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La pandemia de la COVID-19 ha supuesto un antes y un después en todas las esferas de la vida

política, económica y social. La rápida propagación del virus puso en evidencia una de las
consecuencias definitorias de la globalización: la profunda interconectividad transnacional que
no sólo une personas y mercados sino también epidemias y crisis. La pandemia afectó, aunque
no por igual, a todos los rincones del mundo. Empujó hacia el foco de atención debilidades y
problemas, tanto nacionales como internacionales, que no se habían resuelto o, simplemente,
se habían ignorado.

Entre estos encontramos que la crisis del coronavirus destacó la importancia de la sanidad,
especialmente, entendida como servicio público accesible y de calidad y, como consecuencia,
como garantía para evitar la exclusión de los sectores más vulnerables. Esto señaló la
pertinencia de la inversión en esta área, no sólo para mejorar el servicio, sino también con vistas
a la investigación, proveyendo de los recursos necesarios para estudiar estas epidemias y
gestionarlas en el futuro de forma rápida y basada en la evidencia.

En esta misma línea, la crisis también arrojó luz sobre cuestiones como la actuación de los
gobiernos, la capacidad para adaptarse a las cambiantes circunstancias y la legitimidad de la
toma de decisiones. Esta puso de relieve la excesiva rigidez burocrática de algunos sistemas, los
cuales se vieron saturados y sin capacidad de reacción una vez las diferentes olas fueron
llegando. En este momento, la toma de decisiones de los líderes políticos, más que nunca, se
enfrentaba a un escrutinio público constante, a través de una ciudadanía que tenía acceso fácil y
rápido a los marcos de actuación de otros países, utilizándolos como referencia para sustentar
su descontento y reclamar cambios. Los gobiernos gestionaron esta crisis a golpe de prueba y
error, posicionándoles en la casilla de salida en un camino de incertidumbre que promete una
nueva crisis global a la vuelta de la esquina.

Sin ir más lejos, no reflejado en una crisis global, pero sí en una de repercusiones
internacionales, en febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania como desenlace de años de tensión
entre ambos territorios. El conflicto ha supuesto la disrupción de dos de las cadenas de
suministros más importantes: hidrocarburos y productos agrícolas básicos, dando lugar a una
avalancha de consecuencias económicas y sociales que se ha cernido sobre toda Europa y otros
países de occidente. Entre ellos encontramos el incremento de los precios de bienes básicos,
inflación, que una vez más impacta de forma más contundente a las clases más empobrecidas,
abriendo la brecha de desigualdad, no solo entre países, sino también dentro de estos. Todos
estos sucesos dan lugar a la turbulencia social, que encuentra refugio en discursos
cortoplacistas que culpan, no hacia dentro, si no hacia fuera. Como consecuencia, nos topamos
con un populismo exacerbado que se amiga con la extrema derecha, la cual poco a poco
aumenta su presencia por todo Occidente. Estos discursos son fomentados por herramientas
cada vez más extendidas: los bulos en internet y el uso de la inteligencia artificial para
tergiversar imágenes y documentos. Sin embargo, el alcance de estas dos técnicas no se limita a
este ámbito, sino que reconecta con los conflictos bélicos y la protección de la democracia.

Este ensayo navegará estos asuntos a través de 2 secciones: la primera examinará desafíos
económicos y sociales; mientras que la segunda, evaluará las amenazas políticas y tecnológicas.

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Todo ello teniendo en consideración la pandemia como un antes y un después en la gestión
nacional e internacional, y con una perspectiva de futuro sobre los posibles problemas que
podrían surgir debido a los eventos que se han desarrollado en los últimos 3 años y los que
podrán surgir de aquí en adelante.

1. Economía y Sociedad

La pandemia y pronto después, la invasión rusa de Ucrania, han impactado de lleno contra las
democracias liberales, las cuales se enfrentan a un fenómeno planteado recientemente: la
permacrisis. Esta retrata, según el diccionario Collins, “un período prolongado de inestabilidad e
inseguridad”, ahora causado por una serie de crisis que se encadenan y solapan en el tiempo. La
COVID-19 trajo consigo no sólo estragos sanitarios, acumulando más de 15 millones de víctimas
mortales a nivel mundial según la Organización Mundial de la Salud (OMS), sino también
problemáticas económicas que tensionaron el multilateralismo y desafíos sociales que
profundizaron la brecha de desigualdad. Estos retos fueron posteriormente acentuados con la
ocupación rusa y posiblemente, vuelvan a serlo en un futuro cercano. Estos dos aspectos, el
económico y social, se desarrollarán a continuación, atendiendo a la inevitable interconexión
que presentan.

