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CAPÍTULO No.

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LAS FALACIAS DE
GEORGE W. BUSH

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CAPÍTULO 5

LAS FALACIAS DE GEORGE W. BUSH


Cuento Chino: “Miraré hacia el sur… como un compromiso fundamental de mi presidencia”
(George W. Bush, Miami, 25 de agosto de 2000).

W ASHINGTON D.C.- En una conferencia a puertas cerradas en el Banco


Internacional de Desarrollo (BID) en Washington, a la que asistí como panelista a
principios de 2005, se preguntó al entonces subsecretario de Estado para Asuntos
Latinoamericanos de Estados Unidos, Roger Noriega, si no era hora de que ese
país diera más ayuda económica a sus vecinos del sur y participara más
activamente en el desarrollo de la región. Entre los funcionarios, académicos y
periodistas de tres continentes que participábamos en el coloquio se encontraba
Robert Pastor, ex jefe de Asuntos Latinoamericanos de la Casa Blanca durante el
gobierno de Jimmy Carter y ahora director del Centro de Estudios de América del
Norte de American University. Pastor planteó a Noriega que Estados Unidos debía
emular la exitosa experiencia de la Unión Europea, en la que los países más ricos
habían destinado fondos de compensación para ayudar a los más pobres a
cambio del compromiso de estos últimos de adoptar políticas económicas
responsables. Anticipando las objeciones del gobierno de Bush a las soluciones
asistencialistas -en la Casa Blanca y en buena parte del electorado
norteamericano prevalece la idea de que la ayuda económica a países
irresponsables es como tirar dinero a un barril sin fondo-, Pastor explicó a Noriega
que estaba proponiendo era ayuda condicionada a un comportamiento económico
responsable. En otras palabras, que Estados Unidos y Canadá ayuden a financiar
obras de infraestructura y educación en México, a cambio de que este último país
realice reformas en su política energética impositiva y laboral, que le permitan
crecer a largo plazo. De esa manera, argumentaba Pastor, ganaban todos:
Estados Unidos ayudaría a cerrar la brecha de ingresos con su vecino del sur y se
beneficiaría con una reducción de la inmigración ilegal. Y México haría las
reformas que acelerarían su prosperidad económica, tal como había sucedido en

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España, Irlanda y otros países beneficiarios de la ayuda económica de la Unión
Europea.
Noriega, un descendiente de mexicanos oriundo de Kansas, que se habían
formado como asesor del senado ultraconservador Jesse Helms durante las
guerras centroamericanas de los años ochenta, meneó negativamente la cabeza.
Desechó la idea de entrada, como si fuera un disparate. “Obviamente, a menos
que América latina y el Caribe sean capaces de hacer un uso más eficiente de los
217 mil millones de dólares de ingresos por sus exportaciones anuales a Estados
Unidos, otros 20 mil millones de dólares en inversiones de Estados Unidos, y otros
32 mil millones de dólares de remesas familiares de latinoamericanos residentes
en Norteamérica, no habrá ayuda exterior que pueda hacer una diferencia
sustancial en reducir la pobreza y hacer crecer sus economías” , dijo el jefe de
Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado. Y agregó: “Lo que
estamos enviando ahora a la región es infinitamente más de lo que podríamos
enviar en ayuda externa. La clave para un crecimiento económico sostenido es
adoptar una agenda de reformas que lleve a una mayor apertura económica.
Salí de la reunión convencido de que el gobierno de Bush estaba absurdamente
cerrado a considerar cualquier plan que significara un mayor compromiso
económico de Estados Unidos con el crecimiento de América latina. Para Bush, la
única solución era el libre comercio y lo había convertido en la piedra angular de
su policía hacia la región. Durante su primer mandato, el representante comercial
de Estados Unidos, Robert Zoellick había sido el miembro del gabinete de ese
país que más había viajado a Latinoamérica. Y cada vez que a Bush se le
preguntaba por el futuro de la región, se limitaba a sacar su muletilla del libre
comercio, incluso en el contexto de América del Norte. Por ejemplo, en la cumbre
a la que asistió con sus colegas de México y Canadá en Waco, Texas, en 2005 los
tres jefes de Estado habían anunciado una “Asociación para la Seguridad y la
Prosperidad de América del Norte”. Pero cuando un periodista canadiense
preguntó a Bush al cierre de la cumbre, si vislumbraba que la nueva alianza podría
ser el primer paso hacia la creación de una Comunidad de América del Norte
moldeada al estilo de la Unión Europea, el presidente respondió negativamente:

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“Creo que el futuro de nuestros tres países sería mejor si estableciéramos
relaciones comerciales con el resto del hemisferio… Vislumbro una unión
(continental) basada en el libre comercio, dentro de un compromiso con el
mercado, la democracia, la transparencia y el estado de derecho”. Bush no
consideraba un esquema de integración más profundo, ni con México, ni con toda
América latina.

El libre comercio: ¿garantía de prosperidad?

Pero ¿tenía lógica pensar que el libre comercio podría catapultar a Latinoamérica
al Primer Mundo? ¿O era una ingenuidad total? La exitosa experiencia de la Unión
Europea parecía indicar esta último: se necesitaba mucho más que el libre
comercio para cerrar la brecha de ingresos entre países ricos y pobres. Los
acuerdos de libre comercio otorgaban a los países más pequeños un acceso
preferencial a los mercados más grandes, lo que era sumamente ventajoso para
los primeros. Pero no servían de mucho si los países más pequeños no tenían
nada que exportar, o podían hacerlo en condiciones competitivas. Hacían falta
varias cosas más.
En la Unión Europea se había acordado una unión aduanera que comprendía
no sólo el libre movimiento de bienes y personas, sino que incluía todo un sistema
de ayuda económica condicionada que obligaba a los países más pobreza a
realizar reformas estructurales dual tráfico de personas era difícil de lograr a
mediano plazo en América -las diferencias de ingresos entre el norte y el sur eran
mucho más marcadas que en Europa por lo que se produciría una estampida de
emigración-, había varios otros aspectos del modelo europeo que eran dignos de
ser copiados. En Europa, los países ricos Alemania y Francia habían dado a los
más pobres, además de ayuda económica condicionada a políticas económicas
responsables, un marco político supranacional. Las nuevas instituciones
supranacionales permitían a los países ricos- controlar que su ayuda económica
no fuera gastada irresponsablemente. Y a los países menos desarrollados, la
supranacionalidad ofrecía un marco legal para la resolución de controversias y una

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“marca regional “para estimular la confianza externa que redundaba en un
aumento de inversiones extranjeras y en una mayor competitividad. Eso era
muchísimo más de lo que podían de los acuerdos de libre comercio que ofrecía
Estados Unidos.
Para ser justos, los tratados de libre comercio de Estados Unidos con México y
Chile habían probado ser un excelente negocios para estos últimos, aunque no
necesariamente para todos los sectores de sus economías. Las cifras eran
contundentes y demostraban que quienes se habían opuesto a estos tratados en
América latina se habían equivocado en grande. Desde la entrada en vigor del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994 hasta 2004, México
pasó de tener un déficit comercial de 3 150 millones de dólares con Estados
Unidos, a un superávit de 55 500 millones de dólares. Pocas veces en la historia
del comercio moderno se había visto un crecimiento tan rápido de las
exportaciones de un país a otro, lo que dio como resultado que, a más de una
década de entrado en vigor el tratado, hubiera muchas más voces pidiendo su
renegociación en Estados Unidos que en México. Y en el primer año del tratado de
libre comercio de Chile con Estados Unidos en 2004 las exportaciones de Chile a
Estados Unidos habían crecido 32 por ciento las de Estados Unidos a Chile 35 por
ciento y la balanza comercial había permanecido sumamente favorable a Chile.
Sin embargo, el libre comercio no se tradujo por arte de magia en prosperidad
económica en el caso mexicano. Resultó ser más una garantía contra la crisis
económica que un motor de desarrollo. Quizá por la desaceleración económica de
Estados Unidos, o por la falta de reformas económicas que permitieran a México
competir mejor con China y otros países asiáticos, la economía mexicana se
estancó a partir del año 2000. La brecha de ingresos con Estado Unidos volvió a
crecer, lo que hozo aumentar la inmigración ilegal a ese país, así como las
protestas de los aislacionistas en Washington. El tratado de Libre Comercio de
América del Norte había sido un éxito comercial, pero la fórmula de Bush para el
progreso latinoamericano era a todas luces limitada e insuficiente.
Para peor, el libre comercio se había convertido en la piedra angular de la
política norteamericana en las últimas décadas, después de que Washington

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había llegado a la conclusión de que su asistencia económica a la región en las
décadas de los sesenta y setenta no ayudo mucho a producir progreso
económico en Latinoamérica. Ya durante la presidencia de Bill Clinton, el mantra
de la Casa Blanca para la región fue “Tarde, nota id” (comercio, no ayuda
económica).
Cuando yo señalaba a los funcionarios norteamericanos que ayuda económica
condicionada era una buena político, como se había demostrado en Europa, me
respondían que el gobierno de Bush había aumentado la ayuda económica a la
región a través del Fondo del Milenio. El Fondo representaba un incremento de 50
por ciento en la ayuda exterior de Estados Unidos, que Bush había anunciado en
cumbre anti pobreza de las Naciones Unidas en Monterrey, México, en enero de
2003. Sin embardo, era una respuesta tramposa, porque un total, de 5 millones de
dólares, estaba destinado a quince países con ingresos per cápita de menos de
1435 dólares por año, lo que incluía a muchas naciones africanas, pero a muy
pocas latinoamericana. De los quince beneficiarios, los únicos países
latinoamericanos eran Honduras, Nicaragua y Bolivia. Los de ingresos medios,
como México, Brasil, Perú o Argentina, no recibían un centavo, a pesar de que
tienen áreas de pobreza extrema que en varios casos son más grandes y
pobladas que muchos de los países beneficiarios. El criterio de entregar el dinero
a países pobres, en lugar de a regiones pobres, había sido resistido dentro del
gobierno de Estados Unidos. La propia embajadora estadounidense en Brasil,
Dona Hrinak, me dijo en una entrevista grabada en Brasilia que “esto se va a
volver en contra de nosotros (Estados Unidos). Era un paquete de ayuda
importante para tres países que juntos no llegan a 5 por ciento de la población
latinoamericana. Tratar de venderlo como un paquete de ayuda a toda América
latina, como lo estaba haciendo el gobierno de Bush, era un discurso engañoso,
que no podía ser tomado en serio.

