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LA PARUSÍA

o
La Segunda Venida de Nuestro Señor
James Stuart Russell
(1816-1895)

Una mirada cuidadosa a la doctrina neotestamentaria de la Segunda Venida de


Nuestro Señor

Tomado de The Berean Bible Church

Traducción de Román Quirós M.

Escrito en 1878

"Esta es actualmente la introducción y la defensa impresa más popular del punto de vista preterista
de la profecía bíblica. La mayoría de los teólogos de Europa de hace un siglo adoptaron la
posición preterista, así que no es sorprendente oír a algunos de los bien conocidos contemporáneos
de Russell decir cosas amables sobre este libro: F. W. Farrar dijo que el libro estaba "lleno de
sugestividad". Milton Terry, que escribió Hermenéutica Bíblica, citó extensamente el libro de
Russell y respaldó plenamente el enfoque preterista. Charles H. Spurgeon, que no sostenía la
posición preterista, afirmó, sin embargo, que el libro "arroja tanta luz nueva sobre porciones
oscuras de las Escrituras, y está acompañado de tantas investigaciones críticas y tanto
razonamiento detallado, que no puede hacer daño a nadie y puede beneficiar a todos". (Para el
texto completo de esta revisión, léase el comentario de C. H. Spurgeon sobre "The Parousia").

Bien conocidos escritores y teólogos conservadores de nuestros días dicen cosas similares de
Russell y del punto de vista preterista. Escuchemos las siguientes afirmaciones de Gary De Mar,
del Dr. R. C. Sproul, del Dr. Kenneth Gentry, y de Walt Hibbard. (Edward E. Stevens).

"¿Cuántas veces ha luchado usted con la interpretación de ciertos textos bíblicos relacionados con
el tiempo del regreso de Jesús porque no encajaban en un sistema preconcebido de escatología? La
Parusía de Russell toma la Biblia en serio cuando nos habla de la cercanía del regreso de Cristo.
Los que afirman que interpretan la Biblia literalmente, tropiezan con el significado obvio de estos
textos de tiempo haciendo que la Escritura diga lo opuesto de lo que ella declara inequívocamente.
Leer a Russell es un soplo de aire fresco en una habitación llena de humo y hermenéutica de
espejo". (Gary De Mar, autor de Last Days Madness).

"Creo que la obra de Russell es uno de los importantes tratados sobre escatología bíblica
disponibles para la iglesia en la actualidad. Los puntos de controversia discutidos en esta obra con
respecto a las referencias del marco de tiempo de la Parusía en el Nuevo Testamento son de
importancia vital, no sólo para al escatología, sino también para el futuro debate sobre la
credibilidad de las Sagradas Escrituras". (Dr. R. C. Sproul, president de los Ministerios Ligonier).

"Aunque no concuerdo con todas las conclusiones de J. Stuart Russell en The Parousia,
recomiendo en alto grado, a estudiantes de la Biblia serios y maduros, esta bien organizada
defensa del preterismo, una obra que está cuidadosamente argumentada e impositivamente escrita.
Es uno de los libros más persuasivos y estimulantes que yo haya leído sobre el tema de la
escatología, un libro que ha tenido gran impacto sobre mi propia manera de pensar. El estudio
bíblico-teológico que hace Russell de la escatología del Nuevo Testamento establece un modelo de
excelencia". (Dr. Kenneth Gentry, Jr., autor de Before Jerusalem Fell).

"En vista de las maravillosas y penetrantes observaciones del Dr. Russell, ningún estudiante serio
de la escatología bíblica debería intentar construir un esquema sistemático de sucesos
apocalípticos sin consultar primero esta obra del siglo diecinueve, La Parusía". Walt Hibbard,
presidente de Great Christian Books).

CONTENIDO
PREFACIO
Ningún lector atento del Nuevo Testamento puede dejar de impresionarse con la
prominencia que los evangelistas y los apóstoles le dan a la PARUSÍA, o 'venida del
Señor'. Ese suceso es el gran tema de la profecía del Nuevo Testamento. Apenas si
hay un solo libro, desde el evangelio de Mateo hasta el Apocalipsis de Juan, en el que
la Parusía no se presente como la gloriosa promesa de Dios y la bendita esperanza de
la iglesia. Fue predicha por Nuestro Señor con frecuencia y solemnidad; fue
mantenida sin cesar por los apóstoles ante los ojos de los primeros cristianos; y fue
creída firmemente y esperada ansiosamente por las iglesias de la era primitiva.

No puede negarse que hay una notable diferencia entre la actitud de los primeros
cristianos y la de los cristianos actuales en relación con la Parusía. Esa gloriosa
esperanza, a la cual se volvieron ansiosamente todos los ojos y todos los corazones en
la era apostólica, casi ha desaparecido de la vista de los modernos creyentes.
Cualesquiera sean las opiniones teóricas expresadas en símbolos y credos, debe
admitirse con franqueza que la 'segunda venida de Cristo' casi ha dejado de ser una
creencia viva y práctica.

Se pueden invocar varias causas para explicar este estado de cosas. Los apresurados
vaticinios de los que con demasiada confianza se han dedicado a interpretar la
profecía, y el consiguiente descrédito por el fracaso de sus predicciones, sin duda han
disuadido a hombres reverentes y sensatos de adentrarse en la investigación de
'profecías no cumplidas'. Por otra parte, hay razones para pensar que la crítica
racionalista ha engendrado dudas sobre si hubo alguna vez el propósito de que las
predicciones del Nuevo Testamento tuvieran cumplimiento literal o histórico.

Entre el racionalismo, por una parte, y el irracionalismo, por la otra, ha venido a haber
un estado, ampliamente prevaleciente, de incertidumbre y confusión de pensamiento
en relación con las profecías del Nuevo Testamento, lo cual explica hasta cierto punto,
aunque quizás no justifica, el hecho de que se envíe el tema entero a la región de los
problemas oscuros e insolubles, sin esperanza.

Sin embargo, ésta es sólo una explicación parcial. Merece consideración, ya sea que
haya o no una diferencia fundamental entre la relación de la iglesia de la era
apostólica con la Parusía predicha y la relación con ese suceso sostenida en épocas
subsiguientes. Sin duda, los primeros cristianos creían que estaban al borde de una
gran catástrofe, y sabemos cuánta intensidad y cuánto entusiasmo inspiraba la
esperanza de la casi inmediata venida del Señor; pero, si no puede demostrarse que los
cristianos actuales tienen una actitud similar, habría una falta de verdad y realismo al
simular la ansiosa anticipación y esperanza de la iglesia primitiva. Un mismo suceso
no puede ser inminente en dos períodos diferentes separados por casi dos mil años.
Por lo tanto, debe haber alguna grave equivocación por parte de los que sostienen que
la iglesia cristiana actual tiene precisamente la misma relación con, y debería tener la
misma actitud hacia, la 'venida del Señor' que la iglesia en los días de Pablo.

En un espíritu franco y reverente, esta obra es un intento de aclarar este malentendido,


y establecer el verdadero significado de la Palabra de Dios sobre un tema que ocupa
un lugar tan conspicuo en las enseñanzas de Nuestro Señor y de sus apóstoles. Es el
fruto de muchos años de paciente investigación, y el autor no ha escatimado esfuerzos
para poner a prueba al máximo la validez de sus conclusiones. Ha sido su única meta
establecer lo que dice la Escritura, y su único deseo, ser gobernado por una leal
sumisión a la autoridad de ella. El ideal de interpretación bíblica que ha mantenido
ante sí es el que fue tan bien expresado por un teólogo alemán: 'Explicatio plana non
tortuosa, facilis non violenta, eademque et exegeticce et Chistance conscientium
pariter arridens'. (1)
Aunque la naturaleza de la investigación hace necesario referirse con alguna
frecuencia al original del Nuevo Testamento y a las leyes de construcción gramatical e
investigación, ha sido el propósito del autor presentar esta obra de la manera más
popular posible, de modo que cualquier persona de educación e inteligencia normales
pueda leerla con facilidad e interés. La Biblia es un libro para todo hombre, y el autor
no ha escrito esta obra para eruditos y críticos solamente, sino para los muchos que
están profundamente interesados en la interpretación bíblica, y que piensan, con
Locke, que 'una búsqueda imparcial del verdadero significado de las Sagradas
Escrituras es la mejor manera que tenemos de emplear el tiempo'. (2) Para el autor
será suficiente recompensa de sus trabajos si logra dilucidar en alguna medida las
enseñanzas de la revelación divina que han sido oscurecidas por prejuicios
tradicionales, o malinterpretadas por una exégesis errónea.

1878.

Notas:

1. Tratado de Donier, De Oratione Christi Eschatologica, p. 1.

2. Locke, Notes on Ephesians 1:10

Las últimas palabras de la profecía en el Antiguo Testamento

El Libro de Malaquías
El intervalo entre Malaquías y Juan el Bautista

PARTE I
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS

La Parusía Predicha Por Juan el Bautista

La Enseñanza de Nuestro Señor Sobre la Parusía, En los Evangelios


Predicción de la ira venidera sobre aquella generación
Alusiones adicionales a la ira venidera
Destino inminente de la nación judía (Parábola de la higuera estéril)
El fin del mundo, o la terminación de la dispensación judía (Parábolas de la
cizaña y la red)
La venida del Hijo del Hombre (la Parusía) durante la vida de los apóstoles
La Parusía ha de tener lugar durante la vida de algunos discípulos
La venida del Hijo del Hombre segura y pronta (Parábola de la viuda
inoportuna)
La recompensa de los discípulos en la edad venidera, es decir, en la Parusía
Indicaciones proféticas de la próxima consumación del reino de Dios:
1 Parábola de las minas
2. Lamento de Jesús sobre Jerusalén
3. Parábola de los labradores malvados
4. Parábola de las bodas del Hijo del Rey
5. Ayes contra los escribas y fariseos
6. La profecía del Monte de los Olivos

Examen de la profecía del Monte de los Olivos:


I. Preguntas de los discípulos
II. Respuesta de Nuestro Señor a los discípulos

(a) Sucesos que más remotamente habrían de preceder a la consumación


(b) Indicaciones adicionales del próximo destino de Jerusalén
(c) Los discípulos advertidos contra los falsos profetas
(d) Llegada del 'fin', o la catástrofe de Jerusalén
(e) La Parusía ha de tener lugar antes de que pase la generación actual
(f) Certeza de la consumación, pero incertidumbre de su fecha exacta
(g) Lo repentino de la Parusía, y llamado a estar vigilantes
(h) Los discípulos advertidos de lo repentino de la Parusía (Parábola del señor de la
casa)

II.Respuesta de Nuestro Señor a los discípulos (continuación):


(i) La Parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como los enemigos de Cristo
(Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes insensatas)
(k) La Parusía, un tiempo de juicio (Parábola de los talentos)
(l) La Parusía, un tiempo de juicio (Las ovejas y los cabritos)

Declaración de Nuestro Señor Ante el Sumo Sacerdote


Predicción de los ayes que vienen sobre Jerusalén
Oración del ladrón penitente
La comisión apostólica

La Parusía en el Evangelio de Juan


La Parusía y la resurrección de los muertos
La resurrección, el juicio, y el último día
El juicio de este mundo, y del príncipe de este mundo
El regreso de Cristo (la Parusía) será pronto
Juan ha de vivir hasta la Parusía
Resumen de la enseñanza de los evangelios con respecto a la Parusía

Apéndice a la Parte I
Nota A.- Sobre la teoría de interpretación del doble sentido
Nota B.- Sobre el elemento profético en los evangelios
PARTE II
LA PARUSÍA EN LOS HECHOS Y EN LAS EPÍSTOLAS

En los Hechos de los Apóstoles


'Irse' y 'regresar'
Vienen los últimos días
La próxima destrucción de aquella generación
La Parusía y la restitución de todas las cosas
Cristo habrá de juzgar pronto al mundo

En las Epístolas Apostólicas


Introducción
En la Primera Epístola a los Tesalonicenses
Esperanza de la pronta venida de Cristo
La ira venidera sobre el pueblo judío
Significado de la Parusía para los discípulos de Cristo
Cristo ha de venir con todos sus santos
Los sucesos que acompañan a la Parusía
Exhortación a la vigilancia en la espera de la Parusía
Oración para que los tesalonicenses sobrevivan hasta la venida de Cristo

En la Segunda Epístola a los Tesalonicenses


La Parusía, un tiempo de juicio contra los enemigos de Cristo, y de la liberación de su pueblo
Sucesos que deben preceder a la Parusía

1. La apostasía
2. El hombre de pecado

En las Epístolas a los Corintios


La Primera Epístola a los Corintios
Actitud de los cristianos de Corinto en relación con la Parusía
Carácter judicial del 'día del Señor' (1Cor. 3:13)
Carácter judicial del 'día del Señor (1Cor. 4:5)
Cercanía de la consumación que se aproxima
El fin del mundo ya ha llegado
Sucesos que acompañan a la Parusía
Los santos (vivos) transformados en la Parusía
La Parusía y la 'final trompeta'
'Maranatha', la contraseña apostólica
La Segunda Epístola a los Corintios
Anticipaciones del 'fin' y del 'día del Señor'
Los muertos en Cristo han de ser presentados junto con los vivos en la Parusía
Esperanza de la futura bienaventuranza en la Parusía
En la Epístola a los Gálatas
'La edad presente'
Las dos Jerusalenes - la antigua y la nueva

En la Epístola a los Romanos


El día de la ira
La escatología de Pablo
Cercanía de la próxima salvación
Esperanza de una pronta liberación

En la Epístola a los Colosenses


La manifestación de Cristo se aproxima
La ira venidera

En la Epístola a los Efesios


La dispensación de la plenitud de los tiempos
El día de redención
La edad presente y la venidera
La (s) edad (es) venidera (s)

En la Epístola a los Filipenses


El día de Cristo
Esperanza de la Parusía
Cercanía de la Parusía

En las Epístolas a Timoteo


En la Primera Epístola:
Apostasía de los postreros días
Tabla escatológica, o sinopsis, de los pasajes relacionados con los postreros tiempos
Frases equivalentes que se refieren al mismo período
Tabla de pasajes relacionados con la apostasía de los postreros tiempos
Conclusión con respecto a la apostasía
Timoteo y la Parusía
La apostasía ya se está manifestando
En la Segunda Epístola:
Esperanza de 'aquel día', es decir, la Parusía
La apostasía de los 'postreros días' es inminente
Espera del fin que se aproxima

En la Epístola a Tito
Anticipación de la Parusía

En la Epístola a los Hebreos


Los últimos días ya han llegado
Las edades, o períodos mundiales
El mundo venidero, o el nuevo orden
El fin del tiempo
La promesa del reposo de Dios
El fin de los tiempos
Esperanza de la Parusía
La Parusía se aproxima
La Parusía es inminente
La Parusía y los santos del Nuevo Testamento
La gran consumación se acerca
Cercanía y fin de la consumación
Expectativa de la Parusía

En la Epístola de Santiago
Vienen los últimos días
Cercanía de la Parusía

En las Epístolas de Pedro


En la Primera Epístola:
La salvación a punto de ser revelada en los postreros tiempos
La revelación cercana de Jesucristo
Relación entre la redención de Cristo y el mundo antediluviano
Cercanía del juicio y el fin de todas las cosas
Las buenas nuevas anunciadas a los muertos
El fuego de prueba y la gloria venidera
Ha llegado el tiempo del juicio
La gloria a punto de ser revelada
En la Segunda Epístola:
Burladores en 'los postreros días'
La escatología de Pedro
Certeza de la consumación que se aproxima
Lo repentino de la Parusía
Actitud de los cristianos primitivos en relación con la Parusía
Los nuevos cielos y la nueva tierra
La cercanía de la Parusía, un motivo para ser diligentes
Los creyentes no deben desanimarse por la aparente demora de la Parusía
Alusión de Pedro a las enseñanzas de Pablo concernientes a la Parusía

En las Epístolas de Juan


El mundo pasa: viene la última hora
Viene el anticristo, prueba de que es la última hora
El anticristo no es una persona, sino un principio
Marcas del anticristo
Esperanza de la Parusía

En la Epístola de Judas
APÉNDICE A LA PARTE II

Nota A.- El reino de los cielos, o el reino de Dios


Nota B.- Acerca de la 'Babilonia' de 1 Pedro 5:13
Nota C.- Acerca del simbolismo de la profecía, con referencia especial a las
predicciones de la Parusía
Nota D.- El Dr. Owen acerca de 'los nuevos cielos y la nueva tierra' (2 Pedro 3:7)
Nota E.- El Rev. F. D. Maurice acerca de 'el último tiempo' (1 Juan 2:18)

PARTE III
La Parusía en el Apocalipsis

Interpretación del Apocalipsis


Limitación de tiempo en el Apocalipsis
Fecha del Apocalipsis
El verdadero significado del Apocalipsis
Estructura y plan del Apocalipsis
El número siete en el Apocalipsis
El tema del Apocalipsis
El prólogo

La Primera Visión
Los mensajes a las siete iglesias

La Segunda Visión
Los Siete Sellos
Introducción a la visión
Apertura del primer sello
Apertura del segundo sello
Apertura del tercer sello
Apertura del cuarto sello
Apertura del quinto sello
Apertura del sexto sello
Sellamiento de los siervos de Dios

La Tercera Visión
Las Siete Trompetas
Apertura del séptimo sello
Las cuatro primeras trompetas
La quinta trompeta
La sexta trompeta
Episodio del ángel y el librito
Medición del templo
Episodio de los dos testigos
La séptima trompeta

La Cuarta Visión
Las Siete Figuras Místicas
La mujer vestida de sol
El gran dragón escarlata
El hijo varón
La primera bestia
El número de la bestia
La segunda bestia
El Cordero en el Monte Sión
El Hijo del Hombre en las Nubes

La Quinta Visión
Las Siete Copas

La Sexta Visión
La gran ramera
El misterio de la bestia escarlata
Los siete reyes
Los diez cuernos de la bestia
Nota sobre Apocalipsis 17
La caída de Babilonia
El juicio de la bestia y sus poderes confederados
El juicio del dragón
El reino de los santos y mártires
Satanás soltado después de mil años
La catástrofe de la sexta visión

LA SÉPTIMA VISIÓN

LA SANTA CIUDAD, O LA ESPOSA

Prólogo a la visión
Descripción de la santa ciudad

EPÍLOGO

RESUMEN Y CONCLUSIÓN

APÉNDICE A LA PARTE III


Nota A.- Reuss sobre el número de la bestia
Nota B.- 'Vida y Escritos de Pablo' por el Dr. J. M. MacDonald
El obispo Warburton sobre 'La Profecía de Nuestro Señor Sobre el Monte de los
Olivos, y sobre 'el reino de los cielos'

LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE LA PROFECÍA


DEL ANTIGUO TESTAMENTO

El Libro de Malaquías
El Intervalo Entre Malaquías y Juan el Bautista

EL LIBRO DE MALAQUÍAS

El canon de las Escrituras del Antiguo Testamento se cierra de manera muy diferente
de lo que podría esperarse después del espléndido futuro revelado a la nación del
pacto en las visiones de Isaías. Ninguno de los profetas es portador de una carga más
pesada que el último del AT. Malaquías es el profeta de la destrucción. Parecía que la
nación, por medio de su incorregible obstinación y desobediencia, había renunciado al
favor divino y demostrado ser, no sólo indigna, sino incapaz, de las glorias
prometidas. La partida del espíritu profético estaba llena de malos presagios, y parecía
indicar que el Señor estaba a punto de abandonar el país. En consecuencia, la luz de la
profecía del Antiguo Testamento se apaga en medio de nubes y densa oscuridad. El
Libro de Malaquías es una larga y terrible acusación contra la nación. El Señor mismo
es el acusador, y con la evidencia más clara, sustenta cada uno de los cargos contra el
pueblo culpable. La larga acusación incluye sacrilegio, hipocresía, desprecio contra
Dios, infidelidad conyugal, perjurio, apostasía, blasfemia; mientras, por otro lado, el
pueblo tiene el descaro de repudiar la acusación, y declararse 'no culpable' de cada
uno de los cargos. El pueblo parece haber alcanzado esa etapa de insensibilidad moral
en que los hombres llaman a lo malo bueno, y a lo bueno malo, y están madurando
rápidamente para ser juzgados.

Como resultado, el juicio venidero es 'la carga de la palabra del Señor a Israel por
medio de Malaquías'.

Cap. 3:5.- "Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y
adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la
viuda y al huérfano, y a los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí,
dice Jehová de los ejércitos".
Cap. 4:1.- "Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y
todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho
Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama".

Que esta no es una amenaza vaga y sin significado es evidente a juzgar por los
términos claros y definidos con que es anunciada. Todo apunta a una inminente crisis
en la historia de la nación, cuando Dios administre juicio sobre su pueblo rebelde.
"Viene el día ardiente como un horno", "el día grande y terrible de Jehová". Que este
"día" se refiere a cierto período y a un suceso específico no admite duda. Ya había
sido predicho, y precisamente con las mismas palabras, por el profeta Joel (2:31): "El
día grande y espantoso de Jehová". Y encontraremos una clara referencia a él en el
discurso del apóstol Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:20). Pero el período queda
definido más precisamente por la notable declaración de Malaquías en 4:5: "He aquí,
yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible". La
declaración explícita de nuestro Señor de que el Elías predicho no es otro que su
precursor, Juan el Bautista (Mat. 11:14), nos permite establecer el momento y el
suceso a los que se hace referencia como "el día de Jehová, grande y terrible". El
suceso no debe ser buscado a gran distancia del período de Juan el Bautista. Es decir,
la alusión al juicio de la nación judía, cuando su ciudad y su templo fueron destruidos,
y la estructura entera del estado mosaico fue disuelta.

Merece notarse que tanto Isaías como Malaquías predicen la aparición de Juan el
Bautista como el precursor de nuestro Señor, pero en términos muy diferentes. Isaías
le representa como el heraldo del Salvador venidero: "Voz que clama en el desierto:
Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios". (Isa.
40:3). Malaquías representa a Juan como el precursor del Juez venidero: "He aquí, yo
envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a
su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis
vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos". (Mal. 3:1).

Que esta es una venida de juicio se pone de manifiesto por las palabras que siguen
inmediatamente después, y que describen la alarma y la consternación causadas por su
aparición: "Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie
cuando él se manifieste?" (Mal. 3:2).

No puede decirse que este lenguaje es apropiado para la primera venida de Cristo;
pero es altamente apropiado para su segunda venida. Hay una clara alusión a este
pasaje en Apoc. 6:17, donde "los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los
capitanes," etc. son representados como ocultándose "del rostro de aquél que está
sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, diciendo: El gran día de su ira ha
llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?" Nada puede estar más claro que "el día de
su venida" en Mal. 3:2 es el mismo que "el día de Jehová, grande y terrible" de 4:5, y
que ambos responden al "gran día de su ira" en Apoc. 6:17. Por lo tanto, concluimos
que el profeta Malaquías habla, no del primer advenimiento de nuestro Señor, sino del
segundo.

Esto queda probado además por el hecho significativo de que, en 3:1, el Señor es
representado como viniendo "súbitamente a su templo". Entender esto como que se
refiere a la presentación del Salvador niño en el templo por sus padres, a los suyos en
los atrios del templo, o a los suyos de entre los compradores y vendedores del sagrado
edificio es ciertamente una explicación de lo más inadecuada. Ésas no son ocasiones
de terror y consternación, como está implícito en el segundo versículo: "¿Quién podrá
estar en pìe cuando él se manifieste?" Sin embargo, la expresión sugiere vívidamente
la visitación final y judicial sobre la casa de su Padre, cuando habría de quedar
"desierta", según su predicción. El templo era el centro de la vida de la nación, el
símbolo visible del pacto entre Dios y su pueblo; era el lugar en que "el juicio debía
comenzar", y que habría de ser alcanzado por "destrucción repentina". Entonces,
tomando en cuenta todos estos detalles, la "súbita venida del Señor a su templo", la
consternación que acompaña "el día de su venida", su venida como "fuego
purificador", su venida "para juicio", "viene el día ardiente como un horno", "todos los
que hacen maldad serán estopa", "no les dejará ni raíz ni rama", y la aparición de Juan
el Bautista, el segundo Elías, antes de la llegada del "día grande y terrible de Jehová",
es imposible resistirse a la conclusión de que aquí el profeta predice la gran catástrofe
nacional en la cual el templo, la ciudad, y la nación perecieron juntas; y que esto es
designado como "el día de su venida".

Sin embargo, aunque parezca extraño, el hecho indudable es que Malaquías no alude
a la primera venida de nuestro Señor. Esto lo reconoce claramente Hengstenberg, que
observa: "Malaquías omite del todo la primera venida de Cristo en humillación, y deja
completamente en blanco el intervalo entre su precursor y el juicio de Jerusalén". (1)
Esto debe explicarse por el hecho de que el principal objeto de la profecía es predecir
la destrucción nacional y no la liberación nacional.

Al mismo tiempo, mientras el juicio y la ira son los elementos predominantes de la


profecía, los rasgos de un carácter diferente no están completamente ausentes. El día
de la ira es también un día de redención. Hay un remanente fiel, aun en la nación
apóstata: hay oro y plata que deben ser refinados y joyas que deben ser reunidas, así
como escoria que debe ser rechazada y rastrojo que debe ser quemado. Hay hijos a
quienes perdonar la vida, así como enemigos que ser destruidos; y el día que trajo
consternación y oscuridad para los impíos, verá "el Sol de justicia nacer trayendo
salvación en sus alas" para los fieles. Hasta Malaquías sugiere que la puerta de la
misericordia todavía no está cerrada. Si la nación regresa a Dios, Él regresará a ellos.
Si quieren restituir lo que sacrílegamente han retenido del servicio del templo, Él los
compensará con bendiciones mayores de las que ellos podrían recibir. Todavía puede
ser una "tierra deliciosa", la envidia de todas las naciones. En la hora undécima, si la
misión del segundo Elías tiene éxito en ganar los corazones del pueblo, la catástrofe
inminente puede ser alejada, después de todo (3:3, 16-18; 4:2, 3, 5).

Sin embargo, existe la conclusión inevitable de que las amonestaciones y las


amenazas no servirán de nada. Las últimas palabras suenan como el tañido de
campanas anunciando destrucción. (Mal. 4:6): "No sea que yo venga y hiera la tierra
con maldición".

El pleno significado de esta ominosa declaración no es evidente en seguida. Para la


mente hebrea, esta declaración indicaba la más terrible suerte que podría sobrevenirle
a una ciudad o a un pueblo. La 'maldición' era el anatema, o cherem, que denotaba
que la persona o cosa sobre la que recaía la maldición era entregada a una completa
destrucción. Tenemos un ejemplo del cherem, o ban, en la maldición pronunciada
sobre Jericó (Josué 6:17; y una declaración más detallada de la ruina que ello
significaba, en el libro de Deuteronomio (13:12-18). La ciudad habría de ser herida a
filo de espada, toda cosa viviente en ella debía ser ejecutada, el botín no debía ser
tocado, todo era maldito e inmundo, la ciudad debía ser consumida por el fuego, y el
lugar entregado a desolación perpetua. Hengstenberg observa: "Todas las cosas
imaginables están incluidas en esta sola palabra"; (2) y cita el comentario de Vitringa
sobre este pasaje: "No cabe duda de que Dios quería decir que entregaría a una segura
destrucción tanto a los obstinados transgresores de la ley como a su ciudad, y que
debían sufrir el extremo castigo de su justicia, como dirigentes consagrados a Dios,
sin ninguna esperanza de obtener favor o perdón".

Tal es la terrible maldición que dejó suspendida sobre la tierra de Israel el espíritu
profético en el momento de partir y guardar un silencio que duraría siglos. Es
importante observar que todo esto hace referencia clara y específica a la tierra de
Israel. El mensaje del profeta es a Israel; los pecados que son reprobados son los de
Israel; la venida del Señor es a su templo en Israel; la tierra amenazada con maldición
es la tierra de Israel. (3) Todo esto apunta manifiestamente a una específica catástrofe
local y nacional, de la cual la tierra de Israel habría de ser el escenario, y sus culpables
habitantes las víctimas. La historia registra el cumplimiento de la profecía, en exacta
correspondencia con el tiempo, el lugar, y las circunstancias, en la ruina que devastó a
la nación judía durante el período de la destrucción de Jerusalén.

EL INTERVALO ENTRE MALAQUÍAS


Y JUAN EL BAUTISTA

Los cuatro siglos que transcurren entre la conclusión del Antiguo Testamento y el
principio del Nuevo están en blanco en la historia de las Escrituras. Sin embargo,
sabemos, por los libros de los Macabeos y los escritos de Josefo, que fue un período
agitado en los anales judíos. Judea fue, por turnos, vasalla de las grandes monarquías
que la circundaban - Persia, Grecia, Egipto, Siria, y Roma - con un intervalo de
independencia bajo los príncipes macabeos. Pero, aunque durante este período la
nación pasó por grandes sufrimientos, y produjo algunos ilustres ejemplos de
patriotismo y de piedad, en vano buscamos algún oráculo divino, o algún mensajero
inspirado, que declarase la palabra de Dios. Israel podía decir en verdad: "No vemos
ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa hasta
cuándo". (Sal. 74:9). Y sin embargo, esos cuatro siglos no dejaron de ejercer una
poderosa influencia en el carácter de la nación. Durante este período, se establecieron
sinagogas por todo el territorio, y el conocimiento de las Escrituras se extendió
ampliamente. Surgieron las grandes escuelas religiosas de los fariseos y de los
saduceos, cuyos dos grupos profesaban ser expositores y defensores de la ley de
Moisés. En gran número, los judíos se asentaron en las grandes ciudades de Egipto,
Asia Menor, Grecia, e Italia, llevando consigo y a todas partes el culto de la sinagoga
y la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento. Sobre todo, la nación
acariciaba en lo más recóndito de su corazón la esperanza de un libertador venidero,
un heredero de la casa real de David, que debía ser el rey teocrático, el liberador de
Israel de la dominación gentil, cuyo reino fuera tan feliz y glorioso que mereciera
llamarse "el reino de los cielos". Pero, en su mayor parte, el concepto popular del rey
venidero era terrenal y carnal. En cuatrocientos años, no había habido ningún
mejoramiento en la condición moral del pueblo y, entre el formalismo de los fariseos
y el escepticismo de los saduceos, la verdadera religión se había hundido hasta llegar
a su punto más bajo. Sin embargo, todavía había un fiel remanente que tenía
conceptos más verdaderos del reino de los cielos, y "que esperaba la redención en
Israel". Al acercarse el tiempo, hubo indicios del regreso del espíritu profético, y
presagios de que el prometido liberador estaba cerca. A Simeón se le aseguró que,
antes de morir, vería al "ungido de Jehová"; parece que una indicación parecida se le
había hecho a la anciana profetisa Ana. Es razonable suponer que tales revelaciones
deben haber despertado gran expectación en los corazones de muchos, y les
prepararon para el pregón que poco después se oyó en el desierto de Judea:
"Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado". Nuevamente se había
levantado profeta en Israel, y "el Señor había visitado a su pueblo".

Notas:

1. Véase, de Hengstenberg, Nature of Prophecy. Christology. Vol. 4, p. 8.

2. Hengstenberg, Christology, vol. 4, p. 227.


3. El significado de este pasaje (Mal. 4:6) está oscurecido por la desafortunada traducción de
earth en lugar de land. La expresión hebrea ch a, como el griego γη, se emplea con mucha
frecuencia en sentido restringido. La alusión en el texto es claramente a la tierra de Israel. Véase
Hengstenberg, Christology, vol. 4. p. 224.

PARTE I
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS

LA PARUSÍA PREDICHA POR JUAN EL BAUTISTA

No hay nada más claramente afirmado en el Nuevo Testamento que la identidad de


Juan el Bautista con el heraldo en el desierto por medio de Isaías y el Elías de
Malaquías. Cuán bien concuerda la descripción de Juan con la de Elías es evidente al
primer vistazo. Cada uno era austero y asceta en su estilo de vida; cada uno era un
celoso reformador de la religión; cada uno era un severo censurador del pecado. Los
tiempos en que vivieron eran singularmente semejantes. En ambos períodos, la nación
judía era degenerada y corrupta. Elías tuvo su Acab, Juan su Herodes. No es objeción
a esta identificación de Juan como el Elías predicho el hecho de que el Bautista
mismo rechazó el nombre cuando los sacerdotes y levitas de Jerusalén exigieron:
"¿Eres tú Elías?" (Juan 1:21). Los judíos esperaban la reaparición del Elías literal, y la
respuesta de Juan estaba dirigida a esa opinión errónea. Pero su verdadero derecho a
la designación es afirmado expresamente en el anuncio hecho por el ángel a su padre
Zacarías: "E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías (Lucas 1:17); así como
en las declaraciones de nuestro Señor: "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que
había de venir". (Mat. 11:14). "Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron...
Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista".
(Mat. 17:10-13). Juan era el segundo Elías, y cumplió exhaustivamente las
predicciones de Isaías y Malaquías concernientes a él. Por lo tanto, soñar con un
"Elías del futuro" equivale a poner en duda la afirmación expresa de la palabra de
Dios, y no descansa en ninguna justificación bíblica en absoluto.

Ya hemos aludido al doble aspecto de la misión de Juan presentada por los profetas
Isaías y Malaquías. La misma diversidad se ve en las descripciones del Nuevo
Testamento tocantes al segundo Elías. El aspecto benigno de su misión presentada por
Isaías se reconoce también en las palabras del ángel por medio del cual había sido
predicho su nacimiento, como ya se ha citado, y en el pronunciamiento inspirado de
su padre Zacarías: "Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante
de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de
salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados" (Lucas 1:76, 77). Encontramos el
mismo aspecto de gracia en los versículos iniciales de evangelio de Juan: "Este vino
por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él"
(Juan 1:7).

Pero el otro aspecto de su misión no es reconocido con menos claridad en los


evangelios. Es representado, no sólo como el heraldo del Salvador venidero, sino
como el del Juez venidero. En realidad, sus propias afirmaciones registradas hablan
mucho más de ira que de salvación, y están concebidas más en el espíritu del Elías de
Malaquías que en el del heraldo del desierto en Isaías. Amonesta a los fariseos y a los
saduceos, y a las multitudes que venían a su bautismo, a que "huyeran de la ira
venidera". Les dice que "el hacha está puesta a la raíz de los árboles". Anuncia la
venida de Uno más poderoso que él, "cuyo aventador está en su mano, y recogerá su
trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mat. 3:12).

Es imposible no impresionarse con la correspondencia entre el lenguaje del Bautista y


el de Malaquías. Como observa Hengstenberg: "A través de todo el texto, es la
profecía de Malaquías la que Juan comenta". (1) En ambos, la venida del Señor se
describe como un día de ira; ambos hablan de su venida con fuego que refina y
prueba, con fuego que quema y consume. Ambos hablan de un tiempo de
discriminación y separación entre los justos y los impíos, el oro y la escoria, el trigo y
la paja; y ambos hablan de la completa destrucción de la paja, o rastrojo con fuego
que no se apaga. Estas no son semejanzas fortuitas: las dos predicciones son la
contraparte la una de la otra, y sólo pueden referirse al mismo suceso, el mismo "día
del Señor", el mismo juicio venidero.

Pero lo que merece observarse más especialmente es la evidente cercanía de la crisis


que Juan predice. "La ira venidera" es una interpretación muy inadecuada del lenguaje
del profeta. (2) Debería ser "la ira que viene"; esto es, no meramente futura, sino
inminente. "La ira venidera" puede ser indefinidamente distante, pero "la ira que
viene" es inminente. Como observa justamente Alford: "Juan está hablando ahora en
el verdadero carácter de un profeta que predice la ira que pronto ha de ser derramada
sobre la nación judía". (3) Así sucede con las otras representaciones en el discurso del
Bautista; todo indica la rápida aproximación de la destrucción. "Ya el hacha está
puesta a la raíz de los árboles". El aventador estaba realmente en las manos del
labrador; el proceso de cribado estaba a punto de comenzar. Estas advertencias de
Juan el Bautista no son las vagas e indefinidas exhortaciones al arrepentimiento,
dirigidas a los hombres en todo tiempo, que algunas veces se supone que son; son
palabras urgentes, ardientes, que tienen relevancia específica y presente para la
generación que entonces existía, los hombres que vivían, y a los cuales les traía el
mensaje de Dios. La nación judía estaba ahora en su última prueba; el segundo Elías
había venido como precursor del "día grande y terrible de Jehová": si rechazaban sus
advertencias, la destrucción profetizada por Malaquías seguiría con toda certeza y
rapidez. "Vendré y heriré la tierra con maldición". Nada puede ser más obvio que la
catástrofe a la que Juan alude es específica, nacional, local, e inminente, y la historia
nos dice que, dentro del período de la generación que escuchaba su clamor de
amonestación, "vino sobre ellos la ira al máximo".

Notas:

1. Christol., vol. 4, p. 232.

2. thj mellousj orghj

3. Testamento griego in loc.

LA ENSEÑANZA DE NUESTRO SEÑOR SOBRE


LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS

A consecuencia de haber sido encarcelado por Herodes Antipas, el fin del ministerio
de Juan el Bautista marca una nueva orientación en el ministerio de nuestro Señor. En
verdad, antes de ese tiempo, había enseñado al pueblo, efectuado milagros, ganado
adherentes, y obtenido amplia popularidad; pero, después de ese suceso, que puede
considerarse como una indicación del fracaso de la misión de Juan, nuestro Señor se
retiró a Galilea, y allí entró en una nueva fase de su ministerio público. Se nos dice
que "desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino
de los cielos se ha acercado" (Mat. 4:17). Éstos son los términos precisos con los que
se describe la predicación de Juan el Bautista (Mat. 3:2). Tanto nuestro Señor como su
precursor llamaron "a la nación al arrepentimiento", y anunciaron el acercamiento del
"reino de los cielos". Se deduce que, con la frase "el reino de los cielos se ha
acercado", Juan no podría significar meramente que el Mesías estaba a punto de
aparecer, porque, cuando Cristo en efecto apareció, hizo el mismo anuncio. "El reino
de los cielos se ha acercado". De manera semejante, cuando los doce discípulos
fueron enviados en su primera misión evangelística, se les ordenó predicar, no que el
reino de los cielos había venido, sino que se había acercado (Mat. 10:7). Además, que
el reino no vino en el tiempo de nuestro Señor, ni en el día de Pentecostés, es evidente
por el hecho de que, en su discurso profético en el Monte de los Olivos, nuestro Señor
dio a sus discípulos ciertas señales por medio de las cuales podían saber que el reino
de los cielos estaba cerca (Lucas 21:31).

Por lo tanto, arribamos a ciertas conclusiones claramente deducibles de las enseñanzas


de nuestro Señor:
1. Que Él proclamó que una gran crisis, o consumación, llamada "el reino de los
cielos", se había acercado.
2. Que esta consumación, aunque cercana, no habría de tener lugar durante el
curso de su vida, ni durante algunos años después de su muerte.
3. Que sus discípulos, o por lo menos algunos de ellos, podían esperar presenciar
la llegada de esta consumación.

Pero el tema entero de "el reino de los cielos" debe ser reservado para una discusión
más completa en un tiempo futuro.

PREDICCIÓN DE LA IRA VENIDERA SOBRE


AQUELLA GENERACIÓN

Hay otro punto de semejanza entre la predicación de nuestro Señor y la de Juan el


Bautista. Ambos dieron las más claras indicaciones de la estrecha cercanía de un
tiempo de un tiempo de juicio que debía abatirse sobre la generación existente, a
causa de su rechazo de las amonestaciones e invitaciones de la misericordia divina.
Así como el Bautista habló de la "ira venidera", así también nuestro Señor, con igual
claridad, advirtió al pueblo del "juicio venidero". Jesús reconvino a "las ciudades en
las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido", y
predijo que les sobrevendría un infortunio mayor que el que había caído sobre Tiro y
Sidón, Sodoma y Gomorra (Mat. 11:20-24). Que todo esto apunta a una catástrofe que
no era remota, sino cercana, y que realmente se abatiría sobre aquella generación
actual, es evidente por las expresas afirmaciones de Jesús.

Mat. 12:38-46 (compárese con Lucas 11:16, 24-36): "Entonces respondieron algunos
de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de tí señal. Él
respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le
será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre
del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la
tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con
esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de
Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del sur se levantará en el
juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra
para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar. Cuando
el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no
lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla
desocupada, barrida, y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus
peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser
peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación".
Este pasaje es de gran importancia para establecer el verdadero significado de la frase
"esta generación" [genea]. En este lugar, sólo puede referirse al pueblo de Israel que
entonces vivía - la generación entonces actual. Ningún comentarista ha propuesto
jamás llamar "genea" aquí a la raza judía de todos los tiempos. Nuestro Señor
acostumbraba referirse a sus contemporáneos como a esta generación:

"Mas, ¿a qué compararé esta generación?" - esto es, a los hombres de ese tiempo que
no escuchaban ni a su precursor ni a Él mismo (Mat. 11:16; Luc. 7:31). Hasta
comentaristas como Stier, que sostiene la interpretación de "genea" como raza o
linaje en otros pasajes, admite que la referencia en estas palabras es "a la generación
que estaba viva en ese entonces y en esa época, que era de lo más importante". (1) Así
que, en el pasaje que tenemos delante, no puede haber controversia con respecto a la
aplicación de las palabras exclusivamente a la generación que existía entonces, los
contemporáneos de Cristo. Nuestro Señor da aquí testimonio de la exacerbada y
enorme maldad de ese período. Jesús se acaba de dirigir a aquella generación con las
mismas palabras del Bautista: "¡Generación de víboras!". Se declara que su culpa
supera a la de los paganos; se la compara con un endemoniado, de quien el espíritu
inmundo se ha apartado por un tiempo, pero ha regresado con mayor fuerza que antes,
acompañado por otros siete espíritus peores que él, de manera que "el postrer estado
de aquel hombre viene a ser peor que el primero". En el testimonio de Josefo tenemos
una impresionante confirmación de la descripción que hace nuestro Señor de la
condición moral de aquella generación. "Como sería imposible relatar en detalle sus
enormidades, diré brevemente que ninguna otra ciudad sufrió jamás calamidades
similares, y que ninguna generación existió jamás que fuese más prolífica en el
crimen. Confesaban que eran esclavos - y lo eran - la escoria misma de la sociedad,
los engendros espurios y contaminados de la nación". (2) "Y aquí no puedo
contenerme, y debo expresar lo que mis sentimientos me indican. Soy de la opinión de
que, si los Romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, o la tierra se
hubiese abierto y se hubiese tragado la ciudad, o ésta habría sido barrida por un
diluvio, o compartido el destino de Sodoma. Porque produjo una raza mucho más
impía que la de los que fueron así visitados. Porque, por medio de la locura
desesperada de estos hombres, la nación entera se vio envuelta en la ruina de ellos".
(3) "De alguna manera, aquel período se había vuelto tan prolífico en iniquidad de
todo tipo entre los judíos, que ninguna obra mala quedó sin ser perpetrada; ... tan
universal era el contagio, tanto en público como en privado, y tal la emulación para
superarse los unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios e injusticia hacia sus
prójimos". (4)

Tal era la terrible condición hacia la que la nación se apresuraba cuando nuestro Señor
pronunció estas palabras proféticas. El clímax todavía no había llegado, pero ya estaba
plenamente a la vista. El espíritu inmundo no había regresado a su casa todavía, pero
estaba en camino. Como observa Stier: "En el período entre la ascensión de Cristo y la
destrucción de Jerusalén, especialmente hacia el fin de ella, podríamos decir que esta
nación aparece como poseída por siete mil demonios". (5) ¿No es éste un
cumplimiento adecuado y completo de la predicción del Salvador? ¿Tenemos la más
ligera justificación para, o la más ligera necesidad de, decir que significa alguna otra
cosa, o algo más que esto? ¿Qué razón hay para suponer un cumplimiento adicional y
futuro de sus palabras? ¿No es un virtual descrédito de la profecía buscar algo más
que el sentido obvio que apunta tan claramente a una catástrofe inminente que estaba
a punto de acontecerle a aquella generación? Seguramente mostramos la mayor
reverencia a la palabra de Dios cuando aceptamos implícitamente sus obvias
enseñanzas, y rehusamos las especulaciones injustificadas y meramente humanas que
los críticos y los teólogos han extraído de su propia fantasía. Concluimos, entonces,
que, en el escandaloso libertinaje de la época, y las señaladas calamidades que, antes
de que terminara, destruirían al pueblo judío, tenemos el testimonio histórico del
exhaustivo cumplimiento de esta profecía.

ALUSIONES ADICIONALES
A LA IRA VENIDERA

Lucas 13:1-9: "En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de
los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.
Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales
cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó
la torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres
que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente".

Cuán vívidamente percibió nuestro Señor las inminentes calamidades de la nación, y


cuán claras y distintas fueron sus advertencias, puede inferirse de este pasaje. La
matanza de algunos galileos que habían subido a Jerusalén a la fiesta de la Pascua, ya
fuera por orden o con la confabulación del gobernador romano, y la súbita destrucción
de dieciocho personas mediante la caída de la torre cerca del estanque de Siloé, eran
incidentes que formaban los temas de conversación del pueblo en ese tiempo. Nuestro
Señor declara que las víctimas de estas calamidades no eran excepcionalmente impías,
sino que una suerte semejante alcanzaría a las mismas personas que ahora hablaban de
ellas, a menos que se arrepintieran. El punto de su observación, que a menudo se pasa
por alto, reside en la similitud de la amenaza de la destrucción. No es "todos vosotros
pereceréis también", sino "todos vosotros pereceréis del mismo modo". Que nuestro
Señor tenía a la vista la ruina final que estaba a punto de alcanzar a Jerusalén y a la
nación difícilmente puede dudarse. La analogía entre los casos es real e
impresionante. Fue en la fiesta de la Pascua cuando la población de Judea se había
agolpado en Jerusalén, y allí fue encerrada por las legiones de Tito. Josefo nos cuenta
cómo, en la agonía final del sitio, la sangre de los sacerdotes que oficiaban fue
derramada al pie del altar de los sacrificios. Los soldados romanos fueron los
ejecutores del juicio divino; y al caer al suelo el templo y la torre, sepultaron en sus
ruinas muchas víctimas de la impenitencia y la incredulidad. Es satisfactorio descubrir
que tanto Alford como Stier reconocen la alusión histórica en este pasaje. El primero
observa: la fuerza se pierde en la versión inglesa "likewise", [parecida], que debería
traducirse "in like manner" [de la misma manera], como de hecho pereció el pueblo
judío por la espada de los romanos". (6)

EL DESTINO INMINENTE DE LA NACIÓN JUDÍA

Parábola de la Higuera Estéril

Lucas 13:6-9: "Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada
en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí,
hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para
qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala
todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto,
bien; y si no, la cortarás después".

El mismo significado profético se pone de manifiesto en esta parábola, que es casi la


contraparte de la que aparece en Isaías 5, tanto en forma como en significado. La
verdadera interpretación es tan obvia que apenas es necesaria alguna explicación. Su
aplicación al pueblo judío es de lo más clara y directa, más especialmente cuando se la
considera en relación con las advertencias que anteceden. Israel es la higuera inútil,
cultivada por mucho tiempo, pero sin producir fruto para su dueño. Ahora se
encuentra en su última prueba: el hacha, como había declarado Juan el Bautista,
estaba puesta a la raíz del árbol; pero el golpe fatal fue aplazado por la intercesión de
la misericordia. Aún en ese momento, el Salvador estaba ocupado en su obra de gracia
de alimentarla y cultivarla; un poco más, y saldría el decreto: "Córtala. ¿Para qué
inutiliza también la tierra?"

No hay duda de que, en ésta como en otras parábolas, hay principios generales
aplicables a todas las naciones y todos los tiempos; pero no debemos perder de vista
su referencia original y primaria al pueblo judío. Stier y Alford parecen perderse en la
búsqueda de significados recónditos y místicos en los detalles menores de las
imágenes; pero Neander da una luminosa explicación de su verdadera importancia:
"Como la higuera inútil, que no reconoció el propósito de su existencia, fue destruida,
así también la nación teocrática, por la misma razón, después de habérsele tenido
mucha paciencia, habría de ser alcanzada por los juicios de Dios, y cortada de su
reino". (7)

EL FIN DEL SIGLO, O EL TÉRMINO


DE LA DISPENSACIÓN JUDÍA

Parábolas de la cizaña y la red

Mat. 13:36-50: Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose


a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo.
Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El
campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos
del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los
segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en
el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y
recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad,
y los echarán en el horno de fuego; alí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces
los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para
oír, oiga. ... Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el
mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados,
recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al final del siglo; saldrán
los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de
fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes".

En los pasajes aquí citados, encontramos un ejemplo de una de esas interpretaciones


que han hecho mucho para confundir y desorientar a los lectores ordinarios de nuestra
versión inglesa. Es probable que, con la frase "el fin del mundo", noventa y nueve de
cada cien lectores entiendan el fin de la historia humana y la destrucción de la tierra
material. No se imaginarían que "el mundo" del versículo 38 y el "mundo" de los
versículos 39, 40 [en la versión inglesa KJV] sean palabras totalmente diferentes, con
significados totalmente diferentes. Pero así es. En el versículo 38, koinos es traducido
correctamente como mundo, y se refiere al mundo de los hombres, pero aeon en los
versículos 39, 40 se refiere a un período de tiempo, y debería ser traducida como era o
época. Lange la traduce como eón. Es de la mayor importancia entender
correctamente los dos significados de esta palabra, y de la frase "el fin del eón", o de
la "era". Aion es, como hemos dicho, un período de tiempo, o época. Es exactamente
equivalente a la palabra latina aevum, que es meramente aion con ropaje latino; y la
frase (griego - venida), traducida a nuestra versión inglesa, "el fin del mundo", debería
ser "el fin de esta época". Tittman observa: (griego - venida), como ocurre en el
Nuevo Testamento, no denota el fin, sino más bien la consumación del eón, que ha de
ser seguida por una nueva era. Así ocurre en Mateo 13:39, 40, 49; 24:3; es de temer
que este último pasaje se malentienda al aplicarlo a la destrucción del mundo". (8) Era
creencia de los judíos que el Mesías entronizaría un nuevo eón, o una nueva era: y a
este nuevo eón, o a esta era, la llamaban "el reino de los cielos". Por lo tanto, el eón
existente era la dispensación judía, que ahora se acercaba a su fin; y el Señor muestra
en estas parábolas de manera impresionante cómo terminaría. Es en verdad
sorprendente que los expositores hayan dejado de reconocer en estas solemnes
predicciones la reproducción y la reiteración de las palabras de Malaquías y de Juan el
Bautista. Aquí encontramos la misma separación final entre los justos y los impíos; la
misma purificación de la tierra; el mismo recoger el trigo en el granero; el mismo
quemar de la paja [la cizaña, el rastrojo] en el fuego. ¿Puede haber alguna duda de que
es al mismo acto de juicio, al mismo período de tiempo, al mismo suceso histórico, al
que se refieren Malaquías, Juan y nuestro Señor?

Pero hemos visto que Juan el Bautista predijo un juicio que entonces era inminente -
una catástrofe tan cercana que ya el hacha estaba puesta a la raíz de los árboles - de
acuerdo con la profecía de Malaaquías, de que "el día grande y terrible de Jehová"
habría de seguir a la venida del segundo Elías. Llegamos, por lo tanto, a la conclusión
de que esta discriminación entre justos e impíos, este recoger el trigo en el granero, y
quemar la cizaña en el horno de fuego, se refieren a la misma catástrofe, es decir, a la
ira que vino sobre aquella misma generación, cuando Jerusalén se convirtió,
literalmente, en un "horno de fuego", y la era del judaísmo terminó en "el día grande y
terrible de Jehová".

Esta conclusión está apoyada por el hecho de que hay una estrecha relación entre esta
gran época judicial y la venida del "reino de los cielos". Nuestro Señor representa la
separación entre los justos y los impíos como la característica de la gran consumación
que se llama "el reino de Dios". Pero se había declarado que el reino estaba a las
puertas. Se sigue, por lo tanto, que las parábolas que tenemos delante de nosotros se
refieren, no a un remoto suceso todavía en el futuro, sino a uno que, en el tiempo de
nuestro Salvador, estaba cerca.

Un argumento adicional a favor de este punto de vista se deriva de la consideración de


que nuestro Señor, en su explicación de la parábola de la cizaña, habla de sí mismo
como el sembrador de la buena semilla: "El que siembra la buena semilla es el Hijo
del Hombre". Es a su propio ministerio personal y sus resultados a lo que Él se refiere,
y por lo tanto, nosotros debemos considerar la parábola como que tiene una relación
especial con sus contemporáneos. Esto está en perfecta armonía con su solemne
advertencia de Lucas 13:26 [-28], donde Él describe la condenación de los que
tuvieron el privilegio de disfrutar de su presencia personal y de su ministerio, los que
pretendían el discipulado, que eran cizaña y no trigo. "Entonces comenzaréis a decir:
Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: Os
digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad.
Allí será el lloro y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob, y a
todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos". Por aplicable que
sea este lenguaje a los hombres en general bajo el evangelio, es claro que tenía una
aplicación directa y específica a los contemporáneos de nuestro Señor - la generación
que presenció sus milagros y oyó sus parábolas; y que tiene una relación con ellos
como no la puede tener con nadie más.

Al final de la parábola de la cizaña, encontramos una impresionante nota bene, que


llama la atención de manera especial a la instrucción contenida en ella: "El que tiene
oídos para oír, oiga". Podemos tomar ocasión de esto para hacer una observación
acerca de la vasta importancia de tener un verdadero concepto del período en el que
nuestro Señor y los apóstoles enseñaron. Esto es indispensable para entender
correctamente la doctrina del Nuevo Testamento con respecto al "reino de Dios", el
"fin de la era", y la "era venidera" o mundo por venir. Ese período estaba cerca del fin
de la dispensación judía. La economía mosaica - como se le llama - el sistema de
leyes e instituciones dadas a la nación por Dios mismo, y que había existido por más
de cuarenta generaciones,- estaba a punto de ser reemplazada y desaparecer. La última
generación que habría de poseer la tierra, - la última y también la peor, la hija y
heredera de sus predecesoras - ya estaba en escena. El largo período durante el cual
Jehová había agotado todos los métodos que la divina sabiduría y el divino amor
podían idear para cultivar y reformar a Israel estaba a punto de terminar. Habría de
terminar desastrosamente. La ira, por largo tiempo contenida y reprimida, habría de
estallar y destruir a aquella generación. Su "último día" habría de ser un "dies irae",
"el día grande y terrible de Jehová". Este es "el fin del siglo" al que a menudo se
refería nuestro Señor, y que sus apóstoles constantemente predecían. Ya estaban
dentro de la penumbra de aquella tremenda crisis, que cada día se acercaba más y
más, y que por fin habría de llegar repentinamente "como ladrón en la noche". Esta es
la verdadera explicación de aquellas constantes exhortaciones a vigilar, ser pacientes,
y esperar, que abundan en las epístolas apostólicas. Vivían esperando una
consumación que habría de llegar en su propio tiempo, y que podrían presenciar con
sus propios ojos. Este hecho es evidente en los escritos del Nuevo Testamento; es la
clave para interpretar gran parte de lo que, de otro modo, sería oscuro e ininteligible, y
veremos durante esta investigación cuán consistentemente es sostenido este punto de
vista durante todas las Escrituras del Nuevo Testamento.

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE (LA PARUSÍA)


DURANTE LA VIDA DE LOS APÓSTOLES

Mateo 10:23: "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os
digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo
del Hombre".
En este pasaje encontramos la primera mención clara de aquel gran suceso al cual
veremos que aluden con tanta frecuencia de aquí en adelante nuestro Señor y sus
apóstoles, es decir, su segunda venida, o Parusía. En realidad, se puede preguntar,
como lo veremos, si este pasaje pertenece correctamente a esta porción de la historia
del evangelio. (9) Pero, dejando de lado la pregunta por el momento, preguntémonos
qué es realmente la venida de la que se habla aquí. ¿Puede ser, como sugiere Lange,
que Jesús habría de seguir tan rápidamente a sus mensajeros en su circuito
evangelístico como para alcanzarles antes de que se terminara? ¿Se refiere, como
piensan Stier y Alford, a dos diferentes venidas, separadas entre sí por millares de
años: la una comparativamente cercana, la otra indefinidamente remota? ¿O debemos
aceptar, con Michaelis y Mayor, el significado claro y obvio que indican las palabras
mismas? La interpretación de Lange es ciertamente inaceptable. ¿Quién puede dudar
de lo que significa aquí "la venida del Hijo", lo que significa en todo otro lugar, y que
esta es la fórmula mediante la cual se expresa la Parusía, la segunda venida de Cristo?
Esta frase tiene un significado definido y constante, tanto como su crucifixión, o su
resurrección, y no admite ninguna otra interpretación en este lugar. Pero, ¿no puede
tener una doble referencia: primera, al juicio inminente de Jerusalén, y segunda, a la
destrucción final del mundo, siendo la primera considerada como simbólica de la
segunda? Alford sostiene el doble significado, y es severo con los que vacilan en
aceptarlo. Nos dice lo que él cree que Cristo quiso decir; pero, por otra parte, tenemos
que considerar lo que Él dijo. ¿Están seguros los defensores del doble sentido de que
Él quiso decir más de lo que dijo? Miremos sus palabras. ¿Puede algo ser más
específico y más definido en cuanto a personas, el lugar, el tiempo, y las
circunstancias que esta predicción de nuestro Señor? Es a los doce que él habla; son
las ciudades de Israel las que han de evangelizar; el tema es su pronta venida; y el
tiempo está tan cerca que antes de que la obra de ellos esté terminada Su venida tendrá
lugar. Pero si se nos ha de decir que éste no es el significado, ni siquiera la mitad de
él, y que esto incluye otra venida, a otros evangelistas, a otras épocas, y otras tierras -
una venida que, después de dieciocho siglos, todavía es futura, y quizás remota -
entonces surge la pregunta: ¿Qué no puede significar la Escritura? El sentido
gramatical de las palabras ya no es suficiente para la interpretación; la Escritura es un
acertijo que debe adivinarse, un oráculo que pronuncia respuestas ambiguas; y nadie
puede estar seguro, sin una revelación especial, de que entiende lo que lee. Por lo
tanto, estamos a dispuestos a concordar con Meyer en que esta doble referencia "no es
sino una evasión forzada y antinatural", y que las palabras significan simplemente lo
que dicen, que antes de que los apóstoles completaran la obra de su vida de
evangelizar el país de Israel, la venida del Señor tendría lugar.

Este es el punto de vista del pasaje que asume el Dr. E. Robinson. (10). "La venida a la
que se alude es la destrucción de Jerusalén y la dispersión de la nación judía; y el
significado es, que los apóstoles apenas tendrían tiempo, antes de que sobreviniera la
catástrofe, de ir por el país advirtiendo al pueblo que se salvara de la destrucción de
una generación desgraciada; de modo que no podían darse el lujo de demorarse en
ninguna localidad después de que sus habitantes hubiesen escuchado y rechazado el
mensaje".

LA PARUSÍA HA DE TENER LUGAR DURANTE


LA VIDA DE ALGUNOS DISCÍPULOS

Mat. 16:27, 28 Mar. 8:38; 9:1 Luc. 9:26, 27

"Porque el Hijo del "Porque el que se avergonzare "Porque el que se


Hombre vendrá en la de mí y de mis palabras en esta avergonzare de mí y de mis
gloria de su Padre con generación adúltera y pecadora, palabras, de éste se
sus ángeles, y entonces el Hijo del Hombre se avergonzará el Hijo del
pagará a cada uno avergonzará también de él, Hombre cuando venga en su
conforme a sus obras". cuando venga en la gloria de su gloria, y en la del Padre, y de
Padre con los santos ángeles". los santos ángeles".
"De cierto os digo que
hay algunos de los que "También les dijo: De cierto os "Pero os digo en verdad, que
están aquí, que no digo que hay algunos de los que hay algunos de los que están
gustarán la muerte, están aquí, que no gustarán la aquí, que no gustarán la
hasta que hayan visto al muerte hasta que hayan visto el muerte hasta que vean el
Hijo del Hombre reino de Dios venido con reino de Dios".
viniendo en su reino". poder".

Esta notable declaración es de la mayor importancia en esta discusión, y puede


considerarse como la clave para interpretar correctamente la doctrina de la Parusía en
el Nuevo Testamento. Aunque no puede decirse que haya ninguna dificultad especial
con el idioma, ha causado gran perplejidad entre los comentaristas, que están muy
divididos en sus explicaciones. Ciertamente es innecesario preguntar qué es la venida
del Hijo del Hombre que se predice aquí. Suponer que se refiere meramente a la
gloriosa manifestación de Jesús en el monte de la transfiguración, aunque ésta es una
hipótesis apoyada por grandes nombres, es tan palpablemente inadecuado como
interpretación que apenas si requiere ser refutado. La misma observación se aplica a
los comentarios del Dr. Lange, quien supone que esta venida se cumplió parcialmente
con la resurrección de Cristo. Esta exégesis de Lange es una ilustración tan curiosa de
los expedientes a los que se ven obligados a recurrir los defensores de una teoría de
interpretación de doble sentido, que merece citarse. "En nuestra opinión", dice, "es
necesario distinguir entre el advenimiento de Cristo en la gloria de su reino dentro del
círculo de sus discípulos, y ese mismo suceso aplicado al mundo en general y para
juicio. Esto último es lo que generalmente se entiende por el segundo advenimiento: el
primero tuvo lugar cuando el Salvador resucitó de los muertos y se apareció en medio
de sus discípulos. De aquí que el significado de las palabras de Jesús sea: se acerca el
momento en que vuestros corazones descansarán en la manifestación de mi gloria; ni
será la suerte de todos los que están aquí morir durante el intervalo. El Señor podría
haber dicho que sólo dos de los de ese círculo morirían hasta entonces, es decir, Él
mismo y Judas. Pero, en su sabiduría, escogió la expresión: "Algunos de los que están
aquí no gustarán de la muerte", para darles exactamente la medida de esperanza y
ansiosa expectación que necesitaban". (12)

Baste decir que tal interpretación de las palabras de nuestro Salvador jamás podría
haber pasado por la mente de los que las escucharon. Es tan inverosímil, intrincada, y
artificial, que queda desacreditada por su misma ingenuidad. Pero la interpretación
tampoco satisface las exigencias del idioma. ¿Cómo podría la resurrección de Cristo
ser llamada su venida en la gloria de su Padre, con los santos ángeles, en Su reino, y
para juicio? ¿O cómo podemos suponer que Cristo, hablando de un suceso que habría
de tener lugar más o menos en veinte meses, diría: "De cierto os digo: Algunos de los
que están aquí no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios?" La forma
misma de la expresión muestra que el suceso del que se habla no podría ser dentro del
espacio de unos pocos meses, ni siquiera dentro de algunos años: es un modo de
hablar, que indica que no todos los presentes vivirían para presenciar el suceso del que
se habla; que no muchos lo harían; pero que algunos sí. Es exactamente el modo de
hablar que encajaría en un intervalo de treinta o cuarenta años, cuando la mayoría de
las personas entonces presentes habrían fallecido, pero algunos sobrevivirían y
presenciarían el suceso de referencia.

Más razonablemente, Alford y Stier entienden el pasaje como que se refiere a "la
destrucción de Jerusalén y a la plena manifestación del reino de Cristo mediante la
aniquilación del estado judío", aunque ambos desconciertan y confunden su
interpretación con la hipótesis de una oculta y ulterior alusión a otra "venida final", de
la cual la destrucción de Jerusalén habría de ser "tipo y señal". De esto, sin embargo,
no se da ningún atisbo ni por Cristo mismo ni por los evangelistas. La verdad es que
no puede negarse que nuestro Señor a veces usaba lenguaje ambiguo. A los judíos les
dijo: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19), pero el evangelista
tiene cuidado de añadir: "Pero él hablaba del templo de su cuerpo". Así que cuando
Jesús habló de "ríos de agua viva que correrán del interior del creyente", Juan añade
una nota explicativa: "Esto dijo del espíritu", etc. (Juan 7:36). Nuevamente, cuando el
Señor alude a la manera de su propia muerte, diciendo: "Y yo, si fuere levantado de la
tierra", el evangelista añade: "Y decía esto, dando a entender de qué muerte iba a
morir" (Juan 12:33). Por lo tanto, es razonable suponer que, si los evangelistas
hubiesen conocido un significado más profundo y oculto de las predicciones de
Cristo, habrían dado alguna indicación de ello; pero no dicen nada que nos lleve a
inferir que su significado aparente no es su sentido pleno y verdadero. No hay, en
verdad, ninguna ambigüedad en cuanto a la venida a la que se alude en el pasaje bajo
consideración en este momento. No es una de varias posibles venidas, sino el único, el
único y supremo acontecimiento, tan frecuentemente predicho por nuestro Señor, tan
constantemente esperado por sus discípulos. Es su venida en gloria; su venida en
juicio; su venida en su reino; la venida del reino de Dios. No es un proceso, sino un
acto. No es lo mismo que "la destrucción de Jerusalén" - ese es otro suceso
relacionado y contemporáneo; pero los dos no deben ser confundidos el uno con el
otro. El Nuevo Testamento conoce de sólo una Parusía, una venida en gloria del Señor
Jesucristo. Es un completo abuso del idioma hablar de varios sentidos en los cuales
puede ocurrir la venida de Cristo -- como en su propia resurrección; en el día de
Pentecostés; en la destrucción de Jerusalén; en la muerte de un creyente; y en varias
épocas providenciales. Esta no es la costumbre en el Nuevo Testamento, ni es
lenguaje exacto bajo ningún punto de vista. Por sí solo, este pasaje contiene tantas
importantes verdades con respecto a la Parusía, que puede decirse que cubre todo el
tema; y, correctamente usado, se descubrirá que es la clave para la verdadera
interpretación de la doctrina del Nuevo Testamento sobre este tema.

Concluimos entonces:

1. Que la venida de la que se habla aquí es la Parusía, la segunda venida del


Señor Jesucristo.

2. Que el modo de su venida habría de ser glorioso - "en su gloria", "en la


gloria de su Padre", "con los santos ángeles".

3. Que el propósito de su venida era juzgar aquella "generación perversa y


adúltera" (Marcos 8:38) y "dar a cada uno según sus obras".

4. Que su venida sería la consumación del "reino de Dios"; el final de la época;


"la venida del reino de Dios con poder".

5. Que nuestro Salvador había declarado expresamente que esta venida estaba
cerca. Lange observa correctamente que las palabras están "colocadas enfáticamente
al principio de la oración; no es un simple futuro, sino que significan: El
acontecimiento es inminente que Él vendrá; está a punto de venir".

6. Que algunos de los que oyeron a nuestro Salvador hacer esta predicción
habrían de vivir para presenciar el acontecimiento del cual hablaba, es decir, su venida
en gloria.
Por lo tanto, se deduce que Él mismo declaró que la Parusía, o la gloriosa venida de
Cristo, ocurrirían dentro de los límites de la generación que entonces existía, una
conclusión que encontraremos abundantemente justificada en la secuela.

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE,


SEGURA Y PRONTA

Parábola de la Viuda Importuna

Lucas 18:1-8: "También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y
no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba
a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo:
Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto
dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo,
porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me
agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no
hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en
responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"

El carácter intensamente práctico y de actualidad, si podemos llamarlo así, de los


discursos de nuestro Señor, es una característica de sus enseñanzas que, aunque
pasada por alto a menudo, requiere que no se le pierda de vista. Él hablaba a su propio
pueblo, en su propio tiempo. Era el mensajero de Dios para Israel; y, aunque es muy
cierto que sus palabras son para todos los hombres en todo tiempo, se aplicaban
principal y directamente a su propia generación. Por no prestar atención a este hecho,
a muchos expositores se les ha escapado por completo la intención de la parábola
delante de nosotros. En sus manos, se convierte en una predicción vaga e indefinida
de una vindicación de los justos, en algún período más o menos remoto, pero sin
ninguna aplicación especial al pueblo y al tiempo de nuestro Señor mismo.
Seguramente, lo que sea esta parábola para nosotros o para las edades futuras, tenía
una aplicación estrecha y directa para los discípulos a los cuales se les dirigió
originalmente. El Señor estaba a punto de dejar a sus discípulos "como ovejas en
medio de lobos"; habrían de ser perseguidos y afligidos, y odiados por todos los
hombres, por amor a su Maestro; y podría muy bien ocurrir que el valor les faltara, y
que sus corazones desmayaran. En esta parábola, el Salvador les anima a "orar
siempre, y no desmayar", mediante el ejemplo de lo que puede hacer la oración
perseverante, aún con los hombres. Si la importunidad de una pobre viuda podía
constreñir a un juez sin principios para que le hiciera justicia, cuánto más no sería
conmovido Dios, el Juez justo, por las oraciones de sus propios hijos para que se les
repararan sus agravios. Sin alegorizar todos los detalles de la parábola, como hacen
algunos expositores, es suficiente subrayar su gran moraleja. Es ésta. Los perseguidos
hijos de Dios serían vengados con seguridad y prontitud. Dios les vindicaría, y pronto.
Pero, ¿cuándo? El punto en el tiempo no ha sido dejado indefinido. Es "cuando venga
el Hijo del hombre". La Parusía habría de ser la hora de reparación y liberación del
sufriente pueblo de Dios.

La reflexión de nuestro Señor al final del versículo ocho merece particular atención.
"Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" En este punto,
debemos regresar a los hechos ya mencionados con respecto al ministerio de Juan el
Bautista. Hemos visto cuán oscuro y ominoso era el punto de vista del profeta que
predicaba arrepentimiento a Israel. Era el precursor del "día grande y terrible de
Jehová"; era el segundo Elías enviado para proclamar la venida de aquél que "heriría
la tierra con maldición". La reflexión de nuestro Señor indica que él preveía que el
arrepentimiento, lo único que podría evitar el desastre de la nación, no sería buscado.
No habría fe en Dios, ni en sus promesas, ni en sus amenazas. Por lo tanto, el día del
Señor sería el "día de retribución" (Lucas 21:22).

Doddridge ha captado bien el alcance de esta parábola, y parafrasea el versículo de


apertura como sigue: "Así disertaba nuestro Señor con sus discípulos acerca de la
inminente destrucción de Jerusalén por los romanos; y para animarles en vista de las
calamidades que entretanto podrían esperar de sus incrédulos compatriotas o de otros,
les dijo una parábola para inculcarles esta gran verdad, que, por angustiosas que
fuesen las circunstancias, debían orar siempre con fe y perseverancia, y no desmayar
bajo las pruebas". (15)

La siguiente es su paráfrasis del versículo 8: "Sí, os digo que Él ciertamente les


vindicará; y cuando lo haga, lo hará rápidamente; y esta generación de hombres lo
verá y lo sentirá con terror. Sin embargo, cuando el Hijo del hombre, habiendo
entrado en posesión de su reino glorioso, venga para aparecer con este importante
propósito, ¿encontrará fe en la tierra?" (16)

LA RECOMPENSA DE LOS DISCÍPULOS


EN LA ERA VENIDERA, ES DECIR,
LA PARUSÍA

Mat. 19:27-30 Mar. 10:28-31 Luc. 18:28-30

"Entonces respondiendo "Entonces Pedro comenzó a "Entonces Pedro dijo:


Pedro, le dijo: He aquí, decirle: He aquí, nosotros lo "He aquí, nosotros
nosotros lo hemos dejado hemos dejado todo, y te hemos hemos dejado nuestras
todo, y te hemos seguido; seguido. posesiones y te hemos
¿qué, pues, tendremos?
Y Jesús les dijo: De cierto os Respondió Jesús y dijo: De seguido.
digo que en la regeneración, cierto os digo que no hay
cuando el Hijo del Hombre se ninguno que haya dejado casa, Y él les dijo: De cierto
siente en el trono de su gloria, o hermanos, o hermanas, o os digo, que no hay
vosotros que me habéis padre, o madre, o mujer, o nadie que haya dejado
seguido también os sentaréis hijos, o tierras, por causa de mí casa, o padres, o
sobre doce tronos, para juzgar y del evangelio, que no reciba hermanos, o mujer, o
a las doce tribus de Israel. Y cien veces más ahora en este hijos, por el reino de
cualquiera que haya dejado tiempo; casas, hermanos, Dios, que no haya de
casas, o hermanos, o hermanas, madres, hijos, y recibir mucho más en
hermanas, o padre, o madre, o tierras, con persecuciones; y en este tiempo, y en el
mujer, o hijos, o tierras, por el siglo venidero la vida siglo venidero la vida
mi nombre, recibirá cien veces eterna". eterna".
más, y heredará la vida
eterna".

¿A qué período hemos de asignar el acontecimiento o estado que nuestro Señor llama
aquí "la regeneración"? Evidentemente, es contemporáneo con "el Hijo del Hombre
sentado en el trono de gloria"; ni puede haber ninguna duda de que las dos frases,
tanto "El Hijo del hombre viniendo en su reino", como "El Hijo del hombre sentado
en el trono de su gloria" se refieren a la misma cosa y al mismo tiempo. Es decir, es a
la Parusía a la que apuntan ambos sucesos.

Tenemos otra nota de tiempo, y otro punto de coincidencia entre la "regeneración" y


la Parusía, en la referencia que nuestro Señor hace a "la edad venidera o el siglo
venidero" como el período en que sus fieles discípulos habrían de recibir su
recompensa (Mar. 10:30; Luc. 18:30). Pero, como ya hemos visto, "el siglo venidero"
habría de suceder a la época actual, es decir, el período de la dispensación judía, cuyo
fin nuestro Señor había declarado que estaba a las puertas. Concluimos, por lo tanto,
que la "regeneración", "el siglo venidero", y "la Parusía" son virtualmente sinónimos,
o, en todo caso, contemporáneos. Se afirma claramente que la venida del Hijo del
hombre en su reino, o en su gloria, sería una venida para juzgar - "para pagar a cada
uno según sus obras" (Mateo 16:27); y el sentarse en el trono de su gloria, en la
regeneración, es evidentemente sentarse para juzgar. En este juicio, los apóstoles
habrían de tener el honor de ser asesores con el Señor, según su declaración (Lucas
22:29-30). "Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que
comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce
tribus de Israel". Pero nuestro Señor afirma expresamente que esta gloriosa venida
para juzgar ocurriría dentro de los límites de la generación que vivía en ese entonces:
"Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto
al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28). No era, por lo tanto, ninguna
esperanza largo tiempo diferida o distante la que Jesús ofrecía a sus discípulos. No era
una expectativa que todavía se ve en la distancia en la borrosa perspectiva de un
futuro indefinido. Pedro y los otros discípulos eran plenamente conscientes de que "el
reino de los cielos" estaba cerca. Lo habían aprendido de su primer maestro en el
desierto; acerca de ello habían sido tranquilizados por su Señor y Maestro; habían ido
por Galilea proclamando la verdad a sus compatriotas. Por lo tanto, cuando el Señor
prometió que en la era venidera sus discípulos se sentarían en tronos, ¿es concebible
que quisiera que edades tras edades, siglos tras siglos, y hasta milenios tras milenios
debían transcurrir lentamente antes de que ellos pudieran cosechar los prometidos
honores? ¿Están la herencia de la "vida eterna" y el "sentarse en doce tronos" todavía
entre "las cosas esperadas pero no vistas" por los discípulos? Ciertamente una
hipótesis tal se refuta a sí misma. La promesa les habría sonado a burla a los
discípulos si se les hubiese dicho que el cumplimiento iba a tardar tanto. Por otra
parte, si concebimos la "regeneración" como contemporánea con la Parusía, y la
Parusía con la terminación de la era judía y la destrucción de la ciudad y del templo de
Jerusalén, tenemos un punto definido en el tiempo, no muy distante, sino casi al
alcance de la vista de los hombres que vivían, cuando ocurrirían el predicho juicio de
los enemigos de Cristo y la gloriosa recompensa de sus amigos.

Notas:

1. Reden Jesu, in loc.

2. Jewish War, bk v.c.x sec.5. Traducción de Traill.

3. Ibid. G. Xiii. sec. 6.

4. Ibid. bk.vii. c. viii. sec. I.

5. sec. Reden Jesu; Mat. 12:43-45.

6. Testamento Griego. in loc.

7. Life of Christ, sec. 245.

8. Synonyms of the New Test. vol. i. a. 70; Bib. Cab. N. iii.

9. Hay una verdadera dificultad en este pasaje, que no debería ser pasada por alto. Parece
inexplicable que nuestro Señor, en una ocasión como ésta, cuando envió a los doce en una
misión corta, aparentemente dentro de un distrito limitado, del cual habrían de regresar en corto
tiempo, les hablase de su venida como alcanzándoles antes de que concluyeran su tarea. Parece
apenas apropiado para ese período en particular, y que corresponde más a un encargo
subsiguiente, es decir, el que está registrado en el discurso del Monte de los Olivos (Mat. 26;
Marcos 13; Lucas 21). En realidad, una comparación de estos pasajes hará mucho para satisfacer
a cualquier mente sincera de que el párrafo entero (Mat. 10:16-23) ha sido traspuesto de su
conexión original e insertado en la primera misión que nuestro Señor encomendó a sus
discípulos. Encontramos las mismas palabras relativas a la persecución de los apóstoles, que
serían entregados a los concilios, azotados en las sinagogas, llevados ante gobernadores y reyes,
etc., que están registrados en el capítulo décimo de Mateo, asignado por Marcos y Lucas a un
período subsiguiente, es decir, el discurso del Monte de los Olivos. No hay ninguna evidencia de
que los discípulos sufrieran semejante tratamiento durante su primera gira evangelística. Hay,
por lo tanto, una evidencia tan fuerte como lo permite el caso, de que el vers. 23 y su contexto
pertenecen al discurso del Monte de los Olivos. Esto eliminaría la dificultad que el pasaje
presenta en la relación que aquí encontramos, y daría coherencia y consistencia al lenguaje que,
tal como está, no es fácil descubrir. Es un hecho aceptado que ni siquiera los evangelios
sinópticos relatan todos los acontecimientos en el mismo orden preciso; por lo tanto, tiene que
haber mayor exactitud cronológica en uno que en otro. Stier dice: "Mateo es descuidado en la
cronología de los detalles" (Reden Jesu, vol. iii, p. US). Neander, hablando de esta misma
comisión, dice: "Es evidente que Mateo conecta muchas cosas con las instrucciones dadas a los
apóstoles en vista de su primer viaje, que cronológicamente corresponde a más tarde". (Life of
Christ, _ 174, nota b); y nuevamente, hablando de la comisión encomendada a los setenta, como
aparece registrada en Lucas, dice: "Según Lucas, toda la característica coherencia de todo lo que
habló Cristo, con las circunstancias (tan superiores a la disposición de Mateo)", etc. (Life of
Christ, _204, nota 1). El Dr. Blaike observa: "Se entiende generalmente que Mateo dispuso su
narración más por temas y lugares que cronológicamente" (Bible History, p. 372).

Por lo tanto, parece haber abundante justificación para asignar la importante predicción
contenida en Mat. 10:23 al discurso pronunciado en el Monte de los Olivos.

10. Véase la nota en Harmony of the Four Gospels.

11. The Training of the Twelve, p. 117.

12. Lange, Comm. on St. Mat. in loc.

13. Alford, Greek Test. in loc.

14. Véase Lange in loc.

15. Family Expos. on Luke 18:1-8

16. Doddridge tiene la siguiente nota sobre "¿Hallará fe en la tierra?" "Es evidente que la palabra
a menudo significa, no la tierra en general, sino algún territorio en particular o país, como en
Hechos 7:3, 4, 11, y en otros innumerables lugares. Y el contexto aquí lo limita al significado
menos extenso. Es evidente que los creyentes hebreos estaban en mayor peligro de cansarse de
las persecuciones y las angustias. Comp. con Heb. 3:12-14; 10:23-39; 12:1-4; Sant. i:1-4; 2:6".

La interpretación proporcionada por el prudente Campbell añade confirmación, si es que se


necesita, a este punto de vista sobre el pasaje. "Hay una estrecha relación en todo lo que nuestro
Señor dice sobre cualquier tema de conversación, que rara vez escapa a un lector atento. Si aquí,
como es muy probable, se refiere a la destrucción inminente sobre la nación judía como juicio
del cielo por su rebelión contra Dios al rechazar y asesinar al Mesías, y al perseguir a sus
seguidores, (el griego) debe entenderse que significa "esta creencia", o la creencia en una verdad
particular que Él había estado inculcando, a saber, que Dios a su debido tiempo vengaría a sus
elegidos, y castigaría señaladamente a sus opresores; y (el griego) debe significar "el territorio",
a saber, Judea. Las palabras pueden traducirse de un modo o del otro -- la tierra como planeta o
el territorio; pero es evidente que éste último les da un significado más definido, y les une más
estrechamente con las que ls preceden. (Campbell sobre los Evangelios, vol. ii, p. 384). La
enseñanza de esta instructiva parábola no está agotada en manera alguna; y encontraremos que
arroja luz inesperada sobre un pasaje muy oscuro, en una futura etapa de esta investigación.
Mientras tanto, podemos referirnos a 2 Tesa. 1:4-10, que proporciona un notable comentario
sobre la parábola entera, y muestra la conexión entre la Parusía y la venganza de los elegidos.

INDICACIONES PROFÉTICAS DE LA CERCANA


CONSUMACIÓN DEL REINO DE DIOS

I. Parábola de las Minas

Lucas 19:11-27: "Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por
cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría
inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un
reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y le dijo:
Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras
él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Aconteció
que, vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a
los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el
primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. El le dijo: Está bien, buen
siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades.
Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo:
Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la
cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de tí, por cuanto eres
hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él
le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que
tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi
dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo
a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas.
Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le
dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis
enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos
delante de mí".
No puede dejar de impresionar a todo lector atento de la historia del evangelio cuántas
de las enseñanzas de nuestro Señor, al acercarse el fin de su ministerio, trataban del
tema del juicio venidero. Cuando pronunció esta parábola, estaba en camino a
Jerusalén para celebrar la última Pascua antes de padecer; y es notable cuántos de sus
discursos desde este tiempo parecen estar casi completamente absortos, no en su
propia muerte que se aproximaba, sino en la inminente catástrofe de la nación. No
sólo esta parábola de las minas, sino su lamento por Jerusalén (Luc. 19:41); su
maldición sobre la higuera (Mat. 21; Mar. 11); la parábola de los agricultores
malvados (Mat. 21; Mar. 12; Luc. 20); la parábola de las bodas del hijo del rey (Mat.
22); los ayes pronunciados sobre aquella generación (Mat. 23:29-36); el segundo
lamento por Jerusalén (Mat. 23:37-38); y el discurso profético en el Monte de los
Olivos, con las parábolas y las ilustraciones parabólicas añadidas como apéndices por
Mateo, todo esto se ocupa de este tema absorbente.

La consideración de estas indicaciones proféticas mostrará que la catástrofe anticipada


por nuestro Señor no era un suceso remoto, distante cientos y miles de años en el
futuro, sino un acontecimiento cuya sombra ya caía sobre aquella época y sobre
aquella nación; y que las Escrituras no nos autorizan en absoluto para suponer que
ninguna otra cosa, ni nada más que esto, está incluido en las palabras de nuestro
Salvador.

La parábola de las minas fue pronunciada por nuestro Señor para corregir una errónea
expectativa de parte de sus discípulos, de que "el reino de Dios" estaba a punto de
comenzar en seguida. No es de sorprenderse que hayan caído en este error. Juan le
Bautista había anunciado: "El reino de Dios se ha acercado". Jesús mismo había
proclamado el mismo hecho; y les había comisionado para que lo publicaran por las
ciudades y aldeas de Galilea. Como patriotas israelitas, se retorcían bajo el yugo de
Roma, y anhelaban las antiguas libertades de la nación. Como piadosos hijos de
Abraham, deseaban ver a todas las naciones bendecidas en él. Y había otros
sentimientos menos nobles que tenían cabida en sus mentes. ¿No era su propio
Maestro el Hijo de David, el rey que vendría? ¿Qué no podrían esperar ellos, que eran
sus seguidores y sus amigos? Esto les hacía competir entre ellos por el lugar de honor
en el reino. Esto hizo que los hijos de Zebedeo ansiaran obtener la promesa de las
posiciones más honorables, a la derecha y a la izquierda de Jesús, cuando él asumiera
la soberanía. Y ahora se acercaban a Jerusalén. El gran festival nacional de la Pascua
se acercaba; todo Israel acudía a la Santa Ciudad; y no había ninguna persona allí que
no ansiara ver a Jesús de Nazaret. ¿Qué más probable que el entusiasmo popular
pondría a su Maestro en el trono de su padre David? Lo que deseaban, eso creían; y
"pensaban que el reino de Dios aparecería inmediatamente".
Pero el Señor refrenó sus entusiastas esperanzas y les indicó, en una parábola, que
cierto intervalo debía transcurrir antes de que se cumplieran sus expectativas.
Tomando como base de la parábola un incidente bien conocido de la historia judía
reciente, es decir, el viaje de Arquelao a Roma para procurar del emperador la
sucesión a los dominios de su padre, Herodes el Grande, Jesús lo empleó como
ilustración apropiada de su propia partida de la tierra, y su subsiguiente retorno en
gloria. Mientras tanto, durante el tiempo de su ausencia, dio a sus siervos una tarea
que cumplir. "Negociad entre tanto que vengo". Debían ser diligentes y fieles, hasta
que su Señor regresase, cuando los siervos leales serían aplaudidos y recompensados,
y sus enemigos destruidos completamente.

Nada puede ser mejor que la explicación de Neander de esta parábola, aunque, en
realidad, puede decirse que se explica por sí sola. Sin embargo, puede ser bueno
insertar sus observaciones. "En esta parábola, en vista de las circunstancias en las
cuales fue pronunciada, y de la catástrofe que se aproximaba, se dan indicaciones
especiales de la partida de Cristo de la tierra, su ascensión, su regreso para juzgar a la
rebelde nación teocrática, y para consumar su dominio. Describe a un gran hombre
que viaja a la corte distante del poderoso emperador para recibir de él autoridad sobre
sus conciudadanos, y regresar con poder real. Así, Cristo no fue reconocido
inmediatamente en su posición real, sino que primero debía abandonar la tierra, dejar
a sus agentes para que adelantaran su reino, ascender al cielo, ser nombrado rey
teocrático, y regresar nuevamente para ejercer el poder que se le disputaba". (2)

Tal es la enseñanza de la parábola de las minas. Pero, aunque el reino de Dios no


habría de aparecer en el momento preciso en que sus discípulos lo esperaban, no se
sigue de ello que fue pospuesto desde entonces, y que la esperada consumación no
tendría lugar por cientos o miles de años. Esto falsificaría las más expresas
declaraciones de Cristo y de su precursor. ¿Cómo podrían haber dicho que el reino se
había acercado si no habría de aparecer durante milenios?

¿Cómo podría decirse de un acontecimiento que estaba cerca, si en realidad estaba


más distante que el período entero de la economía judía desde Moisés hasta Cristo? El
reino todavía podría estar cerca, aunque no tan cerca como los discípulos suponían.
Era conveniente que su Señor "se fuese", pero sólo "por un poco de tiempo", cuando
viniera a ellos nuevamente, y viniera "en su reino". Esta era la esperanza con la cual
vivían, la fe que habían predicado; y no podemos creer que ni su fe ni su esperanza
fuesen un engaño.

II. Lamento de Jesús Sobre Jerusalén

Lucas 19:41-44: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este día, lo que es para tu paz!
Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre tí, cuando tus
enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te
derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de tí, y no dejarán en tí piedra sobre piedra, por
cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".

Aquí pisamos terreno que no es debatible. Esta profecía es clara y perspicaz como la
historia. Ningún defensor de la teoría de interpretación del doble sentido ha propuesto
descubrir aquí nada que no sea Jerusalén y la desolación que se aproximaba.

No es la conflagración de la tierra, ni la disolución de la creación: es el sitio y la


demolición de la Ciudad Santa, y la matanza de sus ciudadanos, todo lo cual se
cumpliría históricamente antes de cuarenta años, y nada más. Pero, ¿por qué? ¿Por
qué no es posible el doble sentido aquí, como en la predicción hecha en el Monte de
los Olivos? La respuesta será, sin duda: Porque aquí todo es homogéneo y
consecutivo; el Salvador está mirando a Jerusalén, y hablando a Jerusalén, y
prediciendo un acontecimiento que habría de ocurrir prontamente. Pero esto es
también lo que sucede con la profecía de Mateo 24, donde los expositores encuentran,
a veces a Jerusalén, y a veces al mundo; a veces la terminación del gobierno judío, y a
veces la conclusión de la historia humana; a veces el año 70 d. C., y a veces un
período de tiempo todavía desconocido. Todavía veremos que la profecía del Monte
de los Olivos es no menos consecutiva, no menos homogénea, no menos una e
indivisible, que esta predicción clara y sencilla de la inminente destrucción de
Jerusalén. Si la teoría del doble sentido sirviera para algo, se encontraría que es
igualmente aplicable a la predicción que tenemos delante. Aquí, sin embargo, sus
propios defensores la descartan; porque el sentido común rehusa ver en este
conmovedor lamento otra cosa que no sea Jerusalén, y solamente Jerusalén.

III. Parábola de los Labradores Malvados

Mat. 21:33-46 Mar. 12:1-12 Luc. 20:9-19

"Oíd otra parábola. Hubo un "Un hombre plantó una "Un hombre plantó una viña,
hombre, padre de familia, el viña, la cercó de vallado, la arrendó a labradores, y se
cual plantó una viña, la cercó cavó un lagar, edificó una ausentó por mucho tiempo.
de vallado, cavó en ella un torre, y la arrendó a unos
lagar, edificó una torre, y la labradores, y se fue lejos. Y a su tiempo envió un
arrendó a unos labradores, y se siervo a los labradores, para
fue lejos. Y cuando se acercó Y a su tiempo envió un que le diesen del fruto de la
el tiempo de los frutos, envió siervo a los labradores, viña; pero los labradores le
sus siervos a los labradores, para que recibiese de golpearon, y le enviaron con
para que recibiesen sus frutos. éstos el fruto de la viña.
Mas los labradores, tomando a Mas ellos, tomándole, le las manos vacías.
los siervos, a uno golpearon, a golpearon, y le enviaron
otro mataron, y a otro con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo;
apedrearon. Envió de nuevo a mas ellos a éste también,
otros siervos, más que los Volvió a enviarles otro golpeado y afrentado, le
primeros; e hicieron con ellos siervo; pero enviaron con las manos
de la misma manera. apedréandole, le hirieron vacías.
en la cabeza, y también le
Finalmente les envió su hijo, enviaron afrentado. Y Volvió a enviar un tercer
diciendo: Tendrán respeto a mi volvió a enviar otro, y a siervo; mas ellos también a
hijo. Mas los labradores, éste mataron; y a otros éste echaron fuera, herido.
cuando vieron al hijo, dijeron muchos, golpeando a
entre sí: Este es el heredero; unos y matando a otros. Entonces el señor de la viña
venid, matémosle, y dijo: ¿Qué haré? Enviaré a
apoderémonos de su heredad. Por último, teniendo aún mi hijo amado; quizás
Y tomándole, le echaron fuera un hijo suyo, amado, le cuando le vean a él, le
de la viña, y le mataron. envió también a ellos, tendrán respeto. Mas los
diciendo: Tendrán respeto labradores, al verle, discutían
Cuando venga, pues, el señor a mi hijo. Mas aquellos entre sí, diciendo: Este es el
de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores dijeron entre heredero; venid, matémosle,
labradores? sí: Este es el heredero; para que la heredad sea
venid, matémosle, y la nuestra.
Le dijeron: A los malos heredad será nuestra.
destruirá sin misericordia, y Y le echaron fuera de la viña,
arrendará su viña a otros Y tomándole, le mataron, y le mataron. ¿Qué, pues, les
labradores, que le paguen el y le echaron fuera de la hará el señor de la viña?
fruto a su tiempo. Jesús les viña. ¿Qué, pues, hará el
dijo: ¿Nunca leísteis en las señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos
Escrituras: La piedra que labradores, y dará su viña a
desecharon los edificadores, ha Vendrá, y destruirá a los otros. Cuando ellos oyeron
venido a ser cabeza del ángulo. labradores, y dará su viña esto, dijeron: ¡Dios nos
El Señor ha hecho esto, y es a otros. libre!
cosa maravillosa a nuestros
ojos? Por tanto os digo, que el ¿Ni aun esta escritura Pero él, mirándolos, dijo:
reino de Dios será quitado de habéis leído: La piedra ¿Qué, pues, es lo que está
voostros, y será dado a gente que desecharon los escrito: La piedra que
que produzca los frutos de él. edificadores ha venido a desecharon los edificadores
Y el que cayere sobre esta ser cabeza del ángulo; el ha venido a ser cabeza del
piedra será quebrantado; y Señor ha hecho esto, y es ángulo?
sobre quien ella cayere, le cosa maravillosa a
Todo el que cayese sobre
desmenuzará. Y oyendo sus nuestros ojos? aquella pieda, será
parábolas los principales quebrantado; mas sobre
sacerdotes y os fariseos, Y procuraban prenderle, quien ella cayere, le
entendieron que hablaba de porque entendían que desmenuzará.
ellos. Pero al buscar cómo decía contra ellos aquella
echarle mano, temían al parábola; pero temían a la Procuraban los principales
pueblo, porque éste le tenía por multitud, y dejándole, se sacerdotes y los escribas
profeta". fueron". echarle mano en aquella
hora, porque comprendieron
que contra ellos había dicho
esta parábola".

Esta parábola, registrada en términos casi idénticos por los sinopticistas, apenas
necesita interpretación. Su referencia local, personal, y nacional es demasiado
manifiesta para ser puesta en duda. La viña es la tierra de Israel; el señor de la viña es
el Padre; sus mensajeros son sus siervos los profetas; su único y amado hijo es el
Señor Jesús mismo; los labradores son los judíos rebeldes y perversos; el castigo es la
catástrofe venidera en la Parusía, cuando, como bien lo expresa Neander, "la relación
teocrática se rompe, y el reino es traspasado a otras naciones que produzcan los frutos
correspondientes".

La aplicación de esta parábola al pueblo del tiempo de nuestro Salvador es tan directa
y explícita, que podría suponerse que ningún crítico tendría que buscarle un
significado oculto o una referencia ulterior. Los principales sacerdotes y los fariseos
pensaban que "la había pronunciado contra ellos"; e hicieron un gesto de dolor bajo el
látigo. Tal como está, es perfectamente clara e inteligible; pero la exégesis de un
teólogo puede volverla realmente turbia y oscura. Por ejemplo, Lange comenta así el
versículo 41.

La Parusía de Cristo es consumada en su última venida, pero no es una con ella. En


principio, comienza con la resurrección (Juan 16:16); continúa como un poder a
través del período del Nuevo Testamento (Juan 14:3-19); y es consumada en el más
estricto sentido en el advenimiento final (I Cor. 15:23; Mat. 25:31; 2 Tesa. 2, etc.). (3)

Aquí tenemos, no una venida, ni la venida de Cristo, pero nada menos que tres
venidas, separadas y distintas, o una venida de tres clases diferentes - una venida
continua que ha estado ocurriendo ya por casi dos mil años, y puede continuar por dos
mil años más, que sepamos. Pero de todo esto no se da ni un indicio en el texto, ni en
ninguna otra parte. Es meramente adorno humano, sin una sola partícula de autoridad
bíblica, inventado en virtud de una teoría de interpretación de doble o triple sentido.
Mucho más sobria es la explicación de Alford: "Podemos observar que nuestro Señor
hace que 'cuando el Señor venga' [o[tan e[lth o/ kuriov] coincida con la destrucción
de Jerusalén, que es, incontestablemente, la destrucción de los labradores malvados.
Por lo tanto, este pasaje forma una clave importante de las profecías de nuestro Señor,
y una justificación decisiva para los que, como yo, sostienen que la venida del Señor,
en muchos lugares, ha de identificarse principalmente con esa destrucción". (4)

Es lamentable que esta nota, por lo demás acertada y sensata, esté estropeada por las
frases "en muchos lugares" y "principalmente", pero es, sin embargo, una admisión
importante. Sin duda, aquí encontramos efectivamente "una clave importante de las
profecías de nuestro Señor", pero la clave maestra es la que ya hemos encontrado en
Mat. 16:27, 28, que sirve para abrir, no sólo éste, sino muchos otros dichos oscuros en
los oráculos proféticos.

IV. Parábola de las bodas del hijo del rey

Mat. 22:1-14. "Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo: El


reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo; y envió a
sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir. Volvió
a enviar a otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi
comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto;
venid a las bodas. Más ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus
negocios; y otros, tomando a los siervos, los afrentaron y los mataron. Al oirlo el rey,
se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad.
Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que
fueron convidados no eran dignos. Id, pues, a las salidas d elos caminos, y llamad a
las bodas a cuantos halléis. Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos
los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados.
Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido
de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él
enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle
en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. Porque muchos son
llamados, y pocos escogidos".

Esta parábola guarda un gran parecido con la de la Gran Cena de Lucas 14. Es posible
que las dos parábolas sean sólo versiones diferentes del mismo original. La cuestión,
sin embargo, no afecta la discusión actual, y no puede probarse que estas parábolas no
fueron pronunciadas en ocasiones diferentes. La moraleja de ambas es la misma; pero
la naturaleza de la parábola registrada por Mateo es más claramente escatológica que
la de Lucas. Apunta claramente a la cercana consumación del "reino de los cielos". La
venganza que el rey tomó de los asesinos de su hijo y contra su ciudad fija la
aplicación a Jerusalén y a los judíos. Los ejércitos romanos no eran sino los ejecutores
de la justicia divina; y Jerusalén pereció por su culpa y su rebelión contra su Rey.

En sus notas sobre esta parábola, y aunque reconoce una referencia parcial y primaria
a Israel y a Jerusalén, Alford también encuentra que se extiende mucho más allá de su
alcance aparente, y se divide en dos actos, el primero de los cuales es pasado, y
termina en el versículo 10; mientras que un nuevo acto se abre con el versículo 11,
que todavía está en el futuro. Esto implica que el juicio de Israel y de Jerusalén no
proporciona un cumplimiento pleno y exhaustivo de las palabras de nuestro Señor.
Por una parte, tenemos las enseñanzas de Cristo mismo - sencillas, claras, y nada
ambiguas; por la otra, la especulación conjetural del crítico, sin una chispa de
evidencia ni autoridad de la palabra de Dios. Algunos se mofarán diciendo que
exponer la parábola de acuerdo con su sencillo significado histórico es poco profundo,
superficial, y poco espiritual, y tratan de encontrar en ella significados ulteriores y
ocultos, enigmas oscuros y profundos, profundidades místicas, que nadie sino los
teólogos pueden explorar - ¡esto es perspicacia crítica, aguda penetración, gran
espiritualidad! En nuestra opinión, todo este atribuir hipótesis humanas y dobles
sentidos a las predicciones de nuestro Señor es completamente incompatible con la
crítica sobria, o con la verdadera reverencia por la palabra de Dios; esto no es crítica,
sino misticismo, y oscurece la verdad, en vez de aclararla. Entonces, a riesgo de ser
considerados superficiales y poco profundos, nos aferraremos a las sencillas
enseñanzas de las palabras de la Biblia, haciendo oídos sordos a todas las
especulaciones fantásticas y conjeturales de origen meramente humano, no importa
cuán instruida o digna sea la dirección de donde vengan.

V. Ayes Pronunciados Sobre los Escribas y los Fariseos

Mateo 23:29-36 Lucas 11:47-51

"Ay de vosotros, escribas y fariseos, "¡Ay de vosotros, que edificáis los


hipócritas! porque edificáis los sepulcros sepulcros de los profetas a quienes mataron
de los profetas, y adornáis los vuestros padres!
monumentos de los justos, y decís: Si
hubiésemos vivido en los días de nuestros De modo que sois testigos y consentidores
padres, no hubiéramos sido sus cómplices de los hechos de vuestros padres; porque a
en la sangre de los profetas. Así que dais la verdad ellos los mataron, y vosotros
testimonio contra vosotros mismos, de edificáis sus sepulcros.
que sois hijos de aquellos que mataron a
los profetas. ¡Vosotros también llenad la Por eso la sabiduría de Dios también dijo:
medida de vuestros padres! ¡Serpientes, Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos,
generación de víboras! ¿Cómo escaparéis a unos matarán y a otros perseguirán, para
de la condenación del infierno? Por tanto, que se demande de esta generación la
he aquí yo os envío profetas y sabios y sangre de todos los profetas que se ha
escribas; y de ellos, a unos mataréis y derramado desde la fundación del mundo,
crucificaréis, y a otros azotaréis en desde la sangre de Abel hasta la sangre de
vuestras sinagogas, y perseguiréis de Zacarías, que murió entre el el altar y el
ciudad en ciudad; para que venga sobre templo; sí, os digo que será demandada de
vosotros toda la sangre justa que se ha esta generación".
derramado sobre la tierra, desde la sangre
de Abel el justo hasta la sangre de
Zacarías hijo de Berequías, a quien
matásteis entre el templo y el altar. De
cierto os digo que todo esto vendrá sobre
esta generación".

Se verá que Lucas da este pasaje como pronunciado en una relación diferente, y en
una ocasión diferente, de las de Mateo. Si nuestro Señor pronunció las mismas
palabras en dos ocasiones diferentes, o si las palabras fueron transpuestas por Lucas
de su relación original, no es una cuestión fácil de establecer. La primera hipótesis no
parece probable, y no se recomienda ella misma a la mente crítica. Los apotegmas y
dichos cortos parabólicos, como "muchos son los llamados pero pocos los escogidos",
"los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos", pueden haberse repetido en
varias ocasiones; pero difícilmente puede imaginarse que discursos relacionados y
detallados, como el Sermón del Monte, el discurso profético sobre el Monte de los
Olivos, y esta acusación contra los escribas y fariseos, hayan sido repetidos palabra
por palabra en diferentes ocasiones. Como ya hemos visto, es un error buscar un
estricto orden cronológico en las narraciones de los evangelistas; se admite de modo
general que ellos algunas veces ponían juntos hechos que tenían una relación natural,
de manera bastante independiente del orden cronológico en que ocurrieron.

Stier dice de la cronología de Lucas en general: "Dos cosas están suficientemente


claras: Primera, que él menciona ocurrencias individuales sin tener en cuenta
estrictamente la cronología, aún repitiendo e intercalando algunas cosas registradas en
otros lugares", etc.

Neander hace la siguiente observación sobre el pasaje que tenemos delante: "Del
mismo modo que este último discurso narrado por Mateo contiene varios pasajes
narrados por Lucas en la conversación de la mesa (cap. 11), Lucas inserta allí este
anuncio profético, cuya correcta posición se encuentra en Mateo". (5) Sin embargo, no
podemos concordar con la opinión de Neander, de que "este discurso, como aparece
en Mat. 23, contiene muchos pasajes pronunciados en otras ocasiones" (6). Nos parece
imposible leer el capítulo veintitrés de Mateo sin percibir que es un discurso continuo
y relacionado, pronunciado en una ocasión, derivándose sus diferentes partes de, y
siguiéndose, las unas a las otras naturalmente. Su misma estructura, que consiste de
siete ayes (7), pronunciados contra los hipócritas que pretendían ser santos y eran los
guías ciegos del pueblo - y la solemne ocasión en la que fue pronunciado, siendo el
discurso público filial [sic] de nuestro Señor - obligan irresistiblemente la conclusión
de que es un todo completo, y que Mateo nos da la forma original del discurso.

Pero dilucidar esta cuestión no es esencial para esta investigación. Mucho más
importante es observar cómo nuestro Señor cierra su ministerio público en términos
casi idénticos a aquellos con los cuales su precursor se dirigía a la misma clase de
gentes: "¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del
infierno?" Esta no es ninguna coincidencia fortuita. Evidentemente, es la deliberada
adopción de las palabras del Bautista, cuando habló de la "ira venidera". Israel había
rechazado asimismo el severo llamado al arrepentimiento que le había hecho el
segundo Elías, y las tiernas amonestaciones del Cordero de Dios. La medida de su
culpa estaba casi llena, y el "día de la ira" llegaba rápidamente.

Pero el punto que merece atención especial es la particular aplicación de este discurso
a la misma época del Salvador. "De cierto os digo: Todo esto acontecerá a esta
generación". "Esto será requerido de esta generación". Ciertamente no hay aquí la
pretensión de una referencia primaria y una secundaria. Ningún expositor negará que
estas palabras tienen una única y exclusiva explicación a la generación del pueblo
judío que entonces vivía sobre la tierra. Hasta Dorner, que arguye de lo más
enérgicamente a favor de una gran variedad de significados de la palabra genea
[generación], admite con franqueza que aquí sólo puede referirse a los
contemporáneos de nuestro Señor: "Hoc ipsum hominum aevum". (8) Esta es una
admisión de la mayor importancia. Nos permite fijar el verdadero significado de la
frase: "Esta generación", que juega un papel tan importante en varias de las
predicciones de nuestro Señor, y notablemente en la gran profecía pronunciada en el
Monte de los Olivos. En el pasaje que tenemos delante, las palabras son incapaces de
ninguna otra aplicación que no sea la generación existente de la nación judía, que es
representada por nuestro Señor como heredera de todas las generaciones precedentes,
que había heredado la depravación y la rebeldía del carácter nacional, y estaba
destinada a perecer en el diluvio de ira que se había estado acumulando a través de los
siglos, y por fin estaba a punto de arrollar a la tierra culpable.

VI. El Segundo Lamento de Jesús Sobre Jerusalén


Mateo 23:37-39 Luc. 13:34, 35

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas, y apedreas a los que te son profetas, y apedreas a los que te son
enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a
tus hijo, como la gallina junta sus tus hijos, como la gallina a sus polluelos
polluelos debajo de las alas, y no quisiste! debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí,
He aquí vuestra casa os es dejada vuestra casa os es dejada desierta; y os
desierta. Porque os digo que desde ahora digo que no me veréis, hasta que llegue el
no me veréis, hasta que digáis: Bendito el tiempo en que digáis: Bendito el que
que viene en el nombre del Señor". viene en el nombre del Señor".

Aquí tenemos nuevamente otro ejemplo de esas discrepancias en la historia del


evangelio que causa perplejidad a los armonistas. Lucas registra este conmovedor
apóstrofe de nuestro Señor en una relación bastante diferente de la de Mateo. Sin
embargo, apenas podemos suponer que estas ipsissima verba fueron pronunciadas en
más de una ocasión, a saber, las especificadas por Mateo. Dice Dorner: "Que estas
palabras: 'He aquí, vuestra casa os dejada desierta', fueron pronunciadas por Cristo, no
donde las coloca Lucas, sino donde las pone Mateo, lo muestran las palabras mismas;
porque fueron pronunciadas cuando nuestro Señor partía del templo para no regresar
más a él hasta que viniera en juicio". (9) Lange dice que el pasaje es colocado antes
por Lucas "por razones pragmáticas". En todo caso, podemos correctamente
considerar las palabras como pronunciadas en la ocasión indicada por Mateo.

Como tal, su colocación es de lo más sugerente. Esta patética amonestación mitiga la


severidad de las anteriores acusaciones, y cierra el ministerio de nuestro Señor con un
estallido de humana ternura y divina compasión. Como bien dice el Dr. Lange: "El
Señor llora y se lamenta sobre su propia Jerusalén en ruinas ... Su peregrinaje entero
en la tierra fue agitado por su angustia sobre Jerusalén, como la gallina que ve al
águila amenazante en el cielo, y ansiosamente trata de juntar a sus polluelos bajo sus
alas. Con una tal angustia veía Jesús a las legiones romanas aproximarse para juicio
sobre los hijos de Jerusalén, y trataba de salvarles con las más fuertes solicitaciones de
amor, pero en vano. ¡Eran como hijos muertos a la voz del amor maternal!" (10)

¿Es necesario decir que aquí está Jerusalén, y sólo Jerusalén? No hay ninguna
ambigüedad, ninguna referencia doble; ningún cumplimiento próximo y final se
conciba aquí. Un pensamiento, un sentimiento, un propósito llenaba el corazón de
Jesús - ¡Jerusalén, la ciudad de Dios, la amada, la culpable, la condenada! Su suerte
estaba ahora poco menos que sellada, y el corazón de nuestro Salvador se le oprimía
de angustia al darle el último adiós.
Pero, ¿cómo debemos entender las palabras finales: "No me veréis más, hasta que
digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor"? Esta frase: "Bendito el que
viene en el nombre del Señor" es la fórmula reconocida que empleaban los judíos al
hablar de la venida del Mesías - el saludo mesiánico: equivalente a "Salve, ungido de
Dios". Se supone generalmente que fue adoptado de Sal. 118:26. Por lo tanto, vendría
un momento en que esta salutación sería apropiada. El Señor que salía del templo
retornaría a su templo una vez más. Más que esto, aquella misma generación
presenciaría aquel regreso. Esto se da a entender claramente en la forma del lenguaje
del Salvador: "No me veréis más hasta que digáis", etc. - palabras que estarían
desprovistas de la mitad de su significado si las personas a las que se refiere la
primera parte de la oración no fuesen las mismas que aquéllas a las que se refiere la
segunda parte. Nada puede ser más claro y explícito que la referencia de principio a
fin al pueblo de Jerusalén, los contemporáneos de Cristo. Ellos y Él habrían de
encontrarse otra vez; y el Mesías, el Señor a quien profesaban buscar tan
ansiosamente, vendría súbitamente a su templo, según el dicho de Malaquías el
profeta. Ellos esperaban aquella venida como un acontecimiento para ser recibido con
gozo; pero habría de ser de muy distinta manera. "¿Y quién podrá soportar el tiempo
de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?" Ese día habría de
traer la desolación de la casa de Dios, la destrucción de su existencia nacional, el
estallido de la ira contenida de Dios sobre Israel. Este era el regreso, el reunirse
nuevamente, al cual el Salvador alude aquí. ¿Y no es ésta la mismísima cosa que Él
había declarado una y otra vez? ¿No había Él dicho hacía bien poco que "sobre esta
generación" vendrían los siete ayes que Él acababa de pronunciar? (Ver. 36). ¿No
había afirmado solemnemente que algunos que entonces vivían verían al Hijo del
hombre viniendo en gloria, con sus ángeles, "para dar a cada uno según sus obras" --
esto es, que vendría a juzgar? ¿Es posible adoptar la extraña hipótesis de algunos
comentaristas de nota, de que con estas palabras nuestro Salvador quiere decir que
nunca volvería a ser visto por aquéllos a los cuales hablaba, hasta que un Israel
convertido y cristiano, en alguna época muy distante en el tiempo, estuviese preparado
para recibirle como Rey de Israel? Esto sería realmente tomarse injustificadas
libertades con las palabras de la Escritura. Nuestro Señor no dice: "No me veréis hasta
que ellos digan, o, hasta que otra generación diga; sino, "hasta que [vosotros] digáis",
etc. No se sigue de ninguna manera que, porque la salutación mesiánica se cita aquí, el
pueblo que se supone que la usa estaba preparado para entrar en su verdadero
significado. Aquellas mismas palabras habían sido exclamadas por multitudes en las
calles de Jerusalén sólo uno o dos días antes, pero fueron cambiadas por "¡Crucifícale,
crucifícale!" en muy breve espacio de tiempo. Aquellas palabras simplemente denotan
el hecho de su venida. Los infelices a quienes nuestro Salvador hablaba no podían
adoptar el saludo mesiánico en su sentido verdadero y más alto; ellos jamás dirían:
"Bendito el que", etc., pero presenciarían su venida - la venida con la cual aquella
fórmula estaba asociada indisolublemente, es decir, la Parusía.
Sostenemos, entonces, que, no sólo estamos justificados, sino obligados, a llegar a la
conclusión de que aquí nuestro Señor se refiere a su venida para destruir a Jerusalén y
cerrar la era judía, según sus expresas declaraciones, dentro del período de la
generación que entonces existía. La historia verifica la profecía. Menos de cuarenta
años después del tiempo en que fueron pronunciadas estas palabras, Judea y su pueblo
fueron abrumados por el diluvio de ira predicho por el Señor. Su tierra fue asolada; su
casa fue dejada desierta; Jerusalén, y sus hijos con ella, fueron sumergidos en una
ruina común.

VII. La Profecía Del Monte de los Olivos

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE [LA PARUSÍA]


ANTES DE QUE PASARA AQUELLA GENERACIÓN

MAT. 24; MAR. 13; LUC. 21

Ahora entramos a considerar el que es, con mucho, el pronunciamiento más completo
y más explícito de nuestro Señor tocante a su venida, y los solemnes acontecimientos
relacionados con ella. El discurso o la conversación en el Monte de los Olivos es la
gran profecía del Nuevo Testamento, y no sería incorrecto llamarla el Apocalipsis de
los evangelios. De la interpretación de este discurso profético dependerá que
comprendamos correctamente las predicciones contenidas en los escritos apostólicos;
porque casi se puede decir que no hay nada en las epístolas que no esté en los
evangelios. Esta profecía de nuestro Salvador es el gran depósito del cual se derivan
principalmente las declaraciones proféticas de los apóstoles.

La opinión comúnmente aceptada de la estructura de este discurso, que casi se da por


sentada, tanto por expositores como por los lectores en general, es que nuestro Señor,
al responder a la pregunta de sus discípulos con respecto a la destrucción del templo,
mezcla con ese acontecimiento la destrucción del mundo, el juicio universal, y la
consumación final de todas las cosas. Imperceptiblemente, se supone, la profecía se
desliza de la ciudad y el templo de Jerusalén, y su destino inminente en el futuro
inmediato, a otra catástrofe, infinitamente más tremenda, en el futuro lejano e
indefinido. Sin embargo, tan entremezcladas están las alusiones - ya a Jerusalén, ya al
mundo en genneral; ya a Israel, ya a la raza humana; ya a los acontecimientos
cercanos, ya a acontecimientos indefinidamente remotos - que distinguir y asignar las
varias referencias y los varios temas es extremadamente difícil, si no imposible.

Quizás la manera más justa de mostrar los puntos de vista de los que arguyen a favor
de un doble significado en este discurso profético sea presentar el esquema o plan de
la profecía propuesto por el Dr. Lange, y adoptado por muchos notables expositores.
"En armonía con el estilo apocalíptico, Jesús presentó los juicios de su venida en una
serie de ciclos, cada uno de los cuales muestra el futuro entero, pero de tal manera,
que con cada nuevo ciclo el escenario parece aproximarse a y parecerse aún más de
cerca a la catástrofe final. Así, el primer ciclo delinea el curso entero del mundo hasta
el fin, en sus características generales (vers. 4-14). El segundo da las señales de la
destrucción de Jerusalén que se acerca, y pinta esta misma destrucción como señal y
principio del juicio del mundo, que desde ese día en adelante continúa en silenciosos y
reprimidos días de juicio hasta el fin (ver. 15-28). El tercero describe el súbito fin del
mundo, y el juicio que sigue (ver. 29-44). Luego sigue una serie de parábolas y
símiles, en las cuales el Señor pinta el juicio mismo, que se desarrolla en una sucesión
orgánica de varios actos. En el último acto, Cristo revela su majestad judicial
universal. El Cap. 24:45-51 presenta el juicio sobre los siervos de Cristo, o el clero.
Cap. 25:1-13 (las vírgenes prudentes y las vírgenes fatuas) presenta el juicio sobre la
iglesia, o el pueblo. Luego sigue el juicio sobre los miembros individuales de la
iglesia (ver. 14-30). Finalmente, los vers. 31-46 introducen el juicio universal del
mundo". (11)
No muy diferente es el esquema propuesto por Stier, que encuentra tres venidas
diferentes de Cristo, "que en perspectiva se cubren entre sí":

"1. La venida del Señor para juzgar al judaísmo. 2. Su venida para juzgar a la
degenerada cristiandad anti-cristiana. 3. Su venida para juzgar a todas las naciones
paganas - el juicio final del mundo, todas las cuales juntas son la segunda venida de
Cristo, y con respecto a su similitud y diversidad son registradas exactamente por
Mateo como saliendo de la boca de Cristo".

Tal es el elaborado y complicado esquema adoptado por algunos expositores; pero hay
contra él obvias y graves objeciones que, mientras más son consideradas, más
formidables parecen, si no fatales.

1. Puede hacerse una objeción, in limine, a los principios envueltos en este método de
interpretar la Escritura. ¿Debemos buscar significados dobles, triples, y múltiples,
profecías dentro de profecías, y misterios envueltos en misterios, donde podríamos
razonablemente haber esperado una respuesta sencilla a una pregunta sencilla? ¿Puede
alguien estar seguro de entender las Escrituras si éstas son enigmáticas u obscuras?
¿Es ésta la manera en que el Salvador enseñaba a sus discípulos, dejando que
tanteasen el camino a través de intrincados laberintos, que irresistiblemente sugieren
la astronomía ptolemaica - "Ciclo y epiciclo, orbe en orbe"? Ciertamente, una
revelación tan ambigua y obscura puede difícilmente llamarse revelación, y más
parece un oráculo de Delfos, o una sibila de Cuma, que la enseñanza de Aquél a quien
el pueblo escuchaba gustosamente.
2. Apenas se pretenderá que, si la exposición de Lange y la de Stier es correcta, los
discípulos que escuchaban los dichos de Jesús en el Monte de los Olivos pudieron
haber comprendido o seguido la dirección de su discurso. En todo momento, eran
lentos para entender las palabras de su Maestro; pero sería darles crédito a su
asombroso poder de penetración suponer que eran capaces de sortear su camino a
través de tal laberinto de venidas, que se extendían a través de "una serie de ciclos,
cada uno de los cuales presenta el futuro entero, pero de tal manera que, con cada
nuevo ciclo, la escena parece aproximarse y parecerse más de cerca a la catástrofe
final".

Para el lector corriente, no es fácil seguir al crítico ingenioso a través de su tortuoso


esquema; pero es claro que los discípulos deben haberse sentido irremediablemente
desconcertados en medio de una avalancha de crisis y catástrofes desde la caída de
Jerusalén hasta el fin del mundo. Quizás debe decírsenos, sin embargo, que no es
importante si los discípulos entendieron o no la respuesta de nuestro Señor: no era a
ellos a los que Él hablaba; era a las edades futuras, a las generaciones que todavía no
habían nacido, que sin embargo estaban destinadas a encontrar la interpretación de la
profecía tan embarazosa para ellos como lo era para los portadores originales.
Ninguna palabra para repudiar tal sugerencia es demasiado fuerte. Los discípulos
fueron a su Maestro con una pregunta sencilla y honesta, y es increíble que Él se
burlase de ellos dándoles por respuesta un acertijo ininteligible. Debe suponerse que
el Salvador quería que sus discípulos entendieran sus palabras, y debe suponerse que
las entendieron.

3. La interpretación que estamos considerando parece estar fundamentada en una


errónea interpretación de la pregunta que los discípulos hicieron a nuestro Señor, así
como de la respuesta a la pregunta.

Se supone por lo general que los discípulos vinieron a nuestro Señor con tres
preguntas diferentes, relativas a diferentes acontecimientos separados entre sí por un
largo intervalo de tiempo; que la primera pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?", se
refería a la próxima destrucción del templo; que la segunda y la tercera preguntas,
"¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", se refería a sucesos muy
posteriores a la destrucción de Jerusalén y que, de hecho, todavía no han tenido lugar.
Se supone que la respuesta de nuestro Señor se conforma a esta triple pregunta, y que
esto da forma a su discurso entero. Ahora, considérese cuán completamente
improbable es que los discípulos tuvieran en sus mentes algún esquema del futuro,
como si fuera un mapa. Sabemos que ellos acababan de ser sacudidos y quedar
estupefactos por la predicción de su Maestro tocante a la total destrucción de la
gloriosa casa de Dios que tan recientemente habían estado contemplando con
admiración. Todavía no habían tenido tiempo de recuperarse de su sorpresa, cuando
fueron a Jesús con la pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?", etc. ¿No es razonable
suponer que sólo un pensamiento les poseía en ese momento - la portentosa calamidad
que esperaba a la magnífica estructura, gloria y belleza de Israel? ¿Era ése un
momento en que sus mentes estarían ocupadas con un futuro distante? ¿No debía su
alma entera estar concentrada en el destino del templo? ¿Y no debían estar ansiosos de
saber qué señales se darían de la proximidad de la catástrofe? Es imposible decir si
relacionaron en su imaginación la destrucción del templo con la disolución de la
creación y el fin de la historia humana; pero podemos, sin peligro, llegar a la
conclusión de que en sus mentes predominaba el anuncio que el Señor acababa de
hacer: "De cierto os digo, que no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada".
Por el lenguaje del Salvador, deben haber colegido que la catástrofe era inminente; y
su ansiedad era por saber el momento y las señales de su llegada. Marcos y Lucas
hacen que la pregunta de los discípulos se refiera a un suceso y una ocasión -
"¿Cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de
cumplirse?" Por lo tanto, no es sólo presumible, sino indudable, que las preguntas de
los discípulos se refieren sólo a diferentes aspectos del mismo y gran acontecimiento.
Esto armoniza las afirmaciones de Mateo con las de los otros evangelistas, y
claramente lo requieren las circunstancias del caso.

4. La interpretación que estamos discutiendo descansa también en una concepción


errónea y engañosa de la frase "fin del mundo" (época) [τον αι ω νοϕ]. No es
sorprendente que simples lectores de habla inglesa del Nuevo Testamento supongan
que esta frase significa en realidad la destrucción del mundo material; pero tal error no
debería recibir el apoyo de hombres de saber. Ya hemos tenido ocasión de subrayar
que el verdadero significado de (aion) no es mundo, sino época; que, como su
equivalente en latín, aevum, se refiere a un período de tiempo: así, "el fin de la época"
[τον/αι ω νοϕ] significa la proximidad del fin de la época o era o dispensación judía,
como nuestro Señor lo indicaba con frecuencia. Todos los pasajes que hablan del "fin"
[το τε λοϕ] "el fin del tiempo", o "el fin de los tiempos", se refieren a la misma
consumación, y siempre como que está a las puertas. En 1Cor. 10:11, Pablo dice: "Y
estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a
nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos", dando a entender que se
consideraba a sí mismo y a sus lectores como viviendo cerca de la conclusión de un
aeon, o era.

Así, en la epístola a los Hebreos, encontramos la notable expresión: "Pero ahora, en la


consumación de los siglos (erróneamente traducida: El fin del mundo), se presentó
una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26), mostrando
claramente que el escritor consideraba la encarnación de Cristo como teniendo lugar
cerca del fin del eon, o período dispensacional. Suponer que quería decir cerca del fin
del mundo, o cerca de la destrucción del planeta material, sería hacerle escribir falsa
historia y mala gramática. De hecho, no sería verdad, porque el mundo ha durado más
desde la encarnación que la duración de toda la economía mosaica, desde el éxodo
hasta la destrucción del templo. Por lo tanto, es inútil decir que el "fin del siglo" puede
significar un período prolongado, que se extiende desde la encarnación hasta nuestro
propio tiempo, y aún más allá. Eso sería un eón, no el fin de todos los hombres. El eón
del que hablaba nuestro señor estaba a punto de terminar en una gran catástrofe; y una
catástrofe no es un proceso prolongado, sino un acto definitivo y culminante. Nos
vemos obligados, por lo tanto, a llegar a la conclusión de que "el fin del siglo", o [τον
αι ω νοϕ] se refiere solamente a la cercana terminación de la era o dispensación
judía.

5. Ciertamente puede objetarse que, aún admitiendo que los apóstoles hayan estado
ocupados exclusivamente con la suerte del templo y los acontecimientos de su propio
tiempo, no hay razón para que el Señor no excediera los límites de la visión de ellos y
no extendiera una mirada profética hacia los siglos de un futuro distante. No hay duda
de que podía hacerlo; pero, en ese caso, deberíamos esperar algún atisbo o sugerencia
de ese hecho; alguna línea bien definida entre el futuro inmediato y el indefinidamente
remoto. Si el Salvador pasa de Jerusalén y su día de condenación, al mundo y su día
del juicio, sería sólo razonable buscar alguna frase como "Después de muchos días", o
"Sucederá después de estas cosas", que marcara la transición. Pero en vano buscamos
alguna indicación de este tipo. Son por entero insatisfactorios los intentos de los
expositores de trazar líneas de transición en esta profecía, mostrando dónde deja de
hablar de Jerusalén e Israel y pasa a hablar de acontecimientos remotos y
generaciones que todavía no habían nacido. Nada puede ser más arbitrario que las
divisiones que se intentan establecer; no soportan ni el examen de un momento, y son
incompatibles con las expresas afirmaciones de la profecía misma. ¿Puede creerse que
algunos expositores encuentran un punto de transición en Mateo 24:29, donde las
propias palabras de nuestro Señor hacen totalmente inadmisible la idea misma por
medio de su propia observación sobre el tiempo, pues dice "inmediatamente"? Si, en
presencia de tal autoridad, puede hacerse una sugerencia tan precipitada, ¿qué no
puede esperarse en casos señalados con menos fuerza? Pero, la verdad es que todos
los intentos de establecer divisiones y transiciones imaginarias en la profecía fracasan
de modo notable. Que cualquier lector imparcial y honesto juzgue el esquema del Dr.
Lange, que puede ser considerado representante de la escuela de los expositores del
doble sentido, en su distribución de este discurso de nuestro Señor, y diga si es posible
discernir algún vestigio de una división natural donde él traza líneas de transición. Su
primera sección, desde el ver. 4 al ver. 14, la titula

"Señales, y la manifestación del fin del mundo en general”.


¡Cómo! ¿Es concebible que nuestro Señor, a punto de responder a los corazones
ansiosos y palpitantes, llenos de ansiedad por las calamidades que Él decía eran
inminentes, comenzara hablando del "fin del mundo en general"? Ellos pensaban en el
templo y el futuro inmediato. ¿Hablaría Jesús del mundo y del tiempo
indefinidamente remoto? Pero, ¿hay algo en esta primera sección que no sea aplicable
a los discípulos mismos y a su tiempo? ¿Hay algo que no ocurrió realmente en su
propio tiempo? "Sí," se dirá, "el evangelio del reino no se ha predicado todavía a todo
el mundo por testimonio a todas las naciones". Pero tenemos este mismo hecho
atestiguado por Pablo (Col. 1:5, 6): "La palabra verdadera del evangelio, que ha
llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo", etc.; y nuevamente (Col. 1:23): "El
evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del
cielo". Existía, pues, en el tiempo de los apóstoles, tal difusión mundial del evangelio
como para satisfacer las predicciones del Salvador: "Y será predicado este evangelio
del reino en todo el mundo" (οικεµενε).

Pero la objeción decisiva a este esquema es que es evidente que el pasaje entero está
dirigido a los discípulos, y habla de lo que ellos verían, de lo que ellos harían, de lo
que ellos sufrirían; todo esto cae dentro de su propia observación y experiencia, y no
se puede hablar de ellos como si se tratara de un auditorio invisible en una época muy
distante en el futuro lejano, que aún hoy no ha tenido lugar en la tierra.

La siguiente división de Lange, que comprende desde el ver. 15 hasta el ver. 22, se
titula

"señales del fin del mundo en particular: (a) La Destrucción de Jerusalén”.

Sin detenernos a investigar la relación de estas ideas, es satisfactorio ver que por fin se
introduce a Jerusalén. Pero, ¡cuán antinatural es la transición de "el fin del mundo" a
la invasión de Judea y al sitio de Jerusalén! ¿Podrían los discípulos haber dado tan
súbito e inmenso salto? ¿Podría haber sido inteligible para ellos, o es inteligible en la
actualidad? Pero, obsérvese el punto de transición, como lo fija Lange en el vers. 15:
"Por tanto, cuando veáis la abominación desoladora", etc. Esto ciertamente no es
transición, sino continuidad: todo lo que precede conduce a este punto; las guerras,
las hambrunas, las pestilencias, las persecuciones, y los martirios; todo esto preparaba
y era la introducción para el "fin"; esto es, para la catástrofe final que habría de
sobrevenir a la ciudad, al templo, y a la nación de Israel.

Luego sigue un párrafo desde el ver. 23 hasta el ver. 28, que Lange llama

"(b) Intervalo de juicio parcial y suprimido".


Este título es en sí mismo un ejemplo de exposición fantástica y arbitraria. En las
palabras mismas algo incongruente y contradictorio. Un día de juicio implica
publicidad y manifestación, no silencio y supresión. Pero, ¿cuál puede ser el
significado de "días de juicio silencioso y suprimido", que continúa desde la
destrucción de Jerusalén hasta el fin del mundo? Si se quiere decir que hay un sentido
en que Dios está siempre juzgando al mundo, esto es un truísmo que podría afirmarse
de cualquier período, antes o después de la destrucción de Jerusalén. Pero la parte más
objetable de esta exposición es el violento tratamiento de la palabra "entonces" (p. 62)
[to,te] (ver. 23). Dice Lange: "Entonces (es decir, en el tiempo que transcurre entre la
destrucción de Jerusalén y el fin del mundo)". ¡Este es ciertamente un prodigioso
entonces! Ya no es un punto en el tiempo, sino un eón - un período vasto e indefinido;
y se supone que durante todo ese tiempo las afirmaciones del párrafo, ver. 23 al 28,
están en proceso de cumplimiento. Pero, cuando regresamos a la profecía misma, no
encontramos ningún cambio de tema, ninguna interrupción en la continuidad del
discurso, ningún indicio de transición de una época a la otra. La nota de tiempo,
"entonces", [το τε], es decisiva contra cualquier hiato o transición. Nuestro Salvador
está poniendo a los discípulos en guardia contra los engañadores e impostores que
infestaban la comunidad judía en los últimos días, y les dice: "Entonces", (es decir, en
ese tiempo, en la agonía de la guerra judía) "si alguno os dijere: Mirad, aquí está el
Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis", etc. Es Jerusalén, siempre Jerusalén, y sólo
Jerusalén, de lo que nuestro Señor habla aquí. Por fin llegamos a

"El Verdadero Fin del Mundo" (ver. 24-31).

Habiendo hecho la transición del "fin del mundo hacia atrás hasta la destrucción de
Jerusalén, el proceso ahora se invierte, y hay otra transición, de la destrucción de
Jerusalén al "verdadero fin del mundo". Este fin verdadero ha sido puesto después de
la aparición de aquellos falsos Cristos y falsos profetas contra los cuales eran
amonestados los discípulos. Esta alusión a "falsos Cristos" debería haberle ahorrado al
crítico el error en que ha caído, y haberle indicado el período al cual se refiere la
predicción. Pero, ¿dónde hay aquí alguna señal de división o transición? No hay rastro
ni señal de ninguna. Por el contrario, el lenguaje expreso de nuestro Señor excluye en
absoluto cualquier intervalo de tiempo, pues dice: "Inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días", etc. Esta nota en cuanto al tiempo es decisiva, y prohibe
perentoriamente suponer cualquier interrupción o hiato en la continuidad de su
discurso.

Pero hemos ido bastante lejos en la demostración del tratamiento arbitrario y nada
crítico que ha recibido esta profecía, y sido seducidos para efectuar una exégesis
prematura de alguna porción de su contenido. Lo que argumentamos es a favor de la
unidad y la continuidad del discurso entero. Desde el principio del capítulo
veinticuatro de Mateo hasta el final del veinticinco, es uno e indivisible. El tema es la
próxima consumación de la época, con los acontecimientos acompañantes y
concomitantes, los ayes que habrían de alcanzar a la "generación perversa", que
comprendían la invasión por los ejércitos romanos, el sitio y la captura de Jerusalén, la
destrucción total del templo, las terribles calamidades del pueblo. Junto con esto
encontramos la verdadera Parusía, o venida del Hijo del hombre, el derramamiento
judicial de la ira divina sobre los impenitentes, y la liberación y la recompensa de los
fieles. De principio a fin, estos dos capítulos forman un discurso continuo,
consecutivo, y homogéneo. Así debe haber sido considerado por los discípulos, a los
cuales fue dirigido; y así, en ausencia de cualquier atisbo o indicación en contrario en
el registro, nos sentimos vinculados a él.

6. En conclusión, no podemos evitar referirnos a otra consideración, que, estamos


persuadidos, ha tenido mucho que ver con la errónea interpretación de esta profecía;
es decir, la inadecuada apreciación de la importancia y la grandeza del acontecimiento
que forma su tema, la consumación de la era o del eón, y la abrogación de la
dispensación judía.

