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cerebro
ciencias

Perspectiva
Fundamentos neurales de Ayres Sensory Integration®
4 1 5
Shelly J. Lane 1,2,*, Zoe Mailloux 3, sarah schön , Anita Bundy , Teresa A. May­Benson ,
L. Diane Parham 6, Susanne Smith Roley 7 y Roseann C. Schaaf 3
1
Departamento de Terapia Ocupacional, Facultad de Salud y Ciencias Humanas, Universidad Estatal de Colorado,
Fort Collins, CO 80523, EE. UU.
2
Disciplina de Terapia Ocupacional, Escuela de Ciencias de la Salud, Universidad de Newcastle, Newcastle,
Nueva Gales del Sur 2300, Australia
3
Departamento de Terapia Ocupacional e Instituto Farber de Neurociencia, Universidad Thomas Jefferson,
Filadelfia, Pensilvania 19107, EE. UU.
4
Instituto STAR para el Trastorno del Procesamiento Sensorial, Greenwood Village, CO 80111, EE. UU.

5 Fundación Espiral, Newton, MA 02458, EE. UU.


6
Departamento de Pediatría, Programa de Posgrado en Terapia Ocupacional, Universidad de Nuevo México,
Albuquerque, Nuevo México 871321, EE. UU.
7
Liderazgo colaborativo en Ayres Sensory Integration, Redondo Beach, CA 90277, EE. UU.
* Correspondencia: shelly.lane@colostate.edu; Teléfono: +1­970­491­4122

Recibido: 11 de junio de 2019; Aceptado: 27 de junio de 2019; Publicado: 28 junio 2019

Resumen: La integración sensorial, ahora registrada como Ayres Sensory Integration® o ASI, se basa en
principios de la neurociencia y proporciona un marco para comprender las contribuciones de la
fundamentos sensoriales y motores del comportamiento humano. La teoría y práctica de ASI continúa
evolucionar a medida que surja una mayor comprensión de la neurobiología del comportamiento humano. En este papel nosotros
examinar las construcciones centrales de ASI identificadas en el trabajo seminal del Dr. Jean Ayres, y presentar
investigación neurocientífica que subyace a los principales patrones de función y disfunción de la integración sensorial.
Consideramos cómo la investigación actual verifica y aclara las proposiciones de Ayres al describir funciones de
los sistemas sensoriales vestibular, propioceptivo y táctil, y explorar sus relaciones con los sistemas ocular,
postural, integración bilateral, praxis y modulación sensorial. Cerramos proponiendo la neuroplasticidad
como los mecanismos subyacentes al cambio como resultado de la intervención de ASI.

Palabras clave: integración sensorial; neurociencia; registro sensorial; modulación sensorial; sensorial
Procesando; percepcion sensorial; reactividad sensorial; dispraxia

1. Introducción
A. Jean Ayres (18 de julio de 1920–16 de diciembre de 1988) fue terapeuta ocupacional y
neuropsicóloga que dedicó su carrera a realizar investigaciones y desarrollar teorías e intervenciones
estrategias para ayudarla a comprender y tratar a los niños con problemas de aprendizaje y de comportamiento.
Ayres se basó en gran medida en la literatura de neurociencia para guiar su comprensión de estudios no examinados previamente.
déficits sensoriales (y motores) que afectan el aprendizaje y el comportamiento. Estudiando con Margaret Rood, Ayres'
Las primeras investigaciones examinaron el uso de la propiocepción para facilitar el movimiento voluntario necesario para
actividades cotidianas [1–3]. En la década de 1970, Ayres comenzó a publicar un trabajo que describía las dificultades para procesar
y la sensación de integración que se produjo en algunos niños con trastornos del aprendizaje. basado en ella
investigación y experiencia clínica, desarrolló la teoría y la práctica de la integración sensorial que
describe cómo el sistema nervioso traduce la información sensorial en acción y postula que
la integración sensorial es una base importante para el comportamiento adaptativo [4,5]. teoría de la integración sensorial
hace hincapié en los procesos sensoriales y motores activos y dinámicos que respaldan el movimiento y la interacción
dentro de los entornos sociales y físicos y que actúan como catalizadores del desarrollo. La teoría de Ayres y

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práctica emanó de un programa de investigación de décadas de duración. Hoy en día, este cuerpo de trabajo se reconoce como
Ayres Sensory Integration® (ASI) e incluye teoría, postulados sobre los mecanismos de los efectos de la integración sensorial,
estrategias de evaluación para identificar desafíos en la integración sensorial, principios de intervención, una intervención
manualizada para guiar el tratamiento y una medida de fidelidad que se utiliza para apoyar la investigación y la práctica [6–9].

