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de José Saramago
FAUSTINO.................Bedel
MÁXIMO REDONDO...........Director
JERÓNIMO.................Jefe de la tipografía
FONSECA..................Redactor parlamentario
GUIMARAES................Redactor internacional
JOSEFINA.................Secretaria de Redacción
CARDOSO.................Redactor urbano
CLAUDIA..................Periodista en prácticas
PINTO....................Redactor deportivo
FIGUEIRED0................Administrador
José Saramago
Ninguna de las obras teatrales que he escrito hasta ahora (y son cuatro) resultó
de necesidades creativas propias, y sí de lo que me permitiré llamar "encargos
sociales", esto es, propuestas explícitas y directas de personas que pensaron que
yo sería capaz de producir algunos textos dramáticos dotados de suficiente
sustancia conflictual y psicológica como para poder resistir la prueba real del
escenario. Naturalmente, no me cabe ni ser juez del yerro o del acierto de
esperanzas tan confiadas. Cuando, allá por 1977 a 1978, una directora de teatro
portuguesa, Luzia María Martins, me pidió que escribiera una obra cuya acción
pasara en la redacción de un periódico, tenía delante de sí a un escritor sin
ninguna experiencia teatral, salvo la que pudiese haber recibido como
espectador asiduo, y esa misma, debo confesarlo, destituida de auténtica
pasión. Se añadía a esto la circunstancia de que entonces era poco significativo,
por no decir insignificante del todo, el trabajo que había realizado como
novelista, el cual, sólo a partir de 1980, con la publicación de Alzado del suelo,
comenzaría a definir un rumbo personal y un proyecto nítidamente
caracterizado. Permanecerán siempre en el misterio las razones que impulsaran
a Luzia María Martins a llamar a la puerta de alguien sin credenciales a la vista
y con tan pocos créditos adquiridos.
Sin embargo, es cierto que el ser humano fue hecho para ser tentado. Dos días
después era yo quien buscaba a Luzia María Martins para decirle que aceptaba
la invitación. No había resuelto ninguna de mis dudas, no había ido a toda prisa
a aprender las artes del oficio teatral a un "Manual del Perfecto Dramaturgo",
tuve simplemente una idea, la idea: la acción dramática transcurriría en la noche
del 24 al 25 de abril de 1974, el lugar sería la redacción de un periódico dócil a la
dictadura y comprometido con ella. Mi experiencia periodística nacía, no
obstante, de raíces muy diferentes: los dos años, 1972 y 1973. que trabajé como
editorialista en el Diario de Lisboa, un vespertino de características democráticas,
liberales, en el sentido positivo que el término tenía entonces, y los ocho meses,
de abril a noviembre de 1975, en que ejercí las funcionen de director-adjunto del
Diario de Noticias, periódico desde siempre conservador, más o menos
"oficializado" siempre, pero que, durante aquel breve período, estuvo
abiertamente al lado de la revolución, al lado del pueblo trabajador. Más no nos
dejemos engañar: así como el Diario de Lisboa de los últimos tiempos de la
dictadura no tenía en nómina únicamente a periodistas demócratas, tampoco el
Diario de Noticias del "verano ardiente del 75" pudo librarse de la acción nociva
de algunos periodistas de tendencia u obediencia fascista. De técnicas teatrales
podía yo no conocer tanto cuanto me hacía falta, pero, en contrapartida, algo
sabía de los conflictos y desaires político-ideológicos, de coherencias de toda la
vida y de oportunismos de última hora, de ambiciones antiguas derrotadas y
ambiciones nuevas preparándose para ocupar los lugares vacíos. Con estos
materiales humanos se hizo “La Noche”, esa noche que así, de una forma u
otra, más o menos dramáticamente, fue vivida en la prensa portuguesa, entre la
esperanza y la alegría de unos y el despecho rencoroso de otros. Nada que
España no conozca. En este particular, no creo que haya habido grandes
diferencias entre vuestra transición y nuestra revolución...
***
(Valadares no responde. Se levanta, sin prisa, pero sin ninguna mala voluntad.
Es su estilo. Valadares llama a la puerta del despacho.)
DIRECTOR.— Pase.
DIRECTOR.— Aún no. Pero será cosa de un momento. Tengo las ideas
generales.
VALADARES.— ¡Faustino!
(La puerta de la tipografía, se abre. Entra el jefe del taller, Jerónimo, con
parsimoniosa dignidad. Al pasar cerca de Torres, éste levanta la cabeza y le hace un
gesto. Una chica que está sentada al lado de Torres sonríe furtivamente. Se crea un halo
de complicidad.)
JERÓNIMO- (Se vuelve hacia Valadares.) Señor Valadares, tengo muy poco
interés en discutir con usted —ningún interés, para ser más exacto—, pero,
como trabajador de la casa, tengo tanto derecho como usted a opinar sobre lo
que pasa en este periódico y sobre lo que en este periódico se hace. Y le
recuerdo, por si lo ha olvidado, que si usted os el redactor jefe, yo soy el jefe de
Talleres...
