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Acerca de la infancia

OMAR ASAN*

“Si me dedico a hacer historia, no es porque ante todo me interese en la historia de la muerte, del
niño o de la familia, sino para intentar comprenderme a mí mismo en la situación actual”

Philippe Aries.

Jugando al “había una vez” como en los cuentos infantiles, podría comenzar diciendo que durante
mucho tiempo no se tuvo la noción de infancia. Este sentimiento, que deberá ser entendido como
“la actitud de los adultos ante el niño”, nace en el siglo XVIII.

Antes de ese siglo no debe considerarse que los padres no amaran a sus hijos sino que lo que está
en juego, luego de esta “invención del niño”, es la intensidad y naturaleza de ese sentimiento, las
formas que asume, lo que varía de una época a otra.

Los testimonios más antiguos sobre su condición revelan que el niño no disfruto del cuidado y
protección que de estimaría necesario hoy en día, padeciendo su persona los más variados tratos,
desde purificaciones hasta demonizaciones.

Así, la representación social de infancia se ha ido transformando desde la ausencia de lugar en el


imaginario social de una época hasta la concepción actual.

En la antigua Roma, la patria potestad del pater familias le permitía a éste aceptar o rechazar al
hijo. Los vínculos sanguíneos eran menos importantes
que los afectivos, tal es así que la paternidad era una La influencia del ideal humanista
elección (lo que permitía tanto el abandono de los postulado por el Renacimiento
propios hijos como la adopción de los ajenos). dará origen a la preocupación
pedagógica: entre los siglos XVI y
Hacia los siglos II y III d.C., los vínculos carnales y XVII se produce la
sanguíneos adquirieron mayor importancia que las institucionalización de la escuela
decisiones voluntarias, y la influencia del cristianismo como estructura específica para
origino que las leyes romanas comenzaran a considerar la formación de la infancia
el dar muerte a los hijos como una manera de asesinato. segregada de la vida colectiva,
De todas maneras, pareciera aún que la posición que la que sustituye el aprendizaje
oposición al infanticidio estaba basada más en la doméstico como medio de
preocupación del alma de los padres que en el derecho educación.
a la vida del niño.

Pero incluso así, la sociedad romana aportaba una mayor tolerancia con respecto al lento
crecimiento del niño y cierto placer de la infancia como parte de la vida familiar, lo que contribuyó
a un trato más afectivo.

El surgimiento del cristianismo acabo con los poderes que se conferían al Estado sobre el niño,
reforzando la responsabilidad de los padres, padres que fueron, en adelante, padres por
delegación de poder, debiendo considerar a sus hijos como depósitos que Dios había puesto en
sus manos.
Esta consideración que el niño había ido adquiriendo progresivamente en el mundo greco-
romano pareció detenerse en la Edad Media. Durante este extenso periodo, se retornó a
considerar a los niños como propiedad privada de los padres. El valor y especificidad propios de
la infancia se desconocieron, ya que el niño fue estimado como un adulto en miniatura.

En el medioevo, se calcula que la infancia terminaba a los siete años en las distintas clases
sociales, edad en la que el niño sin transición pasaba al medio adulto, iniciando un duro
aprendizaje para convertirse él mismo en una persona adulta. Los hijos de los campesinos se
integraban al trabajo de sus padres y los de la nobleza salían del hogar paterno para educarse en
otros lugares, desempeñándose como pajes o sirvientes.

En la Alta Edad Media existió una oposición generalizada a la falta de atención, explotación y
abandono de los infantes y los intentos de control de tales prácticas delimitaron la conciencia y
sensibilidad de la sociedad en el despertar de una idea de infancia que con el correr de los siglos
adquiriría importancia.

Durante esta época surgieron iniciativas encaminadas a paliar la situación de la infancia


abandonada, a procurarles un oficio o a velar por los huérfanos, al igual que la preocupación
personalizada por limitar los golpes o malos tratos a que eran sometidos. (Se ha dicho que San
Anselmo, dirigiéndose a un abad, le recordó a éste que los niños “son humanos y de carne y
hueso”.)