Durante la pandemia y la invasión, se observó de forma muy evidente la “weaponized


interdependence” o la interdependencia instrumentalizada, condición presentada por Drezner y
coautores. Se vislumbra una vez más que los países con situaciones ventajosas sobre el
abastecimiento de recursos esenciales usarán esto a su favor para posicionarse favorablemente
en el juego de poderes geopolítico. Como consecuencia, se resaltarán vulnerabilidades y
dependencias transnacionales. Esta dinámica ya es propia de las relaciones comerciales entre
Estados Unidos y China, los cuales utilizan aranceles y medidas proteccionistas para paliar esta
situación. La COVID-19 se utilizó como pretexto para competir más ferozmente en los ámbitos
de salud, energía, tecnología y desarrollo militar. Sin embargo, este sistema bipolar no se reduce
a estos dos países, realidad que se puso de manifiesto una vez Estados Unidos, Europa y sus
aliados, se unificaron para reprender a Rusia a través de sanciones y el envío de ayuda, tanto
militar como humanitaria, a Ucrania. Tras estos sucesos, el juego internacional asentó la
agrupación de actores. Esta agrupación sigue la retórica presentada por Niall Ferguson en 2011
al establecer la división entre Occidente y el resto del mundo, o “the West and the rest” en
términos del catedrático en historia financiera.

Las sanciones contra Rusia destaparon una de las grandes debilidades de los países europeos: la
dependencia energética. Tras la amenaza de contraataque lanzada por el Kremlin de cortar los
suministros de gas y petróleo, la Unión Europea (UE) se vio en una situación de innegable
vulnerabilidad, ya que un 40% del gas y un 27% del petróleo utilizado a lo largo de los 27 países
es importado desde Rusia. La UE, con vistas a alinearse con los objetivos de la Agenda 2030,
establece como pilar fundamental de los fondos NextGenerationEU, para paliar las
consecuencias de la pandemia, la transición ecológica. Sin embargo, debido al conflicto ruso-
ucraniano, se propagó la necesidad de acelerar esta transición verde con vistas a reducir la
dependencia energética, plasmada en el hecho de que un 58% de los hidrocarburos son

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importados del mercado exterior. Como consecuencia, se creó el plan RePowerEU para revertir
esta situación a través de la diversificación de fuentes, el uso y extensión de renovables,
acompañado de una regularización del mercado energético para reducir la volatilidad de los
precios. El acuerdo para esta campaña llegó en octubre de este año de mano de la ministra para
la transición ecológica, Teresa Ribera, la cual impulsó el debate aprovechando la presidencia de
España en el Consejo de la UE.

Esta independencia a la que quiere llegar la Unión Europea no solo debe limitarse al sector
energético, sino que debería extenderse al resto de sectores esenciales que hacen a la unión
regional muy sensible a shocks externos. La pandemia ya puso de manifiesto la fragilidad de las
cadenas de suministros internacionales, pero la guerra a las puertas de Europa también afectó
el acceso a productos tan esenciales como los agrícolas. Rusia y Ucrania son dos de los mayores
exportadores globales de cereales (trigo, maíz y cebada), aceites vegetales (aceite de girasol) y
fertilizantes (en el caso de Rusia). Por ello, no es de extrañar que la invasión rusa de Ucrania
haya tenido consecuencias muy significativas sobre los mercados internacionales de estos
productos y haya desatado grave preocupación sobre el riesgo de que se produzca una crisis
alimentaria global. El alza de los costes de producción está afectando a todos los eslabones de la
cadena alimentaria y se está trasladando a los precios de los alimentos que paga el consumidor
final.

En este sentido, la tasa de inflación global alcanzó cifras récord en 2022 y 2023, con un 8,7% y
6,9% respectivamente, según Statista. Poniendo estos datos en contexto, es importante
destacar que en la década anterior, las cifras oscilaban entre el 2 y el 3%. Sin embargo, este
aumento significativo en los precios de bienes de consumo no ha sido acompañado por un
aumento proporcional en los salarios. Esto ha creado una presión adicional sobre los ingresos
disponibles de las familias, especialmente aquellas que se encuentran en situaciones de mayor
vulnerabilidad.

Como resultado, se confirma una observación respaldada por la teoría desarrollada por
Milanovic, que sugiere que a medida que los percentiles más ricos aumentan su riqueza, los
percentiles más pobres enfrentan una mayor fragilidad económica. Además, esta tendencia no
solo se limita a la brecha de desigualdad entre países, sino que también se manifiesta dentro de
los países.

