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Esto creemos que se debe a que la mediación penal permite un espacio que hace que el
impacto del delito sobre la víctima sea menor, y tenga menos estragos a nivel psicológico.
Todo ello deriva del principio básico de este sistema, que consiste en primar la
humanización de los participantes, rompiendo los estigmas que ello conlleva y por ende,
fomentando la empatía entre ellos. De esta forma, es posible que la víctima relativice el
delito y pueda abandonar el rencor o resentimiento con el victimario al apreciar en primera
persona el arrepentimiento que siente, y pactar ambos la medida o redención oportuna.
Así pues, adoptando una filosofía más orientada al G-G, y menos pierde-gana como ocurre
en los juicios, orientados a que el juez declare que parte saldrá beneficiada y qué parte
pierde. Además, así se evita la revictimización que pueden sufrir en un juicio y el
enfrentamiento que se plantea entre víctima y victimario.
Sin embargo, a pesar de que a través de la mediación penal se gestiona el conflicto de una
manera más amable y fomentando el consenso de los participantes, es esencial no perder
de vista garantizar el equilibrio de poder para asegurar que la participación de las víctimas
no sea re-victimizante y que los infractores tengan una oportunidad genuina de asumir la
responsabilidad de sus actos.