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L O U I S A M . A L C O T T
Ediciones elaleph.com
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elaleph.com
CAPITULO 1
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LOUISA MAY ALCOTT
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HOMBRECITOS
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CAPITULO 2
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CAPITULO 4
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-No, sirve sólo para ti. A los niños les gustará verlo y lo
querrán; tú podrás dejarles o no dejarles que jueguen con él.
-Le daré permiso a mi hermano.
-Les gustará a todos y especialmente a George, a
Zampa-bollos, como lo llaman.
¿Me dejas que lo toque? ...
-No; podrías adivinarlo y no habría sorpresa para
mañana.
Daisy suspiró y después sonrió satisfecha viendo algo
brillante por un agujero del papel.
-Mira, tía Jo, estoy intrigadísima. ¿Me dejas verlo hoy?
-No, hijita; hay que arreglarlo todo y poner cada cosa en
su sitio. Le dije a tío Teddy que no verías el juguete hasta que
se hallase bien acondicionado.
-Si tío Teddy ha intervenido, estoy segura de que el regalo
ha sido espléndido -dijo Daisy palmoteando y recordando
los muchos y magníficos regalos que hacía el rico pariente.
-Tío Teddy me acompañó a comprar el juguete, y estuvo
conmigo en la tienda ayudándome a elegir las distintas piezas;
quiso que fuesen bonitas y grandes, y ha resultado que mi
modesto plan se ha ensanchado y perfeccionado. Ya puedes
dar gracias y muchos besos a ese excelente tío, que te ha
regalado la más hermosa de las co... ¡Válgame Dios! Por poco
descubro el secreto.
Calló mamá Bhaer y se dedicó a repasar las notas de las
compras, para evitar la infidencia. Daisy cruzó las manos y se
quedó meditabunda, esforzándose por adivinar el juguete
cuyo nombre empezaba con co.
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a la casa de su abuela,
llevando un cesto de bollos
y un tarrito de manteca...
-Bien; coloca la compra en la despensa y deja fuera la
manzana -ordenó la tía Jo, al volver la cocinerita.
Debajo de la tabla de la cocina había una alacena, y, al
abrirla, la niña recibió nuevas deliciosas sorpresas. Una mitad
de la alacena estaba ocupada con leña, carbón y astillas; la
otra veíase llena de tarritos para sal, azúcar; harina, especias,
etcétera. Una lata de conservas, una de té y otra de galletitas.
Pero el colmo del encanto lo constituyeron dos cacharros
de leche recién ordeñada y una espumadera a propósito para
quitar la crema que acababa de formarse. Daisy-Sally
palmoteó de gusto y quiso efectuar inmediatamente el
desnate.
-Aguarda un poco; debes comer la crema con el pastel de
manzanas; y hasta entonces no conviene separarla.
-Pero, ¿voy a tener un pastel? ...
-Si el horno funciona bien, haremos un pastelito de
manzana y otro de ciruela.
-¿Empiezo ya a prepararlos? ... ¿Qué debo hacer? –
preguntó impaciente la cocinerita, pasmada de la felicidad de
que estaba disfrutando.
-Cierra la llave baja de la cocina, para que conserve calor
el hornillo; lávate las manos; trae harina, azúcar, sal y
manteca; mira si están bien limpios el rodillo y la tabla de
hacer pasteles; corta en rebanadas la manzana...
Daisy obedeció diligente, sin ruido y sin volcar nada.
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-Es cosa muy fea decir " ¡Maldición! " -dijo Tommy.
-¡Rayos y truenos! No me prediques; proferir palabrotas
forma parte de la diversión.
-Pues, si quieres jurar, di "¡revienta-tórtolas!" -murmuró
Tommy, que había inventado esta exclamación y estaba
orgulloso de ella.
-Y yo diré " ¡demonio! "; suena muy bien -dijo Nat.
Dan se burló de la simpleza de sus compañeros y juró
pomposamente, mientras les enseñaba el juego de naipes.
