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Muerte, el estado intermedio, resurrección, y el destino


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From: Muerte, el Estado Intermedio, Resurección, y el Destino Final: Lo que la Biblia


Enseña Sobre la Vida Después de la Muerte By: Stanley Bruce Anstey
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El tema sobre la vida después de la muerte


provoca mucho interés, y siempre surgen
preguntas cuando el tema entra en la
conversación. Aunque puede que nunca
tengamos todas nuestras preguntas
satisfactoriamente respondidas mientras
estemos aquí en este mundo, estamos
agradecidos de que el evangelio “sacó á la
luz” muchas cosas acerca de “la vida [para el
alma] y la inmortalidad
[incorruptibilidad] [para el
cuerpo]” (2 Timoteo 1:10).
La Biblia no fue escrita para satisfacer la
curiosidad humana, sino para ocuparnos con el
Señor Jesucristo, quien es el único que puede
llenar nuestros corazones y mentes. Sin
embargo, Dios se ha complacido en revelarnos
muchas cosas en su Palabra con respecto al
futuro de nuestras almas, para
nuestro “cumplimiento de la
esperanza” (Hebreos 6:11). “Si en esta vida
solamente esperamos en Cristo, los más
miserables somos de todos los
hombres” (1 Corintios 15:19).
Afortunadamente, también tenemos esperanza
en el próximo mundo.
Las siguientes observaciones se basan en
algunas declaraciones de la Palabra de Dios
acerca de la muerte, el estado intermedio, la
resurrección, y el destino final de los seres
humanos.
Muerte
El hombre es un ser trino, es decir, está
compuesto de tres partes. La Biblia dice: “para
que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea
guardado entero sin reprensión para la
venida de nuestro Señor
Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23).
Su espíritu es la parte inteligente de su ser que
está consciente de Dios (Job 32:8; Isaías
29:24). Su alma es la sede de sus emociones,
apetitos y deseos (Génesis 27:4; Cantares 1:7).
Y su cuerpo es, por supuesto, la parte física de
su ser.
La muerte física ocurre en un ser humano
cuando el alma y el espíritu se separan del
cuerpo. Santiago dice, “el cuerpo sin
espíritu está muerto” (Santiago 2:26). La
Escritura lo define como “...ausentes del
cuerpo” (2 Corintios 5:8). Véase también
Génesis 35:18, 49:33; Job 14:10; Eclesiastés
12:7; Lucas 23:46; Hechos 7:59.
La “muerte” se usa en las Escrituras por lo
menos de siete maneras diferentes. En todos
los casos tiene el sentido de separación, y no
de extinción, como suelen pensar algunos.
La muerte física es tener el alma y el espíritu
separados del cuerpo (Santiago 2:26).
La muerte espiritual es estar separado
espiritualmente de Dios al no tener una vida
nueva (Efesios 2:1; Colosenses 2:13).
La muerte segunda es estar eternamente
separado de Dios en el lago de fuego
(Apocalipsis 20:6, 14).
La muerte por apostasía es separarse de Dios
abandonando la profesión de fe (Judas 12;
Apocalipsis 8:9).
La muerte nacional es dejar de existir como
nación en la tierra (Isaías 26:19; Ezequiel
37; Daniel 12:2).
La muerte judicial es la separación posicional
de todo el orden del pecado que llegó bajo el
liderazgo de Adán, por medio de la muerte de
Cristo (Romanos 6:2, 7:6; Colosenses 3:3).
La muerte moral es ser separado de la
comunión con Dios (Romanos 8:13; 1 Timoteo
5:6).
¡Es aleccionador pensar que el pecado es la
causa de cada uno de estos aspectos de la
muerte! En verdad, “la paga del pecado es
muerte” (Romanos 6:23).
La Biblia nos dice que sólo hay dos estados en
los que una persona muere (físicamente). Uno
puede morir “en el
Señor” (Apocalipsis 14:13) o puede “morir
en [sus] pecados” (Juan 8:24). Morir en sus
pecados es pasar de este mundo sin haber
tenido sus pecados perdonados judicialmente
delante Dios, por medio de la obra de Cristo en
la cruz. La persona que muere en esa horrible
condición será responsable de pagar el precio
de sus propios pecados bajo el justo juicio de
Dios por toda la eternidad. Morir en el Señor es
morir estando a salvo y seguro de todo juicio
bajo el amparo de la sangre de Cristo, el Hijo de
Dios (Juan 5:24; 1 Juan 1:7).
La muerte de un creyente, “estimada es en
los ojos de Jehová” (Salmo 116:15), mientras
que la muerte de un incrédulo es algo en lo que
Dios no se complace, pues ha dicho: “Vivo yo,
dice el Señor Jehová, que no quiero la
muerte del impío” (Ezequiel 33:11). Dios no
quiere “que ninguno perezca, sino que
todos procedan al arrepentimiento” (2
Pedro 3:9).
Razones para la muerte de un creyente
A la muerte de un creyente se le
llama “dormir” en la Escritura, y se refiere a
su cuerpo, porque el alma no duerme
(2 Samuel 7:12; Juan 11:11; Hechos 7:60, 13:36;
1 Corintios 11:30, 15:6, 15:18, 15:20, 15:51;
1 Tesalonicenses 4:14, 5:10). Mateo 27:52 dice
claramente: “Muchos cuerpos de santos
que habían dormido, se levantaron”.
Hay quizás tres razones principales para la
muerte de un creyente.
En primer lugar, puede ser para “la gloria de
Dios” (Juan 11:4, 21:18-19; Filipenses 1:20). Un
creyente puede ser llamado a morir como
mártir o por alguna otra causa, para dar
testimonio del Señor a aquellos que lo
presencian.
En segundo lugar, el creyente muere porque su
trabajo de servicio para el Señor en la tierra se
ha completado (Hechos 7:60, 13:36; 2 Timoteo
4:7; 2 Pedro 1:14).
En tercer lugar, el creyente puede morir bajo
la mano castigadora de Dios. Es posible que un
cristiano se comporte tan mal en este mundo y
dé tan mal testimonio del Señor, que Dios lo
termine retirando de su lugar como testimonio
en la tierra. Sería llamado a casa en el cielo
(Juan 15:2; Hechos 5:1-11; 1 Corintios 5:2,
11:30; Santiago 5:20; 1 Juan 5:16).
La victoria de Cristo sobre la muerte
Cristo ha pasado por la muerte y ha ganado una
gran victoria sobre ella para los hijos de Dios.
Hebreos 2:14-15 dice, “Así que, por cuanto
los hijos participaron de carne y sangre,
él también participó de lo mismo, para
destruir por la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, es á saber, al
diablo, y librar á los que por el temor de
la muerte estaban por toda la vida
sujetos á servidumbre”.
Antes de la muerte y resurrección de Cristo,
Satanás había ejercido “el imperio de la
muerte” sobre las conciencias de los hombres,
haciéndoles temer lo que hay más allá. Ha
usado “al rey de los espantos” (que es el
miedo a la muerte) para su ventaja,
manteniendo a los hombres en la esclavitud y el
miedo (Job 18:14). “El imperio de la
muerte” no es el poder de quitarle la vida a
una persona. Satanás no tiene el poder de
quitarle la vida a una persona, sólo Dios tiene el
poder de la vida y la muerte en Su mano
(Daniel 5:23; Job 2:6). Más bien, es el temor a
la muerte, el “factor miedo”. “El imperio de
la muerte” tampoco es el poder de Satanás
para engañar a los cristianos con sus
artimañas. Los verdaderos creyentes pueden
ser, y a menudo son, engañados por
sus “asechanzas” (Efesios 6:11), a pesar de
que Dios ha hecho amplia provisión para
nosotros contra ellas, en “toda la armadura
de Dios”.
Cristo ha ido a la muerte y ha robado al diablo
su poder para aterrorizar al creyente con la
muerte. Al otro lado de la muerte, el Señor es
victorioso. Él tiene “las llaves del infierno y
de la muerte” en su mano, y dice, “Yo soy ...
el que vivo, y he sido muerto; y he aquí
que vivo por siglos de siglos, Amén. Y
tengo las llaves del infierno y de la
muerte” (Apocalipsis 1:18). Cristo ha vencido
a la muerte habiendo soltado
sus “dolores” (Hechos 2:24). Los “dolores
de la muerte” son los temores que uno puede
tener en cuanto a lo que hay más allá de la
muerte. Ya que Cristo ha soltado los dolores, el
creyente iluminado que se enfrenta a la muerte
no tiene nada que temer. Cristo ha bajado
al “polvo de la muerte” y la ha anulado
(Salmo 22:15), y también ha dejado solo
su “sombra”, para que los hijos de Dios
atraviesen por ella (Salmo 23:4). Podemos ser
llamados a pasar por la muerte en sí, pero
su “aguijón”, o “dolores” (el terror), es
quitado (1 Corintios 15:55). Esta maravillosa
noticia nos ha sido traída por medio del
evangelio (2 Timoteo 1:10).