El Instituto Nacional de Estadística de España confirmó esta situación en 2021, al informar que
se había alcanzado un nivel de desigualdad no visto en los últimos 13 años. Durante ese mismo
año, se produjo una reducción del 7,7% en los ingresos del décimo percentil más bajo de la
población, mientras que el décimo percentil más alto experimentaba un aumento del 0,9%. Esto
subraya cómo aquellos con mayores recursos económicos son más capaces de mantener sus
ingresos durante períodos de crisis, como lo señaló la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza.
Esta misma organización también destacó que la desigualdad ad intra no sólo se observa entre
diferentes clases sociales, sino también entre diferentes regiones autonómicas. Se evidencia
una brecha norte-sur, manifestada en tasas notablemente inferiores de riesgo de pobreza y
exclusión social desde Madrid hacia el norte atlántico y mediterráneo.

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2. Política y tecnología

El agravio de la desigualdad, unido al aumento de los costes de vida y la amenaza de una


recesión económica, provoca en la ciudadanía una creciente sensación de incertidumbre y,
como resultado, la turbulencia civil. La población, cada vez más precarizada, busca soluciones
en la política, donde se encuentra con discursos populistas, de la mano de la extrema derecha,
que plantea soluciones rápidas, aunque superficiales e insostenibles. Este tipo de discursos se
han extendido por todo Occidente, ganando impulso en las urnas. Esta siguiente sección
analizará esta tendencia y cómo se ha avivado gracias al desarrollo de las tecnologías, en
especial las redes sociales. También ahondará en las posibles implicaciones que este desarrollo
tecnológico podrá tener a largo plazo.

Las crisis han dado lugar a la polarización de la población, marcada por una extendida
politización de materias socioeconómicas que radicaliza valores y opiniones. Los debates
políticos han acabado adhiriéndose a una retórica excluyente, la cual enfrenta un “nosotros”
con un “ellos” y sostiene una deslegitimación de las instituciones a nivel nacional, europeo y
global. De ahí que se hable de una fractura que está marcando la agenda política, con el avance
del populismo: la división entre europeísmo, por un lado, y nacionalismo, por el otro. Más allá
de Europa, dicha ruptura es extrapolable a nivel global: en palabras de Michael Zürn, estamos
frente a una nueva fractura, la división entre «cosmopolitismo versus comunitarismo».

Vemos ejemplos de esto con la llegada al poder de Donald Trump en 2017 bajo el lema “Make
America Great Again”; también, con la presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil y a un nivel
europeo con Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría o con Mateusz Morawiecki en
Polonia, entre otros. Todos, en mayor y menor medida, están unidos por 3 puntos claves:
materias de inmigración, la presunta amenaza a la identidad nacional y la devolución de los
valores tradicionales. Sin embargo, se podría decir que estos discursos no habrían proliferado de
una forma tan feroz si no fuera por la ayuda de las redes sociales. Como explica Mélany
Barragan, doctora en Ciencias Políticas, parte del éxito de los partidos de extrema derecha se
basa en manipulación mediática por medio de bulos, filtraciones interesadas o informaciones
alteradas que se apoyan en procedimientos retóricos como la demonización o el uso del
lenguaje disuasivo. Un estudio llevado a cabo por “Simple Lógica” un instituto español de
investigación social asociado a la Comisión Europea, reveló que un 60% de los españoles cree
que sabe detectar las noticias falsas, mientras que la realidad es que sólo un 14% sabe
diferenciarlas de las verdaderas.

Mientras que las instituciones ponen en marcha mecanismos de regulación, la desinformación


se mantiene como una de las grandes amenazadas a la democracia. A nivel internacional, la
OTAN lanzó una iniciativa llamada “Set the Record Straight” con la intención de desmontar
mitos sobre las relaciones OTAN-Rusia que se extendían por Internet. A nivel europeo,
encontramos un proyecto similar llamado “EU vs Disinfo” lanzado como herramienta de
factchecking, como parte del Plan de Acción contra la Desinformación. Finalmente, a nivel
nacional, este Plan de Acción europeo se ha manifestado, entre otras medidas, en la creación de
una comisión permanente contra la desinformación, un grupo de trabajo interministerial

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coordinado por la Secretaría de Estado de Comunicación y dirigido por el Departamento de
Seguridad Nacional, establecido para abordar este problema.

Sin embargo, la amenaza de la desinformación, de la mano de las nuevas tecnologías de


comunicación, no parece tener un fin temprano, especialmente ahora, al habérsele unido el uso
extendido de la Inteligencia Artificial (IA). Esta herramienta ya está agravando el problema, pero
a largo plazo supone un riesgo potencialmente devastador si no es controlada. La IA tiene la
capacidad de crear campañas masivas que podrían alterar procesos electorales; también puede
suplantar identidades mediante la creación de fotos prácticamente reales o la clonación de voz.
A su vez, podría llegar a falsificar pruebas judiciales, haciendo a las personas incapaces de
distinguir entre lo que es real y lo que no. Todas estas cuestiones surgen teniendo únicamente
en cuenta las herramientas accesibles a la persona media; cabría esperar efectos más drásticos
mediante el uso de las más avanzadas, disponibles a gobiernos y organizaciones políticas.

