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LA BÚSQUEDA DE UN FACTOR

DETERMINANTE COMO TEMA DE


LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE LA
PRODUCCIÓN MINERA NOVOHISPANA
DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
LA BÚSQUEDA DE UN FACTOR DETERMINANTE COMO TEMA DE LA HISTORIOGRAFÍA...

Jaime J. Lacueva Muñoz


Universidad de Sevilla

E n términos económicos, la producción puede definirse básicamente como


el proceso mediante el cual se crean u obtienen los bienes y servicios
que satisfacen las necesidades humanas. Tradicionalmente se ha aceptado que
existen tres factores que determinan los procesos de producción, definidos
como tierra, trabajo y capital. Por tierra se entiende la cantidad disponible no
sólo de terreno cultivable, sino de recursos naturales en general, entre los que
se encuentran obviamente los depósitos minerales. Con el término trabajo se
define la actividad humana empleada en la producción de bienes y, por tanto,
no sólo la energía física, sino también los conocimientos necesarios aplicados
a la misma. Finalmente, bajo el concepto de capital se incluye el conjunto de
recursos que se invierten en la actividad para hacer más eficaz la acción de los
trabajadores, como las instalaciones y la maquinaria.
Esta clasificación de los factores de producción procede de un análisis
sociológico del sistema económico inglés tal y como estaba configurado a
finales del siglo XVIII, es decir, tal y como pudo ser observado por los eco-
nomistas clásicos. De la misma manera que la clasificación de los órdenes
estamentales se había formulado para teorizar, legitimar y perpetuar el mo-
delo de organización social y económica del Occidente medieval y cristiano,
esta conceptualización ilustrada, liberal –y burguesa– se estableció a partir
de la estructura socioeconómica particular de la Inglaterra de la Revolución
industrial y contribuyó a justificar la distribución del ingreso entre tres clases
sociales bien diferenciadas: a la aristocracia terrateniente debían correspon-
derle las rentas de la tierra que poseía; al proletariado urbano y rural, el jornal
que percibía a cambio de su trabajo; a la burguesía, el beneficio empresarial
con que se retribuían sus inversiones.
Por ello, si se pretende superar el enfoque ético o didáctico con que
fue concebido este modelo trinitario, es preciso considerar cada uno de sus
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componentes en toda su variada y heterogénea naturaleza y, asimismo, com-


prender estos factores de forma integrada; es decir, como elementos com-
plejos cuya interacción da como resultado el sistema que podríamos definir
como organización económica. A pesar de esta precaución, economistas e
historiadores no siempre han enfocado la cuestión con esta necesaria pers-
pectiva integradora. Muy al contrario, el análisis del comportamiento de los
factores de producción tiende realizarse de forma aislada, sin considerar que
es, precisamente, el equilibrio que se establece entre ellos en cada situación
lo que determina los resultados de la producción.
Así, desde el nacimiento de la ciencia económica se han sucedido dife-
rentes consideraciones en torno a cuál es el elemento singular y primordial-
mente determinante del crecimiento. Los fisiócratas asociaron riqueza con
producción primaria y, en este sentido, Quesnay planteó su doctrina del pro-
ducto neto, al postular que sólo la actividad agrícola permite que el producto
obtenido sea mayor que los insumos utilizados en la producción y que, por
tanto, es la extracción de recursos naturales el único sector capaz de generar
excedentes económicos1.
Pero, al poco tiempo, esta noción material de la riqueza fue adquiriendo
un significado más abstracto y los recursos naturales dejaron de ser conside-
rados como la exclusiva raíz del crecimiento, protagonismo que fue cedido al
factor trabajo. Precisamente, la idea que abre el Ensayo sobre la naturaleza
del comercio, de Cantillón, es que “la tierra es la fuente o materia de donde se
extrae la riqueza, y el trabajo del hombre es la forma de producirla”2. Dado
que, en efecto, la producción de cualquier artículo requiere al menos la com-
binación de dos factores de producción, por ejemplo, una parcela de tierra
(recursos naturales) y un campesino (trabajo), podría pensarse que si aumenta
la cantidad de los factores implicados en la producción, ésta habría de ele-
varse en la misma proporción. Sin embargo, esto no siempre ocurre porque
las reservas de recursos naturales constituyen un total fijo impuesto por las
condiciones de la naturaleza, tal y como planteó Malthus3.
Esta cuestión estaba generalmente asociada a la tierra, a la producción
agrícola y a la demanda de alimentos, que constituía una preocupación de
primer orden en una sociedad que experimentaba un crecimiento cuanti-
tativo de su población, como era la europea y, en particular, la británica de

