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Romano Guardini

Romano Guardini

el rosario de Nuestra Señora


Colección HABLAR CON JESÚS
Romano Guardini nos descubre aquí esa forma de
Orar con... el rosario de Nuestra Señora

oración de la que han vivido generaciones de cre-


yentes: el rosario.
La repetición de las mismas palabras y el ritmo de
la respiración son los apoyos externos para perma-
necer en la cercanía de Dios.
Desde la perspectiva de María, el orante contempla
el acontecimiento central de la Historia de la Salva-
ción, el misterio de la Encarnación de Dios.

Orar con... el rosario de Nuestra Señora


A una introducción espiritual de carácter básico se
unen unas breves exposiciones teológicas de los
distintos misterios y unas indicaciones prácticas para
realizar debidamente esta forma de oración.
Nacido en 1885 y fallecido en 1968, Romano Guar-
dini fue docente en las universidades de Bonn, Ber-
lín, Tubinga y Múnich, donde ocupó la cátedra de
Cosmovisión cristiana y filosofía de la religión desde
1948 hasta su jubilación.

Orar con...
ISBN: 978-84-330-2282-0

,!7II4D3-accica!
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DESCLÉE DE BROUWER DESCLÉE DE BROUWER


Hablar con Jesús

ORAR CON...
EL ROSARIO
DE NUESTRA SEÑORA

Romano Guardini

DESCLÉE DE BROUWER
Título de la edición original:
Der Rosenkranz unserer lieben Frau
6
© Matias Grünewald, Maguncia 2005

Tradución: Rafael Fernández de Maruri y Alfonso López Quintás


Revisión técnica: Alfonso López Quintás

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2008


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Impreso en España - Printed in Spain


ISBN: 978-84-330-2282-0
Depósito Legal: BI-3265/08
Impresión: RGM, S.A., Urduliz
Para mi madre
Índice

Introducción.............................................................. 7
Prólogo........................................................................ 33

Naturaleza y sentido
del rezo del rosario

1. Reflexiones sobre el sentido del rosario.... 37


2. La cuentas del rosario y las repeticiones.... 43
3. Las palabras........................................................ 53
4. María..................................................................... 61
5. Cristo en nosotros........................................... 71
6. El rezo del rosario............................................ 85
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Breve explicación de los misterios

7. Introducción al rezo del rosario................... 97


8. Misterios gozosos............................................. 107
9. Misterios dolorosos......................................... 117
10. Misterios gloriosos........................................... 129
11. Una propuesta................................................... 141

6
Introducción

I. Importancia de la vida de oración

D ebido a su profundo espíritu cristiano, a su


decisión de buscar incondicionalmente la ver­
dad y a su estima de los grandes escritores místicos,
Romano Guardini aprecia sobre toda medida la
vida de oración, entendida como el empeño de
“ir a Dios con toda el alma”. “Tenemos que volver a
aprender –escribe– que no es sólo el corazón el que
debe rezar, sino también la mente. El mismo cono­
cimiento ha de convertirse en oración, en cuanto la
verdad se hace amor” 1.

 f. Oraciones teológicas, Guadarrama, Madrid 1959 p. 11. Ver­


1. C
sión alemana: Theologische Gebete, J. Knecht, Francfort
31953, p. 5.

7
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Para rezar con esta autenticidad se requieren


las siguientes condiciones: afán de dar pleno senti­
do a la vida, actitud de sencillez, espíritu de servicio
y obediencia, apertura a la presencia del Señor que
nos sale al encuentro, máxima valoración de la
palabra dicha con amor.
Lo expuso Guardini con admirable precisión
en la oración siguiente, pronunciada al final de una
meditación realizada en la iglesia de San Canisio de
Berlín, en el ambiente dramático producido por los
bombardeos de la Segunda Guerra Mundial:

“Enséñame, Señor, a ver que sin oración mi interior


se atrofia y mi vida pierde consistencia y fuerza.
(...) Dame seriedad y decisión firme, y ayúdame
a aprender, venciéndome a mí mismo, lo que
hace falta para salvarse. Pero llévame también a
tu santa presencia. Enséñame a hablarte con la
seriedad de la verdad y la intimidad del amor. En
Ti está el concederme la plenitud interior de la
oración, y te ruego que me la des en el momento
justo. Pero, en principio, la oración es obediencia
y servicio: Ilumíname, para que comprenda la

8
INTRODUCCIÓN

obediencia, y fortaléceme para que cumpla el


servicio con fidelidad” 2.

Todo el trabajo del Guardini joven –como es­critor


y como guía de la juventud– venía de la oración y
tendía a la oración como a su última meta. “Sin ora­
ción, la fe se marchita, y la vida religiosa se atrofia. No
se puede a la larga ser cristiano sin orar, como no se
puede vivir sin respirar” 3. Este contundente párrafo
condensa el mensaje que nos da Guardini en
su bellísima Introducción a la vida de oración. En él
expone la doctrina tradicional con su peculiar esti­
lo, inspirado en el deseo de subrayar lo esencial de
manera precisa y decidida.
A su entender, la oración auténtica consiste en
colaborar a que surja un espacio de presencia ante
el Señor, un ámbito de encuentro.

2. Cf. Oraciones teológicas, págs. 99-100. Theologische Gebete,


págs. 53-54.
3. Cf. Introducción a la vida de oración, Palabra, Madrid, 2002,
p. 32. Versión original: Vorschule des Betens, Benziger,
Einsiedeln 61960, p. 16.

9
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

“Cuando el hombre se confía a Jesucristo, llega en


verdad a la presencia de Dios. Esto se realiza en
la oración recta y auténtica. En ella se llega a la
santa presencia de Dios. Merced a ella, despierta
en la interioridad del hombre no sólo la profun­
didad religiosa humana, en general, sino el nuevo
corazón de los hijos de Dios, corazón renacido y
configurado por la gracia. En este ´espacio vital´
se muestra la realidad de Dios. Puede ser que el
hombre sienta esta realidad de modo inmediato,
de modo que lo estremezca con su majestad y lo
inunde con su cercanía. En tal caso, se encuentra
el hombre ante el sublime e íntimo misterio de la
oración y debe acercarse a él con respeto reveren­
cial, poniendo toda su solicitud en conservarlo” 4.

Guardini estaba plenamente convencido de que,


para el ser humano, la vida de oración es tan
importante en el aspecto espiritual como, en el
biológico, abrirse al exterior con el fin de respirar
y cobrar energías. Por eso, a sus jóvenes del Movi­

4. Cf. Introducción a la vida de oración, págs. 46-47; Vorschule


des Betens, págs. 35-36.

10
INTRODUCCIÓN

miento de Juventud les envió una carta luminosa


sobre este tema para que descubrieran la relación
profunda que media entre el caminar en grupo,
crear vida de comunidad y orar:

“El caminar juntos procede del amor; la comu­


nidad brota de un amor más alto. Pero el amor
adquiere toda su fuerza cuando se dirige a Dios
y se convierte en oración” 5.

Guardini parte de la tesis defendida por la Antro-


pología dialógica de que el hombre es un “ser de
encuentro” y necesita “espacios” para desarrollarse,
tanto en el aspecto fisiológico como en el psíquico
y el espiritual 6. Por eso subraya la importancia de

5. Cf. Cartas sobre la formación de sí mismo, Palabra, Madrid


2000, p. 68. Versión original: Briefe über Selbstbildung, M.
Grünewald, Maguncia 1930, p. 64.
6. Cf. Juan Rof Carballo: El hombre como encuentro,
Alfa­guara, Madrid 1973; Manuel Cabada Castro: La
vigencia del amor, San Pablo, Madrid 1994. Sobre el
pensamiento dialógico del pionero Ferdinand Ebner,
véase mi obra El poder del diálogo y el encuentro, BAC,
Madrid 21997.

11
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

que los jóvenes caminen en grupo, canten a coro,


se ayuden mutuamente, creen formas de vida comu­
nitaria, pero también abran espacios de comunicación
íntima con el Creador que nos ha llamado a la exis­
tencia. Una de sus obras más penetrantes muestra
de forma sugestiva que la persona humana existe
porque fue llamada por el Creador a la existencia
y vive, como tal, al abrirse al tú con una relación de
amor. De ahí que enferme espiritualmente cuando
se aleja del amor, la justicia, la unidad y la verdad 7.
Esta enfermedad sólo se supera de raíz median­
te el recogimiento que crea ámbitos de oración:

“El recogimiento crea la apertura y el ´espacio´


interno de la oración. Propiamente, esta denomi­
nación no es adecuada, pues el ´espacio´ o ´lugar´
de la oración no se da ni dentro ni fuera, sino ´en
el espíritu´ .Y no en el espíritu sin más, es decir,

7. Véase Mundo y persona. Ensayos para una teoría cristiana


del hombre, Encuentro, Madrid 2000, págs. 108-118.
Versión original: Welt und Person.Versuche zur christlichen
Lehre vom Menschen, Werkbund, Würzburg 1950, págs.
98-108.

12
INTRODUCCIÓN

allí donde residen las imágenes del pensar o las


intenciones del querer, sino ´en el Espíritu Santo´.
(...) El espacio de la oración se constituye en la
presencia del hombre ante Dios. Se asemeja, por
ejemplo, al ´espacio vital´ en que están situadas
dos personas cuando se hallan en una auténtica
relación yo-tú. Este ´espacio´ interpersonal se
crea (...) merced a la estima, el respeto y el amor
que ambas personas se profesan mutuamente, y
es tanto más amplio y profundo cuanto más lo
son estas actitudes interpersonales. Cuando Dios
se acerca a un hombre, permanece junto a él y
lo trata con amor, y el hombre ´existe´ ante Dios
y se relaciona con Él en fe, entonces se constituye
ese ´espacio sagrado´” 8.

Al entrar en ese espacio vital, el hombre parti­


cipa de la vida de Dios, y “la fuerza de Dios entra
en su alma”, y ésta vive “desde la fuente de la ener­
gía” 9. Rezamos por la mañana para “renovarnos

8. Cf. Introducción a la vida de oración, p. 44. Vorschule des


Betens, p. 33.
9. Cf. Cartas, p. 68; Briefe, p. 65.

13
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

desde Dios” 10; elevamos el corazón a Dios por la


noche para que todo lo vivido durante el día “se
resuelva en confianza y agradecimiento”. Al salir de
casa, comenzar una oración o iniciar una acción
significativa, nos signamos con toda seriedad, cons­
cientes de que, con ello, inscribimos todo nuestro
ser y nuestro obrar en el ámbito sagrado abierto
por las tres personas de la Trinidad y nos dispone­
mos a vivir trinitariamente. Este ámbito se abre al
hacer la señal de la cruz con plena conciencia de
lo que significa:

“Haz la señal de la cruz despacio, con la mano


y con la mente –nos sugiere Guardini-; hazla
amplia, de la frente al pecho, de hombro a hombro.
¿No sientes cómo te abraza por entero? Procura
recogerte; concentra en ella tus pensamientos y
tu corazón, según la vas trazando, y verás que te
envuelve en cuerpo y alma, se apodera de ti, te
consagra y santifica”. “Entonces sentirás lo fuerte
que es” 11.

 f. Cartas, p. 70; Briefe, p. 67.


10. C
 f. Cartas, págs. 82-84; Briefe, págs. 78-80.
11. C

14
INTRODUCCIÓN

Carácter complementario de las diversas


formas de oración

Guardini analiza la oración en varios contextos


y la caracteriza como una actividad muy profunda
que nos insta a poner en juego todo nuestro ser:
sentidos y razón, entendimiento y voluntad, sen­
timiento y capacidad creadora... Se trata de un
ejercicio de transformación. Por eso sólo florece
en el silencio que implica recogimiento y sobre­
cogimiento a la vez. Esta actitud recogida no se da
en la superficie, sino en lo más hondo de nuestra
interioridad.

“Al orar se va a lo profundo. Pero la profundidad


nos arredra; queremos permanecer en la super­
ficie, que es donde nos conocemos bien y hay
colorido y cambio. En lo profundo hay seriedad.
(...) En la oración nos acercamos más a nosotros
mismos. Nos vemos con más claridad; sentimos
más palpablemente lo insuficiente que es todo.
Por una parte queremos conocer la verdad, pero,
por otra, algo se asusta en nosotros y evita que
nos miremos a los ojos (...). Finalmente, y con ello

15
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

llegamos a lo más profundo: al orar, entramos en


el ámbito de lo sobrenatural, el reino de la gracia.
(...) Es extraño: todo nuestro ser clama por ello y,
sin embargo, algo se resiste en nosotros. A veces,
sentimos el reino de la gracia como algo ajeno y
opresivo” 12.

Al hablar de la oración, Guardini no alude sólo


a una actividad de mera súplica, o de consideración
intelectual de verdades sobrenaturales; habla, sobre
todo, de la transformación interior que expe­
rimenta el creyente cuando se decide a “encontrar­
se lúcida y comprometidamente con Dios”.

“Si queremos que la oración adquiera el significa­


do y la amplitud que le corresponden, debemos
destacar la orientación de nuestro espíritu hacia
lo santo y darle el espacio debido” 13. “Las buenas
oraciones tienen una tarea importante; deben
formarnos interiormente. Proceden de la palabra

 f. Cartas, págs. 68-69; Briefe, págs. 65-66.


12. C
 f. Introducción a la vida de oración, p. 38; Vorschule des
13. C
Betens, p. 23.

16
INTRODUCCIÓN

de Dios o de hombres santos. Cuando las reza­


mos, debemos sumergir nuestra alma en ellas. De
ese modo forman nuestro pensamiento y nuestra
expresión, nuestra manera de ver las cosas y toda
nuestra actitud interior” 14.

Este esfuerzo de transformación espiritual


une en su raíz todas las formas de oración: las
litúrgicas y las populares, las comunitarias y las
privadas. Al pedirle un día su opinión sobre la pri­
macía de unas formas de oración sobre otras, me
contestó, sin vacilar, que, tras la publicación de El
espíritu de la liturgia, se apresuró a escribir el Via
Crucis y El rosario de Nuestra Señora –dos formas
tradicionales de piedad popular–, para dejar bien
claro que el alma creyente necesita vías distintas
para llegar a Dios. Más tarde supe que estos dos
últimos escritos apagaron en tal medida la admira­
ción que había suscitado el primero en el mundo
alemán que Guardini debió interrumpir su cola­
boración en la revista de investigación Jahrbuch für

 f. Cartas, págs. 84-85; Briefe, p. 81.


14. C

17
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Liturgiewissenschaft, editado por Odo Casel, monje


de la abadía de María Laach. Esta información la
confirma el mismo Guar­dini en su Diario póstumo,
donde comenta tal incidente de forma lapidaria:
“Perdí todo mi prestigio” 15. Lo admirable es que el
joven maestro no haya cejado en su búsqueda
de la quintaesencia de la vida de oración. Gracias
a ello contamos hoy con libros tan luminosos, a
este respecto, como Voluntad y verdad16, Oraciones
teológicas17, Los salmos18, El testamento del Señor.
 f. R. Guardini: Wahrheit des Denkens und Wahrheit des
15. C
Tuns (Verdad del pensar y verdad del actuar), Schöning,
Paderborn 1985. Véase, además, H.B. Gerl: H. B. Gerl:
Romano Guardini (1885-1968). Leben und Werk, M. Grü­
newald, Maguncia 41995, p. 134.
 inor, San Sebastián 1962. Versión original: Wille und
16. D
Wahrheit. Ejercicios espirituales, M. Grünewald, Maguncia
21950.
 uadarrama, Madrid 1959; y en Obras de Romano
17. G
Guardini III, Cristiandad, Madrid 1981. Versión original:
Theologische Gebete, J. Knecht, Francfort 71963.
 f. La sabiduría de los salmos, en Meditaciones teológicas,
18. C
Cristiandad, Madrid 1965 y en Obras de Romano Guardini
II, Cristiandad, Madrid 1981. Versión original: Weisheit
der Psalmen. Meditationen, Werkbund, Würzburg 1963.

18
INTRODUCCIÓN

Preparación para la Santa Misa19, Intro­ducción a la


vida de oración, Meditaciones sobre el Padrenuestro20...
En un artículo sobre “Lo objetivo en la vida
de oración” reprocha Guardini a M. Festugière
–autor del libro Liturgie catholique (1913)– que
destaque lo que hay de “objetivo-comunitario” en
el culto eclesial y descuide “la vida espiritual de
cada persona”. Bien acostumbrado desde joven
a distinguir los aspectos de la realidad que son
“opuestos” entre sí de los que son “contrastados”
–y, por tanto, complementarios–, Guardini tendió
siempre a integrar la acción litúrgica, por una
parte, y, por otra, la oración personal individual y
las oraciones populares. Nótese que el rosario no
es una oración litúrgica, pero sí bíblica. Es popular,
y, al mismo tiempo, selecta. Naturalmente, admite

19. C f. Editorial Litúrgica Española, Barcelona 21965.Versión


originaria: Besinnung vor der Feier der heiligen Messe, M.
Grünewald, Maguncia 61956.
20. E n Meditaciones teológicas, Cristiandad, Madrid 1965, págs.
271-483; y en Obras de Romano Guardini II, Cristia­ndad,
Madrid 1981. Versión original: Gebet und Wahrheit. Medi­
tationen über das Vaterunser, Werkbund, Würzburg 1960.

19
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

grados de selección según los públicos y la actitud


de cada uno. En cuanto vincula la oración de peti­
ción, de alabanza y de meditación, puede alcanzar
una altísima calidad, muy por encima de la super­
ficialidad de una oración de súplica rutinaria. Con
intención de largo alcance, insiste Guardini en que
es preferible rezar menos misterios con reposo
y hondura que muchos de modo apresurado y
distraído.
Los creyentes que se sienten miembros vivos de
la comunidad eclesial –con la que cantan las ala­
banzas divinas en las oraciones litúrgicas– necesitan,
según Guardini, cultivar su vida interior mediante
formas populares de oración –procedentes, en
buena medida, de la tradición franciscana y domi­
nica– y el método ignaciano de vida espiritual.
Cuando el cristiano vive su vida religiosa de forma
creativa, estableciendo ámbitos de encuentro
íntimo con el Señor, sabe integrar el cultivo de
los sentimientos religiosos con el conocimiento
profundo de los escritos bíblicos, que llenan de
sentido el discurrir perfectamente reglado –sólo
en apariencia frío– de la acción litúrgica. La fideli­

20
INTRODUCCIÓN

dad a las diferentes vertientes de la realidad –más


bien contrastadas que opuestas, cuando se las ve
con el debido dinamismo espiritual– constituye el
ritmo y la medida del pensamiento y la actividad
de Guardini 21.