Como se ha mencionado, la muerte es una
condición del cuerpo después de que el alma y
el espíritu se separan de él. Es un estado
temporal, ya que todos los muertos resucitarán,
tanto los salvos como los perdidos. La Escritura
dice, “Porque, así como en Adán todos
mueren, así también en Cristo todos
serán vivificados” (1 Corintios 15:22 –
traducción J. N. Darby).
El temor a la muerte ha sido “anulado” para
el creyente, por medio de la muerte y
resurrección del Señor Jesucristo
(2 Timoteo 1:10 – traducción J. N. Darby). Sin
embargo, el cuerpo del creyente sigue estando
sujeto a la muerte y no tendrá “victoria” sobre
la muerte física hasta que el Señor venga (1
Corintios 15:54, 15:57). Incluso después de la
venida del Señor, la muerte seguirá estando en
la creación y no será “deshecha” por el Señor
hasta el final del Milenio (1 Corintios 15:26;
Apocalipsis 20:14). Por lo tanto, para el
creyente, la muerte es quitada ahora, y él está
esperando su victoria sobre ella; y luego, más
tarde, la muerte será totalmente destruida .
Tres grupos de personas que no morirán
Hay al menos tres grupos de personas que
nunca experimentarán la muerte física.
• Cristianos que estarán vivos en la tierra cuando
el Señor venga: el Arrebatamiento (1
Tesalonicenses 4:15-18). Serán llamados al
cielo sin pasar por la muerte.
• Aquellos en la tierra en el momento de la
Aparición de Cristo (al final de la Gran
Tribulación) que han rechazado el evangelio de
la gracia de Dios serán tomados en ese
momento por los ángeles y lanzados vivos al
lago de fuego (Mateo 13:40-42, 13:49-50,
24:40-41, 25:31-46).
• Los santos del Milenio (judíos y gentiles
convertidos) que serán transportados de esta
tierra presente a la “tierra nueva” al final del
reino de 1000 años de Cristo (2 Pedro 3:12-13).
La muerte no es el final de la existencia
A las personas les gusta pensar que la muerte
es el final de la existencia, para que puedan
vivir a su gusto y escapar de las consecuencias
de sus pecados. Sin embargo, la muerte no
significa la extinción. Todo el tenor de la
Palabra de Dios afirma que hay vida después de
la muerte. La Biblia enseña que todos los
muertos “viven [para] Él” (Lucas 20:38).
Aunque el cuerpo muera, el alma y el espíritu
siguen viviendo. El cuerpo humano es mortal,
es decir, está sujeto a la muerte (Romanos 6:12,
8:11; 1 Corintios 15:53-54; 2 Corintios 4:11),
pero el alma y el espíritu son inmortales y no
están sujetos a la muerte. Cuando Dios creó al
hombre, éste se convirtió en un “alma
viviente”, no en un alma moribunda
(Génesis 2:7). En la Biblia nunca se usa el
término “mortal” en relación con el alma.
La Escritura dice: “Está establecido á los
hombres que mueran una vez, y después
el juicio” (Hebreos 9:27). Esto muestra
claramente que hay un más allá cuando una
persona muere. Para aquellos que mueren en
sus pecados, esto resultará en un juicio. ¡Pero
no puede haber un juicio de algo que ha dejado
de existir! El relato del Señor sobre el hombre
rico y Lázaro confirma este hecho (Lucas 16:19-
31). Indica claramente que hay vida después de
la muerte. Eclesiastés 12:7 nos dice que el
espíritu de una persona no deja de existir
cuando muere, sino que regresa a Dios para dar
cuenta de sus acciones (Romanos 14:12).
El Señor Jesús afirmó este hecho cuando los
saduceos se enfrentaron a Él. Citó Éxodo 3:6,
cuando Dios dijo a Moisés: “Yo soy el Dios
de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob” (Mateo 22:32). Si esos patriarcas
hubieran dejado de existir cuando murieron,
Dios no podría haberse presentado como su
Dios. Además, el Señor le dijo al ladrón
moribundo que estaría con Él en el
paraíso después de su muerte (Lucas 23:43). El
Apóstol Pablo también dijo: “Mas
confiamos, y más quisiéramos partir del
cuerpo, y estar presentes al
Señor” (2 Corintios 5:8). Estar “presentes al
Señor”, después de que uno muere, significa
que la persona definitivamente aún está viva.
El estado intermedio
Cuando ocurre la muerte física, el alma y el
espíritu pasan a un estado intermedio. Así
como la muerte es una condición temporal para
el cuerpo, también lo es la condición del
espíritu y el alma cuando se separan del
cuerpo. Todos los que pasan a este estado
intermedio serán sacados de él algún día. Este
estado también ha sido llamado “el estado
desnudado” (2 Corintios 5:4).
La tumba (“qeber” o “mnemeion”)
La tumba es la custodia del cuerpo mientras el
espíritu y el alma se han separado de él a través
de la muerte. Aunque muchos cuerpos nunca
han sido enterrados adecuadamente (algunos
han sido comidos por animales, otros han sido
quemados, etc.), en la Escritura, un cuerpo
muerto, en cualquier estado que esté, se
considera como estando en la tumba.
La palabra en el hebreo del Antiguo
Testamento para la tumba, o un sepulcro,
es “Qeber”. Es un lugar literal o físico, un sitio
de entierro real. En el caso de Abraham, ese
lugar de enterramiento fue “delante de
Mamre” (Génesis 50:13). En el caso de Saúl y
Jonatán fue “en Sela, en el sepulcro de
Cis” (2 Samuel 21:14). “Qeber” es algo que
puede ser cavado (Génesis 50:5), y se dice que
el cuerpo de una persona entra en él
(1 Reyes 13:30; 2 Reyes 13:21; Jeremías 26:23).
En el Nuevo Testamento la palabra griega para
la tumba es “Mnemeion”. Puede ser traducida
como “sepulcro” (Mateo 27:60; Marcos 6:29;
Juan 19:41) o “monumento” (Mateo 23:29).
La tumba es un lugar temporal para los
cadáveres, porque el Señor dijo: “No os
maravilléis de esto; porque vendrá hora,
cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz; y ...
saldrán” (Juan 5:28-29). Hablaremos más
sobre esto cuando consideremos el tema de la
resurrección.
“Seol” o “Hades”
Aunque los cuerpos de los hombres que han
muerto están en la tumba, sus espíritus y almas
desencarnados pasan al mundo de los espíritus
invisibles. El nombre bíblico para esta
condición temporal de espíritus y almas
desencarnadas es “Seol” o “Hades”. Así
como “Qeber” y “Mnemeion” son las palabras
hebreas y griegas para referirse a la tumba o el
sepulcro, “Seol” y “Hades” son las palabras
hebreas y griegas para referirse al mundo
invisible de almas y espíritus desencarnados, el
estado desencarnado. Son simplemente dos
palabras diferentes de dos idiomas diferentes
que describen una misma cosa. Esto se puede
probar fácilmente comparando el Salmo 16:10
con Hechos 2:27. Estas dos palabras del idioma
original han sido adoptadas en el texto de la
mayoría de las traducciones al español.
Desafortunadamente, ni la versión inglesa King
James (KJV) ni la versión Reina-Valera
Antigua (RVA) en español, que suelen ser
traducciones fiables,
utilizan “Seol” y “Hades” en sus textos (al
contrario de la mayoría de las otras
traducciones), sino que traducen las dos
palabras como “infierno”, “tumba” o “foso”.
Esto ha llevado a una considerable confusión,
ya que la tumba es un lugar temporal de
cadáveres y el infierno es la morada eterna de
los perdidos, no la condición temporal de los
espíritus desencarnados. En el Antiguo
Testamento, “Seol” ha sido erróneamente
traducido como “tumba” (31 veces), “infierno”
(31 veces) y “foso” (3 veces) en la KJV. En el
Nuevo Testamento, “Hades” ha sido
erróneamente traducido como “infierno” en
nueve pasajes de la RVA (Mateo 11:23, 16:18;
Lucas 10:15, 16:23; Hechos 2:27, 2:31;
Apocalipsis 1:18, 6:8, 20:13-14). Haríamos bien
en repasar nuestros Nuevos Testamentos y
marcar estos pasajes como “Hades”, en lugar
de “infierno”, para poner fin a la confusión en
nuestros estudios bíblicos futuros.
El “Seol” o “Hades” no es un lugar, sino una
condición con dos estados opuestos en él.
