartar la mirada. Lo cierto es que no quiero tener un momento
con este hombre mientras estamos dentro de lo que es, en esencia, una
morgue.
—¿Dónde están todos los niños? —pregunto. No había más de dos
docenas en la guardería real.
—Están viviendo con el resto de su familia.
Enarco las cejas. ¿Cientos de esos niños extraños viven ahora en hogares
feéricos?
—¿Ha habido alguna queja? —pregunto.
Des asiente.
—Pero, más que eso, ha habido un gran aumento de infanticidios en los
últimos años.
Tardo un segundo conectar los puntos.
Se me entrecorta la respiración.
—¿Matan a los niños?
Él ve mi expresión horrorizada.
—¿De verdad te sorprende tanto, querubín? Incluso en la Tierra tenemos
fama de ser despiadados.
Por supuesto que estoy sorprendida. Los niños son niños. No importa lo
desconcertantes que sean, uno no… los mata sin más.
—Antes de juzgar a mi pueblo, tienes que saber que ha habido casos de
cuidadores que caen en el mismo… sueño que estas mujeres. Y en muchos
de esos casos de infanticidio, los niños no son las víctimas, sino los
perpetradores.
Pensar en todo esto me marea. No le envidio a Des su trabajo como rey.
No puedo imaginarme nada de esto.
—¿Ha caído alguno de los sirvientes que trabaja en la guardería en el
mismo sueño? —pregunto, mirando al otro lado de la habitación.
—Un par —admite, echando un vistazo a los ataúdes—, los fae. Los
humanos parecen ser inmunes, por lo que ahora son los únicos que tienen
contacto directo con los niños dentro del palacio. —Des hace un gesto con
la barbilla en dirección a los ataúdes—. Adelante, querubín —dice,
cambiando de tema—, échales un vistazo.
De nuevo, recorro la habitación con la mirada. La mera visión de todas
esas mujeres yaciendo inmóviles hace que se me erice el vello de los
antebrazos.
Con cautela, me alejo de Des. Mis pasos resuenan en el interior de este
espacio cavernoso. Camino hacia la fila de ataúdes más cercana, casi con
miedo de mirar en su interior.
El cristal brilla bajo la tenue luz, haciendo que los ataúdes reluzcan en la
casi oscuridad.
Me acerco a uno de los ataúdes y me obligo a mirar a la mujer. Tiene el
pelo oscuro como el de un cuervo y la cara en forma de corazón. Un rostro
dulce , uno que nadie imagina que pueda estar en el cuerpo de una guerrera.
Unas orejas puntiagudas asoman entre varios mechones de cabello.
Trago saliva mientras la contemplo. La última vez que vi un cuerpo tan
inmóvil, fue el de mi padrastro.
Sangre en las manos, sangre en el pelo… Nunca serás libre.
Me obligo a apartar la mirada de su rostro. Viste una túnica negra y
pantalones ajustados metidos en botas de ante. Tiene las manos cruzadas
sobre el pecho, apoyadas en la empuñadura de una espada que descansa
sobre su torso.
Está muy quieta, muy serena y, sin embargo, una parte de mí espera que
abra los ojos y use esa espada para salir del ataúd.
La visión es tan realista que me obligo a pasar a otra, antes de
acobardarme y marcharme precipitadamente.
El cabello de esta parece formado por hilos de plata y lleva un corte
sencillo justo por debajo de la barbilla. A pesar de su pelo plateado, parece
joven, la piel sobre los pómulos altos y la mandíbula cuadrada es suave y
tersa. Esta mujer es soldado hasta la médula; incluso en reposo sé que su
personalidad la conforman ángulos duros. Pero ni siquiera eso la ha
salvado. Bajo sus manos hay un arco y, junto a sus pies, un carcaj lleno de
flechas.
Otra guerrera. Pero no una simple guerrera. Esta lleva un brazalete
plateado en la parte superior del brazo. Una guerrera condecorada .
Empiezo a abrirme paso entre los ataúdes. Todas las mujeres visten el
mismo atuendo negro y todas llevan un arma. Guerreras convertidas en
víctimas.
Todo este asunto me está poniendo nerviosa. Algunas de las mujeres más
fuertes del reino de Des yacen dentro de estos ataúdes.
¿Cómo les ha sucedido esto a tantas mujeres tan capaces?
Y si este monstruo puede hacerles esto a estas mujeres, ¿qué podría
hacerle a una persona normal? ¿Qué podría hacerme a mí?
Empiezo a tararear para aliviar mi creciente ansiedad.
Toco un ataúd aquí y allá y detecto que el cristal parece estar caliente.
Me pica la piel. Esta situación no… no es natural , hay algo mal al nivel
más elemental.
Sin pensar, dejo de tararear para empezar a cantar.
Abandona la duermevela,
de tu sueño has de despertar.
Cuéntame tus secretos
para que yo los pueda guardar.
A la sirena de mi interior le gustan los versos, de la misma forma que una
bruja se sirve de hechizos. Estoy segura de que tiene algo que ver con la
eficacia de mi glamour, pero para mis oídos es simplemente agradable.
Abre los ojos,
aire fresco debes respirar.
Cuéntame tus secretos,
a mí me los puedes confiar .
Lanzo una mirada a Des por encima del hombro. Con los brazos cruzados,
los pies separados y las alas extendidas, parece que está canalizando un aura
a medio camino entre la de una estrella de rock y un ángel caído. Los
pantalones de cuero y el brazo cubierto de tatuajes no ayudan. Recorre los
ataúdes con los ojos, casi como si esperara que alguien se moviera…
Sigo su mirada, tensa de repente, pero no, las mujeres están tan quietas
como cuando he entrado.
Giro el cuerpo de nuevo hacia las hileras de mujeres y retomo la canción.
Despierta de tu descanso,
de este hechizo oscuro te tienes que librar.
Abre la boca,
hay secretos que debes contar.

Sabía, antes de entrar aquí, que mi glamour no podría despertar a estas


mujeres. Todas son hadas. Y, sin embargo, todavía albergo un atisbo de
esperanza de que seré capaz de ayudarlas.
Pasa un minuto, luego otro. Me mantengo a la espera de cualquier señal
de vida, pero nadie se mueve. Y ahora me siento como una tonta.
Cantándole a una habitación llena de hadas que no se han movido desde que
las trajeron aquí.
Echo a andar para volver con el Negociador, mis pasos resuenan en la
estancia.
Oigo una risa tintineante a mi espalda.
Me detengo y miro por encima del hombro. Ahí no hay nadie, o al menos,
nadie que esté caminando o hablando.
Vuelvo a ponerme en movimiento, pero ahora con los músculos tensos.
Estoy asustada y me estoy imaginando cosas.
—Esclava …
Me detengo en mitad de un paso y abro los ojos como platos cuando le
sostengo la mirada a Des.
Él se lleva un dedo a los labios. Una fracción de segundo después, se
evapora en una columna de humo.
Mierda. ¿A dónde ha ido?
Un aliento espectral me hace cosquillas en la mejilla y se ríe con
suavidad, y justo en este instante me doy cuenta de que podría tener
problemas mayores.
Me doy la vuelta, segura de que encontraré a alguien a mi lado.
Pero no hay nadie.
Otra risa surge de las profundidades de la habitación, seguida de un
zumbido. La voz sale de la nada y de todas partes. Está a mi alrededor, se
multiplica.
Duerme, bella dama,
¿ o estás asustada?
Este es un juego en el que
te verás muy superada.
Miro a mi alrededor en busca de quien canta, pero sé de antemano que
este tipo de magia está más allá de mi comprensión.
Una mano fantasma me acaricia el pelo.
Nos pides que despertemos
cuando queremos verte reposar.
El destino de los secretos
es que un alma los pueda guardar.
Así que canta tus canciones
y entona tus rimas,
é l viene a por ti.
Tiempos oscuros se avecinan.
El canto se desvanece hasta que la habitación vuelve a quedar en silencio.
—Su puta madre —susurro.
Es hora de largarse de este sitio.
Observo los ataúdes mientras dejo atrás fila tras fila de ellos, esperando
que estas mujeres me ataquen en cualquier momento.
Tenías que crear problemas, ¿verdad, Callie?
Frente a mí, las sombras se arremolinan y se fusionan para dar forma a un
hombre alado.
Des.
Las alas del Negociador se extienden amenazadoras a su espalda y su
expresión es ilegible, lo que significa que Des, el asesino, ha salido a jugar.
Alguien está perdiendo los estribos.
—Muy amable por tu parte unirte a mí —digo, en voz alta. Yo también
estoy a punto de perder los estribos.
—Nunca te he dejado —dice.
No voy a pensar en ese comentario. Esta situación ya es bastante extraña
tal como es.
Mira fijamente los ataúdes.
—Si fuera más cruel, quemaría esta habitación, incluidas las mujeres.
Normalmente, una declaración como esa me sorprendería, pero en este
momento, cuando todavía puedo sentir esos dedos fantasmales
arrastrándose por mi piel, estoy pensando que dejar a estas mujeres aquí, en
el centro del capitolio de Des, es una muy mala idea.
20
Abril, hace siete años

Mi dormitorio se ha convertido en un collage de Des y de mí. Una hilera de


banderas de oración cuelga del techo, cortesía de un viaje al Tíbet. El farol
que descansa en mi estantería es de Marruecos. La calabaza pintada sobre
mi escritorio, de Perú. Y la manta a rayas a los pies de mi cama procede de
Nairobi.
Este hombre me ha llevado por todo el mundo, sobre todo en viajes de
negocios, pero a veces solo por el placer de hacerlo. Creo que le gusta
verme emocionada. Y gracias a todos esos viajes, he coleccionado
suficientes recuerdos para llenar una habitación.
Colgados en las paredes, entre mis baratijas, están los bocetos del
Negociador. Un par de ellos son míos, pero una vez que me di cuenta de
que yo era un tema recurrente en su arte, le pedí que me hiciera dibujos del
Otro Mundo.
En un principio, mi intención era reducir la cantidad de retratos míos, pero
una vez que empezó a dibujar imágenes de su mundo, quedé atrapada en
ellas.
Ahora mis paredes están cubiertas de bocetos de ciudades construidas
sobre árboles gigantes y salones de baile ubicados debajo de las montañas,
monstruos aterradores y extraños y seres tan hermosos que me hacen señas
para que me acerque.
—Callie —dice Des, trayéndome de vuelta al presente. Está tirado en mi
cama, el borde de su camiseta lo bastante levantado como para permitirme
echar un vistazo a sus abdominales.
—¿Mmm? —murmuro, mientras hago girar la silla del ordenador de un
lado a otro.
Él duda.
—Si te preguntara algo en este mismo instante, ¿me darías una respuesta
sincera?
Hasta ahora, nuestra conversación ha sido alegre, divertida, así que no lo
pienso cuando contesto.
—Por supuesto.
Des hace una pausa.
—¿Qué pasó realmente esa noche?
Me quedo petrificada, la silla deja de moverse.
No necesita especificar a qué noche se refiere. Ambos sabemos que se
trata de la noche en que me conoció.
La noche en que maté a un hombre.
Sacudo la cabeza.
—Tienes que hablar de ello —dice, colocando las manos detrás de la
cabeza.
—¿Es que de repente eres psiquiatra? —Hay mucho más veneno en mi
voz de lo que pretendía. No puedo revivir esa noche.
Des me coge la mano y la sostiene con fuerza en la suya. El truco que yo
misma he usado docenas de veces con él ahora se vuelve en mi contra:
contacto.
Bajo la mirada hacia nuestras manos unidas y, maldita sea, su calidez me
hace sentir segura.
—Querubín, no voy a juzgarte.
Levanto la mirada para sostenerle la suya. Estoy a punto de rogarle que no
me presione más. Mis demonios dan golpes contra las paredes de sus jaulas.
Me está pidiendo que los libere delante de él, y no sé si puedo.
Pero cuando lo miro a los ojos, que me miran con tanta paciencia y cariño,
digo algo completamente diferente.
—Vino a buscarme, como hacía siempre que bebía demasiado. —Trago
saliva.
Mierda, de verdad voy a hacer esto.
Y no estoy preparada, pero sí lo estoy. En este momento, en mi mente
nada tiene sentido, pero mi corazón está hablando por mi boca y no estoy
segura de que mi mente tenga nada que ver. Llevo años cargando con este
secreto en particular. Estoy lista para desahogarme.
Vuelvo a bajar la mirada hasta nuestras manos unidas y saco una extraña
fuerza de su presencia.
—Lo que pasó esa noche se veía venir desde hace mucho. La cosa
empezó varios años antes. —Mucho antes de que mi sirena tuviera la
oportunidad de defenderme.
Para contar la historia, tengo que volver al principio. Des solo me ha
pedido que explique una única noche, pero eso es imposible sin conocer los
cientos de noches que la precedieron.
—Mi padrastro… me violó… durante años.
Me arrastro de vuelta a ese lugar oscuro y hago una de las cosas más
difíciles que he hecho en la vida: se lo cuento. Con todos sus sangrientos
detalles. Porque lo cierto es que, en lo que se refiere a este asunto, es
imposible quedarse en la superficie.
Hablo de cómo solía quedarme mirando fijamente mi puerta cerrada, de
que solía estar a punto de mojar la cama cuando veía que el picaporte
giraba. De que todavía puedo oler su colonia y el alcohol agrio de su
aliento.
Que solía llorar y a veces suplicar. Que, a pesar de todos mis esfuerzos,
nunca cambió nada. Que con el tiempo me volví complaciente, y ese quizás
sea el detalle que más me duele.
¿Desaparecerán alguna vez el miedo y el asco? ¿La vergüenza?
A nivel racional, sé que lo que me hizo no fue culpa mía. Pero a nivel
emocional, nunca he sido capaz de creérmelo. Y Dios, lo he intentado con
ganas.
Tengo los nudillos blancos por la fuerza con la que le agarro la mano. En
este momento, él es mi ancla, y tengo miedo de que, cuando lo suelte, se
aleje de mí.
Estoy sucia y mancillada, y si antes Des no lo veía, ahora seguro que sí.
—Esa noche, la noche en que murió, no pude soportarlo más. —Era él o
yo, y para ser sincera, la verdad es que no me importaba qué opción ganara
—. Matarlo no fue algo premeditado. Yo estaba en la cocina y él vino hacia
mí y dejó la botella en la encimera. Cuando tuve la oportunidad, la agarré y
la sostuve como un arma. —¿Qué vas a hacer con eso? ¿Vas a pegar a tu
padre? —. La estampé contra la pared. —Miro a lo lejos, recordando ese
encuentro—. Él se rio. —Fue una risa mezquina, una que prometía dolor. A
montones—. Y luego se abalanzó sobre mí. No lo pensé. Le lancé la botella
rota. —Me sentí bien al contraatacar. Parecía una locura, y me entregué a
ella—. Debí de cortarle una arteria. —Me tiembla el cuerpo y el
Negociador me aprieta la mano con más fuerza—. Se desangró muy rápido
—susurro.
Y la mirada en los ojos de mi padrastro cuando se dio cuenta de que iba a
morir era, sobre todo, conmoción, pero también una buena dosis de traición.
Después de todo el daño que me había hecho, había asumido que yo nunca
se lo devolvería.
Trago con dificultad y parpadeo para ahuyentar los recuerdos.
—El resto ya lo sabes.
Espero un millón de reacciones terribles, pero no la que me ofrece el
Negociador. Me suelta la mano solo para rodearme con los brazos, alzarme
de la silla del ordenador y abrazarme. Y me siento muy, muy agradecida de
que esté tocándome, sosteniéndome, proporcionándome consuelo físico
justo cuando creía que nadie era capaz de valorarme.
Me arrastro hasta la diminuta cama doble que ahora compartimos y,
mientras sale la luna, lloro en sus brazos. Me permito ser débil porque
puede que esta sea la única vez que vaya a tener esta oportunidad.
Siento un peso menos en el pecho. El dolor sigue ahí, pero el dique se ha
roto y toda esa presión que existía dentro de mí ahora sale corriendo.
Por fin entiendo por qué el Negociador me atrae tanto. Ha visto a la Callie
víctima, a la Callie asesina, a la Callie rota que apenas puede mantener su
vida en orden. Lo ha visto todo y, sin embargo, sigue aquí, acariciándome el
pelo y murmurándome con suavidad.
—No pasa nada, querubín. Se ha ido, estás a salvo.
Me quedo dormida así, encerrada en los fuertes brazos de Desmond
Flynn, uno de los hombres más aterradores y peligrosos del mundo
sobrenatural.
Y tiene razón. En sus brazos, me siento absolutamente segura.

Presente

De vuelta en los aposentos de Des en el Otro Mundo, camino arriba y abajo


mientras mi falda flota detrás de mí.
Él viene a por ti.
El Ladrón de almas.
Des me advirtió de que la cosa empeoraría. No lo había entendido de
verdad.
—¿Alguna vez han hecho esas mujeres durmientes algo parecido? —
pregunto, mirando a Des.
El rey fae me observa desde una silla situada en un lateral, con los dedos
entrelazados sobre la boca.
—No.
Ni siquiera intenta esquivar la pregunta, como tiene tendencia a hacer.
—¿Y has oído todo lo que han dicho?
—¿Te refieres a la cancioncilla? —dice—. Sí, la he oído.
Ha estado extrañamente sombrío desde que nos hemos marchado de la
habitación de las guerreras durmientes. Sus alas han desaparecido hace solo
unos minutos, pero sé que no debo asumir que lo que hemos oído no le ha
afectado.
A él se le da mejor que a mí ocultar su desmoronamiento.
—Primero los niños y ahora esto —dice, mientras su asiento cruje al
inclinarse hacia delante—. Por lo visto, este enemigo te ha tomado cariño.
—Un destello de ira aparece en esos ojos plateados.
Vuelvo a sentir cómo aumenta mi pánico.
El Negociador se pone de pie, su presencia resulta casi amenazante
mientras la oscuridad se enrosca a su alrededor. Su corona martillada y sus
brazaletes de guerra solo sirven para que parezca más intimidante. Se
acerca a mí y me coloca un dedo debajo de la barbilla.
—Dime, querubín —dice, levantándome la barbilla y obligándome a
mirarlo a esos ojos plateados suyos, que transmiten una impresión casi
salvaje—, ¿sabes lo que hago con los enemigos que amenazan lo que es
mío?
¿Se está refiriendo a mí? No sabría decirlo, ni sé a dónde quiere ir a parar
con esto.
Se inclina para acercarse a mi oreja.
—Los mato. —Se aparta para sostenerme la mirada—. No es ni rápido ni
limpio.
Sus palabras consiguen que se me ponga la piel de gallina en los brazos.
—A veces, utilizo a mis enemigos como alimento para criaturas de las
que necesito favores —dice—. A veces, dejo que los asesinos reales
practiquen sus habilidades con ellos. Otras veces, dejo que mis enemigos
crean que han escapado de mis garras solo para volver a capturarlos y
hacerlos sufrir, y no te imaginas cómo sufren. La oscuridad encubre
muchas, muchas cosas.
Cuando Des se pone así, me asusta. Cuando su crueldad del Otro Mundo
sale a la superficie.
—¿Por qué me estás contando esto? —pregunto en voz baja.
Me mira a los ojos.
—Soy la cosa más aterradora que hay por aquí. Y si algo intenta ponerte
la mano encima, tendrá que vérselas conmigo.