1. Con ello, Quesnay se oponía a las tesis mercantilistas hasta entonces dominantes, según las
cuales el beneficio tenía su origen en la circulación. Desarrolló sus teorías en diferentes artículos de
la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot y en sus obras Tableau Economique y Maximes génerales du
governement économique d’un royaume agricole, ambas publicadas originalmente en 1758.
2. Richard Cantillon, Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general [1755]. Estudio preliminar
de William Stanley Jevons. México: Fondo de Cultura Económica, 1950, primera parte, cap. I,
p. 13.
3. Thomas R. Malthus, Ensayo sobre el principio de la población [1798]. Madrid: Akal, 1990.
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finales del siglo XVIII. No obstante, el problema de la limitación natural se


concebía de forma semejante para todos los sectores productivos y, de hecho,
coincide con la noción que, tiempo después, Ludwig von Mises identificaría
como la “determinación cuantitativa”, según la cual todo lo físico tiene una
capacidad determinada y delimitada de producir efectos4.
En términos maltusianos, ese máximo teórico al crecimiento de la pro-
ducción que imponía la oferta finita de recursos naturales únicamente podría
superarse si se incrementaban las cantidades de trabajo y capital invertido.
Así, según había ya postulado Adam Smith, la especialización y división del
trabajo y el progreso tecnológico permitirían convertir el crecimiento eco-
nómico en un proceso acumulativo, caracterizado por un ingreso per capita
cada vez mayor como condición de la generalización del bienestar individual.
A su vez, ello podría potenciarse aún más cuando actuaran las economías de
escala, es decir, cuando se cumpliera el principio de que el costo de produc-
ción de un bien desciende a largo plazo a medida que aumenta la dimensión
en que se produce5.
Sin embargo, muy pronto David Ricardo desmentiría este optimista
principio al formular la ley de los rendimientos decrecientes, según la cual,
cuando un factor de producción se mantiene en una cantidad constante (fac-
tor fijo), la simple aplicación de una mayor cantidad de los otros (factores va-
riables) no contribuye a incrementar la producción en la misma proporción;
muy al contrario, la producción y su rendimiento económico tienden a dismi-
nuir a largo plazo. Es decir, que siempre hay un momento en que el aumento
del capital hace disminuir los beneficios, como a veces también se formula
esta ley. Por ello, tarde o temprano, para incrementar la producción en la
misma proporción en que se incrementan los factores variables o, incluso,
para incrementarla en términos absolutos, resulta imprescindible aumentar la
cantidad del factor que hasta entonces se ha mantenido fijo.
En estrecha relación con la ley de rendimientos decrecientes y con la
necesidad de ampliar la dotación de recursos naturales se encuentra un fenó-
meno económico que también fue identificado por Ricardo: el aumento de la
cantidad de recursos naturales (el factor que generalmente se considera fijo)
tampoco implica siempre un rendimiento creciente. Así, cuando un campe-
sino pretenda aumentar su cosecha ampliando su parcela de tierra cultivable,
siempre que se encuentre en condiciones de elegir, escogerá explotar aque-
llos terrenos donde mayor sea la productividad de su trabajo. Tal y como lo

4. Ludwig von Mises, Human Action. A Treatise on Economics. Auburn, Alabama: Ludwig von Mi-
ses Institute, 1998, parte 1, cap. VII, punto 2, pp. 127 y ss. Esta obra fue publicada originalmente
por la Universidad de Yale, en 1949.
5. Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. México: Fondo
de Cultura Económica, 1990 [1776].
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expresó Ricardo, empezará cultivando los terrenos de primera calidad. Pero


si su demanda de alimentos sigue creciendo después de haber puesto ya en
cultivo todas las tierras de primera calidad, comenzará a roturar tierras de
segunda calidad, es decir, aquellas más alejadas de su lugar de residencia e
intercambio o, sencillamente, aquellas donde la fecundidad del suelo es me-
nor. Posteriores aumentos de la demanda y el agotamiento de los terrenos de
segunda calidad obligarán al campesino a poner en cultivo terrenos de tercera
calidad. Y así sucesivamente.
Ahora bien, los costos de explotación en un terreno de tercera calidad
son, como mínimo, semejantes a los de un terreno de primera calidad, cuando
no mayores. Puede ser que la fecundidad del suelo sea menor en estos terrenos
y que haya que compensarla con el uso de abonos o un utillaje más complejo,
o que su mayor lejanía con respecto a los centros de consumo o intercambio
implique unos costos de desplazamiento y transporte que antes no existían.
De esta forma, la necesidad de recurrir progresivamente a terrenos de grados
inferiores de productividad opera también, a largo plazo, convirtiendo el ren-
dimiento económico de la actividad en un rendimiento decreciente6.
Al igual que Ricardo, podemos extender a la minería este razonamiento
sugerido originalmente para la actividad agraria. Distintas minas poseen dife-
rentes calidades, por lo que en general también podrían clasificarse como de
primera, segunda y tercera calidad, etc.7 Pero, es más, también un mismo yaci-
miento puede ofrecer diferentes calidades de mineral en función del estrato en
el que se halle la explotación. Asimismo, una vez agotados los minerales super-
ficiales, el laboreo en profundidad exigirá mayores cantidades de trabajo y de
capital, independientemente de que la calidad y rendimiento de las menas sea
mayor o menor. Por tanto, en la minería, la misma cantidad de trabajo puede
proporcionar resultados muy distintos no sólo en minas diferentes, sino en un
mismo yacimiento a medida que se excava. O, en un sentido inverso, para obte-
ner semejantes rendimientos habrá que invertir mayores cantidades de trabajo,
es decir, se elevarán los costos de explotación y el beneficio neto disminuirá. Al
igual que ocurre en la agricultura, siempre que exista la posibilidad de elegir,
los mineros comenzarán explotando los depósitos minerales de primera calidad
y sólo cuando éstos se hayan agotado, pasarán a explotar aquéllos de calidades
inferiores.
En cualquier caso, quizá porque el nacimiento de la ciencia económica
como tal se produjo de forma casi simultánea a la Revolución industrial, “la
mayoría de los historiadores de la economía han proclamado que los adelan-
tos tecnológicos constituían la causa fundamental del crecimiento económico