Ese fue un suceso que formó una época en el gobierno divino del mundo. La
economía mosaica, que había sido entronizada con tanta pompa y grandeza en medio
de los truenos y los relámpagos de Sinaí, y había existido por casi dieciséis siglos, que
había sido el medio de comunicación divinamente instituido entre Dios y el hombre, y
cuyo propósito había sido establecer un reino de Dios en la tierra, había demostrado
ser un comparativo fracaso por medio de la incapacidad moral del pueblo de Israel,
estaba condenada a llegar a su fin en medio de la más terrífica demostración de la
justicia y la ira de Dios. El templo de Jerusalén, por siglos gloria y corona del Monte
de Sión - el santuario sagrado, en cuyo lugar santo se complacía en habitar Jehová - la
casa santa y hermosa, que era el paladio de la seguridad de la nación, y más cara que
la vida para cada hijo de Abraham - estaba a punto de ser profanado y destruido, de
modo que no quedaría piedra sobre piedra. El pueblo escogido, los hijos del Amigo de
Dios, la nación favorecida, con la cual el Dios de toda la tierra se dignó entrar en
pacto y ser llamado su Rey, habría de ser abrumado por las más terribles calamidades
que jamás cayeron sobre nación alguna; habría de ser expatriado, privado de su
nacionalidad, excluido de su antigua y peculiar relación con Dios, y ser expulsados
para que anduviesen como peregrinos sobre la faz de la tierra, refrán y burla entre
todas las naciones. Pero junto con todo esto habría cambios para bien. Primero, y
principalmente, el fin de la época sería la inauguración del reino de Dios. Habría
honor y gloria para los fieles y verdaderos siervos de Dios, que luego entrarían en
plena posesión de la herencia celestial. (Esto se desarrollará más plenamente en la
secuela de nuestra investigación). Pero habría también un glorioso cambio en este
mundo. Lo antiguo dio lugar a lo nuevo; la Ley fue reemplazada por el Evangelio;
Cristo tomó el lugar de Moisés. El sistema estrecho y exclusivo, que abarcaba sólo a
un pueblo, fue sucedido por un pacto nuevo y mejor, que abarcaba la familia entera
del hombre, y no conocía diferencia entre judíos y gentiles, circuncisos e
incircuncisos. La dispensación de los símbolos y las ceremonias, adaptados a la niñez
de la humanidad, fue incorporada en un orden de cosas en que la religión se convirtió
en un servicio espiritual, cada lugar en un templo, cada adorador en un sacerdote, y
Dios en Padre universal. Esta era una revolución mucho mayor que cualquiera que
jamás hubiese ocurrido en la historia de la humanidad. Hizo un mundo nuevo; era el
"mundo por venir", el [ο ικονγε νη µε λλονοα] de Hebreos 2:5; y es imposible
sobreestimar la magnitud e importancia del cambio. Es esto lo que da tal significado
al arrasamiento del templo y la destrucción de Jerusalén: éstas son las señales externas
y visibles de la abrogación del orden antiguo y la introducción del nuevo. La historia
del sitio y la captura de la Santa Ciudad no es simplemente un emocionante episodio
histórico, como el sitio de Troya o la caída de Cartago; no es meramente la escena
final en los anales de una antigua nación; tiene un significado sobrenatural y divino;
tiene relación con Dios y la raza humana, y marca una de las más memorables épocas
en el tiempo. Esta es la razón de que el acontecimiento se describa en la Biblia en
términos que a algunos les parecen exagerados, o requieran alguna catástrofe mayor
los justifique. Pero, si fue adecuado que la introducción de esta economía fuera
señalada por portentos y maravillas, terremotos, relámpagos, truenos, y bocinas, no
menos adecuado fue que terminara en medio de fenómenos similares, terribles
espectáculos y grandes señales en el cielo. Si los expositores hubiesen captado mejor
el verdadero significado y la grandeza del acontecimiento, no habrían encontrado
extravagante o exagerado el lenguaje con el cual nuestro Señor lo describe.(14)

Ahora estamos preparados para entrar en un examen más particular del contenido de
este discurso profético, lo cual trataremos de hacer tan concisamente como sea
posible.

Notas:

1. Life of Christ, sec. 239.

2. Life of Christ, sec. 256.

3. Lange acerca de Mat., p. 388.

4. Alford, Testamento griego. in loc.

5. Life of Christ, sec. 253, note n.

6. Life of Christ, sec. 253, note m.


7. Tischendorf rechaza el ver. 14, que está omitida por el Codice Sinaítico y Vaticano.

8. Véase Dorner´s tractae, De Oratione Christi Eschatologica, p. 41.

9. Dorner, Orat. Christ. Esch. p. 43.

10. Com. sobre Mat. p. 416.

11. Lange, Com. sobre Mat. p. 418

12. Stier. Red. Jes. vol. iii. 251.

13. Véase Nota A, Part I., sobre la Teoría de Interpretación de Doble Sentido.

14. La terminación del eón judío en el siglo primero, y de la era romana en el quinto y el sexto,
fueron marcadas por la misma ocurrencia de calamidades, guerras, tumultos, pestilencias,
terremotos, etc., todas marcando el tiempo de una de las peculiares temporadas de visitación de
Dios. Para la misma creencia en relación con la convulsión física y moral, véase de Niebuhr,
Leben´s Nachrichten, ii. p. 672, Dr. Arnold: Véase "Life by Stanley", vol. i, p. 311.

I. PREGUNTAS DE LOS DISCÍPULOS

Mateo 24:1-3 Marcos 13:1-4 Lucas 21:5-7

"Cuando Jesús salió del "Saliendo Jesús del templo, le "Y a unos que
templo y se iba, se acercaron dijo uno de sus discípulos: hablaban de que el
sus discípulos para mostrarle Maestro, mira qué piedras, y qué templo estaba
los edificios del templo. edificios. adornado de hermosas
Respondiendo él, les dijo: piedras y ofrendas
Jesús, respondiendo, le dijo: votivas, dijo:
¿Veis todo esto? De cierto os ¿Ves estos grandes edificios?
digo, que no quedará aquí No quedará piedra sobre piedra, En cuanto a estas cosas
piedra sobre piedra, que no sea que no sea derribada. que veis, días vendrán
derribada. en que no quedará
Y se sentó en el monte de los piedra sobre piedra,
Y estando él sentado en el Olivos, frente al templo. Y que no sea destruida.
Monte de los Olivos, los Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le
discípulos se le acercaron preguntaron aparte: Dinos, Y le preguntaron,
aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y diciendo: Maestro,
¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá cuando todas ¿cuándo será esto? ¿y
qué señal habrá de tu venida y estas cosas hayan de qué señal habrá cuando
del fin del siglo [época]?" cumplirse?" estas cosas estén para
suceder?"

Podemos concebir la sorpresa y la consternación que sintieron los discípulos cuando


Jesús les anunció la completa destrucción que se avecinaba sobre el templo de Dios,
cuya belleza y cuyo esplendor había excitado su admiración. No es sorprendente que
cuatro de ellos, que parecen haber sido admitidos a una más íntima familiaridad que el
resto, buscasen información más completa sobre un tema tan intensamente interesante.
El único punto que requiere aclaración aquí se refiere a la extensión de su
interrogatorio. Marcos y Lucas lo representan como haciendo referencia al tiempo de
la catástrofe predicha y a la señal de la inminencia de su cumplimiento. Mateo varía la
forma de la pregunta, pero es evidente que tiene el mismo sentido: "Dinos, ¿cuándo
serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo [época]?"
Aquí nuevamente es el tiempo y la señal lo que forma el tema de la pregunta. No hay
razón en absoluto para suponer que en sus mentes consideraban la destrucción del
templo, la venida del Señor, y el fin de la época, como tres acontecimientos distintos o
ampliamente separados entre sí; sino que, por el contrario, es completamente natural
suponer que los consideraban a todos ellos como coincidentes y contemporáneos. Qué
idea precisa tenían con respecto al fin de la época y a los acontecimientos conectados
con él, no lo sabemos; pero sí sabemos que estaban acostumbrados a oir hablar a su
Maestro de que vendría nuevamente con su reino, en su gloria, y durante la vida de
algunos de ellos. También le habían oído hablar del "fin del siglo"; y es evidente que
relacionaban su "venida" con el fin de la época. Por lo tanto, los tres puntos abarcados
por su pregunta, como los presenta Mateo, eran considerados por ellos como
contemporáneos; por eso, no encontramos ninguna diferencia práctica en los términos
de la pregunta de los discípulos como está registrada por los autores de los evangelios
sinópticos.

II. RESPUESTA DE NUESTRO SEÑOR


A LOS DISCÍPULOS

(a) Sucesos que más remotamente debían preceder la consumación

Mateo 24:4-14 Marcos 13:5-13 Lucas 11:8-19

"Respondiendo Jesús, les "Jesús, respondiéndoles, "El entonces dijo: Mirad que
dijo: Mirad que nadie os comenzó a decir: Mirad que no seáis engañados; porque
engañe. Porque vendrán nadie os engañe; porque vendrán muchos en mi
muchos en mi nombre, vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el
diciendo: Yo soy el Cristo; nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: El tiempo está
y a muchos engañarán. Y Cristo; y engañarán a cerca. Mas no vayáis en pos
oiréis de guerras y rumores muchos. Mas cuando oigáis de ellos. Y cuando oigáis de
de guerras; mirad que no os de guerras y de rumores de guerras y de sediciones, no os
turbéis, porque es necesario guerras, no os turbéis, alarméis; porque es necesario
que todo esto acontezca; porque es necesario que que estas cosas acontezcan
pero aún no es el fin. suceda así; pero aún no es el primero; pero el fin no será
Porque se levantará nación fin. Porque se levantará inmediatamente.
contra nación, y reino nación contra nación, y reino
contra reino; y habrá contra reino; y habrá Entonces les dijo: Se
pestes, y hambres, y terremotos en muchos levantará nación contra
terremotos en diferentes lugares, y habrá hambres y nación, y reino contra reino; y
lugares. Y todo esto será alborotos; principios de habrá grandes terremotos, y
principio de dolores. dolores son estos. Pero en diferentes lugares hambres
Entonces os entregarán a mirad por vosotros mismos; y pestilencias; y habrá terror y
tribulación, y os matarán, y porque os entregarán a los grandes señales del cielo.
seréis aborrecidos de todas concilios, y en las sinagogas Pero antes de todas estas
las gentes por causa de mi os azotarán; y delante de cosas os echarán mano, y os
nombre. Muchos gobernadores y de reyes os perseguirán, y os entregarán a
tropezarán entonces, y se llevarán por causa de mí, las sinagogas y a las cárceles,
entregarán unos a otros, y para testimonio a ellos. Y es y seréis llevados ante reyes y
unos a otros se aborrecerán. necesario que el evangelio ante gobernadores por causa
Y muchos falsos profetas sea predicado antes a todas de mi nombre. Y esto os será
se levantarán, y engañarán las naciones. Pero cuando os ocasión para dar testimonio.
a muchos; y por haberse trajeren para entregaros, no Proponed en vuestros
multiplicado la maldad, el os preocupéis por lo que corazones no pensar antes
amor de muchos se habéis de decir, ni lo cómo habéis de responder en
enfriará. Mas el que penséis, sino lo que os fuere vuestra defensa; porque yo os
persevere hasta el fin, éste dado en aquella hora, eso daré palabra y sabiduría, la
será salvo. Y será hablad; porque no sois cual no podrán resistir ni
predicado este evangelio vosotros los que habláis, contradecir todos los que se
del reino en todo el mundo, sino el Espíritu Santo. Y el opongan. Mas seréis
por testimonio a todas las hermano entregará a la entregados aun por vuestros
naciones; y entonces muerte al hermano, y el padres, y hermanos, y
vendrá el fin". padre al hijo; y se levantarán parientes, y amigos; y
los hijos contra los padres, y matarán a algunos de
los matarán. Y seréis vosotros; y seréis aborrecidos
aborrecidos de todos por de todos por causa de mi
causa de mi nombre; mas el nombre. Pero ni un cabello de
que persevere hasta el fin, vuestra cabeza perecerá. Con
éste será salvo". vuestra paciencia ganaréis
vuestras almas".
Es imposible leer esta sección sin percibir su clara referencia al período entre la
crucifixión de nuestro Señor y la destrucción de Jerusalén. Cada una de las palabras
fue dirigida a los discípulos, y solamente a ellos. Imaginar que el "vosotros" de este
discurso se aplica, no a los discípulos a quienes Jesús hablaba, sino a algunas personas
desconocidas y todavía inexistentes en una lejana época en el futuro es una suposición
tan absurda que no merece que se le preste atención seria.

De que las palabras de nuestro Señor tuvieron plena verificación durante el intervalo
entre su crucifixión y el fin de aquella época, tenemos el más amplio testimonio.
Falsos Cristos y falsos profetas comenzaron a aparecer al comienzo mismo de la era
cristiana, y continuaron infestando el país hasta el final mismo de la historia judía. En
la procuraduría de Pilatos (36 d. C.), apareció uno de ellos en Samaria, y engañó a
grandes multitudes. Hubo otro en la procuraduría de Cuspio Fado (45 d. C.). Josefo
nos dice que, durante el gobierno de Félix (53-60), "el país estaba lleno de ladrones,
magos, falsos profetas, falsos Mesías, e impostores", que engañaban al pueblo con
promesas de grandes acontecimientos. (1) La misma autoridad nos informa que en
aquellos días abundaban las conmociones civiles y enemistades internacionales,
especialmente entre los judíos y sus vecinos. En Alejandría, Seleucia, Siria, y
Babilonia, hubo violentos tumultos entre judíos y griegos, y entre judíos y sirios, que
habitaban en las mismas ciudades. "Cada ciudad estaba dividida", dice Josefo, "en dos
bandos". En el reinado de Calígula, había gran aprensión en Judea por la posibilidad
de una guerra con los romanos, a consecuencia de la propuesta del tirano de poner una
estatua suya en el templo. Durante el reinado del emperador Claudio (41-54 d. C.),
hubo cuatro temporadas de gran escasez. En el cuarto año de su reinado, la hambruna
en Judea fue tan severa, que el precio de los alimentos era enorme, y pereció gran
número de habitantes. Ocurrieron terremotos durante los reinados de Calígula y de
Claudio. (2)

El Señor dio a entender a sus discípulos que tales calamidades precederían el "fin".
Pero no eran sus antecedentes inmediatos. Eran el "principio del fin"; pero "todavía no
es el fin".

En este punto (ver. 9-13), nuestro Señor pasa de lo general a lo particular; de lo


público a lo personal; de las fortunas de naciones y reinos a las fortunas de los
discípulos mismos. Mientras estos sucesos ocurrían, los apóstoles habrían de ser
objetos de sospecha por parte de los poderes gobernantes. Habrían de ser llevados
delante de los concilios, gobernantes, y reyes; habrían de ser encarcelados, azotados
en las sinagogas, y odiados por todos los hombres por amor a Jesús.

Cuán exactamente se verificó todo esto en la experiencia personal de los discípulos,


podemos leerlo en los Hechos de los Apóstoles y en las epístolas de Pablo. Pero la
divina promesa de protección en la hora de peligro se cumplió de modo notable. Con
la sola excepción de "Santiago, el hermano de Juan", ningún apóstol parece haber sido
víctima de malévola persecución por parte de sus enemigos hasta el fin de la historia
apostólica, como se registra en Hechos (63 d. C.).

Otra señal habría de preceder y entronizar la consumación. "Será predicado este


evangelio del reino en todo el mundo [οικουµενε] por testimonio a todas las
naciones, y entonces vendrá el fin". Ya hemos notado el cumplimiento de esta
predicción en la era apostólica. Tenemos la autoridad de Pablo para la difusión
universal del evangelio en sus días, que verificaría el dicho de nuestro Señor. (Véase
Col. 1:6, 23). De no ser por este testimonio explícito del apóstol, sería imposible
persuadir a algunos expositores de que las palabras de nuestro Señor se habían
cumplido en algún sentido antes de la destrucción de Jerusalén; tal idea habría sido
considerada mera extravagancia y capricho. Ahora, sin embargo, la objeción no puede
alegarse razonablemente.

Aquí puede ser adecuado recordar la observación de tiempo, dada a los discípulos en
una ocasión anterior como indicación de la venida de nuestro Señor: "De cierto os
digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo
del Hombre" (Mat. 10:23). Comparando esta declaración con la predicción que
tenemos delante (Mat. 24:14), podemos ver la perfecta consistencia de las dos
afirmaciones, y también el "terminus ad quem" en ambas. En un caso, es la
evangelización del territorio de Israel; en el otro, la evangelización de Imperio
Romano al cual se hace referencia como el precursor de la Parusía. Ambas
afirmaciones son verdaderas. Ocuparía el espacio de una generación llevar las buenas
nuevas a cada ciudad en Israel. Los apóstoles no tenían mucho tiempo para su misión
en su propio país, pues tenían en sus manos una misión tan vasta en territorio
extranjero. Obviamente, tenemos que tomar en sentido popular el lenguaje empleado
por Pablo, así como por nuestro Señor, y no sería justo llevarlo al extremo de la letra.
La amplia difusión del evangelio tanto en Israel como a través del Imperio Romano es
suficiente para justificar la predicción de nuestro Señor.

Hasta ahora, tenemos un discurso continuo, relacionado con un solo acontecimiento, y


referido y dirigido a personas particulares. Encontramos cuatro señales, o series de
señales, que habrían de anunciar la aproximación de la gran catástrofe.

1. La aparición de falsos Cristos y falsos profetas.

2. Grandes disturbios sociales, y calamidades y convulsiones naturales.

3. Persecución de los discípulos y apostasía de los creyentes profesos.

4. Difusión general del evangelio a través del imperio romano.


Esta última señal anunciaba especialmente la cercana proximidad del "fin".

(b) Más indicaciones de la cercana condenación de Jerusalén

Mateo 24:15-22 Marcos 13:14-20 Lucas 21:20-24

"Por tanto, cuando veáis en "Pero cuando veáis la "Pero cuando viereis a
el lugar santo la abominación abominación desoladora de Jerusalén rodeada de
desoladora de que habló el que habló el profeta Daniel, ejércitos, sabed entonces
profeta Daniel (el que lee, puesta donde no debe estar que su destrucción ha
entienda), entonces los que (el que lee, entienda), llegado. Entonces los que
estén en Judea, huyan a los entonces los que estén en estén en Judea, huyan a los
montes. El que esté en la Judea huyan a los montes. El montes; y los que en medio
azotea, no descienda para que esté en la azotea, no de ella, váyanse; y los que
tomar algo de su casa; y el descienda a la casa, ni entre estén en los campos, no
que esté en el campo, no para tomar algo de su casa; y entren en ella. Porque estos
vuelva atrás para tomar su el que esté en el campo, no son días de retribución, para
capa. Mas ¡ay de las que vuelva atrás a tomar su capa. que se cumplan todas las
estén encintas, y de las que Mas ¡ay de las que estén cosas que están escritas.
críen en aquellos días! Orad, encintas, y de las que críen Mas ¡ay de las que estén
pues, porque vuestra huida en aquellos días! Orad, pues, encintas, y de las que críen
no sea en invierno ni en día que vuestra huida no sea en en aquellos días! porque
de reposo; porque habrá invierno; porque aquellos habrá gran calamidad en la
entonces gran tribulación, serán de tribulación cual tierra, e ira sobre este
cual no la ha habido dese el nunca ha habido desde el pueblo. Y caerán a filo de
principio del mundo hasta principio de la creación que espada, y serán llevados
ahora, ni la habrá. Y si Dios creó, hasta este tiempo, cautivos a todas las
aquellos días no fuesen ni la habrá. Y si el Señor no naciones; y Jerusalén será
acortados, nadie sería salvo; hubiese acortado aquellos hollada por los gentiles,
mas por causa de los días, nadie sería salvo; mas hasta que los tiempos de los
escogidos, aquellos días por causa de los escogidos gentiles se cumplan".
serán acortados". que él escogió, acortó
aquellos días".

No se necesita ningún argumento para probar la referencia estricta y exclusiva de esta


sección a Jerusalén y a Judea. Aquí no podemos detectar ningún rastro de doble
sentido, de cumplimiento primario y ulterior, de sentidos subyacentes y típicos. Todo
es nacional, local, y cercano; "la tierra" es la tierra de Judea; "este pueblo" es el
pueblo de Israel, y "la vida de los discípulos" -- "cuando veáis".

La mayoría de los expositores encuentran una alusión a los estandartes de las legiones
romanas en la expresión "la abominación desoladora", y la explicación es altamente
probable. Las águilas eran para los soldados objetos de culto religioso; y el pasaje
paralelo en Lucas es evidencia casi concluyente de que éste es el verdadero
significado. Sabemos por Josefo que el intento de un general romano (Vitelio) en el
reinado de Tiberio, de hacer marchar sus tropas a través de Judea, fue resistido por las
autoridades judías basándose en que las imágenes idólatras de sus emblemas serían
una profanación de la ley (3). ¡Cuánto mayor fue la profanación cuando esos
emblemas idólatras fueron exhibidos a plena luz en el templo y la Santa Ciudad! Esta
sería la última señal que anunciaba que la hora de la destrucción de Jerusalén había
llegado. Su aparición había de ser la señal para que todos los que estaban en Judea
escaparan más allá de las montañas [επιταορη], pues luego se iniciaría un período de
sufrimiento y horror sin paralelo en los anales de la historia.

Que la "gran tribulación" [θλιψιϕ µεγαλη] (Mat. 24:21) hace referencia expresa a las
terribles calamidades que acompañaron al sitio de Jerusalén, que fueron especialmente
severas para el sexo femenino, es demasiado evidente para ser puesto en duda. Que
aquellas calamidades fueron literalmente sin paralelo, lo pueden creer fácilmente
todos los que han leído la horrorosa narración en las páginas de Josefo. Es notable que
el historiador comience su relato de la guerra judía con la afirmación de "que, en su
opinión, la suma del sufrimiento humano desde el principio del mundo sería ligero en
comparación con el de los judíos". (4)

La siguiente descripción gráfica presenta la trágica historia de la desdichada madre


cuya horrible comida puede haber estado en el pensamiento de nuestro Salvador
cuando pronunció las palabras registradas en Mateo 24:19:

"Incalculable fue la multitud de los que perecieron de hambre en la ciudad, e


indescriptibles fueron los sufrimientos que experimentaron. En cada caso, si aparecía
en alguna parte siquiera una sombra de alimento, se producía un conflicto; los que
estaban unidos por los más tiernos lazos luchaban entre sí ferozmente, arrebatándose
el uno al otro los miserables sostenes de la vida. Ni siquiera a los moribundos se les
permitía satisfacer su necesidad; no, aún aquéllos que estaban en el momento de
expirar eran esculcados por los bandoleros, por si acaso alguno fingía estar muerto y
ocultaba algún alimento entre los pliegues de sus ropas. Boquiabiertos de hambre,
como perros enloquecidos, iban tambaleándose de un lado para otro, rondando,
golpeando las puertas como borrachos, y desconcertados penetrando en la misma casa
dos o tres veces en una hora. La urgencia de la naturaleza les llevaba a morder
cualquier cosa, y lo que sería rechazado por los más sucios de la creación bruta de
buena gana lo recogían para comerlo. Al final, no pudieron refrenarse de comer ni
siquiera los cinturones y los zapatos, y arrancaban y masticaban el cuero mismo de
sus escudos. A algunos les servían de alimento las briznas de paja vieja; porque las
fibras eran recogidas y las cantidades más pequeñas eran vendidas por cuatro piezas
de Ática.

Pero, por qué hablar del hambre como despreciable restricción en el uso de lo
inanimado, cuando estoy a punto de relatar un caso de ella para el cual, en la historia
de los griegos y los bárbaros, no se encuentra paralelo, y que es tan horrible de relatar
e increíble de oír? Ciertamente, con gusto habría omitido mencionar lo sucedido, no
fuera a ser que las generaciones futuras pensaran que yo me ocupaba de lo
maravilloso, si no tuviese innumerables testigos entre mis contemporáneos. Además,
haría a mi pueblo un flaco favor si suprimiera la narración de las calamidades que en
realidad sufrió". (5)

Que nuestro Señor tenía en mente los horrores que habrían de descender sobre los
judíos durante el sitio, y no ningún acontecimiento subsiguiente al final del tiempo, es
perfectamente claro por las palabras finales del versículo 21: "Ni la habrá".

(c) Los discípulos advertidos contra los falsos profetas

Mateo 24:23-28 Marcos 13:21-23

"Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí "Entonces si alguno os dijere: Mirad, aquí
está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. está el Cristo; o, mirad, allí está, no le
Porque se se levantarán falsos Cristos, y creáis. Porque se levantarán falsos Cristos
falsos profetas, y harán grandes señales y y falsos profetas, y harán señales y
prodigios, de tal manera que engañarán, si prodigios, para engañar, si fuese posible,
fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo aun a los escogidos. Mas vosotros mirad;
he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad, os lo he dicho todo antes".
está en el desierto, no salgáis; o mirad, está
en los aposentos, no lo creáis. Porque como
el relámpago que sale del oriente y se
muestra hasta el occidente, así será también
la venida del Hijo del Hombre. Porque
dondequiera que estuviere el cuerpo muerto,
allí se juntarán las águilas".
Todavía no hemos encontrado ninguna interrupción en la continuidad del discurso; ni
la más ligera indicación de que ha tenido lugar una transición hacia algún otro tema o
algún otro período. La narración es perfectamente homogénea y consecutiva, y fluye
hacia adelante sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda.

Lo mismo es cierto con respecto a la sección que ahora nos ocupa. La mera primera
palabra indica continuidad. "Entonces" [to,te], y cada una de las palabras
subsiguientes está claramente dirigida a los discípulos mismos, para su advertencia e
instrucción personales. Es claro que nuestro Señor les da indicios de lo que ocurriría
en breve, o por lo menos lo que podía esperar ver con sus propios ojos si estaban
vivos. Es una vívida representación de lo que en realidad ocurrió en los últimos días
de la comunidad judía. Los desdichados judíos, y especialmente el pueblo de
Jerusalén, eran alentados con falsas esperanzas por impostores especiosos que
infestaban el país y trajeron ruina sobre sus miserables primos. Tal era el engaño
producido por las jactanciosas pretensiones de estos impostores que, como nos
enteramos por Josefo, cuando el templo estaba de veras en llamas, una vasta multitud
del pueblo engañado cayó víctima de su credulidad. El historiador judío afirma:

"De tan grande multitud, ni uno solo escapó. Su destrucción fue causada por un falso
profeta, que en aquel día proclamó a los que permanecían en la ciudad, que 'Dios les
había mandado que subieran al templo, donde recibirían las señales de su liberación'.
En ese tiempo había muchos profetas sobornados por los tiranos para que engañaran
al pueblo, diciéndoles que esperaran ayuda de Dios, para que hubiese menos
deserciones, y para que los que no tenían ni temor ni control fueran alentados con
esperanzas. Bajo la presión de la calamidad, el hombre en seguida cede a la
persuasión, pero cuando el engañador le presenta la liberación de males apremiantes,
entonces el sufriente es completamente influido por la esperanza. Fue así como los
impostores y pretendidos mensajeros del cielo engañaron a los desdichados en aquel
tiempo". (6)

Nuestro Señor advierte a sus discípulos que su venida a aquella escena de juicio sería
conspicua y repentina como el relámpago, que se revela y parece estar en todas partes
al mismo tiempo. "Porque", añade, "dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí
se juntarán las águilas". Esto es, dondequiera que se encontraran los culpables y
devotos hijos de Israel, allí les abrumarían los destructores ministros de la ira, las
legiones romanas.

(d) La llegada del "fin", o la catástrofe de Jerusalén


Mateo 24:29-31 Marcos 13:24-27 Lucas 21:25-28

"E inmediatamente después "Pero en aquellos días, "Entonces habrá señales en


de la tribulación de aquellos después de aquella el sol, en la luna, y en las
días, el sol se oscurecerá, y la tribulación, el sol se estrellas, y en la tierra
luna no dará su resplandor, y oscurecerá, y la luna no angustia de las gentes,
las estrellas caerán del cielo, y dará su resplandor, y las confundidas a causa del
las potencias de los cielos estrellas caerán del cielo, y bramido del mar y de las
serán conmovidas. Enonces las potencias que están en olas, desfalleciendo los
aparecerá la señal del Hijo del los cielos serán hombres por el temor y la
Hombre en el cielo; y conmovidas. Entonces expectación de las cosas que
entonces lamentarán todas las verán al Hijo del Hombre, sobrevendrán en la tierra;
tribus de la tierra, y verán al que vendrá en las nubes porque las potencias de los
Hijo del Hombre viniendo con gran poder y gloria. Y cielos serán conmovidas.
sobre las nubes del cielo, con entonces enviará sus Entonces verán al Hijo del
poder y gran gloria. Y enviará ángeles, y juntará a sus Hombre, que vendrá en una
sus ángeles con gran voz de escogidos de los cuatro nube con poder y gran gloria.
trompeta, y juntarán a sus vientos, desde el extremo Cuando estas cosas
escogidos, de los cuatro de la tierra hasta el comiencen a suceder, erguíos
vientos, desde un extremo del extremo del cielo". y levantad vuestra cabeza,
cielo hasta el otro". porque vuestra redención
está cerca".

Aquí también la fraseología prohíbe absolutamente la idea de cualquier transición del


tema de que se habla a otro. No hay nada que indique que la escena ha cambiado, o
que un nuevo tema ha sido introducido. La sección que tenemos delante se conecta
con toda claridad con la "gran tribulación" de que se habla en el versículo 21 de
Mateo 24, y es inadmisible suponer cualquier intervalo de tiempo en vista de la
presencia del adverbio "inmediatamente" (ευθευϕδε). Pero la escena de la gran
tribulación es innegablemente Jerusalén y Judea (ver. 15, 16), de manera que no hay
lugar para ninguna interrupción en el tema del discurso. Nuevamente, en el versículo
30, leemos que "lamentarán todas las tribus de la tierra [πα σαι αι φυλαι τη/ϕ γη/ϕ]
, refiriéndose evidentemente a la población del territorio de Judea; y nada puede ser
más forzado ni antinatural que hacer que la expresión incluya, como hace Lange, a
"todas las razas y todos los pueblos" del globo terráqueo. El sentido restringido de la
palabra (γη) [=tierra] en el Nuevo Testamento es común; y cuando está conectada,
como lo está aquí, con la palabra "tribus" [φυλαιι], su limitación a la tierra de Israel
es obvia. Esta es la posición adoptada por el Dr. Campbell y Moses Stuart, y en
realidad se explica por sí sola. Encontramos una expresión similar en Zac. 12:12 -
"Todas las familias [tribus] de la tierra", donde su sentido restringido es obvio e
indiscutible. Los dos pasajes son, de hecho, exactamente paralelos, y nada podría ser
más confuso que entender la frase como si incluyera a "todas las razas de la tierra". La
estructura del discurso, pues, resiste inflexiblemente la suposición de un cambio de
tema. Tiempo, lugar, circunstancias, todo continúa lo mismo. Por lo tanto, es con no
fingido asombro que encontramos a Dean Alford comentando de la siguiente manera:
"Toda la dificultad que se ha supuesto que esta palabra [inmediatamente - ευθεωϕ]
involucra ha surgido de confundir el cumplimiento de la profecía con su cumplimiento
último. La importante inserción en los ver. 23, 24 de Lucas 21 nos muestra que la
'tribulación' [θλιψιϕ] incluye a οργη εν τωλαω τουτω (ira sobre este pueblo), que
todavía está siendo infligida, y el hollamiento de Jerusalén por los gentiles, continúa
todavía; e inmediatamente después de aquella tribulación, que sucederá cuando se
llene la copa de iniquidad de los gentiles, y cuando este evangelio haya sido
predicado por testimonio, y rechazado por los gentiles, sucederá la venida del Señor
mismo ... (La expresión en Marcos indica igualmente un intervalo considerable - en
aquellos días después de aquella tribulación). Siendo conocidos de Él el hecho de su
venida y sus circunstancias acompañantes, pero desconocido el tiempo exacto, habla
sin tener en cuenta el intervalo, que sería empleado en espera de Él hasta que todas las
cosas sean puestas bajo sus pies", etc. (7)

Puede decirse que en este comentario hay casi tantos errores como palabras. En
realidad, no es la explicación de una profecía cuanto una profecía hecha por el propio
comentarista. Primero, está la hipótesis sin fundamento de su doble sentido, su
cumplimiento parcial y su cumplimiento final, para lo cual no hay fundamento en el
texto, sino que es una mera suposición arbitraria y gratuita. Luego, tenemos su
"tribulación", no "acortada", como declara el Señor, sino prolongada, de modo que
todavía continúa en la actualidad. Cuando se hace que la palabra "inmediatamente" se
refiera a un período que todavía no ha llegado, de modo que entre el ver. 28 y el ver.
29, donde el ojo por sí solo no puede percibir ningún rastro de línea de transición, el
crítico intercala un inmenso período de más de dieciocho siglos, con la posibilidad de
duración infinita, además. Más todavía. Tenemos una contradicción implícita de la
afirmación de Pablo de que el evangelio fue predicado "en todo el mundo" (Col. 1:5,
23), y la suposición de que el evangelio ha de ser rechazado por los gentiles. Luego el
comentarista descubre que Marcos sugiere un "considerable intervalo", mientras que
Marcos dice expresamente "en aquellos días, después de aquella tribulación" [εν εκει
ναιϕ ταιϕ ηµεραιϕ µετα την θλιψιν εκεινην], imposibilitando en absoluto
cualquier intervalo, y por último tenemos lo que parece una excusa por la veracidad
de la predicción, con el argumento de que nuestro Señor, no sabiendo el momento en
que tendría lugar su venida, "habla sin tener en cuenta el intervalo", etc.

Es obvio que, si esta es la manera en que la Escritura ha de ser interpretada, las leyes
ordinarias de exégesis deben ser echadas a un lado por inútiles. El mejor intérprete es
el adivinador más osado. ¿Hay algún libro antiguo que un gramático pueda tratar así?
¿No sería declarado intolerable y anticrítico si se tomara tales libertades con Homero
o con Platón? ¿No sería burla proponer tales acertijos a los discípulos como respuesta
a su pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?"?

¿Cómo podían ellos saber de cumplimientos parciales y finales, y dobles sentidos?


¿Qué efecto se produciría en sus mentes, excepto amarga perplejidad y desconcierto?
No podemos evitar protestar contra tal tratamiento de las palabras de la Escritura, por
ser, no sólo nada erudito y nada crítico, sino presuntuoso e irreverente al más alto
grado.

Pero, se nos contesta, el carácter del lenguaje de nuestro Señor en este pasaje requiere
esta aplicación a una grande y terrible catástrofe que está todavía en el futuro, y puede
entenderse correctamente nada menos que de la disolución total de la estructura del
universo y del fin todas las cosas. ¿Cómo puede alguien pretender, se dice, que el sol
se ha oscurecido, que la luna ha dejado de dar su resplandor, que las estrellas han
caído del cielo, que el Hijo del hombre ha sido visto en las nubes del cielo con poder y
gran gloria? ¿Ocurrieron estos fenómenos en la destrucción de Jerusalén, o pueden
aplicarse a cualquier cosa menos la consumación de todas las cosas?

Argumentar de esta manera es perder de vista la naturaleza misma y el espíritu de la


profecía. El símbolo y la metáfora pertenecen a la gramática de la profecía, como lo
debe saber todo lector de los profetas del Antiguo Testamento. ¿No es razonable que
la destrucción de Jerusalén fuera presentada en lenguaje tan vivo y retórico como la
destrucción de Babilonia, o Bosra, o Tiro? ¿Cómo entonces describe el profeta Isaías
la caída de Babilonia?

"He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para
convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las estrellas
de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna
no dará su resplandor.... Porque haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de
su lugar, en la indignación de Jehová de los ejércitos, y en el día del ardor de su ira"
(Isa. 13:9, 10, 13).

Se verá en seguida que las imágenes empleadas en este pasaje son casi idénticas a las
de nuestro Señor. Por lo tanto, si estos símbolos eran correctos para representar la
caída de Babilonia, ¿por qué serían incorrectos para describir una catástrofe aun
mayor, la destrucción de Jerusalén?

Consideremos otro ejemplo. El profeta Isaías anuncia la desolación de Bosra, la


capital de Edom, con el siguiente lenguaje:
"Y los montes se disolverán por la sangre de ellos ... Y todo el ejército de los cielos se
disolverá, y se enrollarán los cielos como un libro; y caerá todo su ejército, como se
cae la hoja de la parra, y como se cae la de la higuera. Porque en los cielos se
embriagará mi espada; he aquí que descenderá sobre Edom en juicio, y sobre el
pueblo de mi anatema", etc. (Isa. 34:4,5).
Aquí tenemos nuevamente las mismas imágenes usadas por nuestro Señor en su
discurso profético. Y si la suerte de Bosra pudo ser descrita correctamente en un
lenguaje tan elevado, ¿por qué debe considerarse extravagante emplear términos
similares al describir la suerte de Jerusalén?

Nuevamente, el profeta Miqueas habla de una "venida del Señor" para juzgar y
castigar a Samaria y a Jerusalén - una venida para juicio que incuestionablemente
había tenido lugar mucho antes del tiempo de nuestro Salvador - ¡y con qué magnífico
lenguaje representa esta escena!

"Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la


tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera
delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio" (Miq. 1: 3,4).

Sería fácil multiplicar ejemplos de esta cualidad característica del lenguaje profético.
La naturaleza de la profecía es la de la poesía, y representa los acontecimientos, no en
el estilo prosaico del historiador, sino en las vívidas imágenes del poeta. Añádase a
esto que la Biblia no habla con la corrección fría y lógica de los pueblos occidentales,
sino con el fervor tropical del oriente espléndido. Pero sería incorrecto llamar a tal
lenguaje extravagante o sobrecargado. La grandiosidad moral de los acontecimientos
que tales símbolos representan puede ser más correctamente descrita como convulsión
y cataclismo en el mundo natural. Ni es necesario construir una gramática de
simbologías y una analogía para cada jeroglífico sagrado, por medio de las cuales
traducir cada metáfora particular a su equivalente correcto, porque esto sería convertir
la profecía en alegoría. Las siguientes observaciones sobre el lenguaje figurado de la
Escritura son sensatas. "Lo que es grandioso en la naturaleza se usa para expresar lo
que es digno e importante entre los hombres - cuerpos celestes, montañas, árboles
majestuosos, reinos, o los que están en posición de autoridad... Los cambios políticos
son representados por terremotos, eclipses, tempestades, el convertirse las aguas y los
mares en sangre". (8)

La conclusión, entonces, a la que somos llevados irresistiblemente, es que las


imágenes empleadas por nuestro Señor en su discurso profético no son inapropiadas
para describir la disolución del estado y el gobierno judíos, que tuvo lugar en la
destrucción de Jerusalén. Son apropiadas porque concuerdan con el estilo reconocido
de los antiguos profetas, y también porque la grandiosidad moral del acontecimiento
es tal que justifica el uso de tal lenguaje en este caso particular.
Pero podemos ir más allá, y afirmar que la imágenes son, no sólo apropiadas al
aplicárselas a la destrucción de Jerusalén, sino que esta es su aplicación verdadera y
exclusiva. No encontramos ningún vestigio ni indicación de que nuestro Señor tuviese
en mente ningún significado ulterior u oculto. Pero sí encontramos que difícilmente
hay algún rasgo de esta sublime y tremenda descripción que Él mismo ya no hubiese
anticipado, y fijado en su aplicación a un suceso particular y a un tiempo en particular.
Compare el lector cuidadosamente la descripción que se da en el pasaje que nos
ocupa, del "Hijo del hombre viniendo en las nubes del cielo, con poder y gran gloria"
(Mat. 24:30) (9) con la declaración de nuestro Señor (Mat. 16:27) - "Porque el Hijo
del Hombre vendrá; en la gloria de su Padre con sus ángeles" - un acontecimiento que
Él afirma expresamente sería presenciado por algunos de los discípulos que entonces
vivían. Nuevamente, el enviar a sus ángeles a reunir a los escogidos corresponde
exactamente a la representación de lo que tendría lugar en la "siega" al final del eón,
como se describe en las parábolas de la cizaña y la red (Mat. 12:41-50). "Enviará el
Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de
tropiezo, y a todos los que hacen iniquidad". "Así será al fin del siglo [eón]: saldrán
los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de
fuego". Aquí la profecía y la parábola representan la misma escena, el mismo período:
ambos hablan del fin de la era o época, no del fin del mundo o del universo material; y
ambos hablan de la gran época judicial diciendo que se ha acercado. Con cuánta
claridad Lucas, en su registro de la profecía del Monte de los Olivos, representa la
gran catástrofe como ocurriendo durante la vida de los discípulos: "Cuando estas
cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra
redención está cerca" (Lucas 21:28). ¿No fueron dichas estas palabras a los discípulos,
que escuchaban el discurso? ¿No se les aplicaban a ellos? ¿Hay en alguna parte una
sospecha siquiera de que se referían a otro auditorio, a miles de años de distancia, y no
al ansioso grupo que bebía las palabras de Jesús? Ciertamente, tal hipótesis lleva
colgada al frente su propia refutación.

Pero, como para impedir toda posibilidad de equivocación o error, en el siguiente


párrafo nuestro Señor traza alrededor de su profecía una línea tan clara y tan palpable,
encerrándola por completo dentro de un límite tan definido y claro, que debería ser
decisivo para zanjar toda la cuestión.

(e) La Parusía ha de tener lugar antes de que pase la actual generación

Mateo 24:32-41 Marcos 13:28-30 Lucas 11:29-32

"De la higuera aprended la "De la higuera aprended la "También les dijo una
parábola: Cuando ya su parábola. Cuando ya su parábola: Mirad la higuera y
rama está tierna, y brotan rama está tierna, y brotan todos los árboles. Cuando ya
las hojas, sabéis que el las hojas, sabéis que el brotan, viéndolo, sabéis por
verano está cerca. Así verano está cerca. Así vosotros mismos que el verano
también vosotros, cuando también vosotros, cuando está ya cerca. Así también
veáis todas estas cosas, veáis que suceden estas vosotros, cuando veáis que
conoced que está cerca, a cosas, conoced que está suceden estas cosas, sabed que
las puertas. cerca, a las puertas. está cerca el reino de Dios.

De cierto os digo que no De cierto os digo, que no De cierto os digo, que no


pasará esta generación sin pasará esta generación pasará esta generación hasta
que todo esto acontezca". hasta que todo esto que todo esto acontezca".
acontezca".

Si este lenguaje, pronunciado en una ocasión tan solemne, y que es de una


importancia tan precisa y expresa, no afirma la estrecha cercanía del gran
acontecimiento que ocupa el discurso entero de nuestro Señor, entonces las palabras
no tienen ningún significado. Primero, la parábola de la higuera indica que, así como
las ramas tiernas en los árboles anuncian la cercanía del verano, así también las
señales que él acababa de especificar anunciarían que la consumación predicha estaba
cerca. Ellos, los discípulos a quienes Jesús estaba hablando, habrían de ver aquellas
señales, y cuando las vieran, reconocerían que el fin estaba cerca, a las puertas.
Luego, nuestro Señor hace un resumen, con una afirmación calculada para eliminar
todo vestigio de duda o incertidumbre:

"DE CIERTO OS DIGO, QUE NO PASARÁ ESTA GENERACIÓN SIN

QUE TODO ESTO ACONTEZCA"

Uno supondría razonablemente que, después de una nota de tiempo tan clara y
expresa, no habría lugar para la controversia. Nuestro Señor mismo ha dirimido la
cuestión. Noventa y nueve personas de cada cien sin duda entenderían sus palabras en
el sentido de que la catástrofe predicha ocurriría durante la vida de la generación
existente. No que todos vivirían probablemente para presenciarlo, sino que la mayoría
o muchos de ellos estarían vivos cuando aquello ocurriese. No puede haber duda de
que ésta sería la interpretación que los discípulos le darían a sus palabras. A menos,
por lo tanto, que nuestro Señor se propusiera reconcertar a sus discípulos, les dio a
entender claramente que su venida, el juicio de la nación judía, y el fin de aquella
época, ocurrirían antes de que aquella generación hubiese pasado por completo, o sea,
dentro de los límites de su propia existencia. Como ya hemos visto, esta no era una
idea nueva, sino una idea que él mismo había expresado antes.
Sin embargo, lejos de aceptar esta decisión de nuestro Salvador como final, los
comentaristas han resistido violentamente lo que parece ser el significado natural y
sensato de sus palabras. Han insistido en que, porque los sucesos predichos no
ocurrieron así en aquella generación, la palabra generación (genea) no puede
significar lo que generalmente se entiende que significa, la gente de aquella era o
aquel período particular, los contemporáneos de nuestro Señor. Afirmar que estas
cosas no ocurrieron es dar la respuesta por sentada, y algo más.

Pero entendemos que a los gramáticos les toca no ser aprensivos de posibles
consecuencias, sino establecer el verdadero significado de las palabras. Sin peligro,
podemos dejar que las predicciones de nuestro Señor se cuiden por sí solas; a nosotros
nos toca tratar de entenderlas.

Muchos argumentan que en este lugar la palabra genea debe traducirse como "raza, o
"nación", y que las palabras de nuestro Señor sólo significan que la raza o nación
judía no pasaría, o no perecería, sino hasta que ocurrieran las predicciones que Jesús
había pronunciado. Este es el significado que Lange, Stier, Alford, y muchos otros
expositores, le atribuyen a la palabra, y que es sostenido con conspicua capacidad y
copiosa erudición por Dorner en su tratado "Do Oratione Christi Eschatologica". No
hay duda de que es verdad que la palabra genea, como muchas otras, tiene diferentes
matices de significado, y que, a veces, en la Septuaginta y los autores clásicos, puede
referirse a una nación o a una raza. Pero creemos que es demostrable, sin sombra de
duda, que la expresión "esta generación", tan a menudo empleada por nuestro Señor,
siempre se refiere única y exclusivamente a sus contemporáneos, el pueblo judío de
su propia época. Puede dejarse sin peligro al honesto juicio de cada lector, sea erudito
en griego o no, decidir si esto es o no así. Pero, como el punto es de gran importancia,
puede ser deseable aducir las pruebas de este aserto.

1. En el discurso final de nuestro Señor al pueblo, pronunciado el mismo día que su


discurso del Monte de los Olivos, declaró: "Todo esto vendrá sobre esta generación"
(Mat. 23:36). Ningún comentarista ha propuesto jamás entender esto como que se
refiere a otra que no sea la generación existente.

2. "¿A qué compararé esta generación?" (Mat. 11:6). Aquí admiten Lange y Stier que
la palabra se refiere a "la última generación de Israel entonces existente" (Lange, in
loc, Stier, vol. ii, 98).

3. "La generación mala y adúltera demanda señal". "Los hombres de Nínive se


levantarán en el juicio con esta generación". "La reina del Sur se levantará en el juicio
con esta generación". "Así también acontecerá a esta mala generación" (Mat. 12:39,
41, 42, 45).
En estos cuatro pasajes, Dorner trata de establecer que nuestro Señor no está hablando
de sus contemporáneos, los hombres de su propia época. "Porque" - dice - "los
gentiles (los habitantes de Nínive y la reina del Sur) se oponen a los judíos; por lo
tanto, "esta generación" [h, genea.a[uth] "debe significar la nación o raza de los
judíos" (Dorner, Orat. Christ. Esch., p. 81). Su argumento, sin embargo, no es
convincente. Ciertamente la generación que demandaba señal era la que entonces
existía; ¿y puede suponerse que era contra cualquier otra generación, diferente de la
que resistía predicaciones como la de Juan el Butista y de Cristo, que los gentiles
habrían de levantarse en juicio? Hay una sola interpretación posible de las palabras de
nuestro Señor, y es la de que sus palabras se refieren a su propios perversos e
incrédulos contemporáneos.

4. "Para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas" (Lucas
11:50, 51).

Aquí Dorner mismo admite que es de la generación existente (hoc ipsum hominum
ovum) de la que se dicen estas palabras (p. 41).

5. "Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera


y pecadora" (Marcos 8:38).

6. "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta
generación" (Lucas 17:25). Sólo es necesario citar estos pasajes para establecer que
Jesús sólo se refiere a la generación particular que rechazó al Mesías.

Estos son todos los ejemplos en los que ocurre la expresión "esta generación" en los
dichos de nuestro Señor, y estos ejemplos establecen, más allá de todo
cuestionamiento razonable, la referencia de las palabras en la importante declaración
que ahora consideramos. Pero, supongamos que adoptáramos la traducción propuesta,
y aceptáramos que genea significa raza, ¿qué propósito o significado tendría entonces
la predicción? ¿Puede alguien creer que la afirmación que nuestro Señor hizo tan
solemnemente: "De cierto os digo", etc. no equivale más que a esto: "La raza hebrea
no se habrá extinguido sino hasta que todas estas cosas se hayan cumplido"?
Imaginemos a un profeta en nuestro propio tiempo prediciendo una gran catástrofe en
la cual Londres sería destruido, la catedral de San Pablo y las Cámaras del Parlamento
serían arrasadas, y se perpetraría una terrible matanza de los habitantes; y que cuando
se le preguntase: "¿Cuándo sucederán estas cosas?" contestase: "¡La raza anglosajona
no se extinguirá sino hasta que todas estas cosas se hayan cumplido!" ¿Sería ésta una
respuesta satisfactoria? ¿No sería una respuesta como ésta considerada como
despectiva para el profeta, y como una afrenta para sus oyentes? ¿No tendrían ellos
razón para decir: "¡No hay peligro en profetizar cuando el suceso es colocado a una
interminable distancia!"? Pero la mera suposición de tal sentido en la predicción de
nuestro Señor demuestra que es un reductio ad absurdum. ¿Era para esto que los
discípulos debían esperar y velar? ¿Era ésta la lección que enseñaba la parábola de la
higuera? ¿No era sino hasta que la raza judía estuviese a punto de extinguirse que
ellos debían "erguirse, y levantar sus cabezas"? Una hipótesis tal es su propia
refutación.

Nos sostenemos, por lo tanto, en la única interpretación sostenible y posible, la que


entendemos que nuestro Señor tenía en mente, en la que, en otras tantas palabras, Él
dice que los acontecimientos especificados en su predicción ocurrirían con toda
certeza antes de que pasara por completo la generación actual. Esta es la única
interpretación que las palabras soportan; todas las demás involucran forzar el lenguaje
y hacer violencia a la interpretación. Además, la interpretación está en armonía con la
uniforme enseñanza de nuestro Salvador. Mucho tiempo antes, había asegurado a sus
discípulos que algunos de ellos vivirían para presenciar su retorno en gloria (Mat.
16:27, 28).

Les había dicho que, antes de que hubiesen completado su misión apostólica a las
ciudades de Israel, el Hijo del hombre vendría (Mat. 10:23). Había declarado que toda
la sangre derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre de
Zacarías, sería requerida de aquella generación (Mat. 23:35, 36). Era, por lo tanto, de
aquella generación de la cual hablaba. Jamás debe olvidarse que había algo especial
en aquella generación. Era la última y la peor de todas las generaciones de Israel, que
había heredado la culpa de todas sus predecesoras, y estaba a punto de ser visitada con
juicios señalados y sin paralelo. Si la catástrofe predicha ocurrió o no, es otra
cuestión, que será considerada en su propio lugar. (10)

Otras interpretaciones que se han sugerido, como la de la "raza humana", "la


generación de los justos", y "la generación de los impíos", no requieren discusión.

Puede que se necesite decir una palabra o dos con respecto al tiempo que cubre una
generación. Por supuesto, no es una medida de tiempo exacta, como una década o un
siglo, sino que posee cierta cualidad de indefinición o elasticidad, pero dentro de
ciertos límites, digamos de treinta o cuarenta años. En el libro de Números,
encontramos que la generación que provocó que el Señor le excluyera de la tierra de
Canaán, y que fue condenada a caer en el desierto, habría de morir en el espacio de
cuarenta años. En el Salmo 95 leemos: "Cuarenta años estuve disgustado con la
nación". En la tabla genealógica que da Mateo, tenemos información para estimar la
duración de una generación. Allí encontramos que "desde la deportación a Babilonia
hasta Cristo", hubo catorce generaciones. (Mat. 1:17). Ahora, se dice que la fecha de
la cautividad, en el reino de Sedequías, fue cerca del año 586 a. C., lo cual, dividido
entre catorce, da cuarentiún años y fracción como duración promedio de cada
generación. La guerra judía bajo el emperador Nerón estalló en el año 66 d. C., y
suponiendo que nuestro Señor haya tenido como treinta y tres años de edad cuando
fue crucificado, esto nos daría un espacio de como treinta y tres años en que las
señales que anunciaban la aproximación del "fin" comenzaron "a suceder". La
destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén tuvo lugar en septiembre del año 70 d.
C., esto es, como treinta y siete años después de la profecía del Monte de los Olivos,
un espacio de tiempo que satisface ampliamente los requisitos del caso. No es ni tan
corto que sea inapropiado decir: "No pasará esta generación", etc., ni tan largo que
exceda la duración de la vida de muchos que podrían haber visto y oído al Salvador, o
la vida de los mismos discípulos.

"Aquella generación" ciertamente habría estado pasando, pero no habría pasado por
completo.

(f) Certeza de la consumación, pero incertidumbre de su fecha precisa

Mateo 24:35, 36 Marcos 13:31, 32 Lucas 21:33

"El cielo y la tierra pasarán, "El cielo y la tierra pasarán, pero "El cielo y la tierra
pero mis palabras no pasarán. mis palabras no pasarán. Pero de pasarán, pero mis
Pero del día y la hora nadie aquel día y de la hora nadie sabe, ni palabras no
sabe, ni aun los ángeles de los aun los ángeles que están en el pasarán".
cielos, sino sólo mi Padre". cielo, ni el Hijo, sino el Padre".

Aunque nuestro Señor ha definido los límites de tiempo dentro de los cuales tendría
lugar la consumación predicha, queda un cierto grado de indefinición con respecto al
momento de su llegada. Él no especifica la fecha exacta, ni "la hora, ni el día", ni
siquiera el mes del año. Esto no significa que la cuestión entera del tiempo haya
quedado sin especificar: se refiere meramente a la fecha precisa. La consumación
habría de caer dentro del término de la generación existente, pero la hora precisa en
que el campanazo de condenación sonaría no fue revelada a hombre, ni a ángel, ni (lo
que es aún más extraño) al mismo Hijo del hombre. Era el secreto que el Padre "puso
en su sola potestad". Sin duda, había suficientes razones para esta reserva. Haber
especificado "el día y la hora" - haber dicho: "En el año treinta y siete, en el mes
sexto, al octavo día del mes, la ciudad será tomada y el templo destruido a fuego" - no
sólo habría sido inconsistente con la manera de la profecía, sino que habría quitado
una de las más fuertes motivaciones para la vigilancia constante y la oración - la
incertidumbre del momento preciso.

(g) Lo repentino de la Parusía, y el llamado a estar vigilantes


Mateo 24:37-42 Lucas 17:26-37

"Mas como en los días de Noé, así será la "Como fue en los días de Noé, así también
venida del Hijo del Hombre. Porque como será en los días del Hijo del Hombre.
en los días antes del diluvio estaban Comían, bebían, se casaban y se daban en
comiendo y bebiendo, casándose y casamiento, hasta el día en que entró Noé en
dándose en casamiento, hasta el día en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a
que Noé entró en el arca, y no entendieron todos. Asimismo como sucedió en los días
hasta que vino el diluvio y se los llevó a de Lot; comían, bedbían, compraban,
todos, así será también la venida del Hijo vendían, plantaban, edificaban; mas el día en
del Hombre. Entonces estarán dos en el que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo
campo; el uno será tomado, y el otro será fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así
dejado. Dos mujeres estarán moliendo en será el día en que el Hijo del Hombre se
un molino; la una será tomada, y la otra manifieste. En aquel día, el que esté en la
dejada. Velad, pues, porque no sabéis a azotea, y sus bienes en casa, no descienda a
qué hora ha de venir vuestro Señor". tomarlos; y el que en el campo, asimismo no
vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot.
Todo el que procure salvar su vida, la
perderá; y todo el que la pierda, la salvará.
Os digo que en aquella noche estarán dos en
una cama; el uno será tomado, y el otro será
dejado. Dos mujeres estarán moliendo
juntas; la una será tomada, y la otra dejada.
Dos estarán en el campo; el uno será tomado,
y el otro dejado.
Y respondiendo, le dijeron: ¿Dónde, Señor?
Él les dijo: Donde estuviere el cuerpo
muerto, allí se juntarán también las águilas".

Mateo 24:42 Marcos 13:33,35-37 Lucas 21:34-36

"Velad, pues, "Mirad, velad, y orad; porque no "Mirad también por vosotros
porque no sabéis cuándo será el tiempo. Velad, mismos, que vuestros corazones no
sabéis a qué pues, porque no sabéis cuándo se carguen de glotonería y
hora ha de vendrá el señor de la casa; si al embriaguez y de los afanes de esta
venir vuestro anochecer, o a la medianoche, o al vida, y venga de repente sobre
Señor". canto del gallo, o a la mañana; para vosotros aquel día. Porque como un
que cuando venga de repente, no os lazo vendrá sobre todos los que
halle durmiendo. Y lo que digo a habitan sobre la faz de toda la tierra.
vosotros, a todos lo digo: Velad". Velad, pues, en todo tiempo orando
que seáis tenidos por dignos de
escapar de todas estas cosas que
vendrán, y de estar en pie delante
del Hijo del Hombre".

Todas las representaciones dadas por nuestro Señor de la catástrofe venidera y sus
acontecimientos concomitantes implican que tomarían a los hombres por sorpresa. Así
como el diluvio vino de repente sobre los antediluvianos, y la tormenta de fuego y
azufre cayó sobre las ciudades de la llanura, así también la catástrofe final alcanzaría a
Jerusalén y a Judea a una hora inesperada, cuando los negocios y los placeres de la
vida ocupasen las manos y los corazones de los hombres. En Lucas 17, tenemos el
registro más completo del discurso de nuestro Señor sobre este punto. Si el pasaje de
Lucas fue transpuesto por él desde su conexión original, o si nuestro Señor pronunció
las mismas palabras en ocasiones separadas, no es asunto que nos concierna
particularmente aquí. Neander es de opinión que "Lucas proporciona la conexión
natural de estas palabras", y que en Mateo "están puestas con muchos otros pasajes
similares que se refieren a la última crisis". (11) Dudamos de esto; pero, soslayando
esta cuestión, una cosa es indudable, a saber, que tanto Mateo como Lucas describen
la misma cosa, el mismo período, la misma catástrofe. Es sorprendente encontrar a
Alford afirmando, en relación con el pasaje de Lucas: "No hay una sola palabra en
todo esto acerca de la destrucción de Jerusalén". Sería más correcto decir: "Cada una
de las palabras en este pasaje habla de la destrucción de Jerusalén". Obsérvese la nota
de tiempo tan claramente marcada por nuestro Señor: "Pero primero es necesario que
padezca mucho, y sea desechado por esta generación" (Lucas 17:25). ¿Cuál otra
catástrofe pertenece al período de esa generación, que podría correctamente
compararse con la destrucción del mundo antediluviano por medio de un diluvio de
aguas, y con la destrucción de Sodoma y Gomorra por medio de un diluvio de fuego?

De la certeza y lo repentino de la cercana consumación, nuestro Señor extrae la


lección que impresiona en sus discípulos - la necesidad de estar vigilantes. Αθυ&ιαα
χυτε; pronuncia por primera vez la amonestación que desde aquel tiempo nunca dejó
de ser la consigna de sus discípulos a través de la era apostólica: "¡Velad y orad!"
Descubriremos cuán constante y urgentemente dirigían los apóstoles este llamado a
los fieles en sus días, y cómo se repite constantemente, hasta el último momento en
que captamos el sonido de una voz apostólica. Esta vigilancia era esencial para la
seguridad de los seguidores de Jesús, porque, tan súbita sería la catástrofe, que
alcanzaría a los no preparados y a los descuidados, como aves que son atrapadas en
una red. "Porque como lazo vendrá sobre todos los que moran en la faz de toda la
tierra (πασηϕ τηϕ γηϕ) - palabras que sugieren claramente la naturaleza local del
acontecimiento.

En la historia de Josefo, tenemos un notable comentario sobre este pasaje. Dando


cuenta del prodigioso número de los masacrados durante el sitio de Jerusalén - un
millón cien mil - dice: "De éstos, la mayor parte eran de sangre judía, aunque no
nativos del lugar. Habiéndose congregado desde todas partes del país para la fiesta de
los panes sin levadura, fueron súbitamente rodeados por la guerra. En esta ocasión,
la nación entera había sido encerrada, como en una prisión, por el destino; y la
guerra encerró a la ciudad cuando ésta estaba atestada de gente". (12) Es imposible
concebir una verificación más exacta de la predicción de nuestro Señor (Lucas 21:35).

En todo esto, observamos la continuación de aquel discurso personal directo que


demuestra que nuestro Señor hablaba a sus discípulos de aquello que a ellos
personalmente les concernía. No hay el más leve asomo de que hubiese un significado
"subterráneo" en sus palabras, y de que cuando dijo "Jerusalén" y "esta generación" y
"vosotros", quisiera decir "el mundo" y "épocas distantes" y "discípulos que todavía
no han nacido".

En este punto, Marcos y Lucas cierran su registro de la profecía del Monte de los
Olivos, y no puede negarse que la terminación es natural y apropiada. Si embargo, en
el evangelio de Mateo tenemos una serie de parábolas añadidas al discurso de nuestro
Señor, como las que Él solía emplear para enseñar a la gente. Nos llama la atención
como un poco singular el hecho de que nuestro Señor hablase a sus discípulos en
parábolas, especialmente en esta ocasión; y no es poco lo que hay que decir en favor
de la opinión de Neander, que "era peculiar que el editor de nuestro Mateo en griego
dispusiese juntos los dichos similares de Jesús, aunque hubiesen sido pronunciados en
diferentes ocasiones y en diferentes circunstancias. Por lo tanto, no es necesario que
nos asombremos si encontramos imposible trazar líneas de distinción en este discurso
con entera exactitud; ni es necesario que tal resultado nos lleve a interpretaciones
forzadas, inconsistentes con la verdad, y con el amor de la verdad. Es mucho más fácil
hacer tales distinciones en el relato de Lucas (cap. 21), aunque esto no carece de
dificultades. Al comparar Mateo con Lucas, sin embargo, podemos trazar el origen de
la mayoría de estas dificultades al hecho de haber mezclado juntas diferentes
porciones, cuando los discursos de Cristo fueron dispuestos en colecciones". (13)

Pero, sin discutir esta cuestión, es muy evidente que las parábolas registradas por
Mateo en relación con este discurso, aunque no hubiesen sido pronunciadas en esta
ocasión particular, están estrictamente relacionadas con el tema; mientras que, si este
es su verdadero lugar en la narración, su relación con el asunto que nos ocupa es aún
más estrecha e íntima.
Ahora procedemos a considerar las parábolas y los dichos parabólicos de nuestro
Señor, registrados en relación con esta profecía, principalmente por Mateo.

(h) Los discípulos advertidos de lo súbito de la Parusía


Parábola del mayordomo fiel

Mateo 24:43-51 Marcos 13:34-37 Lucas 12:39-46

"Pero sabed esto, que si el "Es como el hombre "Pero sabed esto, que s supiese
padre de familia supiese a qué que, yéndose lejos, dejó el padre de familia a qué hora
hora el ladrón habría de venir, su casa, y dio autoridad el ladrón había de venir,
velaría, y no dejaría minar su a sus siervos, y a cada velaría ciertamente, y no
casa. Por tanto, también uno su obra, y al portero dejaría velar su casa. Vosotros,
vosotros estad preparados; mandó que velase. pues, también estad
poque el Hijo del Hombre preparados, porque a la hora
vendrá a la hora que no Velad, pues, porque no que no penséis, el Hijo del
pensáis. ¿Quién es, pues, el sabéis cuándo vendrá el Hombre vendrá. Entonces
siervo fiel y prudente, al cual señor de la casa; si al Pedro le dijo: Señor, ¿dices
puso su señor sobre su casa anochecer, o a la esta parábola a nosotros, o
para que les dé el alimento a medianoche, o al canto también a todos? Y dijo el
tiempo? Bienaventurado aquel del gallo, o a la mañana; Señor: ¿Quién es el
siervo al cual, cuando su señor para que cuando venga mayordomo fiel y prudente al
venga, le halle haciendo así. de repente, no os halle cual su señor pondrá sobre su
De cierto os digo que sobre durmiendo. Y lo que a casa, para que a tiempo les de
todos sus bienes le pondrá. vosotros digo, a todos l su ración? Bienaventurado
digo: Velad". aquel siervo al cual, cuando su
Pero si aquel siervo malo señor venga, le halle haciendo
dijere en su corazón: Mi señor así. En verdad os digo que le
tarda en venir; y comenzare a pondrá sobre todos sus bienes.
golpear a sus consiervos, y Mas si aquel siervo dijere en
aun a comer y a beber con los su corazón: Mi señor tarda en
borrachos, vendrá el señor de venir; y comenzare a golpear a
aquel siervo en día que éste no los criados y a las criadas, y a
espera, y a la hora en que no comer y beber y embriagarse,
sabe, y lo castigará duramente, vendrá el señor de aquel siervo
y pondrá su parte con los en día que éste no espera, y a
hipócritas; allí será el lloro y la hora que no sabe, y le
el crujir de dientes". castigará duramente, y le
pondrá con los infieles".
Se verá que este dicho parabólico de nuestro Señor está registrado en una relación
bastante diferente por Mateo y por Lucas. La semejanza verbal, sin embargo, es
demasiado exacta para hacer probable que fuese pronunciado en dos ocasiones
diferentes. La más ligera atención satisfará al lector de que el informe de Lucas es el
más completo y circunstancial, y que él le asigna su verdadera posición cronológica.
Esto se ve por el hecho de que la pregunta de Pedro, registrada sólo por Lucas, dio
lugar a las observaciones concluyentes de nuestro Señor, las cuales, como las presenta
Mateo sin este eslabón, parecen algo incoherentes y abruptas. Además, apenas
podemos suponer que Pedro, conversando en privado con sólo otros tres discípulos en
compañía del Señor, preguntase: "¿Dices esta palabra a nosotros, o también a todos?"
- una pregunta que era de lo más natural cuando, como nos lo dice Lucas, Jesús
hablaba a sus discípulos en presencia de una gran multitud. (Lucas 12:1). Es digno de
notarse también que en Marcos 13:34-37, donde podemos detectar trazas de esta
parábola, la pregunta de Pedro es contestada claramente: "Lo que os digo a vosotros,
lo digo a todos: Velad", una afirmación que estaría fuera de lugar cuando nuestro
Señor hablaba a cuatro personas, pero bastante apropiada cuando hablaba a una
multitud.

No hay ninguna impropiedad, por lo tanto, en suponer que Mateo, percibiendo las
palabras de Jesús, pronunciadas en otra ocasión, y que ilustran admirablemente la
necesidad de velar en vista de la venida del Señor, las insertase en este discurso
escatológico. Stier sugiere que Marcos da un breve resumen de Mateo 24:43, con las
dos parábolas del siervo, Mat. 24:45-51 y 24:14, y aún con un ligero eco de la
parábola de las vírgenes. (14) No tenemos más razón para esperar una disposición
estrictamente cronológica en los evangelistas que informes estrictamente al pie de la
letra: ni lo uno ni lo otro entraba en sus planes.

Pero lo que es principalmente importante para nosotros es la relación de esta parábola,


si así se le puede llamar, entre el mayordomo de la casa que vigila contra el ladrón de
medianoche, y el discurso precedente de nuestro Señor. Nada puede ser más evidente
que esta relación está entrelazada en la trama misma de ese discurso. No se introduce
ningún nuevo tema en el versículo cuarenta y tres del capítulo veinticuatro de Mateo:
ninguna transición a otra catástrofe, ni otra venida, diferentes de las que Él había
estado hablando desde el principio. No hay ningún hiato, ninguna interrupción, en la
continuidad del discurso; ninguna indicación de pasar del gran acontecimiento que
absorbía los pensamientos de los discípulos a otro en el muy distante futuro. Parece
increíble que cualquier juicio crítico eligiera a Mateo 24:43 como el comienzo de un
nuevo tema de discurso. Y sin embargo, esto es lo que hace el Dr. Ed. Robinson, que
dice: "Aquí nuestro Señor hace una transición, y procede a hablar de su venida final
en el día del juicio. Esto se ve por el hecho de que la materia de estas secciones es
añadida por Mateo después de que Marcos y Lucas han concluido sus informes
paralelos relativos a la catástrofe judía; y aquí Mateo comienza, con el vers. 43, el
discurso que Lucas ha presentado en otra ocasión, Lucas 12:39, etc." (15) Pero no hay
la más leve sombra de ninguna transición. El instrumento más fino no consigue trazar
ninguna línea divisoria entre las partes del discurso, y asignar una porción al juicio de
la nación judía y otra al juicio de la raza humana. No hay transición, sino
continuación, en el ver. 43. Nada pueder ser más consecutivo y concatenado. "Velad,
pues", les dice nuestro Señor a los discípulos en el ver. 42, "porque no sabéis a qué
hora ha de venir vuestro Señor". "Por tanto, también vosotros estad preparados", les
dice en el ver. 44, "porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis". La
sugerencia de que un nuevo tema, que se refiere a un suceso totalmente diferente, en
una época muy distante en el tiempo, se introduce aquí, es completamente arbitraria y
sin fundamento.

Notas:

1. Jos. Antiq. bk. xx.x.xiii, § 5, 6.

2. Conybeare and Howson, Life and Epist. of St. Paul, c. iv.

3. Jos. Antiq. bk. xviii. c. v, § 3.

4. Traill´s Jos. Jewish War, pref. ~ 4.

5. Traill's Jos. Jewish War, bk. vi. c.v. § 3.

6. Traill´s Jos. Jewish War, bk. vi. c.v. § 2.

7. Véase Alford Gr. Test, Matt. xxiv.29.

8. Angus' Bible Handbook, p. 20, p. 20, § i.

9. Los fenómenos descritos por nuestro Señor como que acompañan la Parusía (ver. 29) no
pueden explicarse con los portentos y prodigios que, según Josefo, precedieron la toma de
Jerusalén (Jewish War, bk. vi.c.v. § 3). Que por lo menos algunos de esos portentos aparecieron
realmente allí no parece haber razón para dudarlo, y sirven para verificar la predicción de Lucas
21:11: "Habrá terror y grandes señales en el cielo".

10. La nota en la obra de Robinson "Armonía de los Cuatro Evangelios", parte vii, § 128, es
excelente. "Esta generación", etc. Estas palabras (genea) no pueden entenderse (como algunos
han explicado) como que se refieren a la nación judía o a la raza humana. El significado es que
no todos los hombres de aquella época morirían (Véase Mat. 16:28, en el párr. 74) antes de que
la profecía se cumpliera, lo cual comenzó a ocurrir treinta y siete años después de que se
pronunció, en la destrucción de Jerusalén", etc.

11. Life of Christ. c. xii, § 214, nota.


12. Traill´s Josephus, Jewish War, b. -vi. ch. ix, §§ 3, 4.

13. Life of Christ, § 254, Nota.

14. Reden Jesu, vol. iii, p. 304.

15. Harmony of the Four Gospels, § 129.

II. Respuesta de Nuestro Señor a los discípulos (continuación):

(i) La Parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como para los
enemigos de Cristo (Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes
insensatas)
(k) La Parusía, un tiempo de juicio (Parábola de los talentos)
(l) La Parusía, un tiempo de juicio (Parábola de las ovejas y los cabritos)

(i) La Parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como


para los enemigos de Cristo

Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes insensatas

Mateo 25:1-13. Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que
tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y
cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;
mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y
tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un
clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se
levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos
de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron
diciendo: Para que no nos falte también a nosotros y a vosotras, id más bien a los que
venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el
esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.
Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Más él,
respondiendo, dijo: De cierto os digo que no os conozco. Velad, pues, porque no
sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".

Casi todos los expositores suponen que ahora Jerusalén e Israel desaparecen
enteramente de la escena, y que nuestro Señor se refiere exclusivamente a la
consumación final de todas las cosas y al juicio de la raza humana. Esta supuesta
transición se le facilita al lector de habla inglesa por medio de un nuevo capítulo que
comienza en este punto.

Pero, ¿ha abandonado realmente nuestro Señor el tema con el cual Él y sus discípulos
han estado ocupados hasta ahora? ¿Ha pasado del tiempo cercano e inminente a una
lejana y distante, separada de su propio tiempo por cientos y miles de años? Si fuese
así, seguramente podríamos esperar alguna indicación muy clara del cambio de tema.
Pero no hay absolutamente ninguna. Por el contrario, la suposición de que un nuevo
tema es introducido por esta parábola queda completamente impedida por los
términos expresos con los cuales la parábola comienza y termina. Comienza con una
nota de tiempo muy explícita: "Tote", entonces, en aquel tiempo. No hay
absolutamente ningún hiato entre el final del capítulo 24 y el comienzo del capítulo
25. El eslabón "entonces" lleva adelante el discurso, y entreteje en él una estrecha
conexión con relación al tema, el tiempo, y las personas a las cuales se dirigió. Esto
queda confirmado, además, por el hecho de que la moraleja de la parábola de las diez
vírgenes es precisamente la misma que la del señor de la casa en el capítulo anterior,
es decir, la necesidad de vigilar. Las palabras finales: "Velad, pues, porque no sabéis
ni el día ni la hora", tan evidentemente dirigidas a los discípulos, son las mismas que
nuestro Señor ya ha pronunciado en el capítulo 24:42; de modo que en ambos pasajes
debe ser al mismo suceso.

No entra en nuestros propósitos hacer una exposición detallada de esta parábola. Hay
teólogos que encuentran un misterio en cada palabra; en el número diez, en la
virginidad, en las lámparas, en el aceite, etc. (Véase Lange in loc.) Como observa
Calvino sarcásticamente: "Multum se torquent quidam, in lucernis, in vasis, in oleo".
Baste notar aquí la gran lección de la parábola. Es la necesidad de estar preparados
constantemente y estar vigilantes, esperando el súbito y pronto regreso del Hijo del
hombre. El no estar vigilantes y no estar preparados conllevaría al castigo que recayó
sobre las vírgenes insensatas, es decir, la exclusión de la cena de bodas del Cordero.

Encontramos, pues, en esta parábola una conexión orgánica con todo el discurso
anterior de nuestro Señor. Todavía es el gran tema del cual está hablando - la
consumación que habría de tener lugar dentro de los límites de la generación que
existía - y en relación con la cual los discípulos expresaban una ansiedad tan natural.

(k) La Parusía, un tiempo de juicio

Parábola de los talentos

Mateo 25:14-30: Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos,
llamó a sus sievos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a
otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había
recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo
el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y
cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el
señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido
cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste;
aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu
señor. Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos
me entregaste; aquí tienes, he ganado dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien,
buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel; sobre mucho te pondré; entra en el gozo de
tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te
conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no
esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo
que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que
siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado
mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los
intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que
tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y
al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de
dientes".

En esta parábola encontramos una evidente continuación del mismo tema, aunque
presentado en un aspecto algo diferente. La moraleja de la parábola precedente era
vigilancia; la de la ésta es diligencia. Difícilmente puede decirse que en esta parábola
se ha introducido un nuevo elemento, porque la representación de la venida de Cristo
como un tiempo de juicio corre a través de todo el discurso profético de nuestro
Señor. Es este hecho lo que da propósito y urgencia al llamado, a menudo reiterado, a
ser vigilantes. No sólo habría de ser un tiempo de juicio para Jerusalén e Israel, sino
hasta para los discípulos mismos de Cristo. También ellos tenían que "estar de pie
delante del Hijo del hombre". Había peligro de que "aquel día" viniera sobre ellos sin
que estuvieran preparados y estando descuidados. Esta asociación de juicio con la
Parusía aparece en la parábola del señor de la casa, y todavía más en la de los siervos
buenos y malos. Queda expresada aún más vívidamente en la parábola de las vírgenes
prudentes y las vírgenes insensatas, y tiene todavía mayor prominencia en la parábola
de los talentos; pero alcanza el clímax en la parábola final, si puede decirse, de las
ovejas y los carneros.

No es necesario entrar en los detalles de la parábola de los talentos. Sus principales


características son sencillas y obvias. Contiene una solemne amonestación para que
los siervos de Cristo sean fieles y diligentes en ausencia de su Señor. La parábola
apunta a un día en que Él regresaría y haría cuentas con ellos. Establece la abundante
recompensa de los buenos y los fieles, y el castigo del siervo infiel.

Sin embargo, el punto que nos concierne principalmente en esta investigación es la


relación de esta parábola con el discurso precedente. ¿Qué puede ser más claro que la
íntima conexión entre la una y la otra? La partícula conectiva "porque" en el versículo
14 marca claramente la continuación del discurso. El tema es el mismo, el tiempo es
el mismo, la catástrofe es la misma. Hasta este punto, pues, no encontramos ninguna
interrupción, ningún cambio, ninguna introducción a un tema diferente; todo es
continuo, homogéneo, uno. Ni por un momento se ha desviado el discurso del gran
tema que todo lo absorbe, la cercana condenación de la ciudad culpable, con los
solemnes acontecimientos que la acompañan, todo lo cual debe tener lugar dentro del
período de aquella generación, y todo lo cual presenciarían los discípulos, o algunos
de ellos.

(l) La Parusía, un tiempo de juicio

Parábola de las ovejas y los cabritos

Mateo 25:31-46 - "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos
ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de
él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas
de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

"Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el


reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y
me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a
mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento,
y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te
recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y
vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

"Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego


eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de
comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve
desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en cárcel, y no me visitasteis. Entonces
también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento,
forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá
diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos má pequeños,
tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna".

Hasta este punto, hemos encontrado que el discurso de Jesús sobre el Monte de los
Olivos es una profecía conectada y continua, que se refiere únicamente a la gran
catástrofe que se cernía sobre la nación judía, y que habría de tener lugar, según la
predicción de nuestro Señor, antes de que pasara la generación que existía. Ahora, sin
embargo, encontramos un pasaje que, en opinión de casi todos los comentaristas, no
puede entenderse como que se refiere a Jerusalén o Israel, sino a toda la raza humana
y a la consumación de todas las cosas. Si el consenso de los expositores puede
establecer una interpretación, sin duda este pasaje debe ser considerado como que se
aparta por completo del tema de las preguntas de los discípulos, y describe la última
escena de todas en la historia del mundo.

Puede admitirse libremente que esta parábola, o descripción parabólica, tiene muchos
puntos de diferencia con la porción precedente del discurso de nuestro Señor. Parece
estar separada y ser distinta del resto, sin los enlaces que hemos encontrado en otras
secciones. Aún más, parece tener un alcance mayor que Jerusalén e Israel; parece el
juicio, no de una nación, sino de todas las naciones; no de una ciudad o un país, sino
del mundo; no una crisis pasajera, sino la consumación final.

Es, pues, con un profundo sentido de la dificultad de la tarea que nos atrevemos a
impugnar la interpretación de tantos hombres sabios y buenos, y argumentar que el
pasaje, no sólo es parte integral de la profecía, sino que pertenece por entero al tema
del discurso de nuestro Señor, el juicio de Israel y el fin de la era [judía].

1. Esta parábola, aunque en nuestra versión inglesa está separada y desconectada del
contexto, está en realidad conectada con ,i un enlace muy suficiente con lo que
aparece antes. Este es un vocablo padre en griego, donde encontramos la partícula
(griego), cuya fuerza reside en indicar transición y conexión -- transición hacia una
nueva ilustración, y conexión con el contexto anterior. Alford, en su Nuevo
Testamento revisado, conserva la partícula de continuidad: "Pero el Hijo del hombre
habrá venido en su gloria", etc. Con igual propiedad, podría haber sido traducida -- "Y
cuando", etc.

2. Esta "venida del Hijo del hombre" ya ha sido predicha por nuestro Señor (Mat.
24:30 y pasajes paralelos), y el tiempo expresamente definido, siendo incluido en la
abarcante declaración: "De cierto os digo: No pasará esta generación, sin que todo
esto acontezca" (Mat. 24:34).
3. Merece observarse en particular que la descripción de la venida del Hijo del
hombre en su gloria, que se hace en esta parábola, se ajusta en todos los puntos a la de
Mat. 16:27,28, de la cual se afirma expresamente que sería presenciada por algunos
que estaban presentes en el momento en que la predicción se hizo.

Puede ser bueno comparar las dos descripciones.

Mat.16:27,28 Mat. 25:31-33

"Porque el Hijo del Hombre vendrá en "Cuando el Hijo del Hombre venga en su
la gloria de su Padre con sus ángeles, y gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces pagará a cada uno según sus entonces se sentará en su trono de gloria, y
obras. serán reunidas delante de él todas las
naciones", etc.
"De cierto os digo que hay algunos de
los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo
del Hombre viniendo en su reino".

Aquí el lector notará que:

a) En ambos pasajes, el tema al que se refieren es el mismo, es decir, la venida


del Hijo del hombre - la Parusía.

b) En ambos pasajes, Él es descrito como viniendo en gloria.

c) En ambos, es acompañado por los santos ángeles.

d) En ambos, viene como Rey. "Viniendo en su reino". "Se sentará en su trono.


Entonces el Rey", etc.

e) En ambos, viene para juicio.

f) En ambos, el juicio es representado como universal en cierto sentido. "Dará a


cada uno" "Delante serán reunidas todas las naciones".

g) En Mateo 16:28, se afirma expresamente que esta venida en gloria, etc.,


habría de tener lugar durante la vida de algunos de los que estaban allí
presentes. Esto fija la ocurrencia de la Parusía dentro de los límites de una vida
humana, estando así en perfecto acuerdo con el período definido por nuestro
Señor en su discurso profético. "No pasará esta generación", etc.
Nos sentimos plenamente autorizados, pues, para considerar la venida del Hijo del
hombre de Mat. 25 como idéntica a aquella a la que se hace referencia en Mat. 16, que
algunos discípulos habrían de vivir para presenciar.

Así, pues, a pesar de las palabras "todas las naciones" de Mat. 25:32, llegamos a la
conclusión de que de lo que se habla aquí no es "la consumación final de todas las
cosas", sino del juicio de Israel al final de la era judía, o del eón judío.

4. Pero todavía se objetará que queda una formidable dificultad en la expresión "todas
las naciones". Sin embargo, la dificultad es más aparente que real; porque

1) No es nada raro encontrar en las Escrituras proposiciones universales que deben


entenderse en un sentido limitado o restringido.

Hay un ejemplo de esto en este mismo discurso de nuestro Señor. En Mat. 24:22,
hablando de la "gran tribulación", Él dice: "Y si aquellos días no fuesen acortados,
nadie sería salvo". Ahora, es evidente que esta "gran tribulación" estaba limitada a
Jerusalén, o, en todo caso, a Judea, y sin embargo, tenemos una expresión usada en
relación con los habitantes de una ciudad o país, que es lo bastante amplia para incluir
a la raza humana entera, en el sentido en que Lange y Alford en realidad la entienden.

2) Hay gran probabilidad en la opinión de que la frase "todas las naciones" equivale a
"todas las tribus de la tierra" (Mat. 24:30). No hay ninguna impropiedad en designar a
las tribus como naciones. La promesa de Dios a Abraham era que sería padre de
muchas naciones (Gén. 17:5; Rom. 4:17, 18).

En el tiempo de nuestro Señor, era usual hablar de los habitantes de Palestina como
que comprendían varias naciones. Josefo habla de "la nación de los samaritanos", "la
nación de los bataneos", "la nación de los galileos" - usando la misma palabra (e;tnoj)
que encontramos en el pasaje que estamos considerando. Judea era una nación
distinta, a menudo con su propio rey; lo mismo ocurría con Samaria, Idumea, Galilea,
Perea, Batanea, Traconitis, Iturea, Abilene -- todas las cuales, en diferentes épocas,
tuvieron príncipes con el título de Etnarca, un nombre que significa gobernante de
una nación. No es, pues, violentar el lenguaje entender (πα ντα ταενη) en el sentido
de que se refiere a "todas las naciones" de Palestina, o "todas las tribus de la tierra".

Esta posición recibe fuerte confirmación del hecho de que la misma frase en la
comisión apostólica (Mat. 28:19): "Id y haced discípulos a todas las naciones" no
parece haber sido entendida por los discípulos en el sentido de que se refería a la
población entera del globo, o a alguna nación más allá de Palestina. Se supone
comúnmente que los apóstoles sabían que habían recibido la tarea de evangelizar al
mundo. Si efectivamente lo sabían, eran culpables de haber descuidado el ocuparse de
ello. Pero puede suponerse que las palabras de nuestro Señor no transmitieron ninguna
idea como ésta a sus mentes. El erudito profesor Burton observa: "No fue sino hasta
14 años después de la ascensión de nuestro Señor cuando Pablo viajó por primera vez,
y predicó el evangelio a los gentiles. Y no hay ninguna evidencia de que, durante ese
período, los otros apóstoles traspasaron los límites de Judea". (1)

El hecho parece ser que el lenguaje de la comisión apostólica no llevó a las mentes de
los apóstoles ninguna idea ecuménica de esta clase. Nada les dejó más atónitos que el
descubrimiento de que "también a los gentiles había dado Dios arrepentimiento para
vida" (Hechos 11:18). Cuando Pedro fue acusado de "reunirse con incircuncisos y
comer con ellos", no parece que él defendiese su conducta apelando a los términos de
la comisión apostólica. Si la frase "todas las naciones" hubiese sido entendida por los
discípulos en su sentido literal y más abarcante, es difícil imaginar cómo habrían
dejado de reconocer una vez el carácter universal del evangelio y su comisión de
predicarlo a judíos y gentiles por igual. Se necesitó una clara revelación del cielo para
vencer los prejuicios judíos de los apóstoles, y darles a conocer el misterio de "que los
gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa
en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Efesios 3:6).

En vista de estas consideraciones, tenemos por razonable y y justificable dar a la frase


"todas las naciones" un significado restringido, y limitarla a las naciones de Palestina.
En este sentido, la frase armoniza bien con las palabras de nuestro Señor: "No
acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo del
Hombre" (Mat. 10:23).

5. Una vez más, a la peculiar prueba de carácter aplicada por el juez en esta
descripción parabólica se opone fuertemente la idea de que esta escena representa el
juicio final de la raza humana entera. Se observará que el destino de los justos y los
impíos se hace girar alrededor del tratamiento que respectivamente ofrecieron a los
sufrientes discípulos de Cristo. Todas las cualidades morales, toda conducta virtuosa,
toda fe verdadera, quedan aparentemente fuera de las cuentas, y sólo se toman en
cuenta los actos de caridad y beneficencia hacia los angustiados discípulos. No es de
sorprenderse que esta circunstancia haya causado gran perplejidad tanto a teólogos
como a lectores en general. ¿Es ésta la doctrina de Pablo? ¿Es ésta la base para la
justificación delante de Dios que se establece en el Nuevo Testamento? ¿Debemos
llegar a la conclusión de que el destino eterno de la raza humana, desde Adán hasta el
último hombre, dependerá finalmente de su caridad y su simpatía hacia los
perseguidos y sufrientes discípulos de Cristo?

La dificultad es seria, en la suposición de aquí tenemos una descripción del "juicio


general en el día final", y no debería ser pasada por alto, como comúnmente lo es.
¿Cómo podrían las naciones que existieron antes del tiempo de Cristo ser enjuiciadas
por este modelo? ¿Cómo podrían las naciones que nunca oyeron hablar de Cristo, o
las que florecieron en las épocas en que el cristianismo era próspero y poderoso, ser
enjuiciadas por este modelo? Es manifiestamente inapropiado e inaplicable. Pero la
dificultad se resuelve fácil y completamente si consideramos esta transacción judicial
como el juicio de Israel al final de la era judía. Es el rechazado Rey de Israel el que es
el juez: es la generación hostil e incrédula, la última y la peor de la nación, a la que se
hace comparecer ante Su tribunal. El tratamiento que le dieron a los discípulos,
especialmente a los apóstoles, podría, apropiada y justamente, ser el criterio de
carácter para "discernir entre los justos y los impíos". Una prueba como ésta sería muy
apropiada en una época en que el cristianismo fue una fe perseguida, y es evidente que
esto se supone por los términos mismos de las palabras del Rey: "Tuve hambre y sed,
fui extranjero, estuve desnudo, enfermo, y en prisión". Las personas designadas como
"estos mis hermanos", y que son tomados como representantes de Cristo mismo, son
evidentemente los apóstoles de nuestro Señor, en los cuales tuvo hambre y sed, estuvo
desnudo, enfermo y en prisión. Todo esto está en perfecta armonía con las palabras de
Cristo a sus discípulos, cuando les envió a predicar: "El que a vosotros recibe, a mí
me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta
por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por
cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos
pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo
que no perderá su recompensa" (Mat. 10:40-42).

Llegamos, pues, a la conclusión, la única que en todos los respectos se ajusta al tenor
del discurso entero, de que aquí tenemos, no el juicio final de la raza humana entera,
sino el de la nación culpable o las naciones culpables de Palestina, que rechazaron a
su Rey y menospreciaron y mataron a sus mensajeros (Mat. 22:1-14), y cuyo día de
condena estaba ahora a las puertas.

Siendo esto así, se ve que la profecía entera del Monte de los Olivos es un todo
homogéneo y conectado: "simplex duntaxat et unum". Ya no es una mezcla confusa e
ininteligible, que frustra toda interpretación, que parece hablar con dos voces, y que
señala en diferentes direcciones al mismo tiempo. Es una representación clara,
consecutiva, e históricamente correcta del juicio de la nación teocrática al final de la
era judía o del período judío. La teoría de interpretación que considera este discurso
como típico del juicio final de la raza humana, y de una catástrofe mundial que
acompaña este suceso, en realidad no encuentra ningún apoyo en la predicción misma,
al tiempo que conlleva inextricable perplejidad y confusión. Si, por una parte, pudiera
demostrarse que la profecía, como un todo, es aplicable igualmente en cada una de sus
partes a dos acontecimientos diferentes y ampliamente separados; o, por la otra, que
en cierto punto se separa de un tema, y trata del otro, entonces el doble sentido, o la
referencia doble, se sostendría sobre alguna base inteligible. Pero no encontramos
ninguna línea divisoria en la profecía entre lo cercano y lo remoto, y todos los intentos
de trazar dicha línea son insatisfactorios y arbitrarios hasta el extremo. Aún más
insostenible es la hipótesis de un doble significado que corre a través del todo; una
hipótesis que supone una "facultad verificadora" en el expositor o en el lector, y da un
poder de discreción tan grande al crítico ingenioso que parece completamente
incompatible con la reverencia debida a la Palabra de Dios.

La perplejidad que la teoría del doble sentido involucra es puesta bajo una fuerte luz
por la confesión de Dean Alford, quien, al final de sus comentarios sobre esta
profecía, expresa honestamente su insatisfacción con los puntos de vista que había
propuesto. "Creo que es correcto", dice, "expresar en esta tercera edición que,
habiendo entrado en un estudio más profundo de las porciones proféticas del Nuevo
Testamento, no siento en modo alguno la plena confianza que una vez tuve en la
exégesis, θυοαδ interpretación profética, que aquí se da de las tres porciones de este
capítulo 25. Pero no tengo ningún otro sistema con el cual reemplazarla, y algunos de
los puntos tratados aquí me parecen tan de peso como siempre. Me pregunto mucho si
el estudio exhaustivo de la profecía de la Escritura me volverá más y más desconfiado
de toda sistematización humana, y menos dispuesto a correr el riesgo de hacer un
fuerte aserto sobre cualquier porción del tema". (Julio de 1855). En la cuarta edición,
Alford añade: "Aprobado, Octubre de 1858)". Esta es una sinceridad altamente
honorable para el crítico, pero sugiere esta reflexión: Si, con toda la luz y la
experiencia de dieciocho siglos, la profecía del Monte de los Olivos todavía continúa
siendo un enigma sin resolver, ¿cómo podría haber sido inteligible para los discípulos,
que la escucharon ansiosamente de los labios del Maestro? ¿Podemos suponer que, en
ese momento, él les hablaría en acertijos ininteligibles? ¿Que cuando le pidieran pan
les daría una piedra? Imposible. No hay razón para creer que los discípulos eran
incapaces de comprender las palabras de Jesús, y, si estas palabras han sido
malinterpretadas en tiempos posteriores, es porque un método de interpretación falso
y antinatural ha oscurecido y desfigurado lo que en sí mismo es bastante luminoso y
simple. Es cosa de sorprenderse que los expositores hayan demostrado tal indiferencia
hacia las expresas limitaciones de tiempo establecidas por nuestro Señor; que se les
haya dado significados forzados y antinaturales a palabras como αι ων γενεα εντεϕ,
etc.; que se hayan trazado líneas divisorias en el discurso donde no existe ninguna - y
en general, que se haya sometido a la profecía a un tratamiento que no sería tolerado
en la crítica de ningún clásico griego o latino. Permítase solamente que el lenguaje de
la Escritura sea tratado con justicia común, e interpretado por los principios de la
gramática y el sentido común, y quedará eliminada gran parte de la oscuridad y de los
malentendidos, y saldrá a la luz la forma y la sustancia mismas de la verdad. (2).

Antes de pasar adelante de esta profecía profundamente interesante, puede ser


apropiado referirnos al cumplimiento maravillosamente minucioso que recibió, según
un testigo irreprochable, el historiador judío Josefo. Es un hecho de singular interés e
importancia que se conservara para la posteridad un registro completo y auténtico de
los tiempos y las transacciones a las que se hace referencia en la profecía de nuestro
Señor; y que este registro fuera de la pluma de un estadista, soldado, sacerdote, y
hombre de letras judío, que no sólo tiene acceso a las mejores fuentes de información,
sino que él mismo es testigo presencial de muchos de los acontecimientos que relata.
Da peso adicional a este testimonio el hecho de que no procede de un cristiano, que
podría haber sido sospechoso de partidismo, sino de un judío, que era indiferente, si
no hostil, a la causa de Jesús.

Tan llamativa es la coincidencia entre la profecía y la historia, que la antigua objeción


de Porfirio contra el libro de Daniel, de que debe haber sido escrito después del
acontecimiento, podría refutarse plausiblemente, si hubiese el más ligero pretexto para
tal insinuación.

Aunque el pueblo judío siempre se sintió intranquilo y molesto bajo el yugo de Roma,
no había síntomas urgentes de desafecto en el tiempo en que nuestro Señor hizo esta
profecía de la cercana destrucción del templo, la ciudad, y la nación. Las clases más
altas abundaban en manifestaciones de lealtad al gobierno imperial. "¡No tenemos
más rey que César!", exclamaron. Era política de Roma conceder a las provincias
subyugadas el libre ejercicio de su propia religión. No había, pues, ninguna razón
aparente para que el nuevo y espléndido templo de Jerusalén no permaneciera en pie
por siglos, y para que Judea no disfrutara de mayor tranquilidad y prosperidad bajo la
égida de César que la que había conocido bajo los príncipes nativos. Pero, antes de
que hubiese pasado por completo la generación que rechazó y crucificó al Hijo de
David, la nacionalidad judía fue extinguida: Jerusalén se convirtió en desolación; "la
casa santa y hermosa" sobre el monte de Sión fue arrasada hasta el suelo; y el pueblo
infeliz, que no conoció el tiempo de su visitación, fue abrumado por calamidades sin
paralelo en los anales del mundo.

Todo esto es innegable; pero sería demasiado esperar que esto fuese considerado
como cumplimiento adecuado de las palabras de nuestro Salvador por muchos a los
cuales el prejuicio o las interpretaciones tradicionales les han enseñado a ver más en la
profecía de lo que jamás incluyó la inspiración. El lenguaje, se dice, es demasiado
magnífico, las transacciones demasiado estupendas para ser satisfechas por un suceso
tan inadecuado como el juicio de Israel y la destrucción de Jerusalén. Ya hemos
tratado se señalar el verdadero significado y la verdadera grandeza de ese
acontecimiento. Pero la única respuesta suficiente a todas esas objeciones es la
expresa declaración de nuestro Señor, que cubre el ámbito entero de este discurso
profético. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin que todo esto
acontezca". Sin duda, hay algunas porciones de esta predicción que pueden ser
verificadas por el testimonio humano. ¿Espera alguien que Tácito, Suetonio, o Josefo,
o cualquier otro historiador, relate que "el Hijo del hombre fue visto viniendo en las
nubes del cielo con poder y gran gloria; que Él convocó a las naciones a este tribunal,
y recompensó a cada uno según sus obras"? Hay una región en la cual no pueden
entrar los testigos y los reporteros; carne y sangre no pueden contemplar los misterios
de lo espiritual o lo inmaterial. Pero hay también una gran porción de la profecía que
puede ser verificada, y que puede ser ampliamente verificada. Hasta un atacante del
cristianismo, que impugna el conocimiento sobrenatural de Cristo, se ve obligado a
admitir que "la porción relativa a la destrucción de la ciudad es singularmente
definida, y corresponde muy de cerca al acontecimiento verdadero". (4) El puntual
cumplimiento de la parte de la profecía que entra en el campo de la observación
humana garantiza la verdad del resto, que no cae dentro de esa esfera. En la secuela de
esta discusión, descubriremos que los sucesos que ahora parecen increíbles a muchos
eran la confiada expectación y la esperanza de la era apostólica, y que los primeros
cristianos estaban plenamente persuadidos de su realidad y su cercanía. Quedamos,
pues, en este dilema: O las palabras de Jesús han fallado, y las esperanzas de sus
discípulos han sido falsificadas, o de lo contrario esas palabras y esas esperanzas se
han cumplido, y la profecía se ha cumplido plenamente en todas sus partes. Una cosa
es cierta. La veracidad de nuestro Señor queda comprometida con la afirmación de
que la totalidad y cada una de las partes de los acontecimientos contenidos en esta
profecía habrían de tener lugar antes del fin de la generación existente. Si algún
lenguaje puede reclamar para sí el ser preciso y definido, es el que nuestro Señor
emplea para marcar los límites del tiempo dentro del cual se cumplirían sus palabras.
Nuestro Señor guarda silencio sobre cualesquiera otras catástrofes, de otras naciones,
en otras épocas, que pueda haber en el futuro. Él habla de su propia nación culpable, y
de su venida judicial al final de la era, como habían predicho a menudo y claramente
Malaquías, Juan el Bautista, y Jesús mismo. (5) De esto sus palabras han de ser tenidas
por responsables; más allá de esto es mera especulación humana, las hipótesis de los
teólogos, sin ninguna base segura en la Escritura.

Hemos, pues, tratado de rescatar esta gran profecía del método impreciso y nada
crítico de interpretación por medio del cual ha sido tan oscurecida y embrollada; así
que dejemos que nos transmita a nosotros el mismo significado distinto y claro que
transmitió a los discípulos. Reverencia hacia la Palabra de Dios, y la debida
consideración por los principios de interpretación, nos prohíben imponer
construcciones no naturales y dobles sentidos, que en efecto "añadirían a las palabras
de esta profecía". No nos atrevemos a jugar irresponsablemente con las expresas y
precisas afirmaciones de Cristo. No encontramos sino una Parusía; un fin de la era;
una catástrofe inminente; un terminus ad quem - "esta generación". Protestamos
contra la exégesis que manipula la Palabra de Dios tan libremente que se recomienda
a sí misma a los ojos de muchos. "El Señor", se dice, "siempre está viniendo a los que
esperan su aparición. Vemos su venida a gran escala en cada crisis de la gran historia
humana. En revoluciones, en reformas, y en las crisis de nuestra historia individual.
Para cada uno de nosotros, hay un advenimiento del Señor, tan a menudo como se nos
presentan nuevos y mayores aspectos de la verdad, o somos llamados a entrar en
deberes nuevos y quizás más laboriosos y emocionantes". (6) De esta manera, podría
ser más difícil decir lo que no es una "venida del Señor". Pero, al convertirla en
cualquier cosa y en todas las cosas, la convertimos en nada. Está vacía de toda
precisión y realidad. No hay razón para que la encarnación, la crucifixión, y la
resurrección no puedan, de manera similar, llegar a ser transacciones comunes y
diarias, así como la Parusía. Una cosa es decir que los principios del gobierno divino
son eternos e inmutables, y que, por lo tanto, lo que Dios hace a un pueblo, o a una
época, hará en circunstancias similares a otras naciones y a otras épocas; otra cosa es
decir que esta profecía tiene dos significados: uno para Jerusalén e Israel, y otro para
el mundo y la consumación final de todas las cosas. Sostenemos, con Neander, que
"las palabras de Cristo, como sus obras, contienen en sí mismas el germen de un
desarrollo infinito, reservado para que lo revelen las edades futuras". (7) Pero esto no
implica que la profecía es cualquier cosa que pueda concebir una fantasía ingeniosa, o
que tenga sentidos ocultos o ulteriores que subyacen el significado aparente y natural
del lenguaje. El deber del intérprete y estudiante de la Escritura es, no intentar lo que
la Escritura pueda hacérsele decir, sino someter su comprensión de "los verdaderos
dichos de Dios", que son por lo general tan sencillos como profundos. (8)

Notas:

1. Bampton Lecture, del Profesor Burton, p. 20.

2. El siguiente extracto ha sido tomado de un excelente artículo en el primer tomo de la


Biblioteca Sacra (1843), por el Dr. E. Robinson, titulado "La Venida de Cristo". Hasta el ver. 42
del cap. 24 de Mateo, el Dr. Robinson sostiene la exclusiva referencia de la predicción a
Jerusalén, y por esta razón menciona las interpretaciones que se refieren a ella como el "fin del
mundo:"

"Ahora surge la pregunta de si, bajo estas limitaciones de tiempo, es posible una referencia del
lenguaje de nuestro Señor al día del juicio y al fin del mundo en nuestro sentido de estos
términos. Los que sostienen este punto de vista intentan de varias maneras deshacerse de las
dificultades que surgen de estas limitaciones. Algunos asignan a (ενθε νϕ) el significado de
súbitamente, como lo emplea la Sepuaginta en Job ver. 3 para el hebreo. Pero, aún en este pasaje,
el propósito del escritor es simplemente marcar una secuencia inmediata - indicar que otro
suceso más consecuente ocurre en seguida. Ni se ganaría nada aunque se pudiera disponer de la
palabra (νθε ωϕ), con tal de que permaneciera la subsiguiente limitación a "esta generación". Y
en esto también otros han tratado de referir genea a la raza de los judíos, o a los discípulos de
Cristo, no sólo sin el más ligero fundamento, sino contrariamente a todo uso y a toda analogía.
Todos estos intentos de aplicar la fuerza al significado del lenguaje son en vano, y ahora han sido
abandonados por la mayoría de los comentaristas de nota".

Después de una exposición tan luminosa, es decepcionante descubrir que el Dr. Robinson deja de
llevar consistentemente hasta el fin los principios con los cuales comenzó. Desconcertado por la
conclusión anticipada de que "el juicio final" y "el fin del mundo" se encuentran en alguna parte
de la profecía, e incapaz de ver dónde termina el tema de Jerusalén y dónde comienza el otro y
mayor tema de la catástrofe mundial, adopta el siguiente método. Comenzando con la suposición
de que la parábola de las ovejas y los cabritos tiene que describir el último evento, tantea su
camino hacia atrás hasta la parábola anterior, la de los talentos, en la cual encuentra el mismo
tema, la doctrina de la retribución final. Yendo aún más atrás, a la parábola de las diez vírgenes,
descubre que el objeto de esa parábola es inculcar la misma verdad importante. Llega a la
conclusión de que el capítulo veinticinco de Mateo debe, por lo tanto, referirse por entero a las
transacciones del último gran día.

"Pero", continúa, "la última parte del cap. 24, es decir, desde el ver. 43 hasta el 51, está
íntimamente conectada con la parábola inicial del ca. 25", que parece proporcionar suficiente
base para considerar que este pasaje también se refiere al juicio futuro. En el ver. 43 de Mat. 24,
por lo tanto, el Dr. Robinson cree que nuestro Señor abandona por completo el tema de Jerusalén
y entra en un tema nuevo, el juicio del mundo.

En seguida es evidente que la totalidad de su razonamiento queda viciado por la falsa premisa
con la cual comienza, o sea, la suposición de que la parábola de las ovejas y los cabritos se
refiere al juicio de la raza humana. Ya hemos demostrado que no hay ningún nuevo comienzo en
Mat. 24:48.

4. Contemporary Review, Nov. 1876. Véase la Nota B, Parte I.

5. Refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, dice Jonathan Edwards: "Así, pues, hubo un final
definitivo del mundo del Antiguo Testamento: Todo quedó concluído con una especie de día del
juicio, en el cual el pueblo de Dios fue salvo, y sus enemigos destruidos de manera terrible".
Historia de la Redención, vol. i, p. 445.

6. Evang. Meg. Feb. 1877, p. 69.

7. Life of Christ, 165.

8. Véase Nota A, Parte I.

LA PARUSÍA EN EL EVANGELIO DE JUAN

En los evangelios sinópticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con las
otras las alusiones a la Parusía registradas por los evangelistas; y a menudo hemos
encontrado ventajoso hacerlo. No es fácil, sin embargo, entrelazar el cuarto evangelio
con los sinópticos, y a menudo es un poco notable que ni una sola alusión a la Parusía
en los últimos se encuentre en el primero. Es, pues, preferible, por todas las razones,
considerar el evangelio de Juan por sí mismo, y encontraremos que las referencias al
tema de nuestra investigación, aunque no muchas en número, son muy importantes y
están llenas de interés.

La Parusía y la Resurrección de los Muertos

Juan 5:25-29 - "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán. Porque como el
Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y
también le dio autoridad de hace juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.

"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida;
mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación".

En las referencias a la cercana consumación que hemos encontrado en los evangelios


sinópticos, es imposible no impresionarse con la constante asociación de la Parusía
con un gran acto de juicio. Desde la primera noticia de este gran suceso hasta el fin, la
idea de juicio aparece de modo prominente. Juan el Bautista advierte a la nación de
"la ira venidera". Los hombres de Nínive y la reina del sur han de aparecer en el juicio
con esta generación. En la siega al final del tiempo, la paja ha de ser quemada, y el
trigo recogido en el granero. El Hijo del hombre habría de venir en su gloria para dar a
cada uno según sus obras. El juicio de Capernaum y Corazín habría de ser más severo
que el de Tiro y Sidón. Casi todas las últimas parábolas en el ministerio de nuestro
Señor declaran el juicio venidero - las minas, el labrador malvado, las bodas del hijo
del rey, las diez vírgenes, los talentos, las ovejas y los cabritos. La gran profecía del
Monte de los Olivos se ocupa enteramente del mismo tema.

Es notable que la primera alusión de Juan a este suceso reconozca su carácter judicial.
Pero ahora encontramos un nuevo elemento introducido en la descripción de la
cercana consumación. Está relacionado con la resurrección de los muertos; de "todos
los que están en la tumba". "La hora viene cuando todos los que están en la tumba
oirán su voz, y saldrán", etc.

No puede haber ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29) se
refiere a la resurrección literal de los muertos. También puede admitirse que los
versículos precedentes (25,26) se refieren a la comunicación de vida espiritual a los
que están muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso vivificante ya había
comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en delitos y pecados estaban a
punto de ser vivificados por el poder resucitador del Espíritu divino actuando en las
almas de los hombres para que predicasen el evangelio de Cristo. Este poder
vivificador pertenecía, por designio divino, al Hijo de Dios, al cual también había sido
entregado, en virtud de su humanidad, el oficio de Juez supremo (ver. 27).

Anticipándose al hecho de que esta afirmación de ser el Juez de la humanidad haría


tambalear a sus oyentes, nuestro Señor procede a reforzar su afirmación y aumentar la
admiración de ellos declarando que, a su voz, y antes de mucho, los muertos saldrían
de de sus tumbas para estar de pie delante de su trono de juicio.

El lector notará en particular las indicaciones de tiempo especificadas por nuestro


Señor en estos importantes pasajes. Primero tenemos: "viene la hora, y ahora es". Esto
indica que la acción de la cual se habla, o sea, la comunicación de vida espiritual a los
espiritualmente muertos, ya ha comenzado a tener lugar. Luego tenemos: "vendrá
hora", sin la adición de las palabras "y ahora es", indicando que el suceso
especificado, es decir, el levantarse los muertos de sus tumbas, está a una mayor
distancia en el tiempo, aunque todavía no muy lejos. La fórmula "viene la hora"
siempre denota que el suceso al que se refiere no está muy distante. En realidad, no
define el tiempo, sino que lo ubica dentro de un período comparativamente breve.
Encontramos estas dos expresiones. "viene la hora" y "viene la hora, y ahora es",
empleadas por nuestro Señor en su conversación con la mujer de Samaria (Juan
4:21,23), y su uso aquí puede ayudarnos a establecer su fuerza en el pasaje que
tenemos delante. Cuando nuestro Señor dice: "Viene la hora, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad", está indicando que
el tiempo ya era presente, pues, ¿no había empezado a reunir los materiales de aquella
iglesia espiritual de verdaderos adoradores de la cual hablaba? Sin embargo, cuando
dice: "Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén
adoraréis al Padre", habla de un tiempo que, aunque no estaba distante, todavía no
había llegado. Preveía el período del cual hablaba, cuando cesaría la adoración en el
templo, cuando el monte Sión sería "arado como campo", y el monte Gerizim también
sería abrumado por el diluvio de ira. Pero era necesaria la abrogación de lo local y lo
material para la entronización de lo universal y lo espiritual; y, por lo tanto, el templo
con su ritual debía ser suprimido para hacer lugar para la más noble adoración "en
espíritu y en verdad".

Por supuesto, no puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se refiere
precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos casos, aunque es fuerte la
presunción de que así es. Para esta etapa, baste notar que nuestro Señor habla aquí de
la resurrección de los muertos y el juicio como sucesos que no estaban distantes, pero
tan distantes que podía decirse correctamente: "La hora viene", etc.

La Resurrección, el Juicio, y el Día Postrero


Juan 6:39. "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me
diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero".

Juan 6:40: "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 6:44: "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 11:24: "Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero".

Juan 12:48: "La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero".

En estos pasajes tenemos otra nueva frase en relación con la consumación que se
acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinópticos nunca encontramos la
expresión "el día postrero", aunque encontramos sus equivalentes, "aquel día" y "el
día del juicio". No puede dudarse que estas expresiones son sinónimas, y se refieren al
mismo período. Pero ya hemos visto que el juicio es contemporáneo con "el fin del
tiempo" (σοντελεια τον αιωνοϕ), e inferimos que "el día postrero" es sólo otra
forma de la expresión "el fin del tiempo" o Peón. La Parusía también está representada
constantemente como coincidente en el tiempo con "el fin del tiempo", de modo que
todos estos grandes sucesos, la Parusía, la resurrección de los muertos, el juicio, y el
día postrero, son contemporáneos. Entonces, puesto que el fin del tiempo no es, como
se imagina generalmente, el fin del mundo, o la destrucción total de la tierra, sino la
terminación de la economía judía; y puesto que nuestro Señor mismo clara y
frecuentemente coloca ese suceso dentro de los límites de la generación existente,
llegamos a la conclusión de que la Parusía, la resurrección, el juicio, y el día postrero,
pertenecen todos al período de la destrucción de Jerusalén.

Por muy alarmante o increíble que pueda parecer esta conclusión al principio, es la
enseñanza a la cual el Nuevo Testamento está dedicado absolutamente, y, al
avanzar en esta investigación, encontraremos que la evidencia en apoyo de esta
conclusión se acumula hasta tal grado que es irresistible. Nos encontraremos con
expresiones como "los últimos tiempos", "los últimos días", y "la última hora", que
evidentemente denotan el mismo período que "el día postrero", pero de las cuales, sin
embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han llegado. Mientras tanto,
sólo podemos pedir al lector que reserve su juicio, y calmada e imparcialmente sopese
la evidencia derivada, no de autoridad humana, sino de la misma palabra de
inspiración.

El Juicio del Mundo y del Príncipe de Este Mundo


Juan 12:31. "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera".

Juan 16:11. "De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido juzgado".

Se acostumbra explicar estas palabras en el sentido de que había llegado una gran
crisis en la historia espiritual del mundo: que la muerte de Cristo en la cruz era un
momento crucial, por decirlo así, del gran conflicto entre el bien y el mal, entre el
Dios vivo y verdadero y el falso dios usurpador de este mundo - que el resultado de la
muerte de Cristo sería la derrota final del poder de Satanás y el establecimiento del
reino de verdad y justicia sobre las ruinas del imperio de Satanás.

No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta explicación, pero no
satisface todos los requisitos del lenguaje muy claro y enfático de nuestro Señor con
respecto a la cercanía y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es el juicio
de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". No es suficiente
decir que, para la previsión profética de nuestro Salvador, el futuro distante era como
si fuera el presente; ni que, por la cercanía de su muerte, el juicio del mundo y la
expulsión de Satanás estarían virtualmente asegurados, y que por lo tanto podrían ser
considerados como hechos consumados. Tampoco es suficiente decir que, desde el
momento en que se ofreció el gran sacrificio de la cruz, el poder y la influencia de
Satanás comenzaron a menguar, y tiene que disminuir constantemente hasta que él sea
finalmente aniquilado. El lenguaje de nuestro Señor apunta manifiestamente a una
transacción judicial grande y final, que pronto habría de tener lugar. Pero juicio es un
acto que difícilmente puede concebirse como extendiéndose sobre un período
indefinido, y especialmente cuando está restringida por la palabra ahora, a un punto
distinto e inminente en el tiempo. La frase "echado fuera", también, es evidentemente
una alusión a la expulsión de un demonio de un cuerpo poseído por un espíritu
inmundo. Pero esto indica un acto súbito, violento, y casi instantáneo, y no un proceso
gradual y prolongado. Ninguna figura podría ser menos apropiada para describir la
lenta decadencia y el agotamiento final del poder satánico que la expulsión de un
demonio. Nos vemos obligados, pues, a hacer a un lado la explicación que hace que
las palabras de nuestro Señor se refieran a un juicio que, después de transcurridos
muchos siglos, todavía continúa; o a una expulsión de Satanás que todavía no se ha
efectuado. Él no hablaría de un juicio, que no habría de tener lugar por miles de años,
como si fuera "ahora", ni de una inminente "expulsión" de Satanás, que habría de ser
el resultado de un proceso lento y prolongado.

Concluimos, entonces, que, cuando nuestro Señor dijo: "Ahora es el juicio de este
mundo", etc., se refería a un suceso que estaba cercano, y, en cierto sentido, era
inmediato: es decir, tenía a la vista aquella gran catástrofe que apenas parece haber
estado ausente de sus pensamientos - la solemne transacción judicial cuando "el Hijo
del hombre habría de sentarse sobre el trono de su gloria" - la gran "cosecha" al final
del tiempo, cuando los ángeles segadores habrían de "recoger de su reino todas las
cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a esto que la palabra κοσµοϕ
(mundo) es demasiado abarcante para que quede restringida a una tierra o una nación,
puede replicarse que κοσµοϕ se emplea aquí, como en algunos otros pasajes,
especialmente en los escritos de Juan, más bien en un sentido ético que como
expresión geográfica. (Véase Juan 7:7; 8:23; 1 Juan 2:15; v.14).

Pero puede decirse: ¿Cómo podría hablarse de este juicio de Israel como si fuese
"ahora" más que de un juicio que todavía está en el futuro? Cuarenta años de aquí en
adelante no es más ahora que cuatro mil años. A esto puede replicarse: Más que
ningún otro, el suceso que ahora era inminente precipitaría la condenación de Israel.
La crucifixión de Cristo habría de ser el clímax del crimen, el acto culminante de
apostasía y culpabilidad que llenó la copa de la ira, y selló la suerte de "aquella
generación malvada". El intervalo entre la crucifixión de Cristo y la destrucción de
Jerusalén fue sólo el breve espacio entre el pronunciamiento de la sentencia y la
ejecución del criminal; y de la misma manera, nuestro Señor, cuando abandonó el
templo por última vez, exclamó: "He aquí, vuestra casa os es dejada desierta", aunque
su desolación no tuvo lugar realmente sino hasta casi cuarenta años más tarde, pudo
decir: "Ahora es el juicio de este mundo", aunque un espacio de tiempo semejante
transcurriría entre el pronunciamiento y la ejecución de sus palabras.

De manera semejante, la "expulsión del príncipe de este mundo" está representada


como coincidente con el "juicio de este mundo", y ambos son manifiestamente el
resultado de la muerte de Cristo. Pero, ¿cómo puede decirse que Satanás fue
expulsado en el período al que se refiere, o sea, el juicio al final del tiempo? Aquel
suceso marcó una gran época en la administración divina. Fue la inauguración de un
nuevo orden de cosas: la "venida del reino de Dios" en un sentido alto y especial,
cuando se disolvió la peculiar relación entre Jehová e Israel, y Él vino a ser conocido
como Dios y Padre de toda la raza humana. De allí en adelante, Satanás no habría de
ser ya más el dios de este mundo, sino que el Altísimo habría de tomar el reino para sí
mismo. Esta revolución se efectuó por la muerte expiatoria de Cristo en la cruz, que se
declara que es "la reconciliación consigo de todas las cosas, así las que están en la
tierra como las que están en los cielos" (Col. 1:20). Pero la inauguración formal del
nuevo orden es representada como teniendo lugar al "fin del tiempo", el período en
que "el reino de Dios vendría con poder", y el Hijo del hombre se sentaría como Juez
"en el trono de su gloria". ¿Qué podría ser más apropiado, entonces, que la
"expulsión" del príncipe de este mundo en el período en que su reino, "este mundo",
fuese juzgado?
Puede objetarse que, si realmente tuvo lugar entonces un suceso como la expulsión de
Satanás, debería estar marcado por alguna muy palpable disminución del poder del
diablo sobre los hombres. La objeción es razonable, y puede rebatirse con la
afirmación de que sí existe evidencia de la disminución de la influencia satánica en el
mundo. La historia de los tiempos de nuestro Salvador proporciona prueba abundante
del ejercicio de un poder sobre las almas y cuerpos de hombres que entonces estaban
poseídos por Satanás, un poder que felizmente es desconocido en nuestros días. La
misteriosa influencia llamada "posesión demoníaca" se atribuye siempre en la
Escritura a los agentes satánicos; y era una de las credenciales de la comisión divina
de nuestro Señor que Él, "por el poder de Dios, echaba fuera demonios". ¿En qué
período cesó de manifestarse la sujeción de los hombres al poder demoníaco? Era
común en los días de nuestro Señor: continuó durante la época de los apóstoles,
porque tenemos muchas alusiones al hecho de que ellos echaban fuera espíritus
inmundos; pero no tenemos evidencia de que esta sujeción continuó existiendo en los
tiempos post-apostólicos. El fenómeno ha desaparecido tan completamente que, para
muchos, su anterior existencia es increíble, y la resuelven con una superstición
popular, o con una teoría no científica de enfermedad mental - una explicación que es
totalmente incompatible con las representaciones del Nuevo Testamento.

Vale la pena observar que nuestro Señor, en una ocasión anterior, hizo una
declaración muy parecida a la que ahora estamos considerando.

Cuando los setenta discípulos regresaron de su misión evangélica, informaron con


regocijo de su éxito al echar fuera demonios en el nombre de su Maestro:

"Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:17). Al


responderles, Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo", una
expresión que es casi equivalente a las palabras: "Ahora el príncipe de este mundo
será echado fuera", y sobre la cual Neander hace las siguientes sugestivas
observaciones:

"Del mismo modo que Jesús había designado previamente la cura, por Él mismo, de
endemoniados como una señal de que el reino de Dios había venido a la tierra, así
también ahora consideró lo que los discípulos informaron como señal del poder
conquistador de ese reino, delante del cual toda cosa mala tenía que retroceder: 'Yo
veía a Satanás caer del cielo como un rayo', es decir, del pináculo del poder que hasta
ahora había tenido entre los hombres. Antes de que la mirada intuitiva de su espíritu
expusiera a la vista los resultados que habrían de seguir a su obra redentora después
de su ascensión al cielo, vio, en espíritu, al reino de Dios avanzando triunfante sobre
el reino de Satanás. No dice: 'Ahora veo', sino 'Veía'. Lo veía antes de que los
discípulos trajeran su informe de las maravillas que habían llevado a cabo. Mientras
ellos estaban llevando a cabo estas obras aisladas, él veía la sola gran obra de la cual
las de ellos eran sólo señales particulares e individuales - la victoria, completamente
ejecutada, sobre el gran poder del mal que había gobernado a la humanidad". (2)
Al comparar estas dos notables afirmaciones de nuestro Señor, hay tres puntos que
merecen particular atención:

1. Ambas son pronunciadas en ocasiones en que el triunfo de su causa, que se


acercaba, aparecía vívidamente delante de él.

2. En ambas, la expulsión de Satanás es representada como un hecho


consumado.

3. En ambas, se considera como un acto rápido y sumario, no como un proceso


lento y prolongado: en un caso, Satanás cae "del cielo como un rayo"; en el
otro, es "echado fuera" de un endemoniado como espíritu inmundo.

Neander, pues, ha pasado un poco por alto el verdadero énfasis de la expresión, en sus
observaciones, por lo demás, admirables. Creemos que las palabras apuntan
claramente a una gran transacción judicial, que tiene lugar en un punto particular del
tiempo, que ese tiempo estaba muy cercano, y que es la consecuencia y el resultado de
la muerte del Salvador en la cruz. Tal transacción y tal período los podemos encontrar
sólo en la gran catástrofe tan vívidamente presentada por nuestro Señor en su discurso
profético, y por lo tanto, no podemos titubear al entender que sus palabras se refieren
a aquel suceso memorable.

Ninguna otra explicación satisface los requisitos de la declaración: "Ahora es el juicio


de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera".

EL RÁPIDO RETORNO DE CRISTO [LA PARUSÍA]

Juan 14:3. "Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo".

Juan 14:18: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros".

Juan 14:28: "Voy, y vengo a vosotros".

Juan 16:16: "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis;


porque yo voy al Padre".

Juan 16:22: "Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón".


Por simples que puedan parecer estas palabras, han causado gran perplejidad a los
comentaristas. La misma simplicidad de las palabras es posiblemente la causa de la
dificultad de ellos: porque es muy difícil creer que significan lo que parecen decir. Se
ha supuesto que nuestro Señor se refiere, en algunos pasajes, a su cercana partida de la
tierra y a su regreso final al "fin de los días", a la consumación de la historia humana;
y que, en otros, se refiere a su ausencia temporal durante el intervalo entre su
crucifixión y su resurrección.

Un examen cuidadoso de las alusiones de nuestro Señor a su partida y a su venida otra


vez satisfará a cada lector inteligente de que la venida del Señor, o "segunda venida",
siempre se refiere a un suceso particular y a un período en particular. Ningún suceso
está más claramente marcado en el Nuevo Testamento que la Parusía, la segunda
venida del Señor. Se la describe siempre como un acto, no como un proceso; un
acontecimiento grandioso y feliz; una "bendita esperanza", ansiosamente anticipada
por sus discípulos y de la cual se creía confiadamente que estaba a las puertas. Los
apóstoles y los primeros creyentes no sabían nada de una Parusía extendida a lo largo
de un período de tiempo vasto e indefinido, ni de varias "venidas", todas distintas y
separadas la una de la otra; sino de una sola venida - la Parusía, "la gloriosa aparición
del gran Dios y nuestro Salvador Jesucristo" (Tito 2:13). Si algo está escrito
claramente en la Escritura es esto. Es con asombro, pues, que leemos los comentarios
de Dean Alford sobre nuestras palabras en Juan 14:3.

"El venir otra vez del Señor no es un solo acto, como su resurrección, o el descenso
del Espíritu, o su segundo advenimiento personal, o la venida final en juicio, sino el
gran complejo de todo esto, cuyo resultado será que Él tome a su pueblo a sí mismo
adonde él esté. Este ερχοµαι se inicia (ver. 18) en su resurrección; continúa (ver. 23)
en la vida espiritual, alistándoles para el lugar que está preparado; progresa aún más
cuando cada uno, por medio de la muerte, es arrebatado para estar con Él (Fil. 1:23);
se completa plenamente en su venida en gloria, cuando estarán con Él para siempre (1
Tes. 4:17) en el perfecto estado de resurrección". (3)

¡Todo esto se desarrolla a partir de una sola palabra, ερχοµαι! Pero, si ερχοµαι tiene
tal variedad y complejidad de significados, por qué no νπαψω ψ πορενοµαι? ¿Por
qué no debería tener "fuere" tantas partes y procesos como "vendré otra vez"? De la
misma manera, puede preguntarse: ¿Cómo podrían haber entendido los discípulos el
lenguaje de nuestro Señor, si el lenguaje tenía un "gran complejo" de significados? ¿O
cómo puede esperarse que hombres sencillos capten jamás el significado de las
Escrituras si las expresiones más simples son tan intrincadas y desconcertantes?

Este comentario no ha sido concebido en el lúcido espíritu del sentido común inglés,
sino en la jerga mística de Lange y Stier. ¿Qué puede ser más sencillo que el "vendré
otra vez" es un acto tan definido como el "me fuere", y que sólo puede referirse a la
profecía y la promesa del Nuevo Testamento, la Parusía? Que este suceso no habría de
ser diferido por mucho tiempo es evidente por el lenguaje en que se anuncia: "Ερχοµ
αι - Vendré". Todo el tenor del discurso de nuestro Señor supone que la separación
entre sus discípulos y Él mismo ha de ser breve, y su reunión rápida y perpetua. ¿Por
qué se va? A preparar un lugar para ellos. ¿Todavía no está preparado, entonces?
¿Todavía no los ha recibido a sí mismo? ¿Todavía no están donde él está? Si la
Parusía está todavía en el futuro, estas esperanzas todavía no se han cumplido.

Que este esperado regreso y esta reunión no eran un suceso lejano, que estaba a una
distancia de muchos siglos, sino un suceso que estaba a las puertas, lo demuestran las
subsiguientes referencias a él que hace nuestro Señor. "Todavía un poco, y no me
veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre". (Juan 16:16).
Pronto habría de dejarles; pero no para siempre, ni por mucho tiempo - "un poco",
unos pocos y cortos años, y su tristeza y su separación terminarían; porque "os volveré
a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo" (Juan 16:22). Se
observará que nuestro Señor no dice que la muerte les reuniría, sino que lo haría su
venida. Esa venida, pues, no podía estar distante.

Que es a este intervalo entre su partida y la Parusía a lo que se refiere nuestro Señor
cuando habla de "un poco" es evidente por dos consideraciones: Primera, porque Él
afirma claramente que va al Padre, lo cual muestra que su ausencia se relaciona con el
período subsiguiente a la ascensión; y segunda, porque, en la epístola a los Hebreos,
este mismo período, es decir, el intervalo entre la partida de nuestro Señor y su venida
otra vez, es denominado expresamente "un poco". "Porque aún un poquito, y el que ha
de venir vendrá, y no tardará" (Heb. 10:37).

Aquí nuevamente nos vemos constreñidos a protestar contra la interpretación forzada


y antinatural que hace Alford de este pasaje (Juan 16:16):

"El modo de expresión", observa, "es enigmático a propósito; no siendo el θεωρειτε y


οεσθυε coordinados: refiriéndose el primero a la vista física, la segunda también a la
vista espiritual. El οδεσθϕ (veréis) comenzó a cumplirse en la resurrección; luego
tuvo su pleno cumplimiento en el día de Pentecostés; y habrá tenido su cumplimiento
final en el gran regreso del Señor de aquí en adelante. Recuérdese, nuevamente, que
en todas estas profecías se nos presenta una perspectiva de cumplimientos
continuamente en desarrollo". (4)

Imagínese un acto de visión, "veréis", dividido en tres operaciones distintas, cada una
separada de la otra por una era, un intervalo, y la última todavía sin completarse
después de dieciocho siglos, y esto choca de frente con la expresa declaración de
nuestro Señor de que habría de ser después de "un poco de tiempo". Esto no es crítica,
sino misticismo. Una explicación tan artificial e intrincada jamás se les podría haber
ocurrido a los discípulos, y es sorprendente que se le haya ocurrido a cualquier
intérprete sobrio de la Escritura. Pero hasta los discípulos, aunque perplejos al
principio por el "un poco", pronto captaron lo que quería decir nuestro Señor cuando
dijo:

"Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (Juan
16:28).

Auméntese esto con otras tres palabras de Jesús, y tenemos la sustancia de su


enseñanza con respecto a la Parusía:
"Vendré otra vez, y os recibiré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis" (Juan 14:3).

"No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros" (Juan 14:18).

"Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis" (Juan 16:16).

El lenguaje es incapaz de transmitir el pensamiento con exactitud si estas palabras no


afirman que el regreso de nuestro Salvador a sus discípulos habría de ser rápido.

JUAN HABRÍA DE VIVIR HASTA LA PARUSÍA

Juan 2:22. "Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
Sígueme tú".

Sería inútil especificar y discutir las varias interpretaciones de este pasaje que
hombres eruditos han conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no
podría haber causado más perplejidad y sido más desconcertante. Los que deseen ver
algunas de las numerosas opiniones que han sido traídas a colación sobre el tema las
encontrarán en las referencias de Lange. (5)

Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la oscuridad y todas las
dificultades han sido importadas a ellas por la renuencia de los intérpretes a reconocer,
en la "venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido, dentro del espacio de
la generación existente. A menudo, al reiterar nuestro Señor la certeza de que vendría
en su reino, vendría en gloria, vendría a juzgar a sus enemigos y a recompensar a sus
amigos, antes de que pasara por completo la generación que entonces existía en la
tierra, parece haber una repugnancia casi invencible, de parte de los teólogos, a
aceptar las palabras de Jesús en su sentido obvio y sencillo. Persisten en suponer que
Él debe haber querido decir alguna otra cosa o algo más. Admítase una vez lo que es
innegable, que nuestro Señor mismo declaró que su venida habría de tener lugar
durante la vida de algunos de sus discípulos (Mat. 16:27,28), y la dificultad
desaparece. Acababa de revelar a Simón Pedro con qué muerte habría de glorificar a
Dios, y Pedro, con característica impulsividad, se atrevió a preguntar cuál sería el
destino del discípulo amado, en quien se fijó en ese momento. Nuestro Señor no dio
una respuesta explícita a esta pregunta, que sonaba un poco a intromisión, pero los
discípulos entendieron que su respuesta quería decir que Juan viviría para ver el
regreso de Jesús. "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Este lenguaje es muy
significativo. Supone como posible que Juan viviera hasta la venida del Señor. Es
más, lo sugiere como probable, aunque no lo afirma como cierto. Los discípulos lo
interpretaron como que Juan no moriría en absoluto. El evangelista mismo ni afirma
ni niega lo correcto de esta interpretación, sino que se contenta con repetir las palabras
de Jesús: "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Es, sin embargo, una
circunstancia del mayor interés que sabemos cómo se entendieron generalmente las
palabras de Jesús en ese momento en la hermandad de los discípulos. Evidentemente,
llegaron a la conclusión de que Juan viviría para presenciar la venida de Jesús; y
dedujeron que, en ese caso, él no moriría en absoluto. Es esta última inferencia la que
Juan se guarda de hacer. Que él viviría hasta la venida del Señor, Juan parece
admitirlo sin duda. Si esto implicaba, además, que no moriría en absoluto, era un
punto dudoso que las palabras de Jesús no decidieron.

Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una cosa tan increíble o irrazonable
como les puede parecer a muchos. Vivir hasta la venida del Señor era, de acuerdo con
la creencia y la enseñanza apostólica, equivalente a gozar de la exención de muerte.
Pablo enseñaba a los corintios: "No todos dormiremos [moriremos], pero todos
seremos transformados" (1Cor. 15:51). Habló a los tesalonicenses de la posibilidad de
estar vivos a la venida del Señor: "Nosotros que vivimos, que habremos quedado
hasta la venida del Señor" (1 Tesa. 4:15). Expresaba su propia preferencia personal de
no "ser desnudados [de la vestimenta del cuerpo], sino revestidos [con la vestimenta
espiritual] -- en otras palabras, no morir, sino ser transformados (2Cor. 5:4). Los
discípulos podrían estar justificados en esta creencia por las palabras de Jesús en la
noche de la cena pascual: "Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo". ¿Cómo podrían
ellos suponer que esto significaba la muerte? O ellos pueden haber recordado las
palabras de Él en el Monte de los Olivos: "Y enviará sus ángeles con gran voz de
trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Esto, les había asegurado,
tendría lugar antes de que pasara la actual generación. No estaban, pues, por completo
sin preparación para recibir un anuncio como el que el Señor hizo con respecto a Juan.
(6).

Podemos, pues, hacer legítimamente las siguientes deducciones de este importante


pasaje:
1. Que no había nada increíble ni absurdo en la suposición de que Juan viviría
hasta la venida del Señor.

2. Que las palabras de nuestro Señor indican la posibilidad de que, en efecto,


fuera así.

3. Que los discípulos entendieron la respuesta de nuestro Señor como


implicando
que Juan no moriría en absoluto.

4. Que el mismo Juan no da ninguna señal de que hubiese nada increíble ni


imposible en la inferencia, aunque no lo declara categóricamente.

5. Que tal opinión armonizaría con la expresa enseñanza de nuestro Señor con
respecto a la cercanía y la coincidencia de su propia venida, la destrucción de

Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de aquel eón o aquella era.

6. Que todos estos sucesos, según las afirmaciones de Jesús, ocurrirían dentro
del
período de la presente generación.

Habiendo visto así los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se
relacionan con la Parusía, o venida del Señor, puede ser útil recapitular y poner en un
solo panorama la enseñanza general de estos registros inspirados sobre este
importante tema.

