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EL LENGUAJE DEL SILENCIO: FAMILIARIDAD CON CRISTO - Mt 6,5-15

1. INTRODUCCIÓN
En la sinagoga judía se practicaba quizá la oració n espontá nea en voz alta, durante el culto
religioso. Orar en las calles parece que acontecía con frecuencia, y no se considera como
problema. Presumiblemente, la oració n era para la mayoría de los judíos algo demasiado
obvio para presentarse como medio de autoprestigio especial. Encontramos en este texto
de Mateo una instrucció n positiva, en lenguaje figurado y expresivo: "entra en tu cuarto".
ταμεĩον es propiamente la despensa de provisiones, que existía también en la casa de
labranza palestina; pero designa en un sentido má s amplio una habitació n secreta y no
visible desde la calle. En este sentido tiene razó n la exégesis de la Iglesia antigua: "No es el
lugar (τό πος) lo que perjudica, sino el modo (τρό πος) y el objetivo (σκοπό ς)". Estas
metá foras del v 6 fueron objeto de interpretaciones alegó ricas: las moradas del corazó n, las
puertas de los sentidos. Así, pues, advirtiendo lo que en este texto versa má s sobre el
orante que sobre la oració n, nos vamos a centrar en la actitud de silencio del orante. De
entrada podemos sacar ya algunas lecciones:
- El silencio es un modo y un objetivo para orar personalmente.
- El silencio no debe estar nunca al servicio de otros fines que el de hablar con Dios.
- El silencio orante lo podemos vivir como demostració n de fe.
- El silencio es una forma de predicació n discreta y efectiva.
- El silencio es preparació n del oyente para acoger la Palabra.
- El silencio es un resumen condensado del contenido de toda predicació n.
- El silencio es instrumento de edificació n.
- La palabra que rompe el silencio para decir algo a otro que no sea de Dios, es abuso.
- El silencio preserva de la hipocresía y conduce por los senderos de la autenticidad.
- El silencio aleja de los exhibicionismos y permite comprender la generosidad de Dios.

2. MOTIVACIONES
"Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su
carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono
real…" (Sb 18,14-15). No es fá cil para nosotros descubrir el gran significado del silencio en
nuestra vida tan llena de actividades. Tal vez no lo decimos, pero sentimos que dedicar
tiempo a hacer silencio es perderlo. Pecando de un exagerado realismo, queremos evitar
todo lo que suene a evasió n de la realidad, o a su enajenamiento. Otras veces, cansados de
las rutinarias formas de la oració n regular, nos preguntamos si en verdad llegamos a la
experiencia de Dios. Cada uno de nosotros ha de poner todo nuestro esfuerzo en lograr un
clima de silencio que propicie la contemplació n de la Vida de Jesú s en los siguientes
términos: “Las personas consagradas, quienes por la consagració n «siguen al Señ or de
manera especial, de modo profético», son llamadas a descubrir los signos de la presencia de
Dios en la vida cotidiana, a ser sapientes interlocutores capaces de reconocer los
interrogantes que Dios y la humanidad nos plantean. Para cada consagrado y consagrada el
gran desafío consiste en la capacidad de seguir buscando a Dios «con los ojos de la fe en un
mundo que ignora su presencia», volviendo a proponer al hombre y a la mujer de hoy la
vida casta, pobre y obediente de Jesú s como signo creíble y fiable, llegando a ser de esta
forma, «exégesis viva de la Palabra de Dios» (Papa Francisco. Constitució n Apostó lica
Vultum Dei Quaerere, 2). Pensemos que en la mística del amor, desde el á mbito vicenciano,
un favorable ambiente de silencio es el que permite unir la contemplació n y la acció n, la

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misió n y la caridad, la liturgia y la vida, la espiritualidad y el apostolado, nuestros ideales y
la realidad, todo para un servicio má s efectivo en la persona de los pobres.
En el proyecto provincial que las Hermanas y comunidades recientemente han
recibido, se recoge una de las peticiones, que a su vez se hizo en la ú ltima Asamblea
Provincial: “Cuidar el silencio en los Ejercicios Espirituales. Y para ello dedicaremos el
primer día a profundizar en la necesidad del mismo, a crear silencio interior y un clima que
lo favorezca, ayudá ndonos unas a otras a conseguirlo". (AP Prop 20).
El silencio enmarca nuestra familiaridad con Cristo: "Estamos convencidas de la
necesidad de acudir constantemente al Evangelio para dejarnos transformar por Cristo día
tras día. Para recibir de Cristo la audacia de la Caridad, necesitamos alimentar la sed de
encontrarle y entrar cada vez má s en una relació n de intimidad profunda con É l. Para esto,
atrevá monos aú n má s a: Cultivar la interioridad, a ejemplo de Jesú s que se retiraba en
silencio para orar y buscar la voluntad del Padre. Contemplar, juntas, a Cristo en el
Evangelio para construir día tras día una Comunidad de fe. Intensificar nuestros
intercambios sobre la Palabra de Dios y sobre nuestras experiencias de fe con sencillez y
espontaneidad. Profundizar en el sentido de la liturgia para celebrar mejor nuestra fe.

