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MICHEL SEERES

de La Academia francesa

¿Somos animales en el AMOR?

París: Le Pommier, 2002

Traducido por Luis Alfonso Paláu C. Medellín, septiembre 11 de 2004.

Copia realizada para el seminario: de los libros de Fundaciones a los del Gran relato, cuarta lectura de
la obra de MicbelS erres. Universidad de Antioquia. Instituto de Filosofía. Medellín, octubre
17 de 2007.
Para Géraldine. Charles v Marie-Pauk

Algunos submarineros pasan años bajo el agua. Sus misiones, recomenzadas cien veces,
juran más de setenta días. ¿Conocéis monjes más encerrados en sus clausuras que estos
solitarios en grupo que reposan en el fondo del mar, en la oscuridad y el silencio,
dispuestos a desencadenar el terror nuclear? Una noche —¿sólo hay noches en esas tumbas
abisales?— a uno de ellos, que comandaba el sumergible, lo despertó el ruido extraño que
haría una bola de vidrio rebotando en un embaldosado. Levantándose aprisa se reunió con
su segundo que, de cuarto, buscaba también su origen con ansiedad, pero sin éxito. A
bordo de los submarinos atómicos, las rampas de lanzamiento se sitúan sobre la parte
posterior y, en situación de tiro, una serie de válvulas se abren, a ras del casco, para dejar
pasar el misil; dos cámaras, en la parte baja del kiosco vertical transmiten las imágenes para
poderse asegurar de su apertura. Los dos tuvieron la idea de poner en marcha este testigo
y, estupefactos, descubrieron en la pantalla un enorme cachalote, acostado, agazapado,
adujado en el espacio formado por el kiosco y la playa trasera.
"Deshagámonos de la bestezuela" ordenó el bajá.
Una serie de maniobras astuciosas y retorcidas, de arriba abajo y de babor a
estribor, trató de zafársela, sin éxito. El cachalote se agarraba sin deslizarse, resistiendo a
los ángulos del balanceo y del cabeceo.
"En el fondo, dijeron los oficiales despechados, no nos molesta; dejémoslo allí, nos
camufla".
Difundieron las imágenes del visitante en la televisión de la tripulación para
divertirla; luego todo el mundo a bordo volvió a sus actividades olvidando el
acontecimiento.
Cuando volvió a tierra al final de la misión, el comandante, invitado con su mujer a
una cena, encontró allí a un naturalista especialista en cetáceos. Cuando el marino
describió el extraño ruido, el investigador estalló de risa.
"Hemos descifrado bastante bien los llamados de estos animales entre ellos, dijo el
científico enjugándose las lágrimas con su servilleta; la señal de la que Ud. habla es bien
conocida: la emiten los machos en celo cuando montan su hembra; se trata del grito de
goce".
El comandante regresa a su casa pensando en la idea de que la lengua inglesa
feminizaba los barcos.

¿Por qué un filósofo para hablar del amor?


Los científicos definen la filosofía como el amor por la sabiduría. ¡Ha sido preciso que
estos doctos ignoren la lengua! En nuestras palabras compuestas, en efecto, más vale leer
las raíces a la inversa: automóvil, que se mueve por sí mismo; geología, ciencia de la tierra;
funámbulo, que deambula sobre una cuerda... En verdad, el filósofo vive la sabiduría del
amor. Queda pues excluido de este título dejar de lado un tal tema o no estudiarlo de
alguna manera, en su existencia sobre todo y a veces en sus teorías, en su conjunto y en su
detalle. Puesto que hace más de medio siglo practico esta disciplina, no debo ya diferir
más el hablar del amor.

Los trovadores inventan el amor...


Mejor aún, las palabras francesas que terminan en —sur a menudo derivan de palabras
latinas en —or. honor, honneur; horror, horreur... excepto una, notable: amor, amour. ¿Por qué
pues esta excepción? Porque los trovadores de la Edad Media y del suroeste de Francia,
cantando primero en lengua de oc, inventaron la palabra y la cosa. Expresándose cor.
gusto con terminación en —our, nuestros antiguos Occitanos tuvieron el terrible honor de
haber legado a la humanidad esta extraña mezcla de éxtasis austero 7 de feliz melancolía.
Lectoras y lectores, desde el comienzo de este libro, honrad una cultura para siempre
extirpada que, para vuestra gloria, vuestras delicias y dolores, creó por completo el amor.
¿Cuándo? Muy recientemente.

... ¿y qué hacen las bestias?


Durante miles de millones de años reinaba una reproducción que, a veces, no había
encontrado vías sexuales para inventar nuevos vivientes puesto que ciertos monocelulares
se multiplican escindiéndose. De la genitalidad o conjunto de órganos, llamados
precisamente genitales, funciones y actitudes especializadas en esta reproducción, se
distinguió luego la sexualidad, separándose, por placer, de esta finalidad; como nosotros,
muchos animales juegan con los mismos órganos llamados entonces sexuales. Arte del
deseo, el erotismo se bifurca a su vez de la sexualidad, como la gastronomía refinada lo
hace de la alimentación. Compasión con respecto a los otros, próximos o lejanos, ternura y
afección, la caridad traducía más tarde el griego ocYanrU a^P^ P31^ expresar, en el
cristianismo, la más alta de las virtudes teologales o divinas. La evolución, larga, y la
historia, corta, conocían pues conductas de este orden, pero nadie antes de los trovadores,
al menos en Occidente, había imaginado el amor, quiero decir mezclar, en dosis
variables, la atracción poderosa de los cuerpos y la distancia galante de pudor o de
estima, el deseo erótico y el respeto piadoso por el otro, el desencadenamiento carnal y
el rito místico. Antes de esta cultura, nadie había nombrado, cantado ni vivido el amor,
definido por la serie de estas parejas. Y como yo nací de ella me merezco hablar de él.

Amor: ¿animal o humano?


El reinventa, colorea, vivifica, debilita, refuerza y destruye algunas relaciones que mantenía
ya todo lo que vive. Estas relaciones conciernen al sexo, el cuerpo, la existencia entera. Si
se trata de reproducción o de sexualidad, nuestra conducta -continuando la de los
vivientes— no rompe notoriamente la serie evolutiva; el erotismo perpetúa a veces esta
proximidad.
Sí, participamos del reino animal; sí, nos parecemos a los vertebrados: diez especies
de aves o de monos llenan los requisitos por medio de los cuales creíamos antaño definir lo
propio del hombre: manipulación de herramientas, culturas, vida en sociedad... Lo mismo
ocurre con el sexo. Pero a lo largo de las variaciones que nos unen a los otros vivientes, se
producen a veces bifurcaciones inesperadas. ¿Puedo describir el amor como una de estas
ramas imprevisibles? ¿Cómo la más bella?