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“La próxima guerra no empezará en Tegucigalpa”

No es un secreto para nadie que, después de los ataques terroristas del 11 de


septiembre de 2001, América latina se cayó del mapa para Estados Unidos. En
mis primeros viajes a Washington D.C. tras los ataques, escribí medio en sorna
que los únicos países que suscitaban interés en la capital norteamericana en la
nueva era de la lucha antiterrorista eran aquéllos que empezaban con la letra “I”:
Irak, Irán e Israel. Todo lo demás era, y sigue siendo, secundario. Cada vez que
me enfrascaba en una discusión sobre la necesidad de prestar más atención a
América latina, me respondían con el argumento de que Estados Unidos era un
país en guerra y la guerra no era contra ningún país de la región y casi única
prioridad del gobierno era prevenir un nuevo ataque terrorista, que todo el mundo
daba -y sigue dando- por sentado como algo que ocurrirá indefectiblemente en un
futuro cercano. El resto del mundo podía esperar. La mentalidad de guerra que
reinaba en la Casa Blanca se me hizo evidente en uno de mis viajes a la capital
norteamericana, durante una entrevista con uno de los halcones del gobierno de
Bush. Yo le había preguntado si Estados Unidos no estaba cometiendo un grave
error al prestar tan poca atención a América latina. Y le señalé que no estaba
poniendo en duda que la prioridad del presidente fuera defender la seguridad del
país. “¿Pero no sería conveniente para los propios intereses de Washington hacer
un mayor esfuerzo para contribuir al desarrollo económico latinoamericano, entre
otras cosas para crear un cordón de seguridad alrededor de Estados Unidos que
impidiera la entrada de terroristas?” , pregunté. El funcionario me miró como si
estuviera hablando con un turista de otra galaxia, se bajó las gafas con una mano,
me miró con aire paternal y dijo: “Amigo mío, todo eso es empezar en
Tegucigalpa”. La salida era ocurrente y hasta podía parecer graciosa, pero en el
fondo reflejaba el nuevo clima político en Washington, donde la guerra contra el
terrorismo y la necesidad de promover más activamente el desarrollo económico
latinoamericano parecían temas excluyentes.

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“La región más importante del mundo”

En mis casi tres décadas de escribir sobre las relaciones entre Washington y
América latina, había escuchado todo tipo de declaraciones de gobiernos
norteamericanos en el sentido de que los países latinoamericanos tenían gran
importancia para Estados Unidos. Pero ninguna tan contundente –y vacía- como la
que le oí al ex secretario de Estado Colín Powell en una ceremonia en el
Departamento de Estado el 9 de septiembre de 2003.
Ese día, en uno de mis periódicos viajes a Washington, había recibido una
invitación para la ceremonia en uno de los salones de fiestas del Departamento de
estado donde asumiría oficialmente Noriega como nuevo subsecretario de Estado
para América latina. Había unas doscientas personas en el salón, que eran la
crema del pequeño mundillo de embajadores, académicos y líderes de
organizaciones no gubernamentales en Washington relacionados con la región.
Había un ambiente festivo en la muchedumbre y no era para menos:
independientemente de lo que uno pensara de Noriega –un republicano
conservador de línea dura- era el primer jefe de Asuntos Latinoamericanos del
Departamento de Estado que había logrado confirmación del Senado desde 1999.
Sus dos antecesores, Reich y Peter Romero, habían tenido que ejercer sus
funciones de manera “interina” por la falta de un voto de confianza del Senado. La
creencia generalizada en Washington era que, hasta la asunción de Noriega ese
día, la política de Estados Unidos hacia la región había estado a la deriva, por la
ausencia de un funcionario de peso en la capital norteamericana que pudiera
facilitar el diálogo entre el gobierno de Bush y los países latinoamericanos.
En ese contexto festivo, Powell tomó el micrófono para decir unas palabras de
bienvenida oficial a Noriega e hizo una declaración sorprendente que pasó
inadvertida en los medios. Dijo que “no hay una región en el mundo que sea más
importante para el pueblo de Estados Unidos que ese hemisferio”.
¿En serio?, pensé para mis adentros. Si así fuera, ¿por qué el gobierno de
Estados Unidos no actuaba consecuentemente? Powell estaba engañando a su
audiencia, o se estaba engañando a sí mismo. Lo cierto era que desde el punto de

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vista del comercio, la inmigración, el narcotráfico, la ecología y, cada vez más, el
petróleo, no había región del mundo que tuviera un mayor impacto en la vida
cotidiana de Estados Unidos que América latina. Aquel país ya estaba exportando
más a los países latinoamericanos y caribeños que a las veinticinco naciones de la
Unión Europea. En los últimos años, Canadá y México han sido los dos principales
socios comerciales de Estados Unidos, al punto de que Washington vende más a
México que a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia juntos, y más a los países
del Cono Sur que a China. De los cuatro principales proveedores de energía a
Estados Unidos –Canadá, Arabia Saudita, México y Venezuela- tres están en este
hemisferio. Y no ay países que tengan un mayor impacto en sus temas
domésticos- como la inmigración, las drogas o el medio ambiente- que México, El
Salvador o Colombia. Y sin embargo, la realidad cotidiana demostraba que el
discurso de Powell era, literalmente, para la galería.
Si América latina era la región más importante del mundo para Powell, ¿cómo
se explicaba que el secretario de Estado no hubiera visitado la región más a
menudo? Según el Departamento de Estado, Powell había hecho treinta y nueve
viajes al extranjero desde que había asumido el cargo en 2001, pero sólo nueve
de ellos habían sido a América latina o el Caribe. Y si América latina era tan
importante, ¿por qué motivo no había aceptado invitaciones para hablar sobre la
región en el Congreso? El Comité de Asuntos Exteriores del Senado, presidido por
el republicano Richard Lugar, lo había invitado varias veces, la última de ellas el
26 de agosto de 2003, para que compareciera en la semana del 29 de
septiembre. La oficina de Powell se había excusado diciendo que el secretario
tenía otros compromisos ineludibles, según me confió una fuente de la oficina de
Lugar. Y si América latina era tan importante, ¿por qué el Departamento de Estado
no le asignaba más funcionarios? Durante el primer mandato de Bush, la oficina
de Rusia del Departamento de Estado tenía once funcionarios, sudamericanos
entre uno y dos. Y si América latina era tan fundamental, ¿por qué habían dejado
desplomarse la economía argentina en 2001, cuando una señal de apoyo ante el
Fondo Monetario Internacional podría haber evitado la peor crises económica de la
historia reciente del país?*

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¿Y por qué no habían retomado antes las negociaciones migratorias tan
importantes para México?

Para la CIA, una región irrelevante

No había que ser un erudito para responder estas preguntas: el presidente Bush,
un ex gobernador texano que sentía cercano a México, y Powell, un hijo de padres
jamaiquinos, tenían afinidades personales con la región, pero sus discursos no
reflejaban e pensamiento estratégico del gobierno. Los “duros” que manejaban las
riendas del poder –el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Defensa
Donald Rumsfeld y la consejera de Seguridad Nacional y luego sucesora de
Powell, Condolezca Rice- veían a Latinoamérica como un patio trasero al que
había que ayudar en la medida de lo posible, pero nunca a costa de descuidar
otras regiones de mucho mayor relevancia. Para ellos, era importante que
Latinoamérica creciera económicamente para evitar nuevas olas de inmigrantes
ilegales, problemas ambientales en la frontera, el aumento del tráfico de drogas y
revoluciones que pudieran afectar suministros petroleros a Estados Unidos. Pero,
en el fondo, veían a la región como un territorio irrelevante en el nuevo contexto
mundial marcado por la guerra contra el terrorismo islámico y el surgimiento de
China –y quizás India—como nuevas potencias económicas y militares del siglo
XXI. Y Bush, al final del, respaldaba la visión del mundo de sus asesores más
cercanos.
La verdadera visión del mundo del gobierno de Bush no era muy diferente de la
que reflejaba el estudio realizado por el Consejo Nacional de Inteligencia (CNI), el
departamento de estudios a largo plazo de la CIA, sobre cómo será el mundo en el
año 2020. El informe del CNI, publicado en 2005 aclaraba en su carátula que no
reflejaba necesariamente la opinión del gobierno de Estados Unidos, sino que era
el resultado de una ambiciosa investigación para la cual se habían contratado
expertos independientes del mundo académico, empresarial y político. EL CNI
había convocado a veinticinco de los principales “futurólogos” del mundo –
incluyendo a Ted Gordon, del Proyecto del Milenio de las Naciones Unidas Jim

