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1. Con ello, Quesnay se oponía a las tesis mercantilistas hasta entonces dominantes, según las
cuales el beneficio tenía su origen en la circulación. Desarrolló sus teorías en diferentes artículos de
la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot y en sus obras Tableau Economique y Maximes génerales du
governement économique d’un royaume agricole, ambas publicadas originalmente en 1758.
2. Richard Cantillon, Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general [1755]. Estudio preliminar
de William Stanley Jevons. México: Fondo de Cultura Económica, 1950, primera parte, cap. I,
p. 13.
3. Thomas R. Malthus, Ensayo sobre el principio de la población [1798]. Madrid: Akal, 1990.
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4. Ludwig von Mises, Human Action. A Treatise on Economics. Auburn, Alabama: Ludwig von Mi-
ses Institute, 1998, parte 1, cap. VII, punto 2, pp. 127 y ss. Esta obra fue publicada originalmente
por la Universidad de Yale, en 1949.
5. Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. México: Fondo
de Cultura Económica, 1990 [1776].
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6. David Ricardo, Principios de economía política y tributación [1817]. México: Fondo de Cultura
Económica, 1959, pp. 51-63.
7. Ibídem, pp. 64-66.
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8. Douglass C. North y Robert P. Thomas, El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia
económica (900-1700). Madrid: Siglo XXI, 1991, pp. 5-7. La primera edición de esta obra fue publi-
cada por Cambridge University Press, en 1973.
9. Douglass C. North, “Economic Performance Through Time”, American Economic Review, vol.
LXXXIV, nº 3 (Pittsburg, Pennsylvania, 1994), p. 359.
10. Joseph A. Schumpeter, “The Creative Response in Economic History”, The Journal of Eco-
nomic History, vol. VII (Tucson, Arizona, 1947), pp. 149-159, citado en Carlo M. Cipolla, Historia
económica de la Europa preindustrial. Barcelona: Crítica, 2002, pp. 122-123.
11. Ibídem.
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12. Sobre todo ello, véase Carlo M. Cipolla, Entre la Historia y la Economía. Introducción a la His-
toria económica. Barcelona: Crítica 1991, pp. 15-29.
13. En este sentido, el concepto de instituciones supera ampliamente su tradicional definición
que reduce su significado y las identifica con las organizaciones. Así, las instituciones han sido defi-
nidas por Ostrom como el conjunto de reglas de trabajo que son usadas para determinar quién toma
las decisiones, qué acciones son permitidas o restringidas, cuáles son las reglas y los procedimientos
que deben ser usados, qué tipo de información se ofrece y qué beneficios son asignados a los indivi-
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duos dependiendo de sus acciones. Este concepto abarca, pues, no sólo organizaciones, sino también
reglas de comportamiento, creencias, tradiciones y leyes. Elinor Ostrom, Governing the Commons:
The evolution of Institutions for Collective Action. Cambridge: Cambridge University Press, 1990, p.
51.- Más allá, pero en la misma línea, North las ha definido como la estructura de incentivos con
que cuentan las sociedades para llevar a cabo su desarrollo económico. Douglass C. North, Estruc-
tura y cambio en la Historia económica. Madrid: Alianza, 1984.- De una forma más llana, vale decir
que “si las instituciones son las reglas de juego, las organizaciones son los jugadores”, Susana Val-
divieso, “North y el cambio histórico: luces y sombras de la Nueva Historia Institucional”, Revista
de Economía Institucional, vol. 4 (Bogotá, 2001), p. 162.
14. En palabras de North, “la revolución cliométrica en Historia económica, que ha utilizado
la teoría neoclásica y los métodos cuantitativos en su objetivo de describir y explicar el comporta-
miento económico del pasado, ha ganado en rigor y en pretensión científica, pero en detrimento de
la exploración de un conjunto de cuestiones más fundamentales concernientes a la estructura evo-
lutiva de las economías que sirven de base a sus comportamientos”. Douglass C. North, ”Structure
and Performance: the Task of Economic History”, Journal of Economic Literature, vol. 16 (Pittsburg,
Pennsylvania, 1978), p. 963, citado en Valdivieso, art. cit. pp. 157-158; véanse, en general, las pp.
157-160.- Acerca de Robert Fogel hay que aclarar que recibió en 1993 el Premio Nobel, ex aequo
junto a Douglass C. North, precisamente por sus innovaciones y renovación de la investigación de
la Historia económica a partir de la aplicación de técnicas cuantitativas que sirven para explicar los
cambios económicos e institucionales. Ronald Coase ya había sido galardonado con el Nobel dos
años antes, y en 2009 lo serían Elinor Ostrom y Oliver Williamson. Sin embargo, parece que los
planteamientos de North y, en general, de la escuela neoinstitucionalista son poco familiares para el
americanismo colonial, y que la metodología que proponen ha encontrado mayor seguimiento entre
los historiadores que se dedican al periodo contemporáneo.- En general, la literatura historiográfica
que valora las aportaciones de la Nueva Economía Institucional es amplísima. Para una síntesis,
véase Nieves San Emeterio Martín, Nueva Economía Institucional. Madrid: Editorial Síntesis, 2006,
en especial, las pp. 131-159.- No obstante, además de las obras anteriormente citadas, no podemos
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obviar la referencia directa a Douglass C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico.