3. POSIBILIDADES
El silencio es elemento imprescindible de apertura a Dios. Abre nuestra memoria a las
experiencias de amor vividas. Ayuda a “entender” esas experiencias de amor, a saber su
significado en nuestra vida y a buscar la orientació n hacia la cual nos dirigen. San Vicente
dice que los ejercicios son “para aplicarse a conocer su interior, examinar bien el estado de
la conciencia, meditar, contemplar y orar…” Este silencio tiene un fin específico: “conocer
nuestro interior”. Algunas recomendaciones de san Ignacio de Loyola sobre los modos de
oració n, las podemos aplicar al silencio como maneras para hablar con Dios: silencio de
presentació n: diciéndole a Dios lo que sentimos en profundidad: agradecimiento o
frustració n… Silencio de Reconciliació n: “un corazó n agobiado y humillado Dios no lo
desprecia”. Su perdó n ayuda a perdonarnos a nosotros mismos y aceptarnos. Silencio de
petició n: presentamos a Dios nuestras necesidades y las necesidades de la humanidad, de
los pobres a quienes servimos…
Otra funció n del silencio es dejar que Dios nos hable: Trato de recordar pero con
libertad, con verdad y sin prejuicios… esforzándome en no mover la inteligencia, pues es
fá cil buscar justificarse y manipular la voz de Dios. Trato de no tomar decisiones, de dejar
los movimientos de la voluntad para otros momentos. Todo esto desde la luz del Evangelio,
de las Constituciones y de otros medios disponibles para escuchar qué me dice Dios ante lo
que vivo. Las tres acciones propias de este modo de hacer silencio son: Recordar…
Contemplar… Agradecer… Estos modos de oració n y de silencio nos dará n un mayor
conocimiento y aceptació n de nosotros mismos y nos abren má s a Dios.
El silencio es un lenguaje universal que todo el mundo conoce y entiende, aunque no
lo practique o en ocasiones incluso se olvide. Silencio no es lo mismo que incomunicació n;
por el contrario, el silencio posee una tremenda carga comunicativa. Tras el silencio hay
innumerables ideas, experiencias, sentimientos, etc. Hay silencios que expresan lo má s
sublime de la relació n interpersonal. Este silencio manifiesta la compenetració n plena
entre personas que se aman y conocen, sin recurrir a la expresió n verbal. También
encontramos un silencio humano y respetuoso con la desgracia ajena: la impotencia de la
palabra a la hora de acompañ ar en el sufrimiento, callar para mostrar de forma más
elocuente la compasió n. En estos tiempos de estridencias, el silencio es una bendició n, un

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bá lsamo. El silencio no es renuncia, sino contenció n, una pausa, un espacio para la
reflexió n. El silencio es prudencia. El silencio es elocuente. Hay silencios que dicen má s que
mil palabras. Hay silencios que gritan, que consienten, que censuran, que claman, que
duelen... El lenguaje es palabra y silencio. Hay un silencio que se torna en un estado que
todos necesitamos en algú n momento. Han muchas situaciones vitales, que para poder
entrar en su contenido má s profundo, requieren del silencio. El silencio, en casos así, habla
por sí mismo.

