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Introducción a la filosofía

Tema I

1º BACHILLERATO/GRADO EN TEOLOGÍA
PROF. DR. D. JOSÉ ANDRES FERNÁNDEZ FARTO

INSTITUTO TEOLÓGICO COMPOSTELANO


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TEMA I: LOS INICIOS DE LA FILOSOFÍA: LOS PROBLEMAS
FILOSÓFICOS Y LA ACTITUD FILOSÓFICA

La filosofía nace por el asombro y por la preocupación ante ciertos problemas,


teóricos y prácticos, que inquietan a la persona. Esos problemas van más allá de las
necesidades técnicas y la búsqueda de su solución o respuesta, nunca definitivas,
requiere cierta actitud. La actitud filosófica es exigente, tanto por las virtudes morales
que requiere como por la ejemplaridad que reclama. Tal actitud refleja el ideal de la
vida humana digna.

SUMARIO

1. Los problemas o preguntas de la filosofía


1.1. Rasgos de las preguntas filosóficas y definición de la filosofía
a) Preguntas universales
b) Respuestas coherentes y verdaderas
1.2. Tipos de problemas filosóficos y disciplinas filosóficas
a) Los problemas filosóficos
b) Las disciplinas filosóficas teóricas
c) Las disciplinas filosóficas prácticas
1.3. Los problemas filosóficos son inagotables
a) Problemas particulares y problemas filosóficos
b) El carácter existencial no implica subjetivismo
2. La actitud filosófica
2.1. Afán de saber
2.2. Humilde y paciente
2.3. Fuerte y valiente
2.4. Responsable y esforzada
a) Actitud responsable
b) Actitud esforzada
La filosofía nació junto al mar. Los primeros tradicionalmente llamados
filósofos de los que tenemos noticia (Tales, Anaximandro, Anaxímenes) vivieron
hace 2.600 años en Mileto, colonia griega en la actual Turquía, bañada por el mar
Egeo. Como a nosotros, posiblemente fue el mar con su inmensidad y su fuerza, su
belleza y su riqueza, una de las cosas que más admiración les causó. De hecho,
parece que Tales consideró que la causa o principio de todo estaba en el agua,
Anaximandro que estaba en el apeiron o lo indeterminado, y Anaxímenes que estaba
en el aire. Desde el comienzo mismo de la filosofía se advierte que su origen está en
la admiración, en las preguntas que la realidad suscita a las personas que piensan y
también en la pluralidad de respuestas razonables que estas ofrecen.
Los seres humanos se hacen estas preguntas movidos por la admiración y
reconociendo su propia ignorancia. Lo hacen para huir de ésta y no por utilidad
alguna. Veámoslo a través de las citas de dos de los filósofos más importantes de la
antigüedad:

“Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la


admiración: al principio, admirados por los fenómenos sorprendentes más
comunes: luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores,
como los cambios de la Luna y los relativos al Sol y a las estrellas, y la
generación del Universo. Pero el que se plantea un problema o se admira,
reconoce su ignorancia. (Por eso también el que ama los mitos es en cierto modo
filósofo; pues el mito se compone de elementos maravillosos.) De suerte que, si
filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del
conocimiento, y no por utilidad alguna. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues esta
disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi todas las cosas necesarias
y relativas al descanso y al ornato de la vida”1.

Estas preguntas se formularon por primera vez cuando ya existía casi todo lo
necesario para la vida. De la contemplación y admiración que producen las cosas
inmediatas se pasó a cosas cada vez más alejadas: de las aguas de la Tierra a las
lluvias y tormentas, de la Tierra al cielo, a las estrellas y al Sol y, de aquí, a las
preguntas sobre la composición de las cosas o sobre el origen del Universo. Las
preguntas nacidas de la admiración son cada vez más complejas y alcanzan ámbitos
más alejados de lo inmediato y más amplios.
Las preguntas no están ya dirigidas a resolver las necesidades sino a explicar y
calmar la admiración, la perplejidad que nos produce lo que nos rodea. De modo que
es el reconocimiento de la propia ignorancia el motor de nuestro pensamiento, lo
que le lleva a tratar de conocer, a intentar encontrar la sabiduría.

“Pues he aquí lo que sucede: ninguno de los dioses filosofa ni desea hacerse
sabio, porque ya lo es, ni filosofa todo aquel que sea sabio. Pero a su vez los
ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la
ignorancia: en no ser ni noble, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en
grado suficiente. Así, el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que
no cree necesitar”2.

1 ARISTÓTELES, Metafísica, 982 G 10-25.


2 PLATÓN, Banquete, 203 D-204 B.
Así el reconocimiento de la propia ignorancia está unido al deseo de saber. Es
una ignorancia que se pretende superar, abandonar y, en este sentido, se presenta
como una posibilidad de conocimiento para toda persona que sea capaz de
sorprenderse por lo que le rodea.
Para responder estas preguntas el ser humano ha elaborado distintos tipos de
discursos interpretativos de la realidad que tienen en común intentar explicar lo
que existe, lo que ha existido o existirá con la intención de hallarle un sentido. De
esta manera buscan ser una descripción y dar una explicación de la realidad con
finalidades varias como poder hacer predicciones sobre ella o bien indicar cuál es el
comportamiento correcto.

Aquellos pensadores son considerados como los primeros filósofos -aunque


filósofos primerizos- porque se plantearon ciertas preguntas y porque se las
plantearon de cierta manera. A Tales de Mileto no le interesaba el agua para prevenir
los efectos de las mareas o para regular las crecidas de los ríos (como sí les importaba
a los egipcios que vivían junto al Nilo, de cuyos cálculos al parecer proceden las
matemáticas). Lo que sin duda le impresionaba era la inmensidad y uniformidad de
ese elemento, que está en todo lo vivo y que puede presentarse de las formas más
diversas (sólida, líquida o gaseosa), frente a la variedad menos polimórfica del resto
de las cosas naturales. Pero para aquellos de Mileto no se trataba de una cuestión
simplemente física, sino de la más profunda de buscar el origen de la realidad, de
cómo armonizar la unidad y la diferencia, el orden y el caos. Y pronto se vio -ya en
sus sucesores que tampoco era una preocupación solo por el mundo externo, sino
también por el ser humano y su vida dentro de ese mundo.
Los filósofos fueron hombres valientes, porque se atrevieron a poner sobre el
tapete interrogantes que las religiones (mediante mitos) o la sociedad (mediante leyes
y costumbres) ya respondían, al parecer, satisfactoriamente. Pero ellos no se dieron
por satisfechos con esas respuestas impuestas o transmitidas por inercia; quisieron
pensar por ellos mismos. Y a alguno -como a Sócrates- le costó la vida. Quizá su
sacrificio sirvió para que Ja sociedad tomara en serio este curioso ejercicio de
pensamiento que desde entonces llamamos filosofía.

1. Los problemas o preguntas de la filosofía


Está claro que esas preguntas o problemas que movieron a aquellos pensadores a
tal hazaña intelectual, a lanzarse a la navegación de la filosofía, debían tener un
potencial enorme. Potencial de entusiasmo en la búsqueda de respuesta y, por tanto,
potencial de contenido prometido y a veces incluso barruntado.

1.1. Rasgos de las preguntas filosóficas, definición y características de la


filosofía
a) Preguntas universales
La primera característica de esas preguntas es que son universales, en el sentido
de que abarcan la totalidad de la realidad. El filósofo no se contenta con la
parcialidad, con la provisionalidad en espera de más respuestas. Busca ya una
explicación a todo; y cuando se ocupa de una parte de la realidad, lo hace en cuanto
integrada o relacionada con todo lo demás. Tal es su ambición de saber. No se
conforma con menos. Precisamente por esa totalidad, el filósofo busca una
explicación o respuesta desde o en sus causas últimas, más profundas. Busca el
origen y fundamento absoluto de la entera realidad.
En el fondo, quiéralo o no, todo ser humano necesita tener una visión global de
la realidad y de sí mismo. Esta visión global o «panorámica», en la que el hombre
interviene no solo como sujeto sino también como un alguien enmarcado o insertado
en ella, es algo cuya necesidad se nos impone por virtud de la peculiar naturaleza de
nuestro mismo ser. Pues somos de tal naturaleza que, aun coincidiendo en algo con la
de los seres animales, nos hallamos en principio abiertos a cualquier otra realidad. El
filósofo es sencillamente quien explicita y se toma en serio ese ideal.

