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TEMA 11 PATROLOGÍA

SAN AGUSTÍN
EL GRAN
LEÓN DE DIOS
1.-
EI Padre más grande de la lglesia latina, San
Agustín: hombre de pasión y de fe, de altísima
inteligencia y de incansable solicitud pastoral.
Este gran santo y Doctor de la lglesia a menudo
es conocido, al menos de fama, incluso por
quienes ignoran el cristianismo o no tienen
familiaridad con él, porque dejó una huella
profundísima en la vida cultural de Occidente y
de todo el mundo.
Por su singular relevancia, San Agustín
ejerció una influencia enorme y podría
afirmarse, por una parte, que todos los
caminos de la literatura latina
cristiana llevan a Hipona (hoy Anaba,
en la costa de Argelia), lugar donde era
obispo.
Y, por otra, que de esta ciudad del África
romana, de la que San Agustín fue
obispo desde el año 395 hasta su
muerte, en el año 430, parten muchas
otras sendas del cristianismo
sucesivo y de la misma cultura
occidental.
Pocas veces una civilización ha
encontrado un espíritu tan grande,
capaz de acoger sus valores y de
exaltar su riqueza intrínseca, inventando
ideas y formas de las que se
alimentarían las generaciones
posteriores».
Benedicto XVI, Audiencia General, 9--2008
2.-
VIDA DE SAN AGUSTÍN
Aurelio Agustín nació en Tagaste, la actual
Souk-Ahras en Argelia, el 13 de noviembre
del 354.
Su padre, Patricio, era un pagano,
modesto, propietario y consejero
municipal que más tarde recibiría el
bautismo antes de morir.
Su madre, Santa Mónica, era una cristiana
fervorosa que educó a su hijo con pasión en la
fe cristiana y destacaba por su nobleza de
carácter y virtudes.
Tuvo también dos hermanos:
Navigio y una hermana
cuyo nombre desconocemos.
Respecto a su formación, hizo los estudios
elementales en Tagaste, estudió la gramática
en Madura, desde los once años hasta los
dieciséis, y la retórica en Cartago, los dos
años siguientes.
Era un muchacho
de agudísima inteligencia.
Terminados sus estudios, abrió una escuela de
gramática en Tagaste (374), y después de
poco más de un año fundo otra escuela de
retórica en Cartago (375- 383), capital del
África romana, luego otra en Roma (384) y
finalmente enseñó la retórica en Milán, en la
corte imperial (desde otoño del 384 hasta el
verano del 386).
Doce años de enseñanza y de constante
estudio facilitaron a San Agustín la
oportunidad de profundizar en las artes
liberales y de llegar a ser un hombre muy
docto y elocuentísimo, que constituía la gran
ambición de la época, con un extraordinario
dominio del latín, aunque no dominó de igual
manera el griego ni el púnico, la lengua local
de sus paisanos.
El ambiente en el que discurrió su niñez era, sin duda,
cristiano, aun no del todo.
No fue bautizado de niño.
También en Tagaste el paganismo hacía sentir su
presencia, al igual que en Madura, y con más fuerza
Cartago.
Allí es un ambiente fuertemente paganizado, empezó a
perder los fundamentos de la formación cristiana
recibida en su infancia: no frecuentada la iglesia, sino
los monumentos paganos, los libros y los teatros.
En efecto, los libros de texto, repletos de fábulas
mitológicas transferían las cualidades humanas a
los dioses.
A pesar de estas influencias negativas, su
formación no dejó de estar acompañada por una
auténtica educación cristiana sincera y profunda,
impartida por una mujer excepcional, su madre,
Santa Mónica, que le transmitió un profundo
amor y admiración por Cristo.
Agustín llegó a Cartago para proseguir sus
estudios de retórica a los 17 años.
Así relata su llegada a la populosa ciudad:
«Llegué a Cartago y por todas partes hervía a
mi alma aquella sartén de amores
pecaminosos» (Conf, 3, 1, 1). «Me atraían
fuertemente las representaciones teatrales,
lenas de imágenes de mis miserias y de los
incentivos de mi fogosidad» (Conf, 3, 2, 2).
Al año de su estancia en Cartago, contrató como
sirvienta a una mujer, que precisamente en un año
le dio un hijo, al que llamó Adeodato; el nombre de
la mujer nos es desconocido.
La unión con esta mujer no concordaba bien con
las normas cristianas, y por eso él mismo la
lamentará más tarde, pero cuadraba bien con la
sociedad de entonces, que la tenía como licita y
honrosa.
Por ello el sentido del honor que siempre tuvo, le
llevó a ser fiel a dicha mujer durante catorce años.