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Dewar, del Centro de Políticas Globales del Largo Plazo de la Corporación Rand y
Ged Davis, el fundador del proyecto de escenarios futuros de Shell Internacional-
para que elaboraran sus pronósticos. La investigación, que duró poco más de un
año, produjo el documento titulado “Mapa del futuro global”. Y América latina,
literalmente hablando, prácticamente no aparecía en ese mapa.
Una de las principales conclusiones del estudio es que el auge económico de
China e India hará cambiar fundamentalmente la marcha de la globalización. Para
el año 2020, el centro de gravedad de la economía global se moverá varios grados
hacia Asia, porque los mercados occidentales ya estarán maduros y las nuevas
oportunidades de negocios estarán en el Lejano Oriente e India. En los próximos
años, la clase media china se habrá duplicado y alcanzará 40 por ciento de la
población de ese país, lo que constituirá un mercado de 500 millones de personas.
Por la ley de la oferta y las demandas grandes compañías multinacionales se
adaptarán cada vez más al gigantesco mercado de consumidores asiáticos, lo que
cambiará no sólo el perfil de su cultura empresarial, sino también el diseño y el
gusto de sus productos, afirma el estudio.
En el año 2020 Estados Unidos tendrá cada vez más competencia de sus
nuevos rivales asiáticos. “El probable surgimiento de China e India como nuevos
grandes actores globales, similar al surgimiento de Alemania en el siglo XIX y de
Estados Unidos a comienzos del siglo XX, transformará el paisaje geopolítico del
mundo. Así como los comentaristas se refieren al siglo XX como El siglo
americano, el comienzo del siglo XXI podría ser visto como la era en la que el
mundo en desarrollo, liderado por China e India, surgirán en la escena mundial”,
continúa el informe.
En el nuevo contexto mundial el estudio del CNI pinta a América latina como
una región marginal, en la que quizá sólo Brasil llegue a destacarse, aunque no lo
suficiente como para actuar como una locomotora que pueda impulsar el
desarrollo de sus vecinos. “Brasil, Indonesia, Rusia y Sudáfrica se están
encaminando hacia un crecimiento económico aunque es improbable que lleguen
a ejercer la misma influencia política que China o India. Sin duda, su crecimiento
económico beneficiará a sus vecinos, pero es difícil que se conviertan en motores

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de progreso en sus regiones, un elemento crucial del creciente poder político y
económico de Beijing y Nueva Delhi.”

“Una región de progresos y retrocesos”

¿Qué le espera a América latina, entonces? Aunque el informe final del CNI dice
poco y nada al respecto, un estudio preliminar del mismo proyecto afirma que la
región se caracterizará por la disparidad en el progreso de sus países, en un
contexto general de estancamiento o decadencia. El estudio preliminar, titulado
“América latina en el 2020”, era uno de los varios análisis regionales realizados
por expertos independientes contratados por el CNI para que contribuyeran con
sus ideas al estudio global “América latina en el 2020”, que fue escrito tras una
conferencia organizada por el CNI en Santiago de Chile a mediados de 2004
pronostica que la región será “una mezcla de luces y sombras”.
Pero “pocos países (de la región) podrán sacar ventaja de las oportunidades
del desarrollo América latina como región verá crecer la brecha que la separa de
los países más avanzados del planeta”. El estudio señala que “la situación de
algunos países mejorará, pero siempre dentro de ciclos de subas y baja,
progresos y retrocesos. Y aquellos países y regiones que no encuentren una
dirección económica, política y social se verán sumergidos en crisis y sufrirán
retrocesos. Todo esto tendrá lugar en el marco de una creciente heterogeneidad
regional”. El documento regional vislumbra tres grupos de naciones en el
continente. El primer grupo será el de los países más exitosos, como Chile,
México, Brasil, Costa Rica y Uruguay, que consolidarán sus democracias y
lograrán insertarse exitosamente en la economía global en el año 2020. Los
analistas convocados por el CNI son algo escépticos sobre e liderazgo regional
brasileño. Según ellos, Brasil tratará de consolidar su proyecto de liderazgo,
aunque peste será “un proyecto que avanzará algo, pero no tanto como se
vislumbraba al comenzar el nuevo milenio. El país evolucionará gradualmente en
materia de desarrollo institucional, pero el complejo proceso político y social
domestico no le brindará los niveles de gobernabilidad para implementar las

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transformaciones y adaptaciones necesarias para llevar a cabo un proyecto
regional exitoso a nivel global en sólo quince años”.
El segundo grupo de países será el de naciones con tendencia al autoritarismo,
que podrían quedar marginadas de la comunidad diplomática de la Organización
de Estados Americanos. En este grupo se encuentran Paraguay, Bolivia,
Guatemala y Venezuela, “que tienen ciertas tendencias contrarias a la democracia
y favorables hacia un nuevo militarismo “. Y el tercer grupo será el de Estados
fallidos, o países y regiones sin gobierno, en los que probablemente se producirá
un colapso de todo tipo de autoridad gubernamental, una escalada de los
conflictos internos, la fragmentación de las instituciones y la proliferación de las
mafias o los “poderes fácticos“ como el narcotráfico o el crimen organizado. “Este
escenario de Estados fallidos incluye casos como el de Haití y áreas –no
necesariamente países- de la región andina” dice el estudio.

Los principales peligros, según el CNI

¿Cuáles son los principales peligros que se acechan a Latinoamérica? Según el


estudio regional, el más importante es el aumento de la inseguridad. A nivel
regional, los futurólogos ven una peligrosa ausencia del Estado en áreas como los
departamentos de Boyacá y Caquetá en Colombia, las fronteras de Venezuela con
Brasil y Colombia, y el área de Cochabamba en Bolivia. A nivel ciudadano,
plantean la posibilidad de que la inseguridad produzca un clamor social por
soluciones autoritarias, como ya se vio con la elección de un presidente que
prometió “súper mano dura” contra las maras en El Salvador .Según el estudio,
“los indicadores de inseguridad y delincuencia muestran una tendencia creciente
desde hace varios años, coincidiendo con el aumento de la pobreza y la
desigualdad en la mayoría de los países. Asimismo, la cuestión de la inseguridad
se convertirá en una demanda creciente de las sociedades latinoamericanas y de
la misma forma, en una cuestión de cada vez mayor importancia política y
electoral a partir de este fenómeno, accederán políticos y candidatos de mano
dura a alcaldías, gobernaciones y presidencias de la región”.

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En segundo lugar, el documento alerta sobre el aumento de la informalidad
laboral, que en muchos países latinoamericanos ya alcanza a dos de cada tres
trabajadores. “Las proyecciones anticipan que la creación de empleos de los
próximos quince años se dará en una proporción cada vez mayor en el sector
informal”, debido principalmente a la rigidez de las leyes laborales, que hacen que
los empresarios no tomen a nuevos trabajadores, y a la ineficacia de los Estados,
dice el estudio. Como vos trabajadores, ya a la ineficacia de los Estados, dice el
estudio. Como consecuencia de ello, aumentará la exclusión social de grandes
sectores de la población, que no tendrán cobertura social ni acceso al crédito. “El
fenómeno de la informalidad tiene consecuencias institucionales que afectan las
perspectivas políticas y económicas a largo plazo. El sistema previsional del futuro
enfrenta graves riesgos de sustentabilidad por el crecimiento de la informalidad, ya
que los jubilados de hoy son mantenidos por una cantidad cada vez menor de a
portantes y las cajas fiscales no estarán preparadas para los jubilados de
mañana”, afirma el estudio. De igual forma, el crecimiento de la informalidad
afectará cada vez más la capacidad de los Estados para recaudar impuestos, lo
que puede debilitar aún más la presencia del Estado en la vida nacional.
En tercer lugar, el estudio regional del CNI alerta sobre una posible revolución
indigenista. “En los próximos quince años se producirá un crecimiento de la
contradicciones culturales en la sociedad latinoamericana, como consecuencia del
surgimiento de particularismos étnicos y regionales. La expresión más fuerte de
estas contradicciones culturales será el movimiento indigenista, cuya influencia
crecerá a lo largo de los próximos quince años en toda la región, particularmente
en la región andina, Centroamérica y el sur de México. Los movimientos
indigenistas…eventualmente articularán respuestas dependiendo del grado de
inclusión que obtengan de las sociedades y poderes establecidos en los países
latinoamericanos. Donde se produzcan aperturas exitosas, se incorporarán
gradualmente al sistema representativo y en algunos casos pujarán por una mayor
autonomía a nivel local y su nacional. Pero donde prevalezcan las rigideces de la
exclusión política y económica, el indigenismo podrá evolucionar hacia
expresiones más radicalizadas, que se opondrán frontalmente a las instituciones

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sociales, políticas, económicas y culturales de la civilización europea que
prevalecen en Latinoamérica. En estas posibles situaciones, los valores de la
identidad y la compensación histórica desplazaran a las expectativas de
crecimiento económico”, dice el informe. Traducido a un lenguaje menos
pomposo: si los países no hacen más por integrar económicamente a los
indígenas, entraremos en un periodo de luchas étnicas contra el predominio
blanco o mestizo.
En cuanto a las relaciones entre los países latinoamericanos y Washington, el
estudio sugiere que veremos una partición de las Américas y que ésta ocurrirá a la
altura del Canal de Panamá: “Se profundizará la informal frontera del Canal de
Panamá: al norte, en general, los países estarán más influidos por la evolución
norteamericana, mientras que Sudamérica como región fortalecerá su identidad y
sus fronteras su continentales, particularmente mientras Brasil esté en condiciones
de aspirar a un liderazgo subregional.”
El pesimismo general del documento del CNI sobre el futuro de América latina
contrastaba abiertamente con el optimismo de las declaraciones públicas del
gobierno de Bush, pero reflejaba bastante bien el pensamiento vigente en
Washington. Los documentos internos del Comando Sur del Ejército de Estados
Unidos, que con sus 1 500 funcionarios tenía más tente avocada a América latina
que todas las otras agencias del gobierno juntas, también pronosticaban un futuro
lleno de incertidumbres en la región. El Comando Sur, cuyos últimos comandantes
se ufanaban de haber jugado un rol importante en la democratización de la región
en las décadas recientes, al haber dejado en claro ante sus colegas
latinoamericanos que Estados Unidos no toleraría nuevos golpes militares, había
elaborado ya en 2003 un documento interno que alertaba sobre los crecientes
peligros que acechaban a la democracia en la región. El documento, según
testigos, incluía un gráfico con cinco mapas de las Américas, correspondientes a
diferentes ciclos de la historia reciente de la región, que mostraban a los países
democráticos e color verde y a los totalitarios en rojo. Y, según se podía ver, en
1958 casi toda la región estaba en verde y sólo Paraguay, Perú, Ecuador,
Colombia, Venezuela, algunos países centroamericanos y Cuba en rojo. En 1978

