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PATRIMONIO

Según la RAE es el conjunto de bienes de una nación acumulado a lo largo de los siglos, que, por su
significado artístico, arqueológico, etc. son objeto de protección especial por la legislación.

Hoy se habla de todas aquellas entidades materiales e inmateriales significativas y testimoniales de las
distintas culturas, sin establecer límites temporales ni artísticos, considerando así las entidades de carácter
tradicional, industrial, inmaterial, contemporáneo, subacuático o de los paisajes culturales como garantes de
un importante valor patrimonial.

Según la UNESCO es la herencia cultural del pasado de una comunidad, con la que esta vive en la
actualidad y que transmite a las generaciones presentes y futuras.

LEGADO
El término legado proviene del latín legatus en el cual se hace referencia a la idea de delegar, de pasar de
una persona a otra un bien, una función, una capacidad, etc.

Significa, por tanto, todo aquellos que una comunidad lega a la posterioridad: costumbres, monumentos,
lengua, sistema de derecho, arte, etc.

Las naciones van construyendo su historia a partir del legado que recibieron oportunamente; cada pueblo
dispone de su propio legado cultural e histórico que se transmite de generación en generación.

Las culturas griega y romana, sin dudas, son el legado más relevante sobre el cual se levantó el mundo
occidental.

HERENCIA
La herencia cultural es el patrimonio material e inmaterial de un pueblo o comunidad que ha sido legado
para ser conservado y transmitido a las siguientes generaciones.

ORÍGENES DEL SISTEMA DE CONSTRUCCIÓN ROMANO


Los romanos asimilaron los modelos y sistemas de construcción de los etruscos, que fueron los que
urbanizaron Roma a imagen de las ciudades del norte del Tíber. De los griegos tomaron los diferentes
estilos arquitectónicos y de los pueblos del Oriente Medio proceden elementos como el arco, la bóveda, la
cúpula y el uso del ladrillo cocido. Tuvieron la habilidad de adaptar todas estas aportaciones a su mentalidad
y a sus intereses, y la fuerza para imponerlas.

En España las muestras mejor conservadas del urbanismo romano se encuentran en Mérida, Itálica,
Tarragona y Ampurias. En los cascos antiguos de ciudades como Barcelona, León o Astorga se puede
rastrear el trazado cuadriculado de la época romana.
TRAZADO NATURAL
Llamamos así al modelo urbano que era habitual en las primitivas aldeas prerromanas de Italia y de todo el
occidente mediterráneo: el de la Roma preetrusca. Este tipo de trazado buscaba la adaptación al medio
físico en que se asentaba, normalmente un lugar elevado, y la mejor defensa contra los enemigos. Estos
poblamientos eran re- cintos amurallados de pequeña extensión, que no respondían a ningún plan
preconcebido y estaban prácticamente sin urbanizar; se designaban con la palabra oppidum.

Se conservan algunos ejemplos de este tipo de «hábitat» en el noroeste de la península ibérica; son los
denominados castros.

Estaban construidos en alturas estratégicas, bien provistas de defensas naturales; las


viviendas de planta redondeada, con una estancia única y una cubierta de paja o ra-
maje, se agrupaban sin otro criterio que al mejor adaptación al terreno o al clima.

A este tipo de trazado perteneció la primitiva aldea descubierta sobre el Palatino, cuna
de la futura Roma. La reconstrucción de sus viviendas coincide con la de los castros
y con reproducciones en miniatura encontradas en tumbas de la zona.

TRAZADO PLANIFICADO
Este otro modelo se había ido desarrollando de un modo parecido y simultáneo por
el Mediterráneo oriental (Oriente Medio, Grecia, Sicilia) y también entre los etruscos.
De estos últimos lo copiaron los romanos, que luego lo extenderían por todo el
Imperio. Respondía a un trazado rectangular y cuadriculado, con series de calles que se
cruzaban perpendicularmente formando una red viaria dominada por la simetría.
Cada cuadrado o rectángulo resultante constituía una manzana o insula, «isla»; en el
corazón ideal de esta red se encontraba el forum. Las dos calles principales que se
cruzaban en el foro eran denominadas cardo maximus, la que iba de norte a sur, y
decumanus maximus, la que iba de este a oeste; desembocaban en cuatro puertas de
entrada a la ciudad y se prolongaban en sendos caminos, viae, a lo largo de los cuales
se situaban las necrópolis o cementerios.

El primer teórico de este tipo de planificación, que ha persistido hasta nuestros días,
fue el griego Hipódamo de Mileto (siglo V a. C.). Por otra parte, el mejor tratadista roma-
no sobre arquitectura fue Vitruvio (siglo I a. C.), que escribió los Diez libros sobre
arquitectura, obra que influyó extraordinariamente en el Renacimiento.

MURALLAS Y FORTIFICACIONES
La mayor parte de las ciudades romanas de nueva planta fueron creadas a finales de la República y
comienzos del Imperio. De ahí que no necesitaran protección especial contra enemigos exteriores, pues
estaban inmersas en el tranquilo seno de al pax romana. Pero no siempre fue así, y la propia ciudad de
Roma tuvo dos recintos amurallados; el primero, conocido con el nombre de muri Serviani, era atribuido la
rey de origen etrusco Servio Tulio y era similar al de otras ciudades etruscas; el segundo, que abarcaba un
espacio mucho más grande, es de finales del siglo I d C. bajo el emperador Aureliano. En esta época del
Bajo Imperio, ante el peligro que empezaron a suponer las incursiones de los pueblos bárbaros, casi todas
las ciudades debieron dotarse de murallas o rehacer las que tenían en un principio. En España se
conservan restos de murallas romanas en muchas ciudades. Las mejor conservadas son las de Lugo y las
de Tarragona. Las técnicas y los materiales de construcción de las murallas romanas variaban según la
zona y la época de construcción. Su anchura solía ser suficiente para el paso de carruajes y máquinas de
guerra. Estaban flanqueadas por un número variable de puertas monumentales con paso separado para
vehículos y para personas. Los lienzos de muralla entre puerta y puerta estaban reforzados por torreones,
de planta semicircular normalmente. Lienzos y torreones estaban construidos rellenan- do una «caja» hecha
de bien trabajadas piedras de sillería con una sólida argamasa de piedras, tierra y escombros.

Además de las fortificaciones urbanas, los romanos han legado dos magníficos ejemplos de su voluntad
imperialista: el Muro de Adriano, con el que protegieron la frontera de Britannia con Escocia, que cuenta con
más de cien kilómetros de longitud y una media de cinco metros de alto por no y medio de ancho; y la serie
de fortificaciones con que protegieron la frontera (limes) del Imperio contra los germanos, entre el Rin y el
Danubio.

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