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LA NOCHE

de José Saramago

[Versión de Joaquín Vida sobre uno traducción de Eduardo Naval]


DRAMATIS PERSONAE

ABILIO VALADARES..........Redactor Jefe

MANUEL TORRES............Redactor de provincias

FAUSTINO.................Bedel

MÁXIMO REDONDO...........Director

JERÓNIMO.................Jefe de la tipografía

FONSECA..................Redactor parlamentario

GUIMARAES................Redactor internacional

JOSEFINA.................Secretaria de Redacción

CARDOSO.................Redactor urbano

CLAUDIA..................Periodista en prácticas

PINTO....................Redactor deportivo

FIGUEIRED0................Administrador

UN VISITANTE Y DOS OBREROS [AFONSO. linotipista. Y DAMIAO.


cajista]
La acción transcurre en la redacción de un periódico de Lisboa, la noche
del 24 al 25 de abril de 1974. Cualquier semejanza con personajes de la vida real
y sus palabras y hechos es mera coincidencia, evidentemente
Cómo y por qué "La Noche"

José Saramago

Ninguna de las obras teatrales que he escrito hasta ahora (y son cuatro) resultó
de necesidades creativas propias, y sí de lo que me permitiré llamar "encargos
sociales", esto es, propuestas explícitas y directas de personas que pensaron que
yo sería capaz de producir algunos textos dramáticos dotados de suficiente
sustancia conflictual y psicológica como para poder resistir la prueba real del
escenario. Naturalmente, no me cabe ni ser juez del yerro o del acierto de
esperanzas tan confiadas. Cuando, allá por 1977 a 1978, una directora de teatro
portuguesa, Luzia María Martins, me pidió que escribiera una obra cuya acción
pasara en la redacción de un periódico, tenía delante de sí a un escritor sin
ninguna experiencia teatral, salvo la que pudiese haber recibido como
espectador asiduo, y esa misma, debo confesarlo, destituida de auténtica
pasión. Se añadía a esto la circunstancia de que entonces era poco significativo,
por no decir insignificante del todo, el trabajo que había realizado como
novelista, el cual, sólo a partir de 1980, con la publicación de Alzado del suelo,
comenzaría a definir un rumbo personal y un proyecto nítidamente
caracterizado. Permanecerán siempre en el misterio las razones que impulsaran
a Luzia María Martins a llamar a la puerta de alguien sin credenciales a la vista
y con tan pocos créditos adquiridos.

Se comprenderá, por tanto, que fuera negativa la respuesta que di al inesperado


convite. La determinaba la conciencia clara de mi falta de conocimientos
escénicos, sobre todo la duda de cómo manejar palabras que, habiendo
comenzado por ser escritura, tendrían como último destino un discurso oral y -
lo que es más importante- por vía de su confrontación dialéctica con otros
discursos, la creación de un mundo particular de significados, una otra realidad
entretejida en la realidad corriente, un eco capaz, paradójicamente, de actuar
sobre el propio sonido que le había dado origen. Así veía yo el teatro, así
continúo viéndolo hoy.

Sin embargo, es cierto que el ser humano fue hecho para ser tentado. Dos días
después era yo quien buscaba a Luzia María Martins para decirle que aceptaba
la invitación. No había resuelto ninguna de mis dudas, no había ido a toda prisa
a aprender las artes del oficio teatral a un "Manual del Perfecto Dramaturgo",
tuve simplemente una idea, la idea: la acción dramática transcurriría en la noche
del 24 al 25 de abril de 1974, el lugar sería la redacción de un periódico dócil a la
dictadura y comprometido con ella. Mi experiencia periodística nacía, no
obstante, de raíces muy diferentes: los dos años, 1972 y 1973. que trabajé como
editorialista en el Diario de Lisboa, un vespertino de características democráticas,
liberales, en el sentido positivo que el término tenía entonces, y los ocho meses,
de abril a noviembre de 1975, en que ejercí las funcionen de director-adjunto del
Diario de Noticias, periódico desde siempre conservador, más o menos
"oficializado" siempre, pero que, durante aquel breve período, estuvo
abiertamente al lado de la revolución, al lado del pueblo trabajador. Más no nos
dejemos engañar: así como el Diario de Lisboa de los últimos tiempos de la
dictadura no tenía en nómina únicamente a periodistas demócratas, tampoco el
Diario de Noticias del "verano ardiente del 75" pudo librarse de la acción nociva
de algunos periodistas de tendencia u obediencia fascista. De técnicas teatrales
podía yo no conocer tanto cuanto me hacía falta, pero, en contrapartida, algo
sabía de los conflictos y desaires político-ideológicos, de coherencias de toda la
vida y de oportunismos de última hora, de ambiciones antiguas derrotadas y
ambiciones nuevas preparándose para ocupar los lugares vacíos. Con estos
materiales humanos se hizo “La Noche”, esa noche que así, de una forma u
otra, más o menos dramáticamente, fue vivida en la prensa portuguesa, entre la
esperanza y la alegría de unos y el despecho rencoroso de otros. Nada que
España no conozca. En este particular, no creo que haya habido grandes
diferencias entre vuestra transición y nuestra revolución...

***

La Redacción está en actividad, lo que no significa necesariamente que todo el


mundo esté trabajando. Algunos redactores escriben a mano o a máquina, dos o tres
charlan con voz natural, pero apagada: no interesa lo que dicen. Profunda impresión de
tedio, de rutina, de noche igual a otras. Al fondo, un bedel interrumpe una operación
cualquiera de arreglar papeles, para encender y sintonizar un transistor, portátil pero de
tamaño razonable. Se oyen trozos sueltos de música y de palabras. También se
distingue, de manera remota, el ruido de las máquinas de composición y, más próximo,
pero con intermitencias, el de las máquinas de télex, invisibles, que se supone están en
un rincón. En su despacho el Director conversa con un visitante, escucha más que
habla. Están sentados en sofás. Voz baja pero no murmurada o de secreto: sin embargo
no se oirá lo que dicen. La sucesión de estos movimientos será la que convenga: ninguna
imposición se hace desde aquí.
PRIMER ACTO

VALADARES,- (Hablando por teléfono.): Póngame con consulta previa, por


favor. (Cuelga el teléfono. Pasa los ojos por un papel entre muchos que tiene sobre el
escritorio.) ¡Torres! (Se acerca Torres, hombre de media edad, sobrio de gestos.) Se me
ha quedado traspapelada esta noticia. Es del corresponsal de Guarda, ocúpese
de ella. Si la termina a tiempo, entra hoy; si no, queda para mañana. Encárguese
Vd. (Torres, sin una palabra, vuelve a su mesa. El teléfono de Valadares suena.) ¿Diga?
¿Consulta previa? Habla Valadares, del... Póngame con el coronel Miranda. Es
solo para preguntarte por las pruebas. Gracias. (Pausa mayor.) ¿Coronel
Miranda? Buenas noches. ¿Cómo está? Aún no habíamos hablado hoy... ¿Cómo
van las pruebas? Vistas hasta la ochenta y cinco, ¡Magnifico! ¿Y cortes? Vale.
Dígame. Trece, diecisiete. veintidós, veintiséis. ¿No es la veintiséis? Ah,
veintisiete. Diga, diga. Estoy tomando nota: treinta y cinco, cincuenta y dos,
cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco... ¿Qué artículo es este?
Deje, no se moleste; lo miraré aquí en las mías. Ah, setenta y uno, ochenta y dos.
¿Nada más?

En ese momento el Director y el Visitante se levantan, se despiden con un


apretón de manos y el Director, después de tocar un timbre, acompaña al Visitante a la
puerta. Se nota una tímida, aunque no acentuada, muestra de dependencia del Director
en relación al Visitante.)

VALADARES.— (Que ha continuado hablando por teléfono.): ¿Hay alguna


prueba que haya sido cortada entera? Perfecto. Ahora le envío al chico. Le lleva
unas cuantas más, y se trae ésas. No, no, es un material que no tiene nada de
especial. Me interesa terminar con esto cuanto antes, tenemos la edición casi
cerrada. Pues claro, siempre contamos con su buena voluntad. Muchas gracias,
mi coronel. Dentro de media hora, más o menos, le vuelvo a llamar. ¿Le parece
poco tiempo? Tres cuartos de hora, entonces. (Risita.) Perfecto. (Cuelga el
teléfono, separa papeles, toma notas.) ¡Faustino!

(El bedel se levanta tranquilamente, va a la mesa del Jefe de Redacción.)

FAUSTINO.— Usted dirá, señor Valadares.

VALADARES.— Lleve estas pruebas a consulta previa y me trae las que


están allí. Deprisa, quiero cerrar la edición.

(Faustino sale. Mientras tanto el Director ha estado paseando por su despacho,


con un marcado aire de preocupación. Tras la salida de Faustino, usa el interfono.)

DIRECTOR.— Señorita, dígale al señor Valadares que venga.

JOSEFINA.—Sí, señor director. (A Valadares.) Sr. Valadares, le llama el


director.

(Valadares no responde. Se levanta, sin prisa, pero sin ninguna mala voluntad.
Es su estilo. Valadares llama a la puerta del despacho.)

DIRECTOR.— Pase.

VALADARES.— ¿Desea verme, señor director?

DIRECTOR.— Sí. Definitivamente vamos a modificar la primara página.


He estado meditando, y. después de cambiar impresiones con personas de mi
confianza, he llegado a la conclusión de que merece la pena publicar hoy un
articulo de fondo. Cuando el hierro está candente es cuando conviene batirlo
con fuerza.

VALADARES.— ¿Lo ha escrito ya?

DIRECTOR.— Aún no. Pero será cosa de un momento. Tengo las ideas
generales.

VALADARES.— ¿Será extenso?

DIRECTOR.— Sobre unas cincuenta líneas, o poco más... (Sonriente.)


Tranquilo, que no le retraso el periódico.

VALADARES.— Usted nunca retrasa el periódico, usted es el periódico.

DIRECTOR.— (Complacido.) Me adula Vd. Valadares. (Cambiando de tono.)


¡En fin! Ya sabe... unas cincuenta líneas.

VALADARES.— ¿Es que ha surgido algún problema improvisto?

DIRECTOR.— Querido Valadares, siempre hay problemas, y nunca hay


problemas. La política, Usted lo sabe bien, es como la tierra, nunca, deja de
temblar. Unas veces tan suavemente que ni se entera uno: otras, sin embargo,
con una furia verdaderamente infernal. Pero en política, si no dejamos que nos
distraigan, se puedo hacer lo que no es posible hacer con la tierra: sujetarla:
sujetarla con firmeza, hasta que pase la sacudida. Acuérdese del 16 de marzo:
un pequeño seísmo inmediatamente dominado. ¡Nuestra contribución en
aquellos días fue fundamental! Fundamental y apreciada. ¡Este periódico es una
fuerza, querido Valadares!; ¡una

fuerza! No se le concede importancia, a simple vista puede parecer que


únicamente nos limitamos a salir todos los días. ¡pero somos una fuerza!

VALADARES.— Así es, señor director. (Cambiando de tono.) Entonces,


¿unas, cincuenta líneas...?

DIRECTOR.— Si. Tengo las ideas ordenadas. Es sólo escribirlo. Antes de


mandarlo a componer échele una ojeada. Y vigile las pruebas, porque yo tengo
intención de irme enseguida.

VALADARES.— Perfecto. Así lo haré, puede confiar en mí.

(Se retira. El director se sienta al escritorio y empieza a escribir. Valadares se


sienta a su mesa.)

VALADARES.— ¡Faustino!

JOSEFINA.— Faustino ha ido a consulta previa.

VALADARES.— ¡Ah, es verdad! Oiga, Josefina, llame a Jerónimo: que


traiga la primera página. (Josefina utiliza su propio teléfono.) Torres, ¿va a tardar
mucho la crónica de Guarda?

TORRES.— Cinco minutos.

VALADARES.— Ese hombro escribe fatal.

TORRES.— Sí, escribe mal. Aunque, por lo que pagan, no tiene


obligación de escribir mejor.

VALADARES.— Ya está haciendo Vd. de abogado de pobres. ¡Es


admirable su afición por las causas perdidas!

TORRES.— Lo que a mí me admira no es que todos los corresponsales de


provincias escriban fatal, sino la santísima e inagotable paciencia que tienen.
Mandan veinte noticias, se publica una. Escriben cien líneas, las reducimos a
diez. O son masoquistas o tienen vocación de mártires.

VALADARES.— O se empeñan, en ejercer un oficio para el que no están


capacitados.
TORRES.— Pues lo advierto que, en lo tocante a escribir, no falta por
aquí quien lo haga tan mal o peor que ellos, ostentando responsabilidades
mucho mayores.

VALADARES.— Usted siempre defendiendo su parcelita. El día menos


pensado lo eligen presidente de los corresponsales de aquende y allende el mar.

TORRES-- Lo dudo. Los corresponsales de ultramar no vienen a parar a


mi mesa. Son pájaros de mucha, envergadura; do altos vuelos. Yo trato con las
clases bajas de los mojones y linderos de los caminos vecinales.

VALADARES.— Déjese de disertaciones y termíneme el artículo.

TORRES.— ¡Ja! ¿Cómo puede llamar nadie disertación a media docena


de frases deshilvanadas? Cualquier día de éstos le haré una auténtica
disertación, para que vea la diferencia.

VALADARES.—¡Bueno, bueno! Termine eso deprisa. si quiere que entre


hoy.

(La puerta de la tipografía, se abre. Entra el jefe del taller, Jerónimo, con
parsimoniosa dignidad. Al pasar cerca de Torres, éste levanta la cabeza y le hace un
gesto. Una chica que está sentada al lado de Torres sonríe furtivamente. Se crea un halo
de complicidad.)

JERÓNIMO.— (A Torres.) ¿Qué hay, maestro?

TORRES.— Hola, Jerónimo.

JERÓNIMO.— No has bajado hoy por el taller.

TORRES.— Es que he llegado un poco tarde. (Con un cierto aire críptico.)


He tenido cosas que hacer.

JERÓNIMO.— ¡Aummm! (Como distraidamente.) ¿Y... todo bien, o como


siempre?

TORRES.— Como siempre.

JERÓNIMO.— ¡Vaya por Dios!

CLAUDIA.— No se preocupe vd., Jerónimo.Ya verá como pronto


mejoran las cosas.
JERÓNIMO.— ¡Eso es menester, jovencita: que mejoren! (A Valadares)
¿Qué? ¿Hay algún cambio?

VALADARES. - Si. El director se ha decidido por fin a escribir un artículo


de fondo. Serán cincuenta lineas, más o menos. {Extiende la maqueta página sobre
la mesa.) Se soluciona de esta forma: este titular de aquí, se hace a cuatro
columnas. Esta fotografía puede ser recortada por arriba, no cambia nada y,
para reducir, esta noticia se pone en caja y en cursiva, en tamaño pequeño... ¿Se
da cuenta?

JERÓNIMO.— Si. Y el artículo del director, ¿cuándo llega?

VALADARES.— No tarda nada.

TORRES.— (Desde su lugar.): ¡Hecha! La de Guarda ya puede entrar.


Jerónimo, aquí la tienes. (Jerónimo extiende la mano para recibir el papel.)

JERÓNIMO.— ¡A tus órdenes, jefe!

VALADARES.— (Con autoridad.) ¡Un momento! (A Torres.) Déme esa


crónica; es norma de la casa que antes de pasar a tipografía, todos los trabajos
deben ser supervisados por el redactor jefe. (Torres, conteniendo la irritación le
entrega el papel. Valadares finge leerlo.) Se queda para mañana. Después de todo,
esto no tiene interés alguno. ¡Decidido: la de Guarda queda para mañana!
(Dobla bruscamente el papel y lo clava en un pincho.)

TORRES.— ¿Está seguro de que esa forma de proceder es correcta? Me


da

la noticia, me dice que la prepare, que si la termino a tiempo, entra hoy


mismo; la termino a tiempo, y ante mis propias narices...¡No tiene ningún
derecho!