A los 19 años Agustín tiene la oportunidad de leer
el Hortensio, obra de Cicerón que después se
perdió y que se sitúa en el inicio de su camino hacia
la conversión.
Ese texto ciceroniano despertó en Agustín el amor
por la sabiduría, como escribirá, siendo ya obispo, en
las Confesiones: «Aquel libro cambió mis afectos y
orientó hacia ti, Señor…,»
En efecto, la lectura del Hortensio le ayudó a
liberarse del racionalismo en el que había
caído y se convenció de que debía hacerse
discípulo no de quien impone la fe, sino de
quien enseña la verdad; es decir, no de la
autoridad que exige la fe, sino de la razón que
guía a la ciencia.
Nacen de esta manera los dos elementos, fe y
ciencia, que le ocuparán toda la vida.
Por el mismo tiempo, mientras Agustín se
debatía entre el deseo y la desilusión, se
encontró con los maniqueos, que de golpe
colmaron suficientemente sus expectativas:
les escuchó, se dejó convencer y abandono la
fe de su infancia, convirtiéndose en uno de
ellos.
Si durante un tiempo llegó a aceptar el
Maniqueísmo, era porque hablaban de Jesús y
porque resolvían (mediante el dualismo) el
problema del mal.
De todas formas, esta adhesión nunca fue plena.
El abandono definitivo del maniqueísmo se
produjo en el 383, a sus 29 años, cuando llego a
Cartago Fausto, hombre muy importante entre los
maniqueos, a quien le habían remitido para que le
solucionara todas sus dudas.
Al principio gustaron a San Agustín las
explicaciones de Fausto, por su gran
capacidad retórica, pero poco después se dio
cuenta de que su saber era aparente.
De este modo el maniqueísmo, destruido por
su propia incoherencia, acabó por
derrumbarse en el espíritu de San Agustín.
Durante los años de maniqueísmo, no dejó de
buscar con pasión la verdad.
Entró en contacto con los más importantes
sistemas griegos, sobre todo a través de fuentes
secundarias: Cicerón, Varrón, Celso.
En concreto, estudió el estoicismo, el
epicureísmo y el pitagorismo.
De Aristóteles leyó las Categorías, los tópicos y el
Peri Hermenias; lo consideró un varón de gran
ingenio, pero inferior a Platón. De éste apenas
pudo leer algo, pues no había traducciones al latín.
En el 384 se trasladó a Roma «Y he aquí que
apenas llegado a Roma soy recibido con el
azote de una enfermedad corporal» (Conf., 5,
9, 16), y creyéndose «a punto de irme», la
ayuda material y espiritual de su madre
Santa Mónica obran la salud corporal del
enfermo, aunque las zozobras intelectuales
persisten, especialmente respecto a la validez
del escepticismo y el estilo de los académicos.
Más de una vez afirmaría que llegó a dudar de
todo y que se desesperó de alcanzar la
verdad.
De todas formas, nunca llegó a dudar
completamente, sino que más bien se encontró
en un estado de depresión de ánimo, de
desengaño y desconfianza, aunque
conservando muchas certezas de orden
matemático, social, histórico y de sentido
común.
Sin embargo, esa crisis pasajera dejó huella profunda
en su alma.
Más tarde se trasladó a Milán, donde se encontraba la
corte imperial, y donde había obtenido la cátedra
municipal de retórica.
En Milán, San Agustín adquirió la costumbre de
escuchar, al inicio con el fin de enriquecer su bagaje
retórico, las bellísimas predicaciones del obispo San
Ambrosio, que había sido representante del
emperador para el norte de Italia.
El retórico africano quedó fascinado por la palabra del
gran prelado milanés; y no sólo por su retórica.
Sobre todo, el contenido fue tocando cada vez más
su corazón.
El gran problema del Antiguo Testamento, de la falta de
belleza retórica y de altura filosófica, se resolvió con
las predicaciones de San Ambrosio, gracias a la
interpretación tipológica del Antiguo Testamento: San
Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento
es un camino hacia Jesucristo.
De este modo, encontró la clave para
comprender la belleza, la profundidad, incluso
filosófica, del Antiguo Testamento; y
comprendió toda la unidad del misterio de
Cristo en la historia, así como la síntesis
entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos,
en Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne.
Pronto San Agustín se dio cuenta de que la
interpretación alegórica de la Escritura y la
filosofía neoplatónica del obispo de Milán le
permitían resolver las dificultades
intelectuales que, cuando era más joven, en su
primer contacto con los textos bíblicos, le
habían parecido insuperables»
(Benedicto XVI, Audiencia General, 9-1-2008).
3.-
El camino de regreso de Agustín no fue tan
breve como el del alejamiento de la fe:
abandonó el cristianismo en pocos días y
reconquistó la fe durante años de intensa y
tormentosa búsqueda.
