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Una clave de la naturaleza del hombre: el símbolo.

EL BIÓLOGO Johannes von Uexküll ha escrito un libro en el que emprende una revisión crítica de los
principios de la biología. Uexküll es un resuelto campeón del vitalismo y defiende el principio de la
autonomía de la vida. Partiendo de este punto de vista Uexküll desarrolla un nuevo esquema general de
investigación biológica. Posee un mundo propio, por lo mismo que posee una experiencia peculiar. Los
fenómenos que encontramos en la vida de una determinada especie biológica no son transferibles a
otras especies. Las experiencias, y por lo tanto, las realidades, de dos organismos diferentes son
inconmesurables entre sí. En el mundo de una mosca, dice Uexküll, encontramos sólo «cosas de
mosca», en el mundo de un erizo de mar encontramos sólo «cosas de erizo de mar».

Un estudio minucioso de la estructura del cuerpo animal, del número, cualidad y distribución de los
diversos órganos de los sentidos y de las condiciones del sistema nervioso, nos proporciona una imagen
perfecta del mundo interno y externo del organismo. Uexküll comenzó sus investigaciones con el
estudio de los organismos inferiores y las fue extendiendo poco a poco a todas las formas de la vida
orgánica. En cierto sentido se niega a hablar de formas inferiores o superiores de vida. La vida es
perfecta por doquier, es la misma en los círculos más estrechos y en los más amplios.

Son eslabones de una misma cadena, que es descrita por Uexküll como «círculo funcional».

Es obvio que este mundo no constituye una excepción de esas leyes biológicas que gobiernan la vida de
todos los demás organismos. Sin embargo, en el mundo humano encontramos una característica nueva
que parece constituir la marca distintiva de la vida del hombre. El hombre, como si dijéramos, ha
descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el efector, que
se encuentran en todas las especies animales, hallamos en él como eslabón intermedio algo que
podemos señalar como sistema «simbólico».Esta nueva adquisición transforma la totalidad de la vida
humana. Comparado con los demás animales el hombre no sólo vive en una realidad más amplia sino,
por decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad. El lenguaje, el mito, el arte y la religión
constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre
complicada de la experiencia humana. Tampoco en ésta vive en un mundo de crudos hechos o atenor de
sus necesidades y deseos inmediatos.

«Lo que perturba y alarma al hombre, dice Epicteto, no son las cosas sino sus opiniones y figuraciones
sobre las cosas». Desde el punto de vista al que acabamos de llegar podemos corregir y ampliar la
definición clásica del hombre. A pesar de todos los esfuerzos del irracionalismo moderno, la definición
del hombre como animal racional no ha perdido su fuerza. El lenguaje ha sido identificado a menudo
con la razón o con la verdadera fuente de la razón, aunque se echa de ver que esta definición no alcanza
a cubrir todo el campo. Primariamente, el lenguaje no expresa pensamientos o ideas sino sentimientos y
emociones. Y una religión dentro de los límites de la pura razón, tal como fue concebida y desarrollada
por Kant, no es más que pura abstracción. No nos suministra sino la forma ideal, la sombra de lo que es
una vida religiosa germina y concreta. Los grandes pensadores que definieron al hombre como animal
racional no eran empiristas ni trataron nunca de proporcionar una noción empírica de la naturaleza
humana. Con esta definición expresaban, más bien, un imperativo ético fundamental. La razón es un
término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su
riqueza y diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en lugar de definir al
hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico.

Definición del hombre en términos de cultura

Para resolver el problema tenemos queproyectarlo en un plano más amplio. Los fenómenos que
encontramos en nuestra experiencia individual son tan varios, tan complicados y contradictorios que
apenas si podremos explicarlos. Hay que estudiar al hombre, no en su vida individual, sino en su vida
política y social.

La naturaleza humana, según Platón, es como un texto difícil cuyo sentido tiene que ser descifrado por
la filosofía/ pero en nuestra experiencia personal este texto se halla escrito en caracteres tan menudos
que resulta ilegible. La primera labor del filósofo habrá de consistir en agrandar estos caracteres. La
filosofía no nos puede proporcionar una teoría satisfactoria del hombre hasta que no ha desarrollado
una teoría del Estado.

El Estado, aunque importante, no es todo, no puede expresar o absorber todas las demás actividadesdel
hombre. Es cierto que estas actividades se hallan íntimamente conexas en su evolución histórica con el
desarrollo del Estado; en ciertos aspectos, dependen delas formas de la vida política; pero aunque no
poseen una existencia históricaseparada albergan, sin embargo, una finalidad y un valor que les son
propios.

"Para conoceros a vosotros mismos —dice Comte—,conoced la historia." Por eso, la psicología histórica
reemplaza a todas las formas anteriores de psicología individual. "Las llamadas observaciones de la
psique, considerada en ella misma y a priori —escribía Comte en una carta—, son pura ilusión. Todo lo
que llamamos lógico, metafísico, ideología, es una fantasmagoría vana y un sueño, cuando no un
absurdo."