Ya Heráclito sostenía que «los hombres filósofos han de ser buenos conocedores de
muchas cosas».
No harán así las ciencias que se desgajaron paulatinamente de la filosofía (hasta de
modo completo en la modernidad) al renunciar, ciertamente de modo legítimo, a
ocuparse de c6mo se integran en la completa sinopsis de toda la realidad. Ellas son
conscientes -o lo fueron en su origen, porque cabe el peligro de que lo olviden- de su
parcialidad, de la abstracción (separación) que han llevado a cabo de un aspecto de la
realidad, y de la correspondiente limitación de su estudio a ese aspecto.

b) Respuestas coherentes y verdaderas


Cuenta Platón, en el Fedón (99d), que así se inició la primera navegación
filosófica. El deseo de saber y de aventura era enorme, pero también la ingenua y
primeriza confianza en la capacidad humana de alcanzar lo buscado. De manera que
sucedió lo previsible: surgieron numerosas teorías, doctrinas, relatos divergentes e
incluso opuestos en torno a ese origen o fundamento universal. Algunos de esos
discursos tenían aún remembranzas mitológicas, otros sencillamente convenían a las
costumbres de la sociedad política, y todos eran bellamente expuestos en su forma
retórica.
Pero esto no podía ser, en sentido estrictamente literal. Si dos o más teorías
decían cosas incompatibles, solo una podía ser verdad, porque solo una podía ser real.
La consistencia y coherencia del discurso corresponde con el ser estable de las
cosas. Nació así la necesidad de una segunda navegación filosófica -también en
palabras de Platón- que, escarmentada de la ingenua experiencia anterior, «pasara»
esas teorías por el filtro de la razón, del logos.

Algo similar a la «segunda salida» de nuestro don Quijote: pertrechado ya, a diferencia
de su primeriza aventura, con los medios necesarios para lograr algún éxito.

Allí, en la razón, podrá descubrirse la realidad como verdadera; la razón asegura


que lo conocido es verdadero, verdaderamente conocido como real. Nacía así la
alianza y correspondencia de la metafísica (estudio de la totalidad de lo real) con la
gnoseología y la lógica (estudio del conocer y discurrir humanos).
Vitalmente, esto significaba que al filósofo no le bastaban respuestas
cualesquiera más o menos convincentes e incluso bellas: de esas ya había muchas,
ofrecidas por la mitología o por la sofística. Todas ellas brillaban y seducían de algún
modo. Su resplandor (doxa) bastaba a todo aquel que buscara una excusa para vivir
como todos los demás, sin preguntarse más que cuestiones menores en el marco de
unos fundamentos ya dados. No; los padres de la filosofía buscaban otra cosa.
Buscaban un brillo que no dependiera de la comunidad o la tradición, de la belleza de
su ropaje discursivo o de su conveniencia interesada, sino un brillo que la respuesta
poseyera por sí misma.

Como dice Miguel García-Baró: «El filósofo se incluye a sí mismo, en cierto modo de
una vez para siempre, en la peculiar tradición de los hombres sin tradición, o sea, de los
socráticos».

Buscaban respuestas verdaderas; y, por ello, claras, evidentes, coherentes:


racionales. No trataban de seducir o convencer, sino de saber; no pretendían ser
aclamados o seguidos, sino ser sabios. Y esto lo buscaban apasionadamente,
amorosamente. Encarnaban en su vida, un auténtico amor a la sabiduría (philo-
sophía).

Según relata Cicerón (en las Tusculanas, V, 3), una antigua tradición -conocida gracias a un
discípulo de Platón llamado Heráclides el Póntico- cuenta que los primeros Pensadores griegos se
llamaron «sabios», y que Pitágoras, por modestia, solo quiso llamarse «amante de la sabiduría» o
«filósofo»; de ahí vendría el uso del término «filosofía», «amor a la sabiduría».
También es Cicerón quien nos trasmitió la famosa anécdota que se contaba de Pitágoras:
«Interrogado acerca de la esencia de la filosofía, Pitágoras habría contestado que a través del
nacimiento él hombre entra en el orden cósmico como en una fiesta de Dios. En esta fiesta, mientras
unos piensan solo en divertirse y otros aprovechan la ocasión para ofrecer en venta sus mercancías y
hacer negocios, el filósofo es el que, centrándose en la theoria, comprende el sentido de la fiesta»
(Tusculanas, V, 9)
Platón, por su parte, distingue claramente (en el libro quinto de su República) entre los
«filósofos» -que desean y buscan el saber como captación de la verdad- y los “fílodoxos” -que
desean y buscan solamente las meras opiniones o apariencias-. Y en ese mismo sentido usará Kant
este vocablo platónico, al referirse a quienes, Pretendiendo liberarse de las ataduras de la ciencia,
convierten el trabajo en juego, la certidumbre en opinión, y la filosofía en filodoxia.
Y Tomás de Aquino comenta: “desde entonces, el nombre de sabio se cambió por el de
filósofo, y el nombre de sabiduría por el de filosofía. Y el nombre es significativo en este contexto.
En efecto, ama la sabiduría quien la busca por sí misma y no por otro motivo; pues quien busca algo
por otro motivo, ama a ese motivo más que a lo que busca» (In Metaphys., I, 3).

La filosofía puede definirse entonces como: la ciencia (episteme, no dará) de


todas las cosas por sus causas últimas, adquirida mediante la luz natural de la razón
humana (es decir, sin el auxilio o recurso a una revelación sobrehumana).
Es correcto afirmar que definir a la filosofía es un asunto que interesa mucho a
los filósofos. Esto es comprensible ya que la actitud filosófica se genera en seres
humanos con múltiples intereses. Algunas definiciones de filosofía que presentan los
filósofos son:

Pitágoras. Amor a la sabiduría. El filósofo no es un sabio sino un buscador


desinteresado del saber.
Sócrates. Modo de vida dedicado a la búsqueda de la sabiduría. La sabiduría es de
carácter moral e igual para todos.
Platón. Dialéctica o procedimiento racional que permite conocer las esencias.
Permite purificar el alma para así alcanzar la felicidad eterna al contemplar a la verdad.
Aristóteles. Es principalmente metafísica o ciencia que estudia los primeros
principios y causas de todo lo existente. Es un producto puramente teórico y por tanto no
tiene alguna utilidad práctica. Por eso quienes se dedican a ella solo buscan el saber por el
saber mismo. Y el ser la más teórica hace que esta ciencia sea superior a todas.
Epicuro de Samos. Ciencia que tiene por objetivo curar al hombre del miedo a los
dioses y a la muerte. La filosofía se convierte, entonces, en un fármaco que cura a los
hombres de estos traumas con el propósito de que ellos sean felices.
Agustín de Hipona. Ciencia sierva de la teología. Su tarea es defender racionalmente
las verdades que hemos alcanzado por fe religiosa.
René Descartes. Ciencia raíz de las demás ciencias. Tiene por finalidad proporcionar
ideas claras al conocimiento científico dándole así una base sólida.
Inmanuel Kant. Propone dos definiciones: Académicamente es la ciencia que da
fundamento a las demás ciencias y por tanto valiosa por sí misma. Comúnmente es la
ciencia que busca responder: ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe
esperar? y ¿qué es el hombre?
Georg Hegel. Ciencia que tiene por objeto la totalidad de la realidad. Es uno de los
máximos productos del Espíritu y, por tanto, surge cuando las sociedades que la generan se
encuentran en su decadencia.
Engels ofreció una definición de filosofía: Ciencia de las leyes más generales de la
naturaleza, sociedad y pensamiento.
Karl Marx. Ciencia que tiene por objeto la totalidad de la realidad. Estudia las leyes
más generales de todo lo existente. Pero el objetivo de la filosofía marxista es transformar la
sociedad mediante la violencia revolucionaria.

Para MARX: “Los filósofos solo han interpretado de diversos modos el mundo;
pero de lo que se trata es de transformarlo”, indicando así que el marxismo no solo
es una teoría pura, tampoco una pura “praxis” ni menos un “método de
interpretación” y nada más; sino una ciencia, un sistema de verdades que busca
cambiar la realidad del ser humano.

Edmund Husserl. Ciencia estricta de esencias. Tiene por objeto las esencias que den
bases sólidas a las demás ciencias. Para hallar tales esencias, utiliza el método de la
suspensión del juicio acerca del mundo.

DESCARTES y HUSSERL propusieron la misma definición de filosofía. Pero


difieren en el método de elaborarla. Para DESCARTES el método es efectuar
deducciones de ideas que se alcanzan desde la duda. En cambio, para HUSSERL es
describir las esencias que se alcanzan una vez que se deja de lado toda opinión
acerca del mundo.

Bertrand Russell. Saber intermedio entre la ciencia y la teología. Al igual que la


ciencia, se apoya en la razón. Pero, del mismo modo que la teología, trata temas que no han
alcanzado un conocimiento definitivo.
Ludwig Wittgenstein. Actividad esclarecedora del lenguaje. La filosofía no es una
forma de conocimiento acerca de la realidad sino una actividad que realiza una distinción
entre las expresiones lingüísticas que poseen sentido de las que no poseen.

