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LORDS DEL DOLOR

La Realeza de la Universidad de Forsyth, #1

Angel Lawson & Samantha Rue


Contenido
LORDS DEL DOLOR ..... 2 Capítulo 10 .................. 91 Capítulo 24 ................ 225
Contenido...................... 3 Capítulo 11 ................ 100 Capítulo 25 ................ 230
Argumento .................... 5 Capítulo 12 ................ 118 Capítulo 26 ................ 243
Nota de las autoras ....... 6 Capítulo 13 ................ 122 Capítulo 27 ................ 246
Prólogo .......................... 7 Capítulo 14 ................ 128 Capítulo 28 ................ 251
Capítulo 1 .................... 19 Capítulo 15 ................ 141 Capítulo 29 ................ 256
Capítulo 2 .................... 24 Capítulo 16 ................ 152 Capítulo 30 ................ 263
Capítulo 3 .................... 34 Capítulo 17 ................ 158 Capítulo 31 ................ 268
Capítulo 4 .................... 38 Capítulo 18 ................ 166 Capítulo 32 ................ 277
Capítulo 5 .................... 45 Capítulo 19 ................ 182 Epílogo....................... 281
Capítulo 6 .................... 49 Capítulo 20 ................ 193 Segundo Libro .......... 285
Capítulo 7 .................... 64 Capítulo 21 ................ 201 Sobre las autoras ...... 286
Capítulo 8 .................... 68 Capítulo 22 ................ 214 Nosotr@s ................... 287

Capítulo 9 .................... 76 Capítulo 23 ................ 220


Argumento
Nunca proclamé ser una buena chica, pero
definitivamente nunca pedí esto.

Killian, Tristian y Rath.

Esos tres hombres son parte de mi pasado, uno que


preferiría no volver a mirar a los ojos. En la escuela
secundaria, conocían mis secretos y yo conocía los suyos.
Ellos tenían poder y yo no tenía nada. La noche en que
todo se vino abajo, mi hermanastro permitió que sus dos
mejores amigos se desahogaran conmigo mientras él
miraba. Mientras reían.
Pero lo que pasó esa noche no es mi mayor secreto.
Así que hui, pensando en no regresar nunca más.
Tres años después, estoy parada en la puerta de su
casa como una vagabunda. Son más poderosos que
nunca ahora, habiendo ascendido al rango de Lords en la Universidad de Forsyth. Pero aún
estoy huyendo y hay otro monstruo persiguiéndome.

¿Qué podría traerme de regreso a sus vidas, sus hogares y, en última instancia, a sus camas?

Temor. Vergüenza. Desesperación.

Killian, Rath y Tristian no son los únicos que me quieren. Hay alguien mucho más
peligroso que me ha estado acechando desde que dejé la ciudad por primera vez. Alguien que
hace que el mal que conozco se sienta menos peligroso que el mal que no conozco.
Pero ser su Lady es más que ropa elegante y reputación.
Puede que esté bajo su protección, pero también estoy a su merced.
Y no hay nada que un Lord ame más que tomar el control.
Nota de las autoras
Si eres un amigo o familiar, deja este libro ahora. Amamos que quieras apoyarnos. Pero no leas
este libro. Nunca más podremos mirarte a los ojos durante la cena.
Para todos los demás, este libro es oscuro. Pero muy oscuro. Más que cualquier otro libro
que hayamos escrito. Si has leído otros libros de Angel Lawson, este es diferente. Si crees que
Heston Wilcox, de Devil May Care, es malo… pues ahora se tambalea al borde de lo apropiado,
así que retrocede ahora.
Killian Payne, Dimitri Rathbone y Tristian Mercer son personas malvadas, malcriadas, con
derechos, complicadas y terribles. Los amamos, pero es posible que tú no los ames. quizás
puedas encontrar sus actos imperdonables. Y eso está bien.

Advertencia: este libro contiene abuso gráfico, dudoso/inexistente consentimiento,


intimidación intensa y otras situaciones incómodas.

¡Antes de que te vayas! ¡Únete a nuestro grupo de lectores!


Prólogo
STORY
Royendo mi uña, pregunto: —¿Y qué hay de este?
Mary frunce el ceño a través de mi pantalla. —No muestras suficientes tetas, hermana.
—¿En serio? —Miro mi escote. No voy a fingir que tengo las tetas más grandes del mundo,
pero tampoco estoy totalmente plana. Las cosas serían mucho más fáciles para mí si lo fuera—.
Estoy prácticamente con las tetas afuera.
—Pfft —dice—. Muestra un pezón o algo, Story. Los Sugar Daddys se corren encima por un
pequeño vistazo de un pezón. —Me tiro de la parte superior de la camiseta y me paso el pulgar
por el pezón. Se endurece. Mary, con la que estoy hablando por videochat, me hace un gesto
de aprobación—. Perfecto.
—¿Qué debo pedir? —Hago unas cuantas fotos de prueba, intentando parecer sexy y
mucho más feliz de lo que me siento—. Sigo recibiendo tarjetas de regalo de Starbucks, he tenido
que venderlas para conseguir algo de dinero.
—Entonces, empieza a ir directamente a por el dinero —dice, haciendo una bomba de
chicle—. Obviamente él está en la línea.
No era mi intención convertirme en una Sugar Baby, pero después de publicar una foto
mía en la playa en bikini durante las vacaciones de primavera, las solicitudes siguieron llegando
a mi cuenta de ChattySnap. Sentí curiosidad en ese momento, pero no la suficiente como para
seguir indagando.
No hasta que las cosas se pusieron lo suficientemente malas.
Tres meses más tarde y ya tenía bastantes seguidores. Aparentemente, las vírgenes no son
una vergüenza social en el mundo de los Sugar Daddys como lo es en mi instituto.
—Cinco dólares por una foto en camiseta, sin sujetador —enumera Mary—, diez por un
escote completo con un pequeño vistazo del pezón. Veinte por una en topless, pero creo que si
te cambias a la camiseta a una rosa pálido, recibirás más dinero.
Hago las cuentas. Si envío cinco fotos en topless, son cien dólares rápidos. Eso es un billete
de autobús y una comida. No es suficiente para que El Plan salga bien, pero es un buen
comienzo. El hecho de tener el billete en la mano será suficiente para hacer todo esto soportable,
sólo por un poco más de tiempo.
—De acuerdo —digo, haciendo retroceder los nervios que han empezado a acumularse en
mi estómago. Cuanto más me meto en esto, más miedo me da. Da miedo porque implica
exponerme a extraños. Me da miedo porque van a ver una parte de mí, la misma parte de mí
que tanto he intentado guardar para mí. Da miedo porque lo necesito, y si hay algo que he
aprendido este último año es que necesitar algo significa ceder al poder de otra persona.
—Mi camiseta está abajo en el cuarto de lavandería —explico, ansiosa—. Deja que la coja y
acabe con esto.
Mary cuelga y yo dejo el teléfono sobre la cama. El cuarto de lavandería está abajo, junto
a la cocina. Aunque ha pasado un año, todavía no me he acostumbrado al tamaño de esta casa,
la casa de mi padrastro. Antes de que mi madre se casara con Daniel, vivíamos en un
apartamento de dos habitaciones que daba a las vías del tren. Ahora estamos en una acogedora
mansión de 2.000 metros cuadrados con piscina y una sala de entretenimiento en la planta baja.
Durante mucho tiempo, parecía más un hotel que un hogar.
Ahora parece otra cosa.
Me escabullo por la cocina y observo las cajas de pizza desechadas en la isla. Eso y los
insultos que vienen del sótano son una señal segura de que mi hermanastro y sus amigos están
abajo.
Me detengo al darme cuenta, sintiéndome estúpida.
La risa rebota por las escaleras, como una aguda advertencia. Killian y sus mejores amigos,
Dimitri Rathbone y Tristian Mercer, son inseparables, y pasan todo el tiempo juntos como los
reyes dominantes de nuestro instituto. Los tres conforman la realeza completa de la clase
superior. No hace falta convivir con uno de ellos para conocerlos de verdad: todo el mundo los
conoce.
No debería sorprenderme que estén aquí. En la escuela se dice que Tristian fue dejado
por su novia el otro día. Si el drama insignificante de la escuela secundaria no pareciera una
mierda juvenil, desde mi punto de vista, probablemente lo llamaría un gran escándalo. Ser la
novia de uno de estos tres es como ganar la puta lotería. Tienes la infamia, los regalos caros y lo
que básicamente equivale a tres guardaespaldas las 24 horas del día. Estos tres comparten todo,
y protegen lo que es suyo.
Sin embargo, es obvio que es inteligente. Probablemente descubrió lo que todas esas otras
chicas nunca descubrirán: que no vale la pena. Son chicos fríos, con sus ojos siempre vigilando.
Hay un cierto tono en sus caras cuando estoy cerca que hace que se me erice el vello de la nuca.
Por suerte, soy de primer año y me han dejado muy claro que nunca debo mirarlos ni dirigirles
la palabra, y que bajo ningún concepto nadie debe considerarnos familia a mi hermanastro y a
mí.
No es que quiera que me asocien con un imbécil como él, de todos modos. Durante un
minuto, justo al principio, Killian estuvo… normal. No fue amable, ni cálido, ni siquiera cordial,
así como un prisionero podría tratar a su compañero de celda. Era una aceptación, un
reconocimiento, de que ninguno de los dos tenía elección en esto. Había sido casi comprensivo,
rozando la amistad. Por un momento, pensé que éramos amigos.
No duró mucho.
No sé exactamente cuándo dejó de hacerlo, pero ahora mi hermanastro se esfuerza por
dejar claro que me odia. Sus amigos se alternan entre ignorarme y enviarme maliciosas y
burlonas púas mientras sus ojos me acosan, esperando, con la esperanza de sacarme de quicio.
Solía preguntarme por qué, intentando averiguar qué había hecho para que fueran tan malos
conmigo. Killian y sus amigos son el tipo de chicos que han sido bendecidos con todo:
apariencia, cerebro, dinero, atletismo. Son dioses en el campus y la actitud no cesa cuando están
en casa, especialmente en la guarida de Killian.
Ahora sé que nunca necesitaron una razón.
Oírlos es sólo un recordatorio de lo agotador que es todo, andar de puntillas por esta casa,
evitando todas las minas terrestres. Parece que hay una a cada paso. Todo esto me ha vuelto
paranoica. Siento que me vigilan constantemente. O que alguien ha estado en mi habitación.
Sin embargo, podía soportar eso. Por mi madre. Por la seguridad. Pero una vez que las cosas se
intensificaron...
Respiro profundamente para calmar mis nervios. Tengo El Plan, ¿verdad? Sólo tengo que
conseguir el dinero y luego soy libre. Tomo mi camisa, huyo a mi habitación, cierro la puerta
con llave y acabo con mis asuntos.
Hay tres cestos de ropa limpia en la lavandería, la mayoría de la ropa de fútbol de Killian.
Toda la habitación huele ligeramente a sudor agrio y aerosol corporal persistente. No importa
cuántas veces mi madre blanquee su uniforme, el olor nunca desaparece. Me agacho y busco
en una de las cestas mi camiseta de color rosa.
—Gracias a Dios —suspiro, enganchando la camisa de algodón en mis dedos—. Te encontré.
—No, parece que nosotros te encontramos a ti.
El corazón se me sube a la garganta y me doy la vuelta, con la mano agarrada a la garganta.
Tristian y Dimitri, Rath, como le llaman todos, están parados en la puerta.
—Dios, me han asustado —Exhalo, desviando mis ojos entre ellos—. No deberían andar a
escondidas así.
—¿Por qué no? —dice Tristian, con una sonrisa afilada y ladeada en la boca. Por la mirada
vidriosa de sus ojos y la forma en que apesta a cerveza, está claro que ha estado ahogando sus
penas ahí abajo. No soy tan tonta como para imaginar que tiene el corazón roto por haber sido
abandonado. Probablemente sólo esté cuidando su ego herido—. Tú eres la que se escabulle
aquí arriba como un ratoncito asustado.
Tristian es increíblemente guapo. Es todo pelo rubio, piel bronceada y músculos delgados
y duros. Sé que, de los tres, es el que mejor se lleva con las chicas. Al igual que Killian y Rath,
también es enorme. Intimida no sólo por su tamaño, riqueza y popularidad, sino sobre todo por
algo más.
Su sonrisa, nunca llega a sus ojos.
Son de color azul hielo y llevan un destello de frío desapego. Sólo con mirarlos me dan
ganas de envolverme con mis brazos.
Rath es todo lo contrario a Tristian, con su pelo negro como la tinta, sus piercings en los
labios, su piel pálida y sus ojos oscuros. Es más callado que los otros dos, con esos ojos intensos
siempre observando, rastreando. El año pasado tuvimos una clase juntos durante un solo
semestre, y fue suficiente para que odiara incluso estar en la misma habitación que él. Una larga
mirada suya siempre me hace sentir el impulso de esconderme.
—Fíjate —dice Rath, sacudiendo la barbilla hacia mí—. Story no lleva sujetador.
Sólo con mencionarlo se me endurecen los pezones, duplicando mi vergüenza.
—Pequeños pezones duros, ¿eh? —dice Tristian, dando un paso hacia la pequeña
habitación. Mis ojos se dirigen a su mano, que rodea el marco de la puerta, encerrándome. Sus
labios se separan y los moja con la lengua—. ¿Están sensibles? ¿Se han puesto duros solo por
hablar de ellos? ¿O tengo que tocarlos?
Se me cae la mandíbula y cruzo los brazos sobre el pecho.
—Eres un cerdo —Me dirijo hacia la puerta, dispuesta a pasar por delante de ellos, pero
me bloquean la salida por completo. Me echo hacia atrás, con las fosas nasales expandidas—.
Apártate de mi camino.
—Responde una pregunta, Story, y te dejaremos marchar —dice Rath, apoyando el hombro
en el marco. Lleva una sonrisa perezosa y también puedo oler el olor a cerveza que desprende.
Intento mirar por encima de sus anchos hombros, esperando ver a Killian en algún lugar. No
soporta que esté cerca de sus amigos. Él conseguirá que se aparten.
Al no encontrar rastro de él, suelto un suspiro frustrado.
—¿Qué quieres saber?
La cabeza de Rath se inclina, los ojos me absorben.
—¿Eres virgen?
—¿Qué? —Mis mejillas se ampollan antes de que la palabra salga de mi boca—. ¡Eso no es
asunto tuyo!
Ambos se ríen, con un tono profundo y burlón. Tristian sacude la cabeza, con los ojos
brillando en algo amenazante y encantado.
—Oh, Story, sólo las vírgenes dicen que no es asunto de nadie. Te acabas de delatar.
Mi boca se forma en torno a una débil negación, pero la cierro con fuerza.
—Bueno, ¿a quién le importa? —me quejo—. ¿Y qué? Soy virgen. Gran cosa.
—Nada que no supiéramos ya —dice Tristian, dando otro paso adelante. Retrocedo y me
tropiezo con el duro borde de la lavadora—. Tienes esa mirada. Toda inocente, limpia y pura.
Del tipo que te hace querer... —Alarga la mano, ignorando el modo en que la aparto cuando
intenta acariciarme la clavícula— …arruinarlo todo.
No tiene ni idea de lo fuerte que golpean sus palabras.
Rath se pasa el labio inferior por los dientes y no me gusta la mirada que tiene, hambrienta
y pesada.
—Hay algo en las vírgenes, ¿sabes?
—Esa energía nerviosa —coincide Tristian—. Me pone la polla dura.
—Me gustan los ruegos —añade Rath, su profunda voz cambiando a un falsete—. Por favor,
no, ¡duele!
Las mariposas ansiosas de mi estómago se convierten en piedra.
—Pero mi parte favorita —dice Tristian, con los ojos azules palpitando y dilatando—, es
domarlas. Sentir ese apretado coño envuelto en mi polla —Se agacha para... ajustarse—. No hay
nada mejor que eso. Maldita sea, lo que daría por follarte ahora.
—Son asquerosos —digo, levantando la barbilla—. No me dan miedo, saben. Solo son un
puñado de cabrones con problemas sociales. Esta es probablemente su única manera de
conseguir sexo, ¿no? ¿Intimidando a las chicas para que se rindan? No es de extrañar que tu
lamentable culo haya sido abandonado.
El comportamiento de Tristian cambia en un instante, todo rastro de broma se desvanece.
—¿Qué acabas de decir?
Me encojo de hombros, cambiando mi mirada hacia Rath.
—Supongo que alguien en la clase superior tiene más de dos neuronas. —Sé, por la forma
en que sus ojos se agudizan, que está recordando la clase que compartimos. Volviendo a mirar
a Tristian, le digo:
—No es un secreto que Genevieve te echó a la calle. Lástima que el dinero no pueda
comprarte una personalidad que acompañe a tu micro-polla.
Intento mantenerme firme y parecer dura, pero no puedo evitar el vergonzoso escalofrío
de miedo al ver cómo se endurecen sus rostros, con los ojos encendidos de ira. Intuyo lo que va
a ocurrir demasiado tarde. Tristian se mueve rápidamente, se lanza hacia delante y me pone la
mano en la garganta. Mi pecho se agita en una inhalación de pánico, mis manos se agarran a su
muñeca, pero su brazo es de acero.
No me aprieta la garganta, pero flexiona los dedos, y leo el mensaje alto y claro. Podría
hacerlo. A grandes rasgos, dice:
—Esa es una forma bastante de mierda de tratar a alguien que sólo te estaba haciendo un
cumplido. ¿No es así, Rath?
—Muy maleducado —está de acuerdo Rath.
—Tal vez —dice Tristian, separando mis dedos de su muñeca—, deberíamos mostrarle lo
pequeñas que no son nuestras pollas. —Me tira de la mano hacia abajo hasta que la aprieta contra
el bulto de la parte delantera de sus vaqueros—. Como acabas de señalar de forma tan odiosa,
parece que últimamente me falta un polvo estable. Tal vez te tome a ti, después de todo.
Lucho por apartar la mano, con la boca fruncida por el disgusto, pero me mantiene la
palma de la mano durante un largo rato, apretando contra ella.
—Luchar sólo hará que te duela más, cariño. Sé que eso no es lo que quieres... o sí. —
Inclina la cabeza, como si me estuviera evaluando. Lo único que consigue es sentir un trago
duro e involuntario bajo su palma—. Tal vez sí, ¿eh? ¿Te gusta lo rudo? Porque somos buenos
con eso.
Rath añade con sorna: —Locamente buenos.
Intento hablar, pero mi voz queda atrapada en algún lugar de mi pecho, atrapada en la
ironía del momento. He estado vigilando una amenaza sólo para toparme con otra.
Esto no puede suceder. No ahora. No así. No con estos tipos. No cuando he conseguido
esquivar cosas peores, mucho peores, desde que me mudé aquí. Mis ojos bajan a la muñeca de
Tristian. Los músculos de su antebrazo, mientras me sujeta por el cuello, se flexionan y se
mueven bajo la piel. Pongo a prueba mi fuerza contra su otra mano, apartándola bruscamente
de su entrepierna. Lo hago, pero no me engaña. Simplemente me deja. Incluso uno de estos
tipos sería imposible de rechazar, ¿pero dos? Mi corazón pasa de acelerado a estruendoso
cuando me doy cuenta de lo completamente dominada que estoy aquí. Podría luchar. Podría
patear, gritar, arremeter.
O podría razonar con ellos.
No pueden ser tan malos, ¿verdad?
—Vamos, déjenme ir —Mi voz sale en un susurro—. Sólo quiero volver a mi habitación.
Los labios de Tristian se curvan en una sonrisa siniestra.
—Pero la diversión acaba de empezar, ¿no?
Una sombra se mueve en la puerta y mi corazón da un salto. Los anchos hombros de
Killian llenan el espacio. Mira entre sus amigos y yo, con el rostro inexpresivo.
—Killian —digo, con ojos suplicantes—, diles que me dejen ir.
—¿Qué pasa? —pregunta, despreocupado. Como si su amigo no me tuviera por el cuello,
clavada a la lavadora—. Pensé que iban a traer más cerveza.
Los ojos oscuros de Rath permanecen fijos en mí mientras explica:
—Story nos estaba contando que es virgen.
El rostro de mi hermanastro permanece extrañamente inexpresivo.
—¿En serio?
Tristian me mira directamente a los ojos cuando añade:
—Estábamos diciendo que estaríamos encantados de ayudarla a solucionar ese molesto
problema.
Por la expresión de su cara, se diría que a Killian le están preguntando si quiere o no
pepperoni en su pizza. Tan casual y distante. No se ve afectado.
Trago para eliminar el nudo seco en mi garganta.
—Killian, no sé por qué no te agrado, pero...
—¿No sabes por qué no me agradas? —Ladra una risa cáustica y burlona—. La puta blanca
de tu madre destroza a mi familia, y trae a su pequeña puta con ella, y no puedes entender por
qué no me agradas. —Sus ojos se deslizan por mi cuerpo, curvando los labios—. Me importa una
mierda lo que estos dos te hagan. Podrían follarte los dos al mismo tiempo, ¿y sabes lo que yo
haría? —Sus ojos chispean y arden, y no hay duda de la seguridad de sus palabras—. Me reiría.
Lo dice en serio, y por alguna razón, me sorprende. Siempre supe que me odiaba, ¿pero
esto?
Esto es jodidamente malo.
Killian nunca va a ser mi gracia salvadora.
—Se lo diré a tu padre —suelto, con pánico. Normalmente no soy bocazas. Los soplones
solo reciben puntadas y todo eso. Nunca he delatado a Killian por otras cosas que ha hecho. La
hierba, el porno, la fiesta que organizó hace unos meses en la que dos chicas se fueron llorando.
Secretamente, esperaba que mantener mi boca cerrada podría hacer que se acercara a mí, al
menos un poco. Claramente, estaba equivocada. Pero lo que pasa con el padre de Killian es que
le agrado bastante—. Le diré que dejaste que lo hicieran.
La cara de Killian se tensa, sus ojos marrones me miran fijamente.
—Sólo porque mi padre tenga una debilidad idiota por las putas no significa que te elegiría
a ti antes que a mí.
La forma en que lo dice, el énfasis en la palabra puta me hace preguntarme si sabe lo que
está haciendo su padre, lo que ha intentado hacer, pero estoy desesperada, así que continúo:
—Si me dejas ir, podemos fingir que esto nunca ha pasado, ¿vale? No diré nada, Killian,
lo juro.
De repente, lanza una carcajada.
—Eres una maldita idiota. Realmente espero que tus tetas crezcan, porque eso es
claramente todo lo que tienes a tu favor. ¿Realmente crees que voy a dejar que una basura como
tú viva bajo mi techo y no tener algo de ventaja por mi cuenta?
—¿Ventaja?
Se mete la mano en el bolsillo y saca su teléfono. Tristian sigue sujetando mi cuello y su
pulgar sigue barriendo mi mandíbula, acariciando pequeños círculos en ella. Cada caricia me
hace temblar las extremidades. Las náuseas me invaden cuando mi hermanastro levanta el
teléfono. Sólo tengo que ver la pantalla para saber de qué está hablando. Sonríe al ver el
reconocimiento de mi cara.
—Así es, Dulce Cereza. Si dices una palabra sobre mí y mis amigos, le enseñaré al idiota
de mi padre, que cree que eres la más inocente de los copos de nieve, exactamente lo que has
estado haciendo en Internet. —Él hojea la cuenta de Sugar Baby que hice, incluyendo las fotos
que he publicado. No parezco nada inocente—. Menudo negocio lucrativo tienes montado,
Cereza. Puede que seas virgen, pero estás lejos de ser inocente. Quiero decir, ¿quién puede
decir que alguien te creería después de ver esto? Tú, ¿prostituyéndote como tu madre buscadora
de oro? Tsk tsk. —Golpea el teléfono en su barbilla, con los ojos llenos de diversión—. No, creo
que les darás a mis chicos exactamente lo que quieren.
Mierda.
El Plan. Necesito dinero rápido, y esa es la única manera de conseguirlo, pero peor es la
amenaza de que el padre de Killian se entere.
—Te daré una parte del dinero —digo, con la respiración entrecortada cuando el agarre de
Tristian se estrecha alrededor de mi garganta—. Lo que gane, te daré una cuarta parte. No. ¡La
mitad!
Killian lanza una risa oscura.
—Esto es jodidamente demasiado. ¿Me estás dando dinero? ¿Están escuchando esta
mierda?
Tristian sonríe y se le ilumina toda la cara.
—Oh, Dulce Cereza, no queremos tu dinero. Creía que lo habíamos dejado claro. —Su
cara se inclina hacia la mía y pasa su nariz por mi mejilla. Su aliento es caliente, apesta a cerveza,
y se me eriza la piel. Vuelve a mirar a Rath—. ¿Cómo queremos hacer esto? ¿Quién va a reventar
esta deliciosa cereza?
¿Hacer esto?
Rath apuesta: —Me deben por el mes pasado, cabrones.
Tristian se burla.
—Come mierda, esto no es ni de lejos el mismo valor. Todavía me debes por lo del
segundo año.
—¿Sigues con eso? —se queja Rath, endureciendo el rostro—. Bien. Tres mil y mi guitarra.
Lágrimas calientes brotan de mis ojos. Esto no puede estar pasando. Están negociando
sobre mí como un trozo de carne.
—Por favor, no hagan esto —ruego—. No me hagan daño. Les daré lo que quieran, pero
no... tomen eso.
—Ah, las súplicas —gime Rath, bajando la mano para ahuecar su entrepierna—. Bien, cuatro
mil.
Mis rodillas se doblan, pero las manos de Tristian se mueven hacia mis brazos,
sosteniéndome. Rath se desliza detrás de mí y me rodea la cintura con las manos. Vuelvo a
establecer contacto visual con Killian, suplicándole en silencio. Su mirada es fría. Indiferente. Es
más que evidente que le importa una mierda lo que me ocurra. Por eso me choca cuando dice:
—Ninguno de los dos se la va a follar.
Tristian y Rath se congelan y se giran para mirarle.
—Hagan lo que quieran, no me importa, pero... —Se pasa los dedos por el pelo, mirando
hacia otro lado, con la mandíbula tensa—. Lo último que necesito es que se desangre por todo
el suelo del lavadero. No voy a limpiar esa mierda, y seguro que no voy a explicárselo a mi
padre.
—El mayor valor que tiene una chica es su inocencia —me dijo Daniel aquella noche en su
despacho. Sus palabras, sus manos, hicieron que mi estómago se retorciera dolorosamente—. A
quién le des ese regalo, Story, será la decisión más importante que tomes.
¿Recibió Killian el mismo sermón? Algo me dice que sí.
Rath murmura una maldición de decepción en mi oído, pero los ojos de Tristian me
recorren, sin inmutarse. Da un paso atrás y dice:
—Bien. Vamos a ver tus tetas.
Es una exigencia, y aunque debería defenderme y decir que no, tengo miedo de que
Killian les cuente a mi madre y a Daniel mi cuenta de Sugar Baby.
De todos modos, Rath no me da más tiempo para pensar en ello, agarra los tirantes de mi
camiseta y los desliza por los brazos. Gruñe detrás de mí y siento su mirada por encima de mi
hombro. Tristan se lame los labios y se acerca a mí, sus dedos rozan la parte inferior de mi
pecho.
—Un poco pequeños, pero suaves. ¿Soy el primero en tocarlos?
Cierro la boca y lo miro desafiante, negándome a que me quiten nada más personal.
Sonríe con maldad y me pellizca el pezón. Grito en respuesta y trato de apartarme. Rath no deja
que me aleje, y me sujeta contra su sólido cuerpo. La proximidad hace imposible no sentir el
duro bulto de sus pantalones.
—Te he hecho una pregunta, Dulce Cereza. —Los dedos de Tristian rodean perezosamente
mi otro pezón, esperando.
—Sí —digo entre dientes, mintiendo—. Eres el primero.
—Gracias —Me pellizca suavemente, enviando una llamarada de chispas traidoras por mi
cuerpo.
—Amigo —dice Killian—, sé que estás teniendo una mala semana y trabajando en una
mierda aquí, pero mi padre estará en casa pronto. Sea lo que sea que vayas a hacer, solo apúrate.
Tristian me pasa el pulgar por la boca, con los ojos fijos en el movimiento.
—Ponte de rodillas.
No hay duda de lo que quiere que haga, y después de que Killian le dijera que se diera
prisa, acelera el paso. No hay tiempo para procesar cuando se desabrocha el cinturón y se baja
los vaqueros. No lleva ropa interior y su pene está tan duro como lo había sentido antes bajo mi
palma. Es grande, se le nota la tensión en la piel y me apunta a mí. Lo miro fijamente, paralizada
por el shock, hasta que las manos de Rath me presionan sobre los hombros y me obligan a
arrodillarme.
Para mi horror, Rath baja conmigo, todavía alineado con mi espalda. Oigo cómo se baja
la cremallera mientras una mano serpentea para tocarme el pecho.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, apenas reconociendo el sonido de mi propia voz.
—Mirando —dice, mordiendo el lóbulo de mi oreja—. Sintiendo. Masturbándome. Hay más
de una forma de disfrutar de una chica.
Echo una última mirada a mi hermanastro, una última oportunidad para esperar que haya
entrado en razón. Tiene que haber algo humano dentro de él. Me niego a creer lo contrario.
Pero no encuentro ninguna simpatía en él. Dios, no. Lo encuentro metiendo la mano en sus
calzoncillos y sacando su propia polla. Se apoya en el marco de la puerta y se da dos largas
brazadas mientras mira. El movimiento es obsceno y extrañamente hostil. Parece una
advertencia.
Los dedos de Tristian me tocan por debajo de la barbilla, y redirige mi mirada hacia
arriba, hacia sus ojos helados.
—Abre, Dulce Cereza. Quiero que tus ojos me miren todo el tiempo. Quiero ver esos
bonitos labios envolviendo mi polla. Quiero verlo cuando me corra y te lo tragues. Quiero que
me mires mientras sucede. —Se lame los labios, abriendo mi boca con el pulgar—. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza, comprendiendo todo. Comprendiendo que nadie, ni siquiera mi
familia, va a salvarme. Entendiendo que esto es todo lo que la vida es para mí ahora, un enfermo
tras otro, haciendo cola para quitarme algo. Alguien un poco más ingenuo podría pensar que es
mala suerte.
Pero yo soy más lista.
Abro la boca y lo acojo.
Cierro los ojos y trato de bloquear todo, de acurrucarme en el fondo de mi cerebro de la
manera que he aprendido. No soy yo quien lo hace. Es algo automático. Algo más se ha
apoderado de mi cuerpo y la estoy observando, encerrada en algún lugar seguro.
Sin embargo, esta vez no puedo llegar a ese lugar.
Tristian emite un sonido grave y me agarra el pelo con la mano mientras mis labios se
deslizan por su pene. La respiración de Rath es fuerte contra mi oído y su tacto es ineludible; su
mano me coge el pecho y me hace rodar el pezón entre el índice y el pulgar.
—Nunca has chupado una polla antes, ¿verdad, Cereza? —El pulgar de Tristian me empuja
a la mejilla y, a pesar de sus palabras de desaprobación, su voz emerge en una ronca y dolorosa—
. Te das cuenta de que ahí es donde está el verdadero dinero, ¿no? Los Daddys pagarían un
dulce centavo por una mamada si lo haces bien. —Me agarra con fuerza el pelo y se empuja a
mi boca.
Escupo con rabia alrededor de su polla, sacudiéndome hacia atrás.
Me mantiene inmóvil.
—Pensé que te había dicho que debías mirarme. No eres muy buena siguiendo
instrucciones, ¿verdad?
Mis manos se cierran en apretados puños contra mi costado, pero lo hago. Abro los ojos
y los levanto para encontrarme con los ojos vidriosos de Tristian.
—Buena chica —dice, acariciando mi cabeza como si fuera un perro—. Te lo pondré fácil.
Es de risa. Fácil. Nada de esto es fácil. Me esfuerzo tanto por ignorar la visión de Killian
en mi periferia, de la mano de Rath deslizándose por mis costillas, que me pilla por sorpresa
cuando Tristian empieza a introducirse y salirse de mi boca. Mis manos se dirigen a sus caderas
para retenerlo, pero sus ojos se entrecierran y me agarran el pelo.
—O te follo la boca o mejoras en esto. Tú eliges, Story.
Me agarro a sus caderas y le miro fijamente a pesar de que mis ojos están llenos de
lágrimas. Y entonces empiezo a mover la cabeza. Estoy convencida de que las mamadas no
deben ser así, amargas y furiosas por la forma en que le meto la lengua. Le miro a los ojos
mientras lo hago, observo cómo se dilatan, cómo se afloja la mandíbula. Ahora es más una
promesa que una mamada.
Una promesa de que estos chicos no van a romperme.
—Mierda —respira Tristian, moviendo los pies—. Sí, eso es. Mierda, lo está haciendo de
verdad.
Puedo sentir a Rath detrás de mí, el rebote de su brazo al masturbarse. Su mano serpentea
por mi estómago, metiéndose en la cintura de mis bragas, y ahora sé que no debo luchar.
Eso no significa que no lo intente.
—Shh —me dice al oído—. Relájate —A pesar de lo que está ocurriendo, sus dedos son
lentos y burlones cuando se introducen en mis bragas, sus hombros se enroscan a mi alrededor.
Ya sé lo que va a encontrar ahí abajo, pero no por ello es menos humillante cuando se detiene.
Me susurra al oído:
—¿Debo decirles lo mojada que estás por esto?
Mis dedos se clavan en las caderas de Tristian, pero él no parece inmutarse.
—No creo que lo haga —decide Rath, con los dedos frotando círculos apretados alrededor
de mi clítoris—. Ahora ambos podemos tener un secreto. Mantén tu boca cerrada sobre el mío
y quizás no le diga a todo el mundo lo puta que eres, lo excitada que estás por nosotros. Lo
estás, ¿verdad? —Su risa es cálida y húmeda contra mi oído. Lo suficientemente alto como para
que los demás lo oigan, añade:
—Podrías ser nuestra, sabes. Podríamos turnarnos. No nos importa compartir si es entre
nosotros.
Mis lágrimas de rabia se derraman, dejando huellas calientes en mi cara. Tristian mantiene
sus ojos fijos en los míos, pero lleva su mano a mi mejilla, apartando el pulgar.
—No llores. Sólo nos estamos divirtiendo. Quieres que lo pasemos bien, ¿no? —Mi única
respuesta es la forma en que lo miro fijamente, con los ojos húmedos y llenos de odio. Él suspira
mientras lo chupo—. No lo entiendo, Killer —dice, dirigiéndose a mi hermanastro—. Antes,
podíamos mostrarle a una chica un poco de atención y ella tropezaba con sus propios pies para
ser nuestra. Hoy en día, lo único que hacen estas zorras es joder.
Me mete una mano en el pelo y me empuja hacia su polla, con los ojos vidriosos brillando.
Me hace llorar más fuerte, porque eso, combinado con lo que Rath me está haciendo, hace que
mis caderas quieran moverse contra la mano de Rath, y Dios.
Es la peor parte de todo esto, saber que Rath podría tener razón.
Tal vez esto es lo que soy.
Un imán para los asquerosos, algo para ser usado, y una zorra para todos ellos.
La cabeza de Tristian cae hacia atrás, los ojos se cierran, y agradezco el respiro cuando el
dolor agudo y creciente entre mis piernas alcanza un crescendo total, apretándose cuando Rath
se mueve con el movimiento de mis caderas. El respiro no dura mucho. Tristian se ensancha y
palpita en mi boca, y su espesa y salada liberación se desborda contra mi lengua. Me coge la
nuca y me aprieta, manteniéndome allí mientras se vacía entre mis labios.
Detrás de mí, Rath gruñe, tirando de mí contra su pecho, y me veo atrapada en medio de
ellos, siendo arrastrada en dos direcciones diferentes. Oigo más que veo a Killian terminar, su
gemido áspero y sin aliento me sobresalta.
Tristian se retira de mi boca, pero no antes de agarrarme del pelo y decir con rudeza:
—Ya sabes lo que hay que hacer ahora, ¿no?
Rath saca sus manos de mis bragas y me agarra la mandíbula, forzando mi barbilla hacia
arriba.
—Trágatelo, preciosa.
Tardo tres intentos en hacerlo sin tener arcadas, pero sostengo la mirada de Tristian
mientras obedezco, tragándome su liberación. Espero que se parezca a como lo había hecho
Killian antes, hostil, en lugar de mostrar esta cosa perdida y dolorosa en mi pecho.
—Bien —dice, acariciando mi mejilla—. Eres muy buena para nosotros, ¿verdad, Cereza?
No sé cómo consigo ponerme en pie, pero lo hago. Me tapo la boca con la mano y salgo
disparada, el sonido de sus risas sin aliento siguiéndome.
Capítulo 1
KILLIAN
Tres años después

Llaman a la puerta.
—Oye, Killian, es hora de nuestra primera entrevista.
—Sí, dame cinco minutos —Hago una mueca—. Tal vez diez.
—Martin no va a esperar diez. —Es la voz de Tristian. Debe haber regresado del trabajo en
el Lado Sur—. Y yo tampoco.
Me miro en el espejo de mi vestidor, observando los duros músculos ondulados que he
pasado los últimos tres años perfeccionando como mariscal de campo titular del equipo de fútbol
de la Universidad de Forsyth. Mi cuerpo es una obra de arte bien elaborada, y ni siquiera hablo
de la tinta que cubre mis brazos y mi pecho. Está diseñado para dominar. Mis ojos se dirigen
entonces a la chica que tengo delante, inclinada sobre la superficie plana. Entre sus grandes
tetas, posiblemente falsas, el colgante de oro de su collar de la hermandad rebota con cada
empuje de mis caderas. Sus dientes se posan en el labio inferior.
—Cinco minutos —vuelvo a decir, pero sale un gruñido que quizá Tristian no haya oído.
Me importa un carajo, y me abalanzo sobre ella con más fuerza. El espejo golpea contra la pared
y la chica, creo que se llama Cheryl, posiblemente Sherry, suelta un gemido agudo y doloroso.
Sonrío ante su reflejo—. ¿Te ha dolido, cariño?
—S-sí —chilla, apretando las cejas—. Un poco.
Agarro un mechón de su pelo rubio blanquecino en el puño y se lo tiro hacia atrás,
gruñendo:
—Bien.
Cada vez me resulta más difícil correrme sin un poco de dolor. Llevo cuarenta minutos
follando a esta chica y solo ahora siento el cosquilleo en las pelotas que me hace saber que mi
orgasmo se está gestando. Ese gemido, el pellizco de dolor en su cara, me llevan rápidamente a
ese punto.
Cierro los ojos y marco mi ritmo. A pesar de la rubia que tengo debajo, mi mente evoca
una larga melena oscura, una piel pálida y cremosa, y unos ojos azules llenos de tanto odio como
de miedo. El dolor en mi polla aumenta, la tensión se agudiza con cada embestida. Llevo la
mano al pecho de Shanna y le agarro las tetas, pellizcando sus pezones con los dedos.
—Killian, para —suplica, tratando de apartar mis manos de su carne. Se arquea y se retuerce
para intentar escapar, lo que finalmente desencadena el orgasmo. Me abalanzo sobre sus
caderas, golpeando fuerte y violentamente dentro de ella desde atrás. Su coño se aprieta a mi
alrededor. Bueno, tan apretado como su coño bien follado puede manejar. Estoy en medio de
mi última embestida cuando la puerta se abre y la cabeza de Tristian aparece dentro. Sus ojos
se dirigen primero a las tetas de la chica y luego a mi cara.
—Killer, todas las solicitantes están abajo. Hemos pospuesto esto lo suficiente. Tenemos
que encontrar a nuestra Lady antes de que el semestre comience mañana, así que deja de follar
ahora.
Colocando una mano en la espalda de la chica de la hermandad, la saco bruscamente,
dejándola doblada y sin aliento sobre el tocador. Mi polla está casi en carne viva por haber
tardado tanto. Tal vez si su coño no estuviera tan flojo, podría haberme corrido más rápido.
Pero probablemente no.
Las rubias dejaron de excitarme hace años.
Hace cuatro años, para ser exactos.
Me devuelve la mirada y frunce el ceño.
—Por Dios, Killian. Eres un maldito imbécil.
—Sí —digo, limpiando mi polla. Me agacho y le tiro la ropa en un montón en el suelo—.
Ya has oído a Tristian. Tengo una reunión. Vete.
Se queda boquiabierta y mira a mi amigo. Tristian. Uno de mis mejores amigos desde que
tengo uso de razón. Él, Rath y yo hemos estado en las buenas y en las malas, en lo malo y en lo
peor. Ha visto cosas mucho más sórdidas que mi semen corriendo por los muslos de una perra.
Le dedica una sonrisa afilada y se encoge de hombros. Si está buscando compasión, él no es el
más indicado para pedírsela.
Un momento después, está en el pasillo, tratando de ponerse las bragas sobre sus flacas
caderas y cubriendo inútilmente sus tetas. Como si todos los de LDZ no la hubieran visto ya
desnuda y abierta de piernas.
Rath pasa por delante de ella en el pasillo, diciendo:
—Tienes que darte prisa, Martin está a punto de enloquecer.
Me subo los vaqueros y le recuerdo:
—Martin trabaja para nosotros. Nosotros somos los Lords, no él. Puede relajarse un
momento.
—No es solo Martin —dice Tristian, claramente molesto conmigo—. Los Duques tienen su
Duquesa. Los Condes tienen su Condesa. Incluso los Príncipes tienen a su Princesa. Nosotros
estamos arrastrando el culo con la búsqueda de una Lady. Nos hace parecer débiles, Killer —
dice esto incluso mientras saca la pistola de la cintura de sus vaqueros, encerrándola en el cajón
de mi cómoda—. No acabo de pasar tres horas en el Lado Sur negociando con dos personas
llamadas Nick y Bonito Nick para que esto sea nuestra perdición.
Me pongo una camisa, adivinando:
—¿Bonito Nick te da problemas? —Normalmente lo hace. A pesar del nombre, nada en él
es bonito.
—Nada más que lo habitual —responde, cruzándose de brazos.
Me froto la barbilla.
—¿Necesito que mi padre hable con él?
Rath interrumpe:
—Lo que tienes que hacer es no estar follando con la Lady del año pasado.
—Tiene razón —Tristian asiente—. Eso no funcionará hasta que tengamos nuestra propia
Lady.
Pongo los ojos en blanco ante esto, no necesito que me digan las reglas aquí. La fidelidad
cuando se trata de la chica de una casa es una broma. Los duques, los condes, los Lords...
follamos con quien queremos, cuando queremos y como queremos. Los Príncipes quizás traten
a su chica como una princesa, pero nosotros no.
Sin embargo, sea como sea, tirarse a una Lady anterior es una gran injuria, no solo a la
Lady actual, sino a todo el sistema. Le dice que vale la pena tenerla fuera del contexto del Juego.
Le dice que es especial. Mejor que el resto de las Lady. Alguien a quien mantener cerca.
Ninguna Lady es ninguna de esas cosas.
—Relájense —les aseguro a ambos—. Solo quería enfocar esto con un poco de claridad post-
cogida. Ustedes dos estarán jadeando por la primera puta de grandes tetas que entre en este
lugar, pero yo seré sensato. Necesitamos sangre nueva. Estoy harto de los mismos y cansados
coños.
Tristian subraya:
—Tenemos que elegir a alguien bueno, alguien interesante. Vi a la Duquesa la semana
pasada, y está jodidamente cargada.
Me burlo de esto.
—Las tetas grandes no son nada.
Todas las chicas son bonitas y zorras. Se necesita algo especial para que una se distinga
realmente en este lugar.
—Elegir una Lady es la peor parte de ganar El Juego —se queja Rath una vez más.
—Sí —asiente Tristian, torciendo la boca en una sonrisa tortuosa—, pero tener una es la
mejor parte de ganar El Juego.
El Juego. El combustible que hace funcionar a los Lambda Delta Zetas, o Lords, como nos
llama todo el mundo. A pesar de los títulos, los Lords son la fraternidad de más alto nivel del
campus, y la más conocida debido al despiadado Juego que se juega cada año. Es bastante
sencillo, todas las fraternidades del campus compiten por quién consigue más puntos
participando en una serie de retos.
Los Lords siempre ganan.
Como resultado de nuestra larga historia como propietarios de esta ciudad, los Lords
residen en nuestro lujoso edificio de piedra rojiza, completa con habitaciones individuales a
medida, un cocinero, un asistente personal y, por supuesto, la mejor parte: nuestra propia Lady,
seleccionada a mano por los ganadores del año anterior.
Hace años, Tristian, Rath y yo nos comprometimos a ser dueños de los Lords en el último
año. Sin embargo, lo logramos en nuestro primer año. Ni siquiera tuvimos que trabajar para
conseguirlo, nuestros nombres eran suficientes para llegar a la cima, pero lo hicimos de todos
modos.
El Juego no es un juego universitario común y corriente. Hay mucho en juego. La
reputación. Montones de dinero. Carreras. Sobre todo, se trata de demostrar que eres el más
despiadado, el más cruel, lo peor de lo peor, la flor y nata. Algunas fraternidades ni siquiera se
molestan en hacerlo. Los Príncipes tratan a su Princesa como a una esposa mimada. Pero
sabemos de qué va este Juego.
Es una competición que está prácticamente hecha para nosotros.
Nos mudamos al final del verano, cada uno de nosotros ocupa una habitación de la casa.
Martin es nuestro asistente personal que se encarga de la logística de la fraternidad. La Sra.
Crane es el ama de llaves y la cocinera. Ambos vienen con la casa.
¿Pero la Lady? Bueno, ese es un trabajo especial, creado por los Lords desde hace décadas.
Una estudiante universitaria es elegida a dedo para vivir en la casa y satisfacer nuestras
necesidades, todas nuestras necesidades, como mejor nos parezca. A cambio, obtiene un estatus
especial en el campus, alojamiento y comida gratis, y la insignia de honor de sobrevivir un año
con los chicos más despiadados del campus. Se necesita un tipo especial de mujer para manejar
a un Lord. Se necesita aún más para manejar a tres de ellos, especialmente cuando esos Lords
son Tristian, Rath y yo.
Hace dos semanas se anunció la convocatoria de Lady de este año. Martin recogió las
solicitudes y organizó las entrevistas. Todo lo que tenemos que hacer es sentarnos y hacer una
selección, que, de acuerdo con los residentes del año pasado, se supone que es un maldito
desmadre.
Para ellos, probablemente lo fue. ¿Pero para nosotros? Bueno, digamos que los tres no
hemos tenido la mejor suerte cuando se trata de marcar a una chica como propia. Siempre
hemos follado de forma discriminada, pero hoy en día es de una vez y listo, y así es más fácil.
Mira lo que pasó en nuestro último año de instituto, Tristian finalmente se enamoró de
alguien que consideraba digna del título solo para descubrir que ella había estado follando con
el entrenador de softball a sus espaldas. Lo disimula bastante bien estos días, pero Rath y yo
sabemos lo profundo que fue ese corte. Rath nunca ha dejado que ninguna chica se acerque lo
suficiente como para deducir el olor de su desodorante, y mucho menos que viva bajo el mismo
techo. Y luego estoy yo, todavía obsesionado con la que se escapó. Instintivamente, mi mirada
se desplaza hacia el interior de mi bíceps, hacia el tatuaje que me hice en primer año. Una chica
de pelo oscuro y ojos grandes.
Si encontramos una buena Lady, será difícil liberarla. Si elegimos una mala, tendremos
que vivir con un coño de baja calidad durante los próximos nueve meses. No hay un gran
resultado aquí.
—Al menos podemos hacer que hagan lo que queramos —dice Rath, haciendo eco de mis
pensamientos mientras entramos en el salón. Eso sería un punto positivo si no fuera ya nuestro
modus operandi habitual—. Whittaker hizo que todas las aspirantes le hicieran una mamada el
año pasado.
Tristian y yo asentimos, lo sabemos muy bien. Las que no se pusieron de rodillas fueron
cortadas al instante.
—Sí —dice Martin, que parece aliviado de vernos listos para las entrevistas—. Todos han
firmado renuncias. Son conscientes del puesto que solicitan.
Cada uno toma asiento y Martin acompaña a la primera chica. Es rubia, sexy y lleva unos
tacones de 15 centímetros.
Apenas levanto la vista antes de decir:
—Siguiente.
Capítulo 2
STORY
Me paro frente a la casa de piedra rojiza, comprobando y volviendo a comprobar la dirección.
Es innecesario. Todo el mundo conoce este lugar. Para una casa que no se distingue de las
demás a primera vista, basta un momento de escrutinio para sentir que ésta tiene una presencia
extraña. Regia. Inquietante. Un poco más fría. Es difícil no pensar en lo que hay detrás de esta
puerta. En este momento, están ahí dentro, esperando, tan cerca que mi pulso se acelera ante la
verdad de ello.
Sé por mi investigación que la casa tiene cuatro pisos en total, incluyendo el sótano, con
el cuarto piso probablemente con vistas al parque. La ubicación es perfecta para los estudiantes,
codiciada, un rápido paseo a pie o en bicicleta a la Universidad a media milla de distancia. No
es una sorpresa que el club más poderoso de la escuela tenga esto como residencia.
Tras confirmar la dirección por última vez, subo los escalones de la entrada y me acerco
a la puerta. El picaporte de latón es una enorme y pesada calavera con letras griegas talladas en
la frente. Los Lambda Delta Zetas, o Lords, son un club exclusivo de un siglo de antigüedad
que ha dominado la Universidad de Forsyth durante el mismo tiempo. No hay duda de que
estoy en el lugar correcto.
Tras echar una última mirada por encima del hombro, abro la puerta de un tirón y entro.
Otras tres chicas ya están esperando en la sala principal, un salón formal. Supongo que todas
han venido a solicitar el mismo puesto. Mi estómago se retuerce de ansiedad mientras miro a
mi alrededor, casi esperando que uno de los chicos aparezca en la puerta.
Doy una apretada sonrisa a la chica más cercana a mí y tomo asiento en uno de los sillones.
No importa cuánto tiempo me haya preparado para estar aquí, bajo el mismo techo que ellos.
Todavía me siento como si estuviera clavando un cuchillo en un enchufe, esperando a que me
den una descarga.
Intento no compararme con las demás aspirantes, pero es difícil. Es obvio, por su pelo, su
ropa y su belleza física, que aquí se espera un determinado tipo de chica, que no me sorprende
en absoluto. Sé al instante que no encajo en el molde. Las miradas de compasión que me dirigen
confirman que ellas también lo saben.
Ahórratelo, pienso amargamente. No estoy aquí para ser un caniche de exhibición para
un grupo de chicos de fraternidad. No estaría aquí si tuviera otras opciones, pero tiempos
desesperados requieren medidas desesperadas.
Y así es exactamente como estoy.
Desesperada.
¿Por qué más iba a venir aquí, a estos tres hombres que ya me han hecho daño, me han
avergonzado, me han violado? Tendría que ser malo, para buscarlos, para volver a ponerme
bajo sus talones, pero esta vez voluntariamente. Una vez más, se me revuelve el estómago al
pensarlo. Aunque me he enfrentado a ello y he aceptado lo que hay que hacer, eso no lo hace
más fácil.
Nunca delaté a Killian y a sus amigos por lo que me hicieron, lo cual es gracioso, de una
manera horrible. De todos modos, acabé cerrando mi cuenta de Sugar Baby. Obedecer sus
asquerosas órdenes fue todo para nada, al final. No salí de mi habitación durante una semana,
fingiendo estar enferma y cayendo en una profunda depresión. El hecho de que los tres supieran
lo de mi cuenta de Sugar Baby me molestaba casi tanto como lo que había pasado en la
lavandería. Como resultado, había borrado todo rastro de mis actividades en línea.
El Plan había muerto en acción. No habría forma de salir, no por mi cuenta, no sin ayuda.
Después de una semana escondiéndome en mi habitación y limpiando mi pasado, le rogué a mi
madre que me dejara entrar en un internado. Ella y Daniel discutieron durante días, hasta que
finalmente llegó la noticia. Él había accedido a pagar para que fuera a un colegio solo para
chicas al otro lado del país. No era lo ideal. Mi plan había sido huir. Estar por mi cuenta y ser
libre. Pero a veces hay que hacer concesiones.
Recogí mis cosas y nunca miré atrás.
El primer año fuera fue para ponerme en orden. Me centré en mis estudios, me uní a
actividades y grupos, hice todo lo posible para adaptarme a esta idea de una vida normal y
segura. Las cosas incluso iban bien.
Hasta que llegó la primera carta de Ted.
Fue uno de los primeros Sugar Daddys con los que hablé. Las cartas fueron aterradoras al
principio, el pánico constante de haber sido encontrada, incluso al otro lado del país, infectando
cada aspecto de mi nueva vida. Pero en realidad, las cartas no eran nada, no en comparación
con lo que vino después. Los regalos. Los mensajes en mis redes sociales personales. Los correos
electrónicos. Las fotos. Los vídeos. Se volvieron más y más amenazantes, posesivos, amargos
ante mi falta de respuesta. Incluso cuando finalmente conseguí mi deseo, cuando por fin hui de
todo, él volvió a encontrarme.
Fue la mayor escalada la que finalmente me condujo aquí, a este horrible lugar, con estas
terribles y desalmadas personas.
El chasquido de los tacones sobre el suelo de mármol resuena en el pasillo y otra chica
aparece desde el fondo de la casa. Lleva el pelo rubio recogido en una elegante coleta y un
vestido azul brillante ceñido a la cintura con un cinturón. Sus zapatos van a juego y tienen
tacones afilados y puntiagudos. Aunque parece arreglada, tiene las mejillas rojas y se frota algo
en la falda con un pañuelo.
—El cabrón se ha corrido en mi vestido —dice a la sala—. ¡Esta cosa es de seda!
Si alguien se escandaliza por lo que dice, no lo demuestra. Estoy asqueada pero no
sorprendida. No hay nada que se les pueda escapar a estos tipos. Ya me lo han demostrado con
creces.
Un tipo joven y de rostro serio aparece en el pasillo y grita con voz temblorosa:
—¿Bridget Walker?
La morena que está a mi lado se levanta y se alisa la falda. Parece segura de sí misma,
pero veo el titubeo en su paso. Es inteligente por estar nerviosa. Se está metiendo en una maldita
guarida de leones, un dulce corderito para el matadero.
La puerta se cierra con un clic en el pasillo. Me miro las uñas, preguntándome por
millonésima vez si estoy haciendo lo correcto. Entonces recuerdo que no se trata de lo correcto.
Se trata de sobrevivir.
—Así que —dice la pelirroja frente a mí. Levanto la vista y la veo dirigirse a la otra chica
de la habitación. Es curvilínea y tiene una piel suave y morena. Una cadena cuelga de su cuello
con una elegante “D” cursiva que se asienta en el hueco de su escote—. Una amiga mía tuvo
ayer su entrevista.
—¿Ah, sí? ¿Algún consejo? —pregunta D, como si no compitiéramos por el mismo puesto.
—Todos son guapos y sexys. Intimidantes. Pero eso lo sabes, estoy segura. Es obvio cuando
se pasean por el campus. Pero dijo que uno de ellos parece realmente agradable, al menos.
Dulce y encantador, todo sonrisas.
Tristian Mercer. Reconocería esa descripción en cualquier lugar. La gente se deja llevar
tan fácilmente por él, aunque debajo de la fachada sea malo como una serpiente.
—Luego está el callado de los piercings. Caliente como el infierno, pero súper intenso. La
miraba fijamente todo el tiempo y le ponía los pelos de punta.
Dimitri Rathbone. Rath.
—Y luego está el psicópata.
—¿El qué? —pregunta D, frunciendo el ceño.
—Killian, ¿sabes? Killer. Es como ridículamente guapo, tanto que derrite bragas. Consiguió
estar a borde por completo con el fútbol, pero... no sé. Dijo que hay algo raro en él. Es como si
fuera algo más que un idiota. Como si fuera peligroso.
D parece considerar esto.
—Lo peligroso puede ser sexy.
—Sí —dice la pelirroja, revolviendo su pelo por encima del hombro—, lo sé, pero esto es
como otro nivel. Ella dijo que él está completamente en control en todo momento, hasta el punto
de que cuando ella se la chupó, duró tanto que sus rodillas estaban en carne viva y su mandíbula
se había bloqueado totalmente para cuando finalmente se corrió.
Y ese sería Killian Payne. Mi hermanastro. No tienen ni idea de lo psicópata que es en
realidad.
D se limita a poner los ojos en blanco.
—Eso no es nada especial. Hice una audición para ser Condesa el mes pasado y no creerías
algunas de las cosas que me hicieron hacer.
La pelirroja levanta una mano, moviendo la cabeza.
—No, quiero decir... obviamente, cualquier casa va a poner a su chica a prueba...
—Excepto los Príncipes —interrumpí, intentando no marchitarme bajo sus miradas. He
hecho mis deberes. Lo sé todo sobre las fraternidades rivales y sus respectivas chicas.
La pelirroja resopla.
—Los Príncipes ni siquiera cuentan. Son unos completos maricas. —A pesar de esto, veo la
forma en que sus ojos se desvían, la chispa de resentimiento allí. Ella se entrevistó para ser su
princesa, sin duda—. Pero los Lords lo llevan a otro nivel. Son más que controladores. Se
extiende a todo. Lo que te pones, cuando comes, donde duermes. Gobiernan completamente
tu vida. Son tus dueños.
—Y a cambio, eres la chica más poderosa de la escuela. Nadie puede tocarte. Bueno —se
ríe—, excepto ellos. ¿Estás tratando de asustarme? Porque sé en lo que me estoy metiendo. He
investigado.
—Igual yo —responde la pelirroja—. Ser la Lady del campus es la posición más alta que se
puede tener en la escala social de la UF. Haré lo que sea necesario para conseguirlo. —Su mirada
se desplaza hacia mí. En un momento de lucidez, me doy cuenta de que esta pequeña sesión de
cotilleo estaba pensada específicamente para asustarme—. ¿Y tú, cariño? ¿Estás dispuesta a hacer
lo que haga falta para ser su Lady?
Al final del pasillo, la puerta se abre y sale la morena Bridget. Se tambalea un par de pasos
antes de encontrar el equilibrio, con los ojos enrojecidos. Tiene la camisa arrugada, la falda
torcida, el carmín cortado en una mancha oscura sobre la boca. Nos mira a las tres y declara:
—Malditos cerdos.
Y sale corriendo de la casa.
Cuando volvemos a estar solas, miro a la pelirroja y a D, y les sonrío dulcemente.
—Oh, estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario.
Sé qué aspecto tengo en comparación con estas chicas. Todas llevan tacones y faldas
ajustadas, tops escotados, los pechos al aire, el pelo repeinado y brillante, los labios teñidos de
toda una paleta de rojos brillantes. Parecen listas. Preparadas. Ansiosas.
Por el contrario, llevo un sencillo vestido de verano y zapatos planos, con el pelo recogido
en una limpia cola de caballo. Solo un toque de base y colorete, nada más. Debo parecer linda
e inocente a su lado, como alguien que no sabe a qué está accediendo. Me veo como alguien
que se asustará. Alguien a quien habrá que perseguir. Alguien que diría que no.
—Mejor que eso —añado, desviando la mirada—. Sé exactamente lo que hace falta.

—Mary McBeth...
Tardo un minuto en darme cuenta de que el hombre se dirige a mí, aunque soy la única
que queda en la habitación. Las otras dos chicas han entrado y se han marchado, cada una con
un aspecto un poco aturdido al salir por la puerta. Había dado un nombre falso. No podía
avisarles de que iba a entrar en la entrevista.
—Soy yo —digo, poniéndome de pie. Me hace un gesto para que lo siga por el pasillo y se
detiene ante un par de puertas de madera cerradas. Respiro profundamente y con fuerza. Me
dirige una última mirada comprensiva antes de girar el pomo.
No nos prestan atención cuando él cruza el umbral, demasiado absortos en sí mismos
como para darse cuenta de quién entra. Me asomo a su alrededor para ver bien a los tipos que
casi me destruyen. Hace más de tres años que no veo a ninguno de ellos.
Los tres parecen un poco mayores. Rath tiene un diario de cuero en su regazo, en el que
garabatea notas. Tiene unos auriculares inalámbricos conectados a sus oídos. Las líneas de su
mandíbula son más afiladas que antes, más definidas por la barba oscura, y tiene un nuevo
piercing en la nariz que acompaña a los dos que tiene en el labio inferior. Su pelo es un poco
más largo, más desgreñado alrededor de las orejas, y su cuerpo es largo, ocupando todo el sofá
de cuero. Sigue teniendo la misma presencia que recuerdo del instituto, como si la luz se curvara
a su alrededor, haciendo que su aura sea un poco más oscura que todo lo demás.
Tristian se sienta frente a él, y el tiempo le ha servido igualmente. Sus pómulos son más
afilados de lo que recordaba, su pelo sigue siendo un inmaculado barrido de oro pálido. Ahora
tiene cara de hombre. Labios carnosos y pestañas largas y oscuras que se oponen a su pelo rubio.
Está consultando su teléfono, sonriendo ante lo que está mirando. Casi parece agradable.
Casi.
Si no fuera por la huella roja de una mano que se extiende por su mejilla.
O la pelirroja o D deben haberle dado una bofetada. Internamente, estoy impresionada.
Ambas parecían completamente dispuestas a esto. Es bueno saber que incluso las mayores fans
de estos chicos, de estos Lords, tienen sus límites.
Desplazo mi mirada hacia el tercer hombre de la habitación. Killian, mi hermanastro. Casi
no lo reconozco. Tiene los ojos clavados en el suelo, la mandíbula flexionada en torno a algo
que parece frustrado e impaciente. Es más grande que antes, probablemente medio metro más
alto, más ancho de hombros y pecho. Su camisa parece hecha a mano, ajustada perfectamente
para acentuar los abultados músculos de sus brazos y pecho. Debajo está el extenso lienzo de
tinta en que se ha convertido su piel. Sus brazos están absolutamente cubiertos de tatuajes. No
hay ninguno que destaque más que los demás, pero puedo ver claramente la palabra “KILL”
escrita en sus ásperos nudillos. Si el chico que conocí era fuerte e intimidante, no tengo palabras
para el hombre que tengo delante.
Killian parece un gángster.
Cuando sus ojos encuentran los míos por primera vez, siento que mi corazón quiere salirse
de mi propio pecho. Su cuerpo puede ser diferente, pero esa cara y esos ojos...
Los reconocería en cualquier lugar. Los he visto en mis pesadillas durante años. Siempre
vigilando, acechando, observándome.
A pesar de eso, no puedo evitar notar la similitud entre su rostro y el de su padre. Esta
versión más aguda, dura y madura de Killian sigue careciendo de cualquier tipo de emoción.
Ni siquiera cuando me acepta, ni cuando sus ojos parpadean al darse cuenta, eso cambia.
—Su cita final está aquí —dice el tipo—. ¿Hay algo más que necesiten que haga?
—Cierra la puerta. —Es todo lo que dice Killian, con los ojos todavía clavados en mi sitio,
y su lacayo retrocede, animándome a entrar. Entro en la habitación y siento sus miradas fijas en
mí. Ahora es el turno de que mi estómago sienta que quiere salir de mi cuerpo. Se me erizan
todos los pelos del cuerpo y, por un momento, siento que voy a salir corriendo.
He ensayado lo que quería decir un millón de veces durante la última semana, pero ahora
que estoy aquí, frente a ellos, se me queda atrapado en la garganta como una roca. La forma en
que todos me miran, silenciosos y quietos, me hace preguntarme si están sintiendo lo mismo.
Tal vez no estén acostumbrados a enfrentarse a sus crímenes del pasado. Tal vez esperan que
su basura desaparezca una vez que la han tirado.
Es Tristian quien se recupera primero.
—Vaya, vaya, vaya. Si no es Dulce Cereza —dice, con mi apodo como miel en la boca. Se
echa hacia atrás, echando los brazos sobre el respaldo de los asientos. Su mirada se fija en mi
boca—. Esto es una sorpresa inesperada.
Rath se quita los auriculares lentamente, uno por uno, y sus ojos oscuros me evalúan.
Aparte de la apretada línea de sus labios, su rostro es inexpresivo, esa fría mirada me hace
temblar bajo su inspección.
Con los dos mirándome, es como si volviera a estar en aquella lavandería. Ellos son los
depredadores. Y yo soy la presa. Tengo que cerrar las manos en puños para evitar que tiemblen
bajo la intensidad del recuerdo. El agudo sabor del semen. Los dedos deslizándose por mis
pliegues. El sonido de sus respiraciones ásperas y excitadas mientras me utilizaban como un
juguete barato. No. No temblaré ni me acobardaré ante esos hombres.
Ya no soy esa chica.
Tristian me sacude la barbilla.
—Nunca dijiste que tu pequeña hermanita estaba en la ciudad, Killer.
Killian sigue mirándome fijamente, pero ahora tiene el ceño fruncido y el labio despegado.
Me mira como si me hubiera raspado de la suela del zapato.
—No es mi hermana.
—Y ya no es tan pequeña —dice Tristán, con sus ojos recorriéndome antes de posarse de
nuevo en mi boca. Tengo un recuerdo humillante: la sensación de su pene cuando se deslizaba
entre mis labios, el calor de la yema de su dedo cuando me quitaba las lágrimas. Siento el calor
burbujeando en mis mejillas y eso hace que sus labios se inclinen en una sonrisa—. Mírate, ya
has crecido.
Tiene razón. He madurado. Físicamente, emocionalmente. Un año de internado, unos
meses en la calle, y un año y medio trabajando y viviendo y sobreviviendo tiene una manera de
hacer eso a una persona. Ya es obvio que estos tres son exactamente los mismos que eran aquella
noche. No hay remordimientos aquí.
—¿Qué haces aquí, Story? —pregunta Killian, con voz profunda y áspera—. Lo último que
supe es que te habías saltado el internado y te habías largado a lugares desconocidos. ¿Y ahora
te presentas en mi puerta? Si lo que buscas es igualar las cosas, llegas un poco tarde. Si antes
éramos intocables, ahora somos prácticamente de teflón. Deberías haberte quedado por aquí si
querías intentarlo.
Echo los hombros hacia atrás y subo la barbilla.
—Estoy aquí para entrevistarme para el puesto. Me postulo para ser su Lady.
Hay un largo tramo de silencio, sus ojos no parpadean mientras absorben mis palabras.
—Estás solicitando ser nuestra Lady —dice Killian, con voz dura y plana. Se inclina hacia
delante, moviendo los hombros, y apoya los codos entintados en las rodillas—. ¿Siquiera eres
consciente de lo que implica el trabajo?
Sin inmutarme, respondo:
—Atender las necesidades de los Lords que viven en el hogar. —Es una evasión. Ellos son
los únicos Lords que viven aquí.
—Sabes, tal vez estoy recordando mal —dice Rath, con la cabeza ladeada—, pero la última
vez que hablamos, no eras muy complaciente con el servicio a los demás.
—No de buena gana, al menos —añade Tristian, mostrándome una sonrisa afilada y
ladeada—. Aunque eso no me molestó mucho.
—Es como dijiste —insisto, con la voz de piedra—. He cambiado.
—¿Sabe mi padre que estás aquí? —pregunta Killian, juntando los dedos con fuerza.
—Desde junio. Es el quién me ayudó a entrar en Forsyth. —El odio en los ojos de Killian
se vuelve un tono más oscuro—. Pero preferí hacer esto por mi cuenta. Pensé que un trabajo que
se encargara de mi alojamiento y mi comida sería el paso correcto.
—Esto no es limpiar los baños y hacernos la comida, lo entiendes, ¿verdad? —Tristian deja
la sonrisa burlona por algo más condescendiente—. Ya tenemos un ama de llaves, cariño.
Asiento con la cabeza una vez.
—Sí, lo sé.
—Dinos, Dulce Cereza, ¿qué implica ser nuestra Lady? —incita, la curva perversa de la
sonrisa se dibuja en sus labios.
—Significa que están al mando.
—¿De?
—Todo.
Trago, muy consciente de lo que voy a hacer. Lo que no saben es por qué estoy tan
dispuesta a hacerlo.
Tristian me observa. Todavía tiene esa encantadora facilidad. Ese mismo comportamiento
desarmante y sexy. Enfrentarse a él es peor que a los otros, porque incluso para mí, incluso
después de lo que me hizo, después de cómo me trató, es tan fácil caer en él. Dejar que te
adormezca. Creer que no es tan malo como el resto.
Justo hasta que ataca.
—Hay un contrato —dice, con los ojos oscurecidos—. Somos perfectamente sólidos aquí,
Story. Pero por nuestro propio beneficio, creo que quiero oírte decir lo que estás dispuesta a
hacer. Sé específica.
Se me revuelve el estómago y las palmas de las manos se me humedecen mientras lucho
por mantener la compostura. Mi voz suena casi mecánica.
—Les... daré placer. Dejaré que me hagan cosas.
Tristian levanta una ceja, claramente no esperaba este nivel de franqueza.
—¿Y? El contrato nos da derechos unilaterales para controlar todos tus movimientos
durante el próximo año.
—Lo que llevas puesto —añade Rath, mirándome el pecho. Todavía puedo sentir el
fantasma de sus manos en ellos. Su polla frotándose contra mi trasero. Sus duros susurros en mi
oído.
Tristán asiente.
—Cuándo y qué comes.
—Cuándo duermes.
—A quién te follas —dice Killian, uniéndose de repente.
—Cómo follas.
Me pongo firme.
—Puedo manejar eso.
Los chicos se miran entre sí. Rath se levanta y camina hacia mí. Yo sigo de pie cerca de
la puerta. No he llegado muy lejos en la habitación.
—La última vez no lo manejaste, Story. Te esperamos y nunca viniste. Killer se sentó fuera
de tu habitación, pero estaba cerrada. Luego huiste y borraste todo rastro de tu existencia.
—Eso fue diferente. Entonces no estaba preparada. Ahora lo estoy.
Rath saca la lengua y levanta una ceja.
—Quítate el vestido, entonces. Quiero ver cuánto has cambiado.
Es una prueba. Una prueba para ver si cumplo. Pero también sé que no les gusta lo fácil.
Quien haya abofeteado a Tristian probablemente tenga la mejor oportunidad en este trabajo. Es
una línea fina, saber lo que quieren, y tengo que andar con cuidado aquí. También tengo que
controlar mis miedos antes de echarlo a perder.
—Quítate el vestido, Dulce Cereza, o esto se acaba antes de empezar.
Tristian se apoya en el sofá, el cuero cruje. Hace un movimiento con las caderas y veo el
bulto en sus pantalones. Todavía puedo saborear su sabor agrio, incluso después de todo este
tiempo.
Me tiemblan los dedos al estirar la mano para tocar el tirante de mi vestido. Me niego a
mirar a Killian. Sé muy bien que no va a poner fin a esto. El estómago se me revuelve, la bilis
me sube al fondo de la garganta.
No vale la pena, no vale la pena.
—Cereza, no tenemos todo el día. Entrevistamos a otras diez chicas y todas ellas estaban
dispuestas a hacer lo que se les pidiera —dice Rath, molesto por mis dudas—. No sé a qué juego
estás jugando, pero ser una Lady es un asunto serio. Tal vez deberías tomar esto como una
oportunidad para huir. Se te da muy bien, después de todo.
Me trago los nervios y engancho los dedos bajo los tirantes del vestido, tirando de ellos
desde los hombros y arrastrándolos por los brazos. El vestido cae al suelo a mis pies y, de
repente, estoy desnuda, en bragas y un sujetador de encaje azul pálido. Sus ojos observan
sospechosamente cada uno de mis movimientos y sé que, por mucho que me odien, me desean
igualmente.
Tristán se mueve hacia adelante en su asiento, como si estuviera a punto de alcanzarme.
Pero no lo hace. Su lengua sale para mojar su labio inferior.
—Está más grande —le dice a los demás—. ¿Se acuerdan de lo grandes que eran sus
pezones?
Rath asiente a mi pecho.
—Del tamaño de un centavo. ¿También son más grandes ahora?
Me abalanzo hacia abajo para coger el vestido y me lo subo por el torso. Una vez cubierta,
les envío una mirada ardiente.
—Si me dan el trabajo, quizá lo descubran
Una amplia sonrisa divide la cara de Tristán.
—Sigue siendo luchadora. Quizá incluso más que antes.
—Dime algo —dice Killian, con los ojos dilatados—. ¿Qué tienes exactamente que las otras
chicas no tienen?
Juego la carta a la que me había aferrado durante años. La misma carta en la que no había
pensado hasta esa noche con ellos. Fue entonces cuando me di cuenta de la importancia que
tiene. Cuánto poder.
—Fácil —digo, enderezando mi vestido—. Todavía soy virgen.
Capítulo 3
KILLIAN
Nadie habla durante un largo momento después de que Story ha sido despedida. Hay una
tensión en el aire tan palpable que hace que me tiemblen las piernas y que mi rodilla salte.
Solo cuando levanto la vista y veo que los dos me miran fijamente, digo:
—Es evidente que nos está tomando el pelo.
Rath levanta una ceja.
—¿Cómo lo sabes?
—Cualquier puta puede decir que es virgen —señalo—. Probablemente vendió su virginidad
a algún puto geriátrico hace años.
Tristian empieza:
—Pero, ¿y si...?
—¿Soy el único aquí que no piensa con la polla?
—No, tú eres el único aquí pensando con rencor —responde Tristian, metiendo las manos
detrás de la cabeza—. Sé qué crees que te dejó plantado o lo que sea, pero seamos sinceros.
Story es la indicada.
Afortunadamente, Rath tiene algo de sentido común.
—Claro, invitémosla a entrar en nuestras vidas, démosle acceso a todo lo que necesita para
destruirnos completamente.
Hago un gesto a Rath.
—Exactamente. Es imposible que no esté deseando acabar con nosotros después de lo que
le hicimos.
Tristian se encoge de hombros.
—¿Qué le hicimos? Siempre tuvo opciones.
Rath sonríe.
—Pero no buenas opciones.
—¿Cuándo son buenas las opciones, de todos modos? —Tristian pone los ojos en blanco y
me mira a mí—. Si quiere intentarlo, yo digo que la dejemos.
Sus ojos brillan con el mismo regocijo malicioso que estoy acostumbrado a ver en él.
Tristian siempre ha preferido la lucha antes que la caza fácil.
—Es un riesgo —señalo, con las manos formando puños apretados—. Nunca será leal.
Tómalo de alguien que lo sabe: si dejas que esa chica viva bajo tu techo, te vas a arrepentir de
pensar que es tuya.
Verla entrar por nuestra puerta fue como enfrentarse al fantasma de las decepciones del
pasado. Mi cara de póquer es casi impecable, pero aún así me sorprendió verla allí de pie, con
todo el aspecto bonito e inocente pedazo de culo que siempre tenía.
Me recordó la primera vez que la vi. La noche en el restaurante cuando mi padre nos
presentó a todos. Sabía que la había destinado a mí. Tenía que serlo. Era demasiado perfecta,
demasiado pura, demasiado dulce y bonita. La primera vez que le sonreí, se retorció en su
asiento, con las mejillas pálidas enrojecidas, agachando la cabeza para ocultar una sonrisa.
Entonces supe que sería mía.
Me equivoqué.
Solo ahora me permito sentir realmente el tornado de emociones que me produce verla.
Hay ira, como siempre. Demasiadas capas de furia para hacer un inventario. Rabia porque mi
padre hizo que ella y esa zorra buscadora de oro formaran parte de nuestra familia. Rabia porque
se suponía que era mía, pero nunca lo fue. Rabia porque eligió a otra persona. Rabia porque la
noche en el lavadero debería haber sellado el trato, pero los tres estábamos demasiado borrachos
y cabreados como para hacerlo bien. Rabia porque se levantó y se fue.
Lo peor de todo, sin embargo, la parte que me hace querer tirar esta mesa de café por la
puta ventana, es que incluso a través de toda esa rabia y resentimiento, todavía la quiero.
—Piénsalo. Una virgen, Killer —dice Tristian—. Ninguna de las otras casas tiene algo
parecido.
—Y nosotros tampoco —le digo—. Ella está mintiendo.
Parece no importarle, y se echa hacia atrás.
—Así que lo haremos parte del contrato. Si descubrimos que miente, la cambiamos por
una suplente.
Rath pregunta:
—¿Y el cartel?
—¿Qué cartel?
Le echa una larga mirada a Tristian.
—¿El que está todo rojo y parpadea diciendo “oye, esto es claramente una trampa”?
Tristian se burla.
—Como hemos dicho. Somos de teflón. Deja que lo intente.
Rath pone los ojos en blanco, pero veo que los engranajes giran.
—Todavía tiene ese aire.
—Toda inocente y nerviosa. Mierda —Tristian se agacha para apretar su erección—. Los
Condes van a perder su mierda cuando vean lo que tenemos.
No están consiguiendo nada, simplemente son demasiado idiotas para verlo.
—No va a suceder.
Los dos me miran, con expresiones duras.
—Esto no es solo decisión tuya, cabrón. Lo decidimos democráticamente —Tristian levanta
una palma—. ¿Todos a favor?
Antes de que Rath pueda levantar la mano, añado:
—Tienes razón. ¿Aparecer en nuestra puerta tres años después? Eso no suena a Story. Algo
está pasando aquí.
—Quizá probó mi polla y finalmente volvió a por más —dice Tristian, encogiéndose de
hombros—. No sería la primera.
—Eres un iluso.
—Y tú estás demasiado envuelto en tu mala sangre para ver esto como lo que es —Tristian
se inclina hacia delante, dirigiendo su mirada hacia mí—. Finalmente puedes tenerla, Killer.
Hacemos esto, y es nuestra, de verdad, esta vez. Esto no es un polvo de instituto borracho en tu
lavandería. ¿No es eso por lo que siempre la has odiado tanto? —Sacude la cabeza, pareciendo
simpático y molesto a la vez—. Siempre odias lo que no puedes tener.
—¿Quién dice que la quiero? Podría tener a cualquier chica en toda esta puta ciudad. Ella
no es nada especial.
Sé al instante que ven a través de mi mierda.
Sin embargo, Rath es el único con pelotas para decirlo.
—Dame un respiro. Encuentras una morena para follar por detrás y te corres en cinco
minutos. Apuesto a que todavía piensas en ella cuando te masturbas, también.
Tristian se ríe.
—Tiene razón.
Le doy la espalda.
—Tal vez no me gustan las rubias.
Rath se inclina hacia delante para acariciar ese espacio en mi bíceps: el tatuaje de la chica
de pelo oscuro.
—O tal vez solo eres un psicópata obsesivo —Sus palabras no tienen ninguna mordacidad.
Como si estuviera en posición de lanzar piedras aquí—. Pero míralo así, ¿de acuerdo? Si es
nuestra Lady, estará al final del pasillo. Todas las noches. Durmiendo.
Tristian se da cuenta de inmediato y se adelanta para añadir:
—Podemos quitar el candado. O, mejor aún, podemos darte la única llave.
Los miro con desprecio, pero internamente ya me lo estoy imaginando. Entrando a
hurtadillas en su habitación, viéndola allí, metida en su cama. Recuerdo el aspecto de sus labios,
fruncidos por la concentración mientras soñaba. La forma en que se sentían alrededor de la
punta dura de mi polla, tan suave y húmeda. La forma en que dejaba un poco de mi semen en
ellos, esparciéndolo, marcándola como mía. Story siempre tuvo el sueño pesado. Apenas nada
podía despertarla. Entonces era cuidadoso, demasiado cuidadoso, me movía demasiado
despacio. ¿Pero ahora?
Ahora, podría hacerle cualquier cosa.
Así de fácil, mi polla está dura como una roca.
Cabrones. Completos e insufribles cabrones, los dos.
Rath levanta una mano, diciendo “me apunto”, y me mira expectante.
Pensé que era mía la primera vez que nos vimos. Volví a pensar que era mía aquella noche
en nuestra antigua casa, cuando por fin me permití tener un trozo de ella, por pequeño que
pareciera.
Pero eso es lo que pasa con Story que estos tipos no se dan cuenta. Ella es como la arena
que se escurre entre los dedos. Agua a través de un colador.
No se puede conservar lo que no se puede agarrar.
Capítulo 4
STORY
Por mucho que supiera que era una posibilidad remota el convertirme en Lady, todavía me
decepciona no saber nada a la mañana siguiente. Lo ideal sería no tener que volver a la
habitación que he estado alquilando a nombre de mi madre, más que para recoger mis
pertenencias.
Si no puedo mudarme a la casa de los Lords, voy a tener que tomar una decisión
rápidamente sobre qué hacer y dónde ir después. No puedo vivir sola, y tampoco puedo poner
a cualquiera a vivir conmigo.
No con Ted ahí fuera.
Me acerco al pequeño escritorio que hay en la esquina de la habitación que he alquilado
y saco el sobre de mi maleta. Es sencillo y blanco, con mi nombre escrito a máquina en el frente.
Entré en mi habitación del internado y lo encontré sobre la almohada.

Querida Dulce Cereza,


Cuando cerraste tu cuenta, me sentí muy decepcionado. La conexión que desarrollamos,
tus sensuales palabras y fotos... es todo en lo que pienso. Es todo en lo que sueño. Pero sé lo
que tu hermanastro y sus amigos te hicieron. Entiendo por qué tuviste que huir. Lo que no
entiendo es por qué tuviste que dejarme a mí también. ¿Se enteró? Debe ser eso. Éramos
perfectos el uno para el otro. Tiene que haber una razón por la que te fuiste.
¿Dime? ¿Sigues siendo virgen? Espero que, al estar en una escuela de niñas, puedas mantenerte
pura. Quiero ser el que te reclame. Ahora que sé dónde estás, estaré esperando y vigilando mi
oportunidad. Puedo ser paciente, por un tiempo...
Tuyo,
Ted

También había metido una fotografía en el sobre, una foto comprometedora que envié a
algunos de los Sugar Daddys por dinero. Ted había sido uno de esos Daddys. No era nadie
especial. Solo alguien con quien ganar algo de dinero rápido hasta que pudiera salir del apuro.
En aquel entonces, no había prestado mucha atención a la gente de la pantalla. Apenas eran
personas reales para mí. Solo un medio para un fin.
No fue hasta la primera carta, la mención de mi hermanastro, cuando me di cuenta.
Ted debe haber sido Killian.
¿Quién más lo sabría? ¿Quién más me perseguiría por todo el país así solo para
atormentarme?
Habría sido más fácil si fuera Killian. Significaría que él y los otros eran los únicos que
sabían lo que me hicieron. Sin embargo, nada puede ser tan simple. Rápidamente me di cuenta
de que se trataba de otra persona.

