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“CULTURA SOMÁTICA CONTEMPORÁNEA

Y SUJETOS EN SITUACIÓN DE VIOLENCIA”

Jane Glaiby Silva Bastos

Eje temático: Cuerpo en la cultura


Descriptores: cultura somática, violencia, cuerpo y grotesco.

Resumen:

Este trabajo pone en cuestión el lugar de los sujetos bajo situación de violencia en el contexto
de la actual cultura somática, para esto adopta como punto de partida el uso del cuerpo por
adolescentes en conflicto con la ley y por un paciente víctima de tortura. Al final, apunta
hacia la importancia de la reflexión acerca de las figuras del grotesco presentes en la clínica
de la violencia y en la cultura contemporánea.

1- Cultura somática contemporánea

La temática del cuerpo, propuesta para este 31º Congreso de la Federación

Psicoanalítica de Latinoamérica es, bajo ningún tipo de dudas, fascinante, sea porque vivimos

en un momento histórico en el que el hecho cultural del culto al cuerpo vigora como una de

las características más singulares de la sociedad contemporánea, sea porque el siglo XXI, a
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partir del psicoanálisis –cuando Freud descifró la histeria de conversión y verificó que lo

inconsciente habla a través del cuerpo- inventó desde la perspectiva teórica el cuerpo

(COURTINE, 2009).1

Este trabajo es parte integrante de una investigación más amplia en la que examinamos

la dimensión estética del atendimiento multidisciplinar de sujetos en situación de violencia.

La pesquisa es efectuada a partir de entrevistas psicológicas con profesionales de servicios

públicos de referencia de dos estados (provincias) brasileños (as), Pará e São Paulo, que

atienden víctimas y protagonistas de violencia; así como de mi experiencia desde 1996 como

psicóloga clínico-institucional en Pará, una de las(os) provincias/estados de la Amazonia

brasileña con altos índices de violencia. En este recorrido he trabajado con las siguientes

problemáticas: adolescentes en conflicto con la ley, trabajo infantil, racismo, tráfico de seres

humanos con fines de explotación sexual, trabajo en condiciones análogas al trabajo esclavo,

víctimas de tortura y familiares de víctimas de homicidio.

Identificamos en este Congreso la oportunidad de discutir algunas ideas sobre este

punto central que caracteriza la relación cuerpo y violencia. Que ideas acerca de la

intercesión entre la actual cultura somática, cuerpo y violencia, pueden ser suscitadas por los

casos presentados?

Sabemos acerca de la importancia de una lectura histórico-social y cultural de los

fenómenos relacionados al cuerpo bajo la penalidad de confundirle con el organismo, pues las

1
Afirmación curiosa del historiador Courtine: que la teoría-método de investigación de los fenómenos
psíquicos inconscientes sea precisamente la responsable por la reintegración del cuerpo como objeto de
reflexión. El historiador, al formular el interrogante acerca de cómo el cuerpo se ha convertido en los días de
hoy un objeto de investigación histórica – sobre todo cuando se considera cierta tradición filosófica dominada
por el cartesianismo, que contribuyó para atribuirle un papel secundario- declara que fue en el viraje del siglo
XX que la relación del sujeto con su cuerpo comenzó a ser definida bajo otros términos; ha sido en ese siglo
que se ha borrado la línea de demarcación del cuerpo y del espíritu, habiendo sido restaurada y profundizada
la cuestión del cuerpo animado. El psicoanálisis tendría dado el primero paso en esa dirección cuando Freud
descifró la histeria de conversión, atribuyendo al imagen del cuerpo un lugar fundamental en la formación del
sujeto.

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sociedades en sus distintos momentos, han atribuido los más diferentes sentidos a la manera de

cómo se vive y se percibe al cuerpo. De este modo, podemos decir que el espíritu de un tiempo

imprime sus huellas en el cuerpo en función de las orientaciones que recibe del orden

imaginario y simbólico que incorpora. Se trata de aprehender la cultura somática que

configura la experiencia corporal de los sujetos, para utilizar el concepto del sociólogo francés

Boltantsky (1979).

El concepto de cultura somática corresponde a un conjunto de reglamientos, códigos,

conductas de producción, percepción y de consumo corporal de una dada formación social

ubicada en el tiempo y en el espacio. Por lo tanto, es el resultado de condiciones y relaciones

sociales objetivas; lo que permite pensarlo en los términos de clase, residencia, etnicidad y

género. (FERREIRA, 2013).