Simplemente significa “el mundo invisible de
los espíritus incorpóreos”. La nota al pie de
página de la traducción de J. N. Darby en
Mateo 11:23 da una explicación útil de esta
condición de los espíritus y almas
desencarnados. Dice, “‘Hades’, como ‘Seol’ en
el Antiguo Testamento (ver nota en Salmo 6:5)
es una expresión muy ambigua utilizada
generalmente para designar el estado temporal
de los espíritus apartados, el mundo invisible o
no visto de los espíritus, en el cual, hasta la
llegada de Cristo, descansaban las tinieblas y la
oscuridad”.
Dos estados en “Seol” o “Hades”
Como se ha
mencionado, “Seol” o “Hades” son términos
generales que tienen que ver con almas y
espíritus difuntos sin describir su estado. Se
utilizan en las Escrituras para los justos que
han fallecido (Génesis 37:35; Job 14:13;
Hechos 2:27; 1 Corintios 15:55 – el texto
griego), y también para los malvados que han
fallecido (Salmo 9:17; Salmo 31:17;
Ezequiel 31:16-17; Mateo 11:23; Lucas 16:23).
Con la venida del Señor Jesús a este mundo,
hemos tenido el privilegio de saber más que lo
que se reveló en el Antiguo Testamento acerca
del estado incorpóreo. El Señor enseñó que hay
dos estados opuestos en el mundo de los
espíritus. Hay un estado de felicidad para los
justos en el cielo, y un estado de tormento para
los perdidos.
La descripción que dio el Señor del “hombre
rico” y “Lázaro” lo indica (Lucas 16:19-31).
No es exactamente una parábola, ya que no
lleva las marcas de sus otras parábolas. Por
ejemplo, el Señor nunca usó nombres de
personas en sus parábolas, pero aquí sí. El
relato es, más bien, una historia real de dos
personas. Se da en un escenario judío porque
ese era su público, y, por lo tanto, se utiliza
mucho simbolismo. Si tomamos la historia
literalmente, nos quedaremos con todo tipo de
ideas equivocadas. Por ejemplo, pensaríamos
que la gente en una eternidad perdida puede
mirar hacia arriba y ver a la gente en el cielo, y
que pueden hablar entre ellos.
Un opositor podría decirnos que, si los ojos y la
lengua del rico son simbólicos, también lo
deben ser sus tormentos y la llama. Y tienen
toda la razón. Los tormentos físicos descritos
en este relato son simbólicos de los tormentos
espirituales que afectan al alma y al espíritu.
Son antropomorfismos, es decir, el uso de
rasgos humanos para simbolizar ciertas cosas
reales. Por ejemplo, las Escrituras hablan del
“ojo” de Dios, o la “mano” de Dios. Dios no
tiene un cuerpo con ojos y manos porque Él es
espíritu (Juan 4:24). Pero los rasgos humanos,
como el ojo, se utilizan para simbolizar el hecho
de que Dios lo sabe todo (Su omnisciencia). Su
poder actúa en todas partes y a menudo se
utiliza bajo la figura de una “mano” (Su
omnipotencia). Del mismo modo, el alma y el
espíritu incorpóreo del rico en el Hades no
tenía ojos ni dedos, etc. Tales
antropomorfismos se utilizan para describir su
tormento en términos que podemos entender.
Algunos han imaginado que sus seres queridos
difuntos en el cielo los miran con desprecio
mientras viven aquí en la tierra, pero las
Escrituras no apoyan esta idea. El relato del
hombre rico y Lázaro muestra que las personas
en el estado desencarnado son plenamente
conscientes, tienen recuerdos y emociones, etc.
Sin embargo, no son conscientes de las cosas
que están sucediendo actualmente en este
mundo, ya que están en otro mundo. Job 14,
que ha sido llamado “el gran capítulo del
Antiguo Testamento sobre la resurrección”,
habla de personas en el estado desencarnado
que no tienen conocimiento del estado actual o
de los eventos en la tierra. El verso 21
dice, “Sus hijos serán honrados, y él no lo
sabrá; O serán humillados, y no
entenderá de ellos”. Salomón también
dijo, “los muertos nada saben” (Eclesiastés
9:5). Es decir, no saben nada de lo que está
pasando en la tierra. Cuando Samuel fue
llamado del mundo de los espíritus muertos
invisibles, tuvo que ser informado de la
condición actual de Israel (1 Samuel 28:15-19).
Lo mismo se dice de Abraham (Isaías 63:16).
Otros han asumido erróneamente que estos
versículos que acabamos de citar enseñan que
las almas difuntas están dormidas o
inconscientes, que es una doctrina llamada “el
dormir del alma”. Pero no se refiere a eso en
absoluto. Lucas 16:19-31 muestra de forma
concluyente que todas las almas son
conscientes después de la muerte. El Señor
mismo dijo que todos los muertos “viven
[para] Él” (Lucas 20:38). El contexto de
Eclesiastés tiene que ver con lo que
está “debajo del sol” (Eclesiastés 1:3, etc.),
que es una expresión que se refiere a la vida en
este mundo. Los versículos como Eclesiastés
9:5 deben ser tomados en su contexto. Por lo
tanto, dice que los “muertos nada saben” en
cuanto a lo que está pasando en este mundo.
Del mismo modo, no sabemos lo que está
sucediendo en este momento en el Palacio de
Buckingham porque no estamos allí para
tomarlo en cuenta, pero eso no significa que
estemos inconscientes. Simplemente no
estamos allí para saber.
Como se ha mencionado, hay dos condiciones
opuestas en el estado desencarnado. Una es
el “paraíso” (Lucas 23:43) y la otra es
el “encarcelamiento” (1 Pedro 3:19). Los
justos, aquellos que han muerto con fe, están
en el “paraíso”. Los inicuos, los que han
muerto sin fe, están “encarcelados”.
Una ilustración que el hermano Albert Hayhoe
utilizó es útil para entender esta división que
existe en el “Seol”, o “Hades”. Dijo que el
salón de reunión en la ciudad donde vivía
estaba construido de tal manera que, al entrar
en ella, uno se encontraba con medio tramo de
escaleras hacia el piso superior, y medio tramo
de escaleras hacia el sótano. Dijo que, si
veíamos a alguien en la calle entrar en ese
edificio, esa persona desaparecería detrás de
las puertas (lo que él comparaba con la
muerte), y no sabríamos a dónde fue, si al piso
superior o al inferior. Lo mismo ocurre cuando
una persona pasa por la muerte. Su cuerpo va a
la tumba, pero su alma y espíritu van
al “Hades” (Seol), ya sea al “paraíso” o
al “encarcelamiento”.
Paraíso
Los justos en el “Seol” o el “Hades” están en
el “paraíso” con Cristo (Lucas 23:43;
2 Corintios 12:1-4;
Apocalipsis 2:7). “Paraíso” significa “el jardín
de las delicias”, y describe el estado de los
justos en el cielo que descansan en
bienaventuranza. Es lo que el Apóstol Pablo
llama del “tercer cielo”, que es la presencia
inmediata de Dios (2 Corintios 12:1-4).
Los justos en el “paraíso” incluirían a todos
los que han muerto en la fe y también a los que
han muerto en la infancia, que eran menores de
la edad del entendimiento (2 Samuel 12:23;
1 Reyes 14:13). El Señor dijo: “sus ángeles en
los cielos ven siempre la faz de mi Padre
que está en los cielos” (Mateo 18:10). Usó la
palabra “ángeles” para sus espíritus
incorpóreos. También se usa así con Pedro en
Hechos 12:15. Aunque las almas y espíritus de
los infantes difuntos están en el cielo (paraíso),
no son parte de la Iglesia de Dios. Los que
componen la Iglesia han sido sellados con el
Espíritu de Dios al creer en el evangelio de su
salvación (Efesios 1:13). Esto requiere fe y
cierta inteligencia en el mensaje del evangelio.
Los infantes difuntos estarán entre los amigos
del “Esposo” (Juan 3:29). Tendrán una
porción bendita con Cristo en la resurrección, y
reinarán con Él sobre la tierra en el Milenio.
Se dice que los santos que están en
el “paraíso” están “desnudados” (2
Corintios 5:4), y que están “con Cristo, lo
cual es mucho mejor” (Filipenses 1:23;
Lucas 23:43). Están en el cielo, pero todavía no
han sido glorificados. Están esperando (como
nosotros estamos esperando en la tierra) la
venida del Señor. Cuando Él venga, efectuará la
primera resurrección, en la cual ellos y
nosotros seremos glorificados. Tanto los santos
que están vivos en la tierra, como los santos
que han fallecido, ambos están esperando. La
diferencia es que los santos que han fallecido
están en una sala de espera más brillante en el
cielo. Se dirá más sobre esto cuando
consideremos el tema de la resurrección.
Los judíos creían que su antepasado Abraham
estaba en el lugar más alto de la felicidad. Por
lo tanto, cuando el Señor habló de que Lázaro
estaba en el “seno de Abraham”,
entendieron claramente que se refería a este
estado de felicidad (Lucas 16:22). Este es un
término figurativo; no hay un lugar literal en el
seno de Abraham para los justos
bienaventurados.
