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Guía de clase:
UNIDAD IX: DELITOS CONTRA LA LIBERTAD (CONTINUACIÓN)
Trata de personas con fines de explotación. Las reformas introducidas por las leyes 26364 y
26842.
En el año 2008 la Nación Argentina ajustó su legislación, en materia de trata de
personas, al llamado Protocolo de Palermo, que es el “Protocolo para Prevenir, Reprimir y
Sancionar la Trata de Personas, especialmente de Mujeres y Niños”. Lo hizo a través de la Ley
26364, modificada luego por la Ley 26842 (BO 27/12/12).
El artículo 2° de la ley 26842 contiene una definición legal de la trata de personas y un
concepto de explotación a los fines de la ley. Dispone:
“Se entiende por trata de personas el ofrecimiento, la captación, el traslado, la
recepción o acogida de personas con fines de explotación, ya sea dentro del territorio nacional,
como desde o hacia otros países.
A los fines de esta ley se entiende por explotación la configuración de cualquiera de los
siguientes supuestos, sin perjuicio de que constituyan delitos autónomos respecto del delito de
trata de personas:
a) Cuando se redujere o mantuviere a una persona en condición de esclavitud o
servidumbre, bajo cualquier modalidad;
b) Cuando se obligare a una persona a realizar trabajos o servicios forzados;
c) Cuando se promoviere, facilitare o comercializare la prostitución ajena o cualquier
otra forma de oferta de servicios sexuales ajenos;
d) Cuando se promoviere, facilitare o comercializare la pornografía infantil o la
realización de cualquier tipo de representación o espectáculo con dicho contenido;
e) Cuando se forzare a una persona al matrimonio o a cualquier tipo de unión de
hecho;
f) Cuando se promoviere, facilitare o comercializare la extracción forzosa o ilegítima
de órganos, fluidos o tejidos humanos.
El consentimiento dado por la víctima de la trata y explotación de personas no
constituirá en ningún caso causal de eximición de responsabilidad penal, civil o administrativa
de los autores, partícipes, cooperadores o instigadores.”
Agravantes:
Las circunstancias agravantes del delito de trata de personas están contenidas en el
artículo 145 ter del C.P., que expresa:
“En los supuestos del artículo 145 bis la pena será de cinco a diez años de prisión,
cuando:
1. Mediare engaño, fraude, violencia, amenaza o cualquier otro medio de intimidación
o coerción, abuso de autoridad o de una situación de vulnerabilidad, o concesión o recepción de
pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre la
víctima.
2. La víctima estuviere embarazada, o fuere mayor de setenta años.
3. La víctima fuera una persona discapacitada, enferma o que no pueda valerse por sí
misma.
4. Las víctimas fueren tres o más.
5. En la comisión del delito participaren tres o más personas.
6. El autor fuere ascendiente, descendiente, cónyuge, afín en línea recta, colateral o
conviviente, tutor, curador, autoridad o ministro de cualquier culto reconocido o no, o
encargado de la educación o de la guarda de la víctima.
7. El autor fuere funcionario público o miembro de una fuerza de seguridad, policial o
penitenciaria.
Cuando se lograra consumar la explotación de la víctima objeto del delito de trata de
personas la pena será de ocho a doce años de prisión.
Cuando la víctima fuere menor de dieciocho años la pena será de diez a quince años de
prisión.”
Las de los incisos 1, 6 y 7 del primer párrafo, así como la del último párrafo, son
idénticas a las de los incisos 1, 2 y 3 del primer párrafo del artículo 126 del C.P., y la del último
párrafo de esa misma disposición; que luego se repiten en el artículo 127 del C.P.
Aquí, siguiendo a Diego Sebastián Luciani [Trata de Personas y otros Delitos
Relacionados] podemos decir lo siguiente:
Engaño: El engaño es la falta de verdad en lo se dice o se hace, lo que lleva a un tercero
a padecer un error. Para que exista engaño es necesario llevar adelante una conducta contraria a
la verdad, con el objeto de hacer creer como verdadero lo que es falso.