De esta forma, otra cara de la IA es la utilizada con fines bélicos. Países como Rusia, Estados
Unidos o Israel ya han incluido en su repertorio armamentístico drones que utilizan IA para
detectar y atacar objetivos, efectivamente dejando decisiones potencialmente fatales en manos
de una tecnología vulnerable. La IA también supone una gran amenaza para la ciberseguridad,
siendo capaz de acceder a millones de datos personales médicos, financieros y otros de carácter
confidencial, posiblemente vulnerando de forma flagrante el derecho a la privacidad. El acceso a
esta información da lugar al sistema presentado por la socióloga Shoshana Zuboff, conocido
como el capitalismo de la vigilancia, donde estos datos pueden ser mercantilizados para
predecir la conducta de los consumidores y que las empresas puedan actuar acorde.

Todas estas posibilidades y problemáticas resaltan la necesidad de convertir las nuevas


tecnologías en un elemento más de las relaciones internacionales. Estas se han confirmado
como un campo transversal que afecta a elementos de alta política, a la seguridad, a la
prosperidad y a los derechos y libertades fundamentales. Es por ello necesaria la instauración,
no sólo nacional sino asimismo internacional, de medidas que regulen este sector. Mientras
algunos avances pueden limitarse a los territorios estatales, su alcance transfronterizo es
innegable, siendo pertinente la coordinación a través de agentes supranacionales que delimiten
su uso, funciones y objetivos.

Como podemos observar, las democracias liberales no solo se han enfrentado a grandes retos
en los últimos años si no que deberán hacerlo de nuevo en los años que están por venir. El
futuro cercano se presenta con cierta incertidumbre. Vislumbramos esto en un multilateralismo
cuestionado, donde la balanza vuelve a estar en tensión sin un claro vencedor. También, puede
verse en como la desigualdad y la precarización radicaliza opiniones y valores los cuales se
aúnan a discursos que apelan a la nostalgia de una pasado sin memoria. Y todo esto, unido a
nuevas tecnologías impredecibles. No obstante, las instituciones democráticas que llevan
décadas consolidadas siguen mostrándose resilientes a pesar de las crisis. En conclusión, cabe
esperar que estas sigan nadando a contracorriente hasta que la siguiente ola pase, una vez más.

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Los Retos de las Democracias Liberales post-covid 19

- Puesta en evidencia la interconectividad, la integración y el impacto de la globalización


o Tanto de forma positiva como negativa
- Invasión de Ucrania y sus consecuencias
o Dependencia energética de Rusia – revalorar las relaciones comerciales con el
país
o Ha producido una reconsideración de la transición ecológica hacia las energías
limpias
o RePowerEU, Next Generation EU, etc…
- Efectos positivos de cara al cambio climático
Hablar de: COP-19, Tratado de Kyoto y de Paris – iniciativa global, regulación
nacional. Hablar de como al no ser vinculante, es una cuestión nacional el poner en
marcha medidas que se adapten a los principios y objetivos dictados. Lo que se ha
acabado viendo es que cada país se adapta a los objetivos con sus preferencias geo-
políticas en mente (eeuu, china, ue…).
Hablar de: IPCC da un giro a las narrativas habituales y opta por enfatizar que la
humanidad aún está a tiempo de evitar los peores efectos del cambio climático y
asegurar «un futuro habitable y sostenible para todos» (IPCC, 2023), si bien, como
advierte, la ventana de oportunidad se está cerrando y es imprescindible abordar
cambios rápidos. El diagnóstico no deja lugar a dudas: «Las actividades humanas,
principalmente a través de las emisiones de gases de efecto invernadero, han
causado inequívoca- mente el calentamiento global, con una temperatura superficial
global que al- canzó 1,1°C por encima de 1850-1900 en 2011-2020. Las emisiones
mundiales de gases de efecto invernadero han seguido aumentando, con
contribuciones
- Inflación como consecuencia de la guerra de ucrania, escasez de materias primas y
replanteamiento de cadena de suministros globales.
o Ucrania y Rusia grandes exportadores de grano – necesario para productos
básicos
o Inflación de recursos básicos sin respuesta inmediata política = apertura de la
brecha de desigualdad, presente entre países e intra-países.
- Desigualdad tanto económica como social. Distribución de recursos vs. Acceso a
recursos, elefante de Milanovic a nivel español, aunque relativa recuperación en 2023.
- Pandemia esclareció la sensibilidad y fragilidad de sistemas sanitarios a nivel mundial.
Demostró la necesidad de planes de contingencia, necesidad de inversión para aplacar
futuros problemas.
- La reconsideración de la tecnología como pieza clave de las relaciones internacional. La
rivalidad EEUU-China se vuelve a hacer palpable en este ámbito. La inteligencia artificial
se ha convertido en una pieza clave del desarrollo político y social a nivel global, tanto
por las oportunidades como las amenzas que presenta. Encontramos un monopolío-

