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Informe de la ciudad antigua de ibati

Ibatín o Ebatín deriva de la voz tonocoté eatym (chacra o sementera de maíz, según el
Tonocoté de Machoni). Tierra labrada, para los indígenas. Y para los españoles tierra de
panllevar, tierra próspera, o sea: tierra de promisión.

La ciudad tenía la forma de un damero o trazado de retícula, un cuadrado con siete


manzanas de cada lado; o sea, cuarenta y nueve manzanas con la de la plaza en el
centro. Inicialmente, era más bien una aldea fortificada, ya que existían solamente unos
cuantos ranchos de paja rodeados de una empalizada. Una zona céntrica más poblada
alrededor de la plaza. Las calles tenían doce varas (10,40 m) de ancho y las manzanas un
largo de ciento sesenta y seis varas (143,75m).

Las construcciones principales eran el Cabildo con una cárcel y un cuartel, la iglesia
Matriz, las iglesias de los jesuitas, de los mercedarios, de los franciscanos y la de San
Judas Tadeo y San Simón (que era más bien una ermita), destruida en la inundación de
1678 y cuyas imágenes se conservan en la Catedral de San Miguel de Tucumán. Las
manzanas estaban divididas en cuatro grandes solares, que dejaban en el centro una zona
verde, al encontrarse los fondos no edificados de las viviendas.

La ubicación fue parte de la estrategia militar diseñada por el veterano conquistador


Francisco de Aguirre, con exhaustivo conocimiento del terreno. Estaba en el corazón de la
extensa Gobernación del Tucumán, en el lugar justo donde el camino desde Lima hasta el
Río de la Plata abandonaba la montaña para introducirse en la llanura.

Era el mismo paraje donde antes habían estado El Barco I de Núñez del Prado y Cañete
de Pérez de Zurita, sin que esta afirmación signifique que las tres ciudades estuvieran
exactamente en el mismo lugar. Estaban ubicadas cerca del pie de la cuesta que se usaba
para bajar desde el valle del Tafí, que a su vez era el camino hacia los Valles Calchaquíes;
es decir, formaba parte de una de las rutas posibles desde el Alto Perú.

Esa cuesta, llamada inicialmente "Quebrada del Calchaquí" y posteriormente "Quebrada


del Portugués", baja de El Mollar directamente hacia el sur; era la ruta usada por los
diaguitas —y quizá los incas— para bajar de los Valles Calchaquíes a la selva, para
aprovisionarse de carne y madera. Fue posteriormente abandonada, y ahora se accede a
Tafí del Valle por la quebrada del río de los Sosa, mucho más al norte, y más adecuada
para comunicarse con la actual ubicación de San Miguel de Tucumán.

Dice el profesor Teodoro Ricci (’Evolución de la ciudad de San Miguel de Tucumán’) que
esta ciudad fue un eslabón más dentro de ese entramado, adquiriendo personalidad
definida que le dio rol preponderante dentro del conjunto y la ubicó como la segunda
población perdurable de la zona, después de Santiago del Estero.

La antigua ciudad limitaba al norte con el río Pueblo Viejo (también llamado río de la
Quebrada o del Tejar), afluente del río Balderrama; al sur, a unos 7 kilómetros, con el
Seco, afluente del Salí; al oeste, con las primeras estribaciones del Aconquija y a
poca distancia del actual caserío de Pueblo Viejo.

La Gobernación de Tucumán, Juríes y Diaguitas fue creada por real cédula de Felipe II, el
29 de agosto de 1563, estando sometida al virrey de Perú en asuntos de gobierno y a la
Audiencia de Charcas en cuestiones de justicia. El conde de Nieva, a la sazón virrey del
Perú, designó gobernador de la misma a Francisco de Aguirre. Este encomendó a
Villarroel, en provisión del 10 de mayo de 1565, instalar un pueblo "en el campo que llama
en lengua de los naturales Ibatín, ribera del río que sale de la quebrada".
Informe de la ciudad antigua de ibati

El 31 de mayo de 1565, Diego de Villarroel tomó juramento como alcaldes ordinarios a


Pedro de Villalba y a Juan Núñez de Guevara y como regidores a Antonio Berru, Diego de
Saldaña, Bartolomé Hernández, Francisco Díaz Picón, Pedro Lorique y Diego de Vera.

En 1582, vivían en la ciudad, según Sotelo de Narváez, unos veinticinco vecinos


encomenderos y tres mil indios de servicio de los Diaguitas, Tonocotés y Lules.

En 1607, según la relación de Alonso de Rivera, los vecinos españoles casados eran
treinta y dos, con unos mil cien indios en paz, repartidos entre ellos; algunos mercaderes y
criollos sueltos, pobres y holgazanes y muchos mestizos de ’la misma calidad’.

En 1618 vivían en la zona doce mil almas, según carta de Diego de Torres, Provincial de la
Compañía de Jesús. En 1671 los indios encomendados llegaban sólo a dos mil.

En 1680, el padre Altamirano calculaba en ciento cincuenta los vecinos españoles, gente
tan pobre y decaecida que no pueden efectuar la mudanza.

Allí, la antigua San Miguel de Tucumán estuvo durante 120 años. Se transformó en una
pujante ciudad gracias a la fertilidad de su suelo y a su ubicación, situada a la vera del
camino de la Quebrada del Portugués que unía Perú con el Río de la Plata, pasando por
los Valles Calchaquíes. En 1590 el padre Lizárraga decía que esta ciudad tenía mejores
edificios que Santiago del Estero.

La vida comercial era activa, basada en su producción agropecuaria y en sus industrias, la


principal de las cuales era la maderera, favorecida por los tupidos bosques donde
abundaban los cedros y los nogales. Esta materia prima era usada fundamentalmente en
la construcción de carretas, ya que la ciudad era la principal proveedora de este pesado
vehículo en todo el virreinato, gracias al cual se desarrollaba la mayor parte de la actividad
comercial

Grupo:

 Marín francisco Exequiel


 Santana Alejandro
 Matos Martin José
 Lobo Alejo Agustín

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