JERÓNIMO. Donde dije digo, digo Diego, ¿eh? Pues mejor que mejor. Si
decide que sale, sólo tiene que avisármelo. Si decide que no sale, en la basura
estaba, para basura vale. ¡Toma ya! ¡Me ha salido en verso!
JOSEFINA.— Eres muy graciosito. Ya veremos lo que pasa el día que las
novias empiecen a ir también a la consulta previa.
CARDOSO.— Uno más, jefe. Tan sólo uno más. ¿No queréis oír un chiste
de Agostinho Neto y Samora Machel?
VALADARES.— Está bien, pero tendré que darle un toque. (Se acerca,
confidencial.) Oye... ¿Es que hay algo "especial" hoy?
TORRES.— Quien debe tener cuidado eres tú. No secundes siempre mis
actitudes. Yo soy, por carácter, ellos lo saben bien, un hueso duro de roer, pero
a ti te pueden quemar fácilmente. Estás empezando, y pueden eliminarte sin
dolor.
DIRECTOR.— De eso no nos falta. (Con una sonrisa cínica.) Algunos hasta
los ponemos en circulación nosotros mismos. Se está refiriendo a los militares,
¿no es así?
(Pinto toca los botones del transistor. Se oyen palabras sueltas y fragmentos do
música. Después la sintonización se vuelve firme; sube el tono.)
(La canción será oída casi hasta el final. Apenas los primeros compases,
Guimaraes se levanta furioso y sale. Pinto escribe con entusiasmo a maquina.)
VALADARES.— Pon esa música más baja, Pinto, Y a ver si no tardas con
el articulo, que esto está acabándose. (Bosteza.) Quien quiera ir al bar, puede ir.
No os lo comáis todo, que yo también tengo hambre. (Se muestra distendido, pero
hay cierta artificialidad en el tono.)
VALADARES Y TORRES.— (Este último dice el texto como quien repite una
jaculatoria mil veces oída.)... Otros menos competentes, ascienden mucho antes
que usted. Y ¿quién sale perdiendo?: ¡el periódico! (Valadares queda
desconcertado.)
TORRES.— Palabra más o menos, creo que ésta debe de ser la centésima
vez que me viene con el rollo de mi alta cualificación, de mi idealismo, y de mi
terquedad. Abreviando: ¿podría decirme de una vez adónde quiere llegar con
esta conversación? Porque sé muy bien que Vd. no da puntada sin hilo.
TORRES.— Tiene toda la razón, el asunto es otro. Si soy tan solo redactor
de provincias, si escogí ser redactor de provincias, dándoles a todos ustedes la
mayor alegría de sus vidas, es porque no quiero escribir una sola línea que,
directa o indirectamente, contribuya a hacer el juego al Régimen, objetivo
último de este periódico.
TORRES.— Una vez más tiene razón. Enhorabuena. Aunque sucede que
el único dinero que recibo es el que al final de mes voy a buscar a la caja. ¡Ni un
céntimo más! No tengo cheques de embajadas, ni secretas gratificaciones
especiales de ministerios, ni sobrecitos misteriosos, ni más ayudas de valor que
las fijadas en el convenio colectivo del periódico. Y no deseo otra cosa
VALADARES.— ¡Como quiera! (Con frialdad.) Usted sabe muy bien que
la Administración no le ve con buenos ojos. No es de hoy, ni es de ayer; sino de
siempre. No vamos a polemizar ahora sobre las razones que vd. tiene o cree
tener. No discuto sus convicciones políticas. Pero me gustaría que
comprendiese que me cuesta Dios y ayuda todos los días convencer al director
para que haga frente a las presiones que le llegan de arriba.
TORRES.— Cuidado: no soy de fiar. Puede que mañana le diga todo eso
al director...
TORRES.— No hay nada como una buena discusión para abrir el apetito.
Voy un momento al bar. (Haciendo mutis. Los periodistas miran perplejos.)
Tierra de fraternidad.
(La Redacción está tranquila. No es el tedio rutinario del principio del primer
acto, es, más bien, el abandono fatigado de alguna cosa que so acabó. Dos grupos
conversan. A un lado, próximos a la embocadura del escenario, están Torres y Claudia.
Más adentro, Guimaráes, Cardoso y Fonseca. Aislada. Josefina intenta oír la
conversación de Torres y Claudia.)
CLAUDIA.— Me dan ganas de decirlo a gritos, sólo para ver la cara que
se les pone.
CLAUDIA.— Creo que no. No parecía su voz. Por lo menos no dijo que
llamase de la casa de los señores de Valadares.
TORRES.— No falta en esta casa quien las tiene. Puede pedir ayuda.
TORRES.— ¿Y yo?
CLAUDIA.— ¿Y yo?