“...Esto remite a algo muy importante, a saber,


que las cosas del mundo real son siempre –pro­
siguiendo el símil musical– polifónicas. Sólo las
artificiales que el hombre produce (...) son ´sen­
cillas´. Las cosas vivientes surgen siempre por la
colaboración de fuerzas diversas. Son polifónicas,
complejas. Y por eso tienen poder y realidad. En
ellas resuena de algún modo el todo” 22.

 éase su obra de juventud El contraste. Ensayo de una


21. V
filosofía de lo viviente concreto, BAC, Madrid 1996, y la
amplia Introducción que escribí para esta versión espa­
ñola. Versión original: Der Gegensatz. Versuch einer Philo­
sophie des Lebendig Konkreten, M. Grünewald, Maguncia
31985.

 f. Besinnung vor der Feier der heiligen Messe, M. Grüne­


22. C
wald, Maguncia 61956.

21
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

2. E
 l rosario, espacio de intimidad y
elevación religiosa

Esta idea precisa y honda de la oración permitió


a Guardini descubrir la razón nuclear de la exce­
lencia del rosario. Es un espacio que podemos crear
para establecer una relación serena de presencia
con Jesús y con María. Visto así, presenta una alta
calidad. Al descubrirla y vivirla en su experiencia dia­
ria, Guardini se sintió autorizado a situarlo –junto
con el Via crucis– al lado de la acción litúrgica.
El rezo del rosario se diferencia de la oración
litúrgica sobre todo por su voluntad de permanen­
cia en una actitud contemplativa. La acción litúrgica
es progrediente, no vuelve nunca sobre sus pasos.
El rosario es una forma de oración que repite
insistentemente diversas oraciones con voluntad
de crear un clima de contemplación en torno a
los misterios de la vida de Jesús y de María. Lo que
se intenta, ante todo, en ese rezo es estar con el
Señor en compañía de María, a semejanza de los
apóstoles; alabarle y suplicarle una y otra vez, y
crear así un espacio de oración.

22
INTRODUCCIÓN

El contenido de la vida de María fue Jesús. El era


todo para ella. En su estrecha relación con Él se hizo
madre y cristiana al mismo tiempo. Al vivir con Él,
moraba con su Hijo y con el Dios Trino que Él nos
vino a revelar. El rezo del rosario nos permite aden­
trarnos en esta esfera vital de María y permanecer
gozosamente en ella. En los misterios del rosario se
revive la vinculación profunda de la vida de Jesús y de
María. Al rezar el rosario de forma activa, nos sumer­
gimos en el ámbito de vida espiritual formado por el
encuentro de Jesús y María, que forma un espacio
viviente de donación y receptividad, iluminación y
comprensión, amistad y paz.Al vivir, así, esta forma de
oración, nos instalamos en la encrucijada impresio­
nante de las vidas de Jesús y de María, representante
cualificada de todos los hombres.
Lo que llena de sentido el rezo del rosario es
un proceso incesante de simpatía filial hacia María, y,
a través de ella, hacia su hijo Jesús. Permanecer en
este ámbito de adhesión espiritual íntima nos pro­duce
un sentimiento de plenitud gozosa, pues los seres
humanos necesitamos vernos acogidos en ámbitos
de vida plena. Sobre todo cuando nos sentimos des­

23
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

validos, faltos de hogar espiritual y descentrados


como personas, nos conforta sobremanera entrar
en un reino donde impera el amor incondicional
y la entrega. El rosario nos ofrece este espacio de
reposo y acogimiento, en el cual no marchamos
hacia una meta; permanecemos tranquilos en un
clima de amistad y confianza.
“Permanecer en él hace bien”, indica Guardini,
que debió, en cierta manera, al rosario su vocación
sacerdotal, según propia confesión. Nos hace bien
porque, al instalarnos en ese cruce de vidas santas,
abrimos un espacio interior bien dispuesto para
acoger la vida divina. María dio forma humana a
Jesús. Dios desea que “seamos conformes a la ima­
gen de su Hijo” (Rom 8, 29). Este acontecimiento se
revive en el rezo atento del rosario.
De lo antedicho se desprende que, para rezar
debidamente el rosario y darle todo su valor, hemos
de reposar el ánimo y ajustarlo al ritmo de una
repetición creativa, en la conciencia de que no nos
limitamos a decir lo mismo una y otra vez, sino que
creamos un ámbito de súplica, de contemplación, de

24
INTRODUCCIÓN

instalación oblativa de nuestro ser en el campo de la vida


divina. Las palabras, al ser repetidas con esta inten­
ción creativa, se convierten en vehículos de un nuevo
contenido que las sobrevuela: el espacio de medita­
ción, súplica y veneración que se está fundando.
Las palabras pronunciadas durante el rezo del
rosario se vuelven, en algún modo, transparentes
y dan libertad a nuestro espíritu para vivir una
vida espiritual intensa y variada: podemos imagi­
narnos escenas del Nuevo Testamento y vivirlas
comprometidamente, expresar sentimientos, hacer
peticiones, elevar el corazón a la Santa Trinidad
en el Gloria, intensificar la unión con Jesús en el
Padrenuestro, unirnos estrechamente a la Madre
en el Avemaría... En verdad, la oración es “el ámbito
más íntimo de la vida cristiana”23.
Rezar así –indica Guardini– requiere una pacien­
cia amorosa, como la de quien se adentra en una
realidad muy bella y no ceja hasta que la conoce
de cerca y la convierte en su hogar.

 f. Introducción a la vida de oración, p. 27; Vorschule des


23. C
Betens, Prólogo de las ediciones 3ª, 4ª y 5ª.

25
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

III. E
 l valor expresivo de la repetición en
el lenguaje poético

A las indicaciones que realiza Guardini en el


libro que presento sobre el significado de la condi­
ción repetitiva del rosario, me parece conveniente
agregar una consideración desde el punto de vista
estético.
Como es sabido, la repetición es, desde los
griegos, una categoría estética muy fecunda, una
verdadera fuente de belleza y expresividad. Repetir
un contenido es impertinente en el lenguaje prosai­
co o signitivo. Resulta, en cambio, sumamente elo­
cuente en el lenguaje poético, creador de ámbitos
expresivos. En el lenguaje prosaico, lo importante
es el significado de lo que se dice. Cuando se nos
comunica un dato objetivo, nos fijamos en su con­
tenido y casi no reparamos en cómo se nos dice. El
lenguaje poético no sólo transmite un contenido;
lo plasma en un ámbito expresivo.
Una crónica sobre la muerte de un torero en la
plaza debe indicar los datos necesarios para hacer­
se una idea de lo sucedido. El lector toma buena

26
INTRODUCCIÓN

nota de ello, pero apenas repara en el tipo de len­


guaje utilizado por el cronista. De hecho, el modo
de comunicar algo desaparece de la atención no
bien se capta lo dicho; o incluso, a veces, al tiempo
que se recibe la transmisión, porque la atención se
dirige exclusiva e intensamente a la noticia.
Cosa distinta es un poema dedicado a la memo­
ria del torero desaparecido. Cuando, en su Elegía a
la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, Federico García
Lorca repite, como un tañido de campañas: “Eran
las cinco en punto de la tarde”, “Las cinco en todos
los relojes”, “Las cinco en sombra de la tarde”. “Ay
que terribles cinco en punto de la tarde”..., no
quiere insistir en el conocidísimo dato de la hora
de comienzo de la corrida; desea crear un ámbito
de tragedia taurina. El cometido del lenguaje poético
es dar cuerpo expresivo a lo narrado, crear ámbitos
de sentido fuertemente significativos.
En un claustro monástico, cada columna tiene,
a veces, un mensaje propio gracias a la expresivi­
dad del capitel. Pero su función en el conjunto del
claustro es idéntica a la de las demás. Repetir tantas

27
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

columnas semejantes podría parecer superfluo, y lo


sería si se redujera a ser la repetición de lo mismo.
En el nivel material –el nivel 1– es esto lo que suce­
de, y de hecho algunos guías, una vez explicado el
contenido de uno o dos capiteles, dan por explica­
do el claustro e invitan a los visitantes a retirarse.
Pero el claustro, como obra artística, no pertenece
al nivel 1, sino al nivel 2, el de la creación de ámbitos.
Todo claustro ofrece un ámbito de calma, logrado al
hilo de una marcha silenciosa. Para ver lo que es un
claustro, debemos recorrerlo pausadamente, a ser
posible en silencio, en distintas horas del día. El
claustro es el corazón del monasterio; por él fluye
la vida entera de los monjes. Si somos sensibles al
lenguaje arquitectónico, descubrimos que el ritmo
sosegado de nuestra marcha alrededor del claustro
nos lo sugieren, sobre todo, los arcos que enlazan
las distintas columnas. Al recorrer el claustro una
y otra vez, no necesitamos prestar atención a cada
una de éstas y a los arcos que ellas sostienen. Los
tenemos presentes, reaccionamos ante el ritmo que
nos marcan, pero nuestra atención se fija sobre
todo en el ámbito de paz en el que estamos inmer­

28
INTRODUCCIÓN

sos. Visto en el nivel 2, el claustro nos habla poética­


mente y nos invita a la participación24.
En el Gloria de su gran Misa en si menor, Juan
Sebastián Bach repite 33 veces Et in terra pax homi­
nibus bonae voluntatis (“Y paz en la tierra a los hom­
bres de buena voluntad”, es decir, a los hombres
que Dios ama). No quiere, con ello, recordarnos
profusamente esa frase del Evangelio de San Lucas
(Lc 2, 14). Todo creyente la conoce sobradamente
y sería impertinente insistir en ella. Bach configura,
con esa repetición, un ámbito de paz, para que nos
sumerjamos en él y sintamos por propia experien­
cia de qué paz altísima se trata cuando se alude a la
paz que Jesús nos da (Lc 24, 36). El lenguaje poético
encarna aquello que dice, lo plasma en forma de
ámbitos expresivos en los que podemos adentrar­
nos para morar en ellos. A esto aludía M. Quesnel
al indicar que “las palabras son moradas”25.
 na descripción de los ocho niveles –positivos y ne-
24. U
gativos– en que podemos vivir se halla en mi obra La
defensa de la libertad en la era de la comunicación, PPC,
Madrid 2004.
 f. Saint-Exupéry ou la vérité de la poésie, Plon, París
25. C
1963, p. 45.

29
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

De forma análoga, al rezar el rosario repetimos


invocaciones una vez y otra para instaurar un ámbi­
to de piedad, de sosegada meditación e invocación
reposada. Las palabras presentan dos funciones: 1ª)
transmiten un significado preciso. Al decir: “Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros...”, nos
hacemos cargo de que estamos pidiendo la inter­
cesión de Nuestra Señora. 2ª) Esta misma expre­
sión puede servir para crear un ámbito permanente
de relación con María y Jesús, ámbito en el que
tienen lugar actos de súplica, invocación, alabanza,
veneración... Rezar el rosario no es sólo pronun­
ciar una serie de invocaciones venerables por su
origen y profundas por su significado. Significa crear
un espacio de piedad y permanecer activamente
en él. Ese espacio no se reduce a la relación que
surge entre el orante y Dios. Está constituido por
el entreveramiento de la vida de María y la de Jesús.
El rosario nos invita a adentrarnos devotamente en
ese campo sagrado de interrelación.

“Rezar significa vivir con Dios. Aprendemos a hablar


con él desde nuestro mismo ser. Cada día nuestra

30
INTRODUCCIÓN

oración será más sencilla, serena, profunda, y, a la


vez, más rica, y con ello nuestro ser se sumergirá
en ella con mayor plenitud”26.

Estas ideas las expresa Guardini en este librito


de forma penetrante y sugerente, como fruto que
son de una larga reflexión y una honda experiencia.
Sirven de complemento fecundo a las claves que
nos ofrece en su Introducción a la vida de oración27.

 f. Cartas, p. 79; Briefe, p. 76.


26. C
 na exposición más amplia del papel que juega la
27. U
oración en la vida y obra de Guardini puede verse en
mi biografía: Romano Guardini, maestro de vida, Palabra,
Madrid 1998.

31
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Nota sobre la traducción. Es sabido que, al


traducir un libro, se deben reflejar fielmente no sólo
sus ideas sino también su estilo. Guardini escribe de
forma rápida, contundente, a veces por vía de con­
traposiciones y contrastes. Sus escritos no pueden
traducirse con frases largas, que le hacen perder
su fuerza expresiva. Conviene lograr la mayor con­
cisión posible, dentro del genio de nuestra lengua,
que reclama a veces mayor amplitud. Ese estilo con­
ciso tiene el riesgo de volverse, en casos, un tanto
críptico. Exige, entonces, una mayor participación
del lector, que ha de entender cada frase en virtud
del contexto. De ordinario, esa labor exegética he
procurado hacerla en la traducción, ampliando un
poco algunas frases para dejar claro su sentido.

Alfonso López Quintás


Miembro de la Real Academia Española
de Ciencias Morales y Políticas

32
Prólogo

L a idea básica de este escrito surgió hace más


de treinta años; desde entonces ha venido
acompañándome, durante media vida. A menudo
intenté exponerla, pero no lograba conseguirlo, y
los bocetos se quedaron sin desarrollar. Este últi­
mo acabo de terminarlo; pero tampoco sé si está
realmente conseguido.
Cuanto más vive uno, más claramente ve que
las cosas sencillas son las verdaderamente grandes.
Por eso son también las más difíciles de dominar.
La tarea más elevada de un escrito espiritual debie­
ra ser sin duda hablar de Dios de tal modo que el
corazón humano lo entienda de inmediato. Pero,
¿quién puede hacerlo...? El rosario es algo muy sen­
cillo; por eso debiera hablarse de él con máxima
simplicidad. El lector debería tener la sensación de

33
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

que es tomado de la mano y llevado a un ámbito


de vida que desborda serenidad y en el que, con
toda seriedad, intimidad y espíritu de acogimiento,
le salen al encuentro las máximas figuras de nues­
tra santa fe. Para esto no me siento preparado,
pero he intentado sugerirlo con ideas. Ojalá que, al
menos, sean éstas verdaderas y útiles.

Berlín, febrero de 1940

34
NATURALEZA Y SENTIDO
DEL REZO DEL ROSARIO
1
Reflexiones sobre el sentido
del rosario

U na grave dolencia afecta a nuestra época y nos


golpea a todos. Nuestro destino individual y el
de las personas próximas y, sobre todo, el destino
de la humanidad entera reclama una atención espe­
cial de nuestro espíritu y nuestra sensibilidad.
Esto repercute en la vida religiosa de formas
diversas. Hay quienes han abandonado totalmente
la oración por estar saturados de preocupaciones
y zozobras. Deben volver a sentirse seguros de sí
mismos; han de volver a oír las voces suaves junto
a las fuertes, y reconocer que Dios sigue siendo
siempre Dios, por muy poderosas que lleguen
a ser las cosas terrenas... A otros les sucede al
revés, y las conmociones de la vida diaria evocan
lo eterno en su interior. Sienten que las cosas no

37
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

deben ser sólo dominadas humanamente, sino han


de ser puestas ante Dios, y esto tanto más cuanto
más decisivas sean. Por eso reclaman un ámbito de
silencio, donde puedan ganar serenidad y energía, a
fin de retomar luego sus tareas con una confianza
renovada. Necesitan una oración que les permita
hacer un alto, recogerse interiormente y recobrar
sus fuerzas. De una forma de oración que ya ha
prestado a muchos este servicio –es decir, del
rosario– vamos a hablar aquí.

Este libro llegará a manos diferentes. A veces


serán manos a las que el rosario resulta familiar.
Con estas personas no necesito ponerme de
acuerdo sobre la razón de ser y el sentido del
rosario, sino podré decir sencillamente lo que
me parezca importante. En otros casos, el librito
llegará a personas que desconozcan el rosario o lo
rechacen. En atención a ellas quisiera aclarar algu­
nas cosas ya desde el principio.
Ante todo, que este escrito no intenta conven­
cer a nadie. El rosario es una devoción antiquísima,

38
REFLEXIONES SOBRE EL SENTIDO DEL ROSARIO

que ha ejercido un enorme influjo. Es apreciado,


sobre todo, por el pueblo creyente, y forma parte
de su vida como el trabajo que realiza y el pan que
come. Pero, en cuanto una persona es presa de la
inquietud del entendimiento y la agitación de la vida
moderna, pierde de ordinario la relación con él.
Entonces, el rosario no tiene realmente nada que
decirle, y sería vano querer convencerle de algo.
El rosario ha sido también objeto de malen­
tendidos y abusos. El Sermón de la Montaña dice:
“Y, al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se
figuran que por su palabrería van a ser escuchados.
No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que
necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6, 7-8). Estas pala­
bras son la base de toda doctrina cristiana sobre la
oración.Y podría pensarse que, si alguna vez sucede
lo contrario de lo expresado en ellas, es en el rosa­
rio, que parece reducirse a una mera repetición. El
rosario es rezado, a veces, de forma tan apresurada
y superficial que nos acordamos de las palabras del
profeta: “Este pueblo se me acerca con su boca y me
honra con sus labios, pero su corazón está muy lejos de
mí” (Is 29, 13). A eso se añaden las muchas exagera­

39
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

ciones de quienes recomiendan el rezo del rosario.