WITTGENSTEIN afirmó que la filosofía no es una ciencia, es decir, no es una


teoría que nos informa cómo es el mundo

c) Características del saber filosófico

La filosofía es un saber de la totalidad


La palabra filosofía procede del griego, y su significado original es, como ya se
ha dicho, el de amor (philia) a la sabiduría (sophia). La filosofía es, por lo tanto, un
tipo de saber (o -si queremos una aspiración al saber). La razón por la que se prefiere
definirla como un saber y no como un tipo de conocimiento es que la filosofía no
puede limitarse a conocer, si por conocer se entiende explicar, o comprender, lo que
hay, lo que ya está dado (cosa que, por otro lado, hacen mucho mejor las ciencias).
La filosofía tiene que hacer propuestas sobre lo que aún no hay, sobre cómo
queremos que sea la vida humana.
Este saber filosófico, o el saber al que aspira la filosofía, tiene como rasgo
característico el de ser un saber que trata de la totalidad de las experiencias humanas.
Es decir, es un saber integrador que trata de dotar a la totalidad de la experiencia de
un sentido.
Esta caracterización de la filosofía la diferencia de las ciencias particulares, que
tienen un campo de actuación delimitado de antemano. (Así, por ejemplo, la
geometría trata del espacio puro, la física de las propiedades de la materia y de las
leyes que rigen su comportamiento, etc.).
Hay que aclara que por experiencias humanas se entiende todo lo que un hombre
pueda sentir (colores, objetos, sensaciones anímicas…); todo lo que un ser humano
pueda pensar; todo lo que un ser humano pueda imaginar; todo lo que pueda hacer
(ciencia, religión, arte, literatura…) el conjunto de leyes que permite que lo que se le
presenta lo haga de un modo determinado (leyes físicas, biológicas, sociales…); etc.

La filosofía es un saber racional


Pero decir que la filosofía trata de la totalidad de las experiencias humanas, no
aclara aún suficientemente qué se entiende por filosofía. A fin de cuentas, también las
antiguas mitologías y las religiones pretenden, con frecuencia, dotar a la totalidad de
las experiencias humanas de un sentido.
Pero la filosofía, además de un saber acerca de la totalidad, es un saber racional.
Esto es, el saber filosófico no depende de ninguna cualidad privilegiada que posean
tan solo algunos seres humanos, ni de un mensaje enviado por los dioses; la filosofía
nace del ejercicio de la razón. La filosofía está, por lo tanto, al alcance de todo ser
humano que esté dispuesto a realizar el esfuerzo de pensar desde sí mismo, de
argumentar (en definitiva, de razonar).
La filosofía trata de convencer contrastando argumentos y no contando historias
ni compartiendo emociones. De ahí que la filosofía no sólo no excluya la crítica, sino
que la exija: se forja mediante el intercambio de razones de todos.

La filosofía es un saber radical y último


La filosofía es un saber de la totalidad, pero eso no quiere decir que vaya
analizando cada experiencia una a una para desentrañar su sentido. Tal cosa, aparte
de ser imposible, no nos daría el sentido global, total, de las experiencias humanas.
La única forma de encararse con la realidad para buscar su sentido es encontrar el
principio o elemento integrador de esa totalidad, o lo que es lo mismo el fundamento
último (explicación o causa) de lo real. Es decir, la filosofía busca los fundamentos
últimos, o el sentido último, de la experiencia humana. Eso es lo que quiere decir que
la filosofía es un saber radical y último: que va a la raíz de los problemas, que
pretende explicar lo real desde sus raíces, reconstruyendo el proceso de su génesis y
ofreciendo una explicación más allá de la cual no se puede llegar. Por esta razón la
filosofía es un saber que se autojustifica, o se autoniega en caso de descubrir que no
hay principios últimos desde los cuales dotar de sentido a la totalidad.
Por ser un saber que se autojustifica o autoniega, decimos también que la
filosofía es un saber autónomo.
Esto es, no puede estar delimitada por nada fuera de sí misma, porque ninguna
experiencia humana cae fuera de la filosofía.
Ahora bien, ¿cuál es el principio o elemento último e integrador de la totalidad?
La filosofía a lo largo de su historia ha dado tres respuestas distintas a esta pregunta:

─ El principio integrador es el ser. Efectivamente todas las experiencias


coinciden en que “son”. Pueden “ser” colores, olores; puede “ser” un árbol, el miedo
o la oscuridad; puede “ser” una ley física, un principio moral, etc. Pero todas estas
experiencias coinciden en que “son” algo.
Según los defensores de esta tesis (toda la filosofía antigua y medieval) la
filosofía será, en primer lugar, un saber acerca del ser. Dado que al saber que trata del
ser se le llama ontología (gr. on = ser, y logos = saber) se concluye que la filosofía es,
en primer lugar, ontología.
─ El principio integrador es la conciencia, en tanto facultad del
conocimiento. También esta respuesta tiene su justificación: efectivamente toda
experiencia lo es si es, o puede ser, conocida.
Según los defensores de esta tesis (en general la filosofía moderna y buena parte
de la filosofía contemporánea), la filosofía será, en primer lugar, un saber acerca del
conocimiento. Dado que al saber que trata del conocimiento se le llama gnoseología,
la filosofía pasará a ser, ante todo, gnoseología.
─ El principio integrador es el ser humano. Finalmente, un tercer grupo de
pensadores (entre los que cabe destacar a buena parte de los que viven a finales del
siglo IX y buena parte del XX) considera que el principio integrador es el hombre,
considerado como ser que tiene que autoconstruirse su propia vida.

También hay razones para defender esta tesis. Efectivamente, toda experiencia
humana se da en tanto el hombre está en disposición de hacer algo. Esto es, puedo
acercarme al mundo con ánimo de conocerlo; en ese caso, las cosas se me dan como
objetos del conocimiento. Puedo acercarme al mundo en tanto quiero manipularlo
(quiero construir una casa, escribir una carta, matar a mis enemigos o comer una
paella); en ese caso, las cosas se me dan como instrumentos. Puedo, en fin, acercarme
al mundo con ánimo de deleitarme en su contemplación; en ese caso, las cosas se me
dan como objetos estéticos. Desde esta concepción la filosofía será el proyecto de los
proyectos: el proyecto puro y simple de ser hombre.

La filosofía es un saber profano


La reflexión filosófica se pregunta por lo sagrado para reflexionarlo y explicarlo,
no para reverenciarlo. El mito y la religión promueven la devoción; la filosofía, la
comprensión.

La filosofía es un saber normativo


El saber filosófico pretende ofrecer propuestas, constituidas a través de la
crítica, que orienten la transformación individual y colectiva de la realidad, es decir,
que sirvan de guía, de norma en esta labor. De ahí que la reflexión filosófica aliente,
en lo individual, una vida examinada, y en lo colectivo, aquellos modos de
convivencia que favorecen el intercambio público de razones: la democracia.

La filosofía es un saber histórico


En cuanto actividad crítica, la filosofía está abierta a las razones que ofrezcan los
que están por venir (razones del porvenir), que delimitarán la vigencia de las
propuestas de nuestro pasado y presente: la filosofía se va realizando a través de la
constante revisión crítica de su saber, a través de la autocrítica histórica. Es un
conocimiento siempre revisable y nunca terminado. Además, está influida por los
factores socio-culturales de cada época y lugar.

1.2. Tipos de problemas filosóficos y disciplinas filosóficas


a) Los problemas filosóficos
Pero, de nuevo, ¿cuáles o de qué género habrían de ser tales preguntas, capaces
de suscitar tal entusiasmo (enthousiasmós -rapto o posesión divina-, porque realmente
se elevaban a la altura misma de los dioses)? Ya vimos que no se trata solo de
problemas prácticos que resuelvan necesidades pragmáticas, ni tampoco de
cuestiones teóricas parciales. Son preguntas más fundamentales, de las cuales nacen
aquellas necesidades pragmáticas y estas cuestiones teóricas particulares.
Dos son, por tanto, los conjuntos de problemas: teóricos y prácticos
(obviamente, prácticos aquí no en el sentido de técnicos sino de existenciales o
vitales).
Cada cosa puede ser susceptible de indagación filosófica; se puede, por tanto,
hacer una filosofía del hombre, de los animales, del mundo, de la vida, de la materia,
de los dioses, de la sociedad, de la política, de la religión, del arte, de la ciencia, del
lenguaje, del deporte, de la risa, del juego, etc.
Pero antes de iniciar el estudio sistemático de las diferentes ramas de la filosofía,
es oportuno adquirir una idea que sea bastante precisa de los problemas que ellas
tienen y que intentan resolver.