México: Fondo de Cultura Económica, 1993. Esta obra fue publicada originalmente por Cambridge
University Press, en 1990.
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15. Woodrow W. Borah, New Spain’s Century of Depression. Berkeley: University of California
Press, 1951.
16. Por lo demás, la interpretación de Chaunu se complementaba con la existencia de dos ciclos,
uno del oro y otro de la plata, definidos en función de la composición de las remesas metálicas en-
viadas al puerto de Sevilla. Pierre Chaunu, Conquista y exploración de los Nuevos Mundos (siglo XVI).
Barcelona: Editorial Labor, 1973, pp. 165-167.- Las cifras a que hace referencia se encuentran en
Pierre y Huguette Chaunu, Séville et l’Atlantique (1504-1650). París: Armand Colin, 1955-1959.-
Esos ciclos se basan en la secuencia de cifras elaborada por Earl J. Hamilton, El tesoro americano
y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona: Crítica, 2000, p. 47.- No obstante,
como ya hemos señalado en alguna otra ocasión, tanto los ciclos de Chaunu y como las coyunturas
de Hamilton hacían referencia exclusivamente a las remesas legales y no al desarrollo del sector
minero-metalúrgico indiano, en general, ni novohispano, en particular. Y, como sabemos, las cifras
de exportación de metales no son un indicador fiable y certero de la producción minera y, por tanto,
no deben ser tomadas como un reflejo exacto de ésta. Por otra parte, los propios avances en el cono-
cimiento del movimiento real del tráfico atlántico de metales preciosos desmentirían la validez del
esquema cíclico y alteraron completamente esta interpretación, como demostró el trabajo Morineau
sobre los caudales remitidos fuera de registro. Michel Morineau, Incroyables gazettes et fabuleaux mé-
taux : les retours des trésors américains d’après les gazettes hollandaises : XVIe-XVIIIe siècles. Londres-París, :
Cambridge University Press-Maison des Sciences de l’Homme, 1985.
17. José Carlos Chiaramonte, “En torno a la recuperación demográfica y la depresión económica
novohispanas durante el siglo XVII”, Historia Mexicana, vol. XXX, nº 4 (México, 1981), p. 582.
18. David A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico, 1763-1810. México: fondo
de Cultura Económica, 1975, pp. 26-27. Esta obra fue publicada originalmente por Cambridge
University Press, en 1971.
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19. Peter J. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial. Zacatecas (1546-1700). México:
Fondo de Cultura Económica, 1997, publicada originalmente por Cambridge University Press,
en 1971.- También de Bakewell, “Los determinantes de la producción minera en Charcas y en
Nueva España durante el siglo XVII”, Heraclio Bonilla, El sistema colonial en la América española.
Barcelona: Crítica, 1991, pp. 58-72.- “La minería en la Hispanoamérica colonial”, Leslie Bethell
(ed.), Historia de América Latina. 13 vols. Barcelona: Cambridge University Press-Crítica, 2000,
vol. III, pp. 49-91.
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20. Mervin F. Lang, El monopolio estatal del mercurio (1550-1710). México: Fondo de Cultura
Económica, 1977.
21. Para una crítica razonada de algunos de sus planteamientos, véase J. Lacueva Muñoz, La
plata del rey y sus vasallos. Minería y metalurgia en México (siglos XVI y XVII). Sevilla: Universidad de
Sevilla-CSIC-Diputación de Sevilla, 2010, en especial, los capítulos I, II y III.
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22. David. A. Brading y Harry Cross, “Colonial Silver Mining; Mexico and Peru”, Hispanic
American Historical Review, vol. LII, nº 4 (Durham, Carolina del Norte, 1972), pp. 545-579.
23. Este tipo de exposiciones puede estar condicionada por un enfoque didáctico o racionali-
zador, pues hay que reconocer que resulta muy difícil no seguir una exposición secuencial de los
diferentes elementos que constituyen las partes del sistema productivo. Como ejemplo de ello podría
mencionarse el estudio de Bakewell sobre “Los determinantes de la producción minera en Charcas
y en Nueva España en el siglo XVII”, ya citado, o el artículo de Rosario Sevilla Soler, “La minería
americana y la crisis del siglo XVII. Estado del problema”, Suplemento del Anuario de Estudios Ameri-
canos. Historiografía y bibliografía americanistas, vol. XLVII, nº 2 (Sevilla, 1990), pp. 61-81, en el que
se hace una exposición muy clara de la bibliografía y los debates historiográficos sobre la crisis del
siglo XVII en el contexto americano.
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24. Sobre la distribución regional de la producción novohispana en los siglos XVI y XVII, véase
Lacueva, La plata del rey, cap. V.- Sobre las tendencias seculares, véase Richard L. Garner, “Long-
Term Silver Mining Trends in Spanish America: A Comparative Analysis of Peru and Mexico”, The
American Historical Review, vol. XCIII, nº 4 (Bloomington, Indiana, 1988), pp. 889-914.- Obvia-
mente, no podemos omitir la referencia al fundamental estudio de John J. TePaske y Herbert S.
Klein, Ingresos y egresos de la Real Hacienda de Nueva España. 2 vols. México: Instituto Nacional de
Antropología e Historia, 1988.