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Lección 15
Ramón Cortés Fernández, Sonia Lluesma Vila, Agustín Castillo Alallón,
Paula Jiménez Valero.
Para entender nuestra propia naturaleza hay que entender que la conciencia no es algo
natural, sino que se ha formado a lo largo de la historia. O dicho de otra manera, lo que
somos es producto del devenir histórico. Y que el despertar de la conciencia histórica y el
positivismo son productos de la revolución científica, que es el pilar fundamental de la
modernidad. El despertar de la conciencia histórica surge entre la oposición de las ciencias
naturales y las ciencias humanas. Es decir, el debate de si lo que hacen los historiadores se
puede considerar ciencia.
Este hecho nos demuestra el destino que han sufrido las ciencias humanas que han
intentado automatematizarse, mientras que otras se basan más en la comprensión de los
fenómenos y no tanto en la perspectiva cuantificable. En este proceso, todo conocimiento
que no sea cuantificable o matematizable no es verdadero, por lo que se produce un
empobrecimiento de los propios conocimientos.
En el siglo XIX comienza a surgir la conciencia histórica y se presenta la necesidad de un
saber como la historia. Aunque en la Ilustración ya ocurriera una apertura del conocimiento
histórico para una idea de progreso de la humanidad, fue casi un traspaso de la concepción
providencialista del cristianismo (el desarrollo de la sociedad humana se determina por
fuerzas misteriosas y externas respecto al proceso histórico: Dios) pero desde una
perspectiva secularizada (laica).
La Ilustración se opondrá a las concepciones decadentista que dicen “lo bueno siempre
quedó atrás” o “cualquier tiempo pasado es mejor”, por lo que plantean una concepción
progresista. Estas ideas del siglo XVIII cobrarán importancia en el siglo XIX, donde autores
como Hegel, Marx, Darwin tienen un compromiso con ellas. En este momento la sociedad
que estaba comprometida con la ciencia moderna y el despertar de esta conciencia histórica
empieza a creer que somos resultado de un devenir histórico, y por lo tanto, de la
historicidad de la humanidad. Sin embargo, esto iba en contra del positivismo, ya que es
contradictorio a esa característica de la búsqueda de leyes generales, no es lo mismo una
ley de la física que una hipótesis de un historiador, por lo que plantean cuestiones como:
¿es necesario o se puede buscar leyes generales en la historia?, ¿no se pueden establecer
leyes generales ya que la historia solo sucede una vez?
Por lo que esa conciencia histórica que demuestra al ser humano como resultado del
devenir histórico es contraria con la idea de una ciencia de la naturaleza humana, que
establecía que la naturaleza humana siempre ha sido igual.
La conciencia histórica hizo comprender que si nos interesa saber lo que somos, esa
cuestión nunca se podrá cerrar absolutamente. En palabras de Ortega; “El hombre no tiene
naturaleza sino historia, lo que somos hoy sólo podemos explicarlo si consideramos el
pasado particular y colectivo”. Por todo esto, muy pronto resultó evidente que si queríamos
conocer la realidad humana no sería posible con el método propuesto por los científicos
naturales, ya que está realizado para realidades invariables y se quería utilizar para estudiar
un objeto de estudio que tiene como característica su capacidad de variación. Esto dio una
dicotomía entre el positivismo y el historicismo, y además, plantea el problema de
establecer una método para cada tipo de ciencia.
Todo esto se resume con la tensión entre el método de la explicación de los científicos
naturales y el método de los humanistas que es más una comprensión o interpretación del
fenómeno más que una explicación propiamente dicha. O como diría Dilthey la oposición
entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu.
Un saber unificado porque la realidad es única, por lo cual el saber necesita solo un método.
Entonces, la ciencia moderna entiende como conocimiento todo lo que puede pasar por la
matematización. Aristóteles defiende que no tiene sentido aplicar a todo objeto de estudio el
rigor de la matemática porque esa exactitud no se puede plasmar en el debate de la moral,
por ejemplo.
El problema de la ciencia, para poder prever los fenómenos es necesario eliminar muchas
dimensiones de la realidad que no son susceptibles de cualificación. Por ejemplo, es
imposible establecer una medición precisa de dolor de fiebre, esa sensación subjetiva del
que sufre el dolor, de la experiencia, eso no se puede someter a cuantificación sin embargo
la temperatura del cuerpo para saber si tienes fiebre si puede dar una cuantificación exacta.
Ignorando la experiencia no cuantificable ponemos en riesgo el estudio de una parte de la
realidad.
Comienza a abrirse paso una conciencia histórica a finales del siglo XVIII, se hace presente
la importancia de un saber como la historia. Los europeos (ilustrados) tenían la clara
conciencia que había un inmenso progreso por delante que acometer si las sociedades se
dejaban guiar por el conocimiento y el saber. En ese sentido, un ideal del progreso no
puede nacer más que en un tiempo que acepta la linealidad del propio tiempo y admite que
el futuro está abierto y podemos darle forma.
La idea de que somos lo que somos como resultado de la histórica que nos ha hecho, es
decir, cobrar conciencia de la historicidad, está en conflicto con el positivismo.
En conclusión, la actitud positivista que entiende el conocimiento como algo que busca lo
universal y necesario frente a la actitud historicista en lo que respecta a los hombres y
mujeres a lo largo de la historia va concretando y transformándose como resultado del
devenir histórico. Esta actitud se confía en la naturaleza humana ilustrada y llevar a cabo
una ciencia de la naturaleza humana a lo largo de la historia que entra en conflicto en el
siglo XIX, porque los historiadores exponen que las cosas no vuelven a pasar dos veces de
la misma manera.
La conciencia histórica del siglo XIX comprende que si realmente lo que nos interesa en la
ciencia histórica es descubrir lo que somos los seres humanos, esa reconstrucción nunca
podrá ser cerrada.
Marx dice que en el fondo es la violencia que acompaña a la historia la que se constituye en
parte de la humanidad. Resulta evidente que, para investigar la condición humana, no se
puede hacer mediante una ciencia positivista, sino a través de la historia. El siglo XIX, lugar
de choque entre el positivismo y el historicismo, cada disciplina necesita su propia
metodología. Existe la necesidad de distinguir entre ciencias de la naturaleza y las ciencias
del espíritu.