RESUMEN DE LA ENSEÑANZA DE LOS EVANGELIOS


CON RESPECTO A LA PARUSÍA

1. Tenemos el enlace entre la profecía del Antiguo Testamento y la del Nuevo


en el anuncio de Juan el Bautista (el Elías de Malaquías) sobre la cercanía de la
ira venidera, o el juicio de la nación teocrática.

2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que anuncia que el reino de Dios
está a las puertas, y llama a la nación al arrepentimiento.

3. Las ciudades que fueron favorecidas con la presencia de Cristo, pero


rechazaron su mensaje, son amenazadas con una destrucción más intolerable
que la de Sodoma y Gomorra.
4. Nuestro Señor asegura expresamente a sus discípulos que su venida tendría
lugar antes de que ellos hubiesen completado la evangelización de las ciudades
de Israel.

5. Jesús predice un juicio al "fin del tiempo" o de la era [συντελεια τον αιωνο
σ], una frase que no significa la destrucción de la tierra, sino la consumación de
la era, es decir, de la dispensación judía.

6. Nuestro Señor declara expresamente que Él vendría presto [µελλει επχεσθα


ι] en gloria, en su reino, con sus ángeles, y que algunos de entre sus discípulos
no morirían hasta que su venida tuviera lugar.

7. En varias parábolas y en varios discursos, nuestro Señor predice la


destrucción que se cierne sobre Israel en el período de su venida. (Véase Lucas
18, parábola de la viuda importuna. Lucas 19, parábola de las minas. Mateo
21, parábola de los labradores malvados. Mateo 22, parábola de la fiesta de
bodas).

8. Con frecuencia, nuestro Señor denuncia la maldad de la generación a la cual


predicaba, y declara que los crímenes de épocas anteriores y la sangre de los
profetas sería requerida de su mano.

9. La resurrección de los muertos, el juicio del mundo, y la expulsión de


Satanás son representados como coincidentes con la Parusía, y que están a las
puertas.

10. Nuestro Señor aseguró a los discípulos que vendría otra vez a ellos, y que
su venida sería dentro de "poco".

11. La profecía del Monte de los Olivos es un discurso relacionado y continuo,


que se refiere exclusivamente a la destrucción de Jerusalén e Israel, que se
acercaba, de acuerdo con la expresa afirmación de nuestro Señor (Mat. 24:34;
Mar. 13:30; Luc. 21:32).

12. Las parábolas de las diez vírgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos
pertenecen todas al mismo acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.

13. Se exhorta a los discípulos a velar y a orar, y a vivir en la común esperanza


de la Parusía, porque sería súbita y rápida.

14. Después de su resurrección, nuestro Señor dio a Juan razón para esperar que
viviría para presenciar su venida.
Notas:

1. Algunos intérpretes prefieren entender "los muertos" del versículo 25 como que se refieren a
casos tales como la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y Lázaro de Betania, personas
literalmente levantadas de los muertos y restauradas a la vida por Jesús. Entienden que el
argumento de Jesús es algo así: "Vosotros os asombráis de la obra maravillosa que he llevado a
cabo en este hombre indefenso, pero vosotros veréis maravillas mucho mayores. Llegará el
momento en que llamaré aun a los muertos a la vida; y si esto os parece increíble, un día mi
poder efectuará una obra aun más poderosa: porque viene la hora en que todos los que están en la
tumba saldrán al oir mi llamado, y estarán de pie ante mí en el juicio". (Dr. J. Brown. Discursos
y dichos de nuestro Señor, vol. i, p. 98). Esta explicación tiene la ventaja de la consistencia al dar
el mismo sentido de la palabra "muertos" durante todo el pasaje; pero parece imposible admitir
que nuestro Señor esté hablando en el versículo 24 de la muerte literal. Decir que el creyente ya
ha pasado de muerte a vida es obviamente lo mismo que decir que ha pasado de la condenación a
la justificación. Nos sentimos obligados, pues, a adoptar la interpretación generalmente aceptada,
en relación con los versículos 24 y 25, en el sentido de que se refieren a los espiritualmente
muertos, y en relación con los versículos 28 y 29, en el sentido de que se refieren a los
corporalmente muertos.

2. Life of Christ, cap. 12, p. 205.

3. Greek Testament, in loc.

4. Alford, Greek Testament, in loc.

5. Commentary of St. John.

6. Es apenas necesario señalar que, acerca de la hipótesis de que la "venida" de Cristo no habría
de tener lugar sino hasta "el fn del mundo", en la aceptación popular de la frase, la respuesta de
nuestro Señor entrañaría una extravagancia, si no un absurdo. Habría equivalido a decir: "Supón
que a mí me pareciera bien que él viviera mil años o más, ¿qué a tí?" Pero es evidente que los
discípulos tomaron la respuesta en serio.

APÉNDICE A LA PARTE I

Nota A

Sobre la Teoría de Interpretación del Doble Sentido

Los siguientes extractos, de teólogos de diferentes épocas, países, e iglesias,


demuestran un poderoso consenso de autoridades que se oponen al método de
interpretación inexacto y arbitrario adoptado por muchos comentaristas alemanes e
ingleses:

"Unam quandam ac certam et simplicem sententiam ubique quaerendam esse".-


Melanchton. ("En todos los casos, ha de procurarse un sólo significado definido y
sencillo [de la Escritura]").

"Absit a nobis ut Deum faciamus o,.i,glwtton, aut multiplices sensus affingamus


ipsius verbo, in quo potius tanquarn in speculo limpidissimo sui autoris simplicitatem
contemplari debemus. (Sal. 12:6; xix. B.) Unicus ergo sensus scripturae, nempe
grammaticus, est admittendus, quibuscunque demum terminis, vel propriis vel tropicis
et figuratis exprimatur".- Maresius.

(Lejos sea de nosotros hacer que Dios hable con dos lenguas, o atribuir una variedad
de significados a su Palabra, en la cual debemos más bien contemplar la sencillez de
su divino autor reflejada como si fuera en un espejo (Sal. 12:6; 19:8). Por lo tanto,
sólo es admisible un significado de la Escritura: esto es, el gramatical, en cualesquiera
términos, ya sean propios o típicos o figurados, en que pueda ser expresado.)

"La observación del Dr. Owen está llena de buen sentido".- "Si la Escritura tiene más
de un significado, no tiene ningún sentido en absoluto". "Y es tan aplicable a las
profecías como a cualquier otra porción de la Escritura"- Dr. John Brown, Sufferings
and Glories of the Messiah, p. 5, note.

Las consecuencias de admitir este principio deberían ser bien sopesadas.

¿Qué libro en el mundo tiene doble sentido, a menos que sea un libro que contenga
enigmas a propósito? Y hasta un libro así no tiene sino un solo significado verdadero.
Los oráculos paganos podían realmente decir: "Aio te, Pyrrhe, Romanos vincere
posse"; pero, ¿puede un equívoco tal ser admisible en los oráculos del Dios viviente?
Y si un sentido literal y un sentido oculto pueden transmitirse a la misma vez y con las
mismas palabras, ¿quién que no sea inspirado puede decirnos cuál es el sentido
oculto? ¿Mediante qué leyes de interpretación ha de ser juzgado? Por ninguna que
pertenezca al lenguaje humano; porque otros libros, aparte de la Biblia no llevan
consigo un doble sentido.

"Por estas y parecidas razones, la estratagema de asignar un doble sentido a las


Escrituras es inadmisible. Pone a flotar todos los principios fundamentales de
interpretación por medio de los cuales llegamos a un convencimiento y a una certeza
establecidos, y nos lanza sobre el océano sin límites de la imaginación y la conjetura
sin timón y sin brújula". - Stuart on the Hebrews, Excurs. xx.
"Primero, puede afirmarse que la Escritura tiene un solo significado, el significado
que tuvo para la mente del profeta o evangelista que primero la pronunció o la
escribió para los oyentes o lectores que primero la recibieron".

"La Escritura, como otros libros, tiene un solo sentido, que debe captarse partiendo de
sí mismo, sin referencia a las adaptaciones de padres o teólogos, y sin relación con las
ideas a priori sobre su naturaleza y su origen".

"La función del intérprete es no añadir otra [interpretación], sino recuperar la original:
el significado, esto es, de las palabras como ellas llegaron a los oídos o brillaron ante
los ojos de los que primero las oyeron y las leyeron".- Professor Jewett, Essay on
the Interpretation of Scripture, párr. i, 3,4.

"Sostengo que las palabras de la Escritura se propusieron tener un solo significado


definido, y que nuestro primer objetivo debe ser descubrir ese sentido, y adherirnos
rígidamente a él. Creo que, por regla general, las palabras de la Escritura se proponen
tener, como todos los otros idiomas, un solo sentido sencillo y definido, y que decir
que las palabras significan una cosa meramente porque se les puede torturar para que
lo digan, es una manera extremadamente deshonrosa y peligrosa de manejar la
Escritura".- Canon Ryle, Expository Thoughts on St. Luke, vol. i, p. 383.

NOTA B

SOBRE EL ELEMENTO PROFÉTICO


EN LOS EVANGELIOS

Procedamos hasta las predicciones sobre la destrucción de Jerusalén. Como es bien


sabido, estas predicciones, en todas las narraciones de los evangelios, (que, dicho sea
de paso, ocurren singularmente por consentimiento, implicando que todos los
evangelistas bebieron de una sola tradición consolidada) están inextricablemente
mezcladas con profecías de la segunda venida de Cristo y el fin del mundo, una
confusión que Hutton admite libremente. La porción relativa a la destrucción de la
ciudad es singularmente definida, y corresponde muy de cerca al acontecimiento real.
La otra porción, por el contrario, es vaga y grandilocuente, y se refiere principalmente
a fenómenos y catástrofes naturales. De la precisión de una porción, la mayoría de los
críticos deduce que los evangelios fueron compilados durante el sitio y la conquista de
Jerusalén. De la confusión de las dos porciones, Hutton hace la inferencia opuesta, a
saber, que la predicción existía en la forma registrada actualmente antes de ese
acontecimiento. Es improbable en el más alto grado, arguye, que, si Jerusalén había
caído, y las otras señales de la venida de Cristo no mostraban ninguna indicación de
seguirlas, los escritores no hayan reconocido y desenmarañado la confusión, y
corregido sus registros para ponerlos en armonía con lo que entonces estaba
comenzando a verse que podría ser el verdadero significado de Cristo o la verdad real
de la historia.

"Pero aquí reside la verdadera perplejidad. La predicción, como la tenemos, hace que
Cristo afirme claramente que su segunda venida seguirá - "inmediatamente", "en
aquellos días" - después de la destrucción de Jerusalén, y que "esta generación" (la
generación a la cual se dirigía) no pasaría hasta que "todas estas cosas se cumplan".
Hutton cree que estas últimas palabras Cristo se proponía aplicarlas sólo a la
destrucción de la Santa Ciudad. Tiene derecho a su opinión; y, en sí misma, ésta no es
una solución improbable. Pero, bajo las circunstancias, es una construcción algo
forzada, pues debe recordarse, primero, que se hace necesaria sólo por la suposición
que mantiene Hutton - a saber, que los poderes proféticos de Jesús no podían fallar;
segundo, supone o implica que las narraciones evangélicas de los pronunciamientos
de Jesús son de fiar, aunque en estas predicciones especiales admite que son
esencialmente confusas, y tercero, (aunque creemos que él no lo debería haber pasado
por alto), la frase que él cita no es en modo alguno la única que indica que Jesús
mismo tenía la convicción, que sin duda comunicó a sus seguidores, de que su
segunda venida para juzgar al mundo tendría lugar en una fecha muy temprana. No
sólo tendría lugar "inmediatamente" después de la destrucción de la ciudad (Mat.
24:29), sino que sería presenciada por muchos de los que lo escuchaban. Y estas
predicciones no están en modo alguno mezcladas con las de la destrucción de
Jerusalén: "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán
la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat.
16:28); "De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel,
antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23); "Si quiero que él quede hasta que
yo venga, ¿qué a tí?" (Juan 21:23), y los pasajes correspondientes en los otros
sinópticos.

"Si, pues, Jesús no dijo estas cosas, los evangelios deben ser extrañamente inexactos.
Si las dijo, su facultad profética no puede haber sido lo que Hutton cree. De que todos
sus discípulos tenían esta esperanza errónea, y la sostenían con la supuesta autoridad
de su Maestro, no puede haber ninguna duda en absoluto. (Véase 1 Cor. 10:11, 15:51;
Fil. 14:5; 1 Tesa. 14:15; Sant. 5:8; 1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:18; Apoc. 1:13; 22:7, 0,12).
La verdad es que Hutton reconoce esto por lo menos tan franca y plenamente como lo
hemos dicho".- W. R. Greg, en Contemporary Review, Nov. 1876.

Para los que sostienen que nuestro Señor predijo el fin del mundo antes de que pasara
aquella generación, las objeciones del escéptico presentan una formidable dificultad -
insuperable de veras, sin recurrir a evasiones forzadas y antinaturales, o admisiones
que son fatales para la autoridad y la inspiración de las narraciones evangélicas.
Nosotros, por el contrario, reconocemos plenamente la construcción de sentido común
que adelanta Greg sobre el lenguaje de Jesús, y la no menos obvia aceptación de ese
significado por parte de los apóstoles. Pero llegamos a una conclusión directamente
contraria a la del crítico, y apelamos a la profecía del Monte de los Olivos como
señalado ejemplo y demostración de la visión sobrenatural del Señor.

LA PARUSÍA EN LOS HECHOS


DE LOS APÓSTOLES

EL "IRSE" Y EL "VENIR OTRA VEZ"

Hechos 1:11. - "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá
como le habéis visto ir al cielo".

La última conversación de Jesús con sus discípulos antes de su crucifixión trató de


que regresaría, y la última palabra que les dejó a su ascensión fue la promesa de que
vendría otra vez.

La expresión "así vendrá" no debe ser enfatizada demasiado. Hay puntos obvios de
diferencia entre la manera de su ascensión y la Parusía. Se fue solo, y sin esplendor
visible: habría de regresar en gloria con sus ángeles. Las palabras, sin embargo, dan a
entender que su venida sería visible y personal, lo cual excluiría la interpretación que
la considera como providencial, o espiritual. La visibilidad de la Parusía está apoyada
por la enseñanza uniforme de los apóstoles y la creencia de los primeros cristianos:
"Todo ojo le verá" (Apoc. 1:7).

No hay indicación de tiempo en esta promesa final, pero es sólo razonable suponer
que los discípulos la considerarían como dirigida a ellos, y que ellos abrigarían la
esperanza de verle pronto otra vez, según las propias palabras de Él: "Un poquito, y
me veréis". Esta creencia les llevó de vuelta a Jerusalén con gran gozo. ¿Es creíble
que ellos habrían podido experimentar este regocijo si hubiesen concebido que su
venida no tendría lugar durante dieciocho siglos? ¿O podemos suponer que su gozo
descansaba en un engaño? No hay conclusión posible sino la que sostiene que la
creencia de los discípulos estaba bien fundada, y que la Parusía estaba a las puertas.

VIENEN LOS ÚLTIMOS DÍAS


Hechos 2:16-20.- "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días,
dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y
de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi
Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la
tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en
sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto".

En estas palabras de Pedro, la primera declaración apostólica pronunciada en el poder


de la inspiración divina de Pentecostés, tenemos una interpretación autorizada de la
profecía por medio de una cita de Joel. Pedro identifica expresamente el tiempo y el
acontecimiento predicho por el profeta con el tiempo y el acontecimiento que en ese
momento eran actuales en el día de Pentecostés. Los "postreros días" de Joel son
estos días para Pedro. La antigua predicción se había cumplido en parte; estaba
teniendo cumplimiento ante sus ojos en la copiosa efusión del Espíritu Santo.

Este derramamiento del Espíritu Santo introdujo otros acontecimientos, que ocurrirían
de manera semejante. El día del juicio para la nación teocrática había llegado, y antes
de mucho, los presagios de "aquel día grande y terrible de Jehová" serían
manifestados.

Es imposible dejar de reconocer la correspondencia entre los fenómenos que


precedieron al día del Señor como lo predijo Joel, y los fenómenos descritos por
nuestro Señor como precedentes a su venida, y el juicio de Israel (Mat. 24:29). Las
palabras de Joel sólo pueden referirse a los últimos días de la era judía o el eón judío,
la ουντελεια τον αιωνοϕ, que fue también el tema de la profecía de nuestro Señor
en el Monte de los Olivos. De manera semejante, las palabras de Malaquías
evidentemente se refieren al mismo acontecimiento y al mismo punto en el tiempo -
"el día de su venida", "el día ardiente como un horno", "el día grande y terrible de
Jehová" (Mal. 3:2; 4:1-5).

No puede concebirse nada más autorizado y decisivo que el consenso de testimonios


que tenemos aquí - Joel, Malaquías, Pedro, y el grann Profeta del nuevo pacto en
persona. Todos ellos hablan del mismo suceso y del mismo período, el gran día del
Señor, la Parusía, y hablan de ellos como cercanos. ¿Por qué estorbar y desconcertar
una predicción tan clara con suposiciones, referencias dobles, y cumplimientos
ulteriores? Ninguna otra cosa encajará en esta profecía excepto ese suceso, que es el
único al cual se refiere, y con el cual se corresponde como la impresión con el sello y
la cerradura con la llave. La catástrofe de Israel y Jerusalén estaba cerca, había sido
prevista hacía mucho tiempo, a menudo había sido predicha, y ahora era inminente.
La misma generación que había visto, rechazado, y crucificado al Rey, presenciaría el
cumplimiento de sus advertencias cuando Jerusalén perecería en "sangre y fuego, y
vapor de humo".

LA DESTRUCCIÓN VENIDERA
DE AQUELLA GENERACIÓN

Hechos 2:40. "Y con otras muchas otras palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generación".

Este versículo fija la referencia del discurso del apóstol. Era la generación existente
cuya destrucción venidera él preveía, y fue de la participación en su destino de lo que
urgía a sus oyentes a escapar. No era sino el eco del clamor del Bautista:

"Huid de la ira venidera". Aquí, nuevamente, no puede haber duda del significado de
"genea"; era aquella "generación perversa", que estaba colmando la medida de su
predecesora, la nación perversa e incorregible sobre la cual pendía el juicio.

Antes de abandonar este discurso de Pedro, podemos señalar otro ejemplo de una
proposición universal que debe tomarse en sentido restringido. "Derramaré de mi
Espíritu sobre toda carne". La efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés no fue
literalmente universal, sino indiscriminada y general en comparación con ocasiones
anteriores. El uso necesariamente limitado de una frase tan larga muestra cómo puede
justificarse una limitación similar en expresiones como "todas las naciones", "toda
criatura", y "todo el mundo".

LA PARUSÍA Y LA RESTAURACIÓN
DE TODAS LAS COSAS

Hechos 3:19-21. "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros
pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a
Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo
reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por
boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo".

Apenas es posible dudar de que, en este discurso, el apóstol habla de lo que él


concebía que sus oyentes podrían experimentar y experimentarían, si obedecían su
exhortación a arrepentirse y creer. En realidad, cualquier otra suposición sería
absurda. No era imposible que ni el apóstol ni sus oyentes pudieran pensar en
"tiempos de refrigerio" y "restauración de todas las cosas" en épocas remotas del
mundo; las bendiciones que estaban a una distancia de siglos y milenios difícilmente
serían motivos poderosos para el arrepentimiento inmediato. Debemos, por lo tanto,
considerar los tiempos de refrigerio y de restauración como los considera el apóstol,
cercanos, y al alcance de aquella generación.

Pero, si es así, ¿qué hemos de entender por "tiempos de refrigerio" y "restauración de


todas las cosas"? Sin duda, casi lo mismo; y la una frase nos ayudará a entender la
otra. Se dice que la restauración [αποκατυστασιϕ] de todas las cosas es el tema de
toda la profecía; entonces, sólo puede referirse a lo que la Escritura designa como "el
reino de Dios", fin y propósito de todas las relaciones de Dios con Israel. Era una
frase bien entendida por los judíos de aquel período, que esperaban los días del
Mesías, el reino de Dios, como cumplimiento de todas sus esperanzas y aspiraciones.
Era la era venidera o el eón venidero, αιων o µελλων, cuando todas las injusticias
habrían de corregirse, y reinarían la verdad y la justicia. La nación entera estaba
impregnada de la creencia de que esta época feliz estaba a punto de iniciarse. ¿Cuál
era la doctrina de nuestro Señor sobre este tema? Dijo a sus discípulos: "Elías a la
verdad vendrá primero, y restaurará todas las cosas" (Mar. 9:12). Es decir, el
segundo Elías, Juan el Bautista, y había iniciado la restauración que Él mismo habría
de completar; había echado los cimientos del reino que Él habría de consumar y
coronar. Porque la misión de Juan era, en un aspecto, restauradora, esto es, en
intención, aunque no en efecto. Vino a hacer volver la nación a su lealtad, a renovar
su relación de pacto con Dios: iba delante del Señor, "en el espíritu y el poder de
Elías, para hacer volver los corazones de los padres a lo hijos, y de los rebeldes a la
prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Luc. 1:17).
¿Qué es todo esto, sino la descripción de "los tiempos de refrigerio de la presencia del
Señor", y "la restauración de todas las cosas", que eran presentados como dones de
Dios para Israel?

Pero, ¿tenemos alguna indicación clara del período en que podrían esperarse estas
bendiciones ofrecidas? ¿Estaban en el futuro distante, o a las puertas? La nota de
tiempo aparece marcada claramente en el versículo 20. La venida de Cristo está
especificada como el período en que estas gloriosas expectativas han de convertirse en
realidad. Nada puede ser más claro que la conexión y la coincidencia de estos sucesos,
la venida de Cristo, los tiempos de refrigerio, y la restauración de todas las cosas. Esto
armoniza con la uniforme representación que se da en la escatología del Nuevo
Testamento: la Parusía, el fin del tiempo, la consumación del reino de Dios, la
destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, todos sincronizan. Encontrar la fecha de
uno es establecer la fecha de todos. Ya hemos visto cuán definidamente fue fijado el
tiempo del cumplimiento de algunos de estos sucesos. El Hijo del hombre había de
venir en su reino antes de la muerte de algunos de algunos de los discípulos. La
catástrofe de Jerusalén había de tener lugar antes de que pasara la generación que
entonces existía. El día grande y terrible del Señor es representado por Pedro en el
capítulo anterior como alcanzando a aquella "desgraciada generación". Y ahora, en el
pasaje que consideramos, da a entender, con la misma claridad, que la llegada de los
tiempos de refrigerio y la restauración de todas las cosas, eran contemporáneas con
"enviar a Cristo" desde el cielo.

Pero puede decirse: ¿Cómo puede una catástrofe tan terrible como la destrucción de
Jerusalén estar asociada con tiempos de refrigerio o restauración? La medalla tenía
dos lados: había el reverso y el anverso. La incredulidad y la impenitencia cambiarían
los "tiempos de refrigerio" en "días de retribución". Si ellos "menospreciaban las
riquezas de su benignidad, paciencia, y longanimidad" de Dios, entonces, en vez de
restauración, habría destrucción; y en vez del día de salvación, habría "día de ira, y
revelación del justo juicio de Dios" (Rom. 2:4,5).

Sabemos la elección fatal que hizo Israel; cómo "vino la ira sobre ellos al máximo"; y
sabemos cómo ocurrió todo en el período señalado y predicho, al "fin del tiempo",
dentro de los límites de aquella generación.

Así, podemos definir el período al cual hace alusión el apóstol en este pasaje, y llegar
a la conclusión de que coincide con la Parusía.

Somos conducidos a la misma conclusión por otro camino. En Mateo 19:28, nuestro
Señor declara a sus discípulos: "De cierto os digo que, en la regeneración, cuando el
Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria", etc. Ya hemos comentado este
pasaje, pero es bueno observar otra vez que la "regeneración" [παλιγγενεσια] en
Mateo es el equivalente preciso de la "restauración" [αποκασταστασιϕ] de Hechos.
Lo que se quiere decir con la regeneración es claro más allá de toda sombra de duda,
porque es el tiempo "cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria".
Pero este es el período cuando venga a juzgar a la nación culpable (Mat. 25:31). No
hay posibilidad de equivocar el tiempo; no hay ninguna dificultad en identificar el
suceso; es el fin del tiempo, y el juicio de Israel.

Llegamos así a la misma conclusión por una ruta diferente e independiente,


reforzando inconmensurablemente la fuerza de la demostración.

CRISTO HA DE JUZGAR PRONTO AL MUNDO

Hechos 17:31. "Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con
justicia, por aquel varón a quien designó".

Ya hemos visto que se declara que el Señor Jesucristo es constituido Juez de los
hombres (Juan 5:22,27). Con la misma claridad se declara que el tiempo de juicio es
la Parusía. Con igual claridad, se nos enseña que la Parusía habría de ocurrir dentro
del término de la generación que entonces vivía. Por lo tanto, Pablo ve el juicio como
cercano. En el pasaje ahora delante de nosotros, tenemos una confirmación incidental
pero inadvertida de este hecho. Las palabras "él juzgará" no expresa un simple futuro,
sino un futuro rápido, µελλει κρινειν, está a punto de juzgar, o juzgará pronto. Este
matiz de significado no se conserva en nuestra versión de habla inglesa, pero no
carece de importancia.

Aquí, pues, nos encontramos nuevamente con la a menudo recurrente asociación de la


Parusía con el juicio, los cuales eran evidentemente considerados por el apóstol como
a las puertas.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

Introducción

Hemos visto cómo la Parusía, o venida de Cristo, está difundida en los evangelios de
principio a fin. La encontramos claramente anunciada por Juan el Bautista al
comienzo mismo de su ministerio, y es el último pronunciamiento de Jesús registrado
por Juan. Entre estos dos puntos, encontramos constantes referencias al suceso en
varias formas y en varias ocasiones. También hemos visto que la Parusía está asociada
generalmente con el juicio; esto es, el juicio de Israel y la destrucción del templo y la
ciudad de Jerusalén. La razón de esta asociación de la venida de Cristo con el juicio
de Israel es muy evidente. La Parusía era el suceso culminante en lo que puede
llamarse la historia mesiánica, o el gobierno teocrático del pueblo judío. La
encarnación y la misión del Hijo de Dios, aunque tenían una relación general con la
raza humana entera, tenía al mismo tiempo una relación especial y peculiar con la
nación del pacto, los hijos de Abraham. Cristo era en verdad el "segundo Adán", la
nueva Cabeza y el nuevo Representante de la raza, pero, antes de eso, era el Hijo de
David y el Rey de Israel. Su propia y declarada visión de su misión era que era,
primero que todo, especial para el pueblo escogido: "No soy enviado sino a las ovejas
perdidas de la casa de Israel" (Mat. 15:24). El título mismo que reclamaba para sí,
"Cristo", el Mesías, o el Ungido, indicaba su relación con el judaísmo y la teocracia,
porque le reconocía como verdadero Rey, venido en la plenitud del tiempo "a los
suyos", para tomar posesión del trono de su padre David. Este especial carácter
judaico de la misión del Señor Jesús es constantemente reconocido en el Nuevo
Testamento, aunque es ignorado por los teólogos y casi olvidado por los cristianos en
general. Pablo hace mucho énfasis en esto.

"Pues os digo que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la
verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres" (Rom. 15:8); y,
podríamos muy bien añadir: "para cumplir las amenazas" también. La frase "el reino
de Dios" es claramente una idea mesiánica y teocrática, y hace referencia especial y
única a Israel, sobre el cual el Señor era Rey, en cierto sentido peculiar a esa nación
solamente (Deut. 7:6; Amós 3:2). Veremos que "el reino de Dios" está representado
como llegando a su consumación en el período de la destrucción de Jerusalén.

Ese suceso marca el desenlace del gran plan de la providencia, o economía, divina,
como se le llama, que comenzó con el llamado de Abraham y estuvo en operación
durante dos mil años. Podemos considerar ese plan, la dispensación judía, no sólo
como un importante factor en la educación del mundo, sino también como un
experimento, a gran escala y bajo las más favorables circunstancias, para, si fuere
posible, formar un pueblo para el servicio, y el temor, y el amor de Dios; una nación
modelo, cuya influencia moral podría bendecir al mundo. En algunos respectos, sin
duda, fue un fracaso, y su fin fue trágico y terrible; pero lo que es importante que
notemos, en relación con esta investigación, es que la relación entre Cristo, el Hijo de
David y Rey de Israel, con la nación judía explica la prominencia que los evangelios
dan a la Parusía, y los sucesos que la acompañaron, como poseedores de una relación
especial con aquel pueblo. El no prestar atención a esto ha engañado a muchos
teólogos y comunicadores. Han leído "el planeta tierra", donde sólo se quería decir "el
territorio"; "la raza humana", cuando sólo se quería decir "Israel"; "el fin del mundo",
donde se aludía al "fin de la era o dispensación". Al mismo tiempo, sería un grave
error subestimar la importancia y la magnitud del suceso que tuvo lugar en la Parusía.
Fue una gran época en el gobierno divino del mundo: el fin de una economía que
había durado dos mil años; la terminación de un eón y el comienzo de otro; la
abrogación del "antiguo orden" y la inauguración del nuevo. Es, sin embargo, su
especial relación con el judaísmo lo que da a la Parusía su principal significado e
importancia.

Pasando de los evangelios a las epístolas, encontramos que la Parusía ocupa un lugar
conspicuo en las enseñanzas y los escritos de los apóstoles. Es natural y razonable que
fuese así. Si su Maestro les enseñó durante su vida que vendría otra vez; que algunos
de ellos vivirían para verle regresar; si, en su conversación de despedida con ellos en
la cena pascual Él se espació en lo corto del intervalo de su ausencia, y lo llamó "un
poco"; si, a su ascensión, los mensajeros divinos les habían asegurado que Él vendría
otra vez como le habían visto irse, sería realmente extraño que hubiesen olvidado o
perdido de vista la inspiradora esperanza de una pronta reunión con el Señor.
Ciertamente, a menudo expresan la esperanza de su venida. Esa esperanza era la
estrella matutina y la alborada que les alegraba en la noche tenebrosa de tribulación a
través de la cual tenían que pasar; se consolaban los unos a los otros con la consigna
familiar: "El Señor está a las puertas". Sentían que, en cualquier momento, su
esperanza podía convertirse en realidad. La esperaban, la buscaban, la anhelaban, y se
exhortaban los unos a los otros a velar y a orar. Eso les había mandado el Señor, y eso
hacían. ¿Podrían estar equivocados? ¿Es posible que acariciaran ilusiones sobre este
tema? ¿Podrían haber malentendido las enseñanzas del Señor? Si esto era posible,
estremecería los fundamentos de nuestra fe. Si los apóstoles podían estar en error con
respecto a un hecho sobre el cual ellos tenían el más amplio medio de información, y
sobre el cual profesaban hablar con autoridad como órganos de inspiración divina,
¿qué confianza podía tenérseles con respecto a otros temas, que por su naturaleza eran
obscuros, abstrusos, y misteriosos? Nadie que tenga alguna fe en la certeza que el
Salvador dio a sus discípulos de que enviaría al Espíritu Santo "para guiarles a toda
verdad" y para "recordarles todas las cosas que les había dicho" puede dudar que la
autoridad con que los apóstoles hablaban concerniente a la Parusía es igual a la de
nuestro Señor mismo. La hipótesis de que puede hacerse una distinción entre lo que
ellos creían y enseñaban sobre este tema, y lo que creían y enseñaban sobre otros
temas, no soporta ni el más ligero examen. La totalidad de la enseñanza de los
discípulos descansa en el mismo fundamento, y ese fundamento es el mismo sobre el
cual descansa la doctrina de Cristo mismo.

Ahora procedemos a examinar las referencias a la Parusía contenidas en las epístolas


de Pablo, considerándolas en orden cronológico, hasta donde se puede establecer.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS


A LOS TESALONICENSES

LA PRIMERA EPÍSTOLA A LOS TESALONICENSES

Se cree generalmente que ésta es la primera de todas las epístolas apostólicas, y su


fecha es asignada al año 52 d. C., dieciséis años después de la conversión de Pablo [1]
y veintidós años después de la crucifixión de nuestro Señor. Es evidente, por lo tanto,
que cualesquiera sugerencias de inexperiencia, o entusiasmo recién nacido, que sean
visibles en esta epístola y que más tarde hayan sido atenuadas por el juicio más
maduro de años subsiguientes, están bastante fuera de lugar. No podemos detectar
ninguna diferencia en la fe y la esperanza de "Pablo el anciano" y el del "importante y
poderoso" escritor de esta epístola. Es, por lo tanto, sumamente instructivo observar
los sentimientos y las creencias que eran manifiestamente actuales y prevalecientes en
las mentes de los primeros cristianos.

Bengel observa: "Los tesalonicenses estaban llenos de la esperanza del advenimiento


de Cristo. Tan laudable era su posición, tan libre y desembarazada era la regla del
cristianismo entre ellos, que cada hora podían esperar la venida del Señor Jesús". [2]
Este es un extraño razonamiento. Es verdad que los tesalonicenses estaban llenos de la
esperanza de la pronta venida de Cristo, pero, si en esta esperanza ellos estaban
engañados, ¿dónde está lo laudable de trabajar bajo un engaño? Si era una debilidad
amigable, "sancta simplicitas", esperar el pronto regreso de Cristo, parece un pobre
cumplido alabar su credibilidad a expensas de su entendimiento.
Descubriremos, sin embargo, que los cristianos de Tesalónica no necesitan ninguna
disculpa para su fe.

LA ESPERANZA DE LA PRONTA
VENIDA DE CRISTO

I Tes. 1:9,10. "Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús,
quien nos libra de la ira venidera".
Este pasaje es interesante en que muestra muy claramente el lugar que la esperada
venida de Cristo ocupaba en la creencia de las iglesias apostólicas. Estaba en primera
fila; era una de las principales verdades del evangelio. Pablo describe la nueva actitud
de estos conversos tesalonicenses cuando se "volvieron de sus ídolos para servir al
Dios vivo y verdadero"; era la actitud de "esperar a su Hijo". Es muy significativo
que esta verdad particular fuera seleccionada de entre todas las grandes doctrinas del
evangelio, y debería ser hecha la característica prominente que distinguía a los
conversos cristianos de Tesalónica. Toda la vida cristiana está aparentemente
resumida bajo dos encabezados, uno general, el otro particular: el primero, el servicio
del Dios viviente; el segundo, la expectativa de la venida de Cristo. Es imposible
resistir la inferencia: (1) Que esta última doctrina constituía una parte integral de la
enseñanza apostólica. (2) Que la esperanza del pronto regreso de Cristo era la fe de los
cristianos primitivos. (3) Porque, ¿cómo iban a esperar? Seguramente, no en sus
tumbas; no en el cielo; ni en el Hades; es claro que mientras estuviesen vivos en la
tierra. La forma de expresión "esperar de los cielos a su Hijo" manifiestamente
implica que ellos, mientras estaban en la tierra, esperaban la venida de Cristo desde
el cielo. Alford observa que "el aspecto especial de la fe de los tesalonicenses era la
esperanza; esperanza en el regreso del Hijo de Dios desde el cielo", y añade un
comentario singular: "Evidentemente, ellos sostenían esta esperanza como señalando
a un suceso más inmediato de lo que la iglesia desde entonces ha creído que era.
Ciertamente, estas palabras les darían una idea de la cercanía de la venida de Cristo; y
quizás el malentendido de ellos haya contribuido a la idea que el apóstol corrige en 2
Tes. 2:1". Esta es una sugerencia de que los tesalonicenses estaban equivocados al
esperar el regreso del Señor en sus días. Pero, ¿de dónde derivaban esta expectativa?
¿No era del apóstol mismo? Veremos que los tesalonicenses erraron, no en esperar la
Parusía, o en esperarla en sus propios días, sino en suponer que el tiempo ya había
llegado en realidad.

La última cláusula del versículo no es menos importante: "Jesús, quien nos libra de la
ira venidera". Estas palabras nos retrotraen a la proclamación de Juan el Bautista:
"Huid de la ira venidera". Sería un error suponer que Pablo se refiere aquí a la
retribución que aguarda a cada alma pecadora en un estado futuro: lo que él tenía en
mente era una catástrofe particular y predicha. "La ira venidera" [η οργη η ερχοµεν
η] de este pasaje es idéntica a la "ira venidera" [οργη µελλουσα] del segundo Elías;
es idéntica a los "días de retribución" y a la "ira sobre este pueblo" predichas por
nuestro Señor, Lucas 26:23. Es "el día de la ira y de la revelación del justo juicio de
Dios" de lo cual habla Pablo en Rom. 2:5. Esa venidera "dies irae" siempre se destaca
clara y visiblemente durante todo el Nuevo Testamento. Ahora no estaba distante, y,
aunque Judea podría ser el centro de la tormenta, el ciclón del juicio arrasaría otras
regiones y afectaría a multitudes que, como los tesalonicenses, podrían haber pensado
que estaban fuera de su alcance. Sabemos por Josefo cómo el estallido de la guerra de
los judíos fue la señal para la masacre y el exterminio en cada ciudad en que
habitantes judíos se habían asentado. Fue a esta ubicuidad de la "ira venidera" a la que
se refirió nuestro Señor cuando dijo: "Donde esté el cuerpo muerto, allí se juntarán las
águilas" (Lucas 17:37). Aquí nuevamente, como con tanta frecuencia hemos tenido
ocasión de observar, la Parusía está asociada con el juicio.

LA IRA VENIDERA SOBRE EL PUEBLO JUDÍO

1 Tes. 2:16. "Vino sobre ellos la ira hasta el extremo".

Aquí el apóstol representa la "ira venidera" como si ya hubiese venido. Ahora, es


verdad que el juicio de Israel, esto es, la destrucción de Jerusalén y la extinción de la
nacionalidad judía, no habían tenido lugar todavía. Bengel parece pensar que el
apóstol alude a una terrible matanza de judíos que acababa de suceder en Jerusalén,
donde "una inmensa multitud de personas (algunos dicen que más de treinta mil) fue
asesinada". [4] La explicación de Alford es: "Él considera el hecho del consejo divino
como una cosa en tiempo pasado, q.d. "que estaba señalada para que viniese", no ha
"venido". Jonathan Edwards, en su sermón sobre este texto, lo refiere a la destrucción
de Jerusalén que se acercaba. "La ira ha venido", es decir, está justo aquí; a las
puertas: como está probado con respecto a esa nación: su terrible destrucción por los
romanos ocurrió poco tiempo después de que el apóstol escribió esta epístola". [5] O la
suposición de Bengel es correcta, o la catástrofe final estaba, según lo veía el apóstol,
tan cercana y era tan segura que hablaba de ella como de un hecho consumado.

En los versículos 15 y 16, podemos detectar una alusión bien clara en el lenguaje del
apóstol a las acusaciones de nuestro Señor contra "aquella generación malvada (Mat.
23:31, 32,36).

LA RELACIÓN ENTRE LA PARUSÍA


Y LOS DISCÍPULOS DE CRISTO

1 Tes. 2:19. "Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe?
¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?"
La uniforme enseñanza del Nuevo Testamento es que el suceso que habría de ser tan
fatal para los enemigos de Cristo habría de ser favorable para sus amigos. Por todas
partes, los más malévolos opositores y perseguidores del cristianismo fueron los
judíos; la aniquilación de la nacionalidad judía, por tanto, eliminó al más formidable
antagonista del evangelio y trajo reposo y alivio a los sufridos cristianos. Nuestro
Señor había dicho a los discípulos, hablando de esta catástrofe que se aproximaba:
"Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque
vuestra redención está cerca" (Lucas 21:28). Pero esta explicación está lejos de agotar
el significado entero de tales pasajes. No puede dudarse de que la Parusía, en todas
partes, está representada como la corona de las esperanzas y aspiraciones cristianas;
cuando ellos "heredarían el reino" y "entrarían en el gozo de su Señor". Tal es la clara
enseñanza tanto de Cristo como de sus apóstoles, y la encontramos claramente
expresada en las palabras de Pablo que ahora tenemos delante. La Parusía habría de
ser la consumación de la gloria y la felicidad para los fieles, y el apóstol buscaba "su
corona" en la "venida" de Cristo.

CRISTO VENDRÁ CON TODOS SUS SANTOS

1 Tes. 3:13. "Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad
delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus
santos".

Este pasaje proporciona otra prueba de que el apóstol consideraba el período de la


venida de nuestro Señor como la consumación de la bienaventuranza de su pueblo.
Aquí él la representa como una época judicial en que la condición moral y el carácter
de los hombres serían escrutados y revelados. Esto concuerda con 1 Cor. 4:5: "Así
que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará
también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y
entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios". De manera similar, en Col. 1:22
encontramos una expresión casi idéntica: "Para presentaros santos y sin mancha e
irreprensibles delante de él", palabras que sólo pueden ser entendidas como que se
refieren a una investigación y aprobación judiciales.

Que este prospecto no estaba distante, sino, por el contrario, muy cercano, lo implica
el tenor entero del lenguaje del apóstol. ¿Está Pablo todavía sin su corona de gozo?
¿Están sus conversos de Tesalónica todavía esperando al Hijo de Dios que venga del
cielo? ¿No están todavía "establecidos en santidad delante de Dios"? ¿Todavía no han
sido presentados santos, sin mancha, e irreprensibles delante de él? Porque ésta habría
de ser su felicidad "a la venida de Jesús" y no antes. Si, por lo tanto, ese suceso nunca
hubiera tenido lugar, ¿qué habría sido de su ansiosa expectativa y su esperanza? Si
ellos hubieran podido saber que cientos y miles de años tenían que transcurrir
lentamente, ¿podrían Pablo y sus hijos en la fe haberse llenado de alegría con el
pensamiento de la gloria venidera? Pero, en la suposición de que la Parusía estaba a
las puertas; que todos ellos podían esperar presenciar su llegada, entonces, cuán
natural e inteligible se vuelven esta ansiosa expectación y esta esperanza. Que tanto el
apóstol como los tesalonicenses creían que "la venida del Señor estaba cerca" es tan
evidente que apenas requiere algún argumento para probarlo. La única pregunta es:
¿Estaban equivocados, o no?

Puede añadirse una observación sobre la palabra que concluye la frase: "Αγιοι", santo,
puede referirse a ángeles, o a hombres, o ambos. No hay nada en el texto para
establecer la referencia. Es verdad que, en el siguiente capítulo (ver. 14), se nos dice
que a los que durmieron en Jesús traerá Dios con él, pero esto parece referirse a la
resurrección de los santos que duermen en sus tumbas, más bien que a su venida desde
el cielo con Él. Por lo tanto, estamos impedidos de referir αγιοι a los muertos en
Cristo. Tanto más cuanto que Cristo, a su venida, siempre es representado como
asistido por sus ángeles.

"Él vendrá con sus ángeles" (Mat. 16:27); "con los santos ángeles" (Mar. 8:38); "con
los ángeles de su poder" (2 Tes. 1:7); "todos los santos ángeles con él" (Mat. 25:31).

Esto concuerda también con el uso en el Antiguo Testamento. El estado real de


Jehová cuando vino a dar la ley en Sinaí se describe así: "Vino de entre diez millares
de santos", es decir, ángeles (Deut. 33:2). "Los carros de Dios se cuentan por
veintenas de millares de millares; el Señor viene del Sinaí a su santuario" (Sal. 68:17).
"Vosotros que recibisteis la ley por disposición [por mandato de - Alford] ángeles"
(Hech. 7:53). Podemos, por lo tanto, considerar como probable que la referencia en
este pasaje es a los ángeles.

SUCESOS QUE ACOMPAÑAN LA PARUSÍA

1. La resurrección de los muertos en Cristo.

2. El rapto de los santos vivos al cielo.

1 Tes. 4:13-17. "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que
duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque
si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor; que nosotros que
vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que
durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos
siempre con el Señor".

Evidentemente, estas explicaciones de Pablo tenían el propósito de enfrentarse a un


estado de cosas que había comenzado a manifestarse entre los cristianos de
Tesalónica, y que le había sido informado por Timoteo. Esperando ansiosamente la
venida de Cristo, deploraban la muerte de sus compañeros cristianos, pues esto les
excluía de participar en el triunfo y la bienaventuranza de la Parusía. "Temían que
estos cristianos fallecidos perdieran la felicidad de presenciar la segunda venida de su
Señor, que ellos esperaban contemplar pronto". [6] Para corregir este malentendido, el
apóstol da las explicaciones contenidas en este pasaje.

Primero, les asegura que no tenían razón para lamentar la partida de sus amigos en
Cristo, como si aquellos hubiesen quedado en alguna desventaja al morir antes de la
venida del Señor; porque, así como Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos,
así también, cuando regresara en gloria, resucitaría de sus tumbas a sus discípulos que
dormían.

Segundo, les informa, por autoridad del Señor Jesús, que los de entre ellos que
vivieran para ver su venida no precederían, o no tendrían ninguna ventaja sobre, los
fieles que hubiesen muerto antes de ese acontecimiento.

Tercero, describe el orden de los sucesos que acompañan a la Parusía:

1. El descenso del Señor desde el cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y
con trompeta de Dios.
2. La resurrección de los muertos que habían dormido en Cristo.
3. El arrebatamiento simultáneo de los santos vivos, junto con los muertos
resucitados, a la región del aire, para encontrarse allí con el Señor que viene.
4. La reunión eterna de Cristo y su pueblo en el cielo.

La legítima deducción de las palabras de Pablo en el vers. 15, "nosotros que vivimos,
que habremos quedado hasta la venida del Señor", es que él esperaba como posible, y
hasta como probable, que sus lectores y él mismo estuviesen vivos a la venida del
Señor. Tal es la interpretación obvia y natural de su lenguaje. Dean Alford observa,
con mucha fuerza y sinceridad:

"Entonces, sin duda alguna, él mismo esperaba estar vivo, junto con la mayoría de
aquellos a quienes escribía, a la venida del Señor. Porque no podemos aceptar, ni por
un momento, la evasión de Teodoreto y la mayoría de los antiguos comentaristas (es
decir, que el apóstol no habla de él mismo personalmente, sino de los que estuvieran
vivos en ese tiempo), sino que debemos tomar las palabras en su significado único,
sencillo, gramatical, de que "nosotros que vivimos, que habremos quedado" [οι ζωντε
ϕ οι περιλειποµενοι] son una clase que se distingue de "los que duermen" [οι κοιµη
θεντεϕ], estando todavía en la carne cuando Cristo venga, en cuya clase,
anteponiendo como prefijo "nosotros" [η,µε/ιϕ], incluye a sus lectores y se incluye a
sí mismo. Que esta era su esperanza, lo sabemos por otros pasajes, especialmente
2Cor. 5, [7].

Pero, aunque admite que el apóstol tenía esta esperanza, Alford lo trata como un error,
pues continúa diciendo:

"Ni es necesario que se sorprenda ningún cristiano de que los apóstoles, en esta
cuestión de detalles, hayan encontrado sus esperanzas personales sujetas a engaño con
respecto a un día del cual se dice tan solemnemente que nadie conoce su tiempo
señalado, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre solamente" (Marcos
13:32).

De la misma manera, encontramos las siguientes observaciones en Conybeare y


Howson, (cap. 11):

"La iglesia primitiva, y hasta los apóstoles mismos, esperaban que su Señor viniera
otra vez en aquella misma generación. Pablo mismo compartía esa esperanza, pero,
estando bajo la guía del Espíritu de verdad, no dedujo de allí ninguna conclusión
práctica errónea". Pero la pregunta es: ¿Tenían los apóstoles suficiente base para sus
esperanzas? ¿No estaban plenamente justificados al creer como creían? ¿No había
predicho el Señor expresamente su propia venida dentro de los límites de la
generación existente? ¿No había conectado su venida con la destrucción del templo y
la subversión del gobierno nacional de Israel? ¿No había asegurado a sus discípulos
que dentro de "un poco" le verían de nuevo? ¿No había declarado que algunos de ellos
vivirían para presenciar su regreso? Y, después de todo esto, ¿es necesario encontrar
excusas para Pablo y los primitivos cristianos, como si hubiesen actuado bajo engaño?
Si lo hicieron, no fue su culpa, sino la de su Maestro. Habría sido realmente extraño
que, después de todas las exhortaciones que habían recibido de estar alerta, de velar,
de vivir continuamente esperando la Parusía, los apóstoles no hubiesen creído
confiadamente en la pronta venida de Jesús, y no hubiesen enseñado a otros a hacer lo
mismo. Pero parecería que Pablo hace descansar sus explicaciones a los
tesalonicenses en la autoridad de una especial comunicación divina a él mismo. "Esto
os digo por palabra del Señor", etc. Esto puede difícilmente significar que el Señor lo
había predicho así en su discurso profético en el Monte de los Olivos, porque ninguna
declaración de esta clase aparece registrada; por lo tanto, debe referirse a una
revelación que él mismo había recibido. ¿Cómo, entonces, podría equivocarse en sus
esperanzas? Es extraño que en sus días existiera tan grande incredulidad con respecto
al sencillo significado de las expresas afirmaciones de nuestro Señor sobre este tema.
Cumplido o no, acertado o equivocado, no hay ninguna ambigüedad ni incertidumbre
en su lenguaje. Puede decirse que no tenemos ninguna evidencia de que tales hechos
hayan ocurrido como se describe aquí - el descenso del Señor con aclamación, el
sonar de la trompeta, la resurrección de los muertos que duermen, el arrebatamiento
de los santos vivos. Cierto; pero, ¿es cierto que estos hechos son cognoscibles por los
sentidos? ¿Está su lugar en la región de lo material y lo visible? Como ya hemos
dicho, sabemos y estamos seguros de que una gran parte de los sucesos predichos por
nuestro Señor, y esperados por sus apóstoles, en realidad ocurrieron en aquella misma
crisis llamada "el fin de la época". No hay diferencia de opinión concerniente a la
destrucción del templo, el derrumbe de la ciudad, la matanza sin paralelo de la gente,
la extinción de la nacionalidad, el fin de la dispensación legal. Pero la Parusía está
inseparablemente ligada a la destrucción de Jerusalén; y, de manera semejante, la
resurrección de los muertos, y el juicio de la "generación malvada", a la Parusía. Son
partes diferentes de una gran catástrofe; escenas diferentes de un gran drama.
Nosotros aceptamos los hechos verificados por el historiador por la palabra de un
hombre; han de titubear los cristianos en aceptar los hechos que están garantizados
por la palabra del Señor?

EXHORTACIONES A VELAR EN ESPERA


DE LA PARUSÍA

1 Tes. 5:1-10. "Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad,
hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del
Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer
encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que
aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del
día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás,
sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, y los que se embriagan, de
noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos
vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo.
Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de
nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que
durmamos, vivamos juntamente con él".

Es manifiesto que estos llamados urgentes a velar no tendrían ningún significado, a


menos que el apóstol creyera en la cercanía de la crisis venidera. ¿Era para los
tesalonicenses, o para alguna generación nonata en el muy distante futuro, que Pablo
escribía estas líneas? ¿Por qué instar a los hombres en el año 52 a velar y estar alertas
para una catástrofe que no habría de tener lugar durante cientos y miles de años? Cada
una de las palabras de esta exhortación supone que la crisis se cierne sobre el pueblo y
es inminente.

Decir que el apóstol no escribe para ninguna generación ni para ningunas personas en
particular es lanzar un aire de irrealidad sobre sus exhortaciones, contra el cual se
revuelve la crítica reverente. Ciertamente se refería a las mismas personas a las cuales
escribió, y que leyeron su epístola, y no pensó en ningunas otras. No podemos aceptar
la sugerencia de Bengel de que "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado"
son sólo personajes imaginarios, como los nombres de Cayo y Ticio (Juan Pérez y
Ricardo Perico); porque nadie puede leer esta epístola sin ser consciente de la cálida
adhesión personal y el afecto hacia los individuos que se respiran en cada línea.
Concluimos, por lo tanto, que el todo tenía que ver, directa y actualmente, con la
posición real y las expectativas de las personas a las cuales está dirigida la epístola.

ORACIÓN PARA QUE LOS TESALONICENSES


SOBREVIVAN HASTA LA VENIDA DE CRISTO

1 Tes. 5:23. "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,
espíritu, alma, y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo".

Si todavía quedase una sombra de duda sobre la cuestión de si Pablo creía y enseñaba
la incidencia de la Parusía en sus propios días, este pasaje la disiparía. Ningunas
palabras pueden implicar esta creencia más claramente que esta oración de que los
cristianos tesalonicenses no murieran antes de la aparición de Cristo. La muerte es la
disolución de la unión entre el cuerpo, el alma, y el espíritu, y la oración del apóstol es
que el espíritu, el alma, y el cuerpo pudieran "todos juntos" [ολοκληρον] ser
preservados en santidad hasta la venida del Señor. Esto implica la continuación de su
vida corporal hasta aquel acontecimiento.

Notas:

1. Conybeare and Howson.

2. Gnomon, in loc.

3. "Todo lector de la Escritura sabe que la Primera Epístola a los Tesalonicenses habla de la
venida de Cristo en términos que indican una expectativa de su pronta aparición: 'Os digo por la
palabra de Dios', etc. (cap. 4:15-17; 5:4). Cualesquiera otras construcciones que estos textos
puedan soportar, la idea que ellos dejan en la mente de un lector ordinario es la de que el autor
de la epístola espera que el día del juicio tenga lugar en sus propios días, o cerca de ellos" - Paley
´s Horae Paulinae, cap. ix.

"Si se nos preguntase la característica que distinguía a los primeros cristianos de Tesalónica,
deberíamos señalar su abrumador sentido de la cercanía del segundo advenimiento, acompañado
de pensamientos melancólicos concernientes a los que podrían morir antes de él, y con ideas
tenebrosas e imprácticas sobre lo corto de la vida y la vanidad del mundo. Cada capítulo de la
primera epístola a los Tesalonicenses termina con una alusión a este tema; y era evidentemente el
tema de frecuentes conversaciones cuando el apóstol estaba en Macedonia. Pero Pablo nunca
habló ni escribió sobre el futuro como si el presente hubiera de ser olvidado. Cuando los
tesalonicenses fueron amonestados sobre el advenimiento de Cristo, Él también les habló de
otros sucesos futuros, llenos de advertencias prácticas para todas las edades, aunque para
nuestros ojos todavía están envueltos en misterio - de la "apostasía" y del "hombre de pecado".
'Estas terribles revelaciones', dijo, 'deben preceder a la revelación del Hijo de Dios. ¿No
recordáis', añade con énfasis en su carta, 'que, cuando todavía estaba con vosotros, os decía esto
a menudo? Sabéis, por tanto, qué impide hasta ahora que sea revelado, como lo será en su
propio tiempo'. Les dijo, en palabras de Cristo mismo, que 'los tiempos y las sazones de las
venideras revelaciones eran conocidas sólo por Dios'; y les advirtió, como los primeros
discípulos habían sido advertidos en Judas, que el gran día vendría de repente contra los hombres
que no estuviesen preparados, como los dolores de la mujer cuyo tiempo se ha cumplido', y
como 'ladrón en la noche', y les mostró tanto por precepto como por ejemplo que, aunque es
cierto que la vida es corta y el mundo es vanidad, la obra de Dios debe hacerse con diligencia y
hasta el fin' "- Conybeare and Howson, Life and Epistles of St. Paul, cap. 9.

4. Gnomon, in loc.

5. Works, vol. iv., p. 281.

6. Conybeare and Howson, cap. xi.

7. Greek Testament, in loc.

8. Conybeare and Howson´s translation.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS


A LOS TESALONICENSES

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS TESALONICENSES

La Segunda Epístola a los Tesalonicenses parece haber sido escrita poco después de la
Primera, para corregir el malentendido en que algunos habían incurrido con respecto
al tiempo de la Parusía, ya fuera por una errónea interpretación de la carta anterior del
apóstol, o a consecuencia de alguna pretendida comunicación que circulaba entre ellos
haciendo ver que era de él. De esta epístola aprendemos la naturaleza precisa del error
que habían cometido algunos de los tesalonicenses en relación con que el tiempo de la
Parusía había llegado en realidad. A consecuencia de esta opinión, algunos habían
comenzado a descuidar sus ocupaciones seculares y a subsistir de la caridad ajena.
Para detener los males que pudieran surgir, o que habían surgido, de tales impresiones
erróneas, Pablo escribió esta segunda epístola, recordándoles que ciertos sucesos, que
todavía no habían tenido lugar, tenían que preceder al "día del Señor". Sin embargo,
no hay nada en la epístola que indique que la Parusía era un suceso distante, sino todo
lo contrario.

LA PARUSÍA, UN TIEMPO DE JUICIO PARA LOS ENEMIGOS


DE CRISTO, Y DE LIBERACIÓN PARA SU PUEBLO

2 Tes. 1:7-10. "Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando
se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de
fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio
de nuestro Señor Jesucristo, los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de
la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser
glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron".

Por las alusiones al comienzo de esta epístola, es obvio que los tesalonicenses
sufrieron severamente en este tiempo a causa de la maldad de sus perseguidores
judíos, y de aquellos "ociosos hombres malos" que se les habían unido (Hechos 17:5).
El apóstol les consuela con la esperanza de liberación cuando aparezca el Señor Jesús,
lo cual traería reposo para ellos y retribución para sus enemigos. Esto concuerda
perfectamente con las representaciones que se hacen constantemente con respecto a la
Parusía - de que sería un tiempo de juicio para los impíos y de recompensa para los
justos. El apóstol parece no anticipar el "reposo" del cual habla hasta la Parusía,
"cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo", etc. De ello se sigue que Pablo
concebía el reposo como muy cercano; pues, si la revelación del Señor Jesús fuera un
acontecimiento todavía en el futuro, entonces deberíamos concluir que ni el apóstol ni
los sufrientes cristianos han entrado todavía en ese reposo. Se observará que no se
dice que la muerte ha de traerles reposo, sino "el Apocalipsis" del Señor Jesús desde
el cielo; una clara prueba de que el apóstol no consideraba ese apocalipsis como un
suceso distante.

Que este "apocalipsis", o revelación del Señor Jesús desde el cielo, es idéntico a la
Parusía predicha por nuestro Salvador es tan evidente que no necesita ninguna prueba.
Es "el día del Señor" (Lucas 17:24). "el día en que el Hijo del hombre es revelado"
(Lucas 17:30), "el día que será revelado en fuego" (1Cor. 3:13); "el día que arderá
como un horno" (Mal. 4:1); "el día del Señor, grande y terrible" (Mal. 4:5). Es el día
cuando "el Hijo del hombre venga en la gloria de su Padre con sus ángeles, para
recompensar a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27). Y una vez más, es el día
concerniente al cual declaró nuestro Señor: "De cierto os digo, que hay algunos de los
que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre
viniendo en su reino" (Mat. 16:28).

Somos, pues, traídos de vuelta a la misma verdad que encontramos por todas partes en
el Nuevo Testamento, que la Parusía, el día del juicio de Israel, y la terminación de la
dispensación judía, no era un suceso distante, sino que estaba dentro de los límites de
la generación que rechazó al Mesías.

Se objetará: ¿Qué tenía eso que ver con Tesalónica y los cristianos allí? ¿Cómo
podían la destrucción de Jerusalén, o la extinción de la nacionalidad judía, o el fin de
la economía judía, afectar a personas a una distancia tan grande de Judea como
Tesalónica? Aunque fuese imposible dar una respuesta satisfactoria a esta objeción,
ello no alteraría el significado sencillo y natural de las palabras, ni nos incumbiría
forzar una interpretación de ellas que no les correspondiese. Debe permitírseles a las
Escrituras hablar por sí mismas - una libertad que muchos no desean concederles.
Pero, con relación a la relación entre la Parusía y los cristianos en Tesalónica, o fuera
de Judea en general, no puede negarse que el lenguaje de este pasaje, como el de
muchos otros, indica que fue un suceso en el cual todos tenían un interés profundo y
personal. Ni es suficiente decir que los más encarnizados antagonistas del evangelio
en Tesalónica eran judíos, y que la revuelta judía fue la señal para la matanza de los
habitantes judíos en casi todas las ciudades del imperio. Puede que esto sea verdad,
pero no es toda la verdad, según la enseñanza apostólica. Debemos admitir, por lo
tanto, que, como se desarrolla el esquema escatológico del Nuevo Testamento, se hace
evidente que la Parusía y los sucesos que la acompañan no se relacionaban con Judea
exclusivamente, sino que tenían un aspecto ecuménico o mundial, de modo que los
cristianos de todas partes podían buscarla y anhelarla, y saludar su llegada como el día
de triunfo y de gloria. Al seguir adelante, encontraremos amplia evidencia de este
aspecto más amplio del "día de Cristo", como una gran época en la divina
administración del mundo.

SUCESOS QUE DEBEN PRECEDER A LA PARUSÍA

1. La Apostasía
2. La Revelación del Hombre de Pecado

2 Tes. 2:1-12. "Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra
reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro
modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si
fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en
ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el
hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo
que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como
Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con
vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su
debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de iniquidad; sólo
que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y
entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su
boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra
de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de
iniquidad para lo que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para
ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin
de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se
complacieron en la injusticia".

Pocos pasajes han preocupado y desconcertado más a los comentaristas, o han sido
considerados hasta la fecha como sumergidos en mayor oscuridad, que el que tenemos
delante de nosotros. No hay razón, sin embargo, para suponer que era ininteligible
para los tesalonicenses, pues se refiere a cuestiones que habían sido tema de
frecuentes conversaciones entre ellos y el apóstol, y posiblemente no poco de la
oscuridad de la que se quejan los expositores surge del hecho de que, para los
tesalonicenses, sólo era necesario dar indicios, más bien que explicaciones completas.

El apóstol comienza declarando los temas sobre los cuales desea corregir a los
tesalonicenses. Son: (1) "la venida de Cristo", y (2) "nuestra reunión con él". Es
evidente que el apóstol las considera simultáneas o, en todo caso, estrechamente
relacionadas. ¿Qué debemos entender por "reunirnos con Cristo" en la Parusía? No
hay duda de que hay aquí una referencia a las propias palabras de nuestro Señor, Mat.
26:31: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos de
los cuatro vientos", etc. El [juntarán] en el evangelio es evidentemente la [reunión] de
la epístola; y tenemos otra referencia al mismo suceso y al mismo período en 1 Tes.
4:16,17: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios descenderá del cielo", etc. Luego, esto no puede ser otra cosa que el
llamado a los muertos y a los vivos a comparecer ante el tribunal de Cristo.

A los tesalonicenses se les había enseñado a esperar aquella "reunión" grande y


solemne; pero parece que pesaba sobre ellos algún malentendido concerniente al
tiempo de su llegada. Algunos de ellos se habían formado la opinión de que el "día de
Cristo" ya había llegado en realidad. Es importante observar que nuestra versión
inglesa no traduce esta palabra correctamente. El apóstol no dice: "pues el día de
Cristo está muy cerca", sino "pues el día de Cristo está presente, o ha venido en
realidad". La constante enseñanza de Pablo era que el día de Cristo estaba muy cerca,
y se habría contradicho a sí mismo si les hubiese dicho a los cristianos de Tesalónica
que aquel día no estaba cerca. Pedro nada es más común que encontrar a algunos de
nuestros más respetados eruditos y críticos negando que los apóstoles y los primeros
cristianos esperaban la Parusía en sus propios días, basándose en la fuerza de una
errónea traducción de esta palabra. Hasta una autoridad tan eminente como Moses
Stuart dice, en respuesta a Tholuck:

"Esta interpretación (o sea, el pronto advenimiento de Cristo) fue corregida, formal y


vigorosamente, en 2 Tes. 2. ¿No es suficiente que Pablo haya explicado sus propias
palabras? ¿Quién puede aventurarse sin peligro a darles un significado diferente del
que él les da?".

Así lo expresa también Albert Barnes:


"Si Pablo se refiere aquí a su epístola anterior - que podría entenderse fácilmente
como que enseñaba que el fin del mundo estaba cerca - tenemos la autoridad del
apóstol mismo de que él no se proponía enseñar tal cosa".

La más singular de todas es la explicación del Dr. Lange:


"La primera epístola [a los tesalonicenses] está impregnada del pensamiento
fundamental: "el Señor vendrá pronto"; la segunda, por el pensamiento: "el Señor no
vendrá pronto todavía". Ambas están de acuerdo con la verdad; porque, en la primera
parte, la pregunta concierne a la venida del Señor en su gobierno dinámico en un
sentido religioso; y, en la segunda parte, concierne a la venida del Señor en un sentido
definidamente histórico y cronológico".

¿Qué puede ser más arbitrario y caprichoso que una distinción como ésta? ¿Qué puede
ser más empírico que un tratamiento tal de la Escritura, por medio del cual se le hace
decir sí y no; afirmar y negar; declarar que un suceso está cercano y distante, al
mismo tiempo? ¿Quién pretendería interpretar la Escritura si ella hablara un lenguaje
tan ambiguo como éste?

Nos atenemos al "sentido histórico y cronológico definido" de la Parusía, y a ningún


otro. Es el único sentido que respeta la Palabra de Dios y satisface a la crítica sobria.
El apóstol no se corrige a sí mismo, ni se refiere a dos diferentes "venidas", sino que
corrige el error de los tesalonicenses, que afirmaban que el día de Cristo ya había
llegado en realidad. En cada caso en que ocurre la palabra en el Nuevo Testamento,
se refiere a lo que es presente, y no a lo que es futuro. A los eruditos griegos es
innecesario señalarles esto, pero a los lectores de habla inglesa puede ser satisfactorio
referirlos a las autoridades competentes.

El Dr. Manston, al comparar la fuerza de las palabras y [se acerca] (Sant. 5:8; 1 Ped.
4:17), observa:
"Hay alguna diferencia en las palabras, porque significa se acerca, ya ha comenzado".
Bengel dice:

"La palabra significa extrema proximidad; porque es presente".

Whiston, el traductor de Josefo, hace la siguiente observación:


"es aquí, y en muchos otros lugares de Josefo, inmediatamente cerca; y ha de ser
expuesta así en 2 Tes. 2:2, donde algunos pretendían falsamente que Pablo había
dicho, verbalmente o por medio de una epístola, o por ambos medios, "que el día de
Cristo estaba inmediatamente cerca"; porque Pablo todavía creía claramente que aquel
día no estaba muchos años en el futuro".

El Dr. Paley observa:


"Parecía que los tesalonicenses, o algunos de entre ellos, habían concebido de este
pasaje (1 Tes. 4:15-17) una opinión (y eso no muy fuera de lo natural) que la venida
de Cristo habría de tener lugar instantáneamente, y ese convencimiento había
producido, como bien podría haberlo hecho, mucha agitación en la iglesia".
Conybeare y Howson traducen:

"Que el día del Señor venga"; añadiendo la siguiente nota: "Literalmente, 'está
presente'. Así se usa siempre el verbo en el Nuevo Testamento".

El Dr. Alford comenta así:


"El día del Señor está presente (no 'está cerca') ocurre seis veces en el Nuevo
Testamento, y siempre en el sentido de estar presente. Pablo no podría haber escrito lo
contrario, ni podría el Espíritu haber hablado otra cosa por medio de él. La enseñanza
de los apóstoles era, y la del Espíritu Santo ha sido en todas las épocas, que el día del
Señor está cerca. Pero estos tesalonicenses se imaginaban que ya había llegado, y en
consecuencia, estaban abandonando todas la ocupaciones de la vida y cayendo en
otras irregularidades, como si el día de gracia hubiese terminado".

El mismo malentendido general que prevalece hoy día con respecto al significado de
este versículo hace que entenderlo correctamente sea de la mayor importancia.

Es fácil entender cómo la errónea opinión de los tesalonicenses había "movido y


conturbado" sus mentes. Estaba calculada para producir pánico y desorden. La historia
nos cuenta que en Europa prevalecía una creencia general hacia finales del siglo
décimo de que el año 1000 vería la venida de Cristo, el día del juicio, y el fin del
mundo. Al acercarse el tiempo, un pánico general se apoderó de las mentes de los
hombres. Muchos abandonaron sus hogares y sus familias, y acudieron a la Tierra
Santa; otros entregaron sus tierras a la iglesia, o dejaron de cultivarlas, y el curso
entero de la vida ordinaria se alteró y se trastornó violentamente. Un engaño similar,
aunque en menor escala, prevaleció en algunas partes de los Estados Unidos en el año
1843, causando gran consternación entre las multitudes y haciendo enloquecer a
muchas personas. Hechos como éstos muestran la sabiduría que "ocultó el día y la
hora" de la venida del Hijo del hombre de modo que, mientras todos pueden estar
vigilantes, ninguno debe caer en la agitación.

En el tercer versículo, el apóstol indica que "el día de Cristo" debe ser precedido por
dos sucesos: (1) La llegada de la apostasía, y (2) la manifestación del hombre de
pecado".

Si pudiéramos ponernos en la situación y las circunstancias de los cristianos de


Tesalónica cuando esta epístola se escribió; si pudiéramos revivir las esperanzas y los
temores, las expectativas y las aprensiones, y las agitaciones sociales y políticas de
aquel período, podríamos entrar mejor en las explicaciones de Pablo. Sin duda, los
tesalonicenses le entendían perfectamente. Como observa correctamente Paley:
"Nadie escribe ininteligiblemente a propósito", y no podemos suponer que Pablo les
atormentaría con enigmas que sólo les causarían perplejidad y les desconcertarían más
que nunca.

La primera pregunta que se presenta es: ¿Son idénticos la "apostasía" y el "hombre de


pecado"? ¿Apuntan ambos a la misma cosa? En opinión de muchos expositores,
quizás de la mayoría, son virtualmente una y la misma cosa. Pero, evidentemente, son
cosas distintas y separadas. La apostasía representa una multitud, el hombre de
pecado, una persona; de modo que, aunque puedan estar conectados en algunos
respectos, no deben confundirse la una con el otro; pueden existir
contemporáneamente, pero no son idénticos.

LA APOSTASÍA

En este momento, Pablo no se espacia en "la apostasía", sino que, habiéndola


mencionado simplemente como venidera, pasa a describir al "hombre de pecado". Sin
embargo, podemos referirnos aquí al hecho de que la "apostasía" no era ninguna idea
nueva para los discípulos de Cristo. El Salvador la había predicho expresamente en su
discurso profético, Mat. 24:10,12, y en alguna otra parte Pablo da una descripción de
la apostasía tan completa como la da aquí del hombre de pecado. (Véase 1Tim. 4:1-3;
2Tim. 3:1-9). Sólo puede referirse a aquella deserción de la fe tan claramente predicha
por nuestro Señor, y descrita por los apóstoles, como indicación de los "últimos días".
Pero este tema será considerado en su lugar adecuado.
EL HOMBRE DE PECADO

Al entrar en este campo de la investigación, es de la mayor importancia encontrar


algún principio que pueda guiarnos y dirigirnos en la investigación. Hallamos tal
principio en la consideración muy simple y obvia de que el apóstol se refiere aquí a
circunstancias que estaban al alcance de los mismos tesalonicenses. Si la palabra del
Señor declaró que la Parusía misma, que fue precedida por el desarrollo de la
apostasía y la aparición del hombre de pecado, caía dentro del período de la
generación actual, se deduce que "la apostasía" y "el hombre de pecado" estaban más
cerca de ellos que la Parusía. Por otro lado, si suponemos que "la apostasía" y "el
hombre de pecado" ocurren mucho más allá de la época de los tesalonicenses, ¿de qué
serviría darles explicaciones e información sobre cuestiones que no eran para nada
urgentes y que, de hecho, no les concernían en absoluto? ¿No es obvio que,
quienquiera pueda ser el hombre de pecado, debe ser alguien con el cual tenían que
ver el apóstol y sus lectores? ¿No está escribiendo para hombres vivos acerca de
asuntos en los cuales ellos están intensamente interesados? ¿Por qué delinearía las
características de este misterioso personaje para los tesalonicenses si era alguien con
el cual los tesalonicenses no tenían nada que ver, del cual no tenían nada que temer, y
que no sería revelado sino después de siglos? Es claro que él habla de alguien cuya
influencia ya estaba comenzando a sentirse, y cuya furia inicua y anárquica estallaría
antes de que pasase mucho tiempo. Todo esto está en la superficie misma, y es obvio e
incuestionable. Pero esto no es todo. Parece seguro que los tesalonicenses no
ignoraban a qué persona se llamaba hombre de pecado. No era la primera vez que el
apóstol les hablaba del tema. Dice: "¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía
con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a
su debido tiempo se manifieste". Este lenguaje indica claramente que el apóstol y sus
lectores estaban bien familiarizados con el nombre "hombre de pecado" y sabían a
quién se le designaba así. Siendo esto así, y parece incuestionable, el área de
investigación se contrae grandemente, y las probabilidades de descubrimiento
aumentan proporcionalmente. Aquello de lo que los tesalonicenses habían "hablado",
lo que habían "recordado" y "sabían", debe haber sido algo de interés vivo y presente;
resumiendo, debe haber pertenecido a la historia contemporánea.

Pero, ¿por qué no habla el apóstol francamente? ¿Por qué esta reserva y esta reticencia
al sugerir oscuramente lo que no menciona, por nombre? No era por ignorancia; no
podría ser por afectar misterio. Debe haber habido alguna poderosa razón para esta
extrema cautela. No hay duda; pero, ¿de qué naturaleza? ¿Por qué acostumbraba,
como él dice, hablar tan francamente sobre el tema en privado, y luego escribir tan
oscuramente en su epístola? Obviamente, porque era peligroso ser más explícito. Por
una parte, una indicación era suficiente, pues todos podían entender su significado;
por la otra, hacer más que una indicación era peligroso, porque nombrar a una persona
podría haberles comprometido, a él y a ellos.

Entonces, ¿de qué dirección podría venir el peligro de usar una libertad de expresión
demasiado grande? Sólo había dos direcciones de las cuales los cristianos de la era
apostólica tenían justa causa para sentir aprensión -- el fanatismo de los judíos y los
celos de los romanos. Hasta ahora, el evangelio había sufrido mayormente de los
primeros; por todas partes, los judíos eran los instigadores de "agitar a los gentiles
contra los hermanos". Pero el poder de Roma era celoso, y los judíos sabían bien
cómo despertar esos celos; en la misma Tesalónica, habían levantado el clamor:
"Todos éstos se oponen a los decretos de César". ¿Cuál de estas causas, pues, puede
haber sellado los labios del apóstol? Temor de los judíos, no, pues nada que él pudiera
decir probablemente volvería más encarnizada su hostilidad; ni tenían los judíos
ninguna autoridad civil directa con la cual perjudicar la causa cristiana. Llegamos a la
conclusión, pues, de que era del poder romano del que el apóstol percibía peligro, y
que su reticencia era ocasionada por el deseo de no involucrar a los tesalonicenses en
la sospecha de descontento y sedición.

Volvamos ahora a la descripción del "hombre de pecado" que da el apóstol, y tratemos


de descubrir, si es posible, si había algún individuo vivo entonces en el Imperio
Romano al cual se le pudiese aplicar.

1. La descripción requiere que busquemos, no un sistema o una abstracción,


sino un individuo, un "hombre".

2. Evidentemente, no es una persona privada, sino una persona pública. Los


poderes con los que está investido implican esto.

3. Es un personaje que ostenta el más alto rango y la más alta autoridad en el


estado.

4. Es pagano, no judío.

5. Reclama para sí nombres, prerrogativas, y culto divinos.

6. Pretende ejercer un poder milagroso.

7. Está caracterizado por una enorme impiedad. Es el "hombre de pecado", es


decir, la encarnación y la personificación del mal.

8. Se distingue por su iniquidad como gobernante.


9. Cuando el apóstol escribió, todavía no había llegado a la plenitud de su
poder; había algún impedimento o estorbo al pleno desarrollo de su influencia.

10. El estorbo era una persona; era conocida para los tesalonicenses; y pronto
sería quitada de en medio.

11. El "inicuo", el "hombre de pecado", estaba condenado a la destrucción. Es


el "hijo de perdición", "a quien el Señor matará".

12. Su pleno desarrollo, o "manifestación", y su destrucción han de preceder


inmediatamente a la Parusía. "El Señor le destruirá con el resplandor de su
venida".

Con estas marcas distintivas en nuestras manos, ¿puede haber alguna dificultad al
identificar a la persona en la cual se encuentran todas estas marcas? ¿Había tres
hombres en el Imperio Romano que respondían a esta descripción? ¿Había dos?
Seguramente no. Pero había uno, y sólo uno. Cuando el apóstol escribió, estaba en los
escalones del trono imperial -- poco más, y se sentaba sobre el trono del mundo. Es
NERÓN, el primero de los emperadores perseguidores; el violador de todas las leyes,
humanas y divinas; el monstruo cuya crueldad y cuyos crímenes le dan derecho a ser
llamado "el hombre de pecado".

En seguida será evidente para todos los lectores que todas las características de este
espantoso retrato pertenecen a Nerón; pero es notable cuán exacta es la
correspondencia, especialmente en los detalles que son más recónditos y oscuros. Es
un individuo -- una persona pública -- que ostenta el rango más alto en el estado; es
pagano, no judío; es un monstruo de maldad, que pisotea todas las leyes. Pero, cuán
notables son las indicaciones que apuntan hacia Nerón en el año en que esta epístola
se escribió, digamos el año 52 o el año 53 D. C. En ese tiempo Nerón no se había
"manifestado" todavía; su verdadero carácter no había sido revelado; todavía no había
accedido al Imperio. Claudio, su padrastro, vivía, y le estorbaba al hijo de Agripina.
Pero ese obstáculo fue pronto eliminado. En menos de un año, probablemente,
después de que la epístola de Pablo fue recibida por los tesalonicenses, Claudio fue
"quitado de en medio", víctima de la letal costumbre de la infame Agripina, y siendo
su hijo también cómplice del asesinato, según Suetonio. Pero el "misterio de iniquidad
ya estaba en operación"; la influencia de Nerón debe haber sido poderosa en los
últimos días del desdichado Claudio; probablemente ya se estaban fraguando los
mismos complots que prepararon el camino para el ascenso al trono por parte de los
asesinos. Algunos meses más tarde verían el advenimiento al trono del mundo por
parte de un bellaco cuyo nombre ha quedado en la picota de la eterna infamia como el
más brutal de los tiranos y el más vil de los hombres.
Las restantes notas de la descripción no son menos fieles al original. El reclamar
honores divinos; el oponerse y exaltarse por encima de todo lo que se llama Dios o es
objeto de culto; el sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios; todos son
distintivos de Nerón.

En realidad, el asumir prerrogativas divinas era común a todos los emperadores


romanos. "Divus", dios, se inscribía en sus monedas y estatuas. Podría decirse que el
Emperador "se exaltaba por encima de todo lo que se llama Dios, o es objeto de
culto", monopolizando para sí todo culto. Este hecho es puesto en resaltado en las
siguientes observaciones de Dean Howson:

"En aquel tiempo, la imagen del Emperador era objeto de reverencia religiosa; era una
deidad en la tierra; y el culto que se le rendía era un culto verdadero. Es un
pensamiento notable que, en aquellos tiempos, (haciendo a un lado formas decadentes
de religión), los únicos dos cultos legítimos en el mundo civilizado eran el culto a
Tiberio o a Nerón por una parte, y el culto a Cristo, por la otra".

El intento de Calígula de erigir su estatua en el templo de Dios en Jerusalén había


llevado a los judíos al borde de la rebelión, y es posible que este hecho pueda haber
dado su forma peculiar a la descripción del apóstol. Ciertamente le sugirió a Grocio
que Calígula debía ser la persona que se tenía la intención de representar; pero la
fecha de la epístola hace insostenible esta opinión. Nerón, sin embargo, no era menos
que ninguno de sus predecesores en su impía asunción de prerrogativas divinas. Dio
Casio nos informa que, cuando regresó victorioso de los juegos griegos, entró a Roma
en triunfo, y fue aclamado con expresiones como éstas: "¡Nerón, el Hércules! ¡Nerón,
el Apolo! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Voz sagrada! ¡Eterno!" En todo esto, vemos
suficiente evidencia de la asunción de la asunción de honores divinos por parte de
Nerón.

Lo mismo ocurre con respecto a otra nota en este bosquejo -- la simulación de


milagros. "Cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y
prodigios mentirosos" (ver. 9). Esta simulación sigue casi como cosa natural a la
asunción de las prerrogativas de la deidad.

Debe suponerse que al Divus imperial se le acreditaba la posesión de poderes


sobrenaturales; y encontramos una interesante aclaración de este tema en Apoc.
12:13-15. En esta etapa de la investigación, sin embargo, no sería deseable entrar en
esa región de simbolismo, aunque echaremos mano plenamente de esta ayuda en el
momento oportuno.

Además, "el hombre de pecado" está condenado a perecer. Es el "hijo de perdición",


un nombre que lleva en común con Judas, e indica la certeza y lo completo de su
destrucción. "El Señor le matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el
resplandor de su venida". En esta significativa expresión, tenemos una nota del tiempo
en que el hombre de pecado está destinado a perecer, marcado con singular exactitud.
Es la venida del Señor, la Parusía, la que ha de ser la señal de su destrucción; no todo
el esplendor de ese suceso, tanto como la primera apariencia o alborada de él. Alford
(siguiendo a Bengel) señala muy correctamente que la traducción "resplandor de su
venida" debe ser la "apariencia de su venida", y cita la sublime expresión de Milton:
"Su venida resplandeció desde lejos". Bengel, con fina discriminación, observa: "Aquí
la apariencia de su venida, o, en todo caso, los primeros destellos de su venida,
ocurren antes de la venida misma". Evidentemente, esto implica que el hombre de
pecado estaba destinado a perecer, no en la llamarada de la Parusía, sino en el primer
esbozo o comienzo. Ahora, ¿qué encontramos en realidad? Recordando cómo está
conectada la Parusía con la destrucción de Jerusalén, encontramos que la muerte de
Nerón precedió al suceso. Tuvo lugar en el mes de junio del año 68 D.C., en medio de
la guerra judía que terminó en la captura y la destrucción de la ciudad y el templo.
Podría, por lo tanto, decirse justamente que "la apariencia, o alborada, de la Parusía"
fue la señal de la destrucción del tirano.

No se sigue que la muerte de Nerón sería causada por un agente sobrenatural


inmediato porque se dice que "el Señor le matará con el espíritu de su boca", etc.
Herodes Agripa fue herido por el ángel del Señor, pero esto no excluye la operación
de causas naturales: "fue comido de gusanos, y expiró" (Hech. 12:23). De la misma
manera, Nerón fue alcanzado por el juicio divino, aunque recibió su golpe de muerte
de la espada del asesino, o por su propia mano.

Finalmente, es apenas necesario probar el título de Nerón con la denominación de


"hombre de pecado". Se observará que es el libertinaje de su carácter personal lo que
lo sella con este epíteto distintivo, como si fuera la personificación y la representación
mismas del vicio. Tal, de hecho, es Nerón, cuyo nombre se ha convertido en sinónimo
de todo lo que es bajo, cruel, y vil; el mayor en rango y el más bajo en carácter en el
mundo romano: un monstruo de maldad aun entre los paganos, que no se andaban con
remilgos morales y estaban familiarizados con la más corrupta sociedad sobre la faz
de la tierra. La siguiente descripción gráfica del carácter de Nerón ha sido tomada de
Conybeare y Howson:

"Desde este distinguido estrado preside el representante de la más poderosa


monarquía que jamás existió -- el gobernante absoluto de todo el mundo civilizado.
Pero la reverente admiración que su posición sugería naturalmente se transformó en
desprecio y aborrecimiento hacia el carácter del soberano que ahora presidía aquel
supremo tribunal. Porque Nerón era un hombre a quien ni siquiera el terrible atributo
de "poder igual a los dioses" podía hacer augusto, excepto en el título. El temor y el
horror que despertaban su omnipotencia y su crueldad se mezclaban con el desprecio
por su innoble sed de alabanza y su desvergonzado libertinaje. Todavía no se había
hundido en aquella extravagancia de la tiranía que, en un período posterior, agotó la
paciencia de sus súbditos y causó su destrucción. Hasta ahora sus medidas públicas
habían estado guiadas por sabios consejeros, y su crueldad había perjudicado a su
propia familia más bien que al estado. Pero ya, a la edad de veinticinco años, había
asesinado a su inocente esposa y a su hermano adoptivo, y se había teñido las manos
con la sangre de su madre. Sin embargo, aun estas enormidades parecen haber
asqueado a los romanos menos que el haber prostituido la púrpura imperial tocando
públicamente como músico en escena y como auriga en el circo. Su degradante falta
de dignidad y su insaciable apetito por el aplauso vulgar arrancaba lágrimas de sus
consejeros y los siervos de su casa, que le veían asesinar sin remordimiento a sus
parientes más cercanos".

Pero hay probablemente otra razón para que Nerón haya sido marcado con este
epíteto. El nombre "hombre de pecado" no era desconocido en la historia hebrea. Ya
se le había aplicado a alguien que, no sólo era un monstruo de crueldad e impiedad,
sino también un encarnizado enemigo y perseguidor del pueblo judío. No habría sido
posible pronunciar un nombre más odioso a oídos judíos que el de Antíoco Epífanes.
Fue el Nerón de su época, el inveterado enemigo de Israel, el profanador del templo,
el sanguinario perseguidor del pueblo de Dios. En el libro primero de los Macabeos,
encontramos el nombre "el hombre pecador” dado a Antíoco (1Mac. 2:48,62), y
parece muy probable que el personaje que nos ocupa estaba destinado a sufrir una
suerte similar a la de Antíoco, el implacable tirano y perseguidor que se convirtió en
monumento a la ira de Dios.

El paralelo entre "el hombre de pecado" y Antíoco Epífanes es observada


particularmente por Bengel, quien señala que la descripción del primero en el ver. 4
ha sido tomada prestada de la descripción del último en Daniel 11:36. Vale bien la
pena citar el comentario de Bengel:

"Esto, pues, es lo que Pablo dice: La ciudad de Cristo no viene, a menos que se
cumpla (en el hombre de pecado) lo que Daniel predijo de Antíoco; la predicción es
más apropiada del hombre de pecado, que corresponde a Antíoco, y es peor que él".

Encontraremos en la secuela que éste no es el único pasaje en el cual se hace


referencia a Antíoco Epífanes como el prototipo de Nerón.

Pero puede que se haga la pregunta: ¿Por qué preocuparía tanto al apóstol y a los
cristianos de Tesalónica la revelación de Nerón en su verdadero carácter? No hay que
ir lejos para encontrar la respuesta. Era la ferocidad de este monstruo inicuo que
primero desató todo el poder de Roma para aplastar y destruir el nombre de cristiano.
Fue por medio de él que se derramarían torrentes de sangre inocente y se infligirían
las más intensas torturas a inofensivos cristianos. Fue ante este sanguinario tribunal
que Pablo habría de comparecer y suplicar por su vida, y fueron los labios de este
tribunal que habrían de proferir la sentencia que le condenaba a una muerte violenta.
Pero, más que esto, fue bajo Nerón, y por órdenes suyas, que se inició la guerra final
de los judíos, y que se abrió el capítulo más oscuro en los anales de Israel, un capítulo
que terminó con el sitio y la captura de Jerusalén, la destrucción del templo, y la
extinción del sistema nacional. Esta era la consumación predicha por nuestro Señor
como "el fin del tiempo" y la "venida de su reino". La revelación del hombre de
pecado, pues, como antecedente de la Parusía, era una cuestión que concernía
profundamente a todos y cada uno de los discípulos cristianos.

Ahora podemos entender por qué el apóstol usó tanta cautela al escribir sobre un tema
como éste. No fue porque prefería la oscuridad de un oráculo, sino por motivos
prudenciales de la naturaleza más inteligible. Había en Tesalónica muchos ojos
fisgones y muchas lenguas calumniadoras, que sólo esperaban una oportunidad para
denunciar a los cristianos como hombres desafectos y sediciosos, secretos
maquinadores contra la autoridad de César. Escribir abiertamente sobre estos temas
sería indiscreto y peligroso en el más alto grado. Ni era necesario, porque ellos habían
discutido estos asuntos antes en más de una conversación en privado. "¿No os
acordáis", pregunta, "que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?". Más
que atisbos eran innecesarios para los tesalonicenses, porque ellos tenían una clave de
lo que él quería decir, una clave que los lectores subsiguientes no tenían. Ni hay que
asombrarse mucho si la oscuridad ha rodeado la enseñanza del apóstol sobre este
tema. Sucesos que para los contemporáneos están llenos de intenso interés, a menudo
no sólo carecen de interés sino que se vuelven ininteligibles para la posteridad. Y sin
embargo, es un poco extraño que la muy obvia referencia a la historia contemporánea,
y a Nerón, haya sido pasada por alto de modo tan general. Esta es la más antigua
interpretación del pasaje en relación con el hombre de pecado. Crisóstomo,
comentando el misterio de iniquidad, dice: "Él (Pablo) habla aquí de Nerón como tipo
del anticristo; porque él también deseaba ser considerado dios". A esta opinión se
refieren también Agustín, Teodoreto, y otros. Bengel, refiriéndose al obstáculo contra
la manifestación del hombre de pecado, dice: "Los antiguos creían que Claudio era
este obstáculo: de aquí que parezca que ellos consideraban a Nerón, el sucesor de
Claudio, el hombre de pecado. Moses Stuart ha reunido a gran número de autoridades
para identificar a Nerón como el hombre de pecado. Stuart observa: "La idea de que
Nerón era el hombre de pecado mencionado por Pablo, y el anticristo mencionado tan
a menudo en las epístolas de Juan, prevaleció extensamente y por mucho tiempo en la
iglesia primitiva". Y nuevamente: "Agustín dice: '¿Qué significa la declaración de que
el misterio de iniquidad ya está en operación? ... Algunos suponen que esto se refiere
al emperador romano, y que, por lo tanto, Pablo no hablaba en palabras sencillas
porque no deseaba incurrir en la acusación de calumnia por haber hablado mal del
emperador romano: aunque siempre esperaba que lo que había dicho se entendiera
como que se aplicaba a Nerón".

Consideramos como un hecho de peculiar importancia el que se haya descubierto que


una conclusión a la que se ha llegado con un fundamento bastante independiente tiene
la aprobación de algunos de los más importantes nombres de la antigüedad. Sin
embargo, no estamos dispuestos en absoluto a hacer descansar esta interpretación en
autoridades externas; nos sentimos inclinados a creer que la evidencia interna a favor
de la identificación de Nerón como el hombre de pecado casi equivale, si no equivale
completamente, a una demostración. Pero, todavía tenemos que ocuparnos de la
confirmación de este hecho, proporcionada por el Apocalipsis, que creemos
convencerá a cada mente sincera.

Sería incorrecto pasar adelante de la consideración de este pasaje profundamente


interesante sin hacer algunas observaciones sobre lo que puede llamarse la
interpretación protestante popular, que encuentra aquí el surgimiento y el desarrollo
del papado e identifica al Papa como el hombre de pecado. En muchos respectos, esta
interpretación es tan plausible, y los puntos de correspondencia son tan numerosos,
que no es sorprendente que haya encontrado favor quizás con la mayoría de los
comentaristas. Hay cierta semejanza familiar entre todos los sistemas de superstición
y tiranía, que hace probable que algunas de las características que distinguen a uno
pueden ser encontradas en todos. Pero pocos expositores de algún peso argumentan
actualmente que todas las notas descriptivas del hombre de pecado se han de
encontrar en el Papa. Dean Alford observa con razón:

"En la característica del ver. 4, el Papa no cumple la profecía, y nunca la cumplió.


Haciendo lugar para todas las notables coincidencias con la última parte del versículo
que se han aducido tan abundantemente, no se puede jamás demostrar que él cumple
la primera parte; tan lejos está él de ello, que la adoración abyecta y la sumisión a él
nunca han sido una de sus más notables peculiaridades. La segunda objeción, de
carácter externo e histórico, es aún más decisiva. Si el papado es el anticristo,
entonces la manifestación ha ocurrido y ha durado casi mil quinientos años; y sin
embargo, no ha llegado todavía el día del Señor que, en términos de nuestra profecía,
debe ser precedido inmediatamente por tales manifestaciones".

LA PRIMERA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

ACTITUD DE LOS CRISTIANOS DE CORINTO


EN RELACIÓN CON LA PARUSÍA
1Cor. 1:7,8. "... esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, el cual
también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro
Señor Jesucristo".

La actitud de expectación en que estaban los corintios se indica aquí claramente,


aunque es expresada débilmente a través de la traducción "esperando". La frase usada
por el apóstol es la misma de Romanos 8:19, donde la creación entera es representada
como "gimiendo con dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de
Dios" Conybeare y Howson traducen: "Esperando ansiosamente el tiempo en que
nuestro Señor Jesucristo sea revelado a la vista". Esta actitud implica claramente que
se entendía que el objeto esperado estaba cerca; pues es obvio que, si estuviese a gran
distancia, la espera ansiosa y anhelante sólo terminaría en un amargo desengaño.
Puede preguntarse: ¿No esperaban el día de Cristo los santos del Antiguo Testamento?
¿No se regocijó Abraham de ver el día de Él, y no era aquella una esperanza distante?
Cierto, pero a los santos del Antiguo Testamento no les fue dado en ninguna parte
entender que la primera venida de Cristo tendría lugar en sus propios días, ni dentro
de los límites de su propia generación, ni se les instaba y exhortaba a velar
constantemente, esperando y anhelando la venida del Señor. No tenemos ninguna
razón en absoluto para suponer que sus mentes estaban constantemente en tensión, y
que sus ojos se esforzaban ansiosamente esperando el advenimiento, como sucedía
con los cristianos de la era apostólica. El caso del anciano Simeón es el paralelo
correcto de los primeros cristianos. Se le reveló que no vería muerte sino hasta que
hubiese visto al ungido del Señor; esperaba, pues, "la consolación de Israel". De la
misma manera, se les reveló a los cristianos de la era apostólica que la Parusía tendría
lugar en sus propios días; el Señor había asegurado este hecho claramente, una y otra
vez, a sus discípulos. Así que ellos acariciaban esta esperanza de vivir para ver el día
anhelado, y tanto más a causa de los sufrimientos y las persecuciones a que estaban
expuestos. Como los tesalonicenses, consideraban la muerte como una calamidad,
porque parecía frustrar la esperanza de ver al Señor "viniendo en su reino". Deseaban
estar "vivos y quedar hasta la venida del Señor". Bilroth observa: "La [revelación] se
refiere al advenimiento visible de Cristo, un suceso que Pablo y los creyentes de
aquellos días se imaginaban que tendría lugar dentro del término de una vida
ordinaria, de modo que muchos de ellos estarían vivos cuando esto ocurriese. Aquí
Pablo alaba a los corintios por esperarlo". Evidentemente, el crítico considera esta
opinión como un engaño. Pero, ¿de dónde derivaban esta esperanza los cristianos
primitivos? ¿No era de la enseñanza de los apóstoles y de las palabras de Cristo?
Decir que era una opinión errada es asestar un golpe a la autoridad de los apóstoles
como informantes dignos de confianza de las palabras de Cristo y de los exponentes
competentes de su doctrina. Si pudieron equivocarse tan flagrantemente en un hecho
sencillo, ¿qué confianza puede tenérseles a sus enseñanzas relativas a las cuestiones
más difíciles de doctrinas y deberes?
La confianza expresada por el apóstol de que los cristianos de Corinto serían
confirmados hasta el fin, y de que serían hallados irreprensibles en el día de nuestro
Señor Jesucristo, recuerda su oración por los tesalonicenses: "Para que sean afirmados
vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la
venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos" (1 Tes. 3:13). Los dos
pasajes son exactamente paralelos en significado, y se refieren al mismo punto en el
tiempo, "el fin", la "Parusía". Obviamente, con "el fin" el apóstol no quiere decir el
"fin de la vida"; no es un sentimiento general como el que expresamos cuando
hablamos de ser "fieles hasta el fin"; tiene un significado definido, y se refiere a un
tiempo particular. Es "el fin" de que habló nuestro Señor en su discurso profético en el
Monte de los Olivos (Mat. 24:6, 13, 14). Es "el fin del tiempo" [] de Mateo 13:40, 49).
Es "el fin" [entonces vendrá el fin] (1Cor. 15:24. Véase también Heb. 3:6,14; 6:11;
9:26; 1Ped. 4:7). Todas estas formas de expresión [,,] se refieren a la misma época, es
decir, la terminación del eón judío o la era judía, o sea, la dispensación mosaica. Esto
es señalado por Alford en su nota sobre el pasaje que tenemos delante: "Hasta el fin",
es decir, hasta el , no meramente "hasta el fin de vuestras vidas". Se refiere, por lo
tanto, no a la muerte, que les llega a diferentes individuos en momentos diferentes,
sino a un suceso específico, no muy distante, la Parusía, o la venida del Señor
Jesucristo.

No menos definida es la frase "el día de nuestro Señor", etc. Las alusiones a este
período en los escritos apostólicos son muy frecuentes, y todas apuntan a una gran
crisis que se aproximaba rápidamente, el día de redención y recompensa para el
sufriente pueblo de Dios, el día de retribución e ira para los enemigos y perseguidores
de Dios.

EL CARÁCTER JUDICIAL DEL


"DÍA DEL SEÑOR"

1Cor. 3:13.- "La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues
por el fuego será revelada; y la obra de cada uno sea cual sea, el fuego la probará".

En este pasaje, hay nuevamente una clara alusión al "día de Señor" como un día de
discriminación entre el bien y el mal, entre lo precioso y lo vil. El apóstol se compara
a sí mismo y compara a sus compañeros obreros al servicio de Dios con trabajadores
empleados en la construcción de un gran edificio. Ese edificio es la iglesia de Dios,
cuyo único fundamento es Cristo Jesús, fundamento que él (el apóstol) había echado
en Corinto. Luego advierte a cada obrero que debe mirar bien la clase de material con
el cual él construyó sobre ese único fundamento: es decir, qué clase de individuos
introdujo en la comunidad de la iglesia de Dios. Venía el día que sometería a prueba
la calidad de la obra de cada uno: debía pasar por una prueba ardiente; y en ese
abrasador escrutinio, los frágiles y los inútiles tendrían que perecer, mientras que los
buenos y los leales permanecerían incólumes. El constructor imprudente podría
ciertamente escapar, pero su obra sería destruida, y él perdería la recompensa de la
cual habría podido disfrutar si hubiese construido con mejores materiales.

No puede haber ninguna duda acerca de a qué día se hace referencia aquí. Es el día de
Cristo, la Parusía. Se dice que esto será revelado "por el fuego", y surge la pregunta:
¿Es la expresión literal o metafórica? Se notará que el pasaje entero es figurado: el
edificio, los constructores, los materiales; podemos concluir, por lo tanto, que el fuego
es figurado también. Las cualidades morales no son probadas de la misma manera que
las substancias materiales. El apóstol enseña que se acerca un escrutinio material de la
obra de la vida del obrero cristiano. El "que tiene ojos como llama de fuego" viene
para "escudriñar la mente y los corazones, y dar a cada uno según sus obras" (Apoc.
2:18,23). ¿Cuán claramente se conectan estas representaciones del "día del Señor" con
las palabras proféticas de Malaquías: "¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida?
Porque él es como fuego purificador". "Porque he aquí viene el día ardiente como un
horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa" (Mal. 3:2,3;
4:1). De manera semejante, Juan el Bautista representa el día de la venida de Cristo
como "revelado en fuego", "Quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mat.
3:12). Véase también 2 Tesa. 1:7,8, etc.

Pero, si alguno estuviese dispuesto a sostener que aquí el fuego no es enteramente


metafórico, un caso que no es improbable podría construirse fácilmente. En el punto
central donde esa revelación tuvo lugar, la ciudad y el templo de Jerusalén, la Parusía
estuvo acompañada de fuego muy literal. En aquel horno ardiente en que pereció todo
lo que era de lo más venerable y sagrado en el judaísmo, los hombres pudieron ver
muy bien el cumplimiento de las palabras del apóstol: "aquel día será revelado con
fuego".

Entonces, puesto que la Parusía coincide en un punto del tiempo con la destrucción de
Jerusalén, se sigue que el período de zarandeo y prueba al que se alude aquí - el día
que será revelado en fuego - es también contemporáneo con aquel suceso. De lo
contrario, por la hipótesis de que este día todavía no ha llegado, somos llevados a la
conclusión de que "la prueba de la obra de cada uno" no ha tenido lugar todavía; que
ningún juicio se ha pronunciado todavía sobre la obra de Apolos, Cefas, o Pablo, o de
sus compañeros obreros; todavía hay que establecer con qué clase de material
construyó cada uno el templo de Dios; que los obreros no han recibido su recompensa
todavía. Porque el gran día de prueba no ha llegado todavía, y el fuego no ha probado
la obra de cada uno para saberse de qué clase es. Pero esto es reductio ad absurdum, y
demuestra que tal hipótesis es insostenible.

EL CARÁCTER JUDICIALDEL
DÍA DEL SEÑOR
1 Cor. 4:5. "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el
cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los
corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios".

1 Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor".

En estos dos pasajes, la Parusía es representada como un tiempo de investigación y


decisión judiciales. Es el tiempo en que los caracteres y los motivos serán revelados, y
cada uno recibirá su medida apropiada de alabanza o culpa. El apóstol desaprueba los
juicios apresurados y mal informados, aparentemente no sin alguna razón personal, y
los exhorta a esperar "hasta que venga el Señor", etc. ¿No implica esto
manifiestamente que él pensaba que ellos no tendrían que esperar mucho? ¿Dónde
quedaría la razonabilidad de su exhortación si no hubiese la expectativa de
vindicación o retribución en los siglos por venir? Es la consideración misma de que el
día ha llegado lo que constituye la razón para la paciencia ahora.

De manera semejante, el caso del miembro ofensor en la iglesia de Corinto apunta a


un tiempo de retribución que se acercaba rápidamente. Pablo arguye que el efecto de
la disciplina presente ejercida por la iglesia puede demostrar ser la salvación del
ofensor "en el día del Señor". Ese día, pues, es el período en que se decide la
condenación o la salvación de los hombres. Pero, suponiendo que el día del Señor no
ha llegado, se deduce que el día de la salvación no ha llegado, ni para el apóstol
mismo, ni para los cristianos de Corinto, ni para el ofensor a quien Pablo llama a la
iglesia para que lo censure. Todo esto muestra claramente que el apóstol creía y
enseñaba la pronta venida del día del Señor.

CERCANÍA DE LA CONSUMACIÓN
QUE SE APROXIMA

1Cor. 7:29-31. "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los
que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y
los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen;
y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de
este mundo se pasa".

Ninguna palabra podría mostrar más claramente la profunda impresión en la mente del
apóstol de que una gran crisis estaba cerca, una crisis que afectaría profundamente
todas las relaciones de la vida y todas las posesiones de este mundo. Este lenguaje,
como se hablaba en aquel tiempo, tenía una importancia muy diferente de la que tiene
en estos tiempos. Estas no son las trivialidades ordinarias acerca de la brevedad del
tiempo y la vanidad del mundo, los clásicos temas comunes de moralistas y teólogos.
El tiempo es siempre corto, y el mundo siempre es vano; pero hay un énfasis y una
urgencia en la afirmación del apóstol que implican una especialidad en el tiempo que
entonces era presente; él sabía que ellos estaban al borde de una gran catástrofe, y que
todos los intereses y todas las posesiones terrenales eran de una duración ligera e
incierta. No es necesario preguntar cuál era aquella catástrofe que se esperaba. Era la
venida del día del Señor a la que ya se ha aludido, y cuya cercana aproximación está
implícita en todas sus exhortaciones. Alford expresa correctamente la fuerza de la
expresión: "el tiempo es corto", es decir, "el intervalo entre ahora y la venida del
Señor ha llegado a un período extremadamente acortado". Pero, desafortunadamente,
sigue adelante y trata la opinión de Pablo como un error: "Desde que él escribió, el
desarrollo de la providencia de Dios nos ha enseñado más acerca del intervalo entre la
venida del Señor que lo que se le dejó ver aun a un apóstol inspirado". Cuál podría ser
la opinión privada de Pablo con respecto a la fecha de la Parusía, o qué ocurriría
cuando llegase, no lo sabemos, y sería inútil especular; pero tenemos derecho a
concluir que, en su enseñanza oficial (salvo cuando declara directamente que expresa
su propia opinión), él era el órgano de expresión de una inteligencia mayor que la
suya. En realidad, no somos competentes para decir hasta dónde pueda haberse
extendido el impacto de la tremenda convulsión que tuvo lugar al "fin del siglo", pero
cada uno puede ver que las exhortaciones del apóstol habrían sido peculiarmente
apropiadas dentro de los límites de Palestina. Al proseguir esta investigación, el área
afectada por la Parusía parece crecer y expandirse; es más que una crisis nacional: se
convierte en una crisis ecuménica. Ciertamente debemos inferir de la representación
de los apóstoles, así como de los dichos del Maestro, que la Parusía tenía un
significado para los cristianos en todas partes, ya sea dentro o fuera de los confines de
Judea. Es más correcto preguntar acerca de la verdadera importancia de la doctrina de
los apóstoles sobre este tema, que suponer que estaban errados e inventar excusas para
su error. Si es un error, es común a la totalidad de la enseñanza del Nuevo
Testamento, y nos encontraremos con él en los escritos de Pedro y de Juan, pues ellos,
no menos que Pablo, declaran que "el fin de todas las cosas se acerca", y que "el
mundo pasa y sus deseos" (1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:17).

EL FIN DE LOS SIGLOS


YA HA LLEGADO

1Cor. 10:11. "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" [a quienes
han llegado los fines de los siglos].

La frase "los fines de los siglos" equivale a "el fin del siglo", y a "el fin". Todas se
refieren al mismo período, es decir, el fin de la era, o dispensación, judía, que ahora se
acercaba. Se observará que, en este capítulo, Pablo junta algunos de los incidentes
históricos que tuvieron lugar al comienzo de aquella dispensación, pues servían de
advertencia para los que vivían cerca de su terminación. Evidentemente, Pablo
consideraba la historia primitiva de la dispensación, especialmente por cuanto era
sobrenatural, como de carácter típico y educativo. "Estas cosas les acontecieron como
ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los
fines de los siglos". Esto no sólo afirma el carácter típico de la economía judía, sino
que demuestra que el apóstol la consideraba a punto de expirar.

Conybeare y Howson tienen la siguiente nota sobre este pasaje: "La venida de Cristo
era "el fin de las edades", es decir, el comienzo de un nuevo período de en la
existencia del mundo. Así que, casi la misma frase se usa en Hebreos 9:26. Una
expresión similar ocurre cinco veces en Mateo, significando la venida de Cristo a
juicio". Esta nota no distingue con exactitud cuál venida de Cristo era el fin del siglo.
Es la Parusía, la segunda venida, la que es siempre representada así. Se creyó que ese
suceso, pues, estaba cerca cuando se declaró que el fin del siglo, o de los siglos, había
llegado.

Se dice a veces que el período entero entre la encarnación y el fin del mundo es
considerado en el Nuevo Testamento como "el fin del siglo". Pero esto tiene una
manifiesta incongruencia en el frente mismo. ¿Cómo podría ser el fin de un período
ser de larga y prolongada duración? Especialmente, ¿cómo podría ser el fin mayor que
el período del cual es el fin? Ha transcurrido ya más tiempo desde la encarnación que
el transcurrido desde el momento en que se dio la ley hasta la primera venida de
Cristo; de modo que, según esta hipótesis, el fin del siglo es mucho más largo que el
siglo mismo. A tales paradojas son conducidos los intérpretes por una falsa teoría.
Pero, así como en una teoría verdadera en la ciencia, cada hecho encaja fácilmente en
su lugar, y apoya a todo el resto, así también en una teoría verdadera de interpretación
cada pasaje encuentra una fácil solución. y contribuye con su parte a sostener la
corrección del principio general.

SUCESOS QUE ACOMPAÑAN


A LA PARUSÍA

La Resurrección de los Muertos; la Transformación de


los Vivos; la Entrega del Reino

Al entrar en esta grande y solemne porción de la Palabra de Dios, deseamos hacerlo


con profunda reverencia y humildad de espíritu, temiendo apresurarnos donde los
ángeles podrían temer pisar; y ansiosamente solícitos, "extraer de las palabras
inspiradas lo que hay realmente en ellas, y no poner en ellas nada que no esté
realmente allí".
También, nos aventuramos a rogar la sinceridad judicial del lector. Puede que se le
haga una demanda de paciencia que al principio apenas pueda estar preparado para
satisfacer. Las antiguas tradiciones y las opiniones preconcebidas no tienen paciencia
con las contradicciones, y hasta la verdad puede a menudo estar en peligro de ser
desdeñada como tontería sólo porque es novedosa. El lector puede tener la seguridad
de que cada palabra se expresará con toda honestidad, después de haber agotado todos
los esfuerzos para descubrir el verdadero significado del texto, y con un espíritu de
lealtad y sometimiento a la suprema autoridad de las Escrituras. No le toca al
intérprete vindicar los dichos de la inspiración; todo su cuidado debería consistir en
descubrir cuáles son esos dichos.

1Cor. 15:22-28. "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos
serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los
que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y
Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque
preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.
Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó
debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él,
claramente se exceptúa aquél que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las
cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él
todas las cosas, para que Dios sea todo en todos".

Si bien no cae dentro del ámbito de esta investigación entrar en una exposición
detallada de pasajes que no afectan directamente la cuestión de la Parusía, parece
necesario que nos refiramos al estado de opinión en la iglesia de Corinto que dio
ocasión al argumento y la amonestación de Pablo. La resurrección de Cristo Jesús de
entre los muertos es uno de los grandes testimonios de la verdad del cristianismo
mismo. Si esto es verdad, todo es verdad; si es falso, la estructura entera cae al suelo.
En el breve resumen de las verdades fundamentales del evangelio, resumen que fue
dado por el apóstol al comienzo de este capítulo, se hizo énfasis especial en el hecho
de la resurrección de Cristo, y en la evidencia en la cual descansaba. Era "según las
Escrituras". Fue confirmada por el positivo testimonio de testigos presenciales: "Y
apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos
hermanos a la vez", la mayoría de los cuales estaban vivos todavía cuando el apóstol
escribió. Después de eso, fue visto por Jacobo; luego, por todos los apóstoles. "Y al
último de todos, me apareció a mí". El énfasis puesto en la palabra apareció no puede
dejar de ser subrayada. La evidencia es irresistible; es demostración ocular,
testificada, no por uno, ni por dos, sino por una multitud de testigos, hombres que no
mentirían, y que no podían ser engañados.
Y, sin embargo, parece que había algunos corintios que decían que "no hay
resurrección de los muertos". Nos parece incomprensible cómo una negación tal podía
ser compatible con un discipulado cristiano. No se dice, sin embargo, que ellos
cuestionaban el hecho de la resurrección de Cristo, aunque el apóstol muestra que los
principios de ellos conducían a esa conclusión. Su argumento para ellos es un
reductio ad absurdum. Los pone en un estado de negación en blanco, en el cual no
hay ningún Cristo, ningún cristianismo, ninguna veracidad apostólica, ninguna vida
futura, ninguna salvación, ninguna esperanza. Han cavado el terreno bajo sus propios
pies, y se han quedado sin un Salvador, en tinieblas y en desesperación.

Pero, como hemos dicho, ellos no parecen haber negado el hecho de la resurrección de
Cristo; por el contrario, éste es el argumento pr medio del cual el apóstol les convence
de que su posición es absurda. Si no hubiesen admitido esto, el argumento del apóstol
no habría tenido ningún poder, ni habrían podido ser considerados creyentes cristianos
en absoluto.

Las epístolas a los tesalonicenses, sin embargo, arrojan alguna luz sobre este extraño
escepticismo. Una opinión no muy diferente parece haber prevalecido en Tesalónica.
Así, por lo menos, lo inferimos de 1 Tesa. 4:13, etc. Se habían entregado a la
desesperación a causa de la muerte de algunos de sus amigos antes de la venida del
Señor. Parecen haber considerado esto como una calamidad que excluía a los
fallecidos de una participación en las bendiciones que esperaban a la revelación de
Cristo Jesús. El apóstol calma sus temores y corrige sus errores declarando que los
santos que han partido no sufrirán ninguna desventaja, sino que serán levantados otra
vez a la venida de Cristo, y entrarán, junto con los vivos, en la presencia y el gozo del
Señor.

Esto muestra que había dudas sobre la resurrección de los muertos en la iglesia de
Tesalónica, así como en la de Corinto; y es muy probable que estas dudas fueran de la
misma naturaleza en ambas iglesias. El ansioso deseo de todos los cristianos era estar
vivos a la venida del Señor. La muerte, pues, era considerada una calamidad. Pero no
habría sido una calamidad si hubiesen estado conscientes de que habría una
resurrección de los muertos. Esta era la verdad que, o no sabían, o no creían. Pablo
trata la duda en Tesalónica como ignorancia, en Corinto como error; y es muy
probable que, entre una gente tan engreída y tan pragmática como los corintios, esta
opinión asumiera una forma más decidida y más peligrosa. Puede observarse también
que el apóstol trata el caso de los tesalonicenses con mucho del mismo razonamiento
con que trata el de los corintios, es decir, con una apelación al hecho de la
resurrección de Cristo: "Si creemos que Cristo murió y resucitó", etc. (1 Tes. 4:14).
Ambos casos, pues, son muy similares, si no precisamente paralelos. Podemos
imaginar fácilmente que, para los primeros cristianos, que a menudo sufrían
encarnizada persecución, y que observaban ávidamente esperando la venida del Señor,
debe haber sido un doloroso chasco ser arrebatados por la muerte antes del
cumplimiento de sus esperanzas. Añádase a esto la dificultad que la idea de la
resurrección de los muertos presentaría naturalmente a los conversos gentiles (1 Cor.
15:35). Era una doctrina de la cual se burlaban los filósofos de Atenas; que hizo
exclamar a Festo: "Estás loco, Pablo", y que los científicos de aquel tiempo declararon
absurda, una cosa "imposible hasta para Dios".

Hasta aquí la probable naturaleza y el probable origen de este error de los corintios. Al
combatirlo, el apóstol atribuye la gloriosa bienaventuranza de la resurrección a la
interposición mediadora de Cristo. Es parte de los beneficios que surgen de la obra
redentora. Así como el primer Adán trajo la muerte, el segundo Adán trae la vida; y,
como garantía de la resurrección de su pueblo, Él mismo resucitó de entre los
muertos, y se convirtió en las primicias de la gran cosecha de la tumba.

Pero hay un debido orden y una debida sucesión en esta nueva vida del futuro. Así
como las primicias preceden y predicen la cosecha, la resurrección de Cristo precede y
garantiza la resurrección de su pueblo. "Cristo, las primicias, luego los que son de
Cristo EN SU VENIDA".

Esta es una declaración de lo más importante, y afirma sin ambigüedades lo que es, de
hecho, la enseñanza uniforme del Nuevo Testamento, de que la Parusía debía ser
seguida inmediatamente por la resurrección de los muertos durmientes. Él viene "para
despertar a los que duermen". La Primera Epístola a los Tesalonicenses proporciona el
hiato que el apóstol deja aquí: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado,
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire,
y así estaremos siempre con el Señor" (1Tes. 4:16,17).

En el pasaje que tenemos delante, el apóstol no entra en esos detalles; argumenta a


favor de la resurrección, y se detiene bruscamente en ese punto en cuanto al presente,
añadiendo sólo las significativas palabras: "Luego el fin", como diciendo: "Este es el
fin"; "Hecho está"; "El misterio de Dios está consumado".

Pero podemos aventurarnos a preguntar: "¿Qué es este fin?" No es un término nuevo,


sino una frase familiar con la cual nos hemos encontrado a menudo antes, y con la
cual nos encontraremos a menudo nuevamente. Si regresamos al discurso profético de
nuestro Señor, encontramos casi las mismas significativas palabras: "Entonces vendrá
el fin" (Mat. 24:14), y ellas nos proporcionan la clave del significado aquí.
Contestando la pregunta de los discípulos: "Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué
señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", nuestro Señor especifica ciertas
señales, como la persecución y el martirio de algunos de los discípulos mismos; el
enfriamiento y la apostasía de muchos; la aparición de falsos profetas y engañadores;
y, por último, la proclamación general del evangelio por todas las naciones del
imperio romano; y "entonces", declara, "vendrá el fin". ¿Puede haber la más ligera
duda de que el , de la profecía es el , de la epístola? ¿O puede haber duda de que
ambos son idénticos al , en la pregunta de los discípulos? (Mat. 24:3). Pero hemos
visto que esta última frase se refiere, no al "fin del mundo", ni a la destrucción de la
tierra material, sino al fin de la época, o dispensación, que en ese momento estaba a
punto de expirar. Concluimos, pues, que "el fin" del cual habla Pablo en 1Cor. 15:24
es la misma y grande época que tan continua y prominentemente se mantiene a la
vista tanto en los evangelios como en las epístolas, cuando todo el sistema civil y
eclesiástico de Israel, con su ciudad, su templo, su nacionalidad, y su ley fueron
barridos de la existencia por una tremenda oleada de juicio.

Esta visión del "fin", en referencia a la terminación de la economía o era judía, parece
proporcionar una solución satisfactoria de un problema que ha causado mucha
perplejidad a los comentaristas, o sea, la entrega del reino por parte de Cristo. El
apóstol la expresa dos veces, como uno de los grandes acontecimientos que
acompañan a la Parusía, cuando el Hijo, habiendo puesto bajo sus pies todo dominio,
toda autoridad y potencia "entregue el reino al Dios y Padre" (vers. 24, 28). ¿Qué
reino? No hay duda de que es el reino que el Cristo, el Rey ungido, se encargó de
administrar como representante y vice-regente de su Padre, es decir, el reino
teocrático, con cuya soberanía Él fue solemnemente investido, según la declaración de
Salmos 2: "Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte. Yo publicaré el
decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy" (Sal. 2:6,7). Esta
soberanía mesiánica, o teocracia, llegó a su fin cuando el pueblo que era súbdito suyo
cesó de ser la nación del pacto; cuando el pacto fue disuelto de hecho, y la estructura y
el aparato enteros de la administración teocrática fueron abolidos. Qué más razonable
que el Hijo entonces "entregase el reino", habiendo sido satisfechos los propósitos de
su institución, y habiendo sido reemplazado su limitado carácter local y nacional por
un sistema mayor y universal, el ',' o nuevo orden de un "mejor pacto".

Esta entrega del reino al Padre en la Parusía - al final de la época - está representada
como consecuente con el sometimiento de todas las cosas a Cristo, el Rey teocrático.
Esto no puede referirse a las conquistas amables y pacíficas del evangelio, la
reconciliación de todas las cosas a Él: el lenguaje implica una conquista violenta y
victoriosa sobre potencias hostiles: "Porque preciso es que él reine hasta que haya
puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies". Quiénes pueden ser esos enemigos
puede inferirse de la historia final de la teocracia. Incuestionablemente, la más
formidable oposición al Rey y al reino se encontró en el corazón de la nación
teocrática misma, los principales sacerdotes y las autoridades del pueblo. Las más
altas autoridades y los dirigentes de la nación eran los enemigos más encarnizados del
Mesías. Era un antagonismo nacional, no extranjero - una enemistad de los judíos, no
de los gentiles - lo que rechazó y crucificó al Rey de Israel. El procurador romano no
fue sino un instrumento de mala gana en las manos del Sanedrín. Eran el gobierno
judío, la autoridad judía, el poder judío, los que incesante y sistemáticamente
perseguían a la secta de los nazarenos con la más persistente malignidad, y éstos eran
el "dominio, la autoridad, y potencia" que, por medio de la destrucción de Jerusalén y
la extinción del estado judío, fueron "puestos bajo sus pies" y aniquilados. Las
terribles escenas de la guerra final, especialmente del sitio y la captura de Jerusalén,
nos muestran lo que implica esta subyugación de los enemigos de Cristo. "Y también
a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y
decapitadlos delante de mí" (Luc. 19:27).

Pero, ¿qué diremos de la destrucción del "postrer enemigo, la muerte"? ¿No es fatal
para esta interpretación el hecho de que ella nos requiera poner la abolición del
dominio de la muerte, y la resurrección, en el pasado, y no en el futuro? ¿No
contradice esto los hechos y el sentido común, y por consiguiente, no revela la falacia
de la explicación entera? Por supuesto, si el lenguaje del apóstol sólo puede significar
que, en la Parusía, al dominio de la muerte sobre todos los hombres se le puso fin en
todas partes y para siempre, se deduce que, o que él estaba errado al hacer semejante
aserto, o que la interpretación que le hace decir esto está errada. Que él afirma que, en
la Parusía (el tiempo que es defendido incontrovertiblemente en el Nuevo Testamento
como contemporáneo con la destrucción de Jerusalén), la muerte será destruida, es lo
que nadie puede negar en toda justicia; pero no se deduce que hemos de entender esa
expresión en un sentido absolutamente ilimitado y universal. La raza humana no dejó
de existir en sus condiciones terrenales actuales a la destrucción de Jerusalén; el
mundo no llegó a su fin en ese entonces; los hombres continuaron naciendo y
muriendo según las leyes de la naturaleza. ¿Qué ocurrió entonces? Debemos concebir
aquel período como el fin de una época, o edad; el fin de una gran era; la conclusión
de una dispensación, y el juicio de los que habían sido puestos bajo aquella
dispensación. La totalidad de los sujetos a aquella dispensación (el reino de los
cielos), tanto los vivos como los muertos, debían, según la representación de Cristo y
sus apóstoles, ser convocados delante del Rey teocrático sentado en el trono de su
gloria. Aquel era el período predicho y señalado de aquella gran transacción judicial
que se nos presenta en la descripción parabólica de las ovejas y los cabritos (Mat.
25:31, etc)., cuyas señales externas y visibles quedaron estampadas indeleblemente en
los anales del tiempo por la terrible catástrofe que borró a Israel de su lugar entre las
naciones de la tierra.

Es verdad que los acompañamientos espirituales e invisibles de aquel juicio no han


sido registrados por los historiadores, porque los sentidos humanos no podían
comprenderlos ni verificarlos; pero, ¿qué cristiano puede vacilar en creer que,
contemporáneamente con el juicio externo de lo visto, había un juicio correspondiente
de lo no visto? Tal, por lo menos, es la inferencia que se puede deducir correctamente
de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Que en la gran época de la Parusía los
muertos y los vivos - no de la raza humana entera, sino los súbditos del reino
teocrático - debían ser reunidos delante del tribunal del juicio, lo afirman claramente
las Escrituras; siendo los muertos resucitados, y los vivos experimentando una
transformación instantánea. De este llamado de los muertos a la vida - la
resurrección de los que, durante el reino teocrático, habían sido víctimas y cautivos
de la muerte - concebimos que consista la "destrucción" de la muerte a la que se
refiere Pablo. Sobre ellos perdió la muerte su dominio; "los espíritus encarcelados"
fueron liberados de la custodia de su inexorable tirano; y ellos, siendo levantados de
los muertos, "no morirían más". "La muerte no tendría más poder sobre ellos". Que
esto está en perfecta armonía con la enseñanza de las Escrituras sobre este misterioso
tema, y de hecho explica lo que ninguna otra hipótesis puede explicar, aparecerá más
completamente, más adelante. Mientras tanto, puede observarse que expresiones como
la "destrucción" o la "abolición" de la muerte no siempre implican la terminación total
y final de su poder. Leemos que "Jesucristo quitó la muerte" (2Tim. 1:10). Cristo
mismo declaró: "El que guarda mi palabra, nunca verá muerte" (Juan 8:51); "Todo
aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11:26). Debemos
interpretar la Escritura de acuerdo con la analogía de la Escritura. Todo lo que
podemos afirmar correctamente con respecto a la "destrucción de la muerte" en el
pasaje que tenemos delante es que es co-extensivo a todos los que, en la Parusía,
fueron resucitados de entre los muertos. A esto parece referirse nuestro Señor en su
respuesta a los saduceos: "Mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel
siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento.
Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles", etc. (Lucas 20:
35,36). Para ellos, la muerte está destruida; para ellos la muerte es sorbida en victoria.
Así, el argumento del apóstol en los versículos 26, 54, y los siguientes en realidad no
afirman más que esto: Para los resucitados de entre los muertos, no hay más sujeción a
la muerte; la liberación de su esclavitud es completa; el aguijón ha sido quitado; el
poder de la muerte ha terminado; ellos pueden exclamar: ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Así como "Cristo, habiendo resucitado de
entre los muertos, no muere más, la muerte ya no tiene más dominio sobre él", así
también, en la Parusía, su pueblo fue emancipado para siempre de la cárcel de la
tumba; "y el postrer enemigo que será destruido, para ellos, es la muerte".

LOS VIVOS (SANTOS) TRANSFORMADOS


DURANTE LA PARUSÍA
1Cor. 15:51. "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles
y nosotros seremos transformados".

Esta declaración suple lo que faltaba en la declaración hecha en el vers. 24, y pone el
todo en armonía con 1Tesa. 4:17. El lenguaje de Pablo implica que estaba
comunicando una revelación que era nueva, y que presumiblemente se le había hecho
a él mismo. No puede decirse que se deriva de ningún pronunciamiento del Salvador
que haya sido registrado, ni encontramos ninguna declaración correspondiente en
ningún otro escrito apostólico. Pero la pregunta para nosotros es: ¿A quiénes se refiere
al apóstol cuando dice: "No todos dormiremos", etc.? ¿Es a ciertas personas
hipotéticas que vivirían en alguna época o algún tiempo distante, o está pensando en
los corintios y en él mismo? ¿Por qué pensaría en el futuro distante cuando es seguro
que él consideraba la Parusía como inminente? ¿Por qué no se refería a él mismo y a
los corintios cuando su común esperanza y expectación era que vivirían para
presenciar la Parusía? No hay una razón concebible, pues, de por qué se apartó de la
correcta fuerza gramatical del lenguaje. Cuando el apóstol dice "nosotros", sin duda
quiere decir los cristianos de Corinto y él mismo. Alford aprueba esta conclusión
plenamente: "Nosotros los que vivimos y quedamos hasta la venida del Señor" - en
cuyo número el apóstol creía firmemente que él mismo debía estar. (Véase 2Cor. 5:1 y
ss. Y las notas)".

La revelación, pues, que el apóstol comunica aquí, el secreto concerniente al futuro


destino de ellos, es este: Que no todos ellos tendrían que pasar la dura prueba de la
muerte, sino que aquellos de ellos que tuvieran el privilegio de vivir hasta la Parusía
sufrirían una transformación por medio de la cual estarían preparados para entrar al
reino de Dios, sin experimentar los dolores de la disolución. Acababa de explicar
(vers. 50) que los cuerpos materiales y corruptibles de carne y sangre no podían, en la
naturaleza de las cosas, ser aptos para un estado espiritual y celestial de la existencia:
"Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios". De aquí la necesidad de que lo
material y corruptible sea transformado en lo inmaterial e incorruptible. Aquí es
importante observar la representación de la verdadera naturaleza del "reino de Dios".
No es "el evangelio"; ni la "dispensación cristiana"; ni ningún estado terrenal de cosas
en absoluto, sino un estado celestial, en el cual carne y sangre no pueden entrar.

La suma de todo esto es que el apóstol evidentemente contempla el suceso del cual
está hablando como cercano y a las puertas: ha de ocurrir en sus propios días, antes de
que expire el término natural de la vida. ¿Y no es esto precisamente lo que hemos
encontrado en todas las referencias del Nuevo Testamento al tiempo de la Parusía? De
ese suceso nunca se habla como si estuviera distante, sino siempre como inminente.
Se mira hacia él, se vela por él, se le espera. Algunos hasta se apresuran a llegar a la
conclusión de que ha llegado, pero su precipitación es detenida por el apóstol, que
demuestra que ciertos antecedentes tienen que ocurrir primero. Llegamos a la
conclusión, pues, de que, cuando Pablo dijo: "No todos dormiremos", se refería a sí
mismo y a los cristianos de Corinto, los cuales, cuando recibieron esta carta y leyeron
estas palabras, sólo pudieron interpretarlas de una manera, es decir, que muchos,
quizás la mayoría, posiblemente todos ellos, vivirían para presenciar la consumación
de lo que él predijo.

Pero se repetirá la objeción: ¿Cómo podría tener lugar todo esto sin que se notase o se
registrase? Primero, en relación con la resurrección de los muertos, debe considerarse
cuán poco sabemos de sus condiciones y características. ¿Tiene que ser observada?
¿Tiene que ser cognoscible por los órganos materiales? "Resucitará cuerpo espiritual".
¿Puede un cuerpo espiritual ser visto, tocado, manipulado? No estamos seguros de que
el ojo pueda ver lo espiritual, o de que la mano pueda asir lo inmaterial. Por el
contrario, la presunción y las probabilidades son de que no. Toda esta resurrección de
los muertos y la transmutación de los vivos tienen lugar en la región de lo espiritual, a
la cual los espectadores e informadores terrenales no pueden entrar, y no podrían ver
nada si entraran. Puede necesitarse un milagro para permitir que el ojo vea lo invisible
sin ayuda. El profeta vio en Dotán el monte lleno de "carruajes de fuego, y caballos de
fuego", pero el siervo del profeta no veía nada, hasta que Eliseo oró: "Señor, abre sus
ojos, para que vea" (2 Reyes 6:17). El primer mártir cristiano, lleno del Espíritu Santo,
"vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios", pero ninguno de entre la
multitud que le rodeaba contempló esta visión (Hechos 7:56). En el camino a
Damasco, Saulo de Tarso vio "a Aquél", pero sus compañeros de viaje no vieron a
nadie (Hechos 9:7). No es improbable que los conceptos tradicionales y materialistas
de la resurrección - tumbas que se abren y cuerpos que emergen - prejuicien la
imaginación sobre este tema, y nos hagan pasar por alto el hecho de que nuestros
órganos materiales pueden aprehender sólo objetos materiales.

Segundo, en relación con la transformación de los santos vivos - a la cual se refiere el


apóstol como instantánea, "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos" - es difícil
entender cómo una transición tan rápida pueda ser objeto de observación. Lo único
que sabemos de la transformación es su inconcebible rapidez. No sabemos nada de
qué residuo deja tras de sí; qué disipación o qué resolución queda de la sustancia
material. Pues que nada sabemos, puede realizarse la imaginación del poeta:

Oh, la hora en que esto material. Se desvanezca como nube".


Todo lo que sabemos es que, "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos", el cambio
se habrá completado; "esto corruptible se habrá vestido de incorrupción, esto mortal
se habrá vestido de inmortalidad, y sorbida habrá sido la muerte en victoria".

Entonces, ¿qué impide llegar a la conclusión de que tales sucesos puedan haber tenido
lugar sin ser observados ni registrados? No hay nada antifilosófico, irracional, ni
imposible en esta suposición. Menos todavía. No hay en ello nada antibíblico, y esto
es todo de lo cual tenemos que preocuparnos. "¿Qué dicen las Escrituras?" ¿Afirma
claramente o da a entender el lenguaje de Pablo que todo esto sólo está a punto de
tener lugar, dentro de su propia vida y de la de aquellos a los cuales escribe? Ninguna
mente sincera y desapasionada negará que es así. Ya sea que esté en lo cierto o que
esté equivocado, el apóstol confía en esta representación de la venida de Cristo, la
resurrección de los muertos, y la transformación de los santos vivos, dentro de la vida
natural de los corintios y de él mismo. Se nos presenta, pues, este dilema:

1. O el apóstol fue guiado por el Espíritu de Dios, y los sucesos que él


predijo ocurrieron; o

2. El apóstol estaba equivocado en su creencia, y estas cosas nunca


ocurrieron.

LA PARUSÍA Y LA "FINAL TROMPETA"

Hay todavía una circunstancia en esta descripción que debe ser examinada, pues tiene
que ver con la cuestión del tiempo. La transformación que se dice que
experimentarían "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado hasta la venida
del Señor", sigue inmediatamente a la señal de "la final trompeta". Es notable que
haya otros dos pasajes que conectan el gran acontecimiento de la Parusía, y sus
transacciones concomitantes, con el sonido de una trompeta. "Y enviará sus ángeles
con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Así también
Pablo en 1Tesa. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios", etc. Pero surge la pregunta: ¿Por qué la final
trompeta? Este epíteto necesariamente sugiere otras trompetas o señales precedentes,
y se nos recuerda irresistiblemente la visión apocalíptica, en la cual siete ángeles son
representados como haciendo sonar otras tantas trompetas, cada una de las cuales es la
señal para el derramamiento de juicios y ayes sobre la tierra. Por supuesto, la séptima
trompeta es la última, y es una cuestión interesante qué conexión puede haber entre la
revelación en la epístola y la visión en Apocalipsis. Alford (en oposición a Olshausen)
considera que es un refinamiento de la palabra final para identificarla con la séptima
trompeta del Apocalipsis; pero su propia sugerencia, de que es la final "en un sentido
amplio y popular" parece mucho menos satisfactoria. En esta etapa, nos abstenemos
de entrar en una discusión de los símbolos apocalípticos, pero nos contentamos con la
sola observación de que el sonar de la séptima trompeta en Apocalipsis está en
realidad conectada con el tiempo del juicio de los muertos (Apoc. 11:18). El tema
entero aparecerá delante de nosotros en una etapa subsiguiente de la investigación, y
ahora seguimos adelante, sólo tomando nota del hecho de que aquí encontramos un
enlace indubitable entre el elemento profético en las Epístolas y el de Apocalipsis.