El engaño es, entonces, la simulación capaz de inducir a error a una o personas. Luciani
sostiene que el engaño engloba la mentira, siempre y cuando tenga entidad para inducir a error.
Y en ese sentido, la cuestión debe verse desde el punto de vista de la víctima. También será
considerado engaño el silencio cuando existe un deber jurídico de manifestar lo que se calla. En
este caso, el sujeto activo deberá hallarse en una posición de garante respecto del bien jurídico
que se pretende tutelar. Ese deber puede surgir de la propia ley, de un contrato o de la conducta
precedente.
Fraude: El engaño no exige el despliegue de alguna maniobra o actividad aparatosa
exterior, que sí es necesaria en el fraude, pues éste requiere de una conducta que se manifieste en
una especial maquinación o artificios que implican una puesta en escena por parte del autor. El
fraude, enseña Núñez, debe ser siempre engañoso, o sea, es necesario el uso de artificios o
maniobras objetivas para simular hechos o disimularlos.
Violencia: No es discutido que el concepto de violencia implica, como se ha dicho, el
empleo de fuerza o energía física suficiente sobre la víctima, tendiente a vencer o a evitar su
resistencia. Queda comprendida en esta modalidad la utilización de medios hipnóticos o
narcóticos, conforme lo establece el artículo 78 del Código Penal.
Amenaza: Tampoco hay discusión en cuanto a que la amenaza encierra casos de
violencia moral, es decir, aquellos en los que la resistencia de la víctima es vencida en virtud del
temor que a ella le infunde el anuncio de producirle un mal grave e inminente. Ese temor,
causado por la amenaza es la intimidación.
Abuso de autoridad: En cuanto al abuso de autoridad, está claro que no se le debe dar
el sentido penal previsto en el artículo 248 del C.P., sino que, tal como surge de las
convenciones, se refiere al sentido literal amplio del término. Se trata de un desborde funcional,
un exceso de quien tiene poder sobre otro o facultad de mando. Debe provenir de un tercero
ajeno a las relaciones personales o familiares contenida en el inciso primero de esta misma
disposición (por ej.: otro pariente no contemplado en la agravante del inciso 6 de la norma).
Abuso de una situación de vulnerabilidad: Para la Real Academia Española
vulnerable (del latín vulnerabilis) es toda persona que puede ser herida o recibir lesión, física o
moral. La definición indica que la vulnerabilidad se encuentra ligada a alguna situación de
disminución del sujeto pasivo —tanto física, moral o de otra índole— que lo coloca en un estado
de indefensión frente a terceros, y que es aprovechada por el tratante para su beneficio
económico. Conforme las reglas de Brasilia sobre Acceso a la Justicia de las Personas en
Condición de Vulnerabilidad, pueden encontrarse en una situación de vulnerabilidad todas
aquellas personas que, por razón de su edad, género, estado físico o mental, o por circunstancias
sociales, económicas, étnicas y/o culturales, presentan especiales dificultades para ejercitar con
plenitud ante el sistema de justicia los derechos reconocidos por el ordenamiento jurídico.
Concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una
persona que tenga autoridad sobre la víctima: Lo que se quiso contemplar aquí es un supuesto
de codelincuencia en el cual son sujetos activos el que concede y el que recibe un pago o un
beneficio, y es este último el que tiene “autoridad sobre la víctima” y de quien se espera el
consentimiento.
Víctima embarazada o mayor de setenta años: El fundamento de la agravante se basa
sin duda alguna en el desvalor de acción, debido a la situación de indefensión de la víctima,
generada por su gravidez o senectud; que la ley presume sin admitir prueba en contrario. No se
incluyen en esta agravante a los menores, puesto que ellos tienen una agravante especial.
