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Esta postura expresa que el daño es el menoscabo a un bien jurídico, entendiendo por
tal a los bienes materiales y a los inmateriales; dentro de ellos cabe incluir también,
entonces, a los derechos personalísimos —honor, intimidad—, a los atributos de la
persona, etc
Larenz afirma que el daño no es otra cosa más que “el menoscabo que, a consecuencia
de un acaecimiento o evento determinado, sufre una persona, ya en sus bienes vitales
naturales, ya en su propiedad o en su patrimonio”.
Esta definición, ha merecido, sin embargo, ser objeto de una aclaración por otros
autores quienes expresaron que también pueden verse afectados bienes morales, por
lo que no cabe equiparar el daño a la mera pérdida pecuniaria
En razón de ello, para esta corriente, si el hecho vulnera un bien de significación
económica el daño será patrimonial; en cambio, cuando se lesione un bien que no
revista carácter patrimonial el daño será moral
Esta postura acarrea serios problemas al momento de diferenciar el daño patrimonial
(directo e indirecto) del daño moral.
Ello así, puesto que un deterioro a un bien patrimonial no originará necesariamente un
daño patrimonial directo, sino que puede ocasionar un daño patrimonial indirecto e
incluso un menoscabo espiritual (v. gr., un in cumplimiento de contrato de transporte
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que frustra las vacaciones de los damnificados); y a la inversa, lo mismo ocurre con el
menoscabo a bienes extrapatrimoniales, que puede tener repercusión en el ámbito
patrimonial (por ejemplo, hay su pues tos de eventos que lesionan bienes
extrapatrimoniales —vida, salud, etcétera— y sin embargo, dicho menoscabo provoca
impacto en la esfera patrimonial del damnificado, ya que puede acarrearle incapacidad
laboral, gastos de curación, de medicamentos, etcétera)
Ante esta critica, algunos autores que adhieren a esta corriente de pensamiento han
esbozado una artificiosa distinción entre el daño moral con repercusión sobre el
patrimonio y el daño moral puro, según si la lesión al derecho no patrimonial haya o
no generado alteraciones en el patrimonio del damnificado.
Otra postura que también intenta definir al daño expresa que habrá daño cuando se
lesione un derecho subjetivo del damnificado; entendiendo por éste al conjunto de
facultades que corresponden al individuo, y que éste puede ejercitar para hacer
efectivas las potestades jurídicas que las normas legales le reconocen.
Es así como la persona titular de ese derecho subjetivo posee un poder de actuación
que le es atribuido por la propia ley; y es allí donde se alude a un interés que ese
sujeto hace suyo (interés particular, propio de ese individuo) respecto al cual la ley le
ha conferido la posibilidad de actuar exigiendo que el mismo sea satisfecho
Es de destacar que una persona puede ostentar dos tipos de intereses: un poder de
actuación cuyo contenido aparece determinado por la ley de manera exclusiva a su
favor; o un poder de actuación cuyo contenido es concurrente y coincidente con el de
otras personas, pero sin exclusividad, y que tiende a obtener el cumplimiento de la ley
que garantiza un interés general (p. ej.: todos los inscriptos en un concurso poseen un
interés legítimo en que se respeten las normas que se han establecido para llevar a
cabo el mismo; por ende, de violarse las condiciones previamente establecidas, el
interés legítimo de cada uno de los inscriptos se verá afectado). Por lo tanto, el
primero sería contenido del derecho subjetivo (hay un interés particular, exclusivo del
sujeto). El segundo sería apenas un interés legítimo que sólo en forma mediata o
“refleja” afecta o atañe a cada persona en particular.
Ademas, es importante destacar que siempre que exista un derecho subjetivo el
mismo presupone a su vez un interés legítimo. Con ello resulta claro que el interés
legítimo resulta ser una condición necesaria para la existencia de un derecho subjetivo,
aunque no reviste de por sí el carácter de condición suficiente del mismo, ya que para
ello se requerirá además que la ley le confiera a su titular un poder de actuación en
forma exclusiva
A esta corriente de opinión se le ha criticado que la expresión derecho subjetivo es de
por sí difusa, y que se alude con bastante asiduidad a los conceptos “derecho” o
“derecho subjetivo” como si se tratara de la misma cosa sin reparar que el derecho en
general es una entidad total (v. gr., el derecho de crédito u obligación), mientras que el
derecho subjetivo es sólo un ingrediente de la estructura interna de aquel derecho en
general, sin que en esto se agote el vastísimo elenco de derechos subjetivos.
También apreciamos incorrecta la postura de sostener que el daño es una lesión a un
derecho subjetivo, puesto que defender la misma implica desde ya descartar la
existencia de simples intereses que puedan ser relevantes jurídicamente, o incluso de
intereses colectivo
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Por último, cabe decir que otro error al que conduce esta postura es a creer que de la
índole del derecho subjetivo afectado se determinará si el daño será de carácter
patrimonial o extrapatrimonial; ello resulta desacertado, pues la lesión a un derecho
de propiedad sobre un bien “x”, además de provocar un menoscabo de índole
patrimonial puede irrogar un perjuicio de índole moral para el damnificado
Esta postura, expresa que el daño es la lesión a unos intereses jurídicos patrimoniales
y extrapatrimoniales. De tal modo, el daño será patrimonial o moral, según sea la
índole del interés afectado
La mayoría de quienes defienden esta postura, expresan que debe entenderse por
interés extrapatrimonial a aquel que está conectado con el espíritu de la persona, de
modo tal que su violación le provoca un modo de estar diferente al que se encontraba
con anterioridad al hecho lesivo, afectándole sus capacidades de entender, de querer y
de sentir
El objeto del daño se identifica con el objeto de la tutela jurídica que,
consiguientemente, es siempre un interés humano. Y esa tutela por parte del derecho
puede realizarse de dos maneras, o bien haciendo prevalecer un interés frente a otro
que se le opone, o bien, subordinándolo frente a otro que prevalece, pero imponiendo
al mismo tiempo la necesidad de que ese sacrificio sea compensado de algún modo
Cabe destacar que el interés lesionado debe ser ajeno, ya que el sistema jurídico no
reacciona cuando el daño se lo infringe la propia víctima o ha sido causado por el
hecho propio del damnificado
Sólo tendrá relevancia el daño jurídico por lo que el objeto de un menoscabo jurídico
no es más que un interés jurídicamente tutelado. Todo aquel interés que no encuentre
tutela en nuestro Derecho y que sea lesionado, como también todo aquel daño
simplemente naturalístico —que consista únicamente en un simple menoscabo a
bienes— no provocará la reacción del sistema a fin de lograr una reparación del
mismo.
Por interés jurídico entendemos que es la posibilidad de que una o varias personas
puedan ver satisfechas sus necesidades mediante un bien o bienes determinados.