En todos los fenómenos sociales —dice Comte— percibimos la actuación de las leyes fisiológicas del
individuo y, además, algo que modifica sus efectos y quecorresponde a la influencia de los individuos
entre sí, singularmente complicada en el caso de la especie humana por la influencia de las generaciones
sobre los sucesores. Por esto resulta claro, por una parte, que nuestra ciencia social tieneque surgir de la
que se refiere a la vida del individuo. Pero, por otra, no hay motivo para suponer, como lo han hecho
algunos filósofos eminentes, que lafísica social no es más que un apéndice de la fisiología.

Los discípulos y seguidores de Comte no estaban inclinados, sin embargo, a aceptar esta distinción.
Negaron la diferencia entre fisiología y sociología, porque temíanque reconociéndola se verían
conducidos a un dualismo metafísico; su ambición secifraba en establecer una teoría puramente
naturalista del mundo social y cultural. A este fin consideraron necesario negar y destruir todas las
barreras que parecenseparar el mundo humano del animal. La teoría de la evolución ha
borradoevidentemente todas estas diferencias. Aun antes de Darwin, el progreso de la historia natural
frustró todos los intentos de semejante diferenciación.

"Instinto" es un término realmente vago; puede poseer cierto valor descriptivo pero resulta evidente
que no ofrece ningún valor explicativo. Al reducir algunas clases de fenómenos orgánicos o humanos a
ciertos instintosfundamentales no por eso hemos aducido una nueva causa; no hemos hecho másque
introducir un nombre nuevo, planteado una cuestión en vez de resolverla.Todo lo más el término
instinto nos proporciona un idem per idem y, en lamayoría de los casos, un obscurum per obscurius. La
mayoría de los biólogos y psicobiólogos modernos son muy prudentes en el uso de este vocablo,
precisamente en la descripción de la conducta animal; nos advierten acerca de las falacias que acarrea
consigo ese término. Propenden a eludir o abandonar ese concepto de instinto, impregnado de error, y
el concepto excesivamente simple de inteligencia. Robert M. Yerkes nos dice que los términos "instinto"
e "inteligencia" están pasados de moda y que losconceptos que pretenden representar necesitan
urgentemente una redefinición.53Pero en el campo de la filosofía antropológica nos hallamos, a lo que
parece,bastante lejos de semejante redefinición; en ella esos términos se aceptan, frecuentemente, de
un modo ingenuo y sin análisis crítico. Empleado de este modo, el concepto de instinto constituye un
ejemplo de ese error metodológico típico que William James señalaba como "falacia del psicólogo". La
palabra instinto, que puede ser muy útil para la descripción de la conducta animal ohumana, se
hipostasia en una especie de poder natural. Cosa curiosa; este error fue cometido a por pensadores que
en todos los demás aspectos se sentían muy seguros de no recaer en el realismo escolástico o psicología
de las facultades. En la obra Human Nature and Conduct de John Dewey hallamos unacrítica muy clara e
impresionante de esta manera de pensar.Se ha reducido al hombre a un haz definido de instintos
primarios, quepueden ser numerados, catalogados y descritos exhaustivamente uno por uno. Los
teóricos difieren únicamente, o principalmente, en cuanto a su número y en cuanto a su orden. Unos
dicen un solo instinto: el amor propio; otros, dos: egoísmo y altruismo; otros, tres: placer, temor y
gloria; mientras que, en la actualidad, autores de un espíritu más empírico elevan su número a
cincuenta o sesenta. Pero de hecho existen tantas reacciones específicas para condiciones estimulantes
diferentes cuanto tiempo haya para probarlas, y nuestras listas no son más que clasificaciones que
sirven a un fin. (Nueva York, Holt & Co., 1922, Parte II, sec. 5, p. 131. Hay trad.española, ed. La lectura.)

Habrá que encontrar, a la larga, un rasgo sobresaliente, un carácter universal en elcual concurran y se
armonicen todas. Si acertamos a determinar este carácter, podremos juntar los rayos divergentes y
hacerlos converger en un foco común del pensamiento. Como hemos señalado, semejante organización
de los hechos de la cultura se está llevando ya a cabo en las ciencias particulares: en la lingüística, en el
estudio comparado del mito y de la religión, en la historia del arte. Todasestas ciencias van en busca de
ciertos principios, de categorías definidas en cuyavirtud poder ordenar en un sistema los fenómenos de
la religión, del arte y dellenguaje. Si no fuera por esta síntesis previa llevada a cabo por las ciencias
particulares, la filosofía no contaría con punto de partida alguno. Pero, por otra parte, la filosofía no
puede detenerse aquí. Procurará realizar una concentración y centralización mayores. En medio de la
multiplicidad y de la variedad sin límitesde las imágenes míticas, de los dogmas religiosos, de las formas
lingüísticas, delas obras de arte, el pensamiento filosófico nos revela la unidad de una función general en
cuya virtud todas estas creaciones se mantienen vinculadas. El mito, la religión, el arte, el lenguaje y
hasta la ciencia, se consideran ahora como otras tantas variaciones de un mismo tema y la tarea de la
filosofía consiste en hacérnoslo comprensible.

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