El camino del alejamiento de la fe está
señalado, en el plano filosófico sobre estas
bases:
❖ Racionalismo,
❖ Materialismo y
❖ Escepticismo.
El camino de regreso encontrará las mismas
dificultades y tendrá que superarlos uno tras
otro.
La historia de esta superación es la
historia de su conversión, que es,
antes de nada, la conversión de un gran
pensador.
Sin duda también la predicación del
obispo San Ambrosio constituyó una
gran ayuda en este nuevo camino que iba
a emprender San Agustín.
Una etapa importantísima de su pensamiento
está marcada por el conocimiento del
neoplatonismo.
Para San Agustín fue un choque
extraordinario: renació en él el antiguo deseo
de sabiduría; entendió lo que es el espíritu, la
vía de la interioridad, la iluminación; y
también, comprendiendo la participación,
superó el dualismo.
Igualmente, junto a los neoplatónicos
encontró la verdadera noción del mal:
no es una sustancia, sino una privación.
El neoplatonismo supuso un fuerte
avance en su conversión, pero San
Agustín aún se movía todavía dentro de
un marco puramente natural.
El mismo reconocerá entonces que la filosofía
le enseñaba la meta, pero no el camino.
De todas formas, la lectura del neoplatónico
Plotino le llevó a San Pablo, pues pensó que, si
había encontrado la verdad en el
neoplatonismo, la verdad no podría
contradecir al cristianismo, al que seguía
considerando como la Verdad.
Por eso, volvió a las Sagradas Escrituras, y
en San Pablo descubrió a Cristo Redentor y
Mediador.
Aprendió no sólo la necesidad de
desprenderse de las riquezas, sino también
de vencer las propias pasiones con la ayuda
de la gracia.
Aprendió así la doctrina del pecado, de la
gracia y de la redención.
La conversión puede establecerse el 15 de
agosto del 386.
Cuenta San Agustín que, estando solo, oyó la
voz de un niño que decía tolle, lege: tomó las
Escrituras, las abrió al azar, leyó el pasaje de
Romanos 13,13-14, y arrepentido de su vida
pasada, decidió hacerse cristiano y recibir el
bautismo.
Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de
lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias.
Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus
concupiscencias. Rom 13, 13-14

Tenía entonces 32 años.


Toma la decisión de renunciar a la
docencia y al matrimonio, continuando
su preparación para el Bautismo en
Casiciaco (probablemente la actual
Cassago), donde escribió sus primeras
obras, iniciando así el camino que sin
vacilación durará hasta el fin de su vida.
Volvió a Milán el marzo siguiente, siguió la
catequesis de San Ambrosio y fue bautizado
por él la noche del Sábado Santo del 24 - 25
de abril.
Posteriormente, decidió a volver a África con
los suyos para realizar allí «el santo
propósito» de vivir juntos en el servicio de
Dios.
Durante el viaje murió su madre en Ostia
que era el puerto de Roma; volvió
entonces a Roma donde permaneció de 8
a 10 meses interesándose por la vida
monástica; volvió a África después del
mes de julio o agosto del 388 y se
estableció en Tagaste.
Vendió sus bienes, los repartió entre los
pobres y se retiró con varios amigos fuera de
la ciudad con el fin de vivir al estilo de los
monjes.
En el 391 se dirigió
a Hipona y allí
se encontró con
la sorpresa
del Sacerdocio.
El obispo de esa ciudad, Valerio, había hablado
a sus fieles de la necesidad de sacerdotes
bien preparados para hacer frente
especialmente al donatismo, de tal forma que,
al llegar San Agustín, se lo presentaron a
Valerio para que lo ordenase.
San Agustín se resistió, pero viendo en ello la
voluntad de Dios, cedió.
Recibió la ordenación sacerdotal aquel
mismo año (tenía 37 años).
Desde entonces permaneció en Hipona
practicando la vida monacal y escribiendo
mucho.
En el 396 fue consagrado obispo auxiliar de
la ciudad, y al año siguiente estaba ya solo en
la dirección de la diócesis hiponense, tras la
muerte de Valerio.
A grandes rasgos, esta última época de
su vida, ya como obispo, se puede dividir
en tres períodos, según las
controversias sostenidas en defensa de
la fe y de su grey:
Polémica antimaniquea (hasta el 399).
Comenzó esta polémica en Roma y la
continuó en Tagaste.
En Hipona intensificó la lucha: escribió varios
tratados y sostuvo debates en público,
rebatiendo una doctrina que conocía bien.
A partir del 399 el maniqueísmo pasa a ser un
problema secundario. Polémica antidonatista
(400-411).