El Derecho no protege los bienes en abstracto, sino las situaciones particulares de los
sujetos y en la medida en que esos bienes satisfagan o no intereses. El interés no es el
bien en sí mismo sino que resulta ser el valor que ese bien determinado posee para un
sujeto en particular
Es importante destacar que el interés tutelado por el Derecho puede ser afectado, a su
vez, de dos maneras: alterando o cercenando esa posibilidad a la que nos hemos
referido de que un bien satisfaga la necesidad de un sujeto determinado (v. gr.,
robándole el automóvil al propietario del mismo); o alterando la esencia de ese bien
(v. gr., inutilizando totalmente ese vehículo) de modo tal que resulte inepto para
satisfacer la necesidad de su propietario
Por ello, ante el perjuicio irrogado a ese bien en su esencia, sólo habrá daño que
provoque la reacción jurídica, cuando mediante la afectación a ese objeto también se
esté vulnerando al interés del sujeto, cualquiera sea la causa de esa alteración o
turbación.
Cabe por último referirse a los intereses simples, es decir, a aquellos que son meras
expectativas lícitas de continuar obteniendo el objeto de la satisfacción), que se
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encuentran en la esfera propia de las personas, pero que carecen de un medio de
protección legal que autorice su obtención compulsiva a través del Derecho.
Muchas veces hay intereses lesionados que no resultan ser repugnantes al Derecho y
su goce es perfectamente lícito, aunque su pretensión no es exigible
El problema que ellos han planteado en la doctrina y en la jurisprudencia es el de saber
si pueden ser objeto de resarcimiento y ser protegidos en la medida en que revistan el
carácter de serios y lícitos
La corriente doctrinaria predominante en la actualidad considera que ellos son
pasibles de resarcimiento en la medida en que posean el carácter precedentemente
citado (seriedad y licitud), y para ello es necesario reformular toda la concepción del
hecho ilícito (ya no se habla de tipicidad del mismo sino de atipicidad) y también
elaborar nuevamente el concepto de antijuridicidad, centrando este presupuesto no
solamente en la conducta culpable de quien lesiona afectando una situación jurídica
ajena (contra ius), sino también en el sine iure (ausencia de causas de justificación de
la conducta)
Deberá el intérprete ser minuciosamente cuidadoso de no otorgar protección a
intereses que resulten ilegítimos.
En consecuencia, la juridicidad del interés implica una noción amplia, que abarca tanto
la del interés legítimo como la del simple interés o de hecho.
Lo apropiado de esta teoría reside en centrar el núcleo de protección jurídica en el
interés, ya que él puede ser el sustrato de un derecho subjetivo; puede hallarse ligado
a un bien digno de protección jurídica aun cuando su titular no posea un derecho
subjetivo; o puede revestir el carácter de simple o de hecho para convertirse
finalmente su lesión en resarcible en la medida en que revista licitud o seriedad
La teoría que define al daño por sus consecuencias es criticada en principio por
Zannoni, en cuanto es aplicada para definir al daño moral, ya que esta postura le
resulta inidónea para caracterizar este último, debido a que los bienes
extrapatrimoniales constituyen fines en sí mismos, porque se confunden con su propia
personalidad.
Según su punto de vista el daño patrimonial es determinable en función de las
consecuencias provocadas por la acción dañosa. Pero ello no es posible de ser aplicado
al daño moral, ya que lo que se erige como materia de resarcimiento resulta ser el
ataque a un atributo de la persona, y no es posible de ser cuantificado en más o
menos. El daño moral no puede ser entendido por la mera repercusión que la
conducta antijurídica haya generado en la subjetividad del damnificado, “sino por el
menosprecio que la actividad dañosa en sí mismo denota a la persona (física o
jurídica).
Cifuentes sostiene que la tesis expuesta por Zannoni parte del error de identificar
funcionalmente a la antijuridicidad con el daño, y agrega que de aceptarse dicho
razonamiento se llegaría al extremo de resultar suficiente para aspirar a un
resarcimiento demostrar “la acción contraria a derecho”. El poder de satisfacción del
derecho no tiene entidad mayor o menor. Si la tiene el objeto del daño.
Zavala de Gonzales dice que la postura que asume zannoni respecto del daño moral
convertiría a este último en abstracto y en insostenible a los fines reparatorios, ya que
resulta imposible determinar la entidad de dicho perjuicio tanto cualitativa como
cuantitativamente.
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Pizarro manifiesta que solo a través de una ponderación de las consecuencias o
efectos de la acción dañosa se brinda una respuesta razonable a esta cuestión, la sola
consideración del interes lesionado resulta insuficiente para comprobar la existencia
del daño moral y también para valorarlo. Tanto el daño moral como el daño material
merecen similar consideración en lo ateniente a su reparación integral.
Bueres realiza objeciones a la doctrina que define al daño por sus consecuencias, dirige
su crítica a que el centro de la problemáticamente del daño debe residir en el interes
lesionado y no en las consecuencias dañosas que tal lesión ha provocado
No soslaya que el interes protegido debe tener correspondencia con la consecuencia
producida, ya que el interes no es abstracto o carente de contenido, y que todo daño
produce una consecuencia. (ej. Padres cuando el hijo pequeño queda físicamente
incapacitado de por vida con motivo de un accidente; no hay daño resarcible al no
existir un interes jurídico vulnerado, aun cuando existen sin dudas modificaciones
disvaliosas espirituales en cada uno de ellos).
Agrega haciendo referencia al articulado del derogado CC, que el art. 1067 no define al
daño sino que trata de perfilar el acto ilícito que apareja reparación, y exige, de forma
incompleta, el daño y el dolo o la culpa como únicos factores de atribución; sostiene
que de dicha norma resulta estéril extraer la teoría de las consecuencias, del interes o
cualquier otra, y resulta insuficiente para definir al acto ilícito, pues omite toda alusión
al presupuesto de antijuridicidad.
Pizarro disiente la postura de Bueres, manifestando que cuando se define al daño por
el interes protegido, se genera una confusión entre el daño en sentido lato y el daño
resarcible; toda vez que aquel es la lesión a un interes jurídico patrimonial o moral, y
todo acto ilícito lo produce, pues siempre invade la esfera ajena, ya que el solo hecho
de la intromisión indebida exige que el autor cese en se acción y restablezca el
equilibrio alterado.
Extiende sus criticas afirmando que la letra de los arts. 519, 1067, 1068 y 1069 del CC
derogado, es categórica a la hora de considerar al daño resarcible como consecuencia
de una lesión a un derecho, o a un interes jurídicamente protegido. El concepto de
daño posee un profundo sentido normativo del que no puede prescindirse a la hora de
realizar el estudio de la problemática en un determinado sistema de derecho positivo,
por lo que no pueden ser dejados de lado los textos legales vigentes para sustentar
una doctrina que no encuentra apoyo en ellos.
