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Resumen
A lo largo del Tratado de las pasiones de la Suma Teológica, Tomás de Aquino expone las
pasiones y, entre ellas, el amor y la tristeza 1. Nombrando una de las situaciones vitales
humanas que involucran íntimamente estas dos pasiones, el Doctor Angélico trata la
pérdida de aquel que se ama con amor de amistad como la experiencia más dolorosa para el
amante. Dado que el amor es una relación de unificación entre los amantes y, además,
ontológicamente productiva, la pérdida del amado resulta para el amante en una
degradación ontológica de su ser. Sin embargo, Tomás también propone remedios para esta
tristeza en la delectación. En este sentido, la investigación sobre la pérdida del amado
constituye un asunto filosófico al igual que un aspecto de profundo valor humano, pues se
adentra en la constitución humana y en la consecución de su bienaventuranza a través de
los movimientos de las pasiones.
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Respectivamente en I-II. q. 26-28, y la tristeza en: I-II. q. 36-38.
2
I-IIae, q. 38, a.1, sol.
1
Primero: la inhesión entre el amado y el amante
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en el otro, sino en cuanto lo que la persona es sustancialmente. La aprehensión consecuente
del amor hace que ambos amantes estén aprehendidos el uno en el otro, penetrando hasta lo
más íntimo del amado, pues no se basta con estar unido a él superficialmente (I-IIae, q. 28,
a.2, sol.). Dicha inhesión les hace considerar mutuamente los bienes o males del otro como
propios, hasta el punto de identificarse en el otro. Es decir, se unifican en el mismo ser,
cuya unidad es más unitiva que la propia del intelecto con el conocimiento (I-IIae, q.28, a.1,
sol.).
En ese sentido, los bienes en los que coinciden los amantes son bienes sustanciales
de su perfección, pues el apetito tiende hacia la perfección de cada ser, y el movimiento se
ordena conforme a ese fin. Con la inhesión entre amante y amado, ambos participan de su
finalidad propia; su perfeccionamiento natural ocurre simultáneamente al amarse,
principalmente porque “el bien es el objeto de la voluntad”. Y dicho fin de la criatura no
puede explicarse sino por su primera causa, es decir, “porque Dios es bueno existimos” y
“su bondad es la razón de querer todo lo demás” (I, q.19, a.4). Al ser esto así, el amor es
eficiencia ontológica, pues pone el ser en actualidad y, por ende, lo perfecciona (Mosto,
2022)3. De este modo, el ser humano, en la vida presente, tiende a lo connatural, y no a un
ideal, conforme la unión con el bien sea efectiva y real. E, igualmente, los amantes gozan
de la perfección de Dios, “según diverso modo” y no enteramente y en su simplicidad
(Contra gentiles, III, 97), amando al otro. Entonces, la relación ontológica es productiva en
la medida que el amor es el “acto del apetito que tiene por objeto el bien absoluto” (I, q.20,
a,1), es decir, mientras el amor es proporción ontológica entre el ser y el bien amado
(Astorquiza, 2004)4. Esa es la connaturalidad en el amor de los amantes; la que perfecciona
en el estado de naturaleza presente, tendiendo hacia aquello que les es connatural, cuyo
movimiento conforma la unión efectiva y real.
Este resultado del movimiento, del cual el amor es principio, lo hace acto de lo
perfecto, pues el apetito se une con su bien y resulta en el gozo del bien perfectamente
poseído e identificado con la voluntad. Análogamente como en el entendimiento la
3
Mosto, M. La eficiencia ontológica del amor (2022).
4
Astorquiza, P. Ser y unidad (2004). Universidad de Barcerlona.
3
captación de esencias brinda el reposo, el amor es aquietamiento perfecto en la unidad del
amado con el amante, o según Dionisio, “el amor es una fuerza unitiva y concretiva”5.
En este caso hablamos propiamente de tristeza, ya que el amor considera el bien del
otro en tanto considera a ese otro de manera absoluta, y el bien del amado también
conforma el bien propio7. Ese es el bien que pierde el amante. Entonces, es un dolor
espiritual y, por tanto, uno que “excede a toda llaga exterior” (I-II, q.35, a.7, sc.). Esto se
debe a que:
(i) El mal presente tras la pérdida del amado, es un bien contrario al apetito de
manera propia, y no de forma secundaria, como ocurre con el dolor corporal.