El siglo XV no mostró mayores transformaciones en la idea que la sociedad tenia del niño. La idea
medieval de que no eran demasiado importantes persistió aún en el siglo XVI, e incluso en el XVII,
cuando, debido a las altas tasas de mortalidad infantil, persistió arraigada la idea de engendrar
muchos niños para conservar algunos, idea que va a perdurar en el mundo rural hasta bien
entrado el siglo XIX.

En el ámbito europeo, el surgimiento del concepto de infancia moderna va a culminar en el siglo


XVIII, vinculado a la consolidación del capitalismo como estructura y a la constitución de un
modelo de pensamiento que, del Humanismo a la Ilustración, afianzara el descubrimiento de las
posibilidades del hombre.

Hacia fines del siglo XVIII, la configuración de un nuevo espacio privado, la casa familiar que deja
de ser la prolongación de la vida social de la calle y la plaza circunscribiéndose a la intimidad y de
un nuevo modelo de familia posibilitaron el reconocimiento de la infancia.

La influencia del ideal humanista postulado por el Renacimiento dio origen a la preocupación
pedagógica: entre los siglos XVI y XVII se produjo la institucionalización de la escuela como
estructura específica para la formación de la infancia, segregada de la vida colectiva, que sustituyo
el aprendizaje doméstico como medio de educación.

La voluntad de apartar a los niños de la sociedad de los adultos, a través de la escuela como
“encierro”, en detrimento del “aprendizaje” de un oficio en el mundo de los adultos, es una de
las manifestaciones relevantes de una nueva atención puesta en el niño y su futuro, manera de
conferirle un lugar distinto.

En principio, se les quiso apartar de la promiscuidad de los adultos y, si bien se los entregó a otros
adultos, éstos eran especialistas en educación y, además, en ellos confiaban sus padres como
para delegarles parte de su poder.
Aún es difícil pensar que, en el siglo XVIII, los adultos hayan reconocido a los niños un mundo
propio. J.J.Rousseau fue asimilado tardíamente, pero su obra, inspiradora de la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano, hizo avanzar el discurso pedagógico.

La herencia que recibió el siglo XIX del pensamiento de Rousseau y del de otros pensadores de la
Ilustración, junto a la institucionalización de la enseñanza confluyeron de algún modo en la
representación social de la idea de infancia que hacia mitad del s. XIX terminará de forjarse
socialmente.

En este siglo es cuando se fue creando, entre las clases medias, un nuevo concepto de infancia
propiciado por el progreso de la implantación de la familia y de la ideología burguesa. Mientras
tanto, y aún por un largo periodo, las familias aristocráticas, las obreras t las campesinas
mantuvieron sus propios modelos en la crianza de sus hijos.

Los hijos de la clase obrera – cada vez más numerosa- siguieron vivenciando una muy corta
duración de la infancia. Con prontitud eran utilizados como mano de obra barata, trabajando en
fábricas, minas o telares y llevando una vida tan complicada como la de los niños que los
precedieron.

La atención prodigada a la infancia revestía así una doble moral: por un lado, una clase dirigente
con un sentimiento especifico de la niñez, y por el otro, niños obreros sometidos a una vil
explotación, sin que ello haya sido vivido como contradictorio. Se estaba lejos de una concepción
de infancia como situación propia de todo niño sin diferencias de clase.

Aun en la mitad de este siglo surgieron, en diversos países, movimientos salvadores del niño con
el fin de regenerar la moral de los “desviados” e “inadaptados”.

Movimientos filantrópicos denunciaban la situación a la que se sometía a determinados niños,


sin cuestionar la situación social que la producía.

“Reeducar”, “reformar”, como principios rectores, denunciaban que la percepción del problema
estaba en el alejamiento de la norma rectora establecida por una clase, mientras que el niño de
las clases trabajadoras debía ser alejado de su medio, considerado nocivo, e insertado en la
neutralidad del espacio escolar a efectos de ser redimido de su condición de infancia peligrosa.