Considera que el daño moral importa una minoración de la subjetividad de la persona,
derivada de la lesión a un interes espiritual; una modificación disvaliosa del espíritu, en
el desenvolvimiento de su capacidad de entender, querer, o sentir derivada de una
lesión a un interes deferente de aquel que se hallaba antes del hecho, como
consecuencia de este y anímicamente perjudicial.
Zavala de Gonzales también ha disentido del punto de vista de bueres. Establece que
la afección anímica o la minoración económica no son consecuencias del daño, sino el
daño mismo, que consiste y se agota en ellas, y que si las consecuencias quedasen
fuera del daño habría que cambiar el lenguaje: el factor determinante del
resarcimiento no sería el daño, sino que residirían en algo ulterior, ajeno: las
consecuencias del daño
Respuesta de Bueres a las objeciones y críticas que se le realizaron:
Con relación a la crítica que le formula Pizarro de que confunde el daño en sentido
amplio con daño resarcible, destaca que el daño resarcible no agota el concepto de
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daño, sino que solo es una especie de este último, ya que hay lesiones a intereses
jurídicos que no necesariamente demandaran un resarcimiento.
Respecto a la desaprobación de Pizarro por incluir al peligro del daño como una
especie de daño en general, expresa este último que, si aquel reconoce que para que
exista daño en el sentido amplio basta con la lesión al interes jurídico o la invasión de
la esfera ajena, activando así la prevención y cesación del comportamiento lesivo,
indudablemente el peligro de causar daño resarcible en sentido estricto no puede
excluirse entonces del significado del daño en sentido amplio.
Frente al cuestionamiento de Pizarro, afirma bueres que lo único que ha querido
expresar es que los códigos pueden formular en normas o textos una definición de
daño correcta o incorrecta; aclara que las normas del código civil referidas a ello no
proporcionan un sentido unívoco de daño, por lo que la doctrina y la jurisprudencia
pueden rectificar el sentido literal de las normas a fin de lograr el significado apropiado
del instituto a definir.
Frente a las críticas que le formula Zavala de Gonzales, aclara que la lesión al interes y
a las mermas que ella produce se dan en el mismo acto, desde una perspectiva lógica
la lesión precede a las consecuencias, pese a que el atributo de injusticia de dicha
lesión no haya sido todavía avizorado por los intérpretes.
Manifiesta también, que es un error definir al daño resarcible por la consecuencia con
total marginación del interes, y que tanto el daño público como el privado se
componen con el interes (violado) y la consecuencia.
El Código Civil y Comercial de la Nación, ha brindado por primera vez en nuestro país,
un concepto de daño resarcible. Así lo establece el art. 1737 que dispone que “hay
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daño cuando se lesiona un derecho o un interés no reprobado por el ordenamiento
jurídico, que tenga por objeto la persona, el patrimonio, o un derecho de incidencia
colectiva”
Este concepto ha logrado plasmar en el concepto de daño todas estas tendencias
modernas y que se condicen con la razón de ser del actual Derecho de daños
Tambien surge de la definición de daño resarcible que el derecho o el interés
lesionados deben tener por objeto a la persona, el patrimonio, o un derecho de
incidencia colectiva.
Los derechos de incidencia colectiva son de dos categorías: a) aquellos que tutelan
bienes colectivos (que no son susceptibles de apropiación individual excluyente,
indivisibles, y que pueden ser disfrutados por varias personas sin ser alterados), y, b)
los que sin recaer sobre bienes colectivos, poseen condiciones de ejercicio
homogéneas en relación a una pluralidad de titulares, cuyas posibilidades para acceder
a la justicia resultan obstaculizadas por las circunstancias del caso
Es decir, expresamos, que dentro de la protección a esta categoría de derechos de
incidencia colectiva no sólo se encuentran la tutela de bienes colectivos, sino también,
la de derechos individuales homogéneos cuando existen obstáculos para el acceso a la
justicia de parte de los titulares de esos derechos
Sin embargo, el nuevo Código Civil y Comercial no posee una sección destinada a los
“Daños a los derechos de incidencia colectiva”, puesto que ha sido suprimida en última
instancia por el Poder Ejecutivo nacional,
Este requisito exige que la lesión recaiga sobre un interés propio; es decir, solamente
podrá reclamar la reparación la persona que ha sufrido el perjuicio.
Ello, sin embargo, no es óbice para destacar que el daño —aun siendo personal—
puede ser a su vez directo o indirecto. Es directo, cuando el titular del interés afectado
es la víctima del ilícito. Y es indirecto cuando el perjuicio propio invocado por la
demandante deriva de una lesión a bienes patrimoniales o extrapatrimoniales de un
tercero; en este caso el daño se produce de manera refleja o “de rebote”
El requisito de la lesión de un interés propio no impide que quien pretende la
indemnización no pueda invocar en ciertos casos el daño de terceros, como elemento
de su propia pretensión. Ello así, puesto que a veces ese perjuicio ocasionado a
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terceros constituye a la vez un daño para el accionante en razón de una obligación
legal o convencional preexistente
Por otra parte, el requisito de la personalidad del daño se encuentra íntimamente
ligado a las restricciones legales existentes. El ejemplo más claro lo brinda la limitación
establecida por el art. 1741 del CCCN en cuanto a la legitimación activa para reclamar
el daño con consecuencias extrapatrimoniales (o daño moral) la que sólo se extiende al
damnificado directo, a no ser que del hecho dañoso resulte la muerte de la víctima o
ésta sufra gran discapacidad, caso en el cual se encontrarán legitimados los
damnificados indirectos indicados en la norma (ascendientes, los descendientes, el
cónyuge y quienes convivían con aquél recibiendo trato familiar ostensible)
Sin embargo, el actual Código Civil y Comercial ha superado en gran medida esta
cuestión de la estrechez legal en la legitimación activa para reclamar el daño moral,
ampliando el elenco de legitimados activos para reclamarlo
El hecho de que el daño sea personal no resulta obstáculo para que la acción de
indemnización del daño patrimonial pueda ser objeto de cesión
Otra problemática, sin embargo, incluye la posibilidad de cesión de la acción
resarcitoria del daño moral
Cabe destacar que existe una concepción muy arraigada en nuestra doctrina
tradicional respecto a que la acción por reparación del daño moral reviste naturaleza
personalísima, lo que provoca su extinción ante la muerte de su titular y, además, la
imposibilidad absoluta de cederla por actos entre vivos. Se argumenta en favor de esta
postura que ni el crédito ni la acción para exigir la reparación del daño moral pueden
ser cedidos, toda vez que dicho derecho es inherente a la persona, y por lo tanto, su
transmisión se halla alcanzada por la prohibición expresa prevista en el ordenamiento
jurídico
Sin embargo, el art. 1741 del CCCN dispone que: “La acción sólo se transmite a los
sucesores universales del legitimado si es interpuesta por éste”. Es decir, que se hace
referencia a la posibilidad de la transmisión mortis causa siempre y cuando la acción
haya sido interpuesta en vida por el legitimado a hacerlo.