Los siguientes días, Des los pasa en el Otro Mundo, cumpliendo con sus
deberes reales mientras yo me quedo en su casa de Catalina. Me invitó a
quedarme con él, pero… En fin, por ahora estoy bien a este lado de la línea
ley.
Mientras tanto, he leído algunas de las notas del caso de Des, que
reafirman en gran medida lo que ya me dijo. Menciona a los sirvientes
humanos con sus moretones y miradas angustiadas, a las hadas que caen en
un sueño profundo después de cuidar a esos extraños niños y a las personas
que eligieron la muerte antes que responder a las preguntas de Des. Todo
este misterio deja tras de sí un triste e inquietante rastro de destrucción.
Cuando no estoy leyendo sobre el caso, me dedico a explorar isla Catalina
o la casa de Des. En este momento, estoy haciendo esto último.
Entro en la habitación del Negociador y enciendo las luces. Contemplo las
obras de arte que adornan las paredes, el modelo metálico del sistema solar
y el minibar.
Tenía curiosidad por saber por qué Des no quiso que viera esta habitación
cuando me enseñó la casa por primera vez. Aquí no hay mucha cosa.
Avanzo hacia la cómoda y abro los cajones uno tras otro. Dentro de cada
uno hay montones de camisetas y pantalones doblados. El poderoso Rey de
la Noche guarda su ropa igual que hacemos el resto.
Cierro el último cajón y sigo adentrándome en la habitación, sin ver
mucha cosa más que pueda cotillear. En serio, esta es una de las
habitaciones más espartanas en las que he estado, y mi trabajo me ha
llevado a husmear en una buena cantidad de dormitorios.
Mi mirada aterriza en una de sus mesitas de noche. Lo único que descansa
sobre ella, además de una lamparilla de noche, es un cuaderno con tapas de
cuero. De nuestro tiempo juntos, recuerdo que a Des le encantaba dibujar.
En una ocasión, incluso le compré un cuaderno de bocetos.
Avanzo hacia el objeto y curvo la mano sobre la suave tapa. Luego, dudo.
Esto es privado. Es, esencialmente, el diario de Des.
Pero en el pasado, nunca estuvo dispuesto a compartir su arte.
Tomo una decisión y abro el cuaderno.
Dejo de respirar en el momento en que veo el primer dibujo.
Soy… yo.
El retrato es bastante simple, solo un esbozo de mi cabeza, cuello y
hombros. Paso un dedo por la curva dibujada a lápiz de mi mejilla y me fijo
en lo brillantes que parecen mis ojos en el dibujo. Lo esperanzada que
parezco.
Recuerdo a Des dibujando esto en mi dormitorio, hace más de siete años.
También recuerdo ver la imagen y no sentirme conectada por completo con
ella. En aquel entonces estaba tan sola, tan poseída por mis propios
demonios, que no podía imaginar que alguien me mirara y viera a una chica
tan guapa. Pero, aun así, me sentí halagada.
Lo ha guardado todo este tiempo.
Siento que mis defensas se desmoronan un poco más. El muro que
construí alrededor de mi corazón está en ruinas y, por lo visto, Des ni
siquiera necesita estar aquí para destruirlo.
En el siguiente boceto, aparezco sentada en el suelo, con la espalda
apoyada en el cabecero de la cama de mi dormitorio, lanzándole una mirada
petulante al artista que me dibuja. Debajo de la imagen, hay una nota
garabateada: « Callie quiere que deje de dibujarla. Este es el aspecto que
tiene cuando le digo que no» .
Sonrío un poco al leer eso. Son palabras poderosas, pero Des cedió a mi
petición, al menos en parte; me dibujó todo tipo de paisajes y criaturas del
Otro Mundo además de los retratos míos que tanto le gustaban.
El siguiente dibujo es uno que nunca he visto y, a diferencia del resto de
bocetos, este está hecho con más cuidado. Al principio, lo único que
distingo es el ángulo extraño que ha empleado para dibujarlo, como si el
artista estuviera tumbado boca arriba y mirando hacia abajo para ver el
largo de su cuerpo. Entonces distingo a la mujer acurrucada contra el pecho
que estoy mirando. Reconozco mi pelo oscuro, la parte superior de mi nariz
y los contornos de mi rostro, medio enterrado en el pecho de Des.
Podría tratarse de una de las muchas noches en las que me quedé dormida
acurrucada contra él, pero hay algo en la imagen… Algo en ella me hace
pensar que se trata de una de las noches malas, una de las noches en las que
Des se quedaba para ahuyentar mis pesadillas. Soy capaz de sentir el eco de
ese viejo dolor incluso ahora.
Esas noches fueron las que hicieron que me diera cuenta de que estaba
enamorada del Negociador. Que no era solo un estúpido enamoramiento,
sino algo que podía sentir en la piel y en los huesos. Algo imposible de
extinguir.
No me enamoré de Des porque fuera guapo o porque conociera mis
secretos, sino porque se quedó en mis momentos menos agradables. Porque
era un hombre que no intentó quitarme nada, ni siquiera cuando estaba
tumbada a su lado, sino que me proporcionó paz y consuelo. Porque volvió
a salvarme cada una de esas noches, aunque fuera de mí misma.
Y si este dibujo sirve de indicación, fueron momentos que Des también
quería recordar.
Paso a la siguiente imagen, esta está a color. La mayor parte del dibujo
emplea tonos intensos de azul y verde. Estoy sonriendo, un anillo de
luciérnagas descansa sobre mi cabeza. También recuerdo esta noche…
Un golpe en la puerta me arranca de mis pensamientos.
¿Qué estoy haciendo? Está claro que no debería estar cotilleando los
dibujos. Aunque sea obvio que soy la musa del Negociador.
Cierro el cuaderno a toda prisa y lo dejo donde lo he encontrado. Le lanzo
varias miradas mientras cruzo la habitación. Ha conservado esos viejos
dibujos todo este tiempo.
Vuelvo a recordar su confesión sobre cómo se sintió al dejarme: «Como si
el alma se me partiera en dos» . Y una vez más, siento una esperanza tan
intensa que resulta casi dolorosa.
Eso también desaparece cuando alguien vuelve a llamar a la puerta.
¿Quién vendría a visitar a Des aquí?
Obtengo mi respuesta unos segundos después, cuando echo un vistazo por
la mirilla de la puerta.
—Mierda —murmuro por lo bajo.
—Te he oído, Callie —dice una voz grave y familiar.
El Negociador no recibe visitas aquí.
Yo sí.
21
Mayo, hace siete años

—Joder —dice Des, materializándose en mi dormitorio—. Tu pasillo es una


zona de guerra.
En el pasillo, escucho el grito ahogado de una chica que está como loca
porque se le ha estropeado la manicura y «O h, Dios mío, no me da tiempo
a arreglarlo» .
Cierro el portátil y doy vueltas en la silla. Bajo la mirada hasta mi pulsera.
Esta noche no he llamado al Negociador, ni ayer, ni muchas noches antes de
eso. En algún momento, Des ha empezado a invitarse a sí mismo.
Cruza la habitación y echa un vistazo por la ventana. Muy por debajo de
nosotros, chicas con vestidos y chicos con esmoquin cruzan el césped.
—¿Qué pasa esta noche?
—Es el baile del Primero de Mayo.
Des me mira con las cejas enarcadas.
—¿Y tú por qué no te estás preparando?
—No voy a ir —digo. Subo las piernas a la silla.
—¿No vas? —Parece sorprendido.
¿Acaso no es obvio? Llevo puestos unos pantalones cortos y una camiseta
desgastada.
Me humedezco el labio inferior y niego con la cabeza.
—Nadie me lo ha pedido.
—¿Desde cuándo esperas a tener permiso? —pregunta—. Y, por otro
lado, ¿cómo es eso posible?
—¿Cómo es posible el qué? —pregunto, mirándome las rodillas.
Estoy de mal humor. Oficialmente, soy una gruñona. Si todavía fuera a mi
antiguo instituto, no habría tenido que escuchar los chillidos emocionados
de las chicas mientras se preparaban, y ellas no se habrían percatado del
mal agüero que da mi puerta cerrada.
—Que nadie te haya invitado.
Me encojo de hombros.
—Creía que era tu trabajo entender los motivos de las personas.
Cuando levanto la mirada, Des tiene los brazos cruzados sobre el pecho y
me dedica toda su atención.
—¿Qué? —pregunto, repentinamente consciente de toda esta atención.
—¿Quieres ir al baile del Primero de Mayo? —me pregunta.
Dios, no pienso admitirlo delante de él.
Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja.
—No creo que eso importe.
Ladea la cabeza y, que Dios me ayude, va a leerme. Ya me está leyendo.
—Claro que importa. ¿Y bien?
Abro la boca y sé que lo ve todo en mis ojos. Que no encajo y que a la
gente no le gusto demasiado. Que soy una extraña y quiero que me
incluyan, siempre quiero que me incluyan, pero no puedo entrar por esta
puerta en particular. Estoy desterrada para siempre, condenada a ver a otras
personas vivir sus vidas mientras espero que la mía empiece o termine. Lo
cierto es que podría ser cualquiera de las dos opciones. Hasta ahora, mi
existencia ha consistido principalmente en contener la respiración y esperar
a que pase algo malo.
Des se mueve y recorre el espacio que nos separa mientras yo me limito a
mirarlo fijamente como una tonta, con las rodillas apretadas contra el
pecho.
Se arrodilla frente a mí, el aire brilla detrás de sus hombros. Me coge la
mano con una mirada seria.
Siento el corazón en la garganta, y no puedo volver a tragármelo. Me
siento desnuda de la forma más exquisita, y no estoy segura de por qué.
Él empieza a sonreír.
—Callypso Lillis, ¿me llevaría s al baile del Primero de Mayo?

Presente

Eli. La lista de los más buscados. Eso es lo único en lo que puedo pensar
mientras salgo de casa de Des y me enfrento a mi ex.
Me siento como si nuestra última confrontación hubiera tenido lugar hace
un millón de años. Para ser sincera, después de todo lo que ha sucedido en
el Otro Mundo, esto parece… muy insignificante en comparación.
—¿Estabas intentando que te atraparan o simplemente no te importaba
una mierda? —pregunta Eli.
—Me importaba una mierda. —Cruzo los brazos sobre el pecho y me
apoyo en la pared de la entrada. Ahora siento que mi ira regresa. Será
desgraciado—. No me puedo creer que tuvieras la audacia de entrar en mi
casa, poner mi vida en peligro y luego , como si eso no fuera suficiente,
poner mi nombre en la puñetera lista de personas más buscadas.
—Callie, nunca te habría hecho daño —dice con suavidad.
Parece casi herido. Y estoy segura de que resulta hiriente a algún nivel,
considerando que es el protector de su manada.
—Viniste a mi casa durante los Siete Sagrados —digo—. Por supuesto
que podrías haberme hecho daño.
Niega con la cabeza.
—Eres parte de la manada. O al menos, lo eras.
Se me ponen los pelos de punta ante su reacción.
—¿Pones a todos los miembros de la manada en la lista de los más
buscados? —pregunto.
A ver cómo de grandes tiene Eli las pelotas.
Se pasa una mano por la cara.
—Cometí un error —dice, derrotado—. Estaba cabreado y mi lobo exigía
justicia… —Suspira—. No es una excusa, pero, por si sirve de algo, lo
siento mucho.
Aprieto los labios. Tampoco es que yo haya manejado bien las cosas, pero
poner a alguien en la lista de personas sobrenaturales más buscadas supera
con creces cualquier mala acción por mi parte.
—No voy a dejar que me arresten —le digo.
Deja escapar un suspiro.
—No te voy a entregar. Solo… necesitaba hablar contigo.
—Podrías haber llamado.
—Lo siento —dice en tono genuino. Viniendo de un alfa como él, una
disculpa es algo raro.
Tenso la mandíbula. Sigo muy molesta con todo este asunto.
Reprimo mi frustración, asiento con la cabeza y desvío la mirada. No
estoy segura de si es para reconocer la disculpa de Eli o para aceptarla. Lo
único que sé es que quiero enterrar el hacha de guerra.
Los ojos del cambiaformas recorren la casa del Negociador.
—Mi oferta sigue en pie, Callie.
Lo miro de reojo.
—Lo que hice estuvo mal, pero lo que está haciendo este tío es peor. Te
está quitando tu libre albedrío —dice—. El Negociador es un hombre muy
buscado. Solo tienes que pedirlo y me ocuparé del problema.
Tardo varios segundos en asimilar lo que está diciendo. Cuando lo hago,
me invade el horror.
—No, eso no es lo que quiero.
—Callie . —Acaba de hablar el alfa.
—No lo hagas —le advierto. Ya no tiene derecho a ejercer su influencia
sobre mí—. Hay muchas cosas que no sabes.
—Entonces, cuéntamelas —dice—. De lo contrario, seguiré asumiendo lo
peor.
¿No es justo eso lo que le he estado exigiendo a Des? ¿Qué deje de
guardar secretos? Y ahora estoy siendo una hipócrita.
Pero este secreto…
—Nunca te he hablado sobre mi pasado. —Me froto la cara con las
manos.
Incluso ahora, dudo de si contárselo a Eli. Recordar duele, y luego está la
vergüenza. La vergüenza omnipresente.
Pero puede que, si se lo cuento, entienda por qué actué como lo hice. Y tal
vez lo ayude a sentirse mejor, sobre mí, sobre Des y sobre toda esta
situación.
—Cuando era menor de edad —empiezo—, mi padrastro… mi
padrastro…
Eli se queda muy quieto.
—Abusó sexualmente de mí. —Me obligo a pronunciar las palabras.
Oigo un gruñido bajo. Esto es lo que siempre me ha gustado de los
cambiaformas, de Eli. Nadie hace daño a sus cachorros. Nadie.
Suelto un suspiro tembloroso.
—Fue una situación que duró años. Y solo se detuvo… —Hago una pausa
de nuevo y me pellizco el puente de la nariz. Puedo hacerlo—. Cuando
tenía casi dieciséis años, vino a por mí y me enfrenté a él con una botella
rota. Le corté una arteria. —Había mucha sangre —. Murió en cuestión de
minutos.
El gruñido de Eli es cada vez más fuerte.
Me miro las manos.
—Maté a un hombre. Ni siquiera era una adulta. Pensé que mi vida había
terminado antes de empezar, y todo porque por fin le había plantado cara a
la persona que abusaba de mí. —Bajo la voz—. Era un vidente muy
poderoso. Si hubiera hecho las cosas de manera legal, simplemente… no sé
si habría terminado bien para mí—. Respiro hondo—. Así que llamé a un
hombre infame por sus tratos…
Eso es lo único que logro decir antes de que Eli me abrace y me sostenga
contra él.
—Lo siento mucho, Callie. Lo siento muchísimo.
Me estremezco un poco cuando el recuerdo me recorre y asiento contra él.
—Deberías habérmelo contado. Todo esto —me reprende en voz baja.
—No se me da bien compartir las cosas —admito.
Me abraza durante casi un minuto y yo agradezco el consuelo.
Al cabo de un rato, abandono sus brazos y me limpio una lágrima que ha
logrado escabullírseme por el rabillo del ojo.
—Lo que tienes que entender —digo— es que el Negociador me salvó.
Limpió el desastre, me inscribió en la Academia Peel, ocultó mi crimen.
Contarle esto a Eli es un riesgo. El cambiaformas es uno de los buenos.
Podría arrastrarme, desenterrar ese viejo caso y dejar que el sistema haga su
trabajo.
Estoy confiando en que el sentido de la justicia de Eli —la justicia de la
manada— coincidirá con mis acciones; las personas que les hacen cosas
malas a los cambiaformas inocentes suelen desaparecer.
—Esa vez, el Negociador no me cobró —continúo—. Sé que crees que lo
hizo, pero tiene su propio código ético. Como yo era menor de edad en ese
momento, no me permitió hacer negocios con él de esa manera.
Ahora que sé lo que sé sobre las hadas, los favores auténticos son algo
muy significativo. Las hadas viven para aprovechar una situación así.
Eli también parece entenderlo. El hombre lobo enarca las cejas.
—Pero volví a llamarlo más tarde. Y otra vez. Y otra vez. Se me
ocurrieron todo tipo de favores solo para que se quedara por un tiempo. —
Porque me intrigaba. Porque estaba enamorada de él. Porque quería un
amigo al que no le asustara mi oscuridad, y a Des no le daba miedo.
—Nunca debería haber hecho esos tratos contigo —gruñe Eli.
Juego con mi pulsera, haciendo rodar las cuentas alrededor de la muñeca.
—No, probablemente no debería haberlo hecho —coincido—. Pero todos
hemos cedido a nuestros instintos más bajos una o dos veces, ¿no es así? —
digo.
Eli gruñe, mientras echa un vistazo a la propiedad del Negociador.
Se frota la cara.
—Ojalá me hubieras contado todo esto hace mucho tiempo.
Podría haberlo hecho, lo habría hecho, debería haberlo hecho… No sirve
de nada enfadarse por eso ahora.
—¿Alguna vez tuve una oportunidad? —pregunta Eli.
Miro al cambiaformas.
—No lo sé. Pero sí sé que te mereces a alguien que pueda darte mucho
más que yo.
Eli se acerca y apoya la palma de la mano en un lado de mi cara.
—Ese hijo de puta es un hombre afortunado.
Las palabras apenas han salido de su boca cuando las puertas delanteras se
abren de golpe detrás de nosotros.
Me giro justo a tiempo de ver a Des saliendo de la casa, con las alas
desplegadas. Sus ojos tormentosos están fijos en Eli, que sigue cerca de mí,
y veo un destello de posesividad en ellos.
Por reflejo, me alejo del cambiaformas.
Estamos a plena luz del día y no es exactamente el momento favorito del
día de Des. Se suponía que estaría en el Otro Mundo varias horas más. Está
claro que algo ha cambiado.
¿Creía que yo estaba en apuros? ¿Cómo iba a saberlo?
El suelo tiembla bajo el poder de Des, que no aparta la mirada de Eli
mientras avanza hacia él.
Doy un paso para colocarme frente al Negociador y le pongo una mano en
el pecho para impedir que haga lo que sea que esté pensando en hacer.
Baja la mirada hacia mi mano, sus fosas nasales dilatadas, antes de volver
a mirar a Eli.
—Tienes dos segundos para salir de mi propiedad antes de que te obligue
—le dice al cambiaformas, en un tono tan suave como el licor.
Eli mira fijamente las alas de Des durante un largo momento, atónito. Por
fin, aparta la mirada.
—No lo sabía —dice.
Paseo la mirada entre ambos.
—¿Saber el qué?
El Negociador observa a Eli durante varios segundos. Luego, muy
levemente, inclina la cabeza.
—Ahora ya lo sabes.
—Callie me ha contado lo que hiciste por ella hace años —dice Eli—.
Gracias por ayudarla —continúa—. Olvidemos la mala sangre entre
nosotros, ¿de acuerdo? No me había dado cuenta de cuál era la situación, de
nada de esto.
Una vez más, Des inclina la cabeza.
Eli retrocede y lanza una mirada en mi dirección.
—Cuídate, Callie —dice, levantando una mano para despedirse. Y luego
se da la vuelta y se marcha de la propiedad y de mi vida.
Sigo con el ceño fruncido mucho después de que Eli haya ido. Nada de lo
que acaba de pasar tiene demasiado sentido. Esperaba una confrontación de
algún tipo entre ambos; en cambio, he recibido disculpas y comprensión.
Debería sentirme aliviada, pero mientras Des me conduce de vuelta al
interior, desvío la mirada hacia sus alas.
Eso es lo que Eli estaba mirando con tanta sorpresa. Las alas del rey fae.
Las mismas alas que Des me ocultó con tanto cuidado en el pasado.
Hay algo que se me escapa, y pienso averiguar qué es.

Antes de que Des y yo podamos hablar sobre lo que acaba de pasar,


murmuro una excusa sobre que necesito ir al baño y me escabullo a mi
habitación.
Cierro la puerta detrás de mí —aunque no es que eso vaya a detener al
Negociador—, cojo mi teléfono y llamo a Temper mientras paseo de un
lado a otro por la habitación.
—Hola, zorra, ¿qué pasa? —responde.
—Temper, tú sabes bastante sobre las hadas, ¿no? —pregunto, yendo
directa al grano.
Antes de convertirnos en investigadoras privadas, cuando Temperance
Darling era solo otra inadaptada en la Academia Peel, tenía una pequeña
obsesión con las hadas. Cuando la conocí, quería ser diplomática y que la
destinaran al Otro Mundo.
—Mmmmm, decir bastante podría ser pasarse un poco, pero sé algunas
cosas. ¿Por qué? ¿Qué necesitas saber?
—Eli ha venido a verme y…
—¿Te ha encontrado ? —me interrumpe Temper en tono incrédulo—.
¿Ya? Guau, chica, se te da como el culo esconderte.
—¿Y cómo crees que me ha encontrado? ¿Puede ser que te haya pinchado
el teléfono? —pregunto.
Se produce un instante de silencio al otro lado de la línea.
—Mierda —dice—, esto es un desastre.
—No pasa nada. Hemos hablado de nuestros problemas y ahora estamos
bien.
Otra pausa. Temper tiene la manía de obsequiarme con ellas.
—¿Me estás diciendo que te las has apañado para que te quite de la lista
de los más buscados con una charla?
Dicho así…
—Joder, sí que lo has hecho. Menuda zorra, debes de tener una vagina de
oro.
Me muerdo la uña del pulgar. Fuera de mi habitación, oigo al Negociador
moviéndose, impaciente. Voy a tener que salir de aquí y hablar con él
pronto. Ambos tenemos preguntas que necesitan respuesta.
—Escucha, Temper, necesito hablar contigo sobre algo importante.
Su tono cambia de inmediato.
—¿Qué pasa?
—¿Qué sabes sobre las alas de las hadas?
—Mmm… Que son brillantes, al menos algunas de ellas; que suelen
desplegarse cuando un hada pierde el control de sus emociones, ya sabes,
ira, lujuria, si un hada bebe demasiado… Sé que hay más. Déjame pensar,
ha pasado un tiempo desde que leí sobre el tema…
Recuerdo la mirada en los ojos de mi ex cuando ha visto esas alas: fin del
juego .
—Hoy, cuando Eli ha visto las alas del Negociador, ha retrocedido. Ha
sido muy extraño, y solo quería saber…
¿Qué quiero saber?
—¿Esos dos se han visto? ¿Otra vez? —Y luego, procesa el resto de lo
que he dicho—. Espera. ¿Qué quieres decir con que Eli ha visto las alas del
Negociador?
—No es que sea algo nuevo —digo—. Eli ya las había visto antes, cuando
vino a mi casa cerca de la luna llena.
—Sí, pero el Negociador las desplegaría porque estaba bajo ataque y
necesitaba usarlas para volar —dice Temper—. ¿Qué ha pasado hoy?
Jugueteo con mi pulsera.
—Ha habido otra confrontación entre el Negociador y Eli, y esta vez,
cuando Eli le ha visto las alas, ha cambiado toda la dinámica. Ha sido raro.
O sea, Eli se ha disculpado .
Puede que haya sido por todo lo que le he contado. A lo mejor estoy
errando mucho el tiro.
Más silencio.
—¿El Negociador te ha enseñado las alas? —La voz de Temper suena…
extraña—. Al margen de situaciones en las que fueran necesarias, o cuando
estuviera siendo atacado. ¿Simplemente, ya sabes, ha ido por ahí con las
alas desplegadas? ¿Y las ha enseñado como si fueran su juguete más
nuevo?
—Sí… —digo despacio, con un nudo en el estómago—. ¿Por qué?
Ella exhala.
—Chica .
—¿Qué?
—Existe una situación en la que a las hadas les gusta especialmente
extender las alas y presumir de ellas cuando les apetece. En especial, a los
machos.
Y simplemente, deja de hablar.
—Por Dios, tu silencio me está matando —digo—. Temper, sea lo que
sea, suéltalo.
—Las hadas solo hacen algo así delante de su prometida.
22
Mayo, hace siete años

Esto no puede ser real.