Actuando solo con el conocimiento de la neurociencia en el momento en que vivió, Ayres fue profética en su pensamiento.
Gran parte de su trabajo sigue estando respaldado por la literatura actual. Ayres se guió por dos principios importantes: "el
cerebro es un sistema autoorganizado" y "la integración intersensorial es fundamental para el funcionamiento". Por lo general,
comenzaba artículos o conferencias con hipótesis simples que reflejaban estos principios. Un ejemplo: “El cerebro, en
circunstancias normales, es un sistema autoorganizado.
Cuando no tiene éxito en el cumplimiento de su tarea integradora, el comportamiento dirigido por el cerebro no se ajusta a las
expectativas 'normales'”, [10] (p. 41). Ayres luego continuó, elocuentemente, apoyando sus hipótesis con neurociencia. Por
ejemplo:

“La integración intersensorial puede ocurrir dentro de una sola neurona, un núcleo o el diencéfalo, un
hemisferio completo o incluso entre hemisferios. Uno de los métodos por los cuales el SNC [ Sistema Nervioso
Central] integra información sensorial de varias fuentes diferentes es dirigiéndola a una neurona común
llamada neurona convergente. Siempre que haya una multiplicidad de entradas, todas relacionadas con un
solo proceso sensoriomotor, probablemente haya una convergencia de entradas”. [10] (pág. 42).

La neurociencia sigue siendo una piedra angular de la teoría actual, que ahora refleja las técnicas contemporáneas
[6,11,12]. Por ejemplo, en relación con los trastornos del espectro autista (TEA), Kilroy, Aziz­Zadeh y Cermak [11]
exploraron recientemente los postulados propuestos por Ayres (p. ej., registro, modulación) en el contexto de la literatura
sobre neuroimagen, centrándose en el cuerpo sustancial de investigación que examina la disfunción de integración
sensorial en niños con TEA.
En este artículo examinamos las construcciones centrales de ASI, tal como las articula Ayres, reflejadas
en el contexto de la neurociencia contemporánea. Específicamente, consideramos los fundamentos
neurocientíficos de ASI en las áreas de percepción sensorial (sistemas vestibular, propioceptivo y táctil), la
relación de estos con funciones oculares, posturales, de integración bilateral y de praxis, y el constructo de modulación sensorial.
Cerramos discutiendo la neuroplasticidad como el mecanismo clave del cambio neuronal duradero como resultado de la
intervención de ASI. En todo momento, consideramos cómo la investigación actual verifica y aclara las proposiciones de Ayres.

2. Una base en sistemas sensoriales

2.1. Sistema Vestibular: Función e Impacto

Los receptores vestibulares se forman temprano en el desarrollo fetal y funcionan al nacer [13].
Este sistema contiene dos tipos de receptores: los canales semicirculares que detectan el movimiento angular de
la cabeza y los órganos otolitos (utrículo y sáculo) que detectan el movimiento lineal y la atracción de la gravedad.
En consecuencia, el sistema vestibular proporciona al cerebro información crítica sobre la velocidad y la dirección del movimiento
de la cabeza y la posición estática de la cabeza en relación con la gravedad. Este sistema opera de manera continua e
inconsciente en el trasfondo de la vida cotidiana.
Al principio, Ayres [4] propuso que el sistema vestibular tenía una influencia significativa en las funciones del
cerebro y el comportamiento. La investigación ahora respalda su pensamiento original, mostrando que la información
vestibular viaja a muchas estructuras cerebrales que cumplen una serie de funciones críticas: regulación de la excitación,
control postural estático y dinámico, respuestas de equilibrio y equilibrio, coordinación bilateral, mantenimiento de un
campo visual estable y percepción espacial para la navegación eficiente del cuerpo a través del espacio [13­16].
Por ejemplo, la aceleración rápida o impredecible del cuerpo a través del espacio, como ocurre durante un viaje en
montaña rusa, se asocia con un mayor estado de alerta (p. ej., excitación) y respuestas autonómicas que activan el
sistema de excitación a través de la formación reticular del tronco encefálico [17]. El movimiento lento y rítmico, como el
balanceo, produce el efecto contrario: disminución de la excitación experimentada como calma o somnolencia [18].
Las entradas vestibulares transportadas a través de los tractos vestibuloespinales activan selectivamente la musculatura del
cuello y el tronco para un control postural y de la cabeza efectivo, ya sea que la persona esté estable o en movimiento [19]. Además,
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la información vestibular viaja desde el tronco encefálico hasta el cerebelo para garantizar un control postural
y de la cabeza refinado y eficiente [20]. La suma de estas conexiones es crucial para un control postural eficaz.
Además, sientan las bases sobre las que se pueden desarrollar habilidades motoras complejas.
La información vestibular, transportada en el fascículo longitudinal medial a los nervios craneales que controlan los
músculos extraoculares, también respalda los movimientos coordinados de los ojos y la cabeza.
Estas conexiones permiten que los músculos oculares ajusten de forma rápida y precisa las posiciones de los ojos
mientras la cabeza se mueve, de modo que una persona en movimiento percibe el entorno visual como perfectamente
estable, incluso cuando cambia la mirada durante el movimiento [21]. A través de fuertes conexiones con la visión y
la propiocepción, el sistema vestibular contribuye a las acciones y planes motores anticipatorios. Además, debido a
que el sistema vestibular es un sistema bilateral que afecta la activación muscular en todo el cuerpo, contribuye a la
coordinación motora bilateral. De hecho, tanto Ayres [22–24] como Mailloux et al. [25] encontraron que la disminución
de las respuestas vestibulares durante su prueba de nistagmo posrotatorio se asociaba con una integración bilateral
reducida, una extensión reducida contra la gravedad (es decir, una postura de extensión prona), reacciones de
equilibrio deficientes y una coordinación reducida de los movimientos de los ojos y la cabeza. Ella denominó a este
patrón “déficits en la integración vestibular­bilateral” [24].
Las influencias vestibulares generalizadas en el comportamiento y la atención llevaron a Ayres a examinar si el
sistema vestibular podría desempeñar un papel importante en las dificultades de aprendizaje y comportamiento de los niños.
Ella planteó la hipótesis de que las ineficiencias en el procesamiento vestibular afectarían negativamente las funciones
cognitivas de alto nivel necesarias para el aprendizaje académico, así como las capacidades de regulación de la excitación
necesarias para la autorregulación de las emociones y el comportamiento. Además, especuló que el sistema vestibular
podría participar en el contexto de una intervención individualizada para ayudar a los niños a funcionar de manera más
plena y exitosa en la escuela, en el hogar y en el juego [26]. Durante la vida de Ayres, muchos científicos consideraron
inapropiada la idea de que el procesamiento vestibular contribuía al funcionamiento cortical de alto nivel porque creían que
las proyecciones vestibulares no llegaban a la corteza cerebral. Sin embargo, incluso en la década de 1960, los
investigadores identificaron áreas corticales que recibían información vestibular [27]. Más recientemente, los neurocientíficos
han demostrado que varias áreas corticales (incluida la unión temporo­parietal, el lóbulo parietal anterior, las cortezas
parietal posterior y temporal superior medial, la circunvolución del cíngulo y la corteza retroesplenial, y las cortezas del
hipocampo y parahipocampo) reciben información vestibular [28]. Además, los investigadores han demostrado que el
sistema vestibular juega un papel importante, no solo en la memoria espacial, sino también en el reconocimiento de objetos
y la cognición numérica [28]. Por lo tanto, la neurociencia contemporánea brinda apoyo al pensamiento temprano de Ayres.