El autor considera que una cosa son los derechos personalísimos, los atributos de la
persona, y otra cosa muy diferente es el derecho patrimonial que emana a raíz de la
violación de aquéllos.
Los derechos personalísimos —al igual que los atributos de la persona— son in
transmisibles y no pueden ser objeto de cesión alguna; en cambio, el derecho
patrimonial que surge a raíz de la lesión de cualquiera de ellos no se haya alcanzado
por la prohibición del art. 1617 del CCCN y es, por ende, transmisible por actos entre
vivos.
Por ello, la transmisión de la acción resarcitoria por daño moral es perfectamente
admisible por actos entre vivos, toda vez que el crédito que se transmite resulta ser de
índole patrimonial, puesto que la misma ingresará al patrimonio del damnificado una
vez percibida, confundiéndose con el resto de los bienes de valor pecuniario que
integran la universalidad jurídica de su patrimonio.
Distinto es el caso en que la transmisión se efectúe mortis causa, puesto que en tal
supuesto el art. 1741 del CCCN exige que el causante haya iniciado la acción judicial en
forma previa a su fallecimiento, como requisito esencial de la procedencia de la
transmisión.
Finalmente es importante destacar que el requisito de que el daño sea personal no
excluye la posibilidad que el interés pueda ser compartido con otros; es decir, no se
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requiere que el daño sea exclusivo, pues el mismo hecho dañoso puede afectar a un
número indeterminado de personas que le permitirá accionar a un damnificado tanto
por las consecuencias dañosas sufridas individualmente como por las padecidas
colectivamente.
Se ha sostenido acertadamente en defensa de la procedencia de la reparación del
daño colectivo, que los perjuicios grupales no tienen como víctima a algún ente
diferenciado de quienes componen el grupo, sino que son éstos los damnificados
Este requisito exige que el daño debe subsistir al tiempo del resarcimiento; es decir,
cuando se habla de subsistencia del daño se hace referencia a que el mismo no debe
haber sido aún resarcido, por lo cual todavía permanece jurídicamente en la víctima
del perjuicio
Sin embargo, nos encontramos con situaciones en las cuales la propia víctima del
perjuicio es quien solventa los perjuicios sufridos, costeando con su propio patrimonio
las consecuencias dañosas patrimoniales derivadas de un acto ilícito (v. gr., el
propietario de un vehículo que decide abonar de su propio peculio la reparación del
automotor, el que ha sido destruido parcialmente en un accidente de tránsito ocurrido
por la exclusiva responsabilidad de un tercero). En este caso, el perjuicio subsiste por
el valor de la reparación, el que debe ser indemnizado por el responsable
Tambien cobra importancia este requisito si el daño ha sido reparado por un tercero
extraño al responsable, ya que aquél tendrá legitimación para reclamar a este último
el valor de lo indemnizado, por haberse subrogado en el derecho del perjudicado
Idéntica situación encontramos en caso de que la compañía aseguradora de la víctima
(en un contrato de seguro patrimonial) hubiera indemnizado a ésta por los perjuicios
sufridos, quedando legitimado así el asegurador a ejercitar la acción subrogatoria
contra el responsable por restitución de lo abonado a su asegurado
La noción de injusticia del daño proviene del Derecho civil italiano, más
específicamente del art. 2043 de su Código Civil, que menciona como requisito previo
al resarcimiento que se haya cometido a otro un daño injusto.
Una calificada doctrina italiana considera que la expresión “injusticia del daño”
emanada del citado art. 2043 constituye una cláusula general, por cuanto la elección
del legislador implica remitir a los jueces la valoración y la selección de cuáles han de
ser los intereses merecedores de tutela
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La noción de injusticia del daño ha tenido gran penetración en el Derecho argentino, a
punto tal de resultar ser el parámetro fundamental para que proceda la reparación del
menoscabo
El criterio más difundido en el Derecho italiano es el que dice que la determinación de
la injusticia del daño no puede efectuarse exclusivamente desde el punto de vista del
agente que ocasiona el daño, ni tampoco sólo desde el punto de vista de quien sufre el
perjuicio. Esta conclusión, nos permite afirmar que el daño, para poder ser calificado
como “injusto”, debe ser contra ius y non iure. Es decir, la injusticia del daño está dada
por un doble requisito que debe concurrir para ser resarcible: el daño debe ser contra
ius, esto es, consecuencia de la lesión de un interés protegido por el ordenamiento, no
bastando la simple lesión de un interés ajeno; y el daño ha de ser non iure o sine iure
no justificado por otra norma jurídica integrante del ordenamiento.
Esta amalgama del contra ius y del sine iure es la que ha quedado plasmada en el
Código Civil y Comercial, a través de la interpretación armónica de los arts. 1717 y
1718, referidos a la antijuridicidad y a las causas de justificación.
El autor considera que
a) No puede prescindirse del requisito de la antijuridicidad, puesto que es un
requisito ontológico del Derecho de daños; sin antijuridicidad (el contra ius que
significa la lesión a un interés jurídico violatoria del alterum non laedere) el daño
deberá ser soportado
b) El Derecho de daños moderno se preocupa por la injusticia del daño y no de la
licitud o ilicitud de la conducta del agente que lo ocasiona
c) La injusticia del daño presupone seleccionar los intereses merecedores de tutela,
mediante la valoración que a veces es factible antes de que se produzca el
perjuicio, y que puede distinguirse de la antijuridicidad de la conducta, ya que el
daño injusto no se reduce al daño injustamente producido
d) A fin de que pueda conformarse el requisito de la injusticia del daño, se requiere
de una amalgama compuesta por el contra ius (constituido por el acto dañoso,
violatorio del alterum non laedere, que afecte un interés jurídico ajeno —tutelado
o digno de tutela—), y por el sine iure, es decir, por la ausencia de causas de
justificación de dicho perjuicio.
e) La injusticia del daño se presume ante la causación de un daño a un interés lícito
(contra ius) quedando en cabeza de quien ocasiona el perjuicio alegar la existencia
de una causa de justificación a fin de no verse obligado a reparar el menoscabo.
El daño común es el que sufriría cualquier acreedor con motivo del incumplimiento,
conforme al curso normal y ordinario de las cosas.
El “daño propio”, en cambio, es el que sufre en concreto un acreedor atendiendo para
ello a sus especiales circunstancias.
