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La escuela como dispositivo de domesticación de conductas

Sofia Heredia

El capitalismo contemporáneo ha pasado de ser solamente un sistema de producción a


conformarse también como un conjunto de piezas políticas, económicas y estéticas capaces
de atravesar, en todos los sentidos y en todas las direcciones, los diferentes niveles de la vida
humana. Desde esta descripción del capitalismo, daremos cuenta del funcionamiento de la
escuela como maquinaria social, productora de subjetividades y conductas.

El ser humano, limitado por repetición y comunicación, constituye pieza en una


maquinaria -que en palabras de Deleuze y Guattari es “Una multiplicidad de elementos
distintos o de formas simples que implica dependencia” (Deleuze y Guattari, 1985: 411)-, que
involucra explotación y la reducción de los hombres a meros consumidores o servidores. La
sujeción a la que nos somete la maquinaria a través de sistemas de disciplinamiento
(Foucault), nos aparta de la multiplicidad social de la que formamos parte, transformándonos
en individuos fácilmente manipulables.

En esta maquinaria, la escolarización, por su formato de distribución de tiempos y


espacios, se transforma en una herramienta efectiva para la estandarización y domesticación
de las conductas. La escuela nace con la finalidad de civilizar y brindar progreso a los Estados
Nación. Estos últimos, veían necesaria la creación de una identidad colectiva homogénea que
evitara futuros conflictos y la capacitación de profesionales para las industrias en desarrollo.
De esta manera, la escolaridad se convierte en obligatoria. Por otro lado, a través de la
impartición de saberes que permiten la coacción sobre los estudiantes, se presenta como la
posibilidad de ascenso social para los individuos de las clases más bajas. Se asiste, entonces, a
la conformación de nuevos profesionales y de subjetividades acordes con los ideales del
capitalismo y, como sostiene Filmus, del gobierno de turno.

La labor de las maquinarias se realiza sobre individuos que se suponen libres de elegir
entre una cosa u otra, generando subjetivaciones serializadas y estandarizadas. Con dicha
labor, el capitalismo asume el control de los deseos humanos.

El propósito del siguiente trabajo es poner en foco de atención las herramientas


utilizadas por el sistema educativo, en especial las escuelas, que son usadas por el capitalismo
al trabajar al servicio de las clases dominantes por ser el objetivo principal de la educación
enseñar a obedecer. Basándonos, especialmente, en el trabajo de Deleuze y Guattari en “El
Anti-edipo: Capitalismo y esquizofrenia”, nos abocaremos a retomar elementos de análisis
que permiten dar cuenta de las herramientas de las que se sirven las escuelas a la hora de
producir conductas y subjetividades, para ampliar la perspectiva pedagógica centrada en el
problema de la disciplina.

Deleuze y Guattari describen la manera en que la máquina social funciona creando


conexiones que determinan modelos de vida y establecen qué sujetos encajan como piezas
dentro del sistema social (Deleuze y Guattari, 2005:397). La máquina deseante es la que crea
un régimen de control del deseo en este sistema, organizando conexiones y ejerciendo cortes
sobre el cuerpo colectivo (Deleuze y Guattari, 2005 :200)

De esta manera, el capitalismo, siendo un dispositivo de servidumbre maquínica y un


conjunto de dispositivos de sujeción social, emplea a la escuela y a todo ser humano que
constituye pieza con ella, como medio para sus propios fines en tanto compone un espacio de
producción e imposición de identidades homogéneas. También utiliza a los individuos para su
inserción en el mercado laboral, así como la producción de nuevas tecnologías para el
desarrollo económico y social del país.

El sistema capitalista, mediante la sujeción, nos individua, nos constituye en sujetos


siguiendo las exigencias del poder. La servidumbre maquínica le brinda al capitalismo la
posibilidad de atravesar los roles, las funciones y los significados mediante los cuales los
sujetos se reconocen y se alienan. El capital pone de esta manera a trabajar las funciones
perceptivas, los afectos, los comportamientos inconscientes. El deseo pasa por todas las
piezas de la máquina deseante que no están pacificadas, habiendo en ellas dominaciones y
servidumbres yuxtapuestas y el capital asume el control de la carga de deseo de la
humanidad.

En El mito de la maquina, Mumford (1967), el Estado funciona como máquina invisible


cuyo propósito principal es el de movilizar a las multitudes y coordinar sus actividades tanto
en el tiempo como en el espacio, con una finalidad prevista y calculada. Lo difícil resulta ser
organizar a un grupo aleatorio de seres humanos arrancados de sus familias, sus comunidades
y ocupaciones habituales, cada uno de ellos dotados de una voluntad, para convertirlos en un
grupo mecanizado capaz de ser manipulado a voluntad. El secreto del control mecánico
consiste en que al frente de la organización hubiera una sola mente con un objetivo claro y un
método de transmisión de mensajes a través de una serie de funcionarios intermediarios,
hasta llegar a una unidad más pequeña.