6. David Ricardo, Principios de economía política y tributación [1817]. México: Fondo de Cultura
Económica, 1959, pp. 51-63.
7. Ibídem, pp. 64-66.
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de Occidente”. No cabe duda de que los avances en el conocimiento científi-


co y las herramientas tecnológicas que se aplican a los procesos productivos
han contribuido de forma muy notable a lo largo de la Historia al incremento
de la producción. Sin embargo, estos elementos no pueden ser tomados como
las causas del crecimiento, sino más bien como síntomas del crecimiento.
Como han señalado North y Thomas, el crecimiento económico se produce
sólo cuando la organización económica es eficaz y los individuos encuentran
las condiciones y los incentivos suficientes para emprender las actividades
socialmente deseables, es decir, las actividades que acaban satisfaciendo sus
necesidades8.
Siguiendo a North, desde hace más de medio siglo, aproximadamente
desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la teoría económica ortodoxa
se ha mostrado incapaz de ofrecer una explicación satisfactoria del problema
del desarrollo económico, sencillamente porque tan sólo “se preocupa de las
operaciones de mercado, pero no de cómo los mercados se desarrollan”, es
decir, porque ha incurrido en el grave error –plantea este autor– de no incluir
ni las instituciones ni la variable tiempo en los supuestos de sus modelos9. En
la misma línea, recuerda Cipolla el lamento de Schumpeter cuando escribió
que “sólo en rarísimos caos” el desarrollo económico puede ser explicado
“por factores causales como un aumento de la población o un aumento en la
oferta de capital”, y que sólo puede ser comprendido admitiendo la interven-
ción de elementos impredecibles e incuantificables, a los que daba el nombre
de “reacción creativa de la historia”10. Cipolla prefería el término ambiente
sociocultural, “que significa esencialmente la co-presencia de un número in-
controlable de variables y de parámetros inestables”, aunque reconocía que
recurrir a una expresión tan vaga “significa reconocer la propia incapacidad
para precisar de manera satisfactoria ciertas relaciones”11. Es muy posible
que la causa de esa incapacidad se encuentre en la propensión de las inter-
pretaciones económicas de corte ortodoxo a analizar los hechos y no los pro-
cesos, las estructuras y no los cambios, es decir, en el habitual desinterés que
han mostrado muchos economistas por el análisis del largo plazo, en aquel
desprecio manifestado en la célebre frase, atribuida a Keynes, “the long run is
a misleading guide to current affaire; in the long run, we all are dead”.

8. Douglass C. North y Robert P. Thomas, El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia
económica (900-1700). Madrid: Siglo XXI, 1991, pp. 5-7. La primera edición de esta obra fue publi-
cada por Cambridge University Press, en 1973.
9. Douglass C. North, “Economic Performance Through Time”, American Economic Review, vol.
LXXXIV, nº 3 (Pittsburg, Pennsylvania, 1994), p. 359.
10. Joseph A. Schumpeter, “The Creative Response in Economic History”, The Journal of Eco-
nomic History, vol. VII (Tucson, Arizona, 1947), pp. 149-159, citado en Carlo M. Cipolla, Historia
económica de la Europa preindustrial. Barcelona: Crítica, 2002, pp. 122-123.
11. Ibídem.
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Hasta cierto punto, esa actitud resulta lógica. El análisis económico