2.2. Función somatosensorial e impacto

La somatosensación comprende el tacto y la propiocepción, dos sistemas que se desarrollan muy temprano. Un feto
responde a la entrada táctil a las 7­8 semanas [29] ya la propiocepción a las 10­12 semanas [30]. Los investigadores saben
desde hace tiempo que las sensaciones táctiles se proyectan a la corteza sensorial primaria (S1) y a la corteza
somatosensorial secundaria (S2), una región que contribuye a la manipulación y el agarre de objetos, así como a la
discriminación táctil. La información enviada a S2, a su vez, desempeña un papel en la vinculación de las sensaciones
presentes y pasadas, una función que es crucial para la planificación motora [31].
Como Ayres planteó la hipótesis, los lazos entre la somatosensación y otros sistemas sensoriales son fuertes.
Las sensaciones táctiles se proyectan a la corteza parietal posterior donde se integran con la información visual y las
señales motoras [32]. La investigación también muestra inequívocamente que la integración somatosensorial­vestibular­
visual ocurre en múltiples niveles del SNC: los núcleos vestibulares, el tálamo y la corteza [33].
La integración de estas entradas multisensoriales es fundamental para la detección del movimiento propio, la estabilidad
postural y la orientación espacial [33–38]. Ferre et al. [39] también indicaron que la activación vestibular aumenta la
discriminación táctil y puede disminuir el dolor. La entrada táctil a la ínsula también juega un papel en la regulación
homeostática y la interocepción [40], y se proyecta a la corteza orbitofrontal y contribuye al afecto [41].
El conocimiento de que el tacto cumple múltiples funciones en el cuerpo, que van desde simples (retiro reflejo de
un estímulo doloroso) hasta complejas (reducción del estrés asociado con el masaje e integración con otras sensaciones),
llevó a Ayres a plantear la hipótesis de que las entradas táctiles tenían una influencia generalizada.
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en los procesos del sistema nervioso central [4]. Indicó que la integración del tacto con otras sensaciones era
evidente e importante desde una edad muy temprana [4]. Investigaciones recientes brindan un amplio apoyo
de que este es el caso. Por ejemplo, Addabbo y colegas [42] encontraron que los recién nacidos eran más
propensos a cambiar la mirada hacia el tacto cuando el toque era de otra persona en lugar de un objeto.
Ayres estaba tan convencida de la importancia del procesamiento somatosensorial que concluyó: “en el
niño hasta los ocho o nueve años de edad, el grado de integración del sistema táctil es un índice
razonablemente preciso, pero no invariable, de la integración sensorial en general” [4] (p. 62 ) . Además,
planteó la hipótesis de que el sistema somatosensorial desempeña un papel crucial en la praxis. Esta hipótesis
se basó en estudios repetidos que mostraban relaciones claras entre las pruebas de percepción táctil y praxis,
realizadas mediante análisis factorial y análisis de regresión [22,24,25,43–47]. La ciencia reciente respalda
estos hallazgos que muestran que la somatosensación afecta el procesamiento de avance y la predicción del
movimiento [31].