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casi toda la región estaba en rojo, con sólo Colombia, Venezuela y Guyana en
verde. En 1998, en el apogeo de la democracia en las Américas, el mapa exhibía
la región totalmente en verde, con apenas un puntito—Cuba –en rojo. El cuarto
mapa, de 2003, ya mostraba señales de peligro: una buena parte de la región,
incluyendo Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela,
estaba en color amarillo, como “países en peligro” de caer en el totalitarismo o en
populismo radicales. Y el último mapa, del año2018, estaba totalmente en blanco,
con un gran signo de pregunta cubriendo toda la región, desde Alaska hasta
Tierra del Fuego. No era, precisamente una visión optimista del futuro
latinoamericano.
La visión de las grandes multinacionales no era mucho más alentadora. El
estudio del Consejo de las América latina, con sede en Nueva York—para el
Departamento de Defensa notaba con alarma la caída de la inversión extranjera
en la región las últimas décadas. Aunque el 2005 la CEPAL, anunciaba
jubilosamente que las inversiones habían crecido 44 por ciento durante el año
anterior, revirtiendo la tendencia negativa de los cinco años previos, el balance
seguía haciendo negativo: América latina todavía estaba recibiendo 20 por ciento
menos de inversiones extranjeras que en 1999. El estudio del consejo, titulado
“Fomentando el desarrollo regional asegurando el clima de inversiones en el
hemisferio”, atribuía la caída de inversiones a varios factores, entre ellos la pérdida
de productividad, los bajos niveles educativos, las trabas políticas y burocráticas la
corrupción y –sobre todo—la inseguridad. Los índices de productividad habían
caído en las últimas dos décadas y lo mismo ocurría con los niveles educativos.
En materia de corrupción el estudio comparaba las calificaciones de América latina
y Asia en el índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional en
los últimos cuatro años y América latina no salía muy bien parada: en 2012 el
promedio de corrupción había subido a 60 puntos, mientras que en Asia había
bajado a 43 “Obviamente, tendencias como ésta tienen un enorme peso en las
decisiones de los inversionistas”, decía el estudio del Consejo.

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El “compromiso fundamental” de Bush

En un discurso de campaña, el 25 de agosto del 2000 en Miami, Bush había dicho


que “de llegar a la presidencia, miraré hacia América latina no como un tema
tangencial, sino un compromiso fundamental de mi gobierno”. Y en su primer año
en la Casa Blanca, antes del 11 de septiembre, Bush –que desde sus días como
gobernador de Texas había cortejado el voto hispano –fue más allá que sus
antecesores en sus promesas de buscar una relación más cercana con
Latinoamérica.
Curiosamente, tal como me lo confirmaron varios jefes de Estado
latinoamericanos que se habían entrevistado repetidamente con Bush, el
presidente norteamericano más odiado en América latina de los últimos tiempos
era uno de los que a nivel personal se sentía más cerca de la región, por lo menos
hasta el día de los ataques terroristas de 2001. En sus primeros meses en el
poder, Bush había hecho gestos sin precedentes hacia América latina, en especial
hacia México. Fue el primer presidente que dedicó todo un discurso de campaña a
la región. Una vez electo, a diferencia de sus antecesores, no hizo su primer viaje
oficial a Canadá, sino a México. Los canadienses estaban furiosos, pero Bush
había querido enviar un mensaje de que país comenzaría a mirar hacia el sur. La
primera cumbre presidencial a la que asistió fue la Cumbre de las Américas, en
Quebec, Canadá, en abril de 2001. Allí, junto con treinta y dos presidentes
latinoamericanos y caribeños, firmó una declaración proclamando que el siglo XXI
“el siglo de las Américas”
Y el 5 de septiembre de 2001 una semana antes de los ataques terroristas,
Bush recibió al presidente mexicano Vicente Fox en la Casa Blanca y lo distinguió
con la primera cena de gala para un visitante extranjero de su gobierno.
Nuevamente, los canadienses, que en años anteriores había gozado de ese
privilegio diplomático –social, estaban que trinaban. Y en su discurso en la cena
de gala esa noche, en el apogeo del idilio político entre ambos mandatarios, Bush
había dicho a Fox que “Estados Unidos no tiene una relación más importante en el
mundo que la que tiene con México”. Yo estaba en Washington, viendo la escena

148
por televisión, y no pude menos que sonreír imaginándome la cara de los
embajadores de Canadá y Gran Bretaña al escuchar esas palabras.
¿Por qué se había acercado Bush a la región? Fue una combinación de
ideología, orgullo familia y necesidades políticas. Para Bush, a diferencia de
Clinton, el libre comercio con Latinoamérica no era una abstracción, sino una
causa cuyos resultados concretos –más comercio más inversiones –había visto
con sus propios ojos durante su gestión como gobernador de Texas, uno de los
estados que más se benefició con el acuerdo de libre comercio con México. Bush
creía en el libre comercio porque había visto sus frutos. Asimismo, tenía un interés
personal en que el proyecto del ALCA se concretara: la idea inicial bajo el rótulo
de “Iniciación de las Américas”. De realizarse, el ALCA sería el legado histórico de
la familia Bush. Y el orgullo estaba muy dinastías, Estados Unidos tenía una
aristocracia política y la familia Bush era su máximo exponente. Por último, el
flamante presidente sabía muy bien, por lo apretado de las elecciones de 2000,
que un acercamiento con México y América latina le redituaría votos hispanos
cuando llegara el momento de postularse para la reelección cuatro años después

Cómo Bush se convirtió en “experto” en América latina

Cuando llegó a la Cumbre de las Américas en Quebec, Bush ya se sentía un


“experto” en América latina. Podía mascullar algunas frases en español –que
había aprendido en Texas –y hasta hacer algunas bromas con sus colegas
latinoamericanos cuando se saludaban informalmente, aunque necesitaba un
intérprete cuando se sentaba con ellos para discutir asuntos de Estado y se ponía
los audífonos de traducción simultánea para escuchar discursos en español en las
cumbres. Según me contaron varios presidentes latinoamericanos, Bush le
gustaba ufanarse de que su hermano Job, el gobernador de Florida, está casado
con una mexicana y que tenía sobrinos mexicanos –americanos. Era un gringo
latinoamericano, bromeaba.
Como muchas veces ocurre en la política, una buena parte del interés inicial de
Bush por Latinoamérica nació de las recomendaciones de sus asesores de

149
imagen. Durante su campaña electoral de 2000, había sido objeto de fuertes
críticas por su poca experiencia en política exterior. Prácticamente no había salido
de Estados Unidos, nunca había ocupado un cargo público que lo obligara a tomar
contacto con la política internacional y eso lo hacía sumamente vulnerable ante su
rival, el entonces vicepresidente al gore. Este último había viajado por todo el
mundo durante sus ocho años en la Casa Blanca y había tenido a su cargo varias
de las negociaciones internacionales más delicada. Entre Gore Y Bush, la
diferencia de conocimientos en política internacional era abismal. Y para colmo
Bush había hecho el ridículo en una entrevista periodística durante la campaña,
cuando no había podido identificar a varios mandatarios asiáticos y se había
equivocado con sus nombres.
Para contrarrestar estas críticas, sus asesores de imagen hurgaron
desesperadamente en su pasado, en busca de algún elemento que les permitiera
presentarlo como un experto en política exterior. Y lo único que encontraron fue
que había hecho algunos viajes de trabajo a México como gobernador de Texas, o
para algún evento social de fin de semana. ¡Eureka!, dijeron los asesores de
imagen. A los pocos días de la desafortunada entrevista en que Bush había
confundido los días de la desafortunada entrevista en que Bush había confundido
los nombres de los presidentes asiáticos, su campaña comenzó a presentarlo
como un “experto” en México y por extensión –qué más da –en América latina. Y
para proyectarse como tal, Bush comenzó a pulir lo poco que sabía de español ya
cultivar sus contactos con México y Latinoamérica. Para cuando llegaron las
elecciones de noviembre de 2000, el futuro presidente ya se había auto
convencido que era un “experto” en la región.
Claro que todo el impulso latinoamericanista se desmoronó en cuestión de
segundos el 11 de septiembre de 2001. De allí, Bush no sólo se concentró de lleno
en Medio Oriente, sino que su desastrosa decisión de lanzarse a la guerra de Irak
sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU lo convertiría en el
mandatario más antipático del mundo a los ojos de la gran mayoría de los
latinoamericanos. Y la brecha política crecería, tal como lo mostrarían las
encuestas en los años siguientes. La Casa Blanca no perdió el sueño por la

150
escasa popularidad de Bush en la región y el propio presidente –como veremos en
el capítulo 9 –se sintió defraudado por lo que consideró como una falta de
solidaridad de México y gran parte de la región ante los ataques terroristas. Pocos
días después de los atentados, en su mensaje anual sobre el estado de la Unión
del 20 de septiembre de 2001º Bush –que dos semanas ante había proclamado a
México la relación bilateral “más importante” de Estados Unidos –declaraba que
“Estados Unidos no tiene un mejor amigo en el mundo que Gran Bretaña”. Todo
había cambiado en esas dos semanas- Un golpe de realidad había obligado al
gobierno a concentrarse de lleno en lo que había sido el primer ataque extranjero
en territorio de Estados Unidos desde Pearl Harbor, en la Segunda Guerra
Mundial decían los funcionarios de la Casa Blanca. El ataque terrorista que dejó
casi tres mil civiles muertos –desde ejecutivos y oficinistas hasta empleados de
limpieza –en las Torres Gemelas de Nueva York había sido el peor golpe sufrido
por Estados Unidos en su historia. A diferencia de Pearl Harbor, no había sido un
ataque a una instalación militar remota en el océano Pacífico, sino en el corazón
de Manhattan, enfatizaban los funcionarios. Las víctimas eran civiles: tenían
nombre y apellido, y habían sido asesinadas por su mera condición de
estadounidenses. Esto era una guerra distinta, en la que el enemigo no estaba
atacando para exigir el cumplimiento de demandas concretas. A diferencia de los
terroristas palestinos, que mataban civiles para exigir el retiro de Israel de los
territorios ocupados y la creación de un Estado palestino, el grupo al queda no
estaba exigiendo nada. Su guerra no era para lograr que Washington cumpliera
con determinadas exigencias, sino para exterminar a Estados Unidos y la cultura
occidental, y sustituirlos por un nuevo orden semejante amenaza, no se podía
escatimar esfuerzos para la defensa del país, ni escoger a los aliados por
simpatías personales ni afinidades geográficas, argumentaban los funcionarios de
la Casa Blanca.