Ejemplo, si bien una cicatriz en el rostro originada a raíz de un ilícito producirá en
cualquier persona una lesión a un interés espiritual configurando daño moral (daño
común), ella puede repercutir también en el ámbito patrimonial de alguien que trabaja
como modelo, si como consecuencia de ello la persona pierde su capacidad laboral y la
posibilidad de generar nuevo empleo; en este último caso hablamos de daño propio
El daño propio exige extremar al máximo las medidas probatorias tendientes a
demostrar las circunstancias individuales del damnificado
Daño directo es aquel que sufre la víctima inmediata del acto ilícito, ya sea
directamente en su patrimonio, o bien indirectamente en éste por el mal hecho a su
persona, a sus derechos o facultades.
Daño indirecto, en cambio, es el que experimenta toda persona distinta a la víctima del
ilícito, que sufre un perjuicio propio derivado de aquél
Daño instantáneo es el que ocurre una sola vez, sea presente o futuro (v. gr., gastos de
sepelio).
El daño continuado, en cambio, es aquel que permanece a lo largo del tiempo, como
puede ser una incapacidad física laborativa.
Su importancia es considerable para la fijación de su resarcimiento, no sólo en cuantía
sino también eventualmente en la forma de la reparación
Debiendo ser el daño resarcible cierto, personal y subsistente, tales recaudos deben
ser acreditados para que proceda su reparación; ello implica, pues, que deba probarse
la existencia misma del menoscabo y su extensión, pesando la prueba de dichos
extremos sobre el damnificado que lo alega
Algunos autores expresan que en realidad sólo es necesaria la prueba de su existencia,
puesto que la prueba de su magnitud, extensión o cuantía puede ser suplida por el
prudente criterio judicial
Sin embargo, ello no debe implicar ipso facto una liberación del damnificado de su
deber de acreditar la magnitud del perjuicio, por lo cual debe agotar todos medios a su
alcance para intentar cuantificarlo con la mayor aproximación posible.
Con carácter excepcional nuestro Código Civil y Comercial contempla determinados
supuestos en los que el daño se presume iuris et de iure por lo cual no es necesario
acreditar su existencia: el del art. 768 referido a los intereses moratorios y el del art.
794 atinente a la cláusula penal.
Existen cuatro vías para proceder a la valuación del daño: la legal, la judicial, la arbitral
y la convencional.
1- Valuacion legal
Es aquella que surge del texto de ciertas leyes que contienen topes indemniza-torios
mínimos y máximos para los supuestos de daños por ellas contemplados, o bien,
pautas para su determinación.
2- Valuacion judicial
Es la que realiza el juez al momento de dictar sentencia, cuando las partes no han
pactado la indemnización en forma previa, o bien cuando la ley no determina
tarifación alguna para el daño a reparar
Sin embargo, cuando se procede a la valuación judicial, suelen aparecer controversias
en torno a especificar el momento y la época en que debe efectuarse esa valuación
por parte del juez.
Ello así, puesto que generalmente suele transcurrir un tiempo considerable entre la
ocurrencia del evento dañoso y el dictado de la sentencia judicial, lo cual puede
provocar —ante la débil estabilidad económica en nuestro país— que la indemnización
termine siendo ilusoria debido a una depreciación monetaria.
Por ello, el juez debe fijar la cuantía del daño al momento del dictado de la sentencia, y
a partir de allí fijarse intereses al obligado en caso de incumplimiento con el pago de la
indemnización en el plazo establecido en la resolución judicial.
3- Valuacion arbitral
También es posible la valuación arbitral del daño, la que se da cuando una cuestión de
reclamo de indemnización de perjuicios sea sometida a la decisión de árbitros o
amigables componedores
4- Valuacion convencional
Por último, la valuación también puede ser convencional, por medio de la cual las
partes —ante ausencia de tarifación legal al respecto y en uso de las facultades de la
autonomía de la voluntad— pueden establecer el monto del daño a reparar.
Ello puede hacerse una vez iniciado el proceso judicial, o bien en forma anticipada a la
ocurrencia del daño mediante la figura de la cláusula penal
Clausula penal
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I.1. Concepto. Objeto
La cláusula penal es aquella por la cual una persona, para asegurar el cumplimiento de
una obligación, se sujeta a una pena o multa en caso de retardar o de no ejecutar la
obligación
Se erige en una de las posibles variantes de valuación convencional del daño por
medio de la cual las partes que la celebran pactan cuál será la suma dineraria a reparar
ante la ocurrencia del daño que arroje la falta de cumplimiento de la relación jurídica
obligatoria.
Se trata, pues, de una estipulación accesoria que tiende a asegurar el cumplimiento de
una obligación principal, a través del establecimiento de una pena privada para el caso
de incumplimiento absoluto o relativo
Es importante destacar que el objeto de la cláusula penal puede ser cualquier clase de
prestación, pudiendo consistir en la entrega de una cosa, así como también en la
realización o abstención de una actividad.
Puede manifestarse como una prestación única —sucesiva, instantánea, fraccionada—
o como una serie de prestaciones escalonadas de progresiva agravación en relación
con el grado de incumplimiento o duración del retraso, pudiendo incluso pactarse en
favor del acreedor o de un tercero
l Código Civil y Comercial argentino reconoce como fuentes directas del art. 790 (y de
su antecesor art. 652 del derogado CC de Vélez Sarsfield —tal como reza la nota del
Codificador—) a los arts. 1535 del CC de Chile, 1226 del Code francés y 1340 del
Código holandés, entre otros
Sin perjuicio de ello, estimamos conveniente mencionar algunos antecedentes
históricos de la cláusula penal:
a) En el Derecho romano, la stipulatio poenae en la época clásica se encontraba
sometida al evento futuro e incierto del incumplimiento de otra obligación, por lo
cual si el deudor incumplía, pero abonaba la pena prevista, que-daba a salvo de la
exceptio doli frente a la acción de la obligación anterior. De tal modo, la stipulatio
poenae era netamente condicional y no fuente de una obligación accesoria.
b) En el Derecho medieval, si bien existía la pena convencional, estaba
completamente prohibida aquella que consistiera en la pérdida de la libertad
personal o de todos los bienes, resultando ser su límite máximo el doble del
importe de la obligación principal.
c) Las Partidas ponían de relevancia el carácter accesorio de la pena en los supuestos
de obligación principal nula. Aquí, salvo que se pactara algo diferente, la pena
sustituía a la prestación incumplida.
