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o
La Segunda Venida de Nuestro Señor
James Stuart Russell
(1816-1895)
Escrito en 1878
"Esta es actualmente la introducción y la defensa impresa más popular del punto de vista preterista
de la profecía bíblica. La mayoría de los teólogos de Europa de hace un siglo adoptaron la
posición preterista, así que no es sorprendente oír a algunos de los bien conocidos contemporáneos
de Russell decir cosas amables sobre este libro: F. W. Farrar dijo que el libro estaba "lleno de
sugestividad". Milton Terry, que escribió Hermenéutica Bíblica, citó extensamente el libro de
Russell y respaldó plenamente el enfoque preterista. Charles H. Spurgeon, que no sostenía la
posición preterista, afirmó, sin embargo, que el libro "arroja tanta luz nueva sobre porciones
oscuras de las Escrituras, y está acompañado de tantas investigaciones críticas y tanto
razonamiento detallado, que no puede hacer daño a nadie y puede beneficiar a todos". (Para el
texto completo de esta revisión, léase el comentario de C. H. Spurgeon sobre "The Parousia").
Bien conocidos escritores y teólogos conservadores de nuestros días dicen cosas similares de
Russell y del punto de vista preterista. Escuchemos las siguientes afirmaciones de Gary De Mar,
del Dr. R. C. Sproul, del Dr. Kenneth Gentry, y de Walt Hibbard. (Edward E. Stevens).
"¿Cuántas veces ha luchado usted con la interpretación de ciertos textos bíblicos relacionados con
el tiempo del regreso de Jesús porque no encajaban en un sistema preconcebido de escatología? La
Parusía de Russell toma la Biblia en serio cuando nos habla de la cercanía del regreso de Cristo.
Los que afirman que interpretan la Biblia literalmente, tropiezan con el significado obvio de estos
textos de tiempo haciendo que la Escritura diga lo opuesto de lo que ella declara inequívocamente.
Leer a Russell es un soplo de aire fresco en una habitación llena de humo y hermenéutica de
espejo". (Gary De Mar, autor de Last Days Madness).
"Creo que la obra de Russell es uno de los importantes tratados sobre escatología bíblica
disponibles para la iglesia en la actualidad. Los puntos de controversia discutidos en esta obra con
respecto a las referencias del marco de tiempo de la Parusía en el Nuevo Testamento son de
importancia vital, no sólo para al escatología, sino también para el futuro debate sobre la
credibilidad de las Sagradas Escrituras". (Dr. R. C. Sproul, president de los Ministerios Ligonier).
"Aunque no concuerdo con todas las conclusiones de J. Stuart Russell en The Parousia,
recomiendo en alto grado, a estudiantes de la Biblia serios y maduros, esta bien organizada
defensa del preterismo, una obra que está cuidadosamente argumentada e impositivamente escrita.
Es uno de los libros más persuasivos y estimulantes que yo haya leído sobre el tema de la
escatología, un libro que ha tenido gran impacto sobre mi propia manera de pensar. El estudio
bíblico-teológico que hace Russell de la escatología del Nuevo Testamento establece un modelo de
excelencia". (Dr. Kenneth Gentry, Jr., autor de Before Jerusalem Fell).
"En vista de las maravillosas y penetrantes observaciones del Dr. Russell, ningún estudiante serio
de la escatología bíblica debería intentar construir un esquema sistemático de sucesos
apocalípticos sin consultar primero esta obra del siglo diecinueve, La Parusía". Walt Hibbard,
presidente de Great Christian Books).
CONTENIDO
PREFACIO
Ningún lector atento del Nuevo Testamento puede dejar de impresionarse con la
prominencia que los evangelistas y los apóstoles le dan a la PARUSÍA, o 'venida del
Señor'. Ese suceso es el gran tema de la profecía del Nuevo Testamento. Apenas si
hay un solo libro, desde el evangelio de Mateo hasta el Apocalipsis de Juan, en el que
la Parusía no se presente como la gloriosa promesa de Dios y la bendita esperanza de
la iglesia. Fue predicha por Nuestro Señor con frecuencia y solemnidad; fue
mantenida sin cesar por los apóstoles ante los ojos de los primeros cristianos; y fue
creída firmemente y esperada ansiosamente por las iglesias de la era primitiva.
No puede negarse que hay una notable diferencia entre la actitud de los primeros
cristianos y la de los cristianos actuales en relación con la Parusía. Esa gloriosa
esperanza, a la cual se volvieron ansiosamente todos los ojos y todos los corazones en
la era apostólica, casi ha desaparecido de la vista de los modernos creyentes.
Cualesquiera sean las opiniones teóricas expresadas en símbolos y credos, debe
admitirse con franqueza que la 'segunda venida de Cristo' casi ha dejado de ser una
creencia viva y práctica.
Se pueden invocar varias causas para explicar este estado de cosas. Los apresurados
vaticinios de los que con demasiada confianza se han dedicado a interpretar la
profecía, y el consiguiente descrédito por el fracaso de sus predicciones, sin duda han
disuadido a hombres reverentes y sensatos de adentrarse en la investigación de
'profecías no cumplidas'. Por otra parte, hay razones para pensar que la crítica
racionalista ha engendrado dudas sobre si hubo alguna vez el propósito de que las
predicciones del Nuevo Testamento tuvieran cumplimiento literal o histórico.
Entre el racionalismo, por una parte, y el irracionalismo, por la otra, ha venido a haber
un estado, ampliamente prevaleciente, de incertidumbre y confusión de pensamiento
en relación con las profecías del Nuevo Testamento, lo cual explica hasta cierto punto,
aunque quizás no justifica, el hecho de que se envíe el tema entero a la región de los
problemas oscuros e insolubles, sin esperanza.
Sin embargo, ésta es sólo una explicación parcial. Merece consideración, ya sea que
haya o no una diferencia fundamental entre la relación de la iglesia de la era
apostólica con la Parusía predicha y la relación con ese suceso sostenida en épocas
subsiguientes. Sin duda, los primeros cristianos creían que estaban al borde de una
gran catástrofe, y sabemos cuánta intensidad y cuánto entusiasmo inspiraba la
esperanza de la casi inmediata venida del Señor; pero, si no puede demostrarse que los
cristianos actuales tienen una actitud similar, habría una falta de verdad y realismo al
simular la ansiosa anticipación y esperanza de la iglesia primitiva. Un mismo suceso
no puede ser inminente en dos períodos diferentes separados por casi dos mil años.
Por lo tanto, debe haber alguna grave equivocación por parte de los que sostienen que
la iglesia cristiana actual tiene precisamente la misma relación con, y debería tener la
misma actitud hacia, la 'venida del Señor' que la iglesia en los días de Pablo.
1878.
Notas:
El Libro de Malaquías
El intervalo entre Malaquías y Juan el Bautista
PARTE I
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS
Apéndice a la Parte I
Nota A.- Sobre la teoría de interpretación del doble sentido
Nota B.- Sobre el elemento profético en los evangelios
PARTE II
LA PARUSÍA EN LOS HECHOS Y EN LAS EPÍSTOLAS
1. La apostasía
2. El hombre de pecado
En la Epístola a Tito
Anticipación de la Parusía
En la Epístola de Santiago
Vienen los últimos días
Cercanía de la Parusía
En la Epístola de Judas
APÉNDICE A LA PARTE II
PARTE III
La Parusía en el Apocalipsis
La Primera Visión
Los mensajes a las siete iglesias
La Segunda Visión
Los Siete Sellos
Introducción a la visión
Apertura del primer sello
Apertura del segundo sello
Apertura del tercer sello
Apertura del cuarto sello
Apertura del quinto sello
Apertura del sexto sello
Sellamiento de los siervos de Dios
La Tercera Visión
Las Siete Trompetas
Apertura del séptimo sello
Las cuatro primeras trompetas
La quinta trompeta
La sexta trompeta
Episodio del ángel y el librito
Medición del templo
Episodio de los dos testigos
La séptima trompeta
La Cuarta Visión
Las Siete Figuras Místicas
La mujer vestida de sol
El gran dragón escarlata
El hijo varón
La primera bestia
El número de la bestia
La segunda bestia
El Cordero en el Monte Sión
El Hijo del Hombre en las Nubes
La Quinta Visión
Las Siete Copas
La Sexta Visión
La gran ramera
El misterio de la bestia escarlata
Los siete reyes
Los diez cuernos de la bestia
Nota sobre Apocalipsis 17
La caída de Babilonia
El juicio de la bestia y sus poderes confederados
El juicio del dragón
El reino de los santos y mártires
Satanás soltado después de mil años
La catástrofe de la sexta visión
LA SÉPTIMA VISIÓN
Prólogo a la visión
Descripción de la santa ciudad
EPÍLOGO
RESUMEN Y CONCLUSIÓN
El Libro de Malaquías
El Intervalo Entre Malaquías y Juan el Bautista
EL LIBRO DE MALAQUÍAS
El canon de las Escrituras del Antiguo Testamento se cierra de manera muy diferente
de lo que podría esperarse después del espléndido futuro revelado a la nación del
pacto en las visiones de Isaías. Ninguno de los profetas es portador de una carga más
pesada que el último del AT. Malaquías es el profeta de la destrucción. Parecía que la
nación, por medio de su incorregible obstinación y desobediencia, había renunciado al
favor divino y demostrado ser, no sólo indigna, sino incapaz, de las glorias
prometidas. La partida del espíritu profético estaba llena de malos presagios, y parecía
indicar que el Señor estaba a punto de abandonar el país. En consecuencia, la luz de la
profecía del Antiguo Testamento se apaga en medio de nubes y densa oscuridad. El
Libro de Malaquías es una larga y terrible acusación contra la nación. El Señor mismo
es el acusador, y con la evidencia más clara, sustenta cada uno de los cargos contra el
pueblo culpable. La larga acusación incluye sacrilegio, hipocresía, desprecio contra
Dios, infidelidad conyugal, perjurio, apostasía, blasfemia; mientras, por otro lado, el
pueblo tiene el descaro de repudiar la acusación, y declararse 'no culpable' de cada
uno de los cargos. El pueblo parece haber alcanzado esa etapa de insensibilidad moral
en que los hombres llaman a lo malo bueno, y a lo bueno malo, y están madurando
rápidamente para ser juzgados.
Como resultado, el juicio venidero es 'la carga de la palabra del Señor a Israel por
medio de Malaquías'.
Cap. 3:5.- "Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y
adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la
viuda y al huérfano, y a los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí,
dice Jehová de los ejércitos".
Cap. 4:1.- "Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y
todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho
Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama".
Que esta no es una amenaza vaga y sin significado es evidente a juzgar por los
términos claros y definidos con que es anunciada. Todo apunta a una inminente crisis
en la historia de la nación, cuando Dios administre juicio sobre su pueblo rebelde.
"Viene el día ardiente como un horno", "el día grande y terrible de Jehová". Que este
"día" se refiere a cierto período y a un suceso específico no admite duda. Ya había
sido predicho, y precisamente con las mismas palabras, por el profeta Joel (2:31): "El
día grande y espantoso de Jehová". Y encontraremos una clara referencia a él en el
discurso del apóstol Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:20). Pero el período queda
definido más precisamente por la notable declaración de Malaquías en 4:5: "He aquí,
yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible". La
declaración explícita de nuestro Señor de que el Elías predicho no es otro que su
precursor, Juan el Bautista (Mat. 11:14), nos permite establecer el momento y el
suceso a los que se hace referencia como "el día de Jehová, grande y terrible". El
suceso no debe ser buscado a gran distancia del período de Juan el Bautista. Es decir,
la alusión al juicio de la nación judía, cuando su ciudad y su templo fueron destruidos,
y la estructura entera del estado mosaico fue disuelta.
Merece notarse que tanto Isaías como Malaquías predicen la aparición de Juan el
Bautista como el precursor de nuestro Señor, pero en términos muy diferentes. Isaías
le representa como el heraldo del Salvador venidero: "Voz que clama en el desierto:
Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios". (Isa.
40:3). Malaquías representa a Juan como el precursor del Juez venidero: "He aquí, yo
envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a
su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis
vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos". (Mal. 3:1).
Que esta es una venida de juicio se pone de manifiesto por las palabras que siguen
inmediatamente después, y que describen la alarma y la consternación causadas por su
aparición: "Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie
cuando él se manifieste?" (Mal. 3:2).
No puede decirse que este lenguaje es apropiado para la primera venida de Cristo;
pero es altamente apropiado para su segunda venida. Hay una clara alusión a este
pasaje en Apoc. 6:17, donde "los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los
capitanes," etc. son representados como ocultándose "del rostro de aquél que está
sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, diciendo: El gran día de su ira ha
llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?" Nada puede estar más claro que "el día de
su venida" en Mal. 3:2 es el mismo que "el día de Jehová, grande y terrible" de 4:5, y
que ambos responden al "gran día de su ira" en Apoc. 6:17. Por lo tanto, concluimos
que el profeta Malaquías habla, no del primer advenimiento de nuestro Señor, sino del
segundo.
Esto queda probado además por el hecho significativo de que, en 3:1, el Señor es
representado como viniendo "súbitamente a su templo". Entender esto como que se
refiere a la presentación del Salvador niño en el templo por sus padres, a los suyos en
los atrios del templo, o a los suyos de entre los compradores y vendedores del sagrado
edificio es ciertamente una explicación de lo más inadecuada. Ésas no son ocasiones
de terror y consternación, como está implícito en el segundo versículo: "¿Quién podrá
estar en pìe cuando él se manifieste?" Sin embargo, la expresión sugiere vívidamente
la visitación final y judicial sobre la casa de su Padre, cuando habría de quedar
"desierta", según su predicción. El templo era el centro de la vida de la nación, el
símbolo visible del pacto entre Dios y su pueblo; era el lugar en que "el juicio debía
comenzar", y que habría de ser alcanzado por "destrucción repentina". Entonces,
tomando en cuenta todos estos detalles, la "súbita venida del Señor a su templo", la
consternación que acompaña "el día de su venida", su venida como "fuego
purificador", su venida "para juicio", "viene el día ardiente como un horno", "todos los
que hacen maldad serán estopa", "no les dejará ni raíz ni rama", y la aparición de Juan
el Bautista, el segundo Elías, antes de la llegada del "día grande y terrible de Jehová",
es imposible resistirse a la conclusión de que aquí el profeta predice la gran catástrofe
nacional en la cual el templo, la ciudad, y la nación perecieron juntas; y que esto es
designado como "el día de su venida".
Sin embargo, aunque parezca extraño, el hecho indudable es que Malaquías no alude
a la primera venida de nuestro Señor. Esto lo reconoce claramente Hengstenberg, que
observa: "Malaquías omite del todo la primera venida de Cristo en humillación, y deja
completamente en blanco el intervalo entre su precursor y el juicio de Jerusalén". (1)
Esto debe explicarse por el hecho de que el principal objeto de la profecía es predecir
la destrucción nacional y no la liberación nacional.
Tal es la terrible maldición que dejó suspendida sobre la tierra de Israel el espíritu
profético en el momento de partir y guardar un silencio que duraría siglos. Es
importante observar que todo esto hace referencia clara y específica a la tierra de
Israel. El mensaje del profeta es a Israel; los pecados que son reprobados son los de
Israel; la venida del Señor es a su templo en Israel; la tierra amenazada con maldición
es la tierra de Israel. (3) Todo esto apunta manifiestamente a una específica catástrofe
local y nacional, de la cual la tierra de Israel habría de ser el escenario, y sus culpables
habitantes las víctimas. La historia registra el cumplimiento de la profecía, en exacta
correspondencia con el tiempo, el lugar, y las circunstancias, en la ruina que devastó a
la nación judía durante el período de la destrucción de Jerusalén.
Los cuatro siglos que transcurren entre la conclusión del Antiguo Testamento y el
principio del Nuevo están en blanco en la historia de las Escrituras. Sin embargo,
sabemos, por los libros de los Macabeos y los escritos de Josefo, que fue un período
agitado en los anales judíos. Judea fue, por turnos, vasalla de las grandes monarquías
que la circundaban - Persia, Grecia, Egipto, Siria, y Roma - con un intervalo de
independencia bajo los príncipes macabeos. Pero, aunque durante este período la
nación pasó por grandes sufrimientos, y produjo algunos ilustres ejemplos de
patriotismo y de piedad, en vano buscamos algún oráculo divino, o algún mensajero
inspirado, que declarase la palabra de Dios. Israel podía decir en verdad: "No vemos
ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa hasta
cuándo". (Sal. 74:9). Y sin embargo, esos cuatro siglos no dejaron de ejercer una
poderosa influencia en el carácter de la nación. Durante este período, se establecieron
sinagogas por todo el territorio, y el conocimiento de las Escrituras se extendió
ampliamente. Surgieron las grandes escuelas religiosas de los fariseos y de los
saduceos, cuyos dos grupos profesaban ser expositores y defensores de la ley de
Moisés. En gran número, los judíos se asentaron en las grandes ciudades de Egipto,
Asia Menor, Grecia, e Italia, llevando consigo y a todas partes el culto de la sinagoga
y la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento. Sobre todo, la nación
acariciaba en lo más recóndito de su corazón la esperanza de un libertador venidero,
un heredero de la casa real de David, que debía ser el rey teocrático, el liberador de
Israel de la dominación gentil, cuyo reino fuera tan feliz y glorioso que mereciera
llamarse "el reino de los cielos". Pero, en su mayor parte, el concepto popular del rey
venidero era terrenal y carnal. En cuatrocientos años, no había habido ningún
mejoramiento en la condición moral del pueblo y, entre el formalismo de los fariseos
y el escepticismo de los saduceos, la verdadera religión se había hundido hasta llegar
a su punto más bajo. Sin embargo, todavía había un fiel remanente que tenía
conceptos más verdaderos del reino de los cielos, y "que esperaba la redención en
Israel". Al acercarse el tiempo, hubo indicios del regreso del espíritu profético, y
presagios de que el prometido liberador estaba cerca. A Simeón se le aseguró que,
antes de morir, vería al "ungido de Jehová"; parece que una indicación parecida se le
había hecho a la anciana profetisa Ana. Es razonable suponer que tales revelaciones
deben haber despertado gran expectación en los corazones de muchos, y les
prepararon para el pregón que poco después se oyó en el desierto de Judea:
"Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado". Nuevamente se había
levantado profeta en Israel, y "el Señor había visitado a su pueblo".
Notas:
PARTE I
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS
Ya hemos aludido al doble aspecto de la misión de Juan presentada por los profetas
Isaías y Malaquías. La misma diversidad se ve en las descripciones del Nuevo
Testamento tocantes al segundo Elías. El aspecto benigno de su misión presentada por
Isaías se reconoce también en las palabras del ángel por medio del cual había sido
predicho su nacimiento, como ya se ha citado, y en el pronunciamiento inspirado de
su padre Zacarías: "Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante
de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de
salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados" (Lucas 1:76, 77). Encontramos el
mismo aspecto de gracia en los versículos iniciales de evangelio de Juan: "Este vino
por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él"
(Juan 1:7).
Notas:
A consecuencia de haber sido encarcelado por Herodes Antipas, el fin del ministerio
de Juan el Bautista marca una nueva orientación en el ministerio de nuestro Señor. En
verdad, antes de ese tiempo, había enseñado al pueblo, efectuado milagros, ganado
adherentes, y obtenido amplia popularidad; pero, después de ese suceso, que puede
considerarse como una indicación del fracaso de la misión de Juan, nuestro Señor se
retiró a Galilea, y allí entró en una nueva fase de su ministerio público. Se nos dice
que "desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino
de los cielos se ha acercado" (Mat. 4:17). Éstos son los términos precisos con los que
se describe la predicación de Juan el Bautista (Mat. 3:2). Tanto nuestro Señor como su
precursor llamaron "a la nación al arrepentimiento", y anunciaron el acercamiento del
"reino de los cielos". Se deduce que, con la frase "el reino de los cielos se ha
acercado", Juan no podría significar meramente que el Mesías estaba a punto de
aparecer, porque, cuando Cristo en efecto apareció, hizo el mismo anuncio. "El reino
de los cielos se ha acercado". De manera semejante, cuando los doce discípulos
fueron enviados en su primera misión evangelística, se les ordenó predicar, no que el
reino de los cielos había venido, sino que se había acercado (Mat. 10:7). Además, que
el reino no vino en el tiempo de nuestro Señor, ni en el día de Pentecostés, es evidente
por el hecho de que, en su discurso profético en el Monte de los Olivos, nuestro Señor
dio a sus discípulos ciertas señales por medio de las cuales podían saber que el reino
de los cielos estaba cerca (Lucas 21:31).
Pero el tema entero de "el reino de los cielos" debe ser reservado para una discusión
más completa en un tiempo futuro.
Mat. 12:38-46 (compárese con Lucas 11:16, 24-36): "Entonces respondieron algunos
de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de tí señal. Él
respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le
será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre
del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la
tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con
esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de
Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del sur se levantará en el
juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra
para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar. Cuando
el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no
lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla
desocupada, barrida, y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus
peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser
peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación".
Este pasaje es de gran importancia para establecer el verdadero significado de la frase
"esta generación" [genea]. En este lugar, sólo puede referirse al pueblo de Israel que
entonces vivía - la generación entonces actual. Ningún comentarista ha propuesto
jamás llamar "genea" aquí a la raza judía de todos los tiempos. Nuestro Señor
acostumbraba referirse a sus contemporáneos como a esta generación:
"Mas, ¿a qué compararé esta generación?" - esto es, a los hombres de ese tiempo que
no escuchaban ni a su precursor ni a Él mismo (Mat. 11:16; Luc. 7:31). Hasta
comentaristas como Stier, que sostiene la interpretación de "genea" como raza o
linaje en otros pasajes, admite que la referencia en estas palabras es "a la generación
que estaba viva en ese entonces y en esa época, que era de lo más importante". (1) Así
que, en el pasaje que tenemos delante, no puede haber controversia con respecto a la
aplicación de las palabras exclusivamente a la generación que existía entonces, los
contemporáneos de Cristo. Nuestro Señor da aquí testimonio de la exacerbada y
enorme maldad de ese período. Jesús se acaba de dirigir a aquella generación con las
mismas palabras del Bautista: "¡Generación de víboras!". Se declara que su culpa
supera a la de los paganos; se la compara con un endemoniado, de quien el espíritu
inmundo se ha apartado por un tiempo, pero ha regresado con mayor fuerza que antes,
acompañado por otros siete espíritus peores que él, de manera que "el postrer estado
de aquel hombre viene a ser peor que el primero". En el testimonio de Josefo tenemos
una impresionante confirmación de la descripción que hace nuestro Señor de la
condición moral de aquella generación. "Como sería imposible relatar en detalle sus
enormidades, diré brevemente que ninguna otra ciudad sufrió jamás calamidades
similares, y que ninguna generación existió jamás que fuese más prolífica en el
crimen. Confesaban que eran esclavos - y lo eran - la escoria misma de la sociedad,
los engendros espurios y contaminados de la nación". (2) "Y aquí no puedo
contenerme, y debo expresar lo que mis sentimientos me indican. Soy de la opinión de
que, si los Romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, o la tierra se
hubiese abierto y se hubiese tragado la ciudad, o ésta habría sido barrida por un
diluvio, o compartido el destino de Sodoma. Porque produjo una raza mucho más
impía que la de los que fueron así visitados. Porque, por medio de la locura
desesperada de estos hombres, la nación entera se vio envuelta en la ruina de ellos".
(3) "De alguna manera, aquel período se había vuelto tan prolífico en iniquidad de
todo tipo entre los judíos, que ninguna obra mala quedó sin ser perpetrada; ... tan
universal era el contagio, tanto en público como en privado, y tal la emulación para
superarse los unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios e injusticia hacia sus
prójimos". (4)
Tal era la terrible condición hacia la que la nación se apresuraba cuando nuestro Señor
pronunció estas palabras proféticas. El clímax todavía no había llegado, pero ya estaba
plenamente a la vista. El espíritu inmundo no había regresado a su casa todavía, pero
estaba en camino. Como observa Stier: "En el período entre la ascensión de Cristo y la
destrucción de Jerusalén, especialmente hacia el fin de ella, podríamos decir que esta
nación aparece como poseída por siete mil demonios". (5) ¿No es éste un
cumplimiento adecuado y completo de la predicción del Salvador? ¿Tenemos la más
ligera justificación para, o la más ligera necesidad de, decir que significa alguna otra
cosa, o algo más que esto? ¿Qué razón hay para suponer un cumplimiento adicional y
futuro de sus palabras? ¿No es un virtual descrédito de la profecía buscar algo más
que el sentido obvio que apunta tan claramente a una catástrofe inminente que estaba
a punto de acontecerle a aquella generación? Seguramente mostramos la mayor
reverencia a la palabra de Dios cuando aceptamos implícitamente sus obvias
enseñanzas, y rehusamos las especulaciones injustificadas y meramente humanas que
los críticos y los teólogos han extraído de su propia fantasía. Concluimos, entonces,
que, en el escandaloso libertinaje de la época, y las señaladas calamidades que, antes
de que terminara, destruirían al pueblo judío, tenemos el testimonio histórico del
exhaustivo cumplimiento de esta profecía.
ALUSIONES ADICIONALES
A LA IRA VENIDERA
Lucas 13:1-9: "En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de
los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.
Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales
cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó
la torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres
que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente".
Lucas 13:6-9: "Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada
en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí,
hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para
qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala
todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto,
bien; y si no, la cortarás después".
No hay duda de que, en ésta como en otras parábolas, hay principios generales
aplicables a todas las naciones y todos los tiempos; pero no debemos perder de vista
su referencia original y primaria al pueblo judío. Stier y Alford parecen perderse en la
búsqueda de significados recónditos y místicos en los detalles menores de las
imágenes; pero Neander da una luminosa explicación de su verdadera importancia:
"Como la higuera inútil, que no reconoció el propósito de su existencia, fue destruida,
así también la nación teocrática, por la misma razón, después de habérsele tenido
mucha paciencia, habría de ser alcanzada por los juicios de Dios, y cortada de su
reino". (7)
Pero hemos visto que Juan el Bautista predijo un juicio que entonces era inminente -
una catástrofe tan cercana que ya el hacha estaba puesta a la raíz de los árboles - de
acuerdo con la profecía de Malaaquías, de que "el día grande y terrible de Jehová"
habría de seguir a la venida del segundo Elías. Llegamos, por lo tanto, a la conclusión
de que esta discriminación entre justos e impíos, este recoger el trigo en el granero, y
quemar la cizaña en el horno de fuego, se refieren a la misma catástrofe, es decir, a la
ira que vino sobre aquella misma generación, cuando Jerusalén se convirtió,
literalmente, en un "horno de fuego", y la era del judaísmo terminó en "el día grande y
terrible de Jehová".
Esta conclusión está apoyada por el hecho de que hay una estrecha relación entre esta
gran época judicial y la venida del "reino de los cielos". Nuestro Señor representa la
separación entre los justos y los impíos como la característica de la gran consumación
que se llama "el reino de Dios". Pero se había declarado que el reino estaba a las
puertas. Se sigue, por lo tanto, que las parábolas que tenemos delante de nosotros se
refieren, no a un remoto suceso todavía en el futuro, sino a uno que, en el tiempo de
nuestro Salvador, estaba cerca.
Mateo 10:23: "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os
digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo
del Hombre".
En este pasaje encontramos la primera mención clara de aquel gran suceso al cual
veremos que aluden con tanta frecuencia de aquí en adelante nuestro Señor y sus
apóstoles, es decir, su segunda venida, o Parusía. En realidad, se puede preguntar,
como lo veremos, si este pasaje pertenece correctamente a esta porción de la historia
del evangelio. (9) Pero, dejando de lado la pregunta por el momento, preguntémonos
qué es realmente la venida de la que se habla aquí. ¿Puede ser, como sugiere Lange,
que Jesús habría de seguir tan rápidamente a sus mensajeros en su circuito
evangelístico como para alcanzarles antes de que se terminara? ¿Se refiere, como
piensan Stier y Alford, a dos diferentes venidas, separadas entre sí por millares de
años: la una comparativamente cercana, la otra indefinidamente remota? ¿O debemos
aceptar, con Michaelis y Mayor, el significado claro y obvio que indican las palabras
mismas? La interpretación de Lange es ciertamente inaceptable. ¿Quién puede dudar
de lo que significa aquí "la venida del Hijo", lo que significa en todo otro lugar, y que
esta es la fórmula mediante la cual se expresa la Parusía, la segunda venida de Cristo?
Esta frase tiene un significado definido y constante, tanto como su crucifixión, o su
resurrección, y no admite ninguna otra interpretación en este lugar. Pero, ¿no puede
tener una doble referencia: primera, al juicio inminente de Jerusalén, y segunda, a la
destrucción final del mundo, siendo la primera considerada como simbólica de la
segunda? Alford sostiene el doble significado, y es severo con los que vacilan en
aceptarlo. Nos dice lo que él cree que Cristo quiso decir; pero, por otra parte, tenemos
que considerar lo que Él dijo. ¿Están seguros los defensores del doble sentido de que
Él quiso decir más de lo que dijo? Miremos sus palabras. ¿Puede algo ser más
específico y más definido en cuanto a personas, el lugar, el tiempo, y las
circunstancias que esta predicción de nuestro Señor? Es a los doce que él habla; son
las ciudades de Israel las que han de evangelizar; el tema es su pronta venida; y el
tiempo está tan cerca que antes de que la obra de ellos esté terminada Su venida tendrá
lugar. Pero si se nos ha de decir que éste no es el significado, ni siquiera la mitad de
él, y que esto incluye otra venida, a otros evangelistas, a otras épocas, y otras tierras -
una venida que, después de dieciocho siglos, todavía es futura, y quizás remota -
entonces surge la pregunta: ¿Qué no puede significar la Escritura? El sentido
gramatical de las palabras ya no es suficiente para la interpretación; la Escritura es un
acertijo que debe adivinarse, un oráculo que pronuncia respuestas ambiguas; y nadie
puede estar seguro, sin una revelación especial, de que entiende lo que lee. Por lo
tanto, estamos a dispuestos a concordar con Meyer en que esta doble referencia "no es
sino una evasión forzada y antinatural", y que las palabras significan simplemente lo
que dicen, que antes de que los apóstoles completaran la obra de su vida de
evangelizar el país de Israel, la venida del Señor tendría lugar.
Este es el punto de vista del pasaje que asume el Dr. E. Robinson. (10). "La venida a la
que se alude es la destrucción de Jerusalén y la dispersión de la nación judía; y el
significado es, que los apóstoles apenas tendrían tiempo, antes de que sobreviniera la
catástrofe, de ir por el país advirtiendo al pueblo que se salvara de la destrucción de
una generación desgraciada; de modo que no podían darse el lujo de demorarse en
ninguna localidad después de que sus habitantes hubiesen escuchado y rechazado el
mensaje".
Baste decir que tal interpretación de las palabras de nuestro Salvador jamás podría
haber pasado por la mente de los que las escucharon. Es tan inverosímil, intrincada, y
artificial, que queda desacreditada por su misma ingenuidad. Pero la interpretación
tampoco satisface las exigencias del idioma. ¿Cómo podría la resurrección de Cristo
ser llamada su venida en la gloria de su Padre, con los santos ángeles, en Su reino, y
para juicio? ¿O cómo podemos suponer que Cristo, hablando de un suceso que habría
de tener lugar más o menos en veinte meses, diría: "De cierto os digo: Algunos de los
que están aquí no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios?" La forma
misma de la expresión muestra que el suceso del que se habla no podría ser dentro del
espacio de unos pocos meses, ni siquiera dentro de algunos años: es un modo de
hablar, que indica que no todos los presentes vivirían para presenciar el suceso del que
se habla; que no muchos lo harían; pero que algunos sí. Es exactamente el modo de
hablar que encajaría en un intervalo de treinta o cuarenta años, cuando la mayoría de
las personas entonces presentes habrían fallecido, pero algunos sobrevivirían y
presenciarían el suceso de referencia.
Más razonablemente, Alford y Stier entienden el pasaje como que se refiere a "la
destrucción de Jerusalén y a la plena manifestación del reino de Cristo mediante la
aniquilación del estado judío", aunque ambos desconciertan y confunden su
interpretación con la hipótesis de una oculta y ulterior alusión a otra "venida final", de
la cual la destrucción de Jerusalén habría de ser "tipo y señal". De esto, sin embargo,
no se da ningún atisbo ni por Cristo mismo ni por los evangelistas. La verdad es que
no puede negarse que nuestro Señor a veces usaba lenguaje ambiguo. A los judíos les
dijo: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19), pero el evangelista
tiene cuidado de añadir: "Pero él hablaba del templo de su cuerpo". Así que cuando
Jesús habló de "ríos de agua viva que correrán del interior del creyente", Juan añade
una nota explicativa: "Esto dijo del espíritu", etc. (Juan 7:36). Nuevamente, cuando el
Señor alude a la manera de su propia muerte, diciendo: "Y yo, si fuere levantado de la
tierra", el evangelista añade: "Y decía esto, dando a entender de qué muerte iba a
morir" (Juan 12:33). Por lo tanto, es razonable suponer que, si los evangelistas
hubiesen conocido un significado más profundo y oculto de las predicciones de
Cristo, habrían dado alguna indicación de ello; pero no dicen nada que nos lleve a
inferir que su significado aparente no es su sentido pleno y verdadero. No hay, en
verdad, ninguna ambigüedad en cuanto a la venida a la que se alude en el pasaje bajo
consideración en este momento. No es una de varias posibles venidas, sino el único, el
único y supremo acontecimiento, tan frecuentemente predicho por nuestro Señor, tan
constantemente esperado por sus discípulos. Es su venida en gloria; su venida en
juicio; su venida en su reino; la venida del reino de Dios. No es un proceso, sino un
acto. No es lo mismo que "la destrucción de Jerusalén" - ese es otro suceso
relacionado y contemporáneo; pero los dos no deben ser confundidos el uno con el
otro. El Nuevo Testamento conoce de sólo una Parusía, una venida en gloria del Señor
Jesucristo. Es un completo abuso del idioma hablar de varios sentidos en los cuales
puede ocurrir la venida de Cristo -- como en su propia resurrección; en el día de
Pentecostés; en la destrucción de Jerusalén; en la muerte de un creyente; y en varias
épocas providenciales. Esta no es la costumbre en el Nuevo Testamento, ni es
lenguaje exacto bajo ningún punto de vista. Por sí solo, este pasaje contiene tantas
importantes verdades con respecto a la Parusía, que puede decirse que cubre todo el
tema; y, correctamente usado, se descubrirá que es la clave para la verdadera
interpretación de la doctrina del Nuevo Testamento sobre este tema.
Concluimos entonces:
5. Que nuestro Salvador había declarado expresamente que esta venida estaba
cerca. Lange observa correctamente que las palabras están "colocadas enfáticamente
al principio de la oración; no es un simple futuro, sino que significan: El
acontecimiento es inminente que Él vendrá; está a punto de venir".
6. Que algunos de los que oyeron a nuestro Salvador hacer esta predicción
habrían de vivir para presenciar el acontecimiento del cual hablaba, es decir, su venida
en gloria.
Por lo tanto, se deduce que Él mismo declaró que la Parusía, o la gloriosa venida de
Cristo, ocurrirían dentro de los límites de la generación que entonces existía, una
conclusión que encontraremos abundantemente justificada en la secuela.
Lucas 18:1-8: "También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y
no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba
a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo:
Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto
dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo,
porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me
agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no
hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en
responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"
La reflexión de nuestro Señor al final del versículo ocho merece particular atención.
"Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" En este punto,
debemos regresar a los hechos ya mencionados con respecto al ministerio de Juan el
Bautista. Hemos visto cuán oscuro y ominoso era el punto de vista del profeta que
predicaba arrepentimiento a Israel. Era el precursor del "día grande y terrible de
Jehová"; era el segundo Elías enviado para proclamar la venida de aquél que "heriría
la tierra con maldición". La reflexión de nuestro Señor indica que él preveía que el
arrepentimiento, lo único que podría evitar el desastre de la nación, no sería buscado.
No habría fe en Dios, ni en sus promesas, ni en sus amenazas. Por lo tanto, el día del
Señor sería el "día de retribución" (Lucas 21:22).
¿A qué período hemos de asignar el acontecimiento o estado que nuestro Señor llama
aquí "la regeneración"? Evidentemente, es contemporáneo con "el Hijo del Hombre
sentado en el trono de gloria"; ni puede haber ninguna duda de que las dos frases,
tanto "El Hijo del hombre viniendo en su reino", como "El Hijo del hombre sentado
en el trono de su gloria" se refieren a la misma cosa y al mismo tiempo. Es decir, es a
la Parusía a la que apuntan ambos sucesos.
Notas:
9. Hay una verdadera dificultad en este pasaje, que no debería ser pasada por alto. Parece
inexplicable que nuestro Señor, en una ocasión como ésta, cuando envió a los doce en una
misión corta, aparentemente dentro de un distrito limitado, del cual habrían de regresar en corto
tiempo, les hablase de su venida como alcanzándoles antes de que concluyeran su tarea. Parece
apenas apropiado para ese período en particular, y que corresponde más a un encargo
subsiguiente, es decir, el que está registrado en el discurso del Monte de los Olivos (Mat. 26;
Marcos 13; Lucas 21). En realidad, una comparación de estos pasajes hará mucho para satisfacer
a cualquier mente sincera de que el párrafo entero (Mat. 10:16-23) ha sido traspuesto de su
conexión original e insertado en la primera misión que nuestro Señor encomendó a sus
discípulos. Encontramos las mismas palabras relativas a la persecución de los apóstoles, que
serían entregados a los concilios, azotados en las sinagogas, llevados ante gobernadores y reyes,
etc., que están registrados en el capítulo décimo de Mateo, asignado por Marcos y Lucas a un
período subsiguiente, es decir, el discurso del Monte de los Olivos. No hay ninguna evidencia de
que los discípulos sufrieran semejante tratamiento durante su primera gira evangelística. Hay,
por lo tanto, una evidencia tan fuerte como lo permite el caso, de que el vers. 23 y su contexto
pertenecen al discurso del Monte de los Olivos. Esto eliminaría la dificultad que el pasaje
presenta en la relación que aquí encontramos, y daría coherencia y consistencia al lenguaje que,
tal como está, no es fácil descubrir. Es un hecho aceptado que ni siquiera los evangelios
sinópticos relatan todos los acontecimientos en el mismo orden preciso; por lo tanto, tiene que
haber mayor exactitud cronológica en uno que en otro. Stier dice: "Mateo es descuidado en la
cronología de los detalles" (Reden Jesu, vol. iii, p. US). Neander, hablando de esta misma
comisión, dice: "Es evidente que Mateo conecta muchas cosas con las instrucciones dadas a los
apóstoles en vista de su primer viaje, que cronológicamente corresponde a más tarde". (Life of
Christ, _ 174, nota b); y nuevamente, hablando de la comisión encomendada a los setenta, como
aparece registrada en Lucas, dice: "Según Lucas, toda la característica coherencia de todo lo que
habló Cristo, con las circunstancias (tan superiores a la disposición de Mateo)", etc. (Life of
Christ, _204, nota 1). El Dr. Blaike observa: "Se entiende generalmente que Mateo dispuso su
narración más por temas y lugares que cronológicamente" (Bible History, p. 372).
Por lo tanto, parece haber abundante justificación para asignar la importante predicción
contenida en Mat. 10:23 al discurso pronunciado en el Monte de los Olivos.
16. Doddridge tiene la siguiente nota sobre "¿Hallará fe en la tierra?" "Es evidente que la palabra
a menudo significa, no la tierra en general, sino algún territorio en particular o país, como en
Hechos 7:3, 4, 11, y en otros innumerables lugares. Y el contexto aquí lo limita al significado
menos extenso. Es evidente que los creyentes hebreos estaban en mayor peligro de cansarse de
las persecuciones y las angustias. Comp. con Heb. 3:12-14; 10:23-39; 12:1-4; Sant. i:1-4; 2:6".
Lucas 19:11-27: "Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por
cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría
inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un
reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y le dijo:
Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras
él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Aconteció
que, vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a
los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el
primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. El le dijo: Está bien, buen
siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades.
Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo:
Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la
cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de tí, por cuanto eres
hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él
le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que
tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi
dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo
a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas.
Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le
dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis
enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos
delante de mí".
No puede dejar de impresionar a todo lector atento de la historia del evangelio cuántas
de las enseñanzas de nuestro Señor, al acercarse el fin de su ministerio, trataban del
tema del juicio venidero. Cuando pronunció esta parábola, estaba en camino a
Jerusalén para celebrar la última Pascua antes de padecer; y es notable cuántos de sus
discursos desde este tiempo parecen estar casi completamente absortos, no en su
propia muerte que se aproximaba, sino en la inminente catástrofe de la nación. No
sólo esta parábola de las minas, sino su lamento por Jerusalén (Luc. 19:41); su
maldición sobre la higuera (Mat. 21; Mar. 11); la parábola de los agricultores
malvados (Mat. 21; Mar. 12; Luc. 20); la parábola de las bodas del hijo del rey (Mat.
22); los ayes pronunciados sobre aquella generación (Mat. 23:29-36); el segundo
lamento por Jerusalén (Mat. 23:37-38); y el discurso profético en el Monte de los
Olivos, con las parábolas y las ilustraciones parabólicas añadidas como apéndices por
Mateo, todo esto se ocupa de este tema absorbente.
La parábola de las minas fue pronunciada por nuestro Señor para corregir una errónea
expectativa de parte de sus discípulos, de que "el reino de Dios" estaba a punto de
comenzar en seguida. No es de sorprenderse que hayan caído en este error. Juan le
Bautista había anunciado: "El reino de Dios se ha acercado". Jesús mismo había
proclamado el mismo hecho; y les había comisionado para que lo publicaran por las
ciudades y aldeas de Galilea. Como patriotas israelitas, se retorcían bajo el yugo de
Roma, y anhelaban las antiguas libertades de la nación. Como piadosos hijos de
Abraham, deseaban ver a todas las naciones bendecidas en él. Y había otros
sentimientos menos nobles que tenían cabida en sus mentes. ¿No era su propio
Maestro el Hijo de David, el rey que vendría? ¿Qué no podrían esperar ellos, que eran
sus seguidores y sus amigos? Esto les hacía competir entre ellos por el lugar de honor
en el reino. Esto hizo que los hijos de Zebedeo ansiaran obtener la promesa de las
posiciones más honorables, a la derecha y a la izquierda de Jesús, cuando él asumiera
la soberanía. Y ahora se acercaban a Jerusalén. El gran festival nacional de la Pascua
se acercaba; todo Israel acudía a la Santa Ciudad; y no había ninguna persona allí que
no ansiara ver a Jesús de Nazaret. ¿Qué más probable que el entusiasmo popular
pondría a su Maestro en el trono de su padre David? Lo que deseaban, eso creían; y
"pensaban que el reino de Dios aparecería inmediatamente".
Pero el Señor refrenó sus entusiastas esperanzas y les indicó, en una parábola, que
cierto intervalo debía transcurrir antes de que se cumplieran sus expectativas.
Tomando como base de la parábola un incidente bien conocido de la historia judía
reciente, es decir, el viaje de Arquelao a Roma para procurar del emperador la
sucesión a los dominios de su padre, Herodes el Grande, Jesús lo empleó como
ilustración apropiada de su propia partida de la tierra, y su subsiguiente retorno en
gloria. Mientras tanto, durante el tiempo de su ausencia, dio a sus siervos una tarea
que cumplir. "Negociad entre tanto que vengo". Debían ser diligentes y fieles, hasta
que su Señor regresase, cuando los siervos leales serían aplaudidos y recompensados,
y sus enemigos destruidos completamente.
Nada puede ser mejor que la explicación de Neander de esta parábola, aunque, en
realidad, puede decirse que se explica por sí sola. Sin embargo, puede ser bueno
insertar sus observaciones. "En esta parábola, en vista de las circunstancias en las
cuales fue pronunciada, y de la catástrofe que se aproximaba, se dan indicaciones
especiales de la partida de Cristo de la tierra, su ascensión, su regreso para juzgar a la
rebelde nación teocrática, y para consumar su dominio. Describe a un gran hombre
que viaja a la corte distante del poderoso emperador para recibir de él autoridad sobre
sus conciudadanos, y regresar con poder real. Así, Cristo no fue reconocido
inmediatamente en su posición real, sino que primero debía abandonar la tierra, dejar
a sus agentes para que adelantaran su reino, ascender al cielo, ser nombrado rey
teocrático, y regresar nuevamente para ejercer el poder que se le disputaba". (2)
Lucas 19:41-44: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este día, lo que es para tu paz!
Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre tí, cuando tus
enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te
derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de tí, y no dejarán en tí piedra sobre piedra, por
cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".
Aquí pisamos terreno que no es debatible. Esta profecía es clara y perspicaz como la
historia. Ningún defensor de la teoría de interpretación del doble sentido ha propuesto
descubrir aquí nada que no sea Jerusalén y la desolación que se aproximaba.
"Oíd otra parábola. Hubo un "Un hombre plantó una "Un hombre plantó una viña,
hombre, padre de familia, el viña, la cercó de vallado, la arrendó a labradores, y se
cual plantó una viña, la cercó cavó un lagar, edificó una ausentó por mucho tiempo.
de vallado, cavó en ella un torre, y la arrendó a unos
lagar, edificó una torre, y la labradores, y se fue lejos. Y a su tiempo envió un
arrendó a unos labradores, y se siervo a los labradores, para
fue lejos. Y cuando se acercó Y a su tiempo envió un que le diesen del fruto de la
el tiempo de los frutos, envió siervo a los labradores, viña; pero los labradores le
sus siervos a los labradores, para que recibiese de golpearon, y le enviaron con
para que recibiesen sus frutos. éstos el fruto de la viña.
Mas los labradores, tomando a Mas ellos, tomándole, le las manos vacías.
los siervos, a uno golpearon, a golpearon, y le enviaron
otro mataron, y a otro con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo;
apedrearon. Envió de nuevo a mas ellos a éste también,
otros siervos, más que los Volvió a enviarles otro golpeado y afrentado, le
primeros; e hicieron con ellos siervo; pero enviaron con las manos
de la misma manera. apedréandole, le hirieron vacías.
en la cabeza, y también le
Finalmente les envió su hijo, enviaron afrentado. Y Volvió a enviar un tercer
diciendo: Tendrán respeto a mi volvió a enviar otro, y a siervo; mas ellos también a
hijo. Mas los labradores, éste mataron; y a otros éste echaron fuera, herido.
cuando vieron al hijo, dijeron muchos, golpeando a
entre sí: Este es el heredero; unos y matando a otros. Entonces el señor de la viña
venid, matémosle, y dijo: ¿Qué haré? Enviaré a
apoderémonos de su heredad. Por último, teniendo aún mi hijo amado; quizás
Y tomándole, le echaron fuera un hijo suyo, amado, le cuando le vean a él, le
de la viña, y le mataron. envió también a ellos, tendrán respeto. Mas los
diciendo: Tendrán respeto labradores, al verle, discutían
Cuando venga, pues, el señor a mi hijo. Mas aquellos entre sí, diciendo: Este es el
de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores dijeron entre heredero; venid, matémosle,
labradores? sí: Este es el heredero; para que la heredad sea
venid, matémosle, y la nuestra.
Le dijeron: A los malos heredad será nuestra.
destruirá sin misericordia, y Y le echaron fuera de la viña,
arrendará su viña a otros Y tomándole, le mataron, y le mataron. ¿Qué, pues, les
labradores, que le paguen el y le echaron fuera de la hará el señor de la viña?
fruto a su tiempo. Jesús les viña. ¿Qué, pues, hará el
dijo: ¿Nunca leísteis en las señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos
Escrituras: La piedra que labradores, y dará su viña a
desecharon los edificadores, ha Vendrá, y destruirá a los otros. Cuando ellos oyeron
venido a ser cabeza del ángulo. labradores, y dará su viña esto, dijeron: ¡Dios nos
El Señor ha hecho esto, y es a otros. libre!
cosa maravillosa a nuestros
ojos? Por tanto os digo, que el ¿Ni aun esta escritura Pero él, mirándolos, dijo:
reino de Dios será quitado de habéis leído: La piedra ¿Qué, pues, es lo que está
voostros, y será dado a gente que desecharon los escrito: La piedra que
que produzca los frutos de él. edificadores ha venido a desecharon los edificadores
Y el que cayere sobre esta ser cabeza del ángulo; el ha venido a ser cabeza del
piedra será quebrantado; y Señor ha hecho esto, y es ángulo?
sobre quien ella cayere, le cosa maravillosa a
Todo el que cayese sobre
desmenuzará. Y oyendo sus nuestros ojos? aquella pieda, será
parábolas los principales quebrantado; mas sobre
sacerdotes y os fariseos, Y procuraban prenderle, quien ella cayere, le
entendieron que hablaba de porque entendían que desmenuzará.
ellos. Pero al buscar cómo decía contra ellos aquella
echarle mano, temían al parábola; pero temían a la Procuraban los principales
pueblo, porque éste le tenía por multitud, y dejándole, se sacerdotes y los escribas
profeta". fueron". echarle mano en aquella
hora, porque comprendieron
que contra ellos había dicho
esta parábola".
Esta parábola, registrada en términos casi idénticos por los sinopticistas, apenas
necesita interpretación. Su referencia local, personal, y nacional es demasiado
manifiesta para ser puesta en duda. La viña es la tierra de Israel; el señor de la viña es
el Padre; sus mensajeros son sus siervos los profetas; su único y amado hijo es el
Señor Jesús mismo; los labradores son los judíos rebeldes y perversos; el castigo es la
catástrofe venidera en la Parusía, cuando, como bien lo expresa Neander, "la relación
teocrática se rompe, y el reino es traspasado a otras naciones que produzcan los frutos
correspondientes".
La aplicación de esta parábola al pueblo del tiempo de nuestro Salvador es tan directa
y explícita, que podría suponerse que ningún crítico tendría que buscarle un
significado oculto o una referencia ulterior. Los principales sacerdotes y los fariseos
pensaban que "la había pronunciado contra ellos"; e hicieron un gesto de dolor bajo el
látigo. Tal como está, es perfectamente clara e inteligible; pero la exégesis de un
teólogo puede volverla realmente turbia y oscura. Por ejemplo, Lange comenta así el
versículo 41.
Aquí tenemos, no una venida, ni la venida de Cristo, pero nada menos que tres
venidas, separadas y distintas, o una venida de tres clases diferentes - una venida
continua que ha estado ocurriendo ya por casi dos mil años, y puede continuar por dos
mil años más, que sepamos. Pero de todo esto no se da ni un indicio en el texto, ni en
ninguna otra parte. Es meramente adorno humano, sin una sola partícula de autoridad
bíblica, inventado en virtud de una teoría de interpretación de doble o triple sentido.
Mucho más sobria es la explicación de Alford: "Podemos observar que nuestro Señor
hace que 'cuando el Señor venga' [o[tan e[lth o/ kuriov] coincida con la destrucción
de Jerusalén, que es, incontestablemente, la destrucción de los labradores malvados.
Por lo tanto, este pasaje forma una clave importante de las profecías de nuestro Señor,
y una justificación decisiva para los que, como yo, sostienen que la venida del Señor,
en muchos lugares, ha de identificarse principalmente con esa destrucción". (4)
Es lamentable que esta nota, por lo demás acertada y sensata, esté estropeada por las
frases "en muchos lugares" y "principalmente", pero es, sin embargo, una admisión
importante. Sin duda, aquí encontramos efectivamente "una clave importante de las
profecías de nuestro Señor", pero la clave maestra es la que ya hemos encontrado en
Mat. 16:27, 28, que sirve para abrir, no sólo éste, sino muchos otros dichos oscuros en
los oráculos proféticos.
Esta parábola guarda un gran parecido con la de la Gran Cena de Lucas 14. Es posible
que las dos parábolas sean sólo versiones diferentes del mismo original. La cuestión,
sin embargo, no afecta la discusión actual, y no puede probarse que estas parábolas no
fueron pronunciadas en ocasiones diferentes. La moraleja de ambas es la misma; pero
la naturaleza de la parábola registrada por Mateo es más claramente escatológica que
la de Lucas. Apunta claramente a la cercana consumación del "reino de los cielos". La
venganza que el rey tomó de los asesinos de su hijo y contra su ciudad fija la
aplicación a Jerusalén y a los judíos. Los ejércitos romanos no eran sino los ejecutores
de la justicia divina; y Jerusalén pereció por su culpa y su rebelión contra su Rey.
En sus notas sobre esta parábola, y aunque reconoce una referencia parcial y primaria
a Israel y a Jerusalén, Alford también encuentra que se extiende mucho más allá de su
alcance aparente, y se divide en dos actos, el primero de los cuales es pasado, y
termina en el versículo 10; mientras que un nuevo acto se abre con el versículo 11,
que todavía está en el futuro. Esto implica que el juicio de Israel y de Jerusalén no
proporciona un cumplimiento pleno y exhaustivo de las palabras de nuestro Señor.
Por una parte, tenemos las enseñanzas de Cristo mismo - sencillas, claras, y nada
ambiguas; por la otra, la especulación conjetural del crítico, sin una chispa de
evidencia ni autoridad de la palabra de Dios. Algunos se mofarán diciendo que
exponer la parábola de acuerdo con su sencillo significado histórico es poco profundo,
superficial, y poco espiritual, y tratan de encontrar en ella significados ulteriores y
ocultos, enigmas oscuros y profundos, profundidades místicas, que nadie sino los
teólogos pueden explorar - ¡esto es perspicacia crítica, aguda penetración, gran
espiritualidad! En nuestra opinión, todo este atribuir hipótesis humanas y dobles
sentidos a las predicciones de nuestro Señor es completamente incompatible con la
crítica sobria, o con la verdadera reverencia por la palabra de Dios; esto no es crítica,
sino misticismo, y oscurece la verdad, en vez de aclararla. Entonces, a riesgo de ser
considerados superficiales y poco profundos, nos aferraremos a las sencillas
enseñanzas de las palabras de la Biblia, haciendo oídos sordos a todas las
especulaciones fantásticas y conjeturales de origen meramente humano, no importa
cuán instruida o digna sea la dirección de donde vengan.
Se verá que Lucas da este pasaje como pronunciado en una relación diferente, y en
una ocasión diferente, de las de Mateo. Si nuestro Señor pronunció las mismas
palabras en dos ocasiones diferentes, o si las palabras fueron transpuestas por Lucas
de su relación original, no es una cuestión fácil de establecer. La primera hipótesis no
parece probable, y no se recomienda ella misma a la mente crítica. Los apotegmas y
dichos cortos parabólicos, como "muchos son los llamados pero pocos los escogidos",
"los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos", pueden haberse repetido en
varias ocasiones; pero difícilmente puede imaginarse que discursos relacionados y
detallados, como el Sermón del Monte, el discurso profético sobre el Monte de los
Olivos, y esta acusación contra los escribas y fariseos, hayan sido repetidos palabra
por palabra en diferentes ocasiones. Como ya hemos visto, es un error buscar un
estricto orden cronológico en las narraciones de los evangelistas; se admite de modo
general que ellos algunas veces ponían juntos hechos que tenían una relación natural,
de manera bastante independiente del orden cronológico en que ocurrieron.
Neander hace la siguiente observación sobre el pasaje que tenemos delante: "Del
mismo modo que este último discurso narrado por Mateo contiene varios pasajes
narrados por Lucas en la conversación de la mesa (cap. 11), Lucas inserta allí este
anuncio profético, cuya correcta posición se encuentra en Mateo". (5) Sin embargo, no
podemos concordar con la opinión de Neander, de que "este discurso, como aparece
en Mat. 23, contiene muchos pasajes pronunciados en otras ocasiones" (6). Nos parece
imposible leer el capítulo veintitrés de Mateo sin percibir que es un discurso continuo
y relacionado, pronunciado en una ocasión, derivándose sus diferentes partes de, y
siguiéndose, las unas a las otras naturalmente. Su misma estructura, que consiste de
siete ayes (7), pronunciados contra los hipócritas que pretendían ser santos y eran los
guías ciegos del pueblo - y la solemne ocasión en la que fue pronunciado, siendo el
discurso público filial [sic] de nuestro Señor - obligan irresistiblemente la conclusión
de que es un todo completo, y que Mateo nos da la forma original del discurso.
Pero dilucidar esta cuestión no es esencial para esta investigación. Mucho más
importante es observar cómo nuestro Señor cierra su ministerio público en términos
casi idénticos a aquellos con los cuales su precursor se dirigía a la misma clase de
gentes: "¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del
infierno?" Esta no es ninguna coincidencia fortuita. Evidentemente, es la deliberada
adopción de las palabras del Bautista, cuando habló de la "ira venidera". Israel había
rechazado asimismo el severo llamado al arrepentimiento que le había hecho el
segundo Elías, y las tiernas amonestaciones del Cordero de Dios. La medida de su
culpa estaba casi llena, y el "día de la ira" llegaba rápidamente.
Pero el punto que merece atención especial es la particular aplicación de este discurso
a la misma época del Salvador. "De cierto os digo: Todo esto acontecerá a esta
generación". "Esto será requerido de esta generación". Ciertamente no hay aquí la
pretensión de una referencia primaria y una secundaria. Ningún expositor negará que
estas palabras tienen una única y exclusiva explicación a la generación del pueblo
judío que entonces vivía sobre la tierra. Hasta Dorner, que arguye de lo más
enérgicamente a favor de una gran variedad de significados de la palabra genea
[generación], admite con franqueza que aquí sólo puede referirse a los
contemporáneos de nuestro Señor: "Hoc ipsum hominum aevum". (8) Esta es una
admisión de la mayor importancia. Nos permite fijar el verdadero significado de la
frase: "Esta generación", que juega un papel tan importante en varias de las
predicciones de nuestro Señor, y notablemente en la gran profecía pronunciada en el
Monte de los Olivos. En el pasaje que tenemos delante, las palabras son incapaces de
ninguna otra aplicación que no sea la generación existente de la nación judía, que es
representada por nuestro Señor como heredera de todas las generaciones precedentes,
que había heredado la depravación y la rebeldía del carácter nacional, y estaba
destinada a perecer en el diluvio de ira que se había estado acumulando a través de los
siglos, y por fin estaba a punto de arrollar a la tierra culpable.
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas, y apedreas a los que te son profetas, y apedreas a los que te son
enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a
tus hijo, como la gallina junta sus tus hijos, como la gallina a sus polluelos
polluelos debajo de las alas, y no quisiste! debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí,
He aquí vuestra casa os es dejada vuestra casa os es dejada desierta; y os
desierta. Porque os digo que desde ahora digo que no me veréis, hasta que llegue el
no me veréis, hasta que digáis: Bendito el tiempo en que digáis: Bendito el que
que viene en el nombre del Señor". viene en el nombre del Señor".
¿Es necesario decir que aquí está Jerusalén, y sólo Jerusalén? No hay ninguna
ambigüedad, ninguna referencia doble; ningún cumplimiento próximo y final se
conciba aquí. Un pensamiento, un sentimiento, un propósito llenaba el corazón de
Jesús - ¡Jerusalén, la ciudad de Dios, la amada, la culpable, la condenada! Su suerte
estaba ahora poco menos que sellada, y el corazón de nuestro Salvador se le oprimía
de angustia al darle el último adiós.
Pero, ¿cómo debemos entender las palabras finales: "No me veréis más, hasta que
digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor"? Esta frase: "Bendito el que
viene en el nombre del Señor" es la fórmula reconocida que empleaban los judíos al
hablar de la venida del Mesías - el saludo mesiánico: equivalente a "Salve, ungido de
Dios". Se supone generalmente que fue adoptado de Sal. 118:26. Por lo tanto, vendría
un momento en que esta salutación sería apropiada. El Señor que salía del templo
retornaría a su templo una vez más. Más que esto, aquella misma generación
presenciaría aquel regreso. Esto se da a entender claramente en la forma del lenguaje
del Salvador: "No me veréis más hasta que digáis", etc. - palabras que estarían
desprovistas de la mitad de su significado si las personas a las que se refiere la
primera parte de la oración no fuesen las mismas que aquéllas a las que se refiere la
segunda parte. Nada puede ser más claro y explícito que la referencia de principio a
fin al pueblo de Jerusalén, los contemporáneos de Cristo. Ellos y Él habrían de
encontrarse otra vez; y el Mesías, el Señor a quien profesaban buscar tan
ansiosamente, vendría súbitamente a su templo, según el dicho de Malaquías el
profeta. Ellos esperaban aquella venida como un acontecimiento para ser recibido con
gozo; pero habría de ser de muy distinta manera. "¿Y quién podrá soportar el tiempo
de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?" Ese día habría de
traer la desolación de la casa de Dios, la destrucción de su existencia nacional, el
estallido de la ira contenida de Dios sobre Israel. Este era el regreso, el reunirse
nuevamente, al cual el Salvador alude aquí. ¿Y no es ésta la mismísima cosa que Él
había declarado una y otra vez? ¿No había Él dicho hacía bien poco que "sobre esta
generación" vendrían los siete ayes que Él acababa de pronunciar? (Ver. 36). ¿No
había afirmado solemnemente que algunos que entonces vivían verían al Hijo del
hombre viniendo en gloria, con sus ángeles, "para dar a cada uno según sus obras" --
esto es, que vendría a juzgar? ¿Es posible adoptar la extraña hipótesis de algunos
comentaristas de nota, de que con estas palabras nuestro Salvador quiere decir que
nunca volvería a ser visto por aquéllos a los cuales hablaba, hasta que un Israel
convertido y cristiano, en alguna época muy distante en el tiempo, estuviese preparado
para recibirle como Rey de Israel? Esto sería realmente tomarse injustificadas
libertades con las palabras de la Escritura. Nuestro Señor no dice: "No me veréis hasta
que ellos digan, o, hasta que otra generación diga; sino, "hasta que [vosotros] digáis",
etc. No se sigue de ninguna manera que, porque la salutación mesiánica se cita aquí, el
pueblo que se supone que la usa estaba preparado para entrar en su verdadero
significado. Aquellas mismas palabras habían sido exclamadas por multitudes en las
calles de Jerusalén sólo uno o dos días antes, pero fueron cambiadas por "¡Crucifícale,
crucifícale!" en muy breve espacio de tiempo. Aquellas palabras simplemente denotan
el hecho de su venida. Los infelices a quienes nuestro Salvador hablaba no podían
adoptar el saludo mesiánico en su sentido verdadero y más alto; ellos jamás dirían:
"Bendito el que", etc., pero presenciarían su venida - la venida con la cual aquella
fórmula estaba asociada indisolublemente, es decir, la Parusía.
Sostenemos, entonces, que, no sólo estamos justificados, sino obligados, a llegar a la
conclusión de que aquí nuestro Señor se refiere a su venida para destruir a Jerusalén y
cerrar la era judía, según sus expresas declaraciones, dentro del período de la
generación que entonces existía. La historia verifica la profecía. Menos de cuarenta
años después del tiempo en que fueron pronunciadas estas palabras, Judea y su pueblo
fueron abrumados por el diluvio de ira predicho por el Señor. Su tierra fue asolada; su
casa fue dejada desierta; Jerusalén, y sus hijos con ella, fueron sumergidos en una
ruina común.
Ahora entramos a considerar el que es, con mucho, el pronunciamiento más completo
y más explícito de nuestro Señor tocante a su venida, y los solemnes acontecimientos
relacionados con ella. El discurso o la conversación en el Monte de los Olivos es la
gran profecía del Nuevo Testamento, y no sería incorrecto llamarla el Apocalipsis de
los evangelios. De la interpretación de este discurso profético dependerá que
comprendamos correctamente las predicciones contenidas en los escritos apostólicos;
porque casi se puede decir que no hay nada en las epístolas que no esté en los
evangelios. Esta profecía de nuestro Salvador es el gran depósito del cual se derivan
principalmente las declaraciones proféticas de los apóstoles.
Quizás la manera más justa de mostrar los puntos de vista de los que arguyen a favor
de un doble significado en este discurso profético sea presentar el esquema o plan de
la profecía propuesto por el Dr. Lange, y adoptado por muchos notables expositores.
"En armonía con el estilo apocalíptico, Jesús presentó los juicios de su venida en una
serie de ciclos, cada uno de los cuales muestra el futuro entero, pero de tal manera,
que con cada nuevo ciclo el escenario parece aproximarse a y parecerse aún más de
cerca a la catástrofe final. Así, el primer ciclo delinea el curso entero del mundo hasta
el fin, en sus características generales (vers. 4-14). El segundo da las señales de la
destrucción de Jerusalén que se acerca, y pinta esta misma destrucción como señal y
principio del juicio del mundo, que desde ese día en adelante continúa en silenciosos y
reprimidos días de juicio hasta el fin (ver. 15-28). El tercero describe el súbito fin del
mundo, y el juicio que sigue (ver. 29-44). Luego sigue una serie de parábolas y
símiles, en las cuales el Señor pinta el juicio mismo, que se desarrolla en una sucesión
orgánica de varios actos. En el último acto, Cristo revela su majestad judicial
universal. El Cap. 24:45-51 presenta el juicio sobre los siervos de Cristo, o el clero.
Cap. 25:1-13 (las vírgenes prudentes y las vírgenes fatuas) presenta el juicio sobre la
iglesia, o el pueblo. Luego sigue el juicio sobre los miembros individuales de la
iglesia (ver. 14-30). Finalmente, los vers. 31-46 introducen el juicio universal del
mundo". (11)
No muy diferente es el esquema propuesto por Stier, que encuentra tres venidas
diferentes de Cristo, "que en perspectiva se cubren entre sí":
"1. La venida del Señor para juzgar al judaísmo. 2. Su venida para juzgar a la
degenerada cristiandad anti-cristiana. 3. Su venida para juzgar a todas las naciones
paganas - el juicio final del mundo, todas las cuales juntas son la segunda venida de
Cristo, y con respecto a su similitud y diversidad son registradas exactamente por
Mateo como saliendo de la boca de Cristo".
Tal es el elaborado y complicado esquema adoptado por algunos expositores; pero hay
contra él obvias y graves objeciones que, mientras más son consideradas, más
formidables parecen, si no fatales.
1. Puede hacerse una objeción, in limine, a los principios envueltos en este método de
interpretar la Escritura. ¿Debemos buscar significados dobles, triples, y múltiples,
profecías dentro de profecías, y misterios envueltos en misterios, donde podríamos
razonablemente haber esperado una respuesta sencilla a una pregunta sencilla? ¿Puede
alguien estar seguro de entender las Escrituras si éstas son enigmáticas u obscuras?