Querida Dulce Cereza,


¿Recibiste mis regalos? ¿Te han gustado las flores? Sé que el naranja es tu color favorito.
Debo admitir que es muy molesto que hayas huido. Tenía tantos planes para nosotros dos. ¿No
quieres verme? ¿Le diste lo único que te pedí que guardaras a otra persona? ¿No eres más que
una vulgar puta?
No. Me niego a creer eso. Hiciste una promesa y sé que la mantendrás. Por eso te envié
los regalos, para que sepas que aún creo en ti. En nosotros. Un día, pronto, te encontraré y te
haré mía.
Hasta entonces,
Ted

También iba acompañada de fotos mías. En clase. En mi dormitorio. Haciendo cola en la


cafetería. Acostada en la enfermería cuando me enfermé de gripe. Cada foto era
progresivamente más alarmante. No se trataba de alguien del otro lado del país. Era alguien
local, alguien horriblemente presente y persistente. Sabía dónde dormía, qué comía, cuándo iba
a clase.
Fue entonces cuando empecé a hacer algo de mi propio acecho.
Las redes sociales de Killian son un homenaje al narcisismo. Por aquel entonces, publicaba
hasta una docena de veces al día. Era fácil seguirle la pista, y entre todas las fotos en las que
posaba con chicas, se hizo evidente que no era su modus operandi. Killian tomaba a las chicas
y las dejaba de lado. No las perseguía. Las atormentaba, sí, pero las cartas, los regalos, las burlas,
no eran para nada su estilo. No eran lo suficientemente interactivos como para serlo. Así no es
como Killian prefiere herir a la gente.
Aun así, no podía dejar de seguir su perfil, el de todos ellos. Al principio se convirtió en
una fascinación enfermiza, observar a estos tipos que me habían hecho tanto daño.
Preguntándome qué les hace funcionar. Preguntándome si se sentían mal. Me preguntaba si se
lo hacían a otras chicas.
Pero la fascinación no era tan enfermiza. Ahora me doy cuenta de eso. Después de lo que
me hicieron, había cierto consuelo en saber dónde estaban. No podía deshacerme de ellos,
incluso después de un año. Incluso después de tres años, incluso desde el otro lado del país,
podía sentir sus ojos sobre mí, sus profundas respiraciones y las yemas de sus dedos. Me
despertaba constantemente, empapada de sudor, atrapada en sueños febriles en los que me
asfixiaba una gruesa polla metida en la garganta, el sabor amargo del semen en mi lengua. Lo
único que hacía que desapareciera era verlos. Irónico, la acosada se convirtió en la acosadora.
Observé sus éxitos, sus fracasos. Al igual que en el instituto, dominaban la universidad. Killian
se ha convertido en una superestrella del fútbol, Rath está muy involucrado en la escena musical
y Tristian parece tener una chica diferente del brazo cada noche. Supe cuando entraron en la
Universidad de Forsyth, y supe cuando se convirtieron en Lambda Delta Zetas, Lords.
Así es como me enteré del puesto de Lady.
Vuelvo a meter la carta y las fotos en el sobre y lo escondo de nuevo en el bolsillo de mi
maleta. Cojo mi mochila y salgo de la habitación. Es el primer día de clases y no puedo llegar
tarde. Probablemente, Daniel se desvivió por ayudarme a matricularme y a pasar el proceso de
admisión, aunque los plazos ya habían pasado. Tiene mucha influencia en la Universidad, y
meterse en el lado equivocado de la misma echará por tierra mis planes de evitarlo a toda costa.
Cierro la puerta con llave y compruebo que es segura. No es un gran apartamento. Cuando
Ted me encuentre, y no tengo ninguna duda de que lo hará, no le costará casi nada entrar.
Mientras camino hacia el campus, vuelvo a quedarme con la duda: ¿Lo haría? ¿Entraría y
me haría daño? Las cartas ya no son tan dulces. Son impacientes, bordeadas de una
desesperación furiosa, indiferentes. Lo que pasó en Colorado es prueba suficiente de que no
tiene límites.
Si no consigo el puesto de Lady, no sé qué haré. No tengo un plan B.
Una vez más, compruebo mi teléfono, esperando ver un mensaje de los Lords. No hay
nada. Estar en un campus universitario es tanto positivo como negativo. Hay mucha gente
alrededor, así que es fácil mezclarse. Pero saber que los chicos están tan cerca me tiene en el filo
de la navaja, con los hombros metidos hasta las orejas y los ojos escudriñando la distancia.
Entro en el edificio de psicología, buscando ansiosamente mi primera clase: el aula 202,
segunda planta. Encuentro el hueco de la escalera y subo con un puñado de estudiantes. Apenas
he pisado el rellano cuando me detengo bruscamente. Killian se apoya en la pared, con los
brazos tatuados cruzados sobre el pecho y los ojos oscuros clavados en mí.
Los demás estudiantes pasan sin percibir que algo anda mal. Aunque no debería
sorprenderme que sepa exactamente dónde encontrarme, una sensación de cosquilleo y alarma
me recorre la columna vertebral. Su presencia es como un dolor sorprendente en el universo,
algo que palpita inevitablemente en mi conciencia. Es otro recordatorio de que esto que estoy
haciendo aquí es peligroso. Cambiar un mal por otro nunca iba a ser lo ideal.
Su cara está completamente vacía de emociones. Ninguna expresión. Mueve la barbilla
hacia un lado, haciéndome un gesto para que le siga. Obligar a mis piernas a moverse hacia él
es como moverse en la melaza. Cada molécula de mi cuerpo me pide a gritos que corra, pero
no lo hago. Camino dos pasos detrás de él, consciente de que todos los que nos cruzamos se
fijan en él y le dan la misma distancia que yo me siento obligada a darle. Empuja una puerta y
la atraviesa.
Tomo un largo e inseguro respiro antes de seguirle.
La puerta se cierra detrás de nosotros con un clic tan fuerte como un disparo. Un vistazo
a nuestro alrededor nos revela que estamos en un aula vacía y poco iluminada.
Solos.
Trago grueso, la mano apretando la correa de mi bolsa.
—Tengo clase en diez minutos.
Con los ojos siguiendo el camino que sigo junto a la puerta, el músculo de la mandíbula
de Killian sufre un tic.
—He venido a ofrecerte formalmente el puesto de Lady.
—Oh. —Un escalofrío contradictorio me recorre, el temor luchando con el alivio—. Me
imaginé que después de no saber de ustedes...
A pesar de haber sido su decisión, no parece contento, con las cejas bajas y enfadadas
sobre los ojos.
—Tuvimos que discutirlo y llegar a algunos... compromisos.
Me muevo incómoda.
—...¿compromisos?
—Directrices —dice—. Parámetros. Son nuestros asuntos, no los tuyos.
Asiento con la cabeza, prácticamente sintiendo el odio que se desprende de él en oleadas.
—Lo entiendo.
Hace un sonido bajo y burlón.
—No eres tan hábil como crees, Story. —Se apoya en el escritorio a su espalda, con los
fuertes brazos cruzados contra el pecho—. Puede que Rath y Tristian no vean el bosque por los
árboles, pero yo tengo una buena vista. No sé a qué juego estás jugando aquí, pero te voy a
decir ahora que no va a jodidamente funcionar.
Mi voz es débil cuando argumento:
—No hay juego.
—Por supuesto que no. Solo has venido a someterte a nuestro completo control porque sí.
—Se lame el labio inferior, con la mirada recorriendo mi cuerpo—. No importa. No tienes ni idea
de en qué te estás metiendo. Intenté decirles a los otros que huirías, a la primera oportunidad
que tengas. Están trabajando bajo la ilusión de que tienes algún sentido de acabar lo que
empiezas.
Me encuentro con su mirada, intentando que mi voz suene tan firme como me siento.
—No voy a huir.
Sus ojos se estrechan.
—Lo hiciste la última vez.
—Eso fue diferente —empiezo, pero sé que es inútil. A Killian no le importa lo que me hizo.
No le importa que ya haya estado intentando encontrar una salida. No le importa que esta vez
esté de acuerdo, eso es lo que lo hace diferente. En cambio, le digo:
—Me dejaste muy claro que odiabas que viviera en tu casa. Pensé que te hacía un favor al
irme.
Sus ojos brillan con rabia y me pongo rígida, retrocediendo hacia la puerta cuando se echa
hacia delante.
—¿Haciéndome un favor? —gruñe. Mi espalda choca con la puerta justo cuando su palma
hace contacto con la madera, golpeando el espacio junto a mi cabeza. Su silbido bajo y furioso
es como veneno contra mi oído—. No había terminado contigo, Story. Nosotros no habíamos
terminado contigo. Si adoptas esta posición, no podrás huir. Nos pertenecerás a nosotros y a
nadie más. No hasta que nos cansemos de ti.
Lo dice como una amenaza, y eso es exactamente lo que es. Si acepto esto, me estoy
entregando a ellos, totalmente. De lo que no se da cuenta es de lo reconfortante que es esa
promesa: no pertenecer a nadie más.
Con el corazón palpitando, todavía encogido por el duro pecho que tengo delante,
respiro:
—Lo sé.
Desde mi periferia, puedo ver los músculos de su brazo moverse y flexionarse.
—Será mejor que lo sepas, porque esta es tu elección. No la mía.
Asintiendo con la cabeza, miro fijamente a mis pies, incapaz de mirarle a los ojos, no sin
pensar en aquella noche y en cómo se veía dándose placer.
—No volveré a huir.
Siento las yemas de sus dedos bajo mi barbilla. Su toque no es suave y me obliga a
levantarle la vista.
—Quiero dejar una cosa perfectamente clara —comienza, las líneas de su rostro afiladas y
duras—. La única razón por la que Rath y Tristian no te follaron crudamente esa noche es porque
yo les dije que no lo hicieran.
—Lo sé. —Hago la pregunta de la que he querido saber la respuesta durante tres años—.
¿Por qué los detuviste?
Me clava la mirada, con algo oscuro y extrañamente reacio que acecha.
—Porque podía.
Mi estómago se retuerce en un nudo de asco ante mis siguientes palabras.
—Gracias.
Su risa baja y áspera me produce un escalofrío en la columna vertebral.
—Oh, Dulce Cereza. No me des las gracias. No soy tu salvador, ni antes ni ahora. Tienes
que meterte eso en tu bonita cabecita. No voy a impedir que te hagan lo que quieran. Dime que
lo entiendes. —Las palabras son una orden directa, llena de una extraña autoridad empresarial.
Trago con fuerza.
—Lo entiendo.
Está tan cerca que se hace difícil respirar algo que no sea su aroma masculino.
—Y no más mentiras. ¿Toda esa mierda de que eres virgen? ¿Qué tan estúpido crees que
soy?
Mis cejas se juntan.
—Soy virgen —insisto, incluso cuando su mandíbula se endurece.
Da un paso adelante, su enorme estructura se eleva sobre mí.
—¿Esperas que me crea eso? ¿Solo con tu palabra?
Mi boca vacila en torno a varias respuestas abortadas.
—¿Cómo puedo probarlo si no?
De repente, su mano está en mi muslo, tirando de la parte inferior de mi vestido hacia
arriba.
—Puedes quedarte quieta, mantener la boca cerrada y dejarme juzgar por mí mismo. —Me
echo hacia atrás, para evitar que su mano se abra paso por mi vestido, pero la puerta me detiene.
A pesar de ello, puedo ver el parpadeo de irritación en su cara al ver mi respingo—. Fíjate, ya
eres terrible a la hora de aceptar indicaciones. No creo que esto sea un buen presagio para ti.
Ante sus palabras, me obligo a quedarme quieta, incluso cuando sus dedos encuentran el
borde de mis bragas y las apartan bruscamente. Incluso cuando introduce sus dedos entre mis
piernas, invadiendo mi zona más privada, trato de permanecer como una piedra, cerrando los
ojos contra la intrusión que se avecina.
Respiro bruscamente al ver cómo me empuja, cómo la punta de su dedo se entierra dentro
de mí. No puedo contener la mueca de dolor, la forma en que mis mejillas arden de humillación,
el escozor de las lágrimas detrás de mis ojos mientras él introduce mecánicamente su dedo hasta
el nudillo. Aprieto los ojos y las manos forman puños en la tela de mi falda.
—Relájate —dice, con su profunda voz llena de fastidio—. Si dejaras de ser una perra frígida
durante cinco segundos, incluso podría sentirse bien.
Con los dientes rechinando, sacudo la cabeza, deseando que se acabe antes de que algo
así pueda suceder. Con un sonido áspero, empuja su dedo, sacándolo solo para empujarlo de
nuevo dentro. Después de un momento, se detiene ahí, con el calor de su exhalación bañando
mi cara.
Cuando se queda congelado, abro los ojos con vacilación.
Su mirada oscura se fija en mis labios, con la boca entreabierta, observándome mientras
su dedo permanece allí, en lo más profundo de mi núcleo, calentándose en mi calor. Su dedo
se mueve y él parpadea, un movimiento lento y pesado mientras lo bombea dentro de mí,
inclinándose hacia delante.
Me va a besar.
La constatación me golpea como un mazo.
Respiro con pánico cuando él se pone rígido y me quita la mano de la falda. Su rostro está
tenso, con líneas duras y una mirada pétrea. Cualquier rastro de... lo que fuera, fijación,
curiosidad, deseo, se ha borrado.
—Estate en la casa esta noche a las seis. Trae tus cosas. Vivirás allí durante todo el año
escolar.
Asiento con la cabeza, apretando los muslos contra la punzada fantasma de su toque
invasor, deseando que las lágrimas no caigan. No dejaré que me vea llorar de nuevo. Ya tengo
la mano temblorosa alrededor del pomo de la puerta cuando suena su voz.
—No nos gustan los coños peludos —dice—. Ven afeitada.
Encuentro el valor para girar el pomo, para darle la espalda, moviéndome tan rápido que
casi tropiezo con mis pies. Mi corazón late con fuerza cuando irrumpo en el vestíbulo, sintiendo
todavía la malicia de su presencia contra mi columna vertebral, observando, esperando. Sin
embargo, no me persigue.
Por eso tiene que ser él.
Por eso tienen que ser ellos.
Capítulo 5
TRISTIAN
Rath se rige por sus emociones.
Siempre ha sido un malhumorado, rápido para guardar rencor, lento para enfriar la
cabeza. En cualquier otro, sería juvenil, pero Rath también es despiadado y está lleno de
convicciones. Eso lo convierte en un temible hijo de puta. Solía pensar que eso lo ponía en
desventaja, siempre tan rápido para perder la cabeza por algo, pero ahora sé que no es así. A
pesar de ser impulsivo y despiadado, también es calculador y paciente. Siempre subido de tono.
En cambio, la mayoría de la gente piensa que Killian es un robot.
Es un profesional cuando se trata de ocultar una debilidad, un poco demasiado bueno
para no verse afectado. Su capacidad para dejar de lado toda emoción, para hacer un trabajo,
es una gran parte de lo que le hace dominar en el campo. También es la razón por la que somos
tan buenos en lo que hacemos en el Lado Sur, capaces de tener esta ciudad en la palma de
nuestras manos. La gente le teme precisamente porque no puede saber lo que ocurre bajo ese
exterior duro e inexpresivo.
Yo soy mejor en emplear ambos.
Puede que esté cabreado, pero nunca lo sabrás. No a menos que yo quiera que lo sepas.
La capacidad de leer a la gente, de entender sus deseos, sus miedos, y de utilizarla en mi
beneficio es un rasgo clásico de Mercer. Mi padre es un maestro en eso, es dueño de cualquier
habitación en la que entra. Mi madre siempre lo llamaba manipulador. Pero para nosotros, la
gente es masilla, fácilmente manejable. Todo lo que se necesita es un buen y viejo engaño.
Rara vez funciona con Killer y Rath. Me conocen demasiado bien, primero. Pero, sobre
todo, sus personalidades son lo peor de ello. Ninguno de ellos se doblega. Todos lo saben. Si
quitaras a uno de los dos, probablemente toda la pirámide se desmoronaría. No es fácil ser Lords
de la escuela, y menos aún ser tres élites del lado norte. Hay responsabilidades, obligaciones.
Por eso, a pesar de su expresión perfectamente quieta, sé que en el instante en que Killian
entra por la puerta que está en un enredo.
—¿Qué ha dicho? —pregunto, sabiendo que ha ido a hablar con Story.
Para las otras casas, tener una chica probablemente no sea más que diversión. Así es como
siempre debió ser: una muestra de dominio ante el campus y los exalumnos, una forma de
desahogarse, tener una pequeña mascota para volver a casa, para llevar a las fiestas, para desfilar
como un premio. Hay mucho más en juego para nosotros tres. No podemos permitirnos el lujo
de dejar entrar a cualquiera, y se necesita un tipo especial de chica para manejar nuestra marca
de propiedad.
Killian cruza la biblioteca a grandes zancadas, directo a la barra para servirse una copa.
Rath y yo compartimos una mirada. Killer no es un gran bebedor, especialmente durante la
temporada de juego, pero no es algo inesperado. Que Story volviera a aparecer fue un shock
para todos nosotros, pero a él le ha afectado más que a nosotros.
Su voz es áspera por el whisky cuando responde:
—Parece que lo entiende.
Rath resopla, con una biografía de Jimi Hendrix abierta en su regazo. Cree que no lo
sabemos, pero no lo está leyendo.
—De alguna manera lo dudo.
No estoy de acuerdo.
—Ella sabe en lo que se mete mejor que la mayoría. —Y es cierto. Story ha estado bajo
nuestros talones antes. Ha sentido nuestra ira, nuestros elogios, la brutalidad de nuestro apetito
por ella. Fue solo una vez, pero fue más que suficiente. Story nos conoce de una manera que
todas estas otras perras nunca podrían. Estos dos la subestiman—. ¿Así que está de acuerdo?
Killian se burla.
—Un poco demasiado de acuerdo.
—Quiere algo —adivina Rath.
—Peor —digo, deslizando mi teléfono en el bolsillo—. Necesita algo. Que aparezca así solo
puede ser por desesperación. —Ambos reciben mi sonrisa con caras inexpresivas y pongo los
ojos en blanco. Mierda, estos dos tienen cero imaginación a veces—. La desesperación hace que
una persona haga cualquier cosa. ¿No lo entienden? Aquí tenemos todas las cartas. Relájate.
Martin aparece en la puerta, sosteniendo un montón de papeles.
—Tengo los contratos que pidieron.
Martin es un poco mayor que nosotros, pero la mayoría de la gente no podría decirlo. Es
un nerd escuálido. También es muy inteligente. Como abogado junior en Jackson & Wolfe, ha
sido asignado a trabajar con los Lords. Exclusivamente. Es parte del legado: tener una conexión
con el bufete. Cada grupo de Lords tuvo uno antes que nosotros, y los que siguen también lo
tendrán. Las familias Jackson y Wolfe fueron criadas por los Lords mucho antes de que nosotros
tres naciéramos.
Killian se traga el resto de su bebida y se acerca, cogiendo los papeles de Martin. Ojea la
información mientras nos entrega un juego a mí y a Rath. La parte superior es una copia del
contrato que Story tendrá que firmar antes de poner un pie en la casa. En él se describen muy
claramente las expectativas. Hay mucha jerga legal, pero me he asegurado de que el lenguaje
sea lo suficientemente claro para alguien no experto. Sería fácil engañar a esta chica en algo que
no espera, pero esa es la jugada equivocada aquí. Es mejor dejarle ver hasta qué punto vamos a
poseerla: cada movimiento, cada momento, cada mechón de pelo de su bonita cabecita. Su
acuerdo sellará lo que ya sé.
Story está en una situación desesperada.
—¿Tienes todas las condiciones anotadas? —pregunta Killian, con las cejas alzadas, mientras
pasa a la segunda parte del papeleo—. ¿Incluyendo las adiciones al Juego que hicimos anoche?
—Sí, señor —dice Martin—. Se añadieron al final de la lista actual.
El Juego es una tradición de larga data con los Lords. Tener una Lady que esté obligada
a cumplir todos nuestros caprichos es demasiado fácil para hombres como nosotros. Necesitamos
un reto, una búsqueda difícil, por lo que ninguna de las otras chicas pasó. Eran demasiado
fáciles, se morían de ganas de recibir una palmadita en la cabeza, listas para servirnos de la
manera que consideráramos oportuna.
Bostezo.
Pero Story no. Tal vez haya cambiado, haya madurado, pero aunque es evidente que está
desesperada, puedo oler el miedo que desprende su cuerpo. El nerviosismo. El temor. Va a ser
una batalla con uñas y dientes con ella. Se me puso la polla dura al instante.
Los tres nos sentamos en silencio durante un momento para leer el sistema de puntos de
El Juego. La idea es sencilla. Cada objeto recibe un punto. Como ganamos el juego el año
pasado y ya estamos viviendo en la casa de campo, necesitábamos otro premio. Ya no seremos
un equipo, porque para esto, vamos a competir entre nosotros. El Lord con el mayor número
de puntos al final del año gana. ¿El premio?
La cereza de Dulce Cereza.
Su virginidad.
Cada uno de nosotros la quiere, pero solo uno puede tomarla. Probablemente sea de
Killian, por derecho, algo que se planteó con sentimiento durante la discusión. No está
equivocado. Simplemente no nos importa una mierda. Killer tuvo su oportunidad con ella.
Vivieron bajo el mismo techo durante un año. Cualquier drama que hubiera entre él y su padre
no tiene nada que ver con nosotros.
Así que ese es el final del juego. Uno de nosotros va a tomar su virginidad, y estos dos
tontos no lo saben todavía, pero voy a ser yo.
El problema de que una casa tenga una chica es que es un equilibrio delicado. Basta con
mirar a los príncipes y a su princesa. Es demasiado fácil humanizarlas, hacerlas parecer como...
novias. No lo son. Son propiedad. Serviles. Para los Lords, el premio no está en la Lady misma.
Está en la posesión de ella.
Nuestra historia con Story complica las cosas.
Para empezar, ya la hemos probado. Además, Killer tiene todo su equipaje. Rath y ella
parecen tener una breve historia, también. Yo no tengo nada de eso. Para mí, Story es solo una
chica que me hizo una mamada muy emocionante hace tiempo. Pero mentiría si dijera que su
habilidad para enredar a mis chicos no me molesta.
Por eso tuvimos que revisar El Juego, para mantenernos en la tarea. Aceptamos algunos
cambios este año debido a nuestra historia con ella, sobre todo porque Killian tiene enormes
problemas de control y está obsesionado con su hermanastra. Todo se pone en una escala de
puntos. La forma en que ganamos el año pasado fue cuando los tres cumplimos todas las tareas
de la lista. No hay nada que no hagamos. Ninguna degradación demasiado pequeña. Ninguna
mujer a la que no podamos convencer o manipular en nuestras camas. Para Story, eso tiene que
cambiar un poco. Se trata de las cosas pequeñas: la frecuencia con la que se pone un traje que
hemos elegido, si la corregimos por un comportamiento insubordinado, cómo, cuándo y dónde
nos chupa la polla. Hay más puntos por voyeurismo o exhibicionismo, y por humillación. Hay
menos para la cooperación voluntaria, a menos que sea un consentimiento explícito y entusiasta,
pero más para la coerción táctica. El arte del joder la mente será mi especialidad personal.
Sospecho que será un partido de muchos puntos.
—Todos tienen que firmar la copia superior —dice Martin, tendiendo un bolígrafo.
Lo he vuelto a leer, ya que mi posición es un poco más vulnerable. Killer es todo
agresividad bruta, y Rath es todo tensión lenta, a fuego lento. Sus estrategias son directas. Las
mías son mucho más sutiles.
Solo me lleva un momento encontrar la cláusula correcta; cualquiera que informe a Story
del Juego será descalificado sumariamente de la competencia por el premio.
—Entonces —digo, una vez que el papel está firmado y Martin ha salido de la habitación—
, ¿algún plan en particular sobre cómo dar la bienvenida a Dulce Cereza a la casa?
—No lo hacemos —dice Killian, sirviéndonos a cada uno un vaso de whisky—. Como
recordatorio de que no es especial, no estaremos aquí cuando llegue. Hay asuntos que tenemos
que atender en el Lado Sur. Yo digo que nos encarguemos de ello y dejemos que ella se ponga
jodidamente nerviosa.
Rath y yo tomamos un vaso y nos ponemos de pie, extendiendo nuestras copas.
—Que empiecen los juegos mentales —dice Rath, sonriendo.
Empujo mi vaso, chocando el cristal con los demás y repitiendo las palabras de Rath: —
Que empiecen los juegos mentales, ciertamente.
Capítulo 6
STORY
Cuando vuelvo a la casa de piedra rojiza esa noche, he conseguido controlar este sentimiento
salvaje y aterrorizado. Al menos, más o menos. No es que pueda sentirme relajada cerca de
estos tres. Al contrario, estoy decidida a mantener mis defensas altas en todo momento. Algo
me dice que eso es exactamente lo que quieren. Killian, en particular, parece disfrutar
aterrorizándome. Todavía siento una punzada de dolor por su anterior “inspección”, no es lo
suficientemente fuerte como para llamarlo dolor, pero sí lo suficientemente presente como para
no poder ignorarlo.
Esta vez, la puerta está cerrada. Respirando profundamente, golpeo la aldaba de latón en
la calavera. Un momento después se abre y aparece el tipo del otro día.
—Buenas noches —dice, haciéndome un gesto para que entre en el salón—. Nos conocimos
antes, pero no me presenté. Me llamo Martin. Soy el asistente de los Lords.
—Soy Story. Story Austin —respondo, dándole mi verdadero nombre mientras vuelvo a
echar un vistazo al vestíbulo. Cuando me vuelvo hacia el hombre, Martin, le echo un vistazo.
Me pregunto si también estaré bajo su control. Me pregunto si querrá hacerme cosas. No parece
un sádico despiadado, pero tampoco lo parece Tristian. Es una idea tonta, de todos modos. Los
Lords no comparten con nadie más que entre ellos—. ¿Eres su asistente? No pareces mayor que
yo.
—En realidad, tengo veinticinco años —dice, cerrando la puerta. Tomo nota de cómo gira
la cerradura, el clic que suena definitivo y sombrío—. Los Lords siempre han tenido un asistente
asignado por la empresa. Es un honor servirles, como seguro sabe.
Apenas consigo ocultar la cara que quiero poner. Sádico o no, si este tipo cree que ser su
“Lady” es un honor, entonces es un asqueroso. Desgraciadamente, no estoy en condiciones de
dar a conocer mis sentimientos al respecto.
—Ya veo.
—Principalmente gestiono cosas para la fraternidad y la casa. Cosas como mantenimiento,
reparaciones y asesoramiento legal.
Me pregunto si firmó un contrato en el que cedía los derechos de casi todas las libertades
de su vida, como hice yo.
Dudoso.
Hablando del contrato, mis ojos se fijan en el grueso sobre que espera en la mano de
Martin. Asiento hacia él, preguntando:
—¿Es eso?
La mirada de Martin sigue la mía.
—Sí. ¿Por qué no me sigue? —Me conduce al mismo salón en el que había esperado el otro
día, todavía inmaculado, y coloca el sobre en la mesa frente al sofá—. Le daré unos minutos para
que lo revise. Avíseme si tiene alguna duda.
A pesar de ello, no se va, sino que opta por replegarse en una silla con respaldo de ala
cerca de la chimenea.
De mala gana, tomo asiento en el sofá y deslizo suavemente los papeles del sobre. El
principio está prácticamente en latín, pero entiendo lo esencial. Este contrato sella mi destino,
bla, bla, lo acepto por mi propia voluntad, bla, bla. Repasar las estipulaciones de ser Lady es un
ejercicio de humillación, mi cara se calienta más y más con cada línea, dándome cuenta de que
este tal Martin se las sabe todas.
Muchas de ellas son aburridas, como vestir siempre de forma presentable, estar siempre
disponible para los Lords, no hablar nunca con otros hombres que no sean los Lords o su
personal sin permiso, mantener mi figura, prometer que cada encuentro e intercambio entre los
Lords y yo será estrictamente confidencial.
Luego hay otros. La mayoría sexuales, completamente viles. Estoy dando mi
consentimiento a toda una plétora de cosas, y ni siquiera están redactadas para que suenen bien.
Todo es contundente y completamente inevitable.
Debo darles placer a cada uno de ellos cuando lo ordenen.
Debo someterme al castigo cuando no lo hago.
No debo llevar nunca un sujetador mientras esté bajo su techo.
Debo permanecer siempre depilada o afeitada.
Nunca debo masturbarme a menos que me den permiso para hacerlo.
Debo seguir tomando anticonceptivos.
La lista sigue y sigue, más y más vulgar con cada partida. En un momento dado, miro a
Martin, esperando que se sienta tan incómodo como yo.
Se limita a sonreírme plácidamente.
—Le daré una copia para que pueda recordarlo todo.
Sí.
Peor aún es el acuerdo de no divulgación. Según el contrato, tengo que dar una garantía,
algo perjudicial que puedan retener sobre mi cabeza. Me lo tomo como la broma que
obviamente pretendía ser. Ya tienen bastante sobre mi cabeza.
Por eso, no me lo pienso dos veces antes de sacar las dos fotos de mi bolso, las que me
había enviado Ted, del sitio de sugar baby. En ambas, estoy en posiciones comprometedoras.
Pero Killian sin duda ya las ha visto. Probablemente ya las tiene guardadas en alguna parte. Esto
es solo una mierda de macho para asegurarse de que sé que las tiene.
—Antes de firmar esto —digo, golpeando el papel—. ¿Se me permite añadir mis propias
estipulaciones?
Sus cejas suben por la frente, pero su sonrisa de respuesta está llena de humor.
—Los Lords no están precisamente abiertos a las negociaciones. Pero supongo que puede
intentarlo.
Asiento con la cabeza, ya sabiendo esto. No conseguiré mucho. Debería elegir una cosa,
lo suficientemente grande como para poner algo de poder en mis manos, lo suficientemente
desafiante como para que se desanimen, posiblemente lo suficiente como para negociar algunas
de sus estipulaciones.
Tras unos instantes, me decido y apunto las palabras al final de la lista.
Martin coge el contrato de mi mano con otra de esas sonrisas tranquilas, y baja los ojos
para ver mi enmienda. Se detiene un momento, parece releerlo, antes de volver a mirarme.
—Tendré que comprobarlo primero con los demás.
—Por supuesto —respondo, esperando a que saque su teléfono.
Veo cómo sus pulgares vuelan sobre la pantalla, enviando el mensaje, y casi me arrepiento
de que no estén aquí, de no poder ver las miradas en sus caras ante mi condición.
Su teléfono suena con una respuesta después de solo cinco minutos.
—Bueno, entonces —dice, mirando la pantalla—. Parece que los Lords están dispuestos a su
condición.
Me quedo helada.
—¿Qué?
—Están de acuerdo con el cambio de condiciones —dice, pasando el contrato de vuelta—.
Solo falta su firma.
De ninguna manera.
De ninguna manera deberían haber aceptado eso. Deberían haber dicho que no, y luego
hacer que Martin accediera a quitar algo de sus peticiones como concesión.
Permanezco congelada durante un largo momento, deseando tener tiempo para elaborar
una estrategia adecuada aquí. ¿Significa esto que puedo hacer más peticiones? ¿He elegido mal?
¿Debería haber negociado otra cosa?
No importa.
Tanto si están de acuerdo como si no, ninguno de ellos será capaz de cumplirlo. Cuando
no lo hagan, el contrato será nulo. Obligándome a no pensar demasiado en lo que estoy
haciendo, firmo la línea inferior.
Martin asiente, metiendo todo de nuevo en el sobre.
—Si está lista, puedo acompañarla a su habitación —Después de un rato, añade—: Lady.
El título hace que un escalofrío de asco me recorra la columna vertebral.
Me lleva por la estrecha escalera hasta el primer piso, donde hay dos puertas que salen
del pasillo. Mira mi maleta.
—No estoy seguro de cuánto necesitarás de tus propias pertenencias. La ropa y los artículos
de aseo se proporcionan. Cada artículo ha sido cultivado según los gustos particulares de los
Lords. —Se detiene ante una puerta y señala el pomo—. Esta será su habitación.
Giro el pomo de la puerta y entro en ella, observando el espacio. No es exactamente lo
que esperaba. La habitación es amplia y cálida, con ventanas que dan a la parte delantera de la
casa. Hay una cama doble de hierro, con ropa de cama de color rosa. Un sofá de color verde
pálido se apoya en una pared. En otra hay una chimenea. La decoración no es moderna, pero
sí cómoda. Femenina. Observo frascos de perfume sobre el tocador, uno que noto como mi
fragancia preferida, y un pañuelo colgado en el respaldo de la silla. Momentáneamente, me
pregunto qué otras mujeres aceptaron alojarse en esta habitación antes que yo. ¿Cómo las
trataron? ¿Recibieron buena ropa de cama, bufandas, perfumes?
Esperaba que me metieran en una celda con nada más que un cubo.
—¿Tú también vives aquí? —le pregunto a Martin.
—No —responde, levantando una mano para recoger la pelusa de su hombro—. Aunque
estoy a disposición de los Lords las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Solo
estoy aquí para asegurarme de que se instale ya que los Lords no pudieron estar presentes para
darte la bienvenida.
Frunzo el ceño.
—¿Dónde están?
—Tienen negocios —dice vagamente, su tono deja claro que no va a dar más detalles.
—Oh. —Parece raro que no aprovechen la oportunidad para hacerme sentir aún más
incómoda. He estado en vilo todo el día, ansiosa por lo que me esperaría. La realidad es a la
vez un alivio y una decepción. He aplazado su tormento un poco más. Sin embargo, una parte
de mí quiere acabar de una vez.
—Bueno, gracias por enseñarme mi habitación.
—De nada, Story. Le he dejado algo de cenar en la cocina, si tiene hambre.
Un gesto extrañamente considerado del hombre que está ayudando a atarme legalmente
a la servidumbre sexual.
Me toco el estómago y me doy cuenta de que no he comido en todo el día. He estado
nerviosa desde que volví a la ciudad, pero ahora que por fin estoy en esta casa, siento que parte
de esa tensión se disipa. Ted no va a venir por mí aquí, no si sabe lo que le conviene. Y si lo
sabe, entonces...
Bueno, entonces él será su problema.
Además, parece que no tengo que preocuparme por los chicos esta noche.
—Gracias —respondo, intentando una sonrisa que probablemente se escapa como una
mueca—. Traeré algo después de desempacar.
Martin sale de la habitación y, unos minutos después, le oigo salir por la puerta principal,
con el pestillo encajando tras él. Lo primero que hago es comprobar las cerraduras de la puerta
de mi habitación.
—Gracias a Dios —murmuro, probando el pomo. La cerradura funciona bien.
Exploro el resto de la habitación y miro hacia el cuarto de baño, grande y de buen tamaño.
Esta puerta también tiene cerradura. Hay una ducha, una enorme bañera y un gran tocador.
Los armarios y cajones están llenos de artículos de tocador y cosméticos, de marcas caras y de
alta gama. Hay una caja de tampones y tres meses de píldoras anticonceptivas, recetadas por el
médico del campus. Hay toallas suaves apiladas en un estante junto a la bañera. Vuelvo al
dormitorio y coloco la maleta sobre la cama, abriendo la cremallera para ver mis cosas. Dejé mi
antiguo apartamento a toda prisa, dejando atrás la mayoría de mis pertenencias. Nunca gané
mucho dinero ni tuve muchas posesiones, así que mis opciones de ropa ya eran escasas. Me
dirijo a la cómoda con un puñado de bragas viejas de algodón y abro el cajón superior. Dentro,
descubro que ya hay ropa, tal y como insinuó Martin. Recojo uno de los trozos de tela con
encaje y veo que las etiquetas siguen pegadas. Sujetadores y bragas, camisetas transparentes y
pantalones cortos. Todo de mi talla.
¿Compraron todo esto hoy?
Pongo un dedo en un bralette negro, de tiras y encaje. Esto no es algo que yo usaría.
Demasiado revelador, no lo suficientemente funcional. Está claro por la selección lo que los
chicos esperan de mí. Ropa interior con volantes y muy poco más.
Termino de desempaquetar, añadiendo mi propia y patética ropa a los cajones. Mis
vaqueros desgastados están metidos junto a los crujientes vaqueros de diseño doblados en
montones ordenados. Cuelgo algunas cosas en el armario. También hay ropa, como blusas
elegantes y algunos vestidos. Algunos informales. Algunos para ocasiones más elegantes.
También nuevos. En marcado contraste con los sujetadores y las bragas de encaje, la ropa que
debo usar fuera de casa es extrañamente modesta en su estilo, si no en su función. Me lleva un
tiempo entenderlo, pero finalmente lo hago.
Tengo que parecer cada centímetro la dulce virgen que me he marcado. La ropa es bonita,
pero lo suficientemente reveladora como para ser considerada una burla. Faldas demasiado
cortas, pantalones y tops demasiado ajustados. Supongo que debería agradecer que no me
obliguen a llevar tacones de aguja y tops de tubo.
En cambio, solo hace que se me revuelva el estómago.
Cuando termino, no solo necesito cenar, sino también beber.
En la cocina, encuentro el plato de comida en la nevera, y me familiarizo con la habitación
mientras se calienta en el microondas. En el fondo de la despensa, encuentro una botella de
vodka. No soy una gran bebedora, pero necesito algo para calmar mis nervios. Me sirvo un
trago en un vaso y lo tomo de un golpe. El ardor en la garganta me lame como el fuego, pero
me alivia el duro nudo en el estómago.
Me siento a la mesa, benditamente sola, y como la comida que me han dejado. Es un plato
de pollo asado y verduras verdes. Tengo hambre, pero es difícil de forzar, así que acabo tragando
secamente la mitad y picoteando el resto. Incapaz de recordar si la falta de limpieza podría dar
lugar a una “corrección”, lo limpio todo con diligencia cuando termino, asegurándome de que
esté impecable.
Después, vuelvo a llenar mi vaso con otro chupito y hago una visita autoguiada a la primera
planta.
La casa es innegablemente histórica, con piezas de época repartidas por toda ella.
Vidrieras, carpintería tallada, armarios empotrados anticuados. Los accesorios son una
combinación de lo antiguo y lo nuevo. Una pesada araña de cristal cuelga sobre la enorme mesa
del comedor. Sobre la chimenea de piedra del salón hay un retrato al óleo de un hombre. Todo
huele a gusto caro del viejo mundo. Todo es francamente demasiado elegante para Killian,
Tristian y Rath. ¿Dónde están las cajas de pizza? ¿Las cajas de condones de tamaño industrial?
¿Los videojuegos y las pipas de agua?
Me imagino que esas cosas tienen que estar en algún sitio, así que subo al segundo piso y
me detengo en la puerta que hay frente a mi dormitorio, con la curiosidad de saber qué hay
dentro.
Me sorprende encontrar la puerta abierta y echo una mirada paranoica detrás de mí antes
de entrar. Un olor familiar asalta mis sentidos incluso antes de encender la luz. Es una mezcla
de jabón y masculinidad, sudor y colonia picante. Mis dedos accionan el interruptor y sé al
instante que estoy en la habitación de Killian. Nuestras habitaciones eran contiguas cuando yo
también vivía en casa de Daniel.
No debería sorprenderme que haya colocado mi habitación tan cerca de la suya.
Su cama es una enorme monstruosidad de tamaño king con un cabecero de madera negra
maciza. La ropa de cama es de color gris pizarra y las paredes de un tono más claro. La
habitación está sorprendentemente ordenada. Aparte de las cajas de pizza, Killian siempre había
sido un fanático del orden. Odiaba que las cosas estuvieran desordenadas, era demasiado
fanático del control como para tolerar el más mínimo atisbo de caos.
Cada prenda de vestir está colocada en su sitio, las camisas alineadas ordenadamente en
su armario, los pantalones debajo. Todos los objetos de su cómoda están bien ordenados, desde
las llaves hasta la agenda. Paso junto al mueble oscuro y veo una foto en un marco: él de pequeño
con una mujer que reconozco como su madre.
No es la primera vez que veo esta imagen. Una vez, después de que nos mudáramos, el
ama de llaves mezcló nuestras camisetas de educación física. La llevé a su habitación y vi la foto
sentada en su tocador. Estaba mirando su hermoso rostro cuando escuché:
—¿Qué diablos haces aquí?
Salté.
—T-traje tu camisa. —La extendí como un escudo—. Se mezcló con mi ropa sucia.
—Estúpida criada —murmuró, entrando en la habitación. Tenía diecisiete años y ya estaba
haciendo gala de su condición de deportista. Cogió la camiseta y frunció el ceño—. ¿Por qué
sigues aquí?
Miré la foto y sus ojos me siguieron.
—Es tu...
—No te atrevas a decir su nombre. Si lo haces, yo...
No le di tiempo a terminar. Intenté averiguar más sobre Darla, la madre de Killian, pero
nunca la mencionó, al menos nunca cerca de mí. Aparte de la foto, limpia, con el ángulo justo,
claramente tratada con cuidado, era como si no existiera. Nunca supe qué le había pasado, solo
que cualquier mención a ella hacía que Killian se enfriara aún más de lo habitual, y eso ya era
mucho decir.
Al igual que entonces, el marco es uno de los pocos objetos personales de la habitación.
Todo lo demás sirve para algo. Estar aquí, oler su aroma, me hace recordar cuando estaba a
solas con él ese mismo día. La forma en que avanzó sobre mí, me enjauló, la visión de su
hombro, los músculos moviéndose bajo la tela mientras su dedo me invadía. La forma en que
miraba sus ojos, encapuchados y oscuros.
No soy tan ilusa como para pensar que me quiere de verdad.
No.
Es un sociópata de corazón frío. Quiere hacerme daño, humillarme, controlarme. Sea lo
que sea lo que siente, es más por sentirse poderoso que por mí.
Las ganas de rebuscar en sus cajones o en el elegante ordenador portátil de su mesa son
abrumadoras. Tiene un aspecto tan diferente al de entonces. Más duro. Más áspero. Me
pregunto qué más ha cambiado. Pero, aunque una parte de mí se muere por descubrirlo antes
de estar completamente a su merced, me contengo. Killian es demasiado inteligente como para
dejar algo donde pueda encontrarlo fácilmente, y es lo suficientemente paranoico como para no
solo dificultar la búsqueda de algo incriminatorio, sino también para tender una trampa que
podría meterme en más problemas.
La habitación, su personalidad, todo en él me eriza. Salgo rápidamente, ansiosa por
escapar del espectro de él que persiste allí.
Dando la vuelta a mi habitación, me dirijo de nuevo a la escalera y subo al siguiente piso.
Hay dos habitaciones más. Elijo la que está sobre la mía. No tardo en darme cuenta de quién es
esta habitación.
De Tristian.
El enorme lienzo en blanco y negro que tiene sobre su cama es la única pista que necesito.
Es la cosa más absurda que he visto nunca. Me sitúo en el extremo de la cama y contemplo
la fotografía ampliada. En ella, está sin camiseta, mostrando su físico definido. Es más delgado
que Killian, no necesita el volumen para el campo, pero sigue estando perfectamente tonificado.
La iluminación resalta con maestría la escalera de músculos de su abdomen y la V cortada bajo
sus caderas. Es sorprendentemente atractivo, siempre lo ha sido. La sonrisa que juguetea con sus
labios es la de un embaucador. Amable, pero cruel. Sexy, pero oscuro.
En contra de mi voluntad, mis ojos bajan a la piel justo por encima de la cintura de sus
pantalones. Pienso en ese músculo definido, en la textura de la piel, y me asalta la sorprendente
e inoportuna conciencia de que he estado justo ahí. He tenido ese bulto bajo sus pantalones en
mi boca. He sentido esa piel bajo su vientre contra mi frente.
Me doy la vuelta para no pensar en ello.
La decoración de la habitación es moderna, elegante y estéril. A pesar de ello, no es
fríamente impersonal como la habitación de Killian. No, Tristian Mercer se admira demasiado
para eso. Es obvio que todo lo que hay en la habitación ha sido cuidadosamente seleccionado:
libros ordenados por el color del lomo, una gigantesca pantalla plana de alta gama colocada en
la pared y un armario lleno de ropa de diseñador cara. Sin embargo, hay algunas cosas
personales. Una foto enmarcada de una niña con un parecido familiar. Chucherías, una taza
hecha a mano por una niña, tal vez la de la foto. No hacen juego con nada más en la habitación.
No están expuestos para guardar las apariencias. Esto es algo que le importa más que todo eso.
¿Podría Tristian realmente amar algo?
¿Tiene la capacidad?
Es algo curioso, pero tampoco pasa mucho tiempo antes de que esa cara afilada que me
sonríe empiece a provocarme picores en la piel. Le pongo un broche mental y salgo rápidamente
de la habitación, cerrando la puerta tras de mí.
Me vuelvo hacia la puerta opuesta y la abro, con la mandíbula desencajada ante lo que
me espera.
Esto es una sorpresa.
Dimitri Rathbone es el más tranquilo de los tres. En el instituto, también era un atleta, el
portero del equipo de fútbol. Era conocido por su implacable agresividad en el campo, pero por
lo demás era un misterio. Siempre fue muy intenso y melancólico, incluso cuando fuimos
compañeros ese año en inglés. Apenas me hablaba, sino que optaba por enviarme de vez en
cuando una mirada fulminante y muy eficaz. Eso estaba bien. Podía soportar las miradas
fulminantes.
Y entonces, durante esa misma clase, descubrí su secreto.
Una vez que lo supe, la intensidad de sus miradas frías y duras subió a once. Todavía
puedo oírle susurrarme al oído aquella noche en nuestra casa, sus dedos descubriendo mis
secretos más humillantes.
Su tamaño y su comportamiento siempre han sido aterradores: el tipo de chico que una
chica preferiría que no mirara hacia ella en absoluto. No como Killian, que, si una chica lograba
llamar su atención, se volvía popular al instante. O Tristian, que podía, si lo deseaba, otorgarle
una sonrisa sexy y reservada y tenerla comiendo de la palma de su mano. El Rath que yo conocía
era un observador, que miraba en silencio y esperaba su momento para atacar.
¿Esta habitación? Debe pertenecer a otra persona.
Me adentro en el desorden, los ojos dirigiéndose al foco central de la habitación. No su
cama. Está apoyada contra la pared, con las sábanas retorcidas y descuidadas. No, el objeto que
domina la habitación es un hermoso piano de cola. Las partituras descansan sobre el atril y veo
el diario de cuero en el que había estado escribiendo el día de mi entrevista. Me acerco, curiosa.
¿Ha mejorado? ¿Qué podría encontrar en su interior? ¿Historias de sus hazañas o solo notas
musicales, garabatos y diagramas?
Recorro con los dedos la suave portada del diario, pero la paranoia me impide abrirlo. ¿Y
si la habitación tiene micrófonos? Quizá haya cámaras. No me extrañaría nada.
En cambio, rozo con las yemas de los dedos las teclas descubiertas. No es el único
instrumento visible en la habitación; hay varias guitarras apoyadas en superficies o colgadas en
la pared. Reconozco los estuches de un violín y una trompeta que están en un estante lejano.
Hay otras cosas, extraños equipos con diales y botones, todos conectados a una enorme estación
de ordenador con tres pantallas. Quizá sea para grabar.
Pero eso no es lo único que descubro al cruzar la sala. Hay una pared de estanterías, cubos
llenos de discos de la vieja escuela. Cientos de ellos. Miro y veo el antiguo tocadiscos, con una
carátula vacía encima. Ella Fitzgerald. Pulso el interruptor y el disco negro empieza a girar. Con
cuidado, apoyo la aguja en el surco.
Los acordes de la música llenan la habitación y, de repente, el peso del día, los últimos
meses, se me echa encima. Puede que sea la comida que tengo en la barriga, o tal vez el vodka,
o simplemente el hecho de que la habitación de Rath es cálida y acogedora, mucho más cómoda
de lo que debería ser.
Sea lo que sea, estoy agotada y me hundo en el sofá de cuero junto al tocadiscos,
quitándome las sandalias. Es temprano y no me cabe duda de que los chicos están en una fiesta
o algo así, y es probable que estén fuera toda la noche. Cojo la funda del disco, estudio el reverso
y me relajo.
No estoy segura de cuánto tiempo pasa. Se escuchan los tonos dulces y potentes de Ella
Fitzgerald, y luego un cambio lento y eventual en la música.
Eso es lo que, en última instancia, me despierta.
La habitación está a oscuras, salvo por una lámpara situada encima del enorme piano, y
no puedo evitar hundirme en el sonido que me envuelve. La música del disco era buena, ¿pero
esto? Los acordes resuenan en la habitación, algo lento e inquietante, oscuro pero vivo. Un poco
demasiado vivo.
Es en vivo.
Me pongo de pie como un rayo. El músico está a pocos metros, con la espalda recta, las
manos recorriendo las teclas, el pelo negro y oscuro cayendo sobre sus ojos.
Mi corazón martillea salvajemente al darme cuenta de que Rath está allí mismo. No mira
hacia mí, aparentemente embelesado con la música que está tocando. ¿Quizás pueda salir de
aquí y volver a mi habitación sin que se dé cuenta?
Me pongo de pie y la tapa del disco se desliza hasta el suelo. Hago un gesto de dolor, pero
el ruido es silencioso, suave. Me agacho con cuidado, lo recojo rápidamente y lo coloco en el
sofá. Rath no se vuelve hacia mí, así que continúo con mi huida, cogiendo los zapatos y
empezando a ir hacia la puerta de puntillas.
—Me siento como uno de los tres osos —dice de repente, con la voz por encima de la
música—, llegando aquí y encontrando a una chica durmiendo en mi habitación.
Congelada, tardo un momento en soltar un débil:
—Lo siento —No pierdo de vista la puerta, calculando interiormente el tiempo que tardaré
en alcanzarla—. Puse música y debí quedarme dormida. No te volveré a molestar.
La música se detiene y un tenso silencio se apodera de la sala.
Se da la vuelta, la suave luz de la lámpara hace resaltar su perfil.
—Sabes, en algunas versiones de ese cuento, los osos se comen a Ricitos de Oro por invadir
su espacio personal. —No hay ni un ápice de diversión en su rostro—. Me pregunto qué tipo de
castigo es apropiado para esta situación.
La forma en que me mira hace que mi garganta se retuerza en un nudo apretado. Rath es
peligroso, pero quizá sea el peor tipo de peligro: el que no es evidente, el que aún no se conoce.
Nunca he estado a solas con él, y no quiero estarlo ahora.
Estúpida.
Es la única razón por la que me mudé aquí. No podría pensar en tres personas más
temibles con las que vivir. Pero ahora que estoy aquí, inmovilizada bajo el peso de su mirada
como un insecto, empiezo a lamentarlo.
—No sabía que eras músico —digo, esperando desviar su atención—. O que te gustaba la
música. Eres muy bueno.
No parece apaciguado. En todo caso, solo hace que su expresión sea más fría.
—Soy una persona privada, por lo que fue un poco molesto encontrarte aquí sin permiso.
—Eso fue grosero. Lo sé. —Miro alrededor del desorden, con las manos retorcidas—. Es
que... es cómodo. Aquí dentro.
Inclina la cabeza y la luz de la lámpara se refleja en los piercings metálicos que tiene a
ambos lados del labio. Los “snake bites”. Da unas palmaditas en la parte superior del piano.
—Siéntate.
Parpadeo.
—¿Qué?
Pasa una mano por la tapa de ébano.
—Ven a sentarte y a escuchar mientras toco. Creo que ese será tu castigo.
Mis cejas se fruncen, algo de mi incomodidad comienza a disiparse.
—No estoy segura de que sea la consecuencia negativa que crees que es.
No responde, pero su expresión me dice que no ponga a prueba su paciencia. Dejo las
sandalias junto a la puerta y me acerco al piano arrastrando los pies. Intento averiguar cómo
subir a la parte superior cuando sus manos me rodean la cintura y me levantan, colocándome
sobre la superficie lisa.
Su olor me invade, como el recuerdo de aquella noche. También entonces me agarró por
la cintura, justo antes de introducir sus dedos entre mis piernas. Aprieto los muslos y me aliso la
falda, deseando que no me tiemblen las rodillas. Sus ojos pasan de mi cara a mis manos, luego
se sienta en el banco y empieza a tocar.
En el instituto, Rath era conocido por su habilidad para atrapar cualquier cosa en el campo
de fútbol. Las bromas sobre sus rápidos dedos resonaban por el pasillo. Al verlo ahora, creo
que lo entiendo. Son largos y delgados, rápidos y definitivamente hábiles.
Mientras toca, su mirada vacila entre las partituras y mi cara, hasta mis rodillas, de vuelta
a la música. La melodía es furiosa, violenta, pero no es eso lo que me atrae.
Es la forma en que me mira mientras toca.
Es imposible leer lo que hay en sus ojos. Ira, sí. Intensidad, seguro. Debajo de todo ello se
esconde una promesa, como si intentara decirme algo sin usar las palabras. Sea cual sea el
mensaje, no es bueno.
Cuando la música se ralentiza, sus dedos se detienen en las teclas, su pecho se agita.
Trago con fuerza en el silencio, con el corazón golpeando salvajemente en mi pecho.
—Eso... eso fue increíble, Rath. No sabía que supieras leer música. —Veo la tormenta de
furia que se acumula en sus ojos y me doy cuenta de mi error demasiado tarde. Intento
inútilmente retroceder—. ¡No, no quise decir...!
Pero ya se ha lanzado hacia delante, encerrándome, con las dos palmas de las manos
golpeando la parte superior del piano.
—No sabes nada de mí —sisea, con las fosas nasales encendidas.
Asintiendo frenéticamente, acepto:
—Lo sé, tienes razón, no lo sé.
Pero la cosa es que sí.
El semestre que pasamos juntos en inglés lo dejó muy claro. Rath nunca leyó en voz alta
como el resto de nosotros. Me hacía hacer todas las hojas de trabajo. Cuando teníamos que
escribir un diario, él copiaba el mío sin siquiera preguntar. Cuando teníamos que leer historias
cortas por separado, se sentaba y no hacía absolutamente nada hasta que yo las leía en voz alta.
Para él. Al final lo resolví por mí misma.
Dimitri Rathbone, aunque era inteligente y tenía talento, no sabía leer completamente.
Buscando un poco de gracia salvadora, le suelto:
—Podría ayudarte, sabes. Soy la única que lo sabe, ¿verdad? Podría... Estoy bajo una
cláusula de confidencialidad. No puedo decírselo a nadie. Así que podría enseñarte a leer.
En todo caso, esto solo hace que su flash se caliente más.
—¿Crees que no sé leer? Te equivocas. —A pesar de la mirada feroz de sus ojos, retrocede
un poco y yo exhalo temblorosamente—. Puedo leerte jodidamente bien. Mira tus rodillas.
Sin quererlo, lo hago, siguiendo su mirada hacia abajo. Mis rodillas están tan apretadas
que me duelen.
—Tienes miedo, Dulce Cereza. —La sensación de sus manos apretando mis rodillas me
hace estremecer—. Crees que puedes pasar por esto sin renunciar a una parte de ti misma. Ahora
mismo, estás pensando que te gustaría arrancar mis manos de tus rodillas y abofetearme. —Más
cerca, con los ojos ensombrecidos, susurra—: Tampoco te estás permitiendo pensar en lo mucho
que te gustaría si no lo hicieras.
—Te equivocas —respondo, con voz tranquila.
Se ríe, bajo y oscuro.
—Deberías haber corrido como Ricitos de Oro. —Sus pulgares presionan dos hendiduras
en la carne por encima de mis rodillas—. Porque este es uno de esos cuentos en los que la
chica es castigada por entrar en la habitación del oso. Sabes lo que voy a hacer, ¿verdad? Te
voy a comer.
Ese miedo, esa sensación de desequilibrio, regresa en una ola de pánico paralizante.
—Espera, pensé...
—Sé lo que pensabas. Pensaste que husmearías aquí y verías un lado diferente de mí. ¿El
lado artístico, creativo, quizás amable? Tal vez entonces, te darías cuenta de que realmente soy
un incomprendido. Que me sentiría mal por lo que te hicimos. ¿No es así? —Su boca se curva
en una sonrisa lenta y malvada—. ¿Cómo va mi lectura hasta ahora?
Aspiro una respiración alarmada.
—Rath...
—Esa persona no existe, Story. Sigo siendo el tipo de aquella noche. El mismo que te
manoseó y vio cómo se la chupabas a Tristian. El que te habría follado si tu hermano no lo
hubiera impedido. —Se inclina hacia mí, con las manos subiendo por mis muslos, y me susurra
al oído—. También soy el que conoce tu secreto. Lo caliente que estabas por todo ello. Lo
jodidamente mojada que estabas. Creo que esta noche me toca aprender un poco sobre ti. Voy
a descubrir si todavía lo hace por ti.
El instinto me hace reaccionar y me revuelvo contra él, intentando saltar del piano. Es
inútil. Esas rápidas manos me sujetan antes de que pueda deslizarme de la parte superior. Sus
dedos se clavan dolorosamente en mi carne y me obligan a separar los muslos. Me resisto, pero
no soy lo suficientemente fuerte.
Su voz es áspera y rasgada cuando dice:
—Esto es lo que aceptaste, ¿recuerdas? ¿O no quieres ser nuestra Lady? Si lo haces, vas a
dejar que te coma el coño.
Yo sigo, con el pecho agitado por la lucha.
—¿No puedo simplemente... hacértelo? —Tiene razón. Estuve de acuerdo con esto. Pero
me había preparado para darles placer, no al revés. No sé qué esperar, cómo reaccionar—.
¿Como con Tristian?
Sacude la cabeza.
—Puedo conseguir que cualquier chica de este campus me la chupe. Eso no es lo que
quiero. Quiero probarte. Quiero sentir cómo te corres en mi lengua, y luego quiero que te vayas
a la cama pensando en lo mucho que te ha gustado.
La sangre, aunque no lo quiera, se precipita por mi cuerpo y se acumula en un cálido
calor entre mis piernas.
—Ahora —Pasa sus manos más suavemente por la parte exterior de mis muslos,
engatusando—, puedes luchar contra mí, o puedes sentarte y disfrutarlo. De cualquier manera,
voy a conseguir lo que quiero.
No es una amenaza. Es una promesa. Ya he estado en el otro lado una vez. He visto esa
mirada en sus ojos y sé que no hay opción. Con dificultad, cedo, abro las piernas y le permito
el más mínimo acceso.
Su voz emerge suave como el terciopelo:
—Buena chica.
Sus manos suben por mi falda hasta que desaparecen por completo. Se inclina, con su
aliento caliente sobre mis rodillas. Con Rath, no tengo ni idea de qué esperar, pero desde luego
no es el suave y cálido beso en el interior de mi rodilla, ni la sensación resbaladiza de su lengua
al subir, explorando el tramo de carne que sube por mi pierna. No es la inhalación profunda
cuando me inspira, con la boca abierta y los ojos cerrados. Sus manos suben por mis caderas y
los dedos se enganchan en mis bragas.
—Vamos a ver cómo sigues instrucciones. Levántate —me pide, arqueando una ceja. Lucho
contra el temblor de los nervios mientras obedezco.
Su impaciencia vuelve a aparecer cuando me quita las bragas y las baja por las piernas
hasta las rodillas. Las sostiene y dice:
—Estas no son las que te compramos.
Ahora, sé que mis rodillas están temblando.
—No tuve tiempo de cambiarme.
—No vuelvas a cometer ese error. —Miro hacia abajo mientras las deja caer sobre el banco
del piano, y veo la dura tienda de campaña en sus pantalones. No es así como quería que fuera:
perder mi virginidad en un piano solo porque he cabreado a alguien.
—Abre —dice, separando mis rodillas—. Muéstrame tu coño.
Parece que tarda una eternidad en hacer que mi cuerpo se rinda a sus órdenes. Abro las
piernas a la fuerza con pequeñas sacudidas nerviosas, tratando de sofocar el miedo en mi
estómago, el temblor en mis músculos. Cuando me apoya las palmas de las manos en los muslos
y los empuja para que se abran más, cierro los ojos de golpe y se me agarrotan los hombros.
Hay un momento de silencio, y luego:
—Bien. —Me mira acaloradamente entre las piernas, asomando la lengua para mojar sus
labios—. Te has afeitado como una buena chica —Me toca el clítoris con el pulgar y una corriente
recorre mi cuerpo, las caderas se mueven hacia delante por sí solas. La espalda de Rath se
endereza y sonríe, lamiendo su pulgar—. Tan dulce como lo recordaba.
—Y tú sigues siendo un cerdo, como recuerdo.
Hay una cosa que es diferente en mí esta vez. Me niego a llorar. No lo haré. Yo me metí
en esto, yo me lo busqué. Tengo que aceptarlo, pero no tiene que gustarme.
Se ríe, con el pecho rebotando.
—Sigue siendo una pequeña mierda bocazas, también. Eso está bien. Nos gusta.
Mis dedos se enredan en el borde del piano, apretados. Rath los retira, los apoya sobre
sus hombros y se sumerge de nuevo. Esta vez es su lengua la que recorre el manojo de nervios.
El vientre se me agarrota y mis manos, desesperadas por encontrar algo a lo que aferrarse, se
clavan en su largo pelo desgreñado. Gime contra mí y su boca zumba contra mi carne sensible.
Lucho contra la abrumadora sensación, recordándome a mí misma que no quiero esto. No me
gusta. No me gusta.
Lo odio.
Pero lo que está haciendo, Dios.
Me esfuerzo por no reaccionar, por no sucumbir a su hábil lengua y a su cálido aliento.
Me muerdo el labio inferior, miro al techo, recito la letra de mi canción favorita. Cualquier cosa
para evitar las dulces sensaciones que se acumulan en mi interior.
Sin embargo, su lengua parece tan hábil como sus dedos, frotando y lamiendo de formas
que ni siquiera se me habría ocurrido conjurar. Recurro al miedo que he llevado durante todos
estos años, a las pesadillas que me mantenían despierta por la noche. Rath susurrando en mi
oído. La sensación de su dura polla contra mi espalda. El sonido de su corrida. El hecho de que
supiera mi secreto.
Porque tenía razón.
Me mojé mientras Tristian forzaba su polla en mi garganta. Mi cuerpo deseaba algo que
mi mente no podía comprender. Me había dicho una y otra vez que no era cierto. Que realmente
no había sentido eso. Que mi mente me estaba jugando una mala pasada.
Que era una mentira, que alguna parte de mí, por pequeña que fuera, quería más.
Sin embargo, aquí estoy de nuevo. Siendo forzada contra mi voluntad y gustándome.
—Deja de resistirte —dice, y se retira para encontrarse con mi amplia mirada mientras su
pulgar hace circuitos alrededor de mi clítoris. Tiene los ojos pesados y vidriosos, la boca brillante
por mi resbalamiento—. No te entiendo. Has aceptado esto. Te gusta. ¿Por qué resistirse? Voy a
hacer que te corras para mí, Story.
Aun así, intento permanecer como una piedra. Incluso cuando se sumerge en mi clítoris
con su lengua y un hábil dedo se desliza en mi entrada, me digo a mí misma que no es tan
grande, que puedo superar esto.
Y entonces utiliza sus pulgares para separar mi coño y aplana su lengua contra mi clítoris.
La bola de tensión que se está formando en mi centro estalla de repente, lo quiera o no. De
repente, agarro dos puñados de su pelo y me revuelvo contra su boca, con la mandíbula abierta
mientras jadeo con el apretón del orgasmo.
Me digo que no soy yo. No es así. Es solo mi cuerpo, desesperado por liberarse después
de una semana larga y difícil. No puedo evitarlo.
Rath me besa el clítoris y se incorpora, con los labios brillantes y húmedos entre los
piercings.
—Bastante bien en lo que respecta a las primeras lecciones, ¿no crees? —dice, ignorando el
hecho de que estoy mirando fijamente más allá de su hombro.
Mis ojos bajan hasta sus pantalones, donde su erección sobresale contra la tela. Ahora que
ha terminado, sé que querrá más. Querrá tomar la única cosa que aún es mía. La única cosa
con la que tuve que hacer un trueque en este mundo enfermo y cruel.
Sus ojos buscan los míos por un momento, como si se preguntara qué pienso. Le devuelvo
el ceño, esperando ocultar mi vergüenza tras el asco.
—Vete —dice, sorprendentemente—. Vete de aquí. —Me quedo boquiabierta durante un
minuto, con el cerebro perdido en la niebla de mi orgasmo, tratando de entender lo que está
pasando. Se ajusta y hace una mueca—. ¡Vete! —ruge, y yo me bajo del piano. No me detengo a
buscar mis bragas ni mis zapatos. Salgo corriendo hacia la puerta.
Bajo las escaleras a toda velocidad, casi me tropiezo y me agarro a la barandilla, y no me
detengo hasta llegar a mi habitación. Encerrada dentro, sola.
Luego exhalo y me permito el espacio para reconocer la verdad.
Ese fue el mejor orgasmo que he tenido. Su boca, sus manos, esa lengua. Podrían estar
unidos a un monstruo, pero eran simplemente...
Tan malditamente buenas.
Me deslizo por la puerta y me hundo en el suelo. Dios mío. Mi coño está aún caliente, aún
húmedo, prácticamente vibrando por los restos del orgasmo.
No puedo dejar que lo sepa.
No lo haré.
Yo misma apenas puedo aceptarlo.
Capítulo 7
RATH
Si no fuera por El Juego, estaría doblando a Story sobre mi piano en este momento, follando sus
sesos. El pensamiento sobre eso… la visión de mi polla enterrada en su apretado y húmedo coño,
es tan vivida y atractiva que prácticamente tengo que forzarla a irse.
Debe sentirlo porque no solo se va, sino que corre como el infierno, bajando por el pasillo
como un ratoncito asustado.
Gruñendo con frustración, camino a través de la habitación, con una erección dolorosa y
firme, decidido a cerrar la puerta. En su lugar, encuentro a Tristian recostado en ella, con los
brazos cruzados sobre el pecho y las cejas levantadas.
—Eso fue rápido.
Me encojo de hombros. —Ni siquiera tuve que trabajar por ello. Estaba envuelta en mi
sofá como un regalo, esperando ser desenvuelto.
—Apuesto a que no vuelve a cometer ese error.
Me río, todavía saboreándola en mi boca. —No estaría tan seguro de eso. Hice que esa
chica se corra jodidamente duro, probablemente todavía tenga las piernas hechas gelatina.
Tristian resopla como si no le importara, pero puedo ver los celos que asechan bajo la
fachada. —Entonces, ¿Tres puntos? —pregunta, con lo ojos descendiendo a la tienda en mis
pantalones.
Seguro, pude haber hecho que me la chupara, pero el cumplimiento de obligaciones es el
valor de puntos más pequeño en la tabla. Me estoy tomando mi tiempo con eso, maximizando
mi ganancia de puntos.
—Cinco —corrijo—. La puerta estaba completamente abierta.
Entrecierra los ojos, como si quisiera protestar sobre la exhibición y una puerta abierta,
pero ya hablamos sobre cada posible variación, y una puerta abierta vale dos puntos. Si hay
algo en lo que Killian es bueno, es logrando dividir cualquier posibilidad en oportunidades
micro granulares.
—Todavía pienso que tres es demasiado. —Tristian lo haría. El exhibicionismo es más su
cosa que la mía.
Ruedo los ojos, pero no me molesto en discutir esto de nuevo. Tres puntos por darle a
nuestra Lady un orgasmo fue mi idea. Conozco a Tristian y Killer. Ambos están demasiado
involucrados en sus propias pollas como para pensar en satisfacer a una chica. ¿Yo? Diablos, es
parte del trato, hacer temblar a una chica en mis manos, mi lengua, mi polla. La manera en que
me mirará después, medio ofendida, medio aturdida. Es fácil darle una mala follada a una chica.
Pero darle una buena es el mejor desafío.
—Tal vez —le sonrío—. Para aquellos que solo piensan en los clítoris de una manera vaga,
abstracta y puramente teórica.
Se da la vuelta y me río, girándome para cerrar la puerta detrás de mí. La competencia
siempre ha sido feroz entre nosotros, y las cosas se intensificaron cuando trabajamos juntos el
año pasado contra el resto de las fraternidades. Pero añadir a Story a la mezcla va a ser algo
interesante. Hay algo sobre esta chica, algo inesperado y salvaje que sale de adentro. Se que no
soy el único que lo siente.
Cuando regreso al cuarto, soy golpeado por la esencia, ambos, el dulce aroma floral de su
shampoo y el aroma ácido de su coño. Mis ojos caen a las olvidadas bragas de algodón gris que
deje sobre el asiento del piano. Las recojo y presiono la tela suave y desgastada contra mi nariz.
Cierro los ojos e inhalo, pensando en cómo era tenerla retorciéndose contra mi lengua.
Mi polla se contrae y me río. Dios, ella lucho tan duro, jalando y tirando de mi cabello,
fingiendo que no le gustaba. Pero ese es el estilo de Dulce Cereza. Vi su cuenta de Sugar Baby
en ese tiempo. La chica es una provocadora, vi la manera en que atraía a esos viejos folladores,
la manera en que actuaba tan inocente, cuando no lo es. Es una perra caliente. ¿Por qué otra
razón entraría a mi cuarto y se acurrucaría en mi sofá sino porque quería que jugara con ella?
Teniendo en cuenta las cláusulas de su contrato, no hay duda de que la chica tiene apetito.
Me dejo caer en el sofá y desabotono mis pantalones, sacando mi polla con una mano y
agarrando sus bragas con la otra.
Pude haber dejado que Story se fuera sin complacerme esta noche, pero el gusto y sabor
de ella son suficientes para estimular mi imaginación. No es la primera vez que uso recuerdos
de ella para masturbarme, y no creo que sea la última.
Aun así, el orgasmo es deficiente. Incluso aunque atrapo mi coraje en sus bragas, creo que
la próxima vez va a ser diferente, voy a dejar que se cocine a fuego lento sabiendo que conozco
su cuerpo. Entonces, haré que me devuelva el favor.
Tal vez sean las endorfinas desvaneciéndose, pero de repente soy arrojado al frío recuerdo
de Story hablando sobre… mi asunto.
Frunciendo el ceño, tiro las bragas a la basura (la Sra. Crane va a amar esa mierda) recojo
mi diario, y lo abro. No es como si nunca hubiera intentado mejorar en lectura. Sólo que era
más fácil pagarles a las personas para que hicieran mis exámenes, para dejarme copiar. Después
de un tiempo, ni siquiera tenía que pagar. Una mirada larga y agradable fue suficiente para que
la gente cediera, incluidos profesores. Hazlo con la persona adecuada en el momento correcto,
y ellos ni siquiera notarán que los necesitas. Un día me di cuenta de que era demasiado tarde,
ya era jodidamente mayor, para tener problemas con esta mierda. ¿Podría haber hecho algo en
la primaria, pero en la escuela intermedia? ¿En secundaria? ¿En la maldita universidad? No
había forma.
Pero de alguna manera Story se dio cuenta.
Es tarde cuando bajo las escaleras, con un paquete de cigarrillos en la mano. Paso el cuarto
de Killer, directo al de Story, y no tengo que poner mi oreja en la puerta para darme cuenta de
que él está allí. Parece que no soy el único que se dejó llevar por Dulce Cereza esta noche.
Soy el único que se siente enojado después.
—Escuche que tienen un nuevo juguete —dice la Sra. Crane cuando salgo al patio trasero.
No hay mucha luz aquí, pero todavía puedo ver las líneas arrugadas de su rostro.
Enciendo mi cigarrillo post jale y me encojo de hombros. —Apenas la estoy sacando del
empaque.
Su risa es ronca y dura, igual a su voz. La Sra. Crane tiene más de cincuenta años, pero
no se ve menor a unos setenta. —Ustedes chicos van a saber lo que es difícil un día de estos.
—Diablos sí, lo estamos —digo, haciendo como que no entendí deliberadamente—. ¿Cómo
estuvo el Bridge?
Ella enciende su propio cigarrillo. Estamos acostumbrados a estas pequeñas reuniones de
cigarrillos en el jardín, aunque la Sra. Crane fuma como tres paquetes al día. Prácticamente vive
aquí afuera.
—Perras desagradables, no puedo aguantarlas.
—Sobre todo porque tú eres un jodido rayito de sol —respondo, exhalando una nube de
humo al cielo nocturno.
—Lo único peor que intercambiar píldoras con una docena de viejas brujas amargadas es
trabajar para ustedes tres, idiotas cabeza de cucaracha.
Pongo una mano en mi pecho. —Secretamente nos amas como si fuéramos tus hijos.
Sus astutos ojos se posan en los míos. —Si hubiera dado a luz a alguien como tú, me habría
volado los sesos.
—No, no lo habrías hecho.
La Sra. Crane es la perra más mala que conozco. Estaba casada con el proxeneta más
viejo y enfermo del sur hasta hace tres años. Probablemente ha visto y ha vivido mierda que
haría temblar a Killian. No permitimos que nadie nos hable de la manera en que ella lo hace.
La Sra. Crane no es cualquiera.
—No —está de acuerdo, soltando una bola de humo—. Te habría soltado como un gancho
de colgar antes de llegar a ese punto.
Resoplo. —Dime cómo te sientes realmente, murciélago viejo.
—Muy bien —dice, apagando su cigarrillo—. Sabes lo que le paso a mi esposo, ¿Cierto?
Levanto una ceja. —Estoy casi seguro de que todos lo saben.
Asiente. —Continúa jugando tus pequeños juegos. Uno de estos días lo vas a hacer con la
chica equivocada. Cuídate la espalda, ¿Me escuchas? —Enfatiza esto con una palmada en mi
mejilla que casi puede ser llamada afectuosa.
A excepción de que en ese momento me da la espalda.
Lo que no le digo es que siempre vigilo mi espalda. Story sabe mi secreto… algo que ni
siquiera Tristian y Killer saben.
Si sabe lo que es bueno para ella, lo mantendrá así.
Capítulo 8
STORY
Mi sueño está lleno de una sensación caliente y espantosa de ojos observándome, esperando. Es
un instinto tonto. Ted nunca fue tan obvio. Ni siquiera sabía que me había estado observando
hasta que llegaba una foto mía haciendo cosas mundanas, completamente ajena a su mirada
sobre mí. Comiendo en la mesa. Haciendo los deberes con una taza de café. Pasando la noche
en la biblioteca. Haciendo la maleta. Subiendo al autobús (un autobús cualquiera, apenas miré)
en un intento de huir de él.
Estuve en el internado hasta el verano siguiente a mi tercer año. Sabía que no podía volver
a casa, así que me subí a un autobús cualquiera y acabé en Colorado. Es difícil empezar cuando
mientes sobre tu nombre y tu edad, pero casi lo conseguí. Incluso pude vivir con algunos de mis
compañeros de trabajo, en un armario disfrazado de dormitorio, por trescientos dólares al mes.
Durante un tiempo, las cosas fueron...
Bueno, no agradables. Pero tan agradables como podían ser, considerándolo todo.
Y entonces Ted me encontró de nuevo.
Esta vez, estaba más que enfadado. Las cartas que solía recibir, llenas de frustración, pero
también de anhelo, se habían convertido en nada más que tarjetas postales con obscenidades y
amenazas garabateadas en el reverso. Al final, había fotos de mis compañeros de piso con
grandes marcas oscuras sobre sus ojos. Era, francamente, casi demasiado ridículo para tomarlo
en serio.
El último correo que había recibido era una foto conmigo y uno de mis compañeros de
piso. Un tipo llamado Jack.
En la foto, la mano de Jack estaba en mi hombro y yo le sonreía. Perfectamente inocente,
solo dos conocidos casuales separándose antes de los turnos conflictivos. De hecho, apenas había
llegado a conocer a Jack. Habría sido exagerado decir que éramos amigos. Pero el reverso de
la foto estaba lleno de la misma palabra garabateada, una y otra vez.
Puta.
En mi primera noche en la casa de los Lords, solo me despierto una vez, confundida por
la oscuridad total de la habitación, con el corazón palpitando con una conciencia fantasma de
que no estoy sola. Permanezco en silencio durante un largo momento, con la respiración
entrecortada, esperando que alguien aparezca de entre las sombras. Cuando no ocurre, mi pulso
se ralentiza, el peso del sueño me arrastra de nuevo a otro sueño perturbado.
Cuando me despierto de nuevo, el sol atraviesa las cortinas. Me estiro, consciente de que,
incluso con los recuerdos y la paranoia, estoy probablemente más descansada que en semanas.
Sé que el hecho de estar en la casa de los Lords es un factor importante.
Por mucho que no quiera admitirlo, puede que el orgasmo tampoco me haya hecho daño,
desencadenando algo tenso e inoportuno en lo más profundo de mí.
Un pitido llama mi atención y me doy la vuelta, cogiendo el teléfono de la mesilla de
noche. Enseguida me doy cuenta de que no es mi teléfono. Este no tiene la pantalla rota en la
esquina derecha y además es un modelo mucho más nuevo. Paso la mano por los elegantes
laterales y miro la pantalla. Una nota de Martin llena el espacio:
Dúchate/Vístete.
(El traje del primer día está en el armario, marcado).
Ponte el brazalete en la muñeca.
Baja a las 8 de la mañana.
Inspección.
Desayuno.
Escuela.
¿Inspección? Pienso en Rath cuando vio mis bragas de algodón gastadas. Su disgusto por
no llevar la lencería nueva que me habían proporcionado era evidente. Me acerco al armario.
Colgado en el interior de la puerta hay un conjunto en el que no había reparado el día anterior.
Hay una nota puesta en el hombro que dice: “Primer día”.
Asciende al absurdo. Ninguna chica humana llevaría a sabiendas algo así, estoy
convencida. Es una falda estilo tenis, plisada y lo suficientemente corta como para que, si me
agacho, esté segura de que se me verán las bragas. La tela es blanca con un ribete negro en el
dobladillo. Hay un top que la acompaña, una blusa de aspecto suave que se anuda en los
hombros. La parte delantera tiene una ligera caída que sé que acentuará mis pechos. En el suelo
hay un par de zapatillas blancas inmaculadas, con los calcetines cortos metidos dentro.
—Los Lords lo llevan a otro nivel. Van más allá de controlar. Se extiende a todo. Lo que
te pones, cuándo comes, dónde duermes. Dominan completamente tu vida. Son tus dueños —
La voz de la pelirroja resuena en mi oído desde el día de la entrevista.
En mi tocador hay un ancho brazalete de cuero para la muñeca. Lo cojo y toco la calavera
de bronce que hay en el centro. Es igual que el picaporte de la puerta. A su alrededor, en forma
de triángulo, están las letras K, T y D.
Killian, Tristian y Dimitri.
Tardo un momento en darme cuenta de lo que es. Su marca. Algo que llevar para mostrar
a los demás que les pertenezco, que soy de su propiedad.
La idea de que me marquen como ganado me pone los pelos de punta. Pero no soy tonta.
No son tan misteriosos como les gusta pensar que son. Sé que una de las razones por las que me
eligieron es porque no soy como las otras chicas que querían ser Lady. No soy una muñeca a la
que puedan vestir y jugar. Si querían a alguien así, deberían haber elegido a otra Lady.
Creen que son lo más aterrador de mi pequeño mundo, es la cosa. Asustan, sí. Pero no
son lo peor.
Un día, quizá pronto, se darán cuenta de ello.
Con energía y determinación, me meto en la ducha humeante y me froto todo el cuerpo.
No puedo evitar fijarme en que mi marca de champú está en el pequeño estante encajado en
los azulejos. Todo lo demás que necesito, en una variedad de líneas de productos y marcas, está
ordenado. Exfoliantes corporales, paños, gel de afeitar y cuchillas. Me tomo el tiempo de
probarlos todos, mimándome. Los cabrones me lo deben.
Tardo un poco más de lo esperado en prepararme, pero me siento mejor una vez que me
he puesto los vaqueros suaves y la sudadera desgastada. Calzo los pies en mis viejas zapatillas y
bajo las escaleras, haciéndome un nudo en el pelo al llegar al último escalón.
Martin me espera en el rellano, con un portapapeles en las manos. Levanta la vista de su
reloj y evalúa inmediatamente mi atuendo. Un profundo ceño se dibuja en su boca.
—¿No recibió mi memorándum esta mañana, Lady?
—Lo hice. —En un teléfono muy nuevo.
Que creo que voy a mantener.
—Llega tarde. —De nuevo, comprueba su reloj, con la boca inclinada con desaprobación—
. Por seis minutos. Y su vestimenta...
—Es cómodo —concluyo.
Corrige enérgicamente:
—Es inaceptable.
—Hoy tengo tres clases. Esto es lo que siempre me pondría.
Mira hacia otro lado, la paciencia agotándose visiblemente.
—Sí, pero ya no está en su tiempo. Hizo un acuerdo, firmó un contrato, para ser una Lady
con todo lo que eso conlleva. —Su voz baja y oigo un matiz de nerviosismo cuando añade—: Los
Lords no estarán contentos.
—Bueno, eso no es nada nuevo. Los Lords nunca están contentos conmigo. Prefiero estar
cómoda.
—Srta. Story...
Lo interrumpe el estruendo a los pies en los escalones de madera. Me vuelvo y se me cae
el estómago al verlos. Los tres están ridículamente guapos, cada uno con ropa informal pero
cara para un día de clases. Pero eso no es lo que hace que mi estómago se revuelva con
infelicidad. Son las expresiones de sus caras. En el momento en que Killian me ve, su cara se
tuerce en un duro disgusto. Los ojos de Tristian se estrechan y calculan. Rath se lame los labios
perforados, presumiblemente en recuerdo de lo que ocurrió entre nosotros la noche anterior. Su
mirada me atraviesa, como si me estuviera imaginando en ese piano, luchando contra su agarre.
Lucho contra el cosquilleo en el vientre, el vello erizado en los brazos y el intenso deseo
de huir. Killian lo había dejado perfectamente claro: nada de huir.
—Martin —dice Killian lentamente—, ¿no dejaste fuera el traje que seleccionamos para Story
hoy? ¿Y nuestra pulsera?
—Sí, lo hice, señor.
Sus ojos grises como el acero se fijan en los míos.
—Así que nos has desobedecido voluntariamente.
Levanto la barbilla, sintiendo que mi resolución empieza a desmoronarse.
—Quería estar cómoda para el largo día que me espera.
Tristian se ríe.
—Típica chica universitaria. Pensar que a la gente le importa lo que quieres.
—Martin —dice Killian de nuevo, con su voz en ese mismo tono uniforme y aterrador—.
Por favor, sube las escaleras y baja el traje aprobado y elegido para que Story lo lleve en su
primer día como nuestra Lady. Y no olvides el brazalete.
—Sí, señor. —El hombrecito se escabulle por las escaleras.
—¿Por qué importa lo que me ponga? —pregunto, tratando de razonar con ellos—. Lo único
que quieren es que me quite la ropa de todos modos, ¿no? ¿No se trata de eso? ¿De sexo? ¿De
forzarme?
Es Tristian quien responde, con los ojos entrecerrados.
—Te gusta mucho adularte a ti misma, ¿verdad? Hoy es tu primer día oficial, de cara al
público, como nuestra Lady. Eso significa que en el momento en que salgas por esa puerta,
estarás representando a esta casa. Nos representas a nosotros. Se trata de establecer un estándar.
Killian está de acuerdo:
—Cualquiera puede ser un agujero conveniente, Dulce Cereza. Nosotros exigimos
excelencia. —Su mirada me recorre como si fuera un pedazo de basura—. Lo que llevas puesto
puede ser aceptable para un estudiante común en Forsyth, pero tú no eres común. Nosotros no
somos comunes. Somos Lords y tú eres nuestra Lady, y así es exactamente cómo te vas a
comportar. ¿Me explico?
Martin vuelve con el traje en una mano y los zapatos y la pulsera en otra.
—¿Dónde debo indicar a la señorita Story que se cambie? —pregunta—. ¿En el tocador del
primer piso?
—No —responde Killian, cruzando sus enormes brazos sobre el pecho—. Es hora de
desayunar. Story puede cambiarse en el comedor mientras comemos.
—¿Qué? —Seguramente no puede querer decir...
Mientras me quedo boquiabierta, Martin ya se está moviendo, llevando mi traje por el
pasillo hacia el comedor. Killian le sigue, aparentemente harto de mi débil muestra de rebeldía.
Rath le sigue de cerca, lanzándome un guiño que hace que una sensación de asco me recorra
la columna vertebral.
Me vuelvo hacia Tristian y le pregunto:
—¿En serio? ¿De verdad van a mirar como si fuera una especie de cena-teatro?
Sonríe, pero no es amistoso. Se adelanta y coloca sus dedos bajo mi barbilla, forzando mi
mirada hacia la suya. Es un movimiento tan parecido al de aquella noche que me hace retroceder
un paso, sobrecogida por la repentina e intensa sensación del recuerdo de él invadiendo mi
boca.
—Va a ser muy divertido destrozarte, Dulce Cereza. —Levanta un pulgar para tirar de mi
labio inferior, las pupilas se dilatan al verlo—. Algo que no creo que entiendas de nosotros es
que, aunque estamos dispuestos a hacer el duro trabajo de moldearte en la chica perfecta,
ninguno de nosotros es muy paciente. Te sugiero que entres en esa habitación y hagas lo que se
te dice.
No me atrevo a responder, sino que alejo la cabeza de su agarre. Si este es el castigo por
no vestir bien, no me gustaría ver el castigo por hablar mal. Con pies pesados, le sigo por el
pasillo hacia el comedor, con un nudo en la garganta a cada paso.
Nada más entrar, me impresiona el delicioso aroma de los alimentos del desayuno:
panqueques, tocino, tostadas y huevos. Los platos son enormes, aptos para los hombres grandes
que se sientan a la mesa. Mi estómago ruge, pero aunque lo único que he comido en días fue la
mitad del plato que me dejaron anoche, los tres cubiertos dejan claro que no me han invitado a
comer con ellos. Y ahora que me están castigando, en forma de entretenimiento matutino, ni
siquiera está claro si podré comer.
El conjunto que Martin ha traído está colocado sobre la mesa: la falda, el top y unas bragas
de encaje. Los miro entumecida, reprimiendo las náuseas de mi estómago, intentando
inútilmente convencerme de que no es para tanto. Es solo carne. Hay días en los que parece
que este cuerpo nunca fue mío. ¿Por qué empezar a sentirme posesiva con él ahora?
—Te sugiero que te pongas en marcha —dice Killian, tomando un sorbo de zumo de
naranja—. Si no estás preparada para cuando salgamos hacia el campus, las consecuencias serán
lamentables.
Mis ojos se dirigen a Tristian, que parece completamente imperturbable mientras come
un enorme bocado de algo parecido a una fruta. Luego le echo una última mirada a Rath,
esperando que algo haya pasado entre nosotros la noche anterior. Alguna conexión. Un cariño.
Cualquier cosa que le haga intervenir y detener esto.
En cambio, me mira fijamente, con esos ojos oscuros brillando como si no pudiera esperar.
Incluso tararea cuando unta sus panqueques con mantequilla.
Lo que sea. Puedo hacerlo, pienso, de pie ante la ropa. Acepté este estúpido espectáculo
de mierda y menospreciarme es uno de sus juegos favoritos. Respiro profundamente y me giro
hacia un lado donde no tenga que mirarlos. Me tiemblan los dedos cuando me abro la
cremallera de la sudadera con capucha, dejando al descubierto la camiseta de FU que me habían
regalado al registrarme. La coloco sobre una de las sillas y me desabrocho los vaqueros,
deslizándolos por las caderas y bajándolos por las piernas. Me apoyo en el borde de la mesa y
me los quito de los pies. El aire de la habitación es frío en mis piernas recién afeitadas. Me
estremezco y, con pesar, me saco la camiseta por encima de la cabeza. Al mirar hacia el otro
extremo de la mesa, veo que, aunque los chicos siguen comiendo, me observan atentamente.
Los ojos de Rath se fijan en mi pecho, con los pezones en punta, tanto por la exposición como
por la mirada caliente de los chicos. Se lame lentamente el jarabe de sus dedos, uno por uno.
Tristian inclina la cabeza y declara:
—Sabes, no me importan del todo las bragas raídas. Juega con mis fantasías de Cenicienta.
Killian se limita a mirar su reloj e inhalar dos trozos de tocino. Para ser sincera, me alegro
de que no tenga las manos en los pantalones. Esa sería la forma de arruinarme el desayuno para
siempre.
Alcanzando el cierre del sujetador en mi espalda, empiezo a girar, protegiéndome.
—Ah, ah, ah —reprende Tristian bruscamente—, no lo creo. Sabes lo mucho que me gusta
mirar tus tetas, Dulce Cereza.
Intentando ignorarle, me quito el sujetador y me bajo rápidamente las bragas. Cada
centímetro de mi piel arde de calor y humillación. Si creía que esto iba a ser fácil, me he
equivocado. Sus ojos me beben lobosamente y, como de costumbre, mi cuerpo amenaza con
traicionarme, punzando con una confusa maraña de pavor y estimulación. Porque no es solo
odio lo que veo en sus ojos. Es deseo. Me desean a pesar de todo, y no sé cómo manejar eso.
Quiero que este momento de completa desnudez sea lo más breve posible, así que me
lanzo a por las bragas de los bastardos.
—No —La voz de Killian suena fuerte y aguda, haciendo que mis movimientos se detengan
bruscamente—. El brazalete primero —Rechinando los dientes contra una ola de ira, cojo el
brazalete de la mesa y me lo pongo en la muñeca. Añade—: Llevar eso es un privilegio. Significa
que nos perteneces.
—Puedes quitártelo para ducharte —dice Rath, con ojos perezosos que siguen recorriendo
mi cuerpo desnudo—. Pero, por lo demás, lo queremos siempre encima.
—Todo el tiempo —subraya Killian.
—Bien —digo, encajando el brazalete en su sitio antes de ir de nuevo por la ropa interior.
Esta vez, es Tristian quien me detiene.
—¿Cuál es la prisa, Lady? Creo que deberíamos echarle un buen vistazo, sin llevar nada
más que nuestra marca.
La sonrisa en su boca está llena de humor, sabiendo exactamente las ganas que tengo de
cubrirme.
Harta del juego, cedo, extendiendo los brazos, volviéndome hacia ellos, permitiéndoles
mirar su plenitud.
—¿Contentos? —escupo, mirándolos a todos como dagas.
La sonrisa se desvanece en el rostro de Tristian y es reemplazada por algo más serio.
—No, no creo que lo esté. No estás tratando este privilegio con el respeto que merece. Ven
aquí para que pueda verlo más de cerca. —Su tono está lleno de advertencia, posiblemente de
un castigo mayor.
—Creía que no teníamos mucho tiempo —argumento, desviando la mirada hacia mi
hermanastro.
Tristian responde:
—Cuanto más tiempo tardes, menos tiempo tendremos.
Killian levanta una ceja, moviendo la barbilla hacia Tristian. Lo tomo como una orden.
Dando un largo y fuerte respiro, doy un paso alrededor de la mesa hacia el lado de Tristian,
fijando mis ojos en un punto de la pared.
Tristian tararea, volviéndose hacia mí.
—Tus tetas son realmente bonitas, ¿sabes? No deberías esconderlas bajo todas esas cosas
feas y baratas —Puntualiza esto inclinándose hacia delante y llevándose una a la boca.
Inhalo bruscamente, tomándome por sorpresa, pero su mirada mientras me acaricia con
la lengua el pezón rígido contiene una advertencia que no necesita verbalizar. Permanezco
quieta, con las manos apretadas en puños temblorosos, mientras él me asalta el pezón con besos
largos y succionadores, y solo se aparta para encontrarse con mi mirada cuando la punta afilada
de su lengua baila alrededor de él. Su sensación me hace saltar chispas de calor en el pecho,
directamente en la boca del estómago, y se instala como electricidad entre mis piernas.
No puedo evitar estremecerme cuando mete una mano entre mis muslos, subiendo, con
los dedos rozando justo debajo...
—No tenemos tiempo para eso —dice la ronca voz de Killian.
Tristian me sostiene la mirada mientras su mano se aleja, dejando su boca con un último
beso de despedida en mi pecho.
—Terminaremos esto más tarde —promete con voz desgarrada, no sin antes dar un
juguetón golpe en una de mis nalgas.
Cuando no dicen nada más, me visto, primero tirando de las bragas, luego de la camisa y
la falda. Todavía estoy temblorosa y furiosa, tan avergonzada que cada centímetro de mi piel se
siente incendiado por ello. Tengo el pezón húmedo y todavía me hormiguea la sensación de la
boca caliente de Tristian y la forma en que ha jugado conmigo.
Porque eso es exactamente lo que es. Solo están jugando conmigo. Esperando mi ira, mi
humillación.
No se los daré.
Killian se come otro plato de huevos mientras yo me pongo los calcetines y los zapatos.
Me pongo de pie y los miro expectante.
—¿Esto es lo suficientemente apropiado para ustedes?
—Ve a arreglarte el pelo —dice Killian, haciéndome un gesto para que me vaya—. Parece
un maldito nido de ratas.
Apenas consigo no salir corriendo de la habitación, dejando mi ropa vieja tirada en el
suelo del comedor. Martin, que me espera en el pasillo con mi bolsa, me da un cepillo para el
pelo y una barrita de proteínas.
—Puedes usar el tocador que hay al final del pasillo. No tardes mucho, pronto se irán y
esperarán a que estés lista.
Se los quito y entro en el baño, tomándome un momento para mirarme. Tengo las mejillas
sonrojadas, la punta de la nariz roja, y sí, mi pelo es un desastre. Debajo de todo eso está el
zumbido que se desvanece lentamente de... algo. No estoy segura de lo que es, pero se parece
mucho a la derrota.
Es difícil pensar que toda esta degradación y humillación pueda valer la pena. Tal vez, si
Ted no hubiera sido más que cartas aterradoras y un acoso espeluznante, la respuesta hubiera
sido no.
Entonces recuerdo la última vez que vi a Jack. La forma en que la luz de la lámpara había
hecho que su cara pareciera casi... brillante. Cómo tardé en darme cuenta de que era sangre.
Recuerdo el silencio de su pequeña habitación en Colorado y cómo me quedé allí durante
demasiado tiempo, aturdida, sin darme cuenta de la palabra pintada en la pared con su sangre
espesa y oscura.
Puta.
Todo es mucho más fácil entonces.
Me arreglo el pelo muy bien para ellos, pareciendo tan vacía como me siento. Tan vacía
como ellos quieren que esté.
Porque puede que no lo sepan todavía, pero eventualmente, Ted vendrá. Hará de estos
tres su nuevo objetivo. Y si conozco a Killian y a sus amigos, se defenderán más que nadie.
Sí.
Ser su juguete será fácil.
Lo difícil será decidir a quién quiero perder más.
Capítulo 9
STORY
Todo empezó de forma bastante básica con Ted. Se metió en mis mensajes de texto, haciéndome
cumplidos sobre mis fotos y preguntándome sobre mí misma. Le dije lo que todos los hombres
querían oír: que todavía estaba en el instituto, que me gustaba divertirme, que era virgen. Todo
era verdad. Ni siquiera tuve que mentir.
Ted fue el primero en darme dinero. El primero en preguntarme si quería ver una foto de
su polla en lugar de simplemente lanzar una en mi bandeja de entrada si quería verla o no. Fue
el primero en darme opciones, en hablarme como a una adulta de verdad y no como a una
muñeca o algún tipo de juguete. Fue amable. Dijo que le gustaba mi sonrisa.
A mí no me importaba mucho. Estaba allí por el dinero rápido, a como diera lugar. De
los hombres con los que coqueteaba en línea, Ted era el más serio. Pero para mí, no había nada
genuino o auténtico en él. Pero mentiría si dijera que no me hacía sentir bien. Sentirme deseada.
Sentirme especial. Sentir estas cosas de alguien anónimo que no podía hacerme daño.
Vivir con Daniel y Killian era difícil. Eran como dos caras de la misma moneda. Killian
tenía la misión de asegurarse de que yo supiera lo inútil que creía que era, y su padre...
Bueno.
La forma en que su padre me trataba era mucho más complicada que eso.
Cuando Ted me pidió que me reservara para él, que dejara que fuera él quien tomara mi
virginidad, no fue nada aceptar. ¿Qué demonios, verdad? ¿Si eso me daba más dinero? ¿Dinero
más rápido? No es que él supiera lo contrario. No era una promesa que me comprometiera a
cumplir. Nunca planeé reunirme con Ted en absoluto. Nunca. Planeaba irme de la casa de
Daniel y empezar de nuevo. Por eso ni siquiera pensé en él cuando cerré mi cuenta después de
que Killian revelara que lo sabía. Solo había sido un medio temporal para un fin, nada más.
Excepto que Ted se las arregló para encontrar uno de mis correos electrónicos,
inicialmente creado solo para recoger spam. No estaba dispuesto a dejarme ir y tuve la sensación
de que no era un juego para él. Lo dejó claro: había hecho una promesa y planeaba que la
mantuviera, tanto si tenía que forzarla como si no.
Borré ese correo, convencí a mi madre para que me internara, y luego me escapé y
desaparecí. Pero Ted es una parte de mí ahora. Una parte de mi vida. Se cierne sobre mí como
una nube tóxica, impredecible, inamovible.
Podría estar observándonos a los cuatro ahora mismo.
Eso es lo que pienso mientras atravieso el campus de Forsyth, flanqueada por ambos lados
por Tristian y Rath. Killian camina unos metros por delante de nosotros y me fijo en sus anchos
hombros, preguntándome qué harían estos tres. Me han hecho cosas horribles, probablemente
a otras chicas también, pero eso es fácil. No podemos defendernos. ¿Pero qué pasa con alguien
de su tamaño? ¿Qué hay de alguien más temible que ellos? ¿Podrían derribarlo? ¿O Ted vendrá
y los conquistará?
Tal vez se destruyan unos a otros y pueda saltar hacia la puesta de sol, finalmente libre de
todo.
Sí, claro.
—Oye —dice Tristian, pasando su brazo por encima de mi hombro y tirando de mí contra
su duro costado—. ¿Qué se siente el tener el puesto más codiciado de la escuela?
Observo mis pies contra el pavimento, sin molestarme en quitarme su brazo de encima.
—Dudo que a nadie le importe realmente —respondo, moviendo mi mochila—. Esto es la
universidad. No el instituto.
Su risa es profunda y suave en mi oído.
—¿Crees que eso significa que lo que está en juego es menor? En realidad, es lo contrario.
No estamos hablando de quién consigue una invitación a la casa de la capitana de las porristas
el viernes por la noche. Se trata del futuro, del poder y de quién lo ejerce. Todos los chicos de
esta escuela, de cierto estatus, quieren ser un Lord. Y todas las chicas quieren ser nuestra Lady.
—Se inclina para susurrarme al oído—. Créeme, están celosas.
Por ridículo que parezca, un vistazo a mi alrededor me dice que la gente realmente está
prestando atención. El alumnado en su conjunto parece ser plenamente consciente de los tres,
haciéndoles un hueco mientras Killian los conduce por el patio. Las chicas los miran con
nostalgia, recorriendo con la mirada sus rostros apuestos y sus cuerpos en forma. Luego saltan
hacia mí, las sonrisas coquetas se desvanecen por una expresión más fría. Si los celos fueran
realmente un color, sus caras serían verdes.
Esto se hace aún más evidente cuando otro grupo, cinco chicos y una chica, ralentiza sus
pasos al pasar junto a nosotros.
Uno de los chicos dice:
—Veo que por fin han elegido una. Les ha llevado bastante tiempo.
Tristian, con los ojos ocultos tras las gafas de sol, le envía una sonrisa cortante.
—¿Qué puedo decir? A diferencia de ustedes, nosotros tenemos normas.
Todo el grupo se congela, volviéndose hacia nosotros cuatro lentamente.
—Al menos no tenemos a la nuestra vestida como la Barbie Puta del Club de Campo —
dice uno de ellos, tirando de la chica a su lado. Es más guapa que yo, sin duda, con una larga
melena rubia y unos impresionantes ojos azules—. Los Lords nunca tuvieron gusto.
Rath se encoge de hombros.
—Y los barones nunca han sido capaces de ver cuando algo especial les está mirando a la
cara.
Uno de los barones me mira de pies a cabeza.
—¿Dos piernas, dos tetas y tres perdedores pegados a ella? No me parece muy especial.
—Mira más detenidamente —Killian se acerca, sonriendo con maldad—. Porque si no
recuerdo mal, el año pasado me cogí a tu baronesa sobre el brazo de tu sofá. Y sé que cada uno
de mis chicos la ha tenido. Es un coño desgastado.
Uno de ellos se acerca, con la voz baja y los ojos brillantes.
—Tienes que cuidar tu puta boca, Payne.
—Y tú tienes que ocuparte de tus asuntos —dice Tristian. Me encojo cuando me da un beso
en el cuello y los labios se abren en una sonrisa—. No te sientas salado porque nuestra Lady no
se ha pasado como una cuarentena barata, como la tuya. Es una mierda ser tú. Nosotros aún
estamos estrenando la nuestra.
Cierro los ojos, el rostro se calienta ante sus palabras.
—Jesucristo.
Un barón me mira con escepticismo, burlándose.
—Apuesto a que muchos tipos de aquí la han tenido.
—Ninguno de ustedes lo ha hecho —Rath se encoge de hombros y me coge de la mano
para llevarme. Los sigo obedientemente, tratando de disimular mi vergüenza.
—¿Tenías que decir eso? —le siseo a Tristian.
Responde con un simple:
—Sí. —Como si fuera la pregunta más tonta que ha escuchado. No debería sorprenderme.
¿Entrando en la casa? No había manera de que no fueran a alardear de que era virgen. Es la
única razón por la que había trocado con él para empezar. Probablemente tengo suerte de que
no haya salido a decirlo.
Eso no hace que tenga menos ganas de meterme en un agujero.
La Universidad de Forsyth tiene un punto de encuentro central en el patio: una magnífica
fuente coronada por un águila que levanta el vuelo. El agua es ruidosa y salpica en un estanque
azul y brillante. Los estudiantes se sientan en los bordes planos, hablando, estudiando,
cotilleando. Killian se detiene frente a la estructura y se gira.
—Tengo práctica toda la tarde —dice, presumiblemente a mí, aunque no hace contacto
visual—. ¿Nos vemos aquí?
—Mi clase de música termina a las cuatro —dice Rath, sacándose los auriculares de uno en
uno y metiéndoselos en el bolsillo.
—Yo también estaré en la escuela de negocios hasta entonces —Tristian se vuelve hacia mí,
con los ojos puestos en mi boca—. ¿Y tú, Dulce Cereza?
Vuelvo a encogerme, no me gusta que use ese nombre en público. Ya es bastante malo
que todo el mundo sepa que soy virgen. ¿Y si mis compañeros de clase conocieran mi pasado?
¿O algo peor? ¿Y si Ted está en algún lugar cercano?
—No me llames así aquí, y terminaré a las dos.
—Entonces esperarás en la biblioteca hasta que terminen y vengan a recogerte. Ah —dice
mi hermanastro, mirando por fin en mi dirección—, no te olvides de reportarte. Cada hora. Entre
cada clase. Hay un mensaje de grupo programado en tu teléfono.
—¿No puedo ir a casa? —pregunto. La respuesta viene en el corte oscuro de sus ojos en mi
dirección. Me encojo contra él—. Bien.
Él y Rath se marchan. Tristian se queda un momento más a mi lado, con el brazo todavía
sobre mi hombro.
—Sé que parece extremo, pero así es como funciona, Story. Debes estar disponible para
nosotros en todo momento. Leal. Devota. Vas y vienes de la escuela con nosotros. Puedes irte
cuando nosotros lo hagamos. Y si logras ejemplificar todo eso, podrás disfrutar de ciertos
privilegios. Ser nuestra Lady no es todo castigo, ya sabes.
No pregunto cuáles pueden ser esos privilegios. Algo me dice que probablemente sean
más para su disfrute que para el mío.
—Claro —respondo con dudas.
—Buena chica —responde, se inclina y me besa bajo la oreja. Su tacto es suave, dulce, solo
para aparentar. No he visto nada que me haga creer que hay un hueso amable en el cuerpo de
Tristian, pero él más que nadie es consciente de que la gente siempre está mirando—. Te veo en
la biblioteca esta tarde.
Se va, llevándose su delicioso y masculino aroma. Por fin libre de todos ellos, respiro
profundamente para calmar mis nervios. Tengo todo un día de clases por delante, un día sin sus
órdenes, miradas y toques.
Llamo la atención de una de las chicas sentadas junto a la fuente, con el libro de texto
abierto en el regazo. Me observa, con los ojos puestos en mí, en el brazalete de mi muñeca, en
el lugar donde Tristian desaparece por el puente hacia la escuela de negocios. Abro la boca
para explicarme. Para decir algo sobre lo que acababa de presenciar. Para justificar la
humillación de ser llevada por tres cavernícolas agresivos.
Antes de que tenga la oportunidad, cierra su libro de texto, murmura en voz baja “perra
afortunada” y se marcha.
Estos días, la paranoia se ha convertido en mi compañera constante. Al igual que la noche
anterior, cuando me desperté pensando que había alguien en la habitación conmigo, esa misma
sensación me sigue cuando voy de clase en clase. No puedo deshacerme de la inquietante
sensación de que alguien me observa mientras cruzo el campus, yendo de edificio en edificio,
de clase en clase. Sigo esperando que aparezca alguno con opiniones sobre mi ropa o mi pelo,
pero nunca los veo. Lo que sí encuentro son los ojos de los otros estudiantes, evaluando
cuidadosamente a la nueva Lady. Me decepciona comprobar que la palabra viaja tan rápido en
la universidad como en el instituto.
Afortunadamente, mi día está lo suficientemente ocupado como para apenas tener la
oportunidad de hiperconcentrarme en el desastre en que se ha convertido mi vida. ¿Recuerdas
todos esos anuncios sobre tu comportamiento en línea que te siguen el resto de tu vida? Sí,
hazme el niño del cartel.
Es una de las razones por las que he elegido la carrera de trabajo social, centrada en los
adolescentes. Tal vez pueda ayudar a alguna otra niña a no tomar las peores decisiones de su
vida antes de graduarse del instituto.
Mi última clase, Desarrollo del Niño y la Familia, se retrasa, el profesor no para de hablar,
a pesar de que deberíamos haber salido hace diez minutos. Otros estudiantes se mueven
ansiosamente en sus asientos y miran hacia la puerta. Sé que su ansiedad no es como la mía.
Dudo que ninguno de ellos tenga a tres impacientes Lords vigilando cada uno de sus
movimientos.
He tardado hasta la tarde en darme cuenta de que el elegante teléfono nuevo que me
habían regalado era menos un regalo y más un Lo-Jack. Había descubierto que el dispositivo de
rastreo está activado, lo que les permite conocer mi ubicación en todo momento. No he tenido
ningún deseo de averiguar qué pasa si no me reporto a tiempo, así que he sido diligente, hasta
ahora, y por eso no me sorprende que mi teléfono vibre en mi escritorio.