LA CONTRASEÑA APOSTÓLICA:
MARANATHA, EL SEÑOR VIENE

1Cor. 16:22.- "Maranatha" [El Señor Viene].

El argumento entero a favor de la anticipada cercana aproximación de la Parusía


queda remachado por la última palabra del apóstol, que viene con tanto mayor peso
cuanto que fue escrito de su puño y letra, y transmite en una palabra la esencia
concentrada de su exhortación - "Maranhata, el Señor viene". Esta palabra equivale a
libros enteros. Es la contraseña que el apóstol hace pasar a lo largo de la línea de las
huestes cristianas; el grito de reunión que inspiró valor y esperanza en cada corazón.
"¡El Señor viene!" No habría tenido ningún sentido si el acontecimiento al cual se
refiere fuese distante o dudoso; toda su fuerza reside en su certeza y en su cercanía.
"Una contraseña de peso", dice Alford, "que tiende a recordarles la cercanía de su
venida, y el deber de ser encontrados listos para ella". Hengstenberg ve en ella una
obvia alusión a Mal. 3:1. "Vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien buscáis ...
He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos". "La palabra Maranatha, que llama
tanto la atención en una epístola escrita en griego, y para griegos, es en sí misma
suficiente indicación de un fundamento en el Antiguo Testamento. La retención de la
forma aramea sólo puede explicarse con la suposición de que era una especie de
contraseña común a todos los creyentes; y ninguna expresión podría haber llegado a
ser tan usada si no hubiese sido tomada de las Escrituras. Apenas puede haber alguna
duda de que fue tomada de Mal. 3:1". Podemos añadir que la ocurrencia de esta
palabra aramea en una epístola griega indica la existencia de un fuerte elemento judío
en la iglesia de Corinto. Esto ocurría probablemente en todas las iglesias gentiles; la
sinagoga era el núcleo de la congregación cristiana, y sabemos que en Corinto era así
especialmente: Justo, Crispo, y Sóstenes pertenecieron a la sinagoga antes de
pertenecer a la iglesia; y en realidad, esto explica lo que de otro modo parecería una
dificultad - el interés directo de la iglesia de Corinto en la gran catástrofe, el asiento y
el centro de la cual era Judea.

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS CORINTIOS

ANTICIPACIÓN DEL "FIN" Y DEL "DÍA DEL SEÑOR"


2Cor. 1:13, 14. "Hasta el fin"; "el día del Señor Jesús".

"El fin" (ver. 13) no significa "el fin de mi vida", como dice Alford. Es la gran
consumación que el apóstol siempre mantiene a la vista, la meta a la cual avanzaban
tan rápidamente tiene un significado definido y reconocido en el Nuevo Testamento,
como puede verse mediante la referencia a pasajes como Mat. 24:6,14; 1Cor. 15:24;
Heb. 3:16; 6:11, etc.

En el ver. 14, encontramos que Pablo espera la venida del Señor como un tiempo de
gozosa recompensa para los fieles siervos de Dios, un tiempo que estaba tan cercano
que, como les había dicho en su anterior epístola, los juicios y las censuras sobre los
humanos podrían muy bien ser aplazados hasta su llegada (1 Cor. 4:5). Cuando llegara
ese día, el apóstol y sus conversos se regocijarían los unos con los otros. ¿Puede
suponerse que él podría pensar en ese día de otro modo que como muy cercano?
¿Tiene todavía que comenzar ese regocijo? Porque, si el día del Señor estuviera
todavía en el futuro, también debería estarlo el regocijo.

LOS MUERTOS EN CRISTO HAN DE SER PRESENTADOS


JUNTO CON LOS VIVOS EN LA PARUSÍA

2Cor. 4:14. "Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús a nosotros también nos
resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros".

Ahora entramos en una afirmación de lo más importante, que merece especial


atención. Quizás su verdadero significado ha sido oscurecido un poco al considerarlo
como una proposición general, en vez de algo personal para el apóstol mismo.
Conybeare y Howson observan:

"Se ha causado gran confusión en muchos pasajes al no traducir, de acuerdo con su


verdadero significado, en la primera persona singular; pues así a menudo sucede que
lo que Pablo habló individualmente, aparece ante nosotros como si fuese una verdad
general; casos como éste ocurren repetidamente en la Epístola a los Corintios,
especialmente en la Segunda. Proponemos, pues, cambiar el pronombre nosotros en
este pasaje por el pronombre yo".

Ya hemos visto (1Tes. 4:15 y 1Cor. 15:51) que el apóstol acariciaba la esperanza de
que él mismo estaría entre los "vivos", que quedarían "hasta la venida del Señor". En
esta epístola, sin embargo, parece como si esta esperanza en relación con él mismo
hubiese sido sacudida un poco. Su experiencia en el intervalo entre la Primera
Epístola y la Segunda había sido tal que le llevó a temer una muerte súbita. (Véase
cap. 1:8, etc.). Su "tribulación en Asia" le había hecho perder la esperanza de vivir, y
probablemente pensaba que no podría calcular escapar a la maligna hostilidad de sus
enemigos por mucho más tiempo. Ahora tenía "la sentencia de muerte en sí mismo";
llevaba "en su cuerpo la muerte del Señor Jesús", y pensaba que sería "siempre
entregado para muerte por amor a Jesús".

Pero esta anticipación no disminuyó la confianza con la cual esperaba el futuro;


porque, aunque muriese antes de la Parusía, no por eso perdería su parte en los
triunfos y las glorias de ese día. Se le aseguró que "el que levantó al Señor Jesús
también le levantaría a él por medio de Jesús, y le presentaría junto con los santos que
estuviesen vivos que sobrevivieran a ese período. Él no estaría ausente del gran
acontecimiento a la venida del Señor (2 Tes. 2:1), sino que sería "presentado", junto
con sus amigos de Corinto y de otros lugares, "ante la presencia de su gloria". De
hecho, el apóstol se consuela ahora con las mismas palabras con las cuales había
confortado a los desconsolados dolientes de Tesalónica. Pablo parece haber
abandonado la esperanza de que él mismo viviría para presenciar la gloriosa aparición
del Señor; pero no estaba menos persuadidos de que no sufriría ninguna pérdida si
tenía que morir; porque, como les había enseñado a los tesalonicenses, "traerá Dios
con Jesús a los que durmieron en él", y los santos vivos no tendrían en aquel día
ninguna ventaja sobre los que dormían (1 Tes. 4:14,15).

EXPECTATIVA DE LA FUTURA
BIENAVENTURANZA EN LA PARUSÍA

2Cor. 5:1-10. "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los
cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra
habitación celestial; pues aquí seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque
asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no
quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la
vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del
Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos
en el cuerpo, estamos ausentes en el Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero
confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por
tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada
uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea
malo".

Este es el relato más completo que tenemos de la misteriosa transición que el espíritu
humano experimenta cuando abandona su morada terrenal y entra al nuevo organismo
preparado para recibirle en el mundo eterno. Llega a nosotros respaldado por la más
alta autoridad - es la profesión de su fe hecha por un apóstol inspirado -, uno que
podía decir: "Yo sé". Es la declaración de esa esperanza lo que sostenía a Pablo, y sin
duda también a la fe común de la iglesia cristiana entera. Sin embargo, el pasaje
debería ser estudiado desde el punto de vista del apóstol, como su personal
expectación y esperanza.

Obsérvese la forma de la afirmación - es más bien hipotética que afirmativa: "Si este
tabernáculo terrestre se disuelve", etc. Esta no es la manera en que un cristiano
hablaría en la actualidad con respecto a la posibilidad de morir; no habría ningún "si"
en su pronunciamiento, pues, ¿qué más cierto que la muerte? Diría: "Cuando este
tabernáculo terrestre sea enterrado", etc., no "si sucediese", etc. Pero no así el apóstol;
para él la muerte era un acontecimiento problemático; creía que muchos, quizás la
mayoría, de los fieles de sus días jamás sufrirían el cambio de la disolución; no
estarían desnudados, esto es, incorpóreos, sino que estarían "vivos y quedarían hasta
la venida del Señor". Quizás en este momento comenzaba a tener dudas con respecto a
su propia supervivencia; pero, entonces, ¿qué? Aunque la morada terrenal de su
cuerpo se disolviera, sabía que había provista para él habitación divinamente
preparada, o un vehículo del alma; una mansión indestructible y celestial, no hecha de
manos; un cuerpo no material, sino espiritual. Encontraba que su actual residencia en
el cuerpo de carne y sangre estaba acompañada de tristeza y sufrimiento, bajo cuya
carga a menudo gemía, y la liberación de la cual ansiaba, deseando fervientemente ser
revestido de la vestidura celestial que le esperaba en lo alto (ver. 2). El concepto
pagano de un espíritu incorpóreo, un fantasma desnudo y tembloroso, era extraño a las
ideas de Pablo; su esperanza y su deseo era que pudiera ser encontrado "vestido, no
desnudo"; "no ser desnudados, sino revestidos". De entre todos los comentaristas,
Conybeare y Howson han captado y expresado mejor la idea del apóstol: "Si todavía
soy encontrado cubierto con mi vestimenta de carne". No era la muerte, sino la vida,
lo que el apóstol anticipaba y deseaba; no ser desnudado del cuerpo, sino cubierto con
un organismo más excelente, y dotado de una vida más noble. Hay una inconfundible
alusión en este lenguaje a la esperanza que acariciaba de escapar a la condena de la
mortalidad, "no quisiéramos ser desnudados", etc., es decir, "no es que yo desee dejar
el cuerpo muriendo", sino fusionar lo mortal con lo inmortal; "para que lo mortal sea
absorbido por la vida".

El siguiente comentario de Dean Alford transmite bien el sentimiento de este


importante pasaje:

"El sentimiento expresado en estos versículos era uno de los más naturales para
quienes, como los apóstoles, consideraban la venida del Señor como cercana, y
concebían la posibilidad de vivir para contemplarla. No era ningún terror a la muerte
en cuanto a sus consecuencias, sino una renuencia natural a experimentar el mero
acto de la muerte como tal, cuando estaba escrita la posibilidad de que este cuerpo
mortal pudiera ser superpuesto por el inmortal, sin ella".
En los versículos subsiguientes, el apóstol intima su plena confianza de que, en
cualquiera de las dos alternativas, ya fuera viviendo o muriendo, todo estaba bien.
"Entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor". "Más quisiéramos
estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En todo caso, ya fuese presente o
ausente, su gran preocupación era ser aceptado por el Señor por fin; "porque", añade,
"es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o
sea malo" (vers. 6-10).

Así, el apóstol trae la cuestión entera a una encrucijada personal y práctica. Todos por
igual van camino al tribunal de Cristo, y allí todos se encontrarán finalmente. Algunos
morirían antes de la venida del Señor, y algunos podrían vivir para presenciar ese
acontecimiento; pero todos serían reunidos allí, en el tribunal, y ser aceptados y
aprobados allí era, después de todo, una cuestión más importante que vivir o morir;
"dormir en el Señor", o ser "transformados" sin pasar por los dolores de la disolución.
El tribunal era la meta para todos ellos, y hemos visto cuán cercana e inminente se
creía que era aquella comparecencia. Que toda esta fe y toda esta esperanza sinceras,
acariciadas y enseñadas por los inspirados apóstoles de Cristo, fuesen, después de
todo, una mera falacia y un engaño, parece una intolerable suposición, fatal para la
credibilidad y la autoridad de la doctrina apostólica.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A LOS GÁLATAS

No encontramos ninguna alusión directa a la Parusía en la Epístola a los Gálatas. Ella


contribuye, sin embargo, a dilucidar el tema, proporcionando una ilustración de la
primera aparición y el rápido crecimiento de la defección de la fe predicha por nuestro
Señor y designada por Pablo como "la apostasía" o "enfriamiento", que era señal
precursora de la Parusía. (Véase Mat. 24:12; 2 Tesa. 2:3; 1Tim. 4; 2Tim. 3; 4:3,4). La
plaga ya había brotado en las iglesias de Galacia, y en esta epístola vemos cuán
fervientemente trató el apóstol de detener su progreso, protestando vehementemente
contra esta perversión del evangelio, y denunciando a sus originadores y
propagandistas como enemigos de la cruz de Cristo. El mal surgía de las artes de los
maestros judaizantes, que por todas partes eran los inveterados oponentes de Pablo, y
que parecen haber estado poseídos del mismo espíritu de proselitismo que distinguía a
los fariseos, que "rodeaban mar y tierra para hacer un prosélito". En esta
manifestación de la apostasía predicha, tenemos una marcada indicación de la
aproximación de "los últimos tiempos" o del "fin del tiempo".
"EL PRESENTE SIGLO MALO", O LA ÉPOCA MALA

Gál. 1:4. "El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente
siglo malo".

El apóstol habla aquí del estado de cosas existente como malo, y del Señor Jesucristo
como el que nos libra de él. La palabra época [o eón] no se refiere por supuesto al
mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o época moral. Es equivalente a la
frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta generación perversa" (Mat.
2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado como que está pasando, y a punto de
ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb. 2:5).

LAS DOS JERUSALENES, LA ANTIGUA Y LA NUEVA

Gál. 4:25,26. "Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén


actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la
cual es madre de todos nosotros, es libre".

En este momento, no es nuestra intención hacer otra cosa que simplemente tomar nota
de este notable contraste entre las dos ciudades, la nueva Jerusalén y la antigua. En
esta etapa, nos abstenemos, a propósito, de entrar en símbolos y su significado, hasta
que toquemos el tema entero en el libro de Apocalipsis.

Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que se
presenta aquí. La Jerusalén que ahora es, y la Jerusalén que habrá de ser; la Jerusalén
terrenal, y la Jerusalén celestial; la Jerusalén que está en esclavitud, y la Jerusalén que
es libre; la Jerusalén que está debajo, y la Jerusalén que está arriba; la Jerusalén que es
madre de esclavos, y la Jerusalén que es nuestra madre. Descubriremos que este
contraste nos será de no poco valor para establecer el significado de algunos de los
símbolos del Apocalipsis.

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS

Las alusiones a la venida del Señor en esta epístola no son muchas en número, pero
son muy importantes e instructivas. Se habla de la venida como de algo que con toda
certeza era creído y ansiosamente esperado por los cristianos de la era apostólica; y el
hecho de su cercanía está o implícito o afirmado en cada alusión al acontecimiento.

EL DÍA DE LA IRA
Rom. 2:5,6. "Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para tí
mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual
pagará a cada uno conforme a sus obras".

Rom. 2:1,16. "Porque todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados;
en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a
mi evangelio".

No puede haber ninguna duda con respecto a este "día de la ira" y "revelación del
justo juicio de Dios". Es el mismo que fue predicho por Malaquías como "el día
grande y terrible de Jehová" (Mal. 4:5); por Juan el Bautista como "la ira venidera"
(Mat. 3:7); y por el Señor Jesucristo como "el día del juicio" (Mat. 11:22,24). Era el
acto final de la época, el . Es apenas necesario repetir que este "fin" se dice que cae
dentro del período de la generación existente, cuando el Hijo del hombre, el Juez
designado, "pagará a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27).

LA ESCATOLOGÍA DE PABLO

Rom. 8:18-23. "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse [que está a
punto de revelársenos]. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la
manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por
su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la
creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de
los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con
dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros
mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo".

Hay algunas cosas en este pasaje que son, y probablemente continuarán siendo,
oscuras por la naturaleza del tema; pero también hay mucho que es sencillo y claro.
No podemos confundir la regocijada anticipación, expresada por Pablo, de un
venidero día de liberación de los sufrimientos y miserias del presente; una liberación
que estaba ya allí, y no lejana. Venía un día de redención que traería libertad y gloria
para los hijos de Dios, de cuyos beneficios participaría la creación entera. La llegada
de aquella consumación era esperada y deseada ansiosamente, no sólo por los que,
como el apóstol mismo, tenían la esperanza de una herencia interminable y gloriosa
arriba, sino por la creación que sufre cargas y gime en general, por la cual estaban
rodeados. Tan estimulante era la perspectiva de la emancipación venidera que, en
vista de ella, el apóstol pudo decir: "Pues tengo por cierto que las aflicciones del
tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse"; o, como dice un pasaje similar: "Porque esta leve tribulación
momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria"
(2Cor. 4:17).

Ahora procedemos a examinar el pasaje completo más particularmente.

El primer punto que exige atención es la clara indicación de la cercanía de esta gloria
venidera. En nuestra Versión Autorizada [en inglés] se pierde esto de vista por
completo; y de manera similar, ha sido ignorado casi por todos los comentaristas.
Hasta Alford, que por lo general es muy cuidadoso en su atención a los tiempos
verbales, pasa por este caso evidente sin hacer ninguna observación, aunque nada
puede ser más gramaticalmente enfático que la indicación de la cercanía de la
esperada revelación. Tholuck observa que el apóstol habla del tiempo como cercano -
"En gozosa exultación, el apóstol concibe su comienzo como a la mano"- pero
considera errado al apóstol, y que se ha dejado llevar de sus sentimientos. Conybeare
y Howson dan la correcta fuerza del lenguaje - "la gloria que está a punto de ser
revelada, que pronto será revelada". [] "La gloria venidera" es la contraparte o
antítesis de "la ira venidera", diferentes aspectos del mismo gran suceso; porque la
Parusía, que era la revelación de gloria para los hijos de Dios, era la revelación del día
de ira para sus enemigos (Rom. 2:5,7).

Así, se observará que no es a la muerte a lo que el apóstol mira como el período de


liberación de los males presentes; aún menos a alguna época muy distante en el
futuro. Ciertamente sería pobre consuelo, para los hombres que se retorcían bajo la
angustia de sus sufrimientos, hablarles de un período, en alguna época futura, que les
traería compensación por su actual aflicción. El apóstol no se burla de ellos con una
esperanza diferida. El día de liberación había llegado; la gloria estaba a punto de ser
revelada; y era tan cercano y tan grande aquel peso de gloria, que reducía a una
insignificancia las pasajeras incomodidades de la hora presente.

El punto siguiente que merece observarse es la afirmación que el apóstol procede a


hacer con respecto al interés en aquella consumación que se aproximaba más allá de
los límites del sufriente pueblo de Dios. Éstos serían realmente los que más ganarían
con la redención venidera, pero sus beneficios habrían de extenderse mucho más allá.

Este es un tema sumamente importante e interesante, y requiere nuestra cuidadosa


consideración.

"Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos


de Dios".

Cualquiera que sea el significado que atribuyamos a la palabra "creación" [], no tendrá
diferencia alguna para la actitud ansiosa y expectante en la cual está representada
como esperando la consumación venidera. Lange observa que, como la palabra
significa esperar con la cabeza levantada, esto implica una intensa expectación, un
anhelo intenso, en espera de una satisfacción. Pero esta misma actitud implica la
cercanía, o el convencimiento de la cercanía, de la deseada liberación. Poniendo, pues,
juntas estas dos afirmaciones, primera, que la gloria "pronto ha de ser revelada";
segunda, que "el anhelo ardiente es esperar la manifestación", tenemos una
demostración, tan fuerte como es posible concebirla, de que el suceso en cuestión está
representado por el apóstol como muy cercano.

Pero, ¿qué se quiere decir con la creación []? Algunos comentaristas consideran que
abarca el universo entero, o la creación material, animada e inanimada, racional e
irracional - la estructura entera de la naturaleza. Hablan del terremoto, la tormenta, y
el volcán como síntomas del doloroso mal genio del mundo natural. Pero esto parece
demasiado vago y general para el argumento del apóstol. Es evidente que el suceso
sólo puede referirse a seres conscientes, voluntarios, racionales, y morales. Tiene
"intenso anhelo"; tiene su "propia voluntad"; tiene "esperanza"; es capaz de ser
"sujetado a vanidad"; de ser "librado de corrupción"; de participar en "la gloria de los
hijos de Dios". Estas características excluyen la creación inanimada e irracional, e
incluyen a la raza humana en su totalidad. Además, la antítesis en el versículo 23 entre
la creación como un todo y "nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu", sería muy antinatural e imperfecta si no diferenciara a los cristianos, no de
las bestias y las plantas, sino de otros hombres. El verdadero contraste ocurre entre
los que tienen las primicias del Espíritu y los que no las tienen; y sería
manifiestamente incongruente hablar de la creación irracional e inanimada como que
"no tiene el Espíritu". Hacer que el apóstol se refiera aquí a la naturaleza universal
puede ser admisible quizás como poesía, pero estaría bastante fuera de lugar en un
argumento sobrio y serio. Entendemos, pues, que se refiere a la raza humana y a la
humanidad en términos generales; el significado que tiene la palabra en pasajes tales
como Mar. 16:15: "Predicad el evangelio a toda criatura"; Col. 1:23. "El cual se
predica en toda la creación que está debajo del cielo"

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A LOS GÁLATAS

No encontramos ninguna alusión directa a la Parusía en la Epístola a los Gálatas. Ella


contribuye, sin embargo, a dilucidar el tema, proporcionando una ilustración de la
primera aparición y el rápido crecimiento de la defección de la fe predicha por nuestro
Señor y designada por Pablo como "la apostasía" o "enfriamiento", que era señal
precursora de la Parusía. (Véase Mat. 24:12; 2 Tesa. 2:3; 1Tim. 4; 2Tim. 3; 4:3,4). La
plaga ya había brotado en las iglesias de Galacia, y en esta epístola vemos cuán
fervientemente trató el apóstol de detener su progreso, protestando vehementemente
contra esta perversión del evangelio, y denunciando a sus originadores y
propagandistas como enemigos de la cruz de Cristo. El mal surgía de las artes de los
maestros judaizantes, que por todas partes eran los inveterados oponentes de Pablo, y
que parecen haber estado poseídos del mismo espíritu de proselitismo que distinguía a
los fariseos, que "rodeaban mar y tierra para hacer un prosélito". En esta
manifestación de la apostasía predicha, tenemos una marcada indicación de la
aproximación de "los últimos tiempos" o del "fin del tiempo".

"EL PRESENTE SIGLO MALO", O LA ÉPOCA MALA

Gál. 1:4. "El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente
siglo malo".

El apóstol habla aquí del estado de cosas existente como malo, y del Señor Jesucristo
como el que nos libra de él. La palabra época [o eón] no se refiere por supuesto al
mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o época moral. Es equivalente a la
frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta generación perversa" (Mat.
2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado como que está pasando, y a punto de
ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb. 2:5).

LAS DOS JERUSALENES, LA ANTIGUA Y LA NUEVA

Gál. 4:25,26. "Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén


actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la
cual es madre de todos nosotros, es libre".

En este momento, no es nuestra intención hacer otra cosa que simplemente tomar nota
de este notable contraste entre las dos ciudades, la nueva Jerusalén y la antigua. En
esta etapa, nos abstenemos, a propósito, de entrar en símbolos y su significado, hasta
que toquemos el tema entero en el libro de Apocalipsis.

Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que se
presenta aquí. La Jerusalén que ahora es, y la Jerusalén que habrá de ser; la Jerusalén
terrenal, y la Jerusalén celestial; la Jerusalén que está en esclavitud, y la Jerusalén que
es libre; la Jerusalén que está debajo, y la Jerusalén que está arriba; la Jerusalén que es
madre de esclavos, y la Jerusalén que es nuestra madre. Descubriremos que este
contraste nos será de no poco valor para establecer el significado de algunos de los
símbolos del Apocalipsis.

Esto nos trae a la pregunta: ¿Puede decirse que la raza humana tiene esta actitud
ansiosa y expectante, gimiendo y en labores de parto, esperando y anhelando la
liberación y la libertad? Sin duda que es posible; y nunca más verdaderamente que en
el mismo período en que el apóstol escribió. Era una época de la más profunda
corrupción y degradación social; puede decirse que la humanidad gemía bajo la carga
de su miseria y su esclavitud; y sin embargo, había un extraño y misterioso
sentimiento en las mentes de los hombres de que, de alguna manera y en alguna parte,
la liberación había llegado. Cuán exactamente se ajusta la descripción del apóstol a las
condiciones morales y sociales del pueblo judío en este período, no necesita ninguna
prueba. Gemían bajo el yugo de la esclavitud romana. Suspiraban ansiosamente por el
prometido Libertador. El caso de los griegos y los romanos no era muy diferente,
como lo prueban llamativamente los siguientes pasajes de Conybeare y Howson; en
verdad, podrían haber sido escritos como un comentario sobre el pasaje que tenemos
delante.

"Las condiciones sociales de los griegos había ido cayendo, durante este período, en la
corrupción más baja;... pero la misma difusión y el mismo desarrollo de esta
corrupción estaba preparando el camino, porque mostraba la necesidad de la
intervención del evangelio. La enfermedad misma parecía llamar al Sanador. Y si los
males prevalecientes de la población griega presentaban obstáculos a gran escala para
el progreso del cristianismo, los griegos mostraban, para todo tiempo futuro, la
debilidad de los más altos poderes del hombre cuando no reciben ayuda de lo alto; y
debe haber habido muchos que gemían bajo la esclavitud de una corrupción de la cual
no podían sacudirse, y estaban listos a escuchar la voz de Aquél que "llevó nuestras
enfermedades y sufrió nuestros dolores".

Hasta aquí las condiciones de los griegos; las de los romanos se describen así:

"Sería iluso imaginar que, cuando el mundo quedó bajo un solo cetro, cualquier real
principio de unidad mantendría juntas sus diferentes partes. El emperador fue
deificado porque los hombres fueron esclavizados. No hubo verdadera paz cuando
Augusto cerró el templo de Jano. El Imperio era sólo el orden del gobierno externo,
con un caos tanto de opiniones como de la moral dentro de él. Los escritos de Tácito y
de Juvenal continúan atestiguando la corrupción que se enconaba en todos los niveles,
lo mismo en el Senado que en la familia. La antigua sobriedad de modales, y la
antigua fe en la mayor parte de la religión romana, habían desaparecido. Los
licenciosos credos y las licenciosas prácticas de Grecia y del Oriente habían inundado
a Italia y a Occidente, y el Panteón era sólo el monumento a un acomodamiento entre
una multitud de supersticiones decadentes. Es verdad que este estado de cosas produjo
una notable tolerancia, y es probable que, por corto tiempo, el cristianismo mismo
compartiese las ventajas de ello. Pero, aún así, el genio de los tiempos era
básicamente tanto cruel como profano, y los apóstoles pronto quedaron expuestos a
una encarnizada persecución. El Imperio Romano estaba desprovisto de la unidad que
el evangelio da a la humanidad. Era un reino de este mundo, y la raza humana gemía
por la mejor paz de un "reino que no era de este mundo".

"Por esto, en la condición misma del Imperio Romano, y en el estado miserable de su


población mixta, podemos reconocer una preparación negativa para el evangelio de
Cristo. Esta tiranía y esta opresión requerían un Consolador, tanto como la
enfermedad moral de los griegos requería un Sanador. Tanto el Imperio entero como
los judíos necesitaban un Mesías, aunque no era esperado con la misma consciente
expectación. Pero no nos es difícil avanzar mucho más allá de este punto, y no
podemos dudar en descubrir, en las circunstancias del mundo en este período, rastros
significativos de una preparación positiva para el evangelio".

Ciertamente, es notable que una descripción de las condiciones sociales y morales del
mundo en la era apostólica, escrita aparentemente sin pensar en la ilustración del
pasaje que ahora tenemos delante, adoptara sin proponérselo, no sólo el espíritu, sino
en gran medida las palabras mismas, con las cuales Pablo presenta la miseria, la
esclavitud, los gemidos, y el anhelo de liberación de la creación como aparecía a su
aprensión. Pero, puede decirse: ¿Había algo en el futuro inmediato que satisficiese
este ansioso anhelo del mundo esclavizado y gimiente y que respondiese a él? ¿Qué es
este terminus ad quem, "esta revelación de los hijos de Dios"? ¿Y en qué sentido
podía ello traer, o trajo, liberación y consuelo a la humanidad oprimida?

La respuesta a esta pregunta se encuentra en casi todas las páginas de los escritos del
apóstol. Según él, un gran acontecimiento estaba a las puertas; el Señor estaba a punto
de venir, según Su promesa, para ejercer su poder real, para dar recompensa y
salvación a su pueblo, y poner a sus enemigos debajo de sus pies. Pero la Parusía
había de traer más que esto. Marcó una gran época en el gobierno divino del hombre.
Puso fin al período de privilegio exclusivo para Israel. Disolvió el pacto entre Jehová
y el pueblo judío, y abrió el camino para un pacto nuevo y mejor, que abarcaba a toda
la humanidad. El cristianismo es la proclamación de la universal paternidad de Dios,
pero la nueva era no fue inaugurada plenamente sino hasta que el estrecho reino
teocrático local fue superado, y el Rey teocrático renunció a su jurisdicción y la
entregó en las manos del Padre. Entonces la exclusiva relación nacional entre Dios y
un solo pueblo fue disuelta, o se fundió con el sistema abarcante y mundial en el cual
"no hay judío ni griego, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro, ni escita, ni esclavo
ni libre, sino sólo el Hombre. Cristo había hecho de todos los hombres Uno, "para que
Dios sea todo en todos".

Esta es ciertamente una adecuada respuesta a los gemidos y trabajos de la sufriente y


oprimida humanidad; la perspectiva de tal consumación puede ser representada bien
con la alborada de un día de redención. Era nada menos que abrir las puertas de la
misericordia para la humanidad; era la emancipación de la raza humana de la
desesperación que le aplastaba hasta hundirle en una corrupción y una degradación
cada vez más profundas; era introducirles "a la gloriosa libertad de los hijos de Dios";
conferir a los gentiles, "ajenos a la comunidad de Israel y extranjeros a los pactos de la
promesa", los privilegios de la "ciudadanía de los santos", y hacerles "miembros de la
casa de Dios".

Es de esta admisión de toda la raza humana en la [adopción de hijos], la cual, hasta


ahora, había sido el exclusivo privilegio del pueblo escogido, de la que habla el
apóstol con lenguaje tan entusiasta en Rom. 8:19-21. Era un tema sobre el cual nunca
se cansaba de espaciarse, y que llenaba su alma entera de asombro y agradecimiento.
Habla de ello como del "misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los
hijos de los hombres", "la multiforme sabiduría de Dios" (Efe. 3:5,10; Col. 1:26). Los
tres primeros capítulos de la Epístola a los Efesios están ocupados por una animada
descripción de la revolución causada por la obra redentora de Cristo en la relación
entre Dios y los gentiles, que no formaban parte del pacto. "La dispensación de la
plenitud de los tiempos" había llegado, en la cual Dios se proponía "reunir en uno
todas las cosas en Cristo, haciéndole cabeza de todas las cosas", derribando las
barreras de separación entre judíos y gentiles, haciendo de ambos pueblos uno solo;
aboliendo la ley ceremonial, fundiendo los elementos heterogéneos en un todo
homogéneo, reconciliando la antipatía mutua, y uniendo a ambos como una familia a
los pies del Padre de todos.

Pero, puede decirse: ¿No se había llevado a cabo todo esto ya por medio de la muerte
expiatoria en la cruz? ¿Y no es ésa una revelación de una gloria futura que se
aproximaba, a la cual alude el apóstol aquí? Sin duda que es así. Sin embargo, el
Nuevo Testamento siempre habla de que la obra de redención estaba incompleta hasta
la llegada de la Parusía. Se observará que, en el versículo veintitrés, el apóstol se
representa a sí mismo y a los otros creyentes como esperando todavía el. Aun los hijos
de Dios habían recibido solamente las arras y las primicias, y no la plena cosecha de
su condición de hijos. Aquello no sería completamente suyo sino hasta la venida del
Señor, cuando "los santos que estaban vivos y habían quedado" cambiarían el presente
cuerpo mortal y corruptible por una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. La
Parusía era la proclamación pública y formal de que la dispensación mesiánica o
teocrática había llegado a su fin; y que el nuevo orden, en el cual Dios era todo en
todos, había sido inaugurado. Hasta que el juicio de Israel tuvo lugar, todas las cosas
no habían sido puestas bajo Cristo, el rey teocrático; sus enemigos todavía no habían
sido puestos bajo sus pies. Hasta ese momento, podía decirse de la adopción [] que "le
pertenecía a Israel". Cuando al apóstol escribió esta epístola, Cristo estaba esperando
que "sus enemigos fueran puestos debajo de sus pies". Había todavía algo incompleto
en su obra, hasta que toda la estructura y la urdimbre del judaísmo fueron barridas.
Este hecho aparece claramente resaltado en la Epístola a los Hebreos. El escritor
afirma que "aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto
que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie". Dice que este tabernáculo es
"símbolo para el tiempo presente" - sirve a un propósito temporal - hasta el tiempo de
la reforma, esto es, la introducción de un nuevo orden (Heb. 9:8,9). Este pasaje es de
gran importancia en relación con esta discusión, y las siguientes observaciones de
Conybeare y Howson presentan su significado muy claramente:

"Puede preguntarse: ¿Cómo puede decirse, después de la ascensión de Cristo, que aún
no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo? La explicación es que,
mientras el culto del templo, con su exclusión de todos, menos del sumo sacerdote,
del Lugar Santísimo, todavía existía, el camino de la salvación no se habría
manifestado plenamente a los que se adherían a las observancias externas típicas, en
vez de ser, por lo tanto, conducidos al antitipo". Life and Epistles of St. Paul, cap. 28.
Había una conveniencia y una plenitud del tiempo en los cuales el pacto antiguo sería
superado por el nuevo; al antiguo y al nuevo se les permitió subsistir juntos por un
tiempo; la bondad y la paciencia de Dios demoraron el golpe final del juicio. Aunque,
pues, las grandes barreras contra la introducción de todos los hombres, sin distinción,
a los privilegios de los hijos de Dios, fueron casi eliminadas por la muerte de Cristo
en la cruz, la demostración formal y final de que "el camino al Lugar Santísimo"
estaba abierto de par en par para toda la humanidad, no ocurrió sino hasta que la
estructura entera de la economía mosaica, con su ritual, y el templo, la ciudad, y el
pueblo fueron repudiados pública y solemnemente, y el judaísmo, con todo lo que le
pertenecía, fue barrido para siempre.

Hay todavía una porción de este pasaje profundamente interesante sobre el cual reposa
mucha oscuridad. En el versículo 20, el apóstol dice que "la creación fue sujetada a
vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza", etc.
La interpretación común de estas palabras es que "la creación visible ha sido puesta
bajo la sentencia de descomposición y disolución, no por su propia elección, sino por
un acto de Dios que, sin embargo, no la ha dejado sin esperanza".

Sin duda, esto da un buen sentido al pasaje, aunque nos aventuramos a pensar que no
exactamente el sentido que el apóstol se proponía darle. No capta la naturaleza del
mal al cual "la creación" fue sujetada; y, por consiguiente, tampoco la naturaleza de la
liberación que se espera de ese mal.

Entendiendo por [creación] a la raza humana, por las razones que ya se han
especificado, observamos que se dice que ha sido sujetada a vanidad. ¿Qué es esta
vanidad? La palabra es muy significativa, especialmente en labios de un judío. Para el
tal, "vanidad" es sinónimo de idolatría. Es la palabra que la Septuaginta emplea para
denotar la estupidez del culto a los ídolos. Los ídolos son "vanidades ilusorias" (Sal.
31:6; Jonás 2:8); "enseñanza de vanidades es el leño"; los ídolos "vanidad son, obra
vana" (Jer. 10:8,15). "Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad"
(Isa. 44:9). Casi que la palabra se ha separado para este uso especial. Lo mismo puede
decirse de su uso en el Nuevo Testamento. En Listra, Pablo imploraba que el pueblo
se "convirtiera de aquellas vanidades, es decir, del culto a los ídolos, para servir al
Dios vivo (Hechos 14:15). En esta misma epístola (Rom. 1:21), tenemos un caso
notable del uso de la palabra, en que Pablo, dando razón de la apostasía de la raza
humana y su alejamiento de Dios, la explica por el hecho de que "se envanecieron" en
sus razonamientos []; un pasaje en que Alford, con Bengel, Locke, y muchos otros,
reconoce la alusión al culto idólatra. Sólo es necesario mirar el pasaje para ver su
relación con el origen y la prevalencia de la idolatría (véase también Efe. 4:17). Aquí
retrocede a Rom. 1:21, y nos proporciona la clave de la verdadera interpretación. La
idolatría era la "vanidad" a la cual estaba sujeta la raza humana; la idolatría, la
religión de los gentiles, la degradación del hombre, la deshonra de Dios.

Pero, ¿puede decirse que el hombre fue sujetado a este mal por el acto de Dios ("por
causa del que la sujetó")? Sin duda, tal afirmación estaría en armonía con la Palabra
de Dios. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, se expresa tres veces este
hecho significativo: "Dios los entregó", en referencia a esta misma apostasía (Rom.
1:24, 26,28). Este abandono sólo puede ser considerado un acto judicial. Encontramos
una expresión todavía más fuerte en Romanos 11:32. "Dios sujetó a todos en
desobediencia". La verdad es que la Escritura está llena de la doctrina de que Dios
entrega a los contumaces y rebeldes a la fatal consecuencia de su pecado. Por eso,
puede decirse que la sujeción de la raza humana al mal de la idolatría no era
simplemente la voluntad del hombre mismo, sino el acto judicial de la divina justicia.

Pero no era un decreto sin esperanza. "La preservación de una nación de la apostasía
universal llevaba en sí un germen de esperanza para la humanidad. En la plenitud del
tiempo, se manifestó el propósito divino de misericordia y redención para la raza
humana, y "la adopción de hijos", que había sido privilegio exclusivo de un pueblo,
ahora se declaraba abierto para todos sin distinción. La raza es representada como
esperando con ansiosa expectación este alto privilegio, y ahora el evangelio, que era el
medio divinamente señalado para rescatar a los hombres de la corrupción y
degradación morales del paganismo, proclamaba liberación y salvación "para gentiles
y judíos, bárbaros, escitas, esclavos y libres".

Ya hemos mostrado en qué sentido puede decirse que esta proclamación de la nueva
era fue hecha de la manera más pública y formal en la Parusía.

LA CERCANÍA DE LA SALVACIÓN VENIDERA


Rom. 13:11,12. "Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del
sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando
creímos".

No es posible que palabras algunas expresen más claramente la convicción del apóstol
de que la gran liberación había llegado. Sería absurdo considerar, con Moses Stuart,
que este lenguaje se refiere a la cercana aproximación de la muerte y la eternidad. En
ese caso, el apóstol habría dicho: "El día ha pasado, la noche ha llegado". Pero este no
es el estilo del Nuevo Testamento; nunca es la muerte y la tumba, sino la Parusía, la
"bendita esperanza, y la gloriosa aparición de Jesucristo", lo que los apóstoles esperan.
El profesor Jowett observa correctamente que "en el Nuevo Testamento no
encontramos ninguna exhortación basada en la cortedad de la vida. Parece como si el
fin de la vida no tuviese ninguna importancia práctica para los primeros creyentes,
porque seguramente sería anticipado por el día del Señor". Sin duda esto es cierto;
pero, ¿y entonces, qué? O el apóstol estaba errado, o no nos merece confianza como
expositor autorizado de la verdad divina; o de lo contrario, estaba bajo la guía del
Espíritu de Dios, y lo que enseñaba era verdad infalible. Ante este dilema callan los
expositores que no pueden siquiera imaginar la posibilidad de que la Parusía haya
ocurrido de acuerdo con las enseñanzas de Pablo. Es curioso ver los cambios a los
cuales recurren para encontrar alguna forma de escapar a la inevitable conclusión.

Tholuck admite francamente la expectación del apóstol, pero a costa de su autoridad.

"Desde el día en que los fieles se congregaron por primera vez alrededor de su
Mesías, hasta la fecha de su epístola, habían pasado varios años; el amanecer pleno,
como creía Pablo, estaba a las puertas. Aquí encontramos corroborado lo que también
es evidente en varios otros pasajes, que el apóstol esperaba el pronto advenimiento del
Señor. La razón de esto reside, en parte en la ley general de que al hombre le gusta
imaginarse que el objeto de su esperanza está a la mano, y en parte en la circunstancia
de que el Salvador a menudo había hecho la amonestación de que en todo momento
había que estar preparados para la crisis en cuestión, y también, según el usus
loquendi de los profetas, había descrito el período como aproximándose rápidamente".
Stuart protesta contra el hecho de que Tholuck renuncie a la corrección del juicio del
apóstol, pero adopta la insostenible posición de que Pablo está hablando aquí de:

"La salvación espiritual que los creyentes han de experimentar cuando sean
trasladados al mundo de vida eterna y de gloria".

Por otra parte, Alford admite que:


"Una correcta exégesis de este pasaje puede difícilmente dejar de reconocer el hecho
de que aquí el apóstol, como en otro lugar (1 Tes. 4:17; 1Cor. 15:51), habla de la
venida del Señor como aproximándose rápidamente. Razonar, como lo hace Stuart,
que, porque Pablo corrige en los Tesalonicenses el error de imaginar que estaba
inmediatamente a las puertas (o hasta que ya había llegado), él mismo no la esperaba
tan pronto, está seguramente fuera de lugar".

El editor estadounidense del Comentario de Lange, hablando de Romanos, escribe la


siguiente nota:

"El Dr. Hodge objeta con algún detalle la referencia a la segunda venida de Cristo. Por
otra parte, la mayoría de los modernos comentaristas alemanes defienden esta
referencia. Olshausen, De Wette, Philippi, Meyer, y otros, creen que ninguna otra
posición es sostenible en lo más mínimo; y el Dr. Lange, aunque evita
cuidadosamente las teorías extremas sobre este punto, niega la referencia a la
bienaventuranza eterna, y admite que se quiere decir la Parusía. Esta opinión gana
terreno entre los exegetas anglosajones".

Hay algunos intérpretes que evitan la dificultad negando que términos tales como
cercano y distante hagan alguna referencia al tiempo en absoluto. Por ejemplo, se nos
dice que:

"Esto concuerda con todas las enseñanzas de nuestro Señor, de que representa el día
decisivo de la segunda aparición de Cristo como que está a las puertas, para mantener
a los creyentes siempre en la actitud de expectación vigilante, pero sin referencia a la
cercanía o distancia cronológica a ese suceso".

Este es un método no natural de interpretación, que simplemente vacía las palabras de


todo significado. Hay sólo una manera de salir de la dificultad, y es creer que el
apóstol dice lo que quiere decir, y que quiere decir lo que dice. Él era el inspirado
apóstol y embajador de Cristo, y el Señor no dejó que ninguna de sus palabras cayera
al suelo. Su continua consigna y clamor de advertencia a las iglesias de la era
primitiva era: "El Señor está a las puertas". Él creía esto; enseñaba esto; y esta era la
fe y la esperanza de toda la iglesia.

¿Estaba equivocado? ¿Vivió y murió la iglesia primitiva creyendo una mentira? ¿No
ocurrió nada que correspondiese a sus expectativas? ¿Dónde está el templo de Dios?
¿Dónde está la ciudad de Jerusalén? ¿Dónde está la ley de Moisés? ¿Dónde está la
nacionalidad judía? Pero todas estas cosas perecieron al mismo tiempo; y de todas
ellas se predijo que desaparecerían en la Parusía. El cumplimiento de aquellos otros
sucesos en la región de lo espiritual y lo invisible que estaban indisolublemente
conectados con la Parusía, pero de los cuales, en la naturaleza de las cosas, no puede
haber registro en las páginas de la historia humana.
ESPERANZA DE UNA PRONTA LIBERACIÓN

Rom. 16:20. "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies".
Aquí tenemos otra referencia inconfundible a la cercana aproximación al día de
liberación. El aplastamiento de la cabeza de la serpiente es la victoria de Cristo, y esa
victoria se ganaría pronto. Entre los enemigos que habrían de quedar debajo de sus
pies estaban la muerte, y el que tenía el poder de la muerte, a saber, el diablo.

En la expectativa de su crucifixión, el Señor declaró: "Ahora es el juicio de este


mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera", y ya hemos demostrado
en qué sentido y cuán ciertamente se cumplió esa predicción. De la misma manera, se
acercaba el día en que los sufridos y perseguidos cristianos serían librados, por la
Parusía, de los enemigos de los cuales estaban rodeados, y cuando el maligno
instigador y cómplice de toda esa enemistad yacería postrado bajo los pies de ellos.

EN LA EPÍSTOLA A LOS COLOSENSES

En ninguna de las epístolas de Pablo encontramos una alusión menos directa a la


Parusía, y sin embargo, puede decirse que ninguna está más llena de la idea de ese
acontecimiento. El pensamiento de él subyace casi todas las expresiones del apóstol;
está implícita en "la esperanza que os está guardada en los cielos"; "la herencia de los
santos en luz"; "el reino de su amado Hijo"; "la reconciliación de todas las cosas con
Dios"; "presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él".

Pero hay por lo menos una alusión muy clara a la Parusía en la cual el apóstol habla
de la esperada consumación.

LA MANIFESTACIÓN DE CRISTO SE APROXIMA

Col. 3:4. "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también
seréis manifestados en él en gloria".

Aquí encontramos una clara alusión al mismo acontecimiento y al mismo período que
en Rom. 8:19, es decir, "la manifestación de los hijos de Dios". En ambos pasajes, es
evidente que esta manifestación se concibe como cercana. En realidad, en Rom. 8:18
se afirma expresamente que es así; la gloria está "a punto de ser revelada", mientras
que aquí en Colosenses los discípulos son representados como "muertos", y esperando
la vida y la gloria que recibirían a la revelación de Jesucristo, o sea, en la Parusía. Es
inconcebible que el apóstol pueda hablar en términos tales de un suceso lejano; su
cercanía es, evidentemente, uno de los elementos de su exhortación de que debían
"poner el corazón en las cosas de arriba, no en las de la tierra". ¿Hemos de suponer
que todavía están en un estado de muerte, que su vida todavía está escondida? Pero su
vida y su gloria están representadas como contingentes con la "manifestación de
Jesucristo".

LA IRA VENIDERA

Col. 3:6. "Cosas [la idolatría, entre otras] por las cuales la ira de Dios viene".

La conclusión precedente (con respecto a la cercanía de la gloria venidera) está


confirmada por la referencia del apóstol a la cercanía de la ira venidera. La cláusula
"sobre los hijos de desobediencia" no se encuentra en algunos de los manuscritos más
antiguos, y es omitida por Alford. Probablemente ha sido añadida de Efe. 5:6.
Tomando el pasaje como está, hay algo muy sugestivo y enfático en su afirmación:
"Viene la ira de Dios". Hay un contraste inconfundible entre "la gloria venidera del
pueblo de Dios" y "la ira venidera" sobre sus enemigos. No menos clara es la alusión
a la "ira venidera" profetizada por Juan el Bautista, y a la cual con tanta frecuencia se
refieren nuestro Señor y sus apóstoles. Tanto la gloria como la ira están "a punto de
ser reveladas"; coinciden con la Parusía de Cristo, y las iglesias apostólicas estaban en
constante expectación de la pronta manifestación de ambas.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

EN LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS

LA ECONOMÍA DE LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

Efe. 1:9,10. "Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el


cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la
dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como
las que están en la tierra", etc.

Aunque este pasaje no afirma nada directamente con respecto a la cercanía de la


Parusía, tiene una relación directa con el acontecimiento en sí. El campo de
investigación que abre es ciertamente demasiado amplio para que lo exploremos
ahora, pero no podemos pasarlo por alto por completo. Este es un tema en el que al
apóstol le encanta espaciarse, y en ninguna parte se espacia con más entusiasmo que
en esta epístola. Por lo tanto, puede suponerse que, por muy oscuro que nos parezca
en algunos respectos, no era ininteligible para los cristianos de Éfeso, ni para aquellos
a los cuales se les envió esta epístola, porque, como bien observa Paley, nadie escribe
ininteligiblemente a propósito. También podemos esperar encontrar alusiones al
mismo tema en otras partes de los escritos del apóstol, que pueden servir para
dilucidar dichos oscuros en este pasaje.

Hay dos preguntas que surgen del pasaje que tenemos delante: (1) ¿Qué se quiere
decir con "reunir todas las cosas en Cristo"? (2) ¿Cuál es el período designado como
"la dispensación del cumplimiento de los tiempos", en el cual ha de tener lugar este
"reunir todas las cosas en Cristo"?

1. Con respecto al primer punto, recibimos gran ayuda de la expresión que el apóstol
emplea en relación con él, es decir, "el misterio de su voluntad". Esta es una palabra
favorita de Pablo al hablar de ese nuevo y maravilloso descubrimiento que nunca dejó
de llenar su alma de adoración, gratitud y alabanza - la admisión de los gentiles a
todos los privilegios de la nación del pacto. Es difícil para nosotros formarnos un
concepto del sobresalto, la sorpresa y la incredulidad que causó en las mentes de los
judíos el anuncio de semejante revolución en la administración divina. Sabemos que
ni siquiera los apóstoles estaban preparados para ella, y que fue con algo parecido a la
duda y la sospecha con que, por fin, cedieron a la abrumadora evidencia de los
hechos: "¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para
vida!" (Hechos 11:18). Pero, para el apóstol a los gentiles, este era el glorioso estatuto
de la emancipación universal. De entre todos los hombres, él vio con la mayor
claridad su belleza y su gloria divinas, su trascendente misterio y maravilla. Vio las
barreras de separación entre judíos y gentiles, la antipatía entre las razas, "la pared
intermedia de separación", derribadas por Cristo, y una gran familia y una hermandad
formada por todas las naciones, y tribus, y pueblos, y lenguas, bajo el poder
reconciliador y unificador de la sangre expiatoria. No podemos equivocarnos, pues, al
entender este misterio de "reunir todas las cosas en Cristo" como el mismo que se
explica más plenamente en el capítulo 3:5,6, "misterio que en otras generaciones no se
dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos
apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del
mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio".
Esta es la unificación, "el resumen", o consumación, a la cual el apóstol se refiere con
tanta frecuencia en esta epístola: "hacer de ambos pueblos uno sólo"; "crear en sí
mismo de los dos un solo y nuevo hombre"; "reconciliar con Dios a ambos en un solo
cuerpo" (Efe. 2:14, 15,16). Este era el gran secreto de Dios, que había estado oculto a
las pasadas generaciones, pero que ahora era revelado a la admiración y la gratitud del
cielo y la tierra.

Pero, puede preguntarse, ¿cómo puede el hecho de recibir a los gentiles en los
privilegios de Israel ser llamado la reunión de todas las cosas, tanto las que están en
los cielos como las que están en la tierra?
Algunos críticos muy capaces han supuesto que las palabras cielo y tierra en éste y en
otros pasajes deben entenderse en un sentido limitado y, por decirlo así, técnico. Para
la mente judía, la nación del pacto, el pueblo peculiar de Dios, podría ser llamado
apropiadamente "celestial", mientras que los degenerados gentiles, que estaban fuera
del pacto, pertenecían a una condición inferior, terrenal. Esta es la posición de Locke
en su nota sobre este pasaje:

"Que Pablo debió usar "cielo" y "tierra" para los judíos y los gentiles no se
considerará tan extraño si consideramos que Daniel mismo se refiere a la nación de
los judíos con el nombre de "cielo" (Dan. 8:10). Ni quiere un ejemplo de ello en
nuestro Salvador mismo, quien (Luc. 21:26) con "las potencias de los cielos" quiere
significar claramente los grandes hombres de la nación judía. Ni es éste el único lugar
en esta epístola de Pablo a los Efesios que lleva esta interpretación de cielo y tierra.
Quien lea los primeros quince versículos del cap. 3 y sopese las expresiones
cuidadosamente, y observe la dirección del pensamiento del apóstol en ellos, no
encontrará que hace violencia manifiesta al sentido de Pablo si por "familia en los
cielos y en la tierra" (ver. 15) entiende el cuerpo unido de cristianos, compuesto de
judíos y gentiles, que todavía viven promiscuamente entre estas dos clases de pueblos
que continuaron en su incredulidad. Sin embargo, no estoy seguro de esta
interpretación, sino que la ofrezco como una cuestión de investigación a los que creen
que una búsqueda imparcial del verdadero significado de las Sagradas Escrituras es la
mejor forma de emplear el tiempo de que disponen".
Es en favor de esta interpretación de "cielo y tierra" que estas expresiones deben
aparentemente ser tomadas en un sentido restringido similar en otros pasajes en que
ocurren. Por ejemplo: "Hasta que pasen el cielo y la tierra" (Mat. 5:18); "el cielo y la
tierra pasarán" (Luc. 21:33). En el primero de estos pasajes, el contexto muestra que
es imposible que se refiera a la disolución final de la creación material, porque eso
afirmaría la perpetuidad de cada jota y cada tilde de lo que hace mucho tiempo fue
abrogado y anulado. Debemos, pues, entender, el "pasar el cielo y la tierra" en un
sentido tópico. Un expositor juicioso hace las siguientes observaciones sobre este
pasaje:

"Una persona completamente familiarizada con la fraseología del Antiguo Testamento


sabe que la disolución de la economía mosaica y el establecimiento de la cristiana a
menudo se entiende como la desaparición de la antigua tierra y los antiguos cielos, y
la creación de una nueva tierra y unos cielos nuevos. (Véase Isa. 65:17 y 66:22). El
período de terminación de una dispensación y el comienzo de la otra se describe como
"los últimos días" y "el fin del mundo", y como una conmoción tal de la tierra y los
cielos que conduciría a la destrucción de las cosas conmocionadas (Hag. 2:6; Heb.
14:26,27)".
Parece, pues, que hay justificación bíblica para entender "las cosas que están en los
cielos y las que están en la tierra" en el sentido indicado por Locke, judíos y gentiles.
Es posible, sin embargo, que las palabras apunten a una comprensión más amplia y a
una consumación más gloriosa. Ellas pueden indicar que la raza humana, separada de
Dios y de todos los seres santos, y dividida por la mutua enemistad y el mutuo
alejamiento, estaba destinada, por el misericordioso de Dios, a unirse nuevamente,
bajo una Cabeza común, el Señor Jesucristo, con el único Dios y Padre de la
humanidad, y con todos los seres santos y felices en el cielo. Según este punto de
vista, todo el universo inteligente habría de ser puesto bajo un dominio, el de Dios
Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Esta es la mayor consumación que se nos
presenta en otras tantas formas en el Nuevo Testamento. Es la "regeneración" de Mat.
19:28; los "tiempos de refrigerio"; y "los tiempos de la restauración de todas las
cosas" de Hechos 3:19,21; "la sujeción de todas las cosas a Cristo" de 1Cor. 15:28; la
"reconciliación de todas las cosas con Dios" de Col. 1:20; el "tiempo de reforma" de
Heb. 9:10; el "-- "la nueva era" -- de Efe. 1:21. Todas éstas son sólo diferentes formas
y expresiones de la misma cosa, y todas apuntan a la misma gran era venidera; y, sin
titubear, a esta categoría podemos asignar la frase "la dispensación de la plenitud de
los tiempos", y "reunir todas las cosas en Cristo".

Antes de que este dominio universal del Padre pudiese ser asumido y proclamado
públicamente, era necesario que la relación exclusiva y limitada de Dios con una sola
nación fuera reemplazada por una mejor y abolida. Por lo tanto, la teocracia debía ser
hecha a un lado, para hacer lugar para la paternidad universal de Dios: "para que Dios
pudiese ser todo en todos".

2. La siguiente pregunta que debemos considerar es: ¿Tenemos alguna indicación del
período en el cual tendría lugar esta consumación?

Tenemos las más explícitas afirmaciones sobre este punto; pues, casi todas las
designaciones del acontecimiento nos permiten fijar el tiempo. La regeneración es
"cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria"; los tiempos de la
"restitución de todas las cosas" son cuando "Dios envíe a Jesucristo"; la "sujeción de
todas las cosas a Cristo" es "en su venida" y "en el fin". En otras palabras, todos estos
sucesos coinciden con la Parusía; y éste, por lo tanto, es el período de la
"reunificación de todas las cosas" bajo Cristo.

Llegamos a la misma conclusión a partir de la frase "la dispensación de la plenitud de


los tiempos". Una dispensación es una disposición u orden de cosas, y parece
equivaler a la frase, o pacto. La dispensación o economía mosaica es designada como
el "pacto antiguo" (2Cor. 3:14), en contraste con el "nuevo pacto", o la "dispensación
del evangelio". El "pacto antiguo" o la antigua economía es representada como
"decadente, que envejece, y está próxima a desaparecer" -- es decir, la dispensación
mosaica estaba a punto de ser abolida, y de ser reemplazada por la dispensación
cristiana (Heb. 8:13). Algunas veces, de la era o economía judía se habla como de
esta era, la era presente; y de la dispensación cristiana o del evangelio, como de "la
era venidera", y "el mundo por venir", (Efe. 1:21; Heb. 2:5). Al fin de la era o
economía judía se le llama "el fin del tiempo", y es razonable concluir que el fin de lo
antiguo es el comienzo de lo nuevo. Se sigue, por lo tanto, que la economía de la
plenitud de los tiempos es ese estado u orden de cosas que sucede y reemplaza
inmediatamente a la antigua economía judía. La dispensación de la plenitud de los
tiempos es la dispensación final, la corona; el "reino que no puede ser movido"; "el
mejor pacto, establecido sobre mejores promesas". Entonces, puesto que la antigua
economía fue finalmente hecha a un lado y abrogada en la destrucción de Jerusalén,
llegamos a la conclusión de que la nueva era, o la "dispensación de la plenitud de los
tiempos", recibió su inauguración solemne y pública en el mismo período, que
coincide con la Parusía.

EL DÍA DE REDENCIÓN

Efe. 1:13,14. "El Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia
hasta la redención de la posesión adquirida".

Efe. 4:30. "El Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención".

Estos dos pasajes apuntan obviamente al mismo suceso y al mismo período. ¿Cuál es
la redención de que se habla aquí -- la redención de la posesión adquirida? El antiguo
Israel es llamado la herencia de Jehová (Deut. 32:9); y del pueblo de Dios se dice que
es su herencia (Efe. 1:11, traducción de Alford). Aquí, sin embargo, no es la herencia
de Dios, sino nuestra herencia, a la que se hace referencia; y esa herencia todavía no
está en posesión, sino en perspectiva; la prenda o las arras de ella (es decir, el Espíritu
Santo) habiendo sido recibidas. Por tanto, nos vemos obligados a entender por
herencia la futura gloria y felicidad que esperan al cristiano en el cielo. Esta, entonces,
es la herencia, y también la posesión adquirida, porque ambas se refieren a la misma
cosa. Obviamente, es algo futuro, pero no distante, pues ya ha sido adquirido, aunque
todavía no ha sido poseído. Guardaba la misma relación para los cristianos de Éfeso
que la tierra de Canaán para los antiguos israelitas en el desierto. Era el reposo
prometido, al cual esperaban vivir para entrar. El día en que el Señor Jesús se revelase
desde el cielo era el día de redención que las iglesias apostólicas esperaban. Nuestro
Señor había predicho las señales de la aproximación de ese día. "Cuando estas cosas
comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención
está cerca". También había declarado que la generación actual no pasaría hasta que
todo se hubiese cumplido. (Luc. 21:28,32). El día de redención, pues, se acercaba,
según ellos.
De la misma manera, Pablo, escribiendo a los cristianos en Roma, habla del ansioso
anhelo con el cual "esperaban la adopción o la redención de su cuerpo de la esclavitud
de la corrupción" Rom.- 8:23). Este pasaje es precisamente paralelo a Efe. 1:14 y a
4:30. Hay la misma herencia, las mismas arras de ella, la misma redención plena en
perspectiva. El cambio del cuerpo material y mortal en un cuerpo incorruptible y
espiritual era parte importante de la herencia. Esto es lo que el apóstol y sus conversos
esperaban en la Parusía. El día de redención, pues, coincide con la Parusía.

LA EDAD PRESENTE Y LA QUE VIENE

Efe. 1:21. "No sólo en este siglo, sino también en el venidero".

A menudo, hemos tenido ocasión de hacer notar el correcto sentido de la palabra , tan
a menudo traducida "mundo". Locke observa: "Puede que valga la pena considerar si
no tendría normalmente un significado más natural en el Nuevo Testamento
interpretarla como un período de tiempo de duración considerable, pasando por debajo
de alguna dispensación notable". Según el apóstol, había por lo menos dos grandes
períodos, o edades: una, la presente, pero que se acercaba a su fin; la otra, futura, y
que estaba a punto de comenzar. La primera era el actual orden de cosas bajo la ley
mosaica; la segunda era la época nueva y gloriosa que habría de ser inaugurada por la
Parusía.

LOS SIGLOS [EONES] VENIDEROS

Efe. 2:7. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gloria".
Conybeare y Howson hacen la siguiente observación sobre este pasaje:

"En los siglos venideros"; es decir, el tiempo del perfecto triunfo de Cristo sobre el
mal, siempre contemplado en el Nuevo Testamento como "cercano".

Quizás sería más correcto decir que se refiere a la cercana salvación de estos creyentes
gentiles, y su glorificación con Cristo; porque esta es la consumación que es
contemplada siempre en el Nuevo Testamento como cercana (Rom. 13:11).

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS:

EN LA EPÍSTOLA A LOS FILIPENSES

El Día de Cristo
Fil. 1:6. "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo".

Fil. 1:10. "A fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo".

Evidentemente, el día de Cristo es considerado por el apóstol como la consumación de


la disciplina moral y el período de prueba de los creyentes. No puede haber duda de
que él tiene en mente el día de la venida del Señor, cuando Él "dé a cada uno según
sus obras". Suponiendo que el día de Cristo esté todavía en el futuro, se deduce que la
disciplina moral de los filipenses no se ha completado todavía; que su tiempo de
prueba no ha concluido; y que la buena obra comenzada en ellos todavía no ha sido
perfeccionada.

La nota de Alford sobre este pasaje (cap. 1:6) merece ser notada: "Esto supone la
cercanía de la venida del Señor. Aquí, como en otros lugares, los comentaristas han
tratado de escapar de esta inferencia", etc. Esto es justo; pero la inferencia del propio
Alford, de que Pablo estaba errado, es igualmente insostenible.

LA EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA

Fil. 3:20,21. "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos
al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya", etc.

Estas palabras dan testimonio decisivo de la expectación acariciada por el apóstol, y


por los cristianos de su tiempo, acerca de la pronta venida del Señor. No era la muerte
lo que esperaban, como nosotros, sino lo que sorbería la muerte en victoria: la
transformación que superaría la necesidad de morir. La nota de Alford sobre este
pasaje es como sigue:

"Las palabras presuponen, como Pablo siempre lo hace cuando habla incidentalmente,
que él sobreviviría para presenciar la venida del Señor. El cambio del polvo de la
tierra en la resurrección, como quiera que acomodemos la expresión a él, no estaba
originalmente contemplado por él".

CERCANÍA DE LA PARUSÍA
Fil. 4:5. "El Señor está cerca".

Aquí el apóstol repite la bien conocida consigna de la iglesia primitiva: "El Señor está
cerca", equivalente al "Maranatha" de 1 Cor. 16:22. Dudar de su plena convicción de
la cercanía de la venida de Cristo es incompatible con el debido respeto al claro
significado de las palabras; poner esta convicción como un error es incompatible con
el debido respeto por su autoridad e inspiración apostólicas.

EN LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO

LA APOSTASÍA DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

1 Tim. 4:1-3. "Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios;
por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán
casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de
gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad".

Una de las señales que nuestro Señor predijo que estaría entre las precursoras de la
gran catástrofe que habría de abrumar al sistema y al pueblo judíos era la general y
ominosa apostasía de la fe, que se manifestaría entre los profesos discípulos de Cristo.
La referencia de nuestro Señor a esta apostasía, aunque clara y directa, no es tan
minuciosa y detallada como la descripción que de ella encontramos en las epístolas de
Pablo; de aquí que infiramos, como también sugiere el lenguaje del primer versículo
de este capítulo, que a los apóstoles se les habían hecho las subsiguientes revelaciones
de su naturaleza y sus características. En 2 Tesa. 2:3, Pablo la designa como "la
apostasía" que rápidamente presenta los lineamientos del "hombre de pecado". Ya
hemos señalado la diferencia entre "la apostasía" y "el hombre de pecado", y que
confundirlos ha sido un error común, pero egregio. En la secuela, descubriremos que
la descripción que Pablo hace de la apostasía es tan minuciosa como la que hace del
"hombre de pecado", para permitirnos a la una tan rápidamente como al otro.

El primer punto que será bueno establecer es el período de la apostasía; es decir, el


tiempo en que se habría de declarar. Se dice que ocurriría "en los postreros tiempos"
[ενυστεροιζκαιροιζ], una expresión que, tomada en sí misma, podría parecer algo
indefinida, pero que, cuando se la compara con otras frases similares, se encontrará
sin duda que denota un período específico y definido, bien entendido por Timoteo y
todas las iglesias apostólicas. Será conveniente poner juntos todos los pasajes que se
refieren a esta época trascendental y crítica, que eran la meta y el término hacia los
cuales, según lo muestra el Nuevo Testamento, se apresuraban rápidamente todas las
cosas.

TABLA ESCATOLÓGICA, O SINOPSIS, DE LOS


PASAJES RELATIVOS A LOS POSTREROS TIEMPOS

El Fin del Siglo


Mat. 3:39. "La siega es el fin del siglo".
Mat. 13:40. "Así será en el fin de este siglo".
Mat. 13:49. "Así será al fin del siglo".
Mat. 24:3. "¿Qué señal habrá de tu venida [parousia] y del fin del siglo?"
Mat. 28:20. "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del siglo"
Heb. 9:26. "Pero ahora, en la consumación de los siglos" [τϖναιωνων].

El Fin

Mat. 10:22. "El que persevere hasta el fin, éste será salvo".

Mat. 24:6. "Pero aún no es el fin" (Mar. 13:9; Luc. 21:9).

Mat. 24:13. "Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mar. 13:13).

Mat. 24:14. "Y entonces vendrá el fin".

1 Cor. 1:8. "El cual también os confirmará hasta el fin".

1 Cor. 10:11. "A quienes han alcanzado los fines de los siglos".

1 Cor. 15:24. "Luego el fin".

Heb. 3:6. "Firme hasta el fin".

Heb. 3:14. "Firme hasta el fin".

Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin".

1 Ped. 4:7. "El fin de todas las cosas se acerca".

Apoc. 2:26. "El que guardare mis obras hasta el fin".

Los Postreros Tiempos, Los Postreros Días, etc.

1 Tim. 4:1. "En los postreros tiempos algunos apostatarán" [ενυστεροιζκαιροζ].

2 Tim. 3:1. "En los postreros días vendrán tiempos peligrosos" [ενεσχαταιζηµεραι
ζ].

Heb. 1:2. "En estos postreros días [Dios] nos ha hablado" [επεσχατουτϖνηµερωντ
ουτων].
Sant. 5:3. "Habéis acumulado tesoros para los días postreros” [ενεσχαταιζηµεραι
ζ].

1 Ped. 1:5. "La salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero" [ενκαιρψεσχατψ].

1 Ped. 1:20. "Manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros" [επεσχατο
υτϖνχρονων].

2Ped. 3:3. "En los postreros días vendrán burladores" [επεσχατουτϖνηµερων].

1Juan 2:18. "Ya es el último tiempo" [εσχατηωρα].

Judas 18. "En el postrer tiempo habrá burladores" [ενεσχατψχρονψ].

FRASES EQUIVALENTES QUE SE


REFIEREN AL MISMO PERÍODO

El Día

Mat. 25:13. "No sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Luc. 17:30. "El día en que el Hijo del Hombre se manifieste".
Rom. 2:16. "El día en que Dios juzgará por Jesucristo".
1Cor. 3:13. "El día la declarará".

Aquel Día

Heb. 10:25. "Cuanto veis que aquel día se acerca".

Mat. 7:22. "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor".

Mat. 24:36. "Pero del día y la hora nadie sabe".

Luc. 10:12. "En aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma".

Luc. 21:34. "Y venga de repente sobre vosotros aquel día".

1 Tes. 5:4. "Para que aquel día os sorprenda como ladrón".

2 Tes. 2:3. "[Aquel día] no vendrá sin que antes venga la apostasía".
2Tim. 1:12. "Poderoso para guardar mi depósito para aquel día".

2Tim. 1:18. "Halle misericordia cerca del Señor en aquel día".

2Tim. 4:8. "La cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día".

El Día del Señor

Hech. 2:20. "Antes que venga el día del Señor".

1Cor. 1:8. "Para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo".

1Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús".

2Cor. 1:14. "Para el día del Señor Jesús".

Fil. 2:16. "Para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme".

1Tes. 5:2. "El día del Señor vendrá así como ladrón en la noche".

El Día de Dios

2Ped. 3:12. "Apresurándoos para la venida del día de Dios".

El Gran Día

Judas 6. "Para el juicio del gran día".

Apoc. 6:17. "El gran día de su ira ha llegado".

Apoc. 16:14. "A la batalla de aquel gran día".

El Día de la Ira

Rom. 2:5. "Atesoras para tí mismo ira para el día de la ira".

Apoc. 6:17. "El gran día de su ira ha llegado".

El Día del Juicio

Mat. 10:15. "En el día del juicio será más tolerable el castigo...”
Mat. 11:22. "En el día del juicio será más tolerable el castigo..."
Mat. 11:24. "En el día del juicio será más tolerable el castigo...”

Mat. 12:36. "De ella darán cuenta en el día del juicio".

2Ped. 2:9. "Para ser castigados en el día del juicio".

2Ped. 3:7. "Guardados para el fuego en el día del juicio".

1Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio".

El Día de la Redención

Efe. 4:30. "Sellados para el día de la redención".

El Día Postrero

Juan 6:39. "Sino que lo resucite en el día postrero".

Juan 6:40. "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 6:44. "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 6:54. "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 11:24. "Resucitará en la resurrección, en el día postrero".

Una comparación de estos pasajes mostrará que:

1. Todos se refieren al mismo período y sólo a él - cierto tiempo


definido y específico.
2. Todos presuponen o afirman que el período en cuestión no está
muy distante.
3. El límite más allá del cual no es permisible ir para establecer el
período llamado "los últimos tiempos" está indicado en las Escrituras
del Nuevo Testamento, o sea, la duración de la vida de la generación
que rechazó a Cristo.
4. Esto nos trae al período de la destrucción de Jerusalén, como el que
marca "el fin del siglo", "el día del Señor", "el fin". Es decir, la
venida del Señor, o la Parusía.

DESCRIPCIÓN DE LA APOSTASÍA
Habiendo puesto juntos en un solo cuadro los pasajes que hablan del período de la
apostasía, es apropiado seguir un método similar con respecto a los pasajes que
describen las características y la naturaleza de la apostasía misma. Esta fatal defección
arroja su sombra oscura sobre todo el campo de la historia del Nuevo Testamento,
desde el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los Olivos, y aún antes,
hasta el Apocalipsis de Juan. Es instructivo observar cómo, al aproximarse el tiempo
de su desarrollo y su manifestación, la sombra se vuelve más y más oscura, hasta que
alcanza las más profundas tinieblas en la revelación del anticristo.

SINOPSIS DE LOS PASAJES RELATIVOS A


LA APOSTASÍA EN LOS POSTREROS TIEMPOS

1. La apostasía, predicha por nuestro Señor


Falsos Mateo "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de
profetas 7:15 ovejas, pero por dentro son lobos rapaces".
Mateo "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
Ídem
7:22 nombre?", etc.
Mateo
Falsos Cristos "Vendrán muchos en mi nombre, y a muchos engañarán".
24:5
Falsos Mateo
"Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos".
profetas 24:11
Falsos Cristos
Mateo "Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y
y falsos
24:24 prodigios".
profetas
Apostasía Mateo "Muchos tropezarán, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se
general 24:10 aborrecerán".
Mateo
"Por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará".
24:12

2. La apostasía, predicha por Pablo


"Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos
Falsos Hechos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se
maestros 20:29,30 levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras de sí a
los discípulos".
2Tesa.
La apostasía "No vendrá sin que antes venga la apostasía".
2:3
Falsos 2Cor. "Éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como
apóstoles 11:13,14 apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se
disfraza como ángel de luz".
Falsos "Hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de
Gál. 1:7
maestros Cristo".
Falsos
Gál. 2:4 "Falsos hermanos introducidos a escondidas".
hermanos
"Fijaos en los que causan divisiones y tropiezos contra la doctrina que
Engañadores Rom. habéis aprendido, y apartaos de ellos. Tales personas no sirven a nuestro
y cismáticos 16:17,18 Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y
lisonjas engañan los corazones de los ingenuos".
Falsos
Col. 2:8 "Mirad que nadie os engañe con filosofías y huecas sutilezas".
maestros
"Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los
Ídem Col. 2:18
ángeles".
Maestros "Guardaos de los perros; guardaos de los malos obreros, guardaos de los
Fil. 3:2
judaizantes mutiladores del cuerpo".
Enemigos de "Por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces ... que son
Fil. 3:18
la cruz enemigos de la cruz de Cristo".
Sensualistas Fil. 3:19 "El fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre".
Falsos 1Tim. "Manda a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención
maestros 1:3,4 a fábulas y genealogías interminables".
1Tim. "Algunos se apartaron y se desviaron a vana palabrería, queriendo ser
Judaizantes
1:6,7 doctores de la ley", etc.
1Tim. "Algunos desecharon y no mantuvieron la fe y y buena conciencia, y
Apóstatas
1:19 naufragaron".
"Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
Mentirosos e 1Tim. apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
hipócritas 4:1,2 demonios; por la hipocresía de mentirosos que tienen cauterizada la
conciencia".
Falsos 1Tim. "Prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios
maestros 4:3 creó..."
"Evita las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la
1Tim.
Ídem falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de
6:20,21
la fe".
"Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a
2Tim la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son
Ídem
2:16-18 Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la
resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos".
Inmoralidad 2Tim. "También debes saber esto; que en los postreros días vendrán tiempos
de la apostasía 3:1-6,8 peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,
ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores,
intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos,
infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán
apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella ... Porque de éstos
son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas
cargadas de pecados", etc. "Hombres corruptos de entendimiento,
réprobos en cuanto a la fe".
Falsos 2Tim. "Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y
maestros 3:13 siendo engañados".
"Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que,
2Tim. teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus
Ídem.
4:3,4 propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a
las fábulas".
Maestros "Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y
Tito 1:10
judaizantes engañadores, mayormente los de la circuncisión".
"No atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se
Ídem Tito 1:14
apartan de la verdad".
"Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo
Inmorales Tito 1:16
abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra".

3. La apostasía, predicha por Pedro


"Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre
Falsos vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías
2Ped. 2:1
maestros destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí
mismos destrucción repentina".
"Aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e
Inmoralidad inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen
2Ped.
de la decir mal de las potestades superiores ... Estos son inmundicias y
2:10,13,14
apostasía manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus
errores", etc.
"Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores,
Burladores 2Ped. 3:3
andando según sus propias concupiscencias".

4. La apostasía, predicha por Judas


Falsos maestros Judas Véase 2 Ped. Ped. 2.

5. La apostasía, predicha por Juan


"Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo
El anticristo, 1Juan
viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que
los apóstatas 2:18,19
es el último tiempo. Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros".
1Juan "¿Quién es el mentiroso, sino el que niga que Jesús es el Cristo? Este es
El anticristo
2:22 anticristo, el que niega al Padre y al Hijo".
Falsos 1Juan
"Os he escrito esto sobre los que os engañan".
maestros 2:26
Falsos 1Juan
"Muchos falsos profetas han salido por el mundo".
profetas 4:1
"Todo espíritu que confiesa que no confiesa que Jesucristo ha venido en
1Juan
El anticristo carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros
4:3
habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo".
Los "Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan
2Juan,
engañadores y que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el
ver. 7
el anticristo anticristo".

CONCLUSIONES RELATIVAS A LA APOSTASÍA

Por una consideración y una comparación de estos pasajes, se echa de ver que:

1. Todos se refieren a la misma gran defección de la fe, designada por


Pablo como "la apostasía".
2. Esta apostasía sería general y extendida.
3. Estaría marcada por una extremada depravación moral, particularmente por
pecados de la carne.
4. Estaría acompañada por pretensiones de poder milagroso.
5. Sería mayormente, si no principalmente, judía en su naturaleza.
6. Rechazaría la encarnación y la divinidad del Señor Jesucristo; es decir, sería el
anticristo predicho.
7. Alcanzaría su pleno desarrollo en los "postreros tiempos", y sería la precursora
de la Parusía.

Habiendo así echado un vistazo general a la doctrina del Nuevo Testamento


concerniente a la apostasía, sólo queda tomar nota de algunas objeciones que se
puedan hacer a las conclusiones que anteceden.

1. Puede preguntarse: ¿Qué evidencia tenemos de que tales errores y herejías


prevalecían en los tiempos apostólicos? La respuesta es: El Nuevo Testamento mismo
proporciona la prueba. Los males que descritos por Pablo como futuros están
representados por Pedro y por Juan como presentes en la actualidad. Las
características de la apostasía como las presenta uno son precisamente las descritas
por los otros. El ascetismo y la inmoralidad son conspicuos en los bosquejos
proféticos que Pablo hace de la apostasía, y encontramos las mismas características en
las descripciones históricas que hacen Pedro y Juan.

2. Puede objetarse que el período llamado "los postreros tiempos", o "los últimos
días", no se describe estrictamente y puede, por lo que sabemos, ser todavía futuro.

Pero, en primer lugar, los mandatos que Pablo da a Timoteo implican claramente que
no era un mal distante, sino presente, o en todo caso inminente, del cual él hablaba. Es
manifiesto que los síntomas de la apostasía ya habían comenzado a mostrarse, y que
todo el tenor de la exhortación del apóstol implica que los males especificados serían
observados por Timoteo (1Tim. 6:20,21).

Nada puede ser más seguro que los apóstoles consideraban que ellos vivían en "los
postreros tiempos". En la secuela, tendremos ocasión de ver esto claramente
demostrado. Mientras tanto, puede observarse que todos los pasajes dispuestos bajo el
encabezado "Los Postreros Tiempos" en nuestra tabla escatológica se refieren a la
misma gran crisis. Era "el fin de las edades" [συντελειατουαιϖνοζ], de lo cual
nuestro Señor hablaba tan a menudo. La apostasía era la predicha precursora del fin.

TIMOTEO Y LA PARUSÍA

1 Tim. 6:14,15. "[Te encargo] que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión,
hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará", etc.

Esto implica que Timoteo podría esperar vivir hasta que aquel suceso tuviese lugar. El
apóstol no dice: "Guarda este mandamiento entre tanto que vivas", ni "Guárdalo hasta
tu muerte", sino "hasta la aparición de Jesucristo". Estas expresiones no son en modo
algunos equivalentes. La "aparición" [επιφανεια] es idéntica a la Parusía, un suceso
que Pablo y Timoteo creían por igual que estaba cerca.

La nota de Alford sobre este versículo es eminentemente insatisfactoria. Después de


citar la observación de Bengel de que "los fieles en la era apostólica estaban
acostumbrados a esperar el día de Cristo como aproximándose; mientras que nosotros
estamos acostumbrados a esperar el día de la muerte de la misma manera", continúa
diciendo:

"Podemos decir con justicia que, cualquier impresión traicionada por las palabras de
que la venida del Señor ocurriría durante la vida de Timoteo, queda depurada y
corregida por la expresión καιροιζιδιοιζ [su propio tiempo] del versículo siguiente".
¡En otras palabras, la errónea opinión de una oración es corregida por la cautelosa
vaguedad de la siguiente! ¿Es posible aceptar tal declaración? ¿Hay algo en καιροιζι
διοιζ que justifique tal comentario? ¿O es tal estimación del lenguaje del apóstol
compatible con una creencia en su inspiración? No fue ninguna "impresión" lo que el
apóstol "traicionó", sino una convicción y una certeza fundadas en las expresas
promesas de Cristo y las revelaciones de su Espíritu.

No menos digna de excepción es la reflexión con que concluye:

"Por pasajes como éste vemos que la era apostólica sostenía lo que debería ser la
actitud de todas las épocas, una constante expectación por el regreso del Señor".

Pero, si esta expectación no era más que una falsa impresión, ¿no es la actitud de ellos
más bien una advertencia que un ejemplo? Ahora vemos (suponiendo que la Parusía
nunca tuvo lugar) que ellos acariciaban una vana esperanza y vivían en la creencia de
un engaño. Y si estaban equivocados en ésta, la más confiada y acariciada de sus
convicciones, ¿cómo podemos confiar en sus otras opiniones? Considerar a todos los
apóstoles y cristianos primitivos como envueltos en un egregio engaño sobre un tema
que ocupaba un lugar prominente en su fe y en su esperanza es asestar un golpe fatal a
la inspiración y la autoridad del Nuevo Testamento. Cuando Pablo declaró, una y otra
vez: "El Señor está cerca", no expresaba su opinión privada, sino que hablaba con
autoridad como órgano del Espíritu Santo. Las observaciones de Alford pueden ser
refutadas mejor con las palabras de su propio contra replicador al Profesor Jowett:

"¿Escribía o no escribía el apóstol bajo el poder de un espíritu mayor que el suyo


propio? ¿Nos habla Dios o no nos habla en la Biblia en algún sentido o no? Si es
verdad, de todos los pasajes es en éstos, que tratan con tanta confianza del futuro, en
los que debemos reconocer la voz de Dios; si no tenemos a Dios en estos pasajes,
entonces, ¿dónde debemos escuchar todo esto?"

Encontramos el mismo tono de disculpa en las observaciones del Dr. Ellicott sobre
este pasaje:

"Puede admitirse, quizás, que los escritores sagrados han usado un lenguaje en
referencia al regreso del Señor que parece mostrar que los anhelos de esperanza casi
se habían convertido en convicciones de fe".

Sería extraño que las afirmaciones más claras, más fuertes, y más a menudo repetidas
de la fe y la esperanza de Pablo produjeran en la mente de un lector una impresión tan
débil de sus convicciones como ésta. Pero no hay titubeos en la declaración del
apóstol; no es incertidumbre lo que él pronuncia; es con tono firme y confiado que
exclama gozoso: "El Señor está cerca". No expresa sus propias conjeturas, ni su
propia esperanza, ni sus propios anhelos, sino que transmite el mensaje que se le
confió, y, como fiel testigo de Cristo, proclama por todas partes la pronta venida del
Señor.

LA APOSTASÍA MANIFESTÁNDOSE YA

1 Tim. 6:20,21. "Oh, Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las


profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsa llamada ciencia, la
cual profesando algunos, se desviaron de la fe".

Es importante notar que, a partir de varios indicios en esta epístola, se ve que la


defección de la fe que habría de caracterizar a los postreros días ya se había instalado.
Pablo advierte a Timoteo contra los "falsos maestros" con sus "fábulas y genealogías
interminables". Le advierte contra "los que naufragaron en cuanto a la fe", "los que
deliran acerca de cuestiones y contiendas de palabras -- hombres corruptos de
entendimiento y privados de la verdad". Evidentemente, estos "lobos con piel de
oveja" ya estaban devorando el rebaño. Por lo tanto, ubicar la apostasía en una era
post-apostólica es pasar por alto la obvia enseñanza de la epístola. Era un mal
presente, no distante, lo que el apóstol desaprobaba: la peste había comenzado en el
campamento.

LA PARUSÍA EN LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO


"AQUEL DÍA" - ES DECIR, LA PARUSÍA, ESPERADA

2Tim. 1:12. "Es poderoso para guardar mi depósito para aquel día".

2Tim. 1:18. "Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel
día".

2Tim. 4:8. "La corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día".
En todos estos pasajes, la alusión es al "día del Señor", el día por excelencia; el día de
su aparición; la Parusía.

Todo el tenor de estos pasajes indica que Pablo consideraba "aquel día" como muy
cercano en ese momento. En espera de él, prorrumpe en júbilo triunfante, como si
estuviese a punto de recibir la corona de victoria: "He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también
a todos los que aman su venida". ¡Cuán evidentemente son esperados, como muy
cercanos, todos estos sucesos: su propia partida, su corona, "aquel día", y la aparición
del Señor! ¿Diremos que su espera era demasiado optimista? ¿Que el día todavía no
ha llegado? ¿Que su corona todavía está guardada? ¿Que Onesíforo todavía no ha
alcanzado misericordia? Esta suposición es increíble.

LA APOSTASÍA DE LOS "POSTREROS DÍAS", INMINENTE

2Tim. 3:1-8. "También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos
peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos,
soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,
traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que
tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de
éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de
pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Éstas siempre están aprendiendo, y
nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y
Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres
corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe".

Evidentemente, "los postreros días" de este pasaje son idénticos a "los postreros
tiempos" de 1Tim. 4:1. Esto es tan obvio que no necesita ninguna prueba. El intento
de distinguir entre los "postreros" tiempos de un pasaje y el otro, que Bengel parece
sancionar, es, pues, inútil. Es apenas necesario añadir que "los postreros días" eran los
días del propio apóstol, el tiempo que era presente entonces. Él está hablando, no de
un futuro distante, sino de un tiempo que ya comenzaba; porque es claro que él traza
el cuadro de los caracteres descritos de la vida. Las indicaciones de la apostasía
venidera ya eran evidentes. "De éstos son los que", etc. (vers. 6). Se supone que
Timoteo se encontraría con aquellos tiempos, y con aquellos hombres malvados de los
cuales le exhorta a alejarse. La siguiente nota de Conybeare y Howson se acerca
mucho a la verdad, aunque no llega a la verdad total:

"Esta frase (εσχαταιζηµεραιζ), usada sin el artículo, habiendo llegado a convertirse


en una expresión familiar, denota por lo general la terminación de la dispensación
mosaica. (Véase Hechos 2:17; 1Ped. 1:5,20; Heb. 1:2). Por esta razón, la expresión
generalmente denota (en la era apostólica) el tiempo presente; pero aquí apunta a un
futuro inmediatamente cercano que está, sin embargo, fundido con el presente (véase
ver. 6,8), y era, de hecho, el fin de la era apostólica. (Compárese con 1 Juan 2:18:
"Este es el último tiempo". La larga duración de este último período del desarrollo
mundial no les fue revelada a los apóstoles; ellos esperaban que el regreso de su Señor
le pondría fin en su propia generación; y así se cumplieron las palabras de Jesús, de
que nadie sabría el tiempo de su venida".
Esta explicación final es la que no puede admitir nadie que crea que los apóstoles
hablaron y escribieron por el poder del Espíritu Santo; y, a pesar de la opinión casi
unánime de sus críticos de que seguramente estaban errados, nosotros estamos con los
apóstoles antes que con sus críticos.

El comentario de Alford sobre este pasaje se contradice dolorosamente, y muestra a


qué cambios quedan reducidos los eruditos para salvar el crédito de los apóstoles
cuando no pueden creer sus sencillas declaraciones. Dicen:

"Mayormente, el apóstol escribió y habló de ella (la venida del Señor) como que
tendría lugar pronto, no sin muchas y suficientes señales, sin embargo, proporcionadas
por el Espíritu, de un intervalo, no corto, que transcurriría primero".

Pero, ¿cómo ocurriría pronto un suceso, y sin embargo, ocurriría primero un período
largo? O, ¿debemos suponer que el Espíritu Santo enseñó una cosa mientras los
apóstoles escribían y hablaban otra? Si ellos dijeron lo que dijeron con respecto a la
cercanía de la Parusía cuando en realidad no tenían ningún conocimiento ni ninguna
revelación sobre el tema, claramente excedieron su comisión, y cometieron lo que la
Palabra de Dios declara como uno de los pecados más presuntuosos -- añadieron a las
palabras de la profecía que tenían la comisión de transmitir. Rechazamos la
explicación en su totalidad. No sólo no es una explicación no natural, sino
completamente inconsistente con cualquier teoría de inspiración de la palabra de Dios.

El pasaje que tenemos delante es sumamente importante para delinear el carácter de


"la apostasía". La temida aparición ya había comenzado a revelarse, y es evidente que
el apóstol la describe por haberla observado en realidad. Figelo y Hermógenes, que
abandonaron al apóstol; Himeneo y Fileto, con su palabrería profana y vana; los
serviles engañadores, que convertían en prosélitas a las mujeres débiles de mente; los
hombres de mentes corruptas, réprobos en cuanto a la fe, que resistían a la verdad;
éstos eran la vanguardia del ejército de langostas de "erroristas" y apóstatas que
venían a cubrir y a devastar el hermoso rostro del cristianismo primitivo. Su aparición
indicaba que "los postreros tiempos" habían llegado, y que la Parusía estaba cerca.
Podemos suponer, a primera vista, que el horrible catálogo de réprobos contenido en
los primeros versículos del capítulo 3 describe la corrupción general de la sociedad
fuera de la iglesia cristiana, pero es demasiado evidente que el apóstol está aludiendo
a hombres que una vez profesaron la fe de Cristo. Tenían una "forma de piedad", pero
"su fe había naufragado", eran verdaderos "apostatas".

Que esta "apostasía" de la verdad ya se había instalado, es evidente por las reiteradas
exhortaciones y advertencias que el apóstol dirige a Timoteo. ¿Por qué hablaría con
tan apasionada vehemencia si el mal no haría su aparición antes de veinte o cuarenta
siglos? Es absurdo decir que Pablo escribía para beneficio de futuras edades. Él era
verdaderamente un hombre que vivía en su propio tiempo, y escribía a un hombre de
su propio tiempo con relación a cuestiones de interés actual y personal para ambos,
como cualquiera de nosotros que ahora vertiéramos nuestros pensamientos en una
carta para un amigo ausente. Hay una total irrealidad en cualquier otro punto de vista
sobre las epístolas apostólicas. Es imposible leerlas sin sentir los latidos del corazón
en cada línea; todo es vívido, intenso, vivo. No es un peligro distante, visto a través de
la bruma de los siglos, sino un peligro que es instantáneo y urgente: el enemigo está a
las puertas, y el veterano guerrero, a punto de hundirse en el campo de batalla, alienta
al joven soldado a ser fiel y a resistir hasta el fin.

ESPERA DEL FIN QUE SE APROXIMA

2Tim. 4:1,2. "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los
vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que
instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina".

Encontramos asociados juntos en este pasaje, como sucesos contemporáneos, a la


Parusía, el juicio, y el reino de Cristo. Todos ellos están conectados y relacionados en
su naturaleza y en el tiempo de su ocurrencia. Encontramos la misma disposición de
sucesos en Mat. 25:31. "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, entonces se
sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones", etc.

Se afirma claramente la cercanía de esta consumación. No es, como dice nuestra


Versión Autorizada [en inglés], "que juzgará", sino "que está a punto de juzgar" [του
µελλοντοζκρινειν]. Una afirmación como ésta podría ser suficiente para zanjar la
cuestión tanto en cuanto al hecho como en cuanto a la creencia del apóstol en el
hecho, de que el tiempo de la Parusía estaba cerca. Pero, en lugar de una sola
afirmación, tenemos el tenor uniforme y constante de la doctrina sobre el tema en el
Nuevo Testamento entero. Los que dicen que los apóstoles estaban errados sobre este
punto deben tener una "facultad verificadora" para distinguir entre los
pronunciamientos inspirados de ellos y los que no lo eran. Si Pablo fue inspirado para
escribir κρινειν , ¿no estaba igualmente inspirado para escribir µελλοντοζ?

La inminencia de la Parusía explica el fervor con el cual el apóstol insta a Timoteo a


hacer todos los esfuerzos para desempeñar los deberes de su posición. "Predica la
palabra; insta a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina". Estos mandatos se emplean a veces para establecer la normal
intensidad y urgencia con que la función pastoral debería desempeñarse (y nosotros no
condenamos la aplicación); pero es claro que Pablo no está hablando de tiempos y
esfuerzos ordinarios. Es la agonía de una crisis tremenda; el tiempo es corto; es ahora
o nunca; victoria o muerte. Éstas no son frases comunes sobre el diligente desempeño
del deber, sino la alarma del centinela que ve el enemigo a las puertas, y hace sonar la
trompeta para avisar a la ciudad.

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A TITO

EN ESPERA DE LA PARUSÍA

Tito 2:13. "Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de


nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo".

Aquí encontramos nuevamente lo que hace tiempo hemos llegado a reconocer, la


actitud habitual de los cristianos de la era apostólica, la expectación de la venida del
Señor. Esta expectativa es inculcada como uno de los principales deberes cristianos, y
se identifica con una vida sobria, justa, y piadosa. Esto implica que el acontecimiento
era considerado como cercano, porque, ¿cómo podría derivarse un poderoso motivo
para velar de una contingencia remota y desconocida en un futuro distante? O, ¿cómo
podría ser deber de los cristianos "aguardar" lo que no ocurriría durante cientos o
miles de años? Es evidente que el apóstol considera que la edad presente, τοννυναιϖ
να, está acercándose a su fin, y exhorta a los cristianos a vivir en la actitud de
expectativa de la Parusía, que debía introducir el nuevo orden, "el αιωνο µελλν".

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

EN LA EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

Está fuera del ámbito de esta investigación discutir la cuestión de quién escribió la
Epístola a los Hebreos. Aunque no haya salido de la misma pluma que la Epístola a
los Romanos, y pocos de los que están familiarizados con el estilo de Pablo afirmarán
que no lo ha hecho, su espíritu y su enseñanza son esencialmente paulinos, y podemos
con justicia considerarla como uno de los más preciosos legados de la era apostólica.
Su valor como clave del significado de la economía levítica y como contribución a la
doctrina y la vida cristianas es inestimable; y ya sea que se la atribuyamos a Bernabé o
a Apolo, o a cualquier otro colaborador de Pablo, podemos aceptarla sin titubear, "no
como palabra de hombre, sino como la palabra de Dios, que lo es en verdad".

Ahora podemos adentrarnos aún más profundamente en la oscura sombra de la


apostasía predicha. Fue para combatir a este formidable antagonista del evangelio que
esta epístola se escribió; y el carácter judaico del movimiento anti-cristiano es
evidente en la línea del argumento que su autor adopta. Nos encontramos en seguida
en "los postreros días".

LOS DÍAS YA HAN LLEGADO

Heb. 1:1,2. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo".

La frase "en estos postreros días" o "en estos últimos días" muestra que el escritor
consideraba el tiempo de la encarnación y el ministerio de Cristo como el período
final de una dispensación o era. Encontramos una expresión algo similar en el cap.
9:26. "Ahora, en la consumación de los siglos" [επισυντελειατωναιωνων], en que la
referencia es a la encarnación y al sacrificio expiatorio de Cristo. Una era antigua,
llámese mosaica, judaica, o del Antiguo Testamento, estaba terminando ahora;
muchas cosas que habían parecido inamovibles y eternas estaban a punto de
desvanecerse; y "el fin del siglo" o "los postreros tiempos" habían llegado.

LAS ERAS, EDADES, O PERÍODOS MUNDIALES

Heb. 1:2. "Por quien asimismo hizo el universo [mundo]".

Mucha confusión ha surgido del uso indiscriminado de la palabra "mundo" como


traducción de las diferentes palabras griegas αιων κοζµοζ οικουµενη y γη. El lector
no ilustrado que se encuentra con la frase "el fin del mundo", inevitablemente piensa
en la destrucción del mundo material, mientras que, si lee "fin del tiempo", pensará
naturalmente en la terminación de cierto período de tiempo, que es su correcto
significado. Ya hemos tenido ocasión de observar que αιων es correctamente una
designación de tiempo, una época; y es dudoso que tenga jamás algún otro significado
en el Nuevo Testamento. Su equivalente en latín es αεϖυµ, que en realidad es la
palabra griega αιων con ropaje latino. La palabra correcta para tierra, o mundo, es κο
σµοζ, que se usa para designar tanto al mundo material como el moral. Οικυµενη es
correctamente el mundo habitado, "el habitable", y en el Nuevo Testamento se refiere
a menudo al Imperio Romano, algunas veces a una porción tan pequeña de él como
Palestina. Γη, aunque algunas veces significa la tierra de modo general, en los
evangelios se refiere con mayor frecuencia a la tierra de Israel. Una correcta
comprensión de estas palabras arroja mucha luz sobre muchos pasajes.

Es seguro que, en el tiempo de nuestro Salvador, los judíos estaban acostumbrados a


dividir el tiempo en dos grandes períodos o edades, la edad presente [ονυναιων οαιω
νοωτοζ] y la edad venidera [οαιωνµελλων]. La edad venidera era la del Mesías, o
"el reino de Dios". La misma división se reconoce en el Nuevo Testamento, y ya
hemos visto que, según el punto de vista del escritor de la epístola, el fin de la edad
presente se acercaba. (Véase el Commentary de Suart sobre Hebreos in loc.; el
Testamento Griego de Alford; el Lexicon de Wahl. voc. aiwn).

Puede decirse, sin embargo, que, aunque la palabra sí significa principalmente una
edad, en este caso el sentido de este pasaje requiere obviamente que traduzcamos αιω
ναζ como mundos. Debe reconocerse que suena grosero a nuestros oídos decir: "Dios
hizo los mundos por medio de Jesucristo" y muy simple y natural decir: "Él hizo el
mundo"; pero, cuando consideramos que el escritor de esta epístola no concebía
mundos en el sentido en el cual nosotros usamos ahora esa expresión, esto quizás
modifique nuestra opinión. Somos muy propensos a acreditarle al autor nuestras ideas
astronómicas, y a suponer que él se refiere al sol, la luna, y las estrellas como otros
tantos mundos. Pero no tenemos ninguna razón para creer que él tenía alguna idea
como ésa. Los cuerpos celestes eran para él luces, no mundos. Con las edades, sin
embargo, el autor de esta epístola, como hombre de letras, debe haber estado
completamente familiarizado. Entonces, ¿qué quiso decir con que Dios hizo el
universo [las edades]? Éstas eran las grandes eras, o épocas de tiempo, que la
Suprema Sabiduría había ordenado y dispuesto; los períodos del mundo, como
podemos llamarlos, que constituían actos en el gran drama de la Providencia. Parece
haber una alusión a este ordenamiento de las edades, o períodos mundiales, en Hechos
17:26: "Les ha prefijado el orden de los tiempos" [ορισαζπροστεταγµενουζκαιρου
ζ]; como también en Efe. 1:10: "La dispensación del cumplimiento de los tiempos".
Se inclina fuertemente a favor de este punto de vista el hecho de que es
sustancialmente la adoptada por los padres griegos.

EL MUNDO VENIDERO, O EL NUEVO ORDEN

Heb. 2:5. "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos
hablando".

Este pasaje aclara el tema aún más. Aquí tenemos una de las eras - el mundo venidero
- es decir, no un mundo material, sino un sistema u orden de cosas análogo a la
dispensación mosaica. Hay una evidente comparación o contraste entre la economía
mosaica y el estado nuevo o cristiano. La primera fue puesta bajo la administración de
ángeles; era "la palabra hablada por ángeles"; "por disposición de ángeles" (Hechos
7:53); fue "ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador" (Gál. 3:19). Pero
la nueva edad, el reino de los cielos, fue administrado por uno mayor que los ángeles,
el mismo Hijo de Dios; prueba de la superioridad de la dispensación cristiana sobre la
judía.

Es ciertamente algo singular que encontráramos la palabra οικουµενη aquí, donde


debíamos haber esperado encontrar αιωνα. Si hubiera sido οικονοµιαν, como en
Efe. 1:10, estaría más de acuerdo con nuestras ideas del verdadero significado; pero
no hay derecho a suponer que una palabra haya tomado el lugar de la otra. De que la
alusión es al sistema o al orden de cosas introducido por Cristo no puede haber
ninguna duda, y la frase es equivalente al "reino de los cielos". Puede añadirse que se
dice que "viene", µελλουσα, una palabra que implica cercanía, como "la ira
venidera", "la gloria venidera", "el mundo venidero".

EL FIN, ES DECIR, DE LA EDAD, O DEL EÓN

Heb. 3:6. "Si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la


esperanza".

Heb. 3:14. "Con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del
principio".

Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza".

Ya hemos tenido ocasión de observar la significativa frase "el fin", como se usa en el
Nuevo Testamento. No significa hasta el fin, o el fin de la vida, sino el fin de la edad.
Alford observa correctamente:
"El fin que se tiene en mente no es la muerte de cada individuo, sino la venida del
Señor, que es llamada constantemente por este nombre".

LA PROMESA DEL REPOSO DE DIOS

Heb. 4:1-11. "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en
su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a
nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el
oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que hemos
creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, No
entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación
del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus
obras en el séptimo día. Y otra vez aquí: No entrarán en mi reposo. Por lo tanto,
puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció
la buena nueva no entraron por causa de desobediencia, otra vez determina un día:
Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis
hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Porque si Josué les hubiera dado el
reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de
Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como
Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga
en semejante ejemplo de desobediencia".

Este es un pasaje extremadamente importante e interesante, no sin sus oscuridades y


dificultades, que han ocasionado mucha diversidad de interpretaciones. Algunos han
encontrando en él un argumento para la perpetuidad del cuarto mandamiento, y la
observancia del primer día de la semana como el sábado cristiano. Otros han
interpretado el argumento entero en un sentido ético y subjetivo, como si el escritor
exhortara a alcanzar un cierto estado mental llamado el reposo de fe: cesar de la duda
y la auto dependencia, y obtener perfecto reposo de la mente mediante la plena
confianza en Dios. Tales interpretaciones, sin embargo, yerran por completo el punto
del argumento, y son más glosas ingeniosas que deducciones legítimas.

¿Cuál es la dirección del argumento? Es muy evidente que el objeto del escritor es
advertir a los cristianos hebreos contra la incredulidad y la desobediencia poniendo
ante ellos, por una parte, la recompensa de la obediencia, y por la otra, el castigo por
la desobediencia. Tenía a la mano un ejemplo señalado, memorable para todos los
israelitas, es decir, la renuncia a la tierra de Canaán por sus padres a consecuencia de
su incredulidad. Habían provocado al Señor para que jurase en su ira: "No entrarán en
mi reposo".

Según el punto de vista del escritor, había una notable correspondencia entre la
situación de los israelitas que se aproximaban a la tierra de la promesa y la situación
de los cristianos que esperaban el cumplimiento de su esperanza, la promesa del
reposo. Para hacer más clara esta correspondencia, el escritor muestra que el reposo
prometido al antiguo Israel, y el prometido al pueblo de Dios ahora, eran realmente
una y la misma cosa. La entrada a la tierra de Canaán no era en modo alguno el todo,
ni siquiera la parte principal, del prometido reposo de Dios. El escritor prueba esto
demostrando que, mucho después de que los israelitas se establecieron en Canaán, el
Señor, por boca de David, en el Salmo 95, repite virtualmente la promesa hecha a los
israelitas en el desierto, y le dice al pueblo: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones". La repetición de la orden implica la repetición de la promesa, y
también de la amenaza; como si Dios estuviese diciendo: "Crean, y entrarán en mi
reposo. No crean, y no entrarán en mi reposo". De aquí se sigue que hay un reposo
además y más allá del reposo de Canaán.

Luego sigue la explicación del reposo del que se habla, es decir, el "reposo de Dios",
que Él llama "Mi reposo". Ciertamente ese nombre nunca se le dio a la tierra de
Canaán, ni se le puede aplicar a nada que no sea el "reposo" del cual leemos en el
relato de la creación, cuando Dios efectivamente reposó de toda "su obra que había
hecho" (Gén. 2:2,3). Este era el sábado de Dios, el reposo que Él santificó y llamó su
reposo. Por lo tanto, debe ser a este reposo - el reposo santo, sabático, celestial - al
que se refiere principalmente la promesa. De ese reposo de Dios, Canaán era sin duda
el tipo, pues aquél era el reposo de los israelitas después de los peligros y las fatigas
del desierto; pero la posesión de Canaán estaba lejos de agotar el pleno significado de
la promesa, y por lo tanto el reposo todavía permanecía, y era guardado en reserva
para el pueblo de Dios. "Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios".

El escritor de la Epístola a los Hebreos evidentemente consideraba el "reposo de Dios"


como una consumación no muy distante. Dice de él: "Los que hemos creído entramos
en el reposo". Esto no significa "ir al cielo a la muerte", sino la expectativa de la
pronta venida del reino de Dios, la esperanza tan fuertemente acariciada por los
primeros cristianos (Rom. 8:18-25). Considerar estas exhortaciones y apelaciones
como ordinarias y comunes de la enseñanza religiosa es despojarlas de la mitad de su
significado. Es verdad que hay un sentido en el cual pueden aplicarse a todos los
tiempos, pero tenían un significado y una fuerza en aquella particular coyuntura que
nos es difícil comprender ahora. Los cristianos de aquella época estaban, por decirlo
así, en la línea que separaba lo antiguo de lo nuevo, entre la era que estaba terminando
y la que estaba comenzando. Creían que el día del Señor estaba justo a las puertas, que
Cristo regresaría pronto, y que entrarían con Él en el reino de los cielos, el reposo de
Dios. De aquí el deber de que se "exhortaran unos a otros, y tanto más cuanto veían
que el día se acercaba; de que guardaran firmes hasta el fin el principio de su
confianza; de que se esforzaran por entrar en aquel reposo, no fuera a ser que algunos
de ellos parecieran no haberlo alcanzado".

En los versículos 9 y 10 de este capítulo, el escritor de este capítulo muestra lo


apropiado de llamar a este prometido reposo "sabadismo" o reposo sabático. "Por
tanto, queda un sabadismo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su
reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas". Hay una
ambigüedad en este lenguaje, tanto en griego como en inglés. Puede significar que
todos los fieles que han partido han cesado de sus trabajos en la tierra, y ahora
disfrutan del reposo y la recompensa del cielo. Este es el sentido que normalmente se
le atribuye a las palabras. (Véase el Comentario de Stuart sobre Hebreos, in loc.;
Conybeare and Howson, etc.). Hay que confesar, sin embargo, que la relevancia de
este lenguaje así interpretado en relación con el asunto en discusión no es muy
evidente, y que la construcción gramatical difícilmente justificará esta explicación. El
argumento afirma, no que los cristianos han entrado en ese reposo, sino justamente lo
contrario. Como Conybeare y Howson muestran muy correctamente, que el escritor
declara "que el pueblo de Dios nunca antes ha disfrutado de ese perfecto reposo, y
que, por lo tanto, ese goce es todavía futuro". Entonces, ¿quiénes son los que han
entrado? Evidentemente, es Cristo, el Precursor, que entró detrás del velo en el
nombre de nosotros; nuestro gran Sumo Sacerdote, que ascendió a los cielos; el Josué
del Nuevo Testamento, el Capitán de nuestra salvación, que "entró en su reposo",
cesando en su obra de redención, como su Padre cesó de su propia obra de creación.
Esto demuestra lo correcto de llamar al cielo "sabadismo", "un reposo de Dios", pues
aquí tanto el Padre como el Hijo guardan el sábado eterno. Puede añadirse que esta
interpretación nos alivia del sentido de incongruencia que se siente al comparar la
cesación de los trabajos del cristiano con la cesación de la obra de la creación por
parte de Dios; es también perfectamente relevante al argumento en el contexto.

No sólo soportan las palabras este sentido, sino que no soportan ningún otro, como lo
demuestra muy bien Alford. (Véase el Testamento Griego, in loc.). Ahora podemos
ver la fuerza del argumento en su totalidad. El escritor demuestra las fatales
consecuencias de la incredulidad y la desobediencia por medio del ejemplo de los
antiguos israelitas (cap. 3:7-19). Tenían una gran promesa de entrar en el reposo de
Dios, que perdieron por su incredulidad (cal. 3:7-19). Pero aquella promesa de reposo
todavía se ofrece, y todavía se puede perder. Fue ofrecida a Israel nuevamente en el
tiempo de David y por boca de él; no se agotó por la entrada de los israelitas en
Canaán (cap. 4:4-8). En aquel entonces, la promesa se refería al estado celestial, el
reposo de Dios mismo, cuando Él guardó el sábado después de la obra de la creación
(cap. 4:3-5). Pero Cristo también guarda su sábado, habiendo cesado de la obra de
redención, como el Padre cesó de la obra de la creación (cap. 4:10). Queda, pues,
todavía un sábado, o reposo celestial, para el pueblo de Dios (cap. 4:9). Procuremos,
pues, entrar en aquel reposo de Cristo y de Dios, amonestados contra la incredulidad y
la desobediencia por el ejemplo del antiguo Israel (cap. 4:11).

Encontraremos en la secuela mucha luz arrojada sobre este tema de la entrada en el


estado celestial, y la relación con él en que estaban los santos tanto antes como desde
la venida de Cristo.

LA CONSUMACIÓN DE LOS SIGLOS

Heb. 9:26. "De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el
principio del mundo [κοσµου] ; pero ahora, en la consumación de los siglos [αιωνω
ν], se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en
medio el pecado".

En este versículo tenemos un caso notable de la confusión que surge de la traducción


de dos palabras diferentes, κοσµου ψ αιων, con la misma palabra "mundo" [la
versión hispana traduce "siglos"].
La expresión συντελειατωναιωνων tiene precisamente el mismo significado que συ
ντελειατουαιωνοζ, y se refiere a la era judía que estaba a punto de terminar. Moses
Stuart traduce el pasaje así: "Pero ahora, al final de la [dispensación] judía, Él ha
hecho su aparición una vez para siempre", etc. Esta es otra prueba decisiva de que "el
fin de la era" [en la versión hispana "la consumación de los siglos"] era considerada
como cercana por las iglesias apostólicas.

EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA

Heb. 9:28. "Y aparecerá por segunda vez, sn relación con el pecado, para salvar a los
que le esperan".

La actitud de expectación mantenida por los cristianos de la era apostólica se muestra


incidentalmente aquí. Esperaban, en esperanza y con confianza, el cumplimiento de la
promesa de Su venida. Suponer que ellos esperaban un suceso que no ocurrió es
imputarles, a ellos y a sus maestros, una cantidad de ignorancia y error incompatible
con respecto a sus creencias en cualquier otro tema.

LA PARUSÍA SE ACERCA

Heb. 10:25. "Exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca".

Por supuesto, "el día" significa "el día del Señor", el tiempo de su aparición, la
Parusía. Ahora se había acercado; no podían verla acercándose. Sin duda, las
indicaciones de su aproximación predicha po nuestro Señor eran evidentes, y sus
discípulos las reconocieron, recordando sus palabras: "Cuando veáis que suceden
estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas" (Mar. 13:29). No es correcto
tergiversar estas palabras en un sentido no natural o doble, y decir con Alford:

"Aquel día, en su sentido grande y final, siempre está cerca, siempre listo para
irrumpir en la iglesia; pero estos hebreos vivían en realidad cerca de uno de aquellos
grandes tipos y anticipaciones de él, la destrucción de la Santa Ciudad".

Al mismo efecto es su nota sobre Heb. 9:26:

"Los primeros cristianos hablaban universalmente de la segunda venida del Señor


como cercana, y en realidad siempre lo estuvo y lo está".

Los cristianos hebreos vivían cerca de la verdadera Parusía que nuestro Señor predijo,
y su iglesia esperaba, antes de que pasara aquella generación. No es verdad que la
Parusía "está siempre cerca, y siempre lista para irrumpir sobre la iglesia". Esto no es
más cierto que decir que el nacimiento de Cristo, su crucifixión, o su resurrección
están siempre listas para irrumpir. La Parusía era tan distintamente un suceso
específico, con su lugar apropiado en el tiempo, como la encarnación o la crucifixión;
y hacer de ella una forma fantasma, que aparece y desaparece, siempre viniendo pero
nunca llegando, distante y cercana, pasada y futura, es vaciar la palabra de todo
significado. Creemos que Cristo, en su discurso profético, tenía a la vista un suceso
pleno; un suceso con un lugar en la historia y la cronología; un suceso cuyo período Él
mismo indicó claramente, no ciertamente la hora, ni el día, ni siquiera el año preciso,
pero dentro de límites bien definidos, el período de la generación existente. Tal era,
manifiestamente, la creencia del escritor de esta epístola. Para él, la Parusía era un
acontecimiento bien definido, cuya aproximación podía ver; ni puede detectarse en su
lenguaje, ni en el lenguaje de ninguna de las epístolas, ningún rastro de doble sentido,
ni de una Parusía parcial o preliminar, sino de una Parusía grande y final.

El comentario de Conybeare y Howson es mucho más satisfactorio:

"'El día'" de la venida de Cristo se veía aproximándose en este tiempo por el


amenazante preludio de la gran guerra judía, en la cual Él vino a juzgar aquella
nación".

LA PARUSÍA INMINENTE

Heb. 10:37. "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará".

Esta declaración mira en la misma dirección que la precedente. La frase "el que ha de
venir" [οερχοµενοζ] es la designación acostumbrada del Mesías, "el que viene". Esa
venida ahora está a la mano. El lenguaje a este efecto es mucho más expresivo de la
cercanía del tiempo en griego que en inglés: "Todavía un poquitito", o, como lo
traduce Tregelles: "¡Un poquito, cuán poquito, cuán poquito!". La reduplicación del
pensamiento al final del versículo: "vendrá y no tardará" también indica la certeza y la
prontitud del acontecimiento que se aproxima. Este es el comentario de Moses Stuart
sobre este pasaje:

"El Mesías vendrá prontamente y, al destruir el poder judío, pondrá fin al sufrimiento
que vuestros perseguidores os infligen".

Esto es sólo parte de la verdad; la Parusía trajo mucho más que esto al pueblo de Dios,
si hemos de creer a las garantías dadas por los inspirados apóstoles de Cristo.

LA PARUSÍA Y LOS SANTOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO


Heb. 11:39,40. "Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no
recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que
no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros".

El argumento que aquí se trae a su conclusión es de gran importancia, y merece muy


cuidadosa consideración. Se encontrará que presta un poderoso apoyo indirecto a los
puntos de vista propuestos en esta investigación, y que de hecho proporciona la
verdadera clave para su explicación.

Habiendo ilustrado en este capítulo decimoprimero su posición principal - la fe en


Dios era la característica distintiva de aquellos justos cuyos nombres adornan los
anales del Antiguo Testamento - el escritor llama la atención al hecho de que
Abraham, Isaac, y Jacob nunca entraron realmente en posesión de la herencia que se
les había prometido. No obtuvieron la tierra de Canaán; nunca vieron la Jerusalén
terrenal. "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido" (ver.
13). Luego declara que estos padres de Israel eran conscientes de un significado más
profundo de la promesa de Dios que una mera herencia temporal y terrenal. Mientras
habitaba como extranjero y peregrino en la tierra de la promesa, Abraham miraba más
allá, "a la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (ver.
10). Es evidente que esto no puede referirse a la Jerusalén terrenal, pero el lenguaje
parece apuntar a alguna ciudad bien conocida descrita así. Pero, ¿a cuál otra ciudad
puede estarse aludiendo que no sea la ciudad descrita en Apocalipsis como "teniendo
doce fundamentos", "la ciudad del Dios viviente", la Jerusalén celestial? La
correspondencia no puede ser accidental, y proporciona más que una presunción de
que cualquiera que haya escrito la Epístola a los Hebreos haya leído la descripción de
la Nueva Jerusalén en Apocalipsis. No es una ciudad, sino la ciudad; no es la que
tiene fundamentos, sino "los fundamentos", una ciudad particular y bien conocida.

Pero volvamos. La confesión de los padres de que eran extranjeros y peregrinos en la


tierra era una declaración de su fe en la existencia de una "patria mejor", "los que esto
dicen, claramente dan a entender que buscan una patria", no cualquier patria terrenal,
sino "una mejor", esto es, "una celestial" (vers. 14,16). Esta fe en una herencia futura
y celestial, que ellos veían sólo "de lejos" era verdadera, no sólo en relación con
Abraham, Isaac, y Jacob, sino en relación con la compañía entera de los antiguos
creyentes (ver. 39). Ni uno sólo de ellos recibió el cumplimiento de aquella divina
promesa que su fe había abrazado: "todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio
mediante la fe, no recibieron lo prometido" (ver. 39).

Este es un hecho que vale la pena considerar. Hasta ese momento, de acuerdo con el
autor de esta epístola, los santos del Antiguo Testamento habían estado esperando, y
todavía esperaban, el cumplimiento de la gran promesa que Dios había hecho a
Abraham y a su simiente, y todavía no habían recibido la herencia, ni habían entrado
en la patria mejor, ni habían visto la ciudad construida por Dios, que tenía
fundamentos. ¿Cómo era esto? ¿Cuál podría ser la causa de la larga demora? ¿Qué
obstáculo les impedía la entrada al pleno goce de su herencia? La pregunta ha sido
anticipada y contestada. "Aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo",
como lo indicaba la continuada existencia del templo y sus servicios (cap. 9:8). El
acceso al lugar de santidad y privilegio no se permitió sino hasta que se hubo abierto
el camino mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, el gran Sumo Sacerdote, el
Mediador del nuevo pacto; no podía conferir un título perfecto a sus súbditos por el
cual pudieran ser admitidos para entrar en posesión de la herencia (cap. 9:9). El mero
ritual no podía quitar las barreras que el pecado había erigido entre Dios y el hombre;
y por lo tanto no había entrada, ni siquiera para los fieles bajo el antiguo pacto, en los
plenos privilegios de la condición de santos e hijos. Pero esta barrera fue quitada por
el sacrificio perfecto del gran Sumo Sacerdote. "El Mediador del nuevo pacto",
mediante la ofrenda de sí mismo a Dios, redimió las transgresiones cometidas bajo el
pacto antiguo, o la economía mosaica, librando así a los súbditos de aquel pacto de
sus incapacidades, y haciéndole competente para que los escogidos "recibieran la
promesa de la herencia eterna" (cap. 9:11-15).

El argumento de la epístola, pues, requiere suponer que, hasta que el sacrificio


expiatorio de la cruz fue ofrecido, la bienaventuranza de los santos del Antiguo
Testamento estaba incompleta. En este sentido, estaban en desventaja en comparación
con los creyentes bajo el nuevo pacto. Estos últimos fueron en seguida puestos en
posesión de aquello para lo cual los primeros tuvieron que esperar largo tiempo. La
superioridad de los creyentes ahora, bajo la dispensación cristiana, sobre los creyentes
bajo la anterior dispensación, es un punto fuerte en el argumento. Nosotros, dice el
escritor, no tenemos ningún período de demora prolongado interpuesto entre nosotros
y la herencia prometida; "nos hemos acercado a ella"; "estamos entrando en ella";
"Dios ha provisto alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos
perfeccionados aparte de nosotros". Es decir, los antiguos creyentes no sólo no tenían
ninguna precedencia sobre los cristianos en el disfrute de la herencia prometida, sino
que tuvieron que esperar largo tiempo, hasta que llegara la plenitud del tiempo en que,
habiendo abierto Cristo el camino hacia el Lugar Santísimo, pudiesen entrar, junto
con nosotros, en posesión de la herencia prometida.

Es apenas necesario preguntar: ¿Qué esta herencia prometida de la cual tanto se habla
aquí, y que los santos del Antiguo Testamento esperaban en fe? Incuestionablemente,
es la que Dios prometió a Abraham, Isaac, y Jacob (ver. 9); la que los patriarcas
miraron de lejos (ver. 13); aquélla en la cual sus ilustres sucesores creyeron pero que
nunca recibieron (ver. 19). Es "la promesa de la herencia eterna" (cap. 9:15); "la
esperanza puesta delante de nosotros" (cap. 6:18); "la ciudad con fundamentos" (cap.
11:10); "una mejor, esto es, celestial" (cap. 11:16); "un reino inconmovible" (cap.
12:28). Es en realidad la verdadera Canaán; la tierra prometida; "el reposo de Dios";
"el reposo que queda para el pueblo de Dios" (cap. 4:9). Es algo de lo cual el escritor
habla de principio a fin. Regrese el lector en sus pensamientos al capítulo cuarto,
donde primero comienza la discusión con respecto al prometido reposo.
Evidentemente, aquel "prometido reposo" es idéntico a la "tierra prometida", y la
"tierra prometida" es idéntica a "la herencia prometida"; y todas estas diferentes
designaciones - ciudad, patria, reino, herencia, promesa - significan una y la misma
cosa. La Canaán terrenal no era el todo, no era la realidad, sino sólo el símbolo de la
herencia que Dios prometió a Abraham y a su simiente. Esa promesa, lejos de haberse
cumplido exhaustivamente mediante la posesión de la tierra bajo Josué, era todavía
mantenida en reserva para el pueblo de Dios. Pero ahora había llegado el tiempo en
que la herencia estaba a punto de ser entronizada y disfrutada, y los creyentes del
pacto antiguo, junto con los del nuevo, habían de entrar en seguida y juntos en el
reposo prometido.

Hay una notable correspondencia entre el argumento contenido en este pasaje y las
afirmaciones de Pablo en sus epístolas a los gálatas y a los romanos, que sirve para
arrojar luz adicional sobre todo el tema, pero también para probar cuán enteramente
paulino es el argumento de Hebreos. Seleccionamos algunos de los principales
pensamientos en Gál. 3 a manera de ilustración.

Ver. 16. "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No
dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo".

Ver. 18. "Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la
concedió a Abraham mediante la promesa".

Ver. 19. "Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones,
hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa", etc.

Ver. 22. "Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es
por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes".

Ver. 23. "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados
para aquella fe que iba a ser revelada".

Ver. 29. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y
herederos según la promesa".
Ahora bien, haciendo lugar para la diferencia en el propósito que Pablo tiene en mente
al escribir a los gálatas, se verá cuán notablemente apoyan sus afirmaciones las de la
Epístola a los Hebreos.

1. En ambas encontramos el mismo tema: la herencia prometida.


2. En ambas se admite que la herencia no fue realmente poseída y disfrutada por
aquellos a quienes se prometió primero.
3. En ambas se muestra que el cumplimiento de la promesa fue suspendido hasta
la venida de Cristo.
4. En ambas se muestra que este acontecimiento (la venida de Cristo) produjo un
cambio en la situación de los que esperaban esta herencia.
5. En ambas se argumenta que la fe es la condición para heredar la promesa.
6. En ambas se asegura que por fin ha llegado el tiempo en que está a punto de
realizarse la verdadera posesión de la herencia.

Muy similar es el alcance del argumento en la Epístola a los Romanos:

Rom. 4:13. "Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa
de que sería heredero del mundo [tierra, κοσµοζ = γη], sino por la justicia de la fe".

Ver. 16. "Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea
firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también
para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros".

Rom. 5:1,2. "Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en
la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios".

En estos versículos encontramos:

1. La misma herencia prometida (ver. 13).


2. La misma condición para la posesión de ella, es decir, la fe (ver. 2).
3. La suspensión del cumplimiento de la promesa durante el período de la ley
(vers. 14,16).
4. La entrada de los creyentes bajo la dispensación cristiana en el estado de
privilegio y herencia (cap. 5:2).
5. La expectación de la plena posesión de la herencia. "Nos gloriamos en la
esperanza de la gloria de Dios" (cap. 5:2).

Tomando juntos todos estos pasajes, podemos deducir de ellos las siguientes
conclusiones:
1. Que el gran objeto de la fe y la esperanza establecidas tan constantemente en las
Escrituras como la consumación de la felicidad de los creyentes tanto bajo el Antiguo
como del Nuevo Testamento es uno y el mismo; y, ya sea que se le llame "la tierra
prometida", "la herencia prometida", "el reino de Dios", "la gloria que ha de ser
revelada", "el reposo de Dios", "la esperanza puesta delante de nosotros", todas estas
expresiones significan una y la misma cosa y apuntan a una recompensa celestial, no
terrenal.

2. Que este era ek verdadero significado de la promesa hecha a Abraham.

3. Que el cumplimiento de esta promesa no podía tener lugar hasta que apareciese la
verdadera "simiente" de Abraham y se ofreciese el sacrificio de la cruz.

4. Que los santos del Antiguo Testamento tuvieron que esperar hasta entonces, antes
de que pudiesen recibir la herencia prometida - esto es, antes de que pudiesen entrar
en plena posesión y disfrute del estado celestial.

5. Que los santos del Nuevo Testamento tenían esta ventaja sobre sus predecesores
-no tuvieron que esperar la realización de su esperanza.

6. Que los santos del Antiguo Testamento, y los creyentes del Nuevo, habían de entrar
al mismo tiempo en posesión de la herencia; no "ellos sin nosotros", ni "nosotros sin
ellos", sino simultáneamente (Heb. 11:40).

Es evidente, sin embargo, que el escritor de la Epístola a los Hebreos no consideraba


que ni los santos del Antiguo Testamento ni los del Nuevo habían entrado todavía en
posesión de la herencia. El mismo propósito y la misma meta de todas sus
exhortaciones y apelaciones a los creyentes hebreos es advertirles contra el peligro de
abandonar la herencia a causa de apostasía, y animarles a estar firmes y a perseverar
para que pudieran recibir la promesa. "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún
la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado"
(Heb. 4:1). "Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad
de Dios, obtengáis la promesa" (Heb. 10:36). No era suya todavía, pues, en posesión
verdadera; pero todo el argumento implica que estaba muy cerca, tan cerca que casi se
podía decir que estaba al alcance de la mano. "Los que hemos creído entramos en el
reposo" (Heb. 4:3). "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará"
(Heb. 10:37). Esto indica claramente el período de la esperada entrada en la herencia:
es la Parusía; "la venida del Señor"; el día largamente esperado; la plenitud del
tiempo, cuando los santos del AT y los del NT entraran simultáneamente en posesión
de la herencia prometida; la tierra del reposo; la ciudad con fundamentos; la patria
mejor, esto es, la celestial; el reino inamovible; "la herencia incorruptible,
incontaminada, inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros".
Pero, puede objetarse: Si ya ha venido la simiente "a quien fueron hechas las
promesas"; si ya se ofreció el sacrificio del Calvario; si el gran Sumo Sacerdote ha
rasgado el velo y quitado el muro; si se ha abierto el camino al Lugar Santísimo, ¿no
se sigue que la posesión de la herencia sería otorgada inmediatamente a los santos del
AT, y que ellos entrarían en el reposo prometido junto con el Redentor resucitado y
triunfante?

Este es el punto de vista que han adoptado muchos teólogos, que fijan la resurrección
de Cristo como el período de avance y de gloria de los santos del AT. Pero es claro
que la doctrina apostólica fija ese período en la Parusía, y esto por la razón dada en la
Epístola a los Hebreos (cap. 10:12,13). Aunque el gran Sumo Sacerdote había
ofrecido su único sacrificio por el pecado; aunque se había sentado a la diestra de
Dios, su triunfo todavía no había llegado plenamente. Todavía estaba "esperando de
ahí en adelante a que sus enemigos fuesen puestos por estrado de sus pies". Al mismo
efecto es la declaración de Pablo en 1Cor. 15:22. La consumación se alcanza en etapas
sucesivas; primera, la resurrección de Cristo; después, los que son de Cristo, en su
venida; luego, "el fin". El edificio no fue coronado sino hasta la Parusía, cuando el
Hijo del hombre vino en su reino, y sus enemigos fueron puesto bajo sus pies. Esa fue
la consumación, el fin, cuando el gobierno mesiánico delegado habría de cesar; lo
ceremonial, local, y temporal habría de fundirse con lo espiritual, universal, y eterno;
cuando Dios fuese revelado como el Padre, no de una nación, sino del hombre;
cuando todas las distinciones seccionales y nacionales fuesen abolidas, y "Dios fuese
todo en todos".

Mientras tanto, cuando esta epístola se escribió, el sistema mosaico parecía intacto:
"el tabernáculo exterior" todavía estaba en pie; el judaísmo, aunque era un tronco
hueco, cuyo corazón se había deteriorado totalmente, todavía tenía una semblanza de
vigor, pero había llegado la hora en que la economía entera habría de ser suprimida.
Un diluvio de ira estaba a punto de derramarse sobre la tierra y abrumar la ciudad, el
templo, y la nación; el juicio de los impenitentes y el pueblo apóstata tendría lugar, y
los santos del AT, con los creyentes en Cristo, juntos "entrarían en el reposo" y
"heredarían el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo".

Cuando recordamos que, de acuerdo con algunos expositores, esta epístola se escribió
en el umbral de la gran guerra judía que terminó en la destrucción de Jerusalén; o,
según otros, después de su estallido, podemos concebir cuán intensa expectación debe
haber producido en los corazones cristianos aquella crisis que se aproximaba. La
largamente esperada consumación ahora no era cuestión de años, sino de meses o
días.

Antes de dejar este interesante pasaje es apropiado hacer alusión a las opiniones de
algunos de los más eminentes expositores en relación con él.
El profesor Stuart pierde el camino por completo. Declara a Heb. 11:40 "un versículo
extremadamente difícil, sobre cuyo significado ha habido multitud de conjeturas", y
expresa su opinión de que "la cosa mejor" reservada para los cristianos no es una
recompensa en el cielo; porque tal recompensa se les ofreció también a los santos de
la antigüedad.

"Tengo, pues", añade, "que adoptar otra exégesis del pasaje entero, que refiere επαγγε
λιαν [la promesa] a la prometida bendición del Mesías. Interpreto, pues, el pasaje
entero de esta manera: Los santos de la antigüedad perseveraron en su fe, aunque el
Mesías les era conocido sólo por la promesa. Nosotros estamos más obligados que
ellos a perseverar: porque Dios ha cumplido su promesa con respecto al Mesías,
colocándonos en una condición mejor adaptada a la perseverancia que ellos. Tanto es
nuestra condición preferible a la de ellos que hasta podemos decir que, sin la
bendición de que disfrutamos, su felicidad no podría haberse completado. En otras
palabras, la venida del Mesías era esencial para la consumación de su felicidad en
gloria, es decir, era necesaria para su τελειοσιζ".

Se verá que Stuart confunde por completo lo que quiere decir el escritor. La επαγγελι
α no es el Mesías, sino la herencia, la promesa de entrar en el reposo. Además, no
capta la relación del tema con el tiempo entonces presente, y que toda la fuerza del
argumento reside en el hecho de que estaba cercano el momento en que la gran
promesa de Dios se cumpliría.

El Dr. Alford aprehende el argumento mucho más claramente, pero no capta el


sentido preciso del todo. Cuán cerca está de aproximarse a la verdadera solución de la
dificultad puede verse en la siguiente nota:

"El escritor implica, como de hecho parece atestiguarlo el cap. 10:14, que el
advenimiento y la obra de Cristo han cambiado el estado de los padres y los santos del
AT en una bendición mayor y más perfecta, una inferencia que nos impone la
Escritura en muchos otros lugares. De modo que su perfección dependía de nuestra
perfección; su perfección y la nuestra fueron introducidas al mismo tiempo, cuando
Cristo 'por una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados'. De manera
que el resultado con relación a ellos es que sus espíritus, desde el tiempo en que Cristo
descendió al Hades y ascendió al cielo, disfrutan de la bienaventuranza celestial, y
esperan, junto con todos los que han seguido a su glorificado Sumo Sacerdote dentro
del velo, la resurrección de sus cuerpos, la regeneración, la renovación de todas las
cosas".

Esta explicación, aunque en algunos respectos no está lejos de la verdad, es


inconsistente con las afirmaciones de la epístola, pues supone que los santos del AT
todavía esperan su completa felicidad, y reducen hasta a los creyentes del NT a la
misma condición de espera de una consumación todavía futura. ¿Qué sucede,
entonces, con κρειττοντι, la "alguna cosa mejor" que Dios, según el escritor, había
provisto para los cristianos? La ventaja a la que él tanta importancia le da desaparece
por completo. Y si la Parusía nunca tuvo lugar, los creyentes del NT no tienen
ninguna ventaja en absoluto sobre los santos de la antigüedad.

El Dr. Tholuck hace las siguientes observaciones sobre el estado de los santos que han
partido antes del advenimiento de Cristo:

"Los santos del AT se reunieron con los padres, y quizás fueron en parte trasladados a
una esfera superior de vida; pero, como la salvación completa sólo se alcanza por
medio de la unión con Cristo, cuyo Espíritu, que mora en el interior, vivificará
también nuestros cuerpos recién glorificados, así también los padres que se reunieron
con Dios tuvieron que esperar el advenimiento de Cristo, como Él mismo dijo de
Abraham, que se regocijó de ver Su día".

Es curioso encontrar varias opiniones similares expresadas por el Dr. Owen en su


tratado sobre Hebreos (vol. 5, p. 311):

"Creo que los padres que murieron bajo el AT tenían una admisión más cercana a la
presencia de Dios que aquella de la cual habían disfrutado antes. Estaban en el cielo
delante del santuario de Dios, pero no eran admitidos del velo adentro, al Lugar
Santísimo, donde todos los consejos de Dios se muestran y están representados".

Mucho de lo que es verdad está mezclado aquí con algo erróneo. Todas estas
opiniones concuerdan en la conclusión de que la obra redentora de Cristo tuvo una
poderosa influencia sobre el estado de los creyentes del AT; pero ninguna de ellas
aprehendió el hecho, tan legiblemente escrito sobre la faz de esta epístola, de que no
fue sino hasta que el entramado externo del judaísmo fue barrido, y Cristo había
venido en su reino, que la herencia prometida fue abierta para los creyentes, bien del
AT o del NT, y que la Parusía fue el tiempo señalado para que ambos grupos entraran
juntos en posesión del "reposo de Dios".

LA GRAN CONSUMACIÓN ESTÁ CERCANA

Contraste entre la situación de los cristianos hebreos


y la de los israelitas en Sinaí

Heb. 12:18-24. "Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que
ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la
trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les
hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare
el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que
Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de
Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos
millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los
cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús
el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel".