El donatismo inicialmente era un cisma
circunscrito al norte de África, surgido hacia
el 313.
Con el tiempo adquirió gran impulso y puso de
manifiesto también sus diferencias doctrinales:
llegó a contar hasta con 500 obispos,
Además, los más exaltados de entre ellos
formaban grupos armados, que cometían
desmanes con frecuencia; llegaron incluso a
intentar asesinar a San Agustín. El obispo de
Hipona se les opuso con la predicación y con
los escritos.
El golpe definitivo fue un debate público en
Cartago, en el 411, entre obispos católicos y
donatistas, teniendo como árbitro un delegado
del emperador.
San Agustín se impuso netamente y el
árbitro falló a favor de los católicos.
Polémicas sobre la gracia (411-430). Cuando
el pelagiano Celestio pasó al norte de África,
encontró una clara oposición por parte de los
obispos africanos, principalmente por parte
de San Agustín.
Por las obras de este período, San Agustín ha
pasado a ser Doctor de la gracia.
En el 429 los vándalos pasaron desde la Península Ibérica a
África, devastando todo.
En el 430 sitiaron Hipona. «Y san Agustín se encomendó a
Dios cada día, hasta el final de su vida: afectado por la fiebre
mientras la ciudad de Hipona se encontraba asediada desde
hacía casi tres meses por los vándalos invasores, como
cuenta su amigo Posidio en la Vita Augustini, el obispo pidió
que le transcribieran con letras grandes los salmos
penitenciales "y pidió que colgaran las hojas en la pared de
enfrente, de manera que, desde la cama, durante su
enfermedad, los podía ver y leer, y lloraba intensamente sin
interrupción" (31, 2).
Así pasaron los últimos días de la vida de San
Agustín, que falleció el 28 de agosto del año
430, sin haber cumplido los 76 años»
(Benedicto XVI, Audiencia General, 9-1-2008).
4.-
LAS CONFESIONES
Escritas entre el 397-400.
Es una de las obras más célebres de San
Agustín y las más importantes de todos los
tiempos.
Consta de 13 libros.
En los nueve primeros, San Agustín, a través
de la narración de su vida y de su
itinerario moral e intelectual, muestra que
Dios es el fin para el que ha sido creado el
hombre, en los cuatro últimos libros, el autor
refleja el estado de ánimo con que escribe la
obra y hace una exposición sintética de sus
principales ideas filosóficas.
El titulo Confesiones indica ya lo específico de
esta autobiografía.
En el latín cristiano desarrollado por la tradición
de los Salmos, la palabra confesiones tiene dos
significados, que se entrecruzan.
Confesiones indica, en primer lugar, la confesión
de las propias debilidades, de la miseria de los
pecados; pero al mismo tiempo, confesiones
significa alabanza a Dios, reconocimiento de Dios.
Ver la propia miseria a la luz de Dios se convierte
en alabanza a Dios y en acción de gracias porque
Dios nos ama y nos acepta, nos transforma y nos
eleva hacia sí mismo.
Sobre estas Confesiones, que tuvieron gran éxito
ya en vida de San Agustín, escribió él mismo:
"Han ejercido sobre mí un gran influjo mientras las escribía y
lo siguen ejerciendo todavía cuando las vuelvo a leer. Hay
muchos hermanos a quienes gustan estas obras"
(Retractaciones, ll, 6)
Y tengo que reconocer
que yo también soy uno
de estos "hermanos".
Gracias a las
Confesiones podemos
seguir, paso a paso, el
camino interior de este
hombre extraordinario y
apasionado por Dios»
LAS RETRACCIIONES
Al final de su vida, San Agustín escribió las
Retractaciones, redactadas en dos libros en torno
al año 427, en las que San Agustín realiza un
trabajo de "revisión" (retractatio) o mirada
crítica de toda su producción literaria, obra a
obra (reseñó 93 de sus obras), dejando así un
testimonio literario singular, una verdadera
enseñanza de sinceridad y de humildad intelectual.
ESCRITOS FILOSÓFICOS
Sus obras filosóficas son los escritos
redactados en Milán o en Roma antes o
inmediatamente después de la conversión.
San Agustín se separa de las filosofías
corrientes: del neoplatonismo de Plotino y
Porfirio, incluso del neoplatonismo cristiano
de Orígenes y San Ambrosio.
Se separa de la Nueva Academia con su
propensión escéptica.
Desarrolla, en este sentido, una primera
apologética: no hay oposición entre fe y
razón.
La fe es necesaria, ya en el plano humano,
mucho más en el orden sobrenatural y frente
a la revelación.
