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2 EL REINADO DE ISABEL II
Antes de morir, el rey Fernando VII, redactó la Pragmática Sanción, que derogaba la
Ley Sálica, para que reinara su hija, Isabel, en lugar de su hermano, Carlos María Isidro. Así, en
su testamento, proclamó a su hija como heredera. Esta tenía tan solo tres años cuando su
padre murió, en el 1833, por lo que su puesto lo ocupó su madre, María Cristina de Borbón,
como reina regente, puesto que ejerció desde 1833 hasta 1840.

Sin embargo, Carlos María, no aceptó la Pragmática Sanción, el testamento de su


hermano, ni la legitimidad de Isabel II, lo que declaró en el Manifiesto de Abrantes, que fue el
detonante de la primera Guerra Carlista, por la que pretendía acceder al trono.

Esta se sucedió entre 1833 y 1840, y enfrentó a carlistas, partidarios de Carlos María y
del absolutismo; e isabelinos, liberales que habían pactado con María Cristina defender el
trono de su hija a cambio de que se realizaran reformas de tipo liberal. Los Carlistas
dominaban el tercio norte español, excepto algunas de las principales ciudades, como Bilbao;
mientras que los isabelinos dominaba el resto de España, incluyendo las principales ciudades.

La guerra se dividió en tres etapas. Durante la primera, los carlistas consiguieron el


dominio del tercio norte español y puntos aislados de Valencia, pero fracasaron en su primer
intento de sitiar Bilbao, donde falleció Zumalacárregui, general Carlista. En la segunda etapa,
los carlistas organizaron dos expediciones militares dirigidas por Miguel Gómez y Don Carlos,
con las que consiguieron aumentar el apoyo popular; sin embargo, volvieron a fracasar en un
segundo intento de sitiar Bilbao, gracias a la victoria del general isabelino Espartero en la
batalla del puente de Luchana (1836). Por último, en la tercera etapa, la etapa final, se firmó el
Convenio de Bergara, en 1839, por el que los carlistas reconocieron a Isabel II como reina y los
liberales se comprometieron a mantener y respetar los fueros. Tras esto Don Carlos se exilió a
Francia.

Paralelamente, tuvo lugar la regencia de María Cristina, que representa la época de


tránsito al liberalismo español, ya que se había comprometido a llevar a cabo reformas
liberales. Durante esta etapa también ocurrió la separación entre liberales moderados,
partidarios del liberalismo doctrinario, y liberales progresistas, partidarios de la soberanía
nacional y el liberalismo puro.

María cristina comenzó nombrando a Cea Bermúdez, reformista, jefe de Gobierno, que
ejerció entre 1832 y 1834. Este tomó importantes medidas como la liberalización del comercio
y la división territorial de España mediante un mapa provincial.

Pero estas reformas no fueron suficientes para los liberales, que presionaron a la
regente hasta que nombró a Martínez de la Rosa, liberal moderado, nuevo jefe de Gobierno,
quien elaboró una carta otorgada, el “Estatuto Real”, en la que se establecían unas Cortes, que
no representaban la soberanía nacional ni tenían capacidad legislativa plena y los diputados
eran elegidos por la reina o mediante un sufragio muy restringido, y en la que la reina
renunciaba a ciertos poderes. También, en esta carta otorgada, se recogían una serie de
derechos individuales.

Aún así, los liberales mas radicales continuaron presionando, así que la regente se vio
obligada a nombrar a Mendizábal, líder del partido progresista, jefe de Gobierno. Este
comenzó a hacer reformas demasiado radicales y fue destituido en 1835 y sustituido por un
liberal moderado.
Tras esto tuvo lugar el pronunciamiento de la Granja de San Ildefonso, en 1836, lo que
obligó a la reina a suspender el Estatuto Real y restablecer la constitución de 1812. Así
comenzó el liberalismo pleno en España, marcando el inicio de un periodo de dominio
progresista y la ruptura definitiva con el Antiguo Régimen.

En 1837, los liberales progresistas, elaboraron una nueva Constitución de enclave


progresista con concesiones moderadas. En esta se establecía la soberanía nacional, la división
de poderes, de forma que la Corona mantenía mayores atribuciones que en la Constitución de
1812, el reconocimiento de derechos individuales como la libertad de expresión. En la
Constitución de 1837, las Cortes se dividieron en el Senado, cuyos miembros eran elegidos por
la reina y por sufragio censitario indirecto, y en el Congreso de los Diputados, elegidos por
sufragio censitario directo.

El gobierno progresista, liderado por Mendizábal y Calatrava, tomó otras medidas a


parte de la elaboración de la nueva constitución, como fueron la desamortización y la
aprobación de la Ley Abolicionista. La desamortización supuso la ruptura de las relaciones con
el Vaticano, ya que se desamortizaron la mayor parte de las propiedades eclesiásticas, y la
supresión del diezmo. Por otro lado, la Ley Abolicionista, supuso la supresión de los señoríos y
los mayorazgos.

Sin embargo, los moderados no aprobaban estas nuevas reformas y, tras llegar al
poder por medio de elecciones, las paralizaron.

Después comenzó una época de crisis, marcada por la gran tensión entre moderados y
progresistas, ya que estos últimos no aprobaban las reformas que los primeros estaban
realizando, como el intento de limitar la Milicia Nacional y la aprobación de la Lay de
Ayuntamientos, por la que la reina recibía el poder de nombrar a los alcaldes. También, esta
crisis, se debió a la creciente impopularidad de la reina regente, quien contrajo un matrimonio
en secreto. Esto provocó disturbios en numerosas ciudades y María Cristina marchó al exilio en
1840.