Hace una hora no tenía pareja, vestido ni entrada para el baile del Primero
de Mayo.
Ahora tengo las tres cosas, gracias al hombre que está a mi lado.
Miro a Desmond por el rabillo del ojo mientras esperamos para entrar al
salón de baile de la Academia Peel, y siento las rodillas un poco flojas.
Dios existe y me quiere , pienso mientras me como a Des con los ojos.
Nunca me han gustado especialmente los hombres con esmoquin, pero
nunca había visto a Des con uno.
Lleva el pelo rubio blanquecino suelto, sin la tira de cuero con la que se lo
suele recoger, y le roza los hombros.
Ahora mismo, se está pasando una mano por el pelo, con un aspecto
irreprochable. Y, sin embargo, podría jurar que se siente incómodo.
Tal vez sea porque esta noche la gente puede verlo.
Desde que hemos salido de mi dormitorio, la gente se ha estado parando
en seco. Callypso Lillis, la chica guapa pero rara, va al baile, y el hombre
que la acompaña está buenísimo. Al menos, eso es lo que asumo que están
pensando, basándome en sus ojos como platos y en que no pueden apartar
la mirada.
También podría deberse al hecho de que Des tiene aspecto de
problemático, con ese cuerpo increíble y esa expresión desenfadada. Sus
tatuajes están ocultos, pero no puede enmascarar el aura provocadora que
desprende.
Llegamos a la entrada y entregamos nuestras entradas, y lo siguiente que
sé es que estamos dentro.
Siento docenas de ojos sobre nosotros, y me doy cuenta de que estoy
empezando a temblar por culpa de toda esta atención. Esto es el instituto,
donde los estudiantes destacan por hacer que los indeseables se sientan
invisibles. He sido invisible durante mucho tiempo, y eso me parecía bien.
Más que bien. Pero esta noche tengo claro que nadie me va a ignorar. No
con mi atractivo y peligroso acompañante a mi lado. Y no mientras lleve
puesto este vestido, con una gargantilla de diamantes que ciñe la seda
plateada contra mi cuerpo. Me deja la piel al descubierto hasta un poco más
abajo de la parte baja de la espalda. Unas hebras de diamantes me bajan por
la columna y mantienen los extremos de la seda en su sitio. El dobladillo
del vestido se arrastra por el suelo. Es un vestido que debería llevar una
famosa, o una reina, o un hada. No yo.
Pero al final no he tenido elección. No es que mi armario estuviera
abastecido con vestidos de graduación. Y este es el que me ha conseguido
Des.
Solo llevamos un minuto en el interior del antiguo salón de baile de la
escuela cuando Trisha, una de las chicas de mi planta, se me acerca.
—¡Callypsie! —chilla y, uf, que alguien me mate, ese apodo tiene que
morir.
—¿Callypsie? —repite el Negociador en voz baja.
—No te atrevas —le advierto—. Si te importan tus huevos, no lo hagas.
A principios de año, una de las chicas de mi planta empezó a llamarme así
porque, por alguna razón, Callie no era un apodo lo bastante bueno y,
simplemente, no ha desaparecido.
El Negociador se ríe.
—Como tú digas… Callypsie.
No me da tiempo a cumplir mi amenaza porque ya tengo a Trisha encima.
—¡No sabía que ibas a venir! —exclama mientras me acerca para darme
un abrazo.
Esto es incómodo. Trisha es una de esas chicas a las que debo de haber
cabreado en algún momento, porque uno de sus pasatiempos es el de
ignorarme deliberadamente.
Excepto ahora mismo.
Le doy unas palmaditas en la espalda, deseando que me suelte para que
pueda entender qué tipo de maleficio le han echado para que me dirija la
palabra. Y que me llame Callypsie, de entre todas las opciones. Creía que
habría olvidado ese apodo durante todo el tiempo que ha fingido que no
existo.
Y luego se gira hacia el Negociador y, mierda, le está lanzando una
mirada depredadora.
Me acerco un poco más a él. La verdad es que no me gusta compartir a
Des. Creer que es mío y solo mío es una bonita ilusión, pero entre esta
multitud bien podría ser el caso. Aquí, nadie lo conoce, nadie lo ha visto
orquestar un trato ni cobrar el pago. Nadie se ha emborrachado ni jugado al
póquer con él, ni bebido té ni hablado con él mientras comían pasteles.
Nadie ha hecho maratones de películas ni ha tenido charlas a corazón
abierto con él. Aquí nadie sabe que es amable, cruel, taimado, divertido y
todo lo demás.
Pero por la forma en que Trisha lo mira fijamente, parece como si creyera
que, si tuviera cinco minutos a solas con él, podría ganárselo, y eso me hace
cuestionar mi decisión de venir al baile. Porque puede que solo necesitara
cinco minutos. Lo cierto es que no lo sé, y tengo miedo de averiguarlo.
—Mmm —digo—, él es…
—Dean —acaba por mí el Negociador mientras le tiende la mano.
Trisha parece fascinada cuando le da la mano. De verdad que espero no
poner esa expresión cerca de Des. Aunque lo más probable es que sí lo
haga.
—¿Cómo os conocisteis Callie y tú? —pregunta ella mientras Des le
suelta la mano. Sonríe con timidez, como si fuera una florecilla coqueta. Al
verla, no logro decidir si quiero sonreír o hacer una mueca.
Me giro hacia Des, me da mucho miedo que diga la verdad.
Uy, Callie y yo nos conocimos justo después de que ella asesinara a su
padrastro. Es bastante despiadada cuando llegas a conocerla bien…
Des me rodea la cintura con un brazo y me mira con cariño.
—Le salvé la vida, o al menos así es como ella dice que pasó, ¿verdad,
querubín? —Me da un pequeño apretón mientras lo hace.
Los ojos le brillan cuando levanto la mirada hasta su cara. Está claro que
está jugando con nosotras y se está divirtiendo de lo lindo al hacerlo.
No logro encontrar las palabras necesarias para responder, así que asiento.
—Oh —dice Trisha, frunciendo el ceño—, eso es… raro. Guau, entonces,
¿estáis juntos?
Me mira un instante antes de volver a centrarse en el Negociador. Lo está
desvistiendo despacio mentalmente, y joder, hasta ahora, yo era la única que
tenía la oportunidad de hacerlo.
El Negociador clava la mirada en un punto que queda por detrás del
hombro de Trisha.
—Tu pareja te está esperando, Trisha Claremont. No lo dejes colgado.
—¿Cómo sabes…? —Sus palabras se desvanecen ante lo que sea que ve
en el rostro de Des. Mira por encima del hombro y retrocede—. Sí, bueno,
ha sido un placer conocerte, Dean. —No se molesta en despedirse de mí
antes de marcharse a toda prisa.
Él la observa alejarse con los ojos entrecerrados.
—Eso ha sido raro —digo.
Raro es solo un eufemismo para una emoción a la que en realidad no
puedo ponerle nombre. Obviamente, una parte de mí se siente territorial, lo
cual es vergonzoso, porque Des ni siquiera es mío, pero es más que eso. Es
sentirme a la vez complacida y decepcionada de que, por primera vez en la
vida, se fije en ti alguien que no te gusta. Y es una pena que una parte de ti
incluso se sienta complacida por algo tan básico como el reconocimiento
humano. Pero, en realidad, Trisha no me ha visto de verdad esta noche. Ni
como amiga, ni como amenaza. Mi existencia ha empezado y terminado al
presentarle a mi acompañante.
Traer a Des aquí podría haber sido una muy mala idea.
El Negociador me roza la oreja con los labios.
—Busquemos una mesa. Tal vez incluso te deje sentarte a horcajadas
sobre mí y fingir que somos algo cuando la próxima chica pregunte.
Eso es lo único que le hace falta para desterrar mi sombrío estado de
ánimo.
La piel me empieza a brillar ante la mera idea de montar a horcajadas
sobre Des, lo que también se puede describir como una erección femenina
por parte de la sirena.
A Des no le da tiempo a comentarlo antes de que se acerquen más
conocidos.
Y entonces interpretamos la misma canción y volvemos a bailar a su son.
Y luego otra vez.
Justo en mitad de las presentaciones con Clarice, una chica de mi clase de
Mitos y leyendas, el Negociador me da la mano y me aleja. Apenas me da
tiempo a lanzarle una mirada de disculpa a Clarice por encima del hombro
antes de que me lleve con él.
—¿A dónde vamos? —pregunto.
Los estudiantes abren paso en cuanto ven a Des.
—A la pista de baile —dice por encima del hombro.
Disminuyo un poco la velocidad. Lo cierto es que bailar no es lo mío.
Él me da un pequeño tirón y la patética resistencia que opongo se
desvanece.
Me coloco a su lado.
—Eso de ahí atrás ha sido una locura —digo, porque no se me ocurre
nada mejor.
—Ha sido infernal —dice—, y eso que estoy acostumbrado a eventos
como este. Menos mal que nunca fui al instituto. —Eso hace que una o dos
personas que nos están escuchando le echen algunas miraditas.
—¿Nunca fuiste al instituto? —pregunto mientras nos movemos entre
varias parejas.
No sé por qué estoy sorprendida; no hay nada en Des que resulte
particularmente normal. Aun así…
—Mi educación fue un poco menos convencional.
Porque Des es un rey del Otro Mundo. Un rey .
He venido a mi baile de graduación sobrenatural con un rey fae.
Jesús… Lo único que falta para completar esto es que suene « Monster
Mash» de fondo.
Ponemos un pie en la pista de baile justo cuando termina la canción y
empieza una lenta.
Cojo aire, a punto de decir: «Uy, qué canción más lenta, mejor nos la
saltamos», a pesar de querer aferrarme al Negociador como un koala. Pero
antes de que pueda pronunciar una sola palabra, me acerca a él y apoya una
mano en la parte baja de mi espalda, donde mi piel queda expuesta.
Hay algo extrañamente íntimo en que su mano me toque la piel desnuda
de la base de la columna, algo que provoca que las mejillas se me pongan
rojas.
No tengo ni idea de qué hacer con las manos. Ni puta idea.
El Negociador se inclina hacia mí.
—Ponme los brazos alrededor del cuello —dice.
Insegura, lo hago.
Me he quedado dormida junto a este hombre y, sin embargo, ahora mismo
me siento más expuesta con él mirándome así y sus ojos plateados brillando
de forma extraña.
Le regalo una sonrisa nerviosa y estoy segura de que ve a través de ella.
Baja la cabeza hasta mi oreja.
—Relájate, querubín.
Me acaricia con el pulgar la piel expuesta de la espalda y se me seca la
boca. Bajo la mirada. Siento el tirón de la sirena. Todavía no sé controlarla
bien. Pero a medida que avanza la canción, me siento más cómoda.
Decido mirar a Des.
No estoy preparada para ver la expresión atormentada de su rostro.
—¿Qué ocurre?
—Todo, querubín —dice—. Todo.

Presente

Me quedo mirando mi móvil mucho después de colgarle a Temper.


Las hadas solo hacen algo así delante de su prometida.
Técnicamente, Des y yo hemos sido amantes, pero no tenemos ningún
tipo de relación. Y por supuesto que no estamos prometidos, por usar la
palabra obsoleta de Temper.
Pero Des ha enseñado sus alas a otros hombres, obligándolos a retroceder,
sin decírmelo.
Me empieza a hervir la sangre.
Cómo se atreve.
Salgo de mi habitación solo para encontrarme al Negociador paseando
arriba y abajo, con aspecto de estar hecho un manojo de nervios.
—¿Es verdad? —exijo saber.
Se detiene.
—¿El qué?
Casi me sorprende que no esté al tanto de lo que he hablado con Temper.
Pues vaya con el Maestro de los Secretos, o cualquiera que sea su título.
—Lo de tus alas —digo—. ¿Es cierto que las has estado enseñando para
que todos sepan que no deben tocarme? ¿Que te pertenezco?
Se queda completamente inmóvil, pero sus ojos… sus ojos brillan. A
nuestro alrededor, las sombras empiezan a arremolinarse en la habitación.
En mi cabeza, suenan las alarmas.
—Es verdad —digo cuando me estrello contra la verdad.
Se acerca a mí con cuidado.
—Cabrón —lo insulto—. ¿Pensabas decírmelo en algún momento?
Se detiene frente a mí, con una pinta un poco amenazadora.
Y me importa una mierda.
Lo golpeo en el pecho.
—¿Ibas a decírmelo?
Baja la vista hacia mi dedo, como si lo hubiera ofendido personalmente. Y
entonces veo que curva la comisura de la boca.
Se adentra más en mi espacio personal, su pecho roza el mío.
—¿Estás segura de que quieres conocer mis secretos, querubín? —
pregunta—. Te costarán mucho más que una muñeca llena de cuentas.
—Des, lo único que quiero es que me des respuestas.
Me sorprende ver en sus ojos una emoción bastante profunda. Toma un
mechón de mi pelo entre los dedos y lo frota.
—¿Qué puedo decir? Las hadas podemos ser unas amantes increíblemente
celosas y egoístas.
—Deberías habérmelo dicho.
—Puede que estuviera orgulloso de desplegar mis alas —admite,
volviendo a colocar mi mechón en su sitio—. Puede que disfrutara de la
forma en que las mirabas y la forma en que los demás lo hacían también. A
lo mejor sentí cosas que no había sentido antes.
Mientras habla, despliega las alas lentamente. Y con cada palabra que
dice, mi irritación se disipa. En su lugar se instala algo más incómodo, algo
que hace que me duela el corazón.
—Puede que no quisiera decírtelo solo para descubrir que tú no sentías lo
mismo. Sé cómo ser letal, Callie. Sé cómo ser justo. Pero no sé cómo tratar
contigo. Con nosotros. Con esto.
—¿Con qué?
Sigue siendo críptico, incluso después de prometer contarme sus secretos.
Me pasa un dedo por la clavícula.
—No he sido del todo sincero contigo.
No es exactamente una revelación impactante.
—Me hiciste una pregunta —continúa—. ¿Por qué ahora? Me fui hace
siete años, Callie. Entonces, ¿por qué he vuelto ahora?
Frunzo el ceño.
—Necesitabas mi ayuda —digo. El misterio, las mujeres desaparecidas.
Fue muy claro al respecto.
Se ríe, y es un sonido cortante.
—Una mentira que se convirtió en verdad.
Lo miro, extrañada. Si no es por eso, entonces ¿por qué?
Me toca la mejilla con suavidad.
—Callie . —No es tanto el hecho de que diga mi nombre, sino la forma en
que lo dice. Extiende las alas por completo, su envergadura atraviesa toda la
sala de estar. Son enormes—. Un hada no le enseña las alas a su prometida.
—Desliza la mano hasta mi nuca y me acaricia la piel con el pulgar—. Un
hada se las enseña a su alma gemela.
23
Mayo, hace siete años

Después del baile, Des me acompaña de vuelta a mi dormitorio,


desapareciendo solo el tiempo suficiente para sortear a la chica que está a
cargo del mostrador de recepción en el vestíbulo.
Ahora, vacila en el umbral de mi habitación, y parece tener un gran
conflicto consigo mismo.
En lugar de cuestionarlo, lo agarro de la mano, tiro de él y cierro la puerta
a su espalda. Dejo caer el dobladillo de mi vestido, que he llevado recogido
desde que hemos salido del baile por miedo a ensuciarlo más de lo que ya lo
he hecho. Es la prenda más bonita que me he puesto nunca.
Presa del nerviosismo, me paso las manos por el corpiño.
—Gracias —digo en voz baja, mirándome los pies.
Des no responde, pero siento sus ojos sobre mí. Esos ojos perversos y
calculadores.
—Esta noche ha sido… —Como sacada de un sueño. Todavía puedo
sentir la forma en que me ha abrazado mientras bailábamos—, maravillosa.
El Negociador se deja caer como un peso muerto en mi cama y se pasa las
manos por el pelo.
Espero alguna reacción, pero no llega.
El silencio se prolonga en esta diminuta habitación y, por primera vez, no
es cómodo.
—¿Va todo bien? —pregunto. Siento la preocupación agitándose en mi
interior, prácticamente puedo saborear su amargo mordisco en la parte
posterior de la garganta.
Esta no podía ser solo la mejor noche de mi vida. No se me permite tener
nada tan perfecto.
Pobre Callie. Siempre fuera, siempre mirando hacia dentro .
Él para de sostenerse la cabeza con las manos y las deja caer.
—No puedo seguir haciendo esto.
Me mira y casi me tambaleo hacia atrás. Por una vez, es Des quien tiene
las emociones al descubierto, y me mira como si me hubiera estado
esperando toda su vida.
Tal vez sí llegue a tener una noche completamente perfecta.
Tal vez consiga algo más que solo esta noche.
—¿Des? ¿De qué estás hablando?
Veo cómo traga saliva mientras clava la vista en mí, su mirada es
desafiante. Se impulsa para levantarse de la cama y se pone de pie una vez
más. La forma en que cuadra la mandíbula provoca que se me acelere el
corazón. Tiene un aspecto siniestro. Peligroso.
Echa a andar hacia mí, sus ojos recorren mi cuerpo con una mirada
hambrienta.
Había perdido la esperanza de que este hombre sintiera algo por mí.
Ahora, una buena dosis de miedo me inunda las venas porque una vocecilla
está susurrando: Ah, pero sí que siente algo, y ese es un destino mucho peor.
—Dame una buena razón por la que no debería llevarte conmigo esta
noche. En este mismo instante.
—¿Llevarme? —Le lanzo una mirada extrañada—. ¿Tienes otro trato esta
noche?
Últimamente no me ha llevado a muchos, no desde que usé el glamour
con uno de sus clientes.
Empieza a dar vueltas a mi alrededor.
—Te llevaría muy lejos y no te soltaría nunca. Mi dulce sirena. —Me pasa
una mano por la piel desnuda de la espalda y me estremezco—. Este no es
tu sitio, y tanto mi paciencia como mi humanidad empiezan a agotarse.
Hay algo que no va bien.
—Podría obligarte a hacer muchas cosas, muchas, muchas cosas —
susurra—. Las disfrutarías todas, eso te lo prometo. Tú las disfrutarías, y yo
también.
Trago saliva y bajo la mirada hacia mi pulsera. Siento su magia
persuadiéndome para hacer algo impreciso.
—Podríamos empezar esta noche. No creo que pueda aguantar otro año
—dice, mirándome de nuevo—. Y creo que tú tampoco. —Solo la forma de
decirlo ya transmite que está famélico.
Mientras da vueltas a mi alrededor, lo agarro de la mano, intentando
detenerlo a él y a estas confesiones suyas tan extrañas y crípticas.
—Des, ¿de qué estás hablando?
Entrelaza sus dedos con los míos y levanta nuestras manos unidas entre
nosotros.
—¿Cómo te gustaría empezar a pagar esta noche?
Ahora, lo único que queda en sus ojos es sexo y deseo.
Durante el último año, los únicos detalles que me han parecido
particularmente feéricos de Des han sido sus engaños y su brutalidad. Pero
en este momento, Des es un hada al cien por cien. Tanto sus palabras como
su expresión aterradora.
Esta versión de él es oscura y extraña.
Oscura, extraña y convincente.
Y mientras observa nuestros dedos entrelazados, sus labios esbozan la
sonrisa más brillante y cruel que le he visto hasta el momento. Casi retiro la
mano; algo así como el instinto de supervivencia me impide echar a correr.
Tengo la sensación de que, en este momento, este hombre está entrando de
puntillas en aguas traicioneras y cualquier movimiento en falso por mi parte
hará que caiga de cabeza.
Inspiro de forma temblorosa.
—Desmond Flynn, sea lo que sea lo que está pasando, necesito que te
recompongas.
Sueno mucho más tranquila de lo que me siento. Percibo el tamborileo de
mi pulso en los oídos.
Él se lleva nuestras manos unidas a los labios y cierra los ojos. Se queda
así, inmóvil, durante al menos un minuto. El tiempo suficiente para que me
preocupe. Pero por fin abre los ojos, con las fosas nasales dilatadas. Y solo
necesito una mirada para saber que el Des que he llegado a conocer y en el
que confío está de vuelta.
Su expresión contiene un mundo entero de remordimiento.
—Lo siento, querubín —susurra con voz ronca—. No tenías que ver eso.
No soy… humano, a pesar de todo lo que aparento ser.
Algo canta en mi sangre, y estoy bastante segura de que una buena parte
sigue siendo miedo, pero sobre todo se trata de esperanza.
No soy particularmente valiente, pero decido que este es el momento de
serlo.
—¿Te gusto? —pregunto. No existe duda alguna sobre a qué me refiero.
El Negociador me suelta la mano.
—Callie . —Se está alejando, física y emocionalmente.
—¿Sí o no? —lo presiono.
Porque cuando me ha prometido llevarme y hacer que le pagara, esa es la
sensación que me ha dado.
Me roza el pómulo con el pulgar. Todavía con el ceño fruncido, baja la
cabeza.
Sí que le gusto.
Mi piel se ilumina, el brillo es cegador, y me siento feliz, condenadamente
feliz, porque le gusto, y él me gusta, y me ha llevado a un baile, y en lo que
respecta al mundo sobrenatural, soy legalmente adulta.
Esto puede funcionar.
Aunque da más que un poco de miedo, y aunque a mi sirena nada le
encantaría más que aprovecharse de él, él es la luna en mi cielo oscuro.
Mi rey oscuro. Mi mejor amigo.
Me pongo de puntillas.
—Callie…
Lo interrumpo con un beso. Aunque llamarlo beso es bastante indulgente.
Mis labios rozan los suyos y ahí se quedan.
El Negociador lleva las manos hacia la parte superior de mis brazos y me
da un apretón. Juro que quiere acercarme más, pero no lo hace.
Sus labios permanecen rígidos debajo de los míos, y no voy a tardar nada
en perder el coraje.
Pero luego deja escapar un gemido de dolor y su boca empieza a moverse.
De repente, pasa de ser un «beso» a ser un beso .
Me rodea con los brazos, desliza los labios sobre los míos y su boca se
mueve con desesperación, como si no pudiera tener suficiente. Como si este
fuera el primero, el último, el único beso que recibirá.
Toda esta situación me deja sin aliento. Le rodeo la cintura con los brazos
y siento que me estoy aferrando a él como si me fuera la vida en ello. Cada
centímetro de mí encaja a la perfección con cada centímetro de él.
En el infierno no encontraría un hombre más perverso; en el cielo no
podría tener un momento más perfecto. He esperado durante un año, he
agonizado, he sentido que era imposible que esto sucediera.
Y ahora está pasando.
Des enrosca una mano en mi pelo y lo agarra con brusquedad. No puede
abrazarme más fuerte y, sin embargo, siento que lo está intentando. Que
está intentando llenarse de mi esencia.
Y yo que creía que estaría preocupada por mi mala técnica a la hora de
besar. No había imaginado esto, que él me desearía tanto como un
moribundo anhela vivir.
Abro los labios para tomar una bocanada de aire y es como si ese
movimiento rompiera algún hechizo. Un momento, la boca de Des está
sobre la mía; al siguiente, ya no está.
Me suelta y retrocede tambaleándose, respirando con dificultad. Las
sombras se arremolinan a su alrededor, más espesas y densas de lo que las
he visto jamás. También me envuelven a mí, parecen nubes de tormenta
negras y ondulantes.
Pero solo tengo tiempo de maravillarme con sus sombras antes de mirar
hacia arriba, arriba, arriba .
Detrás de Des, dos siniestras alas plateadas han cobrado vida, sus afiladas
crestas acabadas en garras se elevan por encima de la cabeza del
Negociador.
—Tus alas… —digo, asombrada.
« Nuestras alas solo aparecen cuando queremos pelear o follar» , me dijo.
Y no creo que quiera pelear conmigo.
Des no se molesta en mirar por encima del hombro, sigue mirándome
fijamente.
—Lo siento —dice—. No tenía que haber sucedido así. Debería haber
esperado. Tenía la intención de esperar.
—Des, ¿qué pasa? —pregunto, dando un paso adelante.
Se me cae el alma a los pies. Ya puedo sentir su arrepentimiento.
Se pasa una mano temblorosa por el pelo.
—Tengo que irme.
—No —digo mientras dejo de brillar.
—Lo siento —repite—. Quería darte más tiempo. Nunca debí haber hecho
esto, nada de esto.
¿Nada de esto?
No puede estar diciendo lo que creo que está diciendo. Sobre todo, no
cuando sus alas siguen desplegadas. No dejan de dar pequeñas sacudidas,
como si quisieran extenderse.
—Pero te gusto —digo, sin entender sobre qué está divagando, pero
detectando el arrepentimiento de su voz.
—Soy un rey, Callie. Y tú…
Estás rota.
—Eres inocente.
—No soy inocente. —Dios, no lo soy.
Se adelanta y me acaricia la mejilla.
—Sí lo eres. Eres dolorosamente inocente en muchos sentidos, y yo soy
un hombre muy, muy malo. Deberías mantenerte alejada de mí, porque
parece que yo no puedo.
Espera.
—¿Mantenerme alejada? Pero ¿por qué?
—No puedo ser solo tu amigo, Callie.
Yo tampoco puedo ser solo tu amiga .
—Entonces, no lo seas —digo con la voz ronca.
—No sabes lo que me estás pidiendo —responde, buscando algo en mi
rostro.
—No me importa. —Y es la pura verdad.
—Pero a mí sí —dice en voz baja. Sus palabras tienen un tono muy
definitivo.
Siento una lágrima caer, porque sé lo que es esto.
Es un adiós. Y no entiendo lo que está pasando.
—No llores —me pide en un susurro.
—No tienes que marcharte —le digo—. Podemos hacer que todo vuelva a
ser como antes. Simplemente, podemos… fingir que esta noche nunca ha
sucedido. —Prácticamente me atraganto con esas palabras. No quiero fingir
nada de eso.
Des frunce el ceño. Todavía me sostiene la barbilla y tira de mi cara hacia
arriba para besar cada una de mis lágrimas.
Cuando se aleja, veo algo en sus ojos, algo que me hace pensar que los
sentimientos del Negociador son más profundos de lo que había supuesto.
Eso solo me confunde más.
—Solo dame un poco de tiempo. —Me suelta casi a regañadientes y
retrocede.
—¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? —pregunto. En el último año, nunca
he pasado más de unos pocos días sin verlo.
Él aprieta los labios.
—El tiempo suficiente para descubrir lo que quiero y lo que te mereces.
La forma en que lo dice hace que el pánico se extienda en mi interior. Esto
es el final de algo. Creía que era el principio… pero no lo es. Ha sido una
tontería por mi parte ser tan optimista.
—¿Qué pasa con mis deudas? —Las trescientas veintidós. De repente,
parecen un salvavidas.
—No importan.
¿Que no importan ? Estoy hablando con el Negociador, el hombre que ha
creado un imperio gracias a sus tratos y favores. No desperdiciaría cientos
de ellos.
Ahora, lo que siento es más que pánico. Estoy aterrorizada. Se marcha, no
solo por esta noche, sino por muchas otras. Quizás por el resto de noches de
mi vida.
Posa la mano en el pomo de la puerta. Y lo sé, es este: el momento en el
que sale de mi vida.
Y todo por un único beso. Un beso que le ha hecho desplegar las alas.
Nunca antes se las había visto. La única vez que el inquebrantable Des ha
cometido un desliz ha sido conmigo.
Eso tiene que significar algo, ¿no? Algo por lo que vale la pena luchar.
—Un último deseo. —Mi voz suena más dura de lo que imaginaba. Más
resuelta.
Él inclina la cabeza.
—No, Callie. —Prácticamente, me lo ruega.
Su única debilidad: un trato. Parece que no puede evitar concederme
favores.
No sé qué me ha poseído, qué extraña compulsión me impulsa a
pronunciar palabras que no tengo derecho a decirle al Negociador. Solo sé
que mi propio mundo ha dejado de girar y que, si no hago nada, se saldrá de
su eje.
Cierro los ojos y de mis labios brotan palabras de un libro antiguo.
—De la llama a las cenizas, del amanecer al anochecer, durante el resto de
nuestras vidas, sé mío para siempre, Desmond Flynn.
Lo único que escucho es su respiración irregular.
Ni siquiera tengo la presencia de ánimo necesaria para avergonzarme. Ese
antiguo verso vinculante pronunciado entre amantes me ha parecido
correcto al salir de mis labios.
Abro los ojos y nos miramos.
Nunca he visto que el horror y la fascinación compartieran espacio en la
cara de alguien, pero él se las arregla para expresar ambas cosas.
Y luego se desvanece en una voluta de humo.
En aquel entonces, no sabía que no iba a volver.