Víctima discapacitada, enferma o que no pueda valerse por sí misma: También en
estos supuestos es claro que el damnificado se encontrará en una situación de inferioridad frente
al sujeto activo, pues la posibilidad de reacción o de resistencia de la víctima se encuentra
sumamente limitada porque sus capacidades intelectuales o motrices están menguadas, sea por su
discapacidad, enfermedad o porque directamente no pude valerse por sí misma. Por ello tanto la
discapacidad como la enfermedad deben ser de tal relevancia que generen esa mayor indefensión
(no una gripe, por ejemplo)
Las víctimas fueren tres o más: El fundamento de esta agravante radica en la
reiteración delictiva y en el mayor menosprecio de los bienes jurídicos tutelados (libertad
individual, dignidad del ser humano, etc.), por ser tres o más personas las damnificadas por la
acción. Es indistinto que las tres o más víctimas hayan estado privadas de su libertad y hayan
sido sometidas a las vejaciones que implica esta actividad en un mismo espacio temporal o en
diferentes períodos, pues la razón de ser de la agravante guarda vinculación con la reiteración de
hechos delictivos llevados a cabo por los tratantes.
En la comisión del delito participaren tres o más personas: Para que se configure
este supuesto es necesaria la sola concurrencia de tres o más sujetos, de manera tal de aumentar
las posibilidades de concretar y facilitar la ejecución del hecho, al tiempo de disminuir la
eventual defensa de la víctima. Debe quedar claro que, a diferencia de la redacción anterior, no
se exige que estas tres personas actúen de manera organizada, pues el legislador ha decidido, en
esta nueva normativa, suprimir este requisito. Ya no es necesario indagar acerca del grado de
organización para que se configure la agravante, pues solamente se requiere el concurso de tres o
más personas, sin importar el grado de organización. Por esta razón, siguiendo a Luciani, en caso
de encontrarse presentes las notas características de la asociación ilícita, descripta en el artículo
210 del C.P., el tipo penal de trata de personas agravado concursará en forma real con el de
asociación ilícita. A la misma conclusión arriba Alejandro Tazza.
El autor fuere ascendiente, descendiente, cónyuge, afín en línea recta, colateral o
conviviente, tutor, curador, autoridad o ministro de cualquier culto reconocido o no, o
encargado de la educación o de la guarda de la víctima: En el caso del parentesco, la mayor
sanción se funda, por un lado, en la violación de los deberes de custodia —que por ejemplo
tienen los padres para con sus hijos—, y, por el otro, en el incumplimiento de un vínculo parental
que le exige al sujeto activo el resguardo de los bienes jurídicos afectados. En los restantes casos
(tutor, persona conviviente, curador, encargado de la educación o guarda de la víctima o ministro
de culto), la agravante viene dada por la calidad del autor, pues el delito aparece cometido por
una persona particularmente obligada a tutelar a la víctima.
El autor fuere funcionario público o miembro de una fuerza de seguridad, policial
o penitenciaria: El fundamento de la agravante radica en que la calidad funcional de estos
sujetos les otorga el conocimiento de diferentes detalles vinculados con el ilícito, lo que les
facilita considerablemente el mismo, aumenta la posibilidad de éxito y, consecuentemente,
disminuye la posibilidad de defensa de la víctima. Además, está claro que la participación de
dichos actores en un hecho de esta índole es absolutamente incompatible con la función que
desempeñan. Los agentes de cualquier fuerza de seguridad, policiales y penitenciarios tienen el
deber y la obligación de prevenir, reprimir y hacer cesar las condiciones de este delito. Su
participación es merecedora de mayor reproche, y ello se fundamenta en el deber de otorgar
seguridad y protección a los ciudadanos, que sobre ellos pesa, además de que, de hecho, se
encuentran en una relación de preeminencia respecto del civil, la cual es aprovechada para
concretar su designio delictivo.
Por eso resulta adecuada la previsión de una agravación de la pena cuando algunos de
los sujetos enumerados en este inciso participan en el hecho, máxime cuando la realidad criminal
sobre esta problemática ha dejado al descubierto que, en muchas ocasiones, la conducta de los
tratantes es desplegada merced a la connivencia de funcionarios públicos que, ya sea por una
intervención directa o por una omisión de sus deberes, habilitan la impunidad de estas
organizaciones criminales.