3. Sensación Informando Acción: Praxis

Ayres [48,49] definió la praxis como “la base para tratar con el entorno físico de forma adaptativa . . .
vestirse, comer con cubiertos, jugar, escribir, construir, conducir un automóvil, cambiar el entorno físico para
alcanzar una meta determinada y ganarse la vida” [49] (p. 44).
Praxis es una construcción central de ASI y comprende tres componentes: ideación (conceptualización
de acciones), planificación motora y ejecución. Como es evidente en sus primeros trabajos [50], Ayres siempre
enfatizó el papel clave de la percepción visual [51] y somatosensorial [52] en la praxis. Usando análisis
factorial y de conglomerados con datos de Prueba de Integración Sensorial y Praxis [45] (SIPT), Ayres
encontró tres patrones de disfunción praxis; los etiquetó como somatodispraxia, visuodispraxia y dispraxia por orden verbal.
Ya en 1961 y 1962, [52,53], Ayres enfatizó el esquema corporal como la base de la praxis y su relación con
la somatosensación. Sobre la base de esta relación hipotética, identificó los principios clave de la intervención para
la dispraxia: participación en actividades sensoriales y motoras activas que presentan el desafío justo [48,53] y
provocan respuestas motoras adaptativas [10]. Estos principios siguen vigentes en la actualidad.
Numerosos investigadores se han basado en los estudios de Ayres para comprender la naturaleza de la praxis.
Mulligan [46] realizó un factor de confirmación a gran escala (N > 10 000) y análisis de conglomerados de los
datos SIPT y confirmó los hallazgos de Ayres de una dispraxia de base somatosensorial y dispraxia bilateral
de integración y secuenciación. Más recientemente, Mailloux et al. [25], Van Jaarsveld et al. [47], y Smith
Roley et al. [54] también confirmó los patrones identificados por Ayres en análisis factoriales retrospectivos.
Si bien Ayres [48] describió la ideación o la formación de conceptos como un componente clave de la
praxis, ella no evaluó activamente la praxis ideacional. Más recientemente, sin embargo, May­Benson y
Cermak [55] profundizaron más en la praxis ideacional, desarrollando una evaluación que les ha permitido
evaluar y expandir el aspecto ideacional de la praxis. En un grupo de 60 niños, May­Benson [56] distinguió la
dispraxia ideacional de otros trastornos de la praxis.
Debido a que la información sobre los fundamentos neurológicos del rendimiento motor era limitada,
especialmente en niños, Ayres [48] se basó en la literatura sobre la apraxia en adultos. Hoy, sin embargo, podemos
aplicar la investigación neurológica contemporánea sobre el rendimiento motor y la planificación motora a la praxis
y la dispraxia [57]. Las técnicas de neuroimagen, por ejemplo, han confirmado muchas de las conexiones entre la
sensación, el rendimiento motor y la praxis que Ayres propuso originalmente. Si bien existen estudios neurocientíficos
limitados específicamente sobre la dispraxia, muchos investigadores han estudiado a niños con trastornos del
desarrollo de la coordinación, autismo y otros problemas similares de coordinación motora.
Muchos vinculan la ideación y la motricidad centrándose en la relación de la percepción visual, la conceptualización
y la planificación motriz. Vianio et al. [58] propusieron que la conceptualización del uso de objetos en acciones
motoras planificadas se forma en células en el surco intraparietal anterior de la corteza parietal (AIP). Las células en
el AIP parecen extraer información perceptiva específica del objeto, relevante para una acción motora particular, del
flujo visual y envían esos estímulos al área F5 y la corteza premotora ventral.
Usando una pantalla visual generada por computadora, O'Brien et al. [59] encontró que los niños con dispraxia
tienen mayores dificultades con la coherencia de forma y movimiento que los niños con otros retrasos en el desarrollo o
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compañeros de desarrollo típico. Más recientemente, en estudios de fMRI (imágenes por resonancia magnética
funcional) con 32 adultos jóvenes, Zapparoli et al. [60] encontraron que las acciones intencionales impulsadas
internamente, como las utilizadas en la planificación motora, se asociaron con la activación de áreas premotoras y
prefrontales: área motora presuplementaria, área motora suplementaria (SMA) y corteza cingulada angular (ACC).
Al encontrar una activación atípica en las áreas frontal, parietal y cerebelosa en adultos con dificultades de coordinación
motora, Kashuk et al. [61] propusieron que las deficiencias en la coordinación motora pueden estar asociadas con la
interrupción de las redes parieto­frontal y parieto­cerebelosa. Otros investigadores han descubierto nueva información sobre la
relación del procesamiento táctil con el rendimiento motor. Cox et al. [62] encontraron que 20 niños con trastorno del desarrollo
de la coordinación que tenían respuestas disminuidas al tacto localizado en las manos también tenían una escritura más pobre
y una velocidad reducida de las habilidades manuales funcionales. De manera similar, utilizando imágenes de tensor de
difusión (DTI) con un grupo de 60 adultos con TEA, Thompson et al. [63] encontraron que la disminución del procesamiento
sensorial en individuos con TEA estaba relacionada con la disminución del rendimiento motor y que la interacción directa entre
la corteza sensorial primaria (S1) y la corteza motora primaria (M1) puede contribuir a la capacidad de interactuar con precisión
y manipular el entorno. Estos estudios que demuestran la base sensoriomotora de la praxis confirman las conceptualizaciones
originales de Ayres sobre la neurociencia que sustenta la praxis.