Presente

Un hada no le enseña las alas a su prometida. Un hada se las enseña a su


alma gemela.
Dejo de respirar.
El mundo entero se queda en silencio, hasta que lo único que alcanzo a
escuchar son los latidos de mi corazón, mi estúpido y esperanzado corazón.
—Mientes —susurro.
Esboza una pequeña sonrisa, los ojos le brillan con intensidad.
—No, querubín, no miento.
Siento que estoy a punto de romperme.
—¿Estás diciendo…?
—¿Que estoy enamorado de ti? ¿Que llevo enamorado de ti desde que
eras una adolescente obstinada con demasiado coraje? ¿Que eres mi alma
gemela y yo la tuya? Que los dioses me ayuden, sí, es lo que estoy diciendo.
Las rodillas están a punto de cederme.
Almas gemelas.
Sí , almas gemelas , me susurra el corazón.
Hace siete años, enterré mi pasado y me reconstruí.
Hace siete años, me enamoré.
Me enamoré y nunca me desenamoré. Lo cual fue un problema, porque
hace siete años, mi primer amor me rompió el corazón.
—Pero te fuiste —le digo en voz baja.
No se mueve, tenso.
—En efecto —dice, con la mirada triste—. Pero nunca quise alejarme.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Se pasa una mano por el pelo, mira hacia otro lado, luego respira hondo y
vuelve a sostenerme la mirada.
—Eras demasiado joven, joder —dice en voz baja mientras me recorre el
rostro con los ojos—. Y habían abusado de ti. Y mi corazón te eligió. Lo
sentí esa primera noche, pero no me lo creí, no hasta que el sentimiento
creció tanto que no pude ignorarlo. No podía mantenerme alejado, apenas
podía resistirme a ti, pero no quería que te precipitaras a nada. No cuando
acababas de escapar de un hombre que te quitó y te quitó. No quería que
creyeras que eso es lo único para lo que valen los hombres.
No puedo respirar. Una lágrima silenciosa me baja por la mejilla. Luego
otra.
Des me limpia las lágrimas con una expresión increíblemente amable.
—Así que te dejé jugar, que compraras favor tras favor, hasta el día en
que no pude soportarlo. Ninguna pareja mía debería deberme nada. Pero mi
magia tiene mente propia… Igual que te pasa a ti con tu sirena, no siempre
puedo controlarla. Pensaba que, cuanto más me debieras, durante más
tiempo podría garantizar que estuvieras en mi vida. Por supuesto, esa
estrategia tuvo un final de lo más abrupto en el momento en que pediste tu
último deseo.
Las lágrimas resbalan por mi cara mientras me devano los sesos para
recordar el deseo al que se refiere.
—Ese último deseo tuyo —continúa—, era más grande que cualquiera de
nosotros. Tú querías tenerme, yo me estaba enamorando de ti y no estaba
bien, Callie. Sabía que no estaba bien. No cuando tenías dieciséis años.
Pero podía ser paciente. Por mi pequeña sirena, mi compañera, podía.
Esboza una sonrisa amable, una emoción profunda inunda sus ojos.
Y yo me siento ligera como el aire. Esto es todo lo que quería escuchar
hace tantos años. Y ahora está provocando que llore con más fuerza. Creía
que mi corazón plagado de cicatrices se había enamorado del único hombre
que no podía amarme.
Su mirada se vuelve distante.
—Pero ese deseo… Me hizo prisionero.
—¿Qué deseo ? —No deja de mencionar ese siniestro deseo, y no tengo ni
idea de a qué se refiere.
La mirada de Des se vuelve afilada.
—Tu último deseo. La noche del baile: «De la llama a las cenizas, del
amanecer al anochecer, durante el resto de nuestras vidas, sé mío para
siempre, Desmond Flynn» —dice, citando el verso vinculante que
pronuncié hace mucho tiempo.
Me arden las mejillas.
—Ese nunca me lo concediste.
—¿Estás segura de eso?
Me quedo helada cuando asimilo sus palabras.
—¿Me… me lo concediste?
—Lo hice —dice el Negociador mientras su mirada desciende hasta mis
labios.
Aceptó ser mío. El cerebro está a punto de explotarme.
Me miro el brazalete.
—Pero nunca apareció ninguna cuenta…
—Claro que no, porque ya estabas pagando. Ambos estábamos pagando.
Se me entrecorta la respiración y se me forma un nudo en la garganta.
—¿Qué quieres decir? —Apenas logro pronunciar las palabras.
—Un favor tan grande como el que solicitaste requiere un pago elevado
—continúa el Negociador—. ¿Acaso creías que mi magia te permitiría
comprarte una pareja con tanta facilidad? Ese tipo de favor requiere una
buena dosis de angustia y años de espera; siete años, para ser precisos.
Siete años.
Dios mío.
La magia del Negociador es sutil, si no la buscas, nunca te fijas en ella.
Todo este tiempo en el que he intentado seguir adelante y no he podido,
todo este tiempo que me he sentido resentida con el Negociador, todo ha
sido parte del deseo.
—Después de tu último deseo, cada día me esforcé todo lo que pude para
intentar acercarme a ti —dice Des—. Y todos los días, me lo impedía mi
propia magia, que se había vuelto en mi contra.
Sacudo la cabeza porque no puedo hablar. El verso vinculante que
pronuncié por pura desesperación.
Mientras esa última noche de hace siete años se reproduce en mi cabeza,
la observo desde una nueva perspectiva: la de Desmond. Tomo una
profunda bocanada de aire cuando me doy cuenta de cómo se desarrollaron
los acontecimientos para él.
Quedó atado a mi deseo tanto como yo. Nunca me percaté de que no
podía limitarse a detener sus propios tratos.
—Entonces, un día —continúa Des—, la correa con la que me retenía la
magia se aflojó. Intenté acercarme a ti como había hecho mil veces antes, y
esta vez, la magia no me detuvo. —Sus ojos plateados brillan mientras me
mira—. Por fin, después de los siete años más largos de mi vida, pude
volver con mi amor, mi pareja, la dulce sirena que amaba mi oscuridad, mis
tratos y mi compañía cuando no era nadie ni nada más que Desmond Flynn.
La mujer que tomó el destino en sus propias manos cuando pronunció esos
antiguos votos y se declaró mía. —Una sonrisa maliciosa levanta primero
una comisura de su boca, luego la otra—. Callie, te amo. Te he amado desde
el principio. Y te amaré mucho después de que muera la última estrella. Te
amaré hasta el final de la oscuridad misma.
—Me amas —digo, dejando que esa afirmación cale.
—Te amo, Callypso Lillis —repite.
Y entonces… sonrío. Siento como si el corazón me fuera a estallar.
—¿Quieres estar conmigo? —pregunto, repentinamente tímida. Una parte
de mí sigue sintiéndose incrédula.
Des me atrae hacia sí.
—Callie, puede que esto sea compartir demasiado, pero tengo la
sensación de que eso es lo que quieres en este momento…
Ensancho la sonrisa.
—Lo es.
Sus ojos recorren mi rostro.
—Quiero despertarme contigo todas las mañanas, querubín, y quiero
casarme contigo y luego quiero tener montones, montones de bebés
contigo. Si me aceptas, por supuesto.
Miro a Des, con su cabello rubio blanquecino y sus llamativos ojos
plateados. Todo está al descubierto, su amor, su emoción, su anhelo . Des,
que me salvó la vida, que me mira como si fuera su luna y sus estrellas.
Por una vez, el Rey de la Noche no tiene el control de la situación. No
tiene ninguna de las cartas, pero me ha enseñado su mano. Y su mano es lo
único que siempre he querido.
Y ahora me pide que decida si todavía lo quiero o no en mi vida.
Lo quise hace siete años y todo ese tiempo entre entonces y ahora he
seguido deseándolo, incluso cuando sabía que era imposible. Incluso
cuando lo odiaba, lo deseaba. Lo quise ayer, lo quiero hoy, lo querré
mañana y pasado mañana. Lo quiero para el resto de mi vida.
Siempre lo he querido.
—Seré tuya, si tú eres mío —digo.
La sonrisa de Des es tan brillante que alcanza todos los rincones de su
rostro. Casi me deja boquiabierta.
—Siempre seré tuyo, querubín.
Y es una reacción automática, pero empiezo a sonreírle, incluso cuando se
me escapa una lágrima de felicidad.
El corazón se me está rompiendo y recomponiendo, y todo mi cuerpo está
iluminado de dentro hacia fuera.
Des me agarra por las mejillas.
—Y las montañas pueden subir y bajar, y el sol puede marchitarse, y el
mar reclamar la tierra y tragarse el cielo, pero siempre serás mía. —Me
acaricia el pómulo con los nudillos—. Y las estrellas podrán caer del cielo y
la noche podrá cubrir la tierra, pero hasta que la oscuridad muera, siempre
seré tuyo.
24

Parpadeo varias veces cuando Des termina de hablar.


—Eso ha sido…
—La versión de mi tierra de un voto. —Todavía no ha dejado de
acunarme el rostro con las manos—. Llevo años queriendo decirte esas
palabras. —Apoya la frente contra la mía—. Los humanos no son los
únicos cuyos amantes pronuncian votos arcaicos.
Y a continuación, me besa.
Un beso que podría acabar con todos los demás besos. El amor es otro
tipo de magia sutil. Puede unir a las personas y separar vidas. Puede
llevarse el dolor, puede perdonar.
Puede redimir.
Las alas de Des nos envuelven hasta que nos hallamos en nuestro pequeño
mundo.
—¿Verdad o reto? —susurra él.
—Verdad —digo.
—¿Me quieres? —pregunta.
Juro que, después de preguntar, contiene la respiración. Pero a lo mejor
me estoy imaginando cosas.
—Nunca he dejado de hacerlo.
Por un momento, cierra los ojos, asimilando lo que acabo de admitir.
Cuando los vuelve a abrir, están repletos de emociones y sé lo que va a
suceder a continuación.
Levanta la mano desde mi pecho hasta mi cuello para acunarlo. Me mira
como si fuera una deidad arcaica a la que venera.
—Desmond.
Su mirada se desplaza hasta mis labios y, muy lentamente, baja la cabeza.
Me encuentro con él a mitad de camino, nuestras bocas chocan. Coloca
ambas manos a cada lado de mi cara y las enreda en mi pelo.
No intento evitar que la sirena tome la iniciativa en cuanto cedo. Mi piel
brilla con más intensidad y lo rodeo con los brazos para acercarlo más a mí.
Él se separa para dejarme un rastro de besos a lo largo de la parte inferior
de la mandíbula, en el cuello, en el punto donde se unen las clavículas.
Emito un ruidito desde el fondo de la garganta y siento su sonrisa a lo
largo de mi piel. Su pelo me hace cosquillas allá donde me toca, y los labios
del Negociador… están descendiendo cada vez más, hacia el valle que
queda entre mis pechos.
No vamos a dejarlo en una mera sesión de besos. Esta noche, no.
Su aliento me recorre la piel y me arqueo hacia él. Se aparta lo suficiente
para quitarme la camiseta y luego el sujetador. Tira las prendas a un lado y
se pasa varios segundos contemplando mi torso expuesto. La mirada en sus
ojos refleja que está hambriento.
Nunca antes me ha visto desnuda, y yo nunca lo he visto desnudo a él,
para el caso. Darme cuenta de ello me impacta, considerando todo lo que
hemos hecho.
Des alza las manos para quitarse la camiseta y me quedo maravillada ante
sus pectorales esculpidos, sus brazos tonificados, su estómago duro como
una roca. Deslizo los dedos sobre cada uno de sus abdominales y por
primera vez siento que tengo derecho a tocarlo. Parece tallado en mármol,
la piel tensa sobre los músculos gruesos. No tiene tanto volumen como Eli,
pero está igual de cincelado.
Almas gemelas.
Él es mío y yo soy suya.
Casi me siento mareada por tanta alegría. ¿Alguna vez he sido tan feliz en
toda mi vida?
El Negociador me levanta en brazos, me lleva por el pasillo hasta su
dormitorio y cierra la puerta de una patada detrás de nosotros.
Me tiende en su cama, luego se inclina sobre mí y acurruca sus caderas
estrechas entre mis muslos. Incluso este simple contacto provoca que me
mueva contra él, impaciente, en busca de más. Pero a diferencia de mí, Des
parece tener una paciencia ilimitada y me recorre el pecho desnudo con la
mirada. Me ahueca un pecho con la mano y mueve el pulgar en círculos
alrededor del pezón hasta que se me endurece. Se inclina hacia delante y
reemplaza los dedos con los labios. Mueve la lengua sobre el pezón y yo me
arqueo hacia él.
Dios, va a conseguir que me corra antes de que estemos completamente
desnudos.
Deslizo las manos sobre los músculos de su espalda, me agarro a él con
fuerza.
Su boca recorre mi estómago, sus manos se deslizan a cada lado de mí. El
Negociador me mira a través de las pestañas cuando alcanza la cinturilla de
mis vaqueros.
—Quítamelos —susurro.
Durante un segundo, no hace nada, y me da la impresión de que está
saboreando el momento. Luego vuelve a acercarse a mi cara y me besa.
Mientras lo hace, siento el roce de su magia. Un momento después, mis
pantalones se desabrochan solos y se deslizan hacia abajo.
No puedo evitarlo, interrumpo el beso para reírme.
Él mismo me sonríe desde arriba, pero la diversión de su expresión se
desvanece y se transforma en algo mucho más perverso.
Su cara está a centímetros de la mía, el cabello le cuelga alrededor del
rostro.
—Mi pareja —digo, maravillada.
—Tu pareja —repite él.
Incluso esto es casi demasiado. Mi corazón y mi cuerpo no pueden
soportar tantas buenas sensaciones a la vez. Siento que me voy a
desmoronar y que, cuando por fin me recomponga, no seré la misma Callie
que una vez fui.
Vuelvo a sentir el roce de su magia, y esta vez son sus pantalones los que
se deslizan hacia abajo. Solo dispongo de un par de segundos para apreciar
sus bóxers negros antes de que también desaparezcan.
Me lo he imaginado muchas veces, pero mi mente nunca le ha hecho
justicia. Cada curva musculada que envuelve sus muslos, la V definida que
apunta hacia su gran pene, la forma en que su cintura se estrecha y da paso
con fluidez a sus caderas y su trasero esculpido… es mejor que cualquier
cosa que mi mente pueda conjurar.
Me permite devorarlo con la mirada un momento y luego vuelve a
colocarse sobre mí y presiona su firme erección contra mi pierna.
Estoy brillando con más intensidad que nunca. Normalmente, tengo que
contener mis poderes cuando hago el amor, de lo contrario, mi glamour
puede convertir palabras inocentes en órdenes que controlan a mi pareja, y
me gusta el sexo con consentimiento, muchas gracias. Pero con el
Negociador, no tengo que preocuparme por eso; él no puede caer bajo mi
hechizo de la misma forma que otros hombres. La sensación de ser yo
misma de forma plena y completa, algo que nunca he sentido con nadie
más, es liberadora.
Me toca las bragas de encaje.
—Estas tienen que desaparecer. —En el mismo momento en que
pronuncia esas palabras, siento que una mano invisible me las quita.
Ya no hay nada gracioso en la magia. No cuando el Negociador,
Desmond, me mira con los ojos llenos de promesas.
Me besa con suavidad, con gentileza, y luego se coloca en posición.
Puedo sentirlo en mi entrada.
Se aleja de mis labios, sus ojos recorren mi rostro. Una vez más, me da la
sensación de que está memorizando este momento. Mientras me observa,
empuja y se introduce en mí.
Levanto la pelvis para que conecte con la suya y, centímetro a centímetro,
se desliza en mi interior. Mis labios se entreabren en un gesto de sorpresa
silenciosa, nuestras miradas se encuentran.
Tantos años de espera, de esperanza, de desesperación, todo ha conducido
a este momento.
A la perfección.
Un escalofrío le sacude el cuerpo cuando está completamente enterrado en
mí.
—Quiero quedarme así… para siempre.
Trago saliva mientras deslizo las manos sobre sus hombros y luego por su
espalda. Yo también quiero que se quede así, que permanezcamos
entrelazados.
Se retira casi por completo antes de arremeter con fuerza. Gimo ante la
sensación, el sonido que emito es sobrenatural.
La sonrisa que me dedica es puro pecado.
—Me gusta arrancarle gemidos a mi dulce sirena.
Entra y sale de mí con embestidas potentes.
Dios, contemplarlo es algo asombroso. Tiene las cejas juntas, los labios
separados y, con cada embestida, flexiona los abdominales. Verlo
haciéndome esto es casi suficiente para que me corra.
Se agacha, su pecho resbaladizo por el sudor se encuentra con el mío y
sus manos me apartan el pelo de la cara.
Me acerca aún más, sus mejillas rozan las mías. Se mueve a un ritmo
lento y tierno.
Hacer el amor .
Eso es lo que está pasando. Está siendo delicado, me está cortejando
incluso después de haber recibido mi amor y encontrarse entre mis piernas.
Podría ser siempre así .
Noches como esta que se prolongan más y más en el futuro. Me duele el
corazón ante esa posibilidad. El amor verdadero siempre ha parecido estar
fuera de mi alcance. Solo creía en él porque había sentido intensamente su
ausencia todos estos años que hemos pasado separados.
Durante mucho tiempo, creí que tenía algún problema emocional. Que no
podía amar plenamente, que no podía ser yo misma. Que era débil. Aquí, en
los brazos de este hombre, me doy cuenta por primera vez en mucho tiempo
de que no estoy rota. Ni por asomo.
Soy su pareja.
Él es la mía.
Deslizo la mano por su espalda musculosa, luego le recorro los brazos,
empapándome de cada uno de sus músculos esculpidos.
El Negociador se inclina, me da un mordisquito en el pecho y, de repente,
estoy justo ahí, al borde de un orgasmo que lleva acumulándose desde
mucho antes de que Des entrara en mí.
Como si pudiera sentir lo cerca que estoy, Desmond profundiza más con
cada embestida, con la mirada clavada en mí. Se agacha y me besa con
brusquedad.
—Me gusta cómo te queda esa mirada, querubín —dice—. Y saber que
soy el responsable de ello.
Aprieto los brazos a su alrededor y lo acerco más mientras cierro los ojos
y abro la boca.
—No te atrevas a cerrar los ojos —dice—. Quiero ver todo lo que te hago.
Un estallido de magia me atraviesa y me obliga a abrir los ojos.
—Desmond . —Es lo único que me da tiempo a decir antes de que el
orgasmo arrase con mi cuerpo.
Grito, el sonido es un tipo de melodía en sí mismo. Mi piel se ilumina, el
brillo se refleja en los ojos de Desmond.
Las embestidas del Negociador se vuelven más rápidas hasta que se
detiene. Y luego, con un gemido, un orgasmo le sacude el cuerpo,
obligándolo a entrar en mí con más fuerza y más hondo que antes.
En cuanto termina, rueda a mi lado y me toma en brazos. Me abraza con
fuerza contra él, como si no pudiera soportar que ningún centímetro de
nuestra piel quede separado. Su piel sigue resbaladiza por el sudor y el
brillo de mi piel se atenúa poco a poco mientras los últimos restos de mi
orgasmo son reemplazados por el agotamiento de la saciedad.
Huele a mí, y yo huelo a él.
Me mira con una expresión maravillada. Hay felicidad en su mirada, una
felicidad inabarcable.
—Mi sirena —dice—. Mi pareja. Llevo años esperándote.