La técnica legislativa empleada es deficiente, ya que, tal como está redactada la causal
de agravamiento, abarca a todos los funcionarios públicos, conforme el alcance del art. 77 del
C.P. (aún aquellos que carecen de cualquier tipo de relación con los ilícitos).
Cuando se lograra consumar la explotación de la víctima: En este caso se agrava en
mayor medida la pena. En el tipo básico la protección penal se adelanta a los supuestos previos a
la explotación. La estructura del tipo penal básico, compuesto por distintas fases o etapas
graduales por las que el tratante deberá ir avanzando, ha llevado a denominar el delito como de
resultado anticipado. La idea que subyace en el espíritu del legislador es la de evitar la
explotación. De concretarse esa explotación, esto es, si el tratante logra los fines propuestos,
entonces el delito se calificará, ya que la conducta, evidentemente, es más gravosa teniendo en
cuenta el resultado obtenido. Y esto es así porque a partir de la explotación de la víctima
comienza la fase más tortuosa -en la que debe soportar los más graves padecimientos—, todo lo
cual habilita al legislador a seleccionar una pena más severa a partir de que se concreta el daño a
la libertad y a la dignidad del ser humano.
Cuando la víctima fuere menor de dieciocho años: Aquí se alcanza el mayor grado
de punición. La elevación de la pena responde, por un lado, a las menores posibilidades del
sujeto pasivo de ofrecer resistencia frente a la acción del autor, principalmente, por su corta
edad, su inexperiencia y su alto grado de vulnerabilidad. Por el otro, debido a la mayor
obstinación y el mayor menosprecio demostrados por la persona que realiza el comportamiento
ilícito.
Reducción de pena
El imputado por delito de trata de personas, que colabore con la investigación, puede
obtener una reducción de la escala penal aplicable, de acuerdo con lo previsto por el artículo 41
ter del C.P., que dice: “Las escalas penales podrán reducirse a las de la tentativa respecto de los
partícipes o autores por algún delito de los detallados a continuación en este artículo, cuando
durante la sustanciación del proceso del que sean parte, brinden información o datos precisos,
comprobables y verosímiles. El proceso sobre el cual se aporten datos o información deberá
estar vinculado con alguno de los siguientes delitos: ………………………… f) Delitos previstos
en los artículos 145 bis y 145 ter del Código Penal;
Más allá de los embates y los cuestionamientos que se han dado respecto de este
beneficio, lo cierto es que este instituto, de neto corte utilitarista, representa una forma
legalmente establecida de invitar a quien participó de un delito tan grave y aberrante, como el de
trata de personas, a que brinde —si es que desea acceder a algún tipo de beneficio procesal— la
información que conoce y que puede ser útil para la investigación. Recordemos que este delito,
que representa la negación de los derechos humanos más básicos, usualmente se perpetra con la
intervención de un conjunto de personas que se encuentran altamente organizadas, que tienen
contactos regionales y hasta internacionales y que, frecuentemente, se valen de actos de
corrupción para continuar con su actividad delictiva. De allí que el instituto del arrepentido,
frente a la gravedad del delito, se presenta como una herramienta que puede ser eficaz para
coadyuvar en investigaciones complejas y de difícil prueba, por lo que merece tener favorable
acogida.
Diferencias y relaciones con los delitos de facilitación de la prostitución, rufianismo y
administración prostibularia.
El artículo 125 bis del C.P. reprime al “… que promoviere o facilitare la prostitución de
una persona” contemplando una pena “…de cuatro a seis años de prisión, aunque mediare el
consentimiento de la víctima.” Por su parte, el art. 17 de la ley 12331 reprime a “los que
sostengan, administren o regenteen, ostensible o encubiertamente casas de tolerancia…” Por
último, el art. 127 del C.P. reprime al “…que explotare económicamente el ejercicio de la
prostitución de una persona, aunque mediare el consentimiento de la víctima.”