Lord Rath: Llega tarde a reportarse, Lady.

Lady: Lo siento. La clase se alargó.

Lord Tristian: La próxima vez discúlpate y repórtate.

—Señorita Austin —me llama la profesora, mirándome por encima de sus gruesas gafas—.
¿La estoy aburriendo?
—No, señora —respondo, sintiendo que todos los ojos de la sala se dirigen hacia mí. Mis
mejillas se calientan—. Llego tarde a una cita. Ese era el recordatorio.
La profesora mira su reloj y frunce el ceño.
—Muy bien. Veo que todos están deseando irse. Nos detendremos aquí, pero a partir de
ahora, por favor, guarden sus teléfonos en sus bolsos.

Lord Killian: Story...

Todos los que me rodean recogen sus pertenencias. Escribo furiosamente una respuesta.

Lady: Mi clase se retrasó y mi profesora es estricta con los dispositivos.

Lo meto todo en la mochila y empiezo a cruzar el campus en dirección a la biblioteca. Mi


estómago refunfuña, recordándome que no he desayunado ni almorzado. Y aparte de la mísera
cena de la noche anterior, apenas he podido comer en días.
Busco en mi bolsa la barrita de proteínas que Martin me había proporcionado tan
amablemente. Está aplastada en el fondo, enterrada bajo mi portátil. Tengo la cabeza medio
metida en el bolso cuando me topo con alguien.
—¡Oh, lo siento mucho! —digo, apartando el pelo de mi cara. Una onda de pánico recorre
mi columna vertebral cuando me doy cuenta de con quién me he topado—. ¿Daniel?
—El único —responde, sonriendo con fuerza.
Me lleva un largo momento desenredar mi malestar. Seguramente, la mayor parte se debe
a nuestra tensa relación. Pero otra parte se debe a que su pelo, sus ojos y su mandíbula fueron
heredados por el mismo hombre empeñado en atormentarme. Es difícil mirar a Daniel y no
pensar en su hijo.
—¿Qué haces aquí? —Me sale, lamentando al instante el tono cortante—. Quiero decir...
Killian no mencionó que estarías aquí.
Daniel levanta una ceja.
—¿Has visto a Killian, entonces?
Me doy cuenta de que Daniel no sabe que estoy viviendo con los Lords. Y ahora que lo
pienso, preferiría que nunca lo supiera.
—Lo vi antes, en el estacionamiento.
—Ya veo —Daniel se desplaza, deslizando una mano en un bolsillo. Al igual que su hijo,
Daniel no es muy expresivo—. He venido a verte, en realidad.
Trago saliva.
—¿A m-mi?
Asiente con la cabeza, con una sonrisa en las esquinas envejecidas de sus fríos ojos.
—Solo quería asegurarme de que todo iba bien para ti. Fui a la habitación que has estado
alquilando, pero no estabas allí.
—Oh. —Parpadeo, tratando de encontrar una excusa—. En realidad, me estoy alojando con
unos amigos por ahora. Es gratis, así que no tendré que sacarte más de lo que ya lo he hecho.
Saluda despectivamente con la mano.
—Por favor, no es ningún problema. Eres de la familia, Story.
Mantenemos una distancia educada, ambos cambiamos la mirada con incomodidad. Algo
me dice que esta no es la forma en que la familia debe actuar entre sí.
—Bueno, todo va bien. De hecho, muy bien.
—¿Ya te has instalado? —me pregunta, observándome.
—Sí.
Canturrea, desplazando su mirada hacia algún lugar en la distancia.
—Es que todavía no has venido a la casa. Tu madre se ha enfadado por ello. —Al ver mi
ceño fruncido, se apresura a añadir—: No es que vaya a decir nada. Ya sabes cómo es.
Asiento con la cabeza.
—Sí, tiende a hacer eso.
—Espero... —empieza, pellizcando la frente mientras empieza de nuevo—. Espero que
podamos dejar atrás todo ese... asunto desagradable de antes de que te fueras.
Asunto desagradable.
Es extraño oír hablar de ello con tanta ligereza, como si no fuera el catalizador que me
impulsó a ganar dinero rápido para escapar de toda la puta situación. Es aún más extraño mirar
hacia atrás y darse cuenta de que, entre todos los hombres terribles, codiciosos, con derechos y
tóxicos que están arruinando mi vida, lo que ocurrió con Daniel no fue prácticamente nada en
comparación. Brevemente, tengo la sensación de que mi reacción a todo esto ha sido
una tontería.
Daniel es todo un padre de su hijo. Puede que no sea tan franco al respecto. Puede que
incluso entienda la palabra “no”. Pero al final del día, están cortados por el mismo patrón. Nunca
lo he olvidado.
Y no voy a empezar ahora.
Sonrío con gusto.
—Agua bajo el puente, Daniel.
Algo de la tensión en sus ojos se alivia ante esto.
—Me alegro de oírlo. Y deberías venir alguna vez. Si quieres, puedo organizar un día, solo
para ustedes dos. Estamos muy contentos de tenerte en casa y a salvo.
Casi me río de las palabras. A salvo. Oh, Daniel. Idiota.
—Me alegro de estar de vuelta —miento—. Llamaré a mamá más tarde.
Asintiendo con la cabeza, saca las llaves del bolsillo y las agita.
—Si necesitas algo, no dudes en ponerte en contacto conmigo. La universidad es dura y sé
que has tenido un par de años difíciles. Tu madre y yo estamos siempre aquí para ti. —Antes de
marcharse, añade—: Si ves a mi hijo por ahí, asegúrate de decirle que su viejo ha venido a
husmear, ¿quieres? —Se toca la sien—. Hay que mantenerlo alerta.
Miro fijamente su figura en retirada, preguntándome si es así como acabará Killian. Guapo
y canoso, rico, poderoso y casi capaz de sincerarse. De alguna manera, no puedo imaginarlo.
Desenvolviendo la barrita de proteínas, le doy un mordisco, pero veo que se me ha quitado
el apetito. La tiro, sin comerla, al cubo de la basura más cercano antes de subir los escalones de
piedra hasta la entrada de la biblioteca. Este edificio fue una de mis vistas favoritas durante mi
visita de orientación. La entrada tiene un suelo de mármol y estatuas de los miembros fundadores
de la universidad metidas en nichos. Al cruzar la zona principal, el olor a papel viejo se adhiere
al aire e inhalo profundamente, sintiendo una sensación de estabilidad. No importa qué tipo de
agitación ocurra en mi vida, las bibliotecas siguen siendo las mismas.
Tras confirmar la ubicación de las salas de estudio, subo las escaleras de mármol curvadas,
pasando la mano por la barandilla negra de hierro forjado. Paso del segundo piso al tercero y
me detengo en el rellano para recuperar el aliento. Hay un pequeño balcón que da al espacio
de abajo, justo al lado del pasillo principal. Me acomodo aquí, disfrutando de la vista y
recuperando el aliento.
—Llegas tarde.
Antes de que pueda girarme, dos manos se aferran a la barandilla a ambos lados de mi
cuerpo, atrapándome entre fuertes brazos. El cálido aroma de Tristian me envuelve. Respiro
profundamente y respondo:
—Llegas pronto.
—Esto no funciona así, Story. —Siento su nariz acariciando mi pelo, casi como si también
aspirara mi aroma—. Diría que estás confundida sobre nuestras expectativas, pero creo que eres
más inteligente que eso. ¿Estás siendo desafiante a propósito?
—No es para tanto —digo, helada por la sensación de estar enjaulada por él—. Me he
retrasado después de clase, y luego he visto a Daniel mientras caminaba hacia aquí. Me paré a
hablar con él. No estoy siendo desafiante.
Tristian se queda inquietantemente quieto.
—¿Alguien te dio permiso para hablar con él?
Aunque su aliento es cálido en mi oído, su tono es frío como el hielo.
Desconcertada, pregunto:
—Es mi padrastro. ¿Necesito permiso para hablar con mi familia?
—Necesitas permiso para casi todo, Story. —Se mueve detrás de mí, apretando la longitud
delgada y sólida de su cuerpo contra el mío—. Sabes, me tomé el día libre de las clases para
vigilarte. Te seguí de clase en clase.
Mi corazón tartamudea en mi pecho, recordando la sensación de los ojos que me
observaban.
—¿Eras tú?
—Por supuesto que era yo. Hay algunas cosas que debes entender. No somos como las
otras fraternidades aquí. Para los Lords, traer a una chica al azar a nuestra casa es un riesgo.
Siempre estás siendo vigilada. Siempre sabremos dónde estás y qué estás haciendo. Y si fallas,
si te sales de la línea, habrá consecuencias. No es porque lo disfrutemos. —Y añade con una
sonrisa en la voz—: Bueno, no solo porque lo disfrutemos. También tenemos que proteger
nuestros intereses.
Retira una mano de la barandilla y las suaves yemas de sus dedos recorren mi mejilla. Me
retuerzo contra él, sintiendo que la bilis me sube por la garganta al contacto. O bien no se da
cuenta de mi malestar o no le importa, sino que me pasa los dedos por el hombro, me roza el
brazo y luego me acaricia el costado del pecho.
—Es importante que seas plenamente consciente de cómo funciona esta relación. No quiero
ningún malentendido.
—Lo entiendo —Aunque es un poco difícil concentrarse en las reglas y normas en este
momento. Mi cerebro está fijado en los dedos de Tristian y en lo cerca que está de descubrir la
punta de mi pezón—. Eres mi dueño. En la escuela y en la casa. Todo el tiempo.
—Buena chica.
Sus dedos se desvían, bajando hasta el dobladillo de mi falda.
Y luego se sumergen por debajo.
Me pongo rígida y me asomo nerviosa al balcón. Estamos en una zona bastante aislada,
pero sigue siendo pública. Intento apartarme, pero incluso con una sola mano, me sujeta sin
esfuerzo entre su cuerpo y el borde del balcón.
—¿Qué estás haciendo? —jadeo.
—Lo que yo quiera.
Sus dedos empujan bajo el encaje de mis bragas e inmediatamente rozan mi clítoris. Me
echo hacia atrás, pero él solo me aplasta contra él, empujando su polla contra mi trasero.
Mi garganta hace un chasquido al tragar.
—No podemos hacer esto aquí —digo, sintiendo que mi corazón truena.
—Claro que sí —argumenta en voz baja—. ¿Por qué crees que elegí esta falda? Y esas bragas.
De fácil acceso.
Cualquier respuesta coherente se me queda en la garganta. Estoy casi segura de que
cualquier protesta solo le animará más, o incluso peor, alertará a alguien de dónde estamos y
qué está haciendo.
—Lo que quiero hacer ahora mismo —susurra, pasando su nariz por mi cuello—, es
averiguar si realmente te mojas tanto como dice Rath.
El calor se acumula, tanto en mis mejillas como entre mis piernas.
—¿Rath?
Se ríe mientras hace girar su pulgar en un círculo perezoso.
—¿Crees que no nos ha contado lo excitada que estabas esa noche? ¿Lo mucho que
disfrutaste teniendo mi polla en tu boca?
Eso es exactamente lo que había pensado, aunque no tengo idea de por qué lo haría. Así
que tengo algo de ventaja sobre Rath. ¿Y qué? No es digno de confianza. Es leal a los Lords por
encima de todo.
Aprieto los dientes contra la forma en que los dedos de Tristian me hacen sentir.
—Está mintiendo. No me gustó. Lo he odiado. Me mojo así porque mi cuerpo es así. No
porque me guste.
—Oh, Dulce Cereza, siempre intentas romperme el corazón. —Su dedo empuja entre mis
pliegues, presionando en mi núcleo—. No pasa nada. Si quieres que sea un secreto, podemos
fingir. —Introduce un dedo y gime en mi oído—. Dios, tu coño está apretado. Realmente eres
virgen, ¿no?
Aprieto los ojos cerrados, intentando bloquear las sensaciones. Todos los hombres de mi
vida han puesto precio a mi virginidad. Killian, Tristian, Rath. Ted. Los otros Sugar Daddys.
Por un momento pensé que era una fuente de poder, así como de vulnerabilidad. Pero cada vez
más, parece una espada de un solo filo.
Cada vez más, quiero caer sobre ella.
Debería tirarlo todo. Acabar con todo para que me dejen en paz. Tal vez debería encontrar
algún tipo para follar y sacarlo de la mesa. Entonces no seré tan especial.
Las voces resuenan en la escalera de mármol y me pongo rígida cuando un grupo de
estudiantes sube a nuestra planta. Dejo de lado cualquier pensamiento que no sea el de la
autopreservación.
—Tristian —susurro—, por favor, déjame ir.
—Correte para mí, cariño. Y luego puedes irte. —Desliza un segundo dedo, estirándome
desde el interior, haciéndome estremecer y temblar—. Solo haz esta pequeña cosa y estaré feliz
de acompañarte a casa.
Trago, con todos los nervios en alerta.
—No puedo. No así. No con gente... alrededor.
—Creo que puedes —responde, metiendo y sacando los dedos. Mis rodillas se doblan y él
desliza su otro brazo alrededor de mi cintura—. Sabes que lo quieres. Jesús, solo mírate. Tan
jodidamente cerca que estás temblando.
Me muerdo un grito ahogado.
—Eso es miedo. Me estás asustando. Alguien puede atraparnos.
—Eso no es miedo. Es deseo, Cereza. Está en el interior. Tu coño se estremece por mí. —
Su pulgar roza mi clítoris y una sacudida me atraviesa—. ¿Quieres que esto termine? Entonces
córrete para mí.
Quiero decirle que se equivoca, que no conoce mi cuerpo, que no puede entenderlo. Pero
una vez más, mi cuerpo se rebela vergonzosamente. Con cada empuje de sus dedos, mis caderas
empiezan a perseguirlos, a quererlos más cerca. Cada vez que el talón de su mano presiona mi
clítoris, me agarro a él, buscando la fricción. Los latidos de mi corazón golpean contra mi pecho,
la sangre se calienta más con cada paso que acerca a los estudiantes. De repente, la idea de que
se detenga me parece más insoportable que el hecho de ser atrapada. Espoleada como una cosa
sin sentido, una ola de adrenalina eléctrica y codiciosa recorre mi cuerpo.
—Córrete para mí, Story —exige, con voz tranquila pero dura como la piedra. Es como si
un interruptor se activara. Mi cuerpo se calienta, la piel se eriza con una crudeza dolorosa.
Empieza a sudar, y cuando oigo los pasos justo detrás de nosotros, no puedo contenerme más.
El orgasmo rebota a través de mí como una explosión, extendiéndose dulce y agudo desde el
centro de mi cuerpo. Me trago la voz, mordiéndome con fuerza el labio inferior para contener
mis gritos. Me inunda como una ola perversa, arrastrándome bajo la superficie. Tristian, con su
gran cuerpo inclinado tranquilamente sobre el mío, se aferra a mí mientras yo cabalgo sobre su
mano y me rompo en pedazos.
—Esa es una buena, buena chica —ronronea, ralentizando sus movimientos.
Me agarro a la barandilla con las dos manos para mantenerme en pie. Al mirar detrás de
mí, estoy convencida de que los demás estudiantes estarán allí, mirándonos con la boca abierta.
Pero ya han pasado de largo, y ninguno se ha dado cuenta.
Incluso con esa seguridad, me alejo de Tristian y me aliso la falda, fingiendo que aún no
siento el fantasma de sus dedos dentro de mí, o el cálido resplandor de un increíble orgasmo.
En este momento, me odio a mí misma.
Odio mi cuerpo, y sus hábiles dedos. Lo odio tanto como aquella noche en la lavandería.
Odio esta biblioteca. Odio a los tres, por ser tan fríos e insensibles, pero que de alguna manera
aún consiguen hacerme sentir este calor chispeante.
Este calor que no se detiene. El sudor me escuece en el cuello y los bordes de mi visión
se oscurecen, formando un túnel. Siento que me balanceo, pero no puedo evitarlo. Lanzo una
mano para agarrarme, pero todo se vuelve negro.
Ni siquiera siento la caída.

Me despierto de a poco. Lo primero que me llega es el olor: un fuerte perfume floral. Después,
empiezo a recibir fragmentos de sonido. Zapatos arrastrando por el suelo, voces indistintas,
susurros.
Mi nombre.
—¿Story? Despierta ahora.
Tristian.
Al sentir una mano en la frente, me retuerzo y abro lentamente los ojos. Tardo un largo
momento en recordar. Tristian. El orgasmo. Y luego todo se desvanece a negro.
Ahora, hay gente de pie sobre mí. No solo Tristian. Hay un grupo de chicos, pero también
una chica preciosa de mi edad, con el pelo oscuro y rizado y la piel suave.
Sus ojos color avellana se clavan en los míos.
—¿Sabes qué día es?
Parpadeo, tratando de orientarme.
—Primer día. El lunes. El once.
La chica —la mujer—, asiente.
—Parece que te has desmayado. ¿Tienes algún problema médico? —Cuando niego con la
cabeza, ella tararea—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste?
—Anoche —grazné, haciendo palanca suavemente sobre mis codos—. Pero antes de eso…
Me detengo, sintiéndome repentinamente mortificada.
Vuelve a mirar al grupo de chicos.
—Seguramente tiene una baja de azúcar o algo así. —Mirando hacia mí, esboza una sonrisa
de pesar—. Soy Sutton, la Condesa. Estoy en pre-medicina, pero eso significa sobre todo un
montón de clases de ciencias imposiblemente duras que nos hacen tomar para eliminar a los
débiles.
—Oh.
Le lanza a Tristian una mirada aguda.
—¿Es una tradición de LDZ matar de hambre a su Lady, o simplemente son
particularmente negligentes?
Oh, Dios. Tristian.
Está de pie, rígido, a mi lado, con esos ojos fríos que miran como dagas al grupo.
—No veo que sea de tu incumbencia. Es nuestra Lady. Nosotros nos encargaremos a partir
de aquí.
Sutton se burla, poniéndose de pie. Me ofrece una mano para ayudarme a levantarme y
la tomo sin pensarlo.
—Tranquila, Lady. ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza, evitando cuidadosamente la mirada de Tristian mientras me
estabilizo.
Uno de los otros tipos, un conde, se ríe.
—Debería haberlo sabido. No pondría a un cachorro al cuidado de los Lords, y mucho
menos a una mujer.
Otro conde se encuentra con mi mirada, con la boca curvada en una sonrisa.
—Oye, Lady. Parpadea dos veces si te retienen contra tu voluntad. Te daremos algo de
comer. —Se agarra la entrepierna para enfatizar.
Tristán se interpone suavemente entre nosotros.
—Eso es un poco triste, en realidad. Una chica tendría que estar muy desesperada para
pensar que vale la pena meterse tu polla en la boca.
Los condes se ríen. Uno dice:
—Al menos la Condesa sigue en pie. A este paso, te quedarás sin Lady el viernes.
Otro conde dice:
—Jesús, ni siquiera pueden alimentarla. Los tiempos deben ser bastante duros allí. Tal vez
deberíamos enviarles un paquete de ayuda. La chica se ve demasiado delgada de todos modos.
Sutton se encuentra con mi mirada, con los labios apretados en una línea apretada e infeliz.
Pero, al igual que yo, permanece en silencio.
Tristian me agarra la mano. Su rostro pétreo e inexpresivo ya me ha puesto los pelos de
punta, pero el sonido de su voz es aún peor. Impecablemente uniforme, y aún así cortante.
—Ser conde debe ser difícil. Siempre en segundo lugar desde la cima, pero sin poder
alcanzar nunca la gloria. —Sacude la cabeza, lanzando una mirada que otra persona podría
confundir con simpatía. Sin embargo, todos podemos ver la falta de sinceridad en ella—. Lo
dejaré pasar porque me dan pena. Bueno, y porque tu Coñodesa parecía tan útil.
Con eso, me aleja del grupo, baja la escalera de mármol y sale de la biblioteca.
Intento seguir el ritmo.
Su mandíbula está rígida cuando finalmente rompe el silencio.
—¿Tienes idea de cómo nos ha sentado eso? —No espera a que le responda—. Jodidamente
ridículo. ¿Cómo no has desayunado? ¿Almorzado?
No busca realmente una respuesta, sus ojos estrechos se fijan en el frente, brillando con
ira.
Le doy una respuesta de todos modos.
—Si recuerdas, ninguno de ustedes me dejó desayunar —Sin prestar atención a la forma en
que suena mi voz, cortante y mordaz, añado—: Y tenía cosas que hacer durante el almuerzo.
Estuve en el centro de estudiantes resolviendo mi horario de clases.
—Fantástico —murmura con sorna—. Killian y su maldito temperamento. Tú y tu maldita
desobediencia voluntaria. Ahora veo que voy a tener que hacerme cargo de estas cosas.
Tragando nerviosamente, pregunto:
—¿Qué cosas?
Sus ojos se dirigen a los míos y hace una pausa, con lo que parte de esa aguda tensión
desaparece de sus rasgos. Me levanta la barbilla con un dedo y sonríe.
—Cuidar de ti, Dulce Cereza.

El restaurante al que vamos no es lo que esperaba. Es un lugar de tipo formal, con iluminación
ambiental. El personal lleva traje. Mientras Tristian habla en voz baja y suave con el anfitrión de
la entrada, me muevo incómodamente, mirando mi absurdo atuendo. Me sentiría menos fuera
de lugar si hubiera entrado desnuda.
—Por aquí —dice el hombre, guiándonos a mí y a Tristian a una mesa del fondo.
Por su parte, Tristian se integra perfectamente, incluso vestido con una camisa de botones
informal y unos vaqueros.
—Siéntate —ordena, y luego dice al hombre—: Empezaremos con dos vasos de agua y algo
de pan. Y no esa basura procesada que envían gratis. Quiero el especial de tu panadería. Si veo
siquiera una pizca de harina blanqueada en esta mesa, seré muy infeliz.
El hombre no se salta nada y asiente con la cabeza antes de marcharse.
Tristian abre el menú, sin molestarse en echarme una mirada.
—Necesitas una buena proteína. Algo fresco. Orgánico, si podemos conseguirlo. ¿Comes
carne?
A pesar de la pregunta, ni siquiera me mira de soslayo.
Todavía espero un momento, por si acaso caigo en una trampa.
—...¿sí?
Suspira.
—Es decepcionante. Ser vegano lo hace mucho más fácil.
Justo en ese momento, llega un camarero con el agua y una cesta de pan. Tristian
pregunta:
—¿El pollo está libre de antibióticos?
Mientras él y el camarero repasan qué carnes están “envenenadas con productos químicos
y hormonas no naturales”, palabras de Tristian, yo medito su pregunta.
Cuando el camarero se ha ido, le pregunto:
—¿Ser vegano hace que sea qué mucho más fácil?
—Comer fresco y limpio. —Tira el menú a un lado, empujando la cesta de pan hacia mí—.
¿Y bien? Adelante. No puedo permitir que te desmayes como una sierva victoriana otra vez.
Ya no parece enfadado. La suave luz de la vela del centro de mesa proyecta sus rasgos
con un brillo cálido y engañoso, incluso cuando sus fríos ojos me observan. Me doy cuenta de
que este es el aspecto que podría tener Tristian en una cita.
La idea me repugna y me fascina al mismo tiempo.
De mala gana, saco un panecillo de la cesta y arranco un bocado. Con la esperanza de
romper un poco la extraña atmósfera, me pregunto:
—¿Eres vegano?
—A veces —responde, perfectamente quieto. La vela parpadeante se refleja en sus ojos—.
Sabes lo que pasó allí, ¿no? En la biblioteca, antes de que te familiarizaras con el suelo.
El pan es de repente como tragar papel de lija.
—Fue una lección —supongo.
Levanta una ceja.
—¿Y? ¿Qué has aprendido?
Mi cerebro peina la niebla en busca de la respuesta.
—Que puedes hacer lo que quieras conmigo, cuando y donde quieras.
—Sí, así es. —Me dedica una sonrisa condescendiente—. ¿Y?
—Y necesito estar donde se supone que debo estar, y solo hablar con los hombres con su
permiso.
—Sí. Exactamente —Alarga la mano y empuja un trozo de pelo sudado de mi mejilla—. ¿Y
esto, lo que estamos haciendo ahora? Te das cuenta de que esto es una recompensa, ¿no?
Recompensa.
La palabra viaja agriamente por mi esófago con el pan.
—¿Una recompensa por qué?
Baja la mano y se posa en mi muñeca, justo sobre el brazalete que me había puesto esta
mañana.
—No hablaste con los condes. Ni siquiera los miraste a los ojos. Eso es lealtad.
Me levanta la muñeca y me da un beso suave y prolongado en el dorso de la mano.
Sus ojos se clavan en los míos mientras lo hace, un gesto extrañamente dulce, devolviendo
después mi mano a la mesa con suavidad.
La forma en que me hace sentir por dentro es extraña e inquietante. Es un sentimiento
suave y nostálgico, contrarrestado por algo extrañamente herido, como si la mejor parte de mí
se hubiera dado cuenta de lo falso que debe ser todo.
Creo que prefiero los castigos.
Capítulo 10
RATH
Me duelen todos los músculos del cuerpo cuando llego a casa después del entrenamiento.
Aparco la camioneta en el garaje y hago una mueca de dolor. Nuestro primer partido es el
sábado y el entrenador ha decidido ponernos a prueba para asegurarnos de que estamos
preparados. Recojo mi bolsa de la parte trasera de la camioneta y me acerco a la casa, sabiendo
lo que me espera dentro.
No es que me importe.
No lo sé. Pero la conciencia de su presencia es algo difícil de evitar, como estar
jodidamente embrujado. Es una cosa molesta de reconciliar, la mitad de mí que desea que Story
no haya vuelto nunca, y la mitad de mí que está salivando con la idea de poseerla.
Cuelgo mi equipo en un gancho junto a la puerta trasera, sintiendo cómo se tensan mis
músculos doloridos. La verdad es que no me importa un poco de dolor, sobre todo cuando es
el resultado de un duro entrenamiento o de un partido bien jugado. Cada golpe me permite
canalizar toda la energía que tengo acumulada en mi interior. Es algo concreto contra lo que
luchar.
Esa es otra razón por la que acepté tener a Story como nuestra Lady.
Especialmente después de dominar tanto el año pasado, necesito un reto. La mierda aquí
se ha vuelto demasiado fácil. Sería fácil caer en la complacencia. Estancarse. Para convertirse en
menos poderoso en el proceso.
La Sra. Crane está encorvada sobre los fogones cuando entro en la cocina. Me mira de
reojo.
—Veo que sigues vivo.
—¿Por qué no iba a estarlo? —pregunto, encogiéndome de hombros. El olor de su cocina
me golpea como un tren de carga—. ¿Qué hay para cenar?
—Lasaña —responde—. Y más vale que no escuche ninguna impertinencia del testículo
derecho de Satanás ahí dentro. Estoy harta de escuchar su gran lloriqueo rubio.
—¿Tristian? —pregunto, asomándome para ver el comedor—. Ya sabes cómo es.
El odio de Tristian hacia la Sra. Crane es una cosa de leyenda, y es completamente mutuo.
Estaban condenados desde el principio, ya que él debe tener su puta mierda especial orgánica,
no transgénica, de origen local, y no estoy seguro de que la Sra. Crane sepa cocinar algo que no
venga congelado o en un tarro.
Haciendo una pausa, la miro.
—¿El testículo derecho? ¿Cuál de los dos es el izquierdo?
Saca un cuchillo del cajón y tengo que evitar activamente dar un paso atrás. La Sra. Crane
puede ser una perra aterradora a veces.
—Oh, el otro.
Entorno una ceja hacia ella.
—¿En qué me convierte eso exactamente?
Su sonrisa muestra una hilera de dientes manchados.
—Tú eres el prepucio, chico.
La fulmino con la mirada.
—No creo que la ayuda pagada deba ser tan insolente.
—No creo que me importe un carajo —responde ella, devolviendo el ceño—. No soy una
de tus pequeñas perras bimbo. Ahora cierra tu maldito agujero de la cara y baja los platos. No
eres demasiado mayor para ponerte encima de mi cuchilla, chico.
Pongo los ojos en blanco. Sé mejor que nadie que la Sra. Crane tiene crédito para respaldar
sus amenazas, pero si realmente quisiera liquidarme, lo habría hecho cuando yo era un niño
revoltoso y cabreado que se refugiaba en su pequeña oficina en los fines de semana libres. Y
Dios sabe que Tristian habría muerto hace mucho tiempo. Su debilidad por mí es comprensible.
Es prácticamente de la familia, como una tía vieja, malhumorada, fumadora empedernida y ex
convicta. Pero también tiene debilidad por los demás, supongo. Después de todo, nosotros la
rescatamos del Lado Sur.
Mientras está rebuscando en la despensa, dice:
—Hoy he conocido a tu juguetito.
Me asomo de nuevo al comedor y no la veo. Apretando la mandíbula, expreso la pregunta
que ha estado dando vueltas en mi cabeza desde que llegué a la entrada: —¿Dónde está?
—¿Cómo diablos voy a saberlo? —responde la Sra. Crane, saliendo del armario con un
frasco de parmesano rallado—. Le di un tentempié y la mandé en su camino. No parecía
dispuesta a asistir a una cena con las manifestaciones sensibles de los genitales de Satanás. No
puedo decir que la culpe. Ustedes tienen las personalidades de una picazón anal. No sé cómo
los soporto.
—Hoy estás realmente de racha, Sra. Crane. —Entrecerré los ojos—. ¿Qué demonios se
arrastró por tu trasero y murió ahí?
Ella agita el cuchillo hacia mí.
—¿Esa chica? Sea lo que sea que creas que es, es todo lo contrario. Conozco esa mirada.
Te va a joder, chico. Y no puedo decir que no me reiré cuando lo haga.
—No sabes nada de ella —digo entre dientes, cogiendo un plato del armario.
—Oh, la conozco mejor de lo que tú nunca lo harás. —Cojeando a mi lado, me envía una
risa áspera—. Pájaros de una pluma. No importa si nos acabamos de conocer. Ella y yo nos
conocemos desde hace mucho tiempo. Ya lo verás.
Putas viudas crípticas de crímenes viejos.
—No puedes hablar jodidamente en serio —dice Tristian, mirando con desprecio la comida
que pone en la mesa. Se le sale una vena de la frente y Rath y yo compartimos una mirada ante
la rabieta que se está formando—. ¿Tienes idea de lo que lleva este queso? No es queso. Es serrín
de estantería. La pasta... ¡esto ni siquiera puede llamarse legalmente pasta! Este pan está lleno
de conservantes y productos químicos, y no quiero ni saber de dónde has sacado la carne. —Se
frota las sienes como si se aferrara a su última pizca de control—. ¡No puedo comer esta basura,
Sra. Crane!
La Sra. Crane clava una cuchara de servir en medio de la lasaña y dice:
—Puedes comer esto o puedes comer mierda. Me importa un bledo cualquier cosa, pútrido
pedazo de mierda.
El ojo de Tristian se estremece al verla salir de la habitación.
—¡Me estoy cansando de sus tonterías! ¿Por qué es nuestra ama de llaves y cocinera? No
debería cobrar por dos trabajos si solo puede hacer uno y medio.
Rath le lanza una mirada fulminante.
—Deja a la Sra. Crane en paz. No es su culpa que tengas algún tipo de enfermedad mental
relacionada con la comida.
—Preocuparme por mi cuerpo no es una enfermedad mental —responde, poniéndose de
pie—. Y yo reiré el último cuando los dos estén carcomidos por el cáncer y les fallen los órganos.
Rath y yo ponemos los ojos en blanco mientras Tristian sale furioso de la habitación.
—Juro que se pone peor cuando no recibe nada —dice Rath, sirviéndose una ración—. La
mierda está a punto de ponerse muy tensa por aquí. ¿De qué crees que se trata? ¿La cláusula de
fidelidad?
No puedo imaginar cuántas calorías quemé en el entrenamiento. Deben haber sido miles.
Amontono tres grandes cucharadas de pasta en mi plato, intentando no pensar demasiado en la
cláusula que la zorra de mi hermanastra añadió al contrato.
—Está tratando cabrearnos.
Rath parece dudoso.
—No, tiene que haber algo táctico ahí. ¿Un año académico entero con nosotros tres y ella
nos prohíbe a sabiendas follar con alguien más? Eso es pedir que se nos tienda una trampa en
todo momento.
—Cree que no podemos hacerlo —le explico, masticando la comida de modo inexpresivo—
. Cree que daremos el brazo a torcer y entonces todo el contrato será nulo.
Tristian vuelve entonces, plato en mano.
—Por suerte, aún tengo las sobras de mi pequeña cita con Dulce Trasero de Cereza.
Dejo de masticar.
—¿Tu qué?
En lugar de responder, dice:
—Me he puesto a cargo de su bienestar general ahora. Cualquier retención de comidas
tiene que pasar por mí primero.
Ahora, dejé mi tenedor.
—¿Cómo mierda lo supones?
—Lo supongo —comienza, mordisqueando un trozo de pan—, desde que se desmayó en la
biblioteca. Delante de los Condes. Porque hoy no había jodidamente comido. Nos hizo quedar
como malos Lords. Tú estás demasiado cabreado para cuidar de ella, y Rath no es lo
suficientemente fiable como para cuidar de sí mismo la mayoría de los días.
—¡Oye! —protesta Rath, pero luego asiente al instante—. En realidad, es justo.
Tristian le tiende su bebida.
—Obviamente, tengo que ser yo. Menos mal, porque soy el único al que le importa la
nutrición por aquí. —Se quita la tensión de los hombros y sonríe—. La llevé a ese bonito lugar en
la calle Market. Una pequeña recompensa.
Le frunzo el ceño.
—¿Una recompensa por qué?
Tristian se encoge de hombros.
—Se encontró cara a cara con los barones y los condes y no les habló. Ni siquiera los miró.
Le miro acaloradamente.
—¿Qué estabas haciendo que se desmayó en la biblioteca?
Tristian se encoge de hombros.
—Follando su dulce y húmedo coño con los dedos. —Se ríe, como si estuviera recordando—
. No es lo que realmente quería hacer. Tomar su virginidad en la biblioteca habría sido épico.
En cambio, tuve que conformarme con un poco de exhibicionismo público.
—¿Exhibición pública? —Rath gime—. Mierda, eso vale...
—Más puntos de los que tú tienes —confirma Tristian, sonriendo como el gato que recibió
la crema.
Siento que la ira sube, se hincha y palpita. Ya es bastante malo que solo tenga dos míseros
puntos por mi castigo de esa mañana. Pero ahora los dos han tenido más de ella que yo. Me lo
imaginaba. Siempre supe que era una puta. No sé por qué al oírlo me dan ganas de coger este
plato y tirárselo a sus caras.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí encerrada?
Me guardo toda la volatilidad, aunque estos dos probablemente puedan ver a través de
ella. Nunca es fácil ocultar cosas de ellos.
—Más o menos desde que llegamos a casa —dice Rath—. Estaba tranquila cuando llegó con
Tristian. Comió un bocadillo en su habitación.
—Se está lamiendo las heridas —dice Tristian, haciendo una mueca con algo en su plato—.
Puede que haya recibido una recompensa, pero aún así ha desobedecido varias reglas hoy. Tuve
que corregirla con esa follada a dedo.
—Tenía razón, ¿verdad? —pregunta Rath, y Tristian asiente con la cabeza.
—Se pone jodidamente empapada. —Asiente, ignorando la forma en que estoy
estrangulando mi tenedor—. Y muy apretada. Creo completamente que es virgen. Ni siquiera
estoy convencido de que haya tenido un orgasmo que no provenga de nosotros dos.
Asqueroso. Estos imbéciles están a dos segundos de chocar los cinco por encima de la
mesa como los imbéciles que son.
Tristian continúa:
—Es una jodida peleadora, sin embargo. No envía mensajes de texto, llega tarde... oh, ¿y
sabes por qué llegó tarde a la biblioteca? —No espera a que respondamos—. Porque estaba
hablando con tu padre.
Mi voz sale en un siseo bajo y peligroso.
—¿Estaba haciendo jodidamente qué?
Rath y Tristian me lanzan miradas de simpatía similares. Saben todo lo que pasó entonces,
incluida la espiral que me hizo caer ese año.
Tristian se burla con sorna.
—Tuvieron una pequeña y feliz reunión familiar, justo en medio del campus. Tuve que
cortar esa mierda rápidamente.
Maldita sea.
Hijo de puta.
Dejo el vaso de golpe y me levanto de la silla, cogiendo el plato. ¿Es por eso por lo que
realmente ha vuelto aquí? ¿Para volver a estar cerca de mi padre? La amargura que se instala
en el fondo de mi garganta hace que la comida no sea apetecible en este momento.
—Esto no tiene por qué ser una situación —dice Rath en un lamentable intento de
calmarme.
Tristian está de acuerdo:
—Ya la castigué por ello. No volverá a acercarse a él sin nuestra autorización, créeme.
Escuchó esa mierda alto y claro.
—Sabes que te cubrimos la espalda.
Como los dos están acostumbrados a mi temperamento, ninguno parece sorprendido
cuando salgo de la habitación.
Sé que no es justo. Estos dos han estado a mi lado desde la escuela primaria. Al igual que
yo, han pasado por cosas serias, pero se mantienen cerca y saben cómo es el andar conmigo.
No se quejan. No hay lloriqueos. Son duros, leales y, en el fondo, quizá más depravados que
yo.
Pero una pequeña parte resentida de mí piensa: Se cubren las espaldas ustedes mismos.
Quieren a Story. La quieren de la misma manera que yo la quiero. Posesión absoluta. ¿Pero
cómo puede ser absoluta si son tres personas?
Esto es una competición. El Juego tendrá un vencedor. Uno de nosotros la tomará, se la
follará, poseerá una parte de ella que nadie más podrá reclamar. Es mía por derecho. Todos lo
sabemos. Y de alguna manera, estos dos se me han adelantado en la carrera por tenerla. No es
jodidamente justo.
Bueno, pienso mientras alzo mi plato, nunca he jugado limpio un día en mi vida.
No voy a empezar ahora.

Es tarde cuando me meto en su habitación.


Yo mismo había elegido las cortinas transparentes, asegurándome de que la luz de las
farolas llegara a su cama, pero a ninguna otra parte. Mis ojos tardan un momento en adaptarse,
pero una vez que lo hacen, la veo. Durmiendo.
La primera vez que la vi, aquella noche en la cena en la que mi padre anunció su
compromiso con su madre cazafortunas, pensé que estaba... buena. Bonita. Algo nerviosa y
torpe, pero perfectamente follable. Mejor aún fue saber, la intuición, que mi padre me la
regalaba.
Tenía mucho sentido. Mi padre tenía un juguete, y yo también. Nunca lo dijo, pero nunca
tuvo que hacerlo. Prácticamente había crecido con su colección de porno, aprendí la forma
correcta de tratar a una chica, de follar con una chica, de ponerla en su sitio. El hecho de que
todavía fuera un niño, de que él fuera mi padre, hacía difícil compartir nuestros intereses. Pero
él lo sabía. Yo lo sabía.
Story y su madre eran su forma de salvar la distancia.
Así que me senté en la cena y traté jugar a ser educado, a pesar de que estaba zumbando
con la anticipación. Envié un mensaje de texto a los chicos en cuanto llegamos al aparcamiento,
presumiendo de mi nueva y reluciente chica, toda mía, de nadie más.
Qué puta broma.
Lo que ninguno de ellos sabe, sin embargo, es que Story es más bonita cuando duerme.
La miro ahora, contemplando su piel lechosa, un mechón de pelo oscuro cayendo sobre su
mejilla. Siempre tiene la boca abierta mientras duerme, con esos labios de felpa que parecen
húmedos y preparados.
Se me pone la polla dura, como siempre lo hacía en ese entonces. Claro, hice de su vida
un infierno y los chicos siguieron felizmente mi ejemplo. Era fácil meterse con ella en el instituto.
Divertido. Toda pequeña y débil. Dejé claro que no éramos familia y que nunca lo seríamos.
Me aseguré de que no tuviera influencia social en la escuela. Que nunca debía hablar o
reconocerme en público. Nunca.
Eso no significaba que no supiera de ella. No. Seguí de cerca a la chica del dormitorio de
al lado, sobre todo cuando se acercaba cada vez más a mi padre. Parecía que, brevemente, a
Daniel Payne le encantaba interpretar al salvador que llegaba y sacaba a estas dos almas
desafortunadas de la miseria. Yo sabía que era falso, pero ellas no.
Seguir a Story era entonces como una adicción. En primer lugar, porque estaba
obsesionado con mi nuevo juguete. Quería saber cómo olía, cómo sonaba, cómo era bajo la
ropa. Era bastante fácil y me consumía. Tenía que compartir el baño con ella, lo que me daba
acceso a sus cosas, a su olor, a su presencia. Sabía qué tipo de champú le gustaba, y que prefería
la pasta de dientes blanca a los geles azules. Que su jodido pelo largo se atascaba en todo. Sabía
cuándo veía los papeles arrugados en la basura que ella estaba en su menstruación. Lo sabía
todo y me volvía loco, porque solo me hacía querer saber más.
El baño compartido proporcionó algo más, algo involuntario: acceso a su habitación, a sus
secretos. A ella. Me pasaba horas sentado con la espalda apoyada en las frías paredes de azulejos,
escuchando su voz a través de la ventilación de su dormitorio. Así fue como me enteré de que
ella y Mary estafaban a los viejos con tarjetas de regalo y dinero enseñándoles las tetas o lo que
fuera.
No me detuve ahí. Noche tras noche, incluso después de descubrir la verdad, me colaba
en su habitación y me quedaba junto a su cama, pensando en todas las cosas que podía hacerle.
Al principio, estos pensamientos se centraban en esa boca de aspecto suave que tenía. La piel
que desaparecía bajo sus pequeños pantaloncillos. La silueta oscura de sus pezones bajo la
camiseta de tirantes. El aspecto de su pelo, enrollado alrededor de mi puño mientras tiraba...
Le dejé pequeños regalos en forma de mi semen en sus labios, en la punta brillante de su
lengua. No lo suficiente como para que se diera cuenta. Solo lo suficiente para que yo supiera
que estaba marcada, que llevaba una parte de mí dentro de ella.
Pero eso era antes.
Antes de la noche que pasé por el estudio de mi padre y los vi. Story en su regazo. La
mano de él por encima de la camiseta de ella. Tocando sus tetas. Las tetas que se suponía que
eran mías.
Papá estaba claramente borracho, y allí estaba ella, sentada sobre sus rodillas, con la
mirada perdida en la nada mientras los dedos de él jugaban con su pezón. Sé que le susurró
algo al oído, pero no pude oírlo. Solo pude ver el minúsculo y reticente movimiento de su
cabeza antes de salir corriendo.
Después de eso, las cosas que me imaginaba haciéndole por la noche se convirtieron en
algo malvado y acre. Podría asfixiarla con una almohada. Podría robar los datos de su
ordenador. Podía amordazarla, sujetarla y follarla con fuerza, rapidez y brutalidad.
Ahora mismo, está acurrucada en medio de la cama, con los brazos rodeando una
almohada de forma protectora. ¿A qué le tiene miedo Story? ¿A mí? ¿A los chicos? ¿A algo
más?
Sea lo que sea, es muy tonta como para pensar que una almohada será suficiente. Me
siento en la silla y me concentro en la chica que está en la cama, en la respiración y en lo
vulnerable que es en este momento.
La noche anterior me contuve, diciéndome que lo único que iba a hacer era mirar. Pero
aquí estoy de nuevo, con la polla cada vez más dura bajo la fina tela de mis pantalones de
deporte. Mis manos aprietan el borde del cojín. Las piernas de Story se mueven por debajo de
la manta y me quedo helado, observando en silencio cómo se da la vuelta, de cara a mí. No me
muevo durante un largo y traicionero latido, esperando a ver si se despierta como lo hizo la
noche anterior, ojeando la habitación como si estuviera buscando un monstruo.
Sus ojos no se abren, pero en la penumbra veo que su boca se afloja, que los labios se
separan una vez más. Los labios de Story siempre han sido tan rojos, tan carnosos. Es lo primero
que me dijo Tristian sobre ella cuando la conoció.
—Apuesto a que esos labios estarían increíbles envueltos en una polla.
Había jugado con ella, antes de darme cuenta de que Story nunca fue para mí, que
probablemente había coqueteado y se había prostituido para entrar en los pantalones de diseño
de mi padre. Me sacaba la polla y le metía la cabeza entre los labios, solo un poquito. Nunca lo
supo.
Sin embargo, no fue suficiente. Era una burla insatisfactoria, como la propia Story.
Pero Tristian lo había hecho por fin aquella noche en la lavandería: forzó su polla a pasar
por aquellos labios rojos y bonitos, y, mierda, había tenido razón. Tenían un aspecto increíble.
Hago una mueca al recordarlo, con el corazón empujando la sangre entre mis piernas.
Inclinando la cabeza hacia atrás, finalmente cedo, metiendo la mano en los pantalones y sacando
mi polla. El aire fresco se siente bien contra mi piel acalorada. Recorro mi longitud con la mano
y evoco la fantasía que he perfeccionado a lo largo de los años. Hemos vuelto a la casa y me he
colado en el cuarto de baño contiguo para entrar en su habitación. Estoy de pie junto a su cama
mientras duerme, y se trata de una combinación verdaderamente pervertida de factores
motivadores: follar y hacer daño.
En la fantasía, la manta le rodea la cintura y lleva una camiseta de tirantes ajustada. Puedo
ver sus pezones a través de la tela. Aunque sé que no es más que un problema, es mi hermanastra
y una sucia puta, alargo la mano y le toco uno, sintiendo la suave superficie dura como una roca.
Ella no se despierta, y eso me estimula. Levanto la manta y, con cuidado y en silencio, me deslizo
en la cama detrás de ella. Su espalda se aprieta contra la mía, pero su respiración continúa en
inhalaciones uniformes y controladas. Cuando empujo mis caderas hacia delante, me doy cuenta
de que no lleva bragas. La sensación de mi polla dura presionando insistentemente entre sus
muslos no la conmueve. Empujo la parte exterior de su cadera hacia delante, dándome acceso
al cálido calor entre sus piernas. Enrollo su pelo alrededor de mi puño y no hay forma de
detenerlo. No hay forma de controlar las ganas de follar. Mi polla se desliza entre sus piernas,
empujando en su coño. La agarro por la cadera y la mantengo quieta, forzando mi polla dentro
con un empujón duro e implacable.
Grita en la fantasía, siempre el mismo sonido agudo y herido que se desvanece en un
gemido somnoliento y confuso.
Ahora, mi mano tira furiosamente mi polla. Esta fantasía, esta vieja y fiable fantasía que
nunca falla, adquiere una nueva intensidad con ella a solo unos pasos. Mis pelotas se tensan, la
boca del estómago arde por la necesidad de tenerla por fin. Sé la verdad, que esta fantasía está
ligada a la perversión de querer herir a Story, humillarla, mancillarla. Pero mucho más fuerte
que eso es algo más. Es lo que libera el gatillo de mi orgasmo, una y otra vez.
Quiero follarme a mi hermanastra.
Quiero reclamarla.
Poseerla.
Quiero que por fin sea mía.
Eso es lo que pienso, mirando su forma dormida mientras me corro, el semen rezumando
caliente y espeso por mi mano. Exhalo en silencio, con el pecho agitado por el esfuerzo,
consciente de otra cosa.
Una vez dejé que otra persona la tomara.
No lo volveré a hacer.
Capítulo 11
STORY
Por mucho que me moleste hacerlo, a la mañana siguiente me tomo el tiempo necesario para
vestirme “adecuadamente”. Lo último que quiero es otra corrección, o sea, un striptease, delante
de los chicos en el desayuno.
Rebusco entre la ropa de mi armario, tocando las faldas cortas y alegres que sé que Tristian
preferiría. Hay algunos conjuntos que supongo que ha escogido Rath: mallas de cuero sintético,
camisas con rasgaduras estratégicas, algo atrevido. Me pregunto qué tipo de ropa le gustaría
verme a Killian, pero mientras busco en el estante de ropa, no hay nada que destaque. Tal vez,
como siempre dijo, para él solo soy basura, repulsiva y vergonzosa.
Es un extraño consuelo, la idea de que no me quiere de esa manera, pero hace que sea
mucho más difícil de navegar.
Me decido por un batiburrillo de opciones. Hay un par de pantalones negros ajustados
para Rath. Para Tristian, un top rosa con un escote pronunciado y hombros cortos e hinchados.
Elijo un par de Mary Janes que no parecen precisamente cómodas, pero que parecen completar
mi conjunto “tan inocente”. Inocente. Muevo los hombros, mirándome en el espejo. Sí, claro.
Tristian podría sacarme los pechos en un segundo.
Incluso abro el joyero de mi tocador, con la intención de elegir algo que vaya con él. Me
río de lo que hay dentro. Unas cuantas piezas diferentes, de aspecto dulce. Pendientes. Clips
para el pelo. Pulseras.
Es la cadena con un pequeño y delicado crucifijo colgando de ella lo que me hace cerrarla
de golpe.
Dame un respiro.
La inspección de Martin se realiza sin problemas.
—Muy bien, Lady —dice, asintiendo con la cabeza en señal de aprobación. Casi espero
que me pase una golosina para perros—. Lord Tristian me ha pedido que le explique las normas
del desayuno, así que sepa que, a menos que se le pida que atienda en el comedor, comerá en
la cocina. —Ante mi asentimiento, añade—: Hoy, los Lords quieren que su Lady coma con ellos.
Después, me envían a la cocina para que les traiga las bebidas. Ya oigo a los chicos en el
comedor, sus voces profundas y sus movimientos fuertes.
La Sra. Crane se sirve una taza de café, los ojos se deslizan hacia mí.
—Buen plan, chica.
—¿Plan? —pregunto, sirviendo algún tipo de zumo de naranja ultra-orgánico,
probablemente para Tristian.
—El traje —dice con su voz ronca, señalando mi pecho—. Lo elegiste tú misma, ¿no? Claro
que sí. Estás empezando a aprender.
Siento que mi mandíbula se tensa ante sus palabras.
—Sí, conozco mi lugar.
Pero la Sra. Crane se burla.
—Me refiero a que estás empezando a aprender lo que puedes controlar. No tienes mucho.
La gente como nosotros nunca lo tiene. Eso hace que las cosas que podemos controlar sean
mucho más importantes.
No estoy de acuerdo: —No tengo ningún control. Me han comprado toda esta ropa.
—Abre tus malditos oídos, chica —sisea, con los ojos clavados en mí—. No puedes controlar
el año, pero puedes controlar el día. Podrías haberte puesto otra cosa. Elegiste no desobedecer.
Elegiste hacer lo contrario. —Sacudiendo el tarro de azúcar, concluye—: Marcaste el tono del día.
Con el tiempo, puede que aprendas a usar esa cosa entre las piernas, pero este es un buen
comienzo.
La miro con escepticismo, sin ver su punto de vista, pero también con demasiado miedo
de hacerla enfadar para decirlo. Es una señora mayor y sé, por haberla conocido anoche, que
parece muy malhumorada muchas veces. Por lo visto, mi vida consiste en tratar con gente
irritable e imprevisible.
—Ya veo —miento.
La Sra. Crane asiente con aprobación.
—Sí, lo harás. La gente no se da cuenta de lo pequeña que puede ser una vida. Mi marido
podría haber hecho que la mía cupiera en una caja de pan, si pudiera.
La miro con curiosidad.
—¿Estás casada?
Ladra una carcajada áspera y dura.
—No, chica. Ya no. —Casualmente, sin expresión alguna, explica—: Apuñalé a ese hijo de
puta en el cuello. Siete veces, además.
Espero un segundo, medio convencida de que está bromeando. No lo está. Doy un paso
atrás.
—¿Tú... lo apuñalaste?
Sin ahorrarme una mirada, me contesta:
—Claro que sí. No tienes que preocuparte, chica. Se lo merecía. Mi viejo habría hecho que
esos tres de ahí parecieran malditos boys scouts.
La idea me hace estremecer.
Miro alrededor de la habitación, preguntándome si alguien puede escuchar.
—¿Deberías decirme esto?
Pero la Sra. Crane se limita a agitar una mano arrugada.
—Ya he sido condenada y sentenciada. Nadie puede hacerme nada. Si quieres mi consejo,
ve primero por el chico tranquilo. Es el que mejor maneja a los otros dos.
Aturdida, entro en el comedor detrás de ella, los pensamientos se arremolinan con lo que
debe haber sido la vida de la Sra. Crane. ¿Peor que estos tres? ¿Peor que Ted? ¿O incluso peor
que eso?
Lucho contra el escalofrío y empiezo a colocar con cuidado sus tazas y vasos alrededor de
sus platos. La Sra. Crane pone un plato delante de Killian y Rath, pero me doy cuenta de que
Tristian ya tiene un cuenco de algo de aspecto asqueroso delante de él.
Killian me echa una mirada brusca, como si el simple hecho de mirarme le molestara.
Me aventuro a decirle un pequeño y silencioso.
—Buenos días.
Me ignora.
Los ojos de Tristian me siguen, sin embargo, tomando mi apariencia lentamente, con
aprecio.
Rath deja escapar un zumbido bajo.
—Qué sexy estás esta mañana —dice, recostado perezosamente en su silla.
Agachando la cabeza, me paso las manos nerviosamente por los costados.
—Gracias.
—En realidad, le estaba hablando a la Sra. Crane.
Le hace un guiño y la anciana le devuelve la mirada.
—No te pongas fresco conmigo, fracaso de aborto.
Me pongo rígida, segura de que no puedo soportar ver cómo castigan a esta mujer. Sin
embargo, mi pánico dura poco.
Rath se encoge de hombros.
—Tú te lo pierdes, vieja bruja.
—He perdido calcetines sucios que quería más que a ti —responde ella saliendo, mientras
cojea, de la habitación.
—Siéntate —me dice Tristian, señalando el asiento a su lado—. Tenemos que repasar
algunas cosas.
Vacilante, hago lo que me dicen, deslizando mi silla mientras observo el entorno que tengo
delante. Hay lo que sea que esté comiendo Tristian, un bol más pequeño, y un huevo con dos
salchichas.
—Es avena —dice Tristian del bol—, con fruta fresca y granola. Pero eres una mujer.
Necesitas hierro. —Supongo que eso explica las salchichas. Acercándose, me susurra al oído—:
Y no solo estás sexy, Dulce Cereza. Te ves francamente follable.
Las mariposas se arremolinan en mi estómago.
—¿Vas a seguirme hoy?
Se encoge de hombros.
—Nunca se sabe cuándo uno de nosotros está mirando.
—Estás aquí —comienza Killian, con voz firme—, porque tenemos que discutir las
apariencias.
Rath dice:
—Tristian nos contó tu pequeño incidente de ayer.
La forma en que su labio se levanta con la palabra me dice exactamente lo que piensa de
los desmayos.
Como si fuera una fiesta para mí.
Antes de que pueda hacer algo tan idiota como disculparme porque no me dan de comer,
Tristian añade:
—Lo hemos hablado y hemos decidido que ya has tenido suficiente tiempo para
aclimatarte. La gente tiene que saber que nuestra Lady nos sirve, nos respeta, nos quiere.
—Sobre todo después de lo de ayer —coincide Rath.
Tristian explica:
—No podemos dejar que la gente piense que te maltratamos. Así que tendremos que
empezar a incorporar algo de DPA1 en nuestras apariciones diarias en el campus.
Frunciendo el ceño, pregunto:
—¿DPA? ¿Como... tomarse de la mano? ¿No hicimos eso ayer?
Killian pone los ojos en blanco.
—Cogerse de la mano solo es DPA si estás en el puto quinto grado.
La voz de Tristian es más suave, pero aún puedo ver el brillo de la diversión en sus ojos.
—Cariño, cuando una chica sirve, respeta y quiere a un hombre, ¿qué hace?
Le devuelvo la mirada, confusa.
—Bueno, ella... uh...
Dios, qué quieren estos tipos. Más de lo que quiero dar.

1
Public Displays of Affection. Demostraciones públicas de afecto. Básicamente, cualquier interacción física
(abrazar, besar, tomarse de la mano, manosear, etc.) en público.
—Lo abraza —termina Tristian por mí, pareciendo ligeramente molesto por tener que
hacerlo—. Lo besa.
Me quedo helada, mirándolos con los ojos muy abiertos.
—¿Besar?
—En caso de que sea necesario decirlo —añade Rath, con los ojos oscuros clavados en los
míos—, estamos buscando algo en el departamento de “lenguas y cuellos”. No pequeñas caricias
escolares.
Siento que mi cara palidece.
—Como... ¿beso francés?
Killian me mira con asco.
—¿De verdad eres así de atrofiada? Nadie mayor de doce años lo llama así. Solo es besar.
Me toco las mejillas, empezando a sentir que el calor se acumula en ellas.
—No.
Esa palabra provoca una reacción. Tres reacciones. Cabreado, divertido y curioso.
—“No” no forma parte del vocabulario de una Lady —aclara Tristian—. ¿Pero por qué esa
reacción tan fuerte? Es un beso, Cereza. La forma más fácil de mostrar afecto.
Para él, es fácil. Pero para mí...
Trago saliva.
—Es que no me siento cómoda besándolos.
—¿Cuál es el problema? —pregunta Rath, entre bocado y bocado.
El gran problema es que es demasiado personal. Demasiado cariñoso. Demasiado íntimo.
Lo importante es que no es algo que ellos me hagan o que yo me vea obligada a hacerles.
Es algo que, supongo, hacemos juntos.
El mayor problema es que, después de todo el abuso y la manipulación, nunca me han
besado. Mi virginidad es algo con lo que estoy dispuesta a negociar: ya espero que sea terrible.
Las primeras veces siempre lo son, ¿verdad? Pero un beso, es la cosa que esperas. Las chicas
sueñan con ello. Es un rito de paso y quiero que sea correcto, que no me lo quite un imbécil
abusivo.
No digo nada de esto. Solo me trago todo el desplante, pero una mirada a Rath y dice:
—Dinos por qué, Dulce Cereza.
Es una orden, con un castigo al otro lado, y puedo decir por el brillo de sus ojos que
implicará algo más que un striptease.
—¡No sé cómo! —Me sale a borbotones. Es completamente involuntario, solo una falta de
filtro cerebro-boca. Por supuesto, es cierto. Pero sé al instante, por la forma en que todos me
miran, que debería haber fingido.
Tristian levanta una ceja.
—¿Perdón?
Con la cara encendida, admito lentamente y a regañadientes:
—Nunca he hecho eso antes. Besar.
Hay un largo y tenso silencio alrededor de la mesa mientras me retuerzo las manos. Los
chicos solo apartan sus miradas vacías de mí para compartir una mirada entre ellos.
Es Rath quien habla primero, con la voz baja:
—Ahora sé que nos estás engañando.
Kllian añade:
—Te dije que estaba llena de mierda. Probablemente es algo que le dice a esos viejos que
está desangrando.
—¡Es cierto! —insisto, la indignación subiendo a mi pecho—. ¿Por qué iba a mentir sobre
eso?
Es incluso más embarazoso que ser virgen, porque en algún nivel, Killian tiene razón.
Estoy atrofiada.
—Picaré —salta Tristian, limpiando su boca en una servilleta antes de volverse hacia mí—.
Dime cómo es que has tenido una polla en la boca, pero nunca has besado a un tipo.
Miro fijamente mi tazón de avena, sintiendo un hilo de ira surgir bajo mi piel. Cómo se
atreven.
—No lo sé, Lord Tristian, ¿por qué no me lo dices tú? Porque parece que la clase de tipos
a los que les gusto prefieren obligarme a arrodillarme y meterme sus asquerosas pollas en la
garganta. —Le doy una sonrisa falsamente dulce—. Es el único uso que parece tener mi boca
para ellos.
—Cuidado con ese tono —dice Tristian, arrancando mi cuchara de la mesa. Me la pone en
la mano, obligándome a cogerla—. Eso podría tener algo que ver.
Su sonrisa es afilada y malvada, y la amenaza llega fuerte y clara.
Sin embargo, mientras comemos, Rath no deja de lanzarme miradas largas y calculadoras.
Hago todo lo posible por ignorarlas mientras me esfuerzo por comer la avena, y me retuerzo
interiormente ante la idea de besarlos.
Besos.
Nunca sentí que me estaba perdiendo de nada. No soy tan vieja. Todavía tengo tiempo
de encontrar a alguien suave y dulce que me enseñe. O al menos, eso creía.
Después, cuando todos estamos recogiendo nuestras mochilas para ir a la universidad,
Rath me hace un gesto para que les siga.
—Hoy vamos a conducir —explica, poniendo la mano en la parte baja de la espalda
mientras me guía por el pasillo—. Puedes ir en la parte de atrás, conmigo.
Acentúa esto agachándose para lamer una franja en el lateral de mi cuello.
Apenas logro evitar apartarme, pero es un recordatorio más de que estos hombres son
cualquier cosa menos suaves y dulces.
En el garaje hay una enorme camioneta blanca que ocupa casi todo el espacio, aunque
hay una moto aparcada al otro lado. Killian ya está en el asiento delantero de la cabina. No es
una sorpresa que este sea su vehículo. Siempre quiso tener una camioneta enorme e intimidante.
Había acosado a su padre por una para la graduación. Supongo que finalmente se salió con la
suya.
Rath ya está en la parte trasera, con los auriculares conectados. Tristian me abre la puerta
de atrás y me ofrece su mano para ayudarme a subir el gran escalón con mis zapatos anticuados.
Me subo al lado de Rath, ignorando el cosquilleo que siento al estar cerca de él. Tristian se
sienta en el asiento del copiloto y yo miro el espejo retrovisor.
Killian me está mirando fijamente.
No, a mí no.
A mi boca.
Mira hacia otro lado al instante, arrancando el ruidoso motor.
Estar cerca de los chicos es un asalto a mis sentidos. Todos sus olores se arremolinan a mi
alrededor y mi conciencia de sus presencias alcanza un tono febril, casi como si llevara un
apéndice extra y tangible.
Incluso desde aquí, puedo sentir la rabia que desprende Killian, la arrogancia de Tristian,
la indiferencia discreta de Rath. Sin mi oferta, empiezo a pensar en ello.
En besarlos.
¿Será horrible? ¿Harán que me duela? ¿Y si lo hago mal? Y ese es realmente el quid de
la cuestión, esperan que sea esa chica que puede hacer estas cosas de forma creíble y sin esfuerzo.
Llegar unos minutos tarde o hablar con Daniel es una cosa. Hacerles quedar mal delante de
todo el campus es algo totalmente distinto. No se trata de las reglas. Se trata de las apariencias.
Soy totalmente inadecuada.
Miro mi regazo, con las manos tan apretadas que mis nudillos se han vuelto blancos, y me
pregunto si puedo fingir. Dejar de lado mis ideales de cuento de hadas y hacerlo. ¿Qué tan
difícil puede ser? Ya lo he visto hacer antes. El corazón me late con fuerza en el pecho y el sudor
se me acumula en el cuello. El coche es cálido, sofocante, y mis manos se agarran ociosamente
a mis pantalones ajustados. Siento una presión en el pecho, algo salvaje y pesado, es casi
doloroso respirar. Ninguno de ellos se da cuenta de que estoy al borde del pánico, pero, de
repente, lo único en lo que puedo pensar es en las lenguas y los labios, en la presión mordaz de
los dientes, en el escozor y el sabor de la sangre.
—Detén la camioneta —dice Rath, arrancando sus auriculares. Killian sigue conduciendo,
pero Rath se inclina hacia delante y repite—: Para, Killer.
Killian da un tirón al coche y lo deja al ralentí al lado de la carretera.
—¿Qué mierda? —pregunta—. ¿Te has olvidado de algo? Sabes que no soy un puto
transbordador.
Tristian se da la vuelta y sus ojos pasan de Rath a mí, con la curiosidad parpadeando en
el azul. Me vuelvo hacia Rath y me dice:
—No voy a salir a besarla en frío. No después de lo que dijiste que pasó ayer.
—¿Y qué? ¿Solo quieres ir a casa? —pregunta Killian.
—Sabes tan bien como yo que la mejor manera de mejorar en algo es practicar.
—Práctica —repite Tristian—. Estamos a mitad de camino de la escuela.
Rath resopla.
—¿Me estás diciendo que nunca te has enrollado en un coche con cinco minutos de sobra?
Me doy cuenta de que Rath se ha movido un segundo demasiado tarde. Mi cabeza se
vuelve hacia la suya mientras sus dedos se enredan en mi pelo y me atrae hacia él.
—Espera... —empiezo, pero él no lo hace. Su boca encuentra la mía demasiado rápido para
que pueda pensar en ello. Me pongo rígida, bloqueando la suave sensación de sus labios sobre
los míos, el frío choque de sus aros labiales, pero a Rath no parece importarle que esté congelada.
A pesar de que todo esto ha sido rápido, demasiado rápido, sus labios acarician suavemente los
míos con movimientos lentos y tranquilizadores. No es brusco. Lo miro con los ojos muy
abiertos, aunque sus ojos cerrados se desenfocan en uno.
—Relájate —dice contra mi boca, subiendo una mano para acunar mi mandíbula. Su
siguiente beso es más una oleada que otra cosa, como si pusiera todo su cuerpo en ello. Hay
algo inherente y curiosamente sexual en su forma de moverse, en el modo en que su lengua
apenas se asoma para saludar a mis labios. El duro metal de sus piercings contrasta con la
suavidad del encuentro de nuestros labios.
Me esfuerzo por imitarle, sintiendo que mi cara se calienta cuando nuestras narices chocan
incómodamente. Sin embargo, Rath no pierde el ritmo, guiando el beso e inclinando mi cabeza
hacia atrás.
Cuando separa sus labios, le sigo.
La sensación de su lengua contra la mía hace que una chispa de electricidad caliente y
aguda recorra mis venas. No es como esperaba. Es más húmedo. Más caliente. Rath me lame la
boca como si estuviera probando algo que le gusta, pero lo saborea con largos y rápidos
chapoteos entre mis labios, masajeando mi lengua con la suya. Su pulgar encuentra el borde de
mi mandíbula e inclina mi cabeza hacia atrás, dándole el acceso que necesita para profundizar
el beso.
Se traga mi jadeo, inclinando la cabeza para lamer más profundamente, más largo, más
lento. No es hasta que baja su mano a mi muslo que me doy cuenta de que los estoy presionando
en busca de una fricción que apenas entiendo.
Emite un sonido áspero y gutural que hace que un pico de algo al rojo vivo se dispare
hasta mis entrañas.
—Rath.
Me echo hacia atrás, rompiendo el beso, pero Rath se queda allí suspendido un momento,
con los ojos oscuros y pesados.
Tristian se revuelve en su asiento, mirando a su amigo. Hay un destello de molestia en sus
ojos, aunque su expresión sea artísticamente neutral.
Rath parece salir de su aturdimiento y envía a Tristian una sonrisa de labios rojos.
—Solo pensé en asegurarme de que no nos avergonzara a todos. ¿Hay algún problema?
Pero Tristian no reacciona. ¿Por qué iba a hacerlo? Tristian está calmado y tranquilo todo
el tiempo. Incluso mientras me toca con los dedos en la biblioteca. Las reacciones son
obviamente para los débiles, y aquí estoy, una vez más, demostrando exactamente lo débil que
soy.
Rath retira lentamente su mano de mi muslo mientras Tristian habla.
—No —dice, pero es obvio que lo hay—. Tiene que estar preparada. No solo para la escuela,
sino para la fiesta de esta noche en la casa. —Su mirada vuelve a dirigirse a mí, pero se posa en
mis labios, que se sienten calientes e hinchados—. Tenemos una cada semana durante la
temporada de fútbol. Una especie de evento previo al partido. Obviamente, se espera que estés
allí y que cumplas con tus obligaciones. Martin puede informarte de los detalles.
Asiento obedientemente, agachando la cabeza para ocultar el enrojecimiento de mis
mejillas. Killian vuelve a arrancar la camioneta y el trayecto hasta el campus no es largo, sobre
todo cuando me paso la mayor parte del tiempo llevándome los dedos a la boca, intentando
procesar lo que acaba de ocurrir con Rath. Lo único que oigo en mi cabeza es el latido de mi
corazón y las palabras de la Sra. Crane.
Ve por el chico tranquilo primero.
Si ese es el beso que buscan, entonces...
Bueno.
Supongo que viviré.
Cuando aparcamos, Tristian da instrucciones para el día.
—Las mismas reglas que ayer. Mantén el GPS encendido. Envía mensajes de texto cada
hora. No hay excusas.
—¿Tengo que encontrarme contigo en la biblioteca otra vez? —pregunto.
—Lo siento, Dulce Cereza, hoy no —Hace un mohín como si estuviera triste por ello—. Te
encontrarás con Rath en el edificio de música.
—Estaré en el estudio A4. —Me quedo mirando fijamente mientras la lengua de Rath asoma
para pinchar uno de sus aros labiales—. Aunque tengo una presentación oral en mi clase de
Literatura que podría sobrepasar.
No hace falta escudriñar mucho para ver que no está contento con eso.
No necesito preguntar por qué.
Asiento con la cabeza, bastante segura de saber dónde está el edificio de música.
—¿Algo más que deba saber?
—Compórtate —dice Killian de repente—. Ahora eres una representante de los Lords. La
gente te observa. No hables con otros hombres que no sean tus profesores. —Su mirada se
endurece—. Incluido mi padre.
Erizada, argumento:
—Ha venido a verme, Killian. ¿Se supone que debo ignorarlo? Eso es una locura.
Su mandíbula cincelada se aprieta.
—Bien, Story, desobedéceme y verás lo que pasa.
La amenaza detrás de sus palabras es clara. No quiero ver lo que pasa.
Killian sale del vehículo antes de que pueda responder, con la puerta cerrándose tras él.
Tristian le sigue, con una expresión ilegible, y luego Rath, que me ofrece una mano para bajar
de la cabina.
Al igual que ayer, todos me llevan a la fuente en el centro del campus mientras todos me
observan. Es una sensación incómoda y opresiva, ser observada todo el tiempo. A pesar del
anterior desprecio de Killian por la toma de manos, me arriesgo a deslizar mi mano en la de
Rath.
DPA es DPA.
A Rath no parece importarle, apenas me dedica una mirada mientras nos acercamos a
nuestro destino.
Cuando lo hacemos, casi me despista el golpe de unas manos fuertes que me hacen girar.
La boca de Tristian está sobre la mía en un instante, más agresiva que la de Rath. Más exigente.
Tardo un momento, congelada, en recuperarme. Abriendo la boca hacia él, recibiendo la
contundente lengua de Tristian en mi boca. Emite un sonido áspero, con las manos apretando
mis caderas mientras me atrae hacia él. Es difícil pensar cuando esto sucede, cuando Tristian
me consume, me posee, pero lo intento. Levanto los brazos para rodear su cuello, esperando
que parezca más natural de lo que parece.
Tristian responde bajando sus manos a mi trasero, cogiendo dos grandes puñados de él y
apretando.
Su voz es baja y áspera contra mis labios.
—Esa es mi buena chica —Sus manos siguen masajeando mi trasero cuando se inclina para
susurrarme al oído—: Lástima que no haya podido ser el primero. —Se aparta y me sonríe—. No
para eso, al menos.
Tragando contra las sensaciones persistentes, le veo desaparecer entre una multitud que
se abre paso como el mar rojo.
Me vuelvo de mala gana hacia Killian, con los dientes apretando mi labio. Su mirada está
fija en la acción, pero sus ojos están llenos de fuego furioso, el rostro puesto en una quietud
pétrea. Cautelosamente, me acerco a él, escuchando el silbido de mi sangre en mis oídos ante
la idea de mi boca en la suya. La idea de echarle los brazos al cuello es como tocar un carbón
al rojo vivo. Cada partícula de mi cuerpo se opone a ello instintivamente, sabiendo que allí solo
hay dolor, pero este es el trato. Hacer daño a Killian en público tendría consecuencias. Me
pongo de puntillas e inclino la cara, preparándome para el impacto.
Se da la vuelta y se aleja.
Tropiezo con la sorpresa y apenas consigo no caer en el espacio vacío que ha dejado. Me
invade un sentimiento de mortificación al pensar que todo el mundo me está mirando. De que
todos sepan que he sido rechazada.
Rath lo intercepta suavemente, pasando su brazo por encima de mi hombro y guiándome
alrededor de la fuente.
—Solo les molesta que yo haya llegado primero.
Hago una mueca, sin poder dudar de él. En mi experiencia, eso es lo único que parece
importar a los chicos. Son como la encarnación viviente de la gente que comenta “¡primero!” en
los vídeos. Es inútil y no tiene ningún valor, pero por alguna razón...
Ansiosa por cambiar de tema, digo:
—¿Puedo... hacerte una pregunta?
—Puedes intentarlo —dice Rath, su expresión vacía deja claro que no se siente obligado a
responder.
Lo intento de todos modos.
—Si tienes tantos problemas con... bueno, ya sabes. Entonces, ¿por qué tomas Literatura?
Veo como la mano que cuelga de mi hombro se cierra en un puño.
—No sé a qué te refieres.
Jesús, esto de nuevo.
—Claro que no.
Se detiene y me empuja con él.
—¿Acabas de poner los ojos en blanco? —Su mirada está llena de ira apenas disimulada—.
Para tu puta información, no es que tengas derecho a ella, todas las carreras tienen créditos
obligatorios. Este es uno de los míos.
—Oh —le devuelvo el parpadeo, comprendiendo—. Entonces, ¿cómo...?
—¿Paso? —pregunta, con los ojos entrecerrados—. De la misma manera que siempre paso.
Supongo: —Sobornos. Pagos. Amenazas.
Me dedica una sonrisa hostil.
—Estás llena de observaciones, ¿verdad, Dulce Cereza?
Intuitivamente, me doy cuenta de que está a punto de devolver el golpe. Probablemente
con algo que pretende avergonzarme tanto como asustarme. No le doy la oportunidad.
—Eres muy bueno tocando el piano. Te vi antes, la forma en que estabas tan concentrado.
Parecía que lo hacías sin esfuerzo. Debe haberte llevado mucho tiempo y práctica llegar a ese
nivel de habilidad. Apuesto a que podrías aprender... otras cosas, en poco tiempo.
—¿No crees que lo he intentado? —dice—. Es diferente ahora que soy un Lord.
Me detengo y dejo pasar a un grupo de chicas. Varias se giran para echar otro vistazo,
probablemente a Rath, cuyo rostro oscuro y apuesto es de los que atraen una segunda mirada.
Secretamente, me sorprendo a mí misma haciéndolo también.
—¿Cómo?
Me mira como si fuera estúpida.
—Somos los mejores en Forsyth, en realidad, más allá de eso. Los Lords no tienen
debilidades. Nunca. La gente siempre busca explotar una.
Le dirigí una mirada.
—No es debilidad, Dimitri.
Algo revolotea detrás de sus ojos cuando uso su verdadero nombre.
—Lo es cuando quieres ser el mejor en lo que haces. —Se aparta el pelo oscuro de los ojos,
frunciendo el ceño—. Si la gente quiere pensar que soy vago y con derecho por hacer que otros
hagan mi trabajo, entonces me importa un carajo. —Oigo lo que no dice. Que ni siquiera es una
mentira—. Es más fácil así.
—Creo que es mucho más complicado, en realidad. —Levanto la vista, encontrándome con
su mirada—. En serio quise decir lo que dije antes. Puedo enseñarte. —Me marchito ante su
mirada, pero me obligo a explicarme.
—Mira, firmé un contrato que especifica que debo guardar silencio. Y no es que no lo sepa
ya. También podrías sacar algo útil de los dos, ¿no?
—No puedo permitirme agitar la mierda. ¿No lo entiendes? —Me mira con rencor, con las
mejillas rosadas, pero antes de que pueda responder, murmura—: Claro que no lo entiendes. No
eres más que una perra tonta y sin valor, de todos modos. Como si pudieras enseñarme algo.
Siete minutos de besos en el coche y sigues besando como un pez muerto.
Se va corriendo, dejándome a su paso. Le sigo con la mirada, aturdida y herida de una
manera extraña y sorprendente. Algo dentro de mí se encoge y se enrosca, sintiéndome tonta
por pensar que podía acercarme a él. Que podría llegar a él.
La Sra. Crane se equivoca. Rath, Dimitri, es tan duro y cruel como los demás. Intentar
mantener una conversación civilizada con uno de los Lords es como apuñalarse en el ojo. Está
claro que no son capaces de eso ni de ninguna otra emoción funcional excepto la ira y la
hostilidad. Si voy a sobrevivir siendo su Lady, voy a recordar no bajar la guardia.
Jamás.