Pero Tommy se estaba durmiendo y a Nat le habían dado
dolor de cabeza la cerveza y el tabaco, así que ninguno de
ellos aprendía la lección de juego, y los naipes se les caían de
las manos. La habitación se hallaba casi a oscuras, porque la
linterna ardía muy mal; los juerguistas no podían reír ni
hablar fuerte, ni moverse mucho, porque Silas dormía
tabique por medio; la partida resultaba aburrida. En mitad de
una jugada Dan se detuvo, cerró lalinterna y preguntó con
tono asombrado: ¡No encuentro a Tommy! -murmuró una
voz temblorosa, al par que se oían pisadas menuditas en el
pasillo.
-Es Medio-Brooke que habrá ido a buscarte. Corre,
Tommy, métete en la cama y calla -ordenó Dan haciendo
desaparecer toda señal de juerga y desnudándose
rápidamente. Nat le imitó.
Tommy se largó a su cuarto en dos brincos, se zambulló
en la cama y se echó a reír silenciosamente hasta que algo le
quemó la mano; entonces vio que aún conservaba entre los
dedos la punta del cigarro que fumaban cuando se
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señor Bhaer, mientras Nat y tía Jo, con los ojos llenos de
lágrimas, los veían irse.
Transcurridos algunos días, todos se alegraron al saber,
por carta del señor Page, que Dan se portaba
admirablemente. Pero tres semanas después llegó otra carta
diciendo que se había fugado y que se ignoraba su paradero.
Todos se entristecieron, y más que todos Papá Bhaer, que
murmuró:
-Debí concederle otro plazo para la enmienda.
Tía Jo movió la cabeza y contestó discretamente:
-No te aflijas ni te preocupes por eso, Fritz; el niño
volverá a esta casa; estoy segura de ello.
Pero fue pasando el tiempo y Dan no volvió.
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o por la Navidad.
Los caballeros aplaudieron con entusiasmo, y la artista,
entonces, cantó romanzas tan originales como las de:
Rey moro tenía tres hijas,
todas tres como la plata;
la más chiquita de todas
Delgadina se llamaba.
La mamá, agradecida por los elogios tributados a su hija,
anunció:
-Ahora vamos a tomar el té; siéntense y no escandalicen.
Resultaba graciosísima la gravedad con que la madre hacía
los honores de la casa, y la paciencia con que sufrió los
contratiempos que fueron ocurriendo. Un hermoso pastel
saltó al suelo cuando quisieron partirlo con un cuchillo no
muy afilado. El pan y la manteca desaparecieron como por
encanto; la crema, por muy clara, hubo que tomarla bebida,
en vez de tomarla elegantemente con cucharitas de lata.
La señora Smith peleó con la doncella por la posesión del
bollo más grande, y en el calor de la pelea, Bess echó a rodar
el cesto de los bollos. Para consolarse se comió el contenido
del azucarero. Durante la discusión, se eclipsó la bandeja de
pasteles. La señora Smith se enojó. ¿No es intolerable, que
nos escamoteen una docena de pasteles riquísimos, hechos
con agua, sal, harina y una pasa en el centro? . . .
- ¡Tú los has agarrado, Tommy! -gritó la señora
amenazando al escamoteador con el jarro de la leche.
-Yo, no.
-¡Tú has sido!
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-Se han acabado los bailes para estos niños, hasta que
logren, mediante algún hecho agradable, que los perdonen
-dijo tía Jo.
-Pero si era una broma -insinuó Medio-Brooke.
-No quiero bromas que hagan llorar. Estoy muy
disgustada; nunca creí que molestaras a Daisy, que es una
criatura cariñosa y buena.
-Dice Tommy que todos los niños deben molestar
siempre a sus hermanas.
-Pues para que eso no ocurra, se irá Daisy de casa, y no
podrá verla ni jugar con ella -afirmó mamá Bhaer.