¿Bestias?
Un primer elogio de nuestros primos animales
Incluso embriagados de loco amor, ¿cuántos de nuestros semejantes nadarían desde el Polo
hasta las aguas calientes, miles de kilómetros, como las ballenas de los dos sexos que
abandonan los parajes de Behring para alcanzar el golfo de California, atraídas por un
entorno propicio a su progenitura? ¿Cuántos volarían a través de las longitudes del globo y
a alturas irrespirables y glaciales corno lo hacen decenas de especies de aves migratorias?
¿Cuántos, por las mismas razones, remontarían el curso de ríos torrentosos, franquearían
las barreras y enfrentarían los predadores, hasta el agotamiento mortal, como los
salmonados? ¿Cuántos, sin cansarse ni nutrirse, cantarían noche y día como ladran lobos y
perros en los períodos sensibles de las perras y las lobas? ¿Cuántos machos humanos
expondrían su vida luchando, hasta sangrar, por la posesión de un colegio de hembras,
como los wapitis o los leones marinos? Y en las civilizaciones que cultivan las delicadeza?
de la corte de amor, ¿cuántos alcanzan la exquisita poesía de las danzas y paradas musicales,
coloreadas, destinadas a cautivar a una compañera seducida, como lo trazan no solamente
los fragatas sino también diez variedades de volátiles tropicales? Finalmente, ¿cuántos
hombres aceptarían, a cambio de un coito rápido, que las mujeres los estrangularan con el
fin de tener el éxtasis como lo hacen las mantis religiosas? Sí, ¿cuántos se lanzarían hacia el
vuelo nupcial de una reina himenóptera corriendo el riesgo de morir joven y sin obtener
nada? ¿Cuántos machos correrían, como la araña néfila, hacia una hembra diez veces más
voluminosa que lo devora si él accede a su tela sin haberla hecho vibrar según la buena
señal?
Me gustaría volver a decir claramente, siguiendo a muchos otros, que en amor nos
conducimos como animales pero que somos tímidos y chatos, prudentes, rígidos, prosaicos
y grises, privados del heroísmo que el instinto comanda y devasta. En nuestra especie sólo
sublimes excepciones, Filemón y Baucis, Eloísa y Abelardo, Clara y Francisco de Asís,
Manon y el caballero de los Grieux, como también el abate Pierre y madre Teresa...
mártires y por tanto testigos del amor, merecen que se les compare con los sábalos, los
locos de Bassan, los zánganos, la araña néfila y la ballena azul.

Tristes vertebrados
Viendo a los crótalos o a los pulpos acoplados en hélices, ¿cuántas veces he cedido a los
celos de no poder enlazar a mi bien amada con su esbelta flexibilidad, impedido como
estoy por mi esqueleto? Durante más de veinte años y para siempre he recorrido
senderos a través de las colinas que dominan, a mano derecha, la bahía de San Francisco, y
el océano Pacífico del otro lado. El azar de las caminadas hace que se presenten coyotes y
pumas, vuelos de aves negras con puntas de alas rojas, arrendajos azules, cernícalos y
buitres oscuros de envergadura gigante, una tarántula enorme como la mano que se
desplaza con una lenta majestad sobre patas tan gruesas y peludas como las falanges de los
dedos, y tres especies de serpientes: dos largas y apacibles, pero además la cascabel de
escamas en forma de rombo, brillantes como diamantes cuya cola agita sonajero y cuya
mordedura mata. En la estación imprudente de los amores, cuando esas bestias salen y se
agitan, el ojo atento debe pues dirigir bien los pasos pues se ocultan resplandores en la
hierba amarilla. Ahora bien, una tarde clara de mayo me crucé con un reptil negro y
escandido de anillos blancos que se arrastraba a lo ancho del camino. Con tan poca prisa
como él, permanecí mucho tiempo observándolo, fascinado, calentarse al sol como yo,
cuando salió de un agujero bajo el camino otra serpiente de su especie que, sin esperar en
torno a él se enlazó como en empalme soldado o en caduceo de Hermes.
Antes de haber contemplado esta maravilla, empleaba ese verbo de abrazo
amoroso para las mujeres y los hombres; juro que no volveré a decir tal tontería pues si las
serpientes se enlazan, a nuestras vértebras les falta la flexibilidad necesaria para
estos entrelazamientos. Como los de los pulpos que gozan de ocho brazos y de cuyas
caricias ondulantes nos ponemos celosos, sus abrazos, en tirsos en cadeneta, corren, tan
flexibles, elásticos y fluidos, que estos animales que difunden en torno a ellos el horror
que todos conocen, se vuelven a mis ojos no solamente amables y bellos sino
portadores de un secreto inaccesible para nuestras rígidas torpezas. ¿Será preciso
considerarnos no aptos para los misterios del amor?