A veces da la impresión de que, en cuanto alguien
empieza a alabarlo, pierde el sentido de la medida.
Basta enterarse, luego, de que también hay formas
semejantes de oración fuera del cristianismo –por
ejemplo, en el budismo– para que surja la aversión
o, al menos, la desconfianza.
Todo esto, ciertamente, no debe ser tomado a la
ligera, pero no afecta en lo más mínimo a la esencia
y al valor del rosario como tal. Para empezar por el
final: la oración es una actividad humana originaria;
por eso tiene unas reglas básicas que se repiten
en todas partes. Si, pues, en una religión tan seria
como el budismo, surgida seiscientos años antes de
Cristo, existe una forma de oración que se asemeja
en ciertos aspectos al rosario, eso habla más bien
a favor de éste que en contra… Las exageraciones
de panegiristas poco formados son malas; pero no
deben impedirnos ver lo que es el rosario en sí
mismo, y mucho menos llevarnos a reaccionar con
un rechazo igualmente poco lúcido… En cuanto a
los abusos, no son justificables, naturalmente; pero,
¿cuándo han significado los abusos una objeción

40
REFLEXIONES SOBRE EL SENTIDO DEL ROSARIO

real contra aquello que los padece? ¿Hay algo


bueno y noble que se halle a cubierto de abusos?
Me temo que lo que no ha sido nunca objeto de
abuso no tiene mucho valor. Los hombres han abu­
sado siempre de lo que era importante para ellos,
porque su amor no tiene manos cuidadosas.
Por otro lado, debe hacernos reflexionar pro-
fundamente el que esta oración se rece en la
cristiandad desde hace casi seis siglos. Son innu­
merables los que la han cultivado y amado: ¿han
sido todos unos charlatanes no cristianos? ¿Y sería
cristiano un juicio tal, es decir, estaría guiado por
la justicia y el respeto hacia la vida religiosa de los
otros, que también creen en Cristo? Cuando uno
conoce bien a personas cuya seriedad cristiana está
fuera de toda duda y ve lo profundamente que han
incorporado el rosario a su vida, es muy cuidadoso
al emitir juicios.
Tiene, pues, mucho sentido, en diversos aspectos,
que nos preguntemos por lo que significa el rosario
propiamente. A unos les permitirá ahondar en lo
que ya conocen y estiman. Otros podrán descubrir

41
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

el verdadero rostro de lo que antes veían distor­


sionado. No faltarán quienes, al menos, sientan que
se trata de algo serio, de modo que pronunciarse
sobre ello a la ligera supone ser injusto tanto con
la verdad como con las personas.

42
2
Las cuentas del rosario
y las repeticiones

E mpecemos por lo primero que nos llama la


atención en el rosario. En esta oración se
utiliza, como ayuda, una serie de cuentas a modo
de cadenilla. Algunas de ellas son más grandes, o se
distinguen de las otras por hallarse a una distancia
mayor. Las más pequeñas se asocian en grupos de
diez con una de las grandes y forman, así, un “mis­
terio”. La cadena entera está compuesta de cinco
misterios. Éstos van precedidos de una especie de
encabezamiento, formado por un pequeño cruci­
fijo seguido de una cuenta grande y tres cuentas
pequeñas.
Para no dejarnos nada y pensando en quienes
desconocen todo esto, añadiremos que existen

43
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

también variantes del rosario que presentan una


estructura diferente, pero sólo se utilizan en deter­
minados lugares… Por otra parte, al rosario se le
han dado externamente formas muy variadas, a
veces sumamente bellas y preciosas, como suele
suceder con las cosas que veneramos y queremos.
Un halo de nobleza y exquisitez orla estos rosarios
antiguos y bien confeccionados, sobre todo cuando
se piensa que una generación tras otra los ha usado
y transmitido a la siguiente.
Esta serie de cuentas las desliza el orante entre
sus dedos. Al tocar el pequeño crucifijo del comienzo,
pronuncia la confesión de fe. Al encontrar las cuentas
grandes, que preceden a cada decena de cuentas
pequeñas, reza un padrenuestro. A cada una de las
cuentas pequeñas corresponde un avemaría. Cada
decena termina con la alabanza: “Gloria al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y
siempre, por los siglos de los siglos. Amén”. Con la señal
de la cruz comienza y termina la oración.
¿Qué significa esto? ¿No es ya esta “serie de
cuentas”, como afirman los críticos del rosario, un

44
LAS CUENTAS DEL ROSARIO Y LAS REPETICIONES

signo de que se trata de una forma inferior de


piedad? ¿No estamos ante un objeto material, que
contradice frontalmente lo que dijo Jesús: “Dios es
espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu
y en verdad?” (Jn 4, 24).

Orar significa tratar con Dios. Este trato es


vida. Pero las manifestaciones de la vida no se
dejan reducir a una sola forma. No hay una norma
que prescriba cómo ha de realizarse la oración. La
Revelación dice quién es Dios y quiénes somos
nosotros y con qué actitud hemos de acercarnos
a Dios; pero no de qué modo determinado hemos
de presentarnos ante Dios y permanecer ante Él.
Tampoco las palabras “espíritu” y “verdad” precisan
esto –aunque no sean malentendidas, como sucede
a menudo-; pues el espíritu y la verdad no están en
contradicción con las formas y las configuraciones
externas. “Espíritu” no significa aquí el pensamiento,
sino el Espíritu Santo, que mostró su poder con
Cristo y tomó, en Pentecostés, la dirección de la
historia cristiana. Y “verdad” no alude aquí a una

45
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

interioridad incorpórea, sino a la orientación hacia


el Padre que dio Cristo a nuestra vida. Incluso en la
forma de oración más atenida a lo material puede
conservarse esa orientación y estar operante ese
Espíritu; así como es también posible perder este
Espíritu y esa orientación en cualquier forma de
oración, por espiritual e interiorizada que parezca.
Hay una forma de oración en la que el hombre
manifiesta ante Dios un deseo o un sentimiento, y
realiza así un acto de súplica, de agradecimiento o
de arrepentimiento. Esto debe hacerlo con since­
ridad y pureza, y sus palabras deben llegar hasta
donde lo lleve su impulso interior. A esto se refiere
la observación de Jesús acerca del mucho hablar.
Cuando alguien piensa que es más seguro que su
petición sea oída si la repite diez veces, actúa, según
dice el Señor, “como los paganos”. En cambio, si
quiere expresar una preocupación interior, puede
repetirla tranquilamente diez veces o cien. Mientras
uno ora a impulsos del corazón, la oración es
buena; sólo lo que pasa de ahí procede del mal.
Más exactamente: será una oración mala la que
desde el principio se dirige a Dios de forma equivo­

46
LAS CUENTAS DEL ROSARIO Y LAS REPETICIONES

cada; pues en la “palabrería de los gentiles” no son


sólo malas la quinta o la décima repetición, sino ya
el comienzo lo es, pues no se dirige al Creador y
Señor del mundo, sino a “un Dios” al que, pese a su
grandeza, se lo apremia como a una persona, para
que haga lo que uno quiere.
Pero hay otra forma de oración en la que no se
trata de decir simplemente “lo que uno lleva en el
corazón”, sino de permanecer en la presencia de
Dios. Esta oración tiende a utilizar cada vez menos
palabras; pero no porque se agote en lo dicho, sino
porque, en el fondo, no puede expresarse verbal­
mente. A veces se dice lo mismo una y otra vez,
como hacía San Francisco, que pasaba noches ente­
ras exclamando: “¡Mi Dios y mi todo!”. Al fin, inclu­
so estas palabras desaparecen, y el espíritu penetra,
como dicen los maestros espirituales, en “lo infor­
mulado”. En este tipo de oración, la palabra cumple
sólo el cometido de sostener esa marcha interior, y
desaparece en cuanto ha realizado esa ayuda.
Por último, hay todavía una tercera forma de
oración. También en ella se trata de permanecer

47
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

ante Dios, servirle en su presencia, encontrarse a sí


mismo y ponerse en paz interiormente, pero ello de
tal forma que la palabra se convierta –por así decir–
en el cauce por el que discurre la oración y en la
fuerza que la dinamiza. Aquí no aparecen palabras
siempre nuevas, sino que retornan las mismas. Es
más, la repetición es precisamente la forma externa
de la oración, y tendrá por finalidad lograr que su
discurrir interior sea cada vez más tranquilo y más
denso de sentido. Una oración de este tipo es, por
ejemplo, la letanía, con sus diversas invocaciones y
súplicas estereotipadas, en las que apenas cambian
las ideas. Es tan antigua que se la encuentra ya en los
primeros tiempos del cristianismo. Un modo seme­
jante de orar se da también en el uso de los salmos,
al intercalarse entre los distintos versículos una
expresión devota, la “antífona”. Esta forma de ora­
ción se remonta, asimismo, a los primeros tiempos.
Tal forma de orar la comparte también el rosario.

Podría objetarse que este tipo de repetición


acabará privando al rosario de toda interioridad.
Naturalmente, esto puede suceder; y, en ese caso,

48
LAS CUENTAS DEL ROSARIO Y LAS REPETICIONES

lo haríamos mal y caeríamos en un abuso. Pero


puede no suceder así, porque dicha repetición tiene
también un sentido positivo. ¿No es la repetición
un elemento de toda forma de vida? ¿Qué es el
latir del corazón más que una repetición? Siempre
el mismo contraerse y expandirse, pero es lo que
hace que la sangre circule por el cuerpo. ¿Qué es
la respiración más que una repetición? Siempre el
mismo entrar y salir; pero merced a ella vivimos.
¿Y no está nuestra existencia ordenada y sostenida
por el cambio y la repetición? El sol está siempre
saliendo y poniéndose, haciendo que se haga de
día y de noche; el gran ciclo de la vida empieza de
nuevo cada primavera, asciende, alcanza su zénit y
vuelve a descender. ¿Qué habría que objetar a estas
repeticiones y a otras muchas semejantes? Son
los ritmos conforme a los cuales crece la vida, se
gesta la estructura de cada realidad y se configura
su forma interna. La vida entera cobra realidad
merced al movimiento rítmico de las condiciones
externas y del proceso interno de estructuración.
Lo que en todas partes está bien, ¿no ha de ser
adecuado, asimismo, a la vida religiosa?

49
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

El rosario representa una forma determinada


de vida religiosa. Una persona puede afirmar que a
ella no le dice nada. Eso es cosa suya. Pero nadie
tiene derecho a decir que esta oración carece de
sentido o no es cristiana, pues con ello sólo mos­
traría que no sabe de qué se trata.
En cuanto al uso de la serie de cuentas, es obvio
que tiende a liberar la mente de la necesidad de
contar las oraciones dichas. Cada cuenta conduce al
orante a la siguiente. El número de repeticiones está
sujeto a una medida precisa, ajustada a lo que una
larga experiencia ha considerado como justo. De
no haber tal medida, el orante debería estar pen­
diente de no pasarse ni quedarse corto, distrayén­
dose así de lo esencial. Las cuentas le ahorran este
riesgo; son ellas las que cuentan en lugar de él… Así
que, ¿de nuevo aparece algo técnico? Ciertamente;
pero, ¿no encierran “técnicas” todas las formas de
vida? De todas las cosas, incluidas las espirituales,
se dice que necesitamos aprenderlas. Pero apren­
der es algo que exige ejercicio; y para “ejercitarse”
debemos desarrollar “técnicas” que permitan a la
actividad fluir como “de por sí”; o, más exactamente,

50
LAS CUENTAS DEL ROSARIO Y LAS REPETICIONES

que dejen libre la energía interior para atender a lo


verdaderamente importante. Mientras no tenemos
soltura en alguna actividad, debemos prestar aten­
ción a cada acto, y apenas atendemos al sentido
del conjunto; pero, tan pronto como nos movemos
con agilidad –porque hemos adquirido una técnica–,
lo esencial se nos manifiesta libremente. Este es
justamente el sentido de la serie de cuentas que
forman el rosario.

51
3
Las palabras

C on cada cuenta se reza una oración, compues­


ta de palabras que proceden de la Sagrada
Escritura o de la tradición cristiana.
La palabra es algo muy rico, vivo, incluso miste­
rioso. Una trama de tonos y sonidos, en los cuales
el que habla comunica al que oye algo que lleva en
sí. Hasta cierto punto podría suceder esto también
con una simple exclamación –de miedo, de alegría
o de aprobación–, pero ésta no sería todavía una
palabra en sentido estricto. Ésta brota cuando en la
voz no sólo se expresa un sentimiento o un estado
de ánimo sino una relación, un sentido, una ver­
dad. Mientras estoy hablando, la palabra está –por
así decir– en el espacio, y lo que antes se hallaba
encerrado en mí está ahora abierto. Todos los que

53
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

oyen mis palabras pueden entender lo que quiero


decir. Luego aquéllas desaparecen, y el sentido está
de nuevo dentro, dentro de mí mismo y de quienes
lo han captado.
Pero entretanto algo ha cambiado: lo que se ha
expresado se ha hecho palabra y sigue así. Antes
era un contenido relativo al ser y a la vida; a lo
sumo, una palabra interna que la persona se dice
a sí misma, pues no puede vivir espiritualmente
sino en palabras. Pero, ahora, dicho contenido ha
sido expresado y ha quedado abierto de una vez
por todas. Es cierto que su lugar, una vez que el
discurso ha enmudecido, ya no es el espacio en que
suenan las palabras, sino la memoria de quienes lo
han percibido; pero esa memoria es un verdadero
espacio, en el que puede ser buscado y analizado, y
del que puede volver a salir en todo momento al
ámbito abierto de la palabra… Y otra cosa más ha
sucedido: mientras estoy callado, llevo lo significado
dentro de mí y soy dueño de ello.Aunque el otro lo
adivine, yo todavía no lo he dicho. Pero, en cuanto
lo digo, dejo de reservarlo y lo doy al ámbito en
que se mueven los demás. Me aventuro a sacarlo

54
LAS PALABRAS

a campo abierto y, por tanto, al peligro. Ahora ya


no puedo silenciarlo, pues lo dicho dicho está. Así
es como el hablar constituye el comienzo de la
historia, la historia de lo que sucede y luego tiene
consecuencias.
Suele decirse que la palabra es espiritual. Pero
esto no es cierto; es humana. Tiene un cuerpo,
como el hombre: es una trama de voces y sonidos.
Tiene espíritu, de nuevo como el hombre; su espí­
ritu es el sentido que se manifiesta en los medios
sensibles. Y tiene, como el hombre, un corazón: la
vibración del ánimo que ella suscita. La palabra es el
hombre mismo; su creación más refinada y dinámica.
Por eso tiene tanto poder. No sólo por el sonido
externo; comparados con él, el rugido del mar o el
ruido de una sirena serían mucho más poderosos.
Tampoco únicamente por el significado mental,
porque éste podríamos intentar desvincularlo de la
palabra; la forma en que se lee hoy va en esta direc­
ción. Y tampoco sólo por el sentimiento; un simple
gesto o un grito tendrían, en casos, una dosis de
sentimiento mucho mayor. No, el poder de la pala­
bra radica en que ella es como el hombre mismo

55
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

y penetra, por ello, en lo más profundo de la vida.


Sabemos, por experiencia, que a veces una palabra
buena no se nos borra de la mente, su verdad nos
da que pensar, su belleza alegra nuestro ánimo, su
dulzura la degustamos literalmente en los labios.
Así como, a la inversa, vemos también que una mala
palabra nos penetró, como una espina, hasta lo más
íntimo con tal fuerza que, incluso después de años,
parece seguir clavada. La palabra es más que mera
comunicación; tiene poder, esencia, figura.
Y esto no sucede sólo cuando se está pronun­
ciando una palabra, sino cuando, tras haber sido pro­
nunciada, sigue viviendo en la memoria. La palabra,
en efecto, no es sólo la autoexpresión del que habla
en cada momento, sino también la base para que
alguien pueda hablar: es lenguaje. Con el correr del
tiempo, las palabras y las estructuras que forman al
articularse se han ido desarrollando, gestando así el
mundo de sentido en que se desarrolla cada persona.
La lengua que hablan los hombres es un mundo en
el que ellos viven y actúan; y que les pertenece de
forma más honda y esencial que la tierra y las cosas
que llaman su patria. Pero en este mundo que funda

56
LAS PALABRAS

el lenguaje no sólo existen las palabras de que se


compone, sino también frases llenas de significado,
por ejemplo refranes, y pensamientos de personas
sabias y nobles, y canciones y poemas. Todos ellos
pueden salir, en cualquier momento, al encuentro
del individuo y ejercer sobre él su poder.

Lo anterior vale para todas las palabras de sabi­


duría, amor y belleza que la memoria de los hom­
bres conserva. Vale para las palabras religiosas que
se originan en la experiencia de personas piadosas.
Vale, de modo especial, para todas las palabras que
expresan la manifestación de Dios a través del dis­
curso humano, es decir, las palabras de la Sagrada
Escritura. Este tipo de palabras son algo más que
una verdad o una buena doctrina. Son un poder
que opera en el oyente; un espacio en el que éste
puede entrar; una dirección que lo guía. María de
Egipto fue una meretriz de Alejandría, famosa tanto
por su belleza como por su apasionamiento. Un día
se le alumbró la mente; visitó a un hombre santo y
le preguntó si podía salvarse. Él le contestó: “Déjalo
todo.Ve a lugar solitario y di únicamente esto: ´¡Tú, que

57
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

me has creado, ten piedad de mí!´”. Ella lo hizo así;


oró sin descanso, siempre lo mismo. Al cabo de una
serie de años –cuenta el relato– era tan pura como
una llama, y los ángeles la llevaron a Dios. Aquella
frase no era sólo una súplica o una doctrina; era
un poder.Y esta mujer tuvo un corazón tan grande
que le dio la posibilidad de actuar abiertamente en
ella y transformarla.