(ii) La aprehensión del intelecto –como de la imaginación– es más elevada que la del
sentido del tacto, por lo que la pérdida que representa el dolor interior es mucho
más fuerte. Tanto es así, que el dolor interior también puede acoger los dolores
externos, y en ese sentido el dolor interno es un dolor universal. Tal como relata
Agustín de Hipona sobre el dolor que le invadió tras la muerte de su querido
amigo: “¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte
para mí” (Las confesiones, IV, 4,9).
5
Pseudo Dionisio Areopagita, De Div. Nom., n.15, G.3, 714, L.12.
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Sin embargo, se diferencia su aprehensión por lo que es connatural a su naturaleza. De modo que lo
conveniente al apetito intelectivo es determinado por la razón, y ello es bien o mal moral; mientras que en el
apetito sensitivo lo conveniente lo determina la estimativa natural.
7
De acuerdo con la cuestión I-II, q.35, a.8, sol., Aquino diferencia cuatro tipos de tristeza según se trate por
parte de la causa, del objeto, o del efecto. La tratada en el presente escrito es según el objeto.
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(iii) Hallamos más placer en los bienes espirituales que en los corporales pues los
primeros se dan sin movimiento y, por ello, son más perfectos.
Sin embargo, no se trata del mal presente como aprehendido por el alma, pues el
mal es privación del bien. Lo que en la realidad se presenta es el hábito contrario que
ejercitaban en la vida conjunta los amantes (I-II, q.36, a.1, sol.)., lo cual priva al amante
sobreviviente del perfeccionamiento de su ser dado por el amor a su amado. También
podemos afirmar, entonces, que el bien que se pierde con la pérdida del amado produce tal
dolor por privar al ser del crecimiento ontológico que produce el amor. Además, el apetito
de unidad del ser se ve frustrado, pues aquello que formaba parte de la perfección del ser
del amante, el amado que falleció, destruye su inhesión (I-II, q.36, a.3, sol.). En
consecuencia, el amante se degrada ontológicamente. Es así como la tristeza mira al objeto
del amor en el aspecto contrario del amor, es decir, en su ausencia, y el amante puede
sorprenderse de vivir sin su amigo, sin su bien, como Agustín relata:” me maravillaba aún
de que, habiendo muerto él, viviera yo, que era otro él” (Las Confesiones, IV, 6, 11).
Por ello, el remedio preciso para mitigar cualquier dolor lo encontramos en aquello
que es contrario a la tristeza, es decir, en lo conveniente al apetito: la delectación (I-IIae,
q.38, a.1). Para ello, habrá que oponer al movimiento del dolor una fuerza contraria más
fuerte, es decir, una delectación mayor que ahuyente la tristeza. Pero eso sí, todo aquello
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presente para quien entristece ya es una fuerza mayor respecto de lo pasado, por lo que la
ausencia del amigo que inclina al dolor puede mitigarse con el bien presente que inclina a la
delectación.
Conclusiones
A su vez, este amor desinteresado y absoluto, con miras hacia Dios mismo, resulta
profundamente doloroso internamente en caso de perder al amado, pues impide el
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movimiento mismo de la vida al privarnos de un bien sumamente conveniente, pudiendo
afectar, igualmente, el cuerpo. Al perder las virtudes de la vida conjunta y deshacer la
unidad entre los amantes por la muerte de uno de ellos, el amante sobreviviente se ve
privado de una parte de sí, es decir, se degrada ontológicamente. En su lugar, el mal o,
mejor dicho, el hábito contrario del bien del amor aqueja el alma, forzándola a dirigir su
atención para evitarlo. De ello resulta la debilitación de la operación propia de lo humano
en especie. No obstante, el orden de la naturaleza humana halla, en lo contrario a la tristeza,
su remedio. La delectación del bien presente puede configurar, de diferentes formas, la
fuerza necesaria para contrarrestar el dolor y, entonces, aliviar el alma.
Por todo lo dicho, desde este estudio del amor de amistad y de la tristeza en Tomás
de Aquino, podría articularse una futura investigación sobre cómo el amor es una pasión
conducente hacia la perfecta de la felicidad, al ser principio de todo movimiento, pues todo
lo realizamos por él. Inclusive, cabría estudiar cómo el amor entre las criaturas refleja, a lo
largo de la creación, las perfecciones de la Naturaleza, pues son efectos de un Dios que es
amor, y se dirigen a amar todo aquello que les es un bien.
Bibliografía primaria
Bibliografía secundaria