Ante esa terrible amenaza, Medio-Brooke tocó con el
codo a su hermana, y Daisy se apresuró a enjugar el llanto. La
separación era el castigo más terrible para los gemelos.
-Nat fue malito, Tommy peor que todos -exclamó Nan.
-Yo estoy arrepentidísímo -murmuró Nat.
-¡Yo no he sido! -gritó Tommy, por el agujero de la
cerradura, tras de la cual escuchaba la conversación.
La tía Jo, conteniendo la risa, ordenó gravemente:
-Pueden marcharse, pero no volverán a hablar ni jugar
con las niñas hasta que yo dé permiso para ello.
Los caballeretes se largaron, siendo recibidos con burlas y
desprecio por Tommy, que estuvo sin reunirse con ellos lo
menos... quince minutos.
Daisy se consoló del fracaso del baile, pero lamentó la
prohibición de hablar a su hermano. Nan, gozando con lo
ocurrido, se dedicó a reírse de los tres muchachos,
especialmente de Tommy, que, alardeando de indiferencia, se
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-Me temo que en vez de influir Daisy sobre Nan, sea ésta
la que contagie con el mal ejemplo a aquélla. ¡Mira mi
Princesita! Se ha olvidado de su dignidad y grita
desaforadamente como todos. ¿Qué significa esto, señoritas?
-exclamó el señor Laurie, tomando a su hija que chasqueaba
un látigo sobre los cuatro muchachos que actuaban de
indómitos caballos.
-Estamos en una carrera, y yo corro más -gritó Nan.
-Yo corro más, pero no me atrevo, temiendo derribar a
Bess -Observó Daisy.
- ¡Arre...! -voceó la Princesita.
- ¡Vámonos, hijita! Huyamos antes de que estos diablillos
te echen a perder. Adiós, Jo. Cuando vuelva por aquí espero
encontrar a los muchachos haciendo calceta.
-Bueno, bueno. No me desanimo, aunque algún
experimento fracase. Cariñosos recuerdos a Amy y un abrazo
a Meg -dijo mamá Bhaer, antes que partiera el carruaje. Desde
lejos, el señor Laurie la vio consolando a Daisy que quería
haberse paseado en la carretilla.
Durante toda la semana los niños estuvieron tan
excitados como entretenidos con las obras de reparación, que
avanzaban rápidamente. Gibbs, a pesar del acoso de
preguntas, consejos y observaciones que sufrió, pudo
terminar su tarea. En la noche del viernes, el local destinado,
a museo tenía revocado muro y techo, dispuestas las alacenas
y encalado y pintado todo; una gran ventana, frontera a la
puerta, dejaba entrar torrentes de luz y en permitía ver el
espectáculo que ofrecían el arroyo, los prados y las
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-¿Y si no vienen? . . .
-No importa; sé el camino a casa.
-Deberíamos irnos ahora mismo.
-Yo no me voy hasta recoger las moras que se me han
derramado -dijo la muchacha.
-¡Tú ofreciste cuidar mucho de mí! -suspiró el chico,
mirando al sol ocultarse tras la colina.
-¡Y estoy cumpliendo lo que ofrecí! No seas fastidioso.
Rob se sentó y esperó con paciencia mezclada de
inquietud; se sentía intranquilo, pero tenía mucha confianza
en Nan.
-Pronto será de noche -observó, sintiendo la picadura de
un mosquito, y oyendo a las ranas preludiar su nocturno
concierto en el vecino estanque.
-¡Válgame Dios! ¡Tienes razón! Vámonos ya antes de que
se marchen todos en el carro.
-Hace una hora que oí tocar una bocina; acaso estuvieran
llamándonos -exclamó Rob, corriendo y tropezando tras de
su guía, que trepaba por la colina.
-¿Hacia dónde sonó? ...
-Hacia allí -murmuró el chico, señalando con un dedito
muy sucio, en cualquier dirección.