4. LA FUERZA DEL SILENCIO, CONTRA LA DICTADURA DEL RUIDO.


Es el título de un libro, que es una larga conversació n del cardenal Robert Sarah con el
periodista Nicolas Diat. El Papa emérito Benedicto XVI dijo al respecto “con el cardenal
Sarah, maestro de silencio y de oració n interior, la liturgia está en buenas manos”. El
argumento central del libro es que “la verdadera revolució n viene del silencio, que nos
conduce hacia Dios y los demá s, para colocarnos humildemente a su servicio”.
Nuestra espiritualidad vicenciana, confía también en la fuerza del silencio. La Cons.
21 de varias manera lo expresa: "La acció n apostó lica de las Hijas de la Caridad encuentra
su fuerza en la contemplació n, a ejemplo del Hijo de Dios que, íntimamente unido a su
Padre, se retiraba con frecuencia para orar. Uno de los momentos fuertes de su jornada es
la oració n: escucha del Señ or, alabanza, acció n de gracias, contemplació n, bú squeda de su
voluntad, presentació n de la vida y de las necesidades de los pobres. Los fundadores
recuerdan a las Hijas de la Caridad que no pueden subsistir si no hacen oració n. Sin
embargo, cuando las necesidades urgentes del pró jimo lo requieran, tienen que saber dejar
a Dios contemplado en la oració n, para volver a encontrarlo en el pobre. Para respetar la
intimidad de cada una de las Hermanas con Dios y facilitar a todas una indispensable
recuperació n interior, hacen falta tiempos de silencio. Clima de Dios, el silencio, aceptado
de comú n acuerdo, favorece encuentros de mayor riqueza en el plano espiritual. Los
Ejercicios espirituales (retiro anual), de cará cter comunitario y vicenciano en la medida de
lo posible, son ocasió n de: diá logo má s intenso con el Señ or, celebraciones litú rgicas más
festivas, revisió n de vida, para un servicio mejor. Un día de reflexió n y oració n, en
particular o en comú n, proporciona todos los meses un apoyo necesario a su vida
espiritual".
También los Estatutos 3: "Las Hermanos dedican a la oració n una hora diaria, que se
reparte segú n las necesidades de la misió n. En la medida de lo posible, la hacen en comú n.
Con sencillez y espontaneidad, comparten su experiencia de Dios. Mediante la lectura de la
Palabra de Dios, preparan la oració n del día siguiente. El Proyecto comunitario determina
las modalidades de un intercambio perió dico". 4: "Con un deseo de conversió n, cada día, en
un tiempo previsto en el Proyecto comunitario, releen su vida para descubrir la acció n del
Espíritu, dar gracias a Dios y revisar su fidelidad". y 5: "Los Ejercicios espirituales (Retiro
anual) tienen una duració n de ocho días. Las modalidades se determinan a nivel
provincial". Y la Cons. 28e: "La renovació n se hace en silencio, en la fiesta de la Anunciació n,
día escogido por santa Luisa para asociar al Fiat de la Virgen María su propia donació n y la
de sus hijas".

5. EL SILENCIO ES CAPACIDAD DE ESCUCHA


«Oigo en mi corazó n una voz que dice: "Busca mi rostro"» (Sal 27). No escuchamos só lo con
nuestro oído. Nuestro cuerpo también escucha. Una palabra, cuando encuentra un cuerpo
abierto, se extiende por É l. El silencio crea una resonancia en la Palabra. Después de hacer

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silencio se escucha mejor. El oído no selecciona. La vista es má s selectiva. El oído se entera
de todo. Del canto del pá jaro y del silbido del viento. El silencio es necesario para
seleccionar la Palabra de gratitud o de consuelo.
Para escuchar es necesario el afecto. Nuestra escucha es inmensamente
provocadora. La escucha inspira al otro. Si escuchas, derribas los muros del otro y provocas
su palabra. El silencio permite que acontezca la Palabra que habita en tu corazó n. No la
busques fuera, de alguna manera ya está dentro: Escú chala. El silencio nos entrena para
escuchar sin adelantarnos... Hemos de llegar a ser pura escucha. Dios tiene una ú nica
palabra: Jesú s. Basta escucharle. Hay edades en que se tiene pasió n por la palabra; y otras,
en cambio, que se siente pasió n por el silencio. Hay situaciones que por sí mismas nos
arrojan al silencio, donde el ú nico desembarcadero es el silencio, al hallar cerradas todas
las puertas y todas las salidas, y encontrarnos con que el verdadero callejó n sin salida es el
silencio mismo. ¿A dó nde ir si está s en un mar sin costas, sin periferias? Esta es la aventura
y el riesgo del silencio, que no es evasió n de la vida, sino la desembocadura en la Vida
misma. Porque la vida es un eterno fluir. El ser humano no es un estanque, no es agua
detenida, sino agua que fluye sin cesar. Este silencio es plena comunió n y pleno abandono.
La palabra no es nada sin el silencio. El silencio viene a ser como el lecho y el
alumbramiento de la Palabra. La misma oració n se puede expresar como la alianza, las
bodas, del silencio y la Palabra. Palabra y silencio no son rivales. En la oració n, el hombre
pone el silencio y Dios pone la Palabra. Es en el silencio donde mejor luce la Palabra. En el
silencio Dios nos da la bienvenida y nos ofrece Su Palabra ú nica y definitiva. Todo su
silencio se revela en Jesú s. Así el silencio nos conduce y canta al inefable, al innombrable.
En el silencio nadie puede escapar. Es el espacio, quizá , de mayor realismo de
nuestra vida. Hacer silencio es vaciarse de sí mimos para recibir del Otro. En el silencio no
hay fecha. Nos enseñ a a respetar los ritmos de la vida. El silencio es saber esperar. No hay
ni un solo instante inú til en el silencio. Todo es transformació n, fecundidad, maduració n y
crecimiento: la semilla, la fruta, la gestació n, las estaciones… Es saber estar con paciencia.
En el silencio no hay prisas. Todo es paz. Decía Ciceró n: «tres cosas hay en la vida a las que
no se les puede meter prisa: a la naturaleza, a un anciano y a la acció n de los dioses en tu
historia».