¿Es ésta la manera en que el Salvador enseñaba a sus discípulos, dejando que
tanteasen el camino a través de intrincados laberintos, que irresistiblemente sugieren
la astronomía ptolemaica - "Ciclo y epiciclo, orbe en orbe"? Ciertamente, una
revelación tan ambigua y obscura puede difícilmente llamarse revelación, y más
parece un oráculo de Delfos, o una sibila de Cuma, que la enseñanza de Aquél a quien
el pueblo escuchaba gustosamente.
2. Apenas se pretenderá que, si la exposición de Lange y la de Stier es correcta, los
discípulos que escuchaban los dichos de Jesús en el Monte de los Olivos pudieron
haber comprendido o seguido la dirección de su discurso. En todo momento, eran
lentos para entender las palabras de su Maestro; pero sería darles crédito a su
asombroso poder de penetración suponer que eran capaces de sortear su camino a
través de tal laberinto de venidas, que se extendían a través de "una serie de ciclos,
cada uno de los cuales presenta el futuro entero, pero de tal manera que, con cada
nuevo ciclo, la escena parece aproximarse y parecerse más de cerca a la catástrofe
final".
Se supone por lo general que los discípulos vinieron a nuestro Señor con tres
preguntas diferentes, relativas a diferentes acontecimientos separados entre sí por un
largo intervalo de tiempo; que la primera pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?", se
refería a la próxima destrucción del templo; que la segunda y la tercera preguntas,
"¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", se refería a sucesos muy
posteriores a la destrucción de Jerusalén y que, de hecho, todavía no han tenido lugar.
Se supone que la respuesta de nuestro Señor se conforma a esta triple pregunta, y que
esto da forma a su discurso entero. Ahora, considérese cuán completamente
improbable es que los discípulos tuvieran en sus mentes algún esquema del futuro,
como si fuera un mapa. Sabemos que ellos acababan de ser sacudidos y quedar
estupefactos por la predicción de su Maestro tocante a la total destrucción de la
gloriosa casa de Dios que tan recientemente habían estado contemplando con
admiración. Todavía no habían tenido tiempo de recuperarse de su sorpresa, cuando
fueron a Jesús con la pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?", etc. ¿No es razonable
suponer que sólo un pensamiento les poseía en ese momento - la portentosa calamidad
que esperaba a la magnífica estructura, gloria y belleza de Israel? ¿Era ése un
momento en que sus mentes estarían ocupadas con un futuro distante? ¿No debía su
alma entera estar concentrada en el destino del templo? ¿Y no debían estar ansiosos de
saber qué señales se darían de la proximidad de la catástrofe? Es imposible decir si
relacionaron en su imaginación la destrucción del templo con la disolución de la
creación y el fin de la historia humana; pero podemos, sin peligro, llegar a la
conclusión de que en sus mentes predominaba el anuncio que el Señor acababa de
hacer: "De cierto os digo, que no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada".
Por el lenguaje del Salvador, deben haber colegido que la catástrofe era inminente; y
su ansiedad era por saber el momento y las señales de su llegada. Marcos y Lucas
hacen que la pregunta de los discípulos se refiera a un suceso y una ocasión -
"¿Cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de
cumplirse?" Por lo tanto, no es sólo presumible, sino indudable, que las preguntas de
los discípulos se refieren sólo a diferentes aspectos del mismo y gran acontecimiento.
Esto armoniza las afirmaciones de Mateo con las de los otros evangelistas, y
claramente lo requieren las circunstancias del caso.
5. Ciertamente puede objetarse que, aún admitiendo que los apóstoles hayan estado
ocupados exclusivamente con la suerte del templo y los acontecimientos de su propio
tiempo, no hay razón para que el Señor no excediera los límites de la visión de ellos y
no extendiera una mirada profética hacia los siglos de un futuro distante. No hay duda
de que podía hacerlo; pero, en ese caso, deberíamos esperar algún atisbo o sugerencia
de ese hecho; alguna línea bien definida entre el futuro inmediato y el indefinidamente
remoto. Si el Salvador pasa de Jerusalén y su día de condenación, al mundo y su día
del juicio, sería sólo razonable buscar alguna frase como "Después de muchos días", o
"Sucederá después de estas cosas", que marcara la transición. Pero en vano buscamos
alguna indicación de este tipo. Son por entero insatisfactorios los intentos de los
expositores de trazar líneas de transición en esta profecía, mostrando dónde deja de
hablar de Jerusalén e Israel y pasa a hablar de acontecimientos remotos y
generaciones que todavía no habían nacido. Nada puede ser más arbitrario que las
divisiones que se intentan establecer; no soportan ni el examen de un momento, y son
incompatibles con las expresas afirmaciones de la profecía misma. ¿Puede creerse que
algunos expositores encuentran un punto de transición en Mateo 24:29, donde las
propias palabras de nuestro Señor hacen totalmente inadmisible la idea misma por
medio de su propia observación sobre el tiempo, pues dice "inmediatamente"? Si, en
presencia de tal autoridad, puede hacerse una sugerencia tan precipitada, ¿qué no
puede esperarse en casos señalados con menos fuerza? Pero, la verdad es que todos
los intentos de establecer divisiones y transiciones imaginarias en la profecía fracasan
de modo notable. Que cualquier lector imparcial y honesto juzgue el esquema del Dr.
Lange, que puede ser considerado representante de la escuela de los expositores del
doble sentido, en su distribución de este discurso de nuestro Señor, y diga si es posible
discernir algún vestigio de una división natural donde él traza líneas de transición. Su
primera sección, desde el ver. 4 al ver. 14, la titula
Pero la objeción decisiva a este esquema es que es evidente que el pasaje entero está
dirigido a los discípulos, y habla de lo que ellos verían, de lo que ellos harían, de lo
que ellos sufrirían; todo esto cae dentro de su propia observación y experiencia, y no
se puede hablar de ellos como si se tratara de un auditorio invisible en una época muy
distante en el futuro lejano, que aún hoy no ha tenido lugar en la tierra.
La siguiente división de Lange, que comprende desde el ver. 15 hasta el ver. 22, se
titula
Sin detenernos a investigar la relación de estas ideas, es satisfactorio ver que por fin se
introduce a Jerusalén. Pero, ¡cuán antinatural es la transición de "el fin del mundo" a
la invasión de Judea y al sitio de Jerusalén! ¿Podrían los discípulos haber dado tan
súbito e inmenso salto? ¿Podría haber sido inteligible para ellos, o es inteligible en la
actualidad? Pero, obsérvese el punto de transición, como lo fija Lange en el vers. 15:
"Por tanto, cuando veáis la abominación desoladora", etc. Esto ciertamente no es
transición, sino continuidad: todo lo que precede conduce a este punto; las guerras,
las hambrunas, las pestilencias, las persecuciones, y los martirios; todo esto preparaba
y era la introducción para el "fin"; esto es, para la catástrofe final que habría de
sobrevenir a la ciudad, al templo, y a la nación de Israel.
Luego sigue un párrafo desde el ver. 23 hasta el ver. 28, que Lange llama
Habiendo hecho la transición del "fin del mundo hacia atrás hasta la destrucción de
Jerusalén, el proceso ahora se invierte, y hay otra transición, de la destrucción de
Jerusalén al "verdadero fin del mundo". Este fin verdadero ha sido puesto después de
la aparición de aquellos falsos Cristos y falsos profetas contra los cuales eran
amonestados los discípulos. Esta alusión a "falsos Cristos" debería haberle ahorrado al
crítico el error en que ha caído, y haberle indicado el período al cual se refiere la
predicción. Pero, ¿dónde hay aquí alguna señal de división o transición? No hay rastro
ni señal de ninguna. Por el contrario, el lenguaje expreso de nuestro Señor excluye en
absoluto cualquier intervalo de tiempo, pues dice: "Inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días", etc. Esta nota en cuanto al tiempo es decisiva, y prohibe
perentoriamente suponer cualquier interrupción o hiato en la continuidad de su
discurso.
Pero hemos ido bastante lejos en la demostración del tratamiento arbitrario y nada
crítico que ha recibido esta profecía, y sido seducidos para efectuar una exégesis
prematura de alguna porción de su contenido. Lo que argumentamos es a favor de la
unidad y la continuidad del discurso entero. Desde el principio del capítulo
veinticuatro de Mateo hasta el final del veinticinco, es uno e indivisible. El tema es la
próxima consumación de la época, con los acontecimientos acompañantes y
concomitantes, los ayes que habrían de alcanzar a la "generación perversa", que
comprendían la invasión por los ejércitos romanos, el sitio y la captura de Jerusalén, la
destrucción total del templo, las terribles calamidades del pueblo. Junto con esto
encontramos la verdadera Parusía, o venida del Hijo del hombre, el derramamiento
judicial de la ira divina sobre los impenitentes, y la liberación y la recompensa de los
fieles. De principio a fin, estos dos capítulos forman un discurso continuo,
consecutivo, y homogéneo. Así debe haber sido considerado por los discípulos, a los
cuales fue dirigido; y así, en ausencia de cualquier atisbo o indicación en contrario en
el registro, nos sentimos vinculados a él.
Ese fue un suceso que formó una época en el gobierno divino del mundo. La
economía mosaica, que había sido entronizada con tanta pompa y grandeza en medio
de los truenos y los relámpagos de Sinaí, y había existido por casi dieciséis siglos, que
había sido el medio de comunicación divinamente instituido entre Dios y el hombre, y
cuyo propósito había sido establecer un reino de Dios en la tierra, había demostrado
ser un comparativo fracaso por medio de la incapacidad moral del pueblo de Israel,
estaba condenada a llegar a su fin en medio de la más terrífica demostración de la
justicia y la ira de Dios. El templo de Jerusalén, por siglos gloria y corona del Monte
de Sión - el santuario sagrado, en cuyo lugar santo se complacía en habitar Jehová - la
casa santa y hermosa, que era el paladio de la seguridad de la nación, y más cara que
la vida para cada hijo de Abraham - estaba a punto de ser profanado y destruido, de
modo que no quedaría piedra sobre piedra. El pueblo escogido, los hijos del Amigo de
Dios, la nación favorecida, con la cual el Dios de toda la tierra se dignó entrar en
pacto y ser llamado su Rey, habría de ser abrumado por las más terribles calamidades
que jamás cayeron sobre nación alguna; habría de ser expatriado, privado de su
nacionalidad, excluido de su antigua y peculiar relación con Dios, y ser expulsados
para que anduviesen como peregrinos sobre la faz de la tierra, refrán y burla entre
todas las naciones. Pero junto con todo esto habría cambios para bien. Primero, y
principalmente, el fin de la época sería la inauguración del reino de Dios. Habría
honor y gloria para los fieles y verdaderos siervos de Dios, que luego entrarían en
plena posesión de la herencia celestial. (Esto se desarrollará más plenamente en la
secuela de nuestra investigación). Pero habría también un glorioso cambio en este
mundo. Lo antiguo dio lugar a lo nuevo; la Ley fue reemplazada por el Evangelio;
Cristo tomó el lugar de Moisés. El sistema estrecho y exclusivo, que abarcaba sólo a
un pueblo, fue sucedido por un pacto nuevo y mejor, que abarcaba la familia entera
del hombre, y no conocía diferencia entre judíos y gentiles, circuncisos e
incircuncisos. La dispensación de los símbolos y las ceremonias, adaptados a la niñez
de la humanidad, fue incorporada en un orden de cosas en que la religión se convirtió
en un servicio espiritual, cada lugar en un templo, cada adorador en un sacerdote, y
Dios en Padre universal. Esta era una revolución mucho mayor que cualquiera que
jamás hubiese ocurrido en la historia de la humanidad. Hizo un mundo nuevo; era el
"mundo por venir", el [ο ικονγε νη µε λλονοα] de Hebreos 2:5; y es imposible
sobreestimar la magnitud e importancia del cambio. Es esto lo que da tal significado
al arrasamiento del templo y la destrucción de Jerusalén: éstas son las señales externas
y visibles de la abrogación del orden antiguo y la introducción del nuevo. La historia
del sitio y la captura de la Santa Ciudad no es simplemente un emocionante episodio
histórico, como el sitio de Troya o la caída de Cartago; no es meramente la escena
final en los anales de una antigua nación; tiene un significado sobrenatural y divino;
tiene relación con Dios y la raza humana, y marca una de las más memorables épocas
en el tiempo. Esta es la razón de que el acontecimiento se describa en la Biblia en
términos que a algunos les parecen exagerados, o requieran alguna catástrofe mayor
los justifique. Pero, si fue adecuado que la introducción de esta economía fuera
señalada por portentos y maravillas, terremotos, relámpagos, truenos, y bocinas, no
menos adecuado fue que terminara en medio de fenómenos similares, terribles
espectáculos y grandes señales en el cielo. Si los expositores hubiesen captado mejor
el verdadero significado y la grandeza del acontecimiento, no habrían encontrado
extravagante o exagerado el lenguaje con el cual nuestro Señor lo describe.(14)
Ahora estamos preparados para entrar en un examen más particular del contenido de
este discurso profético, lo cual trataremos de hacer tan concisamente como sea
posible.
Notas:
13. Véase Nota A, Part I., sobre la Teoría de Interpretación de Doble Sentido.
14. La terminación del eón judío en el siglo primero, y de la era romana en el quinto y el sexto,
fueron marcadas por la misma ocurrencia de calamidades, guerras, tumultos, pestilencias,
terremotos, etc., todas marcando el tiempo de una de las peculiares temporadas de visitación de
Dios. Para la misma creencia en relación con la convulsión física y moral, véase de Niebuhr,
Leben´s Nachrichten, ii. p. 672, Dr. Arnold: Véase "Life by Stanley", vol. i, p. 311.
"Cuando Jesús salió del "Saliendo Jesús del templo, le "Y a unos que
templo y se iba, se acercaron dijo uno de sus discípulos: hablaban de que el
sus discípulos para mostrarle Maestro, mira qué piedras, y qué templo estaba
los edificios del templo. edificios. adornado de hermosas
Respondiendo él, les dijo: piedras y ofrendas
Jesús, respondiendo, le dijo: votivas, dijo:
¿Veis todo esto? De cierto os ¿Ves estos grandes edificios?
digo, que no quedará aquí No quedará piedra sobre piedra, En cuanto a estas cosas
piedra sobre piedra, que no sea que no sea derribada. que veis, días vendrán
derribada. en que no quedará
Y se sentó en el monte de los piedra sobre piedra,
Y estando él sentado en el Olivos, frente al templo. Y que no sea destruida.
Monte de los Olivos, los Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le
discípulos se le acercaron preguntaron aparte: Dinos, Y le preguntaron,
aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y diciendo: Maestro,
¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá cuando todas ¿cuándo será esto? ¿y
qué señal habrá de tu venida y estas cosas hayan de qué señal habrá cuando
del fin del siglo [época]?" cumplirse?" estas cosas estén para
suceder?"
"Respondiendo Jesús, les "Jesús, respondiéndoles, "El entonces dijo: Mirad que
dijo: Mirad que nadie os comenzó a decir: Mirad que no seáis engañados; porque
engañe. Porque vendrán nadie os engañe; porque vendrán muchos en mi
muchos en mi nombre, vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el
diciendo: Yo soy el Cristo; nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: El tiempo está
y a muchos engañarán. Y Cristo; y engañarán a cerca. Mas no vayáis en pos
oiréis de guerras y rumores muchos. Mas cuando oigáis de ellos. Y cuando oigáis de
de guerras; mirad que no os de guerras y de rumores de guerras y de sediciones, no os
turbéis, porque es necesario guerras, no os turbéis, alarméis; porque es necesario
que todo esto acontezca; porque es necesario que que estas cosas acontezcan
pero aún no es el fin. suceda así; pero aún no es el primero; pero el fin no será
Porque se levantará nación fin. Porque se levantará inmediatamente.
contra nación, y reino nación contra nación, y reino
contra reino; y habrá contra reino; y habrá Entonces les dijo: Se
pestes, y hambres, y terremotos en muchos levantará nación contra
terremotos en diferentes lugares, y habrá hambres y nación, y reino contra reino; y
lugares. Y todo esto será alborotos; principios de habrá grandes terremotos, y
principio de dolores. dolores son estos. Pero en diferentes lugares hambres
Entonces os entregarán a mirad por vosotros mismos; y pestilencias; y habrá terror y
tribulación, y os matarán, y porque os entregarán a los grandes señales del cielo.
seréis aborrecidos de todas concilios, y en las sinagogas Pero antes de todas estas
las gentes por causa de mi os azotarán; y delante de cosas os echarán mano, y os
nombre. Muchos gobernadores y de reyes os perseguirán, y os entregarán a
tropezarán entonces, y se llevarán por causa de mí, las sinagogas y a las cárceles,
entregarán unos a otros, y para testimonio a ellos. Y es y seréis llevados ante reyes y
unos a otros se aborrecerán. necesario que el evangelio ante gobernadores por causa
Y muchos falsos profetas sea predicado antes a todas de mi nombre. Y esto os será
se levantarán, y engañarán las naciones. Pero cuando os ocasión para dar testimonio.
a muchos; y por haberse trajeren para entregaros, no Proponed en vuestros
multiplicado la maldad, el os preocupéis por lo que corazones no pensar antes
amor de muchos se habéis de decir, ni lo cómo habéis de responder en
enfriará. Mas el que penséis, sino lo que os fuere vuestra defensa; porque yo os
persevere hasta el fin, éste dado en aquella hora, eso daré palabra y sabiduría, la
será salvo. Y será hablad; porque no sois cual no podrán resistir ni
predicado este evangelio vosotros los que habláis, contradecir todos los que se
del reino en todo el mundo, sino el Espíritu Santo. Y el opongan. Mas seréis
por testimonio a todas las hermano entregará a la entregados aun por vuestros
naciones; y entonces muerte al hermano, y el padres, y hermanos, y
vendrá el fin". padre al hijo; y se levantarán parientes, y amigos; y
los hijos contra los padres, y matarán a algunos de
los matarán. Y seréis vosotros; y seréis aborrecidos
aborrecidos de todos por de todos por causa de mi
causa de mi nombre; mas el nombre. Pero ni un cabello de
que persevere hasta el fin, vuestra cabeza perecerá. Con
éste será salvo". vuestra paciencia ganaréis
vuestras almas".
Es imposible leer esta sección sin percibir su clara referencia al período entre la
crucifixión de nuestro Señor y la destrucción de Jerusalén. Cada una de las palabras
fue dirigida a los discípulos, y solamente a ellos. Imaginar que el "vosotros" de este
discurso se aplica, no a los discípulos a quienes Jesús hablaba, sino a algunas personas
desconocidas y todavía inexistentes en una lejana época en el futuro es una suposición
tan absurda que no merece que se le preste atención seria.
De que las palabras de nuestro Señor tuvieron plena verificación durante el intervalo
entre su crucifixión y el fin de aquella época, tenemos el más amplio testimonio.
Falsos Cristos y falsos profetas comenzaron a aparecer al comienzo mismo de la era
cristiana, y continuaron infestando el país hasta el final mismo de la historia judía. En
la procuraduría de Pilatos (36 d. C.), apareció uno de ellos en Samaria, y engañó a
grandes multitudes. Hubo otro en la procuraduría de Cuspio Fado (45 d. C.). Josefo
nos dice que, durante el gobierno de Félix (53-60), "el país estaba lleno de ladrones,
magos, falsos profetas, falsos Mesías, e impostores", que engañaban al pueblo con
promesas de grandes acontecimientos. (1) La misma autoridad nos informa que en
aquellos días abundaban las conmociones civiles y enemistades internacionales,
especialmente entre los judíos y sus vecinos. En Alejandría, Seleucia, Siria, y
Babilonia, hubo violentos tumultos entre judíos y griegos, y entre judíos y sirios, que
habitaban en las mismas ciudades. "Cada ciudad estaba dividida", dice Josefo, "en dos
bandos". En el reinado de Calígula, había gran aprensión en Judea por la posibilidad
de una guerra con los romanos, a consecuencia de la propuesta del tirano de poner una
estatua suya en el templo. Durante el reinado del emperador Claudio (41-54 d. C.),
hubo cuatro temporadas de gran escasez. En el cuarto año de su reinado, la hambruna
en Judea fue tan severa, que el precio de los alimentos era enorme, y pereció gran
número de habitantes. Ocurrieron terremotos durante los reinados de Calígula y de
Claudio. (2)
El Señor dio a entender a sus discípulos que tales calamidades precederían el "fin".
Pero no eran sus antecedentes inmediatos. Eran el "principio del fin"; pero "todavía no
es el fin".
Aquí puede ser adecuado recordar la observación de tiempo, dada a los discípulos en
una ocasión anterior como indicación de la venida de nuestro Señor: "De cierto os
digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo
del Hombre" (Mat. 10:23). Comparando esta declaración con la predicción que
tenemos delante (Mat. 24:14), podemos ver la perfecta consistencia de las dos
afirmaciones, y también el "terminus ad quem" en ambas. En un caso, es la
evangelización del territorio de Israel; en el otro, la evangelización de Imperio
Romano al cual se hace referencia como el precursor de la Parusía. Ambas
afirmaciones son verdaderas. Ocuparía el espacio de una generación llevar las buenas
nuevas a cada ciudad en Israel. Los apóstoles no tenían mucho tiempo para su misión
en su propio país, pues tenían en sus manos una misión tan vasta en territorio
extranjero. Obviamente, tenemos que tomar en sentido popular el lenguaje empleado
por Pablo, así como por nuestro Señor, y no sería justo llevarlo al extremo de la letra.
La amplia difusión del evangelio tanto en Israel como a través del Imperio Romano es
suficiente para justificar la predicción de nuestro Señor.
"Por tanto, cuando veáis en "Pero cuando veáis la "Pero cuando viereis a
el lugar santo la abominación abominación desoladora de Jerusalén rodeada de
desoladora de que habló el que habló el profeta Daniel, ejércitos, sabed entonces
profeta Daniel (el que lee, puesta donde no debe estar que su destrucción ha
entienda), entonces los que (el que lee, entienda), llegado. Entonces los que
estén en Judea, huyan a los entonces los que estén en estén en Judea, huyan a los
montes. El que esté en la Judea huyan a los montes. El montes; y los que en medio
azotea, no descienda para que esté en la azotea, no de ella, váyanse; y los que
tomar algo de su casa; y el descienda a la casa, ni entre estén en los campos, no
que esté en el campo, no para tomar algo de su casa; y entren en ella. Porque estos
vuelva atrás para tomar su el que esté en el campo, no son días de retribución, para
capa. Mas ¡ay de las que vuelva atrás a tomar su capa. que se cumplan todas las
estén encintas, y de las que Mas ¡ay de las que estén cosas que están escritas.
críen en aquellos días! Orad, encintas, y de las que críen Mas ¡ay de las que estén
pues, porque vuestra huida en aquellos días! Orad, pues, encintas, y de las que críen
no sea en invierno ni en día que vuestra huida no sea en en aquellos días! porque
de reposo; porque habrá invierno; porque aquellos habrá gran calamidad en la
entonces gran tribulación, serán de tribulación cual tierra, e ira sobre este
cual no la ha habido dese el nunca ha habido desde el pueblo. Y caerán a filo de
principio del mundo hasta principio de la creación que espada, y serán llevados
ahora, ni la habrá. Y si Dios creó, hasta este tiempo, cautivos a todas las
aquellos días no fuesen ni la habrá. Y si el Señor no naciones; y Jerusalén será
acortados, nadie sería salvo; hubiese acortado aquellos hollada por los gentiles,
mas por causa de los días, nadie sería salvo; mas hasta que los tiempos de los
escogidos, aquellos días por causa de los escogidos gentiles se cumplan".
serán acortados". que él escogió, acortó
aquellos días".
La mayoría de los expositores encuentran una alusión a los estandartes de las legiones
romanas en la expresión "la abominación desoladora", y la explicación es altamente
probable. Las águilas eran para los soldados objetos de culto religioso; y el pasaje
paralelo en Lucas es evidencia casi concluyente de que éste es el verdadero
significado. Sabemos por Josefo que el intento de un general romano (Vitelio) en el
reinado de Tiberio, de hacer marchar sus tropas a través de Judea, fue resistido por las
autoridades judías basándose en que las imágenes idólatras de sus emblemas serían
una profanación de la ley (3). ¡Cuánto mayor fue la profanación cuando esos
emblemas idólatras fueron exhibidos a plena luz en el templo y la Santa Ciudad! Esta
sería la última señal que anunciaba que la hora de la destrucción de Jerusalén había
llegado. Su aparición había de ser la señal para que todos los que estaban en Judea
escaparan más allá de las montañas [επιταορη], pues luego se iniciaría un período de
sufrimiento y horror sin paralelo en los anales de la historia.
Que la "gran tribulación" [θλιψιϕ µεγαλη] (Mat. 24:21) hace referencia expresa a las
terribles calamidades que acompañaron al sitio de Jerusalén, que fueron especialmente
severas para el sexo femenino, es demasiado evidente para ser puesto en duda. Que
aquellas calamidades fueron literalmente sin paralelo, lo pueden creer fácilmente
todos los que han leído la horrorosa narración en las páginas de Josefo. Es notable que
el historiador comience su relato de la guerra judía con la afirmación de "que, en su
opinión, la suma del sufrimiento humano desde el principio del mundo sería ligero en
comparación con el de los judíos". (4)
Pero, por qué hablar del hambre como despreciable restricción en el uso de lo
inanimado, cuando estoy a punto de relatar un caso de ella para el cual, en la historia
de los griegos y los bárbaros, no se encuentra paralelo, y que es tan horrible de relatar
e increíble de oír? Ciertamente, con gusto habría omitido mencionar lo sucedido, no
fuera a ser que las generaciones futuras pensaran que yo me ocupaba de lo
maravilloso, si no tuviese innumerables testigos entre mis contemporáneos. Además,
haría a mi pueblo un flaco favor si suprimiera la narración de las calamidades que en
realidad sufrió". (5)
Que nuestro Señor tenía en mente los horrores que habrían de descender sobre los
judíos durante el sitio, y no ningún acontecimiento subsiguiente al final del tiempo, es
perfectamente claro por las palabras finales del versículo 21: "Ni la habrá".
"Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí "Entonces si alguno os dijere: Mirad, aquí
está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. está el Cristo; o, mirad, allí está, no le
Porque se se levantarán falsos Cristos, y creáis. Porque se levantarán falsos Cristos
falsos profetas, y harán grandes señales y y falsos profetas, y harán señales y
prodigios, de tal manera que engañarán, si prodigios, para engañar, si fuese posible,
fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo aun a los escogidos. Mas vosotros mirad;
he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad, os lo he dicho todo antes".
está en el desierto, no salgáis; o mirad, está
en los aposentos, no lo creáis. Porque como
el relámpago que sale del oriente y se
muestra hasta el occidente, así será también
la venida del Hijo del Hombre. Porque
dondequiera que estuviere el cuerpo muerto,
allí se juntarán las águilas".
Todavía no hemos encontrado ninguna interrupción en la continuidad del discurso; ni
la más ligera indicación de que ha tenido lugar una transición hacia algún otro tema o
algún otro período. La narración es perfectamente homogénea y consecutiva, y fluye
hacia adelante sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda.
Lo mismo es cierto con respecto a la sección que ahora nos ocupa. La mera primera
palabra indica continuidad. "Entonces" [to,te], y cada una de las palabras
subsiguientes está claramente dirigida a los discípulos mismos, para su advertencia e
instrucción personales. Es claro que nuestro Señor les da indicios de lo que ocurriría
en breve, o por lo menos lo que podía esperar ver con sus propios ojos si estaban
vivos. Es una vívida representación de lo que en realidad ocurrió en los últimos días
de la comunidad judía. Los desdichados judíos, y especialmente el pueblo de
Jerusalén, eran alentados con falsas esperanzas por impostores especiosos que
infestaban el país y trajeron ruina sobre sus miserables primos. Tal era el engaño
producido por las jactanciosas pretensiones de estos impostores que, como nos
enteramos por Josefo, cuando el templo estaba de veras en llamas, una vasta multitud
del pueblo engañado cayó víctima de su credulidad. El historiador judío afirma:
"De tan grande multitud, ni uno solo escapó. Su destrucción fue causada por un falso
profeta, que en aquel día proclamó a los que permanecían en la ciudad, que 'Dios les
había mandado que subieran al templo, donde recibirían las señales de su liberación'.
En ese tiempo había muchos profetas sobornados por los tiranos para que engañaran
al pueblo, diciéndoles que esperaran ayuda de Dios, para que hubiese menos
deserciones, y para que los que no tenían ni temor ni control fueran alentados con
esperanzas. Bajo la presión de la calamidad, el hombre en seguida cede a la
persuasión, pero cuando el engañador le presenta la liberación de males apremiantes,
entonces el sufriente es completamente influido por la esperanza. Fue así como los
impostores y pretendidos mensajeros del cielo engañaron a los desdichados en aquel
tiempo". (6)
Nuestro Señor advierte a sus discípulos que su venida a aquella escena de juicio sería
conspicua y repentina como el relámpago, que se revela y parece estar en todas partes
al mismo tiempo. "Porque", añade, "dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí
se juntarán las águilas". Esto es, dondequiera que se encontraran los culpables y
devotos hijos de Israel, allí les abrumarían los destructores ministros de la ira, las
legiones romanas.
Puede decirse que en este comentario hay casi tantos errores como palabras. En
realidad, no es la explicación de una profecía cuanto una profecía hecha por el propio
comentarista. Primero, está la hipótesis sin fundamento de su doble sentido, su
cumplimiento parcial y su cumplimiento final, para lo cual no hay fundamento en el
texto, sino que es una mera suposición arbitraria y gratuita. Luego, tenemos su
"tribulación", no "acortada", como declara el Señor, sino prolongada, de modo que
todavía continúa en la actualidad. Cuando se hace que la palabra "inmediatamente" se
refiera a un período que todavía no ha llegado, de modo que entre el ver. 28 y el ver.
29, donde el ojo por sí solo no puede percibir ningún rastro de línea de transición, el
crítico intercala un inmenso período de más de dieciocho siglos, con la posibilidad de
duración infinita, además. Más todavía. Tenemos una contradicción implícita de la
afirmación de Pablo de que el evangelio fue predicado "en todo el mundo" (Col. 1:5,
23), y la suposición de que el evangelio ha de ser rechazado por los gentiles. Luego el
comentarista descubre que Marcos sugiere un "considerable intervalo", mientras que
Marcos dice expresamente "en aquellos días, después de aquella tribulación" [εν εκει
ναιϕ ταιϕ ηµεραιϕ µετα την θλιψιν εκεινην], imposibilitando en absoluto
cualquier intervalo, y por último tenemos lo que parece una excusa por la veracidad
de la predicción, con el argumento de que nuestro Señor, no sabiendo el momento en
que tendría lugar su venida, "habla sin tener en cuenta el intervalo", etc.
Es obvio que, si esta es la manera en que la Escritura ha de ser interpretada, las leyes
ordinarias de exégesis deben ser echadas a un lado por inútiles. El mejor intérprete es
el adivinador más osado. ¿Hay algún libro antiguo que un gramático pueda tratar así?
¿No sería declarado intolerable y anticrítico si se tomara tales libertades con Homero
o con Platón? ¿No sería burla proponer tales acertijos a los discípulos como respuesta
a su pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?"?
Pero, se nos contesta, el carácter del lenguaje de nuestro Señor en este pasaje requiere
esta aplicación a una grande y terrible catástrofe que está todavía en el futuro, y puede
entenderse correctamente nada menos que de la disolución total de la estructura del
universo y del fin todas las cosas. ¿Cómo puede alguien pretender, se dice, que el sol
se ha oscurecido, que la luna ha dejado de dar su resplandor, que las estrellas han
caído del cielo, que el Hijo del hombre ha sido visto en las nubes del cielo con poder y
gran gloria? ¿Ocurrieron estos fenómenos en la destrucción de Jerusalén, o pueden
aplicarse a cualquier cosa menos la consumación de todas las cosas?
"He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para
convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las estrellas
de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna
no dará su resplandor.... Porque haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de
su lugar, en la indignación de Jehová de los ejércitos, y en el día del ardor de su ira"
(Isa. 13:9, 10, 13).
Se verá en seguida que las imágenes empleadas en este pasaje son casi idénticas a las
de nuestro Señor. Por lo tanto, si estos símbolos eran correctos para representar la
caída de Babilonia, ¿por qué serían incorrectos para describir una catástrofe aun
mayor, la destrucción de Jerusalén?
Nuevamente, el profeta Miqueas habla de una "venida del Señor" para juzgar y
castigar a Samaria y a Jerusalén - una venida para juicio que incuestionablemente
había tenido lugar mucho antes del tiempo de nuestro Salvador - ¡y con qué magnífico
lenguaje representa esta escena!
Sería fácil multiplicar ejemplos de esta cualidad característica del lenguaje profético.
La naturaleza de la profecía es la de la poesía, y representa los acontecimientos, no en
el estilo prosaico del historiador, sino en las vívidas imágenes del poeta. Añádase a
esto que la Biblia no habla con la corrección fría y lógica de los pueblos occidentales,
sino con el fervor tropical del oriente espléndido. Pero sería incorrecto llamar a tal
lenguaje extravagante o sobrecargado. La grandiosidad moral de los acontecimientos
que tales símbolos representan puede ser más correctamente descrita como convulsión
y cataclismo en el mundo natural. Ni es necesario construir una gramática de
simbologías y una analogía para cada jeroglífico sagrado, por medio de las cuales
traducir cada metáfora particular a su equivalente correcto, porque esto sería convertir
la profecía en alegoría. Las siguientes observaciones sobre el lenguaje figurado de la
Escritura son sensatas. "Lo que es grandioso en la naturaleza se usa para expresar lo
que es digno e importante entre los hombres - cuerpos celestes, montañas, árboles
majestuosos, reinos, o los que están en posición de autoridad... Los cambios políticos
son representados por terremotos, eclipses, tempestades, el convertirse las aguas y los
mares en sangre". (8)
"De la higuera aprended la "De la higuera aprended la "También les dijo una
parábola: Cuando ya su parábola. Cuando ya su parábola: Mirad la higuera y
rama está tierna, y brotan rama está tierna, y brotan todos los árboles. Cuando ya
las hojas, sabéis que el las hojas, sabéis que el brotan, viéndolo, sabéis por
verano está cerca. Así verano está cerca. Así vosotros mismos que el verano
también vosotros, cuando también vosotros, cuando está ya cerca. Así también
veáis todas estas cosas, veáis que suceden estas vosotros, cuando veáis que
conoced que está cerca, a cosas, conoced que está suceden estas cosas, sabed que
las puertas. cerca, a las puertas. está cerca el reino de Dios.
Uno supondría razonablemente que, después de una nota de tiempo tan clara y
expresa, no habría lugar para la controversia. Nuestro Señor mismo ha dirimido la
cuestión. Noventa y nueve personas de cada cien sin duda entenderían sus palabras en
el sentido de que la catástrofe predicha ocurriría durante la vida de la generación
existente. No que todos vivirían probablemente para presenciarlo, sino que la mayoría
o muchos de ellos estarían vivos cuando aquello ocurriese. No puede haber duda de
que ésta sería la interpretación que los discípulos le darían a sus palabras. A menos,
por lo tanto, que nuestro Señor se propusiera reconcertar a sus discípulos, les dio a
entender claramente que su venida, el juicio de la nación judía, y el fin de aquella
época, ocurrirían antes de que aquella generación hubiese pasado por completo, o sea,
dentro de los límites de su propia existencia. Como ya hemos visto, esta no era una
idea nueva, sino una idea que él mismo había expresado antes.
Sin embargo, lejos de aceptar esta decisión de nuestro Salvador como final, los
comentaristas han resistido violentamente lo que parece ser el significado natural y
sensato de sus palabras. Han insistido en que, porque los sucesos predichos no
ocurrieron así en aquella generación, la palabra generación (genea) no puede
significar lo que generalmente se entiende que significa, la gente de aquella era o
aquel período particular, los contemporáneos de nuestro Señor. Afirmar que estas
cosas no ocurrieron es dar la respuesta por sentada, y algo más.
Pero entendemos que a los gramáticos les toca no ser aprensivos de posibles
consecuencias, sino establecer el verdadero significado de las palabras. Sin peligro,
podemos dejar que las predicciones de nuestro Señor se cuiden por sí solas; a nosotros
nos toca tratar de entenderlas.
Muchos argumentan que en este lugar la palabra genea debe traducirse como "raza, o
"nación", y que las palabras de nuestro Señor sólo significan que la raza o nación
judía no pasaría, o no perecería, sino hasta que ocurrieran las predicciones que Jesús
había pronunciado. Este es el significado que Lange, Stier, Alford, y muchos otros
expositores, le atribuyen a la palabra, y que es sostenido con conspicua capacidad y
copiosa erudición por Dorner en su tratado "Do Oratione Christi Eschatologica". No
hay duda de que es verdad que la palabra genea, como muchas otras, tiene diferentes
matices de significado, y que, a veces, en la Septuaginta y los autores clásicos, puede
referirse a una nación o a una raza. Pero creemos que es demostrable, sin sombra de
duda, que la expresión "esta generación", tan a menudo empleada por nuestro Señor,
siempre se refiere única y exclusivamente a sus contemporáneos, el pueblo judío de
su propia época. Puede dejarse sin peligro al honesto juicio de cada lector, sea erudito
en griego o no, decidir si esto es o no así. Pero, como el punto es de gran importancia,
puede ser deseable aducir las pruebas de este aserto.
2. "¿A qué compararé esta generación?" (Mat. 11:6). Aquí admiten Lange y Stier que
la palabra se refiere a "la última generación de Israel entonces existente" (Lange, in
loc, Stier, vol. ii, 98).
4. "Para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas" (Lucas
11:50, 51).
Aquí Dorner mismo admite que es de la generación existente (hoc ipsum hominum
ovum) de la que se dicen estas palabras (p. 41).
6. "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta
generación" (Lucas 17:25). Sólo es necesario citar estos pasajes para establecer que
Jesús sólo se refiere a la generación particular que rechazó al Mesías.
Estos son todos los ejemplos en los que ocurre la expresión "esta generación" en los
dichos de nuestro Señor, y estos ejemplos establecen, más allá de todo
cuestionamiento razonable, la referencia de las palabras en la importante declaración
que ahora consideramos. Pero, supongamos que adoptáramos la traducción propuesta,
y aceptáramos que genea significa raza, ¿qué propósito o significado tendría entonces
la predicción? ¿Puede alguien creer que la afirmación que nuestro Señor hizo tan
solemnemente: "De cierto os digo", etc. no equivale más que a esto: "La raza hebrea
no se habrá extinguido sino hasta que todas estas cosas se hayan cumplido"?
Imaginemos a un profeta en nuestro propio tiempo prediciendo una gran catástrofe en
la cual Londres sería destruido, la catedral de San Pablo y las Cámaras del Parlamento
serían arrasadas, y se perpetraría una terrible matanza de los habitantes; y que cuando
se le preguntase: "¿Cuándo sucederán estas cosas?" contestase: "¡La raza anglosajona
no se extinguirá sino hasta que todas estas cosas se hayan cumplido!" ¿Sería ésta una
respuesta satisfactoria? ¿No sería una respuesta como ésta considerada como
despectiva para el profeta, y como una afrenta para sus oyentes? ¿No tendrían ellos
razón para decir: "¡No hay peligro en profetizar cuando el suceso es colocado a una
interminable distancia!"? Pero la mera suposición de tal sentido en la predicción de
nuestro Señor demuestra que es un reductio ad absurdum. ¿Era para esto que los
discípulos debían esperar y velar? ¿Era ésta la lección que enseñaba la parábola de la
higuera? ¿No era sino hasta que la raza judía estuviese a punto de extinguirse que
ellos debían "erguirse, y levantar sus cabezas"? Una hipótesis tal es su propia
refutación.
Les había dicho que, antes de que hubiesen completado su misión apostólica a las
ciudades de Israel, el Hijo del hombre vendría (Mat. 10:23). Había declarado que toda
la sangre derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre de
Zacarías, sería requerida de aquella generación (Mat. 23:35, 36). Era, por lo tanto, de
aquella generación de la cual hablaba. Jamás debe olvidarse que había algo especial
en aquella generación. Era la última y la peor de todas las generaciones de Israel, que
había heredado la culpa de todas sus predecesoras, y estaba a punto de ser visitada con
juicios señalados y sin paralelo. Si la catástrofe predicha ocurrió o no, es otra
cuestión, que será considerada en su propio lugar. (10)
Puede que se necesite decir una palabra o dos con respecto al tiempo que cubre una
generación. Por supuesto, no es una medida de tiempo exacta, como una década o un
siglo, sino que posee cierta cualidad de indefinición o elasticidad, pero dentro de
ciertos límites, digamos de treinta o cuarenta años. En el libro de Números,
encontramos que la generación que provocó que el Señor le excluyera de la tierra de
Canaán, y que fue condenada a caer en el desierto, habría de morir en el espacio de
cuarenta años. En el Salmo 95 leemos: "Cuarenta años estuve disgustado con la
nación". En la tabla genealógica que da Mateo, tenemos información para estimar la
duración de una generación. Allí encontramos que "desde la deportación a Babilonia
hasta Cristo", hubo catorce generaciones. (Mat. 1:17). Ahora, se dice que la fecha de
la cautividad, en el reino de Sedequías, fue cerca del año 586 a. C., lo cual, dividido
entre catorce, da cuarentiún años y fracción como duración promedio de cada
generación. La guerra judía bajo el emperador Nerón estalló en el año 66 d. C., y
suponiendo que nuestro Señor haya tenido como treinta y tres años de edad cuando
fue crucificado, esto nos daría un espacio de como treinta y tres años en que las
señales que anunciaban la aproximación del "fin" comenzaron "a suceder". La
destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén tuvo lugar en septiembre del año 70 d.
C., esto es, como treinta y siete años después de la profecía del Monte de los Olivos,
un espacio de tiempo que satisface ampliamente los requisitos del caso. No es ni tan
corto que sea inapropiado decir: "No pasará esta generación", etc., ni tan largo que
exceda la duración de la vida de muchos que podrían haber visto y oído al Salvador, o
la vida de los mismos discípulos.
"Aquella generación" ciertamente habría estado pasando, pero no habría pasado por
completo.
"El cielo y la tierra pasarán, "El cielo y la tierra pasarán, pero "El cielo y la tierra
pero mis palabras no pasarán. mis palabras no pasarán. Pero de pasarán, pero mis
Pero del día y la hora nadie aquel día y de la hora nadie sabe, ni palabras no
sabe, ni aun los ángeles de los aun los ángeles que están en el pasarán".
cielos, sino sólo mi Padre". cielo, ni el Hijo, sino el Padre".
Aunque nuestro Señor ha definido los límites de tiempo dentro de los cuales tendría
lugar la consumación predicha, queda un cierto grado de indefinición con respecto al
momento de su llegada. Él no especifica la fecha exacta, ni "la hora, ni el día", ni
siquiera el mes del año. Esto no significa que la cuestión entera del tiempo haya
quedado sin especificar: se refiere meramente a la fecha precisa. La consumación
habría de caer dentro del término de la generación existente, pero la hora precisa en
que el campanazo de condenación sonaría no fue revelada a hombre, ni a ángel, ni (lo
que es aún más extraño) al mismo Hijo del hombre. Era el secreto que el Padre "puso
en su sola potestad". Sin duda, había suficientes razones para esta reserva. Haber
especificado "el día y la hora" - haber dicho: "En el año treinta y siete, en el mes
sexto, al octavo día del mes, la ciudad será tomada y el templo destruido a fuego" - no
sólo habría sido inconsistente con la manera de la profecía, sino que habría quitado
una de las más fuertes motivaciones para la vigilancia constante y la oración - la
incertidumbre del momento preciso.
"Mas como en los días de Noé, así será la "Como fue en los días de Noé, así también
venida del Hijo del Hombre. Porque como será en los días del Hijo del Hombre.
en los días antes del diluvio estaban Comían, bebían, se casaban y se daban en
comiendo y bebiendo, casándose y casamiento, hasta el día en que entró Noé en
dándose en casamiento, hasta el día en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a
que Noé entró en el arca, y no entendieron todos. Asimismo como sucedió en los días
hasta que vino el diluvio y se los llevó a de Lot; comían, bedbían, compraban,
todos, así será también la venida del Hijo vendían, plantaban, edificaban; mas el día en
del Hombre. Entonces estarán dos en el que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo
campo; el uno será tomado, y el otro será fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así
dejado. Dos mujeres estarán moliendo en será el día en que el Hijo del Hombre se
un molino; la una será tomada, y la otra manifieste. En aquel día, el que esté en la
dejada. Velad, pues, porque no sabéis a azotea, y sus bienes en casa, no descienda a
qué hora ha de venir vuestro Señor". tomarlos; y el que en el campo, asimismo no
vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot.
Todo el que procure salvar su vida, la
perderá; y todo el que la pierda, la salvará.
Os digo que en aquella noche estarán dos en
una cama; el uno será tomado, y el otro será
dejado. Dos mujeres estarán moliendo
juntas; la una será tomada, y la otra dejada.
Dos estarán en el campo; el uno será tomado,
y el otro dejado.
Y respondiendo, le dijeron: ¿Dónde, Señor?
Él les dijo: Donde estuviere el cuerpo
muerto, allí se juntarán también las águilas".
"Velad, pues, "Mirad, velad, y orad; porque no "Mirad también por vosotros
porque no sabéis cuándo será el tiempo. Velad, mismos, que vuestros corazones no
sabéis a qué pues, porque no sabéis cuándo se carguen de glotonería y
hora ha de vendrá el señor de la casa; si al embriaguez y de los afanes de esta
venir vuestro anochecer, o a la medianoche, o al vida, y venga de repente sobre
Señor". canto del gallo, o a la mañana; para vosotros aquel día. Porque como un
que cuando venga de repente, no os lazo vendrá sobre todos los que
halle durmiendo. Y lo que digo a habitan sobre la faz de toda la tierra.
vosotros, a todos lo digo: Velad". Velad, pues, en todo tiempo orando
que seáis tenidos por dignos de
escapar de todas estas cosas que
vendrán, y de estar en pie delante
del Hijo del Hombre".
Todas las representaciones dadas por nuestro Señor de la catástrofe venidera y sus
acontecimientos concomitantes implican que tomarían a los hombres por sorpresa. Así
como el diluvio vino de repente sobre los antediluvianos, y la tormenta de fuego y
azufre cayó sobre las ciudades de la llanura, así también la catástrofe final alcanzaría a
Jerusalén y a Judea a una hora inesperada, cuando los negocios y los placeres de la
vida ocupasen las manos y los corazones de los hombres. En Lucas 17, tenemos el
registro más completo del discurso de nuestro Señor sobre este punto. Si el pasaje de
Lucas fue transpuesto por él desde su conexión original, o si nuestro Señor pronunció
las mismas palabras en ocasiones separadas, no es asunto que nos concierna
particularmente aquí. Neander es de opinión que "Lucas proporciona la conexión
natural de estas palabras", y que en Mateo "están puestas con muchos otros pasajes
similares que se refieren a la última crisis". (11) Dudamos de esto; pero, soslayando
esta cuestión, una cosa es indudable, a saber, que tanto Mateo como Lucas describen
la misma cosa, el mismo período, la misma catástrofe. Es sorprendente encontrar a
Alford afirmando, en relación con el pasaje de Lucas: "No hay una sola palabra en
todo esto acerca de la destrucción de Jerusalén". Sería más correcto decir: "Cada una
de las palabras en este pasaje habla de la destrucción de Jerusalén". Obsérvese la nota
de tiempo tan claramente marcada por nuestro Señor: "Pero primero es necesario que
padezca mucho, y sea desechado por esta generación" (Lucas 17:25). ¿Cuál otra
catástrofe pertenece al período de esa generación, que podría correctamente
compararse con la destrucción del mundo antediluviano por medio de un diluvio de
aguas, y con la destrucción de Sodoma y Gomorra por medio de un diluvio de fuego?
En este punto, Marcos y Lucas cierran su registro de la profecía del Monte de los
Olivos, y no puede negarse que la terminación es natural y apropiada. Si embargo, en
el evangelio de Mateo tenemos una serie de parábolas añadidas al discurso de nuestro
Señor, como las que Él solía emplear para enseñar a la gente. Nos llama la atención
como un poco singular el hecho de que nuestro Señor hablase a sus discípulos en
parábolas, especialmente en esta ocasión; y no es poco lo que hay que decir en favor
de la opinión de Neander, que "era peculiar que el editor de nuestro Mateo en griego
dispusiese juntos los dichos similares de Jesús, aunque hubiesen sido pronunciados en
diferentes ocasiones y en diferentes circunstancias. Por lo tanto, no es necesario que
nos asombremos si encontramos imposible trazar líneas de distinción en este discurso
con entera exactitud; ni es necesario que tal resultado nos lleve a interpretaciones
forzadas, inconsistentes con la verdad, y con el amor de la verdad. Es mucho más fácil
hacer tales distinciones en el relato de Lucas (cap. 21), aunque esto no carece de
dificultades. Al comparar Mateo con Lucas, sin embargo, podemos trazar el origen de
la mayoría de estas dificultades al hecho de haber mezclado juntas diferentes
porciones, cuando los discursos de Cristo fueron dispuestos en colecciones". (13)
Pero, sin discutir esta cuestión, es muy evidente que las parábolas registradas por
Mateo en relación con este discurso, aunque no hubiesen sido pronunciadas en esta
ocasión particular, están estrictamente relacionadas con el tema; mientras que, si este
es su verdadero lugar en la narración, su relación con el asunto que nos ocupa es aún
más estrecha e íntima.
Ahora procedemos a considerar las parábolas y los dichos parabólicos de nuestro
Señor, registrados en relación con esta profecía, principalmente por Mateo.
"Pero sabed esto, que si el "Es como el hombre "Pero sabed esto, que s supiese
padre de familia supiese a qué que, yéndose lejos, dejó el padre de familia a qué hora
hora el ladrón habría de venir, su casa, y dio autoridad el ladrón había de venir,
velaría, y no dejaría minar su a sus siervos, y a cada velaría ciertamente, y no
casa. Por tanto, también uno su obra, y al portero dejaría velar su casa. Vosotros,
vosotros estad preparados; mandó que velase. pues, también estad
poque el Hijo del Hombre preparados, porque a la hora
vendrá a la hora que no Velad, pues, porque no que no penséis, el Hijo del
pensáis. ¿Quién es, pues, el sabéis cuándo vendrá el Hombre vendrá. Entonces
siervo fiel y prudente, al cual señor de la casa; si al Pedro le dijo: Señor, ¿dices
puso su señor sobre su casa anochecer, o a la esta parábola a nosotros, o
para que les dé el alimento a medianoche, o al canto también a todos? Y dijo el
tiempo? Bienaventurado aquel del gallo, o a la mañana; Señor: ¿Quién es el
siervo al cual, cuando su señor para que cuando venga mayordomo fiel y prudente al
venga, le halle haciendo así. de repente, no os halle cual su señor pondrá sobre su
De cierto os digo que sobre durmiendo. Y lo que a casa, para que a tiempo les de
todos sus bienes le pondrá. vosotros digo, a todos l su ración? Bienaventurado
digo: Velad". aquel siervo al cual, cuando su
Pero si aquel siervo malo señor venga, le halle haciendo
dijere en su corazón: Mi señor así. En verdad os digo que le
tarda en venir; y comenzare a pondrá sobre todos sus bienes.
golpear a sus consiervos, y Mas si aquel siervo dijere en
aun a comer y a beber con los su corazón: Mi señor tarda en
borrachos, vendrá el señor de venir; y comenzare a golpear a
aquel siervo en día que éste no los criados y a las criadas, y a
espera, y a la hora en que no comer y beber y embriagarse,
sabe, y lo castigará duramente, vendrá el señor de aquel siervo
y pondrá su parte con los en día que éste no espera, y a
hipócritas; allí será el lloro y la hora que no sabe, y le
el crujir de dientes". castigará duramente, y le
pondrá con los infieles".
Se verá que este dicho parabólico de nuestro Señor está registrado en una relación
bastante diferente por Mateo y por Lucas. La semejanza verbal, sin embargo, es
demasiado exacta para hacer probable que fuese pronunciado en dos ocasiones
diferentes. La más ligera atención satisfará al lector de que el informe de Lucas es el
más completo y circunstancial, y que él le asigna su verdadera posición cronológica.
Esto se ve por el hecho de que la pregunta de Pedro, registrada sólo por Lucas, dio
lugar a las observaciones concluyentes de nuestro Señor, las cuales, como las presenta
Mateo sin este eslabón, parecen algo incoherentes y abruptas. Además, apenas
podemos suponer que Pedro, conversando en privado con sólo otros tres discípulos en
compañía del Señor, preguntase: "¿Dices esta palabra a nosotros, o también a todos?"
- una pregunta que era de lo más natural cuando, como nos lo dice Lucas, Jesús
hablaba a sus discípulos en presencia de una gran multitud. (Lucas 12:1). Es digno de
notarse también que en Marcos 13:34-37, donde podemos detectar trazas de esta
parábola, la pregunta de Pedro es contestada claramente: "Lo que os digo a vosotros,
lo digo a todos: Velad", una afirmación que estaría fuera de lugar cuando nuestro
Señor hablaba a cuatro personas, pero bastante apropiada cuando hablaba a una
multitud.
No hay ninguna impropiedad, por lo tanto, en suponer que Mateo, percibiendo las
palabras de Jesús, pronunciadas en otra ocasión, y que ilustran admirablemente la
necesidad de velar en vista de la venida del Señor, las insertase en este discurso
escatológico. Stier sugiere que Marcos da un breve resumen de Mateo 24:43, con las
dos parábolas del siervo, Mat. 24:45-51 y 24:14, y aún con un ligero eco de la
parábola de las vírgenes. (14) No tenemos más razón para esperar una disposición
estrictamente cronológica en los evangelistas que informes estrictamente al pie de la
letra: ni lo uno ni lo otro entraba en sus planes.
Notas:
9. Los fenómenos descritos por nuestro Señor como que acompañan la Parusía (ver. 29) no
pueden explicarse con los portentos y prodigios que, según Josefo, precedieron la toma de
Jerusalén (Jewish War, bk. vi.c.v. § 3). Que por lo menos algunos de esos portentos aparecieron
realmente allí no parece haber razón para dudarlo, y sirven para verificar la predicción de Lucas
21:11: "Habrá terror y grandes señales en el cielo".
10. La nota en la obra de Robinson "Armonía de los Cuatro Evangelios", parte vii, § 128, es
excelente. "Esta generación", etc. Estas palabras (genea) no pueden entenderse (como algunos
han explicado) como que se refieren a la nación judía o a la raza humana. El significado es que
no todos los hombres de aquella época morirían (Véase Mat. 16:28, en el párr. 74) antes de que
la profecía se cumpliera, lo cual comenzó a ocurrir treinta y siete años después de que se
pronunció, en la destrucción de Jerusalén", etc.
(i) La Parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como para los
enemigos de Cristo (Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes
insensatas)
(k) La Parusía, un tiempo de juicio (Parábola de los talentos)
(l) La Parusía, un tiempo de juicio (Parábola de las ovejas y los cabritos)
Mateo 25:1-13. Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que
tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y
cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;
mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y
tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un
clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se
levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos
de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron
diciendo: Para que no nos falte también a nosotros y a vosotras, id más bien a los que
venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el
esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.
Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Más él,
respondiendo, dijo: De cierto os digo que no os conozco. Velad, pues, porque no
sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Casi todos los expositores suponen que ahora Jerusalén e Israel desaparecen
enteramente de la escena, y que nuestro Señor se refiere exclusivamente a la
consumación final de todas las cosas y al juicio de la raza humana. Esta supuesta
transición se le facilita al lector de habla inglesa por medio de un nuevo capítulo que
comienza en este punto.
Pero, ¿ha abandonado realmente nuestro Señor el tema con el cual Él y sus discípulos
han estado ocupados hasta ahora? ¿Ha pasado del tiempo cercano e inminente a una
lejana y distante, separada de su propio tiempo por cientos y miles de años? Si fuese
así, seguramente podríamos esperar alguna indicación muy clara del cambio de tema.
Pero no hay absolutamente ninguna. Por el contrario, la suposición de que un nuevo
tema es introducido por esta parábola queda completamente impedida por los
términos expresos con los cuales la parábola comienza y termina. Comienza con una
nota de tiempo muy explícita: "Tote", entonces, en aquel tiempo. No hay
absolutamente ningún hiato entre el final del capítulo 24 y el comienzo del capítulo
25. El eslabón "entonces" lleva adelante el discurso, y entreteje en él una estrecha
conexión con relación al tema, el tiempo, y las personas a las cuales se dirigió. Esto
queda confirmado, además, por el hecho de que la moraleja de la parábola de las diez
vírgenes es precisamente la misma que la del señor de la casa en el capítulo anterior,
es decir, la necesidad de vigilar. Las palabras finales: "Velad, pues, porque no sabéis
ni el día ni la hora", tan evidentemente dirigidas a los discípulos, son las mismas que
nuestro Señor ya ha pronunciado en el capítulo 24:42; de modo que en ambos pasajes
debe ser al mismo suceso.
No entra en nuestros propósitos hacer una exposición detallada de esta parábola. Hay
teólogos que encuentran un misterio en cada palabra; en el número diez, en la
virginidad, en las lámparas, en el aceite, etc. (Véase Lange in loc.) Como observa
Calvino sarcásticamente: "Multum se torquent quidam, in lucernis, in vasis, in oleo".
Baste notar aquí la gran lección de la parábola. Es la necesidad de estar preparados
constantemente y estar vigilantes, esperando el súbito y pronto regreso del Hijo del
hombre. El no estar vigilantes y no estar preparados conllevaría al castigo que recayó
sobre las vírgenes insensatas, es decir, la exclusión de la cena de bodas del Cordero.
Encontramos, pues, en esta parábola una conexión orgánica con todo el discurso
anterior de nuestro Señor. Todavía es el gran tema del cual está hablando - la
consumación que habría de tener lugar dentro de los límites de la generación que
existía - y en relación con la cual los discípulos expresaban una ansiedad tan natural.
Mateo 25:14-30: Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos,
llamó a sus sievos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a
otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había
recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo
el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y
cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el
señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido
cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste;
aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu
señor. Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos
me entregaste; aquí tienes, he ganado dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien,
buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel; sobre mucho te pondré; entra en el gozo de
tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te
conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no
esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo
que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que
siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado
mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los
intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que
tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y
al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de
dientes".
En esta parábola encontramos una evidente continuación del mismo tema, aunque
presentado en un aspecto algo diferente. La moraleja de la parábola precedente era
vigilancia; la de la ésta es diligencia. Difícilmente puede decirse que en esta parábola
se ha introducido un nuevo elemento, porque la representación de la venida de Cristo
como un tiempo de juicio corre a través de todo el discurso profético de nuestro
Señor. Es este hecho lo que da propósito y urgencia al llamado, a menudo reiterado, a
ser vigilantes. No sólo habría de ser un tiempo de juicio para Jerusalén e Israel, sino
hasta para los discípulos mismos de Cristo. También ellos tenían que "estar de pie
delante del Hijo del hombre". Había peligro de que "aquel día" viniera sobre ellos sin
que estuvieran preparados y estando descuidados. Esta asociación de juicio con la
Parusía aparece en la parábola del señor de la casa, y todavía más en la de los siervos
buenos y malos. Queda expresada aún más vívidamente en la parábola de las vírgenes
prudentes y las vírgenes insensatas, y tiene todavía mayor prominencia en la parábola
de los talentos; pero alcanza el clímax en la parábola final, si puede decirse, de las
ovejas y los carneros.
Mateo 25:31-46 - "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos
ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de
él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas
de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Hasta este punto, hemos encontrado que el discurso de Jesús sobre el Monte de los
Olivos es una profecía conectada y continua, que se refiere únicamente a la gran
catástrofe que se cernía sobre la nación judía, y que habría de tener lugar, según la
predicción de nuestro Señor, antes de que pasara la generación que existía. Ahora, sin
embargo, encontramos un pasaje que, en opinión de casi todos los comentaristas, no
puede entenderse como que se refiere a Jerusalén o Israel, sino a toda la raza humana
y a la consumación de todas las cosas. Si el consenso de los expositores puede
establecer una interpretación, sin duda este pasaje debe ser considerado como que se
aparta por completo del tema de las preguntas de los discípulos, y describe la última
escena de todas en la historia del mundo.
Puede admitirse libremente que esta parábola, o descripción parabólica, tiene muchos
puntos de diferencia con la porción precedente del discurso de nuestro Señor. Parece
estar separada y ser distinta del resto, sin los enlaces que hemos encontrado en otras
secciones. Aún más, parece tener un alcance mayor que Jerusalén e Israel; parece el
juicio, no de una nación, sino de todas las naciones; no de una ciudad o un país, sino
del mundo; no una crisis pasajera, sino la consumación final.
Es, pues, con un profundo sentido de la dificultad de la tarea que nos atrevemos a
impugnar la interpretación de tantos hombres sabios y buenos, y argumentar que el
pasaje, no sólo es parte integral de la profecía, sino que pertenece por entero al tema
del discurso de nuestro Señor, el juicio de Israel y el fin de la era [judía].
1. Esta parábola, aunque en nuestra versión inglesa está separada y desconectada del
contexto, está en realidad conectada con ,i un enlace muy suficiente con lo que
aparece antes. Este es un vocablo padre en griego, donde encontramos la partícula
(griego), cuya fuerza reside en indicar transición y conexión -- transición hacia una
nueva ilustración, y conexión con el contexto anterior. Alford, en su Nuevo
Testamento revisado, conserva la partícula de continuidad: "Pero el Hijo del hombre
habrá venido en su gloria", etc. Con igual propiedad, podría haber sido traducida -- "Y
cuando", etc.
2. Esta "venida del Hijo del hombre" ya ha sido predicha por nuestro Señor (Mat.
24:30 y pasajes paralelos), y el tiempo expresamente definido, siendo incluido en la
abarcante declaración: "De cierto os digo: No pasará esta generación, sin que todo
esto acontezca" (Mat. 24:34).
3. Merece observarse en particular que la descripción de la venida del Hijo del
hombre en su gloria, que se hace en esta parábola, se ajusta en todos los puntos a la de
Mat. 16:27,28, de la cual se afirma expresamente que sería presenciada por algunos
que estaban presentes en el momento en que la predicción se hizo.
"Porque el Hijo del Hombre vendrá en "Cuando el Hijo del Hombre venga en su
la gloria de su Padre con sus ángeles, y gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces pagará a cada uno según sus entonces se sentará en su trono de gloria, y
obras. serán reunidas delante de él todas las
naciones", etc.
"De cierto os digo que hay algunos de
los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo
del Hombre viniendo en su reino".
Así, pues, a pesar de las palabras "todas las naciones" de Mat. 25:32, llegamos a la
conclusión de que de lo que se habla aquí no es "la consumación final de todas las
cosas", sino del juicio de Israel al final de la era judía, o del eón judío.
4. Pero todavía se objetará que queda una formidable dificultad en la expresión "todas
las naciones". Sin embargo, la dificultad es más aparente que real; porque
Hay un ejemplo de esto en este mismo discurso de nuestro Señor. En Mat. 24:22,
hablando de la "gran tribulación", Él dice: "Y si aquellos días no fuesen acortados,
nadie sería salvo". Ahora, es evidente que esta "gran tribulación" estaba limitada a
Jerusalén, o, en todo caso, a Judea, y sin embargo, tenemos una expresión usada en
relación con los habitantes de una ciudad o país, que es lo bastante amplia para incluir
a la raza humana entera, en el sentido en que Lange y Alford en realidad la entienden.
2) Hay gran probabilidad en la opinión de que la frase "todas las naciones" equivale a
"todas las tribus de la tierra" (Mat. 24:30). No hay ninguna impropiedad en designar a
las tribus como naciones. La promesa de Dios a Abraham era que sería padre de
muchas naciones (Gén. 17:5; Rom. 4:17, 18).
En el tiempo de nuestro Señor, era usual hablar de los habitantes de Palestina como
que comprendían varias naciones. Josefo habla de "la nación de los samaritanos", "la
nación de los bataneos", "la nación de los galileos" - usando la misma palabra (e;tnoj)
que encontramos en el pasaje que estamos considerando. Judea era una nación
distinta, a menudo con su propio rey; lo mismo ocurría con Samaria, Idumea, Galilea,
Perea, Batanea, Traconitis, Iturea, Abilene -- todas las cuales, en diferentes épocas,
tuvieron príncipes con el título de Etnarca, un nombre que significa gobernante de
una nación. No es, pues, violentar el lenguaje entender (πα ντα ταενη) en el sentido
de que se refiere a "todas las naciones" de Palestina, o "todas las tribus de la tierra".
Esta posición recibe fuerte confirmación del hecho de que la misma frase en la
comisión apostólica (Mat. 28:19): "Id y haced discípulos a todas las naciones" no
parece haber sido entendida por los discípulos en el sentido de que se refería a la
población entera del globo, o a alguna nación más allá de Palestina. Se supone
comúnmente que los apóstoles sabían que habían recibido la tarea de evangelizar al
mundo. Si efectivamente lo sabían, eran culpables de haber descuidado el ocuparse de
ello. Pero puede suponerse que las palabras de nuestro Señor no transmitieron ninguna
idea como ésta a sus mentes. El erudito profesor Burton observa: "No fue sino hasta
14 años después de la ascensión de nuestro Señor cuando Pablo viajó por primera vez,
y predicó el evangelio a los gentiles. Y no hay ninguna evidencia de que, durante ese
período, los otros apóstoles traspasaron los límites de Judea". (1)
El hecho parece ser que el lenguaje de la comisión apostólica no llevó a las mentes de
los apóstoles ninguna idea ecuménica de esta clase. Nada les dejó más atónitos que el
descubrimiento de que "también a los gentiles había dado Dios arrepentimiento para
vida" (Hechos 11:18). Cuando Pedro fue acusado de "reunirse con incircuncisos y
comer con ellos", no parece que él defendiese su conducta apelando a los términos de
la comisión apostólica. Si la frase "todas las naciones" hubiese sido entendida por los
discípulos en su sentido literal y más abarcante, es difícil imaginar cómo habrían
dejado de reconocer una vez el carácter universal del evangelio y su comisión de
predicarlo a judíos y gentiles por igual. Se necesitó una clara revelación del cielo para
vencer los prejuicios judíos de los apóstoles, y darles a conocer el misterio de "que los
gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa
en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Efesios 3:6).