Hacia la última mitad del siglo ya comienzos del siglo XX, los Estados incorporaron leyes de
protección y regulación de la infancia, leyes tendientes a la “reforma” de niños y jóvenes
“descarriados” que estimulaban la protección de la infancia desvalida.

Se empezó a entender con criterios más amplios la protección de la infancia, tales como la
obtención de leyes laborales, la protección de parturientas antes y después de concebir, la
enseñanza obligatoria y leyes de sanidad infantil.

La comparación entre distintas culturas y el análisis de distintas mentalidades respecto de la idea


del niño permite concluir que este concepto de infancia no es natural, ni univoco, sino producto
de las relaciones económico sociales y de los componentes representacionales de la historia de
las mentalidades, lo rastreable en el “no consciente colectivo”, es decir, el “ sistema de
representaciones común a toda sociedad que espontáneamente hace concordar cada gesto con
el código compartido y que delimita lo que es posible pensar, decir y hacer” (P. Aries).
El tiempo de una historia.
“Mi único país es mi memoria y no tiene himnos”.

Alejandra Pizanik

Es en la sociedad moderna (fines del siglo XVII, incluso XIX), el momento del “niño rey”, el
momento “cuando el niño aparece”, dirá P. Aries.

Si bien el psicoanálisis hace su irrupción a fines del siglo XIX, el protagonismo de “niño rey” no
podrá ser leído u homologado a “his majesty the baby” de la propuesta freudiana. Los postulados
de éste acarrearán resistencias y rechazos, pero desde Sigmund Freud la infancia tendrá ahora
otro registro.

Del niño sin mácula al sujeto infantil poseedor de envidia, odio y, además, con sexualidad.

Esta nueva concepción situará a la infancia en un lugar de referencia, subversión de un orden, no


de la historia de un “no consciente colectivo”, sino de una historia que se articulará en el infantil
sujeto desde el deseo del Otro.
Es a partir del psicoanálisis que la
Su majestad el bebé abrirá desde los padres otra
infancia tendrá ahora otro
dimensión. En la actitud afectiva de éstos de revivirá y
registro. Del niño sin mácula, al
reproducirá el propio narcisismo dominando, con
sujeto infantil poseedor de
relación al niño, los atributos de perfección y negación u
envidia, odio y, además, con
olvido de todo defecto.
sexualidad.
“El punto más espinoso del sistema narcisista, la
inmortalidad del yo, tan duramente negada por la
realidad, conquista su afirmación refugiándose en el niño”. (S. Freud).

Tempranamente, en su obra, a partir del trabajo sobre los recuerdos, la infancia comienza a tomar
un lugar y a cobrar calor en el intento de explicar la etiología de las neurosis. En ese momento
ubicará a éstas en condiciones de tiempo cronológico para las distintas escenas sexuales,
ubicando la histeria hasta los cuatro años, y la neurosis obsesiva hasta los ocho.

Pero, aun cuando el tiempo de la represión es indiferente para la elección de la neurosis, el


tiempo del suceso será decisivo, la represión será independiente del tiempo cronológico, el
suceso estará atado a él.

Posteriormente, Freud comienza a situar la represión en un tiempo lógico y podríamos empezar


a ubicar el valor de la infancia como subordinado a dicho tiempo. Dirá, refiriéndose a las fantasías
histéricas, que por lo general se remontan a las cosas que los niños oyen en épocas tempranas y
que sólo con posterioridad entenderán. Este mecanismo sólo puede ser explicado a partir de
considerar la represión constituida en un tiempo lógico dando lugar al concepto de
resignificación.

A partir de trasladar las fantasías de la seducción por el adulto, escuchable en pacientes histéricas,
suceso supuestamente acaecido en la infancia, comienza a adquirir valor el niño como término y
lugar de la escena.

