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Normas naturales
de la de
60 BONDAD NATURAL
parece que haya razón alguna para pensar que tal es-
tructura esté fuera de lugar en las evaluaciones que ac-
tualmente se consideran parte del dominio especial de
la moral. Este dominio especial-y de forma más gene-
ral el de la bondad de la voluntad- será tratado con
más detalle en los próximos dos capítulos. Pero si nos
preguntamos si Geach tenía razón al decir que los seres
humanos necesitan virtudes tanto como las abejas ne-
cesitan aguijones (véase capítulo 2), la respuesta es pro-
bablemente sÍ. Los hombres y las mujeres deben ser
laboriosos y tenaces en sus propósitos no sólo para po-
der conseguir una vivienda, ropa y alimento, sino tam-
bién para perseguir otros fines humanos relacionados
con el amor y la amistad. Necesitan ser capaces de for-
mar lazos familiares, amistades y relaciones especiales
con sus vecinos. También necesitan códigos de conduc-
ta. ¿Y cómo podrían conseguir todas estas cosas sin vir-
tudes como la lealtad, la equidad, la amabilidad y en
ciertas circunstancias la obediencia?
Si eso es así, ¿por qué debería sorprendernos la idea
de que el estatus de virtud que atribuimos a ciertas dis-
posiciones de conducta viene determinado por una se-
rie de hechos bastante generales acerca de los seres hu-
manos? Pero veamos cómo se aplica esta idea a un caso
concreto. Examinemos con más atención el artículo de
Elizabeth Anscombe en el que describe cómo se puede
demostrar que alguien ha actuado mal al romper una
promesa o algún otro tipo de contrato. 3 En el ensayo
«On Promising and itsJustice», al que me referí en el ca-
guien. No tiene por qué estar mal ofrecer una conferencia acer-
ca de un tribu que creyera que la mención pública de su nombre
traería la ruina sobre ellos. Y no siempre se pueden plantear ob-
jeciones al engaño, a diferencia de lo que pensaba Kant. En este
sentido, recuerdo que Robert Adams observó que no hay nada
malo en llevar una peluca convincente.
8. Una de las mayores ventajas del recientemente renacido
interés por las virtudes es que vuelve a poner esta cuestión en
primer plano. Una virtud es algo más que una disposición esta-
ble a actuar de un cierto modo. Sobre la caridad, véase la Epís-
tola a los Corintios, I, 13. Y sobre las sutilezas que se esconden
detrás de este tema véase la observación de Macaulay acerca de
los elogios que recibió Carlos II por su falta de vanidad, que al
parecer no serían merecidos: el rey, según Macaulay, no estaba
«por encima» de la vanidad sino «por debajo», pues su indife-
rencia ante la opininión de los demás seres humanos se debía a
que no atribuía el menor valor a ninguno de ellos. Macaulay,
History ofEngland, vol. I, pág. 135.
9. Compárese con Robert Adams, «Motive Utilitarianism».
TRANSICIÓN A LOS SERES HUMANOS 95
los medios y los fines están «en nuestra mente», sin ne-
cesidad de apelar a un «reino» mental oculto. Tiene
sentido preguntar por lo que alguien pensó acerca de
los pros y los contras de una determinada elección, ya
que podemos preguntárselo y obtener una respuesta. Y
él mismo puede elaborar una serie de argumentos que
tengan como conclusión «luego esto es lo que debo ha-
cer». Cuando decimos que, a diferencia de todos los
animales, los seres humanos son capaces de elegir sobre
una base racional es porque la acción humana tiene lugar
en este contexto y, por tanto, en último término, porque
los seres humanos usan un lenguaje que no tiene equi-
valente alguno en la vida animaJ.7
Así pues, las afirmaciones de Tomás de Aquino
acerca de que los animales y los niños pequeños pue-
den tener fines pero no aprehenderlos como fines pa-
recen ser comprensibles y aceptables. Y lo mismo po-
dría decirse con relación a aquello que se considera
bueno. Se puede decir que, mientras los animales persi-
guen aquel bien (aquella cosa buena) que aparece ante
sus ojos ,'los seres humanos persiguen aquello que aparece