En este pasaje tenemos una poderosa exhortación a la firmeza en la fe, reforzada por
un vívido paralelo, o más bien, contraste, entre la situación de sus antepasados
hebreos mientras permanecían de pie temblando ante el monte Sinaí, y la posición
ocupada por ellos mismos, de pie, por decirlo así, teniendo delante el monte de Sion y
todas las glorias de la herencia prometida. Lo cierto es que, en esta representación,
hay tanto un paralelo como un contraste. La semejanza reside en la cercanía del
objeto - la reunión con Dios. Como los israelitas en el monte Sinaí, los cristianos
hebreos se habían acercado [προσεληλυθατε] al monte de Sion; como sus padres,
habían estado cara a cara con Dios. Pero, en otros respectos, había un fuerte contraste
en sus circunstancias. En el monte Sinaí, todo era terrible y espantoso; en el monte de
Sion, todo era adorable y atractivo. Y esta era la perspectiva que ahora tenían delante
de él. Unos pasos más, y estarían en medio de aquellas escenas de gloria y de gozo, a
salvo en la tierra prometida. No puede haber dudas con respecto a la identidad de la
escena que aquí se describe: es una visión cercana de la "herencia", "el reposo de
Dios", tan constantemente presentada en esta epístola como el ultimátum del creyente
- una vez contemplada, de lejos, por patriarcas, profetas, y santos de la antigüedad,
pero ahora visible para todos y dentro de unos días de marcha - "la ciudad con
fundamentos", "la patria mejor, a saber, la celestial".

Aquí se presenta una pregunta interesante. ¿De qué fuente extrajo el escritor esta
vívida descripción de la herencia celestial? Por supuesto, es fácil decir: Es un
pronunciamiento original del Espíritu, que habló a los profetas. Pero el autor de la
epístola evidentemente escribe como si los cristianos hebreos supiesen y estuviesen
familiarizados con las cosas de las cuales él habla. Es evidente que el cuadro del
monte Sinaí y sus circunstancias acompañantes se derivan del libro de Éxodo; y si
encontramos los materiales para el cuadro del monte Sinaí listos y a la mano en
cualquier libro particular del NT, no es incorrecto suponer que la descripción fue
tomada de allí. Ahora bien, la verdad es que encontramos cada uno de los elementos
de esta descripción en el libro de Apocalipsis; y cuando el lector compara cada
característica separada de la escena presentada en la epístola con su contraparte en el
Apocalipsis, le será fácil juzgar si la correspondencia puede o no puede ser sincera, y
cuál es el cuadro original:
Monte de Sion Apoc. 14:1
La ciudad del Dios viviente Apoc. 3:12; 21:10
La Jerusalén celestial Apoc. 3:12; 21:10
La innumerable compañía de ángeles Apoc. 5:11; 7:11
La asamblea general y la iglesia de los Apoc. 3:12; 7:4; 14:1-4
primogénitos, etc.
Dios, el Juez de todos Apoc. 20:11,12
Los espíritus de los justos hechos perfectos Apoc. 14:5
Jesús, el mediador del nuevo pacto Apoc. 5:6-9
La sangre del rociamiento Apoc. 5:9

Mirando la exacta correspondencia entre las representaciones de la epístola y las de


Apocalipsis, parece imposible resistir la conclusión de que el escritor de esta epístola
tenía en mente las descripciones de Apocalipsis; y su lenguaje presupone el
conocimiento de ese libro por parte de los cristianos hebreos. Esta conclusión conlleva
la inferencia de que Apocalipsis se escribió antes de la Epístola a los Hebreos, y en
consecuencia, antes de la destrucción de Jerusalén. Nos encontraremos con el tema
nuevamente cuando entremos a considerar el libro de Apocalipsis; mientras tanto,
baste observar que tanto en esta epístola como en Apocalipsis los acontecimientos que
se narran son considerados tan cercanos como para describirlos como realmente
actuales; en la epístola, la iglesia militante se ve como que ya ha llegado a la herencia,
y en Apocalipsis las cosas que han de suceder pronto se ven como hechos
consumados.

LA CERCANÍA Y LO FINAL DE LA CONSUMACIÓN

Heb. 12:25-29. "Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon


aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros,
si desecháramos al que amonesta desde los cielos. La verdad del cual conmovió
entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no
solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la
remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las
inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor, porque nuestro
Dios es fuego consumidor”.

El paralelo, o más bien el contraste, entre la situación de los antiguos israelitas que se
acercaron a Dios en Sinaí y la de los cristianos hebreos que esperaban la Parusía es
llevado aún más adelante aquí con el propósito de instar a los últimos a soportar y a
perseverar. Si era peligroso desestimar las palabras habladas desde el Monte Sinaí - la
voz de Dios por boca de Moisés - cuánto más peligroso es dar la espalda a Aquél que
habla desde el cielo, la voz de Dios por medio de su Hijo. La voz desde el Sinaí
estremeció la tierra (Éx. 19:18; Sal. 68:8); pero una convulsión más terrible estaba
cerca, por medio de la cual, no sólo la tierra, sino también el cielo, habrían de ser
removidos finalmente y para siempre.

Pero, ¿qué es este inminente y final "conmover y remover la tierra y el cielo"? Según
Alford,

"Es claramente erróneo entender, con algunos intérpretes, esta conmoción como el
mero derrumbe del judaísmo delante del evangelio, o de cualquier otra cosa que se
cumplirá durante la economía cristiana, excepto su glorioso fin y su glorioso
cumplimiento".

Al mismo tiempo, admite que:

"El período que transcurre [antes de que este zarandeo tenga lugar] no será sino uno,
sin admitir que se divida en muchos; y ese uno es corto".

Pero, si es así, seguramente la catástrofe debe haber sido inmediata porque, sobre la
suposición de que pertenece al futuro distante, el intervalo debe ser por necesidad muy
largo, y divisible en muchos períodos, como años, décadas, siglos, y hasta milenios.

El comentario de Moses Stuart es mucho más al punto:

"Que el pasaje respeta los cambios que serían introducidos por la venida del Mesías, y
la nueva dispensación que Él iniciaría, es evidente por la lectura de Hageo 2:7-9. Tal
lenguaje figurado es frecuente en la Escritura, y denota grandes cambios que han de
tener lugar. Así lo explica el apóstol, en el mismo versículo siguiente. (Comp. Isa.
13:13; Hageo 2:21, 22; Joel 3:16; Mat. 24:29-37).

La clave para la interpretación de este pasaje se encuentra en la profecía de Hageo. Al


comparar los símbolos proféticos en ese libro, se verá que el "hacer temblar el cielo y
la tierra" es evidentemente emblemático y sinónimo de "trastornar tronos, destruir
reinos", y revoluciones sociales y políticas y similares (Hageo 2:21,22). Tales tropos y
metáforas son los mismos elementos de la descripción profética, y sería absurdo
insistir en el cumplimiento literal de tales figuras. Constantemente se usan prodigios y
convulsiones para expresar grandes revoluciones sociales o morales. Que los que
encuentran difícil creer que la abrogación de la dispensación mosaica pueda ser
prefigurado en lenguaje de tan tremenda sublimidad consideren la magnificencia del
lenguaje empleado por profetas y salmistas para describir su introducción. (Véase Sal.
68:7, 8, 16,17; 114:1-8; Habacuc 3:1-6).
Entonces, ¿qué es la gran catástrofe representada simbólicamente como sacudir los
cielos y la tierra? Sin duda es el derribamiento y la abolición de la dispensación
mosaica, o pacto antiguo; la destrucción de la iglesia y el estado judíos, junto con
todas sus instituciones y ordenanzas. Había "cosas celestiales" que pertenecía a
aquella dispensación: las leyes, y estatutos, y ordenanzas, que eran divinos en su
origen, y que podrían llamarse correctamente "el bagaje espiritual" del judaísmo -
éstos eran los cielos, que habrían de ser conmovidos y removidos. Había también las
"cosas terrenales": la Jerusalén literal, el templo material, la tierra de Canaán - éstas
eran la tierra, que de la misma manera debía ser conmovida y removida. En realidad,
estos símbolos equivalen a los que empleó nuestro Señor cuando predijo el destino de
Israel. "Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días [los horrores del
sitio de Jerusalén], el sol se oscurecerá, y la luna no dará su lumbre, y las potencias de
los cielos serán conmovidas" (Mat. 24:29). Ambos pasajes se refieren a la misma
catástrofe y emplean figuras muy similares; además de lo cual tenemos la autoridad de
nuestro Señor para fijar el acontecimiento y el período del cual Él habla dentro de los
límites de la generación que entonces existía; es decir, las referencias sólo pueden ser
al juicio de la nación judía y la abrogación de la economía mosaica en la Parusía.

Aquel gran acontecimiento debía preparar el camino para un nuevo y superior orden
de cosas. Un reino que no puede ser conmovido habría reemplazar las instituciones
materiales y mutables que eran imperfectas en su naturaleza y temporales en su
duración; lo material daría lugar a lo espiritual; lo temporal a lo eterno; y lo terrenal a
lo celestial. Esta era con mucho la mayor revolución que el mundo hubiese
presenciado jamás. Trascendía con mucho en importancia y grandeza hasta la entrega
de la ley en el monte Sinaí; y como ella, estuvo acompañada por terribles señales y
maravillas, convulsiones físicas, y fenómenos portentosos. Era adecuado que
prodigios similares, y aún más terribles, acompañaran su abrogación y la apertura de
una nueva era. Que tales portentos precedieron realmente a la destrucción de Jerusalén
no tenemos dificultad en creerlo; primero, basándonos en la analogía; segundo, por el
testimonio de Josefo; y, sobre todo, por la autoridad del discurso profético de nuestro
Señor.

Pero no es tanto a cualquier nueva era sobre la tierra como al glorioso reposo y la
gloriosa recompensa del pueblo de Dios en el estado celestial a lo que el autor de la
epístola dirige la esperanza de los cristianos hebreos. En aquel reino eterno los fieles
siervos de Cristo creían que estaban a punto de entrar, y ninguna consideración estaba
más calculada para fortalecer a los débiles y confirmar a los vacilantes. "Así que,
recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella
sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego
consumidor".
EXPECTATIVA DE LA PARUSÍA

Heb. 13:14. "Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por
venir".

Bien dice Alford:

"Este versículo llega al lector con un tono solemne, considerando cuán corto fue el
tiempo que duró en realidad la µενουσαπολιζ [ciudad duradera], y cuán pronto la
destrucción de Jerusalén puso fin al sistema judío, que se suponía sería tan duradero".

Esto es irreprochable, y podemos decir: "¡Ο σι σιχ οµνια!". El comentarista ve


claramente en este caso la relación entre el lenguaje del escritor y las circunstancias
verdaderas de los hebreos. Este principio habría sido una guía segura en otros casos en
que nos parece que a él se le escapó por completo el punto principal del argumento.
Los cristianos a quienes se escribió la epístola habían arribado a la escena final del
sistema judío; la catástrofe final estaba cerca. Oyeron el llamado: "Salid de ella,
pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus plagas". Jerusalén, la ciudad santa, con
su templo sagrado, sus torres y palacios, sus muros y baluartes, ya no era una "ciudad
duradera"; estaba a punto de ser "conmovida y removida". Pero el santo hebreo podía
ver, más allá de sus lágrimas, otra Jerusalén, la ciudad del Dios viviente; un hogar
duradero y celestial, muy cerca, y "bajando", como si fuera "del cielo". Esta era la
ciudad venidera [τηνµελλουσαν = la ciudad que pronto vendría], a la cual alude el
escritor, y que él creía que ellos estaban a punto de recibir. (Heb. 21:28).

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO

Un interés especial acompaña a esta epístola, por cuanto manifiestamente pertenece a


"los últimos días", el período final de la dispensación. Es una voz dirigida al Israel
disperso de Dios desde dentro de la ciudad condenada a muerte, cuya catástrofe estaba
cerca en ese momento. Es el último testigo a la nación tanto dentro como fuera de los
linderos de Palestina. Aunque dirigida a los creyentes hebreos, contiene evidencias de
la degeneración en la iglesia cristiana y la extrema corrupción de la nación. Abunda la
iniquidad, y el amor de muchos se ha enfriado. Pero Santiago de Jerusalén, como uno
de los antiguos profetas de Israel, testifica en favor de la verdad y la justicia con
resuelta fidelidad, hasta que obtiene la victoria del martirio. Las alusiones directas a la
Parusía en esta epístola son pocas en número, pero claras y decisivas en carácter, y es
claro que la epístola entera está escrita bajo la profunda impresión de la próxima
consumación.
VIENEN LOS ÚLTIMOS DÍAS

Sant. 5:1,3. - "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.
... Habéis acumulado tesoros para los días postreros".

Esta osada acusación contra los poderosos opresores y ladrones de los pobres en los
últimos días el estado judío nos recuerda las advertencias del profeta Malaquías:
"Vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y los
adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero,
a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de
mí, dice Jehová de los ejércitos" (Mal. 3:5). Aquel juicio se acercaba ahora, y el juez
"estaba delante de la puerta".

Nada puede ser más franco que el reconocimiento que hace Alford de la importancia
histórica de esta conminación, y su expresa referencia a los tiempos del apóstol.
Dando razón de la ausencia de cualquier exhortación directa a la penitencia en esta
denuncia, dice:

"Que una exhortación como esta no aparezca aquí se debe principalmente a la cercana
proximidad del juicio que el escritor tiene delante". Nuevamente observa: "Ηοωλ [ολ
ολυξειν] es una palabra del Antiguo Testamento limitada a los profetas, y usada,
como aquí, con referencia a la cercana proximidad de los juicios de Dios".
Nuevamente: "No se debe pensar en estas miserias como el fin natural y determinado
de todas las riquezas mundanas, sino como los juicios enlazados con la venida del
Señor: comp. ver. 8, 'la venida del Señor está cerca'. Puede ser que esta expectación
todavía estuviese íntimamente ligada a la próxima destrucción de la ciudad y el
sistema político judíos, porque hay que recordar que son judíos aquellos a los que se
les dirigen estas palabras".

El único inconveniente de esta explicación es el uso desafortunado de la frase "puede


ser" en la última oración. ¿Cómo podría pensarse en la incertidumbre en un caso tan
sencillo? Nuestra preocupación es con lo que estaba en la mente del apóstol, y
seguramente ningunas palabras pueden transmitir un testimonio más fuerte a su
convicción de que "los últimos días" y "el fin" estaban a punto de llegar.

En su nota sobre el ver. 3, Alford da el significado del apóstol con perfecta exactitud:

"Los últimos días (es decir, los últimos días antes de la venida del Señor), etc."

Es interesante descubrir que el Dr. Manton, un teólogo que vivió en los días en que
una exégesis rigurosa no se practicaba mucho, y una exposición de la Escritura era
cualquier significado que se le atribuyera, ha discernido con gran perspicacia el
significado histórico de ésta y otras alusiones de Santiago a la Parusía. Por ejemplo,
acerca de la cláusula: "El moho de ellos devorará vuestras carnes como fuego",
Monton dice:

"Posiblemente haya aquí alguna alusión latente a la manera en que ocurrió la ruina de
Jerusalén, en la cual muchos miles de personas perecieron a causa del fuego".
Nuevamente, acerca de la cláusula: "Habéis acumulado tesoros para los días
postreros", observa: "No hay ninguna razón convincente para que tomemos esto en
sentido metafórico, especialmente puesto que, con amplio permiso del contexto, el
propósito del apóstol, y el estado de cosas en aquellos tiempos, podemos conservar lo
literal. Por lo tanto, debo entender las palabras simplemente como una intimación de
sus próximos juicios; así que me parece que el apóstol grava la vanidad de ellos al
atesorar y acumular riquezas cuando aquellos días de dispersión, fatales para la
comunidad judía, estaban a punto de sobrecogerles".

CERCANÍA DE LA PARUSÍA

Sant. 5:7. "Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor”.

Sant. 5:8. "La venida del Señor se acerca”.

Sant. 5:9. "He aquí, el juez está delante de la puerta”.

Tres declaraciones claras, cortas, nítidas, alarmantes, todas significando la inminente


llegada del "día del Señor".

El comentario de Manton sobre estos pasajes, aunque lo persigue el fantasma del


doble sentido, es en general excelente:

"¿Qué se quiere decir aquí? (Sant. 5:7). ¿Cualquier venida particular de Cristo, o su
solemne venida a un juicio general? Respondo: Posiblemente ambas; los cristianos
primitivos creían que ambas ocurrirían juntas. 1. Puede referirse a la venida particular
de Cristo a juzgar a estos hombres impíos. Esta epístola se escribió aproximadamente
treinta años después de la muerte de Cristo, y sólo transcurrió un corto tiempo entre
ese suceso y los últimos momentos de Jerusalén, de modo que hasta la venida del
Señor significa hasta la destrucción de Jerusalén, que también se expresa en alguna
otra parte como la venida, si hemos de creer a Crisóstomo y Ecumenio acerca de Juan
21:22: 'Si quiero que quede hasta yo venga', esto es, dicen ellos, venga a la
destrucción de Jerusalén".
Luego, continúa dando un significado alterno, se acuerdo con la costumbre de los
expositores del doble sentido.

Acerca del versículo octavo: "Porque la venida del Señor se acerca", Manton observa:

"O a ellos primero para un juicio particular; porque no quedaban sino unos pocos
años, y entonces todo se perdió; y probablemente eso es lo que los apóstoles quieren
decir cuando hablan tan a menudo de la cercanía de la venida de Cristo. Pero, se dirá:
¿Cómo podría esto ser propuesto como argumento de paciencia a los piadosos hebreos
que Cristo vendría y destruiría el templo y la ciudad? Respondo: (1) El tiempo del
solemne proceso judicial de Cristo contra los judíos fue el tiempo en que Él se
defendió con honor de sus adversarios, y el escándalo y el reproche de su muerte
habían pasado. (2) La proximidad de su juicio general terminó la persecución; y
cuando los piadosos eran atendidos en Pella, los incrédulos perecían por la espada
romana", etc.

Acerca del vers. 9: "He aquí, el juez está delante de la puerta", Manton descarta por
completo el doble sentido, y da la siguiente explicación irreprochable:

"Había dicho antes: 'La venida del Señor se acerca'; ahora añade que 'está delante de
la puerta', una frase que no sólo implica la certeza, sino lo súbito, del juicio. Véase
Mat. 24:33: 'Sabed que está cerca, aún a las puertas', de modo que esta frase da a
entender también la rapidez de la ruina de los judíos".

Es fácil ver que la perdonable ansiedad por encontrar un uso actual didáctico y
edificante en toda la Escritura reside en la base de gran parte de la exposición de
teólogos como Manton, y les inclina a adoptar significados alternos y ajustes, que una
exégesis estricta no puede admitir. Pero el lenguaje del apóstol en este caso no
necesita ninguna explicación, pues habla por sí solo. Muestra la actitud de expectativa
y la esperanza con la que las iglesias apostólicas esperaban la manifestación del
regreso de su Señor. Una iglesia perseguida necesitaba paciencia bajo las injusticias
infligidas por sus opresores. Su clamor era: ¡Oh, Señor! ¿Hasta cuándo? Se
consolaban con la certeza de que el día de liberación estaba cerca; "el juez", el
vengador de sus injusticias ya estaba "delante de la puerta". "Aún un poquito, y el que
ha de venir vendrá, y no tardará". ¿Cómo es posible reconciliar esta confiada
esperanza de una liberación casi inmediata con una consumación todavía futura
después de que hubiesen pasado dieciocho siglos? No hay sino dos alternativas
posibles: o Santiago y los otros apóstoles estaban burdamente engañados en su
esperanza de la Parusía, o aquel acontecimiento sí ocurrió, de acuerdo con su
esperanza y la predicción del Señor, al final de la era judía. Si adoptamos esta última
alternativa, la única compatible con la fe cristiana, tenemos que aceptar la inferencia
de que la Parusía era la gloriosa aparición del Señor Jesucristo para abolir la
dispensación mosaica, ejecutar juicio sobre la nación culpable, y recibir a su fiel
pueblo en su reino y su gloria celestiales.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS


DE PEDRO
EN LA PRIMERA EPÍSTOLA

Es evidente que esta epístola, como la de Santiago, pertenece al período llamado "los
últimos días". Como el otro testigo y hermano apóstol suyo, Santiago, Pedro dirige
sus exhortaciones a los cristianos hebreos de la dispersión; porque ésta es la única
interpretación natural del título que se les da en el primer versículo. El contenido
manifiesta de modo suficiente que la epístola se escribió en un tiempo de sufrimiento
por amor a Cristo. Los discípulos estaban "cargados de muchas tentaciones", pero un
tiempo de prueba más severo se aproximaba, y por esto se les exhortaba a prepararse.
"Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si
alguna cosa extraña os aconteciese" (1Ped. 4:12). Son consolados, además, con la
expectativa de una liberación rápida y final.

Es necesario leer esta epístola a la luz de las circunstancias reales del tiempo en que se
escribió y de las personas a quienes se les escribió. Cualesquiera sean sus usos y las
lecciones para otros tiempos y personas, no debe perderse de vista su relación
primaria y especial con los judíos de la dispersión en la era apostólica.

LA SALVACIÓN PREPARADA PARA SER


REVELADA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

1Ped. 1:5. "Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero”.

Cada una de las palabras de este discurso de apertura está llena de significado, e
implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva. En el ver. 4, tenemos
una alusión muy clara a la "herencia", que es el tema de una porción tan grande de la
Epístola a los Hebreos, es decir, la Canaán verdadera, "el reposo que queda para el
pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama "la herencia reservada en el
cielo" y representa la entrada en ella por los creyentes como muy cercana. La
salvación está "preparada para ser manifestada". Lo que esta "salvación" significa es
muy evidente; no es la glorificación personal de las almas individuales a la muerte,
sino una liberación grande y colectiva, en la cual el pueblo de Dios ha de participar de
modo general: una salvación como la que Dios ejecutó para Israel a las orillas del Mar
Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la misma palabra con referencia a esta misma
consumación próxima: "Ahora está nuestra salvación más cerca que cuando creímos"
(Rom. 13:11).

La gran liberación general no era un suceso distante, estaba ahora "preparada para ser
revelada", en la misma víspera de hacerse manifiesta. Como observa Alford, la
palabra ετοιµην [preparada] es más fuerte que µελουσαν. Entender esto como que se
refiere a creyentes individuales que entran al cielo uno por uno a la hora de la muerte,
o como la entrada a un estado celestial que todavía no ha sido concedido, es
absolutamente repugnante al claro sentido de las palabras.

La salvación está lista para ser revelada en "el tiempo postrero", es decir, "ahora", el
tiempo que era presente entonces. Ya hemos tenido ocasión de observar que los
apóstoles llaman a su propio tiempo "el tiempo postrero". Ellos creían y enseñaban
que estaban viviendo en los últimos tiempos, y esto debe poder reconciliarse con los
hechos, si su crédito como fieles y autorizados testigos ha de mantenerse. Estaban
justificados en su creencia: vivían en los últimos tiempos, en el período final de la era
o época judía. En el versículo veinte de este capítulo encontramos que se da la misma
designación al tiempo de la encarnación de Cristo: "Quien fue manifestado en los
postreros tiempos [al final de los tiempos] por amor de vosotros". Decir que el apóstol
considera el período entero desde el principio de la dispensación del Nuevo
Testamento hasta la venida de Cristo en gloria, en una época futura y posiblemente
todavía distante, como un corto tiempo llamado los últimos días, es una interpretación
sumamente antinatural y forzada. Es evidente que el apóstol habla de un período de
crisis, y hacer que una crisis se extienda por miles de años es violentar, no sólo el
sentido gramatical de las palabras, sino la naturaleza de las cosas.

A riesgo de ser repetitivos, podemos observar aquí que, de acuerdo con el uso del
Nuevo Testamento, debemos concebir el período entre la encarnación de Cristo y la
destrucción de Jerusalén como el fin de una época o era. Fue al final de la era [επισυν
τελειατωναιωνων = cerca del final de la época] que "Cristo apareció para quitar de
en medio al pecado, por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26). Este período entero de
alrededor de setenta años se considera como "el tiempo postrero", pero es natural que
la frase tuviese un acento más fuerte cuando la guerra de los judíos, el principio del
fin, estaba a punto de estallar, si ya no había comenzado.

LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO ESTÁ PRÓXIMA


1Ped. 1:7. "Para que, sometida a prueba vuestra fe... sea hallada en alabanza, gloria
y honra cuando sea manifestado Jesucristo".

1Ped. 1:13. "Esperad por completo [τελειωζ] en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado".

Todo en la exhortación del apóstol transmite la idea de ansiosa expectación y


preparación. La salvación está lista para ser revelada; los creyentes sometidos a
prueba y perseguidos deben "ceñir los lomos de su entendimiento"; la esperada
bendición, la gracia, está en camino - está siendo traída a ellos. Alford observa
correctamente que la palabra φεροµενην [siendo traída] significa "la cercana
inminencia del suceso del que se habla; q.d. que en este mismo momento se le viene
encima a uno". ¿No prueba esto claramente que Pedro entendía, y deseaba que sus
lectores entendiesen, que este apocalipsis de Jesucristo estaba a la puerta? Habría sido
una farsa decir a hombres que sufrían y eran perseguidos que se prepararan para
recibir una salvación que no habría de llegar por cientos y miles de años.

RELACIÓN ENTRE LA REDENCIÓN DE CRISTO


Y EL MUNDO ANTEDILUVIANO

1Ped. 3:18-20. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo
por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero
vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,
los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de
Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca", etc.

La interpretación común de este difícil pasaje que da la mayoría de los expositores


protestantes es que Cristo, en efecto, predicó a los antediluvianos por medio de su
Espíritu Santo a través del ministerio de Noé. Esto sin duda afirma una verdad, y
además tiene la ventaja de que permanece dentro de los límites de hechos históricos
bien conocidos, y evita lo que parece especulación oscura y dudosa. Sin embargo,
como cuestión gramatical, esta interpretación es completamente insostenible. Primero,
es razonable esperar una secuencia cronológica en las varias partes de la declaración
del apóstol, describiendo lo que Cristo hizo después de "haber muerto en la carne".
¿Qué sería más áspero y más abrupto que la súbita transición de la narración de lo que
Cristo hizo y sufrió en la carne a lo que había hecho, en un sentido, varios miles de
años antes, en los días de Noé? Además, la traducción "siendo vivificado en Espíritu"
y "en el cual también", dando a entender que el Espíritu Santo era el agente por medio
del cual Cristo fue vivificado, y por medio del cual predicó, etc., es claramente
errónea. Debería ser: "Siendo a la verdad muerto en [su] carne, pero vivificado en [su]
espíritu", -- siendo la carne su cuerpo, y el espíritu su alma. Luego el apóstol añade:
"en el cual también", es decir, en su espíritu humano. Además, como apunta Ellicot, π
ορευθειζ [habiendo ido] "indica descendencia literal y local".

De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras, parece, pues, que no
hay escapatoria a la interpretación de que nuestro Señor, después de su muerte en la
cruz, fue, en su estado desencarnado, al Hades, el lugar de los espíritus que han
partido, y allí hizo proclamación [predicó] a los espíritus aprisionados, es decir, los
antediluvianos, los que en los días de Noé no creyeron a las advertencias del profeta y
perecieron en el diluvio. Ésta, que es la interpretación más antigua, es ahora
generalmente aceptada por los críticos más eminentes. Es la que está incluida en el
Credo de los Apóstoles; tiene la sanción de Lutero y de Calvino; y parece estar
apoyada por otros pasajes en la Escritura que están en armonía con esta explicación.
En el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:27-31), hay una clara alusión
al alma de Cristo en el Hades; también en Efe. 4:9): "Y eso de que subió, ¿qué es, sino
que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?" Es difícil
suponer que el entierro del cuerpo es todo lo que significan las palabras de que
descendió a las partes más bajas de la tierra.

Queda la pregunta más importante: ¿Cuál era el objeto de que nuestro Señor
descendiera al Hades? Difícilmente puede dudarse de que fue por gracia. El apóstol
dice: "Predicó [εκηρυξεν] a los espíritus encarcelados" - ¿y qué podría predicar sino
alegres nuevas? Este hecho da un significado nuevo y mayor a los términos de la
comisión de nuestro Señor: "Me ha enviado a publicar libertad a los cautivos, y a los
presos apertura de la cárcel" (Isa. 61:1). La hipótesis del obispo Horsley y de otros de
que aquellos espíritus encarcelados eran en realidad santos, o por lo menos penitentes,
que esperaban el período de su salvación plena, apenas requiere ser refutada. Si algo
está claro en relación con esta cuestión es que eran los espíritus de los que habían
perecido por su desobediencia, y en su desobediencia. Como hace notar el obispo
Ellicott, απειθησασιν significa, no "los que fueron desobedientes", sino "por cuanto
fueron desobedientes".

Pero, puede decirse, ¿por qué fueron escogidos los antediluvianos desobedientes como
objetos de esta misión de gracia? ¿No había otras almas perdidas en el Hades, y por
qué debían éstas encontrar gracia por encima de las demás? El obispo Horsley acepta
que esta es una dificultad, y la que más azoramiento causa a su interpretación. Alford
encuentra una razón, si le entendemos bien, en el modo en que murieron. "La razón de
mencionar a estos pecadores aquí por encima de otros pecadores parece ser su
relación con el tipo de bautismo que sigue"; pero esto ciertamente es atribuir a esa
institución una eficacia más allá de las más atrevidas teorías de la regeneración
bautismal. Nos aventuramos a sugerir que la verdadera razón reside en la naturaleza
de aquel gran acto judicial que tuvo lugar en el diluvio. Aquél fue el fin de una época
o era, y terminó en una catástrofe, pues la época en progreso entonces estaba a punto
de terminar. Los dos casos eran análogos. Así como el diluvio fue el fin y la
consumación de una era o un período mundial anterior, así también la destrucción de
Jerusalén y la abrogación de la economía judía estaban a punto de poner fin al período
mundial o era existente. ¿Qué puede ser más natural, en vísperas de una catástrofe
como la que anticipaba el apóstol, que hacer alusión a la catástrofe de una era
anterior? ¿Qué puede ser más pertinente que hacer notar el hecho de que la "salvación
venidera" tenía un efecto retrospectivo sobre aquellas épocas idas? No es difícil ver la
conexión de las ideas en el tren de pensamiento del apóstol. El diluvio fue la συντελε
ιατουαιωνοζ del tiempo de Noé; otra συντελεια estaba muy cerca. El "mundo
antiguo, que entonces era", pereció en las aguas bautismales del diluvio; el "mundo
que ahora es" - el orden mosaico, el sistema político y el pueblo judíos - estaban
apunto de ser inmersos en un bautismo de fuego (Mal. 4:1; Mat. 3:11,12; 1 Cor. 3:13;
2Tes. 1:7-10). ¿No era apropiado mostrar que la obra redentora de Cristo unía, y en
realidad cubría, ambas épocas, y miraba hacia atrás sobre el pasado, así como hacia
adelante, al futuro?

Entonces, a pesar del misterio y la oscuridad que declaradamente arrojan sombra


sobre el tema, somos llevados a la conclusión de que, en este pasaje, el apóstol sí
enseña claramente que nuestro bendito Señor, después de su muerte en la cruz,
descendió como espíritu desencarnado al Hades, el lugar de los espíritus que han
partido, y allí proclamó las alegres nuevas de su redención consumada a las multitudes
de los perdidos que perecieron en la catástrofe o juicio final de la era anterior; y,
aunque en este pasaje no tenemos ninguna afirmación expresa de que los que oyeron
el anuncio hecho por nuestro Salvador fueron en consecuencia librados de su cárcel, e
introducidos a "la gloriosa libertad de los hijos de Dios", no parece increíble, sino que
hasta es presumible, que esta emancipación era tanto el objeto como el resultado de la
intervención de Cristo. Ya nos hemos referido a Efe. 4:9 en el sentido de que apoya
este punto de vista. "Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido
primero a las partes más bajas de la tierra?" El obispo Hersley muestra que la frase
"las partes más bajas de la tierra" es la designación correcta y acostumbrada del
Hades. En el mismo pasaje, el apóstol habla de la triunfante ascensión de Cristo con
estas palabras: "Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los
hombres". ¿No arroja luz sobre esto de "llevar cautiva la cautividad" la enseñanza de
Pedro con referencia a los "espíritus encarcelados"? ¿No indica que el Salvador que
regresó, habiendo peleado la buena batalla y obtenido la victoria, disfrutó también del
triunfo, y llevó con él al cielo una gran multitud que había rescatado de la cautividad;
los espíritus encarcelados a los cuales llevó las alegres nuevas de la redención
alcanzada; y quienes, habiendo sido sacados de la cárcel, acompañaron a la casa de su
Padre al conquistador que regresaba, siendo al mismo tiempo los rescatados por su
sangre y los trofeos de su poder?
Antes de abandonar este tema, es bueno citar algunas opiniones de críticos bíblicos
con referencia a él.

Steiger, que trata el pasaje entero de una manera extremadamente franca y erudita,
dice:

"El sentido simple y literal de las palabras en este versículo (19), considerado en
relación con el siguiente, nos obliga a adoptar la opinión de que Cristo se manifestó a
los muertos incrédulos". "Tenemos que admitir que el discurso aquí es el de una
proclamación del evangelio entre los que habían muerto en incredulidad, pero no
sabemos si encontró entrada en muchos o en pocos". "La expresión ενφυλακη (que el
siríaco traduce como Seol; los padres la usan como sinónimo de Hades) muestra que
el discurso sólo puede referirse a los incrédulos". "El que yació bajo la muerte, entró
al imperio de la muerte como conquistador, proclamando libertad a sus súbditos
encarcelados".

La opinión de Dean Alford es muy decidida:

"Entonces, de todo lo que se ha dicho se infiere que, junto con la gran mayoría de los
comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas palabras significan que
nuestro Señor, en su estado incorpóreo, en efecto fue al lugar de detención de los
espíritus que habían partido, y allí anunció su obra de redención, y predicó la
salvación, de hecho, a los espíritus incorpóreos de los que rehusaron obedecer la voz
de Dios cuando el juicio del diluvio se cernía sobre ellos. Por qué se menciona a éstos
más bien que a otros - ya sea meramente como muestra de una obra de gracia
semejante para otros, o por alguna razón especial que no nos podemos imaginar - no
lo sabemos".

En un interesante discurso sobre "El Estado Intermedio", del Rev. J. Stratten, ocurren
las siguientes observaciones:

"Si este pasaje no significara nada más que el Espíritu Santo ayudó a Noé a
predicarles a los antediluvianos, es una manera por demás oscura, enmarañada, e
inexplicable de expresar un principio bien claro y sencillo. ¿Querría alguno de
nosotros emplear este lenguaje, o alguno como él en absoluto, para expresar esa
opinión? Creo que no, y esto parece ser sólo el refugio de una mente que no
comprende al apóstol, o busca malinterpretarlo".

Aquí podemos observar, de pasada, que esta liberación del Hades sirve para ilustrar
vívidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El postrer enemigo que será
destruido es la muerte".
CERCANÍA DEL JUICIO Y
DEL FIN DE TODAS LAS COSAS

1Ped. 4: 5,7. "Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos
y a los muertos. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en
oración".
En estos pasajes, encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado
antes, una clara comprensión del juicio y del fin como cercanos.

En el ver. 5, el apóstol da a entender que Dios estaba a punto se sentarse a juzgar a los
vivos y a los muertos. No es posible que esto se refiera a aquel acto de juicio que está,
como creemos, siempre cercano a todo hombre, en el mismo sentido en que la muerte
y la eternidad están siempre cercanas. Obviamente, es una adjudicación solemne,
pública, y general, en la cual los vivos y los muertos estaban juntos para responder por
sí mismos ante el tribunal de Dios. Este enfoque del juicio se deriva del enfoque de la
Parusía, que se indica tan claramente en 1:5. Todo lo que se ha afirmado con relación
a ese pasaje se aplica con igual fuerza a este; ετοιµωζεχοντι = estar preparado para
juzgar, es una expresión más fuerte que µελλοντι, y de ninguna manera puede
referirse a ningún suceso que no sea a uno casi inmediato.

No menos decisiva es la declaración del ver. 7: "El fin de todas las cosas se acerca".
Cualquier cosa que se quiera decir con ese fin, es seguro que el apóstol la concibe
como cercana, pues la considera motivo para velar en oración. Para captar toda la
fuerza de la exhortación, tenemos que ponernos en la situación de estos cristianos
apostólicos. Al disminuir, año tras año, la distancia hacia la desaparición de la
generación que vio y rechazó al Hijo del hombre, la anticipación de la llegada de la
gran consumación predicha debe haberse vuelto más y más vívida en las mentes de los
creyentes cristianos. No nos toca a nosotros establecer cuáles eran sus conceptos en
cuanto a la naturaleza y la extensión de aquella consumación; o si se imaginaban o no
que ella involucraba la disolución de toda la armazón y todo el tejido del mundo
material. Tenemos que ver, no con las opiniones privadas de los apóstoles, sino con
sus pronunciamientos en público. Pero la consumación descrita por nuestro Señor
como "el fin", y "el fin del siglo" se acercaba rápidamente no es una cuestión abierta a
debate, sino un punto de fe, que involucraba la verdad de todas sus afirmaciones. No
puede haber duda de que, en un sentido judaico o religioso, esto es, por lo que
concernía al sistema nacional y eclesiástico del judaísmo, "el fin de todas las cosas se
acercaba". La destrucción de todo lo que contemplaban los ojos de nuestro Señor
mientras estaba sentado en el monte de los Olivos se acercaba rápidamente. Esta es la
clave de lo que quiere decir Pedro en este pasaje, y proporciona la única explicación
sostenible y bíblica.
Citamos, con entera satisfacción y aprobación, las observaciones de un juicioso
expositor sobre el pasaje que nos ocupa:

"Después de alguna deliberación, he decidido adoptar la opinión de los que sostienen


que 'el fin de todas las cosas' aquí es el fin completo y final de la economía judía en la
destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén, y la dispersión del pueblo santo.
Aquello estaba cerca, pues esta epístola parece haber sido escrita muy poco antes de
que estos sucesos tuvieran lugar, y no es improbable que fuese después del comienzo
de las "guerras y los rumores de guerras" de lo cual habló nuestro Señor. Este punto
de vista no parecerá extraño a nadie que haya sopesado cuidadosamente los términos
con los cuales nuestro Señor había predicho estos sucesos, y la estrecha relación entre
el cumplimiento de estas predicciones y los intereses y deberes de los cristianos, ya
fuera en Judea o en los países gentiles".

"Está bastante claro que, en las predicciones de nuestro Señor, las expresiones 'el fin',
y probablemente 'el fin del mundo', se usan con referencia a la total disolución de la
economía judía. Los sucesos de ese período fueron predichos muy minuciosamente, y
nuestro Señor afirmó claramente que no pasaría la generación existente antes de que
se cumplieran todas las cosas con respecto a 'este fin'. Éste habría de ser un período de
sufrimiento para todos; de prueba, severa prueba, para los seguidores de Cristo; de
juicios terribles sobre sus opositores judíos, y de glorioso triunfo para la religión de
Jesús. A este período se hacen repetidas referencias en las epístolas apostólicas.
'Conociendo el tiempo', dice el apóstol Pablo, 'de que ya es hora de despertar del
sueño, porque ahora está más cerca nuestra salvación que cuando creímos. La noche
está avanzada; se acerca el día'. 'Sed pacientes', dice el apóstol Santiago, 'y estad
firmes en vuestros corazones: porque la venida del Señor se acerca'. 'El juez está
delante de la puerta'. Las predicciones de nuestro Señor deben haber sonado muy
familiares a los oídos de los cristianos en el tiempo en que esto se escribió. Con una
mezcla de asombro y gozo, temor y esperanza, deben haber estado esperando su
cumplimiento: "esperando las cosas que vendrían sobre la tierra"; y era peculiarmente
natural que Pedro se refiriese a estos sucesos, y que se refiriese a ellos con palabras
similares a las usadas por nuestro Señor, pues él había sido uno de los discípulos que,
sentados con su Señor y teniendo a la vista la ciudad y el templo, le habían oído hacer
estas predicciones.

"Los cristianos que habitaban en Judea tenían un interés peculiar en estas predicciones
y su cumplimiento. Pero todos los cristianos tenían un profundo interés en ellas. Los
cristianos de las regiones en las cuales vivían aquéllos a los cuales escribía Pedro eran
principalmente judíos convertidos. Como cristianos, tenían razón para regocijarse en
la esperanza del cumplimiento de las predicciones, pues confirmaban grandemente la
verdad del cristianismo y eliminaban algunos de los mayores obstáculos que se
oponían a su progreso, como las persecuciones por parte de los judíos, y el confundir
el cristianismo con el judaísmo por parte de los gentiles, que estaban acostumbrados a
considerar a los profesantes cristianos como una secta judía. Pero, mientras se
regocijan, lo hacen "con temblor", pues su Señor había indicado claramente que sería
un tiempo de severa prueba para sus amigos, así como de terrible venganza para sus
enemigos. 'El fin de todas las cosas', que estaba cerca, parece ser lo mismo que el
juicio de los vivos y los muertos, en que el Señor estaba a punto de entrar - un juicio,
el tiempo para el cual había llegado, que habría de comenzar por la casa de Dios, los
judíos incrédulos, en el cual los justos apenas se salvarían, y los impíos y los inicuos
serían castigados terriblemente.

"La contemplación de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para
funcionar como motivación para la sobriedad y la vigilancia con oración. Éstos eran
exactamente los temperamentos y los ejercicios requeridos de manera peculiar en tales
circunstancias, y exactamente las disposiciones y ocupaciones requeridas por nuestro
Señor cuando hablaba de aquellos días de prueba y de ira: 'Mirad también por
vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y
de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros. Porque como un lazo
vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra. Velad, pues, en todo
tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que
vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre'. [Luc. 21:34-36]. Es difícil
creer que el apóstol no tuviese en mente estas mismas palabras cuando escribió el
pasaje que nos ocupa". - Expository Discourses sobre 1 Pedro, por el Dr. John Brown,
Edinburgh, vol. ii, pp. 292-294.

LAS BUENAS NUEVAS ANUNCIADAS A LOS MUERTOS

1Ped. 4:6. "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos [κ
αινεκροιζευγηγελισθη], para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios”.

Quizás apenas pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del ámbito de esta
discusión, puesto que no parece tener ninguna relación directa con el tiempo de la
Parusía; y su extrema dificultad podría ser una buena razón para evitar examinarlo en
absoluto. Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la escatología del Nuevo
Testamento, y como no tenemos ningún derecho a considerarlo como
desesperadamente insoluble, parece mejor no pasarlo por alto en silencio.

Puede haber pocas dudas de que éste es uno de una clase de pasajes difíciles que,
aunque oscuros para nosotros, eran inteligibles y fáciles para los lectores originales de
las epístolas. (Véase 1Cor. 11:10; 15:29). Una alusión de pasada podría invocar todo
un tren de ideas en sus mentes, de manera que comprendieron fácilmente lo que a
nosotros nos desconcierta sin remedio. Paley, en su Horae Paulinae, cap. 10, No. 1,
advierte de esta dificultad en una correspondencia real que caiga en manos de una
tercera persona.

El ámbito general del argumento es lo suficientemente claro. El apóstol comienza el


capítulo llamando a los sufrientes y perseguidos discípulos a imitar el ejemplo de su
una vez sufriente pero ahora victorioso Señor. "Armaos del mismo pensamiento", es
decir, sufrid como él sufrió, aún hasta la muerte, si es necesario. En los siguientes
versículos, alude a la anterior vida sensual y sin Dios de ellos, y la ofensa que el
cambio a la pureza de una conducta cristiana infirió a sus vecinos paganos (vers. 2, 2,
4). Esta protesta silenciosa pero viviente contra la inmoralidad del paganismo parece
haber sido una de las causas de la antipatía general hacia el evangelio, que encontró
salida en calumniosas imputaciones contra los inocentes cristianos: "Hablando mal de
vosotros" (βλασφηµουντεζ). Pero estos calumniadores y perseguidores pronto serían
llamados a cuenta por Aquél que estaba a punto de juzgar a los vivos y a los muertos
(ver. 5).

Se encontrará que es muy importante tener presente esta introducción al argumento


del apóstol, pues conduce a la afirmación del ver. 6.

Ahora examinemos esa afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el
evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios".

Puede decirse ciertamente que aquí hay tantas dificultades como palabras. ¿Cuándo,
dónde, y por quién fue predicado el evangelio a los muertos? ¿Quiénes eran los
muertos a quienes se les predicó el evangelio? ¿Por qué se les predicó? ¿Cómo podían
los muertos ser juzgados en carne según los hombres? ¿Cómo podían vivir en espíritu
según Dios? ¿Y cómo es que la predicación del evangelio a los muertos produjo este
resultado, "para que vivan en espíritu según Dios"?

No serviría de nada repasar la multitud de explicaciones de este oscuro pasaje que han
sido propuestas por diferentes comentaristas. Baste examinar una o dos de las más
plausibles.

A la pregunta: ¿Quiénes eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado el
evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son los que, estando muertos
ahora, estaban vivos en la carne cuando el evangelio se les predicó. Ésta sería una
solución fácil si fuese permitido interpretar así las palabras del apóstol; pero esta
explicación tiene una objeción fatal: hace expresar al apóstol un hecho muy simple y
sencillo de un modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las palabras mismas
rechazan tal explicación. Alford no habla con demasiada fuerza cuando dice:
"Si και νεκροιζ ευηγγελισθη puede significar 'el evangelio fue predicado durante
sus vidas a algunos que ahora están muertos', la exégesis ya no tiene ninguna regla
fija, y a la Escritura se le puede hacer probar cualquier cosa".

Otros suponen que debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son los
espiritualmente muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables: primera, no
discrimina una clase particular, pues todos los hombres están espiritualmente muertos
la primera vez que se les predica el evangelio; y segunda, atribuye a la palabra νεκροι
[los muertos] un significado diferente del que tiene la misma palabra en el ver. 5 - "los
vivos y los muertos". Según esta interpretación, la palabra "muertos" se usa
literalmente en el ver. 5, y en un sentido ético en el ver. 6. Pero, como dice Alford con
justicia:

"Son falsas todas las interpretaciones que no atribuyen a la palabra νεκροιζ del ver. 6
el mismo significado de νεκροιζ en el ver. 5; es decir, el de muertos, literal y
simplemente; hombres que han muerto, y están en sus tumbas".

Pero, probablemente, la opinión más común es la de que aquí el apóstol alude


nuevamente a la predicación de Cristo a los espíritus encarcelados a que se hace
referencia en 3:19,20; y al principio, esta parece la explicación más natural. Aquella
fue, sin duda, una predicación del evangelio a los muertos, y también a una clase
particular de muertos, los antediluvianos que fueron desobedientes en los días de Noé,
y que fueron alcanzados por el juicio de Dios.

Pero, cuando examinamos más de cerca la afirmación del apóstol, descubrimos que
esta aplicación de sus palabras de ninguna manera se ajusta a las personas designadas
como "los espíritus encarcelados". ¿Cómo se podría decir que los antediluvianos
serían "juzgados en carne según los hombres"? Ellos perecieron por la visita de Dios,
no por el juicio o la acción de los hombres, y parece evidente que la cláusula
subsiguiente - "para que vivan en espíritu según Dios" - implica la reversión de la
condenación humana que había sido impuesta sobre los muertos mientras estaban en
el cuerpo.

Ninguna de las explicaciones ordinarias, pues, parece llenar los requisitos del caso.
Esos requisitos son: encontrar una clase de muertos a los cuales se les predicó el
evangelio después de haber muerto; una clase de los que fueron condenados a muerte,
mientras estaban en la carne, por el juicio de los hombres, pero que están destinados a
vivir en espíritu, según el juicio de Dios, y que esto sea consecuencia de haberles sido
predicado el evangelio después de haber muerto.

En seguida somos llevados a la conclusión de que esta clase particular, juzgada o


condenada por el juicio humano, debe referirse a los perseguidos discípulos de Cristo.
Es a los tales y de los tales que el apóstol está hablando, como es evidente por los
versículos iniciales del capítulo. Sería bastante correcto decir de los tales que, aunque
(injustamente) condenados por el hombre, serían vindicados por Dios. Es también
correcto decir de los tales (especialmente, si son mártires de la fe) que habían "sufrido
en carne" - habían sido ejecutados por el juicio humano, pero vivificados en espíritu, o
en cuanto a sus espíritus, y esto según Dios, o por el juicio divino. Pero todavía queda
la formidable dificultad que presentan las palabras "también ha sido predicado el
evangelio a los muertos". En el Nuevo Testamento no se menciona ninguna
predicación del evangelio a los mártires cristianos después de muertos. Pero, ¿estamos
obligados necesariamente a dar este sentido a la palabra ευηγγελισθη? Creemos que
es aquí donde se encuentra la clave de la verdadera explicación de este pasaje; y que
es la errónea interpretación de esta palabra lo que ha confundido a los comentaristas.
Aunque se usa muy comúnmente en sentido técnico para referirse a la predicación del
evangelio, éste no es en modo alguno su uso invariable en el Nuevo Testamento. Se
emplea para significar el anuncio de cualquier buena nueva, y no exclusivamente de
las alegres nuevas del evangelio. Por eso, en Hebreos 4:2, incorrectamente traducido
en nuestra Versión Autorizada [en inglés] como "también a nosotros se nos ha
anunciado el evangelio como a ellos", no hay ninguna alusión a la predicación del
evangelio en el sentido técnico de la frase, sino simplemente al hecho de que "a
nosotros, así como a los antiguos israelitas, nos han traído las buenas nuevas" [εσµεν
ενηγγελισµενοι], siendo en ambos casos las buenas nuevas la promesa de entrar en el
reposo de Dios. Así que, en un sentido más general, la palabra se usa para denotar
cualquier noticia agradable, como en 1Tes. 3:6: "Cuando Timoteo nos dio buenas
noticias de vuestra fe", etc. [ευαγγελισαµενου ηµιν]. Así sucede también en Apoc.
10:7: "Como él lo anunció [ευηγγελισεν = hizo una declaración consoladora] a sus
siervos los profetas" (Véase también Gál. 3:8).

Pero la pregunta todavía se repite: ¿Dónde tenemos en el Antiguo Testamento alguna


alusión a tales buenas nuevas, noticias agradables, o afirmaciones consoladoras,
hechas a cualesquiera confesores o mártires cristianos después de sus muertes? El
apóstol parece hablar de algún hecho con el cual estaban familiarizadas las personas a
las que escribió, un hecho al que sólo tenía que aludir para que ellas reconocieran su
significado en seguida. Ahora bien, efectivamente tenemos en el Nuevo Testamento
una representación histórica en la cual encontramos presentes todas estas
circunstancias. Tenemos la descripción de una escena en la cual los mártires
cristianos, que habían sido condenados y ejecutados en carne por el juicio del hombre,
apelan a la justicia de Dios contra sus perseguidores, y se les hace una declaración
consoladora, después de muertos, asegurándoles una pronta vindicación y una gloriosa
recompensa celestial.
Por supuesto, aludimos a la impresionante representación que da Apocalipsis de las
almas martirizadas bajo el altar, apelando a Dios para la vindicación de su causa
contra sus perseguidores y asesinos - "los que moran en la tierra" - y que se describe
en Apoc. 6:9-11:

"Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos
por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz,
diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre
en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que
descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus
consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos".

Esto parece llenar exactamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos a los ν
εκροι, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados en carne, por el juicio
del hombre, o "según los hombres"; habían sido ejecutados "por la palabra de Dios, y
por el testimonio que tenían". Encontramos una consoladora declaración que se les
hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la epístola una laguna que ha sido
llenada en la visión apocalíptica, porque se nos informa de lo que condujo a este ευαγ
γελιον que se les llevó; se les asegura que en un poco de tiempo su causa sería
vindicada, según sus oraciones; mientras tanto, se le da a cada uno de ellos "una
vestidura blanca", símbolo de pureza y de victoria, y que seguramente es equivalente a
ser justificado por el juicio divino.

Pero esta correspondencia, impresionante como es, no es todo; la declaración del


apóstol es dilucidada, no solamente por Apocalipsis por una parte, sino por el
evangelio, por la otra. La mayoría de los comentaristas ha notado la obvia relación
entre la escena de las almas de los mártires bajo el altar en la visión apocalíptica y la
notable parábola de nuestro Señor en Lucas 18; pero, hasta donde hemos observado,
ninguno de ellos ha captado la verdadera analogía entre la parábola y la visión. En los
versículos siete y ocho de ese capítulo, encontramos la moraleja de la parábola. "¿Y
acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará
en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" La parábola y la visión son, de hecho, contrapartes
la una de la otra, y ambas sirven para explicar el pasaje en esta epístola de Pedro.
Como sucede en Apocalipsis, también ocurre en la parábola. Encontramos todos los
elementos de la declaración de la epístola. Tenemos a discípulos cristianos que sufren
injustamente; condenados en carne por el juicio del hombre; apelando a Dios para que
juzgue su causa; tenemos la seguridad de su rápida vindicación por Dios, y
encontramos en el evangelio una característica adicional que lo pone en
correspondencia más perfecta con la afirmación de la epístola; porque se indica
evidentemente que esta vindicación ha de tener lugar en la Parusía - "cuando venga el
Hijo del Hombre".

Por último, podemos señalar la íntima relación entre la afirmación del apóstol, así
interpretada, y el argumento que está adelantando. Era apropiado asegurarles a los
creyentes perseguidos que su causa estaba asegurada en las manos de Dios; que,
aunque fuesen llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su sangre hasta
la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios les vindicaría prontamente,
pues Él estaba a punto de hacer comparecer a sus perseguidores ante su tribunal. Esta
era la lección de la parábola de la viuda inoportuna, y quizás aún más de la visión de
las almas de los mártires bajo el altar, a la cual parece aludir más particularmente el
lenguaje del apóstol - "Porque para esto se hizo una consoladora declaración aun a
los muertos, para que, aunque habían sido condenados en la carne por el injusto
juicio de los hombres, pudieran disfrutar de la vida eterna en su espíritu, según el
justo juicio de Dios".

Esta interpretación supone que Apocalipsis se escribió y circuló ampliamente antes de


la destrucción de Jerusalén. Es una reflexión acerca de la perspicacia crítica de
muchos eminentes comentaristas ingleses el que se hayan apoyado por tanto tiempo
en la caña quebrada de la tradición con respecto a la fecha de Apocalipsis. La
evidencia interna de ese libro debió haber evitado la posibilidad de que fuesen
inducidos a error por la autoridad de Ireneo. Pero tenemos que reservarnos
cualesquiera observaciones ulteriores sobre este tema hasta que lleguemos a
considerar el libro de Apocalipsis.

EL FUEGO DE PRUEBA Y LA GLORIA VENIDERA

1Ped. 4:12,13. "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha


sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois
participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su
gloria os gocéis con gran alegría”.

Estas palabras indican claramente que en ese tiempo y por todas partes los cristianos
estaban pasando por un severo cernimiento y una severa prueba - "un fuego de
prueba". Y no meramente un fuego de prueba, sino la prueba, por largo tiempo
predicha y esperada, vale decir, la gran tribulación que habría de preceder a la
Parusía. Los apóstoles advirtieron a los discípulos: "Es necesario que a través de
muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). El Señor mismo
les había enseñado esto, especialmente en su discurso profético.

Evidentemente, la tribulación predicha ya había llegado; en realidad, estaban pasando


a través del fuego. Es imposible no recordar aquí las palabras de Pablo: "Por el fuego
será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará" (1Cor. 3:13). Es
altamente probable que la feroz persecución bajo el gobierno de Nerón estuviese en su
furor en ese tiempo, y tenemos buenas razones para creer que se extendía más allá de
Roma, hasta las provincias del imperio.

Otra indicación del tiempo se encuentra en el ver. 13: "En la revelación de su gloria".
La Parusía es siempre representada trayendo alivio de la persecución, y recompensa al
sufriente pueblo de Dios. Ya hemos visto que la gloria estaba "a punto de ser
revelada", y encontraremos la misma seguridad repetida en el cap. 5:1.

EL TIEMPO DEL JUICIO HA LLEGADO

1Ped. 4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si
primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquéllos que no obedecen al
evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío
y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden
sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”.

Vale la pena observar cuán diferente del tono de Pedro es el de Pablo en la segunda
epístola a los Tesalonicenses al hablar del día del Señor. Pedro declara que el día del
cual dice Pablo que todavía no ha llegado, y que no es posible sino cuando la
apostasía aparezca por primera vez, había llegado. La catástrofe era ahora inminente.
"Dios estaba preparado para juzgar a los vivos y a los muertos"; "el tiempo para que
comenzara el juicio había llegado". La importancia de estas palabras se volverá
evidente si consideramos que esta epístola se escribió muy cerca del estallido de la
guerra de los judíos, si no después de que ya había comenzado.

De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios" apenas puede haber
dudas. Hay una manifiesta alusión en el lenguaje del apóstol a la visión del profeta
Ezequiel (cap. 9). El profeta ve una pandilla de hombres armados encargados de ir por
la ciudad (Jerusalén) y matar a todos los viejos y los jóvenes que no tuvieran el sello
de Dios sobre sus frentes. A los ministros de la venganza se les ordena comenzar la
obra de juicio en la casa de Dios: "Comenzaréis por mi santuario". El apóstol ve esta
visión a punto de cumplirse en la realidad. El juicio debe comenzar por la casa de
Dios, y el tiempo ha llegado. Puede ser una cuestión de si, por la casa de Dios, el
apóstol quiere decir el templo de Jerusalén, como indicaría la profecía de Ezequiel, o
la casa espiritual de Dios, la iglesia cristiana. Puede ser que ambas ideas estuviesen
presentes en su mente, y podrían haber estado, pues ambas se estaban verificando en
ese momento. La persecución de la iglesia de Cristo ya había comenzado, como
testifica la epístola, y el círculo de sangre y fuego se estrechaba alrededor de la ciudad
y el templo de Jerusalén condenados a la destrucción.
Es perfectamente claro que todo esto se dice con referencia a un suceso particular e
inminente, una catástrofe que estaba a punto de tener lugar; y no hay ninguna otra
explicación posible, aparte de la que se ve de modo palpable en las páginas de la
historia, el juicio de la culpable nación del pacto, con la destrucción de la casa de Dios
y la disolución de la economía judía.

Las siguientes observaciones del Dr. John Brown expresan bien el sentido de este
pasaje:

"Aquí parece haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que los cristianos
primitivos tenían razón para esperar. Cuando consideramos que esta epístola se
escribió muy poco antes del comienzo de aquella terrible escena de juicio que terminó
con la destrucción del sistema político y civil de los judíos, y que nuestro Señor había
predicho tan minuciosamente, apenas podemos dudar de la referencia en la expresión
del apóstol. Después de haber especificado guerras y rumores de guerras, hambres,
pestilencias, y terremotos, como síntomas del 'principio de dolores', nuestro Señor
añade: 'Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de
todas las gentes por causa de mi nombre' (Mat. 24:9). 'Os entregarán a los concilios, y
en las sinagogas os azotarán', etc. (Mar. 13:9).

"Este es el juicio que, aunque debía caer con mayor peso sobre la Tierra Santa, era
claro que debía extenderse a dondequiera que se encontrasen judíos y cristianos, 'pues
donde estén los cuerpos muertos, allí se juntarán las águilas', lo cual debía comenzar
en la casa de Dios, y habría de ser tan severo que 'los justos con dificultad se
salvarían'. Sólo se salvarían los que soportasen la prueba, y muchos no la soportarían.
Todos los verdaderamente justos se salvarían; pero muchos que parecían justos no
perseverarían hasta el fin, y por eso no se salvarían, etc. Algunos han supuesto que la
referencia es a la persecución por parte de Nerón, que precedió por algunos años a las
calamidades que acompañaron a las guerras de los judíos y a la destrucción de
Jerusalén". Dr. John Brown sobre 1Ped. vol. 7, p. 357.

LA GLORIA A PUNTO DE SER REVELADA

1Ped. 5:1. "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con
ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la
gloria que será revelada”.

1Ped. 5:4. "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la
corona incorruptible de gloria”.

Todo en este capítulo indica la cercanía de la consumación. Éste es el motivo de cada


deber, para la fidelidad, la humildad, la vigilancia, la paciencia. La gloria pronto será
revelada [τηζ µελλουσηζ αποκαλυπτεσκαι δοξηζ]; los fieles pastores ayudantes
recibirán la corona inmarcesible cuando se manifieste el Príncipe de los pastores; los
sufrimientos de la iglesia perseguida han de continuar sólo "un poco más de tiempo"
(ver. 10). Todo indica una consumación grande y feliz que está a punto de ocurrir.
¿Hablaría el apóstol de una esperada corona de gloria como motivo para la presente
fidelidad si dependiese de un suceso incierto y posiblemente muy distante en el
tiempo? Pero si el Príncipe de los pastores no se ha manifestado todavía, la corona de
gloria todavía no ha sido recibida. Está bastante claro que, como lo ve el apóstol, la
revelación de la gloria, la manifestación del Príncipe de los pastores, la recepción de
la corona inmarcesible, y el fin del sufrimiento, todo estaba en el futuro inmediato. Si
estaba errado en esto, ¿es digno de confianza en alguna cosa?

De este pasaje (ver. 11), observa Alford:

"Basándonos en este pasaje solamente, no quedaría claro si Pedro consideró la venida


del Señor como de ocurrencia probable en la vida de sus lectores o no; pero,
interpretado por la analogía de sus otras expresiones sobre el mismo tema, parece que
sí lo hizo".

Sin duda lo hizo; también Pablo, y Santiago, y Juan, y toda la iglesia apostólica; y lo
creyeron por la más alta autoridad, la palabra de su divino Maestro y Señor.

LA PARUSÍA EN LA SEGUNDA EPÍSTOLA DE PEDRO

No es parte de nuestro plan discutir las preguntas difíciles y no resueltas con respecto
a si la Segunda Epístola de Pedro es genuina y auténtica o no, y el problema no
resuelto del capítulo segundo. En vista de las dificultades que presenta en su
enseñanza escatológica, quizás podríamos declinar la aceptación de su autoridad, pero
la aceptamos como está, creyendo honestamente que contiene indubitable evidencia
interna de su origen apostólico. Parece haber sido escrita no mucho tiempo después de
la primera epístola, y muy poco antes de la muerte del apóstol (cap. 1:14). Alford da
la fecha, de modo conjetural, como el año 68 d. C.

BURLADORES EN "LOS POSTREROS DÍAS"

2Ped. 3:3,4. "Sabiendo primero esto, que en los primeros días vendrán burladores,
andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de
su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas
permanecen así como desde el principio de la creación”.

Los burladores a los que se alude en este pasaje son sin duda las mismas personas
cuyo carácter se describe en el capítulo anterior. La incredulidad en las promesas y las
amenazas de Dios, especialmente en cuanto a su juicio venidero, es la característica de
estos hombres malvados de los "postreros días". Con la descripción de estos
incrédulos, se nos recuerda la predicción de nuestro Señor con referencia al mismo
período: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" (Luc.
18:8). Vale la pena notar también que el apóstol, al contestar el argumento derivado
de la estabilidad de la creación, se refiere a la catástrofe del diluvio como ilustración
del poder de Dios para destruir a los impíos: la misma ilustración empleada por
nuestro Señor al referirse al estado de cosas en la Parusía (Mat. 24:37-39).

No hay que olvidar que Pedro está hablando, no de una catástrofe distante, sino de una
catástrofe inminente. Los "postreros días" eran los días que en ese momento eran
actuales (1Ped. 1:5,20), y que los burladores de los que se habla existían realmente
(cap. 3:5): "Éstos ignoran voluntariamente", etc.

ESCATOLOGÍA DE PEDRO

2Ped. 3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por
la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de
los hombres impíos. ... Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el
cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán
deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". Puesto que todas
estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa
manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el
cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se
fundirán!. Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales mora la justicia”.

Las imágenes empleadas aquí por el apóstol sugieren de modo natural la idea de la
disolución total, por medio del fuego, de la sustancia y la estructura de la creación
material, no sólo de la tierra, sino también del sistema al cual pertenece; y este es, sin
duda, el concepto popular de la consumación final que se espera ponga fin al actual
orden de cosas. Sin embargo, un poquito de reflexión y una mayor familiarización con
el lenguaje simbólico de la profecía serán suficientes para modificar esta conclusión, y
llevarnos a una interpretación más de acuerdo con la analogía de descripciones
similares en los escritos proféticos. Primero, es evidente, por la naturaleza del asunto,
que esta conflagración universal, como puede llamársele, era considerada por el
apóstol como a punto de tener lugar: "El fin de todas las cosas se acerca" (1Ped. 4:7).
La consumación estaba tan cercana que se describe como un suceso al cual debían
mirar "esperando y apresurándose" (ver. 12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que
habla aquí el espíritu de profecía no podría ser la destrucción o disolución literal del
globo terráqueo y el universo creado. Pero que, en el momento en que esta epístola se
escribió, era inminente una catástrofe terrible y casi inmediata; que el "día del Señor",
predicho por tanto tiempo, estaba realmente cerca; que el día realmente llegó,
rápidamente y de repente; que vino "como ladrón en la noche"; que un llameante
diluvio de ira y de juicio les sobrevino al territorio culpable y a la nación culpable de
Israel, destruyendo y disolviendo sus cosas terrenales y celestiales, es decir, sus
instituciones temporales y espirituales, es un hecho impreso indeleblemente en las
páginas de la historia. El momento para el cumplimiento de estas predicciones ahora
había llegado, y cuando el apóstol escribió fue para declarar que era el "tiempo
postrero", y los sarcasmos de los burladores estaban verificando los hechos. Por lo
tanto, llegamos a la inevitable conclusión de que era la catástrofe final de Judea y
Jerusalén, predicha por nuestro Señor en la profecía del Monte de los Olivos, y a la
cual se refieren los apóstoles tan frecuentemente, a la que Pedro aludía en las
imágenes simbólicas que parecen dar a entender la disolución del universo material.

Segundo, tenemos que interpretar estos símbolos de acuerdo con la analogía de la


Escritura. El lenguaje de la profecía es el lenguaje de la poesía, y no debe ser tomado
en sentido estrictamente literal. Felizmente, no hay ausencia de descripciones
paralelas en los profetas antiguos, y apenas habrá alguna figura usada por Pedro aquí
de la cual no encontramos ejemplos en el Antiguo Testamento, y así, podemos obtener
una clave del significado de símbolos semejantes en el Nuevo.

LA CERTEZA DE LA CERCANA CONSUMACIÓN

2Ped. 3:8,9. "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es
como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según
algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo
que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.

Pocos pasajes han sufrido interpretaciones más erróneas que éste, al cual se le ha
obligado a hablar un lenguaje inconsistente con su obvio propósito y hasta
incompatible con una estricta consideración a la veracidad.

Hay aquí probablemente una alusión a las palabras del salmista, en las que éste
contrasta la brevedad de la vida humana con la eternidad de la existencia divina:
"Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó" (Sal. 90:4).
Es un pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el sentimiento del
apóstol: "Para con el Señor, un día es como mil años". Pero seguramente sería el
colmo de lo absurdo considerar esta sublime imagen poética como un cálculo para la
divina medición del tiempo, o como licencia para hacer a un lado por completo las
definiciones de tiempo en las predicciones y las promesas de Dios.

Sin embargo, no es raro que se citen estas palabras como argumento o excusa para
desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos proféticos. Aun en casos
en que se especifica cierto tiempo en la predicción, o en que se expresan limitaciones
tales como "en breve", "prontamente", o "cerca", se apela al pasaje que tenemos
delante para justificar un tratamiento arbitrario de tales notas de tiempo, de modo que
pronto puede significar tarde, cercano puede significar distante, corto puede
significar largo, y viceversa. Cuando se señala que, de acuerdo con sus propios
términos, ciertas predicciones tienen que cumplirse dentro de un tiempo limitado, la
respuesta es: "Para con el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día".
Así, nos encontramos con un crítico eminente que compromete su reputación con una
afirmación como la siguiente: "La mayoría de los apóstoles escribió y habló [de la
Parusía] en el sentido de que ocurriría pronto, no, sin embargo, sin muchas y
suficientes indicaciones de que un intervalo, y no corto, ocurriría primero". Otro,
aludiendo a la predicción de Pablo en 2Tes. 2, observa: "Nos dice que, mientras que la
venida del Señor estaba cercana entonces, también era remota". Estas son muestras de
lo que pasa por exégesis en no pocos comentaristas de gran reputación.

Seguramente es innecesario repudiar de la manera más enérgica un método tan


antinatural de interpretar el lenguaje de la Escritura. Es antigramatical e irrazonable.
Aún peor, es inmoral. Es sugerir que Dios tiene dos pesas y dos medidas en sus tratos
con los hombres, y que, en su modo de calcular, hay una ambigüedad y una
variabilidad que hace imposible decir "qué clase de tiempo puede significar el Espíritu
de Cristo en los profetas". Parece dar a entender que un día puede no significar un día,
y que mil años pueden no significar mil años, sino que cualquiera de las dos
expresiones puede significar la otra. De ser así, sería imposible interpretar la profecía;
quedaría despojada de toda precisión, y aún de toda credibilidad; porque es manifiesto
que si podría haber tal ambigüedad e incertidumbre con respecto al tiempo, podría
haber no menos ambigüedad e incertidumbre con respecto a todo lo demás.

Las Escrituras mismas, sin embargo, no apoyan este método de interpretación. La


fidelidad es uno de los atributos que con más frecuencia se le atribuyen al "Dios que
guarda el pacto", y la divina fidelidad es lo que el apóstol afirma en este mismo
pasaje. Al sarcasmo de los burladores que impugnan la fidelidad de Dios, y preguntan:
"¿Dónde está la promesa de su venida?", el apóstol contesta: "El Señor no retarda su
promesa, como algunos la tienen por tardanza"; no hay en Él ninguna inconstancia, ni
es olvidadizo; el transcurso de tiempo no invalida su palabra; su promesa permanece
firme tanto para lo cercano como para lo lejano, para hoy o para mañana, o para mil
años después. Para Él, un día es semejante a mil años: es decir, la promesa que ha
dicho que cumplirá en un día la cumplirá puntualmente, y la promesa que ha dicho
que cumplirá en mil años será ejecutada con igual puntualidad. La duración del
tiempo no representa ninguna diferencia para Él. No falsificará la promesa que tiene
validez por un día, ni se olvidará de la promesa que se refiere a mil años después. Lo
largo o lo corto del plazo, ya sea un día o una época, no afecta su fidelidad. "El Señor
no retarda su promesa"; Él "guarda la verdad para siempre". Pero el apóstol no dice
que, cuando el Señor promete una cosa para hoy puede que no cumpla su promesa en
mil años: eso sería tardanza; eso sería violación de una promesa. El apóstol no dice
que, porque Dios es infinito y eterno, por lo tanto Él calcula con una aritmética
diferente de la nuestra, ni que nos habla con doble sentido, ni que usa dos diferentes
pesas y medidas en sus tratos con la humanidad. Lo opuesto es la verdad. Como
Hengstenberg observa con justeza: "El que habla a los hombres, debe hablarles de
acuerdo con los conceptos humanos, o de lo contrario, advertirles que no lo ha hecho
así".

Es evidente que el propósito del apóstol en este pasaje es dar a sus lectores la más
fuerte seguridad de que la catástrofe inminente de los últimos días estaba muy cerca
de cumplirse. La veracidad y la fidelidad de Dios garantizaban el puntual
cumplimiento de la promesa. Haber indicado que el tiempo era una variable en la
promesa de Dios habría equivalido a ridiculizar su argumento y a neutralizar su propia
enseñanza, que era, que "el Señor no retarda su promesa".

LO REPENTINO DE LA PARUSÍA

2Ped. 3:10. "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche”.

Esta afirmación establece con precisión el acontecimiento al cual el apóstol se refiere


como "día del Señor". Nos es familiar a causa de las frecuentes alusiones a él en otras
partes del Nuevo Testamento. Nuestro Señor había declarado: "El Hijo del hombre
vendrá a la hora que no pensáis". Había advertido a sus discípulos que velaran,
diciendo: "Si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría"
(Mat. 24:43). Pablo había dicho a los tesalonicenses: "Vosotros sabéis perfectamente
que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche" (1Tes. 5:2). Y nuevamente,
Juan había escrito en Apocalipsis: "He aquí, yo vengo como ladrón" (Juan 16:15).
Puesto que las alusiones en estos pasajes se refieren sin duda a la inminente catástrofe
de Judea y Jerusalén, llegamos a la conclusión de que éste es también el suceso al que
se refiere el pasaje que nos ocupa.

ACTITUD DE LOS CRISTIANOS PRIMITIVOS


EN RELACIÓN CON LA PARUSÍA

2Ped. 3:12. "Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios”.

Que "el día de Dios", "el día de Cristo", y "el día del Señor" son expresiones
sinónimas que hacen referencia al mismo suceso es demasiado obvio para requerir
prueba alguna. Aquí encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado
antes - la actitud de expectación y ese sentido de la cercanía inminente de la Parusía
que es tan característico de la era apostólica. Es increíble que todo esto esté basado en
un mero engaño, y que la iglesia cristiana entera, junto con los apóstoles, y el divino
Fundador del cristianismo en persona, estuviesen involucrados en un error común.
Las palabras no tienen ningún significado si una afirmación como ésta puede referirse
a algún suceso todavía futuro, y quizás distante, que no puede ser "esperado" porque
no está a la vista, ni se puede "apresurar" porque es indefinidamente remoto.

LOS NUEVOS CIELOS Y LA NUEVA TIERRA

2Ped. 3:13. "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales mora la justicia”.

El catástrofe que estaba a punto de ocurrir habría de ser sucedida por una nueva
creación. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores de nacimiento de la
nueva. La antigua Jerusalén debía dar lugar a la nueva; el reino de este mundo al reino
de nuestro Señor y de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y nueva tierra
el apóstol quiere decir un nuevo orden de cosas aquí entre los hombres o un estado
celestial santo y perfecto. También puede preguntarse: ¿A qué promesa se refiere el
apóstol cuando dice: "Según sus promesas"? Alford sugiere Isa. 65:17: "Porque he
aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra", etc., y esto puede ser correcto. Pero
nosotros nos sentimos inclinados más bien a creer que el apóstol tiene en mente "el
nuevo cielo y la nueva tierra" de Apocalipsis, donde encontramos la justicia
presentada como la característica distintiva de la nueva era. La nueva Jerusalén es la
santa ciudad, en la cual "no entrará ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y
mentira". No es más improbable que Pedro se refiera a los escritos del apóstol Juan
que a los del apóstol Pablo.

LA CERCANÍA DE LA PARUSÍA,
MOTIVO DE DILIGENCIA

2Ped. 3:14. "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con
diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.

Esta exhortación indica claramente que la Parusía se espera como cercana. Su


cercanía es motivo para la diligencia y la preparación para encontrarse con Señor. No
es la muerte lo que se espera aquí, sino el ser hallado por el Señor vigilantes, "ceñidos
vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas".

LOS CREYENTES NO DEBEN DESANIMARSE


POR LA APARENTE DEMORA DE LA PARUSÍA

2Ped. 3:15. "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación”.
La aparentemente larga demora de la ansiosamente larga espera de la venida del Señor
debe haber sido preocupante para los perseguidos cristianos que anhelaban la hora
esperada de alivio y desagravio. Su clamor subió al cielo: "¿Hasta cuándo, oh Señor,
santo y verdadero?" Pero esta misma demora tenía un aspecto de gracia; era la
"paciencia", µακροθυµια; no la "tardanza", sino: "no quiere que nadie perezca".
Exactamente de acuerdo con esto está la parábola de nuestro Señor sobre la viuda
importuna, que se relaciona con este mismo caso. Hubo la misma demora en la
ejecución del juicio por medio de la paciencia [makroqumia] de Dios; la consiguiente
prueba de la fe y la paciencia de los santos; su apelación al juicio de Dios para el
desagravio; y la exhortación a la diligencia: "La necesidad de orar siempre y no
desmayar" (Luc. 18:8).

ALUSIÓN DE PEDRO A LA ENSEÑANZA DE


PABLO TOCANTE A LA PARUSÍA

2Ped. 3:15,16. "Cono también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que
le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas
cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e
inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”.
Esta alusión a las epístolas de Pablo indica varias inferencias importantes.

1. Prueba la existencia y la circulación general de las epístolas escritas por Pablo.


2. Reconoce la inspiración de ellas y su autoridad coordinada con las Escrituras
del Antiguo Testamento.
3. Advierte del hecho de que Pablo, en todas sus epístolas, habla de la venida del
Señor.
4. Especifica una epístola en particular en la cual se alude claramente al tema.
5. Reconoce ciertas dificultades relacionadas con la escatología del Nuevo
Testamento, y la perversión de la enseñanza apostólica por parte de algunas
personas ignorantes e inconstantes.

Podemos considerar brevemente una o dos preguntas:

1. ¿A cuál epístola de Pablo se hace referencia aquí como teniendo relación especial
con el tema de la Parusía? (Ver. 15).

Estamos dispuestos a concordar con el Dr. Alford en la opinión de que la referencia


es a las Epístolas a los Tesalonicenses. La única dificultad reside en la frase "os ha
escrito", pues no hay ninguna razón para creer que Pedro dirigió esta epístola a los
tesalonicenses. Pero quizás la expresión no significa otra cosa sino que todas las
epístolas de Pablo eran propiedad común de la iglesia en general; de lo contrario, la
Epístolas a los Tesalonicenses responden bien a esta descripción de su contenido por
parte de Pedro. Encontramos en ellas alusiones a la venida del Señor; a lo súbito de su
venida; a la cercanía de su venida; a la liberación y al reposo que su venida traería
para los sufrientes discípulos de Cristo; y al deber de ser diligentes y vigilantes ante la
perspectiva del acontecimiento.

2. ¿Cuáles son las "cosas difíciles de entender", ya fuera en las epístolas o en las
cuestiones bajo consideración?

Se ha señalado a menudo que el antecedente correcto para las cuales en la segunda


cláusula del versículo 16 no es "epístolas", sino "cosas", en οιζ, concordando, no con
επιστολυζ, sino con τουτων. Sin embargo, ahora parece, desde el descubrimiento del
Codex Sinaiticus por Tischendorf, que los tres manuscritos más antiguos dicen αιζ,
no οιζ, convirtiendo a epístolas en el antecedente correcto de "las cuales". Sin
embargo, esto no afecta mayormente el sentido que las dos lecturas pueden adoptar.
Está bastante claro que las dificultades a las que alude Pedro estaban en las porciones
de las epístolas de Pablo que trataban de la Parusía. Sabemos cuánto malinterpretaban
el tema los mismos tesalonicenses; y tenemos abundante experiencia desde entonces
para probar cuánto de la escatología entera del Nuevo Testamento ha sido "difícil de
entender", y "torcida" por muchos hasta el día de hoy. No hay que maravillarse, pues,
de que los cristianos primitivos hayan experimentado grandes dificultades con
respecto a la correcta interpretación de muchas de las declaraciones proféticas
relativas a la venida del Señor, el fin del tiempo, la transformación de los vivos, la
resurrección de los muertos, el fin de todas las cosas, etc. Que algunos torcieran y
pervirtieran la enseñanza apostólica sobre estos temas era demasiado probable, y
sabemos que, de hecho, lo hicieron. Era necesario, por lo tanto, exhortar a los
creyentes a tener cuidado de no ser "arrastrados por el error de los inicuos".

LA PARUSÍA EN LA PRIMERA
EPÍSTOLA DE JUAN
Los comentaristas están muy divididos acerca de cuándo, dónde, por quién, y a quién
fue escrita esta epístola. No hay evidencia sobre el tema, excepto la que puede
encontrarse en la epístola misma, y esto da amplio margen para diferencias de
opinión. Lange, que duda de la autenticidad de la epístola, dice que "tiene bastante
aire de haber sido compuesta antes de la destrucción de Jerusalén"; y Lücke, que
sostiene su autenticidad, es también de la opinión de que "puede haber sido escrita
poco antes de ese suceso". Creemos que cualquier mente sincera quedará satisfecha,
después de un estudio cuidadoso de la evidencia interna, de que, primero, la epístola
es una producción legítima de Juan; segundo, de que fue escrita en la víspera misma
de la destrucción de Jerusalén. Es imposible pasar por alto el hecho, con el cual nos
encontramos por dondequiera en la epístola, de que el escritor cree estar al borde de
una solemne crisis, para la llegada de la cual insta a sus lectores a estar preparados.
Esto armoniza con todas las epístolas apostólicas, y demuestra incontestablemente que
todos sus autores compartían por igual la creencia en la cercanía de la gran
consumación.

EL MUNDO PASA:
EL ÚLTIMO TIEMPO HA LLEGADO

1 Juan 2:17,18.- "Y el mundo pasa, y sus deseos... Hijitos, ya es el último tiempo [la
última hora]".

Durante esta investigación, a menudo hemos tenido ocasión de hacer notar cómo
hablan los escritores del Nuevo Testamento de "el fin" en el sentido de que se
acercaba rápidamente. También hemos visto a qué se refiere esa expresión. No al final
de la historia humana, no a la disolución final de la creación material; sino al final de
la era o dispensación judía, y a la abolición y la eliminación del orden de cosas
establecido y ordenado por la sabiduría divina bajo aquella economía. A menudo se
describe esta consumación con un lenguaje que parece implicar la destrucción total de
la creación visible. Éste es el caso notable en la segunda epístola de Pedro, y lo mismo
podría decirse quizás del lenguaje profético de nuestro Señor en Mateo 24:24.

Encontramos la misma forma simbólica de expresión en el pasaje que ahora tenemos


delante: "el mundo pasa" [ο κοσµοζ παραγεται]. Para la aprensión del apóstol, le
mundo ya estaba "pasando"; la misma expresión usada por Pablo en 1Cor. 7:31, con
referencia al mismo acontecimiento [παραγει γαρ το σχηµα του κοσµου τουτου]
"la apariencia de este mundo se pasa".

La impresión del apóstol Juan de la cercanía del "fin" parece, si es posible, más vívida
que la de los otros apóstoles. Quizás cuando escribió estaba más cerca de la crisis que
ellos. Desde este punto de vista, vale la pena notar que hay una marcada gradación en
el lenguaje de las diferentes epístolas. Los últimos tiempos se convierten en los
últimos días, y ahora los últimos días se convierten en la última hora [εσχατη ωρα ε
στι]. El período de expectativa y demora había terminado, y el momento decisivo
estaba cerca.

EL ANTICRISTO VIENE; UNA PRUEBA


DE QUE ES LA ÚLTIMA HORA

1 Juan 2:18. "Según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido
muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo" [ωρα].
En este pasaje surge por primera vez delante de nosotros "el temido nombre" del
anticristo. Por sí mismo, este hecho es suficiente para probar la fecha
comparativamente tardía de la epístola. Lo que en las epístolas de Pablo aparece como
una abstracción borrosa, ahora ha tomado forma concreta, y aparece como una
persona, "el anticristo".

Considerando el lugar que este nombre ha ocupado en la literatura teológica y


eclesiástica, es ciertamente notable cuán poco espacio ocupa en el Nuevo Testamento.
Excepto en las epístolas de Juan, el nombre anticristo nunca ocurre en los escritos
apostólicos. Pero, aunque el nombre está ausente, la cosa no es desconocida.
Evidentemente, Juan habla del "anticristo" como de una idea familiar para sus lectores
- un poder cuya venida era esperada, y cuya presencia era una indicación de que "la
última hora" había llegado. "Según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora
han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo".

Esperamos, pues, descubrir rastros de esta espera - predicciones del anticristo


venidero - en otras partes del Nuevo Testamento. Y no quedamos chasqueados. Es
natural mirar, en primer lugar, el discurso escatológico de nuestro Señor en el Monte
de los Olivos en busca de alguna indicación de este peligro venidero y el tiempo de su
aparición. En ese discurso, encontramos que se mencionan "falsos cristos y falsos
profetas" (Mat. 24:5, 11,24), y estamos listos para sacar la conclusión de que éstos
deben significar el mismo poder maligno designado por Juan como el anticristo. El
parecido del nombre favorece esta suposición; y el período de su aparición - en
vísperas de la catástrofe final - parece aumentar las probabilidades hasta casi la
certeza.

Hay, sin embargo, una formidable objeción a esta conclusión, es decir, que los falsos
cristos y los falsos profetas a los que aludía nuestro Señor parecen ser meros
impostores judíos, que comerciaban con la credulidad de sus ignorantes víctimas, o
entusiastas fanáticos, engendros de aquel semillero de frenesí religioso y político en
que Jerusalén se había convertido en los últimos días. Encontramos a estos hombres
vívidamente representados en los pasajes de Josefo, y no podemos reconocer en ellos
los rasgos del anticristo como son trazados por Juan. Eran producto del judaísmo en
su corrupción, y no del cristianismo. Pero el anticristo de Juan es manifiestamente de
origen cristiano. Esto es cierto por el testimonio del apóstol mismo: "Salieron de
nosotros, pero no eran de nosotros", etc. Esto prueba que los oponentes anticristianos
del evangelio en algún momento deben haber hecho profesión de cristianismo, y
después se volvieron apostatas de la fe.

Ciertamente no se puede decir que es imposible que los falsos cristos y los falsos
profetas de los últimos días de Jerusalén hayan podido ser apóstalas del cristianismo;
pero no hay evidencia que demuestre esto, ni en la profecía de nuestro Señor, ni en la
historia de aquel tiempo.

Por otra parte, en los avisos apostólicos de la apostasía predicha, este rasgo de su
origen está marcado claramente. Ya hemos visto cómo Pablo, Pedro, y Juan
concuerdan en su descripción de la "apostasía" de los últimos días. (Véase una
sinopsis de pasajes relacionados con la apostasía, p. 251). Ni puede haber ninguna
duda razonable de que los apostatas de los dos apóstoles anteriores son idénticos al
anticristo del último. Son semejantes en carácter, en origen, y en el tiempo de su
aparición. Son los encarnizados enemigos del evangelio; son apostasías de la fe;
pertenecen a los últimos días. Éstas son marcas de identidad demasiado numerosas e
impresionantes para ser accidentales; y, por lo tanto, estamos justificados al concluir
que el anticristo de Juan es idéntico a la apostasía predicha por Pablo y por Pedro.

EL ANTICRISTO NO ES UNA PERSONA,


SINO UN PRINCIPIO

1 Juan 2:18. "Ahora han surgido muchos anticristos".

En opinión de algunos comentaristas, se supone que el nombre del "anticristo" designa


a un individuo en particular, la encarnación y la personificación de la enemistad hacia
el Señor Jesucristo; y como hasta ahora ninguna persona así ha aparecido en la
historia, han llegado a la conclusión de que su manifestación es todavía futura, que el
anticristo personal puede esperarse inmediatamente antes del "fin del mundo". Ésta
parece haber sido la opinión del Dr. Alford, que dice:

"De acuerdo con este punto de vista, todavía esperamos que aparezca el hombre de
pecado en la plenitud del sentido profético, y además, que aparezca inmediatamente
antes de la venida del Señor".
Hay aquí, sin embargo, una extraña confusión de cosas que son enteramente diferentes
- "el hombre de pecado" y "la apostasía", el primero, sin duda una persona, como ya
hemos visto; la última, un principio, una herejía, manifestándose en multitud de
personas. Con esta declaración de Juan ante nosotros - "ahora han surgido muchos
anticristos" - es imposible considerar al anticristo como un solo individuo. Es verdad
que puede decirse que el anticristo podría estar personificado en cada individuo que
sostuvo el error anticristiano; pero esto es muy diferente de decir que el error está
encarnado y personificado en una persona en particular como su cabeza y
representante. La expresión "muchos anticristos" prueba que el nombre no es
designación exclusiva de ningún individuo.

Pero la interpretación más común y popular es la que enlaza el nombre anticristo con
el papado. Desde el tiempo de la reforma, ésta ha sido una hipótesis favorita de los
comentaristas protestantes; no es difícil entender por qué debió ser así. Hay una fuerte
semejanza familiar entre todos los sistemas de superstición y religión corrupta; sin
duda, gran parte del sistema papal puede ser designado como anticristiano; pero es
muy diferente decir que el anticristo de Juan se propone describir al papa o al sistema
papal. Alford rechaza decididamente esta hipótesis:

Al tratar este mismo punto, observa: "No puede disimularse que, en varios detalles
importantes, los requisitos proféticos están muy lejos de haberse cumplido. Sólo
mencionaré dos - uno subjetivo, el otro objetivo. En el característico pasaje de 2Tes.
2:4 ("que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios", etc.), el Papa no
cumple la profecía, y nunca la cumplió. Haciendo lugar para todas las notables
coincidencias con la última parte del versículo que se han aducido tan
abundantemente, es imposible demostrar que el Papa cumple la primera parte - mejor
dicho, está tan lejos de ello que la abyecta adoración y sumisión a λεγοµενοι θεοι y σ
εβασµατα (todo lo que se llama Dios o es objeto de culto) ha sido siempre una de sus
más notables peculiaridades. La segunda objeción, de carácter externo e histórico, es
aún más decisiva. Si el papado fuera el anticristo, entonces la manifestación ha tenido
lugar, y ya ha durado por casi 1500 años, y todavía no ha llegado el día del Señor, un
día al cual, según los términos de nuestra profecía, tal manifestación habría de
preceder inmediatamente.

Pero el lenguaje del apóstol mismo es decisivo contra esta aplicación del nombre
anticristo. La verdad es que es difícil entender cómo tal interpretación pudo haber
echado raíces en vista de las expresas declaraciones del propio apóstol. El anticristo
de Juan no es una persona, ni una sucesión de personas, sino una doctrina, o una
herejía, claramente notada y descrita. Más que esto, se declara que ya existía y se
había manifestado en los propios días del apóstol. "Así AHORA han surgido muchos
anticristos"; "éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y
que ahora ya está en el mundo" (1Juan 2:18; 4:3). Esto debería ser decisivo para todos
los que se inclinan ante la autoridad de la Palabra de Dios. La hipótesis de un
anticristo personificado en un individuo que todavía ha de venir no tiene base en las
Escrituras; es una ficción de la imaginación, no una doctrina de la Palabra de Dios.

MARCAS DEL ANTICRISTO

1Juan 2:19. "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido
de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se
manifestase que no todos son de nosotros”.

1Juan 2:22. "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este
es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”.
1Juan 4:1. "Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de
Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo".

1Juan 4:3. "Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es
de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y
que ahora ya está en el mundo”.

2Juan 7. "Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan
que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y en anticristo”,

Aquí se nos puede decir que tenemos al anticristo retratado de cuerpo entero, o, como
deberíamos decir más bien, la herejía o apostasía anticristiana. Por esta descripción, se
ve claramente:

1. Que el anticristo no era un individuo o una persona, sino un principio, una


herejía, que se manifestaba en muchos individuos.
2. Que el anticristo o los anticristos era o eran apostatas de la fe en Cristo (ver.
19).
3. Que su error característico consistía en negar el carácter mesiánico, la
divinidad, y la encarnación del Hijo de Dios.
4. Que los apostatas anticristianos descritos por Juan son posiblemente los
mismos que los denominados por nuestro Señor como "falsos cristos y falsos
profetas" (Mat. 24: 5, 11,24), pero que ciertamente responden a aquellos a los
cuales aluden Pablo, Pedro, y Judas.
5. Que todas las alusiones a la apostasía anticristiana relacionan su aparición con
la "Parusía" y con "los últimos días", o sea el fin de la era o dispensación judía.
Es decir, se considera como cercana, y casi ya presente.
Sin duda, si poseyéramos información histórica más completa relativa a ese período,
podríamos verificar mejor las predicciones y alusiones que encontramos en el Nuevo
Testamento, pero tenemos suficiente evidencia para justificar la conclusión de que
todo tuvo lugar de acuerdo con las Escrituras. No es fácil establecer si los falsos
profetas de los cuales dice Josefo que infestaban los últimos momentos agónicos de la
comunidad judía son idénticos a los falsos profetas de la predicción de nuestro Señor
y del anticristo de Juan. Pero el testimonio del apóstol mismo es decisivo sobre la
cuestión del anticristo. Aquí él es al mismo tiempo tanto profeta como historiador,
pues registra el hecho de que "así ahora han surgido muchos anticristos", y "muchos
profetas han salido por el mundo".

ESPERANZA DE LA PARUSÍA
1Juan 2:28. "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste,
tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”.

1Juan 3:2. "Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es".

1Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio”.

En estas exhortaciones y consejos, Juan concuerda perfectamente con los otros


apóstoles, cuyas constantes amonestaciones a las iglesias cristianas de su tiempo
instaban a esperar habitualmente la Parusía, y por lo tanto, a la fidelidad y la
constancia en medio del peligro y el sufrimiento. El lenguaje de Juan prueba:

1. Que los cristianos apostólicos eran exhortados a vivir esperando


constantemente la venida del Señor.
2. Que este acontecimiento era esperado por ellos como el tiempo de la
revelación de Cristo en su gloria, y la beatificación de sus fieles discípulos.
3. Que la Parusía era también el período del "día del juicio".

EN LA EPÍSTOLA DE JUDAS

No nos corresponde discutir las cuestiones relacionadas con la legitimidad o la


autenticidad de esta epístola. Tenemos que considerarla sólo en relación con la
Parusía. La evidencia interna muestra que pertenece a "los últimos días". La fe y el
amor de la iglesia primitiva habían declinado, y el error, las divisiones, y la
corrupción habían entrado como una inundación, de modo que fue necesario que el
apóstol exhortase a los hermanos a "contender ardientemente por la fe que ha sido una
vez dada a los santos".

Como en 2 Pedro 2, en esta breve epístola tenemos una fotografía de los heresiarcas
denominados por Juan "el anticristo" y por Pablo "la apostasía". La semejanza no
puede ser más clara.

1. Eran apostatas de la fe (ver. 4).

2. Su error consistía en la negación de Dios y de Cristo.

3. Están marcados por las siguientes características:

Impiedad, Maldad e Insubordinación, Burlas, Separación


Sensualidad,
Negación de Dios Hipocresía, Murmuración, cismática, Destitución
y de Cristo, Vanagloria del Espíritu Santo
Animalismo

Es bastante evidente que esta descripción, que concuerda tan estrechamente con la de
2Pedro 2, debe haberse derivado de la misma fuente común. Pero se destaca el hecho
simple y palpable de que una terrible degeneración y corrupción moral habían
infectado la vida social de "los últimos días". Es muy sugerente comparar el estado
moral del pueblo escogido en este período final de su historia nacional con el descrito
en las palabras del último de los profetas del Antiguo Testamento. La nación estaba
ahora en aquella misma condición que allí se declara como madura para juicio. El
segundo Elías no había podido hacer que el pueblo se volviera a la justicia, y ahora el
Mensajero del pacto estaba a punto de venir súbitamente a su templo; el grande y
terrible día de Jehová estaba cerca; y Dios estaba a punto de herir la tierra con la
maldición. (Mal. 4:5,6).

APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA A

El Reino de los Cielos, o Reino de Dios

No hay ninguna frase que ocurra con más frecuencia en el Nuevo Testamento que "el
reino de los cielos" o "el reino de Dios". Nos encontramos con ella en todas partes; al
comienzo, a la mitad, y al final del Libro. Es la primera cosa en Mateo, la última en
Apocalipsis. Al evangelio mismo se le llama "el evangelio del reino"; los discípulos
son los "herederos del reino"; el gran objeto de esperanza y expectativa es "la venida
del reino". Es de esto de lo que Cristo mismo deriva su título de "Rey". El reino de
Dios, pues, es la médula misma del Nuevo Testamento.

Pero, aunque difundida en el Nuevo Testamento, la idea del reino de Dios no es


peculiar a él; no pertenece menos al Antiguo. Encontramos huellas de ella en todos los
profetas desde Isaías hasta Malaquías; es el tema de algunos de los más exaltados
salmos de David; subyace los anales del antiguo Israel; sus raíces se remontan al
período más temprano de la existencia nacional judía; de hecho, es la razón de ser de
ese pueblo; porque Israel fue constituido y mantenido en existencia como una
nacionalidad distinta para encarnar y desarrollar esta concepción del reino de Dios.
Retrocediendo hasta el germen primordial del pueblo judío, encontramos el primer
indicio del propósito de Dios de "hacer un pueblo para sí mismo" en la promesa
original que se le hizo a su gran progenitor, Abraham: "Haré de ti una nación grande,
y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te
bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las
naciones de la tierra" (Gén. 12:2,3). Esta promesa fue renovada solemnemente poco
tiempo después en el pacto que Dios hizo con Abraham: "En aquel día hizo Jehová un
pacto con Abram diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto
hasta el río grande, el río Éufrates" (Gén. 15:18). Esta relación de pacto entre Dios y
la simiente de Israel es renovada y desarrollada más completamente en la declaración
que después se le hizo a Abraham: "Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu
descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios,
y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti,
la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de
ellos" (Gén. 17:7,8). Como muestra y señal de este pacto, el rito de la circuncisión le
fue impuesto a Abraham y a su posteridad, por el cual todo varón de aquella raza era
marcado y señalado como súbdito del Dios de Abraham (Gén. 17:9-14).

Más de cuatro siglos después de esta adopción de los hijos de Abraham como el
pueblo del pacto de Dios, les encontramos en estado de vasallaje en Egipto, gimiendo
bajo la cruel esclavitud a la que estaban sometidos. Se nos dice que Dios "escuchó sus
gemidos, y se acordó de su pacto con Abraham, con Isaac, y con Jacob". Levantó un
campeón en la persona de Moisés, y le indicó que le dijera a los hijos de Israel: "Yo
soy Jehová; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto; ... y os tomaré
por mi pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6: 6,7). Después de la milagrosa redención en
Egipto, la relación de pacto entre Jehová y los hijos de Israel fue ratificada, pública y
solemnemente, en el Monte Sinaí. Leemos que, "en el mes tercero de la salida de los
hijos de Israel de la tierra de Egipto... Y acampó allí Israel delante del monte. Y
Moisés subió a Dios, y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa
de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios,
y cómo os tomé sobre alas de águila, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a
mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y
gente santa" (Éx. 19:3-6).

Es en este período cuando podemos considerar el reino teocrático como formalmente


inaugurado. Una horda de esclavos liberados fue constituida en nación; recibieron una
ley divina para su gobierno, y el marco completo de su sistema civil y eclesiástico fue
organizado y construido por autoridad divina. Cada paso del proceso mediante el cual
un anciano sin hijos se convirtió en una nación revela un propósito divino y un plan
divino. Ninguna nacionalidad se formó jamás de esa manera; jamás existió ninguna
para un propósito así; ninguna tuvo jamás una relación tal con Dios; ninguna poseyó
jamás una historia tan milagrosa; ninguna fue jamás exaltada hasta un privilegio tan
glorioso; ninguna cayó jamás en una condenación tan tremenda.

No puede haber ninguna duda de que la nación de Israel fue destinada para ser
depositaria y conservadora del conocimiento del Dios viviente y verdadero en la
tierra. Para este propósito fue constituida la nación, y puesta en una relación única con
el Altísimo, como ningún otro pueblo sostuvo jamás. Para garantizar el cumplimiento
de este propósito, el Señor mismo fue su Rey y ellos fueron sus súbditos; mientras que
todas las instituciones y leyes que le fueron impuestas hacían referencia a Dios, no
sólo como Creador de todas las cosas, sino como Soberano de la nación. Expresar y
llevar a cabo esta idea del reinado de Dios sobre Israel es el manifiesto propósito del
aparato ceremonial de culto establecido en el desierto: "Jehová hizo erigir una tienda
real en el centro del campamento (donde por lo general se erigían los pabellones de
todos los reyes y capitanes), y la hizo equipar con todo el esplendor de la realeza,
como un palacio móvil. Estaba dividido en tres compartimientos, en el más interior
del cual estaba el trono real, sostenido por querubines de oro; y el escabel del trono,
un arca dorada que contenía las tablas de la ley, la Carta Magna de la iglesia y el
estado. En la antecámara, había una mesa dorada puesta con pan y vino, como la mesa
real; y ardía incienso precioso. La habitación exterior, o atrio, podría considerarse el
compartimiento culinario real, y allí se ejecutaba música, como la música de las mesas
festivas de los monarcas orientales. Dios escogió a los levitas como sus cortesanos,
oficiales de estado, y guardias de palacio; y a Aarón como oficial principal de la corte
y primer ministro de estado. Para el sostenimiento de estos oficiales, Dios asignó uno
de los diezmos que los hebreos debían entregar como alquiler por el uso de la tierra.
Finalmente, Dios requería que todos los varones hebreos de edad apropiada se
acercaran a su palacio cada año, durante las tres grandes festividades anuales, con
presentes, para rendir homenaje a su Rey; y como estos días de renovación de su
homenaje debían celebrarse con fiestas y gozo, el segundo diezmo se gastaba en
proporcionar el entretenimiento necesario para estas ocasiones. Resumiendo, cada
deber religioso era hecho una cuestión de obligación política; y todas las leyes civiles,
aún las más mínimas, estaban fundadas de tal manera en la relación del pueblo con
Dios, y tan entrelazadas con sus deberes religiosos, que el hebreo no podía separar a
su Dios de su Rey, y cada ley le recordaba a ambos por igual. Por consiguiente,
mientras la nación tuviese existencia nacional, no podía perder por completo el
conocimiento del verdadero Dios, ni descontinuar su culto".

Tal era el gobierno instituido por Jehová entre los hijos de Israel - una verdadera
teocracia; la única teocracia verdadera que jamás existió sobre la tierra. Su carácter
nacional, intenso y exclusivo, merece ser notado de manera particular. Era privilegio
distintivo de los hijos de Abraham, y de ellos solamente: "Jehová tu Dios te ha
escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la
tierra" (Deut. 7:6). "A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la
tierra" (Amos 3:2). "No ha hecho así con ninguna otra de las naciones" (Sal. 147:20).
El Altísimo era el Señor de toda la tierra, pero era Rey de Israel en un sentido
completamente peculiar. Él era el Gobernante del pacto; ellos eran el pueblo del
pacto. Estaban bajo la más sagrada y solemne obligación de ser súbditos leales a su
invisible Soberano, de adorarle sólo a Él, y de ser fieles a su ley (Deut. 26:16-18).
Como recompensa por su obediencia, tenían la promesa de ilimitada prosperidad y
grandeza nacional; habrían de ser "exaltados sobre todas las naciones que hizo, para
loor y fama y gloria" (Deut. 26:19); mientras que, por otra parte, el castigo por su
deslealtad y su infidelidad era correspondientemente terrible; la maldición del pacto
quebrantado les alcanzaría en una señalada y terrible retribución, que no tendría
paralelo en la historia de la humanidad, pasada o por venir. (Deut. 28).

Es sólo razonable suponer que este maravilloso experimento de un gobierno teocrático


debe haber tenido como objetivo algo digno de su divino autor. Ese objeto era moral,
más bien que material; la gloria de Dios y el bien de los hombres, más que el progreso
político o temporal de una tribu o nación. Sin duda era, en primer lugar, un expediente
para mantener vivo el conocimiento y el culto del único Dios verdadero en la tierra,
que de otro modo podría haberse perdido por entero; y en segundo lugar, a pesar de su
intenso y exclusivo espíritu de nacionalismo, el sistema teocrático llevaba en su seno
el germen de una religión universal, y era así una etapa grande e importante en la
educación de la raza humana.

Es instructivo seguir la pista al crecimiento y al desarrollo progresivo de la idea


teocrática en la historia del pueblo judío, y observar cómo, al perder su importancia
política, se vuelve más y más moral y espiritual en su carácter.

El pueblo al que se le confirió este incomparable privilegio demostró ser indigno de


él. Su inconstancia e infidelidad neutralizaban a cada momento el favor de su invisible
Soberano. Su exigencia de tener rey, de ser "también como todas las naciones", era
casi un rechazo de su celestial Soberano. (1Sam. 8:7, 19,20). Sin embargo, su petición
fue concedida, habiéndose hecho provisión para una tal contingencia en el marco
original de la teocracia. El rey humano fue considerado virrey del divino Rey,
convirtiéndose así en tipo del Soberano real, aunque invisible, a quien el rey, así como
la nación, debía lealtad.

Es en este punto donde notamos la aparición de una nueva fase en el sistema


teocrático. Si consideramos a David como el autor del segundo salmo, fue ya en esta
época cuando se hizo un anuncio profético concerniente a un Rey, el Ungido de
Jehová, el Hijo de Dios, contra quien se levantarían los reyes de la tierra, y los
príncipes consultarían unidos, pero a quien el Altísimo daría los paganos por heredad
y las partes últimas de la tierra por posesión. Desde este período comienza a indicarse
más claramente el carácter mediador de la teocracia; se hace una distinción entre
Jehová y su Ungido, entre el Padre y el Hijo. Nos encontramos con los títulos de
Mesías, Hijo de Dios, Hijo de David, Rey de Sión, aplicados a Aquél a quien
pertenece el reino, y quien está destinado a triunfar y a reinar. Los salmos llamados
mesiánicos, especialmente el 72 y el 110, bastan para probar que, en tiempos de
David, había claros anuncios proféticos de un Rey venidero, cuyo gobierno sería
benéfico y glorioso; en quien serían benditas todas las naciones; que habría de unir en
sí mismo la doble posición de Sacerdote y Rey; que es declarado Señor de David; y
que está representado como sentado a la diestra de Dios "hasta que sus enemigos sean
puestos como estrado de sus pies".

De aquí en adelante, a través de todas las profecías del Antiguo Testamento,


encontramos el carácter y la persona del Rey teocrático bosquejado más y más
completamente, aunque en la descripción están mezclados juntos elementos diversos y
aparentemente inconsistentes. A veces, el Rey venidero y su reino son representados
con los colores más atractivos y resplandecientes: "Saldrá una vara del tronco de Isaí,
y un vástago retoñará de sus raíces", y bajo la dirección de este heredero de la casa de
David, toda maldad desaparecerá y toda bondad triunfará. "El lobo morará con el
cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito... no harán mal ni dañarán en todo mi
santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas
cubren el mar" (Isa. 11:1-9). Los más elevados nombres de honor y dignidad son
atribuidos al Príncipe venidero; él es el "Maravilloso, Consejero, Dios fuerte, Padre
eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite". Se
sentará sobre el trono de David, y gobernará su reino con juicio y con justicia para
siempre. (Isa. 9:6,7).

Pero, al lado de este brillante futuro, hay oscuras y tenebrosas escenas de tristeza y
sufrimiento, de juicio y de ira. Se dice del Rey venidero que es como "raíz de tierra
seca"; "despreciado y desechado"; "varón de dolores, experimentado en quebranto";
"herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados"; "como cordero fue
llevado al matadero"; "como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no
abrió su boca"; "fue cortado de la tierra de los vivientes" (Isa. 53). Se lo describe
entrando a Jerusalén "humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de
asna" (Zac. 9:9); "se quitará la vida al Mesías, mas no por sí" (Dan. 9:26); y entre los
últimos pronunciamientos proféticos están algunos de los más ominosos y sombríos
de todos. El Señor, el Mensajero del pacto, el Rey esperado, viene: "¿Quién podrá
soportar el tiempo de su venida? Viene el día ardiente como un horno; el día de
Jehová, grande y terrible" (Mal. 3:1,2; 4:1,5).
Esta aparente paradoja se explica en el Nuevo Testamento. Existía en realidad este
doble aspecto del Rey y el reino: "El Rey de gloria" era "varón de dolores"; "el año
aceptable del Señor" era también "el día de retribución de nuestro Dios".

Las antiguas profecías habían dado abundantes razones para esperar que el invisible
Rey teocrático sería revelado un día y habitaría con los hombres sobre la tierra; que
vendría, en los intereses de la teocracia, para establecer su reino en la nación, y reunir
a su pueblo alrededor del trono. Los capítulos iniciales del evangelio de Lucas indican
lo que creían los israelitas piadosos con respecto al reino venidero del Mesías.
Entendían que este reino tendría una especial relación con Israel. "Éste será llamado
grande", dijo el ángel de la anunciación, "y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor
Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre,
y su reino no tendrá fin". "Rabí", exclamó el leal Natanael, cuando Dios se le reveló
súbitamente a través de la apariencia del joven campesino galileo, "tú eres el Hijo de
Dios; tú eres el Rey de Israel" (Juan 1:49). No es menos cierto que su venida se
consideraba entonces como cercana, y era esperada ansiosamente por hombres santos
como Simeón, que "esperaba la consolación de Israel", y al cual le había sido revelado
que no "vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor" (Luc. 2:25,26). La
verdad es que había una creencia muy difundida, no sólo en Judea, sino por todo el
Imperio Romano, de que un gran príncipe o monarca estaba a punto de aparecer en la
tierra, que habría de inaugurar una nueva era. De esta expectativa tenemos evidencia
en los Anales de Tácito y el Polio de Virgilio. Sin duda, la esperanza acariciada por
Israel se había difundido, de una manera más o menos vaga y distorsionada, por todos
los territorios circunvecinos.

Pero cuando, en la plenitud del tiempo, apareció el Rey teocrático en medio de la


nación del pacto, no fue en la forma que ellos habían esperado y deseado. El Rey no
cumplió las esperanzas de ellos de poder político y preeminencia nacional. El reino de
Dios que Jesús proclamó fue algo muy diferente de aquel con el cual habían soñado.
Justicia y verdad, pureza y bondad, eran sólo palabras vacías para los que codiciaban
los honores y los placeres de este mundo. Sin embargo, aunque rechazado por la
nación en general, el Rey teocrático no dejó de anunciar su presencia y sus reclamos.
Fue precedido por un heraldo, el Elías, predicho, Juan el Bautista, al cual el pueblo
debía reconocer como verdadero profeta de Dios. El segundo Elías anunció el reino de
Dios como que se había acercado. y llamó a la nación a arrepentirse y a recibir a su
Rey. Luego, sus propias obras milagrosas, sin paralelo aun en la historia del pueblo
escogido en cuanto al número y esplendor, proporcionó evidencia concluyente de su
divina misión; unido a lo cual, la trascendente excelencia de su doctrina, y la
inmaculada pureza de su vida, silenciaron, si no avergonzaron, la enemistad de los
impíos. Durante más de tres años, esta apelación al corazón y a la conciencia de la
nación fue presentada incesantemente de todas las formas posibles, pero sin éxito;
hasta que, finalmente, los principales de la iglesia y el estado judíos,
encarnizadamente hostiles a las pretensiones de Jesús, le acusaron delante del
gobernador romano bajo el cargo de hacerse Rey. Con su persistente y maligno
clamor, procuraban su condena. Fue entregado para que fuese crucificado, y el título
sobre su cruz llevaba esta inscripción:

"ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS"

Este trágico acontecimiento marca el rompimiento final entre el pueblo del pacto y el
Rey teocrático. El pacto había sido quebrantado a menudo antes, pero ahora era
repudiado públicamente y roto en pedazos. Se podría haber pensado que la teocracia
terminaría ahora; y casi lo hizo, pero su disolución formal fue suspendida por un
breve espacio de tiempo, para que la doble consumación del reino, que envolvía la
salvación de los fieles y la destrucción de los incrédulos, pudiera tener lugar en el
tiempo señalado. Este doble aspecto del reino teocrático es visible en cada una de las
partes de su historia. Fue a un tiempo éxito y fracaso; victoria y derrota; trajo
salvación para unos y destrucción para otros. Este doble carácter había sido
establecido claramente en las antiguas profecías, como en el notable oráculo de Isaías
49. El Mesías se lamenta: "Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he
consumido mis fuerzas", etc. La divina respuesta es: "Ahora, pues, dice Jehová, el que
me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob y para
congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será
mi fuerza); dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de
Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las
naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra". Para poner sólo
otro ejemplo: en el libro de Malaquías encontramos este doble aspecto del reino
venidero, pues, aunque "viene el día ardiente como un horno", y "todos los que hacen
maldad serán estopa","a los que teméis mi nombre nacerá el sol de justicia, y en sus
alas traerá salvación" (Mal. 4:1,2). A pesar, pues, del rechazo del rey y la pérdida del
reino por parte de la masa del pueblo, todavía habría una gloriosa consumación de la
teocracia, trayendo honor y felicidad para todos los que poseyeran la autoridad del
Mesías y demostraran ser obedientes y leales a su Rey.

¿Tenemos alguna información con la cual establecer con certeza el período de esta
consumación? ¿En qué momento puede decirse que el reino ha venido plenamente?
En la encarnación no, porque la proclamación de Jesús siempre fue: "El reino de Dios
se ha acercado". En la crucifixión no, porque la petición del ladrón moribundo fue:
"Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". En la resurrección tampoco,
porque después de que el Señor hubo resucitado, los discípulos esperaban la
restauración del reino a Israel. En la ascensión tampoco, ni en el día de Pentecostés,
porque, mucho tiempo después de estos acontecimientos, se nos dice en la Epístola a
los Hebreos que Cristo, "habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio
por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta
que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies" (Heb. 10:12,13). La
consumación del reino, pues, no coincide con la ascensión, ni con el día de
Pentecostés. Es verdad que el Rey teocrático "se sentó en el trono, a la diestra de la
majestad en las alturas", pero todavía no había "asumido este gran poder". Sus
enemigos todavía no habían sido derribados, y no podía decirse que había llegado el
pleno desarrollo y la consumación de su reino sino hasta que, por medio de un acto
judicial solemne y público, el Mesías hubiese vindicado las leyes de su reino y
aplastado bajo sus pies a sus súbditos apostatas y rebeldes.

Hay un punto en el tiempo que se indica constantemente en el Nuevo Testamento


como la consumación del reino de Dios. Nuestro Señor declaró que, entre sus
discípulos, había algunos que vivirían para verle venir en su reino. Por supuesto, esta
venida del Rey es sinónima con la venida del reino, y limita la ocurrencia de este
acontecimiento a la generación que entonces existía. Es decir, la consumación del
reino se sincroniza con el reino de Israel y la destrucción de Jerusalén, siendo todo
ello parte de una gran catástrofe. Era en ese período cuando el Hijo del hombre habría
de venir en la gloria de su Padre, y se sentaría en el trono de su gloria; para
recompensar a sus siervos y retribuir a sus enemigos (Mat. 25:31). Encontramos estos
sucesos uniformemente asociados juntos en el Nuevo Testamento, la venida del Rey,
la resurrección de los muertos, el juicio de los justos y de los impíos, la consumación
del reino, el fin de la era. Por eso dice Pablo en 2Tim. 4:1: "Te encarezco delante de
Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en manifestación
y en su reino". La venida, el juicio, el reino, todos coinciden y son contemporáneos, y
no sólo eso, sino que están cercanos; porque el apóstol dice: "Que está a punto de
juzgar... que pronto juzgará" [µελλοντοζ κρινειν].

Es perfectamente claro, entonces, según el Nuevo Testamento, que la consumación, o


resolución, del reino teocrático tuvo lugar durante el período de la destrucción de
Jerusalén y el juicio de Israel. La teocracia había cumplido su propósito; el
experimento había sido probado, ya fuera que la nación del pacto demostrara ser leal a
su Rey o no. Había fracasado; Israel había rechazado a su Rey; y sólo restaba que se
hiciera cumplir el castigo por el pacto violado. Vemos el resultado en la ruina del
templo, la destrucción de la ciudad, el borramiento de la nación, y la abrogación de la
ley de Moisés, acompañadas por escenas de horror y sufrimiento sin paralelo en la
historia del mundo. Aquella gran catástrofe, pues, marca la conclusión del reino
teocrático. Desde el principio, había sido de un carácter estrictamente nacional - era el
reinado divino sobre Israel. Por necesidad terminó, pues, con la terminación de la
existencia nacional de Israel, cuando los símbolos externos y visibles de la Presencia y
la Soberanía divinas terminaron; cuando la casa de Dios, la ciudad de Dios, y el
pueblo de Dios fueron borrados de la existencia por medio de una catástrofe
desoladora y final.

Esto nos permite entender el lenguaje de Pablo cuando, hablando de la venida de


Cristo, representa el acontecimiento como marcando "el fin" [το τελοζ = η συντελει
α του αιωνοζ], "cuando entregue el reino al Dios y Padre" (1Cor. 15:24). Esto ha
causado mucha perplejidad a muchos teólogos y comentaristas, que parecen haber
considerado despectivo hacia la divinidad del Hijo de Dios el hecho de que renunciara
a sus funciones mediatorias y su carácter regio, y se hundiera, por decirlo así, en la
posición de una persona individual, convirtiéndose en súbdito en vez de soberano.
Pero el malestar ha surgido por haber pasado por alto la naturaleza del reino que el
Hijo había administrado, y que al fin entrega. Era el reinado mesiánico: el reino sobre
Israel: aquel gobierno peculiar y único ejercido sobre la nación del pacto, y
administrado por la mediación del Hijo de Dios durante tantas edades. Esa relación
estaba ahora disuelta, porque la nación había sido juzgada, el templo destruido, y
eliminados todos los símbolos de la divina soberanía. ¿Por qué debía continuar por
más tiempo el reino teocrático? No había nada que administrar. Ya no había una
nación del pacto, el pacto estaba roto, e Israel había dejado de existir como una
nacionalidad distinta. ¿Qué más natural y correcto, entonces, que en semejante
coyuntura el Mediador renunciara a sus funciones mediadoras, y entregara la insignia
del gobierno en las manos de las cuales había recibido aquellas funciones? Edades
antes de ese período, el Padre había investido al Hijo con las funciones de
vicerreinales de la teocracia. Se había proclamado: "Pero yo he puesto mi rey sobre
Sión, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú;
yo te engendré hoy" (Sal. 2:6,7). Los propósitos para los cuales el Hijo había asumido
la administración del gobierno teocrático se habían llevado a cabo. El pacto estaba
disuelto, su violación vengada, los enemigos de Cristo y de Dios destruidos, los
siervos verdaderos y fieles recompensados, y la teocracia había llegado a su fin. Éste
era ciertamente el momento oportuno para que el Mediador renunciara a su posición y
la entregara en manos del Padre, es decir, "entregase el reino".

Pero en todo esto no hay nada despectivo hacia la dignidad del Hijo. Por el contrario:
"Él es mediador de un mejor pacto". La terminación del reino teocrático era la
inauguración de un nuevo orden, a una escala mayor, y de una naturaleza más
duradera. Esta es la doctrina de la epístola a los Hebreos: "el trono del Hijo de Dios es
por siempre jamás" (Heb. 1:8). El sacerdocio del Hijo de Dios es "para siempre" (8:3);
Cristo tiene un ministerio tanto mejor cuanto que "es mediador de un mejor pacto"
(8:6). La teocracia, como hemos visto, era limitada, exclusiva, y nacional; pero
llevaba en su seno el germen de una religión universal. Lo que Israel perdió, el mundo
lo ganó. Mientras la teocracia subsistía, había una nación favorecida, y los gentiles, es
decir, todo el mundo menos los judíos, estaban fuera del reino, en posición de
inferioridad, y, como a los perros, se les permitía, por gracia, comer de las migajas
que caían de la mesa del amo. La primera venida del reino no eliminó por completo
este estado de cosas; hasta el evangelio de la gracia de Dios fluyó al principio por el
antiguo y estrecho canal. Pablo reconoce el hecho de que "Jesucristo era ministro de la
circuncisión", y nuestro Señor mismo declaró: "No he sido enviado sino a las ovejas
perdidas de la casa de Israel". Durante años después de que los apóstoles recibieron la
comisión, no entendieron que se le estaba enviando a los gentiles; ni consideraron al
principio a los conversos paganos como admisibles en la iglesia, excepto como judíos
prosélitos. Es verdad que, después de la conversión de Cornelio el centurión, los
apóstoles se convencieron de los límites más amplios del evangelio, y por todas partes
Pablo proclamaba el derrumbe de las barreras entre judíos y gentiles; pero es fácil ver
que, mientras existiese la nación teocrática, y permaneciese el templo con su
sacerdocio, sacrificios, y rituales, y continuase o pareciese continuar en vigencia la ley
mosaica, la distinción entre judíos y gentiles no podía borrarse. Pero la barrera se
derrumbó efectivamente cuando la ley, el templo, la ciudad, y la nación fueron
borrados juntos, y la teocracia experimentó visiblemente la consumación final.

Ese acontecimiento fue, por decirlo así, la declaración formal y pública de que Dios
ya no era el Dios de los judíos solamente, sino que ahora era el Padre común de todos
los hombres; que ya no había una nación favorecida y un pueblo peculiar, sino que la
gracia de Dios se había "manifestado para salvación a todos los hombres" (Tito 2:11);
que lo local y limitado se había expandido hasta lo ecuménico y lo universal, y que, en
Cristo Jesús, "todos son uno" (Gál. 3:29). Esto es lo que Pablo declara que es el
significado de la rendición del reino por el Hijo de Dios en manos del Padre: de aquí
en adelante, cesan las relaciones exclusivas de Dios con una sola nación, y Él se
convierte en el Padre común de toda la familia humana,

"PARA QUE DIOS SEA TODO EN TODOS" (1Cor. 15:28).

APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA B

Acerca de la "Babilonia" de 1 Pedro 5:13

"La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo,
os saludan".
No es fácil transmitir en otras tantas palabras en español la fuerza precisa del original.
Su extrema brevedad causa oscuridad. Literalmente dice así: "Ella en Babilonia, co-
elegida, os saluda; y Marcos mi hijo".

La interpretación común del pronombre ella lo refiere a "la iglesia que está en
Babilonia"; aunque muchos eminentes comentaristas - Bengel, Mill, Wahl, Alford, y
otros - entienden que se refiere a una persona, presumiblemente la esposa del apóstol.
"Apenas es probable", observa Alford, "que ocurriesen juntos en el mismo mensaje de
salutación una abstracción, de la cual se habla enigmáticamente, y un hombre
(Marcos, mi hijo), por nombre". El peso de la autoridad se inclina del lado de la
iglesia; el peso de la gramática, del lado de la esposa.

Pero la cuestión más importante se relaciona con la identidad del lugar que aquí se
denomina Babilonia. A primera vista, es natural llegar a la conclusión de que no
puede ser otra que la bien conocida y antigua metrópolis de Caldea, o lo que quedaba
de ella y que existía en los días del apóstol. Estamos listos a considerar como muy
probable que Pedro, en sus viajes apostólicos, rivalizaba con el apóstol a los gentiles,
e iba por todas partes predicando el evangelio a los judíos, como Pablo lo hacía a los
gentiles.

Sin embargo, parece haber formidables objeciones a este punto de vista, por natural y
sencillo que parezca. Sin mencionar la improbabilidad de que Pedro, en su ancianidad,
y acompañado por su esposa (si aceptamos la opinión de que es a ella a quien se
refiere la salutación), se encontrase en una región tan remota de Judea, hay la
importante consideración de que Babilonia no era en aquella época la morada de una
población judía. Josefo afirma que ya mucho antes, durante el reinado de Calígula
(37-41 d. C.), los judíos habían sido expulsados de Babilonia, y que había tenido lugar
una gran matanza, que casi les había exterminado. Es verdad que esta afirmación de
Josefo se refiere a la región entera llamada Babilonia, más bien que a la ciudad de
Babilonia, y esto por la suficiente razón de que, en tiempos de Josefo, Babilonia era
un lugar tan deshabitado como lo es ahora. En su Geografía Bíblica, Rosenmüller
afirma que, en tiempos de Estrabón (esto es, durante el reinado de Augusto),
Babilonia estaba tan desierta que él le aplica a esa ciudad lo que un antiguo poeta
había dicho de Megalópolis en Arcadia, es decir, que era "un gran desierto". También
Basnage, en su Historia de los Judíos, dice: "Babilonia declinaba en los días de
Estrabón, y Plinio la representa en el reinado de Vespasiano como una grande e
ininterrumpida soledad".

Se han sugerido otras ciudades como la Babilonia a la que se refiere la epístola: un


fuerte de ese nombre en Egipto, mencionado por Estrabón; Tesifón, sobre el Tigris;
Seleucia, la nueva ciudad que vació de sus habitantes a la antigua Babilonia. Pero
estas son meras conjeturas, a las que no sostiene ni una partícula de evidencia.
La improbabilidad de que la antigua capital de Caldea fuese el lugar de referencia
puede explicar en gran medida el consentimiento general que desde los tiempos más
antiguos ha asignado una interpretación simbólica o espiritual al nombre de Babilonia.
Si la cuestión fuera a ser decidida por la autoridad de grandes nombres, Roma sería
declarada sin duda la mística Babilonia designada así por el apóstol. Pero esto
envuelve la molesta pregunta de si Pedro visitó jamás Roma, una discusión en la cual
no podemos entrar aquí. La historia del evangelio guarda completo silencio sobre el
tema, y la tradición, incuestionablemente muy antigua, del episcopado de Pedro allí, y
de su martirio bajo el reinado de Nerón, está recargado con tanto que es ciertamente
fabuloso, que nos sentimos justificados al hacer todo ello a un lado como leyenda o
como mito. Hay un argumento a priori contra la probabilidad de la visita de Pedro a
Roma, el cual sostenemos como insalvable, en ausencia de cualquier argumento en
contrario. Pedro era el apóstol de la circuncisión; su misión era a los judíos, su propia
nación; no podemos concebir la posibilidad de que él abandonara su esfera señalada
de trabajo y "entrara en los asuntos de otro hombre", y "edificara sobre fundamento
ajeno". Pablo estaba en Roma en los días de Nerón, y nada puede ser más improbable
que Pedro, el apóstol de la circuncisión, y "sabiendo que dentro de poco debía
abandonar su tabernáculo terrenal", emprendiese viaje a Roma en su extrema vejez,
sin ningún llamado especial, y sin dejar rastro, en la historia de los Hechos de los
Apóstoles, de un suceso tan notable.

Pero, si Roma no es la Babilonia simbólica de la referencia, y si la Babilonia literal es


inadmisible, ¿cuál otro lugar puede sugerirse con alguna probabilidad? ¿No hay
ninguna otra ciudad, aparte de Roma, que pudiera llamarse con la misma propiedad la
Babilonia mística? ¿Ninguna otra que no tenga aparejados nombres simbólicos, tanto
en el Antiguo Testamento como en el Nuevo? Parece inexplicable que la misma
ciudad con la cual la vida y los hechos de Pedro están más asociados que con ninguna
otra haya sido completamente ignorada en esta discusión. ¿Por qué no podría la
ciudad llamada Sodoma y Gomorra ser llamada, con la misma razón, Babilonia?
Ahora bien, Jerusalén tiene estos nombres místicos asociados con ella en las
Escrituras, y ninguna ciudad tenía más derecho a reclamar el carácter que ellos
implican. Sin duda, Jerusalén parece también haber sido la residencia fija del apóstol;
Jerusalén, pues, es el lugar desde el cual podríamos esperar encontrarle escribiendo y
fechando sus epístolas dirigidas a las iglesias.

Cualquiera que sea la ciudad que el apóstol llama Babilonia, debe haber sido la
morada permanente de la persona o la iglesia asociada con él mismo y con Marcos en
la salutación. Esto queda comprobado por la forma de las expresiones en βαβυλωνι,
lo cual, como demuestra Steiger, significa "una morada fija por la cual uno puede ser
designado". Si decidimos que la referencia es a una persona, se seguirá que Babilonia
era el lugar del domicilio de la persona, su morada fija, y esto, en el caso de la esposa
de Pedro, sólo podía ser Jerusalén. Hasta donde se puede deducir de la evidencia
documental del Nuevo Testamento, la historia apostólica muestra claramente que
Pedro residía habitualmente en Jerusalén. No es nada menos que una falacia popular
suponer que todos los apóstoles eran evangelistas como Pablo, y que viajaban por
países extranjeros predicando el evangelio a todas las naciones. El profesor Burton ha
mostrado que "no fue sino catorce años después de la ascensión de nuestro Señor que
Pablo viajó por primera vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Ni hay evidencia
alguna de que, durante este período, los apóstoles traspasaron los confines de Judea".
Pero, lo que argumentamos es que la residencia habitual o permanente de Pedro era
Jerusalén. Esto se desprende de varias pruebas circunstanciales.

1. Cuando la iglesia de Jerusalén se dispersó hacia el extranjero después de la


persecución que se desató en el tiempo del martirio de Esteban, Pedro y el
resto de los apóstoles permanecieron en Jerusalén. (Hechos 8:1).
2. Pedro estaba en Jerusalén cuando Herodes Agripa I le aprehendió y le
encarceló. (Hechos 12:3).
3. Cuando Pablo, tres años después de su conversión, sube a Jerusalén, su misión
es "ver a Pedro"; y añade: "Permanecí con él quince días" (Gál. 1:18). Esto
implica que la residencia habitual de Pedro era Jerusalén.
4. Catorce años después de esta visita a Jerusalén, Pablo visita nuevamente
aquella ciudad en compañía de Bernabé y Tito; y en esta ocasión, también
encontramos a Pedro allí. (Gál. 2:1-9). (50 d. C. - Conybeare y Howson).
5. Vale la pena notar que fue la presencia en Antioquia de ciertas personas que
vinieron de Jerusalén lo que intimidó tanto a Pedro que le llevó a asumir una
línea equivocada de conducta y a incurrir en la censura de Pablo. (Gál. 2:11).
¿Por qué debería intimidar a Pedro la presencia de judíos de Jerusalén?
Presumiblemente porque, a su regreso a Jerusalén, ellos le pedirían cuenta:
dando a entender que Jerusalén era su residencia habitual.
6. Si suponemos, lo que es más probable, que Marcos, mencionado en
esta salutación, es Juan Marcos, hijo de la hermana de Bernabé, sabemos que él
también vivía en Jerusalén (Hechos 12:12).
7. A Silvano, o Silas, el escritor o portador de esta epístola, lo conocemos como
miembro prominente de la iglesia de Jerusalén: "varón principal entre los
hermanos" (Hechos 15:22-32).

Encontramos así que todas las personas nombradas en la porción final de la epístola
son residentes habituales de Jerusalén.

Por último, inferimos, de una expresión incidental en Hech. 4:17, que Pedro estaba en
Jerusalén cuando escribió esta epístola. Dice que es tiempo de que el juicio comience
por la "casa de Dios"; esto es, como hemos visto, el santuario, el templo; y añade: "Si
primero comienza por nosotros", etc. Ahora bien, ¿se habría expresado así si en el
momento en que escribió hubiese estado en Roma, o en Babilonia sobre el Éufrates, o
en cualquier otra ciudad que no fuese Jerusalén? Ciertamente parece de lo más natural
suponer que, si el juicio comienza por el santuario, y también por nosotros, tanto el
lugar como las personas deben estar juntos. La visión de Ezequiel, que da el prototipo
de la escena de juicio, fija la localidad donde ha de comenzar la matanza, y parece
muy probable que la suerte venidera de la ciudad y el templo, así como las aflicciones
que habrían de sobrevenirles a los discípulos de Cristo, estuviesen en la mente del
apóstol. Wiesinger observa: "Apenas es posible que la destrucción de Jerusalén
hubiese pasado cuando se escribieron estas palabras; de haber sido así, difícilmente se
habría dicho, ο καιροζ του αρξασθαι". No; no era pasado, sino que el principio del
fin ya era presente; el juicio parece haber comenzado, como el Señor dijo que
ocurriría, con los discípulos; y éste era el seguro preludio de la ira que venía sobre los
impíos "hasta lo máximo".

Pero puede objetarse: Si Pedro quiso decir Jerusalén, ¿por qué no lo dijo sin
ambigüedades? Puede haber habido, y sin duda había, razones prudenciales para esta
reserva en el momento en que Pedro produjo su escrito, como las había cuando Pablo
escribió a los tesalonicenses. Pero, probablemente, no había tal ambigüedad para sus
lectores, como las hay para nosotros. ¿Y si Jerusalén ya era conocida y reconocida
entre los creyentes cristianos como la Babilonia mística? Suponiendo, como tenemos
derecho a asumir, que Apocalipsis ya le era familiar a las iglesias apostólicas,
consideramos sumamente probable que identificaran a la "gran ciudad", cuya caída se
describe en ese libro, "Babilonia la grande", como la misma cuya caída se menciona
en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos.

Esto, sin embargo, pertenece a otro tema, cuya discusión tendrá lugar en el momento
adecuado - la identidad de la Babilonia del Apocalipsis. Baste por el momento haber
presentado argumentos para una causa probable, sobre bases completamente
independientes, en favor de que la Babilonia de la primera epístola de Pedro no es otra
que Jerusalén.

APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA C

Acerca del simbolismo de la profecía, con especial referencia


a las predicciones de la Parusía

La más somera atención al lenguaje profético del Antiguo Testamento debe convencer
a cualquier persona de mente sobria que no debe entenderlo al pie de la letra. Primero,
los pronunciamientos de los profetas son poesía; segundo, son poesía oriental. Pueden
llamarse grabados jeroglíficos que representan sucesos históricos por medio de
imágenes altamente metafóricas. Es inevitable, pues, que la hipérbole, o lo que a
nosotros nos parece hipérbole, entre mayormente en las descripciones de los profetas.
Para la imaginación fría y prosaica de Occidente, el estilo encendido y vívido de los
profetas de Oriente puede parecer ampuloso y extravagante; pero hay siempre un
substrato de realidad que subyace a las figuras y a los símbolos, los cuales, mientras
más se estudian, más se recomiendan al juicio del lector. Revoluciones sociales y
políticas, cambios morales y espirituales, son prefiguradas por convulsiones y
catástrofes físicas; y si estos fenómenos naturales afectan la imaginación todavía más
poderosamente, no son figuras inapropiadas cuando se capta la verdadera importancia
de los acontecimientos que representan. La tierra convulsionada por terremotos,
montañas ardiendo que son lanzadas al mar, estrellas que caen como hojas, los cielos
incendiados, el sol cubierto de cilicio, la luna convertida en sangre, son imágenes de
espantosa grandeza, pero no son necesariamente representaciones impropias de
grandes conmociones civiles - el derrumbe de tronos y dinastías, las desolaciones de
la guerra, la abolición de antiguos sistemas, y grandes revoluciones morales y
espirituales. En profecía, como en poesía, lo material es considerado tipo de lo
espiritual, y las pasiones y emociones de la humanidad encuentran expresión en
señales y síntomas correspondientes en la creación inanimada. ¿Trae el profeta buenas
nuevas? Llama a las montañas y a los collados a prorrumpir en canción, y a los
árboles del bosque a batir palmas. ¿Es su mensaje de lamentación y de ay? Los cielos
están de luto, y el sol se oscurece cuando se pone. Por muy ansioso que esté de
apegarse a la sola letra de la palabra, nadie pensaría en insistir que tales metáforas
deben interpretarse literalmente, ni que deben cumplirse literalmente. Lo más que
tenemos derecho a pedir es que haya sucesos históricos que correspondan y estén a la
altura de tales fenómenos; grandes movimientos morales y sociales capaces de
producir emociones tales como parecen implicar estos fenómenos físicos.

Puede ser útil elegir algunos de los más notables de estos símbolos proféticos que se
encuentran en el Antiguo Testamento, para que podamos observar las ocasiones en
que se emplearon, y descubrir el sentido en el cual deben ser entendidos.

En Isaías 13, tenemos una predicción muy notable de la destrucción de la antigua


Babilonia. Está concebida en el más alto estilo poético. Jehová de los ejércitos pasa
revista a las tropas para la batalla; se oye estruendo de ruido de reinos, de naciones
reunidas; se proclama que el día de Jehová está cerca; las estrellas de los cielos y sus
luceros no darán su luz; el sol se oscurecerá al nacer, la luna no dará su resplandor; los
cielos se estremecerán, y la tierra se moverá de su lugar. Se observará que todas estas
imágenes, cuyo cumplimiento literal involucraría la destrucción de toda la creación
material, se emplean para describir la destrucción de Babilonia por los medos.
Nuevamente, en Isaías 24, tenemos una predicción de juicios a punto de caer sobre la
tierra de Israel; y entre otras representaciones de los ayes inminentes, encontramos las
siguientes: "Las ventanas de los cielos están abiertas; se estremecen los fundamentos
de la tierra; la tierra será enteramente vaciada, y completamente saqueada; la tierra se
destruyó, cayó; la tierra se tambaleará como borracho, y será removida como choza de
labrador; caerá y no se levantará más," etc. Todo esto simboliza la convulsión civil y
social que estaba a punto de ocurrir en la tierra de Israel.

En Isaías 34, el profeta anuncia juicios contra los enemigos de Israel, en particular
Edom, o Idumea. Las imágenes que emplea son de la descripción más sublime y
terrible: "Los montes se disolverán por la sangre de los cadáveres. Todo el ejército de
los cielos se enrollará como un libro, y caerá todo su ejército, como se cae la hoja de
la parra, y como se cae la de la higuera". "Sus arroyos se convertirán en brea, y su
polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se apagará de noche ni de día,
perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca
jamás pasará nadie por ella".

No es necesario preguntar: ¿Se han cumplido estas predicciones? Sabemos que sí; y
su cumplimiento permanece en la historia como un monumento perpetuo a la verdad
de Apocalipsis. A Babilonia, Edom, Tiro, los opresores o enemigos del pueblo de
Dios, se les ha hecho beber de la copa de la indignación de Dios. El Señor no ha
dejado caer a tierra ninguna de las palabras de sus siervos los profetas. Pero nadie
pretenderá decir que los símbolos y figuras que describían estos derrumbes se
verificaron literalmente. Estos emblemas son el ropaje de la descripción, y se usan
simplemente para aumentar el efecto y para dar viveza y grandeza a la escena.

De manera semejante, el profeta Ezequiel usa imágenes de un tipo muy similar al


predecir las calamidades que vendrían sobre Egipto: "Y cuando te haya extinguido,
cubriré los cielos, y haré entenebrecer sus estrellas; el sol cubriré con nublado, y la
luna no hará resplandecer su luz. Haré entenebrecer todos los astros brillantes del
cielo por tí, dice Jehová el Señor" (Eze. 32:7,8).

De forma parecida, los profetas Miqueas, Nahum, Joel, y Habacuc describen la


presencia y la intervención del Altísimo en los asuntos de las naciones, presencia e
intervención que están acompañadas por estupendos fenómenos naturales: "Porque he
aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra. Y se
derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera delante del
fuego, como las aguas que corren por un precipicio" (Miqueas 1:3,4).

"Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies.
Él amenaza al mar, y lo hace secar, y agosta todos los ríos. Los montes tiemblan
delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su presencia, y el
mundo, y todos los que en él habitan. Su ira se derrama como fuego, y por él se
hienden las peñas" (Nahum 1:3-6).

Estos ejemplos pueden bastar para mostrar lo que en realidad es evidente, que en
lenguaje profético se emplean los más sublimes y terribles fenómenos naturales para
representar convulsiones y revoluciones nacionales y sociales. Las imágenes, que si se
cumplieran darían como resultado la total disolución de la estructura del globo
terráqueo y la destrucción del universo material, en realidad no pueden significar otra
cosa que la caída de una dinastía, la toma de una ciudad, o el colapso de una nación.

El siguiente es el punto de vista de Sir Isaac Newton sobre este tema, posición que es
substancialmente justa, aunque quizás llevada un poco demasiado lejos al suponer que
hay, de hecho, un equivalente para cada figura empleada en la profecía:

"El lenguaje figurado de los profetas está tomado de la analogía entre el mundo
natural y un imperio considerado como potencia mundial. En consecuencia, el mundo
natural, que consiste del cielo y la tierra, significa todo el mundo político, que consiste
de tronos y pueblos, o tanto de él como se considere en la profecía; y las cosas en ese
mundo significan cosas análogas en éste. Porque los cielos y las cosas que en ellos
hay significa tronos y dignatarios, y los que disfrutan de ellos; y la tierra, con las cosas
que en ella hay, el pueblo inferior; y las partes más bajas de la tierra, llamadas Hades
o infierno, la parte más baja y miserable de ellas. Grandes terremotos, y el temblor del
cielo y la tierra, representan el temblor de reinos, para confundirlos y derribarlos; la
creación de un cielo nuevo y una nueva tierra, la desaparición de los antiguos; el
comienzo y el fin del mundo significan el surgimiento y la ruina del cuerpo político de
que se trate. El sol significa toda la especie y la raza de hombres en los reinos del
mundo político; la luna significa el cuerpo de la gente común, considerada como la
esposa del rey; las estrellas, los príncipes y grandes hombres subordinados; o los
obispos y gobernantes del pueblo de Dios, cuando el sol es Cristo. La puesta del sol,
la luna, y las estrellas; el oscurecimiento del sol, la luna convirtiéndose en sangre, y la
caída de las estrellas, el cese de un reino".

Como adición, sólo citaremos las excelentes observaciones de un sabio expositor, el


Dr. John Brown, de Edinburgo:

"Entendido literalmente, 'pasarán el cielo y la tierra' es la disolución del actual sistema


del universo; y el período en que esto debe tener lugar es llamado 'el fin del mundo'.
Pero una persona bien familiarizada con la fraseología de las Escrituras del Antiguo
Testamento sabe que la disolución de la economía mosaica y el establecimiento de la
cristiana se describen a menudo como la desaparición de la antigua tierra y los
antiguos cielos, y la creación de una nueva tierra y un nuevo cielo. 'Porque he aquí
que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más
vendrá al pensamiento'. 'Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago
permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y
vuestro nombre' (Isa. 65:17; 66:22)'. Del período de la terminación de una
dispensación y el comienzo de la otra se dice que son 'los últimos días', y 'el fin del
mundo', y se describen como un temblor tal de los cielos y la tierra que conduciría a la
eliminación de las cosas que habían temblado (Hag. 2:6; Heb. 14:26,27)".

Parece, pues, que si la Escritura es la mejor intérprete de la Escritura, tenemos en el


Antiguo Testamento una clave para la interpretación de las profecías en el Nuevo. El
mismo simbolismo se encuentra en ambos, y las imágenes de Isaías, Ezequiel, y los
otros profetas nos ayudan a entender las imágenes de Mateo, Pedro, y Juan. Así como
la disolución del mundo material no es necesaria para el cumplimiento de las
profecías del Antiguo Testamento, tampoco es necesaria para el cumplimiento de las
predicciones del Nuevo Testamento. Pero, aunque los símbolos son expresiones
metafóricas, no carecen de significado. No es necesario alegorizarlos y encontrar un
equivalente correspondiente en cada tropo; es suficiente considerar las imágenes como
recursos empleados para aumentar lo sublime de la predicción y para hacerla
impresionante y grandiosa. Al mismo tiempo, hay una propiedad verdadera y una
realidad subyacente en los símbolos de la profecía. Los hechos morales y espirituales
que representan, los cambios sociales y ecuménicos que tipifican, no podían ser
presentados adecuadamente por medio de un lenguaje menos majestuoso y menos
sublime. Hay razón para creer que una inadecuada comprensión de la verdadera
grandeza e importancia de sucesos tales como la destrucción de Jerusalén y la
abrogación de la economía judía es la base del sistema de interpretación que sostiene
que nada que responda a los símbolos del Nuevo Testamento ha tenido lugar jamás.
De aquí las invenciones, no críticas y no bíblicas, de los dobles significados, y los
cumplimientos dobles, triples, y múltiples de la profecía. No estamos preparados para
negar que conmociones físicas de la naturaleza y extraordinarios fenómenos en los
cielos y la tierra pueden haber acompañado los estertores finales de la dispensación
judía. Nos parece muy probable que tales cosas sucedieron. Pero el cumplimiento
literal de los símbolos no es esencial para la verificación de la profecía, la cual los
hechos registrados de la historia han demostrado en abundancia que es verdadera.

APÉNDICE A LA PARTE II

DR. JOHN OWEN


(1616-1683)

NOTA D
Acerca de "los nuevos cielos y la tierra nueva" (2 Pedro 3:13)

El apóstol distribuye el mundo entre cielo y tierra, y dice que fueron destruidos por
medio de agua, y perecieron. Sabemos que ni la composición ni la sustancia del uno ni
de la otra fueron destruidos, sino sólo los hombres que vivían en la tierra; y el apóstol
nos habla (ver. 7) del cielo y la tierra que había entonces, y que fueron destruidos por
agua, distintos de los cielos y la tierra que había ahora, y que habrían de ser
consumidos por fuego; sin embargo, en cuanto a la estructura visible del cielo y la
tierra, eran los mismos tanto antes del Diluvio como en los tiempos del apóstol, y
permanecen hasta la fecha; cuando todavía es cierto que los cielos y la tierra, de los
cuales hablaba, habrían de ser destruidos y consumidos por fuego en aquella
generación. Para aclarar nuestro fundamento, debemos, pues, considerar lo que el
apóstol quiere decir con cielos y tierra en estos dos lugares.

1. Es seguro que lo que el apóstol quiere decir con "el mundo", con su cielo, y la
tierra (vers. 5,6), que fue destruida; lo mismo, o algo de esta clase, quiere decir
con los cielos y la tierra que habrían de ser consumidos y destruidos por el
fuego (ver. 7); de lo contrario, no habría ninguna coherencia en el discurso del
apóstol, ni ninguna clase de argumento, sino una mera falacia de palabras.
2. Es seguro que el diluvio no destruyó el mundo, ni la estructura del cielo y la
tierra, sino solamente a los habitantes del mundo; por lo tanto, la destrucción
que debía tener lugar por el fuego no es la sustancia de los cielos y la tierra,
que no serán consumidos sino hasta el último día, sino de las personas o los
hombres que vivieran en el mundo.
3. Luego, tenemos que considerar en qué sentido se dice de los hombres que
viven en el mundo que son el mundo, y los cielos y la tierra de él. Sólo insistiré
en un caso para este propósito entre muchos que pueden mencionarse: Isa.
51:15,16. El tiempo en la obra mencionada aquí, de extender los cielos y echar
los cimientos de la tierra, fue llevada a cabo por Dios cuando agitó el mar (ver.
15) y dio la ley (ver. 16), y dijo a Sión: Pueblo mío eres tú; esto es, cuando
sacó de Egipto a los hijos de Israel, y en el desierto les formó en iglesia y
estado; luego, extendió los cielos y echó los cimientos de la tierra; esto es,
produjo orden, y gobierno, y belleza de la confusión en que se encontraban.
Esto es extender los cielos y echar los fundamentos del mundo. Y puesto que
es entonces cuando se menciona la destrucción de un estado y gobierno, es con
ese lenguaje que parece hablar del fin del mundo. Así ocurre con Isa. 34:4, que
no es sino la destrucción del estado de Edom. Otro tanto se afirma del Imperio
Romano (Apoc. 6:14), que los judíos constantemente afirman que se quiere
decir con Edom en los profetas. Y en la predicción de nuestro Señor Jesucristo
tocante a la destrucción de Jerusalén (Mateo 24). La hace con expresiones de la
misma importancia. Es evidente, pues, que en lenguaje profético y la manera
de hablar, a menudo se entendían los cielos y la tierra como el estado civil y
religioso y la combinación de hombres en el mundo, y los hombres de ella. Así
ocurría con los cielos y la tierra de aquel mundo que entonces fue destruido por
el diluvio.
4. Sobre esta base, afirmo que, en esta profecía de Pedro, con los cielos y la tierra
se quiere decir la venida del Señor, el día del juicio y la perdición de los
impíos, que en la destrucción de aquel cielo y aquella tierra se menciona, no el
juicio último y final del mundo, sino aquella total desolación y destrucción de
la iglesia y el estado judíos, que habría de tener lugar, para lo cual presentaré
estas dos razones, de muchas que podrían aducirse a partir del texto:

(1) Porque lo que sea que se menciona aquí debía tener peculiar influencia sobre los
hombres de aquella generación. Él habla de aquello que tenía que ver tanto con los
profanos burladores como con los burlados, y de que, como judíos, algunos de ellos
creían en la fe, y otros se oponían. Ahora bien, no había en aquella generación
ninguna preocupación particular, ni por aquel pecado, ni por aquellas burlas, en
cuanto al día del juicio en general; sino un alivio peculiar por el uno y un temor
peculiar por el otro, que estaba cercano, en la destrucción de la nación judía; además,
había amplio testimonio tanto por el uno como por el otro del poder y el dominio del
Señor Jesucristo, que era el punto en disputa entre ellos.

(2) Pedro les dice, después de la destrucción y el juicio de que habla (ver. 7-13): "Pero
nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva", etc. Tenían
esta esperanza. Pero, ¿cuál es esa promesa? ¿Dónde podemos encontrarla? Bueno, la
tenemos en las mismas palabras y en la misma carta, Isa. 65:17. Ahora bien, ¿cuándo
será que Dios creará estos nuevos cielos y esta nueva tierra, en los cuales mora la
justicia? Dice Pedro: "Será después de la venida del Señor, después de aquel juicio y
aquella destrucción de los impíos, que no obedecen al evangelio". Pero ahora es
evidente, a partir de este pasaje en Isaías, en 66:21,22, que esta es una profecía para
los tiempos evangélicos solamente; y que la extensión de estos nuevos cielos no es
sino la creación de las ordenanzas del evangelio que deben permanecer para siempre.
Lo mismo se expresa en Heb. 12:26-28.

Siendo éste el designio del lugar, no insistiré más sobre el contexto, sino que abriré
brevemente las palabras propuestas, y fijaré la atención sobre la verdad contenida en
ellas.

Primero, existe el fundamento de la inferencia y la exhortación apostólicas, viendo


que todas estas cosas, por preciosas que parezcan, sin importar el valor que alguno les
atribuya, se disolverán, esto es, serán destruidas, y de aquella terrible y horrenda
manera que se ha mencionado antes, en un día de juicio, de ira, y de venganza, por
medio del fuego y la espada; que otros se burlen de las amenazas de la venida de
Cristo: Vendrá y no tardará, y luego, los cielos y la tierra que Dios mismo extendió -
el sol, la luna, y las estrellas del sistema y la iglesia judíos - todo el mundo antiguo de
culto y de adoradores, que en su obstinación se levantan contra el Señor Jesucristo, se
disolverá y se destruirá sensiblemente: sabemos que éste será el fin de todas las cosas,
y esto ocurrirá en breve.

No hay ninguna constitución externa ni estructura de cosas en gobiernos o naciones,


que no esté sujeta a disolución, y puede ocurrirle, a manera de juicio. Si alguno desea
que se le excluya, y eso ocurre en muchos casos, de los cuales el apóstol hablaba en
términos proféticos (porque todavía no era tiempo de declararlo abiertamente a todos)
puede presentar su solicitud. *

*Sermón del Dr. Owen sobre 2 Pedro 3:11. Obras, reimpreso en 1721.

APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA E

El Rev. F. D. Maurice acerca de "El Último Tiempo"


(I Juan 2:18)

¿Cómo pudo decir Juan que éste era el último tiempo? ¿No ha durado el mundo casi
mil ochocientos años desde que él lo abandonó? ¿No puede durar muchos años más?

"Muchos les dirán que no sólo Juan, sino también Pablo y todos los apóstoles,
actuaban bajo el engaño de que el fin de todas las cosas se acercaba en su tiempo. Los
que así hablan no están en general dispuestos a subestimar la autoridad de estos
hombres; algunos adoptan esta opinión prácticamente, aunque puede que no la
expresen en palabras, y sostienen que a los escritores bíblicos no se les permitía jamás
cometer errores ni siquiera en las cosas más insignificantes. Yo no digo eso; no hará
temblar mi fe en ellos descubrir que se han equivocado en nombres o puntos
cronológicos. Pero, si supusiera que ellos mismos habían sido conducidos al error, y
habían conducido al error a sus propios discípulos, en un tema tan importante como
este de Cristo viniendo en juicio, y de los últimos días, me sentiría muy perplejo.
Porque es un tema al que ellos se refieren constantemente. Es parte de su más
profunda fe. Se mezcla con todas sus exhortaciones prácticas. Si se equivocaran aquí,
no veo dónde pueden haber acertado.
"He descubierto que su lenguaje sobre este tema me ha sido de la mayor utilidad para
explicar el método de la Biblia; el curso del gobierno de Dios sobre las naciones y los
individuos; la vida del mundo antes del tiempo de los apóstoles, durante su tiempo, y
en todos los siglos desde entonces. Si les hacemos a ellos la justicia que debemos a
todos los escritores, inspirados y no inspirados; si les permitimos interpretarse a sí
mismos, en vez de imponerles nuestras interpretaciones, creo que entenderemos un
poquito más de su obra y de la nuestra. Si tomamos sus palabras simple y literalmente
con respecto al juicio y el fin que ellos esperaban en su día, sabremos qué posición
ocupaban con respecto a sus antepasados y con respecto a nosotros. Y en lugar de una
concepción muy vaga, débil, y artificial del juicio que debemos esperar, aprenderemos
cuáles son nuestras necesidades por medio de las de ellos; cómo nos cumplirá Dios a
nosotros todas sus palabras por la manera que les cumplió a ellos Sus palabras.

"No es una idea nueva, sino muy antigua y común, la de que la historia del mundo se
divide en ciertos períodos grandes. En nuestros días, se les ha estado imponiendo a
hombres pensantes la convicción de que hay una amplia distinción entre la historia
antigua y la moderna. M. Guizot se espacia especialmente sobre la unidad y la
universalidad de la historia moderna, en contraste con la división de la historia antigua
en una serie de naciones que apenas tenían simpatías comunes. La cuestión es dónde
encontrar el límite entre estos dos períodos. Los estudiantes han especulado mucho
sobre éstos; la mayoría de estas especulaciones han sido plausibles y sugieren
verdades; algunas son muy confusas; ninguna, creo yo, es satisfactoria. Una de las
más populares, la que supone que la historia moderna comienza cuando las tribus
bárbaras se establecieron en Europa, sería bastante fatal para la doctrina de M. Guizot.
Porque ese establecimiento, aunque fue un suceso muy importante e indispensable
para la civilización moderna, rompía temporalmente la unidad que había existido
antes. Era como la reaparición de aquella separación de tribus y razas, que él supone
ha sido la característica especial del mundo anterior.

"Ahora bien: ¿Podemos esperar alguna luz sobre este tema en la Biblia? No creo que
cumpliría sus pretensiones si no pudiéramos encontrarla. Ella profesa presentar los
caminos de Dios a las naciones y a la humanidad. Podríamos muy bien contentarnos
con que nos dijera muy poco de las leyes físicas; podríamos contentarnos con que
guardase silencio acerca de los cursos de los planetas y la ley de gravedad. Puede que
Dios tenga otros métodos para dar a conocer estos secretos a sus criaturas. Pero lo que
concierne al orden moral del mundo y al progreso espiritual de los seres humanos cae
directamente dentro de la esfera de la Biblia. Nadie podría estar satisfecho con ella si
guardase silencio con respecto a estos últimos. En consecuencia, todos los que
suponen que ella guarda silencio sobre este punto, por mucha importancia que le
atribuyan a lo que ellos llaman su carácter religioso; por mucho que puedan suponer
que sus mayores intereses dependen de su creencia en sus oráculos, están obligados a
tratarla como un libro muy desarticulado y fragmentario. Ellos proporcionan la mejor
excusa a los que dicen que no es un libro íntegro, como hemos creído que es, sino una
colección de los dichos y opiniones de ciertos autores, en diferentes épocas, no muy
consistentes los unos con los otros. Por otra parte, ha existido la más fuerte convicción
en las mentes de lectores ordinarios, así como en las de estudiantes, de que el libro sí
nos habla de cómo las épocas pasadas, y las por venir, tienen que ver con la revelación
de los misterios de Dios - qué parte ha jugado un país y otro en Su gran drama - hasta
qué punto están convergiendo todas las líneas de su providencia. El inmenso interés
que ha despertado la profecía - un interés no destruido, ni siquiera disminuido, por los
numerosos desengaños que las teorías de los hombres sobre ella han tenido que
encontrar - es prueba de cuán profunda y cuán ampliamente difundida es esta
convicción. En vano tratan los teólogos de disuadir a lectores sencillos y sinceros de
que estudien las profecías insistiéndoles que no tienen tiempo libre para tal actividad,
y en que deberían ocuparse de cosas más prácticas. Si sus conciencias les indican que
hay algún fundamento para sus advertencias, todavía les parece que no podrían
hacerles caso por completo. Están seguros de que tienen algún interés en los destinos
de su raza, así como en los destinos individuales. No pueden separar el uno del otro;
tienen que creer que hay luz en alguna parte acerca de ambos. No me atrevo a
desanimar a los que tienen tal certidumbre. Si la sostenemos con fuerza, puede ser un
gran instrumento para sacarnos de nuestro egoísmo. Temo que la perdamos, como
ciertamente la perderemos si adquirimos el hábito de considerar la Biblia como un
libro de adivinanzas y acertijos, y de esperar sin descanso que ciertos sucesos externos
ocurran en ciertas fechas que hemos fijado como los que han predicho los apóstoles y
los profetas. La cura para tales desatinos, que son realmente muy serios, reside, no en
un descuido de la profecía, sino en una meditación más seria sobre ella; recordando
que la profecía no es un conjunto de predicciones sueltas, como los dichos de un
adivino, sino una revelación de Aquél cuyas salidas son desde la eternidad; que es el
mismo ayer, hoy, y por los siglos, cuyas acciones en una generación son establecidas
por las mismas leyes que sus acciones en otra generación.

"Si os hablara alguna vez del Apocalipsis de Juan, me explayaría mucho más sobre
este tema. Pero lo dicho es para introducir la observación de que la Biblia trata la
caída del sistema judío como el fin de un gran período en la historia humana y el
principio de otro. Juan el Bautista anuncia la presencia de Uno "en cuya mano está el
aventador; y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en
fuego que nunca se apagará". Los evangelistas dicen que estas palabras quieren decir
que Jesús de Nazaret después bajó a las aguas del Jordán, y que, al salir de ellas, fue
declarado Hijo de Dios, sobre el cual descendió el Espíritu en forma visible.

"Nosotros tenemos por costumbre separar a Jesús el Salvador de Jesús el Rey y Juez.
Ellos no. Nos dicen desde el comienzo que él llegó predicando el reino de los cielos.
Nos cuentan que llevaba a cabo acciones de juicio, así como actos de liberación. Nos
informan de las tremendas palabras que dirigía a los fariseos y a los escribas, así como
del evangelio que les predicaba a los publicanos y pecadores. Y antes del fin de su
ministerio, cuando sus discípulos le preguntaron acerca de los edificios del templo,
habló claramente de un juicio que Él, el Hijo del hombre, ejecutaría antes de que se
acabase aquella generación. Y para dejar claro que quería que le entendiésemos
estricta y literalmente, añadió: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán". Este discurso, que Mateo, Marcos, y Lucas nos informan cuidadosamente,
no es ajeno al resto de sus discursos y parábolas, ni al resto de sus obras. Todos
contienen la misma advertencia. Están llenos de gracia y de misericordia - mucha más
gracia y misericordia de lo que hemos supuesto; son testimonio de un Ser lleno de
gracia y misericordia; pero son testimonio de que las habitaciones de los que no
gustaban de este Ser sólo porque éste era su carácter, los que buscaban otro ser
semejante a ellos mismos, esto es, un ser sin gracia y sin misericordia, les serían
hechas desiertas.

"Cuando, pues, después de la ascensión de nuestro Señor, los apóstoles salieron a


predicar el evangelio y a bautizar en su nombre, su primer deber era anunciar que
aquel Jesús a quien los dirigentes de Jerusalén habían crucificado era Señor y Cristo;
su segundo deber era predicar la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo
en su nombre; su tercer deber era predecir la venida de un día grande y terrible del
Señor, y decir a todos los que escuchasen: "Salvaos de esta generación desgraciada".
Era el lenguaje que Pedro usó en el día de Pentecostés; fue adoptado, con las variantes
que requerían las circunstancias de los oyentes, por todos aquellos a los que se les
confió el mensaje del evangelio. Sin duda, era peculiarmente aplicable a los judíos.
Ellos habían sido hechos mayordomos de los dones de Dios para el mundo. Habían
desperdiciado los bienes de su Maestro, y ya no habrían de ser más mayordomos. Pero
no vemos a los apóstoles limitando su lenguaje a los judíos. Hablando en Atenas - con
palabras especialmente apropiadas para una ciudad pagana culta y filosófica - Pablo
declara que Dios "ha establecido un día en el cual juzgará al mundo por aquel varón a
quien designó", y señala a la resurrección de los muertos como el suceso que
establecerá quién es ese Hombre. ¿Por qué fue esto así? Porque los apóstoles creían
que el rechazo del pueblo judío era la manifestación del Hijo del Hombre; un testigo a
todas las naciones de quién era su Rey; un llamado a todas las naciones a deshacerse
de sus ídolos y confesarle a Él. El evangelio debía explicar el significado de la gran
crisis que estaba a punto de tener lugar; de decirles a los gentiles y a los judíos lo que
esto implicaría; de anunciarlo nada menos que como el comienzo de una nueva era en
la historia del mundo, cuando el Hombre crucificado reclamaría un imperio universal,
y contendería con el César romano y otros tiranos de la tierra que se le opusieran.
"Este punto de vista bíblico del ordenamiento de los tiempos y las sazones armoniza
por completo con la conclusión a la que ha llegado M. Guizot mediante la observación
de los hechos. El nacimiento de nuestro Señor casi coincidió con el establecimiento
del Imperio Romano en la persona de Augusto César. Aquel imperio aspiraba a
aplastar a las naciones y a establecer una gran supremacía mundial. La nación judía
había sido testigo contra todos estos experimentos en el mundo antiguo. Había caído
bajo la tiranía babilónica, pero había surgido nuevamente. Y el tiempo que siguió a su
cautiverio fue el gran tiempo del despertar de la vida nacional en Europa - el tiempo
en que las repúblicas griegas florecieron - el tiempo en que la República Romana
iniciaba su gran carrera.

"La nación judía había sido abrumada por los ejércitos de la República Romana;
todavía conservaba los antiguos signos de su nacionalidad, su ley, su sacerdocio, su
templo. Éstos les parecían ridículos e insignificantes a los emperadores romanos, aun
a los gobernadores romanos que administraban la pequeña provincia de Judea, o la
provincia mayor de Siria, en la cual a menudo se incluía. Pero encontraron a los judíos
muy problemáticos. Su nacionalismo era de una clase peculiar, y de una desusada
fortaleza. Cuando eran más degradados no podían separarse de él. Iniciaban
innumerables rebeliones, con la esperanza de recobrar lo que habían perdido, y de
establecer el reino universal que creían estaba destinado para ellos, no para Roma. La
predicación de nuestro Señor les declaraba que había tal reino universal - que Él, el
Hijo de David, ηαβ&ιαχυττε; ha venido a establecerlo en la tierra. Los judíos
soñaban con otra clase de reino, con otra clase de rey. Querían un reino judío, que
pisotearía las naciones, tal como el Imperio Romano les estaba pisoteando; querían un
rey judío que fuese básicamente como el César romano. Era un concepto tenebroso,
horrible, odioso; combinaba todo lo más estrecho en la forma más degradante del
nacionalismo, con todo lo más cruel y más destructor de la vida personal y moral en la
peor forma de imperialismo. Reunía en sí mismo todo lo que era peor en la historia
del pasado. Proyectaba la sombra de lo que sería peor en el tiempo venidero. Los
apóstoles anunciaban que la ambición maldita de los judíos se vería frustrada por
completo. Decían que se acercaba una nueva era - la era universal, la era del Hijo del
hombre, que sería precedida por una gran crisis que zarandearía, no sólo la tierra, sino
también los cielos; no sólo lo que pertenecía al tiempo, sino también todo lo que
pertenecía al mundo espiritual, y a las relaciones del hombre con él. Decían que este
zarandeo sería tal que sacudiría lo que no se podía sacudir - y que continuaría.

"He tratado, pues, de mostraros lo que Juan quería decir con el último tiempo, si
hablaba el mismo lenguaje que nuestro Señor y los otros apóstoles hablaban. No
puedo decir qué cambios físicos hayan buscado él o ellos. En aquel tiempo se
observaron fenómenos físicos - hambrunas, pestes, terremotos. Si ellos o cualquiera
de ellos suponía que estos cambios indicaban más alteraciones en la superficie o la
estructura de la tierra de lo que ellos indicaban, no lo sé; éstos no son los puntos sobre
los cuales busco información, si ellos la dieron. Que ellos no esperaban el fin de la
tierra - lo que nosotros llamamos la destrucción de la tierra - es claro a partir de esto,
que el nuevo reino del cual ellos hablaban habría de ser un reino en la tierra así como
un reino de los cielos. Pero su creencia de que un reino tal se había establecido, y
haría sentir su poder tan pronto la antigua nación hubiese sido dispersada, ha sido,
creo yo, corroborada en abundancia por los hechos. No veo cómo podemos entender
la historia moderna correctamente sin aceptar esa creencia".

1. Las Epístolas de Juan, por F. D. Maurice, M.A., Conferencia ix.

PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

"Probablemente, el libro de Apocalipsis nunca aceptará una exposición


completamente luminosa, a consecuencia de las historias que tenemos de los tiempos
a los cuales se refiere, y que no corresponden a la escala ampliada de sus profecías.
Pero la dirección en que es más prudente buscar una solución a sus enigmas es desde
el punto de vista que considera que se escribió antes de la destrucción de Jerusalén,
para animar a aquéllos cuyos corazones desfallecían de temor por las cosas que
sobrevendrían rápidamente a la tierra; esto es, que el libro tiene que ver primordial y
principalmente con acontecimientos en los cuales sus primeros lectores se interesaban
sólo de manera inmediata; que despliega una serie de imágenes dudosamente
cronológicas, y quizás parcialmente contemporáneas, de sucesos que tendrían lugar
pronto". Catholic Thoughts on the Bible and Theology, cap. 35, p. 361.

INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS

Ahora llegamos a considerar la parte más difícil y más oscura de la revelación divina,
y muy bien podemos hacer una pausa en el umbral de una región tan envuelta en el
misterio y la oscuridad. Los conspicuos fracasos de los sabios y eruditos que con
demasiada confianza han profesado descifrar el místico rollo del vidente apocalíptico
nos advierten contra la presunción. Hasta podemos sentir que se justifica que
declinemos por completo una tarea que ha desconcertado a tantos de los más capaces
y mejores intérpretes de la Palabra de Dios. Pero, por otro lado, ¿hacemos honor al
libro rehusando abrirlo y declarándolo oscuro sin remedio? ¿Se justifica que tratemos
así cualquier porción de la revelación que Dios nos ha dado? ¿Debe el libro ser casi
entregado por completo a adivinadores y charlatanes, para ser diversión de sus
fantásticas especulaciones? No; no podemos pasarlo por alto. Querámoslo o no, el
libro reclama nuestra atención, e insiste en ser oído. Después de todo, debe tener un
significado, y vamos a hacer lo mejor que podemos para comprender ese significado.
¡Maravilloso libro! Después de siglos de erróneas interpretaciones y perversión,
todavía tiene el poder de llamar la atención y fascinar el interés de cada uno de sus
lectores. Rehúsa convertirse en el hazmerreír de la impostura y la locura; no puede ser
degradado ni siquiera por la ignorancia y la presunción de fanáticos y adivinos; nunca
puede ser otra cosa que la Palabra de Dios, y por lo tanto debe ser tenido en reverencia
por nosotros.

Pero, ¿es inteligible? La respuesta a esto es: ¿Fue escrito para que se entendiera? ¿Fue
un libro enviado por un apóstol a las iglesias de Asia Menor, con una bendición para
sus lectores, una mera jerigonza ininteligible, un enigma inexplicable para ellos? Eso
difícilmente puede ser cierto. Pero si el propósito era que el libro revelara los secretos
de tiempos distantes, ¿no debería haber sido por necesidad ininteligible para sus
primeros lectores - y no sólo ininteligible, sino hasta fuera de lugar e inútil? Si
hablaba, como algunos quieren hacernos creer, de hunos y godos y sarracenos, de
emperadores medievales y de papas, de la Reforma protestante y de la Revolución
Francesa, ¿qué posible interés o significado podría tener para las iglesias cristianas de
Éfeso, Esmirna, Filadelfia, y Laodicea? Especialmente cuando consideramos las
circunstancias reales de aquellos cristianos primitivos - muchos de ellos soportando
crueles sufrimientos y penosas persecuciones, y todos ellos esperando ansiosamente
que se acercase la hora de liberación que ahora estaba cercana - ¿qué propósito habría
servido enviarles un documento que se les instaba a leer y considerar, y que, sin
embargo, se ocupaba de acontecimientos históricos tan distantes que estaban fuera del
alcance de sus simpatías, y tan oscuro que aún hoy día los críticos más sagaces
difícilmente concuerdan sobre un solo punto de él? ¿Es concebible que un apóstol se
burlase de los sufrimientos de los perseguidos cristianos de su tiempo con oscuras
parábolas sobre épocas distantes? Si este libro tuviese realmente el propósito de
ministrar fe y consuelo a las mismas personas a las que fue enviado, tendría
incuestionablemente que tratar de asuntos en los cuales ellas estaban interesadas
práctica y personalmente. ¿Y no indica esta misma y obvia consideración la verdadera
clave del Apocalipsis? ¿No debe referirse por necesidad a cuestiones de historia
contemporánea? La única hipótesis sostenible y razonable es que fue destinado para
ser entendido por sus lectores originales, pero esto es tanto como decir que debe
ocuparse de los sucesos y transacciones de su propio tiempo, y ello dentro de un
espacio de tiempo comparativamente breve.

LIMITACIONES DE TIEMPO
EN APOCALIPSIS
Esto no es mera conjetura. Está certificado por las expresas declaraciones del libro. Si
hay una cosa que más que ninguna otra se afirma explícita y repetidamente en
Apocalipsis es la cercanía de los sucesos que predice. Esto se afirma, y se reitera una
y otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos advierte que "el tiempo está
cerca", "las cosas que deben suceder pronto", "he aquí, vengo presto", "de cierto
vengo presto". Y, sin embargo, en presencia de estas afirmaciones expresas y a
menudo repetidas, la mayoría de los intérpretes se ha sentido en libertad de ignorar
por completo las limitaciones de tiempo, y vagar a voluntad por épocas y centurias,
considerando el libro como un compendio de historia eclesiástica, un almanaque de
sucesos político-eclesiásticos para toda la cristiandad para el fin del tiempo. Este ha
sido un error garrafal, fatal e inexcusable. Descuidar la definición obvia y clara de
tiempo tan constantemente dirigida a la atención del lector por el libro mismo es
tropezar en el mismo umbral. En consecuencia, esta falta de atención ha viciado con
mucho el mayor número de interpretaciones apocalípticas. Puede decirse ciertamente
que la clave estuvo todo el tiempo colgada de la puerta, claramente visible para todo
el que tuviese ojos para ver; pero los hombres han tratado de abrir la cerradura con
una ganzúa, o de forzar la puerta, o de escalarla de alguna otra manera, antes que
agenciarse una manera de entrar tan simple y preparada como usar la llave fabricada y
proporcionada para ellos.

Como este es un punto de la mayor importancia, e indispensable para la correcta


interpretación de Apocalipsis, es apropiado presentar la prueba de que los sucesos
descritos en el libro ocurren dentro de un período de tiempo muy breve.

La primera frase, que contiene lo que puede llamarse el título del libro, es por sí
misma decisiva en cuanto a la cercanía de los sucesos con los cuales se relaciona:

Cap. 1:1. "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto".

Y en caso de que se suponga que esta limitación no se extiende a toda la profecía, sino
que se refiere sólo a la introducción o a alguna otra porción, la misma afirmación se
repite, con las mismas palabras, en la conclusión del libro. (Véase 22:6).

Cap. 1:3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y
guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”.

El lector no dejará de notar la significativa similitud entre esta nota de tiempo y la


consigna de los primeros cristianos. Decir ο καιροζ εγγυζ (el tiempo está cerca) era
en realidad lo mismo que decir ο κυσιοζ εγγυζ (el Señor está cerca), Fil. 4:5.
Ningunas palabras podían afirmar más claramente la cercanía de los sucesos
contenidos en la profecía.
Cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le
traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".

"He aquí que viene" [Ιδου ερχεται] corresponde a "He aquí vengo pronto" [Ιδου ερχ
οµαι], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tónica de Apocalipsis; es la tesis o el
texto del todo. Para los que pueden persuadirse de que no hay ninguna indicación de
tiempo en una declaración como "He aquí que viene", o que es tan indefinida que
puede aplicarse igualmente a un año, un siglo, o un milenio, este pasaje puede que no
sea convincente; pero para todo juicio sincero, será prueba decisiva de que el suceso
al que se refiere es inminente. Es la consigna apostólica "¡Maranatha!", "el Señor
viene" (1Cor. 16:22). Hay una clara alusión también a las palabras de nuestro Señor
en Mat. 24:30. "Lamentarán todas las tribus de la tierra", etc., mostrando claramente
que ambos pasajes se refieren al mismo período y al mismo acontecimiento.

Cap. 1:19. "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de éstas”.

La última cláusula no expresa adecuadamente el sentido del original; debería ser "las
cosas que están a punto de suceder después de éstas” [α µελλει γενεσθαι µετα ταυτ
α].

Cap. 3:10. "Yo te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir [está a punto de
venir] sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra".

Una indicación de la cercana aproximación de la época de violenta persecución, poco


antes de cuyo estallido Apocalipsis debe haber sido escrito.

Cap. 3:11. "He aquí, yo vengo pronto”.


Esta advertencia se repite una y otra vez por todo el Apocalipsis. Su significado es
demasiado evidente como para que necesite una explicación.

Cap. 16:15. "He aquí, yo vengo como ladrón”.

Esta figura ya nos es conocida en relación con la Parusía. Pedro declaró que "el día
del Señor vendrá como ladrón" [en la noche] (2Ped. 3:10). Pablo escribió a los
tesalonicenses: "Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así
como ladrón en la noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las propias palabras
de nuestro Señor en Mat. 24:42-44, con las cuales inculcó vigilancia por medio de la
parábola del "ladrón que viene por la noche". Aquí nuevamente, el momento y el
suceso al que se hace referencia son los mismos en todos los pasajes, y nuestro Señor
declaró que estarían dentro de los límites de la generación que entonces existía.

Cap. 21:5,6. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas
las cosas... Y me dijo: Hecho está".

Evidentemente, estas expresiones indican acontecimientos que se apresuran


rápidamente hacia su cumplimiento; no habría ningún largo intervalo entre la profecía
y su cumplimiento.

Cap. 22:10. "No selles las palabras de esta profecía, porque el tiempo está cerca”.
Esta es sólo la repetición de otra forma de la declaración que se hace en la afirmación
precedente. ¿Cómo se puede atribuir un sentido no literal a un lenguaje tan expreso y
decisivo?

Cap. 22:6. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de
los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto”.

Este pasaje, que repite la afirmación hecha al comienzo de la profecía (cap. 1:1),
abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de manera concluyente el hecho de
que alude a sucesos que debían tener lugar casi inmediatamente.

Cap. 22:7. "He aquí, vengo pronto".

Cap. 22:12. "He aquí, yo vengo pronto".

Cap. 22:20. "Ciertamente vengo en breve".

Esta triple reiteración de la pronta venida del Señor, que es el tema de la profecía
entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue declarado con autoridad como
cercano.

Así que tenemos un cúmulo de evidencia, de la clase más directa y positiva, de que el
Apocalipsis debía cumplirse dentro de un período muy breve. Este es su propio
testimonio, y a esta limitación tenemos que atenernos absolutamente, si se le ha de
permitir al libro hablar por sí mismo.

LA FECHA DEL APOCALIPSIS

Si las conclusiones que anteceden están bien fundamentadas, virtualmente deciden las
muy debatidas cuestiones con respecto a la fecha de Apocalipsis. Quizás puede
aceptarse que el peso de la autoridad, tal como está, se inclina del lado de la fecha
tardía: esto es, que fue escrito después de la destrucción de Jerusalén; pero la
evidencia interna nos parece abrumadora del lado de su fecha temprana. Que el
Apocalipsis contempla la Parusía como inminente es ciertamente una proposición
incontrovertible. Que la Parusía está siempre representada como coincidente con el
juicio de la ciudad y nación culpables no es menos innegable. Los que no logran
encontrar la Parusía, la destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de la era
[sunteleia tou aiwnoz] en el Apocalipsis, como en todo el resto del Nuevo
Testamento, y encontrarlos también como acontecimientos inminentes, realmente
tienen que estar ciegos. ¿Qué otra tremenda crisis se acercaba en el período al cual se
podía referir el Apocalipsis? ¿O qué acontecimiento podría ser más digno de ser
descrito en las imágenes sublimes y terribles del Apocalipsis que la catástrofe final de
la dispensación judía, y los sufrimientos sin paralelo con que fue acompañada?

1. Que el Apocalipsis se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se seguirá por


supuesto si puede mostrarse que ese suceso forma en gran medida el tema de sus
predicciones. Creemos que esto puede hacerse para satisfacer a cualquier mente
razonable. Apelamos al cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá,
y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él". "Los
linajes de la tierra" sólo puede significar el pueblo de Israel, como lo demuestra la
profecía original de Zac. 12:10-14, y todavía más el lenguaje de nuestro Salvador en
Mat. 24:30. No puede haber ni sombra de duda de que la "venida" a la que se hace
referencia es la Parusía, la precursora del juicio, terrible para "los que le traspasaron",
y siempre declarado por nuestro Salvador como dentro de los límites de la generación
existente.

2. Después de la más completa consideración de la notable expresión τη κυριακη ηµ


ερα [el día del Señor], en Apoc. 1:10, quedamos satisfechos de que no puede referirse
al primer día de la semana, sino que los intérpretes que entienden que se refiere al
período llamado en otra parte "el día del Señor" tienen razón. No hay ningún ejemplo
en el Nuevo Testamento de que al primer día de la semana [domingo] se le llame "el
día del Señor"; la frase es apropiada y queda restringida por el uso al gran período
judicial que constantemente es representado en las Escrituras como asociado con la
Parusía. No hay diferencia en absoluto entre η ηµερα κυριακη y η ηµερα του κυρι
ου. Nada podría ser más violento que referirse en una frase a un período o un día y a
otro en una frase totalmente diferente. No hay evidencia de que la frase "el día del
Señor" tenía un significado fijo y definido en las iglesias apostólicas. (Véase 1Cor.
1:8; 5:5; 2Cor. 1:14; 2Tes. 2:2; 5:2; 2Ped. 3:10). A pesar de la objeción de Alford por
razones gramaticales, sostenemos que no hay nada no gramatical en la construcción
que considera a τη κυριακη ηµερα como "el (gran) día del Señor". Por el contrario,
preferimos esta construcción, por razones gramaticales: "Yo estaba en el espíritu en el
día del Señor". Es decir, la Parusía es el punto de vista del vidente del Apocalipsis, un
hecho que es ampliamente apoyado por el contenido del libro.

3. En Apocalipsis 3:10, se nos informa que era inminente una temporada de severas
pruebas, es decir, una encarnizada persecución contra los que llevaban el nombre de
cristianos, que se extendía por todo el mundo [οικουµενη - o sea el Imperio
Romano]. Ahora bien, la primera persecución general contra los cristianos fue la que
tuvo lugar durante el gobierno de Nerón, en el año 64 d. C. Inferimos que esta es la
persecución que entonces era inminente, y que, por lo tanto, el Apocalipsis se escribió
antes de esa fecha.

4. Que el libro se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se ve por el hecho de


que se habla de la ciudad y del templo como si todavía existiesen. (Véase cap. 11:1,
2,8). Si Jerusalén hubiese sido un montón de ruinas, es apenas probable que el apóstol
hubiese recibido la orden de medir el templo; que representase la Santa Ciudad como
a punto de ser hollada por lo gentiles, o que viese a los testigos yacer insepultos en sus
calles.

5. En verdad, el Apocalipsis mismo es el gran argumento en favor de que fue escrito


antes de la destrucción de Jerusalén. Suponer su carácter profético, y hacerle tener la
misma relación con la gran consumación llamada en el Nuevo Testamento "el fin del
tiempo" que la Ilíada tiene con el sitio de Troya. [Sic] Puede afirmarse sin riesgo de
equivocarse que sobre esta hipótesis es incapaz de interpretación: tiene que continuar
siendo lo que por tanto tiempo ha sido, material para la especulación arbitraria y
fantástica; siempre cambiando con el cambiante aspecto del mundo político y
eclesiástico. Pero nos aventuramos a creer que los puntos de vista por los que
abogamos en este libro son correctos, que la interpretación del Apocalipsis se vuelve
posible, y que tal interpretación lleva en sí misma su propia evidencia,
recomendándose a sí misma por su consistencia y adecuación a todo juicio justo y
honesto. Una verdadera interpretación habla por sí misma; y como la llave correcta se
ajusta a la cerradura, demostrando así su adaptación, así también una interpretación
verdadera probará su corrección demostrando satisfactoriamente la correspondencia
entre los hechos históricos y los símbolos proféticos.

EL VERDADERO SIGNIFICADO
DEL APOCALIPSIS

Ahora estamos mejor preparados para atacar la pregunta: ¿Cuál es el verdadero


significado del Apocalipsis? El hecho de que, según sus propias palabras, la acción
del libro debe abarcar, por necesidad, un período de tiempo muy corto, y el
conocimiento (aproximado) de la fecha de su composición, son ayudas importantes
para una correcta captación de su objetivo y su alcance. Considerarlo como revelación
del futuro distante, cuando él mismo declara expresamente que tiene que ver con
cosas que deben suceder pronto; y esperar su cumplimiento en la historia medieval o
moderna, cuando él afirma que el tiempo está cerca, es ignorar su más clara enseñanza
y asegurar una errónea interpretación y el fracaso. Estamos absolutamente silenciados
por el libro mismo en cuanto a la historia contemporánea del período, y eso, también,
dentro de límites muy estrechos.

Y aquí encontramos una explicación de lo que debe haber parecido a lectores más
cuidadosos de la historia evangélica extremadamente singular, a saber, la total
ausencia en el evangelio de Juan de aquello que ocupa un lugar tan conspicuo en los
evangelios sinópticos - la gran profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos. El
silencio de Juan en este evangelio es tanto más notable cuanto que él era uno de los
cuatro discípulos favoritos que escucharon ese discurso; y sin embargo, en su
evangelio no encontramos ni el más leve rastro de él. ¿Cómo se explica esto? Puede
decirse que los informes completos de esa profecía, presentados por los otros
evangelistas hicieron innecesaria cualquier alusión a ella por parte de Juan; pero,
recordando el intenso interés del tema para el corazón de todo judío, y su relación con
las iglesias apostólicas en general, sí parece inexplicable que el único de los oyentes
originales que dejó registro de los discursos de Cristo no haya hecho mención de una
predicción tan importante. Pero la dificultad se explica si descubrimos que el
Apocalipsis no es otra cosa que una forma transfigurada de la profecía del Monte de
los Olivos. Y creemos que esto es lo que sucede. El Apocalipsis contiene la gran
profecía de nuestro Señor expandida, alegorizada, y si se nos permite decirlo,
dramatizada. Los mismos hechos y acontecimientos predichos en los evangelios
aparecen en Apocalipsis, sólo que envueltos en un ropaje más figurado y simbólico.
Pasan delante de nosotros como escenas proyectadas por la linterna mágica, ampliadas
e iluminadas, pero no por eso menos reales y verdaderas. Visto así, el Apocalipsis se
convierte en el suplemento del evangelio, y completa el registro del evangelista.

A primera vista, esto parece una hipótesis gratuita y fantástica, pero mientras más la
consideramos, más probable la encontraremos. Cordialmente nos suscribimos a las
siguientes palabras del Dr. Alford:

"La estrecha relación entre el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los
Olivos y la línea de profecía apocalíptica no puede haber dejado de llamar la atención
de cada uno de los estudiantes de la Escritura. Si se sugiriese que esta relación puede
ser meramente aparente, y la sometemos a la prueba de un examen más minucioso,
nuestra primera impresión, creo, se volverá más y más fuerte en el sentido de que las
dos (siendo revelaciones del mismo Señor concernientes a cosas por venir, y que
están, me parece a mí, unidas por el cuarto ay, que introduce los sellos, a la misma
referencia a la venida de Cristo) deben, correspondiendo como corresponden en orden
e importancia, responder la una a la otra en detalle; y así el discurso en Mateo 24 se
convierte, como correctamente lo ha llamado Isaac Williams, en 'el ancla de la
interpretación apocalíptica', y, puedo añadir, la piedra de toque de los sistemas
apocalípticos".

Aun una ligera comparación entre los dos documentos, la profecía y el Apocalipsis,
bastará para mostrar la correspondencia entre ellos. Los personajes dramáticos, si
podemos llamarles así - los símbolos que entran en la composición de ambos - son los
mismos. ¿Qué encontramos en la profecía de nuestro Señor? Primero y
principalmente, la Parusía; luego, guerras, hambrunas, pestilencia, terremotos; falsos
profetas y engañadores; señales y maravillas; el oscurecimiento del sol y de la luna;
las estrellas que caen del cielo; ángeles y trompetas, águilas y cadáveres, gran
tribulación y ayes; convulsiones de la naturaleza; Jerusalén hollada; el Hijo del
hombre que viene en las nubes del cielo; la reunión de los elegidos; la recompensa de
los fieles; el juicio de los impíos. ¿Y no son precisamente éstos los elementos que
componen el Apocalipsis? Esto no puede ser una semejanza accidental; es
coincidencia, es identidad. Cualquier diferencia en el tratamiento del tema surge de la
diferencia en el método de la revelación. La profecía está dirigida al oído, y el
Apocalipsis al ojo: la una es un discurso pronunciado a plena luz del día, en medio de
la vida real; el otro es una visión, contemplada en un estado de éxtasis, revestida de
imágenes magníficas, con un aire de irrealismo como de objetos vistos en un sueño,
que necesita traducirse al lenguaje de la vida diaria antes de que pueda ser
comprensible como hechos reales.

ESTRUCTURA Y PLAN DEL APOCALIPSIS

Como se interpreta comúnmente, nada puede ser más suelto y desconectado que la
disposición del Apocalipsis. Parece un intrincado laberinto, sin un plan inteligible, que
abarca tiempo y espacio, y forma un caos de heterogéneas edades, naciones, e
incidentes. En realidad, no hay ninguna composición literaria más regular en su
estructura, más metódica en su disposición, más artística en su diseño. Ninguna
tragedia griega está compuesta con mayor arte ni con más estricta atención a las leyes
dramáticas. No es exageración decir con el erudito Henry More: "Nunca hubo un libro
escrito con tal arte como éste del Apocalipsis; es como si cada palabra hubiese sido
pesada en balanza antes de ser puesta por escrito". Y, sin embargo, el plan de su
construcción es sencillo, y casi evidente por sí mismo. El número siete gobierna todo
a través de él. El lector más descuidado no puede dejar de notar cuatro de sus grandes
divisiones, que se distinguen por este número místico - las siete iglesias, los siete
sellos, las siete trompetas, y las siete copas. Puesto que cada división tiene marcadas
características con las cuales se indican claramente su principio y su final, no es difícil
trazar las líneas entre las varias divisiones. Además de las cuatro ya especificadas,
encontramos otras tres visiones, a saber, la visión de la mujer vestida de sol, la visión
de la gran ramera, y la visión de la esposa. Estas completan el número místico siete, y
forman la disposición clara y bien definida en la cual cae naturalmente el contenido
del Apocalipsis. Sería ciertamente difícil inventar cualquier otra. Hay también un
prefacio, o prólogo, al principio del libro, y un epílogo, en la conclusión; de manera
que la disposición entera queda como sigue:

Prólogo Cap. 1:1-8


1. Visión de las Siete Iglesias Caps. 1,2,3
2. Visión de los Siete Sellos Caps. 4,5,6,7
3. Visión de las Siete Trompetas Caps. 8,9,10,11
4. Visión de la Mujer Vestida de Sol Caps. 12,13,14
5. Visión de las Siete Copas Caps. 15,16
6. Visión de la Gran Ramera Caps. 17,18,19,20
7. Visión de la Esposa Caps. 21;22:1-5
Epílogo Cap. 22:8-21

Tal es la disposición natural del libro, por lo que concierne a sus grandes divisiones
principales; hay también varias divisiones subordinadas, o episodios, como se les
puede llamar, que caen bajo una u otra de las grandes divisiones. Descubriremos que
en las diferentes visiones hay una semejanza estructural común, y que, más
particularmente, cada división concluye con un final, o una catástrofe, que representa
un acto de juicio o una escena de victoria y triunfo.

Pero la más notable característica del Apocalipsis, por lo que concierne a su


estructura, sigue sin ser observada. Es la de que varias visiones pueden ser descritas
como sólo variadas representaciones de los mismos hechos o acontecimientos;
reorganizaciones y nuevas combinaciones de los mismos elementos constituyentes.
Esto es obviamente lo que ocurre con dos de las grandes divisiones, a saber, la visión
de las siete trompetas y la de las siete copas. Son casi contrapartes la una de la otra, y
aunque la semejanza con las otras visiones no es tan marcada, se descubrirá que todas
son aspectos diferentes del mismo gran acontecimiento. Si podemos aventurarnos a
usar tal ilustración, diríamos que las visiones no son telescópicas, que miran a la
distancia; sino caleidoscópicas, en que cada vuelta del instrumento produce una nueva
combinación de imágenes, exquisitamente hermosas y magníficas, mientras que los
elementos que componen el cuadro continúan siendo básicamente los mismos. Así
como el sueño de Faraón era uno solo, aunque visto bajo dos formas diferentes, así
también las visiones del Apocalipsis son una sola, aunque presentadas en siete
aspectos diferentes. La razón de la repetición es probablemente la misma en ambos
casos. "Y el suceder el sueño a Faraón dos veces, significa que la cosa es firme de
parte de Dios, y que Dios se apresura a hacerla" (Gén. 41:32). De manera similar, se
declara que, por repetirse siete veces, los sucesos predichos en el Apocalipsis son
ciertos y cercanos.

EL NÚMERO SIETE EN EL APOCALPSIS

Todo lector del Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se emplean
ciertos números, no tanto en un sentido aritmético, sino en un sentido simbólico. Los
números tres, cuatro, siete, diez, y doce, la mitad de siete, y doce al cuadrado, se usan
de esta significativa manera. De todos estos números místicos, como puede
llamárseles, el siete es el número dominante, que encontramos ocurriendo
continuamente desde el principio hasta el fin del libro. No nos aventuraremos a
afirmar que se usa invariablemente en sentido simbólico, y nunca en sentido literal y
aritmético. Pero, que se emplea así frecuentemente, si no generalmente, debe ser
evidente para todo lector cuidadoso. Era el número de dignidad entre los judíos, el
símbolo de totalidad o perfección, y significa todo de la especie, o la clase más alta de
la especie, a la cual se refiere. No es necesario dónde ocurre este número para que
requiera la composición de todas las unidades; significa simplemente lo completo o la
excelencia. Por eso tenemos siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas,
siete espíritus, siete lámparas, siete cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes,
siete reyes. Sería absurdo requerir el valor aritmético exacto en todos estos casos,
aunque sería imprudente afirmar que es simbólico en cada uno de ellos. Pero, en el
caso en que a primera vista parece más manifiestamente literal, es decir, las siete
iglesias que se enumeran particularmente, es posible que haya un simbolismo
subyacente. Apenas puede suponerse que sólo hubiese siete iglesias en toda Asia
Menor; puede haber habido siete veces siete; pero, sin duda, estas siete representan el
número total, no sólo en Asia, sino en todas partes. Lo que el Espíritu les dijo a ellas,
se los dijo a todas. Se descubrirá que, para la correcta interpretación del Apocalipsis,
no es de poca importancia tener presente el carácter simbólico de los números que se
emplearon en el libro con mayor frecuencia.

EL TEMA DEL APOCALIPSIS

Ya hemos tratado de mostrar que el Apocalipsis es esencialmente uno con la profecía


del Monte de los Olivos; es decir, el tema de ambos es la misma gran catástrofe; es
decir, la Parousía, y los acontecimientos que la acompañan. El Apocalipsis anuncia su
gran tema en la frase inicial del libro, después del prefacio o prólogo. Esa frase inicial
es el séptimo versículo del primer capítulo:

"He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos
los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
Esta es la tesis de todo el discurso; el primer pronunciamiento profético del libro, y
también el último; la clave de la revelación entera.

Se verá que estas palabras son el eco de la predicción de nuestro Señor en Mateo
24:30:

"Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán
todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del
cielo, con poder y gran gloria".

No es posible equivocar la referencia en estas palabras; no hay ninguna ambigüedad


ni incertidumbre en cuanto a la venida de quién o a cuál venida se refiere. El tiempo y
la manera de la venida se indican claramente: está cercana. "He aquí que viene". Es en
gloria: "Viene con las nubes". Las dos predicciones son, de hecho, idénticas. El
tiempo de su cumplimiento se acercaba ahora, porque la posición del vidente era en
"el día del Señor". Lo que nuestro Salvador declaró que sería dentro de los límites de
la generación que entonces existía era ahora, al final de como treinta o cuarenta años,
en la víspera misma del cumplimiento. El tañido fúnebre del destino estaba a punto de
sonar. "He aquí que viene".

No se indica con menos claridad el escenario de la catástrofe venidera. Es la tierra de


Israel. Esto se ve claro por la expresa declaración de ambos pasajes, en el Apocalipsis
y en el evangelio: "Todas las tribus de la tierra" [πασαι αι φυλαι τηζ γηζ]. La
manera libre en que la frase se toma a veces como refiriéndose a todas las naciones
del globo terráqueo no puede ser reprochada lo suficiente. La fuente original de la
expresión (Zac. 12:12), "las familias de la tierra" muestra que se quiere decir la tierra
de Israel, y especialmente la ciudad de Jerusalén; y se requiere una limitación similar
en las citas tanto del evangelio como del Apocalipsis. La alusión a la crucifixión
confirma vigorosamente esta conclusión - "y los que le traspasaron". Los
crucificadores del Señor de la gloria son "especialmente señalados de entre la
muchedumbre que ve con temor las señales del vengador que se aproxima".

PARTE III
La Parusía en el Apocalipsis

LA PRIMERA VISIÓN

LOS MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS


Caps. 1:10-20; 2, 3.

A pesar de lo que se ha dicho con respecto a las imágenes y al simbolismo del


Apocalipsis, no hay que olvidar que, detrás de estos símbolos, hay por todas partes un
substrato de hechos y realidades. Sólo tenemos que leer los mensajes a las siete
iglesias para descubrir que estamos en una región de hechos verdaderos e intenso
realismo. Hay tal individualidad de carácter en los delineamientos gráficos del estado
espiritual de las siete iglesias, que no podemos dudar de que sean retratos exactos y
fieles de las comunidades cristianas que describen. En verdad, ha una extraña
mezcolanza de figuras y hechos; pero no hay ninguna dificultad en discriminar entre
las unas y los otros; o más bien, se empalman y se armonizan tan admirablemente que
cada uno presta viveza y fuerza al otro. También, la explicación de los símbolos (ver.
20) les confiere existencias reales: "Las siete estrellas son los ángeles de las siete
iglesias, y los siete candelabros que viste son las siete iglesias".

Es apenas necesario decir que no hay el más mínimo fundamento para la absurda
teoría que representa a estos delineamientos de la condición espiritual de las siete
iglesias como típicas de los estados sucesivos o las fases sucesivas de la iglesia
cristiana en otras tantas edades futuras. Tal hipótesis es incompatible con las expresas
limitaciones de tiempo establecidas en el contexto, e inconsistente con la distintiva
individualidad de las varias iglesias a las cuales se dirigen los mensajes. Todo muestra
que es del presente, y del futuro inmediato, de lo que trata el Apocalipsis. Los
primeros lectores de estas epístolas deben haber sentido que se dirigían expresamente
a ellos, y no a otras personas en otro tiempo. Sin duda, es verdad que estas epístolas
describen tipos de carácter que se pueden repetir, y se repiten, continuamente, en
generaciones sucesivas; pero esto no altera el hecho de que tenían aplicación directa y
personal para las iglesias especificadas, una aplicación que jamás podría tener para
ninguna otra.

Intentemos, entonces, ponernos en la siuación de aquellas iglesias primitivas en Éfeso,


Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, y Laodicea. Recordemos las
prominentes características y a los actores de aquel tiempo, y consideremos las
esperanzas y los temores, los peligros y las dificultades, que ocupaban y agitaban sus
mentes. ¿No es obvio que estas cosas deben constituir por necesidad los elementos
que entran en la composición del libro entero? Si no, no es fácil ver qué especial
interés o preocupación podría tener para sus lectores originales, cuya bendición se
pronunció para los que lo leyeran, lo oyeran, y guardasen sus palabras. ¿Qué, pues,
encontramos en aquellos primeros días? Cristianos que sufrían y eran perseguidos;
judíos malignos y blasfemos; severos magistrados romanos; un tirano brutal y
caprichoso en el trono imperial; entre ellos mismos, falsos maestros, apostatas de la
fe; degeneración y defección generalizadas. Además de todo esto, encontramos una
expectativa general de una gran crisis cercana; la convicción de que, por fin, había
llegado el tiempo que a los cristianos se les había enseñado a esperar y para el cual
debían tener esperanza; la hora de liberación de los fieles perseguidos; el día de
retribución y juicio para el enemigo y el opresor. La consigna pasó de un hombre a
otro, de una iglesia a la otra: "¡Maranatha! El Señor está cerca. He aquí que viene. No
tardará". Sabemos de cierto que este pensamiento ardía en los corazones de los
primeros cristianos, porque se les había enseñado a acariciarlo por medio de las
instrucciones de los apóstoles y por la promesa del Maestro. Su esperanza no era la de
los actuales cristianos - vivir en la tierra el mayor tiempo posible, morir a avanzada
edad, y después ir al cielo, a esperar una plena y completa glorificación en algún
distante período. Su esperanza era no morir en absoluto, sino vivir para dar la
bienvenida a su Señor que regresaba, ser cubiertos con sus vestiduras celestiales; ser
arrebatados en las nubes para encontrar al Señor en el aire; y así estar siempre con el
Señor.

Tales, incuestionablemente, eran las circunstancias, las expectativas, y la actitud del


pueblo cristiano que recibía estos mensajes del libertador venidero por medio de su
siervo Juan. Será obvio cuán corresponde el contenido de estas epístolas a las
circunstancias de las iglesias. Hay un notable parecido común en la estructura de las
epístolas, como si hubiesen sido vaciadas en el mismo molde o formadas según el
mismo plan. Todas ellas son, de manera natural, divisibles en siete partes:

1. El membrete.
2. El estilo o título del escritor.
3. Una declaración judicial del estado o carácter de la iglesia a la que se dirige el
mensaje.
4. Una expresión de felicitación o de censura.
5. Una exhortación a la penitencia, o a la perseverancia.
6. Una promesa especial "al que vence".
7. Una proclamación a todos de que deben oír lo que el Espíritu dice a cada una.
El punto principal, sin embargo que nos concierne en estas epístolas a las iglesias es
que en cada una de ellas encontramos una clara alusión a una crisis grande e
inminente, en que se ha de administrar recompensa o castigo a cada uno según su
obra. Nadie puede dejar de impresionarse con las indicaciones de que una esperada
catástrofe está cercana. A Éfeso se le dice: "Vendré pronto a tí" (2:5); a Esmirna,
"Sufrirás tribulación durante diez días" (2:10); a Pérgamo, "Vendré a ti pronto" (2:16);
a Tiatira, "Retened lo que tenéis hasta que yo venga" (2:25); a Sardis, "Vendré sobre tí
como ladrón" (3:3); a Filadelfia, "He aquí, yo vengo pronto" (3:11); a Laodicea, "He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo" (3:20). Es imposible concebir que estas urgentes
advertencias no tuviesen ningún significado especial para aquéllos a quienes estaban
dirigidas; que no significasen para ellos más que lo que significan para nosotros; que
se refieran a una consumación que no ha tenido lugar todavía. Esto sería privar a las
palabras de todo significado. ¿Qué puede ser más evidente que, en estos
pronunciamientos cortos, directos, y epigramáticos, todo es intensamente evidente,
apremiante, vehemente, como si no debiera perderse ni un momento, y la negligencia
pudiera ser fatal? Pero, ¿cómo podría ser consistente esta apasionada urgencia con una
consumación lejana, que podría ocurrir en algún distante período de tiempo, que
después de mil ochocientos años está todavía en el futuro? ¿Por qué recurrir a una
explicación tan poco natural y tan insatisfactoria cuando sabemos que hubo una
consumación predicha y esperada que habría de tener lugar en los días en que
florecieron estas iglesias? Concluimos, pues, que el período de recompensa y
retribución al que se refieren estas epístolas a la iglesias era el "día del Señor" que se
acercaba - la Parusía, que el Salvador declaró tendría lugar antes de que pasara la
generación que presenció sus milagros y rechazó su mensaje.

PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

LA SEGUNDA VISIÓN

LOS SIETE SELLOS (CAPS. 4, 5, 6, 7, 8, 1

Introducción a la visión, caps. 4, 5

Ahora comienzan las verdaderas dificultades de la exposición apocalíptica. Parece que


pasamos a una región diferente, donde todo es visionario y simbólico. El profeta es
llamado por una voz como de trompeta, que previamente le había hablado, a ascender
al cielo, para mostrarle allí "las cosas que deben suceder después de éstas" (4:1).

Hay una manifiesta referencia en estas palabras a las instrucciones que se le dan al
vidente en 1:19: "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de éstas". Son estas últimas las que ahora le van a ser reveladas al profeta;
siendo la frase "las que han de ser después de éstas" [α δει γενεσθαι] evidentemente
sinónima de "las cosas que sucederán después de éstas" [α µελλει γενεσθαι],
indicando esta última expresión que el tiempo de su cumplimiento está cercano.

Debemos pasar por alto la magnífica descripción de la celestial majestad, que nos
recuerda las sublimes visiones de Isaías y Ezequiel, y llegar a la escena que el profeta
contempla, "en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por
dentro y por fuera, sellado con siete sellos". Un ángel fuerte proclama en alta voz:
"¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" Cuando nadie está a la altura
de la tarea, y el vidente queda abrumado de dolor porque el rollo místico debe
permanecer sin abrir, le consuela el anuncio que le hace uno de los ancianos, de que
"el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha prevalecido para abrir el libro y
desatar sus siete sellos". En consecuencia, en medio del culto de adoración de la
hueste celestial y de todo el universo creado, el León-Cordero avanza hacia el trono,
toma el libro de la mano derecha del que está sentado en él, y procede a romper
sucesivamente los sellos con que está atado.

Nada puede ser más vívido ni más dramático que las escenas que aparecen
sucesivamente al abrir el Cordero los sellos. Los cuatro querubines que guardan el
trono, anuncian, uno después del otro, la apertura de los cuatro primeros sellos, en alta
voz, diciendo: "Ven". Y al ser abierto cada uno, el vidente contempla pasar una figura
visionaria a través del campo visual, emblema del contenido de la porción del rollo
que se desenrolla. Se observará que hay una gradación manifiesta en el carácter de
estas representaciones emblemáticas, que aumentan en intensidad y terror desde la
primera hasta la última.

¿Entonces, qué representan estos símbolos? Sólo se necesita un vistazo para ver su
naturaleza y carácter generales. Por todas partes es GUERRA, y los acompañantes de
la guerra - sangre, hambruna, y muerte, todos conduciendo a una pavorosa catástrofe
final y terminando en ella, una catástrofe en la que los elementos de la naturaleza
parecen disolverse en ruina universal - "el gran día de ira" (cap. 6).

¿De cuáles sucesos habla el profeta? Algunos quieren hacernos creer que este es un
compendio de historia universal; que aquí tenemos las conquistas de la Roma imperial
durante trescientos años, hasta el establecimiento del cristianismo por Constantino
como religión del imperio. Se nos manda a los tomos de Gibbon para que vaguemos a
través de las edades en busca de acontecimientos que correspondan a estos símbolos.
Pero esto es justamente lo que las siete iglesias de Asia no tenían ningún poder para
hacer. ¿No sería mofa invitar invitarles a estudiar y comprender estas visiones, que no
son luminosas para nosotros ni siquiera con la ayuda de Gibbon? Ciertamente, los
intérpretes que proponen tales soluciones deben haber cerrado los ojos a las expresas
enseñanzas del libro mismo. Los términos de la profecía nos impiden hacer todas estas
vagas incursiones en la historia general; quedamos limitados a lo cercano, lo
inminente, lo inmediato; a cosas que deben suceder pronto; a sucesos que conciernen
intensamente a los lectores originales del Apocalipsis: "porque el tiempo está cerca".
Con esta luz en la mano, todo se hace claro. Sólo tenemos que colocarnos en el tiempo
y en las circunstancias de aquellas iglesias primitivas, y estos símbolos visionarios
toman forma hasta convertirse en hechos históricos ante nuestros ojos. El vidente está
en el umbral de la crisis largamente predicha y largamente esperada, para cuya llegada
el Salvador había preparado a sus discípulos en sus propios días y antes de su partida.
Así como la profecía que hizo en el Monte de los Olivos comienza con guerras y
rumores de guerras, y continúa hablando de "Jerusalén rodeada de ejércitos", y "la
abominación desoladora en el Lugar Santo", hasta que culmina en la aparente
destrucción de la naturaleza universal y "la venida del Hijo del Hombre en las nubes
de los cielos", así también procede la profecía del Apocalipsis según el mismo
método.

Aquí, entonces, la visión representa la cercana destrucción de Jerusalén y el juicio del


territorio culpable. Es "el último tiempo", y el discípulo amado, que escuchó la
profecía en el Monte, ahora contempla su cumplimiento en visión. Su corazón está
lleno de un solo pensamiento, sus ojos de una sola escena. La tormenta de venganza
está preparándose sobre su propia tierra; sobre su propia nación - la ciudad y el templo
de Dios. Los ejércitos se reúnen para el conflicto; y, al abrirse un sello tras otro,
contempla las sucesivas oleadas de aquel tremendo diluvio de ira que estaba a punto
de abrumar a la devota tierra de Israel. Creemos que este es el significado de la visión
simbólica de los siete sellos. Es sólo otra forma de la misma catástrofe predicha por
nuestro Salvador a sus discípulos; pero ahora la hora ha llegado; el fin de la era está
cercano, y los ministros de la ira divina son desatados sobre la nación culpable.

APERTURA DEL PRIMER SELLO

Cap. 6:1, 2. "Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro
seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un
caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió
venciendo, y a vencer".

Se verá que nosotros consideramos esta visión como emblemática de la guerra judía,
que fue precursora del gran acontecimiento final de la Parusía. En la apertura del
primer sello, contemplamos el primer acto del trágico drama. Es anunciado por uno de
los cuatro seres místicos, representado como guardando el trono de Dios, y que
exclama con voz de trueno: "Ven", y he aquí que un guerrero armado, montado en un
caballo blanco, y teniendo un arco en la mano, pasa delante del campo visual. Se le da
una corona al guerrero, que sale venciendo y a vencer.

Esta es una representación vivísima de la primera escena del trágico drama de la


guerra contra los judíos que comenzó durante el reinado de Nerón, A. D. 66, dirigida
por Vespasiano. En la primera escena vemos al invasor romano avanzar al combate.
Todavía la guerra no ha comenzado realmente, el guerrero cabalga sobre un caballo
blanco; sostiene un arco en su mano, un arma que se usa a distancia. Es una fantasía
ver en la corona dada al jinete un presagio de que la diadema habría de ser puesta
sobre la cabeza de Vespasiano. ¿O es sólo una señal de victoria? Comoquiera que sea,
la totalidad de las imágenes, como observa Alford, habla de victoria. - "Salió
venciendo y a vencer".

APERTURA DEL SEGUNDO SELLO

Cap. 6: 3, 4. "Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía:
Ven y mira. Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de
quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran
espada”.

Este símbolo también habla por sí mismo. Las hostilidades han comenzado ya; el
caballo blanco es reemplazado por uno bermejo [rojo], el color de la sangre. El arco
cede su lugar a la espada. Es una gran espada, porque la matanza va a ser terrible. La
paz huye de la tierra: todo es conflicto y derramamiento de sangre. Es una guerra tanto
civil como extranjera. - "Se matasen unos a otros".

Todo esto representa adecuadamente los hechos históricos. La guerra contra los
judíos, dirigida por Vespasiano, comenzó en Galilea, a la mayor distancia posible de
Jerusalén, y gradualmente se acercó más y más a la ciudad sentenciada. Los romanos
no fueron los únicos agentes en la obra de exterminio que despobló la tierra; las
facciones hostiles entre los mismos judíos volvían sus armas las unas contra las otras,
de modo que podía decirse que "la mano de cada uno se volvió contra su hermano".
Este cambio del arco por la espada indica que los combatientes ahora se habían
acercado, y luchaban cuerpo a cuerpo: es otro acto de la misma tragedia.

Vale la pena notar que el lenguaje del cuarto versículo indica, no oscuramente, el
escenario de la guerra. La paz es quitada de la tierra [εκ τηζ γηζ]. Stuart ha
interpretado correctamente esta circunstancia: "Aquí se denota especialmente, no la
tierra entera, sino la tierra de Palestina".

APERTURA DEL TERCER SELLO

Cap. 6:5, 6. "Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y
mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la
mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de
trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni
el vino".

Este símbolo tampoco es de difícil interpretación. Significa los crecientes horrores de


la guerra. El hambre pisa los talones a la guerra y la matanza. El alimento escasea ya
en Judea, especialmente en las ciudades sitiadas, sobre todo en Jerusalén, después de
haber sido cercada por Tito. El trigo y la cebada están a precio de hambre, porque el
salario diario de un obrero (un denario) sólo alcanza para comprar una sola medida de
trigo (un χηοενιξ, o menos de un cuarto), y tres veces esa cantidad de grano inferior.
Esto significa terribles privaciones entre las apretujadas masas en la sitiada ciudad.

Volviéndonos de la profecía a la historia, las páginas de Josefo nos proporcionan un


espantoso comentario sobre este pasaje. Habla de la escasez de alimento en Jerusalén
durante el período del sitio: -

"Muchos cambiaban en privado todo lo que tenían de valor por una sola medida de
trigo, si eran ricos; de cebada, si eran pobres. Luego, algunos, encerrándose en los
rincones más retirados de sus casas, a causa de lo extremo del hambre, comían el
grano sin prepararlo; otros lo cocían según lo dictaban la necesidad y el temor. No se
ponía mesa en ninguna parte, sino que, agarrando del fuego la masa a medio cocer, la
hacían pedazos".

Pero, ¿qué significa la orden: "No dañes el aceite ni el vino"? Esto ha causado mucha
perplejidad entre los comentaristas, porque esta orden parece no concordar con la
prevalencia del hambre. Si no nos equivocamos, Josefo nos permitirá reconciliar esta
aparente incongruencia.

Después de decir que Juan de Giscala, uno de los cabecillas políticos que tiranizaban
al miserable pueblo en los últimos días de Jerusalén, se apoderó de los vasos sagrados
del templo y los confiscó, Josefo pasa a relatar otro acto de sacrilegio cometido por el
mismo cabecilla, que parece haber despertado una profunda indignación y un
profundo horror en la mente del historiador:-

"En consecuencia, tomando el vino y el aceite sagrados, que los sacerdotes guardaban
para vertirlos en los holocaustos, y que estaban depositados en el interior del templo,
los distribuyó entre sus adherentes, que consumieron sin horror más de un hin para
ungirse a sí mismos y para beber. Y aquí no puedo abstenerme de expresar lo que
indican mis sentimientos. Creo que, si los romanos hubiesen diferido el castigo de
estos miserables, o la tierra se habría abierto y se habría tragado la ciudad, ésta habría
sido barrida por un diluvio, o habría compartido el fuego y el azufre de Sodoma.
Porque produjo una generación mucho más impía que la de los que fueron visitados
de esta manera; pues, por la desesperada locura de estos hombres, la nación entera
quedó envuelta en la ruina".

Esto sirve para explicar el uso de la palabra αδικησηζ [tratar injustamente con] en
esta orden: "No dañes el aceite ni el vino". Elliott, en oposición a Dean Alford,
argumenta a favor del sentido "no cometas injusticia con respecto al aceite", etc.
Rinck, citado por Alford, lo traduce como "no desperdicies", etc. El incidente relatado
por Josefo muestra cómo la palabra αδικησηζ se ajusta a cada una de las formas de
traducción. El acto de Juan era αδικια en el sentido de desperdicio desenfrenado.

APERTURA DEL CUARTO SELLO

Cap. 6: 7, 8. "Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que
decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por
nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de
la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la
tierra”.

La escena aquí es evidentemente la misma, sólo que con los horrores y las miserias de
la guerra intensificados. Los espantosos espectros de la Muerte y el Hades ahora
siguen en la caravana del hambre y de la guerra. Los "cuatro terribles juicios de Dios",
que Ezequiel vio encargados de destruir la tierra de Israel, "la espada, el hambre, las
fieras, y la pestilencia", son desatados nuevamente sobre la tierra, y a causa de ellos,
la cuarta parte de su población está condenada a perecer. Jamás hubo una
superabundancia de mortandad como en la guerra que culminó con el sitio y la captura
de Jerusalén. El mejor comentario sobre este pasaje debe encontrarse en los registros
de Josefo, como lo muestra la siguiente descripción:

"Todas las salidas estaban interceptadas, todas las esperanzas de seguridad para los
judíos, completamente cortadas; y el hambre, con las fauces abiertas, devoraba al
pueblo por sus casas y por sus familias. Los techos estaban llenos de mujeres con sus
criaturas en la última etapa; las calles estaban llenas de ancianos ya muertos. Niños y
jóvenes, hinchados, se amontonaban como espectros en el mercado, y caían
dondequiera que las ansias de la muerte les sobrevenían. Los que estaban afectados no
tenían fuerzas para enterrar a sus parientes; y los que todavía eran sanos y vigorosos
eran disuadidos por la multitud de los muertos y la incertidumbre que pendía sobre
ellos. Muchos morían mientras enterraban a otros, y muchos se iban a los cementerios
antes de que llegase la hora fatal.

"En medio de estas calamidades, no había ni lamentos ni gemidos: el hambre era más
fuerte que los afectos. Con los ojos secos y las bocas abiertas, los que morían
lentamente contemplaban a los que se habían ido al descanso antes que ellos. Reinaba
un profundo silencio por toda la ciudad, y una noche preñada de muerte, y los
bandidos aún más temibles que todo esto. Abriendo a la fuerza las casas, como quien
abre un sepulcro, saqueaban a los muertos, y llevándose a rastras las mortajas de los
cadáveres, se alejaban riendo. Hasta probaban la punta de sus espadas en los
cadáveres, y para probar el temple de las hojas, atravesaban con ellas a algunos que,
extendidos en el suelo, todavía respiraban; a otros, que les imploraban que les
prestasen su mano y su espada, les abandonaban desdeñosamente para que muriesen
de hambre. Todos expiraban con los ojos fijos en el templo, apartándolos de los
insurgentes que dejaban vivos. Al principio, éstos, encontrando insoportable el hedor
de los cadáveres, ordenaban que fuesen quemados a expensas del pueblo; pero
después, cuando no podían cumplir con la tarea, los lanzaban desde el muro a los
barrancos que había abajo.

"Pero, ¿por qué tengo que entrar en detalles parciales de sus calamidades, cuando
Maneo, el hijo de Lázaro, que en este período se refugió junto a Tito, declaró que,
desde el catorce del mes Xántico, el día en que los romanos acamparon delante de los
muros, hasta la luna nueva de Panemo, fueron llevados sólo a través de aquella puerta,
que le había sido confiada a él, ciento quince mil ochocientos ochenta cadáveres?
Toda esta multitud era de la clase más pobre. No es que tuviera que contarlos, pero,
habiéndosele confiado la distribución del fondo público, estaba obligado a llevar la
cuenta. El resto eran quemados por sus parientes. Sin embargo, el entierro consistía
meramente en sacarlos de sus casas y lanzarlos fuera de la ciudad.

"Después de él, muchos de la clase más alta escaparon; y trajeron la noticia de que
seiscientos mil de las clases más humildes habían sido echados fuera a través de las
puertas. De los otros, era imposible establecer el número. Dijeron, sin embargo, que,
cuando ya no tenían fuerzas para sacar a los pobres, amontonaban los cadáveres en las
casas más grandes y cerraban las puertas: y que una medida de trigo se vendía por un
talento, y que todavía más tarde, cuando ya no se podía recoger hierbas, estando la
ciudad amurallada, algunos quedaban reducidos a una angustia tal que rebuscaban en
las cloacas y en el estiércol putrefacto del ganado, y comían la basura; y aquello de lo
cual anteriormente se hubiesen alejado asqueados ahora se convertía en su alimento".
-- Traill´s Josephus, Jewish War, boook v, cap. xii: 3; cap. xiii: 7.

APERTURA DEL QUINTO SELLO

Cap. 6:9-11. "Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que
habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían.
Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no
juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron
vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta
que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían
de ser muertos como ellos".

Este pasaje puede considerarse como una prueba crucial de cualquier interpretación
del Apocalipsis. Puede decirse verdaderamente que difícilmente puede imaginarse
nada más insatisfactorio, incierto, y conjetural que la explicación que dan esos
intérpretes, que encuentran en el Apocalipsis un programa de historia eclesiástica.
Pero, si el principio que nos guía es correcto, nos conducirá a una interpretación tal
que demostrará, por propia evidencia, que es la verdadera.

El escenario cambia ahora, del campo de batalla, de las escenas de matanza y de


sangre en la ciudad sitiada y hambrienta, al templo de Dios. Pero todavía es Jerusalén.
Los mártires cristianos a los que Jerusalén había matado son representados como
clamando en voz alta debajo del altar, y apelando a la justicia de Dios para que ya no
demore la vindicación de su causa, y vengue su sangre "en los que moran en la tierra".
Esta es una escena nueva e importante en el trágico drama, pero en perfecto acuerdo
con la enseñanza del Nuevo Testamento. Nuestro Señor advirtió a los judíos: "Para
que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra,
desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien
matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta
generación" (Mat. 23:35,36). De manera semejante, advirtió a los discípulos que
algunos de ellos caerían víctimas de la enemistad de los judíos. "Entonces os
entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por
causa de mi nombre" (Mat. 24:9). Nuestro Señor también declaró que Jerusalén era la
más culpable de derramar sangre inocente: ella fue la asesina de los profetas; y sobre
ella habría de caer el castigo más señalado. (Mat. 23:31-39).

Aquí tenemos, pues, delante de nosotros, los principales elementos de la escena. Pero
esto no es todo. Es imposible no impresionarse con el marcado parecido entre la
visión del quinto sello y la parábola de nuestro Señor sobre el juez injusto (Lucas
18:1-8): "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?
¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga
el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?". Esto es más que un parecido: es
identidad. En ambos caso encontramos los mismos querellantes: los elegidos de Dios;
apelan a Él para pedir justicia; en ambos casos, encontramos la respuesta a la
apelación: "Pronto les hará justicia"; en ambos casos encontramos la escena de sus
sufrimientos ubicada en el mismo lugar: "en la tierra" - es decir, la tierra de Judea. La
visión y la parábola ahora se complementan mutuamente la una a la otra. La visión
nos dice la causa del clamor por la venganza, y quiénes son los que apelan, o sea, los
discípulos de Jesús martirizados que han sellado su testimonio con su sangre. La
parábola indica el tiempo en que llegaría la retribución: - "cuando venga el Hijo del
hombre"; y de la misma manera, el hecho triste de que, cuando la Parusía tuviese
lugar, encontraría a Israel todavía impenitente y todavía incrédula.

Del mismo modo, la visión del quinto sello aclara un oscuro pasaje que hasta ahora
había frustrado todos los intentos de resolver su significado. En 1 Pedro 4:6,
encontramos la siguiente afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el
evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios". Refiriendo al lector a las observaciones que se hicieron
sobre este pasaje en páginas anteriores, será suficiente aquí recapitular la conclusión a
la que se llegó en aquella oportunidad. La afirmación es realmente así: "Porque, por
esta causa, se les llevó un mensaje de consolación aun a los muertos, para que ellos,
aunque condenados en la carne por el juicio de los hombres, vivan en el espíritu por el
juicio de Dios". Esto apunta evidentemente a la vindicación de los que, por el injusto
juicio de los hombres, sufrieron la muerte por la verdad de Dios; declara que habían
sido consolados después de la muerte por las nuevas de que, por el juicio divino,
disfrutarían de la vida eterna. No hay en la Escritura ninguna alusión a ninguna
transacción de esta clase, excepto en el pasaje que tenemos delante - la visión del
quinto sello. Sin embargo, esto llena precisamente todos los requisitos del caso. Aquí
encontramos "los muertos" - los mártires cristianos, que habían muerto por la fe;
habían sido condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres. Se da a
entender manifiestamente que habían apelado al justo juicio de Dios. En respuesta a
su apelación, se les había comunicado un "mensaje de consuelo" [euaggelion]; se les
dice que reposen por un tiempo hasta que se les unan sus hermanos y consiervos que
han de ser muertos como ellos; mientras que se les dan "túnicas blancas", señales de
inocencia y emblemas de victoria. Creemos que debe ser obvio que esta escena bajo el
quinto sello corresponde exactamente a la alusión de Pedro y a la parábola de nuestro
Señor. Es importante, también, observar el lugar que ocupa esta escena en el drama
trágico. Es después del estallido, pero antes de la conclusión, de la guerra judía;
precede, por un poco, la catástrofe final del sexto sello. Es el clamor impaciente de los
santos martirizados: "¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?" Demanda una justa
retribución sobre los que habían derramado su sangre; y especifica claramente quiénes
son describiéndoles como "los que moran en la tierra". Y todo esto antecede
inmediatamente a la catástrofe final bajo el siguiente sello, que presenta la ira de Dios
viniendo sobre la nación culpable "hasta lo último". Aquí tenemos, pues, un cuerpo de
evidencia tan variado, tan minucioso, y tan acumulativo que podemos aventurarnos a
llamarle una demostración.

APERTURA DEL SEXTO SELLO

Cap. 6:12-17. "Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y
el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las
estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos
cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino
que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la
tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo
libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los
montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que
está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha
llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”

Ahora llegamos al último acto de esta terrible tragedia: la catástrofe que cierra la
segunda visión. Puede causar sorpresa que la catástrofe ocurra bajo el sexto sello, y no
bajo el séptimo, como podríamos haber esperado. Pero al séptimo sello se le hace el
eslabón entre la segunda y la tercera visiones, y se le emplea de una manera
sumamente artística para introducir la siguiente serie de siete, o sea, la visión de las
siete trompetas. Aquí podemos observar que cada una de las visiones culmina en una
catástrofe, o acto señalado de juicio divino, que trae destrucción sobre los impíos y
salvación para los justos.

Nadie puede dejar de observar que casi todas las características de esta terrible escena
ocurren en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos con referencia a los
juicios venideros sobre la ciudad y la nación de Israel. No hay, pues, lugar para dudar
ni por un momento del significado de la visión del sexto sello; pero, mientras más de
cerca se estudie cada símbolo, más claramente se verá su relación con la gran
catástrofe. Este es el "διεσ ιραε" - ελ ηµερα κυριακη - "el día grande y terrible de
Jehová" predicho por Malaquías, Juan el Bautista, Pablo, Pedro, y, sobre todo, por
nuestro Señor en su discurso apocalíptico del Monte de los Olivos. Es la esperada
consumación por la que la iglesia apostólica velaba y la cual esperaba - el día de juicio
para la nación culpable y, como veremos, el día de redención y recompensa para el
pueblo de Dios.

Será adecuado, primero, tomar nota de la correspondencia entre los símbolos de la


visión y los del discurso profético de nuestro Señor:

EL SEXTO SELLO LA PROFECÍA DEL MONTE


"Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares
"Y he aquí, hubo un gran terremoto". hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes
señales del cielo" (Lucas 21:11; Mat. 24:7).
"Y el sol se puso negro como tela de "Inmediatamente después de la tribulación de aquellos
cilicio". días, el sol se oscurecerá".
"Y la luna se volvió toda como sangre". "Y la luna no dará su resplandor".
"Y las estrellas del cielo cayeron son la
"Y las estrellas caerán del cielo".
tierra".
"Y el cielo se desvaneció como un "Y las potencias de los cielos serán conmovidas"
pergamino que se enrolla". (Mat. 24:29).
"Y los reyes, etc. se escondieron ... y "Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed
dijeron a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos" (Lucas
sobre nosotros, y escondednos", etc. 23:30).
La comparación de estos pasajes paralelos debe satisfacer a toda mente razonable de
que ambos se refieren a uno y al mismo acontecimiento. Lo que ese acontecimiento
es, nuestro Señor lo establece decisivamente: "De cierto os digo, que no pasará esta
generación hasta que todo esto acontezca" (Mat. 24:34). El único pasaje que no cae
bajo el discurso del Monte de los Olivos es el dirigido a las mujeres que siguieron a
nuestro Señor en su camino al Calvario, pero aún aquí, la limitación del tiempo se
indica claramente. "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras
mismas y por vuestros hijos"; dando a entender que las calamidades que Él predijo
vendrían durante la vida de ellas mismas y de sus hijos. La misma cercanía del tiempo
está marcada por la frase: "Porque he aquí vendrán días" (Lucas 23:29).

Sin duda, parecerá una objeción a esta explicación el hecho de que la destrucción de
Jerusalén, por terrible que fuese, parece inadecuada como antitipo de las imágenes del
sexto sello. El objeto se aplica igualmente a la profecía de nuestro Señor, en que su
propia autoridad establece la aplicación de las señales. En realidad, se aplica a toda la
profecía: porque la profecía es poesía, y poesía oriental también, en la cual las
espléndidas imágenes simbólicas son el ropaje del pensamiento. Además, la objeción
se basa en una estimación inadecuada del verdadero significado y la verdadera
importancia de la destrucción de Jerusalén. Ese acontecimiento no es simplemente un
trágico incidente histórico; no debe ser mirado en la misma categoría que el sitio de
Troya o la destrucción de Tiro o de Cartago. Fue una gran época providencial; el fin
de una era; el desenvolvimiento de un gran período en el gobierno divino del mundo.
La catástrofe material no fue sino la señal externa y visible de una poderosa crisis en
el reino de lo invisible y lo espiritual.

Al mismo tiempo, debe observarse que los hechos históricos que subyacen estos
símbolos son suficientemente reales y tangibles. La consternación y el terror descritos
aquí como apoderándose de "los reyes de la tierra, los grandes", etc., están en perfecta
armonía con las escenas de los últimos días de Jerusalén como las describe Josefo.
Con la premisa de que con "los reyes de la tierra" [βασιλειζ τηζ γηζ] se quiere decir
los gobernantes de Judea, como podremos mostrar, encontramos que la descripción
profética corresponde maravillosamente a los hechos históricos. Primero, la escena de
la visión ocurre evidentemente en un país en que abundan las cavernas rocosas y los
escondrijos, lo cual, como bien se sabe, son característicos de Judea. Las colinas de
piedra caliza de ese país están literalmente llenas de cavernas como un panal, que han
sido cuevas de ladrones y refugios de fugitivos desde tiempo inmemorial. Ewald
reconoce "que aquí hay una referencia especial a las peculiaridades de Palestina en
cuanto a sus rocas y cavernas, que proporcionan lugares de refugio para los fugitivos".
(Citado por Stuart, Apocalypse, in loc.). Estas dos notas, la tierra, y su naturaleza
geológica, fijan la ubicación de la escena. Segundo, es un hecho atestiguado por
Josefo que los últimos escondrijos de los enloquecidos ciudadanos de Jerusalén eran
las cavernas rocosas y los pasajes subterráneos a los cuales huyeron buscando refugio
después de la captura de la ciudad:

"La última esperanza", dice Josefo, "que alentaban los tiranos y sus pandillas de
bandidos eran las excavaciones subterráneas, en las cuales no esperaban que se les
buscase si procuraban refugio en ellas. Después del colapso final de la ciudad, cuando
los romanos se hubiesen retirado, se proponían salir y buscar la seguridad en la huída.
Pero, después de todo, esto no fue sino un mero sueño, porque no pudieron ocultarse
de la observación de Dios ni de los romanos".

Aún más notable, si es posible, es el hecho mencionado por Josefo, de que Simón, uno
de los jefes de la rebelión, se ocultó, después de la captura de la ciudad, en uno de
estos escondrijos subterráneos. El incidente es relatado así por el historiador judío:

"Este Simón, durante el sitio de Jerusalén, había ocupado la parte alta de la ciudad;
pero, cuando el ejército romano había pasado más allá de los muros y estaba
devastando la ciudad entera, Simón, acompañado por sus más fieles amigos, y algunos
picapedreros, con las herramientas de hierro requeridas por ellos en su oficio, y con
provisiones suficientes para muchos días, se dejó caer junto con todo su grupo en una
de las cavernas secretas, y avanzó por ella hasta donde lo permitían las antiguas
excavaciones. Aquí, habiendo encontrado terreno firme, lo excavaron, con la
esperanza de avanzar más lejos, y escapar, emergiendo en un lugar seguro. Pero el
resultado de las operaciones demostró que sus esperanzas resultaron fallidas. Los
mineros avanzaron lentamente y con dificultad, y las provisiones, aunque
administradas, estaban a punto de acabarse.

"Por lo cual Simón, creyendo que podía engañar a los romanos por medio del terror,
se vistió de túnicas blancas, y abotonando sobre ellas un manto púrpura, surgió de la
tierra en el lugar mismo donde antes se levantaba el templo. Efectivamente, al
principio el asombro se apoderó de los que lo vieron, y quedaron como petrificados;
pero después, acercándose más, le exigieron que se identificara. Simón rehusó
hacerlo, y les dijo que llamaran al general; ellos corrieron rápidamente hasta Terencio
Rufo, que había quedado al mando del ejército. Vino Rufo, y después de oír de Simón
toda la verdad, le puso en grilletes, y comunicó a César los detalles de la captura ...
Sin embargo, el hecho de haber surgido del terreno condujo en ese tiempo al
descubrimiento, en otras cavernas, de una vasta multitud de los otros insurgentes. Al
regresar César a Cesárea junto al mar, Simón fue llevado a él en cadenas, y César
ordenó que se le retuviera para el triunfo que se preparaba para celebrar en Roma".

EPISODIO DEL SELLAMIENTO


DE LOS SIERVOS DE DIOS
Cap. 7:1-17. "Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de
la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento
alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro
ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz
a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra
ya al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que
hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los
sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de Israel", etc.

En la crisis misma de la catástrofe, la acción se suspende súbitamente hasta que quede


garantizada la seguridad de los siervos de Dios. A los cuatro ángeles destructores
encargados de desatar los elementos de la ira sobre la tierra culpable se les ordena
detener la ejecución de la sentencia hasta que "los siervos de nuestro Dios hayan sido
sellados en sus frentes". En consecuencia, un ángel, teniendo "el sello del Dios
viviente", pone una marca sobre los fieles, cuya nacionalidad y número se declaran
claramente - "ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel".
Además de éstos, una innumerable multitud, "de todas las naciones y tribus y pueblos
y lenguas", se ve de pie delante del trono, vestida con túnicas blancas y con palmas de
victoria en sus manos, atribuyendo alabanza y gloria a Dios en medio de la felicidad y
los esplendores del cielo.

Esta representación se considera generalmente un episodio, o una digresión, de la


acción principal de la obra. No hay duda de que es así; pero, al mismo tiempo, es
esencial para completar la catástrofe, y es, de hecho, parte integral de ella.

Se verá que, en cada catástrofe de este libro de visiones - y cada visión termina con
una catástrofe - hay dos partes, a saber, el juicio infligido sobre los enemigos de
Cristo y la bendición conferida a sus siervos.

Ahora bien, bajo el sexto sello, donde está localizada la catástrofe de la visión, ya
hemos visto descrita la primera parte, a saber, el juicio de los enemigos de Dios; pero
la otra parte, la liberación del pueblo de Dios, está representada en el capítulo que
tenemos delante. El progreso del juicio queda aun detenido hasta que la seguridad de
los siervos de Cristo quede garantizada.

¿Qué, pues, significa este episodio?

En las predicciones relativas al "fin del tiempo", encontramos invariablemente una


promesa de seguridad y bendición para los discípulos de Cristo, junto con
declaraciones de ira venidera sobre sus enemigos. Para dar dos o tres ejemplos de
entre muchos: en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos, de la cual el
Apocalipsis es eco y expansión, Jesús advierte a sus discípulos que escapen de Judea
cuando vean "a Jerusalén rodeada de ejércitos" (Lucas 21:20), "y la abominación
desoladora en el lugar santo" (Mat. 24:15). Les asegura que "ni un cabello de vuestra
cabeza perecerá"; que cuando comiencen a aparecer las señales de su venida, debían
erguirse, y levantar sus cabezas, porque su redención estaba cerca (Luc. 21:18-28).
Que el Hijo del hombre enviaría a sus ángeles con un gran sonido de trompeta, y
"juntaría a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un cabo del cielo hasta el otro"
(Mat. 24:31). Que en el gran día del juicio, que habría de seguir a la destrucción de
Jerusalén, los impíos "irían al castigo eterno, y los justos a la vida eterna" (Mat.
25:46).

En armonía con estas afirmaciones, encontramos a los apóstoles enseñando en las


iglesias que cuando viniera "el día del Señor", "súbita destrucción sobrevendría a los
enemigos de Dios, mientras los cristianos obtendrían salvación" (1 Tes. 5:2,3,9); que
cuando el Señor Jesús se "revelase desde el cielo con sus poderosos ángeles, en llama
de fuego, para tomar venganza de los que no conocen a Dios", su pueblo fiel entraría
en el "reposo", y sería "tenido por digno del reino de Dios" (2 Tes. 1:5-9).

Es esta liberación y esta salvación prometida a los discípulos de Cristo la que es


prefigurada simbólicamente en el episodio del sexto sello. Las imágenes con las que
se describen han sido tomadas evidentemente de la escena contemplada en visión por
el profeta Ezequiel (cap. 9), donde "los hombres que gimen y claman a causa de todas
las abominaciones que se hacen en medio de Jerusalén" tienen "una marca en la
frente", que garantizaría su seguridad cuando los ejecutores de la justicia divina
saliesen a matar a los habitantes de la ciudad.

Vale la pena notar que Jerusalén es la escena del juicio tanto en la profecía de
Ezequiel como en Apocalipsis; y la alusión que hace Pedro a esta misma transacción
en la visión de Ezequiel, como a punto de repetirse en la Jerusalén de sus propios días,
es muy significativa. (1 Ped. 4:17).

Pero la luz mayor es proyectada sobre este episodio por las palabras de nuestro Señor:
"El Hijo del hombre enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus
escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro" (Mat.
24:31). Este episodio es la representación del cumplimiento de aquella promesa.
Mientras la ira es derramada al máximo sobre la tierra; mientras las tribus de la tierra
están de duelo; mientras los enemigos de Dios huyen para esconderse en las cavernas
y las cuevas; en aquella hora temible, la trompeta del ángel convoca al fiel remanente
del pueblo de Dios, "para que se oculten en el día de la ira de Jehová". Ahora el
tiempo ha llegado a su plenitud; porque hay que recordar que todo esto habría de ser
presenciado por los apóstoles mismos, o por lo menos por algunos de ellos; porque la
propia generación de nuestro Señor no habría de pasar sino hasta que estas cosas se
hubiesen cumplido.
En consecuencia, era la esperanza acariciada de los cristianos de la era apostólica
escapar de la condenación general, y entrar en posesión de la inmortalidad por el
cambio instantáneo que vendría sobre ellos a la aparición del Señor. Pablo tranquilizó
a los cristianos de Tesalónica diciéndoles que, los que estuviesen vivos y quedasen
hasta la venida del Señor, no precederían a los que habían partido en la fe antes de la
venida del Señor. Por la palabra del Señor, les declara que "el Señor mismo con voz
de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los
muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que
hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir
al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1Tes. 4:15-17). Pablo alude
nuevamente a esta misma confiada expectativa en 2 Tes. 2:1, donde dice: "Pero con
respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os
rogamos, hermanos", etc. Esta peculiar expresión, "nuestra reunión con él" [επισυναγ
ογη], apenas sería inteligible si no fuese por la luz que arrojan sobre ella Mat. 24:31 y
Apoc. 7. Al mismo período, la misma transacción, se hace referencia en la profecía de
nuestro Señor, en la epístola de Pablo, y en el episodio que tenemos delante. Aquí está
la gran consumación, y la garantía de la seguridad del pueblo de Dios cuando la
destrucción sobrevenga a los impenitentes a incrédulos. Todo esto pertenece a la gran
crisis al final de la era - esto es, al final de la dispensación judía. El dedo del Señor ha
definido los límites más allá de los cuales no podemos pasar al establecer el período
de esta transacción. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin que todo
esto acontezca". Cualquiera que sea nuestra opinión en cuanto al alcance de esta
predicción, pronunciada de manera similar por nuestro Señor, Pablo, y Juan, o la
manera en que se cumpla, de una cosa no puede haber dudas - las Escrituras están
irrevocablemente comprometidas con la afirmación de los hechos.

Se observará que hay dos clases, o divisiones, del "pueblo de Dios", que se
especifican en este episodio. La primera clase pertenece a una nación particular - "los
ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". Éstos tienen que
representar necesariamente la iglesia cristiana judía del período apostólico. Pero,
además de éstos, hay una multitud que nadie podía contar, que pertenecen a todas las
nacionalidades, es decir, no israelitas, sino gentiles. Esta clase, pues, tiene
necesariamente que representar a la iglesia gentil del período apostólico; los
"incircuncisos", que fueron admitidos a los privilegios del pueblo del pacto, llamados
a ser "coherederos, y del mismo cuerpo, y participantes de las promesas de Dios en
Cristo por el evangelio", junto con los creyentes judíos. Esta representación implica
que el peligro y la liberación simbolizados por el sellamiento de los siervos de Dios
no se limitaban a Judea y a Jerusalén. La religión de Jesús de Nazaret era una fe
proscrita y perseguida en todo el Imperio Romano antes de que estallase la guerra
judía y se abrogase la economía judía. En consecuencia, se dice que los redimidos en
la visión, "la multitud con vestiduras blancas", salen de una gran tribulación: una
expresión que nos da una pista del establecimiento del tiempo y de las personas a las
que se hace referencia aquí. Nuestro Señor, cuando predijo el tiempo de aflicción sin
paralelo que habría de preceder a la catástrofe de Jerusalén y de Judea, dice: "Porque
habrá entonces gran tribulación [θλιψιζ µεγαλη], cual no la ha habido desde el
principio del mundo hasta ahora, ni la habrá", etc. (Mat. 24:21). Ahora, en la
afirmación en el episodio: "Estos son los que han salido de gran tribulación", hay una
incuestionable alusión a las palabras de nuestro Señor. Como apunta Alford, la
traducción correcta es: "Estos son los que han salido de la gran tribulación" [εκ τηζ θ
λιψεωζ τηζ µεγαληζ], siendo el artículo definido sumamente enfático, y la
tribulación alude claramente a la predicción en Mateo 24:21.

Así, por la guía de la palabra de Dios misma, llegamos a una y la misma conclusión, y
es imposible no impresionarse con la concurrencia de tantas líneas diferentes de
argumento que conducen a un solo resultado. Estamos justificados, pues, al llegar a la
conclusión de que el episodio del sellamiento de los siervos de Dios representa la
seguridad y la liberación de los fieles y el terrible tiempo de juicio que, en la Parusía,
alcanzó a la ciudad culpable y a la tierra de Israel.

PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

LA TERCERA VISIÓN

LAS SIETE TROMPETAS, CAPS. 8, 9, 10, 11

Ahora hemos llegado al fin de la segunda visión, y podría suponerse que la catástrofe
con la cual concluyó es tan completa y exhaustiva que no podría haber lugar para
ningún cambio ulterior. Pero no es así. Y aquí tenemos nuevamente que llamar la
atención a una de las principales características de la estructura del Apocalipsis. No es
una secuencia continua y progresiva de sucesos, sino una representación
continuamente recurrente, básicamente de la misma historia trágica en nuevas formas
y nuevas fases. El Dr. Woodsworth, casi solo entre los intérpretes de este libro, ha
captado esta característica de su estructura. Al mismo tiempo, cada nueva visión
amplía la esfera de nuestra observación y aumenta el interés por la introducción de
nuevos incidentes y actores.

APERTURA DEL SÉPTIMO SELLO


Cap. 8:1. "Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media
hora”.

Estrictamente hablando, el séptimo sello pertenece a la visión anterior; pero se


observará que la catástrofe de esa visión ocurre bajo el sexto sello, y que el séptimo
simplemente se convierte en el eslabón entre la segunda visión y la tercera - entre los
sellos y las trompetas. Sin duda, esto indica la estrecha relación que continúa
existiendo entre ellos. No podemos concebir los sucesos denotados por las siete
trompetas como subsiguientes en el tiempo a los sucesos representados como teniendo
lugar en la apertura del sexto sello, porque eso involucraría una inextricable confusión
e incongruencia. La suposición más razonable parece ser que aquí tenemos, en la
visión de las siete trompetas, un nuevo despliegue de los desoladores juicios que
estaban a punto de sobrevenirle a la sentenciada tierra de Judea. El Dr. Woodsworth
observa: "Las siete trompetas no difieren, en tiempo, de los siete sellos, sino que más
bien se sincronizan con ellos". Dudamos de que esta sea la manera correcta de
expresar el sincronismo. Creemos que la visión entera de las trompetas forma parte de
la catástrofe bajo el sexto sello.

LAS CUATRO PRIMERAS TROMPETAS

Cap. 8:7-12. "El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados
con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra", etc.

La visión se inicia con un proemio, o una introducción, según la estructura usual de


las visiones apocalípticas. El punto de vista del vidente todavía es el cielo, aunque el
escenario en el cual debe tener lugar la acción principal es la tierra, o más bien, el
territorio. No puede tenerse presente demasiado cuidadosamente que es Israel - Judea,
Jerusalén - lo que contempla el profeta. Vagar por la anchura de la tierra entera, e
involucrar en la cuestión a todo el tiempo y a todas las naciones, es, no sólo
desconcertar al lector en un laberinto de perplejidades, sino perder de vista por
completo la meta y el propósito del libro. "El Destino Fatal de Israel; o, los Últimos
Días de Jerusalén" no serían un título inadecuado para el Apocalipsis. La acción de la
pieza, también, está comprendida dentro de un espacio de tiempo muy breve - porque
estas cosas debían "ocurrir pronto".

Regresemos a la visión. Después de una terrible pausa en la apertura del séptimo sello,
que significa el carácter solemne y lúgubre de los sucesos que están a punto de tener
lugar, siete ángeles, o más bien, los siete ángeles que están de pie delante de Dios,
reciben siete trompetas, que están encargados de hacer sonar sucesivamente. Antes de
que comiencen, sin embargo, un ángel presenta a Dios las oraciones de los santos,
junto con el humo de mucho incienso de un incensario de oro, en el altar de oro que
estaba delante del trono. Esto se considera generalmente como símbolo de la
aceptabilidad del culto cristiano por medio de la intercesión y la defensa del
Mediador. Pero, obsérvense los efectos de las oraciones. El ángel toma el incensario
que había perfumado las oraciones de los santos, lo llena con fuego del altar, y lo
lanza sobre la tierra: e inmediatamente, siguen voces, truenos, relámpagos, y un
terremoto. Extrañas respuestas a oraciones. Pero, si consideramos estas oraciones de
los santos como súplicas del sufriente y perseguido pueblo de Dios, al que hemos
visto representado en las visiones anteriores como clamando en alta voz: ¡Hasta
cuándo, Señor, hasta cuándo!, todo se aclara. El Señor vengará la sangre de sus
siervos; su ira se enciende; está cerca una rápida retribución. El incensario que hacía
subir las oraciones se convierte en vehículo de juicio, y es lanzado sobre la tierra, con
la furia del Señor - el fuego del altar delante del trono.

Ahora, los siete ángeles se preparan para hacer sonar sus trompetas, y cada
trompetazo es la señal para un acto de juicio. Se observará que las cuatro primeras
trompetas, como los cuatro primeros sellos, difieren de las tres restantes. Tienen algo
de indefinido, y los símbolos, aunque sublimes y terribles, no parecen susceptibles de
una verificación histórica particular. Probablemente corresponden a aquellas
perturbaciones fenomenales de la naturaleza a las cuales alude nuestro Señor en su
profecía del Monte de los Olivos como precedentes a la Parusía: "Entonces habrá
señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes,
confundidas a causa del bramido del mar y de las olas" (Luc. 21:25). Estos son los
objetos mismos afectados por las cuatro primeras trompetas, o sea, la tierra, el mar, la
luna, las estrellas. Entonces, sin tratar de encontrar una explicación específica para
estos portentos, es suficiente considerarlos como las señales externas y visibles del
desagrado divino manifestado hacia los impenitentes y los incrédulos; síntomas de
que el mundo natural estaba agitado y convulso a causa de la maldad de su tiempo;
emblemas de la dislocación y la desorganización generales de la sociedad, que
precedieron y anunciaron la catástrofe final del pueblo judío.

Sin embargo, las tres últimas trompetas son de un carácter muy diferente de las cuatro
primeras. Son realmente simbólicas, como las otras, pero los símbolos son menos
indefinidos y parecen más susceptibles de una interpretación histórica. Los juicios
bajo las cuatro primeras trompetas están marcados por lo que podemos llamar un
carácter artificial; afectan la tercera parte de todas las cosas - la tercera parte de los
árboles, la tercera parte de la hierba, la tercera parte del mar, la tercera parte de los
peces, la tercera parte de los barcos; la tercera parte de los ríos, la tercera parte del sol,
la tercera parte de la luna, la tercera parte de las estrellas, la tercera parte del día, la
tercera parte de la noche. Sería absurdo exigir una verificación histórica de tales
símbolos. Pero las trompetas restantes parecen entrar más en el dominio de la realidad
y la historia; y, en consecuencia, descubriremos que la Escritura y la historia
contemporánea arrojan mucha luz sobre ellas. Que a estas últimas trompetas se les
atribuye una importancia especial es evidente por el hecho de que son introducidas
por una nota de advertencia: -

Cap. 8:13. "Y miré, y oí a un águila volar por en medio del cielo, diciendo a gran
voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de
trompeta que están para sonar los tres ángeles!".
Esta nota introductoria a las trompetas de los tres ayes requiere algunas
observaciones.

Primera, el lector percibirá que el texto águila, no ángel. "Oí a un águila volar por en
medio del cielo". Este es el símbolo de la guerra y la rapiña. Hay un llamativo
paralelo de esta representación en Oseas 8:1: "Pon a tu boca trompeta. Como águila
viene contra la casa de Jehová, porque traspasaron mi pacto, y se rebelaron contra mi
ley". En Apocalipsis, el águila viene con la misma misión, anunciando dolor, guerra, y
juicio.

Segunda, el lector observará las personas sobre las cuales han de caer los ayes
predichos - "los que moran en la tierra". Como en 6:10, así también sucede aquí; gh
debe ser tomado en sentido restringido, como referencia a la tierra de Israel. Las
traducciones de γη como tierra, en vez de territorio, y de αιωνβψ como mundo, en
vez de era, han sido fuentes fructíferas de error y confusión en la interpretación del
Nuevo Testamento. Con singular inconsistencia, nuestros traductores han traducido a
γη, algunas veces como tierra, algunas veces como territorio, en versículos casi
consecutivos, oscureciendo el sentido grandemente. Así, en Lucas 21:23, traducen γη
como tierra: "habrá gran calamidad en la tierra" [επι τηζγηζ], siendo compelidos a
restringir el significado en la siguiente cláusula - "e ira sobre este pueblo". Pero, en el
siguiente versículo menos uno, donde se repite la misma frase - "calamidad επι τηζ γ
ηζ" - lo traducen "en la tierra". En el pasaje que tenemos delante, los ayes deben
entenderse como denunciados, no sobre los habitantes del globo, sino sobre los de la
tierra, esto es, de Judea.

LA QUINTA TROMPETA

Cap. 9:1-12. "El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a
la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió
humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el
humo del pozo... Y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra...
Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y
en griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes después de esto".
Sobre esta representación simbólica, Alford observa: "Hay una Babel interminable de
interpretaciones alegóricas e históricas de estas langostas que salen del abismo"; pero,
aunque limpia el suelo del montón de especulaciones románticas con las cuales ha
sido sobrecargado, se abstiene de poner nada mejor en su lugar.

Sin asumir que tenemos más penetración que otros expositores, no podemos sino
pensar que el principio de interpretación sobre el cual procedemos, y que tan
obviamente establece el Apocalipsis mismo, proporciona una gran ventaja en la
búsqueda y el descubrimiento del verdadero significado. Con nuestra atención fija en
un solo punto de la tierra, y absolutamente limitados a un espacio de tiempo muy
breve, es comparativamente fácil leer los símbolos, y todavía más satisfactorio marcar
su perfecta correspondencia con los hechos.

Cualquiera que sea la oscuridad que haya en esta extraordinaria representación, parece
es bastante claro que ella no puede referirse a ningún ejército humano. Por el
contrario, todo apunta a lo infernal y demoníaco. Considerando el origen, la
naturaleza, y el líder de esta misteriosa hueste, es imposible considerarlo a cualquier
otra luz que no sea como símbolo de la irrupción de un siniestro poder demoníaco. Es
exactamente así como está representado, las huestes del infierno que salen y
hormiguean sobre la maldecida tierra de Israel. Tenemos delante de nosotros un
monstruoso cuadro de una realidad histórica, la condición completamente
desmoralizada y, por decirlo así, poseída por demonios, de la nación judía hacia el
trágico final de su memorable historia. ¿Tenemos algún fundamento para creer que la
última generación del pueblo judío era realmente peor que cualquiera de sus
predecesoras? ¿Es razonable suponer que esta degeneración tenía alguna relación con
una influencia satánica? A ambas preguntas tenemos que contestar: Sí. Tenemos una
declaración muy notable de nuestro Señor sobre estos dos puntos, la cual, nos
aventuramos a afirmar, da la clave para la correcta interpretación de los símbolos que
tenemos delante. En el capítulo doce de Mateo, Jesús compara a la nación, o más bien,
a la generación que entonces existía, con un endemoniado del que había sido
expulsado un espíritu inmundo. La predicación del segundo Elías y los propios
esfuerzos de nuestro Señor habían producido una reforma moral temporal en la
nación. Pero la antigua e inveterada incredulidad e impenitencia pronto volvió, y en
una forma siete veces peor.

"Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega,
la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete
espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre
viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación".
(Mat. 12:43-45).
La frase final está llena de significado. La nación culpable y rebelde, que había
rechazado y crucificado a su Rey, debía ser entregada, en su última etapa de
impenitencia y obstinación, al dominio irrestricto del mal. El demonio exorcizado
habría de regresar finalmente reforzado por una legión.

Tenemos abundante evidencia en las páginas de Josefo sobre la verdad de esta


representación. Una y otra vez, declara que la nación se había vuelto completamente
corrupta y degradada. "Ninguna generación", dice, "existió jamás tan prolífica en el
crimen".

"Opino", dice nuevamente, "que si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos
miserables, la tierra se habría abierto y tragado la ciudad, o habría sido barrida por un
diluvio, o habría compartido el fuego y el azufre de Sodoma. Porque produjo una raza
mucho más impía que aquéllos que fueron así visitados". --- Josefo, lib. 5, cap. 13.

Ahora examinemos los símbolos de la quinta trompeta a la luz de estas observaciones.


No puede haber dudas en cuanto a la identidad de la "estrella que cayó del cielo, a
quien se le dio la llave del abismo". Sólo puede referirse a Satanás, a quien nuestro
Señor contempló "cayendo del cielo como un rayo" (Lucas 10:18). "¡Cómo caíste del
cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!" (Isa. 14:12). La nube de langostas que sale del
pozo del abismo - langostas encargadas, no de destruir la vegetación, sino de
atormentar a los hombres - apunta, no de una manera oscura, a espíritus malignos,
emisarios de Satanás. Del lugar de donde proceden, el abismo, se habla claramente en
los evangelios como la morada de los demonios. La legión expulsada del
endemoniado de Gadara rogó a nuestro Señor "que no los mandase al abismo" (Luc.
8:31). Las langostas de la visión están representadas como infligiendo graves
tormentos a los cuerpos de los hombres; y esto concuerda con las afirmaciones del
Nuevo Testamento relativas al efecto físico de la posesión demoníaca - "gravemente
atormentada por un demonio" (Mat. 15:22). No debe causar ninguna dificultad el
hecho de que espíritus inmundos sean simbolizados por langostas, al ver que también
se les compara con ranas, Apoc. 16:13. En cuanto a la extraordinaria apariencia de las
langostas, y su poder limitado a una duración de cinco meses, los mejores críticos
parecen concordar en que estas características han sido tomadas prestadas de los
hábitos y el aspecto de las langosta naturales, de cuyos estragos se dice que están
limitados a cinco meses del año, y cuya apariencia se parece hasta cierto punto a la de
los caballos. (Véase a Alford, Stuart, De Wette, Ewald, etc.). Es suficiente, sin
embargo, considerar tales minucias más bien como imágenes poéticas que rasgos
simbólicos. Finalmente, su rey, "el ángel del abismo", cuyo nombre es Abadón, y
Apolión, el Destructor, no puede ser otro que "el gobernador de las tinieblas de este
mundo"; "el príncipe de las potencias del aire"; "el espíritu que actúa en los hijos de
desobediencia". El dominio maligno e infernal de Satanás sobre la nación condenada a
muerte queda ahora establecido. Pero su tiempo fue corto, porque "el príncipe de este
mundo" pronto habría de ser "echado fuera". Mientras tanto, sus emisarios no tenían
poder para hacer daño a los verdaderos siervos de Dios, "sino sólo a los que no tenían
el sello de Dios en sus frentes".

Tal es la invasión de esta hueste infernal; por decirlo así, todo el infierno desatado
sobre la tierra dedicada, convirtiendo a Jerusalén en un pandemonio, habitación de
demonios, guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible. (Apoc. 18:2).

LA SEXTA TROMPETA

Cap. 9:13-21. "El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro
cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía
la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates.
Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes,
y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número de los ejércitos
de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número", etc.

La sexta trompeta es introducida por el anuncio: "El primer ay pasó; he aquí vienen
aún dos ayes después de esto" - indicando que su llegada está cercana: están en
camino: "vienen" [ερχεται].

Hay cierto parecido entre la visión presentada aquí y la que la precede. Ambas se
refieren a una hueste grande y multitudinaria desatada para castigar a los hombres; en
ambas la hueste no es como ningunos seres reales in rerum natura, pero ambas
parecen caer, en algunos puntos, dentro de las regiones de la realidad, y ser
susceptibles, en parte al menos, de verificación histórica. El primer incidente que
sigue al tocar de la sexta trompeta es la orden de "desatar los cuatro ángeles que están
atados junto al gran río Éufrates". Acerca de este pasaje, dice Alford: "Todas las
imágenes aquí han sido una crux interpretum en cuanto a quiénes son estos ángeles, y
que se indica por la localidad que se describe aquí". Es en estos casos cruciales, que
desafían la destreza de la mano más hábil para abrir la cerradura, en que demostramos
el poder de nuestra llave maestra. Fijémosnos primero en lo que parece más literal en
la visión - "el gran río Éufrates". Eso, por lo menos, difícilmente puede ser simbólico.
Se dice que hay cuatro ángeles atados, no en el río, sino junto a él [επι τω ποταµω].
Desatar estos cuatro ángeles libera una vasta horda de jinetes armados, con las
extrañas y antinaturales características descritas en la visión. ¿Qué es lo verdadero y
real que podemos deducir de estas imágenes altamente elaboradas? ¿Cómo es que
estos jinetes vienen de la región del Éufrates? ¿Cómo es que hay cuatro ángeles atados
junto a ese río? Ahora bien, se recordará que la invasión de langostas vino del abismo
del infierno; este ejército invasor viene del Éufrates. Este hecho sirve para
desenmarañar el misterio. El ejército invasor que siguió a Tito hasta el sitio y la
captura de Jerusalén fue traído en gran medida de la región del Éufrates. Ese río
formaba la frontera oriental del Imperio Romano; y sabemos de cierto que esta
frontera era guardada por cuatro legiones, que estaban estacionadas regularmente allí.
Concebimos estas cuatro legiones como simbolizadas por los cuatro ángeles atados
junto al río. "Desatar los ángeles" equivale a movilizar las legiones, y no podemos
pensar sino que el símbolo es poético, pues es históricamente verdadero. Pero, se dirá,
las legiones romanas no consistían de caballería. Correcto; pero sabemos que, junto
con los legionarios del Éufrates, vinieron a la guerra judía fuerzas auxiliares traídas de
esa misma región. Antíoco de Comágene que, como nos dice Tácito, era el más rico
de todos los reyes que se sometieron a la autoridad de Roma, envió un contingente a
la guerra. Sus dominios estaban sobre el Éufrates. Sohemus, también otro rey
poderoso, cuyos territorios estaban en la misma región, envió una fuerza para
cooperar con el ejército romano a las órdenes de Tito. Ahora bien, las tropas de estos
reyes orientales, como las de sus vecinos los partos, eran mayormente de caballería; y
es completamente consistente con la naturaleza de la representación alegórica o
simbólica que en un libro como Apocalipsis estas feroces hordas extranjeras de jinetes
bárbaros asumiesen la apariencia presentada en la visión. Son multitudinarias,
monstruosas, agresivas, letales; y sin duda, así les parecían a los miserables
"moradores de la tierra" a quienes estaban encargados de destruir. La invasión puede
describirse correctamente en el lenguaje análogo del profeta Isaías: "Jehová de los
ejércitos pasa revista a las tropas para la batalla. Vienen de lejana tierra, de lo postrero
de los cielos, Jehová y los instrumentos de su ira, para destruir toda la tierra" (Isa.
13:4,5).

Es en favor de esta interpretación que hay una manifiesta congruencia en la invasión


de la tierra dedicada, primero por una maligna hueste de demonios, y después por un
poderoso ejército terrenal. Cada hecho está respaldado por evidencia histórica
decisiva. Despójese a la visión de este ropaje, y hay un sólido núcleo de hechos
sustanciales. Las dramáticas unidades de tiempo, lugar, y acción han sido preservadas
también, y gradualmente somos llevados más y más cerca de la catástrofe bajo la
séptima trompeta. Pero nos estamos anticipando.

Puede hacerse una objeción a esta explicación de la visión de la sexta trompeta, a


causa de las hordas eufráticas encargadas de destruir a los idólatras. Sin duda, la
flagrante idolatría descrita en el versículo veinte no era el pecado nacional de Israel en
aquel período, aunque lo había sido en épocas anteriores. Pero hay demasiada razón
para creer que muchos judíos sí se conformaban a prácticas paganas en los días de
Herodes el Grande y sus descendientes. Creemos, sin embargo, que en la secuela se
demostrará satisfactoriamente que, en Apocalipsis, el pecado de idolatría se imputa a
los que, aunque no eran culpables de adorar ídolos literalmente, eran los obstinados e
impenitentes enemigos de Cristo. (Véase la exposición del capítulo 17).

Finalmente, la correcta traducción del vers. 15 elimina una oscuridad que ha sido
ocasión de mucha perplejidad y muchos conceptos erróneos. Se declara que los cuatro
ángeles atados junto al Éufrates, y desatados por el ángel de la sexta trompeta, han
sido preparados, no para una hora, y un día, y un mes, y un año, sino para la hora, día,
mes, y año: es decir, destinados por la voluntad de Dios para una obra especial, en una
coyuntura particular; y en el tiempo señalado, fueron desatados para cumplir su
misión providencial. "La tercera parte de los hombres" no significa la tercera parte de
la raza humana, sino la tercera parte de los "habitantes de la tierra" (cap. 8:13), sobre
los cuales los ayes están a punto de caer.

EPISODIO DEL ÁNGEL CON EL LIBRO ABIERTO

I. Ahora podríamos haber esperado que sonase la séptima trompeta; pero, como en la
visión de los siete sellos, la acción es interrumpida por la introducción de episodios
que hacen espacio para material nuevo que no cae estrictamente dentro de la corriente
principal de la narración.

Cap. 10:1-11. "Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con
el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de
fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el
izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo
clamado, siete truenos emitieron sus voces", etc.

1. Es natural que al principio estemos dispuestos a considerar a este ángel poderoso,


que aparece como el interlocutor en este episodio y en el siguiente, como uno de los
"espíritus ministradores" que ejecutan las órdenes del Altísimo. Pero una
consideración más plena impide esta suposición. Los atributos con los cuales está
investido este ángel se parecen tanto a los que se atribuyen a nuestro Señor en el
capítulo primero, que la mayoría de los intérpretes concuerda en la opinión de que
aquí se quiere dar a entender nada menos que al Salvador mismo. La nube de gloria
con la que está vestido es un símbolo usual de la presencia divina; el "arco iris sobre
su cabeza" corresponde al arco iris alrededor del trono (cap. 4:3); "su rostro como el
sol"; "sus pies como columnas de fuego"; "su voz como la de un león cuando ruge";
todo esto se parece tan exactamente a la descripción en el cap. 1:10-16 que apenas es
posible llegar a cualquier otra conclusión sino que esta es una manifestación del Señor
mismo.
2. Pero aquí hay una correspondencia aún más notable entre la apariencia y la acción
de este "ángel poderoso" y la descripción que hace Pablo del arcángel en 1Tes. 4:16:
"Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de
Dios". Aquí hay ciertamente una coincidencia muy singular. 1. El ángel glorioso de
Apocalipsis parece sin duda ser "el Señor mismo". 2. De ambos se dice que
"descienden del cielo". 3. En cada caso, está representado descendiendo con
"aclamación". 4. En cada caso, es la voz del "arcángel". 5. En cada caso, la apariencia
del ángel, o Salvador, está asociada con una trompeta. 6. También, el momento de esta
aparición parece ser el mismo: en Apocalipsis es en la víspera del toque de la última
trompeta, cuando "el misterio de Dios se habrá consumado"; mientras que en la
epístola es en vísperas de "la gran consumación", o "el día del Señor" (1 Tes. 5: 2).

3. Puede objetarse que el título de "ángel" o aun el de "arcángel" es incompatible con


la suprema dignidad del Hijo de Dios. Pero no puede haber dudas de que el nombre
ángel se le da en el AT al Mesías, Isa. 63:9; Mal. 3:1. El nombre de arcángel es
equivalente al de "príncipe de los ángeles", la misma frase con que la versión siríaca
traduce la palabra en 1 Tes. 4:16; en realidad, sería más razonable objetar que el título
de "arcángel" se le dé a cualquier persona que no sea divina. Está en armonía con
otros nombres que se aceptan como pertenecientes a Cristo, como Αρχη Αρχων Αρχ
ηγοζ Αρχιερευζ Αρχιποιµην así que hay una fuerte presunción de que el título Αρχ
αγγελοζ también pertenece a Cristo.

4. Hengstenberg sostiene, y con muchas probabilidades, que hay sólo un arcángel, y


que posee naturaleza divina. Este arcángel se llama "Miguel" en Judas, ver. 9; pero en
el libro de Daniel, Miguel es identificado expresamente con el Mesías (Dan. 12:1). Por
lo tanto, arcángel es un título propio de Cristo.

5. Vale la pena notar que Pablo habla, no de la voz de un arcángel, sino del arcángel,
como si se estuviese refiriendo a lo que ya era bien conocido y familiar para las
personas a las cuales escribía. Pero, ¿dónde encontramos en las Escrituras alguna
alusión a "la voz del arcángel y la trompeta de Dios"? En ninguna parte, excepto en
este mismo pasaje de Apocalipsis. Deducimos que Apocalipsis era conocido para los
tesalonicenses, y que Pablo aludía a esta misma descripción.

6. Nuevamente, en las Epístolas a los Tesalonicenses, la voz del arcángel es


representada despertando a los santos que duermen. Pero, ¿de quién es la voz que
llama a los muertos de sus tumbas? La voz del Hijo de Dios. "Viene la hora, y ahora
es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y saldrán" (Juan 5:25-29). La
voz del arcángel, pues, es la voz del Hijo de Dios. Se observará también, que se dice
que el sonido de la séptima trompeta es "el tiempo de juzgar a los muertos" (Apoc.
11:18).
7. Por último, que el ángel poderoso de Apoc. 10:1 es una persona divina, y no otra
que el Señor Jesucristo, parece demostrado decisivamente por el cap. 11:3: "Y daré a
mis dos testigos que profeticen", etc., donde el que habla es evidentemente una
persona divina, y el mismo "ángel poderoso" que el profeta contempló descendiendo
del cielo.

Concluimos, pues, que el "ángel poderoso" de Apocalipsis es idéntico al "arcángel" de


1 Tesalonicenses, y no es otro que "el Señor mismo".

II. Ahora consideramos el pronunciamiento del ángel poderoso.

Al principio, podríamos suponer que lo que el ángel pronunció se mantenía en secreto.


Se nos dice que, cuando clamó, siete truenos emitieron sus voces; pero, cuando el
vidente procedía a escribir lo que habían dicho, se le prohibió hacerlo: "Sella las cosas
que los siete truenos han dicho, y no las escribas" (ver. 5).

El profeta, sin embargo, pasa a registrar lo que el ángel hizo y dijo. Con el pie derecho
en el mar y el izquierdo en la tierra, el ángel levanta su mano al cielo, y jura por el que
vive por los siglos de los siglos que ya no habrá más tiempo ni tregua. Es decir: "El
fin ha llegado; la paciencia de Dios ya no puede esperar más; el día de gracia está a
punto de concluir; ya no se dará más tregua".

Que este es el significado de la declaración es evidente por lo que sigue, en el ver. 7:

"En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el
misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas".

En otras palabras, la séptima y última trompeta, que está a punto de sonar, traerá la
gran consumación predicha. Esta íntima conexión entre la aparición del arcángel y el
sonar de la séptima trompeta (que introduce la consumación) es sumamente sugerente,
y confirma con fuerza todo lo que se ha adelantado con respecto a la correspondencia
entre la escena que tenemos delante y la descripción de 1 Tes. 4:16.