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oligopolio en cuanto a su control, vemos el ejemplo de GPT-4 con millones de usuarios a
nivel mundial pero controlado por una empresa privada en EEUU.
o Posibles consecuencias si no se procede a una regulación
 Capitalismo de Vigilancia (uso de nuestros datos para manipularlo
consumo y pensamiento)
 Estado de Vigilancia (China)
o Impacto a nivel político, vulneración de la democracia mediante ciberataques y
ciberterrorismo
o Necesidad de reforma institucional acorde
- Auge de la ultraderecha, replanteamiento del pensamiento globalizador vs.
Proteccionista y nacionalista. Euroescepticismo, conspiración y fakenews. Como el
discurso popular y “viral” se distorsiona hacia la radicalización, popularización de bulos
que suelen tender a la fragmentación y exclusión social, culpabilizando a personas
migrantes de precarización.
-
- Los partidos de extrema derecha han explotado estos factores para amplificar sus
tradicionales narrativas de declive nacional, ansiedad económica y rencor personal, que
creen que pueden empujar a los votantes hacia un tipo de liderazgo duro e intransigente
– populismo con discursos simplistas, causados por la perdida de confianza y la
percepción de falta de acción en estas materias por parte de los partidos mayoritarios.
La estrategia ha ido dando sus frutos. En septiembre, Ulf Kristersson fue nombrado
primer ministro de Suecia tras alcanzar un acuerdo de confianza con los nacionalistas
Demócratas Suecos. Unas semanas más tarde, Giorgia Meloni llevó a su partido Fratelli
d'Italia, de raíces neofascistas, a una rotunda victoria y formó el gobierno italiano más
derechista desde la Segunda Guerra Mundial. En abril, el populista Partido de los
Finlandeses entró en la coalición conservadora de Petteri Orpo, alejando a Finlandia de
los años progresistas de Sanna Marin.

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La pandemia de la COVID-19 ha supuesto un antes y un después en todas las esferas de la vida
política, económica y social. La rápida propagación del virus puso en evidencia una de las
consecuencias definitorias de la globalización: la profunda interconectividad transnacional que
no sólo une personas y mercados sino también epidemias y crisis. La pandemia afectó, aunque
no por igual, a todos los rincones del mundo. Empujó hacia el foco de atención debilidades y
problemas, tanto nacionales como internacionales, que no se habían resuelto o, simplemente,
se habían ignorado.

Entre estos encontramos que la crisis del coronavirus destacó la importancia de la sanidad,
especialmente, entendida como servicio público accesible y de calidad y, como consecuencia,
como garantía para evitar la exclusión de los sectores más vulnerables. Esto señaló la
pertinencia de la inversión en esta área, no sólo para mejorar el servicio, sino también con vistas
a la investigación, proveyendo de los recursos necesarios para estudiar estas epidemias y
gestionarlas en el futuro de forma rápida y basada en la evidencia.

En esta misma línea, la crisis también arrojó luz sobre cuestiones como la actuación de los
gobiernos, la capacidad para adaptarse a las cambiantes circunstancias y la legitimidad de la
toma de decisiones. Esta puso de relieve la excesiva rigidez burocrática de algunos sistemas, los
cuales se vieron saturados y sin capacidad de reacción una vez las diferentes olas fueron
llegando. En este momento, la toma de decisiones de los líderes políticos, más que nunca, se
enfrentaba a un escrutinio público constante, a través de una ciudadanía que tenía acceso fácil y
rápido a los marcos de actuación de otros países, utilizándolos como referencia para sustentar
su descontento y reclamar cambios. Los gobiernos gestionaron esta crisis a golpe de prueba y
error, posicionándoles en la casilla de salida en un camino de incertidumbre que promete una
nueva crisis global a la vuelta de la esquina.