VALADARES.— (Levantándose.) ¿Quién es usted para enseñarme mis


derechos? En esta redacción el que manda soy yo. Soy yo quien resuelve lo que
se publica. La noticia de Guarda no tiene interés. Ya me lo había parecido antes.
y ahora lo he confirmado. ¿Neceslta más explicaciones? (Hacia Jerónimo.) Puede
irse, Jerónimo. Enseguida le envío el artículo del director.

JERÓNIMO.— (Al alejarse toca en el hombro de Torres.): No te cabrees tanto,


hombre. El verbo siempre se conjuga de la misma manera: yo obedezco, tú
obedeces, él manda. Y todo, ¿para qué? Para hacer una cosa que, de periódico
no tiene más que el nombre y el papel... (Lleva a Torres hacia su lugar.)
VALADARES.— ¡Jerónimo, haga el favor de no alborotarme a la
Redacción! Guarde sus juicios para otro sitio. Aquí no los admito. Para cumplir
con su obligación profesional sólo tiene que hablar conmigo o con los
redactores que yo designe a tal efecto. ¿Entendido?

JERÓNIMO- (Se vuelve hacia Valadares.) Señor Valadares, tengo muy poco
interés en discutir con usted —ningún interés, para ser más exacto—, pero,
como trabajador de la casa, tengo tanto derecho como usted a opinar sobre lo
que pasa en este periódico y sobre lo que en este periódico se hace. Y le
recuerdo, por si lo ha olvidado, que si usted os el redactor jefe, yo soy el jefe de
Talleres...

VALADARES.— De Talleres, no; del turno de noche.

JERÓNIMO.— ¡Del turno de noche, si señor! ¡Solo del turno de noche!


Pero, ¡pobre de usted, si no fuese por el turno de noche!: ¡pobre de su bonito
periódico, si no fuese por el turno do noche!

(A Torres.) No hagas caso. (Se dirige hacia la puerta de la Tipografía, pero


vuelve atrás súbitamente.) A pesar de todo, también soy lector de este periódico.
(Sonríe.) Qué quiere usted, es malito, pero uno le tiene cariño. (Se aproxima a la
mesa de Valadares y quita del pincho la noticia de Guarda.) Y como esto va a ir
directamente a la papelera, me voy a dar el gustazo de enterarme de las noticias
que nos hubiera dado hoy el corresponsal de Guarda.

VALADARES.— ¡Deje eso ahí! No tiene derecho...

JERÓNIMO.— ¡Vamos! ¿Así que no tengo derecho a coger papeles de las


papeleras?

VALADARES.— Aún no he decidido definitivamente si la noticia sale o


no sale.

JERÓNIMO. Donde dije digo, digo Diego, ¿eh? Pues mejor que mejor. Si
decide que sale, sólo tiene que avisármelo. Si decide que no sale, en la basura
estaba, para basura vale. ¡Toma ya! ¡Me ha salido en verso!

VALADARES.— (Furioso.): ¿Pero es que va vd. a organizar una trifulca a


causa de una porquería de crónica?

JERÓNIMO.— No es a causa de la crónica, es a causa de su actitud de


usted.

VALADARES.— ¡Tenga cuidado, puedo presentar una queja contra


usted a la Administración!

JERÓNIMO.— (Serenamente.) ¡Hágalo, hombre! ¡Hágalo! El aburrimiento


es tan grande en esta casa que vendrá bien para distraer a los muchachos. (Sale.)

(Valadares queda furioso Los redactores reaccionan de forma diferente.


Guimaraes —redactor internacional—. Fonseca -redactor parlamentario-. Cardoso —
redactor urbano- y Josefina —secretaria de Redacción-, están explícitamente del lado de
Valadares: Torres y Claudia, la meritoria, apoyan en silencio a Jerónimo.)

FAUSTINO.— ¡No sé como le toleras semejante insolencia! A este paso,


no tardará mucho en estar la Redacción a las órdenes de los tipógrafos.
¡Acabaremos en el taller, y ellos aquí sentados!

GUIMARAES.— Yo comprendo a Valadares: intenta hacer


prudentemente las cosas, para evitar conflictos. ¡Pero todo tiene un límite! Estas
broncas delante de todo el mundo son una falta de respeto. Además, si aparece
de pronto el director, ¿qué? ¿Verdad, Valadares?

VALADARES.— ¿Qué quieren ustedes? Ese tipo me irrita; me hace


perder los estribos. (A Torres.) Le advierto. Torres, que aunque tengo mucha
paciencia, nuestras relaciones se están deteriorando seriamente. Si un día llega a
ocupar mi puesto, entonces haga lo que le apetezca, pero mientras tanto quien
manda aquí soy yo.

JOSEFINA.— (Desde el fondo.): ¡Uy! ¿Torres redactor jefe? ¡Aviados


estaríamos! Menos mal que antes les saldrán pelos a las ranas...

TORRES.— (Como quien piensa en voz alta.): Algunas ranas ya están


pelonas...

JOSEFINA.— ¿Eso va por mi?

TORRES.— ¡Que va, querida Josefina! ¿Acaso es Vd. un batracio?

CARDOSO.—(Riéndose.): ¡Ja, ja! ¡Qué gracia!... ¡Croaaa! ¡Croaaa!

JOSEFINA.— ¿Quieres llevarte una bofetada, Cardoso? Y Usted. Torres,


no se meta conmigo. Sabe perfectamente que no tolero las bromas...

TORRES.— (Cortando.) ¿Bromas? ¿Quién esté de broma? Estamos ya


demasiado añejos los dos para andarnos con tonteos.

CARDOSO.— ¡Y van dos! Ja, ja. ja...


JOSEFINA.— ¡Es intolerable lo que está pasando en este periódico

VALADARES.— ¡Basta ya! (Moderando el tono.) Josefina, mire a ver si aún


queda alguien en Administración.

JOSEFINA.— (Asombrada.): ¿A estas horas...?

VALADARES.— (Cayendo en la cuenta.): Está bien, está bien. Déjelo. (Se


queda todavía más furioso.) Y esté atenta a la vuelta de Faustino de consulta
previa. ¡Ya tendría que estar aquí

CARDOSO.— (Incapaz de contener la broma.): Yo he sido siempre


partidario de la consulta previa. Faustino está a punto de casarse, es natural que
vaya antes "de consulta previa". Así la novia se quedará más tranquila con el
certificado de garantía, incluso. (Risas.).

JOSEFINA.— Eres muy graciosito. Ya veremos lo que pasa el día que las
novias empiecen a ir también a la consulta previa.

CARDOSO.— ¿Empiecen? Estás muy atrasada, my darling. ¿Es que has


nacido ayer?

VALADARES.— A ver si terminamos de una vez con las guasitas. Quiero


cerrar la edición, de modo que se acabaron los chistes.

CARDOSO.— Uno más, jefe. Tan sólo uno más. ¿No queréis oír un chiste
de Agostinho Neto y Samora Machel?

JOSEFINA.— ¡Encima, de negros! ¿Cuando vas a dejar de dar la tabarra


con chistes de negracos? ¡Sólo de oír sus nombres me da erisipela!

CARDOSO.— ¡Pero si es buenísímo!

VALADARES.— ¡Déjalo ya, Cardoso!

CARDOSO.— ¡Vosotros os lo perdéis! Ya sabéis: si queréis saber los


últimos chistes de negros, todavía recientes y calentitos, no tenéis más que
consultarme,

TORRES.— (Tranquilamente, a Claudia.): Si hay algo que yo aprecio es la


agilidad mental, la ironía sutil, el humor inteligente.

CLAUDIA.— (Entendiendo.): Yo también, ¡pero es tan poco frecuente! Tal


vez sea defecto mío. No llego...
VALADARES.— (Con rencor.): Oiga, niña, ocúpese de su trabajo y estese
calladita. (Cambia de tono.) Guimaraes, ¿cómo estamos de internacional?

GUIMARAES.—Sólo me queda preparar estos tres telegramas. El resto


ya no cabe. Pero no te preocupes, he hecho una buena selección.

VALADARES.— ¿He leído tu crónica? No me acuerdo. ¿De qué trataba?

GUIMARAES.— Del Este, como siempre. Acerca de la situación en


Oriente Medio.

VALADARES.— Ah. sí... Oriente Medio... Ya me acuerdo, ¿Y tú,


Fonseca?

FAUSTINO.— Ya he mandado a la rotativa la crónica parlamentaria.


Ahora estoy adelantando el trabajo de mañana. El director me ha pedido que le
sugiera algunas preguntas para una entrevista con Caetano... (1)

VALADARES.— ¿Te ha pedido unas preguntas? ¿Y eso? No me ha dicho


nada...

FAUSTINO.— Quizá se haya olvidado...

VALADARES.— ¿Cuando te las ha pedido?

FAUSTINO-— Ayer. Seguro que se habrá olvidado...

VALADARES.— Olvido o no. un pequeño retraso apenas le habría


perjudicado en absoluto... Tendrías que haberle dicho que hablase conmigo...

FAUSTINO.— Valadares, no exageres. Al fin y al cabo yo soy el redactor


parlamentario...

VALADARES.— Está bien, pero tendré que darle un toque. (Se acerca,
confidencial.) Oye... ¿Es que hay algo "especial" hoy?

FAUSTINO.— No. Te he dicho todo lo que sé. Lo habitual. Muchos


rumores, muchos papeles, un cierto ambiente de conspiración.

VALADARES.— Y... ¿en el Parlamento...?

FAUSTINO-- Están un poco nerviosos, siempre en grupitos. Parecen


incluso conspiradores. ¡Dios nos libre! Desde el dieciséis de marzo están así,
aunque ya se van serenando, (En secreto.) Lo que sé de fuente segura es que de
aquí a fin de mes habrá todavía dos o tres redadas más. Todas en el mismo
medio: intelectuales, sobre todo. El pretexto es el Primero de Mayo. (La voz se le
descontrola y le sale más alta en las últimas palabras. Torres y Claudia lo miran.)

VALADARES.— ¿Hay alguna novedad sobre los militares? ¿Continúan


reuniéndose?

FAUSTINO.— No tengo idea; estoy absolutamente "In albis". Se


rumorean muchas cosas ... pero no se sabe lo que es verdad y lo que es mentira.
No creo que se vayan a meter en otra. Papeles hacen leyes, pero esto no se viene
abajo con balas de papel.

VALADARES.— Es que noto al director preocupado. Me ha venido otra


vez con lo de que la política es como la tierra...

FAUSTINO.— ¿otra vez?

VALADARES.— Otra vez. (Ambos sonríen, con displicencia, después se


quedan súbitamente serios.) Esto no va nada bien, Fonseca.

FAUSTINO.— No empieces de nuevo con tus neuras. No hay por qué


tener miedo.

VALADARES.— No tengo miedo.

(Durante estos diálogos el Director ha continuado escribiendo. Concluirá y


llamará a Josefina por el interfono, a tiempo para que ésta pueda interrumpir
naturalmente a Valadares.)

JOSEFINA.— El señor director le llama, señor Valadares.

VALADARES.— (Yendo hacia al despacho del director.) ¿Como vamos de


urbanas. Cardoso...?

CARDOSO.— Lo de siempre: poca cosa...

(Valadares atraviesa la Redacción, llama a la puerta.)

DIRECTOR.— Ya lo tiene, Valadares. Creo que no ha quedado mal del


todo. Va verá usted si falta alguna coma, o algo parecido. ¿Quiere oírlo?

VALADARES.— (Con tono neutro.): Por supuesto, señor director. (Duda,


después se decide.) Perdone. D. Máximo... ¿Usted le ha pedido a Fonseca que...,
que le sugiera algunas preguntas para una entrevista con el presidente del
gobierno...?

DIRECTOR.— (Con cierta incomodidad.) Pues..., sí.

VALADARES.— En principio, ese tipo de asuntos es de mi competencia.


No comprendo por qué no lo consultó conmigo. Me deja Vd. en una posición
muy delicada ante la Redacción.

DIRECTOR.— (Preocupado.): tiene razón. Valadares. Tiene toda la razón.

Usted sabe lo escrupuloso que soy en cuestiones de jerarquía, pero... me


encontré con Fonseca.... y como usted estaba sobrecargado de trabajo... fue por
eso únicamente.

VALADARES.— (Tranquilizado.): Estaba seguro de que usted nunca


hubiera hecho una cosa así a propósito, ni siquiera se me había pasado por la
cabeza... Pero ya sabe cómo son los periodistas: con una nadería, con una
insignificancia, se suben a las nubes, y después es difícil sujetarles. Se les da una
mano y se toman...

DIRECTOR.—Tiene razón. Valadares.

VALADARES.— Después van a usted con historias, con fábulas, con


cuentos. Mi deber es protegerle de todo eso. Debo servir de parachoques entre
la Redacción y usted.

DIRECTOR.— Tiene toda la razón. Valadares. Va se lo he dicho.


(Aliviado.) Ahora siéntese, siéntese, le voy a leer el artículo.

(Valadares se sienta. El Director lee su texto paseando por el despacho, haciendo


gestos y acentuando enfáticamente. No todo se oirá claramente porque habrá
superposición de otros sonidos de la Redacción. Valadares acompañará la lectura con
gestos de aprobación. Faustino entrará y pondrá las pruebas sobre la mesa de Valadares,
se sentará en la suya y conectará el transistor, cuyo sonido —crónica deportiva. música,
se superpondrá, poco a poco, a la voz del lector.)

DIRECTOR.— (Después de aclararse la voz.): Se llama "Cultura y aguas


turbias". Escuche:

"Cuando alguien se pregunta, como ha bien poco hacía un vespertino


lisboeta, "¿Quién tiene miedo a la cultura?", convendría que empezase por
aclarar a cuál de las múltiples acepciones del polisémico vocablo se está
refiriendo. Porque, nadie tiene derecho a fingir que lo ignora, tantos son los
significados atribuidos a dicho término, que, en última instancia, acaba por no
saberse cual es el elegido por el opinante.— Si no es que, aun sabiéndolo
demasiado bien, se hace uso deliberadamente de esa indeterminación para
embaucar al lector ingenuo, que ignorante del marco referencial, atiende tan
sólo a una terminología viciada por la ambigüedad.

"En efecto, hablar de "cultura" sin mayores concreciones se ha convertido


en uno de los procedimientos más utilizados por los que pretenden imponer
ciertos estilos de pensamiento y les parece preferible camuflar sus objetivos bajo
una designación cuyo prestigio les puede servir de ganzúa. Porque, además, si
no se les desenmascara, les sirve desde luego para provocar grandes
algaradas...

(Cláudia, entre tanto, se aproxima a la mesa de Torres, e inicia el siguiente


diálogo, que se superpone a la lectura del discurso y a la música del transistor.)

CLAUDIA.— Debería evitar las discusiones en público con Valadares. Es


muy celoso de su autoridad y está visto que se lo toma muy a mal.

TORRES.— No te preocupes. Es una historia vieja. Aún no has tenido


tiempo de darte cuenta, pero los periodistas somos parientes directos de las
comadres de mala lengua. Siempre estamos abrazándonos y peleándonos, pero
eso no quiere decir nada. Somos una raza especial, mestiza, incluso híbrida;
animales de tierra y de agua; anfibios.

CLAUDIA.—Si Vd. lo ve así, tendrá sus razones. Conoce este ambiente


mejor que yo. Pero creo que debería tener más cuidado con el redactor jefe; le
tiene celos.

TORRES.— Quien debe tener cuidado eres tú. No secundes siempre mis
actitudes. Yo soy, por carácter, ellos lo saben bien, un hueso duro de roer, pero
a ti te pueden quemar fácilmente. Estás empezando, y pueden eliminarte sin
dolor.

CLAUDIA.— ¿Como no le voy a secundar, si siempre estoy de acuerdo


con usted en todo...?

TORRES.— (Sonriendo.): Es muy halagador oír decir esa, suena bien,


Aunque sería mas agradable todavía si fuese cierto.

CLAUDIA.—Pero si es completamente cierto.

TORRES.— No, no es cierto. Tú crees que es cierto, pero no lo es. Es


imposible que siempre estés de acuerdo conmigo en todo; ¡imposible! Ni yo
mismo lo estoy. Hago cosas que debería tener el valor de rechazar, y, sin
embargo, rechazo otras que debería considerarlas como mi principal obligación.
Pierdo el tiempo miserablemente, mientras me voy haciendo viejo.