4. Modulación de las respuestas sensoriales

Los trastornos de modulación sensorial comprenden respuestas exageradas (ya sea hiperreactivas o
hiporeactivas) a la sensación. Estos interfieren con la participación en actividades diarias como comer, arreglarse
y socializar [4]. Ayres comenzó su investigación y, por lo tanto, el desarrollo de su teoría, con el deseo de
comprender cómo funcionaban los sistemas sensoriales, tanto de manera independiente como integrada.
Si bien inicialmente consideró cada sistema sensorial de manera unificada (p. ej., "función táctil" o "función vestibular"),
constantemente encontró la necesidad de distinguir la percepción sensorial de la modulación sensorial. Si bien la percepción
sensorial en cualquier sistema informa la acción y la cognición planificadas, la modulación sensorial cumple una función más
reguladora. En particular, Ayres asoció consistentemente las funciones perceptivas somatosensoriales con las habilidades de
praxis, como se señaló anteriormente, y la modulación sensorial con la atención, la excitación, el nivel de actividad y la
regulación de las emociones. También identificó repetidamente dos condiciones que reflejan una mala modulación de las
sensaciones táctiles y vestibulares. En los primeros estudios, vinculó la hiperreactividad a la entrada táctil con la hiperactividad
conductual y la distracción [64]. Ella llamó a esta condición " defensividad táctil" [43,65]. Más tarde, asoció el miedo
desproporcionado al movimiento con una hiperreactividad a la entrada vestibular, y denominó a esta condición "inseguridad
gravitacional" [66,67].
A medida que aumentaba la prevalencia del autismo hacia el final de su carrera, Ayres [66] notó una mayor
sensibilidad a las sensaciones auditivas, visuales, olfativas y gustativas en esta población. Estas respuestas
hiperreactivas comúnmente se manifiestan como angustia y falta de habituación a los estímulos auditivos y táctiles.
Por el contrario, documentó observaciones que sugerían una falla en notar o registrar estímulos que serían
importantes para la mayoría de los niños y los denominó "dificultades de registro sensorial". Los niños con registro
deficiente pueden fallar en orientarse a un estímulo sonoro o visual que la mayoría de los niños notarían o se
comportarían como si nunca hubiera ocurrido un estímulo táctil.
Las observaciones de Ayres de los comportamientos que sugieren una modulación sensorial deficiente
sirvieron de base para otros investigadores que posteriormente examinaron los posibles fundamentos neurofisiológicos.
Estas investigaciones incluyeron exámenes de las respuestas del sistema nervioso autónomo a la sensación, el
papel de la excitación en el proceso de asignación de la atención y la integración entre los sistemas sensoriales al
servicio de funciones como la autorregulación y el enfoque y cambio de atención. Aquí nos enfocamos en tres
líneas de investigación relacionadas con los déficits de modulación sensorial: (1) mecanismos de activación y el
sistema nervioso autónomo, (2) mecanismos cerebrales relacionados con el filtrado sensorial y (3) regiones
cerebrales relacionadas con la integración multisensorial.
Los mecanismos fisiológicos asociados con el sistema nervioso autónomo se investigaron por primera vez porque los
individuos con hiperreactividad sensorial mostraban una respuesta de lucha o huida inusualmente fuerte en presencia de
experiencias sensoriales aversivas y, a menudo, no aversivas. Miller y colegas [68]
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observó una mayor activación del sistema nervioso simpático en un paradigma de investigación llamado Protocolo de
Desafío Sensorial. Dentro de varios grupos de diagnóstico, los individuos con hiperreactividad a la sensación tenían una
actividad electrodérmica elevada (una medida de la actividad simpática) y una habituación más lenta en respuesta a
eventos sensoriales repetidos en cinco dominios sensoriales [68­72]. Lane y colegas [73] identificaron la magnitud de la
respuesta electrodérmica al desafío sensorial como un mediador entre los altos niveles de alerta y la ansiedad conductual
y la recuperación simpática de un desafío sensorial.
Además, Schaaf et al. [74] documentaron una activación parasimpática inadecuada (es decir, tono vagal más bajo) en
niños con hiperreactividad sensorial en comparación con los controles. Estos investigadores interpretaron esto como un
reflejo de un desequilibrio autonómico, con una mayor activación parasimpática para regular el sistema simpático y la
subsiguiente reactividad a la sensación.
También se ha planteado la hipótesis de que la capacidad de filtrar estímulos redundantes o innecesarios es un
déficit subyacente de las personas con una modulación sensorial deficiente (es decir, hiperreactividad), que los
investigadores interpretan como evidencia de un procesamiento excesivo de estímulos de baja prominencia. Los registros
de electrofisiología de alta densidad durante un paradigma de sincronización sensorial sugirieron que tanto los adultos [75]
como los niños [76] con hiperreactividad sensorial tenían una activación sensorial menos eficiente que sus contrapartes de desarrollo típico.
Las experiencias multisensoriales son parte de la vida cotidiana y juegan un papel importante en el desarrollo.
En individuos con un desarrollo típico, las entradas multisensoriales mejoran el procesamiento y la interpretación de los
eventos sensoriales [77]; los estímulos sensoriales concordantes dan como resultado potenciales relacionados evocados
mejorados. Por el contrario, las personas con una modulación deficiente (es decir, hiperreactividad) muestran potenciales
relacionados con eventos más débiles para los estímulos auditivos y somatosensoriales, individualmente, y una integración
auditivo­somatosensorial atípica, lo que hace que se sientan abrumados en situaciones en las que están presentes
sensaciones de múltiples modalidades [78]. Esto se ha demostrado en niños [78,79] y adultos [80­82].
La evidencia de los estudios de imágenes de tensor de difusión (DTI) confirma además que las deficiencias en la
integración multisensorial pueden estar relacionadas con la hiperreactividad sensorial. Las imágenes cerebrales de niños
con hiperreactividad sensorial identificadas por el perfil sensorial revelaron una microestructura de materia blanca reducida
en los tractos parietal y occipital, donde se produce la integración de la información auditiva, táctil y visual [83,84] . Aunque
estos tractos de procesamiento sensorial primario se vieron afectados tanto en niños con TEA como en aquellos con
hiperreactividad pero sin otros diagnósticos clínicos, los niños del último grupo tendieron a una conectividad más baja en
comparación con los niños con TEA, lo que sugiere que las diferencias de conectividad reflejaban hiperreactividad sensorial
en lugar de ser un marcador de TEA . Los niños con TEA tenían claras diferencias en las regiones de la amígdala y el
hipocampo asociadas con el procesamiento socioemocional [84]. En un estudio separado, los niños con Trastorno por
Déficit de Atención e Hiperactividad mostraron una disminución de la conectividad en los tractos de la región prefrontal que
median las funciones motoras, cognitivas y conductuales [85,86].