Todo es Amor
No sé sí se pueda hablar de los vivientes distintos de nosotros, puesto que al menos el
lenguaje articulado nos separa, pero las prácticas agrícolas muestran a los niños, y las
ciencias de la vida a los adultos de las ciudades, sin nada ocultarles, mil y un casos de
sexualidad, infinitamente generosos en sus formas individuales y específicas, el viviente
varía otro tanto en sus relaciones. Como el pulgón de la vid que pone huevos como un
ovíparo, y da a luz como un vivíparo, pero también puede multiplicarse en pareja tantc
como en partenogénesis, es decir solo. Los órganos genitales y la bolsa de los
marsupiales difieren del equipamiento equivalente de los mamíferos a los que
pertenecemos. Abejas y hormigas, insectos sociales, no tienen las mismas costumbres que
los reptiles y los osos, solitarios o en parejas. Frente a este inmenso abanico de casos cuya
exploración no se terminará mañana -puesto que las especies desconocidas superan en
número a las conocidas— toda comparación con la mujer y el hombre parece a la vez
posible e insensata.
Y sin embargo, la atracción invencible entre los sexos, los patéticos llamados que el
uno le lanza al otro, signos coloreados, ruegos musicales, oiorcillos, fulguraciones
térmicas o caricias táctiles, sin contar los signos que no sabemos interceptar; la
aproximación lenta, paciente, repentina, exhibición, secreto, pudor, coquetería; la esquiva
brusca y la larga frustración; la escogencia, elección o exclusión, el sí tácito y los amores
desairados; los celos, las luchas al menos, las maravillosas estrategias cinceladas en el
tiempo para alcanzar un objetivo que se rehusa o se oculta para elevar su precio...
aproximan a los vivientes umversalmente. Nuestra emoción descifra en esas conductas
calaveradas familiares.
Sí, el deseo nos aguijonea como a cualquier otro vivo, nos atrae, nos empuja y nos
hace descubrir, tras nuestros nichos cotidianos y los países que habitamos, un paisaje
original, jardín, paraíso, infierno con raros goces furtivos, con tristezas durables, un mapa
de lo Tierno rodeado de parajes de lo Muy-Duro, en el espacio-tiempo del cual todos los
vivientes se encarnizan porque de él dependen su carne, su vida, su muerte, su dicha. La
flecha del querer-vivir de la especie atraviesa la existencia individual, se clava para siempre
en el corazón y lo parte. Mejor aún, cuando envejecemos nos parece que nuestro tiempo
de existencia siempre sólo ha dependido de los acontecimientos de este paisaje de lo Tierno
y de lo Rudo que recubre todos los fenómenos ordinarios y se superpone al mapa del
mundo. Es este pues un comportamiento permanente cuya regla sujeta a todos los
vivientes, sin embargo variables, originales, singulares; esta es la ley universal: todo es
Amor.
Pero me temo que sintamos así la conducta de los peces y de los monos debido a
un antropocentrismo blando. Siempre creemos que todo ocurre a nuestro modo, que
nuestras maneras de vivir se diseminan por el universo. Nos dejamos llevar de las
apariencias y sobre todo de las ideas preconcebidas provenientes de nuestros propios usos.
¿Goza el amor de una tal extensión? Pues, más allá de estas analogías armónicas, cinco
bifurcaciones al menos comienzan a alejarnos de nuestros hermanos en el deseo. La
primera concierne la anatomía y la fisiología; la segunda el espacio y el tiempo; la tercera
considera los programas genéticos; la cuarta define a los que el amor aprueba, y la última, a
esta relación misma.

Cinco bifurcaciones
I.- El cuerpo

Anatomía
El amor, ¿nos aproxima a las bestias? Será que los que lo pretenden ignoran a tal punto a
aquél y a éstas. Veamos: una disposición de anatomía nos caracteriza y nos aleja de las
especies vecinas de mamíferos. Guardando las vacas o conduciendo la carreta de caballos,
cualquier niño levantado en el campo observa rápido una diferencia notoria entre los sexos
de estos cuadrúpedos. La hembra muestra sus órganos mientras que el macho los oculta.
Es preciso agacharse bien para observar, al menos en el tiempo anodino, el pene del asno o
el del toro, por no decir sus dignidades. Por el contrario, es suficiente con que la yegua, la
marrana, la novilla... levanten un poco la cola para que todo el mundo alrededor admire el
ofertorio de su vagina bellamente dispuesto. Suponed que una de estas bestias se yerga r
que, muchos millones de años después del acontecimiento, viaje por los bosques y las
riberas en dos patas, antes de correr las calles. Entonces, desnudo, el macho muestra lo
que la hembra oculta: todo cambia. Cuando los cuerpos se invierten ¿no se invertirá la
coquetería? Nos alejamos así de los mamíferos próximos.

Fisiología
Pues por esto estos cuadrúpedos hacen el amor por detrás, lo que se decía en latín "more
ferarunf\ a la manera de las bestias salvajes. Esta posición única deja pocas posibilidades a
los interesados de verse, de preguntarse recíprocamente noticias de lo que ocurre —
¿contento, frustrado?—, de sonreírse de placer si se presenta el caso.
Pues nosotros lo hacemos de frente, los chimpancés también. La llamada bestia de
dos espaldas ¿abre entonces sus cuatro ojos y, por qué no, una boca pronto dotada de
palabra? Un silencio incómodo, un desdén huraño no le sientan bien a ese instante de
éxtasis. Los filósofos de las Luces que se conocían aquí en amor tanto como en palabra
hubieran podido ver acá un origen probable del lenguaje tanto como de los signos
culturales intercambiados por nuestros primos. Consiento en esta hipótesis e insistiré: me
parece que nark a nariz nos reconocemos. En la génesis del conocimiento ¿el sentido
bíblico precedería al sentido común? El empirismo pretende que el lenguaje emerge de los
sentidos; para un empirismo amoroso, ¿emanaría él de este cara a cara de los que
consienten?

II.- El espacio y el
tiempo
Además de su sujetamiento a las atroces leyes de la selección, otra desgracia de las bestias
las encadena frecuentemente a la presencia en el espacio y en el tiempo presente. Cuando
los trovadores inventaron el amor, cantaban la princesa lejana. "La ausencia es al amor lo
que al fuego es el viento: apaga el pequeño, enciende el grande", rima Bussy-Rabutin
algunos siglos más tarde. Deseamos lo separado, la mujer del marinero llora con sus cartas,
el adolescente se enamora de una estrella de cine, imaginamos el amor al menos tanto
como lo hacemos, ¿quién no ha esperado al príncipe azul? Seguro que las ballenas se
llaman a distancias inmensas; sin embargo la ausencia no le concierne tanto a los animales.
¿Quizás a las plantas? Amamos lo lejano como si viviese aquí; nos representamos al
ausente como próximo; inventamos espacios virtuales y vivimos en ellos. Y a veces
transformamos nuestras privaciones en alimento.
De la misma manera hacer el amor en todo momento caracteriza a los humanoides.
Las hembras se limitan a las épocas de calor; sólo la mujer pasa por reglas que invierten
estas funciones periódicas. De esta manera ganamos amplias playas, inaccesibles a veces a
nuestros hermanos mudos. La mayor parte se ocupa de sexo en las estaciones prescritas;
como bellos mecanismos de relojería, los machos reaccionan cuando llega el momento
como en una caja cuya música comienza y se detiene según el programa codificado.
Nosotros siempre podemos hacer el amor; Diderot no desdeñaba ver en esto lo propio del
hombre, pero no dejaba de añadir —dado que estaba sujeto a un machismo tan estúpido
como dominante— que el hombre le debía a la mujer esto que suponía "propio" de él.
Cuando "le viene" a ella, esos "momentos" suprimen toda posibilidad de reproducción, al
contrario de lo que ocurre entre nuestras primas. Ella invierte la función, usual entre los
mamíferos, del reloj genital. Esta inversión condiciona la transformación de la genitalidad
en sexualidad, el comienzo carnal del erotismo. Honor a las mujeres en cuanto al amor.
Poderlo hacer en cualquier momento es uno de nuestros comienzos. Familiares de las
noches y de la siesta, la mujer y el hombre permanecen ajenos a la primavera.
Pero, ¿por qué pensamos nosotros que los animales son más máquinas que
nosotros? Porque la previsión define lo que llamamos estupidez. Siempre sabemos lo que
un tonto va a contestar; opina obstinadamente. En efecto, se diría que es como una
máquina a 3a que basta con apretarle un botón. Entre más majadero sea más podemos
prever lo que hará. De esta forma domesticamos vivientes previsibles. Por el contrario la
inteligencia es imprevisible. La astucia despierta, tan caprichosa como una cabra. La
invención viene como el viento, de no importa dónde, no importa cuándo. Así, llegado
como la brisa, el amor responde a signos impalpables que cree más reales que lo real y se
desarrolla en espacios diferentes de los lugares ordinarios, y que se pueden llamar virtuales.
Imprevisible, contingente, él vive así mismo de recuerdos y de proyectos, de sueños
imposibles y de imaginaria poesía, en resumen, en tiempos solamente posibles. Sexualidad
necesaria y padecida por autómatas genéticos; amor inventado, por tanto inesperado.