El capitalista maneja el lenguaje numérico de control, el cual, está compuesto por cifras
que destacan o prohíben el acceso a la información. Aquí, no es solo propietario de los medios
de producción, sino que, además, tiene control sobre centros concebidos analógicamente,
como lo son las escuelas, las casas donde viven los obreros, etc. En estos casos hay una
introducción de índole empresarial, en especial, en dicho ámbito escolar.

La escuela aparece entre los siglos XV y XVI, producto de la actividad que realiza el
hombre al comenzar a pensarse con criterios independientes a los divinos. Una de las
misiones más importantes que tenía es la de difundir los nuevos preceptos de la razón y con
ello construir el ordenamiento social. La educación impartida por la escuela podía provocar
cambios económicos, sociales y políticos al institucionalizar las ideas vigentes de la revolución.

Dentro de los roles que tenía el sistema educativo se destacaban la integración política,
la impartición del pensamiento de identidad nacional, la cohesión social, la transmisión de los
valores de las clases dirigentes y la selección y legitimación de las elites dominantes. (Caruzzo
y Dussel, 1999 : 91) Los dispositivos educativos funcionan, entonces, dentro de una sociedad y
en vinculación con su entorno. La escuela, siendo una máquina social, es a su vez máquina
deseante de un cuerpo lleno que maquina, de hombres y herramientas en él maquinadas. En
ella el deseo triunfa o es oprimido. Estas máquinas deseantes no están pacificadas, en ellas se
encuentran aquellos que dominan y aquellos que son dominados, también hay elementos
mortíferos, piezas sádicas y piezas masoquistas yuxtapuestas.
Lo que, precisamente, define a las máquinas deseantes es su poder de conexión hasta
el infinito, en todos los sentidos y en todas las direcciones. Es incluso por ello que son
máquinas, atravesando y dominando varias estructuras a la vez (Deleuze y Guattari,
2005 :399)

Las máquinas deseantes son iguales a las máquinas sociales y técnicas, sin embargo,
cubren el rol de ser el inconsciente. Ellas manifiestan y movilizan las asociaciones del deseo
que corresponden a las asociaciones conscientes o preconscientes (de interés) de la
economía, de la política y de la técnica de un campo social determinado. La escuela es una
conquista social y un aparato de inculcación ideológica de las clases dominantes que implicó
dependencia, alfabetización masiva, la expansión de los derechos y la entronización de la
meritocracia, la construcción de naciones y la imposición de la cultura occidental.

El sistema educativo crea entre las personas un sentimiento de rivalidad disfrazado de


sana competencia, lo cual las motiva y las pone en diferentes bandos con respecto de los
otros, atravesándolos y dividiéndolos en su interior. El poder dentro de él masifica a la vez que
individua (Deleuze, 1999) Esto quiere decir que, mediante su ejercicio, forma un cuerpo con
aquellos a los que se impone y al mismo tiempo moldea la individualidad de cada uno de los
miembros.

En la escuela se recortan, se seleccionan y se ordenan los saberes que se considera


deben ser impartidos a los alumnos. Esta selección es previa al acto de enseñanza y ajena a los
agentes receptores. El currículo es un espacio de lucha y negociación, de tendencias
contradictorias, toma formas sociales particulares e incorpora intereses que son producto de
oposiciones y negociaciones entre los grupos intervinientes.

La disposición en serie, caracterizada por las actividades llevadas a cabo por los
alumnos al realizar ejercicios, permite una fiscalización de la duración por el poder, la
posibilidad de un control detallado y de una intervención puntual. El ejercicio es el medio por
el que se impone a los cuerpos tareas repetitivas y diferentes, pero siempre graduadas. Este
influye en los comportamientos en el sentido que se dispone hacia un estado terminal. De
esta manera, se garantiza en forma de continuidad y coerción, un crecimiento, una
observación, una clasificación.

La función disciplinadora de la escuela, según Foucault (2002), se hace notoria en el


ejercicio de su control de la actividad de los alumnos. En ello el tiempo toma suma
importancia en cuanto se establecen ritmos, se obliga a ocupaciones determinadas y se
regulan los ciclos de repetición. El hombre, por recurrencia, junto al conjunto del que es parte,
formará máquina desde que esa característica le es comunicada. Aquí la comunicación alcanza
un grado superior, los estudiantes forman pieza con la máquina y pasan a ser pieza de ella,
siendo distribuidos y clasificados de forma aleatoria por el sistema educativo. En dicha
máquina, se busca que la calidad del tiempo que transcurre sea asegurada. Hay un control
ininterrumpido por parte del maestro que cumple rol de vigilante, se suprime todo aquello
que pueda turbar y distraer y se trata de construir un tiempo útil.

La educación puede ocultar la realidad de dominación y alienación. Una de las


herramientas que se utilizan para enmascarar esta dominación es la omisión de un afuera, de
aquello que es extraescolar. Así, lo educativo queda circunscripto al ámbito del aula habiendo,
de esta manera, ausencia de la historia y recorte de la relación educación - contexto, siendo
esto lo que prohíbe una lectura dialéctica de los procesos educativos.
Estas técnicas minuciosas, frecuentemente íntimas, tienen su importancia al definir de
cierta manera la adscripción política y detallada del cuerpo. Son pequeñas ardides que tienen
apariencia inocente, pero que cuya apariencia es sospechosa, dispositivos que obedecen a las
economías y persiguen coerciones.