El rosario consta de palabras santas. La más


frecuente es el avemaría. Su primera parte procede
del Nuevo Testamento y comienza con la invoca­
ción del ángel en Nazaret: “Dios te salve, María, llena
eres de gracia, el Señor está contigo”. Siguen las pala­
bras con que Isabel saludó a María cuando ésta fue
a verla a través de la montaña: “Bendita tú eres entre
todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”
(Lc 1, 28; 42). La segunda parte está formada por
una antigua fórmula para invocar la intercesión de
María… El padrenuestro nos lo regaló el Señor
mismo como modelo originario de lo que debe
ser toda oración cristiana… La profesión de fe –el
Credo– constituye la expresión más antigua de las

58
LAS PALABRAS

creencias cristianas… El “Gloria al Padre y al Hijo y


al Espíritu Santo” es la forma más simple de alabar
al Dios trino… Finalmente, las palabras que pro­
nunciamos al hacer la señal de la cruz y con las que
empieza y termina el rosario (“En el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”) han servido
desde los primeros tiempos a los cristianos para
situarse al amparo del nombre de Dios e inscribir
su vida en la cruz, como signo de la salvación.
Estas palabras vuelven una y otra vez. Configuran
el mundo en el que acontece y se desarrolla la ora­
ción. Es un mundo abierto, dinámico, saturado de
energía y de sentido. Tan pronto como el orante
pronuncia las palabras, brota en torno a él el mundo
propio de su lengua materna. La historia de su pro­
pio lenguaje y su propia vida se torna viva; y, tras ella,
la historia de su pueblo, inserta en la de la huma­
nidad. Pero, en cuanto palabras de la Escritura, dan
cuerpo expresivo al espacio santo de la Revelación,
en la que el Dios vivo se hizo nuestra verdad.

59
4
María

E n el espacio que forman las palabras santas


aparece, como contenido inmediato de la
oración del rosario, la figura de María.
Esta figura fue muy apreciada, desde el principio,
por el corazón de los cristianos. Ya los discípulos
de Jesús la rodearon de especial amor y respeto.
Lo percibimos al repasar los pasajes –ocasionales,
pero en conjunto bastante numerosos– que hablan
de ella en el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles.
El pueblo cristiano ha amado siempre a María con
un amor muy especial, y fue una mala hora aquélla
en que ciertos cristianos pensaron que, para mayor
gloria del Hijo, era necesario romper la antiquísima
vinculación con su Madre.

61
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

¿Quién es María? Digámoslo con la mayor senci­


llez posible: es la persona que convirtió a Jesucristo,
Hijo de Dios y Redentor nuestro, en contenido
de su vida de mujer. Un hecho, a la vez, tan senci­
llo y tan superior a toda escala humana como la
Encarnación misma de Dios.
Dos son las posibilidades humanas de acceder
a la grandeza. La primera consiste en ser grande
uno mismo; pensemos en un creador, un héroe, un
profeta, una persona con un destino singular. La
segunda radica en amar a uno de esos grandes. Esta
posibilidad parece igualar a la primera, pues, para
comprender el ser de otra persona y asumirlo
en el nuestro, debe nuestro corazón poseer una
energía de rango semejante al que ostenta la figu­
ra y la significación del ser amado... ¿Qué significa,
entonces, que Jesucristo fue el contenido de la vida
de María? Ciertamente, debemos ser en esto cuida­
dosos. Nunca puede un corazón humano, ni aun el
de mayor hondura, relacionarse con Cristo como
con una persona amada cualquiera. Hay una barrera
infranqueable entre ambos tipos de relación, por­
que Él, aun siendo nuestro hermano, tiene las raíces

62
MARÍA

más hondas de su ser del lado de Dios. Más aún,


todo lo que aquí se ha dicho sobre rango y grandeza,
está aquí desencaminado y debemos descartarlo.
No obstante, es un hecho que María fue su madre; y,
siempre que el Evangelio habla de ella, María no se
limita a aparecer como la que dio a luz al Salvador y
lo crió –algo que es indispensable, pero no lo esen­
cial–, sino como alguien que está de modo activo,
consciente y amoroso en el sacrosanto ámbito de
la vida de Jesús. El mero relato de la Anunciación
por parte del ángel debería ser ya suficiente para
todo creyente que sepa leer profundamente; pues
no se reduce a comunicar que el designio divino
se realizará en María; en él se le pregunta si acepta
que esto ocurra. Este momento es un abismo ante
el cual puede uno sentir vértigo, pues aquí se halla
María, con su libertad, ante la necesidad de decidir
todo cuanto implica la Redención. Pero ¿qué signifi­
ca esto cuando la pregunta de si “quiere colaborar a
que venga el Salvador” coincide con la de si “quiere
ser madre”? ¿Qué significa que ella concibió, gestó
y dio a luz al Hijo de Dios y Redentor del mundo?
¿Que haya temido por la vida del niño y se marchara,

63
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

por él, al destierro? ¿Que él haya crecido a su lado


en la calma de la casa de Nazaret; que, luego, se
haya separado de ella para cumplir su misión, y que
ella, sin embargo, le haya seguido con amor, como
indica la Escritura, y haya estado, al final, al pie de la
cruz? ¿Qué ella haya vivido la resurrección, y, tras la
Ascensión, haya esperado –en el círculo de los discí­
pulos– la venida del Espíritu y haya sido colmada de
su gracia poderosa? ¿Y que luego, bajo la protección
del apóstol al que “Jesús amaba” y al que Él mismo
se la había confiado, haya seguido viviendo hasta que
su Hijo y Señor la llamó?
La Escritura habla poco de todo ello, pero para
quien quiera entender es elocuente, tanto más cuan­
to que, en definitiva, lo que percibimos en ella es la
voz misma de María; porque, ¿de qué otro modo
hubieran podido los evangelistas haber conocido
el misterio de la Encarnación, los primeros hechos
de la infancia y la peregrinación a Jerusalén? Si nos
negamos a ver en los primeros capítulos de los
Evangelios una mera leyenda –y todos debemos
tener muy claro lo que haríamos si aceptáramos
que lo son: nos atreveríamos a juzgar arrogante­

64
MARÍA

mente qué palabras de la Escritura son de Dios y


anularíamos, con ello, las bases de la Revelación–,
entonces no podemos sino decir que los recuerdos
de María, sus vivencias, su ser todo se encuentran
bajo los relatos de la infancia. Y no sólo debajo,
porque lo lógico es que, tras convivir durante trein­
ta años con el Señor, haya hablado de Él tras su
Ascensión. Qué influjo hayan ejercido los relatos
de María y, con ellos, sus propias vivencias sobre
la comprensión y el anuncio de Cristo no se nos
alcanza a determinar.
La vida de María no tiene nada de fabuloso ni
de legendario. Es pura sencillez y pura realidad, pero
¡qué tipo de realidad! La leyenda habla, a menudo,
con piedad y hondura, pero no pocas veces sin rigor
y, en casos, incluso de forma insensata. Pero, incluso
cuando es realmente piadosa, puede significar un
peligro. Cuenta cosas maravillosas, pero, al hacer­
lo, debilita nuestro sentido para lo que es mucho
más hermoso, piadoso y maravilloso que cualquier
leyenda, es decir: la realidad. La vida de María, tal
como la narra la Escritura, es todo lo humanamente
verdadera que es posible; pero, dentro de su condi­

65
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

ción humana, está llena del misterio de la comunión


con Dios y del amor, cuya hondura apenas podemos
imaginar. A eso apunta la oración del rosario.
Jesús es, así, el contenido de esta vida de mujer,
como el niño es el contenido de la vida de la
madre, para la cual es absolutamente todo. Pero,
a la vez, él es su Salvador, y esto no puede ningún
niño serlo para su madre. Si alguna vez lo sugiere
alguien al hablar de madres e hijos, suele ser mera
palabrería; pero, si lo dice en serio, es un dislate
blasfemo. Al relacionarse María con Jesús, no sólo
realiza su ser humano-maternal; logra también su
redención. Al tiempo que se convierte en madre, se
convierte en cristiana. En cuanto vive con su Hijo,
vive con el Dios del que su Hijo es la revelación
viva. Al crecer humanamente en su hijo, como toda
madre que ama realmente; al dejarle libertad para
desarrollar su personalidad –con las renuncias y
sacrificios que esto supone–, no sólo se hace ella
misma libre humanamente, sino que madura en la
gracia y la verdad de Dios. Por eso es María no
sólo una gran cristiana, una más en el número de
los santos, sino la cristiana por excelencia. Nadie es

66
MARÍA

como ella, pues a nadie le ha sucedido lo que a ella.


De aquí arranca lo que hay de auténtico en todas
las exageraciones. Quienes no se cansan de alabar
a María y hacer, para ello, afirmaciones desmedidas
y sin sentido tienen razón en un aspecto: en el
intento de expresar –si bien con medios falsos– un
hecho cierto, cuya profundidad abismal conmueve
necesariamente a toda persona que se abra a él.
Pero las exageraciones son superfluas y dañinas,
porque los hechos son tanto más impresionantes y,
a la vez, más íntimos cuanto de forma más sencilla
se ajustan las palabras a la verdad.
A María se dirige el rezo del rosario, y ella es
lo que en él se contempla desde puntos de vista
diferentes. Esta oración significa permanecer un
tiempo en la esfera vital de María, cuyo contenido
fue Cristo.

El rosario es, así, en lo más hondo una oración


referida a Cristo. La primera parte del avemaría
concluye con su nombre: “Y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús”. A este nombre se unen los llamados

67
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

“misterios”, condensados en frases como éstas: “...


al que tú, María, diste a luz”; “... que por nosotros fue
coronado de espinas”; “... que a ti, María, te coronó en
el cielo” 28. Cada decena de cuentas del rosario se
refiere a un misterio. Una parte entera del rosario,
como se ve en la serie de cuentas, abarca cinco
decenas, lo que supone un ciclo de cinco misterios.
El rosario entero consta de tres ciclos29. El primero
medita los misterios gozosos, que contemplan el
tiempo a la vez amable y serio, lleno de expectati­
vas, de la juventud de Jesús. El segundo, consagrado
a los misterios dolorosos, comprende su Pasión,
 l rezar el Avemaría, se acostumbra, en Alemania, aña­
28. A
dir tras el nombre de Jesús una frase en la que se indica
el misterio contemplado en ese momento; por ejemplo:
“...y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, que por
nosotros murió en la cruz”. En España se suele indicar
el misterio que corresponde a cada decena antes de
rezar el Padrenuestro inicial (N. del T.).
 omo es sabido, Juan Pablo II introdujo un cuarto ciclo,
29. C
el de los misterios luminosos: El Bautismo de Jesús en
el Jordán, La autorrevelación de Jesús en las bodas de
Caná, El anuncio del Reino de Dios invitando a la con­
versión, La Transfiguración del Señor, La institución de
la Eucaristía. (N. del T.)

68
MARÍA

desde la oración en el Huerto de los Olivos hasta


la muerte en cruz. El tercero, dedicado a los miste­
rios gloriosos, trata de la gloria de su Resurrección
y Ascensión a los cielos, de la venida del Espíritu
Santo y la coronación de la Virgen María.
En esta oración se contemplan, pues, la figura y
la vida de Jesús; pero no, como en el Vía Crucis, de
modo inmediato y directo, sino en María; es decir,
se contempla al Jesús que fue contenido de su vida,
al que ella vio, sintió, “conservó en su corazón” (Lc
2, 51). Lo que da al rosario su plena expresividad
es la actitud constante de simpatía santa. Cuando
una persona es muy importante para nosotros, nos
alegramos de encontrar a alguien que esté unido
a ella. Sentimos reflejada su imagen en la vida de
otra persona, y la vemos así de una manera nueva.
Nuestros ojos se encuentran con dos ojos que tam­
bién aman y ven. Ellos añaden su capacidad de ver
a la nuestra, y nuestra mirada puede entonces tras­
cender sus limitaciones y rodear –por así decir– esa
figura amada que antes veía por un solo lado. Las
alegrías que haya vivido la otra persona y los dolo­
res que haya padecido se convierten en otras tantas

69
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

cuerdas, cuya vibración nos insta interiormente a


sonar, entender y responder de una manera nueva.
La esencia de la simpatía consiste en que la otra
persona pone su vida a disposición de la nuestra, y
nosotros nos volvemos capaces de mirar y amar no
sólo desde nosotros mismos, sino también desde
ella… Algo parecido, aunque de rango totalmente
distinto, ocurre en el rosario.

70
5
Cristo en nosotros

P ermanecer en el ámbito de la figura de Jesús


es algo grande y santo. En las cosas verdade­
ramente nobles no se pregunta uno por la utilidad,
pues tienen su sentido en sí mismas. Así, tiene in­­­­­fi­
nito sentido respirar esta atmósfera de pureza y ha­
llarse amparado en la paz de esta unión con Dios.
Volvemos, con ello, a lo que ya dijimos al comien­
zo de este escrito. El hombre necesita un espacio de
silencio santo, que esté transido del hálito de Dios
y donde pueda encontrarse con las grandes figuras
de la fe. Este espacio es, en el fondo, la inaccesibilidad
del mismo Dios, que se abre al hombre en Cristo.
Todo orar empieza cuando el hombre guarda silencio,
recoge sus pensamientos dispersos, reconoce sus
culpas y se arrepiente, y dirige su interior hacia Dios.

71
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Si lo hace así, se abre para él el espacio santo; pero


no sólo como un ámbito de paz psíquica y recogi­
miento espiritual, sino como algo que viene de Dios.
Necesitamos este espacio; constantemente, pero
en particular cuando las conmociones del momento
hacen patente algo que sucede siempre pero no lo
percibimos cuando las cosas externas nos van bien
y disfrutamos de un estado de tranquilidad; me
refiero a la condición apátrida de nuestra existencia.
Entonces se reclama al hombre una especial valen­
tía: no sólo la disposición a prescindir de más cosas
y realizar tareas más importantes que nunca, sino la
decisión a afrontar situaciones de descentramiento
que en otras circunstancias le pasan inadvertidas.
En esas circunstancias necesita más que nunca ese
espacio del que hablamos. No para ocultarse, sino
para volver a encontrar el justo medio entre las
cosas y recuperar la serenidad y la confianza. Por
eso es tan importante el rosario en una época
como la nuestra, a condición, naturalmente, de que
se evite toda blandura y exageración y se lo asuma
con toda la fuerza y transparencia que le son pro­
pias. Tanto más importante cuanto que, para rezarlo,

72
CRISTO EN NOSOTROS

no es necesaria una preparación especial, y el oran­


te no se ve instado a gestar pensamientos que le
resultan inaccesibles, al menos en ese momento. El
que reza el rosario entra en un mundo ordenado, se
encuentra con figuras familiares y descubre caminos
que lo conducen a lo esencial.

El rosario tiene un carácter de permanencia. En


él se siente el amparo de un mundo sereno y santo,
que acoge en sí al que ora. Esto queda especial­
mente de manifiesto cuando lo comparamos, por
ejemplo, con el Vía Crucis30. Éste tiene la forma de
un camino. El orante sigue los pasos del Señor, de
una a otra “estación”, y tiene al final el sentimiento
de haber llegado a la meta. El rosario no es un cami­
no, sino un espacio, y no tiene meta sino hondura.
Permanecer en él hace bien.
A este espacio puede el orante llevar también
sus preocupaciones. La segunda parte del avemaría
 éase Romano Guardini, El viacrucis de Nuestro Señor y
30. V
Salvador, Desclée De Brouwer, Bilbao 2009. Versión ori­­­ginal:
Der Kreuzweg unseres Herrn und Heilandes, Matthias-
Grünewald-Verlag, Maguncia, 2002.

73
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

es un ruego; el orante puede incluir en él todo lo


que lleva en el corazón. La Madre del Señor no es
una diosa que viva en su gloria por encima de los
hombres sin preocuparse de ellos. Lo que le suce­
dió a ella, le sucedió por amor a los hombres. El
que fue su hijo es nuestro Salvador. Ella es uno de
nosotros, aunque haya vivido el destino de todos
de una manera muy especial. El corazón cristiano
ha sabido siempre que el suyo está lleno de miseri­
cordia y amor, de modo que a él pueden acudir los
hombres con la especial franqueza de la confianza.
Esto se expresó desde muy pronto al dirigirse a ella
mediante un nombre íntimo, el nombre de “Madre”.
El corazón cristiano comprendió tempranamente
que María, por ser la madre de Cristo, es también
la nuestra. El mismo misterio materno que alienta
en ella comprende a Cristo –“el primogénito entre
muchos hermanos” (Rom 8, 29)–, y a nosotros. Por
eso los cristianos presentaron siempre sus pre­
ocupaciones a María con el sentimiento de estar
haciendo algo absolutamente correcto.
Y es grandioso el modo como se expresa en el
avemaría el conjunto de las preocupaciones huma­

74
CRISTO EN NOSOTROS

nas: le pedimos que interceda por nosotros “ahora


y en la hora de nuestra muerte”. No se habla de
nada concreto. Todas las necesidades humanas son
incluidas, y cada uno expresa las suyas. Al hacerlo,
se refiere a dos momentos que deciden nuestra
vida. El primero es el “ahora”; cada una de las horas
en que debemos cumplir la voluntad de Dios, elegir
entre el bien y el mal, y decidir, así, el sentido de
nuestra existencia eterna. El otro es “la hora de
nuestra muerte”, que pone fin a la vida y confiere
su último carácter, válido para la eternidad, a todo
lo hecho y acaecido.