III.- Perder las especialidades


A la inversa de las garras, pinzas o cascos, especializados, diferenciados, nuestros miembros
evolucionaron hacia una mano, desdiferenciada, sin especialidad. Así mismo el hocico, la
testa o el pico giraron hacia un hueco de bordes blandos. Potente y dura, la pinza k sirve al
cangrejo de arma o de herramienta; la mano, débil y flexible, no corta ni punza, no protege
ni ataca, ni siquiera permite seguirse agarrando de las ramas de un árbol. Provista de un
pulgar oponible, nuestros dedos no se especializan ni en el golpe, ni en la talla, ni en una
apretadura sin descanso, pero a lo largo de los tiempos aprenderán un día a tensar el arco,
maniobrar la azada, tocar el clavecín, anudar cabos, cortar con el escalpelo, con la
condición por supuesto de que hayan sacado adelante ballesta, cuerda, lira o arado;
acariciarán a su compañera. El hueco de borde blando no puede ya apretar ni matar, pero
hablará, cantará, mentirá, gustará... besará. Una extraña evolución —¿surgida en sentido
inverso?— nos desespecializa, nos programa en la desprogramación, como si, en el árbol de
las especies y de los reinos, regresáramos hacia las ramas principales e incluso hacia el
tronco, en lugar de dirigirnos irresistiblemente hacia las ramas y ramilletes menudos. Un
día entramos —¿cuándo, cómo, lo sabremos algún día?— en lo posible.
Pues nuestras uñas no son garras, ni pico los labios ni los dientes, pero
manipularemos mil herramientas y nos volveremos omnívoros, pasando de lo crudo a lo
cocido, y habladores en mil lenguas, que nos han permitido el cuchicheo. Lo inútil se
revela omnivalente. En su avance, la evolución precisa la forma, el diseño y el matiz, en
resumen diferencia; si desespeciaiiza borra los límites y entonces parece retroceder.
Progresando multiplica colores y matices; regresando parece palidecer. El hombre se
vuelve un viviente candido. Faber sin especialidad, homo sin propiedad. Un mozalbete
inexperto de patas blancas. Sin programa y sin límite, excesivo e inquieto, débil y
exterminador, dominante y miserable, marginal, hábil y torpe como un viejo niño.
Desdiferenciados, sin duda perdimos genes; nuestra cuenta bancaria se vació bastante; nos
empobrecimos, nos desproveímos: ¡Señora y Señor Sin-Gen!

Los amores también difieren entre ellos


El variado despliegue de nuestras culturas deriva, en el tiempo, de esta desprogramación y
de ella testimonia en el espacio. ¿Quién no conoce países sin amor, culturas enteras donde
las relaciones se hacen escasas, gélidas? Allí, las mujeres y los machos parece que no hacen
nada o fingen hacerlo. Ciertamente que se acoplan pero no parecen amarse; sin embargo,
no solo se reproducen, viven juntos para su tedio y sus comodidades. El dating anglosajón
me parece diferir de la corte latina como un ocaso de neblina de un alba con degradados
púrpura. Aquí las novelas de amor retienen, como un suspenso, el momento bendito del
encuentro fusiona!; allá por el contrario precipitan la hora de separarse.
¿Quién no puede citar países y culturas donde el amor se hace, entre dos sábanas,
como en otras partes, pero cambia, fuera de la habitación, de ritmo, de gestos, de mímicas y
de canciones? Oficial gascón degradado en el frente de las tropas del lado del Sault-Sainte-
Mane a comienzos de la edad de las Luces, el famoso y demasiado olvidado La Hontan fue
el primero en partir de ahí al descubrimiento de las Rocosas y del buen salvaje; él cuenta, en
memorias siempre copiadas sin citarlo, las costumbres amorosas de los Indios qu:
encontró: estando acostada sola en su tienda, la muchacha recibe en la noche un
pretendiente que debe sostener en su mano una antorcha mientras que la entretiene con
cosas interesantes; ella apaga la llama si da su consentimiento al enamorado; si retiene su
aliento en el momento de su poema, él regresa a su casa desairado. Me encanta ese rito
llamado del fósforo donde el que arde lleva en la mano su propia imagen y donde el suspiro
aviva otra quemadura. No terminaría, y me saldría de mi tema, de citar las variedades
refinadas, tortuosas, extrañas, del amor a través de las culturas. Pues resulta que esta
multiplicidad proviene de nuestra desespecialización universal.
Entonces, ¿diferimos entre nosotros mismos tanto como las especies entre ellas? Sí
me parece: en efecto, al estar ellas programadas les corresponde cambiar de programa, por
tanto de cuerpo, para distinguirse o evolucionar; desprogramados, nosotros cambiamos de
usos para innovar en nuestras relaciones. En razón misma de esta virtualidad nueva,
creamos mil tipos de culturas. Comprendo así el totemismo. Tenemos las tribus de los
zorros o de las águilas: su cultura las separa tanto como sus tótemes difieren en sus
cuerpos. Cada uno se compara con su animal virtual. En el amor nos conducimos como
las bestias, pero por medio de estas imágenes, pero por la intermediación de las culturas.