CLÁUDIA.—¿Cómo puede decir eso? Usted es... es una persona... (Se


interrumpe, duda, después concluye, irguiendo el cuerpo.) ...es una persona a la que
yo... a la que yo... (Aferrándose a un verbo que, si bien no expresa lo que quisiera decir,
resulta tolerable para su timidez.) admiro continuamente; las veinticuatro horas
del día.

TORRES.— No te dejes llevar por las apariencias. Nadie merece ser


admirado veinticuatro horas al día. Nuestra vida es una continua batalla contra
la desidia, contra el desaliento, contra el conformismo, e incluso, a veces, contra
pequeñas y grandes traiciones. Nadie puede afirmar que nunca se ha
equivocado. Si tienes mucho empeño en admirarme, admírame a intervalos;
sólo cuando acierte.

CLAUDIA.— Entonces tiene la obligación de acertar siempre...

TORRES.— Si te pones así, no tendré más remedio que intentarlo.


Aunque te advierto que no estoy seguro de...

(La disertación del dlrector se impone de nuevo sobre la conversación de Claudia


y Pinto.)

DIRECTOR-— "... o contrariando la confusión, de ningún modo será


posible obtener resultados positivos, pues es regla de sabiduría que sólo
aprovecha a quien no alimenta buenas intenciones. Porque, ponderándolo todo,
las invocaciones pretextuales siempre representan procesos do ludibrio y es
indispensable tomar conciencia de que por intermedio suyo, se vehiculan las
más peligrosas toxinas, con tanto mayor provecho para los que lo hacen cuanto
que generalmente la intoxicación no llega a ser comprendida a tiempo..."(2)
(Pausa mayor, silencio grave.)

¿Y bien, mi querido Valadares? ¿Que le parece?

VALADARES.— (Recuperándose de su ensimismamiento.) Excelente.


Excelente, como siempre.

DIRECTOR.— He intentado no pasarme de las cincuenta líneas, pero


creo haber dicho todo cuanto es preciso decir en estos momentos.

VALADARES—Sí, claro. Por supuesto que si... No obstante, yo había


supuesto que se trataría de un artículo de fondo más... más directamente
político... No sé si en la actual situación no sería conveniente ser más
explícitos...

DIRECTOR.— Tampoco conviene, Valadares. Tampoco conviene.


Políticamente es un error quemar puentes que no estamos seguros de necesitar
cruzar de nuevo. Es importante, ciertamente, desenmascarar a los
pseudointelectuales progresistas y a los periódicos que les dan cobijo. Pero en la
complicada situación que estamos viviendo, no se puede ir más lejos.

VALADARES.— Sí, por supuesto. Tiene Vd. todo la razón. Pero, no sé


por qué, yo había pensado que... que… que si dada la situación, no sería mejor
ir directamente al grano, Sin circunloquios...

DIRECTOR— ¡En absoluto, querido amigo! ¡En absoluto! Tenemos que


ser florentinos. Las lenguas andan demasiado sueltas, es verdad, pero lo que le
corresponde a la política es frenarlas, no cortarlas. Mi artículo va precisamente
en esa dirección. Se esperan más detenciones, estoy informado de eso, y nuestro
deber es preparar a la opinión pública. Pero con tacto. Con habilidad. ¿Se da
cuenta?

VALADARES.— Me doy cuenta, señor director. (Se levanta y recibe el


papel.) Pero creí que sería otro el tema del artículo. ¡Circulan por ahí tantos
rumores...!

DIRECTOR.— De eso no nos falta. (Con una sonrisa cínica.) Algunos hasta
los ponemos en circulación nosotros mismos. Se está refiriendo a los militares,
¿no es así?

VALADARES.— También a ellos.

DIRECTOR.— Creo que todo eso no son más que habladurías.

VALADARES.— ¡Dios le oiga!

DIRECTOR.— (Abre la puerta y llama.)

¡Faustino! Tráigame mi abrigo (A Valadares.) Parece Vd. preocupado. No


se deje dominar por el desánimo. ya verá como no pasa nada.

VALADARES.— No es sólo la situación política la que me preocupa...

DIRECTOR.— ¿Problemas domésticos?

VALADARES.— No. no... Es aquí, en la Redacción: tengo... tengo


algunos problemas con Jerónimo, el de la Tipografía, y con Torres. Hay una
cierta indisciplina.

DIRECTOR.— No lo consienta, no lo consienta. Córtelo de raíz. Proceso


disciplinario, suspensión. Si no les corta las alas, empezarán enseguida a volar
alto. Torres es incorregible y Jerónimo muy conflictivo.

VALADARES.— Teóricamente tiene Vd. toda la razón, pero la realidad


es que...

DIRECTOR.— La realidad es que son competentes. Ya lo sé. (Paternalista.)

Aguante un poco, Valadares. Deje que la situación se pudra; que se


hundan ellos solos. En su momento resolveremos esos casos, sin demasiado
ruido; sin escándalos innecesarios. Los forúnculos sólo deben ser sajados
cuando están maduros. Entre tanto hay que conservar la paz y el orden en la
Redacción. El orden es fundamental, Valadares. (Cambia de tono.) Si necesita
alguna cosa, estaré en casa. Estoy invitado a un cenorrio, pero hoy el cuerpo me
está pidiendo descanso. No creo que suceda nada, y si sucediese, lo resuelve
usted... Hasta mañana. (Sale.)

VALADARES.— Hasta mañana, señor director.

(Valadares entra en la Redacción. Va pasando los ojos por el texto. Al notar su


presencia, Faustino baja precipitadamente el sonido de su transistor.)

VALADARES.— (Después de algunas correcciones, rápidas, sugiriendo que es


de comas que se trata.): ¡Faustino! (El bedel acude.) Lleva esto a la Tipografía. Es el
artículo del director. Jerónimo está esperándolo. (Descuelga el teléfono, y marca un
número mientras ojea las pruebas que Faustino ha traido.) ¡Josefina! Tráigame la
agenda de mañana. Quiero ver si todos los servicios están distribuidos.

JOSEFINA.— (Aproximándose.) Para mañana está todo distribuido.

VALADARES.— ¿Y para pasado mañana?

JOSEFINA.— Sólo tenemos que escoger adonde mandar a los fotógrafos.

(Entra imprevista y ruidosamenlo el redactor deportivo. Pinto.)

PINTO.— (Jovial.): Buenas noches, muchachos.

(Los otros apenas levantan la cabeza.)¿Hay bronca? Tenéis todos cara de


haber fallado un penalty. (Va hacia el despacho de Valadares.)
VALADARES.— (Al teléfono.) ¿Coronel? Soy yo, Valadares.

PINTO.— (Colándose ruidosamente en el despacho.) ¡Hola, Jefe! Ganó el


Benfic...

VALADARES.— (Haciendo callar a Pinto con un gesto imperativo.)


¡Shhhiiis!... ¡Por favor, no ves que estoy hablando! (Al telétono de nuevo.) Sí, mi
coronel, otra vez molestándole! ¿No hay más cortes? Muy bien. Siendo así,
esperaré a mañana para mandar a buscar las pruebas. Gracias. Excepto unas
cosas de internacional, limpias, y unas de deportes, no tengo más composición
para hoy. ¡Ah, sí! Hay un artículo de fondo del director. Si mi coronel está de
acuerdo, para ganar tiempo, se lo leo por teléfono, pero más tarde. Descuide, mi
coronel, las pruebas no dejarán de enviársele, por supuesto. Sé lo que son
responsabilidades. Tiene toda la razón: sin disciplina no se hace nada. Buenas
noches, mi coronel. (Cuelga, y se dirige a Pinto.) Dime: ¿Qué querías?

PINTO.— Ha ganado el Benfica. Voy a hacer la crónica en un periquete.


Baltasar se ha quedado tirando algunas fotos del segundo encuentro, para que
hagan bonito. Como sólo vamos a dar el resultado y la alineación de los
equipos, los cromos ayudarán...

VALADARES.— De acuerdo, de acuerdo. Despáchalo deprisa. ¡Y ojo!,


que va destacado en la primera página; con fotografía. (A Josefina.) La agenda
está bien.

JOSEFINA.— Si no me necesita, voy a tomar algo...

PINTO.— (Con guasita.) ¡Claro que te necesita! Poro no puede ser: es


demasiado tarde. No ha llegado a tiempo... (Ríe su propia gracia.)

JOSEFINA.— ¡Sabes que no me gustan cierta clase de bromas! No te


permito...

VALADARES.— (Tajante.): ¡Ya está bien! (a Josefina.) Vaya, usted. Vaya,


pero no se demore mucho.

JOSEFINA.— Descuide, volveré enseguida. (Hablando para la Redacción.)


¡Hasta ahora, chicos!

PINTO.— Faustino, préstame el transistor. Es para inspirarme. Para


trabajar no hay mejor estimulante que la música. ¿No te parece, Guimaraes?

GUIMARAES.— Sabes de sobra que no me lo parece. Si no fuese por esa


manía tuya, no andaría Faustino con el transistor a todas horas de un lado para
otro. Una Redacción decente no es un guateque. ¡Es necesario un mínimo de
silencio!

CLAUDIA.— Y cuanto más silencio, mejor. (El tono es de quien piensa en


otra cosa.)

(Pinto toca los botones del transistor. Se oyen palabras sueltas y fragmentos do
música. Después la sintonización se vuelve firme; sube el tono.)

VOZ DE LOCUTOR.— Faltan cinco minutos para las once. Paulo de


Calvalho canta "Y después del adiós".

(La canción será oída casi hasta el final. Apenas los primeros compases,
Guimaraes se levanta furioso y sale. Pinto escribe con entusiasmo a maquina.)

VALADARES.— Pon esa música más baja, Pinto, Y a ver si no tardas con
el articulo, que esto está acabándose. (Bosteza.) Quien quiera ir al bar, puede ir.
No os lo comáis todo, que yo también tengo hambre. (Se muestra distendido, pero
hay cierta artificialidad en el tono.)

(Cardoso y Fonseca salen conversando y riendo. Torres y Claudia se levantan


igualmente.)

VALADARES.— Torres, si no le importa, quédese unos minutos, me


gustaría charlar un poco con usted. (A Claudia.) Vaya, vaya a cenar.

(Claudia, sale, inquieta. Torres no la mira.. El transistor permanecerá sonando


durante toda esta escena. Cerca del final, dos de los periodistas regresaran del bar e irán
a sus puestos.)

VALADARES.— (Levantándose.): Vamos al despacho del director para


estar más cómodos. (Haciendo un gesto de invitación.) Son sólo unos minutos. No
voy a retrasar mucho su cena.

TORRES.— (Dirigiéndose al despacho.): Tengo poco apetito. Que no sea mi


hambre la que le quite el suyo.

(Entra en el despacho. Torres se sienta en uno de los sofás, enciende un cigarrillo,


extiende las piernas, se estira. Valadares se queda de pie.)

TORRES.— Estoy a su disposición.

VALADARES.— Hombre, no empiece ya hablando así. Es un lenguaje


inapropiado. "Estoy a su disposición". ¡Por favor! Somos compañeros de
profesión, conocidos desde hace tiempo, no vamos a andar con ceremoniales.
¿Somos o no somos compañeros?

TORRES.— {Refractario.): ¿Lo somos...?

VALADARES.— Pues claro que si. ¡Compañeros! y entre compañeros se


puede hablar. ¿O no?

TORRES.— {Tras dudar unos segundos.); ¿Sabe? En cierto modo tiene


razón. Ha sido una frase tonta; un mero formulismo heredado de nuestros
mayores, sin que se sepa exactamente cómo ni de quién: una frase que no
significa nada: una pequeña hipocresía. "Estoy a su disposición"', ¡Imagínese!...

VALADARES.— Entre compañeros de tantos años no hacen falta esas


cosas...

TORRES.— ¡Por supuesto que no!... Porque, tomada en su estricto


sentido, la frase quiere decir precisamente lo contrario de lo que Vd. afirma:
Usted dispone, y yo debo obedecer: no somos exactamente compañeros. Hay
una buena diferencia, usted es el jefe de Redacción y yo soy el redactor de
provincias. Yo soy especialista en la vida de villas y pedanías, y usted es perito
en los milagros de la villa y corte.

VALADARES.— Dejémonos de ironías. Para ese juego no cuente


conmigo. Le he propuesto esta conversación para hablar en serio. Más por su
interés que por el mío. Téngalo en cuenta.

TORRES.— Muy bien. Charlemos entonces.

VALADARES.— (Imitando involuntariamente al Director.): Torres, usted


sabe que en el plano estrictamente profesional es uno de los redactores más
competentes de esta casa; el mas competente incluso, sin demérito para Fonseca
y para Guimaraes.

TORRES.— Creo que se equi...

VALADARES.— (Interrumpiéndole.) No me diga que no, porque es la


pura verdad. Pienso así, lo piensa el director y, en el fondo, creo que todos los
compañeros son de la misma opinión.

TORRES.— (irónico.) En eso sí que se equivoca.

VALADARES.— No. No me equivoco. Si no fuese como le digo, estoy


seguro de que a duras penas soportarían sus sarcasmos. Porque usted
probablemente no se da cuenta, pero hiere con demasiada frecuencia a la
gente...

TORRES.— También ahí se equivoca usted: me doy perfecta cuenta.

VALADARES.— ¡Ah! Se da cuenta... Y no se enmienda, sino que insiste,


y se ensaña. Después se admira vd. de seguir siendo el redactor de provincias
solamente...

TORRES.— ¡Alto ahí! ¿Quién le ha dicho que a mí me admire el hecho de


seguir siendo redactor de provincias tan sólo? ¿Ha olvidado ya que la única vez
que en esta casa hemos estado de acuerdo todos, usted, el director, la
Administración y yo, fue cuando propuse que me cambiasen a mi actual
puesto? ¿Lo ha olvidado?

VALADARES.— No, no lo he olvidado. Pero sé muy bien que usted


podría tener responsabilidades muy diferentes en este periódico, si no fuese por
sus... manías.

TORRES.— ¡Ah! Ahora resulta que a eso se le llama "manías" ¡Estupendo!

VALADARES.— (Esforzándose por ignorar los sarcasmos.) Un profesional


como usted, lleno do experiencia, con una sensibilidad por el oficio, con un
olfato que muy pocos tienen...

TORRES.— Pues con el pestazo a podrido que hay aquí...

VALADARES.— (Controlándose a duras penas.) Sigue vd. empeñado en


perjudicarse a sí mismo. A veces le observo desde mi mesa corregir prosas de
alcaldes, barberos y boticarios, reportajes que me veo obligado a supervisar,
porque no desaprovecha ocasión de inocular su veneno, y luego es a mí a quien
corresponde asumir la responsabilidad de su publicación ante el director y ante
el presidente del Consejo de Administración... (Pausa.) ¿Por qué no deja de una
vez para siempre esos remilgos de idealista trasnochado, y se decide a hacer la
carrera periodística que se merece?...

VALADARES Y TORRES.— (Este último dice el texto como quien repite una
jaculatoria mil veces oída.)... Otros menos competentes, ascienden mucho antes
que usted. Y ¿quién sale perdiendo?: ¡el periódico! (Valadares queda
desconcertado.)

TORRES.— Palabra más o menos, creo que ésta debe de ser la centésima
vez que me viene con el rollo de mi alta cualificación, de mi idealismo, y de mi
terquedad. Abreviando: ¿podría decirme de una vez adónde quiere llegar con
esta conversación? Porque sé muy bien que Vd. no da puntada sin hilo.

VALADARES.— (Con furia apenas contenida.) ¡Estoy hablando en serio!


(Conciliador.) Me da una pena infinita que un hombre que...

TORRES.— (interrumpiendo.) ¡Eh! ¡Eh! jEh! ¡Un momento! Vayamos por


partes: En primer lugar, grábese en su cabeza para siempre jamás que no
necesito su pena para nada. Y dé gracias a Dios de que hoy me sienta benévolo
y no lo haga tragar de otra manera esa palabreja. Así que no la repita.

