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Hernán Cortés.
Unos meses antes, Diego Velázquez empieza a recibir informaciones del nuevo
continente. Hablan de oro, hablan de riquezas inmensas, y hablan de pueblos salvajes
que deben ser prestamente evangelizados. Diego Velázquez, por supuesto no piensa en
la evangelización, piensa en el inmenso caudal de oro que va a llegar a sus arcas, y
empieza a preparar la estrategia para acercarse a los territorios de la Nueva España, de
lo que sería la Nueva España, los territorios de México. Esas informaciones llegaron a
cargo de los adelantados. Adelantados que por ahí estuvieron. Uno de ellos, Jerónimo de
Aguilar, que conocía perfectamente la lengua maya. Sería un buen traductor para entrar
en contacto con las tribus aborígenes y llegar a ese intercambio - ya sabéis que los
españoles siempre hacemos los negocios – cuentas de colores a cambio de oro. Por tanto
los barcos iban cargados de armas, sí, pero la mitad del barco, la otra mitad de cuentas
de colores. Diego Velázquez se entera que Hernán Cortés está preparando su plan
aparte, y entonces esto no hace confiar mucho a Diego Velázquez, y decide quitarle el
mando de la expedición, pero ya es demasiado tarde, Hernán Cortés ha metido en la
expedición a muchísimos marineros, a muchísimos españoles, dispuestos a su aventura.
Más que soldados, eran aventureros. Estaban dispuestos a ofrecer su vida, su sacrificio, a
cambio de riquezas inmensas que en España no podían obtener. Ya con unos cuantos
reclutados, y antes de que Diego Velázquez, el gobernador, decida actuar, Hernán Cortés
consigue flotar una flotilla de once barcos, con quinientos cincuenta hombres y dieciséis
caballos, diez piezas de cobre y cuatro ligeras. Y en ella embarca al traductor Jerónimo de
Aguilar, y se embarca con sus hombres, con sus curas, y con algunos científicos. Eran
once barcos, la cifra de hombres en torno a los quinientos cincuenta, rumbo hacia México.
Era el 10 de Febrero de 1519. Días más tarde, llegan a las costas de México,
cerca de Tabasco, ahí desembarca la tropa española, ahí toman posesión de los nuevos
territorios, y ahí se enfrentan a su primer gran problema: los mayas. En principio, no eran
muy combativos, pero luego, es como si intuyeran el peligro que se cernía sobre ellos, y
rápidamente forman un ejército de doce mil hombres. Doce mil guerreros, cuyos rostros
iban pintados de blanco y negro, los cuerpos acorazados, las hachas de guerra, las
lanzas preparadas, y forman frente a los españoles. Los españoles no se amedran.
Habían llegado demasiado lejos como para retirarse. Hernán Cortés forma a sus
hombres. Los caballos quedan enjaretados y adornados con mil y un cascabeles. Aquello
deja estupefactos a los indios. Los mayas contemplan extasiados el espectáculo que ante
ellos se ofrece. Dieciséis caballos tan sólo pudo reunir Hernán Cortés, pero la impresión
era que aquellos no eran sino centauros, hombre hibridados con caballos, formaban una
sola pieza, y comienzan los ataques mayas, y comienzan a caer víctimas de los
arcabuces y de las piezas de cobre. La caballería de Hernán Cortés embiste a los mayas,
y causa estragos entre ellos, que más que morir a manos de los españoles, mueren
aplastados entre ellos por el estrépito ocasionado por los caballos. En esa primera batalla
cercana a Tabasco, mueren más de ochocientos mayas. Los españoles después del
combate se pertrechan, se fortifican, y esperan noticias de los mayas. Los mayas envían
una delegación, en principio esclavos, por que desconfían de los españoles. Esos
esclavos reciben un mensaje de agrado y de ánimo por parte de Hernán Cortés – sabía
perfectamente acerca de su inferioridad numérica, y que tarde ó temprano esas batallas
serían insostenibles – y los mayas empiezan a acercarse, cada vez con menos miedo.
Después de los esclavos, envían embajadores, envían caciques. Y al final empiezan a
establecerse pactos, acuerdos, llegan las cuentas de colores, y los mayas, claro, traen el
oro. Y además del oro, traen veinte esclavas, por que los mayas sabían… se habían fijado
en un pequeño detalle, y es
que los españoles no traían
mujeres, y eso no lo podían
entender, no tenían mujeres
que les cuidaran y que
molieran el maíz. En ese
grupo de esclavas, hay una
que destaca por su belleza,
de cuerpo pequeño, pero de
belleza resultona, ojos muy
vivaces. El nombre es
Malinche. Tenía dieciséis
años. Acerca del origen de
Malinche, se cuenta que era
hija de un cacique local, por tanto, una princesa local, podemos decirlo así, y que
después, al morir su padre, la madre decide venderla como esclava, y en esas, se
aparece en el mundo de Hernán Cortés. Hernán Cortés se fija en ella, y se la entrega a
uno de sus más valerosos capitanes. Claro, ellos no podían crear habituamiento carnal
con esclavas mayas al no estar evangelizadas, así que deciden bautizarlas a todas, para
poder hacer el ayuntamiento carnal. Un pequeño trámite. Y en el caso de Malinche, el
nombre que le toca en suerte, es el nombre de aquella santa que murió martirizada junto
a sus siete hermanos en Orense: Marina. Ahí nació la historia, ahí nació la leyenda de
Doña Marina, de esclava maya a compañera fiel e inseparable de los españoles. Un
pequeño detalle también a tener en cuenta, Marina no sólo hablaba la lengua maya, sino
por su instrucción, también hablaba el náhuatl, la lengua de los aztecas, detalle muy
importante para los acontecimientos posteriores.