La ampliación de la utilización de medios tecnológicos por el aumentativo número de


gente, la proliferación de pequeñas máquinas y la adaptación de las máquinas más grandes a
las pequeñas, la venta exclusiva de elementos maquínicos que son conseguidos por aquellos
que cumplen el rol de usuarios-productores, la destrucción de la especialización del saber y
del monopolio profesional. Todo esto evidencia que cosas tan diferentes como el monopolio o
la especialización de los conocimientos no tienen que ver con alguna necesidad tecnológica,
sino a cuestiones económicas y políticas que concentran el poder y el control en las manos de
una clase dominante.

Siguiendo a Freire (1972), consideramos a la escuela distribuyó desigualmente los


conocimientos y no se caracterizó por un impulso a la igualdad y a la autonomía del
pensamiento. Las propuestas curriculares son propuestas por economistas que ven al
conocimiento como una mercancía, a la escuela como un shopping del saber, los padres como
clientes y a los docentes como proletariado. En dichas escuelas, las grandes máquinas
involucran relaciones de producción capitalista e implican la dependencia, la explotación, la
impotencia de aquellos que se ven reducidos al estado de meros consumidores o sirvientes.
Esta propuesta es la que tiende a profundizar la desigualdad. Este es el mecanismo por el cual
se convierte a la educación en mercancía y se la destruye como idea de derecho social.

Conclusiones

Para finalizar, podemos decir que el rol que ha cumplido la escuela a lo largo de los años
ha estado al servicio de aquellos que se encuentran en el poder, enseñando a las clases bajas
a obedecer. Su función homogeneizadora ha creado subjetividades y realidades que han
permitido al sistema capitalista tomar el control de la carga de deseo de la humanidad.

La sujeción a la que nos somete la maquinaria educativa, a través de sus medidas


disciplinadoras y homogeneizadoras, nos aparta de la multiplicidad social de la que formamos
parte, transformándonos en individuos fácilmente manipulables reduciéndonos a los sujetos a
meros consumidores o servidores.

Mientras la escuela sostiene que imparte conocimientos para todos los estudios,
teóricos y empíricos, en realidad, es una agencia destinada a preservar el orden social de
manera desigual e injusta. Los conocimientos que parecían neutrales, en realidad, eran
discriminadores, distribuyendo de esta manera valores que resultan útiles a los grupos de
poder. La escuela, como ya se dijo, es una maquina social, que, a su vez, es maquina deseante.
En ella los deseos son abalados u oprimidos. Así, el servicio prestado por las escuelas es el de
reproducir las relaciones de dominación en las sociedades capitalistas. Todo esto concluyendo
en la simplificación y automatización de los sujetos.

Sin embargo, entre los preceptos principales de la escuela en sus inicios, estuvo la
difusión de la razón para construir el nuevo orden social. Caído el orden divino como
estabilizador de la sociedad el desafío de la modernidad era construir un nuevo orden y
criticar al anterior. De esta manera, la razón y el conocimiento racional fueron considerados el
fundamento de los nuevos proyectos de la sociedad, ocupando así la educación un lugar
central.

Es por estos motivos que para democratizar la educación, el docente debe saber que
enseñar no es transferir contenidos de su cabeza a la de los alumnos, sino que debe posibilitar
que los alumnos desarrollen su curiosidad, tornándola cada vez más crítica al producir
conocimiento junto a los profesores. También se debe brindar a los alumnos las propias
herramientas para construir su propia comprensión del proceso de conocer y del objeto
estudiado.

La escuela debe combatir la desigualdad estructural y aceptar las diferentes culturas


que habitan dentro de su marco institucional. Permitir que las personas puedan crearse sus
propias oportunidades y dotar de herramientas para que eso ocurra. Debe dejar de lado los
intereses de las clases dominantes para servir a aquellos que tienen más necesidades, con el
fin de prestar igualdad de oportunidades o por lo menos, tratar de llegar a un equilibrio, en
donde aquellos que son marginados puedan acceder a ese sistema que los deja de lado.

«¿Cómo es posible que los hombres deseen la represión no sólo para los otros, sino para sí
mismos?» (Deleuze y Guattari, 2005 :411)

Bibliografía

CARUSO, M. y DUSSEL, I. (1999) De Sarmiento a los Simpsons: cinco conceptos claves para
pensar la educación contemporánea, Buenos Aires, Argentina: Kapelusz.

DELEUZE, G. y GUATTARI, F. (1985) El Anti Edipo: Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona,


España: Paidós

DELEUZE, G. (1999) Post-scriptum sobre las sociedades de control en conversaciones, Valencia:


Pre-textos.

FOULCAUT, M. (2002) Vigilar y Castigar: nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Argentina:


Siglo XXI.

FREIRE, P. (1972) Pedagogía del Oprimido, Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

MUMFORD, L. (1969) “The Mith of the Machine”, Buenos Aires, Argentina: Emecé.

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