Sobre esta cuestión, el psicoanalista brasileño Jurandir Freire Costa, en el libro O

Vestígio e a Aura: corpo e consumismo na moral do espetáculo / La Huella y la Aura: cuerpo

y consumismo en la moral del espectáculo (2004), analiza el tema de manera muy penetrante,

al efectuar un análisis de las transformaciones han dado inicio a la moral contemporánea, que

el autor caracteriza como un proceso de “destradicionalización” es decir, de inversión a patas

arriba en los ideales morales a lo largo de los últimos siglos.

El término “destradicionalización” dice respecto al cambio de valores de la época

predecesora a la contemporánea que puede ser resumida en tres puntos: cambio de la

investidura del Bien común para el individualismo; de la moral de dos sentimientos hacia la

moral del placer y de la felicidad de los sentidos; y cambio del eje de interés de los desviados

de los instintos hacia los desviados de la debilidad de la voluntad.

Según el autor, dicha inversión se encuentra vinculada al enflaquecimiento de las

tradicionales instancias donadoras de identidad: familia, religión, trabajo y la idea del Bien

común, cuyos valores, si bien no han sido totalmente abdicados hasta el punto de deteriorar su

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fuerza normativa, han sido, por lo menos, reconfigurados. En definitiva, han dejado de actuar

de manera institucional. Con lo cual, la ciencia ha pasado a ocupar un lugar destacado en la

donación del sentido a vida, siendo lo bueno y el Bien definidos por el alejamiento y la

cercanía a la noción de cualidad de vida, que tiene como referenciales privilegiados el cuerpo

y la especie.

Si el cuerpo siempre fue el sufridor de su tiempo, en ese escenario de triunfalismo

cientificista, el cuidado de si mismo, antes tendiendo hacia el desarrollo del alma, de los

sentimientos o de las cualidades morales, ahora se direcciona hacia la longevidad, la salud, la

buena forma y a la belleza. Emerge una verdadera cultura somática, cuyo advenimiento nos

conduce a percibir la realidad del cuerpo de manera nueva, proporcionando un proceso de

modelación de la corporeidad jamás visto.

En este proceso, entre los cambios producidos por la nueva cultura somática señalada

por Costa, destacamos lo que el autor nombra de producción de nuevos desviados, que aparece

en la estigmatización de los que se desvían de la norma somática ideal, en la proliferación de

los trastornos de imagen del cuerpo y en el sometimiento compulsivo a la moda publicitaria.

Se trata aquí de cierta violencia de un ideal de yo, ego corporal que oprime al sujeto y le

conduce a verdaderas locuras, teniéndose en cuenta que es con el cuerpo que se aspira imponer

en las salas de visitas, en la playa, en las movidas, etc.

Costa nos enseña que, si en los siglos predecesores en los que las cuestiones sobre la

normalidad psíquica versaban alrededor de la Razón, siendo la locura la figura del sin razón,

los desviados eran los locos; en el siglo XIX en el que ocurre un cambio de la patología de la

razón hacia la del instinto, han pasado a ser considerados desviados los perversos, por

exhibieren la potencia de los instintos sin reglas y excesivos. Hoy por hoy, la figura del desvío

es la estulticia, es decir, los débiles e incompetentes para ejercitaren la voluntad del cuerpo.

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Los estultos son los que exhiben la debilidad de la voluntad, por lo tanto, aquellos que no se

ajustan a los cánones de la cualidad de vida.

a) Los dependientes o adictos, es decir, los que no controlan la necesidad de drogas


lícitas e ilícitas; de sexo; de amor; de consumo; de actividades físicas; de juegos de
azar; de juegos electrónicos o del internet, etc. b) no reglados, es decir, los que no
pueden modelar el rimo o la intensidad de las carencias físicas (bulímico,
anoréxicos) o mental (portadores de síndromes de pánico, fobias sociales); c)
inhibidos, es decir los que se ven intimidados con el mundo y no amplían la fuerza
de la voluntad, como los sujetos con trastorno de distimia, los apáticos, los no
asertivos, los “que no se asumen tal y como son”; d) estresados, es decir, los que no
saben priorizar las investiduras afectivas y desperdician energía, convirtiéndose en
perdularios de la voluntad; e) deformados, es decir, los que se quedan por detrás del
maratón del fitness: obesos; manchados de piel, sedentarios; envejecidos de manera
precoz; fumantes; no siliconados; no lipoaspirados, etc. (COSTA, 2004, p. 195-
196).