No puedo detenr la sonrisa que se extiende por mi rostro mientras estoy


tendida en brazos del Negociador. Por primera vez en la vida, siento que en
mi mundo todo va inequívocamente bien .
Des traza el contorno de mis labios con un dedo, sin apartar la mirada de
mí.
—¿Por qué no me dijiste nada el primer día que volviste conmigo? —
pregunto con curiosidad. Eso podría habernos ahorrado mucha angustia.
Suelta una carcajada.
—Ojalá, querubín. Quería hacerlo, pero no me habías visto en siete años,
en ese momento tenías una relación y prácticamente querías desollarme el
trasero. Mis opciones eran limitadas.
Sonrío un poco al oír eso.
Él me acerca más.
—Daría mi reino solo por esa sonrisa.
Podría bañarme en las palabras de Des. Palabras que normalmente incitan,
provocan y engatusan. Palabras que me han seducido una y otra vez. Esta
noche son la serenata más dulce del mundo.
Le acaricio con los dedos los tatuajes del brazo.
—¿Qué significa todo esto? —Hay una rosa que se desvanece en
lágrimas. Hay ángeles y humo y escamas que dan forma a un ojo. Todo ello
se retuerce y le baja por el hombro y el brazo. Es precioso y macabro.
Des me acaricia el pelo, su mirada sigue repleta de una suavidad inusual.
Es una mirada extraña para el Negociador, por lo general aterrador. Es una
mirada que no quiero que abandone nunca su rostro.
Duda antes de responder.
—Me los hice cuando era parte de los Ángeles de la pequeña muerte —
dice por fin—. Es una especie de hermandad.
Al oír eso, estiro el cuello para mirarlo.
—¿Estabas en una pandilla? —pregunto, deduciendo lo que no está
diciendo.
Sonríe con ironía.
—Semántica. Vigilábamos las calles cuando el Reino de la Noche
estaba… bajo un liderazgo diferente. —Se mira el brazo y frunce el ceño—.
Fue hace mucho tiempo.
De verdad era un matón antes de ser rey. No sé qué pensar exactamente de
esta información, salvo que parece apropiado.
Apropiado y petrificante.
—Creía que eras rey —le digo.
—Lo soy.
—Creía que siempre habías sido rey —aclaro.
—¿Te sientes decepcionada? —pregunta. Su cuerpo se pone rígido, al
límite.
Nunca me había dado cuenta de cuánto le afectan mis palabras.
Trazo las líneas de la rosa llorona.
—En absoluto. —Me gusta la idea de que este hombre no creciera en un
castillo—. No creo que hubiera podido lidiar con un Desmond Flynn
mimado.
Una mentira descarada. Habría aceptado a Des casi de cualquier manera,
acepté a Des sin entender completamente su pasado.
Pero saber que controló las calles en el Otro Mundo como controla las
calles aquí… Me hace apreciar aún más quién es. Sin duda, hay una historia
triste detrás de su pasado. Como en mi caso.
Lo acerco más con un abrazo.
—Cuéntame otro secreto —le digo.
Escucho la sonrisa en su voz cuando habla.
—La noche que te conocí, no pude sacarte de mi cabeza…
Me quedo dormida gracias a la banda sonora de los secretos más íntimos
del Negociador.
A primera hora de la mañana, Des me despierta. Rueda sobre mí y empieza
a besarme, sus labios son exigentes.
Lo siento duro contra mí, listo para la acción.
Gimo un poco, la sirena en mí ya se está despertando.
—¿Otra vez? —pregunto, abriéndole los brazos mientras hablo—. ¿No
estás ni siquiera un poco cansado?
Mi cuerpo sigue palpitando después de las dos veces anteriores en las que
me ha despertado por la noche. Pero muy a mi pesar, sonrío como un gato
que se ha bebido toda la leche, completamente complacida.
Des deja escapar una risa ronca.
—Querubín, ser la pareja del Rey de la Noche conlleva ciertos beneficios.
La piel empieza a brillarme de nuevo. Normalmente, mi sirena se queda
con ganas. Siempre quiere más. Pero el Rey de la Noche sabe exactamente
cómo satisfacerla.
Cómo satisfacerme a mí.
Me muevo contra él mientras sus labios me rozan la piel.
—No logro estar lo bastante cerca de ti, amor —murmura—. Me dejas
con ganas de más, incluso cuando estoy enterrado en tu interior.
Conozco la sensación. Ya vuelvo a sentir esa urgencia que zumba a lo
largo de mi piel, la necesidad de tocarlo, de saborearlo, de olerlo y no
soltarlo nunca.
Y por debajo de todo eso, está el más puro asombro.
Des me quiere . Des se ha pasado siete años intentando volver conmigo.
Des no tiene ni idea de lo que significa ser mi pareja.
Lo empujo hasta que se tiende sobre la espalda. Él me rodea la cintura con
los brazos y termino a horcajadas encima de él, la melena me cae en
cascada por la espalda.
Extiende la mano, coge un mechón, y se queda mirándolo como si nunca
antes hubiera visto el pelo de alguien.
Me inclino hacia delante, le recorro el pecho y los brazos con las manos.
—Dulce hadita —ronroneo en tono melódico.
Des enarca una ceja con arrogancia al oírlo. Ni siquiera necesita decir
nada para que ambos sepamos que lo dulce y los diminutivos son las
últimas cosas que tienen algo que ver con él.
—Voy a concederte todos tus deseos más perversos —susurro, la sirena
espesa mi voz. Comienzo a dejarle un rastro de besos por el pecho, bajando
más y más cada vez—. Uno a uno.
Toma aire con brusquedad cuando se da cuenta de lo que pretendo.
Me coloco entre sus piernas y cierro la boca a su alrededor.
Todo su cuerpo se tensa.
—Dioses —maldice.
Sus manos se adentran en mi pelo, se enredan en él.
Me muevo arriba y abajo, arriba y abajo, acariciándolo con los labios y la
lengua, muevo las manos sobre cada punto de placer hasta que lo tengo
sacudiéndose contra mí.
Se le entrecorta la respiración, que se ha tornado irregular, y jadea.
No va a durar mucho. Ese pensamiento me hace esbozar una sonrisa
maliciosa contra él.
De repente, me aleja de un empujón. Cuando le sostengo la mirada, veo
un hambre desenfrenada en sus ojos.
—Juegas sucio, sirena —dice, haciéndome rodar sobre el estómago.
Me levanta las caderas y frota la punta de la polla contra mi entrada.
Arriba y abajo, arriba y abajo.
Me agarra el pelo con el puño, se inclina hacia delante y acerca mi oreja
hacia él.
—No creerías que el Rey de la Noche sería amable, ¿verdad? —dice con
voz ronca.
Mueve la mano entre mis piernas.
Me pellizca el clítoris y dejo escapar un gemido.
Des me mordisquea la parte superior de la oreja.
—Mmm, me gusta ese sonido.
—Des… —Apoyo la frente contra la almohada, jadeando.
De repente, se abre paso dentro de mí. Puedo sentir cómo ceden mis
paredes internas, cómo le hacen sitio.
Y dejo escapar otro gemido mientras me llena.
Una vez que está bien enterrado en mí, se queda inmóvil.
—Querubín… Nunca podría haber imaginado que la sensación sería tan
increíble…
Ha sido así, cada vez. Como si la química eléctrica e impaciente que hay
entre nosotros por fin, por fin hubiera quedado saciada.
A continuación, se mueve, entrando y saliendo de mí cada vez con más
fuerza. Me sostiene contra él, con mi pelo todavía en su puño. Estoy
atrapada en sus brazos, arqueándome hacia él.
Nuestros cuerpos empiezan a producir ruidos húmedos y resbaladizos a
medida que sudamos. La oscuridad se acumula a nuestro alrededor, y mi
piel resplandeciente es la única luz de la habitación.
Des me suelta el pelo de golpe, solo para pellizcarme los pezones un
momento después.
Con eso basta.
El orgasmo me recorre entera, sigue y sigue y sigue. En algún punto,
escucho gritar a Des, y luego él también se corre, mientras su polla entra y
sale de mí.
Los dos nos derrumbamos juntos en un amasijo de miembros.
Del corazón roto a esto.
Es imposible que la vida pueda mejorar más.

A la mañana siguiente, cuando empiezo a despertarme, me desperezo, el


cuerpo me duele en todos los lugares apropiados. El brazo de Des rodea con
fuerza mi abdomen.
Sonrío incluso antes de abrir los ojos. Cuando lo hago, lo primero que veo
es el pelo rubio platino del Negociador. Paso una mano por él, disfruto
tocándolo, explorándolo, incluso cuando no está despierto.
Sus labios perversamente curvados están ligeramente entreabiertos. Así,
parece un ángel. Él odiaría el cumplido con todas sus fuerzas, pero es la
verdad. Todo en él es perfecto.
Al ver que no se despierta, y como empiezo a sentirme como una mirona
por no apartar la vista de él, salgo de su cama.
Paso por mi habitación para ponerme algo de ropa y luego me dirijo a la
cocina. Me encuentro con que las cosas más estúpidas me hacen sonreír,
como la forma en que la luz del sol entra por las ventanas o la visión de la
bolsa de macaroons de ayer.
Preparo una taza de café y me dirijo a la parte trasera de la casa del
Negociador. Un conjunto de puertas francesas enormes da paso a un patio
trasero palaciego. Está bordeado por un jardín lleno de enredaderas en flor y
arbustos exóticos. Una fuente borboteante se encuentra justo en mitad del
jardín, y en ella crecen plantas acuáticas.
Donde termina el jardín, el terreno da paso a los acantilados. Más allá de
estos, la extensión azul del océano ocupa kilómetros y kilómetros. Hoy el
día está lo bastante despejado como para poder ver la costa de California.
Pienso en todos esos días en los que me sentaba al límite de mi propiedad
y contemplaba la isla Catalina. Nunca me imaginé que Des estaba justo al
otro lado del agua, posiblemente mirando hacia mí… Obligado a
mantenerse alejado porque hice un trato estúpido hace siete años. Y, sin
embargo, siempre ha estado a la vista.
Ya se ha acabado todo.
Es mi alma gemela.
No entiendo cómo es posible. Aquí, en la Tierra, los seres sobrenaturales
saben si tienen o no almas gemelas, de la misma forma que yo sé que soy
una sirena. Cuando somos adolescentes, nuestros poderes despiertan,
incluidos los lazos de apareamiento.
Y nada parecido despertó en mí.
Pero tal vez… Tal vez funcione de forma diferente en el Otro Mundo.
Puede que, allí, las almas gemelas no estén predestinadas como lo están
aquí. O tal vez el vínculo se manifieste de forma diferente.
Todas son preguntas que necesito formularle a Des cuando despierte.
Me siento en una mesa del patio cerca del borde de la propiedad y tomo
un sorbo de café.
Bajo la mirada hacia mi pulsera. No parece haber cambiado desde ayer,
pero cuando cuento las cuentas, faltan tres filas enteras. No creo que Des las
haya eliminado a sabiendas.
Lo ha hecho su magia.
Sin embargo, los acontecimientos de anoche no han eliminado todo el
brazalete. Está claro que la magia del Negociador no cree que una noche de
revelaciones y declaraciones de amor —y un montón de sexo— sea
suficiente para rescindir el trato.
Parece que la magia de Des es tan caprichosa como traviesa es mi sirena.
Cierro los ojos y respiro el aire salobre, escuchando el choque de las olas
y el mar.
—Callypso Lillis, te he estado buscando.
Me quedo petrificada al oír el sonido de mi nombre completo y la extraña
voz masculina a mi espalda.
Me giro en la silla y entrecierro los ojos cuando miro hacia el sol. Este se
oscurece y en su lugar aparece un hombre de una belleza asombrosa. Su
cabello parece oro hilado y sus ojos son del azul cerúleo del cielo.
Algún tipo de ser sobrenatural. Solo la magia hace que un humano tenga
este aspecto.
Un momento después, mi cerebro se reencuentra conmigo.
¿Por qué hay un extraño en la propiedad de Des, nada menos que en su
patio trasero? ¿Y cómo sabe mi nombre?
En esta situación, todo parece estar mal, muy mal, pero en este momento
me siento demasiado conmocionada para reaccionar.
Mi sirena, sin embargo, no lo está.
Una luz luminiscente ondula por mi piel cuando sale a la superficie.
Me pongo en pie de sopetón.
—¿Cómo has entrado aquí? —exijo saber, mi voz, etérea.
Es lo único que logro decir. No, « lárgate de esta propiedad» . No, « voy a
llamar a la policía» . No, «¡DES!».
Se acerca.
—Ya te lo he dicho, te he estado buscando.
Responde a mi pregunta, pero no creo que la sirena lo haya obligado a
hacerlo. No parece un hombre bajo el efecto del glamour. No está clamando
por acercarse a mí, esperando mi próxima orden.
Lo que significa…
Es un hada.
Mierda. La única otra criatura del Otro Mundo que sé que me busca es el
Ladrón de almas.
¿Es… él?
Da unos pasos hacia delante.
—Es sorprendentemente difícil encontrarte a solas —dice.
Retrocedo y choco contra la mesa detrás de mí.
Va a agarrarme .
Actúo por instinto, recupero mi taza de café de la mesa y se la tiro. Él
levanta la mano en el aire y la taza y el líquido que sale de ella quedan
congelados en el aire.
Extiende la palma de la mano hacia fuera y, con mucha suavidad, la taza
flota hasta colocarse sobre la mesa y el café vuelve a la taza.
Abro la boca.
—¡De..!
Entrecierra los ojos mientras me mira los labios y se me corta la voz, mi
grito ahora es silencioso.
Me agarro la garganta.
—¿Qué has…? —Bien podría estar solo articulando las palabras, mis
cuerdas vocales ya no producen ningún sonido.
—Su colega, la señorita Darling, dijo que estaba ocupada, pero no parece
que lo esté.
El cliente que ha estado preguntando por mí.
Continúo retrocediendo, busco la casa con la mirada.
Él sonríe y es como si hubiera inventado el acto de sonreír de lo
deslumbrantemente brillante que resulta.
—No te va a salvar.
Desaparece. Un momento después, cierra los brazos a mi alrededor
mientras me agarra por detrás.
Me vuelvo loca, pataleo, araño todo lo que puedo alcanzar. Grito y grito,
sin importarme que mi voz haya sido silenciada.
—Basta —susurra.
La magia me golpea y el mundo se oscurece.
25

Abro los ojos y me masajeo la cabeza, aturdida. Por encima de mí, hay un
techo de roca toscamente tallada. Me siento y me examino el cuerpo. Ya no
llevo la ropa de esta mañana. En su lugar, estoy enfundada en un vestido
fino de color cobre, en cuyos extremos hay bordados patrones intrincados y
relucientes.
No recuerdo haberme cambiado…
Me estremezco. Tengo frío. Mucho, mucho frío.
Echo un vistazo a mi alrededor. Tres paredes de roca me rodean. Y la
cuarta…
La cuarta es una pared de barrotes de hierro.
Encarcelada. ¿Pero dónde? ¿Por qué?
Me bajo del catre en el que me he despertado. En la esquina de la
habitación, hay lo que llamaría un baño si me sintiera benevolente. Es más
como un cuenco colocado en el suelo.
En la pared más cercana a mí hay marcas de conteo. Docenas y docenas
de ellas. No hay ningún grupo de cinco, y no soy capaz de decidir si se debe
a que el último prisionero contó los días así intencionadamente… o si
varios prisioneros separados empezaron a contar y nunca pasaron de los
cuatro.
Me doy cuenta de que al malnacido que me ha secuestrado no se lo ve por
ningún lado.
¿Era el Ladrón de almas o alguien completamente diferente? Ni siquiera
ha intentado explicar sus motivos.
Me dirijo al frente de mi celda, ignorando el regusto amargo que siento en
la parte posterior de la garganta, el sabor de la magia residual. Tengo la
vista fija en lo que hay frente a mí.
Es una caverna repleta de celdas excavada en esquisto. Hilera tras hilera,
nivel tras nivel. Se extienden en todas direcciones hasta donde me alcanza
la vista: arriba, abajo, izquierda, derecha.
Dentro de cada una de ellas hay una mujer vestida de forma similar a mí.
Se me pone la piel de gallina.
Se parece a mi visión.
¿Son estas las mujeres desaparecidas?
Si es así, entonces estoy totalmente jodida. Des no ha desentrañado el
misterio y lleva en curso casi una década. No albergo esperanzas de que eso
vaya a cambiar simplemente porque yo esté aquí.
¿Dónde está Des? ¿Qué debe de pensar?
—¿Hola? —llamo.
Nadie responde.
A lo lejos, escucho un murmullo silencioso y el suave repiqueteo de unos
zapatos en los pasillos que discurren junto a las celdas, pasos que deben de
pertenecer a los guardias de la prisión. Hago una mueca. Si ese es el caso,
entonces hay al menos un puñado de personas que saben qué pasó con las
guerreras desaparecidas del Otro Mundo. Y están permitiendo que ocurra.
Aparte de esos pocos sonidos, los bloques de celdas están sumidos en un
silencio inquietante.
Este es el lugar donde la esperanza viene a morir.
Y entonces, un pensamiento me asalta, uno que me da coraje.
—Negociador —me apresuro a decir—, me gustaría hacer un trato.
Espero que el aire brille y que el gran cuerpo de Des invada el espacio de
mi celda.
Pasa un segundo. Luego otro. Y otro.
La celda permanece exactamente como la he encontrado.
—Negociador, me gustaría hacer un trato —repito.
En el pasado, él siempre ha acudido. Siempre. Y después de lo de anoche,
sé que vendrá a por mí ahora que han pasado nuestros siete años.
Vuelvo a esperar.
No pasa nada. Mi celda permanece vacía. Horriblemente vacía.
Y ahora tengo que aceptar que Des no puede llegar a mí, ya sea porque
está herido, una idea que rechazo con cada fibra de mi ser, o porque algo se
lo impide.
Algo como la magia.
Algo tan poderoso que un rey fae no puede atravesarlo de inmediato.
Tengo que lidiar con ella. Y si quiero salir de aquí con vida, tendré que
encontrar una forma de deshacerme de ella.

El cautiverio es… aburrido.


Aterrador, pero aburrido. Consiste sobre todo en quedarme sentada en mi
celda, preguntándome qué me va a pasar exactamente y cómo me las he
apañado para acabar en una prisión del Otro Mundo. Una que mantiene
prisioneras a hembras feéricas para algún propósito nefasto.
Mis pensamientos solo se ven interrumpidos cada hora más o menos,
cuando un grupo de guardias pasa por mi celda. La primera vez que los vi,
me sorprendí. Todos parecen una mezcla de animal y hombre. Algunos
tienen hocicos en lugar de narices; otros, ancas en lugar de piernas, y
algunos, bigotes, garras y colmillos.
Para una humana como yo, la visión es… desagradable. Pero, de nuevo,
los guardias también son mis enemigos en estos momentos, así que no soy
del todo imparcial.
La única vez que los guardias se desvían de su patrulla es cuando, como
ahora, dos de ellos llevan a una mujer hada por las axilas de regreso a su
celda.
Aprieto la cara contra los barrotes y observo sus hombros caídos, su
cabeza gacha y su cabello lacio, que le cae sobre la cara. Sus pies descalzos
se arrastran por el suelo detrás de ella. Observo hasta que desaparecen de
mi rango de visión, sus pasos resuenan en la habitación cavernosa.
Desvío la mirada hacia las otras prisioneras. La mayoría están sentadas o
yacen inmóviles dentro de sus celdas. No creo que estén muertas, pero
tampoco parecen muy vivas.
Muertas no, pero tampoco vivas.
¿ Eso es lo que me va a pasar a mí también?
No soy una guerrera fae. Soy lo que las hadas llaman despectivamente
una esclava . Una humana. Para ser justos, soy un ser sobrenatural, pero, al
final, sigo siendo humana. No tengo ningún valor como prisionera.
Entonces, ¿por qué me han secuestrado?
La respuesta está justo ante mí.
Porque significas algo para el Rey de la Noche.
De alguna manera, sus enemigos se han enterado y me han capturado para
llegar hasta él.
Bajo la mirada al fino vestido que llevo. Ni siquiera voy a pensar en el
hecho de que no me lo he puesto yo. Mi situación ya es bastante horrorosa.
Una noche de felicidad seguida de esto. He podido disfrutar de las
ventajas de ser la pareja del Rey de la Noche durante la friolera de un día.
Y ahora esto.
Aquí está, la caída después del subidón. Y en mi mundo siempre hay una
caída. Sabía que era demasiado bonito pensar que conseguiría a un hombre
como Des después de todo este tiempo. Siempre estuvo destinado a quedar
fuera de mi alcance.
Dos conjuntos de pasos se dirigen en mi dirección, interrumpiendo mis
pensamientos. Otra rotación de los guardias de la prisión.
Solo que, esta vez, se detienen frente a mi celda.