5. Una vez más, a la peculiar prueba de carácter aplicada por el juez en esta
descripción parabólica se opone fuertemente la idea de que esta escena representa el
juicio final de la raza humana entera. Se observará que el destino de los justos y los
impíos se hace girar alrededor del tratamiento que respectivamente ofrecieron a los
sufrientes discípulos de Cristo. Todas las cualidades morales, toda conducta virtuosa,
toda fe verdadera, quedan aparentemente fuera de las cuentas, y sólo se toman en
cuenta los actos de caridad y beneficencia hacia los angustiados discípulos. No es de
sorprenderse que esta circunstancia haya causado gran perplejidad tanto a teólogos
como a lectores en general. ¿Es ésta la doctrina de Pablo? ¿Es ésta la base para la
justificación delante de Dios que se establece en el Nuevo Testamento? ¿Debemos
llegar a la conclusión de que el destino eterno de la raza humana, desde Adán hasta el
último hombre, dependerá finalmente de su caridad y su simpatía hacia los
perseguidos y sufrientes discípulos de Cristo?
Llegamos, pues, a la conclusión, la única que en todos los respectos se ajusta al tenor
del discurso entero, de que aquí tenemos, no el juicio final de la raza humana entera,
sino el de la nación culpable o las naciones culpables de Palestina, que rechazaron a
su Rey y menospreciaron y mataron a sus mensajeros (Mat. 22:1-14), y cuyo día de
condena estaba ahora a las puertas.
Siendo esto así, se ve que la profecía entera del Monte de los Olivos es un todo
homogéneo y conectado: "simplex duntaxat et unum". Ya no es una mezcla confusa e
ininteligible, que frustra toda interpretación, que parece hablar con dos voces, y que
señala en diferentes direcciones al mismo tiempo. Es una representación clara,
consecutiva, e históricamente correcta del juicio de la nación teocrática al final de la
era judía o del período judío. La teoría de interpretación que considera este discurso
como típico del juicio final de la raza humana, y de una catástrofe mundial que
acompaña este suceso, en realidad no encuentra ningún apoyo en la predicción misma,
al tiempo que conlleva inextricable perplejidad y confusión. Si, por una parte, pudiera
demostrarse que la profecía, como un todo, es aplicable igualmente en cada una de sus
partes a dos acontecimientos diferentes y ampliamente separados; o, por la otra, que
en cierto punto se separa de un tema, y trata del otro, entonces el doble sentido, o la
referencia doble, se sostendría sobre alguna base inteligible. Pero no encontramos
ninguna línea divisoria en la profecía entre lo cercano y lo remoto, y todos los intentos
de trazar dicha línea son insatisfactorios y arbitrarios hasta el extremo. Aún más
insostenible es la hipótesis de un doble significado que corre a través del todo; una
hipótesis que supone una "facultad verificadora" en el expositor o en el lector, y da un
poder de discreción tan grande al crítico ingenioso que parece completamente
incompatible con la reverencia debida a la Palabra de Dios.
La perplejidad que la teoría del doble sentido involucra es puesta bajo una fuerte luz
por la confesión de Dean Alford, quien, al final de sus comentarios sobre esta
profecía, expresa honestamente su insatisfacción con los puntos de vista que había
propuesto. "Creo que es correcto", dice, "expresar en esta tercera edición que,
habiendo entrado en un estudio más profundo de las porciones proféticas del Nuevo
Testamento, no siento en modo alguno la plena confianza que una vez tuve en la
exégesis, θυοαδ interpretación profética, que aquí se da de las tres porciones de este
capítulo 25. Pero no tengo ningún otro sistema con el cual reemplazarla, y algunos de
los puntos tratados aquí me parecen tan de peso como siempre. Me pregunto mucho si
el estudio exhaustivo de la profecía de la Escritura me volverá más y más desconfiado
de toda sistematización humana, y menos dispuesto a correr el riesgo de hacer un
fuerte aserto sobre cualquier porción del tema". (Julio de 1855). En la cuarta edición,
Alford añade: "Aprobado, Octubre de 1858)". Esta es una sinceridad altamente
honorable para el crítico, pero sugiere esta reflexión: Si, con toda la luz y la
experiencia de dieciocho siglos, la profecía del Monte de los Olivos todavía continúa
siendo un enigma sin resolver, ¿cómo podría haber sido inteligible para los discípulos,
que la escucharon ansiosamente de los labios del Maestro? ¿Podemos suponer que, en
ese momento, él les hablaría en acertijos ininteligibles? ¿Que cuando le pidieran pan
les daría una piedra? Imposible. No hay razón para creer que los discípulos eran
incapaces de comprender las palabras de Jesús, y, si estas palabras han sido
malinterpretadas en tiempos posteriores, es porque un método de interpretación falso
y antinatural ha oscurecido y desfigurado lo que en sí mismo es bastante luminoso y
simple. Es cosa de sorprenderse que los expositores hayan demostrado tal indiferencia
hacia las expresas limitaciones de tiempo establecidas por nuestro Señor; que se les
haya dado significados forzados y antinaturales a palabras como αι ων γενεα εντεϕ,
etc.; que se hayan trazado líneas divisorias en el discurso donde no existe ninguna - y
en general, que se haya sometido a la profecía a un tratamiento que no sería tolerado
en la crítica de ningún clásico griego o latino. Permítase solamente que el lenguaje de
la Escritura sea tratado con justicia común, e interpretado por los principios de la
gramática y el sentido común, y quedará eliminada gran parte de la oscuridad y de los
malentendidos, y saldrá a la luz la forma y la sustancia mismas de la verdad. (2).
Aunque el pueblo judío siempre se sintió intranquilo y molesto bajo el yugo de Roma,
no había síntomas urgentes de desafecto en el tiempo en que nuestro Señor hizo esta
profecía de la cercana destrucción del templo, la ciudad, y la nación. Las clases más
altas abundaban en manifestaciones de lealtad al gobierno imperial. "¡No tenemos
más rey que César!", exclamaron. Era política de Roma conceder a las provincias
subyugadas el libre ejercicio de su propia religión. No había, pues, ninguna razón
aparente para que el nuevo y espléndido templo de Jerusalén no permaneciera en pie
por siglos, y para que Judea no disfrutara de mayor tranquilidad y prosperidad bajo la
égida de César que la que había conocido bajo los príncipes nativos. Pero, antes de
que hubiese pasado por completo la generación que rechazó y crucificó al Hijo de
David, la nacionalidad judía fue extinguida: Jerusalén se convirtió en desolación; "la
casa santa y hermosa" sobre el monte de Sión fue arrasada hasta el suelo; y el pueblo
infeliz, que no conoció el tiempo de su visitación, fue abrumado por calamidades sin
paralelo en los anales del mundo.
Todo esto es innegable; pero sería demasiado esperar que esto fuese considerado
como cumplimiento adecuado de las palabras de nuestro Salvador por muchos a los
cuales el prejuicio o las interpretaciones tradicionales les han enseñado a ver más en la
profecía de lo que jamás incluyó la inspiración. El lenguaje, se dice, es demasiado
magnífico, las transacciones demasiado estupendas para ser satisfechas por un suceso
tan inadecuado como el juicio de Israel y la destrucción de Jerusalén. Ya hemos
tratado se señalar el verdadero significado y la verdadera grandeza de ese
acontecimiento. Pero la única respuesta suficiente a todas esas objeciones es la
expresa declaración de nuestro Señor, que cubre el ámbito entero de este discurso
profético. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin que todo esto
acontezca". Sin duda, hay algunas porciones de esta predicción que pueden ser
verificadas por el testimonio humano. ¿Espera alguien que Tácito, Suetonio, o Josefo,
o cualquier otro historiador, relate que "el Hijo del hombre fue visto viniendo en las
nubes del cielo con poder y gran gloria; que Él convocó a las naciones a este tribunal,
y recompensó a cada uno según sus obras"? Hay una región en la cual no pueden
entrar los testigos y los reporteros; carne y sangre no pueden contemplar los misterios
de lo espiritual o lo inmaterial. Pero hay también una gran porción de la profecía que
puede ser verificada, y que puede ser ampliamente verificada. Hasta un atacante del
cristianismo, que impugna el conocimiento sobrenatural de Cristo, se ve obligado a
admitir que "la porción relativa a la destrucción de la ciudad es singularmente
definida, y corresponde muy de cerca al acontecimiento verdadero". (4) El puntual
cumplimiento de la parte de la profecía que entra en el campo de la observación
humana garantiza la verdad del resto, que no cae dentro de esa esfera. En la secuela de
esta discusión, descubriremos que los sucesos que ahora parecen increíbles a muchos
eran la confiada expectación y la esperanza de la era apostólica, y que los primeros
cristianos estaban plenamente persuadidos de su realidad y su cercanía. Quedamos,
pues, en este dilema: O las palabras de Jesús han fallado, y las esperanzas de sus
discípulos han sido falsificadas, o de lo contrario esas palabras y esas esperanzas se
han cumplido, y la profecía se ha cumplido plenamente en todas sus partes. Una cosa
es cierta. La veracidad de nuestro Señor queda comprometida con la afirmación de
que la totalidad y cada una de las partes de los acontecimientos contenidos en esta
profecía habrían de tener lugar antes del fin de la generación existente. Si algún
lenguaje puede reclamar para sí el ser preciso y definido, es el que nuestro Señor
emplea para marcar los límites del tiempo dentro del cual se cumplirían sus palabras.
Nuestro Señor guarda silencio sobre cualesquiera otras catástrofes, de otras naciones,
en otras épocas, que pueda haber en el futuro. Él habla de su propia nación culpable, y
de su venida judicial al final de la era, como habían predicho a menudo y claramente
Malaquías, Juan el Bautista, y Jesús mismo. (5) De esto sus palabras han de ser tenidas
por responsables; más allá de esto es mera especulación humana, las hipótesis de los
teólogos, sin ninguna base segura en la Escritura.
Hemos, pues, tratado de rescatar esta gran profecía del método impreciso y nada
crítico de interpretación por medio del cual ha sido tan oscurecida y embrollada; así
que dejemos que nos transmita a nosotros el mismo significado distinto y claro que
transmitió a los discípulos. Reverencia hacia la Palabra de Dios, y la debida
consideración por los principios de interpretación, nos prohíben imponer
construcciones no naturales y dobles sentidos, que en efecto "añadirían a las palabras
de esta profecía". No nos atrevemos a jugar irresponsablemente con las expresas y
precisas afirmaciones de Cristo. No encontramos sino una Parusía; un fin de la era;
una catástrofe inminente; un terminus ad quem - "esta generación". Protestamos
contra la exégesis que manipula la Palabra de Dios tan libremente que se recomienda
a sí misma a los ojos de muchos. "El Señor", se dice, "siempre está viniendo a los que
esperan su aparición. Vemos su venida a gran escala en cada crisis de la gran historia
humana. En revoluciones, en reformas, y en las crisis de nuestra historia individual.
Para cada uno de nosotros, hay un advenimiento del Señor, tan a menudo como se nos
presentan nuevos y mayores aspectos de la verdad, o somos llamados a entrar en
deberes nuevos y quizás más laboriosos y emocionantes". (6) De esta manera, podría
ser más difícil decir lo que no es una "venida del Señor". Pero, al convertirla en
cualquier cosa y en todas las cosas, la convertimos en nada. Está vacía de toda
precisión y realidad. No hay razón para que la encarnación, la crucifixión, y la
resurrección no puedan, de manera similar, llegar a ser transacciones comunes y
diarias, así como la Parusía. Una cosa es decir que los principios del gobierno divino
son eternos e inmutables, y que, por lo tanto, lo que Dios hace a un pueblo, o a una
época, hará en circunstancias similares a otras naciones y a otras épocas; otra cosa es
decir que esta profecía tiene dos significados: uno para Jerusalén e Israel, y otro para
el mundo y la consumación final de todas las cosas. Sostenemos, con Neander, que
"las palabras de Cristo, como sus obras, contienen en sí mismas el germen de un
desarrollo infinito, reservado para que lo revelen las edades futuras". (7) Pero esto no
implica que la profecía es cualquier cosa que pueda concebir una fantasía ingeniosa, o
que tenga sentidos ocultos o ulteriores que subyacen el significado aparente y natural
del lenguaje. El deber del intérprete y estudiante de la Escritura es, no intentar lo que
la Escritura pueda hacérsele decir, sino someter su comprensión de "los verdaderos
dichos de Dios", que son por lo general tan sencillos como profundos. (8)
Notas:
"Ahora surge la pregunta de si, bajo estas limitaciones de tiempo, es posible una referencia del
lenguaje de nuestro Señor al día del juicio y al fin del mundo en nuestro sentido de estos
términos. Los que sostienen este punto de vista intentan de varias maneras deshacerse de las
dificultades que surgen de estas limitaciones. Algunos asignan a (ενθε νϕ) el significado de
súbitamente, como lo emplea la Sepuaginta en Job ver. 3 para el hebreo. Pero, aún en este pasaje,
el propósito del escritor es simplemente marcar una secuencia inmediata - indicar que otro
suceso más consecuente ocurre en seguida. Ni se ganaría nada aunque se pudiera disponer de la
palabra (νθε ωϕ), con tal de que permaneciera la subsiguiente limitación a "esta generación". Y
en esto también otros han tratado de referir genea a la raza de los judíos, o a los discípulos de
Cristo, no sólo sin el más ligero fundamento, sino contrariamente a todo uso y a toda analogía.
Todos estos intentos de aplicar la fuerza al significado del lenguaje son en vano, y ahora han sido
abandonados por la mayoría de los comentaristas de nota".
Después de una exposición tan luminosa, es decepcionante descubrir que el Dr. Robinson deja de
llevar consistentemente hasta el fin los principios con los cuales comenzó. Desconcertado por la
conclusión anticipada de que "el juicio final" y "el fin del mundo" se encuentran en alguna parte
de la profecía, e incapaz de ver dónde termina el tema de Jerusalén y dónde comienza el otro y
mayor tema de la catástrofe mundial, adopta el siguiente método. Comenzando con la suposición
de que la parábola de las ovejas y los cabritos tiene que describir el último evento, tantea su
camino hacia atrás hasta la parábola anterior, la de los talentos, en la cual encuentra el mismo
tema, la doctrina de la retribución final. Yendo aún más atrás, a la parábola de las diez vírgenes,
descubre que el objeto de esa parábola es inculcar la misma verdad importante. Llega a la
conclusión de que el capítulo veinticinco de Mateo debe, por lo tanto, referirse por entero a las
transacciones del último gran día.
"Pero", continúa, "la última parte del cap. 24, es decir, desde el ver. 43 hasta el 51, está
íntimamente conectada con la parábola inicial del ca. 25", que parece proporcionar suficiente
base para considerar que este pasaje también se refiere al juicio futuro. En el ver. 43 de Mat. 24,
por lo tanto, el Dr. Robinson cree que nuestro Señor abandona por completo el tema de Jerusalén
y entra en un tema nuevo, el juicio del mundo.
En seguida es evidente que la totalidad de su razonamiento queda viciado por la falsa premisa
con la cual comienza, o sea, la suposición de que la parábola de las ovejas y los cabritos se
refiere al juicio de la raza humana. Ya hemos demostrado que no hay ningún nuevo comienzo en
Mat. 24:48.
5. Refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, dice Jonathan Edwards: "Así, pues, hubo un final
definitivo del mundo del Antiguo Testamento: Todo quedó concluído con una especie de día del
juicio, en el cual el pueblo de Dios fue salvo, y sus enemigos destruidos de manera terrible".
Historia de la Redención, vol. i, p. 445.
En los evangelios sinópticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con las
otras las alusiones a la Parusía registradas por los evangelistas; y a menudo hemos
encontrado ventajoso hacerlo. No es fácil, sin embargo, entrelazar el cuarto evangelio
con los sinópticos, y a menudo es un poco notable que ni una sola alusión a la Parusía
en los últimos se encuentre en el primero. Es, pues, preferible, por todas las razones,
considerar el evangelio de Juan por sí mismo, y encontraremos que las referencias al
tema de nuestra investigación, aunque no muchas en número, son muy importantes y
están llenas de interés.
Juan 5:25-29 - "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán. Porque como el
Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y
también le dio autoridad de hace juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.
"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida;
mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación".
Es notable que la primera alusión de Juan a este suceso reconozca su carácter judicial.
Pero ahora encontramos un nuevo elemento introducido en la descripción de la
cercana consumación. Está relacionado con la resurrección de los muertos; de "todos
los que están en la tumba". "La hora viene cuando todos los que están en la tumba
oirán su voz, y saldrán", etc.
No puede haber ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29) se
refiere a la resurrección literal de los muertos. También puede admitirse que los
versículos precedentes (25,26) se refieren a la comunicación de vida espiritual a los
que están muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso vivificante ya había
comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en delitos y pecados estaban a
punto de ser vivificados por el poder resucitador del Espíritu divino actuando en las
almas de los hombres para que predicasen el evangelio de Cristo. Este poder
vivificador pertenecía, por designio divino, al Hijo de Dios, al cual también había sido
entregado, en virtud de su humanidad, el oficio de Juez supremo (ver. 27).
Por supuesto, no puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se refiere
precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos casos, aunque es fuerte la
presunción de que así es. Para esta etapa, baste notar que nuestro Señor habla aquí de
la resurrección de los muertos y el juicio como sucesos que no estaban distantes, pero
tan distantes que podía decirse correctamente: "La hora viene", etc.
Juan 12:48: "La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero".
En estos pasajes tenemos otra nueva frase en relación con la consumación que se
acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinópticos nunca encontramos la
expresión "el día postrero", aunque encontramos sus equivalentes, "aquel día" y "el
día del juicio". No puede dudarse que estas expresiones son sinónimas, y se refieren al
mismo período. Pero ya hemos visto que el juicio es contemporáneo con "el fin del
tiempo" (σοντελεια τον αιωνοϕ), e inferimos que "el día postrero" es sólo otra
forma de la expresión "el fin del tiempo" o Peón. La Parusía también está representada
constantemente como coincidente en el tiempo con "el fin del tiempo", de modo que
todos estos grandes sucesos, la Parusía, la resurrección de los muertos, el juicio, y el
día postrero, son contemporáneos. Entonces, puesto que el fin del tiempo no es, como
se imagina generalmente, el fin del mundo, o la destrucción total de la tierra, sino la
terminación de la economía judía; y puesto que nuestro Señor mismo clara y
frecuentemente coloca ese suceso dentro de los límites de la generación existente,
llegamos a la conclusión de que la Parusía, la resurrección, el juicio, y el día postrero,
pertenecen todos al período de la destrucción de Jerusalén.
Por muy alarmante o increíble que pueda parecer esta conclusión al principio, es la
enseñanza a la cual el Nuevo Testamento está dedicado absolutamente, y, al
avanzar en esta investigación, encontraremos que la evidencia en apoyo de esta
conclusión se acumula hasta tal grado que es irresistible. Nos encontraremos con
expresiones como "los últimos tiempos", "los últimos días", y "la última hora", que
evidentemente denotan el mismo período que "el día postrero", pero de las cuales, sin
embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han llegado. Mientras tanto,
sólo podemos pedir al lector que reserve su juicio, y calmada e imparcialmente sopese
la evidencia derivada, no de autoridad humana, sino de la misma palabra de
inspiración.
Juan 16:11. "De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido juzgado".
Se acostumbra explicar estas palabras en el sentido de que había llegado una gran
crisis en la historia espiritual del mundo: que la muerte de Cristo en la cruz era un
momento crucial, por decirlo así, del gran conflicto entre el bien y el mal, entre el
Dios vivo y verdadero y el falso dios usurpador de este mundo - que el resultado de la
muerte de Cristo sería la derrota final del poder de Satanás y el establecimiento del
reino de verdad y justicia sobre las ruinas del imperio de Satanás.
No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta explicación, pero no
satisface todos los requisitos del lenguaje muy claro y enfático de nuestro Señor con
respecto a la cercanía y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es el juicio
de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". No es suficiente
decir que, para la previsión profética de nuestro Salvador, el futuro distante era como
si fuera el presente; ni que, por la cercanía de su muerte, el juicio del mundo y la
expulsión de Satanás estarían virtualmente asegurados, y que por lo tanto podrían ser
considerados como hechos consumados. Tampoco es suficiente decir que, desde el
momento en que se ofreció el gran sacrificio de la cruz, el poder y la influencia de
Satanás comenzaron a menguar, y tiene que disminuir constantemente hasta que él sea
finalmente aniquilado. El lenguaje de nuestro Señor apunta manifiestamente a una
transacción judicial grande y final, que pronto habría de tener lugar. Pero juicio es un
acto que difícilmente puede concebirse como extendiéndose sobre un período
indefinido, y especialmente cuando está restringida por la palabra ahora, a un punto
distinto e inminente en el tiempo. La frase "echado fuera", también, es evidentemente
una alusión a la expulsión de un demonio de un cuerpo poseído por un espíritu
inmundo. Pero esto indica un acto súbito, violento, y casi instantáneo, y no un proceso
gradual y prolongado. Ninguna figura podría ser menos apropiada para describir la
lenta decadencia y el agotamiento final del poder satánico que la expulsión de un
demonio. Nos vemos obligados, pues, a hacer a un lado la explicación que hace que
las palabras de nuestro Señor se refieran a un juicio que, después de transcurridos
muchos siglos, todavía continúa; o a una expulsión de Satanás que todavía no se ha
efectuado. Él no hablaría de un juicio, que no habría de tener lugar por miles de años,
como si fuera "ahora", ni de una inminente "expulsión" de Satanás, que habría de ser
el resultado de un proceso lento y prolongado.
Concluimos, entonces, que, cuando nuestro Señor dijo: "Ahora es el juicio de este
mundo", etc., se refería a un suceso que estaba cercano, y, en cierto sentido, era
inmediato: es decir, tenía a la vista aquella gran catástrofe que apenas parece haber
estado ausente de sus pensamientos - la solemne transacción judicial cuando "el Hijo
del hombre habría de sentarse sobre el trono de su gloria" - la gran "cosecha" al final
del tiempo, cuando los ángeles segadores habrían de "recoger de su reino todas las
cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a esto que la palabra κοσµοϕ
(mundo) es demasiado abarcante para que quede restringida a una tierra o una nación,
puede replicarse que κοσµοϕ se emplea aquí, como en algunos otros pasajes,
especialmente en los escritos de Juan, más bien en un sentido ético que como
expresión geográfica. (Véase Juan 7:7; 8:23; 1 Juan 2:15; v.14).
Pero puede decirse: ¿Cómo podría hablarse de este juicio de Israel como si fuese
"ahora" más que de un juicio que todavía está en el futuro? Cuarenta años de aquí en
adelante no es más ahora que cuatro mil años. A esto puede replicarse: Más que
ningún otro, el suceso que ahora era inminente precipitaría la condenación de Israel.
La crucifixión de Cristo habría de ser el clímax del crimen, el acto culminante de
apostasía y culpabilidad que llenó la copa de la ira, y selló la suerte de "aquella
generación malvada". El intervalo entre la crucifixión de Cristo y la destrucción de
Jerusalén fue sólo el breve espacio entre el pronunciamiento de la sentencia y la
ejecución del criminal; y de la misma manera, nuestro Señor, cuando abandonó el
templo por última vez, exclamó: "He aquí, vuestra casa os es dejada desierta", aunque
su desolación no tuvo lugar realmente sino hasta casi cuarenta años más tarde, pudo
decir: "Ahora es el juicio de este mundo", aunque un espacio de tiempo semejante
transcurriría entre el pronunciamiento y la ejecución de sus palabras.
Vale la pena observar que nuestro Señor, en una ocasión anterior, hizo una
declaración muy parecida a la que ahora estamos considerando.
"Del mismo modo que Jesús había designado previamente la cura, por Él mismo, de
endemoniados como una señal de que el reino de Dios había venido a la tierra, así
también ahora consideró lo que los discípulos informaron como señal del poder
conquistador de ese reino, delante del cual toda cosa mala tenía que retroceder: 'Yo
veía a Satanás caer del cielo como un rayo', es decir, del pináculo del poder que hasta
ahora había tenido entre los hombres. Antes de que la mirada intuitiva de su espíritu
expusiera a la vista los resultados que habrían de seguir a su obra redentora después
de su ascensión al cielo, vio, en espíritu, al reino de Dios avanzando triunfante sobre
el reino de Satanás. No dice: 'Ahora veo', sino 'Veía'. Lo veía antes de que los
discípulos trajeran su informe de las maravillas que habían llevado a cabo. Mientras
ellos estaban llevando a cabo estas obras aisladas, él veía la sola gran obra de la cual
las de ellos eran sólo señales particulares e individuales - la victoria, completamente
ejecutada, sobre el gran poder del mal que había gobernado a la humanidad". (2)
Al comparar estas dos notables afirmaciones de nuestro Señor, hay tres puntos que
merecen particular atención:
Neander, pues, ha pasado un poco por alto el verdadero énfasis de la expresión, en sus
observaciones, por lo demás, admirables. Creemos que las palabras apuntan
claramente a una gran transacción judicial, que tiene lugar en un punto particular del
tiempo, que ese tiempo estaba muy cercano, y que es la consecuencia y el resultado de
la muerte del Salvador en la cruz. Tal transacción y tal período los podemos encontrar
sólo en la gran catástrofe tan vívidamente presentada por nuestro Señor en su discurso
profético, y por lo tanto, no podemos titubear al entender que sus palabras se refieren
a aquel suceso memorable.
Juan 14:3. "Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo".
"El venir otra vez del Señor no es un solo acto, como su resurrección, o el descenso
del Espíritu, o su segundo advenimiento personal, o la venida final en juicio, sino el
gran complejo de todo esto, cuyo resultado será que Él tome a su pueblo a sí mismo
adonde él esté. Este ερχοµαι se inicia (ver. 18) en su resurrección; continúa (ver. 23)
en la vida espiritual, alistándoles para el lugar que está preparado; progresa aún más
cuando cada uno, por medio de la muerte, es arrebatado para estar con Él (Fil. 1:23);
se completa plenamente en su venida en gloria, cuando estarán con Él para siempre (1
Tes. 4:17) en el perfecto estado de resurrección". (3)
¡Todo esto se desarrolla a partir de una sola palabra, ερχοµαι! Pero, si ερχοµαι tiene
tal variedad y complejidad de significados, por qué no νπαψω ψ πορενοµαι? ¿Por
qué no debería tener "fuere" tantas partes y procesos como "vendré otra vez"? De la
misma manera, puede preguntarse: ¿Cómo podrían haber entendido los discípulos el
lenguaje de nuestro Señor, si el lenguaje tenía un "gran complejo" de significados? ¿O
cómo puede esperarse que hombres sencillos capten jamás el significado de las
Escrituras si las expresiones más simples son tan intrincadas y desconcertantes?
Este comentario no ha sido concebido en el lúcido espíritu del sentido común inglés,
sino en la jerga mística de Lange y Stier. ¿Qué puede ser más sencillo que el "vendré
otra vez" es un acto tan definido como el "me fuere", y que sólo puede referirse a la
profecía y la promesa del Nuevo Testamento, la Parusía? Que este suceso no habría de
ser diferido por mucho tiempo es evidente por el lenguaje en que se anuncia: "Ερχοµ
αι - Vendré". Todo el tenor del discurso de nuestro Señor supone que la separación
entre sus discípulos y Él mismo ha de ser breve, y su reunión rápida y perpetua. ¿Por
qué se va? A preparar un lugar para ellos. ¿Todavía no está preparado, entonces?
¿Todavía no los ha recibido a sí mismo? ¿Todavía no están donde él está? Si la
Parusía está todavía en el futuro, estas esperanzas todavía no se han cumplido.
Que este esperado regreso y esta reunión no eran un suceso lejano, que estaba a una
distancia de muchos siglos, sino un suceso que estaba a las puertas, lo demuestran las
subsiguientes referencias a él que hace nuestro Señor. "Todavía un poco, y no me
veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre". (Juan 16:16).
Pronto habría de dejarles; pero no para siempre, ni por mucho tiempo - "un poco",
unos pocos y cortos años, y su tristeza y su separación terminarían; porque "os volveré
a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo" (Juan 16:22). Se
observará que nuestro Señor no dice que la muerte les reuniría, sino que lo haría su
venida. Esa venida, pues, no podía estar distante.
Que es a este intervalo entre su partida y la Parusía a lo que se refiere nuestro Señor
cuando habla de "un poco" es evidente por dos consideraciones: Primera, porque Él
afirma claramente que va al Padre, lo cual muestra que su ausencia se relaciona con el
período subsiguiente a la ascensión; y segunda, porque, en la epístola a los Hebreos,
este mismo período, es decir, el intervalo entre la partida de nuestro Señor y su venida
otra vez, es denominado expresamente "un poco". "Porque aún un poquito, y el que ha
de venir vendrá, y no tardará" (Heb. 10:37).
Imagínese un acto de visión, "veréis", dividido en tres operaciones distintas, cada una
separada de la otra por una era, un intervalo, y la última todavía sin completarse
después de dieciocho siglos, y esto choca de frente con la expresa declaración de
nuestro Señor de que habría de ser después de "un poco de tiempo". Esto no es crítica,
sino misticismo. Una explicación tan artificial e intrincada jamás se les podría haber
ocurrido a los discípulos, y es sorprendente que se le haya ocurrido a cualquier
intérprete sobrio de la Escritura. Pero hasta los discípulos, aunque perplejos al
principio por el "un poco", pronto captaron lo que quería decir nuestro Señor cuando
dijo:
"Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (Juan
16:28).
Juan 2:22. "Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
Sígueme tú".
Sería inútil especificar y discutir las varias interpretaciones de este pasaje que
hombres eruditos han conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no
podría haber causado más perplejidad y sido más desconcertante. Los que deseen ver
algunas de las numerosas opiniones que han sido traídas a colación sobre el tema las
encontrarán en las referencias de Lange. (5)
Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la oscuridad y todas las
dificultades han sido importadas a ellas por la renuencia de los intérpretes a reconocer,
en la "venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido, dentro del espacio de
la generación existente. A menudo, al reiterar nuestro Señor la certeza de que vendría
en su reino, vendría en gloria, vendría a juzgar a sus enemigos y a recompensar a sus
amigos, antes de que pasara por completo la generación que entonces existía en la
tierra, parece haber una repugnancia casi invencible, de parte de los teólogos, a
aceptar las palabras de Jesús en su sentido obvio y sencillo. Persisten en suponer que
Él debe haber querido decir alguna otra cosa o algo más. Admítase una vez lo que es
innegable, que nuestro Señor mismo declaró que su venida habría de tener lugar
durante la vida de algunos de sus discípulos (Mat. 16:27,28), y la dificultad
desaparece. Acababa de revelar a Simón Pedro con qué muerte habría de glorificar a
Dios, y Pedro, con característica impulsividad, se atrevió a preguntar cuál sería el
destino del discípulo amado, en quien se fijó en ese momento. Nuestro Señor no dio
una respuesta explícita a esta pregunta, que sonaba un poco a intromisión, pero los
discípulos entendieron que su respuesta quería decir que Juan viviría para ver el
regreso de Jesús. "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Este lenguaje es muy
significativo. Supone como posible que Juan viviera hasta la venida del Señor. Es
más, lo sugiere como probable, aunque no lo afirma como cierto. Los discípulos lo
interpretaron como que Juan no moriría en absoluto. El evangelista mismo ni afirma
ni niega lo correcto de esta interpretación, sino que se contenta con repetir las palabras
de Jesús: "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Es, sin embargo, una
circunstancia del mayor interés que sabemos cómo se entendieron generalmente las
palabras de Jesús en ese momento en la hermandad de los discípulos. Evidentemente,
llegaron a la conclusión de que Juan viviría para presenciar la venida de Jesús; y
dedujeron que, en ese caso, él no moriría en absoluto. Es esta última inferencia la que
Juan se guarda de hacer. Que él viviría hasta la venida del Señor, Juan parece
admitirlo sin duda. Si esto implicaba, además, que no moriría en absoluto, era un
punto dudoso que las palabras de Jesús no decidieron.
Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una cosa tan increíble o irrazonable
como les puede parecer a muchos. Vivir hasta la venida del Señor era, de acuerdo con
la creencia y la enseñanza apostólica, equivalente a gozar de la exención de muerte.
Pablo enseñaba a los corintios: "No todos dormiremos [moriremos], pero todos
seremos transformados" (1Cor. 15:51). Habló a los tesalonicenses de la posibilidad de
estar vivos a la venida del Señor: "Nosotros que vivimos, que habremos quedado
hasta la venida del Señor" (1 Tesa. 4:15). Expresaba su propia preferencia personal de
no "ser desnudados [de la vestimenta del cuerpo], sino revestidos [con la vestimenta
espiritual] -- en otras palabras, no morir, sino ser transformados (2Cor. 5:4). Los
discípulos podrían estar justificados en esta creencia por las palabras de Jesús en la
noche de la cena pascual: "Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo". ¿Cómo podrían
ellos suponer que esto significaba la muerte? O ellos pueden haber recordado las
palabras de Él en el Monte de los Olivos: "Y enviará sus ángeles con gran voz de
trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Esto, les había asegurado,
tendría lugar antes de que pasara la actual generación. No estaban, pues, por completo
sin preparación para recibir un anuncio como el que el Señor hizo con respecto a Juan.
(6).
5. Que tal opinión armonizaría con la expresa enseñanza de nuestro Señor con
respecto a la cercanía y la coincidencia de su propia venida, la destrucción de
6. Que todos estos sucesos, según las afirmaciones de Jesús, ocurrirían dentro
del
período de la presente generación.
Habiendo visto así los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se
relacionan con la Parusía, o venida del Señor, puede ser útil recapitular y poner en un
solo panorama la enseñanza general de estos registros inspirados sobre este
importante tema.
2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que anuncia que el reino de Dios
está a las puertas, y llama a la nación al arrepentimiento.
5. Jesús predice un juicio al "fin del tiempo" o de la era [συντελεια τον αιωνο
σ], una frase que no significa la destrucción de la tierra, sino la consumación de
la era, es decir, de la dispensación judía.
10. Nuestro Señor aseguró a los discípulos que vendría otra vez a ellos, y que
su venida sería dentro de "poco".
12. Las parábolas de las diez vírgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos
pertenecen todas al mismo acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.
14. Después de su resurrección, nuestro Señor dio a Juan razón para esperar que
viviría para presenciar su venida.
Notas:
1. Algunos intérpretes prefieren entender "los muertos" del versículo 25 como que se refieren a
casos tales como la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y Lázaro de Betania, personas
literalmente levantadas de los muertos y restauradas a la vida por Jesús. Entienden que el
argumento de Jesús es algo así: "Vosotros os asombráis de la obra maravillosa que he llevado a
cabo en este hombre indefenso, pero vosotros veréis maravillas mucho mayores. Llegará el
momento en que llamaré aun a los muertos a la vida; y si esto os parece increíble, un día mi
poder efectuará una obra aun más poderosa: porque viene la hora en que todos los que están en la
tumba saldrán al oir mi llamado, y estarán de pie ante mí en el juicio". (Dr. J. Brown. Discursos
y dichos de nuestro Señor, vol. i, p. 98). Esta explicación tiene la ventaja de la consistencia al dar
el mismo sentido de la palabra "muertos" durante todo el pasaje; pero parece imposible admitir
que nuestro Señor esté hablando en el versículo 24 de la muerte literal. Decir que el creyente ya
ha pasado de muerte a vida es obviamente lo mismo que decir que ha pasado de la condenación a
la justificación. Nos sentimos obligados, pues, a adoptar la interpretación generalmente aceptada,
en relación con los versículos 24 y 25, en el sentido de que se refieren a los espiritualmente
muertos, y en relación con los versículos 28 y 29, en el sentido de que se refieren a los
corporalmente muertos.
6. Es apenas necesario señalar que, acerca de la hipótesis de que la "venida" de Cristo no habría
de tener lugar sino hasta "el fn del mundo", en la aceptación popular de la frase, la respuesta de
nuestro Señor entrañaría una extravagancia, si no un absurdo. Habría equivalido a decir: "Supón
que a mí me pareciera bien que él viviera mil años o más, ¿qué a tí?" Pero es evidente que los
discípulos tomaron la respuesta en serio.
APÉNDICE A LA PARTE I
Nota A
(Lejos sea de nosotros hacer que Dios hable con dos lenguas, o atribuir una variedad
de significados a su Palabra, en la cual debemos más bien contemplar la sencillez de
su divino autor reflejada como si fuera en un espejo (Sal. 12:6; 19:8). Por lo tanto,
sólo es admisible un significado de la Escritura: esto es, el gramatical, en cualesquiera
términos, ya sean propios o típicos o figurados, en que pueda ser expresado.)
"La observación del Dr. Owen está llena de buen sentido".- "Si la Escritura tiene más
de un significado, no tiene ningún sentido en absoluto". "Y es tan aplicable a las
profecías como a cualquier otra porción de la Escritura"- Dr. John Brown, Sufferings
and Glories of the Messiah, p. 5, note.
¿Qué libro en el mundo tiene doble sentido, a menos que sea un libro que contenga
enigmas a propósito? Y hasta un libro así no tiene sino un solo significado verdadero.
Los oráculos paganos podían realmente decir: "Aio te, Pyrrhe, Romanos vincere
posse"; pero, ¿puede un equívoco tal ser admisible en los oráculos del Dios viviente?
Y si un sentido literal y un sentido oculto pueden transmitirse a la misma vez y con las
mismas palabras, ¿quién que no sea inspirado puede decirnos cuál es el sentido
oculto? ¿Mediante qué leyes de interpretación ha de ser juzgado? Por ninguna que
pertenezca al lenguaje humano; porque otros libros, aparte de la Biblia no llevan
consigo un doble sentido.
"La Escritura, como otros libros, tiene un solo sentido, que debe captarse partiendo de
sí mismo, sin referencia a las adaptaciones de padres o teólogos, y sin relación con las
ideas a priori sobre su naturaleza y su origen".
"La función del intérprete es no añadir otra [interpretación], sino recuperar la original:
el significado, esto es, de las palabras como ellas llegaron a los oídos o brillaron ante
los ojos de los que primero las oyeron y las leyeron".- Professor Jewett, Essay on
the Interpretation of Scripture, párr. i, 3,4.
NOTA B
"Pero aquí reside la verdadera perplejidad. La predicción, como la tenemos, hace que
Cristo afirme claramente que su segunda venida seguirá - "inmediatamente", "en
aquellos días" - después de la destrucción de Jerusalén, y que "esta generación" (la
generación a la cual se dirigía) no pasaría hasta que "todas estas cosas se cumplan".
Hutton cree que estas últimas palabras Cristo se proponía aplicarlas sólo a la
destrucción de la Santa Ciudad. Tiene derecho a su opinión; y, en sí misma, ésta no es
una solución improbable. Pero, bajo las circunstancias, es una construcción algo
forzada, pues debe recordarse, primero, que se hace necesaria sólo por la suposición
que mantiene Hutton - a saber, que los poderes proféticos de Jesús no podían fallar;
segundo, supone o implica que las narraciones evangélicas de los pronunciamientos
de Jesús son de fiar, aunque en estas predicciones especiales admite que son
esencialmente confusas, y tercero, (aunque creemos que él no lo debería haber pasado
por alto), la frase que él cita no es en modo alguno la única que indica que Jesús
mismo tenía la convicción, que sin duda comunicó a sus seguidores, de que su
segunda venida para juzgar al mundo tendría lugar en una fecha muy temprana. No
sólo tendría lugar "inmediatamente" después de la destrucción de la ciudad (Mat.
24:29), sino que sería presenciada por muchos de los que lo escuchaban. Y estas
predicciones no están en modo alguno mezcladas con las de la destrucción de
Jerusalén: "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán
la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat.
16:28); "De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel,
antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23); "Si quiero que él quede hasta que
yo venga, ¿qué a tí?" (Juan 21:23), y los pasajes correspondientes en los otros
sinópticos.
"Si, pues, Jesús no dijo estas cosas, los evangelios deben ser extrañamente inexactos.
Si las dijo, su facultad profética no puede haber sido lo que Hutton cree. De que todos
sus discípulos tenían esta esperanza errónea, y la sostenían con la supuesta autoridad
de su Maestro, no puede haber ninguna duda en absoluto. (Véase 1 Cor. 10:11, 15:51;
Fil. 14:5; 1 Tesa. 14:15; Sant. 5:8; 1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:18; Apoc. 1:13; 22:7, 0,12).
La verdad es que Hutton reconoce esto por lo menos tan franca y plenamente como lo
hemos dicho".- W. R. Greg, en Contemporary Review, Nov. 1876.
Para los que sostienen que nuestro Señor predijo el fin del mundo antes de que pasara
aquella generación, las objeciones del escéptico presentan una formidable dificultad -
insuperable de veras, sin recurrir a evasiones forzadas y antinaturales, o admisiones
que son fatales para la autoridad y la inspiración de las narraciones evangélicas.
Nosotros, por el contrario, reconocemos plenamente la construcción de sentido común
que adelanta Greg sobre el lenguaje de Jesús, y la no menos obvia aceptación de ese
significado por parte de los apóstoles. Pero llegamos a una conclusión directamente
contraria a la del crítico, y apelamos a la profecía del Monte de los Olivos como
señalado ejemplo y demostración de la visión sobrenatural del Señor.
Hechos 1:11. - "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá
como le habéis visto ir al cielo".
La expresión "así vendrá" no debe ser enfatizada demasiado. Hay puntos obvios de
diferencia entre la manera de su ascensión y la Parusía. Se fue solo, y sin esplendor
visible: habría de regresar en gloria con sus ángeles. Las palabras, sin embargo, dan a
entender que su venida sería visible y personal, lo cual excluiría la interpretación que
la considera como providencial, o espiritual. La visibilidad de la Parusía está apoyada
por la enseñanza uniforme de los apóstoles y la creencia de los primeros cristianos:
"Todo ojo le verá" (Apoc. 1:7).
No hay indicación de tiempo en esta promesa final, pero es sólo razonable suponer
que los discípulos la considerarían como dirigida a ellos, y que ellos abrigarían la
esperanza de verle pronto otra vez, según las propias palabras de Él: "Un poquito, y
me veréis". Esta creencia les llevó de vuelta a Jerusalén con gran gozo. ¿Es creíble
que ellos habrían podido experimentar este regocijo si hubiesen concebido que su
venida no tendría lugar durante dieciocho siglos? ¿O podemos suponer que su gozo
descansaba en un engaño? No hay conclusión posible sino la que sostiene que la
creencia de los discípulos estaba bien fundada, y que la Parusía estaba a las puertas.
Este derramamiento del Espíritu Santo introdujo otros acontecimientos, que ocurrirían
de manera semejante. El día del juicio para la nación teocrática había llegado, y antes
de mucho, los presagios de "aquel día grande y terrible de Jehová" serían
manifestados.
LA DESTRUCCIÓN VENIDERA
DE AQUELLA GENERACIÓN
Hechos 2:40. "Y con otras muchas otras palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generación".
Este versículo fija la referencia del discurso del apóstol. Era la generación existente
cuya destrucción venidera él preveía, y fue de la participación en su destino de lo que
urgía a sus oyentes a escapar. No era sino el eco del clamor del Bautista:
"Huid de la ira venidera". Aquí, nuevamente, no puede haber duda del significado de
"genea"; era aquella "generación perversa", que estaba colmando la medida de su
predecesora, la nación perversa e incorregible sobre la cual pendía el juicio.
Antes de abandonar este discurso de Pedro, podemos señalar otro ejemplo de una
proposición universal que debe tomarse en sentido restringido. "Derramaré de mi
Espíritu sobre toda carne". La efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés no fue
literalmente universal, sino indiscriminada y general en comparación con ocasiones
anteriores. El uso necesariamente limitado de una frase tan larga muestra cómo puede
justificarse una limitación similar en expresiones como "todas las naciones", "toda
criatura", y "todo el mundo".
LA PARUSÍA Y LA RESTAURACIÓN
DE TODAS LAS COSAS
Hechos 3:19-21. "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros
pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a
Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo
reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por
boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo".
Pero, ¿tenemos alguna indicación clara del período en que podrían esperarse estas
bendiciones ofrecidas? ¿Estaban en el futuro distante, o a las puertas? La nota de
tiempo aparece marcada claramente en el versículo 20. La venida de Cristo está
especificada como el período en que estas gloriosas expectativas han de convertirse en
realidad. Nada puede ser más claro que la conexión y la coincidencia de estos sucesos,
la venida de Cristo, los tiempos de refrigerio, y la restauración de todas las cosas. Esto
armoniza con la uniforme representación que se da en la escatología del Nuevo
Testamento: la Parusía, el fin del tiempo, la consumación del reino de Dios, la
destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, todos sincronizan. Encontrar la fecha de
uno es establecer la fecha de todos. Ya hemos visto cuán definidamente fue fijado el
tiempo del cumplimiento de algunos de estos sucesos. El Hijo del hombre había de
venir en su reino antes de la muerte de algunos de algunos de los discípulos. La
catástrofe de Jerusalén había de tener lugar antes de que pasara la generación que
entonces existía. El día grande y terrible del Señor es representado por Pedro en el
capítulo anterior como alcanzando a aquella "desgraciada generación". Y ahora, en el
pasaje que consideramos, da a entender, con la misma claridad, que la llegada de los
tiempos de refrigerio y la restauración de todas las cosas, eran contemporáneas con
"enviar a Cristo" desde el cielo.
Pero puede decirse: ¿Cómo puede una catástrofe tan terrible como la destrucción de
Jerusalén estar asociada con tiempos de refrigerio o restauración? La medalla tenía
dos lados: había el reverso y el anverso. La incredulidad y la impenitencia cambiarían
los "tiempos de refrigerio" en "días de retribución". Si ellos "menospreciaban las
riquezas de su benignidad, paciencia, y longanimidad" de Dios, entonces, en vez de
restauración, habría destrucción; y en vez del día de salvación, habría "día de ira, y
revelación del justo juicio de Dios" (Rom. 2:4,5).
Sabemos la elección fatal que hizo Israel; cómo "vino la ira sobre ellos al máximo"; y
sabemos cómo ocurrió todo en el período señalado y predicho, al "fin del tiempo",
dentro de los límites de aquella generación.
Así, podemos definir el período al cual hace alusión el apóstol en este pasaje, y llegar
a la conclusión de que coincide con la Parusía.
Somos conducidos a la misma conclusión por otro camino. En Mateo 19:28, nuestro
Señor declara a sus discípulos: "De cierto os digo que, en la regeneración, cuando el
Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria", etc. Ya hemos comentado este
pasaje, pero es bueno observar otra vez que la "regeneración" [παλιγγενεσια] en
Mateo es el equivalente preciso de la "restauración" [αποκασταστασιϕ] de Hechos.
Lo que se quiere decir con la regeneración es claro más allá de toda sombra de duda,
porque es el tiempo "cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria".
Pero este es el período cuando venga a juzgar a la nación culpable (Mat. 25:31). No
hay posibilidad de equivocar el tiempo; no hay ninguna dificultad en identificar el
suceso; es el fin del tiempo, y el juicio de Israel.
Hechos 17:31. "Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con
justicia, por aquel varón a quien designó".
Ya hemos visto que se declara que el Señor Jesucristo es constituido Juez de los
hombres (Juan 5:22,27). Con la misma claridad se declara que el tiempo de juicio es
la Parusía. Con igual claridad, se nos enseña que la Parusía habría de ocurrir dentro
del término de la generación que entonces vivía. Por lo tanto, Pablo ve el juicio como
cercano. En el pasaje ahora delante de nosotros, tenemos una confirmación incidental
pero inadvertida de este hecho. Las palabras "él juzgará" no expresa un simple futuro,
sino un futuro rápido, µελλει κρινειν, está a punto de juzgar, o juzgará pronto. Este
matiz de significado no se conserva en nuestra versión de habla inglesa, pero no
carece de importancia.
Introducción
Hemos visto cómo la Parusía, o venida de Cristo, está difundida en los evangelios de
principio a fin. La encontramos claramente anunciada por Juan el Bautista al
comienzo mismo de su ministerio, y es el último pronunciamiento de Jesús registrado
por Juan. Entre estos dos puntos, encontramos constantes referencias al suceso en
varias formas y en varias ocasiones. También hemos visto que la Parusía está asociada
generalmente con el juicio; esto es, el juicio de Israel y la destrucción del templo y la
ciudad de Jerusalén. La razón de esta asociación de la venida de Cristo con el juicio
de Israel es muy evidente. La Parusía era el suceso culminante en lo que puede
llamarse la historia mesiánica, o el gobierno teocrático del pueblo judío. La
encarnación y la misión del Hijo de Dios, aunque tenían una relación general con la
raza humana entera, tenía al mismo tiempo una relación especial y peculiar con la
nación del pacto, los hijos de Abraham. Cristo era en verdad el "segundo Adán", la
nueva Cabeza y el nuevo Representante de la raza, pero, antes de eso, era el Hijo de
David y el Rey de Israel. Su propia y declarada visión de su misión era que era,
primero que todo, especial para el pueblo escogido: "No soy enviado sino a las ovejas
perdidas de la casa de Israel" (Mat. 15:24). El título mismo que reclamaba para sí,
"Cristo", el Mesías, o el Ungido, indicaba su relación con el judaísmo y la teocracia,
porque le reconocía como verdadero Rey, venido en la plenitud del tiempo "a los
suyos", para tomar posesión del trono de su padre David. Este especial carácter
judaico de la misión del Señor Jesús es constantemente reconocido en el Nuevo
Testamento, aunque es ignorado por los teólogos y casi olvidado por los cristianos en
general. Pablo hace mucho énfasis en esto.
"Pues os digo que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la
verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres" (Rom. 15:8); y,
podríamos muy bien añadir: "para cumplir las amenazas" también. La frase "el reino
de Dios" es claramente una idea mesiánica y teocrática, y hace referencia especial y
única a Israel, sobre el cual el Señor era Rey, en cierto sentido peculiar a esa nación
solamente (Deut. 7:6; Amós 3:2). Veremos que "el reino de Dios" está representado
como llegando a su consumación en el período de la destrucción de Jerusalén.
Ese suceso marca el desenlace del gran plan de la providencia, o economía, divina,
como se le llama, que comenzó con el llamado de Abraham y estuvo en operación
durante dos mil años. Podemos considerar ese plan, la dispensación judía, no sólo
como un importante factor en la educación del mundo, sino también como un
experimento, a gran escala y bajo las más favorables circunstancias, para, si fuere
posible, formar un pueblo para el servicio, y el temor, y el amor de Dios; una nación
modelo, cuya influencia moral podría bendecir al mundo. En algunos respectos, sin
duda, fue un fracaso, y su fin fue trágico y terrible; pero lo que es importante que
notemos, en relación con esta investigación, es que la relación entre Cristo, el Hijo de
David y Rey de Israel, con la nación judía explica la prominencia que los evangelios
dan a la Parusía, y los sucesos que la acompañaron, como poseedores de una relación
especial con aquel pueblo. El no prestar atención a esto ha engañado a muchos
teólogos y comunicadores. Han leído "el planeta tierra", donde sólo se quería decir "el
territorio"; "la raza humana", cuando sólo se quería decir "Israel"; "el fin del mundo",
donde se aludía al "fin de la era o dispensación". Al mismo tiempo, sería un grave
error subestimar la importancia y la magnitud del suceso que tuvo lugar en la Parusía.
Fue una gran época en el gobierno divino del mundo: el fin de una economía que
había durado dos mil años; la terminación de un eón y el comienzo de otro; la
abrogación del "antiguo orden" y la inauguración del nuevo. Es, sin embargo, su
especial relación con el judaísmo lo que da a la Parusía su principal significado e
importancia.
Pasando de los evangelios a las epístolas, encontramos que la Parusía ocupa un lugar
conspicuo en las enseñanzas y los escritos de los apóstoles. Es natural y razonable que
fuese así. Si su Maestro les enseñó durante su vida que vendría otra vez; que algunos
de ellos vivirían para verle regresar; si, en su conversación de despedida con ellos en
la cena pascual Él se espació en lo corto del intervalo de su ausencia, y lo llamó "un
poco"; si, a su ascensión, los mensajeros divinos les habían asegurado que Él vendría
otra vez como le habían visto irse, sería realmente extraño que hubiesen olvidado o
perdido de vista la inspiradora esperanza de una pronta reunión con el Señor.
Ciertamente, a menudo expresan la esperanza de su venida. Esa esperanza era la
estrella matutina y la alborada que les alegraba en la noche tenebrosa de tribulación a
través de la cual tenían que pasar; se consolaban los unos a los otros con la consigna
familiar: "El Señor está a las puertas". Sentían que, en cualquier momento, su
esperanza podía convertirse en realidad. La esperaban, la buscaban, la anhelaban, y se
exhortaban los unos a los otros a velar y a orar. Eso les había mandado el Señor, y eso
hacían. ¿Podrían estar equivocados? ¿Es posible que acariciaran ilusiones sobre este
tema? ¿Podrían haber malentendido las enseñanzas del Señor? Si esto era posible,
estremecería los fundamentos de nuestra fe. Si los apóstoles podían estar en error con
respecto a un hecho sobre el cual ellos tenían el más amplio medio de información, y
sobre el cual profesaban hablar con autoridad como órganos de inspiración divina,
¿qué confianza podía tenérseles con respecto a otros temas, que por su naturaleza eran
obscuros, abstrusos, y misteriosos? Nadie que tenga alguna fe en la certeza que el
Salvador dio a sus discípulos de que enviaría al Espíritu Santo "para guiarles a toda
verdad" y para "recordarles todas las cosas que les había dicho" puede dudar que la
autoridad con que los apóstoles hablaban concerniente a la Parusía es igual a la de
nuestro Señor mismo. La hipótesis de que puede hacerse una distinción entre lo que
ellos creían y enseñaban sobre este tema, y lo que creían y enseñaban sobre otros
temas, no soporta ni el más ligero examen. La totalidad de la enseñanza de los
discípulos descansa en el mismo fundamento, y ese fundamento es el mismo sobre el
cual descansa la doctrina de Cristo mismo.
LA ESPERANZA DE LA PRONTA
VENIDA DE CRISTO
I Tes. 1:9,10. "Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús,
quien nos libra de la ira venidera".
Este pasaje es interesante en que muestra muy claramente el lugar que la esperada
venida de Cristo ocupaba en la creencia de las iglesias apostólicas. Estaba en primera
fila; era una de las principales verdades del evangelio. Pablo describe la nueva actitud
de estos conversos tesalonicenses cuando se "volvieron de sus ídolos para servir al
Dios vivo y verdadero"; era la actitud de "esperar a su Hijo". Es muy significativo
que esta verdad particular fuera seleccionada de entre todas las grandes doctrinas del
evangelio, y debería ser hecha la característica prominente que distinguía a los
conversos cristianos de Tesalónica. Toda la vida cristiana está aparentemente
resumida bajo dos encabezados, uno general, el otro particular: el primero, el servicio
del Dios viviente; el segundo, la expectativa de la venida de Cristo. Es imposible
resistir la inferencia: (1) Que esta última doctrina constituía una parte integral de la
enseñanza apostólica. (2) Que la esperanza del pronto regreso de Cristo era la fe de los
cristianos primitivos. (3) Porque, ¿cómo iban a esperar? Seguramente, no en sus
tumbas; no en el cielo; ni en el Hades; es claro que mientras estuviesen vivos en la
tierra. La forma de expresión "esperar de los cielos a su Hijo" manifiestamente
implica que ellos, mientras estaban en la tierra, esperaban la venida de Cristo desde
el cielo. Alford observa que "el aspecto especial de la fe de los tesalonicenses era la
esperanza; esperanza en el regreso del Hijo de Dios desde el cielo", y añade un
comentario singular: "Evidentemente, ellos sostenían esta esperanza como señalando
a un suceso más inmediato de lo que la iglesia desde entonces ha creído que era.
Ciertamente, estas palabras les darían una idea de la cercanía de la venida de Cristo; y
quizás el malentendido de ellos haya contribuido a la idea que el apóstol corrige en 2
Tes. 2:1". Esta es una sugerencia de que los tesalonicenses estaban equivocados al
esperar el regreso del Señor en sus días. Pero, ¿de dónde derivaban esta expectativa?
¿No era del apóstol mismo? Veremos que los tesalonicenses erraron, no en esperar la
Parusía, o en esperarla en sus propios días, sino en suponer que el tiempo ya había
llegado en realidad.
La última cláusula del versículo no es menos importante: "Jesús, quien nos libra de la
ira venidera". Estas palabras nos retrotraen a la proclamación de Juan el Bautista:
"Huid de la ira venidera". Sería un error suponer que Pablo se refiere aquí a la
retribución que aguarda a cada alma pecadora en un estado futuro: lo que él tenía en
mente era una catástrofe particular y predicha. "La ira venidera" [η οργη η ερχοµεν
η] de este pasaje es idéntica a la "ira venidera" [οργη µελλουσα] del segundo Elías;
es idéntica a los "días de retribución" y a la "ira sobre este pueblo" predichas por
nuestro Señor, Lucas 26:23. Es "el día de la ira y de la revelación del justo juicio de
Dios" de lo cual habla Pablo en Rom. 2:5. Esa venidera "dies irae" siempre se destaca
clara y visiblemente durante todo el Nuevo Testamento. Ahora no estaba distante, y,
aunque Judea podría ser el centro de la tormenta, el ciclón del juicio arrasaría otras
regiones y afectaría a multitudes que, como los tesalonicenses, podrían haber pensado
que estaban fuera de su alcance. Sabemos por Josefo cómo el estallido de la guerra de
los judíos fue la señal para la masacre y el exterminio en cada ciudad en que
habitantes judíos se habían asentado. Fue a esta ubicuidad de la "ira venidera" a la que
se refirió nuestro Señor cuando dijo: "Donde esté el cuerpo muerto, allí se juntarán las
águilas" (Lucas 17:37). Aquí nuevamente, como con tanta frecuencia hemos tenido
ocasión de observar, la Parusía está asociada con el juicio.
En los versículos 15 y 16, podemos detectar una alusión bien clara en el lenguaje del
apóstol a las acusaciones de nuestro Señor contra "aquella generación malvada (Mat.
23:31, 32,36).
1 Tes. 2:19. "Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe?
¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?"
La uniforme enseñanza del Nuevo Testamento es que el suceso que habría de ser tan
fatal para los enemigos de Cristo habría de ser favorable para sus amigos. Por todas
partes, los más malévolos opositores y perseguidores del cristianismo fueron los
judíos; la aniquilación de la nacionalidad judía, por tanto, eliminó al más formidable
antagonista del evangelio y trajo reposo y alivio a los sufridos cristianos. Nuestro
Señor había dicho a los discípulos, hablando de esta catástrofe que se aproximaba:
"Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque
vuestra redención está cerca" (Lucas 21:28). Pero esta explicación está lejos de agotar
el significado entero de tales pasajes. No puede dudarse de que la Parusía, en todas
partes, está representada como la corona de las esperanzas y aspiraciones cristianas;
cuando ellos "heredarían el reino" y "entrarían en el gozo de su Señor". Tal es la clara
enseñanza tanto de Cristo como de sus apóstoles, y la encontramos claramente
expresada en las palabras de Pablo que ahora tenemos delante. La Parusía habría de
ser la consumación de la gloria y la felicidad para los fieles, y el apóstol buscaba "su
corona" en la "venida" de Cristo.
1 Tes. 3:13. "Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad
delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus
santos".
Que este prospecto no estaba distante, sino, por el contrario, muy cercano, lo implica
el tenor entero del lenguaje del apóstol. ¿Está Pablo todavía sin su corona de gozo?
¿Están sus conversos de Tesalónica todavía esperando al Hijo de Dios que venga del
cielo? ¿No están todavía "establecidos en santidad delante de Dios"? ¿Todavía no han
sido presentados santos, sin mancha, e irreprensibles delante de él? Porque ésta habría
de ser su felicidad "a la venida de Jesús" y no antes. Si, por lo tanto, ese suceso nunca
hubiera tenido lugar, ¿qué habría sido de su ansiosa expectativa y su esperanza? Si
ellos hubieran podido saber que cientos y miles de años tenían que transcurrir
lentamente, ¿podrían Pablo y sus hijos en la fe haberse llenado de alegría con el
pensamiento de la gloria venidera? Pero, en la suposición de que la Parusía estaba a
las puertas; que todos ellos podían esperar presenciar su llegada, entonces, cuán
natural e inteligible se vuelven esta ansiosa expectación y esta esperanza. Que tanto el
apóstol como los tesalonicenses creían que "la venida del Señor estaba cerca" es tan
evidente que apenas requiere algún argumento para probarlo. La única pregunta es:
¿Estaban equivocados, o no?
Puede añadirse una observación sobre la palabra que concluye la frase: "Αγιοι", santo,
puede referirse a ángeles, o a hombres, o ambos. No hay nada en el texto para
establecer la referencia. Es verdad que, en el siguiente capítulo (ver. 14), se nos dice
que a los que durmieron en Jesús traerá Dios con él, pero esto parece referirse a la
resurrección de los santos que duermen en sus tumbas, más bien que a su venida desde
el cielo con Él. Por lo tanto, estamos impedidos de referir αγιοι a los muertos en
Cristo. Tanto más cuanto que Cristo, a su venida, siempre es representado como
asistido por sus ángeles.
"Él vendrá con sus ángeles" (Mat. 16:27); "con los santos ángeles" (Mar. 8:38); "con
los ángeles de su poder" (2 Tes. 1:7); "todos los santos ángeles con él" (Mat. 25:31).
1 Tes. 4:13-17. "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que
duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque
si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor; que nosotros que
vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que
durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos
siempre con el Señor".
Primero, les asegura que no tenían razón para lamentar la partida de sus amigos en
Cristo, como si aquellos hubiesen quedado en alguna desventaja al morir antes de la
venida del Señor; porque, así como Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos,
así también, cuando regresara en gloria, resucitaría de sus tumbas a sus discípulos que
dormían.
Segundo, les informa, por autoridad del Señor Jesús, que los de entre ellos que
vivieran para ver su venida no precederían, o no tendrían ninguna ventaja sobre, los
fieles que hubiesen muerto antes de ese acontecimiento.
1. El descenso del Señor desde el cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y
con trompeta de Dios.
2. La resurrección de los muertos que habían dormido en Cristo.
3. El arrebatamiento simultáneo de los santos vivos, junto con los muertos
resucitados, a la región del aire, para encontrarse allí con el Señor que viene.
4. La reunión eterna de Cristo y su pueblo en el cielo.
La legítima deducción de las palabras de Pablo en el vers. 15, "nosotros que vivimos,
que habremos quedado hasta la venida del Señor", es que él esperaba como posible, y
hasta como probable, que sus lectores y él mismo estuviesen vivos a la venida del
Señor. Tal es la interpretación obvia y natural de su lenguaje. Dean Alford observa,
con mucha fuerza y sinceridad:
"Entonces, sin duda alguna, él mismo esperaba estar vivo, junto con la mayoría de
aquellos a quienes escribía, a la venida del Señor. Porque no podemos aceptar, ni por
un momento, la evasión de Teodoreto y la mayoría de los antiguos comentaristas (es
decir, que el apóstol no habla de él mismo personalmente, sino de los que estuvieran
vivos en ese tiempo), sino que debemos tomar las palabras en su significado único,
sencillo, gramatical, de que "nosotros que vivimos, que habremos quedado" [οι ζωντε
ϕ οι περιλειποµενοι] son una clase que se distingue de "los que duermen" [οι κοιµη
θεντεϕ], estando todavía en la carne cuando Cristo venga, en cuya clase,
anteponiendo como prefijo "nosotros" [η,µε/ιϕ], incluye a sus lectores y se incluye a
sí mismo. Que esta era su esperanza, lo sabemos por otros pasajes, especialmente
2Cor. 5, [7].
Pero, aunque admite que el apóstol tenía esta esperanza, Alford lo trata como un error,
pues continúa diciendo:
"Ni es necesario que se sorprenda ningún cristiano de que los apóstoles, en esta
cuestión de detalles, hayan encontrado sus esperanzas personales sujetas a engaño con
respecto a un día del cual se dice tan solemnemente que nadie conoce su tiempo
señalado, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre solamente" (Marcos
13:32).
"La iglesia primitiva, y hasta los apóstoles mismos, esperaban que su Señor viniera
otra vez en aquella misma generación. Pablo mismo compartía esa esperanza, pero,
estando bajo la guía del Espíritu de verdad, no dedujo de allí ninguna conclusión
práctica errónea". Pero la pregunta es: ¿Tenían los apóstoles suficiente base para sus
esperanzas? ¿No estaban plenamente justificados al creer como creían? ¿No había
predicho el Señor expresamente su propia venida dentro de los límites de la
generación existente? ¿No había conectado su venida con la destrucción del templo y
la subversión del gobierno nacional de Israel? ¿No había asegurado a sus discípulos
que dentro de "un poco" le verían de nuevo? ¿No había declarado que algunos de ellos
vivirían para presenciar su regreso? Y, después de todo esto, ¿es necesario encontrar
excusas para Pablo y los primitivos cristianos, como si hubiesen actuado bajo engaño?
Si lo hicieron, no fue su culpa, sino la de su Maestro. Habría sido realmente extraño
que, después de todas las exhortaciones que habían recibido de estar alerta, de velar,
de vivir continuamente esperando la Parusía, los apóstoles no hubiesen creído
confiadamente en la pronta venida de Jesús, y no hubiesen enseñado a otros a hacer lo
mismo. Pero parecería que Pablo hace descansar sus explicaciones a los
tesalonicenses en la autoridad de una especial comunicación divina a él mismo. "Esto
os digo por palabra del Señor", etc. Esto puede difícilmente significar que el Señor lo
había predicho así en su discurso profético en el Monte de los Olivos, porque ninguna
declaración de esta clase aparece registrada; por lo tanto, debe referirse a una
revelación que él mismo había recibido. ¿Cómo, entonces, podría equivocarse en sus
esperanzas? Es extraño que en sus días existiera tan grande incredulidad con respecto
al sencillo significado de las expresas afirmaciones de nuestro Señor sobre este tema.