VALADARES.— ¡Oiga, le advier...

TORRES.— {Interrumpiéndole.) En segundo, debe saber que no me ha


descubierto nada nuevo cuando se ha referido vd. a mí denominándome
"Hombre". Le confesaré, muy confidencialmente, que ya me he dado cuenta de
que lo soy. Lo soy desde que nací, aunque, por suerte, no me contenté con los
atributos externos: me las arreglé para serlo un poquito más cada día,
ejerciendo la facultad de pensar.

VALADARES.— ¡Menos literatura! El asunto es bien distinto. No se vaya


por las ramas.

TORRES.— Tiene toda la razón, el asunto es otro. Si soy tan solo redactor
de provincias, si escogí ser redactor de provincias, dándoles a todos ustedes la
mayor alegría de sus vidas, es porque no quiero escribir una sola línea que,
directa o indirectamente, contribuya a hacer el juego al Régimen, objetivo
último de este periódico.

VALADARES.— (Ironía fácil.) Que le paga...

TORRES.— Una vez más tiene razón. Enhorabuena. Aunque sucede que
el único dinero que recibo es el que al final de mes voy a buscar a la caja. ¡Ni un
céntimo más! No tengo cheques de embajadas, ni secretas gratificaciones
especiales de ministerios, ni sobrecitos misteriosos, ni más ayudas de valor que
las fijadas en el convenio colectivo del periódico. Y no deseo otra cosa

VALADARES.— ¿Está insinuando algo?

TORRES.— Veo que no me ha entendido. Estoy afirmando algo.

VALADARES.— Si es a mí a quien pretende atacar...

TORRES.— ¿Se siente aludido? Si se siente aludido, tome la afirmación


como una denuncia contra usted. De cualquier manera, no faltará por ahí quien
me atribuya ésa y otras afirmaciones que nunca he hecho.

PINTO.— (Terminado su trabajo, se ha levantado, se ha acercado hasta el


despacho de dirección, cuya puerta ha abierto tan jovial como inoportunamente.) ¡Ya
está! ¡Una obra de arte del periodismo deportivo! ¡La gran crónica del siglo)
¡Pinto a la cabeza del pelotón...!

VALADARES.— (Contrariado por la interrupción.) ¿Otra vez. Pinto?


¿Quieres dejar de interrumpirme esta noche?

PINTO.— Perdón. No sabía. He terminado el artículo y venía...

VALADARES.— Está bien. Llévalo a Composición, y entrégaselo a


Jerónimo (Pinto inicia la salida del despacho.) Y quédate allí ayudando a a
paginación. Pero no hagas tonterías.

PINTO.— O.K., jefe, (Deja el despacho. Cruza y, al pasar junto a Faustino, le


devuelve el transistor.) Parece que hay tormenta. (Sale definitivamente por la puerta
del taller.)

TORRES.— Escúcheme, Valadares. esta conversación es estúpida y a mi


me irritan las conversaciones estúpidas. Ni le estoy descubriendo nada nuevo,
ni usted a mí tampoco. Dígame adonde quiere ir a parar, y acabemos con la
cháchara...

VALADARES.— ¡Como quiera! (Con frialdad.) Usted sabe muy bien que
la Administración no le ve con buenos ojos. No es de hoy, ni es de ayer; sino de
siempre. No vamos a polemizar ahora sobre las razones que vd. tiene o cree
tener. No discuto sus convicciones políticas. Pero me gustaría que
comprendiese que me cuesta Dios y ayuda todos los días convencer al director
para que haga frente a las presiones que le llegan de arriba.

TORRES.— No tiene por qué molestarse.

VALADARES.— En efecto, no tengo por qué molestarme. ¡Pero me


molesto! No pasa un solo día, ¡ni uno solo!, sin que por su culpa, me vea
forzado a servir de parachoques entre la Administración y el director, y usted
no me facilita las cosas: es más, las dificulta cuando puede.

TORRES.— Es que yo no le estoy pidiendo nada. Es usted el que se


empeña en entrometerse en mis relaciones con la empresa. Yo estoy muy bien
como estoy. Me encuentro muy cómodo con mi sección de provincias.

VALADARES.— ¡Estupendo! ¡Me parece estupendo! Si no aspira más


que a la redacción de provincias, si prefiere quedarse en la rama torcida,
quédese y que le aproveche, pero no me ponga más dificultades. No sabotee mi
labor.

TORRES.— ¿Yo? ¿Que yo lo saboteo su labor?

VALADARES.— ¡Sí! ¡Constantemente! ¡Encuentra pretextos en todas


partes! Hace apenas un rato, el asunto de

Guarda. Me irritó, consiguió que perdiese la sangre fría. ¡Y, encima,


ahora me veo obligado a tener un conciliábulo con Jerónimo por su culpa! Si ese
tipo cree que se puede permitir... ¡Chulo de mierda!

TORRES.— ¡Exquisito vocabulario!

VALADARES— (Está a punto de perder los estribos.) ¡Y ahora la ha


emprendido con esa chica que ha venido a hacer prácticas! No desaprovecha
ocasión de ejercer su pésima influencia sobre ella. ¡Si uno dice matar, la otra
dice degollar! Terminará por obligarme a quitarla de ese puesto y ponerla a
trabajar con Guimaraes, en Internacional...

TORRES.— ¿Castigada? ¿Como si fuera una niña?

VALADARES.— ¡Tengo responsabilidades! ¿Me oye? (Pierde


definitivamente el dominio de si mismo.) ¡Tengo gravísimas responsabilidades! Y
usted lleva ya en esto los años suficientes como para saberlo. El director se ha
ido a la cama, tan tranquilo. ¿Qué hace el director? Escribe el artículo de fondo,
da unos bostezos, de cuando en cuando se pasea por la Redacción para recibir
cumplidos... ¡Pero quien da el callo aquí soy yo! Su nombre figura en la
cabecera del periódico, pero soy yo quien lleva el periódico a las espaldas. ¡Ahí
está la diferencia! (Tono casi patético.)

TORRES.— Cuidado: no soy de fiar. Puede que mañana le diga todo eso
al director...

VALADARES.— (Sobresaltado, luego apaciguado.): ¡No hay cuidado que


valga! Puede que usted tenga muchos defectos, pero ese no: no es intrigante.
Además, estoy completamente seguro de que el director no le creería, y, aunque
le diese por ahí, yo me encargaría de quitárselo de la cabeza. (Brutal.) ¡Al que
acabarían jodiendo sería a vd.!

TORRES.— No hay duda. Estamos charlando como dos verdaderos


amigos...
VALADARES.— Me obliga a decir cosas que no quisiera. No quiere
darse cuenta de mi situación; no me ayuda a mantener aquí unas relaciones
armónicas. Porque le vuelvo a repetir lo mismo: ¿sobre quien cae la
responsabilidad de todo esto, eh?, ¿sobre quién? La noche esta tranquila, si
señor. Pero, si no lo estuviese, ¿quién sujetaría las riendas hasta que llegase el
director? Yo.

TORRES.— Que yo sepa, para eso exactamente es para lo que le pagan:


para sujetar las riendas.

VALADARES.— ¡No hay sueldo que compense esta responsabilidad!


Esto no es una hojilla parroquial, es un gran periódico: con peso; con influencia.
¿Cómo voy a tolerar la presencia de elementos subversivos en una redacción
que quiero armónica, unida por la amistad, por intereses comunes, por un
mismo ideal, incluso? Ponga una manzana podrida en un cesto de manzanas
sanas, y verá lo que sucedo: no tardará mucho tiempo en pudrirse el cesto
entero. Eso es lo que tengo que evitar...

TORRES.— Y piensa hacerlo amordazando a los redactores díscolos. ¿No


es cierto?

VALADARES.— Pienso hacerlo con responsabilidad. ¿Lo entiende?: ¡Con


responsabilidad! ¿Sabe lo que es eso? NO, no creo que lo sepa. A usted le va el
panfleto, la demagogia. ¡Que coño va a saber Vd. de periodismo responsable!
(Se ha ido entusiasmado.) ¿Hay misión más responsable que la del periodista? La
objetividad, el rigor, el respeto por el público... Nuestro comportamiento tiene
que ser ejemplar, si no. ¿cómo va a creer el lector en nosotros?

TORRES.— Eso mismo me pregunto yo.

VALADARES.— Déjese de bromas. La cuestión es muy simple, y voy a


exponerla con toda claridad, Después no me diga que no le avisé: o cambia
radicalmente de actitud dentro de la Redacción, o dejo de defenderle delante
del director y de la Administración. Si mañana le despiden, no vaya por ahí
quejándose de mí, porque le he avisado. ¿Entendido?... ¡Ah! En cuanto a su
protegida, la meritoria, la tal Claudia, tiene un pie dentro y otro fuera. Se trata
deesperar la ocasión.

TORRES.— (Levantándose suavemente.): Le he estado escuchando con toda


mi paciencia, que, cuando me da por ahí, es mucha. Pero como se está Vd.
poniendo pesado, ha llegado el momento de darle dos o tres contestaciones
bien dadas. Amistad con amistad se paga. (Pausa.) Ya le he dicho lo que pienso
del respeto al público, cuando tal respeto se manifiesta en las páginas de un
periódico como éste. No voy a repetirme. Tan sólo voy a relatarle una típica
crónica urbana. Si le gusta, le autorizo incluso a pasársela a Cardoso: Antes,
cuando todavía no había bolsas de plástico para la basura, las amas de casa
solían usar hojas de periódicos para forrar los cubos. Cuando el camión de la
basura llegaba, los basureros volcaban el cubo sobre el montón de desperdicios,
y con la basura tiraban también el periódico. Tengo que confesarle que, aunque
soy periodista, disfrutaba con auténtico deleite contemplando semejante
espectáculo. ¿Quiere saber por qué? ¿Quiere saberlo? Porque todo aquello era
basura: los desperdicios y el periódico, ¡todo basura!, ¡porquería! ¡mierda!

VALADARES.— (Indignado.): ¡Usted no tiene ningún respeto por la clase


a la que pertenece!

TORRES.— ¿Respeto? ¿Clase? ¿Qué respeto? ¿Qué clase? Tengo respeto


por algunos hombres quo ejercen esta profesión. Pero la clase, como vd. le
llama, aún está por nacer como tal. ¿Le parece que pertenezco a la misma clase
de Guimaraes, que todos los días va a recibir órdenes a la embajada ameri...

VALADARES.— (Interrumpiendo.) ¿Cómo se atreve a insinuar...?

TORRES.— Le vuelvo a decir que no insinúo. Afirmo.

VALADARES.— (Incapaz de controlarse.) ¡Se acabó esta conversación! Vd.


lo ha querido: no me venga después con lamentaciones. (Se dirige a la puerta.)

TORRES.— (Cortándole el paso.) Quédese tranquilo, no soy hombre de


lamentaciones. Pero ya que estamos metidos en faena, voy a echarle un poco
más de leña al fuego. No vuelva a cantarme en todo lo que le queda de vida las
alabanzas de la objetividad y de la imparcialidad, sus conceptos favoritos. Sabe
usted perfectamente que en nuestra prensa no hay objetividad; sabe Vd.
perfectamente que en nuestra prensa no hay imparcialidad. ¿Cuántos
acontecimientos importantes para la humanidad se dan diariamente en el
planeta? ¿Cuántos? ¡probablemente millones! ¿Cuántos de ellos son
seleccionados? ¿Cuántos pasan por la criba que los transforma en noticias?
¿Quien los selecciona? ¿Según qué criterios? ¿Con qué fines? ¿Qué aspecto tiene
esa especie de filtro a la inversa que intoxica con medias verdades? ¿Cuántas
noticias falsas se publican en el mundo? ¿Quién las inventa? ¿Con qué objetivo?
¿Quién produce la mentira y la transforma en alimento do primera necesidad?
No señor, no. la información no es objetiva: y en cuanto a imparcial, lo es a la
manera suiza. ¿O es que ignora Vd. el a.b.c. de este alfabeto? El dueño del
dinero es siempre el dueño del poder, incluso cuando no da la cara como tal. y
quien tiene el poder, tiene la información que defenderá los intereses del dinero
al que ese poder sirve. ¡Es algo tan claro como la luz el día! La información que
nosotros arrojamos al lector desprevenido es aquélla que, en cada momento,
conviene mejor a los dueños del dinero. ¿Para qué? Para que les demos a ganar
más dinero. Se sirven de nosotros, les servimos a ellos, ¿se entera? (Pausa.)
¿Pero qué estoy haciendo yo echándole un sermón? Usted sabe todo eso tan
bien como yo. Usted no tiene un pelo de tonto, ¿para qué engañarnos? Finge
que no sabe, cierra los ojos, firma la nómina y dice que cumple con su deber.

VALADARES.— Exactamente lo mismo que Vd.

TORRES.— Si, exactamente lo mismo que yo. Es cierto. No he tenido el


coraje de dar la espalda al sistema. Tiene Vd. razón. (Apasionadamente.) A quien
tendría que explicarle todo eso no es a usted, sino a toda esa gente que compra
el periódico y lo lee, y acaba por creer más en lo que dice que en lo que ven con
sus propios ojos. Debería tenor el valor de abrir las ventanas (Apunta al patio de
butacas: se supone que hay allí una pared, la pared invisible del escenario, con ventanas
igualmente Invisibles.) y gritar hacia afuera esta verdad tan clara y tan
celosamente ocultada. (Pausa.) Estoy seguro de que sería la primera vez que la
verdad saliese de este edificio.

VALADARES.— (Frío.): ¿Tiene alguna cosa más que decir?

TORRES.— ¿Más todavía? ¿Le ha parecido poco?

VALADARES.— A partir de hoy, mientras continúe trabajando en este


periódico, nuestras conversaciones quedan estrictamente limitadas a los
asuntos de trabajo. (Indicándole la salida.) Con su permiso.

(Valadares rodea a Torres y sale: Torres le sigue.)

TORRES.— No hay nada como una buena discusión para abrir el apetito.
Voy un momento al bar. (Haciendo mutis. Los periodistas miran perplejos.)

VALADARES.— (Con un grito.) ¡Faustino!

(Faustino, que está en la Redacción, da un salto. Quiere apagar el transistor,


pero se equivoca y aumenta bruscamente el volumen del sonido.)

VOZ DEL LOCUTOR.—

Grandola, Villa morena,

Tierra de fraternidad.

El pueblo es quien manda más


Dentro de ti, oh, ciudad.

(Crujido fuerte de botas en la tierra. La voz de José Afonso empieza a cantar.)

VALADARES.— (Que, primero pareció aturdido, va hasta la embocadura del


escenario, alucinado, tapándose los oídos.): ¡Apague eso!

(Es el grito de quien no sabe, sería el grito de quien supiese.)

(Corte súbito del sonido. Oscuridad.)


SEGUNDO ACTO

(La Redacción está tranquila. No es el tedio rutinario del principio del primer
acto, es, más bien, el abandono fatigado de alguna cosa que so acabó. Dos grupos
conversan. A un lado, próximos a la embocadura del escenario, están Torres y Claudia.
Más adentro, Guimaráes, Cardoso y Fonseca. Aislada. Josefina intenta oír la
conversación de Torres y Claudia.)

CLAUDIA.— Si le ha dicho Vd. todo eso, no se lo va a perdonar. Y


mucho menos habíéndolo oído Cardoso y Guimaraes. Estoy segura de que no
parará hasta lograr que le echen a Vd. de este diario.

TORRES.— (Con tono de quien prosigue un monólogo.): Me da igual. A fin


de cuentas, es lo mismo. ¿Qué diferencia hay entre estar aquí, en este periódico,
o estar en otro cualquiera? Es cierto que hay dos o tres menos sucios, pequeños
islotes de decencia que sobreviven con dificultades, pero en el fondo son
iguales. La verdad es que en el fondo, bien en el fondo de cada uno de nosotros,
anida la corrupción, la putrefacción. Ni tan siquiera los mejores escapan a la
contaminación.