a) El problema de la realidad y del ser


Se refiere a cuestiones de orden ontológico y metafísico que plantean la
existencia de una sustancia o ser de las cosas, más allá de su apariencia variable y
efímera. También, con el desarrollo de la filosofía cristiana, atañe a la diferencia
ontológica entre los seres creados -con el hombre como protagonista esencial- y un
Ser Creador o Dios. Estas cuestiones se discuten principalmente en la Antigüedad -
Platón y Aristóteles- y en la Edad Media -Agustín, Tomás de Aquino-, pero también
aparecen sintomáticamente en los racionalistas modernos como Descartes. La crítica
de estas ideas florece con diferentes parámetros en autores como Hume, Nietzsche,
Marx o Wittgenstein.

b) El problema del conocimiento


Es un debate gnoseológico que acapara la atención de la mayoría de los
filósofos a lo largo de la historia. Las posiciones son múltiples, desde el dogmatismo
al escepticismo, desde el realismo al idealismo, desde el empirismo al
racionalismo… El principal problema que plantea la gnoseología o epistemología es
el de la prioridad de los sentidos o la razón en el origen y adquisición del
conocimiento. También la defensa o rechazo de la existencia de ideas innatas o
principios a priori del conocer. Uno de los principios en los que descansa la filosofía
del conocimiento es el llamado principio de causalidad. La crítica que Hume realiza
a este principio le convierte en uno de los pensadores más importantes de
cualquier curso de filosofía.

c) El problema del hombre


Cuestiones de índole antropológica con implicaciones metafísicas,
gnoseológicas y éticas. Sobre el hombre hay referencias a sus principales rasgos, a
la libertad como atributo esencial -San Agustín-, al dualismo alma y cuerpo -Platón,
Aristóteles, San Agustín, Descartes… y al supuesto de la inmortalidad del alma -
Platón, Aristóteles, Tomás… También con posiciones críticas de diverso talante -
Hume, Kant, Nietzsche- y presente con innumerables matices en todas las épocas.

d) El problema de Dios
Cuestión que aborda la teología -metafísica- y que afecta, principalmente, al
periodo de la filosofía medieval, con sus argumentos sobre la existencia de un Ser
superior y sus diferencias ontológicas con el resto de los seres creados. También
vigente en el racionalismo moderno o de forma crítica en autores como Kant, Hume,
Nietzsche o Marx.

e) El problema del fundamento de la moralidad


Un problema que estudia la ética. Imprescindible en cualquier periodo: la
búsqueda de una guía para la conducta con los valores necesarios. También el
siempre espinoso problema del relativismo u objetivismo de los mismos, desde los
mismísimos sofistas. Algunos temas de carácter ético tienen claramente un sentido
antropológico, como por ejemplo el de la libertad o el problema del mal -San
Agustín- y la responsabilidad moral en nuestra intención -Kant-. Contra la moral
tradicional se alzan diferentes filósofos, criticando su carácter decadente -Nietzsche-
o ideológico -Marx-.

f) El problema del fundamento político de la sociedad


Se trata de cuestiones sobre teoría política. Incluyen análisis sobre
la naturaleza o convencionalidad de la sociedad, de su estructura u organización para
la convivencia -reparto de funciones, defensa o rechazo de la propiedad privada…, de
los sistemas o regímenes de gobierno, del enfrentamiento entre el individuo y
el Estado, del ejercicio del poder y su legitimación, de los ideales utópicos en
algunos autores… Principalmente desde Platón hasta la Ilustración las posiciones son
dispares y conviene tener referencias de todas las épocas, pues no es un tema baladí.

g) El problema sobre el papel de la filosofía en el conjunto del saber


No es un problema específico como los anteriores, pero podría aparecer en
textos como el Prólogo a la Crítica de la Razón Pura seleccionado en las lecturas
sobre Kant. Se trata de saber hasta qué punto la filosofía tradicional ha conseguido
orientar al hombre en “el seguro camino de la ciencia” a favor del progreso y su
propia autonomía. Tal y como lo plantea este autor, el problema se dirige
principalmente a una Metafísica estancada que no ha logrado avanzar en sus premisas
fundamentales. También en filósofos contemporáneos como Marx, Ortega o
Wittgenstein encontramos nuevas funciones para una filosofía renovada -
revolucionaria, vital, clarificadora….

b) Las disciplinas filosóficas teóricas


Para hacer intuitiva la variedad y, a la vez, la unidad de la filosofía, los
primeros estoicos se sirvieron principalmente de tres imágenes. La primera
consistía en comparar las partes que componen la filosofía con un huerto de
árboles frutales: la lógica se parangona con la solidez de los muros que rodean
el jardín; la física, con la altura a la que llegan los árboles; la ética, en fin, con la
riqueza de los frutos. La segunda imagen que empleaban era la del huevo: la
cáscara se compara a la lógica; la clara, a la física; la yema, a la ética.
Finalmente, recurrían a una tercera imagen: la del animal, en la cual los huesos
y los tendones representan a la lógica; la sangre y la carne, a la física; y el alma,
a la ética.
Son, en verdad, varias las enseñanzas que, en su sencillez, nos brindan
estas metáforas. Ante todo, nos enseñan la inseparable unidad del saber
filosófico. Un huerto sin cerca que lo proteja, sin el crecimiento de los árboles o
sin fruta que recolectar pronto desaparece como tal huerto. Un polluelo no
puede nacer del huevo si la yema no está unida a la clara y ambas no están
protegidas por la cáscara. Y, en fin, el animal muere cuando su cuerpo, carne y
sangre entramada por huesos y tendones, deja de ser vivificado por el alma. Del
mismo modo, no hay en rigor filosofía si falta una de las partes que la
constituyen: no puede cultivarse una parte de ella sin atender igualmente a las
otras.
También son instructivas estas imágenes de algo que hoy parece que
hemos olvidado y que, sin embargo, los filósofos antiguos consideraban
esencial: que la ética es el fin último de la filosofía. Cultivamos la filosofía no
solo para conocer la realidad y para saber cómo obrar bien, sino sobre todo para
vivir de acuerdo con esos conocimientos y lograr así una vida plena. Por ello, la
ética es como el fruto por el que plantamos el árbol, o como la yema del huevo,
que algunos identificaron con el polluelo mismo, o como el alma, esto es, el
principio de vida, del animal.

Enumerándolas (luego se verá cómo aparece cada una), las disciplinas


filosóficas teóricas son:
- Metafísica.
- Teología natural.
- Filosofía de la naturaleza.
- Antropología.
- Lógica.
- Teoría del conocimiento.
En la filosofía permanece siempre el ideal de sabiduría universal y global. Ya
sabemos que tal saber o visión no es la mera suma de las visiones de las partes de un
todo, no un saber erudito o «enciclopédico». Los árboles nos impedirían ver el
bosque si la mirada funcionara de una manera meramente analítica. De manera que,
para representarnos globalmente, y en un único o solo pensamiento, el todo de las
realidades, entidades o seres, habremos de valemos de la más universal de todas las
nociones que tenemos, la que necesariamente se halla implícita en todas y cada una
de nuestras demás nociones: la noción de ser.
Por consiguiente, el problema teórico universal y fundamental es el problema
del ser y del ente. Esta investigación es la Metafísica (una parte de la cual se ocupará
del Ser o Ente supremo, fundamento de toda la realidad: la Teología natural).

Aristóteles denominó la metafísica como «filosofía primera» en cuanto saber filosófico por
antonomasia o excelencia. Pero adviértase que el saber metafísico es primario por su universalidad,
su calidad y su valor; no siempre por ser lo primero con lo que el filósofo se encuentra y lo que le
mueve a ponerse a filosofar. Lo primero que nos encontramos y nos motiva a ello son preguntas de
todo género (casi siempre prácticas o existenciales) que, eso sí, nos importan últimamente e
inquietudes interiores acuciantes.

A su vez la metafísica, para no perder contacto con la realidad cuya verdad


busca y para avanzar con seguridad en esa indagación, necesita ir de la mano de
“filosofías segundas”: la que le suministra la experiencia de lo real, la Filosofía de la
naturaleza, y junto a ella la del ser humano, la Antropología), así como la que le
prevenga de los fallos en el conocer y razonar, mostrando a la vez la maravilla en que
consiste el conocimiento (la Lógica y la Teoría del conocimiento).
De estas filosofías segundas, la lógica tiene un papel de instrumento (órganon)
de todo el saber, y su conocimiento sistemático es -en expresión de Millán-Puelles-
una especie de pró-logo para el uso del “logos” o la razón en los demás saberes
(también de la metafísica). Son «segundas» porque no cumplen todos los requisitos
de la definición del saber filosófico, pero no por ser. subsiguientes (no lo son) a la
metafísica sistemática.
c) Las disciplinas filosóficas prácticas
Por su parte, las disciplinas filosóficas prácticas (que ya sabemos que como
disciplinas no dejan de contener teoría) son:
- Ética.
- Filosofía de la religión.
- Filosofía social o política.
- Sociología.
- Filosofía de la educación, de la historia, del derecho, etc.
Por otra parte, los problemas prácticos radicales, y universales porque se dan en
toda persona y nos acompañan durante toda la vida, los estudia la Ética.
Esta disciplina filosófica es también segunda respecto a la metafísica: en el
sentido -ya advertido- de menos universal respecto a la realidad (se ocupa solo de la
naturaleza del hombre en cuanto libre), pero no es primera en el sentido de que se
trate de una reflexión derivada de una teoría del ser general. Es más, como vimos, es
también auténtica «filosofía primera» en cuanto motor de búsqueda de sentido
último y fundamental de la vida humana, y en cuanto contacto inmediato con lo
absoluto en la forma del bien y del deber incondicionados.