Como se mencionó anteriormente, el evangelio
nos ha dado mucha más luz acerca del estado
intermedio que la que tenían los santos del
Antiguo Testamento. Ahora podemos hablar
más definitivamente sobre los justos en esa
condición. Por lo tanto, en el Nuevo
Testamento, la palabra “Hades” casi
desaparece en aplicación a los justos. Sólo se
usa dos veces de esa manera: al hablar del
Señor cuando estaba en el estado desencarnado
(Hechos 2:27), y para los santos en el momento
de la primera resurrección (1 Corintios 15:55 –
el texto griego). Como ya sabemos
específicamente que la condición de los santos
es estar en el “paraíso”, no es necesario usar
el término ambiguo y general de “Hades”.
Para ilustrar esto, podríamos hablar de una
persona que sabemos que ha ido a Gran
Bretaña. Pero después de saber dónde anduvo
exactamente, hablaríamos del lugar específico
al que ha ido. No sólo decimos que la persona
está en Gran Bretaña; decimos que está en
Londres. Por lo tanto, con los creyentes que
han partido de este mundo a través de la
muerte, no nos referimos a ellos como si
estuvieran en el “Hades”, aunque lo estén. La
inteligencia cristiana sobre este tema nos
permite decir que están “con Cristo” en el
cielo, en el “paraíso”.
Aunque los difuntos que han sido justificados
están en un estado intermedio al estar
separados de sus cuerpos, sus almas y espíritus
están en una condición fija de felicidad en
el “paraíso”. Cuando sean resucitados y
glorificados en la primera resurrección,
continuarán por la eternidad en ese estado de
dicha.
Prisión
Los inicuos que se encuentran en el “Hades”
(Seol) están “encarcelados” (1 Pedro 3:19).
Es una condición de tormento (Lucas 16:23).
Esa prisión es un “lugar de retención”, por así
decirlo, de los malvados que se han
desincorporado. Mientras que su condición
encarcelada es temporal, su estado de tormento
es eterno. Es una condición fija. Una vez que
una persona sale de este mundo en sus
pecados, está en una eternidad perdida, ¡y
ninguna oración le servirá entonces! Job
dijo: “Porque yo conozco que me reduces
á la muerte; Y á la casa determinada á
todo viviente. De hecho, no [puede] la
oración cuando Él extiende [Su] mano:
aunque clamen cuando Él los
quebrantare” (Job 30:23-24 – traducción J.
N. Darby). El Señor mismo dijo que sólo tenía
poder para perdonar los pecados en la tierra
(Mateo 9:6). Una vez que una persona toma su
último aliento y pasa a una eternidad perdida,
el gran poder del perdón de Cristo no puede
alcanzarlo allí. ¡Qué solemne!
Isaías 24:21-22 dice: “Y acontecerá en aquel
día, que Jehová visitará sobre el ejército
sublime en lo alto, y sobre los reyes de la tierra
que hay sobre la tierra. Y serán amontonados
como se amontonan encarcelados en
mazmorra, y en prisión quedarán encerrados, y
serán visitados después de muchos días”. El
“ejército sublime en lo alto” es Satanás y sus
ángeles caídos. Justo después de la aparición
de Cristo, serán tomados y arrojados a la
“mazmorra”. Ver también Apocalipsis 20:1-3.
Los “reyes de la tierra” son los ejércitos de las
naciones que se reunirán en la tierra de Israel.
Serán juzgados en ese momento. Serán
matados, y sus almas y espíritus serán
arrojados a la “prisión”. Serán retenidos allí por
“muchos días” (durante el Milenio), y luego
“visitados” por una nueva ejecución del juicio y
asignados al lago de fuego.
Como en Hechos 2:27 se dice que el alma del
Señor entró en el Hades después de su muerte
(pero antes de que resucitara), algunos han
imaginado que bajó a la “prisión” y predicó el
evangelio a los espíritus de los hombres
desencarnados allí, dándoles una segunda
oportunidad para salir de ese lugar. El versículo
utilizado para apoyar esta idea es 1 Pedro 3:18-
20. Dice: “Porque también Cristo padeció una
vez por los injustos, para llevarnos á Dios,
siendo á la verdad muerto en la carne, pero
vivificado en espíritu; En el cual también fué y
predicó á los espíritus encarcelados; Los cuales
en otro tiempo fueron desobedientes, cuando
una vez esperaba la paciencia de Dios en los
días de Noé, cuando se aparejaba el arca; en la
cual pocas, es á saber, ocho personas fueron
salvas por agua”.
Esto, sin embargo, es torcer las Escrituras. Se
asume erróneamente que el Hades es
exclusivamente una condición de sufrimiento.
Y, sobre esa falsa idea, la gente concluye
erróneamente que después de la muerte, el
Señor entró en ese lugar donde están los
espíritus incorpóreos de los hombres malvados,
y les predicó. Eso no es lo que el pasaje de
1 Pedro 3 está enseñando. Pedro habla de la
resurrección del Señor, y no de su espíritu en el
estado incorpóreo. Él se refiere a la obra del
Espíritu Santo, diciendo: “En la cual [en el
Espíritu] también fue [el Señor Jesús] y predicó
a los espíritus [que están] encarcelados”. El
punto del pasaje es que el mismo Espíritu que
levantó al Señor Jesucristo de la muerte
también estaba activo en los días de Noé
cuando predicó al mundo antes del diluvio.
Hablar a los hombres en la tierra por el
Espíritu Santo era la forma en que el Señor
trabajaba en tiempos del Antiguo Testamento.
Advirtió: “No contenderá mi espíritu con el
hombre para siempre” (Génesis 6:3;
Salmo 139:7). Pedro afirma esto en el primer
capítulo de su epístola, diciéndonos que “el
Espíritu de Cristo” era el poder que daba
testimonio en los tiempos del Antiguo
Testamento (1 Pedro 1:11).
Los “espíritus” de aquellos hombres a los que
Noé predicó hace mucho tiempo están ahora
“encarcelados” porque rechazaron el mensaje
que Dios les dio cuando aún estaban vivos en la
tierra (1 Pedro 4:6). Para no confundir en
cuanto a cuándo fue que Cristo predicó a esas
personas por medio del Espíritu, Pedro añade,
“Los cuales en otro tiempo fueron
desobedientes, cuando una vez esperaba la
paciencia de Dios en los días de Noé”. Esto
prueba que fue en los días de Noé, y no cuando
Cristo fue desincorporado en el intervalo entre
su muerte y resurrección. No hay ni una
palabra en el pasaje que indique que el Señor,
en su estado incorpóreo, fue y predicó en la
“cárcel”. Tampoco dice que estas personas eran
espíritus incorpóreos cuando se les predicó; la
predicación tuvo lugar cuando estaban vivos en
la tierra (en sus cuerpos) en los días de Noé.
Tal interpretación es irracional y plantea más
preguntas que respuestas. Es absurdo pensar
que cuando el Señor murió, que de todas las
personas “encarceladas” que había en el Hades,
Él escogería a una generación de personas–
relativamente pocas– para ofrecerles una
segunda oportunidad. ¿Qué de aquellos que
vivieron durante otros períodos del Antiguo
Testamento? ¿Por qué el Señor no les daría una
segunda oportunidad también? ¿Y qué hay de
los que han muerto y han sido “encarcelados”
después de que el Señor resucitó de entre los
muertos, durante este período de la Iglesia
actual? ¿Por qué no les daría una segunda
oportunidad también? ¿Y cómo tendrían esa
oportunidad si murieron después de que Él
resucitó de los muertos? El Señor tendría que
morir de nuevo para bajar a la “cárcel” en el
Hades a predicarles. Esto es absurdo. Si la
doctrina de una segunda oportunidad después
de la muerte fuera cierta, entonces ¿por qué el
apóstol Pablo diría, “he aquí ahora el tiempo
aceptable; he aquí ahora el día de salud”?
(2 Corintios 6:2) ¿Por qué la necesidad de
urgencia en el evangelio?
La Escritura es clara: una vez que una persona
muere y pasa al estado de tormento porque sus
pecados no han sido expiados, ese estado es
“constituido” o fijo. Saldrán de la prisión
cuando resuciten, pero no saldrán de ese estado
de tormento. Esto se enfatiza en el relato del
hombre rico y Lázaro. “Y además de todo esto,
una grande sima está constituida entre
nosotros y vosotros, que los que quisieren pasar
de aquí á vosotros, no pueden, ni de allá pasar
acá” (Lucas 16:26).
El abismo (o pozo o mazmorra)
El “abismo” o “pozo” o “mazmorra” es un
lugar de confinamiento temporal para los
espíritus angélicos malvados (Isaías 24:21-22;
Lucas 8:31; Apocalipsis 9:1-2, 9:11, 11:7, 17:8,
20:1-3).
