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ÉTICA AUTONÓMICA

La ética autonómica es uno de los problemas de justicia fundamentales


de nuestro tiempo y, en lugar de contenerlo, los políticos en España lo
están avivando sin descanso. Corren el riesgo de despertar el peor
monstruo de nuestra historia: la tribu del terruño.
Artículo

Víctor Lapuente
@VictorLapuente

https://ethic.es/2024/01/etica-autonomica/

11
ENERO
2024

En una serie de televisión (que alguien rodará un día), las regiones


italianas se reúnen en Roma en el seno del Consejo de Política
Económica Fiscal. Sobre la mesa, la reforma de un desfasado sistema
de financiación que ha hecho que, entre todas las regiones, acumulen
una deuda de más de 300.000 millones. La ministra de Hacienda les
promete un aumento sustancial de los ingresos.
Pero, entonces, alguien se da cuenta. Falta la consejera de Campania.
Se ha ausentado porque, en sus propias palabras, tiene «abierta una
negociación singular» con el Estado. En su silla se sienta un cargo de
rango inferior, sin voto ni voz, porque no se atreve a hablar ante una
pregunta de la propia ministra. La razón de la ausencia de la
consejera es que los dos partidos independentistas de Campania
son decisivos para sostener la mayoría parlamentaria del
gobierno italiano. Así que este ha pactado, primero, una quita de la
deuda de 15.000 millones para Campania –extensible al resto de
regiones, aunque ninguna se beneficiará tanto– y, segundo, que se
establezca una comisión bilateral para negociar al margen del resto
de comunidades de régimen común. El consejero de otra región,
claramente un comunista radical por su insistencia en
el ristretto para todos, dice que ellos comen de menú y Campania a la
carta.
Para más inri, las concesiones fiscales a Campania serán validadas
por un negociador salvadoreño en reuniones a puerta cerrada en un
hotel de Ginebra. En lugar de un encuentro solidario junto a las
demás comunidades, con luz y taquígrafos, uno solitario, con
oscuridad y relatores.
Si esto ocurriera en la Italia ficticia, nos molestaría. Utilizando la
afortunada expresión de Nadia Calviño cuando admitió que su
cuerpo le pedía que Puigdemont fuera juzgado, algo dentro de
nosotros (en la jerga científica se llama intuición moral), reclamaría
un trato más equitativo a las regiones. Por un principio básico de
justicia territorial.
Y recurriríamos a los expertos que han propuesto recetas
imparciales para el problema de infrafinanciación autonómica. Por
ejemplo, Antonio Zabalza, que defiende un coeficiente de
condonación de la deuda, derivado del gasto óptimo de una
comunidad y la deuda efectiva. O Santiago Lago, partidario de una
restructuración de la deuda a largo plazo, a 50 años o más.

Hoy en este país la razón es política


ficción
Pero es una utopía, porque hoy en este país la razón es política
ficción. Y la situación va a peor, como demuestran las votaciones
alocadas en el Congreso de estos inicios de 2024. Los partidos
independentistas han dejado claro, en sede parlamentaria, que su
compromiso es contrario a cualquier lógica de justicia territorial.
Como dijo la representante de Junts en el debate del 10 de enero,
«nosotros estamos aquí por Cataluña, no por ustedes ni por el
Reino». Y el gobierno, en lugar de enfrentarse a esa visión
de parcialidad territorial, contemporiza, insinuando que están
dispuestos acceder a algunas peticiones, como conceder incentivos
fiscales a las empresas que se fueron de Cataluña durante el procés y
quieran volver ahora. Sería, de nuevo, una violación del principio de
igualdad territorial amén de alterar el de libre competencia.
Ciertamente, el gobierno ha dejado claro, quizás hasta demasiado, su
compromiso con la seguridad jurídica. Pero este no es un problema
de garantías jurídicas, sino de justicia territorial, de ética
autonómica. No puede ser que unos territorios gocen de ventajas en
relación a otros. Y, lo que es todavía peor, independientemente de
que sea verdad o no, no puede parecer que disfrutan de esos
privilegios. Porque, si no, generaremos un descontento ciudadano en
determinados territorios, precisamente en el momento histórico en
el que las democracias, de los Midlands británicos al Midwest
norteamericano pasando por la desindustrializada Francia oriental,
sufren una revuelta de las regiones que se consideran
menospreciadas por el poder político central.
La ética autonómica es uno de los problemas de justicia
fundamentales de nuestro tiempo y, en lugar de contenerlo, los
políticos en España lo están avivando sin descanso. Corren el riesgo
de despertar el peor monstruo de nuestra historia: la tribu del
terruño.

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