(Se queda atónito al ver que nadie le da importancia. Torres y Claudia se han
aproximado a la ventana.)
VALADARES.— (Se agita.) Una cosa son las discrepancias, las diferencias
de opinión, absolutamente respetables si se dan dentro de unos límites
razonables. y otra muy distinta es esta indisciplina permanente. Esta resistencia
pasiva. (Mira a Claudia.) ¡Cerillas, ¿eh? Usted también me ha salido una buena
prenda. ¡Cerillas...! Descuide, no va a ser el retraso lo que le perjudique. ¡Ya le
daré mañana cerillas...!
FAUSTINO.— Si.
PINTO.—¿Quién, yo?
FONSECA.— (En voz más baja.): Precisamente por la amistad que nos
une. te estoy hablando como te estoy hablando. Ya te sostuviste mal en tu
puesto el 16 de marzo.
VALADARES.— ¡Tú sigue por ahí! El mejor regalo que puedes hacer
ahora a esos matones es provocar la discordia entre nosotros.
VALADARES.— ¡Cállese!
(Se abre la puerta y entra el Director, seguido por el Presidente del Consejo de
Administración, vienen preocupados.)
GUIMARAES.— (Mientras salen los jefes, a Fonseca.) Parece sereno. Tal vez
las cosas no estén tan mal... Un Régimen como este no cae así, sin más. sólo
porque algún regimiento... ¿No te parece?
ADMINISTRADOR.— ¡Diablos!
DIRECTOR.— ¡Carajo!
VALADARES.— ¿Y si el golpe fuese del otro lado? ¿Si fuese para reforzar
el Régimen, con este gobierno o con otro?
DIRECTOR.— Podría ser que ganase hoy, para perder mañana. No nos
conviene comprometernos o ciegas.
VALADARES.— ¡Ya!
DIRECTOR.— Sea como sea, es obvio que lo primero que hay que hacer
es retirar mi artículo.
VALADARES.— Tal y como están los ánimos ahí abajo.... pongo en duda
incluso que un hombre de nuestra confianza esté dispuesto a correr ese riesgo.
DIRECTOR.— ¡Por favor, Valadares! ¡Ya está bien! ¡No me venga otra
vez con los Talleres; no lo soporto más! El Taller hará lo que se le ordene, ¡y
punto! Si usted no es capaz de restablecer la disciplina, yo me entenderé con
ellos. Creo que será lo mejor. ¡Usted no tiene condiciones, hombre.
DIRECTOR.— ¡No las tiene, carajo! ¡No las tiene! Permítame que se lo
diga. Ha contemporizado demasiado; ha permitido que el periódico caiga en la
anarquía.
(En esa preciso momento, se abre la puerta de la Tipografía. Aparecen, otra vez.
Jerónimo, Damiao y Afonso, seguidos de Claudia y, si es posible, de otros obreros.)
DIRECTOR.— ¡Faustino!
(Todos los presentes quedan en suspense. Es Claudia quien, tras unos segundos
de desconcierto, rompe le tensión reinante.)
DIRECTOR.— No, déjelo. Está bien así. No es que me asuste discutir con
todo el Taller, pero no tenemos tiempo que perder.
DIRECTOR.— ¡Está bien! Dejemos esto ahora. (A los tipógrafos, con tono
paternal.) Bien, vamos a encaminar este delicado asunto como personas adultas.
En primer lugar, y esto es muy importante, tengo especial interés en recordarles
que hemos vivido aquí durante todos estos años como una familia, y quiero
afirmar mi absoluto convencimiento de que, suceda lo que suceda en estas
próximas horas, así continuaremos viviendo viviendo...
JERÓNIMO-- ¡Mucho! Tiene que ver mucho. Año tras año hemos
transformado la vergüenza en líneas de plomo, y hemos derretido esas líneas de
plomo esperando que llegase el día en que pudiésemos fundir líneas nuevas.
Líneas nuevas, ¿entiende?
(Entre tanto se oye una explosión de palmas y vivas —la alegría confirmada de
los Talleres—. A continuación empieza a oirse un ruido sordo, aún remoto, como una
tormenta en el horizonte. Iré creciendo poco a poco, sin ahogar las palabras finales, y
sólo después de la última se volverá atronador. Es la rotativa. Por el fondo, por la puerta
de la tipografía, entran los obreros, con Jerónimo, Damiau y Afonso al frente.)
Villa Morena''.)
NOTAS
1
Referencia a Marcelo Caetano, presidente del Consejo de Ministros. (N.
del T.)
2
Este editorial está transcrito del periódico fascista Época, del 26 de abril
de 1973. No debe sin embargo el lector imaginarse que es en Época donde la
acción de la obra transcurre. El autor entendió tener alguna legitimidad para
usar el texto, dado que éste responde a un artículo suyo, no firmado, publicado
entonces en el Diario de Lisboa. (N. del autor).