Los grilletes de hierro resuenan entre mis tobillos y mis muñecas mientras
los guardias que tengo a cada lado me sacan de la celda. Me pica la nariz
cuando la venda de los ojos que uno de los guardias me ha atado alrededor
de la cabeza me hace cosquillas.
¿No es demasiado exagerado?
Ni siquiera me siento halagada por ello. Es probable que sea el
procedimiento estándar con las guerreras encarceladas.
Podría ser peor. Si yo fuera un hada, las esposas de hierro no me estarían
simplemente rozando la piel; harían chisporrotear mi carne y me drenarían
la energía.
Poco a poco, los murmullos silenciosos se apagan y el aire empieza a oler
más fresco, aunque todavía detecto un rastro de moho impregnado del olor
a… animales.
Pasan otros cinco minutos antes de que me dejen en una habitación. Aquí,
el aire parece pesado, siniestro.
Aquí pasan cosas malas.
Me van a pasar cosas malas.
Intento no entrar en pánico.
Pasé años asegurándome de que nunca más sería una víctima, y todo ha
sido en vano. Mi glamour no funciona con ninguno de estos seres y, sin él,
no soy más que una humana que se enfrenta a unas hadas poderosas.
Los guardias me sueltan, sus pasos retroceden a mi espalda. Un momento
después, la puerta se abre, luego se cierra con suavidad y estoy sola otra
vez, encadenada y con los ojos vendados en esta habitación de aura
perversa.
Pongo los sentidos a trabajar. Oigo la respiración de alguien.
Joder, después de todo, no estoy sola .
Siento una oleada de pánico.
—La única debilidad de Desmond Flynn. —Una voz profunda y vibrante
llena la habitación y siento el poder de esta criatura en sus palabras—. Y
está en mis manos.
El corazón me late con fuerza y, a medida que mi miedo despierta,
también lo hace mi sirena.
Escucho el sonido de unas pisadas fuertes cruzando la habitación hacia
mí. Necesito casi toda mi fuerza de voluntad para no retroceder a
trompicones.
—Nunca hubiera imaginado que el gran Rey del Caos elegiría una esclava
para sí mismo. —Se detiene justo frente a mí.
Me sobresalto cuando siento un roce a lo largo del pómulo, que a estas
alturas debe de estar brillando.
—Ni siquiera una como tú. —Me pasa un pulgar por el labio inferior—.
Por aquí la gente te llama hechicera. Pero dime, humana, ¿podrías
hechizarme a mí?
En lugar de responder, le aparto la mano con las mías encadenadas. Mi
acción provoca una risa y luego sus manos vuelven a mi cara, me acarician
la piel.
—Deja de tocarme —gruño.
—Uy, mi señora, ¿es que no te has enterado? —Siento su cálido aliento en
la oreja—. Es lo que mejor se me da —susurra.
Dentro de mí, la sirena se inquieta.
« Si quiere una hechicera, démosle una hechicera —susurra—. Que piense
que estamos dispuestas hasta el último segundo. Luego contemplaremos su
cuerpo desde arriba y nos reiremos mientras se quita la vida. Ha sido mala
idea cabrearnos» .
Mi sirena no se da cuenta —o no le importa— de que con este hombre no
funciona el glamour. No si es un fae.
Me quita la venda de los ojos y parpadeo cuando me alcanza la luz. Las
astas del hombre son lo primero en lo que me fijo. Una cornamenta afilada
e imponente que añade otros sesenta centímetros a una estatura ya
considerable. Su sedoso pelo castaño enmarca un rostro bronceado.
Es el hombre de mis sueños.
Las pupilas alargadas de sus ojos dorados se expanden cuando me
observa.
—Eres bastante hermosa —dice—. Entiendo por qué el Señor de los
Secretos te ha tomado como pareja. Pero eres dolorosamente débil —
continúa—. Cuánta vulnerabilidad. Debería haber elegido mejor.
—¿Quién eres? —pregunto con un hilo de voz.
—¡Dónde están mis modales! —Se inclina—. Soy Karnon, Rey de la
Fauna, Amo de los Animales, Señor del Corazón Salvaje y Rey de Zarpas y
Garras.
¿ El Rey de la Fauna? ¿El rey loco?
Mierda santa, la cosa está chunga.
Se endereza y extiende los brazos para señalar la habitación a su
alrededor.
—Bienvenida a mi reino.
Echo un vistazo a la habitación, al dormitorio. Todo está cubierto de
pieles. Los muebles, de madera maciza y marfil, están dispersos por toda la
habitación, cada pieza intrincadamente tallada, aunque ninguno es tan
impresionante como el asombroso cabezal de la cama. Hay una escena de
caza tallada en la madera, adornada con piezas de marfil, nácar, piedras
semipreciosas y trocitos de oro.
Una cama para un rey.
De todas las habitaciones a las que podría haberme llevado para reunirme
con él, esta es la que ha elegido. Tampoco es buena señal.
Aparto la mirada de la enorme cama para mirar a Karnon, quien me está
estudiando con una sonrisita y los ojos entrecerrados.
Sus ojos bailan ante el sonido de mi hipnótica voz. Se inclina hacia mí,
sus cuernos a punto de rozarme.
—Ya he elegido un ataúd para ti. Un ataúd especial para una mujer
especial. Te dejaremos directamente a los pies de tu pareja.
¿Sabe que Des y yo somos pareja?
Karnon engancha un dedo en el cuello bajo de mi vestido.
—Me pregunto si se romperá en pedazos al ver a su amor así, inmóvil
como un cadáver y sosteniendo al bebé de otro hombre. ¿Lo matará? ¿Se lo
quedará? Cuántas posibilidades… —Pasa el dorso de los dedos sobre mi
pecho. Me fijo en que tiene sangre seca en los pliegues de la mano.
Trago saliva al verlo. Hasta ahora, solo se ha comportado de forma un
poco excéntrica, pero no me cabe ninguna duda de que podría estallar en
cualquier momento.
—Nunca he estado con una humana —continúa. Baja la voz—. En el
Reino de la Fauna es tabú acostarse con una esclava. Vosotras, las bestias
terrenales, sois muy sucias. Pero eres bastante agradable a la vista. —Me
recorre con la mirada—. Sí, bastante agradable. Estoy ansioso por ver el
resto de ti.
Jesús.
« Nadie volverá a hacernos daño como antes —promete mi sirena—.
Pagará por esto» .
El Rey de la Fauna inclina la cabeza.
—¿Tal vez deberíamos empezar ya?
Antes de que tenga tiempo de reaccionar, me agarra la mandíbula.
Mirándome a los ojos, se inclina y presiona los labios contra los míos.
No es un beso. No en el auténtico sentido de la palabra. En lugar de eso,
me obliga a abrir la boca y luego exhala.
Una ráfaga de magia me baja a la fuerza por la garganta, sabe a
podredumbre. Lucho contra él incluso cuando las rodillas me empiezan a
ceder.
Me rodea la cintura con el brazo y me sostiene mientras continúa
exhalando dentro de mí.
Intento darle en la entrepierna con la rodilla, pero mi pierna solo sube
unos centímetros antes de que los grilletes que me rodean los tobillos se
tensen con fuerza.
Karnon ni siquiera se da cuenta.
Mis brazos encadenados están atrapados entre nosotros.
Estoy completamente inmovilizada.
En un último esfuerzo, aparto la cabeza de un tirón y luego le doy un
cabezazo al Rey de la Fauna. Él se tambalea hacia atrás mientras se lleva
una mano a la frente.
Sin su agarre para sostenerme, mis piernas ceden.
Karnon curva los labios en lo que podría ser una sonrisa, pero lo único
que veo son varios juegos de colmillos.
—La esclava es peleona.
Me obligo a ponerme de pie, inestable. Me estoy ahogando con la magia
corrupta que ha introducido en mí a la fuerza.
—¿Qué me has hecho? —grazno, con la voz ronca.
Inclina la cabeza y me observa con esos extraños ojos suyos.
—Espero con ganas ver más de esa bonita piel —dice—. ¡Guardias! —
llama, sin apartar la mirada de mí.
Dos soldados fae se precipitan en la habitación, uno tiene plumas por pelo
y el otro, garras.
—Ya hemos acabado aquí —dice Karnon.
De nuevo, me tambaleo sobre mis pies, me siento mareada y desorientada.
Cada momento que paso aquí, me debilito. Me pasa algo muy malo. Todo
se mueve más despacio: mis extremidades, mi mente.
Los soldados vuelven a vendarme los ojos con brusquedad. Me agarran
por la parte superior de los brazos y me arrastran de regreso a mi celda para
lanzarme sin cuidado sobre el catre de la esquina.
Apenas soy consciente de ello. Lo que sea que me ha metido a la fuerza
por la garganta se está deslizando por mi cuerpo, convirtiendo mis venas en
hielo.
No se molestan en quitarme la venda que me cubre los ojos y no tengo la
energía necesaria para hacerlo yo misma.
A la deriva, a la deriva…
Mi mente se nubla hasta que todo lo que me rodea es una negrura sin fin y
sin esperanza.
26

Me asfixio. Me asfixio con la magia. Hace que me palpite la frente, me


tensa los músculos, me aprieta las entrañas.
Me despierto con un grito, el eco resuena en el bloque de celdas. En algún
lugar en la distancia, un guardia gruñe una advertencia.
Me incorporo hasta quedar sentada, jadeo y me llevo una mano sudorosa a
la garganta.
Solo ha sido un sueño. La oscuridad asfixiante, la magia corrupta,
Karnon…
Solo que, cuando por fin recupero el aliento, me doy cuenta de que no lo
ha sido. Todavía siento su agarre inamovible sobre mí, sus labios en mi
boca, esa oscuridad insidiosa filtrándose en mis venas.
Tengo la cara cubierta de sudor y el estómago revuelto…
Apenas llego al baño a tiempo para vomitar. Me paso las siguientes horas
así, ya sea temblando en mi catre o purgando el estómago de hasta el último
ápice de su contenido.
En algún momento, los guardias deslizan algo de comida a través de una
trampilla en la base de la pared de barrotes. La comida permanece intacta
en un extremo de mi celda.
Con el paso de las horas, las náuseas se disipan. No del todo, pero lo
suficiente para moverme. Con el estómago gruñendo, salgo a rastras del
catre y me dirijo hacia el cuenco de hojalata. Tras una mirada a las gachas,
decido que pasar hambre es preferible a pasar varias horas más con la
cabeza metida en el baño de la prisión.
Apoyo la frente sudorosa contra los barrotes y echo un vistazo fuera de mi
celda justo cuando se acerca un guardia.
Lo observo cuando pasa y me percato de la cola de león que agita detrás
de él.
¿Todas las hadas de Fauna comparten algún rasgo con las bestias?
El guardia reduce la velocidad y me lanza una mirada fría.
—No te quedes mirándome, esclava.
Ya estoy hartísima de este mundo, joder.
—Bonita cola, gilipollas —murmuro.
Eso lo detiene en seco, y soy lo bastante idiota como para sonreír por el
hecho de haberlo irritado.
Golpea los barrotes con las manos enguantadas.
—Considérate afortunada de que el rey quiera acercarte la polla —gruñe.
Mi sonrisa se ensancha y se vuelve perversa. Luego arrojo mi cuenco
contra los barrotes, las gachas le salpican la cara.
—Vete a la mierda, cerdo.
Nunca lo hubiera adivinado de antemano, pero no soy muy buena
prisionera.
Durante un segundo, el guardia no hace nada, su cara expresa conmoción.
Luego deja escapar un rugido y corre hacia los barrotes.
Me pongo de pie, ignorando la oleada de mareo que me recorre, justo
cuando va a agarrarme. Su mano se cierra alrededor del aire.
—¡Esclava asquerosa y repugnante! —grita—. ¡Podría matarte ahora
mismo! ¡Justo donde estás!
La luz ondula por mi piel cuando mi sirena sale a la superficie.
—¿Podrías matarme? —pregunto, con un toque burlón en mi voz musical
—. ¿Por qué no entras y lo averiguamos?
Vuelve a rugir. Es obvio que no puede ponerme un dedo encima. No sobre
la única baza que Karnon cree que tiene contra Des.
—¿O tienes miedo? —Me apoyo en uno de los muros de piedra—. El león
tiene miedo de una mujercita.
Gruñe y golpea los barrotes hasta que otro soldado, uno con orejas de
caballo, lo aparta mientras me lanza una mirada que se supone que debería
asustarme. Pero nada resulta más aterrador que el destino que me espera.
Los observo alejarse, feliz por una vez de que mi sirena no le tema a nada
ni a nadie. Los animales pueden oler ese tipo de cosas, y eso es lo que son
estos guardias: parte animal. Bien mirado, no son muy diferentes de Eli.
Me dejo caer pegada a la pared y apoyo la cabeza contra ella. Estoy
exhausta y solo ha pasado ¿qué? ¿Un día?
Este lugar nos rompe rápido.
—Eh, humana —una voz femenina me llama desde la celda contigua a la
mía una vez que las voces de los guardias han desaparecido—, ¿estás bien?
—Sí —respondo débilmente.
Mi piel ha dejado de brillar y toda la fuerza que proviene de la sirena me
ha abandonado, dejándome extenuada.
—Lo que acabas de hacer ha sido valiente. Temerario, incluso estúpido,
pero también valiente.
Logro soltar una risa. No sé mucho sobre las hadas, pero convertir un
insulto en un cumplido parece algo propio de ellas.
Apoyo la cabeza contra la pared.
—¿Cómo te llamas? —pregunto.
—Aetherial —me responde—. ¿Y tú?
—Callypso.
—Eres nueva aquí, ¿eh? —pregunta.
—Sí —suspiro mientras desplazo la mirada hacia esas marcas de conteo.
—¿Cuántas veces te has encontrado con el Rey Fauna? —pregunta
después de un instante de silencio.
Al parecer, no he sido la única que ha recibido atenciones especiales por
su parte. Ya me lo había imaginado.
—Solo una.
—Uy, para ti la diversión no ha hecho más que empezar —me dice.
Eso me hace esbozar una sonrisa. Mis compañeras de prisión son
guerreras fae, no hay mujeres más duras que ellas. En algún momento, se
me había olvidado. Solo las asociaba con las mujeres dormidas atrapadas
dentro de esos ataúdes de cristal. No se me había ocurrido que podrían
haber luchado contra su destino tanto como pienso hacer yo. Pero en este
momento, al escuchar a Aetherial tomarse a la ligera nuestra terrible
situación, lo recuerdo.
—¿Cuántas veces lo has visto tú? —pregunto.
—Cuatro —me dice—. He perdido la movilidad en los brazos y las
piernas. Es lo primero que nos quita. No quiere que sus mujeres se pongan
difíciles.
—¿Para eso es el beso? —digo, sorprendida. Después de todo, esa ha sido
la única vez que Karnon me ha impuesto su magia—. ¿Una forma de
inmovilizarnos? —Muevo los dedos de las manos y de los pies mientras
hablo. No he perdido el uso de mis extremidades.
—Entre otras cosas —dice en tono sombrío.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral.
—¿Qué significa eso? —pregunto.
Hace una pausa.
—No me digas que no lo sientes, esa enfermedad que se está asentando en
tus huesos.
La sentí al despertar, pero después de echar las tripas, la sensación ha
desaparecido. Ahora solo me siento débil. Increíblemente débil.
—Y luego, por supuesto, está todo el asunto del embarazo —añade—.
¿Eso lo sabes?
—Sí. Siento arruinarte la sorpresa —digo—. Todavía mantengo la
esperanza de que la inmaculada concepción esté involucrada en todo ese
proceso —añado, sin bromear.
—¿Inmaculada concepción? —repite Aetherial, divertida—. Eso estaría
bien. Todas nosotras, las prisioneras, quedando embarazadas por arte de
magia. —Se ríe para sí misma—. Me gustas, humana —dice.
—Soy una sirena. —No estoy segura de por qué se lo aclaro. Tal vez para
no parecer tan indefensa entre todas estas fuertes guerreras.
—¿Una sirena? —Silba—. Y aquí estaba yo, albergando la esperanza de
que Karnon no te tocara, siendo humana y todo eso. Sin ofender —añade—.
He cortejado a muchas mujeres humanas en mi vida, pero a algunos fae les
cuesta.
Recuerdo las palabras anteriores de Karnon.
—Eso he oído.
Nos quedamos en silencio un momento, probablemente reflexionando
sobre nuestro destino.
—¿De qué reino eres? —pregunto al fin.
—Día. —Suspira—. Una guardia real hecha prisionera. Menuda ironía.
Duele. Escuchar su historia, conocer su destino, conocer el mío.
—Cuéntame —continúa—, ¿cómo es que una humana queda atrapada en
este infierno junto al resto de nosotras?
—Tengo una mala suerte inusual —bromeo, incluso mientras hago una
mueca al mirarme las manos.
Escucho su risa áspera.
—Por lo que parece, ese tipo de cosas son contagiosas por aquí.
Otra pequeña sonrisa se extiende por mi rostro. ¿Quién hubiera pensado
que no tardaría nada en hacerme amiga de una guerrera feérica en una
prisión?
Con aire ausente, observo a los guardias patrullar las filas de celdas frente
a la mía. La mayoría tiene alguna característica animal obvia, como bigotes,
colas o pezuñas, pero algunos de los que caminan por estos pasillos no
tienen esas características tan evidentes.
¿Podrían ser fae de otro reino? ¿Humanos?
El corazón me late con fuerza ante esa última posibilidad.
—Oye, Aetherial, ¿puedes hacerme un favor? —pregunto mientras
estudio a un cocinero uniformado que entrega bandeja tras bandeja de
comida a las prisioneras. Parece completamente humano desde aquí, pero
estoy tan lejos que es difícil saberlo.
—¿Qué puedo hacer por ti, sirena?
Observo al hombre uniformado mientras avanza otra celda.
—¿Puedes distinguir a un humano de un fae a simple vista? —pregunto.
—Casi siempre —dice ella—. ¿Por qué?
No puedo evitar la oleada de emoción que siento.
—¿Has visto a algún humano por aquí desde que te capturaron?
—Mmm, no que yo recuerde. Sin embargo, no los estaba buscando.
Sigo observando al cocinero mientras avanza por el bloque de celdas. Por
más que lo intento, no sabría decir qué es.
—Si ves alguno —digo distraídamente—, ¿me lo harás saber?
Si puedo doblegar a un humano a mi voluntad… las posibilidades son
infinitas.
Me siento tentada de probar mis poderes en este momento, pero una
buena dosis de miedo me mantiene callada. Me asusta que, si empleo el
glamour con alguno de estos tipos antes de tiempo y no funciona, los
guardias me impidan tener otra oportunidad.
—Mi vista está bastante limitada en este momento, pero sí, te lo haré
saber. —Se queda en silencio un momento—. ¿Es cierto entonces, lo que
dicen sobre la voz de una sirena?
Formo una línea sombría con la boca.
—Es cierto.
—Es probable que tu idea haga que te maten.
Me río a carcajadas.
—¿Prefieres la alternativa?
Oigo la risa ronca de Aetherial.
—He acertado contigo. Estúpida y valiente.
Ninguna de nosotras habla de nuevo hasta que un grupo de guardias se
acerca a una celda al otro lado del pasillo, uno de ellos lleva dos grandes
palos sobre el hombro. En la parte trasera de la celda, una mujer hada con
cabello rojo fuego yace inerte en su camastro.
Los barrotes de su celda se deslizan hacia atrás, el metal raspa los rieles.
Los guardias desfilan hacia el interior de la celda y el que lleva los palos
los separa. Ahí es cuando me doy cuenta de que no estoy mirando unos
palos per se , sino una camilla tosca. Hay un jirón de tela manchada entre
los dos mangos.
Colocan la camilla en el suelo, agarran a la mujer y colocan su cuerpo
sobre el endeble material. Luego, como uno solo, los dos guardias levantan
la camilla y se la llevan. Los observo hasta que desaparecen de la vista.
—Se llevan a las que parecen no tener vida —dice Aetherial desde su
celda, quien, claramente, también ha estado mirando.
Paralizan a las mujeres .
—Quédate aquí el tiempo suficiente —continúa Aetherial— y también te
pasará a ti.
Frunzo el ceño, aunque ella no puede verlo.
Todas esas mujeres dormidas en el reino de Des, todas estas paralíticas de
aquí… No puede ser una coincidencia.
Lo que significa…
Creo saber quién es el Ladrón de almas.
Karnon.