Si en una primera mirada los cambios producidos por esta nueva cultura somática

parece solo conllevar a aspectos negativos, el autor identifica ventajas cognitivas y morales del

aumento del interés por el cuerpo, entre las cuales la aparición de formas de subjetivación

menos atadas a la intimidad romántica, al hecho de habernos sido remetidos hacia el espacio

de la visibilidad común, de habernos alterado la percepción de la vida física y de habernos

criado nuevos ideales de autorrealización.

2- Sujetos en situación de violencia

En virtud de ese orden de consideraciones, del cual nos hemos esforzado para presentar

algunos elementos, existe otro sistema imaginario que, entonces, actúa sobre las instancias del

deseo. Hacemos alusión a todo lo que concierne a las prácticas de violencia interpersonal y

colectiva: abusos sexuales, tráfico de seres humanos, racismo, tortura, trabajo en condiciones

análogas al trabajo esclavo, entre otras formas de violencia, prácticas que afectan al cuerpo y

producen resonancias entre los cuerpos. Así, a partir del análisis efectuado por Costa, lo cual

revela la profundidad social de la nueva cultura somática al producir los nuevos desviados,

fruto de esta norma implícita de un cuerpo sano y sus efectos de violencia intrapsíquica;

pensamos que es necesario ubicar en este contexto el cuerpo de la violencia intersubjetiva, sea

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este de la víctima, sea este del protagonista, los cuales hemos designado como sujetos en

situación de violencia.

Sin la pretensión de ofrecer una respuesta, postularemos aquí solo una huella en lo que

se refiere al cuerpo de algunos sujetos bajo situación de violencia: el uso del cuerpo violado a

la manera de una “mostración”. Esto ha sido observado en adolescentes en conflicto con la ley,

que entrevistamos durante el Máster en Psicología Clínica, las cuales exhibían el cuerpo

desnudo en la institución que las acogía: sacaban sus ropas durante los atendimientos

mediante técnicas y monitores y también se desnudaban delante de las ventanas de la

institución, delante de todos; exponían la sangre menstrual y ensuciaban las paredes de los

cuartos de baño con la sangre; y algunas de manera recurriente dibujaban a los genitales

durante las actividades pedagógicas.

Dicha exposición dejaban a los profesionales atentos con la finalidad de justificar

alguna dificultad en el trabajo socioeducativo con las adolescentes del sexo femenino, en

comparación con los adolescentes del sexo masculino, que no usaban el cuerpo de ese modo.

Tal acto transgresor de exhibición del cuerpo desnudo en los atendimientos y en la rutina diaria

provocaba malestar y paralización de los profesionales.

Analizamos esta forma de usar al cuerpo por adolescentes en situación de conflicto con

la ley en otro trabajo (Cf. BASTOS & KAHN, 2014). En este trabajo hemos demostrado que el

cuerpo, como una totalidad, desempeñaba una función muy específica en la economía psíquica

de las adolescentes que han cometido una infracción. Ese trabajo revelaba de manera precisa

que, además de ser visto, ser expuesto de manera imaginaria en sus orificios, dimensiones y

posiciones, y en sus entrañas, como si se puede observar en el discurso de una adolescente

delante de mí: “Es sólo cuando la tía llega, me da unas ganas de echarme un pedo, de dar un

tiro”. Imagen bizarra, en la que la presencia del otro despierta el deseo de su aniquilamiento y

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en el que el cuerpo se hace de instrumento bélico. La riqueza de este habla, morbosidad y

erotismo a la vez, el cuerpo habla para que la adolescente pueda ser vista.

Los genitales femeninos eran invocados muchas veces en la rutina institucional, sea en

su exhibición a las educadoras, sea en la exacerbación de un discurso que sugería sus

dimensiones y sensaciones, como es posible averiguar en el fragmento: “El guardia casi me ha

pegado, mira, ni mi madre que ha abierto su culo para me traer al mundo hace eso conmigo!”