Aunque los ángeles no mueran (Lucas 20:35-
36), aquellos que sean malvados serán
consignados al “abismo” cuando Cristo
establezca su reino milenario (Isaías 24:21-22).
Algunos ángeles malvados están en
el “abismo” ahora. El Apóstol Pedro
dijo, “Porque si Dios no perdonó á los
ángeles que habían pecado, sino que
habiéndolos despeñado en el infierno [al
abismo más profundo de oscuridad] con
cadenas de oscuridad, los entregó para
ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4 –
traducción J. N. Darby). La palabra
erróneamente traducida como “infierno” aquí
en la versión Reina-Valera Antigua, no
es “Gehenna” sino “Tártaro” en el griego.
Debería ser traducida como “al abismo más
profundo de oscuridad” (traducción de J.
N. Darby). Aparentemente, este es un lugar
especial de confinamiento solitario en
el “abismo”.
Algunos de los ángeles caídos en los días de
Noé pecaron de una manera tan corrupta que
Dios intervino en el juicio y los arrojó a la “al
abismo más profundo de oscuridad”.
Judas añade más luz al respecto, diciendo, “Y á
los ángeles que no guardaron su
dignidad [estado original], mas dejaron
su habitación, los ha reservado debajo
de oscuridad en prisiones eternas hasta
el juicio del gran día” (Judas versículo 6).
En el tiempo del diluvio, algunos de los ángeles
que cayeron con Satanás antes de la creación
eligieron no mantener su “estado
original”, que era sin sexo (Mateo 22:30).
Ellos “dejaron su habitación”, que estaba
en los cielos, y bajaron y se involucraron en una
práctica degenerada de cohabitación con “las
hijas de los hombres” (Génesis 6:4).
Aparentemente, su diseño era hacer una súper
raza de seres. Se nos dice que
había “gigantes”, “valientes” y “varones
de nombre” en la tierra en aquellos días
(Génesis 6:4). Tal práctica era tan corrupta que
Dios los destruyó a todos en el juicio del
diluvio, excepto a “ocho” personas
(1 Pedro 3:20). Los ángeles impíos
involucrados en esta práctica fueron arrojados
a “al abismo más profundo de
oscuridad”. Esta práctica fue tan corrupta
que Dios ha dejado una cubierta sobre ella, y
nos ha dicho muy poco sobre ella en su Palabra.
El “abismo” es un lugar temporal de juicio en
el que los ángeles caídos son retenidos
hasta “el juicio del gran día” (Judas
versículo 6), que será al final de los tiempos
(Apocalipsis 20:10). Aunque esas criaturas
impías estarán confinadas en
el “abismo” hasta ese día, sus influencias
malignas serán soltadas en la tierra una vez
más en la Gran Tribulación bajo la dirección
del Anticristo (Apocalipsis 9:1-11).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
En resumen, hay tres palabras usadas en las
Escrituras para describir el estado temporal de
todos los seres creados por Dios, que se
encuentran en el mundo de los espíritus
invisibles:
• “Paraíso” para los hombres justos.
• “Encarcelamiento” para los hombres
impíos.
• “Abismo” para Satanás y los ángeles impíos.
Resurrección
Así como la muerte (física) es la separación del
alma y espíritu del cuerpo (Santiago 2:26), la
resurrección es la reunión del alma y el espíritu
con el cuerpo (1 Reyes 17:21-22; Lucas 8:55).
Todos los que mueren, ya sean justos o impíos,
experimentarán la resurrección, ya que la
muerte es una condición temporal. El sepulcro
es sólo un custodio temporal del cuerpo, y el
Hades es sólo un custodio temporal del alma y
del espíritu.
Aunque todos los que mueren resucitarán, no
todos los muertos resucitarán
simultáneamente. Hay dos resurrecciones. El
Señor dijo: “No os maravilléis de esto;
porque vendrá hora, cuando todos los
que están en los sepulcros oirán su voz;
Y los que hicieron bien, saldrán á
resurrección de vida; mas los que
hicieron mal, á resurrección de
condenación” (Juan 5:28-29; Hechos 24:15).
La “primera
resurrección” (Apocalipsis 20:4-6), también
llamada “resurrección de vida” (Juan 5:29)
y “resurrección de los
justos” (Lucas 14:14), es una resurrección de
personas justas solamente. La segunda
resurrección, que se llama “resurrección de
condenación” (Juan 5:29) y “resurrección
de injustos” (Hechos 24:15), es una
resurrección de personas impías que han
muerto en sus pecados. Hay mil años entre
estas dos resurrecciones.
La primera resurrección
La primera resurrección es una
resurrección “de entre los
muertos” (traducción J. N. Darby de
Mateo 17:9; Filipenses 3:11; Colosenses 1:18,
etc.), porque es selectiva en el sentido de que
los justos son llamados “de entre” los impíos.
Esto tiene lugar en tres fases:
En primer lugar, Cristo ha sido levantado de
entre los muertos como una muestra de lo que
vendrá para los santos. Él es “las primicias”.
Él está ahora en el cielo en su cuerpo
glorificado (Filipenses 3:21). Entonces, en Su
venida (el Arrebatamiento), los santos que
duermen (que han fallecido) serán levantados
de entre los muertos. Estos son todos los justos
desde Abel (el primer hombre que murió) hasta
la última persona que muere antes del
Arrebatamiento. Entonces se dirá: “¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh
sepulcro [Hades], tu
victoria?” (1 Corintios 15:55). La “muerte”,
la cual ha llevado el cuerpo, no podrá retenerlo
más tiempo. El “Hades”, en el que se
encuentran los espíritus difuntos, perderá su
victoria de mantenerlos en ese estado separado.
Subirán junto con los santos que estarán vivos
en la tierra en ese momento para encontrarse
con el Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4:15-
18). Por último, cualquiera que haya muerto en
la fe durante el tiempo de la semana setenta de
Daniel (el período de la Tribulación), será
resucitado al final de ese período de siete años
(Apocalipsis 14:13). Para resumir estos tres,
hay:
• En primer lugar, “Cristo las
primicias” (1 Corintios 15:23; Mateo 28:1-8).
• En segundo lugar, “los que son de Cristo,
en su venida”, el Arrebatamiento
(1 Corintios 15:23; 1 Tesalonicenses 4:15-18;
Hebreos 11:40).
• En tercer lugar, los que se convierten a Dios
durante el período de la Tribulación y son
martirizados (Apocalipsis 6:9-11, 11:7-9, 15:2-4)
y luego son levantados al final de la Gran
Tribulación (Apocalipsis 11:11-12, 14:13).
El momento de la resurrección y la glorificación
de los santos es en la venida del Señor, el
Arrebatamiento. Éste ha sido llamado “El
momento para el cual todos los demás
momentos han sido hechos”. Todos los justos
que han muerto en las edades pasadas,
empezando con Abel, hasta la última alma
salvada durante el período de la Iglesia, ¡juntos
verán el rostro del Señor por primera vez!
Aquellos en el estado incorpóreo en el Hades
(Seol) no han mirado todavía el rostro del
Señor, aunque sus espíritus están con Él en el
paraíso. Actualmente participan en las alegrías
del cielo sin sus cuerpos. Pero cuando seamos
glorificados juntos, todos veremos su rostro por
primera vez. Dios se ha propuesto que haya un
momento definido de alegría y victoria cuando
nuestros ojos se encuentren con los suyos por
primera vez. ¡Qué momento será ese!
Para el creyente, la resurrección es el aspecto
completo y final de su liberación de todos los
efectos y consecuencias del pecado
(Romanos 8:11, 8:23; Efesios 4:30). Los
cuerpos de los santos que viven se vestirán
de “inmortalidad”, y los cuerpos de los
santos que han muerto se vestirán
de “incorrupción” (1 Corintios 15:53-54).
Seremos “juntamente con él ...
glorificados” (Romanos 8:17). La Biblia habla
de ello como “ser sobrevestidos de aquella
nuestra habitación celestial” (2 Corintios
5:2).
Los santos que han partido para estar con
Cristo no reciben cuerpos “nuevos” en la venida
del Señor, aunque a menudo oímos a la gente
decir que sí. Enseñar que los santos recibirán
cuerpos nuevos y diferentes en Su venida, en
cierto sentido, niega la resurrección de los
cuerpos en los que vivían antes. Si reciben
nuevos cuerpos en la venida del Señor,
¡entonces sus viejos cuerpos no se levantan de
entre los muertos después de todo! Las
Escrituras tienen cuidado de nunca decir que el
cuerpo de la resurrección es nuevo en ese
sentido. Cuando se habla de la resurrección,
siempre
dice “transformados” (1 Corintios 15:51-52;
Filipenses 3:21; Job 14:14). Esto define con
mayor precisión lo que sucede en el momento
de la resurrección. Ese cuerpo viejo será
levantado, transformado, y glorificado,
todo “en un momento, en un abrir de ojo,
á la final trompeta” (1 Corintios 15:52).