Me las arreglo para pasar la mañana sin ninguna infracción. Al menos, eso espero. Envié
mensajes de texto a las horas correctas. No hablé con ninguno de mis compañeros de clase
masculinos, lo cual es más difícil de lo previsto. La ropa sexy pero coqueta es como un faro para
los hombres de la universidad, pero no caigo en ella. Sospecho que llevar estos conjuntos es
probablemente otro truco para justificar mi comportamiento.
Cuando cambio de clase, me pego al borde del patio, siempre alerta para no volver a
chocar con alguien o hacer algo malo por accidente. Estoy decidida a no perderme el almuerzo
hoy, así que me pongo en la cola de uno de los locales de comida para llevar del centro de
estudiantes. Me abro paso a través de la cola, con el ritmo cardíaco elevado. Sé que es una
locura, pero no puedo evitar sentir el calor de los ojos sobre mí. Sé que he venido a Forsyth por
una razón, para protegerme a mí y a los demás, pero la paranoia puede acabar conmigo antes
que Ted.
El camarero me llama por mi nombre y me sobresalto, cogiendo la bolsa rápidamente. La
zona común está abarrotada de gente. Demasiada gente con la que hablar, demasiados
problemas en los que meterse. Solo llevo dos días en este lugar, y ya mi cerebro se está
apoderando de mí, viendo cada pequeña cosa como un peligro instintivo. Me da miedo pensar
en qué tipo de persona seré cuando termine.
Subo por las escaleras hasta la segunda planta, ignorando los carteles que dicen “Suelos
mojados - No se admite la entrada” y veo un grupo de sillas de cuero desocupadas fuera de una
de las salas de conferencias. Me apresuro a sentarme, dejo la mochila y el abrigo en el cojín
vacío junto al mío y abro la bolsa. Tengo el bocadillo a medio desenvolver cuando alguien
mueve mi mochila y se sienta a mi lado.
—Dulce Cereza —dice Tristian—, ¿has ido por el almuerzo sin ofrecerte a traerme algo?
Mi estómago se hunde mientras le devuelvo la mirada.
—Lo siento. No sabía que querías algo.
—¿Preguntaste?
Su tono es suave, pero yo sé que no es así. Me pilló en una posición vulnerable y
comprometida. Su cosa favorita. Respiro profundamente y le tiendo el sándwich.
—Puedo ir a buscarte algo. O —me trago el enfado—, ¿quieres el mío?
Su nariz se arruga, mientras sus fríos ojos azules sostienen los míos.
—Como si fuera a comer esa basura. De todos modos, llegas demasiado tarde. Ya no tengo
hambre. Al menos, no de comida. —Frunzo el ceño, intentando seguirle, pero entonces su mano
se apoya en mi muslo—. No te has puesto una falda para mí.
—Estaban en el armario, pero... —El calor arde en mis mejillas y me muevo incómoda en
mi asiento.
—Hoy te has vestido para Rath. —Las esquinas de sus ojos se tensan con una sonrisa
quebradiza—. No te preocupes —dice, como si anticipara una torcedura en sus planes. Levanta
mi abrigo negro de la silla junto a la nuestra y lo extiende sobre su regazo—. Por mucho que me
guste poner mis dedos sobre, o dentro de, ti, hace tiempo que sueño con que los tuyos estén
sobre mí.
Se mete la mano bajo el abrigo y oigo el inconfundible sonido de la cremallera abriéndose.
Mis ojos se abren de par en par, el estómago se desploma.
—Quieres que —no puedo decirlo—... ¿aquí?
Su mano toma la mía, fría, grande y suave, y la desliza bajo el abrigo, colocándola a la
fuerza sobre su polla ya erecta. No puedo verla, pero puedo sentirla. La piel está caliente, tensa
y suave. Miro a mi alrededor, asustada, pero estamos completamente solos. Estaba tan
preocupada por no estar rodeada de otras personas, por no meterse en líos, que lo había llevado
directamente al lugar aislado perfecto para satisfacer su evidente necesidad de exhibicionismo.
Se inclina hacia atrás y exhala, la columna de su garganta ondulando con su gemido.
—Sé que no tienes mucha experiencia en esto, pero primero, vas a tener que mover un
poco la mano.
—No puedo hacer esto —susurro, desesperada por apartar la mano, pero sabiendo que no
puedo—. Esto es... esto está mal. Nos meteremos en problemas.
—Tal vez lo hagamos —Sus labios se mueven, como si esperara que lo hagamos—. Esto es
lo que pasa cuando egoístamente no consideras las necesidades de tu Lord. —Se acomoda y
cierra los ojos—. Cuanto antes empieces, antes podrás irte.
Durante un parpadeo, considero la posibilidad de correr, salir corriendo del edificio,
alejarme de Tristian, del trabajo y de todas las decisiones estúpidas que he tomado desde los
dieciséis años. Pero entonces su polla se estremece bajo mi mano, presionando mi palma, y una
sensación diferente se instala en lo más profundo de mi vientre. Es la sensación con la que he
luchado desde aquella noche en el lavadero. El amargo conflicto entre el miedo y el deseo.
Vuelvo a mirar a mi alrededor, asegurándome de que nadie nos mira, y luego le acaricio
lentamente la polla, hacia la punta.
—Ahí lo tienes —dice, entornando un ojo para mirarme—. Sigue así.
Vuelvo a bajar la mano hasta la base, tocando el suave saco del fondo. Lo noto, el tamaño
y la circunferencia. Es grueso, llena mi puño. Cambio de posición, intentando algo más informal,
de aspecto natural. Cojo la bolsa con mi almuerzo y la coloco en el sofá entre nosotros para que
parezca que estoy haciendo algo distinto a lo que realmente estoy haciendo.
¿Qué diablos estoy haciendo?
Su voz es un murmullo bajo y resonante.
—Eso es, cariño. Un poco más fuerte, si no te importa.
Tristian, a su favor, parece completamente sereno, como un estudiante universitario que
se echa una siesta durante su descanso. Mientras le acaricio arriba y abajo, su cara permanece
impasible, completamente inexpresiva, pero a medida que voy cogiendo ritmo, empiezo a notar
sus gestos. Cuando llego a la base, su nariz se arruga un poco. Cuando subo por su longitud, los
músculos de su cuello se tensan. Y cuando llego a la cima, pasando el pulgar por la punta, su
lengua sale y se lame los labios.
Lo observo sin pensar realmente en ello, sintiendo curiosidad. Jugando con las reacciones.
Anticipándome a ellas. Creándolas.
Controlándolas.
—¿Se siente bien? —pregunto. No era mi intención, pero se me escapa. Odio querer
saberlo.
—Sí —respira, inclinando la cabeza hacia un lado para poder mirarme. Sus ojos se dirigen
hacia abajo y sonríe perezosamente—. Tienes los pezones duros. Pequeño monstruo. —Mis
pezones están duros, y el punto entre mis piernas arde. Me gusta cómo se siente en mis manos.
Me gusta que, aunque él tenga el control, yo también tenga un poco sobre él—. ¿Estás mojada?
—Tal vez. Solo un poco —confieso con dificultad, apretando los muslos. Me apresuro a
desviarme—: Pero esto no se trata de mí. Se trata de ti.
La puerta de la sala de conferencias se abre de golpe y de repente ya no estamos solos.
Decenas de personas salen de la sala. Hombres, mujeres, estudiantes. Miro el cartel de la puerta
y veo que pone “Reunión de orientación”. Mierda. En esas reuniones hay un centenar de futuros
estudiantes y sus familias. Mi mano se congela, pero la de Tristian baja sobre la mía.
—No te detengas —dice, con su voz de advertencia.
Rígida, de mala gana, continúo. Rodeada por la multitud del edificio, siento que Tristian
se acerca al límite. Me inclino hacia él, como si estuviéramos hablando en voz baja, mi cuerpo
se enrosca inocentemente alrededor del suyo. Su mandíbula se tensa.
—Dios mío —murmura.
Levanto la vista y veo a una mujer que nos observa, con los ojos entrecerrados por la
sospecha. Una parte de mí quiere que nos delate, que haga que esto se detenga, que alguien le
diga a Tristian que esto no está bien. Pero está la otra parte. La que lucho todos los días. La
sucia, jodida y culpable idiota que me metió en esto. A veces esa parte supera a la otra.
Esta es una de esas veces.
—La gente está mirando —digo—, así que a menos que ambos queramos ser expulsados,
tienes que terminar.
Me inclino y presiono mis labios contra los de Tristian, tragándome cualquier respuesta.
Sus labios se separan con sorpresa y los ojos se abren de golpe. Al cabo de un momento, su
mano me rodea el cuello y me aprieta contra él. Su lengua se introduce en mi boca, las caderas
se agitan en mi puño, y entonces un líquido caliente y pegajoso empieza a llenar mi palma. Hago
lo que puedo para atraparlo todo.
Los minutos siguientes pasan como un borrón. Me separo del momento solo para
encontrarme nerviosa, con las manos y las rodillas temblando, el cuerpo en llamas, convencido
de que nos van a pillar. De alguna manera, sin embargo, consigue limpiar mi mano y volver a
meter su polla en los pantalones. Me guía entre la multitud mientras yo me apaño con mi abrigo
y mi mochila. Nadie sabrá nunca lo que acaba de pasar entre nosotros. Lo que me obligó a
hacer.
En las puertas, el sol se posa sobre él, iluminando su cabello rubio con un halo de luz.
Desde esta posición, alguien podría confundirlo con un dios.
—Nos vemos esta tarde —dice, sonriendo. Ni gracias, ni disculpas, nada de lo que un
hombre debería decir normalmente a una chica después de algo así. Lo veo irse, con los dedos
pegados por los residuos, las mejillas encendidas por la humillación y el vientre caliente por el
deseo.
Dos chicas pasan a mi lado, con ojos que se mueven celosamente entre su figura en retirada
y yo. Siento pena por ellas, sabiendo que han visto la fachada. La mentira. El engaño.
No hay nada de dios en Tristian Mercer. En cualquier caso, es un demonio.

Me lleva toda la tarde frenar la adrenalina de mi encuentro con Tristian a la hora del almuerzo.
Casi espero que la seguridad del campus irrumpa en la puerta y me saque a rastras por
comportamiento inapropiado. No escucho ni la mitad de lo que dicen mis profesores y, una vez
que terminan las clases, me alegro de haber escapado, aunque eso signifique volver a casa con
los Lords.
El edificio de música está fresco y silencioso cuando entro, y compruebo el tablón de
información para saber cómo llegar a la sala de prácticas. La sala A4 está subiendo un tramo de
escaleras, y me asomo a las ventanas de las distintas salas de ensayo en busca de la suya. Las
salas están insonorizadas, pero puedo ver a gente tocando varios instrumentos, algunos
individualmente, como chelos y violines, otros en pequeños conjuntos. Cuando llego a la sala
correcta, me detengo a mirar por la ventana. Rath se acerca al piano y coloca sus partituras en
el atril. Se sienta, con el rostro decidido y la mandíbula concentrada. No está solo en la sala. Un
pequeño grupo de estudiantes se sienta en los asientos de observación. Es lógico. Supongo que
necesita practicar delante de la gente.
Por mucho que odie admitirlo, me dolió cuando me llamó perra tonta e inútil esa mañana.
Me dolió cuando dijo que besaba mal. Sobre todo, me dolió que me doliera. Como si no lo
conociera. Como si no me hubiera hecho ya más daño que eso, y por menos. No debería haber
sido una sorpresa. Sabía que el hecho de que fuera amable conmigo no era más que un truco.
Lo último que quiero hacer es sentarme en la habitación con él y esperar más abusos. Pero sé
que, si no lo hago, las consecuencias podrían ser peores.
Con cuidado, abro la puerta y entro, tratando de ser lo más silenciosa posible mientras él
comienza a tocar.
La música llena la sala y él no levanta la vista cuando entro. Tomo asiento en el fondo,
queriendo permanecer invisible.
Un tipo de la primera fila se aclara la garganta en voz alta, tanto que Rath deja de tocar y
le lanza una mirada.
—Es el Preludio en Do Mayor —dice el tipo, y algunos de los demás se ríen en silencio en
sus asientos—. ¿La pizarra dice que estás tocando Solfeggietto?
Rath le mira fijamente, sin responder.
El tipo se mueve con evidente incomodidad.
—Está ahí. En la carpeta.
Después de un momento en el que Rath le mira fijamente, se levanta del banco y coge la
carpeta del piano. Se la lanza al pecho del hombre.
—Si eres tan jodidamente inteligente, ¿por qué no me la sacas tú, imbécil?
Con el ceño fruncido, el tipo abre la carpeta, hojea las páginas y saca una.
Rath se lo arrebata de la mano.
—Felicidades, eres capaz de algo que un mono entrenado puede hacer. Ahora, si no te
importa, estaba calentando con Preludio, brillante testamento de pollas muertas.
Los demás se ríen ahora más fuerte mientras el tipo se encoge en su asiento. Volviendo a
sentarse en el banco, Rath despliega el papel y empieza a tocar.
Si cierro los ojos, casi puedo imaginar que lo interpreta alguien con sentimientos reales.
Sentimientos que no son de ira. Sentimientos que no solo quieren herir. Casi puedo olvidar el
hecho de que acaba de manipular sin esfuerzo a alguien para que haga un trabajo por él.
Casi puedo olvidar que no está bien que esos dedos vuelen por las teclas.
Su forma de tocar suena magnífica, con ricas notas que reverberan en la sala. Sus dedos
se mueven con rapidez, como un rayo, y no puedo imaginarme que Rath no pueda hacer nada,
y menos aún leer. Pero, aunque las notas se sienten fluidas y serenas, cuando abro los ojos, veo
que sus hombros están tensos, su mandíbula apretada, un mechón de pelo cayendo sobre sus
ojos mientras lee la música.
Dimitri está preocupado.
Pero la expresión de su rostro, cuando se levanta y se inclina ante el público, dice lo
contrario.
Sus ojos se dirigen al fondo de la sala, a mí, y un escalofrío me recorre la espalda. La Sra.
Crane tenía razón en una cosa. Rath nunca había sido el más malo de los chicos, Killian ocupa
ese lugar, y Tristian es simplemente alucinantemente cruel. Rath es distante. Despectivo.
Indiferente, hasta que quiere algo. Como verme llorar. Quiere oírme suplicar. Queriendo que
compartamos un sucio secreto.
Baja del escenario y recoge sus cosas con movimientos bruscos y hostiles. Se dirige hacia
mí, pero no se detiene cuando me alcanza. Me agarra por el brazo y me arrastra fuera. Me
tropiezo con mis zapatos, torciéndome el tobillo, pero me trago el grito de dolor.
—He suspendido mi puto informe oral, gracias a ti —gruñe, con los ojos encendidos—. Valía
el treinta por ciento de mi puta nota.
—¿Yo? ¡Yo no he hecho nada!
—¡Sí, lo hiciste! —escupe, poniéndose en mi cara—. ¡Te metiste en mi cabeza esta mañana!
Toda esa mierda de intentarlo. Me hiciste creer que tenía algo que demostrar. Me la jugaste.
Lo miro boquiabierta y me inclino hacia atrás para poner algo de distancia entre nosotros.
—Eso es una locura, Rath. Estás loco. Solo quería hacer la oferta, por si acaso... —Trago
saliva—. Tu problema es que estás tan acostumbrado a estar rodeado de imbéciles que ni siquiera
sabes lo que es que alguien sea amable contigo —le digo, dando un paso atrás—. Porque eso es
todo lo que estaba siendo: amable. Igual que pensé que estabas siendo amable al besarme antes.
Sus manos se mueven a la velocidad del rayo, golpeando con fuerza mi hombro. En un
abrir y cerrar de ojos, estoy presionada contra la pared, siendo aplastada contra la piedra.
Se burla abiertamente de mi gemido.
—Cállate.
—Me estás haciendo daño.
—Bien —responde, aplicando más presión, apretando la mandíbula ante mi gesto de dolor—
. Haré más que eso si le dices a alguien lo que dije esta mañana. Si le dices algo a alguien.
—No puedo, ¿recuerdas? Firmé un contrato.
—Jodidamente no lo olvides.
Me suelta y me froto el hombro, viendo cómo se marcha. Agarro mi bolso y le sigo,
sabiendo que, si aparece sin mí, habrá un infierno que pagar.
De camino a la camioneta, me pongo a cocinar a fuego lento lo que sé que es cierto. Rath
está enloqueciendo porque he tocado algo personal. Una debilidad. Algo que un Lord no
debería tener. La prueba de que un fracaso no es solo pereza o derecho. Es una incapacidad
para hacer algo.
Una inferioridad.
Y voy a ser yo quien lo pague.
Capítulo 12
RATH
Tan pronto como llegamos a casa, me doy cuenta de que los novatos ya han llegado para ayudar
a organizar la fiesta. No estoy de humor para lidiar con los aduladores, así que sigo directo
afuera para encontrarme con la Sra. Crane por un cigarrillo. Mi sangre está bombeando con
algo caliente y oscuro. Maldita sea, por joder mi informe. Podría haber trabajado para salirme
de él, pero no, tuve que ir allí y hacer un jodido esfuerzo.
Que maldita broma.
La Sra. Crane está en su propio humor, ahorrándome un gruñido mientras fuma su propio
cigarrillo. Se sabe cuándo los dos no estamos de humor porque ni siquiera nos molestamos en
insultarnos.
Una vez más, me maldigo a mí mismo por permitir que Story llegue a mí. Por permitirle
meterse bajo mi piel. La inferioridad no es algo a lo que me haya enfrentado, y especialmente
no es algo que quiera mostrar frente a otras personas, a diferencia de Story, cuya entera
personalidad grita debilidad. Ella camina con un aviso advirtiendo sobre su vulnerabilidad.
Siempre ha sido así. Es parte de lo que hace que joder con ella sea tan entretenido. Es casi como
ver un accidente de trenes.
De manera natural, soy empático. No soy uno de uno de esos tipos conmovedores y
sensibles. No. Pero puedo evaluar las emociones fuertes y rápidamente determinar cómo puedo
beneficiarme de ellas, cómo dominarlas. En el campo de fútbol, podía saber en segundos como
iba a reaccionar un jugador. Es como tener otro sentido que puede ser enfocado en mi oponente
¿Estaban nerviosos, intimidados, llenos de adrenalina, dominados por el ego? Y reacciono
acorde a eso. Exitosamente, ganando. En la música es incluso mejor. Es el conocimiento de
saber evocar sentimientos, saber a dónde dirigir a las personas, convencerlas.
No hay nadie más fácil de leer que Dulce Cereza. Fue obvio desde la primera vez que la
vi, escondida ansiosamente en las sombras en la casa de Killian. Un ratón temeroso de ser
expuesto.
Estaba aterrorizada de él, pero eso no era todo. Quería algo de su medio hermano.
¿Aceptación? ¿Aprobación? Lo que sea que fuera, estaba enterrado bajo el pesado almizcle del
miedo, y era imposible de alcanzar.
Fui el que la sintió en el cuarto de lavado esa noche. Fue como si pudiera olerla todo el
camino hasta el sótano, como si probara su marca especial de desafío, miedo y deseo. No pude
resistirme a localizarla por Tristian, cuya puta novia le había jodido la cabeza. Considerando
como Story había hecho lo mismo con la cabeza de Killian escogiendo a su papá por encima
de él, parecía el juego perfecto.
Las cosas escalaron más rápido de lo que esperaba, todos bloqueando el camino que ella
se esforzó tanto por atravesar, la fácil aceptación de Killian fue toda una sorpresa, pero él siempre
fue bueno ocultando las emociones diferentes a la furia. Esa noche, todos revelamos un poco
más de nosotros. Especialmente Story. Cuando me di cuenta de lo húmeda que estaba,
cuan involucrada estaba con ello, fue como si otro lado de mi mente se abriera.
Cuando se trata de Story, cada movimiento, cada jadeo y cada mirada prácticamente gritan
“rómpeme”. Debajo de toda esa endeble bravuconería esta una chica que necesita ser puesta en
su lugar. No es diferente en ese entonces. Al contrario, se ha vuelto más potente. Un poco más
de miedo, con un poco menos de ingenio en su intento por ocultarlo. Era mucho más joven que
las chicas con las que follábamos y era la hermanastra de Killian. Pero es no nos detuvo. Sólo lo
hizo más excitante. Algo sobre lo que habíamos pensado por tanto tiempo que queríamos
saborearlo. Pero no llegamos a ello, no esa noche.
No hasta ahora.
Esas mismas emociones la siguieron en la entrevista, y luego a mi habitación. El hedor está
en ella todo el tiempo. Desafío, miedo, deseo. Pero esta mañana en la camioneta, fue diferente.
Sentí el miedo enredándose en su columna vertebral. Estaba en sus jadeos mal disimulados, en
la manera en que se aferró a la puerta como si estuviera buscando un escape. Supe exactamente
cómo manejarlo. Cómo manejarla a ella.
Había querido reclamar su primer beso como propio, pero así de fuerte fue la urgencia
de ser quien se llevará ese pánico. Ser quien lo controlará. Y fue exactamente lo que hice.
Pero el problema es que sabe algo de mí.
Tiene una pieza de control por cuenta propia, y eso no es jodidamente aceptable.
Cuando la Sra. Crane y yo regresamos adentro, Tristian y los novatos están en la cocina,
sentado alrededor de unas copas.
—Necesitamos algunos pasabocas —dice Lahey. Es un pequeño idiota mimado,
completamente vacío de encanto, pero pertenecer aquí está en su legado—. ¿Estos son para la
fiesta?
Tristian le da una mirada sarcástica a la bandeja de comida que ya había preparado la
Sra. Crane. —Sólo si quieres comer basura. ¿Qué demonios es esto? ¡Apenas si están por encima
de las papas fritas!
La Sra. Crane le responde. —Tienes brazos y piernas. Cocina algo tú mismo si no te gusta.
Las fosas nasales de Tristian se dilatan, Killer y yo nos miramos ante la inminente pelea
de perras. —¡Dije que quería una bandeja de vegetales!
La Sra. Crane se dirige a la nevera y saca una bolsa de zanahorias bebé. —Toma —dice,
soltándolas sobre el mostrador con un ruidoso golpe—. Vuélvete jodidamente salvaje, conejo
inútil disfrazado de hombre.
Tristian las arroja instantáneamente a la basura. —¿Soy inútil?
Lahey se ríe, mirando entre ellos. —Sí, estúpida bruja, de todas formas. ¿Qué tan difícil es
una bandeja de vegetales? Un caniche entrenado puede hacer un trabajo mejor que este.
La cocina se queda en silencio.
Grave error.
Todos nuestros ojos se dirigen a él, peor él está muy ocupado organizando cerveza en un
refrigerador para notar la montaña de mierda que se echó encima.
En una voz, incluso más baja, Tristian pregunta. —¿Qué le acabaste de decir?
Mucha gente piensa que Tristian odia a la Sra. Crane. Y lo hace, a su manera. Pero es una
especie de odio mezquino. La clase de odio que es más un juego. Debajo de todo eso, Tristian
la puede respetar más que cualquier otro.
Fue él quien sugirió que la sacáramos del lado Sur.
Lahey mira hacia arriba y entonces hace una doble toma de la expresión en mi rostro. —
¿Qué?
Se encoge cuando la mano de Killian aterriza en la parte posterior de su cuello, se pone
rígido con lo que supongo es un agarre doloroso.
—¿Qué mierda acabas de decir? —gruñe Killian, con la cara tensa por la ira.
El trago de Lahey probablemente se escuchó escaleras arriba. Descuidadamente, miró
hacia al pasillo y hago contacto visual con Story. Mis ojos se entrecierran y ella se mueve fuera
de vista. Pequeño jodido ratón.
—Solo estoy de acuerdo con Lord Tristian, eso es todo.
Killian parece estar a cinco segundos de arrancarle la cabeza del cuello. Si él no lo hace,
tal vez yo sí. —Ese no es tu lugar, novato.
—Tenemos permitido hablarle a la Sra. Crane de esa manera. ¿Sabes por qué? —La sonrisa
de Tristian es maliciosa—. Porque la Sra. Crane nos pertenece. Es familia. ¿Qué eres tú
exactamente? Nada.
Tomo mi lugar detrás de la Sra. Crane. La mirada en su rostro, con los ojos hacia abajo,
me hacen cruzar de brazos para evitar golpear a este idiota en la cara. La Sra. Crane nunca debe
verse de esta manera. Acobardada, disminuida, cabreada, pero lo suficientemente inteligente
para reaccionar a eso.
—¿Crees que el personal del servicio está por debajo de ti, Lahey? —pregunto
Sus ojos abiertos se mueven alrededor de nosotros —¡Qu…no! No, no está por debajo de
mí.
Tristian estrella una fuerte, y pesada mano en su hombro. —No, no lo está. Y creo que le
debes una disculpa.
Me encojo de hombros. —Y creo que debe ser muy sincera.
Lahey traga, encontrándose finalmente con la mirada de la Sra. Crane. —Lo siento —me
burlo y Killian le da un empujón que termina siendo una sacudida—. Estuve mal. La comida se
ve bien. Dios, incluso, probablemente trabajaste duro en ella, así que, lo siento.
Tristian lo interrumpe. —Lo sientes, ¿Por qué?
Le toma un momento a Lahey tartamudear apresurado. —Señora lo siento, señora —se
tropieza cuando Killian lo deja ir.
—No estas invitado esta noche —dice Killian, lanzándole su bolsa de mensajero. Golpea
fuerte el pecho de Lahey haciéndolo dar un paso atrás—. Puedes sentarte al frente, en un auto,
y ser el maldito conductor designado de la noche. Si incluso pones un pie en esta casa, estás
acabado. Y si quieres ser invitado la próxima vez, espero que regreses con un gesto que le
demuestre a la Sra. Crane lo arrepentido que estás.
Lahey sale de la casa sin mirar atrás.
—Vamos —le digo a la Sra. Crane, colocando de manera suave su mano en el pliegue de
mi brazo—. Voy a encender tu cigarrillo para que tengas algo fresco.
Ella resopla. —No hay nada fresco en ti, Lord jodido.
Toco su mano. —Esa es nuestra vieja perra malhumorada.
—No lo olviden jodidos idiotas.
Capítulo 13
STORY
No respiro con facilidad hasta que estoy encerrada detrás de la puerta de mi dormitorio. No
estoy segura de cómo la Sra. Crane se ganó el lujo de que salten en su defensa de esa manera,
pero no se extiende a mí.
Rath está enojado.
Aun así, casi lo esperaba de él. De los tres parece llevarse mejor con la Sra. Crane. El que
Killian haya dado la cara por alguien es una sorpresa, pero ¿Tristian? Obviamente, no soporta
a la Sra. Crane. Sus palabras me laten como un susurro ácido.
Porque la Sra. Crane nos pertenece. Es familia. ¿Qué eres tú exactamente? Nada.
Ahora que estoy sola, me quito los dolorosos zapatos y me froto el tobillo dolorido.
Después de toda esa tensión, lo último que quiero hacer es ir a esta fiesta esta noche. Solo Dios
sabe lo que se espera que haga. ¿Servir comida? ¿Frotar sus hombros? ¿Arrastrarme a sus pies?
Teniendo en cuenta la inclinación de Tristian por las exhibiciones públicas, tal vez incluso peor.
Un golpe en la puerta llama mi atención, y me preparo para cualquier Lord que está al
otro lado.
—Adelante.
La puerta se abre para revelar a Martin, que entra sin reservas.
—Lady, quería hablar con usted sobre la fiesta. Como le han informado, hay una reunión
esta noche, un ritual previo al juego. Habrá comida y bebida y...
—Sé lo que es una fiesta, Martin. —Froto mis sienes—. ¿Qué se espera que haga
exactamente?
Sonríe.
—Por supuesto. Bueno, tu papel como Lady es estar disponible para los Lords cuando te
necesiten. Por lo general, te querrían a su lado, rellenando sus bebidas y mirando…
—Como caramelos para los brazos. Entendido. —Inclino mi cabeza—. Pero hay un
problema. Me odian. Bueno, al menos dos de ellos lo hacen. Sé que Killian no quiere que lo
adore toda la noche. Rath, tampoco. Entonces, ¿cómo se supone que debo abordar esto?
Sacude la cabeza con desaprobación.
—Independientemente de lo que sientan, te han elegido como su Lady. Debe estar
disponible para todas sus necesidades mientras los invitados están en la casa. Así es como se
hacen estas cosas.
—Bien —rechiné, escuchando lo que no estaba diciendo. Si los Lords quieren rechazarme,
humillarme, entonces estoy destinada a aceptarlo. Aunque estoy bastante segura de que
preferirían que estuviera en la cocina con la Sra. Crane—. ¿Algo más?
—Una cosa —dice, moviéndose sobre sus pies—. Killian tiene algunos rituales previos al
juego muy específicos. Son muy importantes para él ya que, como sabrás, Lord Killian es
bastante supersticioso. Esta temporada es vital para su carrera. La NFL estará observando cada
uno de sus movimientos. Sus rituales no pueden ser interrumpidos de ninguna manera.
—Y necesito ayudarlo con esos rituales —supongo.
Suelta una risa entrecortada.
—Dios no. De hecho, creo que lo mejor para todos es que te mantengas completamente
alejada de él durante la noche.
No puedo controlar la sonrisa que divide mi rostro.
—Eso suena perfecto. —Un peso se quita de mis hombros. Mantenerme alejada de mi
hermanastro es mi prioridad número uno en un día cualquiera. ¿Pero durante una fiesta con
alcohol y drogas? No quiero estar en ningún lugar a su alrededor—. Bueno, ¿tienes sugerencias
sobre qué ponerme?
Sus labios forman una línea apretada.
—Esa no es realmente mi área de especialización. Estoy seguro de que hay algo adecuado
en el armario.
Lancé una mirada escéptica al armario.
—No estoy segura de lo que les gustaría. —Ni siquiera estoy segura de a qué Lord debería
apelar esta noche. ¿Debería ser cachonda? ¿Debería ser linda y tímida? Caminando hacia el
armario, evalúo la ropa. En verdad, disfrazarse nunca ha estado en mi timonera. En la escuela
secundaria, cada vez que necesitaba ayuda, yo...
Bueno, llamaría a una amiga.
Pero no tengo ninguna.
—Martin —empiezo, con voz reticente—. Sé que hay reglas sobre con quién puedo hablar
y…
—Ningún hombre —enfatiza Martin.
Asiento con la cabeza.
—Obviamente. Pero me preguntaba acerca de otras mujeres. ¿Otras estudiantes? ¿Como
la Condesa o la Baronesa?
La cara de Martin se tuerce.
—No si se puede evitar. Las chicas están destinadas a ser leales a sus casas. No se puede
confiar en ellas.
Me desanimo al recordar lo amable que Sutton, la Condesa, había sido conmigo. ¿Leales
a nuestras casas? Sí, claro. Estos tipos están todos engañados.
—Entonces, básicamente, no puedo tener amigos.
Martin frunce el ceño, la frente arrugada por el pensamiento.
—Bueno, supongo… hay otras chicas leales a nuestra casa. Ladies anteriores.
Me animo
—¿Una Lady anterior? —Eso no es solo compañerismo o camaradería. Eso es información
real—. ¿Cómo quién?
Martin saca su teléfono de su bolsillo.
—Llamaré a Charlene. Fue nuestra última Lady. Tal vez pueda ser de más ayuda.