Esta vez, cuando me depositan en lo que solo puedo suponer que es la


habitación de Karnon, sé qué esperar. La siniestra presión del aire, la
retirada silenciosa de los guardias, el acercamiento de Karnon.
Una vez más, estoy encadenada y con los ojos vendados, completamente a
merced del monstruoso rey de las hadas. Sin embargo, en el momento en
que habla, algo en nuestra dinámica parece diferente.
—Mi preciosa ave, te han cegado —dice, horrorizado.
Un momento después, sus garras cortan el material y la tela cuelga en tiras
alrededor de mi cuello.
—Qué criatura tan hermosa —murmura, observándome. Se le dilatan las
fosas nasales mientras me recorre con la mirada—. Humana… pero no.
Criatura de los cielos y del mar. —Su mirada se detiene en mis manos—.
¿También te han puesto grilletes? Esto es absurdo. Eres mi invitada.
Rompe las esposas de hierro que me atan las muñecas, siseando mientras
lo hace. Me sobresalto ante tal demostración de fuerza. Suponía que era
poderoso, pero ver una demostración en vivo da que pensar.
—¡Maldito metal! —escupe cuando las esposas aterrizan en el suelo.
Aprieta los puños y oigo el chisporroteo de su piel.
El hierro le quema.
A pesar del dolor, alarga la mano hacia mis tobillos y también rasga esas
esposas, aullando una vez más por el daño que le hacen.
¿Esto es lo que las guerreras han soportado al ponerles las esposas?
Un guardia asoma la cabeza.
—Su majestad…
—¡Largo! —vocifera Karnon.
La puerta se cierra de golpe cuando ni siquiera ha pasado un segundo.
—Se están volviendo demasiado atrevidos, esos guardias —me murmura
—, van y vienen sin llamar. Tengo que dar ejemplo con uno de ellos, y
pronto. —No parece en absoluto consciente de que, mientras habla, las
palmas le están humeando.
Karnon vuelve a incorporarse, esos cuernos suyos se elevan sobre
nosotros. Su mirada es brillante y está desenfocada, tiene las pupilas
dilatadas.
Me coge la cara y me tenso de inmediato, sus palmas ardientes me
calientan la piel.
—Pajarillo asustado, no tienes nada que temer de mí. —Empieza a
acariciarme la piel—. Lo único que quiero es calmarte. Acariciarte.
Puaj . Y tanto que rey loco.
Me recorre los brazos con las manos. A mitad de camino, se detiene y les
da la vuelta.
—¿Qué es esta carne desnuda? —pregunta—. ¿Dónde están tus marcas?
¿Qué?
Mueve las manos hasta mi cuello y explora la piel de esa zona.
—¡Y tus branquias! —exclama, horrorizado—. ¿Dónde están?
Le dirijo una mirada cautelosa. Hoy, Karnon parece más amable, pero
definitivamente más loco que la última vez que nos vimos.
Me hace girar y toma aire.
—¡Tus alas! ¿Quién te las ha cortado?
Me da la vuelta y, una vez más, obtengo un primer plano de esos ojos
salvajes y los colmillos que sus labios nunca pueden ocultar del todo. Las
puntas de sus garras se me clavan en la carne.
Después de un momento, me doy cuenta de que espera que responda.
Parpadeo un par de veces, aturdida por tanto maltrato.
—Nadie me ha cortado las alas. Para empezar, nunca he tenido.
Puto chiflado .
—¿Que nunca has tenido? —Se mueve detrás de mí, provocando que me
vuelva a tensar, y presiona las manos, planas, contra mi espalda—. No, no.
—Sacude la cabeza con vehemencia—. Durmientes . —Me acaricia la piel
y se me empiezan a poner los pelos de punta—. Pero deben brotar.
No le sigo. No hablo el idioma de los psicópatas.
—Pajarillo precioso. Pajarillo trágico. Mi pajarillo. No eres como las
demás. Huelen a árboles y a tierra quemada por el sol. Algunas sienten un
frío como la helada de invierno. No hay bestias entre ellas, excepto mis
sacrificios. Debe hacerse, debe hacerse.
Si intentara echar a correr ahora mismo, ¿hasta dónde llegaría?
Baja las manos por mi espalda, hasta mi cintura, y decido que en realidad
no me importa cuáles son mis probabilidades de escapar.
Me doy la vuelta y dejo salir a la sirena.
Sus ojos brillan cuando observa mi piel resplandeciente.
—Criatura impresionante. Enjaulada, no voladora. Eres una extraña…
Le doy un rodillazo en la entrepierna.
Emite un pequeño sonido ahogado y se dobla sobre sí mismo mientras se
lleva las manos a esa zona.
No debería haber cometido el error de considerarme inofensiva.
Corro hacia la puerta.
Oigo un gruñido a mi espalda. Un momento después, se materializa frente
a mí, bloqueando la puerta. Los ojos le brillan, un gruñido amenazante
reverbera en su garganta.
—Si huyes, te perseguiré y te romperé, pajarillo bonito.
—Aléjate de mí —le digo. Mi voz se vuelve etérea.
Los ojos del Rey de la Fauna parpadean y siento que ya no estoy mirando
a Karnon.
Esos ojos… Estoy contemplando un abismo y al monstruo que yace en el
fondo.
Son los mismos ojos de ayer.
Se pasa las manos por el pelo para domar su melena salvaje. Este hombre
no es bestial, no como Karnon. Es culto. Su mirada está enfocada, es astuta.
Veo el interés en ella.
—Mi preciosa esclava. Volvemos a encontrarnos.
Esta… no es la misma persona con la que estaba hablando hace un
momento. Estoy acostumbrada a que haya dos versiones de mí misma, así
que reconozco las señales bastante bien.
La forma en la que Karnon me está estudiando ahora, su expresión irritada
y hambrienta, me preocupa. El Karnon con el que he estado antes era un
loco, impredecible, salvaje, pero no parecía malvado. No como el de ahora.
Empiezo a retroceder. En respuesta, el rey de las hadas se adelanta. Este
hombre es brutal, violento, implacable. Es el tipo de hombre que toma y
toma y toma.
Recorta la distancia entre nosotros y me envuelve la muñeca con una
mano. La palma de Karnon se desliza sobre mi pulsera.
—¿Qué es esto? —Toca las cuentas—. No llevarás nada que no sea lo que
yo te dé. —Mientras habla, enrosca los dedos alrededor del brazalete. Tira
con fuerza y dejo escapar un ruidito cuando las cuentas se me clavan. Pero
no se rompe.
Frunce el ceño y lo intenta de nuevo. Una vez más, mis joyas encantadas
se mantienen firmes. Disfrutaría de su frustración si mi brazo no estuviera
siendo desollado en el proceso.
—¿Qué es esta magia? —gruñe, mirando más de cerca las cuentas. De
repente, aparta la cabeza con una sacudida—. El bastardo de Arestys —
gruñe, soltándome la mano—. ¡Guardias!
Entran en la habitación.
—¿Por qué no se me ha informado de que usa la magia de Desmond?
Se miran, a todas luces confundidos. Como si lo supieran. Es obvio que
estos guardias son solo músculos.
—M-Majestad —tartamudea uno de ellos—, no sabíamos…
Karnon da un paso amenazador hacia delante.
—¿No lo sabíais? —repite—. ¿Estáis ciegos?
Espera una respuesta.
Los guardias niegan con la cabeza.
Mientras los tres hablan, empiezo a avanzar hacia la puerta. El corazón
me late cada vez más rápido. Esta podría ser mi única oportunidad de
escapar.
—Habéis traído magia extranjera aquí —dice Karnon—. Se puede
rastrear.
¿Rastrear?
—Su majestad, no hemos tenido ninguna participación…
Pero el Rey de la Fauna ya no escucha.
Karnon ruge y corta el aire con las garras de una mano. A varios metros
de distancia, los guardias gritan cuando cuatro líneas largas e irregulares
aparecen en sus estómagos. Marcas de garras . Karnon ha hecho eso con su
magia.
Casi de inmediato, la sangre y las entrañas brotan del interior.
Sin perder otro segundo, corro hacia la puerta.
No lo logro.
Karnon me agarra por detrás, sus garras me cortan la piel mientras me
obliga a girarme.
—No hemos terminado —me susurra al oído.
Me agarra la mandíbula y aprieta tanto que duele.
Y respira dentro de mí una vez más.
27

Me muero, mi cuerpo se pudre de dentro hacia fuera.


Creo que han pasado uno o dos días desde mi última visita a Karnon, pero
no estoy segura. Lo único que sé es que mi vida consiste en temblar,
vomitar y dormir.
El guardia al que he apodado Cola de león pasa por mi celda de vez en
cuando, golpeando los barrotes de hierro con sus manos enguantadas,
burlándose de mí. He hecho un débil esfuerzo por sacarlo de quicio, pero no
tengo ni idea de si hacerle la peineta a alguien es ofensivo en el Otro
Mundo. Lo único que sé es que Cola de león no se ha alterado al verla como
esperaba que lo hiciera.
—Oye, Callypso —grita Aetherial.
Giro la cabeza hacia su voz con mucho esfuerzo.
—¡Sirena!
—¿Sí? —grazno débilmente.
—Arrastra tu catre hasta aquí —me dice.
—No sé si puedo —murmuro.
—Sí que puedes, yo lo sé. —Ni siquiera suena arrepentida, su voz resulta
autoritaria. Débil, pero autoritaria.
Uf, las guerreras fae son demasiado duras.
Me lleva un tiempo vergonzosamente largo mover el catre, pero al cabo
de un rato, eso es justo lo que hago.
—¿Cómo estás, sirena? ¿Todavía puedes mover las extremidades?
—¿Me has hecho arrastrar la cama hasta aquí y me preguntas eso?
Suelta una risa jadeante.
—Estoy proporcionándote un poco de charla cortés. No lo cuestiones.
Curvo los labios ligeramente hacia arriba.
Ambas nos quedamos en silencio de nuevo, y mi mente empieza a vagar.
—Los grilletes… —digo al final—. No había caído en la cuenta de lo
dolorosos que deben de ser.
—He soportado cosas peores.
Caray.
—Nos envolvemos los puños con algo de tela —añade después de un
momento—, esa barrera detiene la mayor parte del dolor.
Pero no todo.
Mientras la escucho, me doy cuenta de que arrastra las palabras, habla
mucho más despacio, como si eligiera sus palabras con cuidado.
Está perdiendo la capacidad de mover la boca.
—¿Estás bien, Aetherial?
No me responde durante mucho rato.
—Todo se va —dice al final—. Incluso siento la mente nublada.
Por lo poco que sé de ella, soy consciente de que Aetherial es una criatura
demasiado orgullosa para afirmar que no está bien.
Suspira.
—¿Sabes? Lo peor de esto es que mi esposa tendrá que verme así.
No me molesto en responder. ¿Qué haría Des cuando —si — volviera a él
en un ataúd?
—Acogerá al pequeño monstruo espeluznante al que inevitablemente daré
a luz. Sé que lo hará, mi dulce y tonta mujer.
—¿También los has visto? —pregunto.
—Una de esas criaturas me mordió .
Me estremezco al recordar que Des me contó que esos niños también
habían estado a punto de morderme.
Des. Solo pensar en él me consume. No sé si alguna vez volveré a verlo,
si volveré a abrazarlo, si volveré a hablar con él.
—¿Estás casada? —pregunto, cambiando de tema y obligando a mi mente
a dejar de pensar en lo único que me ablandará. Porque en este lugar no hay
ninguna bondad. Y si quiero aguantar el mayor tiempo posible, tengo que
ser tan dura como aprendí a ser en ausencia de Des.
Escucho a Aetherial exhalar con cansancio.
—Sí —responde. Después de un momento, añade—: Nos casamos en el
Reino de la Noche. Técnicamente, en el Reino del Día no reconocen
nuestro matrimonio, las relaciones con humanos no son lo único tabú por
aquí. Pero técnicamente, en realidad me importa una mierda.
Sonrío al oír eso.
—Por cierto, Callypso —dice ella.
—Callie —la corrijo.
—Callie —repite—. Para tu información, no he visto a ningún ser
humano en la prisión, aparte de ti, por supuesto.
Se me cae el alma a los pies. Llevo días aquí, y con cada uno que pasa, me
voy debilitando. Estoy perdiendo mi oportunidad.
Me miro la pulsera y la hago girar alrededor de la muñeca. No toda la
esperanza está perdida. Si entendí bien a Karnon, Des podría ser capaz de
rastrear su magia.
Pero si pudiera hacerlo, ¿no habría aparecido ya?
—¿Callie? —Aetherial interrumpe mis pensamientos.
—¿Sí?
—Aquí nadie se queda preñada por arte de magia.
Al principio no capto lo que pretende decir, pero cuando lo entiendo…
Cierro los ojos cuando lo proceso. Lo que no está diciendo. La fuerte
Aetherial inmovilizada, sin posibilidades de detener lo que le estaba
sucediendo…
—¿Fue Karnon?
—El diablo en persona —afirma.
No tengo palabras. Me ha pasado antes, es muy posible que me vuelva a
pasar, y en algún punto del camino, una creería que encontraría algo que
decir, pero no es así. No para la valiente Aetherial.
Se aclara la garganta lo mejor que puede.
—Me ha parecido que deberías saberlo.
Trago saliva.
—Gracias por advertirme —susurro con la voz ronca.
Pero no estoy segura de que sea mejor saber qué le ha pasado a ella, qué
me espera a mí.
A veces, el conocimiento es solo otro tipo de tortura.
No funciona.
Cualquiera que sea el veneno que Karnon está intentando inocularme, no
está funcionando.
Me acurruco en la esquina de mi jaula, con el cuerpo cubierto por una
capa de sudor. Me recorren unos temblores violentos. Según mis conjeturas,
ha pasado casi una semana desde que llegué. Me he visto sometida a dos
visitas más del Rey Fauna, y cada vez que mi cuerpo rechaza su magia
envenenada, se frustra más y más.
Todavía no me ha tocado. Puede que al monstruo no le gusten las víctimas
que se defienden. Aunque dudo de que a estas alturas supusiera un gran
desafío para Karnon; estoy demasiado débil para hacer algo por mi cuenta.
A pesar de mi lamentable estado, su magia no me está sometiendo, al
contrario de lo que les pasa a las demás mujeres que están aquí.
Una especie de malestar horrible se está asentando en mis huesos. Me
siento como si la magia fuera a hacer que se cumplan las órdenes de Karnon
o a provocar que deje de existir. Pero hasta ahora, no está cumpliendo con
las órdenes de Karnon.
Daba por supuesto que toda la magia feérica funcionaba con los humanos;
después de todo, el Negociador puede usar su magia conmigo. Pero puede
que mis suposiciones fueran erróneas. Quizás la magia feérica tenga
algunos límites. Puede que, en este momento, ser una humana sea algo
bueno.
Aunque es difícil decir que el estado en el que me encuentro es algo
bueno. Estoy tumbada sin energía en el catre, el vestido me cuelga suelto
sobre el cuerpo.
Ahora, los guardias me llevan a los aposentos de Karnon sin que oponga
resistencia. Se han acabado las charlas triviales. Si me recibe la versión
malvada de Karnon, se pone a trabajar de inmediato. Si me encuentro con
su versión más amable y loca, me mece contra él mientras murmura
tonterías sobre alas y branquias, garras y escamas.
—¿Aetherial? —llamo.
Silencio. Esa ha sido la respuesta durante los últimos días.
Empiezo a hablar con ella de todos modos, en caso de que todavía pueda
oírme. Le cuento cualquier cosa que se me pase por la cabeza, pero ni una
sola vez menciono lo que más me preocupa…
Voy a morir aquí.
28

Día quién coño sabe cuál y visita número seis de Karnon, el tío que está
empezando a protagonizar todas mis pesadillas.
Cuando llegamos, los guardias me arrojan al suelo sin contemplaciones
antes de retirarse.
Con un ligero gemido, me aúpo sobre los antebrazos y me llevo una mano
a la venda. Estas últimas veces, los guardias han dejado de atarme las
muñecas y los tobillos. ¿Qué necesidad hay? Estoy demasiado débil para
escapar.
Retiro la tela que me cubre los ojos y parpadeo para adaptarme al brillo de
la habitación. Me quedo inmóvil cuando observo mi entorno.
Lo primero que noto es que no estoy en la habitación de Karnon. Aquí,
hay hojas secas esparcidas por el suelo, y unas enredaderas finas y muertas
cubren la mayoría de las paredes y gran parte del techo. Incluso envuelven
la gran lámpara de araña con astas situada muy por encima de mí. Esta
habitación abandonada parece haber sido dejada a la intemperie.
Una habitación salvaje para un rey salvaje y loco.
Mi mirada aterriza en un estrado elevado al otro lado de la habitación. La
enorme silla colocada en el centro está hecha enteramente de huesos. Y
sentado en ella está Karnon.
Me evalúa desde su trono.
—Pajarillo precioso —dice—, te estás muriendo.
Se pone de pie, y esa simple acción envía un escalofrío por mi espalda.
Esta no será como las otras visitas.
Sus pasos resuenan mientras desciende por las escaleras frente a él, las
hojas crujen bajo sus botas.
Observo bien sus ojos y vuelve a ser mi padrastro. La lujuria medio loca
que parece más propia de un animal que de un hombre. El mal genio que
puede convertirse en ira a la menor provocación.
Se detiene a menos de treinta centímetros de mí. Solo estamos nosotros en
esta habitación; a los guardias, ayudantes u oficiales que suelen estar aquí
no se los ve por ningún lado.
Karnon se arrodilla junto a mí. Intento alejarme, pero las extremidades me
pesan y las muevo con lentitud. Quiero gritar de frustración. Juré hace
mucho tiempo que nunca más volvería a ser una víctima. Pero aquí estoy,
impotente y a merced de la voluntad de un rey loco.
Empieza a acariciarme el pelo.
—Qué pajarillo tan, tan bonito. Es una pena que no puedas volar, atrapada
como estás en esta jaula que constituye tu cuerpo. —Me ahueca la cara con
las manos—. Te estás muriendo porque el animal que hay en ti está siendo
asfixiado.
Claaaro, es por eso.
—Me muero porque me estás envenenando —digo.
Él me devuelve la mirada, distante, y sé que no ha asimilado mis palabras.
Empieza a acariciarme el pelo de nuevo.
—¿Cómo puede sobrevivir una criatura si no tiene branquias para respirar
o alas para volar?
Como no respondo, me mira como si mi silencio le estuviera dando la
razón.
Mueve las manos desde mi pelo hasta mi espalda. Intento alejar sus
manos, pero las mías se mueven muy despacio. No sirve de nada.
—Dulce criatura —dice, acariciándome la espalda—, no te preocupes. —
Se inclina cerca de mi oreja—. Hoy te haré libre.
Me giro para mirarlo y me topo con esas pupilas alargadas suyas. Nos
miramos el uno al otro durante varios segundos mientras sus manos
descansan pesadas en mi espalda. Su cuerpo empieza a temblar y entonces,
de repente, libera toda su magia directamente contra mí.
Esta magia es como un mazazo en la espalda, se me hunde en la piel, en
los huesos, con la fuerza de un tren de carga. La onda expansiva se extiende
a nuestro alrededor, sacudiendo las mismísimas paredes de su salón del
trono.
Luego llega el dolor, más intenso y agudo que cualquier cosa que haya
sentido. Mi sirena se despierta en respuesta.
Abro la boca, pongo los ojos en blanco y grito y grito mientras me
atraviesa una agonía diferente a todo lo que he sentido en el pasado. Siento
como si el cuerpo se me estuviera deshaciendo, como si los huesos se me
rompieran, los músculos se me desgarraran y la piel se me estuviera
despellejando.
La fuerza que me inmoviliza contra el suelo es interminable e insondable.
Estoy indefensa mientras Karnon me agarra por la espalda, un agarre del
que no puedo deshacerme en este momento.
El Rey de la Fauna se ríe hasta quedarse ronco cuando un sonido similar a
un trueno retumba en la distancia.
—Mi precioso pajarillo canta mejor cuando le duele. —Me aprieta la piel
con fuerza—. Sirena —grita—, ¡sal a la superficie!
Otra oleada de poder me da de lleno.
Mis gritos alcanzan un nuevo decibelio, el sonido armoniza consigo
mismo.
Siento como si la columna vertebral y las costillas me estuvieran
crujiendo, como si se estuvieran rompiendo. Ya no estoy hecha de músculos
y huesos. Todo ha sido pulverizado bajo la magia de Karnon.
—¡Sí! —chilla el lunático—. ¡Más!
Mi cuerpo parece ceder cuando otra oleada de energía me inunda. Mi piel
arde y arde. ¡Y mi espalda!
¡Tengo la espalda en llamas! Tiene que ser eso, ahí es donde más me
duele.
Karnon me libera, pero el poder agonizante que ha introducido a la fuerza
en mi interior no disminuye. En todo caso, está empeorando, porque está
cambiando de rumbo; en lugar de enterrarse dentro de mí, ahora está
intentando salir a la fuerza.
Me encorvo, me cuesta respirar, tengo el pelo pegado a la cara.
—¡Más! —grita Karnon.
Me estoy desgarrando de dentro hacia fuera. Mi piel ya no se ajusta a mi
cuerpo. Es demasiado pequeña.
Jadeo una y otra vez, apenas capaz de soportar el dolor que siento.
—¡Más!
Mis gritos se vuelven cada vez más agonizantes mientras su poder se
estrella contra el interior de mi carne.
—¡MÁS!
De repente, mis gritos quedan interrumpidos y la magia estalla.
La piel se me abre a ambos lados de la columna y oigo el ruido de algunos
estallidos y chasquidos húmedos.
Y luego… lo siento. Dos protuberancias húmedas y pegajosas salen de mi
carne desgarrada y se despliegan a mi espalda.
Entonces, por fin, por fin, la magia se aplaca.
Me derrumbo sobre mí misma, tiritando, temblando.
Hay sangre por todas partes.
—¡Sí! ¡Mi precioso pajarillo, eres libre! —exclama Karnon con alegría.
No puedo moverme. No me queda energía. Mientras yazco en el suelo,
echo un vistazo a mis manos. Donde antes había uñas, ahora tengo garras
afiladas y negras. Y mis antebrazos… están cubiertos por unas escamas
delicadas y semitransparentes que brillan como el oro allí donde la sangre
no las tapa.
Lo que veo a duras penas tiene sentido.
Pero entonces vislumbro algo por encima de mi hombro. Algo oscuro,
algo sangriento… Y siento un peso extraño en la espalda…
La sirena me está susurrando, las palabras se enroscan a mi alrededor…
Soy poderosa.
Soy la venganza.
Estoy desatada.
Los pasos de Karnon se acercan.
Agarra esas cosas oscuras y sangrientas de detrás de mí y tira de ellas
hacia arriba y hacia fuera. Siento que los músculos se me estiran mientras
extiendo los brazos.
Pero mis brazos están justo frente a mí…
Vuelvo a vislumbrar esas cosas oscuras. Y entonces lo entiendo.
Alas .
Me han crecido alas .
29

Al verlas, vuelvo a vomitar.