Así lo ha recordado en el siglo XX, con gran énfasis y lucidez Emmanuel Lévinas; pero es la
misma tradición que viene de Sócrates o de san Agustín.

Una moderna disciplina en parte integrada en la teología natural y en parte en la


ética es la Filosofía de la religión. Por otra parte, del actuar humano libre en
sociedad se ocupan la Filosofía social o política y la Sociología.
Por último, se habla también de disciplinas como la Filosofía de la educación, la
Filosofía de la historia, la Filosofía del derecho, etc. Todas ellas son, por su objeto,
filosofías parciales, pero auténticamente filosóficas por su modo de proceder, pues
incluso dentro de su carácter fragmentario unifican muy variadas zonas de la realidad
o del ser, y se ocupan de integrarlo en el panorama universal de este.

***
De todas esas preguntas, las teóricas y las prácticas surgen de modo algo
diverso:
- Las teóricas nacen más bien del asombro, de la curiosidad, del afán
desinteresado de saber. Para lo cual es necesario -como se ha dicho tantas veces-
cierto ocio o tiempo disponible más allá de la preocupación inmediata por la
subsistencia.
- Las prácticas nacen de otra manera: con el despertar de la conciencia a
problemas que ya teníamos, o que de sopetón nos encontramos. Pero en ambas
(teóricas y prácticas) se busca el fundamento u origen que dé orden y estabilidad
ante el aparente caos del mundo y de la vida; y ambas tienen además dos rasgos en
común: importan -o llegan a importar- mucho al filósofo (pues incluso el afán
teórico de saber lo vive como pasión existencial), y nos superan de algún modo.
Que las preguntas filosóficas importan o preocupan mucho al filósofo se ve de
modo inmediato en los problemas prácticos, los que atañen directamente a la vida
humana. Ala existencia humana le afecta toda tesitura entre una inclinación y la
acción contraria percibida como un deber; que nazcamos y muramos; que suframos y
gocemos; que padezcamos o que cometamos injusticias; que seamos felices o
desdichados. Pero también interesan al vivir humano cuestiones teóricas, como que
habite en un mundo ordenado y estable o por el contrario caótico y azaroso; que haya
o no algún Ser supremo sobre mí y sobre el mundo; qué naturaleza tengamos los
seres humanos, etc. Estas cuestiones teóricas nos interpelan a todos porque iluminan
el origen y fin de nuestras vidas y, así, guían en buena medida nuestras decisiones
generales y concretas.
Además, en el filósofo encuentran eco a un particular deseo de verdad, de
claridad, que llega a ser el motor de su vida (de su vida como buscador de la verdad y
como comunicador, aunque sea en pequeñas dosis, de ese tesoro tan grande).
Se entiende bien que prácticamente todos los filósofos, a lo largo de los siglos,
se hayan ocupado tanto de las cuestiones teóricas como de las directamente
existenciales o prácticas (a veces, según circunstancias y caracteres, privilegiando las
unas sobre las otras). Al final de su Crítica de la Razón Práctica, Kant confesaba sus
dos grandes motivos de asombro: «Dos cosas llenan mi ánimo de creciente
admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado
sobre mí y la ley moral dentro de mí».

1.3. Los problemas filosóficos son inagotables


a) Problemas particulares y problemas filosóficos
Una característica peculiar de los problemas filosóficos es que nos superan, que
nunca los agotamos. O, dicho de otro modo, ellos desbordan nuestra experiencia y
acompañan toda nuestra existencia de una manera peculiar. No son como los
problemas que ocasionalmente nos salen al paso ante una dificultad concreta.
• La vida corriente parece a menudo una carrera de obstáculos. Algunos de
esos obstáculos podemos orillados, pero muchos tenemos que superarlos:
son para nosotros problemas particulares o circunstanciales que hay
que resolver, o disolver. Lo fundamental para afrontar estos problemas
particulares es dar con la solución técnica -acaso prestada de otros-,
aplicada y seguir adelante, hasta el siguiente obstáculo.
• En cambio, hay ciertos problemas -los problemas filosóficos- que
no se solucionan de un plumazo, que nunca terminan de superarse; más
bien, ellos nos superan a nosotros. Por eso nos acompañan toda la vida.
Los llevamos, por así decir, siempre a cuestas. El fundamento y la unidad
inteligible de la totalidad de lo real; qué y quiénes somos verdaderamente;
la fiabilidad de nuestro conocimiento; el sentido del sufrimiento, de la
muerte, de la injusticia y del deseo insatisfecho; qué queremos en el
fondo; el mundo como espectáculo y como entorno acogedor, pero
también amenazante...: todo esto pertenece a esta clase de problemas. A
veces son perplejidades, sorpresas, paradojas, cuestiones críticas y hasta
dramáticas, sí; pero -como el dolor en el cuerpo- a menudo son esas crisis
las que nos espolean a pensar, a preguntar, a cuestionar, a buscar. Otras
veces se presentan, también es verdad, como pacíficas e inmensas aguas
para la sed de verdad del filósofo, para su peculiar curiosidad insaciable, e
incluso para la gozosa contemplación.

Todas estas cuestiones no solo vuelven reiteradamente en el curso de la vida,


sino que nunca se agotan del todo. Su solución se nos escapa. Siempre se los puede y
debe pensar más; nunca se los piensa bastante. Y, además, siempre i pueden
encararse de otra manera, desde otra perspectiva (personal, histórica, social...).
Gabriel Marcel distinguía acertadamente entre problemas y misterios. Los problemas, según
él, son los resolubles técnicamente, como desde fuera, por así decir: con una guía, con un manual de
instrucciones, con un consejo profesional, con un librito de autoayuda e incluso con un máster. Los
misterios son los problemas filosóficos, especialmente el problema del ser, donde la propia persona
que se los plantea se encuentra involucrada. Son tan hondos y nos afectan tan profundamente que lo
adecuado es meditarlos valiente y pacientemente; es decir, requieren una actitud distinta de la
técnicamente resolutiva, una actitud filosófica.

b) El carácter existencial no implica subjetivismo


Pero antes de tratar de describir esa actitud filosófica, quizá convenga advertir
que ese carácter existencial que de uno u otro modo poseen los problemas filosóficos
no conlleva necesariamente un subjetivismo o un antropocentrismo. La meditación
filosófica no nos encierra en nosotros mismos por el hecho de buscar el sentido de
nuestra vida. Al contrario, nos abre a la realidad, a dimensiones más profundas de la
realidad.

1. En primer lugar, porque la vida que vivimos -y por la que nos preguntamos
cuando filosofamos- no es la pura receptividad subjetiva, sino todo lo objetivo que
vivimos en ella (los otros, la cultura, los problemas sociales, el mundo natural, etc.).
2. En segundo lugar, porque cuando eso que vivimos lo convertimos en
pregunta, cuando nos interrogamos por el sentido de ello, buscamos más realidad
dentro de la realidad objetiva, por así decir; buscamos entender, “inteligir” (intus-
legere, leer en el interior). Descubrir esta maravillosa capacidad es descubrir que el
ser humano es, además de corporal, espiritual.

Además, tampoco la constante posibilidad de plantearse las preguntas filosóficas


de modo diverso aboca al relativismo. Es, al contrario, una prueba de que nos
hallamos ante una realidad objetiva que nos desborda.

¿Cómo no va a ser posible un enfoque siempre diverso de lo que es más amplio y profundo
que nosotros? Sucede incluso con lo material: una misma montaña cabe verla, y subirla, por muchas
caras y caminos posibles; de un mismo paisaje se pueden tomar infinitas fotografías según el
ángulo, luz, distancia, etc. Con más razón ocurre en lo espiritual (aunque de otra manera): un
acontecimiento histórico puede vivirse de mil maneras posibles, según las circunstancias de cada
uno. El pensar filosófico es también, como toda actividad humana, limitado, parcial, condicionado
por diversísimos factores subjetivos (y esto es lo relativo); pero lo que se piensa es siempre
básicamente lo mismo.
2. La actitud filosófica
Primeramente, toda filosofía es una actitud. Es una de las muchas formas de
reaccionar frente a la realidad. Pese a que espontáneamente podemos mostrar cierta
actitud por filosofar, lo cierto es que una auténtica reflexión filosófica necesita de un
tiempo y preparación académica adecuados. Ante los problemas propiamente
filosóficos hay que adoptar entonces cierta actitud, solo así se los puede tratar. Más
aún, solo así se descubren.