I.3- Clases
Existen dos clases de cláusulas penales, con finalidades y funciones diversas una de la
otra:
a) Cláusula penal compensatoria se trata de aquella que es prevista por las partes
para el supuesto de un incumplimiento absoluto y total de la obligación, por lo que
el monto previsto en ella sustituye al id quod interest y a cualquier otra liquidación
de daños derivada del incumplimiento. Por ende, resulta inadmisible para el
Unidad 3
acreedor pretender acumular el monto de la pena previsto en la cláusula penal
compensatoria con la prestación incumplida y/o los daños sufridos por él.
b) Clausula penal moratoria Es aquella prevista para el caso de incumplimiento
relativo de la obligación, ya sea ocasionado por los supuestos de retardo, de mora
o de cumplimiento defectuoso. En este caso, la pena prevista en la cláusula para el
supuesto de incumplimiento relativo, se acumula a la prestación principal. Al
acreedor, pues, le bastará acreditar el retardo, la mora, o el incumplimiento
defectuoso de la prestación cuyo pago en tiempo y forma se pretendió asegurar
con la cláusula penal. También resulta admisible acumular la pena prevista en la
cláusula penal moratoria y la indemnización por incumplimiento definitivo, en
tanto y en cuanto este último se haya producido con posterioridad a la aplicación
de la cláusula penal moratoria
En caso de duda respecto a si una cláusula penal es compensatoria o moratoria deberá
presumirse compensatoria, toda vez que de la letra del art. 797 del CCCN surge que el
acreedor no puede solicitar el cumplimiento de la obligación y la pena
acumulativamente, si no cualquiera de ellas, a su arbitrio, excepto que se hubiera
pactado expresamente lo contrario.
I.4. Funciones
La clausula penal posee una función polivalente, dado que persigue frecuentemente
una doble finalidad, aunque puede ocurrir que ambas funciones no coincidan o se
manifiesten en determinados casos.
Cumple distintas funciones
a) Posee una función compulsiva, ya que al erigirse en una pena privada destinada al
deudor en caso de incumplimiento, crea una motivación especial en éste que lo
moviliza al cumplimiento de la obligación principal a fin de intentar evitar la
imposición de la pena prevista en ella. Ahora bien, el carácter compulsivo de la
cláusula penal se torna esencial cuando ha sido pactada para asegurar el
cumplimiento de una obligación que al tiempo de concertar la clausula no podía
exigirse judicialmente, siempre que no sea reprobada por la ley, puesto que en tal
caso se erige en el único medio para asegurar la efectividad de los derechos del
acreedor. Sin embargo, la clausula a veces sólo puede cumplir una función
resarcitoria, como sucede cuando el monto pactado en ella es equivalente al daño
derivado del incumplimiento, dado que en tal supuesto difícilmente su existencia
puede constituir para el deudor un estímulo o compulsión al cumplimiento. Por
ello, la finalidad de compeler al deudor se aprecia con mayor nitidez en este tipo
de cláusula cuando el monto establecido como pena es notoriamente superior al
del perjuicio que pudiera suscitarse ante el incumplimiento de la obligación que se
pretende asegurar con ella
b) La cláusula penal también cumple una función indemnizatoria o resarcitoria,
puesto que a través de ella las partes efectúan una liquidación convencional de los
daños previstos ante el incumplimiento de la obligación. El monto establecido en
la cláusula penal no debe guardar necesariamente relación con el perjuicio que se
estima se produzca ante el incumplimiento de la obligación que se pretende
asegurar. Ademas, una vez ocurrido el incumplimiento previsto en la cláusula
penal, el acreedor no está obligado a probar la existencia y entidad del daño
sufrido, sino que, por el contrario, tiene derecho a reclamar el monto establecido
en la cláusula penal sin necesidad de acreditar haber experimentado perjuicio
Unidad 3
alguno. La pena o multa impuesta en la obligación suple la indemnización de los
daños; por lo cual, una vez percibida ella por el acreedor, este no tendrá derecho a
reclamar ninguna otra indemnización, aun cuando acredite que la pena es
insuficiente para compensar la reparación de los daños sufridos
c) Finalmente, la cláusula penal también cumple una función resolutoria. Esto es así,
puesto que cuando se pacta una cláusula penal compensatoria, el acreedor queda
facultado a demandar la prestación principal incumplida, o bien a reclamar el
monto establecido en dicha cláusula. De optarse por esto último, ninguna duda
cabe que se estará poniendo fin a la obligación que se pretendía asegurar con ella
d) Otros autores extranjeros advierten en la cláusula penal una función netamente
punitiva, al manifestar que más allá de pretender satisfacer al acreedor, la pena
prevista en la cláusula se erige en un castigo para el deudor ante su
incumplimiento.
I.5 Metodo del Código Civil de Vélez Sarsfield y del actual Código Civil y Comercial
I.7. Caracteres
Ella debe ser pactada con anterioridad a la inejecución de la obligación, por lo que no
existe obstáculo alguno en que sea pactada al momento de contraerse la obligación
principal que se presente asegurar, o bien con posterioridad a dicho momento, pero
siempre antes de ocurrir el incumplimiento
Caso contrario, carecería de fundamento, ya que no cumpliría función compulsoria
alguna, y tampoco funcionaría como liquidación anticipada de daños; ello así, puesto
Unidad 3
que cualquier pacto posterior al incumplimiento ingresaría en el terreno de la
transacción
Por otra parte, la cláusula penal puede sujetarse a cualquiera de las modalidades
propias de cualquier obligación (condición, plazo y cargo), según la voluntad de las
partes que la hayan pactado
En cuanto a la forma, es importante destacar que ninguna formalidad expresa dispone
la ley para la cláusula penal. Por ende, puede convenirse por escrito en instrumento
público o privado, aunque también puede pactarse verbalmente; sin embargo, esto no
es conveniente por las dificultades probatorias que ello arrojará al acreedor una vez
ocurrido el incumplimiento.
La cláusula penal es —por regla general— inmutable, toda vez que no puede ser
modificada unilateralmente por ninguna de las partes, ni siquiera por el acreedor, aun
cuando pruebe que la pena no es indemnización suficiente
El fundamento de dicha inmutabilidad reside en la necesidad de brindar a través de
ella seguridad jurídica y certeza a las partes respecto a cuáles serán las consecuencias
patrimoniales que ellas han pactado ante el incumplimiento de la obligación principal
que la cláusula penal pretende asegurar
Por ende, si pudiera ser modificada fácilmente por cualquiera de los contratantes en
forma unilateral, dicha pretensión de eficacia y seguridad jurídica se desvanecería y la
importancia de la cláusula penal quedaría reducida a la nada, tornándose ilusoria.
Evolucion histórica. Derecho comparado En el Derecho romano la inmutabilidad era
su rasgo más característico; únicamente el juez estaba facultado para poder interferir
en ella cuando advertía que encubría un pacto usurario. Sin embargo, en el antiguo
Derecho francés ya se admitía la posibilidad de revisión judicial de la cláusula penal
cuando el monto pactado en ella era excesivo, pudiendo los magistrados atemperarlas.