151
“Madame secretary” y sus veinte minutos diarios

Para ser justos, el Bush de después del 11 de septiembre no le prestó muchas


más atención a Latinoamérica de la que le había prestado Clinton. Durante el
gobierno de este último, la secretaria de Estado Madeleine Albright había hecho
setenta y dos viajes al exterior, de los cuales sólo diez habían sido a América
latina. Y Albright tampoco había comparecido ante la Comisión de Relaciones
Exteriores del Senado para hablar específicamente de América latina. De hecho,
el último secretario de Estado que se había presentado ante el Comité en lleno
para hablar de este tema había sedo Warren Christopher, el 26 de enero de 1995.
T antes de él. George Schulz, el 27 de febrero de 1986, según me dijeron los
historiadores del Congreso.
Durante su gira por Estados Unidos para promocionar su libro de memorias
Madame secretary, tuve la ocasión de hacerle una larga entrevista a Albright en
Miami y preguntarle algo que siempre me había intrigado: ¿cuántos minutos por
día les dedicaba un secretario de Estado a temas latinoamericanos? Albright,
nacida en Praga, cuya familia había huido primero de los nazis, luego de los
comunistas y que había llegado a Estados Unidos a los 11 años, había sido la
primera mujer nombrada secretaria de Estado. Sin embargo, nunca había llegado
a ser una estrella en Washington. Más académica que política, ha había tejido una
red de relaciones personales en el Congreso ni en la prensa, como para
convertirse en un verdadero factor de poder en el gobierno de Clinton. Era una
mujer inteligente, pero nada carismática. La había entrevistado ya una vez durante
la Cumbre de las Américas de Chile en 1998 en la suite del hotel donde se
hospedaba, donde me había recibido junto con dos de sus asesores tarde en la
noche, y lo único que recuerdo es que se había quitado los zapatos durante la
entrevista y había colocado sus pies descalzos sobre una silla. A Albright le
brillaban los ojos y hablaba apasionadamente cuando se refería a Europa del
Este, sobre todo cuando mencionaba al ex presidente checo Vaclav Havel y otros
luchadores por la democracia en esa parte del mundo. Había hecho su tesis de
doctorado sobre el servicio diplomático soviético y se había iniciado en la

152
diplomacia trabajando para el secretario de Seguridad Nacional del presidente
Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, otro exiliado de Europa del Este. América
latina no era un tema que la apasionara.
Cuando comenzamos a tratar este punto, Albright criticó el “enfoque militarista”
de la política exterior de Bush y su “falta de atención hacia América latina” Ella,
según me dijo, había prestado mucha más atención a la región. ¿En serio? ¿Qué
porcentaje?, pregunte. Albright levantó la vista tratando de recordar y luego de
meditar unos segundos respondió: “Le dedicaba 20 por ciento, quizá 25 por ciento
de mi tiempo” Sin embargo, eso no se reflejaba en las páginas de su
autobiografía. Después de la entrevista, cuando me puso a leer Madame
secretary, me encontré con que en los 29 capítulos no había uno solo dedicado a
Latinoamérica. Casi la totalidad del libro estaba centrado en Europa del Este,
Medio Oriente. Europa occidental, China y Rusia. De las 562 páginas, se podían
contar con los dedos las dedicadas a América latina. Y de éstas la gran mayoría
con menciones en dieciocho páginas y Haití en doce. Comparativamente, México
aparecía con seis menciones y Brasil con cuatro, incluida una en la que sólo se
nombraba a este último país entre varios que votaron por una resolución de las
Naciones Unidas sobre Haití.
Albright –como Henry Kissinger, Brzezinski y prácticamente todos los
encargados de la política exterior de Estados Unidos –era un producto de la
Guerra Fría. En su visión euro céntrica del mundo. Cuba había sido importante por
su alianza con la Unión Soviética, que había convertido a la isla en una posible
plataforma de ataque para el principal enemigo de Estados Unidos. Y Haití era
importante porque era un país en caos, que en cualquier momento podía causar
una nueva ola de inmigración ilegal a Estados Unidos. Los demás países de la
región, por más grandes que fueran, ocupaban un lugar muy lejano en el espacio
mental de quienes tradicionalmente habían dirigido el departamento de Estado.

153
“América latina se automarginó”

Albrigh decía que los latinoamericanos eran los principales culpables de su propia
irrelevancia en el concierto mundial, en parte por no participar más activamente en
los grandes temas internacionales. Cuando le pregunté qué consejo daría a los
países de América latina, me dijo que´, por su propio bien, “deberían jugar un rol
más activo en la escena mundial”. ¿Y eso qué significa?, le pregunté. La ex
secretaría de Estado respondió que, durante el tiempo en que ella había ejercido
su cargo, muchas veces se había sentido frustrada por la falta de una mayor
cooperación de América latina en las crisis internacionales. La mayor diferencia
entre los diplomáticos latinoamericanos y los europeos era “el nivel de interés en
otras partes del mundo de estos últimos”, me dijo. “A los latinoamericanos les
interesan las relaciones norte-sur, y no demasiado las de otras partes del mundo.”
Recordó, por ejemplo, que cuando había sido embajadora ante la ONU, entre
1993 y 1997, Estados Unidos, Europa, Canadá y Australia tenían un grupo de
coordinación política para tratar de coordinar sus votos, pero los países
latinoamericanos tenían su propio grupo aparte. Se habían automarginado,
señaló.
“Yo pensaba que deberíamos tener un grupo en la ONU que fuera el ´Grupo
de las Américas´. Sin embargo, no se pudo dar tal cosa”. Dijo Albright. En efecto,
según me contaron luego diplomáticos de la ONU, Albright había tratado sin éxitos
de crear un “Grupo de las Américas” a mediados de la década de los noventa.
México y Brasil no apoyaron la idea, temerosos de que Washington terminara
dominando el grupo. “Deberíamos ser aliados naturales en el desarrollo de
nuestras relaciones en otras partes del mundo”, continuó diciendo Albright. Un
grupo hemisférico en la ONU “sería una alianza mucho más natural que con
Europa”, agregó. “Otros pasos, como la creación de una fuerza militar
latinoamericana que pudiera participar en esfuerzos de paz alrededor del mundo
daría a la región muchas más influencia internacional”, señaló.
Humm Albright tenía razón en que un mayor protagonismo latinoamericano,
por ejemplo en misiones de paz en todo el mundo, haría que los votos de la región

154
fueran más codiciados en el concierto mundial. Pero su visión no dejaba de ser un
tanto egoísta, ya que parecía supeditar la inserción latinoamericana al mundo a
que la región desplazara la agenda de Washington. Yo le agradecí la entrevista y
me despedí. Pero no puede dejar de pensar lo obvio: ¿y qué pasa con agenda
latinoamericana, incluyendo los temas más importantes para la región, como la
pobreza y el rezago educativo? ¿Estaba Estados Unidos dispuesto a dar ayuda
condicionada, como lo habían hecho los demás países de Europa con sus vecinos
más pobres? Albright estaba dedicando todo el acento en la falta de cooperación
de los países latinoamericanos, pero era obvio que no había dedicado mucho
tiempo a pensar en la falta de un mayor compromiso de Washington con sus
países sureños.

Las prioridades de Clinton: Cuba y Haití

El jefe de Albright, Clinton, no había sido mucho más generoso con su tiempo para
la región. Durante sus primeros cuatros años en la Casa Blanca, no había puesto
el pie en Latinoamérica, algo que la administración de Bush ─que hizo varios
viajes a la región en sus primeros cuatros años─ recordaría a todo el mundo más
tarde. Y a juzgar por lo que dejaba traslucir en su libro Mi vida, Clinton nunca
había dedicado mucho tiempo o espacio mental a los asuntos latinoamericanos.
La obra, un ladrillo de 957 páginas en que relataba sus reuniones con líderes de
todo el mundo, apenas dedicaba unas diez páginas ─o sea, alrededor de 1 por
ciento total─ a sus entrevistas con presidentes latinoamericanos y a temas de la
región. En el libro, por el que recibió un adelanto de 10 millones de dólares,
Clinton hasta se equivocó al mencionar el nombre del presidente latinoamericano
por quien decía tener la mayor admiración: se refirió airadamente al ex presidente
brasileño Cardoso como “el presidente Henrique Cardoso” y “Henrique”, cuando
su nombre era Fernando Henrique.
¿Cuáles eran los dos países de la región de los que más hablaba Clinton en
su autobiografía? Los mismos de los que más había escrito su secretaria de
Estado: Cuba y Haití. El índice contiene 29 referencias a la palabra “Haití” y 21