Tan pronto como entra en mi habitación, me doy cuenta de que todas las esperanzas que podría
haber tenido de entablar una amistad con esta mujer estaban fuera de lugar.
Me saluda con una sonrisa que no llega a sus ojos, labios rojo cereza fruncidos en algo
forzado y rígido.
—Tú debes ser la nueva Lady.
Charlene es hermosa en ese tipo de forma totalmente predecible. Cada mechón de cabello
rubio está perfectamente rizado y peinado, cayendo por su espalda en elegantes ondas de
platino. Lleva un pequeño vestido negro, los senos se inclinan desde la parte superior,
acentuando su cintura diminuta y sus caderas llenas en la figura perfecta de reloj de arena.
Apuesto a que su lista de reglas era solo la mitad de larga que la mía. Claramente, a Lady
Charlene nunca se le ha tenido que decir que permanezca depilada y sexy en todo momento.
Instantáneamente, me arrepiento de haber preguntado por ella.
—Charlene, ¿verdad?
Me da una mirada lenta, sus ojos me examinan de arriba a abajo. Es sutil, la forma en que
su labio se curva, pero es obvio que sus expectativas no se han cumplido.
—Veo que tenemos algo de trabajo que hacer. —Deja una bolsa junto a la puerta y camina,
con los tacones altos, hacia el armario—. Desnúdate. No tengo toda la noche.
Miro su espalda, deseando poder despedirla sin alterar el ecosistema idiota que dirige esta
casa. En cambio, hago lo que me pide, tirando de mi camiseta por encima de mi cabeza.
—Hay un par de vestidos negros ahí —empiezo, pero ella levanta una mano.
—¿Negro? Por favor. Eres la Lady de nuestro jugador estrella. —Ella dice esto como si eso
tuviera algún sentido, sacando algunos vestidos diferentes, evaluándolos—. Deberías estar en
nuestros colores espirituales, obviamente. —El desdén en su voz ni siquiera está levemente
disimulado, y saca algo del estante, girándose hacia mí—. ¿Colores como este?
Observo el jersey de gran tamaño, naranja y morado, y cuando le da la vuelta, veo el
número 36 estampado en la espalda. “PAYNE” se extiende sobre los hombros.
—Parece que una de las camisetas de Killian debe haber entrado ahí por error. —Me río
ansiosamente—. Pero creo que si salgo con eso, Killian podría asesinarme.
Ella pone los ojos en blanco, poniéndolo de nuevo.
—No tienes imaginación. ¿Lord Killian, inclinándote sobre cualquier superficie plana, con
nada más que su propio nombre y número mirándolo fijamente? —Ella se burla—.
Probablemente el mejor sexo que jamás haya tenido.
Me tapo la boca con una mano para amortiguar mi sorprendida carcajada. Tal vez esta
chica no es tan mala.
—Sí, está bastante lleno de sí mismo, ¿no?
—Ponte esto —dice, ignorando mi pregunta para arrojarme una percha. El vestido es de un
morado oscuro y profundo. Su falda corta se ensancha en las caderas, pero el corpiño es ajustado
y más revelador de lo que estoy acostumbrada. Sin embargo, hago lo que me dice, arrastrándolo
sobre mi cabeza—. Necesitas un sostén con eso —dice ella.
Pero solo niego con la cabeza.
—No lo tengo permitido.
Ella levanta una ceja.
—¿No tienes permitido usar sostén?
—No en la casa —explico, sintiendo mis mejillas calentarse. Supongo que había tenido
razón antes. Charlene claramente no tenía tantas reglas.
Afortunadamente, no lo cuestiona.
—Lo que sea. Tenemos que hacer algo con tu cabello. —Comienza a sacar varios
instrumentos de su bolso, señalando el tocador.
Tomo asiento e intento:
—Gracias por ayudar.
Ella solo tararea.
—¿Lo quieres arriba o abajo?
—No lo sé, de verdad. —Me miro en el espejo, girando un mechón de cabello alrededor
de mi dedo—. ¿Qué opinas?
Ella hace estallar una cadera, descansando su puño sobre ella.
—A Rath y Killian les gustará abajo, a Tristian le gustará arriba.
Asintiendo a mi reflejo, respondo:
—Está bien. Afeitémoslo.
Ella ni siquiera esboza una sonrisa ante la broma, recogiendo mi cabello para pasar un
cepillo por él.
—No tienes idea de lo bien que lo tienes, ¿verdad?
—¡¿Bien?! —La miro boquiabierta a través del espejo—. Sí, es tan bueno ser forzada a
atenderlos, sabiendo que puedo ser castigada por ejercer incluso el más mínimo bocado de
autonomía. ¡Qué maravilla!
El cepillo alcanza un nudo y ella tira, ignorando mi sonido de protesta.
—Lo que es divertido es poder tener lo que quieras. Solo tienes que preguntar. Todo este
campus estará a tu disposición. Boo hoo, estás teniendo sexo con los tres tipos más calientes y
poderosos aquí. Nadie vendrá a tu fiesta de lástima.
Cuando el cepillo golpea otro obstáculo, me alejo, mirándola con furia mientras le quito
el cepillo.
—Actúas como si no fueran los mayores imbéciles que jamás hayas conocido.
Ella pone los ojos en blanco, mirándome pasar el cepillo con cautela por mi cabello.
—Por supuesto que son idiotas. Son egoístas, codiciosos y mimados. ¿Y qué? También son
buenos en lo que hacen. No actúes como si no te hubieran hecho sentir bien. —Respira
ruidosamente por la nariz, levantando la barbilla—. Si yo fuera Lady otra vez, su Lady, estaría
de rodillas por ellos sin siquiera tener que pedírmelo.
—Lo único que me han hecho sentir es un profundo deseo de hacerles daño.
—Entonces, cariño —dice, inclinándose para encontrarse con mi mirada—, ¿por qué diablos
no lo haces?
Hago una pausa, frunciendo el ceño.
—Porque no puedo.
—¿Quién lo dice?
—Las reglas, por ejemplo —respondo, dejando el cepillo a un lado.
Ella extiende sus brazos.
—¿Muéstrame dónde dice en esas “reglas” tuyas que no puedes devolver el golpe? —Ante
la expresión de mi cara, sonríe—. Tienes mucho que aprender. Hay tiempo para el cumplimiento
y para la sumisión. Pero a los chicos egoístas, codiciosos y mimados les encanta que las chicas
se defiendan. Todo le llega fácil a un Lord. Hace que sea difícil flexionar su poder cuando no
hay nada para probarlo, ¿no crees?
Todavía estoy pensando en esto mientras Charlene me riza el cabello y lo sujeta con
alfileres. Tiene un punto. En ninguna parte del contrato decía que no podía defenderme. Que
no podía hacerles daño. Que no me podía defender. ¿Podía tener razón? ¿Les gustaría que
luchara contra ellos? No desobediencia o desafío, sino una oposición física real. ¿Haría que les
gustara más?
¿Debería importarme?
—¿Te gustó? —Eventualmente encuentro el coraje para preguntar. A pesar de eso, todavía
mantengo mis ojos apartados—. Cuando te lastimaron, ¿lo disfrutaste?
Ella no pierde el ritmo.
—Sí.
Desconcertada, me encuentro con su mirada y pregunto:
—¿Por qué?
Sus ojos se estrechan.
—No es blanco y negro. No sé de dónde vienes, Pollyanna, pero el dolor y el placer pueden
coexistir. —Ella pone sus manos sobre el tocador, nivelándome con una mirada—. Cuanto más
duros son, más les gusta. Si te duele, si realmente te duele, dime quién tiene realmente el poder
allí, cariño. Entonces dime lo bien que se siente saberlo.
Trago nerviosamente, sabiendo que no he tenido ni una pizca de poder desde el día que
Killian y yo nos conocimos. Lo que no puedo admitirle a Charlene es que, de una manera
profunda y oscura, entiendo ese brillo en sus ojos cuando habla de placer y dolor. Sería más
fácil decir “saber” que no me gusta lo que me hacen. Que el dolor es tan grande, que quita la
posibilidad de placer.
Pero es mentira.
Y por la forma en que Charlene me mira, ella lo sabe.
Capítulo 14
STORY
Dos horas después, la fiesta está en pleno apogeo. He tomado una posición cerca de la entrada,
observando el desfile de gente bonita que entraba a la casa. Hombre guapo. Mujer hermosa. El
dinero y los derechos rezuman de todos y cada uno. Las paredes de la casa de piedra rojiza
tiemblan por la música que Rath hace sonar a través de los altavoces. Con la cabeza gacha, los
auriculares pegados a la oreja, está completamente atrincherado en el papel de DJ, pasando
rápidamente de la música clásica torturada al pop enérgico, hip-hop con graves pesados y
electrónica loca.
Tristian se ha estacionado cerca de la puerta, asumiendo el papel de anfitrión.
Aparentemente, esto requiere darle a cada chica atractiva que entra un beso en la boca antes de
hacer algún comentario sobre su cabello, atuendos o tetas. Se ríen y le susurran al oído, con las
manos apoyadas en su bíceps, visiblemente complacidas de que les esté prestando atención.
Killian está sentado en una silla de cuero suave en el estudio, con dos rubias sentadas en
los brazos. Están vestidas de naranja FU y morado, adorándolo como la realeza. Una está
jugando con el cabello en la base de su cuello mientras la otra masajea su muslo.
Me hace preguntarme acerca de mi cláusula en el contrato. La cláusula de fidelidad. Sin
duda, cualquier Lord podría tener su elección de chicas aquí esta noche. Pero no pueden. Por
mí. Brevemente, me pregunto si debería considerar que el coqueteo está cruzando alguna línea.
Es un pensamiento risible, de todos modos. Ninguno de ellos se preocupa por seguir el espíritu
de la cláusula, solo por el tecnicismo. Y el espíritu detrás de esto no es algo que esté dispuesta a
aceptar.
El espíritu es que, en secreto, estúpidamente, la idea de que me poseyeran mientras
follaban con otras chicas me pareció insultante.
Me río amargamente en mi vaso medio vacío. Como si algo en este arreglo no fuera
insultante.
Ahora que estoy viendo a las chicas de la hermandad cubriendo a Killian, mi estómago
se retuerce con ansiedad. ¿Killian queriendo algo que no puede tener? Hay un precio que pagar
por eso, y no estoy tan segura de que al final valga la pena.
Los Lords, mis Lords, están en el peldaño más alto de la escala social. Al igual que en la
escuela secundaria. Se mueven juntos con fluidez, dominando la sala, dictando la música,
repartiendo bebidas y, en última instancia, creando orden social en una sala llena de aspirantes
y perseguidores.
No tengo ni idea de dónde me deja esto. ¿En el fondo con los esclavos y sirvientes?
Charlene y las otras chicas de la entrevista parecen creer lo contrario, pero todavía tengo que
ver todos estos privilegios de los que todas piensan tan bien.
Solo puedo estar segura de una cosa; habrá mucho que pagar si los Lords creen que estoy
eludiendo mis deberes. Me deslizo de regreso a la cocina, zigzagueando entre bulliciosos
bailarines, jugadores de fútbol gritando y sesiones de besos que se están volviendo lo
suficientemente gráficas como para hacer que mis mejillas se llenen de calor.
El alijo personal de cerveza de los Lords está bien abastecido en el refrigerador, así que
agarro una botella para Tristian. Hago una pausa, pensando en Killian con esas rubias, y luego
en Rath, quien probablemente todavía esté enojado conmigo. Con un suspiro de acero, agarro
una para cada uno.
Al entrar en el pasillo, me veo obligada a pasar entre un grupo de chicos.
—Disculpen —digo, sosteniendo las botellas cerca de mi pecho.
—Hey, mira. Esta tiene las cosas buenas —dice un tipo, empujándose de la pared y mirando
las botellas. O mis tetas. Tal vez ambas—. ¿Necesitas ayuda con eso, bebé?
Agacho la cabeza evasivamente.
—Estoy bien. Gracias.
Otra voz surge, esta vez detrás de mí.
—Eso es mucha cerveza para una chica. ¿Seguro que no quieres compartir? —Sus pesadas
manos aterrizan en mis caderas, seguidas por el olor agrio de su cálido aliento teñido de cerveza
en mi sien—. ¿Qué tal si los tres vamos a un lugar privado y nos conocemos mejor?
Es fácil lanzar un clip:
—¿Qué tal si te vas a la mierda y me dejas seguir mi camino?
Los chicos se miran entre sí, sus expresiones primero atónitas, luego divertidas. Se ríen,
sus voces rebotan en las estrechas paredes del pasillo.
—Eres una pequeña cascarrabias, ¿eh? ¿No sabes quiénes somos? —Inclina su cabeza y
toca mi mandíbula, sus ojos siguen la yema de su dedo mientras asciende a mi labio inferior. La
bilis sube a mi garganta. He visto la mirada en sus ojos oscuros antes. Sé lo que quiere. Me
tienen enjaulada, elevándose sobre mí de una manera que me hace temblar con el recuerdo de
Tristian y Rath obligándome a arrodillarme. Él toca mi labio, tratando de forzar la punta hacia
adentro—. Somos la realeza por aquí. Estoy pensando que tenemos que llevarte a la parte de
atrás y enseñarte modales, darle un buen uso a esta boquita inteligente. ¿Qué opinas, Beck?
—¡Tucker! ¡Beckwith! —Una voz atraviesa mi pánico. El chico que toca mi boca mira hacia
el pasillo hacia donde está de pie Tristian—. ¿Puedes decirme por qué tus manos están en mi
propiedad?
Me tomó algún tiempo aprender a leer a Tristian. Solo ahora me doy cuenta de cuánto
mejoro, porque su voz es perfectamente uniforme. Su expresión es serena, casi educada. Pero
hay algo en esos ojos, la forma en que son capaces de congelarte de adentro hacia afuera con
una sola mirada, que me dice lo enojado que está.
Tucker y Beckwith deben sentir eso.
El que está detrás de mí retrocede, mientras que el que está frente a mí salta hacia atrás,
dejando caer su mano como si mis labios estuvieran en llamas.
Sigue la mirada de Tristian hasta el brazalete de cuero en mi muñeca y tartamudea
apresuradamente:
—Hey, hombre, no la reconocí con el cabello y el maquillaje y...
El otro tipo se desplaza más lejos.
—Espera, ¿ella es...?
—Mía —dice Tristian, abriéndose paso entre la multitud. Sus ojos me recorren como si
estuviera buscando heridas o defectos. En un movimiento rápido su brazo está sobre mi hombro
y una cerveza está en su mano. Se la lleva a la boca y traga—. Parece que estabas tratando de
retrasar a mi Lady para que no me trajera mi bebida.
—Yo… no sabía.
—Estoy seguro de que no, Beckwith —dice, y luego dirige la mirada hacia el otro tipo, que
asumo es Tucker—, porque si estuvieras tocando a mi chica, mi bebida o cualquier otra parte de
mi propiedad, tendría que hacer algo al respecto. No sería bonito.
—Eso fue un malentendido. Solo nos ofrecimos a ayudarla a llevar esas bebidas. —Él me
da una mirada suplicante y tonta—. ¿Correcto?
Tristian cambia su mirada hacia la mía, esperando una respuesta. Una parte de mí solo
quiere mentir y hacer que todo desaparezca. Otra parte de mí, mucho más enfadada, recuerda
la mirada en los ojos de Tucker cuando trató de pasar su pulgar por mis labios.
Tomo aire y me encuentro con la mirada de Tristian.
—Dijeron que me iban a llevar a la parte de atrás y hacer que se la chupara porque tengo
una boca inteligente. Querían enseñarme modales.
La mandíbula de Tristian hace tic.
—Interesante.
—Ese de allí —señalo a Tucker—, trató de meterme los dedos en la boca. No me dejaban
pasar. —A pesar de que me está palmeando el hombro con dulzura, esos ojos helados suyos fijan
a Tucker con un destello maligno.
Tucker suelta una risa tensa.
—Hermano, Tristian, eso es una completa mentira. Vamos, me conoces. Yo no... quiero
decir, no aquí. Debe haberlo entendido mal o tal vez ha estado bebiendo, yo no…
—Mi lápiz labial está en su pulgar.
Tristian agarra rápidamente su mano, lo que lo confirma fácilmente. Una vez lo hace, todo
parece suceder en un abrir y cerrar de ojos. Tiene a Tucker inmovilizado contra la pared, la
gran mano de Tristian se clava en su pecho.
—Así que no solo tocaste mi propiedad y molestaste a nuestra Lady, sino que también me
mentiste.
Tucker tartamudea:
—Y… Yo solo estaba…
—Acumulando deudas —finaliza Tristian—. Lo justo sería llevarlos a los dos a la parte de
atrás y enseñarles algunos modales. —Por ahora, la confrontación está atrayendo miradas y
susurros. A Tristian no parece importarle. En todo caso, solo lo hace presionar más fuerte—.
Estoy tratando de pensar cómo haríamos eso. ¿Alguna idea, Lady?
Lo miro con los ojos muy abiertos, los latidos de mi corazón se aceleran.
—Eh...
Pero Tristian simplemente niega con la cabeza.
—Por suerte para ustedes dos, todos estamos tratando de pasar un buen rato esta noche.
No puedo molestar a los demás con esto, así que tendrá que esperar. —Libera a Tucker con un
último empujón contra la pared—. Le dará tiempo a nuestra chica para pensar en algo creativo.
Mientras tanto, creo que van a dar por terminada la noche y dejar la fiesta.
Tucker y Beckwith asienten con la cabeza, aun viéndose como si fueran a orinarse en los
pantalones cuando se escabullen.
Cuando Tristian se vuelve hacia mí, veo que todavía hay una mirada dura en sus ojos.
—Una vez que hayas terminado de entregarlas, ven a buscarme.
Se aleja y una ráfaga de nervios se eleva en mi estómago cuando me doy cuenta de que
yo también la cagué. Estaba hablando con otros chicos. Había roto una regla. Mierda. Mierda.
Mierda. Estoy completamente jodida. La sangre se precipita a mis oídos mientras busco a Rath
y Killian. Lo mejor que puedo hacer es tratar de compensar mi error.
Rath todavía está junto al estéreo, hablando con un grupo de personas sobre música. Me
detengo detrás de él y trato de cambiar discretamente su botella de cerveza vacía por una nueva.
Él me mira con la misma dureza en su expresión que esta tarde. Supongo que todavía se aferra
a esa.
—¿Necesitas algo? —pregunto lo más dulcemente posible—. ¿Algo para comer?
—Estoy bien —dice, tomando un trago de cerveza antes de volverse hacia sus amigos.
Exhalo y miro hacia la habitación. Killian ya no está en su trono, pero lo veo subiendo las
escaleras con las dos chicas de antes. Martin me dijo específicamente que no interfiriera con su
‘ritual’ previo al juego. Pero no puedo pensar en ningún ritual que incluya subir las escaleras
con dos rubias sexys que no implique tener sexo con ellas. No es que importe. ¿Qué voy a
hacer? ¿Seguirlo hasta allí y decirle que no?
El solo pensamiento me hace estremecer.
Todavía con la cerveza extra, regreso con Tristian, quién finalmente descubro que está en
la cubierta trasera. Está de pie solo, apoyado contra la barandilla. Me ve y una pequeña sonrisa
se curva en sus labios. Sé que lo mejor que puedo hacer es admitir lo que hice por adelantado.
Tal vez si lo hago aquí, no me avergonzará frente toda la fiesta.
—Ahí estás —dice, mirando la botella en mis manos—. ¿Eso es para mí?
—Era para Killian, pero... él acaba de subir.
—Ah, el ritual previo al juego. —Tristian se ríe, usando la barandilla de la cubierta y un
fuerte puño para desalojar la tapa de la cerveza—. Nunca he conocido a alguien tan supersticioso
en mi vida. Una vez que hace algo que considera afortunado, lo agrega. En noveno grado, usó
dos pares de calcetines y ganó un partido. Ahora lo hace en todos los partidos. —Toma un largo
trago de cerveza—. En el tercer año de la escuela secundaria, se enrolló con dos chicas, rubias,
antes del partido de bienvenida. Anotó tres touchdowns. Ha insistido en hacer eso desde
entonces. —Tristian confirma casualmente lo que ya sospechaba.
—Así que está ahí arriba en este momento, violando el contrato.
Tristian levanta la vista, ya sea por mis palabras o por la monotonía de mi voz.
—¿Estás celosa?
Hago una mueca.
—¿De qué? No quiero tener sexo con él más de lo que él quiere tener sexo conmigo. Solo
creo que, si él no va a respetar el contrato, ¿por qué debería hacerlo cualquiera de nosotros?
¿Por qué debería?
Levanta una ceja, dejando su cerveza en la mesa.
—En primer lugar, si quisieras follarte a Killer tanto como él quisiera follarte a ti, estarías
allí ahora mismo montándolo como si tu vida dependiera de ello. En segundo lugar, empiezo a
pensar que ni siquiera has leído el contrato.
Me erizan por igual ambas afirmaciones.
—¡He leído el contrato cien veces!
—Entonces sabes que los rituales previos al partido de Killer reemplazan cualquier otra
cláusula.
Me congelo, recordando esa sección del contrato.
—Pero… —¿Cómo se suponía que iba a saber que su ritual previo al partido involucraba
follar con otras chicas? Estúpido. Desanimada, me doy cuenta de que me han superado.
Pregunto hoscamente—: ¿Crees que funciona?
—¿El ritual? —pregunta Tristian, el humor bailando en sus ojos azules—. Creo que Killer
quiere follar con dos chicas a la vez, y hay muchas rubias dispuestas a ayudar a Forsyth a tener
una temporada ganadora.
Asintiendo, tomo una respiración profunda y digo:
—Sobre lo de antes. No estaba hablando con esos tipos a propósito. Me acorralaron y yo
solo estaba tratando de escapar. Te prometo que no estaba desobedeciendo las reglas.
Extiende la mano, deteniéndose ante mi estremecimiento, para colocar un rizo rebelde
detrás de mi oreja.
—Oh, Dulce Cereza, no te estoy culpando por eso. Esos dos son idiotas absolutos. Nuevas
promesas. Siempre hay algunos que no entienden las reglas. Y siempre hay algunos que las
tuercen intencionadamente.
La sensación de la cálida yema de su dedo contra la concha de mi oído me hace temblar.
—¿De verdad?
—Bueno, seguro que nosotros jodidamente lo hicimos. —Toma un sorbo de su bebida y
apoya los codos en la barandilla—. Primer año, los tres corrimos hacia la Lady que estaba
sirviendo aquí en ese momento.
Ni siquiera había pensado en eso. Pensé que estar aquí mantendría a una chica a salvo de
cosas como esa.
—¿Funcionó?
Se ríe, y así, en la oscuridad sin todos los artificios y posturas, se ve devastadoramente
guapo.
—Diablos no. Nos dieron una paliza. Como, literalmente arrojados a través del guantelete
por los estudiantes de clase alta. —Señala su trasero—. Todavía tengo una cicatriz del remo.
Respiro un suspiro de alivio.
—Así que las Ladys realmente están fuera del alcance de cualquiera excepto de los Lords.
—Técnicamente, sí. —Me da una mirada de evaluación, luego pregunta—: ¿Puedes guardar
un secreto? —Antes de que pueda responder, se ríe—. Por supuesto que puedes. Firmaste un
contrato. Bueno, no logramos conseguir a la Lady el primer año, pero lo hicimos en el segundo.
Fue un desafío y ella dio pelea, pero al final demostramos quién merecía vivir en la casa.
Se me ocurre que está hablando de Charlene.
Tengo entendido que el privilegio de vivir en la casa es solo para personas mayores. No
estaba segura de cómo los muchachos lograron entrar a la casa en su tercer año, pero supongo
que no estoy sorprendida. Siempre han sido increíblemente competitivos y despiadados. La
historia que acaba de contar lo confirma. Toman lo que quieren. Reciben más de lo que se
merecen. El resto de nosotros somos solo peones en sus vidas.
Apoya su botella en la barandilla y se mueve para que su mano esté en mi cadera y
estemos uno frente al otro.
—Si alguien alguna vez trata de molestarte, ven a buscarnos a uno de nosotros. Hombre o
mujer, no nos importa. Nos perteneces, Story. Nadie debería ponerte una mano encima, ¿lo
entiendes?
Me estremezco tanto por el aire fresco como por la sinceridad detrás de esa amenaza.
—Sí.
Presiona el dorso de su cálida mano contra mi mejilla.
—¿Tienes frío? —Es sorprendente, la forma en que me mira como...
¿Como si le importara?
Más sorprendente que eso es cómo, por un largo momento, todo lo que puedo pensar es
en él inclinándose para besarme.
Todo lo que puedo pensar es en lo mucho que quiero que lo haga.
Tragando, admito en voz baja:
—Un poco.
Aunque no me besa.
—Tienes mi permiso para ir a buscar un suéter a tu habitación, si quieres.
—Oh. —Incluso con el recordatorio no tan sutil de que no tengo control aquí, es
posiblemente el gesto más dulce que ha hecho desde que me mudé—. Um. Gracias. ¿Necesitas
algo? ¿De arriba?
—No, ahora no —dice, guiñando un ojo—, pero date prisa, puedo pensar en algo más tarde.
A pesar de que probablemente estemos teniendo algo en esta casa que constituya un
momento placentero, estoy aliviada de volver adentro.
Me abro paso entre la multitud y subo las escaleras hasta el segundo piso. Las puertas de
ambos dormitorios están cerradas, pero cuando me acerco al mío, puedo escuchar voces en el
de Killian. Hago una pausa, demasiado curiosa para mi propio bien. Efectivamente, es obvio
que está allí con al menos dos chicas. Puedo escuchar a una de ellas jadeando con gemidos
entrecortados. Son casi tan fuertes como el bang, bang, bang de su cabecera y el sonido
inconfundible de los gruñidos guturales y enojados de Killian. Cierro los ojos y pienso en Killian
teniendo sexo con alguien. Esos ojos ardientes mirándola mientras sus poderosas caderas
golpean las de ella. Un hormigueo corre por mi cuerpo y no puedo evitar preguntarme... ¿él las
trata como me trata a mí? ¿Las odia? ¿Quiere hacerles daño? Tal vez es diferente con otras
chicas. Tal vez le gustan. Tal vez las toque de la forma en que Tristian acababa de tocarme a
mí. Tal vez las retenga después.
Sí, claro.
Mi pregunta se responde un momento después cuando lo escucho rugir:
—Jesucristo. ¿Siempre estás así de seca? Es como clavar mi pene en papel de lija.
—Aquí —responde una chica, su voz ansiosa—. Métemelo en el culo. Debería ser bueno y
ajustado.
—No, déjame chuparte primero —dice la otra chica—. Te prepararé. Folla mi boca, cariño,
sabes que te gusta eso. —Un momento después—: Oh dios, eres tan grande. Apenas puedo
soportarlo. Mmmmmmm…
El pasillo se llena de sonidos de sexo. Fuertes y falsos, gemidos y chirridos de calidad de
estrella porno. No puedo culpar a las chicas por intentarlo. Killian parece el tipo de persona que
lo querría de esa manera. Pero lo conozco mejor. Es una tontería pensar que me había
preguntado cómo sería Killian con otras chicas. Lo conozco. Esto es demasiado fácil. Les gusta
demasiado.
Ese pensamiento se confirma cuando grita:
—¡A la mierda esto! He terminado. Jodidamente fuera de aquí.
—¿Qué? —chilla una de las chicas—. ¿Por qué? Vamos, nene, danos otra oportunidad.
Puedes mirar mientras Sadie me come.
—¡Si no sales de mi maldita habitación ahora mismo, te juro por Dios, que te mostraré lo
que realmente quiero hacerte!
Incluso cuando los escucho gatear detrás de la puerta cerrada, todavía estoy congelada en
mi lugar por el sonido de su voz, baja y furiosa. Finalmente me sobresalto cuando la puerta se
abre y salen corriendo como si el diablo las estuviera siguiendo. Salto, alcanzando mi puerta,
pero él está allí en un abrir y cerrar de ojos, todo grande y enojado.
También completamente desnudo.
—¡Qué demonios estás mirando! —ruge él.
—N… nada —digo—. Lo juro, nada. —Aun así, mis ojos descienden por su cuerpo. Sus
ondulantes brazos tatuados. Su pecho musculoso y palpitante. Sus duros abdominales de tabla
de lavar. Es como una estatua cincelada en mármol por uno de los maestros antiguos. Y debajo
de todo está su gruesa polla, colgando pesadamente entre sus piernas. Incluso flácido, es enorme
e intimidante, difícil de apartar la mirada—. Yo… solo estaba…
—¿Solo qué? —dice, de repente frente a mí. Él lanza una mano, sujetándola alrededor de
mi brazo, ignorando mi estremecimiento—. ¿Husmeando? ¿Espiando? ¿Excavando suciedad
sobre mí?
—¿Qué? ¡No! Solo iba a mi habitación por un suéter. Tenía frío y Tristian... é… él dijo que
podía. —Sus ojos se lanzan sobre mi cabeza hacia la puerta de mi habitación como si estuviera
recordando que está ahí—. No escuché nada —agrego apresuradamente.
Instantáneamente me arrepiento.
—Lo que significa que escuchaste todo —gruñe, lastimándome el brazo con su agarre—. No
es mi maldita culpa. Esas zorras con sus tetas falsas y gemidos falsos. Es como un maldito
programa porno de bajo presupuesto allí. ¿Sabes lo molesto que es nunca tener una sola follada
honesta?
No estoy segura de si está siendo retórico, pero todavía se aferra a mí, y la ira sale de él
como una advertencia. Niego con la cabeza, ofreciéndome mansa:
—No.
—Es patético —dice con los dientes apretados—. Han sido folladas y maltratadas por la
mitad de los chicos de esta escuela. Todo lo que quiero es un buen descanso antes del partido.
Para calmar algo de esta energía acumulada para que pueda concentrarme en el campo en lugar
de mi polla durante noventa jodidos minutos. —Sus ojos se estrechan y se clavan en los míos—.
Dime, ¿por qué no puedo hacer eso?
—No lo sé —susurro, conteniendo una mueca de dolor cuando él agarra mi brazo con más
fuerza.
—¡Sí, jodidamente lo haces! —grita él—. De lo contrario, no habrías tratado de cortarme
con esa estúpida cláusula tuya. Así que dime. Quiero oírte decirlo.
Lo miro a los ojos, siempre tan llenos de odio hacia mí, y sé lo que quiere que le diga.
Quiere que yo cargue con la culpa. Quiere que me dé la vuelta. Quiere hacerme daño porque
sabe que no puedo devolverle el daño.
Las palabras de Charlene vuelven a mí, y de repente es como si se hubiera levantado una
niebla tóxica.
Contraataco.
—Dije que no lo sé, Killian. No sé por qué es tan difícil para ti encontrar una vagina para
follar que satisfaga tus necesidades muy especiales. Pero puedo adivinar, si eso es lo que quieres.
—Todo el disgusto y la ira que he estado cargando durante los últimos tres años se precipita—.
Tal vez estás tan jodido de la cabeza, tan malvado y rencoroso, que follar a alguien que está
dispuesta no es lo suficientemente bueno para ti. Tal vez tu pene esté tan roto como tu cabeza.
Tal vez, en el fondo, sabes que no hay nada atractivo en ti. Nada especial. Nada que valga la
pena querer. Así que sí, cada vez que gimen, cada vez que suplican, sabes que es falso. Nunca
puede ser otra cosa. —Su expresión se afloja momentáneamente, sus ojos se inundan con una
oscuridad que sé que voy a pagar. Por una fracción de segundo, no me importa. Creo que valdrá
la pena—. Tal vez solo quieras follar con personas que actúan tan disgustadas contigo como se
sienten. Porque al menos eso es genuino, maldito enfermo.
Mi espalda choca con la pared más rápido de lo que puedo procesar la colisión.
—Oh, Story —dice, curvando la boca en una sonrisa aguda y maliciosa. Su mirada se lanza
hacia abajo, y no sé por qué, pero yo también miro. Su pene ya no está caído y sin vida. Ha
cobrado vida, ha crecido dos tamaños en el tiempo que me tomó hablar con él—. Pienso que
podrías estar bien sobre algo. Dime más.
Mierda.
—Y… yo…
—¿No? ¿El gato de repente te comió la lengua? —Sé que es mejor responder, pero no ha
terminado. Casualmente dice—: Tírate al suelo.
Mis ojos se abren.
—¿Qué?
—Tírate al suelo —dice, soltándome y empujándome hacia la alfombra del pasillo. Me
pongo de rodillas, cara a cara con su polla oscilante. Trato de abrirme paso a través del creciente
pánico para encontrar aceptación en esto. Sabía que esto vendría eventualmente. Me obligo a
contener las náuseas que me revuelven el estómago, pero antes de que pueda calmarlas, él se
mueve de nuevo, dejándose caer frente a mí—. Túmbate.
Me cierro, mirándolo boquiabierta.
—Killian… por favor…
Su mano se lanza hacia adelante para tomar un puñado de mi cabello.
—Sabes que la mendicidad lo hace más caliente, Dulce Cereza. Así que suplica todo lo
que quieras. ¿Ves lo que le pasa a mi polla cada vez que abres la boca? Se hace más grande.
Más dura. La sangre está bombeando directamente a través de mí. —La agarra y pasa su mano
arriba y abajo del eje—. Estoy más duro en este momento de lo que he estado en años. Debe ser
el maldito sonido de tu voz. Es como un maldito gatillo.
Me muerdo el interior de la boca, obligándome a estar en silencio mientras lo miro, su
mano recorre arriba y abajo la piel rosada y tensa de su erección. Está hinchado y muy grande.
Terriblemente. Pienso en la chica diciéndole que se la meta en el culo. Dios.
—Acuéstate —dice de nuevo, la voz engañosamente uniforme.
—No. —Una mamada es una cosa. He sobrevivido a eso antes, y aunque sé que en algún
momento uno de los chicos me quitará la virginidad, no puede ser así. No lo dejaré—. Esto no
está pasando.
Su risa es una cosa frágil y áspera.
—¿Quieres apostar?
Él no espera mi obediencia, usando la mano en mi cabello para empujarme hacia atrás.
Agarro su muñeca, pateando con mi pierna, pero él usa cada parte de su cuerpo para forzarme
a someterme. Es como si fuera la pelota que se tambalea por el campo de fútbol y él está
decidido a atraparme.
No es una lucha.
Me pone en el suelo en poco tiempo, una mano plantada en mi hombro mientras la otra
aparta la mía. Los músculos de su pecho apenas se mueven cuando se sube encima de mí,
usando sus antebrazos, sus rodillas, sus piernas para inmovilizarme allí como un insecto,
completamente despreocupado por mis extremidades agitadas.
Sus ojos están encendidos así, y aunque todavía están llenos de ira, también están llenos
de algo más. ¿Impaciencia? ¿Emoción? Arranca los tirantes de mi vestido como si no fueran
nada, toma mis dos muñecas con una gran mano mientras lo baja por mi cuerpo, exponiéndome
rápidamente. Su pene se desliza contra mi estómago, accidental o intencionadamente, no lo sé.
Es suave y caliente y la punta deja un residuo pegajoso en mi vientre.
Respirando con dificultad, mira hacia mi pecho, mirando con avidez mis tetas.
—Perfecto —murmura, frotando sus pulgares sobre mis pezones puntiagudos—.
Jodidamente perfecto.
Intentando evitar que mi propio pecho se agite, dejo escapar una serie de apelaciones de
pánico.
—Killian, no puedes hacer esto. No puedes follarme, no puedes, no puedes, eres mi
hermanastro, no... no me quieres. Me odias.
La mirada en sus ojos detiene mi voz fríamente. Se mueve para inmovilizar mis piernas
con sus pies, mientras sus rodillas presionan mis brazos.
—No voy a follarte, Dulce Cereza —dice, su tono implica que se ha abstenido de agregar
un “todavía no” a su declaración—. Al menos, no tu coño.
Se inclina y por un segundo creo que me va a besar, mis labios tiemblan ante la idea, pero
agacha la cabeza y lame el valle entre mis pechos en su lugar. Se vuelve a sentar, su gruesa polla
se balancea sobre mi pecho húmedo. Sus manos amasan mis pechos, apretándolos y
empujándolos antes de separarlos. Cierro la boca con fuerza, temerosa de que vaya a forzarla
entre mis labios, pero la alinea con mis tetas y la empuja entre ellas.
—Sí, esto es jodidamente bueno —gime, entrando y saliendo lentamente. Las puntas de sus
rodillas, el peso de su cuerpo sosteniéndome, duele. No hay nada que pueda hacer. No puedo
ir a ningún lado. Estoy atrapada, mirando a Killian mientras su mandíbula se aprieta y sus ojos
se cierran, cayendo en un ritmo. Sus pulgares siguen presionando mis pezones, mis pezones muy
sensibles. Me despierta, enviando sacudidas graduales de placer no deseado a través de mi
cuerpo. Cada vez que empuja, su trasero roza de un lado a otro mi bajo vientre, juguetonamente
justo por encima de mi pelvis. Un calor cálido y traicionero se acumula entre mis piernas
mientras observo, impotente. No tiene ni puta idea de lo que me está haciendo.
O al menos eso es lo que pienso, hasta que reduce la velocidad, empujando la punta de
su polla más y más cerca de mi cara. Abre los ojos y gruñe:
—Bésalo.
Aparto la cabeza.
—No. —El calor en mi vientre aumenta con cada embestida, cada tirón y juego en mis
pezones.
—Lo harás, Dulce Cereza —dice, la respiración y los movimientos se vuelven más lentos.
Él tiene el control aquí. Siempre en control—. Bésalo.
Escupo:
—Vete a la mierda. —Pero decir cosas así ahora es confuso. ¿Lo digo para que se detenga?
¿O lo digo para animarlo más? Una niebla ha descendido sobre mi cerebro, una que se combina
con el rítmico tira y afloja de la polla de Killian mientras se mueve lentamente más y más cerca
de mi boca. Empujar, retirar, empujar, retirar. Lo más confuso de esto es que, a pesar de la
forma en que me está inmovilizando aquí, a pesar del dolor, ni siquiera se siente agresivo. Se
siente como si mi cuerpo de repente estuviera en llamas, como si tuviera que poner toda mi
fuerza de voluntad en no levantar mis caderas a la par que las suyas.
Tanta fuerza de voluntad que es imposible luchar contra el impulso de saborearlo.
Empuja hacia adelante de nuevo, juntando las cejas. Cuando está lo suficientemente cerca,
saco mi lengua y lamo la punta salada.
—Jooooder, Cristo. —Se estremece, un temblor recorre su cuerpo. Lo vuelve a hacer y esta
vez abro la boca, llevándolo dentro. Es resbaladizo y salado, abrasador. Su respiración se vuelve
irregular junto con la mía. Aprieto mis piernas juntas, buscando fricción entre mis muslos, pero
la oscura verdad es que ni siquiera la necesito. Siento que la bola sinuosa de tensión que se
acumula en mi vientre está a punto de explotar solo por la forma en que está jugando con mis
tetas, por saborearlo en mi boca, por sentir el peso de su cuerpo presionando sobre mí—. Dime
cuánto me odias —dice, con la nariz ensanchada mientras empuja sus caderas—. Dime cuánto
me odias, puta sucia de basura blanca.
—Te odio —grito, sintiendo la espiral que se me aprieta en mi vientre—. Eres malvado y
mezquino, y dejas que tus amigos me lastimen. Tú eres la razón por la que me escapé. Arruinaste
mi puta vida. ¡Te odio tanto, Killian Payne!
Abre los ojos y sostienen los míos durante un largo tiempo antes de empujar hacia adelante
por última vez, agarrando su polla con la mano. Su cuerpo se tensa, audaz y hermoso, y el cálido
semen brota de la punta, cubriendo mi pecho y cuello.
Cae hacia adelante, sus manos aterrizan junto a mi cabeza, su cara a centímetros de la mía.
Todavía estoy atrapada bajo su peso, el semen se acumula en mi pecho. Él me mira, la frente
sudorosa, las mejillas rojas. Está inquietantemente tranquilo ahora, todo ese odio oscuro y odio
brillante aparentemente borrado de sus facciones pétreas.
Mi propia respiración es irregular, todavía tensa por haberme negado un orgasmo que ni
siquiera quería, atrapada en un torbellino de emociones. Lo que había experimentado no era
exactamente placer, pero tampoco era del todo dolor. Era ese lugar atrapado en el medio, del
que Charlene debe haber estado hablando. Es peligroso. Siniestro.
Killian parpadea, como si estuviera volviendo lentamente a la realidad. Se sienta, lo que
obliga a su cuerpo a presionar el mío. Grito de dolor. Sin siquiera mirar, sé que voy a tener
moretones por la forma en que me inmovilizó. A él no parece importarle un carajo.
Exhala, liberando mis brazos y piernas, y luego vuelve a ponerse de pie. Totalmente
consciente de que puedo moverme ahora, no lo hago. Me quedo exactamente donde me ha
dejado, tirada, sin aliento, dolorida, usada.
—Eso —dice en voz baja—, fue culpa tuya. Me obligaste a hacerte eso. Al igual que siempre
obligas a los chicos a lastimarte. Viniste aquí y te metiste en mi negocio, y luego a sabiendas me
provocaste a esto. Eso es lo que haces, Story. Eso es lo que siempre haces. —Sus ojos viajan sobre
mí, sus labios se curvan con disgusto—. ¿Crees que soy yo el que está roto? Mírate. Puedes
escapar, pero no lo harás. Cada vez que lo intentas, simplemente regresas. Entonces, ¿en qué
diablos te convierte eso? —Sacude la cabeza como si yo fuera patética. Como si él no fuera el
que acaba de profanarme. Se inclina y agarra un puñado del vestido que había puesto alrededor
de mi cintura, tirando de él sobre su semen en mi pecho—. Límpiate y vete a la cama. Eres una
puta vergüenza.
Me pasa por encima y camina de regreso a su habitación, cerrando la puerta detrás de él.
Me quedo en el suelo, medio desnuda, cubierta de semen, mientras los sonidos de la fiesta suben
por las escaleras. Un sollozo se eleva en mi garganta cuando finalmente me siento. Ni siquiera
trato de ponerme de pie, mis brazos y piernas están débiles y tambaleantes por haber estado
inmovilizados durante tanto tiempo. Me arrastro fuera del pasillo y entro en mi habitación,
cerrando y dejando fuera a todos y a todo.
Capítulo 15
TRISTIAN
Después de que Story entra a buscar su suéter, vuelvo al estudio y estoy atento a las promesas,
Tucker y Beckwith. Fue difícil ser amable con ellos frente a Story, pero lo hice. Porque sé que
está nerviosa como la mierda. Pero tienen una seria venganza por poner las manos sobre nuestra
Lady, y una vez que Killer y Rath se enteren, será aún peor para ellos.
—Jesús —escucho decir a una chica. Está al otro lado de una planta decorativa, sentada al
borde de la chimenea—. ¿Cuál diablos crees que es su problema?
—No lo sé —responde la otra—, pero mi vagina no está seca como papel de lija, eso es una
mierda.
—Lo es. Él es el que no puede levantarlo. Tiene que dejar de echarnos la culpa de esa
mierda e ir a ver a un maldito médico.
La curiosidad se apodera de mí y miro alrededor de la planta. Son las dos chicas que
subieron antes con Killian.
—Supe que algo anda mal cuando él no me lo metió por el culo. Todos los chicos quieren
eso. Cada. Uno. De. Ellos.
Ella tiene razón en eso, pero este no es el tipo de chisme que debe circular sobre cualquiera
de los Lords. Una vez que un rumor se pone en marcha, no se detiene, y tenemos algo más que
el asunto habitual del Lado Sur para mantener en secreto. Los parámetros de nuestro contrato
son privados. Que Killian tenga algún tipo de problema es una señal segura de que algo está
pasando, lo que solo hará que la gente husmee más. Si cualquiera de las otras fraternidades
descubre que la virginidad de Story es parte de nuestro juego, harán todo lo posible para joderlo.
Lo último que necesitamos es que alguien sospeche. Me acerco y trato de entender lo que está
pasando.
De cerca, puedo decir que estas chicas no son exactamente del tipo de Killian. Están
perfectamente empaquetadas, con cabello rubio botella y grandes, probablemente, tetas falsas.
Sus cinturas son anormalmente estrechas, piernas delgadas con un espacio entre muslos de una
pulgada de ancho. El único defecto es el rojo alrededor de sus narices, el pequeño indicio de
un hábito de coca que es obligatorio si eres un Kappa.
—Señoritas —digo, dándoles mi mejor sonrisa para dejar caer las bragas.
Beverly levanta la mirada, y cuando me reconoce, se endereza, echando los hombros hacia
atrás.
—Oh, Tristian. ¡Hola!
—Hola monada. —Miro a Cami, quien me devuelve la sonrisa, pero no llega a sus ojos.
Están tan rojos como su nariz—. ¿Qué las tiene a ustedes dos tan molestas en una noche como
esta?
—No es nada —dice Beverly, ajustando su parte superior y haciendo que sus tetas reboten
en el proceso.
Me pongo en cuclillas frente a ellas, haciendo contacto visual.
—Creo que las vi a ustedes dos subir las escaleras con Killian antes.
—Lo hicimos —dice Cami, olfateando—. Él solo…
—Actuó como un imbécil —espeta Beverly, luego parece arrepentida. Nadie quiere enojar
a los Lords—. Eso es culpa mía. Yo solo... no era lo que él quería.
Extiendo la mano y froto mi pulgar contra la comisura de sus labios hinchados.
—Killian ha estado estresado últimamente. La NFL lo ha estado observando. Nos hemos
estado instalando en la casa. Esta rivalidad entre nosotros y los Condes se está calentando, y
hemos estado incorporando a nuestra nueva Lady. Hay mucho en juego con el juego. Ya sabes
cómo se pone.
Cómo se “pone” es un eufemismo. La mala racha de Killian es legendaria. Todos lo saben.
—No quisimos molestarlo. Tratábamos de hacerlo feliz. —Beverly se seca una lágrima de
la cara—. Incluso le ofrecí sexo anal.
—Lo sé, cariño, y eso es solo un testimonio de la cantidad de presión bajo la que está. No
conozco a nadie aquí que no aprovecharía la oportunidad de follar ese buen trasero.
—¿Cierto? —dice ella apreciativamente.
Eso parece calmarla, porque en última instancia, no está molesta porque él fue un idiota
con ella. Está molesta porque él la rechazó. Acaricio su cabello.
—¿Qué tal esto? Ustedes dos olvidan que algo de esto sucedió y el jacuzzi de atrás está
abierto para ustedes, en cualquier momento.
Comparten una mirada, las sonrisas se extienden por los rostros de ambas. Cami dice:
—Sí, eso suena genial.
Cuando se marchan, estoy seguro de que no compartirán en las redes sociales que Killian
tiene la polla flácida. Jesús. Jodidamente vergonzoso. Sugiero que busquen una margarita flaca
en el bar y luego busco en la habitación a cualquiera de mis hermanos. Rath sigue revolcándose
en su malhumorado y mierda emo al apoderarse de la música, pero veo que Killian ha emergido,
con los hombros relajados y una gran sonrisa de comemierda en su rostro.
Esa no es la mirada de un tipo que acaba de tener un gatillazo con dos de las piezas más
dulces en su propia maldita fiesta.
De hecho, parece completamente satisfecho.
Un pensamiento, no, una preocupación, molesta en el fondo de mi mente. Furtivamente,
examino la habitación en busca de Story. No ha escapado a mi atención que ella nunca volvió
a bajar con su suéter. Vuelvo a mirar a Killian, entrecerrando los ojos cuando nuestras miradas
se encuentran.
Él guiña un ojo, sacudiendo su hombro en un encogimiento de hombros triste.
Maldito infierno.
Nadie ve mi tensión cuando cruzo la habitación y subo las escaleras hasta el segundo piso.
Mi cara de póquer es mi mejor atributo. Es lo que hace que los profesores y los padres me amen.
Es lo que hace que las chicas se desnuden para mí, y es lo que me permite moverme con
facilidad, fingiendo que todo está bien, aunque sé que no es así.
Espero que eso sea lo que me ayude a limpiar cualquier desastre que Killian haya dejado
ahí arriba.
Lo llamamos Killer por una razón. Es una mierda mala y vengativa. También es mezquino
y casi tan vanidoso como yo. Si realmente no pudo hacerlo con esas chicas, si algo hubiera roto
su ritual, habría tenido mucho que pagar. Y si Story se cruzó en su camino en ese mismo
momento, es posible que nos quedáramos sin Lady.
El segundo piso parece intacto, tanto las puertas del dormitorio de Story como las de
Killian están cerradas. Voy a la de ella primero, comprobando el pomo. Está cerrada.
—¿Story? —llamo, golpeando mis nudillos contra la madera—. Dulce Cereza, ¿estás ahí? —
Escucho un pequeño golpe contra la base de la puerta y pruebo el pomo de nuevo—. Voy a
necesitar que abras la puerta.
—Vete —escucho. No hay gruñidos.
—Story —digo, levantando la voz—. Abre la puerta. Es una puta orden.
Mi corazón late con fuerza mientras espero el sonido del movimiento, que sus manos
alcancen el pomo del otro lado de la puerta. Cuando finalmente la abre y la veo, con la cara
llena de manchas y roja, exhalo. No sé qué pensé que Killian le había hecho, pero al menos está
de una pieza. Cuando mis ojos bajan, veo que su vestido cuelga de sus hombros, la parte superior
estirada y rasgada. Algo brillante y resbaladizo está pegado a su cuello. Miro detrás de mí y
entro en la habitación, llevándola conmigo.
—¿Qué pasó?
Ella ríe.
—Como si te importara. —Las palabras son duras y amargas, merecidas. De alguna manera.
—Oye —digo, ahuecando su codo mientras la conduzco a la habitación—. ¿No te quité a
Tucker y Beckwith de encima esta noche? Me importa.
Ella tira de su brazo.
—Porque soy de tu propiedad.
Parpadeo.
—Dices eso como si fuera algo malo. —No veo por qué debería serlo. Es lo que es. Story
nos pertenece. Todos lo firmamos. Claro, podríamos ponernos duros con ella, podríamos
corregirla, pero asumí el papel de asegurarme de que se satisfagan sus necesidades. No me tomo
mi trabajo más que en serio. La estudio más de cerca ahora, notando que sus ojos están rojos
por el llanto. La parte superior de sus brazos tiene marcas oscuras y rojizas en forma redonda.
Suavemente, las toco.
—¿Quien hizo esto? —Pregunta estúpida, por supuesto. Sé la respuesta. Y ella sabe que lo
sé, porque ni siquiera se molesta en responder. Entra en el baño, abre el agua caliente hasta el
tope y lánguidamente agarra una toallita del gancho.
Observo, más paralizado de lo que me gustaría admitir al verla así, toda libertina y
vulnerable. Su cabello ha escapado por completo de sus horquillas, cayendo sobre sus hombros
en rizos sueltos. Me gustaba arriba, la forma en que acentúa la columna de su garganta, la
pendiente femenina de su cuello. Siempre me han gustado los cuellos de las chicas. La forma
en que se sienten bajo mi control. Por un momento allí en la cubierta trasera, me pregunté si
ella lo había usado así por mí.
Tomo una respiración profunda y empiezo:
—¿Él...?
—¿Me violó? —pregunta sin rodeos, con voz apagada—. A veces desearía que lo hiciera.
Entonces perdería interés, ¿verdad?
Aprieto los labios, mirándola. Definitivamente tiene una gran erección por su virginidad.
Joder, todos lo hacemos. Pero es más que eso, para Killer. La forma en que trata a Story es algo
único. Obsesivo.
—Si no te folló, ¿por qué estás tan molesta?
Sumerge la tela en el agua humeante y luego la levanta para que gotee por sus brazos. Sus
ojos se encuentran con los míos en el espejo, y no estoy tan seguro de que me guste lo que veo.
Están sin vida, oscuros, completamente desprovistos de ese parpadeo que había visto antes. Una
vez más, no se molesta en responder, no estoy seguro de que eso tampoco me guste, eligiendo
frotarse el cuello y el pecho un poco más.
No necesito preguntar qué se está lavando.
—Simplemente está bajo mucha presión —empiezo, repitiendo las líneas que les dije a las
chicas de abajo—. Cuando las cosas no van como él quiere, él… bueno, ya sabes cómo se pone.
¿No viviste con él durante un año? Estoy seguro de que te acuerdas.
Finalmente, un parpadeo. Lo que sea que le contorsione la cara con ira también hace que
me arroje el trapo mojado a la cabeza.
—¡Lo recuerdo! ¿Sabes lo que más recuerdo? ¡A ti violándome! —Ella hace un sonido
profundo de disgusto por mi expresión desconcertada—. ¿Qué, crees que no me violaste solo
porque tu pene no entró en mi vagina?
Levanto un dedo.
—Es interesante en realidad, la definición legal de violación varía en… —Hago una pausa.
Posiblemente, no sea el mejor momento para recitar mi vasto conocimiento de la ley de agresión
sexual. En cambio, opto por—: Vamos, Story. No seamos obtusos aquí. Tuviste elección esa
noche.
Sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas nuevamente, oh dios, oh mierda, justo antes de
que gruesas lágrimas comiencen a rodar por sus mejillas.
—¿Por qué? —llora, sollozando—. ¡¿Por qué me hiciste eso?! —Cristo, odio cuando las chicas
lloran así. Hay mocos y lloriqueos, todo tipo de fluidos, y ninguno del tipo sexy. Ella salta hacia
adelante, embistiendo un puño en mi pecho—. ¡Respóndeme!
Es fácil apartar su mano, tomando su muñeca en mi palma.
—Estás histérica. —Bruscamente, agarro sus brazos y le doy la vuelta—. Quédate quieta —le
digo, hundiendo la toallita bajo el agua de nuevo. Le echo un poco de jabón y lo froto con el
pulgar. Ella me mira con ojos llorosos, siguiendo cada uno de mis movimientos. La ignoro,
levantando su barbilla hasta donde veo una brillante mancha de semen medio seco justo debajo
de su mandíbula. Suavemente, lo lavo y le explico—: El agua caliente y el semen son una mala
combinación. El jabón y el agua fría son la clave. Ahí, ¿ves? Todo se ha ido.
Le entrego una toalla y observo cómo se seca mecánicamente el pecho enrojecido con
ella. Afortunadamente, las lágrimas se han detenido. Deslizando el vestido por su pecho, se
cubre rápidamente, pero no lo suficientemente rápido como para que pase por alto los
moretones que se forman en los lados pálidos de sus senos. Esos, junto con los de sus brazos,
son inquietantes.
Muevo mi barbilla.
—Quítate el vestido.
—¿Qué? —susurra, con la voz áspera por el llanto—. ¿Por qué?
—Quiero ver si hay otros moretones. —Se desnuda forzadamente, con las manos
temblorosas, los ojos desviados en una muestra de timidez tan intensa que casi me río—. Ya lo
he visto todo —le recuerdo, levantando una ceja. Aun así, le toma varios momentos finalmente
quitarse el vestido y dejar caer la toalla, con la cabeza agachada mientras miro hasta llenarme.
La parte superior de sus muslos tiene marcas más grandes y moradas. Lo mismo en sus
espinillas. Una imagen comienza a formarse en mi mente. Killian, posiblemente cien libras más
pesado que la diminuta voluta frente a mí, la inmovilizó contra el suelo usando sus codos, rodillas
y pies. Sus manos apretaron sus tetas con tanta fuerza que casi puedo ver las magulladuras de
las puntas de sus dedos en su carne.
Cabrón.
Hijo de puta.
Una cosa es usar a nuestra Lady. Otra es marcarla así. Esta mierda no es legítima. Podría
meternos a todos en problemas, y tal vez Story aún no se haya dado cuenta, pero también es
una violación del contrato.
Hace que mi puño se cierre ante la vista de esto, de él presionado contra su piel. ¿Qué le
da derecho? Ella nos pertenece a todos. Y ahora está aquí de pie, tatuada por todas partes por
una de sus estúpidas rabietas.
Amo a Killian como a un hermano. Confío en él con mi vida. Mi carrera. Mi familia.
Pero no confío en él con nuestra Lady.
Ni un maldito trozo.
Cuando me doy cuenta de que no ha hecho ningún esfuerzo por moverse, desvío la
mirada. —Puedes vestirte. —Como un zombi, se acerca a la cómoda y encuentra una camiseta y
unos pantalones cortos. Se esfuerza por meterse la camiseta por la cabeza, así que me acerco y
la ayudo a ponérsela, cediendo al impulso de rozar los lados magullados de sus pechos mientras
lo hago.
—Métete en la cama —le digo, bajando las sábanas. Sin decir ni una palabra, gatea sobre
el colchón y se apoya en la almohada—. ¿Hiciste algo para hacerlo estallar?
Ella se burla, moviendo sus ojos hacia los míos.
—¿Tienes el hábito de culpar a todas tus víctimas, o simplemente soy especial?
—Solo quiero saber la verdad.
—No, no quieres. —Alcanza el edredón y tira de él hacia su cintura—. Eso es exactamente
lo que causó esto. Yo, diciendo la verdad. —Ella gira la cabeza hacia otro lado, mirando por la
ventana—. Le dije exactamente lo que sentía. Que era repulsivo y estaba roto. Que su pene no
funcionaba porque era un cabrón enfermo. —Sus párpados se ven pesados e hinchados por las
lágrimas. No es atractivo.
Creo.
No debería ser.
Suavemente, le explico:
—Si quieres sobrevivir a este trabajo, tendrás que mantener la boca cerrada. ¿Lo sabes
bien?
—¿Cómo te la voy a chupar con la boca cerrada?
A pesar de que lo dice con amargura, afilada como un cuchillo, todavía hace temblar mi
polla. Me río por la forma en que me mira, como si lo supiera.
—Me gusta esa boca sexy, pero Killian no siempre puede manejarla. Tampoco estoy seguro
de que Rath pueda hacerlo. Cada vez que te defiendes, te lo pones más difícil a ti misma.
—No está en mi naturaleza ser sumisa —admite.
—Entonces, ¿por qué diablos tomaste este trabajo?
Una extraña expresión cruza su rostro y se encoge de hombros.
—Necesitaba un lugar donde quedarme. No quería volver a depender de Daniel.
Es una mierda y ambos lo sabemos. Hay muchas situaciones de vida posibles que no son
esta. Story Austin esconde algo, y un día voy a averiguar qué es.
—¿Conoces ese dicho, “se cazan más moscas con miel que con vinagre”? Es posible que
desees probar eso. Mírame, Story. Soy bueno. Pero los otros dos son malos como serpientes. A
menos que realmente quieras que te hagan la vida imposible o que te echen, vas a tener que
jugar un poco.
Ella niega con la cabeza, mirando hacia otro lado.
—No hay forma de ganar con ustedes tres. Si miento, si actúo como una marioneta perfecta
y tonta, entonces seré aburrida, como esas dos chicas rubias. Si me defiendo como lo hice antes
con Killian, entonces sucederá esto. Todos ustedes me lastiman porque quieren lastimarme. No
hay nada que pueda hacer para detenerlo.
Esa es una evasiva del más alto nivel. En lugar de decir eso, suspiro, sentándome a su
lado.
—¿Quieres saber qué pasó esa noche? ¿Por qué lo hice? —Me encojo de hombros, sin
haber pensado mucho en ello, si soy honesto—. Tú me empujaste. —Su mirada se balancea hacia
la mía, llena de furia ardiente. Antes de que pueda discutir, le explico—: Genevieve no me dejó.
Ella me jodió. Obtuvo lo mejor de mí. Me hizo… sentir algo por ella, y luego… —Bueno, me
rompió el jodido corazón. Pero Story no puede saber nada de eso. Nadie puede. El amor es
debilidad. Podría haberlo olvidado, en aquel entonces. Pero no lo volveré a hacer—. Y ahí
estabas, echando sal en la herida. Rath también. Él piensa que no sabemos acerca de su pequeño
problema, pero lo sabemos. Tú también lo haces. Y lo pusiste en su contra.
Su frente se arruga cuando estiro la mano para empujar su cabello detrás de la oreja, pero
no retrocede.
—Defiéndete, Cherry. Se interesante. Pero si quieres sobrevivir a este trabajo, debes darte
cuenta de que cada vez que señalas una debilidad, nos hace sentir que tenemos algo que
demostrar. —Riendo, pienso en la mirada en el rostro de Killian antes—. Quiero decir, maldita
sea, nena. Una polla flácida es como la pesadilla número uno para el ego de un hombre. Ni
siquiera necesitabas echarle gasolina a ese fuego.
—¿Tú qué tal? —pregunta, mirándome dudosa—. Te conozco, Tristian. Sé que no vienes
aquí solo porque eres un buen tipo.
Bufo.
—No. Nunca pretenderé ser eso. Pero no me gusta que nadie, ni siquiera Killian, dañe a
nuestra chica. Mientras estés en esta casa, quiero que estés a salvo. ¿Comprendes?
—¿Quieres decir eso? —pregunta, algo asustada, pero esperanza brillando en sus ojos—.
¿Realmente no dejarías que algo me lastimara?
La miro pensativamente, considerando.
—Te castigaremos, si es necesario. Usaremos tu cuerpo, disfrutaremos de ti. Pero no, no
dejaría que nadie te hiciera daño. No si puedo evitarlo. Tal vez incluso a veces si no puedo.
Ella asiente, y siento que un poco de tensión se desvanece.
—Bien.
Le hago un gesto para que se acueste y ella vacilante me sigue, con los ojos siguiéndome
mientras me inclino para presionar un beso en su frente. Entonces me alejo de una chica
vulnerable y a medio vestir por primera vez en mi vida.
Casi, al menos.
—Espera —susurra, deteniéndome. Cuando me doy la vuelta, se está moviendo debajo de
las mantas, retorciéndose. Ella no encuentra mi mirada—. No puedo… uh, ya sabes. Debido al
contrato, así que…
—¿No puedes qué?
Ella hace una mueca, fijando sus ojos en el techo.
—No puedo... ya sabes...
Perdiendo la paciencia, exijo:
—Escúpelo, Cereza. —Abajo hay una fiesta. No puedo pasarme toda la noche mimándola.
Con un resoplido apretado, ella da un escueto:
—Masturbarme.
Mi rostro se relaja por un momento antes de que lo controle. Jódeme. ¿Podría Dulce
Cereza estar cachonda? Lucho contra mi sonrisa.
—Tienes mi permiso —ofrezco, continuando hacia la puerta.
Pero entonces hace ese ruidito de protesta.
—No soy muy... eh, buena en eso.
Hago una pausa, observándola.
—¿Me estás pidiendo que te haga correrte? —Joder, por favor pregúntame. Eso podría valer
más puntos de los que ya tengo—. Tienes que decir las palabras, Story. No puedo hacerlo si no
lo pides. —Ella me da una mirada caliente y beligerante que hace que mi polla salte. Obviamente,
tiene un punto. Ya la saqué sin que me lo pidiera. Pero para los puntos de bonificación de
solicitud consensuada, debe ser explícito.
—Bien —gruñe—. ¿Podrías por favor hacer que me corra?
Solo así, estoy duro como una roca.
Quiero reírme, pero no lo hago. Debe haber hecho un número en ella para llevar a nuestra
Lady a esto, considerando lo cansada, dolorida y enojada que debe estar.
Intuitivamente, sé exactamente cómo abordar esto.
—Quítate los pantalones cortos. —Observo mientras ella lanza un suspiro quebradizo, la
manta se mueve mientras obedece. Regreso a la cama y me apoyo en el borde, con los ojos fijos
en la forma en que le tiembla la barbilla. Oh, sí, está sacrificando algo por pedir esto. Realmente
debe haberla acercado. Clásico de Killer, llevar a una chica hasta el límite antes de dejarla en la
estacada. En voz baja, digo—: Mírame —y le toma un momento, pero finalmente lo hace, esos
ojos húmedos clavados con resentimiento en los míos.
Sé lo que necesita. Tomo su mejilla en mi palma antes de tomar sus labios con los míos.
Mantengo el beso suave, lento, casto. Dejo que se relaje un poco al sentirlo. Esto es fácil,
persuadirla para que lo haga, dejar que sea ella quien abra esos labios carnosos suyos. Killian
era malo y rudo. Un poco de ternura ayudará mucho aquí, pero nunca hago nada a medias.
Para cuando lamo su boca, ella ya está suspirando, moviéndose hacia mí como si fuera un
maldito puerto. La forma en que besa es completamente ingenua, sin práctica. Tal vez a algunos
chicos no les gustaría eso, pero ¿a nosotros tres? Mierda. Cada vez que imita mis movimientos,
lamiendo contra mi lengua, es como si la estuviera moldeando, amoldándola a todo lo que me
gusta.
No pasa mucho tiempo antes de que sumerja una mano debajo de las sábanas, arrastrando
mis dedos por su cálido brazo. Cuando alcanzo su mano, enrosco mis dedos en su palma, ella
se enrosca de vuelta, agarrándome.
Lo llevo a su coño desnudo.
Su boca se queda quieta, pero no protesta, dejándome colocar sus dedos sobre su clítoris.
Los presiono allí, convenciéndola de nuevo en el beso, guiando su mano. Ella es un estudio
rápido, haciendo un sonido suave en mi boca cuando hago que presione en la protuberancia.
Incapaz de evitarlo, dejo sus dedos allí para explorar un poco por mi cuenta, sumergiéndome
más.
No puedo contener mi gemido cuando siento lo mojada que está. Mierda, esta chica está
jodidamente empapada. ¿Qué diablos hizo Killian? Aparta la boca para jadear, pero me quedo
cerca, observando la forma en que sus ojos se cierran, presionando suaves besos en su
mandíbula.
Le susurro:
—¿Te excitó, cariño? —Ella gime, sus dientes se clavan en su labio mientras sus caderas
persiguen mi mano. Ya puedo decir por la forma en que sus piernas tiemblan que no va a tomar
mucho—. ¿Esto se siente bien?
Puedo sentirla asentir debajo de mis labios mientras baño la columna de su cuello con
suaves besos. Se está volviendo más ruidosa ahora, sin sentido de esa manera al estar al borde
que alguien siempre siente. La cama cruje con cada movimiento de sus caderas, la diseñamos
de esa manera, solo para Killian, y deja escapar un gemido forzado.
Incapaz de contenerme, finalmente dejo que mi lengua saboree su cuello, pegándose a la
piel justo encima de un tendón tenso.
Doy una fuerte y poderosa succión, hundiendo mis dientes.
Ella se pone rígida, gritando: —Tristian —y Dios, puedo sentirlo. Ella se aprieta,
estremeciéndose debajo de mí con tanta delicadeza. Es incluso mejor que ese momento en la
biblioteca, sintiendo su espasmo, las piernas apretando con fuerza alrededor de mi muñeca
mientras la atravesaba.
Me alejo de su garganta, gimiendo al ver allí mi marca en ella, todo púrpura contra su
carne pálida. Se siente mejor así, sabiendo que Killian no es el único en ella. Se ve feliz, con los
ojos vidriosos, el pecho agitado. Antes de que pueda comenzar a preocuparse por el hecho de
que mi pene podría perforar un agujero a través del acero sólido en este momento, tiro las
mantas hasta su barbilla.
No le digo que me debe esto, lo suficientemente grande como para que planee cobrarlo
en su totalidad cuando se sienta mejor. Pero no esta noche, pienso, tomando un último y
prolongado beso de sus labios jadeantes.
Después de un momento, ella me mira, esos ojos aturdidos se aclaran lo suficiente como
para aterrizar en los míos. Cuando lo hace, su expresión se cierra y se queda en blanco. No la
detengo de rodar y acurrucarse sobre sí misma, excluyéndome. Se ve pequeña así. Indefensa.
Triste.
—Si estoy rota —susurra, con una voz oxidada cortando el silencio—, entonces son quienes
me rompieron.
Parpadeo hacia ella, confundido.
—Tus piezas se ven bien juntas para mí.
Silencio.
Bien.
Supongo que era demasiado esperar un “gracias”.
Completamente erecto y medio molesto, tomo el trapo usado de la mesita de noche y
salgo al pasillo. Cerrando la puerta detrás de mí, instantáneamente me doy cuenta de la presencia
de Killian en el pasillo.
—¿Qué estabas haciendo allí? —pregunta, entrecerrando los ojos.
Ah, sí, todos los chirridos.
—Limpiando tu desorden —digo, limpiándome las manos en el trapo—. Literal y
figurativamente. ¿Era realmente necesario rociarla como una manguera contra incendios?
Él ríe.
—Diablos, sí, lo fue. Tiene suerte de que no lo haya usado para pegarle la maldita boca.
—¿Tuviste que marcarla así en el proceso? —siseo, lanzando una mano a la puerta—. ¡Está
jodidamente cubierta de moretones!
Cruza sus grandes brazos sobre su pecho.
—¿Y qué? ¿La perra fue a llorar contigo por eso? ¿Desde cuándo te importa ponerte rudo?
Sé que no puedo mover a Killian, así que cuando empujo su hombro y se sacude hacia
atrás, sé que me está dejando.
—Eso fue demasiado jodidamente lejos, Killer. Es visible. Sé que no jugamos de la misma
manera. Lo tuyo es ser físico, y yo...
—Eres todo sobre el daño psicológico. —Me da una mirada que me dice exactamente lo
que piensa de eso—. Quiero decir, si eso funciona para ti, está bien. Pero ese es el juego largo,
Tristian, y necesitaba correrme esta noche.
—Y ahora ella te odia aún más, lo cual ni siquiera me di cuenta de que era posible.
—Y. —Él pasa junto a mí para detenerse frente a su puerta—. Yo también la odio. Siempre
tan malditamente entrometida, siempre en mi jodido espacio, agitando esa jodida boca suya,
empujándome. No actúes como si no supieras lo que quiero decir. Verla cubierta con mi
esperma fue lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Pongo los ojos en blanco.
—Eres un idiota, y ese temperamento lo va a joder todo.
Me pincha en el pecho con el dedo.
—Y tú eres un marica. Voy a conseguir la mayor cantidad de puntos. ¿Una paja con las
tetas? ¿Correrme sobre ella? Eso es diez puntos más.
Miro detrás de mí hacia su puerta.
—Cállate, o ella te escuchará.
—¿Qué? ¿Sobre sus lágrimas? No me importa.
Decido comunicarme con él de la única manera que sé.
—Bueno, acabo de ganar treinta y cinco.
Se congela, con la boca abierta.
—Mierda.
Me encojo de hombros, sabiendo que me cree. No se vería tan furioso si no lo hiciera.
—La dejaste herida, enojada y cachonda como la mierda. La cuidé. Ella lo pidió. Eso es lo
que está haciendo tu juego: darnos una entrada al resto de nosotros. También es imprudente y
estúpido. Que los Condes la vean andar toda magullada, o peor aún, los Príncipes. Conoces su
juego.
Con la mandíbula apretada, me empuja, abriendo su puerta. Antes de que pueda entrar,
hace una pausa para decir:
—Sé una cosa. Si tengo un buen juego este fin de semana, la agregaré a mi ritual previo al
partido.
Él acentúa su reclamo cerrando la puerta en mi cara.
Mis ojos recorren las dos habitaciones, en conflicto por la brutalidad de Killian y la
incapacidad de Story para someterse. Killian tiene razón en una cosa. Jugamos este juego de
manera diferente. Su poder está en su cuerpo, y el mío está en mi mente. Pero lo que todos
hacemos por igual es jugar para ganar. Y tendré que controlar a Killian si quiero que eso suceda.
De lo contrario, no habrá un juego en absoluto.
Capítulo 16
STORY
No quiero despertar.
La alarma de mi teléfono suena, pero la ignoro todo el tiempo que puedo. Sé que en el
momento en que mueva un músculo, descubriré lo mucho que duele. Probablemente pasan tres
minutos completos de alarma antes de que me rinda, haciendo una mueca cuando alcanzo el
teléfono.
Si alguna vez quise saber cómo se siente ser embestida por un jugador de fútbol
universitario de doscientas veinte libras, entonces mi curiosidad ahora está satisfecha. Mi cuerpo
arde, desde mis brazos hasta mis pantorrillas. No son solo los moretones que me hizo mi
hermanastro los que duelen, sino también los músculos por la tensión durante su ataque.
Quizás Tristian podría andarse con rodeos, pero eso es exactamente lo que era.
Un ataque.
Cuando me veo en el espejo, se ve aún peor. Marcas moradas moteadas ensucian mis
brazos y torso. Siempre he sido rápida para conseguir moretones. Cuando éramos más cercanas,
cuando yo era joven, mi mamá solía llamarme su pequeño pétalo de flor. Decía que necesitaría
que me trataran con cuidado, o me marchitaría. Solía pensar que era dulce en ese momento,
como un cariño. Pero ahora, mirando hacia atrás, puedo escuchar claramente la decepción con
la que estaban teñidas sus palabras. Tal vez, de alguna manera, sabía que estaría liberando algo
frágil en un mundo duro lleno de hombres crueles. Tal vez esperaba que fuera más fuerte.
A pesar de lo mal que me veo, una pequeña y enferma parte de mí tiene que darle crédito
a Killian. Todas mis partes expuestas, mi cuello, cara y manos, están perfectamente intactas.
El pensamiento no vuelve a inundarme hasta que estoy en la ducha, de pie mecánicamente
debajo del chorro caliente de agua. Presiono las yemas de mis dedos en un parche de piel azul
oscuro debajo de mi cadera y recuerdo el sonido de su respiración, rápida y ansiosa. Cierro los
ojos con fuerza contra el recuerdo, pero no sirve de nada. La vista de su polla empujando entre
mis pechos. La forma en que se veían sus manos, apretándolos, los pulgares moviéndose sobre
mis pezones en gestos duros y agresivos. La vista de sus nudillos flexionados, las letras en sus
dedos marcadas contra mi carne, “KILL”. La forma en que me miraba, ojos tan embelesados
como enojados. La forma en que sabía, salado, caliente y resbaladizo.
Más vívidamente, recuerdo que nunca en mi vida estuve tan excitada.
Vergonzosamente, me encuentro reorganizándolo todo en mi cabeza. Quitando el odio.
La agresión, la ira y el dolor. Me imagino cómo podría haber sido, sin toda la maldad que parece
haberlo contaminado. ¿Me hubiera gustado más? ¿Me habría agachado voluntariamente, lo
habría tomado en mi boca y gemido alrededor de su duro eje? ¿Le habría pedido, como le pedí
a Tristian, que me tocara, que me hiciera sentir bien?
Sé la respuesta.
Aunque no estoy segura de que me guste.
No importa, de todos modos. Como le había dicho a él, no podría ser de otra manera.
Herir es lo que Killian sabe hacer, y lo hace sin remordimientos. Me culpó por sus deficiencias
con las otras chicas, como si yo fuera de alguna manera culpable de que no pudiera ponerse
duro. Como si fuera culpa mía, obviamente necesita infligir dolor para llegar al placer. Supongo
que ambos aprendimos una cosa anoche. Esas Barbies no logran encenderlo. Yo sí.
Y sé que odia eso más que nada.
Cierro el grifo y me seco, obteniendo otra vista de mi cuerpo maltratado en el espejo del
baño. El consejo de Charlene era claramente una mierda. Ociosamente, me pregunto si
pretendía que esto sucediera, si me dio malos consejos con la esperanza de que me hicieran
daño. Entonces no está de mi lado, todavía es leal a ellos. No debería sorprenderme. Charlene
ha jugado este juego más tiempo que yo. Conoce los movimientos, la estrategia. Yo solo estoy
dando vueltas, reaccionando a sus acciones.
Pero lo que dijo Tristian anoche podrían ser más que solo palabras.
Obtienes más moscas con miel que con vinagre.
Si voy a quedarme aquí, y necesito quedarme, entonces tendré que enfocar mi mente en
el juego. Voy a tener que averiguar qué retener y qué dar libremente. Necesito ser útil, no,
irremplazable, y no va a ser suficiente simplemente llegar a tiempo y repartir algunas cervezas.
Necesito fingir, actuar un papel, aunque solo sea por un tiempo. Necesito averiguar cómo ser
una buena Lady para todos ellos.
Incluso para Killian, me doy cuenta, ya temiéndolo.
Con eso en mente, me visto para el día, asegurándome de cubrir los moretones sin dejar
de lucir sexy. Elijo un suéter suave de color rosa pálido, jeans ajustados oscuros y botas hasta la
rodilla con tacón. Recojo mi cabello en una elegante cola de caballo y aplico una ligera capa de
maquillaje. Lo suficiente como para verme bien para ellos, pero no demasiado como para atraer
la atención de otros hombres en el campus. Estoy caminando en más de una cuerda floja, y
después de lo de anoche, necesito aprender a equilibrarme mejor.
Martin me sonríe mientras bajo los escalones, asintiendo con aprobación. Miro a mi
alrededor y me doy cuenta de que la casa es un desastre. Es obvio que la pobre Sra. Crane
tendrá mucho trabajo hoy, y decido ofrecer mi ayuda, no porque sea mi trabajo, sino
simplemente porque es lo correcto.
Con un suspiro, decido pasar por el comedor de camino a la cocina. —Buenos días —
saludo a los chicos—. Veo que todos sobrevivieron a la fiesta.
Incluso mirarlo hace que mi corazón lata violentamente contra mi pecho, pero me obligo
a hacerlo, a enfrentarlo. Killian se ve igual que siempre, con el rostro en blanco e impasible. Está
mirando su teléfono, tenedor en mano, y ni siquiera se molesta en saludarme. Una parte de mí
desea que lo haga, que mire y vea cuánto me lastimó, y que se sorprenda. Que se arrepienta.
Una gran parte de mí sabe que nunca lo haría. En todo caso, ver mis moretones probablemente
lo haría feliz. Esta indiferencia, fingiendo que lo de anoche nunca sucedió, es probablemente lo
mejor que podría haber esperado.
Lo de siempre.
Me doy cuenta de que no parece tan tenso y hostil. Mastica despacio y el nudo constante
que tenía en la parte posterior de la mandíbula se ha aliviado como por arte de magia.
Cambio mi atención a Rath. Quien a diferencia de Killian, al menos me da un pequeño
asentimiento, incluso si es cortante y con una mirada fulminante. Obviamente todavía guarda
rencor. No puedo permitir que ambos me odien así. Voy a necesitar reparar nuestra grieta
pronto. Sólo necesito averiguar cómo hacerlo.
Tristian, por otro lado, me saluda como una reina, sonriendo cálidamente. —Buenos días,
Dulce Cereza. Te ves bien hoy.
—Gracias. —Aunque me duele todo el cuerpo, fuerzo una sonrisa a cambio—. Quería ver
si necesitabas algo antes de que tome mi desayuno.
Tristian hace un sonido pensativo, empujando su silla un poco. —Solo una cosa —responde,
palmeando su rodilla.
Se necesita toda mi fuerza de voluntad para no poner los ojos en blanco mientras me
coloco entre él y la mesa, sentada en su regazo. Lo que se vuelve difícil con Tristian es que sus
toques no son duros como los de Killian, y no son codiciosos, como los de Rath.
Tristian mueve suavemente el cabello de mi cuello, echándolo hacia atrás. Sé en el instante
en que sus labios tocan mi cuello exactamente lo que está besando: el chupetón que dejó allí
anoche. Mi cara se calienta ante el recuerdo de preguntarle, de tomar placer de él, de la forma
en que me besó tan dulcemente, mientras sus dedos hacían su magia en mí.
Él tararea en la marca que dejó. —Hueles bien. Lástima que estos dos cabrones sean
demasiado tercos para disfrutarlo. Oh, bien. —Con el brazo alrededor de mi cintura, me susurra
al oído—: Más para mí.
Veo la forma en que Rath lo mira por encima del hombro, con los ojos destellando
intensamente. Sería tonto llamarlo celos. Pero es... algo.
Algo que quiere.
Juega el rol, me recuerdo, girando mi cabeza para atrapar su boca en un beso. Tristian
hace un sonido de sorpresa, estupefacto, pero complacido, y acuna mi mandíbula mientras me
lame la boca. Su otro brazo me acerca más, sus dedos se sumergen debajo de la parte inferior
de mi suéter para jugar con la piel magullada allí. El sonido que hago, un gemido suave y
silencioso, es solo medio falso. La otra mitad está bastante segura de que siento a Tristian
engrosándose contra mi trasero.
Bang.
Me sobresalto ante el sonido, girando mi cabeza para encontrar a Killian mirándonos.
Su mano todavía está en puño sobre la mesa, donde debe de haber aterrizado. —Estamos
tratando de comer —se burla, y ese nudo en la parte posterior de su mandíbula hace otra
aparición.
Tragando, agarro el vaso de Tristian. —¿Por qué no te consigo un poco más de jugo?
Cuando me pongo de pie, su mano recorre posesivamente mi trasero. No hay ninguna
razón por la que no pueda servirse la bebida él mismo, pero cada interacción es para demostrar
un punto. Ahora lo entiendo.
—¿Algo más? —Pregunto. Tristian me mira de cerca, como si estuviera considerando pedir
un baile erótico, pero niega con la cabeza. Espero un segundo para ver si los otros dos me dan
algo que hacer por ellos, cualquier cosa, pero no lo hacen. Tristian me da una pequeña sonrisa
alentadora y me dirijo a la cocina para buscar mi propio plato.
El viaje a la escuela no es más agradable. Están entre una conversación sobre el juego del
día siguiente, excluyéndome de la discusión. Una vez más, soy abordada por sus fuertes olores,
particularmente el de Killian. Todas las mañanas me despierto con ese aroma abrumador de
jabón y gel de baño. Está en todas partes. Él está en todas partes. Cierro los ojos y lo veo desnudo
encima de mí. Lo pruebo en mi boca, siento sus codos y rodillas inmovilizándome. De alguna
manera, me las arreglo para no tener un ataque de pánico. Solo respiro profundamente y me
concentro en la ventana, recordándome que sabía lo que estaba haciendo cuando acepté este
trabajo.
—No me desocuparé hasta tarde. El entrenador está enfocado en el juego y no quiere que
salgamos de fiesta, así que nos obliga a ver videos —dice Killian. Le arroja las llaves a Tristian,
quien las atrapa en el aire—. Ustedes pueden conducir a casa.
Gira y se aleja. Rath lo ve irse y luego cambia su mirada hacia mí, luego hacia Tristian. —
¿Me he perdido de algo? Nunca te deja conducir su camioneta.
—Supongo que está teniendo un buen día —dice Tristian, encogiéndose de hombros.
—O tuvo una buena noche. —Rath empuja su cabello detrás de su oreja—. ¿Convirtió ese
trío en un cuarteto o algo así? —Sus ojos se vuelven hacia mí, evaluando, sospechosos.
—Sí, tal vez sí. —Tristian dice, perfectamente distante.
Me concentro en la espalda de Killian mientras camina por el campus. Uno de sus
compañeros se pone al paso junto a él y chocan los puños. Es extraño pensar en este hombre,
esta indescriptiblemente enorme y malvada presencia en mi vida, haciendo cosas cotidianas
como tener amigos, ir a clase y recibir órdenes de un entrenador, como si fuera un humano
normal en lugar de...
Bueno…
Killian.
Rath se burla. —No me importa. Tengo la agenda apretada. Reservé el estudio para
practicar esta tarde, pero tengo que reunirme con un profesor justo antes. —Su expresión se
oscurece—. Los veré en casa.
Se aleja y una vez que está fuera del alcance del oído, me dirijo a Tristian. —¿No le dijiste
lo que pasó conmigo y Killian anoche?
Me mira de esa manera innatamente condescendiente suya. —Somos cercanos, Story, pero
no somos un grupo de niñas de doce años. No les cuento todo.
Arrugo la nariz. —Bueno, está enojado conmigo de todos modos. Ayer tuvimos una tonta
discusión. Necesito encontrar una manera de compensarlo.
—Rath es un artista. Es todo sobre el ego. Todo lo que tienes que hacer es acariciarlo —
sonríe, lanzándome un guiño—, agradable y lento.
Hago una mueca. —Estoy empezando a pensar que tu respuesta para todo es sexo.
—¿Crees que no lo es? —pregunta incrédulo.
—Tal vez Rath solo necesita algo más —digo vagamente, plenamente consciente de que se
supone que no debo revelar que tiene dificultades con la lectura—. Algo personal.
—Cree lo que quieras, Dulce Cereza, pero yo apoyo la idea del sexo. Mira a Killian —dice,
señalando hacia dónde ha desaparecido—. Ciertamente parece mucho mejor después de ese
asunto nocturno, ¿no crees?
Le doy una mirada dura. —Me alegro de que uno de nosotros lo esté, porque hoy me veo
y me siento como un maldito saco de boxeo.
Tristian frunce el ceño. —Deberíamos conseguirte un analgésico. Tal vez algo de tiempo
en el jacuzzi, hay que relajar un poco esos músculos.
Niego con la cabeza, cambiando de tema. —Además, estoy bastante segura de que se trata
de poder, no de sexo.
—Van de la mano. —Me da una mirada de reojo cuando empezamos a cruzar el campus.
Su mano se desliza detrás de mi espalda, rodeando mi cintura—. Parte de tu problema es que
no has aceptado tu atractivo sexual. Una vez que te deshagas de esa molesta virginidad, creo
que verás las cosas de manera diferente.
Lo que Tristian no entiende es que mi virginidad es lo único que me da poder con los
hombres de mi vida. Son demasiado tontos para saberlo, demasiado dominados por sus pollas
para ver las cosas con claridad.
—¿Quieres que te traiga el almuerzo hoy? —pregunto, deteniéndome en los escalones de
entrada de la escuela de negocios—. O podría… um, ¿encontrarme contigo en alguna parte?
Su ceja se levanta. —Mírate, tomando la iniciativa.
Encogiéndome de hombros, ofrezco: —Después de anoche pensé que te lo debía.
Eso es mentira.
Obviamente, se lo debo. No soy estúpida. Los Lords no están aquí para darme placer, y
Tristian me alivio sin, como él mismo dijo con tanta elocuencia, “volverme loca”. Eso significa
que tengo una deuda.
Pero sobre todo, estoy pensando en lo de anoche y en lo bien que se sintió tener un
momento perfecto de felicidad sin que todo estuviera envuelto en cómo alguien me lastimaba
en el proceso. Es peligroso, lo se. Eso es algo en lo que podría perderme, volverme adicta, si no
tengo cuidado.
—Hoy no —dice.
—¿No?
—Tengo una cita para almorzar —explica, sus ojos azules brillan—. O mejor dicho, dos.
Antes de que pueda preguntarle con quién se encontrará, toma mi cuello y se inclina,
besándome suavemente, lentamente, con su lengua jugando con la mía. A pesar de saber que
todo esto es parte de su juego, todavía me duelen las rodillas. —No te preocupes —dice,
alejándose con una sonrisa—. Encontraré la manera de que me pagues pronto.
Me suelta y sube corriendo las escaleras. Mis labios hormiguean por el beso y mi corazón
late con fuerza, un giro de confusión construyéndose dentro. La cuerda floja por la que camino
es estrecha y delgada. Sé que el objetivo de Tristian es joderme la cabeza, que probablemente
solo esté tratando de hipnotizarme para que confíe en él. Mi nuevo objetivo es convencerlos de
que pueden hacerlo, que cumpliré con todo. Que pertenezco a ellos. Que me tienen bajo su
control.
Pero a veces, cuando me besan así, es difícil saber quién controla a quién.
Capítulo 17
RATH
—Maldita sea —murmuro, golpeando mis manos sobre las teclas. El sonido que sale del piano
vibra en mi pecho. Ulteriormente, la habitación está insonorizada y estoy solo. Nadie más puede
oír que la cagué por tercera vez consecutiva. Me sé la canción de memoria, cada pulsación de
tecla, cada nota, pero sigo perdiendo el enfoque justo a la mitad.
Tomo una respiración profunda y posiciono mis dedos, preparándome para otra canción.
Molestamente, mi concentración es instantáneamente destruida por el zumbido de mi teléfono.
Es el GPS, seguido de una notificación de texto.
Story llegó a Meyers Hall.
Story salió de Meyers Hall.
Story: Reportándome.
Story llegó a la Union.
Story, Story, Story.
Gruñendo, tiro el teléfono a un lado. —Cristo en una maldita galleta, estos dos.
No soy como los otros chicos. No tengo que controlar cada momento de la vida de nuestra
Lady. A diferencia de Tristian, que explotará si ella llega un minuto tarde, o Killian, que se
enfurecerá si mira a otro chico. Story es una mujer adulta. No estoy aquí para cuidarla. Para mí,
ella es más como una caja de pandora. Ábrela y mira todas las sorpresas en su interior. Puede
estar llorando por fuera, pero está caliente y ardiente debajo de la superficie. Es como una de
esas canciones que empiezan fácil y simple, luego, cuando cada instrumento se une y las notas
se juntan, te das cuenta de que estás lidiando con algo mucho más complejo. Algo más profundo.
Esa es Story Austin. Al menos, para mí.
Definitivamente algo pasó entre ella y Killian anoche, aunque nadie habla de eso. Vi la
mirada cautelosa en sus ojos esta mañana, la ligera cojera en su forma de caminar. Y Killian
estaba de muy buen humor. Solo una cosa lo hace feliz: infligir dolor.
Y algo pasó entre ella y Tristian anoche, también. Según nuestra hoja de cálculo
compartida, ese hijo de puta ha subido treinta y cinco puntos después de una noche.
¡Treinta y cinco jodidos puntos!
Me llevó toda la mañana darme cuenta de cómo podía haber ganado tantos puntos en
una sola noche. No fue hasta su pequeña sesión de besos en el comedor que me di cuenta.
Debió de haberlo deseado.
No.
Ella tuvo que haberlo pedido.
Y qué jodido petulante ha sido al respecto. Lanzándole guiños, guiándola con la mano en
su espalda como si fuera su maldita novia o algo así. Por supuesto que primero se inclinaría por
Tristian. El tipo es rápido, sin mencionar que es un hablador tan fluido como los demás. Joder…
me mata, pero tengo que reconocérselo. Aparte de ese pequeño bache en la escuela secundaria
con Genevieve, Tristian tiene un gran juego. Claro, hablando de chicas.
Sin embargo, lo que hagan los demás no es asunto mío. Necesito concentrarme en mi
posicionamiento en el juego: en mis propios puntos. Pero también necesito aprobar este examen
de recuperación el lunes. Me las arreglé para rehacer un poco el oral que reprobé, pero ahora
tengo que descubrir cómo hacerlo. Hice algunas llamadas, así que ahora estoy sentado aquí
tratando de perderme en la música, ignorando el problema. La verdad es que el juego ya es
bastante distracción. Quiero ganar. Quiero demostrar de una vez por todas que la rapidez y la
charlatanería no lo son todo. Es temporal. Frágil.
Echo un último vistazo al GPS, observo como el pequeño punto se desliza por el campus,
antes de dejarlo a un lado.
Tomando una respiración profunda, me preparo para comenzar de nuevo, flexionando
mis dedos y luego colocándolos sobre las teclas. Cuando estoy listo, me sumerjo con entusiasmo,
toco cada nota y gano impulso a medida que alcanzo el crescendo a lo largo de la canción.
Aquí, estoy perfecto. Prócer. Superior. No hay dudas, no hay que pensar, solo sentir la música,
hacer lo que se me da bien. No es de extrañar que prefiera estar haciendo esto que enfrentar la
inevitabilidad de otra calificación reprobatoria, en otro maldito examen tonto, en otra maldita
clase que se trata solo de lectura.
Estoy perdido en el ritmo, las complejidades de la música, cuando el movimiento en el
fondo de la sala llama mi atención. Veo su figura esbelta y cabello oscuro. Mis dedos tropiezan,
dos llaves perdidas. Me detengo abruptamente, golpeando mis dedos y gritando: —¡Joder!
Se congela en la puerta, su mano se extiende como si estuviera a punto de huir.
—No te atrevas a tocar esa maldita puerta. —Levanto la ceja—. ¿Me entiendes?
—Si. —Su voz es apenas un susurro.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Por qué me interrumpes?
—Solo estaba… —Juguetea con la taza en su mano, luciendo como el mismo ratoncito
asustado—. ¿Te traje un poco de café? Me di cuenta de que a veces te dan uno después de clases,
así que… —Se arrastra por los pasillos hacia mí, deteniéndose por un largo momento antes de
colocar lentamente y con cuidado la taza sobre el piano.
La miro. —¿Sueles poner bebidas calientes en instrumentos que cuestan seis jodidas cifras?
Sus ojos se abren como platos y se lanza hacia la taza, arrebatándola. —Lo siento. —Lo
acuna cerca de su pecho, lanzando al piano miradas dubitativas—. Me preguntaba...
Perdiendo rápidamente la paciencia, digo bruscamente: —Escúpelo.
Se estremece, pero se recupera rápidamente. —¿Cómo te fue en tu reunión? ¿La del
profesor? Eso fue por el examen, ¿no? Porque estaba pensando que, si lo necesitas, no digo que
lo necesites, pero si lo hicieras, aún podría... ya sabes. Ayu…
Antes de que pueda responder, no es que esté planeando hacerlo, la puerta se abre de
nuevo. Dios mío, ¿no puede un tipo conseguir su maldito tiempo de práctica en paz?
—¡La habitación está ocupada! —digo, mirando sobre el hombro de Story. Mi mirada se
vuelve más dura cuando me doy cuenta de quién es. Genial. Me pongo de pie, mirando
rígidamente al grupo que baja por el pasillo—. ¿Te importa? Algunos de nosotros estamos aquí
porque en realidad tenemos talento.
Pérez codirige y toca la primera cátedra en la banda de jazz (jodidamente mal, podría
agregar) y también es la cabeza de una serpiente conocida también como Kappa Nu Theta. Los
Condes. El rival más antiguo de los Lords. —Esa no es una forma muy amable de tratar a alguien
que está aquí para hacerte un favor. —No me gusta la forma en que sus ojos se mueven hacia
Story, descendiendo a sus tetas, sus piernas—. Miren esto, muchachos. La Lady se ve mejor desde
la última vez que la vimos. Es casi linda ahora. Sin embargo, todavía hay muy poco atractivo
sexual.
Doy un paso delante de ella. —Es mejor que masturbarse en cualquier pedazo de basura
triste que hayas reclutado este año. —Ya cansado de este juego, agrego—: Y no puedes hacerme
un favor, porque no tienes nada que quiera.
Su Condesa me mira con vehemencia y, a pesar del insulto, tengo que admitir que está
bastante guapa. Piel morena oscura. Ojos llamativos. Piernas largas que puedes mirar por días.
—Este triste pedazo de basura de semen discrepa.
Otro Conde, Lars de pre-leyes, la hace callar. —Reglas, bebé.
Da un paso atrás de mala gana y Pérez comienza: —En caso de que no lo hayas notado, la
Condesa Sutton está en la posición perfecta. ¿Ayudante a docencia para el profesor Lockwood?
¿Te suena? —Ante mi mirada en blanco, sé ríe—. Sí, sabes de lo que estoy hablando.
Hijo de puta.
Lars salta: —Estás reprobando.
Otro Conde agrega: —Y estás entrando en pánico.
Lars pone una cara falsamente comprensiva. —¿Esa conversación previa a la práctica? No
era muy sutil. Eres la única persona en su clase en peligro de reprobar, lo que en realidad es
bastante gracioso, si lo piensas.
El otro chico se ríe. —La clase de Lockwood es cosa sencilla. Básicamente, tienes que
esforzarte para reprobar.
Por supuesto, la clase de Lockwood está pensada para ser sobrellevada con facilidad. Hay
una puta razón por la que le pagué al decano para que no me metiera en ella. Si estos imbéciles
saben que estoy reprobando, si saben que estoy buscando formas de aprobar, entonces
probablemente también sospechen que todos mis exámenes anteriores fueron fraudulentos. Soy
bueno en lo que hago. Cubro mis huellas. Pago bien. Pero si alguien empieza a oler demasiado
bajo la superficie, no tardarán mucho en darse cuenta de la verdad.
Estoy enorme, increíble y exasperantemente jodido.
—Sí, exacto. —Pérez dice, leyendo mi expresión—. Todo este asunto podría hacer que te
echen de Forsyth, lo cual es divertido, en teoría. Pero no es así como queremos ganar. —Pérez
pasa una mano por la parte posterior de su cabello rizado, haciendo su mejor imitación de un
villano de dibujos animados acariciando a su gato—. Como sabes, nuestra Condesa podría
ayudar con tu pequeño problema. Ya sabes, mover algunos hilos.
Sonrío, ocultando el pánico en mi interior. —¿Y qué ganan ustedes?
—No qué —dice Lars—. Quién.
Escucho la brusca inhalación de Story, pero antes de que pueda hablar, respondo: —Ella
es nuestra.
Pérez resopla. —No te halagues a ti mismo. No somos los Barones. No queremos las
segundas de los Lords.
—La criada —dice Lars, con los ojos en blanco—. Queremos a la vieja hacha de batalla.
Mis cejas trepan por mi frente. —¿Quieres a la Sra. Crane? —Ahora, es mi turno de reír, y
eso es exactamente lo que hago. Ruidosamente. Cuando logro controlar mi diversión, me encojo
de hombros—. Déjame pensar en ello.
—¡¿Qué?! ¡No puedes hacer eso!
Me vuelvo hacia Story, mirándola como con dagas con mis ojos. —Mantén tu maldita boca
cerrada.
Todo lo que hace es bajar la voz a un susurro, esos grandes ojos suyos me devuelven el
brillo. —¿Prefieres entregar a la Sra. Crane a estos —les da una mirada, con el rostro contraído
en una mueca de indignación—, estos idiotas, que simplemente aceptar algo de mi ayuda?
¿Realmente me odias tanto?
Respondo fácilmente. —Si.
Su rostro cae. —Pensé que ayer… dijiste que era parte de ti. Que era familia. La defendiste.
¡La protegiste!
Dios, esa jodida mirada en sus ojos, tan llena de horror y tristeza, como si alguien acabara
de apuñalar a su cachorro frente a ella o algo así. Lo que Story no entiende es que los Condes
no durarían ni una semana con la Sra. Crane. Los colgaría a todos por las bolas y regresaría a
nuestra casa antes de que tuviéramos la oportunidad de perdernos sus mordaces insultos. No es
que alguna vez regalaríamos a la Sra. Crane. Esa vieja murciélago es más valiosa que cualquier
otra cosa en todo este puto pueblo. Y, al igual que Dulce Cereza, es nuestra.
Pero maldita sea, deja que un chico fanfarronee por un minuto.
Poniendo los ojos en blanco, me vuelvo hacia Pérez. —Lo siento, coños. Parece que la
Lady está apegada a ella. No puedo imaginar por qué.
Sus ojos se estrechan. —Te das cuenta de lo que estás rechazando, ¿verdad? Esta es una
oferta de tiempo limitado.
Recojo mi bolso, cerrando la tapa del piano. —Como dije antes. No tienes nada que yo
quiera.
Lars niega con la cabeza, evaluando. —Mal movimiento, Rathbone. Si la Condesa puede
pasarte, también puede reprobarte.
—No tendrá que hacerlo —argumenta Pérez, viéndose enojado—. ¿Alguien tan tonto como
tú? Fracasarás por tu cuenta, ¿verdad, Rathbone? O eso, o serás descubierto tratando de hacer
trampa. Mejor créelo, estaremos allí cuando lo hagas. Me pregunto quién se quedará con tu
criada cuando los hayan echado a todos. Me pregunto —dice, mirando a Story—… quién se
quedará con tu Lady.
Ni siquiera escucho mucho más allá de la segunda oración. Mi visión se pone roja,
estrechándose en la cara de Pérez. Dejo caer mi bolso, apretando los puños mientras avanzo. —
¿Cómo me acabas de llamar?
Casi parece sorprendido por el empujón, aunque se recupera instantáneamente,
golpeando su pecho contra el mío, con la boca abierta en una sonrisa agresividad. —Te llamé
tonto, Rathbone. ¿Eres demasiado tonto para saber lo que eso significa? Déjame encontrar
algunos sinónimos para ti. Estúpido. Imbécil. Idiota.
Les he dado demasiado. Racionalmente, lo entiendo. Pero todo lo que puedo escuchar es
a mi maestro de tercer grado, de pie sobre mi hombro, diciendo que soy demasiado estúpido
para leer. Demasiado tonto para entender las palabras. Que terminaré siendo nada, nadie,
porque las letras simplemente no se organizan de manera comprensible para mí. Todavía puedo
escucharlo. Tonto. Estúpido. Idiota.
El golpe que lanzo nunca aterriza.
En cambio, tengo a un Conde frenándome, mientras otro me arrebata a Pérez. —Vamos,
muchachos —gruñe Lars, empujándonos para separarnos—. Ninguno de nosotros puede darse el
lujo de hacer esto aquí. Hay ojos en el cielo, ¿recuerdan? —Asiente a la cámara en la esquina,
finalmente liberando a Pérez.
Me alejo de ellos, retrocediendo hacia Story, cuyos ojos están muy abiertos y alarmados,
con un brazo extendido como si fuera a alcanzarme. Lo retira ante la mirada en mis ojos.
Pérez suelta una risa burbujeante, enderezándose la camisa. —¿Sabes cómo puedes
distinguir a un Lord del resto de nosotros? —le pregunta a la Condesa—. Las rabietas innecesarias.
Son tan aleatorias.
Se van primero, saliendo en fila de la sala de práctica, luciendo mucho menos
decepcionados de lo que me gustaría.
—Hijo de puta —gruño, tirando de mi bolso del suelo. Ya estoy en la mitad de la habitación
antes de darme cuenta de que Story no ha movido un músculo, digo bruscamente—: ¿Y bien?
¿Tus piernas dejaron de funcionar?
Se pone en movimiento, correteando hacia mí. No es hasta que estamos casi en el
estacionamiento que finalmente habla. —Podemos manejar esto —dice, sin aliento mientras lucha
por seguirme el ritmo—. Podemos trabajar en ello todos los días. No será tan malo, si tan solo…
En su mayoría la ignoro mientras busco en el estacionamiento, pasando camionetas y
automóviles. —Lo que sea.
—¡Será genial! —insiste—. De hecho, solía dar clases particulares en la escuela secundaria,
antes... bueno, antes de que nos mudáramos aquí. Me dejaras hacerlo, ¿verdad? ¿Me dejarás
ayudar?
Camioneta. Camioneta. Todoterreno. Sedán. Distraídamente, respondo: —Ajá.
Escucho sus pasos vacilar antes de acelerar. —¡Bien! Será mejor así de todos modos. No
pueden probar que hiciste trampa si no haces trampa. Y entonces no tendrás que despedir a la
Sra. Crane.
Bingo.
Pérez conduce un auto deportivo. Es esta absurda y llamativa cosa roja con llantas
cromadas que solo tiene la vaga impresión de una cajuela. Meto la mano en mi bolsillo mientras
Story jodidamente balbucea una y otra vez.
—¿Por qué querrían a la Sra. Crane, de todos modos? No es que no me agrade. Ella es...
eh, tal vez “agradable” no es la palabra. Pero es algo. ¿Cómo…? Bueno, útil. Pero en lo que
respecta a la limpieza, parece que... —De repente grita—. ¡Oh, Dios mío!
El neumático de Pérez hace un silbido bajo cuando muevo el cuchillo de un lado a otro,
profundizando el corte.
El siseo de Story es mucho más fuerte. —¡¿Qué estás haciendo?!
Le doy una mirada impasible. —Cenando.
—¿Tú… qué? —Su expresión es una mezcla tan perfecta de angustia y confusión que casi
me hace sonreír.
Y entonces recuerdo esa palabra.
Estúpido.
Saco el cuchillo del neumático y me dirijo al otro, clavando la hoja en la goma. —Estoy
cenando, Dulce Cereza. En casa. Contigo y los demás. No hay nadie que diga lo contrario. ¿Me
entiendes?
Su rostro se contrae por la ansiedad. —¡Estás cortando esos neumáticos!
Cristo, esta chica. —Sí, le estoy cortando los neumáticos. ¿Por qué no lo dices un poco más
alto? Todavía no me echan de este puto lugar.
Se retuerce las manos, los ojos saltan alrededor del lote. —Eso es, como… ¡ilegal!
Saco la navaja del neumático y doy la vuelta al coche para ponchar la otra. —¿Qué, como
si nunca hubieras hecho algo ilegal?
Va a discutir, pero su boca se cierra de golpe ante la mirada que le doy. Si. La distribución
de fotos de tetas de menores no es exactamente legal, señorita Cereza. —¿Qué pasa si te atrapan?
—se preocupa.
—¿Cómo me van a atrapar —digo, cortando el cuchillo hacia abajo—, cuando estoy en casa,
comiendo contigo?
Ella pone los ojos en blanco, como si estuviera pidiendo fuerza. —¡Ay, Dios mío! ¡Solo
date prisa!
Voy camino a la cuarta llanta cuando hago una pausa, esa discusión de antes finalmente
se hunde a través de la niebla de querer enterrar mi pie en la cara de Pérez. —Vas a ser mi tutora
—me doy cuenta.
Cierto. Estuve de acuerdo con eso, por alguna razón.
Me mira, y luego al último neumático, sus ojos parpadean tensos de un lado a otro. —
¡Vamos, deberíamos irnos!
En cambio, reflexiono y se siente como sacarme un diente. Dios, ¿qué tan insoportable va
a ser eso? La Lady, enseñándole a su Lord. A mí. Mejor aún. Diciéndome qué hacer, cómo
hacerlo. Todo el concepto es perverso.
O…
Tal vez sea la oportunidad perfecta.
El plan que se está armando en mi cabeza es lo suficientemente animado como para que
incluso me las arregle para no mirarla cuando giro el cuchillo y se lo ofrezco. —Tú, poncha este.
Se congela, con los ojos desorbitados. —¡De ninguna manera!
—No dejaré que te atrapen —digo—. Te insultó, ¿recuerdas? ¿No quieres vengarte de él?
Aprieta su bolso contra su pecho, luciendo escandalizada. —¡Ni siquiera lo conozco!
Poniendo los ojos en blanco, intento: —Bien, lo que sea. Entonces imagina que es el auto
de Killer. —Mira el neumático, su expresión se transforma en algo tenso y pensativo. Ah, te
tengo—. Te hizo algo anoche, ¿verdad? Imagina que es su neumático. Mejor aún, imagina que
es él. Vamos, usa tu imaginación.
Si lo hace, significa que parará de chillar.
Mira de un lado a otro entre el neumático y la cuchilla, moviéndose incómodamente. —
No lo sé…
—Hazlo, y podemos irnos —razono—. Cuanto más tiempo estemos aquí, mayores serán las
posibilidades de que nos atrapen.
Se muerde el labio, prácticamente vibrando, antes de finalmente agarrar la empuñadura
del cuchillo. Espero tener que entrenarla para que pueda hacerlo, pero lo que sea que Killian
hizo anoche debe haber sido bastante brutal.
Levanta el puño en el aire y lo lanza hacia abajo en una dura y furiosa puñalada,
incrustando la hoja en el neumático. Emite un silbido lento que se acelera cuando ella lo saca,
solo para volver a meterlo, y oh...
Oh, joder…
La expresión de su rostro es puro arte. Hay un tendón en su cuello que de repente está
tenso y contraído. Su cara está roja, pero no en la forma en que estoy acostumbrado. No es
tímida o está avergonzada. Esto es algo mucho más amargo. Más fuerte. Clava el cuchillo en el
neumático una y otra vez, el rostro tenso, los ojos duros mientras observa, casi como si estuviera
fascinada.
Mierda, será mejor que Killer cuide su espalda.
Antes de que destroce por completo la maldita cosa, agarro su muñeca y detengo el
siguiente corte. —Tranquila. Creo que ya está bien muerto.
Parpadea, mirando entre mí persona y el neumático desinflado, con el pecho agitado. —
Oh, ups. —Después de un segundo dice—: ¿Podemos irnos ahora?
Le doy una sonrisa, guardo mi cuchillo en el bolsillo y le ofrezco mi mano. —La Sra. Crane
estaría orgullosa.
Capítulo 18
STORY
Es viernes y aún es temprano, y no tengo clases hasta la tarde. Me sorprendo cuando Tristian se
encuentra conmigo fuera del edificio, recostado contra la pared del pasillo abierto, las gafas de
sol sobre su nariz. Otras personas lo miran cuando pasan, y sé que no es solo por su reputación
o su posición como Lord. De pie así, su cabello rubio brillando a la luz del sol, resaltando los
bordes afilados de su mandíbula, parece la imagen de la perfección.
Y me está mirando directamente. —Lady.
Tragando saliva, pregunto: —¿Se canceló tu almuerzo? —Esta mañana, me había dicho una
vez más que tenía una cita para almorzar. Con las mismas dos personas. Había sido un alivio en
ese momento, dos días completos sin ningún “encuentro” público a la hora del almuerzo, pero
ahora tengo más curiosidad.
¿Hay alguna laguna en el contrato en torno a mi cláusula de fidelidad con respecto a él
también?
—Hmm… —tararea, mirándome por encima de sus gafas de sol—. ¿Así es como saludas a
tu Lord?
Miro a mi alrededor, notando todos los ojos en nosotros. Es diferente cuando estoy sola.
La gente ve mi muñequera y no muy a menudo me miran dos veces. Pero cuando uno de los
Lords está cerca, es como si todos estuvieran mirando, esperando un espectáculo.
Y a Tristian, por lo que sé, le gusta darles uno.
Con eso en mente, me acerco a él, enrollando mis brazos alrededor de su cuello a
regañadientes. Él no se agacha para encontrarme, lo que hace que me ponga de puntillas para
juntar nuestras bocas. Por su parte, el beso es pausado, una de sus manos baja para aterrizar en
mi trasero, dándome un apretón que probablemente parezca cariñoso. Su lengua es caliente y
perezosa contra la mía, pero no menos insistente.
—Buena chica —dice, dándome un ligero golpe en el trasero, manteniéndome cerca. Puedo
sentirlo contra mi cadera, medio duro y cada vez más rígido cuanto más me aplasta contra él—.
Para responder a tu pregunta, lo medité y creo que podrías unirte a nosotros para almorzar hoy.
Nosotros. No sé a quién involucra eso, y no pregunto. Carece de sentido. Estoy empezando
a hundirme en la aceptación de que sabré lo que viene cuando ellos quieran que lo sepa. Es
una realización edificante, saber que esto me está modelando, moldeándome para convertirme
en alguien dócil y tranquila.
Pero es lo mejor.
La mirada que Tristian me da mientras me lleva lejos, aguda y satisfecha, me dice que se
da cuenta.
Paso la mayor parte del viaje preparándome, abrumada por el temor y los nervios
inquietos. Dijo que tenía planes para almorzar con otras dos personas. No son los chicos. Debo
suponer que es con dos mujeres. Tal vez esa es la escapatoria que ha encontrado en mi cláusula
de fidelidad; llevándome, haciéndome participar de alguna manera. Tal vez hasta quiera que
haga algo con ellas. Eso está completamente fuera de mi zona de confort. Por otra parte, tal vez
solo quiere que la gente nos mire a los dos. Eso definitivamente suena a algo que Tristian haría.
Podría ser eso. Este podría ser mi último viaje como virgen.
Una parte de mí se siente aliviada. Todos los Lords son terribles a su manera, pero si
tuviera que elegir...
Sería con Tristian.
Estoy tan ansiosa que ni siquiera me doy cuenta cuando la camioneta se detiene, y mucho
menos el edificio frente al cual estamos estacionados.
Su mano descansa sobre mi muslo, el pulgar acariciando la piel justo debajo de mi falda.
—¿Está lista?
—Escucha, Tristian… —empiezo, retorciéndome con sus manos en mi regazo.
Tengo todo este discurso sobre cómo seré buena, lo aceptaré, cumpliré con el acuerdo
que hemos hecho, pero le pido amabilidad, comprensión y...
Una mirada al edificio hace que mis palabras mueran en mi garganta. —Espera. ¿Qué
estamos haciendo aquí?
El letrero dice que estamos en la Escuela Primaria Forsyth Hills.
Mete la mano en el asiento trasero y saca una bolsa de una tienda local. —Es viernes.
Tengo una cita semanal para almorzar con las dos mujeres más importantes de mi vida. —Me
da esa sonrisa lenta y cargada que tiene—. Pensé que ahora que eres mi Lady, probablemente
deberían conocerte.
En serio, no tengo idea de lo que está hablando, pero al menos parte del miedo se ha
disipado. No creo que me empuje a un trío en la escuela primaria.
Toca el timbre y suena la campana, abriendo la puerta de seguridad. Luego se acerca al
mostrador de facturación y le sonríe a la mujer mayor. —Aquí estoy. —En toda mi gloria, no lo
dice, pero todavía puedo escucharlo en el tenor de su voz.
Ella sonríe mucho cuando lo ve. —¡Tristian! Dos veces en una semana, Dios mío. ¡Las
chicas no podrán con su felicidad!
—Un almuerzo no fue suficiente esta semana, ¿qué puedo decir? —Garabatea su nombre
en la hoja de registro y agrega el mío debajo—. ¿Cómo te encuentras hoy?
—Bueno, gracias a Dios es viernes y todo eso. —Ella le entrega dos calcomanías y él quita
la parte de atrás de una, colocando la mía en mi pecho. Es un círculo que declara alegremente:
Visitante de Forsyth Hills.
Hace un gesto hacia el pasillo y yo lo sigo, todavía tratando de orientarme. Algo acerca
de ver a Tristian en el estrecho pasillo se siente surrealista. Se ve mucho más grande aquí,
imposiblemente más imponente. Más adelante, veo las puertas dobles con la palabra “cafetería”
en un letrero en lo alto. La extrañeza de todo esto me detiene en seco.
Agarro a Tristian por el brazo. —Antes de entrar allí, ¿quieres decirme qué está pasando?
Hace una pausa, acunando la bolsa bajo su brazo, y si no lo conociera mejor, casi diría
que la forma en que se arruga la cara es tímida. —Tengo hermanas gemelas de diez años. Todas
las semanas vengo a almorzar con ellas.
—Oh —respondo, parpadeando con sorpresa. Las fotografías de su habitación aparecen en
mi cabeza. Pensé que eran de la misma chica, pero tal vez no. Además, la mala pieza de
cerámica. Las chucherias. Señales de que Tristian se preocupa por alguien lo suficiente como
para ignorar las apariencias—. Eso es, um, muy amable de tu parte, supongo. —Y yo estoy
totalmente fuera de lugar.
Suspira, tirando de mí a un lado, su mano acunando mi codo. —Mira, Rath y Killer son
mis muchachos. Me conocen mejor de lo que nadie jamás podría o lo harán. Ambos tienen
familias jodidas que no tienen ningún problema en dejar atrás, así es como me ven. Familia. —
Hay algo en sus ojos cuando mira hacia las puertas, solemne pero tranquilo. Esto es importante.
Esta es una vulnerabilidad—. Pero estas dos chicas son mi verdadera familia. Por muy jodidos
que son mis padres, no dejaré que ellas dos queden atrapadas en esto. Han pasado por mucho
para niñas de diez años, y creen que soy el puto Capitán América. Creen que soy su protector.
—Me da una mirada intensa, rostro endurecido—. Y seguirá siendo así.
Trago, tratando de imaginar a alguien que cuente con Tristian para protegerlas de
cualquier cosa. —Entonces, ¿por qué traerme aquí? —probablemente soy la última persona que
puede cantar alabanzas hacia él.
Su boca forma una línea apretada y tensa. —Normalmente no invito a extraños en cuanto
a mi familia. Ni siquiera a los chicos. Pero estamos teniendo un pequeño problema y pensé que
tal vez podrías ayudar.
—¿Ayudar?
Su mandíbula se aprieta. —Alguna pequeña perra en su clase les está causando problemas.
Molestándolas, acosándolas Y pensé… —Hace un vago gesto hacia mi cuerpo—. Bueno, ya sabes.
—¿Qué sabría cómo manejar el acoso? —Suelto una risa oscura, casi imposible de creerlo—
. Trajiste a tu glorificada víctima de agresión sexual para enseñarles a tus hermanas pequeñas
sobre… ¿qué? ¿Hacer frente a los idiotas? ¿Enseñarles como derribarlos? ¿Hacerles entender
que está mal? —Niego con la cabeza—. Jesús, Tristian, Shakespeare no podría escribir este tipo
de ironía.
Puedo decir que no se le escapa, porque Tristian es así. Es esta cosa en la que puede tener
una gran cara de póquer, pero al final del día, es un maldito mocoso. —Me ocuparía de eso yo
mismo, pero un hombre de veinte años que se vuelve salvaje con una alumna de quinto grado
no va a ayudar. —Ante mi expresión de incredulidad, entrecierra los ojos—. No me vengas con
esa mierda. Me lo debes, Cereza. ¿No prefieres que te lo cobre así? Sé que estás tomando una
clase de desarrollo infantil. ¿No quieres entrar en trabajo social o algo así? Esto está más en tu
callejón que en el mío. —Aparta la mirada, haciendo una mueca—. Y, puede que me haga parecer
débil, pero me mata no poder ayudarlas. —Puedo decir que también lo dice en serio. Está en la
forma en que no me mira a los ojos después de la confesión, el sutil tinte rosado en sus mejillas.
Tristian está dispuesto a parecer débil, dispuesto a mostrarme esta vulnerabilidad
verdaderamente significativa, si eso significa proteger a sus hermanas.
He hecho todo lo posible para mantener mi corazón fuera de esto. Es suficiente que les
haya entregado mi cuerpo a estos tipos y, sinceramente, una gran parte de mi cerebro. ¿Pero mi
corazón? Eso es mío y lo he escondido detrás de alambre de púas y candados, y sólidas paredes
de metal. ¿Pero escuchar a Tristian decir eso sobre sus hermanas? Bueno, Joder. Acaba de abrir
una grieta en todas mis defensas. Incluso si quisiera decirle que no a él, no podría decirle que
no a dos niñas pequeñas que están pasando por algo difícil.
—Bien —asentí—. Haré lo que pueda.
Naturalmente, no dice gracias. Simplemente abre la puerta, revelando el rugido de las
voces y risas de los niños. La cafetería está ocupada y es grande, pero parece reconocer a sus
hermanas al instante, saludándolas a través de la habitación. Mis ojos siguen su saludo y aterrizan
en dos chicas rubias idénticas que devuelven el saludo con entusiasmo.
Él sonríe, una sonrisa ilumina su rostro. Es una cosa tan extraña de ver. Donde su mirada
suele ser fría y dura, aquí se vuelve cálida y brillante. Justo antes de que lleguemos a la mesa, se
inclina y susurra: —Si me haces quedar mal aquí, pagarás tu deuda de otra manera, ¿entendido?
Erizada, ofrezco un breve: —Entendido.
—¡Tristian! —chillan, saltando y dándole un abrazo. Coloca la bolsa sobre la mesa y atrae
a ambas en un fuerte abrazo. Las abraza como si lo dijera en serio, plantándoles dos fuertes y
exagerados besos en las mejillas.
—¿Cómo están las dos chicas más lindas del mundo?
Ambas se ríen, aunque sus miradas curiosas saltan hacia mí. Cuando las suelta, me mira
y dice: —Chicas, esta es Story. Story, conoce a Izzy y Lizzy. Las dos chicas más bonitas del
mundo.
Los genes Mercer seguro que son algo. Izzy y Lizzy realmente son tan bonitas como su
hermano. Su cabello rubio es igual de fino, peinado impecablemente en coletas con trenzas
francesas a juego, ojos azules mirándome con ingenio. Son la viva imagen de la niñez: una paleta
de rosas y ternura, hasta las florecitas moradas bordadas en sus chaquetas de punto.
—Hola —digo, una sonrisa viene fácilmente—. Encantada de conocerlas.
Izzy parece tímida, levantando la mano para acariciar la bolsa que lleva Tristian. —¿Qué
trajiste para el almuerzo?
Lizzy agrega: —Tenemos hambre.
Tristian toma asiento y las tres hacemos lo mismo. —Sándwiches de trigo integral. Atún,
aguacate y cebollas en escabeche para Izzy. Un montón de buen omega-3 —le dice, conectando
un golpecito—. Manzana, pavo y coles de Bruselas para Liz, porque necesita más vitamina C. —
Saca un tercer sándwich y lo coloca frente a mí—. Y le cedo el mío a Story. Un montón de
nutrientes para la energía.
Miro el sándwich, dubitativa. —¿Energía?
Explica casualmente: —Empiezas el día con mucha energía, pero caes al mediodía. —Dice
esto como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Me doy cuenta porque te da frío y dejas de
jugar con todo. —Asiente hacia donde estoy abrazando mi cintura, aunque estoy usando un
suéter—. Podrías evitarlo si te saltases el café y tomas más B-12 con tu desayuno. Te estoy
preparando para ello, no te preocupes.
Lo miro fijamente, luchando entre lo asustada que estoy, pero también... extrañamente
tocada por la consideración. Todo este arreglo está empezando a afectarme. —Gracias.
Eso creo.
Puede que yo no esté inquieta, pero Lizzy seguro que lo está. Está sosteniendo un tenedor
de plástico, dándole vueltas y vueltas. —¿Es tu novia?
Tristian se congela, sus ojos saltan de ella a mí. —¿Ella es mi...? —Claramente no vio surgir
tal pregunta, su boca trabajando en una serie de respuestas interrumpidas—. Bueno, ya ves...
Decido salvarlo. —Soy una amiga, que también es una chica. Entonces, supongo que lo
soy. —Lizzy frunce el ceño pensativamente, pero parece aceptarlo, asintiendo.
Izzy afortunadamente cambia de tema. —¿Por qué te llamas Story? —pregunta.
Me río, tomada por sorpresa por la pregunta. —Es un poco patético, en realidad. Mi abuela
siempre solía llamar a mi mamá su pequeño y dulce poema. —No les digo que esto al final se
convirtió más en un insulto sarcástico que en otra cosa. Mi mamá y mi abuela nunca se llevaron
bien. Solo la conocí una vez, y era demasiado joven para recordar mucho excepto la tensión—.
Entonces, cuando mi mamá quedó embarazada de mí, dijo que se dedicó a escribir una historia
porque los poemas eran demasiado cortos para los finales felices. —Tan pronto como las palabras
salen de mi boca, quiero volver a meterlas. Es un mensaje bastante sombrío para dos alegres
niñas de diez años.
Me miran pensativamente, absorbiendo esto. —Algunos poemas tienen finales felices —
argumenta Izzy.
Asiento de vuelta. —Sí, algunos lo hacen. Mi mamá eventualmente conseguirá uno propio.
—Todavía es incómodo pensar en Daniel y Killian, así que rápidamente desvío el tema y
desenvuelvo mi sándwich—. ¿Ustedes qué tal? ¿Qué representan Izzy y Lizzy? ¿Izzica y Lizzifer?
Ambas se ríen, lo cual es un alivio. —¡Isabel y Elisabeth! —dicen al unísono tan perfecto
que es impresionante.
Izzy prepara su sándwich, sin siquiera arrugar la nariz. Si alguien me hubiera presentado
cualquiera de esas monstruosidades cuando era niña, me habría dado un ataque. —¿Alguna vez
los niños se burlaron de tu nombre porque no es como el de los demás?
—A veces —digo, sorprendida por la pregunta—. Pero me gustaba que fuera único. No me
molestaba.
Lizzy señala al otro lado de la habitación a una chica con cabello oscuro y rizado. —A mí
me molesta. Shelly Baker me llama Cara de Lagarto.
Ah, esa debe ser la bully.
Me tomo un momento para evaluar a Shelly Baker. Está rodeada por un grupo completo
de otras chicas, además de un par de chicos, riéndose y hurgando algo en su bandeja del
almuerzo. Es difícil tener mucho en contra de una niña de diez años desde esta perspectiva, pero
Izzy y Lizzy parecen dulces, un marcado contraste con su hermano.
Su voz baja, con las cejas fruncidas de mal humor, juntas. —También se burla de Izzy por
estar en el grupo lento de matemáticas. —Es evidente que esta es la verdadera fuente del
desprecio de Lizzy por Shelly Baker. Ella puede soportar que se burlen de ella por su nombre,
pero ¿alguien se burla de las habilidades de aprendizaje de su hermana? Eso es un paso
demasiado lejos.
Los Mercer son muy protectores entre sí.
Frunciendo el ceño, mi mente se desvía hacia Rath. Dimitri. Pasé toda la noche pensando
en maneras de enseñarle a leer sin convertir la tutoría en problemas. Defensivo es una palabra
demasiado suave para él cuando se trata de sus habilidades de lectura. —Eso es muy malo. Las
matemáticas son difíciles y, además, estoy segura de que Izzy es mejor que mucha gente en otra
cosa.
Izzy inmediatamente se endereza. —¡Soy buena en el softbol!
Lizzy está de acuerdo: —Mucho mejor que Shelly.
—¿Lo ven? —Les sonrío, tomo mi sándwich, tratando de pensar en algo profundo para
impartir—. Lo que pasa con los matones es que su moneda principal es tu reacción hacia ellos.
Si no les das una reacción, dejarán de molestar. —Ante sus expresiones escépticas, asiento—. Sí,
eso parece bastante inútil, lo sé. Porque los acosadores también son muy buenos para saber qué
provoca una reacción.
—¿Las chicas son malas contigo? —Izzy pregunta, pareciendo animarse un poco con la
discusión.
—A veces sí. —Pienso en Charlene, y en cómo explicarles a estas dos niñas inocentes que
las chicas son fáciles en comparación con los chicos—. Según mi experiencia, cuando una chica
es mala, significa que me ve como una competencia. Es uno de los peores cumplidos que puedes
recibir.
—¿Qué hiciste? —Dice Izzy, mirándome con ojos tristes.
Miro furtivamente a Tristian, que me devuelve la mirada. No estoy segura de lo que está
pensando, pero sé que esto es una farsa completa. Porque no hago nada excepto que empeorar
las cosas para mí. Me doy la vuelta y cumplo. —Puedo decirte cómo desearía haberlo manejado
—ofrezco, un calor blanco ardiendo en mi pecho—. Ojalá hubiera luchado con más fuerza,
incluso cuando parecía inútil. No debería haberme importado tanto, y entonces tal vez no me
habría lastimado tan fácilmente. Debí haber pedido ayuda, de alguien en quien valiera la pena
confiar. Alguien a quien le importaba. —Es una cosa ociosa y nostálgica. A nadie le ha importado
nunca. No sobre mí. Pero tal vez si sobre estas chicas.
—Deberías tener un hermano mayor —decide Izzy, asintiendo con tanta confianza que casi
me hace reír a pesar de que la cosa negra se apodera de mi corazón—. Los hermanos mayores
hacen que todo sea mejor.
Le doy una sonrisa que se siente oxidada y mal, pensando en el tapiz de moretones que
actualmente ocupa mi piel. —No todos los hermanos mayores son tan buenos como lo es Tristian
con ustedes dos. Son muy afortunadas de tenerse entre ustedes.
Tristian de repente se aclara la garganta, la voz engañosamente alegre. —Oigan, será mejor
que comencemos con estos sándwiches. —Veo como los tres empiezan a comer, pero mi apetito
se ha ido hace mucho tiempo, apagado por el nudo que se ha asentado en mi garganta. Tristian
debe notar que no estoy comiendo, porque me empuja con el codo, en voz baja—. Come lo que
puedas.
Mecánicamente, levanto el sándwich, decidida a morder solo lo que pueda masticar.
Por una vez.
El almuerzo es agradable después de eso. Incluso si todavía estoy perdida en una niebla
de autocompasión, todavía hago todo lo posible para ponerle una buena cara a Tristian. Pero la
verdad es que estoy preocupada por ellas, por la vida que tendrán en este mundo. En este
momento, son tan dulces y abiertas, se ríen con su hermano mayor sobre un juego móvil en el
que todos están compitiendo.
Es interesante ver a Tristian con ellas, tan ausente del frío mentiroso al que estoy
acostumbrada. Está relajado aquí, igual de confiado, pero mucho menos intimidante. Está atento,
les pregunta sobre sus tareas, las interroga sobre el estado de sus habitaciones en casa, se asegura
de que coman lo suficiente. Puedo ver niñas pequeñas por todo el comedor, mirándolo
soñadoramente, y sé que muchas de ellas están celosas de las hermanas por tener un hermano
tan genial, guapo y dulce.
No comienza realmente a doler hasta el viaje de regreso a la ciudad.
—¿Qué harás más tarde? —Le pregunto, rompiendo un silencio anormalmente solemne.
No me ha dicho más de tres palabras desde que nos fuimos.
—¿Más tarde? —pregunta, echándome la más mínima mirada mientras acelera a través de
un semáforo en amarillo.
—Más tarde —confirmo rotundamente, mirando el paisaje—. Cuando algún imbécil obligue
a una de ellas a arrodillarse y empuje su…
El camión se sacude bruscamente. —No te atrevas a terminar esa frase! —grita, los nudillos
blancos alrededor del volante—. ¡Tienen diez!
Me encojo de hombros, sin afectarme. —No para siempre. Esas cosas pasan.
—No todas las chicas son como tú —responde, dándome una mirada dura. Más tranquilo,
agrega—: No todos los hombres son como yo.
—Más de lo que crees —argumenté—. Pregúntale a cualquier mujer. La mayoría ha tenido
algún tipo de experiencia en algún momento de su vida. Demonios, solo tengo diecinueve años
y todavía tengo que conocer al hombre que... —Me detengo, volviendo a la realidad lo suficiente
como para sentirme incómoda.
—Eso nunca sucederá —dice, con la mandíbula apretada—. Mataré a todos los hombres de
la Tierra si es necesario.
Lo miro, buscando su rostro, pero en su mayoría solo parece molesto. Aunque quiero
saber. Quiero saber cómo se protege a una chica mientras lastima a otra. Quiero saber qué se
dice a sí mismo para sentirse bien.
Enciende el estéreo, antes de que pueda reunir el valor suficiente para preguntar.

La piedra rojiza está limpia cuando llegamos a casa.


Ha llevado todo el día de ayer y toda la mañana llevarlo a lo que era antes de la fiesta. El
hedor a cerveza y cigarrillos se ha desvanecido bajo un fresco aroma a limón. Todo vuelve a su
lugar.
Entro en la cocina y encuentro a la Sra. Crane metiendo una cacerola en el horno.
—¿Hay algo que pueda hacer? —pregunto, ansiosa por dejar de pensar en el almuerzo—.
Sé que ayer no fui de mucha ayuda con la limpieza de la fiesta.
La Sra. Crane agita una mano hacia mí. —Estoy acostumbrada a recoger mierda después
de esos cerdos, niña. Estos pequeños cabrones de fraternidad apenas están en casa. Pero tengo
un secreto para hacer que todo pase rápido. —Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta de
punto y deja al descubierto la parte superior de una cigarrera—. Mi pequeño ayudante.
Parpadeando, incómodamente ofrezco: —Bueno, la casa se ve genial. No se sabría si
vivieran dos o cien personas aquí. —Envuelvo mi mano alrededor de la correa de mi mochila—.
Si no necesitas nada, iré arriba. Se supone que debo ayudar a Rath con algo esta noche.
—Espera —dice, deteniéndome—. La chaqueta de ese gilipollas con cara de gusano volvió
de la tintorería hoy. Llévala a su habitación. Estoy cansada de escucharlo quejarse y gemir sobre
la forma en que cuelgo sus cosas. Estos tres son más quisquillosos que una casa llena de niños
pequeños.
—Por supuesto —digo, feliz de hacer cualquier cosa productiva y útil que no implique abrir
todas mis heridas frente a la persona que me ayudó a dármelas. No duele saber que Killian no
está en casa en este momento. Llevo la chaqueta, todavía envuelta en la bolsa de la tintorería,
por las escaleras hasta el segundo piso.
Me detengo frente a la puerta de Killian y llamo suavemente, mi pulso se acelera ante la
posibilidad de que responda. Soy lo suficientemente paranoica como para considerar que la Sra.
Crane está involucrada en los juegos mentales que los chicos están jugando, y no demasiado
tonta para irrumpir sin previo aviso. El dolor en mis brazos y piernas es suficiente advertencia.
Sin embargo, como sospecho, realmente no está en casa. Mi corazón no deja de latir con fuerza
mientras llevo la chaqueta al armario y, después de descifrar su sistema, la cuelgo con cuidado
dentro. Como siempre, me sorprende la limpieza de todo, todo envuelto en la forma en que su
aroma cálido y distintivo permanece en el aire.
Cierro la puerta del armario y miro hacia la habitación, mis ojos se posan en el escritorio
de caoba contra la pared del fondo. La superficie está ordenada: libros apilados por tamaño,
cuadernos y carpetas organizados en posición vertical. Es exactamente lo contrario a su asalto
por la ira contra mí la noche anterior. Su computadora portátil se encuentra en el medio, con la
pantalla abierta, pero oscura. La sangre se precipita a mis oídos cuando me acerco y paso mis
dedos temblorosos sobre las teclas. La pantalla se ilumina y aparece la solicitud de su contraseña.
La curiosidad saca lo mejor de mí y empiezo a escribir.
Lords.
Contraseña incorrecta.
ForsythU
Contraseña incorrecta.
Después de probar cada variación de la mascota de la escuela que se me ocurre, trago y
agrego cuatro letras.
Story
Nope.
Mirando alrededor de la habitación, de repente veo la foto enmarcada en el tocador. ¿Cuál
era el nombre de su madre? ¿Debra? Darla. Escribo el nombre y presiono enter.
Contraseña aceptada.
Mi corazón da un vuelco cuando se abre, extendiendo los íconos en su escritorio. Como
todo lo demás en su habitación, está meticulosamente organizado.
Curiosamente, voy a sus carpetas y hojeo los archivos, pero lo único que encuentro son
trabajos y ensayos escritos para la facultad. Al desplazarme hacia abajo, encuentro una carpeta
con la etiqueta “LDZ” y hago clic con el mouse. Hay docenas de otros archivos, incluido uno
llamado “Aplicantes para Lady” y “PUNTOS DE JUEGO”. ¿Juego?
Puaj.
Mierda de fútbol.
Hay otra carpeta, sin embargo, interesante solo por el nombre, “Lado Sur”, y el hecho de
que al hacer clic en ella aparece otra solicitud de contraseña.
Antes de que pueda empezar a probar más contraseñas, unos pasos resuenan en la
escalera.
—Mierda —murmuro, saliendo de las pestañas. Me aseguro de que la computadora portátil
esté exactamente como la encontré antes de lanzarme hacia la puerta. Mirando hacia el pasillo,
escucho el ritmo rápido de pasos hasta el tercer piso. Salgo de la habitación, cierro la puerta y
no vuelvo a respirar hasta que estoy detrás de la puerta cerrada con llave de mi habitación al
otro lado del pasillo.
Capto mi reflejo en el espejo al otro lado de la habitación y me subo la manga del suéter
para mirar el moretón en mi brazo. Está el doble de mal que esa mañana. Si Killian me atrapa
husmeando en su habitación… Me estremezco y me bajo el suéter. No quiero ni pensar en las
consecuencias.