CLAUDIA.— No sea tan derrotista; no le va nada. Vd. es un luchador. En


alguna parte de la prensa portuguesa habrá alguien, o algo, por lo que merezca
la pena seguir adelante.

TORRES.— No, no lo crea. No se puede trabajar en una cloaca sin olor a


mierda. Mire, si no, a nuestro querido jefe de Redacción: apesta a veinte metros
de distancia.

CLAUDIA.— (Preocupada.) Tenga Cuidado. Si le oyen, se arriesga Vd. a


quedarse sin empleo.

TORRES.— No sería la primera vez. Además, conviene ir aprendiendo


estas cosas. Estar desempleado, puede, en ciertas condiciones, llegar a ser
estimulante. De repente se encuentra uno fuera del sistema, excluido del
mundo, rechazado por todos. Llamas a las puertas y las puertas no se abren.
Los conocidos cambian de acera cuando te descubren a tiempo.

CLAUDIA.— No todo el mundo, hombre

TORRES.— No, es cierto. Otros, por el contrario, se ponen en plan


compasivo lo que resulta aún peor. Es una buena ocasión para comprobar si
uno es apenas lo que rinde, o si vale algo más que eso.
CLAUDIA.— Vd. saldría airoso de esa comprobación.

TORRES.— Poro intentar afrontarla es un lujo moral que no se lo puede


permitir uno durante mucho tiempo. Ni siquiera un hombro solo como yo.

CLAUDIA.— La soledad tiene sus ventajas...

TORRES.— Depende, a veces es muy dura.

CLAUDIA— ¿Hoy, por ejemplo?

TORRES.— Hoy, por ejemplo,

CLAUDIA.— Te ha deprimido la discusión.

TORRES.— Es probable. Al principio me pareció divertido, y aproveché


para decirle unas cuantas verdades. Pero, al final, como era de esperar, sentí
náuseas.

CLAUDIA.— Olvídalo; no pienses mas en eso.

TORRES.— No puedo; no se me va de la cabeza. {Alterándose por


momentos.) Aquel tipo hablándome de objetividad, de ideales, de
independencia, de respeto por el público, cuando en esta casa nos limitamos a
firmar un periódico que ya nos viene confeccionado por los coroneles de la
censura... ¡Los afables, los dulces coroneles, tiernos abuelos de sus nietecitos...!
Entérate de que los verdaderos, los auténticos periodistas de este desgraciado
país son los coroneles de la censura: nosotros somos simples copistas. ¡pasamos
a limpio! ¡Eso es todo!

CLAUDIA.— Déjalo ya. Te estás lastimando a ti mismo...

TORRES.— ¡Cuando veo a Valadares mendigando la dispensa de cortes;


cuando me entero de las maquinaciones que urden para inducir al infeliz lector
a tragarse el anzuelo, me dan ganas de morirme! ¡Pedir la dispensa para los
cortes es como si me estuviesen amputando el brazo a la altura del hombro y yo
les implorase que me lo cortaran por el codo!

CLAUDIA.— No le des más vueltas, todo eso va a cambiar muy pronto.

TORRES.— (Escéptico.) ¿Tú crees?

CLAUDIA.— Soy optimista por naturaleza. Algo se está moviendo...


estoy segura de que yo no me veré obligada a mendigar nada a ningún general.
TORRES.— (Cambiando de tono.) Ten cuidado. Es mejor que te las arregles
de manera que ni siquiera se fijen en ti. Estás empezando, y te seria muy difícil
encontrar trabajo.

CLAUDIA.— (Desanimada.) No sé si me importa. Una sueña, sueña... y


después la realidad es esto, no lo que habíamos soñado. ¡Llegué tan contenta al
periodismo! A veces, hasta me echaba a reir yo sola. Pensaba que iba a escribir
en los periódicos y que la gente que me leyese pensaría en lo que yo había
pensado...

TORRES.— ¿Pensar lo que tu habías pensado...?

CLAUDIA.— No, no es eso, no me entiendes. He dicho: "pensaría en lo


que yo había pensado". Es muy distinto. Yo no quiero que el lector piense como
yo, sino que se quede pensando en aquello que yo he pensado. Ya resolverá él
luego cómo tiene que pensar. (Se ríe de si misma.) ¡Ingenuidades! (Con desaliento.)
Ahora sé cómo son las cosas. He conocido por dentro esta profesión y no me ha
gustado nada. ¡Lo malo es que estoy segura de que ya no podría vivir sin ella...!
Aunque ¿quién sabe? ¡El mundo da tantas vueltas!

TORRES.— De todas las habilidades que el mundo posee, ésa es todavía


la que se le da mejor: dar vueltas. Posiblemente sea por eso por lo que los
hombres no consiguen estarse quietos. Aunque en este Portugalito de nuestros
pesares ni tan siquiera parece que estemos vivos.

CLAUDIA.— No crees en lo que estás diciendo. Tú, por ejemplo, estás


bien vivo. Esa acidez, esa rudeza. a mi no me engañan.

TORRES.— Eres una buena chica. Claudia. Crecerás, trabajarás en este


medio. ¡Pobre de ti si no te mantienes firme como haces hoy!

(En ese momento Faustino entra y se aproxima a Torres.)

FAUSTINO.— Señor Torres, fuera hay un tipo que lo busca. Está en la


sala de espera.

TORRES.— ¿A estas horas? ¿Quién puede ser?

FAUSTINO. Ha dicho únicamente que un amigo suyo; Carlos, me parece.

TORRES.— (Levantándose y saliendo.): ¡Carlos...!

(Josefina abandona su lugar y se acerca a Claudia, mansamente Guimaraes,


Cardoso y Fonseca pasan a prestar atención al diálogo que sigue.)
JOSEFINA.— (Insinuante.): ¡Vaya, vaya! ¡No salgo de mi asombro! ¡Qué
gusto ver a Torres tan parlanchín, tan amable, tan simpático, tan galante! Es un
milagro. Torres riéndose. ¡Con la cara de miércoles de ceniza que tiene! Si
parecía un romance a la antigua. (A los otros.) ¿Os habéis dado cuenta? (Los otros
se ríen.) ¿Quién iba a decirlo? (En otro tono.) Niña, ten cuidado. Mira que Torres
no es de fiar. Y si te dejas embaucar por su verborrea, terminará perjudicándote.
Ha tenido un enfrentamiento con el jefe...

CLAUDIA.— Ya lo sé. Él mismo me lo ha contado.

JOSEFINA.— ¡Por supuesto! El señor no se digna decir ni media palabra


a sus compañeros de toda la vida.; no nos considera dignos de su confianza.
¡Algún día acabará pegándose un tortazo! En ese momento no será bueno para
ti estar cerca. (Buena consejera.) Ponte en guardia, Claudita.

CLAUDIA.— Gracias por tus consejos. Sé ocuparme de mis asuntos.

JOSEFINA.— Te advierto que es por tu bien.

CLAUDIA.— ¡Lo de siempre! Hasta en los documentos oficiales viene esa


muletilla...

JOSEFINA.— (Sin entender.): ¿Qué es lo que viene en los documentos


oficiales? ¿Qué muletilla?

CLAUDIA,;- (Sonriendo.) "Por el bien de la Nación"

FONSECA.— (Desde el fondo.) Tú sigue por ahí, y ya verás. Mira que


cuando la cabeza no tiene juicio...

CLAUDIA.— (Secamente.)...el cuerpo es el que paga.

(Vuelve Torres, Josefina se une apresuradamente al grupo de los hombres;


murmuran.)

TORRES.— (Tenso, haciendo un enorme esfuerzo por dominarse, se detiene


junto a Claudia, pero sin mirarla.): Ven conmigo a la ventana. No digas nada. Ven.
(A Claudia en voz alta, fingiendo naturalidad.) ¿Quieres otro café?

CLAUDIA.— (Fingiendo indiferencia.) Bueno, si. Tengo un poco de sueño;


me despejará.

(Torres llega a la embocadura del escenario, donde se encuentra la máquina de


café. Claudia se le aproxima.)
TORRES.— Han venido a decirme que se están produciendo
movimientos de tropas en casi todo el país. Lisboa está siendo cercada.

CLAUDIA.— (Después de un silencio, con la voz ahogada.): ¿Qué tropas?


¿Contra quién? ¿Estás seguro de que es verdad?

TORRES.— Quien ha venido a informarme sabe lo que dice. En esta


ocasión cae el gobierno.

CLAUDIA.—¿Es otro 16 de marzo...?

TORRES.— No lo creo. Ahora va en serio.

CLAUDIA.— ¿Y nosotros? ¿Qué vamos a hacer? ¿Se lo decimos a los


demás, a Valadares, o nos quedamos callados?

TORRES.— Todavía no lo se. Tengo que pensar. Me han recomendado


que proceda de acuerdo con las circunstancias, pero de forma segura.

CLAUDIA.— Me dan ganas de decirlo a gritos, sólo para ver la cara que
se les pone.

TORRES.— La cuestión no es esa. La cuestión es el periódico.

CLAUDIA.— ¿El periódico?

TORRES.— Sí, el periódico. En estos casos las comunicaciones son


fundamentales. El triunfo o el fracaso puede depender de cómo se dé la noticia
a la población. Sobre todo durante las primeras horas.

CLAUDIA.— Entonces, la edición de mañana tiene que salir a la calle con


la noticia del golpe.

TORRES.— Sí, pero no creas que va a ser fácil. Volvamos a nuestras


mesas. Lo mejor será involucrar a la Tipografía en el asunto. Sin ella todo
resultaría más difícil. Pero para hablar con Jerónimo, necesito encontrar la
manera de sacar del Taller a Valadares.

CLAUDIA.— ¿Sigue allí?

TORRES.— Si. Bajó tras la discusión, y no ha vuelto a subir.

CLAUDIA.— Y Pinto, ¿está con él?

TORRES.— Pinto es lo de menos: no desconfía. ¿Qué puedo hacer?


¿Cómo sacar a ese tipo de ahí dentro?

CLAUDIA.— Déjame a mí.

(Dejan la ventana. Torres se aproxima a su escritorio. Ella va al teléfono de


Valadares, levanta despacio el auricular y lo pone sobre la mesa. Hace un gesto pidiendo
silencio a Torres, avanza hacia la puerta de la Tipografía y sale. Cardoso y Josefina ríen
con malicia.)

JOSEFINA.— No hay duda: el romance progresa. Tenemos Romeo y


Julieta. Dante y Beatriz. Laura y Petrarca... ¿Cuándo va a ser la boda. Torres?

(Torres permanece impasible, mientras suenan risitas burlonas.)

CARDOSO.— ¡Qué silencio! ¿No has oído a Josefina, Torres?

JOSEFINA.—¡Nada! ¡Mutismo total! ¿Está sordo, Torres?

CARDOSO.— Será la edad. El tiempo no perdona a nadie, y nuestro viejo


amigo Torres sólo está ya para sopitas y pan tierno.

(Las risas se interrumpen bruscamente al abrirse la puerta de la Tipografía y


entrar Valadares, que va a la mesa y coge el teléfono. Le sigue Claudia, quien deja la
puerta abierta.)

VALADARES.— Oiga. Oiga. Oiga. Se ha cortado la comunicación... ¿Qué


diablos...? (Golpea repetidamente en el apoyo del teléfono. Torres, mientras tanto,
alcanza la puerta de la Tipografía, y se pierde tras ella.) Oiga. Oiga. Oiga, señorita,
¿qué llamada era ésa? ¿Que nadie me ha llamado? ¡Pero bueno! ¿Así que me
dicen que hay una llamada para mí y resulta que no ha llamado nadie? ¿Qué
disparate de servicio es éste...? ¡A ver si pone más atención en lo que hace!
(Cuelga el teléfono, irritado. A Claudia, con cierta sequedad.): No entiendo. La
telefonista insiste en que no había ninguna llamada.

CLAUDIA.— ¿Que no había ninguna llamada...? ¿No creerá Vd. que yo


me divierto avisando a la gente al teléfono, como si esto fuese el vestíbulo de un
hotel? (Se aproxima, mira los dos teléfonos, simula rápidamente una reflexión.) ¡Ya sé
lo que ha pasado! Discúlpeme. Ha sido una equivocación. He debido cambiar
los teléfonos, el directo por el interno. Seguro que ha sido eso, la llamada era
por el teléfono directo. ¡Qué estupidez la mía! Discúlpeme.

CARDOSO.— Seguro que era una voz femenina.

CLAUDIA.— Parecía tener prisa.


VALADARES.— Sería mi esposa..

CLAUDIA.— Creo que no. No parecía su voz. Por lo menos no dijo que
llamase de la casa de los señores de Valadares.

CARDOSO.— ¿Fue alguien con voz de tórtola preguntando: ¿Eres tú,


Abilio? (Toda la Redacción se echa a reír.)

VALADARES.— ¡Ya esta bien! (Pausa.) ¿Ha llamado alguien, o no?

CLAUDIA— (Mintiendo serenamente.): Claro que han llamado. Y. como se


trataba de una llamada de trabajo, fui a avisarle.

VALADARES.— Esta bien. (Intentando recuperar el dominio de la situación.)


La edición está cerrada. Pueden marcharse si lo desean. Se quedan Pinto y
Fonseca para cualquier asunto de última hora.

(No tienen, prácticamente, tiempo de ponerse en movimiento. La puerta de la


Tipografía, se abre, y entran Jerónimo, seguido de Alfonso, linotipista, y Damiao,
cajista. Avanzan hasta mitad del escenario. Poco tiempo después vuelve Torres
discretamente.)

VALADARES.— (Sorprendido.): ¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? ¡Tres


ya es una comisión...

JERÓNIMO.— (Con serenidad que encubre una exaltación profunda.) En la


calle ha estallado una revolución. ¿Qué va a hacer el periódico? ¿Cuando
empiezan a entrar los originales en la imprenta?

(Todos se quedan estupefactos. Torres y Claudia disimulan lo mejor que pueden.


De todos lados rompen exclamaciones los periodistas se aproximan a los recién llegados.
Los tres tipógrafos están serenísimos.)

VALADARES.— ¿Cómo? ¿Una revolución? '(Mira a los periodistas


desconcertado.) Vosotros no... ¿Qué rayos quiere decir esto?

JOSEFINA.— Será un nuevo bulo.

CARDOSO.— Es una tomadura de pelo, ¿no lo estáis viendo?

VALADARES.— Si es una broma, ya sabéis que no me...

JERÓNIMO.— No es ningún bulo, ni ninguna broma; es verdad. ¿Qué va


a hacer el periódico?
VALADARES.— Esperad... esperad... Dejadme pensar. ¿Cómo lo habéis
sabido? ¿Quién os lo ha dicho?

JERÓNIMO.— Lo hemos sabido, y basta. Cómo o dónde, no interesa en


absoluto. No es un bulo, ni una broma. Es verdad: va en serio.

FONSECA.— (Acercándose.) De acuerdo. Admitamos que hay una


revolución. Que la Tipografía tiene fuentes de información que nosotros
desconocemos; que los periodistas hemos sido pillados en falta y, por lo tanto,
la Tipografía viene a darnos una lección. Admitamos todo eso. No se oye un
solo tiro, no se ven tropas por la calle (Se aproxima a la ventana.), pero hay una
revolución. Estupendo. Lo primero que habría que saber es de qué revolución
se trata. ¿Alguno lo sabe? ¿Alguien esta intormado? (A los Tipógrafos.) ¿Vosotros
lo sabéis? (Los del Taller guardan silencio.)... ¿No?... Ya veo que no. Además, si
hay una revolución, ¿es contra Caetano o a favor de Caetano? ¿Es la izquierda
que le quiere derrocar? ¿Es la izquierda? (Silencio entre los tipógrafos.) Lo dudo.
La izquierda, como todo el mundo sabe, no tiene fuerza. ¿Es, entonces, un golpe
de la derecha? De la derecha más a la derecha, quiero decir... (Temeroso de que
sus razonamientos le lleven a conclusiones peligrosas.) Irrumpís aquí de golpe,
constituidos en comisión, y preguntáis qué es lo que va a hacer el periódico. Sí,
señores, bien preguntado. ¿Y a mis preguntas quién responde? ¿Vosotros?