En una carta a W. Fliess, se puede apreciar que Freud no sólo le otorga valor a la infancia sino que
la subvierte: las fantasías no son ubicadas en los niños sino que “son producto de épocas
posteriores, proyectadas hacia atrás desde el presente respectivo hasta la infancia, es decir, los
primeros años”.

En este sentido, infancia queda ligada al lugar que toma lo infantil en la fantasía del adulto.

En término infancia designará, antes que un momento cronológico en la historia del sujeto, un
lugar retórico.

Cuando Freud habla de recuerdos infantiles, en realidad se está refiriendo a recuerdos que se
refieren a la infancia, no a recuerdos de la infancia. Partiendo de la naturaleza tendenciosa del
recordar, observa que entre los más tempranos recuerdos de infancia se conservan los
indiferentes y accesorios, mientras que en la memoria del adulto no se encuentra huella alguna
de impresiones importantes, intensas y plenas de afecto.

Los tempranos recuerdos de infancia deben su existencia a un proceso de desplazamiento; son


el sustituto de otras impresiones, cuyo recuerdo vía
Se puede apreciar que Freud no
reproducción directa se halla estorbada por una
sólo le otorga valor a la infancia,
resistencia. Deben considerárselos como recuerdos
sino que la subvierte: las
encubridores, ya que su conservación no se debe a su
fantasías no son ubicadas en los
propio contenido sino a un vínculo asociativo al
niños sino que “son producto de
contenido con otro recuerdo reprimido.
épocas posteriores, proyectadas
“Por lo tanto, los recuerdos de infancia de los individuos hacia atrás desde el presente
llegan con total universalidad a adquirir el significado de respectivo hasta la infancia, es
recuerdo encubridor”, es decir, los recuerdos de infancia decir, los primeros años”
serán un lugar de referencia desde un a-posteriori que
podemos llamar adultez.

Si consideramos “Tres Ensayos de Teoría Sexual”, el término infancia designa nuevamente más
que un momento cronológico un lugar de encuentro. Ese lugar de encuentro es el de la sexualidad
adulta con el sujeto niño.

Se podría pensar, con Sandor Ferenczi, que el lenguaje de los adultos, cariñoso, maternal, va a
ser interpretado por el niño como el de una seducción. De manera que ese encuentro entre el
lenguaje del adulto y el sujeto niño va a producir siempre lo que podemos entender como el lugar
del trauma de la sexualidad infantil en el sujeto.

La complejidad de la teoría freudiana conduce muchas veces a dificultar su radical subversión: el


niño también está sujeto a lo inconsciente. Dicha subversión fue borrada al ser ubicados los
términos niño-infantil sólo en una referencia psicológica; pero más allá de las diversas
articulaciones, debe subyacer, como condición necesaria, que lo infantil es el lugar de referencia
del deseo inconsciente.
BIBLIOGRAFÍA

• Aries, Philippe, el niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Madrid, Taurus, 1987.
• Aries, Philippe, Ensayos de la Memoria, Madrid, Norma (1943-1983), 1995
• << Entrevista con P. Aries>>, en Nouvelle Revue de Psychoanalice N° 19, “l. Enfant” Paris,
Gallimard, 1979. (Hay traducción: UBA, Fac. de Psicología. Dto. De Publicaciones).
• Ferenczi, Sandor, << Confusión de lengua entre los adultos y el niño>> (1932). En
Psicoanálisis, Obras Completas, tomo 4, Madrid, Espasa Calpe, 1984.
• Freud, Sigmund, <<Fragmentos de correspondencia con W. Fliess, Cartas 46, 52, 59, 69,
101>> (1892-1899), Obras Completas, Tomo 1, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
• Freud, Sigmund, << Sobre los recuerdos encubridores>> (1899), Obras Completas, Tomo
1, ob. Citada.
• Freud, Sigmund, << Tres ensayos de teoría sexual>> (1905), tomo 8, ob. Citada.
• Freud, Sigmund, << Introducción al Narcisismo>> (1914), tomo 14, ob. Citada.

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