Más tarde, me encuentro con Rath y Tristian en las escaleras. Ambos están sin aliento, sin camisa,
vestidos solo con pantalones cortos de gimnasia sueltos y zapatillas de deporte. Sus pechos están
brillantes de sudor y me detengo un momento en el descanso, sorprendida por la vista de sus
músculos, todos resbaladizos y abultados. Rath tiene una línea oscura de cabello debajo de su
ombligo, que desaparece detrás de los pantalones cortos obscenamente bajos, y mi mirada se
fija en ella como pegamento.
Aparto los ojos de un tirón, mi cara se calienta. —Uh, hola.
Tristian está rodando una pelota de baloncesto en sus manos, un hilo de diversión en su
voz. —Oh, mi… Mira su sonrojo.
Rath se inclina para hablar cerca de mi oído. —Mis ojos están aquí arriba, Story.
Agarro los libros que sostengo contra mi estómago. —¿Ustedes van o vienen? —Le dije a
Rath que pasaríamos la noche trabajando en su próximo examen oral, pero tal vez ya se esté
recuperando. Una parte de mí espera que ese sea el caso.
—Hemos terminado —dice Tristian—. Rath me debía una revancha.
—Lástima que perdiste, de nuevo —dice Rath, agarrando la pelota de Tristian y hábilmente
girándola sobre un dedo—. Uno pensaría que aprendería.
—Lo haría —dice Tristian—, pero soy un notorio glotón por el castigo.
Me guiña un ojo y sigue subiendo las escaleras. Dimitri va tras él, pero agarro su brazo
sudoroso, reteniéndolo. —¿Aun nos encontraremos esta noche?
Se quita el pelo de los ojos. —No veo el punto.
—Dijiste que me dejarías intentarlo.
Parece que quiere discutir, pero en su lugar gruñe un breve: —Bien. Pero necesito
ducharme primero. Puedes esperar en mi habitación.
No es exactamente un sello de aprobación, pero no dejo que eso me desanime. Si no
puede pasar esta prueba, o peor aún, si trata de encontrar alguna manera de hacer trampa, los
Condes podrían retenerlo, y luego la pobre Sra. Crane podría perder el derecho. Incluso sin lo
que escuché la tarde de la fiesta, he estado mirando lo suficiente como para saber que la Sra.
Crane está bien tratada. Claro, los chicos le arrojan púas, pero no más duras que las que ella
devuelve. Los de Tristian están lo más cerca que pueden estar de tener una verdadera
vehemencia detrás de ellos, pero incluso él había saltado en su defensa.
Algo me dice que los Condes no la tratarían con tanta amabilidad.
Lo sigo, llevando los libros a su habitación. Todavía está tan desordenada como la última
vez que estuve aquí, libros e instrumentos, álbumes de discos y partituras apilados al azar. El
piano negro es el punto focal de la habitación.
—Solo voy a exponer algunas cosas, ¿de acuerdo?
—Lo que sea —dice, entrando al baño. La puerta se cierra y un momento después se
enciende la ducha. Me muevo ansiosamente ante el sofá de cuero, hojeando los libros con
aprensión.
No sé en qué nivel está, lo cual es un problema. La mayoría de los libros y tarjetas
didácticas para enseñar estas cosas van dirigidas a niños. Rath explotaría si sugiero comenzar
con eso.
Solo necesitamos que pase su examen oral, eso es todo. Después de eso, podemos llevar
a cabo las cosas en una dirección más legítima. Me dijo que leyó el material, a través de un
audiolibro, así que al menos lo sabe. Necesita escribir el informe y luego presentarlo
minuciosamente, si no palabra por palabra.
Mientras reflexiono sobre las habilidades de memorización de Rath, la ducha se cierra.
Cuando se abre la puerta del baño, la habitación se llena de un aroma cálido, vaporoso y
jabonoso. Dimitri entra en la habitación, secándose el pelo con una toalla, sin camisa una vez
más, vestido únicamente con unos vaqueros negros ajustados que cuelgan bajos sobre sus
caderas estrechas.
Jesús. Es hermoso, con esos ojos oscuros y rasgos angulosos, el cabello húmedo que cae
despeinado alrededor de su rostro. Sus labios son de un rosa oscuro, adornados con esos dos
anillos brillantes, y en este momento, cuando no me mira como si fuera un juguete con el que
jugar, con el cuerpo suelto y relajado, realmente puedo entender por qué las mujeres se sienten
atraídas por él.
Cuelga la toalla en un gancho en la parte trasera de la puerta del baño y saca una camiseta
negra de su tocador. —Entonces —dice sin entusiasmo—, ¿cómo quieres hacer esto?
—Bueno —digo—. Traje algunos bocadillos. ¿Te gustaría algo? —He notado que tiene un
poco de gusto por lo dulce: los montones de jarabe que vierte en sus panqueques y las botellas
de refresco que lleva consigo todo el día son una buena señal. La Sra. Crane mantiene la
despensa bien surtida con productos horneados y golosinas, así que pensé en traer algunos
conmigo, junto con algunas bebidas.
Mira la colcha que he arreglado junto al sofá, con la cara en blanco. —Una cerveza,
supongo.
Agarro una y arranco la parte superior. Se la entrego y empiezo: —Está bien, comencemos.
Toma asiento en la cama frente a mí, inclinando la botella hacia atrás mientras habla. La
iluminación aquí es diferente a la de cualquiera de los otros dormitorios. Rath lo mantiene bajo
y sombrío, una lámpara lo ilumina en una silueta oscura contra el caos de su habitación.
Llevo unos diez minutos explicando un conjunto de recursos mnemotécnicos
cuidadosamente elaborados cuando de repente habla.
—¿De dónde sacaste ese suéter? —Sus ojos se han ido a algún lugar debajo de mi cuello,
pegados allí, con párpados pesados.
Hago una pausa, confundida. —Estaba en mi armario. —Cuando le da una calada lenta a
su botella de cerveza, empiezo lentamente de nuevo—: Para que puedas memorizar el artículo
que escribimos, que no es exactamente aprender, pero te ayudará a…
—¿Llevas puesto un sujetador?
Sobresaltada, echo un vistazo a mi pecho. —Por supuesto que no. —Eso va contra las reglas.
Lo sabe. Abro el libro en abanico en mi regazo, luchando por no retorcerme—. Como estaba
diciendo… —Mientras hablo, él bebe el resto de su cerveza, la nuez de Adán se balancea mientras
baja, y esta vez sus ojos están definitivamente fijos en mis pechos.
Me interrumpe de nuevo. —Debería poner algo de música.
Harta, tiro el libro a un lado. —¡Lo que deberías estar haciendo es prestar atención! Vamos,
Dimitri, sé que puedes memorizar estas cosas si te concentras.
Eso hace que su mirada se endurezca. —Concentrarme. Claro. —Burlándose, se inclina
para tomar otra cerveza—. Esto es tu culpa.
—¿Qué? —Lo miro—. ¿Cómo es que todo esto es mi culpa?
Se pasa una mano por el pelo, con expresión nerviosa. —Entras aquí con ese suéter —
explica, haciéndome un gesto—. ¿Esperas que preste atención cuando tus pezones me están
apuntando?
Sonrojándome, tartamudeo: —¡Eso no es mi culpa!
—Sí, lo es. —Se pone de pie, paseando, con los hombros tensos—. ¡Pusiste esa estúpida y
jodida cláusula de fidelidad en el contrato, y ahora no puedo obtener ninguna acción! No he
tenido una buena follada en una eternidad. Soy un hombre, Story. Mi cerebro no tiene claridad
hasta que me hayan jodido bien y correctamente.
Lo miro boquiabierta, sin palabras. —Oh…
—Killian tiene sus rituales previos al juego, y Dios sabe que Tristian probablemente rompe
uno cada vez que se mira en el espejo. ¿Pero tú? Me estoy volviendo jodidamente loco aquí.
Estoy cachondo las veinticuatro horas del día.
Forzadamente, pregunto: —¿No puedes simplemente... eh, ya sabes? —Parece casi
fascinado por el gesto lascivo que hago, deteniéndose en seco para ver mi puño subir y bajar.
—¿Qué crees que estaba haciendo en la ducha? —Rueda los ojos—. No es lo mismo.
—Oh. —Me desinflo, mirándolo con cautela.
—Pero tienes razón —agrega, dejándose caer de nuevo en la cama, tirado sobre su espalda.
Se frota la cara con las palmas de las manos—. Tengo que aprobar este maldito examen.
Simplemente no puedo concentrarme.
Jugueteando con la esquina de la página, no puedo evitar preguntarme con amargura: —
¿Por qué no me has hecho hacer algo al respecto todavía? —No ha escapado a mi atención.
Killian y Tristian han tomado su placer de mí.
Pero no Rath.
Se pasa las manos por la cara y se gira para curvar sus labios hacia mí. —Por favor. Tristian
y Killian pueden disfrutar de todo eso, pero si puedo obtenerlo de las chicas que realmente me
desean. ¿Por qué molestarme en luchar con alguien que no lo hace? —Dirigiendo su mirada al
techo, agrega en voz más baja—: No es lo mismo si no lo desean. Es básicamente como
masturbarse, excepto que tal vez sea incluso peor.
Lo observo, tomada por sorpresa por la confesión. Eso no suena para nada al Rath que
recuerdo de la escuela secundaria, el tipo que definitivamente se excitaba conmigo haciendo
algo que vocalmente no quería hacer.
Aunque tal vez haya cambiado. Tal vez estar en la universidad con chicas nuevas, más
chicas, ha cambiado su punto de vista. Tal vez Dimitri Rathbone en realidad se está convirtiendo
en alguien que no es un monstruo.
De repente, se anima, apoyándose en los codos. —Tal vez podamos hacer que Martin
altere el contrato. Solo una o dos veces. Solo para poder concentrarme cuando lo necesito.
Como Killer tiene sus folladas previas al juego, ¿sí?
Lo miro como un búho, deliberadamente sin decir lo terrible que había ido ese ritual para
Killian, y para mí, la última vez. —Yo... no sé.
Gime, la cabeza girando hacia atrás. —Mierda, ellos nunca aceptarían eso. Todo esto es
inútil. —Frunzo el ceño mientras observa la curva derrotada de sus hombros—. Tal vez todos
tengan razón. Tal vez solo soy jodidamente estúpido.
—¡No eres estúpido, Dimitri! —Insisto, sintiéndome repentinamente acelerada por la
palabra—. Tocas música como nada que haya escuchado antes. Eres más que bueno, ¡eres
prácticamente un genio! Solo necesitas superar esto. —Puedo ver que no estoy logrando nada
con mis palabras. Ya se dio por vencido, la atención claramente fijada en el piano al otro lado
de la habitación, los dedos moviéndose inquietos como si pudiera sentir las teclas debajo de
ellos.
—¿Y si yo… —tragando saliva, trato de armarme de valor para expresar el pensamiento que
pasa por mi cabeza—, lo deseara?
Su frente se frustra, sus ojos finalmente se encuentran con los míos. —¿Desear qué?
Sé que mi cara debe estar roja como una remolacha. Se siente tan caliente que presiono
mis palmas contra mis mejillas, con el estómago revuelto. Temblando, ofrezco: —Podría...
chuparte.
Levanta una ceja lentamente. —¿Esperas que me crea que quieres darme una mamada?
Haciendo una mueca, miro hacia otro lado, avergonzada. En muchos sentidos, tiene razón.
La idea de hacerlo me hace sentir vagamente mareada.
También me hace sentir más caliente.
Me hace dar curiosidad.
—Yo… no quiero. Quiero hacer lo que sea necesario para que pases esta clase —intento,
ignorando la forma en que me mira, desconcertado y ligeramente molesto—. Si estás así de
distraído todo el tiempo, nunca lograremos nada.
—No lo sé…
—Eres lindo y todo —continúo, convenciéndome a mí misma—, y quién sabe. Si no me
obligan a hacerlo, tal vez sea diferente —apuesto, sonando mucho más segura de lo que siento—
. Tal vez me guste.
O, al menos, no tendré pesadillas al respecto tres años después.
Desde mi periferia, creo que lo veo sonreír, pero cuando me giro, su rostro esta tan pasivo
como siempre. —¿Quieres chuparme la polla?
Apretando mis labios, asiento con la cabeza de forma insegura.
No parece impresionado. —Los asentimientos a regañadientes no son realmente la vibra
que busca mi pene. Pero gracias de cualquier manera.
Tomo una bocanada de aire ardiente, deseando que mi estomago se asiente ante las
palabras que ofrezco. —Dimitri. Quiero... chupártela. —Ante su mirada en blanco, digo—: No sé
si seré buena en ello, así que quizás tengas que ser paciente. Pero lo digo en serio. Quiero.
Hacerlo. Especialmente si creo que ayudará y, técnicamente, soy quien puso esa regla de no
sexo en el contrato.
Arrastra su labio inferior entre sus dientes, sus ojos se desvían hacia mi pecho. —Está bien
—dice al fin decidiendo—. Si quieres.
Aun así, mi cuerpo tarda un momento en ponerse en movimiento, levantándome del sofá
y girando hacia el pie de la cama donde está sentado, con las piernas abiertas, ojos oscuros
siguiéndome por debajo de sus largas pestañas.
Froto mis palmas nerviosamente una contra la otra antes de hundirme lentamente sobre
mis rodillas. Sus muslos son cálidos y firmes bajo mis manos cuando lo alcanzo, indecisa, pero
él no se mueve. No parpadea. No me dice que haga otra cosa.
Así que paso las palmas de las manos hacia arriba y hacia abajo, con el estómago
revoloteando por los nervios cuando siento que sus músculos se flexionan debajo de la mezclilla.
No puedo decir si es impaciencia o simplemente su forma de moverse conmigo, dentro de mí.
Tomándome mi tiempo, subo a su cintura, evitando el obvio bulto justo en frente de mí, y
alcanzando el botón de sus jeans, abriéndolos. El sonido de su cremallera bajando envía una
extraña y explosión de electricidad a la boca de mi vientre. Observo cómo se separan los dientes,
curiosamente por este destello de... ¿anticipación? ¿Es eso lo que es esto?
No es hasta que estiro los dedos para enganchar mis dedos en la cinturilla, dando un tirón
a los jeans, que Dimitri responde en absoluto, levantando sus caderas para mí.
Me recuesto sobre mis talones al verlo descubierto, finalmente siguiendo esa línea de
cabello oscuro debajo de su ombligo hasta la gruesa y dura polla que espera debajo. Mi
exhalación se escapa en una ráfaga lenta y, por un momento, no tengo idea de qué hacer.
Entonces se contrae.
Extiendo la mano lentamente, vacilante, pasando mis dedos a lo largo del eje tenso y
aterciopelado. Dimitri hace un ruido, profundo en su pecho, arenoso y bajo. Eso es lo que me
da el coraje para finalmente envolverlo con mi palma, tal como lo hice con Tristian el otro día.
—Eso es todo —suspira, estirando la mano para tocar mi cabello. Sus dedos se entrelazan
en él, enroscándose en la parte posterior de mi cabeza, y cometo el error de mirarlo a los ojos,
viendo lo oscuros que se han vuelto, lo suaves que se ven sus labios. Mi propia boca se abre en
una exhalación y sus ojos se lanzan hacia abajo para mirar—. ¿Quieres chuparme, bebé?
Me acerco, dando un pequeño asentimiento. —Si.
Su mano se aprieta en mi cabello, empujándome hacia donde está cerrado en mi mano.
—Adelante. Dale una probada.
Cerrando los ojos, abro la boca y le doy a la punta una lamida experimental. No es mucho.
Apenas tengo el sabor de él en mi lengua. Pero su muslo se tensa bajo mi mano. Esperando.
Voy un paso más allá, empujando la punta hasta el fondo de mi boca. Lo chupo lenta y
suavemente antes de soltarlo, probando las aguas. Sus caderas se mueven ligeramente,
persiguiendo el calor de mis labios. Puedo decir por el peso creciente de su mano sobre mi
cabeza que se está impacientando y está ansioso, así que finalmente hundo mi boca en él.
—Joder, sí —suspira, sus dedos amasan mi cabeza. Puedo sentir el calor de sus ojos sobre
mí, observándome, con la voz baja y áspera—. Eso es todo, bebé, hazlo agradable y húmedo.
¿Te gusta? —Tarareo en respuesta y él gime, levantando las caderas—. Puedes profundizar más.
Vamos, sé que puedes.
Todavía estoy tambaleándome por su sabor: la sal, la carne y la forma en la que se posa
contra mi lengua. Quiero explorarlo, descubrir qué es lo que está enviando un desfile de
hormigueo directamente a mi núcleo.
Como si leyera mi mente, pregunta en un susurro ronco: —Te pone húmeda, ¿no es así?
—Suelta una risa temblorosa, su mano presionándome un poco más fuerte—. Eres una cosita tan
inquieta cuando estás caliente. Apuesto a que te verías tan bien atada, retorciéndote por todos
lados, tan jodidamente hambrienta por una polla que ni siquiera te sentirías avergonzada por tu
apariencia.
Sus palabras traen un calor renovado a mi rostro, pero hacen aún más por él. Se hincha
en mi boca, la mano presionando más y más fuerte. No soy la reina de las mamadas. La única
que he dado fue a Tristian esa noche, pero en mis días de Sugar Baby leí y vi muchos videos.
Hago lo mejor que puedo para emular, usando mi lengua y mis labios, chupando y jugando con
la cabeza salada cuando su mano me deja levantarme.
Probablemente marque el ritmo más que yo, pero en secreto estoy agradecida por ello:
esta instrucción amable, libre de violencia, despecho y codicia. Cuanto más lo hace, más quiero
demostrar que está funcionando. Que soy buena. Que puedo ser buena, si tuvieran un poco de
maldita amabilidad al respecto.
Dimitri parece entender, dándome elogios en maldiciones bajas, irregulares y mordidas.
—Joder, así. Tu boca está tan malditamente caliente. Voy a llenarla, hacer que te ahogues
conmigo. Te gustaría eso, ¿no? Tragar mi semen, probarme toda la noche.
Sé que eso es lo que quiere, y sé que por eso lo haré: tragármelo. Pero es casi como si
estuviera preguntando. Es casi como si le importara lo que quiero.
—Te daría permiso —dice, su voz suena más sin aliento—. Y lo usarías, ¿verdad? Irás a la
cama esta noche y te masturbarás pensando en esto.
Lo chupo con vigor, tarareando sus sucias frases, sin importarme la saliva que gotea por
mi barbilla. Sé que se viene cuando se pone más grande, más duro, surgiendo en mi boca. Me
arrodillo hacia adelante con anticipación, obligándome a no entrar en pánico cuando su mano
me empuja hacia abajo, hundiendo su pene profundamente en mi boca.
Se corre con un gemido largo y trémulo, su mano apretada en mi cabello. Es diferente de
esa vez con Tristian. Esta vez, puedo saborearlo, el calor y la acidez de su semen. Puedo apreciar
ese estremecimiento en sus abdominales mientras se flexionan, las caderas se sacuden mientras
sus hombros dan un único y fuerte estremecimiento. Puedo escuchar su jadeo, y sé que se acabó,
sé que está bien escabullirse y dar un gran trago, deslizando una mano sobre mi boca. Esta vez,
puedo verlo tirado en su cama y sentir algo más que náuseas al ver su expresión satisfecha.
Esta vez, tengo un propósito, y me siento menos como un juguete y más como una Lady.
Capítulo 19
STORY
No sé qué hay entre Dimitri y Tristian al día siguiente, pero las cosas son ciertamente
antagónicas.
En el desayuno, al que Killian no asiste debido a asuntos del día del partido, ambos están
sentados a la mesa, hablando de mí, sospecho. Puedo decirlo porque en el instante en que entro
en la habitación, ambos se quedan llamativamente en silencio.
Dimitri se recuesta casualmente en su silla, mirándome con ojos brillantes e interesados. —
Dulce Cereza —dice, mirándome de arriba abajo.
Tristian frunce el ceño. —Aún no estás vestida.
Avergonzada, tiro de las mangas de mi suéter. —No estaba segura de qué ponerme hoy.
Para nuestros planes, quiero decir. Es sábado, lo que significa que no hay clases. Pero luego está
el juego de FU. La gente ha estado hablando de eso toda la semana. El fútbol es muy importante
en Forsyth.
—Tenemos un montón de tiempo. Más de setenta y cuatro minutos. —Confundida por el
extraño énfasis, lo miro confundida mientras Dimitri se da palmaditas en el muslo—. Puedes
sentarte aquí esta mañana.
—No. Tiene que comer —argumenta Tristian, acercando la silla a su lado—. Te compré
bagels con chía y lino hoy. Además, un batido de hierba de trigo. —Señala lo que ha preparado
para mí como si fuera una atracción especial. Tal vez a su manera, lo es.
Dimitri me da una mirada. —Tengo tocino grasoso, trozos de patata con queso y
panqueques con chispas de chocolate. Es tu elección.
Tristian chasquea la lengua. —Ella no quiere comer esa basura. Todo es grasa, azúcar y
tonterías de conservantes procesados. Vamos, Story. Le agregué un poco de canela al batido de
trigo, así que esta vez te gustará.
Sabiendo que definitivamente no pasará, me quedo paralizada por un momento,
sorprendida de que me den a elegir.
Casi creo ver la cara de Tristian caer cuando doy la vuelta a la mesa para sentarme de
mala gana en el regazo de Dimitri.
Él ríe. —Míralo de esta manera: más pasto de trigo para ti. ¿De cuántos sorbos es ese vaso?
¿Al menos de setenta y cuatro?
Agacho la cabeza ante la mirada gélida de Tristian. —Lo siento. —A la defensiva, agrego—
: Me gusta el tocino. —Va a hacer falta mucho más que canela para que esa sustancia pegajosa
verde radiactiva sea apetecible.
Dimitri desliza su plato más cerca de mí, su otro brazo se enrolla alrededor de mi cintura.
—No te preocupes por él —dice, sus labios rozando el caparazón de mi oído—. Si quieres llevarte
algo a la boca, entonces deberías poder hacerlo.
Mi rostro se calienta ante la insinuación, mis ojos saltan hacia arriba para atrapar los ojos
de Tristian en nosotros, entrecerrados.
Todo el desayuno es así. Dimitri dice algo coqueto y Tristian mira a cualquier parte en
una escalada entre desaprobación y asco. No soy lo suficientemente estúpida como para pensar
que es una cuestión de celos, pero claramente hay algún tipo de pelea de meadas en la que
preferiría no participar.
Es por eso que, cuando subo a cambiarme, elijo una falda corta de mezclilla para ponerme.
A Tristian le gustará, y ya me ha pedido que me vista para Dimitri en el pasado, así que lo verá
como el gesto que debe ser.
Después de un largo y espantoso momento de consideración, saco la camiseta de Killian
del perchero y me la pongo.
Entonces, me la quito.
Gimiendo, me la pongo de nuevo.
Hago esto tres veces más antes de que finalmente desgaste mi molestia y continue. Es más
como un vestido que una camisa, pero lo anudo en la cintura y me pongo unas botas de tacón,
y es lo suficientemente llamativa. Asiento con la cabeza en el espejo, extrañamente orgullosa de
haberme vestido para cada uno de ellos, y al mismo tiempo ser apropiada para la ocasión.
Más tarde, me paro en el vestíbulo y los escucho discutir sobre quién va a conducir.
Definitivamente es un concurso de meadas. Dimitri podría haber ganado el del desayuno, pero
esta va para Tristian, quien se pavonea hacia el garaje con una sonrisa en su rostro.
Me deslizo en el asiento trasero.
Dimitri también.
Tristian ajusta el espejo retrovisor hasta que nos mira directamente. —¿¡Qué diablos estás
haciendo!? —Dice con una voz cuidadosamente uniforme, y no como una pregunta.
—Siempre obtienes el asiento del pasajero cuando Killer conduce. —Dimitri frota una mano
sobre el respaldo del asiento, estirándose hasta que está alrededor de mis hombros—. ¿Qué
puedo decir? Me acostumbré a estar aquí.
Si Tristian quiere discutir, entonces ejerce un poco de autocontrol simplemente respirando
profundamente y arrancando el motor. —Bien.
Todo el viaje es incómodo. Dimitri sigue paseando sus dedos por mi muslo desnudo,
riéndose cada vez que me retuerzo, y Tristian sigue lanzándonos miradas frías desde el frente.
Me ha llevado algo de tiempo, pero al final me doy cuenta de que realmente hay ventajas
en ser la Lady de los Lords. Privilegios, fuera de mi objetivo principal de estar a salvo, de
mantener a otros a salvo, de Ted. Está el hecho de quedarme en una hermosa casa, obviamente.
Además, tener un ama de llaves que prepara mis comidas y mantiene mi baño impecable. Pero
todo eso palidece cuando llegamos. Los tres pasamos junto a los que siguen afuera y entramos
en Mercer Field a través de una entrada especial. Obviamente. El estadio lleva el nombre de la
familia de Tristian. Explica mucho sobre su nivel de derecho en establecimientos como este.
—Pensé que querrían estar en la barricada —le digo mientras somos conducidos por
seguridad a lo que me dijeron que son palcos especiales. Una placa junto a la puerta muestra el
apellido “Mercer”. Debajo hay letras griegas más pequeñas. LDZ.
—Es divertido allá abajo —admite Tristian, echándose el pelo rubio hacia atrás—, pero aquí
arriba podemos comer y beber a nuestro gusto. Y no esa mierda de comida chatarra que ofrecen
en las concesiones. Elegí personalmente al proveedor y aprobé el menú yo mismo. —La puerta
de la suite se abre y veo que ya hay bastante gente aquí. Me sorprende el aroma especiado de
la deliciosa colcha dispuesta sobre una mesa larga estilo buffet cubierta con lino. Tristian tiene
razón. No es comida de estadio de mierda, sino una comida gourmet.
También hay un bar completamente abastecido, asientos cómodos y enormes televisores
repartidos por la habitación para una mejor vista.
Tristian me acerca. —También hay más oportunidades para tener privacidad.
Un escalofrío me recorre la espalda, pero no es por miedo a Tristian. Bueno, no del todo.
Las cosas entre nosotros han estado un poco forzadas desde el almuerzo con sus hermanas. Más
exactamente, desde el viaje a casa después del almuerzo. No se tomó muy bien el que lo
relacionara a un abusador.
Estoy a punto de jugar un poco, para complacerlo, reparar lo que sea necesario remediar
para que las cosas funcionen sin problemas con nuestro acuerdo, cuando lo veo.
Mi sangre se convierte en hielo agudo y punzante.
Está al otro lado de la habitación, apilando su plato con alitas de pollo, y observo,
horrorizada, mientras coloca un último muslo encima del otro y se lame los dedos.
Al principio, es como si todo el aire hubiera sido exprimido de mis pulmones, demasiado
constreñidos para tomar más. Entonces, es como si no pudiera tomar lo suficiente, tragando
saliva con fuerza y estremeciéndome.
—¡Oh, Dios mío! —Me giro hacia ellos, agachando la cabeza para protegerme la cara con
el pelo. Los latidos de mi corazón se vuelven un staccato espeso en mis oídos, ahogando todo.
Tristian inmediatamente me levanta la barbilla y continúa: —Bueno, si prefieres no tener
privacidad, también puedo hacerlo. Sin embargo, puede ser un poco incómodo con mi madre
en la habitación.
Dimitri resopla, pero en realidad no estoy escuchando a ninguno de ellos. Por una vez,
hay alguien más en la habitación a quien temo más que a los Lords.
Tristian se da cuenta lentamente de esto, frunciendo el ceño mientras se agacha para
encontrarse con mi mirada. —Oye, ¿qué pasa?
Frenéticamente, niego con la cabeza. —¡Nada! No es nada.
—Estás temblando —dice Dimitri, sus dedos rozando los míos. Mira hacia arriba y alrededor
de la habitación—. ¿De qué estás tan asustada?
Miro por encima del hombro al hombre. Se ha trasladado a uno de los grandes televisores
con algunos otros hombres, viendo un programa anterior al partido. No es feo. Tiene cabello
oscuro con mechas plateadas en las sienes. Postura recta pero informal. Robustos rasgos
aristocráticos y ropa cara. Sabía que tenía dinero, había estado en su perfil.
Su perfil de Sugar Daddy.
—¿Conoces a ese tipo? —Los dedos de Dimitri se enroscan alrededor de mi muñeca,
tirando—. Story, ¿cómo conoces a Saul Cartwright?
Saúl no es el nombre por el que lo conozco, aunque me resulta vagamente familiar. Su
usuario era DaddySiempreTeDará en la aplicación, pero si he aprendido algo sobre las
actividades en línea, es que las personas se esconden bajo muchos nombres diferentes.
Consideré más de una vez que DaddySiempreTeDará podría ser Ted. Esa teoría me sacude
hasta la médula ahora que me doy cuenta de que está en la Universidad, parado en la misma
habitación. ¿Puede ser esto una coincidencia?
En silencio, Dimitri exige: —Cereza, responde la maldita pregunta.
Tomo una respiración profunda. —Ese tipo. Era uno de los hombres de la aplicación de
Sugar Daddys. Le envié algunas fotos y chateé por video con él varias veces.
La imagen de él masturbándose al otro lado de la pantalla está grabada en mi memoria.
Su lujoso Rolex, moviéndose arriba y abajo en su muñeca, el profundo azul marino de sus
pantalones, con la cremallera abierta, los sonidos que hacía.
—Por dinero —dice Dimitri, dejando caer mi muñeca. El disgusto en su rostro es claro.
—O tarjetas de regalo —aclaro, sintiéndome extrañamente dolida por el rechazo—, pero sí.
Con los labios fruncidos, deja muy claro lo que siente por todo el asunto. —Ese tipo tiene
cincuenta y tantos años. No puedo creer que te hayas excitado con eso.
Lo miro boquiabierta, con el pecho hinchado de indignación. No es justo que me sienta
avergonzada. Estos dos han hecho cosas mucho peores, por razones mucho peores. —¡¿Qué te
hace pensar que yo… —bajando la voz, siseo—, estaba excitada?!
Es Tristian quien responde, y aunque su rostro muestra una expresión perfectamente
pasiva, todavía puedo ver el desagrado en sus ojos. —¿Por qué más te molestarías en hacerlo?
Vivías en una jodida mansión como el Payne mimado más nuevo. Killian nos dice mucha
mierda, como te habrás dado cuenta. Su padre te hubiera comprado todo lo que quisieras. —No
estoy segura de por qué lo dice así, lleno de desdén.
Pero sé una cosa. —Te equivocas. —Estaba tan mal, de hecho, que ya no estoy temblando
de miedo, sino de ira—. Necesitaba dinero. Dinero que no podía pedirle a Daniel. ¡Dinero que
no podría ganar lo suficientemente rápido haciendo otra cosa!
Dimitri todavía parece dudar. —Daniel probablemente se limpia el culo con Benjamins.
No hay nada que no puedas pedirle.
Tomo un respiro para calmarme antes de que mi cabeza explote, mirando alrededor para
asegurarme de que nadie esté suficientemente cerca para escuchar mis siguientes palabras. —
Estaba pensando en escapar.
Tristian sonríe con indulgencia. —Por supuesto. Estabas tratando de huir de una nueva
vida cómoda llena de lujo y privilegios.
Lo miro con tanta fuerza que su sonrisa desaparece. —Sí, qué gran vida era esa, con un
hermano que me atormentaba todos los jodidos días. ¡No sé por qué alguien querría alejarse de
eso! —No es toda la verdad, pero es justificación más que suficiente—. Estaba en una situación
difícil e hice algo estúpido, pero solo porque estaba desesperada. Y si vivir conmigo durante este
tiempo no les ha dado ni siquiera una idea de mi personaje, entonces ambos están mucho más
ciegos de lo que esperaba.
—¿Y qué? ¿Ahora le tienes miedo? —pregunta Dimitri, asintiendo hacia Cartwright—. ¿Qué
va a hacer, recuperar el dinero?
El triste hecho del asunto es que mi breve tiempo como Sugar Baby fue la única vez que
pude usar mi cuerpo, a mi manera, para mi propio beneficio. Nunca fue algo de lo que me
enorgulleciera, pero tenía una forma de hacerlo. Una forma de hacerme sentir empoderada.
Codiciada. En control.
Todo era falso. Lo sé ahora, viendo a Cartwright, sabiendo que él podría ser el hombre
que me ha aterrorizado durante tanto tiempo. Hubo consecuencias que no podría haber
esperado. Dimitri y Tristian no tienen idea. Pero ahora definitivamente no es el momento de
contarles sobre Ted, si es que alguna vez lo llegan a saber.
Me desinflo, aun escondiendo mi rostro. —Verlo así, aquí afuera, es… —Suavemente,
confieso—: Es extraño e incómodo. ¿Qué pasa si intenta hablar conmigo o algo así? —Agrego el
“o algo así” intencionalmente, solo que no en la forma en que probablemente lo entiendan.
Tristian me mira, sus ojos azules buscan los míos, contemplativo. No estoy segura de lo
que encuentra en ellos, pero parece tomar una decisión, dejando su bebida sobre la mesa. —
Bueno, no podemos dejar que lo haga, ¿verdad? La buena noticia para ti es que Saul Cartwright
definitivamente tiene más motivos para temerte que tú a él.
Arrugo la frente. —¿Por qué dices eso?
—Porque es el jefe del Departamento Atlético de Forsyth. Si se supiera que estaba
solicitando sexo a una menor —Tristian se ríe maliciosamente—, toda su jodida carrera habría
terminado. Es el hombre mejor pagado del campus, y tú tienes sus pelotas en un tornillo de
banco, Dulce Cereza.
Sonriendo, Dimitri agrega: —Y ahora, nosotros también.
Por eso había oído el nombre antes. Simplemente no conecte los puntos. Nada de lo que
acaba de decir Tristian me hace sentir mejor. En todo caso, podría estar en más peligro.
DaddySiempreTeDará —Saul Cartwright—, es más poderoso de lo que pensaba.
—Debería irme —digo, mientras el pánico aumenta una vez más al pensar en él tan cerca—
. Interrumpir esta fiesta no sería un comportamiento apropiado para su Lady.
Tristian mira a Dimitri antes de decir: —Lo que no es apropiado es que no estés aquí, con
nosotros, tus Lords, apoyando a otro Lord que está a punto de patear traseros en el campo. Este
es mi palco, Story. Nadie avergonzará a nuestra mujer aquí. Él es el pervertido. —Su brazo pasa
por encima de mi hombro—. Además, ese viejo sucio puede necesitar entender exactamente a
quién perteneces ahora.
—Pero… —lo intento, pero Tristian se dirige a través de la habitación con una arrogancia
fácil y confiada. Empiezo a seguirlo, temblando de terror ante la idea de una confrontación, pero
la mano de Dimitri aterriza pesada y fuerte en mi hombro.
—Tranquilízate, Story. Puede manejarlo.
Mi estomago da un vuelco, el sudor hormiguea en la base de mi cuello. Todo podría
explotar en este momento. Si Cartwright es realmente Ted, entonces está a punto de averiguarlo
todo: dónde vivo, con quién estoy, todo. Tendré que volver a la casa y... ¿qué, empacar? ¿Huir?
No.
Entonces no solo tendré a un acosador persiguiéndome, sino también a los tres Lords
cabreados con los que hice un contrato.
Tristian se acerca a Saul Cartwright y le pone una mano en el hombro. Es difícil de ver,
pero mis ojos están bien abiertos, es como ver un accidente automovilístico. Su cabeza se inclina
hacia delante y le dice algo en voz baja al oído. Todo se queda quieto y en silencio, y luego, un
momento después, se dan la mano como viejos amigos que acaban de terminar una transacción
comercial.
Cartwright gira bruscamente y se dirige directamente hacia la puerta. Me giro cuando
pasa, encogiéndome contra la delgada pared del cuerpo de Dimitri. Su mano sube para ahuecar
la parte de atrás de mi cabeza, presionándome más cerca. Oigo la puerta para abrirse y luego
cerrarse.
Suavemente, Dimitri dice: —Se ha ido.
Tristian regresa, con las manos en los bolsillos, una sonrisa de suficiencia en su rostro.
—¿Qué le dijiste? —Me pregunto, con el corazón todavía acelerado.
Se encoge de hombros. —Dejé en claro que los pedófilos no son bienvenidos en la suite
de Mercer, y que si no quería estar expuesto y perder su trabajo, debía irse de inmediato.
El alivio me inunda, al menos por el momento. Le doy a Tristian un agradecido: —Gracias
—pero él niega con la cabeza.
—No es necesario agradecerme. Ahora nos perteneces. Protegemos a los nuestros. Lo
sabes.
Lo extraño es que, en cierto modo, lo hago. Es lo que quería cuando acepté este puesto,
pero entonces no me había dado cuenta de hasta dónde se extendería esa lealtad hacia mí.
—¡Tristian! —una mujer llama, interrumpiéndonos. Una mujer rubia vestida de naranja y
morado acaba de entrar en la habitación. No está usando las prendas horteras que compras a
los vendedores fuera del estadio. Todo lo que viste luce muy caro, como si hubiera comprado
su bufanda de tablero de ajedrez en una elegante boutique de Forsyth U para damas ricas—. No
estaba segura de sí aparecerías.
—Hola, mamá —dice, y la envuelve en un abrazo. ¿Mamá? Deseosa de sacudirme la tensión
de encontrarme con Cartwright, abrazo la curiosidad sobre la mujer que engendró un demonio
como Tristian. ¿Encontró la marca de la bestia en su frente al nacer? ¿Tuvo que cubrirle las
pezuñas?—. Solo llegué un poco atrasado. Tú sabes cómo es todo.
—Estuviste de fiesta hasta tarde esta semana, supongo. —Su mirada pasa de mí a Dimitri—
. Oh, Dimitri. Te ves tan guapo como siempre. ¿Qué tal la música?
—Señora Mercer —saluda Dimitri, apartándose el pelo de los ojos—. Todo va bien. Mis
clases son un poco más complicadas este año, pero creo que tuve un gran avance anoche. —Sus
labios se curvan en una sonrisa. A pesar de nuestra pequeña discusión, encuentro que en
realidad es bastante agradable verlo sonreír, especialmente sabiendo que mi lección tuvo algo
que ver con eso.
La señora Mercer le da una palmadita en el hombro, sus brazaletes de oro chocan entre
sí. —Superar el bloqueo artístico es parte del proceso. Sé que el programa es muy desafiante. El
padre de Tristian dona una cantidad generosa a la escuela de música todos los años.
—Madre —dice Tristian, poniendo una mano en mi espalda baja—. Estoy seguro de que
recuerdas a la hermanastra de Killian, Story.
Finalmente fija su mirada en mí. —¡Ay, Story! Sí, había oído que estabas de vuelta en la
ciudad. Supuse que podrías ser otra de las... amigas de Tristian.
Su sonrisa es agradable pero tensa, y no puedo evitar moverme con inquietud mientras
evalúa mi atuendo. Nadie me dijo que íbamos a una suite elegante. Si lo hubieran hecho,
probablemente habrían elegido algo un poco más elegante y un poco menos agradable para las
gradas. —De hecho, he invitado a tu madre ya Daniel al palco hoy. No sabía que estarías
disponible, o te habría extendido una invitación personal, por supuesto.
—¿Ah, de verdad? —Pregunto, luchando contra una mueca ante la idea de ver a mi madre.
Mi mamá y Daniel. Esta caja es el círculo del infierno certificado—. No he tenido muchas
oportunidades de verlos desde que regresé.
—Así es. Pasaste algún tiempo… lejos, ¿no?
—Si, en un internado —explico, pero su tono me hace preguntarme si ella también sabe
sobre mi acto de desaparición. La forma sospechosa en que sigue mirándome inquieta.
—Ya es hora del juego inicial —dice Tristian, presionando con la mano mi espalda baja—.
Voy a servirme un trago antes de que comience el juego. ¿Alguien quiere algo?
—Cuenta conmigo —dice Dimitri, dirigiéndose al bar.
—Encantada de conocerla, señora Mercer —digo, lista para escapar.
—Igual querida. —Da media vuelta, con la bufanda ondeando detrás de ella, y se une a
otras mujeres de su edad.
Cuando alcanzo a los chicos en el bar, Tristian empuja un vaso en mi mano. —Bebé esto.
—¿Por qué?
—Porque pareces un paso más allá de enloquecer.
—¿Y por qué sería eso? —Pregunto en un susurro, inspeccionando el líquido marrón—.
¿Será porque casi me encuentro con alguien que probablemente todavía tiene fotos mías
desnuda de cuando era adolescente? ¿O porque me acaba de tender una emboscada tu madre,
quién probablemente pensó que era una de esas putas con las que te acuestas, pero luego se dio
cuenta de que solo soy la jodida hermana pequeña de Killian? —Tiro el vaso hacia atrás, dejando
que el licor fresco cubra mi garganta de un solo trago—. ¿O es el hecho de que vienen mi mamá
junto mi padrastro y no tengo idea de cómo ser su Lady frente a ellos?
—Relájate, Dulce Cereza —dice Dimitri—. No somos animales. Podemos comportarnos en
la educada sociedad.
Tal vez puedan, pero no estoy segura de que yo pueda hacerlo. Lo que hago en esa casa,
con estos tipos... es algo que he tenido que compartimentar mientras me concentro en
mantenerme a salvo. Pero alrededor de todas estas otras personas, sigo pensando en lo que
Tristian y yo hemos hecho en todo el campus, y lo que le hice a Dimitri anoche. ¿Puede la gente
saberlo? ¿Ya lo saben?
En su mayoría lo ignoro porque el juego comienza y todos están enfocados en el chico
dorado de Forsyth U, Killian “Killer” Payne. Ver sus hombros anchos y su paso confiado
mientras domina el campo desencadena el recuerdo de lo que me hizo en el piso del pasillo.
Puedo sentir su aliento cálido sobre mí, el dolor en mis brazos y piernas, su olor, lo rojo que se
vio su rostro cuando se acercaba…
—¡Story! ¡Dios mío, no puedo creer que tú también estés aquí! —Dando vuelta, veo que
han llegado mi madre y Daniel.
—¡Mamá! ¡Hola! —Le doy un abrazo. Todavía es elegante y delgada, aunque se ha cortado
el pelo más corto de lo que jamás lo he visto, enroscado alrededor de las orejas en una melena
ordenada. Está vestida con ropa similar a la señora Mercer. Ya no es la madre soltera trabajadora
que tenía dos empleos solo para mantener las luces encendidas. Es la esposa de un elegante
magnate inmobiliario, de pies a cabeza—. Tristian me invitó.
—Que maravillosa sorpresa. —Mira mi camiseta, con los ojos desorbitados—. ¡Daniel! ¡Mira,
Story lleva la camiseta de Killian!
—Bueno, mira eso —dice Daniel, sonriendo—. Nunca pensé que vería el día.
Tiro del nudo, tratando de respirar alrededor del puño en mi garganta. —Solo trato de
mostrar mi espíritu al equipo.
—Te ves bien —dice Daniel en voz baja—, ¿como si las cosas estuvieran yendo bien?
—Me está yendo bien. Realmente bien. —Muevo la cabeza tranquilizadoramente, a pesar
de que no quiero nada más que ir a esconderme a un armario en alguna parte.
Mamá agarra mi mano, exclamando: —¡Estoy tan contenta de verte! Quiero escuchar todo
sobre la universidad hasta ahora. ¿Cómo son tus clases? —Su voz baja—. ¿Has conocido a algún
chico guapo?
—¡Blair! —La señora Mercer llama, desviando su atención. Mi madre chilla y se abrazan
como dos adolescentes. Un momento después, su interés en mi vida académica y social se ha
visto superada por una discusión sobre una recaudación de fondos. Afortunadamente, Daniel
también parece aburrido de mí, y se va para buscar un asiento con una buena vista del campo.
Los otros hombres le dan una palmada en la espalda, obviamente impresionados con la forma
en que su hijo domina el campo. La distracción es un alivio. Lo último que necesito es que
parezca una madre cariñosa, sondeando mi vida. Incluso si Ted no es Cartwright, todavía está
por ahí. Observando, esperando.
—¿Quién diría que nuestras madres eran amigas tan cercanas? —dice Tristian, acercándose
sigilosamente a mí. La sonrisa en su rostro me dice que definitivamente lo sabía.
—Sí, ¿quién diría? —Supongo que debería haberlo hecho. Tristian y Killian son tan
cercanos. ¿Por qué no lo serían ellas?—. ¿No es un poco raro que estemos aquí juntos?
Niega con la cabeza. —No seas tan de secundaria, Dulce Cereza. Nadie lleva esos viejos
rencores a la universidad. Además, nadie podría culparnos. ¿Quién hubiera dicho que la
pequeña Story Austin crecería para convertirse en un pequeño zorro astuto?
Me alejo de sus cumplidos, sintiéndome insegura y fuera de lugar. Todos los demás aquí
encajan, pero sé que sobresalgo como un pulgar colorido. ¿Todos saben que soy su Lady?
¿Saben lo que una Lady está obligada a hacer? Si es así, nadie lo menciona. Tal vez así es como
funcionan las cosas en su mundo, porque me doy cuenta de algunas otras mujeres jóvenes en la
sala. Una está sentada al lado del señor Mercer y está actuando particularmente amistosa.
—¿Quién es ella? —Le pregunto a Dimitri.
Sus ojos oscuros se fijan en la rubia. Podría haber sido una de las chicas que Killian arrojó
de su habitación en la fiesta. —Oh, esa es Ruthie Jones. Es la amante de Mercer.
—¿La amante? ¿Aquí?
Tengo muchas preguntas.
Se encoge de hombros. —Las cosas funcionan de manera diferente con la gente rica, lo
sabes. Amantes, Ladys, Sugar Babys —levanta una ceja—, es parte del estilo de vida.
—Pero, ¿y su esposa? ¡Está ahí!
—Estoy seguro de que ella se vengará de él por ser criticada con su entrenador de tenis
mañana.
—Jesús.
—Story, vivimos en una mansión con un ama de llaves, un abogado personal y una sirviente
contratada sexualmente. ¿Recién te estás dando cuenta de que las cosas funcionan de manera
diferente por aquí? —Me da una mirada de incredulidad y luego regresa a la barra para tomar
otro trago.
Intento adaptarme a la nueva normalidad de mi vida. ¿Mi mamá sabe todo esto? ¿Daniel?
Pienso en la amenaza de Killian de que tenía influencia sobre mi madre. Sólo Dios sabe si es
cierto.
A pesar de todo, los ánimos aumentan a medida que avanza el juego, y luego burbujea
cuando gana Forsyth. El señor Mercer hace que el personal pase champán, brindando por el
liderazgo de Killian. Incluso después de despejar el campo y el estadio, no hay señales de que
esta pequeña fiesta termine. Estoy empezando a sentirme un poco achispada por todas las
bebidas y más de una vez confiado en Tristian para mantenerme pie.
—¿Qué tal si tú y yo anotamos un touchdown por nuestra cuenta? —susurra en mi oído—.
Puedes mostrarme tus pompones.
Pongo los ojos en blanco, lo suficientemente excitada como para sentirme bien al decir: —
Eres ridículo. ¿No crees que alguien se daría cuenta si desapareciéramos de repente?
—¿Crees que me importa? —Sé que no le importa, y cuando mete la mano debajo de mi
camisa mientras mi madre, Jesús y su madre, están a medio metro de distancia, lo demuestra—.
Sé que usaste esto para mí —dice, husmeando en el espacio detrás de mí oreja.
Antes de que tenga la oportunidad de decidir si voy a luchar contra él o no, la puerta se
abre y Killian entra en la habitación.
Ahora, definitivamente es un círculo del infierno certificado.
Está aseado, lleva una sudadera de FU y pantalones de chándal. Su cabello esta húmedo
por la ducha. Incluso con mi familia aquí, me siento incómoda, como si no perteneciera aquí.
Esta es su gente, no la mía, y sé que no me quiere a su alrededor. Nunca lo ha hecho.
Desafortunadamente, cuando entra a la suite, los míos parecen ser los primeros ojos que se
encuentran. Me muevo ansiosamente bajo su peso, especialmente cuando su mierda cae,
absorbiendo la camiseta que llevo puesta.
Killian me mira fijamente.
Y me mira.
Y me mira.
Un momento después, está rodeado, primero por su papá, luego por los otros adultos,
felicitándolo por una buena victoria. Alguien le presiona una cerveza en la mano mientras un
hombre grande y mayor le da una palmada en el hombro. Aprovecho la oportunidad para
escapar, pero antes de que pueda, mi mamá me agarra del brazo y tira de mí. En lo que debo
considerar un movimiento orquestado, Daniel ha hecho lo mismo con Killian.
—Estoy tan contento de ver que ustedes dos se llevan mejor ahora —dice Daniel una vez
que estamos en un círculo cerrado—. Sé que las cosas fueron difíciles para ustedes dos en la
escuela secundaria, pero un poco de espacio y algo de madurez probablemente los haya
ayudado a ambos a llevarse mejor.
Killian no responde, pero a pesar de que me mira, es sin la agresión y abierta hostilidad a
la que estoy acostumbrada. En cambio, solo se ve cansado, duro y confundido.
—Tengo una gran idea —dice, con los ojos iluminados—, ¿qué tal si ustedes dos vienen a
cenar mañana por la noche?
—¿A cenar? —Pregunto. Me viene a la mente una imagen de nosotros cuatro, reunidos
alrededor de una mesa en un silencio asfixiante e incómodo. Y ese es el mejor de los casos—.
¿En la casa? ¿Juntos?
Killian se frota la nuca. —En realidad creo que tengo un…
—No hay excusas —dice Daniel, levantando las manos—. Finalmente tenemos a nuestra
familia de vuelta en un solo lugar. Creo que es hora de celebrar.
Es una idea terrible, Killian y yo, de vuelta en casa juntos después de todos estos años. No
se comportó bien entonces, y no se comporta bien ahora. Solo aceptar la invitación me pondría
en riesgo de daño personal. Al menos en la casa de los Lords, tengo a Dimitri y Tristian como
amortiguadores.
Killian es el mayor de los tres males.
“No”, está en la punta de mi lengua, pero mi mamá me mira con tanta esperanza. Tendría
que ser una excusa realmente buena y convincente. Estúpidamente, busco en Killian un bote
salvavidas.
Él solo me devuelve la mirada.
Reprimiendo un suspiro de que probablemente estará lleno de miseria, digo: —Claro. Creo
que eso suena genial.
Mi mamá me da un fuerte abrazo alrededor del cuello y todos miran a Killian esperando
su respuesta. Mira a su padre, con la boca apretada en una línea tensa e infeliz, y gruñe: —Bien.
—Se vuelve hacia mí, sus ojos se clavan en los míos y agrega—: ¿Qué tal si te llevo mañana,
Story? Podemos encontrarnos en el camino.
—Perfecto —aclama mi madre, con las manos entrelazadas, sin darse cuenta de que la oferta
de Killian para llevarme no tiene nada que ver con la generosidad. Es sólo otra oportunidad
para que me torture.
Y no hay escapatoria.
Capítulo 20
KILLIAN
—No tan rápido —digo, alcanzando a Story mientras se dirige directamente a su habitación. Ella
y los chicos estaban pasando el rato en la sala de estar de la planta baja cuando llegué a casa,
pero salió corriendo tan pronto como me vio. Estamos en el pasillo de arriba y puedo sentir la
tensión saliendo de ella, esos grandes ojos suyos moviéndose frenéticamente alrededor, como si
buscara una ruta de escape, por si acaso. Es razonable. Hace dos días, la inmovilicé en el suelo
bajo nuestros pies y le follé las tetas. Pero no necesita preocuparse. No estoy aquí para lastimarla.
Solo tengo una pregunta. —¿Por qué diablos estás usando mi camiseta?
Ella agacha la cabeza, sus grandes ojos se fijan en la camisa naranja, con mi número
estampado en el pecho. —Estaba en mi armario —tartamudea, levantando la barbilla—, estaba
tratando de ser solidaria. ¿No es ese el trabajo de una Lady?
Estrecho los ojos ante su tono, malhumorado y un poco insolente. Verla arriba en la suite
usando mi camiseta… Envió un temblor cálido, en lo profundo de mi vientre inferior, que todavía
parpadea como una brasa ardiente. Por un momento allí, la miré con la camiseta, mi nombre y
mi número pegados en ella, y pensé que tal vez…
Tal vez se estaba dejando ser mía.
Solo un poco.
Debería haber sabido que sería así, nada más que un poco de cumplimiento malicioso. —
Lo que sea —me burlo, fingiendo que no estoy decepcionado—, esto es sobre mañana.
—Jesús, mi mamá —gime, rodando los ojos—. No te preocupes, no planeo decirles que
estoy trabajando aquí, o para ti. Haría demasiadas preguntas.
—Sé que no lo harás. —La nivelo con una mirada—. Te iba a decir que estuvieras lista a las
seis. No quiero estar allí toda la noche.
—Oh —dice, claramente tomada con la guardia baja. Se frota las palmas de las manos en
los muslos, la mirada salta al pomo de la puerta—, claro, bien. Seis, entonces.
Cierra la puerta y oigo girar la cerradura con un chasquido. Me quedo con su olor pegajoso
y empalagoso. Eso, más una mirada al suelo, inunda mi mente con imágenes de ella allí abajo.
Atrapada debajo de mí. Retorciéndose. Mendigando. Había estado asustada, seguro. Pero más
que eso, había estado seriamente enojada.
Bueno, yo también. Las chicas que habían subido a mi habitación no habían funcionado.
En todo caso, lo habían empeorado. Claro, rebotaron en mi polla, la chuparon, ofrecieron sus
culos, pero nada de eso funcionó como solía hacerlo. Si era honesto conmigo mismo, admitiría
que ha sido algo gradual. La mierda habitual había estado funcionando cada vez menos. Lo que
sucedió la noche de la fiesta fue solo la culminación de tres años de pésimos polvos.
Mis ojos se mueven rápidamente hacia su puerta y dejo que la verdad pase por mi cabeza.
Solo una cosa me pone duro últimamente.
Esta es la misma mierda que pasó en la escuela secundaria. Lo mismo que me dije una y
otra vez que no dejaría que sucediera. Cuando me despierto, la escucho moverse en su
habitación, peinarse, vestirse. Cuando desayuno, ahí está ella. En la escuela, la veo, caminando
en el patio, vagando por los pasillos. Cuando llego a casa, está allí. Cuando ceno, está allí. Por
la noche, la única vez que realmente me permito mirar, querer y tener, ella llena mi nariz con
su olor, mis ojos con la pálida porcelana de su delicada piel, mi mente con pensamientos de
todo lo que quiero hacerle.
Es todo en lo que puedo pensar. Se siente como si me estuviera ahogando con ella,
rogando por una sola bocanada de aire fresco, pero nunca puedo encontrarla. Todo es Story.
El único momento de libertad que he logrado tener son los minutos que estoy en el campo,
demasiado ocupado concentrándome en el juego como para estar obsesionado con la forma en
que se ven mis moretones asomando por el dobladillo de su falda; mi marca en ella, mi reclamo
hecho carne.
Ahora incluso eso está contaminado, la vista de ella en mi jersey ya lo pervierte. Puedo
verla ahora, estando en el campo, pensando en todas las personas que la habían visto usando
mi nombre, reclamándome.
Soy el tipo que siempre consigue lo que quiere. Tengo dinero, apariencia, habilidad
atlética. No tengo que sacrificarme en el campo de fútbol, lo hago porque mi objetivo no es solo
ser bueno, es ser grandioso. Lo he logrado con un récord ganador, trofeos y una beca increíble
que ni siquiera necesitaba. Pero no todo es deporte. Lo académico es casi tan fácil como lo es
estar en la cima socialmente. Desde la escuela secundaria hasta la universidad, la gente
simplemente hizo fila, lo que permitió que mi estatus social aumentara. No dolía que tuviera los
dos mejores amigos más leales e igualmente impresionantes. ¿Y las chicas? Las chicas siempre
han sido fáciles. Siempre tan, tan insípidamente fáciles.
Excepto mi hermanastra. Story es la única persona que se interpone en el camino para
que mi vida sea exactamente como yo quiero. No debería necesitar tenerla. Tengo todo a mi
favor. Story Austin no es nada. Entonces, ¿por qué no puedo dejar de pensar en la forma en
que huele? ¿La forma en que su jodido cabello brillante se balancea cuando camina? ¿El corte
de sus caderas cuando se da la vuelta en la cama? ¿Cómo se ven las yemas de mis dedos,
clavándose en su piel? ¿Sus tetas apretadas y follables?
¿Por qué no puedo estar cerca de ella sin ser consumido por todo eso?
El resto del equipo está de fiesta ahora mismo, mientras yo estoy en casa obsesionado con
la Lady. No tengo otra opción. Lo último que necesito es tener que rechazar a más chicas. La
otra noche hubo una laguna en el contrato, mi ritual previo al juego. De lo contrario, no se me
permite estar con ninguna otra mujer, lo que estoy empezando a pensar que fue un trato
realmente estúpido. Sobre todo, porque reventar la cereza de Story depende de quién gane el
juego. Todo esto es solo un bloqueo de polla gigante diseñado para hacer que me obsesione
más con ella. Ahora estoy caliente todo el maldito tiempo. Tengo chicas, estoy lleno de
adrenalina, pero mi pene quiere solo una cosa. Una.
Este es exactamente el estado de ánimo que me va a meter en problemas. Todo lo que
necesito es ir a algún bar y descargar toda esta energía en algo equivocado, en la persona
equivocada.
Entro en mi habitación y me cambio, poniéndome unos pantalones cortos holgados y una
camisa de FU. Debería estar agotado después del partido, pero estoy más nervioso que nunca.
Abro mi computadora portátil, con la intención de encontrar algo de porno, lo único que parece
funcionar para mí últimamente, pero en su lugar veo un mensaje emergente sobre el recuento
de puntos semanales.
Mierda. Los puntos.
Abro la hoja de cálculo y hago una doble toma.
De ninguna maldita manera.
Los chicos están relajados cuando bajo las escaleras, y ¿por qué no deberían estarlo? —
¿Cómo diablos —gruño, arrebatándole el vaso de whisky de las manos de Rath—, estás anotando
tan malditamente alto?
Rath se ve momentáneamente enojado porque tomé su bebida, pero desaparece en un
instante, reemplazada por algo presumido. —Tengo tantos porque me estaba básicamente
rogando. Apesta ser ustedes dos.
—Estoy siete puntos por detrás. Podría desempolvar tu trasero en un solo almuerzo. —
Tristian pone los ojos en blanco, pero agrega en un tono a regañadientes—. Dicho eso, la mierda
de tutoría fue genial. Tú y yo —me señala—, vamos a tener que mejorar nuestro juego.
—¿Cómo? —pregunto de nuevo, distantemente sorprendido de que este vaso no se rompa
en mi agarre—. ¿Cómo diablos obtienes tantos puntos? Paso diez minutos con ella y quiero
atravesar una pared con el puño, y esperas que les crea que ustedes dos…
Rath levanta una mano, las cejas subiendo por su frente. —¿Estás dudando de nosotros?
—Cada punto se puede respaldar. —Concuerda Tristian, bebiendo de su propio vaso—. Yo
mismo vi el video de Rath. Ella pidió chuparle la polla. Lo tragó. Y no se escapó después. —Está
marcando modificadores de puntos con los dedos—. Mira, sé que no piensas mucho en el juego
a largo plazo, pero Story no es como tú piensas, Killer. El camino de menor resistencia funciona
con ella. Es como… una chica normal.
Rath se inclina hacia adelante para levantar su vaso. —Es masilla, amigo. Los castigos no
dan resultado, pero ¿sabes que sí? Ser amable. —Se ríe de esto, como si le hubiera hecho
cosquillas la maldita idea—. Tristian le compró una de esas flores de papel después del partido.
Ya sabes, ¿las que venden para recaudar fondos? Deberías haber visto la mirada en su rostro.
—Estaba sonrojada y tropezando consigo misma. —Explica Tristian—. Ni siquiera hace falta
mucho.
—Tácticas de Príncipe. —Me burlo, pero Tristian niega con la cabeza.
—Para nada. Verás, eres tan jodidamente terrible con ella que se aferra al más mínimo
gesto de amabilidad como el velcro. Así que oye, supongo que esto es gracias a ti. —Levanta su
vaso hacia mí antes de inclinarlo hacia atrás.
—Esto es una jodida mierda. —Digo con furia, plantando mis pies para evitar caminar de
un lado a otro como un tigre furioso—. ¿Amabilidad? ¿Simpatía? ¿Desde cuándo ustedes,
cabrones, juegan el juego así?
—Ya que voy a romper ese coño con mi polla gorda en unos meses. —Rath se ríe, agarrando
su entrepierna—. Lo siento hermano. Todo es justo.
Tristian debe sentir que estoy a punto de estallar porque deja su vaso, entrelazando sus
dedos. —Killian. Killer. Necesitas calmarte. Story hace lo que le dicen. Es una buena Lady. Solo
tienes que darle algo con lo que trabajar.
Exploté. —¡¿Cómo qué, joder?!
Levanta una palma, como si me estuviera dando algo. —Como un cumplido. Un regalo.
Una recompensa por ser buena. Refuerzo positivo. Sé amable con ella durante cinco jodidos
minutos. Verás lo que queremos decir. Los Príncipes son maricas, pero hay algo de mérito ahí.
Rath añadió: —Podría ayudar si al menos intentaras besarla.
—¿Por qué querría besarla? —Les doy una mirada de disgusto, a pesar de que el
pensamiento de su boca ya está haciendo que mi polla se mueva—. Y de todos modos, ella no
quiere nada “agradable” de mí, e incluso si lo quisiera, ¿por qué debería hacerlo? Es la ruina de
mi puta existencia. Cada día que no irrumpo en su habitación y estrangulo su culo es regalo
suficiente.
Tristian niega con la cabeza, recostándose en su silla. —Bien. Hazlo a tu manera. Sigue
molestándola y haciéndola sentir horrible, y estaremos allí para acumular puntos. Es tu
problema.
Juro que todavía puedo escucharlos reír cuando me voy, subiendo las escaleras. Que
jodidas bromas. Sé bueno. Hazle regalos. Dale recompensas. Refuerzo positivo.
Apuesto a que no pensaría que son tan amables si se diera cuenta de que la están tratando
como a un perro.
Deteniéndome frente a su puerta, decido que ya he esperado suficiente. Ha sido un largo
día y estoy enojado, imaginándomela pidiéndole a Rath, de rodillas por él, tragándolo. Me
pregunto si le gustó. No lo hizo, no cuando se trataba de Tristian. Pero Rath ha tenido tiempo
de meterse en su cabeza. Tal vez estaba interesada.
El pensamiento hace que mi puño se cierre alrededor de la llave, y un momento después,
estoy deslizándome por la puerta. Las luces están apagadas y tiene un ventilador encendido en
el tocador, apuntando a su cama. Siempre ha tenido un sueño bastante profundo, pero sé, lo
recuerdo, que se despierta si hace demasiado calor. Puse el ventilador en el armario antes de
que ella se mudara, sabiendo que lo encontraría y lo usaría. ¿Cómo es eso de jodidamente
agradable?
Me deslizo adentro, cerrando la puerta en silencio detrás de mí. La habitación está oscura,
pero puedo distinguir su cuerpo en la cama. Cada vez que vengo aquí, me vuelvo un poco más
valiente, pasando de sentarme en el sofá a acercarme poco a poco a la cama. Esta noche, me
paro sobre ella, inhalo su dulce aroma y miro su cuerpo dormido. Mis ojos tardan un momento
en aclimatarse, pero cuando lo hacen, cada uno de los nervios de mi cuerpo se dispara con una
conciencia conmocionada.
Todavía lleva mi camiseta.
Por un brevísimo momento, me pregunto si sabe que voy a entrar aquí, si quería que la
encontrara así, tirada en su cama, nadando en esta camiseta. Mi camiseta. Es básicamente una
maldita invitación. Una que no puedo rechazar.
En silencio, tomo aire y alcanzo la manta que cubre la parte inferior de su cuerpo. Bajo la
cobija lentamente, revelando la carne suave de sus muslos y sus suaves pantorrillas. Desde aquí,
apenas puedo distinguir los moretones que se desvanecen. Tal vez sea enfermizo, pero me afecta
casi tanto como la camiseta, sabiendo que me he apretado contra su carne. Que ella me está
usando. Empezando a ser de mi propiedad.
No lleva pantalones cortos debajo de mi camiseta y me pican los dedos por levantarla y
ver qué tiene debajo. ¿Algo de encaje? ¿Nada? Mi polla se contrae, cada vez más dura. Si tan
solo pudiera arrastrarme a su lado.
No. Esto es ir muy lejos. Muy pronto.
He tenido la fantasía desde siempre, desde que me deslicé en su habitación hace tantos
años. Fue antes de que la encontrara con mi papá, cuando todavía pensaba que era para mí,
mía.
Tenía diecisiete años, y después de darme cuenta de que ella era una completa cobarde
para las películas de terror, quería asustarla. Pero cuando llegué a su habitación, mi cuerpo tenía
otros planes. Las erecciones espontáneas eran algo a lo que estaba totalmente acostumbrado; en
la ducha, en el desayuno, en la clase de matemáticas, a veces incluso en la cena. Pero ver a Story
toda vulnerable en esa cama, sin ninguna puta idea de que yo estaba allí o de lo que podría
hacerle… era un nivel completamente nuevo. Mi mente empezó a dar vueltas, pensando en las
cosas que podría hacer, el dolor y la humillación que podía infligir, no se me quitaba ninguna
de la cabeza.
Quería meterme en la cama y explorar su cuerpo, pasar mi polla entre sus muslos. No me
importaba que estuviera durmiendo. Eso lo hacía mejor. No quería que supiera cómo me hacía
sentir.
Noche tras noche, entraba en su habitación y fantaseaba con eso, con todas las formas
diferentes en que podría suceder. En la mayoría de ellas, nunca se despertaba. Simplemente, la
follaba sin sentido y me iba. Pero a veces había otras fantasías. Aquellas en las que se despierta
y grita de miedo, rogándome que me detenga. O aquella en la que su cuerpo se arquea
instantáneamente hacia mí y gime de satisfacción, tan excitada por mi polla que ni siquiera le
importa. De cualquier manera, me deslizaba en su habitación y me masturbaba con cualquier
fantasía sexual evocada que he tenido, noche tras noche.
O lo hice, hasta que huyó.
Acabo de pasar mi mano por mi longitud, sintiendo los movimientos familiares, cuando
se da la vuelta y me enfrenta. Me congelo. Estoy tan cerca de la cama, más cerca de lo que
nunca he estado, lo suficientemente cerca como para extender la mano y tocarla. Sus ojos aún
están cerrados, pero sus labios se abren, expulsando un suspiro suave y gentil. Un destello de
ella lamiendo la punta de mi polla me viene a la mente, obligándome a ahogar un gemido. Mis
ojos van de sus labios a las curvas de los senos, hasta donde sé que un vientre plano y suave se
esconde debajo de mi camiseta. Si eso no fuera suficiente para poner mi pene completamente
duro, sus caderas se mueven contra el colchón y su mano presiona entre sus piernas.
Dejo de respirar.
En todas mis noches de ver a Story, ella nunca se ha tocado. Que yo sepa, nunca ha tenido
un sueño sexual ni nada parecido. Tal vez algunas pesadillas, donde se sobresalta y mira
alrededor de la habitación como si estuviera buscando un monstruo, pero esto es diferente. No
hay urgencia, ni miedo, solo su inquietud lenta y retorciéndose contra las sábanas. La forma en
que siempre lo había imaginado.
No hay forma de que me vaya ahora. Doy un paso atrás hasta que mis pantorrillas golpean
el sofá y me siento, sacando mi polla de mis pantalones. Todavía puedo verla, escucharla,
mientras se mueve lentamente contra su mano. Es un movimiento somnoliento, falto de
delicadeza. Esto es algo sin sentido y primitivo, destinado a ser privado. Todo su retorcimiento
hace que la camiseta se suba, revelando finalmente lo que hay debajo.
Un par de bragas rosas de encaje.
Acaricio mi longitud, tocando la punta y deslizándome hacia abajo, ejerciendo presión
sobre mis bolas. Sin embargo, es mucho más intenso verla así. No tengo que trabajar tan duro.
Sigo el ritmo de sus respiraciones cortas, el sonido de su crujido moviéndose contra las sábanas.
No sé si es solo la vista de Story dándose placer a sí misma o si es su olor en el aire, pero no me
toma mucho tiempo llevarme al borde, mi polla se pone tan dura que palpita dolorosamente
contra mi cuerpo contenido. Mi mandíbula se afloja y miro fijamente su rostro, paralizado. He
fantaseado más de una vez con alimentarla con mi esperma. A veces, en ese entonces solía untar
un poco en sus labios y me la imaginaba lamiéndolos más tarde. Solía mirar en la mesa durante
el desayuno, sabiendo que ella me había probado, incluso sin saberlo, y me pasaba el día medio
duro e impaciente por la hora de acostarme.
Estuve aún más cerca de lograrlo hace un par de noches cuando le rocié el pecho. Mis
bolas se tensan ante el recuerdo y cierro los ojos, tratando de recordar cada detalle al respecto.
El ardor en el interior es tan bueno, se siente tan bien, y el pequeño y tenue gemido que sale de
la cama solo lo hace más agudo e intenso. Vuelvo a abrir los ojos y la miro.
Sus grandes ojos somnolientos me devuelven la mirada.
Joderjoderjoder.
Me congelo, el corazón me late con fuerza, las bolas me duelen, el orgasmo me hace
cosquillas en los bordes de mi conciencia. Espero el susto, el terror, los gritos. ¿Qué debo hacer?
¿Correr? ¿Esconderme? En lo profundo de mi corazón, sé que no haré ninguna de esas cosas.
La callaré y finalmente cumpliré esa fantasía que ha estado corriendo por mis venas durante los
últimos cuatro años. Le haré pagar por encontrarme aquí. Haré que me suplique que me
detenga.
No.
Haré que me suplique que no pare.
Ambos nos quedamos en silencio durante un largo momento mientras evalúo mi próximo
movimiento, pero luego me doy cuenta de que ella ni siquiera está reaccionando. Me devuelve
la mirada, con la boca suavemente entreabierta, la mano presionando entre sus muslos, y dice…
nada. Mi erección sigue dura como una roca, sobresaliendo. Si realmente está despierta, no hay
forma, incluso en la oscuridad, de que no pueda verlo. Paso mi mano a lo largo, alimentando el
impulso, que no ha disminuido en lo más mínimo. Su mano sigue moviéndose entre sus piernas,
presionando y empujando, y me doy cuenta de lo que realmente está pasando aquí.
Dulce Cereza sabe que estoy en la habitación y el pequeño sueño que estaba teniendo la
ha puesto muy cachonda. Nos sentamos, con los pies separados, y en silencio satisfacemos
nuestras necesidades. Sus dedos se sumergen debajo de sus bragas y los míos empujan y tiran
de mi polla. Pronto la habitación se llena con los sonidos de nuestra respiración errática y
nuestras manos trabajando. El giro y la contracción de mi orgasmo no toma mucho tiempo, no
en estas circunstancias, no con Story montando su mano tan cerca.
Verla correrse es el puto dolor más dulce. Sus hombros tiemblan con él, la boca abierta
en un pequeño y suave grito. La sangre retumba en mis oídos y, por un momento, me pierdo
en la oleada de euforia. El semen pegajoso gotea por mi puño mientras su respiración y sus
movimientos son lentos.
Es la primera vez que somos iguales: compartimos un momento en lugar de robar uno.
Ella me mira quitándome la camisa y al limpiarme la polla, y yo le devuelvo la mirada. Solo
miro hacia otro lado por un segundo, solo para volver a meterme en mis pantalones, pero
cuando la miro de vuelta, sus ojos se han cerrado, la respiración se vuelve más lenta e incluso
como si nunca hubiera estado despierta. Como si esto nunca hubiera pasado.
Brevemente, me pregunto si me quedé dormido e inventé todo el maldito asunto. ¿Fue
solo un sueño sexual? No, no lo creo. Incluso en la oscuridad, puedo ver que sus mejillas están
sonrojadas y sus labios están rojos por morderlos. De pie, acecho sobre su cama por un largo
momento, mirándola, preguntándome si estoy loco por venir aquí todas las noches, por elegir
estar tan cerca de ella, pero nunca permitirme tenerla.
Después de esta noche, sé que una cosa es segura.
No hay manera de que pueda detenerme.
Capítulo 21
STORY
Inclinándome sobre mis talones, me limpio la boca, observando el rápido ascenso y descenso
del pecho de Dimitri. Fue incluso mejor que la última vez, chupándolo. Más fácil. Más rápido.
Más caliente…
—Mierda —jadea, tirándose sobre su espalda—, te estás volviendo buena en esto. —Con
apatía, se agacha para subirse los pantalones, levantando las caderas con un gemido.
Después de tomar un trago de la gaseosa que había traído conmigo, me pongo de pie,
sintiéndome inquieta y ansiosa. Es aún más difícil, mirándolo así. Más de una vez, la idea me ha
asaltado.
Específicamente, la idea de que una repetición de lo que me había hecho en mi primera
noche aquí no sería desagradable.
Pero como la última vez, me ha dado permiso para tocarme esta noche, para masturbarme,
y sé que lo haré. He estado haciéndolo. Lo hice anoche.
Distrayéndome rápidamente de ese recuerdo muy complicado y súper confuso, digo: —
Está bien —y abro la computadora portátil que había dejado en su sofá—, empecemos.
A Dimitri realmente le va mejor después de una mamada. Rueda hacia mí, con las
extremidades relajadas y los ojos claros, y luego estira la mano para pasarme el pelo por encima
del hombro. Es un gesto ocioso, apenas íntimo, pero aun así me toma por sorpresa. Si se da
cuenta, no lo da a conocer.
Se olvida por completo una vez que estamos concentrados en el trabajo, yo escribiendo
sus pensamientos, haciéndole repetirlos y memorizarlos palabra por palabra.
Se enfoca mejor.
¿Yo? No tanto.
Mi sangre se siente un poco demasiado eléctrica, mi piel demasiado tensa para
concentrarme adecuadamente. No ayuda que mi mirada no pueda dejar de ir a la deriva a sus
ojos. Tiene unas pestañas tan largas y oscuras. Le rozan la mejilla cuando mira hacia abajo. Sus
ojos son conmovedores, pero extrañamente cerrados, como si escondiera multitudes justo debajo
de la superficie. Me dan ganas de preguntarle cosas, como ¿por qué acabas de tocar mi cabello
de esa manera?
Lleva dos horas, pero finalmente logramos sacar un borrador viable. Mientras empaco mis
cosas, digo: —Probablemente bajaré. Killian y yo cenamos con nuestros padres esta noche y
debería prepararme.
Se levanta de la cama, estirando los brazos en el aire. Mis ojos se lanzan al parche de piel
expuesto por su camisa subiendo por su torso. Cuando ascienden una vez más, está sonriendo,
habiéndome atrapado. —Por supuesto “prepararse”. Considérate excusada.
—Gracias. —Respondo, ignorando deliberadamente las implicaciones.
Sin embargo, antes de irme, me detiene. —Deberías usar algo lindo.
Hago una pausa, girando. —¿Lindo?
—Para Killian —aclara, arqueando una ceja cuando me pongo rígida—, a él le gustan esos
lindos vestiditos que usas a veces. Cosas de niña. Todo dulce e inocente, ¿sabes?
—Oh. —Parpadeo, confundida. ¿Se espera que me vista para Killian? Realmente no lo
había planeado. He estado evitando pensar en él en absoluto—. Eh, claro. Gracias por el consejo.
Mientras salgo de la habitación, lo veo abrir un pequeño libro en el piano. Toma un
bolígrafo y hace algunas marcas rápidas antes de volver a cerrarlo. Lo hizo la última vez que
estuve aquí también, pero no pensé mucho en eso entonces. Ahora me pregunto si está tomando
notas después de nuestras sesiones, y si es así, qué dice. ¿Está bien? ¿Eso puede ayudarlo?
Revisar las cosas personales de los chicos me da náuseas. Incluso revisar la computadora en la
habitación de Killian se sentía como un riesgo enorme y aterrador. Todavía estoy medio
convencida de que va a saltar de una esquina en cualquier momento para castigarme por eso.
Ya en mi habitación, rápidamente me ducho y me visto para la noche. Después del
comentario de Dimitri, me encuentro mirando los vestidos. Son lindos. A decir verdad, son el
tipo de cosas que usaría libremente, sin que me lo digan. Hay un vestido color melocotón en el
armario que se ata en los hombros. Se detiene unos centímetros por encima de mis rodillas y no
es atrevido en lo más mínimo. Después de ponérmelo, doy vueltas, observándome en el espejo.
¿A Killian le gustaría esto?
Es un pensamiento tonto. A Killian no le gusta nada de mí, y no estoy segura de por qué
debería hacer el esfuerzo. No se merece nada más que lo mínimo indispensable. Vivo bajo su
techo y tomo sus castigos. Eso es suficiente.
Aun así, me pongo el vestido. ¿Qué había dicho la Sra. Crane sobre Dimitri?
—Él es el mejor manejando a los otros dos.
Si Dimitri piensa que esta es la mejor manera de manejarlo, entonces vale la pena
intentarlo. Dios sabe que nunca he sido buena en eso. De cualquier manera, no importa. Esta
noche no se trata de él. De ninguna manera. Se trata de sufrir durante una cena familiar juntos.
Vamos a la casa de nuestros padres, y allí, solo soy Story. Su hermanastra. No su Lady.
Desafortunadamente, salgo al pasillo al mismo tiempo que él, y me encuentro cara a cara
con su gran cuerpo. Su aroma flota sobre mí y me estiro hacia atrás, agarrándome a la puerta
para estabilizarme. Sin previo aviso, me asalta el recuerdo de Killian en mi habitación, fuera de
sí, acariciándose en la oscuridad. La forma en que se veía, sombreado, pero aún claro, y el
sonido de sus respiraciones rápidas están grabadas en mi memoria como una marca. Un calor
chispeante sube por mi columna debido a mi propio disfrute. El recuerdo es tan completo, tan
real, que sé en mi corazón que no fue solo un sueño, no importa cuánto desee que fuera así.
—¿Qué? —Pregunta, observándome.
—N-Nada
Su rostro es exasperantemente inexpresivo, incluso cuando me mira de arriba abajo,
fijándose en mi vestido. El vestido que he usado para él. Se aclara la garganta y no estoy segura
de qué le pasa, la forma en que se pone de pie, quieto y rígido, pero pregunta: —¿Estás lista?
Trago. —Sí.
Trato de procesar mis sentimientos, mientras subo al asiento delantero de su auto. Killian
no está actuando de forma mezquina y hostil como de costumbre, pero tampoco hay nada en
su rostro que hable de lo que pasó anoche. Puede ser que esté equivocada. Tal vez realmente
fue solo un sueño. Tal vez solo deba fingir.
Tal vez incluso me deje.
El potente motor del carro cobra vida cuando Killian lo saca del garaje. Me siento ridícula
sentada aquí. Si quisiera, podría estirar la mano y partirme el cuello de un solo golpe. Pero a
pesar de que sus manos están envueltas alrededor del volante, agarrándolo con tanta fuerza que
sus nudillos están blandos, no me mira en absoluto. Mantengo la boca cerrada. ¿Qué iba a
decir? Sé quién eres y lo que haces. Sé que, en algún lugar, en el fondo, me deseas de la misma
manera que yo te deseo a ti.
Pero apenas puedo admitir eso para mí misma, mucho menos para él.
Estamos a mitad de camino cuando de repente se acerca. Me estremezco, pero es
innecesario. Simplemente saca una bolsa de M&M de la consola central y la abre en el siguiente
semáforo. Ahora recuerdo que él siempre odió la comida de mi mamá, en las raras ocasiones
en que ella se esforzaba en hacerla.
Observo por el rabillo del ojo mientras inclina la bolsa hacia atrás, atrapándolos en su
boca y masticándolos. Estoy tan rígida en mi asiento que mis huesos empiezan a doler. Miro por
la ventana el paisaje (edificios, casas residenciales, estacionamientos) y desearía estar en
cualquier lugar menos aquí.
Killian se aclara la garganta, atrayendo mi atención. Sostiene la bolsa, dándole una
sacudida. Cuando solo lo miro, confundida, mueve los hombros y ofrece: —¿Quieres un poco?
—Me quedo boquiabierta ante la bolsa, porque debo estar perdiendo la cabeza. ¿Killian
ofreciéndome algo? ¿Qué demonios es esto? Me lanza una mirada rápida, apretando la
mandíbula—. ¿Y bien?
Los miro desconfiada. Tal vez estén envenenados o algo así. Peor aún, tal vez esto sea una
prueba. A regañadientes, extiendo mi mano, medio esperando que la golpee. No lo hace.
Vuelca un puñado en mi palma.
Si los inspecciono de cerca antes de llevarme uno lentamente a la boca, es solo porque no
soy estúpida. —Gracias. —Murmuro, todavía desconcertada—. No le digas a Tristian.
Su única respuesta es un gruñido silencioso mientras vierte más en su boca.

—Nunca pensé que llegaría el día —dice mi madre, sirviéndose su tercera copa de vino—, en que
tuviéramos a toda la familia de regreso en casa. ¿Y tú, querida?
—No, no realmente —digo, metiéndome una aceituna de conserva en la boca. Es amarga
y salada, lo que me recuerda al sabor de la polla de Dimitri.
—¿Segura que no quieres un poco de vino? Eres lo suficientemente mayor para tomar algo
con la cena.
—No gracias. —Dios, lo último que necesito hacer es beber en esta casa. Tengo el ojo
puesto en la cubierta trasera, donde Killian y Daniel están atrapados en la hombría de asar
bistecs. No voy a bajar la guardia ni un segundo. El comportamiento extrañamente calmado de
Killian, el truco de M&M, el viaje silencioso…
Esas cosas son engañosas.
Simplemente no sé de qué manera.
Mi madre sigue mi mirada. —Estoy contenta de ver que ustedes dos pueden llevarse mejor
ahora. Killian y tú realmente tuvieron dificultades para adaptarse el uno al otro en la escuela
secundaria. —Toma otro trago largo—. Por supuesto, luchaste para llevarte bien con él en ese
entonces. La mayoría de las chicas habrían estado encantadas de tener un hermano mayor tan
popular, pero tú siempre tenías esa manera de hacer las cosas difíciles.
Sí, mamá, ser manoseada por mi padrastro y luego agredida por mi hermanastro y sus
amigos era realmente sobre mi comportamiento y yo siendo la difícil.
Tal vez necesito un poco de ese vino. En cambio, tomo una alcachofa marinada y me la
meto en la boca.
Ella se acerca y empuja mi cabello fuera de mis ojos. —Me alegro de que después de toda
la preocupación y los gastos, finalmente pareces estar en el camino correcto.
—Sí. Lo tengo todo bajo control —digo, lista para quitarme la atención. Señalo la sala de
estar—. ¿Redecoraste?
—¡Oh! ¡Lo notaste! —Esto conduce a treinta minutos de historias sobre todo el trabajo que
hizo para que la habitación quedara perfecta y cómo Daniel quería esta característica o esa nueva
tecnología, o el televisor que se desliza desde el techo. Todo el tiempo que habla, no puedo
evitar preguntarme si mi madre siempre ha sido así o si cambió en el camino. Sé que trabajó
duro cuando yo era más joven y casarse con Daniel había sido como un regalo del cielo. No la
culpo por no mirar demasiado bajo la superficie. Tener juguetes nuevos y relucientes junto a un
esposo aparentemente devoto no es algo con lo que quieras meterte.
La puerta trasera se abre y Daniel asoma la cabeza. —Cinco minutos, ladys —dice, luego
me guiña un ojo antes de agacharse para salir. Jesucristo.
—Story —dice mi madre, alcanzando el gabinete—, ¿puedes llevarle el plato a tu padrastro?
En realidad, preferiría clavarme el ojo con el sacacorchos.
Tratar a Daniel es una cosa. No es lo suficientemente estúpido como para hacer algo
abiertamente frente a mi madre, además, ni siquiera estoy segura de que vuelva a molestarme.
Ni siquiera me trata igual. Tal vez las chicas mayores de dieciséis años no lo excitan. Pero Killian
es otra cosa completamente diferente. Él es tanto mi hermanastro como mi Lord. No sé cómo
equilibrar los dos.
Afortunadamente, cuando salgo a la terraza, Killian está a un lado hablando por teléfono.
Daniel sonríe apreciativamente, toma el plato con una mano y me aprieta el hombro con la otra.
El aroma de su colonia me da ganas de vomitar.
—Estoy tan contento de que hayas venido esta noche —dice, recogiendo un tenedor de dos
puntas y apuñalando la carne chisporroteante—. Quiero que sepas que este siempre será tu hogar.
Si alguna vez necesitas un lugar para relajarte o simplemente tener un poco de tiempo lejos de
tu agitado horario escolar, eres más que bienvenida.
—Gracias —le digo con fuerza, mirando a Killian. Todavía está hablando, pero sus ojos
están en mí, observándome de cerca—, aunque no creo que sea necesario. Las cosas en el campus
están bien.
—Me alegra escuchar eso —dice, volteando el otro bistec—. ¿Has hecho amigas? ¿Estás
saliendo con alguien?
—¿Salir con alguien? ¿Story? —Daniel mira por encima de mi cabeza. La pesada mano de
Killian aterriza en mi hombro—. La pequeña señorita perfecta 4.0 está demasiado ocupada para
tener citas ahora, como lo estaba en la escuela secundaria. Ni siquiera puedo hacer que venga a
la casa de fraternidad para una fiesta. Sigo diciéndole que todo el trabajo y nada de diversión
hacen que la vida sea aburrida.
Los ojos de Daniel van de la mano de Killian en mi hombro a mi cara. —Se necesita una
fuerte convicción para no quedar atrapado en la distracción de la vida universitaria. Estoy
impresionado. Tu hermano nunca ha sabido el significado de la palabra “no”.
Un poco de saliva se afloja en mi tráquea y toso.
Cuéntame sobre eso.
—Debería ir a lavarme las manos —digo, volviendo a entrar abruptamente. El baño más
cercano se encuentra junto al cuarto de lavandería. De ninguna manera voy a revivir esa
pequeña pesadilla mientras estamos aquí, así que salgo por la otra puerta y escapo escaleras
arriba. Cuando llego al rellano, entro automáticamente en mi antiguo dormitorio y enciendo la
luz.
Esas historias sobre padres que mantienen las habitaciones de sus hijos como un santuario
después de que se van de casa no se aplican aquí. No tengo idea de cuánto tiempo estuve fuera
antes de que mi madre llamara a su decorador, pero sospecho que todavía estaba en el autobús.
Aparte de la estructura de la cama y el escritorio antiguo de roble contra la pared, nada es igual.
Tan alienante como se siente ser borrada, no estoy segura de que me importe.
Entro al baño de Jack y Jill y me limpio la marinada aceitosa de los dedos. Después de
secarlos con una toalla, decido echar un vistazo rápido y curioso a la habitación de Killian.
Ah, y aquí está el santuario.
Trofeos, fotos del equipo, banderines de fútbol y pancartas decoran la habitación ordenada
que huele como la que está frente a la mía en la casa de los Lords. Hay una foto enmarcada del
día de su firma por Forsyth, colgada con prominencia justo encima de su cómoda. En él, está
flanqueado por su padre, con la mano apoyada con orgullo en su hombre, y su entrenador de
la escuela secundaria. Killian Payne; mariscal de campo estrella, hijo devoto, y un gilipollas
abusivo.
Estoy a punto de regresar al baño cuando la puerta se abre y Killian entra a zancadas. —
¿Qué estás haciendo? —Se ve sospechoso y molesto, con los ojos entrecerrados observando la
habitación.
—Mirando. Ver lo que ha cambiado. —Me encojo de hombros, porque aquí es fácil volver
a caer en la vieja dinámica—. Mi antigua habitación no se parece en nada a lo que solía ser.
Sus ojos se posan en mí y permanecen allí, y vuelve esa misma energía extraña del carro.
—Te fuiste. —Se dice acusadoramente, pero no hay nada real. En todo caso, se ve inseguro e
impaciente, extrañamente nervioso.
Pisando con cuidado, decido no morder el anzuelo. Una discusión aquí, esta noche, haría
que toda la cena fuera imposiblemente más horrible. En su lugar, agacho la cabeza y me dirijo
de nuevo al baño conectado.
Cuando lo paso, su mano sale disparada, agarrando mi brazo.
Me pongo rígida, preparándome para el pellizco, el apretón, el dolor. Cuando no viene
de inmediato, miro hacia arriba, encontrándome con su mirada. Killian me mira fijamente, con
la boca entreabierta como si estuviera a punto de decir algo, pero se distrajo.
Sus ojos están pegados a mis labios.
Tengo el mismo cosquilleo de conciencia de ese día que vino a ofrecerme el puesto de
Lady. Sus pupilas se dilatan, cambiando de tamaño, y sé que debo estar loca. Debe ser. Porque
Killian no va a besarme.
Solo tengo la mitad de la razón.
Se lanza hacia adelante para tomar mi boca con la suya, pero sería absurdo llamarlo un
beso. Casi instantáneamente, sus manos suben para agarrar mis brazos, girando para golpearme
contra la pared. Mi boca se abre con un grito ahogado de sorpresa y empuja su lengua dentro,
fuerte e inflexible.
Mi respuesta es culpa de Dimitri. Esto es su culpa. Me había puesto nerviosa antes y no
tenía tiempo para hacer nada al respecto. Ahora Killian está lamiendo mi boca, la dura longitud
de su cuerpo me sujeta contra la pared, y todo lo que quiero hacer es seguirle la corriente.
Eso es exactamente lo que hago, tomo sin pensar un puñado de su camisa y me abalanzo
sobre él. Gruñe, profundamente en su pecho, y hay una punzada de dolor cuando sus dientes
se clavan en mi labio. No me da tiempo para procesarlo. Se apresura hacia atrás, su cuerpo
entero se dobla alrededor del mío. Killian besa como juega en el campo. Duro. Implacable.
Ávido. No hay nada más que bordes afilados en esto, la forma en que su palma se eleva para
envolver mi garganta. No aprieta, simplemente la mantiene allí, como si necesitara que yo
supiera que podría hacerlo. Estoy atrapada por el punto del mismo, aunque no es necesario. Su
amplio pecho ya me sostiene allí.
El cuerpo de Killian está diseñado físicamente para hacer que la gente se doblegue.
Cuando más lo intenta, más quiero empujar hacia atrás. Mi corazón late como loco, inundando
mis oídos. Esto no se parece en nada a lo que pensé que sería besarlo. Hay dolor en la forma
en que sus dientes rozan mis labios, pero nada más. Sus dedos se doblan alrededor de mi
garganta, pero no presionan. Mis caderas se mueven hacia adelante, buscando fricción, y él mete
suavemente su muslo entre ellas, un rugido áspero derramándose de su pecho.
Está temblando.
Me toma un largo momento averiguar por qué. No es hasta que aparta la boca para
presionar una serie de besos duros y mordaces en mi mandíbula que me doy cuenta de que se
está conteniendo. Tal vez quiera lastimarme, después de todo.
—Debería follarte aquí mismo contra la pared. —Sisea, presionando su muslo con más
fuerza en mi centro. Jadeo por aire, y aunque me sentiré avergonzada de eso más tarde, me
muevo hacia él, persiguiéndolo, desesperada—. Todo el mundo piensa que te gusta lento, pero
yo te conozco mejor. Preferirías que te abriera con mi polla. —Su voz es cruda mientras rechina—
. Eso es exactamente lo que te mereces. Tal vez entonces, todos sabrían que eres mía. —Suena
vicioso y enojado, y esto debe ser culpa de Dimitri. Tiene que ser. Porque me atraviesa como
un rayo.
El orgasmo es una sorpresa tan aguda que ni siquiera tengo tiempo de ahogar mi llanto.
La subida es demasiado empinada, demasiado rápida. Me duele de la mejor manera,
extendiéndose desde mi centro hasta las puntas de mis extremidades. Soy impotente contra eso,
montando la pierna de Killlian sin sentido, implacablemente.
No es hasta que se me baja el subidón, que me doy cuenta de que está tapándome la boca,
su gran palama se clava en mi cara para sofocar los sonidos.
—¿Niños? ¿Están aquí?
Nos separamos con el sonido de la voz de Daniel, tan rápido que tropiezo, mis rodillas
aún débiles. Me atrapo en la cómoda, derribando un viejo despertador en el proceso. Apenas
repiqueteó suavemente en el suelo alfombrado cuando Daniel entra en la habitación, agarrando
una caja en sus manos.
—Ahí están —dice, pareciendo completamente ajeno—. A ustedes dos todavía les están
enviando todo su correo aquí. Tal vez hoy aprendamos una lección sobre el cambio de
dirección, ¿eh? —Tira la caja sobre la cama y saluda a Killian antes de salir de la habitación—.
Disfruten.
Mi cuerpo todavía se siente como si estuviera en llamas, quemándome de adentro hacia
afuera. Killian se había arrojado al otro lado de la habitación y ahora está mirando hacia la
puerta, con los ojos llenos del mismo fuego que yo siento.
Me aclaro la garganta y alcanzo la caja con las manos inseguras. —Probablemente solo es
un montón de basura.
Sus ojos se mueven hacia los míos, la subida y bajada de su pecho superficial y rápida. —
¿Qué? —Mierda. Esa mirada en sus ojos, llena de calor no gastado y energía crepitante. Nunca
ha salido nada bueno de eso.
—El correo. —Suelto, tratando desesperadamente de distraerlo antes de que la oscuridad
en sus ojos se haga cargo—. Ven, los separaré. —Frenéticamente, cavo, haciendo dos montones
en la cama. Hay más para mí que para él, ya que supongo que Killian ha estado en casa mucho
más recientemente que yo. Lo escucho acercarse, pero me mantengo concentrada en la tarea,
tratando de no inmutarme cuando pasa junto a mí para tomar algunos sobres de la pila.
Tengo razón, es principalmente basura. Hay un sobre más grande con mi nombre y una
dirección de remitente del campus. Debe ser algo de admisiones que me perdí.
Antes de que pueda meter la uña debajo de la solapa, me la están arrancando de la mano.
Killian.
Lee el frente antes de sacar un cuchillo de su bolsillo, del mismo tipo que Dimitri había
usado para cortar las llantas de ese tipo. Rompe el sobre fácilmente.
—Oye. —Protesto—. ¡Eso es para mí!
No parece molesto en lo más mínimo. —El contrato dice lo contrario.
—Eso es para el correo enviado a la casa de piedra rojiza —muerdo, observándolo sacudir
el contenido sobre la cama—, no para el correo enviado…
Mis palabras mueren en mi garganta.
Es un par de bragas de encaje morado.
El rostro de Killian se tuerce en algo oscuro y peligroso. —¿De quién diablos es esto? —
Hace puño las bragas. Son nuevas, y aunque Killian aún no lo sabe, tampoco se han usado. Sin
embargo, los reconoce, y lo haría. Son parte de un conjunto que me compraron los Lords—.
Estos son tuyos.
Todo mi mundo se rompe a mi alrededor. Este es un mensaje. Me encontró. Sabe dónde
estoy y sabe acerca de los Lords. Mi mente vuelve a Saul Cartwright y la forma en que Tristian
le susurró al oído. Saul lo sabe. Y ahora Ted también.
—Lo son. —No tiene sentido mentir. Ya sé que el castigo por eso será peor—. No tengo idea
de cómo alguien los obtuvo o por qué me los enviarían.
Con la cara inquietantemente inexpresiva, rebusca en el sobre y extrae una tarjeta. Es
pequeña, está colocando un papel grueso gofrado. Conozco la tarjeta como conozco las bragas,
porque el mismo papel que me dieron instrucciones esa primera mañana en la casa de piedra
rojiza. Sin ver lo que está escrito en el frente, sé que tiene las letras “LDZ” impresas en la esquina
inferior derecha. Las palabras están garabateadas en la parte posterior y lo voltea y lo sostiene
para que lo vea.
Eres mía, Puta.
Su rostro se oscurece. —Te estás tirando a alguien en la fraternidad, ¿no es así? ¿Un
estudiante de primer año? ¿Alguien que intenta expulsarnos?
—¿Qué? No. —Intento alcanzar la tarjeta, pero él la retira violentamente—. No me acuesto
con nadie más. ¡No me acuesto con nadie! Tú de todas las personas lo sabes. ¡Revisaste mi
himen!
—Alguien vino a ti con un trato mejor, ¿no es así? ¿Qué te están dando para traicionarnos?
—Sus dientes rechinan—. Sabía que estabas escondiendo algo. Sabía que había algo más en ti al
aparecer en nuestra puerta ese día. ¿Crees que somos jodidamente estúpidos?
Podría decirle la verdad. Que estoy huyendo de Ted, la persona real que me envió esto.
La persona que ha intentado destruir mi vida durante los últimos dos años. Un asesino. Pero
incluso en mi cabeza suena como una mentira fantástica y exagerada. No. Solo necesito calmarlo,
asegurarle que alguien me está jodiendo, a nosotros.
—Killian, mira —empiezo, rogándole con mis ojos que entienda—, alguien ha estado
jugando conmigo. Enviándome mensajes, observándome. Esto es solo otro…
Él me interrumpe, escupiendo: —¡Otra razón por la que eres una puta oportunista y
buscadora de oro, como tu madre! —Retrocedo con enojo, pero se adelanta para agarrarme,
sujetando su mano alrededor de mi garganta. Sus ojos se abren como platos y enloquecidos
mientras dice—. ¡No lo niegues! Siempre supe que esto pasaría. Actúas así, como si fueras una
pequeña víctima dulce e inocente, pero yo sé la verdad. Tropezarías con tus propios pies para
darle ese coño al mejor postor. ¡Para regalar lo que es mío!
—¡Nunca será tuyo! —Exploto. Mi pecho se llena con un tipo diferente de fuego y agarro
su muñeca, dejando que mis uñas se hundan en la piel—. Se lo regalaría a cualquier otra persona.
Ni siquiera necesitan dinero. ¡Lo haría en un santiamén! Prefiero morir que follarte. No hay nada
bueno en ti, Killian. Cuando estoy contigo, cualquiera se ve mejor en comparación. Cualquiera.
Se pone más furioso mientras hablo, esa vena en su sien palpitando a un ritmo rápido. Sus
dedos se aprietan alrededor de la columna de mi garganta, pero su mano tiembla. Se está
conteniendo.
Apenas.
—Esto es lo que vas a hacer —dice, en voz baja y lleno de advertencia—, vas a bajar las
escaleras y subirte al carro. No vas a hablar con la zorra de tu madre. Ni siquiera vas a mirar a
mi padre. Simplemente vas a desaparecer. —Con eso me empuja, haciéndome retroceder
tambaleándome.
En el segundo en que me pongo de pie, salgo por la puerta.

La ira sale de él mientras hace girar el carro con un estruendo desagradablemente fuerte. Debería
tener miedo de lo que va a pasar, pero ¿la cosa es…?
Estoy casi harta de todo eso.
Estoy harta de Ted, siempre pisándome los talones. Hasta de los juegos de Tristian y los
comentarios astutos de Dimitri. Harta de Daniel, que está tratando de actuar como si fuéramos
una gran familia feliz, como si él no fuera el principal catalizador de toda esta miserable
existencia. Y harta de Killian, quien solo quiere tomar y lastimar.
Cuando llegamos al pub, ni siquiera me siento confundida. Solo estoy pensando en cómo
devolverles el golpe a todos, cómo recuperar incluso la más pequeña pieza de control para mí.
Killian no me dice una palabra mientras abre la puerta y sale. La golpea con tanta fuerza
que el carro se balancea, pero ni siquiera me estremezco. Lo observo caminar hacia las puertas
y abrirlas furiosamente, desapareciendo en el interior.
Veinte minutos después, está claro que esta no es una visita rápida.
Salgo del carro y lo sigo adentro. Está más oscuro aquí, y aunque apenas son las siete de
la tarde, ya está lleno. A pesar de eso, lo veo al instante, sentado con la espalda recta en un
taburete en el bar. Está bebiendo un vaso alto de líquido ámbar con una mano y haciendo algo
en su teléfono con la otra. Toda su aura grita “aléjate”, y parece que todos le están prestando
atención.
No me dedica ni una mirada cuando me acerco a él. Traga, golpeando su vaso en la barra
para burlarse. —¿Dije que podías venir aquí?
—Tengo que usar el baño —me burlo de vuelta—, ¿o quieres que orine en tu precioso
jodido eufemismo?
—Ve. —Ladra—. Déjame jodidamente solo.
—¡Con gusto! —Me giro, encuentro el baño y me dirijo hacia él.
Está más tranquilo adentro y elijo un fregadero para abrirlo todo. El agua es
refrescantemente fría contra mi cara caliente, devolviéndome a la realidad. Apoyo las manos en
fregadero y me quedo pensando en él, bebiendo como si lo hubieran dejado plantado de alguna
manera. ¿Qué diablos era todo eso de que mi virginidad era suya para que la tomara? ¿Desde
cuándo?
¿Y cómo puedo asegurarme de que nunca, nunca suceda?
En ese momento, alguien sale de un cubículo y me pongo rígida, tratando de parecer más
arreglada de lo que me siento. Me miro al espejo y me congelo cuando me doy cuenta de quién
es.
—Oh —digo, parpadeando el agua de mis pestañas—, hola.
La Condesa me mira de vuelta, dándome una pequeña sonrisa. —Hola. Es Story, ¿verdad?
Asiento con la cabeza. —Sí, y tú eres… ¿puedo llamarte Sutton? ¿O es algo más por lo que
me gritarán?
Ella se ríe, acercándose al fregadero a mi lado. —Sutton está bien cuando solo estamos
nosotras. —Es mucho más bonita que yo, con sus labios carnoso, su postura elegante y su piel
suave y oscura. Pero sus ojos también son cálidos y amables—. ¿Están los tuyos ahí fuera? Los
Condes tienen la sala de billar. Es posible que tengamos que mantenerlos distraídos para que
no se metan en otra pelea de bofetadas.
Sonrío con fuerza. —Solo uno de ellos. Está en el bar. Y la única persona con la que quiere
pelear esta noche soy yo.
—Ahh, una de esas noches. ¿Cuál de ellos? —pregunta, dejando caer su bolso en el
mostrador—. No espera. Déjame adivinar. Killian Payne.
Me río sombríamente. —¿Cómo lo supiste?
—Oh, chica —abre la cremallera de su bolso—, sus berrinches son legendarios en FU. Ese
chico no puede manejar que las cosas no salgan como él quiere. —Saca una barra plateada
brillante de brillo de labios—. No es que yo pueda hablar. Uno de los Condes se enfadó tanto el
otro día que arrancó la pantalla plana de la pared. —Rueda los ojos—. Es como si fueran niños.
Asiento con la cabeza. —Bebés demasiado grandes.
Se inclina hacia el espejo, evaluando una mancha diminuta, casi inexistente. —¿Entonces
qué pasó? ¿Miraste a otro chico? ¿Fue el inclinarse demasiado seductoramente? ¿Hablar con el
camarero? —No es ninguna de esas cosas, pero Sutton parece entender mi situación mejor de lo
que esperaba. Ella se encoge de hombros—. Soy amiga de Charlene. Conozco el proceso.
La observo aplicar el brillo a lo largo de su labio inferior. —¿Charlene te dijo eso? Se
supone que las Ladys no deben compartir su contrato con nadie. Joder, se supone que ni siquiera
debo hablar contigo.
—Chica, lo quieren así para mantenernos a raya, pero las mujeres hablan. Siempre hemos
hablado. Siempre lo haremos. —Ella vuelve a poner la tapa en el brillo—. De lo contrario, ¿de
qué otra manera sobreviviríamos?
Tiene razón en eso. Me giro y me apoyo en el mostrador. —Hay momentos en los que
siento que me estoy ahogando. Como que nada de lo que hago está bien, y todo es mi culpa.
Especialmente con Killian. Está tan enojado todo el tiempo. No tengo idea de cómo mejorarlo.
Sutton me mira y sonríe. —¿Ni idea?
—Bueno —aliso la parte delantera de mi vestido—, usé este atuendo para él. Creo que
podría gustarle. Y no discutí con él ni una vez esta noche. Pensé que las cosas iban bien hasta
que…
Levanta la ceja. —¿Hasta qué?
—Nada. —Exhalo—. Nada de lo que hago lo hace feliz. Nunca lo ha hecho. Quizás la peor
parte es que hay una pequeña y profunda parte de mí que siempre ha querido. Incluso después
de todos estos años, esa adolescente estúpida, torpe y triste todavía vive dentro de mí, deseando
que el chico guapo en la habitación de al lado me quiera.
—Story, cariño —dice, cerrando la cremallera de su bolso y apoyando su mano en mi
brazo—, hay una cosa que todos los hombres quieren, especialmente hombres como Killian: que
lo folles sin sentido. Para que le dejes meter su polla por todos los orificios que tienes. Todo lo
que estos imbéciles quieren es reclamar a su mujer. Solo ve a buscarlo, arrástralo de vuelta aquí,
y deja que te joda, justo en este mostrador. Empaña su cerebro con un orgasmo tan bueno que
no pueda recordar por qué está tan enojado. ¿Y el bono? —Ella guiña—. Es que te correrás
también. Es un ganar-ganar.
Lo dice tan fácilmente. Como si fuera la cosa más fácil del mundo. Abre las piernas y deja
que te folle sin sentido. Y tiene razón. Debería ser fácil, pero hay capas sobre capas unidas a mi
relación con estos tipos, con nuestro pasado, con Ted, Daniel y todos los demás hombres con
los que me he encontrado. Es el único poder que he tenido. El único apalancamiento. ¿Estoy
lista para renunciar a eso?
—Soy virgen. —Suelto, el peso del secreto pesa sobre mí. La deficiencia. El “por qué”
Killian está tan reprimido y enojado—. Es por eso que me eligieron como su Lady. Soy virgen y
les gusto así.
Los labios de Sutton forman un pequeño círculo y sus ojos crecen el doble de lo normal.
—Mierda santa. ¿En serio?
—Sí. —Me doy vuelta y alcanzo una toalla de papel. Sólo por algo que hacer con mis
manos—. Patético, lo sé.
—No —dice ella, un poco demasiado rápido—, no es patético. Honestamente, tiene mucho
sentido. Tienes lo único que el resto de nosotras no tenemos. —Se ríe y miro su rostro. Se ve
positivamente divertida—. No es de extrañar que esté tan tenso.
—Sí. ¿Ves? Te lo dije, todo es mi culpa, de una forma u otra.
—No, nena, esto no es tu culpa. Esto es… bueno —sus labios se curvan en una pequeña
sonrisa—, es algo bueno. Muy, muy bueno.
—No lo sé. —Le digo—. Están obsesionados con eso, como si fuera una especie de premio.
A veces solo quiero hacerlo y terminar de una vez. Quitar la presión y encontrar a un chico que
se preocupe más por mí que por el himen entre mis piernas.
—No. No lo pienses así —dice Sutton rápidamente—. Te hace poderosa. Te protegerán pase
lo que pase. ¿Yo? No tengo nada que perder.
Un puño golpea con fuerza la puerta, haciéndonos saltar a ambas. —¡Condesa! ¿Sigues
ahí? —Grita la voz de un chico.
—¡Voy, mi Conde! —Ella vuelve a llamar, luego pone los ojos en blanco dramáticamente—
. Supongo que me he tomado demasiado tiempo.
—Ve —dije—. Y gracias. Hablar contigo realmente me ayudó.
Ella engancha su bolso sobre su hombro. —Nosotras, la realeza, debemos permanecer
unidas, ¿sabes?
Sonrío. —Sí, en serio debemos.
Sale al pasillo y espero unos minutos antes de seguirla, por si Killian la está mirando. No
debería haberle dicho esas cosas a Sutton, pero ¿la regla de confidencialidad? Es sólo más
manipulación y mierda. Otra forma de controlarme. Quiero decir, ¿qué es lo peor que puede
pasar de una pequeña charla de chicas en el baño?
Capítulo 22
TRISTIAN
—Necesitamos algo sobre este tipo —digo, leyendo el nombre en voz alta—, Rufus Hammond.
El dedo de Rath recorre el libro mayor, tratando de encontrar una conexión. —Nick no
nos está dando una mierda aquí.
Bufo. —¿El Nick feo o el Nick guapo?
Rath murmura sarcásticamente. —Exacto.
Bueno, no se equivoca. Caminar por la línea entre las facciones es algo frágil. A veces
tenemos que hacer cosas por los Nick, a veces los Nick tienen que hacer cosas por nosotros. Es
todo un trato de armonía, lo que hace que sea difícil volver a la escuela después de un verano
trabajando en el Lado Sur. Es un equilibrio al que debemos recuperar el ritmo, y lleva tiempo.
Suspirando, admito a regañadientes. —Tal vez deberíamos preguntarle a la Sra. Crane. —
Es más difícil encontrar trapos sucios sobre la gente cuando tienes clases y deberes dentro de la
fraternidad. Los informantes del Lado Sur no entran precisamente al campus.
—No. —Responde, sacudiendo la cabeza—. Hoy es su aniversario de bodas. No querrá
desenterrar nada de mierda. Me sorprende que incluso esté aquí.
—¿De qué sirve tener una base de datos viva, respirando y maldiciendo mierda del Lado
Sur si nunca podemos acercarnos a ella y preguntarle al respecto? —Lanzando la carpeta a un
lado, paso mis dedos por mi cabello—. Ustedes dos la miman como la mierda.
—Y tú la tratas como una base de datos viviente, que respira y maldice mierda del Lado
Sur. —Me mira con dureza—. Delores Crane es más que eso. Es un maldito testimonio de toda
esta institución torcida. Es un ícono.
—Es una reliquia. —Le corrijo, preparado para darle un discurso sobre las viejas
costumbres y cómo las amistades como Crane nunca sobrevivirían en la era de la información.
Y luego Killer irrumpe en la sala.
Es obvio que está furioso, aunque no dice una palabra. Se queda allí, rígido y quieto,
mientras Story entra detrás de él y sube inmediatamente las escaleras a su habitación.
Rath cierra la computadora portátil. —¿Ahora qué?
Killian señala con el dedo hacia las escaleras, gruñendo. —Esa maldita perra se está
follando a alguien. —Y, oh, también está muy preocupado por eso, justo ahora.
—De ninguna manera. —Insisto, resoplando—. Tenemos a esa chica encerrada las
veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
Rath está de acuerdo. —Está con nosotros todo el tiempo. Rastramos su teléfono. ¿Cuándo
tendría la oportunidad?
—Incluso si la tuviera, no lo haría. —Argumento, sabiéndolo hasta en mis huesos.
Killian se detiene, mirándonos. —¿Me están escuchando? ¡Les digo que está follando con
alguien! Y ese alguien es de LDZ. Le enviaron un par de bragas por correo, junto con esto.
Cojo la tarjeta que me arroja, entrecerrando los ojos mientras la leo.
Eres mía, puta.
Rath la toma a continuación, burlándose. —¿Estás seguro de que tú no enviaste esto?
—Alguien la está acosando. —Jura Killian, arrebatándole la nota.
Me recuesto, pensando. —¿Estudiante de primer año?
—Tiene acceso a la casa. —Asiente—. Probablemente alguien tratando de saltar sobre
nosotros.
—Nos quedan dos años en esta casa —digo—. Lo ganamos.
—Eso no nos detuvo. —No teníamos respeto por los antiguos Lords y su Lady. Pusimos
nuestra mirada en Charlene y le dimos la vuelta al juego. El problema es que sentó un
precedente. Y si estos cabrones mocosos creen que pueden ir contra nosotros y nuestra Lady…
—No lo sé —digo, golpeándome la rodilla pensando—. ¿De verdad crees que Story haría
eso? No…
Gruñe. —¡No te atrevas a decir que no lo haría! Es una zorra avariciosa de dinero. Sabíamos
que había un riesgo de esto cuando se mudó aquí. Todo lo que necesitó fue un mejor trato, no
le importa una mierda nuestra reputación.
Rath se pone de pie, con el rostro en blanco mirando entre nosotros. —Está bien, entonces
sí es verdad. ¿Cómo quieres manejarlo?
Debajo del escepticismo, veo la preocupación en sus ojos. Sé lo que está pensando; que
Killian querrá echar a Story por violar el contrato. Es válido. Hay una cláusula estricta de no
follar con otros, pero incluso si ella nos hubiera traicionado de esa manera, y no lo hizo, tampoco
estoy seguro de estar listo para que se vaya.
—No la vamos a echar —digo, planteando esa mierda ahora.
—Estoy de acuerdo —dice Killian.
Miro hacia arriba con sorpresa. —¿Lo estás?
—Quienquiera que haya hecho esto necesita aprender que sucede cuando jodes con los
Lords. —Su mandíbula se aprieta—. ¿Y Dulce Cereza? Aprenderá que no hay salida fácil de este
contrato.
Mierda. —¿Qué significa eso? —Pregunto, temeroso de darle demasiada holgura. Killian es
lo más parecido a un sociópata que jamás haya esperado conocer. Lo que sea que haya planeado
no puede ser bueno.
—Convoca una reunión. De toda la fraternidad —dice, sin responder a mi pregunta—, lleva
a Story a la sala de reuniones. La perra tonta probablemente esté empacando mientras hablamos.
Sabes que su primer instinto es correr.
Eso todos lo sabemos.
Killian comienza a alejarse cuando lo agarro del brazo. —¿Qué vas a hacer con ella?
Me mira a los ojos y no me gusta lo que encuentro allí. —Voy a asegurarme de que ella y
todos los demás miembros de esta fraternidad sepan exactamente lo que sucede cuando intentas
jugar con el juguete favorito de los Lords.

