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(…) La mayor parte de las instalaciones fabriles registradas a finales del siglo XIX nacieron ya grandes, gracias a
medidas políticas proteccionistas, lo cual beneficiaba considerablemente a las mismas frente a competencia externa.
Se ubicaron en su mayoría en Buenos Aires, Tucumán y Mendoza. Paralelamente comenzaron a notarse los primeros
síntomas del desarrollo fabril en ciudades como Córdoba y Rosario, donde se formaban núcleos muy incipientes. Los
frigoríficos comenzaron a reemplazar a los saladeros y a exportar principalmente a Gran Bretaña. Pronto, un grupo
de grandes empresas dominó todo el negocio frigorífico, siendo en su mayoría de capitales ingleses. El frigorífico
Sansinena se instala en Avellaneda, siendo por un tiempo el único situado en la urbe. Estaba proyectado para
satisfacer la demanda interna y en parte a la exportación. Su criterio de ubicación es seguido luego por otras
empresas, lo que transforma a Avellaneda en el centro de procesamiento de carne y se radica una importante masa
de trabajadores en la zona. La industria frigorífica en sus primeros años estaba formada por solo siete plantas, todas
muy grandes, de las cuales tres estaban ubicadas sobre el riachuelo, tres en Zárate-Campana y la restante en La
Plata. En Australia y en Nueva Zelanda se exportaban menores volúmenes que en Argentina, pero en la primera
existían 16 plantas y en la segunda había 25 plantas independientes distribuidas en 25 puertos. Esto denota una
concentración de la mano de obra y el consiguiente desarrollo de solo pocos puertos en Argentina; condicionando la
evolución del mercado y la relación con los ganaderos y los convenios de fletes (dominado por ingleses).
En el rubro textil, se instaló en Buenos Aires la Fábrica Argentina de Alpargatas, compuesta por capitales argentinos
e ingleses (con mayoría de este último). Asombró por su tecnología y capacidad, dando ocupación en sus primeros
años a 530 operarios. Por su tamaño, esta empresa dominaba la actividad en la Argentina, primero en la fabricación
de alpargatas y luego en otros productos en que fue diversificándose. En 1889 se instala una nueva planta textil: La
Primitiva. Se dedicaba a la fabricación de sacos y lonas impermeables. En 1892 el ministro del interior se asombraba
del crecimiento de la manufactura en los suburbios de Buenos Aires. Su informe señalaba 296 nuevas fábricas que
ocupaban a 12.000 operarios. En 1899, el alemán Otto Bemberg, fundó la Cervecería y Maltería Quilmes, que
desplazó a Bieckert del liderazgo del mercado. La instalación de esta planta impulsó a León Rigolleau, un fabricante
de vidrio, a instalar una nueva fábrica cerca de su principal cliente, para proveerlo de botellas. En 1901 se fundó La
Martona, dedicada a la elaboración de lácteos, dominando el mercado. En el mismo año se formó Molinos Río de la
Plata en Puerto Madero, con una capacidad de molienda del 10% del trigo cosechado en el país.
La historia de Argentina se entrelaza con la historia poco contada de los miembros de la elite económica local y su
avance sobre las actividades más rentables de la época. Ellos entraban en la industria como en una actividad más,
exigían elevados beneficios buscando el control del mercado por medio de todos los mecanismos posibles; y nunca
vacilaron en pedir protección arancelaria o favores. Sus objetivos no incluyeron la demanda de tecnología, ni
tendieron a incorporar personal calificado. Los resultados comenzaron a cosecharse mucho tiempo más tarde, pero
la semilla de ese fracaso (en sentido histórico) fue fecundada de ese modo.