Caso crucial de la homosexualidad


Como muchas otras especies, los monos bonobos se dedican a prácticas homosexuales.
¿Qué pensar de este paralelismo con las costumbres humanas? Cambiemos de animal:
apenas ha salido del huevo, la pática sigue al que primero aparezca y que considera como su
madre. Lo seguirá toda su vida. Konrad Lorenz llamó a ese fenómeno troquelamiento.
Suponiendo que el recién nacido encuentra el primer día a otro ganso del mismo sexo, éste
lo troquelará; lo acompañará pues y harán nicho juntos llegado el momento. Ciertamente,
ellos o ellas no pondrán. Pero si se les pone en el nido algunos huevos, ellas o ellos los
cubrirán, después levantarán los polluelos hasta el momento del vuelo, como una pareja
heterosexual. En nuestros derechos privados discutimos actualmente cuestiones paralelas
que conciernen a los homófilos.
En este ejemplo, una experiencia que llega hasta la fabricación muestra en acción el
programa animal, aunque se trate de su complementario, el aprendizaje: el troquelamiento
no emana del genoma sino que las avecillas lo adquieren. Hacemos que se encuentren un
macho con un macho recién nacido o una hembra con una hembra, y colocamos huevos en
el nido; de estas experimentaciones se siguen conductas previsibles, lo que acabo de llamar
fabricación. El aprendizaje sigue una cadena de causas y de efectos.
Ahora bien, no solamente no fabricamos —¿cómo lo haríamos?— sino que incluso
no sabemos escoger entre la naturaleza, la cultura, la familia y la biografía, para explicar su
conducta. También concierne la desprogramación humana. Y de repente aparece lo
imprevisible: un niño criado por una pareja homosexual no se vuelve forzosamente
homosexual; otro, que ha crecido en un entorno heterosexual, se convierte en homosexual.
Seguramente, como todos los vivientes, tal o cual sufre condiciones y constreñimientos,
pero en definitiva, ella o él escogen. Tras el paralelo aparente, se revela la bifurcación: se
trata de la contingencia, se trata de decisión y por tanto de libertad. Este ejemplo decide
verdaderamente: el paralelismo de las conductas entre los vivientes permite precisar el
punto de la bifurcación humana, menos visible en la heterosexualidad pero
estadísticamente más frecuente.

IV.- YoT nosotros, ellos


En tanto que sujetos nos parecemos a los vivientes y diferimos de ellos al menos cuatro
veces. No ocupamos las mismas posiciones en la clasificación general de los vivientes, por
reino, familia y género. Puesto que sólo podemos reproducirnos entre nosotros, esta
exclusiva genital que llamamos la especie nos encierra. Llamo con gusto "global" a este
sujeto: uno <on>, pronombre formado sobre el sustantivo hombre. Uno I nosotros <on> nc
somos buitres ni calabazas. Uno / nosotros <on> no nos reproducimos como cóndores, no
hacemos el amor como babosas. Permanecemos entre nosotros. Especie diferente, tanto
como se lo quiera, pero especie como todas las otras.
Después de definir este primer sujeto, inventamos a paftif de nuestra
desprogramación un mosaico muaré de culturas diversas: así nació el sujeto nosotros <nous>;
nosotros los Persas, ellos la izquierda caviar o los bailarines de tango. Nosotros Algonquinos
no tenemos de ninguna manera las mismas relaciones con nuestras mujeres que los Arapesh;
en el salón de Julie de Lespinass, las Parisinas no mantienen las mismas relaciones con sus
machos, d'Alembert, Turgot o Marmontel, que los campesinos de Boccace ni que las
feministas algerinas de hoy, temerarias, deportivas, religiosas y politizadas. La corte varía
en longitud y se extiende a veces según las latitudes; así condicionados, poco o mucho,
hacemos el amor de formas diversas. Pero los etólogos enseñan que las hormigas o los
grandes monos forman también culturas diferentes.
Finalmente, algunos de nosotros, ante todo afro-europeos, inventaron, en
momentos conocidos de la historia, al individuo, al jo. Emergió, al menos en Occidente, de
Hornero al sujeto del Credo y a las Confesiones de san Agustín. Singular pues, no hago el
amor con aquella, también original, de la que me siento el otro, como mi vecina con su
vecino. Mejor aún, uno y otro inventamos en tiempo real una relación a su vez singular
que evoluciona a su manera, se intensifica, se vuelve melancólica o se desvanece. Esta
relación me parece incluso aún más original que los dos yoes que ella asocia. Hacemos el
amor en todo momento pero, además, el tiempo del amor lo cambia él mismo y nos
metamorfosea a los dos. Aquí, la desprogramación nos hace bifurcar de la conducta menos
virtual de los animales y de su tiempo más ceñido al reloj.
Entre los humanos, comúnmente unos <<?»>, culturales o cultivados, colectivamente
nosotros, dos yoes, irreductiblemente diferentes, se conducen además de una manera
completamente diferente de los otros. Si nuestros lazos culturales e intraespecíficos por la
pareja, la familia o la reproducción se parecen poco o mucho a los que anudan entre ellos
tales o cuales animales, la relación electiva que llamamos amor, suponiendo que ella alcance
esta imprevisible originalidad, nos aleja de ellos porque inventa un nuevo mundo. Aunque
originario del país de Oc, en Francia, el amor así se universaliza.

V.- La relación amorosa

El parasitismo abusivo
¿Cómo? Más raro de lo que se cree, lo que llamamos amor une, en efecto, las personas
humanas entre sí, ya reunidas por otros lazos comunes con los vivientes. Retomémoslos: el
recién nacido siente el olor del regazo materno y sigue sus efluvios como una avecita;
frecuente entre los vivientes, este troquelado, tan fuerte como una cuerda, inunda al nuevo
cuerpo de una pasión exclusiva, se parece pues al amor, pero se distingue de él en tanto que
parasitismo.
Nada supera la importancia de esta relación primera, tan fundamental a mis ojos
cuanto que ella contiene uno de los secretos de la vida, universal por otra parte desde el
simple monocelular hasta el bebé humano, y cuya impregnación se convierte en un caso
particular. Muy frecuentemente confundimos el amor con este parasitismo elemental,
selectivo, voraz, interesado, mortal, evolutivo. Observad ya que el adulto macho, haciendo
que la hembra lleve el peso de la reproducción de sus genes, la trata como una huésped.
Durante el período prenatal, el bebé de mamífero o de marsupial se habitúa a encontrar
alimento, alojamiento y reposo en una hembra que asume también el papel de huésped.
Desde el nacimiento la separación comienza y nunca va a cesar. El pequeño aprende una
libertad, para él amarga, puesto que debe buscar bebida, alimento y alojamiento,