VALADARES.— (Celoso por la intervención de Fonseca.): Un momento.


Fonseca, déjame tratar este asunto a mí. (A Fonseca.) ¡No te metas en esto, coño!
(A todos.) Esas preguntas justamente las iba a hacer yo. Respóndalas. Jerónimo.

JERÓNIMO.— No tengo nada que responder. Digo que hay una


revolución en la calle y, como jefe del Taller, vengo a preguntar qué es lo que va
a hacer el periódico. Lo demás es asunto de los periodistas. Ellos son los que
cobran por enterarse de las noticias.

VALADARES.— ¿El resto de la Tipografía ya esté enterada?

JERÓNIMO.— Por lo pronto, no. Sólo nosotros tres. Pero cuando


volvamos allá abajo, se lo vamos a decir a todos. Esto no es un secreto que se
pueda guardar. ¿Va a contestar a la pregunta que hemos hecho, o no? Estamos
perdiendo un tiempo precioso.

VALADARES.— (Afligido.): No tengo nada que decir, no puedo


responder. Debo hablar antes con el director, con la ... con la... (Se interrumpe sin
saber cómo continuar.)

TORRES.— ¡Con la PIDE!


VALADARES.— (Bracea, furioso.) ¡Oiga, no le admito...! ¡Nunca he tenido
relaciones con la policía política!

TORRES.— No falta en esta casa quien las tiene. Puede pedir ayuda.

FAUSTINO.— ¡Esto es una provocación intolerable!

VALADARES.— (Gritando.) ¡No me haga perder la cabeza! ¡Ya le he


aguantado demasiado! (Se domina con dificultad, se vuelve a los tipógrafos.) Vamos
por partes. Vuelvan Vds. al taller, ya les llamaré más tarde. Voy a estudiar el
caso, a informarme, a mandar gente a la calle. Es necesario estar seguros, estas
cosas no se pueden hacer a la ligera, a bote pronto. Este es un periódico
responsable, no es ninguna hoja parroquial... (Conteniéndose.) Jerónimo, le ruego
que, por ahora, al menos, no diga nada en el Taller hasta que estemos
completamente seguros.

JERÓNIMO.— De eso, nada: yo lo canto todo...

VALADARES.— Pero si el golpe es de derechas...

JERÓNIMO.— Si el golpe es de derechas, más de derechas aún, tenemos


que estar preparados. Si es de izquierdas... (Se interrumpe, rompe por primera vez
su aparente impasibilidad, se apoya en los hombros de los compañeros.) Si es de
izquierdas, será una noche de fiesta, y las fiestas es mejor comenzarlas cuanto
antes. (Con otro tono.) Le doy un cuarto de hora para decirnos lo que piensa
hacer. El periódico tiene que empezar a imprimirse, y no hay crónica alguna en
la Tipografía, ni veo que la estén preparando aquí. ¡Un cuarto de hora!

(Se retiran los tres. Todo el mundo en la Redacción queda en suspenso, a la


espera. El silencio se vuelve insoportable. Y de repente llega de los talleres un clamor,
palmas y gritos.)

VALADARES.— (Como si se despertase.): Tengo que hablar con el director.


(Corre al despacho. A mitad de camino se detiene.) Fonseca, Guimaraes. Cardoso.
telefonead a otros periódicos, averiguad lo que está pasando. El cuartel general,
la policía, la guardia, investigad, investigad... Llamad al S.N.I.. que despierten a
los ministros...

TORRES.— ¿Y yo?

CLAUDIA.— ¿Y yo?

VALADARES.— ¿Ustedes?... Es mejor que no hagan nada. Hoy el


periódico les paga por estarse quietos. Quédense ahí, bajo mi vista. No me fío
en absoluto... Tú, Josefina, llama al personal que puedas encontrar, pero sólo
gente segura, ¿me has oído? Para confusión ya tenemos de sobra con la de aquí.
Trabajad con calma, nada de nervios. Y sed objetivos. (Entra en el despacho.)

PINTO.-— (Irrumpiendo por la puerta de la Tipografía.): ¡Joder, tíos! ¿Ya


sabéis? Hay una revolución en la calle... las tropas...

(Se queda atónito al ver que nadie le da importancia. Torres y Claudia se han
aproximado a la ventana.)

CLAUDIA.— Manuel Torres, ¿quieres saber mi opinión? ¿Quieres saber


lo que opina alguien que acaba de vivir un año en estos últimos cinco minutos?
Debes irte a la calle a enterarte de lo que ocurre. Esta gente intenta engañarnos.
Tienen razón tus amigos: lo importante es el periódico. Vete a la calle. Tal vez
no ganemos la revolución, pero vete a la calle. Sal mientras él está hablando por
teléfono.

TORRES.— ¿Podrás aguantar sola con ellos?

CLAUDIA.— Tendré que aguantar. El Taller ayudará. No estaré sola.

(Momento de suspense, Torres se decide y sale. En el último minuto Fonseca se


da cuenta y grita.)

FONSECA.— ¡Eh! ¿Adonde vas?

CLAUDIA.— Va a por cerillas.

(Claudia se queda mirando el patio de butacas, fijamente. como si estuviese


viendo levantarse al sol. Mientras tanto, Valadares se afana con el teléfono. Tiene
dificultades para llamar. Marca. Cuelga, vuelva a marcar, vuelve a colgar. "Oiga, oiga."
Lo normal.)

VALADARES.— Oiga. Olga. ¿Señor director? Valadares al habla. ¿Estaba


durmiendo?

Lo siento. Probablemente no será nada, los rumores de siempre, pero


tengo la obligación de avisarle. He recibido información de que hay tropas en la
calle. Sí, una revolución. ¿Usted sabe algo? ¿Está en el secreto? No, qué va, no es
eso. Es por si sabe algo. Sí, me parece mejor que venga. Lo más rápidamente
posible. Aquí tenemos complicaciones. No, no... Los Talleres. Se han colado
Redacción adelante. Ya sabe cómo son: unos exaltados. Jerónimo, Damiano.
Afonso... Olfatean la venganza. No tarde, se lo suplico. Claro, tiene que
vestirse... Oiga. Oiga ¿No cree que debería Vd. avisar a los miembros del
Consejo de Administración? Se molestarán si no se les dice nada... ¿Vd. avisa al
Ingeniero Figuereido? Perfecto. Tenemos que permanecer unidos...

(En el otro extremo cuelgan abruptamente. Valadares, medio atontado, se queda


mirando el teléfono. Lo cuelga y sale del despacho. Los otros continúan agitándose,
nerviosos. Claudia no se ha movido. Valadares vuelve al despacho del Director, intenta
una nueva llamada.)

VALADARES.— Mi general, disculpe lo avanzado de la hora. Soy


Valadares. Abilio Valadares... ¿Sabe quién soy? Sí, sí, del periódico... ¿Cómo
está? ¿Le he despertado, verdad? ¿No? Mejor, mejor. .. (Baja la voz.) Es que he
recibido información sobre ciertos movimientos de tropas. No sé de qué tropas
se trata. ¿Tiene alguna información que pueda darme? Si... si... si... si...
¿Entonces, en su opinión, es un rumor? Las Fuerzas Armadas apoyan al
Régimen... claro, claro... sin duda... Sí, claro que dimos la noticia... Con el relieve
que merecía... Fue una gran manifestación de solidaridad con la política del
gobierno... Importante, sí... Entonces, ¿le parece que no hay motivo de alarma?
En todo caso, si le llegan otras informaciones, hágamelo saber... Bueno, bueno...
Buenas noches, mi general, disculpe por haberle despertado a estas horas. Es el
deber de nuestra profesión. Sí, también es una línea de batalla. Se lo agradezco
mucho. Mi general merece todo el reconocimiento, siempre mostró apreciar

nuestro trabajo. Patriótico, claro... Buenas noches, mi general. Muchas


gracias. (Cuelga, se.pasa la mano por la frente, momento en el que descubre que las
pruebas censuradas que trajo Faustino permanecen aún sobre su mesa.) ¡Mierda! Se
han quedado aquí las pruebas con los cortes. ¡Faustino! (Sale en busca del
Ordenanza, quien acude a su vez) Lleva esto al jefe de la Tipografía. ¡Deprisa!
(Opta por quedarse en la Redacción. La agitación continúa, aunque es evidente que
nadie sabe nada. A Fonseca.) ¿Qué? ¿Hay noticias?

FONSECA.— (Que no está utilizando el teléfono.}: Es muy extraño. Todos


han oido rumores, pero nadie sabe nada cierto. O prefieren callárselo. ¡Me
apuesto lo que quieras a que está pasando algo serio!

VALADARES.— ¿Y los demás periódicos?

FONSECA.— Están como nosotros; indecisos. (A Cardoso.) ¿Verdad,


Cardoso? {A Valadares.) Ha sido él quien les ha llamado.
CARDOSO.— También han oído rumores, pero nada concreto.

FONSECA.— (A Valadares.) ¿Y el director?

VALADARES.— Ya viene para acá. Le ha cogido completamente


desprevenido. (Con otro tono.) También he hablado con un general, pero a él le
parece que es un rumor.

FONSECA.— ¿Y eso general...?

VALADARES.— Es de los buenos. Forma parte del grupo que acudió a


saludar a Caetano el otro día... Le he encontrado bastante seguro de lo que
decía. Aunque con ellos nunca se sabe .

FONSECA.— ¿Pero no te das cuenta de su juego? Si el golpe es de ellos,


es evidente que no te va a confirmar la noticia, sin más ni más, antes de tener
garantizado el éxito... Y si el golpe es de los otros, de esos capitanes, de los
tipejos de los manifiestos... está más claro que el agua que tu general esté "pez".
Habló por hablar; sabe tanto como tú y como yo..,

VALADARES.— ¿Tú crees?

FONSECA.— ¡Salta a la vista, hombre!

VALADARES.— ¿Qué podemos hacer?

FONSECA.— Averiguar algo, y posicionarnos enseguida, o apostar a


ciegas. Aunque si apostamos a ciegas, corremos el riesgo de columpiarnos. Tal
vez lo mejor sea aguantar, hasta que las cosas empiecen a tener sentido. Deja
que las aguas se calmen.

VALADARES.— Tienes razón. (Al redactor de Internacional bajando la voz.)


Eh, Guimaraes ¿Por qué no telefoneas a la Embajada americana? Allí tienen que
saber algo.

GUIMARAES.— Por teléfono no me van a decir nada. ¿Crees que son


idiotas?

VALADARES.— (Desorientado.): Entonces, acércate allí, y preguntas. Por


fuerza tiene que haber alguien... Y. si no, llégate a casa del agregado...

GUIMARAES.— ¡Sí. claro, me voy a ir ahora a la calle. para que jueguen


conmigo al tiro al blanco! ¡Ni hablar! Conmigo no cuentes. Manda a otro. Yo
soy redactor de internacional, las cuestiones de política interna no son de mi
incumbencia.

VALADARES.— Fonseca no puede ir, lo necesito para los contactos. No


querrás que mande a Josefina a la Calle...

GUIMARAES.— Manda a Pinto.

VALADARES.— ¡No digas tonterías!... Pinto no sirve para eso... ¡Si


viniese alguien...! ¿Josefina, has llamado ya? Y tú, Cardoso... pero no, las
personas que interesan no te conocen... (Se interrumpe bruscamente.) ¡Torres!
¿Donde está Torres?

CLAUDIA.— (Se aparta de la ventana. camina hacia Valadares.): Ha ido a


comprar cerillas. (Se sienta impávida ante su mesa.)

VALADARES.— (Momentánearnente desconcertado.): ¿Cerillas...? ¡Ah. ya


entiendo! Su señoría se ha ido a la calle sin que yo le enviase: ha tomado esa
decisión con su propia e Inteligente cabeza; ha desobedecido la orden que yo le
había dado. ¡Estupendo!

GUIMARAES. Al menos nos ahorramos los demás el tener que salir en


busca de noticias...

VALADARES.— ¡Ya veremos que clase de noticias nos trae el señor


redactor de provincias! Es hombre para fabular una revolución si no consigue
encontrarla por el camino. ¡Ya le daré mañana revolución! Su vida es la que va a
sufrir una revolución. ¡Despedido por mala conducta profesional! Que vaya
después a quejarse al sindicato, que le van a poner paños calientes ¡Se acabó!
¡Estoy harto! ¡Esto supera ya todos los límites posibles!

GUIMARAES.— Si se hubiese empezado por ahí cuando sacó a relucir la


primera discrepancia..—

VALADARES.— (Se agita.) Una cosa son las discrepancias, las diferencias
de opinión, absolutamente respetables si se dan dentro de unos límites
razonables. y otra muy distinta es esta indisciplina permanente. Esta resistencia
pasiva. (Mira a Claudia.) ¡Cerillas, ¿eh? Usted también me ha salido una buena
prenda. ¡Cerillas...! Descuide, no va a ser el retraso lo que le perjudique. ¡Ya le
daré mañana cerillas...!

CLÁUDlA.— ¿Y SI gana la revolución?

VALADARES.— Puedo que la revolución sea usted, convertida en


panadera de Aljubarrota... ¿o no? Pues sepa que a mí me da. lo mismo. Soy un
profesional de la Información, ¿se entera?, no un político. Defiendo la
objetividad, la neutralidad de la prensa, no estoy comprometido con el poder...
(Claudia sonríe) ¿A que viene esa risita? ¿A que viene, eh? ¡No le admito que
ponga en duda mi palabra?

(Faustino ha vuelto del taller. Es evidente su embarazo.)

FAUSTINO.— Señor Validares, el señor Jerónimo...

VALADARES.— ¿El señor Jerónimo, qué?

FAUSTINO.— El señor Jerónirno dice que no hace los cortes...

VALADARES.— ¿Que no hace qué?

FAUSTINO.— Los cortes...

VALADARES.— ¿Ha dicho eso?

FAUSTINO.— Si.

VALADARES.— Vuelve allí abajo, y dile que venga inmediatamente a


hablar conmigo. Quiero verle la ca...

(La puerta de la Tipografía se abre y aparece Jerónimo. Valadares. visiblemente


pierde seguridad.)

VALADARES.— Jeró... Jerónimo, me dicen que usted no quiere hacer los


cortes. ¿Qué diablos es eso...? No me busque complicaciones... La consulta
previa..,

JERÓNIMO.— ¡En un momento como éste, a la consulta previa que le


den por el culo!: ¡y a la censura también! Lo que nosotros queremos saber ahí
abajo es qué periódico va a salir a la calle. El tiempo está pasando y no sabemos
una palabra sobre lo que sucede- Preguntamos a los periodistas, y están en las
mismas. Es como si hubiese una conjura.

VALADARES. Pero hombre, tenemos que averiguar primero, tenemos


que saber... Torres está investigando...

CLÁUDIA.— (Interrumpiendo): Torres ha ido por iniciativa propia, sin


instrucciones ni órdenes de nadie. Razón por la cual el redactor jefe ha
amenazado con echarle a la calle por mala conducta profesional.
VALADARES.— ¡Cállese, imbécil! ¡Desaperezca de mi vista! Quien se va
mañana mismo a la calle es usted. ¡Despedida! Y su querido Torres de
provincias irá a hacerle compañía tan pronto como vuelva. No voy a permitir
que se quede aquí subvirtiéndome a toda la Redacción.

JERÓNIMO.— (Tranquilo.): Es muy probable que no se despida a nadie.


Volviendo a lo nuestro, señor Valadares...

VALADARES.— (Procurando dominarse.): Oiga: Jerónimo, le garantizo que


no está más preocupado que yo...

JERÓNIMO.— Le creo. Pero probablemente no estamos preocupados en


la rnisma medida ni por las mismas razones. Sería la primera vez que tal cosa
ocurriese.

VALADARES-.No es eso. Estoy esperando al director. Le he telefoneado


y le he dicho lo que pasa. Ya está en camino; no tardará, entonces trataré todo
este asunto con él. Mientras tanto Torres volverá con noticias, y nos
enteraremos de cómo evolucionan los acontecimientos... (A Pinto.) Pinto, vete a
la calle.