Cuando sean glorificados, los santos no tendrán
sus enfermedades, vejez, etcétera, sino que
estarán en “el rocío de [su] juventud” como
Cristo (Compare el Salmo 110:3 con
Filipenses 3:21). Su naturaleza caída a causa
del pecado será erradicada para siempre, y no
pecarán más (Hebreos 11:40, 12:23 – “hechos
perfectos”; 1 Juan 3:2).
A menudo, la gente habla de aquellos que han
partido para estar con Cristo en el estado
intermedio, como si estuvieran en la gloria. No
queremos ser de “los que hacían pecar al
hombre en palabra” (Isaías 29:21), pero
esto no es muy exacto, ya que aún no están
glorificados. El estado incorpóreo no es la
gloria. No serán glorificados hasta que sean
llamados en la venida del Señor (el
Arrebatamiento). Cristo está en gloria ahora
(en un estado glorificado; véase 1 Pedro 1:21;
2 Corintios 3:18), y está esperando a llevar a su
pueblo a esa condición de gloria en Su venida.
Esto es confuso para algunos porque (según su
manera de pensar) si Cristo está en la gloria, y
los santos difuntos están “con
Cristo” (Filipenses 1:23), entonces ellos
también deben estar en la gloria. Este
malentendido proviene de asumir que la
expresión convencional, “en la gloria”, se
refiere a un lugar donde el Señor está en el
cielo. Sin embargo, no es un lugar, sino
una condición glorificada. El Señor Jesús está
en una condición glorificada en el
cielo “con” los santos difuntos que aún no
están en esa condición.
Todos los muertos que tienen su parte en la
primera resurrección vivirán y reinarán con
Cristo en los cielos durante el Milenio
(Apocalipsis 20:4-6).
Serán moralmente “semejantes” a Cristo
(1 Juan 3:2) y físicamente “semejantes” a
Cristo (Filipenses 3:21). La Escritura
dice: “Porque si fuimos plantados
juntamente en él á la semejanza de su
muerte, así también lo seremos á la de
su resurrección” (Romanos 6:5).
La segunda resurrección
La primera resurrección tendrá lugar antes del
Milenio, pero la segunda resurrección tendrá
lugar después del Milenio (Apocalipsis 20:7,
20:11-15). Los impíos muertos serán levantados
juntos para estar de pie ante el “gran trono
blanco” y recibirán su sentencia de juicio
eterno. Todos los que participen en esta
resurrección, que es el resto de los muertos,
serán arrojados al “lago de fuego”. Esto es
muy triste y solemne.
La reencarnación (una creencia de muchas
religiones orientales) supone que las almas de
los muertos vuelven a la tierra en diferentes
formas para vivir de nuevo, lo que es una cosa
falsa (Hebreos 9:27). Decir que la Biblia apoya
esta noción es ridículo. La idea de la
reencarnación es que una persona vuelve como
otra persona o animal. Hay 10 o 12 Personas en
las Escrituras que fueron resucitadas de la
muerte, pero siempre volvieron en su propio
cuerpo y fueron la misma persona.
Malaquías 4:5-6 y Mateo 11:14 han sido
utilizados para apoyar la idea errónea. El Señor
habló de Juan el Bautista como Elías, pero no
hablaba literalmente, sino que Juan saldría en
su ministerio con el mismo carácter y espíritu
que Elías. Lucas 1:17 confirma esto,
diciendo, “Porque él irá delante de él con
el espíritu y virtud de Elías, para
convertir los corazones de los padres á
los hijos, y los rebeldes á la prudencia de
los justos, para aparejar al Señor un
pueblo apercibido”.
La Biblia enseña que una vez que una persona
muere, no regresa a la tierra para vivir de
nuevo. Dice: “Está establecido á los
hombres que mueran una vez, y después
el juicio” (Hebreos 9:27). Solo los impíos
caerán bajo juicio, porque todos los que tienen
fe han sido liberados del juicio de sus pecados.
El Señor dijo: “De cierto, de cierto os digo:
El que oye mi palabra, y cree al que me
ha enviado, tiene vida eterna; y no
vendrá á condenación, mas pasó de
muerte á vida” (Juan 5:24).
El Señor Jesús dijo acerca de los
muertos: “Porque no pueden ya más
morir” (Lucas 20:36). Esto confirma que no
pueden seguir volviendo a la tierra para vivir y
morir una y otra vez. El Rey David podía decir
de su hijo que murió: “¿Podré yo hacerle
volver? Yo voy á él, mas él no volverá á
mí” (2 Samuel 12:23). Véase también
Eclesiastés 12:7.
Destino final
Tres Destinos Finales, Pero Dos Condiciones
Finales
Muchos confunden el destino final del hombre
con su condición final. La Biblia enseña que
sólo hay dos condiciones finales para el
hombre: o ser bendecido por Dios con Cristo, o
estar bajo la condenación de Dios en el infierno
(el lago de fuego). Pero la Biblia también
enseña que hay tres destinos o lugares
distintos en los que los hombres pasarán la
eternidad.
• En primer lugar, el Señor
pudo “preparar” un lugar en la casa del Padre
para los santos celestiales, como resultado de
su entrada en el cielo como un Hombre
glorificado (Juan 14:3).
• En segundo lugar, los santos terrenales
heredarán el reino en la tierra, que ha
sido “preparado” para ellos (Mateo 25:34).
• En tercer lugar, el lago de fuego ha
sido “preparado” para el diablo y sus ángeles
(Mateo 25:41).
El cielo
En el momento del Arrebatamiento, los santos
de los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamento
serán glorificados juntos y serán llamados a
la “casa [del] Padre” en el cielo (Juan 14:2-
3). Los santos que han muerto, y están
actualmente incorpóreos en el estado separado,
no están en “la casa [del] Padre” ahora. La
casa del Padre no es un estado intermedio, sino
la morada final y eterna de los santos
glorificados. La casa del Padre es más que la
gloria; es donde el corazón del Padre se
muestra y Él mismo es conocido en la gloria.
Aunque los santos glorificados no verán al
Padre (porque “Dios es Espíritu” – Juan
4:24), disfrutarán de Su presencia y conocerán
Su corazón de amor en su plenitud. El creyente
puede disfrutar del amor y la presencia del
Padre ahora por el Espíritu (Juan 14:21, 14:23),
pero en aquel día será en su plenitud.
Habrá un feliz reencuentro de los santos que
han sido separados por la muerte. Parece que
se reconocerán el uno al otro en ese día, así
como Pedro, Jacobo y Juan reconocieron a
Moisés y Elías en el Monte de la
Transfiguración, aunque nunca los habían
conocido (Lucas 9:28-36).
La glorificación de los hijos de Dios ocurre en
el Arrebatamiento (Romanos 8:17), pero
la manifestación de los hijos de Dios es en la
Aparición de Cristo (Romanos 8:19). Cuando el
Señor venga del cielo en Su Aparición, traerá
Consigo a Sus santos glorificados, y se
manifestarán como tales ante el mundo. El
Apóstol Juan dijo: “Muy amados, ahora
somos hijos de Dios, y aun no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él apareciere,
seremos semejantes á él” (1 Juan 3:2). Él
vendrá “para ser glorificado en sus
santos, y á hacerse admirable en aquel
día en todos los que
creyeron” (2 Tesalonicenses 1:10).
Los santos celestiales vivirán y reinarán con
Cristo sobre la tierra en el Milenio
(Salmo 103:19; Daniel 7:22, 7:27;
Apocalipsis 20:4). Después del reinado de
Cristo por 1000 años, los santos celestiales
vivirán con Él por la eternidad en los “cielos
nuevos” que Dios preparará (2 Pedro 3:13).
Este es su destino eterno.
La tierra
Después de que el Señor llame a sus santos
celestiales a la casa del Padre (en el
Arrebatamiento), comenzará una obra en la
tierra para salvar a un remanente de Israel y a
una gran multitud de gentiles que tendrán su
porción en la tierra durante el Milenio
(Apocalipsis 7). Estos son los santos terrenales
de Dios que tienen una herencia y un destino
terrenales (Salmo 37:9). Ellos vivirán y
reinarán con Cristo en la tierra durante el
Milenio.
Después de que el Milenio haya terminado,
estos santos terrenales serán glorificados y
transportados a una “tierra nueva” donde
vivirán por la eternidad en comunión con el
Señor (2 Pedro 3:13). Este es su destino eterno.
El infierno
El “infierno” es la morada final y eterna de
los perdidos. Dios no tenía la intención de que
algún ser humano terminara en el infierno. Fue
preparado para “el diablo y para sus
ángeles”, pero es triste decir que muchos
seres humanos tendrán su final allí porque
rechazaron cada gesto de la gracia de Dios
hacia ellos.