Sin ir más lejos, no reflejado en una crisis global, pero sí en una de repercusiones
internacionales, en febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania como desenlace de años de tensión
entre ambos territorios. El conflicto ha supuesto la disrupción de dos de las cadenas de
suministros más importantes: hidrocarburos y productos agrícolas básicos, dando lugar a una
avalancha de consecuencias económicas y sociales que se ha cernido sobre toda Europa y otros
países de occidente. Entre ellos encontramos el incremento de los precios de bienes básicos,
inflación, que una vez más impacta de forma más contundente a las clases más empobrecidas,
abriendo la brecha de desigualdad, no solo entre países, sino también dentro de estos. Todos
estos sucesos dan lugar a la turbulencia social, que encuentra refugio en discursos
cortoplacistas que culpan, no hacia dentro, si no hacia fuera. Como consecuencia, nos topamos
con un populismo exacerbado que se amiga con la extrema derecha, la cual poco a poco
aumenta su presencia por todo Occidente. Estos discursos son fomentados por herramientas
cada vez más extendidas: los bulos en internet y el uso de la inteligencia artificial para
tergiversar imágenes y documentos. Sin embargo, el alcance de estas dos técnicas no se limita a
este ámbito, sino que reconecta con los conflictos bélicos y la protección de la democracia.

Este ensayo navegará estos asuntos a través de 2 secciones: la primera examinará desafíos
económicos y sociales; mientras que la segunda, evaluará las amenazas políticas y tecnológicas.

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Todo ello teniendo en consideración la pandemia como un antes y un después en la gestión
nacional e internacional, y con una perspectiva de futuro sobre los posibles problemas que
podrían surgir debido a los eventos que se han desarrollado en los últimos 3 años y los que
podrán surgir de aquí en adelante.

3. Economía y Sociedad

La pandemia y pronto después, la invasión rusa de Ucrania, han impactado de lleno contra las
democracias liberales, las cuales se enfrentan a un fenómeno planteado recientemente: la
permacrisis. Esta retrata, según el diccionario Collins, “un período prolongado de inestabilidad e
inseguridad”, ahora causado por una serie de crisis que se encadenan y solapan en el tiempo. La
COVID-19 trajo consigo no sólo estragos sanitarios, acumulando más de 15 millones de víctimas
mortales a nivel mundial según la Organización Mundial de la Salud (OMS), sino también
problemáticas económicas que tensionaron el multilateralismo y desafíos sociales que
profundizaron la brecha de desigualdad. Estos retos fueron posteriormente acentuados con la
ocupación rusa y posiblemente, vuelvan a serlo en un futuro cercano. Estos dos aspectos, el
económico y social, se desarrollarán a continuación, atendiendo a la inevitable interconexión
que presentan.

Durante la pandemia y la invasión, se observó de forma muy evidente la “weaponized


interdependence” o la interdependencia instrumentalizada, condición presentada por Drezner y
coautores. Se vislumbra una vez más que los países con situaciones ventajosas sobre el
abastecimiento de recursos esenciales usarán esto a su favor para posicionarse favorablemente
en el juego de poderes geopolítico. Como consecuencia, se resaltarán vulnerabilidades y
dependencias transnacionales. Esta dinámica ya es propia de las relaciones comerciales entre
Estados Unidos y China, los cuales utilizan aranceles y medidas proteccionistas para paliar esta
situación. La COVID-19 se utilizó como pretexto para competir más ferozmente en los ámbitos
de salud, energía, tecnología y desarrollo militar. Sin embargo, este sistema bipolar no se reduce
a estos dos países, realidad que se puso de manifiesto una vez Estados Unidos, Europa y sus
aliados, se unificaron para reprender a Rusia a través de sanciones y el envío de ayuda, tanto
militar como humanitaria, a Ucrania. Tras estos sucesos, el juego internacional asentó la
agrupación de actores. Esta agrupación sigue la retórica presentada por Niall Ferguson en 2011
al establecer la división entre Occidente y el resto del mundo, o “the West and the rest” en
términos del catedrático en historia financiera.

Las sanciones contra Rusia destaparon una de las grandes debilidades de los países europeos: la
dependencia energética. Tras la amenaza de contraataque lanzada por el Kremlin de cortar los
suministros de gas y petróleo, la Unión Europea (UE) se vio en una situación de innegable
vulnerabilidad, ya que un 40% del gas y un 27% del petróleo utilizado a lo largo de los 27 países
es importado desde Rusia. La UE, con vistas a alinearse con los objetivos de la Agenda 2030,
establece como pilar fundamental de los fondos NextGenerationEU, para paliar las
consecuencias de la pandemia, la transición ecológica. Sin embargo, debido al conflicto ruso-
ucraniano, se propagó la necesidad de acelerar esta transición verde con vistas a reducir la
dependencia energética, plasmada en el hecho de que un 58% de los hidrocarburos son

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importados del mercado exterior. Como consecuencia, se creó el plan RePowerEU para revertir
esta situación a través de la diversificación de fuentes, el uso y extensión de renovables,
acompañado de una regularización del mercado energético para reducir la volatilidad de los
precios. El acuerdo para esta campaña llegó en octubre de este año de mano de la ministra para
la transición ecológica, Teresa Ribera, la cual impulsó el debate aprovechando la presidencia de
España en el Consejo de la UE.

