Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. EVALUACIÓN
El objetivo inicial de esta evaluación es el de poner de manifiesto las contraindicaciones psicológicas para
el trasplante, precisando en especial el riesgo de no observancia medicamentosa después del mismo. La
no observancia toma en este caso un aspecto de amenaza vital inmediata. Didlake et al comunican una
incidencia del 4,7 % de rechazos del trasplante por no observancia en 531 pacientes trasplantados
renales. Este porcentaje está probablemente subestimado.
Los factores mencionados por la mayoría de los autores como contraindicaciones importantes son:
1. Toxicomanía.
2. Alcoholismo.
3. Antecedentes de no observancia medicamentosa.
Frieson y Lippmann refirieron que en una serie de setenta candidatos al trasplante cardíaco, trece fueron
excluidos por motivos psiquiátricos (abuso de tóxicos, personalidad antisocial o alteración de las
funciones intelectuales). En la misma serie, de los diecisiete pacientes aceptados en la lista de trasplante
y que presentaban antecedentes psiquiátricos, cuatro dieron muestras ulteriores de mala observancia
postoperatoria.
Freeman et al adoptan una posición interesante al mencionar los antecedentes psiquiátricos como
factores de riesgo postoperatorio. Además, destacan que los pacientes que han tenido antecedentes
psiquiátricos suelen manifestarse más insatisfechos con los resultados del trasplante que los demás.
Sin embargo, se exige prudencia cuando se trata de la exclusión, basada en criterios psiquiátricos, de
cualquier paciente de un protocolo de trasplante. Sólo el alcoholismo reciente y la toxicomanía, dado que
reflejan un juego con la muerte, constituyen factores disuasivos para la mayoría de los equipos. Así, para
los trasplantes cardíacos y hepáticos, se suele exigir un período de abstinencia de un año, pero si existe
una indicación urgente, puede aceptarse un plazo más breve.
Finalmente, resulta difícil predecir una mala observancia tomando como base los trastornos psiquiátricos
a partir de una única evaluación clínica. Es conveniente destacar que el trasplante es posible en
numerosos casos psicopatológicos: psicosis equilibrada, psicosis maníacodepresiva y trastornos de la
personalidad. El papel del psiquiatra no consistirá en excluir a estos pacientes, sino en prever una ayuda
adaptada desde el momento de la evaluación.
La segunda etapa de la evaluación consiste en detectar, por medio de una entrevista semidirectiva, el
funcionamiento psíquico actual y pasado del paciente, para disponer así de elementos de referencia
cuando aparezcan eventuales complicaciones.
Es importante evaluar, sobre todo el nivel de depresión y de ansiedad, para lo cual algunos autores
proponen recurrir a cuestionarios específicos. Se debe prestar especial atención a las capacidades de
adaptación del paciente frente a los acontecimientos traumáticos de su vida (duelos, enfermedades
anteriores). Los mecanismos de defensa a los que el paciente recurre en esta situación excepcional, el
mantenimiento o no de una actividad fantasmática, en fin, la expectativa expresada respecto del
trasplante, completan la evaluación del futuro trasplantado.
Cada vez que sea posible, se entrevistará y evaluará el entorno del paciente y, particularmente a la
pareja, con el objeto de reunir el máximo de información sobre el paciente, sobre su lugar en la familia,
sus capacidades de adaptación pero, sobre todo, para evaluar la calidad del apoyo que constituye el
entorno y para medir el grado de implicación de este último en el proyecto de trasplante.
Se ha prestado poca atención a la evaluación del donante, pero algunos autores la proponen
sistemáticamente (particularmente en el trasplante de médula, donde la cooperación del donante debe
estar garantizada, ya que una vez que se practica la irradiación total no hay posibilidad de volver atrás):
de este modo se toman en cuenta la estabilidad psíquica, el grado de ambivalencia del donante, las
La vivencia del donante varía según se trate de un trasplante de médula o de un trasplante renal: en
este último caso el donante va a perder definitivamente uno de sus órganos, lo que no ocurre en los
trasplantes de médula. También se ha descrito la dependencia ambivalente que se desarrolla casi
siempre entre donante y receptor de una misma familia. El psicólogo puede ejercer una tarea de
preparación al donante para la cirugía.
2. INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA
El período de espera para un trasplante genera trastornos psíquicos múltiples. Mumford et al llevaron a
cabo un interesante análisis de la literatura sobre la intervención psicoterapéutica preoperatoria en los
cardíacos. Su estudio muestra que los pacientes que tuvieron esta consulta preoperatoria permanecieron
hospitalizados menos tiempo que los demás.
El trasplante constituye también una verdadera prueba para la familia del paciente, que en la mayoría de
los casos ha vivido múltiples angustias vinculadas a la evolución de una enfermedad crónica hacia su
fase terminal. Aun muy afectada, la familia conserva un papel protagónico, y merece la pena favorecer
su participación activa en el tratamiento del paciente. Así, el psicoterapeuta puede asistir a la familia o al
cónyuge en los momentos más difíciles (rechazos, infecciones) o bien cuando emergen antiguos
conflictos, que pueden reactivarse por la situación de dependencia extrema inducida por el trasplante, al
menos durante la hospitalización inicial. También puede ayudar a los padres a expresar su culpabilidad
latente, casi siempre presente, cuando se trata de un niño gravemente enfermo y luego trasplantado.
Finalmente, el psicoterapeuta también puede aportar su apoyo a todo el equipo médico. Esta
contribución suele tener lugar en las reuniones de equipo, que apuntan esencialmente a explicar las
dificultades de tratamiento de los pacientes:
El peso de la realidad vivida y las consecuencias directas de los fallos orgánicos subyacentes, incluso de
los tratamientos administrados, muestran la frecuencia de los trastornos ansiosodepresivos y de los
psicosíndromes orgánicos en esta fase de pretrasplante.
House et al muestran que depresión y confusión mental son los trastornos psiquiátricos prevalentes en
candidatos al trasplante hepático. En los niños que esperan un trasplante de médula, se observa
esencialmente depresión y ansiedad, pero también reactivación de conflictos conyugales entre los padres
(Gardner et al).
El peso y las consecuencias de la depresión se han estudiado más profundamente en los pacientes con
insuficiencia renal: Viederman (1994) estima que el 13 % de los pacientes con insuficiencia renal harán
una tentativa de suicidio. La incidencia del suicidio en esta población es, según los autores, de 100 a 400
veces superior a la de la población general, si se incluye la no observancia y todos los medios de suicidio
pasivo.
Los trastornos ansiosodepresivos, considerados como trastornos adaptativos, requieren ante todo un
apoyo psicológico apropiado para el paciente (incluso para su entorno, en especial el cónyuge), que
favorezca la verbalización y sobre todo que refuerce las capacidades para «afrontar» («coping») una
realidad amenazadora.
1. En los pacientes con insuficiencia renal, los antidepresivos suelen tolerarse bien pero a menudo
se precisan dosis más pequeñas de las que se prescriben normalmente, debido a la eliminación
renal de la mayoría de los productos.
2. En los pacientes con insuficiencia cardíaca, se preferirán los antidepresivos de nueva generación
a los tricíclicos clásicos, debido a los riesgos cardiotóxicos de estos últimos.
3. En los pacientes con insuficiencia hepática, se debe preferir el oxazepam a los otros ansiolíticos,
por su eliminación esencialmente urinaria; los antidepresivos se utilizarán con una determinación
regular de su nivel sanguíneo.
Las encefalopatías por aluminio o fósforo pueden hacer aparecer la evolución de una insuficiencia renal
durante la diálisis.
La frecuencia de estas observaciones varía según los criterios diagnósticos de trastorno mental orgánico,
pero un síndrome de este tipo debe ser buscado de manera sistemática ya que si no hay tratamiento
sintomático puede ser perjudicial para el futuro del trasplante: un síndrome confusional puede provocar
fallas en la comprensión del proyecto de trasplante y podría aumentar los trastornos psiquiátricos
postoperatorios.
Así, los trastornos mentales orgánicos a veces pueden manifestar una mejoría durante el tratamiento:
1. Los pacientes con insuficiencia renal pueden gozar de un complemento de diálisis peritoneal.
2. Se puede intentar una eliminación de los metabolitos tóxicos en los pacientes con encefalopatía
hepática (lavado con lactulosa, etc.).
3. En cuanto a los pacientes con insuficiencia cardíaca, sus funciones cognitivas pueden mejorar
con el tratamiento antiarrítmico y un soporte circulatorio.