Está claro que el sostenedor, administrador o regente de una casa de tolerancia es
siempre un facilitador de la prostitución. Antes de la sanción de la ley 26842 (BO 27/12/12) la
diferencia entre el proxenetismo puro (artículo 17 ley 12331) y los delitos de facilitación de la
prostitución de menores y mayores de edad era clara. El artículo 17 de la ley 12331 se aplicaba
cuando quienes se ofrecían en el prostíbulo eran personas mayores de edad y ejercían la
prostitución voluntariamente. Si en el local había menores de dieciocho años ejerciendo la
prostitución era aplicable al proxeneta el artículo 125 bis del C.P. Y si había personas mayores
obligadas a ejercer la prostitución por medios coactivos, le era aplicable el artículo 126 del C.P.
La ley 26842 da una gran amplitud al delito de promoción o facilitación de la prostitución,
abarcando como sujetos pasivos a los mayores de edad que ejerzan la prostitución con su
consentimiento. Pero, al no haberse derogado el artículo 17 de la ley 12331, coexisten el tipo
genérico de facilitación de la prostitución, y este tipo especial. Entonces, a quien facilita el
ejercicio de la prostitución de mayores de edad mediante el sostenimiento, administración o
regenteo de una casa de tolerancia debe aplicársele el régimen especial de la ley 12331, aunque
tenga pena menor, por tratarse de un concurso aparente de leyes, en el que la figura delictiva
prevista en la Ley de Profilaxis contiene todos los elementos del tipo genérico del artículo 125
bis del C.P. No se trata de un concurso ideal de delitos (artículo 54 C.P.) ya que, si así fuera
entendido, nunca sería aplicable el artículo 17 de la ley 12331, puesto que la conducta prevista
en éste encuadra siempre en el 125 bis del C.P.
Por otro lado, ya hemos dicho que se entiende por trata de personas el ofrecimiento, la
captación, el traslado, la recepción o acogida de personas con fines de explotación, ya sea dentro
del territorio nacional, como desde o hacia otros países. Uno de esos fines de explotación se da
cuando se promoviere, facilitare o comercializare la prostitución ajena o cualquier otra forma de
oferta de servicios sexuales ajenos (artículo 2 inciso c Ley 26364, reformada por Ley 26842).
En este caso nos encontramos con uno o varios sujetos activos dedicados al tráfico de
personas; que son trasladadas (secuestradas o engañadas) desde su lugar de origen hasta un lugar
de explotación. Si quien regenteara un prostíbulo recibiera o acogiera a esas personas con
conocimiento de que han sido objeto de tráfico, se convertiría en coautor del delito de trata de
personas respecto de esas víctimas; y de consumarse la explotación sería aplicable el penúltimo
párrafo del artículo 145 ter, que desplazaría, por consunción, al delito del artículo 17 la Ley
12331.
Pero no es el caso del que recibe en un prostíbulo a personas que se presentan allí
voluntariamente, por conveniencia económica, sin haber sido llevadas, conducidas o trasladadas
por un tratante, sin haber sido separadas intencionalmente de su lugar de origen, de su domicilio,
ni de su ámbito de contención, por alguien que quisiera explotarlas o entregarlas para su
explotación. No olvidemos que la conducta que no exceda la administración prostibularia sólo
tiene pena de multa. Muy distinta es la gravedad de la conducta de quien participa de una red de
trata, recibiendo a personas que han sido ofrecidas o captadas en otro lugar, y trasladadas para su
explotación; sin su consentimiento, con un consentimiento viciado o con pleno consentimiento,
según las distintas posturas ya analizadas. En estos casos, el ejercicio de la prostitución
controlado por quien recibió o acogió a esa persona, merece la pena de 8 a 12 años de prisión,
prevista en el penúltimo párrafo del artículo 145 ter.