independientemente, cada vez con más esfuerzo. Esta separación lo construye y amenaza
con destruirlo al invertir sus conductas parasitaria;..
El que así sufre y trabaja lanza su anclote sobre el primer huésped que aparezca,
si se presenta. Lo que en nosotros queda del parásito busca al tanteo un nuevo huésped
o una huésped nueva, madre o padre, según, vecino para comer de gorra. Cada cual quiere
volver a ser el sobrino de un Rameau. Cuántos de los llamados apegamientos apasionados
se parecen de esta manera a conductas de ciertos animales cuya domesticación -4o pienso
aquí de repente— comenzó quizá por la potente necesidad de esta relación protectora.
¿Cuántos suicidios testimonian que la víctima no podía vivir sin el objeto de su pasión dado
que el parásito sobrevive mal por fuera de un huésped?

La simbiosis y el contrato
Consideremos como amor humano el conjunto de las conductas que bifurcan de esta
relación parasitaria, universal en los vivientes. En lugar de que uno reciba todo sin dar
nada mientras que el otro da todo sin recibir nada, la simbiosis les abre beneficios
recíprocos, un contrato tácitamente establecido permite intercambios equilibrados. Si el
parasitismo se perpetúa comienza la perversión. Seguro que esta simbiosis o este contrato
equitativo no es suficiente pero da al amor su condición necesaria.

El amor sin razón


Inencontrable como siempre, la condición suficiente declara: porque se trata de ella y de
mí. Esta es una razón sin razón. Nuestra dicha desprogramada comienza en este umbral
donde se silencia. Curiosamente allí los animales caen del lado de la racionalidad. Llevan a
cabo matrimonios de razón. Ante este umbral misterioso, incomprensible para quien no lo
vive, se detiene el famoso principio. Seguro que todo tiene una razón de ser. El amor no
la tiene. Escapa a la ciencia y al análisis.
La razón aclara el mundo. El amor lo salva.

Sobre el amor humano

Delfín y delfína
Paseando por el planeta se encuentra por todas partes esas parejas que viven en la
naturaleza, bosque o desierto, atolón o banco de hielo, la mayor parte sin embargo a bordo
de barcos errantes. De Christchurch a Valparaíso, de las Aleutianas a las Marquesas,
laboran el Pacífico a vela, pescan, se sumergen, se reposan, trafican un poco y finalmente
tienen hijos. He tenido como estudiantes hijos e hijas de estos falsos buenos salvajes. Una
de ellas, bajita y sólida mujer, carita redonda cachetes colorados, vestida precipitadamente
mas que adornada, estando hecha un mendigo, original e intuitiva en sus trabajos, me
contaba con gusto los ciclones y naufragios padecidos con sus padres, informáticos
nómadas, alumbrados con bolina y bits.
En una caleta de Kahoolawe, frente al volcán de Maui, la más pequeña de las islas
de Hawai, una bella mañana de sol otoñal cuando ella tenía ocho años, la familia cazaba
bajo el agua para comer algunos mahi-mahis. Sus padres se alejaron siguiendo a una presa.
Ella no permaneció mucho tiempo sola. De repente, y aunque ella nadaba allí tranquila y
feliz bajo su máscara, la fuerza del hábito borrando la angustia, dos delfines la
sorprendieron, el uno bajo la axila izquierda, el otro bajo el brazo derecho, y, suavemente,
lentos y gentiles, la izaron a la superficie. De un coletazo desaparecieron tan pronto su
rostro emergió.
¿La habían creído ahogada? ¿Habían buscado salvarla? ¿Quién lo dirá? ¿Quién
podrá creerlo? Pero ella recuerda este acontecimiento como se guarda consigo en el
secreto de su tórax el recuerdo extático de horas largas de amor donde la dilección provoca,
levanta, eleva hasta cambiar de eiemems,.

¿Dos o cuatro valores?


Los vivientes se reproducen; algunos innovarán por medio de la sexualidad, otros
descubrirán el erotismo, con sus placeres y sus atrocidades, finalmente los últimos
accederán al amor. Bifurcamos de las bestias por lo sublime ciertamente, pero también por
lo odioso. En efecto, ¿cuál especie -por fuera de la llamada sapiens— práctica el sadismo o el
masoquismo, experimenta el éxtasis o ente en la santidad, intenciones e invenciones
influidas por mil y una bifurcaciones culturales? Estamos ante lo peor y lo mejor, se dice,
lo bestial y lo humano.
Hemos llegado al momento de decir algo decisivo aunque un poco difícil. Lo
mejor y lo peor, este bien y este mal, responden a una lógica de dos valores que dicta
también lo falso y lo verdadero, pero además lo propio del hombre: por un lado nosotros,
humanos razonables, y por el otro las bestias brutas; por un lado un sub-conjunto, del otro
su complementario cuyas propiedades niegan las del primero. Sobre esta lógica de dos
valores prosperan la metafísica que define al hombre así, como los que quieren destruirla; la
una y los otros la creen dura como el hierro, sus razonamientos se construyen sobre ella.
Ahora bien, este es el punto, la vida la ignora porque ella se desarrolla en otra lógica,
llamada modal, de cuatro valores: posible, imposible, necesario, contingente. La
desprogramación hace de nosotros posibles contingentes, sumergidos en física y
bioquímica cuyas leyes necesarias nos hacen imposibles ciertas actuaciones.