ha observado los hechos en un contexto estático porque su objeto es el de
describir las estructuras de los sistemas económicos vigentes. Asimismo, ha
tendido a considerar tan sólo las variables que parecían mostrar ciertas regu-
laridades y un comportamiento previsible y racional –relegando las demás
a la categoría de factores exógenos– porque su pretensión es la de formular
paradigmas operativos que sirvan de marco a la previsión de un futuro más o
menos inmediato.
Sin embargo, resulta especialmente contradictorio que parte de la his-
toriografía económica haya adoptado el mismo marco metodológico, porque
en ella esa pretensión de utilidad del análisis económico –rara vez alcanzada,
todo hay que decirlo– carece de sentido y se convierte en vicio. Su campo de
observación debe ser, precisamente, el largo plazo: el encadenamiento de los
hechos en el tiempo y su transformación en procesos influidos por variables
de amplio espectro y diverso tipo. No pretende formular previsiones futuras,
sino ofrecer un análisis ex post y una explicación diacrónica –no estática– de
los hechos pasados observados en su totalidad.
Por tanto, aprovechando la perspectiva que ofrece la contemplación
desde el presente, carece de sentido descartar determinadas variables por su
naturaleza impredecible o incuantificable. Asimismo, se debe evitar la ab-
surda distinción entre elementos endógenos y elementos exógenos, ya que la
división de la realidad en compartimentos estancos no es más que una frag-
mentación artificiosa que sólo puede proporcionar una visión reduccionista e
inducir a graves fallos de interpretación. En definitiva, resulta totalmente ab-
surdo y peligrosamente erróneo que la historiografía distinga entre factores
externos o internos y asuma las mismas limitaciones que el análisis económico
ortodoxo12.
Con fundamento en las teorías de los derechos de propiedad, los costos
de transacción y los incentivos desarrolladas principalmente por Coase, la
Nueva Economía Institucional surgió como propuesta alternativa, ofreciendo
una teoría general del cambio histórico que trataba de explicar, precisamente,
el papel desempeñado por aquellas variables que provocaron la frustración
de Schumpeter y que componían lo que Cipolla llamó ambiente sociocultu-
ral, y que a partir de entonces que podían englobarse en el complejo y amplio
concepto de instituciones13.

12. Sobre todo ello, véase Carlo M. Cipolla, Entre la Historia y la Economía. Introducción a la His-
toria económica. Barcelona: Crítica 1991, pp. 15-29.
13. En este sentido, el concepto de instituciones supera ampliamente su tradicional definición
que reduce su significado y las identifica con las organizaciones. Así, las instituciones han sido defi-
nidas por Ostrom como el conjunto de reglas de trabajo que son usadas para determinar quién toma
las decisiones, qué acciones son permitidas o restringidas, cuáles son las reglas y los procedimientos
que deben ser usados, qué tipo de información se ofrece y qué beneficios son asignados a los indivi-
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Aunque esta reflexión no era, en realidad, nueva –pues el interés por la


influencia de las instituciones en el comportamiento económico se remontaba
a Mises, Hayek y la Escuela Austríaca, e incluso a Veblen y el Institucionalis-
mo Americano–, con ello se procuraba salvar las limitaciones de análisis del
paradigma económico tradicional. En primer lugar, mediante la considera-
ción de esas variables de comportamiento impredecible o incuantificable. En
segundo lugar, mediante la aceptación de la dimensión temporal que adquie-
ren en la realidad los hechos económicos. En este sentido, ha supuesto una
superación de la larga y estéril disputa entre los economistas-historiadores y
los historiadores de la Economía, ya que trasciende del viejo juicio que con-
cebía la Historia económica como ciencia del pasado y la Economía como
ciencia del presente. De hecho, quizá uno sus mayores aciertos radique en
no establecer una barrera infranqueable entre el pasado y entre el presente.
Finalmente, la interpretación neoinstitucionalista de Douglass C. North se
ha orientado a liberarse del determinismo tecnológico de la New Economic
History y a alejarse de los hipotéticos escenarios contrafactuales que habían
empleado algunos estudios cliométricos, al estilo de los de Fogel y Enger-
man, luego tan criticados14.