Las características más importantes de la actitud que presentan los hombres


cuando generan sus filosofías son:

1. Totalizadora o Universal

Los filósofos centran su interés en AGUSTÍN de Hipona sostuvo


la totalidad del mundo. que Dios creó el mundo desde la
nada.
ENGELS afirmó que en el
mundo solo hay materia en sus
múltiples manifestaciones.

NIETZSCHE sostuvo que el


Los filósofos abordan temas de hombre es una enfermedad para la
máxima generalidad. tierra. Aquí este filósofo se está
refiriendo al hombre “en general” y
no a tal o cual persona individual.

Muchos filósofos europeos de


Los filósofos asimilan e integran los siglos XVII y XVIII concibieron
conocimientos de otras ramas del saber. al mundo como una gigantesca
máquina. Esta forma de pensar se
debió sobre todo al avance de la
ciencia natural de su tiempo.

Los filósofos estudian el ser


2. Radical (esencia, principio, fundamento,
naturaleza, elemento básico, aspecto
principal o raíz) de las cosas.

TALES de Mileto afirmó que el


principio de las cosas es el agua.
LEIBNIZ consideró que los
elementos básicos con que están
hechas las cosas son unas diminutas mónadas.
unidades de energía que denominó

3. Trascendental
PLATÓN afirmó que las cosas
Los filósofos tratan asuntos que que captamos con los sentidos son
van más allá de su experiencia copias de modelos ideales que no se
inmediata. pueden observar sino solo captados
con la razón.

KANT investigó cómo los seres


humanos construimos conocimientos.
Los filósofos problematizan Sus estudios lo llevaron a concluir
acerca de nuestras facultades mentales que la razón tiene leyes que
que nos permiten elaborar posibilitan tal construcción.
conocimientos.

DESCARTES se propuso
Los filósofos buscan definir los construir una rigurosa ciencia
presupuestos básicos de las ciencias. filosófica que sirva de base a las
demás ciencias.

4. Racional

Los filósofos tienen a la razón PARMÉNIDES fue el primer


como principal instrumento para filósofo europeo en distinguir
producir sus tesis. Esta facultad les claramente la actividad de la razón
permiten explicar sus afirmaciones, de los sentidos. Sostuvo que solo con
elaborando argumentos para ello. la razón se alcanza la verdad.

5. Crítica

Los filósofos cuestionan aquello OCKHAM fue un sacerdote que


que consideran una aparente verdad. rechazó duramente las tesis de
Pese a que no “critican todo” (visión TOMÁS de Aquino sobre la
incorrecta de la filosofía), los filósofos posibilidad de demostrar la
son muy críticos con sus adversarios. existencia de Dios y la primacía de la
Iglesia sobre los Estados.
6. Crítica

Los filósofos constantemente En Europa del siglo XIX,


están elaborando y actualizando mucha gente suponía que la razón y
problemas. Pocas veces se conforman la ciencia era los únicos medios para
con el resultado obtenido en sus el progreso. No estando convencido
investigaciones. Por eso, donde los de ello, Karl MARX descubrió que
demás “no ven problema alguno”, los tal “progreso gracias a la razón y la
filósofos sí encuentran un tema que ciencia” fue generado por los
discutir. intereses de la burguesía.

7. Otras características

METÓDICA. Siendo una Debido a que los filósofos


actividad racional, los filósofos problematizan sobre los principios
investigan siguiendo procedimientos de las ciencias, la filosofía se presenta
rigurosamente establecidos por ellos más crítica y problemática que la
mismos. actividad científica.

La mayéutica es el método que


propuso SÓCRATES para alcanzar
cierta “sabiduría” que, según él, se
SISTEMÁTICA. Al ser una encuentra en el alma.
actividad metódica, la filosofía es La duda fue el método que
también sistemática, es decir, permitió a DESCARTES alcanzar
poseedora de un estricto orden. De ese ideas que consideraba absolutamente
modo, muchos filósofos incluso ciertas.
pretenden elaborar grandes sistemas La dialéctica materialista no es
sobre el mundo. solo una ideología sino también un
método que permite interpretar la
realidad a partir del estudio de las
formas por las cuales los hombres
trabajan.

ESPECULATIVA. Algunos demás. Inclusive, existen algunos que


filósofos pretenden elaborar sus teorías afirman que la filosofía es una
totalmente contrarias al progreso de la actividad totalmente teórica, desligada
ciencia de su tiempo, generando una radicalmente de la realidad material. El
multiplicidad de entidades: esencias, rasgo de “especulativa” es
sustancias, dioses, espíritus, almas y
0
característico de muchas filosofías idealistas.

Desde nuestro punto de vista las características principales que debería tener una
auténtica actitud filosófica son:

2.1. Afán de saber


Evidentemente, en el filósofo se detecta un afán de saber, de claridad; una sana
curiosidad y un constante asombro. Preguntas que poca gente se hace, y que muchos
consideran superfluas, inquietan al filósofo. Le inquietan desasosegada y
gozosamente a la vez. No descansa ni se conforma con lo logrado o lo que se le dice;
pero al mismo tiempo disfruta al descubrir nuevas y más finas distinciones, o cuando
se le abre un nuevo mediterráneo o incluso todo un continente inexplorado.
Se aventura por caminos por los que muchos no se atreven o que consideran
inútiles. Esos muchos tienden a pensar que ya sabemos suficiente, especialmente hoy
gracias a la ciencia y a la ingente cantidad de información disponible en tantos
medios y soportes. Al fin y al cabo, dicen, “puede vivirse sin esas molestas
preguntas”. Pero no se dan cuenta de que el filósofo no es simplemente alguien a
quien le interesan arbitrariamente ciertas cosas, sino que está tensando al máximo un
rasgo esencial de toda vida humana, su vivir de verdades. Necesitamos verdades
como el aire para respirar. El mismo cuestionamiento universal vive de la verdad de
esa misma actitud adoptada entonces por su sujeto.

Con todo, quizá no falte quien diga que lo único que le interesa es simplemente vivir, y no la
verdad de cosa alguna. Pero en el fondo esa actitud no es auténtica. Nos importa la verdad, sobre
todo, de lo que nos afecta Personalmente: no nos da igual que nos mientan, que nos quieran de
verdad o falsamente, que seamos capaces de saber y entender qué nos pasa, que eso que nos pasa
tenga un sentido o no, que acertemos o fracasemos en el modo de ser felices, etc. Y está claro que
sobre todo esto siempre estamos aprendiendo, aunque solo sea porque la vida nos depara
continuamente sorpresas y novedades.
Al mismo tiempo, es verdad que -primum vivere, deinde philosophari- para el ejercicio
filosófico son necesarias ciertas condiciones de bienestar, ocio o incluso abundancia (que hoy
ciframos en disponibilidad de tiempo, de manutención personal y de medios institucionales y
materiales: como edificios, bibliotecas, foros, etc.).

Así, quien se dedica a la filosofía realiza vocacionalmente un ideal de vida


humana del que sin embargo nadie está completamente eximido, pues vivir en
verdades es en cierto modo apropiarse de la propia existencia, tenerla o vivirla de
modo personal. Más aún, un ideal que late como tarea, en diverso grado, en el interior
de toda persona. Tarea que es el eco de un deseo profundo e inextinguible, como
aparece expresado al inicio mismo de la Metafísica de Aristóteles: «Todos los
hombres desean por naturaleza saber».

En su Defensa de la filosofía, escribe acertadamente Josef Pieper: «la consideración filosófica


de la realidad es un hacer humano que tiene sentido en sí mismo, que no está por tanto meramente
"ordenado" al "bien del hombre" ni contribuye en algo a ello, sino que es un elemento que forma
parte esencialmente de este bien» (p.68).
Un deseo o anhelo que supone, de suyo, una cierta carencia y una cierta
posesión de ese saber, una carencia cuya satisfacción se persigue conscientemente y
una posesión como idea, siquiera vaga, de lo que se busca. Hay en la filosofía una
mezcla de ignorancia y conocimiento (una «docta ignorancia», decía san Agustín,
pues una ignorancia absoluta no sería consciente de Sí), una tensión en grado máximo
-porque máximo es su objeto y radical es el deseo- entre saber y no-saber.

