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RESUMEN CONFESIONES DE SAN AGUSTIN

San Agustín fue una de las figuras más influyentes del siglo IV y V d.C. Nació en Tagaste,
una pequeña ciudad romana ubicada al norte de África. Nació en el seno de una familia
cariñosa y trabajadora. Su padre, Patricio, era un funcionario municipal y su madre,
Mónica, era una mujer cristiana muy devota. Desde muy joven dejó Tagaste para ir a
Madaura a estudiar cursos de literatura y oratoria. Allí se despertó en él la pasión por las
letras. También conoció la pasión por el juego, la afición a los espectáculos frívolos y las
ganas de imitar personalmente a los actores.
Agustín decidió interrumpir sus estudios y regresó a Tagaste donde realizó los preparativos
para viajar a Cartago (“La segunda Roma”), una ciudad de amores liberales y grandes
espectáculos. Un pequeño libro de Cicerón, titulado “Hortensio”, le hizo ansiar la sabiduría
y la búsqueda de los bienes del espíritu. Abrió la Biblia con la intención de dedicarse al
estudio de las Sagradas Escrituras, pero la rechazó por su baja calidad literaria. En Cartago
descubrió el amor profundo y al tiempo después, regresó a Tagaste con su equipaje de
libros, con una mujer, y con un hijo como fruto de su amor. Estando en Tagaste, tuvo que
experimentar la amarga muerte de un íntimo amigo. Aquello le afectó profundamente y
llenó su alma de interrogantes. Buscó dar respuestas a todas sus dudas en las enseñanzas de
los Maniqueos y en un gran maestro llamado Fausto de Milevi. Sin embargo, se decepcionó
de aquellas enseñanzas, ya que lo que Agustín buscaba era la verdad y no la oratoria.
Le aconsejaron a Agustín irse a Roma y decide viajar, pese a que su madre no estaba de
acuerdo. Luego, viajó a Milán donde encontró a Ambrosio, obispo de Milán, quien llamaba
la atención de Agustín por su personalidad y el contenido espiritual de sus sermones.
Mientras tanto, Mónica, madre de Agustín, viajó desde África a Milán, para estar cerca de
él.
La conversión de Agustín ocurrió en un huerto a las afueras de un jardín. Agustino oyó una
voz de niño que decía: “Toma y Lee”. Agustín entendió un pasaje de la Biblia y llegó a la
conclusión de que la Biblia enseña la verdad. Luego, decidió vivir junto a otros compañeros
de búsqueda, retirándose del bullicio de la ciudad. Vino también su madre, su hijo
Adeodato, hasta un grupo formado por diez personas. En el año 387 d.C., se bautiza junto
con su hijo Adeodato y su amigo Alipio. A finales de verano del mismo año, Agustín y su
grupo se dispusieron a partir hacia África, pero una vez llegados a Ostia para embarcar, se
lo impidieron algunas circunstancias surgidas por la situación política. Su madre, Mónica,
murió ahí en noviembre de 387 d.C.
Concluido el verano de 388 d.C., Agustín se embarcó para África con su hijo y sus amigos.
Al llegar a Tagaste, se deshizo de su modesto patrimonio y lo repartió entre los pobres. Ese
mismo año murió, a una edad muy joven, su hijo Adeodato.
Agustín convirtió su casa en un monasterio. La vida monástica ideada por Agustín tenía
como ideal la comunión fraterna reflejada en la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén.
Su centro: la unión de almas y corazones orientados hacia Dios. Los bienes eran
compartidos por todos como signo de unidad.
Agustín viajó en 391 a Hipona, la segunda ciudad más importante del norte de África, en
dónde aceptó y fue ordenado sacerdote. Con el tiempo fue constituido como obispo,
dedicado a la predicación, pero también estando en la calle, haciendo de juez en herencias
familiares, derechos de propiedad y otras cuestiones. Estaba al servicio de los fieles a
cualquier hora.
En el año 430 d.C., Agustín vivió uno de los períodos más atormentados del Imperio. Los
ejércitos vándalos sembraban a su paso la desolación en África. Las gentes, presas de
pánico, huían de un lugar a otro buscando refugio seguro. Agustín, en el lecho de la
enfermedad, escribe una carta-testamento vibrante, templada y comprensiva, en la que
suplicaba a los demás obispos africanos que no abandonasen sus diócesis. Finalmente,
Agustín, tras haber servido a Hipona como Obispo durante 34 años se despide de sus
discípulos.
Dejó como herencia un magisterio de humanidad, una búsqueda sin aliento por llegar a la
verdad y la belleza de Dios, una profunda experiencia de Dios, un pensamiento filosófico y
teológico que ha nutrido la vida y la reflexión cristiana de todos los tiempos, un modo de
entender la vida humana abierta a la amistad y el recogimiento, al silencio y a la
comunicación, al conocimiento y al asombro.
El mensaje de Agustín es un mensaje de esperanza para las mujeres y los hombres de todos
los tiempos. Su camino puede ser nuestro camino porque su corazón presenta la vieja
novedad del corazón humano que ha sido hecho para recibir al Amor (Dios) que ha hecho
el amor.

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