duos dependiendo de sus acciones. Este concepto abarca, pues, no sólo organizaciones, sino también
reglas de comportamiento, creencias, tradiciones y leyes. Elinor Ostrom, Governing the Commons:
The evolution of Institutions for Collective Action. Cambridge: Cambridge University Press, 1990, p.
51.- Más allá, pero en la misma línea, North las ha definido como la estructura de incentivos con
que cuentan las sociedades para llevar a cabo su desarrollo económico. Douglass C. North, Estruc-
tura y cambio en la Historia económica. Madrid: Alianza, 1984.- De una forma más llana, vale decir
que “si las instituciones son las reglas de juego, las organizaciones son los jugadores”, Susana Val-
divieso, “North y el cambio histórico: luces y sombras de la Nueva Historia Institucional”, Revista
de Economía Institucional, vol. 4 (Bogotá, 2001), p. 162.
14. En palabras de North, “la revolución cliométrica en Historia económica, que ha utilizado
la teoría neoclásica y los métodos cuantitativos en su objetivo de describir y explicar el comporta-
miento económico del pasado, ha ganado en rigor y en pretensión científica, pero en detrimento de
la exploración de un conjunto de cuestiones más fundamentales concernientes a la estructura evo-
lutiva de las economías que sirven de base a sus comportamientos”. Douglass C. North, ”Structure
and Performance: the Task of Economic History”, Journal of Economic Literature, vol. 16 (Pittsburg,
Pennsylvania, 1978), p. 963, citado en Valdivieso, art. cit. pp. 157-158; véanse, en general, las pp.
157-160.- Acerca de Robert Fogel hay que aclarar que recibió en 1993 el Premio Nobel, ex aequo
junto a Douglass C. North, precisamente por sus innovaciones y renovación de la investigación de
la Historia económica a partir de la aplicación de técnicas cuantitativas que sirven para explicar los
cambios económicos e institucionales. Ronald Coase ya había sido galardonado con el Nobel dos
años antes, y en 2009 lo serían Elinor Ostrom y Oliver Williamson. Sin embargo, parece que los
planteamientos de North y, en general, de la escuela neoinstitucionalista son poco familiares para el
americanismo colonial, y que la metodología que proponen ha encontrado mayor seguimiento entre
los historiadores que se dedican al periodo contemporáneo.- En general, la literatura historiográfica
que valora las aportaciones de la Nueva Economía Institucional es amplísima. Para una síntesis,
véase Nieves San Emeterio Martín, Nueva Economía Institucional. Madrid: Editorial Síntesis, 2006,
en especial, las pp. 131-159.- No obstante, además de las obras anteriormente citadas, no podemos
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Todos estos planteamientos tienen ya bastantes años y, en realidad, la


Nueva Economía Institucional no tiene ya nada de nueva. Desde entonces se
viene subrayando la importancia de los derechos de propiedad, de los niveles
de cualificación e información, y de la reducción de la incertidumbre, los cos-
tos de transacción y el grado de eficiencia que rige las relaciones contractua-
les, explícitas o implícitas, entre los agentes productivos. Sin embargo, parece
que siguen siendo poco familiares para buena parte de la historiografía sobre
la minería hispanoamericana colonial, que durante las últimas cuatro décadas
ha venido insistiendo fundamentalmente en la importancia del progreso tec-
nológico –y en especial de la introducción y difusión del sistema de amalga-
mación en México a mediados del siglo XVI– como factor determinante en
la evolución de la producción de plata en las Indias españolas.
La búsqueda de un factor determinante de la producción minera novo-
hispana en los siglos XVI y XVII ha sido una constante en la historiografía
en las últimas décadas y la mayoría de las interpretaciones sobre el funcio-
namiento del sector minero-metalúrgico han girado en torno a la pretendida
influencia de un elemento axial que permitiera encontrar correspondencias
más o menos unívocas.
Inicialmente, se consideró que la evolución de la producción de plata
habría había estado directamente vinculada a los ciclos demográficos. Según
esta tesis –planteada por Borah en 1951–, el derrumbe demográfico que
sufrió la población de Nueva España a partir de la gran epidemia de matla-
zahuatl de 1576 provocó una intensa depresión económica que debió mani-
festarse también muy negativamente en el desarrollo de la minería. En líneas
generales, la relación entre población y economía descrita por Borah consiste
en que a partir del fin del periodo de conquista, esto es, a mediados del
siglo XVI, la población española aumentó considerablemente en México,
aunque se concentró principalmente en las ciudades. Esta población se man-
tenía, fundamentalmente, gracias al trabajo y al tributo de los indígenas,
quienes hicieron posible el desarrollo de la minería –el principal sector eco-
nómico de la colonia– y de la producción agrícola, ganadera y artesanal, así
como de las demás actividades subsidiarias que fueron surgiendo como con-
secuencia de la inicial diversificación económica que se derivó del desarrollo
minero. Asimismo, en las ciudades, la población indígena también constituía
la base del sector de servicio doméstico y de la construcción.
Sin embargo, este panorama se alteró radicalmente a raíz de la gran mor-
tandad de 1576, y ni siquiera la introducción de esclavos negros y las mejoras
técnicas que elevaron la productividad de la agricultura permitieron sostener

obviar la referencia directa a Douglass C. North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico.
México: Fondo de Cultura Económica, 1993. Esta obra fue publicada originalmente por Cambridge
University Press, en 1990.
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la producción en los niveles que había alcanzado basándose en el pródigo em-


pleo de la mano de obra15. De esta forma, el descenso de la población indígena
después de la conquista y la disminución de la oferta de mano de obra habrían
incidido directa y negativamente sobre el volumen de la producción. Y, así,
llegó a considerarse de forma unánime que el siglo XVII había supuesto un
siglo de depresión económica, puesto que venía a coincidir básicamente con
la visión elaborada desde la cuantificación oficial del tráfico atlántico cons-
truida por los estudios de Hamilton y Chaunu, de la que resultaba una crono-
logía cíclica definida por la expansión del siglo XVI, la crisis del siglo XVII
y la recuperación y crecimiento del siglo XVIII16.
Esta visión fue aceptada durante bastantes años como la más autorizada,
hasta que fue desechada al no verificarse una relación cronológica ni causal
entre la crisis demográfica indígena y las fluctuaciones de la producción de
plata. De hecho, como señala Chiaramonte, “una impugnación directa de las
tesis de Borah proviene de quienes han trabajado un aspecto esencial de la
economía novohispana: el sector minero”17. Así, Brading ya planteó que la
cantidad de trabajadores requeridos en la minería era suficientemente reduci-
da, y los salarios suficientemente altos, como para que la producción de plata
pudiera atraer la mano de obra necesaria para no verse afectada por el declive
de la población indígena18.

15. Woodrow W. Borah, New Spain’s Century of Depression. Berkeley: University of California
Press, 1951.
16. Por lo demás, la interpretación de Chaunu se complementaba con la existencia de dos ciclos,
uno del oro y otro de la plata, definidos en función de la composición de las remesas metálicas en-
viadas al puerto de Sevilla. Pierre Chaunu, Conquista y exploración de los Nuevos Mundos (siglo XVI).
Barcelona: Editorial Labor, 1973, pp. 165-167.- Las cifras a que hace referencia se encuentran en
Pierre y Huguette Chaunu, Séville et l’Atlantique (1504-1650). París: Armand Colin, 1955-1959.-
Esos ciclos se basan en la secuencia de cifras elaborada por Earl J. Hamilton, El tesoro americano
y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona: Crítica, 2000, p. 47.- No obstante,
como ya hemos señalado en alguna otra ocasión, tanto los ciclos de Chaunu y como las coyunturas
de Hamilton hacían referencia exclusivamente a las remesas legales y no al desarrollo del sector
minero-metalúrgico indiano, en general, ni novohispano, en particular. Y, como sabemos, las cifras
de exportación de metales no son un indicador fiable y certero de la producción minera y, por tanto,
no deben ser tomadas como un reflejo exacto de ésta. Por otra parte, los propios avances en el cono-
cimiento del movimiento real del tráfico atlántico de metales preciosos desmentirían la validez del
esquema cíclico y alteraron completamente esta interpretación, como demostró el trabajo Morineau
sobre los caudales remitidos fuera de registro. Michel Morineau, Incroyables gazettes et fabuleaux mé-
taux : les retours des trésors américains d’après les gazettes hollandaises : XVIe-XVIIIe siècles. Londres-París, :
Cambridge University Press-Maison des Sciences de l’Homme, 1985.
17. José Carlos Chiaramonte, “En torno a la recuperación demográfica y la depresión económica
novohispanas durante el siglo XVII”, Historia Mexicana, vol. XXX, nº 4 (México, 1981), p. 582.
18. David A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico, 1763-1810. México: fondo
de Cultura Económica, 1975, pp. 26-27. Esta obra fue publicada originalmente por Cambridge
University Press, en 1971.
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De acuerdo con esto, Bakewell demostró, además, que en Zacatecas la


minería experimentó su momento de mayor prosperidad entre la última déca-
da del siglo XVI y la tercera del XVII, coincidiendo con el momento de más
intenso declive de la población indígena, y que el colapso de la producción
minera no se produjo hasta 1635, es decir, sesenta años después del momento
que Borah señala como el comienzo del siglo de la depresión, cuando ya se
había iniciado la recuperación demográfica. Por tanto, aunque la fractura de-
mográfica de la población de Nueva España sea un hecho innegable, la falta
de coincidencia cronológica entre las tendencias demográficas y los ciclos
que muestra la evolución de la producción de plata sugiere la invalidez de la
tesis de Borah. Bakewell pudo refutar la tesis de Borah gracias, precisamente,
a ser el primero en cuantificar la producción y definir su secuencia coyuntural
para Zacatecas, uno de los principales centros mineros de Nueva España. A
partir de la publicación de su tesis doctoral en 1971, y más aún tras la edición
de otros trabajos en los que comparó el caso novohispano con el de Potosí, se
consolidó la idea de que los avances tecnológicos constituyeron el principal
determinante del crecimiento de la minería hispanoamericana colonial19.
De hecho, la conclusión general del estudio de Bakewell sobre Zacatecas
–que es el que ha tenido un mayor impacto y trascendencia– y la impresión
que ofrece su famosa curva de producción es que la evolución de la produc-
ción de plata estuvo caracterizada por la existencia de tres ciclos sucesivos de
auge, crisis y auge, y que cada una de las dos inflexiones ascendentes estuvo
condicionada por la introducción de una de esas mejoras técnicas que se
aplicaron a las labores de extracción y beneficio. Así, el primer ciclo expan-
sivo correspondió a la difusión del sistema de amalgamación, complementada
por lo que él llamó “técnica en seco” (adaptación a un ecosistema semiárido
mediante la reducción del consumo de agua en las tareas de decantación del
beneficio por azogue) y por el empleo de los magistrales, que elevaron el ren-
dimiento de los minerales extraídos una vez se agotaron las vetas superficiales.
Al segundo ciclo, que tuvo lugar en el último cuarto del siglo XVII, corres-
pondió la introducción de la voladura subterránea con pólvora, que permitió
arrancar de las entrañas de la tierra minerales que volvía a resultar ventajoso
beneficiar por fundición, pero que, por su dureza, hubiera sido muy difícil o
incosteable extraer por métodos tradicionales. Entre ambos se produjo una
crisis provocada por una disminución de las importaciones de azogue. Si

19. Peter J. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial. Zacatecas (1546-1700). México:
Fondo de Cultura Económica, 1997, publicada originalmente por Cambridge University Press,
en 1971.- También de Bakewell, “Los determinantes de la producción minera en Charcas y en
Nueva España durante el siglo XVII”, Heraclio Bonilla, El sistema colonial en la América española.
Barcelona: Crítica, 1991, pp. 58-72.- “La minería en la Hispanoamérica colonial”, Leslie Bethell
(ed.), Historia de América Latina. 13 vols. Barcelona: Cambridge University Press-Crítica, 2000,
vol. III, pp. 49-91.
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tenemos en cuenta que, según Bakewell, la voladura con pólvora se adoptó


para compensar esa disminución en la oferta de azogue, nos encontramos no
sólo con un oportunísimo encadenamiento de avances tecnológicos y dispo-
nibilidad de recursos naturales, sino con la que constituye su principal tesis: la
cantidad de mercurio distribuido a los mineros fue el determinante de mayor
importancia en las fluctuaciones de la producción de plata.
Estas ideas se vieron reforzadas pocos años más tarde por la publicación
en 1977 del estudio de Lang sobre la organización del estanco del azogue
y las condiciones de su distribución entre los mineros, así como por otros
trabajos posteriores que siguieron la estela de ambos20. No es éste lugar para
plantear críticas a estos estudios, que merecen la consideración de obras fun-
damentales de la historiografía americanista21. Sin embargo, sí es necesario
cuestionar dos hechos no suficientemente contrastados. El primero es que no
existe ningún dato que documente la hipótesis de que la voladura con pólvora
se introdujera en México en el momento en que se inicia la recuperación de
la producción –que correspondió, por lo demás, a los reales de Sombrerete–,
ni tampoco que confirme el hallazgo de minerales de alta ley en ese periodo.
Asimismo, creemos que resulta un juicio demasiado optimista pensar que
tanto la difusión de la amalgamación, como la introducción en México del
empleo de los magistrales y, posteriormente, de la técnica de voladura subte-
rránea se produjeron justo cuando más convenía en función de la disponibili-
dad de recursos naturales de cada momento.
El segundo es que Bakewell sólo pudo establecer una relación de causa
y efecto entre la disminución de la oferta de mercurio y la crisis que su-
frió Zacatecas a mediados de la década de 1630; pero no pudo establecer
ninguna conexión entre la invención del beneficio por azogue en 1555 y
el despegue de la producción zacatecana. En primer lugar, porque la serie
estadística de Bakewell comienza en 1560 y no permite valorar los efectos
del sistema de amalgamación sobre el curso de la producción, comparándolos
con el periodo en que sólo se empleaba la fundición por ser el único método
de beneficio conocido. En segundo lugar, sencillamente, porque el despegue
de la producción de plata no se inició en Zacatecas hasta después de 1595 y
parece haber estado más relacionado con otros fenómenos, como la pacifica-
ción de los chichimecas, la acumulación de experiencia a la hora de sacarle
todo el metal al mineral y el apoyo financiero de la Corona, factores que no
son todos de índole tecnológica y que tienen mucho más que ver con el nivel

20. Mervin F. Lang, El monopolio estatal del mercurio (1550-1710). México: Fondo de Cultura
Económica, 1977.
21. Para una crítica razonada de algunos de sus planteamientos, véase J. Lacueva Muñoz, La
plata del rey y sus vasallos. Minería y metalurgia en México (siglos XVI y XVII). Sevilla: Universidad de
Sevilla-CSIC-Diputación de Sevilla, 2010, en especial, los capítulos I, II y III.
150 JAIME J. LACUEVA MUÑOZ

de cualificación, con un ambiente favorable y, sobre todo, con unas institu-


ciones capaces de generar incentivos.
En nuestra opinión, la búsqueda de un determinante exclusivo o predo-
minante –como es el mercurio para Bakewell– conduce a generar interpreta-
ciones y patrones análisis reduccionistas que han podido difundir modelos de
comprensión limitativos de la genuina complejidad del sector minero-meta-
lúrgico novohispano22. De hecho, la identificación de factores determinantes
tiende a ignorar que los procesos económicos constituyen sistemas en los que
es, precisamente, el equilibrio de todos elementos lo que termina condicio-
nando los resultados de la producción. En más de una ocasión se han plan-
teado, no obstante, estudios de síntesis de la situación general de la minería
colonial en los siglos XVI y XVII que analizan de forma aislada y exponen
por separado la caracterización de cada uno de los diferentes factores de pro-
ducción, sin contemplar la necesaria perspectiva integradora con que debe
abordarse la cuestión, como planteamos al comienzo de este trabajo23. En al-
gunos de esos estudios, además, se atiende a las características del capital y de
la mano de obra, pero tiende a obviarse lo referente al que constituye el tercer
factor según la clasificación clásica, el factor tierra. Sin embargo, la disponi-
bilidad de recursos naturales constituía un condicionante de primer orden en
todas las economías preindustriales, lo cual se hace aún más evidente cuando
se trata de contextos económicos caracterizados por la descapitalización de
las empresas y por el desempeño de actividades extractivas, como es el caso
de la minería novohispana de los siglos XVI y XVII.
Por otra parte, debe reconocerse que el pretendido hallazgo de un indi-
cador correlativo y los intentos de estimar la producción de plata a partir de
otra variable –como hicieron Brading y Cross al evaluar la producción de pla-
ta a partir de la importación de mercurio o como sugiere el mismo Bakewell–
sólo tuvieron sentido en tanto que se desconocía el volumen de la producción
registrada en las series fiscales. Sin embargo, a día de hoy ya conocemos de
forma relativamente fiable la producción legal. Más allá de eso, y a pesar de
todas las limitaciones que implica el empleo de la documentación oficial,

22. David. A. Brading y Harry Cross, “Colonial Silver Mining; Mexico and Peru”, Hispanic
American Historical Review, vol. LII, nº 4 (Durham, Carolina del Norte, 1972), pp. 545-579.
23. Este tipo de exposiciones puede estar condicionada por un enfoque didáctico o racionali-
zador, pues hay que reconocer que resulta muy difícil no seguir una exposición secuencial de los
diferentes elementos que constituyen las partes del sistema productivo. Como ejemplo de ello podría
mencionarse el estudio de Bakewell sobre “Los determinantes de la producción minera en Charcas
y en Nueva España en el siglo XVII”, ya citado, o el artículo de Rosario Sevilla Soler, “La minería
americana y la crisis del siglo XVII. Estado del problema”, Suplemento del Anuario de Estudios Ameri-
canos. Historiografía y bibliografía americanistas, vol. XLVII, nº 2 (Sevilla, 1990), pp. 61-81, en el que
se hace una exposición muy clara de la bibliografía y los debates historiográficos sobre la crisis del
siglo XVII en el contexto americano.
LA BÚSQUEDA DE UN FACTOR DETERMINANTE COMO TEMA DE LA HISTORIOGRAFÍA... 151

cualquier pretensión de cuantificación estimada resulta inútil e innecesaria.


Inútil, porque no existen series de datos que permitan evaluar la producción
que no fue manifestada ante la Real Hacienda. Innecesaria, porque, hasta
donde es posible saber, nuestro nivel de conocimientos es razonablemente
satisfactorio en cuanto a la distribución regional de la producción y sus ten-
dencias seculares24.
Sin embargo, eso no quiere decir en absoluto que el estudio de la mine-
ría novohispana de los siglos XVI y XVII sea un campo de estudio agotado.
Mucho es aún lo que nos queda por saber acerca del desempeño microeco-
nómico de las empresas mineras, de su diversidad y particularidades regio-
nales y de los diferentes tipos de factores que influían en la organización de
la producción a nivel local. Muchos son, por tanto, los retos historiográficos
que siguen planteándose para el avance en el conocimiento de un tema funda-
mental de la Historia económica colonial, aunque probablemente la solución
a ellos no se encuentre ya en el estudio de la documentación fiscal ni en la
mera cuantificación de las magnitudes de la producción de plata.

24. Sobre la distribución regional de la producción novohispana en los siglos XVI y XVII, véase
Lacueva, La plata del rey, cap. V.- Sobre las tendencias seculares, véase Richard L. Garner, “Long-
Term Silver Mining Trends in Spanish America: A Comparative Analysis of Peru and Mexico”, The
American Historical Review, vol. XCIII, nº 4 (Bloomington, Indiana, 1988), pp. 889-914.- Obvia-
mente, no podemos omitir la referencia al fundamental estudio de John J. TePaske y Herbert S.
Klein, Ingresos y egresos de la Real Hacienda de Nueva España. 2 vols. México: Instituto Nacional de
Antropología e Historia, 1988.

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