Usando resonancia magnética funcional, Green y colegas [87] también encontraron conectividad atípica e integración
multisensorial asociada con hiperreactividad sensorial. Este trabajo examinó la red de prominencia, compuesta por una
serie de estructuras (es decir, la ínsula anterior y otras regiones insulares, la corteza cingulada anterior, los polos
temporales, la corteza prefrontal dorsolateral, la amígdala) respalda nuestra capacidad para decidir qué entrada sensorial
ambiental tiene significado (prominencia) en el momento, lo que garantiza atención.
En individuos con TEA e hiperreactividad sensorial se identificó una mayor conectividad dentro de la red de
prominencia, y entre esta y la corteza sensorial primaria, junto con una menor conectividad a las áreas de
asociación visual. Se encontró un patrón similar en individuos sin TEA. Estos hallazgos de conectividad atípica
sugieren que la hiperreactividad sensorial en sí misma está relacionada con la asignación de demasiada atención
a la entrada sensorial externa básica, al tiempo que limita la atención a las señales sociales.
La modulación sensorial deficiente que se manifiesta como hiporreactividad ha recibido cierta atención en la literatura,
aunque es más difícil de estudiar porque los indicadores de comportamiento son menos claros. Se ha identificado
hiporreactividad en el dominio auditivo en personas con capacidades auditivas normales. De hecho, los investigadores que
utilizan el perfil sensorial para medir la reactividad sensorial han descubierto que entre el 50 y el 75 % de los niños con
TEA muestran hiporreactividad a los estímulos auditivos [88,89].
Además, varios investigadores han asociado la hiporreactividad con un bajo rendimiento académico y
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funcionamiento social [90,91]. Curiosamente, en roedores, la hiporreactividad auditiva se asocia con una conectividad
neural alterada y cambios morfológicos en el sistema auditivo subcortical [92]. Estos hallazgos sugieren mecanismos
neuronales potenciales que subyacen a los déficits en el rendimiento asociados con la hiporreactividad a la sensación.

En resumen, varios investigadores han examinado los posibles fundamentos neuronales de la hipo e hiperreactividad
sensorial. Esta rica área de investigación continuará contribuyendo a una comprensión más profunda de los trastornos
de modulación y enfoques de intervención más informados.