Solo llamo una vez antes de probar el pomo.


Se abre, así que entro, esperando ver a Story empacando la bolsa de lona triste y hecha
jirones con la que había venido aquí. Killer tenía razón. Su primer instinto es huir. Huyó de aquí
hace tres años, y luego otra vez en el internado, y luego otra vez cuando regresó. Cuando se
trata de instinto, ella es todo escape y cero lucha.
Por eso, cuando la veo de pie frente a los ventanales, mirando hacia la calle, sé que tengo
razón.
Aun así.
Tengo que escucharlo de ella.
No gira la cabeza cuando me acerco. La habitación está oscureciendo, todavía no ha
encendido las lámparas, pero el intenso resplandor del atardecer la ilumina con una oleada de
calidez. Es bonita, usando este pequeño y sencillo vestido. Sé sin preguntar que lo eligió para él,
para Killian.
—Story. —Sus ojos no se mueven, fijos en la nada en la distancia—. Mírame. —Cuando no
lo hace, toco su barbilla, acercándola hacia mí. Cuando finalmente se encuentra con mi mirada,
todo lo que veo es ira y cansancio—. ¿Estás follando con otros a nuestras espaldas?
—No quiso escuchar. —Ella rechina, con la mandíbula apretada—. Nunca escucha.
—Yo sí —digo exigiendo—. Responde la pregunta.
No parpadea, esos grandes ojos me miran fijamente. —No.
Story miente, pero nunca es buena en eso. Killian no la entiende. El engaño no es su juego,
nunca podría serlo. Le falta el acero en sus huesos para hacerlo convincente. Es demasiado suave
por dentro, elástica. Desviaría mi atención, tal vez omitiría algunos detalles, y sería buena en eso.
Pero no en esto, no una mentira descarada.
Manteniendo su mirada en la mía, le pregunto. —¿Sabes quién envió eso? —Ella va a mirar
hacia otro lado, pero tiro su barbilla de vuelta hacia mi—. No me hagas preguntar dos veces.
Levanta su barbilla. —Sí.
—¿Quién?
Baja la mirada, pero esto no es insolencia. Es terror. —No puedo decírtelo. —Cuando me
mira a los ojos de nuevo, están suplicantes—. No me hagas mentir. Simplemente no puedo
decírtelo.
—¿Por qué no? —Pregunto, presionando. Ella niega con la cabeza, exasperada, y cambio
de estrategia—. ¿Es alguien del campus? ¿De la fraternidad?
—¡No! —Lo dice con tanta autoridad que casi quiero bajar y golpear a Killian en la maldita
cabeza.
—Y no te lo has follado. —Antes de que pueda responder, aclaro—. O te metiste con él, o…
—Ni siquiera lo he conocido. —Insiste.
Satisfecho con eso, dejo caer mi cabeza, asintiendo. —Él no te cree.
Pone los ojos en blanco, y cuando se encuentran con los míos de nuevo, están brillando
con lágrimas no derramadas. —Por supuesto que no. Para solo pensar que soy leal, tendría que
dejar de odiarme por un momento olvidado de Dios.
Bueno, ciertamente tiene su punto.
—Sí. Tiene algunos problemas. No digo que sea justo, pero eso es parte de esto. —
Suspirando, me aseguro de que comprenda el peso de mis palabras cuando agrego—: Te va a
castigar.
—Lo sé.
No estoy en posición de juzgar a Killer. Después de Genevieve, tampoco tengo prisa por
confiar en ninguna de estas perras. Todo lo que hacen es joder. Todas las chicas aquí se lo están
haciendo a alguien a espaldas de otro. Me pone jodidamente enfermo.
Por eso tiene que ser Story. Independientemente de lo que piense Killian, algo la retiene
aquí. Es la razón por la que no encontré las maletas empacadas cuando entré en esta habitación,
a pesar de que tiene todas las razones para salir corriendo. Esa es su naturaleza y está yendo en
contra. La gente no hace eso por nada. No es la forma más pura de lealtad. No es auténtico ni
genuino.
Pero maldita sea.
Es algo, joder.
—¿Por qué no lo has hecho todavía? —Pregunta, buscando mis ojos—. He estado aquí el
tiempo suficiente. Podrías tomarlo, ahora mismo. Podrías haberlo hecho hace días.
Levanto una ceja, sabiendo exactamente de qué está hablando. Jódeme. Su virginidad.
Tengo que andar con mucho cuidado aquí. —Tal vez estamos esperando a que estés lista. Tu
primera vez debe ser especial.
Ella responde de inmediato. —A ninguno de ustedes les importa eso.
Sí, eso iba a ser difícil de vender. —Bueno. Las vírgenes son malos polvos, Cereza. No
saben qué hacer ni cómo hacerlo. Solo te estamos permitiendo obtener algo de experiencia en
tu haber.
Su boca adelgaza, y se lo compra. Esa frase encaja perfectamente con nosotros. —Algunas
veces deseo…
Sus labios son suaves y flexibles cuando me inclino para besarla, cortándola. O la saco del
tema o la llevo a la línea de meta. Todo lo que necesito son las palabras, una solicitud explícita
y semántica, y santa mierda…
Podría ganar el juego aquí, ahora mismo.
Y por la forma en que me ataca, no hay otra palabra para eso, tal vez quiera que lo haga.
Planta ambas palmas en mis hombros y me lleva de regreso a la cama. Solo funciona porque la
dejo, cayendo cuando la parte posterior de mis piernas golpean el colchón. Se sube a mi regazo
sin siquiera romper el beso, enrollando sus brazos alrededor de mi cuello.
Me estiro detrás de ella para agarrar su trasero, gimiendo cuando ella muele mi polla. Es
todo tan obvio. Su espalda se arquea hacia mí. Gime. Su lengua lame en mi boca. Es una mujer
con una misión, con algo que demostrar.
Pero todavía no ha preguntado.
Agarrando sus caderas, le doy la vuelta y la tumbo en la cama. Me observa con una mirada
de sorpresa en su rostro. Solo crece en confusión cuando solo la miro. Sé exactamente cómo
terminará esto. Oh sí. A Story Austin le gustaría que fuera suave y dulce. Un beso en su mejilla.
Toques suaves en su brazo. Acariciar su cuello. Todo lo que se necesitaría es un poco de
romance artificial, algunas palabras sobre lo bonita que es, y la tendría a mi meced. A ninguno
de nosotros nos importa que su primera vez sea especial. Pero a ella sí.
Solo llego a los suaves y tiernos besos en su cuello antes de que salte, con la columna recta
y los hombros tensos.
—Um —murmura, tirando de uno de los tirantes de su vestido de vuelta a su hombro—,
deberíamos…
Hijo de puta. Tan cerca.
—Sí. —Suspiro, deseando que la tensión mi polla bajara. No tenemos tiempo para esto, de
todos modos. Poniéndome de pie, me aclaro la garganta, esperando que salga más como si me
estuviera recomponiendo que gruñendo en mi puño—. Killian quiere verte abajo, así que sí.
Deberíamos ir.
—¿Sabes cuál va a ser mi castigo? —Pregunta, con la voz temblorosa, ya sea por miedo o
por lo cerca que estábamos.
—No. —Meto un mechón de su cabello detrás de oreja—. Pero no será bonito. O fácil. Y
no hay nada que Rath o yo podamos hacer al respecto, ¿entiendes?
Asiente y mira al suelo. —Entiendo.
Levanto su barbilla con un dedo. —De todos modos, eres nuestra Lady ahora y serás
nuestra Lady después.
Esa es la verdad, pienso, llevándola fuera de la habitación. De lo que no estoy seguro es
de cuan rota estará cuando Killian termine con ella, y si será posible recoger los pedazos.
Capítulo 23
STORY
Nunca he visto toda la fraternidad antes.
Debe haber cuarenta de ellos, posiblemente más. La habitación a la que me llevó Tristian
está en el sótano, pero no parece un sótano. No tiene ventanas, pero hileras de candelabros
iluminan la habitación con un brillo cálido, aunque espeluznante. Está amueblado con filas de
sillas tapizadas, que actualmente están siendo ocupadas por un grupo de hombres bulliciosos.
En la parte de atrás, cerca de donde entramos, hay una docena de ellos de pie, moviéndose
inquietos de un pie a otro, aunque todavía quedan algunas sillas vacías.
Tristian se inclina para susurrar. —Esas son las promesas.
Veo al tipo que fue malo con la Sra. Crane ese día en la cocina, y luego los dos idiotas de
la fiesta esa misma noche Tuckey y Beckwith. Todos ellos están sonriendo de una manera
inquietante. La vibración en el aire, curiosa y llena de anticipación es una marca contraste con
lo que actualmente me revuelve el estómago.
Tristian tiene su mano en mi espalda baja, guiándome por la habitación desde atrás,
susurrándome todo el tiempo. —No puedes responder. Si lo haces, lo empeorarás. Tendrás que
hacerlo, ¿entiendes? No puedes parecer débil ante estos tipos. No lo provoques más de lo que
ya está. Ya sabes cómo se pone.
Asentí levemente con la cabeza, pero ahora mis ojos están puestos en Dimitri, que espera
estoicamente al frente. Atrapa y sostiene mi mirada, y no puedo evitar el escalofrío que me
atraviesa ante la inexpresividad de su mirada. Solo ahora me doy cuenta de cuánto me ha dejado
ver mientras vivía aquí. El chico que solía conocer, su presencia desconcertante y fría, en algún
momento cambió a la de un hombre callado y hosco, pero también fuerte y astuto.
Todo eso se ha ido de su rostro ahora.
Mi corazón se hunde ante la posibilidad de que crea lo que Killian ha estado diciendo.
No estoy del todo segura de por qué debería hacerlo.
Killian está en el centro de todo, y si pensé que parecía un gángster el primer día que entré
en esa casa de piedra rojiza, entonces estaba equivocada. Este es el gángster. Ni siquiera me
mira, pero puedo ver que la malicia en sus ojos de antes se ha ido, reemplazada por algo duro
y cerrado.
Hasta ahora, siempre ha sido bastante fácil conciliar esta nueva versión de Killian con la
que recuerdo de la escuela secundaria. Puede que tenga todos esos tatuajes y se vea más ancho,
un poco más duro, pero actúa exactamente igual. Solo que ahora me pregunto si podría estar
equivocada, porque domina la habitación con nada más que un asentimiento.
Un asentimiento.
La habitación se queda instantáneamente en silencio.
Esta es una versión de Killian con poder. Una versión que inspira respeto y lo consigue,
sin duda.
Incluso antes de que abra la boca, siento la alarma de ser impotente aquí. Brevemente,
considero que debería haber seguido escaleras arriba, con Tristian. Todo se siente tonto ahora,
la forma en que me sentí cuando me besó tan suavemente, el pecho me dolía por la ternura que
me había mostrado. Tuve este momento, este destello de claridad, que es posible que ya no lo
odie. Pensé en Ted, quien sin duda sabe acerca de ellos tres ahora, y me sentí preocupada. Por
él.
La realización fue sorprendente y confusa, y me resistí. Tristian me ha hecho daño y me
ha humillado, y nunca ha asumido ninguna culpa. Es el mismo monstruo egoísta de siempre.
Unos pocos momentos amables de consuelo, unos dulces besos, no deberían ser suficientes para
cambiar eso. Fue un momento débil y aterrador que dejó en claro cuán lista no soy. Sería
demasiado fácil caer en la mentira, dejar que mi corazón se aferre a algo que tanto desea, que
deje de escuchar a mi cabeza.
Aun así, si me hubiera quitado la virginidad, Killian podría tener dos personas para repartir
todo este odio entre ellas. ¿Esto? ¿La forma en que sus fríos ojos me toman? Es demasiado
intenso, demasiado sin diluir.
—Uno de ustedes es un traidor —dice Killian, finalmente rompiendo el silencio. La forma
en que la luz golpea su rostro desde los lados crea dos charcos de sombra donde deberían estar
sus ojos. Mira a la multitud inquieta, con la mandíbula afilada y tensa—, alguien está tratando de
acosar a nuestra Lady, lo cual es desafortunado, porque ni siquiera va a funcionar. Tenemos
cada centímetro de su culo encerrado. Ahora tenemos que pasar nuestra semana averiguando
quién de ustedes es el pedazo de mierda desleal e irrespetuoso. Es mejor pasar ese tiempo
disfrutando de nuestra Lady.
Entrelaza sus manos detrás de su espalda, paseando por el frente de la habitación,
proyectando su voz. —Me imagino que algunos de ustedes son nuevos aquí y no han tenido la
oportunidad de apreciar lo que significa estar en la presencia de un Lord. Nuestra Lady —se
burla, entrecerrando los ojos en mí—, tampoco parece apreciarlo. Cada persona en esta maldita
habitación necesita una lección para mantener sus manos fuera de lo que me pertenece, incluida
ella.
Se detiene y, aunque se vuelve hacia la habitación, sé que está dirigiéndose a mí cuando
dice: —Ven aquí. —Las palabras, graves y peligrosas, me revuelven el estómago.
Ya había decidido arriba con Tristian que no iba a tomar este “castigo” de la forma en
que Killian quiere que lo haga; acobardada, asustada, temblorosa y débil. Levanto la barbilla y
camino directamente hacia él, educando mis rasgos en algo duro y blanco. En otro tiempo,
podría haberme acobardado o haber corrido.
Esos días acabaron.
Si Killian quiere verme encogida, herida y rogando por su misericordia, entonces está a
punto de estar completamente decepcionado.
Se ve más grande cuando estoy de pie frente a él, esperando, su rostro se vuelve pétreo
cuando sus ojos se encuentran con los míos. Es un pensamiento inútil, pero por un segundo, me
pregunto cuándo Killian se volvió tan duro. ¿Nació así de egoísta e inseguro, o sucedió algo que
lo hizo así? ¿Los monstruos nacen o se hacen?
No importa. Esta es la única versión de él que conoceré, y está grabada en mis huesos.
Este pensamiento se solidifica con tres palabras ásperamente susurradas.
—Ponte de rodillas.
Se me cae el estómago, los ojos se cierran por el miedo. Creo que supe en el momento en
que entré al sótano lo que planeaba hacer. Tal vez incluso en el segundo en que encontró las
bragas. Así es como funciona Killian. Encuentra la herida más profunda y la abre hasta que se
convierte en un acosa fea y abierta. Y esta es una herida de la que siempre ha sabido. Él ayudó
a hacerla, después de todo.
Me haría menos daño si sacara ese cuchillo de su bolsillo y lo enterrara en mi estómago.
Hace una semana, podría haber suplicado. Hubiera dicho “por favor” y tratado de razonar
con él. Habría llorado y arremetido.
Ahora, me pongo de rodillas frente a él.
Hay un largo momento de silencio, los sonidos de los chicos moviéndose en sus asientos
detrás de mí, impacientes y expectantes. Me pregunto si saben lo que está a punto de decir, lo
que está a punto de obligarme a hacer.
—Sácalo —dice, con una voz engañosamente uniforme—, ponlo duro.
La sala estalla en susurros y risas impresionadas, como si acabaran de darse cuenta de qué
tipo de espectáculo les espera. Como todos ellos piensan que este es un juego divertido. Los tres
realmente encontraron su tribu aquí.
Miro hacia adelante a la entrepierna de Killan, pero me toma un momento poner mis
brazos en movimiento. Como un robot, estiro la mano para levantar el dobladillo de su camisa,
dejando al descubierto el botón y la cremallera. Sin hacer una oferta, pienso en esos momentos
con Dimitri, arriba en su cálida y cómoda habitación. Aquí abajo, hace frío, es duro y demasiado
silencioso, y el sonido de la cremallera bajando hace que se me hiele la sangre por la
anticipación.
Ya está medio duro cuando le bajo los pantalones por la parte superior de los muslos, su
pene sobresale. Trato de silenciar los sonidos de los hombres detrás de mí, pero no puedo evitar
preguntarme si les gustará. ¿Se darán placer a sí mismos? ¿Se correrán con esto? ¿Lo hará
Tristian? ¿Dimitri?
Está cálido en mi mano cuando lo envuelvo alrededor de él y no puede ser muy atractiva
la forma en que mecánicamente aprieto y trabajo mi puño. Sin embargo, todavía se pone más
duro, engrosándose en mi mano más rápido de lo que esperaba.
Hay algo negro y frágil que se hincha en mi pecho, pero lo empujo hacia abajo,
observando la forma en que mira en mi mano, enfermizamente fascinado por lo rápido que se
llena su pene.
Luego vienen las palabras que he estado esperando. Se hablan lo suficientemente bajo
como para que la mayoría de los muchachos detrás de mí probablemente no los escuchen, pero
el silbido es cáustico y cortante.
—Ahora chúpalo.
Me parece oír a Tristian decir algo, un susurro distante y flotante, pero no puedo oírlo por
encima de la multitud detrás de mí. Se están riendo. Parte de eso tiene un borde de nerviosismo,
como si estuvieran sorprendidos y no estuvieran seguros de cómo tomarlo. Algunos de ellos
simplemente suenan jubilosos y burlones.
Si de algo me avergüenzo es de cómo me hacen sentir sus risas: sola. Como si fuera basura.
Como si no fuera nada, nadie. Solo un juguete. Algo para usar y tirar. Un remate en lugar de
un ser humano que vive y respira.
Sentándome sobre mis talones, lo dejo resbalar de mi mano, descansando mis palmas
sobre mis muslos. Killian me mira fijamente cuando miro hacia arriba, encontrándome con su
mirada. Cualquier argumento sería inútil. Lo sé, incluso sin ver el acero en sus ojos. Podría huir,
pero nunca funciona. Ahora lo entiendo. No quiero correr por el resto de mi vida. Solo quiero
mirar hacia atrás y saber que no tengo nada de que arrepentirme.
—Te equivocas en todo esto —le digo. No es una súplica. Es solo un desnudo hecho—, no
he hecho nada con nadie más.
—Ahora, Story. —Ordena, con los ojos brillantes.
Sin desanimarme por la llamarada de enojo de sus fosas nasales, confieso en voz baja. —
En realidad me solías gustar, ¿sabes? Al principio, cuando las cosas iban… mejor. Quería
gustarte. Quería que me vieras. Pensé que tal vez podríamos… —es una noción tan vieja y endeble
que apenas puedo comprender la esencia de la misma. No importa. Me está mirando con esa
mirada en su rostro, de repente se ha aflojado, con las cejas fruncidas—. Nunca quise admitirlo,
pero incluso después de todo lo que me has hecho, creo que todavía está ahí. Solo un poco,
como este residuo del que nunca pude deshacerme, aunque me dolía mucho tenerlo. —Ojalá
mi sonrisa sea tan acuosa y cruel cómo se siente—. Esto no será un castigo, Killian. Será la única
cosa amable que hayas hecho por mí. Porque después de esto, no hay ninguna parte de mí,
ninguna jodida célula de mi cuerpo, que sienta algo más que repugnancia por ti. —Lo miro a los
ojos sorprendidos y le digo, desde el fondo de mi corazón—. Gracias.
Me inclino hacia adelante, hundiendo mi boca en él.
La sala estalla en una ovación escandalizada detrás de mí, pero los bloqueo. No es nada
como lo que fue con Dimitri, y estoy agradecida. Esos momentos con él en su habitación eran
como un bálsamo para una quemadura vieja y punzante.
Sin embargo, tampoco es como lo fue con Tristian. Todo había sido dolor, miedo y
vergüenza. Todo eso todavía está presente ahora, pero también hay determinación y algo
inquebrantable, algo que se está creando dentro de mí con cada ascenso y caída de mi cabeza.
Realmente no lo entiendo, todavía no, pero creo que podría ser una armadura.
Creo que eso podría protegerme.
Capítulo 24
KILLIAN
…Gracias…
Sus palabras siguen rebotando en mi cabeza, así que las descarto, concentrándome en
nada más que en la sensación de su boca caliente y húmeda a mi alrededor. La miro a ella en
lugar de a todos los chicos en la habitación, la forma en que un mechón de su cabello se
engancha en sus labios, el abanico de sus pestañas mientras trabaja, con los ojos cerrados. Es
todo a la vez lo mejor y lo peor.
Es lo mejor porque se siente incluso mejor de lo que imaginaba. La vista de mi polla
desapareciendo entre esos labios es la culminación de años de fantasías. Y joder, en realidad es
buena en lo que hace. Incluso si cada movimiento es rígido y desprendido, sigue siendo el ritmo
perfecto, la cantidad correcta de succión, sin dientes. Su lengua trabaja contra mí mientras mueve
la cabeza. Durante años, he estado pensando en esa noche con los demás, sintiendo envidia de
Tristian por tener las pelotas para realmente seguir adelante. Preguntándome qué tan bien se
sentía. Deseando haber sido el que estaba frente a ella, alimentándola con mi semen. Ahora no
tengo que preguntarme, y más que eso, sé con certeza que estoy teniendo una mejor mamada
que él: mejores habilidades, más impulso, un propósito más duro. Es una batalla permanecer
pétreo y distante cuando todo lo que quiero hacer es agarrar su cabello y echar la cabeza hacia
atrás, disfrutando de esta victoria.
…Porque después de esto…
Es lo peor porque no se siente como una victoria en absoluto. Se siente más como una
derrota que otra cosa. Es buena, pero solo tiene esas habilidades porque le ha estado chupando
la polla a Rath y le ha gustado. A ella no le gusta esto. Se ve aburrida y rígida, como si solo
quisiera terminar de una vez. No hay calor allí. Ningún deseo. Nada. Y todo el tiempo, todo lo
que puedo pensar es en lo que dijo sobre que yo le gustaba. Sobre tal vez querer... algo.
Conmigo. En aquel momento.
Puedo decirme una y otra vez que probablemente sea una mentira y que no importa. Pero
su confesión todavía capta algo dentro de mí, esta enfermiza sensación de satisfacción que pensé
que había dejado de perseguir hace años.
Carter, este imbécil de la carrera de Filosofía que se comprometió con nosotros tres en el
primer año, grita groseramente: —¡Haz que se atragante con eso, Payne! —y los demás se reúnen
detrás de él con burlas alegres. Está demasiado cerca de Rath para decir una mierda como esa,
y Rath se asegura de que lo sepa. El sonido de su bofetada contra la cabeza de Carter resuena
en la habitación con un fuerte crujido.
—Muestra algo de maldito respeto —espeta.
…no hay parte de mí…
Aunque no lo planeo, esto no es un puto programa porno para ellos, empujo hacia abajo
hasta que golpeo la parte posterior de su garganta y se queda ahí, respirando con dificultad.
Todo el movimiento es rencoroso e insolente, como si fuera un maldito desafío.
Entonces no puedo evitarlo, reprimiendo un gemido mientras me agacho para agarrar un
puñado de su brillante cabello oscuro. Tengo que tirar de ella de vuelta, y el sonido que hace,
esta inhalación larga y áspera, se dispara directamente a mis bolas.
…ninguna jodida célula en mi cuerpo...
Estoy acostumbrado a que todos me miren, animándome en el momento en que entro al
campo. Siempre me ha gustado tener audiencia. Pero mientras la fraternidad ve Story, mis
amigos no. Puedo sentir los ojos de Tristian y Rath sobre mí mientras follo su boca, usando mi
agarre en su cabello para establecer un ritmo de castigo. Story podría haber estado chupando a
Rath durante unos días, pero puedo decir que esta es la primera vez que lo toma duro y
profundo. La conciencia hace que mi estómago se apriete, sabiendo que soy el único que ha
follado su boca así. Me aferro como un hombre poseído, ¿y por qué diablos no debería hacerlo?
Ahora está claro que nada más de ella puede ser mío. Nada.
...que sienta algo...
Esto, justo aquí. Esto es todo lo que tendré de ella. Una mamada forzada en un sótano con
poca luz frente a otros cuarenta y cinco hombres.
Me golpea como una roca, justo en el pecho.
Enroscando mis dedos en un puño en su cabello, agarro la base de mi pene y tiro de ella,
masturbándome rápido y fuerte. Jadea antes de cerrar la boca con fuerza, pero le exijo
bruscamente: —Abre la boca.
Ella fija sus ojos en mi estómago y obedece.
…más que repugnancia por ti…
El orgasmo me golpea como un puñetazo, agarrando mis bolas con fuerza. Inclino su
cabeza hacia arriba, disparando mis gruesas cintas de semen sobre su lengua extendida. Me
confunde tanto que apenas puedo concentrarme en ella: esta fantasía por la que he estado tan
malditamente desesperado.
La realidad es una puta decepción.
Ni siquiera quiero verla tragarme. Recuperando el aliento, me subo los pantalones y
empujo mi barbilla hacia la puerta. —Lárgate.
Incluso ahora, no corre. Se pone de pie, alisa la falda de ese bonito vestido color
melocotón, gira sobre sus talones y se aleja en silencio.
Tucker, que está sentado cerca de la parte de atrás, se tapa la boca con las manos para
gritar: —¡Follale la boca otra vez!
—Cierra la maldita boca —ladra Tristian, saltando hacia adelante para agarrar un grueso
puñado de su camisa—. Di una palabra más y te cortaré la maldita lengua.
Lo miro en estado de shock durante tanto tiempo que me pierdo su salida. Tristian siempre
está sereno y hay una buena razón para ello. Le ha llevado años perfeccionar una fachada. Tiene
la piel que se sonroja con la más mínima ira, y siempre lo ha odiado. En realidad no lo he visto
en años, pero ahí está ahora. Ese maldito rojo brillante.
Tucker levanta las manos a la defensiva. —Lo siento, solo sigo con la vibra.
Los despido antes de que esto se vuelva peor de lo que ya es. Tristian y Rath los siguen a
todos, probablemente para asegurarse de que todos se vayan. Si tengo razón, si uno de ellos está
usando el acceso a la casa, entonces tendremos que tener más cuidado con quién entra y quién
sale.
Cuando la habitación está vacía, me quedo allí, tratando de orientarme. Dejo que el
silencio se hunda en mí, pero no se queda, no con sus palabras rebotando en mi cabeza, no
deseadas pero incesantes. Esa roca en mi pecho todavía es pesada, volviéndome jodidamente
loco. Solo una cosa podría arreglar eso.
No encuentro a los chicos por ninguna parte cuando subo las escaleras y me sirvo un vaso
de whisky. Lo hecho hacia atrás y saboreo la quemadura, pero ahora es peor. Ahora estoy
recordando ese beso de antes, en mi antiguo dormitorio. Estoy recordando la forma en que me
devolvió el beso, esas manos acercándome más. Tenía un sabor amargo pero de alguna manera
todavía dulce. Sé que se corrió montando mi muslo. Tuve que sujetar mi mano sobre su boca
solo para calmar su grito agudo y sorprendido. Pero aún podía escucharlo, atrapado en su boca.
Todavía podía ver la forma en que su rostro colapsaba de placer, los ojos se cerraban con fuerza
y joder.
¿Cómo diablos pasé de alturas tan grandes a… esto?
Resoplando, sirvo otro vaso antes de buscar a los chicos. No están en el primer piso, así
que reviso el segundo, luego el tercero. Mientras paso por la habitación de Story, me detengo,
tratando de escuchar algo detrás de la puerta.
Nada.
Apretando los puños, bajo las escaleras y salgo, pero el jardín y el jacuzzi están vacíos. No
es hasta que rodeo el costado de la casa que los encuentro, de pie a la sombra de la cancha de
baloncesto, compartiendo un cigarrillo como dos malditos degenerados.
Tristian niega con la cabeza tan pronto como me ve. —No quieres estar cerca de mí en
este momento, Killer.
Extiendo mis brazos. —¿Tienes algo que decir? Dilo.
—Fue demasiado, amigo. —Es Rath quien se acerca y le entrega el cigarrillo a Tristian—.
Hay una razón por la que no nos dijiste qué demonios estabas haciendo. Sabías que diríamos
que no.
—Esto no es una jodida democracia —le espeto, sintiendo cómo la ira se hincha en mi
pecho. Eso es bueno. Mejor que el peso de esa maldita roca—. No recuerdo que ninguno de
ustedes me pidiera permiso para una mierda. Obtuvo lo que se merecía. ¡Nos ha estado
engañando!
—¡No sabes eso! —argumenta Rath, clavando un dedo en el centro de mi pecho—. Lo
sospechas, pero no sabes nada. Ha hecho todo lo que le hemos pedido. ¡Jesucristo, incluso hizo
eso! Si no puedes mirar los hechos y ver que es leal, entonces eres demasiado impulsivo para
pensar objetivamente.
—Tiene razón —dice Tristian, tirando el cigarrillo a un lado—. Sé que tienes problemas,
pero desde que ella entró por esa puerta, has estado perdiendo el control.
—Mi control está jodidamente bien —gruñí.
—Tonterías —no está de acuerdo Tristian, mirándome con disgusto—. Una cosa es que nos
dejes para que nos ocupemos de los asuntos del Lado Sur mientras te vas a tu falsa cena familiar,
¿pero llevar a nuestra Lady allí y hacerle eso? ¡Ella no es solo tuya!
—Los dejo ir sin control sobre ella todos los malditos días, pero en el momento en que
hago algo, ¡están sobre mi culo por eso! —Haciendo tictac en mis dedos, digo—: No puedo retener
sus comidas, no puedo dejar marcas, no puedo hacer que me la chupe. Me estoy cansando de
esta mierda y…
—Nosotros no tratamos de romperla —dice Rath, interrumpiéndome con otro de esos
golpes en el pecho. Este tipo está a punto de hacerme perder la mierda—. Ninguno de nosotros
la ha corregido por enojo. Pero eso es todo lo que haces. Ni siquiera recoges los pedazos después,
eso nos lo dejas a nosotros.
—Ella no es tu maldito saco de boxeo, Killer. —Tristian se pasa los dedos por el cabello,
tratando visiblemente de calmarse—. Estás tan jodido.
Levanto una ceja, sintiendo que me hierve la sangre. —Oh, estoy jodido ahora, ¿verdad?
Eso es mucho decir, viniendo de ti.
Sus ojos se estrechan peligrosamente. —¿Qué diablos se supone que significa eso?
—Tal vez estes tan alto en ese caballo que no puedes verlo, así que déjame explicártelo. —
Levantando mi barbilla, lo miro por encima de mi nariz, hirviendo—. Hacerla chupar una polla
frente a nuestros hermanos no era un concepto con el que tuvieras un problema hace tres años.
Su rostro se contrae, la voz baja. —Eso fue diferente.
—No, jodidamente no lo fue, y lo sabes.
Señala la casa, los ojos brillando intensamente. —¡La humillaste frente a cuarenta y cinco
personas allí!
—Sí, y ella todavía está aquí. —Me encojo de hombros, aunque hay una vocecita en mi
cabeza diciéndome que me detenga para salvar esto. Como siempre, cuando lo escucho, me
lanzo hacia adelante—. Pero tú la jodiste tanto que se escapó.
Su risa es fría y burlona. —No, no lo hice. Cuanto más la conozco, más veo la verdad. Ella
podría haber manejado lo que Rath y yo le hicimos, sin importar lo jodido que haya sido. —Se
acerca a mí, con el pecho hinchado—. Eres tú, Killer. Tú eres la razón por la que huyó. La
alejaste todos los días, porque estás tan mal que ni siquiera puedes enamorarte de alguien sin
sabotearte a ti mismo. —Me da una furiosa sonrisa fría—. No lo niegues. Los tres sabemos la
verdad. No solo querías poseerla. Te encariñaste. Te enamoraste de ella, y no pudiste manejarlo.
Entonces, dejas que cada hombre en tu vida obtenga un pedazo de ese culo primero, ¿y quieres
saber por qué? —Se cerca, más tranquilo y sisea—. Es porque eres un marica.
El empujón lo envía al suelo al instante, tirado sobre su espalda. No se queda tirado mucho
tiempo, poniéndose de pie de un salto para lanzar el primer golpe. Tristian es más rápido que
yo, pero yo soy más grande, más fuerte. No puedo esquivar su golpe, pero se lo devuelvo el
doble de fuerte, enviando su cabeza a un lado.
Antes de que pueda meterme en otro, siento un golpe en la mandíbula que me atraviesa
la sien. Rath. Estos hijos de puta.
Lo abordo a continuación, llevándolo al suelo fácilmente. Rath es incluso más lento que
yo, pero también es un malicioso de mierda. Su rodilla me golpea justo en las bolas, enviando
chispas a través de mi visión por un momento.
Pero entonces Tristian está allí, llevándome lejos de él. Planto un fuerte codazo en su
costado, pero él apenas reacciona, enterrando una rodilla justo en mi riñón. Gruño, pateando a
Rath antes de que pueda levantarse. Es todo un zumbido enloquecido, librándome de uno para
abalanzarme sobre el otro. Malditos idiotas. Eso es todo lo que son.
Con una gran explosión de poder, me alejo de Tristian y recupero el equilibrio.
Pero ellos también.
Los dos se paran allí bajo la luz de la corte, respirando con dificultad, mirándome fijamente
como dagas, y de repente termino con todo.
Escupo, mi sangre salpica en el pavimento. —Es una mentirosa y una puta y los tiene tan
azotados que han olvidado que esto es un juego. ¡Eso es todo, un juego! —Doy un paso atrás,
extendiendo mis brazos, sabiendo lo que tengo que hacer—. Pero si la quieren tanto, entonces
pueden tenerla.
Capítulo 25
STORY
Ocho.
Esos son los vestidos que encuentro en el armario que son como el que tengo puesto.
Lindo. Bonito. Perfectamente inocente.
Elegido por Killian.
Los coloco en la cama y los miro, pero algo no está del todo bien. Me agacho, tocando el
vestido que llevo puesto. Está mojado por delante. Cuando llegué a mi habitación, vomité en el
inodoro y luego me cepillé los dientes durante diez minutos. Realmente no me siento más limpia,
no lo estaré hasta que me quite este puto vestido.
Arrancándolo, me quedo allí de pie sin nada más que mi ropa interior, tirando el vestido
con los demás. Eso se siente mejor, verlos a todos alineados así. Ya no los necesito, si es que
alguna vez los necesité. Hoy fue la primera y última vez que me vestí para complacerlo.
Solo uso las tijeras para empezar, cortando una muesca en la falda de uno de los vestidos.
Después de eso, lo agarro en mis manos y tiro, rasgándolo hasta que ya no puedo más. Uno no
es suficiente, así que lo hago una y otra vez, hasta que el primer vestido es un montón de jirones
tristes y flácidos.
Hago mi camino a través de los vestidos metódicamente, pensando en lo que escuché
antes. La cancha de baloncesto está justo afuera de mi ventana, y si la abro un poco, puedo
escuchar todo. Es especialmente fácil de escuchar cuando hay gritos y peleas.
Gruño contra una costura particularmente obstinada, con los brazos temblando por la
lucha. Eventualmente, cede, haciendo un sonido satisfactorio mientras se desgarra hasta el cuello.
Hay un golpe suave en la puerta antes de que llegue la voz de Tristian. —¿Story? —Intenta
abrir la perilla, pero incluso si estuviera desbloqueada, no podría pasar. La perilla se queda
quieta. Hay un momento de silencio suspendido antes de que agregue—: Bien. No necesitas abrir
la puerta. Solo di algo para que sepamos que estás bien.
¿Bien?
Recojo otro vestido, rasgándolo por el costado. —Algo.
Hay otro latido de silencio antes de que responda: —¿Necesitas... algo? —Las palabras
suenan inciertas y forzadas, como si las estuviera probando, y tal vez lo esté. Aparte de sus
hermanas, no debe tener mucha experiencia con cosas como la preocupación.
Estoy a punto de decirle que se vaya cuando un pensamiento me asalta. Apretando los
dientes, arranco la manta de la cama para cubrirme. El escritorio, que había encajado frente a
la puerta, raspa ruidosamente contra el suelo cuando lo empujo unos centímetros, lo suficiente
como para abrir un poco la puerta.
—Hay algo que puedes hacer por mí —respondo, mirándolo por la rendija.
Tristian me mira, medio sorprendido, medio aprensivo. Está luciendo un labio partido. —
No sabíamos que iba a hacer eso.
Ignorando eso, continúo: —Puedes conseguirme algo para usar que no sea ceñido,
transparente, corto o de alguna manera comercializable para pornografía de paga en Internet.
Atrapa los retazos de vestidos que le lanzo, sin pestañear. Los mira, inspeccionando la tela
irregular y deshilachada, y asiente con la cabeza lentamente y con seguridad. —Veré qué
podemos hacer.
Cuando se gira, en dirección a las escaleras, me doy cuenta de que Dimitri también está
aquí. Está apoyado contra la puerta cerrada de Killian, con una bolsa de hielo en la mandíbula.
Cuando me ve mirándolo, me lanza una sonrisa pícara. —Deberías ver como quedó el otro,
bebé.
Me apoyo contra el marco de la puerta, sabiendo que mis ojos están rojos. No me permití
llorar por mucho tiempo, pero no fue como la última vez. Estas eran lágrimas amargas y
exhaustas, los restos de lo que sea que esta cosa dura dentro de mí está expulsando. —El objetivo
de esto —digo, pateando el escritorio frente a la puerta—, es evitar eso.
Sus labios se fruncen. —Finalmente te diste cuenta de que tiene una llave, ¿eh?
—Supongo que todos ustedes tienen una.
Él baja la bolsa de hielo, revelando un gran moretón. —Solo él. Colarse en los dormitorios
no es realmente nuestro estilo.
Tristian regresa entonces, un bulto de ropa en sus brazos. —Estos te quedarán grandes,
pero tal vez puedas arreglártelas. —Los pasa a través de la rendija de la puerta y yo los agarro,
apretándolos contra mi pecho.
Murmuro un pequeño: —Gracias —y me hago a un lado, fuera de la vista. La manta cae al
suelo y desdoblo la ropa. Pantalones de chándal, una camiseta suelta y un suéter con capucha
de gran tamaño. Tristian tiene razón: todo es demasiado grande. Es un buen cambio.
—¿Vendrás abajo? —Tristian pregunta, suspirando—. Tómate un trago con nosotros,
descomprime un poco de esa furia.
Dimitri agrega: —Killer no volverá esta noche.
Deslizando el suéter sobre mi cabeza, abrazo mi cintura, sin sentir más calor. —¿Cómo lo
sabes?
Tristian resopla. —Está haciendo su propia… descompresión. Confía en mí.
Acercándome a la puerta, me pregunto en voz baja: —¿Van a obligarme a… hacer cosas?
—¿Qué? —Tristian suena injustamente ofendido—. Por supuesto que no.
Dimitri salta. —Mira, estaremos abajo. Si quieres estar sola para revolcarte y chillar, bien.
Si no, ven a relajarte. Considérate fuera del horario, de cualquier manera. —Más tranquilo,
mirando a Tristian, agrega—: Vamos. Deja de dar vueltas, déjala que resuelva su mierda.
Sus pasos se alejan momentos después, por las escaleras. Me asomo por la grieta, viendo
que estoy sola. Soltando el aire que no me había dado cuenta de que retenía, trato de reconciliar
dos fuerzas en competencia. Tristian y Dimitri obviamente no habían estado de acuerdo con lo
que Killian me hizo. Parecían realmente enojados por eso, en realidad. Se volvieron contra él,
alguien de quien han sido mejores amigos desde que eran niños pequeños. Pensaba que nada
podría interponerse entre ellos. Eso significa algo, ¿no?
Por otro lado, no son libres de culpa. Han repartido su propia malicia, una y otra vez.
Me toma un momento mover el escritorio lo suficiente como para poder salir de la
habitación. Lo dejo cerca, planeando completamente moverlo de vuelta la próxima vez que esté
adentro. Sobre todo, me siento estúpida. ¿Pensar que una cerradura me pone segura? ¿Cuándo
ha sido eso suficiente?
La casa está en silencio cuando bajo las escaleras, siguiendo sus voces bajas hasta el
estudio. Aquí es donde pasan la mayor parte del tiempo, pero aparte de la entrevista y la fiesta,
no he estado aquí mucho. Es la guarida de lobos esperando para comerme entera.
Tirando de las mangas sobre mis puños, entro con cautela en la habitación.
Killian se fue. Escuché toda la pelea, así que sé que se fue furioso. Incluso escuché el
sonido de su camioneta mientras salía del garaje. Aun así, una parte de mí todavía espera que
esté al acecho en una esquina y mi corazón se acelera a un ritmo enloquecido, corriendo con la
posibilidad de que todos todavía estén aquí. Todavía puedo recordar los sonidos de sus risas y
abucheos, todos esos hombres fríos y sin corazón que miraban mi degradación como si fuera
entretenimiento.
Afortunadamente, solo son Tristian y Dimitri. Son imágenes especulares el uno del otro,
sentados en diferentes sofás, hablando en voz baja a través de una mesa de café de aspecto
audaz, cada uno sosteniendo un vaso de líquido ámbar.
Ambos se detienen cuando entro, enroscando mis dedos en el suéter grande y suave. El
suéter, al igual que los pantalones de chándal, tiene estampado “Varsity Swim”, una reliquia de
nuestra antigua escuela secundaria.
Es Tristian quien se pone de pie, moviéndose con fluidez hacia donde esperan las copas
y el licor. Sirve un vaso y rellena el suyo antes de volver a su asiento, deslizando el mío por la
mesa. —Tómatelo lento —dice, señalando el vaso.
A regañadientes, me encaramo en el sofá más alejado de ambos, metiendo mis
extremidades cerca. La bebida huele fuerte cuando me la llevo a la nariz, olfateándola
sospechosamente. Estar cualquier cosa menos sobria como una piedra en esta casa es un error.
Sé eso. Pero tal vez ayude. Tal vez pueda calmar esta tormenta caótica que está desgarrando mi
pecho.
Aun así, espero a que Tristian tome un trago de él antes de seguir su ejemplo.
Instantáneamente, empiezo a toser, haciendo una mueca al contenido del vaso. —Esto es
peor que el batido de hierba de trigo.
Dimitri suelta una pequeña carcajada, pero Tristian me mira. —Eso es bourbon de
cincuenta años. Cuesta más que el alquiler de la mayoría de la gente.
Haciendo una mueca, digo: —Te estafaron.
—Es un gusto adquirido —asegura Dimitri, girando el suyo.
No estoy segura de que sea un sabor que quiera adquirir, pero la quemadura comienza a
calentar mi pecho. Se extiende hacia afuera, un cosquilleo reconfortante se asienta en mi
estómago. Por un breve momento, siento que mis músculos se relajan. Le doy otra mirada, me
pellizco la nariz y lo lanzo hacia atrás, bebiéndome todo de una sola vez.
—Dije lento —regaña Tristian, sonando a la vez angustiado y decepcionado—. No puedo
creer que estés bebiendo bourbon añejo como si fuera tequila barato. Jesucristo.
Dejo el vaso sobre la mesa y me estremezco por el regusto. —Siempre me das las cosas
más asquerosas —le digo a Tristian.
Pone los ojos en blanco, tomando un sorbo mucho más delicado. —Si bebieras la hierba
de trigo con tanto entusiasmo, estarías tan sana como un caballo.
Me muevo la boca y miro alrededor de la habitación. Está débilmente iluminada y huele
a algo fuerte y dulce. La cabeza de un venado disecado cuelga con prominencia sobre la barra,
sus audaces astas se extienden como dedos esqueléticos sobre la habitación. También hay una
cabeza de oso pardo. Un gran pez de algún tipo, montado en un enorme trozo de madera
flotante. Sobre la repisa de la chimenea descansa una gran calavera LDZ de bronce, igual que
la de mi muñequera. En la esquina, hay un enorme jarrón lleno de extremidades desnudas,
quebradizas y parecidas a venas. Alcanzan el aire y se extienden como una telaraña sobre la
entrada.
Esta casa está llena de cosas muertas.
—¿Sabes algo sobre la mamá de Killer?
Tristian le lanza una mirada dura, con voz llena de advertencia. —Rath.
Dimitri levanta una mano. —Solo estoy preguntando. No le diré nada.
Todo es un poco más suave y cálido ahora, el bourbon hace que mis brazos se sientan
pesados. —Nunca la conocí —admito, vadeando a través de la cómoda niebla para recordar
cuando vivía con él—. Nunca hablaba mucho de ella. Sé que guarda una foto. Era bonita,
supongo.
—Mmmm —Dimitri termina su vaso, colocándolo en la mesa como lo había hecho yo—.
Supongo que no importa. Killer estaba fuera de lugar.
Tengo curiosidad por ella, esta Darla Payne, pero está claro por la mirada que comparten
los dos que no me dirán nada. Puede que estén peleados con Killian, pero no están dispuestos
a revelar sus secretos. —¿Qué va a pasar? —El puño del suéter se sube, revelando mi muñequera.
Lo toco como una costra, metiendo un dedo debajo para frotar la piel sensible.
Los labios de Tristian se presionan en una fina línea. —Nada va a suceder. Nos acostaremos
en un minuto, luego nos despertaremos e iremos a clases, como siempre lo hacemos.
Lo miro, suplicando: —¿No puedo perderme un día? ¿Solo uno?
En realidad, se ve arrepentido mientras niega con la cabeza. —Las cosas tienen que seguir
siendo rutinarias. No podemos dejar que todos piensen…
—Todos esos tipos me han visto —me lamento, presionando mis puños contra mi estómago,
sintiéndome enferma ante la perspectiva de enfrentarlos a todos. Una vez más, sus palabras y
risas vuelven a mí. Ni siquiera el alcohol es suficiente para apagar el rubor de vergüenza y
humillación que me inunda—. Reconocí a algunos de mis clases. Todo el mundo lo sabrá. —Las
lágrimas vienen, espontáneamente, pero parpadeo rápidamente para alejarlas.
—No será así. —Tristian se desliza por el sofá, llegando a tocar mi rodilla, pero retrocedo.
Deja caer su mano, suspirando mientras se recuesta—. Gente como esta —Como yo, no lo dice—
, huelen el cebo y se ponen frenéticos. Esconderse de ellos es como sangre en el agua. Lo mejor
que puedes hacer es actuar como si no te molestara. ¿No es eso lo que le dijiste a Izzy y Lizzy?
Estrecho mis ojos hacia él, oliendo mis lágrimas. —Esto no es ni remotamente lo mismo.
Dimitri interviene entonces: —Les enviaremos a todos una advertencia. Les haremos saber
lo que va a pasar si tan solo le miran.
Tristian está de acuerdo: —Son idiotas, pero también son ovejas. Harán lo que decimos.
No me siento consolada por esto en lo más mínimo. Si escuchan a Tristian y Dimitri,
también escucharán a Killian. —Va a estar enojado cuando regrese —me doy cuenta, el pánico
se abre paso a través de la neblina de bourbon—. Me culpará a mí. Me castigará de nuevo. Tiene
la llave de mi habitación y es lo bastante fuerte para...
—Él no va a volver esta noche.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto a Tristian, sintiéndome al borde de la histeria—. No sabían
lo que iba a hacer antes. Killian no es más que impredecible.
Tristian me mira, esos gélidos ojos azules buscan los míos. —Puedes dormir en mi
habitación, si quieres —ofrece, sonando a la vez esperanzado e inseguro—. Killian no intentaría
nada si estás con uno de nosotros.
El pensamiento hace que mi estómago se revuelva. No es un sentimiento simple. Siempre
me ha perseguido esa noche en la lavandería, pero esta noche, el recuerdo se siente tan fresco
y crudo. Esos fríos ojos azules podrían estar mirándome de manera diferente ahora, más suaves,
menos maliciosos, pero son los mismos ojos que sostuvieron los míos cuando me obligó a llevarlo
dentro de mi boca. Como me lastimó. Como me usó.
Lentamente, niego con la cabeza. —No gracias. —Tristian asiente, sin parecer sorprendido.
Sin necesidad de pensarlo realmente, agrego—: ¿Qué pasa con la de Dimitri?
La boca de Tristian se cierra de golpe. —¿De Rath?
Asintiendo, miro a Dimitri. —¿Por favor?
Parpadea hacia mí, luciendo sorprendido. —¿Quieres dormir en mi habitación? —Ante mi
asentimiento, le da a Tristian una mirada atónita y ansiosa—. Probablemente voy a practicar un
poco antes de irme a dormir.
—Está bien —aseguro, sintiéndome avergonzada por la petición—. Me gusta oírte tocar.
Frunciendo el ceño, Tristian dice: —Yo también tengo un sofá. Incluso puedo poner algo
de música para ti.
Envuelvo mis brazos alrededor de mi cintura, agachando la cabeza. En voz baja, confieso:
—Quiero a Dimitri.
Hay un largo momento de silencio y sé que, si levantara la vista, los vería teniendo algún
tipo de conversación con sus ojos. Quizá pague por esto, por rechazar uno en favor de otro. En
este momento, parece que no me importa.
Tristian suelta un largo suspiro, levantándose del sofá. Su voz es un poco demasiado
uniforme, un poco demasiado casual, cuando dice: —Está bien. Los veré a ambos en el desayuno
—y sale de la habitación.
Miro a Dimitri, quien me está dando una mirada cuidadosamente neutral. —¿Está enojado?
Él levanta un hombro. —Quizás. Sin embargo, nada que no pueda superar. No… —Hace
una pausa, juntando las cejas mientras sus ojos oscuros sostienen los míos—. No somos como
Killian.
Tú no lo eres, no lo digo. Dimitri nunca me obligó a arrodillarme por él. Es insensible e
impulsivo y tan propenso a los temperamentos como cualquiera de ellos, y no está libre de culpa
en nada. Pero él es el único que alguna vez me preguntó, a quien le importó si yo lo deseaba o
no.
Es un testimonio del triste estado de mi vida que Dimitri es el mejor hombre involucrado
en ella.
Lo sigo escaleras arriba, pasando por mi habitación y la de Killian, y luego por la de
Tristian. Tan pronto como entro, sé que tomé la decisión correcta. Esta habitación había sido el
lugar al que había escapado en mi cabeza mientras Killian me usaba. La iluminación suave y
confortable. La forma en que todo estaba un poco descuidado. Los sonidos de la música. La
forma en que su cama siempre se ve, cálida y acogedora.
Dimitri se detiene en medio de la habitación, levantando la mano para rascarse la nuca. —
Uh, supongo... ¿quieres que duerma en el sofá? —Formula esto como una pregunta que
encuentra odiosa.
Supongo que esto, entregarme la decisión de su comodidad, es a lo mejor exactamente lo
que es. —No me importa —admito, arrastrando los pies hacia la cama—. Creo que me gustaría
dormir a tu lado. —Es algo difícil de decir, pero el bourbon me ha soltado un poco la lengua.
Aparentemente, hizo lo mismo con Dimitri. —Tuve este maestro —dice de repente, con el
rostro ensombrecido—. Tercer grado. El señor Yelchin. Mi mamá trabajó durante meses para
que yo entrara en esta academia. Se suponía que los maestros eran verdaderos tipos de la flor y
nata. —Sus ojos se nublan, como perdidos en un recuerdo—. Cuando tenía… problemas para
leer, me insultaba. Me decía que era estúpido. Me golpeaba con una regla. Me hacía pararme
frente a la clase y me avergonzaba. —Sus puños se aprietan, la mandíbula se aprieta—. Todavía
dejo que me afecte a veces. Es bastante estúpido, ¿verdad? —Pregunta como si estuviera
buscando una respuesta positiva, pero hay algo en sus ojos, angustiado, avergonzado, que pide
exactamente lo contrario.
Resulta que tengo algo de experiencia aquí. —No creo que eso sea algo que puedas
controlar.
Él asiente, como si esperara esa respuesta. —Espero… —hace una pausa, frunciendo el
ceño—. Espero que esta noche no haya sido así. Para ti.
Tragando saliva, respondo: —Yo también.
La mirada que compartimos dice que ambos sabemos que así será.
Como un interruptor que se apaga, se da la vuelta, con los hombros tensos. —No te voy a
abrazar, joder.
Tiro las mantas hacia atrás. —De acuerdo.
—Lo digo en serio —dice, con voz firme mientras toma el banco del piano—. Y no me
envuelvas como un maldito pulpo. Necesito mi espacio.
Las notas reverberan por la habitación antes de que pueda estar de acuerdo, deslizándose
entre las sábanas. Su cama es tan cómoda como parece, y me acomodo en el borde,
asegurándome de dejarle suficiente espacio. Casas como esta tienen corrientes de aire y están
más frescas que de costumbre, pero instintivamente sé que voy a despertarme sudando mucho
si me quedo dormida con la ropa de Tristian. Después de un largo momento de lucha interna,
a regañadientes decido quitarme el suéter con capucha y los pantalones, sacándolos de las
mantas una vez que lo he hecho. Los puse en un bulto ordenado en el suelo a mi lado,
acurrucándome para escuchar la música.
Me arrulla instantáneamente para dormir.

Todavía tengo calor.


No sé qué hora es cuando salgo de un sueño profundo y aturdido, pero la habitación está
oscura. Todas las lámparas están apagadas, nada más que el suave resplandor de una pantalla
de computadora iluminando la habitación. Un movimiento es suficiente para enviar mi pecho a
un frenesí de pánico.
No puedo moverme
Me retuerzo contra la cosa que me inmoviliza, respirando más rápido, antes de darme
cuenta de que es un brazo. Específicamente, el brazo de Dimitri. Confundida, parpadeo hacia
la oscura capa de pelo que cubre su antebrazo. Todavía estoy al borde de la cama, exactamente
en la misma posición en la que estaba cuando me quedé dormida. Siempre he tenido el sueño
pesado, no soy propensa a dar vueltas y vueltas, razón por la cual no me preocupé cuando me
advirtió que no ocupara su espacio.
Y ahora aquí está, envolviéndome en sus brazos, su respiración constante y uniforme me
hace cosquillas en la parte superior de la cabeza mientras duerme.
No doy abrazos, mi trasero.
Me doy cuenta de que realmente no me importa. Tanto, de hecho, que me retuerzo contra
él, solo sintiendo un breve pico de ansiedad por la forma en que me aprieta más en respuesta,
su brazo parece tan inamovible como el acero. Es un tirón discordante, casi frustrado.
Aparentemente, es tan codicioso e irritable mientras duerme como cuando está despierto.
No tardo mucho en sucumbir al sueño una vez más, llena de su olor, rodeada por la dureza
y el calor de su cuerpo.

Por primera vez en mucho tiempo, mi alarma no me despierta por la mañana.


Me levanto de la niebla del sueño lentamente, como saliendo de una espesa nube. Se hace
más más ligera como más difícil por el suave gemido en mi oído, algo firme y persistente
presionando rítmicamente mi trasero.
Antes de que tenga la presencia de ánimo para ponerme rígida por la preocupación, me
doy cuenta de que Dimitri tampoco está completamente despierto. Todavía está acurrucado a
mi alrededor y sus movimientos son lentos y descoordinados, puramente instintivos.
Sé que está despierto cuando vacila, aquietándose.
Su puño se flexiona contra mi vientre, un sonido áspero escapa de su garganta. —Uff —
grazna, un hilo de decepción presente en el suspiro que sigue—. Lo siento. Erección mañanera.
—Va a alejarse rodando, estirando las piernas, pero me estiro, agarrando su brazo para detenerlo.
Haciendo una pausa, vacilantemente se hunde contra mí, la sensación de su polla es
obscena y obvia contra mi trasero.
Toca el dobladillo de mi camisa, su voz aún suave por el sueño cuando susurra un
sorprendido, ansioso: —¿Sí? —en mi cuello. Presiona un beso suave e incierto en la piel allí,
empujando contra mí—. ¿Lo quieres?
Trago saliva y le doy un asentimiento, aunque no sé a qué estoy accediendo. Solo sé que
se siente bien, que la única vez que algo de esto se ha sentido bien, completamente ausente de
vergüenza, dolor o arrepentimiento, es en esta habitación, con él. Quiero tocar a alguien, ser
tocada por alguien, a quien elija. Quiero borrar el recuerdo de anoche con algo que no esté
contaminado ni retorcido.
Quiero recuperar mi cuerpo por un momento olvidado de Dios.
Hay una nueva energía en la forma en que sus dedos se sumergen debajo de mi camisa,
subiendo poco a poco. Puede que sea estúpido por mi parte, pero sus movimientos parecen tan
lentos y dudosos que me llena de la más extraña seguridad.
Como si tal vez se detuviera si se lo pidiera.
Su mano encuentra mi pecho, las yemas de los dedos rozan la cálida carne antes de
envolverla en su palma y apretarla. —Joder —respira, empujando sus caderas contra las mías. Su
pulgar encuentra mi pezón, enviando una onda de choque de electricidad justo entre mis
piernas—. ¿Te gusta esto? —pregunta cuando jadeo, estirando mi cuello.
Voy con facilidad cuando me hace rodar sobre mi espalda y me quita la camisa. Sus ojos
todavía están vidriosos por el sueño cuando me mira, observando mis pechos expuestos. Él
observa su mano sobre ellos, juntando uno en su cálida palma antes de agachar la cabeza para
chuparlo.
Mi cabeza se hunde en la almohada, mi cuerpo se retuerce ante la sensación. Su boca es
un punto de fuego imposible, la lengua chasqueando perezosamente en mi pezón puntiagudo.
Incluso cuando son solo sus labios, los aretes de sus labios se frotan contra mí de una manera
novedosa, haciendo que mi espalda se arquee en respuesta. El gemido que doy lo pone en
movimiento, empujando frenéticamente las mantas mientras su palma frota mi muslo. Me agarra
por debajo de la rodilla para enganchar mi pierna sobre su cadera, empujándose hasta que se
acomoda en la cuna de mis muslos, empujando su dureza contra el algodón de mis bragas.
Todo es un poco demasiado rápido, perdiendo rápidamente el aura lenta y somnolienta
con la que comenzó. Pero los agudos zumbidos en mi centro por la forma en que su polla se
muele contra mí están haciendo que realmente no me importe. Acaricio la cálida piel de sus
hombros, que ahora me doy cuenta de que están desnudos. Dimitri está sin camisa, vestido solo
con un par de calzoncillos holgados. Su espalda está caliente bajo mis manos, los músculos se
ondulan con la forma en que se mueve.
Su beso es impaciente y exigente, pero extrañamente reconfortante. La sacudida
puntiaguda de su cuerpo mientras se muele contra mí, los barridos inquietos de su palma sobre
mis pechos, los besos agudos y profundos son prueba de su entusiasmo. Por primera vez,
finalmente entiendo las palabras de todos. Sra. Crane. Tristian.
Eventualmente, podrías aprender a usar esa cosa entre tus piernas...
Tu problema es que no has abrazado tu atractivo sexual...
Hay poder aquí, me doy cuenta, viendo la mirada dura y pellizcada en el rostro de Dimitri
cuando se retira. Hay debilidad en el ceño fruncido mientras sus ojos recorren mi cuerpo.
Cuando paso mis manos por su espalda musculosa, él se arquea contra ellas, persiguiendo el
toque, con la boca entreabierta mientras se mece en mis muslos.
—Te gusta eso, ¿no? —pregunta, respirando con más fuerza—. Te gusta cómo se siente mi
pene.
Él no va debajo de mis bragas, manteniendo la barrera. Es sorprendente que no vaya más
allá. Podría, y el gran secreto es que probablemente lo dejaría. Pero no lo necesito. Y él tampoco.
Puedo sentirlo en la dureza enviando mi clítoris a un frenesí. Puedo sentirlo en sus movimientos,
impaciente y hambriento.
Asintiendo, mojo mis labios, empujando mis caderas hacia él. —Sí.
Sus ojos brillan con una aguda satisfacción. —Dios, no puedo esperar para follarte. Apuesto
a que te mojarías tanto por mi polla. Agacha la cabeza para ver nuestras caderas moviéndose
juntas.
Sin pensar, sigo su mirada, con el estómago agarrotado por lo que veo. La cabeza de su
polla ha escapado por completo de la cintura de sus bóxers, una gota de líquido transparente
cae de la punta mientras se arrastra contra mis bragas. Me muevo contra él, desesperada por la
fricción.
Gimiendo, agrega: —Joder, a veces es todo en lo que puedo pensar. Meter mi polla dentro
de ti. Me vuelve jodidamente loco. —Sé que ahora está balbuceando, perdido en la misma
estupidez que une nuestras caderas—. Quiero agacharte y follarte duro. Hacer que grites mi
nombre. —Pone su boca en la mía, flotando allí mientras su mandíbula se aprieta—. Dilo —exige,
sus embestidas cada vez más urgentes y un poco demasiado duras.
Clavando las yemas de mis dedos en sus omoplatos, estoy momentáneamente perdida en
la persecución. Esta bola de electricidad que se forma en mi vientre está tan cerca de explotar
que mis rodillas tiemblan contra sus muslos. Me tiene clavada a la cama por nada más que la
presión de su pene.
—Dilo —gruñe, moviendo las caderas—. Di mi maldito nombre, Story.
Me golpea como un maremoto cuando caigo del precipicio. Mi tenso: —Dimitri —es una
combinación torcida de jadeo y aullido, pero lo hace gruñir duro en respuesta, su dura polla
golpeando contra mí. No hay invasión, solo dos cuerpos trabajando juntos. Cambiando,
frotando, temblando.
Sostiene sus caderas contra las mías y puedo sentirlo. La contracción. El cambio de sus
músculos flexionados. El calor contra mi vientre mientras entra en erupción. Hace que el
orgasmo sea mucho más dulce, la forma en que su palma ahueca mi mejilla mientras respira
rápido y húmedo en mi cuello. Se siente como una especie de gratitud.
Si.
Definitivamente hay poder aquí.
Me voy mientras Dimitri se ducha, todavía sintiéndose débil en las piernas por nuestro...
encuentro. Solo estoy a mitad de camino de ese estado mental aturdido cuando me encuentro
con Tristian en el rellano del segundo piso.
Sus ojos saltan a mi pecho, la sudadera con capucha de vuelta a su lugar. Algo duro y
placentero cruza sus facciones antes de que se borre. —Buenos días —dice, cambiando su agarre
en las bolsas que lleva—. Estaba a punto de ir a ver si ustedes dos estaban despiertos. No sabía
si tenías tu teléfono y Rath siempre se olvida de configurar su alarma. —Al igual que la mandíbula
de Dimitri, el labio de Tristian se ve peor a la luz del día: hinchado y con costras.
—Nosotros, eh —no puedo contener el sofoco que me invade al instante—, estamos
despiertos.
—Oh —dice Tristian, comprendiendo claramente en un abrir y cerrar de ojos. Me da una
mirada—. ¿Es esto algo por lo que necesito molestarlo, o...
Niego con la cabeza, los ojos muy abiertos. —¡No! No fue así.
No como Killian.
—Ya veo —responde, su rostro queda cuidadosamente en blanco—. ¿Podemos entrar allí?
Sigo su señal hacia mi puerta, deslizándome fácilmente a través de la rendija que hice. Sin
embargo, Tristian es ancho. Tengo que sacar el escritorio un poco más para hacerle espacio
para que entre.
Cuando lo hace, mira los restos del vestido que aún quedan en mi cama. —Supongo que
hemos terminado con los vestidos bonitos. —Los mueve a un lado para dejar las bolsas en mi
cama en su lugar—. Está bien. Salí temprano a recoger algunas cosas.
Mi estómago se llena de pavor. —¿Cómo qué?
Para mi sorpresa, comienza a sacar pares de jeans. Se ven ajustados, pero no
insoportablemente ajustados. Luego, algunas camisas. Ni tops ni nada ridículo. Solo camisas.
También hay un cárdigan. Un abrigo tipo jersey. Pijamas sueltos. Un par de zapatos que se ven
cómodos.
Señala las opciones, estirando la mano para frotarse el cuello. —No es mucho, y todavía se
espera que luzcas de cierta manera la mayor parte del tiempo, pero deberías tener algo… más.
A veces. —Volviéndose para sonreírme, agrega—: No es que no disfrute verte con mi ropa,
porque eso es jodidamente sexy, Cereza.
Toco una de las camisas con los dedos. —Tristian, esto es… —Agradable está en la punta
de mi lengua, pero no estoy tan segura de que sea merecido. Permitirme usar ropa con la que
me siento cómoda a veces no debería ser algo de lo que hablar, o agradecer.
No me deja terminar de todos modos. —Ah, y hay más. —Mete la mano en otra bolsa, saca
un ramo de margaritas frescas y me las ofrece.
Los miro sospechosamente, confundida. —¿Flores?
Su sonrisa se vuelve rígida. —Bueno, me di cuenta de que te gustó la de papel que te
compré, así que pensé en probar con una real. —Lentamente, las tomo, el envoltorio de plástico
se arruga mientras le doy al ramo una dudosa olfateada—. También te compré esto —agrega,
sacando una bolsa de papel más pequeña del interior de la más grande.
Cuando lo abro, encuentro un rizo danés de cereza enorme esperando dentro. Todavía
está caliente. Cálido y lleno de azúcar y conservantes procesados y cualquier otra cosa que odie.
Lo miro, hacia esa sonrisa rígida en su hermoso rostro, y lo nivelo con un lento: —Tristian.
Su sonrisa se aplana. —Estás enfadada conmigo. Lo entiendo. Te dije que no dejaría que
te lastimara de nuevo, pero tuve que quedarme allí mientras lo hacía. —Pasando sus dedos por
su cabello, aparta la mirada, agitado—. No pude hacer nada. Tenemos que proyectar un frente
unido. Es una tontería de fraternidad, pero es importante.
Dejo la bolsa y las flores en el suelo, respirando con fuerza. —Nunca fui tan ingenua como
para pensar que evitarías que Killian me lastimara. Dimitri tampoco.
Levanta una ceja hacia mí. —No pareces estar en contra de Rath.
—Y tampoco estoy en tu contra. —Descubro que es verdad. He sabido la partitura aquí,
desde que entré por esa puerta. Nunca he sido tan estúpida como para pensar lo contrario.
—Entonces, ¿por qué estás tan bien con él, pero… —Instantáneamente se congela, sus
expresiones se aplanan en algo duro—. Es porque yo también lo hice.
No me molesto en negarlo, extendiendo la mano para rozar un dedo sobre los suaves
pétalos de una margarita. —Eso me ha traído muchos recuerdos. —Menciono lo que Killian le
dijo allá afuera.
—Hacerla chupar una polla frente a nuestros hermanos no era un concepto con el que
tuvieras problema hace tres años.
No estaba equivocado.
Tristian permanece en silencio durante un largo momento, de pie, rígido, en medio de mi
habitación. Se mueve, enterrando sus puños en sus bolsillos. —¿Ayudaría si dijera que lo siento?
—Burlándose, agrega—: Supongo que no dolería.
Empujo las margaritas a un lado, encontrándome con su mirada con todo el acero que
puedo reunir. —Puedes decir que lo sientes. Puedes decirme que te arrepientes. Puedes pedirme
perdón. Di lo que quieras, pero igual sucedió.
Se encoge de hombros y dice con naturalidad: —No creo en el arrepentimiento. Y creo en
el perdón aún menos que eso. Pero sí creo en reconocer mi mierda. —Se acerca, esos ojos azules
me miran fijamente—. Estaba pasando por un mal momento. No voy a engañarte diciendo que
he cambiado de página o que no lo disfruté. Realmente nunca pensé en ti fuera de eso. Nunca
me pregunté cómo debe haber sido para ti. Cuan mal te hice sentir. Para ser honesto,
simplemente no me importaba.
Doy un resoplido poco elegante. —¿Qué, te importa ahora?
—Bueno... sí —dice, como si esto fuera obvio—. Ahora te estoy cuidando. No quiero verte
así.
—¿Así cómo? —Presiono, medio horrorizada, pero medio curiosa.
Su expresión se vuelve pensativa. —Degradada, supongo. Herida. Disgustada.
Suavemente, supongo: —Porque soy de tu propiedad.
—Eso es parte de ello —admite, sin avergonzarse—. Pero también está esta otra parte.
Todavía no estoy muy seguro de entenderlo, pero sé que me está haciendo decir esto. —Toca
mi barbilla, inclinando mi cara hacia arriba, sus ojos sostienen los míos. Su voz es tranquila pero
firme, completamente desprovista de artificio—. Lo siento, Story.
Se inclina para darme un suave beso en la cabeza y sale de la habitación antes de que
pueda ver las lágrimas de asombro en mis ojos.
Capítulo 26
RATH
Hace años que mi ducha matutina no incluye una paja rápida para empezar bien el día. Siempre
he odiado la idea de despertarme al lado de una chica. Oler su aliento matutino. Tenerla encima,
diciéndome que me despierte. Que me moleste su voz.
La realidad es mucho mejor.
Sé que debo estar deseando un coño si una rápida y vergonzosamente juvenil follada en
seco fue tan buena. No me he restregado contra una chica así en años. En cualquier otro
momento, habría presionado para conseguir más, tal vez habría tirado de sus bragas a un lado
y me habría deslizado hasta la base. Pero sé que no debo pensar que las reglas del juego se van
a ir por la ventana sólo porque Killian sea un idiota.
Giro el pomo de la ducha y salgo pavoneándome hacia mi habitación. Sé que se ha ido,
la he oído salir a hurtadillas, pero no importa. Probablemente podría volver a dormir conmigo
esta noche. Al parecer, Tristian no pertenece al club de lealtad de “los chicos con los que Story
puede dormir”. Solo tiene un miembro: yo.
Envío un mensaje al grupo de la fraternidad antes de bajar las escaleras, advirtiendo a
todos los miembros y novatos que una sola mirada o palabra sobre nuestra Lady supondrá un
serio castigo, si no la expulsión directa.
Abajo, los dos ya han empezado a desayunar. No importa que me haga un gesto con la
cabeza y parezca perfectamente normal. Está claro que Tristian sigue enfadado porque soy el
Lord favorito de la Lady. No me engaña.
Es difícil mirar a Story y no armar una tienda de campaña al recordarla, hace apenas
cuarenta minutos estaba tumbada debajo de mí, apretando mi polla y disfrutando de ella. Me
detengo junto a su silla para darle un beso en la mejilla, robando un trozo de rizo danés de
cereza en el proceso. —¿Quién tiene los Rizos daneses2?
Tristian me lanza una mirada fulminante. —Yo tengo uno, y es para ella, no para ti.
Mis cejas se alzan hasta la frente, pero tomo asiento y me abstengo de mostrar lo
sorprendido que estoy. Que Tristian compre dulces para alguien es básicamente su versión de
segunda base. Mi chico está mostrando sus cartas. Anoche debió quedarse mosqueado.
Story se ve un poco mejor esta mañana que anoche. Ya no tiene los ojos rojos y vacíos,
aunque sigue pareciendo recelosa y un poco cazada. Lleva una flor amarilla detrás de la oreja y
me mira, con las mejillas sonrojadas. —Creo que la Sra. Crane te ha hecho wafles. —Claro que
sí. También soy el favorito de la Sra. Crane. Decido dar a Tristian un poco de margen esta
mañana. No debe ser fácil vivir con alguien que sigue anotando con todas las perras.
Estoy a mitad de camino de los mencionados wafles cuando decido comprobar mi
teléfono. —Puede que tengamos que entrar un poco antes —le digo a Tristian—. Un par de los
chicos no han revisado aún el texto del grupo.
Story se pone rígida ante la mención de la fraternidad, mirando entre nosotros. Le hago
un guiño para que sepa que todo está bien.
Tristian asiente, dejando su vaso. —Vámonos, entonces.

Encontrar a Beckwith es fácil. Siempre está dando vueltas por el estacionamiento, mostrando su
Trans-am. Hacerle sentir el miedo de Dios es aún más fácil.
Pero no suele ser tan fácil.
—Ya se lo he dicho a él —me dice cuando me acerco, extendiendo las palmas de las manos
a la defensiva—. ¡No he hecho nada con ella!
Me detengo, estrechando los ojos. No sé a qué "él" se refiere, pero decido hacerme el
interesante. —De verdad.
—¡De verdad! —insiste, retrocediendo—. No le mentiría a Payne, ¿vale? Ese tipo es un puto
psicópata. Nunca he visto esa tarjeta antes, y sólo he hablado con la Lady una vez, en la última
fiesta previa al partido. Tristian estaba allí. Pregúntale tú mismo.
Killian.
La comprensión llega cuando me doy cuenta de que Killer ha estado interrogando a los
chicos sobre ese maldito paquete. Es como un perro con un hueso: no se detendrá hasta que
pueda probarlo.

2Pastel en forma cuadrada, es crujiente y está confirmado de varias capas. Su textura es muy
parecida a la de un croissant, pero de sabor más dulce.
Inclino la cabeza, buscando en su cara. —Desafiando los estatutos a los que te
comprometiste, no has comprobado tus mensajes, Beckwith.
Sus ojos se desorbitan. —¿Hablas en serio? Uno de ustedes agarra mi teléfono y lo rompe,
¿y luego otro quiere penalizarme por no responder a los mensajes? ¿Qué esperan que haga, que
lo comparta con otra persona? Sólo ha pasado una hora.
Poniendo los ojos en blanco, saco mi teléfono y repito la advertencia que había enviado a
los demás. No voy a limpiar más los cabos sueltos de Killian. Si quiere ir por ahí dando el tercer
grado a todo el mundo y rompiendo sus teléfonos, allá él.
Tengo que esperar fuera del edificio de administración durante veinte minutos antes de
que aparezca el segundo tipo. Sé al instante, por la mirada en su cara, que Killer ya lo ha visitado.
—¿También te ha destrozado el teléfono? —Pregunto, inexpresivo.
Morris es grande y ancho. Y está épicamente cabreado. —Sí, y era nuevo.
Me estremezco por dentro. Parece que Killer se está abriendo camino en el campus. Repito
la advertencia a Morris y paso al siguiente, pero es exactamente lo mismo. Todos los chicos que
no han revisado el texto del grupo han tenido su teléfono destruido por Killian Hijo de Puta
Payne.
Me lleva la duración de mi primera clase averiguar por qué.
La noche anterior había sido una locura. Me gustaría decir que nunca dudé de la lealtad
de Story, pero por un momento Killer me hizo dudar. No fue hasta que entró en el sótano, con
Tristian a su lado, que me di cuenta de lo equivocado que estaba Killian.
Después de eso, todo fue difícil de ver. Intenté centrarme en los chicos, pero eso lo
empeoró. No dejaba de tener recuerdos del tercer curso: burlas, mofas y risas. Seguía oyendo
que decían cosas jodidas sobre nuestra Lady. Mi Lady. Tuve que callar a uno de ellos, dándole
un fuerte golpe en la cabeza. El cabrón tuvo suerte de que no me pusiera peor.
Pero ahora estoy pensando que no estaba vigilando tan de cerca cómo debería, porque
todos los tipos que he tenido que cazar tenían una cosa en común anoche: Sus teléfonos estaban
apagados.
Lo que significa que Killian no sólo está interrogando a la fraternidad, sino que también
está destruyendo cualquier evidencia de video de lo que le hizo hacer a nuestra Lady.
Ella aún no lo sabe, pero eso es lo más cercano a una disculpa que será capaz de darle.
Capítulo 27
STORY
Estoy a mitad de camino en el campus cuando mi teléfono suena.

Tristian: Retenido en clase. No llegaré al almuerzo.

Dimitri: (Respuesta automática: En práctica. No molestar.)

Me siento en el borde de la gran fuente frente al edificio de administración y miro la


pantalla por un momento, esperando. Preguntándome si el tercer Lord romperá su silencio y
responderá. Por suerte, nunca llega, lo que permite que parte de la tensión se desprenda de mis
hombros.
Algo, pero no todo.
Después de esta mañana, está claro lo que hay que hacer. No puedo mantenerlos en la
oscuridad sobre Ted, ya no. A Tristian y Dimitri no les he perdonado lo que me han hecho,
pero no quiero que salgan más perjudicados. Ya no me parece justo involucrarlos en mi pelea
con Ted cuando se les deja en la oscuridad al respecto.
No sé muy bien cómo hacerlo o por dónde empezar, pero sé que esta noche voy a
confesarme con mis Lords.
Con dos de ellos, al menos.
Una carcajada me llama la atención y levanto la vista. Los alumnos se arremolinan entre
las clases, algunos solos, otros en grupos. El estallido que atrae mi atención pertenece a unas
chicas, sentadas en un banco, inclinadas unas hacia otras. Reconozco a Sutton, la Condesa, la
Princesa de los Príncipes y la Baronesa agrupadas. Parecen una paleta de metales preciosos: el
bronce cálido de Sutton, la plata fría de la Baronesa y el oro radiante de la Princesa. Parecen
exactamente la realeza que son.
Supongo que las otras fraternidades no son tan exigentes en cuanto a que sus mujeres se
hagan amigas.
Vuelve a sonar mi teléfono.

Tristian: Story, puedes ir al Centro de Estudiantes a comer. Nos vemos en el coche a las
tres.

Lady: Sí, mi Lord. Gracias.