155
referencias a “Cuba”. Comparativamente México aparece con 15 menciones,
Brasil con 5 y Argentina con 5, casi siempre en alusiones tangenciales. ¿Era una
aberración que Cuba y Haití hubieran acaparado una mayor atención del ex
presidente de Estados Unidos que México, Brasil o Argentina? ¿O se lo habían
pedido así sus editores, para asegurar mejores ventas en Estados Unidos? Me
temo que no se trataba ni de una cosa ni de la otra: ya sea por motivos de política
interna, o porque el resto de la región los ignoraba desde hace décadas Cuba y
Haití ocupan un lugar desproporcionadamente grande en la agenda de
Washington hacia la región.
Muchos funcionarios estadounidenses bromeaban en privado que para la
Casa Blanca habría tres clases de países en América latina, en primer lugar
estaba Cuba, en segundo lugar Haití, y en tercer lugar estaban los “países R.A.L.”
Los “países R.A.L.”, según el chiste, eran los países del “Resto de América latina”.
El peso exagerado de Cuba y Haití se debía más que nada a cuestiones de
política interna. Haití es un asunto decisivo para los legisladores afroamericanos
en el Congreso, que lo habían convertido en un punto central de su agenda
internacional. Y el voto cubano-americano en Florida y Nueva Jersey era clave
para ganar esos dos estados en cualquier elección presidenciable. Como me lo
señaló ─en medio de broma, medio serio─ un político demócrata, “los cubanos no
pueden elegir su presidente en Cuba, pero lo hacen cada cuatro años en Estados
Unidos”.
Quizá la única excepción a esta miopía geográfica de la Casa Blanca era
Colombia, que en últimos años se había convertido uno de los mayores receptores
de ayuda económica y militar de Estados Unidos en el mundo. Desde 2001,
recibió 3 mil millones de dólares de Washington para la lucha contra las drogas y
los grupos guerreros y paramilitares usualmente vinculados al narcotráfico, lo que
permitió al presidente Álvaro Uribe usar más de sus recursos nacionales para
lograr una significativa reducción de los secuestros y homicidios en el país. La
ayuda de Washington a Colombia ─como la otorgada a Israel y Egipto─ había
generado todo un aparato de apoyo económico y militar en Washington, que
difícilmente desaparecería en el futuro próximo: ni los demócratas ni los

156
republicanos podían permitirse votar en contra de futuros paquete de ayuda a
Colombia y ser acusados posteriormente de haber sido los responsables de un
retroceso en el país. Y con Chávez armándose hasta los dientes en la vecina
Venezuela, comprando armas en Rusia, España y Brasil por unos 2 mil millones
de dólares, el compromiso de Estados Unidos con Colombia parecía asegurado.

Los motivos del optimismo

Aunque la historia de Estados Unidos en América latina tiene muchas páginas


turbias ─desde las intervenciones militares de principios del siglo XX en Cuba, la
República Dominicana y México, hasta el olvido de la región en nuestro días─ y
las promesas de Washington suenan huecas para muchos latinoamericanos, hay
algunos motivos de pesimismo. No sería nada raro que el proceso de
regionalización de la economía global, así como el creciente peso del voto hispano
en Estados Unidos, hagan que la agenda positiva de Washington ─la cooperación
económica, el comercio y la ayuda para el desarrollo de la educación y la
tecnología─ prevalezca sobre la negativa del terrorismo, las drogas y la
inmigración ilegal.
Si continúa la consolidación de los bloques comerciales de la Unión
Europea y el sudeste asiático, Estado Unidos tendrá una mayor necesidad de
incrementar su integración económica con sus vecinos del sur y los sectores
proteccionistas y aislacionista ─hoy realmente vigorosos en Washington─
perderán fuerza. “La reciente expansión de la Unión Europea y la creación del
bloque de libre comercio de China con la Asociación de Países del Sudeste
Asiático en 2007 obligarán a Estados Unidos a ampliar sus acuerdos comerciales
para mantener su competitividad internacional”, me dijo Richard Feinberg, un ex
director de Asuntos Latinoamericanos del Consejo Internacional de Seguridad
durante el gobierno de Clinton. ¿Por qué?, pregunté a Feinberg. Porque los
bloques comerciales de Europa y Asia aumentarán respectivamente su
competitividad al poder cambiar la tecnología de sus miembros más ricos con la
mano de obra barata de los más pobres, explicó. Estados Unidos no se podrá

157
quedar atrás y tendrá que hacer lo mismo con América latina. Así como las
empresas alemanas están mudando sus plantas a Polonia o la República Checa
para producir automóviles más eficientemente y a mejores precios, lo mismo
ocurrirá con las empresas de Singapur, que a partir de 2007 podrán producir sus
bienes en China gracias al acuerdo de libre comercio asiático. Si Estados Unidos
no hace lo mismo con América latina con otra región del mundo, sus empresas
perderán competitividad, señaló.
El otro motivo importante que podría dar un nuevo ímpetu a una agenda
positiva de Washington hacia Latinoamérica tiene que ver con el incremento
meteórico del voto latino, que será clave en las próximas elecciones
presidenciales, tanto por su volumen como por su distribución geográfica. El poder
del voto latino creció de 5.9 millones de votantes registrados en 2000 a 9.3
millones en 2004, y se espera que aumente a unos 13 millones en 2008. En un
país donde las dos últimas elecciones fueron decididas por pequeña margen
─apenas 500 votos en 2000─, el voto hispano será determinante. Y, lo que es
tanto o más importante, la mayor concentración de hispanos está en los estados
con más votos en el colegio electoral: California, Nueva York, Florida, Texas e
Illinois.
Según los encuestadores, quizá la principal arma política de los hispanos
será que, a diferencia de los afroamericanos, que votan casi unánimemente por el
Partido Demócrata, el bloque latino está dividido. Es un electorado bisagra, que
puede decidir cualquier elección errada. En el pasado, el Partido Demócrata se
llevaba 80 por ciento de voto de los hispanos, por el simple hecho de que éstos se
identificaban automáticamente con la agenda demócrata de apoyo a los
trabajadores organizados y a los pobres en general. Sin embargo, eso empezó a
cambiar en las elecciones de 2000, cuando el Partido Republicano de Bush
empezó a hacer publicidad en español y logró ganar 35 por ciento del voto
hispano. En las elecciones de 2004, Bush aumentó aún más ese apoyo y ganó 40
por ciento del voto hispano, según los cálculos demócratas, o 44 por ciento, según
las encuestas de salida de CNN de los encuestadores republicanos. “Fue la mejor
actuación de un candidato republicano entre los votantes latinos en todos los

158
tiempos”, según señaló Sergio Bendixen, uno de los principales encuestadores del
electorado hispano. “Esto hará que el Partido Demócrata se despierte en las
elecciones de 2008. Los republicanos les están robando un grupo de votantes que
por razones socioeconómicas deberían ser en su gran mayoría demócratas. De
ahora en más, el Partido Demócrata va a luchar con mucha más energía para
ganar el voto hispano”. Steffen, un profesor de Ciencia Política de la Iowa State
University especializado en el voto hispano, coincide: “La elección (de 2004) pone
a la comunidad hispana con una pata en cada partido político, lo que le dará una
ventaja política extraordinaria en futuras elecciones”, aseguró.
¿Y qué garantía hay de que los votantes hispanos de Estados Unidos
presionen a favor de un mayor acercamiento con América latina? ¿Acaso muchos
de ellos no llevan años en Estados Unidos y están tan integrados que ya casi se
olvidaron de sus países de origen?, pregunté a varios expertos. Casi todos
coincidieron en que está pasando exactamente lo contrario. El abaratamiento de
las llamadas telefónicas internacionales, la televisión por satélite e Internet están
acercando grandemente a la diáspora latinoamericana a sus países de origen.
Hoy día, los mexicanos, argentinos, colombianos y venezolanos pueden ver en
sus casas de Los Ángeles, Nueva York o Miami los mismos noticieros que ven sus
hermanos en Ciudad de México, Buenos Aires, Bogotá o Caracas. Ya hay canales
de cable que pasan noticieros en Bogotá, Honduras, El Salvador, Nicaragua y casi
todos los demás países. Lo mismo ocurre con las radios hispanas. Y por Internet,
millones de latinoamericanos leen a diario los periódicos de sus países de origen y
en muchos casos están más al día de lo que pasa en estos últimos que en su país
adoptivo. Éste es un fenómeno nuevo, producto de la renovación tecnológica, que
tiende a acercar enormemente a la comunidad latina a los países
latinoamericanos.
“En las elecciones de 2004 quedó demostrado que el voto más disputado
en futuras elecciones será el de los inmigrantes recientes, que es el grupo más
interesado en temas como el libre comercio o la problemática de los países
latinoamericanos. Es el voto de la gente que manda remesas a sus familiares, que
se comunica a diario con ellos, que ve la televisión de sus países por cable o por

159
satélite y que por todo eso mantiene un alto interés en la región”, me señaló
Bendixen. Una encuesta de Zogby International y de The Miami Herald realizada
a nivel nacional poco antes de las elecciones de 2004 confirmó el creciente interés
de los votantes hispanos en América latina: según la encuesta, 52 por ciento de
los votantes registrados hispanos dicen que la política de Estados Unidos hacia
Latinoamérica es un paso que consideran “muy importantes” y 32 por ciento opina
que lo considera “algo importantes”. “Esto es nuevo”, me dijo John Zogby, el
responsable de la encuesta. En una elección cerrada, “el candidato que ignore a
América latina se va a ver en aprietos”.