Cumplido o no, acertado o equivocado, no hay ninguna ambigüedad ni incertidumbre
en su lenguaje. Puede decirse que no tenemos ninguna evidencia de que tales hechos
hayan ocurrido como se describe aquí - el descenso del Señor con aclamación, el
sonar de la trompeta, la resurrección de los muertos que duermen, el arrebatamiento
de los santos vivos. Cierto; pero, ¿es cierto que estos hechos son cognoscibles por los
sentidos? ¿Está su lugar en la región de lo material y lo visible? Como ya hemos
dicho, sabemos y estamos seguros de que una gran parte de los sucesos predichos por
nuestro Señor, y esperados por sus apóstoles, en realidad ocurrieron en aquella misma
crisis llamada "el fin de la época". No hay diferencia de opinión concerniente a la
destrucción del templo, el derrumbe de la ciudad, la matanza sin paralelo de la gente,
la extinción de la nacionalidad, el fin de la dispensación legal. Pero la Parusía está
inseparablemente ligada a la destrucción de Jerusalén; y, de manera semejante, la
resurrección de los muertos, y el juicio de la "generación malvada", a la Parusía. Son
partes diferentes de una gran catástrofe; escenas diferentes de un gran drama.
Nosotros aceptamos los hechos verificados por el historiador por la palabra de un
hombre; han de titubear los cristianos en aceptar los hechos que están garantizados
por la palabra del Señor?
1 Tes. 5:1-10. "Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad,
hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del
Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer
encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que
aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del
día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás,
sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, y los que se embriagan, de
noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos
vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo.
Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de
nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que
durmamos, vivamos juntamente con él".
Decir que el apóstol no escribe para ninguna generación ni para ningunas personas en
particular es lanzar un aire de irrealidad sobre sus exhortaciones, contra el cual se
revuelve la crítica reverente. Ciertamente se refería a las mismas personas a las cuales
escribió, y que leyeron su epístola, y no pensó en ningunas otras. No podemos aceptar
la sugerencia de Bengel de que "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado"
son sólo personajes imaginarios, como los nombres de Cayo y Ticio (Juan Pérez y
Ricardo Perico); porque nadie puede leer esta epístola sin ser consciente de la cálida
adhesión personal y el afecto hacia los individuos que se respiran en cada línea.
Concluimos, por lo tanto, que el todo tenía que ver, directa y actualmente, con la
posición real y las expectativas de las personas a las cuales está dirigida la epístola.
1 Tes. 5:23. "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,
espíritu, alma, y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo".
Si todavía quedase una sombra de duda sobre la cuestión de si Pablo creía y enseñaba
la incidencia de la Parusía en sus propios días, este pasaje la disiparía. Ningunas
palabras pueden implicar esta creencia más claramente que esta oración de que los
cristianos tesalonicenses no murieran antes de la aparición de Cristo. La muerte es la
disolución de la unión entre el cuerpo, el alma, y el espíritu, y la oración del apóstol es
que el espíritu, el alma, y el cuerpo pudieran "todos juntos" [ολοκληρον] ser
preservados en santidad hasta la venida del Señor. Esto implica la continuación de su
vida corporal hasta aquel acontecimiento.
Notas:
2. Gnomon, in loc.
3. "Todo lector de la Escritura sabe que la Primera Epístola a los Tesalonicenses habla de la
venida de Cristo en términos que indican una expectativa de su pronta aparición: 'Os digo por la
palabra de Dios', etc. (cap. 4:15-17; 5:4). Cualesquiera otras construcciones que estos textos
puedan soportar, la idea que ellos dejan en la mente de un lector ordinario es la de que el autor
de la epístola espera que el día del juicio tenga lugar en sus propios días, o cerca de ellos" - Paley
´s Horae Paulinae, cap. ix.
"Si se nos preguntase la característica que distinguía a los primeros cristianos de Tesalónica,
deberíamos señalar su abrumador sentido de la cercanía del segundo advenimiento, acompañado
de pensamientos melancólicos concernientes a los que podrían morir antes de él, y con ideas
tenebrosas e imprácticas sobre lo corto de la vida y la vanidad del mundo. Cada capítulo de la
primera epístola a los Tesalonicenses termina con una alusión a este tema; y era evidentemente el
tema de frecuentes conversaciones cuando el apóstol estaba en Macedonia. Pero Pablo nunca
habló ni escribió sobre el futuro como si el presente hubiera de ser olvidado. Cuando los
tesalonicenses fueron amonestados sobre el advenimiento de Cristo, Él también les habló de
otros sucesos futuros, llenos de advertencias prácticas para todas las edades, aunque para
nuestros ojos todavía están envueltos en misterio - de la "apostasía" y del "hombre de pecado".
'Estas terribles revelaciones', dijo, 'deben preceder a la revelación del Hijo de Dios. ¿No
recordáis', añade con énfasis en su carta, 'que, cuando todavía estaba con vosotros, os decía esto
a menudo? Sabéis, por tanto, qué impide hasta ahora que sea revelado, como lo será en su
propio tiempo'. Les dijo, en palabras de Cristo mismo, que 'los tiempos y las sazones de las
venideras revelaciones eran conocidas sólo por Dios'; y les advirtió, como los primeros
discípulos habían sido advertidos en Judas, que el gran día vendría de repente contra los hombres
que no estuviesen preparados, como los dolores de la mujer cuyo tiempo se ha cumplido', y
como 'ladrón en la noche', y les mostró tanto por precepto como por ejemplo que, aunque es
cierto que la vida es corta y el mundo es vanidad, la obra de Dios debe hacerse con diligencia y
hasta el fin' "- Conybeare and Howson, Life and Epistles of St. Paul, cap. 9.
4. Gnomon, in loc.
LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS TESALONICENSES
La Segunda Epístola a los Tesalonicenses parece haber sido escrita poco después de la
Primera, para corregir el malentendido en que algunos habían incurrido con respecto
al tiempo de la Parusía, ya fuera por una errónea interpretación de la carta anterior del
apóstol, o a consecuencia de alguna pretendida comunicación que circulaba entre ellos
haciendo ver que era de él. De esta epístola aprendemos la naturaleza precisa del error
que habían cometido algunos de los tesalonicenses en relación con que el tiempo de la
Parusía había llegado en realidad. A consecuencia de esta opinión, algunos habían
comenzado a descuidar sus ocupaciones seculares y a subsistir de la caridad ajena.
Para detener los males que pudieran surgir, o que habían surgido, de tales impresiones
erróneas, Pablo escribió esta segunda epístola, recordándoles que ciertos sucesos, que
todavía no habían tenido lugar, tenían que preceder al "día del Señor". Sin embargo,
no hay nada en la epístola que indique que la Parusía era un suceso distante, sino todo
lo contrario.
2 Tes. 1:7-10. "Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando
se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de
fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio
de nuestro Señor Jesucristo, los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de
la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser
glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron".
Por las alusiones al comienzo de esta epístola, es obvio que los tesalonicenses
sufrieron severamente en este tiempo a causa de la maldad de sus perseguidores
judíos, y de aquellos "ociosos hombres malos" que se les habían unido (Hechos 17:5).
El apóstol les consuela con la esperanza de liberación cuando aparezca el Señor Jesús,
lo cual traería reposo para ellos y retribución para sus enemigos. Esto concuerda
perfectamente con las representaciones que se hacen constantemente con respecto a la
Parusía - de que sería un tiempo de juicio para los impíos y de recompensa para los
justos. El apóstol parece no anticipar el "reposo" del cual habla hasta la Parusía,
"cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo", etc. De ello se sigue que Pablo
concebía el reposo como muy cercano; pues, si la revelación del Señor Jesús fuera un
acontecimiento todavía en el futuro, entonces deberíamos concluir que ni el apóstol ni
los sufrientes cristianos han entrado todavía en ese reposo. Se observará que no se
dice que la muerte ha de traerles reposo, sino "el Apocalipsis" del Señor Jesús desde
el cielo; una clara prueba de que el apóstol no consideraba ese apocalipsis como un
suceso distante.
Que este "apocalipsis", o revelación del Señor Jesús desde el cielo, es idéntico a la
Parusía predicha por nuestro Salvador es tan evidente que no necesita ninguna prueba.
Es "el día del Señor" (Lucas 17:24). "el día en que el Hijo del hombre es revelado"
(Lucas 17:30), "el día que será revelado en fuego" (1Cor. 3:13); "el día que arderá
como un horno" (Mal. 4:1); "el día del Señor, grande y terrible" (Mal. 4:5). Es el día
cuando "el Hijo del hombre venga en la gloria de su Padre con sus ángeles, para
recompensar a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27). Y una vez más, es el día
concerniente al cual declaró nuestro Señor: "De cierto os digo, que hay algunos de los
que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre
viniendo en su reino" (Mat. 16:28).
Somos, pues, traídos de vuelta a la misma verdad que encontramos por todas partes en
el Nuevo Testamento, que la Parusía, el día del juicio de Israel, y la terminación de la
dispensación judía, no era un suceso distante, sino que estaba dentro de los límites de
la generación que rechazó al Mesías.
Se objetará: ¿Qué tenía eso que ver con Tesalónica y los cristianos allí? ¿Cómo
podían la destrucción de Jerusalén, o la extinción de la nacionalidad judía, o el fin de
la economía judía, afectar a personas a una distancia tan grande de Judea como
Tesalónica? Aunque fuese imposible dar una respuesta satisfactoria a esta objeción,
ello no alteraría el significado sencillo y natural de las palabras, ni nos incumbiría
forzar una interpretación de ellas que no les correspondiese. Debe permitírseles a las
Escrituras hablar por sí mismas - una libertad que muchos no desean concederles.
Pero, con relación a la relación entre la Parusía y los cristianos en Tesalónica, o fuera
de Judea en general, no puede negarse que el lenguaje de este pasaje, como el de
muchos otros, indica que fue un suceso en el cual todos tenían un interés profundo y
personal. Ni es suficiente decir que los más encarnizados antagonistas del evangelio
en Tesalónica eran judíos, y que la revuelta judía fue la señal para la matanza de los
habitantes judíos en casi todas las ciudades del imperio. Puede que esto sea verdad,
pero no es toda la verdad, según la enseñanza apostólica. Debemos admitir, por lo
tanto, que, como se desarrolla el esquema escatológico del Nuevo Testamento, se hace
evidente que la Parusía y los sucesos que la acompañan no se relacionaban con Judea
exclusivamente, sino que tenían un aspecto ecuménico o mundial, de modo que los
cristianos de todas partes podían buscarla y anhelarla, y saludar su llegada como el día
de triunfo y de gloria. Al seguir adelante, encontraremos amplia evidencia de este
aspecto más amplio del "día de Cristo", como una gran época en la divina
administración del mundo.
1. La Apostasía
2. La Revelación del Hombre de Pecado
2 Tes. 2:1-12. "Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra
reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro
modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si
fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en
ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el
hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo
que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como
Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con
vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su
debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de iniquidad; sólo
que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y
entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su
boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra
de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de
iniquidad para lo que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para
ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin
de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se
complacieron en la injusticia".
Pocos pasajes han preocupado y desconcertado más a los comentaristas, o han sido
considerados hasta la fecha como sumergidos en mayor oscuridad, que el que tenemos
delante de nosotros. No hay razón, sin embargo, para suponer que era ininteligible
para los tesalonicenses, pues se refiere a cuestiones que habían sido tema de
frecuentes conversaciones entre ellos y el apóstol, y posiblemente no poco de la
oscuridad de la que se quejan los expositores surge del hecho de que, para los
tesalonicenses, sólo era necesario dar indicios, más bien que explicaciones completas.
El apóstol comienza declarando los temas sobre los cuales desea corregir a los
tesalonicenses. Son: (1) "la venida de Cristo", y (2) "nuestra reunión con él". Es
evidente que el apóstol las considera simultáneas o, en todo caso, estrechamente
relacionadas. ¿Qué debemos entender por "reunirnos con Cristo" en la Parusía? No
hay duda de que hay aquí una referencia a las propias palabras de nuestro Señor, Mat.
26:31: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos de
los cuatro vientos", etc. El [juntarán] en el evangelio es evidentemente la [reunión] de
la epístola; y tenemos otra referencia al mismo suceso y al mismo período en 1 Tes.
4:16,17: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios descenderá del cielo", etc. Luego, esto no puede ser otra cosa que el
llamado a los muertos y a los vivos a comparecer ante el tribunal de Cristo.
¿Qué puede ser más arbitrario y caprichoso que una distinción como ésta? ¿Qué puede
ser más empírico que un tratamiento tal de la Escritura, por medio del cual se le hace
decir sí y no; afirmar y negar; declarar que un suceso está cercano y distante, al
mismo tiempo? ¿Quién pretendería interpretar la Escritura si ella hablara un lenguaje
tan ambiguo como éste?
El Dr. Manston, al comparar la fuerza de las palabras y [se acerca] (Sant. 5:8; 1 Ped.
4:17), observa:
"Hay alguna diferencia en las palabras, porque significa se acerca, ya ha comenzado".
Bengel dice:
"Que el día del Señor venga"; añadiendo la siguiente nota: "Literalmente, 'está
presente'. Así se usa siempre el verbo en el Nuevo Testamento".
El mismo malentendido general que prevalece hoy día con respecto al significado de
este versículo hace que entenderlo correctamente sea de la mayor importancia.
En el tercer versículo, el apóstol indica que "el día de Cristo" debe ser precedido por
dos sucesos: (1) La llegada de la apostasía, y (2) la manifestación del hombre de
pecado".
LA APOSTASÍA
Pero, ¿por qué no habla el apóstol francamente? ¿Por qué esta reserva y esta reticencia
al sugerir oscuramente lo que no menciona, por nombre? No era por ignorancia; no
podría ser por afectar misterio. Debe haber habido alguna poderosa razón para esta
extrema cautela. No hay duda; pero, ¿de qué naturaleza? ¿Por qué acostumbraba,
como él dice, hablar tan francamente sobre el tema en privado, y luego escribir tan
oscuramente en su epístola? Obviamente, porque era peligroso ser más explícito. Por
una parte, una indicación era suficiente, pues todos podían entender su significado;
por la otra, hacer más que una indicación era peligroso, porque nombrar a una persona
podría haberles comprometido, a él y a ellos.
Entonces, ¿de qué dirección podría venir el peligro de usar una libertad de expresión
demasiado grande? Sólo había dos direcciones de las cuales los cristianos de la era
apostólica tenían justa causa para sentir aprensión -- el fanatismo de los judíos y los
celos de los romanos. Hasta ahora, el evangelio había sufrido mayormente de los
primeros; por todas partes, los judíos eran los instigadores de "agitar a los gentiles
contra los hermanos". Pero el poder de Roma era celoso, y los judíos sabían bien
cómo despertar esos celos; en la misma Tesalónica, habían levantado el clamor:
"Todos éstos se oponen a los decretos de César". ¿Cuál de estas causas, pues, puede
haber sellado los labios del apóstol? Temor de los judíos, no, pues nada que él pudiera
decir probablemente volvería más encarnizada su hostilidad; ni tenían los judíos
ninguna autoridad civil directa con la cual perjudicar la causa cristiana. Llegamos a la
conclusión, pues, de que era del poder romano del que el apóstol percibía peligro, y
que su reticencia era ocasionada por el deseo de no involucrar a los tesalonicenses en
la sospecha de descontento y sedición.
4. Es pagano, no judío.
10. El estorbo era una persona; era conocida para los tesalonicenses; y pronto
sería quitada de en medio.
Con estas marcas distintivas en nuestras manos, ¿puede haber alguna dificultad al
identificar a la persona en la cual se encuentran todas estas marcas? ¿Había tres
hombres en el Imperio Romano que respondían a esta descripción? ¿Había dos?
Seguramente no. Pero había uno, y sólo uno. Cuando el apóstol escribió, estaba en los
escalones del trono imperial -- poco más, y se sentaba sobre el trono del mundo. Es
NERÓN, el primero de los emperadores perseguidores; el violador de todas las leyes,
humanas y divinas; el monstruo cuya crueldad y cuyos crímenes le dan derecho a ser
llamado "el hombre de pecado".
En seguida será evidente para todos los lectores que todas las características de este
espantoso retrato pertenecen a Nerón; pero es notable cuán exacta es la
correspondencia, especialmente en los detalles que son más recónditos y oscuros. Es
un individuo -- una persona pública -- que ostenta el rango más alto en el estado; es
pagano, no judío; es un monstruo de maldad, que pisotea todas las leyes. Pero, cuán
notables son las indicaciones que apuntan hacia Nerón en el año en que esta epístola
se escribió, digamos el año 52 o el año 53 D. C. En ese tiempo Nerón no se había
"manifestado" todavía; su verdadero carácter no había sido revelado; todavía no había
accedido al Imperio. Claudio, su padrastro, vivía, y le estorbaba al hijo de Agripina.
Pero ese obstáculo fue pronto eliminado. En menos de un año, probablemente,
después de que la epístola de Pablo fue recibida por los tesalonicenses, Claudio fue
"quitado de en medio", víctima de la letal costumbre de la infame Agripina, y siendo
su hijo también cómplice del asesinato, según Suetonio. Pero el "misterio de iniquidad
ya estaba en operación"; la influencia de Nerón debe haber sido poderosa en los
últimos días del desdichado Claudio; probablemente ya se estaban fraguando los
mismos complots que prepararon el camino para el ascenso al trono por parte de los
asesinos. Algunos meses más tarde verían el advenimiento al trono del mundo por
parte de un bellaco cuyo nombre ha quedado en la picota de la eterna infamia como el
más brutal de los tiranos y el más vil de los hombres.
Las restantes notas de la descripción no son menos fieles al original. El reclamar
honores divinos; el oponerse y exaltarse por encima de todo lo que se llama Dios o es
objeto de culto; el sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios; todos son
distintivos de Nerón.
"En aquel tiempo, la imagen del Emperador era objeto de reverencia religiosa; era una
deidad en la tierra; y el culto que se le rendía era un culto verdadero. Es un
pensamiento notable que, en aquellos tiempos, (haciendo a un lado formas decadentes
de religión), los únicos dos cultos legítimos en el mundo civilizado eran el culto a
Tiberio o a Nerón por una parte, y el culto a Cristo, por la otra".
Pero hay probablemente otra razón para que Nerón haya sido marcado con este
epíteto. El nombre "hombre de pecado" no era desconocido en la historia hebrea. Ya
se le había aplicado a alguien que, no sólo era un monstruo de crueldad e impiedad,
sino también un encarnizado enemigo y perseguidor del pueblo judío. No habría sido
posible pronunciar un nombre más odioso a oídos judíos que el de Antíoco Epífanes.
Fue el Nerón de su época, el inveterado enemigo de Israel, el profanador del templo,
el sanguinario perseguidor del pueblo de Dios. En el libro primero de los Macabeos,
encontramos el nombre "el hombre pecador” dado a Antíoco (1Mac. 2:48,62), y
parece muy probable que el personaje que nos ocupa estaba destinado a sufrir una
suerte similar a la de Antíoco, el implacable tirano y perseguidor que se convirtió en
monumento a la ira de Dios.
"Esto, pues, es lo que Pablo dice: La ciudad de Cristo no viene, a menos que se
cumpla (en el hombre de pecado) lo que Daniel predijo de Antíoco; la predicción es
más apropiada del hombre de pecado, que corresponde a Antíoco, y es peor que él".
Pero puede que se haga la pregunta: ¿Por qué preocuparía tanto al apóstol y a los
cristianos de Tesalónica la revelación de Nerón en su verdadero carácter? No hay que
ir lejos para encontrar la respuesta. Era la ferocidad de este monstruo inicuo que
primero desató todo el poder de Roma para aplastar y destruir el nombre de cristiano.
Fue por medio de él que se derramarían torrentes de sangre inocente y se infligirían
las más intensas torturas a inofensivos cristianos. Fue ante este sanguinario tribunal
que Pablo habría de comparecer y suplicar por su vida, y fueron los labios de este
tribunal que habrían de proferir la sentencia que le condenaba a una muerte violenta.
Pero, más que esto, fue bajo Nerón, y por órdenes suyas, que se inició la guerra final
de los judíos, y que se abrió el capítulo más oscuro en los anales de Israel, un capítulo
que terminó con el sitio y la captura de Jerusalén, la destrucción del templo, y la
extinción del sistema nacional. Esta era la consumación predicha por nuestro Señor
como "el fin del tiempo" y la "venida de su reino". La revelación del hombre de
pecado, pues, como antecedente de la Parusía, era una cuestión que concernía
profundamente a todos y cada uno de los discípulos cristianos.
Ahora podemos entender por qué el apóstol usó tanta cautela al escribir sobre un tema
como éste. No fue porque prefería la oscuridad de un oráculo, sino por motivos
prudenciales de la naturaleza más inteligible. Había en Tesalónica muchos ojos
fisgones y muchas lenguas calumniadoras, que sólo esperaban una oportunidad para
denunciar a los cristianos como hombres desafectos y sediciosos, secretos
maquinadores contra la autoridad de César. Escribir abiertamente sobre estos temas
sería indiscreto y peligroso en el más alto grado. Ni era necesario, porque ellos habían
discutido estos asuntos antes en más de una conversación en privado. "¿No os
acordáis", pregunta, "que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?". Más
que atisbos eran innecesarios para los tesalonicenses, porque ellos tenían una clave de
lo que él quería decir, una clave que los lectores subsiguientes no tenían. Ni hay que
asombrarse mucho si la oscuridad ha rodeado la enseñanza del apóstol sobre este
tema. Sucesos que para los contemporáneos están llenos de intenso interés, a menudo
no sólo carecen de interés sino que se vuelven ininteligibles para la posteridad. Y sin
embargo, es un poco extraño que la muy obvia referencia a la historia contemporánea,
y a Nerón, haya sido pasada por alto de modo tan general. Esta es la más antigua
interpretación del pasaje en relación con el hombre de pecado. Crisóstomo,
comentando el misterio de iniquidad, dice: "Él (Pablo) habla aquí de Nerón como tipo
del anticristo; porque él también deseaba ser considerado dios". A esta opinión se
refieren también Agustín, Teodoreto, y otros. Bengel, refiriéndose al obstáculo contra
la manifestación del hombre de pecado, dice: "Los antiguos creían que Claudio era
este obstáculo: de aquí que parezca que ellos consideraban a Nerón, el sucesor de
Claudio, el hombre de pecado. Moses Stuart ha reunido a gran número de autoridades
para identificar a Nerón como el hombre de pecado. Stuart observa: "La idea de que
Nerón era el hombre de pecado mencionado por Pablo, y el anticristo mencionado tan
a menudo en las epístolas de Juan, prevaleció extensamente y por mucho tiempo en la
iglesia primitiva". Y nuevamente: "Agustín dice: '¿Qué significa la declaración de que
el misterio de iniquidad ya está en operación? ... Algunos suponen que esto se refiere
al emperador romano, y que, por lo tanto, Pablo no hablaba en palabras sencillas
porque no deseaba incurrir en la acusación de calumnia por haber hablado mal del
emperador romano: aunque siempre esperaba que lo que había dicho se entendiera
como que se aplicaba a Nerón".
No menos definida es la frase "el día de nuestro Señor", etc. Las alusiones a este
período en los escritos apostólicos son muy frecuentes, y todas apuntan a una gran
crisis que se aproximaba rápidamente, el día de redención y recompensa para el
sufriente pueblo de Dios, el día de retribución e ira para los enemigos y perseguidores
de Dios.
1Cor. 3:13.- "La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues
por el fuego será revelada; y la obra de cada uno sea cual sea, el fuego la probará".
En este pasaje, hay nuevamente una clara alusión al "día de Señor" como un día de
discriminación entre el bien y el mal, entre lo precioso y lo vil. El apóstol se compara
a sí mismo y compara a sus compañeros obreros al servicio de Dios con trabajadores
empleados en la construcción de un gran edificio. Ese edificio es la iglesia de Dios,
cuyo único fundamento es Cristo Jesús, fundamento que él (el apóstol) había echado
en Corinto. Luego advierte a cada obrero que debe mirar bien la clase de material con
el cual él construyó sobre ese único fundamento: es decir, qué clase de individuos
introdujo en la comunidad de la iglesia de Dios. Venía el día que sometería a prueba
la calidad de la obra de cada uno: debía pasar por una prueba ardiente; y en ese
abrasador escrutinio, los frágiles y los inútiles tendrían que perecer, mientras que los
buenos y los leales permanecerían incólumes. El constructor imprudente podría
ciertamente escapar, pero su obra sería destruida, y él perdería la recompensa de la
cual habría podido disfrutar si hubiese construido con mejores materiales.
No puede haber ninguna duda acerca de a qué día se hace referencia aquí. Es el día de
Cristo, la Parusía. Se dice que esto será revelado "por el fuego", y surge la pregunta:
¿Es la expresión literal o metafórica? Se notará que el pasaje entero es figurado: el
edificio, los constructores, los materiales; podemos concluir, por lo tanto, que el fuego
es figurado también. Las cualidades morales no son probadas de la misma manera que
las substancias materiales. El apóstol enseña que se acerca un escrutinio material de la
obra de la vida del obrero cristiano. El "que tiene ojos como llama de fuego" viene
para "escudriñar la mente y los corazones, y dar a cada uno según sus obras" (Apoc.
2:18,23). ¿Cuán claramente se conectan estas representaciones del "día del Señor" con
las palabras proféticas de Malaquías: "¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida?
Porque él es como fuego purificador". "Porque he aquí viene el día ardiente como un
horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa" (Mal. 3:2,3;
4:1). De manera semejante, Juan el Bautista representa el día de la venida de Cristo
como "revelado en fuego", "Quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mat.
3:12). Véase también 2 Tesa. 1:7,8, etc.
Entonces, puesto que la Parusía coincide en un punto del tiempo con la destrucción de
Jerusalén, se sigue que el período de zarandeo y prueba al que se alude aquí - el día
que será revelado en fuego - es también contemporáneo con aquel suceso. De lo
contrario, por la hipótesis de que este día todavía no ha llegado, somos llevados a la
conclusión de que "la prueba de la obra de cada uno" no ha tenido lugar todavía; que
ningún juicio se ha pronunciado todavía sobre la obra de Apolos, Cefas, o Pablo, o de
sus compañeros obreros; todavía hay que establecer con qué clase de material
construyó cada uno el templo de Dios; que los obreros no han recibido su recompensa
todavía. Porque el gran día de prueba no ha llegado todavía, y el fuego no ha probado
la obra de cada uno para saberse de qué clase es. Pero esto es reductio ad absurdum, y
demuestra que tal hipótesis es insostenible.
EL CARÁCTER JUDICIALDEL
DÍA DEL SEÑOR
1 Cor. 4:5. "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el
cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los
corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios".
1 Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor".
CERCANÍA DE LA CONSUMACIÓN
QUE SE APROXIMA
1Cor. 7:29-31. "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los
que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y
los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen;
y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de
este mundo se pasa".
Ninguna palabra podría mostrar más claramente la profunda impresión en la mente del
apóstol de que una gran crisis estaba cerca, una crisis que afectaría profundamente
todas las relaciones de la vida y todas las posesiones de este mundo. Este lenguaje,
como se hablaba en aquel tiempo, tenía una importancia muy diferente de la que tiene
en estos tiempos. Estas no son las trivialidades ordinarias acerca de la brevedad del
tiempo y la vanidad del mundo, los clásicos temas comunes de moralistas y teólogos.
El tiempo es siempre corto, y el mundo siempre es vano; pero hay un énfasis y una
urgencia en la afirmación del apóstol que implican una especialidad en el tiempo que
entonces era presente; él sabía que ellos estaban al borde de una gran catástrofe, y que
todos los intereses y todas las posesiones terrenales eran de una duración ligera e
incierta. No es necesario preguntar cuál era aquella catástrofe que se esperaba. Era la
venida del día del Señor a la que ya se ha aludido, y cuya cercana aproximación está
implícita en todas sus exhortaciones. Alford expresa correctamente la fuerza de la
expresión: "el tiempo es corto", es decir, "el intervalo entre ahora y la venida del
Señor ha llegado a un período extremadamente acortado". Pero, desafortunadamente,
sigue adelante y trata la opinión de Pablo como un error: "Desde que él escribió, el
desarrollo de la providencia de Dios nos ha enseñado más acerca del intervalo entre la
venida del Señor que lo que se le dejó ver aun a un apóstol inspirado". Cuál podría ser
la opinión privada de Pablo con respecto a la fecha de la Parusía, o qué ocurriría
cuando llegase, no lo sabemos, y sería inútil especular; pero tenemos derecho a
concluir que, en su enseñanza oficial (salvo cuando declara directamente que expresa
su propia opinión), él era el órgano de expresión de una inteligencia mayor que la
suya. En realidad, no somos competentes para decir hasta dónde pueda haberse
extendido el impacto de la tremenda convulsión que tuvo lugar al "fin del siglo", pero
cada uno puede ver que las exhortaciones del apóstol habrían sido peculiarmente
apropiadas dentro de los límites de Palestina. Al proseguir esta investigación, el área
afectada por la Parusía parece crecer y expandirse; es más que una crisis nacional: se
convierte en una crisis ecuménica. Ciertamente debemos inferir de la representación
de los apóstoles, así como de los dichos del Maestro, que la Parusía tenía un
significado para los cristianos en todas partes, ya sea dentro o fuera de los confines de
Judea. Es más correcto preguntar acerca de la verdadera importancia de la doctrina de
los apóstoles sobre este tema, que suponer que estaban errados e inventar excusas para
su error. Si es un error, es común a la totalidad de la enseñanza del Nuevo
Testamento, y nos encontraremos con él en los escritos de Pedro y de Juan, pues ellos,
no menos que Pablo, declaran que "el fin de todas las cosas se acerca", y que "el
mundo pasa y sus deseos" (1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:17).
1Cor. 10:11. "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" [a quienes
han llegado los fines de los siglos].
La frase "los fines de los siglos" equivale a "el fin del siglo", y a "el fin". Todas se
refieren al mismo período, es decir, el fin de la era, o dispensación, judía, que ahora se
acercaba. Se observará que, en este capítulo, Pablo junta algunos de los incidentes
históricos que tuvieron lugar al comienzo de aquella dispensación, pues servían de
advertencia para los que vivían cerca de su terminación. Evidentemente, Pablo
consideraba la historia primitiva de la dispensación, especialmente por cuanto era
sobrenatural, como de carácter típico y educativo. "Estas cosas les acontecieron como
ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los
fines de los siglos". Esto no sólo afirma el carácter típico de la economía judía, sino
que demuestra que el apóstol la consideraba a punto de expirar.
Conybeare y Howson tienen la siguiente nota sobre este pasaje: "La venida de Cristo
era "el fin de las edades", es decir, el comienzo de un nuevo período de en la
existencia del mundo. Así que, casi la misma frase se usa en Hebreos 9:26. Una
expresión similar ocurre cinco veces en Mateo, significando la venida de Cristo a
juicio". Esta nota no distingue con exactitud cuál venida de Cristo era el fin del siglo.
Es la Parusía, la segunda venida, la que es siempre representada así. Se creyó que ese
suceso, pues, estaba cerca cuando se declaró que el fin del siglo, o de los siglos, había
llegado.
Se dice a veces que el período entero entre la encarnación y el fin del mundo es
considerado en el Nuevo Testamento como "el fin del siglo". Pero esto tiene una
manifiesta incongruencia en el frente mismo. ¿Cómo podría ser el fin de un período
ser de larga y prolongada duración? Especialmente, ¿cómo podría ser el fin mayor que
el período del cual es el fin? Ha transcurrido ya más tiempo desde la encarnación que
el transcurrido desde el momento en que se dio la ley hasta la primera venida de
Cristo; de modo que, según esta hipótesis, el fin del siglo es mucho más largo que el
siglo mismo. A tales paradojas son conducidos los intérpretes por una falsa teoría.
Pero, así como en una teoría verdadera en la ciencia, cada hecho encaja fácilmente en
su lugar, y apoya a todo el resto, así también en una teoría verdadera de interpretación
cada pasaje encuentra una fácil solución. y contribuye con su parte a sostener la
corrección del principio general.
1Cor. 15:22-28. "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos
serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los
que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y
Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque
preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.
Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó
debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él,
claramente se exceptúa aquél que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las
cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él
todas las cosas, para que Dios sea todo en todos".
Si bien no cae dentro del ámbito de esta investigación entrar en una exposición
detallada de pasajes que no afectan directamente la cuestión de la Parusía, parece
necesario que nos refiramos al estado de opinión en la iglesia de Corinto que dio
ocasión al argumento y la amonestación de Pablo. La resurrección de Cristo Jesús de
entre los muertos es uno de los grandes testimonios de la verdad del cristianismo
mismo. Si esto es verdad, todo es verdad; si es falso, la estructura entera cae al suelo.
En el breve resumen de las verdades fundamentales del evangelio, resumen que fue
dado por el apóstol al comienzo de este capítulo, se hizo énfasis especial en el hecho
de la resurrección de Cristo, y en la evidencia en la cual descansaba. Era "según las
Escrituras". Fue confirmada por el positivo testimonio de testigos presenciales: "Y
apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos
hermanos a la vez", la mayoría de los cuales estaban vivos todavía cuando el apóstol
escribió. Después de eso, fue visto por Jacobo; luego, por todos los apóstoles. "Y al
último de todos, me apareció a mí". El énfasis puesto en la palabra apareció no puede
dejar de ser subrayada. La evidencia es irresistible; es demostración ocular,
testificada, no por uno, ni por dos, sino por una multitud de testigos, hombres que no
mentirían, y que no podían ser engañados.
Y, sin embargo, parece que había algunos corintios que decían que "no hay
resurrección de los muertos". Nos parece incomprensible cómo una negación tal podía
ser compatible con un discipulado cristiano. No se dice, sin embargo, que ellos
cuestionaban el hecho de la resurrección de Cristo, aunque el apóstol muestra que los
principios de ellos conducían a esa conclusión. Su argumento para ellos es un
reductio ad absurdum. Los pone en un estado de negación en blanco, en el cual no
hay ningún Cristo, ningún cristianismo, ninguna veracidad apostólica, ninguna vida
futura, ninguna salvación, ninguna esperanza. Han cavado el terreno bajo sus propios
pies, y se han quedado sin un Salvador, en tinieblas y en desesperación.
Pero, como hemos dicho, ellos no parecen haber negado el hecho de la resurrección de
Cristo; por el contrario, éste es el argumento pr medio del cual el apóstol les convence
de que su posición es absurda. Si no hubiesen admitido esto, el argumento del apóstol
no habría tenido ningún poder, ni habrían podido ser considerados creyentes cristianos
en absoluto.
Las epístolas a los tesalonicenses, sin embargo, arrojan alguna luz sobre este extraño
escepticismo. Una opinión no muy diferente parece haber prevalecido en Tesalónica.
Así, por lo menos, lo inferimos de 1 Tesa. 4:13, etc. Se habían entregado a la
desesperación a causa de la muerte de algunos de sus amigos antes de la venida del
Señor. Parecen haber considerado esto como una calamidad que excluía a los
fallecidos de una participación en las bendiciones que esperaban a la revelación de
Cristo Jesús. El apóstol calma sus temores y corrige sus errores declarando que los
santos que han partido no sufrirán ninguna desventaja, sino que serán levantados otra
vez a la venida de Cristo, y entrarán, junto con los vivos, en la presencia y el gozo del
Señor.
Esto muestra que había dudas sobre la resurrección de los muertos en la iglesia de
Tesalónica, así como en la de Corinto; y es muy probable que estas dudas fueran de la
misma naturaleza en ambas iglesias. El ansioso deseo de todos los cristianos era estar
vivos a la venida del Señor. La muerte, pues, era considerada una calamidad. Pero no
habría sido una calamidad si hubiesen estado conscientes de que habría una
resurrección de los muertos. Esta era la verdad que, o no sabían, o no creían. Pablo
trata la duda en Tesalónica como ignorancia, en Corinto como error; y es muy
probable que, entre una gente tan engreída y tan pragmática como los corintios, esta
opinión asumiera una forma más decidida y más peligrosa. Puede observarse también
que el apóstol trata el caso de los tesalonicenses con mucho del mismo razonamiento
con que trata el de los corintios, es decir, con una apelación al hecho de la
resurrección de Cristo: "Si creemos que Cristo murió y resucitó", etc. (1 Tes. 4:14).
Ambos casos, pues, son muy similares, si no precisamente paralelos. Podemos
imaginar fácilmente que, para los primeros cristianos, que a menudo sufrían
encarnizada persecución, y que observaban ávidamente esperando la venida del Señor,
debe haber sido un doloroso chasco ser arrebatados por la muerte antes del
cumplimiento de sus esperanzas. Añádase a esto la dificultad que la idea de la
resurrección de los muertos presentaría naturalmente a los conversos gentiles (1 Cor.
15:35). Era una doctrina de la cual se burlaban los filósofos de Atenas; que hizo
exclamar a Festo: "Estás loco, Pablo", y que los científicos de aquel tiempo declararon
absurda, una cosa "imposible hasta para Dios".
Hasta aquí la probable naturaleza y el probable origen de este error de los corintios. Al
combatirlo, el apóstol atribuye la gloriosa bienaventuranza de la resurrección a la
interposición mediadora de Cristo. Es parte de los beneficios que surgen de la obra
redentora. Así como el primer Adán trajo la muerte, el segundo Adán trae la vida; y,
como garantía de la resurrección de su pueblo, Él mismo resucitó de entre los
muertos, y se convirtió en las primicias de la gran cosecha de la tumba.
Pero hay un debido orden y una debida sucesión en esta nueva vida del futuro. Así
como las primicias preceden y predicen la cosecha, la resurrección de Cristo precede y
garantiza la resurrección de su pueblo. "Cristo, las primicias, luego los que son de
Cristo EN SU VENIDA".
Esta es una declaración de lo más importante, y afirma sin ambigüedades lo que es, de
hecho, la enseñanza uniforme del Nuevo Testamento, de que la Parusía debía ser
seguida inmediatamente por la resurrección de los muertos durmientes. Él viene "para
despertar a los que duermen". La Primera Epístola a los Tesalonicenses proporciona el
hiato que el apóstol deja aquí: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado,
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire,
y así estaremos siempre con el Señor" (1Tes. 4:16,17).
Esta visión del "fin", en referencia a la terminación de la economía o era judía, parece
proporcionar una solución satisfactoria de un problema que ha causado mucha
perplejidad a los comentaristas, o sea, la entrega del reino por parte de Cristo. El
apóstol la expresa dos veces, como uno de los grandes acontecimientos que
acompañan a la Parusía, cuando el Hijo, habiendo puesto bajo sus pies todo dominio,
toda autoridad y potencia "entregue el reino al Dios y Padre" (vers. 24, 28). ¿Qué
reino? No hay duda de que es el reino que el Cristo, el Rey ungido, se encargó de
administrar como representante y vice-regente de su Padre, es decir, el reino
teocrático, con cuya soberanía Él fue solemnemente investido, según la declaración de
Salmos 2: "Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte. Yo publicaré el
decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy" (Sal. 2:6,7). Esta
soberanía mesiánica, o teocracia, llegó a su fin cuando el pueblo que era súbdito suyo
cesó de ser la nación del pacto; cuando el pacto fue disuelto de hecho, y la estructura y
el aparato enteros de la administración teocrática fueron abolidos. Qué más razonable
que el Hijo entonces "entregase el reino", habiendo sido satisfechos los propósitos de
su institución, y habiendo sido reemplazado su limitado carácter local y nacional por
un sistema mayor y universal, el ',' o nuevo orden de un "mejor pacto".
Esta entrega del reino al Padre en la Parusía - al final de la época - está representada
como consecuente con el sometimiento de todas las cosas a Cristo, el Rey teocrático.
Esto no puede referirse a las conquistas amables y pacíficas del evangelio, la
reconciliación de todas las cosas a Él: el lenguaje implica una conquista violenta y
victoriosa sobre potencias hostiles: "Porque preciso es que él reine hasta que haya
puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies". Quiénes pueden ser esos enemigos
puede inferirse de la historia final de la teocracia. Incuestionablemente, la más
formidable oposición al Rey y al reino se encontró en el corazón de la nación
teocrática misma, los principales sacerdotes y las autoridades del pueblo. Las más
altas autoridades y los dirigentes de la nación eran los enemigos más encarnizados del
Mesías. Era un antagonismo nacional, no extranjero - una enemistad de los judíos, no
de los gentiles - lo que rechazó y crucificó al Rey de Israel. El procurador romano no
fue sino un instrumento de mala gana en las manos del Sanedrín. Eran el gobierno
judío, la autoridad judía, el poder judío, los que incesante y sistemáticamente
perseguían a la secta de los nazarenos con la más persistente malignidad, y éstos eran
el "dominio, la autoridad, y potencia" que, por medio de la destrucción de Jerusalén y
la extinción del estado judío, fueron "puestos bajo sus pies" y aniquilados. Las
terribles escenas de la guerra final, especialmente del sitio y la captura de Jerusalén,
nos muestran lo que implica esta subyugación de los enemigos de Cristo. "Y también
a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y
decapitadlos delante de mí" (Luc. 19:27).
Pero, ¿qué diremos de la destrucción del "postrer enemigo, la muerte"? ¿No es fatal
para esta interpretación el hecho de que ella nos requiera poner la abolición del
dominio de la muerte, y la resurrección, en el pasado, y no en el futuro? ¿No
contradice esto los hechos y el sentido común, y por consiguiente, no revela la falacia
de la explicación entera? Por supuesto, si el lenguaje del apóstol sólo puede significar
que, en la Parusía, al dominio de la muerte sobre todos los hombres se le puso fin en
todas partes y para siempre, se deduce que, o que él estaba errado al hacer semejante
aserto, o que la interpretación que le hace decir esto está errada. Que él afirma que, en
la Parusía (el tiempo que es defendido incontrovertiblemente en el Nuevo Testamento
como contemporáneo con la destrucción de Jerusalén), la muerte será destruida, es lo
que nadie puede negar en toda justicia; pero no se deduce que hemos de entender esa
expresión en un sentido absolutamente ilimitado y universal. La raza humana no dejó
de existir en sus condiciones terrenales actuales a la destrucción de Jerusalén; el
mundo no llegó a su fin en ese entonces; los hombres continuaron naciendo y
muriendo según las leyes de la naturaleza. ¿Qué ocurrió entonces? Debemos concebir
aquel período como el fin de una época, o edad; el fin de una gran era; la conclusión
de una dispensación, y el juicio de los que habían sido puestos bajo aquella
dispensación. La totalidad de los sujetos a aquella dispensación (el reino de los
cielos), tanto los vivos como los muertos, debían, según la representación de Cristo y
sus apóstoles, ser convocados delante del Rey teocrático sentado en el trono de su
gloria. Aquel era el período predicho y señalado de aquella gran transacción judicial
que se nos presenta en la descripción parabólica de las ovejas y los cabritos (Mat.
25:31, etc)., cuyas señales externas y visibles quedaron estampadas indeleblemente en
los anales del tiempo por la terrible catástrofe que borró a Israel de su lugar entre las
naciones de la tierra.
Esta declaración suple lo que faltaba en la declaración hecha en el vers. 24, y pone el
todo en armonía con 1Tesa. 4:17. El lenguaje de Pablo implica que estaba
comunicando una revelación que era nueva, y que presumiblemente se le había hecho
a él mismo. No puede decirse que se deriva de ningún pronunciamiento del Salvador
que haya sido registrado, ni encontramos ninguna declaración correspondiente en
ningún otro escrito apostólico. Pero la pregunta para nosotros es: ¿A quiénes se refiere
al apóstol cuando dice: "No todos dormiremos", etc.? ¿Es a ciertas personas
hipotéticas que vivirían en alguna época o algún tiempo distante, o está pensando en
los corintios y en él mismo? ¿Por qué pensaría en el futuro distante cuando es seguro
que él consideraba la Parusía como inminente? ¿Por qué no se refería a él mismo y a
los corintios cuando su común esperanza y expectación era que vivirían para
presenciar la Parusía? No hay una razón concebible, pues, de por qué se apartó de la
correcta fuerza gramatical del lenguaje. Cuando el apóstol dice "nosotros", sin duda
quiere decir los cristianos de Corinto y él mismo. Alford aprueba esta conclusión
plenamente: "Nosotros los que vivimos y quedamos hasta la venida del Señor" - en
cuyo número el apóstol creía firmemente que él mismo debía estar. (Véase 2Cor. 5:1 y
ss. Y las notas)".
La suma de todo esto es que el apóstol evidentemente contempla el suceso del cual
está hablando como cercano y a las puertas: ha de ocurrir en sus propios días, antes de
que expire el término natural de la vida. ¿Y no es esto precisamente lo que hemos
encontrado en todas las referencias del Nuevo Testamento al tiempo de la Parusía? De
ese suceso nunca se habla como si estuviera distante, sino siempre como inminente.
Se mira hacia él, se vela por él, se le espera. Algunos hasta se apresuran a llegar a la
conclusión de que ha llegado, pero su precipitación es detenida por el apóstol, que
demuestra que ciertos antecedentes tienen que ocurrir primero. Llegamos a la
conclusión, pues, de que, cuando Pablo dijo: "No todos dormiremos", se refería a sí
mismo y a los cristianos de Corinto, los cuales, cuando recibieron esta carta y leyeron
estas palabras, sólo pudieron interpretarlas de una manera, es decir, que muchos,
quizás la mayoría, posiblemente todos ellos, vivirían para presenciar la consumación
de lo que él predijo.
Pero se repetirá la objeción: ¿Cómo podría tener lugar todo esto sin que se notase o se
registrase? Primero, en relación con la resurrección de los muertos, debe considerarse
cuán poco sabemos de sus condiciones y características. ¿Tiene que ser observada?
¿Tiene que ser cognoscible por los órganos materiales? "Resucitará cuerpo espiritual".
¿Puede un cuerpo espiritual ser visto, tocado, manipulado? No estamos seguros de que
el ojo pueda ver lo espiritual, o de que la mano pueda asir lo inmaterial. Por el
contrario, la presunción y las probabilidades son de que no. Toda esta resurrección de
los muertos y la transmutación de los vivos tienen lugar en la región de lo espiritual, a
la cual los espectadores e informadores terrenales no pueden entrar, y no podrían ver
nada si entraran. Puede necesitarse un milagro para permitir que el ojo vea lo invisible
sin ayuda. El profeta vio en Dotán el monte lleno de "carruajes de fuego, y caballos de
fuego", pero el siervo del profeta no veía nada, hasta que Eliseo oró: "Señor, abre sus
ojos, para que vea" (2 Reyes 6:17). El primer mártir cristiano, lleno del Espíritu Santo,
"vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios", pero ninguno de entre la
multitud que le rodeaba contempló esta visión (Hechos 7:56). En el camino a
Damasco, Saulo de Tarso vio "a Aquél", pero sus compañeros de viaje no vieron a
nadie (Hechos 9:7). No es improbable que los conceptos tradicionales y materialistas
de la resurrección - tumbas que se abren y cuerpos que emergen - prejuicien la
imaginación sobre este tema, y nos hagan pasar por alto el hecho de que nuestros
órganos materiales pueden aprehender sólo objetos materiales.
Entonces, ¿qué impide llegar a la conclusión de que tales sucesos puedan haber tenido
lugar sin ser observados ni registrados? No hay nada antifilosófico, irracional, ni
imposible en esta suposición. Menos todavía. No hay en ello nada antibíblico, y esto
es todo de lo cual tenemos que preocuparnos. "¿Qué dicen las Escrituras?" ¿Afirma
claramente o da a entender el lenguaje de Pablo que todo esto sólo está a punto de
tener lugar, dentro de su propia vida y de la de aquellos a los cuales escribe? Ninguna
mente sincera y desapasionada negará que es así. Ya sea que esté en lo cierto o que
esté equivocado, el apóstol confía en esta representación de la venida de Cristo, la
resurrección de los muertos, y la transformación de los santos vivos, dentro de la vida
natural de los corintios y de él mismo. Se nos presenta, pues, este dilema:
Hay todavía una circunstancia en esta descripción que debe ser examinada, pues tiene
que ver con la cuestión del tiempo. La transformación que se dice que
experimentarían "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado hasta la venida
del Señor", sigue inmediatamente a la señal de "la final trompeta". Es notable que
haya otros dos pasajes que conectan el gran acontecimiento de la Parusía, y sus
transacciones concomitantes, con el sonido de una trompeta. "Y enviará sus ángeles
con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Así también
Pablo en 1Tesa. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios", etc. Pero surge la pregunta: ¿Por qué la final
trompeta? Este epíteto necesariamente sugiere otras trompetas o señales precedentes,
y se nos recuerda irresistiblemente la visión apocalíptica, en la cual siete ángeles son
representados como haciendo sonar otras tantas trompetas, cada una de las cuales es la
señal para el derramamiento de juicios y ayes sobre la tierra. Por supuesto, la séptima
trompeta es la última, y es una cuestión interesante qué conexión puede haber entre la
revelación en la epístola y la visión en Apocalipsis. Alford (en oposición a Olshausen)
considera que es un refinamiento de la palabra final para identificarla con la séptima
trompeta del Apocalipsis; pero su propia sugerencia, de que es la final "en un sentido
amplio y popular" parece mucho menos satisfactoria. En esta etapa, nos abstenemos
de entrar en una discusión de los símbolos apocalípticos, pero nos contentamos con la
sola observación de que el sonar de la séptima trompeta en Apocalipsis está en
realidad conectada con el tiempo del juicio de los muertos (Apoc. 11:18). El tema
entero aparecerá delante de nosotros en una etapa subsiguiente de la investigación, y
ahora seguimos adelante, sólo tomando nota del hecho de que aquí encontramos un
enlace indubitable entre el elemento profético en las Epístolas y el de Apocalipsis.
LA CONTRASEÑA APOSTÓLICA:
MARANATHA, EL SEÑOR VIENE
LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS CORINTIOS
"El fin" (ver. 13) no significa "el fin de mi vida", como dice Alford. Es la gran
consumación que el apóstol siempre mantiene a la vista, la meta a la cual avanzaban
tan rápidamente tiene un significado definido y reconocido en el Nuevo Testamento,
como puede verse mediante la referencia a pasajes como Mat. 24:6,14; 1Cor. 15:24;
Heb. 3:16; 6:11, etc.
En el ver. 14, encontramos que Pablo espera la venida del Señor como un tiempo de
gozosa recompensa para los fieles siervos de Dios, un tiempo que estaba tan cercano
que, como les había dicho en su anterior epístola, los juicios y las censuras sobre los
humanos podrían muy bien ser aplazados hasta su llegada (1 Cor. 4:5). Cuando llegara
ese día, el apóstol y sus conversos se regocijarían los unos con los otros. ¿Puede
suponerse que él podría pensar en ese día de otro modo que como muy cercano?
¿Tiene todavía que comenzar ese regocijo? Porque, si el día del Señor estuviera
todavía en el futuro, también debería estarlo el regocijo.
2Cor. 4:14. "Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús a nosotros también nos
resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros".
Ya hemos visto (1Tes. 4:15 y 1Cor. 15:51) que el apóstol acariciaba la esperanza de
que él mismo estaría entre los "vivos", que quedarían "hasta la venida del Señor". En
esta epístola, sin embargo, parece como si esta esperanza en relación con él mismo
hubiese sido sacudida un poco. Su experiencia en el intervalo entre la Primera
Epístola y la Segunda había sido tal que le llevó a temer una muerte súbita. (Véase
cap. 1:8, etc.). Su "tribulación en Asia" le había hecho perder la esperanza de vivir, y
probablemente pensaba que no podría calcular escapar a la maligna hostilidad de sus
enemigos por mucho más tiempo. Ahora tenía "la sentencia de muerte en sí mismo";
llevaba "en su cuerpo la muerte del Señor Jesús", y pensaba que sería "siempre
entregado para muerte por amor a Jesús".
EXPECTATIVA DE LA FUTURA
BIENAVENTURANZA EN LA PARUSÍA
2Cor. 5:1-10. "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los
cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra
habitación celestial; pues aquí seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque
asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no
quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la
vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del
Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos
en el cuerpo, estamos ausentes en el Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero
confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por
tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada
uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea
malo".
Este es el relato más completo que tenemos de la misteriosa transición que el espíritu
humano experimenta cuando abandona su morada terrenal y entra al nuevo organismo
preparado para recibirle en el mundo eterno. Llega a nosotros respaldado por la más
alta autoridad - es la profesión de su fe hecha por un apóstol inspirado -, uno que
podía decir: "Yo sé". Es la declaración de esa esperanza lo que sostenía a Pablo, y sin
duda también a la fe común de la iglesia cristiana entera. Sin embargo, el pasaje
debería ser estudiado desde el punto de vista del apóstol, como su personal
expectación y esperanza.
Obsérvese la forma de la afirmación - es más bien hipotética que afirmativa: "Si este
tabernáculo terrestre se disuelve", etc. Esta no es la manera en que un cristiano
hablaría en la actualidad con respecto a la posibilidad de morir; no habría ningún "si"
en su pronunciamiento, pues, ¿qué más cierto que la muerte? Diría: "Cuando este
tabernáculo terrestre sea enterrado", etc., no "si sucediese", etc. Pero no así el apóstol;
para él la muerte era un acontecimiento problemático; creía que muchos, quizás la
mayoría, de los fieles de sus días jamás sufrirían el cambio de la disolución; no
estarían desnudados, esto es, incorpóreos, sino que estarían "vivos y quedarían hasta
la venida del Señor". Quizás en este momento comenzaba a tener dudas con respecto a
su propia supervivencia; pero, entonces, ¿qué? Aunque la morada terrenal de su
cuerpo se disolviera, sabía que había provista para él habitación divinamente
preparada, o un vehículo del alma; una mansión indestructible y celestial, no hecha de
manos; un cuerpo no material, sino espiritual. Encontraba que su actual residencia en
el cuerpo de carne y sangre estaba acompañada de tristeza y sufrimiento, bajo cuya
carga a menudo gemía, y la liberación de la cual ansiaba, deseando fervientemente ser
revestido de la vestidura celestial que le esperaba en lo alto (ver. 2). El concepto
pagano de un espíritu incorpóreo, un fantasma desnudo y tembloroso, era extraño a las
ideas de Pablo; su esperanza y su deseo era que pudiera ser encontrado "vestido, no
desnudo"; "no ser desnudados, sino revestidos". De entre todos los comentaristas,
Conybeare y Howson han captado y expresado mejor la idea del apóstol: "Si todavía
soy encontrado cubierto con mi vestimenta de carne". No era la muerte, sino la vida,
lo que el apóstol anticipaba y deseaba; no ser desnudado del cuerpo, sino cubierto con
un organismo más excelente, y dotado de una vida más noble. Hay una inconfundible
alusión en este lenguaje a la esperanza que acariciaba de escapar a la condena de la
mortalidad, "no quisiéramos ser desnudados", etc., es decir, "no es que yo desee dejar
el cuerpo muriendo", sino fusionar lo mortal con lo inmortal; "para que lo mortal sea
absorbido por la vida".
"El sentimiento expresado en estos versículos era uno de los más naturales para
quienes, como los apóstoles, consideraban la venida del Señor como cercana, y
concebían la posibilidad de vivir para contemplarla. No era ningún terror a la muerte
en cuanto a sus consecuencias, sino una renuencia natural a experimentar el mero
acto de la muerte como tal, cuando estaba escrita la posibilidad de que este cuerpo
mortal pudiera ser superpuesto por el inmortal, sin ella".
En los versículos subsiguientes, el apóstol intima su plena confianza de que, en
cualquiera de las dos alternativas, ya fuera viviendo o muriendo, todo estaba bien.
"Entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor". "Más quisiéramos
estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En todo caso, ya fuese presente o
ausente, su gran preocupación era ser aceptado por el Señor por fin; "porque", añade,
"es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o
sea malo" (vers. 6-10).
Así, el apóstol trae la cuestión entera a una encrucijada personal y práctica. Todos por
igual van camino al tribunal de Cristo, y allí todos se encontrarán finalmente. Algunos
morirían antes de la venida del Señor, y algunos podrían vivir para presenciar ese
acontecimiento; pero todos serían reunidos allí, en el tribunal, y ser aceptados y
aprobados allí era, después de todo, una cuestión más importante que vivir o morir;
"dormir en el Señor", o ser "transformados" sin pasar por los dolores de la disolución.
El tribunal era la meta para todos ellos, y hemos visto cuán cercana e inminente se
creía que era aquella comparecencia. Que toda esta fe y toda esta esperanza sinceras,
acariciadas y enseñadas por los inspirados apóstoles de Cristo, fuesen, después de
todo, una mera falacia y un engaño, parece una intolerable suposición, fatal para la
credibilidad y la autoridad de la doctrina apostólica.
Gál. 1:4. "El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente
siglo malo".
El apóstol habla aquí del estado de cosas existente como malo, y del Señor Jesucristo
como el que nos libra de él. La palabra época [o eón] no se refiere por supuesto al
mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o época moral. Es equivalente a la
frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta generación perversa" (Mat.
2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado como que está pasando, y a punto de
ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb. 2:5).
En este momento, no es nuestra intención hacer otra cosa que simplemente tomar nota
de este notable contraste entre las dos ciudades, la nueva Jerusalén y la antigua. En
esta etapa, nos abstenemos, a propósito, de entrar en símbolos y su significado, hasta
que toquemos el tema entero en el libro de Apocalipsis.
Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que se
presenta aquí. La Jerusalén que ahora es, y la Jerusalén que habrá de ser; la Jerusalén
terrenal, y la Jerusalén celestial; la Jerusalén que está en esclavitud, y la Jerusalén que
es libre; la Jerusalén que está debajo, y la Jerusalén que está arriba; la Jerusalén que es
madre de esclavos, y la Jerusalén que es nuestra madre. Descubriremos que este
contraste nos será de no poco valor para establecer el significado de algunos de los
símbolos del Apocalipsis.
Las alusiones a la venida del Señor en esta epístola no son muchas en número, pero
son muy importantes e instructivas. Se habla de la venida como de algo que con toda
certeza era creído y ansiosamente esperado por los cristianos de la era apostólica; y el
hecho de su cercanía está o implícito o afirmado en cada alusión al acontecimiento.
EL DÍA DE LA IRA
Rom. 2:5,6. "Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para tí
mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual
pagará a cada uno conforme a sus obras".
Rom. 2:1,16. "Porque todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados;
en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a
mi evangelio".
No puede haber ninguna duda con respecto a este "día de la ira" y "revelación del
justo juicio de Dios". Es el mismo que fue predicho por Malaquías como "el día
grande y terrible de Jehová" (Mal. 4:5); por Juan el Bautista como "la ira venidera"
(Mat. 3:7); y por el Señor Jesucristo como "el día del juicio" (Mat. 11:22,24). Era el
acto final de la época, el . Es apenas necesario repetir que este "fin" se dice que cae
dentro del período de la generación existente, cuando el Hijo del hombre, el Juez
designado, "pagará a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27).
LA ESCATOLOGÍA DE PABLO
Rom. 8:18-23. "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse [que está a
punto de revelársenos]. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la
manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por
su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la
creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de
los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con
dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros
mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo".
Hay algunas cosas en este pasaje que son, y probablemente continuarán siendo,
oscuras por la naturaleza del tema; pero también hay mucho que es sencillo y claro.
No podemos confundir la regocijada anticipación, expresada por Pablo, de un
venidero día de liberación de los sufrimientos y miserias del presente; una liberación
que estaba ya allí, y no lejana. Venía un día de redención que traería libertad y gloria
para los hijos de Dios, de cuyos beneficios participaría la creación entera. La llegada
de aquella consumación era esperada y deseada ansiosamente, no sólo por los que,
como el apóstol mismo, tenían la esperanza de una herencia interminable y gloriosa
arriba, sino por la creación que sufre cargas y gime en general, por la cual estaban
rodeados. Tan estimulante era la perspectiva de la emancipación venidera que, en
vista de ella, el apóstol pudo decir: "Pues tengo por cierto que las aflicciones del
tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse"; o, como dice un pasaje similar: "Porque esta leve tribulación
momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria"
(2Cor. 4:17).
El primer punto que exige atención es la clara indicación de la cercanía de esta gloria
venidera. En nuestra Versión Autorizada [en inglés] se pierde esto de vista por
completo; y de manera similar, ha sido ignorado casi por todos los comentaristas.
Hasta Alford, que por lo general es muy cuidadoso en su atención a los tiempos
verbales, pasa por este caso evidente sin hacer ninguna observación, aunque nada
puede ser más gramaticalmente enfático que la indicación de la cercanía de la
esperada revelación. Tholuck observa que el apóstol habla del tiempo como cercano -
"En gozosa exultación, el apóstol concibe su comienzo como a la mano"- pero
considera errado al apóstol, y que se ha dejado llevar de sus sentimientos. Conybeare
y Howson dan la correcta fuerza del lenguaje - "la gloria que está a punto de ser
revelada, que pronto será revelada". [] "La gloria venidera" es la contraparte o
antítesis de "la ira venidera", diferentes aspectos del mismo gran suceso; porque la
Parusía, que era la revelación de gloria para los hijos de Dios, era la revelación del día
de ira para sus enemigos (Rom. 2:5,7).
Cualquiera que sea el significado que atribuyamos a la palabra "creación" [], no tendrá
diferencia alguna para la actitud ansiosa y expectante en la cual está representada
como esperando la consumación venidera. Lange observa que, como la palabra
significa esperar con la cabeza levantada, esto implica una intensa expectación, un
anhelo intenso, en espera de una satisfacción. Pero esta misma actitud implica la
cercanía, o el convencimiento de la cercanía, de la deseada liberación. Poniendo, pues,
juntas estas dos afirmaciones, primera, que la gloria "pronto ha de ser revelada";
segunda, que "el anhelo ardiente es esperar la manifestación", tenemos una
demostración, tan fuerte como es posible concebirla, de que el suceso en cuestión está
representado por el apóstol como muy cercano.
Pero, ¿qué se quiere decir con la creación []? Algunos comentaristas consideran que
abarca el universo entero, o la creación material, animada e inanimada, racional e
irracional - la estructura entera de la naturaleza. Hablan del terremoto, la tormenta, y
el volcán como síntomas del doloroso mal genio del mundo natural. Pero esto parece
demasiado vago y general para el argumento del apóstol. Es evidente que el suceso
sólo puede referirse a seres conscientes, voluntarios, racionales, y morales. Tiene
"intenso anhelo"; tiene su "propia voluntad"; tiene "esperanza"; es capaz de ser
"sujetado a vanidad"; de ser "librado de corrupción"; de participar en "la gloria de los
hijos de Dios". Estas características excluyen la creación inanimada e irracional, e
incluyen a la raza humana en su totalidad. Además, la antítesis en el versículo 23 entre
la creación como un todo y "nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu", sería muy antinatural e imperfecta si no diferenciara a los cristianos, no de
las bestias y las plantas, sino de otros hombres. El verdadero contraste ocurre entre
los que tienen las primicias del Espíritu y los que no las tienen; y sería
manifiestamente incongruente hablar de la creación irracional e inanimada como que
"no tiene el Espíritu". Hacer que el apóstol se refiera aquí a la naturaleza universal
puede ser admisible quizás como poesía, pero estaría bastante fuera de lugar en un
argumento sobrio y serio. Entendemos, pues, que se refiere a la raza humana y a la
humanidad en términos generales; el significado que tiene la palabra en pasajes tales
como Mar. 16:15: "Predicad el evangelio a toda criatura"; Col. 1:23. "El cual se
predica en toda la creación que está debajo del cielo"
Gál. 1:4. "El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente
siglo malo".
El apóstol habla aquí del estado de cosas existente como malo, y del Señor Jesucristo
como el que nos libra de él. La palabra época [o eón] no se refiere por supuesto al
mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o época moral. Es equivalente a la
frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta generación perversa" (Mat.
2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado como que está pasando, y a punto de
ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb. 2:5).
En este momento, no es nuestra intención hacer otra cosa que simplemente tomar nota
de este notable contraste entre las dos ciudades, la nueva Jerusalén y la antigua. En
esta etapa, nos abstenemos, a propósito, de entrar en símbolos y su significado, hasta
que toquemos el tema entero en el libro de Apocalipsis.
Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que se
presenta aquí. La Jerusalén que ahora es, y la Jerusalén que habrá de ser; la Jerusalén
terrenal, y la Jerusalén celestial; la Jerusalén que está en esclavitud, y la Jerusalén que
es libre; la Jerusalén que está debajo, y la Jerusalén que está arriba; la Jerusalén que es
madre de esclavos, y la Jerusalén que es nuestra madre. Descubriremos que este
contraste nos será de no poco valor para establecer el significado de algunos de los
símbolos del Apocalipsis.
Esto nos trae a la pregunta: ¿Puede decirse que la raza humana tiene esta actitud
ansiosa y expectante, gimiendo y en labores de parto, esperando y anhelando la
liberación y la libertad? Sin duda que es posible; y nunca más verdaderamente que en
el mismo período en que el apóstol escribió. Era una época de la más profunda
corrupción y degradación social; puede decirse que la humanidad gemía bajo la carga
de su miseria y su esclavitud; y sin embargo, había un extraño y misterioso
sentimiento en las mentes de los hombres de que, de alguna manera y en alguna parte,
la liberación había llegado. Cuán exactamente se ajusta la descripción del apóstol a las
condiciones morales y sociales del pueblo judío en este período, no necesita ninguna
prueba. Gemían bajo el yugo de la esclavitud romana. Suspiraban ansiosamente por el
prometido Libertador. El caso de los griegos y los romanos no era muy diferente,
como lo prueban llamativamente los siguientes pasajes de Conybeare y Howson; en
verdad, podrían haber sido escritos como un comentario sobre el pasaje que tenemos
delante.
"Las condiciones sociales de los griegos había ido cayendo, durante este período, en la
corrupción más baja;... pero la misma difusión y el mismo desarrollo de esta
corrupción estaba preparando el camino, porque mostraba la necesidad de la
intervención del evangelio. La enfermedad misma parecía llamar al Sanador. Y si los
males prevalecientes de la población griega presentaban obstáculos a gran escala para
el progreso del cristianismo, los griegos mostraban, para todo tiempo futuro, la
debilidad de los más altos poderes del hombre cuando no reciben ayuda de lo alto; y
debe haber habido muchos que gemían bajo la esclavitud de una corrupción de la cual
no podían sacudirse, y estaban listos a escuchar la voz de Aquél que "llevó nuestras
enfermedades y sufrió nuestros dolores".