Esto debe de ser una pesadilla.
Garras, escamas y alas. Ahora soy más bestia que mujer.
—¿Te gustan? —pregunta Karnon, cuyas palabras son burlonas.
Hago rodar la frente contra el suelo de mármol ensangrentado.
No puedo soportar mirarlas.
Lejos, detrás de mí, alguien llama a las puertas que dan al interior, la
madera se estremece por la fuerza de los golpes. Si tuviera más energía, me
habría sobresaltado con ese ruido.
En lugar de eso, me limito a quedarme tumbada.
Alguien sigue golpeando las puertas. Sin parar.
Karnon suelta mis alas y caen con un golpe húmedo a mis costados. Sus
pasos retroceden.
¡BUM!
Las puertas de metal se abren de par en par, las astillas de madera vuelan
en todas direcciones. Las enormes puertas dobles impactan contra el suelo
de la sala del trono, el choque sacude las paredes.
Lo siento antes de escuchar su bramido agonizante.
Des .
Me ha encontrado. Un débil hilillo de felicidad se abre paso a través mi
agotamiento.
Las sombras se enroscan a mi alrededor como humo. Las observo con aire
cansado.
—Así que tu pareja te ha encontrado, después de todo —dice Karnon—.
Se ha tomado su tiempo.
El aire cambia y, un momento después, Des está agachado a mi lado.
Siento su mano deslizarse sobre la carne sensible de mis alas.
—Lo siento mucho, querubín —susurra, con la voz entrecortada—. Por
todo. Pagará por ello.
Empiezo a temblar.
—Dime, ¿te gusta tu pareja ahora? —pregunta Karnon en tono burlón—.
Ha mejorado, ¿no te parece?
Vuelvo a echarme un vistazo: la capa dorada de escamas, las garras
afiladas… las alas.
De repente, no puedo mirar a Des.
Soy monstruosa. No soy una mujer, ya no.
Las manos de Des abandonan mi cuerpo. Se pone de pie y, de repente, la
atmósfera de la habitación resulta ominosa. Giro la cabeza justo a tiempo
para ver al Negociador acercándose a Karnon.
—Sabes que atacar a un rey dentro de su propio castillo es violar la ley
más sagrada de la hospitalidad —dice Karnon al tiempo que retrocede.
El Negociador no se molesta en responder. Es la encarnación de la ira. La
veo acumulándose bajo su piel, ardiendo en sus ojos. Un abismo sin fondo
repleto de ira.
Me recuerda a la mirada fría de Karnon…
Pero mi compañero está muy tranquilo. Toda esa furia permanece
contenida dentro de él mientras avanza, y solo sirve para que parezca aún
más amenazador.
—Nunca imaginé que te decidirías por una esclava, pero la debilidad atrae
más debilidad… —se burla Karnon, intentando desatar el enfado de Des,
incluso cuando él mismo ha empezado a retroceder.
Esa reacción nunca llega. El Negociador sigue acechando a Karnon con la
misma furia constante y contenida que antes, con el rostro lleno de líneas
intransigentes.
—Aunque he disfrutado de sus gemidos…
Y, aun así, Des no reacciona.
Karnon gruñe, está claro que cada vez se impacienta más. De repente, y
sin previo aviso, desliza la mano por el aire. Siento el roce de su magia y,
demasiado tarde, dejo escapar un leve grito, al recordar a esos guardias a los
que Karnon destripó hace días.
Des ni siquiera intenta bloquear el ataque. Veo tela y piel rasgadas por las
cuatro marcas irregulares de unas garras en su estómago, y su sangre
comienza a derramarse.
—No —grazno débilmente, y empiezo a arrastrarme por el suelo.
El rostro del Negociador sigue siendo una máscara de ira. Y mientras
observo, veo que sus heridas empiezan a suturarse solas. Siento cómo su
magia se acumula, espesa el aire a medida que llena la habitación.
Des es todo oscuridad. Esta se reúne a su alrededor, oscureciendo la
habitación. Poco a poco, las sombras apagan las luces. Su expresión es más
siniestra de lo que le he visto nunca. Incluso Karnon parece un poco
inseguro a estas alturas y se tambalea al dar un paso atrás.
Las sombras recorren la habitación, cubriéndome a mí y a todo lo demás
hasta que la habitación se vuelve negra como la brea.
—¿Crees que no puedo ver en la oscuridad? —pregunta el Rey de la
Fauna.
Silencio.
—Yo soy la oscuridad .
Des detona su poder y este explota a través de la habitación, azotando mi
pelo y retirándolo hacia atrás.
¿Y yo creía que el poder de Karnon era asombroso? No es nada, nada ,
comparado con la furia y la fuerza pura de la magia que se mueve a través
de mí.
Un líquido cálido me rocía, me salpica el pelo, la cara. Detecto sabor a
cobre en los labios.
Sangre.
¿De quién?
Con un grito ensordecedor, las paredes y el techo estallan, fragmentos de
mármol y yeso se esparcen a los cuatro vientos. En esencia, el edificio ha
sido vaporizado.
Y luego, se acaba.
La oscuridad retrocede y, cuando lo hace, lo primero que veo bajo el tenue
cielo del crepúsculo es… carne. Carne y trozos de hueso esparcidos por la
habitación.
Eso es lo único que queda de Karnon.
Arrodillado detrás de él está Des, que no tiene ni una mancha de sangre en
la ropa, ni un mechón de su cabello rubio platino fuera de su sitio. Aparte
de los bordes desgarrados y ensangrentados de su ropa, está completamente
intacto.
Echo un vistazo a nuestro alrededor. Esto debió de ser en su día un gran
castillo, pero ahora lo único que veo son sus cimientos y algunos muebles
que no han quedado completamente destruidos en la explosión.
Más allá de los muros del castillo, los oscuros árboles de hoja perenne que
lo rodean están completamente intactos.
Des ha hecho todo esto. Me estremezco al verlo.
El Negociador levanta la cabeza y su mirada se cruza con la mía.
—El Rey de la Fauna ya no existe.
Des se acerca a mí y desliza las manos debajo de mi cuerpo para
levantarme.
Dejo escapar un pequeño gemido de dolor. Me duele todo, el cuero
cabelludo, los dientes, los huesos, los dedos de los pies, el corazón.
Especialmente esto último.
—Todo va a ir bien, querubín, todo va a ir bien.
Emito un sonido ahogado y giro la cabeza hacia su pecho.
Nada va a ir bien en absoluto. Siento las puntas de mis alas arrastrándose
por el suelo. Una tenue capa de escamas me cubre los brazos y tengo garras.
Monstruosa. Tan monstruosa como mis captores. Y ahora siempre llevaré
el recordatorio conmigo.
Lo único que templa mi repugnancia es mi voluntad. Me estoy esforzando
por mantenerme consciente.
Des sigue lanzándome miradas de preocupación.
—Quédate conmigo, amor.
Obligo a mis ojos a permanecer abiertos.
—Buena chica —dice, acariciándome el pelo y retirándolo hacia atrás—.
Vámonos a casa. —Su expresión está llena de agonía.
Le duele incluso mirarme.
Puede que fuera mejor cuando simplemente no estaba en mi vida. En
aquel entonces, logré convivir con esa única estocada. Verlo mirarme de
esta manera una y otra vez… Cada momento es como una daga clavada en
el estómago.
En respuesta a mi ansiedad, mis alas se tensan, listas para levantarse.
—Cálmate, amor —dice Des.
Despacio, me obligo a relajar la espalda, mis alas vuelven a quedarse
flácidas.
Él dobla las rodillas, tensándose. Un momento después, salimos
disparados hacia el cielo.
Observo las estrellas, las preciosas y desoladas estrellas, mi cuerpo ya no
resiste más. Se me cierran los párpados.
—Callie…
Pero ni siquiera la voz de Des me aleja de la oscuridad.
30

Me despierto con la sensación de una mano acariciándome la espalda.


Parpadeo con poca energía para abrir los ojos. No reconozco mi entorno
de inmediato. No hasta que me fijo en los apliques de bronce de la pared y
el arco marroquí.
La habitación de Des.
Estoy tumbada boca abajo en mitad de su cama, acurrucada entre todas
sus sábanas.
¿Por qué estoy boca abajo? Nunca duermo boca abajo.
—Querubín, estás despierta. —La voz suave del Negociador me pone la
piel de gallina.
Empiezo a sonreír, todavía confundida, cuando recuerdo.
La prisión, Karnon, mi metamorfosis.
Mi metamorfosis .
Me llevo una mano a la espalda. Cuando rozo las plumas con los dedos,
dejo escapar un grito ahogado.
No ha sido un sueño.
—Son… preciosas —dice Des. Mueve la mano sobre ellas. Al sentir su
caricia, se mueven , mis plumas emiten un ruido suave como un susurro
mientras se frotan entre sí.
Cierro los ojos con fuerza.
—No —digo con la voz ronca.
No quiero oír hablar de lo bonitas que son. Un loco me las puso a la
fuerza. Un psicópata que se habría reído si la transformación me hubiera
matado. El mismo monstruo que violó a miles de mujeres.
Estaba lista para morir. Incluso estaba lista para vivir en un estado de
animación suspendida.
No estaba preparada para esto.
Y sé que no es el peor de los destinos, pero así es como lo siento. Porque
ahora me parezco a todas esas hadas del Reino de la Fauna. Mis captores.
Mis torturadores.
Una cosa era soportar los castigos. Mirarme a mí misma y verlos es otra.
—¿No qué? —pregunta Des—. ¿Que no te toque? ¿Que no te haga un
cumplido?
—Todo eso —digo, abriendo los ojos. Verme es horrible.
Los brazos me tiemblan cuando empiezo a incorporarme para sentarme.
Veo esas oscuras escamas doradas que me suben por los antebrazos como
una coraza.
Tengo ganas de arrancármelas de la piel, una por una.
En cuanto empiezo a sentarme, siento presión en la espalda. Mis alas son
demasiado largas, difíciles de manejar; los huesos, demasiado delicados.
No puedo ni sentarme en la cama .
Siento que se me escapa una lágrima de frustración mientras vuelvo a caer
sobre el estómago.
Tan débil .
Un momento después, Des me levanta. Mis alas se enredan detrás de mí,
las puntas se arrastran por el suelo. Las plumas son negras como la noche
cerrada, pero, bajo la luz, emiten un brillo iridiscente.
Son bonitas, y las odio aún más por ello.
Mientras carga conmigo, mi rey fae me mira como si fuera él quien se está
ahogando.
Me descubre mirándolo.
—Superaremos esto —jura—, tal como hicimos la última vez. Ya lo
hemos hecho antes. Podemos volver a hacerlo.
—No sé si puedo. —Se me quiebra la voz.
Me pone de pie frente a un espejo de cuerpo entero que hay en sus
aposentos.
—Dime lo que ves —dice.
Frunzo el ceño, primero mirándolo a él, y luego, de mala gana, a mi
reflejo. Ni siquiera quiero mirar. No quiero ver si soy más monstruo que
humana. Pero cuando miro, veo mi cara, y no hay ningún cambio.
Olvidando que Des está a mi lado, me toco la mejilla. Creía que a lo
mejor… Que a lo mejor no me reconocería al mirarme en el espejo. Que
realmente sería una bestia. Pero no lo soy.
Me miro la mano. Durante un largo momento, contemplo las garras
afiladas y luego desplazo la mirada hasta mis dedos. Siguen siendo
humanos. De hecho, si me limara las garras, aparte del color negro de las
uñas, tendrían el aspecto de unas manos normales.
En los antebrazos detecto el delicado brillo de las escamas, que relucen
bajo la luz. Comienzan en mi muñeca y terminan antes de mi codo, y varias
filas de ellas me rodean la parte superior del brazo antes de volver a
desaparecer en mi carne. No continúan subiéndome por el cuello, el pecho o
la cara. Me levanto la falda del vestido para mirarme las piernas. También
están libres de escamas. Tienen el mismo aspecto de siempre. Y mis pies
siguen siendo pies humanos, no hay garras adornándome los dedos.
Cuando devuelvo la mirada a mi reflejo, sigo teniendo las mismas
proporciones. Soy la misma mujer que siempre he sido, solo que con
algunos añadidos. Y aunque esas pocas adiciones —garras, escamas y alas
— son dolorosas de ver, no soy el monstruo que creía que podría ser.
De hecho, en todo caso, parezco un poco fae.
—¿Qué ves? —vuelve a preguntar Des.
Trago saliva.
—Veo a Callie.
—Igual que yo. —Baja la boca hasta que queda cerca de mi oreja—.
Querubín, la gente como nosotros no somos víctimas. Somos la pesadilla de
alguien.
No soy una víctima.
No soy una víctima.
¿Cómo es que se me había olvidado? Porque, en algún lugar del camino,
lo había olvidado. Y eso casi me rompe.
No soy una víctima.
Aquí, en el Otro Mundo, he perdido mi arma más poderosa: mi glamour.
Pero he ganado garras y alas.
Miro a Des.
—Vuelve a enseñarme cómo ser la pesadilla de alguien.
Necesito sentirme peligrosa, poderosa, cualidades que he perdido en algún
momento.
Un indicio de su sonrisa perversa aparece en su cara y, envuelta en sus
sombras, resulta amenazante.
—Con mucho gusto.
Me encuentro en el interior de uno de los almacenes reacondicionados del
Reino de la Noche, observando a la multitud de guerreras dormidas. Miles
de ellas.
Matar a Karnon debería haber liberado a todas estas mujeres de cualquier
magia oscura que las retuviera.
Pero no ha sido así.
Y ahora hay muchas más mujeres dormidas, descubiertas en habitaciones
subterráneas muy por debajo del castillo de Karnon.
El almacén parcialmente vacío de repente está repleto de ataúdes. Y todas
las nuevas mujeres están embarazadas. Nadie sabe cuándo —o si— darán a
luz.
Los demás reinos también han recibido una buena cantidad de guerreras
durmientes recuperadas de las entrañas de la prisión de Karnon, guerreras
pertenecientes a los reinos del Día, la Flora y, lo más extraño de todo, la
Fauna. Karnon había estado abusando de las soldados de su reino.
Apenas puedo concebirlo.
Todavía queda el asunto de los guerreros varones, los hombres que siguen
desaparecidos. Y luego están las cautivas, como Aetherial, que se están
recuperando de su calvario. Cautivas que se han quejado de una oscuridad
que aún persiste en su interior.
No hemos resuelto nada.
Toco con la mano una de las tapas del ataúd, las puntas de mis garras
repiquetean contra el cristal.
—Despierta —susurro mientras el glamour se desliza en mi voz.
Si las durmientes me oyen, no obedecen.
Incluso espero que el sonido de unas voces fantasmales se eleve a mi
alrededor, tal como hicieron en el pasado.
Pero todo está en silencio. Todo está quieto.
Humo y sombras envuelven mis brazos. Un momento más tarde, se
fusionan en manos.
—Querubín —me susurra Des al oído, mientras me da un suave apretón
en los brazos.
Ante el sonido de su voz, mis alas se agitan y le rozan el pecho.
No debería sorprenderme que me haya encontrado. Es el Negociador,
Señor de los Secretos, Maestro de las Sombras y Rey de la Noche.
Me toca la mandíbula, obligándome a girar la cara.
Cierro los ojos y trago saliva. Que el Negociador me toque así me hace
sentir muy bien, a pesar de que Karnon hizo lo mismo, día tras día. Porque
con Des, es diferente. Siempre lo ha sido. Siempre lo será.
—Me he despertado y te habías ido —dice.
Entiendo lo que no dice: que temía perderme de nuevo.
—Tenía que verlas. —Las palabras son apenas audibles.
Tenía que ver a las mujeres menos afortunadas que yo. Las que no
pudieron, ni siquiera después de la muerte de Karnon, escapar de sus garras.
Escaneo la habitación, con un nudo en el pecho por culpa de lo que veo.
De no ser humana, podría haberme encontrado entre ellas, mi cuerpo
tendido entre todos los demás. Mis pulmones no respirarían, mi corazón no
latiría, mi cuerpo no estaría vivo.
Pero tampoco muerto.
Suspendido en algún punto intermedio. A la espera.
Él viene a por ti.
Se me pone la piel de gallina.
—No ha terminado —susurro. Lo siento en los huesos. Solo hemos
disparado el primer tiro.
—Que vengan nuestros enemigos —dice Des, cuya voz sedosa es letal—.
Tienen un ajuste de cuentas esperando en la punta de mi espada y tendrán
que afrontar la venganza de mi sirena.
Me giro para mirar a Des, que lleva su pelo rubio blanquecino peinado
hacia atrás por debajo de su corona. Sus tatuajes y brazaletes de guerra
quedan ocultos bajo su atuendo de hada ajustado, pero incluso sin estar a la
vista, resulta obvio que es peligroso, con sus ojos brillantes y esas alas
descomunales, que ha mantenido desplegadas casi constantemente desde la
noche en que mató a Karnon.
Me acuna un lado de la cara.
—Que vengan nuestros enemigos, los mataré a todos. Mientras estés a mi
lado, querubín, tengo algo por lo que luchar.
Puede que este sea el misterio más asombroso de todos después de la
muerte de Karnon. Mis cambios físicos no han atenuado lo que Des siente
por mí. De hecho, parece bastante… encariñado con los cambios. Y cada
vez que contempla mis alas, mis garras o mis escamas con adoración, las
tolero un poco más. Y me enamoro de mi pareja una y otra vez. Del hombre
que me ha salvado tantas veces, el que me ha sacado de mi propia oscuridad
atormentada y me ha incluido en la suya. El hombre que esperó siete años
por mí. El hombre que, contra toda razón y contra todo pronóstico, es mi
pareja.
Me inclino y deposito un beso en sus labios.
—Estaré a tu lado —prometo—, hasta que la oscuridad muera.
GLOSARIO

Academia Peel: internado sobrenatural ubicado en la Isla de Man.


Arestys: una masa de tierra rocosa y estéril que pertenece al Reino de la
Noche. Conocida por sus cuevas, es la más pequeña y la más pobre de las
seis islas flotantes ubicadas dentro del Reino de la Noche.
Barbos: también conocida como la ciudad de los ladrones, es la mayor de
las islas flotantes ubicadas dentro del Reino de la Noche. Se ha ganado
cierta reputación por sus salas de juego, pandillas, calas de contrabandistas
y tabernas.
Cambiado: un niño intercambiado al nacer. Puede referirse alternativamente
a un niño hada criado en la Tierra o a un niño humano criado en el Otro
Mundo.
Cambiaformas: un término genérico para todas las criaturas que pueden
cambiar de forma.
Casa de las Llaves: el gobierno global del mundo sobrenatural, cuya sede
está ubicada en Castletown, en la Isla de Man.
Comunidad sobrenatural: grupo formado por todas las criaturas mágicas
que viven en la Tierra.
Desmond Flynn: gobernante del Reino de la Noche, también conocido
como el Rey de la Noche, Emperador de las Estrellas Vespertinas, Señor
de los Secretos, Maestro de las Sombras y Rey del Caos.
Duendecillo: hadas aladas aproximadamente del tamaño de una mano
humana. Como la mayoría de las hadas, los duendecillos son conocidos
por ser entrometidos, reservados y traviesos.
Fae: término para referirse a todas las criaturas nativas del Otro Mundo.
Glamour: hipnosis mágica que vuelve a la víctima susceptible a la
influencia verbal. Está considerado como una forma de control mental
empleada por sirenas y eficaz sobre todos los seres terrenales, ineficaz en
criaturas de otros mundos. Prohibido por la Casa de las Llaves debido a su
capacidad para despojar a un individuo de su consentimiento.
Hada oscura: un hada que ha renunciado a la ley.
Hada: el tipo de fae más común en el Otro Mundo; se las puede identificar
por sus orejas puntiagudas y, en la mayoría de los casos, por sus alas. Son
conocidas por sus trucos, naturaleza reservada y temperamento
problemático.
Hombre lobo: también conocido como licántropo o cambiaformas, un
humano que se transforma en lobo; gobernado por las fases de la luna.
Hombre verde: rey consorte de Mara Verdana, reina de Flora.
Isla de Man: isla perteneciente a las Islas Británicas ubicada entre el este de
Irlanda y Gales, y al oeste de Inglaterra y Escocia. Es el epicentro del
mundo sobrenatural.
Janus Soleil: gobernante del Reino del Día, también conocido como el Rey
del Día, Señor de los Pasajes, Rey del Orden, Narrador de la Verdad y
Portador de la Luz.
Karnon Kaliphus: gobernante del Reino de la Fauna, también conocido
como el Rey de la Fauna, Amo de los Animales, Señor del Corazón
Salvaje y Rey de Zarpas y Garras.
Ladrón de almas: el individuo responsable de las desapariciones de los
guerreros fae.
Lephys: también conocida como la ciudad de los enamorados, es una de las
seis islas flotantes dentro del Reino del Día. Se cree que es una de las
ciudades más románticas del Otro Mundo.
Línea ley: camino mágico dentro y entre mundos que puede ser manipulado
por ciertas criaturas sobrenaturales.
Mara Verdana: gobernante del Reino de la Flora; también conocida como
Reina de la Flora, Señora de la Vida, Señora de la Cosecha y Reina de
Todo lo que Crece.
Otro Mundo: tierra de las hadas. Accesible desde la Tierra a través de las
líneas ley. Conocido por sus criaturas violentas y reinos turbulentos.
Phyllia y Memnos: islas hermanas conectadas por un puente. Ubicadas en el
Reino de la Noche, también son conocidas como la Tierra de los Sueños y
las Pesadillas.
Politia: la fuerza policial sobrenatural, de jurisdicción mundial.
Portal: puertas o puntos de acceso a las líneas ley. Puede conducir a
múltiples mundos.
Reino de la Fauna: reino del Otro Mundo que preside sobre todos los
animales. Reino inmóvil.
Reino de la Flora: reino del Otro Mundo que preside sobre toda la vida
vegetal. Reino inmóvil.
Reino de la Muerte y la Tierra Profunda: reino del Otro Mundo que preside
sobre todas las cosas muertas. Reino inmóvil ubicado bajo tierra.
Reino de la Noche: reino del Otro Mundo que preside sobre todo lo
relacionado con la noche. Reino transitorio, viaja por el Otro Mundo,
arrastrando consigo la noche. Ubicado frente al Reino del Día. Las seis
islas flotantes que lo conforman son las únicas masas de tierra que pueden
reclamar residencia permanente dentro del Reino de la Noche.
Reino del Día: reino del Otro Mundo que preside sobre todas las cosas que
pertenecen al día. Reino transitorio, viaja por el Otro Mundo arrastrando el
día consigo. Ubicado enfrente del Reino de la Noche. Las once islas
flotantes que lo conforman son las únicas masas de tierra que pueden
reclamar residencia permanente dentro del Reino del Día.
Reino del Mar: reino del Otro Mundo que preside sobre todas las cosas que
residen en las masas de agua. Reino inmóvil.
Siete Sagrados: también conocidos como los días prohibidos, son los siete
días que rodean la luna llena, cuando los cambiaformas se retiran de la
sociedad; costumbre establecida debido a la incapacidad de los
cambiaformas para controlar su transformación de humano a animal
durante los días más cercanos a la luna llena.
Sirena: criatura sobrenatural de extraordinaria belleza, exclusivamente
femenina. Puede hechizar a todos los seres terrenales para que cumplan
sus órdenes. Propensa a tomar malas decisiones.
Somnia: capital del Reino de la Noche, también conocida como la Tierra
del Sueño y la Pequeña Muerte.
Vidente: ser sobrenatural que puede prever el futuro.
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