Pero este séptimo versículo también confirma de modo singular y muy satisfactorio
los puntos de vista que ya se han expresado con respecto a lo que se ha llamado
erróneamente "la predicación del evangelio a los muertos" (1Ped. 4:6). El lector
recordará que, en el pasaje a que se hace referencia, la expresión empleada es "nekroiz
euhggelisqh" (literalmente, fue evangelizado a los muertos, es decir, un anuncio
consolador fue hecho a los muertos).

En el pasaje que tenemos delante (cap. 10:7), descubrimos la fuente original de esta
peculiar expresión "evangelizado" [ενηγγελισεν], y en un examen más minucioso,
encontramos una alusión, clara y distinta, a esa misma comunicación hecha a los
muertos, a la que se refiere Pedro. El ángel de la visión jura:

"que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando
él comience a sonar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció
a sus siervos los profetas".

En otras palabras, "como él lo anunció mediante un anuncio consolador a sus siervos


los profetas".

Aquí la cuestión se presenta sola: ¿Cuándo se hizo este anuncio consolador? Alford
contesta esta pregunta correctamente. En su nota sobre este versículo, dice:

"que el tiempo no sería más", es decir, no intervendría más; en alusión a la respuesta


dada al clamor de las almas de los mártires, cap. 6:11, και ερρεθη αϖτοιζ ινα αναπ
αυσωνται ετι χρονον µικρον. Esta serie entera de juicios anunciados por las
trompetas ha sido una respuesta a las oraciones de los santos, y ahora la venganza está
a punto de tener entero cumplimiento; χρονοζ ουκετι εσται: la espera señalada está
cerca. Que este es el significado queda demostrado por el todo en ταιζ ηµεραιζ, etc.,
que sigue".

Luego, ¿a quién se le hizo este consolador anuncio? La respuesta es: "a sus siervos los
profetas". Esto se refiere claramente a los que, en el cap. 6:9, están representados
como "las almas de los que fueron muertos por la palabra de Dios, y por el testimonio
que tenían". Porque, ¿cuál es la función de un profeta? ¿No es la de declarar la palabra
del Señor, y dar testimonio en favor de la verdad? En el capítulo 6, se les describe
como "habiendo sido muertos", la suerte que Jesús predijo para sus siervos. "Por
tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y
crucificaréis" (Mat. 23:34). Jerusalén era notoriamente asesina de profetas.
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas!" (Mat. 23:37). "No es posible que un
profeta muera fuera de Jerusalén" (Luc. 13:33). Era la sangre de estos mártires la que
había de ser requerida de "aquella generación", y ahora el tiempo había llegado.

Por último, obsérvese el período indicado en este mensaje consolador [ευαγγελιον].


Es "en los días de la voz del séptimo ángel que el misterio de Dios se consumará".
Volvamos al cap. 11:18, que describe el resultado del sonido de la séptima trompeta, y
¿qué encontramos? Allí se declara: "Tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los
muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas". Difícilmente es necesario
señalar cuán perfectamente coincide esto con las afirmaciones en 1Ped. 4:6, así como
en Apoc. 6:9-11, y cuán obviamente se refieren al mismo período y al mismo suceso.
Eleva la probabilidad a la certeza, y demuestra la verdad de la explicación que ya se
ha dado, mediante una sutil y recóndita correspondencia que soportará la inspección
más minuciosa y crítica.

III. El libro abierto en la mano del ángel (cap. 10:8-11). El ángel poderoso está
representado sosteniendo en su mano un librito abierto. No se nos informa de su
contenido, pero nos ayuda mucho en la interpretación de este símbolo la manifiesta
correspondencia entre la escena en Apocalipsis y la que se describe en Ezequiel 2, 3.
En realidad, parecen contrapartes la una de la otra. El rollo en Ezequiel corresponde al
"librito". En la profecía, es "el Señor" quien sostiene el rollo en la mano, y se lo da al
profeta; una confirmación adicional del argumento de que es el Señor quien, en
Apocalipsis, sostiene en librito en su mano. Tanto en la profecía como en Apocalipsis,
el rollo o libro está abierto. En ambos, el rollo o libro es comido por los profetas; en
ambos, "era dulce en la boca" al comerlo. Sólo el Apocalipsis afirma que se volvió
amargo en el vientre; pero podemos inferir que la misma característica se aplica
igualmente al rollo de Ezequiel. Todas estas notables correspondencias prueban
suficientemente que la escena en la profecía de Ezequiel es el prototipo de la visión en
Apocalipsis. Pero el punto principal que debe observarse es la naturaleza del
contenido del librito, y esto podemos establecerlo por su paralelo en la profecía. El
rollo que Ezequiel vio "estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas en él
endechas y lamentaciones y ayes" (Eze. 2:10). Deducimos, pues, que en ambos el
contenido era amargo, porque Juan, como Ezequiel, era el mensajero de ayes
venideros para Israel, y esta misma visión pertenece a las trompetas de ayes que
hicieron sonar la señal del juicio.

LA MEDICIÓN DEL TEMPLO

Cap. 11:1,2. "Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se
me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero
el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido
entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses".

Si faltase algo para probar que en estas visiones apocalípticas tratamos con historia
contemporánea, con hechos y cosas que existían en los días de Juan, ese algo lo
proporcionaría el pasaje que tenemos delante. Aquí tenemos evidencia clara y distinta
con respecto al tiempo y al lugar. La visión habla de la ciudad y el templo de
Jerusalén; la ciudad literal y el templo literal. Estaban, pues, en existencia cuando el
Apocalipsis se escribió, porque la visión que tenemos ante nosotros predice su
destrucción.

¿Qué puede ser más forzado y menos natural, menos crítico y más infundado, que
interpretar una afirmación como ésta como símbolo de la Reforma Protestante y la
Iglesia de Roma? Tales interpretaciones son en realidad una humillante prueba de la
extravagancia y la credulidad de algunos hombres buenos; pero hacen un daño
incalculable al dar ejemplo de manejar de modo imprudente de la Palabra de Dios, y
hacer pasar las fantásticas especulaciones de los hombres por los verdaderos
pronunciamientos de Dios. No tenemos en absoluto ningún derecho a suponer que
aquí se quiere decir algo más o algo menos que la ciudad literal de Jerusalén y el
templo literal de Dios.

El interlocutor en esta visión es todavía el mismo "ángel poderoso", cuya identidad


con el "arcángel", "el Señor mismo", hemos tratado de establecer. El vidente recibe
una caña, o vara de medir, y se le ordena medir el templo de Dios, el altar, y los que
adoran en él. Regresamos naturalmente a la escena en Ezequiel 40, donde el profeta
ve a un ángel con un cordel de lino en la mano y una caña de medir, midiendo las
dimensiones del templo que estaba a punto de ser construido. Pero es claro que, en
esta visión apocalíptica, no es construcción lo que se quiere decir con el símbolo, sino
demolición y destrucción.

Es siempre importante tener presente que toda la acción del Apocalipsis se apresura
hacia una gran catástrofe, ahora no muy distante. Ni por un momento se pierde de
vista a Israel y a Jerusalén. Ya han sonado dos trompetas de ayes, anunciando la
suerte de la nación apóstata, y la consumación final sólo espera el sonido de la tercera.
El arcángel ya ha declarado que "el tiempo no sería más", y el vidente ha probado lo
amargo del libelo - el librito que contiene la acusación y el castigo de aquella
generación malvada.

En tales circunstancias, nada sino destrucción venidera puede ser el tema. Que la vara
de medir o el cordel se emplean en la Escritura como emblema de destrucción es
indiscutible, en realidad con más frecuencia que de construcción. Unos pocos
ejemplos deben bastar. En Lamentaciones 2:7,8, encontramos un pasaje que podría ser
la interpretación de esta visión apocalíptica: "Desechó el Señor su altar, menospreció
su santuario; ha entregado en mano del enemigo los muros de sus palacios; hicieron
resonar su voz en la casa de Jehová como en día de fiesta. Jehová determinó destruir
el muro de la hija de Sión; extendió el cordel, no retrajo su mano de la destrucción;
hizo, pues, que se lamentara el antemuro y el muro; fueron desolados juntamente".
Nuevamente, en la profecía de Isaías relativa a la destrucción de Babilonia (cap.
34:11), leemos: "Se adueñarán de ella el pelícano y el erizo, la lechuza y el cuervo
morarán en ella; y se extenderá sobre ella cordel de destrucción, y niveles de
asolamiento". El profeta Amós también usa el mismo emblema (Amós 7:6-9): "He
aquí el Señor estaba sobre un muro hecho a plomo, y en su mano una plomada de
albañil. Jehová entonces me dijo: ¿Qué ves, Amós? Y dije: Una plomada de albañil. Y
el Señor dijo: He aquí, yo pongo plomada de albañil en medio de mi pueblo Israel; no
lo toleraré más. Los lugares altos de Isaac serán destruidos", etc. Otro pasaje muy
sugerente ocurre en 2 Reyes 21:12,13: "Por tanto, así ha dicho Jehová el Dios de
Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le
retiñirán ambos oídos. Y extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la
plomada de la casa de Acab". (Véase también Salmos 60:6; Isaías 28:17).

Pero no sólo se usa el cordel o la vara de medir como símbolo de la destrucción de


lugares, sino, lo que es más singular, de personas, también. Hay un curioso pasaje en
2 Samuel 8:2 que ilustra este hecho: Y David "derrotó también a los de Moab, y los
midió con cordel, haciéndoles tender por tierra; y midió dos cordeles para hacerlos
morir, y un cordel entero para preservarles la vida". Hay algo de oscuridad en el
pasaje, pero el significado parece ser que a los cautivos se les ordenaba tenderse en
tierra, se medía una cierta porción igual a dos tercios del total, que estaban destinados
a la muerte, mientras que al tercio restante se le perdonaba la vida. Esto explica, lo
que de otro modo sería casi ininteligible: por qué en la visión son medidos tanto los
que adoran como el templo y el altar. Creemos, pues, que está claro que la orden de
medir "el templo, el altar, y los que adoran" significa la destrucción que estaba a punto
de devastar los lugares más sagrados del judaísmo y el mismo desgraciado pueblo.

Se observará que una parte de los recintos del templo, "el patio que está fuera del
templo" se exceptúa de la medición, y que por esta razón está asignado - "ha sido
entregado a los gentiles". El pasaje dice así: "El patio que está fuera del templo déjalo
fuera, y no lo midas", etc. Hay alguna oscuridad en esta afirmación. Sabemos que
había una porción de los recintos del templo llamada "el atrio de los gentiles", pero
ese difícilmente puede ser aquél al que se alude aquí, pues sería extraño decir que el
patio de los gentiles sería dado a los gentiles. Es evidente, también, que se dice que
este abandono del atrio exterior a los gentiles es algo sacrílego, algo asociado con la
afirmación: "Y hollarán la santa ciudad cuarenta y dos meses". La razón, pues, de la
exención de la medición del patio exterior es probablemente que el lugar ya estaba
profanado; estaba, pues, "dejado fuera", rechazado, como que ya no era un lugar
sagrado; era profano e inmundo, estando en manos, y aún bajo los pies, de los
gentiles.

¿Hay en la historia de los últimos días de Jerusalén algo que responda a estos hechos?
Porque ese es el verdadero problema que tenemos que resolver. Aquí el historiador
judío arroja una vívida luz sobre el escenario entero descrito en la visión. Josefo nos
cuenta cómo, cuando estalló la guerra de los judíos, el templo se convirtió en
ciudadela y fortaleza de los insurgentes; cómo las diferentes facciones luchaban por la
posesión de esta ventajosa posición; y cómo Juan, uno de los jefes rebeldes, defendía
el templo con su grupo de bandidos llamados zelotes, mientras Simón, otro cabecilla y
rival, ocupaba la ciudad. Josefo nos dice cómo la fuerza idumea, que puede
describirse correctamente como perteneciente a los gentiles, entró en la ciudad
amparada por la oscuridad de la noche, durante una distracción causada por una
terrorífica tormenta, y fue admitida por los zelotes, sus confederados, dentro de los
sagrados recintos del templo. Parece que, durante todo el período del sitio, la ciudad y
los atrios del templo estuvieron en posesión de estos salvajes hombres sin ley de
Edom, que llevaban con ellos la rapiña y el derramamiento de sangre a dondequiera
que iban. Fueron ellos los que en esta ocasión asesinaron vilmente a Ananías y a
Josué, dos de los sumos sacerdotes más eminentes y venerables, un crimen al que
Josefo atribuye la subsiguiente captura de Jerusalén y el colapso de la comunidad
judía. (Véase la obra de Traill Josefo, libro 4, cap. 5, sec. 2).

¿No tenemos aquí plenamente satisfechas las condiciones del problema? La violenta y
sacrílega invasión del templo por parte de los zelotes e idumeos, y la autoritaria
ocupación de la ciudad por estos bandidos, que la hollaron bajo sus pies durante el
período del sitio, nos parece que cumplen con precisión los requisitos de la
descripción. ¿Seguramente no se dirá que los idumeos no eran gentiles? Es importante
observar que esta frase, los gentiles, o las naciones [τα εθνη], que con tanta
frecuencia ocurre en el Nuevo Testamento, se refiere generalmente a los vecinos
inmediatos de los judíos, viviendo muchos de ellos con los judíos, o al lado de ellos,
en la tierra de Palestina. Samaria era una εθνοζ: Así lo eran también Idumea, Batanea,
Galilea, los tirios, y los sidonios; y la frase "todas las naciones" o "todos los gentiles"
se emplea a menudo en este sentido limitado para referirse a las nacionalidades
palestinas. Cuando nuestro Señor envió a los doce en su primer viaje misionero, y les
encargó que no fueran a los gentiles, ni entraran en ninguna ciudad de los samaritanos,
sino que fuesen más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel, por gentiles no
quería decir los griegos, ni los romanos, ni los egipcios, ni los persas, sino los gentiles
de casa, como podemos llamarles, a los cuales los discípulos podían encontrar sin
sobrepasar los límites de Palestina. Algunas veces, corremos el peligro de ser
confundidos por la aplicación de nuestras modernas ideas geográficas y etnológicas al
pensamiento y el lenguaje del tiempo de nuestro Señor. Las ideas de los judíos eran
más provinciales que ecuménicas: su mundo era Palestina, y para ellos, "las naciones"
o "los gentiles" a menudo no significaba más que sus vecinos más cercanos que vivían
en las fronteras, y a veces dentro de las fronteras, de su propia tierra.

El pasaje que ahora estamos considerando arroja luz también sobre la profecía de
nuestro Señor en Lucas 21:24: "Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los
tiempos de los gentiles se cumplan". Debe observarse que nuestro Señor habla aquí
del sitio y la captura de Jerusalén, el mismo tema de la visión apocalíptica. No puede
ponerse en duda que la referencia de nuestro Señor a que Jerusalén sería hollada por
los gentiles es idéntica en significado al lenguaje de la visión: "Y hollarán [los
gentiles] la santa ciudad". Ambos pasajes tienen que referirse al mismo acto y al
mismo tiempo: cualquiera sea el significado del uno es el significado del otro. Puesto
que, entonces, la alusión en Apocalipsis es a la violenta y sacrílega ocupación de
Jerusalén y del templo por las hordas de zelotes e idumeos, llegamos a la conclusión
de que nuestro Señor, en su predicción, alude al mismo hecho histórico.

Pero, si es así, ¿qué debemos entender por "los tiempos de los gentiles" en la
predicción de nuestro Salvador? Se ha supuesto generalmente que esta expresión se
refiere a algún período místico de duración desconocida que se extiende posiblemente
a siglos y eones, y que todavía continúa en un curso que no se ha completado. Pero, si
esta interpretación no natural de las palabras ha de aplicarse a la Escritura, es difícil
ver para qué sirve especificar en absoluto algún período de tiempo. Ciertamente es
mucho más respetuoso hacia la Palabra de Dios entender su lenguaje en el sentido de
que tiene algún significado definido. ¿Y si "cuarenta y dos meses" significa realmente
cuarenta y dos meses, y nada más? Los tiempos de los gentiles sólo pueden significar
el tiempo durante el cual Jerusalén estuvo ocupada por ellos. Ese tiempo se especifica
claramente en Apocalipsis como cuarenta y dos meses. Ahora bien, este es un período
del cual se habla repetidamente en este libro bajo diferentes designaciones. Es los "mil
doscientos sesenta días" del versículo siguiente, y el "tiempo, y tiempo, y la mitad de
un tiempo" del cap. 12:14, es decir, tres años y medio. Ahora bien, es evidente que
este espacio de tiempo en la historia de las naciones sería un punto insignificante;
pero, para una chusma tumultuosa y sin ley, controlar una gran ciudad por tal período
sería algo portentoso y terrible. No es probable que la ocupación de tal ciudad por una
turba armada continúe por edades y siglos: es un estado de cosas anormal que debe
terminar prontamente. Pero esto es exactamente lo que sucedió en los últimos días de
Jerusalén. Durante los tres años y medio que representan con suficiente exactitud la
duración de la guerra de los judíos, Jerusalén estuvo efectivamente en manos y bajo
los pies de una horda de rufianes, a quienes su propio compatriota describe como
"esclavos, y la escoria misma de la sociedad, los espurios y contaminados engendros
de la nación". Se puede decir que la última y fatal lucha comenzó cuando Vespasiano
fue enviado por Nerón, a la cabeza de sesenta mil hombres, a sofocar la rebelión. Esto
ocurrió a principios del año 67 A. D., y en agosto del año 70 A. D., la ciudad y el
templo eran un montón de humeantes ruinas.

Apenas es posible concebir una correspondencia más completa y más impresionante


entre la historia y la profecía que ésta, que no necesita ninguna diestra manipulación y
ninguna interpretación antinatural, sino la simple observación de los hechos
registrados en los anales del tiempo.

Las siguientes observaciones del profesor Moses Stuart acerca de este pasaje son
sumamente importantes:

"Cuarenta y dos meses. Después de toda la investigación que he podido llevar a


cabo, me siento obligado a creer que el escritor se refiere a un período literal y
definido, aunque no tan exacto que un solo día, ni siquiera varios días, de variación
interfiriese con la meta que tiene en mente. Es verdad que la invasión de los romanos
duró aproximadamente lo que duró el período mencionado, hasta que Jerusalén fue
tomada. Y aunque la ciudad no fue sitiada por tanto tiempo, la metrópolis en este
caso, como en otros innumerables casos en ambos Testamentos, parece que se refiere
al país de Judea. Durante la invasión de Judea por los romanos, continuó el fiel
testimonio de los perseguidos discípulos del cristianismo, hasta que por fin fueron
asesinados. La paciencia de Dios al diferir por tanto tiempo la destrucción de los
perseguidores se demuestra en esto, y especialmente su misericordia, al continuar
advirtiéndoles y reprochándoles. Este es un método de interpretación natural,
sencillo, y fácil, por decir lo menos, un método que me siento constreñido a adoptar,
aunque no es difícil levantar objeciones contra él".

EPISODIO DE LOS DOS TESTIGOS

Cap. 11:3-13. "Y daré a mis dos testigos [poder] que profeticen por mil doscientos
sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros
que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego
de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe
morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no
llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en
sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran. Cuando hayan
acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los
vencerá, y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que
en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue
crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por
tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. Y los moradores de la tierra
se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque
estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra. Pero después de
tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron
sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron. En aquella hora hubo un
gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto
murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron
gloria al Dios del cielo”.

Ahora entramos en la investigación de uno de los problemas más difíciles contenidos


en la Escritura, un problema que ha puesto a prueba, y hasta podemos decir que ha
desconcertado, las investigaciones y el ingenio de críticos y comentaristas hasta la
actualidad. ¿Quiénes son los dos testigos? ¿Son míticos o personas históricas? ¿Son
símbolos o realidades? ¿Representan principios o individuos? Las conjeturas - porque
no son sino eso - que se han adelantado sobre este tema forman uno de los más
curiosos capítulos de la historia de la interpretación bíblica. Tan completo es el
desconcierto, y tan insatisfactoria la explicación, que muchos consideran el problema
insoluble, o llegan a la conclusión de que los testigos no han aparecido todavía, sino
que pertenecen al futuro desconocido.

Una de las pruebas de una verdadera teoría de la interpretación es que debería ser una
buena hipótesis que funcione. Cuando se encuentre la clave correcta del Apocalipsis,
abrirá todas las cerraduras. Si esta visión profética es, como creemos, la reproducción
y la expansión de la profecía en el Monte de los Olivos; y si hemos de buscar los
personajes dramáticos que aparecen en sus escenas dentro de los límites de los
períodos a los cuales se extiende esa profecía, entonces el área de investigación queda
muy restringida, y las probabilidades de descubrimiento aumentan
desproporcionadamente. En la investigación relativa a la identidad de los dos testigos,
quedamos constreñidos casi a un punto en el tiempo. Algunos de los datos son lo
bastante precisos. Se verá que el período de su profecía antecede al sonido de la
séptima trompeta, esto es, justo antes de la catástrofe de Jerusalén. La escena de su
profecía tampoco se indica oscuramente: es "la gran ciudad, que en sentido espiritual
se llama Sodoma y Gomorra, donde también nuestro Señor fue crucificado". A pesar
de las objeciones de Alford, que en realidad no parecen tener ningún peso, no puede
haber ninguna duda razonable de que Jerusalén es el lugar que se tiene en mente,
según la opinión general de casi todos los comentaristas y los obvios requisitos del
pasaje. La pregunta, pues, es: ¿Cuáles dos personas que, viviendo en la comunidad
judía y en la ciudad de Jerusalén en los últimos días, puede encontrarse que responden
a la descripción de los dos testigos, como se da en la visión? Esa descripción es tan
marcada y minuciosa que su identificación no debería ser difícil. Hay siete
características principales:

1. Son testigos de Cristo.


2. Son dos en número.
3. Están imbuidos de poderes milagrosos.
4. Están representados simbólicamente por los dos olivos y los dos candeleros que
se ven en la visión de Zacarías. (Zac. 4).
5. Profetizan vestidos de cilicio, es decir, su mensaje es de aflicción.
6. Sufren una muerte violenta en la ciudad, y sus cadáveres son tratados con
ignominia.
7. Después de tres días y medio, se levantan de entre los muertos, y son llevados
al cielo.

Antes de seguir adelante con la investigación, es bueno tomar nota de las siguientes
observaciones del Dr. Alford sobre el tema, con las cuales concordamos cordialmente:
"Los dos testigos, etc. Ninguna solución se ha proporcionado jamás para esta
porción de la profecía. O los dos testigos son literales - dos hombres, dos individuos -
o son simbólicos - dos individuos considerados como la concentración de principios y
características, y esto ya sea por sí mismos, o como representantes de hombres que
encarnaban estos principios y estas características ... El artículo τοιζ parece como si
los dos testigos fuesen bien conocidos, y distintos en sus individualidades. El δυσιν
es esencial a la profecía, y no debe ser minimizado. Ninguna interpretación que no
retenga y no haga resaltar este dualismo, bien en individuos o en líneas
características de testimonio, puede estar en lo correcto”.

Acerca de la afirmación "vestidos de cilicio" (como señal de la necesidad de


arrepentimiento y del juicio que se acercaba), dice Alford:

"Esta porción de la descripción profética ciertamente favorece fuertemente la


interpretación individual. Porque, primero, es difícil concebir cómo pueden
describirse así cuerpos enteros de hombres e iglesias; y, segundo, los principales
intérpretes de símbolos han dejado fuera este importante detalle, o pasaron muy por
encima de él. Uno no ve cómo puede decirse que cuerpos de hombres que vivieron
como otros hombres (siendo víctimas de persecución es otra cuestión) han profetizado
vestidos de cilicio".

Nuevamente, acerca del versículo cinco:

"Toda esta descripción es sumamente difícil de aplicar a la interpretación alegórica;


como podría esperarse, los alegoristas se detienen, extremadamente perplejos. El
doble anuncio aquí parece poner el sello al sentido literal, y el ει τιζ y el δει αυτυν α
ποκτανκηναι son decisivos contra cualquier mera aplicación nacional de las
palabras. La individualidad no podría haber sido indicada más vigorosamente".
Y otra vez, acerca de los poderes milagrosos atribuidos a los testigos:

"Todo esto apunta al espíritu y al poder de Moisés, combinado con el de Elías. Y sin
duda, es en estas dos direcciones que tenemos que buscar los dos testigos, o filas de
testigos. El uno personifica la ley, el otro los profetas. El uno nos recuerda al profeta a
quien Dios levantaría como a Moisés; el otro, a Elías el profeta, que vendría antes del
día grande y terrible de Jehová".

Concordando completamente con estas observaciones, que expresan el problema


justamente, y hacen a un lado de manera concluyente cualquier interpretación
alegórica por incompatible con los claros requisitos del caso, procedemos ahora a
buscar los dos testigos de Cristo, que testificaron por su Señor y sellaron el testimonio
con su sangre, en Jerusalén, en los últimos días del sistema judío, y no titubeamos en
nombrar a Santiago y a Pedro como las personas indicadas.

1. Santiago

Como hecho real e histórico, sabemos que, en los últimos días de Jerusalén, vivió en
aquella ciudad un maestro cristiano eminente por su santidad, un fiel testigo de Cristo,
dotado con los dones de profecía y de milagros, que profetizaba vestido de cilicio que
selló su testimonio con su sangre, pues fue asesinado en las calles de Jerusalén en los
días finales de la comunidad judía. Este era "Santiago, siervo de Dios, y del Señor
Jesucristo".

Veamos cómo cumple este nombre los requisitos del problema. Es imposible concebir
una representación más adecuada de los antiguos profetas y de la ley de Moisés que el
apóstol Santiago. Es incuestionable que era un fiel testigo de Cristo en Jerusalén. Su
residencia habitual, si no su residencia fija, era allí: su relación con la iglesia de
Jerusalén hace esto casi seguro. Ningún hombre de aquellos días tenía más derecho a
ser llamado un Elías. No era un cortesano untuoso, ni un profetizador de cosas buenas,
sino un asceta en sus hábitos, severo y osado en sus denuncias del pecado, un hombre
cuyas rodillas tenían callos, como los de un camello, a fuerza de mucha oración, cuya
impávida integridad y primitiva santidad le ganaron, aun en aquella malvada ciudad,
el apelativo de el Justo: ¿no era ésta la manera en que se conducía un hombre que
"atormentaba a los que moran en la tierra", y respondía a la descripción de un testigo
de Cristo? Todavía podemos escuchar el eco de aquellas severas reprimendas que
mortificaban a aquellos hombres orgullosos y codiciosos que "oprimían al obrero en
su salario", reprimendas que predecían la ira que vendría prontamente y que ahora
estaba tan cercana. "Aullad, oh ricos, por las miserias que os vendrán. Habéis
acumulado tesoros en los últimos días". ¿Quién puede con mayor probabilidad ser
nombrado uno de los testigos-profetas de los últimos días que Santiago de Jerusalén,
"el hermano del Señor"?

Concerniente al tiempo y la manera exactos del martirio de este testigo, puede haber
alguna duda, pero del hecho mismo, y de haber tenido lugar en la ciudad de Jerusalén,
no puede haber ninguna. En todo caso, hasta ahora, Santiago, en la manera de su vida
y de su muerte, responde con notable justeza a la descripción de los testigos que se da
en Apocalipsis.

Las siguientes observaciones del Dr. Schaff destacan vívidamente la vida y la obra de
Santiago de Jerusalén, y son extremadamente apropiadas al tema que se discute.

"Había necesidad del ministerio de Santiago. Si alguno podía ganarse al pueblo del
antiguo pacto, era él. Complació a Dios poner un ejemplo tal de piedad del Antiguo
Testamento en su forma más pura entre los judíos para hacer la conversión al
evangelio, aun a la hora undécima, tan fácil para ellos como fuese posible. Pero,
cuando no quisieron escuchar la voz de este último mensajero de paz, se agotó la
medida de la divina paciencia, y se derramó el terrible juicio con que por tanto tiempo
habían sido amenazados. Y así se cumplió la misión de Santiago. No habría de
sobrevivir la destrucción de la Santa Ciudad y el templo. Según Hegesipo, fue
martirizado el año antes del suceso, es decir, en el 69 d. C.".

2. Pedro

Pero, ¿quién es el otro testigo? Parece que aquí quedamos completamente en la


oscuridad. En realidad, Stuart sugiere que podemos considerar el número dos como
meramente simbólico, pero esto parece una suposición sin fundamento. Además,
como los prototipos de los testigos del Antiguo Testamento, "los dos ungidos" de la
visión de Zacarías, eran dos personas, Zorobabel y Josué, es congruente que los
testigos de Apocalipsis sean dos personas. Sin duda, el segundo testigo, como el
primero, debe ser buscado entre los apóstoles. Eran pre-eminentemente testigos
cristianos, y poseían en el más alto grado los dones milagrosos atribuidos a los
testigos en Apocalipsis.

Ahora bien, ¿qué otro apóstol además de Santiago tenía una reconocida conexión con
la iglesia de Jerusalén, habitaba declaradamente en esa ciudad, vivió hasta la víspera
de la disolución del sistema judío, sufrió una muerte de mártir, y la experimentó en
Jerusalén? Puede parecerles a algunos una conjetura disparatada sugerir el nombre de
Pedro, como nos aventuramos a hacerlo; pero no es en absoluto una adivinanza al
azar, y solicitamos una franca consideración de los argumentos a favor de esta
sugerencia.

Si la residencia habitual o fija de Pedro era en Jerusalén; que había una relación
íntima, si no oficial, entre él y la iglesia de aquella ciudad; que Pedro estaba en
Jerusalén en la víspera de la revuelta judía: todas estas circunstancias harían muy
probable la suposición de que Pedro era el otro testigo asociado con Santiago.

Entonces, ¿cuáles son los hechos, como se muestran en el Nuevo Testamento?

1. Encontramos a Pedro como la persona más prominente en la fundación original


de la iglesia de Jerusalén el día de Pentecostés.
2. Encontramos a Pedro citado ante el Sanedrín como representante de los
cristianos en Jerusalén (Hechos 4:8; 5:29).
3. Cuando la iglesia de Jerusalén fue dispersada después de la muerte de Esteban,
Pedro, junto con los otros apóstoles, continuó en Jerusalén (Hechos 8:1).
4. Pedro fue delegado, junto con Juan, para visitar a los samaritanos convertidos
por la predicación de Felipe. Después de cumplir su misión, regresaron a
Jerusalén (Hechos 8:25).
5. Cuando Pedro fue llamado por revelación divina a Cesarea para predicar el
evangelio a Cornelio, encontramos que regresó de Cesarea a Jerusalén (Hechos
11:2).
6. Fue en Jerusalén donde Pedro fue aprehendido y encarcelado por Herodes
Agripa I después del martirio de Santiago, "el hermano de Juan" (Hechos 12:3).
7. Sobre la conversión de Pablo, se nos dice: "ni subí a Jerusalén a los que eran
apóstoles antes que yo" (Gál. 1:17). Lo cual implica que había apóstoles
residiendo en esa ciudad.
8. Tres años después de su conversión, Pablo sube a Jerusalén. ¿Con qué
propósito? "Para ver a Pedro", y añade: "Permanecí con él quince días", dando
a entender que la residencia declarada de Pedro era Jerusalén. En esta ocasión,
Pablo vio sólo a otro apóstol, o sea "Santiago, el hermano del Señor" (Gál.
1:18,19).
9. Catorce años después, Pablo visita Jerusalén nuevamente. ¿A quién encuentra
allí? A "Santiago, Cefas, y Juan, que eran considerados como columnas" (Gál.
2:1,9).
10. Cuando Pablo y Bernabé fueron delegados por la iglesia de Antioquia para ir a
Jerusalén a consultar a los apóstoles y ancianos con respecto a la imposición
del ritual judío a los conversos gentiles, ¿a qué apóstoles encontraron en
Jerusalén en esa ocasión? A Pedro y a Santiago. (Hechos 15:2, 7,13).
11. Encontramos a Pedro y a Santiago desempeñando un papel principal en la
discusión de la cuestión referida a ellos por la iglesia de Antioquia; no
habiéndose nombrado a ningunos otros apóstoles como presentes. (Hechos
15:6-22).
12. Que Pedro y Santiago tenían una relación oficial y reconocida con la iglesia de
Jerusalén es presumible por lo términos de la carta dirigida a las iglesias
gentiles en Antioquia, etc. Al documento se le titula "los decretos de los
apóstoles y ancianos que están en Jerusalén" [των εν Ιεροσολυµοιζ], dando a
entender su residencia fija allí. (Véase a Steiger acerca de 1 Pedro 5:31).
13. Judas y Silas, habiendo entregado la epístola a la iglesia de Antioquia,
regresaron a Jerusalén, "a los apóstoles" (Hechos 15:33).
14. Deducimos que Pedro estaba asociado con Santiago en la iglesia de Jerusalén
por el hecho de que Pedro, cuando fue sacado de prisión milagrosamente, envió
un mensaje especial a Santiago y a los hermanos: "Haced saber esto a Jacobo y
a los hermanos" (Hechos 12:17).
15. Pedro (en 1 Pedro 5:13) envía una salutación de "su hijo Marcos". Si esto
quiere decir Juan apodado Marcos, como es lo más probable, sabemos que su
residencia estaba en Jerusalén, donde su madre tenía una casa. (Hechos 12:12).
16. Si se ve (como esperamos mostrar) que la Babilonia de 1 Pedro 5:13 es en
realidad Jerusalén, será una prueba decisiva de que el lugar habitual de
residencia de Pedro era en esa ciudad. Sin embargo, la evidencia completa de la
identidad de Babilonia con Jerusalén debe quedar en reserva hasta que
lleguemos a la consideración de Apoc. 16 y 17.
17. Una comparación entre las epístolas de Santiago y Pedro muestra que ambas
estaban dirigidas a la misma clase de personas, es decir, los creyentes judíos de
la dispersión. (Santiago 1:1; 1 Pedro 1:1). En relación con esta investigación, es
muy sugerente encontrar a estos dos apóstoles habitando en la misma ciudad,
relacionados oficialmente con la misma iglesia, asociados en la misma
obra, dirigiéndose a creyentes judíos en tierras extranjeras, y dando testimonio
de las mismas grandes verdades a edad avanzada, casi al final de sus vidas, y en
la víspera de aquella gran catástrofe que enterró la ciudad, el templo, y la
nación en una ruina común.
18. Finalmente, puede afirmarse que, ya sea que estas probabilidades equivalgan o
no a una demostración, no puede mencionarse a nadie que responda más al
carácter de un testigo de Cristo en los últimos días de Jerusalén que Pedro. Por
supuesto, rechazamos como no históricas e inverosímiles las mentirosas
leyendas de la tradición que le asignan un obispado y un martirio en Roma.
La impostura ha recibido sólo un tratamiento respetuoso sólo a manos de
críticos y comentaristas. Es más que tiempo de que sea relegada al limbo de
las fábulas, junto con otros fraudes piadosos de la misma naturaleza. Creemos
que ha sido probado que la residencia declarada de Pedro era Jerusalén. Que
vivió hasta el umbral de la revuelta y la guerra judías es evidente por sus
epístolas. Que sufrió una muerte de mártir lo sabemos por la predicción de
nuestro Señor; y en su caso podemos muy bien decir que se aplicaría el
proverbio: "No puede ser que un profeta perezca fuera de Jerusalén". Al leer
sus epístolas, y considerarlas como testimonio de uno de los dos testigos
apostólicos de Cristo en la ciudad condenada a muerte, se imparte un nuevo
énfasis a su misterioso pronunciamiento que anticipa su suerte y la de su país:
"Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si
primero comienza por nosotros...". ¡Cuán espantosa la descripción de
los tiempos malos y los hombres malos, al contemplarlos en los últimos días,
con sus propios ojos, en Jerusalén! Aunque el último capítulo fuese el
testimonio final del profeta-testigo de la tierra y la ciudad culpables; el último
clamor de advertencia antes de que estallase la ardiente tormenta de venganza:
"El día del Señor vendrá así como ladrón en la noche", etc. (2 Pedro 3:10).

Ahora veamos hasta qué punto son cumplidos los requisitos de la descripción
apocalíptica por esta identificación de los dos testigos como Santiago y Pedro.
Son dos en número: "Individuos, bien conocidos, y distintos en su individualidad",
como dice correctamente Alford que deben ser. Son más que esto; son consiervos y
hermanos en Cristo, asociados en la misma obra, la misma iglesia, la misma ciudad.
El dualismo, que Alford dice que es esencial para la correcta interpretación, es
perfecto. Aún más que esto: "Uno personifica la ley, el otro los profetas". ¿Quién
podría ser una representación mejor de la ley que Santiago? Aunque no por eso
personifica menos a los profetas. Santiago nos recuerda a Elías, que podría haber sido
su modelo; el severo asceta, cuyos poderosos logros en oración conmemora en su
epístola. Pedro también, que puede ser llamado el fundador de la iglesia cristiana
judía, nos recuerda a Moisés, el fundador de la antigua iglesia judía.

Lo que los antiguos profetas eran para Israel, Santiago y Pedro lo eran para su propia
generación, especialmente para Jerusalén, el principal escenario de sus vidas y
trabajos. El período de su profecía es también notable; es por espacio de mil
doscientos sesenta días, o tres años y medio, representando la duración de la guerra
judía. Profetizan vestidos de cilicio: esto es, su mensaje es de juicio venidero, la
denuncia de la ira de Dios. Se les compara con los dos olivos y los dos candelabros
vistos en la visión de Zacarías: esto es, son "los dos ungidos", sobre quienes ha sido
derramado el Espíritu Santo, los alimentadores y las luces de la iglesia cristiana, así
como Zorobabel y Josué eran los alimentadores y las luces de Israel en sus días. Son
dotados de poderes milagrosos, una característica que no debe ser justificada, y que se
aplicará sólo a testigos apostólicos. Han de sellar su testimonio con su sangre, y hasta
ahora encontramos que Santiago y a Pedro cumplen perfectamente las condiciones del
problema. Estamos seguros de que ambos fueron mártires de Cristo, y que eso ocurrió
en los últimos días de la comunidad judía.

Con respecto al lugar en que fue derramada la sangre de Santiago, tenemos evidencia
histórica creíble de que fue en Jerusalén. Pero aquí la luz nos falla, y de aquí en
adelante nos vemos obligados a ir tanteando nuestro camino. De la muerte de Pedro
no tenemos ningún registro; pero el silencio mismo es sugerente. Que las dos personas
principales de la iglesia de Jerusalén cayeran víctimas de un gobierno suspicaz, o de la
furia del pueblo, en el momento en que la revolución estaba a punto de estallar, o
cuando ya hubiese estallado, es sólo demasiado probable; que sus cadáveres yacieran
insepultos concuerda con lo que realmente ocurrió en muchos casos durante aquel
terrible período de barbarismo sin ley que precedió a la caída de Jerusalén: pero,
aunque hemos avanzado hasta este punto, no podemos avanzar más.

Los testigos martirizados se levantan nuevamente a la vida después de tres días y


medio; se ponen de pie, para consternación de sus enemigos y asesinos; ascienden al
cielo en una nube, a la vista de los que se regocijaban sobre sus cadáveres. Si se nos
pregunta: ¿Tuvo lugar este milagro con respecto a Santiago y a Pedro, los testigos
martirizados de Cristo?, sólo podemos responder: No lo sabemos. No hay evidencia ni
de lo uno ni de lo otro. Sólo sabemos que fue una clara promesa de Cristo de que a su
venida los santos vivos serían arrebatados para encontrar al Señor en el aire. Si esto
podría tener lugar a una gran escala de decenas de miles, y cientos de miles, no es
difícil suponer que podría tener lugar en el caso de dos individuos. Si la ascensión de
Cristo mismo es un hecho creíble, no es fácil ver por qué la ascensión de sus dos
testigos no puede ser también un hecho literal.

Pero no dogmatizamos sobre el tema: los hechos están delante de nosotros, y debe
dejarse que hagan su propia impresión en la mente del lector. No parece posible
resolver el todo por medio de una alegoría. Donde ya hemos encontrado tantos hechos
sustanciales e historia creíble, parece inconsistente e irrazonable sublimar la
conclusión en una mera metáfora y un símbolo. Por lo tanto, abandonamos el tema
con esta sola observación: Por lo menos cuatro quintos de la descripción de
Apocalipsis se ajustan a la historia de Santiago y de Pedro, y nadie puede alegar que
el resto no puede ser igualmente apropiado.

Queda, sin embargo, una circunstancia a la cual no nos hemos referido, es decir, el
enemigo por el cual los testigos son muertos. Leemos en el ver. 7: "Cuando hayan
acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los
vencerá, y los matará". Esta es la primera mención de un ser que ocupa un gran
espacio en la parte subsiguiente del libro de Apocalipsis - "la bestia que sube del
abismo". Aquí es presentada prolépticamente, esto es, por anticipación. Tendremos
mucho que decir en la secuela con respecto a este ser portentoso, y ahora sólo
aludimos al tema para hacer notar el hecho de que, cualquiera que sea el significado
del símbolo, apunta a un poderoso y letal antagonista de Cristo y su pueblo; y que a
este monstruo se le atribuye la muerte de los dos testigos.

La ascensión de los testigos martirizados al cielo es seguida inmediatamente por un


acto de juicio infligido a la ciudad culpable en la que su sangre fue derramada:

Cap. 11:13. "Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la
ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y
los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo".

Es difícil ver cómo puede considerarse esto como puramente simbólico. Es un hecho
notable que en Josefo encontramos un relato de un incidente que ocurrió durante la
guerra judía, que en muchos respectos guarda un notable parecido con los sucesos
descritos en este pasaje. En aquella ocasión fatal, cuando la fuerza idumea fue
traicioneramente admitida en la ciudad por los zelotes, tuvo lugar un terrible
terremoto, y en la misma noche fue perpetrada una gran matanza de los habitantes de
la ciudad por los bandidos. La afirmación de Josefo es como sigue:
"Durante la noche se desató una aterradora tormenta; soplaba el viento con
tempestuosa violencia, y la lluvia caía a torrentes; los relámpagos destellaban sin
interrupción, acompañados por horrísonos truenos, y la tierra que se estremecía
resonaba con poderosos mugidos. El universo, convulsionado hasta sus mismos
cimientos, parecía cargado con la destrucción de la humanidad, y era fácil conjeturar
que estos eran portentos de una calamidad nada trivial".

Aprovechando el pánico causado por el terremoto, los idumeos, que estaban


coaligados con los zelotes que ocupaban el templo, consiguieron entrar en la ciudad, y
se originó una terrible matanza. "El patio exterior del templo", dice Josefo, "se inundó
de sangre, y el día amaneció sobre ocho mil quinientos cadáveres".

No citamos esto como cumplimiento del escenario de la visión, aunque puede ser así,
sino para mostrar cuánto se parecen los símbolos a los hechos históricos reales.

Así termina la visión del sexto sello con estas impresionantes palabras: "El segundo
ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto".

LA SÉPTIMA TROMPETA

La Catástrofe de la Visión de la Trompeta

Cap. 11:15-19. "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo,
que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y
él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban
sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a
Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y
que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. Y se airaron las
naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón
a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y
a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue
abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos,
voces, truenos, un terremoto y grande granizo”.

Ahora llegamos a la última de las visiones de las trompetas, y, como en todos los otros
casos, encontramos que la visión culmina en una catástrofe - un acto de juicio
infligido sobre los enemigos de Dios; y, por otro lado, el triunfo y la felicidad de su
pueblo. Nos da mucho gusto citar aquí las observaciones de Dean Alford, que capta
correctamente el plan y la estructura de las sucesivas visiones:
"Todo esto", dice, "crea un fuerte fundamento para inferir que las tres series de
visiones - los sellos, las trompetas, y las copas - no son continuas, sino que se
reanudan: en realidad, no pasan por el mismo terreno la una con la otra, ya sea en el
tiempo o en la ocurrencia, sino que cada una desarrolla algo que no estaba en la
anterior; y pone el rumbo de la providencia de Dios bajo una luz diferente. Es verdad
que los sellos incluyen las trompetas y las trompetas las copas; pero no es en una mera
sucesión temporal: la involución y la inclusión son mucho más profundas", etc.

Esta es una importante admisión, y si el crítico erudito hubiese llevado el mismo


principio de reanudación a todas las visiones, habría prestado un valor diez veces
mayor a su exposición apocalíptica. El principio mismo está estampado tan
legiblemente en el libro que es maravilla cómo alguien puede dejar de verlo.

En cuanto a los símbolos de la séptima trompeta-visión, son extremadamente claros, y


casi evidentes por sí mismos. Obsérvese que es "la última trompeta" la que ahora
suena, y los sucesos que siguen son tales que podríamos esperar de una consumación
tan grande.

El primer resultado es la proclamación del reino de Dios. Este es el gran final hacia el
cual, de una u otra forma, tiende toda la acción de todas las visiones. Es el tema de
toda la profecía; el terminus ad quem de los evangelios, las epístolas, y el Apocalipsis.
El período de la venida del reino está marcado con toda claridad a través de todo el
Nuevo Testamento; está siempre asociado con "el final del tiempo", o el fin de la
dispensación judía [συντελεια του αιωνοζ], la resurrección, y el juicio. La séptima
trompeta es la señal de que "el fin" ha llegado, y que "el misterio de Dios" está
consumado; es, por lo tanto, el tiempo de la proclamación de que el reino de Dios ha
venido. El Mesías reina: "Ha puesto a todos sus enemigos por estrado de sus pies".

Aquí podemos observar la singular consistencia y armonía entre representaciones tan


desvinculadas y ampliamente disímiles como las enseñanzas de Pablo y las visiones
de Apocalipsis. En el capítulo quince de la Primera Epístola a los Corintios, Pablo,
hablando de este mismo período, "el fin", y el sonido de la última trompeta, da a
entender que es el tiempo en que el reino de Dios vendrá, y en que Cristo "entregará
el reino a Dios Padre". Esta parece ser la misma transacción representada en la escena
delante de nosotros. El Mesías ha vencido; ha suprimido todo reglamento, toda
autoridad, y todo poder, es decir, el hostil y maligno antagonismo judío que ha sido el
encarnizado enemigo de su causa. Pero ha conquistado el reino para que su Padre
pueda ser supremo. En consecuencia, el coro de ancianos delante del trono celebra la
reanudación del reino por el Padre, diciendo: "Te damos gracias, Señor Dios
Todopoderoso, que eres y que eras, porque has tomado tu gran poder, y has reinado".
Esta es una coincidencia tan sutil, y, si se nos permite decirlo, tan sincera, que da la
fuerza de la demostración a los puntos de vista que han sido propuestos.

El siguiente resultado de la última trompeta es la declaración de que el tiempo del


juicio de los muertos ha llegado, trayendo recompensa al pueblo de Dios y retribución
a sus enemigos (ver. 18).

Hemos condensado aquí en unas breves oraciones la esencia de la escatología del


Nuevo Testamento. La ira de la cual a menudo se decía que vendría ahora ha llegado.
Es tiempo de juzgar a los muertos: lo que supone su resurrección; es tiempo de
vindicar a los mártires de Cristo, cuya protesta se oyó en Apoc. 6:9; es tiempo de
recompensar a todos los fieles, tanto grandes como pequeños; es tiempo de retribuir a
los enemigos de Cristo, los destructores de la tierra. En realidad, la catástrofe entera
representa un tiempo y un acto de juicio, el escenario de ese juicio es la culpable tierra
de Israel, y el tiempo es "el fin del tiempo", la terminación de economía judía.

El versículo que acabamos de considerar está en notable correspondencia con Salmos


2. "Las naciones se amotinan" es una alusión a "¿Por qué se aíran [εθνη] las
naciones?". Se les representa como en revuelta contra el rey de Sión, y se les exhorta a
someterse, no sea que Él se enoje, y que ellos perezcan en su ira. En la visión, su ira
ha llegado, y los destructores de la tierra perecen en esa ira. Sería superfluo señalar
cuán exactamente representa todo esto el juicio de los culpables dirigentes y del
culpable pueblo de Israel. La escena está localizada infinitamente por la expresión τη
µ γην - es decir, "la tierra de Israel".

La representación simbólica en el último versículo (ver. 19) parece susceptible de una


explicación satisfactoria. En el momento mismo del destino fatal de Jerusalén, cuando
la ciudad y el templo perecen juntos; cuando todo el ceremonial y el ritual de lo
terrenal y lo transitorio son barridos, el templo de Dios en el cielo se abre, y el arca de
su pacto se ve en él. Esto es como decir que lo local y lo temporal pasan, pero son
sucedidos por lo celestial y lo eterno; lo terrenal y figurativo es reemplazado por lo
espiritual y lo verdadero. En esta representación tenemos un excelente comentario
sobre las palabras de la epístola a los Hebreos. "Aún no se había manifestado el
camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese
en pie". Pero no bien es eliminada "la primera parte del tabernáculo" cuando se abre el
templo en el cielo, y hasta la sagrada arca del pacto, el santuario de la gloria y la
presencia divina, queda expuesta a los ojos de los hombres. El acceso al Lugar
Santísimo ya no está prohibido, y "tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo
por la sangre de Jesucristo".
Así, en medio de portentosas manifestaciones de ira y juicio contra los impíos -
"relámpagos, y truenos, y un terremoto, y granizo", los reconocidos concomitantes en
el Antiguo Testamento de la presencia y el poder divinos - termina la visión de las
siete trompetas.

PARTE III
La Parusía en Apocalipsis
La Cuarta Visión
Visión de las Cuatro Figuras Místicas

Caps. 12, 13, 14

La catástrofe de la visión de las trompetas nos conduce a la misma crisis que la


catástrofe de los siete sellos. Ambas son representaciones diferentes del mismo gran
suceso. Pero todavía hay espacio para nuevas representaciones; y la visión siguiente
nos introduce a un juego de símbolos completamente diferente, aunque pertenecientes
al mismo período y relacionados con los mismos sucesos. Su lugar, entre las siete
trompetas y las siete copas, nos permite definir sus límites muy claramente; y termina,
como las otras visiones, con una catástrofe bien marcada. Sin embargo, difiere de ellas
en que no está tan expresamente caracterizada por el número siete, aunque no es
difícil ver que en realidad consiste de ese número de figuras o caracteres principales,
siendo todos ellos representaciones simbólicas. Son: 1. La mujer vestida de sol. 2. El
gran dragón bermejo. 3. El hijo varón. 4. La bestia que sube del mar. 5. La bestia que
sube de la tierra. 6. El Cordero en el monte de Sión. 7. El Hijo del hombre sobre la
nube. Por lo tanto, llamamos a esta visión la visión de las siete figuras místicas.
Ocupa los tres capítulos siguientes, 12, 13, 14. Es de la mayor importancia, para la
correcta interpretación de estas visiones apocalípticas, que tengamos presente con
firmeza los límites del área al cual quedamos restringidos por los términos del libro.
Es sólo un punto en el tiempo histórico y en el espacio geográfico - la consumación de
la era ϕυδ&ιαχυττε α El teatro de la acción, y el mayor número de personajes
dramáticos, debe buscarse siempre en el punto central, donde está el foco de interés -
Jerusalén y Judea. Rara vez tenemos que viajar más allá de esta región, aunque a
veces se introducen elementos más remotos, cuando tienen una relación especial con
el tema principal.

1. La Mujer Vestida del Sol


Cap. 12: 1,2. "Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol. con
luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando
encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento".

Cap. 12:5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.

No es sorprendente que esta representación de la mujer que da a luz un hijo destinado


a regir a todas las naciones, que es arrebatado para Dios y para su trono, etc., sugiera a
primera vista a la Virgen Madre y a su Hijo, que tan pronto nació fue perseguido por
los celos asesinos de Herodes, "que buscó al niño para destruirle", y que ascendió al
trono de Dios. Sin embargo, esta interpretación se derrumba en seguida, porque es
completamente incompatible con las subsiguientes representaciones de la visión. No
hay nada en la historia de María que corresponda a la persecución de la mujer por el
dragón; a su huida al desierto después de la ascensión de su Hijo; al agua como un río
arrojada por la serpiente para destruir a la mujer, y a la guerra que se hace contra "el
resto de la descendencia de ella".

Hay otra objeción que es fatal para esta interpretación. Está fuera de los límites que
Apocalipsis mismo traza expresamente alrededor de su escenario y su tiempo de
acción. No está entre las cosas "que deben suceder pronto". Si fuésemos retrotraídos
para examinar representaciones simbólicas del nacimiento de Cristo, no estaríamos
sobre terreno apocalíptico. Abandonar este terreno es viajar fuera del registro, dejar la
tierra firme de los hechos históricos, y lanzarnos por el mar sin orillas de la conjetura,
sin brújula y sin estrella.

No tenemos dificultades, pues, para aceptar la opinión común de que la mujer vestida
del sol representa a la iglesia cristiana. Pero esta afirmación sola es muy vaga. Es la
iglesia perseguida, la iglesia apostólica, la iglesia de Judea, la que es simbolizada
aquí. Es decir, la iglesia hebreo-cristiana de los últimos días de la era judía.

Los emblemas con los cuales está adornada la mujer no parecerán incongruentes ni
extravagantes si recordamos el lenguaje con el que el profeta se dirige a Israel:
"Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido
sobre tí", etc. (Isa. 60). Que la iglesia apostólica resplandeciese como el sol, que la
luna estuviese bajo sus pies, sólo está en armonía con todo lo que se dice en el Nuevo
Testamento acerca de la dignidad y la gloria de la esposa de Cristo.

Pero lo que identifica a la mujer en la visión como la iglesia hebreo-cristiana es la


corona de doce estrellas sobre su cabeza. De que esto es emblemático de las doce
tribus de los hijos de Israel parece no haber dudas; y por lo tanto, esto fija la
referencia de la visión en la iglesia de Judea.
2. El Gran Dragón Escarlata

Cap. 12: 3, 4. "También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón
escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cabezas siete diademas; y
su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la
tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de
devorar a su hijo tan pronto como naciese”.

No hay posibilidad de duda con respecto a la identidad de este símbolo. El dragón es


"aquella serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás" - el antiguo e inveterado
enemigo de Dios y de su pueblo. Se le representa como poseedor de vasta autoridad y
vasto poder, teniendo "siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas",
porque es "el dios de este mundo", "el príncipe de las potencias de los aires", "el
acusador de los hermanos", "el engañador del mundo entero". Este maligno enemigo
de la causa de Cristo está listo a devorar el hijo que la mujer está a punto de dar a luz.

3. El Hijo Varón

Cap. 12: 5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono".

Alford afirma que "el hijo varón es el Señor Jesucristo, y no ningún otro". Dice
además que "las exigencias de este pasaje requieren que el nacimiento se entienda
literal e históricamente, como el nacimiento que todos los cristianos conocen". Y sin
embargo, sostiene que la madre es "la iglesia"; que "no es posible que se quiera dar a
entender la Bienaventurada Virgen". Estas dos suposiciones son incompatibles, y se
destruyen mutuamente. A primera vista, sí parece natural suponer que se quiere
significar a Cristo, pero una consideración ulterior mostrará que no puede ser así.
Nunca se dice que la iglesia es la madre de Cristo, ni que Cristo es el hijo de la iglesia.
La iglesia es la novia, la esposa, el cuerpo, la casa de Cristo, pero nunca la madre.
Cristo es el Rey, la Cabeza, el Esposo de la iglesia, pero nunca el hijo o el niño. Él es
el Hijo de Dios, y el Hijo del hombre; pero nunca el hijo de la iglesia. En una figura
así, habría una incongruencia y una impropiedad que repugnan al sentido de lo
correcto.

Creemos que la clave de este símbolo debe encontrarse en el capítulo sesenta y seis de
Isaías, que es la fuente original de la cual se derivan las figuras. Jerusalén está
representada aquí como una mujer en dolores de parto, que da a luz a un hijo varón
(vers. 7, 8): "Antes que estuviese de parto, dio a luz; antes que le viniesen dolores, dio
a luz hijo. ¿Quién oyó cosa semejante? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una
nación de una vez? Pues en cuanto Sión estuvo de parto, dio a luz sus hijos". Es
imposible creer que la semejanza entre estos pasajes sea meramente casual; y
recibimos, pues, una gran ayuda en la interpretación de la visión de parte de las
representaciones análogas en la profecía. Así como en la profecía el hijo varón, o los
hijos de Sión, significan los fieles de la tierra o de Jerusalén, así también el hijo varón
nacido de la mujer perseguida en Apocalipsis denota los fieles discípulos de Cristo en
Judea, y hasta en Jerusalén misma. Esta explicación armoniza las aparentes
incongruencias del pasaje, y da un sentido inteligible y razonable a la representación
entera. La iglesia hebreo-cristiana está personificada como la madre perseguida de un
vástago perseguido; ella da a luz a un hijo varón, pero un hijo varón es también una
nación, según las palabras del profeta. Este hijo varón está destinado a "regir a las
naciones con vara de hierro, y es arrebatado para Dios y para su trono". Estas
afirmaciones les parecen a muchos sólo aplicables al Hijo de Dios mismo; pero, en
realidad, en Apocalipsis se afirma que son el privilegio y la recompensa de todo
discípulo fiel: "Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad
sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro" (cap. 2:26,27); "al que venciere,
le daré que se siente conmigo en mi trono" (3:21). No es, pues, injustificable aplicar
estas expresiones, por elevadas que sean, a los fieles discípulos de Cristo.

Habiendo quedado así garantizada la seguridad de su vástago, Dios hace provisión


para la madre perseguida.

Cap. 12:6. "Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para
que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días".

Esta es una anticipación de la declaración más plena que se encuentra en los


versículos 13-16, donde se nos dice que "se le dieron a la mujer las dos alas de la gran
águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es
sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo".

Esta alusión al período de tiempo durante el cual la mujer es preservada proporciona


una pista para la interpretación de esta parte de la visión. Se verá que es el mismo
espacio de tiempo durante el cual Jerusalén es hollada por los gentiles, y durante el
cual los dos testigos pronuncian su profecía. Es decir, estas diferentes designaciones
de tiempo - cuarenta y dos meses, mil doscientos sesenta días, y un tiempo, y tiempos,
y la mitad de un tiempo - son todas equivalentes a tres años y medio, de los cuales se
sabe que fue la duración de la guerra judía. Es, pues, razonable concluir que estos
diferentes sucesos coinciden con el período de la guerra judía, y abarcan la misma
duración, siendo sucesos contemporáneos. Puede preguntarse: ¿Hay algún hecho
histórico que corresponda a los símbolos de la visión, a saber, la mujer perseguida, la
madre del hijo varón, que huye al desierto delante del dragón, y que es preservada en
seguridad durante un espacio de tiempo igual a tres años y medio? Creemos que lo
hay; y trataremos de presentar los hechos verdaderos que, según creemos, responden a
la representación simbólica.
Nuestro Señor advirtió claramente a sus discípulos que, cuando vieran ciertas señales
específicas de la catástrofe que se aproximaba, especialmente cuando vieran "a
Jerusalén rodeada de ejércitos" y "la abominación desoladora en el lugar santo",
debían escapar sin pérdida de tiempo de la sentenciada ciudad, y "huir a las
montañas". Tan apresurada debía ser su huída que hasta debían renunciar a sus
pertenencias y preocuparse sólo por su seguridad personal (Mat. 24:15-18). También
tenemos el testimonio de Josefo de que muchos judíos, al principio de las hostilidades
con Roma, abandonaron Jerusalén como quien abandona un barco que se hunde. Es
presumible que la población cristiana, que había sido advertida tan expresamente de lo
que venía, salieran de la ciudad; y no parece haber razón para poner en duda el hecho
de que, como cuerpo, sí se retiraron, y buscaron refugio en Perea, más allá del Jordán,
un distrito del cual Josefo nos informa que es generalmente desolado, y podría, por lo
tanto, describirse correctamente como "el desierto".

Es así, pues, cómo encajan los símbolos en la historia. La iglesia de Jerusalén, la


madre iglesia como puede muy bien llamarse, la fecunda madre de una multitud de
hijos espirituales, está sujeta a severa y dolorosa persecución, atizada por Satanás, el
maligno adversario de Cristo y de su pueblo. Si el hijo varón arrebatado para Dios y
para su trono simboliza a los hijos martirizados de la iglesia, a los que se hace
referencia en el versículo 11, los que, "aunque condenados por los hombres en la
carne, fueron justificados y coronados por Dios con la vida eterna en sus espíritus" (1
Pedro 4:6), nosotros no lo decidiremos, aunque creemos que es probable. Sin
embargo, la madre iglesia, aunque despojada de su primogénito, todavía es perseguida
por el dragón. Nunca fue la persecución más encarnizada que durante el período en
que ocurrió la revuelta judía y apareció el ejército de Roma ante de las puertas de
Jerusalén. Advertida por Dios, la iglesia de Jerusalén abandonó la ciudad, y huyó,
como en alas de águilas, al desierto, más allá del Jordán, donde encontró un refugio
seguro durante la guerra y el sitio. Frustrado en su intento por aplastar la causa de
Cristo en Jerusalén, el dragón desahoga su ira descargando una inundación de furia
maligna sobre los cristianos fugitivos - lo que, sin embargo, no les hace daño - y luego
se vuelve a importunar y perseguir "el resto de la descendencia de ella", o sea, los
discípulos en otras partes de la tierra o del país.

Si se dijera que hay una incongruencia al representar a los perseguidos cristianos de la


iglesia de Jerusalén con la doble figura de la mujer y el hijo varón, uno de los cuales
es arrebatado al cielo, mientras que el otro huye a refugiarse en el desierto,
respondemos que es una incongruencia inseparable del uso de tales símbolos. Sión y
sus hijos en la profecía de Isaías son virtualmente idénticos; y lo mismo sucede con la
mujer y el hijo varón. Hablamos de Inglaterra y su pueblo cuando en realidad
queremos decir lo mismo con ambas expresiones; y sería una crítica exageradamente
exigente la que objetara un lenguaje tal, lo cual, si no es lógicamente correcto, añade
mucho al efecto dramático y poético de la descripción.

Aunque se siente bastante perplejo por la interpretación de la visión en general, Alford


opina a favor de nuestra explicación de una parte muy importante de los símbolos.
Estas son sus palabras:

"Creo que, considerando las analogías y el lenguaje usados, estoy mucho más
dispuesto a interpretar la persecución de la mujer por el dragón como las varias
persecuciones por parte de los judíos, interpretaciones que siguieron a la ascensión, y
su huida al desierto como la retirada gradual de la iglesia y sus seguidores en
Jerusalén y Judea, una retirada consumada finalmente en la huida a las montañas
durante el sitio que se acercaba, comandados por nuestro Señor mismo".
Es extraño que, habiendo encontrado un hecho histórico que correspondía tan bien al
símbolo, el crítico no buscara más en la misma dirección, lo que sin duda habría
resultado en una luminosa exposición del todo; pero es alejado por el fuego fatuo de
un compendio de historia universal de la iglesia en Apocalipsis, ignorando
inexplicablemente las expresas afirmaciones del libro mismo con referencia al período
muy restringido dentro del cual debían cumplirse sus visiones.

Ahora llegamos al conflicto entre el dragón y el campeón que aparece para defender a
la mujer perseguida:

Cap. 12:7-9. "Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles
luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no
prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran
dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo
entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él".

No parece que este suceso - el conflicto entre Miguel y el dragón - fuera representado
para el vidente en visión. No es introducido con la fórmula usual en estos casos: "Y
miré, y he aquí" [ειδον και ιδου], sino relatado en el estilo de un historiador.
Tampoco se nos informa ni del tiempo ni la ocasión del conflicto que tuvo lugar. En
realidad, todo el suceso es misterioso, y está fuera del ámbito de las cosas terrenales;
el escenario de él es "en el cielo"; los combatientes son seres espirituales -
"principados y potestades en lugares celestiales"; aunque es razonable suponer que el
acontecimiento tiene íntima relación con la historia del período apocalíptico que es el
sujeto de la visión. Evidentemente, se introduce para explicar la intensa hostilidad del
dragón contra la iglesia de Cristo; y esta circunstancia parece dar a entender que la
expulsión de Satanás a la que se alude aquí tuvo lugar poco antes de que estallara la
persecución contra los cristianos. Es importante recordar que "Miguel" está
identificado, con toda probabilidad, con el Hijo de Dios. El lector es referido a la
prueba satisfactoria de su identidad aducida por Hengstenberg.

No debemos concebir este conflicto como de fuerza física, como las batallas de
Milton en "El Paraíso Perdido", sino más bien como una victoria moral y espiritual de
la verdad sobre el error, de la luz sobre las tinieblas, del evangelio sobre el pecado y la
incredulidad. Hay probablemente una íntima relación entre la expulsión de Satanás a
la que se hace referencia aquí y las palabras de nuestro Señor a sus discípulos cuando
volvieron con su informe de su exitosa misión como evangelistas: "Yo veía a Satanás
caer del cielo como un rayo" (Luc. 10:18); y nuevamente: "Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera" (Juan 12:31); y otra vez:
"Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3:8).
Traducidos los símbolos al lenguaje común, parecen significar que el progreso del
cristianismo en el país despertó la hostilidad de Satanás y sus emisarios, y condujo a
una persecución más activa de los discípulos de Cristo.

La victoria de Miguel y sus ángeles es celebrada con una triunfal proclamación en el


cielo, lo cual sí cae dentro de la esfera de la visión.

Cap. 12:10,11. "Entonces oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la
salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha
sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de
nuestro Dios día y noche".

En todo esto tenemos la expresión de la verdad general de que, en el largo y mortal


conflicto con la enemistad judía, intensificada por la maldad satánica, Cristo luchó a
favor de sus perseguidos discípulos y frustró los ataques de sus adversarios. Cuán
claramente reconocía Pablo la presencia y la actividad de un poder infernal en la
maligna hostilidad que se oponía al evangelio puede verse en sus notables palabras:
"No luchamos contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades,
contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes" (Efe. 6:12). Despojada de sus imágenes simbólicas,
la visión muestra que los esfuerzos de Satanás para aplastar la verdad de Dios fueron
frustrados y derrotados, y sólo condujeron a un triunfo más señalado y decisivo del
reino de Cristo.

Satanás, frustrado de su presa y sabiendo que "sólo le queda poco tiempo" porque la
consumación está ahora muy, muy cercana, se va, como hemos visto, a hacer guerra
contra el resto de la descendencia de la mujer, "los que guardan los mandamientos de
Dios y tienen el testimonio de Jesús" (ver. 17).

4. La Primera Bestia
Cap. 13:1-10. "Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que
tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus
cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus
pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su
trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su
herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y
adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia,
diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le dio
boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar
cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de
su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer
guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu,
pueblo, lengua, y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos
nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo. Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en
cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto.
Aquí está la paciencia y la fe de los santos".

Ahora entramos en una investigación llena de interés, pero también llena de


dificultades, si bien esas dificultades son mitigadas grandemente por los límites
conocidos del área dentro de la cual están restringidas, y donde debemos buscar el
personaje que ahora es introducido en escena, y que juega un papel tan importante en
la continuación.

Ahora se admite que la verdadera lectura del primer versículo es εσταθη [él se paró],
es decir, el dragón. Esto no carece de importancia. El dragón, frustrado en su intento
de destruir a la mujer y a su simiente, se instala sobre la arena del mar, buscando con
los ojos a un poderoso auxiliar para alistarlo a su servicio.

No tarda mucho éste en aparecer. Se ve salir del mar a un portentoso monstruo. Se le


designa como θηριον [una bestia salvaje], que ya se ha mencionado por anticipación
en el cap. 11:7. La descripción de este monstruo es muy minuciosa, de modo que
debería ser fácil su identificación. Observemos los detalles de la descripción.

1. La bestia sale del mar.


2. Tiene siete cabezas, diez cuernos, y diez diademas sobre sus cuernos.
3. Sobre sus cuernos tiene nombres blasfemos.
4. Reúne las características de todas las bestias vistas por Daniel (cap. 7).
5. El dragón delega poder en ella.
6. Una de sus cabezas es herida de muerte; pero la herida mortal es sanada.
7. Recibe el homenaje del mundo entero.
8. Se le rinden honores divinos.
9. Blasfema contra Dios, y hace guerra contra los santos.
10.La duración de su poder se limita a cuarenta y dos meses.
11.Su número es "número de hombre", y que es "seiscientos sesenta y seis". (En el
capítulo 17 se añaden otros detalles, que completan la descripción de la bestia,
aunque hay que confesar que no tienden a facilitar el descubrimiento de su
identidad).
12.Era, y no es, y será (cap. 17:8).
13.Asciende del abismo, y va a perdición (cap. 17:8).
14.Es un rey: uno de siete, y también el octavo (cap. 17:11).

Sería extraño que un número como éste, de marcadas y peculiares características,


fuese aplicable a más de un individuo, o que un individuo así fuese tan oscuro que no
pudiera ser reconocido en seguida. Tiene que ser buscado entre los grandes de la
tierra; tiene que ser el primero en sus días, el observado de entre todos los
observadores; debe ocupar el trono más encumbrado y gobernar el imperio más
poderoso. Además, su período es fijo: ocurre en los últimos días del sistema judío,
cerca de la catástrofe final. El misterio es revelado hasta por su propia solución. Esta
bestia portentosa, este potentado del mundo, este ministro plenipotenciario de Satanás,
no puede ser otro que el amo del mundo, el Emperador de Roma, "el hombre de
pecado" - NERÓN.

Ahora veamos cómo concuerdan los detalles con el carácter de Nerón:

1. Nadie le disputará el título de "bestia". Si hombre alguno mereció alguna vez


ese nombre, fue el monstruo brutal que desgració a la humanidad con sus
notorias crueldades y notorios crímenes. Pablo le aplica una designación
similar: "Fui librado de la boca del león" (2Tim. 4:17).
2. La expresión "surge del mar" probablemente quiere decir que la bestia es una
potencia extranjera. Debemos considerarla desde un punto de vista judío; y en
Judea, Nerón sería, por supuesto, un soberano de más allá del mar.
3. Las siete cabezas y los diez cuernos coronados de la bestia son los símbolos de
su poder plenario y dominio universal.
4. Los nombres de blasfemia inscritos en sus cabezas significan la asunción de las
prerrogativas de la deidad.
5. La unión de las características de las cuatro bestias en la visión de Daniel
indica que el dominio de la bestia abarca los reinos representados en aquella
visión.
6. La posesión del poder delegado por el dragón implica el sometimiento de la
bestia a los intereses de Satanás. Ella es la delegada del dragón.
7. El que una de sus cabezas fuese herida de muerte implica el violento fin del
individuo simbolizado por la bestia.
8. Se cae de su peso que el emperador romano recibiría el homenaje del mundo
entero, y que se le rendiría culto idólatra.
9. La historia nos cuenta que Nerón fue el primero de los emperadores que
persiguió a los cristianos.
10. La duración de aquella primera y encarnizada persecución concuerda con el
período de cuarenta y dos meses, o tres años y medio, mencionados en la
visión. (Si adoptamos la lectura del Codex Sinaiticus, "se le dio que hiciera su
voluntad por cuarenta y dos meses", implicaría evidentemente que su cruel
política de persecución estaría limitada a ese período. Ahora, en
términos prácticos, la persecución por Nerón comenzó en noviembre del año 64
d. C., y terminó con su muerte en junio del año 68 d. C., esto es, con la mayor
aproximación posible, tres años y medio).

Posponiendo, por el momento, la consideración de la pregunta siguiente y crucial - "el


número de la bestia", podemos hacer una pausa aquí para observar cuán precisamente
concuerda todo esto con el carácter de Nerón. Al principio, estaríamos dispuestos a
creer, con Bossuet, que la bestia de la visión significa "el Imperio Romano, o más
propiamente, Roma misma, la señora del mundo - la Roma pagana, la perseguidora de
los santos". Pero, al seguir adelante, quedamos satisfechos en el sentido de que no es
una abstracción, sino una persona real, la que se describe aquí, o, por lo menos, el
poder imperial personificado en el más feroz y brutal de sus representantes, el
emperador Nerón. Cada uno de los puntos de la descripción identifica al criminal. Fue
el execrable tirano que primero soltó los infernales perros de la persecución contra los
inofensivos cristianos de Roma. Más como bestia que como hombre, sació su
sanguinaria propensión con el asesinato de su hermano, su madre, y su esposa.
Incendiario de su propia capital, imputó su crimen falsamente a los inocentes
cristianos, a los cuales ejecutó en vastos números y con barbaridades jamás oídas.
Blandiendo el mayor poder sobre la tierra, lo usó para entregarse a los vicios más
despreciables, y se hizo esclavo de las más brutales pasiones. Se arrogó las
prerrogativas de la deidad, y reclamó y recibió la adoración debida a Dios. Su
desmesurada vanidad le hizo codiciar la admiración; le llevó a actuar como actor en el
escenario, a conducir un carruaje en el circo, a competir en los juegos olímpicos. "Se
maravilló toda la tierra en pos de la bestia". Se nos dice que recibió no menos de mil
ochocientas coronas por sus victorias. Dio Casio relata que Nerón entró en Roma
triunfalmente, y fue saludado con aclamaciones por el senado y por el pueblo, que le
ofrecieron la más abyecta adulación. Fue saludado con gritos de: "¡Victorias
olímpicas! ¡Victorias pitias! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Nerón el Hércules! ¡Nerón el
Apolo! ¡Sagrada Voz! ¡El Eterno!" [Ειζ απ αιωνοζ].
Mucho más oscura es la aparentemente paradójica afirmación relativa a la herida
mortal de la bestia, que, sin embargo, fue sanada. Por supuesto, si fue sanada, no era
mortal; y si era mortal, no podría haber sido sanada en realidad. Sería manifiestamente
irrazonable exigir el cumplimiento literal de una imposibilidad, pero la explicación
debería reconciliar la aparente contradicción. Ahora bien, es un hecho curioso que se
haya dado una explicación plausible de la paradoja. Nerón murió de una muerte
violenta - de una herida de espada, infligida bien por su propia mano o por la de un
asesino. No es necesario decir que la herida era mortal; pero había sin duda una
creencia muy general en ese tiempo de que Nerón no murió, sino que estaba oculto en
alguna parte, reaparecería antes de mucho, y recuperaría su poder anterior. Tácito
alude a la creencia popular (Historia, cap. 2.8), así como Suetonio (Nerón, cap. 57).
No hay nada improbable en la suposición de que una tal nota de identidad, que
personificaba la creencia general, podría emplearse como se emplea en la visión; en
todo caso, ninguna otra explicación proporciona una solución tan razonable y
satisfactoria del problema.

El Número de la Bestia

Ahora llegamos a la cuestión que ha puesto a prueba el ingenio de críticos y


comentaristas casi desde el día en que se propuso por primera vez, y que todavía
difícilmente puede decirse que está resuelta; es decir, el nombre o el número de la
bestia. Sin desperdiciar tiempo en las varias respuestas que se han dado, puede ser
suficiente hacer una o dos observaciones preliminares acerca de las condiciones del
problema.

1. Es evidente que el autor consideró que estaba proporcionando suficiente


información para la identificación de la persona bajo discusión. Es también
presumible que no quería desconcertar a sus lectores, sino ilustrarlos.
2. Es igualmente evidente que la explicación no está en la superficie. Se requiere
sabiduría para entender sus palabras: es sólo el hombre "que tiene
entendimiento" el que es competente para resolver el problema.
3. Es claro que lo que él se propone transmitir a sus lectores es el nombre de la
persona simbolizada por la bestia. Su nombre expresa cierto número; o, las
letras que forman su nombre, cuando se añaden juntas, suman cierto valor
numérico.
4. 4. El nombre o el número es el de un hombre; es decir, no es una bestia, ni un
espíritu malo, ni una abstracción, sino una persona, un hombre que está vivo.
5. El número que expresa el nombre es, en caracteres griegos, χ ε ζ ο en valores
numéricos, seiscientos sesenta y seis.

Sobre bases completamente independientes, ya hemos arribado a la conclusión de que


con la bestia apocalíptica se quiere significar el emperador reinante, Nerón. Es su
nombre, por lo tanto, lo que debería cumplir, no obviamente, no sin alguna
investigación, pero sí satisfactoria y concluyentemente, todas las condiciones del
problema. El nombre del emperador estaría escrito de tres maneras, según estaba
expresado en uno u otro de tres idiomas, latín, griego, o hebreo: en latín, Nerón César;
en griego, Νερων Καισαρ; en hebreo, rsq nwrn.

Juan no escribía a los romanos, ni en latín, así que la primera forma puede ser hecha a
un lado en seguida. Sin embargo, escribía en griego, y para lectores bien
familiarizados con el idioma griego, aunque la mayoría de ellos eran probablemente
de sangre judía. Es probable que la mayoría de ellos pronunciara el temido nombre en
seguida e instintivamente. En ese caso, se sentirían desorientados, porque las letras
griegas ΝερωνΚαισαρ no sumarían los números requeridos.

Pero si eso hubiese sido todo lo que se necesitaba, el nombre habría estado en la
superficie, patente y palpable para el más lerdo entendimiento. No se requeriría ni
sabiduría ni entendimiento para leer el enigma. El lector no debe intentar otro método.
Juan era hebreo, y aunque escribía en caracteres griegos, sus pensamientos eran
hebreos, y la forma hebrea del nombre y el título imperial le eran familiares a él y a
sus amigos hebreo-cristianos tanto de Asia Menor como de Judea. Podría no
ocurrírsele de modo natural al lector reflexivo calcular el valor de las letras que
expresaban el nombre del emperador en hebreo. Y el secreto sería revelado:

N = 50 Q = 100
R = 200 S = 60
W = 6 R = 200
N = 50
306 +360 = 666.

Aquí hay, pues, un número que expresa un nombre; el nombre de un hombre, del
hombre que, de entre todos los que entonces vivían, merecía mejor ser llamado una
bestia: el cabeza del imperio, el amo del mundo; que reclamaba para sí el título de
dios, que recibía honores divinos, que perseguía a los santos del Altísimo; en suma,
que respondía en todos los detalles a la descripción de la visión apocalíptica. Si se
preguntase: ¿Por qué envolvería el profeta su significado en enigmas? ¿Por qué no
nombraría expresamente al individuo al que se refería? Primero, Apocalipsis es un
libro de símbolos: todo en él se expresa en imágenes, que necesitan ser traducidas al
lenguaje corriente. Pero, en segundo lugar, no sería seguro hablar más claramente.
Expresar abiertamente el nombre del tirano, después de describirle y designarle de la
manera expresada en Apocalipsis, habría sido precipitado e imprudente en extremo.
Como Pablo cuando describió al "hombre de pecado", Juan vela su significado bajo
un disfraz, que los paganos griegos o romanos no discernirían, pero que los instruidos
cristianos de Judea o de Asia Menor entenderían en seguida.

Es una fuerte confirmación de la exactitud de esta interpretación el hecho de que


tenemos otra enigmática descripción del mismo personaje de la mano de Pablo. Ya
hemos visto la prueba de que "el hombre de pecado" bosquejado en 1 Tes. 2 no es otro
que Nerón, y la comparación de los dos retratos muestra cuán notable es la semejanza
entre uno y otro y con el original. Esta correspondencia no puede ser meramente una
curiosa coincidencia; sólo puede explicarse con la suposición de que ambos apóstoles
tenían en mente al mismo individuo.

5. La Segunda Bestia

Cap. 13:11-17. "Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos
semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la
autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los
moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada.
También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo
a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las
señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los
moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada
y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen
hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos, pequeños y
grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano
derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese
la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre".

Si nuestras conclusiones con respecto a la identidad de la primera bestia son correctas,


no debería ser difícil descubrir a quién se alude con la segunda bestia. Se observará
que, en muchos respectos, hay una fuerte semejanza entre ellas: son de la misma
naturaleza, aunque una es suprema y la otra es subordinada; pero también hay puntos
de diferencia. Será correcto, sin embargo, en este caso también, considerar juntas las
varias características particulares que ayudan a identificar al individuo que se tiene en
mente.

1. La segunda bestia surge de la tierra.


2. Sólo tiene dos cuernos, y son como los de un cordero.
3. Habla como dragón.
4. Está investido de la autoridad delegada por la primera bestia.
5. Obliga a los hombres a rendir homenaje, o culto, a la bestia.
6. Pretende ejercer poderes milagrosos.
7. Gobierna con fuerza y crueldad tiránicas.
8. Excluye de los derechos civiles a todos los que rehúsan rendir abyecta sumisión
a la bestia.

Al examinar estas características, se hace perfectamente claro que tenemos que buscar
el antitipo para esta figura simbólica en un hombre de carácter similar al del mismo
monstruo Nerón. Evidentemente, él es el alter ego del emperador, aunque sus
proporciones ocurren en menor escala.

1. El hecho de que surja de la tierra, mientras que la primera bestia surge del mar,
denota que la segunda bestia es una autoridad local, que gobierna a Judea,
mientras que la otra es una potencia extranjera.
2. El hecho de que tenga dos cuernos como los de un cordero, mientras que la
primera bestia tiene diez, denota que su esfera de gobierno es pequeña, y que
su poder es limitado en comparación con el otro.
3. El hecho de que hable como dragón, o como serpiente, denota su carácter
astuto y engañoso.
4. El hecho de que esté investido de la autoridad de la primera bestia indica que él
es el representante oficial y el delegado de Nerón en Judea.

En este punto se nos revela el individuo. No puede ser otro que el procurador romano
o el gobernador de Judea a las órdenes de Nerón, y el gobernador particular hay que
buscarlo en o cerca del estallido de la guerra judía; y aquí la historia de la época arroja
muchísima luz sobre la investigación.

Hay dos nombres que pueden competir entre sí por la mala pre-eminencia del original
de esta descripción de la segunda bestia - Albino y Gessio Floro. Cada uno de ellos
fue un monstruo de tiranía y crueldad, pero el último lo fue más que primero. Antes de
que Gesio Floro llegara al puesto, los judíos tenían a Albino por el peor gobernador
que jamás les había pisoteado con su opresión. Después de que llegó Gesio Floro,
consideraron a Albino un hombre casi virtuoso en comparación. Floro fue un bellaco
digno de estar al lado de Nerón: un esclavo digno de tal amo.

En las páginas de Josefo, el lector encontrará la historia del enorme e increíble


libertinaje, el fraude, la traición, y la tiranía de este último, y el peor, de todos los
gobernadores que representaron la autoridad imperial en Judea, y verá cómo el
historiador sigue el rastro de la mala administración de este hombre tristemente
famoso hasta llegar a la ruina que descendió sobre la nación. Fue esta opresión
intolerable y draconiana lo que acicateó a los infelices judíos hasta llevarles a la
rebelión, y fue la causa inmediata de la guerra que terminó en la completa destrucción
de Jerusalén y de su pueblo. En realidad, Josefo no ha preservado todos los hechos. Si
los tuviésemos, sin duda ilustrarían vívidamente todos los detalles del retrato
apocalíptico de la segunda bestia. Pero apenas si los necesitamos. La fuerza, el fraude,
la crueldad, la impostura, la tiranía, son atributos que con demasiada certidumbre
podrían aplicarse a un procurador como Floro. Quizás los rasgos más difíciles de
verificar son los que se relacionan con el cumplimiento obligatorio del homenaje a la
estatua del emperador y la asunción de pretensiones milagrosas. Pero, aún aquí, todo
lo que sabemos está a favor de que la descripción es correcta al pie de la letra. Dean
Milman observa:

"La imagen de la bestia es claramente la estatua del emperador", y añade: "La prueba
a la que eran sometidos los mártires era adorar al emperador, ofrecer incienso ante su
estatua, e invocar a los dioses". (Véase Review of Newman´s Development of
Christian Doctrine).

Las observaciones de Dean Alford también merecen ser notadas:

"Ahora el vidente describe los hechos que la historia justifica para nosotros en su
cumplimiento literal. La imagen de César, que los hombres eran obligados a adorar,
estaba por todas partes: era delante de ésta que los mártires cristianos eran puestos a
prueba, y ejecutados si rehusaban el acto de adoración...

"Si se dice, como objeción a esto, que no es una imagen del emperador, sino de la
bestia misma de la que se habla, la respuesta es muy sencilla: El vidente mismo, en el
cap. 17:11, no vacila en identificar a uno de los "siete reyes" con la bestia misma, así
que podemos suponer correctamente que la imagen de la bestia, por el momento, sería
la imagen del emperador reinante".

Al mismo efecto son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son tanto más
notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia al pasaje que tenemos
delante:
"La imagen del emperador era en aquel tiempo [bajo el Imperio] objeto de reverencia
religiosa: él era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas' -- Juv. 4.71), y la
adoración rendida a él era verdadera. Es notable que, en aquellos tiempos (haciendo a
un lado formas decadentes de religión), los únicos dos cultos genuinos en el mundo
civilizado eran la adoración a Tiberio o a Nerón, por un lado, y la adoración a Cristo,
por la otra".

Ahora estamos en condiciones de pedir el veredicto de toda mente honesta y judicial


sobre la cuestión de la identidad que se ha argumentado, así como completa
congruencia y correspondencia en todos los puntos entre los símbolos de la visión y
los personajes históricos a los cuales ellos representan, en nuestra opinión. El tiempo,
el lugar, el escenario, las circunstancias, y los personajes dramáticos, todos
concuerdan con los requisitos del Apocalipsis. Es la víspera de la gran catástrofe, la
ruina final del sistema judaico. La predicha persecución del pueblo de Dios, que
habría de iniciar el fin, ha estallado. Un terrible triunvirato del mal se ha coligado
contra Cristo y su causa. El dragón, la bestia que sube del mar, y la bestia que sube de
la tierra - Satanás, el emperador, y el procurador romano están en hostilidad activa
contra "la mujer y el resto de la descendencia de ella". Su tiempo, sin embargo, es
corto; la hora de la retribución ha llegado; y la siguiente escena revela al campeón y
vengador de los fieles, y muestra la seguridad y la bienaventuranza de su pueblo.

6. El Cordero Sobre el Monte de Sión

Cap. 14:1-13. "Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de
Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su
Padre escrito en la frente”. Etc.

Esta porción de la visión apenas requiere intérprete; habla por sí misma. Hay un
agudo contraste entre la bestia que gobierna como vice-regente del dragón y el
Cordero que gobierna en nombre de su Padre. No puede haber ninguna duda de que
los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el nombre de Cristo y el del Padre inscrito
en sus frentes son idénticos a los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los
hijos de Israel que tienen el sello de Dios en sus frentes, y a los cuales se alude en el
capítulo 7. Son los elegidos de la iglesia hebreo-cristiana de Judea, posiblemente de
Jerusalén, y están representados como de pie con el Cordero sobre el Monte de Sión,
redimidos, triunfantes, glorificados; ya no están expuestos al peligro y a la muerte,
sino reunidos en el redil del Gran Pastor. Por supuesto, la representación es proléptica
- una anticipación de lo que ahora era inminente; de hecho, una repetición de la
gloriosa escena descrita en el cap. 7:9-17. ¿Es posible creer que el autor de la Epístola
a los Hebreos no tuviera en mente esta visión cuando escribió aquel noble pasaje: "Os
habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial",
etc.? Los puntos de semejanza son tan marcados y tan numerosos que no pueden ser
accidentales. La escena es la misma: el monte de Sión; los mismos personajes
dramáticos; "la congregación de los primogénitos, que están inscritos en el cielo", que
corresponde a los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En la
epístola se les llama "la congregación de los primogénitos"; la visión explica el título:
son "las primicias para Dios y para el Cordero"; los primeros conversos a la fe de
Cristo en la tierra de Judea. En la epístola se les designa como "los espíritus de los
justos hechos perfectos"; en la visión son "los que no se contaminaron con mujeres,
pues son vírgenes; en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante
del trono de Dios". Tanto en la visión como en la epístola, encontramos "la
innumerable compañía de los ángeles" y "el Cordero", por medio de quien se obtuvo
la redención. Resumiendo, queda más allá de toda duda razonable que, puesto que no
puede suponerse que el autor de Apocalipsis haya tomado su descripción de la
epístola, el autor de la epístola debe haber derivado sus ideas y sus imágenes de
Apocalipsis.

Ahora los acontecimientos se apresuran rápidamente hacia su consumación. El


vidente contempla a tres ángeles volando en sucesión a través de su campo visual,
llevando cada uno un anuncio de la catástrofe que se aproxima. El primero, encargado
de proclamar el evangelio eterno, en primera instancia a los que moran en la tierra, y
después a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo, exclama en alta voz: "Temed a
Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida" (ver. 7). Aquí hay una
alusión manifiesta al hecho predicho por el Señor de que, antes de la llegada del "fin",
el evangelio del reino sería predicado primero en todo el mundo [οικονµενη] "por
testimonio a todas las naciones" (Mat. 24:14). Este símbolo, pues, indica la cercana
aproximación de la catástrofe de Jerusalén - la llegada de la hora del juicio de Israel.

Un segundo ángel le sigue rápidamente, y proclama la caída de Babilonia, como si ya


hubiese tenido lugar, diciendo: "Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque
ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación". Esta es
claramente otra declaración de la misma catástrofe inminente, sólo que indica más
claramente la sentencia de muerte de la ciudad culpable - el gran criminal a punto de
ser llevado a juicio. Tendremos ocasión de discutir la identidad de la gran ciudad que
aquí y en otros lugares es designada como Babilonia.

Le sigue un tercer mensajero, que denuncia, con terrible lenguaje, la ira de Dios sobre
todos los adoradores de ídolos:

Cap. 14:9-11. "Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su


frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado
puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos
ángeles y del Cordero", etc.

En agudo contraste con estas palabras está el mensaje que un ser celestial trae a los
fieles discípulos de Cristo "que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de
Jesús".

Cap. 14:13. "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de
aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
Todo esto indica claramente la cercana aproximación de la catástrofe final. Hay, sin
embargo, una expresión en la última cita que requiere una explicación, es decir, el
anuncio con respecto a la bienaventuranza de los muertos que mueren en el Señor de
aquí en adelante. Este "de aquí en adelante" [απ αρτι] es la palabra enfática en la
oración, y debe tener un significado importante. No es simplemente que los muertos
en Cristo están seguros y felices, sino que, desde y después de cierto período
específico, una peculiar bienaventuranza les pertenece a todos los que de aquí en
adelante mueren en el Señor.

No es irrazonable en sí mismo, y parece, además, ser la clara enseñanza de las


Sagradas Escrituras, que la gran consumación que puso fin a la era judía tenía una
importante relación con la condición de todos los que, después de ese período,
"mueren en el Señor". Hemos visto (Observaciones sobre Heb. 11:40) que, antes de la
obra redentora de Cristo, el estado de los muertos piadosos no era perfecto. Tenían
que esperar el cumplimiento de aquel gran acontecimiento que constituía el
fundamento de su felicidad eterna. Los santos de la antigua dispensación "no
obtuvieron la promesa". Murieron en la fe, pero no poseyeron la herencia. "Dios
proporcionó algo mejor para nosotros, para que, sin nosotros, ellos no fuesen
perfeccionados". Así escribía el autor del libro a los Hebreos en vísperas de la gran
consumación. El claro significado de esto es que la Parusía marcó la introducción de
una nueva época en la condición de los santos que habían partido y las esperanzas de
los que, después del comienzo de esa época, muriesen en el Señor. "Bienaventurados
los que" de aquí en adelante. Es decir, no deberían tener que esperar, como lo
tuvieron que hacer sus predecesores, la llegada del período en que se cumpliría la
promesa. Entrarían en seguida en "el reposo que queda para el pueblo de Dios". El
camino al Lugar Santísimo se ha manifestado ahora; hay un reposo y una recompensa
inmediatos para los fieles que han partido; "reposan de sus trabajos, porque sus obras
les siguen".

Este importante pasaje sería totalmente inexplicable a no ser por la luz que sobre él
arrojan Heb. 4:1-11; 11:9, 10, 13, 39,40.

7. El Hijo del Hombre en las Nubes

Cap. 14:14-20. "Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado
semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la
mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que
estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha
llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube
metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
"Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Y
salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que
tenía la voz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra,
porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la
viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el
lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por
mil seiscientos estadios".

Ahora llegamos a la séptima y última de las figuras místicas de las cuales consiste esta
cuarta visión, y al desenlace, donde podemos esperar encontrar la catástrofe del todo.
Ni quedamos chasqueados; porque nada puede estar marcado más claramente que la
catástrofe bajo este símbolo, siendo la interpretación tan evidente en sí misma que
difícilmente podría malinterpretarse.

La escena comienza con la aparición de "uno semejante al Hijo del Hombre sentado
en una nube blanca", que tenía una corona de oro sobre su cabeza y una hoz aguda en
su mano. El arma que sostiene es el emblema de la transacción que está a punto de
tener lugar. Es el tiempo de la siega, porque "la mies de la tierra está madura. Y el que
estaba sentado en la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada".

No es posible malinterpretar este acto. Tenemos el borrador original del cuadro en la


parábola de nuestro Señor sobre el trigo y la cizaña. "Al tiempo de la siega [el fin del
tiempo, συντελεια του αιωνοζ], diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y
atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero" (Mat. 13:30).

En la visión, la parábola del trigo y la cizaña es seguida también en la división de esta


transacción judicial final en dos partes - la cosecha del trigo y la vendimia, excepto
sólo en la transposición del orden de los sucesos. La cosecha corresponde a la siega
del trigo y su depósito a buen recaudo en el granero; en otras palabras, es el
cumplimiento de la predicción: "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y juntarán
a sus escogidos de los cuatro vientos" (Mat. 24:31-34), un acontecimiento que debía
tener lugar antes de que pasara aquella generación. La destrucción de la cizaña
corresponde a la "vendimia de la tierra". Se observará que la vendimia es por
completo de naturaleza destructiva. Así como la "siega de la tierra" denota la
salvación del fiel pueblo de Dios, así también la "vendimia de la tierra" denota la
destrucción de sus enemigos. Vale la pena notar que, mientras que el Hijo del Hombre
es representado por el segador, el ángel de la visión es el agente en la vendimia de la
vid. Apenas es necesario señalar cuán peculiarmente encajan las imágenes en la
última e impresionante escena. "La vendimia de la tierra" es Israel, según el bien
conocido emblema de Salmos 80:8. "Hiciste venir una vid de Egipto", etc. Ahora ha
llegado la vendimia, porque "sus uvas están maduras"; es decir, la nación está madura
para el juicio. El ángel comisionado para destruir no recoge los racimos, sino que
corta la viña misma, y la arroja entera "en el gran lagar de la ira de Dios". El lagar es
pisado; y esto es representado como teniendo lugar fuera de la ciudad, como se
quemaba la ofrenda por el pecado fuera del campamento, y como se ejecutaba al
criminal fuera de la puerta, siendo maldito (Heb. 13:11-13). Sale sangre del lagar, y en
un torrente tan grande, que es como un río desbordado, que alcanza hasta los frenos de
los caballos, y hasta una distancia de "mil seiscientos estadios".

Éste es un símbolo terrible, pero casi literal en su verdad histórica. Fue un pueblo el
que fue "pisado" en la furia de la ira divina. ¿Cuándo hubo jamás un mar de sangre
como el que fue derramado en la guerra de exterminio de Vespasiano y de Tito? La
carnicería, como la relata Josefo, supera todo lo registrado en los anales de la guerra.
Jerusalén, y sus hijos dentro de ella, fueron pisados en el gran lagar de la ira de Dios.
Entonces se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: "Como lagar ha hollado el
Señor a la virgen hija de Judá" (Lam. 1:15). Hay hechos, así como símbolos, en la
horrorosa escena que representa la caballería invasora como nadando en sangre hasta
los frenos de los caballos; y hay probablemente una alusión a la extensión geográfica
de Palestina en los "mil seiscientos estadios", así que podemos considerar la
descripción simbólica como equivalente a la afirmación de que, desde un extremo
hasta el otro, el territorio estaba inundado de sangre.

En todo esto, la profecía y la historia encajan la una en la otra como la cerradura y la


llave; y si no tuviésemos el testimonio de un testigo, a quien ciertamente no le
interesaba exagerar la ruina de su pueblo ni difamar su carácter, apenas se podría creer
que estos símbolos no estaban sobrecargados. Pero nadie puede leer aquella trágica
historia sin reconocer allí las transacciones que aquí están escritas en símbolos, y que
atestiguan ampliamente la realidad y la verdad de la profecía.

Tal es la catástrofe claramente marcada en la visión de las siete figuras místicas.


Como las otras catástrofes, ésta es un acto de juicio, que presenta la gran consumación
en un aspecto diferente. Si todavía quedase alguna duda con respecto al principio que
subyace nuestro sistema entero de interpretación, es decir, que el Apocalipsis es una
representación séptuplo del mismo gran drama providencial, esa duda debe ser
disipada por la siguiente gran serie de visiones, que demuestran concluyentemente
esta característica del libro.

PART III
La Parusía en el Apocalipsis

LA QUINTA VISIÓN
LAS SIETE COPAS, CAPS. 15,16

Cap. 15:1. "Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las
siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios".

Como la primera, la segunda, y la tercera, esta visión comienza con un prólogo o


preámbulo. La escena está puesta en el cielo, donde el vidente contempla a siete
ángeles, encargados de infligir las siete plagas, que son llamadas las postreras,
consumando el derramamiento de la ira divina sobre la nación culpable. Las imágenes
de esta escena introductoria están concebidas en un estilo de la más alta sublimidad.
Lo siete ministros de la venganza reciben de uno de los seres vivientes, o querubines,
siete copas de oro llenas de la ira de Dios, y se les encomienda iniciar en seguida la
ejecución de su misión, que es derramar sus copas sobre la tierra [την γην].

Se verá en seguida que hay una marcada correspondencia entre la visión de las siete
copas y la de las siete trompetas. Las copas, que son, real y simplemente, una
repetición y un compendio de las trompetas, siguen el mismo orden y asumen
sustancialmente la misma forma. Es verdad que hay circunstancias adicionales
introducidas en la visión de las siete copas, pero la semejanza entre las dos visiones es
todavía tan impresionante que fuerce en la mente la convicción de que ambas se
refieren a los mismos sucesos históricos.

El paralelo adjunto muestra más claramente la correspondencia entre las dos visiones:

LAS TROMPETAS LAS COPAS


1. Las plagas son derramadas sobre la tierra. 1. Las plagas son derramadas sobre la tierra.
2. Afecta el mar, que se vuelve como sangre. 2. Afecta el mar, que se vuelve como sangre.
3. Afecta los ríos y las fuentes de las aguas. 3. Afecta los ríos y las fuentes de las aguas.
4. Afecta al sol, a la luna, y las estrellas. 4. Afecta al sol.
5. Se abre el abismo (la silla de la bestia). Los 5. Derramada sobre la silla de la bestia (el
hombres son atormentados. abismo). Los hombres son atormentados.
6. Son soltados los ángeles en el gran río 6. Derramada sobre el gran río Éufrates. Las
Éufrates. Son reúnen las hordas de caballería. huestes se reúnen para la batalla del gran día.
7. Catástrofe, juicio; se proclama el reino. 7. Catástrofe; proclamación del fin. Terribles
Terribles fenómenos naturales - voces, truenos, fenómenos naturales - voces, truenos, y un
y un terremoto. terremoto.

Esto no puede ser una mera y casual coincidencia: es identidad, y sugiere la pregunta:
¿Por qué se repite la visión? No puede ser sólo por simetría, para completar el
séptuplo plan de la construcción, porque la maravillosa opulencia del libro hace
completamente absurda la idea de pobreza de invención, o repetición, con propósitos
de relleno. Más probable es la explicación de que la visión de las copas se introduce,
no sólo para reafirmar los juicios que están a punto de caer sobre la tierra, sino
especialmente para preparar el camino para introducir al gran criminal, cuya hora del
juicio ha llegado. La última de las siete copas representa a Babilonia la grande
viniendo en memoria delante de Dios; pero, en la catástrofe de la visión, su juicio es
suspendido, porque debe formar el material de una visión separada, es decir, la sexta.

Ahora es apropiado pasar revista brevemente a las sucesivas copas de los siete
ángeles.

Como las cuatro primeras trompetas, las cuatro primeras copas (cap. 16:2-9) afectan al
mundo natural - la tierra, el mar, los ríos, el sol. Todos ellos son trastornados y
atacados por plagas - el armazón de la naturaleza queda descoyuntado, y la creación
inanimada se enferma y gime a causa de la maldad de los hombres. Puede decirse que
ésta es una figura de lenguaje, aunque hay suficientes en la Escritura; es imposible
decir hasta dónde expresa hechos históricos, pero es notable que el lenguaje de
nuestro Señor, al hablar de este mismo período, se acerca mucho a los símbolos del
Apocalipsis: "Habrá señales en el sol, en la luna, y las estrellas; y en la tierra angustia
de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas, desfalleciendo
los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra;
porque las potencias de los cielos serán conmovidas" (Luc. 21:25,26). Si hemos de
confiar en el testimonio de Josefo, la destrucción de Jerusalén fue precedida por
portentos de lo más alarmante. Debe observarse que el área afectada por estas plagas
es "la tierra", esto es, Judea, la escena de la tragedia. El carácter local y nacional de las
transacciones representadas en la visión se destaca claramente en el ver. 6. Cuando el
tercer ángel convierte los ríos en sangre, se oye al ángel de las aguas reconocer la
justicia retributiva de esta plaga: "Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de
los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen". Este "matar a
los profetas" fue el pecado mismo de Israel, y de Jerusalén, y no hay ninguna otra
ciudad ni nación contra las cuales se esgrima este crimen particular como su
característica peculiar. Esta acusación fija decisivamente la alusión de la visión al
pueblo judío, y a aquel terrible período en su historia cuando se pudo decir
verdaderamente que por los cauces de sus ríos corrió la sangre.

La quinta copa (cap. 16:10,11) corresponde a la quinta trompeta. Es derramada sobre


el asiento o el trono de la bestia, que parece ser idéntico al "abismo" en la visión de las
trompetas. El abismo es la región de la cual se dice que asciende la bestia (cap. 11:7);
que éste es el nombre dado a la morada de los espíritus malos es evidente por el hecho
de que los demonios expulsados del gadareno poseso rogaban a Jesús "que no les
mandase ir al abismo" (Luc. 8:31). La silla de la bestia es, pues, lo mismo que el
abismo - el reino del poder de las tinieblas. Es imposible decir cuáles hechos
históricos se quieren significar con los símbolos de terror y miseria empleados aquí,
aunque ellos apuntan, no oscuramente, a la agonía de la angustia y el sufrimiento que
precedieron y anunciaron la consumación final.

Como la sexta trompeta, la sexta copa actúa sobre el gran río Éufrates (ver. 12), cuyas
aguas se secan "para preparar el camino de los reyes del oriente". Ahora nos
acercamos a la gran catástrofe. En la visión de la sexta trompeta, vemos una
innumerable hueste reunida para la gran batalla; en la visión de la sexta copa, vemos
"tres espíritus inmundos, a manera de ranas, que salen de la boca del dragón, y de la
boca de la bestia, y de la boca del falso profeta"; los emisarios de los poderes de las
tinieblas salen a congregar los ejércitos de "los reyes del mundo entero" para reunirlos
para la gran guerra del "gran día del Dios Todopoderoso". Traducido a términos
históricos, este símbolo representa la movilización de las fuerzas del Imperio y de los
reyes de las naciones vecinas para la guerra contra los judíos. El secamiento del
Éufrates parece indicar claramente que es cruzado con facilidad y rapidez, y esto,
considerado en relación con el símbolo correspondiente bajo la sexta trompeta, es
decir, la liberación de los cuatro ángeles atados en el Éufrates, apunta a la retirada de
las tropas de ese cuadrante para la invasión de Judea. Sabemos que este es un hecho
histórico. No sólo las legiones romanas de la frontera del Éufrates, sino también los
reyes auxiliares cuyos dominios estaban en esa región, como Antíoco de Comágenes y
Soemo de Sofena, más propiamente designados "reyes del oriente", siguieron a las
águilas de Roma al sitio de Jerusalén. El nombre dado al conflicto que se aproximaba
establece decisivamente el suceso al que se hace referencia: es "la batalla" o "la
batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso", una expresión que equivale al "día
grande y terrible de Jehová". Que este día había llegado queda indicado claramente
por la advertencia en el versículo 15: "He aquí, vengo como ladrón". Además, el
escenario del conflicto, "Armagedón" - un nombre que está asociado a uno de los días
más negros y desastrosos de la historia de Israel, la llanura de Megido, emblema de
derrota y matanza - está situada en territorio ϕυδ&ιιαχυτε ο. Ese nombre de mal
augurio habría de ser tipo de aquel campo de sangre en el que Israel estaba condenado
a perecer como nación.

Tal como la séptima trompeta, la séptima copa presenta la catástrofe de la visión,


acompañada por los mismos portentos de "voces, y truenos, y relámpagos, y un
terremoto, y gran granizo". Una voz desde el templo, una voz desde el trono mismo,
proclama la consumación: "¡Consumado es! ¡Tegonen! ¡Actum est! ¡Todo ha
terminado!". Es decir, la catástrofe de la visión, y lo que simboliza, ha llegado; porque
se observará que todas las catástrofes nos conducen virtualmente a la misma
conclusión. Un terremoto de violencia sin paralelo hace pedazos "las ciudades de las
naciones" y divide en tres partes a "la gran ciudad" misma, la ciudad que es pre-
eminentemente el tema de estas visiones. "Babilonia la grande" (que es claramente el
nombre de la ciudad a la que acabamos de referirnos) "es traída en memoria delante
de Dios, para darle a beber de la copa del vino de la ira de Dios"; sus pecados claman
venganza, y ahora su juicio ha llegado, y la copa del vino de la ira de Dios ha sido
llenada para que la beba.

Que todo esto se refiere indudable y exclusivamente a Jerusalén es ciertamente


evidente, y se puede demostrar de la manera más clara, como lo mostrará lo que sigue.

Un incidente en esta catástrofe grandiosa y terrible merece especial atención. En


ambas visiones, la de la séptima trompeta y la de séptima copa, se hace especial
mención del enorme granizo que cae sobre los hombres. En la séptima copa, se
discute el granizo más extensamente, y se dice que cada piedra pesa como un talento.
Hay en esta afirmación algo tan extraordinario, y sin embargo, tan específico, que
llama la atención y sugiere la pregunta: ¿Es esto completamente simbólico, o es un
hecho hasta cierto punto? Por supuesto, no podemos concebir granizo literal cada una
de cuyas piedras tenga el peso de un talento; pero el lenguaje es tan preciso y definido
que casi estamos obligados a suponer que no es mera hipérbole. Ahora bien, es un
hecho notable que en Josefo parecemos tener la explicación de este símbolo
aparentemente ininteligible. Josefo nos informa que, durante el sitio de Jerusalén, la
décima legión construyó balistas de enorme magnitud y poder, que descargaban
enormes piedras sobre la ciudad. La descripción entera que Josefo da de estas
máquinas es de un interés tan extraordinario que vale la pena citarla.

"Por admirables que fuesen las máquinas construidas por todas las legiones, las de las
décima eran de peculiar excelencia. Sus escorpiones eran de mayor poder y sus
catapultas de mayor tamaño, y con ellos mantenían a raya, no sólo a los
contraatacantes, sino también a los de las murallas. Las piedras lanzadas eran del peso
de un talento, y tenían un alcance de cuatrocientos metros o más. El impacto, no sólo
en los que primero se encontraban con ellas, sino hasta en los que estaban bastante
más allá de esta distancia, era irresistible. Sin embargo, al principio los judíos podían
protegerse de las piedras, pues su aproximación era indicada, no sólo al oído por el
silbido que se oía, sino también a la vista, por el color, pues eran blancas y brillantes.
En consecuencia, los judíos tenían centinelas apostados en las torres, que avisaban
cuándo la máquina era disparada y la piedra lanzada, gritando en su idioma nativo:
"Viene el hijo", a lo cual aquellos a los que eran dirigidas estas palabras se separaban
y se arrojaban al suelo antes de que las piedras les alcanzasen. Sucedía así que, debido
a estas precauciones, la piedra caía sin hacer daño. Entonces, se les ocurrió a los
romanos ennegrecer las piedras; apuntando con mayor cuidado, derribaban a muchos
judíos con una sola descarga, pues las piedras ya no eran fácilmente distinguibles
cuando se aproximaban". Josefo, Guerras Judías, libro v., cap. vi. 3.

¿Es esto una fantástica coincidencia, o un caso señalado de cumplimiento exacto de la


profecía? Confesamos que nos inclinamos a esta última alternativa, porque es
perfectamente congruente representar tal forma de asalto como una tormenta o
granizada de proyectiles, aunque la alusión específica al enorme peso de cada piedra
parece poner esta afirmación dentro del dominio de los hechos y la historia. 3

1. Guerras Judías, libro 6, cap. 5, sección 3, 4.

2. Véase de Josefo, Guerras Judías, libro 3, cap. 4, párrafo 2; libro 5, cap. 1, párrafo 6.

3. Hay otra circunstancia curiosa relacionada con este pasaje en Josefo. Whiston tiene la
siguiente acerca de ella.

"Cuál debe ser el significado de esta señal o consigna, "Viene el hijo", cuando el centinela veía
venir una piedra disparada por una máquina de guerra, o qué error se produce al interpretar esta
señal, no lo sé. Todos los manuscritos, tanto en griego como en latín, concuerdan en esta
interpretación; y no puedo aprobar ninguna alteración conjetural y sin fundamento del texto de
nioz a ioz, en el sentido de que no venía ni el hijo, ni una piedra, sino una flecha o dardo, como
la alteración que ha hecho el Dr. Hudson y que no ha sido corregida por Havercamp. Si Josefo
hubiese escrito aun su primera edición de estos libros de la guerra en hebreo puro, o si los judíos
hubiesen usado entonces el hebreo puro en Jerusalén - la palabra hebrea para hijo es tan
semejante a la palabra para piedra, Ben y Eben - tal corrección se habría aceptado más
fácilmente. Pero Josefo escribió su primera edición para uso de los judíos que vivían más allá del
Éufrates y en el idioma caldeo, al preparar esta segunda edición en idioma griego; y Bar era la
palabra caldea para hijo, en lugar de la palabra hebrea Ben, y se usaba no sólo en Caldea, sino
también en Judea, como nos lo informa el Nuevo Testamento. También Dio nos informa que los
mismos romanos de Roma pronunciaban el nombre de Simón hijo de Gioras como Bar-Poras en
lugar de Bar-Gioras, como nos lo dice Hifilino, p. 217. Reland observa que "muchos buscarán un
misterio aquí, como si el significado fuese que el Hijo de Dios viniese ahora a tomar venganza de
los pecados de la nación judía", que es ciertamente la verdad de los hechos, pero difícilmente lo
que los judíos quisiesen significar ahora, a menos, posiblemente, que quisiesen burlarse de
Cristo" amenazando tan a menudo que vendría a la cabeza del ejército romano para destruirles.
Pero aun esta interpretación no tiene sino un pequeño grado de probabilidad. Si yo fuese a hacer
una pequeña enmienda por mera conjetura, leería petroz, en vez de nioz, aunque la semejanza no
es tan grande como con ioz, porque esa es la palabra que Josefo acaba de usar, como ya se ha
observado en esta misma ocasión; mientras que ioz, una flecha o dardo, es sólo una palabra
poética, y nunca es usada por Josefo en ninguna otra parte, y en realidad no es adecuada para la
ocasión, siendo que esta máquina de guerra no lanza flechas ni dardos, sino grandes piedras en
esta ocasión". - Josefo, de Whiston, libro 5, cap. 6, párrafo 3, Nota.

El Dr. Trail hace la siguiente observación sobre este pasaje:


"Viene el hijo". O nioz es lo que aparece escrito en todos los manuscritos, y en la obra de Rufino;
y no es fácil concebir cómo pudo encontrarse tal palabra en todos ellos si no fuese la verdadera.
Ni son satisfactorias en absoluto las alteraciones propuestas. O ioz produciría la "flecha", no la
"piedra". O liqoz no tiene autoridad. Cardwell propone outoz, "aquí viene". La explicación de
Reland probablemente no está lejos de la verdad; es decir, que el grito era ωβα αβ = "viene la
piedra", pero que algunos, engañados por la similitud del sonido, han interpretado como ωβη αβ
= "viene el hijo". De un error como éste, o de alguna otra causa, pudo haber venido a ser
aplicado el término "el hijo" como apodo". De Traill, Josefo, Critical Notes., p. 160.

Estamos dispuestos a creer que ninguna de estas sugerencias proporciona una


explicación satisfactoria, aunque algunas de ellas se acercan a la verdad. No podía
sino haber sido conocido por los judíos que la gran esperanza y la fe de los cristianos
era la pronta venida del Hijo. Según Esipo, fue más o menos por este mismo tiempo
que Santiago, el hermano de nuestro Señor, testificó públicamente en el templo que
"el Hijo del hombre estaba a punto de venir en las nubes del cielo", y luego selló su
testimonio con su sangre. Parece muy probable que los judíos, en su desafiante y
desesperada blasfemia, cuando veían la blanca masa volando por el aire, exclamaran
obscenamente: "Viene el Hijo", para burlarse de la esperanza cristiana de la Parusía,
con la cual podrían establecer una ridícula semejanza en la extraña aparición del
proyectil.

PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

LA SEXTA VISIÓN

LA RAMERA, Caps. 17, 18, 19, 20

Ahora nos acercamos a una parte de nuestra investigación en la cual estamos a punto
de exigir del lector mucha sinceridad e imparcialidad, y tenemos que pedirle que
sopese, con paciencia y sin prejuicios, la evidencia que se le presentará. Posiblemente
nos opongamos a muchos prejuicios, pero, si la silla del juicio está ocupada por un
amor imparcial por la verdad, no tememos a una opinión adversa.

De salida, puede ser conveniente echar un vistazo general a esta visión como un todo,
ocupando, como ocupa, un espacio mayor que cualquiera otra en el libro, e indicando
así la importancia pre-eminente de su contenido.

La visión es introducida por un corto prefacio o prólogo (cap. 17:1,2). Uno de los
ángeles de las copas invita al vidente a contemplar el juicio de "la gran ramera que se
sienta sobre muchas aguas". La visión se ve en "el desierto". El profeta ve a una mujer
sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres de blasfemia, y teniendo siete
cabezas y diez cuernos. La mujer está lujosamente ataviada con túnica de púrpura y
escarlata, y adornada de oro y piedras preciosas, y sostiene en la mano una copa de
oro "llena de las abominaciones y la inmundicia de su fornicación". En la frente de
esta figura visionaria hay una inscripción: "Misterio, Babilonia la grande, la madre de
las rameras y las abominaciones de la tierra". Se dice, además, que está "ebria con la
sangre de los santos, y con la sangre de los mártires de Jesús". Luego, el ángel-
intérprete procede a revelar al asombrado profeta el significado de la aparición.
Identifica a la bestia de esta visión con la primera bestia descrita en el capítulo 13,
cuyo número es seiscientos sesenta y seis, añadiendo detalles adicionales a la
descripción, algunos de ellos de un carácter muy oscuro. Declara que la mujer, o la
ramera, es "la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra". En el siguiente
capítulo (18), se describe la caída de Babilonia la grande, o la ciudad ramera, con
lenguaje de gran poder y belleza. Esto es seguido, en el cap. 19, por la celebración en
el cielo del triunfo sobre Babilonia, lo que ocasión para introducir anticipadamente las
nupcias del Cordero, que se aproximan; después de lo cual hay una descripción de la
victoria del divino Campeón, cuyo nombre es la Palabra de Dios, sobre "la bestia, el
falso profeta, y los reyes de la tierra". En el capítulo 20, el dragón, el cabecilla de la
gran confederación contra la causa de la verdad y de Dios, es atado y encerrado en el
abismo por un período de mil años. La visión luego termina con una gran catástrofe,
un solemne acto de juicio, en el cual los muertos, chicos y grandes, comparecen de pie
delante de Dios, y son juzgados según sus obras. Tal es el rápido bosquejo de los
contornos de esta magnífica visión.

La pregunta de la mayor importancia y dificultad con que tenemos que habérnoslas


aquí es: ¿A qué ciudad se alude con la mujer sentada sobre la bestia escarlata, una
ciudad que es designada como "Babilonia la grande"?

La gran mayoría de los intérpretes ha recibido, y recibe, como indudable y casi


evidente, la proposición de que la Babilonia de Apocalipsis es, y no puede ser otra,
que Roma, la emperatriz del mundo en los días de Juan, y desde su tiempo, asiento y
centro de la forma más corrupta de cristianismo y el despotismo espiritual más
sombrío que el mundo jamás ha visto. Que hay mucho en favor de esta opinión puede
inferirse del hecho de su general aceptación. Hasta puede pensarse que esto está fuera
de duda por la aparente identificación de la ramera en la visión como "la ciudad de las
siete colinas", y "la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra".

Parecerá presuntuoso y arriesgado resistir una decisión que ha sido pronunciada por
una autoridad tan alta, y que ha prevalecido por tanto tiempo entre comentaristas y
teólogos protestantes, y que el que se aventura a hacerlo entra en la lista con gran
desventaja. Sin embargo, en interés de la verdad, y con toda reverencia y lealtad a la
enseñanza de la divina Palabra, puede ser, no sólo permisible, sino hasta imperativo,
mostrar por qué causa la interpretación popular de este símbolo debe ser rechazada
por insostenible e incorrecta.

1. Hay una presuposición a priori, del tipo más fuerte, contra la idea de que Roma
es la Babilonia del Apocalipsis. La improbabilidad es grande aun con respecto
a la Roma pagana, pero mucho mayor con respecto a la Roma papal. El
propósito mismo del libro excluye la posibilidad de que Roma sea representada
como uno de los personajes dramáticos. La idea fundamental del Apocalipsis,
como hemos tratado de demostrar, es la Parusía próxima y el juicio de la nación
culpable, que la acompañaba. Roma, la pagana o la cristiana, queda
completamente fuera del campo de visión apocalíptico, que está limitado a "las
cosas que deben suceder pronto". Divagar por todas las épocas y todos los
países en la interpretación de estas visiones queda absolutamente prohibido por
las expresas y fundamentales limitaciones establecidas en el libro mismo.
2. Por otra parte, es de esperarse a priori que se le diese gran prominencia al
Apocalipsis en Jerusalén. Este hecho debería ser la figura central en el cuadro,
si nuestro punto de vista sobre el diseño y el tema del libro son correctos. Si
Apocalipsis es sólo la reproducción y la expansión de la profecía de nuestro
Señor en el Monte de los Olivos, profecía que se ocupa principalmente del
cercano juicio de Israel y de Jerusalén, podemos encontrar lo mismo en
Apocalipsis; y es tan irrazonable buscar a Roma en Apocalipsis como buscarla
en la profecía de nuestro Señor en el Monte.
3. Merece especial atención el hecho de que en Apocalipsis hay dos ciudades, y
sólo dos, que son mencionadas de manera prominente y por nombre por medio
de una representación simbólica. Cada una es la antítesis de la otra. Una es la
personificación de todo lo que es bueno y santo, la otra es la personificación de
todo lo que es impío y maldito. Conocer a cualquiera de las dos es conocer la
otra. Estas dos ciudades en contraste son la nueva Jerusalén y Babilonia la
grande.

No puede haber lugar a dudas en cuanto a lo que se quiere decir con la nueva
Jerusalén: es la ciudad de Dios, la morada celestial, la herencia de los santos en luz.
Pero, entonces, ¿cuál es la antítesis correcta de la nueva Jerusalén? Ciertamente, no
puede ser otra que la antigua Jerusalén. En realidad, esta antítesis entre la antigua
Jerusalén y la nueva la traza Pablo para nosotros tan claramente en la Epístola a los
Gálatas, que nos pone en la mano la clave para la interpretación de este símbolo en
Apocalipsis. El apóstol contrasta la Jerusalén "que ahora es" con la Jerusalén que
habría de ser: la Jerusalén que está en esclavitud con la Jerusalén que es libre: la
Jerusalén de abajo con la Jerusalén de arriba (Gál. 4:25,26). Tenemos una antítesis
similar en la Epístola a los Hebreos, donde "la ciudad que tiene fundamentos" es
contrastada con la "ciudad sin continuidad"; la ciudad "cuyo constructor es Dios" con
la ciudad de creación humana; "la ciudad del Dios viviente" o la "Jerusalén celestial"
con la Jerusalén terrenal (Heb. 11:10, 16; 12:22). De la misma manera, tenemos la
antítesis entre estas dos ciudades presentada clara y ampliamente en Apocalipsis,
siendo una la ramera, y la otra la novia, la Esposa del Cordero.

Estos paralelos o contrastes sólo tienen que ser presentados a los ojos para que hablen
por sí mismos:

La nueva Jerusalén La antigua Jerusalén


La Jerusalén celestial La Jerusalén terrenal
La ciudad que tiene fundamentos La ciudad sin continuidad
La ciudad cuyo constructor es Dios La ciudad cuyo constructor es el hombre
La Jerusalén que ha de venir La Jerusalén que ahora es
La Jerusalén de arriba La Jerusalén de abajo
La Jerusalén que es libre la Jerusalén que está en esclavitud
La ciudad santa La ciudad impía
La novia La ramera

Por lo tanto, la antítesis verdadera y correcta de la nueva Jerusalén es la antigua


Jerusalén: y puesto que la ciudad contrastada con la nueva Jerusalén es también
designada como Babilonia, llegamos a la conclusión de que Babilonia es el nombre
simbólico de la ciudad impía y condenada a muerte, la antigua Jerusalén, cuyo juicio
se predice aquí.

4. Si se objetase que otros nombres simbólicos ya se le han aplicado a la antigua


Jerusalén - a la que se designa como "Sodoma y Egipto" - esto no es razón para
que no se le llame también Babilonia. Si se le puede aplicar un seudónimo, ¿por
qué no otro, con la condición de que describa su carácter? Todos estos
nombres, Sodoma, Egipto, Babilonia, sugieren por igual la maldad y la
impiedad, y las correctas designaciones de la ciudad impía cuyo destino habría
de ser como el suyo.
5. Vale la pena observar que en Apocalipsis hay un título que se le aplica a una
ciudad en particular por excelencia. El título es "la gran ciudad" [η πολιζ µεγα
λη]. Es claro que es siempre la misma ciudad que es designada de este modo, a
menos que expresamente se especifique otra. Ahora bien, la ciudad en que los
testigos son asesinados es designada expresamente con este título, "aquella gran
ciudad", y se le aplican los nombres de Sodoma y Egipto; además, es
identificada particularmente como la ciudad "donde también nuestro Señor fue
crucificado" (cap. 11:8). No puede haber ninguna duda razonable de que esto se
refiere a la antigua Jerusalén. Entonces, si "la gran ciudad" del cap. 11:8
significa la antigua Jerusalén, se deduce que "la gran
ciudad del cap. 16:8, llamada también Babilonia, y "la gran ciudad" del cap.
16:19 debe significar igualmente Jerusalén. Mediante un
razonamiento paralelo, "aquella gran ciudad" [η πολιζ η µεγαλη] en el cap.
17:18 y en otros lugares, tiene que referirse también a Jerusalén. Es una mera
suposición decir, como dice Dean Alford, que Jerusalén nunca es llamada por
este nombre. No hay nada de inapropiado, sino todo lo contrario, en que se le
aplique tal título distintivo a Jerusalén. Para un israelita, era la ciudad real, con
mucho la ciudad de mayor importancia de la tierra, la única ciudad que
correctamente podría ser designada así; y nunca debe olvidarse que las visiones
de Apocalipsis deben ser consideradas desde un punto de vista judío.
6. En la catástrofe de la cuarta visión (la de las siete figuras místicas), el juicio de
Israel es simbolizado por la pisadura del lagar. También se nos dice que "el
lagar fue pisado fuera de la ciudad" (cap. 14:20). Puesto que la vid de la tierra
representa a Israel, como indudablemente lo hace, se deduce que "la ciudad"
fuera de la cual las uvas son pisadas debe ser Jerusalén. La única ciudad
mencionada en el mismo capítulo es Babilonia la grande (ver. 8), que por lo
tanto debe representar a Jerusalén. Es inconcebible que la vid de Judea sea
pisada fuera de la ciudad de Roma.
7. En el cap. 16:19 se dice que "la gran ciudad" es dividida en tres partes por un
terremoto sin precedentes que se menciona en el ver. 18. ¿Cuál gran ciudad?
Evidentemente, Babilonia la grande, de la cual se dice que viene en memoria
delante de Dios. Posiblemente la división de la ciudad no tenga ninguna
importancia especial más allá de ilustrar el desastroso efecto del terremoto, sino
más probablemente es una alusión a la figura empleada por el profeta Ezequiel
al describir el sitio de Jerusalén. (Eze. 5:1-5). Al profeta se le ordena tomar los
cabellos de su cabeza y los pelos de su barba, y, dividiéndolos en tres partes,
quemar una con fuego, cortar otra con un cuchillo, y esparcir la tercera a los
cuatro vientos, desenvainando una espada en pos de ellos; sólo unos pocos
cabellos debían ser preservados y atados en la falda de su manto. Luego sigue
la enfática declaración: "Así dice Jehová el Señor: Esta es Jerusalén". Es
apropiado que en una profecía tan llena de símbolos como la de Ezequiel
busquemos luz en los símbolos de Apocalipsis. No es necesario decir cuán
vívidamente representa esta división tripartita de la ciudad la suerte de
Jerusalén en el sitio de Tito. Apenas es posible imaginar una descripción más
apropiada del hecho histórico real que el resumido en el versículo doce del
mismo capítulo: "Una tercera parte de ti morirá por pestilencia y será
consumida de hambre en medio de ti; y una tercera parte caerá a espada
alrededor de ti; y una tercera parte esparciré a todos los vientos, y tras ellos
desenvainaré espada". Pero, bien que ésta sea o no la alusión en la visión, el
lenguaje es completamente ininteligible si se aplica a cualquier otra ciudad que
no sea Jerusalén. ¿En qué sentido razonable podría decirse que Roma sería
dividida en tres partes? ¿Es Roma la que viene en memoria delante de Dios?
¿Es a Roma a la que se le da a beber el cáliz del vino de la ira de Dios? Esta
última figura debería haber sugerido a los comentaristas la verdadera
interpretación.
Es un símbolo apropiado para Jerusalén. "Despierta, despierta, levántate, oh
Jerusalén, que bebiste de la mano de Jehová el cáliz de su ira; porque el cáliz
de aturdimiento bebiste hasta los sedimentos" (Isa. 51:17).
8. Pero, un argumento de mayor peso, que puede considerarse decisivo contra la
afirmación de que Roma es la Babilonia de Apocalipsis, y que al mismo tiempo
demuestra la identidad entre Jerusalén y Babilonia, es el que se deriva del
nombre y el carácter de la mujer en la visión. Hemos visto que la mujer
representa una ciudad; una ciudad denominada "la gran ciudad que en sentido
espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue
crucificado" (cap. 11:8). Esta mujer o esta ciudad es llamada también
una ramera, "la gran ramera", "la madre de las rameras y las abominaciones de
la tierra". Ahora bien, esta es una denominación familiar y bien conocida en el
Antiguo Testamento, una denominación que es absolutamente inapropiada para
Roma e inaplicable a ella. Roma era una ciudad pagana, y por consiguiente,
incapaz de cometer aquel pecado tan grave y condenable que era posible y,
¡ay!, real, para Jerusalén. Roma no podía violar el pacto de su Dios, de ser
infiel a su divino Esposo, porque ella nunca estuvo casada con Jehová. Ésta fue
la culpa máxima de Jerusalén, de ella sola, entre todas las naciones de la tierra,
y es el pecado por el cual es acusada y condenada a través de toda su historia.
Es imposible leer la descripción gráfica de la gran ramera en Apocalipsis sin
recordar instantáneamente el original en los profetas del Antiguo Testamento.
A través de todo el testimonio de ellos, éste es el pecado, y éste es el nombre,
que ellos arrojan contra Jerusalén. Oímos a Isaías exclamar: "¿Cómo te has
convertido en ramera, oh ciudad fiel?" (Isa. 1:21). "A otro, y no a mí, te
descubriste, y subiste, y ensanchaste tu cama, e hiciste con ellos pacto" (Isa.
57:8). El profeta Jeremías estigmatiza a Jerusalén aún más enfáticamente con
este epíteto lleno de reproche: "Anda y clama a los oídos de Jerusalén,
diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de tí, de la fidelidad de tu juventud,
del amor de tu desposorio" --- "con todo eso, sobre todo collado alto y debajo
de todo árbol frondoso te echabas como ramera" (Jer. 2:2,20). "Has fornicado
con muchos amigos"; "con tus fornicaciones y con tu maldad has contaminado
la tierra"; "has tenido frente de ramera, y no quisiste tener vergüenza"; "ella se
va sobre todo monte alto y debajo de todo árbol frondoso, y allí fornica";
"convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo"; "como
la esposa infiel abandona a su compañero, así prevaricaste contra mí, así
prevaricaste contra mí, oh casa de Israel, dice Jehová" (Jer. 3:2,3,6,14,20).
"Aunque te vistas de grana, aunque te adornes con atavíos de oro, aunque
pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te menospreciarán tus
amantes, buscarán tu vida" (Jer. 4:30). "¿Qué derecho tiene mi amada en mi
casa, habiendo hecho muchas abominaciones?" (Jer. 11:15). "He visto tus
adulterios, tus relinchos, la maldad de tu fornicación sobre los collados; en el
campo vi tus abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalén! ¿No serás al fin limpia?
¿Cuánto tardarás tú en purificarte?" (Jer. 13:27).

Pasando por alto a los otros profetas, es en Ezequiel en quien encontramos la figura
elaborada al máximo. En el capítulo dieciséis, se relata, en estilo alegórico y poético,
la historia entera de Israel, personificada por Jerusalén. Será suficiente citar aquí la
tabla de contenido de ese capítulo en las palabras prefijadas por nuestros traductores.

EZEQUIEL 16 – Contenido

1. El estado natural de Jerusalén se muestra bajo la semejanza de un niño


desdichado. 6. El extraordinario amor de Dios hacia Jerusalén. 15. Su
monstruosa prostitución. 35. Su penoso juicio. 44. Su pecado, comparable al
de su madre, y excediendo al de sus hermanas, Sodoma y Gomorra, demanda
juicio. 60. Se le promete misericordia al final.

Creemos que es apenas posible para cualquier mente honesta e inteligente comparar
las alegorías de Ezequiel en los capítulos dieciséis, veintidós, y veintitrés con la
descripción de la ramera de Apocalipsis, sin convencerse de que en la profecía
encontramos el original y el prototipo de la visión, y de que ambos representan lo
mismo, es decir, a Jerusalén.

Así pues, tenemos evidencia decisiva de que la culpa característica de Jerusalén era el
pecado que se conoce en las Escrituras como adulterio espiritual; una ofensa que no se
le podía imputar a Roma, porque ésta no tenía la misma relación con Dios que tenía
Jerusalén. Es a Jerusalén, y sólo a Jerusalén, a la que se le aplica el desgraciado
epíteto, con melancolía uniforme, peculiar y pre-eminentemente, de "ciudad ramera".

Por supuesto, se objetará a esta identificación de Jerusalén con la Babilonia


apocalíptica que la descripción topográfica de "la gran ciudad" es aplicable a Roma
tan exactamente que es imposible que signifique ninguna otra ciudad. Por ejemplo, el
versículo nueve afirma: "Esto para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son
siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer". Esto tiene que ser Roma, y no puede
ser ninguna otra ciudad, porque ella es notoriamente la "urbe septicollis", la ciudad de
las siete colinas.
Pero el objetor debe haber supuesto que, si la identidad de la ciudad fuese tan
evidente, difícilmente habría sido correcto anteponer a la explicación las significativas
palabras: "Esto para la mente que tenga sabiduría"; es decir, se requiere sabiduría para
entender la interpretación de la visión. Esta explicación es demasiado superficial para
que sea correcta.

En la interpretación de un libro simbólico, una excesiva literalidad. puede ser fuente


de error. Especialmente, el número simbólico siete es el que menos debe tomarse en
sentido estrictamente aritmético. En Apocalipsis, hay muchos ejemplos del uso de este
número simbólico, en el cual ningún intérprete con sentido común soñaría con contar
las unidades. Tenemos siete cabezas, siete ojos, siete lámparas, siete estrellas, siete
truenos, siete espíritus. Sería manifiestamente absurdo insistir en el valor puramente
numérico de tales objetos. Entonces, ¿por qué debe entenderse aritméticamente el
número siete cuando se refiere a montes? ¿No es mucho más congruente con la
naturaleza de un símbolo como este que debe tener un sentido moral o político, más
bien que topográfico, indicando la preeminencia de la ciudad en poder o en
privilegio? Como Capernaúm, Jerusalén fue "levantada hasta el cielo", y como ella,
habría de ser "abatida hasta el Hades".

Pero, admitiendo que la expresión "asentada sobre siete montes" tiene un significado
topográfico, esta característica está representada adecuadamente en la situación de
Jerusalén. Ésta era en realidad una ciudad-monte mucho más que la misma Roma. "Su
cimiento está en el monte santo" (Sal. 87:1). "Grande es Jehová, y digno de ser en
gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo" (Sal. 48:1,2).
Jerusalén era "una ciudad sobre un monte". Aun hoy día, al viajero le llama la
peculiaridad de su ubicación.

"La ciudad misma está soberbiamente emplazada, como una reina, sobre los montes,
con los profundos valles y los montes alrededor de ella para protegerla".