Así es que una de las adolescentes deniega la agresión utilizada por un policía en la prisión que

la ha llevado a realizar la medida de reclusión, echando mano de un verdadero “escenodrama

vaginal” (tomando prestado una expresión de Baudrillard, 1992).

El exhibicionismo vaginal parecía ser como una respuesta ante el enigma que los

cambios de la pubertad conllevaban para tales adolescentes inmersas en el contexto de

desamparo social y simbólico. De ese modo usan a sus cuerpos para que el otro, bajo reacción,

le ofrezca un sentido, aunque arrancado a partir del efecto de anonadamiento producido. En ese

sentido, el exhibicionismo fue entendido de dos modos: primero, como forma de defensa, a la

manera de una máscara de horror, dado que, según Freud, la visión de los órganos genitales

femeninos provocarían un horror comparable a lo que despierta la visión de la Cabeza de la

Medusa (1940), siendo dicho terror de la Medusa un terror de castración. Segundo, el

exhibicionismo tendría la función de evaluación de la capacidad del otro en soportar lo que ve,

sin dejarse paralizarse y petrificarse por lo visto, pues las adolescentes exhibicionistas hacían

de esta exhibición no un ofrecimiento para la admiración, sino para provocar un impacto

desconcertante.

Este uso del cuerpo por parte de sujetos bajo situación de violencia ha sido observado,

también, en un paciente víctima de tortura, que he nombrado de Manoel. Se trataba de un

hombre de 50 años, de estatura pequeña, negro, habitante pobre de un barrio de periferia,

víctima de un episodio de tortura que ha sufrido en una tienda multinacional. La violencia ha

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ocurrido en el interior de la tienda en el momento en que estaba a probar un par de zapatos,

viniendo, por eso, a ser abordado por los guardias, quiénes pensaban que estaba intentando

robar tales zapatos. Conducido hacia el piso superior de la tienda, en una pequeña habitación,

Manoel fue presionado a admitir su intento de robo, como no lo hacía, fue forzado a

desnudarse, siendo agredido con brutalidad con puñetazos, latigazos, golpes, amenazas

verbales, ofensas y agresiones que le hicieron orinarse. Debido a las agresiones ha desarrollado

hemiplejia en la faz, al lado derecho (que hizo con que su rostro se quedara torcido y con

temblores involuntarios) y ha pasado a sufrir de transpiración, aumento de la presión arterial y

de micción. Debilitado se ha visto forzado a parar de trabajar.

En las sesiones relata de manera repetida la tortura sufrida, habla con minuciosidad la

escena vivida. Su queja es de insomnio y que en las noches en que no logra dormir es la escena

de la tortura que le ataca. Se presentó en las sesiones ansioso, con el rostro tembloroso. De

inicio, nos hemos situado de manera reservada (FIGUEIREDO, 2008), en una posición

acogedora frente al discurso que expresaba y reconociendo el terror que había vivido.

Durante dos años, a pesar de avances en algunos aspectos de su vida, Manoel todavía se

mostraba muy absorbido por la vivencia de la tortura, direccionado sus pensamientos para la

violencia sufrida, siempre iniciando las sesiones reviviendo la escena traumática. Después de

algunas intervenciones, aliviado, empezaba a tratar de otros asuntos. De manera

contratransferencial, afectada por el impasse de la repetición de la escena traumática, empecé

en el trascurrir de las sesiones a sentir cierta irritación al escucharle e intentado operar un

desplazamiento hacia otras escenas, empecé a investigar un poco más de su historial de vida,

pero eso no ejercía ningún efecto. Así, me mantuve en la superficie psíquica del paciente, no

apresurando el curso de las cosas e intentando sostener un proceso de tratamiento. Estaba en

cuestión, más allá de mi capacidad de sostener la posición del analista y de analizar la

resistencia operando, la capacidad propiamente dicha de soportar la condición tan

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deshumanizada a que fuera sometido. Así empiezo a percibir su interés en hablar acerca de la

repercusión de su historia de tortura en la prensa, pues daba la impresión de que era en los

periódicos que había el reconocimiento de la brutalidad de la que había sido víctima. Parece

que sentía cierto placer en enseñar la violencia que había sido objeto plasmada en el periódico.

Posiblemente identificaba ahí una manera de ser reconocido en lo social.