A ello se añade todavía otra cuestión. Expresarla


correctamente no es fácil, y pido al lector que no
se aferre a palabras concretas, sino que colabore
a dejar perfectamente claro el sentido de lo que
voy a decir.
El apóstol San Pablo habla, una y otra vez, en sus
cartas de un último misterio de la existencia cristia­
na: que Cristo está “en nosotros”. “Estoy crucificado
con Cristo; y ya no vivo yo, pues es Cristo quien vive

75
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

en mí”, dice en la epístola a los Gálatas (2, 20). San


Pablo nos exhorta a ser fieles y estar despiertos
“hasta que Cristo cobre figura en vosotros” (Gal 4, 20).
A su entender, el sentido de nuestro crecimiento
como cristianos consiste en que “lleguemos a la
ple­nitud de la madurez de Cristo” (Ef 4, 13) y “sea­
mos conformes a la imagen de su Hijo” (Rom 8, 29).
Expresa aquí el apóstol, en primer lugar, la unidad
entre la fe y la comunidad de gracia, al modo como
se dice, por ejemplo, de una persona que un modelo
muy venerado vive en su interior. Pero es claro que
quiere significar algo más. Más respecto al hombre,
es decir, alude a una comunidad de vida que supera
la mera unión en benevolencia y gracia, convicciones
y lealtad, pues supone un tipo de participación en la
realidad de Cristo cuya hondura nunca podremos
descubrir plenamente. Y más también respecto a
Dios; y sólo apreciaremos debidamente lo que signi­
fican esas palabras para los hombres si tratamos de
entender lo que quieren decir para Dios mismo.
Dios ama al hombre. Esto lo decimos y oímos
una y otra vez, pero parece que no siempre es
entendido este mensaje en toda su seriedad. No

76
CRISTO EN NOSOTROS

sólo significa que Dios estima al hombre, le perdo­


na sus pecados, lo llena de fuerza para el bien y lo
conduce al tipo de semejanza con Él que constituye
el sentido de la Creación. Todo esto, ciertamente,
no ha de ser subestimado. Podríamos darnos, con
ello, por satisfechos, plenamente satisfechos, aun­
que por principio no tiene sentido hablar aquí de
medidas de satisfacción. Pero no es suficiente si
aplicamos el criterio o la medida que Él mismo nos
da: lo que realmente hizo por amor. Dios asumió la
responsabilidad de nuestras culpas; se hizo hombre,
ha seguido siéndolo y lo será por toda la eternidad;
vivió entre nosotros, aceptó el destino que se cer­
nió sobre él y lo convirtió en expiación de nuestros
pecados. Debiéramos dejar de oír y asumir todo
esto como si fuera algo obvio y natural. En realidad,
se trata de algo impresionante; más todavía, de
algo insensato, si lo medimos con lo que podemos
pensar, desde nosotros mismos, sobre Dios y sobre
el hombre. Desde nosotros, debemos afirmar que
“esto no se ajusta a Dios”. Debe de haber aquí algo
más que un mero amor de benevolencia o una pura
y poderosa benignidad. Debe de estar actuando

77
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

un motivo que afecte al mismo Dios, y creemos no


poder expresarlo sino diciendo que el amor con
que Dios nos amó significó de antemano para él un
“destino”. Esta palabra es inusual, pero no encuen­
tro otra mejor. Pido al lector que intente compren­
der lo que quiere decir. Sin duda, nada que atente
contra la dignidad de Dios, sino, al contrario, algo
que nos enseñe a adorarlo más profundamente.
El que ama abandona la libertad propia del
corazón incomprometido y se une a la persona
amada; no por la fuerza o la utilidad, sino justo por
amor. Ya no puede decir de otra persona: “Éste no
soy yo, es otro...”; “Eso le afecta a él, no a mí...”. En
la medida en que el amor se hace realmente amor,
desaparece la posibilidad de hacer tales escisiones.
Por eso el amor constituye un destino desde el
primer momento… Algo similar debe suceder en
Dios. Mejor dicho: lo que le sucede al hombre que
ama debe ser un reflejo de lo que, con inimaginable
potencia y densidad de sentido, sucede en Dios.
Podría objetarse que con tales ideas se atenta con­
tra la libertad de Dios y se convierte en dependien­
te a quien es el Señor de todas las cosas. Si así ocu­

78
CRISTO EN NOSOTROS

rriese, tales ideas serían falsas, naturalmente, pues la


base y la garantía de nuestra salvación es la verdad
de que Dios es el Señor, quien de nada depende,
se basta a sí mismo y es dueño de sí mismo. Este
mismo Dios, sin embargo, amó al hombre desde
el principio, con la autenticidad de la verdad divina.
Por eso, las acciones y omisiones de ese hombre
no se realizaron –digamos así– por debajo de Él;
como algo que Dios habría observado con ojos
clementes, pero no le afectaría directamente a Él.
Por el hecho de amar al hombre, Dios asumió el
destino de éste en su corazón y unió su dignidad
–la dignidad del Dios que crea por amor– a la salva­
ción del hombre, de tal manera que lo sucedido a
éste tuvo que convertirse en su propio destino.
De nuevo cabe objetar que ninguna criatura
puede, de por sí, significar algo para Dios; y menos
que ninguna el hombre, por haber pecado y haber
entrado en contradicción con Dios. El amor de Dios
–se dirá– no encuentra nada dado previamente que
pueda convertirse en objeto para él, sino que tiene
en sí mismo el motivo perfecto para amar. Esto
es cierto. Ningún ser puede atraer hacia él, por sí

79
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

mismo, el amor de Dios, pero eso es porque de por


sí no tiene nada. Todo lo que tiene y es le viene de
Él. Pero también realmente de Él, y, por eso, es válido
ante Él. ¿Qué podría significar, si no, que Dios mismo,
al contemplar la realidad de la Creación, haya decla­
rado con creciente intensidad que lo creado “era
bueno”? Era realmente “bueno”, y “muy bueno”, y
precisamente a los ojos de Dios (Gen 1, 4-31). Aquí
comienza ese autocomprometerse de la dignidad
del Dios creador y amoroso de la que hemos
ha­bla­do. Ese compromiso prosigue cuando se dice
del hombre que fue creado a imagen de Dios, pues
esto significa que Dios otorgó al hombre la dignidad
de esa imagen suya; y que haberlo hecho por amor
significa que Dios está ahora unido a ese hombre
como nadie puede estarlo a la persona que más ama.
Y ese compromiso se hace cada vez más profundo y
más dueño del propio destino a través de la actua­
ción de Dios en la Historia Sagrada; en la Alianza
que establece con el hombre; en la Revelación de
su santa verdad y sus sentimientos para con los
hombres, hasta llegar al hecho de la Encarnación,
que rompe todas las medidas terrenas.

80
CRISTO EN NOSOTROS

Dios empieza a manifestar su amor al hombre


al concederle que pueda realmente significar algo
para Él. En Dios debe de haber un misterioso anhe­
lo del hombre. A los ojos del infinito y eterno –el
Señor que todo lo es y posee–, el hombre debe de
ser algo precioso, y Él quiere tener parte en él.
A este misterio aluden los maestros espiritua­
les cuando hablan del nacimiento de Dios en el
hombre. Dios no sólo quiere gobernar al hombre y
cuidarlo, como a todo lo viviente; desea participar
en su existencia, penetrar en ella, trasplantarse
a ella, convertirse en el Hijo del Hombre. Esto
su­cedió de una vez por todas en la Encarnación
del Hijo. La existencia de Cristo significa el logro
pleno y esencial del amor de Dios. En Cristo, Dios
se dio como regalo al hombre; y, en él, participó
también en la vida del hombre. Ahí es donde Dios
se ha trasplantado a lo humano, de forma que “el
que ve a Jesús ve a Dios” (Jn 14, 9). Esto no sólo
sig­nifica que se nos haya concedido la gracia de
poder reconocer en Jesús a Dios, sino que Dios se
alegra también de existir como hombre en Él… Lo
que sucedió en Cristo de una vez por todas ha de

81
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

realizarse, según San Pablo, una y otra vez. No en el


sentido de que vuelva a suceder –pues la verdadera
Encarnación es un acontecimiento absolutamente
único, relativo a una Persona divina–, sino de modo
espiritual, perfectamente realizable en cada per­
sona; realmente en cada una. Nadie está excluido,
porque cada uno de nosotros es único, y Dios
ama tanto al hombre que quiere renovar en cada
uno de nosotros aquel misterio de la Encarnación.
Llegar a ser creyente significa recibir en sí al Cristo
resucitado.Vivir como creyente significa hacerle un
espacio, de forma que él se exprese y crezca en
nuestro propio ser. El cumplimiento pleno de la fe
significa que Cristo penetre en la existencia de cada
hombre y sea allí todo para él. La vida de Cristo es
el argumento que se plantea y realiza de nuevo en
cada hombre. Constantemente entra Cristo –y, con
Él, Dios– en su vida; constantemente es llevado a
Cristo lo que el hombre tiene de humano, y, a tra­
vés de Él, a Dios. Así surge el “hombre nuevo”, en
que el Señor vuelve a vivir su vida y Dios sacia su
amor. De ese modo se convierte el hombre en lo
que debe ser conforme a la voluntad de Dios.

82
CRISTO EN NOSOTROS

A este misterio se dirige el rosario. Lo que


sucedió en María no aconteció sobre nosotros en
una santa lejanía; constituye la forma única, jamás
alcanzable y, sin embargo, modélica de lo que ha
de suceder en toda vida cristiana: que el Hijo
eterno de Dios “adquiera rostro” en la existencia
del hombre de fe. Cuando el creyente, al rezar el
rosario, se encuentra con las figuras de María y
Jesús –protagonistas de esta forma de oración–, se
acerca al proceso originario de la Encarnación y
presiente el misterioso acontecimiento de la forma
de Encarnación que se da en su interior. No cons­
cientemente, de forma que él quiera esto y haga
aquello otro; sino que mirando y permaneciendo,
alabando y suplicando en la proximidad de María,
roza el misterio de la existencia cristiana. Ahí, ésta
invoca, respira, crece, se desarrolla.

83
6
El rezo del rosario

D igamos, ahora, unas palabras sobre el modo


en que puede rezarse el rosario.
La forma del rosario es simple, pero su contenido
es grande y profundo. Este contraste hace, a la vez,
fácil y difícil su rezo. Fácil para la persona de viva ima­
ginación y corazón abierto, capaz de mantener pre­
sentes las imágenes sacras según va pronunciando las
oraciones y de reencontrarse a sí misma al contem­
plar las santas figuras. Difícil para quien ha perdido, en
el bullicio de la vida moderna, su capacidad interior
de contemplar e interrelacionar. Quien pertenezca
a este segundo grupo pero quiera rezar el rosario
ha de estar dispuesto a superar algunas dificultades.
Tendrá que ejercitarse, y aprender poco a poco, algo
que para otros es perfectamente natural.

85
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Ante todo, deberá vencer su repugnancia a la


repetición, pues ésta pertenece a la esencia del
rosario. Esta forma de oración se caracteriza por el
ritmo sereno de unas palabras siempre iguales.
Tendrá que superar, también, el profundo des­
asosiego que padece el hombre actual. El que no lo
consiga hará bien en dejar de momento este tipo
de oración. No haría sino decepcionarse y expo­
nerse al riesgo de menospreciar algo sumamente
hermoso. El rosario es una oración que invita a
morar en ella. Para ello hay que tomarse tiempo, y
no sólo en el sentido literal de dedicarle el tiempo
que dura, sino también en el sentido espiritual. El
que desee rezarlo como es debido debe liberarse
de las prisas, olvidarse de las ocupaciones y sere­
narse. Esto es necesario tanto si dispone de diez
minutos como de treinta. Por eso no debe propo­
nerse rezar demasiado. Lo decisivo no es que rece
el rosario entero. Le vale más reducirse a uno o
dos misterios y hacerlo bien.
Al rosario puede llevar toda su vida, alegrías y
penas, personas y cosas, todo, pero como lo presen­

86
EL REZO DEL ROSARIO

taría a una persona cuyo ser infunde paz; no para oír


cómo puede enfocar mejor algún asunto, sino para
clarificarlo todo debidamente.
La meditación auténtica se realiza en el ave­
maría.

La primera parte de esta oración consiste en


contemplar cada misterio –expresado después del
nombre de Jesús31–, adentrarse en él, captar su sen­
tido y celebrarlo. Durante un instante se lo medita
en silencio... En la segunda parte, nos dirigimos a
María, en la vertiente de su vida relacionada con
el misterio de que se trate en cada momento, y le
pedimos que interceda por nosotros “ahora y en la
hora de nuestra muerte”. Aquí presentamos todas
las intenciones, las nuestras y las de otros, las refe­
rentes al cuerpo y al alma, las personales y las gene­
rales.Y, sobre todo, la intención por excelencia, que
es la de ser admitidos en el misterio de Cristo.
El que oiga por primera vez estas indicaciones
tal vez las encuentre complicadas y difíciles. Esa

31. Véase lo dicho en la nota 28.

87
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

impresión se hará más fuerte cuando intente cum­


plirlas, y puede ser que se desanime o irrite. La
solución sólo la encontrará si se percata de que
tiene algo que aprender. Debe aprender a descubrir
la forma en que las palabras del rosario se vinculan
con la contemplación de cada misterio y con las
intenciones del corazón.
Tal vez nos ayude una imagen. Cuando hablo con
una persona, puede suceder que sólo quiero decirle
algo concreto. Me cuido de expresar exactamente
lo que pienso y de que sea bien entendido. Mi
atención discurre, digamos así, por una línea única.
Pero puede ocurrir también que conversamos
tranquilamente y las palabras no siguen una vía pre­
determinada, sino que aluden a un tema o a otro.Yo
hablo con el otro y procuro que me entienda bien;
pero, a la vez, sigo sus ademanes y gestos, capto
sus motivaciones y siento toda la vida que hay en
él. Percibo mi entorno; recuerdo la figura de otras
personas; surgen recuerdos del pasado y se anuncia
el futuro. La atención está, pues, diversificada. Ya no
tiene la forma de una línea, sino la de un espacio.
Actúa, si puedo decirlo así, de forma sinfónica; ve en

88
EL REZO DEL ROSARIO

lo más próximo lo que está detrás; en el ademán, su


significado; en lo que ahora está sucediendo, lo que
pasó antes y lo que vendrá después… En el rosario
sucede lo mismo. Al rezarlo, no nos dirigimos sólo a
algo concreto; nos mantenemos abiertos a diversas
realidades. Nuestra actitud no es rígida sino flexible.
Las palabras no expresan únicamente un sentido
determinado; se hallan abiertas, de modo que en su
espacio expresivo pueden emerger imágenes a las
que no aluden directamente. Estas imágenes, por su
parte, no sólo las contempla el que reza; entra en
relación de trato con ellas, las siente, habla con ellas,
deja que su propia vida se sumerja en ellas. Así surge
un mundo sereno y dinámico, en el cual la oración
se mueve con una libertad sólo condicionada por el
número de las repeticiones y el tema del misterio.
Esto es algo que, ciertamente, tiene que apren­
derse, y ello requiere paciencia. Una paciencia amo­
rosa, podría decirse; afín, por ejemplo, a la de una
persona que anda detrás de algo hermoso y vivo, y
no cede hasta que lo descubre.
El padrenuestro que antecede a cada década no
debe rezarse como el avemaría, sino que cada una

89
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

de sus palabras ha de tener sólo el significado que


le es propio. Es la oración del Señor, y debemos
cuidarla al máximo. Con todo, resonará de modo
diferente según el contexto.
Principio y meta de todo movimiento espiritual
es el Padre. Por eso se eleva la oración hacia Él
antes de cada misterio, para pedirle las cosas ver­
daderamente importantes. Ante el rostro del Padre
y bajo su mirada ha de realizarse la meditación
siguiente, así como en el Apocalipsis los distintos
acontecimientos que contempla el vidente suceden
en presencia de Aquél que “está sentado en el trono
y vive por los siglos de los siglos” (Ap 4, 9).
El Credo sirve de introducción a todo lo demás,
pues en él se trata de la fe en su plenitud.
En la alabanza: “Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo…” se dirige, al fin, el orante tras cada
misterio al Dios Trino, del que proceden y al que se
dirigen todas las cosas.

90
BREVE EXPLICACIÓN
DE LOS MISTERIOS
C omo queda dicho, cada decena de cuentas
del rosario contiene un “misterio”, es decir,
un hecho de la vida de Jesús que se ofrece espe­
cialmente a nuestra meditación. Cada misterio es
indicado en la breve frase que sigue, en el avemaría,
a la palabra “Jesús”32.
Tales misterios son, como también se ha dicho,
quince, y se articulan en tres ciclos, denominados
–según su carácter– gozosos, dolorosos y gloriosos33.
El primero rememora acontecimientos de la infan­
cia; el segundo, de la Pasión y Muerte; y el tercero,
de la glorificación de Jesús. Abarcan toda su vida y,
unida a la suya, la vida de María.
Cuanto más hondamente nos sumerjamos en
ellos, tanto más patente se nos hará que contienen,

 éase la nota 28.


32. V
 éase la nota 29.
33. V

93
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

por así decir, la ley fundamental del devenir cristia­


no: aquel santo nacimiento del que hablamos.
Seguidamente, daremos una breve explicación
de los misterios del rosario. Se tratará de unas
cuan­tas indicaciones, que responden a la forma
en que el autor alcanza a ver las verdades santas.
Con ello no se quiere establecer ninguna regla; al
contrario, cuanto más vivamente asuma el orante
tales indicaciones desde su propia interioridad,
tanto mejor.
Pero, como se trata de sucesos de la Historia
Sagrada, hará bien el orante en abrir el Nuevo Tes­ta­
mento y releer lo que allí se narra de la Anunciación
del ángel, la Visitación de la Virgen a Santa Isabel, el
Nacimiento del niño Dios, etc. Quien reza el rosa­
rio a menudo corre peligro de quedarse siempre
con las mismas imágenes y pensamientos, y empo­
brecerse. La oración se vuelve mucho más viva
cuando, en lugar del rosario entero, reza sólo uno
o dos misterios, pero antes lee el texto sagrado y
asume, así, su plenitud y vitalidad. Como las referen­
cias bíblicas que figuran en los misterios del rosario
están repartidas por los Evangelios y los Hechos de

94
BREVE IMPLICACIÓN DE LOS MISTERIOS

los Apóstoles, me gustaría citar un libro que podría


ser útil: “Das Evangelium Jesu Christi” (El evange­
lio de Jesucristo) (Editorial Herder, Friburgo) de
August Vezin. Se trata de una “Concordancia evan­
gélica” que ensambla en un conjunto articulado los
distintos relatos bíblicos. También puede servir de
ayuda el libro del autor: El Señor. Meditaciones sobre
la vida y la persona de Jesucristo, Cristiandad, Madrid
2
200534.