5. Integración sensorial: influencia en la neuroplasticidad

La intervención de ASI se basa en el concepto de neuroplasticidad, es decir, que el sistema nervioso cambia en
respuesta a la experiencia. Por lo tanto, a través de la participación guiada en actividades sensoriomotoras dirigidas a
las necesidades individuales de un niño, se supone que la intervención ASI mejora la función, la habilidad y el
comportamiento como base para la participación en las actividades cotidianas. Más específicamente, ASI propone que la
participación activa, en actividades sensoriomotoras adaptadas individualmente, contextualizadas en el juego, en el
desafío justo, promueve comportamientos adaptativos a través de cambios neuroplásticos que ocurren en respuesta a estas experiencias.
La idea de que el cerebro puede cambiar en respuesta a la experiencia está respaldada por investigaciones neurocientíficas
que muestran que el aprendizaje dependiente de la experiencia da forma tanto a la función cerebral como al comportamiento.
El aprendizaje dependiente de la experiencia es el proceso continuo de creación y organización de conexiones
neuronales que se producen como resultado de las experiencias. Una comprensión del aprendizaje dependiente de
la experiencia surgió de los primeros experimentos de Donald Hebb [93] , quien demostró, en organismos simples,
que la eficacia sináptica mejora cuando las células presinápticas estimulan repetida y persistentemente a la célula postsináptica.
En otras palabras, las neuronas que disparan juntas, se conectan juntas, una afirmación que refleja el aprendizaje hebbiano.
Este principio subraya la noción de que las neuronas o los grupos de neuronas responden a la estimulación y al
resultado resultante de manera adaptativa: comienzan a funcionar como una unidad organizada de actividad que se
disparan juntas más fácilmente para producir resultados. Este concepto proporcionó una base importante para muchos
estudios de neuroplasticidad y enriquecimiento. Por ejemplo, Diamond y colegas [94], y Markham y Greenough [95]
demostraron que los roedores alojados en ambientes enriquecidos y a los que se les dio la oportunidad de explorar
activamente los juguetes y los objetos y relacionarse con ellos evidenciaron cambios conformacionales en la estructura
y organización del cerebro. Estos estudios demostraron que el cerebro continúa formando nuevas conexiones
sinápticas a lo largo de la vida en respuesta al aprendizaje y al enriquecimiento ambiental, solidificando nuestro
conocimiento de la neuroplasticidad. Los estudios posteriores que se centraron en la neuroplasticidad y los entornos
enriquecidos demostraron aún más las capacidades neuroplásticas del cerebro; ahora se acepta ampliamente que el
cerebro cambia su estructura y función en respuesta al enriquecimiento. Cambiar la entrada proporcionando nuevas
experiencias y oportunidades de aprendizaje conduce a cambios cerebrales que incluyen una mayor densidad de
materia gris, angiogénesis, volumen glial y neurogénesis [96]. Reynolds, Lane y Richards [97] revisaron los estudios
de enriquecimiento ambiental con animales y descubrieron que la participación en entornos enriquecidos con nuevos
desafíos sensoriales, motores y cognitivos "puede iniciar cambios funcionales duraderos en el cerebro" (p. 129). Estos
investigadores concluyeron que varios principios clave de los principios del entorno enriquecido coinciden con la
intervención de ASI, lo que respalda la premisa de que ASI promueve la neuroplasticidad. Los primeros trabajos de
Ayres aplicaron conceptos de neuroplasticidad a la intervención y subrayaron el papel de la neuroplasticidad en la
creación de cambios en la función y el comportamiento a través de actividades sensoriomotoras adaptadas
individualmente , contextualizadas en el juego en el desafío justo para facilitar comportamientos adaptativos: el sello
distintivo de ASI.
Estudios posteriores con niños ofrecen evidencia en apoyo de ASI que promueve el cambio en la función y la participación.
Fundamental para nuestra capacidad de estudiar los resultados de la intervención ASI, Schaaf y Mailloux [8] operacionalizaron
los principios de ASI en un protocolo manual. Este protocolo manual guía (1) el razonamiento clínico en torno a los factores
sensoriales y motores que afectan la participación en las actividades cotidianas y (2) el diseño de actividades multisensoriales
dirigidas a estos mecanismos sensoriomotores.
En consecuencia, la intervención proporciona "experiencias enriquecidas" para facilitar la neuroplasticidad como
base para mejorar la función y la participación en las actividades diarias. Los participantes de Schaaf y colegas [98] con
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Los TEA que recibieron intervención ASI obtuvieron puntuaciones significativamente más altas en habilidades funcionales y
participación en las actividades diarias medidas por las Escalas de Logro de Metas (GAS) (p = 0,003, d = 1,2) y mostraron
mejoras significativamente mayores que un grupo de control emparejado por coeficiente intelectual y gravedad del TEA en
independencia en el cuidado personal (p = 0,008, d = 0,9) y socialización (p = 0,04, d = 0,7) en el Inventario de Evaluación
Pediátrica de Discapacidad [99 ] . Estos investigadores aseguraron la fidelidad del tratamiento a través de un protocolo manual
y una medida de fidelidad ASI validada [7,100]. En un estudio de control aleatorio anterior, Pfeiffer y colegas [101] examinaron
la intervención ASI en relación con una intervención de motricidad fina en un ambiente de campamento de verano para niños
con TEA. Estos investigadores también aseguraron el rigor utilizando intervenciones manualizadas y herramientas de fidelidad
para ambos grupos. Los resultados mostraron que los niños con ASD que recibieron ASI mejoraron más en sus metas de GAS
que un grupo de comparación.
Con base en los resultados de los estudios de Schaaf y colaboradores y de Pfeiffer y colaboradores, se ha determinado
que ASI cumple con los criterios para una intervención basada en evidencia para niños con TEA, mejorando las habilidades
funcionales para participar en la actividad diaria [102,103]. Estos hallazgos colectivos sugieren que las mejoras están
relacionadas, al menos parcialmente, con la neuroplasticidad. El equipo de Schaaf ahora está estudiando esta premisa midiendo
el cambio posterior a la intervención, a través de un paradigma de potencial evocado creado por Foxe y colegas [80,104]. Estos
datos determinarán si los cambios en la función van acompañados de cambios concomitantes en la capacidad del cerebro para
gestionar información multisensorial; y si las mejoras se mantienen después de tres meses. Si es así, esta será la primera
evidencia de que ASI, como sugirió Ayres, mejora la función a través de la neuroplasticidad.