Existe una discusión sobre el origen de estos trastornos entre «organicistas» (que defienden la hipótesis
tóxica o involucran la circulación extracorporal) y los «funcionalistas» (que insisten en el papel del
entorno traumático). A los trastornos del sueño, a la pérdida de los ritmos fisiológicos y a la angustia de
muerte presente en los servicios de reanimación se les agrega, en los servicios donde se privilegian los
aspectos técnicos, la perturbación de los contactos interpersonales, originada por las indispensables
precauciones de asepsia que se deben tomar con los pacientes inmunodeprimidos (máscaras, casacas,
guantes, etc.).
Viederman (1984) fue uno de los primeros en insistir sobre la dificultad que tiene el aparato psíquico del
trasplantado para integrar una experiencia vital, fundamentalmente diferente de las anteriores.
Basch, quien estudió también la integración física de los trasplantes renales, formula la hipótesis según
la cual la asimilación de un nuevo órgano no se efectúa a través de estadios sucesivos, sino más bien
mediante modos particulares de cada paciente, relacionados con el funcionamiento psíquico anterior del
trasplantado, sus otras relaciones de objeto, y también con las particularidades de la experiencia del
trasplante.
Crombez y Lefebvre sugieren que la responsable de la pobreza y del aspecto fijo de los fantasmas sería
la cronicidad, más que la hemodiálisis en sí. Para estos autores, la «petrificación de los fantasmas»
aparecería como la adaptación regresiva frente a la angustia de muerte siempre asociada a la diálisis. La
realización del trasplante aparecería entonces como la posibilidad de mantener un proyecto de vida y
permitiría una expresión menos angustiante de los riesgos de muerte.
Todo trasplante expone al paciente a la eventualidad de su propia muerte pero también a la idea de la
mutilación y, a menudo, de la muerte del donante (excepto los trasplantes de riñón o de médula con
donante familiar vivo). Mutilación y muerte son temidas y conjuradas por toda una gama de mecanismos
de defensa: negación, evasión impetuosa en la intervención y síntomas de aspecto maníaco. La realidad
del acto quirúrgico reactualiza fantasmas y angustias de castración y de fragmentación.
El enfermo también debe hacer el duelo de la parte de sí que ya no sirve (ineficaz, incluso hostil, en el
caso del trasplante de médula), objeto malo que será sustituido por una parte similar y ajena: el órgano
Muchos pacientes han comparado sus órganos trasplantados a “un nuevo hijo” y el trasplante a un
parto. Esta visión de resurrección constituye una defensa poderosa contra la angustia de muerte, dando
lugar a fantasmas arcaicos de omnipotencia y a sueños de inmortalidad. Cabe destacar que las esposas
de los trasplantados cardíacos también pueden vivir la espera del trasplante de su marido como un
embarazo y la realización del trasplante como un alumbramiento.
El otro tema que aparece con mucha frecuencia se refiere más precisamente al cuerpo del paciente,
poseído, habitado por el espíritu del donante. A veces el paciente puede tener la sensación de “vivir de a
dos en el mismo cuerpo” o el fantasma de una nueva juventud, fantasma compartido, no sin algunos
celos, por el cónyuge del trasplantado. La identidad sexual del donante también origina interrogantes,
sobre todo cuando el donante es del sexo opuesto y el receptor teme adquirir sus características
sexuales.
A esta dimensión fantasmática se agregan en la realidad las modificaciones corporales, relacionadas con
las distintas drogas inmunosupresoras (corticoides), y el cuidado del punto de biopsia y las cicatrices.
En el trasplante cardíaco suelen verse, durante este período, mecanismos de interrupción del
pensamiento, de escotomización de la angustia y de negación, de defensa mediante la acción. Se cree
que esta barrera defensiva protege la vitalidad del aparato psíquico y se pone al servicio de la protección
de la integridad psicosomática. En el caso del trasplante de médula, este período corresponde también al
inicio del aislamiento (para evitar toda infección). Así comienza una preparación de 10 días, que
comprende una irradiación total o un tratamiento inmunosupresor intensivo.
Con el estrés del aislamiento y ante la imposibilidad de volver atrás, los rasgos de personalidad se
intensifican, el paciente obsesivo quiere tomar el control, el paciente dependiente sufre una regresión, el
paciente inhibido se retrae y se multiplican las quejas somáticas.
En el caso del trasplante renal, este período está mucho menos cargado emocionalmente ya que, a
diferencia de los otros trasplantes, no existe un «punto sin retorno». Ante el fracaso del trasplante
siempre se puede volver a la hemodiálisis.