Tras esto, las Cortes eligieron a Espartero para asumir la regencia. Este era el líder del
partido progresista e impuso un liberalismo autoritario, lo que le consiguió rivales tanto en el
partido moderado, como en el suyo propio. Además tomó medidas liberales radicales, como el
recomienzo de la desamortización de Mendizábal y la reducción de los aranceles, promoviendo
el librecambio. Esto produjo un grave descontento entre los industriales catalanes, quienes
reivindicaban mayor proteccionismo para sus productos. En noviembre de 1842 estalló una
insurrección en Cataluña, a lo que Espartero respondió con el bombardeo de Barcelona, lo que
hizo crecer su impopularidad. Así, en 1843 se produjo una insurrección general, dirigida tanto
por moderados, como Narváez, como por progresistas, como Prim y Serrano. Esto puso fin a la
regencia de Espartero, quien se exilió en Londres.

Después de esto se decidió reconocer la mayoría de edad de Isabel II y comenzó su


reinado efectivo, que duró desde 1843 hasta 1868. La reina comenzó por jurar la Constitución
de 1837 ante las Cortes y ceder el poder a los liberales moderados, por lo que dio comienzo a
la década moderada (1844-1854), durante la que se produjo la segunda Guerra Carlista, que
fue más breve y localizada que la primera.

Isabel II nombró jefe de Gobierno a Narváez, quien dirigió durante una etapa marcada
por la construcción del Estado liberal, por un sufragio censitario muy limitado y por el
falseamiento electoral para asegurar el gobierno a los moderados.
Durante esta etapa también se elaboró una nueva constitución, la Constitución de
1845, de enclave moderado, que defendía la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, la
limitación de la libertad de imprenta y asociación, la restricción del sufragio y el catolicismo
como religión oficial del Estado.

En esta constitución también se estableció una división de poderes por la que se


fortaleció la autoridad de la corona, ya que el poder legislativo recaía sobre el monarca y las
Cortes, el poder ejecutivo sobre los ministros. Además el Rey tenía derecho a veto y a disolver
las Cortes.

Por otro lado, durante esta década, se tomaron medidas de centralización y


unificación, por lo que se modificaron ciertas instituciones, mediante la disolución de la Milicia
Nacional y la fundación de la Guardia Civil (1844). También se tomaron ciertas medidas legales,
como la aprobación de la Ley de Ayuntamientos, la modificación de la ley electoral, el
establecimiento del sistema métrico decimal y un nuevo Código Penal, y la reforma tributaria,
por la que se establecieron impuestos directos, proporcionales a la riqueza de cada ciudadano,
e indirectos, o “consumos”. Además se restablecieron las relaciones con la Iglesia, que habían
quedado rotas tras la desamortización, mediante el Concordato con la Santa Sede de 1851.

Al final de esta década, surgieron nuevos grupos políticos: los puritanos, dirigidos por
O’Donnell, buscaban un liberalismo más puro, alejado de la corrupción del partido moderado;
y los demócratas que eran el partido más revolucionario. De estos últimos surgirán, más
adelante, los republicanos.

En 1854, surgió una revolución que comenzó con un pronunciamiento, dirigido por
O’Donnell, y llamado la “Vicalvarada”. En él participaron puritanos, progresistas y demócratas.
Más tarde, se redactó el Manifiesto de Manzanares, en el que reivindicaban la reforma de las
leyes electorales y de imprenta, la descentralización del poder estatal y el restablecimiento de
la Milicia Nacional. También surgieron jornadas revolucionarias, dirigidas por los demócratas,
con las que lograron movilizar a los ciudadanos. Después de esto, los progresistas accedieron
al poder por medio de unas elecciones no manipuladas y la reina nombró a Espartero jefe de
Gobierno para que pusiera fin a los desórdenes.

Así sucedió el Bienio Progresista, entre 1854 y 1856, bajo el mando de Espartero quien
elaboró la Constitución nonata de 1856 y tomó diversas medidas económicas, como la
desamortización de Pascual Madoz, una desamortización tanto eclesiástica como civil, y la
aprobación de la Ley General de Ferrocarriles y la Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias,
que impulsaron el desarrollo industrial. Sin embargo, no consiguió frenar los conflictos sociales
y fue sustituido por O’Donnell.

Esto dio comienzo a la etapa final del reinado de Isabel II, que abarcó desde el 1856
hasta el 1868, y comenzó con los gobiernos moderados de Narváez (1856-1858). Pero lo más
destacado de esta época fue el gobierno de la Unión Liberal (1858-1863) que era el antiguo
partido puritano, dirigido por O’Donnell. Esta fue una época de estabilidad política y se
procuró una vida parlamentaria más activa y un constitucionalismo moderado. también
presentó una etapa de crecimiento económico y desarrollo industrial debido al
potenciamiento de la expansión del ferrocarril.

En la política exterior, los unionistas pretendían conseguir prestigio internacional, por


lo que tomaron parte en diversas guerras, como en la Conchinchina o el conflicto entre Perú y
Chile. También realizaron un intento de recuperar Santo Domingo y participaron en la Guerra
de Marruecos, que tuvo lugar entre 1859 y 1860, en la que participaron generales como Juan
Prim y Serrano. En esta guerra destacaron las victorias españolas de Tetuán y Wad-Ras y
España consiguió anexiones territoriales en Ceuta, Melilla y Sidi Ifni.

Tras esto surgió una profunda crisis política (1863-1868) y económica (1864-1868) en
la que se sucedieron una serie de gobiernos moderados y unionistas muy inestables y
autoritarios, presididos por Narváez y O’Donnell. Esta crisis llevó a la firma del pacto de
Ostende en 1866, en la que participaron progresistas, demócratas, republicanos y unionistas, y
en la que se comprometieron a derrocar a Isabel II.

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