La perversión y la violación
Por tanto, y contrariamente a una idea recibida que injuria a la vez a los animales y a la
sexualidad, los actos sádicos, las pasiones masoquistas, la pedofilia, el hostigamiento
encarnizado a personas reputadas más débiles, la coprofagia, la tanatofilia... en resumen, las
perversiones, nos alejan más de los animales de lo que nos aproximan. Ningún código
induce tales conductas. Afectos y pulsiones sin programa las inventan, en nosotros, con
delectación. Pero, ¿con respecto a cuáles normas llamarlas perversiones, puesto que no
conocemos ninguna definición, ninguna guía, incluso genética, por tanto ninguna
anormalidad? Reparamos en esta última sin pensarla; de repente la llamamos bestial pues
pensamos la vida y la animalidad por medio de la lógica de dos valores.
Lo anormal se despliega más bien en actos de violencia; la perversión es la
violación. Sometidos a las llamadas leyes de la jungla, los animales se someten al más
fuerte; dominantes o dominados, conocen jerarquías, agresividad, lucha, guerra... pero
ignoran la violencia, este exceso, este defecto, este desequilibrio, esta margen por fuera de
la norma, esta expropiación virtual, este lugar de no-derecho, este terreno vago donde
vivimos. Los machos wapitis luchan por la posesión de las hembras sin preguntarles su
opinión; por una cuenta triste uno de ellos las cubre a todas hasta el agotamiento, los otros
permanecen castos hasta la próxima trifulca. La fuerza decide. Ninguna invención por
fuera de esta ley, de una atroz melancolía. Por fuera de este programa no hay perversión.
¡Qué tontería separar el ángel de la bestia, dudar entre una suavidad ingenua como imagen
de Epinal y perversiones animales! En realidad, violencia y amor nos conciemen; pero tan
pronto aparece la violencia desaparece el amor. Inclinados sobre la continuidad que nos
une a los animales, los dos orientan la bifurcación humana pero el uno a su vez bifurca de
la otra. Después del contrato equilibrado, la benevolencia se vuelve entonces la segunda
condición necesaria del amor.

La élite rara y secreta de la humanidad


No solamente bifurcamos entonces de las bestias sino que, lo más a menudo, no somos
incluso nombres, pues el amor no se encuentra en los rincones de las calles. Como
nuestros ancestros y nuestros sucesores, la mayor parte de nuestros contemporáneos corre
tras el poder, la fortuna, los puestos, la venganza y el odio, la diosa Envidia y el dio?
Mimetismo, el primer lugar en las competencias de todo orden, en suma la violencia... y se
desvían del amor. Demasiado duro, exorbitantemente simple, sublime. Exigente, él
reclama que le consagremos nuestras vidas como monjes y monacales. Los humanos
consagrados así no hacen gran ruido. Nadie los conoce. Se deslÍ2an casi invisibles sobre
las plazas de las ciudades, silenciosos, llevando mascaras inesperadas bajo las cuales no los
buscamos: aquí la carnicera, allá quizá la cartera o el barrendero, el viejito y la mocita. Pero,
sin saberlo ellos mismos y, sin que vosotros lo sepáis nunca, forman la élite secreta de la
humanidad. Los libros no citan ni a aquellos ni a aquellas que salvan nuestra existencia.

Santidad
Por decreto de un destino innombrable, su santidad permite al mundo entero sobrevivir.
Incluso vivir pues nacemos dos veces: primero de nuestra madre, luego del amor; por tanto
no siempre. Nadie existe verdaderamente antes de que otro le diga: te amo; y nadie existe
antes de decirlo. Por razones de racismo, ya no podemos decir que existe aquí o allá una
cultura elegida puesto que, en el espacio y el tiempo, todas, más o menos, han pretendido
esto para ellas mismas. Pero, por haberlo captado en el tiempo fulminante de un guiño, de
un breve encuentro, de un gesto furtivo, de una tonalidad puramente graciosa, yo sé que los
que consagran su vida por entero al amor eligen el mundo y la humanidad, asumiendo esta
función santa. Henos pues a todos elegidos gracias a ellos. Y nunca conoceremos a esos
justos que nos elevan por fin al rango de hombres y de mujeres. Y si los conociéramos,
ellos no nos elegirían. Como el hielo en la primavera, se funden y desaparecen bajo la
gloria, avasallados, asfixiados, oscurecidos como todos nosotros bajo la ley marcial de
mentira y de muerte impuesta por los violentos, amos del mundo. Ya no se trata de decir
entonces que el amor nos hace bifurcar de las especies, sino que filtra a algunos de entre
nosotros, rarísimos y sepultados en el mutismo, de aquellos que nos sumergen hasta el
cuello en su violencia. Define no tanto la élite como la santidad, no elegida sino
activamente electiva, con dilección y salvadora.

¿Cómo aumenta una relación?


Reconocemos la singularidad de cada individuo, pero he dicho también que cada relación
es completamente original, se inventa. Como asocia dos personas la creo dos veces más
singular. La mayor parte del tiempo sustituimos esta invención, que es muy exigente, por
vías ya completamente trazadas, relaciones de poder y de sumisión, de fraternidad y de
odio, de competencia y de venganza, de envidia o de imitación... La mayor parte de los
especialistas en estas cosas suprimen incluso toda relación cuando la califican por medio de
las personas que ella une o separa; la relación padre-hija, madre-hijo, dicen ellos, tan ciegos
a la relación que sólo dejan el guión. Definen de hecho relaciones de odio, pues el odio
consiste precisamente en entrar por un camino ya trazado. Una relación lograda lanza un
tiempo, un espacio imprevisto y se inventa paso a paso según las circunstancias y los
proyectos de las personas que ella une y transforma. Supone una simbiosis, lo he dicho,
una especie de contrato equitativamente aceptado, incluso no escrito, inclusive no dicho,
después una construcción alegre, dinámica, metamórfica. Vive cada obstáculo, cada
tentación, como una tribulación, una etapa en un largo viaje. ¿Queremos llevar nuestro
equipaje juntos? ¿Tenemos un objetivo en nuestros desplazamientos?
Comparad con la obra y el derecho de autor: un autor se considera aval, da garantía,
este es su sentido originario en la juridicidad romana. Pero su etimología (autor viene de
augeo, en latín: crecer) dice mucho más: él aumenta. Si un autor no os hace crecer, dejadlo,
vale poco. Si una relación no aumenta a las dos partes, divorciaos. El amor no disminuye,
agranda; si se vuelve miserable, abandonadlo, no se trata de él.