34. E dición original alemana: Der Herr. Betrachtungen über das


Leben und die Person Jesu Christi, Grünewald, Maguncia
171997. Versión española: El Señor. Meditaciones sobre la

vida y la persona de Jesucristo, Cristiandad, Madrid 22007.

95
7
Introducción al rezo del rosario

C ada uno de los cinco misterios va precedido


de una introducción para preparar al orante.
Dicha introducción está compuesta por el credo,
el padrenuestro y tres avemarías, cada una de las
cuales alberga, asimismo, una suerte de misterio en
forma de súplica, en la que pedimos al Señor esas
fuentes de energía de la vida cristiana que la Iglesia
denomina virtudes teologales. San Pablo habla de
ellas en la primera Epístola a los Corintios, donde las
contrapone, como lo verdaderamente importante,
a las operaciones extraordinarias del Espíritu Santo:
“Ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor, estas
tres. Pero la mayor de todas ellas es el amor” (1 Cor
13, 13). En ellas opera la fuerza más profunda del
espíritu y el corazón humanos; pero, en su raíz más

97
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

auténtica, proceden de Dios. Son los modos en que


la “virtud” de Dios, su perfección viviente, opera en
el hombre. La santa fuerza de su verdad se convier­
te ahí en fe; su voluntad –que debemos cumplir–,
en esperanza; por lo que toca al amor, al que tan
resueltamente concede San Pablo la primacía, con
él responde el corazón humano a Aquél que “fue el
primero en amarnos”.

La primera virtud: “... que aumente en nosotros


la fe”35.

Al ir María a visitar a Isabel a través de las


montañas, para reunirse con una persona con la
que podría hablar, ésta, llena del Espíritu Santo,
recibió a su joven pariente con palabras de amor
y de respeto: “¡Dichosa tú que has creído que
se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor!”
(Lc 1, 45). La condición singular de María lleva
fácilmente a pensar que su vida estuvo llena de
milagros e iluminaciones; con lo cual se destruye
lo que fue, en verdad, su vida. Las palabras de
 ecuérdese lo dicho en la nota 1.
35. R

98
INTRODUCCIÓN AL REZO DEL ROSARIO

Isabel restablecen la verdad de la vida de María,


pues la alaba por la fe que ha tenido. Ésta fue su
grandeza: que creyó y siguió creyendo hasta el fin
de sus días… Pero ¿es la fe algo realmente tan
grande cuando se viven las experiencias que ella
vivió? Por supuesto que sí; pues no sin intención
cuenta el Evangelio que el mismo ángel que visitó
a María fue también a Zacarías y le transmitió
la promesa de Dios. Zacarías vio claramente
que era un mensajero de Dios el que le hablaba;
pero no aceptó su mensaje, y el ángel lo castigó
“por no haber creído en mis palabras” (Lc 1, 20).
María creyó. Se inclinó ante Dios como Señor de
la Creación, segura de que Él podía cumplir su
palabra más allá de todo lo naturalmente posi­
ble. Ella siguió el camino desconocido al que Él
la llamó. Este camino la condujo cada vez más a
través del misterio; por eso sólo pudo recorrerlo
hasta el final mediante la fe. La frase: “pero ellos no
comprendieron lo que les decía” (Lc 2, 50) vale para
toda su vida. A “comprender” empezó ella cuan­
do recibió la plenitud de gracia en Pentecostés;
antes tuvo que confiar y obedecer.

99
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

La fe es la base de nuestra existencia cristiana.


Brota ante la Revelación de Dios. Mejor, procede
del origen propio de ambas –la Revelación y la fe-;
porque la misma fuerza con la que Dios se nos
manifiesta nos capacita también para oír su palabra
y mantenernos fieles a ella. Con eso comienza la
vida nueva; no por obra de nuestra razón y nues­
tras posibilidades, sino en virtud de la palabra y la
gracia de Dios. En cuanto la fe palidece, nos ocurre
lo que a Pedro en el lago: nos hundimos. De ella
tenemos necesidad siempre, y cuanto mayores
seamos, tanto más. A medida que se prolonga la
vida, tanta más fe necesitamos, por experimentar
cada vez con más fuerza lo cerrada que está nues­
tra existencia. Por eso le pedimos al Señor que
“aumente en nosotros la fe”.

La segunda virtud: “... que fortalezca en nosotros


la esperanza”.

Isabel alaba a la Virgen por haber creído que


sucedería todo lo que le había dicho el Señor.
Que por obra del Espíritu Santo sería madre del

100
INTRODUCCIÓN AL REZO DEL ROSARIO

Salvador, y encontraría en ello la plenitud de vida y


de salvación. Pero estar segura de ello no siempre
le fue fácil. Cuando la Escritura habla de María y
de su Hijo, se percibe siempre un gran amor, pero
también una lejanía. La respuesta del chico de doce
años en el templo (Lc 2, 49), la contestación de
Jesús en las bodas de Caná (Jn 2, 4), sus palabras
a los circunstantes al preguntar María por él en la
puerta (Mc 3, 33), lo que dice a la mujer que alaba
a su madre (Lc 11, 18) y su última voluntad, por la
que la entrega al apóstol (Jn 19, 26 y ss.): en todo
ello se advierte algo que lo distancia de ella, con
riesgo de que ella pudiera desorientarse respecto
a los designios de Dios. Cada vez, sin embargo, su
confianza en Dios se hace más grande, y lo pone
todo en sus manos. María vivió totalmente de la
confianza en el poder de Dios, que es capaz de
llevar todo a cumplimiento a través de la oscuridad
y las contradicciones.
La esperanza es la confianza en el poder que
tiene Dios para llevarnos a plenitud. Él ha prome­
tido que hemos de convertirnos en un “hombre
nuevo”, y la Creación ha de llegar a ser un “nuevo

101
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

cielo y una nueva tierra” (Ap 21, 1). A ello se opone


la impresión que causan las cosas de este mundo;
el curso que toma la vida; las opiniones de las per­
sonas que nos rodean; nuestra propia insuficiencia
–comprobada a diario– y nuestros pecados: todo. La
esperanza es el “no obstante” de la fe. No obstante
todo lo que la contradice, la nueva vida está en
nosotros; y Dios hará que llegue a cumplimiento,
por muchos que sean los obstáculos, con tal de
que confiemos en Él. Pero esto es difícil, a veces
casi imposible de realizar. Por eso debemos pedir
constantemente al Señor que “fortalezca en noso­
tros la esperanza”.

La tercera virtud: “... que encienda en nosotros


el amor”.

Cuando la Sagrada Escritura habla del amor, no


debemos olvidar que sus palabras son Revelación.
No se reducen a hablarnos, de modo excelente,
de algo que ya conocemos por nosotros mismos;
nos revelan algo que supera nuestra posibilidad de
descubrirlo. El amor del que hablan nace en Dios.

102
INTRODUCCIÓN AL REZO DEL ROSARIO

El apóstol lo dice expresamente: “En esto consiste el


amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima
de expiación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 10). Estas
palabras nos suenan tan familiares que fácilmente
desoímos lo que tienen de prodigioso. Que Dios
esté bien dispuesto hacia nosotros puede resul­
tarnos fácil de comprender; pero que nos ame, y
con tal seriedad que lo mueva a hacer que inter­
venga su Hijo y, por tanto, Él mismo, esto es pura
Revelación. El amor de Dios lo lleva a sacrificarse a
sí mismo; y no por algún impulso oscuro, sino en la
pura libertad de su eterno señorío: “Tanto amó Dios
al mundo que dio por él a su Hijo único” (Jn 3, 16)…
En la Anunciación, el ángel instó a María a asumir
este amor en su corazón y a vivir de él en lo suce­
sivo. Ahí comenzó el amor cristiano sobre la tierra.
La respuesta que ella dio a ese mensaje fue también
un salir de sí misma y estar dispuesta a obedecer.
De ahí provino su felicidad –véase el jubiloso cán­
tico de alabanza que brota de su corazón al recibir
el saludo de Isabel (Lc 1, 46-55)–, pero también el
sacrificio constante. Una y otra vez tuvo que vivir

103
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

la autodonación de Dios en quien lo era todo para


ella. Constantemente fue este Hijo suyo llevado a
cumplir la voluntad del Padre y situarse, respecto
a ella, en esa distancia de la que hemos hablado; y
eso hasta el último momento, en el que ya no pudo
seguir siendo su madre, y Él dijo: “Mujer, ahí tienes a
tu hijo” (Jn 19, 26-27). Aceptar esto, soportarlo una
y otra vez y seguir creciendo en el amor: éste fue
el sentido de su vida.
Cuando se nos habla del amor a Dios, lo
entendemos sin querer a partir del nuestro, pero
en estado de plenitud y santidad. En realidad, es la
realización compartida de ese amor que Dios tiene.
Significa que salimos de nosotros para elevarnos a
su amor, y comienza por la obediencia: “Pues el amor
a Dios consiste en guardar sus mandamientos” (1 Jn
5, 3). Y obediencia sigue siendo, sólo que, tras ser al
principio costosa, se vuelve cada día más gozosa y
libre. De ahí brota el verdadero sentido de nuestra
existencia: que la voluntad de Dios vale en ella más
que la nuestra. Lo que esto significa nos lo dejan
adivinar las palabras de la Carta a los Romanos:
“Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los

104
INTRODUCCIÓN AL REZO DEL ROSARIO

ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las


potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura
alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

105
8
Misterios gozosos

Primer misterio: La Anunciación a María y la


En­car­na­ción del Hijo de Dios

E l primer misterio habla de esa hora sobrema­


nera íntima en que se cambió el destino del
mundo; de la nostalgia de la Creación, perdida en el
pecado y la lejanía de Dios; del designio del Padre
eterno de recibirla nuevamente merced al comien­
zo que supone la gracia; del primer descenso del
Hijo hacia nosotros. Habla del anuncio del ángel, a
la vez mensaje y pregunta: “Mira, vas a concebir en el
seno y dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre
Jesús…”. Y de la disposición sin reservas de la más
pura entre las mujeres a ser aquélla de quien el
Hijo de Dios había de tomar nuestra existencia

107
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

humana: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí


según tu palabra” (Lc 1, 31-38). Mayor intimidad no
ha rodeado nunca a un acontecimiento. Más sen­
cillamente no ha sido jamás realizado un acto. La
decisión que ahí se toma, sin embargo, abarca desde
la tierra al cielo.
Este acontecimiento se repite espiritualmente
en toda vida creyente. Sobre todo cuando la per­
sona es conmovida por primera vez –a través de
otra persona, o de un libro, o de una experiencia
interna– y de tal modo por la figura y la palabra de
Cristo que siente que aquí está la verdad, y se mues­
tra dispuesta a asumirla. Entonces, penetra en ella la
figura y la energía viviente del Señor, y empieza a
darse lo que decíamos: la presencia y el crecimiento
de Cristo en la persona; la configuración del hom­
bre en Él. A partir de aquí, la llamada se produce
una y otra vez. Cuando oímos su verdad, vemos
el resplandor de su imagen, recibimos las exhor­
taciones de sus mandatos, nos sentimos instados a
recibir a Cristo en nuestro corazón de modo más
entrañable y poner de buen grado nuestro propio
ser a su disposición.

108
MISTERIOS GOZOSOS

Segundo misterio: La visitación de María a su pri­ma


Santa Isabel

El segundo misterio se refiere al tiempo que


sigue al mensaje del ángel, anuncio que tan dichoso
y angustioso fue, a la vez, para María. Ninguna mujer
vivió una felicidad comparable a la suya. Pero tam­
poco ninguna fue encerrada jamás en un silencio
semejante, pues ¿cómo podía contar lo sucedido
de modo que otras personas pudieran creerla? Ni
siquiera la comprenderá aquél a quien se ha prome­
tido de por vida –y él menos que nadie, porque lo
sucedido le afecta de forma especialmente honda-.
Aquí comienza la seriedad de la entrega. Para honor
y deshonor, para vida y para muerte, María está en
las manos de Dios. En su apuro, sale de casa y va
por la montaña a visitar a Isabel, la mujer maternal
a la que le une, manifiestamente, una vieja confianza.
Ella, así lo espera esta joven desazonada, entenderá
lo que ha sucedido. Y así ocurre realmente, porque
el mismo Espíritu que está operando el misterio en
María llena también a Isabel, de forma que, antes de
que María diga algo, ella conoce la verdad: “Bendita

109
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc


1, 42)… Todo el misterio está lleno de la interiori­
dad indecible en la que María lleva la vida humano-
divina, le da la suya y recibe la que ha concebido.
En toda existencia cristiana se da el ámbito
santo del llegar a ser, en el cual Cristo vive, y nos es
más íntimo de lo que podemos serlo con nosotros
mismos. Ahí actúa y crece; se adueña de nuestro ser,
atrae nuestras fuerzas hacia él, penetra en nuestro
pensamiento y nuestra voluntad, gobierna nuestras
emociones y sensaciones para que se cumpla lo
dicho por el apóstol: “Y ya no vivo yo, pues es Cristo
el que vive en mí” (Gal 2, 20).

Tercer misterio: El nacimiento de Jesús en Belén

Es la hora de la Nochebuena, en la que el niño


Dios vino a este mundo abierto, se hizo nuestro
hermano y tomó sobre sí el destino de Redentor.
“Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alum­
bramiento y dio a luz a su hijo primogénito” (Lc 2, 6-7).
Esto sucedió para todos nosotros, y los cánticos de

110
MISTERIOS GOZOSOS

alabanza por este acontecimiento dichoso no enmu­


decerán jamás sobre la tierra. Pero, a la misma hora,
sucede también algo que sólo afecta a María: en su
existencia personalísima, en su espíritu y su corazón,
aparece Cristo en el ámbito abierto de la contem­
plación y el amor. El trato que María tuvo con Él
durante el tiempo de la gestación se convierte ahora
en una relación presencial. ¡Indecible verdad: el que
es su hijo es también su Salvador! Al mirar ella su
rostro, contempla al que es la “manifestación del
Dios vivo”. Cuando su corazón se desborda, el río
de sus sentimientos fluye hacia Él, que ha venido en
virtud de un amor redentor. Cuando cuida a esa
tierna vida, cuida al Señor que se ha revestido de la
debilidad humana.
Esto sucede espiritualmente en toda persona
cristiana siempre que la vida interna que adivina
por la fe es iluminada por el conocimiento, se tra­
duce en hechos precisos, se afirma en testimonios
decididos. En cada uno de nosotros nace Cristo
siempre que Él se hace valer como la norma y el
criterio de autenticidad en todas nuestras activida­
des o experiencias. En una ocasión sucede esto de

111
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

manera especial: cuando vemos quien es Cristo con


tal claridad y energía que se convierte en la realidad
dominante de nuestra vida interior.

Cuarto misterio: La presentación del Niño Jesús en


el templo

El cuarto misterio conmemora la visita que,


catorce días tras el alumbramiento, hizo María al
templo para presentar allí a su hijo a Dios, según lo
prescrito por la Ley. Todo primogénito pertenece
a Dios, pero éste de un modo superior a todo lo
expresable. Llena de serena dignidad dentro de su
pobreza, pone María al niño en brazos del sacer­
dote y vuelve a acogerlo a cambio de una pequeña
ofrenda. Simeón profetiza para él el destino del
Redentor, y para ella, el sufrimiento impuesto a su
madre: “Este niño está destinado en Israel para que
unos caigan y otros se levanten; será signo de contradic­
ción para que sean descubiertos los pensamientos de
todos; y a ti una espada te atravesará el corazón” (Lc
2, 34-35). La dulzura de los misterios gozosos se ve
ensombrecida por el tono amargo del dolor. Su hijo

112
MISTERIOS GOZOSOS

lo recibió María de Dios, y ella puso todo su ser


a su disposición. Su hijo lo es todo para ella, pero
no le pertenece como algo propio. El primer acto
solemne de su maternidad es un sacrificio.
Lo que nos es dado por Dios cuando creemos y
obedecemos no pertenece a nuestra naturaleza. La
nueva vida no es nuestra –al modo de una cualidad,
un rasgo de carácter o una vivencia– sino un don, y
sigue siéndolo. Está sujeta a la voluntad y el designio
de Dios, y debemos estar siempre dispuestos a ser
llamados a olvidarnos de nosotros, y aceptar un
deber, una renuncia, un destino que no tengan otro
sentido que la voluntad de Dios.

Quinto misterio: El Niño Jesús perdido y hallado


en el templo

Entre este acontecimiento y el precedente me-


dian doce años, y dieciocho pasarán hasta el siguiente.
En torno a él reina el silencio que guarda la Escritura
sobre la infancia, la juventud y los primeros años de
la edad adulta de Cristo. Salvo lo que cuentan los

113
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Evangelios acerca de la primera infancia, no oímos


nada acerca de estos treinta años. Sólo destaca un
suceso: que Jesús, a los doce años, cumple el pre­
cepto de la Ley y realiza su primera peregrinación a
Jerusalén. Allí se queda en el templo, sin que lo sepan
los suyos, y María se angustia por su hijo. El modo
como, al fin, lo encuentra –“sentado en medio de los
doctores, oyéndolos y preguntándoles”–, debe de haberle
procurado una mayor zozobra, pues, al preguntarle,
apenada: “Hijo, ¿por qué has hecho esto?”, recibe esta
respuesta: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo
debo ocuparme en los asuntos de mi Padre?”. La pro­
funda vinculación maternal de María con su hijo es
afectada aquí por algo poderoso que lo aleja de ella:
la voluntad del Padre. Qué difícil es esto y qué grande
el desconcierto que agita su corazón lo indica la frase
siguiente: “Ellos no comprendieron lo que les decía”
(Lc 2, 46-50).
Esto se repite espiritualmente en cada vida
creyente. Siente a Cristo como suyo; está cierta de
Él en la fe y participa en su vida mediante el amor.
Pero luego Él desaparece, a menudo de repente y
sin motivo alguno. Se crea una distancia. Surge un

114
MISTERIOS GOZOSOS

vacío. La persona se siente abandonada. La fe le


parece una locura. La esperanza tiene que conser­
varla “contra toda esperanza”. Todo se vuelve difícil,
penoso, sin sentido. Debe continuar sola y seguir
buscando. Pero un día vuelve a encontrar a Cristo,
y entonces se le hace patente el poder de la volun­
tad del Padre, al que ella pertenece.