Si quien ya optó por ejercer la prostitución, elige formar parte de una organización
prostibularia, por las facilidades que le brinda el contar con un lugar mejor que el que podría
haberse procurado individualmente, por su ubicación, su ambientación, sus comodidades, su
seguridad, el nivel de su clientela y la concurrencia regular de ésta, el buen trato, etc., no es
víctima de trata. En estos casos, la persona tendrá un domicilio cercano al prostíbulo, manejará
su teléfono celular, sus horarios, no habrá perdido el contacto con sus amistades ni la contención
de sus familiares, aunque tal vez haya preferido mantener en reserva su actividad. Además,
tendrá la administración de sus ingresos, que, en definitiva, serán la razón por la que ejerce un
trabajo deshonrante, pero que le permite disminuir su vulnerabilidad económica. Por supuesto
que, como todos, tendrá sus condicionamientos y dificultades para desarrollar su plan de vida;
pero se manejará con libertad dentro de esas limitaciones, como que, seguramente, habrá tenido
otras posibilidades laborales, pero se inclinó por la prostitución por su mayor rentabilidad.
Recordamos aquí que el simple ejercicio de la prostitución, en forma individual e
independiente, no constituye delito; aunque, en determinadas circunstancias podemos estar ante
una contravención.
En el rufianismo, el sujeto activo no facilite ni promueve el ejercicio de la prostitución
por parte de la víctima. La víctima ejerce la prostitución sin que el sujeto activo la obligue o la
ayude. El rufián es como un parásito, que se aprovecha sin derecho de las ganancias provenientes
del ejercicio de la prostitución.
En el caso de la trata, teniendo en cuenta que el tipo exige el previo ofrecimiento, la
captación, el traslado, la recepción o acogida de personas con fines de explotación, y que se
agrava con el logro de la explotación, está claro que este delito se consuma con indiferencia de la
existencia de algún beneficio económico para la víctima. El delito de trata de personas se
consuma con anterioridad al ejercicio de la prostitución, que vendría a ser la consumación de los
fines de explotación. En cambio, en el delito de rufianismo, el presupuesto es justamente la
existencia de ganancias en poder de la víctima, de las que ella pueda disponer, lo que parece
difícil de imaginar en los verdaderos casos de trata de personas.
Inducción a la fuga
Este delito está descripto en el artículo 148 del C.P., que expresa:
“Será reprimido con prisión de un mes a un año, el que indujere a un mayor de diez
años y menor de quince, a fugar de casa de sus padres, guardadores o encargados de su
persona”.
Se reprime al que indujere a un mayor de diez años y menor de quince, a fugar de casa
de sus padres, guardadores o encargados de su persona.
El agente tiene que desplegar toda una actividad destinada a persuadir al menor para que
se fugue, es decir, tiene que inducirlo a que abandone el lugar donde se encuentra, sea la casa de
sus padres, tutores, encargados o guardadores, o un domicilio distinto, en que se encuentra a
disposición de ellos o con su anuencia (colegio, institución militar o religiosa, etc.); no
constituye el delito inducirlo a que salga de allí por lapsos más o menos prolongados, pero con la
voluntad de volver, pues tal conducta no constituye el abandono propio de la fuga. [Creus].
Buompadre considera que la fuga temporaria también es constitutiva del delito que se analiza.
La acción típica es inducir al menor a fugarse de la casa de sus padres, o de su
guardador, o de quien estuviere a cargo de su persona. Inducir es convencer, instigar, incitar,
determinar o alentar al menor de diez años a que se fugue, promoviendo la fuga o estimulando la
iniciativa del menor.
En cuanto al momento consumativo, se discute si se requiere o no la fuga para la
consumación. Núñez y Creus dicen que no, que basta con la sola inducción, resultando
indiferente, para la consumación, que el menor lleve o no a cabo la fuga. Lo que se pune es, en
realidad, el peligro que constituye la inducción con respecto a la concreción de la fuga. Por su
parte, Soler y Fontán Balestra sostienen que el delito se perfecciona con la fuga del menor
inducido, por lo cual, para esta postura, el acto de inducción fracasado constituirá una tentativa.