Hasta aquí las condiciones de los griegos; las de los romanos se describen así:
"Sería iluso imaginar que, cuando el mundo quedó bajo un solo cetro, cualquier real
principio de unidad mantendría juntas sus diferentes partes. El emperador fue
deificado porque los hombres fueron esclavizados. No hubo verdadera paz cuando
Augusto cerró el templo de Jano. El Imperio era sólo el orden del gobierno externo,
con un caos tanto de opiniones como de la moral dentro de él. Los escritos de Tácito y
de Juvenal continúan atestiguando la corrupción que se enconaba en todos los niveles,
lo mismo en el Senado que en la familia. La antigua sobriedad de modales, y la
antigua fe en la mayor parte de la religión romana, habían desaparecido. Los
licenciosos credos y las licenciosas prácticas de Grecia y del Oriente habían inundado
a Italia y a Occidente, y el Panteón era sólo el monumento a un acomodamiento entre
una multitud de supersticiones decadentes. Es verdad que este estado de cosas produjo
una notable tolerancia, y es probable que, por corto tiempo, el cristianismo mismo
compartiese las ventajas de ello. Pero, aún así, el genio de los tiempos era
básicamente tanto cruel como profano, y los apóstoles pronto quedaron expuestos a
una encarnizada persecución. El Imperio Romano estaba desprovisto de la unidad que
el evangelio da a la humanidad. Era un reino de este mundo, y la raza humana gemía
por la mejor paz de un "reino que no era de este mundo".
Ciertamente, es notable que una descripción de las condiciones sociales y morales del
mundo en la era apostólica, escrita aparentemente sin pensar en la ilustración del
pasaje que ahora tenemos delante, adoptara sin proponérselo, no sólo el espíritu, sino
en gran medida las palabras mismas, con las cuales Pablo presenta la miseria, la
esclavitud, los gemidos, y el anhelo de liberación de la creación como aparecía a su
aprensión. Pero, puede decirse: ¿Había algo en el futuro inmediato que satisficiese
este ansioso anhelo del mundo esclavizado y gimiente y que respondiese a él? ¿Qué es
este terminus ad quem, "esta revelación de los hijos de Dios"? ¿Y en qué sentido
podía ello traer, o trajo, liberación y consuelo a la humanidad oprimida?
La respuesta a esta pregunta se encuentra en casi todas las páginas de los escritos del
apóstol. Según él, un gran acontecimiento estaba a las puertas; el Señor estaba a punto
de venir, según Su promesa, para ejercer su poder real, para dar recompensa y
salvación a su pueblo, y poner a sus enemigos debajo de sus pies. Pero la Parusía
había de traer más que esto. Marcó una gran época en el gobierno divino del hombre.
Puso fin al período de privilegio exclusivo para Israel. Disolvió el pacto entre Jehová
y el pueblo judío, y abrió el camino para un pacto nuevo y mejor, que abarcaba a toda
la humanidad. El cristianismo es la proclamación de la universal paternidad de Dios,
pero la nueva era no fue inaugurada plenamente sino hasta que el estrecho reino
teocrático local fue superado, y el Rey teocrático renunció a su jurisdicción y la
entregó en las manos del Padre. Entonces la exclusiva relación nacional entre Dios y
un solo pueblo fue disuelta, o se fundió con el sistema abarcante y mundial en el cual
"no hay judío ni griego, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro, ni escita, ni esclavo
ni libre, sino sólo el Hombre. Cristo había hecho de todos los hombres Uno, "para que
Dios sea todo en todos".
Pero, puede decirse: ¿No se había llevado a cabo todo esto ya por medio de la muerte
expiatoria en la cruz? ¿Y no es ésa una revelación de una gloria futura que se
aproximaba, a la cual alude el apóstol aquí? Sin duda que es así. Sin embargo, el
Nuevo Testamento siempre habla de que la obra de redención estaba incompleta hasta
la llegada de la Parusía. Se observará que, en el versículo veintitrés, el apóstol se
representa a sí mismo y a los otros creyentes como esperando todavía el. Aun los hijos
de Dios habían recibido solamente las arras y las primicias, y no la plena cosecha de
su condición de hijos. Aquello no sería completamente suyo sino hasta la venida del
Señor, cuando "los santos que estaban vivos y habían quedado" cambiarían el presente
cuerpo mortal y corruptible por una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. La
Parusía era la proclamación pública y formal de que la dispensación mesiánica o
teocrática había llegado a su fin; y que el nuevo orden, en el cual Dios era todo en
todos, había sido inaugurado. Hasta que el juicio de Israel tuvo lugar, todas las cosas
no habían sido puestas bajo Cristo, el rey teocrático; sus enemigos todavía no habían
sido puestos bajo sus pies. Hasta ese momento, podía decirse de la adopción [] que "le
pertenecía a Israel". Cuando al apóstol escribió esta epístola, Cristo estaba esperando
que "sus enemigos fueran puestos debajo de sus pies". Había todavía algo incompleto
en su obra, hasta que toda la estructura y la urdimbre del judaísmo fueron barridas.
Este hecho aparece claramente resaltado en la Epístola a los Hebreos. El escritor
afirma que "aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto
que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie". Dice que este tabernáculo es
"símbolo para el tiempo presente" - sirve a un propósito temporal - hasta el tiempo de
la reforma, esto es, la introducción de un nuevo orden (Heb. 9:8,9). Este pasaje es de
gran importancia en relación con esta discusión, y las siguientes observaciones de
Conybeare y Howson presentan su significado muy claramente:
"Puede preguntarse: ¿Cómo puede decirse, después de la ascensión de Cristo, que aún
no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo? La explicación es que,
mientras el culto del templo, con su exclusión de todos, menos del sumo sacerdote,
del Lugar Santísimo, todavía existía, el camino de la salvación no se habría
manifestado plenamente a los que se adherían a las observancias externas típicas, en
vez de ser, por lo tanto, conducidos al antitipo". Life and Epistles of St. Paul, cap. 28.
Había una conveniencia y una plenitud del tiempo en los cuales el pacto antiguo sería
superado por el nuevo; al antiguo y al nuevo se les permitió subsistir juntos por un
tiempo; la bondad y la paciencia de Dios demoraron el golpe final del juicio. Aunque,
pues, las grandes barreras contra la introducción de todos los hombres, sin distinción,
a los privilegios de los hijos de Dios, fueron casi eliminadas por la muerte de Cristo
en la cruz, la demostración formal y final de que "el camino al Lugar Santísimo"
estaba abierto de par en par para toda la humanidad, no ocurrió sino hasta que la
estructura entera de la economía mosaica, con su ritual, y el templo, la ciudad, y el
pueblo fueron repudiados pública y solemnemente, y el judaísmo, con todo lo que le
pertenecía, fue barrido para siempre.
Hay todavía una porción de este pasaje profundamente interesante sobre el cual reposa
mucha oscuridad. En el versículo 20, el apóstol dice que "la creación fue sujetada a
vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza", etc.
La interpretación común de estas palabras es que "la creación visible ha sido puesta
bajo la sentencia de descomposición y disolución, no por su propia elección, sino por
un acto de Dios que, sin embargo, no la ha dejado sin esperanza".
Sin duda, esto da un buen sentido al pasaje, aunque nos aventuramos a pensar que no
exactamente el sentido que el apóstol se proponía darle. No capta la naturaleza del
mal al cual "la creación" fue sujetada; y, por consiguiente, tampoco la naturaleza de la
liberación que se espera de ese mal.
Entendiendo por [creación] a la raza humana, por las razones que ya se han
especificado, observamos que se dice que ha sido sujetada a vanidad. ¿Qué es esta
vanidad? La palabra es muy significativa, especialmente en labios de un judío. Para el
tal, "vanidad" es sinónimo de idolatría. Es la palabra que la Septuaginta emplea para
denotar la estupidez del culto a los ídolos. Los ídolos son "vanidades ilusorias" (Sal.
31:6; Jonás 2:8); "enseñanza de vanidades es el leño"; los ídolos "vanidad son, obra
vana" (Jer. 10:8,15). "Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad"
(Isa. 44:9). Casi que la palabra se ha separado para este uso especial. Lo mismo puede
decirse de su uso en el Nuevo Testamento. En Listra, Pablo imploraba que el pueblo
se "convirtiera de aquellas vanidades, es decir, del culto a los ídolos, para servir al
Dios vivo (Hechos 14:15). En esta misma epístola (Rom. 1:21), tenemos un caso
notable del uso de la palabra, en que Pablo, dando razón de la apostasía de la raza
humana y su alejamiento de Dios, la explica por el hecho de que "se envanecieron" en
sus razonamientos []; un pasaje en que Alford, con Bengel, Locke, y muchos otros,
reconoce la alusión al culto idólatra. Sólo es necesario mirar el pasaje para ver su
relación con el origen y la prevalencia de la idolatría (véase también Efe. 4:17). Aquí
retrocede a Rom. 1:21, y nos proporciona la clave de la verdadera interpretación. La
idolatría era la "vanidad" a la cual estaba sujeta la raza humana; la idolatría, la
religión de los gentiles, la degradación del hombre, la deshonra de Dios.
Pero, ¿puede decirse que el hombre fue sujetado a este mal por el acto de Dios ("por
causa del que la sujetó")? Sin duda, tal afirmación estaría en armonía con la Palabra
de Dios. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, se expresa tres veces este
hecho significativo: "Dios los entregó", en referencia a esta misma apostasía (Rom.
1:24, 26,28). Este abandono sólo puede ser considerado un acto judicial. Encontramos
una expresión todavía más fuerte en Romanos 11:32. "Dios sujetó a todos en
desobediencia". La verdad es que la Escritura está llena de la doctrina de que Dios
entrega a los contumaces y rebeldes a la fatal consecuencia de su pecado. Por eso,
puede decirse que la sujeción de la raza humana al mal de la idolatría no era
simplemente la voluntad del hombre mismo, sino el acto judicial de la divina justicia.
Pero no era un decreto sin esperanza. "La preservación de una nación de la apostasía
universal llevaba en sí un germen de esperanza para la humanidad. En la plenitud del
tiempo, se manifestó el propósito divino de misericordia y redención para la raza
humana, y "la adopción de hijos", que había sido privilegio exclusivo de un pueblo,
ahora se declaraba abierto para todos sin distinción. La raza es representada como
esperando con ansiosa expectación este alto privilegio, y ahora el evangelio, que era el
medio divinamente señalado para rescatar a los hombres de la corrupción y
degradación morales del paganismo, proclamaba liberación y salvación "para gentiles
y judíos, bárbaros, escitas, esclavos y libres".
Ya hemos mostrado en qué sentido puede decirse que esta proclamación de la nueva
era fue hecha de la manera más pública y formal en la Parusía.
No es posible que palabras algunas expresen más claramente la convicción del apóstol
de que la gran liberación había llegado. Sería absurdo considerar, con Moses Stuart,
que este lenguaje se refiere a la cercana aproximación de la muerte y la eternidad. En
ese caso, el apóstol habría dicho: "El día ha pasado, la noche ha llegado". Pero este no
es el estilo del Nuevo Testamento; nunca es la muerte y la tumba, sino la Parusía, la
"bendita esperanza, y la gloriosa aparición de Jesucristo", lo que los apóstoles esperan.
El profesor Jowett observa correctamente que "en el Nuevo Testamento no
encontramos ninguna exhortación basada en la cortedad de la vida. Parece como si el
fin de la vida no tuviese ninguna importancia práctica para los primeros creyentes,
porque seguramente sería anticipado por el día del Señor". Sin duda esto es cierto;
pero, ¿y entonces, qué? O el apóstol estaba errado, o no nos merece confianza como
expositor autorizado de la verdad divina; o de lo contrario, estaba bajo la guía del
Espíritu de Dios, y lo que enseñaba era verdad infalible. Ante este dilema callan los
expositores que no pueden siquiera imaginar la posibilidad de que la Parusía haya
ocurrido de acuerdo con las enseñanzas de Pablo. Es curioso ver los cambios a los
cuales recurren para encontrar alguna forma de escapar a la inevitable conclusión.
"Desde el día en que los fieles se congregaron por primera vez alrededor de su
Mesías, hasta la fecha de su epístola, habían pasado varios años; el amanecer pleno,
como creía Pablo, estaba a las puertas. Aquí encontramos corroborado lo que también
es evidente en varios otros pasajes, que el apóstol esperaba el pronto advenimiento del
Señor. La razón de esto reside, en parte en la ley general de que al hombre le gusta
imaginarse que el objeto de su esperanza está a la mano, y en parte en la circunstancia
de que el Salvador a menudo había hecho la amonestación de que en todo momento
había que estar preparados para la crisis en cuestión, y también, según el usus
loquendi de los profetas, había descrito el período como aproximándose rápidamente".
Stuart protesta contra el hecho de que Tholuck renuncie a la corrección del juicio del
apóstol, pero adopta la insostenible posición de que Pablo está hablando aquí de:
"La salvación espiritual que los creyentes han de experimentar cuando sean
trasladados al mundo de vida eterna y de gloria".
"El Dr. Hodge objeta con algún detalle la referencia a la segunda venida de Cristo. Por
otra parte, la mayoría de los modernos comentaristas alemanes defienden esta
referencia. Olshausen, De Wette, Philippi, Meyer, y otros, creen que ninguna otra
posición es sostenible en lo más mínimo; y el Dr. Lange, aunque evita
cuidadosamente las teorías extremas sobre este punto, niega la referencia a la
bienaventuranza eterna, y admite que se quiere decir la Parusía. Esta opinión gana
terreno entre los exegetas anglosajones".
Hay algunos intérpretes que evitan la dificultad negando que términos tales como
cercano y distante hagan alguna referencia al tiempo en absoluto. Por ejemplo, se nos
dice que:
"Esto concuerda con todas las enseñanzas de nuestro Señor, de que representa el día
decisivo de la segunda aparición de Cristo como que está a las puertas, para mantener
a los creyentes siempre en la actitud de expectación vigilante, pero sin referencia a la
cercanía o distancia cronológica a ese suceso".
¿Estaba equivocado? ¿Vivió y murió la iglesia primitiva creyendo una mentira? ¿No
ocurrió nada que correspondiese a sus expectativas? ¿Dónde está el templo de Dios?
¿Dónde está la ciudad de Jerusalén? ¿Dónde está la ley de Moisés? ¿Dónde está la
nacionalidad judía? Pero todas estas cosas perecieron al mismo tiempo; y de todas
ellas se predijo que desaparecerían en la Parusía. El cumplimiento de aquellos otros
sucesos en la región de lo espiritual y lo invisible que estaban indisolublemente
conectados con la Parusía, pero de los cuales, en la naturaleza de las cosas, no puede
haber registro en las páginas de la historia humana.
ESPERANZA DE UNA PRONTA LIBERACIÓN
Rom. 16:20. "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies".
Aquí tenemos otra referencia inconfundible a la cercana aproximación al día de
liberación. El aplastamiento de la cabeza de la serpiente es la victoria de Cristo, y esa
victoria se ganaría pronto. Entre los enemigos que habrían de quedar debajo de sus
pies estaban la muerte, y el que tenía el poder de la muerte, a saber, el diablo.
Pero hay por lo menos una alusión muy clara a la Parusía en la cual el apóstol habla
de la esperada consumación.
Col. 3:4. "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también
seréis manifestados en él en gloria".
Aquí encontramos una clara alusión al mismo acontecimiento y al mismo período que
en Rom. 8:19, es decir, "la manifestación de los hijos de Dios". En ambos pasajes, es
evidente que esta manifestación se concibe como cercana. En realidad, en Rom. 8:18
se afirma expresamente que es así; la gloria está "a punto de ser revelada", mientras
que aquí en Colosenses los discípulos son representados como "muertos", y esperando
la vida y la gloria que recibirían a la revelación de Jesucristo, o sea, en la Parusía. Es
inconcebible que el apóstol pueda hablar en términos tales de un suceso lejano; su
cercanía es, evidentemente, uno de los elementos de su exhortación de que debían
"poner el corazón en las cosas de arriba, no en las de la tierra". ¿Hemos de suponer
que todavía están en un estado de muerte, que su vida todavía está escondida? Pero su
vida y su gloria están representadas como contingentes con la "manifestación de
Jesucristo".
LA IRA VENIDERA
Col. 3:6. "Cosas [la idolatría, entre otras] por las cuales la ira de Dios viene".
Hay dos preguntas que surgen del pasaje que tenemos delante: (1) ¿Qué se quiere
decir con "reunir todas las cosas en Cristo"? (2) ¿Cuál es el período designado como
"la dispensación del cumplimiento de los tiempos", en el cual ha de tener lugar este
"reunir todas las cosas en Cristo"?
1. Con respecto al primer punto, recibimos gran ayuda de la expresión que el apóstol
emplea en relación con él, es decir, "el misterio de su voluntad". Esta es una palabra
favorita de Pablo al hablar de ese nuevo y maravilloso descubrimiento que nunca dejó
de llenar su alma de adoración, gratitud y alabanza - la admisión de los gentiles a
todos los privilegios de la nación del pacto. Es difícil para nosotros formarnos un
concepto del sobresalto, la sorpresa y la incredulidad que causó en las mentes de los
judíos el anuncio de semejante revolución en la administración divina. Sabemos que
ni siquiera los apóstoles estaban preparados para ella, y que fue con algo parecido a la
duda y la sospecha con que, por fin, cedieron a la abrumadora evidencia de los
hechos: "¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para
vida!" (Hechos 11:18). Pero, para el apóstol a los gentiles, este era el glorioso estatuto
de la emancipación universal. De entre todos los hombres, él vio con la mayor
claridad su belleza y su gloria divinas, su trascendente misterio y maravilla. Vio las
barreras de separación entre judíos y gentiles, la antipatía entre las razas, "la pared
intermedia de separación", derribadas por Cristo, y una gran familia y una hermandad
formada por todas las naciones, y tribus, y pueblos, y lenguas, bajo el poder
reconciliador y unificador de la sangre expiatoria. No podemos equivocarnos, pues, al
entender este misterio de "reunir todas las cosas en Cristo" como el mismo que se
explica más plenamente en el capítulo 3:5,6, "misterio que en otras generaciones no se
dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos
apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del
mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio".
Esta es la unificación, "el resumen", o consumación, a la cual el apóstol se refiere con
tanta frecuencia en esta epístola: "hacer de ambos pueblos uno sólo"; "crear en sí
mismo de los dos un solo y nuevo hombre"; "reconciliar con Dios a ambos en un solo
cuerpo" (Efe. 2:14, 15,16). Este era el gran secreto de Dios, que había estado oculto a
las pasadas generaciones, pero que ahora era revelado a la admiración y la gratitud del
cielo y la tierra.
Pero, puede preguntarse, ¿cómo puede el hecho de recibir a los gentiles en los
privilegios de Israel ser llamado la reunión de todas las cosas, tanto las que están en
los cielos como las que están en la tierra?
Algunos críticos muy capaces han supuesto que las palabras cielo y tierra en éste y en
otros pasajes deben entenderse en un sentido limitado y, por decirlo así, técnico. Para
la mente judía, la nación del pacto, el pueblo peculiar de Dios, podría ser llamado
apropiadamente "celestial", mientras que los degenerados gentiles, que estaban fuera
del pacto, pertenecían a una condición inferior, terrenal. Esta es la posición de Locke
en su nota sobre este pasaje:
"Que Pablo debió usar "cielo" y "tierra" para los judíos y los gentiles no se
considerará tan extraño si consideramos que Daniel mismo se refiere a la nación de
los judíos con el nombre de "cielo" (Dan. 8:10). Ni quiere un ejemplo de ello en
nuestro Salvador mismo, quien (Luc. 21:26) con "las potencias de los cielos" quiere
significar claramente los grandes hombres de la nación judía. Ni es éste el único lugar
en esta epístola de Pablo a los Efesios que lleva esta interpretación de cielo y tierra.
Quien lea los primeros quince versículos del cap. 3 y sopese las expresiones
cuidadosamente, y observe la dirección del pensamiento del apóstol en ellos, no
encontrará que hace violencia manifiesta al sentido de Pablo si por "familia en los
cielos y en la tierra" (ver. 15) entiende el cuerpo unido de cristianos, compuesto de
judíos y gentiles, que todavía viven promiscuamente entre estas dos clases de pueblos
que continuaron en su incredulidad. Sin embargo, no estoy seguro de esta
interpretación, sino que la ofrezco como una cuestión de investigación a los que creen
que una búsqueda imparcial del verdadero significado de las Sagradas Escrituras es la
mejor forma de emplear el tiempo de que disponen".
Es en favor de esta interpretación de "cielo y tierra" que estas expresiones deben
aparentemente ser tomadas en un sentido restringido similar en otros pasajes en que
ocurren. Por ejemplo: "Hasta que pasen el cielo y la tierra" (Mat. 5:18); "el cielo y la
tierra pasarán" (Luc. 21:33). En el primero de estos pasajes, el contexto muestra que
es imposible que se refiera a la disolución final de la creación material, porque eso
afirmaría la perpetuidad de cada jota y cada tilde de lo que hace mucho tiempo fue
abrogado y anulado. Debemos, pues, entender, el "pasar el cielo y la tierra" en un
sentido tópico. Un expositor juicioso hace las siguientes observaciones sobre este
pasaje:
Antes de que este dominio universal del Padre pudiese ser asumido y proclamado
públicamente, era necesario que la relación exclusiva y limitada de Dios con una sola
nación fuera reemplazada por una mejor y abolida. Por lo tanto, la teocracia debía ser
hecha a un lado, para hacer lugar para la paternidad universal de Dios: "para que Dios
pudiese ser todo en todos".
2. La siguiente pregunta que debemos considerar es: ¿Tenemos alguna indicación del
período en el cual tendría lugar esta consumación?
Tenemos las más explícitas afirmaciones sobre este punto; pues, casi todas las
designaciones del acontecimiento nos permiten fijar el tiempo. La regeneración es
"cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria"; los tiempos de la
"restitución de todas las cosas" son cuando "Dios envíe a Jesucristo"; la "sujeción de
todas las cosas a Cristo" es "en su venida" y "en el fin". En otras palabras, todos estos
sucesos coinciden con la Parusía; y éste, por lo tanto, es el período de la
"reunificación de todas las cosas" bajo Cristo.
EL DÍA DE REDENCIÓN
Efe. 1:13,14. "El Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia
hasta la redención de la posesión adquirida".
Efe. 4:30. "El Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención".
Estos dos pasajes apuntan obviamente al mismo suceso y al mismo período. ¿Cuál es
la redención de que se habla aquí -- la redención de la posesión adquirida? El antiguo
Israel es llamado la herencia de Jehová (Deut. 32:9); y del pueblo de Dios se dice que
es su herencia (Efe. 1:11, traducción de Alford). Aquí, sin embargo, no es la herencia
de Dios, sino nuestra herencia, a la que se hace referencia; y esa herencia todavía no
está en posesión, sino en perspectiva; la prenda o las arras de ella (es decir, el Espíritu
Santo) habiendo sido recibidas. Por tanto, nos vemos obligados a entender por
herencia la futura gloria y felicidad que esperan al cristiano en el cielo. Esta, entonces,
es la herencia, y también la posesión adquirida, porque ambas se refieren a la misma
cosa. Obviamente, es algo futuro, pero no distante, pues ya ha sido adquirido, aunque
todavía no ha sido poseído. Guardaba la misma relación para los cristianos de Éfeso
que la tierra de Canaán para los antiguos israelitas en el desierto. Era el reposo
prometido, al cual esperaban vivir para entrar. El día en que el Señor Jesús se revelase
desde el cielo era el día de redención que las iglesias apostólicas esperaban. Nuestro
Señor había predicho las señales de la aproximación de ese día. "Cuando estas cosas
comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención
está cerca". También había declarado que la generación actual no pasaría hasta que
todo se hubiese cumplido. (Luc. 21:28,32). El día de redención, pues, se acercaba,
según ellos.
De la misma manera, Pablo, escribiendo a los cristianos en Roma, habla del ansioso
anhelo con el cual "esperaban la adopción o la redención de su cuerpo de la esclavitud
de la corrupción" Rom.- 8:23). Este pasaje es precisamente paralelo a Efe. 1:14 y a
4:30. Hay la misma herencia, las mismas arras de ella, la misma redención plena en
perspectiva. El cambio del cuerpo material y mortal en un cuerpo incorruptible y
espiritual era parte importante de la herencia. Esto es lo que el apóstol y sus conversos
esperaban en la Parusía. El día de redención, pues, coincide con la Parusía.
A menudo, hemos tenido ocasión de hacer notar el correcto sentido de la palabra , tan
a menudo traducida "mundo". Locke observa: "Puede que valga la pena considerar si
no tendría normalmente un significado más natural en el Nuevo Testamento
interpretarla como un período de tiempo de duración considerable, pasando por debajo
de alguna dispensación notable". Según el apóstol, había por lo menos dos grandes
períodos, o edades: una, la presente, pero que se acercaba a su fin; la otra, futura, y
que estaba a punto de comenzar. La primera era el actual orden de cosas bajo la ley
mosaica; la segunda era la época nueva y gloriosa que habría de ser inaugurada por la
Parusía.
Efe. 2:7. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gloria".
Conybeare y Howson hacen la siguiente observación sobre este pasaje:
"En los siglos venideros"; es decir, el tiempo del perfecto triunfo de Cristo sobre el
mal, siempre contemplado en el Nuevo Testamento como "cercano".
Quizás sería más correcto decir que se refiere a la cercana salvación de estos creyentes
gentiles, y su glorificación con Cristo; porque esta es la consumación que es
contemplada siempre en el Nuevo Testamento como cercana (Rom. 13:11).
El Día de Cristo
Fil. 1:6. "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo".
Fil. 1:10. "A fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo".
La nota de Alford sobre este pasaje (cap. 1:6) merece ser notada: "Esto supone la
cercanía de la venida del Señor. Aquí, como en otros lugares, los comentaristas han
tratado de escapar de esta inferencia", etc. Esto es justo; pero la inferencia del propio
Alford, de que Pablo estaba errado, es igualmente insostenible.
LA EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA
Fil. 3:20,21. "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos
al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya", etc.
"Las palabras presuponen, como Pablo siempre lo hace cuando habla incidentalmente,
que él sobreviviría para presenciar la venida del Señor. El cambio del polvo de la
tierra en la resurrección, como quiera que acomodemos la expresión a él, no estaba
originalmente contemplado por él".
CERCANÍA DE LA PARUSÍA
Fil. 4:5. "El Señor está cerca".
Aquí el apóstol repite la bien conocida consigna de la iglesia primitiva: "El Señor está
cerca", equivalente al "Maranatha" de 1 Cor. 16:22. Dudar de su plena convicción de
la cercanía de la venida de Cristo es incompatible con el debido respeto al claro
significado de las palabras; poner esta convicción como un error es incompatible con
el debido respeto por su autoridad e inspiración apostólicas.
1 Tim. 4:1-3. "Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios;
por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán
casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de
gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad".
Una de las señales que nuestro Señor predijo que estaría entre las precursoras de la
gran catástrofe que habría de abrumar al sistema y al pueblo judíos era la general y
ominosa apostasía de la fe, que se manifestaría entre los profesos discípulos de Cristo.
La referencia de nuestro Señor a esta apostasía, aunque clara y directa, no es tan
minuciosa y detallada como la descripción que de ella encontramos en las epístolas de
Pablo; de aquí que infiramos, como también sugiere el lenguaje del primer versículo
de este capítulo, que a los apóstoles se les habían hecho las subsiguientes revelaciones
de su naturaleza y sus características. En 2 Tesa. 2:3, Pablo la designa como "la
apostasía" que rápidamente presenta los lineamientos del "hombre de pecado". Ya
hemos señalado la diferencia entre "la apostasía" y "el hombre de pecado", y que
confundirlos ha sido un error común, pero egregio. En la secuela, descubriremos que
la descripción que Pablo hace de la apostasía es tan minuciosa como la que hace del
"hombre de pecado", para permitirnos a la una tan rápidamente como al otro.
El Fin
Mat. 10:22. "El que persevere hasta el fin, éste será salvo".
Mat. 24:13. "Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mar. 13:13).
1 Cor. 10:11. "A quienes han alcanzado los fines de los siglos".
2 Tim. 3:1. "En los postreros días vendrán tiempos peligrosos" [ενεσχαταιζηµεραι
ζ].
Heb. 1:2. "En estos postreros días [Dios] nos ha hablado" [επεσχατουτϖνηµερωντ
ουτων].
Sant. 5:3. "Habéis acumulado tesoros para los días postreros” [ενεσχαταιζηµεραι
ζ].
1 Ped. 1:5. "La salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero" [ενκαιρψεσχατψ].
1 Ped. 1:20. "Manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros" [επεσχατο
υτϖνχρονων].
El Día
Mat. 25:13. "No sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Luc. 17:30. "El día en que el Hijo del Hombre se manifieste".
Rom. 2:16. "El día en que Dios juzgará por Jesucristo".
1Cor. 3:13. "El día la declarará".
Aquel Día
Luc. 10:12. "En aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma".
2 Tes. 2:3. "[Aquel día] no vendrá sin que antes venga la apostasía".
2Tim. 1:12. "Poderoso para guardar mi depósito para aquel día".
2Tim. 4:8. "La cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día".
1Cor. 1:8. "Para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo".
1Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús".
1Tes. 5:2. "El día del Señor vendrá así como ladrón en la noche".
El Día de Dios
El Gran Día
El Día de la Ira
Mat. 10:15. "En el día del juicio será más tolerable el castigo...”
Mat. 11:22. "En el día del juicio será más tolerable el castigo..."
Mat. 11:24. "En el día del juicio será más tolerable el castigo...”
El Día de la Redención
El Día Postrero
DESCRIPCIÓN DE LA APOSTASÍA
Habiendo puesto juntos en un solo cuadro los pasajes que hablan del período de la
apostasía, es apropiado seguir un método similar con respecto a los pasajes que
describen las características y la naturaleza de la apostasía misma. Esta fatal defección
arroja su sombra oscura sobre todo el campo de la historia del Nuevo Testamento,
desde el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los Olivos, y aún antes,
hasta el Apocalipsis de Juan. Es instructivo observar cómo, al aproximarse el tiempo
de su desarrollo y su manifestación, la sombra se vuelve más y más oscura, hasta que
alcanza las más profundas tinieblas en la revelación del anticristo.
Por una consideración y una comparación de estos pasajes, se echa de ver que:
2. Puede objetarse que el período llamado "los postreros tiempos", o "los últimos
días", no se describe estrictamente y puede, por lo que sabemos, ser todavía futuro.
Pero, en primer lugar, los mandatos que Pablo da a Timoteo implican claramente que
no era un mal distante, sino presente, o en todo caso inminente, del cual él hablaba. Es
manifiesto que los síntomas de la apostasía ya habían comenzado a mostrarse, y que
todo el tenor de la exhortación del apóstol implica que los males especificados serían
observados por Timoteo (1Tim. 6:20,21).
Nada puede ser más seguro que los apóstoles consideraban que ellos vivían en "los
postreros tiempos". En la secuela, tendremos ocasión de ver esto claramente
demostrado. Mientras tanto, puede observarse que todos los pasajes dispuestos bajo el
encabezado "Los Postreros Tiempos" en nuestra tabla escatológica se refieren a la
misma gran crisis. Era "el fin de las edades" [συντελειατουαιϖνοζ], de lo cual
nuestro Señor hablaba tan a menudo. La apostasía era la predicha precursora del fin.
TIMOTEO Y LA PARUSÍA
1 Tim. 6:14,15. "[Te encargo] que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión,
hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará", etc.
Esto implica que Timoteo podría esperar vivir hasta que aquel suceso tuviese lugar. El
apóstol no dice: "Guarda este mandamiento entre tanto que vivas", ni "Guárdalo hasta
tu muerte", sino "hasta la aparición de Jesucristo". Estas expresiones no son en modo
algunos equivalentes. La "aparición" [επιφανεια] es idéntica a la Parusía, un suceso
que Pablo y Timoteo creían por igual que estaba cerca.
"Podemos decir con justicia que, cualquier impresión traicionada por las palabras de
que la venida del Señor ocurriría durante la vida de Timoteo, queda depurada y
corregida por la expresión καιροιζιδιοιζ [su propio tiempo] del versículo siguiente".
¡En otras palabras, la errónea opinión de una oración es corregida por la cautelosa
vaguedad de la siguiente! ¿Es posible aceptar tal declaración? ¿Hay algo en καιροιζι
διοιζ que justifique tal comentario? ¿O es tal estimación del lenguaje del apóstol
compatible con una creencia en su inspiración? No fue ninguna "impresión" lo que el
apóstol "traicionó", sino una convicción y una certeza fundadas en las expresas
promesas de Cristo y las revelaciones de su Espíritu.
"Por pasajes como éste vemos que la era apostólica sostenía lo que debería ser la
actitud de todas las épocas, una constante expectación por el regreso del Señor".
Pero, si esta expectación no era más que una falsa impresión, ¿no es la actitud de ellos
más bien una advertencia que un ejemplo? Ahora vemos (suponiendo que la Parusía
nunca tuvo lugar) que ellos acariciaban una vana esperanza y vivían en la creencia de
un engaño. Y si estaban equivocados en ésta, la más confiada y acariciada de sus
convicciones, ¿cómo podemos confiar en sus otras opiniones? Considerar a todos los
apóstoles y cristianos primitivos como envueltos en un egregio engaño sobre un tema
que ocupaba un lugar prominente en su fe y en su esperanza es asestar un golpe fatal a
la inspiración y la autoridad del Nuevo Testamento. Cuando Pablo declaró, una y otra
vez: "El Señor está cerca", no expresaba su opinión privada, sino que hablaba con
autoridad como órgano del Espíritu Santo. Las observaciones de Alford pueden ser
refutadas mejor con las palabras de su propio contra replicador al Profesor Jowett:
Encontramos el mismo tono de disculpa en las observaciones del Dr. Ellicott sobre
este pasaje:
"Puede admitirse, quizás, que los escritores sagrados han usado un lenguaje en
referencia al regreso del Señor que parece mostrar que los anhelos de esperanza casi
se habían convertido en convicciones de fe".
Sería extraño que las afirmaciones más claras, más fuertes, y más a menudo repetidas
de la fe y la esperanza de Pablo produjeran en la mente de un lector una impresión tan
débil de sus convicciones como ésta. Pero no hay titubeos en la declaración del
apóstol; no es incertidumbre lo que él pronuncia; es con tono firme y confiado que
exclama gozoso: "El Señor está cerca". No expresa sus propias conjeturas, ni su
propia esperanza, ni sus propios anhelos, sino que transmite el mensaje que se le
confió, y, como fiel testigo de Cristo, proclama por todas partes la pronta venida del
Señor.
LA APOSTASÍA MANIFESTÁNDOSE YA
2Tim. 1:12. "Es poderoso para guardar mi depósito para aquel día".
2Tim. 1:18. "Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel
día".
2Tim. 4:8. "La corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día".
En todos estos pasajes, la alusión es al "día del Señor", el día por excelencia; el día de
su aparición; la Parusía.
Todo el tenor de estos pasajes indica que Pablo consideraba "aquel día" como muy
cercano en ese momento. En espera de él, prorrumpe en júbilo triunfante, como si
estuviese a punto de recibir la corona de victoria: "He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también
a todos los que aman su venida". ¡Cuán evidentemente son esperados, como muy
cercanos, todos estos sucesos: su propia partida, su corona, "aquel día", y la aparición
del Señor! ¿Diremos que su espera era demasiado optimista? ¿Que el día todavía no
ha llegado? ¿Que su corona todavía está guardada? ¿Que Onesíforo todavía no ha
alcanzado misericordia? Esta suposición es increíble.
2Tim. 3:1-8. "También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos
peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos,
soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,
traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que
tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de
éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de
pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Éstas siempre están aprendiendo, y
nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y
Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres
corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe".
Evidentemente, "los postreros días" de este pasaje son idénticos a "los postreros
tiempos" de 1Tim. 4:1. Esto es tan obvio que no necesita ninguna prueba. El intento
de distinguir entre los "postreros" tiempos de un pasaje y el otro, que Bengel parece
sancionar, es, pues, inútil. Es apenas necesario añadir que "los postreros días" eran los
días del propio apóstol, el tiempo que era presente entonces. Él está hablando, no de
un futuro distante, sino de un tiempo que ya comenzaba; porque es claro que él traza
el cuadro de los caracteres descritos de la vida. Las indicaciones de la apostasía
venidera ya eran evidentes. "De éstos son los que", etc. (vers. 6). Se supone que
Timoteo se encontraría con aquellos tiempos, y con aquellos hombres malvados de los
cuales le exhorta a alejarse. La siguiente nota de Conybeare y Howson se acerca
mucho a la verdad, aunque no llega a la verdad total:
"Mayormente, el apóstol escribió y habló de ella (la venida del Señor) como que
tendría lugar pronto, no sin muchas y suficientes señales, sin embargo, proporcionadas
por el Espíritu, de un intervalo, no corto, que transcurriría primero".
Pero, ¿cómo ocurriría pronto un suceso, y sin embargo, ocurriría primero un período
largo? O, ¿debemos suponer que el Espíritu Santo enseñó una cosa mientras los
apóstoles escribían y hablaban otra? Si ellos dijeron lo que dijeron con respecto a la
cercanía de la Parusía cuando en realidad no tenían ningún conocimiento ni ninguna
revelación sobre el tema, claramente excedieron su comisión, y cometieron lo que la
Palabra de Dios declara como uno de los pecados más presuntuosos -- añadieron a las
palabras de la profecía que tenían la comisión de transmitir. Rechazamos la
explicación en su totalidad. No sólo no es una explicación no natural, sino
completamente inconsistente con cualquier teoría de inspiración de la palabra de Dios.
Que esta "apostasía" de la verdad ya se había instalado, es evidente por las reiteradas
exhortaciones y advertencias que el apóstol dirige a Timoteo. ¿Por qué hablaría con
tan apasionada vehemencia si el mal no haría su aparición antes de veinte o cuarenta
siglos? Es absurdo decir que Pablo escribía para beneficio de futuras edades. Él era
verdaderamente un hombre que vivía en su propio tiempo, y escribía a un hombre de
su propio tiempo con relación a cuestiones de interés actual y personal para ambos,
como cualquiera de nosotros que ahora vertiéramos nuestros pensamientos en una
carta para un amigo ausente. Hay una total irrealidad en cualquier otro punto de vista
sobre las epístolas apostólicas. Es imposible leerlas sin sentir los latidos del corazón
en cada línea; todo es vívido, intenso, vivo. No es un peligro distante, visto a través de
la bruma de los siglos, sino un peligro que es instantáneo y urgente: el enemigo está a
las puertas, y el veterano guerrero, a punto de hundirse en el campo de batalla, alienta
al joven soldado a ser fiel y a resistir hasta el fin.
2Tim. 4:1,2. "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los
vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que
instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina".
EN ESPERA DE LA PARUSÍA
Está fuera del ámbito de esta investigación discutir la cuestión de quién escribió la
Epístola a los Hebreos. Aunque no haya salido de la misma pluma que la Epístola a
los Romanos, y pocos de los que están familiarizados con el estilo de Pablo afirmarán
que no lo ha hecho, su espíritu y su enseñanza son esencialmente paulinos, y podemos
con justicia considerarla como uno de los más preciosos legados de la era apostólica.
Su valor como clave del significado de la economía levítica y como contribución a la
doctrina y la vida cristianas es inestimable; y ya sea que se la atribuyamos a Bernabé o
a Apolo, o a cualquier otro colaborador de Pablo, podemos aceptarla sin titubear, "no
como palabra de hombre, sino como la palabra de Dios, que lo es en verdad".
Heb. 1:1,2. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo".
La frase "en estos postreros días" o "en estos últimos días" muestra que el escritor
consideraba el tiempo de la encarnación y el ministerio de Cristo como el período
final de una dispensación o era. Encontramos una expresión algo similar en el cap.
9:26. "Ahora, en la consumación de los siglos" [επισυντελειατωναιωνων], en que la
referencia es a la encarnación y al sacrificio expiatorio de Cristo. Una era antigua,
llámese mosaica, judaica, o del Antiguo Testamento, estaba terminando ahora;
muchas cosas que habían parecido inamovibles y eternas estaban a punto de
desvanecerse; y "el fin del siglo" o "los postreros tiempos" habían llegado.
Puede decirse, sin embargo, que, aunque la palabra sí significa principalmente una
edad, en este caso el sentido de este pasaje requiere obviamente que traduzcamos αιω
ναζ como mundos. Debe reconocerse que suena grosero a nuestros oídos decir: "Dios
hizo los mundos por medio de Jesucristo" y muy simple y natural decir: "Él hizo el
mundo"; pero, cuando consideramos que el escritor de esta epístola no concebía
mundos en el sentido en el cual nosotros usamos ahora esa expresión, esto quizás
modifique nuestra opinión. Somos muy propensos a acreditarle al autor nuestras ideas
astronómicas, y a suponer que él se refiere al sol, la luna, y las estrellas como otros
tantos mundos. Pero no tenemos ninguna razón para creer que él tenía alguna idea
como ésa. Los cuerpos celestes eran para él luces, no mundos. Con las edades, sin
embargo, el autor de esta epístola, como hombre de letras, debe haber estado
completamente familiarizado. Entonces, ¿qué quiso decir con que Dios hizo el
universo [las edades]? Éstas eran las grandes eras, o épocas de tiempo, que la
Suprema Sabiduría había ordenado y dispuesto; los períodos del mundo, como
podemos llamarlos, que constituían actos en el gran drama de la Providencia. Parece
haber una alusión a este ordenamiento de las edades, o períodos mundiales, en Hechos
17:26: "Les ha prefijado el orden de los tiempos" [ορισαζπροστεταγµενουζκαιρου
ζ]; como también en Efe. 1:10: "La dispensación del cumplimiento de los tiempos".
Se inclina fuertemente a favor de este punto de vista el hecho de que es
sustancialmente la adoptada por los padres griegos.
Heb. 2:5. "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos
hablando".
Este pasaje aclara el tema aún más. Aquí tenemos una de las eras - el mundo venidero
- es decir, no un mundo material, sino un sistema u orden de cosas análogo a la
dispensación mosaica. Hay una evidente comparación o contraste entre la economía
mosaica y el estado nuevo o cristiano. La primera fue puesta bajo la administración de
ángeles; era "la palabra hablada por ángeles"; "por disposición de ángeles" (Hechos
7:53); fue "ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador" (Gál. 3:19). Pero
la nueva edad, el reino de los cielos, fue administrado por uno mayor que los ángeles,
el mismo Hijo de Dios; prueba de la superioridad de la dispensación cristiana sobre la
judía.
Heb. 3:14. "Con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del
principio".
Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza".
Ya hemos tenido ocasión de observar la significativa frase "el fin", como se usa en el
Nuevo Testamento. No significa hasta el fin, o el fin de la vida, sino el fin de la edad.
Alford observa correctamente:
"El fin que se tiene en mente no es la muerte de cada individuo, sino la venida del
Señor, que es llamada constantemente por este nombre".
Heb. 4:1-11. "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en
su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a
nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el
oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que hemos
creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, No
entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación
del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus
obras en el séptimo día. Y otra vez aquí: No entrarán en mi reposo. Por lo tanto,
puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció
la buena nueva no entraron por causa de desobediencia, otra vez determina un día:
Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis
hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Porque si Josué les hubiera dado el
reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de
Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como
Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga
en semejante ejemplo de desobediencia".
¿Cuál es la dirección del argumento? Es muy evidente que el objeto del escritor es
advertir a los cristianos hebreos contra la incredulidad y la desobediencia poniendo
ante ellos, por una parte, la recompensa de la obediencia, y por la otra, el castigo por
la desobediencia. Tenía a la mano un ejemplo señalado, memorable para todos los
israelitas, es decir, la renuncia a la tierra de Canaán por sus padres a consecuencia de
su incredulidad. Habían provocado al Señor para que jurase en su ira: "No entrarán en
mi reposo".
Según el punto de vista del escritor, había una notable correspondencia entre la
situación de los israelitas que se aproximaban a la tierra de la promesa y la situación
de los cristianos que esperaban el cumplimiento de su esperanza, la promesa del
reposo. Para hacer más clara esta correspondencia, el escritor muestra que el reposo
prometido al antiguo Israel, y el prometido al pueblo de Dios ahora, eran realmente
una y la misma cosa. La entrada a la tierra de Canaán no era en modo alguno el todo,
ni siquiera la parte principal, del prometido reposo de Dios. El escritor prueba esto
demostrando que, mucho después de que los israelitas se establecieron en Canaán, el
Señor, por boca de David, en el Salmo 95, repite virtualmente la promesa hecha a los
israelitas en el desierto, y le dice al pueblo: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones". La repetición de la orden implica la repetición de la promesa, y
también de la amenaza; como si Dios estuviese diciendo: "Crean, y entrarán en mi
reposo. No crean, y no entrarán en mi reposo". De aquí se sigue que hay un reposo
además y más allá del reposo de Canaán.
Luego sigue la explicación del reposo del que se habla, es decir, el "reposo de Dios",
que Él llama "Mi reposo". Ciertamente ese nombre nunca se le dio a la tierra de
Canaán, ni se le puede aplicar a nada que no sea el "reposo" del cual leemos en el
relato de la creación, cuando Dios efectivamente reposó de toda "su obra que había
hecho" (Gén. 2:2,3). Este era el sábado de Dios, el reposo que Él santificó y llamó su
reposo. Por lo tanto, debe ser a este reposo - el reposo santo, sabático, celestial - al
que se refiere principalmente la promesa. De ese reposo de Dios, Canaán era sin duda
el tipo, pues aquél era el reposo de los israelitas después de los peligros y las fatigas
del desierto; pero la posesión de Canaán estaba lejos de agotar el pleno significado de
la promesa, y por lo tanto el reposo todavía permanecía, y era guardado en reserva
para el pueblo de Dios. "Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios".
No sólo soportan las palabras este sentido, sino que no soportan ningún otro, como lo
demuestra muy bien Alford. (Véase el Testamento Griego, in loc.). Ahora podemos
ver la fuerza del argumento en su totalidad. El escritor demuestra las fatales
consecuencias de la incredulidad y la desobediencia por medio del ejemplo de los
antiguos israelitas (cap. 3:7-19). Tenían una gran promesa de entrar en el reposo de
Dios, que perdieron por su incredulidad (cal. 3:7-19). Pero aquella promesa de reposo
todavía se ofrece, y todavía se puede perder. Fue ofrecida a Israel nuevamente en el
tiempo de David y por boca de él; no se agotó por la entrada de los israelitas en
Canaán (cap. 4:4-8). En aquel entonces, la promesa se refería al estado celestial, el
reposo de Dios mismo, cuando Él guardó el sábado después de la obra de la creación
(cap. 4:3-5). Pero Cristo también guarda su sábado, habiendo cesado de la obra de
redención, como el Padre cesó de la obra de la creación (cap. 4:10). Queda, pues,
todavía un sábado, o reposo celestial, para el pueblo de Dios (cap. 4:9). Procuremos,
pues, entrar en aquel reposo de Cristo y de Dios, amonestados contra la incredulidad y
la desobediencia por el ejemplo del antiguo Israel (cap. 4:11).
Heb. 9:26. "De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el
principio del mundo [κοσµου] ; pero ahora, en la consumación de los siglos [αιωνω
ν], se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en
medio el pecado".
EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA
Heb. 9:28. "Y aparecerá por segunda vez, sn relación con el pecado, para salvar a los
que le esperan".
LA PARUSÍA SE ACERCA
Heb. 10:25. "Exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca".
Por supuesto, "el día" significa "el día del Señor", el tiempo de su aparición, la
Parusía. Ahora se había acercado; no podían verla acercándose. Sin duda, las
indicaciones de su aproximación predicha po nuestro Señor eran evidentes, y sus
discípulos las reconocieron, recordando sus palabras: "Cuando veáis que suceden
estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas" (Mar. 13:29). No es correcto
tergiversar estas palabras en un sentido no natural o doble, y decir con Alford:
"Aquel día, en su sentido grande y final, siempre está cerca, siempre listo para
irrumpir en la iglesia; pero estos hebreos vivían en realidad cerca de uno de aquellos
grandes tipos y anticipaciones de él, la destrucción de la Santa Ciudad".
Los cristianos hebreos vivían cerca de la verdadera Parusía que nuestro Señor predijo,
y su iglesia esperaba, antes de que pasara aquella generación. No es verdad que la
Parusía "está siempre cerca, y siempre lista para irrumpir sobre la iglesia". Esto no es
más cierto que decir que el nacimiento de Cristo, su crucifixión, o su resurrección
están siempre listas para irrumpir. La Parusía era tan distintamente un suceso
específico, con su lugar apropiado en el tiempo, como la encarnación o la crucifixión;
y hacer de ella una forma fantasma, que aparece y desaparece, siempre viniendo pero
nunca llegando, distante y cercana, pasada y futura, es vaciar la palabra de todo
significado. Creemos que Cristo, en su discurso profético, tenía a la vista un suceso
pleno; un suceso con un lugar en la historia y la cronología; un suceso cuyo período Él
mismo indicó claramente, no ciertamente la hora, ni el día, ni siquiera el año preciso,
pero dentro de límites bien definidos, el período de la generación existente. Tal era,
manifiestamente, la creencia del escritor de esta epístola. Para él, la Parusía era un
acontecimiento bien definido, cuya aproximación podía ver; ni puede detectarse en su
lenguaje, ni en el lenguaje de ninguna de las epístolas, ningún rastro de doble sentido,
ni de una Parusía parcial o preliminar, sino de una Parusía grande y final.
LA PARUSÍA INMINENTE
Esta declaración mira en la misma dirección que la precedente. La frase "el que ha de
venir" [οερχοµενοζ] es la designación acostumbrada del Mesías, "el que viene". Esa
venida ahora está a la mano. El lenguaje a este efecto es mucho más expresivo de la
cercanía del tiempo en griego que en inglés: "Todavía un poquitito", o, como lo
traduce Tregelles: "¡Un poquito, cuán poquito, cuán poquito!". La reduplicación del
pensamiento al final del versículo: "vendrá y no tardará" también indica la certeza y la
prontitud del acontecimiento que se aproxima. Este es el comentario de Moses Stuart
sobre este pasaje:
"El Mesías vendrá prontamente y, al destruir el poder judío, pondrá fin al sufrimiento
que vuestros perseguidores os infligen".
Esto es sólo parte de la verdad; la Parusía trajo mucho más que esto al pueblo de Dios,
si hemos de creer a las garantías dadas por los inspirados apóstoles de Cristo.
Este es un hecho que vale la pena considerar. Hasta ese momento, de acuerdo con el
autor de esta epístola, los santos del Antiguo Testamento habían estado esperando, y
todavía esperaban, el cumplimiento de la gran promesa que Dios había hecho a
Abraham y a su simiente, y todavía no habían recibido la herencia, ni habían entrado
en la patria mejor, ni habían visto la ciudad construida por Dios, que tenía
fundamentos. ¿Cómo era esto? ¿Cuál podría ser la causa de la larga demora? ¿Qué
obstáculo les impedía la entrada al pleno goce de su herencia? La pregunta ha sido
anticipada y contestada. "Aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo",
como lo indicaba la continuada existencia del templo y sus servicios (cap. 9:8). El
acceso al lugar de santidad y privilegio no se permitió sino hasta que se hubo abierto
el camino mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, el gran Sumo Sacerdote, el
Mediador del nuevo pacto; no podía conferir un título perfecto a sus súbditos por el
cual pudieran ser admitidos para entrar en posesión de la herencia (cap. 9:9). El mero
ritual no podía quitar las barreras que el pecado había erigido entre Dios y el hombre;
y por lo tanto no había entrada, ni siquiera para los fieles bajo el antiguo pacto, en los
plenos privilegios de la condición de santos e hijos. Pero esta barrera fue quitada por
el sacrificio perfecto del gran Sumo Sacerdote. "El Mediador del nuevo pacto",
mediante la ofrenda de sí mismo a Dios, redimió las transgresiones cometidas bajo el
pacto antiguo, o la economía mosaica, librando así a los súbditos de aquel pacto de
sus incapacidades, y haciéndole competente para que los escogidos "recibieran la
promesa de la herencia eterna" (cap. 9:11-15).
Es apenas necesario preguntar: ¿Qué esta herencia prometida de la cual tanto se habla
aquí, y que los santos del Antiguo Testamento esperaban en fe? Incuestionablemente,
es la que Dios prometió a Abraham, Isaac, y Jacob (ver. 9); la que los patriarcas
miraron de lejos (ver. 13); aquélla en la cual sus ilustres sucesores creyeron pero que
nunca recibieron (ver. 19). Es "la promesa de la herencia eterna" (cap. 9:15); "la
esperanza puesta delante de nosotros" (cap. 6:18); "la ciudad con fundamentos" (cap.
11:10); "una mejor, esto es, celestial" (cap. 11:16); "un reino inconmovible" (cap.
12:28). Es en realidad la verdadera Canaán; la tierra prometida; "el reposo de Dios";
"el reposo que queda para el pueblo de Dios" (cap. 4:9). Es algo de lo cual el escritor
habla de principio a fin. Regrese el lector en sus pensamientos al capítulo cuarto,
donde primero comienza la discusión con respecto al prometido reposo.
Evidentemente, aquel "prometido reposo" es idéntico a la "tierra prometida", y la
"tierra prometida" es idéntica a "la herencia prometida"; y todas estas diferentes
designaciones - ciudad, patria, reino, herencia, promesa - significan una y la misma
cosa. La Canaán terrenal no era el todo, no era la realidad, sino sólo el símbolo de la
herencia que Dios prometió a Abraham y a su simiente. Esa promesa, lejos de haberse
cumplido exhaustivamente mediante la posesión de la tierra bajo Josué, era todavía
mantenida en reserva para el pueblo de Dios. Pero ahora había llegado el tiempo en
que la herencia estaba a punto de ser entronizada y disfrutada, y los creyentes del
pacto antiguo, junto con los del nuevo, habían de entrar en seguida y juntos en el
reposo prometido.
Hay una notable correspondencia entre el argumento contenido en este pasaje y las
afirmaciones de Pablo en sus epístolas a los gálatas y a los romanos, que sirve para
arrojar luz adicional sobre todo el tema, pero también para probar cuán enteramente
paulino es el argumento de Hebreos. Seleccionamos algunos de los principales
pensamientos en Gál. 3 a manera de ilustración.
Ver. 16. "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No
dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo".
Ver. 18. "Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la
concedió a Abraham mediante la promesa".
Ver. 19. "Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones,
hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa", etc.
Ver. 22. "Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es
por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes".
Ver. 23. "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados
para aquella fe que iba a ser revelada".
Ver. 29. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y
herederos según la promesa".
Ahora bien, haciendo lugar para la diferencia en el propósito que Pablo tiene en mente
al escribir a los gálatas, se verá cuán notablemente apoyan sus afirmaciones las de la
Epístola a los Hebreos.
Rom. 4:13. "Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa
de que sería heredero del mundo [tierra, κοσµοζ = γη], sino por la justicia de la fe".
Ver. 16. "Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea
firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también
para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros".
Rom. 5:1,2. "Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en
la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios".
Tomando juntos todos estos pasajes, podemos deducir de ellos las siguientes
conclusiones:
1. Que el gran objeto de la fe y la esperanza establecidas tan constantemente en las
Escrituras como la consumación de la felicidad de los creyentes tanto bajo el Antiguo
como del Nuevo Testamento es uno y el mismo; y, ya sea que se le llame "la tierra
prometida", "la herencia prometida", "el reino de Dios", "la gloria que ha de ser
revelada", "el reposo de Dios", "la esperanza puesta delante de nosotros", todas estas
expresiones significan una y la misma cosa y apuntan a una recompensa celestial, no
terrenal.
3. Que el cumplimiento de esta promesa no podía tener lugar hasta que apareciese la
verdadera "simiente" de Abraham y se ofreciese el sacrificio de la cruz.
4. Que los santos del Antiguo Testamento tuvieron que esperar hasta entonces, antes
de que pudiesen recibir la herencia prometida - esto es, antes de que pudiesen entrar
en plena posesión y disfrute del estado celestial.
5. Que los santos del Nuevo Testamento tenían esta ventaja sobre sus predecesores
-no tuvieron que esperar la realización de su esperanza.
6. Que los santos del Antiguo Testamento, y los creyentes del Nuevo, habían de entrar
al mismo tiempo en posesión de la herencia; no "ellos sin nosotros", ni "nosotros sin
ellos", sino simultáneamente (Heb. 11:40).
Este es el punto de vista que han adoptado muchos teólogos, que fijan la resurrección
de Cristo como el período de avance y de gloria de los santos del AT. Pero es claro
que la doctrina apostólica fija ese período en la Parusía, y esto por la razón dada en la
Epístola a los Hebreos (cap. 10:12,13). Aunque el gran Sumo Sacerdote había
ofrecido su único sacrificio por el pecado; aunque se había sentado a la diestra de
Dios, su triunfo todavía no había llegado plenamente. Todavía estaba "esperando de
ahí en adelante a que sus enemigos fuesen puestos por estrado de sus pies". Al mismo
efecto es la declaración de Pablo en 1Cor. 15:22. La consumación se alcanza en etapas
sucesivas; primera, la resurrección de Cristo; después, los que son de Cristo, en su
venida; luego, "el fin". El edificio no fue coronado sino hasta la Parusía, cuando el
Hijo del hombre vino en su reino, y sus enemigos fueron puesto bajo sus pies. Esa fue
la consumación, el fin, cuando el gobierno mesiánico delegado habría de cesar; lo
ceremonial, local, y temporal habría de fundirse con lo espiritual, universal, y eterno;
cuando Dios fuese revelado como el Padre, no de una nación, sino del hombre;
cuando todas las distinciones seccionales y nacionales fuesen abolidas, y "Dios fuese
todo en todos".
Mientras tanto, cuando esta epístola se escribió, el sistema mosaico parecía intacto:
"el tabernáculo exterior" todavía estaba en pie; el judaísmo, aunque era un tronco
hueco, cuyo corazón se había deteriorado totalmente, todavía tenía una semblanza de
vigor, pero había llegado la hora en que la economía entera habría de ser suprimida.
Un diluvio de ira estaba a punto de derramarse sobre la tierra y abrumar la ciudad, el
templo, y la nación; el juicio de los impenitentes y el pueblo apóstata tendría lugar, y
los santos del AT, con los creyentes en Cristo, juntos "entrarían en el reposo" y
"heredarían el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo".
Cuando recordamos que, de acuerdo con algunos expositores, esta epístola se escribió
en el umbral de la gran guerra judía que terminó en la destrucción de Jerusalén; o,
según otros, después de su estallido, podemos concebir cuán intensa expectación debe
haber producido en los corazones cristianos aquella crisis que se aproximaba. La
largamente esperada consumación ahora no era cuestión de años, sino de meses o
días.
Antes de dejar este interesante pasaje es apropiado hacer alusión a las opiniones de
algunos de los más eminentes expositores en relación con él.
El profesor Stuart pierde el camino por completo. Declara a Heb. 11:40 "un versículo
extremadamente difícil, sobre cuyo significado ha habido multitud de conjeturas", y
expresa su opinión de que "la cosa mejor" reservada para los cristianos no es una
recompensa en el cielo; porque tal recompensa se les ofreció también a los santos de
la antigüedad.
"Tengo, pues", añade, "que adoptar otra exégesis del pasaje entero, que refiere επαγγε
λιαν [la promesa] a la prometida bendición del Mesías. Interpreto, pues, el pasaje
entero de esta manera: Los santos de la antigüedad perseveraron en su fe, aunque el
Mesías les era conocido sólo por la promesa. Nosotros estamos más obligados que
ellos a perseverar: porque Dios ha cumplido su promesa con respecto al Mesías,
colocándonos en una condición mejor adaptada a la perseverancia que ellos. Tanto es
nuestra condición preferible a la de ellos que hasta podemos decir que, sin la
bendición de que disfrutamos, su felicidad no podría haberse completado. En otras
palabras, la venida del Mesías era esencial para la consumación de su felicidad en
gloria, es decir, era necesaria para su τελειοσιζ".
Se verá que Stuart confunde por completo lo que quiere decir el escritor. La επαγγελι
α no es el Mesías, sino la herencia, la promesa de entrar en el reposo. Además, no
capta la relación del tema con el tiempo entonces presente, y que toda la fuerza del
argumento reside en el hecho de que estaba cercano el momento en que la gran
promesa de Dios se cumpliría.
"El escritor implica, como de hecho parece atestiguarlo el cap. 10:14, que el
advenimiento y la obra de Cristo han cambiado el estado de los padres y los santos del
AT en una bendición mayor y más perfecta, una inferencia que nos impone la
Escritura en muchos otros lugares. De modo que su perfección dependía de nuestra
perfección; su perfección y la nuestra fueron introducidas al mismo tiempo, cuando
Cristo 'por una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados'. De manera
que el resultado con relación a ellos es que sus espíritus, desde el tiempo en que Cristo
descendió al Hades y ascendió al cielo, disfrutan de la bienaventuranza celestial, y
esperan, junto con todos los que han seguido a su glorificado Sumo Sacerdote dentro
del velo, la resurrección de sus cuerpos, la regeneración, la renovación de todas las
cosas".
El Dr. Tholuck hace las siguientes observaciones sobre el estado de los santos que han
partido antes del advenimiento de Cristo:
"Los santos del AT se reunieron con los padres, y quizás fueron en parte trasladados a
una esfera superior de vida; pero, como la salvación completa sólo se alcanza por
medio de la unión con Cristo, cuyo Espíritu, que mora en el interior, vivificará
también nuestros cuerpos recién glorificados, así también los padres que se reunieron
con Dios tuvieron que esperar el advenimiento de Cristo, como Él mismo dijo de
Abraham, que se regocijó de ver Su día".
"Creo que los padres que murieron bajo el AT tenían una admisión más cercana a la
presencia de Dios que aquella de la cual habían disfrutado antes. Estaban en el cielo
delante del santuario de Dios, pero no eran admitidos del velo adentro, al Lugar
Santísimo, donde todos los consejos de Dios se muestran y están representados".
Mucho de lo que es verdad está mezclado aquí con algo erróneo. Todas estas
opiniones concuerdan en la conclusión de que la obra redentora de Cristo tuvo una
poderosa influencia sobre el estado de los creyentes del AT; pero ninguna de ellas
aprehendió el hecho, tan legiblemente escrito sobre la faz de esta epístola, de que no
fue sino hasta que el entramado externo del judaísmo fue barrido, y Cristo había
venido en su reino, que la herencia prometida fue abierta para los creyentes, bien del
AT o del NT, y que la Parusía fue el tiempo señalado para que ambos grupos entraran
juntos en posesión del "reposo de Dios".
Heb. 12:18-24. "Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que
ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la
trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les
hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare
el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que
Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de
Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos
millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los
cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús
el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel".
En este pasaje tenemos una poderosa exhortación a la firmeza en la fe, reforzada por
un vívido paralelo, o más bien, contraste, entre la situación de sus antepasados
hebreos mientras permanecían de pie temblando ante el monte Sinaí, y la posición
ocupada por ellos mismos, de pie, por decirlo así, teniendo delante el monte de Sion y
todas las glorias de la herencia prometida. Lo cierto es que, en esta representación,
hay tanto un paralelo como un contraste. La semejanza reside en la cercanía del
objeto - la reunión con Dios. Como los israelitas en el monte Sinaí, los cristianos
hebreos se habían acercado [προσεληλυθατε] al monte de Sion; como sus padres,
habían estado cara a cara con Dios. Pero, en otros respectos, había un fuerte contraste
en sus circunstancias. En el monte Sinaí, todo era terrible y espantoso; en el monte de
Sion, todo era adorable y atractivo. Y esta era la perspectiva que ahora tenían delante
de él. Unos pasos más, y estarían en medio de aquellas escenas de gloria y de gozo, a
salvo en la tierra prometida. No puede haber dudas con respecto a la identidad de la
escena que aquí se describe: es una visión cercana de la "herencia", "el reposo de
Dios", tan constantemente presentada en esta epístola como el ultimátum del creyente
- una vez contemplada, de lejos, por patriarcas, profetas, y santos de la antigüedad,
pero ahora visible para todos y dentro de unos días de marcha - "la ciudad con
fundamentos", "la patria mejor, a saber, la celestial".
Aquí se presenta una pregunta interesante. ¿De qué fuente extrajo el escritor esta
vívida descripción de la herencia celestial? Por supuesto, es fácil decir: Es un
pronunciamiento original del Espíritu, que habló a los profetas. Pero el autor de la
epístola evidentemente escribe como si los cristianos hebreos supiesen y estuviesen
familiarizados con las cosas de las cuales él habla. Es evidente que el cuadro del
monte Sinaí y sus circunstancias acompañantes se derivan del libro de Éxodo; y si
encontramos los materiales para el cuadro del monte Sinaí listos y a la mano en
cualquier libro particular del NT, no es incorrecto suponer que la descripción fue
tomada de allí. Ahora bien, la verdad es que encontramos cada uno de los elementos
de esta descripción en el libro de Apocalipsis; y cuando el lector compara cada
característica separada de la escena presentada en la epístola con su contraparte en el
Apocalipsis, le será fácil juzgar si la correspondencia puede o no puede ser sincera, y
cuál es el cuadro original:
Monte de Sion Apoc. 14:1
La ciudad del Dios viviente Apoc. 3:12; 21:10
La Jerusalén celestial Apoc. 3:12; 21:10
La innumerable compañía de ángeles Apoc. 5:11; 7:11
La asamblea general y la iglesia de los Apoc. 3:12; 7:4; 14:1-4
primogénitos, etc.
Dios, el Juez de todos Apoc. 20:11,12
Los espíritus de los justos hechos perfectos Apoc. 14:5
Jesús, el mediador del nuevo pacto Apoc. 5:6-9
La sangre del rociamiento Apoc. 5:9
El paralelo, o más bien el contraste, entre la situación de los antiguos israelitas que se
acercaron a Dios en Sinaí y la de los cristianos hebreos que esperaban la Parusía es
llevado aún más adelante aquí con el propósito de instar a los últimos a soportar y a
perseverar. Si era peligroso desestimar las palabras habladas desde el Monte Sinaí - la
voz de Dios por boca de Moisés - cuánto más peligroso es dar la espalda a Aquél que
habla desde el cielo, la voz de Dios por medio de su Hijo. La voz desde el Sinaí
estremeció la tierra (Éx. 19:18; Sal. 68:8); pero una convulsión más terrible estaba
cerca, por medio de la cual, no sólo la tierra, sino también el cielo, habrían de ser
removidos finalmente y para siempre.