4.2.4 El trasplante en sí
En el caso de la médula ósea, se trata de un episodio breve, sin historia, con un valor sobre todo
simbólico ya que la técnica médica es muy simple (simple infusión de médula).
En el caso de los otros trasplantes, se trata de una intervención quirúrgica que puede comportar todos
los riesgos de la cirugía abdominal o torácica. Además, para el corazón o el hígado existe un riesgo de
muerte inminente debido al no funcionamiento del órgano trasplantado.
En el caso de los otros órganos, este período es posterior a la hospitalización en la unidad de cuidados
intensivos (breve para el riñón, alrededor de una semana para el corazón y el hígado). Se lo describe
como una «luna de miel», un renacimiento. La euforia relativa que se observa suele estar relacionada
con una mejoría sintomática significativa, que contrasta con la cantidad considerable de trastornos
psicóticos agudos referidos durante dicho período.
Muchos son los pacientes que tienen la impresión de haber cambiado una enfermedad por otra. En
general, el momento depresivo cede con la interrupción del episodio de rechazo.
Algunos autores han tratado de relacionar ciertos episodios de rechazo agudo, con posterior deceso del
trasplantado, con la pérdida reciente de un miembro del entorno cargado afectivamente.
Eisendrath ha observado ocho veces, entre 11 pacientes fallecidos después de un trasplante de riñón,
experiencias de duelo, de abandono por parte de la familia, o episodios de angustia y pánico. Si bien
este estudio es antiguo y de metodología discutible, lleva sin embargo a interrogarse sobre la relación
entre el estado psicológico del paciente y la viabilidad del órgano trasplantado.
Aunque el paciente no puede pensar y evocar todo, se observa que su entorno aborda muy a menudo y
de manera directa la angustia de muerte asociada al trasplante. Se podría decir incluso que el entorno
funciona durante un tiempo como auxiliar del aparato psíquico del paciente. Así, ofrece apoyo y
contención al enfermo.
Es igualmente esencial, en un proyecto terapéutico en el cual la combatividad del paciente pueda fallar,
establecer una alianza terapéutica al menos con uno de los miembros de su entorno.
Los resultados de las publicaciones son globalmente alentadores para las distintas realidades que
constituyen los trasplantes cardíacos, renales, medulares y hepáticos. Así, en un estudio realizado en
Stanford, en 100 personas trasplantadas cardíacas, Lough et al muestran que la calidad de vida es
buena a excelente para el 89 % de los pacientes. El 82 % de las personas trasplantadas se declara
satisfecha con su vida cotidiana. Los pacientes consideran que la realización de sí mismos, la capacidad
de proyección en el futuro, la percepción de sí mismos, la calidad del apoyo social y el sentido de la
independencia, han cambiado de manera significativamente positiva.
Sin embargo, los trasplantados cardíacos expresan con bastante frecuencia un cierto número de
síntomas, que sólo tienen un impacto mínimo en su satisfacción global por haber sido trasplantados,
pero que igualmente plantean interrogantes al cuerpo médico: se trata de trastornos relacionados con la
En una pequeña serie retrospectiva de 17 pacientes que recibieron un trasplante de médula, Hugeveld
muestra que la mayoría muestran flexibilidad emocional y una importante capacidad de adaptación
afectiva. Más de los dos tercios de los pacientes notan cambios positivos en su vida. Sin embargo, cerca
de la mitad se queja de trastornos sexuales. Globalmente, casi todos los pacientes lamentan que se los
haya preparado insuficientemente para los problemas emocionales y sexuales que se encuentran tras el
alta.
Para Surman, en una serie de trasplantados renales, la mayoría de los pacientes presentan una mejor
calidad de vida tanto desde el punto de vista familiar como profesional. El 84 % recuperó una actividad
sexual comparable a la que existía antes de la enfermedad.
Estos resultados, a veces muy alentadores y otras más mitigados, no evitan la persistencia, a menudo
problemática, de una gran dependencia médica, que se mantiene por el riesgo siempre presente de un
nuevo rechazo, más grave que los anteriores, o de una nueva complicación del tratamiento antirrechazo.
A nosotros nos sigue impresionando cada día el hecho de que una intervención médico-quirúrgica de
esta magnitud (en España somos número 1) no implique, en todos los casos, un seguimiento
psicoterapéutico de la misma intensidad.