PINTO.—¿Quién, yo?

VALADARES.— Sí, tú.

PINTO.— Pero ¿qué hago yo...? ¿Adonde...?

VALADARES.— ¡No lo sé! ¡Sal por ahí! Vete a la Emisora.... al Radio


Club, a la Televisión, pasa por los emplazamientos militares, y saca alguna
foto... Si encuentras a Torres dile que estamos esperándole... ¡Vamos, deprisa!
(A Jerónimo, después de que Pinto haya salido.) ¿Lo ve? Estarnos sobre el asunto. El
periódico no va a quedar en mal lugar; nunca lo estuvo, Pueden confiar en la
Redacción y en mí personarmente. Todo saldrá bien; satisfactoriamente.

JERÓNIMO.— (Le mira firmemente.): Confiar, no confiamos. Pero vamos a


esperar. (Hace un movimiento de retirada, pero se corrige.) ¡Ah! la Tipografía quiere
ser informada de la llegada del director. (Sale.)

FONSECA.— (Irónico.): Los pollitos cacarean, corno si fuesen gallos. Lo


más probable es que formen una buena gresca y acaben sin plumas y
cacareando. Me voy a reir muchísimo.

VALADARES.— Déjate de provocaciones ahora. No ganamos nada con


ellas. Necesitamos tenerlos a nuestro lado.
FONSECA.— (Va hacia Valadares.): ¿Provocaciones? Quien viene con
provocaciones es Jerónimo, no yo. Y tú te callas, contemporizas, tragas. ¡A mí
me lo iba a hacer! Este periódico necesita mano dura, o se vendrá abajo.
¡Acabaremos cayendo en la anarquía!

VALADARES.— (Sintiéndose vejado delante de los redactores.): No te admito


que me hables en ese tono. Nuestra amistad no te da derecho... La
responsabilidad es mía; ¡mía! Yo sé lo que hay que hacer. ¡Ocúpate de tu
trabajo!

FONSECA.— (En voz más baja.): Precisamente por la amistad que nos
une. te estoy hablando como te estoy hablando. Ya te sostuviste mal en tu
puesto el 16 de marzo.

VALADARES.— ¡Tú sigue por ahí! El mejor regalo que puedes hacer
ahora a esos matones es provocar la discordia entre nosotros.

FONSECA.— (Tras unos instantes de duda, reprimiendo su agresividad.)


Tienes razón. No es éste el mejor momento para discusiones. Estoy
completamente de acuerdo, LO pasado, pasado está. Pero de ahí a consentir que
esos tipos vengan aquí a ponernos sus zarpas encima, va una distancia que yo
personalmente no estoy dispuesto a consentir que sobrepasen. ¡Cada uno en su
sitio! No temas, no voy a ponerme a dar órdenes a los linotipistas.

VALADARES.— Eso espero, por el bien del periódico. Ya estoy yo aquí


para darlas.

FONSECA.— (Alzando la voz intencionadamente.) ¿Tú? Pero si tú


consientes incluso que Claudia se permita el lujo de desmentirte delante de toda
la plantilla. ¡Una meritoria! ¡Una estudiante en prácticas, que anda
continuamente con Torres conspirando, intrigando, secreteando sin respeto
alguno a la jerarquía, tiene el atrevimiento de desmentir a todo un redactor jefe!
(Se vuelve hacia Claudia.) Oye, niña, ¿sabes tú lo que es un redactor jefe?; ¿lo
sabes?

CLAUDIA.— (Temblorosa, pero segura de sí.): No lo sabía, poro ahora lo sé.


Está a la vista de todos,

(Fonseca se queda desconcertado, duda, se encoge de hombros, va hacia su lugar.)

JOSEFINA.— (A Fonseca.): ¡Bien hecho! Nos está bien empleado por


admitirlas. Estas entrometidas se cuelan en la profesión con sus vaqueros
ceñidos, oliendo todavía a biberón. ¡Malcriadas! Si te descuidas, hasta se
drogan. No me sorprendería nada.
CLAUDIA.— (Que ha oído.): No se sorprenda, porque es verdad. Estoy
drogada desde que entré aquí.

VALADARES.— ¡Cállese!

(Entra Faustino muy alterado.)

FAUSTINO.— ¡El director! ¡El director! Acaba de llegar con el ingeniero


Figueiredo... Traen unas caras así de largas. Está mal la cosa, ¿eh?

(Se abre la puerta y entra el Director, seguido por el Presidente del Consejo de
Administración, vienen preocupados.)

DIRECTOR.— ¡Buenas noches, señores! Valadares, venga a mi despacho,


queremos hablar con usted. (Antes de entrar en el despacho se detiene, vuelve sobre
sus pasos, y se dirige a todos los periodistas presentes.) Parece que hay alguna
alteración del orden público. Se habla de tropas... Voy a reunirrne con el
redactor jefe y con el señor presidente del Consejo de Administración, pero
antes querría expresarles nuestro convencimiento de que contamos enteramente
con Vds. Llevamos juntos mucho tiempo, al menos lo mayor parte de la
Redacción, y siempre hemos trabajado en armonía. Nuestra principal
preocupación debe ser el periódico. Me quedaré a su lado hasta que todo se
resuelva. A fin de cuentas esto también es un frente de batalla. Y ahora, vamos a
charlar, Valadares.

GUIMARAES.— (Mientras salen los jefes, a Fonseca.) Parece sereno. Tal vez
las cosas no estén tan mal... Un Régimen como este no cae así, sin más. sólo
porque algún regimiento... ¿No te parece?

FONSECA.— (Reticente.):Sí. Sí...

(Claudia dará muestras de desánimo. La Redacción está expectante. Se oyen


monótonamente los télex.)

VALADARES.— (En el despacho.):Buenas noches, señor ingeniero.

ADMINISTRADOR.— Buenas noches Valadares. ¡Vaya situación, eh!

VALADARES.— Es verdad. ¡Qué situación!

DIRECTOR.— (Queriendo ocultar su inquietud.): ¿Qué novedades hay,


Valadares? Dígame lo que sepa. ¿Se conoce ya quién ha dado el golpe?

ADMINISTRADOR.— ¿Procede del movimiento de los oficiales, o se


trata de un golpe de anticipación de fuerzas afectas al gobierno? Yo no he
conseguido enterarme de nada, por más que lo he intentado.

DIRECTOR.— Yo he hecho un par de llamadas, pero nadie estaba al


corriente. Sabían tanto como yo.

ADMINISTRADOR.— A mi en dos sitios ni siquiera me han contestado.


Me ha extrañado, francamente: se trataba de sitios importantes. ¡No quiero ni
pensar que la desbandada haya empezado ya!

VALADARES.— Pues aquí estamos en las mismas. No hay


informaciones. Torres está en la calle...

DIRECTOR.— ¿Torres? ¿Por que ha mandado a Torres? No me parece el


más conveniente en un caso como éste...

VALADARES:- Depende del punto de vista... También he mandado a


Pinto. Tengo efectivos para distribuir, pero faltan datos. No puedo enviarlos al
azar. No les negaré que me siento preocupado: mucho me temo que...

DIRECTOR.— ¿Que os lo que teme, Valadares?

VALADARES.—Temo que el golpe sea del movimiento de los oficiales.

ADMINISTRADOR.— ¡Diablos!

DIRECTOR.— ¡Carajo!

VALADARES.— Contra el gobierno y contra el Régimen. Todos los


indicios apuntan hacia eso.

DIRECTOR.— ¿Pero si es contra el gobierno, ¿a favor de quién es? La


verdad es que los comunicados, los papeles que han circulado son, en ese
punto, un poco vagos.

ADMINISTRADOR.— Y... ¿Qué posición vamos a tomar nosotros?

(En el momento adecuado de este diálogo, Claudia se levantará de su silla y, con


paso firme, avanzará hacia la puerta de la Tipografía. Sale.)

VALADARES.— Ese es el problema. El Taller está inquieto: han estado


alborotando con vivas y bravos, prefiero no saber a qué ni a quien.

DIRECTOR.— Al Taller lo pongo yo en orden. Déjemelos a mí.


ADMINISTRADOR.— ¿Y... la Redacción?

VALADARES.— Algunas tensiones, pero nada particularmente grave.

DIRECTOR.— (Pensando en otra cosa.): Estarán de acuerdo conmigo en


que lo primero que hay que hacer es retirar mi articulo de fondo. En esta
situación, con un golpe, o una revolución, o lo que sea en la calle, un artículo
como ése deja de tener sentido.

VALADARES.— ¿Cree usted?

DIRECTOR.— Estoy completamente seguro. Tomemos como hipótesis,


sólo como hipótesis, que el golpe es del movimiento de los oficiales y que los
oficiales ganan: estaríamos quemados.

VALADARES.— Bien, pero ¿y si pierden?

DIRECTOR.— Si pierden, el artículo tendría que haber sido otro: una


buena, una sólida e indignada condena del acto sedicioso. No hay más
alternativas.

ADMINISTRADOR.— Sí, eso es cierto.

VALADARES.— ¿Y si el golpe fuese del otro lado? ¿Si fuese para reforzar
el Régimen, con este gobierno o con otro?

DIRECTOR.— Es lo mismo. Mi artículo apuntaba a cierto objetivo, tenía


una intencionalidad. Todo eso ha sido superado por los acontecimientos.

VALADARES.— La verdad es que... se mire por donde se mire...

DIRECTOR.— No le dé más vueltas, querido Valadares (Habla con mayor


seguridad.). Si el golpe fuese derrotado, anótelo bien, si el golpe fuese derrotado,
tendremos que condenarlo, venga de donde viniere: con mayor o menor
indignación, con más o menos habilidad, pero tenemos que condenarlo. Ahora
bien, si el golpe triunfase..., si el golpe triunfase necesitaríamos ser más
cautelosos.

VALADARES.— ¿Más cautelosos?

DIRECTOR.— Podría ser que ganase hoy, para perder mañana. No nos
conviene comprometernos o ciegas.

VALADARES.— ¡Ya!
DIRECTOR.— Sea como sea, es obvio que lo primero que hay que hacer
es retirar mi artículo.

ADMINISTRADOR.— No entra dentro de mis competencias interferir en


la línea política del periódico, pero aun así, debo decir que el análisis me parece
muy correcto. (Tono descuidado, a Valadares.) En cualquier caso, el director y yo
hemos hablado ya de esto por el camino...

VALADARES- ¿Cómo...? ¿Ustedes ya...?

DIRECTOR.— (Embarazoso y con irritación mal disfrazada.): Sí, claro,


charlamos... Yo expuse mi idea...

VALADARES.— (Sin tomar posición.): Está bien. Está bien: se retira el


artículo de fondo. Pero el asunto principal no es ése...

DIRECTOR.— (Súbitamente.): Un momento...: acabo de tener una idea...


¿Y si no sacásemos hoy el periódico? Podríamos aducir mil explicaciones. Decir
que recibimos órdenes tajantes del gobierno. .. ¿Todavía hay gobierno, no...?
Inventar una avería en la rotativa, provocarla incluso... un cortocircuito...
cualquier cosa. Ya sé que supone ciertos riesgos, pero es una hipótesis a
estudiar...

ADMINISTRADOR.— No sé... El hecho de no publicar resulta siempre


perjudicial...; no bastaría con decir que cumplimos las órdenes del gobierno,
sería necesario que todos los demás periódicos tampoco saliesen.

VALADARES.— (Reflexionando.): Es... complicado... El Taller... El Taller


está muy intransigente...

ADMINISTRADOR.— ¡Además, eso! Estando así el personal, nos


desmentirían inmediatamente. Resultado: descrédito público... y quizás futuras
represalias. En cuanto a averiar la rotativa, me parece difícil. ¿Quien va a
hacerlo...? No dudo de que conseguiríamos encontrar a alguien en el Taller
dispuesto a ayudamos, pero en una situación así ¿cómo podríamos establecer el
contacto?

VALADARES.— Tal y como están los ánimos ahí abajo.... pongo en duda
incluso que un hombre de nuestra confianza esté dispuesto a correr ese riesgo.

DIRECTOR.— Es evidente que la situación se le ha ido de las manos,


querido Valadares. Hemos llegado demasiado tarde... el mal ya está hecho...

VALADARES.— (Hundido.): Señor director, pongo mi cargo a su


disposición. Cualquier otro profesional más cualificado que yo...

DIRECTOR.— ¡Venga, hombre, por Dios! ¡No me salga ahora con


dimisiones! No es precisamente el momento más oportuno!

ADMINISTRADOR.— Además, hay otro aspecto del asunto que no


podemos ignorar: la publicidad... ¿Ha pensado en las agencias publicitarias? El
perjuicio material que sufrirían, la falta de garantías... Mi cargo me obliga a
preocuparme de estas cosas rastreras: los anuncios, el mercado... Suceda lo que
suceda, mañana es día de vender mucho papel. ¿Vamos a perder semejante
oportunidad?'

DIRECTOR.— ¿Cree entonces que debemos publicar la noticia?

ADMINISTRADOR.— No veo manera de evitarlo. Una referencia


escueta, simple, sin opinión. Un suelto que deje la puerta abierta para cualquier
rectificación posterior, si fuese necesario.

DIRECTOR.— No sé... Es demasiado arriesgado... ¡demasiado! Yo... Yo


propongo otra idea. En el fondo consiste en reunir las dos: la suya y la mía.
Escuche. Lanzaríamos una primera edición sin ninguna referencia al golpe, una
especie de globo sonda, que no nos comprometiese ni con un lado ni con el otro.
Ganaríamos con ello tiempo para recabar información para una segunda
edición.

ADMINISTRADOR.— (Tras meditarlo unos segundos.) No está mal. Así


jugaríamos con la necesaria garantía.

DIRECTOR.—Yo controlo el personal de la Redacción. Se habla con los


más adictos... Fonseca, por ejemplo, es incondicional... ¿No le parece,
Valadares?

VALADARES- (Vencido.): Sí..., sí señor director, Fonseca... Fonseca es


incondicional.

DIRECTOR.— (Triunfante.): De esta manera apaciguamos a la Tipografía


con la promesa de una segunda edición, al tiempo que recuperamos el dominio
de una situación que perecía perdida.

ADMINISTRADOR.— ¡Perfecto! ¡Perfecto! Enhorabuena, querido


amigo. Es el huevo de Colón. Una idea suya, una idea mía. ¡Excelente! Ahora
tan sólo hace falta tener talento para convertirla en realidad.

DIRECTOR.— Esa es tarea de subalternos.


(Se ríien ambos, distendidos. Valadares no parece compartir el entusiasmo. El
Director hace un gesto amplio, demostrativo, elocuente.)

ADMINISTRADOR.— ¡Solucionado! El periódico sale, pero sin noticias


del golpe.

DIRECTOR-— (Can malicia.) En cuanto a la segunda edición...

VALADARES.— No creo que los Talleres...

DIRECTOR.— ¡Por favor, Valadares! ¡Ya está bien! ¡No me venga otra
vez con los Talleres; no lo soporto más! El Taller hará lo que se le ordene, ¡y
punto! Si usted no es capaz de restablecer la disciplina, yo me entenderé con
ellos. Creo que será lo mejor. ¡Usted no tiene condiciones, hombre.

VALADARES.— ¡Señor director...

DIRECTOR.— ¡No las tiene, carajo! ¡No las tiene! Permítame que se lo
diga. Ha contemporizado demasiado; ha permitido que el periódico caiga en la
anarquía.

VALADARES.— He hecho lo que he podido, se lo aseguro; lo que he


podido. Dada le situación, no se podía hacer más; era muy difícil. Es más, no
creo que en estos momentos...

DIRECTOR.— ¡Esto es una guerra, ¿lo entiende? ¡Una guerra! ¡Y en la


guerra no se puede estar constantemente templando gaitas con el enemigo!

VALADARES.— Sí, señor director.

ADMINISTRADOR.— Necesitamos restablecer el principio de autoridad.


Valadares. Tiene que entenderlo...

VALADARES.—Sí, señor presidente.