Pero, ¿qué es este inminente y final "conmover y remover la tierra y el cielo"? Según
Alford,
"Es claramente erróneo entender, con algunos intérpretes, esta conmoción como el
mero derrumbe del judaísmo delante del evangelio, o de cualquier otra cosa que se
cumplirá durante la economía cristiana, excepto su glorioso fin y su glorioso
cumplimiento".
"El período que transcurre [antes de que este zarandeo tenga lugar] no será sino uno,
sin admitir que se divida en muchos; y ese uno es corto".
Pero, si es así, seguramente la catástrofe debe haber sido inmediata porque, sobre la
suposición de que pertenece al futuro distante, el intervalo debe ser por necesidad muy
largo, y divisible en muchos períodos, como años, décadas, siglos, y hasta milenios.
"Que el pasaje respeta los cambios que serían introducidos por la venida del Mesías, y
la nueva dispensación que Él iniciaría, es evidente por la lectura de Hageo 2:7-9. Tal
lenguaje figurado es frecuente en la Escritura, y denota grandes cambios que han de
tener lugar. Así lo explica el apóstol, en el mismo versículo siguiente. (Comp. Isa.
13:13; Hageo 2:21, 22; Joel 3:16; Mat. 24:29-37).
Aquel gran acontecimiento debía preparar el camino para un nuevo y superior orden
de cosas. Un reino que no puede ser conmovido habría reemplazar las instituciones
materiales y mutables que eran imperfectas en su naturaleza y temporales en su
duración; lo material daría lugar a lo espiritual; lo temporal a lo eterno; y lo terrenal a
lo celestial. Esta era con mucho la mayor revolución que el mundo hubiese
presenciado jamás. Trascendía con mucho en importancia y grandeza hasta la entrega
de la ley en el monte Sinaí; y como ella, estuvo acompañada por terribles señales y
maravillas, convulsiones físicas, y fenómenos portentosos. Era adecuado que
prodigios similares, y aún más terribles, acompañaran su abrogación y la apertura de
una nueva era. Que tales portentos precedieron realmente a la destrucción de Jerusalén
no tenemos dificultad en creerlo; primero, basándonos en la analogía; segundo, por el
testimonio de Josefo; y, sobre todo, por la autoridad del discurso profético de nuestro
Señor.
Pero no es tanto a cualquier nueva era sobre la tierra como al glorioso reposo y la
gloriosa recompensa del pueblo de Dios en el estado celestial a lo que el autor de la
epístola dirige la esperanza de los cristianos hebreos. En aquel reino eterno los fieles
siervos de Cristo creían que estaban a punto de entrar, y ninguna consideración estaba
más calculada para fortalecer a los débiles y confirmar a los vacilantes. "Así que,
recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella
sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego
consumidor".
EXPECTATIVA DE LA PARUSÍA
Heb. 13:14. "Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por
venir".
"Este versículo llega al lector con un tono solemne, considerando cuán corto fue el
tiempo que duró en realidad la µενουσαπολιζ [ciudad duradera], y cuán pronto la
destrucción de Jerusalén puso fin al sistema judío, que se suponía sería tan duradero".
Sant. 5:1,3. - "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.
... Habéis acumulado tesoros para los días postreros".
Esta osada acusación contra los poderosos opresores y ladrones de los pobres en los
últimos días el estado judío nos recuerda las advertencias del profeta Malaquías:
"Vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y los
adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero,
a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de
mí, dice Jehová de los ejércitos" (Mal. 3:5). Aquel juicio se acercaba ahora, y el juez
"estaba delante de la puerta".
Nada puede ser más franco que el reconocimiento que hace Alford de la importancia
histórica de esta conminación, y su expresa referencia a los tiempos del apóstol.
Dando razón de la ausencia de cualquier exhortación directa a la penitencia en esta
denuncia, dice:
"Que una exhortación como esta no aparezca aquí se debe principalmente a la cercana
proximidad del juicio que el escritor tiene delante". Nuevamente observa: "Ηοωλ [ολ
ολυξειν] es una palabra del Antiguo Testamento limitada a los profetas, y usada,
como aquí, con referencia a la cercana proximidad de los juicios de Dios".
Nuevamente: "No se debe pensar en estas miserias como el fin natural y determinado
de todas las riquezas mundanas, sino como los juicios enlazados con la venida del
Señor: comp. ver. 8, 'la venida del Señor está cerca'. Puede ser que esta expectación
todavía estuviese íntimamente ligada a la próxima destrucción de la ciudad y el
sistema político judíos, porque hay que recordar que son judíos aquellos a los que se
les dirigen estas palabras".
En su nota sobre el ver. 3, Alford da el significado del apóstol con perfecta exactitud:
"Los últimos días (es decir, los últimos días antes de la venida del Señor), etc."
Es interesante descubrir que el Dr. Manton, un teólogo que vivió en los días en que
una exégesis rigurosa no se practicaba mucho, y una exposición de la Escritura era
cualquier significado que se le atribuyera, ha discernido con gran perspicacia el
significado histórico de ésta y otras alusiones de Santiago a la Parusía. Por ejemplo,
acerca de la cláusula: "El moho de ellos devorará vuestras carnes como fuego",
Monton dice:
"Posiblemente haya aquí alguna alusión latente a la manera en que ocurrió la ruina de
Jerusalén, en la cual muchos miles de personas perecieron a causa del fuego".
Nuevamente, acerca de la cláusula: "Habéis acumulado tesoros para los días
postreros", observa: "No hay ninguna razón convincente para que tomemos esto en
sentido metafórico, especialmente puesto que, con amplio permiso del contexto, el
propósito del apóstol, y el estado de cosas en aquellos tiempos, podemos conservar lo
literal. Por lo tanto, debo entender las palabras simplemente como una intimación de
sus próximos juicios; así que me parece que el apóstol grava la vanidad de ellos al
atesorar y acumular riquezas cuando aquellos días de dispersión, fatales para la
comunidad judía, estaban a punto de sobrecogerles".
CERCANÍA DE LA PARUSÍA
Sant. 5:7. "Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor”.
"¿Qué se quiere decir aquí? (Sant. 5:7). ¿Cualquier venida particular de Cristo, o su
solemne venida a un juicio general? Respondo: Posiblemente ambas; los cristianos
primitivos creían que ambas ocurrirían juntas. 1. Puede referirse a la venida particular
de Cristo a juzgar a estos hombres impíos. Esta epístola se escribió aproximadamente
treinta años después de la muerte de Cristo, y sólo transcurrió un corto tiempo entre
ese suceso y los últimos momentos de Jerusalén, de modo que hasta la venida del
Señor significa hasta la destrucción de Jerusalén, que también se expresa en alguna
otra parte como la venida, si hemos de creer a Crisóstomo y Ecumenio acerca de Juan
21:22: 'Si quiero que quede hasta yo venga', esto es, dicen ellos, venga a la
destrucción de Jerusalén".
Luego, continúa dando un significado alterno, se acuerdo con la costumbre de los
expositores del doble sentido.
Acerca del versículo octavo: "Porque la venida del Señor se acerca", Manton observa:
"O a ellos primero para un juicio particular; porque no quedaban sino unos pocos
años, y entonces todo se perdió; y probablemente eso es lo que los apóstoles quieren
decir cuando hablan tan a menudo de la cercanía de la venida de Cristo. Pero, se dirá:
¿Cómo podría esto ser propuesto como argumento de paciencia a los piadosos hebreos
que Cristo vendría y destruiría el templo y la ciudad? Respondo: (1) El tiempo del
solemne proceso judicial de Cristo contra los judíos fue el tiempo en que Él se
defendió con honor de sus adversarios, y el escándalo y el reproche de su muerte
habían pasado. (2) La proximidad de su juicio general terminó la persecución; y
cuando los piadosos eran atendidos en Pella, los incrédulos perecían por la espada
romana", etc.
Acerca del vers. 9: "He aquí, el juez está delante de la puerta", Manton descarta por
completo el doble sentido, y da la siguiente explicación irreprochable:
"Había dicho antes: 'La venida del Señor se acerca'; ahora añade que 'está delante de
la puerta', una frase que no sólo implica la certeza, sino lo súbito, del juicio. Véase
Mat. 24:33: 'Sabed que está cerca, aún a las puertas', de modo que esta frase da a
entender también la rapidez de la ruina de los judíos".
Es fácil ver que la perdonable ansiedad por encontrar un uso actual didáctico y
edificante en toda la Escritura reside en la base de gran parte de la exposición de
teólogos como Manton, y les inclina a adoptar significados alternos y ajustes, que una
exégesis estricta no puede admitir. Pero el lenguaje del apóstol en este caso no
necesita ninguna explicación, pues habla por sí solo. Muestra la actitud de expectativa
y la esperanza con la que las iglesias apostólicas esperaban la manifestación del
regreso de su Señor. Una iglesia perseguida necesitaba paciencia bajo las injusticias
infligidas por sus opresores. Su clamor era: ¡Oh, Señor! ¿Hasta cuándo? Se
consolaban con la certeza de que el día de liberación estaba cerca; "el juez", el
vengador de sus injusticias ya estaba "delante de la puerta". "Aún un poquito, y el que
ha de venir vendrá, y no tardará". ¿Cómo es posible reconciliar esta confiada
esperanza de una liberación casi inmediata con una consumación todavía futura
después de que hubiesen pasado dieciocho siglos? No hay sino dos alternativas
posibles: o Santiago y los otros apóstoles estaban burdamente engañados en su
esperanza de la Parusía, o aquel acontecimiento sí ocurrió, de acuerdo con su
esperanza y la predicción del Señor, al final de la era judía. Si adoptamos esta última
alternativa, la única compatible con la fe cristiana, tenemos que aceptar la inferencia
de que la Parusía era la gloriosa aparición del Señor Jesucristo para abolir la
dispensación mosaica, ejecutar juicio sobre la nación culpable, y recibir a su fiel
pueblo en su reino y su gloria celestiales.
Es evidente que esta epístola, como la de Santiago, pertenece al período llamado "los
últimos días". Como el otro testigo y hermano apóstol suyo, Santiago, Pedro dirige
sus exhortaciones a los cristianos hebreos de la dispersión; porque ésta es la única
interpretación natural del título que se les da en el primer versículo. El contenido
manifiesta de modo suficiente que la epístola se escribió en un tiempo de sufrimiento
por amor a Cristo. Los discípulos estaban "cargados de muchas tentaciones", pero un
tiempo de prueba más severo se aproximaba, y por esto se les exhortaba a prepararse.
"Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si
alguna cosa extraña os aconteciese" (1Ped. 4:12). Son consolados, además, con la
expectativa de una liberación rápida y final.
Es necesario leer esta epístola a la luz de las circunstancias reales del tiempo en que se
escribió y de las personas a quienes se les escribió. Cualesquiera sean sus usos y las
lecciones para otros tiempos y personas, no debe perderse de vista su relación
primaria y especial con los judíos de la dispersión en la era apostólica.
1Ped. 1:5. "Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero”.
Cada una de las palabras de este discurso de apertura está llena de significado, e
implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva. En el ver. 4, tenemos
una alusión muy clara a la "herencia", que es el tema de una porción tan grande de la
Epístola a los Hebreos, es decir, la Canaán verdadera, "el reposo que queda para el
pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama "la herencia reservada en el
cielo" y representa la entrada en ella por los creyentes como muy cercana. La
salvación está "preparada para ser manifestada". Lo que esta "salvación" significa es
muy evidente; no es la glorificación personal de las almas individuales a la muerte,
sino una liberación grande y colectiva, en la cual el pueblo de Dios ha de participar de
modo general: una salvación como la que Dios ejecutó para Israel a las orillas del Mar
Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la misma palabra con referencia a esta misma
consumación próxima: "Ahora está nuestra salvación más cerca que cuando creímos"
(Rom. 13:11).
La gran liberación general no era un suceso distante, estaba ahora "preparada para ser
revelada", en la misma víspera de hacerse manifiesta. Como observa Alford, la
palabra ετοιµην [preparada] es más fuerte que µελουσαν. Entender esto como que se
refiere a creyentes individuales que entran al cielo uno por uno a la hora de la muerte,
o como la entrada a un estado celestial que todavía no ha sido concedido, es
absolutamente repugnante al claro sentido de las palabras.
La salvación está lista para ser revelada en "el tiempo postrero", es decir, "ahora", el
tiempo que era presente entonces. Ya hemos tenido ocasión de observar que los
apóstoles llaman a su propio tiempo "el tiempo postrero". Ellos creían y enseñaban
que estaban viviendo en los últimos tiempos, y esto debe poder reconciliarse con los
hechos, si su crédito como fieles y autorizados testigos ha de mantenerse. Estaban
justificados en su creencia: vivían en los últimos tiempos, en el período final de la era
o época judía. En el versículo veinte de este capítulo encontramos que se da la misma
designación al tiempo de la encarnación de Cristo: "Quien fue manifestado en los
postreros tiempos [al final de los tiempos] por amor de vosotros". Decir que el apóstol
considera el período entero desde el principio de la dispensación del Nuevo
Testamento hasta la venida de Cristo en gloria, en una época futura y posiblemente
todavía distante, como un corto tiempo llamado los últimos días, es una interpretación
sumamente antinatural y forzada. Es evidente que el apóstol habla de un período de
crisis, y hacer que una crisis se extienda por miles de años es violentar, no sólo el
sentido gramatical de las palabras, sino la naturaleza de las cosas.
A riesgo de ser repetitivos, podemos observar aquí que, de acuerdo con el uso del
Nuevo Testamento, debemos concebir el período entre la encarnación de Cristo y la
destrucción de Jerusalén como el fin de una época o era. Fue al final de la era [επισυν
τελειατωναιωνων = cerca del final de la época] que "Cristo apareció para quitar de
en medio al pecado, por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26). Este período entero de
alrededor de setenta años se considera como "el tiempo postrero", pero es natural que
la frase tuviese un acento más fuerte cuando la guerra de los judíos, el principio del
fin, estaba a punto de estallar, si ya no había comenzado.
1Ped. 1:13. "Esperad por completo [τελειωζ] en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado".
1Ped. 3:18-20. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo
por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero
vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,
los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de
Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca", etc.
De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras, parece, pues, que no
hay escapatoria a la interpretación de que nuestro Señor, después de su muerte en la
cruz, fue, en su estado desencarnado, al Hades, el lugar de los espíritus que han
partido, y allí hizo proclamación [predicó] a los espíritus aprisionados, es decir, los
antediluvianos, los que en los días de Noé no creyeron a las advertencias del profeta y
perecieron en el diluvio. Ésta, que es la interpretación más antigua, es ahora
generalmente aceptada por los críticos más eminentes. Es la que está incluida en el
Credo de los Apóstoles; tiene la sanción de Lutero y de Calvino; y parece estar
apoyada por otros pasajes en la Escritura que están en armonía con esta explicación.
En el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:27-31), hay una clara alusión
al alma de Cristo en el Hades; también en Efe. 4:9): "Y eso de que subió, ¿qué es, sino
que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?" Es difícil
suponer que el entierro del cuerpo es todo lo que significan las palabras de que
descendió a las partes más bajas de la tierra.
Queda la pregunta más importante: ¿Cuál era el objeto de que nuestro Señor
descendiera al Hades? Difícilmente puede dudarse de que fue por gracia. El apóstol
dice: "Predicó [εκηρυξεν] a los espíritus encarcelados" - ¿y qué podría predicar sino
alegres nuevas? Este hecho da un significado nuevo y mayor a los términos de la
comisión de nuestro Señor: "Me ha enviado a publicar libertad a los cautivos, y a los
presos apertura de la cárcel" (Isa. 61:1). La hipótesis del obispo Horsley y de otros de
que aquellos espíritus encarcelados eran en realidad santos, o por lo menos penitentes,
que esperaban el período de su salvación plena, apenas requiere ser refutada. Si algo
está claro en relación con esta cuestión es que eran los espíritus de los que habían
perecido por su desobediencia, y en su desobediencia. Como hace notar el obispo
Ellicott, απειθησασιν significa, no "los que fueron desobedientes", sino "por cuanto
fueron desobedientes".
Pero, puede decirse, ¿por qué fueron escogidos los antediluvianos desobedientes como
objetos de esta misión de gracia? ¿No había otras almas perdidas en el Hades, y por
qué debían éstas encontrar gracia por encima de las demás? El obispo Horsley acepta
que esta es una dificultad, y la que más azoramiento causa a su interpretación. Alford
encuentra una razón, si le entendemos bien, en el modo en que murieron. "La razón de
mencionar a estos pecadores aquí por encima de otros pecadores parece ser su
relación con el tipo de bautismo que sigue"; pero esto ciertamente es atribuir a esa
institución una eficacia más allá de las más atrevidas teorías de la regeneración
bautismal. Nos aventuramos a sugerir que la verdadera razón reside en la naturaleza
de aquel gran acto judicial que tuvo lugar en el diluvio. Aquél fue el fin de una época
o era, y terminó en una catástrofe, pues la época en progreso entonces estaba a punto
de terminar. Los dos casos eran análogos. Así como el diluvio fue el fin y la
consumación de una era o un período mundial anterior, así también la destrucción de
Jerusalén y la abrogación de la economía judía estaban a punto de poner fin al período
mundial o era existente. ¿Qué puede ser más natural, en vísperas de una catástrofe
como la que anticipaba el apóstol, que hacer alusión a la catástrofe de una era
anterior? ¿Qué puede ser más pertinente que hacer notar el hecho de que la "salvación
venidera" tenía un efecto retrospectivo sobre aquellas épocas idas? No es difícil ver la
conexión de las ideas en el tren de pensamiento del apóstol. El diluvio fue la συντελε
ιατουαιωνοζ del tiempo de Noé; otra συντελεια estaba muy cerca. El "mundo
antiguo, que entonces era", pereció en las aguas bautismales del diluvio; el "mundo
que ahora es" - el orden mosaico, el sistema político y el pueblo judíos - estaban
apunto de ser inmersos en un bautismo de fuego (Mal. 4:1; Mat. 3:11,12; 1 Cor. 3:13;
2Tes. 1:7-10). ¿No era apropiado mostrar que la obra redentora de Cristo unía, y en
realidad cubría, ambas épocas, y miraba hacia atrás sobre el pasado, así como hacia
adelante, al futuro?
Steiger, que trata el pasaje entero de una manera extremadamente franca y erudita,
dice:
"El sentido simple y literal de las palabras en este versículo (19), considerado en
relación con el siguiente, nos obliga a adoptar la opinión de que Cristo se manifestó a
los muertos incrédulos". "Tenemos que admitir que el discurso aquí es el de una
proclamación del evangelio entre los que habían muerto en incredulidad, pero no
sabemos si encontró entrada en muchos o en pocos". "La expresión ενφυλακη (que el
siríaco traduce como Seol; los padres la usan como sinónimo de Hades) muestra que
el discurso sólo puede referirse a los incrédulos". "El que yació bajo la muerte, entró
al imperio de la muerte como conquistador, proclamando libertad a sus súbditos
encarcelados".
"Entonces, de todo lo que se ha dicho se infiere que, junto con la gran mayoría de los
comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas palabras significan que
nuestro Señor, en su estado incorpóreo, en efecto fue al lugar de detención de los
espíritus que habían partido, y allí anunció su obra de redención, y predicó la
salvación, de hecho, a los espíritus incorpóreos de los que rehusaron obedecer la voz
de Dios cuando el juicio del diluvio se cernía sobre ellos. Por qué se menciona a éstos
más bien que a otros - ya sea meramente como muestra de una obra de gracia
semejante para otros, o por alguna razón especial que no nos podemos imaginar - no
lo sabemos".
En un interesante discurso sobre "El Estado Intermedio", del Rev. J. Stratten, ocurren
las siguientes observaciones:
"Si este pasaje no significara nada más que el Espíritu Santo ayudó a Noé a
predicarles a los antediluvianos, es una manera por demás oscura, enmarañada, e
inexplicable de expresar un principio bien claro y sencillo. ¿Querría alguno de
nosotros emplear este lenguaje, o alguno como él en absoluto, para expresar esa
opinión? Creo que no, y esto parece ser sólo el refugio de una mente que no
comprende al apóstol, o busca malinterpretarlo".
Aquí podemos observar, de pasada, que esta liberación del Hades sirve para ilustrar
vívidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El postrer enemigo que será
destruido es la muerte".
CERCANÍA DEL JUICIO Y
DEL FIN DE TODAS LAS COSAS
1Ped. 4: 5,7. "Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos
y a los muertos. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en
oración".
En estos pasajes, encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado
antes, una clara comprensión del juicio y del fin como cercanos.
En el ver. 5, el apóstol da a entender que Dios estaba a punto se sentarse a juzgar a los
vivos y a los muertos. No es posible que esto se refiera a aquel acto de juicio que está,
como creemos, siempre cercano a todo hombre, en el mismo sentido en que la muerte
y la eternidad están siempre cercanas. Obviamente, es una adjudicación solemne,
pública, y general, en la cual los vivos y los muertos estaban juntos para responder por
sí mismos ante el tribunal de Dios. Este enfoque del juicio se deriva del enfoque de la
Parusía, que se indica tan claramente en 1:5. Todo lo que se ha afirmado con relación
a ese pasaje se aplica con igual fuerza a este; ετοιµωζεχοντι = estar preparado para
juzgar, es una expresión más fuerte que µελλοντι, y de ninguna manera puede
referirse a ningún suceso que no sea a uno casi inmediato.
No menos decisiva es la declaración del ver. 7: "El fin de todas las cosas se acerca".
Cualquier cosa que se quiera decir con ese fin, es seguro que el apóstol la concibe
como cercana, pues la considera motivo para velar en oración. Para captar toda la
fuerza de la exhortación, tenemos que ponernos en la situación de estos cristianos
apostólicos. Al disminuir, año tras año, la distancia hacia la desaparición de la
generación que vio y rechazó al Hijo del hombre, la anticipación de la llegada de la
gran consumación predicha debe haberse vuelto más y más vívida en las mentes de los
creyentes cristianos. No nos toca a nosotros establecer cuáles eran sus conceptos en
cuanto a la naturaleza y la extensión de aquella consumación; o si se imaginaban o no
que ella involucraba la disolución de toda la armazón y todo el tejido del mundo
material. Tenemos que ver, no con las opiniones privadas de los apóstoles, sino con
sus pronunciamientos en público. Pero la consumación descrita por nuestro Señor
como "el fin", y "el fin del siglo" se acercaba rápidamente no es una cuestión abierta a
debate, sino un punto de fe, que involucraba la verdad de todas sus afirmaciones. No
puede haber duda de que, en un sentido judaico o religioso, esto es, por lo que
concernía al sistema nacional y eclesiástico del judaísmo, "el fin de todas las cosas se
acercaba". La destrucción de todo lo que contemplaban los ojos de nuestro Señor
mientras estaba sentado en el monte de los Olivos se acercaba rápidamente. Esta es la
clave de lo que quiere decir Pedro en este pasaje, y proporciona la única explicación
sostenible y bíblica.
Citamos, con entera satisfacción y aprobación, las observaciones de un juicioso
expositor sobre el pasaje que nos ocupa:
"Está bastante claro que, en las predicciones de nuestro Señor, las expresiones 'el fin',
y probablemente 'el fin del mundo', se usan con referencia a la total disolución de la
economía judía. Los sucesos de ese período fueron predichos muy minuciosamente, y
nuestro Señor afirmó claramente que no pasaría la generación existente antes de que
se cumplieran todas las cosas con respecto a 'este fin'. Éste habría de ser un período de
sufrimiento para todos; de prueba, severa prueba, para los seguidores de Cristo; de
juicios terribles sobre sus opositores judíos, y de glorioso triunfo para la religión de
Jesús. A este período se hacen repetidas referencias en las epístolas apostólicas.
'Conociendo el tiempo', dice el apóstol Pablo, 'de que ya es hora de despertar del
sueño, porque ahora está más cerca nuestra salvación que cuando creímos. La noche
está avanzada; se acerca el día'. 'Sed pacientes', dice el apóstol Santiago, 'y estad
firmes en vuestros corazones: porque la venida del Señor se acerca'. 'El juez está
delante de la puerta'. Las predicciones de nuestro Señor deben haber sonado muy
familiares a los oídos de los cristianos en el tiempo en que esto se escribió. Con una
mezcla de asombro y gozo, temor y esperanza, deben haber estado esperando su
cumplimiento: "esperando las cosas que vendrían sobre la tierra"; y era peculiarmente
natural que Pedro se refiriese a estos sucesos, y que se refiriese a ellos con palabras
similares a las usadas por nuestro Señor, pues él había sido uno de los discípulos que,
sentados con su Señor y teniendo a la vista la ciudad y el templo, le habían oído hacer
estas predicciones.
"Los cristianos que habitaban en Judea tenían un interés peculiar en estas predicciones
y su cumplimiento. Pero todos los cristianos tenían un profundo interés en ellas. Los
cristianos de las regiones en las cuales vivían aquéllos a los cuales escribía Pedro eran
principalmente judíos convertidos. Como cristianos, tenían razón para regocijarse en
la esperanza del cumplimiento de las predicciones, pues confirmaban grandemente la
verdad del cristianismo y eliminaban algunos de los mayores obstáculos que se
oponían a su progreso, como las persecuciones por parte de los judíos, y el confundir
el cristianismo con el judaísmo por parte de los gentiles, que estaban acostumbrados a
considerar a los profesantes cristianos como una secta judía. Pero, mientras se
regocijan, lo hacen "con temblor", pues su Señor había indicado claramente que sería
un tiempo de severa prueba para sus amigos, así como de terrible venganza para sus
enemigos. 'El fin de todas las cosas', que estaba cerca, parece ser lo mismo que el
juicio de los vivos y los muertos, en que el Señor estaba a punto de entrar - un juicio,
el tiempo para el cual había llegado, que habría de comenzar por la casa de Dios, los
judíos incrédulos, en el cual los justos apenas se salvarían, y los impíos y los inicuos
serían castigados terriblemente.
"La contemplación de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para
funcionar como motivación para la sobriedad y la vigilancia con oración. Éstos eran
exactamente los temperamentos y los ejercicios requeridos de manera peculiar en tales
circunstancias, y exactamente las disposiciones y ocupaciones requeridas por nuestro
Señor cuando hablaba de aquellos días de prueba y de ira: 'Mirad también por
vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y
de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros. Porque como un lazo
vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra. Velad, pues, en todo
tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que
vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre'. [Luc. 21:34-36]. Es difícil
creer que el apóstol no tuviese en mente estas mismas palabras cuando escribió el
pasaje que nos ocupa". - Expository Discourses sobre 1 Pedro, por el Dr. John Brown,
Edinburgh, vol. ii, pp. 292-294.
1Ped. 4:6. "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos [κ
αινεκροιζευγηγελισθη], para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios”.
Quizás apenas pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del ámbito de esta
discusión, puesto que no parece tener ninguna relación directa con el tiempo de la
Parusía; y su extrema dificultad podría ser una buena razón para evitar examinarlo en
absoluto. Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la escatología del Nuevo
Testamento, y como no tenemos ningún derecho a considerarlo como
desesperadamente insoluble, parece mejor no pasarlo por alto en silencio.
Puede haber pocas dudas de que éste es uno de una clase de pasajes difíciles que,
aunque oscuros para nosotros, eran inteligibles y fáciles para los lectores originales de
las epístolas. (Véase 1Cor. 11:10; 15:29). Una alusión de pasada podría invocar todo
un tren de ideas en sus mentes, de manera que comprendieron fácilmente lo que a
nosotros nos desconcierta sin remedio. Paley, en su Horae Paulinae, cap. 10, No. 1,
advierte de esta dificultad en una correspondencia real que caiga en manos de una
tercera persona.
Ahora examinemos esa afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el
evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios".
Puede decirse ciertamente que aquí hay tantas dificultades como palabras. ¿Cuándo,
dónde, y por quién fue predicado el evangelio a los muertos? ¿Quiénes eran los
muertos a quienes se les predicó el evangelio? ¿Por qué se les predicó? ¿Cómo podían
los muertos ser juzgados en carne según los hombres? ¿Cómo podían vivir en espíritu
según Dios? ¿Y cómo es que la predicación del evangelio a los muertos produjo este
resultado, "para que vivan en espíritu según Dios"?
No serviría de nada repasar la multitud de explicaciones de este oscuro pasaje que han
sido propuestas por diferentes comentaristas. Baste examinar una o dos de las más
plausibles.
A la pregunta: ¿Quiénes eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado el
evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son los que, estando muertos
ahora, estaban vivos en la carne cuando el evangelio se les predicó. Ésta sería una
solución fácil si fuese permitido interpretar así las palabras del apóstol; pero esta
explicación tiene una objeción fatal: hace expresar al apóstol un hecho muy simple y
sencillo de un modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las palabras mismas
rechazan tal explicación. Alford no habla con demasiada fuerza cuando dice:
"Si και νεκροιζ ευηγγελισθη puede significar 'el evangelio fue predicado durante
sus vidas a algunos que ahora están muertos', la exégesis ya no tiene ninguna regla
fija, y a la Escritura se le puede hacer probar cualquier cosa".
Otros suponen que debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son los
espiritualmente muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables: primera, no
discrimina una clase particular, pues todos los hombres están espiritualmente muertos
la primera vez que se les predica el evangelio; y segunda, atribuye a la palabra νεκροι
[los muertos] un significado diferente del que tiene la misma palabra en el ver. 5 - "los
vivos y los muertos". Según esta interpretación, la palabra "muertos" se usa
literalmente en el ver. 5, y en un sentido ético en el ver. 6. Pero, como dice Alford con
justicia:
"Son falsas todas las interpretaciones que no atribuyen a la palabra νεκροιζ del ver. 6
el mismo significado de νεκροιζ en el ver. 5; es decir, el de muertos, literal y
simplemente; hombres que han muerto, y están en sus tumbas".
Pero, cuando examinamos más de cerca la afirmación del apóstol, descubrimos que
esta aplicación de sus palabras de ninguna manera se ajusta a las personas designadas
como "los espíritus encarcelados". ¿Cómo se podría decir que los antediluvianos
serían "juzgados en carne según los hombres"? Ellos perecieron por la visita de Dios,
no por el juicio o la acción de los hombres, y parece evidente que la cláusula
subsiguiente - "para que vivan en espíritu según Dios" - implica la reversión de la
condenación humana que había sido impuesta sobre los muertos mientras estaban en
el cuerpo.
Ninguna de las explicaciones ordinarias, pues, parece llenar los requisitos del caso.
Esos requisitos son: encontrar una clase de muertos a los cuales se les predicó el
evangelio después de haber muerto; una clase de los que fueron condenados a muerte,
mientras estaban en la carne, por el juicio de los hombres, pero que están destinados a
vivir en espíritu, según el juicio de Dios, y que esto sea consecuencia de haberles sido
predicado el evangelio después de haber muerto.
"Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos
por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz,
diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre
en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que
descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus
consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos".
Esto parece llenar exactamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos a los ν
εκροι, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados en carne, por el juicio
del hombre, o "según los hombres"; habían sido ejecutados "por la palabra de Dios, y
por el testimonio que tenían". Encontramos una consoladora declaración que se les
hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la epístola una laguna que ha sido
llenada en la visión apocalíptica, porque se nos informa de lo que condujo a este ευαγ
γελιον que se les llevó; se les asegura que en un poco de tiempo su causa sería
vindicada, según sus oraciones; mientras tanto, se le da a cada uno de ellos "una
vestidura blanca", símbolo de pureza y de victoria, y que seguramente es equivalente a
ser justificado por el juicio divino.
Por último, podemos señalar la íntima relación entre la afirmación del apóstol, así
interpretada, y el argumento que está adelantando. Era apropiado asegurarles a los
creyentes perseguidos que su causa estaba asegurada en las manos de Dios; que,
aunque fuesen llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su sangre hasta
la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios les vindicaría prontamente,
pues Él estaba a punto de hacer comparecer a sus perseguidores ante su tribunal. Esta
era la lección de la parábola de la viuda inoportuna, y quizás aún más de la visión de
las almas de los mártires bajo el altar, a la cual parece aludir más particularmente el
lenguaje del apóstol - "Porque para esto se hizo una consoladora declaración aun a
los muertos, para que, aunque habían sido condenados en la carne por el injusto
juicio de los hombres, pudieran disfrutar de la vida eterna en su espíritu, según el
justo juicio de Dios".
Estas palabras indican claramente que en ese tiempo y por todas partes los cristianos
estaban pasando por un severo cernimiento y una severa prueba - "un fuego de
prueba". Y no meramente un fuego de prueba, sino la prueba, por largo tiempo
predicha y esperada, vale decir, la gran tribulación que habría de preceder a la
Parusía. Los apóstoles advirtieron a los discípulos: "Es necesario que a través de
muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). El Señor mismo
les había enseñado esto, especialmente en su discurso profético.
Otra indicación del tiempo se encuentra en el ver. 13: "En la revelación de su gloria".
La Parusía es siempre representada trayendo alivio de la persecución, y recompensa al
sufriente pueblo de Dios. Ya hemos visto que la gloria estaba "a punto de ser
revelada", y encontraremos la misma seguridad repetida en el cap. 5:1.
1Ped. 4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si
primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquéllos que no obedecen al
evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío
y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden
sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”.
Vale la pena observar cuán diferente del tono de Pedro es el de Pablo en la segunda
epístola a los Tesalonicenses al hablar del día del Señor. Pedro declara que el día del
cual dice Pablo que todavía no ha llegado, y que no es posible sino cuando la
apostasía aparezca por primera vez, había llegado. La catástrofe era ahora inminente.
"Dios estaba preparado para juzgar a los vivos y a los muertos"; "el tiempo para que
comenzara el juicio había llegado". La importancia de estas palabras se volverá
evidente si consideramos que esta epístola se escribió muy cerca del estallido de la
guerra de los judíos, si no después de que ya había comenzado.
De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios" apenas puede haber
dudas. Hay una manifiesta alusión en el lenguaje del apóstol a la visión del profeta
Ezequiel (cap. 9). El profeta ve una pandilla de hombres armados encargados de ir por
la ciudad (Jerusalén) y matar a todos los viejos y los jóvenes que no tuvieran el sello
de Dios sobre sus frentes. A los ministros de la venganza se les ordena comenzar la
obra de juicio en la casa de Dios: "Comenzaréis por mi santuario". El apóstol ve esta
visión a punto de cumplirse en la realidad. El juicio debe comenzar por la casa de
Dios, y el tiempo ha llegado. Puede ser una cuestión de si, por la casa de Dios, el
apóstol quiere decir el templo de Jerusalén, como indicaría la profecía de Ezequiel, o
la casa espiritual de Dios, la iglesia cristiana. Puede ser que ambas ideas estuviesen
presentes en su mente, y podrían haber estado, pues ambas se estaban verificando en
ese momento. La persecución de la iglesia de Cristo ya había comenzado, como
testifica la epístola, y el círculo de sangre y fuego se estrechaba alrededor de la ciudad
y el templo de Jerusalén condenados a la destrucción.
Es perfectamente claro que todo esto se dice con referencia a un suceso particular e
inminente, una catástrofe que estaba a punto de tener lugar; y no hay ninguna otra
explicación posible, aparte de la que se ve de modo palpable en las páginas de la
historia, el juicio de la culpable nación del pacto, con la destrucción de la casa de Dios
y la disolución de la economía judía.
Las siguientes observaciones del Dr. John Brown expresan bien el sentido de este
pasaje:
"Aquí parece haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que los cristianos
primitivos tenían razón para esperar. Cuando consideramos que esta epístola se
escribió muy poco antes del comienzo de aquella terrible escena de juicio que terminó
con la destrucción del sistema político y civil de los judíos, y que nuestro Señor había
predicho tan minuciosamente, apenas podemos dudar de la referencia en la expresión
del apóstol. Después de haber especificado guerras y rumores de guerras, hambres,
pestilencias, y terremotos, como síntomas del 'principio de dolores', nuestro Señor
añade: 'Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de
todas las gentes por causa de mi nombre' (Mat. 24:9). 'Os entregarán a los concilios, y
en las sinagogas os azotarán', etc. (Mar. 13:9).
"Este es el juicio que, aunque debía caer con mayor peso sobre la Tierra Santa, era
claro que debía extenderse a dondequiera que se encontrasen judíos y cristianos, 'pues
donde estén los cuerpos muertos, allí se juntarán las águilas', lo cual debía comenzar
en la casa de Dios, y habría de ser tan severo que 'los justos con dificultad se
salvarían'. Sólo se salvarían los que soportasen la prueba, y muchos no la soportarían.
Todos los verdaderamente justos se salvarían; pero muchos que parecían justos no
perseverarían hasta el fin, y por eso no se salvarían, etc. Algunos han supuesto que la
referencia es a la persecución por parte de Nerón, que precedió por algunos años a las
calamidades que acompañaron a las guerras de los judíos y a la destrucción de
Jerusalén". Dr. John Brown sobre 1Ped. vol. 7, p. 357.
1Ped. 5:1. "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con
ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la
gloria que será revelada”.
1Ped. 5:4. "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la
corona incorruptible de gloria”.
Sin duda lo hizo; también Pablo, y Santiago, y Juan, y toda la iglesia apostólica; y lo
creyeron por la más alta autoridad, la palabra de su divino Maestro y Señor.
No es parte de nuestro plan discutir las preguntas difíciles y no resueltas con respecto
a si la Segunda Epístola de Pedro es genuina y auténtica o no, y el problema no
resuelto del capítulo segundo. En vista de las dificultades que presenta en su
enseñanza escatológica, quizás podríamos declinar la aceptación de su autoridad, pero
la aceptamos como está, creyendo honestamente que contiene indubitable evidencia
interna de su origen apostólico. Parece haber sido escrita no mucho tiempo después de
la primera epístola, y muy poco antes de la muerte del apóstol (cap. 1:14). Alford da
la fecha, de modo conjetural, como el año 68 d. C.
2Ped. 3:3,4. "Sabiendo primero esto, que en los primeros días vendrán burladores,
andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de
su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas
permanecen así como desde el principio de la creación”.
Los burladores a los que se alude en este pasaje son sin duda las mismas personas
cuyo carácter se describe en el capítulo anterior. La incredulidad en las promesas y las
amenazas de Dios, especialmente en cuanto a su juicio venidero, es la característica de
estos hombres malvados de los "postreros días". Con la descripción de estos
incrédulos, se nos recuerda la predicción de nuestro Señor con referencia al mismo
período: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" (Luc.
18:8). Vale la pena notar también que el apóstol, al contestar el argumento derivado
de la estabilidad de la creación, se refiere a la catástrofe del diluvio como ilustración
del poder de Dios para destruir a los impíos: la misma ilustración empleada por
nuestro Señor al referirse al estado de cosas en la Parusía (Mat. 24:37-39).
No hay que olvidar que Pedro está hablando, no de una catástrofe distante, sino de una
catástrofe inminente. Los "postreros días" eran los días que en ese momento eran
actuales (1Ped. 1:5,20), y que los burladores de los que se habla existían realmente
(cap. 3:5): "Éstos ignoran voluntariamente", etc.
ESCATOLOGÍA DE PEDRO
2Ped. 3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por
la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de
los hombres impíos. ... Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el
cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán
deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". Puesto que todas
estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa
manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el
cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se
fundirán!. Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales mora la justicia”.
Las imágenes empleadas aquí por el apóstol sugieren de modo natural la idea de la
disolución total, por medio del fuego, de la sustancia y la estructura de la creación
material, no sólo de la tierra, sino también del sistema al cual pertenece; y este es, sin
duda, el concepto popular de la consumación final que se espera ponga fin al actual
orden de cosas. Sin embargo, un poquito de reflexión y una mayor familiarización con
el lenguaje simbólico de la profecía serán suficientes para modificar esta conclusión, y
llevarnos a una interpretación más de acuerdo con la analogía de descripciones
similares en los escritos proféticos. Primero, es evidente, por la naturaleza del asunto,
que esta conflagración universal, como puede llamársele, era considerada por el
apóstol como a punto de tener lugar: "El fin de todas las cosas se acerca" (1Ped. 4:7).
La consumación estaba tan cercana que se describe como un suceso al cual debían
mirar "esperando y apresurándose" (ver. 12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que
habla aquí el espíritu de profecía no podría ser la destrucción o disolución literal del
globo terráqueo y el universo creado. Pero que, en el momento en que esta epístola se
escribió, era inminente una catástrofe terrible y casi inmediata; que el "día del Señor",
predicho por tanto tiempo, estaba realmente cerca; que el día realmente llegó,
rápidamente y de repente; que vino "como ladrón en la noche"; que un llameante
diluvio de ira y de juicio les sobrevino al territorio culpable y a la nación culpable de
Israel, destruyendo y disolviendo sus cosas terrenales y celestiales, es decir, sus
instituciones temporales y espirituales, es un hecho impreso indeleblemente en las
páginas de la historia. El momento para el cumplimiento de estas predicciones ahora
había llegado, y cuando el apóstol escribió fue para declarar que era el "tiempo
postrero", y los sarcasmos de los burladores estaban verificando los hechos. Por lo
tanto, llegamos a la inevitable conclusión de que era la catástrofe final de Judea y
Jerusalén, predicha por nuestro Señor en la profecía del Monte de los Olivos, y a la
cual se refieren los apóstoles tan frecuentemente, a la que Pedro aludía en las
imágenes simbólicas que parecen dar a entender la disolución del universo material.
2Ped. 3:8,9. "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es
como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según
algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo
que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.
Pocos pasajes han sufrido interpretaciones más erróneas que éste, al cual se le ha
obligado a hablar un lenguaje inconsistente con su obvio propósito y hasta
incompatible con una estricta consideración a la veracidad.
Hay aquí probablemente una alusión a las palabras del salmista, en las que éste
contrasta la brevedad de la vida humana con la eternidad de la existencia divina:
"Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó" (Sal. 90:4).
Es un pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el sentimiento del
apóstol: "Para con el Señor, un día es como mil años". Pero seguramente sería el
colmo de lo absurdo considerar esta sublime imagen poética como un cálculo para la
divina medición del tiempo, o como licencia para hacer a un lado por completo las
definiciones de tiempo en las predicciones y las promesas de Dios.
Sin embargo, no es raro que se citen estas palabras como argumento o excusa para
desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos proféticos. Aun en casos
en que se especifica cierto tiempo en la predicción, o en que se expresan limitaciones
tales como "en breve", "prontamente", o "cerca", se apela al pasaje que tenemos
delante para justificar un tratamiento arbitrario de tales notas de tiempo, de modo que
pronto puede significar tarde, cercano puede significar distante, corto puede
significar largo, y viceversa. Cuando se señala que, de acuerdo con sus propios
términos, ciertas predicciones tienen que cumplirse dentro de un tiempo limitado, la
respuesta es: "Para con el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día".
Así, nos encontramos con un crítico eminente que compromete su reputación con una
afirmación como la siguiente: "La mayoría de los apóstoles escribió y habló [de la
Parusía] en el sentido de que ocurriría pronto, no, sin embargo, sin muchas y
suficientes indicaciones de que un intervalo, y no corto, ocurriría primero". Otro,
aludiendo a la predicción de Pablo en 2Tes. 2, observa: "Nos dice que, mientras que la
venida del Señor estaba cercana entonces, también era remota". Estas son muestras de
lo que pasa por exégesis en no pocos comentaristas de gran reputación.
Es evidente que el propósito del apóstol en este pasaje es dar a sus lectores la más
fuerte seguridad de que la catástrofe inminente de los últimos días estaba muy cerca
de cumplirse. La veracidad y la fidelidad de Dios garantizaban el puntual
cumplimiento de la promesa. Haber indicado que el tiempo era una variable en la
promesa de Dios habría equivalido a ridiculizar su argumento y a neutralizar su propia
enseñanza, que era, que "el Señor no retarda su promesa".
LO REPENTINO DE LA PARUSÍA
2Ped. 3:10. "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche”.
Que "el día de Dios", "el día de Cristo", y "el día del Señor" son expresiones
sinónimas que hacen referencia al mismo suceso es demasiado obvio para requerir
prueba alguna. Aquí encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado
antes - la actitud de expectación y ese sentido de la cercanía inminente de la Parusía
que es tan característico de la era apostólica. Es increíble que todo esto esté basado en
un mero engaño, y que la iglesia cristiana entera, junto con los apóstoles, y el divino
Fundador del cristianismo en persona, estuviesen involucrados en un error común.
Las palabras no tienen ningún significado si una afirmación como ésta puede referirse
a algún suceso todavía futuro, y quizás distante, que no puede ser "esperado" porque
no está a la vista, ni se puede "apresurar" porque es indefinidamente remoto.
2Ped. 3:13. "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales mora la justicia”.
El catástrofe que estaba a punto de ocurrir habría de ser sucedida por una nueva
creación. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores de nacimiento de la
nueva. La antigua Jerusalén debía dar lugar a la nueva; el reino de este mundo al reino
de nuestro Señor y de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y nueva tierra
el apóstol quiere decir un nuevo orden de cosas aquí entre los hombres o un estado
celestial santo y perfecto. También puede preguntarse: ¿A qué promesa se refiere el
apóstol cuando dice: "Según sus promesas"? Alford sugiere Isa. 65:17: "Porque he
aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra", etc., y esto puede ser correcto. Pero
nosotros nos sentimos inclinados más bien a creer que el apóstol tiene en mente "el
nuevo cielo y la nueva tierra" de Apocalipsis, donde encontramos la justicia
presentada como la característica distintiva de la nueva era. La nueva Jerusalén es la
santa ciudad, en la cual "no entrará ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y
mentira". No es más improbable que Pedro se refiera a los escritos del apóstol Juan
que a los del apóstol Pablo.
LA CERCANÍA DE LA PARUSÍA,
MOTIVO DE DILIGENCIA
2Ped. 3:14. "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con
diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.
2Ped. 3:15. "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación”.
La aparentemente larga demora de la ansiosamente larga espera de la venida del Señor
debe haber sido preocupante para los perseguidos cristianos que anhelaban la hora
esperada de alivio y desagravio. Su clamor subió al cielo: "¿Hasta cuándo, oh Señor,
santo y verdadero?" Pero esta misma demora tenía un aspecto de gracia; era la
"paciencia", µακροθυµια; no la "tardanza", sino: "no quiere que nadie perezca".
Exactamente de acuerdo con esto está la parábola de nuestro Señor sobre la viuda
importuna, que se relaciona con este mismo caso. Hubo la misma demora en la
ejecución del juicio por medio de la paciencia [makroqumia] de Dios; la consiguiente
prueba de la fe y la paciencia de los santos; su apelación al juicio de Dios para el
desagravio; y la exhortación a la diligencia: "La necesidad de orar siempre y no
desmayar" (Luc. 18:8).
2Ped. 3:15,16. "Cono también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que
le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas
cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e
inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”.
Esta alusión a las epístolas de Pablo indica varias inferencias importantes.
1. ¿A cuál epístola de Pablo se hace referencia aquí como teniendo relación especial
con el tema de la Parusía? (Ver. 15).
2. ¿Cuáles son las "cosas difíciles de entender", ya fuera en las epístolas o en las
cuestiones bajo consideración?
LA PARUSÍA EN LA PRIMERA
EPÍSTOLA DE JUAN
Los comentaristas están muy divididos acerca de cuándo, dónde, por quién, y a quién
fue escrita esta epístola. No hay evidencia sobre el tema, excepto la que puede
encontrarse en la epístola misma, y esto da amplio margen para diferencias de
opinión. Lange, que duda de la autenticidad de la epístola, dice que "tiene bastante
aire de haber sido compuesta antes de la destrucción de Jerusalén"; y Lücke, que
sostiene su autenticidad, es también de la opinión de que "puede haber sido escrita
poco antes de ese suceso". Creemos que cualquier mente sincera quedará satisfecha,
después de un estudio cuidadoso de la evidencia interna, de que, primero, la epístola
es una producción legítima de Juan; segundo, de que fue escrita en la víspera misma
de la destrucción de Jerusalén. Es imposible pasar por alto el hecho, con el cual nos
encontramos por dondequiera en la epístola, de que el escritor cree estar al borde de
una solemne crisis, para la llegada de la cual insta a sus lectores a estar preparados.
Esto armoniza con todas las epístolas apostólicas, y demuestra incontestablemente que
todos sus autores compartían por igual la creencia en la cercanía de la gran
consumación.
EL MUNDO PASA:
EL ÚLTIMO TIEMPO HA LLEGADO
1 Juan 2:17,18.- "Y el mundo pasa, y sus deseos... Hijitos, ya es el último tiempo [la
última hora]".
Durante esta investigación, a menudo hemos tenido ocasión de hacer notar cómo
hablan los escritores del Nuevo Testamento de "el fin" en el sentido de que se
acercaba rápidamente. También hemos visto a qué se refiere esa expresión. No al final
de la historia humana, no a la disolución final de la creación material; sino al final de
la era o dispensación judía, y a la abolición y la eliminación del orden de cosas
establecido y ordenado por la sabiduría divina bajo aquella economía. A menudo se
describe esta consumación con un lenguaje que parece implicar la destrucción total de
la creación visible. Éste es el caso notable en la segunda epístola de Pedro, y lo mismo
podría decirse quizás del lenguaje profético de nuestro Señor en Mateo 24:24.
La impresión del apóstol Juan de la cercanía del "fin" parece, si es posible, más vívida
que la de los otros apóstoles. Quizás cuando escribió estaba más cerca de la crisis que
ellos. Desde este punto de vista, vale la pena notar que hay una marcada gradación en
el lenguaje de las diferentes epístolas. Los últimos tiempos se convierten en los
últimos días, y ahora los últimos días se convierten en la última hora [εσχατη ωρα ε
στι]. El período de expectativa y demora había terminado, y el momento decisivo
estaba cerca.
1 Juan 2:18. "Según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido
muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo" [ωρα].
En este pasaje surge por primera vez delante de nosotros "el temido nombre" del
anticristo. Por sí mismo, este hecho es suficiente para probar la fecha
comparativamente tardía de la epístola. Lo que en las epístolas de Pablo aparece como
una abstracción borrosa, ahora ha tomado forma concreta, y aparece como una
persona, "el anticristo".
Hay, sin embargo, una formidable objeción a esta conclusión, es decir, que los falsos
cristos y los falsos profetas a los que aludía nuestro Señor parecen ser meros
impostores judíos, que comerciaban con la credulidad de sus ignorantes víctimas, o
entusiastas fanáticos, engendros de aquel semillero de frenesí religioso y político en
que Jerusalén se había convertido en los últimos días. Encontramos a estos hombres
vívidamente representados en los pasajes de Josefo, y no podemos reconocer en ellos
los rasgos del anticristo como son trazados por Juan. Eran producto del judaísmo en
su corrupción, y no del cristianismo. Pero el anticristo de Juan es manifiestamente de
origen cristiano. Esto es cierto por el testimonio del apóstol mismo: "Salieron de
nosotros, pero no eran de nosotros", etc. Esto prueba que los oponentes anticristianos
del evangelio en algún momento deben haber hecho profesión de cristianismo, y
después se volvieron apostatas de la fe.
Ciertamente no se puede decir que es imposible que los falsos cristos y los falsos
profetas de los últimos días de Jerusalén hayan podido ser apóstalas del cristianismo;
pero no hay evidencia que demuestre esto, ni en la profecía de nuestro Señor, ni en la
historia de aquel tiempo.
Por otra parte, en los avisos apostólicos de la apostasía predicha, este rasgo de su
origen está marcado claramente. Ya hemos visto cómo Pablo, Pedro, y Juan
concuerdan en su descripción de la "apostasía" de los últimos días. (Véase una
sinopsis de pasajes relacionados con la apostasía, p. 251). Ni puede haber ninguna
duda razonable de que los apostatas de los dos apóstoles anteriores son idénticos al
anticristo del último. Son semejantes en carácter, en origen, y en el tiempo de su
aparición. Son los encarnizados enemigos del evangelio; son apostasías de la fe;
pertenecen a los últimos días. Éstas son marcas de identidad demasiado numerosas e
impresionantes para ser accidentales; y, por lo tanto, estamos justificados al concluir
que el anticristo de Juan es idéntico a la apostasía predicha por Pablo y por Pedro.
"De acuerdo con este punto de vista, todavía esperamos que aparezca el hombre de
pecado en la plenitud del sentido profético, y además, que aparezca inmediatamente
antes de la venida del Señor".
Hay aquí, sin embargo, una extraña confusión de cosas que son enteramente diferentes
- "el hombre de pecado" y "la apostasía", el primero, sin duda una persona, como ya
hemos visto; la última, un principio, una herejía, manifestándose en multitud de
personas. Con esta declaración de Juan ante nosotros - "ahora han surgido muchos
anticristos" - es imposible considerar al anticristo como un solo individuo. Es verdad
que puede decirse que el anticristo podría estar personificado en cada individuo que
sostuvo el error anticristiano; pero esto es muy diferente de decir que el error está
encarnado y personificado en una persona en particular como su cabeza y
representante. La expresión "muchos anticristos" prueba que el nombre no es
designación exclusiva de ningún individuo.
Pero la interpretación más común y popular es la que enlaza el nombre anticristo con
el papado. Desde el tiempo de la reforma, ésta ha sido una hipótesis favorita de los
comentaristas protestantes; no es difícil entender por qué debió ser así. Hay una fuerte
semejanza familiar entre todos los sistemas de superstición y religión corrupta; sin
duda, gran parte del sistema papal puede ser designado como anticristiano; pero es
muy diferente decir que el anticristo de Juan se propone describir al papa o al sistema
papal. Alford rechaza decididamente esta hipótesis:
Al tratar este mismo punto, observa: "No puede disimularse que, en varios detalles
importantes, los requisitos proféticos están muy lejos de haberse cumplido. Sólo
mencionaré dos - uno subjetivo, el otro objetivo. En el característico pasaje de 2Tes.
2:4 ("que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios", etc.), el Papa no
cumple la profecía, y nunca la cumplió. Haciendo lugar para todas las notables
coincidencias con la última parte del versículo que se han aducido tan
abundantemente, es imposible demostrar que el Papa cumple la primera parte - mejor
dicho, está tan lejos de ello que la abyecta adoración y sumisión a λεγοµενοι θεοι y σ
εβασµατα (todo lo que se llama Dios o es objeto de culto) ha sido siempre una de sus
más notables peculiaridades. La segunda objeción, de carácter externo e histórico, es
aún más decisiva. Si el papado fuera el anticristo, entonces la manifestación ha tenido
lugar, y ya ha durado por casi 1500 años, y todavía no ha llegado el día del Señor, un
día al cual, según los términos de nuestra profecía, tal manifestación habría de
preceder inmediatamente.
Pero el lenguaje del apóstol mismo es decisivo contra esta aplicación del nombre
anticristo. La verdad es que es difícil entender cómo tal interpretación pudo haber
echado raíces en vista de las expresas declaraciones del propio apóstol. El anticristo
de Juan no es una persona, ni una sucesión de personas, sino una doctrina, o una
herejía, claramente notada y descrita. Más que esto, se declara que ya existía y se
había manifestado en los propios días del apóstol. "Así AHORA han surgido muchos
anticristos"; "éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y
que ahora ya está en el mundo" (1Juan 2:18; 4:3). Esto debería ser decisivo para todos
los que se inclinan ante la autoridad de la Palabra de Dios. La hipótesis de un
anticristo personificado en un individuo que todavía ha de venir no tiene base en las
Escrituras; es una ficción de la imaginación, no una doctrina de la Palabra de Dios.
1Juan 2:19. "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido
de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se
manifestase que no todos son de nosotros”.
1Juan 2:22. "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este
es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”.
1Juan 4:1. "Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de
Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo".
1Juan 4:3. "Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es
de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y
que ahora ya está en el mundo”.
2Juan 7. "Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan
que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y en anticristo”,
Aquí se nos puede decir que tenemos al anticristo retratado de cuerpo entero, o, como
deberíamos decir más bien, la herejía o apostasía anticristiana. Por esta descripción, se
ve claramente:
ESPERANZA DE LA PARUSÍA
1Juan 2:28. "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste,
tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”.
1Juan 3:2. "Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es".
EN LA EPÍSTOLA DE JUDAS
Como en 2 Pedro 2, en esta breve epístola tenemos una fotografía de los heresiarcas
denominados por Juan "el anticristo" y por Pablo "la apostasía". La semejanza no
puede ser más clara.
Es bastante evidente que esta descripción, que concuerda tan estrechamente con la de
2Pedro 2, debe haberse derivado de la misma fuente común. Pero se destaca el hecho
simple y palpable de que una terrible degeneración y corrupción moral habían
infectado la vida social de "los últimos días". Es muy sugerente comparar el estado
moral del pueblo escogido en este período final de su historia nacional con el descrito
en las palabras del último de los profetas del Antiguo Testamento. La nación estaba
ahora en aquella misma condición que allí se declara como madura para juicio. El
segundo Elías no había podido hacer que el pueblo se volviera a la justicia, y ahora el
Mensajero del pacto estaba a punto de venir súbitamente a su templo; el grande y
terrible día de Jehová estaba cerca; y Dios estaba a punto de herir la tierra con la
maldición. (Mal. 4:5,6).
APÉNDICE A LA PARTE II
NOTA A
No hay ninguna frase que ocurra con más frecuencia en el Nuevo Testamento que "el
reino de los cielos" o "el reino de Dios". Nos encontramos con ella en todas partes; al
comienzo, a la mitad, y al final del Libro. Es la primera cosa en Mateo, la última en
Apocalipsis. Al evangelio mismo se le llama "el evangelio del reino"; los discípulos
son los "herederos del reino"; el gran objeto de esperanza y expectativa es "la venida
del reino". Es de esto de lo que Cristo mismo deriva su título de "Rey". El reino de
Dios, pues, es la médula misma del Nuevo Testamento.
Más de cuatro siglos después de esta adopción de los hijos de Abraham como el
pueblo del pacto de Dios, les encontramos en estado de vasallaje en Egipto, gimiendo
bajo la cruel esclavitud a la que estaban sometidos. Se nos dice que Dios "escuchó sus
gemidos, y se acordó de su pacto con Abraham, con Isaac, y con Jacob". Levantó un
campeón en la persona de Moisés, y le indicó que le dijera a los hijos de Israel: "Yo
soy Jehová; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto; ... y os tomaré
por mi pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6: 6,7). Después de la milagrosa redención en
Egipto, la relación de pacto entre Jehová y los hijos de Israel fue ratificada, pública y
solemnemente, en el Monte Sinaí. Leemos que, "en el mes tercero de la salida de los
hijos de Israel de la tierra de Egipto... Y acampó allí Israel delante del monte. Y
Moisés subió a Dios, y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa
de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios,
y cómo os tomé sobre alas de águila, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a
mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y
gente santa" (Éx. 19:3-6).
No puede haber ninguna duda de que la nación de Israel fue destinada para ser
depositaria y conservadora del conocimiento del Dios viviente y verdadero en la
tierra. Para este propósito fue constituida la nación, y puesta en una relación única con
el Altísimo, como ningún otro pueblo sostuvo jamás. Para garantizar el cumplimiento
de este propósito, el Señor mismo fue su Rey y ellos fueron sus súbditos; mientras que
todas las instituciones y leyes que le fueron impuestas hacían referencia a Dios, no
sólo como Creador de todas las cosas, sino como Soberano de la nación. Expresar y
llevar a cabo esta idea del reinado de Dios sobre Israel es el manifiesto propósito del
aparato ceremonial de culto establecido en el desierto: "Jehová hizo erigir una tienda
real en el centro del campamento (donde por lo general se erigían los pabellones de
todos los reyes y capitanes), y la hizo equipar con todo el esplendor de la realeza,
como un palacio móvil. Estaba dividido en tres compartimientos, en el más interior
del cual estaba el trono real, sostenido por querubines de oro; y el escabel del trono,
un arca dorada que contenía las tablas de la ley, la Carta Magna de la iglesia y el
estado. En la antecámara, había una mesa dorada puesta con pan y vino, como la mesa
real; y ardía incienso precioso. La habitación exterior, o atrio, podría considerarse el
compartimiento culinario real, y allí se ejecutaba música, como la música de las mesas
festivas de los monarcas orientales. Dios escogió a los levitas como sus cortesanos,
oficiales de estado, y guardias de palacio; y a Aarón como oficial principal de la corte
y primer ministro de estado. Para el sostenimiento de estos oficiales, Dios asignó uno
de los diezmos que los hebreos debían entregar como alquiler por el uso de la tierra.
Finalmente, Dios requería que todos los varones hebreos de edad apropiada se
acercaran a su palacio cada año, durante las tres grandes festividades anuales, con
presentes, para rendir homenaje a su Rey; y como estos días de renovación de su
homenaje debían celebrarse con fiestas y gozo, el segundo diezmo se gastaba en
proporcionar el entretenimiento necesario para estas ocasiones. Resumiendo, cada
deber religioso era hecho una cuestión de obligación política; y todas las leyes civiles,
aún las más mínimas, estaban fundadas de tal manera en la relación del pueblo con
Dios, y tan entrelazadas con sus deberes religiosos, que el hebreo no podía separar a
su Dios de su Rey, y cada ley le recordaba a ambos por igual. Por consiguiente,
mientras la nación tuviese existencia nacional, no podía perder por completo el
conocimiento del verdadero Dios, ni descontinuar su culto".
Tal era el gobierno instituido por Jehová entre los hijos de Israel - una verdadera
teocracia; la única teocracia verdadera que jamás existió sobre la tierra. Su carácter
nacional, intenso y exclusivo, merece ser notado de manera particular. Era privilegio
distintivo de los hijos de Abraham, y de ellos solamente: "Jehová tu Dios te ha
escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la
tierra" (Deut. 7:6). "A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la
tierra" (Amos 3:2). "No ha hecho así con ninguna otra de las naciones" (Sal. 147:20).
El Altísimo era el Señor de toda la tierra, pero era Rey de Israel en un sentido
completamente peculiar. Él era el Gobernante del pacto; ellos eran el pueblo del
pacto. Estaban bajo la más sagrada y solemne obligación de ser súbditos leales a su
invisible Soberano, de adorarle sólo a Él, y de ser fieles a su ley (Deut. 26:16-18).
Como recompensa por su obediencia, tenían la promesa de ilimitada prosperidad y
grandeza nacional; habrían de ser "exaltados sobre todas las naciones que hizo, para
loor y fama y gloria" (Deut. 26:19); mientras que, por otra parte, el castigo por su
deslealtad y su infidelidad era correspondientemente terrible; la maldición del pacto
quebrantado les alcanzaría en una señalada y terrible retribución, que no tendría
paralelo en la historia de la humanidad, pasada o por venir. (Deut. 28).
Pero, al lado de este brillante futuro, hay oscuras y tenebrosas escenas de tristeza y
sufrimiento, de juicio y de ira. Se dice del Rey venidero que es como "raíz de tierra
seca"; "despreciado y desechado"; "varón de dolores, experimentado en quebranto";
"herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados"; "como cordero fue
llevado al matadero"; "como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no
abrió su boca"; "fue cortado de la tierra de los vivientes" (Isa. 53). Se lo describe
entrando a Jerusalén "humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de
asna" (Zac. 9:9); "se quitará la vida al Mesías, mas no por sí" (Dan. 9:26); y entre los
últimos pronunciamientos proféticos están algunos de los más ominosos y sombríos
de todos. El Señor, el Mensajero del pacto, el Rey esperado, viene: "¿Quién podrá
soportar el tiempo de su venida? Viene el día ardiente como un horno; el día de
Jehová, grande y terrible" (Mal. 3:1,2; 4:1,5).
Esta aparente paradoja se explica en el Nuevo Testamento. Existía en realidad este
doble aspecto del Rey y el reino: "El Rey de gloria" era "varón de dolores"; "el año
aceptable del Señor" era también "el día de retribución de nuestro Dios".
Las antiguas profecías habían dado abundantes razones para esperar que el invisible
Rey teocrático sería revelado un día y habitaría con los hombres sobre la tierra; que
vendría, en los intereses de la teocracia, para establecer su reino en la nación, y reunir
a su pueblo alrededor del trono. Los capítulos iniciales del evangelio de Lucas indican
lo que creían los israelitas piadosos con respecto al reino venidero del Mesías.
Entendían que este reino tendría una especial relación con Israel. "Éste será llamado
grande", dijo el ángel de la anunciación, "y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor
Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre,
y su reino no tendrá fin". "Rabí", exclamó el leal Natanael, cuando Dios se le reveló
súbitamente a través de la apariencia del joven campesino galileo, "tú eres el Hijo de
Dios; tú eres el Rey de Israel" (Juan 1:49). No es menos cierto que su venida se
consideraba entonces como cercana, y era esperada ansiosamente por hombres santos
como Simeón, que "esperaba la consolación de Israel", y al cual le había sido revelado
que no "vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor" (Luc. 2:25,26). La
verdad es que había una creencia muy difundida, no sólo en Judea, sino por todo el
Imperio Romano, de que un gran príncipe o monarca estaba a punto de aparecer en la
tierra, que habría de inaugurar una nueva era. De esta expectativa tenemos evidencia
en los Anales de Tácito y el Polio de Virgilio. Sin duda, la esperanza acariciada por
Israel se había difundido, de una manera más o menos vaga y distorsionada, por todos
los territorios circunvecinos.