Al igual que en las figuras anteriores, los sujetos pasivos son los padres, guardadores o
tutores del menor.
Si bien, como ya dijimos, Moreno opinaba que cuando el menor tiene menos de diez
años, se supone la ausencia completa de las facultades para consentir, sostenía que una
“situación diferente se da cuando el menor tiene más de diez años, ya que, si bien no posee todas
sus facultades, se encuentra en mejores condiciones para la defensa que antes de haber alcanzado
la edad descripta.” "Si en la ley no hubiese ninguna disposición especial todos los mayores de
diez años estarían, con relación a los atentados de que nos estamos ocupando, en idénticas
condiciones, lo que no se ha creído justo, ni conveniente.”
Por esta capacidad, aún menguada, es que la pena de prisión es mucho más baja que en
las figuras anteriores, estableciéndose en un mínimo de un mes y un máximo de un año.
Agravantes. Diferencia entre la coacción agravada dirigida contra algún miembro de los
poderes públicos y el delito de atentado a la autoridad.
Las circunstancias agravantes del delito de coacciones están contenidas en el artículo
149 ter del C.P., que dice:
“En el caso del último apartado del artículo anterior, la pena será:
1) De tres a seis años de prisión o reclusión si se emplearen armas o si las amenazas
fueren anónimas;
2) De cinco a diez años de prisión o reclusión en los siguientes casos:
a) Si las amenazas tuvieren como propósito la obtención de alguna medida o concesión
por parte de cualquier miembro de los poderes públicos;
b) Si las amenazas tuvieren como propósito el de compeler a una persona a hacer
abandono del país, de una provincia o de los lugares de su residencia habitual o de trabajo.”
El inciso primero repite las agravantes del delito de amenazas, por lo que nos remitimos
a lo explicado respecto del delito de amenazas agravadas.
El inciso segundo incrementa la escala penal respecto del primero, en dos supuestos
muy distintos.
En el primero de ellos prevé la hipótesis de que se amenace a algún miembro de los
poderes públicos para forzar el otorgamiento de alguna medida o concesión.
Esta coacción agravada presenta alguna similitud con el delito de atentado a la
autoridad, previsto en el artículo 237 del C.P. De acuerdo a esta disposición legal, se reprime
“con prisión de un mes a un año, el que empleare intimidación o fuerza contra un funcionario
público o contra la persona que le prestare asistencia a requerimiento de aquél o en virtud de un
deber legal, para exigirle la ejecución u omisión de un acto propio de sus funciones.”
Como puede verse, tanto el sujeto pasivo de la coacción agravada como del atentado a
la autoridad son funcionarios públicos. Además, en ambos casos el sujeto activo pretende
intimidarlos para obligarlos a algo. Y ese algo puede consistir en un hacer, en cualquiera de los
dos supuestos.
En el delito de atentado a la autoridad la escala penal es sustancialmente menor, lo que
pone de relieve la importancia práctica de tener muy claro cuándo corresponderá aplicar una u
otra figura.
Alguna doctrina, sin reparar en la calidad de los sujetos pasivos y haciendo foco en la
competencia funcional, considera que el artículo 237 del C.P. es aplicable toda vez que la
medida o concesión exigida, es de la incumbencia funcional del intimidado; mientras que el
artículo 149 ter inciso 2º - a) lo es cuando se exige al funcionario la ejecución de una medida o
concesión ajena a su competencia [Creus]. Discrepamos respetuosamente, en este punto, con
quien ha sido uno de los grandes maestros de la parte especial del derecho penal, porque nos
parece que esta interpretación fuerza una incongruencia entre el grado de reproche que merecen
las distintas conductas y las penas previstas en cada una de estas normas. Con este criterio, la
coacción ejercida sobre el gobernador para que disponga el indulto de un condenado sería
reprimida con prisión de un mes a un año, puesto que se le exige la ejecución de un acto propio
de sus funciones. En cambio, la coacción ejercida sobre el Director de la Penitenciaría, con el
mismo fin, sería sancionada con la escala de cinco a diez años de prisión o reclusión, por tratarse
de un acto que está fuera de su competencia. Se penaría siempre más severamente a quien
coaccione a cualquier funcionario que fuese incompetente para dictar la medida o concesión
requerida, que a quien coaccione a los más altos funcionarios de cada uno de los poderes del
Estado, para dictar u otorgar una medida o concesión que estuviera dentro de su competencia
funcional. La absurdidad de la solución nos lleva a descartar este criterio diferenciador.