Remesas familiares: una bendición con peligros

Hay otro factor, hasta ahora ajeno a la política, que está aumentando
ambiciosamente los lazos de Estados Unidos con la región: las remesas
familiares. Los envíos de dinero de los inmigrantes latinoamericanos se están
convirtiendo en una de las principales fuentes de ingreso ─si no la principal─ de
varios países. Las remesas familiares a América latina llegaron a un récord de
más de 45 mil millones de dólares en 2004, una cifra mucho mayor que todos los
préstamos del FMI y el Banco Mundial. El monto de las remesas fue incluso mayor
que el promedio de la inversión extranjera en la región en los tres años anteriores.
Se trata de un fenómeno que puede hacer cambiar el manejo económico y político
de la región.
El lado positivo de las remesas es que se trata de dinero en efectivo, que
llega directamente a los pobres y puede convertirse en un extraordinario motor de
desarrollo en las regiones más postergadas, en efecto, según estudios del BID, las
remesas pueden tener un enorme efecto multiplicador si los 60 millones de
campesinos y trabajadores formales latinoamericanos que las están recibiendo
abren cuentas bancarias, ingresan en la economía formal y se convierten en
sujetos de crédito. Según un proyecto del BID, que se ha iniciado
experimentalmente en México, Colombia, Ecuador y El Salvador, quienes emplean
a recibir remesas en sus cuentas bancarias podrán recibir préstamos de hasta 25

160
mil dólares para comprar una casa, iniciar un negocio o para su educación.
Fernando Giménez, un economista del BID, me dijo que el uso de remesas como
garantías de crédito podría aumentar en un tercio el número de mexicanos con
acceso a hipotecas comerciales. “Creíble o no, en un país como México, con 100
millones de personar, sólo hacen unas 9 mil hipotecas comerciales al año”, dijo
Giménez. “Esperamos aumentar ese número en una tercera parte casi
inmediatamente en mucho más cuando el programa se vaya popularizando”.
Pero el auge de las remesas también traerá aparejados peligros.
Políticamente, se abre la posibilidad de que sectores de Estados Unidos
amenacen con poner trabas a estos envíos, como un arma política para influir en
elecciones latinoamericanas. Ya ocurrió en El Salvador donde los partidarios el
presidente Saca ─con la ayuda de un congresista conservador de Estados
Unidos─ utilizaron la amenaza de controles de las remesas como recurso
propagandístico para ganar las elecciones de 2004. Durante la campaña electoral
de Saca, su partido derechista ARENA alertó a la población en sus avisos
publicitarios que si el candidato izquierdista Shafick Handal del Frente Farabundo
Martí de Liberación Nacional (FMLN) ganaba las elecciones, se arreglarían las
relaciones de El Salvador con Estados Unidos y Washington pondría controles al
flujo de remesas familiares de los 2.3 millones de salvadoreños que viven en
Estados Unidos.
Uno de los típicos anuncios televisivos a favor de Saca que salió al aire en
los últimos días de la campaña mostraba a una pareja salvadoreña de clase
media, que recibía una llamada angustiada de su hijo en Los Ángeles. “Mamá,
sólo quería decirte que estoy muy afligido”, decía el joven. “¿Por qué?”, le
preguntaba su madre. “Porque si Shafick llega a ser presidente de El Salvador, yo
podría ser deportado, y tú no recibirías las remesas que te estoy enviando”,
respondía el joven. Mientras tanto, funcionarios salvadoreños declaraban a la
presa que, gracias a las buenas relaciones del partido gobernante con Estados
Unidos, el gobierno de George W. Bush había renovado repetidamente el estatus
de Protección Temporal para los miles de indocumentados salvadoreños de
Estados Unidos. Estas renovaciones periódicas, aseguraban los partidos de

161
ARENA, terminarían si Handal llegara a la presidencia. Y Saca recibió una ayudita
clave del congresista republicano de Colorado Thomas G. Trancredo, quien
declaró poco antes de las elecciones que una posible victoria del FMLN
“significaría un cambio radical” en la postura de Estados Unidos respecto de las
remesas a El Salvador.
¿Interfirió Bush en las elecciones salvadoreñas? Probablemente menos de
lo que interfirieron China y Cuba a favor de Handal, me respondió el entonces
presidente salvadoreño Francisco Flores en una entrevista pocas semanas antes
de las elecciones. Un alto funcionario de la campaña de Handal me señaló luego
que, tal como me lo había dicho Flores, una organización del Partido Comunista
de China había donado varios contenedores con computadoras, camisetas y otros
objetos utilizados en la campaña de Handal. De todas formas, en parte gracias a
la campaña de las remesas, Saca ganó con 58 por ciento de los votos, contra 35
que recibió Handal.
¿Se puede repetir el caso salvadoreño con México, Colombia o Ecuador?
Por un lado, El Salvador es el país que más depende de las remesas: cerca de 28
por ciento de su población adulta recibe dinero de sus familiares en Estados
Unidos. Y también es cierto que Handal era un dinosaurio político de la vieja
izquierda, cuyas posturas extremas lo habían convertido en un blanco fácil para
sus rivales. Sin embargo, las remesas han cobrado tanta importancia en México,
que se podría producir en un fenómeno similar, aunque en menor escala. El 18 por
ciento de los adultos mexicanos ─o cerca de 13 millones de personas─ recibe un
total de casi 17 mil millones al año en remesas, según el BID. En Guatemala, la
cifra es de 24 por ciento de los adultos, en Honduras 16 y en Ecuador, 14. Los
porcentajes caen a medida que vamos más al sur, pero el número de personas
que reciben remesas en todos los países de la región está creciendo
vertiginosamente.
El principal peligro de las remesas, sin embargo, es que varios países se
acostumbren a estos ingresos, hagan sus planes económicos dándoles por
sentado y pasen a depender de ellos como antes dependían de los préstamos
internacionales. Un estudio de la Universidad de Columbia pronostica que,

162
contrariamente al optimismo del BID, el flujo de remesas caerá en los próximos
años. “México y otros países cometen un error cuando celebran los beneficios de
las remesas sin evaluar sus limitaciones”, dicen sus autores, Jerónimo Cortina,
Rodolfo de la Garza y Enrique Ochoa-Reza. Según ellos, las remesas caerían
porque cada vez más inmigrantes latinoamericanos están trasladando a sus
familias a Estados Unidos, por lo que pronto dejarán de enviar dinero a casa. “En
los años ochenta y noventa, la mayoría de los inmigrantes mexicanos eran
hombres jóvenes, de entre 20 y 25 años, que buscaban oportunidades de
empleo”, me dijo Cortina en una entrevista. “Ahora, estamos viendo más mujeres y
niños entre los migrantes, eso es parte de un proceso de reunificación familiar que
resultará en menos remesas”. Algo similar pasó en Turquía, cuando las remesas
de los turcos que vivían en Alemania crecieron enormemente en las décadas de
los ochenta y noventa, llegando a un máximo de 5 mil millones en 1998, y luego
comenzaron a caer, a medida que avanzaba el proceso de la reunificación de
familias en Alemania. Cuando pregunté al entonces presidente del BID, Enrique
Iglesias, sobre estos pronósticos me respondió que “mientras las economías de la
región no crezcan niveles lo suficientemente altos como para generar más
oportunidades de empleo, la migración continuará y las remesas también”.

Las elecciones de 2008

La campaña presidencial del senador John Kerry en 2004 introdujo una agenda
más positiva hacia América latina, que probablemente mejoraría aún más si se
lanza nuevamente en 2008. Por lo que Kerry declaró públicamente y por lo que me
dijo en dos entrevistas, el senador demócrata ─a pesar de su casi absoluto
desconocimiento de América latina─ se proponía crear una “Comunidad de las
Américas” donde incluiría la creación de un Fondo de Inversiones Sociales de 500
millones de dólares anuales para pequeñas empresas en la región. Se trataba de
una versión muy reducida de lo que se había hecho en Europa, esto era un
principio. Además, proponía la creación de un “perímetro de Seguridad de América
del Norte” para integrar las políticas de migración y aduanas de México, Canadá y

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Estados Unidos, una triplicación de los fondos del Fondo Nacional para la
Democracia para promover la democracia y los derechos humanos en la región.
Lo único preocupante para América latina del discurso de Kerry era ambición
sobre el libre comercio, debido al apoyo que recibía de la central sindical AFL-CIO,
según la cual los tratados de libre comercio estaban causando la pérdida de
puestos de trabajo en Estados Unidos. Cuando pregunté a Kerry sobre el tema,
me dijo que hasta entonces había votado a favor de todos los tratados de libre
comercio, aunque posteriormente tanto él como su partido votarían en contra del
Tratado de Libre Comercio con América Central y la República Dominicana,
aprobado por un estrecho margen de votos en el Congreso en julio de 2000.
El problema de Kerry, como lo pude constatar en persona, es que es un
pésimo candidato. Es un hombre alto, erguido, sumamente inteligente ─se
expresa mucho mejor que Bush, lo que no es muy difícil─ y cordial, pero no
conecta con la gente. Tiene un aire distante. Cuando lo entrevisté para mi
programa de televisión en Washington, tuve oportunidad de conversar con él
varios minutos, mientras los técnicos ajustaban las luces. Para romper el hielo e
iniciar una conversación cualquiera, le dije que, si le parecía bien, empezaría pro
preguntarle sobre el ALCA y si estaba a favor del acuerdo comercial internacional.
Kerry se encogió de hombros, levantó las cejas y me contestó sonriendo: “Seguro.
Hazme las preguntas fáciles, las difíciles, las venenosas, las que quieras. Yo te las
contesto todas”. Pero de ahí no hizo el menor comentario que transmitiera algo de
calor humano, o algún interés por la persona que tenia frente a él. ¡Qué diferencia
con Clinton!, pensé para mis adentro. Clinton era un maestro de las relaciones
públicas, que a los dos segundos lo hacía sentía a uno como si fuera su amigo de
toda la vida. En una situación similar, Clinton me hubiera preguntado dónde vivía
yo e inmediatamente hubiera buscado alguna amistad en común, o algún sitio que
ambos conociéramos, para iniciar una conversación personal. Kerry era distinto.
Inteligente, pero distante a más no poder.
En lo que hacía a América latina, Kerry sabía poco y nada, pero está muy
presente la necesidad de acercarse a la región, aunque fuera para ganar el voto
hispano. Según me contó, había hecho un viaje a Brasil, para la Cumbre de la