115
9
Misterios dolorosos

L a segunda serie de misterios comprende lo


sucedido en los últimos días, desde la tarde
del Jueves Santo hasta la noche de Pascua. Lo que
pasó anteriormente: que Jesús abandonó su tierra
y comenzó su vida pública; que predicó, actuó y
luchó; que no encontró acogida entre los hombres
y perseveró en una soledad inconcebible, y que el
Reino de Dios no llegó a instaurarse como hubiera
sucedido “si los suyos lo hubieran recibido” (Jn 1,
11); que se despertó el odio en torno a él, y toda
la resistencia contra Dios ejercida durante mil qui­
nientos años se concitó para la rebelión definitiva...;
todo esto no es mencionado expresamente, pero
se halla incluido en los acontecimientos finales.

117
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Tomados en sí mismos, los misterios gozosos


podrían derivar hacia lo idílico o sentimental, aun­
que debiéramos estar prevenidos contra ello al
percibir el tono sombrío del cuarto misterio. En
realidad de verdad, esos misterios son Revelación.
Nos revelan, no la ternura y la hondura vital que
hay entre las madres y los hijos, sino lo seriamente
que toma Dios nuestra salvación, tan seriamente
que no se limitó a otorgarla y realizarla, sino que,
por amor a ella, asumió Él mismo nuestra existen­
cia terrena, haciéndose hijo de esta madre.
Esta seriedad resalta poderosamente en los
misterios dolorosos. También ellos revelan el amor
de Dios, pero visto desde lo horrible que es el peca­
do. La pregunta por lo que es el pecado no pode­
mos responderla desde nosotros mismos, porque
–justo como consecuencia de la culpa– nuestros
ojos están ciegos. Lo que es el pecado empieza
a clarificársenos cuando nos damos cuenta de
lo que Dios hizo para vencerlo. El pecado es
esa realidad terrible que, según dictamen de la
sabiduría y la justicia divinas, debe Dios mismo
repararlo asumiendo ese destino.

118
MISTERIOS DOLOROSOS

Primer misterio: La oración de Jesús en el Huerto


de los Olivos

La noche de Getsemaní es inagotable. Cada uno


ha de llevarse de ella lo que su corazón puede
abarcar. Nosotros nos ceñiremos a lo dicho en la
Escritura: “Empezó a temblar y angustiarse”, y “su
sudor se hizo como espesas gotas de sangre que caían
en tierra” (Mc 14, 34 y Lc 22, 44). Es el horror que
siente el Salvador ante el pecado. No sólo ante al
dolor y la muerte como tales, sino ante al hecho
de que deban existir como expiación por el pecado.
Éste debía tomarlo sobre sí y hacerse responsa­
ble de él. Lo tremendo que tuvo que ser esto lo
expresan las otras palabras que pronuncia rezando:
“¡Padre, todo te es posible; aparta de mí este cáliz!”
(Mc 14, 36). Lo que va a suceder atenta contra todo
su ser; no sólo como la muerte contra la voluntad
de vivir, sino como el pecado contra Dios. La frase
de Jesús termina así: “Pero no sea lo que yo quiero,
sino lo que quieres Tú” (Mc 14, 36). Lo peor del peca­
do es su ocultamiento. Siempre tiende a aparecer
como algo natural que no puede evitarse, como

119
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

algo en que se manifiesta la fuerza de la vida, o la


seriedad de la misma, o su carácter trágico, o algo
semejante. Cuando vivimos lo que Cristo experi­
menta aquí, se nos abren los ojos. Es un momento
importante en la vida de un cristiano cuando, por
primera vez, siente horror ante la realidad del
pe­­cado. En todas partes nos encontramos con la
angustia de los seres humanos; pero ellos no saben
qué es lo que les angustia más profundamente. Es el
pecado, a cuyo hechizo está sometido todo ser. En
la angustia de Cristo queda patente su verdadero y
horrible significado. Es aquello que provoca en este
momento el horror del Hijo de Dios. Cada uno de
nosotros debe re­conocer con la máxima seriedad
que son sus pecados lo que aquí se revela en todo
su espanto.
Los tres misterios siguientes hablan de los
su­fri­mien­tos que ha de soportar el Señor antes
de morir. Entre ellos media lo que relatan los
Evan­gelios sobre el prendimiento, el proceso y la
condena a muerte, y la incidencia que tienen sobre
el desarrollo de la Pasión.

120
MISTERIOS DOLOROSOS

Resulta difícil decir algo sobre estos misterios.


Tratan de nosotros, hombres extraviados, y de
cómo asumió el Señor este extravío y lo padeció.
Lo que contienen en sí es infinito. Nosotros pode­
mos destacar uno u otro aspecto, y el orante verá
por sí mismo cómo ha de proseguir la meditación.

Segundo misterio: La flagelación del Señor

“Entonces Pilato mandó azotar a Jesús” (Jn 19, 1).


El sentido del hecho terrible de golpear está claro:
se trata de la reacción primaria del odio contra la
vitalidad del odiado, visto como un ser que siente
y respira. El odio del pecado contra Dios se dirige,
con estos azotes, al Redentor. Quiere hacerle daño.
Su cuerpo debe convertirse en puro dolor. Su santa
vitalidad ha de ser aniquilada. Y, por cierto, es un
pecado especial –el de los sentidos– el que se vuel­
ve aquí contra Él. Su placer se torna en sufrimiento
para el Señor.
El cristianismo no dice que el cuerpo sea malo
y sus placeres sean pecado; pero sí dice que tam­

121
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

bién en el placer puede haber pecado, y que el mal


puede repercutir también en el cuerpo. Hacerse
cristiano no significa despreciar el cuerpo ni
destruirlo, pero sí quitarse la venda de los ojos y
aprender a ver cómo actúa el mal en la naturaleza,
luchar por tener un cuerpo y unos sentidos puros,
aceptar el dolor físico como purificación. Cuando
el creyente actúa así, es la misma pureza de Cristo
la que penetra en él.

Tercer misterio: Jesús es coronado de espinas

“Entonces los soldados…, trenzando una corona de


espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano
derecha una caña, y, doblando la rodilla delante de
Éll, le hacían burla” (Mt 27, 27-29). En la cabeza se
manifiesta la dignidad del hombre. La corona es el
signo de la dignidad real, que viene de Dios. Contra
la cabeza del Señor, que porta –invisible– la corona
del “Rey de reyes”, se vuelve aquí el escarnio. Los
soldados hacen de Él un rey de mofa. Pero, tras su
sórdida crueldad, late el deseo de hacer de Él un
hombre de mofa y –digámoslo sin miedo– un Dios

122
MISTERIOS DOLOROSOS

de mofa. Todo el escarnio del mundo se concita


aquí para aniquilar la dignidad de Dios, y, con ella, la
del hombre, que, en definitiva, procede de Él… El
ser del hombre está transido de orgullo, altanería
y vanidad. A veces, abiertamente; casi siempre, en
lo oculto. Sus raíces no puede descubrirlas ni la
mirada del hombre ni su voluntad. El Señor delata
ese afán de poderío del hombre abriéndole posibi­
lidades contra Él mismo. El orgullo con el que nos
ensalzamos y la vanidad en la que nos recreamos
se transforman para Él en la figura de la humillación.
La medida del mal que late bajo esta figura es tan
grande como el sufrimiento del Señor.
También éste es un momento decisivo en el pro­
ce­so de crecimiento de los cristianos: cuando des­
cubren el fraude que se esconde en cuanto llamamos
grandeza, poder, logros, belleza, apariencias.Todo esto
no es malo en sí mismo, pero el mal está dentro. Ese
mal debe reconocerlo el cristiano, mantener los ojos
abiertos, reconocerse a sí mismo en lo que sucede.
Y, luego, luchar por ser humilde. Pero la humildad no
es más que la verdad de que Dios es Dios, sólo Él, y
el hombre es hombre, realmente hombre.

123
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Cuarto misterio: Jesús sube al Calvario con la cruz


a cuestas

El Evangelio dice que Jesús “cargando con su cruz,


salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se
llama Gólgota” (Jn 19, 17). Cuánto dicen estas pala­
bras: La carga que lleva aquí Jesús excede sus fuerzas,
y así, finalmente, ellos “echaron mano de un cierto
Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la
cruz para que la llevara detrás de Jesús”, porque Él ya
no podía más (Lc 23, 26). Todo lo que significa una
carga en la vida alcanza aquí su máxima dureza: el
trabajo, la penuria, el dolor, las personas que nos
rodean, el propio ser, el decaimiento del ánimo, el
vacío interior, lo insoportable de todas las cosas. En
un sentido último, todo esto es “carga”, no porque
sea doloroso en vez de gozoso, sino porque el
pecado ha echado sobre ello la maldición de la fatiga.
El hombre trata de evadirla. No quiere asumirla ni
permanecer sometido a ella. La pereza, la cobardía,
la rebelión contra el peso de la existencia: todo esto
se transforma aquí para Cristo en el dolor de haber
de cargar con lo que excede sus fuerzas.

124
MISTERIOS DOLOROSOS

La antigua doctrina de la vida espiritual considera


la pereza como la primera debilidad del hombre y la
que debe combatir desde el principio. Ahora pode­
mos comprender lo que esto significa. Y podemos
también esclarecer lo siguiente sobre nosotros mis­
mos, a saber, que hay un lugar al que pertenecemos:
el peso que llevamos, la fatiga que soportamos, la
tarea en que hemos de perseverar; nuestra perso­
nalísima carga vital, en la que cobra cuerpo la carga
de la existencia humana.

El último misterio resume, asimismo, todo lo ante­


rior. Es tan inagotable como el primero. Debemos
sumergirnos en él, abrir nuestros ojos y nuestro
corazón, dejar que nos llegue lo que ahí sucede y
perseverar ante ello, conscientes de que nos afecta
profundamente.

Quinto misterio: La crucifixión y muerte del Señor

Antes de morir, dice el Señor estas palabras:


“Todo está cumplido” (Jn 19, 30). De ello habla todo
este misterio: de cómo “todo está cumplido”. Lo

125
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

que aquí sucede tiene su preludio en la Creación


del mundo; allí se hizo todo. Luego todo fue arras­
trado a la perdición por el pecado. Ahora vuelve
el Señor a acogerlo todo en su vida y a padecerlo
hasta el final con un dolor que sólo Él conoce. Con
ello alcanza el fundamento último de la fe y lo
hace patente. De este fundamento brota la nueva
Creación. El nuevo comienzo que se nos regala; las
fuerzas que hagan surgir en nosotros al hombre
nuevo y lo elevarán a la vida eterna; el nuevo cielo
y la nueva tierra que algún día lo rodearán...; todo
esto proviene de esa hora.
Debemos saber esto. Nos hacemos cristianos
en la medida en que cobramos conciencia de que
vivimos de la agonía de Cristo y la mantenemos en
toda circunstancia. A la luz de este convencimiento
se transforma también nuestro propio dolor. Si éste
sólo era antes la consecuencia del pecado y de su
extravío, ahora queda unido al misterio de la cruz,
y participa, así, del poder de transformar el antiguo
ser en el nuevo. Desde la perspectiva mundana, el
sufrimiento humano no puede, en definitiva, hallar
consuelo. Nada puede realmente remediarlo. De

126
MISTERIOS DOLOROSOS

ordinario apenas notamos esto, porque el dolor no


dura demasiado o no le prestamos suficiente aten­
ción. Pero, si el dolor se agrava y ya no podemos
sino mirarlo a los ojos, vemos que para el sufri­
miento no puede haber más ayuda que la que surja
de él mismo. Desde la Pasión de Cristo esto es así.
Allí surgió el espacio espiritual temible y dichoso,
a la vez, en el que podemos adentrarnos y donde
se nos da fuerza para lograr, si padecemos con
Cristo, transformar nuestro viejo ser en uno nuevo.
Cuando el hombre comprende este misterio y se
confía a él, accede al centro de todas las cosas, y
todo se torna bueno.

Pero, ¿dónde ha quedado María en todo esto?


No hemos hablado de ella porque la Escritura, al
relatar los últimos días de la vida de Jesús, tampoco
lo hace. Sólo al final se nos dice que “estaba al pie de
la cruz” (Jn 19, 25). Pero esta frase vale para todo lo
precedente, pues ella siempre “estuvo a los pies de
la cruz”. Nunca ha salido del terrible ámbito sagrado
de la Pasión de Cristo. Para su corazón era natural
hallarse presente cuando le era posible. Y asimismo

127
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

evidente es que estuvo siempre al tanto de todo.


Cada respiración del Señor pasó por su pecho; cada
latido de su corazón era suyo propio, y nada le suce­
dió a Él que no “le atravesara a ella el alma”, como
había profetizado Simeón. Así que hemos de verla a
Ella también en todo lo sucedido.
Ella nos une con lo que sucedió allí, y hace que
no nos limitemos a mirar y hacernos una idea, sino
que nos sintamos afectados –nosotros; cada uno de
nosotros; yo mismo–. Y no me saque de en medio
tan pronto como lo que sucede se vuelve demasia­
do difícil para mi cobarde corazón, sino que perma­
nezca fiel. Ella permaneció así “hasta que todo se
hubo cumplido”. Así debo hacerlo yo también.

128
10
Misterios gloriosos

L os últimos misterios del rosario son los glo­


riosos. Nos hablan del cumplimiento final de
la Historia santa. Nos cuentan cómo lo que pare­
ció muerte y destrucción fue, en verdad, una supe­
ración. No en el sentido humano, aunque también
en nuestra vida no vence el que hace enmudecer
un testimonio, sino el que lo mantiene hasta el
final, pues, en cierto modo, seguirá operante en lo
sucesivo. De nada parecido, sin embargo, se habla
aquí, sino de que el Dios que creó el mundo lo
acogió en su amor y, haciéndose hombre, sufrió
hasta el final su culpa y sus fatales consecuencias.
Gracias a ello, algo ha cambiado en el mundo; de
una vez para siempre. Una nueva creación ha

129
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

irrumpido, y ahí se mantiene –inexpugnable ante


cualquier poder– como un comienzo de vida en el
mundo, y toda persona de buena voluntad puede
acceder a esta fuente originaria de vida santa. De
los esplendorosos sucesos que siguieron a las
tinieblas de la muerte de Jesús tratan los últimos
misterios del rosario.

Primer misterio: La resurrección del Señor

La muerte del Señor es misteriosa. Padeció la


muerte, una muerte más dura que la que pudo
nadie sufrir, porque estaba más lleno de vida que
cualquier hombre. Sin embargo, habló siempre
de su muerte de tal modo que aparecía unida a
la resurrección: “Desde entonces comenzó Jesús a
manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y
sufrir mucho de parte de los ancianos del pueblo, de
los sumos sacerdotes y de los maestros de la ley, ser
ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21). Los
discípulos no entendieron sus palabras, como se
desprende de su comportamiento ante la muerte
de Jesús; pero quien debe de haber adivinado la ver­

130
MISTERIOS GLORIOSOS

dad de tales palabras fue María. Ella fue quien le dio


la vida humana a Jesús; su respiración, su desarrollo
y sus movimientos sucedieron, durante treinta
años, ante sus ojos y en su corazón; estuvo a los
pies de la cruz y le vio morir...; todo ello la llevó a
descubrir que la vida de Jesús era peculiar. Cuando,
después, las mujeres y Pedro y Juan contaron lo del
sepulcro vacío y las palabras del ángel, debió de
ser como si Ella hubiera estado esperándolo. Y Ella,
cuyo corazón había sido encerrado en el sepulcro
junto al cuerpo de su Hijo, ascendió con Él a la luz
de su victoria divina.
En su Carta a los Romanos, San Pablo dice que
“nuestro hombre viejo” ha de ser “crucificado” y
morir y “ser sepultado con Cristo”. Si sucede esto,
“al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por
la gloria del Padre, así también nosotros caminemos
en nueva vida” (Rom 6, 4-5). Constantemente se
verifica en nosotros este morir y ser sepultado
del hombre viejo: en toda lucha contra el mal, en
todo autovencimiento, en todo sufrimiento sopor­
tado con valentía, en todo sacrificio realizado con
amor y generosidad. Con ello resucitamos y nos

131
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

transformamos en un hombre nuevo. De cuando


en cuando, en lo hondo de nuestra interioridad,
adivinamos –a través de las insuficiencias y calami­
dades terrenas– el misterioso bullir de esta forma
de vida santa y eterna, dotada de la “gloriosa liber­
tad de los hijos de Dios” (Rom 8, 21). De ordinario,
es objeto de fe.

Segundo misterio: La ascensión del Señor al cielo

Tras su resurrección permaneció todavía Jesús


entre los suyos los cuarenta días de que hablan los
Evangelios. Desde el mismo Monte de los Olivos en
que había comenzado su Pasión “se elevó hacia lo
alto” (Hch 1, 9) y desapareció en el ámbito inacce­
sible de Dios. María no estaba con ellos al suceder
esto. A juzgar por el conjunto de la narración, esta­
ban sólo los mismos que en el huerto. Ignoramos
si el Señor le había dicho a María cuándo “iría al
Padre”. Pero entre Él y su madre debe de haberse
dado una comunión tan íntima que Ella no necesi­
taba palabras expresas para sentir lo que le pasaba
a Él... Luego, se quedó sola. Pero, cuando San Pablo

132
MISTERIOS GLORIOSOS

dice: “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad


las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la
diestra de Dios. Pensad en las cosas de arriba, no en
las de la tierra” (Col 3, 1-2), estas palabras valen
sobre todo para María. Su Hijo estaba “arriba”, y
su corazón se hallaba junto a Él, y todo su ser
ansiaba ascender hacia Él.
Cuando el Señor abandonó la tierra, empezó
la espera “hasta que venga” (1 Cor 11, 26). Lo que
desde entonces sucede en la tierra no es más que
un mero perseverar, y tener fe significa mantener
esa perseverancia. Para quien no tiene fe, los acon­
tecimientos se realizan como algo que tiene su
sentido en sí mismo. Lo diario y lo extraordinario,
lo grande y lo pequeño, lo terrible y lo bello: todo
aquello de que se teje la Historia sucede como si
fuese todo lo que hay y, aparte de ello, no hubiera
nada. En verdad, la partida del Señor fue como el
resonar de un acorde potente que se mantiene
ahora en el aire hasta quedar en silencio al resol­
verse. Sólo cuando Jesús vuelva, se cumplirán todas
las cosas.