“Infierno” es la traducción en español de la
palabra griega “Gehenna”. “Gehenna” se refiere
al valle de Hinnom, que es un valle en las
afueras de Jerusalén (en el sur), al que
conducía la puerta del Muladar. Era el lugar
donde los habitantes de la ciudad quemaban
sus desechos. Allí había un fuego
llamado “Topheth” para ese propósito; ardía
constantemente, día y noche (2 Reyes 23:10;
Isaías 30:33; Jeremías 7:31-32). Como el fuego
en el valle de Hinnom nunca se apagaba, era
una figura apta para referirse a la eternidad del
infierno.
El Señor fue el primero en revelar la verdad del
estado final de los perdidos. Él es el único en la
Biblia que ha usado la palabra “Gehenna”,
excepto su hermano Jacobo (Santiago), que la
usó sólo una vez (Santiago 3:6). Como se ha
mencionado, “Gehenna” se suele traducir
como “infierno”, pero en un par de ocasiones
se traduce como “infierno del fuego”, lo que
es bastante apropiado, porque “fuego” en las
Escrituras es una figura de juicio. [Nota del
traductor: En varias ocasiones, esta palabra
aparece simplemente como “Gehenna” en la
Reina-Valera Antigua.]
Como se dijo antes, la Reina-Valera Antigua
traduce incorrectamente la palabra
griega “Hades” como “infierno”, y ha
causado cierta confusión. Estamos agradecidos
de decir que la Reina-Valera Antigua traduce
correctamente la palabra
griega “Gehenna” como “infierno” o “infiern
o del fuego”, y simplemente deja la
palabra “Gehenna” como tal en algunas
ocasiones. Esto se puede ver en los siguientes
pasajes: Mateo 5:22, 5:29, 5:30, 10:28, 18:9,
23:15, 23:33; Marcos 9:43, 9:45, 9:47;
Lucas 12:5; Santiago 3:6. (Todos los demás
lugares en el nuevo testamento de la versión
Reina-Valera Antigua donde se
usa “infierno” son incorrectos, y deben ser
traducidos como “Hades”.)
“Infierno” (Gehenna) y “el lago de
fuego” (Apocalipsis 20:14-15) son el mismo
lugar. Es la morada final de los perdidos. “El
lago de fuego” es una expresión simbólica
que indica el juicio eterno. Un “lago” es un
lugar de confinamiento; el agua fluye hacia él
desde ríos y arroyos y está contenida allí.
El “fuego”, como dijimos, es una figura de
juicio. Por lo tanto, “el lago de fuego” es un
lugar de confinamiento bajo el juicio de Dios.
Un daño incalculable ha sido hecho por los
predicadores que se fijan detalladamente en los
términos usados en la Escritura para describir
el castigo eterno en un sentido literal. Esto lleva
a muchas contradicciones. Por ejemplo, si
el “fuego” fuera literal, entonces los cuerpos
de los perdidos arrojados al lago de fuego se
quemarían y desaparecerían. Una persona no
estaría en el infierno para siempre. Otra
descripción de este destino final de los perdidos
es “las tinieblas de afuera” (Mateo 22:13).
Pero esta descripción, si se toma literalmente,
contradice la primera. El fuego, como todos
sabemos, produce luz, ¡lo que significa que no
habría oscuridad allí! Además, se nos dice que
los perdidos serán atados “de pies y de
manos” y arrojados al infierno donde
habrá “lloro y crujir de
dientes” (Mateo 22:13). Si el fuego fuera algo
literal, quemaría las ataduras y estarían sueltos.
¿Y cómo podrían llorar y crujir los dientes si
sus cuerpos se quemaran?
La respuesta, por supuesto, es que todos estos
términos son simbólicos. Ya hemos explicado el
significado simbólico de un “lago” y
de “fuego”, así que pasaremos a algunas de las
otras figuras. “Las tinieblas de
afuera” significa soledad extrema. ¡Individuos
en el infierno jamás volverán a ver a otra
persona! La gente habla de tener muchos
amigos allí, pero eso no es cierto.
Estar “atado” indica que la persona no será
libre de hacer su propia voluntad. En la tierra
vivieron para hacer su propia voluntad en
independencia de Dios; en el infierno esa
libertad será quitada para siempre.
Habrá “llanto”, lo que indica autocompasión.
Y también habrá “crujir de dientes”, que es
el lanzamiento de insultos y maldiciones a Dios
(Mateo 8:12, 13:42, 13:50, 24:51, 25:30).
Compare Hechos 7:54 y Apocalipsis 16:10-11.
La diferencia entre la prisión en el
Hades y el infierno
El “Hades” es una condición temporal de
espíritus y almas incorpóreas; mientras que
el “infierno” (Gehenna) es un lugar eterno de
los perdidos, donde se arroja la persona entera,
incluyendo el cuerpo. Una es una condición y la
otra es un lugar. El “Hades” afecta sólo al
espíritu y al alma, mientras que
el “infierno” afecta a toda la persona, a su
espíritu, alma y cuerpo. El Señor dijo, “...que
todo tu cuerpo sea echado al
infierno” (Mateo 5:29). El cuerpo no va
al “Hades”, pero sí al “infierno”. Ver
también Mateo 18:9.
Se ha utilizado una ilustración para mostrar la
diferencia entre la condición temporal de los
perdidos en el “Hades” y la condición final de
los perdidos en el “infierno” (el lago de fuego).
Supongamos que se encuentra a una persona
infringiendo la ley, y que al ser aprehendida es
puesta en la cárcel del condado, que es un lugar
de confinamiento temporal. Permanece allí
hasta la fecha de su juicio, en el cual es llevado
ante un juez en el tribunal de justicia y es
condenado por su delito. Luego es transferido a
la penitenciaría del estado donde cumple su
condena. La cárcel del condado podría
representar la prisión en el “Hades” y la
penitenciaría del estado al “infierno”. Por
supuesto, en el caso del “infierno”, una persona
nunca termina de cumplir su sentencia.
El juicio de los vivos y los muertos
Contrariamente a lo que muchos piensan, no
hay nadie en el “infierno” (el lago de fuego)
hoy en día. Hay dos grupos de malvados que
serán arrojados al infierno en dos momentos
diferentes.
El primer grupo será arrojado allí en la
aparición de Cristo. En ese momento, el Señor
enviará a sus ángeles y ellos saldrán por Su
reino (la esfera en la tierra donde se ha
profesado el nombre de Cristo, es decir, la
cristiandad), y arrojarán a los malvados al lago
de fuego. El Señor dijo: “Enviará el Hijo del
hombre sus ángeles, y cogerán de su
reino todos los escándalos, y los que
hacen iniquidad, y los echarán en el
horno de fuego: allí será el lloro y el
crujir de dientes” (Mateo 13:41-42).
También dijo: “Así será al fin del siglo:
saldrán los ángeles, y apartarán á los
malos de entre los justos, y los echarán
en el horno del fuego: allí será el lloro y
el crujir de dientes” (Mateo 13:49-50).
Mateo 24:40-41 añade: “Entonces estarán
dos en el campo; el uno será tomado, y el
otro será dejado: Dos mujeres moliendo
á un molinillo; la una será tomada, y la
otra será dejada”.
Los primeros de este grupo inicial en ser
arrojados al “infierno” (el lago de fuego) son
la Bestia y el falso profeta (el Anticristo)
(Apocalipsis 19:20).
Aquellos que serán tratados en ese momento
son las personas más responsables sobre la faz
de la tierra. Ellos han escuchado el evangelio de
la gracia de Dios (Hechos 20:24) y han
profesado ser creyentes, pero no lo son, o han
sido rotundamente rechazadores de él. Han
disfrutado, más o menos, de los beneficios y
privilegios que el cristianismo ha traído a este
mundo, pero nunca han recibido a Cristo como
su Salvador personal. No vendrán ante “el
gran trono blanco” (Apocalipsis 20:11-15) al
final de los tiempos para ser juzgados porque
no hay necesidad de ello. Han estado cara a
cara, por así decirlo, con el Juez mismo, y han
sido sorprendidos con las manos en la masa en
su aparición. Él los asignará directamente al
infierno. Este juicio se llama el juicio de “los
vivos” (2 Timoteo 4:1; 1 Pedro 4:5), porque es
un juicio de personas vivas. Estas personas no
morirán; ¡son arrojadas vivas al lago de fuego!
El segundo grupo de personas que serán
arrojadas al “infierno” (el lago de fuego) son
los muertos, los que están “encarcelados” en
el estado intermedio. Como se mencionó
anteriormente, todos los que han muerto en
sus pecados serán resucitados al final de los
1000 años del reinado de Cristo (el Milenio).