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Tierra de las Naciones Unidas de 1992 en Río de Janeiro, en el que había
conocido a Theresa Heinz, su nueva mujer. En esa oportunidad, había visitado
también Argentina. Anteriormente había viajado a Nicaragua, en una misión del
Senado durante las guerras centroamericanas de la década del ochenta. No era
mucho, pero había estado muy pendiente de la región en sus veinte años en el
comité de Relaciones Exteriores del Senado, me aseguró sin embargo, durante la
entrevista televisiva no dio muchas señales de estar al día con los temas de la
región.
Cuando le hice una pregunta aparentemente ingenua, el candidato metió la
pata. “¿Cuáles son los tres mandatarios latinoamericanos que más respeta?”, lo
interrogué. Kerry me miró como un boxeador que acababa de recibir un golpe en
la nariz. “Bueno… yo respeto, mmmm, yo diría que respeto… a Vicente Fox”,
respondió. Acto seguido, continuó hablando durante varios segundos sobre Fox.
Diciendo que –aunque no lo conocía personalmente- había escuchado que era un
presidente inteligente y moderno. Mientras más extendía su respuesta sobre Fox,
más obvio se hacía que no le venía a la mente ningún otro nombre de algún
presidente latinoamericano. Cuando terminó, anticipándose a mi pregunta, dijo:
“No conozco a los demás personalmente, porque han entado a la presidencia
cuando yo ya estaba haciendo campaña para presidente y he estado
intensamente ocupado con los temas locales. Pero yendo atrás en el tiempo, he
tenido buenas relaciones con (el presidente de Costa Rica de 1986 a 1990) Oscar
Arias”. Kerry no se acordaba del nombre de ningún otro presidente
latinoamericano.
¿Qué piensa de Lula, el presidente de Brasil?, lo ayude. Kerry reconoció el
nombre y reaccionó de inmediato: “Me impresiona la manera en que llegó a la
presidencia desde abajo, por sus raíces. Creo que ha sido increíblemente
responsable en su política monetaria y fiscal” los asesores latinoamericanos de
Kerry, que observaban la escena detrás de las cámaras, respiraron con alivio. ¿Y
de Kirchner, el presidente de Argentina? Kerry volvió a menear la cabeza. “No lo
conozco bien. No tengo una opinión formada de él”, respondió.

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El movimiento antilatino

En momentos en que Estados Unidos se preparaba para las elecciones


legislativas de 2006 y los últimos años de la presidencia de Bush, había dos
posibles peligros para América latina dentro de un cuadro que –en general-
auguraba una mayor interdependencia positiva para la región. En primer lugar,
había un notable aumento del sentimiento xenófobo en Estados Unidos,
alimentado por los ataques terroristas de 2001 y por la campaña anti-libre
comercio de los sindicatos de trabajadores. El movimiento antiinmigrante –cuyos
máximos exponentes son los periodistas de televisión Lou Dobbs de CNN y Bill
O´Reilly de Fox News, y la revista time- argumenta que la falta de controles más
férreos en la frontera con México podría ser usada por terroristas islámicos para
infiltrarse en Estados Unidos y que la ola de inmigrantes latinoamericanos está
causando hacinamiento en las escuelas, los hospitales y los servicios públicos del
país. En 2004, el director de la Academia de Estudios Internacionales y
Regionales de la Universidad de Harvard, Samuel Huntington, dio un halo de
respetabilidad académica a estos sectores con su libro Quiénes somos.
Huntington, quien en 1993 había escrito el best-seller El choque de las
civilizaciones, en su nuevo libro argumentaba que Estados Unidos está en peligro
de desintegrarse por la avalancha de inmigrantes hispanos. “El desafío más
inmediato y más serio a la tradicional identidad de Estados Unidos viene de la
inmensa y continua inmigración de América latina, especialmente de México, y las
tasas de natalidad de esos inmigrantes”, escribió. ¿Podrá Estados Unidos seguir
siendo un país con un solo idioma y una cultura predominantemente
angloprotestante? Al ignorar esta pregunta, los americanos están aceptando
pasivamente su eventual transformación en un país de dos pueblos con dos
culturas diferentes (anglosajona e hispana), y dos idiomas (inglés y español)”, se
alarmaba el autor.
Según Huntington, los inmigrantes mexicanos no se asimilan a Estados
Unidos como lo hicieron los europeos y en un futuro podrían reclamar los
territorios que Estados Unidos arrebató a México en el siglo XIX. Desde su torre

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de marfil en Boston, Massachusetts, Huntington nota con alarma que los canales
de televisión en español en Miami tienen un público mayor que sus competidores
en inglés, que “José” ha reemplazado a “Michael” como el nombre más popular
para los niños recién nacidos en California y que los mexicano-americanos apoyan
al seleccionado de futbol de México cuando éste se enfrenta con el de Estados
Unidos. La avalancha de inmigrantes “mexicanos constituye una importante
amenaza potencial a la integración cultural y política del país”, escribió. Se trataba
de argumentos bastante pobres, sobre todo porque la historia de los inmigrantes
latinoamericanos muestra que, en la segunda generación, hablan perfecto inglés y
están integrados a la sociedad estadounidense. Aunque muchos inmigrantes en
Miami no hablan inglés, sus hijos y nietos sí lo hablan. Y Miami se ha convertido
en un centro de negocios internacionales precisamente por tener una clase
profesional bilingüe, capaz de funcionar perfectamente en las dos culturas. La
postura de Huntington tenía poco fundamento en la realidad.
El otro peligro, menos visible, era que la nueva agenda mundial
antiterrorista de Estados Unidos, sumada a la creciente intervención política de
Chávez en los asuntos internos de otros países latinoamericanos, llevara a
muchos en Washington a abandonar la defensa de la democracia como el eje de
la política estadounidense en la región. Desde que el presidente Jimmy Carter
había elevado la democracia y los derechos humanos como los principios rectores
de la política hacia América latina en 1976, en parte para revertir la mala imagen
que se había ganado Estados Unidos por haber apoyado varias dictaduras
anticomunistas durante la Guerra Fría, existía un acuerdo tácito entre los partidos
Demócrata y Republicano en que había que defender la democracia en la región a
cualquier costo. Contrariamente a lo que pensaban algunos latinoamericanos,
aunque la defensa de Estados Unidos de la democracia había sido errática, era
una postura sincera: Washington había llegado a la conclusión de que el apoyo a
dictaduras aparentemente amigas era contraproducente a sus intereses a largo
plazo, porque generaba un círculo perverso de oposición, violencia política,
tensiones sociales, inestabilidad económica, cambios de gobierno y reproches a
Estados Unidos.

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¿Pero sobreviviría este consenso bipartidista en Washington ante la
amenaza terrorista en el nuevo milenio? ¿Caerían los militares de Estados Unidos
en el error de volver a apoyar la creación de ejércitos fuertes en América latina
para que se hicieran cargo de las “áreas sin ley” en la región? ¿Subsistiría la
agenda pro-democracia y derechos humanos si Chávez propagaba su modelo
revolucionario autoritario en la región? La experiencia de Washington tras las
elecciones de izquierdistas como Lagos en Chile y Lula en Brasil había sido
positiva, lo que no auguraba un cambio de prioridades en el futuro próximo.
Noriega, el entonces jefe de Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado,
declaraba en 2005 que la política de Estados Unidos hacia América latina” está
basada en cuatro pilares estratégicos”: el fortalecimiento de la democracia, la
promoción de la prosperidad económica, la inversión social y el aumento de la
seguridad, en ese orden. Pero ante el surgimiento de nuevas amenazas
terroristas, la creciente influencia económica y política de Chávez y el crecimiento
de los sectores aislacionistas en Estados Unidos, no podía descartar que
surgieran voces en Washington pidiendo un regreso a los días en los que el país
apoyaba a sus “amigos” en la región, independientemente de su sistema política o
respeto a los derechos humanos.
Sin embargo, lo más probable es que eso no suceda y que el proceder del
voto latino y la memoria histórica de los estadounidenses sobre los errores del
pasado prevalezcan sobre las tentaciones de volver a la “real plitik” de la Guerra
Fría. Los principales aspirantes a la nominación demócrata de 2008 –la ex
primera dama y senadora Hillary Clinton, y Kerry- ya están afinando sus escasos
conocimientos sobre la región y una agenda de acercamiento a los países
latinoamericanos. La senadora Clinton está decidida a no permitir que el Partido
Demócrata siga perdiendo votos entre los hispanos. A principios de 2005 formó
su propio comité de asesores hispanos, con miras a 2008 y –aunque representa a
Nueva York- ya está viajando por el país hablando ante audiencias hispanas.
Según sus asesores, el Partido Demócrata perdió en 2004 por no haber invertido
más en el voto hispano: la campaña de Kerry gastó sólo 2.9 millones de dólares
de publicidad en medios en español, mientras que la de Bush gastó 5.5 millones.

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En 2008, quien sea el candidato demócrata no repetirá el mismo error. El camino
a la Casa Blanca pasa por los vecindarios hispanos”, afirmó Arturo Vargas, de la
poderosa Asociación Nacional de Funcionarios Electos Latinos.
Kerry, a su vez, se sumergió en un curso intensivo de espalo en marzo de
2005, según me comentó uno de sus colaboradores. Cuando señalé esto último a
Bendixen, el encuestador del Partido Demócrata, me dijo: “Él sabe que ahí (en el
voto hispano) es donde sufrió una de sus grandes pérdidas en 2004”. Y entre los
probables candidatos republicanos, el senador John McCain, de Arizona, no sólo
viene de un estado con gran población latina, sino que a estaba tratando de
ganarse a los hispanos a nivel nacional en 2005, proponiendo un proyecto de ley
inmigratoria mucho más generosa que la de Bush. Y el jefe de la bancada
republicana en el Senado, Bill Frist, otro presidenciable, está estudiando español y
dio su primer discurso en la lengua de cervantes en 2005. Todo parece indicar
que el gran ganador de 2008 será el voto hispano y que la agenda positiva hacia
Latinoamérica seguirá avanzando en Washington, ya sea mediante la ayuda
económica condicionada propuesta por los demócratas, o por el libre comercio
alentado por los republicanos, por el mero hecho de que –después del fiasco de
Irak- ambos partidos están cada vez más conscientes de que Estados Unidos sólo
podrá ganar la guerra contra el extremismo islámico mediante un mayor
multilateralismo.

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