Esta independencia a la que quiere llegar la Unión Europea no solo debe limitarse al sector
energético, sino que debería extenderse al resto de sectores esenciales que hacen a la unión
regional muy sensible a shocks externos. La pandemia ya puso de manifiesto la fragilidad de las
cadenas de suministros internacionales, pero la guerra a las puertas de Europa también afectó
el acceso a productos tan esenciales como los agrícolas. Rusia y Ucrania son dos de los mayores
exportadores globales de cereales (trigo, maíz y cebada), aceites vegetales (aceite de girasol) y
fertilizantes (en el caso de Rusia). Por ello, no es de extrañar que la invasión rusa de Ucrania
haya tenido consecuencias muy significativas sobre los mercados internacionales de estos
productos y haya desatado grave preocupación sobre el riesgo de que se produzca una crisis
alimentaria global. El alza de los costes de producción está afectando a todos los eslabones de la
cadena alimentaria y se está trasladando a los precios de los alimentos que paga el consumidor
final.

En este sentido, la tasa de inflación global alcanzó cifras récord en 2022 y 2023, con un 8,7% y
6,9% respectivamente, según Statista. Poniendo estos datos en contexto, es importante
destacar que en la década anterior, las cifras oscilaban entre el 2 y el 3%. Sin embargo, este
aumento significativo en los precios de bienes de consumo no ha sido acompañado por un
aumento proporcional en los salarios. Esto ha creado una presión adicional sobre los ingresos
disponibles de las familias, especialmente aquellas que se encuentran en situaciones de mayor
vulnerabilidad.

Como resultado, se confirma una observación respaldada por la teoría desarrollada por
Milanovic, que sugiere que a medida que los percentiles más ricos aumentan su riqueza, los
percentiles más pobres enfrentan una mayor fragilidad económica. Además, esta tendencia no
solo se limita a la brecha de desigualdad entre países, sino que también se manifiesta dentro de
los países.

El Instituto Nacional de Estadística de España confirmó esta situación en 2021, al informar que
se había alcanzado un nivel de desigualdad no visto en los últimos 13 años. Durante ese mismo
año, se produjo una reducción del 7,7% en los ingresos del décimo percentil más bajo de la
población, mientras que el décimo percentil más alto experimentaba un aumento del 0,9%. Esto
subraya cómo aquellos con mayores recursos económicos son más capaces de mantener sus
ingresos durante períodos de crisis, como lo señaló la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza.
Esta misma organización también destacó que la desigualdad ad intra no sólo se observa entre
diferentes clases sociales, sino también entre diferentes regiones autonómicas. Se evidencia
una brecha norte-sur, manifestada en tasas notablemente inferiores de riesgo de pobreza y
exclusión social desde Madrid hacia el norte atlántico y mediterráneo.

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4. Política y tecnología

El agravio de la desigualdad, unido al aumento de los costes de vida y la amenaza de una


recesión económica, provoca en la ciudadanía una creciente sensación de incertidumbre y,
como resultado, la turbulencia civil. La población, cada vez más precarizada, busca soluciones
en la política, donde se encuentra con discursos populistas, de la mano de la extrema derecha,
que plantea soluciones rápidas, aunque superficiales e insostenibles. Este tipo de discursos se
han extendido por todo Occidente, ganando impulso en las urnas. Esta siguiente sección
analizará esta tendencia y cómo se ha avivado gracias al desarrollo de las tecnologías, en
especial las redes sociales. También ahondará en las posibles implicaciones que este desarrollo
tecnológico podrá tener a largo plazo.

Las crisis han dado lugar a la polarización de la población, marcada por una extendida
politización de materias socioeconómicas que radicaliza valores y opiniones. Los debates
políticos han acabado adhiriéndose a una retórica excluyente, la cual enfrenta un “nosotros”
con un “ellos” y sostiene una deslegitimación de las instituciones a nivel nacional, europeo y
global. De ahí que se hable de una fractura que está marcando la agenda política, con el avance
del populismo: la división entre europeísmo, por un lado, y nacionalismo, por el otro. Más allá
de Europa, dicha ruptura es extrapolable a nivel global: en palabras de Michael Zürn, estamos
frente a una nueva fractura, la división entre «cosmopolitismo versus comunitarismo».