De esas dos modalidades de violencia que hemos subrayado, una del autor de violencia,

adolescentes que han efectuado un acto de infracción, y la otra de víctima, un hombre que ha

sufrido tortura, identificamos modos específicos de articulación cuerpo y violencia. Sin

embargo, los dos atravesados por cierta espectacularización del cuerpo violado. Si el efecto en

los profesionales que atendían a las adolescentes exhibicionistas era de paralización, el caso de

tortura no ha sido diferente, pues la repetición discursiva del acontecimiento traumático y la

intensidad de inmovilidad psíquica que producía ha tenido un efecto paralizante de manera

igual en la analista, que delante del espectáculo mórbido, encontraba dificultades de desplazar

de modo subjetivo el paciente en dirección hacia el contacto con posibles conflictos no

reconocidos y preexistentes.

Así, más allá de una fijación en el trauma, parece estar en juego en los casos de sujetos

bajo situación de violencia un goce proveniente de la transformación del cuerpo traumatizado

en espectáculo de dolor y horror, el horror de la deshumanización. De este modo ¿cómo pensar

estos sujetos en el contexto de la cultura somática contemporánea? Teniéndose en cuenta que

actualmente la norma ética vigente es tener cualidad de vida y la violencia en gran medida

afecta de modo indeleble los que han tenido la mala suerte de haberla vivido, quizás debemos

incluirlos en la lista de los nuevos desviados. Comoquiera que sea, entre las diversas

cuestiones que los sujetos bajo situación de violencia suscitan, el modo como muchos usan el

cuerpo en el contexto de la sociedad del espectáculo (DELBORD, 1997) ha conducido a

nosotros al siguiente interrogante: ¿Cuál es el lugar y la función de la espectacularización del

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horror en el momento actual de la cultura? ¿Chocar (producir extrañeza), asustar, se convertir

en espectáculo sería la manera de recuperar un lugar de intersubjetivación?

Es cierto que tenemos un cuestionamiento para nada sencillo de ser contestado. Por

ahora, considerando nuestro recurrido en atendimientos clínicos de sujetos bajo situación de

violencia, pretendemos subrayar, en acuerdo con Kupermann (2003), sobre la importancia de

la atención frente a la presencia de lo grotesco con sus figuras de horror y de obscenidad

presentes en la clínica psicoanalítica, en particular, de la clínica de la violencia y en la cultura

contemporánea.

REFERÊNCIAS

BASTOS, Jane Glaiby S. e MARIN, Isabel Kahn. Adolescentes exibicionistas: a busca de

um olhar. In: Rev. Latinoamericana de Psicopatologia Fundamental. Vol. 17 nº. 2. São Paulo,

junho 2014.

BAUDRILLARD, Jean. (1992). Da sedução. Campinas, São Paulo: Papirus.

BOLTANSKI, Luc. As classes sociais e o corpo. Rio de Janeiro: Graal, 1979.

COSTA, Jurandir Freire. O Vestígio e a Aura: corpo e consumismo na moral do espetáculo.

Rio de Janeiro: Garamond, 2004.

COURTINE, Jean-Jacques et all. História do corpo. As mutações do olhar. O século XX. 3ª

ed. Petrópolis, Rio de Janeiro: Vozes, 2009.

DEBORD, Guy. A sociedade do espetáculo. Rio de Janeiro: Contraponto, 1997.

FERREIRA, Vítor Sérgio. Resgates sociológicos sobre o corpo: esboço de um percurso

conceitual. Análise Social, 208, XLVIII (3.º), 2013, ISSN ON LINE. 2182-2999. Disponível

em: < http://analisesocial.ics.ul.pt/documentos/AS_208_a01.pdf>. Acesso: 23/12/2015.

FIGUEIREDO, Luís Claudio e JUNIOR, Nelson Coelho. Ética e técnica em psicanálise. 2

ed. São Paulo: Escuta, 2008.


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FREUD, S. A cabeça de Medusa. In: Edição Standard Brasileira das Obras Psicológicas

Completas de Sigmund Freud. (Vol. XVIII). Rio de Janeiro: Imago. 1940 [1922].

KUPERMANN, Daniel. Ousar rir: humor, criação e psicanálise. Rio de Janeiro: Civilização

Brasileira, 2003.

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