133
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Tercer misterio: La venida del Espíritu santo sobre


el colegio apostólico

En la tarde anterior a su Pasión, el Señor había


dicho a los suyos: “No os dejaré huérfanos” (Jn 14,
18). Cuando se fue, quedaron realmente huérfanos,
pues de la forma en que Dios había estado con
ellos –en la figura de Jesús–, ya no lo estaba más.
Pero, en el día de Pentecostés, Dios volvió de nuevo
en el Espíritu Santo que Jesús les envió. Ahora fue
superada la orfandad; su amigo, su “Defensor”, su
guía celestial estaba con ellos. Pero su tarea consis­
tía, en “guiarlos hacia la verdad completa” y “darles a
Cristo” (Jn 16, 13-14). Entre aquellos sobre los que
descendió el Espíritu Santo estaba también María;
la Escritura lo dice expresamente, y podemos, tal
vez, adivinar algo de lo que significaron para ella la
ráfaga de viento y la llama divinas. Siempre que el
Evangelio habla de Ella, se percibe la relación de
lejanía que tuvo que existir entre la madre humana
y la condición incomprensible de su divino Hijo. La
frase: “Pero ellos no comprendieron lo que les decía”
(Lc 2, 50) está siempre presente. Una vez que ha

134
MISTERIOS GLORIOSOS

venido, el Espíritu Santo la guía también a Ella “hacia


la verdad completa”; “toma lo que es de Cristo y
se lo da a Ella”. Ahora se resuelven los enigmas.
Ella reconoce el poder providente de Dios, y todo
acontecimiento halla su sentido.
También a nosotros se nos envió el Espíritu. Él
hace que no seamos huérfanos. Está entre nosotros
con tal que queramos permanecer junto a Él. Guía
nuestra vida a través de todas las oscuridades, pero
nosotros debemos cederle la iniciativa. Cuando le
dirigimos nuestras súplicas y nos abrimos a Él con
el pensamiento y el amor, nos enseña a entender
a Cristo, y, en Cristo, nuestro propio ser. Y donde
la oscuridad sigue siendo impenetrable por estar
cerrada la existencia terrena, Él nos da testimonio
–en un divino “no obstante”– “de que somos hijos
de Dios”, como dice San Pablo, y nos otorga la cer­
teza de que “Dios ordena todas las cosas para bien de
los que le aman” (Rom 8, 16 y 28).

Los dos misterios siguientes no proceden de la


Escritura, sino de la tradición cristiana. La fuente de

135
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

nuestra fe es la palabra de Dios; pero no debemos


olvidar que “palabra de Dios” no es sólo la escrita,
sino también la anunciada de forma viva, la pronun­
ciada por quienes recibieron la misión de hacer
“discípulos en todos los pueblos (...), enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que
yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 18,
19-20). En virtud de esta misión, la Iglesia contará
por siempre la vida de María.
Algo indecible en sosiego, presencia y discreción,
a la vez, debió de ser su vida tras la partida de su
Hijo. Ignoramos cuánto duró todavía; es posible
que mucho, pues, al morir el Señor, contaba apenas
cincuenta años. ¿Cómo podríamos expresar el
misterio del tiempo que pasó bajo el amparo del
“discípulo a quien Jesús amaba” (Jn 19, 26-27)? Tal
vez podríamos decir que Ella ya no quiso nada más.
No aspiró a nada ni temió nada ni echó nada de
menos, pues todo se había cumplido. Al descender
el Espíritu sobre los discípulos, los preparó para
llevar a cabo su gran obra. Cuando, a la misma hora,
vino sobre María, la tarea de ésta estaba ya hecha.
Es probable que el Espíritu no hiciera en Ella otra

136
MISTERIOS GLORIOSOS

cosa que ponerlo todo en claro. En una claridad


indecible debió de vivir Ella desde entonces, y en
una inefable paz. Sin duda, esperando la hora en
que su Hijo volviese a llamarla; pero con un tipo
de espera llena de plenitud. Cien años hubiera
esperado con la misma paz que un día. Desde este
silencio sereno habrán caído sus palabras como
gotas de luz en los corazones de quienes acudie­
ron a Ella con el deseo de oírla hablar de Jesús, y
nadie será capaz de medir lo que de esas conver­
saciones se trasvasó para siempre al torrente del
Nuevo Testamento.
La imagen de la vida posterior de María es para
nosotros promesa y prenda. Nos dice que no hemos
de tomar el tiempo demasiado en serio, porque, si
tenemos fe, ya vive la eternidad en nosotros. Que
no hemos de sobrevalorar las miserias terrenas,
pues “los sufrimientos del tiempo presente no son
comparables con la gloria que se ha de manifestar
en nosotros” (Rom 8, 18). Y que hemos de pedirle
a Dios que nos haga entender cómo la eternidad
existe ya en medio del tiempo.

137
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

Cuarto misterio: La asunción de María al cielo

Los años de pacífica espera se terminaron. El


Señor vino a llamar a su madre. Ella murió, pues
“está establecido para los hombres que mueran” (Heb
9, 27); pero entonces –dice la Iglesia– Él resucitó su
cuerpo puro e inmaculado. La fuerza de la resurrec­
ción de Jesús se cumplió en Ella, y Él la asumió en
la eternidad. Un misterio de gozo infinito. Cuando
la Iglesia habla de él, cuando los poetas espirituales
lo cantan y los pintores lo representan, es como si
surgiera a la luz algo que, de ordinario, sigue toda­
vía encerrado en la existencia terrena. No en vano
se celebra la fiesta de la Asunción de María en plena
madurez del verano.
Este misterio se nos dio para que adivinemos
algo de lo que significa el gozo del cristiano, el ser
acogido en el triunfo de Dios, el infinito brotar de
la Creación. Y se nos dio para que una luz divina
clarifique nuestra propia muerte. Cuando el Señor
murió y resucitó, transformó nuestro morir. La
muerte era el fruto del pecado; sobre eso, ninguna
palabra, por fuerte que haya sido, ha podido pres­

138
MISTERIOS GLORIOSOS

tarnos ayuda. Pero, al morir Jesús, la muerte ha


perdido “su aguijón”, y se convirtió en algo distinto.
Ahora, ya no la interpretamos sólo desde nosotros,
como un terminar en la oscuridad, sino también
desde Cristo. Morir significa ahora que Cristo viene
y llama. La vida se quiebra, pero, justamente por eso,
se abre la puerta y, al otro lado, está Él.

Quinto misterio: La coronación de María por Reina


de cielos y tierra

Este misterio lleva el anterior a cumplimiento.


Aquél hablaba del paso de María a la eternidad;
éste celebra el momento en que se le otorga toda
la riqueza de la misma. San Pablo dijo que “los que
reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia
reinarán en la vida por uno solo, Jesucristo” (Rom 5,
17). Así, a la que pasó con Cristo por la oscuridad
de la tierra se la hace partícipe de su gloria. De ello
es símbolo la corona. Ahora es ella la “Reina del
Cielo”. Criatura de Dios, como todos nosotros, y
entregada a Él con una humildad tan grande como
su pureza. A la vez, sin embargo, elevada por Él a

139
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

un santo reinado que nada implica de pretensión y


capricho, sino que es la figura viviente de la gracia y
del encanto que ella irradia.
La actitud más íntima del cristiano ha de ser
la humildad. Sabe que por sí no tiene nada, pues
todo le viene de Dios; que por si mismo no puede
nada, sino que todo lo puede sólo por la gracia. La
humildad es el reconocimiento de esta verdad. Más
aún, es la alegría que nos produce; la dicha que
irradia; en último término, no es sino amor. Pero
en esa misma humildad late la conciencia callada de
una oculta grandeza. No propia, sino regalada; pero
regalada de forma que nos pertenece de modo
más entrañable que todo cuanto procede de las
exigencias de nuestro propio ser. Esto indica San
Pablo cuando habla de la “gloria que ha de manifes­
tarse en nosotros” (Rom 8, 18). Es el resplandor de la
majestad de Dios que brilla en el Cristo resucitado.
De él se nos hará partícipes.

140
11
Una propuesta

H emos seguido los misterios que contempla


el rosario en su versión más difundida. En un
bello libro titulado: María, madre del nuevo y el anti­
guo testamento, Josef Weiger habla de “la grandeza
personal e histórico-salvífica de la Madre de Jesús”
(Editorial Werkbund, Würzburg). Al final del libro
trata también del rosario, y expone una idea que
quisiéramos asumir como propia.
Cuando uno contempla los misterios del rosa­
rio, siente deseo de que, en los misterios gloriosos,
se destaque más la verdad que determina nuestra
existencia actual, a saber: la espera por la venida
de Cristo. Para ello, propone Josef Weiger sustituir
los misterios cuarto y quinto (la Asunción y la
Coronación de la Virgen), por los dos siguientes:

141
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

“El Retorno de Jesucristo en Gloria” y “El Reino de


Jesucristo no tendrá fin”. Los dos misterios con­
clusivos de la vida de María han de figurar después,
como un final sinfónico.

Cuarto misterio glorioso: “... que vendrá en toda


su gloria”.

Así fue revelado: “Cuando el Hijo del hombre


venga en su gloria…, entonces se sentará en su trono
de gloria, y serán congregadas delante de él todas las
naciones” (Mt 25, 31-32). Los primeros tiempos
estuvieron llenos de la esperanza en esa venida.
Luego ésta se desvaneció. Pero el anuncio de que
Cristo ha de retornar forma parte indisoluble de
los testimonios de la fe, y el testimonio del retorno
late en lo profundo del corazón cristiano. Un día
–nadie sabe cuando– Él volverá. Pero no en debili­
dad, como antes, como el mensajero “en figura de
siervo” que esperaba que su palabra fuera acogida,
sino como Señor y con poder. Entonces pondrá fin
al tiempo. Hará que perezca el mundo, en cuya his­
toria y forma de ser penetró el pecado. Llamará a

142
UNA PROPUESTA

los hombres a resucitar y los convocará a su juicio


omnisciente. Los juzgará y los llevará a la eternidad
según sean, en verdad, ante Dios.
Vivimos en el tiempo, y el tiempo está lleno
del engaño de la duración. Las cosas perecen y se
renuevan; así, el mundo como un todo parece impe­
recedero. Lo vivo pasa, pero de aquello que muere
surge algo nuevo; así, la vida, como un todo, parece
continuar. Los actos de cada hombre terminan, y
su obra se acaba, pero el siguiente empieza de
nuevo; de esta forma, los afanes y las realizaciones
no parecen tener fin. Al venir el Salvador y no ser
recibido, todo pareció incomprensible y sin salida.
Pero un día vendrá de nuevo; entonces desvelará
el engaño, clarificará todo y traerá la plenitud…
Hasta entonces debemos ser fieles y esperar. Todo
nos contradice. La creencia de que el Señor pondrá
fin a todas las cosas y dictará sentencia parece un
cuento para niños. Pero mantenerla es “la victoria
que vence al mundo”. El Juicio será terrible, pero
¡sea loado! “Aguardemos la feliz esperanza y la mani­
festación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo” (Tit 2, 13). Ante su juicio nadie puede

143
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

sostenerse; pero es la “esperanza bienaventurada”,


porque en Él se hará poderosa la verdad de Dios y
ordenará todas las cosas.

Quinto misterio glorioso:“...y su reino no tendrá fin”

E ntonces estará ahí el Reino de Dios. Todo


será Reino de Dios; no por coacción externa,
sino por disposición interna. Mientras dure el tiempo
terreno, no hay Reino de Dios, porque el bien puede
sucumbir y el mal reinar, como sucede de hecho una
y otra vez. Un día, en la eternidad, cada ser tendrá
tanta realidad cuanta verdad albergue, y tanto poder
cuanta bondad posea. Dios, que es santidad y justicia
por esencia, será por ello el Señor. Lo que se oponga
a Él será entonces destruido en el Juicio y precipitado
en una perdición de la que no tenemos idea. Lo que
salga aprobado en el Juicio respirará y será dichoso
en la gloria de Dios, porque ella es la libertad y la vida.
“Mira –dice el Señor–; yo hago nuevas todas las cosas”.
Habrá un “nuevo cielo” y una “nueva tierra”, llenos
de “la luz de su rostro”; allí “los servidores de Dios lo
adorarán” (Ap 21, 5 y 1; 22, 3-4).

144
UNA PROPUESTA

Esto es lo que esperamos. Pero la fe nos dice


que este Reino ya envió a sus heraldos. Ya está en
nosotros, aunque a modo de promesa y de comien­
zo. En la medida en que creamos en la Buena
Noticia, a pesar de la cerrazón de nuestro ser; en la
medida en que amemos a Dios, en medio de la frial­
dad y el escarnio del mundo; en la medida en que
permanezcamos fieles aunque todo parezca con­
tradecirnos, el Reino de Dios está ya ahí. En esta
disposición vivimos, esperando en aquel en el cual
no hay ni muerte ni pérdida, sino sólo pura realidad.
Cuando se realice plenamente el Reino de Dios, no
seremos allí simples súbditos, sino co-soberanos.
Que las cosas se hacen libres en Dios, eso es el
Reino. Y que nosotros mismos nos hacemos libres
en Él, eso es la “libertad de los hijos de Dios”, en la
que seremos partícipes de su Reinado.
En todo lo antedicho no se habló de María, pero
estaba sobreentendida. Ella espera la hora “señala­
da por el Padre en su omnipotencia” (He 1, 7), en
la que todas estas cosas sucederán. El Juicio de su
Hijo justificará la vida de María ante el mundo.Y en
el Reino de Jesucristo brillará la gloria –llena de gra­

145
ORAR CON... EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA

cia– de la madre, como nos anuncia el Apocalipsis


al mostrarnos, sobre la luna, a una Mujer vestida de
sol y coronada por las doce estrellas (Ap 12, 1).

A los misterios del rosario se unirían ahora


los dos misterios de la Asunción a los Cielos y la
Coronación de María: acorde final de su vida y pre­
ludio de la plenitud futura de todas las cosas.

146
Hablar con Jesús
dirigida por Xame Morell Soler
xame@manglano.org
La Misa: Antes, durante y después
Eucaristía: Velas. Bendición
La Llamada: 12 ideas sueltas. 9 vocaciones contadas
Espíritu Santo. Decenario Pentecostés Confirmación
Corpus Christi
Cuaresma
Mayo
Noviembre. La vida aquí. El cambio. La vida allá
Diciembre. Adviento y Navidad
Convivencias. Guía personal para los ratos de silencio
Orar con Teresa de Lisieux
Camino de Santiago, por Pablo Mª Lacorte
Orar con la Pasión y el Via Crucis
Orar con poetas
Dios Padre, por Manuel Sanlés Olivares
Orar con Teresa de Jesús, por Pedro L. Narváez
Momentos eucarísticos, por J. M. Casasnovas
Orar con el cura de Ars, por J. P. Manglano
Orar con... un pan para cada día, por Agustín Filgueiras Pita
Orar con... los que sufren, por Pedro José Belloso
Orar con el Avemaría, por Vicente Ferrero
Instantes Eucarísticos, por J. M. Casasnovas, s.j.
El Cuarto Mandamiento, por Pedro Latorre
Orar con Teresa de Calcuta, por J. P. Manglano y P. de Castro
Orar 15 días con Francisco y Jacinta de Fátima, por Jean-
François de Louvencourt
Orar con el padre Pío, por Laureano J. Benítez y Óscar A. Peña
Evangelio 2005 comentado día a día, por J. P. Manglano
Orar con una sonrisa diaria, por Agustín Filgueiras Pita
Encuentros eucarísticos, por J. M. Casasnovas, s.j.
Orar con el Rosario, por Cristina González Alba
Orar con 8 personajes de la Biblia, por Mauro Leonardi
Evangelio 2006 comentado día a día, por J. P. Manglano
Al caer de la tarde. Reflexiones para el tiempo de
Adviento, por Cristina González Alba
Orar en... Cuaresma. “Yo hago nuevas todas las cosas”
(Ap 21,5), por Cristina González Alba
Orar con... la vida de los santos, por por Laureano J. Benítez
y Óscar A. Peña
Evangelio 2007 comentado día a día, por J. P. Manglano
Espigando en los Salmos, reflexiones eucarísticas en la
intimidad del sagrario, por J. M. Casasnovas, s.j.
Orar con... San José. El hombre que enseñó a amar a
Dios. Patonazgos, dolores y gozos, por Cristina González
Alba
Orar con... unas gotas diarias de humor, por Agustín
Filgueiras Pita
Evangelio 2008 comentado día a día, por J. P. Manglano
Orar con... las parábolas del reino. ... Para hacer divinos
los caminos sencillos de la tierra, por Cristina González
Alba
Orar con... la palabra de los santos, por Laureano Benítez
No está aquí ha resucitado. Homílias y discursos de
la primera Semana Santa de Benedicto XVI, por
Benedicto XVI
Orar con... la conversión de Saulo de Tarso. ... un fari-
seo cegado por el resplandor de la verdad, por Cristina
González Alba
Orar con... Jesús: el rostro de Dios, por Agustín Filgueiras Pita
Evangelio 2009 comentado día a día, por J. P. Manglano
Pensamientos espirituales (Abril 2005 - Marzo 2006),
por Benedicto XVI
Orar con... el rosario de Nuestra Señora, por Romano
Guardini
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres de RGM, S.A., en Urduliz,
el 21 de noviembre de 2008.

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