-Pues vamos allá y los encontraremos -gritó Nan,
descendiendo a saltos, porque no lograba dar con el camino
que antes recorrieran.
Pasaron un buen rato dando vueltas, desorientados,
deteniéndose para ver si oían sonar la bocina. Pero no era
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-¿Por qué?
-Porque necesitaba dinero.
-¿Para qué?
-Para pagar una deuda.
-¿A quién le debías? ...
-A Tommy.
-Nunca te he prestado nada -interrumpió Tommy
adivinando la revelación, y lamentándola porque admiraba a
Dan.
-¡Es que Dan te quitaría el dólar! -insistió Ned, que no
había perdonado el chapuzón.
-¡Dan! -murmuró consternado Nat.
-Por desagradable que sea, tengo que intervenir en el
asunto; pero no puedo ser policía de cada uno de ustedes, ni
puedo consentir que la casa esté trastornada. Dan: ¿has
puesto ese dólar en el granero? -preguntó papá Bhaer.
-Sí, señor.
Hubo un murmullo general. A Tommy se le cayó la taza
en que bebía. Daisy gritó: " ¡Ya sabía yo que Nat era
inocente! ". Nat rompió a llorar; tía Jo abandonó el comedor,
transida de pena. Dan irguió la cabeza, tras fugaz
abatimiento, se encogió de hombros, y con mirar huraño y el
acento enérgico de antaño, dijo:
-Yo he puesto ese dólar en el granero; haga usted
conmigo lo que quiera, pero no hablaré más del asunto.
-¿No sientes lo ocurrido?
-No, señor; no lo siento.
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cayó a los pies una varita de sauce; alzó la cabeza y vio a los
niños riendo en el nido.
- ¡Aúpa! ¡Aúpa! -exclamó Teddy, queriendo subir.
-Bajaré y te dejaré sitio -dijo Medio-Brooke, y se marchó
corriendo para contar a su hermana la historia de la bota, del
tonel y de los diecinueve gatos.
Dan instaló a Teddy en el nido y exclamó riendo:
-Suba, mamá Bhaer; yo le ayudaré. Hay sitio para todos.
Tía Jo miró y como no viera a nadie contestó alegre:
-Bueno, guárdenme el secreto; voy a subir.
Subió ágilmente y añadió:
-Desde que me casé no he trepado a un árbol; de niña me
gustaba mucho.
-Siga usted leyendo si quiere; yo cuidaré de Teddy
-propuso Dan, fabricando una caña de pescar para él.
-No me importa la lectura. ¿Qué hacían aquí tú y Medio--
Brooke?
-Charlábamos. Yo le hablaba de hojas, de plantas y de
animales, y él me contaba sus fantasías. ¡Eh! Mi general: ¡a
pescar! -murmuró Dan, entregando al pequeño la varita de
sauce de la cual pendía una cuerda con un alfiler encorvado y
cebado con una mosca azul.
Teddy se entregó a la pesca; Dan lo sostuvo por el
vestido para evitar que cayese al arroyo.
-Me alegro de que tuvieras esa conversación con
Medio-Brooke; me complace que lo instruyas y que lo lleves
a pasear.
-A mí me gusta, porque es muy inteligente, pero...
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-Pero, ¿qué?
-Que como es un niño tan bueno y yo soy de tan mala
condición, temía su oposición a que nos reuniéramos.
-Tú no eres de "mala condición"; tengo gran confianza en
ti; veo que procuras corregirte y lo vas consiguiendo.
-¿De veras?
-Sí. ¿No lo notas? ...
-Procuro ser bueno, pero no sé si lo soy.
-Lo vas siendo. Como prueba y recompensa por tu
excelente conducta, voy a confiarte no sólo a Medio-Brooke,
sino a Rob. Tú puedes enseñarles muchas cosas mejor que
nosotros.
-¿Yo? ...-contestó Dan, estupefacto.