Sus cuatro primeras obras filosóficas son
diálogos tenidos con sus amigos en Casiciaco,
en el 386:
Contra Académicos, donde refuta el
escepticismo de los neoacadémicos;
en el De vita beata (La vida feliz) prueba que
la felicidad en esta vida consiste en el
conocimiento de Dios;
De ordine (El orden), donde se plantea el
problema del mal; y
los Soliloquia (Soliloquios) que versan sobre
la existencia de Dios y la inmortalidad del
alma.
Entre otras obras filosóficas, destacan
De quantitate animæ (La dimensión del
alma), un diálogo escrito en el 388, para
demostrar la inmaterialidad del alma y, por
tanto, su espiritualidad, y
De magistro (El maestro) del 389, un diálogo
entre San Agustín y su hijo Adeodato, donde
establece que el hombre debe aprender la
ciencia del maestro que es Dios.
OBRAS APOLOGÉTICAS
La mejor aportación de San Agustín a la
historia del pensamiento humano, decisiva
para el desarrollo del pensamiento político
occidental y para la teología cristiana de la
historia, es De civitate Dei (La ciudad de
Dios), su obra más extensa, compuesta de 22
libros y escrita entre el 413 y el 426.
Surgió como defensa de los cristianos de la
acusación de ser los culpables de la
decadencia del Imperio.
San Agustín da la vuelta al argumento: la
decadencia del Imperio se debe a la idolatría y
a la decadencia de costumbres de la sociedad
pagana, como los mismos pensadores no
cristianos reconocen.
A partir de esta polémica, traza un ambicioso
programa para los cristianos: se trata de
construir con los bárbaros y entre los
bárbaros.
La ciudad terrena, civitas terrena, está
destinada a desaparecer de modo inevitable;
solo permanecerá la ciudad de Dios, civitas
Dei, de los cristianos.
Todos los bautizados están llamados a
cooperar a la edificación de esta ciudad,
que se inicia aquí en la tierra, pero será
perfecta al final, cuando Cristo someterá a sí
todo y se someterá él mismo al Padre «para
que Dios sea todo en todas las cosas» (Cfr. 1
Cor 15, 24-28).
«Este gran libro es una presentación de la
historia de la humanidad gobernada por la
divina Providencia, pero actualmente
dividida en dos amores.
Y este es el designio fundamental, su
interpretación de la historia, la lucha entre dos
amores: el amor a sí mismo "hasta el desprecio de
Dios" y el amor a Dios "hasta el desprecio de sí
mismo", (De civitate Dei, XIV, 28), hasta la plena
libertad de sí mismo para los demás a la luz de
Dios.
Este es, tal vez, el mayor libro de san Agustín,
de una importancia permanente»
Benedicto XVI, Audiencia General, 20-I1-2008.
ESCRITOS DOGMÁTICOS
Su escrito dogmático más importante es,
sin lugar a dudas, el De Trinitate (La
Trinidad) compuesto entre el 399 y el 419.
Obra que llegó a ser clásica para las
generaciones siguientes de teólogos y
pensadores.
No es una obra polémica, ni contra los
gnósticos, ni contra los arrianos; es una obra
positiva, que quiere explicar hasta donde es
posible comprender el misterio de la Trinidad.
San Agustín propone el modelo de la vida interior
del hombre: la vida intelectual se caracteriza por
dos facultades: entendimiento y voluntad, a las
que se puede añadir la memoria.
Ahora bien, el hombre es imagen de Dios y hay
una analogía entre sus facultades espirituales
humanas, independientes de los sentidos y de la
realidad material, y la misma esencia divina.
Así, se puede decir que en Dios hay dos
operaciones inmanentes (entendimiento y
voluntad), que dan lugar a dos procesiones;
entender (que la Revelación indica como Palabra -
Verbum- o Sabiduría) y amar (Amor, Spiritus).
De estas procesiones vienen las relaciones o
Personas, que son relaciones subsistentes.
Al Padre se le puede asimilar a la
memoria, por ser un principio sin
principio.
San Agustín trazará así un modelo teológico
para entender la Trinidad que se hará clásico
y será empleado por Santo Tomás en la
Summa.
Esta obra es la cumbre de toda la
especulación trinitaria del período patrístico,
y supuso un gran avance en la exposición
del misterio de Dios.
De diversis quæstionibus ad Simplicianum
(Cuestiones diversas a Simıpliciano) posterior
al 397, tiene importancia para conocer la
doctrina de San Agustín sobre la Gracia.
En esta obra expone meridianamente la
gratuidad de la gracia, y su necesidad para
el inicio de la fe, para el deseo de
convertirse y para llevar a cabo obras
meritorias.
OBRAS POLÉMICAS
Este tipo de escritos de San Agustín se enmarcan en
las tres polémicas que sostuvo a lo largo de su vida.