No es habitual que los dos chicos se retrasen en el almuerzo y eso me hace sentirme en
un aprieto. Ver a Sutton lo hace aún más. Supongo que es lo dependiente que me he vuelto de
ellos. Me dicen dónde ir, qué comer, junto a quién sentarme, cuándo abrir las piernas, cuándo
dormir y cuándo despertar. Al principio, su control parecía más una correa que otra cosa. Pero
después de la sorpresa de Ted y el castigo de Killian, la naturaleza posesiva de los Lords me
proporciona un extraño consuelo.
Alcanzo mi bolso y, cuando vuelvo a levantar la vista, Sutton está de pie frente a mí.
—Hola —dice.
Miro a mi alrededor, con la paranoia de que esto es una especie de prueba preparada por
los chicos. Las cosas han ido demasiado bien hoy, con los regalos, las disculpas y el orgasmo sin
compromiso. Sin embargo, no los veo por ninguna parte.
Así que les devuelvo la sonrisa y respondo. —Hola.
—¿Has quedado con tus Lords?
—En realidad, no —digo, echando una mirada decepcionada a mi teléfono—. Me dirijo al
Centro de Estudiantes para almorzar, supongo.
Mueve la cabeza hacia las otras chicas. —Nos dirigimos fuera del campus para comer
ensaladas en ese lugar de “hazte tu propia comida”. ¿Quieres venir con nosotras?
Miro a las chicas, que se aferran a sus bolsas y parecen felices. Sacudo la cabeza,
suspirando. —No debería.
—¿Segura? —pregunta, frunciendo el ceño—. Sabes, nos encantaría que estuvieras con
nosotras. No hay muchas otras chicas en el campus con nuestras especiales circunstancias.
Deberíamos permanecer juntas.
—No creo que a los chicos les guste. —Sé que no les gustaría. Tristian estaría encantado
con la parte de la ensalada, pero eso es todo.
—Pssh. —Me hace señas con las manos—. Sé que tienes todas esas reglas, pero vamos.
Nosotras también las tenemos. Saben que nos reunimos así. Es como un pequeño secreto a
voces. —Sonríe, con su pelo rizado reflejando la luz del sol—. No es que no se beneficien de ello.
Inclinando la cabeza, me pregunto: —¿Cómo es eso?
—Hablar de cómo servir mejor a nuestros hombres es uno de nuestros principales temas
de conversación —explica, tomando asiento a mi lado, bajando la voz—. Ya sabes, pequeños
trucos que hacen que la vida como mujer de la realeza sea más fácil y mejor para ellos. Autumn
nos va a contar el secreto de los besos en la parte trasera, si sabes a lo que me refiero. Uno de
sus Príncipes está muy metido en eso en este momento.
—No lo sé… —Las cosas por fin están mejorando con los chicos, al menos con dos de ellos.
Tristian se ha disculpado y todavía no sé qué hacer con él. ¿Lo hace mejor? ¿Más fácil? Todavía
no estoy muy segura, pero me encuentro con curiosidad, queriendo saber a dónde vamos a
partir de aquí.
Sutton me mira con dulzura. —Pareces estar sola, Story. Te mereces un tiempo para ti.
Tiempo con amigas. La forma en que vivimos, las cosas que hacemos, a veces es difícil recordar
eso. —Me da un empujón con el hombro—. Es sólo un almuerzo.
El recuerdo de estar sola me golpea. Soy un blanco fácil para Ted, sin mencionar a Killian,
que está por aquí. Estar con estas chicas es mejor que ponerme en riesgo. Y además, Sutton
tiene razón.
Todo el mundo necesita amigos.
Sonrío de mala gana y acepto. —De acuerdo. Tengo dos horas antes de mi próxima clase.
—Entonces, hago una pausa—. Oh, mierda.
—¿Qué?
—Los Lords. —Dios, esto es embarazoso—. Rastrean mi teléfono.
Sorprendentemente, no parece sorprendida u horrorizada. Sólo se encoge de hombros. —
Podemos dejarlo en mi coche e ir en el de Autumn. Así estará aquí todo el tiempo.
Me muerdo el labio, con la preocupación revuelta en mis entrañas. —¿Estás segura?
—Síp.
—Vale —digo, sintiéndome ansiosa, pero también vergonzosamente emocionada—. Vamos
a hacerlo.
Ella hace seña a las otras chicas, que sonríen al verme. Sé que lo que estoy haciendo es
arriesgado, y los chicos son estrictos. Pero después de esta mañana, no creo que me aterroricen
de verdad por nada. Sólo espero que Killian no se entere.
Sutton y las otras chicas hablan todo el camino hasta el aparcamiento. Ropa, fiestas, sexo,
pelo. Me lo bebo todo, riendo, dándome cuenta de lo mucho que he echado esto de menos.
Después de todo, fui a un colegio de chicas. Esto formaba parte de mi vida cotidiana.
—Story —pregunta la Princesa, pasando su brazo por el mío—. ¿Quién es el que mejor besa
de tus Lords? —Es una chica hermosa, con toda la apariencia de una chica de concurso.
Maquillaje de ojos intenso. Grandes ojos azules. Pelo en ondas perfectas.
—Oh, um… —Lo pienso, con las mejillas encendidas por la idea de compartir esto tan
fácilmente—. Todos son buenos, pero diferentes. Dimitri besa con todo su cuerpo. Siempre es
intenso con él, pero también... es muy fácil caer en él. Es cómodo. —Agacho la cabeza,
conteniendo una sonrisa al recordar esta mañana—. Tristian besa como si tuviera algo que decir
con ello. Le gusta mucho el destello. Pero tiene esa forma de hacerte sentir como si fueras la
única chica en la habitación.
—Mmm —tararea ante mi descripción—. ¿Qué hay de Payne? Dios, hablando de extremos.
Mi sonrisa cae al pensar en la única vez que nos besamos. Se siente incómodo describirlo,
pero en el espíritu de una nueva hermandad, lo intento. —Killian besa como si tratara de abrirse
camino dentro de tu piel. Es duro y duele, pero no te das cuenta en ese momento. A veces, con
él, lo malo parece bueno. Es confuso.
La Baronesa se vuelve hacia nosotras, posando sus gafas de sol en la nariz mientras sonríe.
—Y es por eso que una chica no debería establecerse con un solo chico demasiado pronto.
Llegamos al borde del aparcamiento, donde cada plaza está llena de un coche.
—Mi coche está aquí —dice Sutton, señalando a la izquierda.
—De acuerdo, iremos a buscarlo —dice la Princesa. Sigue a la Baronesa mientras se agacha
entre dos coches. Sigo a Sutton, metiéndome entre un todoterreno de gran tamaño y una
furgoneta mal aparcada.
—Es demasiado estrecho para pasar. —Levanta la barbilla—. Vuelve por ahí y bajaremos
por otra fila.
Me doy la vuelta y doy un salto de sorpresa.
Hay un hombre, vestido de negro, con la cara cubierta por una máscara, justo delante de
mí.
El corazón se me clava en la garganta, paralizándome durante un momento de suspensión
mientras mis ojos suben por su pecho hasta el rostro enmascarado. Mi mochila cae pesadamente
al suelo y es una tontería, es una puta estupidez, pero mis pies están pegados al suelo.
Muévete, sisea mi cerebro.
La puerta de la furgoneta mal aparcada se abre, dejando ver a otros dos hombres
enmascarados.
Giro sobre mis talones y respiro profundamente para llamar a Sutton, pero apenas alcanzo
a ver su pelo antes de que él se me eche encima, me ponga la capucha en la cabeza y me agarre
por el medio. Inhalo instintivamente, arrastrando un aliento mohoso para gritar, pero algo
amargo golpea mis fosas nasales y mi garganta, provocando en cambio un ataque de tos.
—¡Ayuda! —Intento gritar, pateando salvajemente. Mi pie choca con algo duro y metálico,
el lateral de la furgoneta, y empujo, obligando a mi agresor a chocar con el lateral del
todoterreno.
Gruñe un agudo: —Vamos, zorra —y me empuja.
Sé que estoy en la furgoneta por la sensación de empuje y el silencio que me invade. Presa
del pánico, me agito y pataleo un poco más, luchando contra los brazos que me sujetan. El olor
químico incrustado en la máscara me ahoga, me quema la garganta y me aprieta los pulmones.
Cuando mi pie choca con algo blando, una voz grita. —¡Mierda! —Es una voz profunda,
masculina—. ¡Maldita sea, mi puta nariz!
Lucho con más fuerza, esperando recibir otro golpe, pero la puerta de la furgoneta se
cierra de golpe y el motor arranca. En menos de tres segundos, las ruedas están rodando. Ahora
siento que mis miembros se mueven dentro de algo viscoso e imposible. Golpeo, grito y toso,
pero todo se siente pesado. El olor del capó es abrumador, mareante, y de repente la lucha más
urgente es la que se libra contra mis párpados caídos.
Justo antes de que la ola de sueño se apodere de mí, oigo una voz áspera y masculina que
dice: —Esto va a ser una Dulce Cereza.
Ted, pienso mientras me arrastro hacia la oscuridad.
Toda esta carrera. Toda la lucha. Ahora me tiene. Ahora está hecho.
Es casi un alivio.
Capítulo 28
TRISTIAN
Voy a ir a la cárcel por asesinato.
Eso es todo. Izzy y Lizzy se sentirán decepcionadas, pero cuando lleguen a la universidad
y se encuentren atrapadas en un proyecto de grupo con dos personas que odian, lo entenderán.
Jason es un Conde de bajo nivel y tiene el aspecto adecuado: camisa oscura, vaqueros
raídos y una postura arrogante. —Creo que deberíamos usar un PowerPoint y no un vídeo.
—Amigo, nadie quiere usar PowerPoint —dice Mark, con los ojos en blanco—. Supéralo.
—Ya te lo dije —dice Jason, recostándose en su asiento como si tuviéramos todo el maldito
tiempo del mundo—, a los profesores les encantan los PowerPoint. Los gráficos son como el
porno para ellos.
—Sí, pero el vídeo... —Mark empieza.
—El vídeo es una mierda —interviene Jason.
Miro mi teléfono por tercera vez. Llevo dos horas en esta estúpida reunión de proyecto de
grupo. La primera hora la pasé discutiendo sobre el tema a tratar. La segunda fue sobre los
méritos de un PowerPoint o un vídeo. Si no odiara ya a Jason por su afiliación a los Condes,
esto lo pondría en mi lista de mierda de por vida. Mark, un Príncipe de nivel medio, no es
mucho mejor. Pero al menos tiene razón con el maldito video.
No tengo ni idea de cómo el profesor determinó los grupos, pero es casi como si estuviera
tratando de agitar la mierda. Un Lord, un Conde y un Príncipe encerrados en la misma
habitación es un polvorín.
De nuevo, miro mi teléfono. Casi ha terminado su hora del almuerzo, Story debería
reportarse antes de ir a su clase de la tarde. Ahora es muy buena reportándose. Es casi
deprimente. Su cumplimiento ya no me da muchas oportunidades de idear formas divertidas y
sexys de corregir su comportamiento. Esa es la diferencia entre Killer y yo. Mis correcciones son
todas sobre diversión buena y sexy. Sus castigos son siempre más sobre su ego que sobre su
polla.
Los números de mi teléfono pasan de la 1:59 a las 2:00 y abro la aplicación de seguimiento.
Su pequeño punto azul se cierne sobre el campus. Amplío la pantalla y me fijo en su ubicación.
El GPS baja la escala y muestra el campus. No está en el Centro de Estudiantes, ni de camino a
su aula. Su punto parpadea pasivamente en el aparcamiento. ¿Qué diablos está haciendo allí?
—¿Qué piensas, Mercer?
—Pienso que me importa un carajo —digo, poniéndome de pie, con los ojos pegados al
teléfono—. Ustedes resuélvanlo y háganmelo saber por un correo electrónico señalando mi parte.
—De ninguna manera —dice Jason, actuando todo insultado, aunque no sé por qué. Es
imposible que no hagamos este proyecto. Deberían darme una medalla por haberme quedado
tanto tiempo—. Tenemos que entregar el borrador del proyecto hoy a las cinco.
—Pues entrégalo. —Me cuelgo la mochila al hombro. El punto no se ha movido en absoluto.
Hago clic en él, sacando los detalles.
11:00 Story salió del edificio de Ciencias Sociales.
11:02 - 11:08 Story hizo un corto viaje a Forsyth Quad (6 min).
11:17 Story hizo un corto viaje a Arthur Grant Drive (5 min).
11:17 - 2:01pm Cerca de Arthur Grant Drive (1 h, 46 min).
Parpadeo. Según el rastreador, Story ha estado en el aparcamiento desde las 11:17 am.
Algo no va bien. Me dirijo a la puerta.
—¿Adónde vas? —pregunta Mark, con su silla deslizándose por el suelo—. Tenemos que
terminar esto.
Vuelvo a mirar por encima del hombro, sonriendo. —Haz lo que tengas que hacer. Si
repruebo, haré que mi padre done un ala nueva. —Me doy la vuelta y tropiezo con Jason, que
ahora está bloqueando la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Es en serio? Apártate
de mi camino.
La mandíbula de Jason hace un tic y mira por encima de mi hombro, como si estuviera
considerando si Mark le ayudará si empieza una pelea. —La verdad es que no esperaba mucho
más de un Lord, viendo que son unos vagos y unos tramposos de mierda. No nos vas a dejar a
ambos todo el trabajo.
Me acerco, dejando que mi boca se estire en una sonrisa. —Muévete, o te haré mover. —
Sé que no me va a llamar la atención, pero veo que sus ojos bajan hasta mi labio partido,
estrechándose. Por mucho que me gustaría partirle la cara a este cabrón, definitivamente no
quiero perder el tiempo.
—Déjalo ir —dice Mark, sonando un poco demasiado casual al respecto—. Estamos bien
aquí.
Jason despliega sus brazos y se aparta lentamente de mi camino, extendiendo un brazo. —
Kumbaya, mi Lord. —No me gusta la sonrisa zalamera que lleva en la cara. Probablemente me
van a hacer reprobar.
Oh, bueno.
Me dirijo hacia el pasillo, con el teléfono en la oreja. El móvil de Story salta directamente
al buzón de voz. —Dulce Cereza —le digo, manteniendo la voz lo más calmada posible—, no te
has reportado. Llámame enseguida.
A continuación, marco a Rath, cuyo teléfono va directamente a su respuesta de “No
molestar”. ¡Joder! Cada vez que entra a la sala de práctica se lanza una respuesta como esa, la
sala queda básicamente cerrada hasta que termina, lo que no ocurrirá hasta dentro de quince
minutos. Sin teléfonos. Sin interrupciones.
Me detengo fuera del edificio y compruebo de nuevo el rastreador. No hay cambios.
Definitivamente, algo pasa. Esto no es propio de ella.
Mis pensamientos van directamente a Killian. Puede que no sea muy caritativo de mi parte,
pero no se ha ganado mucha de mi caridad estos días. Si él le diera una orden, ella la cumpliría.
Porque no importa lo que piense, ella es así de leal.
Algo está mal. Moviéndome por instinto ahora, troto por la acera, hacia los dormitorios
de atletismo. Atravieso la puerta y salto el ascensor, subiendo a toda prisa a la tercera planta.
Killian tiene su propia suite, pagada personalmente por mi querido padre. El año pasado
pasamos mucho tiempo aquí arriba, de fiesta y planeando trabajos en el Lado Sur. Sería el único
lugar al que iría.
Golpeo dos veces antes de abrir la puerta, irrumpiendo en el interior.
—¡Killer! —Me detengo, mirando el estado de la habitación. Es una maldita pocilga. Cajas
de pizza, calzoncillos sucios, botellas de bebida deportiva y de cerveza por todas partes. Hay
dos mandos de juego sentados en el sofá cubierto de ropa sucia, mientras la música de
introducción y el brillo de la pantalla del televisor llenan la habitación.
Killian debe estar perdiendo la cabeza, tal y como he dicho. El tipo no sólo es infame por
ser ordenado. Es como si toda su vida girara en torno a un nebuloso concepto de orden y
limpieza. “Obsesivo de la organización” no es lo suficientemente fuerte. Le he visto tener un
arrebato absoluto sólo porque se le han caído unas carpetas sobre el escritorio. Si este es el
estado de su habitación, no quiero ni saber dónde tiene la cabeza.
Maldigo, apartando de una patada una botella de bebida energética vacía mientras salgo
de la suite.
Como está entre aquí y el aparcamiento, voy en doble fila hasta el edificio de música, con
los ojos medio fijos en el lugar por el que camino. Sigo mirando mi teléfono, pero ese maldito
punto nunca se mueve.
Como era de esperar, Rath está encerrado en el estudio. Mirando a través de la ventana,
puedo verlo ahí dentro, con la cara tensa y molesta mientras ignora a quien está hablando.
Parece nervioso, y conozco esa mirada: la forma en que se pellizca el puente de la nariz, los pies
que se mueven inquietos, los ojos que se oscurecen. Está a punto de perder la cabeza. A lo lejos,
le recuerdo mencionando que hoy tiene una revisión por parte de sus compañeros. Sin embargo,
nunca ha pasado del mediodía. Rath tiene sus puntos débiles, pero la música nunca ha sido uno
de ellos.
—A la mierda —murmuro, agarrando el pomo y abriendo de un tirón. Tal vez papá
también pueda comprarle un ala. La mirada de todo el mundo se dirige hacia mí cuando entro,
incluida la de Rath.
Su expresión de sorpresa se transforma en disgusto y luego en confusión. No sé qué es lo
que ve en mi cara, pero le hace ponerse en pie de inmediato y soltar un rápido —Lewis no llega
a los pedales, Willis tiene un ritmo de mierda y Gregory puede chuparme las pelotas si cree que
voy a estar sentado durante otra pieza rusa de veinte minutos. —Les hace una señal de paz—. Me
voy, cabrones.
Sus airadas protestas le pisan los talones, pero Rath se acerca a mí a grandes zancadas. —
¿Y ahora qué?
Le conduzco fuera del estudio y le explico: —Story no se está reportando. —La mirada que
me lanza podría pelar la pintura.
—¿De eso se trata? Dios mío, me hiciste pensar que uno de los Pete había aparecido en
nuestra puerta. Ya sabes, algo jodidamente importante.
Rechinando los dientes, insisto: —¡Esto es importante!
—No te entiendo —dice, con sus andares desenfadados a mi lado—. Todo el asunto del
seguimiento, la necesidad de conocer cada maldito movimiento de ella. Es demasiado trabajo.
No sé por qué te molestas. Si la chica quiere irse por unas horas, yo digo...
Lo agarro del brazo y lo detengo de un tirón. —Escúchame, Dimitri. —Su boca se tensa al
oír su nombre. Sólo lo saco cuando la cosa va en serio—. Su rastreador ha estado en el mismo
lugar, el lugar equivocado, durante dos putas horas. La suite de Killian en los dormitorios
deportivos está destrozada, y tampoco puedo encontrarlo.
Por lo menos eso le da algo de urgencia a su expresión. Mueve sus ojos alrededor,
frunciendo las cejas. —¿Crees que ha hecho algo?
Encogiéndome de hombros, admito: —No lo sé, hombre. Pero Killer ha estado con la
mecha corta últimamente.
—Joder. —Rath respira con fuerza y se pasa los dedos por el pelo. La mirada que me dirige
es de incomodidad—. Esta mañana, cuando estaba rastreando a todos los que aún no habían
revisado sus mensajes, descubrí que ha estado interrogando a la fraternidad.
—¿Sobre qué? —Pregunto, aunque al instante me doy cuenta de la respuesta—. Sobre Story
“follando” con otros.
Rath asiente, con los ojos desorbitados. —También estuvo rompiendo teléfonos. Creo que
algunos de los chicos estaban grabando lo que pasó anoche.
Abriendo los ojos, le empujo el hombro. —¿No les quitaste sus putos teléfonos en la puerta?
Me quita la mano de un manotazo, con los ojos brillando con rabia. —¿Cómo coño iba a
saber que le iba a hacer chupar la polla delante de cuarenta y cinco degenerados hambrientos
de coños?
—Maldita sea. —Me presiono los ojos con las yemas de los dedos, tratando de aliviar el
dolor que se forma detrás de ellos—. Maldita sea, Rath.
—Destruyó sus teléfonos —repite, con las palmas de las manos extendidas, desventurado—
. Ya conoces a Killian. Es minucioso.
Resoplo con amargura. —Sí, y está dejando un camino de guerra por el campus al hacerlo.
Mientras tanto —sostengo mi teléfono, mostrando el punto inmóvil en la pantalla—, nuestra Lady
está desaparecida. Esto no me reconforta.
—Estoy seguro de que sólo… —Se encoge de hombros ante el teléfono, momentáneamente
sin palabras. Y entonces, lanza otra posibilidad que no quiero oír—. Tal vez se haya escapado.
Quiero decir, vamos. ¿Podrías culparla?
—No —admito, mirando en dirección al aparcamiento—. Pero si no lo hizo, si Killian la está
jodiendo de alguna manera, entonces...
Tengo mucho terreno que cubrir cuando se trata de arreglar las cosas con Story. Me he
disculpado esta mañana, y no importa que haya visto las lágrimas de sorpresa brillando en sus
ojos. No importa que me dejara ponerle la margarita detrás de la oreja antes del desayuno. Ni
siquiera importa que, después del desayuno, me dejara inclinarme para besar sus labios, o que
me devolviera el beso, lento y dulce.
Las palabras no importan aquí.
El verdadero terreno comienza con esto: mantener una promesa. Mantenerla a salvo.
—Rath. —Le miro a los ojos, deseando que entienda—. Le dije que no dejaría que le hiciera
daño de nuevo.
Por la postura de sus hombros, la forma en que se endereza, creo que lo entiende. —De
acuerdo —dice, moviendo la cabeza en dirección al aparcamiento—. Vamos a buscar a nuestra
Lady, entonces.
Capítulo 29
STORY
Hay una imagen en el borde de mi mente. Es borrosa e indistinta, pero puedo sentir la suavidad
de la cama de Dimitri, recuerdo los besos matutinos somnolientos, la forma en que su brazo se
había sentido alrededor de mi cintura. Seguro. Cálido.
Pero hay otra imagen que sigue surgiendo. Está llena de destellos de Jack, mi antiguo
compañero de cuarto. Me he condicionado para alejarme del recuerdo, arrinconándolo en algún
lugar en lo profundo de mi mente. He intentado no hacer preguntas. ¿Cómo eran sus padres?
¿Tenía hermanos? ¿Se le echa de menos? ¿He sido yo la responsable de abrir un agujero en sus
vidas?
No me he permitido pensar en Jack en mucho tiempo. Mientras despierto lentamente a la
conciencia, él es lo único en lo que puedo pensar. Me pregunto si le dolió. ¿Ted lo hizo rápido?
¿Jack puso resistencia? ¿Entendió el por qué estaba pasando?
Está oscuro cuando intento abrir los ojos. Al principio, creo que no puedo levantar los
párpados, pero luego me doy cuenta de que es una venda. Todo el despertar es así, pensar que
hay algo malo en mi cuerpo sólo para descubrir lo contrario.
No puedo mover los brazos, ni las piernas. Mis extremidades están extendidas, pero atadas
a algo. No puedo abrir la boca. Está cubierta con cinta adhesiva.
El pánico llega poco a poco, en oleadas. Intento tirar de las ataduras, pero estoy débil. Las
drogas siguen nublando mi mente. La garganta todavía me arde por los productos químicos y
todo me parece confuso. Sólo una cosa brilla con fuerza y claridad, como un faro de luz que
atraviesa las nubes.
Lucha.
Las ataduras me aprietan en las muñecas, en los tobillos y me cortan la piel, haciendo que
me duelan los tendones. Hace frío aquí, estoy tumbada sobre algo flexible y suave. Cuando
hago un intento inútil de girar, jalando lo que me ata, el chirrido de los muelles delata un colchón
viejo.
De repente, el colchón se hunde con un gran peso a mi lado. Me paralizo, con el corazón
martilleando de terror. Ted, recuerdo, mi estómago cayendo en picado mientras mis pulmones
se contraen. Intento zafarme, pero las ataduras son demasiado fuertes.
Grito detrás de la cinta cuando noto las yemas de los dedos en la mejilla, y muevo la
cabeza hacia un lado. Sin embargo, los dedos me siguen. Tiemblo, pero me niego a llorar y
cierro las manos en puños alrededor de las cuerdas.
—Lamento esto —dice el hombre que está a mi lado, acariciando un punto doloroso en mi
pómulo—. Golpear a chicas no es nuestro estilo. Pero es que no esperábamos tanta pelea. Le
rompiste la nariz a un tipo, le torciste una muñeca y le diste a otro un buen dolor de cabeza. Se
armó un poco de lío en la furgoneta. —Su dedo recorre mi cuello. Por mi clavícula—. No lo
sabría al mirarte. Eres una cosa tan triste y diminuta. Pero eres una luchadora. —Su voz suena
pensativa y emocionada—. No debería sorprenderme.
Me estremezco con el frío de la habitación, el terror que recorre mis venas, y hace que se
me erizan los pezones. Mi respuesta corporal no tiene nada que ver con su contacto conmigo,
pero de todos modos se ríe en mi oído.
—¿Te gusta eso? —dice, pasando el dedo por un pezón—. ¿Te gusta que te toque así? —
Tomando aire, murmuro bajo la cinta—. ¿Qué pasa, cariño?
—¡Mwuf Mmew!
Sus dedos se clavan en mi mejilla antes de arrancar el adhesivo de mi piel. Grito de dolor
y me hace callar. —Dime lo que querías decir.
—Dije —me chupo los labios, sintiendo la sangre de donde la cinta arrancó piel—, que te
jodan.
Se ríe a carcajadas, pero no es eso lo que me produce un escalofrío. Es la repentina
presencia de otras voces lejanas, quizás en la habitación de al lado. No estamos solos. Mi cabeza
va de un lado a otro, persiguiendo los sonidos, tratando de contar.
—Qué jodida luchadora —dice, dándome un fuerte pellizco en el pezón—. No tengo ni idea
de cómo te han aguantado esos cabrones. Los Lords no son conocidos por su autocontrol.
Tienen más fuerza de voluntad de lo que pensaba. Lo admito, estoy impresionado. No me
extraña que mantuvieran en secreto ese pequeño detalle sobre ti.
Mi mente da vueltas, con el ceño fruncido por la confusión. Cuanto más habla, menos
convencida estoy de que sea Ted. Pero no tiene sentido. ¿Quién más me llevaría así? ¿Quién
querría hacerme daño?
—Eso no es una sorpresa, sin embargo. Los Lords mantienen su mierda en secreto. ¿Tienes
idea de la coordinación que se hizo para esto? —Riendo, añade—: Sin embargo, lo has hecho
mucho más fácil, confiando en la persona equivocada.
—No sé de qué estás hablando —jadeo, apartándome—. ¡No confío en nadie!
Sus dedos recorren la parte superior de mis pechos, luego bajan por los costados, antes de
volver a subir para acariciar mi pezón. —Irónico, ¿verdad? Sólo hace falta un desliz. Un pequeño
detalle y la estructura de poder de todo este pequeño sistema se pone de cabeza. —Su aliento es
caliente en mi oído—. Nunca habríamos sabido de su preciada posesión si no se lo hubieras
dicho a nuestra Condesa.
Sutton.
Pienso en ella ese mismo día, invitándome a comer, en la expresión de su cara cuando me
dijo diera una vuelta, que caminara en otra dirección. Pero sé que no fue entonces cuando
ocurrió. Fue esa noche después de la cena con nuestra familia, cuando Killian se detuvo en el
bar. Cuando Sutton se acercó a mí en el baño. Me llevó a cotillear. Se enteró de mi virginidad.
Le dije por qué los chicos me eligieron como Lady, fue a mis espaldas y…
Su mano permanece en mi pecho, pero otra escarba bajo mi cabeza, desatando la venda.
Mi visión es borrosa en los bordes mientras parpadeo para adaptarme, con el pecho agitado por
el pánico.
No me doy cuenta de la intensidad con la que espero ver los apuestos rasgos de Saul
Cartwright hasta que no los veo. —Me acuerdo de ti. —Es Pérez, el tipo con el que Dimitri había
discutido. El que quería a la Sra. Crane. Al lado de Saúl Cartwright, este tipo no parece nadie.
Un don nadie. Un universitario apocado, nada más. Atónita, pregunto—: ¿Estás bromeando?
¿Esto es sólo una tonta mierda de rivalidad entre fraternidades?
—¿Tonta? —pregunta, con los ojos brillando con rabia—. La única tonta aquí eres tú.
¿Tienes idea de lo mucho que está en juego aquí? —Me agarra el pecho, apretándolo
dolorosamente—. Todos estamos hartos de las estupideces de LDZ. Controlan el juego, la
facultad, los ojeadores, incluso el puto Lado Sur. Este año va a ser diferente.
—¿Qué quieres de mí? —Pregunto, con el estómago revuelto cuando sus dedos exploran
mi carne.
Sonriendo, dice: —Ya sabes lo que queremos, Story. Es lo mismo que ellos quieren. Sólo
que lo queremos por razones diferentes. Aunque… —sus ojos recorren mi cuerpo, dos manos
anchas agarran el cuello de mi camisa y la rasgan por la mitad. Hago un sonido de sorpresa,
momentáneamente tan angustiada por la pérdida de la camisa, Tristian me la había dado como
disculpa, que ni siquiera pienso en preocuparme por estar expuesta. Pérez se relame los labios
ante lo que ve—, quitarte la virginidad no será precisamente una carga, si me entiendes.
Mi corazón se detiene, atorándose en mi garganta. —¿Qué? —Me preocupa estar expuesta
ahora, retorciéndome inútilmente.
—Sólo digo que he tenido trabajos peores —dice, viendo cómo su mano masajea mi carne
desnuda—. De hecho, es la segunda razón más importante por la que decidimos unirnos a los
Príncipes y Barones para empezar. Están por debajo de nosotros, sinceramente. Ni siquiera la
perspectiva de acabar con los Lords fue suficiente para convencerme de que una alianza valía
la pena. Pero tú —se inclina, lamiendo un camino entre mis pechos y emergiendo con una sonrisa
tortuosa—. El hecho de hacer estallar tu cereza, tu virginidad, realmente endulza el asunto, Lady.
—Me mete los dedos bajo la cintura, abriendo los botones de mis vaqueros.
Mi grito es ensordecedor incluso para mis propios oídos.
Por eso sé que esto es real. En mis sueños, mis gritos son tan débiles y tenues. Aquí, ahora,
están llenos de rabia y alarma, tan fuertes que hacen que me piten los oídos y me duela la
garganta.
Aunque veo su mandíbula tensa, Pérez dice: —Grita todo lo que quieras. Nadie puede
oírte excepto chicos de la habitación de al lado. Que, por cierto, están esperando su turno.
Y eso es lo que hago, aullando lo más fuerte que puedo, golpeándome contra el colchón.
A pesar de su insistencia en que nadie me oirá, escupe una maldición y empieza a rebuscar en
la cama, sacando la tira de cinta adhesiva que me había quitado de la boca. Parece molesto
mientras intenta volver a colocarla, pero tengo la boca demasiado abierta y mis gritos salen de
mi garganta como una banshee.
En lugar de eso, me la tapa con una mano y me abre los pantalones. —Quería hacer esto
con cuidado —me sisea en la cara—, pero ahora estás empezando a cabrearme de verdad.
Hay tres fuertes golpes en la puerta antes de que se abra, un hombre de pelo oxigenado
asoma la cabeza. —Oye, puede que tengamos algún problema en la entrada.
Pérez gruñe, con la mano a medio camino de mis pantalones. —¡Todavía no la tengo
desnuda!
El tipo le devuelve la mirada. —No es mi culpa que necesites tres horas de juegos previos.
Tenemos que asegurarnos de que este lugar es seguro.
—Estamos en el Lado Sur, imbécil —le espetó, apalancándose—. Nada por aquí es seguro.
—La puerta se cierra tras él y me quedo sola, sin aliento y mareada.
Sé que no tengo mucho tiempo hasta que vuelva alguien. Compruebo los alrededores y
me doy cuenta de lo abandonado que está todo. La casa es vieja de manera evidente,
probablemente incluso abandonada. Hay grafitis en una de las paredes y una ventana nublada
junto a la cama con tres cristales rotos.
Y ahí es donde aparece.
Asustada, casi grito de nuevo, pero él se lleva un dedo a los labios, con ojos duros y
urgentes. Obedezco más por miedo instintivo que por otra cosa, y aprieto los labios. Observo
cómo busca en el marco de la ventana, con los dedos recorriendo la parte inferior. Debe de
haber encontrado algo porque, de repente, la ventana emite un horrible chirrido.
Se detiene, con los hombros tensos.
A la mierda tus órdenes, pienso, abriendo la boca y soltando otro grito espeluznante.
Los ojos de Killian se abren de par en par y se enfadan, un destello de descontento
traicionado, pero le hago un gesto de ánimo con la cabeza. Por fin debe entenderlo, porque
empuja la ventana hacia arriba de un solo empujón, rápido y dominante, sus musculosos
hombros se sacuden con el movimiento. El chirrido de la madera contra el metal es tragado por
mi gemido. Me callo, jadeando, mientras él trepa por la ventana.
Cuando lo hace, se asoma, mirando a la izquierda y luego a la derecha, antes de volverse
finalmente hacia mí, sacando su navaja del bolsillo. Observo con estupor cómo la hoja corta la
cuerda. —Tenemos que darnos prisa —dice, con una expresión sombría en el rostro—. Mi amigo
no va a mantenerlos ocupados por mucho tiempo.
Cuando mis muñecas están libres, me cubro apresuradamente, encogiéndome cuando
Killian me tiende la mano. Me lanza una mirada, sorprendida y aceptada a la vez mientras se
echa la mano por encima del hombro. Se pasa la camisa por encima de la cabeza, dejando al
descubierto su amplio y tatuado pecho.
—Ponte esto —dice, y se dirige inmediatamente a mis tobillos, tallando con facilidad la
cuerda. Cuando suelta la última, se queda allí un momento, con los dedos calmando la piel
rojiza. Sus ojos oscuros se fijan en los míos—. ¿Puedes correr?
Al principio, asiento con la cabeza, pero en cuanto me siento para ponerme la camiseta,
la cabeza me da vueltas. Gimo, agarrándome la frente, pero hago todo lo posible para seguir
adelante, despojándome de la camisa rota y tirando de la de Killian por encima de mi cabeza.
Se gira para comprobar la puerta, y es entonces cuando lo veo. Hay una pistola metida en
la cintura de sus vaqueros.
Mi primer intento frenético de ponerme en pie no sale bien. Killian se lanza hacia adelante
para atraparme, gruñendo una maldición. —Las drogas —le explico, con la visión nublada y
desenfocada—. Me tienen mareada.
—Eso es un problema —dice, rodeando mi cintura con un brazo—. No puedo lanzarte por
la maldita ventana. Estamos en el segundo piso. Joder. —Me mantiene ahí un momento, con el
brazo apretándome contra su cálido pecho—. Realmente no quería hacerlo así —murmura,
agachándose para levantarme, haciendo que mi cabeza dé otro giro mientras me acuna. Me da
un empujón, asegurándome contra él—. Tendré que intentar colarme. —Suena realmente
sombrío al respecto, lo que tiene sentido.
Killian no es un tipo sigiloso, incluso cuando no está llevando a alguien por una escalera
destartalada y chirriante.
Cada paso que da hace que sus músculos contra mí se tensen más y más. La escalera
chirría y está evidentemente podrida, pero él consigue bajar de forma segura, aunque no del
todo silenciosa, hasta el descanso. Dirijo mis ojos a su garganta, al pulso que salta bajo la piel, y
recuerdo las palabras que me dijo el día que me ofrecieron el puesto.
—No soy tu salvador, no lo era antes y no lo soy ahora. Tienes que meterte eso en tu linda
cabecita.
Todo es confuso, y creo que, si salgo de esto, podría tener tiempo para tamizarlo todo y
desenredar la ironía de que me barajen constantemente entre males mayores y menores. Pero
ahora mismo, no.
Así que me agarro más fuerte.
Me mira, con una clara sorpresa en su rostro, pero con la misma rapidez vuelve a la tarea
de sacarnos a escondidas de aquí.
Todo se desmorona a metros de la puerta trasera.
—Suelta a la chica, Payne.
Me pongo más rígida que Killian, los latidos de mi corazón se disparan. Cuando giro mis
ojos amplios y aterrorizados hacia los suyos, noto que parece más molesto que asustado.
—Pérez. —Killian se gira lentamente, con la boca apretada en una línea plana. A Pérez se
le unen otros dos hombres, todos ellos todavía vestidos con las mismas ropas negras de antes—.
Debería haber sabido que se estaban asociando. Vuestras casas son demasiado estúpidas para
hacer algo así solos. No es que lo hayan conseguido ahora. —Suavemente, baja mis piernas,
dejando que me deslice sobre mis pies—. Enviar a Gonzo a emborracharme anoche podría haber
funcionado, si no fuera porque tenía mierda que hacer esta mañana.
Uno de los otros chicos se encoge de hombros. —Funcionó con los demás perfectamente.
—Pérez se burla—. No puedes vencernos a los tres.
—Suenas bastante confiado para un tipo que necesitó a tres personas para derribar a una
chica.
Me aferro al brazo de Killian mientras los veo ir de un lado a otro, y me invade un
momento de perfecta claridad. Me ayuda la cosa furiosa y salvaje que tengo en el pecho,
desesperada por soltarse.
Desesperada por luchar.
Hablo con los dientes apretados, con la voz tan cruda como mi garganta. —Quería hacer
esto con cuidado. —Llevo la mano a la espalda de Killian, sacando la pistola de su cintura—.
Pero ahora estás empezando a cabrearme de verdad.
Pérez se agacha cuando le apunto con la pistola, y grita: —¡Mierda!
Los otros dos no son más valientes, uno se lanza detrás del mostrador y el otro huye de la
cocina.
Incluso Killian se estremece, y realmente, debería hacerlo. —Story. Tranquila, ¿de
acuerdo?
Mantengo a Pérez en la mira del arma. —Vete a la mierda, Killian.
Me toca el hombro y me alejo de un tirón. No parece importarle. Ni siquiera parece tener
miedo. En voz baja, dice: —Entiendo que quieras dispararle a ese imbécil, pero eso atrae policías.
Eso es un rastro de papel. Eso es exposición y atención, y un montón de drama que no quieres.
—No —digo, sin mover el arma—, es atención que tú no quieres. Este pedazo de mierda
iba a violarme. No me importa un poco de atención.
—No lo dices en serio —dice, cogiendo mi codo—. ¿Sabes lo que significa matar a alguien?
¿Eres una asesina, Story? Porque no creo que lo seas.
Me encojo de hombros, sin necesidad de pensar en ello. Le digo a Pérez: —Me siento muy
bien al intentarlo. Pero lo que sea con lo que me hayan drogado me está mareando un poco, así
que podría fallar el primer tiro.
Los ojos de Pérez se cierran de golpe.
Killian murmura: —Basta de esto —y, más rápido de lo que puedo reaccionar, me arrebata
la pistola de la mano—. Algún día, tú y yo vamos a tener una charla sobre que esto no es un
juguete —dice, metiéndola de nuevo en su cintura—. Y también sobre que las armas dan mucho
menos miedo cuando no se les quita el seguro.
Me desinflo, tropezando hacia un lado, pero Killian me atrapa de nuevo. Dios mío. Me
había olvidado del seguro.
Cuando Pérez vuelve a saltar, con la cara apretada por la ira, Killian le suelta: —¡Agáchate,
cabrón! Puede que ella no sepa manejar un seguro, pero yo sí. Y todo ese plan me está sonando
jodidamente bien.
Pérez no impide que nos vayamos, y suelta un agudo: —Malditos psicópatas —mientras
Killian me vuelve a coger en brazos.

Empiezo a hiperventilar en cuanto el auto se pone en marcha.


Siento que mis pulmones arden y no puedo dejar de temblar. Toda la adrenalina, el
pánico, el terror, se abaten sobre mí como un tren sin frenos. No es sólo por esta tarde. Es por
todo. Anoche con Killian. El paquete de Ted. La noche de la fiesta. Todo está apilado en una
torre inclinada de trauma que finalmente se derrumba dentro de mi pecho.
Killian extiende la mano para sujetar la parte posterior de mi cabeza, empujándome hacia
abajo. —Pon la cabeza entre las rodillas.
Como antes, obedezco instintivamente, agachándome para jadear en la tabla del suelo.
No necesito que Killian, de entre todas las personas, me hable de un ataque de pánico.
Me paso todo el viaje así. Nunca desaparece, lo sé mejor que nada. Pero se vuelve menos
enorme. Es más fácil de recoger partes, de guardarlas y no volver a pensar en ello. Cuando entra
en el garaje de la casa de campo, ya me está golpeando el agotamiento que siempre le sigue.
Killian corta el contacto y nos quedamos allí un largo rato, escuchando los chasquidos de
su motor enfriándose. Agarra las llaves y suspira. —No estabas follando con otros.
Deslizo mi mirada hacia él lentamente, sabiendo que está llena de todo lo que no puedo
decir. Que lo odio. Que lo único que ha sido para mí es otro maltratador. Que me pasaré los
próximos días, quizá incluso semanas o meses, inventando escenarios en mi mente con él al otro
lado de esa pistola. Que él no es realmente mucho mejor que Pérez y esos otros tipos.
Lo ve. Lo ve todo. Me mira de vuelta, con la expresión apagada, y finalmente da un
silencioso: —Sí.
Y entonces me ayuda a bajar del auto, llevándome al interior de la casa.
Capítulo 30
KILLIAN
Tristian se vuelve para mirarme, su mandíbula se flexiona como si le rechinaran los dientes. —
¿Dónde está?
—Arriba —digo, moviendo la barbilla hacia la escalera—. La Sra. Crane ha entrado y salido,
yo no. —No digo la verdad, aunque todos la sabemos. Story no quiere verme.
Dimitri no parece menos cabreado, paseando por la sala a pasos lentos pero duros. —Esos
hijos de puta. —Se detiene junto a la chimenea y extiende la mano para coger algo de la repisa.
Lo lanza al otro lado de la habitación—. ¡Esos hijos de puta!
No pongo los ojos en blanco, pero es algo cercano. No sería justo, de todos modos. Estuve
destrozando el volante todo el camino hasta aquella casa abandonada en el Lado Sur. —No
tuvieron la oportunidad de hacer nada —reitero, harto de verlos dar vueltas—. Sólo estaba un
poco drogada. —No les cuento lo de su camiseta rota. Supongo que el fuego ya está lo
suficientemente caliente sin gasolina.
Tristian me señala con un dedo, con los ojos encendidos. —Esto es culpa tuya. Has
montado ese maldito ataque por el paquete, que obviamente era de parte de los Condes, y luego
la has castigado por ello y te has largado como un puto niño. —Su risa no tiene nada de humor—
. Hizo exactamente lo que querían que hiciera. Si hubiera habido un tercer Lord que la vigilara
mientras nosotros estábamos metidos en otras mierdas, esto nunca hubiera pasado.
—Lo planearon así —argumento, tratando de sofocar la ira que sube a mi cabeza—. Tu
proyecto en grupo, la revisión de los compañeros de Rath... se estaban asegurando de que ambos
estuvieran fuera del camino. También lo intentaron conmigo, sólo que no fue tan efectivo.
—Tenemos que tomar represalias —decide Rath, deteniéndose finalmente—. No podemos
dejar que se salgan con la suya...
Tristian levanta una mano. —Las represalias llegarán. Ahora mismo, tenemos que limpiar
esta mierda. —Me mira—. ¿De qué tipo de daños estamos hablando? ¿Testigos? ¿Heridas?
Me encojo de hombros, arañando con desgana la etiqueta de mi botella de cerveza. —Se
golpeó un poco, pero nada demasiado grave. Un moretón en la mejilla. Las muñecas y los
tobillos están un poco en carne viva. Probablemente esté durmiendo con lo que sea con la que
la hayan drogado. —Suspirando, dejo mi botella sobre la mesa—. Le pagué a uno de los chicos
de la esquina para que se encargara de la distracción y así poder entrar allí. Pérez y los demás
nos pillaron justo antes de escapar, así que Story les apuntó con mi pistola y...
La cabeza de Tristian se echa hacia atrás. —Lo siento, ¿ella qué?
—La tenía en los pantalones —le explico, dirigiéndole una mirada—. El seguro estaba
puesto. Nunca fue un peligro. Pero puedes apostar tu culo a que se cagaron en los pantalones.
—Por primera vez en días, soy capaz de esbozar una sonrisa—. Esa mierda no tiene precio.
Deberías haber visto a Pérez, acobardado como un maldito bebé.
Tristian no sonríe. En absoluto. —Saben de nuestro contrato, lo que significa que esto no
va a parar.
—Seguirán apuntando a ella —asiente Rath, con el rostro sombrío—. No sé ustedes, pero
estamos quemando una vela por los dos putos extremos aquí, entre LDZ y el Lado Sur. Sé que
ustedes dos se divierten siendo niñeras glorificadas, pero no tenemos tiempo para ser
guardaespaldas.
Asiento con fuerza. —Entonces, ¿qué hacemos? ¿Liberarla del contrato?
A ninguno de los dos parece gustarle esa idea.
Tristian apoya los codos en la barra, respirando tranquilamente. —No. Tenemos que
terminar el juego. Hacer un recuento de la mierda, y acabar con esto.
Rath hace una pausa, mirando entre nosotros. —Ese sería yo, entonces. —Al menos tiene
la gracia de no sonreír mientras lo dice.
Tristian asiente con la cabeza, pero aunque tiene que estar decepcionado, no lo parece. —
Te toca a las once. Pero dale algo de tiempo. Debería tomarse el día libre de las clases mañana.
Deberíamos acostumbrarla a la idea primero. Puede que esté un poco...
Me trago lo último de mi cerveza antes de decir: —Rath no ganaría. Ese sería yo.
Rath se burla. —No, no es así, estás perdiendo por casi ochenta puntos.
Se me revuelve el estómago de disgusto por lo que voy a decir, casi tanto como la idea de
no ser el primero en tenerla. Casi. —Mamada, exhibición, multiplicada por cuarenta y cinco. —
Mirando a Rath, añado—: Son más de trescientos.
Me miran fijamente durante un tenso momento.
Es Tristian quien habla primero, con una voz grave y sibilante. —No puedes estar hablando
en serio.
Rath me sostiene la mirada, sus ojos oscuros y amenazantes. —Esa es la verdadera razón
por la que lo hiciste, ¿no?
Doy un firme y seguro: —No. —Echando el pelo hacia atrás, cierro la mandíbula,
recordando—. Lo hice porque la idea de que ella estuviera follando con otro me volvía
jodidamente loco. Se me metió en la cabeza. Me hizo enloquecer, porque esto es lo que hago.
¿Acaso te sorprende? Es como si viera rojo y nada más, hasta que me quema. No voy a
defenderme. Antes tenías razón —le digo a Tristian—. Les di exactamente lo que querían. Ahora
lo veo. ¿Pero Story? —Doy una carcajada dura, sacudiendo la cabeza—. Ella ha terminado
conmigo. Es mía por derecho, los dos lo saben. Pero ahora nunca… —Cierro el puño, incapaz
de decir las palabras en voz alta.
Su voz ha estado dando vueltas en mi cabeza desde que se puso de rodillas y habló. Son
las palabras las que escuché cuando salí del camino de entrada. Se burlaron de mí cuando llegué
a mi suite en los dormitorios. Me susurraron mientras bebía hasta caer en un sopor tóxico hasta
las dos de la mañana. Todavía estaban allí cuando me desperté, con resaca y náuseas. Incluso
cuando entraba en la casa para rescatarla, bastaba con que se acobardara ante mi contacto para
decirme todo lo que necesitaba saber.
Story nunca será mía.
—Lo arruiné. —Las palabras son sencillas, sin rodeos. No hay que endulzar esta mierda.
Soy el único culpable—. Esto es todo lo que voy a tener.
—A ver si lo entiendo —dice Rath, con voz baja y peligrosa—. Sabes que nunca te querrá,
así que vas a hacer que te folle. Eso es una mierda de romance puro, justo ahí. Es un milagro
que no haya caído a tus pies hace años, maldito lunático.
Me pongo en pie de un salto, sintiendo el rojo pulsar en los bordes de mi mente. —¿Como
si estuvieras tan jodidamente por encima de ello? ¿Crees que lo que ustedes dos han hecho, han
estado haciendo, es mejor?
—Sí, lo creo —responde Rath, con los ojos entrecerrados—. Porque le gusto de verdad,
joder. Quizá no todo se base en la verdad, pero al menos puede chuparme la polla sin vomitar.
Me abalanzo sobre la mesa, totalmente preparado para empujar a este gilipollas a la
chimenea, pero Tristian aparece de repente entre nosotros, empujándome hacia atrás.
—No vamos a volver a hacer esta mierda —dice, lanzándonos a ambos una mirada de
advertencia—. Sólo hay una manera de resolver esto de una manera que sea justa para todos
aquí, incluyendo a Story.
Rath levanta una ceja escéptica. —¿Y cómo demonios hacemos eso?
—Fácil. La snitch dorada del juego. —Tristian me suelta la camiseta y me lanza una sonrisa—
. La dejaremos elegir.
Me pasé toda la noche reflexionando.
Maldita snitch dorada.
Me han dejado fuera, así de fácil. No es que pueda discutir. Es la mejor manera de
manejarlo. Lógicamente, lo entiendo. Sin embargo, me sigue molestando.
Los chicos se quedan callados y concentrados en otras mierdas durante el resto de la
noche, dejándome en evidencia. La Sra. Crane está, si cabe, más fría conmigo que de costumbre,
así que supongo que se ha enterado de todo el castigo de anoche. No basta con que me haya
pasado toda la mañana buscando a alguien con el vídeo, que yo sabía que existía. Tal vez
Tristian y Rath no estaban prestando atención a la multitud anoche, pero yo sí. Pude ver a cada
uno de los chicos que tenía su teléfono fuera, y estaba tomando notas.
Al parecer tampoco es suficiente que todos mis interrogatorios fueran los que me llevaron
a encontrarla en primer lugar. No importa que la haya salvado. Todos piensan que soy el malo.
Y lo peor es que estoy bastante seguro de que tienen razón.
Los chicos suben a ver a Story por turnos. No estoy allí cuando le dicen que elija, pero sé
que lo han hecho por el guiño que me hacen después de una de las visitas de Tristian. Sale a
comprar comida y se la lleva arriba. Se va durante un buen rato, probablemente comiéndosela
con ella.
La única vez que la veo es más tarde esa noche, cuando baja las escaleras y entra
cautelosamente en el estudio. Su mejilla tiene el tipo de moretón que es más rojo que azul,
seguro que se cura rápidamente. Lleva un pijama suelto que ni siquiera sabía que tenía. Cuando
la instalamos, nos deshicimos de toda su ropa fea y raída y la sustituimos por cosas más sexys y
caras.
Ni siquiera me mira, los hombros se tensan cuando giro la cabeza hacia ella. —¿Dimitri?
—dice, colocándose el pelo detrás de la oreja—. ¿Puedo volver a dormir en tu habitación?
Cierra su libro de texto y se levanta, sin parecer sorprendido por la petición. —Claro. ¿Ya
estás lista?
Ella asiente y no me extraña que no se inmute cuando él la toca, extendiendo una mano
en la parte baja de su espalda, guiándola. En todo caso, se inclina hacia él.
Le echo una mirada a Tristian, pero él no da nada por sentado. ¿Ahora duerme en sus
malditas habitaciones? Ahora ni siquiera tengo la oportunidad de colar mi llave en la cerradura
y verla. Su habitación permanece vacía toda la noche.
Es casi un alivio ir a clases al día siguiente.
En la escuela, sigo siendo Killer Payne, el mariscal estrella, la realeza de LDZ, la élite del
Lado Norte. Sin embargo, es más difícil meterse en el papel. Me he acostumbrado a que Story
me odie, pero Rath y Tristian también están enfadados conmigo. Nada se siente bien ni está
resuelto. Me paso todo el día tratando de encajar en mi maldita piel. Tenemos que vengarnos
de las otras fraternidades, pero no hasta que resolvamos esto. No hasta que ella esté a salvo.
Dios, eso es mucho decir.
Cuando nos reunimos todos en la casa, las cosas están tan tensas como ayer.
Se ponen mucho más tensas cuando Story entra en la casa esa noche. Se encuentra con
las miradas de Tristian y Rath y asiente con la cabeza. —Ya he decidido.
Guardo el teléfono, ya preparado para salir. Casi no quiero saber cuál de los dos es, pero
por las vibraciones entre ellos sé que será Rath. Si fuera un poco menos codicioso y celoso,
incluso podría alegrarme. La tratará bien.
—Pero no pueden enfadarse —añade, agachando la cabeza para protegerse la cara.
Sé que se refiere a mí. Por las miradas que me dirigen los otros dos, también lo saben.
—Nadie se va a enfadar —insiste Tristian—. No es para tanto.
Mentiroso.
Story asiente, retorciéndose las manos. A pesar de la seguridad de Tristian, no parece
menos tensa cuando levanta la vista, dándonos un nombre.
—Killian —dice, su voz llena de lo que tiene que ser una falsa resolución—. Elijo a Killian.
Capítulo 31
STORY
Todos parecen aturdidos.
—¿En serio? —pregunta Tristian, poniendo cara de circunstancias mientras mira entre
Killian y yo.
Sólo digo: —Sí.
Encontrar la mirada confusa de Dimitri es lo más difícil. La noche anterior la pasamos
juntos de nuevo, su música me llevó a un sueño profundo, pero inquieto. Al igual que la primera
vez, me desperté con él envuelto a mi alrededor, abrazándome. Por la mañana todavía me
besaba, besos largos, lentos y somnolientos, pero no había urgencia ni hambre en ellos. Dimitri
me hace sentir segura.
Y luego está Tristian, que seguía subiendo a mi habitación y sentándose conmigo. No
había reglas ni expectativas. Simplemente me decía que no tenía otro sitio donde estar y se
sentaba en mi escritorio, vaciando una bolsa de comida tailandesa que olía deliciosamente. A
veces, cuando me sonríe de esta manera, creo que puedo ver el tipo de hombre que podría
haber sido, si las cosas hubieran sido diferentes. Tristian me hace sentir cuidada.
Y ese es el problema.
No tengo ni idea de cómo estos dos hombres se las arreglaron para convertirse en personas
en las que he llegado a encontrar consuelo o comodidad. Me han hecho cosas terribles,
imperdonables, y, sin embargo, a veces me encuentro preguntándome cómo sería ese perdón.
No soy tan ingenua como para no verlo como la estupidez que es. Todo lo contrario.
Killian es un monstruo por derecho propio, pero no puede tocarme, no realmente. No en el
interior. No donde importa.
Pero Tristian y Dimitri…
Sería tan fácil caer en ello. Tener sexo con ellos, sentirlos dentro de mí, darles esta enorme,
pero frágil parte de mí. Sería tan fácil derribar el alambre de púas que protege mi corazón, para
dejarlos entrar. Cada vez es más difícil no quererlo, ese es el problema.
Por eso tiene que ser Killian. No corro el riesgo de sentir nada más que apatía hacia él. El
sexo con él será doloroso y enloquecedor, pero emocionalmente estéril. Dejarle entrar en mi
cuerpo será fácil, porque ya sé que nunca podrá entrar en mi corazón. Nada del sexo con él
será confuso.
Incluso Killian se queda sin palabras. —¿Por qué?
Desvío la mirada, incapaz de poner voz a mi razonamiento. Ninguno de ellos entendería
lo que significa ser una mujer en un mundo con hombres fríos, duros y egoístas. —Es mi decisión
—digo, con tono definitivo.
Sin decir una sola palabra, Dimitri se levanta y sale furioso de la habitación.
La punzada de preocupación y arrepentimiento que sigue es la prueba de que he tomado
la decisión correcta. Ya es suficiente con que haya llegado a pensar en él como un puerto seguro,
pero la idea de herir a Dimitri de esta manera me destroza por dentro. Así sé que ya está
demasiado cerca.
La forma en que Tristian me mira duele a su manera. Hay una chispa de decepción en
sus ojos, no por mi elección, sino por mí. Como si algo en mí estuviera roto. Como si se diera
cuenta de que no me conoce tan bien como creía. Suelta un fuerte suspiro y se echa el pelo
hacia atrás. —¿Estás segura?
Killian, que me ha estado observando desde que Dimitri se fue, dirige su mirada a Tristian.
—No es porque me quiera más —dice, inclinando la cabeza en un asentimiento significativo—. Es
porque me quiere menos. —Parpadeo ante él, sorprendida por la percepción. Killian no es una
persona de la que esperara una percepción, pero ha conseguido resumirla en una sola frase.
No parece desanimado por ello.
Tristian sacude la cabeza, y me doy cuenta de que no lo entiende. No lo concibe.
Killian lo hace mejor, explicando: —Es la diferencia entre follar con Charlene y follar con
Genevieve.
Tristian me mira, con los labios en una línea tensa. —Por Dios, Cereza. Rath lo habría
hecho bien para ti.
Asintiendo, digo: —Lo sé. —Lo siento está en la punta de mi lengua, pero me niego a
decirlo. Esto es mío. No me disculparé por cómo decido usarlo—. Es complicado.
—Claramente —dice, moviendo su mirada hacia Killian. Algo afilado y tormentoso cruza
sus rasgos—. Una marca —levanta un dedo índice—, y tu culo está perdido, Killer. Lo digo en
serio, maldita sea. Si la traes magullada y llorando, voy a...
—No lo haré —interrumpe Killian, entrecerrando los ojos.
—Y ella puede decidir cuándo sucederá —añade, con los ojos brillando—. No tienes que
intimidarla para que lo haga.
—Quiero hacerlo ahora. —Al menos puedo resolver esta preocupación por él—. Quiero
acabar con esto.
Ambos parecen sorprendidos de nuevo.
—No hay prisa —dice Tristian, aunque puedo oír la mentira en sus palabras. La cuestión es
que hacerlo me dará más seguridad. Tristian ni siquiera se da cuenta de lo cierto que es ese
concepto—. Seguro que todavía te duele lo de ayer.
Me miro las muñecas, todavía rojas, con moratones en los bordes, y me encojo de
hombros. —Puedo soportarlo.
Se cruza de brazos, su mandíbula se endurece y asiente con la cabeza. Se aparta de la
barra y avanza a grandes zancadas, pero le detengo antes de que pueda marcharse.
—¿Podrías quedarte cerca? —Susurro, suplicando con los ojos. No sé qué esperar, pero sé
que habrá dolor. Sé que después, la idea de tenerlo cerca me traerá una especie de paz—. ¿Por
favor?
Sus ojos azules sostienen los míos, clavándome allí. Y entonces me besa.
Me acuna la cara con las manos y me lame insistentemente la comisura de los labios. Es
fácil abrirse para él, retroceder cuando me guía, presionándome contra la pared. El sonido que
hago es pequeño y sorprendido, pero no inoportuno. Es cálido y sólido contra mí, un brazo baja
para rodear mi cintura, acercando nuestras pelvis.
Es como les dije a las chicas antes, antes de darme cuenta de que nunca quisieron ser mis
amigas. Tristian besa como si tuviera algo que decir con ello. Con esto, está diciendo que me
quiere más que Killian. Está diciendo que me dejará hacerlo de todos modos. Está diciendo que
no le gusta la idea.
Con el beso duro y mordaz que me da en el cuello, está diciendo que sigo siendo su Lady.
Es difícil resentir la comodidad que eso supone.
Desde el sofá, Killian bufa, pero eso sólo hace que Tristian chupe más fuerte. Cuando se
separa de mi cuello, sus ojos se fijan en la marca que ha dejado. La traza con la punta de un
dedo. —Me quedaré cerca —acepta, levantando mi barbilla para darme un último beso casto.
Luego, se va.
Killian está inclinado hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas. Sus manos
tejidas cuelgan entre ellas, con los ojos fijos en sus inquietos pulgares. —Podemos hacerlo en tu
habitación.
—No. —La sola idea me hace dudar—. En la tuya.
Levanta la vista al oír mi voz, fría y sin emoción. —Vale, bien. En la mía. —Se levanta y,
por una vez, no parece Killer. Sólo tiene la cara seria y preparada, extendiendo un brazo hacia
la puerta en señal de invitación.
Subo las escaleras antes que él, con las mariposas revoloteando en mis entrañas. La verdad
es que, aunque todo esto es aborrecible, sé que me sentiré aliviada una vez que haya terminado.
De dejar de ser virgen. De no ser alguien que la gente quiere por su inocencia. Esto nunca iba
a ser especial, no para mí. Siempre iba a ser así. Aterrador y doloroso e igual que esta maldita
casa.
Llena de cosas muertas.
Puedo sentir su presencia detrás de mí durante todo el camino, amenazante y ominosa.
Cuando llegamos a su habitación, me echo atrás, rodeando mi cintura con los brazos, dejándole
entrar primero. La habitación aún huele a él, un aroma que en su día me hizo revolotear la
barriga con otro tipo de nervios.
Sin quererlo, me asalta un viejo recuerdo del instituto, antes de que Killian se volviera tan
hostil y agresivo conmigo. Sólo llevaba una semana viviendo en la casa. Las cosas eran diferentes
entonces: tenues e inciertas, pero también había una curiosidad eléctrica entre nosotros. Una
noche me invitó a su habitación para pasar el rato. Desenvolvió un mando de juego. Me lo
entregó. Me enseñó a jugar rodeándome con sus brazos alrededor de mí desde la espalda, con
las manos guiando las mías en los botones. Yo también estaba nerviosa entonces, pero había
una especie de revoloteo excitado en mi sangre. Porque ese Killian Payne era guapo y fuerte, y
me miraba de una manera que me llevaría años, hasta ahora quizás, entender realmente.
Me miraba como si yo fuera suya.
Tampoco entendía el coqueteo en ese momento. Pero había un cosquilleo en el fondo de
mi mente, una conciencia de me decía que esa no era la forma en que un chico trataba a su
nueva hermana, y se me pegó como pegamento. Ha sido un coqueto, un enemigo, un monstruo.
Pero nunca ha sido un hermano.
Ahora, mientras estoy de pie en medio de su habitación, intentando no temblar, lo
agradezco. Todo parece dolorosamente inevitable ahora, como si todo nos hubiera llevado a
este momento. Killian fue, aunque brevemente, mi primera sensación de desear a alguien
Me mira mientras cierra la puerta, llenando la habitación con un chasquido de finalidad
que hace que mi pulso se acelere. Se queda parado un momento antes de cruzar al escritorio y
hacer clic en su portátil.
De repente, la habitación se llena de música.
El volumen es bajo, y definitivamente no es Dimitri, pero al menos no está todo tan
silencioso. Me recuerdo a mí misma que Tristian está cerca cuando Killian se acerca a mí, y
hago lo posible por no apartarme cuando estira la mano para tocarme la cadera.
Sus ojos son oscuros, pero su rostro es de piedra, no revela nada. Por eso, cuando se
agacha para besarme, retrocedo sorprendida. Parpadea, desviando fácilmente su camino hacia
el lado de mi cuello que Tristian no había marcado. Su pelo me hace cosquillas en la nariz
cuando abre la boca contra mi piel, lamiendo un beso en la piel sensible.
Mi trago suena fuerte para mis propios oídos, y trato de no inclinarme hacia atrás cuando
sus manos agarran mis caderas, arrastrándome lentamente hacia él. Vuelvo la cabeza para
respirar algo que no sea su olor, pero eso sólo le da a su boca más acceso para besar mi cuello.
Y eso es exactamente lo que hace, las manos se flexionan sobre mis caderas mientras besa un
rastro hasta el borde de mi mandíbula. Sus dientes rozan suavemente el hueso y cierro los ojos.
—Quítate esto —dice, dando un suave tirón a mi camisa. Se aleja un momento y se quita
primero la camisa, dejando al descubierto su amplio pecho.
Obedezco mecánicamente, tirando de la camisa por encima de mi cabeza. No me molesto
en cubrir mis pechos. Ya los ha visto, y eso es exactamente lo que está mirando ahora, esos ojos
afilados tomándome en cuenta.
—Acuéstate.
No es hasta que se lleva la mano al botón de sus vaqueros que el pánico se apodera de
mí. Me doy la vuelta antes de que pueda verlo, me arrastro hasta la cama y me acomodo allí,
boca arriba, mirando con los ojos muy abiertos hacia el techo.
No veo cómo se quita los pantalones, pero puedo oír el movimiento de la tela, los pasos
que da hacia la cama cuando se los quita de los tobillos. Cuando se sube al colchón, el peso
hace que se hunda, puedo ver en mi periferia que está desnudo, con la polla balanceándose con
fuerza entre los muslos.
—Relájate —dice, agachándose para volver a prestar atención a mi cuello. Una de sus
anchas palmas se posa en mi costado y se extiende hasta atrapar mi pecho con la mano.
Murmura en mi cuello—: Esto no tiene por qué ser malo, ¿sabes? Puede que no sea tan misterioso
y sensible como Rath —la forma en que lo dice me indica lo poco que piensa de él—, pero sé
cómo hacerlo bueno para ti.
Como para demostrarlo, desciende hasta mi pecho y se lleva uno de mis pezones a la
boca. Se me encogen los dedos de los pies, pero intento permanecer pasiva. Se hace un poco
más difícil cuando mete su mano entre mis muslos, frotando mi centro mientras su lengua alterna
los pechos.
—No quiero que sea bueno, sólo quiero que termine —digo, sobre todo porque ya sé que
podría ser bueno. Incluso con todos mis esfuerzos por abordar esto con indiferencia, puedo
sentir que mi cuerpo responde a lo que está haciendo.
Se detiene un segundo, la curva de sus hombros se tensa. No es como con Pérez, donde
cada terminación nerviosa rechazaba la idea de que me tocara. Con Killian, mi mente retrocede,
pero vuelve a buscar más. Es un giro confuso de deseo y vergüenza.
Me suelta el pecho y se levanta para mirarme a los ojos. Me pongo rígida cuando siento
que sus dedos se enganchan en la parte baja de mis botas y tiran de ellas. —Qué pena. Necesito
que te mojes para mí, o te dolerá más. —Se echa hacia atrás, llevándose mis leggings y mi ropa
interior, bajándolas por mis piernas inflexibles. Sus fosas nasales se abren de par en par ante mi
falta de respuesta, pero no dice nada.
Se deshace de la ropa y me agarra la rodilla, abriéndome ante él. —No voy a hacerte daño.
—Las palabras salen hoscas y contundentes, pero sólo hacen que me burle. Es mentira. Esto va
a doler. Sus cejas se fruncen al oír el sonido, el músculo de la parte posterior de su mandíbula
se tensa hasta formar un nudo. Me mira mal antes de separarme los muslos y agacharse para
lamerme un camino caliente y húmedo por el centro.
Mis piernas se bloquean, medio por sorpresa y medio por el rayo de electricidad que me
sube por la columna vertebral. Sin embargo, sus manos me mantienen abierta, con los dedos
agarrados a mis muslos mientras su lengua explora mi zona más privada.
Me levanto sobre los codos, pero no sé por qué. Quiero alejarme, pero también quiero
acercarme. Las dos fuerzas que compiten entre sí tiran de mí en ambas direcciones, haciéndome
sentir inquieta. Cuando su lengua encuentra mi clítoris, me derrumbo de nuevo sobre la cama,
con las manos apretando el edredón. Aprieto los labios, negándome a emitir un sonido, pero
oh, Dios.
Es tan caliente y bueno.
Sus ojos se dirigen a los míos mientras su lengua me penetra, llena de una oscura y lívida
determinación. Deja libre uno de mis muslos, pero antes de que pueda pensar en cerrar las
piernas, sus dedos se unen a su boca, explorando mis pliegues, buscando mi entrada.
Introduce un dedo con lentitud y facilidad, deteniéndose a observar mi reacción.
Mortificantemente, me agarro a él, empujándolo más adentro.
Sus ojos brillan y se llenan de fuego. —Sí, te gusta, joder.
Sacudo la cabeza contra la almohada, pero ambos sabemos que es mentira. Mueve el
dedo hacia dentro y hacia fuera, dejando que se una un segundo dedo. El estiramiento es una
sorpresa, y empiezo a cerrar los muslos de forma protectora, pero su lengua vuelve tan rápido
que no puedo sentir nada más que las chispas disparadas en mi clítoris.
Hace un sonido, áspero y ansioso contra mi núcleo, y entonces no puedo evitarlo.
Abro la boca en un jadeo y me aprieto contra él.
La sensación de que sus dedos se liberan me sobresalta, pero su rostro parece ahora más
duro, con los ojos llenos de algo agresivo y enloquecido. Me separa los labios y baja, forzando
la punta de su lengua dentro de mí.
Echando la cabeza hacia atrás, me agarro a ciegas a un puñado de su pelo.
No es nada que haya sentido antes, ni siquiera cuando Rath me hizo esto. Ni siquiera
cuando Tristian usa sus dedos en mí. No dura mucho antes de que Killian se levante, con la
boca aferrada a mi pecho mientras sus dedos vuelven a entrar en mí.
—Estoy estirándote —dice, succionando un beso en la parte superior de mi pecho—. Tu
coño está tan jodidamente apretado. Deberían haberte preparado para esto.
Involuntariamente, me pregunto cómo sería eso. Tristian, deslizando más dedos dentro de
mí... ¿La cabeza de Dimitri entre mis piernas, asaltándome con su lengua?
Sé que se acerca cuando las caderas de Killian empiezan a moverse al ritmo de sus dedos,
sus dientes se hacen cada vez más presentes en sus besos por mi clavícula. Se está impacientando.
Sus dedos se deslizan libres sólo para envolver la base de su polla. Cuando se levanta, por
fin me permito mirarla. Parece dolorosamente dura, y cuando mueve el puño, siento que
empiezo a sentir pánico de nuevo. ¿Cómo diablos va a caber esa cosa?
Me empuja el muslo hacia arriba, separándome para él, con los ojos encapuchados
pegados a mi coño. —Joder, estás muy mojada. ¿Estás lista? —pregunta, guiando la punta justo
ahí, contra mi entrada.
Me tiemblan las rodillas, con algo de miedo y rabia metida en la garganta. —Hazlo, joder.
Con un enérgico golpe de sus caderas, la mete dentro.
Grito, poniéndome rígida ante el repentino e intenso ardor. Apretando la cabeza contra la
almohada, golpeo a ciegas, agarrándome a lo primero que siento. Sus bíceps están tensos,
sosteniéndolo por encima de mí mientras se introduce más profundamente, empujando con las
caderas.
Su respiración es agitada. —Relájate. Respira.
Pero mis manos sólo quieren empujarle hacia atrás. —Dios, es demasiado, demasiado
grande.
—Puedes soportarlo —dice, inclinándose para retumbar en mi oído—, pero tienes que
dejarme entrar. —Lo acentúa tirando de sus caderas hacia atrás, arrastrando su polla fuera, sólo
para empujarla de nuevo dentro. Mi cuerpo se agarrota a su alrededor y él gime de un modo
que parece más frustrado que otra cosa—. Eres tan malditamente testaruda, ¿podrías...? —
Desplaza su peso hacia un brazo, bajando para presionar dos dedos en mi clítoris.
Oh.
Joder.
Abrazo el instinto de levantar mis caderas hacia el toque. Cualquier cosa para perseguir
esa sensación. Cualquier cosa para mejorar esto. Vuelve a empujar, pero ahora duele menos,
atemperado por el punto de presión que me hace vibrar la sangre.
Su gemido es diferente ahora, áspero y crudo. —Eso es. Déjame hacerte sentir bien. —Me
rodea con la mano la parte superior de la cabeza, y con un lento giro de sus caderas hunde otro
grueso centímetro de su polla en mi interior. Se detiene ante el sonido que hago, respirando con
fuerza en mi sien. Por el temblor de sus brazos, noto lo mucho que le está costando quedarse
quieto, contenerse, hasta que mis piernas vuelven a aflojarse.
Doy un movimiento experimental y curioso de mis caderas, viendo cómo la mandíbula
de Killian se afila en respuesta. Empieza a sentirse menos como un desgarro y más como una
satisfactoria sensación de plenitud. Es el tipo de sensación que hace que mi pecho se desplome,
como si estuviera implosionando un poco contra el aleteo de los dedos de Killian.
No es terrible.
Realmente no es terrible.
Se retira antes de que sus caderas se curven hacia delante de forma calculada, probando.
Esta cuidadosa lentitud no era lo que esperaba del sexo con Killian, y me encuentro
preparándome para lo peor, esperando, anticipando.
Nunca llega.
Ya ni siquiera me toca el clítoris, pero no por ello se siente menos bien. Cada vez que
nuestros cuerpos se juntan, siento el impulso de empujar contra él. Ya no me molesto en luchar
contra ello.
—Eso es— murmura, con la voz apretada con un control que suena tembloroso—. Tan bien.
Joder, lo estás tomando tan bien. —Observa, con las cejas fruncidas. La sensación de tirón largo
y resbaladizo de su retirada, y luego la sensación controlada de deslizamiento y empuje de su
regreso. Aparto la cabeza porque es demasiado intenso, demasiado confuso, demasiado
enredado para mirarle a los ojos mientras se balancea en mi cuerpo, ordenándole que se
balancee. Pero ahora estoy cara a cara con esta chica en el interior de su bíceps. Un tatuaje.
Tiene el pelo largo, flotando sobre su músculo en elegantes zarcillos, con una forma de diamante
negro pintado sobre cada ojo como si fuera maquillaje. ¿Quién es ella? ¿Es alguien a quien
Killian se ha follado así?
—Mírame —dice, agarrándome la barbilla y echándome hacia atrás. Sus ojos son pesados
pero brillantes, llenos de algo que llamaría pasión en cualquier otra persona. Con brusquedad,
exige—: Mírame mientras te follo.
El beso es contundente y me toma por sorpresa. Gimoteo contra sus labios y él responde
con un rugido, bajando a agarrar mi pecho con su amplia palma. Sus caderas se encuentran con
las mías en un duro empujón, arrancando un agudo jadeo de mis pulmones. Killian aprovecha
que tengo la boca abierta para lamerla.
Creo que puedo saborearme en él, y estoy tan distraída por el electrizante arrastre de su
polla que ni siquiera se me ocurre no devolverle el beso. Sus besos son posesivos y urgentes, y
es tal como les había dicho a las chicas. Besa como si quisiera meterse dentro.
Pero ya está dentro.
Sus movimientos son cada vez más puntiagudos: las caderas se encuentran con las mías
en empujones cada vez más fuertes. Me golpea de la forma adecuada, el regalo de la fricción
arranca un gemido de necesidad de mi garganta. Se lo traga y lo utiliza, encuentra la presión y
el empuje adecuados, hasta que soy yo la que tiembla.
Una parte de mí no lo quiere, esta escalada hacia un precipicio al que Killian no tiene
derecho a llevarme. Sería mejor luchar contra ello, no sentir nada, alejarme de esto sabiendo
que nada de lo sucedido era bueno o suave o que valía la pena volver a hacerlo.
La realidad es mucho más complicada. Porque Killian me está besando, y hay un hambre
espantosa en ello, pero también hay una reverencia, como si estuviera saboreando cada empujón
dentro de mí y lo mantuviera ávidamente cerca. Esto no se siente como la ira o la jactancia de
una victoria.
Se siente como si me estuviera haciendo el amor.
Mi orgasmo es agudo y más profundo de lo que estoy acostumbrada. Agito la cabeza hacia
un lado, sin molestarme en reprimir mi grito.
Me agarra de la cadera y me acerca mientras gruñe. Me agarro a sus hombros, clavando
mis dedos en los suyos, y él jadea contra mi mejilla. —Sí —respira entre dientes apretados—. Más
fuerte. Haz que duela.
Es una petición fácil de cumplir.
Sisea, los ojos se cierran mientras mis uñas se clavan en su carne. Lo veo por encima de
su hombro, viendo cómo me folla, con las caderas moviéndose hacia delante y hacia atrás, y
todo es asombrosamente obsceno. Sus músculos se mueven y se ondulan bajo su piel y, por un
momento, me pierdo en la idea de toda la fuerza física y bruta que se utiliza para empujar esta
parte de él dentro de mí.
Se pone rígido, se introduce con fuerza y profundidad, y entonces gruñe. Sé que se está
viniendo porque puedo sentirlo, el torrente ardiente de su esperma mientras me llena.
No se queda mucho tiempo, respirando fuerte y húmedo en mi piel antes de quitarse de
encima. El tirón de su polla reblandecida al sacarla de mi cuerpo me hace estremecer, pero
luego soy capaz de cerrar las rodillas.
Aunque se ha ido, todavía puedo sentirlo dentro de mí.
Murmura una maldición, llamando mi atención. Se está sujetando la polla gastada. Por la
forma en que se abalanza sobre su camisa, me doy cuenta de que está tratando de limpiarla
antes de que vea la sangre.
—No me importa —digo, moviendo mi mirada hacia el techo.
—La mayoría de las chicas sangran —dice, y hay un hilo de actitud defensiva innecesaria,
como si le preocupara que pensara que me ha destrozado innecesariamente—. Es normal.
—No me importa —vuelvo a decir, mirándolo a los ojos para asegurarme de que lo sabe.
Cuando se trata de Killian, hay muchas cosas que no me importan.
Por la expresión de su cara, creo que se da cuenta.
Capítulo 32
STORY
Killian se duerme antes de que tenga la oportunidad de salir de la cama. Así que lo hago, con
cuidado de no despertarlo. Me siento como si estuviera atrapada en la boca del lobo,
desesperada por liberarme. Pienso en Tristian, que me está esperando en alguna parte. Pienso
en Rath, que probablemente siga enfadado conmigo. Sobre todo, pienso en cualquier cosa
menos en el semen que corre por mi muslo.
Hay una mancha en la cama donde estaba tumbada, manchada de sangre y del semen de
Killian. La miro fijamente durante un largo y tenso momento, deseando poder arrancar las
sábanas de debajo de su cuerpo dormido y tirarlas.
Me conformo con ponerme la ropa, y me detengo cuando suelta un ronquido sordo.
Espero, sin querer enfrentarme a él de nuevo, mirando fijamente la pantalla del ordenador, y
aguardo mi momento. Mientras la lista de reproducción pasa en ciclos, pienso en la última vez
que la abrí, recordando las pequeñas carpetas ordenadas. Había una para la otra de Aplicantes
para Lady. Una para LDZ. Para el Lado Sur. Pero no es eso lo que suena en mi cabeza como
una débil campana.
Aquella noche, después de que Killian me castigara delante de la fraternidad, cuando él y
los chicos se peleaban en la cancha de baloncesto, había dicho algo sobre que esto era un juego.
Estaba enfadado. Estaba traumatizada, pero ahora, con la mente adormecida, recuerdo dónde
lo había visto: aquí, en el portátil de Killian.
Acercando mis ojos a la figura en la cama, me acerco lentamente al ordenador, aún sin
cerrar. Encontrar la carpeta de nuevo es fácil, PUNTOS DE JUEGO está en mayúsculas.
Es una hoja de cálculo.
Una hoja de cálculo con puntuaciones.
Oral (dar) - 5pts
Oral (recibir) - 10pts
Exhibición (pública) - x5
Exhibición (en casa) - x2
Dedos - 4
Paja - 7
Consentimiento verbal - x2
Petición verbal - x3
La lista sigue y sigue. Parece una especie de juego sexual retorcido. Está finamente
detallado hasta el punto de la categorización. Hay nueve variaciones de uso de manos, y casi
veinte variaciones de oral.
En la siguiente pestaña, encuentro una hoja de puntuación.
Junto a cada puntuación hay una fecha, una descripción y un enlace.
T - 8/30 - 25pts - Follada con los dedos a Lady en la biblioteca.
R - 9/6 - 76pts - Lady pidió chupármela.
K - 9/3 - 36pts - Me he follado las tetas de Lady.
Los latidos de mi corazón se sienten como un motor a reacción en mis oídos. Hago clic
en un enlace sin pensar, sin saber qué esperar. Lo que aparece es un vídeo del dormitorio de
Rath. Él está tumbado en la cama y esa soy yo en el sofá, con aspecto incómodo.
Presiono las palmas de las manos contra mis mejillas, ofreciendo temblorosamente: —
Podría… chupártela.
Él levanta una ceja lentamente. —¿Esperas que me crea que quieres chupármela?
Haciendo una mueca, miro hacia otro lado, avergonzada. —No es que no quiera. Eres
guapo y todo, y quién sabe. Si no me obligan a hacerlo, tal vez sea diferente. Tal vez me guste.
Hay una sonrisa en su cara, pero desaparece en un instante cuando giro hacia él. —
¿Quieres chuparme la polla?
Hago un único e inseguro movimiento de cabeza.
No parece impresionado. —Los asentimientos a regañadientes no son la sensación que
busca mi polla. Gracias de todos modos.
—Dimitri. Quiero chupártela. —Ante su mirada perdida, explico—: No sé si seré muy buena,
así que tendrás que ser paciente. Pero lo digo en serio. Quiero hacerlo. Sobre todo si crees que
te servirá de algo y, técnicamente, yo soy la que puso esa regla de no sexo en el contrato.
Arrastra el labio inferior entre los dientes y vuelve a mirar mi pecho. —De acuerdo —
decide—. Si quieres.
Todo el asunto está ahí, y ni siquiera me importa que el audio se escuche por los altavoces
de la habitación. Miro, con los ojos pegados a la pantalla, cómo me llevo a Dimitri a la boca.
Minutos después, su cabeza se inclina hacia atrás, los ojos se encuentran con la cámara.
Y sonríe, joder.
Me apresuro a salir de la pestaña, y hago clic frenéticamente en las demás. Hay tres más
con Dimitri, aunque las mañanas que me desperté en su cama no están incluidas.
O al menos aun no.
Hay algunas con Tristian, y luego la vez con Killian en el pasillo. El que más me apuñala
en el pecho ni siquiera está unido a ningún punto de la hoja de cálculo. Sólo está etiquetado
como “Den – Tratando de hacer entrar en razón a Killer”.
—Estoy siete puntos por detrás. Podría hacer polvo tu trasero en un solo almuerzo. —
Tristian pone los ojos en blanco, pero añade en un tono de mala gana—: Dicho esto, el jodido
asunto de la tutoría fue una genialidad. Tú y yo —señala a Killian—, vamos a tener que mejorar
nuestro juego.
—¿Cómo? ¿Cómo cojones consigues tantos puntos? Paso diez minutos con ella y quiero
atravesar una pared con el puño, y esperas que me crea que ustedes dos...
Rath levanta una mano, con las cejas subiendo por la frente. —¿Dudas de nosotros?
—Todos los puntos pueden ser respaldados —asiente Tristian, dando un sorbo a su propio
vaso—. Yo mismo vi el vídeo de Rath. Ella quería chuparle la polla. Se la tragó. No huyó después.
—Va tachando con los dedos los modificadores de puntos—. Mira, sé que no piensas mucho en
el juego a largo plazo, pero Story no es como tú crees, Killer. El camino de la menor resistencia
funciona con ella. Es como, una chica normal.
Rath se inclina hacia delante para apartar su vaso. —Es como masilla, amigo. Los castigos
no dan resultado, pero ¿sabes qué sí? Ser amable. —Se ríe ante esto—. Tristian le compró una de
esas flores de papel después del partido. Ya sabes, las que venden para recaudar fondos.
Deberías haber visto su cara.
—Se sonrojó y tropezó consigo misma —explica Tristian—. Ni siquiera hace falta mucho.
—Tácticas de Príncipe —se burla Killian, pero Tristian sacude la cabeza.
—En absoluto. Verás, eres tan jodidamente horrible con ella que se aferra al más mínimo
gesto de amabilidad como si fuera velcro. Así que oye, supongo que esto es gracias a ti. —Levanta
su vaso hacia Killian antes de inclinarlo hacia atrás.
Killian se hincha. —Esto es una puta mierda. ¿Gentileza? ¿Amabilidad? ¿Desde cuándo
juegan así, idiotas?
—Desde que voy a romper ese coño con mi gorda polla en unos meses. —Rath se ríe,
agarrándose la entrepierna—. Lo siento, hermano. Todo vale.
Este.
Este es el juego.
Mi confianza.
Mis sentimientos.
Mi virginidad y quién la toma.
Yo.
No siento las lágrimas rodando por mis mejillas hasta que una se posa en mi mano,
temblorosa sobre el escritorio. Todo era una mentira. Cada momento de comodidad que sentí
con Dimitri, con Rath, fue sólo una mentira. Algo que me manipularon para que sintiera. Aquí
he estado, pensando que Rath estaba por encima de todo esto, pero es mentira. Esos momentos
en su habitación, de rodillas por él, no fueron mejores que lo que me hicieron Tristian y Killian,
después de todo.
Falso.
Todo era jodidamente falso.
La amabilidad de Tristian, probablemente incluso la disculpa. Tal vez incluso es más
profundo. Tal vez estaban secretamente a favor de esa noche en el sótano.
—Eres tan jodidamente terrible con ella que se aferra al más mínimo gesto de amabilidad
como si fuera velcro.
Todo tiene un terrible sentido ahora. No estaban cambiando. No estaban tratando de
cuidar de mí. Estaban jugando conmigo todo el tiempo.
Y yo me lo tragué, como una estúpida, ingenua e idiota pequeña víctima.
El dolor, la pena y la humillación, es mucho menor entonces. Lo recojo y lo guardo,
negándome a sentirlo. Abrazo el fuego en lugar del frío, dejando que me caliente por dentro.
Ahora me doy cuenta de que todo funciona así. No hay comodidad, ni compasión, ni seguridad.
El único calor en este mundo proviene de la sangre o del fuego.
Me quito las lágrimas inútiles, me sorbo los patéticos mocos y vuelvo a mirar hacia la
cama. Mi teléfono se desliza con facilidad desde mi bolsillo, y cuando me acerco a la cama,
Killian no se mueve.
Ni siquiera cuando hago una foto de la mancha que hay en medio de ella.
Accedo a ese antiguo correo electrónico mío, el destinado al spam. Al que Ted me había
enviado mensajes. Redacto un mensaje con el título: “Se ha ido”.
Adjunto la foto y escribo una sola frase en el cuerpo del correo:
¿Qué vas a hacer al respecto?
Tienen mi sangre, y ahora están a punto de conocer mi fuego.
Porque voy a quemar a estos hijos de puta.
Epílogo
TED
La casa se encuentra en un enorme terreno, en pleno centro de la ciudad. Aquí no hay colinas
ni césped cuidados, sino los alrededores planos y pavimentados de lo que solía ser un proyecto
de viviendas de tres manzanas, propiedad del gobierno.
—Esto parece un poco extravagante para el Lado Sur —digo, bajando del BMW. Estoy
dudando, y lo más probable es que ella lo sepa. Por su cara de nerviosismo, no me lo va a
reprochar. Doblo mis gafas de sol, las meto en el abrigo y me ajusto los puños de la camisa.
Sí, sé exactamente lo que es esta propiedad.
Pero ella me sigue el juego. —GussyZ la construyó para su madre. Ya sabes, el rapero. Se
crió aquí, y después de triunfar, su madre se negó a mudarse. Así que arrasó el complejo de
apartamentos en el que creció y construyó esta monstruosidad encima. —La agente sacude la
cabeza, admirando el edificio—. Qué pena lo del embargo de impuestos. El gobierno lo embargó
y ahora está en subasta.
—Una pena para él. Perfecto para mí. —No he estado vigilando esto como debería, así que
me perdí el embargo, pero la ubicación no podría ser mejor. Un lote extenso, un montón de
habitaciones, enclavado en lo profundo de los bajos fondos del Lado Sur. Mi territorio.
Había sido escéptico cuando ella fijó la reunión. Leslie no solo ha estado robando decenas
de miles de dólares al mes de mis ingresos por alquiler, sino que también está lista para
convertirse en informante. Ella cree que no sé sobre el robo, pero puedo ver en sus ojos que se
preocupa. Y debería. Si tuviera la mitad de la oportunidad, esta mujer me clavaría una cuchilla
en la espalda y sonreiría mientras lo hace. Suele ocurrir con las mujeres.
A pesar de eso, hoy me ha dado lo mejor de sí misma. El hecho de que se haya hecho
cargo de esto y de que mi empresa haya pasado al siguiente nivel es el paso correcto para mi
empresa.
Cuando introduce el código en la puerta principal, veo que le tiembla la mano. Es apenas
un pequeño temblor, pero mis ojos no pasan por alto nada. Debería sacarla de su miseria, pero
decido observar cómo tantea por el momento.
Cuando la cerradura encaja, me abalanzo, divertido por su sobresalto, y le abro la puerta,
con la incrustación de oro de mi anillo brillando a la luz del día.
Me mira con ansiedad y se escabulle por la entrada. —¿Cuántas habitaciones? —Pregunto,
observando el espacio. El suelo es un audaz mosaico con incrustaciones de un medallón, con
pilares de mármol que se alzan orgullosos a ambos lados de la escalera. La araña que cuelga
encima es de oro y cristal. Los altos arcos de dos pisos invitan a entrar en un salón a nuestra
izquierda.
Es hortera y ostentosa.
—Diez —responde ella, con ojos aprensivos.
En resumen, es perfecto.
—¿Baños?
—Once completos —añade, echando los hombros hacia atrás. Sí. Encuentra esa columna
vertebral, cariño—. Tres a la mitad.
Tarareo, los zapatos hacen clic en el mármol mientras recorro el espacio. —¿Y una suite
en la planta baja? —Me vuelvo hacia ella, notando cómo sus ojos se abren de par en par.
Se da cuenta de que ya lo sé, pero aun así responde: —Sí.
—Bien. —Asiento con la cabeza, entrelazando los dedos a la espalda—. Tengo algunas
propiedades que he querido recuperar. El viejo murciélago necesitará una vivienda. —
Volviéndome hacia ella, añado—: Buen trabajo, Leslie.
Parece que le va a dar un ataque al corazón, sus hombros se desinflan, el pecho se expande
con una bocanada de aire aliviada. A pesar de ello, me sonríe, tan agradecida que casi me hace
desear haber aguantado un poco más. —Gracias, señor. Sabía, en cuanto la vi en el mercado,
que la querrías.
Recorro la planta principal, tomando algunas notas en mi teléfono. —Necesitaremos un
bar completo por aquí. —Hago un gesto hacia la pared del fondo—. Una zona de estar junto a la
piscina estaría bien. Háblame del garaje subterráneo. Mis clientes exigen discreción.
Ella asiente obedientemente. —Sí, señor. Incluye un acceso trasero desde el callejón y las
puertas funcionan con un sensor. Con un poco de arreglo, podría...
El teléfono suena en mi mano, una notificación de correo electrónico aparece en la
pantalla. En el momento en que la veo, dejo de prestar atención a Leslie. Parpadeo, seguro de
que estoy leyendo mal.
Notificación de correo electrónico: Dulce Cereza.
Mantengo mi voz tranquila y calculada. —Disculpa —digo, con la sangre palpitando
mientras salgo de la habitación y escapo al exterior. La cabeza me da vueltas, el corazón late a
un ritmo urgente. Hace tres años que no sé nada de ella. Tres años desde que se me escapó de
las manos.
Lo abro y miro el título del mensaje: Se ha ido.
Estoy medio convencido de que es una broma. Probablemente, esos pequeños bastardos
arrogantes con los que se esconde se enteraron de mi existencia y pensaron que esta sería una
forma divertida manera de joder. No pasa nada. Me he preparado para saber cómo enfrentarme
a ellos.
Entonces veo el mensaje.
¿Qué vas a hacer al respecto?
Es una foto nítida, el contenido es inconfundible. Es una cama con sábanas blancas,
inmaculadas si no fuera por la mancha que se ve en la palidez. Sangre. Por la oscura humedad
que la rodea, probablemente también algo de semen. Sangre, semen y su excitación.
Oh, Story…
Estoy mirando los restos de su virginidad.
Hay una mano de hombre enroscada junto a ella, la muñeca oscura con tatuajes. Lleva un
anillo de oro con la forma de una calavera distintiva. No necesito hacer zoom para ver el "LDZ"
grabado en él.
Es el mismo anillo que el mío, después de todo.
Apago el teléfono, sabiendo quién es y lo que ha hecho. Aprieto los dientes, tratando de
empujar el enloquecido huracán de ira de vuelta a mi pecho. Sólo por ahora. Sólo hasta que
pueda hacer un movimiento.
Pero es difícil imaginar esas manos sobre mi dulce y joven Lady. Sabiendo que han tomado
lo que me pertenece. Sabiendo que la han profanado, manchado, forzado su suciedad dentro
de ella. Traté de advertirla. Este mundo es una máquina. Los engranajes giran, haciéndola girar,
y la rueda nunca se detiene. Toman a una mujer y la convierten en una puta. Sucia.
Contaminada. Impura.
Si los Lords creen que dejaré que eso le suceda, están muy equivocados.
Volviendo a cruzar la puerta, mi cabeza todavía está llena de la visión de esas sábanas.
Me pregunto cómo sucedió. ¿La forzó? ¿La folló como un animal? ¿Estiró esos labios codiciosos
en una sonrisa mientras profanaba lo que es mío por derecho?
Leslie se gira cuando me acerco, rebuscando en sus carpetas, tan ansiosa por contarme
más detalles que no ve la pistola que saco de mi abrigo.
Levanto el seguro y le meto tres balas en la cabeza.
Cuando cae al suelo, con el sonido de los disparos resonando todavía en el mármol, respiro
ferozmente, empapándome del silencio.
Sí, así está mejor.
Mi venganza nunca ha llegado con rapidez, pero siempre es absoluta y sin piedad.
Los Lords están a punto de descubrir hasta qué punto eso es cierto.
Segundo Libro
Me lastimaron. Abusaron de mí. Me utilizaron.
Pero me inscribí para ello. Literalmente.

Acepté el contrato que me hizo su Lady, una posición que


requiere que haga lo que ellos quieran, pero solo como
protección de alguien peor. Acepté estar en sus camas, de
rodillas, y a ser castigada si desobedecía.
Simplemente no esperaba un castigo como este.

KILLIAN pesa doscientas veinte libras de


músculo, tiene un físico brutal y es puro rencor. Cree que
no sé qué me observa cuando duermo.
TRISTAN es rubio y encantador para cualquiera
que no lo conozca mejor. Para mí, es el hombre que busca
controlarme, con su mirada fría y posesiva.
RATH es la tempestad de ojos oscuros que me llevó a su cama. Incluso después de haber
sido sometida por su lengua de púas, es el primer hombre que me hizo sentir segura.

No me había dado cuenta de lo mucho que me habían manipulado y me hicieron sentir


complaciente, pero resulta que se han metido en mi cabeza tanto como han abusado de mi
cuerpo. A pesar de las cosas horribles que me han hecho, en realidad me hicieron sentir especial.
Me hicieron pensar que se preocupaban por mí. Me hicieron sentir protegida.
Y luego descubrí que todo era mentira.
La forma en que Tristian se preocupa, los ojos vigilantes de Killian y, lo peor de todo, mis
momentos felices en la cama de Rath, eran parte de un juego.
Un juego para ver quién me puede usar mejor.
Un juego al que han estado jugando desde el primer día.
¿Y ahora?
Es un juego que voy a ganar.
Sobre las autoras
ANGEL LAWSON
Angel Lawson vive con su familia en Atlanta, GA y tiene una obsesión de toda la vida
por crear ficción a partir de la realidad, ya sea con pintura o palabras. Ha escrito tres
libros para adultos jóvenes y un romance para adultos. En un día típico, puedes
encontrarla escribiendo, leyendo, planeando su escape del apocalipsis zombie y
tratando de quitarse el brillo de debajo de las uñas.

SAMANTHA RUE
Samantha Rue es una diseñadora gráfica profesional que dirige una empresa de diseño
de medios y portadas de libros durante el día, y escribe sobre imbéciles trágicos durante
la noche. Tiene marido y un gato, y escribe libros muy largos porque no mata a sus
queridos personajes. Ella los nutre. En situaciones angustiosas y sexys.
Nosotr@s

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