De manera que lo que Platón pone en boca de Sócrates, «solo sé que no sé nada» -“Este
hombre, por una parte, cree que sabe algo, mientras que no sabe [nada]. Por otra parte, yo, que
igualmente no sé [nada], tampoco creo [saber algo]” (Apología de Sócrates); “Soy amante de
aprender” (Fedro)-, no es simplemente una declaración de humildad, sino un rasgo esencial de la
actitud del que aspire a ser filósofo. Por otra parte, es muy ilustrativa la descripción platónica del
deseo profundo en general, o amor, a través del mito del nacimiento de este. El amor (eros), dice en
el Banquete, es el hijo del dios de la abundancia y de una mujer pobre que simboliza la escasez o la
penuria. Como fruto de ambos, participa de las cualidades de los dos. No vive por completo en la
opulencia, ni en la indigencia tampoco, sino que consiste esencialmente en la articulación de esas
dos cosas, es decir, en su enlace o síntesis. Y una de las manifestaciones del amor es la filosofía: el
amor que busca el saber (lo cual supone que no ignora por completo lo que es este, y que tampoco
lo sabe por completo).

2.2. Humilde y paciente


Si los problemas filosóficos nos superan, es imprescindible que el filósofo sea
humilde. Y si son problemas que llevamos siempre a cuestas y nunca se resuelven ni
disuelven del todo, más nos vale ser pacientes. La única guía del filosofar ha de ser la
veracidad, descubrir verdades, sin dejarse llevar por otros intereses por nobles que
sean o le parezcan. Y, además -más difícil aún- deberá evitar la impaciencia de dar
precipitadamente por definitivas respuestas que no lo son, o de intentar que los datos
de la experiencia encajen en un esquema ya preconcebido.

Ciertamente, la tentación de la impaciencia es muy fuerte: bien por la vía de eliminar esos
problemas (reduciéndolos -intencionada o ingenuamente- a problemas más manejables), bien por la
vía de darles una solución precipitada (quizá más simple, pero no por eso más verdadera). No
olvidemos que la paciencia es una virtud hija de la fortaleza, y tan fuerte hay que ser para no reducir
la filosofía a lo que no lo es, como para resistir la tentación de aplicar un prematuro esquema
«filosófico» (mejor sería decir «mental») como universal solución. Sí; hay también «totalitarismos
filosóficos», que de todo tenemos en la historia del pensamiento. Y el mejor antídoto para esa
impaciencia orgullosa, que pretende imponer y dominar en el terreno de las ideas -y a la postre de
las vidas- es la humildad ante la realidad.
En su escrito bajo el sugerente título La esencia de la filosofía y la condición moral del
conocer filosófico, Max Scheler señala expresamente la humildad como un presupuesto necesario
para el ejercicio de la filosofía: «La humildad nos conduce desde la existencia contingente de
cualquier algo (y de todas las formas de ser y conexiones de ser categoriales pertenecientes a esta
esfera) en dirección a la esencia, al puro contenido objetivo del mundo».
Antonio Millán-Puelles, en su libro El interés por la verdad, se explaya en el importante
papel de esa virtud para el conocimiento; de ella dice: «[Entre las virtudes que «más favorecen la
contemplación de la verdad»], la humildad es la que ocupa el lugar primero, por extirpar la raíz, que
sin duda se encuentra en la soberbia, de la totalidad de los vicios morales y especialmente de los
que de un modo más directo se oponen al interés puramente cognoscitivo».
Humildad y paciencia hacen falta también a quien se acerca a la historia de la
filosofía. Humildad para reconocer los genuinos logros de auténticos genios, sin
juzgarlos anacrónicamente. Paciencia porque uno no se encontrará con una historia
de progreso continuo, uniforme y progresivo; sino una colección de concepciones
solo a veces apoyadas e inspiradas unas en otras. Y es que, si se trata de pensar por
cuenta propia, cada filósofo parte -hasta cierto punto- de cero, recomienza, repiensa
todo de nuevo, aunque a veces ciertamente de la mano de otros. Ya vimos que tal
panorama no aboca al escepticismo, pero tampoco debe inducir al desaliento.
Muestra, más bien, que todos podemos pensar filosóficamente, que es posible
replantearse personalmente las grandes preguntas filosóficas: es decir, que uno puede
adoptar la actitud de esos pensadores que fueron los filósofos. Pues, aunque la
historia de la filosofía es sobre todo eso, historia de la filosofía, no es menos historia
de los filósofos: tradición de quienes han cuestionado y repensado la tradición. Nos
enseñan ideas y verdades, pero más radicalmente muestran una vida, una actitud.
Pero quizá la forma más frecuente de impaciencia -en el fondo también de
pereza y de oculto orgullo autosuficiente- es la de quienes no emprenden o no
sostienen el esfuerzo por pensar los grandes interrogantes del mundo y de la vida y,
ante una tarea cuyo resultado nunca es inmediato ni total, abandonan indolentemente
la búsqueda. Se abandona entonces uno a la inmediatez, a la inercia, a la masa
anónima o impersonal, justificándose acaso con que ya sabe bastante. Sin embargo,
esa actitud no tiene mucho recorrido, justo el que dura esa inercia. Tarde o temprano
algún suceso dramático de la vida nos para, nos detiene, nos urge a pensar. Y es
entonces cuando necesitamos la filosofía, cuando comenzamos a ejercerla o -mejor
sería- cuando acudimos a verdades filosóficas que otras veces habíamos meditado y
descubierto ya. En pocas palabras, solo entonces nos comportamos propiamente
como humanos, y ya no como meros individuos de una especie que pulula con
diversa suerte sobre este planeta.

Kierkegaard, un filósofo que defendió lo propia y personalmente humano como pocos, era
consciente de la necesidad de la paciencia, la tenacidad, que siempre supone la humildad. Así
escribía en su Diario ([1835] I A 75): «Mas para eso [la búsqueda de la verdad] necesitó tenacidad;
además, no es posible recoger en seguida lo sembrado. Recordemos el método de aquel filósofo
[Pitágoras] que imponía a sus alumnos un periodo de silencio de tres años, con la promesa de que
luego todo saldría bien. Así como no se comienza una fiesta al amanecer sino en el ocaso, así
también en el mundo del espíritu es necesario trabajar durante algún tiempo antes de que el sol
luzca de veras para nosotros y de que se nos muestre en todo su esplendor».

2.3. Fuerte y valiente


Para resistir a la impaciencia y al orgullo hay que ser fuertes, valientes. Se
necesitan esas virtudes para mirar a la cara a esos incómodos problemas que no se
resuelven expeditivamente y que se resisten a nuestro dominio.
Lo fácil, y lo cobarde, es desviar la mirada y distraerse con los problemas que
podemos manejar, incluso deslumbrándonos con la propia capacidad de manejar y
dominar la naturaleza (una capacidad eficazmente potenciada por la técnica y
alentada por el ideal de progreso típico de la modernidad).
Pero no solo fortaleza y valentía ante la dificultad de lidiar con lo inmanejable,
sino valentía también -y a veces, sobre todo- ante una cierta soledad forzada.
Efectivamente, la práctica totalidad de la sociedad asevera hoy a voz en grito, como
antaño, tener ya las respuestas a todos los interrogantes (también a los filosóficos, que
niegan que sean de distinto género que el resto). Ya la historia, la economía, la
biología, la política e incluso la religión (entendida, claro, de manera no pensada a
fondo ni tampoco como mistérica), y por supuesto y ante todo la ciencia, tienen -
dicen- todas las respuestas que necesitamos, todas las que anhela el ser humano.

Por cierto, que esta afirmación de la autosuficiencia de la ciencia experimental es una


afirmación netamente filosófica, pues señala el sentido, o dónde buscarlo, de todas las cuestiones
del mundo y las que pueden preocupar o concernir a la existencia humana. De hecho, esta posición
la ideó el filósofo francés del siglo XIX Augusto Comte, y la denominó «positivismo».

De manera que, si alguien se atreve a cuestionar esas presuntas evidencias ya


dadas, «dejará en evidencia» que aquellas no son tales (o pueden no serlo), y que esos
supuestos sabios tampoco lo son (o pueden no serlo). Grave peligro entonces para el
prestigio de científicos, sociólogos, políticos, psicólogos, etc. No tardarán en aliarse
contra quien se ha salido de su guion. Se intentará acallarlo, aislarlo, desterrado de la
vida pública: asesinarlo en vida. Como sabemos, tales tintes dramáticos fueron reales
en los inicios de la filosofía (en la vida de Sócrates), y siempre que alguien alzó su
voz en favor de la verdad en algunos regímenes totalitarios, cuyas praxis políticas se
fundan siempre en la imposición de una ideología. Y cuanto más encubierto sea el
totalitarismo de la verdad (de las verdades, del relativismo) más viva se llevará a cabo
esa misma persecución, aunque desde luego con suaves y educadas maneras,
invitando a la filosofía a esconderse o a presentarse como un ornamento culto, pero
no realmente serio ni verdadero.
La filosofía deja de ser entonces plácido entretenimiento para momentos de
ocio, y se convierte en responsable y esforzado ir contracorriente de quien quiere
pensar por cuenta propia -y mostrar ese ideal de vida- en medio de un mundo
donde todo se suele dar ya pensado, prácticamente enlatado y listo para consumir.