Este trágico acontecimiento marca el rompimiento final entre el pueblo del pacto y el
Rey teocrático. El pacto había sido quebrantado a menudo antes, pero ahora era
repudiado públicamente y roto en pedazos. Se podría haber pensado que la teocracia
terminaría ahora; y casi lo hizo, pero su disolución formal fue suspendida por un
breve espacio de tiempo, para que la doble consumación del reino, que envolvía la
salvación de los fieles y la destrucción de los incrédulos, pudiera tener lugar en el
tiempo señalado. Este doble aspecto del reino teocrático es visible en cada una de las
partes de su historia. Fue a un tiempo éxito y fracaso; victoria y derrota; trajo
salvación para unos y destrucción para otros. Este doble carácter había sido
establecido claramente en las antiguas profecías, como en el notable oráculo de Isaías
49. El Mesías se lamenta: "Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he
consumido mis fuerzas", etc. La divina respuesta es: "Ahora, pues, dice Jehová, el que
me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob y para
congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será
mi fuerza); dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de
Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las
naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra". Para poner sólo
otro ejemplo: en el libro de Malaquías encontramos este doble aspecto del reino
venidero, pues, aunque "viene el día ardiente como un horno", y "todos los que hacen
maldad serán estopa","a los que teméis mi nombre nacerá el sol de justicia, y en sus
alas traerá salvación" (Mal. 4:1,2). A pesar, pues, del rechazo del rey y la pérdida del
reino por parte de la masa del pueblo, todavía habría una gloriosa consumación de la
teocracia, trayendo honor y felicidad para todos los que poseyeran la autoridad del
Mesías y demostraran ser obedientes y leales a su Rey.
¿Tenemos alguna información con la cual establecer con certeza el período de esta
consumación? ¿En qué momento puede decirse que el reino ha venido plenamente?
En la encarnación no, porque la proclamación de Jesús siempre fue: "El reino de Dios
se ha acercado". En la crucifixión no, porque la petición del ladrón moribundo fue:
"Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". En la resurrección tampoco,
porque después de que el Señor hubo resucitado, los discípulos esperaban la
restauración del reino a Israel. En la ascensión tampoco, ni en el día de Pentecostés,
porque, mucho tiempo después de estos acontecimientos, se nos dice en la Epístola a
los Hebreos que Cristo, "habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio
por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta
que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies" (Heb. 10:12,13). La
consumación del reino, pues, no coincide con la ascensión, ni con el día de
Pentecostés. Es verdad que el Rey teocrático "se sentó en el trono, a la diestra de la
majestad en las alturas", pero todavía no había "asumido este gran poder". Sus
enemigos todavía no habían sido derribados, y no podía decirse que había llegado el
pleno desarrollo y la consumación de su reino sino hasta que, por medio de un acto
judicial solemne y público, el Mesías hubiese vindicado las leyes de su reino y
aplastado bajo sus pies a sus súbditos apostatas y rebeldes.
Pero en todo esto no hay nada despectivo hacia la dignidad del Hijo. Por el contrario:
"Él es mediador de un mejor pacto". La terminación del reino teocrático era la
inauguración de un nuevo orden, a una escala mayor, y de una naturaleza más
duradera. Esta es la doctrina de la epístola a los Hebreos: "el trono del Hijo de Dios es
por siempre jamás" (Heb. 1:8). El sacerdocio del Hijo de Dios es "para siempre" (8:3);
Cristo tiene un ministerio tanto mejor cuanto que "es mediador de un mejor pacto"
(8:6). La teocracia, como hemos visto, era limitada, exclusiva, y nacional; pero
llevaba en su seno el germen de una religión universal. Lo que Israel perdió, el mundo
lo ganó. Mientras la teocracia subsistía, había una nación favorecida, y los gentiles, es
decir, todo el mundo menos los judíos, estaban fuera del reino, en posición de
inferioridad, y, como a los perros, se les permitía, por gracia, comer de las migajas
que caían de la mesa del amo. La primera venida del reino no eliminó por completo
este estado de cosas; hasta el evangelio de la gracia de Dios fluyó al principio por el
antiguo y estrecho canal. Pablo reconoce el hecho de que "Jesucristo era ministro de la
circuncisión", y nuestro Señor mismo declaró: "No he sido enviado sino a las ovejas
perdidas de la casa de Israel". Durante años después de que los apóstoles recibieron la
comisión, no entendieron que se le estaba enviando a los gentiles; ni consideraron al
principio a los conversos paganos como admisibles en la iglesia, excepto como judíos
prosélitos. Es verdad que, después de la conversión de Cornelio el centurión, los
apóstoles se convencieron de los límites más amplios del evangelio, y por todas partes
Pablo proclamaba el derrumbe de las barreras entre judíos y gentiles; pero es fácil ver
que, mientras existiese la nación teocrática, y permaneciese el templo con su
sacerdocio, sacrificios, y rituales, y continuase o pareciese continuar en vigencia la ley
mosaica, la distinción entre judíos y gentiles no podía borrarse. Pero la barrera se
derrumbó efectivamente cuando la ley, el templo, la ciudad, y la nación fueron
borrados juntos, y la teocracia experimentó visiblemente la consumación final.
Ese acontecimiento fue, por decirlo así, la declaración formal y pública de que Dios
ya no era el Dios de los judíos solamente, sino que ahora era el Padre común de todos
los hombres; que ya no había una nación favorecida y un pueblo peculiar, sino que la
gracia de Dios se había "manifestado para salvación a todos los hombres" (Tito 2:11);
que lo local y limitado se había expandido hasta lo ecuménico y lo universal, y que, en
Cristo Jesús, "todos son uno" (Gál. 3:29). Esto es lo que Pablo declara que es el
significado de la rendición del reino por el Hijo de Dios en manos del Padre: de aquí
en adelante, cesan las relaciones exclusivas de Dios con una sola nación, y Él se
convierte en el Padre común de toda la familia humana,
APÉNDICE A LA PARTE II
NOTA B
"La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo,
os saludan".
No es fácil transmitir en otras tantas palabras en español la fuerza precisa del original.
Su extrema brevedad causa oscuridad. Literalmente dice así: "Ella en Babilonia, co-
elegida, os saluda; y Marcos mi hijo".
La interpretación común del pronombre ella lo refiere a "la iglesia que está en
Babilonia"; aunque muchos eminentes comentaristas - Bengel, Mill, Wahl, Alford, y
otros - entienden que se refiere a una persona, presumiblemente la esposa del apóstol.
"Apenas es probable", observa Alford, "que ocurriesen juntos en el mismo mensaje de
salutación una abstracción, de la cual se habla enigmáticamente, y un hombre
(Marcos, mi hijo), por nombre". El peso de la autoridad se inclina del lado de la
iglesia; el peso de la gramática, del lado de la esposa.
Pero la cuestión más importante se relaciona con la identidad del lugar que aquí se
denomina Babilonia. A primera vista, es natural llegar a la conclusión de que no
puede ser otra que la bien conocida y antigua metrópolis de Caldea, o lo que quedaba
de ella y que existía en los días del apóstol. Estamos listos a considerar como muy
probable que Pedro, en sus viajes apostólicos, rivalizaba con el apóstol a los gentiles,
e iba por todas partes predicando el evangelio a los judíos, como Pablo lo hacía a los
gentiles.
Sin embargo, parece haber formidables objeciones a este punto de vista, por natural y
sencillo que parezca. Sin mencionar la improbabilidad de que Pedro, en su ancianidad,
y acompañado por su esposa (si aceptamos la opinión de que es a ella a quien se
refiere la salutación), se encontrase en una región tan remota de Judea, hay la
importante consideración de que Babilonia no era en aquella época la morada de una
población judía. Josefo afirma que ya mucho antes, durante el reinado de Calígula
(37-41 d. C.), los judíos habían sido expulsados de Babilonia, y que había tenido lugar
una gran matanza, que casi les había exterminado. Es verdad que esta afirmación de
Josefo se refiere a la región entera llamada Babilonia, más bien que a la ciudad de
Babilonia, y esto por la suficiente razón de que, en tiempos de Josefo, Babilonia era
un lugar tan deshabitado como lo es ahora. En su Geografía Bíblica, Rosenmüller
afirma que, en tiempos de Estrabón (esto es, durante el reinado de Augusto),
Babilonia estaba tan desierta que él le aplica a esa ciudad lo que un antiguo poeta
había dicho de Megalópolis en Arcadia, es decir, que era "un gran desierto". También
Basnage, en su Historia de los Judíos, dice: "Babilonia declinaba en los días de
Estrabón, y Plinio la representa en el reinado de Vespasiano como una grande e
ininterrumpida soledad".
Cualquiera que sea la ciudad que el apóstol llama Babilonia, debe haber sido la
morada permanente de la persona o la iglesia asociada con él mismo y con Marcos en
la salutación. Esto queda comprobado por la forma de las expresiones en βαβυλωνι,
lo cual, como demuestra Steiger, significa "una morada fija por la cual uno puede ser
designado". Si decidimos que la referencia es a una persona, se seguirá que Babilonia
era el lugar del domicilio de la persona, su morada fija, y esto, en el caso de la esposa
de Pedro, sólo podía ser Jerusalén. Hasta donde se puede deducir de la evidencia
documental del Nuevo Testamento, la historia apostólica muestra claramente que
Pedro residía habitualmente en Jerusalén. No es nada menos que una falacia popular
suponer que todos los apóstoles eran evangelistas como Pablo, y que viajaban por
países extranjeros predicando el evangelio a todas las naciones. El profesor Burton ha
mostrado que "no fue sino catorce años después de la ascensión de nuestro Señor que
Pablo viajó por primera vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Ni hay evidencia
alguna de que, durante este período, los apóstoles traspasaron los confines de Judea".
Pero, lo que argumentamos es que la residencia habitual o permanente de Pedro era
Jerusalén. Esto se desprende de varias pruebas circunstanciales.
Encontramos así que todas las personas nombradas en la porción final de la epístola
son residentes habituales de Jerusalén.
Por último, inferimos, de una expresión incidental en Hech. 4:17, que Pedro estaba en
Jerusalén cuando escribió esta epístola. Dice que es tiempo de que el juicio comience
por la "casa de Dios"; esto es, como hemos visto, el santuario, el templo; y añade: "Si
primero comienza por nosotros", etc. Ahora bien, ¿se habría expresado así si en el
momento en que escribió hubiese estado en Roma, o en Babilonia sobre el Éufrates, o
en cualquier otra ciudad que no fuese Jerusalén? Ciertamente parece de lo más natural
suponer que, si el juicio comienza por el santuario, y también por nosotros, tanto el
lugar como las personas deben estar juntos. La visión de Ezequiel, que da el prototipo
de la escena de juicio, fija la localidad donde ha de comenzar la matanza, y parece
muy probable que la suerte venidera de la ciudad y el templo, así como las aflicciones
que habrían de sobrevenirles a los discípulos de Cristo, estuviesen en la mente del
apóstol. Wiesinger observa: "Apenas es posible que la destrucción de Jerusalén
hubiese pasado cuando se escribieron estas palabras; de haber sido así, difícilmente se
habría dicho, ο καιροζ του αρξασθαι". No; no era pasado, sino que el principio del
fin ya era presente; el juicio parece haber comenzado, como el Señor dijo que
ocurriría, con los discípulos; y éste era el seguro preludio de la ira que venía sobre los
impíos "hasta lo máximo".
Pero puede objetarse: Si Pedro quiso decir Jerusalén, ¿por qué no lo dijo sin
ambigüedades? Puede haber habido, y sin duda había, razones prudenciales para esta
reserva en el momento en que Pedro produjo su escrito, como las había cuando Pablo
escribió a los tesalonicenses. Pero, probablemente, no había tal ambigüedad para sus
lectores, como las hay para nosotros. ¿Y si Jerusalén ya era conocida y reconocida
entre los creyentes cristianos como la Babilonia mística? Suponiendo, como tenemos
derecho a asumir, que Apocalipsis ya le era familiar a las iglesias apostólicas,
consideramos sumamente probable que identificaran a la "gran ciudad", cuya caída se
describe en ese libro, "Babilonia la grande", como la misma cuya caída se menciona
en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos.
Esto, sin embargo, pertenece a otro tema, cuya discusión tendrá lugar en el momento
adecuado - la identidad de la Babilonia del Apocalipsis. Baste por el momento haber
presentado argumentos para una causa probable, sobre bases completamente
independientes, en favor de que la Babilonia de la primera epístola de Pedro no es otra
que Jerusalén.
APÉNDICE A LA PARTE II
NOTA C
La más somera atención al lenguaje profético del Antiguo Testamento debe convencer
a cualquier persona de mente sobria que no debe entenderlo al pie de la letra. Primero,
los pronunciamientos de los profetas son poesía; segundo, son poesía oriental. Pueden
llamarse grabados jeroglíficos que representan sucesos históricos por medio de
imágenes altamente metafóricas. Es inevitable, pues, que la hipérbole, o lo que a
nosotros nos parece hipérbole, entre mayormente en las descripciones de los profetas.
Para la imaginación fría y prosaica de Occidente, el estilo encendido y vívido de los
profetas de Oriente puede parecer ampuloso y extravagante; pero hay siempre un
substrato de realidad que subyace a las figuras y a los símbolos, los cuales, mientras
más se estudian, más se recomiendan al juicio del lector. Revoluciones sociales y
políticas, cambios morales y espirituales, son prefiguradas por convulsiones y
catástrofes físicas; y si estos fenómenos naturales afectan la imaginación todavía más
poderosamente, no son figuras inapropiadas cuando se capta la verdadera importancia
de los acontecimientos que representan. La tierra convulsionada por terremotos,
montañas ardiendo que son lanzadas al mar, estrellas que caen como hojas, los cielos
incendiados, el sol cubierto de cilicio, la luna convertida en sangre, son imágenes de
espantosa grandeza, pero no son necesariamente representaciones impropias de
grandes conmociones civiles - el derrumbe de tronos y dinastías, las desolaciones de
la guerra, la abolición de antiguos sistemas, y grandes revoluciones morales y
espirituales. En profecía, como en poesía, lo material es considerado tipo de lo
espiritual, y las pasiones y emociones de la humanidad encuentran expresión en
señales y síntomas correspondientes en la creación inanimada. ¿Trae el profeta buenas
nuevas? Llama a las montañas y a los collados a prorrumpir en canción, y a los
árboles del bosque a batir palmas. ¿Es su mensaje de lamentación y de ay? Los cielos
están de luto, y el sol se oscurece cuando se pone. Por muy ansioso que esté de
apegarse a la sola letra de la palabra, nadie pensaría en insistir que tales metáforas
deben interpretarse literalmente, ni que deben cumplirse literalmente. Lo más que
tenemos derecho a pedir es que haya sucesos históricos que correspondan y estén a la
altura de tales fenómenos; grandes movimientos morales y sociales capaces de
producir emociones tales como parecen implicar estos fenómenos físicos.
Puede ser útil elegir algunos de los más notables de estos símbolos proféticos que se
encuentran en el Antiguo Testamento, para que podamos observar las ocasiones en
que se emplearon, y descubrir el sentido en el cual deben ser entendidos.
En Isaías 34, el profeta anuncia juicios contra los enemigos de Israel, en particular
Edom, o Idumea. Las imágenes que emplea son de la descripción más sublime y
terrible: "Los montes se disolverán por la sangre de los cadáveres. Todo el ejército de
los cielos se enrollará como un libro, y caerá todo su ejército, como se cae la hoja de
la parra, y como se cae la de la higuera". "Sus arroyos se convertirán en brea, y su
polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se apagará de noche ni de día,
perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca
jamás pasará nadie por ella".
No es necesario preguntar: ¿Se han cumplido estas predicciones? Sabemos que sí; y
su cumplimiento permanece en la historia como un monumento perpetuo a la verdad
de Apocalipsis. A Babilonia, Edom, Tiro, los opresores o enemigos del pueblo de
Dios, se les ha hecho beber de la copa de la indignación de Dios. El Señor no ha
dejado caer a tierra ninguna de las palabras de sus siervos los profetas. Pero nadie
pretenderá decir que los símbolos y figuras que describían estos derrumbes se
verificaron literalmente. Estos emblemas son el ropaje de la descripción, y se usan
simplemente para aumentar el efecto y para dar viveza y grandeza a la escena.
"Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies.
Él amenaza al mar, y lo hace secar, y agosta todos los ríos. Los montes tiemblan
delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su presencia, y el
mundo, y todos los que en él habitan. Su ira se derrama como fuego, y por él se
hienden las peñas" (Nahum 1:3-6).
Estos ejemplos pueden bastar para mostrar lo que en realidad es evidente, que en
lenguaje profético se emplean los más sublimes y terribles fenómenos naturales para
representar convulsiones y revoluciones nacionales y sociales. Las imágenes, que si se
cumplieran darían como resultado la total disolución de la estructura del globo
terráqueo y la destrucción del universo material, en realidad no pueden significar otra
cosa que la caída de una dinastía, la toma de una ciudad, o el colapso de una nación.
El siguiente es el punto de vista de Sir Isaac Newton sobre este tema, posición que es
substancialmente justa, aunque quizás llevada un poco demasiado lejos al suponer que
hay, de hecho, un equivalente para cada figura empleada en la profecía:
"El lenguaje figurado de los profetas está tomado de la analogía entre el mundo
natural y un imperio considerado como potencia mundial. En consecuencia, el mundo
natural, que consiste del cielo y la tierra, significa todo el mundo político, que consiste
de tronos y pueblos, o tanto de él como se considere en la profecía; y las cosas en ese
mundo significan cosas análogas en éste. Porque los cielos y las cosas que en ellos
hay significa tronos y dignatarios, y los que disfrutan de ellos; y la tierra, con las cosas
que en ella hay, el pueblo inferior; y las partes más bajas de la tierra, llamadas Hades
o infierno, la parte más baja y miserable de ellas. Grandes terremotos, y el temblor del
cielo y la tierra, representan el temblor de reinos, para confundirlos y derribarlos; la
creación de un cielo nuevo y una nueva tierra, la desaparición de los antiguos; el
comienzo y el fin del mundo significan el surgimiento y la ruina del cuerpo político de
que se trate. El sol significa toda la especie y la raza de hombres en los reinos del
mundo político; la luna significa el cuerpo de la gente común, considerada como la
esposa del rey; las estrellas, los príncipes y grandes hombres subordinados; o los
obispos y gobernantes del pueblo de Dios, cuando el sol es Cristo. La puesta del sol,
la luna, y las estrellas; el oscurecimiento del sol, la luna convirtiéndose en sangre, y la
caída de las estrellas, el cese de un reino".
APÉNDICE A LA PARTE II
NOTA D
Acerca de "los nuevos cielos y la tierra nueva" (2 Pedro 3:13)
El apóstol distribuye el mundo entre cielo y tierra, y dice que fueron destruidos por
medio de agua, y perecieron. Sabemos que ni la composición ni la sustancia del uno ni
de la otra fueron destruidos, sino sólo los hombres que vivían en la tierra; y el apóstol
nos habla (ver. 7) del cielo y la tierra que había entonces, y que fueron destruidos por
agua, distintos de los cielos y la tierra que había ahora, y que habrían de ser
consumidos por fuego; sin embargo, en cuanto a la estructura visible del cielo y la
tierra, eran los mismos tanto antes del Diluvio como en los tiempos del apóstol, y
permanecen hasta la fecha; cuando todavía es cierto que los cielos y la tierra, de los
cuales hablaba, habrían de ser destruidos y consumidos por fuego en aquella
generación. Para aclarar nuestro fundamento, debemos, pues, considerar lo que el
apóstol quiere decir con cielos y tierra en estos dos lugares.
1. Es seguro que lo que el apóstol quiere decir con "el mundo", con su cielo, y la
tierra (vers. 5,6), que fue destruida; lo mismo, o algo de esta clase, quiere decir
con los cielos y la tierra que habrían de ser consumidos y destruidos por el
fuego (ver. 7); de lo contrario, no habría ninguna coherencia en el discurso del
apóstol, ni ninguna clase de argumento, sino una mera falacia de palabras.
2. Es seguro que el diluvio no destruyó el mundo, ni la estructura del cielo y la
tierra, sino solamente a los habitantes del mundo; por lo tanto, la destrucción
que debía tener lugar por el fuego no es la sustancia de los cielos y la tierra,
que no serán consumidos sino hasta el último día, sino de las personas o los
hombres que vivieran en el mundo.
3. Luego, tenemos que considerar en qué sentido se dice de los hombres que
viven en el mundo que son el mundo, y los cielos y la tierra de él. Sólo insistiré
en un caso para este propósito entre muchos que pueden mencionarse: Isa.
51:15,16. El tiempo en la obra mencionada aquí, de extender los cielos y echar
los cimientos de la tierra, fue llevada a cabo por Dios cuando agitó el mar (ver.
15) y dio la ley (ver. 16), y dijo a Sión: Pueblo mío eres tú; esto es, cuando
sacó de Egipto a los hijos de Israel, y en el desierto les formó en iglesia y
estado; luego, extendió los cielos y echó los cimientos de la tierra; esto es,
produjo orden, y gobierno, y belleza de la confusión en que se encontraban.
Esto es extender los cielos y echar los fundamentos del mundo. Y puesto que
es entonces cuando se menciona la destrucción de un estado y gobierno, es con
ese lenguaje que parece hablar del fin del mundo. Así ocurre con Isa. 34:4, que
no es sino la destrucción del estado de Edom. Otro tanto se afirma del Imperio
Romano (Apoc. 6:14), que los judíos constantemente afirman que se quiere
decir con Edom en los profetas. Y en la predicción de nuestro Señor Jesucristo
tocante a la destrucción de Jerusalén (Mateo 24). La hace con expresiones de la
misma importancia. Es evidente, pues, que en lenguaje profético y la manera
de hablar, a menudo se entendían los cielos y la tierra como el estado civil y
religioso y la combinación de hombres en el mundo, y los hombres de ella. Así
ocurría con los cielos y la tierra de aquel mundo que entonces fue destruido por
el diluvio.
4. Sobre esta base, afirmo que, en esta profecía de Pedro, con los cielos y la tierra
se quiere decir la venida del Señor, el día del juicio y la perdición de los
impíos, que en la destrucción de aquel cielo y aquella tierra se menciona, no el
juicio último y final del mundo, sino aquella total desolación y destrucción de
la iglesia y el estado judíos, que habría de tener lugar, para lo cual presentaré
estas dos razones, de muchas que podrían aducirse a partir del texto:
(1) Porque lo que sea que se menciona aquí debía tener peculiar influencia sobre los
hombres de aquella generación. Él habla de aquello que tenía que ver tanto con los
profanos burladores como con los burlados, y de que, como judíos, algunos de ellos
creían en la fe, y otros se oponían. Ahora bien, no había en aquella generación
ninguna preocupación particular, ni por aquel pecado, ni por aquellas burlas, en
cuanto al día del juicio en general; sino un alivio peculiar por el uno y un temor
peculiar por el otro, que estaba cercano, en la destrucción de la nación judía; además,
había amplio testimonio tanto por el uno como por el otro del poder y el dominio del
Señor Jesucristo, que era el punto en disputa entre ellos.
(2) Pedro les dice, después de la destrucción y el juicio de que habla (ver. 7-13): "Pero
nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva", etc. Tenían
esta esperanza. Pero, ¿cuál es esa promesa? ¿Dónde podemos encontrarla? Bueno, la
tenemos en las mismas palabras y en la misma carta, Isa. 65:17. Ahora bien, ¿cuándo
será que Dios creará estos nuevos cielos y esta nueva tierra, en los cuales mora la
justicia? Dice Pedro: "Será después de la venida del Señor, después de aquel juicio y
aquella destrucción de los impíos, que no obedecen al evangelio". Pero ahora es
evidente, a partir de este pasaje en Isaías, en 66:21,22, que esta es una profecía para
los tiempos evangélicos solamente; y que la extensión de estos nuevos cielos no es
sino la creación de las ordenanzas del evangelio que deben permanecer para siempre.
Lo mismo se expresa en Heb. 12:26-28.
Siendo éste el designio del lugar, no insistiré más sobre el contexto, sino que abriré
brevemente las palabras propuestas, y fijaré la atención sobre la verdad contenida en
ellas.
*Sermón del Dr. Owen sobre 2 Pedro 3:11. Obras, reimpreso en 1721.
APÉNDICE A LA PARTE II
NOTA E
¿Cómo pudo decir Juan que éste era el último tiempo? ¿No ha durado el mundo casi
mil ochocientos años desde que él lo abandonó? ¿No puede durar muchos años más?
"Muchos les dirán que no sólo Juan, sino también Pablo y todos los apóstoles,
actuaban bajo el engaño de que el fin de todas las cosas se acercaba en su tiempo. Los
que así hablan no están en general dispuestos a subestimar la autoridad de estos
hombres; algunos adoptan esta opinión prácticamente, aunque puede que no la
expresen en palabras, y sostienen que a los escritores bíblicos no se les permitía jamás
cometer errores ni siquiera en las cosas más insignificantes. Yo no digo eso; no hará
temblar mi fe en ellos descubrir que se han equivocado en nombres o puntos
cronológicos. Pero, si supusiera que ellos mismos habían sido conducidos al error, y
habían conducido al error a sus propios discípulos, en un tema tan importante como
este de Cristo viniendo en juicio, y de los últimos días, me sentiría muy perplejo.
Porque es un tema al que ellos se refieren constantemente. Es parte de su más
profunda fe. Se mezcla con todas sus exhortaciones prácticas. Si se equivocaran aquí,
no veo dónde pueden haber acertado.
"He descubierto que su lenguaje sobre este tema me ha sido de la mayor utilidad para
explicar el método de la Biblia; el curso del gobierno de Dios sobre las naciones y los
individuos; la vida del mundo antes del tiempo de los apóstoles, durante su tiempo, y
en todos los siglos desde entonces. Si les hacemos a ellos la justicia que debemos a
todos los escritores, inspirados y no inspirados; si les permitimos interpretarse a sí
mismos, en vez de imponerles nuestras interpretaciones, creo que entenderemos un
poquito más de su obra y de la nuestra. Si tomamos sus palabras simple y literalmente
con respecto al juicio y el fin que ellos esperaban en su día, sabremos qué posición
ocupaban con respecto a sus antepasados y con respecto a nosotros. Y en lugar de una
concepción muy vaga, débil, y artificial del juicio que debemos esperar, aprenderemos
cuáles son nuestras necesidades por medio de las de ellos; cómo nos cumplirá Dios a
nosotros todas sus palabras por la manera que les cumplió a ellos Sus palabras.
"No es una idea nueva, sino muy antigua y común, la de que la historia del mundo se
divide en ciertos períodos grandes. En nuestros días, se les ha estado imponiendo a
hombres pensantes la convicción de que hay una amplia distinción entre la historia
antigua y la moderna. M. Guizot se espacia especialmente sobre la unidad y la
universalidad de la historia moderna, en contraste con la división de la historia antigua
en una serie de naciones que apenas tenían simpatías comunes. La cuestión es dónde
encontrar el límite entre estos dos períodos. Los estudiantes han especulado mucho
sobre éstos; la mayoría de estas especulaciones han sido plausibles y sugieren
verdades; algunas son muy confusas; ninguna, creo yo, es satisfactoria. Una de las
más populares, la que supone que la historia moderna comienza cuando las tribus
bárbaras se establecieron en Europa, sería bastante fatal para la doctrina de M. Guizot.
Porque ese establecimiento, aunque fue un suceso muy importante e indispensable
para la civilización moderna, rompía temporalmente la unidad que había existido
antes. Era como la reaparición de aquella separación de tribus y razas, que él supone
ha sido la característica especial del mundo anterior.
"Ahora bien: ¿Podemos esperar alguna luz sobre este tema en la Biblia? No creo que
cumpliría sus pretensiones si no pudiéramos encontrarla. Ella profesa presentar los
caminos de Dios a las naciones y a la humanidad. Podríamos muy bien contentarnos
con que nos dijera muy poco de las leyes físicas; podríamos contentarnos con que
guardase silencio acerca de los cursos de los planetas y la ley de gravedad. Puede que
Dios tenga otros métodos para dar a conocer estos secretos a sus criaturas. Pero lo que
concierne al orden moral del mundo y al progreso espiritual de los seres humanos cae
directamente dentro de la esfera de la Biblia. Nadie podría estar satisfecho con ella si
guardase silencio con respecto a estos últimos. En consecuencia, todos los que
suponen que ella guarda silencio sobre este punto, por mucha importancia que le
atribuyan a lo que ellos llaman su carácter religioso; por mucho que puedan suponer
que sus mayores intereses dependen de su creencia en sus oráculos, están obligados a
tratarla como un libro muy desarticulado y fragmentario. Ellos proporcionan la mejor
excusa a los que dicen que no es un libro íntegro, como hemos creído que es, sino una
colección de los dichos y opiniones de ciertos autores, en diferentes épocas, no muy
consistentes los unos con los otros. Por otra parte, ha existido la más fuerte convicción
en las mentes de lectores ordinarios, así como en las de estudiantes, de que el libro sí
nos habla de cómo las épocas pasadas, y las por venir, tienen que ver con la revelación
de los misterios de Dios - qué parte ha jugado un país y otro en Su gran drama - hasta
qué punto están convergiendo todas las líneas de su providencia. El inmenso interés
que ha despertado la profecía - un interés no destruido, ni siquiera disminuido, por los
numerosos desengaños que las teorías de los hombres sobre ella han tenido que
encontrar - es prueba de cuán profunda y cuán ampliamente difundida es esta
convicción. En vano tratan los teólogos de disuadir a lectores sencillos y sinceros de
que estudien las profecías insistiéndoles que no tienen tiempo libre para tal actividad,
y en que deberían ocuparse de cosas más prácticas. Si sus conciencias les indican que
hay algún fundamento para sus advertencias, todavía les parece que no podrían
hacerles caso por completo. Están seguros de que tienen algún interés en los destinos
de su raza, así como en los destinos individuales. No pueden separar el uno del otro;
tienen que creer que hay luz en alguna parte acerca de ambos. No me atrevo a
desanimar a los que tienen tal certidumbre. Si la sostenemos con fuerza, puede ser un
gran instrumento para sacarnos de nuestro egoísmo. Temo que la perdamos, como
ciertamente la perderemos si adquirimos el hábito de considerar la Biblia como un
libro de adivinanzas y acertijos, y de esperar sin descanso que ciertos sucesos externos
ocurran en ciertas fechas que hemos fijado como los que han predicho los apóstoles y
los profetas. La cura para tales desatinos, que son realmente muy serios, reside, no en
un descuido de la profecía, sino en una meditación más seria sobre ella; recordando
que la profecía no es un conjunto de predicciones sueltas, como los dichos de un
adivino, sino una revelación de Aquél cuyas salidas son desde la eternidad; que es el
mismo ayer, hoy, y por los siglos, cuyas acciones en una generación son establecidas
por las mismas leyes que sus acciones en otra generación.
"Si os hablara alguna vez del Apocalipsis de Juan, me explayaría mucho más sobre
este tema. Pero lo dicho es para introducir la observación de que la Biblia trata la
caída del sistema judío como el fin de un gran período en la historia humana y el
principio de otro. Juan el Bautista anuncia la presencia de Uno "en cuya mano está el
aventador; y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en
fuego que nunca se apagará". Los evangelistas dicen que estas palabras quieren decir
que Jesús de Nazaret después bajó a las aguas del Jordán, y que, al salir de ellas, fue
declarado Hijo de Dios, sobre el cual descendió el Espíritu en forma visible.
"Nosotros tenemos por costumbre separar a Jesús el Salvador de Jesús el Rey y Juez.
Ellos no. Nos dicen desde el comienzo que él llegó predicando el reino de los cielos.
Nos cuentan que llevaba a cabo acciones de juicio, así como actos de liberación. Nos
informan de las tremendas palabras que dirigía a los fariseos y a los escribas, así como
del evangelio que les predicaba a los publicanos y pecadores. Y antes del fin de su
ministerio, cuando sus discípulos le preguntaron acerca de los edificios del templo,
habló claramente de un juicio que Él, el Hijo del hombre, ejecutaría antes de que se
acabase aquella generación. Y para dejar claro que quería que le entendiésemos
estricta y literalmente, añadió: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán". Este discurso, que Mateo, Marcos, y Lucas nos informan cuidadosamente,
no es ajeno al resto de sus discursos y parábolas, ni al resto de sus obras. Todos
contienen la misma advertencia. Están llenos de gracia y de misericordia - mucha más
gracia y misericordia de lo que hemos supuesto; son testimonio de un Ser lleno de
gracia y misericordia; pero son testimonio de que las habitaciones de los que no
gustaban de este Ser sólo porque éste era su carácter, los que buscaban otro ser
semejante a ellos mismos, esto es, un ser sin gracia y sin misericordia, les serían
hechas desiertas.
"La nación judía había sido abrumada por los ejércitos de la República Romana;
todavía conservaba los antiguos signos de su nacionalidad, su ley, su sacerdocio, su
templo. Éstos les parecían ridículos e insignificantes a los emperadores romanos, aun
a los gobernadores romanos que administraban la pequeña provincia de Judea, o la
provincia mayor de Siria, en la cual a menudo se incluía. Pero encontraron a los judíos
muy problemáticos. Su nacionalismo era de una clase peculiar, y de una desusada
fortaleza. Cuando eran más degradados no podían separarse de él. Iniciaban
innumerables rebeliones, con la esperanza de recobrar lo que habían perdido, y de
establecer el reino universal que creían estaba destinado para ellos, no para Roma. La
predicación de nuestro Señor les declaraba que había tal reino universal - que Él, el
Hijo de David, ηαβ&ιαχυττε; ha venido a establecerlo en la tierra. Los judíos
soñaban con otra clase de reino, con otra clase de rey. Querían un reino judío, que
pisotearía las naciones, tal como el Imperio Romano les estaba pisoteando; querían un
rey judío que fuese básicamente como el César romano. Era un concepto tenebroso,
horrible, odioso; combinaba todo lo más estrecho en la forma más degradante del
nacionalismo, con todo lo más cruel y más destructor de la vida personal y moral en la
peor forma de imperialismo. Reunía en sí mismo todo lo que era peor en la historia
del pasado. Proyectaba la sombra de lo que sería peor en el tiempo venidero. Los
apóstoles anunciaban que la ambición maldita de los judíos se vería frustrada por
completo. Decían que se acercaba una nueva era - la era universal, la era del Hijo del
hombre, que sería precedida por una gran crisis que zarandearía, no sólo la tierra, sino
también los cielos; no sólo lo que pertenecía al tiempo, sino también todo lo que
pertenecía al mundo espiritual, y a las relaciones del hombre con él. Decían que este
zarandeo sería tal que sacudiría lo que no se podía sacudir - y que continuaría.
"He tratado, pues, de mostraros lo que Juan quería decir con el último tiempo, si
hablaba el mismo lenguaje que nuestro Señor y los otros apóstoles hablaban. No
puedo decir qué cambios físicos hayan buscado él o ellos. En aquel tiempo se
observaron fenómenos físicos - hambrunas, pestes, terremotos. Si ellos o cualquiera
de ellos suponía que estos cambios indicaban más alteraciones en la superficie o la
estructura de la tierra de lo que ellos indicaban, no lo sé; éstos no son los puntos sobre
los cuales busco información, si ellos la dieron. Que ellos no esperaban el fin de la
tierra - lo que nosotros llamamos la destrucción de la tierra - es claro a partir de esto,
que el nuevo reino del cual ellos hablaban habría de ser un reino en la tierra así como
un reino de los cielos. Pero su creencia de que un reino tal se había establecido, y
haría sentir su poder tan pronto la antigua nación hubiese sido dispersada, ha sido,
creo yo, corroborada en abundancia por los hechos. No veo cómo podemos entender
la historia moderna correctamente sin aceptar esa creencia".
PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS
Ahora llegamos a considerar la parte más difícil y más oscura de la revelación divina,
y muy bien podemos hacer una pausa en el umbral de una región tan envuelta en el
misterio y la oscuridad. Los conspicuos fracasos de los sabios y eruditos que con
demasiada confianza han profesado descifrar el místico rollo del vidente apocalíptico
nos advierten contra la presunción. Hasta podemos sentir que se justifica que
declinemos por completo una tarea que ha desconcertado a tantos de los más capaces
y mejores intérpretes de la Palabra de Dios. Pero, por otro lado, ¿hacemos honor al
libro rehusando abrirlo y declarándolo oscuro sin remedio? ¿Se justifica que tratemos
así cualquier porción de la revelación que Dios nos ha dado? ¿Debe el libro ser casi
entregado por completo a adivinadores y charlatanes, para ser diversión de sus
fantásticas especulaciones? No; no podemos pasarlo por alto. Querámoslo o no, el
libro reclama nuestra atención, e insiste en ser oído. Después de todo, debe tener un
significado, y vamos a hacer lo mejor que podemos para comprender ese significado.
¡Maravilloso libro! Después de siglos de erróneas interpretaciones y perversión,
todavía tiene el poder de llamar la atención y fascinar el interés de cada uno de sus
lectores. Rehúsa convertirse en el hazmerreír de la impostura y la locura; no puede ser
degradado ni siquiera por la ignorancia y la presunción de fanáticos y adivinos; nunca
puede ser otra cosa que la Palabra de Dios, y por lo tanto debe ser tenido en reverencia
por nosotros.
Pero, ¿es inteligible? La respuesta a esto es: ¿Fue escrito para que se entendiera? ¿Fue
un libro enviado por un apóstol a las iglesias de Asia Menor, con una bendición para
sus lectores, una mera jerigonza ininteligible, un enigma inexplicable para ellos? Eso
difícilmente puede ser cierto. Pero si el propósito era que el libro revelara los secretos
de tiempos distantes, ¿no debería haber sido por necesidad ininteligible para sus
primeros lectores - y no sólo ininteligible, sino hasta fuera de lugar e inútil? Si
hablaba, como algunos quieren hacernos creer, de hunos y godos y sarracenos, de
emperadores medievales y de papas, de la Reforma protestante y de la Revolución
Francesa, ¿qué posible interés o significado podría tener para las iglesias cristianas de
Éfeso, Esmirna, Filadelfia, y Laodicea? Especialmente cuando consideramos las
circunstancias reales de aquellos cristianos primitivos - muchos de ellos soportando
crueles sufrimientos y penosas persecuciones, y todos ellos esperando ansiosamente
que se acercase la hora de liberación que ahora estaba cercana - ¿qué propósito habría
servido enviarles un documento que se les instaba a leer y considerar, y que, sin
embargo, se ocupaba de acontecimientos históricos tan distantes que estaban fuera del
alcance de sus simpatías, y tan oscuro que aún hoy día los críticos más sagaces
difícilmente concuerdan sobre un solo punto de él? ¿Es concebible que un apóstol se
burlase de los sufrimientos de los perseguidos cristianos de su tiempo con oscuras
parábolas sobre épocas distantes? Si este libro tuviese realmente el propósito de
ministrar fe y consuelo a las mismas personas a las que fue enviado, tendría
incuestionablemente que tratar de asuntos en los cuales ellas estaban interesadas
práctica y personalmente. ¿Y no indica esta misma y obvia consideración la verdadera
clave del Apocalipsis? ¿No debe referirse por necesidad a cuestiones de historia
contemporánea? La única hipótesis sostenible y razonable es que fue destinado para
ser entendido por sus lectores originales, pero esto es tanto como decir que debe
ocuparse de los sucesos y transacciones de su propio tiempo, y ello dentro de un
espacio de tiempo comparativamente breve.
LIMITACIONES DE TIEMPO
EN APOCALIPSIS
Esto no es mera conjetura. Está certificado por las expresas declaraciones del libro. Si
hay una cosa que más que ninguna otra se afirma explícita y repetidamente en
Apocalipsis es la cercanía de los sucesos que predice. Esto se afirma, y se reitera una
y otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos advierte que "el tiempo está
cerca", "las cosas que deben suceder pronto", "he aquí, vengo presto", "de cierto
vengo presto". Y, sin embargo, en presencia de estas afirmaciones expresas y a
menudo repetidas, la mayoría de los intérpretes se ha sentido en libertad de ignorar
por completo las limitaciones de tiempo, y vagar a voluntad por épocas y centurias,
considerando el libro como un compendio de historia eclesiástica, un almanaque de
sucesos político-eclesiásticos para toda la cristiandad para el fin del tiempo. Este ha
sido un error garrafal, fatal e inexcusable. Descuidar la definición obvia y clara de
tiempo tan constantemente dirigida a la atención del lector por el libro mismo es
tropezar en el mismo umbral. En consecuencia, esta falta de atención ha viciado con
mucho el mayor número de interpretaciones apocalípticas. Puede decirse ciertamente
que la clave estuvo todo el tiempo colgada de la puerta, claramente visible para todo
el que tuviese ojos para ver; pero los hombres han tratado de abrir la cerradura con
una ganzúa, o de forzar la puerta, o de escalarla de alguna otra manera, antes que
agenciarse una manera de entrar tan simple y preparada como usar la llave fabricada y
proporcionada para ellos.
La primera frase, que contiene lo que puede llamarse el título del libro, es por sí
misma decisiva en cuanto a la cercanía de los sucesos con los cuales se relaciona:
Cap. 1:1. "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto".
Y en caso de que se suponga que esta limitación no se extiende a toda la profecía, sino
que se refiere sólo a la introducción o a alguna otra porción, la misma afirmación se
repite, con las mismas palabras, en la conclusión del libro. (Véase 22:6).
Cap. 1:3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y
guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”.
"He aquí que viene" [Ιδου ερχεται] corresponde a "He aquí vengo pronto" [Ιδου ερχ
οµαι], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tónica de Apocalipsis; es la tesis o el
texto del todo. Para los que pueden persuadirse de que no hay ninguna indicación de
tiempo en una declaración como "He aquí que viene", o que es tan indefinida que
puede aplicarse igualmente a un año, un siglo, o un milenio, este pasaje puede que no
sea convincente; pero para todo juicio sincero, será prueba decisiva de que el suceso
al que se refiere es inminente. Es la consigna apostólica "¡Maranatha!", "el Señor
viene" (1Cor. 16:22). Hay una clara alusión también a las palabras de nuestro Señor
en Mat. 24:30. "Lamentarán todas las tribus de la tierra", etc., mostrando claramente
que ambos pasajes se refieren al mismo período y al mismo acontecimiento.
Cap. 1:19. "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de éstas”.
La última cláusula no expresa adecuadamente el sentido del original; debería ser "las
cosas que están a punto de suceder después de éstas” [α µελλει γενεσθαι µετα ταυτ
α].
Cap. 3:10. "Yo te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir [está a punto de
venir] sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra".
Esta figura ya nos es conocida en relación con la Parusía. Pedro declaró que "el día
del Señor vendrá como ladrón" [en la noche] (2Ped. 3:10). Pablo escribió a los
tesalonicenses: "Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así
como ladrón en la noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las propias palabras
de nuestro Señor en Mat. 24:42-44, con las cuales inculcó vigilancia por medio de la
parábola del "ladrón que viene por la noche". Aquí nuevamente, el momento y el
suceso al que se hace referencia son los mismos en todos los pasajes, y nuestro Señor
declaró que estarían dentro de los límites de la generación que entonces existía.
Cap. 21:5,6. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas
las cosas... Y me dijo: Hecho está".
Cap. 22:10. "No selles las palabras de esta profecía, porque el tiempo está cerca”.
Esta es sólo la repetición de otra forma de la declaración que se hace en la afirmación
precedente. ¿Cómo se puede atribuir un sentido no literal a un lenguaje tan expreso y
decisivo?
Cap. 22:6. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de
los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto”.
Este pasaje, que repite la afirmación hecha al comienzo de la profecía (cap. 1:1),
abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de manera concluyente el hecho de
que alude a sucesos que debían tener lugar casi inmediatamente.
Esta triple reiteración de la pronta venida del Señor, que es el tema de la profecía
entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue declarado con autoridad como
cercano.
Así que tenemos un cúmulo de evidencia, de la clase más directa y positiva, de que el
Apocalipsis debía cumplirse dentro de un período muy breve. Este es su propio
testimonio, y a esta limitación tenemos que atenernos absolutamente, si se le ha de
permitir al libro hablar por sí mismo.
Si las conclusiones que anteceden están bien fundamentadas, virtualmente deciden las
muy debatidas cuestiones con respecto a la fecha de Apocalipsis. Quizás puede
aceptarse que el peso de la autoridad, tal como está, se inclina del lado de la fecha
tardía: esto es, que fue escrito después de la destrucción de Jerusalén; pero la
evidencia interna nos parece abrumadora del lado de su fecha temprana. Que el
Apocalipsis contempla la Parusía como inminente es ciertamente una proposición
incontrovertible. Que la Parusía está siempre representada como coincidente con el
juicio de la ciudad y nación culpables no es menos innegable. Los que no logran
encontrar la Parusía, la destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de la era
[sunteleia tou aiwnoz] en el Apocalipsis, como en todo el resto del Nuevo
Testamento, y encontrarlos también como acontecimientos inminentes, realmente
tienen que estar ciegos. ¿Qué otra tremenda crisis se acercaba en el período al cual se
podía referir el Apocalipsis? ¿O qué acontecimiento podría ser más digno de ser
descrito en las imágenes sublimes y terribles del Apocalipsis que la catástrofe final de
la dispensación judía, y los sufrimientos sin paralelo con que fue acompañada?
3. En Apocalipsis 3:10, se nos informa que era inminente una temporada de severas
pruebas, es decir, una encarnizada persecución contra los que llevaban el nombre de
cristianos, que se extendía por todo el mundo [οικουµενη - o sea el Imperio
Romano]. Ahora bien, la primera persecución general contra los cristianos fue la que
tuvo lugar durante el gobierno de Nerón, en el año 64 d. C. Inferimos que esta es la
persecución que entonces era inminente, y que, por lo tanto, el Apocalipsis se escribió
antes de esa fecha.
EL VERDADERO SIGNIFICADO
DEL APOCALIPSIS
Y aquí encontramos una explicación de lo que debe haber parecido a lectores más
cuidadosos de la historia evangélica extremadamente singular, a saber, la total
ausencia en el evangelio de Juan de aquello que ocupa un lugar tan conspicuo en los
evangelios sinópticos - la gran profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos. El
silencio de Juan en este evangelio es tanto más notable cuanto que él era uno de los
cuatro discípulos favoritos que escucharon ese discurso; y sin embargo, en su
evangelio no encontramos ni el más leve rastro de él. ¿Cómo se explica esto? Puede
decirse que los informes completos de esa profecía, presentados por los otros
evangelistas hicieron innecesaria cualquier alusión a ella por parte de Juan; pero,
recordando el intenso interés del tema para el corazón de todo judío, y su relación con
las iglesias apostólicas en general, sí parece inexplicable que el único de los oyentes
originales que dejó registro de los discursos de Cristo no haya hecho mención de una
predicción tan importante. Pero la dificultad se explica si descubrimos que el
Apocalipsis no es otra cosa que una forma transfigurada de la profecía del Monte de
los Olivos. Y creemos que esto es lo que sucede. El Apocalipsis contiene la gran
profecía de nuestro Señor expandida, alegorizada, y si se nos permite decirlo,
dramatizada. Los mismos hechos y acontecimientos predichos en los evangelios
aparecen en Apocalipsis, sólo que envueltos en un ropaje más figurado y simbólico.
Pasan delante de nosotros como escenas proyectadas por la linterna mágica, ampliadas
e iluminadas, pero no por eso menos reales y verdaderas. Visto así, el Apocalipsis se
convierte en el suplemento del evangelio, y completa el registro del evangelista.
A primera vista, esto parece una hipótesis gratuita y fantástica, pero mientras más la
consideramos, más probable la encontraremos. Cordialmente nos suscribimos a las
siguientes palabras del Dr. Alford:
"La estrecha relación entre el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los
Olivos y la línea de profecía apocalíptica no puede haber dejado de llamar la atención
de cada uno de los estudiantes de la Escritura. Si se sugiriese que esta relación puede
ser meramente aparente, y la sometemos a la prueba de un examen más minucioso,
nuestra primera impresión, creo, se volverá más y más fuerte en el sentido de que las
dos (siendo revelaciones del mismo Señor concernientes a cosas por venir, y que
están, me parece a mí, unidas por el cuarto ay, que introduce los sellos, a la misma
referencia a la venida de Cristo) deben, correspondiendo como corresponden en orden
e importancia, responder la una a la otra en detalle; y así el discurso en Mateo 24 se
convierte, como correctamente lo ha llamado Isaac Williams, en 'el ancla de la
interpretación apocalíptica', y, puedo añadir, la piedra de toque de los sistemas
apocalípticos".
Aun una ligera comparación entre los dos documentos, la profecía y el Apocalipsis,
bastará para mostrar la correspondencia entre ellos. Los personajes dramáticos, si
podemos llamarles así - los símbolos que entran en la composición de ambos - son los
mismos. ¿Qué encontramos en la profecía de nuestro Señor? Primero y
principalmente, la Parusía; luego, guerras, hambrunas, pestilencia, terremotos; falsos
profetas y engañadores; señales y maravillas; el oscurecimiento del sol y de la luna;
las estrellas que caen del cielo; ángeles y trompetas, águilas y cadáveres, gran
tribulación y ayes; convulsiones de la naturaleza; Jerusalén hollada; el Hijo del
hombre que viene en las nubes del cielo; la reunión de los elegidos; la recompensa de
los fieles; el juicio de los impíos. ¿Y no son precisamente éstos los elementos que
componen el Apocalipsis? Esto no puede ser una semejanza accidental; es
coincidencia, es identidad. Cualquier diferencia en el tratamiento del tema surge de la
diferencia en el método de la revelación. La profecía está dirigida al oído, y el
Apocalipsis al ojo: la una es un discurso pronunciado a plena luz del día, en medio de
la vida real; el otro es una visión, contemplada en un estado de éxtasis, revestida de
imágenes magníficas, con un aire de irrealismo como de objetos vistos en un sueño,
que necesita traducirse al lenguaje de la vida diaria antes de que pueda ser
comprensible como hechos reales.
Como se interpreta comúnmente, nada puede ser más suelto y desconectado que la
disposición del Apocalipsis. Parece un intrincado laberinto, sin un plan inteligible, que
abarca tiempo y espacio, y forma un caos de heterogéneas edades, naciones, e
incidentes. En realidad, no hay ninguna composición literaria más regular en su
estructura, más metódica en su disposición, más artística en su diseño. Ninguna
tragedia griega está compuesta con mayor arte ni con más estricta atención a las leyes
dramáticas. No es exageración decir con el erudito Henry More: "Nunca hubo un libro
escrito con tal arte como éste del Apocalipsis; es como si cada palabra hubiese sido
pesada en balanza antes de ser puesta por escrito". Y, sin embargo, el plan de su
construcción es sencillo, y casi evidente por sí mismo. El número siete gobierna todo
a través de él. El lector más descuidado no puede dejar de notar cuatro de sus grandes
divisiones, que se distinguen por este número místico - las siete iglesias, los siete
sellos, las siete trompetas, y las siete copas. Puesto que cada división tiene marcadas
características con las cuales se indican claramente su principio y su final, no es difícil
trazar las líneas entre las varias divisiones. Además de las cuatro ya especificadas,
encontramos otras tres visiones, a saber, la visión de la mujer vestida de sol, la visión
de la gran ramera, y la visión de la esposa. Estas completan el número místico siete, y
forman la disposición clara y bien definida en la cual cae naturalmente el contenido
del Apocalipsis. Sería ciertamente difícil inventar cualquier otra. Hay también un
prefacio, o prólogo, al principio del libro, y un epílogo, en la conclusión; de manera
que la disposición entera queda como sigue:
Tal es la disposición natural del libro, por lo que concierne a sus grandes divisiones
principales; hay también varias divisiones subordinadas, o episodios, como se les
puede llamar, que caen bajo una u otra de las grandes divisiones. Descubriremos que
en las diferentes visiones hay una semejanza estructural común, y que, más
particularmente, cada división concluye con un final, o una catástrofe, que representa
un acto de juicio o una escena de victoria y triunfo.
Todo lector del Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se emplean
ciertos números, no tanto en un sentido aritmético, sino en un sentido simbólico. Los
números tres, cuatro, siete, diez, y doce, la mitad de siete, y doce al cuadrado, se usan
de esta significativa manera. De todos estos números místicos, como puede
llamárseles, el siete es el número dominante, que encontramos ocurriendo
continuamente desde el principio hasta el fin del libro. No nos aventuraremos a
afirmar que se usa invariablemente en sentido simbólico, y nunca en sentido literal y
aritmético. Pero, que se emplea así frecuentemente, si no generalmente, debe ser
evidente para todo lector cuidadoso. Era el número de dignidad entre los judíos, el
símbolo de totalidad o perfección, y significa todo de la especie, o la clase más alta de
la especie, a la cual se refiere. No es necesario dónde ocurre este número para que
requiera la composición de todas las unidades; significa simplemente lo completo o la
excelencia. Por eso tenemos siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas,
siete espíritus, siete lámparas, siete cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes,
siete reyes. Sería absurdo requerir el valor aritmético exacto en todos estos casos,
aunque sería imprudente afirmar que es simbólico en cada uno de ellos. Pero, en el
caso en que a primera vista parece más manifiestamente literal, es decir, las siete
iglesias que se enumeran particularmente, es posible que haya un simbolismo
subyacente. Apenas puede suponerse que sólo hubiese siete iglesias en toda Asia
Menor; puede haber habido siete veces siete; pero, sin duda, estas siete representan el
número total, no sólo en Asia, sino en todas partes. Lo que el Espíritu les dijo a ellas,
se los dijo a todas. Se descubrirá que, para la correcta interpretación del Apocalipsis,
no es de poca importancia tener presente el carácter simbólico de los números que se
emplearon en el libro con mayor frecuencia.
"He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos
los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
Esta es la tesis de todo el discurso; el primer pronunciamiento profético del libro, y
también el último; la clave de la revelación entera.
Se verá que estas palabras son el eco de la predicción de nuestro Señor en Mateo
24:30:
"Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán
todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del
cielo, con poder y gran gloria".
PARTE III
La Parusía en el Apocalipsis
LA PRIMERA VISIÓN
Es apenas necesario decir que no hay el más mínimo fundamento para la absurda
teoría que representa a estos delineamientos de la condición espiritual de las siete
iglesias como típicas de los estados sucesivos o las fases sucesivas de la iglesia
cristiana en otras tantas edades futuras. Tal hipótesis es incompatible con las expresas
limitaciones de tiempo establecidas en el contexto, e inconsistente con la distintiva
individualidad de las varias iglesias a las cuales se dirigen los mensajes. Todo muestra
que es del presente, y del futuro inmediato, de lo que trata el Apocalipsis. Los
primeros lectores de estas epístolas deben haber sentido que se dirigían expresamente
a ellos, y no a otras personas en otro tiempo. Sin duda, es verdad que estas epístolas
describen tipos de carácter que se pueden repetir, y se repiten, continuamente, en
generaciones sucesivas; pero esto no altera el hecho de que tenían aplicación directa y
personal para las iglesias especificadas, una aplicación que jamás podría tener para
ninguna otra.
1. El membrete.
2. El estilo o título del escritor.
3. Una declaración judicial del estado o carácter de la iglesia a la que se dirige el
mensaje.
4. Una expresión de felicitación o de censura.
5. Una exhortación a la penitencia, o a la perseverancia.
6. Una promesa especial "al que vence".
7. Una proclamación a todos de que deben oír lo que el Espíritu dice a cada una.
El punto principal, sin embargo que nos concierne en estas epístolas a las iglesias es
que en cada una de ellas encontramos una clara alusión a una crisis grande e
inminente, en que se ha de administrar recompensa o castigo a cada uno según su
obra. Nadie puede dejar de impresionarse con las indicaciones de que una esperada
catástrofe está cercana. A Éfeso se le dice: "Vendré pronto a tí" (2:5); a Esmirna,
"Sufrirás tribulación durante diez días" (2:10); a Pérgamo, "Vendré a ti pronto" (2:16);
a Tiatira, "Retened lo que tenéis hasta que yo venga" (2:25); a Sardis, "Vendré sobre tí
como ladrón" (3:3); a Filadelfia, "He aquí, yo vengo pronto" (3:11); a Laodicea, "He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo" (3:20). Es imposible concebir que estas urgentes
advertencias no tuviesen ningún significado especial para aquéllos a quienes estaban
dirigidas; que no significasen para ellos más que lo que significan para nosotros; que
se refieran a una consumación que no ha tenido lugar todavía. Esto sería privar a las
palabras de todo significado. ¿Qué puede ser más evidente que, en estos
pronunciamientos cortos, directos, y epigramáticos, todo es intensamente evidente,
apremiante, vehemente, como si no debiera perderse ni un momento, y la negligencia
pudiera ser fatal? Pero, ¿cómo podría ser consistente esta apasionada urgencia con una
consumación lejana, que podría ocurrir en algún distante período de tiempo, que
después de mil ochocientos años está todavía en el futuro? ¿Por qué recurrir a una
explicación tan poco natural y tan insatisfactoria cuando sabemos que hubo una
consumación predicha y esperada que habría de tener lugar en los días en que
florecieron estas iglesias? Concluimos, pues, que el período de recompensa y
retribución al que se refieren estas epístolas a la iglesias era el "día del Señor" que se
acercaba - la Parusía, que el Salvador declaró tendría lugar antes de que pasara la
generación que presenció sus milagros y rechazó su mensaje.
PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS
LA SEGUNDA VISIÓN
Hay una manifiesta referencia en estas palabras a las instrucciones que se le dan al
vidente en 1:19: "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de éstas". Son estas últimas las que ahora le van a ser reveladas al profeta;
siendo la frase "las que han de ser después de éstas" [α δει γενεσθαι] evidentemente
sinónima de "las cosas que sucederán después de éstas" [α µελλει γενεσθαι],
indicando esta última expresión que el tiempo de su cumplimiento está cercano.
Debemos pasar por alto la magnífica descripción de la celestial majestad, que nos
recuerda las sublimes visiones de Isaías y Ezequiel, y llegar a la escena que el profeta
contempla, "en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por
dentro y por fuera, sellado con siete sellos". Un ángel fuerte proclama en alta voz:
"¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" Cuando nadie está a la altura
de la tarea, y el vidente queda abrumado de dolor porque el rollo místico debe
permanecer sin abrir, le consuela el anuncio que le hace uno de los ancianos, de que
"el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha prevalecido para abrir el libro y
desatar sus siete sellos". En consecuencia, en medio del culto de adoración de la
hueste celestial y de todo el universo creado, el León-Cordero avanza hacia el trono,
toma el libro de la mano derecha del que está sentado en él, y procede a romper
sucesivamente los sellos con que está atado.
Nada puede ser más vívido ni más dramático que las escenas que aparecen
sucesivamente al abrir el Cordero los sellos. Los cuatro querubines que guardan el
trono, anuncian, uno después del otro, la apertura de los cuatro primeros sellos, en alta
voz, diciendo: "Ven". Y al ser abierto cada uno, el vidente contempla pasar una figura
visionaria a través del campo visual, emblema del contenido de la porción del rollo
que se desenrolla. Se observará que hay una gradación manifiesta en el carácter de
estas representaciones emblemáticas, que aumentan en intensidad y terror desde la
primera hasta la última.
¿Entonces, qué representan estos símbolos? Sólo se necesita un vistazo para ver su
naturaleza y carácter generales. Por todas partes es GUERRA, y los acompañantes de
la guerra - sangre, hambruna, y muerte, todos conduciendo a una pavorosa catástrofe
final y terminando en ella, una catástrofe en la que los elementos de la naturaleza
parecen disolverse en ruina universal - "el gran día de ira" (cap. 6).
¿De cuáles sucesos habla el profeta? Algunos quieren hacernos creer que este es un
compendio de historia universal; que aquí tenemos las conquistas de la Roma imperial
durante trescientos años, hasta el establecimiento del cristianismo por Constantino
como religión del imperio. Se nos manda a los tomos de Gibbon para que vaguemos a
través de las edades en busca de acontecimientos que correspondan a estos símbolos.
Pero esto es justamente lo que las siete iglesias de Asia no tenían ningún poder para
hacer. ¿No sería mofa invitar invitarles a estudiar y comprender estas visiones, que no
son luminosas para nosotros ni siquiera con la ayuda de Gibbon? Ciertamente, los
intérpretes que proponen tales soluciones deben haber cerrado los ojos a las expresas
enseñanzas del libro mismo. Los términos de la profecía nos impiden hacer todas estas
vagas incursiones en la historia general; quedamos limitados a lo cercano, lo
inminente, lo inmediato; a cosas que deben suceder pronto; a sucesos que conciernen
intensamente a los lectores originales del Apocalipsis: "porque el tiempo está cerca".
Con esta luz en la mano, todo se hace claro. Sólo tenemos que colocarnos en el tiempo
y en las circunstancias de aquellas iglesias primitivas, y estos símbolos visionarios
toman forma hasta convertirse en hechos históricos ante nuestros ojos. El vidente está
en el umbral de la crisis largamente predicha y largamente esperada, para cuya llegada
el Salvador había preparado a sus discípulos en sus propios días y antes de su partida.
Así como la profecía que hizo en el Monte de los Olivos comienza con guerras y
rumores de guerras, y continúa hablando de "Jerusalén rodeada de ejércitos", y "la
abominación desoladora en el Lugar Santo", hasta que culmina en la aparente
destrucción de la naturaleza universal y "la venida del Hijo del Hombre en las nubes
de los cielos", así también procede la profecía del Apocalipsis según el mismo
método.
Cap. 6:1, 2. "Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro
seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un
caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió
venciendo, y a vencer".
Se verá que nosotros consideramos esta visión como emblemática de la guerra judía,
que fue precursora del gran acontecimiento final de la Parusía. En la apertura del
primer sello, contemplamos el primer acto del trágico drama. Es anunciado por uno de
los cuatro seres místicos, representado como guardando el trono de Dios, y que
exclama con voz de trueno: "Ven", y he aquí que un guerrero armado, montado en un
caballo blanco, y teniendo un arco en la mano, pasa delante del campo visual. Se le da
una corona al guerrero, que sale venciendo y a vencer.
Cap. 6: 3, 4. "Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía:
Ven y mira. Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de
quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran
espada”.
Este símbolo también habla por sí mismo. Las hostilidades han comenzado ya; el
caballo blanco es reemplazado por uno bermejo [rojo], el color de la sangre. El arco
cede su lugar a la espada. Es una gran espada, porque la matanza va a ser terrible. La
paz huye de la tierra: todo es conflicto y derramamiento de sangre. Es una guerra tanto
civil como extranjera. - "Se matasen unos a otros".
Todo esto representa adecuadamente los hechos históricos. La guerra contra los
judíos, dirigida por Vespasiano, comenzó en Galilea, a la mayor distancia posible de
Jerusalén, y gradualmente se acercó más y más a la ciudad sentenciada. Los romanos
no fueron los únicos agentes en la obra de exterminio que despobló la tierra; las
facciones hostiles entre los mismos judíos volvían sus armas las unas contra las otras,
de modo que podía decirse que "la mano de cada uno se volvió contra su hermano".
Este cambio del arco por la espada indica que los combatientes ahora se habían
acercado, y luchaban cuerpo a cuerpo: es otro acto de la misma tragedia.
Vale la pena notar que el lenguaje del cuarto versículo indica, no oscuramente, el
escenario de la guerra. La paz es quitada de la tierra [εκ τηζ γηζ]. Stuart ha
interpretado correctamente esta circunstancia: "Aquí se denota especialmente, no la
tierra entera, sino la tierra de Palestina".
Cap. 6:5, 6. "Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y
mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la
mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de
trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni
el vino".
"Muchos cambiaban en privado todo lo que tenían de valor por una sola medida de
trigo, si eran ricos; de cebada, si eran pobres. Luego, algunos, encerrándose en los
rincones más retirados de sus casas, a causa de lo extremo del hambre, comían el
grano sin prepararlo; otros lo cocían según lo dictaban la necesidad y el temor. No se
ponía mesa en ninguna parte, sino que, agarrando del fuego la masa a medio cocer, la
hacían pedazos".
Pero, ¿qué significa la orden: "No dañes el aceite ni el vino"? Esto ha causado mucha
perplejidad entre los comentaristas, porque esta orden parece no concordar con la
prevalencia del hambre. Si no nos equivocamos, Josefo nos permitirá reconciliar esta
aparente incongruencia.
Después de decir que Juan de Giscala, uno de los cabecillas políticos que tiranizaban
al miserable pueblo en los últimos días de Jerusalén, se apoderó de los vasos sagrados
del templo y los confiscó, Josefo pasa a relatar otro acto de sacrilegio cometido por el
mismo cabecilla, que parece haber despertado una profunda indignación y un
profundo horror en la mente del historiador:-
"En consecuencia, tomando el vino y el aceite sagrados, que los sacerdotes guardaban
para vertirlos en los holocaustos, y que estaban depositados en el interior del templo,
los distribuyó entre sus adherentes, que consumieron sin horror más de un hin para
ungirse a sí mismos y para beber. Y aquí no puedo abstenerme de expresar lo que
indican mis sentimientos. Creo que, si los romanos hubiesen diferido el castigo de
estos miserables, o la tierra se habría abierto y se habría tragado la ciudad, ésta habría
sido barrida por un diluvio, o habría compartido el fuego y el azufre de Sodoma.
Porque produjo una generación mucho más impía que la de los que fueron visitados
de esta manera; pues, por la desesperada locura de estos hombres, la nación entera
quedó envuelta en la ruina".
Esto sirve para explicar el uso de la palabra αδικησηζ [tratar injustamente con] en
esta orden: "No dañes el aceite ni el vino". Elliott, en oposición a Dean Alford,
argumenta a favor del sentido "no cometas injusticia con respecto al aceite", etc.
Rinck, citado por Alford, lo traduce como "no desperdicies", etc. El incidente relatado
por Josefo muestra cómo la palabra αδικησηζ se ajusta a cada una de las formas de
traducción. El acto de Juan era αδικια en el sentido de desperdicio desenfrenado.
Cap. 6: 7, 8. "Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que
decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por
nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de
la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la
tierra”.
La escena aquí es evidentemente la misma, sólo que con los horrores y las miserias de
la guerra intensificados. Los espantosos espectros de la Muerte y el Hades ahora
siguen en la caravana del hambre y de la guerra. Los "cuatro terribles juicios de Dios",
que Ezequiel vio encargados de destruir la tierra de Israel, "la espada, el hambre, las
fieras, y la pestilencia", son desatados nuevamente sobre la tierra, y a causa de ellos,
la cuarta parte de su población está condenada a perecer. Jamás hubo una
superabundancia de mortandad como en la guerra que culminó con el sitio y la captura
de Jerusalén. El mejor comentario sobre este pasaje debe encontrarse en los registros
de Josefo, como lo muestra la siguiente descripción:
"Todas las salidas estaban interceptadas, todas las esperanzas de seguridad para los
judíos, completamente cortadas; y el hambre, con las fauces abiertas, devoraba al
pueblo por sus casas y por sus familias. Los techos estaban llenos de mujeres con sus
criaturas en la última etapa; las calles estaban llenas de ancianos ya muertos. Niños y
jóvenes, hinchados, se amontonaban como espectros en el mercado, y caían
dondequiera que las ansias de la muerte les sobrevenían. Los que estaban afectados no
tenían fuerzas para enterrar a sus parientes; y los que todavía eran sanos y vigorosos
eran disuadidos por la multitud de los muertos y la incertidumbre que pendía sobre
ellos. Muchos morían mientras enterraban a otros, y muchos se iban a los cementerios
antes de que llegase la hora fatal.