6. SILENCIO Y PRESENCIA DE DIOS


"Volvió por segunda vez el á ngel de Yahveh, tocó a Elías y le dijo: «Levá ntate y come,
porque el camino es demasiado largo para ti». Se levantó , comió y bebió , y con la fuerza de
aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.
Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le
dijo: «¿Qué haces aquí Elías?» El dijo: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los
israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus
profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitá rmela». Le dijo: «Sal y ponte en el
monte ante Yahveh». Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracá n tan violento que
hendía las montañ as y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el
huracá n. Después del huracá n, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor.
Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el
susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la
entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?» El
respondió : «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu
alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y

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buscan mi vida para quitá rmela». Yahveh le dijo: "Anda, vuelve por tu camino hacia el
desierto de Damasco, vete y unge..." (1 Re 19,7-15).
El silencio nos ayuda a retomar el proyecto de Dios, a recobrar las fuerzas para
continuar la misió n, a edificar de nuevo, a vivir con atenció n. El silencio es aprender a vivir
ininterrumpidamente ante la Presencia de Dios. Es vivir la eternidad encerrada en el
instante. Todo está en cada instante. Nada nos separa de la presencia de Dios si estamos
atentos. «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). El silencio puede hacer que
Dios se haga evidente. Sin intermediarios. Un religioso de gran acció n tuvo un accidente y
se quedó inválido. Se quejó a Dios de su inutilidad y su indigencia. Y Dios le contestó : «Pero
yo no tengo necesidad de que hagas nada. Só lo necesito que sonrías siempre». El silencio
desemboca en la presencia del Señ or y la respuesta vendrá siempre. «Buscad primero el
Reino...». El silencio no es otra cosa que la bú squeda de ese Reino. Y el Reino está dentro. Al
hacer silencio abrazamos la nueva vida que nos ofrece Jesucristo. El silencio nos retorno al
paraíso: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1). A veces, el silencio es só lo
purificació n. El silencio te lleva a tu origen: «En la casa de mi Padre hay sitio para todos»
(Jn 14,2). El hombre es una casa habitada por Dios. El silencio es bú squeda y encuentro con
Dios: Un judío cuenta que un día llegó a casa su hijo llorando. «¿Qué te pasa?», le preguntó
el padre. Y le contestó el niñ o: «Está bamos jugando al escondite y a mí nadie me buscaba».
Eso es lo que le pasa a Dios. Se ha escondido y nadie le busca. La vida no se reduce a las
noticias que nos dan del exterior. Se busca informació n de la vida en los diarios. Saludamos
a la gente preguntando: «¿Qué hay de nuevo?». En el silencio la mejor noticia nos la damos
nosotros: «He encontrado a Dios». Nuestra tarea es comunicarnos esta gran noticia.
Cervantes dice en el Quijote que necesita a un lector desocupado para poder ofrecerle la
lectura de su libro. A veces, el silencio es esto: desocuparse para sumergirse en algo que
habita en nosotros. Siempre nos ocupamos. ¿Para qué? Las ocupaciones nos desplazan, nos
aíslan de nosotros. Pendientes de los resultados y conclusiones de nuestros objetivos no
sabemos ni respirar. «No tengo tiempo ni de respirar». Esta frase que se dice mucho es muy
significativa. ¿Qué sacaremos de esto? ¿Qué resultado obtendremos? Lo mejor de la vida no
se logra. Lo mejor de la vida es ella misma. La vida no es el resultado de un esfuerzo. La
vida llega a nosotros porque sí. No es un logro ni una conquista. No es el resultado de
nuestro afá n. Nuestra idea equivocada de la vida nos obliga a vivir con una prisa enfermiza.
Y corriendo de afá n en afá n, no vemos que en lo pequeñ o se ve la Vida. Se ve a Dios. La vida
acontece en cada instante. La vida no es lo que producimos nosotros. Ningú n producto es
Dios. "En la diná mica de la revelació n cristiana, el silencio aparece como una expresió n
importante de la Palabra de Dios" (VD 21).
El silencio es ocasió n para el descanso: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y
descansad un poco» (Mc 6, 31). El silencio es respuesta al dolor humano «Aunque hable no
cesa mi dolor» (Job 16,6). El dolor no se demuestra. Siempre se vive sin má s. El silencio se
vive en confianza. El silencio es creativo. Y hay diversas modalidades de silencio: Silencio
de humildad. Silencio de admiració n. Silencio de asombro. Silencio de la alegría. Silencio del
amor.