El Code de Napoleón dejó de lado estas ideas y establecio la inmutabilidad absoluta de
la cláusula penal, por lo que una vez pactada por las partes, no puede ser objeto de
modificación unilateral por cualquiera de ellas ni revisada judicialmente. Otros países,
en cambio, optaron por morigerar esta postura y se han volcado en favor de receptar
una inmutabilidad relativa de la cláusula penal, posibilitando su revisión cuando la
pena resultaba excesiva, tales como, el Código Suizo de las Obligaciones o el Codigo
Civil italiano
En el derecho argentino, la clausula penal ha sufrido una transformación en materia de
inmutabilidad , pasando de una postura basada en la inmutabilidad absoluta en su
origen a otra de inmutabilidad relativa luego de la reforma introducida por la ley
17.711 al derogado Código Civil, la que se mantiene en el actual Código Civil y
Comercial.
El ccyc dispone en el art. 794: “... Los jueces pueden reducir las penas cuando su
monto desproporcionado con la gravedad de la falta que sancionan, habida cuenta del
valor de las prestaciones y demás circunstancias del caso, configuran un abusivo
aprovechamiento de la situación del deudor”.
Por ende, para que proceda la revisión judicial debe existir desequilibrio razonable
entre la pena y la falta que sanciona —apreciado objetivamente—, considerando para
ello el valor de las prestaciones y demás circunstancias del caso, y un aprovechamiento
abusivo por parte del acreedor de la situación de inferioridad del deudor
Unidad 3
La modificación de la cláusula penal puede ser llevada a cabo por el juez sólo cuando la
parte interesada así lo solicite, previo traslado, y prueba de la contraparte, la que
podrá alegar en contra de la necesidad de la alteración peticionada, lo cual pone a
salvo su derecho de defensa
Algunos autores, han defendido el reajuste por vía judicial de la cláusula penal ante
situaciones de depreciación monetaria, manifestando que en el supuesto de una
cláusula penal pactada en una determinada cantidad de dinero, la depreciación de la
moneda reducirá el valor real de la estipulación en perjuicio del acreedor y en
beneficio del deudor. Esta línea de pensamiento parece haber sido el camino trazado
por la jurisprudencia, que ha adoptado una tesis valorista amplia, al admitir el reajuste
de la cláusula penal desde el momento en que había sido pactada, a fin de mantener
de tal modo la incolumidad de los valores considerados al momento de fijación de la
pena
Por otra parte, también debemos considerar la cuestión de la inmutabilidad de la pena
en los casos que haya existido cumplimiento parcial o irregular de la obligación, y en
los de incumplimiento doloso por parte del deudor
a) Caso de cumplimiento parcial o irregular Si el deudor cumple sólo una parte de
la obligación, o la cumple de un modo irregular, o fuera del lugar o del tiempo a
que se obligó, y el acreedor la acepta, la pena debe disminuirse
proporcionalmente. Ante la falta de común acuerdo entre las partes para reducir
la pena, el juez podrá proceder a su disminución recurriendo a cálculos
matemáticos, o bien a su discrecionalidad
b) Caso de incumplimiento doloso Si bien se dispone que el acreedor no tendrá
derecho a otra indemnización, aunque pruebe que la pena no es indemnización
suficiente, dicho principio no es absoluto, y que debe ceder ante el supuesto de
incumplimiento doloso de la obligación por parte del deudor. Ello así, puesto que
es inadmisible que quien incumple deliberadamente una obligación pretenda
invocar la cláusula penal para menguar su responsabilidad por dolo, ya que ello
sería contrario a la buena fe y a la moral
a) Respecto del deudor, una vez que el acreedor ha optado por el pago de la pena y el
deudor lo efectúa, ello pone fin a la obligación del deudor inclusive respecto de la
prestación principal. Este, en cambio, no puede intentar sustituir la prestación
principal por la pena, a no ser que exista pacto en contrario
b) Respecto del acreedor, el efecto principal es que una vez ocurrido el incumplimiento
por parte del deudor, aquél tendrá derecho de elegir entre exigir el cumplimiento de la
prestación principal, o bien el pago de la pena establecida en la cláusula penal. No
puede exigir al deudor el pago del monto de la pena y además el cumplimiento de la
prestación, sino que debe optar por una cosa o la otra. Asimismo, la opción del
acreedor es irrevocable cuando ha optado por la pena, pero no cuando ha reclamado
el cumplimiento de la prestación principal, ya que en este último caso no puede
presumirse que ha renunciado a valerse de la cláusula penal más adelante. Caben
mencionar dos excepciones a dicha norma que se desprenden del mismo texto
normativo: procede la acumulación de la prestación adeudada y de la pena
compensatoria cuando las partes expresamente así lo han pactado; y cuando la pena
establecida en la cláusula penal haya sido pactada para los supuestos de
Unidad 3
incumplimiento relativo o parcial, nada obsta a que el acreedor pueda reclamar el
monto de la pena y la prestación incumplida
Según estas posturas doctrinarias, se cuestionaba la reparación del daño moral porque
para hacerlo debía acudirse necesariamente a parámetros totalmente arbitrarios, ya
que resultaría totalmente imposible poder restablecer un desequilibrio espiritual a
través de una indemnización dineraria.
Por ende, de ser concedido el resarcimiento por daño moral, quizás se estaría
enriqueciendo injustamente la víctima, ante la falta de existencia de parámetros
objetivos para poder valorar con certeza su entidad y cuantía
Unidad 3
También se ha argumentado en defensa de esta postura que revestiría un profundo
carácter de inmoralidad el intentar ponerle precio al dolor, ya que sería imposible en la
práctica ponerle un precio al dolor de un padre por la muerte de un hijo o al de una
mujer que ha sido violada
Todas estas consideraciones negativas del daño moral han sido rechazadas y refutadas
por la doctrina moderna, con argumentos sólidos y fundados:
a) En primer lugar, se considera que debe darse a los sujetos una protección que
abarque también su personalidad con todas sus proyecciones individuales y
sociales, por lo que la reparación del daño moral viene a contribuir a ello. Aquí, el
dinero cumple una función completamente diferente, puesto que si bien no
intenta reparar el menoscabo espiritual sufrido por el damnificado, no se puede
negar que mediante esa suma de dinero la víctima podrá procurarse satisfacciones
que de otro modo quizás no podría efectuar. No hay en ello ningún
enriquecimiento incausado de la víctima, sino una tutela jurídica de los intereses
extrapatrimoniales del damnificado, puesto que en definitiva es la única respuesta
que el Derecho puede darle a la víctima en estos casos.
b) En cuanto a la crítica de que el daño moral es concedido basándose única-mente
en parámetros arbitrarios del juez, se ha entendido que no resiste mayor análisis
toda vez que inclusive en materia de daño patrimonial existen supuestos en los
cuales la cuantía del daño está relegada a la discrecionalidad del juzgador para su
determinación, sin que por ello se cuestione su procedencia
c) Finalmente, se ha dado respuesta a la idea de que la concesión del daño moral
revista una inmoralidad y sea cuestionable desde el punto de vista ético, al ser
fruto de un materialismo inaceptable. En tal sentido, se ha sostenido que quien
profese ideas religiosas puede asumir el menoscabo sin pedir reparación alguna,
pero nada puede obstaculizar que quien ha sufrido una afectación disvaliosa de su
subjetividad en su integridad, pueda reclamar una compensación económica por
ello
Esta postura determina que la indemnización del daño moral posee un carácter
eminentemente resarcitorio.