6. Discusión

Este artículo revisa los fundamentos neuronales de la integración sensorial y la praxis que informan la
teoría Ayres Sensory Integration® (ASI), así como los principios de neuroplasticidad que guían la intervención de ASI.
Examinamos la investigación neurocientífica histórica y actual que es relevante para los principales patrones de trastornos de
la integración sensorial, con especial atención a las funciones primarias de los sistemas sensoriales vestibular, propioceptivo y
táctil, y sus relaciones con el control ocular, la estabilidad postural, la integración bilateral, la praxis y la reactividad sensorial.
Esta base de conocimientos es particularmente relevante para el desarrollo infantil y la participación en las actividades de la
vida cotidiana, ya que señala el papel fundamental de las experiencias sensoriomotrices para el desarrollo cognitivo, las
habilidades de movimiento, la regulación de las emociones, las relaciones sociales y la participación en actividades en la
primera infancia [5,105]. También es muy relevante para las prácticas terapéuticas en la evaluación de la integración sensorial
fundamental y las habilidades de praxis, así como la intervención que se enfoca en las deficiencias en la integración sensorial
y la praxis a lo largo de la vida.
El conocimiento que emana de la neurociencia de la integración sensorial debe informar no solo las intervenciones
individualizadas para bebés y niños, sino también el diseño de los sistemas de salud y educación contemporáneos. Los
niños en edad preescolar de hoy, incluso los que viven en áreas prósperas, por lo general muestran una preparación
escolar deficiente [106]. Se espera que los niños mayores permanezcan sentados durante períodos cada vez más
prolongados en la escuela, con recesos muy reducidos o eliminados. Se ha demostrado durante mucho tiempo que la
reducción o eliminación del recreo, que brinda a los niños oportunidades para la exploración sensoriomotora y el desarrollo
de habilidades, es perjudicial para el aprendizaje. Además, un cuerpo de investigación muestra que los descansos
frecuentes en el aula con experiencias de movimiento dan como resultado un mejor rendimiento académico [107,108].
Además, las tasas de prevalencia están aumentando para diagnósticos que característicamente implican dificultades
de praxis e integración sensorial. Por ejemplo, los diagnósticos de trastornos por déficit de atención con y sin hiperactividad
van en aumento [109], y al menos un estudio indica que los problemas de procesamiento vestibular, previamente no
identificados en esta población, pueden afectar a algunos niños con este diagnóstico [110].
Las preocupaciones sobre la integración sensorial y la praxis, incluida la reactividad atípica, son frecuentes entre los niños con
autismo [45,54]. Esta es una población con crecimiento epidémico, como se refleja en los cambios dramáticos en las
estimaciones de prevalencia informadas por el Centro para el Control de Enfermedades (CDC): 1 en 166 en 2004 y 1 en 59 en 2014 [111].
Además, muchas poblaciones de baja incidencia también se caracterizan por uno o más déficits de integración sensorial,
como funciones vestibulares deficientes en niños con implantes cocleares [112] y múltiples déficits de procesamiento
sensorial entre bebés prematuros, que no se superan en la infancia [113–115].
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Estas crecientes preocupaciones sugieren un llamado a la acción para un conocimiento más sofisticado de los
complejos procesos neuronales implicados en la integración sensorial y las dificultades de la praxis. Este conocimiento
es esencial para desarrollar intervenciones efectivas y personalizadas para los niños afectados por estos desafíos.
Además, este conocimiento puede contribuir al desarrollo de diseños de todo el sistema para escuelas, centros de
salud y espacios comunitarios que apoyen la integración sensorial y la praxis para personas de todas las edades.

7. Conclusiones

Los avances en neurociencia en las últimas décadas han permitido a los científicos contemporáneos confirmar y
aclarar algunos de los patrones de integración sensorial y praxis del funcionamiento sensoriomotor que surgieron de la
investigación de Ayres sobre niños con dificultades de aprendizaje y de conducta.
Las herramientas de imágenes contemporáneas, así como la investigación en curso sobre el aprendizaje, la atención y
el comportamiento, permitirán a los neurocientíficos de hoy perfeccionar y ampliar aún más el trabajo de Ayres. Como
cuerpo de investigación y práctica, Ayres Sensory Integration® refleja un esfuerzo por comprender la condición humana
de una manera significativa, contribuyendo a las formas en que entendemos cómo las diferencias en el funcionamiento
neuronal afectan la participación y el compromiso.

Contribuciones de los autores: Todos los autores contribuyeron a la conceptualización del artículo, escribieron secciones y editaron versiones. Todos
revisaron y acordaron la versión final del manuscrito antes de enviarlo.

Financiamiento: Esta investigación no recibió financiamiento externo.

Agradecimientos: Agradecemos sinceramente a Rachel Dumont, OTR/L por su atención a los detalles y su asistencia oportuna en la preparación de las
referencias de este manuscrito.

Conflictos de interés: Los autores declaran no tener ningún conflicto de interés.

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