7. EL SILENCIO EN LA ENSEÑANZA DE SAN VICENTE DE PAÚL


El Silencio es particularmente necesario para la vida en comunidad. Es alabanza de Dios. Es
un medio indispensable para guardar el recogimiento interior y para no perder el tiempo.
Para desarraigar la semilla de la murmuració n, muy perjudicial a la paz y armonía en
comunidad. Muchos vicios provienen ordinariamente de la curiosidad de saber cuanto pasa

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bajo pretexto de un falso celo del bien comú n. No indagará n, ni hablarán del manejo de la
Comunidad, ni de los motivos porque destinan a la una, y retiran a la otra de su destino, ni
de sus circunstancias, de sus empleos, de los oficios de las demá s, ni de las reglas de la
Comunidad para tacharlas, ni mucho menos para quejarse. Si advirtiesen alguna cosa que
les pareciese fundada expondrá n humilde y sencillamente su pensamiento a la Superiora, al
Director, o al Superior, y absteniéndose de censurar la conducta de las demá s, o el manejo
de la Hermana Sirviente. Las murmuraciones son el manantial de los escá ndalos y
divisiones, que provocan la ira del Señ or, no solo sobre las Personas que las promueven,
sino también sobre las que las escuchan con complacencia, y aun sobre toda aquella
Comunidad. Se abstendrá n en sus conversaciones de sacar los defectos del pró jimo, y en
particular de sus Hermanas, y de referir lo que de ellas oyeren fuera de casa. Si alguna se
propasase contra esta disposició n faltando a la Caridad, ante sus Hermanas, lejos de oírla
estas, le cortará n el discurso, arrodillá ndose, y rogá ndola para que cese; y si esto no
bastare, se retirará n con presteza como del silbido de la serpiente.
Como el silencio sea el mejor, y más eficaz medio para evitar no solo la multitud de
faltas contra la Caridad que se cometen por ligereza, sino también la multitud de pecados
que resultan de la locuacidad, por tanto evitará n toda palabra ociosa en sus ocupaciones, y
en especial, desde las oraciones de la tarde hasta después de la Misa del día siguiente, y
desde las dos de la tarde hasta las tres, de modo que se acuerden, aun caminando por las
calles, que dicha hora está dedicada al silencio; y si se ven precisadas a romperlo, lo
ejecutará n con voz baja, y en pocas palabras. Honrarán el silencio de Nuestro Señ or en
todas las cosas que se refieran a la Compañ ía, ya que el príncipe de este mundo se
aprovecha de las cosas santas que se divulgan con ligereza.

7. DISPOSICIÓN CONCLUSIVA
"Se ha de educar al Pueblo de Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de
la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del
recogimiento y del sosiego interior. La gran tradició n patrística nos enseñ a que los
misterios de Cristo está n unidos al silencio, y só lo en él la Palabra puede encontrar morada
en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente
(VD 66). Así pues, que cada jornada nuestra esté marcada por el encuentro renovado con
Cristo, Verbo del Padre hecho carne. É l está en el principio y en el fin, y «todo se mantiene
en él» (Col 1,17). Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que
ella, por la acció n eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablá ndonos a lo largo
de todos los días de nuestra vida. De este modo, la Iglesia se renueva y rejuvenece siempre
gracias a la Palabra del Señ or que permanece eternamente. Y también nosotros podemos
entrar así en el gran diá logo nupcial con que se cierra la Sagrada Escritura: «El Espíritu y la
Esposa dicen: “¡Ven!”. Y el que oiga, diga: "¡Ven!"... Dice el que da testimonio de todo esto:
"Sí, vengo pronto". ¡Amén! "Ven, Señ or Jesú s" (Ap 22,17.20). (VD 124). El estilo de Dios es la
humildad y el silencio, no el espectá culo (Francisco).

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