Esa es la segunda resurrección. Estarán de pie
ante el Señor en “el gran trono blanco” para
ser sentenciados a su castigo eterno
(Apocalipsis 20:11-15, 21:8). Al ser resucitados,
estarán allí vivos, y serán
lanzados vivos al “lago de fuego”. De hecho,
toda persona que es arrojada al infierno va allí
con vida. Sus cuerpos serán constituidos para
durar a través de las edades eternas y existirán
en “la segunda muerte” para siempre. ¡Qué
cosa tan solemne!
Castigo eterno
Algunos piensan que la “eterna
perdición” (2 Tesalonicenses 1:9; Filipenses
3:19; Mateo 7:13; 2 Pedro 2:1, 2:12, 3:16, etc.)
significa que la gente es consumida por el fuego
del juicio de Dios, y luego dejan de existir. Esta
falsa doctrina se le llama Aniquilación. Nuestra
experiencia con aquellos que niegan el castigo
eterno es que apelan poco o nada a las
Escrituras, y hacen mucho énfasis en el
sentimiento y la razón humana. Sin embargo,
debemos dejar que la santa Palabra de Dios
resuelva la cuestión. Ella indica que la “eterna
perdición” no tiene que ver con la pérdida del
ser, sino con la pérdida del bienestar.
Está claro en Job 30:24 que los perdidos siguen
existiendo después de morir. Dice
que “clamarán” incluso después de haber
sido destruidos.
Apocalipsis 19:20 nos dice que la Bestia y el
falso profeta fueron lanzados vivos al lago de
fuego. Luego, en el capítulo 20 se nos dice que
el diablo será atado en el abismo durante todo
el Milenio y luego será soltado. Y después de
una breve rebelión leemos: “Y el diablo que
los engañaba, fué lanzado en el lago de
fuego y azufre, donde está la bestia y el
falso profeta; y serán atormentados día y
noche para siempre
jamás” (Apocalipsis 20:10). Note: ¡la Bestia y
el falso profeta seguían allí en el lago de fuego
después del reinado de mil años de Cristo! No
dejaron de existir.
El Señor Jesús dijo: “El que cree en el Hijo,
tiene vida eterna; mas el que es
incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino
que la ira de Dios está [permanece]
sobre él” (Juan 3:36). “Está
[permanece]” es algo continuo. Si la ira de
Dios permanece en el incrédulo, debe estar la
existencia del incrédulo para que permanezca
en él.
De nuevo, Apocalipsis 14:11 dice que “el humo
del tormento de ellos sube para siempre
jamás”. El tormento significa una condición
que requiere una persona viva para soportarlo.
No se puede atormentar algo que no existe.
El Señor también dijo, “Donde el gusano de
ellos no muere” (Marcos 9:48). Esto indica
que los tormentos de una conciencia culpable
no cesarán en las personas perdidas que están
bajo el castigo eterno.
Varias Escrituras nos dicen que el fuego del
juicio de Dios “nunca se apaga” (Mateo 3:12;
Marcos 9:43, 9:45; Lucas 3:17). ¿Qué necesidad
habría de que continuara el fuego si los que son
arrojados allí son aniquilados inmediatamente?
Algunos nos dicen que la muerte misma es el
juicio. Pero las Escrituras dicen: “Está
establecido á los hombres que mueran
una vez, y después [de la muerte] el
juicio” (Hebreos 9:27). Si “después” de la
muerte es el juicio, ¿cómo podría ser la muerte
el juicio?
En las Escrituras, “perdición” no significa
aniquilar algo, ni que cese su existencia. La
palabra es “Apollumi” en el griego, y se usa
cuando el Señor, el Buen Pastor, encuentra a su
oveja “perdida”. Dijo: “Dadme el
parabién, porque he hallado mi oveja
que se había
perdido [Apollumi]” (Lucas 15:6). ¿Podría
el Señor haber encontrado algo que había
dejado de existir? ¿No existíamos antes de ser
recogidos y salvados por el Señor? El apóstol
Pablo usa la misma palabra, diciendo: “si
nuestro evangelio está aún encubierto,
entre los que se pierden [Apollumi] está
encubierto” (2 Corintios 4:3). ¿Podríamos
decir que los pecadores incrédulos de este
mundo han dejado de existir cuando todavía
están vivos y se mueven por la tierra?
Incluso en nuestro lenguaje
ordinario, “perdición” no significa el cese de
la existencia. Por ejemplo, si se toma un hacha
y se destruye una hermosa mesa, habría tanto
material tirado en un montón inútil en el suelo
como cuando se sentaba como una hermosa y
útil mesa. Una vez que ha sido destruida, ya no
es útil para el propósito para el que fue hecha.
Lo mismo ocurre con la perdición de los seres
humanos. El hombre fue hecho para la gloria
de Dios (Isaías 43:21; Apocalipsis 4:11). Si entra
en la “eterna perdición”, ya no puede ser
salvado y usado para el propósito por el que fue
creado. Se llama perdición “eterna” porque
no hay recuperación de esa condición; es eterna
(Marcos 3:29).
El juez de toda la tierra hará lo que es
justo
En el infierno no habrá niños ni personas con
discapacidades intelectuales que no hayan
alcanzado una edad de responsabilidad
(Deuteronomio 1:39; Jonás 4:11). Dios es fiel y
justo para no permitir que ninguno de
esos “pequeños” perezca en una eternidad
perdida (Mateo 18:10-14). Ellos son contados
bajo el amparo de la sangre de Cristo, aunque
no sean capaces de apreciarlo inteligentemente.
Con respecto a estas personas, podemos
consolarnos en la Palabra de Dios que dice, “El
Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo
que es justo?” (Génesis 18:25). Las personas
que sí terminan en una eternidad perdida son
aquellas que son responsables al haber tenido
muchas oportunidades de creer en el
testimonio que Dios les ha dado de Sí mismo,
pero lo han rechazado voluntaria y
conscientemente.
Tampoco habrá nadie en el infierno (el lago de
fuego) arrepintiéndose de su pecado y
sintiendo una lástima genuina por lo que ha
hecho en su vida. El corazón del hombre no
cambiará al encontrarse en circunstancias
diferentes. Los hombres que odian el evangelio
hoy, también lo odiarán en ese entonces. Como
se ha mencionado, habrá “llanto”, pero sólo
por autocompasión. También habrá el “crujir
de dientes”, pero es sólo el desahogo de su ira
contra Dios, lanzando insultos y maldiciones
contra Él.
Esto demuestra que el dolor y el sufrimiento no
llevan a una persona al arrepentimiento. Las
Escrituras dicen que es la “benignidad” de
Dios la que lleva al arrepentimiento
(Romanos 2:4), y no habrá ninguna bondad de
Dios mostrada a los que están en el infierno.
Fuera del nuevo nacimiento, los corazones de
los hombres no cambiarán. El Señor dijo: “Lo
que es nacido de la carne, carne es”, lo
que significa que la naturaleza caída del pecado
en el hombre no puede ser cambiada, ya sea
por la cultura, la educación o el sufrimiento
(Juan 3:6). Esta es la razón por la que el
hombre necesita una nueva naturaleza, la cual
se le da cuando es nacido de nuevo.
¡Además, los que están en el infierno ya no
serán amados por Dios! El Señor dijo de Jacob
(un creyente) y de Esaú (un incrédulo): “amé
a Jacob, y a Esaú aborrecí” (Malaquías 1:2-
3). Esto no se dijo cuando ellos estaban aún con
vida, sino mucho después de que estos dos
hombres hubieran fallecido. Dios ama a todos
los hombres mientras están aquí en la tierra
(Juan 3:16), pero si han rechazado su gracia y
testimonio, y han muerto en sus pecados, Él
deja de amarlos. Dios una vez amó a Esaú, pero
él murió como un rechazador de Dios, y ahora
ya no es amado por Dios. Qué cosa tan
solemne; ¡nadie en el infierno podrá decir que
nunca fue amado por Dios!
La morada final de los ángeles malvados
El diablo y sus ángeles que serán confinados en
el “abismo” serán arrojados al lago de fuego
(Mateo 25:41), para que toda criatura impía e
impenitente tenga su parte en la eterna
perdición. Los santos de Dios tendrán su parte
en juzgarlos (1 Corintios 6:3).
B. Anstey
Primera edición en inglés—junio 1990
Segunda edición en inglés—enero 2007
Primera edición en español—enero 2021
MUERTE, EL ESTADO INTERMEDIO,
RESURRECCIÓN,
Y EL DESTINO FINAL— Lo que la Biblia
Enseña Sobre la Vida Después de la Muerte
B. Anstey
Primera edición en inglés—junio 1990
Segunda edición en inglés—enero 2007
Primera edición en español—enero 2021
VERSIÓN IMPRESO—1.1
Impreso en CANADÁ
VERSIÓN E-Book—1.1
Primera edición en español – mayo de 2021
Nota: Toda referencia de la Santa Escritura es
de la versión Reina-Valera Antigua.
Publicado por:
CHRISTIAN TRUTH PUBLISHING
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