-Medio-Brooke, por razones de educación y de familia,
necesita lo que tú debes darle: conocimientos generales,
fuerza y ánimo. Te admira como al niño más valiente del
mundo; te oye con arrobamiento. Más que los cuentos de los
libros, le recrearán y le instruirán tus verídicos relatos acerca
de plantas, pájaros y abejas y otros animales curiosos
¿Comprendes lo que puedes hacer y porqué quiero
confiártelo?
-Pero, yo, sin querer, puedo decir alguna palabrota. Hace
un rato, involuntariamente, exclamé: " ¡demonio!
-Bueno, sé que cuidarás de no hacer ni decir rada malo; la
compañía de Medio-Brooke te será provechosa, porque es un
niño bueno, discreto y educado. Y, a cambio de la
instrucción que le ofrezcas, él te brindará educación; tú lo
irás haciendo algo sabio; él facilitará que seas más bueno.
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LA MARIPOSA
Yo canto a la mariposa,
que es un animal con lindas alas,
que vuela como los pájaros,
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pero no canta.
Primero es una hormiguita;
luego amarilla crisálida,
y luego rápidamente
vuela con alas.
Come mieles y rocío,
en hacer panales no trabaja,
no pica como las abejas y los tábanos,
¡debemos imitarla!
Quisiera ser mariposa amarilla,
azul, verde o grana, pero no me gustaría
que Dan me agarrara y me matara.
Aplausos delirantes y aclamaciones frenéticas acogieron la
revelación de Medio-Brooke como poeta. Tuvo que repetir la
lectura.
Cuando Medio-Brooke, después de que lo convencieron
de que debía romper el poema, lo rompió, se le concedió la
palabra a Tommmy, que hablé de este modo:
-A última hora me acordé que tenía que escribir mi
composición; pero como ya no quedaba tiempo, he pensado
leer esta carta que dirijo a mi abuelita. Le digo algo sobre los
pájaros, por lo tanto no está fuera de lugar.
Tropezando en borrones y garabatos leyó lo siguiente:
"Mi querida abuela. Me alegraré se halle usted buena. Tío
James me ha regalado un rifle de salón. Es muy bonito. Tiene
la siguiente forma... (El lector enseñó un dibujo, intercalado
en el texto y que, por lo complicado, parecía una bomba o
una máquina de vapor.) El número 4 indica el cañón; el 6, la
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-murmuró Silas pasándose la manga de la chaqueta por los
recuerdo de "Sargento".
Reinó el silencio; todo se sentían como Daisy, aunque no
hospital.
-¡Cuánto se habrá alegrado usted de haberse mostrado
sivo! -murmuró Medio
-Sí; me alegré, y me sirvió de consuelo mientras estuve en
el campo, con la cabeza apoyada en el cuello de "Sargento",
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suspirando por él, hasta que el hombre recogió sus cajones
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-Sí, sé. Le cuento a Teddy muchos cuentos de osos, y de
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tarea no era dura. Pero en noviembre, al llegar las heladas y
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Medio-Brooke t
ayuda con destino a unos huerfanitos. La gestión fue
afortunada y salió de la capital muy satisfecho, llevando
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CAPITULO 21
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dijeron: "Debemos dar las gracias a Dios", y señalaron un día
-explicó Dan, que admiraba y sabía la
historia de aquellos hombres valerosos.
-exclamó papá Bhaer muy complacido-. Creía
Dan.
-¡Qué disparate! ¡Confundes a los peregrinos con los
nos! -dijo Medio
-No te rías y enséñale lo que sepas -dijo tía Jo, sirviendo
fortalezas.”
-¿Los osos?
-No; los peregrinos, porque los indios les hacían sufrir
mucho. Apenas tenían qué comer; no podían soltar los
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-No lo asegures tan pronto; tiene sí, talento, y con ese arte
podrá ganarse honradamente la vida. Que permanezca aquí
-¡Qué felicidad para ese niño que, hace seis meses, llamó
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