2.4. Responsable y esforzada


a) Actitud responsable
Responsable es ir efectivamente contracorriente tantas veces. Los problemas
filosóficos terminan reclamando responsabilidad. De que los pensemos en serio
depende que vivamos una vida auténticamente humana, una vida de la que podamos
dar respuesta, ofrecer un sentido, justificarla. Los filósofos griegos advirtieron en
seguida que una vida así es la única vida digna de ser vivida por el hombre.

«Una vida sin examen no merece la pena ser vivida», decía Sócrates para justificar e ilustrar
su actividad y su enseñanza.

Esa vida es una vida racional, filosófica. Tal es el ideal de vida humana. Pero no
hay que pensar semejante ideal como una vida solo de pensamiento y teoría. Se trata
de una vida pensada, gobernada por el pensar. Pero una vida, así iluminada, toda
entera: es decir, la vida real que incluye la contemplación del arte y de la naturaleza,
el disfrute de la compañía de los amigos y el deleite de bienes materiales, la
satisfacción de logros profesionales, etc., etc.
Es tarea, responsabilidad, de cada uno adoptar esa actitud filosófica, reflexiva,
racional y razonable de la vida. Una actitud responsable porque da respuesta, o lo
intenta, al sentido inteligible del mundo y de la vida. Pero, además, esa actitud es la
actitud responsable también desde el punto de vista práctico. Tal como pensemos,
actuaremos. De las verdades que vivamos (porque, queramos o no, vivimos de
verdades) dependerán las acciones que realicemos. O a la inversa, las acciones son
las que mejor expresan lo que en realidad pensamos. Pensar en serio lleva a actuar; y
actuar es la manifestación de lo que en realidad y en serio pensamos. Lo cual
adquiere una importancia radical cuando se trata de nuestra relación con otras
personas (o con nosotros mismos en cuanto personas), o sea, cuando se trata de
nuestra vida moral en toda su nobleza y seriedad.

Más breve y concretamente, de cómo pensemos el mundo y la vida humana dependerá que los
tomemos como algo serio o como un juego. Sobre todo, de cómo concibamos el valor de la persona
dependerá cómo nos comportemos con ella, cómo la tratemos. No es casualidad que unas filosofías
hayan conducido a totalitarismos (de uno u otro género) y que otras, en cambio, hayan podido
aducirse en defensa de cada persona singular.

Por un lado y por otro -como vida propia y como vida en relación con los
demás-, tomar una actitud filosófica es también una responsabilidad moral, esto es,
incondicional e inexcusable. No, evidentemente, como actividad profesional o
académica, pero sí como ejercicio personal reflexivo. Y en las circunstancias actuales
esta responsabilidad es quizá aún mayor. Es preciso iluminar la extraña y paradójica
relación de la sociedad actual con la filosofía. De una parte, el consumismo y las
respuestas ya dadas (desde diversas instancias) pretenden inhibir el planteamiento de
las preguntas filosóficas. De otra parte, no se pueden seguir escondiendo problemas
que urgen una reflexión profunda (como muestran tantos debates morales, con
frecuencia sin embargo muy superficiales e interpretados como ideológicos). Hoy día
la actitud y actividad filosófica tiene mucho de testimonio, de ejemplaridad. Es vital
mantener viva esa llama. Una llama quizá pequeña, pero capaz de iluminar cómo se
puede y debe vivir, cómo se puede y debe buscar sentido a los inextinguibles
interrogantes de toda persona. Es verdad que es una vida tensa, pero es también y
sobre todo una vida intensa, plena, con misión.

Edmund Husserl decía, en este sentido, que el filósofo es el «funcionario» de la humanidad.


No porque pretendiera o pudiera exonerar de esa tarea al resto de los hombres, sino muy al
contrario, porque realiza la función que debería ejercer toda persona humana.
E insistía, además, en que existe un imperativo incondicional para la filosofía: procurar, con el
máximo sentido de responsabilidad, no aceptar como verdadera ninguna tesis que no hayamos
personalmente comprobado, en la medida de nuestras fuerzas y recurriendo al tipo de experiencia
en el que auténticamente se tenga acceso a las cosas de las que se habla.

b) Actitud esforzada
Pero entonces, esa vida tensa e intensa tiene no poco de esforzada, aun cuando
es la que debe ser. «Todos somos un poco filósofos», se oye decir a menudo. Lo
primero que viene a la cabeza cuando se oye esa afirmación -a menudo expresada con
bastante superficialidad y con dudosa intención- es contestar: «¡ojalá!», aunque cabe
responder educadamente: «sí, pero unos más que otros». Ambas cosas son verdad.
Ojalá todos pensáramos más filosóficamente con cierta frecuencia, para comprender
mejor el mundo y para dirigir nuestra vida, y sobre todo para acertar en nuestras
acciones. En realidad, no podemos dejar de hacerlo en alguna medida. Pero esa
medida es muchas veces insuficiente. No basta reflexionar solo un poco de vez en
cuando para pensar filosóficamente. Todos somos un poco filósofos, sí; pero no
siempre suficientemente, ni desde luego todos por igual.
Como solía decir el filósofo Leonardo Polo, para pensar hay que ponerse a
pensar (incluso metódicamente, como se verá en el siguiente capítulo).

Por eso, Husserl distinguía entre «actitud natural» y «actitud fenomenológica» Por la
«natural» no entendía la que debía naturalmente ser, ni tampoco exactamente la habitual, sino más
bien la «naturalista». Según su certero diagnóstico, las ciencias naturales modernas -por lo demás
del todo legítimas en sí mismas, e incluso ejemplares en su rigor- influyen poderosísimamente en
nuestra imagen del mundo: del mundo externo y también, esto es lo grave, del mundo interno o
personal. Desde hace muchas décadas tendemos fuertemente a interpretar todo desde lo material,
desde lo empírico-positivo, desde lo sensible. Realidades que sin duda vivimos (como el amor, el
conocer, el sentido y modo de afrontar el sufrimiento o la muerte, la injusticia más allá del mal
físico infligido, la culpa, la experiencia religiosa, etc.) corren el riesgo de ser absorbidas por el
presunto poder explicativo de las ciencias naturales.
Hace falta entonces -defendía el fundador de la fenomenología hace ahora poco más de un
siglo- un cambio de actitud a la hora de mirar especialmente el mundo interior humano, que
incluye el sentido según el cual vivimos el mundo exterior y a los demás. Un cambio que suponga
contener («poner entre paréntesis») la presión de la interpretación materialista y permita ver, tal
cual es, la realidad-de la conciencia, de las verdades y el sentido que vivimos de muchas maneras
(pensando, amando, queriendo, anhelando, lamentando, soñando, etc.). A esta actitud la llamaba
«fenomenológica» (porque atiende a los fenómenos que vivimos), «trascendental» (porque
trasciende la inmediatez de lo sensible) o sencillamente «filosófica» (porque se pregunta no por las
cosas, sino por el sentido según el cual las vivimos). Y a la vez advertía que esto no supone alejarse
de la actitud natural. Todo lo contrario: significa situarse como por detrás de ella, penetrar en el
interior de ella. Se trata de enfocar e iluminar el lado de la actitud natural que habitualmente queda
en la sombra, a saber, que no solo hay las cosas que llenan nuestra vida, sino nuestro vividas y el
modo en que llenan (o parecen llenar) nuestra vida.

Llámese como quiera dicha actitud, es claro que se precisa un esfuerzo para
hacer filosofía (no solo para dedicarse profesional y académicamente a la filosofía,
sino también para el ejercicio reflexivo filosófico). Pero es un esfuerzo que vale
mucho la pena, que nos capacita para descubrir dimensiones preciosas y riquísimas
de la realidad, y que ayuda a los demás a descubrirlas también. Es más, exige tal
apertura a la verdad, tal humildad y desinterés, tal generosidad para tratar de
comunicar esas verdades, que Husserl comparaba ese cambio de actitud a una
conversión religiosa:
«Tal vez se va a mostrar que la actitud total fenomenológica y la epojé pertinente está
esencialmente llamada a obrar, en primer lugar, una plena transformación personal que tendría que
ser comparada con una conversión religiosa, la que más allá de eso entraña en sí el significado de la
más grande transformación existencial que se ha propuesto al ser humano como ser humano» (La
crisis de las ciencias europeas).

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