Contra los maniqueos destaca De moribus Ecclesiæ
catholicæ et de moribus manichæroum (De las
costumbres de la Iglesia Católica y de las
costumbres de los maniqueos), en la que muestra las
diferencias entre las costumbres cristianas y las
maniqueas; es del 387-388, antes de su regreso a
África.
La idea central de todas sus obras
antimaniqueas es la unidad de la Revelación:
Vetus in novo patet, novum in vetere latet (El
Nuevo está latente en el Antiguo, y el Antiguo
se hace patente en el Nuevo).
Otra idea es que el centro y el culmen de la
revelación es Cristo como Dios y Hombre
verdadero, cosa que los maniqueos no
aceptaban en absoluto.
Entre las obras antidonatistas se pueden
mencionar Contra epistolam Parmeniani (Réplica a
la carta de Parmeniano), del 400, su primera gran
obra de esta controversia.
En De baptismo (Tratado sobre el bautismo),
años 400-401, interpreta rectamente el
pensamiento de San Cipriano sobre el tema, pues
los donatistas intentaban hacerlo pasar por uno
de los suyos.
Frente a ellos, San Agustín afirma con
decisión la unidad de la Iglesia, Cuerpo de
Cristo y Cristo mismo, Cabeza y Cuerpo.
La Iglesia administra los Sacramento en
nombre y en persona de Cristo, puede por
tanto perdonar todo lo que Cristo perdona.
Los últimos años de la vida de San Agustín
estuvieron dedicados a la lucha contra los
pelagianos.
Estos dudaban de la universalidad y realidad
del pecado original y atribuían la salvación
exclusivamente a la respuesta libre del
hombre a la gracia de Cristo.
Eran, por tanto, unos moralistas y
naturalistas, que vaciaban el orden
sobrenatural.
San Agustín en varias obras, algunas extensas,
defiende con decisión la anterioridad de la
gracia y su gratuidad, absolutamente necesaria
para la salvación, sin eliminar, sin embargo, la
necesidad de una respuesta libre del hombre fiel.
Todo procede de Dios, del sacrificio de Cristo, de
la Encarnación, pero también es cierto que la
salvación individual, aquí y ahora, depende del
hombre.
Apoyándose sobre todo en San Pablo, el
Obispo de Hipona afirma con decisión la
necesidad de ambos factores: la iniciativa de
Dios y la libertad del hombre.
De entre estas obras, las más importantes
son: De natura et gratia (La naturaleza y la
gracia) (414- 415), De gratia Christi et de
peccato originali (La gracia de Cristo y el
pecado original) (418) De nuptiis et
concupiscentia (El matrimonio y la
concupiscencia) (430), Contra Iuliaum
(Réplica a Juliano) (421).
A Valiente y sus monjes de Hadrumeto les dirigió De
gratia et libero arbitrio (La gracias y el libre albedrío)
(426).
La obra Contra Iulianum es la más amplia y completa de
toda la controversia pelagiana.
También escribió San Agustín otras muchas obras
contra diversos enemigos de la fe: arrianos,
priscilianistas, marcionistas, judíos, y contra las
herejías en general: De hæresibus (Las herejías) del
428-429, un elenco de 88 herejías desde Simón el
Mago.
OBRAS MORALES Y PASTORALES
Son abundantes también las obras
específicamente pastorales o morales y
son de gran interés para conocer la
praxis moral del del siglo V y el modo
de instruir entonces cristianamente al
pueblo.
Expone con claridad y visión positiva el modo
en que hay que vivir las diversas virtudes
cristianas.
Algunas de estas obras son:
➢ De mendacio (La mentira),
➢ De sancta virginitate (La santa virginidad),
➢ De continentia (La continencia),
➢ De patientia, (La paciencia), etc.
Especial mención merece el manual de
instrucción catequética para adultos De
catechizandis rudibus (La catequesis de los
principiantes) (400), escrito a instancias del
diácono de Cartago Deogracias, muy
importante por la profunda visión
pedagógica que demuestra tener San
Agustín.
OBRAS EXEGÉTICAS
De doctrina christiana (La doctrina
cristiana) reviste una peculiar
importancia por ser una auténtica
introducción cultural a la
interpretación de la Biblia, un
verdadero manual de exégesis bíblica.
En ella expone la necesidad de las ciencias
profanas en la exégesis, y su doctrina sobre
el signo y sobre la hermenéutica bíblica. La
escribió en dos momentos: en los años 396-
397 y 426-427.
Entre los escritos sobre el Antiguo
Testamento destacan diversos comentarios al
Génesis y las Enarrationes in Psalmos
(Comentarios a los salmos) (392-422),
exposición homilética del salterio, que
engloba buena parte de su predicación.
Sobre el Nuevo Testamento, aparte de
diversos comentarios a pasajes concretos
escribió dos importantes tratados: Tractatus
in Evangelium Ioannis (Tratado sobre el
Evangelio de San Juan) que comprende 124
homilías en diversas épocas, y Tractatus in
Epistolam Ioannis I (Tratado sobre la primera
carta de San Juan) hecho también a base de
sermones predicados al pueblo.
Destacan también sus comentarios a las
epístolas paulinas a los Gálatas y los
Romanos.
SERMONES Y CARTAS
Se han conservado unos 600 sermones,
fruto de la abundantísima predicación de
San Agustín (en la biblioteca de Hipona
había unos 3.000 o 4.000 sermones
predicados durante sus cuarenta años
de ministerio pastoral).
Los temas son muy variados: festividades
litúrgicas, sobre pasajes bíblicos, fiesta de
santos, etc.
Su epistolario lo comprenden unas 300
cartas, algunas son verdaderos tratados,
como la Carta a Proba sobre la oración.
Las cartas conocidas abarcan un periodo que
va desde el año 386 al 430.
5.- GRANDES APORTACIONES
DOCTRINALES DE SAN AGUSTÍN
San Agustín ocupa un lugar importantísimo
y único dentro del pensamiento cristiano.
Su figura es el culmen del periodo
patrístico y uno de los fundamentos
del mundo medieval y de la misma
cultura occidental: asumió y sintetizó
todo el pensamiento cristiano de la
antigüedad, por una parte, y por otra,
puso las bases de toda la especulación
cristiana posterior.
Es considerado uno de los mayores Padres
de la Iglesia, con un papel doctrinal capital:
fue la máxima autoridad durante nueve siglos
(VXIII) y hoy día es contado como uno de los
grandes Doctores de la Iglesia.
RELACIÓN
ENTRE FE Y RAZÓN
Benedicto XVI en una de sus catequesis, que tenía como
temática de fondo la relación entre la fe y la razón
en el pensamiento de San Agustín, decía: «Es el tema
determinante de la biografía de San Agustín.
De niño había aprendido de su madre, Santa Mónica, la
fe católica.
Pero siendo adolescente había abandonado
esta fe porque ya no lograba ver su
racionalidad y no quería una religión que no
fuera también para él expresión de la razón,
es decir, de la verdad.
Su sed de verdad era radical y lo llevó a
alejarse de la fe católica.
Pero era tan radical que no podía
contentarse con filosofías que no llegaran a
la verdad misma, que no llegaran hasta Dios.
Y a un Dios que no fuera sólo una hipótesis
cosmológica última, sino que fuera el
verdadero Dios, el Dios que da la vida y
que entra en nuestra misma vida.
De este modo, todo el itinerario intelectual y
espiritual de San Agustín constituye un modelo
válido también hoy en la relación entre fe y
razón, tema no sólo para hombres creyentes,
sino también para todo hombre que busca
la verdad, tema central para el equilibrio y el
destino de todo ser humano»
(Audiencia General, 30-1-2008).
San Agustín es por ello uno de los
fundamentos del pensamiento cristiano
posterior, pues fue el primero que se
enfrentó temáticamente y en toda su amplitud
con el problema de las relaciones entre fe y
razón, y abrió con esto un nuevo camino a la
especulación cristiana.
Con él se entra en una nueva fase, pues
señaló las líneas maestras para la solución
de los grandes problemas; es más, su
filosofía es la primera gran síntesis
especulativa que no sólo aporta sugerencias,
sino que ya da soluciones exactas a muchas
cuestiones.
La fe y la razón no deben separarse ni
contraponerse.
Para san Agustín no sólo no hay contradicción
entre ambas, sino que se ayudan mutuamente:
«entiende para creer y cree para entender»
(Intellige ut credas, crede ut intellegas)
(Serm, 43, 9) es la fórmula que sintetiza su
pensamiento:
❖ Es la razón la que demuestra a quién se
debe creer y, por tanto, la que aproxima al
hombre a la fe mediante una recta
concepción de las cosas (Intellige ut
credas).
❖ Una vez que se cree, la fe abre unas
perspectivas insospechadas que llevan al
creyente a la más alta intelección (crede
ut intellegas)
ANTROPOLOGÍA SOBRENATURAL:
RELACIÓN ENTRE GRACIA Y NATURALEZA
El postulado básico de la doctrina de San Agustín sobre
la gracia es que el pecado de Adán no fue solo una
culpa personal suya, sino que afectó a toda la
humanidad, convirtió a toda la humanidad en una
massa damnatz el pecado original se transmite como
culpa hereditaria de generación en generación, con la
reproducción mediante la concupiscencia del hombre.
Otro punto de referencia es el papel de
la gracia que recibe el cristiano para
alcanzar la salvación.
El entiende por ‘gracia' un auxilio
divino que se nos da para cumplir lo que
la ley manda, para obtener a justificación
y perseverar en ella.
La gracia es un don gratuito de la
benevolencia divina, principio que San Agustín
defiende contra los pelagianos, quienes
sostenían que era dada según los
merecimientos.
Don de Dios es también
el inicio de la fe
y la perseverancia final.
Escribirá con toda claridad el santo
Obispo de Hipona: «cuando Dios corona
nuestros méritos, no otra cosa
corona que sus dones» (Ep. 194, 6, 19).
La necesidad de defender la gratuidad de
la gracia lo llevó a ocuparse del tema de
la predestinación.
Este aspecto doctrinal ha sido muy debatido,
como ningún otro de la teología agustiniana,
ya desde los tiempos de los monjes de
Marsella (semipelagianos) hasta nuestros
días.
San Agustín afirma con rotundidad la
absoluta necesidad de la gracia para evitar
el pecado y para convertirse a Dios y alcanzar
la salvación.
Respecto a la relación entre la gracia y la
libertad humana, San Agustín señala: la
soberanía absoluta de Dios sobre la voluntad
humana (nadie es bueno sin la ayuda de la
gracia); la libertad no queda destruida bajo
el influjo de la gracia; y la predestinación:
Dios sabe de antemano la respuesta que dará
libremente la voluntad humana a la gracia
divina.
DOCTRINA SOBRE LA IGLESIA
La lglesia es santa.
Los donatistas dirán que su iglesia es la única
que es santa, mientras que la católica es la
iglesia de los traditores y criminales y, por
tanto, no es en absoluto santa.
San Agustín distinguirá entre una lglesia
terrena y una celeste: una Iglesia eterna en
los cielos, una Iglesia peregrina en la tierra.
Existe una Iglesia celeste, gloriosa, toda santa,
sin mancha ni arruga, y una lglesia que todavía
peregrina sobre la tierra.
Esta última es todavía mixta: compuesta de
santos y pecadores; y también los santos son en
parte pecado res, todos somos viatores, hombres
en camino; los pecadores se pueden siempre
convertir, por lo que sólo hasta el final no cabe
una distinción radical entre el santo y el pecador.
En el futuro tendrá lugar el día de la
resurrección final, cuando la muerte también
será definitivamente vencida: entonces sí
será la Iglesia sin mancha ni arruga.
Afirma también la catolicidad de la Iglesia
verdadera, su universalidad, frente al
nacionalismo donatista.
Otra de las notas que adornan a la verdadera
Iglesia es la apostolicidad, que deriva de que
obispos sean sucesores de los Apóstoles.
«El ser humano -subraya San Agustín en el De
Civitate Dei, XII, 27)- es sociable por
naturaleza, pero antisocial por vicio, y quien
lo salva es Cristo, único mediador entre Dios
y la humanidad, y "camino universal de la
libertad y de la salvación", como repitió mi
predecesor Juan Pablo II
(Augustinum Hipponensen, 21).
Fuera de este camino, que nunca le ha
faltado al género humano -afirma
también San Agustín en esa misma obra-
"nadie ha sido liberado nunca, nadie es
liberado y nadie será liberado"
(De Civitate Dei, X, 32, 2).
Como único mediador de la salvación, Cristo
es cabeza de la Iglesia y está unido
místicamente a ella, hasta el punto de que
San Agustín puede afirmar: "Nos hemos
convertido en Cristo.
En efecto, si él es la cabeza, nosotros
somos sus miembros; el hombre total es él y
nosotros" (In lohannis evangelium tractatus,
21, 8).
Según la concepción de San Agustín, la
Iglesia, pueblo de Dios y casa de Dios, está
por tanto íntimamente vinculada al concepto
de Cuerpo de Cristo, fundamentada en la
relectura cristológica del Antiguo Testamento
y en la vida sacramental centrada en la
Eucaristía, en la que el Señor nos da su
Cuerpo y nos transforma en su Cuerpo.
Por tanto, es fundamental que la Iglesia, pueblo de
Dios, en sentido cristológico y no en sentido
sociológico, esté verdaderamente insertada en
Cristo, el cual, como afirma San Agustín en una página
hermosísima, "ora por nosotros, ora en nosotros;
nosotros oramos a él; él ora por nosotros como
sacerdote; ora en nosotros como nuestra cabeza; y
nosotros oramos a él como a nuestro Dios; por tanto,
reconocemos en la nuestra voz y la suya en nosotros"
(Enarrationes in Psalmos, 85, 1)». Benedicto XV

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