Vemos ejemplos de esto con la llegada al poder de Donald Trump en 2017 bajo el lema “Make
America Great Again”; también, con la presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil y a un nivel
europeo con Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría o con Mateusz Morawiecki en
Polonia, entre otros. Todos, en mayor y menor medida, están unidos por 3 puntos claves:
materias de inmigración, la presunta amenaza a la identidad nacional y la devolución de los
valores tradicionales. Sin embargo, se podría decir que estos discursos no habrían proliferado de
una forma tan feroz si no fuera por la ayuda de las redes sociales. Como explica Mélany
Barragan, doctora en Ciencias Políticas, parte del éxito de los partidos de extrema derecha se
basa en manipulación mediática por medio de bulos, filtraciones interesadas o informaciones
alteradas que se apoyan en procedimientos retóricos como la demonización o el uso del
lenguaje disuasivo. Un estudio llevado a cabo por “Simple Lógica” un instituto español de
investigación social asociado a la Comisión Europea, reveló que un 60% de los españoles cree
que sabe detectar las noticias falsas, mientras que la realidad es que sólo un 14% sabe
diferenciarlas de las verdaderas.

Mientras que las instituciones ponen en marcha mecanismos de regulación, la desinformación


se mantiene como una de las grandes amenazadas a la democracia. A nivel internacional, la
OTAN lanzó una iniciativa llamada “Set the Record Straight” con la intención de desmontar
mitos sobre las relaciones OTAN-Rusia que se extendían por Internet. A nivel europeo,
encontramos un proyecto similar llamado “EU vs Disinfo” lanzado como herramienta de
factchecking, como parte del Plan de Acción contra la Desinformación. Finalmente, a nivel
nacional, este Plan de Acción europeo se ha manifestado, entre otras medidas ,en la creación de
una comisión permanente contra la desinformación, un grupo de trabajo interministerial

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coordinado por la Secretaría de Estado de Comunicación y dirigido por el Departamento de
Seguridad Nacional, establecido para abordar este problema.

Sin embargo, la amenaza de la desinformación, de la mano de las nuevas tecnologías de


comunicación, no parece tener un fin temprano, especialmente ahora, al habérsele unido el uso
extendido de la Inteligencia Artificial (IA). Esta herramienta ya está agravando el problema, pero
a largo plazo supone un riesgo potencialmente devastador si no es controlada. La IA tiene la
capacidad de crear campañas masivas que podrían alterar procesos electorales; también puede
suplantar identidades mediante la creación de fotos prácticamente reales o la clonación de voz.
A su vez, podría llegar a falsificar pruebas judiciales, haciendo a las personas incapaces de
distinguir entre lo que es real y lo que no. Todas estas cuestiones surgen teniendo únicamente
en cuenta las herramientas accesibles a la persona media; cabría esperar efectos más drásticos
mediante el uso de las más avanzadas disponibles a gobiernos y organizaciones políticas.

De esta forma, otra cara de la IA es la utilizada con fines bélicos. Países como Rusia, Estados
Unidos o Israel ya han incluido en su repertorio armamentístico drones que utilizan IA para
detectar y atacar objetivos, efectivamente dejando decisiones potencialmente fatales en manos
de una tecnología vulnerable. La IA también supone una gran amenaza para la ciberseguridad,
siendo capaz de acceder a millones de datos personales médicos, financieros y otros de carácter
confidencial, posiblemente vulnerando de forma flagrante el derecho a la privacidad. El acceso a
esta información da lugar al sistema presentado por la socióloga Shoshana Zuboff, conocido
como el capitalismo de la vigilancia, donde estos datos pueden ser mercantilizados para
predecir la conducta de los consumidores y que las empresas puedan actuar acorde.

Todas estas posibilidades y problemáticas resaltan la necesidad de convertir las nuevas


tecnologías en un elemento más de las relaciones internacionales. Estas se han confirmado
como un campo transversal que afecta a elementos de alta política, a la seguridad, a la
prosperidad y a los derechos y libertades fundamentales. Es por ello necesaria la instauración,
no sólo nacional sino asimismo internacional, de medidas que regulen este sector. Mientras
algunos avances pueden limitarse a los territorios estatales, su alcance transfronterizo es
innegable, siendo pertinente la coordinación a través de agentes supranacionales que delimiten
su uso, funciones y objetivos.

Como podemos observar, las democracias liberales no solo se han enfrentado a grandes retos
en los últimos años si no que deberán hacerlo de nuevo en los años que están por venir. El
futuro cercano se presenta con cierta incertidumbre. Vislumbramos esto en un multilateralismo
cuestionado, donde la balanza vuelve a estar en tensión sin un claro vencedor. También, puede
verse en como la desigualdad y la precarización radicaliza opiniones y valores los cuales se
aúnan a discursos que apelan a la nostalgia de una pasado sin memoria. Y todo esto, unido a
nuevas tecnologías impredecibles. No obstante, las instituciones democráticas que llevan
décadas consolidadas siguen mostrándose resilientes a pesar de las crisis. En conclusión, cabe
esperar que estas sigan nadando a contracorriente hasta que la siguiente ola pase, una vez más.

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