Libertad divina de la relación


Hablo de la relación con independencia de las plazas mantenidas por ios sujetos: te ame
pues como mi padre y mi madre, mi ancestro del fondo de los tiempos, mi hermana y mi
hermano, mi gemela, mi hijo y mi hija, mi vecina y una desconocida de la familia, la
extranjera cuya lengua no puedo comprender, la que pasa y entra, irreconocible, el conjunto
mismo de los vivientes y el mundo. Te amo no precisa el sitio, te amo no excluye a nadie,
admite todo, ignora el estatuto y la determinación. Si te llamo mi gemela, si te nombro
como madre o como hija o vecina, hermano o padre, vecino o extranjero, tu sabes que te
odio. Odiar reduce la disposición completa de los valores a un lugar estrecho, el ramillete
de las relaciones a una vía única, repliega todas las posiciones en una sola, asóla los
posibles, determina, define, acepilla la inmensa capacidad libre e inclusiva del amor. Lo
inverso de nada, opuesto a nada, amar contiene incluso odiar en su abanico de omnitodo,
en su zambra de posibilidades. Satura nuestra virtualidad. El amor se encuentra en peligro
de odio, mientras que el odio rara vez se arriesga con el amor; de esta forma el uno
comprende el otro, mientras que odiar no comprende amar.
El odio sigue la lógica de dos valores: plantado contra como una antítesis cierta,
pero poseída ya, ahí, en un sitio, como una tesis, el odio asigna el tiempo y el lugar. Pierde
lo posible. Preciso, meticuloso, riguroso en los dos sentidos, abre al conocimiento. Que
los científicos, más que los otros, pongan mucho cuidado puesto que su oficio los coloca
en riesgo de odio por esta razón de la que poco sospechan. El vocabulario mismo lo
expresa a las mil maravillas: la exactitud es vecina de la exacción y el rigor está próximo de
rectitud y dureza. Sin razón ni límite, el amor vuela en la contingencia, la ausencia de
programa, los sitios virtuales y la improbable duración.
Entre más pienso más debo amar.

El próximo y el lejano
Ama a Dios y a tu prójimo. Contemplo ahora este doble mandamiento y la doble
persona a la que exige amar: lo universal y lo próximo. El deber de proximidad
apacigua la ferocidad del que, volando de prisa hacia diez víctimas del otro lado del
planeta, menosprecia y pisotea a sus vecinos. Existe un exceso de unicidad que vacía
violentamente el espacio en provecho de una ley. Este universalismo corre el riesgo del
integrismo y expone a las devastaciones graves del enceguecimiento ante el enfermo que
pasa. Por esto la necesaria temperancia aportada por estas vecindades que vuelven a poblar
el espacio de singularidades abigarradas. Inversamente, el amor por los próximos cae
frecuentemente en la ley de los gángsteres: amaos los unos a los otros, sólo amad a los que
se os parecen. Este particularismo corre el riesgo del integrismo y expone a los
asolamientos graves de las guerras perpetuas entre culturas invasoras o religiones que
sin embargo predican lo contrario.
Asimétrico e inclinado, el doble mandamiento lanza ante todo una ley de razón,
formal y abstracta, pero la adereza con prudencia de circunstancias que la circundan. Los
filósofos a veces dicen que la denominación divina oculta la suma de nuestros actos de
amor. Avaros y exclusivos, restringen a nuestra especie una relación que, por este mismo
motivo, no se puede considerar universal. El amor universal concierne ciertamente a la
humanidad en su conjunto, sumadas todas las culturas, reunidas todas las personas, pero
también el mundo y sus huéspedes, las rocas y las aguas, las nubes y los vientos, los fuegos
del firmamento, los cinco reinos del viviente. E incluso la muerte. Para salvar el mundo
entero que corre el riesgo de graves daños a causa de nuestros actos, debemos amarlo.
Para proteger a los animales, que corren todos más o menos el riesgo de erradicación
debido a nuestras conductas, tenemos también que amarlos. En el amor no somos
animales, pero las bestias mismas se vuelven los compañeros dignos de nuestra dilección
universal. Entonces sí, Dios, infinitamente débil y desprotegido, integra todos nuestros

actos de amor.
Pero el del prójimo que, en el espacio y en el tiempo, se sitúa en mi mas próxima
vecindad, compensa este inaccesible y traza el acceso a esta integral de debilidad y de amor.
De este a su vecino y así sucesivamente, trazo un camino analítico largo sobre el cual
caminamos, deseosos y heridos, en el mapa duro de lo Tierno. Dios yace en el horizonte
de esta prolongación, de vecino en vecino, del prójimo; El yace en el detalle y el conjunto,
en el vecino y en el mundo. De esta forma la paz desciende dos veces. El amor universal
de hombres, mujeres, vivientes y mundo quita todo deseo de destruir la inmensa casa en la
que entro en compañía de mi constante prójima, cuyo crecimiento me aumenta o que goza
con el goce que encuentra en mí y que me da.

Post coitum omm animal triste. Altanero, este dicho define al animal como un viviente
triste después del amor y nos quiere arrinconar a esta melancolía. De esta ignorancia de
nuestras hermanas las bestias, saquemos sin embargo un retrato alegre del hombre y de la
mujer, vivientes que después del coito ríen.

En la filosofía, ¿qué se impone finalmente, la Sabiduría desatada o el Amor ligado?


Amo mis últimos minutos de vida y la muerte hacia la cual mis pasos tienden, dudosos, mi
soledad, las lilas que la brisa balancea y los pinzones que picotean en los ramilletes del arce,
todos los vivientes con los cuerpos que desgranan el código genético y que se deslizan uno
detrás de otro en las cursivas dibujadas por Noé, la corona de personas cuyo destino me
rodea y aquellas, más numerosas, que yo rodeo y de la que formo, con otras, la corona, amo
las mujeres que bendicen mi demanda y los que me han rechazado, mi soledad, amo el
mundo con un amor filial, el padre océano, el ancestro desierto, el cielo abuelo, mi madre la
mar bien amada, las hermanas paredes de montaña, los hermanos glaciares suspendidos, los
caminos lentos de mis ríos, amo a los campesinos de mi infancia, los marineros de mi
juventud, gemelos obreros, choferes, canteros, albañiles, boscos de mi tierna edad y
capitanes de mi edad madura, los guías amigos de mi segunda adolescencia, los grandes
hombres y los pequeños que admiraba, mi soledad, amo el mar, la montaña y el encanto de
las mujeres, los animales, los árboles y el agua labrada por el viento, amo la belleza de las
mujeres y la del mundo, amo la vida con un amor tan total que amo también la muerte que
la completa, mi soledad.
¿Habré olvidado la sabiduría por el camino?

Primavera 2002.
Bibliografía

André Langaney. Le Sexe et l'Innovation. Seuil, "Points Sciences", 1987. Historia natural y
sexualidad de los vivientes.

Yves Coppens& Pascal Picq(dir.). Aux Origines de l'bumanité. 2vol. Fayard, 2001. Délos
vivientes al hombre moderno.

Denis de Rougemont. L'Amour etl'Occident. 10/18, 2001. La invención de los trovadores.

Platón. ElBanquete. Librio, 2001. El amor filósofo.

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