Nosotros entendemos que es el sujeto pasivo de la amenaza lo que justifica la mayor
penalidad. No es cualquier funcionario público. Tiene que tratarse de un miembro de uno de los
poderes públicos, en sentido estricto. No están incluidos sus dependientes. Aquí se coacciona a
los miembros de los poderes ejecutivos, legislativo o judicial; a quien gobierna, legisla o juzga,
en cualquiera de los niveles del Estado: nacional, provincial o municipal.
Es en la calidad de los eventuales sujetos activos y en la especialidad de lo que de ellos
se pretende, donde debe centrarse la diferencia entre la figura en estudio y el delito de atentado a
la autoridad, previsto en el artículo 237 del C.P.
En resumen, si el acto funcional cuya ejecución u omisión se exige, puede ser
considerado “medida” o “concesión”, y el destinatario de la intimidación es titular de uno de los
tres poderes públicos, se habrá configurado el delito de coacción agravada.
En los supuestos del inciso segundo, es el propósito que el autor persigue lo que merece
el mayor reproche penal. Por la expresión “hacer abandono” debe entenderse dejar, en forma
permanente. De modo que, con su amenaza, el autor debe pretender obligar a la víctima a salir
definitivamente del territorio argentino, o de alguna de sus provincias, o mudarse de su morada o
no concurrir a su lugar de trabajo.
La pena de cinco a diez años de prisión o reclusión incrementa la importancia práctica
de afinar las diferencias con el delito de usurpación de inmuebles por despojo. Atendiendo a la
subsidiariedad del delito de coacciones, aceptada uniformemente por nuestra doctrina,
debiéramos concluir que las amenazas ejercidas por el usurpador para expulsar a los ocupantes
de un inmueble, quedan subsumidas en el delito de usurpación, previsto en el artículo 181 inciso
1° del C.P. De modo que, cuando el inmueble usurpado sea la residencia habitual del sujeto
pasivo, el medio comisivo para expulsar a éste sean las amenazas y el despojo de la tenencia del
inmueble la ultraintención del sujeto activo, no sería aplicable la solución del concurso ideal de
delitos, sino que estaríamos ante un concurso aparente de leyes que se resuelve por
subsidiariedad o consunción, a favor del delito de usurpación. En otras palabras, si la coacción se
ejerciere sobre quien reside en el inmueble para que lo abandone y así poder ocuparlo, será
aplicable la escala penal prevista en el artículo 181 inciso 1º del C.P.
Cuando la ley se refiere al país, alude a la República Argentina; no queda comprendida
en el tipo la pretensión de que la víctima abandone un país distinto. Cuando menciona a una
provincia, se refiere a cualquier provincia de la República, aunque el sujeto pasivo no resida en
ella.
Los lugares de residencia habitual o de trabajo son los que ocupa actualmente el sujeto
pasivo: el hecho de tratar de impedir que cambie de residencia o asuma un determinado trabajo
queda comprendido en el tipo básico de coacciones [Creus].
El propósito del agente no se refiere a un abandono que implique sólo un alejamiento
fugaz y temporal de los lugares indicados; sino a un alejamiento más o menos definitivo o
relativamente prolongado. La utilización de amenazas para lograr un alejamiento que no tenga
estas características, tampoco pasa de la esfera de la figura simple [Creus].
BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL: