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Parshat Vayélej

Shalom alejem,

Nos encontramos transitando los Yamim Noraím, el cual es un tiempo de balance


del alma, arrepentimiento y confesión. Un tiempo de teshuvá, de volvernos hacia Dios con
un corazón humilde y quebrantado. Por eso, la enseñanza de las porciones de la Escritura
que leemos esta semana nos interpela y nos anima delante de Adonai Elohenu, de cara al
tzom de Yom Kipur. En parshat Vayélej leemos que Moshé está pronto a partir de este
mundo, así que nombra a Yehoshúa Ben Nun como su sucesor a vista de todo el pueblo, y
nos introduce a un cántico que leeremos en la próxima parashá. Éstas son sus últimas
palabras en vida; y como suele suceder con los grandes maestros de la historia hacia el
final de su trayectoria, nos encontramos con el mensaje más profundo del profeta y
libertador de Israel. Podemos decir que estos últimos capítulos del Sefer Devarím son “el
canto del cisne” de Moshé, donde encontramos lo que él más quiere que recordemos a lo
largo de nuestra vida de servicio a Hashem. Entre esas enseñanzas destacan dos temas
fundamentales: La importancia y nuestra necesidad de aprender Toráh, y la realidad de
nuestra debilidad ante el Yétzer Ha’Rá (nuestra tendencia al mal).

Primeramente leemos el precepto de realizar la lectura pública de la Toráh durante


la fiesta de Sukot, cuando esta cae en el año de Shemitáh. Así dice la Escritura: “Y les
mandó Moshé, diciendo: ‘Al final de cada siete años en el tiempo señalado del año de
remisión, en la fiesta de los tabernáculos, cuando viniere todo Israel a presentarse delante
del Señor, tu Dios, en el lugar que Él escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel, a
oídos de ellos’” (Devarim 31:10-11). ¿Cuál es el propósito de esta lectura pública de todo
este Sefer de la Toráh? La respuesta la encontramos de inmediato en los siguientes
psukim:

Congregarás el pueblo, los hombres, y las mujeres, y los niños, y tu extranjero que habita
dentro de tus ciudades, para que oigan y aprendan, y así teman al Señor, vuestro Dios, y
guarden todas las palabras de esta ley para cumplirlas, y para que los hijos de ellos, que
no tuvieron conocimiento de estas cosas, oigan, y aprendan a temer al Señor, vuestro
Dios, todos los días que viviereis sobre la tierra (…)” (ídem. 31:12-13).

Está más que claro que el principal objetivo de oír la lectura de la Toráh es que
conozcamos a Dios y Su Voluntad, y de esa manera sepamos cómo vivir vidas que Le
agradan y Le honran. Noten que esto debe realizarse en el lugar que Dios escogiere. Aquel
lugar es la Santa Ciudad de Yerushaláim, que significa “Temor Completo.” Un verdadero
creyente es aquel que teme a Dios por completo; es decir, que reverencia al Rey del
universo con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. En otras palabras,
sabemos que somos auténticos creyentes si adoramos a Dios, nuestro Amo, con todo lo
que somos: con todo lo que pensamos, deseamos y sentimos, con todo lo que hacemos y
con todo lo que tenemos. Somos íntegros y no llevamos una doble vida, pues todo
nuestro ser y toda nuestra vida está sometida al Señor y resulta en una ofrenda viviente
consagrada a Dios. Ahora bien, no podemos vivir vidas justas y dedicadas a Adonai si no
sabemos nada acerca de Él. ¿Cómo adoraremos a Dios si no Le conocemos? ¿Cómo Le
conoceremos si no pasamos tiempo siendo enseñados por Él? ¿Y cómo aprenderemos de
Él si no es únicamente por la lectura y la exposición fiel de Su Palabra? En verdad
necesitamos de la Biblia, que es la Palabra de Dios. Ella es nuestra fuente de toda verdad,
sabiduría y autoridad. Por eso Moshé enseña esta mitzváh de leer públicamente las
Escrituras, ya que es el único modo que tenemos para conocer a Dios, saber cuál es Su
Voluntad para con nosotros, y así poder apartarnos del mal.

En nuestros tiempos, lamentablemente, es normal oír a muchos que se dicen ser


muy creyentes, pero que con sus vidas desprecian lo que Hashem nos enseña. De hecho,
existe un maligno desprecio por la Palabra de Dios. Una cosa es que los idólatras e
incrédulos rechacen la Verdad; no puedo esperar otra cosa de ellos. Y los entiendo porque
en otro tiempo yo era como ellos. Pero hay también quienes se dicen hermanos y, sin
embargo, atacan la veracidad, suficiencia y fiabilidad de las Sagradas Escrituras. También
hay muchos que no se comprometen con sus hermanos en la fe y se apartan de sus
congregaciones. A la larga acaban viviendo dominados por sus propios pecados. Otros no
educan a sus hijos en la fe, de modo que las nuevas generaciones crecen sin haber
conocido al Señor ni jamás haber oído hablar de él. Y es que tarde o temprano, de una u
otra manera, todos sucumbimos a los deseos de nuestra mala inclinación. Como le
profetiza Moshé al pueblo, diciendo: “después de mi muerte os corromperéis de seguro y
os apartaréis del camino que os he prescrito, y así os sobrevendrá el mal en los días
venideros, cuando hayáis hecho lo que es malo a los ojos del Señor, provocándole a ira
con las obras de vuestras manos” (ídem. 31:29).

Sin embargo, el mensaje de las Escrituras no acaba en el desaliento. Por el


contrario, Moshé se ocupa de dejarnos un canto que nos lleve a la reflexión de nuestras
vidas a la luz de la Verdad, la Santidad y la Misericordia de Dios, para que así seamos
movidos al arrepentimiento. Lo mismo hace el profeta Yeshayahu. En la Hafatatáh leemos
así: “Buscad al Señor mientras pueda ser hallado, invocadle en tanto que esté cercano;
deje el malo su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual
tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, porque Él perdona mucho” (Yeshayahu 55:6-7).
Adonai nos ama, y por lo tanto no desea nuestra muerte. Por eso Él se acerca siempre a
nosotros en nuestra búsqueda, para rescatarnos de nosotros mismos. Ahora bien, uno
podría decir en su corazón: “Estoy bien con Dios” y sentirse vanamente seguro de sí
mismo; o por el contrario, uno podría pensar: “Mi pecado es demasiado grande, de seguro
Dios no querrá recibirme otra vez delante de Sí.” A tales pensamientos Hashem responde:
“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son Mis caminos.
(…) así será Mi palabra que sale de Mi boca: no volverá a Mí vacía, sino que efectuará lo
que Yo quiero, y prosperará en aquello a que Yo la envié.” Después de esto el Señor
anuncia la gozosa buena noticia de nuestra redención como una realidad decretada por Él.
Nada podrá evitarlo, pues Él ya ha enviado la palabra que ordena nuestro retorno a Él.
Todavía más, es por Su Palabra que nosotros somos redimidos, santificados y restaurados.
Nosotros andábamos como ovejas descarriadas, dirigiéndonos ciega y testarudamente a
nuestra perdición. Pero Dios, que es rico en misericordia, nos amó y nos rescató por medio
de Su Palabra. Por eso nos escogió y envió Su Palabra para que sepamos el Camino.
Después de esto apareció sobre la tierra, y vivió entre los hombres.

Si no fuera porque Dios se reveló a nosotros por medio de Su Palabra, no


podríamos conocerle. Y si no fuera por la exposición clara y fiel de la Sagrada Escritura, no
estaríamos expuestos al poder irresistible del amor eterno de Dios, por medio del cual
conocemos la Verdad y somos hechos libres. ¿Cómo nos apartaremos del pecado y de
toda especie de mal? Pues acercándonos a la Palabra de Dios. Él muchas veces y de varias
maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, cuyas
profecías y enseñanzas tenemos registradas en la Biblia. Ahora, en estos días finales nos
ha hablado por medio de Su Hijo: Rabí Yeshúa Mi’Natzrat, nuestro Justo Mashíaj. Por
medio de Él hizo el universo, y Él es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo
que Dios es, y el que sostiene todas las cosas con Su palabra poderosa. A este Yeshúa,
Elohím lo envió con el propósito de efectuar nuestra liberación final, y después de llevar a
cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas,
haciéndolo Señor y Mesías. Para que todo hombre, mujer y niño de todo lugar y de toda
época tenga por medio de Él el perdón de pecados y sea reconciliado con Dios. Para que
todo aquel que en Él cree ya no viva para el pecado, sino que viva para Dios, fortalecido
por el poder de Su Gracia en Mashíaj.

La Toráh esta semana nos llama a examinarnos a los ojos de Dios y a arrepentirnos
de nuestros pecados todos los días, sabiendo y creyendo que Él es Fiel y tiene poder para
limpiarnos y acercarnos de vuelta a Él por medio de Su Ungido. En estos diez días de
arrepentimiento, volvamos a Dios y convirtámonos en discípulos del Rebe Yeshúa
Ha’Mashíaj, el Profeta anunciado por la Toráh y el Libertador de Israel que nos da a
conocer a Dios el Padre Celestial y nos enseña a vivir vidas conformes al corazón de
Hashem.

Shabat Shalom.

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