Se trata de un criterio que se condice con la finalidad y fundamento del actual Derecho
de daños, dado que centra su óptica en la víctima que padece injustamente el perjuicio
Unidad 3
espiritual y determina que éste sea reparado, ya que el damnificado no debe soportar-
lo como si fuera un designio divino.
De tal modo, la reparación del daño moral es procedente con independencia de si el
perjuicio fue ocasionado con culpa o con dolo por parte del dañador, en tanto el
reclamante posea legitimación para ello y pueda acreditarse la existencia del daño
El derogado Código Civil disponía en su art. 1078“... La acción por indemnización del
daño moral sólo competerá al damnificado directo; si del hecho hubiere resultado la
muerte de la víctima, únicamente tendrán acción los herederos forzosos”.
Por ende, cuando se trataba del daño moral inherente a las lesiones ocasionadas a la
integridad psicofísica de una persona, sólo ésta, víctima directa e inmediata del hecho,
podía accionar por las repercusiones espirituales que el suceso generaba.
Así, sólo ante el fallecimiento de la víctima, quedaban legitimados para reclamar el
perjuicio los herederos forzosos de ésta que eran damnificados indirectos pues sufrían
un daño propio derivado de un ilícito que había tenido por víctima a un tercero que
había fallecido
Finalmente, si bien nada se determinaba expresamente en el Código Civil de Vélez
Sarsfield en materia de legitimación activa para reclamar el daño moral en el ámbito
de la responsabilidad contractual, es de destacar que a pesar de la ausencia de
directivas en tal sentido por parte del derogado art. 522 del CC, eran pacíficas la
doctrina y la jurisprudencia en cuanto sostenían unánimemente que existía plena
armonía entre esta norma y el art. 1078 del antiguo CC, cuya regulación en torno a la
legitimación activa se aplicaba por analogía en materia obligacional.
Sin embargo, en el ámbito convencional debía analizarse correctamente quién revestía
el carácter de damnificado directo y de damnificado indirecto, puesto que aquél
no siempre coincidiría necesariamente con el contratante, pudiendo resultar víctima
directa del daño una persona distinta de quien ha contratado. Por ejemplo, un padre
(estipulante) puede contratar con un médico cirujano (promitente) para que
intervenga quirúrgicamente a su hijo (beneficiario), pactando como retribución una
suma en concepto de honorarios profesionales. Si como resultado de la operación el
Unidad 3
hijo sufre daños en su integridad física y espiritual debido a la mala praxis del galeno,
queda evidenciado que en este incumplimiento contractual el damnificado directo es
el hijo que ha sido intervenido —y quien se encuentra legitimado a reclamar el daño
moral— y no su padre que ha contratado con el profesional de la medicina
Esta es una cuestión que también ha traído aparejadas discusiones doctrinarias, ya que
se debate en torno a si el daño moral debe ser probado por la víctima para que sea
reparado, o si bien puede tenérselo por acreditado mediante presunciones.
Si bien la regla general imperante en la materia es que el daño debe ser probado por
quien lo alega, no menos cierto es que dicha prueba puede ser directa o indirecta,
funcionando en esta última hipótesis presunciones o inferencias lógicas que efectúa el
juez sobre la base de circunstancias objetivas acreditadas en la causa
El autor estima que en materia de daño moral basta la prueba indirecta del perjuicio,
ya que —por ejemplo— resulta de excesivo rigor exigirle a un padre que acredite en
forma fehaciente que está triste o deprimido por la muerte de su hijo, que por ello ha
sufrido un importante dolor espiritual, que ello ha afectado su vida social, etc
Por ello, a partir de la demostración del hecho lesivo, el juez podrá acudir a las
presunciones hominis para tener por acreditada la existencia del perjuicio espiritual en
el reclamante.
Unidad 3
En cuanto a la cuantía del monto a indemnizar por daño moral, siempre deberá estarse
a la discrecionalidad judicial y a la valoración que efectúe prudencialmente el
magistrado frente a cada caso en concreto
Con la reforma introducida por la ley 26.361 a la ley 24.240 de Defensa del
Consumidor, se han consagrado legislativamente por primera vez en el Derecho
argentino los llamados daños punitivos
Se consideran que son daños punitivos, aquellos que son concedidos para castigar al
demandado por una conducta particularmente grave, con el fin de desalentar la
reiteración de ese accionar en el futuro
Ellos poseen una naturaleza eminentemente sancionatoria, toda vez que constituyen
para la víctima del daño un agregado a la indemnización resarcitoria que le
corresponda por el perjuicio efectivamente sufrido
Se trata de un instituto extraño en nuestro sistema jurídico, que había adquirido
relevancia en la doctrina nacional, en donde se había debatido en torno a la
conveniencia o no de incorporar el instituto al sistema jurídico:
a) Un sector doctrinario mayoritario en nuestro país, se había expresado en favor de
su introducción a nuestra legislación
b) Otro sector doctrinario se ha manifestado en contra a la incorporación de esta
figura en el Derecho argentino
El autor considera que no se deberían haber introducido, pues los llamados daños
punitivos son extraños a nuestro sistema de responsabilidad civil, toda vez que el
Derecho argentino no concibe la posibilidad de imponer penas privadas, ya que
nuestro Derecho de daños posee una naturaleza eminentemente resarcitoria, que
tiene como finalidad dejar posicionada patrimonialmente a la víctima en idénticas o
similares condiciones a las que se encontraba con anterioridad a la ocurrencia del
daño, por lo que la recepción del plus que le concede el daño punitivo a la víctima
rompe esta regla elemental que rige la responsabilidad civil en nuestro país.
También se ha intentado justificar su inclusión en nuestro Derecho, alegándose que los
daños punitivos cumplen además una función preventiva, puesto que a través de ellos
se intenta desalentar conductas. Ante esto, el autor opina que ello resulta innecesario
en el Derecho argentino, toda vez que existen instrumentos jurídicos propios de
nuestro sistema que ya cumplen esta finalidad, como es la tutela inhibitoria
Ademas, considera que no es el Derecho civil el ámbito donde se deban imponer las
penas, ya que el Derecho penal —por su propia naturaleza— e inclusive el Derecho
administrativo están en mejores condiciones de hacerlo