DIRECTOR.— (Levantándose con el aire marcial de quien va a librar una


batalla.): ¡Ya está bien de contemplaciones! Voy a llamar a Faustino. (Toca el
timbre.) ¡Faustino! (Insiste en el timbre, como si fuese un clarín.)

(En esa preciso momento, se abre la puerta de la Tipografía. Aparecen, otra vez.
Jerónimo, Damiao y Afonso, seguidos de Claudia y, si es posible, de otros obreros.)

JERÓNIMO.— Creo que el director ha llegado. Queremos hablar con él.


(Todo el mundo se hace el desentendido. Faustino, que mientras tanto había
llegado hasta la puerta del despacho, queda paralizado. En ese memento, el Director,
cansado de insistir con el timbre sin obtener respuesta, se dirige a la puerta, la abre y
grita.)

DIRECTOR.— ¡Faustino!

(Todos los presentes quedan en suspense. Es Claudia quien, tras unos segundos
de desconcierto, rompe le tensión reinante.)

CLAUDIA.— Señor director, están aquí los de la Tipografía para hablar


con usted.

(El Director y el Administrador se quedan perplejos, paralizados por una


situación nueva para ellos.)

DIRECTOR— Ah, sí. ¿Qué tal, Jerónirno? ... Precisamente... Precisamente


estaba llamado a Faustino para que le avisase. El señor presidente del Consejo
de Administración y yo queríamos... queríamos charlar un momento Con Vd.
Suba, suba. Afonso y Damiao pueden volver al trabajo.

JERÓNIMO.— Están trabajando, Sr. director. Si hemos venido los tres,


no es por capricho nuestro, sino porque hemos sido elegidos para representar a
la Tipografía. Pero, si lo prefieren, puede subir el Taller entero.

DIRECTOR.— No, déjelo. Está bien así. No es que me asuste discutir con
todo el Taller, pero no tenemos tiempo que perder.

JERÓNIMO.— Muy bien. En tal caso, me permito sugerir al señor


director y al señor presidente del Consejo de Administración que
aprovechemos para hablar aquí mismo, en la Redacción; ahorraremos ese
tiempo que tanto necesitamos, y ganaremos espacio. A no ser que deseen bajar
a los Talleres...

ADMINISTRADOR.— En realidad, yo preferiría quedarme por ahora


fuera de esta conversación... No quisiera invadir las cornpetencias de la
dirección.

JERÓNIMO.— Entonces... ¿el señor director quiere que pasemos a los


Talleres?

DIRECTOR.— No, no es necesario. Podemos hablar aquí, por supuesto.


(El Director y Valadares pasan a la Redacción.)
JERÓNIMO.— Pues bien, usted dirá. Porque el tiempo pasa y aquí nadie
decide nada. A nuestro modo de ver, el jefe de Redacción ha estado retrasando
intencionadamente la marcha de la edición.

DIRECTOR.— Pero Jerónimo, hombre, no creo que el Sr. Valadares...


¿Qué motivos iba a tener para...?

JERÓNIMO.— Sabemos que hay un golpe militar en la calle y hasta


ahora nadie nos ha dado una sola línea sobre el asunto.

DIRECTOR.— Un golpe militar es mucho decir, Jerónimo. Hay rumores


de que podría estar produciéndose un golpe militar. Sólo rumores...

JERÓNIMO.— Rumores, bulos o noticias, para el caso es lo mismo. A Ios


muchachos y a mí nos gustaría saber su opinión sobre lo que va a hacer el
periódico. Eso es responsabilidad suya.

VALADARES.— Pero ya les he dicho que Torres está en la calle y que...

JERÓNIMO.— A nosotros nos parece un poco extraño que, en una


situación tan seria como la que presumiblemente se está viviendo, sólo un
periodista haya salido a la calle. Sobre todo, porque sabemos que incluso ese
único periodista ha salido por iniciativa propia, no porque se le haya enviado.

DIRECTOR.— (A Valadares.): Pero usted me dijo...

VALADARES-- No... Si yo...

DIRECTOR.— ¡Está bien! Dejemos esto ahora. (A los tipógrafos, con tono
paternal.) Bien, vamos a encaminar este delicado asunto como personas adultas.
En primer lugar, y esto es muy importante, tengo especial interés en recordarles
que hemos vivido aquí durante todos estos años como una familia, y quiero
afirmar mi absoluto convencimiento de que, suceda lo que suceda en estas
próximas horas, así continuaremos viviendo viviendo...

JERÓNIMO.— ¿De verdad cree que éste es el mejor momento para


discursos de confraternización, señor director? Primos, sobrinos o
contraparientes, no me parece que estemos ahora para averiguar parentescos.

DIRECTOR.— (Tratando de disimular la ira.): Ya veo, ya. Me doy perfecta


cuenta. No necesito que me evidencie lo obvio. (Intentando cambiar el tono.) Hay
un golpe militar — según parece, porque seguros aún no lo estamos del todo—,
pero no sabemos quién lo ha dado...
CLAUDIA.— Es de izquierdas. El golpe es de izquierdas.

DIRECTOR.— ¿Cómo lo sabe? El golpe es militar, los rumores nada


dicen acerca de la participación de civiles. ¿Cómo se puede saber, así, de
repente, si es de izquierdas o de derechas? Como profesionales, nuestro primer
deber, nuestra obligación principal, es evitar caer en precipitaciones que
puedan llegar a perjudicar a nuestro periódico en el futuro...

CLAUDIA.— Como profesionales, nuestra primera y única obligación es


averiguar lo que ocurre y contarlo. No tenemos otro deber.

FONSECA.— (Desdo el fondo.): ¡Ya está la tía esta dando lecciones!

JERÓNIMO.— Vamos, señor director, Seamos lógicos. Si usted tuviese la


seguridad, la seguridad digo, sin ninguna duda, de que el golpe servía a sus
intereses, ya habría mandado a todos los periodistas a la calle, y estaría
preparando un gran reportaje, porque habría sido avisado previamente, para
que el periódico hiciese una buena cobertura; incluso habría recibido alguna de
sus importantísimas visitas, que le habría orientado sobre las noticias que
convendría publicar...

CLAUDIA.— Si no tuviésemos otros indicios para creer que el golpe es


contra el fascismo (la palabra provoca una cierta perturbación.), bastaría verle ahí

encogido, intentando ablandarnos, queriendo embaucarnos con


sentimentalismos...

DIRECTOR.— ¡¡Silencio!! (Dominándose.) La decisión ya está tomada. Le


ha sido comunicada al redactor jefe, quien se ha mostrado absolutamente de
acuerdo. De modo que, mientras no averigüemos nada verdaderamente seguro,
el periódico saldrá a la calle en una primera edición tal y como está, excepto mi
artículo de fondo, que se retira por no corresponder a las circunstancias.
Mientras tanto iremos recopilando información para una segunda edición...
Haga el favor de explicarlo. Valadaros.

VALADARES.— (Suavemente.): Mire, Jerónimo, la primera página vuelve


a quedar como al principio. Con el titular como estaba, la fotografía, etc.. Es
sencillo, no retrasará nada.

JERÓNIMO.— Es mucho más sencillo de lo que Vd. dice y de lo que el


señor director piensa. No tenemos nada contra una segunda edición. Incluso
haremos una tercera, si es necesario.

FONSECA.— Entonces, ¿qué problema hay?


JERÓNIMO.— Lo que a lo largo de la noche hemos venido diciendo
reiteradamente al redactor jefe, y volvemos a repetirle ahora al sr. director, es
que el periódico saldrá con información sobre lo que está pasando, poca o
mucha, nos da igual, la que haya.

DIRECTOR.— ¡No hay información: sólo rumores! ¡Por Dios, seamos


serios!

JERÓNIMO.— ¡Somos serios, señor director: somos muy serios! ¿Todavía


no se ha dado cuenta? ¿No se ha dado cuenta de lo serios que somos? El
periódico se escribirá aquí, en la Redacción, pero se hace allí abajo. Durante
años hemos hechos periódicos pasivamente, a veces llorando de rabia. ¿Ha
olvidado la noche en la que la PIDE nos obligó a trabajar a punta de pistola?
¿Cree que la podemos olvidar nosotros?

DIRECTOR.— ¿Pero qué tendré que ver...

JERÓNIMO-- ¡Mucho! Tiene que ver mucho. Año tras año hemos
transformado la vergüenza en líneas de plomo, y hemos derretido esas líneas de
plomo esperando que llegase el día en que pudiésemos fundir líneas nuevas.
Líneas nuevas, ¿entiende?

DIRECTOR.— No. No sé lo que me quiere decir con tanta palabrería.

JERÓNIMO.— Lo que le quiero decir es que ha llegado el día. ¡Que ese


día es hoy! De modo que no nos obligue a tomar una actitud diferente a la que
estamos tomando.

DIRECTOR- Pero son órdenes del Consejo de Administración. (Se vuelve


hacia el Administrador.) Hemos estado... Hemos estado estudiando el asunto, y el
Consejo considera... considera que es el procedimiento que mejor defenderá los
intereses del periódico: del periódico y de todos los que trabajamos en esta casa.
Todos nosotros nos debemos al periódico; estamos al servicio del...

CLAUDIA.— (Con una explosión irreprimible.) ¡Del fascismo!

ADMINISTRADOR.— ¿Pero qué lenguaje es ése? ¿Dónde está e L


fascismo? ¿Dónde veis el fascismo? ¿Dónde? ¡Aquí no hay fascismo! Esto es un
periódico, ¡un periódico honrado! (Cambiando de tono.) ¡Se acabó!
Valadares, tome nota: esta señorita deja de ser nuestra empleada. Despedida
por causa justificada. ¡Se terminaron las contemplaciones! ¡Ya hemos hablado
todo lo que había que hablar! Vuelvan adentro y hagan lo que el director les ha
ordenado. (Nadie se mueve) ¿Qué pasa, no me han oido? ¿Necesitan que se lo
diga mas claro? (Nadie se mueve.) ¡¿No les basta con un despido?
VALADARES.— (Intenta empujar a los tipógrafos hacia la puerta del Taller.)
Jerónimo, sería mejor que... (Jerónimo se libera del brazo que pretende empujarle, sin
dejar de mirar desafiante al Administrador.)

ADMINISTRADOR.— ¿Insubordinación, eh? ¿Es eso lo que pretenden?


¡Ustedes no saben con quién se la están jugando! (Mascando las palabras.) He
dicho que vuelvan adentro y que hagan lo que se les ha ordenado. (Nadie se
mueve.) ¡¡¡Que vuelva adentro he dicho!!!

(Jerónimo. Damiáo y Afonso avanzan hacia el Administrador. Parece que van a


llegar a las manos. De súbito la enorme tensión es interrumpida por la violenta
irrupción de Torres.)

TORRES.— (Exultante.): ¡Ha sucedido! ¡Ha sucedido! (Se detiene ante la


reunión inesperada, es como si viese, no a las personas que allí están, sino lo que está
diciendo que ha sucedido. Claudia vs hacia él, pero se detiene a medio camino.) ¡Todo es
verdad! No es un rumor, ni un intento fallida. Hay tropas en la Emisora, en la
Televisión, en el Radio Club. El Cuartel General de San Sebastián está cercado;
otros acuartelamientos también, incluso los de fuera de Lisboa. Yo redacto la
noticia. Tengo la crónica casi hecha, la he escrito en el taxi mientras venía;
enseguida la termino. Es sólo un minuto, el párrafo final. Va a ser rápido. No
tardo nada... No tardo nada... (No ve otra cosa, ve su alegria, ve lo que le muestran
las palabras que escribe agitadamente. Nadie se atreve a moverse.) Vale, ya esta. Así
mismo, a mano. No creo que importe. ¿Queréis oírlo?

DIRECTOR.— (Avanzando despacio hacia Torres): Dame eso. Torres, no va


a Tipografía sin que yo lo lea.

TORRES.— (Como si despertase.): No vele la pena, señor director. Sólo he


escrito lo que acabo de decir. Ni siquiera afirmo que las tropas salieron a la calle
a derribar al gobierno. Ni siquiera eso, imagínese.

DIRECTOR.— No estará, entonces, tan seguro de que sea cierto lo que ha


dicho. Es usted muy capaz de inventarse una revolución.

TORRES.— Quédese tranquilo. La revolución es verdad: Está en la calle,


yo la he visto, pero sé muy bien que usted busca un pretexto, y no se lo voy a
dar.

DIRECTOR.— (Amenazador.) ¡Le ordeno que me entregue ese papel, o se


arrepentirá!

(La tensión ambiental es rota por la tempestuosa entrada de un asombrado


Pinto.)
PINTO.— ¡Va en serio, muchachos! ¡Va completamente en serio! Hay un
trajín de mil pares de diablos. El Morro de Cristo Rey está tomado por los
militares; hay tanques en el Torreiro do Paço apuntando a los despachos de los
ministros.

JERÓNIMO.— (Ante el estupor general, avanza hacia Torres y le coge


tranquilamente oí papel de las manos.). Torres no se va a arrepentir de nada, señor
director; ¡de nada! Cuídese Vd. de sí mismo: lo va a necesitar. (A Torres.) Pierde
cuidado, ésta no es la de Guarda; no irá a la papelera. (A Afonso y Damiao.)
Vamos, chicos. Ya hemos ganado nuestra noche.

(Salen, dejando a todos paralizados por el desconcierto. El director, súbitamente,


se escurre hacia el despacho consulta una agenda y marca un número en el teléfono
directo; Fonseca hace lo mismo desde el despacho de Valadares. Hasta el final, hablarán
por teléfono, gesticularán, marcarán número tras número, mientras el resto de la
redacción se va agrupando por afinidades. En el despacho, junto al Director y Fonseca,
acabarán por encontrarse el Administrador, Guimaraes y Josefina. A mitad de camino
entre este grupo y el siguiente, Valadares, como perdido en el espacio. En el centro
estarán Pinto, Cardoso y Faustino. En el extremo, con deseo precisamente de extramo.
Torres y Claudia.)

DIRECTOR.— ¡Oiga! Soy Máximo Redondo. ¿Es el doctor Luciano de


Carvalho? ¿Sabe ya lo que ha pasado? La revolución está en la calle. Los
militares. Contra nosotros, sí, contra nosotros. Tengo la seguridad... Eso
mismo. .. queme... queme... queme...

FONSECA.— ¡Oye! ¿Me escuchas? Soy yo. Fonseca. ¡La revolución!, ha


estallado la revolución. Quema el archivo, los papeles... quema.... quema...
quema...

DIRECTOR,- ¡Oiga! ¡Oiga! ¿Es la casa del ingeniero Matos Pimentel?


Habla Máximo Redondo. Los militares están en la calle...Contra el gobierno...
contra nosotros... queme... queme... queme...

(Entre tanto se oye una explosión de palmas y vivas —la alegría confirmada de
los Talleres—. A continuación empieza a oirse un ruido sordo, aún remoto, como una
tormenta en el horizonte. Iré creciendo poco a poco, sin ahogar las palabras finales, y
sólo después de la última se volverá atronador. Es la rotativa. Por el fondo, por la puerta
de la tipografía, entran los obreros, con Jerónimo, Damiau y Afonso al frente.)

JERÓNIMO.— ¡La máquina está en marcha!

TODOS JUNTOS.— (Con tonos diferentes, según los distintos estados de


ánimo): ¡La máquina está en marcha!
Torres torna un ramo de claveles que ha estado adornando la mesa de Josefina
durante toda la noche, y se lo da a Claudia, quien, tras dar algunos a los que la
circundan, levanta los brazos, haciendo la uve de Ia victoria con una mano y apretando
en la otra una de las rojas llores, mientras cae rápido el telón y el patio de butacas es
inundado por las vibrantes notas del "Grandola

Villa Morena''.)
NOTAS
1
Referencia a Marcelo Caetano, presidente del Consejo de Ministros. (N.
del T.)

2
Este editorial está transcrito del periódico fascista Época, del 26 de abril
de 1973. No debe sin embargo el lector imaginarse que es en Época donde la
acción de la obra transcurre. El autor entendió tener alguna legitimidad para
usar el texto, dado que éste responde a un artículo suyo, no firmado, publicado
entonces en el Diario de Lisboa. (N. del autor).

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