Sin embargo, si todavía el literalista exige que la Babilonia mística tenga el número
completo de colinas, Jerusalén tiene tanto derecho como Roma para asentarse sobre
siete colinas. Además de las bien conocidas colinas de Sión, Moria, Acra, Bezeta, y
Ofel, el castillo de Antonia estaba situado sobre otra altura, y había otra prominencia
rocosa o cumbre sobre la cual Herodes el Grande había construído las torres de
Hípico, Fasalo, y Mariamne. (Véase a Zuellig sobre El Apocalipsis, Stud. und Krit.
para 1842). Es posible, por lo tanto, encontrar siete colinas en Jerusalén; aunque debe
admitirse que Josefo habla sólo de cuatro, o a lo mucho, de cinco. Consideramos, sin
embargo, que el símbolo se refiere a la elevada situación de la ciudad, o a su
preeminencia política. Otra objeción, todavía más formidable, se presentará en la
declaración del vers. 18: "Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre
los reyes de la tierra". Se dirá que esto no se puede aplicar a Jerusalén, y sólo se puede
aplicar a Roma. Jerusalén nunca fue una ciudad imperial, con naciones vasallas y
reyes que pagaban tributo y estaban sujetos a su autoridad, mientras que Roma era la
señora y la reina del mundo.

Por lo que concierne al título "la gran ciudad" [η πολιζ η µεγαλη], hemos
demostrado que en realidad se aplica a Jerusalén en varios pasajes de Apocalipsis
(cap. 11:8,13; 14:8,20; 16:19). Para los judíos, era la gran ciudad, y con justa razón.
Hay un pasaje notable en Josefo, en que éste informa sobre el discurso de Eleazar, el
valiente defensor de la fortaleza de Masada, que incita a sus hombres a destruirse a sí
mismos, junto con sus esposas y sus hijos, antes que rendirse a los romanos:

"¿Dónde, está, pues", dijo él, "aquella gran ciudad, la metrópolis de la nación entera
de los judíos, protegida por tantas murallas circundantes, asegurada por tantos fuertes,
y por la enormidad de sus torres, que con dificultad podía contener sus pertrechos de
guerra, y cuyas guarniciones consistían de tantas miríadas de defensores? ¿Qué fue de
aquella ciudad nuestra en la cual se creía que habitaba Dios mismo? Arrancada de sus
fundamentos, fue barrida, quedando de ella sólo un recuerdo, y estando el
campamento de sus destructores plantado en sus ruinas todavía".

Este pasaje acaba en seguida con la objeción de que el título de "aquella gran ciudad"
no es aplicable a Jerusalén.

Con respecto a la frase "que reina sobre los reyes de la tierra" - la falacia que ha
engañado a muchos es la traducción errónea "los reyes de la tierra" [βασιλειζ τηζ γη
ζ]. Una fuente muy fructífera de confusión y error en la interpretación del Nuevo
Testamento es la manera caprichosa e insegura en que gh fue traducida en nuestra
Versión Autorizada [en inglés - Ed.] Algunas, aunque raras veces, aparece con su
traducción correcta, el territorio; pero más frecuentemente ha sido traducido como la
tierra, y parece que nuestros traductores nunca se tomaron el trabajo de averiguar si la
palabra debe tomarse en su sentido más amplio o en un sentido más restringido. Con
increíble descuido, traducen πασαι αι φυλαι τηζ γηζ como "todas las tribus de la
tierra" en vez de "todas las tribus del territorio"; y η αµπελοζ τηζ γηζ como "la viña
de la tierra" en vez de "la viña del territorio", así que, en el pasaje que tenemos delante
(cap. 17:18), los "reyes de la tierra" debería ser "los reyes del territorio", es decir,
Judea o Palestina. Esta misma frase la usa Pedro en el Nuevo Testamento, en Hechos
4:26,27, con el sentido restringido de "los reyes del territorio" [en inglés - Editor]:
"Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien
ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel", etc., y
reconoce este hecho como cumplimiento de la predicción en el Salmo 2: "¿Por qué se
amotinan la gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes del
territorio [οι βασιλειζ τηζ γηζ] y los príncipes consultarán unidos contra Jehová y
contra su ungido". Los "reyes del territorio", pues, son identificados por el apóstol
Pedro como los gobernantes confederados que ejecutaron al Hijo de Dios en la ciudad
de Jerusalén. Así también ocurre en Apoc. 6:15, donde "los reyes del territorio" [οι β
ασιλειζ τηζ γηζ] son representados como ocultándose de la ira de Aquél que está
sentado en el trono, en el gran día de su ira. La frase, pues, equivale a "la autoridades
gobernantes en el territorio de Judea" o de Palestina.

Ya hemos señalado la correspondencia entre el pasaje a que nos acabamos de referir


(Apoc. 6:15,16) y el bosquejo original de la escena descrita en la profecía de Isaías
(cap. 2:10-22; 3:1-3). Es, por tanto, no es necesario hacer aquí otra cosa que llamar la
atención a la obvia correspondencia entre "los reyes del territorio" en la visión, y "los
poderosos, y los hombres de guerra", etc., en la profecía. Así que, no sólo podemos,
sino que debemos considerar la frase "reyes de la tierra" como "reyes del territorio".

Así interpretada, la descripción de Babilonia la grande como que "reina sobre los
reyes del territorio" se vuelve perfectamente apropiada para Jerusalén. Esto se ve por
el lenguaje con el cual tanto las Escrituras como otros escritos hebreos hablan de la
autoridad y la preeminencia de aquella ciudad. Por ejemplo, el profeta Jeremías
describe a Jerusalén como "la que era grande entre las naciones, ha venido a ser la
señora de provincias" (Lam. 1:1), lenguaje que es plenamente equivalente a "aquella
gran ciudad que reina sobre los reyes del territorio". Nuevamente, si una ciudad tan
pequeña como Belén pudo ser llamada "no la más pequeña entre los príncipes de
Judá" (Mat. 2:6), seguramente de la ciudad metropolitana podría decirse
correctamente que "reinaba sobre los príncipes o gobernantes del territorio". Pero el
lenguaje que Josefo emplea cuando habla de este tema justifica plenamente la
descripción apocalíptica de Jerusalén.

"Judea", nos cuenta, "alcanza en anchura desde el río Jordán hasta Jope. En su mismo
centro está la ciudad de Jerusalén, por cuya causa algunos, no sin razón, han llamado a
aquella ciudad 'el ombligo' del país. Judea está dividida en once jurisdicciones
(toparquías), de las cuales Jerusalén, como asiento de la realeza, es suprema,
exaltada por encima de toda la región adyacente, como la cabeza lo está sobre el
cuerpo".

Este lenguaje equivale a la expresión "aquella gran ciudad que reina sobre los reyes o
gobernantes del territorio".

Es posible que se considere difícil que la Jerusalén de la era apostólica pudiese


llamarse con propiedad "la ciudad ramera", pues ese nombre implica idolatría, es
decir, adulterio espiritual; mientras que los judíos de ese período eran intensamente
monoteístas y hasta amenazaban con rebelarse antes que permitir que el templo fuese
profanado con la introducción de la estatua del emperador. Esto es, sin duda, cierto en
la letra; pero como lo indica Pablo (Rom. 2:22), los judíos de su tiempo, mientras que
aborrecían los ídolos, eran culpables de sacrilegio. Esto ha sido bien expresado por el
Dr. Dodge:

"La esencia de la idolatría era profanación de Dios: de esto los judíos eran culpables en alto
grado. Habían convertido la casa de Dios en cueva de ladrones".

Habían apostatado de Dios tan realmente como si hubiesen establecido el culto de


Baal o de Júpiter. Al rechazar al Mesías, habían roto definitivamente el pacto de su
Dios. Nuestro Señor declaró expresamente que aquella generación resumía en sí
misma los crímenes y la culpa de todos sus predecesores. Era hija y heredera de todas
las generaciones malvadas que habían existido antes, y había colmado la medida de
sus antepasados: "Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha
derramado sobre la tierra", etc. "De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta
generación" (Mat. 23:35,36).

Un argumento más para identificar a Jerusalén con la Babilonia apocalíptica, y un


argumento que consideramos concluyente, hay que encontrarlo en el carácter
atribuido a la ciudad como perseguidora y asesina de profetas y santos: "Vi a la mujer
ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús" (cap. 17:6);
"Y en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han
sido muertos en la tierra" (cap. 18:24); "Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos,
apóstoles, y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella" (cap. 18:20). ¿Quién
puede dejar de reconocer en esta descripción las características distintivas de la
Jerusalén de "aquella generación"? ¿Quién es la que mata a los profetas y apedrea a
los que son enviados a ella? Jerusalén. ¿Cuál es la ciudad fuera de la cual no puede
perecer ningún profeta - que disfruta del infame monopolio de asesinar a los
mensajeros de Dios? Jerusalén. La sangre de los santos y de los profetas es la mancha
inmemorial sobre Jerusalén; la marca del asesino está estampada en su frente; y la
generación que crucificó a Cristo es descrita por Él como "hijos de aquellos que
mataron a los profetas", y "llenaron la medida de sus padres" (Mat. 23:30-32).

Es imposible confundir al objeto de esta conspicua y distintiva acusación inscrita en la


frente de Jerusalén, mucho antes estigmatizada por el profeta Ezequiel como "la
ciudad de sangres" (Eze. 22:2; 24:6-9).

No es sin razón, por tanto, que a los apóstoles y profetas se les invita a regocijarse por
la caída de su implacable perseguidora y asesina. Las almas bajo el altar hacía mucho
que habían clamado: "¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas
nuestra sangre en los que moran en la tierra?" Se habían consolado con el mensaje:
"para que descansasen un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus
consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos", luego
"Dios vengará pronto a sus escogidos". Y ahora el día de la venganza, el año de sus
redimidos, ha llegado.

¿Puede alguna prueba ser más concluyente que es Jerusalén, la asesina de los profetas,
la que se describe aquí -- que Jerusalén es la Babilonia del Apocalipsis? Cuán exacta
es la correspondencia entre la predicción de nuestro Señor en Lucas 11:49-51 y su
cumplimiento en Apoc. 18:24:

"Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas "Y en ella se halló la sangre de
y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán, los profetas y de los santos, y de
para que se demande de esta generación la sangre de todos los todos los que han sido muertos
profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo". en la tierra".

Habiendo intentado así identificar a la mujer de la visión, ahora procedemos a


investigar el misterio de la bestia sobre la cual está sentada.

EL MISTERIO DE LA BESTIA ESCARLATA

Cap. 17:3,7-11.- "Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de
nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos ... Yo te diré el misterio
de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los diez
cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a
perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos
desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia
que era y no es, y será. Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas
son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. Cinco de ellos
han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure
breve tiempo. La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete,
y va a la perdición".

No puede haber ninguna duda razonable de que la bestia [θηριον] descrita aquí es
idéntica a la del capítulo 13. El nombre, la descripción, y los atributos del monstruo
apuntan claramente a la misma identidad. Hay, sin embargo, detalles adicionales en
esta segunda descripción que al principio parecen oscurecer más bien que aclarar el
significado. El color escarlata puede, en verdad, reconocerse como símbolo de la
dignidad imperial; pero, ¿qué puede decirse de las aparentes paradojas "era, y no es, y
será"? y "es el octavo [rey], y es de entre los siete, y va a la perdición"?

Ya hemos sido llevados a la conclusión de que la bestia (cap. 13) significa Nerón. La
paradoja o el enigma que lo representa como "la bestia que era, y no es, y será" es un
rompecabezas que a primera vista parece inexplicable. Es evidentemente una
contradicción de términos, y sólo puede ser verdadera en algún sentido peculiar. Que
tiene que ser verdad acerca de Nerón en algún sentido es uno de los hechos más
extraordinarios de la historia, y le ajusta esta descripción simbólica con toda la fuerza
de la demostración. Parece establecido por la más clara evidencia que, a la muerte de
Nerón, hubo una creencia popular y muy extendida de que el tirano todavía vivía, y
que pronto reaparecería. Tenemos el testimonio expreso de Tácito, Suetonio, y otros
historiadores en cuanto a la existencia de tal convicción. Se ha objetado que esta
explicación de la paradoja casi imputa la equivocación a las Escrituras. ¿Qué puede
ser más frívolo que este argumento? Cualquier explicación de qué es una
contradicción de términos debe ser hasta cierto punto antinatural y equívoco; pero, al
tratar con un libro de símbolos, es absurdo exigir la verdad literal. ¿Hay que demostrar
que Nerón tenía diez cuernos?

Ciertamente es correcto que el profeta-vidente indicase una persona, a quien no se


atrevía a nombrar, por cualquier representación simbólica que condujese a su
reconocimiento. ¿Qué sería más distintivo de la persona particular que se tenía en
mente que este mero hecho de su esperada reaparición después de muerta? ¿De
cuántas personas en el mundo podría expresarse tal opinión? El hecho de que sea
históricamente cierto que prevaleciese tal engaño popular con respecto a Nerón lo
consideramos como prueba singular y concluyente de que él es el individuo denotado
por el símbolo.

LOS SIETE REYES

Es más difícil resolver el enigma de los siete reyes, uno de los cuales es la bestia, y sin
embargo, es el octavo. Las siete cabezas del monstruo parecen ser emblemáticas, no
sólo de las siete colinas sobre las cuales se sienta la mujer, sino también de siete reyes
que tienen una relación doble, a saber, con la mujer y con la bestia. El antitipo del
símbolo debe, por tanto, sustentar esta doble relación, aunque uno esperaría, por ser
connatural con el monstruo, que su relación con él sería de lo más íntima. De estos
siete reyes, "cinco", se dice, "han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando
venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que era, y no es, es también el
octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición".

Ya hemos visto que, en general, el número siete, siendo un número simbólico, no debe
ser tomado como otras tantas unidades, sino como indicación de perfección o de
totalidad. Hay ocasiones, sin embargo, en que parece necesario tomarlo en sentido
aritmético, por ejemplo, cuando está en estrecha relación con otros números. En el
caso que nos ocupa, en que leemos acerca de siete reyes, cinco de los cuales han
caído, y uno es, y el séptimo aún no ha venido, mientras se sugiere un octavo
misterioso, es difícil entender el número siete en cualquier otro sentido que no sea el
literal.
Entonces, ¿dónde debemos buscar para encontrar estos siete reyes o estas siete
cabezas? Es también presumible que también estén donde están las montañas, en el
lugar en que la escena se desarrolla. Si la ramera significa Jerusalén, debemos esperar
encontrar a los reyes allí también. ¿Dónde, pues, en Jerusalén deben encontrarse siete
reyes, y un misterioso octavo? Se han sugerido los reyes del linaje herodiano, a saber:
1. Herodes el Grande; 2. Arquelao; 3. Filipo; 4. Herodes Antipas; 5. Agripa I; 6.
Herodes de Calcis; 7. Agripa II. Esta es la sugerencia del Dr. Zwellig, y merece la
alabanza de la ingeniosidad; pero hay dos objeciones fatales contra ella: primera, no
se puede decir de todos que han sido reyes o gobernantes en Jerusalén, ni siquiera en
Judea; y segunda, no todos pertenecen al período apocalíptico, el fin de la era judía, o
los últimos días de Jerusalén, lo cual es una condición indispensable.

Nos aventuramos a proponer otra solución, que creemos llenará en todos sus respectos
los requisitos del problema. Teniendo presente lo que ya se ha demostrado, que el
título de "reyes" se usa a menudo como sinónimo de gobernantes o gobernadores,
sugerimos que el basileiz a los que se alude aquí no son otros que los procuradores
romanos de Judea bajo la autoridad de Claudio y de Nerón. Fue en el reinado de
Claudio que Judea se convirtió en provincia romana por segunda vez. Este hecho es
declarado expresamente por Josefo, y es también la razón de que se hiciera el cambio.
A la muerte de Herodes Agripa I, a quien Calígula había conferido la soberanía del
reino entero, su hijo Agripa II fue considerado por Claudio como muy joven para
ocupar el trono de su padre. Judea quedó, por tanto, reducida a la forma de una
provincia. Cuspio Fado fue enviado a Judea como el primero de esta segunda serie de
procuradores.

Estos procuradores eran en realidad virreyes, y responden bien al título de basileiz en


la visión. También, su número cuadra exactamente con el que se da en Apocalipsis.
Desde el nombramiento de Cuspio Fado hasta el estallido de la guerra judía, hubo
siete gobernadores con plenos poderes en Jerusalén y en Judea. Éstos fueron: 1.
Cuspio Fado; 2. Tiberio Alejandro; 3. Ventidio Cumano; 4. Antonio Felix; 5. Porcio
Festo; 6. Albino; 7 Gesio Floro.

Aquí tenemos, pues, un período bien definido, que cae dentro de los límites
apocalípticos en cuanto a tiempo, que ocupa terreno apocalíptico en cuanto a lugar, y
que corresponde al símbolo apocalíptico en cuanto a número, carácter, y título. Estos
virreyes sustentan la doble relación requerida por el símbolo; estaban relacionados
con la bestia como romanos y como delegados; y están relacionados con la mujer
como poderes gobernantes.

Ahora es fácil ver cómo se puede decir que Nerón mismo, la bestia que sube del mar,
el tirano extranjero, es el octavo, y sin embargo de entre los siete. Él era la cabeza
suprema, y estos procuradores eran sus delegados, los representantes del emperador
en Judea y en Jerusalén. Así, puede decirse que él de entre ellos, y sin embargo,
diferente de ellos -- el octavo, y sin embargo, de entre los siete. Esto proporciona una
propiedad natural y adecuada al lenguaje aparentemente enigmático y paradójico de la
representación simbólica, y resuelve el enigma sin violentas torturas ni diestras
manipulaciones.

LOS DIEZ CUERNOS DE LA BESTIA

Hay también mucha oscuridad en el siguiente símbolo, que aparece en el capítulo


17:12.

"Y los diez cuernos que has visto son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una
hora [o en una hora, --- contemporáneamente] recibirán autoridad como reyes juntamente con la
bestia".

Se observará que estos "diez reyes" tienen las siguientes características:

1. Son satélites o tributarios de la bestia, es decir, están sujetos a Roma.


2. Son aliados de la bestia contra Jerusalén.
3. Son hostiles al cristianismo.
4. Son hostiles a la ramera, y agentes activos en su destrucción.
5. Cuando el apóstol escribió, estos reyes todavía no habían sido investidos de
poder.
6. Su poder sería contemporáneo con el de la bestia.

En general, llegamos a la conclusión de que este símbolo significa los príncipes y


jefes auxiliares que eran aliados de Roma y recibían órdenes del ejército romano
durante la guerra judía. Por Tácito y Josefo, sabemos que varios reyes de los países
vecinos siguieron a Vespasiano y a Tito en la guerra. Ya se ha hecho alusión a
algunos de estos auxiliares: Antíoco, Soemo, Agripa, y Malco. Sin duda, hubo otros,
pero no es necesario producir el número exacto de diez, que, como el número siete,
parece ser un número místico o simbólico. Estos reyes son representados como
animados de una encarnizada hostilidad hacia Jerusalén, la ciudad ramera:
"Aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y
la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él
quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras
de Dios" (Apoc. 17:16,17). Tácito habla de la encarnizada animosidad contra los
judíos de la cual se llenaron los auxiliares árabes de Tito, y tenemos una terrible
prueba del intenso odio que sentían hacia los judíos las naciones vecinas en las
matanzas a gran escala perpetradas contra aquel desgraciado pueblo en muchas
grandes ciudades justo antes de que estallase la guerra. Toda la población judía de
Cesarea fue masacrada en un día. En Siria, cada ciudad se dividió en dos campos,
judíos y sirios. En Citópolis, más de trece mil judíos fueron masacrados; en Ascalón,
Tolemaica, y Tiro, tuvieron lugar atrocidades similares. Pero en Alejandría, la
carnicería de los habitantes judíos excedió a todas las otras matanzas. Todo el barrio
judío se inundó de sangre, y cincuenta mil cadáveres yacían en horrorosos montones
en las calles. Este es un terrible comentario sobre las palabras del ángel-intérprete:
"Los diez cuernos que viste en la bestia aborrecerán a la ramera", etc.

Sólo resta observar otra característica de la visión. La mujer es representada como


"sentada sobre muchas aguas", y en el versículo quince se dice que estas aguas
significan "pueblos, y muchedumbres, y naciones, y lenguas". De la Babilonia
mística, como de su prototipo la Babilonia literal, se dice que "se sienta sobre muchas
aguas". El profeta Jeremías se dirige así a la antigua Babilonia: "Tú, la que moras
entre muchas aguas" (Jer. 51:12), y esta descripción parece igualmente apropiada para
Jerusalén.

La influencia ejercida por la raza judía en todas partes del Imperio Romano antes de la
destrucción de Jerusalén era inmensa; sus sinagogas se encontraban en todas las
ciudades, y sus colonias echaban raíces en todas las regiones. En Hechos 2, vemos las
maravillosas ramificaciones de la raza hebrea en países extranjeros, por la
enumeración de las diferentes naciones representadas en Jerusalén el día de
Pentecostés: "Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las
naciones bajo el cielo ... partos, medos, elamitas, los que habitaban en Mesopotamia,
en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las
regiones de África más allá de Cirene, y romanos allí residentes, tanto judíos como
prosélitos, cretenses y árabes". Se podía decir verdaderamente de Jerusalén que "se
sentaba sobre muchas aguas", es decir, que ejercía poderosa influencia sobre "pueblos,
y muchedumbres, y naciones, y lenguas".

Tal es la visión de la "ciudad ramera", cuyo destino es el gran tema de la profecía


tanto de nuestro Señor en el Monte de los Olivos como de Apocalipsis. Que es
Jerusalén, y sólo ella, de la que se habla aquí creemos que es abundantemente claro
para toda mente desprejuiciada y honesta; cualquier otro tema será completamente
extraño a todo el propósito y el fin de Apocalipsis.

NOTA SOBRE APOCALIPSIS 17

IDENTIDAD DE LA BESTIA DE APOCALIPSIS CON EL HOMBRE DE


PECADO EN 2 TESALONICENSES 2

Antes de abandonar este capítulo, es pertinente señalar la notable correspondencia


entre "el hombre de pecado" bosquejado por Pablo en 2 Tes. 2 y la bestia descrita por
Juan en Apocalipsis 13 y 17. Se observará que ninguno de los apóstoles nombra al
formidable personaje al cual señala, sin duda por la misma razón. Por sí sola, esta
circunstancia sería suficiente para indicar a quién se tiene en mente. Habría pocas
personas, probablemente no más de una, cuyo nombre sería peligroso pronunciar, y
esa una sería la más poderosa en el territorio. No podemos suponer que el nombre ha
sido suprimido meramente por causa de la mistificación: debe haber habido un motivo
adecuado; ese motivo debe haber sido prudencial; y si es prudencial, entonces, sin
duda es político; vale decir, evitar incurrir en la sospecha de ser desafecto al gobierno.

Además de esto, hay una correspondencia tan detallada y tan múltiple entre "el
hombre de pecado" de Pablo y "la bestia" de Juan que es casi seguro que ambos se
refieren al mismo individuo. Sobre bases independientes y tratando cada tema por
separado, ya hemos llegado a la conclusión de que ambos apóstoles tienen en mente al
emperador Nerón, y cuando colocamos las dos partituras una al lado de la otra, esta
conclusión queda establecida definitivamente. Sólo es necesario echar un vistazo a las
descripciones paralelas para convencerse de que describen al mismo individuo, y de
que ese individuo es el monstruo Nerón.

EL HOMBRE DE PECADO, 2
LA BESTIA, APOC. 13, 17
TES. 2
"Sobre sus cabezas, un nombre blasfemo" (13:1).
"El hombre de pecado" (ver. 3).
"Llena de nombres de blasfemia" (17:3).
"La bestia está ... para ir a perdición" (17:8).
"El hijo de perdición" (ver. 3).
"Y va a la perdición" (17:11).
"Aquel inicuo" (ver. 8). "Se le dio autoridad para actuar" (13:5).
"El cual se opone y se levanta contra todo "Se le dio boca que hablaba grandes cosas y
lo que se llama Dios o es objeto de culto" blasfemias ... abrió su boca en blasfemias contra
(ver.4). Dios" (13:5,6).
"Y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la
"Se sienta en el templo de Dios como
bestia? ... Y la adoraron todos los moradores de la
Dios, haciéndose pasar por Dios" (ver. 4).
tierra [del territorio]" (13:5,6).
"Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá"
(17:14).
"A quien el Señor matará con el espíritu de
su boca, y destruirá con el resplandor de su
"Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta ...
venida" (ver. 8).
Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de
fuego que arde con azufre" (19:20).
"Cuyo advenimiento es por obra de "Y el dragón le dio su poder" (13:2).
Satanás" (ver. 9)
"También hace grandes señales, de tal manera que aun
"Con gran poder y señales y prodigios
hace descender fuego del cielo a la tierra delante de
mentirosos" (ver. 9).
los hombres" (13:13)
"Con todo engaño de iniquidad para los
que se pierden" (ver. 10).
"Engaña a los moradores de la tierra con las señales
que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia"
"Por esto Dios les envía un poder
(13:14).
engañoso, para que crean la mentira" (ver.
11).
"Para que sean condenados todos los que "Si alguno adora a la bestia y a su imagen ... él
no creyeron a la verdad" (ver. 12). también beberá del vino de la ira de Dios" (14:9,10).

LA CAÍDA DE BABILONIA

La siguiente escena de la visión representa la suerte de la ciudad ramera, lo cual ocupa


la totalidad del capítulo 17. Primero, un ángel poderoso, cuya gloria ilumina la tierra,
proclama en alta voz, casi con las mismas palabras que las del cap. 14:8: "Ha caído,
ha caído Babilonia". Su destino es la consecuencia de su pecado, y en este momento
supremo su degradación moral es declarada con el mayor énfasis: "Se ha hecho
habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave
inmunda y aborrecible", etc. De cuán apropiada es esta descripción de Jerusalén en su
decadencia testifican las páginas de Josefo:

"De algún modo, aquel período", nos cuenta, "había sido tan prolífico en iniquidades
de todo tipo entre los judíos, que ninguna obra malvada había quedado sin ser
perpetrada... tan universal era el contagio tanto público como privado, y tal era el
esfuerzo por superarse los unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios y de
injusticia hacia el prójimo".

"No existió jamás otra generación más prolífica en el crimen".

"Creo que, si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, la tierra se
habría abierto y se hubiese tragado la ciudad, ésta habría sido barrida por un diluvio, o
habría participado de los relámpagos de la tierra de Sodoma".

Luego, se oye una voz desde el cielo llamando al pueblo de Dios a salir de la ciudad
condenada a muerte: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus
pecados, y no recibáis de sus plagas". Observamos aquí cómo la catástrofe final se
mantiene en suspenso -- una y otra vez parece como si el fin ha llegado en realidad, y
luego encontramos que se interponen nuevas circunstancias, y que el golpe ha sido
aparentemente detenido en el momento mismo en que estaba a punto de ser asestado.
Esta característica de Apocalipsis aumenta grandemente el efecto dramático, y
estimula poderosamente el interés en la acción. Podría haberse supuesto que todos los
fieles habían abandonado mucho antes la ciudad condenada; pero no debemos buscar
la misma estricta consistencia y secuencia en una descripción poética y figurada que
en una narración histórica. Además, las imágenes se derivan parcialmente de la
descripción profética de la caída de la antigua Babilonia como la presenta Jeremías
(cap. 51), donde encontramos este mismo llamado a "salir de ella" (ver. 45).

Después de esto, sigue una endecha, si puede llamarse así, solemne y patética, acerca
de la ciudad caída, cuya hora final ha llegado. Los reyes y gobernantes del territorio,
los mercaderes-comerciantes, y los marineros que la conocían en la plenitud de su
poder y de su gloria, ahora lamentan su caída. La ciudad real, el emporio del comercio
y la riqueza, está envuelta en llamas, y los marineros y mercaderes que se
enriquecieron con su tráfico están a la distancia, contemplando el humo de su
incendio, y llorando: "¿Cuál ciudad como esta gran ciudad?" La descripción que en
este capítulo se da de la riqueza y el lujo de la Babilonia mística apenas podría parecer
apropiada para Jerusalén si no fuese porque en Josefo tenemos amplia evidencia de
que no hay ninguna exageración, ni siquiera en esta representación altamente
elaborada. Más de una vez, el historiador judío habla de la magnificencia y la vasta
riqueza de Jerusalén. Es muy notable que el inventario de los despojos, tomados del
tesoro del templo contiene casi todos los artículos enumerados en este lamento por la
ciudad caída: "Oro, plata, piedras preciosas, púrpura, escarlata, canela, especias,
ungüentos, e incienso".

No menos llamativa es la descripción que da Josefo del botín de la ciudad capturada,


que fue llevado en procesión por las calles de Roma en el triunfo de Vespasiano y
Tito, y que justifica plenamente el cuadro de profusión y magnificencia trazado en
Apocalipsis.

Sigue la última escena de la tragedia de la ciudad ramera. Un ángel poderoso toma


una piedra, como una gran piedra de molino, y la arroja al mar, diciendo: "Con el
mismo ímpetu será derribada Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada"
(ver. 21). Su desolación es ahora completa: su gloria ha huido; ha quedado en silencio
y en soledad, pues "en una hora ha llegado su juicio", "en una hora ha sido desolada".

Puede que se diga que esto es poesía, y sin duda lo es; pero también es historia. Tan
total fue la destrucción de Jerusalén, que Josefo dice: "Ya no había nada que hiciera
pensar a los que visitaban el lugar que alguna vez había sido habitado".

Ya hemos comentado las palabras finales del capítulo, que proporcionan evidencia
decisiva de la identidad de la ciudad ramera: "Y en ella se halló la sangre de los
profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra" (ver. 24).
Estas palabras no se aplican a ninguna otra ciudad aparte de Jerusalén, y demuestran
de modo concluyente que Jerusalén es el tema de toda la representación visionaria.
Jerusalén era preeminentemente la "asesina de profetas", y la sangre de ellos será
requerida de ella, de acuerdo con la predicción del Señor: "Para que venga sobre
vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra" (Mat. 23:35).

Podríamos suponer que ahora hemos llegado a la catástrofe de la visión, puesto que el
juicio de la gran ramera está completo, y ella desaparece de la escena; pero el tema
continúa todavía en los dos capítulos siguientes, que se ocupan principalmente de
hechos de juicio contra los otros enemigos de Cristo y de su iglesia.

Primero, sin embargo, tenemos un cántico de triunfo en el cielo por el criminal caído
y condenado cuyo terrible juicio se ha consumado (cap. 19:1-5). Es el coro de Aleluya
de una gran multitud, cuya voz es como la de muchas aguas, y como la voz de truenos
poderosos, que da gloria a Dios por la justicia ejecutada en la ciudad ramera, y por la
venganza de la sangre de sus siervos derramada por su mano. Ahora se ha cumplido la
promesa de Dios de que vengaría prontamente la sangre de sus elegidos, que
clamaban a Él día y noche. Ahora, también, ha venido el reino de Dios: la
consumación tiempo ha predicha y por tanto tiempo esperada, por la cual han
ascendido al cielo sin cesar las oraciones de los santos: "Venga tu reino". La gran
victoria del Mesías ha sido obtenida; su reino ha alcanzado su pleno desarrollo; el
Mesías entrega a su Padre su autoridad delegada; y un estallido de aclamación resuena
por todo el cielo: "¡Aleluya!, porque el Señor Dios omnipotente reina".

Pero la venida del reino está asociada con otros sucesos, siendo uno de los principales
"las bodas del Cordero", para las cuales se da ahora la nota de preparación, aunque los
detalles del suceso se reservan para la séptima y última visión. Es evidente que las
nupcias del Cordero se anuncian prolépticamente, de acuerdo con el uso frecuente en
Apocalipsis. Esta unión pública y solemne de Cristo con su iglesia es lo que se
prefigura en las parábolas de la fiesta de bodas (Mat. 22) y de las diez vírgenes (Mat.
25). Es la cena de bodas del gran Rey, a la cual rehúsan venir los primeros invitados,
que maltrataron y mataron a los mensajeros del rey. Ahora les ha sobrevenido el
juicio: "El rey envió sus ejércitos, y destruyó a aquellos asesinos, y quemó su ciudad"
(Mat. 22:7).

Pero antes de que tenga lugar esta feliz consumación, deben ejecutarse actos de juicio.
La Babilonia mística ha sido juzgada, pero los otros enemigos del Rey - la bestia, su
delegado el falso profeta, y el dragón - todavía deben recibir su merecido castigo.

EL JUICIO DE LA BESTIA Y SUS PODERES ALIADOS


Cap. 19:11-21. "Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo
montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como
llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que
ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su
nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino
finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada
aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el
lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su
muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Y vi a
un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que
vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que
comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus
jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. Y vi a la bestia, a los
reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el
caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que
había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que
recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron
lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron
muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves
se saciaron de las carnes de ellos".
Este magnífico pasaje describe el gran suceso que ocupa un lugar tan prominente en la
profecía del Nuevo Testamento, la Parusía, o la venida en gloria del Señor Jesucristo.
Viene del cielo; viene en su reino; "había en su cabeza muchas diademas"; viene con
sus santos ángeles; "le siguen los ejércitos del cielo"; viene a ejecutar juicio sobre sus
enemigos; viene en gloria. Puede preguntarse: ¿Por qué es colocada la Parusía
después del juicio de la ciudad ramera, y no antes? Debe recordarse que es un poema,
más bien que una historia, lo que ahora estamos leyendo; un drama, más bien que un
diario de transacciones, y que no hay ningún libro en el que el efecto poético y
dramático sea más estudiado que Apocalipsis. A menudo, estas visiones episódicas
son sacadas de su estricto orden cronológico para que puedan ser presentadas con
mayores detalles y puedan hacer una adecuada impresión en la mente del lector. Al
mismo tiempo, no admitimos que haya un anacronismo en el lugar que ocupa la
Parusía. Si examinamos el discurso profético en el Monte de los Olivos,
descubriremos el mismo orden de sucesos. Es inmediatamente después de la gran
tribulación cuando aparece en el cielo la señal del Hijo del hombre, y "ven al Hijo del
hombre viniendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria" (Mat. 24:29,30). La
escena representada en esta visión es ese mismo suceso. El Señor Jesús es
"manifestado desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar
retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor
Jesucristo" (2 Tes. 1:7,8).
La secuela del capítulo relata la victoria del Cordero sobre los enemigos de su causa.
Un ángel de pie en el sol llama a todas las aves del cielo a saciarse de los cadáveres de
los que han de morir en el conflicto venidero. Los ejércitos de la bestia y sus poderes
aliados se congregan para hacer la guerra al Mesías. Los dos entran en combate, y los
enemigos de Cristo son derrotados. La bestia es tomada prisionera, y con ella el falso
profeta que gobernaba en su nombre. "Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un
lago de fuego que arde con azufre", mientras que sus seguidores perecen "con la
espada que salía de la boca del que montaba el caballo".

Si se pregunta: ¿Qué representan estos símbolos?, la respuesta es: Seguramente


ningún conflicto literal con armas carnales. No es sobre ningún campo de batalla
sobre terreno literal que el Redentor glorificado y sus legiones celestiales se enfrenta a
las huestes combinadas de la tierra y el infierno. No podemos ir a las páginas de
Josefo o de Tácito, o de ningún otro historiador, en busca de los sucesos que
corresponden a estos símbolos. En ellos leemos dos grandes verdades: Cristo debe
vencer; sus enemigos deben perecer. Sin embargo, hay una porción de hecho histórico
en este simbolismo. Así como en la representación simbólica de la gran ramera
encontramos el hecho histórico de la destrucción de Jerusalén, en esta captura y
ejecución de la bestia y su congénere encontramos el hecho histórico de la destrucción
de Nerón y su lugarteniente, o delegado, en Judea. Éste es el núcleo de hecho histórico
en el centro de la visión. Jerusalén, la ciudad ramera, pereció en fuego y sangre. Tanto
Nerón, el rey bestia, el sanguinario perseguidor de los cristianos, como Gesio Floro, el
tirano que incitó a la rebelión a los infelices judíos, murieron violentamente. Estos
sucesos eran en realidad juicios divinos, previstos y predichos mucho antes de que
ocurriesen, y escritos con espeluznantes detalles en las páginas de la historia, visibles
y legibles para siempre. Estos son los hechos históricos presentados en toda la pompa
y el esplendor de imágenes simbólicas en Apocalipsis. Los símbolos eran dignos de
los hechos, y los hechos son dignos de los símbolos. No hay duda de que aquí hay
algo de anacronismo. En la visión, la muerte de Nerón es colocada después del juicio
de Jerusalén, aunque en realidad precedió a ese suceso por dos años o más. Como
hemos observado antes, algo hay que conceder a la licencia poética. En una epopeya,
un drama, o una visión, es irrazonable exigir una estricta secuencia cronológica.
Ahora bien, el Apocalipsis está compuesto con consumado arte. Como observó Henry
More hace mucho tiempo: "Jamás libro alguno fue escrito con tal arte como este de
Apocalipsis, como si cada palabra hubiese sido pesada en balanza antes de ser
escrita". El efecto dramático es ciertamente aumentado en gran manera por el hecho
de haber colocado donde están la captura y el castigo de la bestia". El primero y más
prominente lugar se le asigna naturalmente a la ciudad ramera, y el vidente, habiendo
comenzado con el juicio de ella, lo lleva a su consumación final. Luego, el vidente
regresa a la bestia, y presenta su destino; y por fin, en el siglo veinte, procede a
describir el castigo infligido a la tercera potencia hostil, el dragón.
Hay, sin embargo, otra respuesta al cambio de anacronismo. Vale la pena considerar si
la escena entera de la gran batalla y la victoria de Cristo el Rey, y el castigo de la
bestia y sus ejércitos, no pueden ser concebidos como teniendo lugar en espíritu, no en
carne. Esto es, si no puede ser la representación de transacciones en el estado
invisible; el juicio de los muertos, no de los vivos. Una transacción terrenal
ciertamente no es; y si la consideramos como la representación simbólica del juicio y
la condenación de los enemigos del Cordero en el mundo de los espíritus -- un vistazo
a aquella gran escena judicial mostrada en Mat. 25; "cuando el Hijo del hombre venga
en su gloria, y sean reunidas delante de él todas las naciones" -- esto aliviaría a la
visión de cualquier anacronismo y satisfaría abundantemente todos los requisitos del
caso. La probabilidad de este punto de vista queda confirmada fuertemente por el
hecho de que este castigo de la bestia y sus ejércitos sigue a la alusión a la cena de
bodas del Cordero, un suceso que ciertamente se supone tiene lugar en el estado
espiritual y eterno.

EL JUICIO DEL DRAGÓN

Cap. 20:1-3. "Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una
gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y
Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello
sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil
años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo".

Ahora nos acercamos a una porción de Apocalipsis envuelta en mucha oscuridad y


que, por la naturaleza misma del caso, va más allá de los límites que, por las expresas
declaraciones del escritor, repetidas una y otra vez, circunscriben el resto de la
profecía de este libro.

Muchos consideran que el hecho de que las visiones de Apocalipsis abarcan un


período tan prolongado como mil años es prueba incontrovertible de que el
cumplimiento de las predicciones que el libro contiene no debe restringirse a un breve
período. Por ejemplo, Dean Alford dice:

"Hay que confesar que en ταχει [en breve] contiene, entre otros períodos, uno de mil
años. ¿Sobre qué principio debemos afirmar que no abarca un período bastamente
superior a éste en su contenido total?"

Lo que a los ojos de Dean Alford parece una objeción tan insuperable es desestimada
nada menos que por Moses Stuart, que dice:
"La porción del libro que contiene esto [la referencia a un período distante] es tan
pequeña, y la parte del libro que se cumplió en breve es tan grande, que no se puede
construir ninguna dificultad razonable con respecto a la afirmación que tenemos
delante. 'Cuán en ταχει, es decir, en breve, ocurrieron realmente las cosas a causa de
las cuales se escribió el libro principalmente".

La verdad es que algunos intérpretes intentan salvar la dificultad suponiendo que los
mil años, siendo un número simbólico, pueden representar un período de muy corta
duración, y así, intentan poner el todo dentro de los límites apocalípticos prescritos;
pero este método de interpretación nos parece tan violento y antinatural que no
dudamos en rechazarlo. El acto de atar y encerrar al dragón ciertamente cae dentro del
"en breve" de la declaración apocalíptica, porque coincide, o casi coincide, con el
juicio de la ramera y de la bestia; pero se afirma claramente que el término de la
prisión del dragón es de mil años, y así, tiene que pasar necesariamente más allá del
campo visual tan estricta y tan constantemente limitado por el libro mismo. Creemos,
sin embargo, que éste es el solitario ejemplo que el libro entero contiene de esta
excursión más allá de los límites del "en breve", y concordamos con Stuart en que no
se puede construir ninguna razonable dificultad a cuenta de esta sola excepción de la
regla. Al continuar, también descubriremos que los sucesos a los que se alude como
teniendo lugar después de la terminación de los mil años se predicen como en una
profecía, y no se representan como en una visión. En realidad, parece evidente que el
pasaje, cap. 20:5-10, es introducido parentéticamente, interrumpiendo la continuidad
de la narración, que se reanuda nuevamente en el ver. 11, como veremos.

Evidentemente, el derrocamiento y castigo de los enemigos de Cristo estarían


incompletos sin un acto similar de juicio contra el principal instigador y jefe de la
confederación, el dragón, o Satanás. En consecuencia, su hora ha llegado: es apresado,
encadenado, y arrojado al abismo, que es sellado por encima de él, y es sentenciado a
permanecer preso durante un período llamado "mil años".

Este acto de apresar, encadenar, y arrojar al abismo se representa como teniendo lugar
ante los ojos del vidente, siendo introducido con la fórmula: "Y vi". Es un acto
contemporáneo, o casi contemporáneo, con los juicios ejecutados contra los otros
criminales, la ramera y la bestia. Esta parte de la visión, pues, cae dentro de los límites
apropiados de la visión apocalíptica, y es parte integral de la serie de grandes sucesos
relacionados con la Parusía.

¿Hemos, pues, de suponer que cualquier cosa equivalente a este símbolo, el acto de
atar y aprisionar a Satanás, ha tenido lugar realmente, y tuvo lugar en el tiempo
indicado, vale decir, el fin de la dispensación judía? No vacilamos en contestar
afirmativamente, y creemos que hay, en las Escrituras y en la historia, la más clara
justificación para llegar a esta conclusión.
1. Nadie argumentará que los símbolos de la visión requieren un encadenamiento
literal o físico del dragón. El sentido común enseña que todo lo que se quiere
significar es la represión y la restricción del poder satánico durante el período
indicado. Ahora bien, no parece haber ninguna razón para dudar de que, antes
de y durante la encarnación de nuestro Salvador, existió en la tierra una energía
y una actividad de maldad moral tal que excedía con mucho cualquier cosa que
ahora se conoce entre los hombres. No es irrazonable suponer que el período de
la vida terrenal de nuestro Señor fue una época de actividad intensa y sin
paralelo entre los poderes de las tinieblas. Si sabían que el campeón de Dios, el
Redentor de la humanidad, había venido "para destruir las obras del diablo",
había causa para que se alarmasen; y las tentaciones de nuestro Señor en el
desierto, y la maligna oposición a Cristo y su causa, atribuidas a Satanás por
todas partes en el Nuevo Testamento, revelan tanto el conocimiento del
adversario con respecto a la misión del Salvador como sus incesantes esfuerzos
para contrarrestarla. Además, la notable prevalencia del misterioso fenómeno
de posesión demoníaca en tiempos de Cristo es prueba decisiva de la presencia
y la actividad de la maléfica influencia espiritual, en una forma y hasta un
grado, desconocidos para nosotros, y para muchos, hasta increíble. Entonces, a
menos que estemos preparados para renunciar a la realidad de esa misteriosa
influencia, y considerarla como resultado de mera ignorancia popular o mero
engaño, tenemos que admitir que ha habido una marcada y decisiva restricción
del poder de Satanás sobre los hombres desde el tiempo de Cristo. Lo
mismo puede decirse con respecto a la prevalencia de la maldad moral
en aquella época del mundo. Que considere cualquier persona lo que Roma era
en los días de Nerón, y lo que Jerusalén era en el período final de la comunidad
judía, y en seguida aceptará el hecho innegable de un desarrollo anormal y
portentoso de la maldad que a nosotros nos parece increíble. Juvenal y Tácito
serán testigos de Roma, y Josefo de Jerusalén; y no es contrario a la razón, y al
mismo tiempo concuerda con Apocalipsis, inferir que un vicio tan enorme y tan
colosal traiciona la operación de una influencia satánica.

2. Merece considerarse, además, que el pecado de idolatría, con toda su imitación


de poder sobrenatural y divino -- un sistema que las Escrituras reconocen como
pre- eminentemente obra del diablo -- estaba, en tiempos de nuestro Salvador,
en plena y tranquila posesión de casi todo el mundo. Cuando recordamos lo que
era Grecia, y lo que era Roma, con respecto a su religión nacional, en la
era apostólica; la autoridad, la antigüedad, y la popularidad de sus dioses, y la
manera en que su culto se había entrelazado alrededor de cada acto de la vida
pública y privada, parece asombroso que un sistema tan inveterado y
consagrado por el tiempo se haya marchitado hasta casi desaparecer por
completo de la faz de la tierra. Nadie puede dejar de explicarse este notable
cambio: se debe enteramente a la influencia del cristianismo, y de no ser por
este nuevo elemento en la civilización, no hay razón para pensar que las
antiguas supersticiones del paganismo hubiesen muerto o dado lugar a algo
mejor.
3. No es menos cierto que esta maravillosa revolución debe ser fechada en el
tiempo en que el evangelio comenzó a ser predicado en la era apostólica.
Tenemos las pruebas más convincentes de que el cambio no debe explicarse
con el avance del conocimiento, la ciencia, o la filosofía, ni por el progreso
natural de la sociedad humana, sino que fue predicho y esperado desde el
mismo nacimiento del cristianismo como efecto de la obra redentora de Cristo.
Nada puede ser más explícito que las declaraciones de nuestro Señor sobre este
tema. Cuando los setenta discípulos regresaron gozosos a informar que hasta
los demonios les estaban sujetos por medio del nombre de su Maestro, Jesús les
dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lucas 10:18). Es
absurdo explicar esto como una alusión a la expulsión original de Satanás del
cielo, antes de la creación del mundo; es evidentemente una declaración
figurada de que, en el éxito de sus mensajeros, nuestro Señor reconocía y
preveía el venidero derrocamiento del poder de Satanás:

"Ante la intuitiva mirada de Su espíritu estaban expuestos los resultados que habrían de
fluir de su obra redentora después de su ascensión al cielo. En espíritu, vio el reino de
Dios avanzando triunfal sobre el reino de Satanás".

Con el mismo propósito pronunció Jesús estas palabras: "Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". ¿Qué significado puede
atribuirse a estas significativas palabras si ellas no implican que una poderosa
restricción estaba a punto de ser impuesta a la influencia de Satanás sobre las mentes
de los hombres; una restricción que surge enteramente de la muerte de Cristo en la
cruz?

Pero es en esta visión apocalíptica donde vemos la representación real de esta


limitación del poder de Satanás. Evidentemente, se define aquí en cuanto al tiempo de
su inicio, y está asociado con la caída de Jerusalén y la consiguiente abrogación de la
dispensación judía. Ni hay nada absurdo en aceptar esta fecha. La abolición del
judaísmo eliminó el más formidable obstáculo para el progreso del cristianismo; pero,
además de esto, tenemos la más expresa certeza en el Nuevo Testamento de que éste
fue el período de la consumación del reino mesiánico, y del derrocamiento, por parte
de Cristo, de todo dominio, toda autoridad, y toda potencia hostiles (1Cor. 15:24).

Llegamos, pues, a la conclusión de que al "fin del tiempo" se le impuso una marcada y
definitiva restricción al poder de Satanás, y que esta restricción está representada
simbólicamente en Apocalipsis por el encadenamiento y el aprisionamiento del
dragón en el abismo. De esto no se sigue que el error y la maldad fueron proscritos de
la tierra. Es suficiente mostrar que esto fue, como dice Schliegel,

"la crisis definitiva entre los tiempos antiguos y modernos", y que la introducción del
cristianismo "ha cambiado y regenerado, no sólo el gobierno y la ciencia, sino el
sistema entero de la vida humana".

Hubo una hora en que la marea de la maldad humana comenzó a invertirse: fue en el
mismo período en que esa marea estaba en su punto más alto; desde ese tiempo, ha
estado disminuyendo, y no tenemos dificultad en reconocer que la primera
disminución del poder del mal corresponde en el tiempo con el suceso que aquí se
designa como el atar a Satanás y aprisionarle en el abismo.

Con respecto a la duración de esta restricción del poder satánico, no es fácil


establecerla; pero, en general, parece estar más en consonancia con el carácter
simbólico de Apocalipsis entender los mil años como un período largo pero de
duración indefinida. Cuando tenemos números grandes mencionados en Apocalipsis,
deben entenderse, por lo general, si no invariablemente, como indefinidos. Por
ejemplo, no debe suponerse que los ciento cuarenta y cuatro mil sellados significan
ese número, ni uno más y ni uno menos. Sería absurdo decir que había exactamente
doce mil, hasta el último hombre, salvados de cada una de las doce tribus de los hijos
de Israel. El concepto es apropiado en una visión, pero increíble en una declaración
histórica. De la misma manera, el ejército de jinetes del cap. 9:16 se expresa como
doscientos millones; pero ningún comentarista en su sano juicio se aventuró jamás a
atribuir a esto un significado preciso y literal. Siguiendo estas analogías, estamos
dispuestos a considerar los mil años como un período de duración indefinida en lugar
de uno de duración definida, que cubre sin duda más del doble de ese espacio de
tiempo, pero cuánto más, nadie lo puede decir.

EL REINO DE LOS SANTOS Y MÁRTIRES

Cap. 20:4-6. "Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de
juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo
mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil
años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la
primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán
sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años".
Nos acercamos a este misterioso pasaje con la mayor reserva, evitando
cuidadosamente las adivinanzas y las explicaciones conjeturales, así como todo
intento de forzar en modo alguno el significado natural de las palabras.

Lo primero que notamos es que la visión que se describe ahora cae dentro del período
apocalíptico. Es introducida con la fórmula: "Y vi", que marca lo que viene bajo la
observación personal del vidente.

Luego, debe observarse que hay una evidente antítesis entre esta escena y el acto de
juicio ejecutado contra la bestia y sus seguidores. Es el método usual del Apocalipsis
poner en marcado contraste la recompensa de los justos y la retribución de los impíos.

Observamos, además, que hay en este pasaje una alusión manifiesta a la promesa de
nuestro Señor a sus discípulos: "De cierto os digo que en la regeneración, cuando el
Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido
también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mat.
19:28). Ese período ha llegado ahora. La palingenesia, o regeneración, cuando el
reino del Mesías había de venir, ahora es considerada como presente, y los discípulos
son glorificados con su Maestro glorificado: "les es dado que juzguen", "se sientan en
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel". Debemos concebir la multitud de los
redimidos del territorio - los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los
hijos de Israel - como que forman el reino, o los súbditos, puestos bajo el gobierno
espiritual de la hermandad apostólica.

Además de éstos, el vidente contempla "las almas de los decapitados por causa del
testimonio de Jesús y por la palabra de Dios" y también (porque la palabra οιτινεζ
parece indicar que esta es otra clase que se especifica) "los que no habían adorado a la
bestia ni a su imagen"; éstos también "viven y reinan con Cristo", una expresión que
implica que ellos también tenían "tronos" y que se les había dado que "juzgasen". Es
imposible no reconocer en las "almas de los decapitados" a los mismos santos
martirizados que el vidente contempló, en la visión del sexto sello, bajo el altar y
clamando venganza de sus asesinos. Fueron consolados con el mensaje de que, en
poco tiempo, cuando se les uniesen sus consiervos que estaban a punto de sufrir como
ellos, su oración sería contestada. Ahora ese momento ha llegado; sus enemigos han
perecido, y ellos viven y reinan con Cristo.

Esta visión mira también retrospectivamente el notable pasaje en 1 Pedro 4:6. Estos
mártires son los muertos a los cuales se les dirigió el consolador mensaje [ευηγγελισθ
η]. Habían sido condenados por el juicio de los hombres cuando estaban en la carne,
pero ahora viven en su espíritu por el juicio de Dios, que les ha vindicado y les ha
coronado. Cuánta nueva luz es arrojada sobre las palabras de Pedro, ζωσιν δε κατα θ
εον πνευµατι, por el lenguaje de Apocalipsis, εζησαν και εβασιλευσαν. Esta es
una de esas sutiles coincidencias que a menudo son las pruebas más seguras de una
verdadera interpretación.

Estas almas que testifican y que sufren son representadas como disfrutando de un
privilegio y una distinción que no se les concede a otros: "Vivieron y reinaron con
Cristo mil años, pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron
mil años". Este es el punto crucial del pasaje, y presenta una formidable dificultad. La
única posición desde la cual podemos discernir algún rayo de luz es la dirección de la
pregunta: ¿Quiénes son "los otros muertos"? ¿Son el resto de los justos muertos, o los
impíos muertos, o ambos? Al buen juicio le repugna la idea de que sean los justos
muertos. Si ellos fuesen a ser excluidos de participar en la bienaventuranza del cielo
durante un vasto período, ¿cómo podría decirse: "Bienaventurados los muertos que
mueren en el Señor de aquí en adelante"? Nos vemos obligados, pues, a imaginar la
posibilidad de la otra alternativa y de que el pasaje hable de los impíos muertos,
aunque tal suposición no esté exenta de dificultades. En este caso, "la primera
resurrección" incluye sólo a los muertos en Cristo; y esta puede ser la interpretación
correcta, porque el versículo siguiente ciertamente indica que todos los que tienen
parte en "la primera resurrección" son bienaventurados y santos, y disfrutan del gran
privilegio y el honor de "reinar con Cristo".

Una cosa más hay que notar, y es que no se dice que el reino de los santos que sufren
y testifican, y de todos los que tienen parte en la primera resurrección, está en la
tierra. Ellos viven y reinan "con Cristo"; están "con él donde él está, contemplando su
gloria".

Hasta ahora, hemos tratado de tantear nuestro camino en una región "oscura de
excesiva claridad", pero no pretendemos tener ninguna confianza en la última porción
de nuestra exégesis.

LA LIBERACIÓN DE SATANÁS
DESPUÉS DE LOS MIL AÑOS

Cap. 20:7-10. "Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y
saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a
Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del
mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos
y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. Y el diablo
que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el
falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos".
El misterio y la oscuridad que envuelven una porción del contexto precedente se
vuelven aquí más oscuros, si es posible. Hay, sin embargo, ciertos puntos que parecen
se pueden establecer.

1. Es evidente que este pasaje es profecía directa, y no una representación visionaria


que tiene lugar ante los ojos del vidente. No es introducida con la fórmula usual en
tales casos: "Y vi", sino en el estilo de una predicción profética.

2. Es evidente que la predicción de lo que ha de tener lugar al fin de los mil años no
cae dentro de lo que nos hemos aventurado a llamar "límites apocalípticos". Estos
límites, como se nos advierte una y otra vez en el libro mismo, están rígidamente
confinados dentro de un ámbito muy estrecho; las cosas mostradas "deben suceder
pronto". Habría sido un abuso del lenguaje decir que los sucesos a una distancia de
mil años habrían de ocurrir pronto; por tanto, nos vemos obligados a considerar que
esta predicción cae por completo fuera de los límites apocalípticos.

3. En consecuencia, tenemos que considerar esta predicción de la liberación de


Satanás, y los sucesos que siguen, como todavía futuros, y por lo tanto, que no se han
cumplido. No conocemos nada registrado en la historia que pueda aducirse en modo
alguno como un probable cumplimiento de esta profecía. Westein ha arriesgado
la hipótesis de que posiblemente sea la revuelta judía bajo el mando de Barcochebas,
durante el reinado de Adriano; pero esta sugerencia es demasiado extravagante para
ser considerada siquiera por un momento.

4. Hay una evidente conexión entre esta profecía y la visión de Ezequiel concerniente
a Gog y a Magog (caps. 38, 39), que es igualmente misteriosa y oscura. En ambas, la
escena del conflicto se presenta en el mismo lugar, la tierra de Israel; y en ambas los
enemigos de Dios encuentran un derrocamiento señalado y desastroso.

5. El resultado de todo es que debemos considerar el pasaje que trata de los mil años,
desde el ver. 5 hasta el ver. 10, como una intercalación o un paréntesis. Habiendo
comenzado a relatar el juicio del dragón, el vidente, en el ver. 7, sale de los límites
apocalípticos para concluir lo que tenía que decir con respecto al castigo final de "la
serpiente antigua", y la suerte que le esperaba al final del prolongado período llamado
"los mil años". Creemos que éste es el único caso en el libro entero de una incursión
en el futuro distante; y estamos dispuestos a considerar el paréntesis entero como
relativo a cuestiones todavía futuras, que no se han cumplido. La interrumpida
narración continúa en en el ver. 11, donde el vidente reanuda el relato de lo que ha
contemplado en visión, introduciéndolo con la conocida fórmula "Y vi".

LA CATÁSTROFE DE LA SEXTA VISIÓN


Cap. 20:11-15. "Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante
del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los
muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro
libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las
cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los
muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en
ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron
lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en
el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”.

Estos versículos nos presentan la catástrofe de la sexta visión. Como las otras
catástrofes que la han precedido, es un solemne acto de juicio, o más bien, la misma
gran transacción judicial presentada en un nuevo aspecto. Ahora el vidente reanuda la
narración que había sido interrumpida por la digresión relativa a los mil años,
retomando el hilo que se había roto al final del ver. 4. Se nos devuelve, pues, al
mismo punto de los versículos primero y cuarto. Esta catástrofe pertenece, natural y
necesariamente, a la misma serie de sucesos que han sido representados en la visión
de la ciudad ramera, y cae dentro de los límites apocalípticos prescritos, estando entre
las cosas "que deben suceder pronto".

En cuanto a la catástrofe misma, no puede haber duda de que representa una solemne
investigación judicial a la más vasta escala. Es la gran consumación, o un aspecto de
ella, hacia la cual se mueve toda la acción de Apocalipsis, y a la que se llega, de una u
otra forma, al final de cada visión sucesiva. En cada catástrofe, hay, sin embargo,
rasgos especiales que la distinguen de las demás, a pesar de que se refiere al mismo
gran suceso. Una comparación con las catástrofes precedentes mostrará cuánto tiene
ésta en común con ellas y lo que le es peculiar a ella. En la catástrofe de la visión de
los siete sellos, por ejemplo, tenemos las mismas imágenes del cielo que se desvanece
y de los montes y las islas que son removidos de sus lugares (cap. 6:14). En la
catástrofe de la visión de las siete copas, se repite la misma imagen (cap. 14:20). En la
catástrofe de la séptima trompeta, se declara que "ha venido el tiempo de juzgar a los
muertos", etc. (cap. 11:18); y en la catástrofe de las siete figuras místicas, vemos "una
nube blanca, y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del hombre" (cap. 14:14),
que corresponde al "gran trono blanco y al que estaba sentado en él" en el pasaje que
tenemos delante. Hay, sin embargo, ciertos rasgos peculiares a esta catástrofe -- los
libros del juicio; el mar, la muerte, y el Hades, que entregan sus muertos; y el arrojar
la muerte y el Hades en el lago de fuego.

No hay razón para dudar de que la escena de juicio presentada aquí es idéntica a la
descrita por nuestro Señor en Mateo 25:31-46. Tenemos el mismo "trono de gloria", la
misma reunión de todas las naciones, la misma discriminación de los juzgados según
sus obras, y el mismo "fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles".

Pero, si la escena de juicio descrita en este pasaje es idéntica a la de Mateo 25, se


deduce que no es "el fin del mundo" en el sentido de la disolución de la estructura
material del globo terráqueo y el fin de la historia humana, sino lo que tan
frecuentemente se predice que acompaña el συντελεια του αιωνοζ - el fin de la era,
o la terminación de la dispensación judía. Esa gran consumación es siempre
representada como una época de juicio. Es el tiempo de la Parusía, la venida de Cristo
en gloria para vindicar y recompensar a sus fieles siervos, y para juzgar y destruir a
sus enemigos. Hay una notable unidad y consistencia en las enseñanzas de las
Escrituras sobre este tema; y ya sea en los evangelios, o en las epístolas, o en las
visiones de Apocalipsis, encontramos un armonioso y concurrente esquema de
doctrina, confirmándose y sustentándose todas las partes mutuamente -- prueba de su
origen común en la misma y divina fuente de inspiración y de verdad.

LA SÉPTIMA VISIÓN

LA SANTA CIUDAD, O LA ESPOSA

Caps. 21; 22:1-5

Esta visión es la última de la serie, y completa el número místico de siete. Es el gran


final de todo el drama, la consumación triunfal y el clímax de las visiones
apocalípticas. Es la impresionante antítesis de la visión de la ciudad ramera; es la
nueva Jerusalén, en contraste con la antigua; la novia, la esposa del Cordero, en
contraste con la adúltera asquerosa e hinchada cuyo juicio ha pasado delante de
nuestros ojos.

Puede que la estructura de la visión nos detenga por un momento. Es introducida por
un prefacio o prólogo, que se extiende desde el primer versículo del cap. 21 hasta el
octavo. En el noveno versículo, la visión de la esposa es iniciada de la misma manera
que la visión de la ramera, por "uno de los siete ángeles, que tenía las siete copas,
llenas de las siete últimas plagas", que invita al vidente a venir y contemplar a "la
novia, la esposa del Cordero". La visión alcanza su clímax o catástrofe en el quinto
versículo del cap. 22. El resto forma la conclusión, o el epílogo, no sólo de esta visión,
sino del Apocalipsis mismo.

PRÓLOGO A LA VISIÓN
Cap. 21:1-8. "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la
nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada
para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de
Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo
estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya
no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las
cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo:
Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le
daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas
las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los
abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los
mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
segunda".

Aunque esta sección puede considerarse introductoria de la visión propiamente dicha


descrita desde el versículo noveno en adelante, es en realidad parte integral de la
representación, y cubre el mismo terreno que la descripción subsiguiente. Es como si
el vidente, lleno del glorioso tema revelado a sus ojos, comenzase a contar sus
maravillas y su esplendor antes de comenzar a explicar las circunstancias que le
habían conducido a ser favorecido con la manifestación. El pasaje que ahora tenemos
delante es en realidad un resumen o bosquejo de lo que se desarrolla con más detalles
en la parte subsiguiente de ésta y los primeros cinco versículos del capítulo siguiente.

Ahora nos encontramos rodeados de un escenario tan novedoso y tan maravilloso que
no es sorprendente que nos preguntemos dónde estamos. ¿Es en esta tierra, o en el
cielo? Todas y cada una de las señales han desaparecido; lo viejo se ha desvanecido, y
ha dado lugar a lo nuevo: hay un nuevo cielo por encima de nosotros; hay una nueva
tierra debajo de nosotros. Deben existir nuevas condiciones de vida, pues "el mar ya
no existía más". Es claro que aquí tenemos una representación en que el simbolismo
es llevado a sus límites más extremos; y el que trate a estas espléndidas imágenes
como a prosaicas literalidades es incapaz de comprenderlas. Pero los símbolos,
aunque trascendentales, no carecen de significado. "Son ejemplo y sombra de las
cosas celestiales", y toda la pompa y el esplendor de la tierra se emplean para
presentar la belleza de la excelencia moral y espiritual.

Es imposible considerar este cuadro como representación de alguna condición social


que se realizará en la tierra. Hay, seguramente, ciertas frases que al principio parecen
implicar que la tierra es el escenario en que se manifiestan estas glorias; se dice que la
santa ciudad "baja del cielo"; se dice que el tabernáculo de Dios está "con los
hombres"; se dice que "los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella"; pero, por
otra parte, todo el concepto y toda la descripción de la visión impiden suponer que es
una escena terrenal. En primer lugar, pertenece a "las cosas que deben suceder
pronto"; cae estrictamente dentro de los límites apocalípticos. No es, por tanto, una
visión del futuro; pertenece al período llamado "fin del tiempo" tanto como la
destrucción de Jerusalén; y tenemos que concebir esta renovación de todas las cosas --
este nuevo cielo y esta nueva tierra -- como contemporánea con, o que sucede
inmediatamente a, el juicio de la gran ramera, de la cual es la contraparte o su
antítesis.

Segundo, ¿cuál es la figura principal en esta representación visionaria? Es la santa


ciudad, la nueva Jerusalén. Pero la nueva Jerusalén siempre está representada en las
Escrituras como situada en el cielo, no en la tierra. Pablo habla de la Jerusalén de
arriba, en contraste con la Jerusalén de abajo. ¿Cómo puede la Jerusalén de arriba
pertenecer a la tierra? No puede haber ninguna duda razonable de que la ciudad
representada aquí en colores tan brillantes es idéntica a aquélla a la que se refiere Heb.
12:22,23: "Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén
la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los
primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus
de los justos hechos perfectos". Está claro, pues, que la santa ciudad es la morada de
los glorificados; la herencia de los santos en luz; las mansiones de la casa del Padre,
preparadas para ser hogar de los bienaventurados.

Una vez más, esta conclusión queda certificada por la representación de ser la morada
del Altísimo: "El Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero"; "el
trono de Dios y del Cordero estará en ella"; "sus siervos le servirán, y verán su rostro".
En realidad, esta visión de la santa ciudad es anticipada en la catástrofe de la visión de
los sellos, donde los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de
Israel, y la gran multitud que nadie podía contar, se representan como disfrutando de
la misma gloria y felicidad, en el mismo lugar y en las mismas circunstancias que en
la visión que tenemos delante. Las dos escenas son idénticas; o diferentes aspectos de
una y la misma gran consumación.

Concluimos, pues, que la visión establece la bienaventuranza y la gloria del estado


celestial, en el cual se abrió el camino plenamente al "fin del tiempo", ο συντελεια τ
ου αιωνοζ, como lo muestra la Epístola a los Hebreos.

DESCRIPCIÓN DE LA SANTA CIUDAD

Caps. 21:9-27; 22:1-5. “Habiendo llegado así a la conclusión de que aquí se quiere
significar el estado celestial, no seremos culpables de la presunción y la estupidez de
entrar en ninguna explicación detallada de los símbolos mismos. Hay una aparente
confusión de las figuras con las cuales se representa la nueva Jerusalén, siendo
descrita a veces como una ciudad, a veces como una esposa. La misma figura doble
se emplea en la descripción de la ramera, o antigua Jerusalén, que es representada a
veces como una mujer y a veces como una ciudad. En la séptima visión, la figura de
la desposada es dejada a un lado casi tan pronto como es introducida, y la totalidad
del resto de la descripción se ocupa de los detalles de la arquitectura, la riqueza, el
esplendor, y la gloria de la ciudad. Algunos de los rasgos se derivan evidentemente
de la ciudad visionaria contemplada por Ezequiel; pero hay esta notable diferencia,
que, mientras el templo y sus prolijos detalles ocupan la parte principal de la visión
del Antiguo Testamento, no se ve ningún templo en absoluto en la visión apocalíptica
-- quizás por la razón de que, donde todo es santo, ningún lugar es más santo que
otro, o porque la presencia de Dios se manifiesta plenamente, el lugar entero se
convierte en un gran templo”.

Hay un punto, sin embargo, que merece atención particular, porque sirve para
identificar la ciudad llamada la nueva Jerusalén. En Hebreos 11:10, encontramos la
notable afirmación de que el patriarca Abraham viajó como extranjero a la misma
tierra que le había sido prometida como posesión suya, y de que lo hizo porque tenía
fe en un cumplimiento mayor y más elevado de la promesa que cualquier mera ciudad
terrenal y humana pudiera haberle concedido. "Esperaba la ciudad con fundamentos,
cuyo arquitecto y constructor es Dios". ¿Qué es esto, sino la misma ciudad descrita en
Apocalipsis -- la ciudad que tiene doce fundamentos, en los cuales están inscritos los
nombres de los doce apóstoles del Cordero; la ciudad que no ha sido construida por
manos humanas; "la ciudad del Dios viviente", la Jerusalén celestial? Esta es una
prueba decisiva, primero, de que el escritor de la epístola había leído Apocalipsis, y,
segundo, que reconocía la visión de la nueva Jerusalén como representación del
mundo celestial.

EPÍLOGO

Cap. 22:6-21. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios
de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto. ¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que
guarda las palabras de la profecía de este libro”.

Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me
postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo:
Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de
los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo: No selles las
palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El que es injusto, sea
injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique
la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y
mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa
y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que
lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas de
la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los
homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.

Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo
soy la raíz y el linaje de David; la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu
y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.

Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno
añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro.
Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del
libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.

El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven,
Señor Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén".

Este epílogo a la conclusión del libro corresponde al prólogo al comienzo, y


ejemplifica la estructura simétrica de la composición. Todavía más notables son el
énfasis y la frecuencia con que es afirmado y reiterado el cercano cumplimiento del
contenido de la profecía. Siete veces se declara, de una u otra forma, que todo está a
punto de cumplirse. La afirmación con la cual se inicia el libro se repite en esta
conclusión, que el ángel del Señor ha sido comisionado "para mostrar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto". El anuncio admonitorio "He aquí, vengo
pronto" se hace tres veces en esta sección del cierre. Al vidente se le ordena que no
selle el libro de la profecía, porque "el tiempo está cerca". Tan inminente es el fin,
que se indica que ahora es demasiado tarde para cualquier alteración del estado del
carácter de los hombres; deben continuar como están: "El que es injusto, sea injusto
todavía". La invocación dirigida por los cuatro seres vivientes al esperado Hijo del
hombre: "¡Ven!" (cap. 6: 1,3,5,7) es repetida por el Espíritu y la Esposa; mientras que
a todos los que oyen se les invita a unirse al clamor; y finalmente, la expresión del
libro entero es el ferviente pronunciamiento de la oración: "¡Amén! Ven, Señor
Jesús". Todas éstas son indicaciones, que no pueden ser malentendidas, de que las
predicciones contenidas en el Apocalipsis no habrían de desarrollarse lentamente con
el correr de las edades, sino que estaban en vísperas de un cumplimiento casi
instantáneo. La profecía entera, de principio a fin, se relaciona con el futuro
inmediato, con la solitaria excepción de los seis versículos del capítulo 20:5-10.
Diecinueve veinteavos del Apocalipsis, casi podemos decir noventa y nueve
centésimos, pertenecen, de acuerdo con su propia demostración, a los mismos días
que en ese momento eran presentes, los días finales de la era judía. La venida del
Señor es su gran tema: con él se inicia, con él se cierra, y de principio a fin este
acontecimiento es contemplado como a punto de tener lugar. Por oscuro o dudoso que
sea cualquier otra cosa, por lo menos esta es clara y segura. El intérprete que no capte
ni mantenga firme este principio guiador es incapaz de entender las palabras de esta
profecía, e infaliblemente se perderá y confundirá a otros en un laberinto de conjeturas
y vana especulación.

Así termina este libro maravilloso; tan prolijo en su construcción, tan magnífico en su
dicción, tan misterioso en sus imágenes, tan glorioso en sus revelaciones. Más que
cualquier otro libro de la Biblia, ha estado sellado y cerrado para la aprehensión
inteligente de sus lectores, y esto principalmente a causa del extraño descuido de sus
propias y nada ambiguas instrucciones para entenderlo correctamente. Herder, que
contribuyó con su genio poético antes que con sus facultades críticas a la dilucidación
del Apocalipsis, pregunta:

"¿Se envió una clave con el libro, y esta clave se ha perdido? ¿Fue lanzada al mar en
Patmos, o al Meandro?"

"¡No!", contesta un crítico capaz y sagaz, Moses Stuart, cuyos trabajos han hecho
mucho para preparar el camino para una verdadera interpretación:

"No se envió ninguna clave, y ninguna se ha perdido. Los lectores primitivos - quiero
decir, por supuesto, los hombres inteligentes entre ellos - podían entender el libro; y,
si nosotros estuviésemos en su lugar por poco tiempo, podríamos hacer a un lado
todos los comentarios sobre él, y los romances teológicos que han surgido de él, que
han hecho su aparición desde el tiempo del exilio de Juan hasta la actualidad". 1

Pero, quizás pueda darse una mejor respuesta. Sí se envió la clave junto con el libro, y
se le ha permitido permanecer enmohecida y sin uso, mientras se ha probado, y
probado en vano, toda clase de llaves falsas y ganzúas hasta que los hombres han
llegado a ver el Apocalipsis como un enigma ininteligible, que sólo tiene el propósito
de desconcertar y confundir. La verdadera clave ha estado bien visible todo el tiempo,
y se ha llamado la atención de los hombres a ella en alta voz casi en todas las páginas
del libro. Esa clave es la declaración, que se hace tan frecuentemente, de que todo
está a punto de cumplirse. Si los lectores originales eran competentes, como arguye
Stuart, para entender el Apocalipsis sin un intérprete, sólo podía ser porque
reconocían su relación con los sucesos de sus propios días. Suponer que ellos podían
entender o sentir el más mínimo interés en un libro que trataba de Concilios papales,
una Reforma protestante, una Revolución Francesa, y sucesos distantes en tierras
extranjeras y épocas en el lejano futuro sería una de las más extravagantes fantasías
que haya poseído un cerebro humano. De principio a fin, el libro mismo da testimonio
decisivo del inmediato cumplimiento de sus predicciones. Se inicia con la expresa
declaración de que los sucesos a los cuales se refiere "deben suceder pronto", y
termina con la reiteración de la misma afirmación: "El Señor Dios ha enviado su ángel
para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto". "El tiempo está cerca".

La única y luminosa interpretación de la visión del Apocalipsis ha sido proporcionada


por los críticos que han accedido a usar esta clave auténtica y divina para desentrañar
sus misterios. Sin embargo, es notable que muy pocos lo han hecho así,
consistentemente y en todo el libro, si es que ha habido alguno. Es sorprendente y
mortificante encontrar a un expositor como Moses Stuart que, después de proceder
con valor y éxito de cierta manera, de repente titubea, deja caer la clave que había
rendido tan buen servicio, y luego trastabilla hacia adelante, a ciegas e indefenso,
tanteando y adivinando a través de la niebla egipcia que le rodea. Y, sin embargo,
ningún otro teólogo de nuestro tiempo ha contribuido tanto a la verdadera
interpretación del Apocalipsis. Por medio de su memorable comentario, ha puesto a
todos los estudiosos de este libro maravilloso bajo la más grande obligación, y ha
conferido un beneficio duradero a toda la iglesia de Cristo. Desafortunadamente, al
dejar de mantener hasta el final y consistentemente sus propios principios, perdió el
honor de conducir a sus seguidores a la tierra prometida de una verdadera exégesis.

En cuanto a la mayoría de los intérpretes, apenas es posible concebir un descuido más


absoluto y más imprudente de las expresas y múltiples instrucciones contenidas en el
libro mismo que el que ellos han mostrado en sus arbitrarias especulaciones. Nadie les
acusará de perversión voluntaria; pero parece inexplicable que eruditos y reverentes
estudiosos de la revelación divina pasen por alto o hagan a un lado las explícitas
declaraciones del libro mismo con respecto a su pronto y cercano cumplimiento; que,
a pesar de estas claras afirmaciones en contrario, establezcan como axioma que el
Apocalipsis es un programa de historia civil y eclesiástica para el fin del tiempo; y
que, desafiando todas las leyes gramaticales, procedan a inventar un método
antinatural de interpretación, según el cual "cercano" se convierte en "distante",
"pronto" significa "siglos de aquí en adelante", y "cerca" significa "lejos". Todo esto
parece increíble, pero es verdad. El lenguaje sirve sólo para conducir a error, las
palabras no tienen ningún significado, y la interpretación no tiene ninguna ley, si las
expresas y repetidas afirmaciones del Apocalipsis no enseñan claramente el pronto y
casi inmediato cumplimiento de sus predicciones.

Debió habérseles ocurrido a los intérpretes del Apocalipsis que era una presunción
abrumadoramente prioritaria contra su método el hecho de que éste requiriese un
inmenso aparato crítico, una vasta cantidad de información histórica, el transcurrir de
muchos siglos, y "algo así como una vena profética", para producir una exposición
satisfactoria aún para sí mismos. No es fácil ver qué valor tendría tal "revelación" para
los primitivos creyentes, que con corazones temblorosos obedecían el mandato que les
enviaba a la desconcertante tarea de estudiar sus páginas. Ni es de mucho mayor valor
para la masa de modernos lectores, que deben tener una gran facultad crítica para
poder discernir lo adecuado y lo verdadero de la interpretación ofrecida, y decidir
entre interpretaciones conflictivas. No es de extrañar que, ocupando una posición tan
falsa, los defensores de la divina revelación quedasen expuestos a los ataques de
escépticos como Strauss y "la destructora escuela de la crítica" y que, refugiándose en
una interpretación antinatural, pusiesen en peligro la ciudadela misma de la fe. Debe
reconocerse que una culpable negligencia de "los dichos verdaderos de Dios" por
parte de expositores cristianos le ha dado con frecuencia ventaja a los enemigos de la
revelación, ventaja que no han tardado en aprovechar.

Sin indebida presunción, puede afirmarse, en favor del esquema de interpretación


defendido en estas páginas, que está marcado por la extrema sencillez, la
concordancia con los hechos históricos, y la exacta correspondencia con los símbolos.
No hay ninguna violación de la Escritura, ninguna perversión ni ningún acomodo de
la historia, ninguna manipulación de los hechos. El único aparato crítico indispensable
es Josefo y la gramática griega. El principio guiador y gobernador es una deferencia
implícita e inquebrantable a las enseñanzas del libro mismo. Los datos apocalípticos
han sido los únicos hitos considerados, y se ha creído que no han sido insuficientes.
Suponer que no se han cometido errores sería absurdo; pero subsiguientes viajeros de
la misma ruta pronto corregirán lo que se demuestre que está errado, y confirmarán lo
que se demuestre que es correcto.

Ha sido el propósito del autor demostrar que el Apocalipsis es en realidad la


reproducción y la expansión, en imágenes simbólicas adaptadas a la naturaleza de una
visión, del discurso profético que nuestro Señor pronunció en el Monte de los Olivos.
Aquel discurso, como hemos visto, es una predicción continua y homogénea de los
sucesos que habrían de tener lugar en relación con la Parusía, la venida del Hijo del
hombre en su reino, un acontecimiento que Él declaró ocurriría antes de que pasase la
generación existente, y que algunos de los discípulos vivirían para presenciar. De
manera similar, el Apocalipsis es una revelación de los acontecimientos que
acompañarían a la Parusía, pero mucho más detallados, y mostrando mucho más de la
gloria y la felicidad de "el reino".

Hace dieciocho siglos, al contemplar el vidente la gloriosa visión de la ciudad cuyos


muros eran de jaspe, cuyas puertas eran de perla, y cuyas calles eran de oro puro, se le
aseguró una y otra vez que "estas cosas deben suceder pronto", y que "el tiempo está
cerca". Estando en vísperas de la largamente esperada Parusía, escuchando las pisadas
del Rey que venía, sabiendo que "el fin del tiempo" debía ser inminente, y esperando
ansiosamente el "día del Señor", ¿cómo podía ser sino que Juan y los otros discípulos
creyeran estar a punto de presenciar el cumplimiento de sus más caras esperanzas?
¿Cómo podría ser de otra manera, cuando el Señor mismo, atestiguando
personalmente la certeza de su casi inmediato advenimiento, declaró tres veces, en los
términos más explícitos: "He aquí, vengo en breve"; "He aquí, vengo presto"?

Por estas razones, así como por las enseñanzas del Apocalipsis y el resto de las
escrituras del Nuevo Testamento, llegamos a la conclusión de que, en los días de Juan,
la iglesia cristiana entera creía universalmente que la Parusía estaba cercana. Era la
promesa de Cristo, la predicación de los apóstoles, la fe de la iglesia. También se nos
enseña la importancia de aquel gran acontecimiento. Marcó una nueva época en la
administración divina. Hasta que ese suceso tuvo lugar, la completa bienaventuranza
del estado celestial no se abrió para las almas de los creyentes.

La epístola a los Hebreos enseña que, hasta la llegada de la gran consumación, algo
faltaba para la plena perfección de los que habían "muerto en la fe". Lo mismo se
enseña en Apocalipsis. Hasta que la ciudad ramera fue juzgada y condenada, la "santa
ciudad" no fue preparada para morada de los santos. Se nos da a entender también el
final de la dispensación judía, la abrogación de la economía legal, y la destrucción de
la ciudad y el templo de Jerusalén, indicando la disolución de la peculiar relación
entre Jehová y la nación de Israel. La nación había rechazado a su Rey, y el Rey había
juzgado a la nación; y la misión mesiánica, tanto por misericordia como para juicio, se
cumplió entonces. El remanente fiel fue reunido al reino, o a "la nueva Jerusalén", y
toda la armazón y la cobertura del judaísmo fueron hechas pedazos y destruidas para
siempre. El reino de Dios había venido, y Aquél que, por un período tan largo, había
dirigido su administración, y había sido su Mediador y su Jefe, ahora que ha coronado
el edificio renuncia a su carácter oficial y "entrega el reino" en manos del Padre. Su
obra como Mesías está cumplida; ya no es más "ministro de circuncisión"; lo local y
lo limitado da lugar a lo universal, "para que Dios sea todo en todos". Esto no
significa que la relación entre Cristo y la humanidad cesa, sino que su misión como
Rey de Israel se ha cumplido; la nación-pacto ya no existe; ya no hay ni judíos ni
gentiles, circuncisos ni incircuncisos; el Israel de Dios es más amplio y mayor que el
Israel según la carne; la Jerusalén de arriba no es la madre de los judíos, sino "la
madre de todos nosotros".

Fue a plena vista de aquel glorioso día, que estaba a punto de "abrir el reino de los
cielos para todos los creyentes", que el discípulo amado respondió al anuncio de su
Señor acerca de su pronta venida: "¡Amén! Ven, Señor Jesús".

1 Stuart sobre el Apocalipsis, secc. 12.


Resumen y Conclusión
Ahora hemos llegado a un punto en nuestra investigación en que es posible llevar a
cabo un examen completo y coordinado de todo el campo que hemos recorrido, y
observar la unidad y la consistencia del sistema profético desarrollado en el Nuevo
Testamento.

1. Descubrimos que la dispensación del evangelio no nos llega como un esquema


independiente y aislado, - un nuevo comienzo en el gobierno divino del mundo,
- sino que implica y asume la relación de Dios con Israel en edades pasadas.
Toda la filosofía de la historia judía se condensa en una sola frase: "el reino de
Dios"; y es este reino el que, primero Juan el Bautista, como heraldo del rey
venidero, y después el Rey mismo, el Señor Jesucristo, proclamaron como
"cercano".
2. Descubrimos que Juan el Bautista adopta las advertencias de las profecías del
Antiguo Testamento, especialmente la del último de los profetas, Malaquías, y
predice que la venida del reino sería la venida de la ira sobre Israel. Declara que
"el hacha está puesta a la raíz del árbol"; su clamor es: "Huid de la ira
venidera", indicando claramente que se acercaba rápidamente un tiempo de
juicio.
3. Nuestro Señor afirma la misma pronta venida del juicio sobre el territorio y el
pueblo de Israel; además, enlaza este juicio con su propia venida en gloria - la
Parusía. Este acontecimiento sobresale de modo prominente en el Nuevo
Testamento; a esto se dirigen todos los ojos, a esto apuntan todos los
mensajeros inspirados. Está representado como el núcleo y el centro de un
racimo de grandes sucesos; el fin del tiempo, o culminación de la economía
judía; la destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén; el juicio de la nación
culpable; la resurrección de los muertos; la recompensa de los fieles; la
consumación del reino de Dios. Se declara que todas estas transacciones
coinciden con la Parusía.
4. Es demostrable, por medio del expreso testimonio de nuestro Señor, la
enseñanza uniforme y concurrente de sus apóstoles, y la expectativa universal
de la iglesia de la era apostólica, que la Parusía y los sucesos que la acompañan
fueron representados como cercanos; y no sólo cercanos, sino que estaban a
punto de ocurrir dentro de los límites de un período dado; es decir, en el tiempo
de los apóstoles y sus contemporáneos; de modo que muchos o la mayoría de
ellos podían esperar presenciar la gran consumación. Este es el punto principal
de toda la cuestión, y debe ser decidido por autoridad de las Escrituras mismas.
5. Sin repasar el camino ya recorrido, puede ser suficiente aquí apelar a tres
declaraciones diferentes y decisivas de nuestro Señor con respecto al tiempo de
su venida, cada una de las cuales está acompañada de una solemne afirmación:
(1) "De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel,
antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23).
(2) "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat.
16:28).
(3) "De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto
acontezca" (Mat. 24:34).

El sencillo sentido gramatical de estas afirmaciones ha sido discutido plenamente


en estas páginas. Ninguna violencia puede extraer de ellos ningún otro sentido que
no sea el obvio y claro; es decir, que la segunda venida de nuestro Señor tendría
lugar dentro de los límites de la generación que existía entonces.

6. La doctrina de los apóstoles con respecto a la venida del Señor está en perfecta
armonía con esto. Nada puede ser más evidente sino que todos creían y
enseñaban el pronto regreso del Señor. Desde el primer discurso de Pedro en el
día de Pentecostés hasta el último pronunciamiento de Juan en Apocalipsis, esta
convicción está expresada clara y constantemente. Decir que los apóstoles
mismos eran ignorantes del tiempo del regreso de su Señor, y que, por lo tanto,
no podían creer en el tema - no podían enseñar lo que no sabían - es contradecir
sus propias, expresas y reiteradas afirmaciones. Es verdad que no sabían, y no
enseñaban, "el día y la hora"; ellos no decían que vendría en un mes específico
de un año específico, pero con seguridad daban a entender a las iglesias que Él
vendría pronto; que podían esperar verle pronto; y nunca dejaban de exhortarles
a mantener una actitud de constante vigilancia y preparación.

No es necesario hacer más sino referirnos a algunos de los principales testimonios


dados por los apóstoles en cuanto a la pronta venida del Señor:-

(1) En sus epístolas, Pablo da gran prominencia a esta cara esperanza de la iglesia
cristiana.

a. En la Primera Epístola a los Tesalonicenses, da a entender la posibilidad de la


venida del Señor durante la vida de él y la de los discípulos: "Los que vivimos,
que habremos quedado hasta la venida del Señor". También ora para que "su
espíritu, alma, y cuerpo puedan ser preservados sin mancha hasta la venida de
nuestro Señor Jesucristo".
b. En la Segunda Epístola a los Tesalonicenses (que a menudo se entiende
erróneamente en el sentido de que enseña que la venida de Cristo no estaba
cerca, sino que enseña precisamente la doctrina contraria), consuela a los
creyentes que sufren con la promesa de que obtendrían descanso de sus
sufrimientos presentes "cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo", etc.
(2Tes. 1:7).
c. En la Primera Epístola a los Corintios, el apóstol habla de los creyentes como
"esperando la venida del Señor Jesucristo". Les advierte que "el tiempo es
corto"; que "el fin del tiempo" o "el fin de las edades" están sobre ellos; que "el
Señor está cerca".
d. En la Segunda Epístola a los Corintios, Pablo expresa su confianza de que,
aunque muera antes de la venida del Señor, Dios le levantará de entre los
muertos, y le presentará junto con los que sobrevivan a ese período.
e. En la Epístola a los Romanos, Pablo habla de "la gloria que ha de ser revelada";
de que la creación entera espera la manifestación del Hijo de Dios; de que la
salvación está cerca, "más cerca que cuando creyeron"; de que "es tiempo de
despertar del sueño"; que "la noche ha pasado, y se acerca el día"; de que "Dios
hollará a Satanás bajo sus pies en breve".
f. En las Epístolas a los Efesios, Filipenses, y Colosenses, el apóstol habla del
"día de Cristo" como el período de esperanza, perfección, y gloria que ellos
esperaban, y declara enfáticamente: "El Señor está cerca".
g. De la misma manera, en las Epístolas a Timoteo y Tito, es conspicua la
expectativa de la Parusía. A Timoteo se le exhorta a guardar el mandamiento
sin violación "hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo". "Juzgará a los
vivos y a los muertos a su venida, y a su reino". A los cristianos se les exhorta a
esperar "la bendita esperanza, la gloriosa aparición del gran Dios y nuestro
Salvador Jesucristo".

(2) Santiago representa la venida del Señor como cercana. "Han llegado" los últimos
días. Se exhorta a los cristianos sufrientes a "ser pacientes hasta la venida del Señor".
Se les asegura que esa venida "está cerca", que "el Juez está a la puerta".

(3) Como Pablo, Pedro concede gran prominencia a la Parusía y a los sucesos
relacionados con ella.

a. El día de Pentecostés, declaró que aquellos eran "los últimos días" predichos
por el profeta Joel, que introducían "el día grande y terrible de Jehová".
b. En su Primera Epístola, afirma que este era "el último tiempo"; que Dios estaba
"listo para juzgar a los vivos y a los muertos"; que "el fin de todas las cosas se
acercaba"; que "había llegado el tiempo en que el juicio debía comenzar por la
casa de Dios".
c. En su Segunda Epístola, exhorta a los cristianos a "esperar y apresurarse hasta
la venida del día de Dios"; y describe la cercana disolución del "cielo y de la
tierra".
(4) La Epístola a los Hebreos habla de "los últimos días" como si fueran presentes
ahora; es "el fin del tiempo"; se ve al día como "acercándose". "Aún un poquito, y el
que ha de venir vendrá, y no tardará".

(5) Juan confirma y completa el testimonio de los otros apóstoles; es "el último
tiempo"; "el anticristo ha venido"; "ya está en el mundo". Se exhorta a los cristianos a
vivir de tal manera que no se avergüencen delante de Cristo a su venida.

Finalmente, el Apocalipsis está lleno de la Parusía: "He aquí que viene con las nubes";
"el tiempo está cerca"; "he aquí, vengo presto".

Tal es un bosquejo rápido del testimonio apostólico de la pronta venida del Señor.
Habría sido extraño que, con semejantes garantías y exhortaciones, las iglesias
apostólicas no hubiesen vivido en constante y ansiosa expectación de la Parusía. De
que vivían así tenemos la más clara evidencia en el Nuevo Testamento, y podemos
concebir la poderosa influencia que esta fe y esta esperanza debe haber tenido en la
vida y el carácter cristianos.

Pero, admitiendo - lo que no puede ser bien negado - que los apóstoles y los cristianos
primitivos sí acariciaban estas esperanzas, y que su creencia se fundaba en las
enseñanzas de nuestro Señor, surge la pregunta: ¿No estaban equivocados en sus
expectativas? Esto casi equivale a preguntar: ¿Se les permitió a los apóstoles mismos
caer en el error y llevar a otros a un engaño similar, con respecto a una cuestión de
hecho que ellos tuvieron abundantes oportunidades de conocer; lo que debe haber sido
tema frecuente de conversación y conferencia entre ellos mismos; a lo que nunca
dejaron de llamar la atención delante de las iglesias, y sobre lo cual todos estaban de
acuerdo?

Hay críticos que no tienen escrúpulos en afirmar que los apóstoles estaban errados, y
que el tiempo ha demostrado la falacia de sus esperanzas. Los críticos nos dicen que,
o los discípulos entendieron mal las enseñanzas de su Maestro, o Él también estaba
bajo una impresión errónea. Por supuesto, esto es tanto hacer a un lado las
afirmaciones de los apóstoles en el sentido de que tenían derecho a hablar con
autoridad como los mensajeros inspirados de Cristo, como socavar las bases mismas
de la fe cristiana.

Hay otros, más reverentes en su tratamiento de las Escrituras, que reconocen que los
apóstoles en realidad estaban equivocados, pero que este error fue permitido por
sabias razones; que, de hecho, el error fue altamente beneficioso en sus resultados:
estimuló la esperanza, fortaleció el valor, inspiró la devoción". *
(* Por siglos, la esperanza del mundo había sido el segundo advenimiento. La iglesia
primitiva la esperaba en sus propios días. "Los que vivimos y hayamos quedado hasta
la venida del Señor". El Señor mismo había dicho: "No pasará esta generación sin que
todo esto acontezca". Pero el Hijo del hombre nunca vino. En los primeros siglos, los
cristianos primitivos creían que el advenimiento milenial estaba cerca; escucharon la
advertencia del apóstol, breve y precisa: "El tiempo es corto". Ahora bien.
Supongamos que, en vez de esto, hubiesen visto desenrollada la monótona página de
la historia de la iglesia; supongamos que habían sabido que, después de dos mil años,
el mundo habría apenas deletreado tres letras del significado del cristianismo, ¿dónde
habrían quedado aquellos esfuerzos gigantescos, aquella vida vivida como al borde
mismo de la eternidad, que caracterizan los días de la iglesia primitiva? - F. W.
Robertson, Sermón sobre lo Ilusorio de la Vida).

"Si los cristianos del siglo primero", dice Hengstenberg, "hubiesen previsto que la
segunda venida de Cristo no tendría lugar durante mil ochocientos años, ¡cuánto más
débil habría sido la impresión causada en ellos por esta doctrina que cuando le
esperaban a Él cada hora, y se les decía que velaran porque vendría como ladrón en la
noche, a una hora en que no le esperaban!" (Hengstenberg, Christology, vol. iv, p.
443).

Pero tampoco se puede aceptar esta doctrina como satisfactoria. Incuestionablemente,


los cristianos primitivos sí recibieron un tremendo impulso para su valor y su celo por
la firme creencia en el pronto advenimiento del Señor; pero, ¿era ésta una esperanza
que les avergonzase, después de todo? ¿Tenemos que llegar a la conclusión de que el
indomable valor y la indomable devoción de un Pablo descansaban principalmente en
un engaño? ¿Eran los mártires y los confesores de la época primitiva sólo equivocados
entusiastas? Confesamos que tal conclusión repugna a nuestro concepto del
cristianismo como revelación de la verdad divina por medio de hombres inspirados. Si
los apóstoles entendieron mal o desfiguraron las enseñanzas de Cristo con relación a
los hechos, con respecto a los cuales tuvieron las más amplias oportunidades de
obtener información, ¿hasta qué punto se puede depender de su testimonio en
cuestiones de fe, en las cuales la sujeción a error es tanto mayor? Tales explicaciones
están calculadas para hacer estremecer los fundamentos de la confianza en las
enseñanzas apostólicas; y no es fácil ver cómo son compatibles con cualquier creencia
práctica en la inspiración.

Hay otra teoría, sin embargo, por medio de la cual muchos suponen que puede
salvarse el crédito de los apóstoles, y, sin embargo, deja lugar para evitar la
aceptación de su aparente enseñanza sobre el tema de la venida de Cristo. Esto es, por
medio de la hipótesis de un cumplimiento primario y parcial de sus predicciones en
sus propios días, que debía ser seguido y completado por un cumplimiento final y
pleno al fin de la historia humana. Según este punto de vista, lo que los apóstoles
esperaban no era totalmente erróneo. Algo tuvo lugar en realidad, algo que podría
llamarse "una venida del Señor", "un día de juicio". Las predicciones recibieron casi
un cumplimiento en la destrucción de Jerusalén y en el juicio de la nación culpable.
Aquella consumación al fin de la era judía era tipo de otra catástrofe, infinitamente
mayor, cuando la raza humana entera sea llevada ante el tribunal de Cristo y la tierra
sea consumida por una conflagración general. Este es probablemente el punto de vista
más comúnmente aceptado por la mayoría de los expositores y lectores del Nuevo
Testamento en la actualidad. La primera objeción a esta hipótesis es que no tiene
fundamento en las enseñanzas de las Escrituras. No hay un ápice de evidencia de que
los apóstoles y los cristianos primitivos tuvieran ninguna sospecha de una doble
referencia en las predicciones de Jesús concernientes al fin. No se sugiere nada en el
sentido de que los dichos de Jesús debían tener un cumplimiento primario y parcial en
aquella generación, y de que un cumplimiento completo y exhaustivo estaba reservado
para un período futuro y distante. La verdad es completamente opuesta. ¿Qué puede
ser más abarcante y concluyente que las palabras de nuestro Señor: "De cierto os digo:
No pasará esta generación hasta que TODAS estas cosas se hayan cumplido"? ¡Qué
tortura crítica se les ha aplicado a estas palabras para extraerles algún otro significado
diferente del obvio y natural! ¡Cómo ha sido buscado yeveá a través de todo su linaje
y genealogía para descubrir que posiblemente no signifique las personas que entonces
vivían en la tierra! Pero todos esos esfuerzos son completamente fútiles. Mientras las
palabras permanezcan en el texto, su sentido claro y obvio prevalecerá sobre todas los
oropeles y las distorsiones de la crítica ingeniosa. La hipótesis de un cumplimiento
doble no tiene apoyo en las Escrituras. Sólo tenemos que leer el lenguaje con el cual
los apóstoles hablan de la cercana consumación, para persuadirnos de que ellos tenían
en mente sólo un gran acontecimiento, y sólo uno, y que ellos pensaban y hablaban de
él como muy cercano.

Esto nos trae a otra objeción contra la hipótesis de un cumplimiento doble, y hasta
múltiple, de las predicciones del Nuevo Testamento, es decir, que procede de un
concepto fundamentalmente erróneo del verdadero significado y la verdadera
grandeza de aquella gran crisis en el gobierno divino del mundo que está marcada por
la Parusía. No son pocos los que parecen creer que, si la profecía de nuestro Señor en
el Monte de los Olivos, y las predicciones de los apóstoles de la venida de Cristo en
gloria, no significaban más que la destrucción de Jerusalén, y se cumplieron con aquel
suceso, entonces todos los anuncios y todas las expectaciones terminaron en un mero
fiasco, y la realidad histórica responde muy débil e inadecuadamente a esta magnífica
profecía. Hay razón para creer que el verdadero significado y la verdadera grandeza
de aquel gran suceso son poco apreciados por muchos. La destrucción de Jerusalén no
fue meramente un suceso emocionante en el drama de la historia, como el sitio de
Troya o la caída de Cartago, y que cerró un capítulo en los anales de un estado o de un
pueblo. Fue un acontecimiento sin paralelo en la historia. Fue la señal externa y
visible de una gran época en el gobierno divino del mundo. Fue el fin de una
dispensación y el comienzo de otra. Marcó la inauguración de un nuevo orden de
cosas. La economía mosaica - que había sido introducida por los milagros en Egipto,
los relámpagos y los truenos de Sinaí, y las gloriosas manifestaciones de Jehová a
Israel - estaba abolida ahora, después de haber subsistido por más de quince siglos. La
peculiar relación entre el Altísimo y la nación del pacto estaba disuelta. El reino
mesiánico, es decir, la administración del gobierno divino por el Mediador, hasta
ahora, al menos, por lo que concernía a Israel, había alcanzado su punto culminante.
El reino por tanto tiempo predicho y esperado, y por el cual se había orado por tanto
tiempo, ahora había llegado plenamente. El acto final del Rey fue sentarse en el trono
de su gloria y juzgar a su pueblo. Entonces pudo "entregar el reino a Dios y al Padre".
Este es el significado de la destrucción de Jerusalén según lo muestra la Palabra de
Dios. No fue un hecho aislado, una solitaria catástrofe; fue el centro de un grupo de
sucesos relacionados y coincidentes, no sólo en el mundo material sino también en el
mundo espiritual; no sólo en la tierra, sino también en la tierra y en el infierno; siendo
algunos de ellos cognoscibles por los sentidos y susceptibles de confirmación
histórica, mientras que otros no.

Quizás puede decirse que esta explicación de las predicciones del Nuevo Testamento,
en vez de aliviar la dificultad, nos turba y nos deja perplejos más que nunca. Es
posible creer en el cumplimiento de las predicciones que se cumplen en el orden
visible y externo de las cosas porque tenemos evidencia histórica de ese
cumplimiento; pero, ¿cómo puede esperarse que creamos en cumplimientos de los
cuales se dice que han tenido lugar en la región de lo espiritual y lo invisible cuando
no tenemos ningún testigo para confirmar los hechos? Podemos creer implícitamente
en el cumplimiento de todo lo que se predijo con respecto a los horrores del sitio de
Jerusalén, el incendio del templo, y la demolición de la ciudad, porque tenemos el
testimonio de Josefo en cuanto a los hechos; pero, ¿cómo podemos creer en la venida
del Hijo del hombre, en una resurrección de los muertos, en un acto de juicio, cuando
no tenemos nada en que confiar sino la palabra de la profecía, y no tenemos ningún
Josefo que respalde la exactitud histórica de los hechos?

A esto sólo se puede contestar que la exigencia de un testimonio humano acerca de los
sucesos en la región de lo invisible no es completamente razonable. Si los recibimos
siquiera, debe ser basándonos en la palabra de Aquél que declaró que todas estas
cosas ciertamente tendrían lugar antes de que pasara aquella generación. Pero,
después de todo, ¿es tan excesiva la demanda sobre nuestra fe en esta cuestión?
Sabemos que gran parte de estas predicciones se han cumplido literal y puntualmente;
reconocemos en ese cumplimiento una notable prueba de la verdad de la Palabra de
Dios y la presciencia sobrehumana que previó y predijo el futuro. ¿Podría algo haber
sido menos probable, en el momento en que nuestro Señor pronunció su discurso
profético, que la total destrucción del templo, el arrasamiento del templo, y la ruina de
la nación durante la generación que existía entonces? ¿Qué puede ser más minucioso
y particular que las señales del fin enumeradas por nuestro Señor? ¿Qué puede ser
más preciso y literal que el cumplimiento de ellas?

Pero la parte que declaradamente se ha cumplido, y que está respaldada por la historia
no inspirada, está unida inseparablemente a la otra porción que no está respaldada.
Nada, excepto un violento trastorno, puede separar una parte de la profecía de la otra.
Es una de principio a fin; un todo completo. El más fino instrumento no logra trazar
una línea que separe la una porción que se refiere a aquella generación de la otra
porción que se refiere a un período diferente y distante. Cada parte de ella descansa en
el mismo fundamento, y el todo está de tal manera enlazado y concatenado que todo o
se sostiene o cae junto. Por lo tanto, estamos justificados al sostener que el exacto
cumplimiento de una tal parte de la profecía que viene por el conocimiento de los
sentidos, y que puede ser apoyada por el humano testimonio, presupone y garantiza el
exacto cumplimiento de la porción que está dentro de la región de lo invisible y
espiritual, y que no puede, en la naturaleza de las cosas, ser atestiguada por la
evidencia humana. Esto no es credulidad, sino fe razonable, como la que los hombres
ejercen sin temor en todas sus mundanas transacciones.

Llegamos a la conclusión, por lo tanto, de que todas las partes de la predicción de


nuestro Señor se refieren al mismo período y al mismo suceso; que la profecía entera
es una e indivisible, y descansa en el mismo fundamento de la divina autoridad.
Además, que está demostrado que todo lo que era cognoscible por los sentidos
humanos se ha cumplido, y que, por lo tanto, no sólo podemos, sino que debemos,
asumir el cumplimiento del resto no sólo como creíble sino como cierto.

Como resultado de la investigación, nos encontramos en este dilema: o el grupo entero


de predicciones, que incluyen la destrucción de Jerusalén, la venida del Señor, la
resurrección de los muertos, y la recompensa de los fieles, tuvo lugar antes de que
pasase aquella generación, como lo predijo Jesús, lo enseñaron los apóstoles, y lo
esperó la iglesia entera, o de lo contrario, la esperanza de la iglesia era un engaño, la
enseñanza de los apóstoles un error, y las predicciones de Jesús un sueño.

No hay ninguna otra alternativa consistente con la correcta interpretación gramatical


de las palabras de la Escritura. No podemos hacer pedazos la profecía de Cristo, y
decidir arbitrariamente que esto es pasado y aquello es futuro; que esto se ha cumplido
y aquello no se ha cumplido. No hay ningún pretexto para una división tal en el
registro de aquel discurso; como la túnica sin costuras que llevaba Aquél que lo
pronunció, es todo de una pieza, "de un solo tejido de arriba abajo". La estructura
gramatical y la ocasión histórica implican por igual la unidad de la profecía entera.
Tampoco hay ninguna "facultad verificadora" por medio de la cual se pueda distinguir
entre una parte y la otra como pertenecientes a diferentes períodos y épocas. Está
demostrado que todo intento de trazar tales líneas de distinción han sido un completo
fracaso. La profecía rehúsa ser manipulada, y afirma su unidad y homogeneidad a
pesar de los artificios críticos o la violencia. Por todas estas consideraciones, y
principalmente por consideración a la autoridad de Aquél cuya palabra no puede ser
quebrantada, nos vemos obligados, pues, a concluir que la Parusía, o la segunda
venida de Cristo, con sus acontecimientos relacionados y concomitantes, sí tuvo lugar,
de acuerdo con la predicción del propio Salvador, en el período en que Jerusalén fue
destruida, y antes de que pasara "aquella generación".

Aquí podemos hacer una pausa, porque la profecía en la Escritura no nos lleva más
allá. Pero el fin de la era no es el fin del mundo, y la suerte de Israel no nos enseña
nada con respecto al destino de la raza humana. Lo queramos o no, no podemos evitar
especular sobre el futuro y predecir el destino último de un mundo que ha sido el
escenario de tan estupendas demostraciones del juicio y la misericordia divinos.
Algunos pensarán probablemente que es una desagradable conclusión la de que
Apocalipsis no es el programa de historia civil y eclesiástica que una errónea teoría de
interpretación suponía. Les parecerá que la extinción de aquellas falsas luces, que
confundieron con estrellas guiadoras, les deja en total oscuridad acerca del futuro, y se
preguntarán perplejos: ¿A dónde vamos? ¿Cuál ha de ser el fin y la consumación de la
historia humana? ¿Está esta tierra, con su preciosa carga de intereses inmortales y
eternos, avanzando hacia la luz y la verdad, o apresurándose hacia regiones de
oscuridad y distanciándose de Dios?

Donde nada se ha revelado, sería el colmo de la presunción pronosticar el futuro. "No


nos toca saber los tiempos y las sazones, que el Padre puso en su sola potestad". Se ha
dicho que "el profeta no inspirado es un estúpido", y muchos casos confirman el
dicho. Pero esto se nos puede permitir concluir: no hay razón para que nos
desesperemos acerca del futuro. Algunos nos dicen que, así como el judaísmo fue un
fracaso, así también el cristianismo será un fracaso. No estamos convencidos de esto;
más bien lo consideramos como una recusación de la sabiduría y bondad divinas. El
judaísmo nunca se constituyó en religión universal; era esencialmente limitado y
nacional en su operación; pero el cristianismo está hecho para el hombre, y ha
demostrado su adaptación a todas las variedades de la familia humana. Es en verdad
demasiado cierto que el progreso del cristianismo en el mundo ha sido
lamentablemente lento; y que, después de dieciocho siglos, no ha conseguido desterrar
el mal del mundo, ni siquiera en las regiones en que su influencia se ha sentido más
poderosamente. Sin embargo, después de hacer lugar para sus defectos, todavía
continúa siendo la más poderosa fuerza moral que jamás se puso en funcionamiento
para purificar y ennoblecer el carácter del hombre. Es el cristianismo lo que diferencia
al mundo antiguo del nuevo; la civilización moderna de la antigua. Este es el nuevo
factor en la sociedad y la historia humanas que puede reclamar la porción mayor en
las reformas benéficas del pasado y del cual podemos esperar resultados todavía
mayores en el futuro. El historiador filósofo reconoce en el cristianismo un nuevo
poder, que "desde su mismo origen, y todavía más en su progreso, renovó por
completo la faz del mundo". * (Schlegel, Philosophy of History, Lect. x).

Tampoco hay ningún síntoma de decrepitud ni agotamiento en la religión de Jesús


después de todos los siglos y conflictos, así como de las revoluciones de opinión por
las cuales ha pasado. Ha permanecido firme ante lo más recio de las más malignas
persecuciones, y ha salido victoriosa. Ha soportado la prueba de la crítica más
escrutadora y hostil, y ha salido indemne del fuego. Ha sobrevivido el más peligroso
patrocinio de pretendidos amigos que la han corrompido convirtiéndola en
superstición, la han pervertido convirtiéndola en una política, o la han degradado
convirtiéndola en comercio. Aunque los enemigos del evangelio predicen su pronta
extinción, entra en una nueva carrera de conflicto y victoria. Hay una perpetua
tendencia en el cristianismo a renovar su juventud, a recuperar el ideal de su prístina
pureza, y a deshacerse de las impurezas y los acrecentamientos que son extraños a su
naturaleza. Desde la era apostólica, nunca hubo mayor vitalidad ni vigor en la religión
de la cruz que hoy. Esta es la era de las misiones cristianas; y aunque todas las otras
religiones han dejado de hacer proselitismo, y por lo tanto, de crecer, el cristianismo
va a todos los territorios y a todas las naciones, Biblia en mano, y proclamando con su
boca las buenas nuevas: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo".

La verdadera interpretación de las profecías del Nuevo Testamento, en vez de


dejarnos en la oscuridad, alienta la esperanza. Mitigan la tristeza que se cierne sobre
un mundo que se creía destinado a perecer. No hay razón para inferir que, porque
Jerusalén fue destruida, el mundo debe arder; o que, porque la nación apóstata fue
condenada, la raza humana debe ser destinada a la perdición. Toda esta siniestra
anticipación descansa en una errónea interpretación de la Escritura; y habiendo
eliminado las falacias, el futuro se abrillanta con una gloriosa esperanza. Podemos
confiar en el Dios de amor. Él no ha abandonado a la tierra, y gobierna el mundo con
un plan que ciertamente no nos ha revelado, pero del cual podemos estar seguros
emergerá finalmente el mayor bien de las criaturas y la gloria más resplandeciente del
Creador.

En verdad, puede parecer extraño e inexplicable que ahora hayamos sido dejados sin
ninguna de aquellas manifestaciones y revelaciones divinas que en otras épocas
complació a Dios entregar a los hombres. En algunos respectos, parecemos estar más
lejos del cielo que en las épocas en que las voces y las visiones recordaban a los
hombres la cercanía del Invisible. Podemos decir, con los judíos del cautiverio: "No
vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quién sepa hasta
cuándo" (Sal. 74:9).

Han pasado mil ochocientos años desde que en la tierra se oyó una voz que decía:
"Así dice el Señor". Es como si en el cielo se hubiese cerrado una puerta, y se hubiese
cortado la comunicación directa entre Dios y los hombres; y parecemos estar en
desventaja en comparación con los que fueron favorecidos con "las visiones y las
revelaciones del Señor". Pero hasta en esto puede que no juzguemos correctamente.
Sin duda, es mejor que las cosas sean así. El Señor declaró que la presencia del
Espíritu Santo con los discípulos más que compensaba su propia ausencia. Ese
Espíritu mora con nosotros, y en nosotros, y es su oficio "tomar lo que es de Cristo y
mostrárnoslo a nosotros". Tenemos también la Palabra escrita de Dios, y en esto
disfrutamos de una incalculable superioridad sobre los tiempos anteriores. Es mejor la
Palabra escrita que el profeta viviente. Pero, si fuese necesario para el bienestar y la
guía de la humanidad que Dios se manifestase nuevamente, no hay ninguna
presunción contra revelaciones adicionales. ¿Por qué tendríamos que pensar que Dios
ha dicho a los hombres su última palabra? Pero le toca a Él escoger, y no a nosotros
dictaminar. Puede muy bien ser que aún ahora, de modos que nosotros no
sospechamos, Él está hablando al hombre. "Dios se cumple a sí mismo de muchas
maneras, y la historia humana está tan llena de Dios hoy día como en la época de
milagros y profecías. Lejos sea de nosotros la incredulidad que pierde la esperanza en
el cristianismo y en el hombre. Ciertamente, no fue en vano que Dios dijo: "Yo soy la
luz del mundo". "No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo pudiese ser salvo". "Yo, si fuese levantado de la tierra, a todos
atraeré a mí mismo".

El apóstol favorecido que, más que ningún otro, parece haber comprendido "la
anchura, la longura, y la profundidad, y la altura del amor de Cristo", nos sugiere
ideas del alcance y la eficacia de la gran redención que nuestra latente incredulidad
puede apenas recibir. El apóstol no vacila en afirmar que la obra restauradora de
Cristo finalmente reparará con creces la ruina causada por el pecado. "Así como por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también,
por la obediencia de Uno, los muchos serán constituidos justos". Esta comparación no
tendría sentido si "los muchos" de un lado de la ecuación no fuesen proporcionales a
"los muchos" del otro lado de ella. Pero esto no es todo: la obra redentora de Cristo
hace más que restablecer el equilibrio: "Cuando el pecado abundó, sobreabundó la
gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por
la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro" (Rom. 5:19-21).

Está fuera del ámbito de esta discusión argumentar sobre bases filosóficas la natural
probabilidad de un reinado de la verdad y la justicia en la tierra; estamos felices de
que se nos asegure la consumación sobre bases más elevadas y más seguras, aún la
promesa de Aquél que nos enseñó a orar: "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en
el cielo". Porque cada oración enseñada por Dios contiene una profecía, y transmite
una promesa. Este mundo ya no pertenece al diablo, sino a Dios. Cristo lo ha
redimido, y lo recuperará, y atraerá a Sí a todos los hombres. De lo contrario, es
inconcebible que Dios haya enseñado a su pueblo en todos los tiempos a pronunciar
con fe y esperanza aquella oración sublime y profética:

"Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga;


Haga resplandecer su rostro sobre nosotros;
Para que sea conocido en la tierra tu camino,
En todas las naciones tu salvación.
Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.
Alégrense y gócense las naciones,
Porque juzgarás los pueblos con equidad,
Y pastorearás las naciones en la tierra.
Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.
La tierra dará su fruto;
Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.
Bendíganos Dios,
Y témanlo todos los términos de la tierra".
(SALMO 67).

APÉNDICE A LA PARTE III


NOTA A

Reuss acerca del "número de la bestia" (Apoc. 13:18)

"Si relatáramos todo lo que los teólogos han dicho referente al número 666 en
Apocalipsis, compondríamos una historia muy singular. Sin embargo, éste no es el
lugar para hacerlo, y sería por lo general un mero desperdicio de tiempo refutar
errores palpables y alucinaciones absurdas. Nuestros textos son tan claros para los que
tienen ojos para ver y comprender, que la simple afirmación del significado verdadero
de estos textos debería disipar en seguida las nubes acumuladas alrededor de ellos por
prejuicios dogmáticos, imaginaciones interesadas, y pre-construcciones políticas.
"El número de la bestia, 666, es el número de un hombre, αριθµοζ, ανθρωπου, dice
el profeta. Es el número de un nombre, dice nuevamente, y ese nombre está escrito en
la frente de los que son súbditos leales y adoradores de la bestia. Pero la bestia misma
es un ser personal - el anticristo, y no representa ninguna idea abstracta. De esto se
sigue que el número 666 no representa un período de la historia eclesiástica, como se
sostiene en la interpretación de teólogos protestantes ortodoxos y milenialistas
pietistas de la escuela de Bengel. Tampoco representa un nombre común, ni
caracteriza a un poder, ni a un imperio, por ejemplo, el paganismo romano, como trató
de demostrar Ireneo con su Aateinoz, que ha sido adoptado por todos los intérpretes
subsiguientes que no han podido inventar nada todavía más inadmisible, y que los
protestantes han usado ansiosamente en interés de sus polémicas contra el Papa. Los
términos "Lacio", "latinos" no existían en el siglo primero, sino en la poesía y la
geografía local de la Campaña de Roma, y, como nombre de un lenguaje, eran
completamente desconocidos en cualquier forma dentro de la esfera apostólica (Lucas
23:38; Juan 19:20).

"El número 666, pues, tiene que contener un nombre propio, el nombre de un
personaje político e histórico que debía jugar el papel de Anticristo en todas las
grandes revoluciones que esperaban al mundo judeo-cristiano. Después de leer a
Daniel y la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, sabemos cuál es el tema. Nuestro
autor procede finalmente a decirnos de quién está hablando.

"Aquí, pues, está la dificultad (si es que es dificultad) que más a menudo ha
confundido hasta a los que han enfocado el problema con un espíritu libre de prejuicio
e ilusión. La bestia del capítulo trece no es un individuo, sino el Imperio Romano,
cnsiderado como un poder. El escritor mismo nos dice (cap. 17) que las siete cabezas
de la bestia representan las siete colinas sobre las cuales está edificada la ciudad; y
nuevamente, siete reyes que han reinado allí, o todavía reinan. Esto es bastante
correcto, pero él nos dice con bastante claridad que esta bestia es al mismo tiempo una
de las siete cabezas, una combinación aparentemente inconcebible y más que
paradójica, pero al mismo tiempo muy natural, y hasta necesaria. La idea de un poder,
especialmente de una influencia hostil, siempre tiende a asumir una forma concreta,
para personificarse en la mente popular. El monstruo ideal se convierte en un
individuo; el principio toma una clara forma humana, y bajo esta forma personal las
ideas se popularizan, hasta que los individuos, a su vez, se convierten en
representantes permanentes de las ideas e influencias que les sobreviven. Para la
mayor parte de los hombres, un nombre propio transmite más que una definición, y es
más probable que despierte un sentimiento cálido y vivo. El poder, la idolatría, la
blasfemia, y la persecución pagana, todo lo que despierta las justas antipatías de la
iglesia, todo lo que le inspira horror, y le arranca exclamaciones de dolor, sería
naturalmente individualizado y concentrado en la persona de aquél que, unos años
antes de la destrucción de Jerusalén, había llenado la medida de sus crímenes. La
bestia es, pues, a un tiempo el imperio y el emperador, y el nombre de éste último está
en los labios del lector pensante antes de pronunciarlo. Arrojemos sobre él, pues, toda
la luz de la ciencia histórica.

"Una lectura atenta del capítulo 11 ya nos habrá convencido de que este libro se
escribió antes de la destrucción de Jerusalén. El templo y su atrio interior, con el gran
altar, son los medidos - es decir, destinados, para ser preservados (Zac. 2), mientras
que el resto de la ciudad es entregado a los paganos y dedicado al sacrilegio. Estos
pasajes no podrían haber sido enmarcados en vista del estado de cosas que existieron
después del año 70. Pero las indicaciones que se dan en el capítulo 17 son todavía más
decisivas. Sostendremos que aquí se habla de Roma hasta que se pueda demostrar que
en la época de los apóstoles existía otra ciudad construida sobre siete colinas, urbem
septicollem, en la que la sangre de los testigos de Cristo haya sido derramada a
torrentes (vers. 6,9). Esta ciudad, o este imperio, tiene siete reyes. Las revelaciones de
Daniel, Enoc, y Esdras siguen el mismo plan cronológico, contando todas las
sucesiones de reyes para poner al lector sobre la pista de las fechas. De esos siete
reyes, cinco ya están muertos (ver. 10), el sexto reina en este momento. El sexto
emperador de Roma era Galba, un anciano, de setenta y tres años de edad cuando
ascendió al trono. La catástrofe final, que había de destruir la ciudad y el imperio,
debía tener lugar en tres años y medio, como ya hemos observado. Por esta única y
simple razón, la serie de emperadores incluye sólo uno después del monarca que
entonces reinaba, y que no reinaría sino por poco tiempo. El escritor no le conoce,
pero conoce la duración relativa de su reinado, porque sabe que Roma, en tres años y
medio, perecerá finalmente, para no levantarse jamás.

"Vendrá un octavo emperador, es uno de los siete, y es al mismo tiempo la bestia que
era, pero que, en este momento, no es. Esto tiene que referirse, pues, a uno de los
emperadores anteriores, que ha de venir una segunda vez, pero como el Anticristo,
esto es, investido de todo el poder del diablo, y para el propósito especial de combatir
contra el Señor. Puesto que se dice que, en el momento en que se escribió la visión, no
es, pero ya ha sido, debe ser uno de los primeros cinco emperadores. Ya ha sido
herido de muerte (cap. 13:3), de modo que hay algo milagroso en su reaparición. No
puede, pues, ser Augusto, ni Tiberio, ni Claudio, ninguno de los cuales tuvo un fin
violento, y los que, además, quedan fuera de consideración por el hecho de que
ninguno de éstos era hostil en sus relaciones con la Iglesia. Esta razón también
excluye a Calígula. Sólo queda Nerón; pero todo concurre para señalarle como el
personaje designado tan misteriosamente. Mientras reinó Galba, y aún mucho tiempo
después de eso, el pueblo no creía que Nerón estuviese muerto; le suponían oculto en
alguna parte y listo para regresar y vengarse de sus enemigos. Las ideas mesiánicas de
los judíos, que habían sido vagamente difundidas en Occidente (como nos lo dicen
Tácito y Suetonio), mezclándose con estos conceptos populares, le sugerían a los
crédulos la idea de que Nerón vendría otra vez del Oriente, para reconquistar el trono
con ayuda de los partos. Aparecieron muchos falsos Nerones. Estas fantasías
populares se esparcieron también entre los cristianos. Las visiones eran ocurrencia
común, y los padres de la Iglesia perpetúan la misma tradición durante varios siglos
después.

"Por último, para que no falte nada para una evidencia plena, nuestro libro nombra a
Nerón, por decirlo así, en cada letra. El nombre de Nerón está contenido en el número
666. El mecanismo del problema se basa en uno de los artificios cabalísticos usados
en la hermenéutica judía, que consistía en calcular el valor numérico de las letras que
componían una palabra. Este método, llamado gematría, o geométrico, es decir,
matemático, y usado por los judíos en la exégesis del Antiguo Testamento, ha dado
mucho trabajo a nuestros eruditos, y les ha llevado a un laberinto de errores. Todos los
alfabetos antiguos y modernos han sido puestos a colaborar, y en cada ocasión se han
ensayado todas las combinaciones imaginables de números y letras. Al método se le
ha hecho producir casi todos los nombres históricos de los pasados dieciocho siglos: -
Tito Vespasiano y Simón Gioras, Julián el Apóstata y Genserico, Mohomet y Lutero,
Benedicto IX y Luís XV, Napoleón I y el Duque de Reichstadt - y no sería difícil para
ninguno de nosotros, usando los mismos principios, leer por medio de él los nombres
de los unos o los otros. La verdad es que el enigma no era tan difícil, aunque sólo ha
sido resuelto por medio de la exégesis en nuestros propios días. Era tan poco insoluble
que varios eruditos contemporáneos encontraron la clave simultáneamente, y sin saber
nada de los trabajos los unos de los otros. La gematría es un ar hebreo. El número
tiene que ser descifrado por medio del alfabeto hebreo: rsq nwrn se lee "Nerón César":-

n 50 + r 200 + w 6 + n 50 + q 100 + s 60 + r 200 = 666


"El punto más curioso es que existe una lectura muy antigua que da 616. Esta podría
ser la obra de un lector latino de Apocalipsis que había encontrado la solución, pero
que pronunciaba Nerón como los romanos, mientras que el escritor de Apocalipsis lo
pronunciaba como los griegos y los orientales. La remoción de la n final da cincuenta
menos".

NOTA B

Vida y Escritos de Juan, por El Dr. J. M. Macdonald


Este libro estaba listo para entrar en prensa antes de que el autor tuviese la
oportunidad de consultar la detallada obra del Dr. Macdonald, Vida y Escritos de
Juan. Aunque no puede decirse que el Dr. Macdonald hace por Juan lo que Conybeare
y Howson hacen por Pablo, hay mucho de valioso en su obra. Es especialmente
gratificante para este autor descubrir que, acerca de la difícil cuestión de "los dos
testigos", el Dr. Macdonald ha llegado a una conclusión casi idéntica a la del autor.
Parecería, sin embargo, que con el Dr. Macdonald esto sería una feliz adivinanza.
Paley dice: "Él descubre lo que prueba"; y el Dr. Macdonald no ha profundizado en la
investigación del problema.

Acerca de la cuestión de la fecha de Apocalipsis, el Dr. Macdonald se pronuncia, sin


titubear, a favor de la fecha temprana; y sus observaciones sobre este tema son de
peso y poderosas. Él ve, lo que en realidad es bastante obvio, que la evidencia interna
zanja la cuestión más allá de toda controversia.

Pero, como tantos expositores, el Dr. Macdonald no ha logrado encontrar la verdadera


clave del Apocalipsis. Sigue de cerca a Moses Stuart en la interpretación de la última
porción de la Revelación, y ve en la ciudad ramera, no a Jerusalén, sino a Roma. Hay
una inconsistencia en sus afirmaciones con respecto a Babilonia (la ciudad sobre el
Éufrates), que equivale a una contradicción. En la página 138, representa a la
Babilonia literal como una ciudad grande y populosa en tiempos de Pedro, y cita con
aprobación a J. D. Michaelis y a D. F. Bacon para demostrar que la ciudad tenía una
gran población judía y ofrecía un campo muy deseable para la obra de aquel apóstol.
Sin embargo, en la página 225 dice: "La Babilonia literal ya no existía más. Las
profecías relativas a ella y pronunciadas por Isaías hacía mucho que se habían
cumplido". Ambas afirmaciones no pueden ser correctas. Tenemos la más clara
evidencia de que, en la era apostólica, Babilonia era una ciudad desierta.
Probablemente la provincia de Babilonia haya sido confundida con Babilonia la
ciudad.

Los siguientes extractos son interesantes y valiosos:

La fecha del Apocalipsis:

"En general, la evidencia externa parece ser comparativamente de poco valor al


decidir la verdadera fecha del Apocalipsis. Es claro que hay que confiar primero en el
argumento de la evidencia interna. Cuando se ha hecho parecer que Ireneo no dice
nada con respecto al tiempo en que el Apocalipsis se escribió, y que Eusebio atribuye
su autoría a un Juan diferente del apóstol, es suficientemente evidente que el restante
testimonio de la antigüedad, conflictivo como es, o que está situado más o menos en
el punto medio entre la fecha temprana y la tardía, es de poca importancia al decidir la
cuestión. Y cuando abrimos el libro mismo, y encontramos en sus mismas páginas
evidencia de que, en el tiempo en que fue escrito, los judíos enemigos todavía eran
arrogantes y activos en la ciudad en que nuestro Señor fue crucificado, y que el
templo y el altar en ella todavía estaban en pie, no necesitamos ninguna fecha de la
primera antigüedad, ni siquiera de la mano del autor mismo, para informarnos que él
escribió antes de aquel gran suceso histórico y aquella época histórica, la destrucción
de Jerusalén". pp. 171,172.

Los Dos Testigos (Apoc. 11)

"Si tuviéramos en existencia una historia cristiana, como tenemos una historia pagana
escrita por Tácito y una judía escrita por Josefo, que relatan lo que ocurrió dentro de
aquella ciudad dedicada durante el terrible período de su historia, podríamos
bosquejar más claramente la profecía sobre los dos testigos. El gran cuerpo de
cristianos, advertidos por las señales que les había dado el Señor, según el testimonio
antiguo, parece haber abandonado Palestina cuando ésta fue invadida por los romanos
... Pero fue la voluntad de Dios que un número competente de testigos de Cristo
quedasen para predicar el evangelio hasta el último momento a sus engañados y
miserables compatriotas. Puede haber sido parte de su trabajo reiterar las profecías
relativas a la destrucción de la ciudad, el templo, y la comunidad. Los testigos debían
profetizar durante el tiempo en que los romanos habrían de arrasar la Tierra Santa y la
ciudad. El hecho de que estuviesen vestidos de cilicio indica el carácter triste de su
misión. En su designación como los dos olivos, y los dos candelabros o las dos
lámparas de pie delante de Dios, hay una alusión a Zacarías 4, donde estos dos
símbolos son interpretados como los dos ungidos, Josué el sumo sacerdote y
Zorobabel el príncipe, fundador del segundo templo. Los olivos, frescos y vigorosos,
mantienen las lámparas siempre provistas de aceite. Estos testigos, en medio de la
oscuridad que se ha asentado alrededor de Jerusalén, dan una luz constante e infalible.
Poseen el poder de hacer milagros tan maravillosos como cualquiera de los que
llevaron a cabo Moisés y Elías. Lo que se predice aquí debe haberse cumplido antes
del fin de la era milagrosa o apostólica. Todos los que aquí encuentran una predicción
del estado de la iglesia durante el surgimiento del papado, o en cualquier período
después de la era de los apóstoles, les es necesario, por supuesto, explicar todo este
lenguaje que atribuye poder milagroso a los testigos. Ellos habrían de caer víctimas de
la guerra, o del mismo poder que hacía la guerra, y sus cadáveres debían yacer
insepultos por tres días y medio en las calles de la ciudad donde Cristo fue
crucificado. Su resurrección y ascensión al cielo deben ser interpretadas literalmente;
aunque, como en el caso de los milagros que llevaban a cabo, no existe un registro
histórico de los sucesos mismos. Si estos dos profetas fuesen los únicos cristianos en
Jerusalén, puesto que ambos fueron asesinados, no habría quedado nadie para registrar
o informar del caso; y aquí tenemos, por lo tanto, un ejemplo de una profecía que
contiene al mismo tiempo la única historia y la única observación de los sucesos que
le dieron cumplimiento. La oleada de ruina que barrió a Jerusalén, y cuyo olor llegó
hasta el cielo, borró o evitó toda memoria humana de su obra de fe, su paciencia de
esperanza, y su obra de amor. La profecía que los predijo es su única historia, o la
única historia del papel que debían desempeñar en las escenas finales de Jerusalén.
Llegamos a la conclusión, pues, que estos testigos eran dos de aquellos apóstoles que
parecen haberse perdido para la historia tan extrañamente, o de los cuales no se ha
podido descubrir ningún rastro auténtico después de la destrucción de Jerusalén. ¿No
puede haber sido uno de ellos Santiago el Menor, o el segundo Santiago (para
diferenciarlo del hermano de Juan), comúnmente llamado obispo de Jerusalén? Según
Egésipo, un historiador judeo-cristiano, que escribió cerca de mediados del siglo
segundo, su monumento todavía se levantaba cerca de las ruinas del templo. Egésipo
dice que fue muerto en el año 69, y que representa al apóstol dando un poderoso
testimonio de la condición mesiánica de Jesús, y señalando hacia su segunda venida
en las nubes del cielo, hasta el mismo momento de su muerte. Estos testigos de Cristo
parecen ser particularmente adecuados, hombres dotados de los dones más
sobrenaturales, de pie hasta el final en la ciudad abandonada, profetizando su
destrucción, y lamentándose de lo que una vez le fue querido a Dios". Pp. 161, 16.

NOTA SUPLEMENTARIA

El obispo Warburton acerca de "La Profecía de Nuestro Señor en el Monte de los


Olivos" y sobre "El Reino de los Cielos".

Las siguientes observaciones del erudito autor de "La Divina Legación" concuerdan
notablemente con las opiniones expresadas en esta obra:

"La profecía de Jesús concerniente a la cercana destrucción de Jerusalén a manos de


Tito está concebida en términos tan elevados y ampulosos, que, no sólo los intérpretes
modernos, sino también los antiguos, han supuesto que nuestro Señor entrelaza en ella
una predicción directa de su segunda venida en juicio. De aquí la opinión corriente en
aquellos tiempos de que la consumación de todas las cosas se acercaba; lo cual ha
proporcionado asidero a una objeción infiel en estos tiempos, insinuando que Jesús,
para mantener a sus seguidores vinculados a su servicio, y pacientes bajo el
sufrimiento, les lisonjeaba con la cercana proximidad de aquellas recompensas que
completaban todas sus visiones y esperanzas. A lo cual los defensores de la religión
han opuesto esta respuesta: Que la distinción de corto y largo, en la duración del
tiempo, se pierde en la eternidad; y que, para el Todopoderoso, "mil años son como
ayer", etc.

Pero el principio en que ambos se basan es falso; y si se sopesara debidamente lo que


se ha dicho, se vería que esta profecía no trata de la segunda venida de Cristo en
juicio, sino de la primera; de la abolición del sistema judío y el establecimiento del
sistema cristiano, ese reino de Cristo que comenzó al cesar por completo la teocracia.
Puesto que el reino de Dios sobre los judíos terminó enteramente con la abolición del
servicio en el templo, así también el reino de Cristo tuvo entonces su primer comienzo
"en espíritu y en verdad". Este fue el verdadero establecimiento del cristianismo, no el
efectuado por la conversión o las donaciones de Constantino. El reino del "Hijo" no
podía tener lugar sino cuando fue abolida la ley judía, sobre la cual el "Padre" presidió
como Rey; porque la soberanía de Cristo sobre la humanidad era esa misma soberanía
de Dios sobre los judíos transferida y mayormente extendida.

"Siendo esta, pues, una de las épocas más importantes en la economía de la gracia, y
la más terrible revolución en todas las dispensaciones religiosas de Dios, vemos la
elegancia y la propiedad de los términos en cuestión para denotar un suceso tan
grandioso, junto con la destrucción de Jerusalén, por medio de la cual se efectuó;
porque en todo el lenguaje profético, el cambio y la caída de principados y potestades,
ya sean espirituales o civiles, están señalados por el zarandeo de los cielos y la tierra,
el oscurecimiento del sol y de la luna, y la caída de las estrellas; como el surgimiento
y el establecimiento de los nuevos son por medio de procesiones en las nubes del
cielo, por el sonido de las trompetas, y la reunión de huestes y congregaciones".

FIN

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