"En medio de estas calamidades, no había ni lamentos ni gemidos: el hambre era más
fuerte que los afectos. Con los ojos secos y las bocas abiertas, los que morían
lentamente contemplaban a los que se habían ido al descanso antes que ellos. Reinaba
un profundo silencio por toda la ciudad, y una noche preñada de muerte, y los
bandidos aún más temibles que todo esto. Abriendo a la fuerza las casas, como quien
abre un sepulcro, saqueaban a los muertos, y llevándose a rastras las mortajas de los
cadáveres, se alejaban riendo. Hasta probaban la punta de sus espadas en los
cadáveres, y para probar el temple de las hojas, atravesaban con ellas a algunos que,
extendidos en el suelo, todavía respiraban; a otros, que les imploraban que les
prestasen su mano y su espada, les abandonaban desdeñosamente para que muriesen
de hambre. Todos expiraban con los ojos fijos en el templo, apartándolos de los
insurgentes que dejaban vivos. Al principio, éstos, encontrando insoportable el hedor
de los cadáveres, ordenaban que fuesen quemados a expensas del pueblo; pero
después, cuando no podían cumplir con la tarea, los lanzaban desde el muro a los
barrancos que había abajo.
"Pero, ¿por qué tengo que entrar en detalles parciales de sus calamidades, cuando
Maneo, el hijo de Lázaro, que en este período se refugió junto a Tito, declaró que,
desde el catorce del mes Xántico, el día en que los romanos acamparon delante de los
muros, hasta la luna nueva de Panemo, fueron llevados sólo a través de aquella puerta,
que le había sido confiada a él, ciento quince mil ochocientos ochenta cadáveres?
Toda esta multitud era de la clase más pobre. No es que tuviera que contarlos, pero,
habiéndosele confiado la distribución del fondo público, estaba obligado a llevar la
cuenta. El resto eran quemados por sus parientes. Sin embargo, el entierro consistía
meramente en sacarlos de sus casas y lanzarlos fuera de la ciudad.
"Después de él, muchos de la clase más alta escaparon; y trajeron la noticia de que
seiscientos mil de las clases más humildes habían sido echados fuera a través de las
puertas. De los otros, era imposible establecer el número. Dijeron, sin embargo, que,
cuando ya no tenían fuerzas para sacar a los pobres, amontonaban los cadáveres en las
casas más grandes y cerraban las puertas: y que una medida de trigo se vendía por un
talento, y que todavía más tarde, cuando ya no se podía recoger hierbas, estando la
ciudad amurallada, algunos quedaban reducidos a una angustia tal que rebuscaban en
las cloacas y en el estiércol putrefacto del ganado, y comían la basura; y aquello de lo
cual anteriormente se hubiesen alejado asqueados ahora se convertía en su alimento".
-- Traill´s Josephus, Jewish War, boook v, cap. xii: 3; cap. xiii: 7.
Cap. 6:9-11. "Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que
habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían.
Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no
juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron
vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta
que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían
de ser muertos como ellos".
Este pasaje puede considerarse como una prueba crucial de cualquier interpretación
del Apocalipsis. Puede decirse verdaderamente que difícilmente puede imaginarse
nada más insatisfactorio, incierto, y conjetural que la explicación que dan esos
intérpretes, que encuentran en el Apocalipsis un programa de historia eclesiástica.
Pero, si el principio que nos guía es correcto, nos conducirá a una interpretación tal
que demostrará, por propia evidencia, que es la verdadera.
Aquí tenemos, pues, delante de nosotros, los principales elementos de la escena. Pero
esto no es todo. Es imposible no impresionarse con el marcado parecido entre la
visión del quinto sello y la parábola de nuestro Señor sobre el juez injusto (Lucas
18:1-8): "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?
¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga
el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?". Esto es más que un parecido: es
identidad. En ambos caso encontramos los mismos querellantes: los elegidos de Dios;
apelan a Él para pedir justicia; en ambos casos, encontramos la respuesta a la
apelación: "Pronto les hará justicia"; en ambos casos encontramos la escena de sus
sufrimientos ubicada en el mismo lugar: "en la tierra" - es decir, la tierra de Judea. La
visión y la parábola ahora se complementan mutuamente la una a la otra. La visión
nos dice la causa del clamor por la venganza, y quiénes son los que apelan, o sea, los
discípulos de Jesús martirizados que han sellado su testimonio con su sangre. La
parábola indica el tiempo en que llegaría la retribución: - "cuando venga el Hijo del
hombre"; y de la misma manera, el hecho triste de que, cuando la Parusía tuviese
lugar, encontraría a Israel todavía impenitente y todavía incrédula.
Del mismo modo, la visión del quinto sello aclara un oscuro pasaje que hasta ahora
había frustrado todos los intentos de resolver su significado. En 1 Pedro 4:6,
encontramos la siguiente afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el
evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios". Refiriendo al lector a las observaciones que se hicieron
sobre este pasaje en páginas anteriores, será suficiente aquí recapitular la conclusión a
la que se llegó en aquella oportunidad. La afirmación es realmente así: "Porque, por
esta causa, se les llevó un mensaje de consolación aun a los muertos, para que ellos,
aunque condenados en la carne por el juicio de los hombres, vivan en el espíritu por el
juicio de Dios". Esto apunta evidentemente a la vindicación de los que, por el injusto
juicio de los hombres, sufrieron la muerte por la verdad de Dios; declara que habían
sido consolados después de la muerte por las nuevas de que, por el juicio divino,
disfrutarían de la vida eterna. No hay en la Escritura ninguna alusión a ninguna
transacción de esta clase, excepto en el pasaje que tenemos delante - la visión del
quinto sello. Sin embargo, esto llena precisamente todos los requisitos del caso. Aquí
encontramos "los muertos" - los mártires cristianos, que habían muerto por la fe;
habían sido condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres. Se da a
entender manifiestamente que habían apelado al justo juicio de Dios. En respuesta a
su apelación, se les había comunicado un "mensaje de consuelo" [euaggelion]; se les
dice que reposen por un tiempo hasta que se les unan sus hermanos y consiervos que
han de ser muertos como ellos; mientras que se les dan "túnicas blancas", señales de
inocencia y emblemas de victoria. Creemos que debe ser obvio que esta escena bajo el
quinto sello corresponde exactamente a la alusión de Pedro y a la parábola de nuestro
Señor. Es importante, también, observar el lugar que ocupa esta escena en el drama
trágico. Es después del estallido, pero antes de la conclusión, de la guerra judía;
precede, por un poco, la catástrofe final del sexto sello. Es el clamor impaciente de los
santos martirizados: "¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?" Demanda una justa
retribución sobre los que habían derramado su sangre; y especifica claramente quiénes
son describiéndoles como "los que moran en la tierra". Y todo esto antecede
inmediatamente a la catástrofe final bajo el siguiente sello, que presenta la ira de Dios
viniendo sobre la nación culpable "hasta lo último". Aquí tenemos, pues, un cuerpo de
evidencia tan variado, tan minucioso, y tan acumulativo que podemos aventurarnos a
llamarle una demostración.
Cap. 6:12-17. "Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y
el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las
estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos
cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino
que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la
tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo
libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los
montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que
está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha
llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”
Ahora llegamos al último acto de esta terrible tragedia: la catástrofe que cierra la
segunda visión. Puede causar sorpresa que la catástrofe ocurra bajo el sexto sello, y no
bajo el séptimo, como podríamos haber esperado. Pero al séptimo sello se le hace el
eslabón entre la segunda y la tercera visiones, y se le emplea de una manera
sumamente artística para introducir la siguiente serie de siete, o sea, la visión de las
siete trompetas. Aquí podemos observar que cada una de las visiones culmina en una
catástrofe, o acto señalado de juicio divino, que trae destrucción sobre los impíos y
salvación para los justos.
Nadie puede dejar de observar que casi todas las características de esta terrible escena
ocurren en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos con referencia a los
juicios venideros sobre la ciudad y la nación de Israel. No hay, pues, lugar para dudar
ni por un momento del significado de la visión del sexto sello; pero, mientras más de
cerca se estudie cada símbolo, más claramente se verá su relación con la gran
catástrofe. Este es el "διεσ ιραε" - ελ ηµερα κυριακη - "el día grande y terrible de
Jehová" predicho por Malaquías, Juan el Bautista, Pablo, Pedro, y, sobre todo, por
nuestro Señor en su discurso apocalíptico del Monte de los Olivos. Es la esperada
consumación por la que la iglesia apostólica velaba y la cual esperaba - el día de juicio
para la nación culpable y, como veremos, el día de redención y recompensa para el
pueblo de Dios.
Sin duda, parecerá una objeción a esta explicación el hecho de que la destrucción de
Jerusalén, por terrible que fuese, parece inadecuada como antitipo de las imágenes del
sexto sello. El objeto se aplica igualmente a la profecía de nuestro Señor, en que su
propia autoridad establece la aplicación de las señales. En realidad, se aplica a toda la
profecía: porque la profecía es poesía, y poesía oriental también, en la cual las
espléndidas imágenes simbólicas son el ropaje del pensamiento. Además, la objeción
se basa en una estimación inadecuada del verdadero significado y la verdadera
importancia de la destrucción de Jerusalén. Ese acontecimiento no es simplemente un
trágico incidente histórico; no debe ser mirado en la misma categoría que el sitio de
Troya o la destrucción de Tiro o de Cartago. Fue una gran época providencial; el fin
de una era; el desenvolvimiento de un gran período en el gobierno divino del mundo.
La catástrofe material no fue sino la señal externa y visible de una poderosa crisis en
el reino de lo invisible y lo espiritual.
Al mismo tiempo, debe observarse que los hechos históricos que subyacen estos
símbolos son suficientemente reales y tangibles. La consternación y el terror descritos
aquí como apoderándose de "los reyes de la tierra, los grandes", etc., están en perfecta
armonía con las escenas de los últimos días de Jerusalén como las describe Josefo.
Con la premisa de que con "los reyes de la tierra" [βασιλειζ τηζ γηζ] se quiere decir
los gobernantes de Judea, como podremos mostrar, encontramos que la descripción
profética corresponde maravillosamente a los hechos históricos. Primero, la escena de
la visión ocurre evidentemente en un país en que abundan las cavernas rocosas y los
escondrijos, lo cual, como bien se sabe, son característicos de Judea. Las colinas de
piedra caliza de ese país están literalmente llenas de cavernas como un panal, que han
sido cuevas de ladrones y refugios de fugitivos desde tiempo inmemorial. Ewald
reconoce "que aquí hay una referencia especial a las peculiaridades de Palestina en
cuanto a sus rocas y cavernas, que proporcionan lugares de refugio para los fugitivos".
(Citado por Stuart, Apocalypse, in loc.). Estas dos notas, la tierra, y su naturaleza
geológica, fijan la ubicación de la escena. Segundo, es un hecho atestiguado por
Josefo que los últimos escondrijos de los enloquecidos ciudadanos de Jerusalén eran
las cavernas rocosas y los pasajes subterráneos a los cuales huyeron buscando refugio
después de la captura de la ciudad:
"La última esperanza", dice Josefo, "que alentaban los tiranos y sus pandillas de
bandidos eran las excavaciones subterráneas, en las cuales no esperaban que se les
buscase si procuraban refugio en ellas. Después del colapso final de la ciudad, cuando
los romanos se hubiesen retirado, se proponían salir y buscar la seguridad en la huída.
Pero, después de todo, esto no fue sino un mero sueño, porque no pudieron ocultarse
de la observación de Dios ni de los romanos".
Aún más notable, si es posible, es el hecho mencionado por Josefo, de que Simón, uno
de los jefes de la rebelión, se ocultó, después de la captura de la ciudad, en uno de
estos escondrijos subterráneos. El incidente es relatado así por el historiador judío:
"Este Simón, durante el sitio de Jerusalén, había ocupado la parte alta de la ciudad;
pero, cuando el ejército romano había pasado más allá de los muros y estaba
devastando la ciudad entera, Simón, acompañado por sus más fieles amigos, y algunos
picapedreros, con las herramientas de hierro requeridas por ellos en su oficio, y con
provisiones suficientes para muchos días, se dejó caer junto con todo su grupo en una
de las cavernas secretas, y avanzó por ella hasta donde lo permitían las antiguas
excavaciones. Aquí, habiendo encontrado terreno firme, lo excavaron, con la
esperanza de avanzar más lejos, y escapar, emergiendo en un lugar seguro. Pero el
resultado de las operaciones demostró que sus esperanzas resultaron fallidas. Los
mineros avanzaron lentamente y con dificultad, y las provisiones, aunque
administradas, estaban a punto de acabarse.
"Por lo cual Simón, creyendo que podía engañar a los romanos por medio del terror,
se vistió de túnicas blancas, y abotonando sobre ellas un manto púrpura, surgió de la
tierra en el lugar mismo donde antes se levantaba el templo. Efectivamente, al
principio el asombro se apoderó de los que lo vieron, y quedaron como petrificados;
pero después, acercándose más, le exigieron que se identificara. Simón rehusó
hacerlo, y les dijo que llamaran al general; ellos corrieron rápidamente hasta Terencio
Rufo, que había quedado al mando del ejército. Vino Rufo, y después de oír de Simón
toda la verdad, le puso en grilletes, y comunicó a César los detalles de la captura ...
Sin embargo, el hecho de haber surgido del terreno condujo en ese tiempo al
descubrimiento, en otras cavernas, de una vasta multitud de los otros insurgentes. Al
regresar César a Cesárea junto al mar, Simón fue llevado a él en cadenas, y César
ordenó que se le retuviera para el triunfo que se preparaba para celebrar en Roma".
Se verá que, en cada catástrofe de este libro de visiones - y cada visión termina con
una catástrofe - hay dos partes, a saber, el juicio infligido sobre los enemigos de
Cristo y la bendición conferida a sus siervos.
Ahora bien, bajo el sexto sello, donde está localizada la catástrofe de la visión, ya
hemos visto descrita la primera parte, a saber, el juicio de los enemigos de Dios; pero
la otra parte, la liberación del pueblo de Dios, está representada en el capítulo que
tenemos delante. El progreso del juicio queda aun detenido hasta que la seguridad de
los siervos de Cristo quede garantizada.
Vale la pena notar que Jerusalén es la escena del juicio tanto en la profecía de
Ezequiel como en Apocalipsis; y la alusión que hace Pedro a esta misma transacción
en la visión de Ezequiel, como a punto de repetirse en la Jerusalén de sus propios días,
es muy significativa. (1 Ped. 4:17).
Pero la luz mayor es proyectada sobre este episodio por las palabras de nuestro Señor:
"El Hijo del hombre enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus
escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro" (Mat.
24:31). Este episodio es la representación del cumplimiento de aquella promesa.
Mientras la ira es derramada al máximo sobre la tierra; mientras las tribus de la tierra
están de duelo; mientras los enemigos de Dios huyen para esconderse en las cavernas
y las cuevas; en aquella hora temible, la trompeta del ángel convoca al fiel remanente
del pueblo de Dios, "para que se oculten en el día de la ira de Jehová". Ahora el
tiempo ha llegado a su plenitud; porque hay que recordar que todo esto habría de ser
presenciado por los apóstoles mismos, o por lo menos por algunos de ellos; porque la
propia generación de nuestro Señor no habría de pasar sino hasta que estas cosas se
hubiesen cumplido.
En consecuencia, era la esperanza acariciada de los cristianos de la era apostólica
escapar de la condenación general, y entrar en posesión de la inmortalidad por el
cambio instantáneo que vendría sobre ellos a la aparición del Señor. Pablo tranquilizó
a los cristianos de Tesalónica diciéndoles que, los que estuviesen vivos y quedasen
hasta la venida del Señor, no precederían a los que habían partido en la fe antes de la
venida del Señor. Por la palabra del Señor, les declara que "el Señor mismo con voz
de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los
muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que
hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir
al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1Tes. 4:15-17). Pablo alude
nuevamente a esta misma confiada expectativa en 2 Tes. 2:1, donde dice: "Pero con
respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os
rogamos, hermanos", etc. Esta peculiar expresión, "nuestra reunión con él" [επισυναγ
ογη], apenas sería inteligible si no fuese por la luz que arrojan sobre ella Mat. 24:31 y
Apoc. 7. Al mismo período, la misma transacción, se hace referencia en la profecía de
nuestro Señor, en la epístola de Pablo, y en el episodio que tenemos delante. Aquí está
la gran consumación, y la garantía de la seguridad del pueblo de Dios cuando la
destrucción sobrevenga a los impenitentes a incrédulos. Todo esto pertenece a la gran
crisis al final de la era - esto es, al final de la dispensación judía. El dedo del Señor ha
definido los límites más allá de los cuales no podemos pasar al establecer el período
de esta transacción. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin que todo
esto acontezca". Cualquiera que sea nuestra opinión en cuanto al alcance de esta
predicción, pronunciada de manera similar por nuestro Señor, Pablo, y Juan, o la
manera en que se cumpla, de una cosa no puede haber dudas - las Escrituras están
irrevocablemente comprometidas con la afirmación de los hechos.
Se observará que hay dos clases, o divisiones, del "pueblo de Dios", que se
especifican en este episodio. La primera clase pertenece a una nación particular - "los
ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". Éstos tienen que
representar necesariamente la iglesia cristiana judía del período apostólico. Pero,
además de éstos, hay una multitud que nadie podía contar, que pertenecen a todas las
nacionalidades, es decir, no israelitas, sino gentiles. Esta clase, pues, tiene
necesariamente que representar a la iglesia gentil del período apostólico; los
"incircuncisos", que fueron admitidos a los privilegios del pueblo del pacto, llamados
a ser "coherederos, y del mismo cuerpo, y participantes de las promesas de Dios en
Cristo por el evangelio", junto con los creyentes judíos. Esta representación implica
que el peligro y la liberación simbolizados por el sellamiento de los siervos de Dios
no se limitaban a Judea y a Jerusalén. La religión de Jesús de Nazaret era una fe
proscrita y perseguida en todo el Imperio Romano antes de que estallase la guerra
judía y se abrogase la economía judía. En consecuencia, se dice que los redimidos en
la visión, "la multitud con vestiduras blancas", salen de una gran tribulación: una
expresión que nos da una pista del establecimiento del tiempo y de las personas a las
que se hace referencia aquí. Nuestro Señor, cuando predijo el tiempo de aflicción sin
paralelo que habría de preceder a la catástrofe de Jerusalén y de Judea, dice: "Porque
habrá entonces gran tribulación [θλιψιζ µεγαλη], cual no la ha habido desde el
principio del mundo hasta ahora, ni la habrá", etc. (Mat. 24:21). Ahora, en la
afirmación en el episodio: "Estos son los que han salido de gran tribulación", hay una
incuestionable alusión a las palabras de nuestro Señor. Como apunta Alford, la
traducción correcta es: "Estos son los que han salido de la gran tribulación" [εκ τηζ θ
λιψεωζ τηζ µεγαληζ], siendo el artículo definido sumamente enfático, y la
tribulación alude claramente a la predicción en Mateo 24:21.
Así, por la guía de la palabra de Dios misma, llegamos a una y la misma conclusión, y
es imposible no impresionarse con la concurrencia de tantas líneas diferentes de
argumento que conducen a un solo resultado. Estamos justificados, pues, al llegar a la
conclusión de que el episodio del sellamiento de los siervos de Dios representa la
seguridad y la liberación de los fieles y el terrible tiempo de juicio que, en la Parusía,
alcanzó a la ciudad culpable y a la tierra de Israel.
PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS
LA TERCERA VISIÓN
Ahora hemos llegado al fin de la segunda visión, y podría suponerse que la catástrofe
con la cual concluyó es tan completa y exhaustiva que no podría haber lugar para
ningún cambio ulterior. Pero no es así. Y aquí tenemos nuevamente que llamar la
atención a una de las principales características de la estructura del Apocalipsis. No es
una secuencia continua y progresiva de sucesos, sino una representación
continuamente recurrente, básicamente de la misma historia trágica en nuevas formas
y nuevas fases. El Dr. Woodsworth, casi solo entre los intérpretes de este libro, ha
captado esta característica de su estructura. Al mismo tiempo, cada nueva visión
amplía la esfera de nuestra observación y aumenta el interés por la introducción de
nuevos incidentes y actores.
Cap. 8:7-12. "El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados
con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra", etc.
Regresemos a la visión. Después de una terrible pausa en la apertura del séptimo sello,
que significa el carácter solemne y lúgubre de los sucesos que están a punto de tener
lugar, siete ángeles, o más bien, los siete ángeles que están de pie delante de Dios,
reciben siete trompetas, que están encargados de hacer sonar sucesivamente. Antes de
que comiencen, sin embargo, un ángel presenta a Dios las oraciones de los santos,
junto con el humo de mucho incienso de un incensario de oro, en el altar de oro que
estaba delante del trono. Esto se considera generalmente como símbolo de la
aceptabilidad del culto cristiano por medio de la intercesión y la defensa del
Mediador. Pero, obsérvense los efectos de las oraciones. El ángel toma el incensario
que había perfumado las oraciones de los santos, lo llena con fuego del altar, y lo
lanza sobre la tierra: e inmediatamente, siguen voces, truenos, relámpagos, y un
terremoto. Extrañas respuestas a oraciones. Pero, si consideramos estas oraciones de
los santos como súplicas del sufriente y perseguido pueblo de Dios, al que hemos
visto representado en las visiones anteriores como clamando en alta voz: ¡Hasta
cuándo, Señor, hasta cuándo!, todo se aclara. El Señor vengará la sangre de sus
siervos; su ira se enciende; está cerca una rápida retribución. El incensario que hacía
subir las oraciones se convierte en vehículo de juicio, y es lanzado sobre la tierra, con
la furia del Señor - el fuego del altar delante del trono.
Ahora, los siete ángeles se preparan para hacer sonar sus trompetas, y cada
trompetazo es la señal para un acto de juicio. Se observará que las cuatro primeras
trompetas, como los cuatro primeros sellos, difieren de las tres restantes. Tienen algo
de indefinido, y los símbolos, aunque sublimes y terribles, no parecen susceptibles de
una verificación histórica particular. Probablemente corresponden a aquellas
perturbaciones fenomenales de la naturaleza a las cuales alude nuestro Señor en su
profecía del Monte de los Olivos como precedentes a la Parusía: "Entonces habrá
señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes,
confundidas a causa del bramido del mar y de las olas" (Luc. 21:25). Estos son los
objetos mismos afectados por las cuatro primeras trompetas, o sea, la tierra, el mar, la
luna, las estrellas. Entonces, sin tratar de encontrar una explicación específica para
estos portentos, es suficiente considerarlos como las señales externas y visibles del
desagrado divino manifestado hacia los impenitentes y los incrédulos; síntomas de
que el mundo natural estaba agitado y convulso a causa de la maldad de su tiempo;
emblemas de la dislocación y la desorganización generales de la sociedad, que
precedieron y anunciaron la catástrofe final del pueblo judío.
Sin embargo, las tres últimas trompetas son de un carácter muy diferente de las cuatro
primeras. Son realmente simbólicas, como las otras, pero los símbolos son menos
indefinidos y parecen más susceptibles de una interpretación histórica. Los juicios
bajo las cuatro primeras trompetas están marcados por lo que podemos llamar un
carácter artificial; afectan la tercera parte de todas las cosas - la tercera parte de los
árboles, la tercera parte de la hierba, la tercera parte del mar, la tercera parte de los
peces, la tercera parte de los barcos; la tercera parte de los ríos, la tercera parte del sol,
la tercera parte de la luna, la tercera parte de las estrellas, la tercera parte del día, la
tercera parte de la noche. Sería absurdo exigir una verificación histórica de tales
símbolos. Pero las trompetas restantes parecen entrar más en el dominio de la realidad
y la historia; y, en consecuencia, descubriremos que la Escritura y la historia
contemporánea arrojan mucha luz sobre ellas. Que a estas últimas trompetas se les
atribuye una importancia especial es evidente por el hecho de que son introducidas
por una nota de advertencia: -
Cap. 8:13. "Y miré, y oí a un águila volar por en medio del cielo, diciendo a gran
voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de
trompeta que están para sonar los tres ángeles!".
Esta nota introductoria a las trompetas de los tres ayes requiere algunas
observaciones.
Primera, el lector percibirá que el texto águila, no ángel. "Oí a un águila volar por en
medio del cielo". Este es el símbolo de la guerra y la rapiña. Hay un llamativo
paralelo de esta representación en Oseas 8:1: "Pon a tu boca trompeta. Como águila
viene contra la casa de Jehová, porque traspasaron mi pacto, y se rebelaron contra mi
ley". En Apocalipsis, el águila viene con la misma misión, anunciando dolor, guerra, y
juicio.
Segunda, el lector observará las personas sobre las cuales han de caer los ayes
predichos - "los que moran en la tierra". Como en 6:10, así también sucede aquí; gh
debe ser tomado en sentido restringido, como referencia a la tierra de Israel. Las
traducciones de γη como tierra, en vez de territorio, y de αιωνβψ como mundo, en
vez de era, han sido fuentes fructíferas de error y confusión en la interpretación del
Nuevo Testamento. Con singular inconsistencia, nuestros traductores han traducido a
γη, algunas veces como tierra, algunas veces como territorio, en versículos casi
consecutivos, oscureciendo el sentido grandemente. Así, en Lucas 21:23, traducen γη
como tierra: "habrá gran calamidad en la tierra" [επι τηζγηζ], siendo compelidos a
restringir el significado en la siguiente cláusula - "e ira sobre este pueblo". Pero, en el
siguiente versículo menos uno, donde se repite la misma frase - "calamidad επι τηζ γ
ηζ" - lo traducen "en la tierra". En el pasaje que tenemos delante, los ayes deben
entenderse como denunciados, no sobre los habitantes del globo, sino sobre los de la
tierra, esto es, de Judea.
LA QUINTA TROMPETA
Cap. 9:1-12. "El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a
la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió
humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el
humo del pozo... Y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra...
Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y
en griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes después de esto".
Sobre esta representación simbólica, Alford observa: "Hay una Babel interminable de
interpretaciones alegóricas e históricas de estas langostas que salen del abismo"; pero,
aunque limpia el suelo del montón de especulaciones románticas con las cuales ha
sido sobrecargado, se abstiene de poner nada mejor en su lugar.
Sin asumir que tenemos más penetración que otros expositores, no podemos sino
pensar que el principio de interpretación sobre el cual procedemos, y que tan
obviamente establece el Apocalipsis mismo, proporciona una gran ventaja en la
búsqueda y el descubrimiento del verdadero significado. Con nuestra atención fija en
un solo punto de la tierra, y absolutamente limitados a un espacio de tiempo muy
breve, es comparativamente fácil leer los símbolos, y todavía más satisfactorio marcar
su perfecta correspondencia con los hechos.
Cualquiera que sea la oscuridad que haya en esta extraordinaria representación, parece
es bastante claro que ella no puede referirse a ningún ejército humano. Por el
contrario, todo apunta a lo infernal y demoníaco. Considerando el origen, la
naturaleza, y el líder de esta misteriosa hueste, es imposible considerarlo a cualquier
otra luz que no sea como símbolo de la irrupción de un siniestro poder demoníaco. Es
exactamente así como está representado, las huestes del infierno que salen y
hormiguean sobre la maldecida tierra de Israel. Tenemos delante de nosotros un
monstruoso cuadro de una realidad histórica, la condición completamente
desmoralizada y, por decirlo así, poseída por demonios, de la nación judía hacia el
trágico final de su memorable historia. ¿Tenemos algún fundamento para creer que la
última generación del pueblo judío era realmente peor que cualquiera de sus
predecesoras? ¿Es razonable suponer que esta degeneración tenía alguna relación con
una influencia satánica? A ambas preguntas tenemos que contestar: Sí. Tenemos una
declaración muy notable de nuestro Señor sobre estos dos puntos, la cual, nos
aventuramos a afirmar, da la clave para la correcta interpretación de los símbolos que
tenemos delante. En el capítulo doce de Mateo, Jesús compara a la nación, o más bien,
a la generación que entonces existía, con un endemoniado del que había sido
expulsado un espíritu inmundo. La predicación del segundo Elías y los propios
esfuerzos de nuestro Señor habían producido una reforma moral temporal en la
nación. Pero la antigua e inveterada incredulidad e impenitencia pronto volvió, y en
una forma siete veces peor.
"Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega,
la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete
espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre
viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación".
(Mat. 12:43-45).
La frase final está llena de significado. La nación culpable y rebelde, que había
rechazado y crucificado a su Rey, debía ser entregada, en su última etapa de
impenitencia y obstinación, al dominio irrestricto del mal. El demonio exorcizado
habría de regresar finalmente reforzado por una legión.
"Opino", dice nuevamente, "que si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos
miserables, la tierra se habría abierto y tragado la ciudad, o habría sido barrida por un
diluvio, o habría compartido el fuego y el azufre de Sodoma. Porque produjo una raza
mucho más impía que aquéllos que fueron así visitados". --- Josefo, lib. 5, cap. 13.
Tal es la invasión de esta hueste infernal; por decirlo así, todo el infierno desatado
sobre la tierra dedicada, convirtiendo a Jerusalén en un pandemonio, habitación de
demonios, guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible. (Apoc. 18:2).
LA SEXTA TROMPETA
Cap. 9:13-21. "El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro
cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía
la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates.
Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes,
y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número de los ejércitos
de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número", etc.
La sexta trompeta es introducida por el anuncio: "El primer ay pasó; he aquí vienen
aún dos ayes después de esto" - indicando que su llegada está cercana: están en
camino: "vienen" [ερχεται].
Hay cierto parecido entre la visión presentada aquí y la que la precede. Ambas se
refieren a una hueste grande y multitudinaria desatada para castigar a los hombres; en
ambas la hueste no es como ningunos seres reales in rerum natura, pero ambas
parecen caer, en algunos puntos, dentro de las regiones de la realidad, y ser
susceptibles, en parte al menos, de verificación histórica. El primer incidente que
sigue al tocar de la sexta trompeta es la orden de "desatar los cuatro ángeles que están
atados junto al gran río Éufrates". Acerca de este pasaje, dice Alford: "Todas las
imágenes aquí han sido una crux interpretum en cuanto a quiénes son estos ángeles, y
que se indica por la localidad que se describe aquí". Es en estos casos cruciales, que
desafían la destreza de la mano más hábil para abrir la cerradura, en que demostramos
el poder de nuestra llave maestra. Fijémosnos primero en lo que parece más literal en
la visión - "el gran río Éufrates". Eso, por lo menos, difícilmente puede ser simbólico.
Se dice que hay cuatro ángeles atados, no en el río, sino junto a él [επι τω ποταµω].
Desatar estos cuatro ángeles libera una vasta horda de jinetes armados, con las
extrañas y antinaturales características descritas en la visión. ¿Qué es lo verdadero y
real que podemos deducir de estas imágenes altamente elaboradas? ¿Cómo es que
estos jinetes vienen de la región del Éufrates? ¿Cómo es que hay cuatro ángeles atados
junto a ese río? Ahora bien, se recordará que la invasión de langostas vino del abismo
del infierno; este ejército invasor viene del Éufrates. Este hecho sirve para
desenmarañar el misterio. El ejército invasor que siguió a Tito hasta el sitio y la
captura de Jerusalén fue traído en gran medida de la región del Éufrates. Ese río
formaba la frontera oriental del Imperio Romano; y sabemos de cierto que esta
frontera era guardada por cuatro legiones, que estaban estacionadas regularmente allí.
Concebimos estas cuatro legiones como simbolizadas por los cuatro ángeles atados
junto al río. "Desatar los ángeles" equivale a movilizar las legiones, y no podemos
pensar sino que el símbolo es poético, pues es históricamente verdadero. Pero, se dirá,
las legiones romanas no consistían de caballería. Correcto; pero sabemos que, junto
con los legionarios del Éufrates, vinieron a la guerra judía fuerzas auxiliares traídas de
esa misma región. Antíoco de Comágene que, como nos dice Tácito, era el más rico
de todos los reyes que se sometieron a la autoridad de Roma, envió un contingente a
la guerra. Sus dominios estaban sobre el Éufrates. Sohemus, también otro rey
poderoso, cuyos territorios estaban en la misma región, envió una fuerza para
cooperar con el ejército romano a las órdenes de Tito. Ahora bien, las tropas de estos
reyes orientales, como las de sus vecinos los partos, eran mayormente de caballería; y
es completamente consistente con la naturaleza de la representación alegórica o
simbólica que en un libro como Apocalipsis estas feroces hordas extranjeras de jinetes
bárbaros asumiesen la apariencia presentada en la visión. Son multitudinarias,
monstruosas, agresivas, letales; y sin duda, así les parecían a los miserables
"moradores de la tierra" a quienes estaban encargados de destruir. La invasión puede
describirse correctamente en el lenguaje análogo del profeta Isaías: "Jehová de los
ejércitos pasa revista a las tropas para la batalla. Vienen de lejana tierra, de lo postrero
de los cielos, Jehová y los instrumentos de su ira, para destruir toda la tierra" (Isa.
13:4,5).
Finalmente, la correcta traducción del vers. 15 elimina una oscuridad que ha sido
ocasión de mucha perplejidad y muchos conceptos erróneos. Se declara que los cuatro
ángeles atados junto al Éufrates, y desatados por el ángel de la sexta trompeta, han
sido preparados, no para una hora, y un día, y un mes, y un año, sino para la hora, día,
mes, y año: es decir, destinados por la voluntad de Dios para una obra especial, en una
coyuntura particular; y en el tiempo señalado, fueron desatados para cumplir su
misión providencial. "La tercera parte de los hombres" no significa la tercera parte de
la raza humana, sino la tercera parte de los "habitantes de la tierra" (cap. 8:13), sobre
los cuales los ayes están a punto de caer.
I. Ahora podríamos haber esperado que sonase la séptima trompeta; pero, como en la
visión de los siete sellos, la acción es interrumpida por la introducción de episodios
que hacen espacio para material nuevo que no cae estrictamente dentro de la corriente
principal de la narración.
Cap. 10:1-11. "Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con
el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de
fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el
izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo
clamado, siete truenos emitieron sus voces", etc.
5. Vale la pena notar que Pablo habla, no de la voz de un arcángel, sino del arcángel,
como si se estuviese refiriendo a lo que ya era bien conocido y familiar para las
personas a las cuales escribía. Pero, ¿dónde encontramos en las Escrituras alguna
alusión a "la voz del arcángel y la trompeta de Dios"? En ninguna parte, excepto en
este mismo pasaje de Apocalipsis. Deducimos que Apocalipsis era conocido para los
tesalonicenses, y que Pablo aludía a esta misma descripción.
El profeta, sin embargo, pasa a registrar lo que el ángel hizo y dijo. Con el pie derecho
en el mar y el izquierdo en la tierra, el ángel levanta su mano al cielo, y jura por el que
vive por los siglos de los siglos que ya no habrá más tiempo ni tregua. Es decir: "El
fin ha llegado; la paciencia de Dios ya no puede esperar más; el día de gracia está a
punto de concluir; ya no se dará más tregua".
"En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el
misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas".
En otras palabras, la séptima y última trompeta, que está a punto de sonar, traerá la
gran consumación predicha. Esta íntima conexión entre la aparición del arcángel y el
sonar de la séptima trompeta (que introduce la consumación) es sumamente sugerente,
y confirma con fuerza todo lo que se ha adelantado con respecto a la correspondencia
entre la escena que tenemos delante y la descripción de 1 Tes. 4:16.
Pero este séptimo versículo también confirma de modo singular y muy satisfactorio
los puntos de vista que ya se han expresado con respecto a lo que se ha llamado
erróneamente "la predicación del evangelio a los muertos" (1Ped. 4:6). El lector
recordará que, en el pasaje a que se hace referencia, la expresión empleada es "nekroiz
euhggelisqh" (literalmente, fue evangelizado a los muertos, es decir, un anuncio
consolador fue hecho a los muertos).
En el pasaje que tenemos delante (cap. 10:7), descubrimos la fuente original de esta
peculiar expresión "evangelizado" [ενηγγελισεν], y en un examen más minucioso,
encontramos una alusión, clara y distinta, a esa misma comunicación hecha a los
muertos, a la que se refiere Pedro. El ángel de la visión jura:
"que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando
él comience a sonar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció
a sus siervos los profetas".
Aquí la cuestión se presenta sola: ¿Cuándo se hizo este anuncio consolador? Alford
contesta esta pregunta correctamente. En su nota sobre este versículo, dice:
Luego, ¿a quién se le hizo este consolador anuncio? La respuesta es: "a sus siervos los
profetas". Esto se refiere claramente a los que, en el cap. 6:9, están representados
como "las almas de los que fueron muertos por la palabra de Dios, y por el testimonio
que tenían". Porque, ¿cuál es la función de un profeta? ¿No es la de declarar la palabra
del Señor, y dar testimonio en favor de la verdad? En el capítulo 6, se les describe
como "habiendo sido muertos", la suerte que Jesús predijo para sus siervos. "Por
tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y
crucificaréis" (Mat. 23:34). Jerusalén era notoriamente asesina de profetas.
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas!" (Mat. 23:37). "No es posible que un
profeta muera fuera de Jerusalén" (Luc. 13:33). Era la sangre de estos mártires la que
había de ser requerida de "aquella generación", y ahora el tiempo había llegado.
III. El libro abierto en la mano del ángel (cap. 10:8-11). El ángel poderoso está
representado sosteniendo en su mano un librito abierto. No se nos informa de su
contenido, pero nos ayuda mucho en la interpretación de este símbolo la manifiesta
correspondencia entre la escena en Apocalipsis y la que se describe en Ezequiel 2, 3.
En realidad, parecen contrapartes la una de la otra. El rollo en Ezequiel corresponde al
"librito". En la profecía, es "el Señor" quien sostiene el rollo en la mano, y se lo da al
profeta; una confirmación adicional del argumento de que es el Señor quien, en
Apocalipsis, sostiene en librito en su mano. Tanto en la profecía como en Apocalipsis,
el rollo o libro está abierto. En ambos, el rollo o libro es comido por los profetas; en
ambos, "era dulce en la boca" al comerlo. Sólo el Apocalipsis afirma que se volvió
amargo en el vientre; pero podemos inferir que la misma característica se aplica
igualmente al rollo de Ezequiel. Todas estas notables correspondencias prueban
suficientemente que la escena en la profecía de Ezequiel es el prototipo de la visión en
Apocalipsis. Pero el punto principal que debe observarse es la naturaleza del
contenido del librito, y esto podemos establecerlo por su paralelo en la profecía. El
rollo que Ezequiel vio "estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas en él
endechas y lamentaciones y ayes" (Eze. 2:10). Deducimos, pues, que en ambos el
contenido era amargo, porque Juan, como Ezequiel, era el mensajero de ayes
venideros para Israel, y esta misma visión pertenece a las trompetas de ayes que
hicieron sonar la señal del juicio.
Cap. 11:1,2. "Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se
me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero
el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido
entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses".
Si faltase algo para probar que en estas visiones apocalípticas tratamos con historia
contemporánea, con hechos y cosas que existían en los días de Juan, ese algo lo
proporcionaría el pasaje que tenemos delante. Aquí tenemos evidencia clara y distinta
con respecto al tiempo y al lugar. La visión habla de la ciudad y el templo de
Jerusalén; la ciudad literal y el templo literal. Estaban, pues, en existencia cuando el
Apocalipsis se escribió, porque la visión que tenemos ante nosotros predice su
destrucción.
¿Qué puede ser más forzado y menos natural, menos crítico y más infundado, que
interpretar una afirmación como ésta como símbolo de la Reforma Protestante y la
Iglesia de Roma? Tales interpretaciones son en realidad una humillante prueba de la
extravagancia y la credulidad de algunos hombres buenos; pero hacen un daño
incalculable al dar ejemplo de manejar de modo imprudente de la Palabra de Dios, y
hacer pasar las fantásticas especulaciones de los hombres por los verdaderos
pronunciamientos de Dios. No tenemos en absoluto ningún derecho a suponer que
aquí se quiere decir algo más o algo menos que la ciudad literal de Jerusalén y el
templo literal de Dios.
Es siempre importante tener presente que toda la acción del Apocalipsis se apresura
hacia una gran catástrofe, ahora no muy distante. Ni por un momento se pierde de
vista a Israel y a Jerusalén. Ya han sonado dos trompetas de ayes, anunciando la
suerte de la nación apóstata, y la consumación final sólo espera el sonido de la tercera.
El arcángel ya ha declarado que "el tiempo no sería más", y el vidente ha probado lo
amargo del libelo - el librito que contiene la acusación y el castigo de aquella
generación malvada.
En tales circunstancias, nada sino destrucción venidera puede ser el tema. Que la vara
de medir o el cordel se emplean en la Escritura como emblema de destrucción es
indiscutible, en realidad con más frecuencia que de construcción. Unos pocos
ejemplos deben bastar. En Lamentaciones 2:7,8, encontramos un pasaje que podría ser
la interpretación de esta visión apocalíptica: "Desechó el Señor su altar, menospreció
su santuario; ha entregado en mano del enemigo los muros de sus palacios; hicieron
resonar su voz en la casa de Jehová como en día de fiesta. Jehová determinó destruir
el muro de la hija de Sión; extendió el cordel, no retrajo su mano de la destrucción;
hizo, pues, que se lamentara el antemuro y el muro; fueron desolados juntamente".
Nuevamente, en la profecía de Isaías relativa a la destrucción de Babilonia (cap.
34:11), leemos: "Se adueñarán de ella el pelícano y el erizo, la lechuza y el cuervo
morarán en ella; y se extenderá sobre ella cordel de destrucción, y niveles de
asolamiento". El profeta Amós también usa el mismo emblema (Amós 7:6-9): "He
aquí el Señor estaba sobre un muro hecho a plomo, y en su mano una plomada de
albañil. Jehová entonces me dijo: ¿Qué ves, Amós? Y dije: Una plomada de albañil. Y
el Señor dijo: He aquí, yo pongo plomada de albañil en medio de mi pueblo Israel; no
lo toleraré más. Los lugares altos de Isaac serán destruidos", etc. Otro pasaje muy
sugerente ocurre en 2 Reyes 21:12,13: "Por tanto, así ha dicho Jehová el Dios de
Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le
retiñirán ambos oídos. Y extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la
plomada de la casa de Acab". (Véase también Salmos 60:6; Isaías 28:17).
Se observará que una parte de los recintos del templo, "el patio que está fuera del
templo" se exceptúa de la medición, y que por esta razón está asignado - "ha sido
entregado a los gentiles". El pasaje dice así: "El patio que está fuera del templo déjalo
fuera, y no lo midas", etc. Hay alguna oscuridad en esta afirmación. Sabemos que
había una porción de los recintos del templo llamada "el atrio de los gentiles", pero
ese difícilmente puede ser aquél al que se alude aquí, pues sería extraño decir que el
patio de los gentiles sería dado a los gentiles. Es evidente, también, que se dice que
este abandono del atrio exterior a los gentiles es algo sacrílego, algo asociado con la
afirmación: "Y hollarán la santa ciudad cuarenta y dos meses". La razón, pues, de la
exención de la medición del patio exterior es probablemente que el lugar ya estaba
profanado; estaba, pues, "dejado fuera", rechazado, como que ya no era un lugar
sagrado; era profano e inmundo, estando en manos, y aún bajo los pies, de los
gentiles.
¿Hay en la historia de los últimos días de Jerusalén algo que responda a estos hechos?
Porque ese es el verdadero problema que tenemos que resolver. Aquí el historiador
judío arroja una vívida luz sobre el escenario entero descrito en la visión. Josefo nos
cuenta cómo, cuando estalló la guerra de los judíos, el templo se convirtió en
ciudadela y fortaleza de los insurgentes; cómo las diferentes facciones luchaban por la
posesión de esta ventajosa posición; y cómo Juan, uno de los jefes rebeldes, defendía
el templo con su grupo de bandidos llamados zelotes, mientras Simón, otro cabecilla y
rival, ocupaba la ciudad. Josefo nos dice cómo la fuerza idumea, que puede
describirse correctamente como perteneciente a los gentiles, entró en la ciudad
amparada por la oscuridad de la noche, durante una distracción causada por una
terrorífica tormenta, y fue admitida por los zelotes, sus confederados, dentro de los
sagrados recintos del templo. Parece que, durante todo el período del sitio, la ciudad y
los atrios del templo estuvieron en posesión de estos salvajes hombres sin ley de
Edom, que llevaban con ellos la rapiña y el derramamiento de sangre a dondequiera
que iban. Fueron ellos los que en esta ocasión asesinaron vilmente a Ananías y a
Josué, dos de los sumos sacerdotes más eminentes y venerables, un crimen al que
Josefo atribuye la subsiguiente captura de Jerusalén y el colapso de la comunidad
judía. (Véase la obra de Traill Josefo, libro 4, cap. 5, sec. 2).
¿No tenemos aquí plenamente satisfechas las condiciones del problema? La violenta y
sacrílega invasión del templo por parte de los zelotes e idumeos, y la autoritaria
ocupación de la ciudad por estos bandidos, que la hollaron bajo sus pies durante el
período del sitio, nos parece que cumplen con precisión los requisitos de la
descripción. ¿Seguramente no se dirá que los idumeos no eran gentiles? Es importante
observar que esta frase, los gentiles, o las naciones [τα εθνη], que con tanta
frecuencia ocurre en el Nuevo Testamento, se refiere generalmente a los vecinos
inmediatos de los judíos, viviendo muchos de ellos con los judíos, o al lado de ellos,
en la tierra de Palestina. Samaria era una εθνοζ: Así lo eran también Idumea, Batanea,
Galilea, los tirios, y los sidonios; y la frase "todas las naciones" o "todos los gentiles"
se emplea a menudo en este sentido limitado para referirse a las nacionalidades
palestinas. Cuando nuestro Señor envió a los doce en su primer viaje misionero, y les
encargó que no fueran a los gentiles, ni entraran en ninguna ciudad de los samaritanos,
sino que fuesen más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel, por gentiles no
quería decir los griegos, ni los romanos, ni los egipcios, ni los persas, sino los gentiles
de casa, como podemos llamarles, a los cuales los discípulos podían encontrar sin
sobrepasar los límites de Palestina. Algunas veces, corremos el peligro de ser
confundidos por la aplicación de nuestras modernas ideas geográficas y etnológicas al
pensamiento y el lenguaje del tiempo de nuestro Señor. Las ideas de los judíos eran
más provinciales que ecuménicas: su mundo era Palestina, y para ellos, "las naciones"
o "los gentiles" a menudo no significaba más que sus vecinos más cercanos que vivían
en las fronteras, y a veces dentro de las fronteras, de su propia tierra.
El pasaje que ahora estamos considerando arroja luz también sobre la profecía de
nuestro Señor en Lucas 21:24: "Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los
tiempos de los gentiles se cumplan". Debe observarse que nuestro Señor habla aquí
del sitio y la captura de Jerusalén, el mismo tema de la visión apocalíptica. No puede
ponerse en duda que la referencia de nuestro Señor a que Jerusalén sería hollada por
los gentiles es idéntica en significado al lenguaje de la visión: "Y hollarán [los
gentiles] la santa ciudad". Ambos pasajes tienen que referirse al mismo acto y al
mismo tiempo: cualquiera sea el significado del uno es el significado del otro. Puesto
que, entonces, la alusión en Apocalipsis es a la violenta y sacrílega ocupación de
Jerusalén y del templo por las hordas de zelotes e idumeos, llegamos a la conclusión
de que nuestro Señor, en su predicción, alude al mismo hecho histórico.
Pero, si es así, ¿qué debemos entender por "los tiempos de los gentiles" en la
predicción de nuestro Salvador? Se ha supuesto generalmente que esta expresión se
refiere a algún período místico de duración desconocida que se extiende posiblemente
a siglos y eones, y que todavía continúa en un curso que no se ha completado. Pero, si
esta interpretación no natural de las palabras ha de aplicarse a la Escritura, es difícil
ver para qué sirve especificar en absoluto algún período de tiempo. Ciertamente es
mucho más respetuoso hacia la Palabra de Dios entender su lenguaje en el sentido de
que tiene algún significado definido. ¿Y si "cuarenta y dos meses" significa realmente
cuarenta y dos meses, y nada más? Los tiempos de los gentiles sólo pueden significar
el tiempo durante el cual Jerusalén estuvo ocupada por ellos. Ese tiempo se especifica
claramente en Apocalipsis como cuarenta y dos meses. Ahora bien, este es un período
del cual se habla repetidamente en este libro bajo diferentes designaciones. Es los "mil
doscientos sesenta días" del versículo siguiente, y el "tiempo, y tiempo, y la mitad de
un tiempo" del cap. 12:14, es decir, tres años y medio. Ahora bien, es evidente que
este espacio de tiempo en la historia de las naciones sería un punto insignificante;
pero, para una chusma tumultuosa y sin ley, controlar una gran ciudad por tal período
sería algo portentoso y terrible. No es probable que la ocupación de tal ciudad por una
turba armada continúe por edades y siglos: es un estado de cosas anormal que debe
terminar prontamente. Pero esto es exactamente lo que sucedió en los últimos días de
Jerusalén. Durante los tres años y medio que representan con suficiente exactitud la
duración de la guerra de los judíos, Jerusalén estuvo efectivamente en manos y bajo
los pies de una horda de rufianes, a quienes su propio compatriota describe como
"esclavos, y la escoria misma de la sociedad, los espurios y contaminados engendros
de la nación". Se puede decir que la última y fatal lucha comenzó cuando Vespasiano
fue enviado por Nerón, a la cabeza de sesenta mil hombres, a sofocar la rebelión. Esto
ocurrió a principios del año 67 A. D., y en agosto del año 70 A. D., la ciudad y el
templo eran un montón de humeantes ruinas.
Las siguientes observaciones del profesor Moses Stuart acerca de este pasaje son
sumamente importantes:
Cap. 11:3-13. "Y daré a mis dos testigos [poder] que profeticen por mil doscientos
sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros
que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego
de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe
morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no
llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en
sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran. Cuando hayan
acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los
vencerá, y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que
en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue
crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por
tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. Y los moradores de la tierra
se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque
estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra. Pero después de
tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron
sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron. En aquella hora hubo un
gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto
murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron
gloria al Dios del cielo”.
Una de las pruebas de una verdadera teoría de la interpretación es que debería ser una
buena hipótesis que funcione. Cuando se encuentre la clave correcta del Apocalipsis,
abrirá todas las cerraduras. Si esta visión profética es, como creemos, la reproducción
y la expansión de la profecía en el Monte de los Olivos; y si hemos de buscar los
personajes dramáticos que aparecen en sus escenas dentro de los límites de los
períodos a los cuales se extiende esa profecía, entonces el área de investigación queda
muy restringida, y las probabilidades de descubrimiento aumentan
desproporcionadamente. En la investigación relativa a la identidad de los dos testigos,
quedamos constreñidos casi a un punto en el tiempo. Algunos de los datos son lo
bastante precisos. Se verá que el período de su profecía antecede al sonido de la
séptima trompeta, esto es, justo antes de la catástrofe de Jerusalén. La escena de su
profecía tampoco se indica oscuramente: es "la gran ciudad, que en sentido espiritual
se llama Sodoma y Gomorra, donde también nuestro Señor fue crucificado". A pesar
de las objeciones de Alford, que en realidad no parecen tener ningún peso, no puede
haber ninguna duda razonable de que Jerusalén es el lugar que se tiene en mente,
según la opinión general de casi todos los comentaristas y los obvios requisitos del
pasaje. La pregunta, pues, es: ¿Cuáles dos personas que, viviendo en la comunidad
judía y en la ciudad de Jerusalén en los últimos días, puede encontrarse que responden
a la descripción de los dos testigos, como se da en la visión? Esa descripción es tan
marcada y minuciosa que su identificación no debería ser difícil. Hay siete
características principales:
Antes de seguir adelante con la investigación, es bueno tomar nota de las siguientes
observaciones del Dr. Alford sobre el tema, con las cuales concordamos cordialmente:
"Los dos testigos, etc. Ninguna solución se ha proporcionado jamás para esta
porción de la profecía. O los dos testigos son literales - dos hombres, dos individuos -
o son simbólicos - dos individuos considerados como la concentración de principios y
características, y esto ya sea por sí mismos, o como representantes de hombres que
encarnaban estos principios y estas características ... El artículo τοιζ parece como si
los dos testigos fuesen bien conocidos, y distintos en sus individualidades. El δυσιν
es esencial a la profecía, y no debe ser minimizado. Ninguna interpretación que no
retenga y no haga resaltar este dualismo, bien en individuos o en líneas
características de testimonio, puede estar en lo correcto”.
"Todo esto apunta al espíritu y al poder de Moisés, combinado con el de Elías. Y sin
duda, es en estas dos direcciones que tenemos que buscar los dos testigos, o filas de
testigos. El uno personifica la ley, el otro los profetas. El uno nos recuerda al profeta a
quien Dios levantaría como a Moisés; el otro, a Elías el profeta, que vendría antes del
día grande y terrible de Jehová".
1. Santiago
Como hecho real e histórico, sabemos que, en los últimos días de Jerusalén, vivió en
aquella ciudad un maestro cristiano eminente por su santidad, un fiel testigo de Cristo,
dotado con los dones de profecía y de milagros, que profetizaba vestido de cilicio que
selló su testimonio con su sangre, pues fue asesinado en las calles de Jerusalén en los
días finales de la comunidad judía. Este era "Santiago, siervo de Dios, y del Señor
Jesucristo".
Veamos cómo cumple este nombre los requisitos del problema. Es imposible concebir
una representación más adecuada de los antiguos profetas y de la ley de Moisés que el
apóstol Santiago. Es incuestionable que era un fiel testigo de Cristo en Jerusalén. Su
residencia habitual, si no su residencia fija, era allí: su relación con la iglesia de
Jerusalén hace esto casi seguro. Ningún hombre de aquellos días tenía más derecho a
ser llamado un Elías. No era un cortesano untuoso, ni un profetizador de cosas buenas,
sino un asceta en sus hábitos, severo y osado en sus denuncias del pecado, un hombre
cuyas rodillas tenían callos, como los de un camello, a fuerza de mucha oración, cuya
impávida integridad y primitiva santidad le ganaron, aun en aquella malvada ciudad,
el apelativo de el Justo: ¿no era ésta la manera en que se conducía un hombre que
"atormentaba a los que moran en la tierra", y respondía a la descripción de un testigo
de Cristo? Todavía podemos escuchar el eco de aquellas severas reprimendas que
mortificaban a aquellos hombres orgullosos y codiciosos que "oprimían al obrero en
su salario", reprimendas que predecían la ira que vendría prontamente y que ahora
estaba tan cercana. "Aullad, oh ricos, por las miserias que os vendrán. Habéis
acumulado tesoros en los últimos días". ¿Quién puede con mayor probabilidad ser
nombrado uno de los testigos-profetas de los últimos días que Santiago de Jerusalén,
"el hermano del Señor"?
Concerniente al tiempo y la manera exactos del martirio de este testigo, puede haber
alguna duda, pero del hecho mismo, y de haber tenido lugar en la ciudad de Jerusalén,
no puede haber ninguna. En todo caso, hasta ahora, Santiago, en la manera de su vida
y de su muerte, responde con notable justeza a la descripción de los testigos que se da
en Apocalipsis.
Las siguientes observaciones del Dr. Schaff destacan vívidamente la vida y la obra de
Santiago de Jerusalén, y son extremadamente apropiadas al tema que se discute.
"Había necesidad del ministerio de Santiago. Si alguno podía ganarse al pueblo del
antiguo pacto, era él. Complació a Dios poner un ejemplo tal de piedad del Antiguo
Testamento en su forma más pura entre los judíos para hacer la conversión al
evangelio, aun a la hora undécima, tan fácil para ellos como fuese posible. Pero,
cuando no quisieron escuchar la voz de este último mensajero de paz, se agotó la
medida de la divina paciencia, y se derramó el terrible juicio con que por tanto tiempo
habían sido amenazados. Y así se cumplió la misión de Santiago. No habría de
sobrevivir la destrucción de la Santa Ciudad y el templo. Según Hegesipo, fue
martirizado el año antes del suceso, es decir, en el 69 d. C.".
2. Pedro
Ahora bien, ¿qué otro apóstol además de Santiago tenía una reconocida conexión con
la iglesia de Jerusalén, habitaba declaradamente en esa ciudad, vivió hasta la víspera
de la disolución del sistema judío, sufrió una muerte de mártir, y la experimentó en
Jerusalén? Puede parecerles a algunos una conjetura disparatada sugerir el nombre de
Pedro, como nos aventuramos a hacerlo; pero no es en absoluto una adivinanza al
azar, y solicitamos una franca consideración de los argumentos a favor de esta
sugerencia.
Si la residencia habitual o fija de Pedro era en Jerusalén; que había una relación
íntima, si no oficial, entre él y la iglesia de aquella ciudad; que Pedro estaba en
Jerusalén en la víspera de la revuelta judía: todas estas circunstancias harían muy
probable la suposición de que Pedro era el otro testigo asociado con Santiago.
Ahora veamos hasta qué punto son cumplidos los requisitos de la descripción
apocalíptica por esta identificación de los dos testigos como Santiago y Pedro.
Son dos en número: "Individuos, bien conocidos, y distintos en su individualidad",
como dice correctamente Alford que deben ser. Son más que esto; son consiervos y
hermanos en Cristo, asociados en la misma obra, la misma iglesia, la misma ciudad.
El dualismo, que Alford dice que es esencial para la correcta interpretación, es
perfecto. Aún más que esto: "Uno personifica la ley, el otro los profetas". ¿Quién
podría ser una representación mejor de la ley que Santiago? Aunque no por eso
personifica menos a los profetas. Santiago nos recuerda a Elías, que podría haber sido
su modelo; el severo asceta, cuyos poderosos logros en oración conmemora en su
epístola. Pedro también, que puede ser llamado el fundador de la iglesia cristiana
judía, nos recuerda a Moisés, el fundador de la antigua iglesia judía.
Lo que los antiguos profetas eran para Israel, Santiago y Pedro lo eran para su propia
generación, especialmente para Jerusalén, el principal escenario de sus vidas y
trabajos. El período de su profecía es también notable; es por espacio de mil
doscientos sesenta días, o tres años y medio, representando la duración de la guerra
judía. Profetizan vestidos de cilicio: esto es, su mensaje es de juicio venidero, la
denuncia de la ira de Dios. Se les compara con los dos olivos y los dos candelabros
vistos en la visión de Zacarías: esto es, son "los dos ungidos", sobre quienes ha sido
derramado el Espíritu Santo, los alimentadores y las luces de la iglesia cristiana, así
como Zorobabel y Josué eran los alimentadores y las luces de Israel en sus días. Son
dotados de poderes milagrosos, una característica que no debe ser justificada, y que se
aplicará sólo a testigos apostólicos. Han de sellar su testimonio con su sangre, y hasta
ahora encontramos que Santiago y a Pedro cumplen perfectamente las condiciones del
problema. Estamos seguros de que ambos fueron mártires de Cristo, y que eso ocurrió
en los últimos días de la comunidad judía.
Con respecto al lugar en que fue derramada la sangre de Santiago, tenemos evidencia
histórica creíble de que fue en Jerusalén. Pero aquí la luz nos falla, y de aquí en
adelante nos vemos obligados a ir tanteando nuestro camino. De la muerte de Pedro
no tenemos ningún registro; pero el silencio mismo es sugerente. Que las dos personas
principales de la iglesia de Jerusalén cayeran víctimas de un gobierno suspicaz, o de la
furia del pueblo, en el momento en que la revolución estaba a punto de estallar, o
cuando ya hubiese estallado, es sólo demasiado probable; que sus cadáveres yacieran
insepultos concuerda con lo que realmente ocurrió en muchos casos durante aquel
terrible período de barbarismo sin ley que precedió a la caída de Jerusalén: pero,
aunque hemos avanzado hasta este punto, no podemos avanzar más.
Pero no dogmatizamos sobre el tema: los hechos están delante de nosotros, y debe
dejarse que hagan su propia impresión en la mente del lector. No parece posible
resolver el todo por medio de una alegoría. Donde ya hemos encontrado tantos hechos
sustanciales e historia creíble, parece inconsistente e irrazonable sublimar la
conclusión en una mera metáfora y un símbolo. Por lo tanto, abandonamos el tema
con esta sola observación: Por lo menos cuatro quintos de la descripción de
Apocalipsis se ajustan a la historia de Santiago y de Pedro, y nadie puede alegar que
el resto no puede ser igualmente apropiado.
Queda, sin embargo, una circunstancia a la cual no nos hemos referido, es decir, el
enemigo por el cual los testigos son muertos. Leemos en el ver. 7: "Cuando hayan
acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los
vencerá, y los matará". Esta es la primera mención de un ser que ocupa un gran
espacio en la parte subsiguiente del libro de Apocalipsis - "la bestia que sube del
abismo". Aquí es presentada prolépticamente, esto es, por anticipación. Tendremos
mucho que decir en la secuela con respecto a este ser portentoso, y ahora sólo
aludimos al tema para hacer notar el hecho de que, cualquiera que sea el significado
del símbolo, apunta a un poderoso y letal antagonista de Cristo y su pueblo; y que a
este monstruo se le atribuye la muerte de los dos testigos.
Cap. 11:13. "Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la
ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y
los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo".
Es difícil ver cómo puede considerarse esto como puramente simbólico. Es un hecho
notable que en Josefo encontramos un relato de un incidente que ocurrió durante la
guerra judía, que en muchos respectos guarda un notable parecido con los sucesos
descritos en este pasaje. En aquella ocasión fatal, cuando la fuerza idumea fue
traicioneramente admitida en la ciudad por los zelotes, tuvo lugar un terrible
terremoto, y en la misma noche fue perpetrada una gran matanza de los habitantes de
la ciudad por los bandidos. La afirmación de Josefo es como sigue:
"Durante la noche se desató una aterradora tormenta; soplaba el viento con
tempestuosa violencia, y la lluvia caía a torrentes; los relámpagos destellaban sin
interrupción, acompañados por horrísonos truenos, y la tierra que se estremecía
resonaba con poderosos mugidos. El universo, convulsionado hasta sus mismos
cimientos, parecía cargado con la destrucción de la humanidad, y era fácil conjeturar
que estos eran portentos de una calamidad nada trivial".
No citamos esto como cumplimiento del escenario de la visión, aunque puede ser así,
sino para mostrar cuánto se parecen los símbolos a los hechos históricos reales.
Así termina la visión del sexto sello con estas impresionantes palabras: "El segundo
ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto".
LA SÉPTIMA TROMPETA
Cap. 11:15-19. "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo,
que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y
él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban
sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a
Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y
que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. Y se airaron las
naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón
a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y
a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue
abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos,
voces, truenos, un terremoto y grande granizo”.
Ahora llegamos a la última de las visiones de las trompetas, y, como en todos los otros
casos, encontramos que la visión culmina en una catástrofe - un acto de juicio
infligido sobre los enemigos de Dios; y, por otro lado, el triunfo y la felicidad de su
pueblo. Nos da mucho gusto citar aquí las observaciones de Dean Alford, que capta
correctamente el plan y la estructura de las sucesivas visiones:
"Todo esto", dice, "crea un fuerte fundamento para inferir que las tres series de
visiones - los sellos, las trompetas, y las copas - no son continuas, sino que se
reanudan: en realidad, no pasan por el mismo terreno la una con la otra, ya sea en el
tiempo o en la ocurrencia, sino que cada una desarrolla algo que no estaba en la
anterior; y pone el rumbo de la providencia de Dios bajo una luz diferente. Es verdad
que los sellos incluyen las trompetas y las trompetas las copas; pero no es en una mera
sucesión temporal: la involución y la inclusión son mucho más profundas", etc.
El primer resultado es la proclamación del reino de Dios. Este es el gran final hacia el
cual, de una u otra forma, tiende toda la acción de todas las visiones. Es el tema de
toda la profecía; el terminus ad quem de los evangelios, las epístolas, y el Apocalipsis.
El período de la venida del reino está marcado con toda claridad a través de todo el
Nuevo Testamento; está siempre asociado con "el final del tiempo", o el fin de la
dispensación judía [συντελεια του αιωνοζ], la resurrección, y el juicio. La séptima
trompeta es la señal de que "el fin" ha llegado, y que "el misterio de Dios" está
consumado; es, por lo tanto, el tiempo de la proclamación de que el reino de Dios ha
venido. El Mesías reina: "Ha puesto a todos sus enemigos por estrado de sus pies".
PARTE III
La Parusía en Apocalipsis
La Cuarta Visión
Visión de las Cuatro Figuras Místicas
Cap. 12:5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.
Hay otra objeción que es fatal para esta interpretación. Está fuera de los límites que
Apocalipsis mismo traza expresamente alrededor de su escenario y su tiempo de
acción. No está entre las cosas "que deben suceder pronto". Si fuésemos retrotraídos
para examinar representaciones simbólicas del nacimiento de Cristo, no estaríamos
sobre terreno apocalíptico. Abandonar este terreno es viajar fuera del registro, dejar la
tierra firme de los hechos históricos, y lanzarnos por el mar sin orillas de la conjetura,
sin brújula y sin estrella.
No tenemos dificultades, pues, para aceptar la opinión común de que la mujer vestida
del sol representa a la iglesia cristiana. Pero esta afirmación sola es muy vaga. Es la
iglesia perseguida, la iglesia apostólica, la iglesia de Judea, la que es simbolizada
aquí. Es decir, la iglesia hebreo-cristiana de los últimos días de la era judía.
Los emblemas con los cuales está adornada la mujer no parecerán incongruentes ni
extravagantes si recordamos el lenguaje con el que el profeta se dirige a Israel:
"Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido
sobre tí", etc. (Isa. 60). Que la iglesia apostólica resplandeciese como el sol, que la
luna estuviese bajo sus pies, sólo está en armonía con todo lo que se dice en el Nuevo
Testamento acerca de la dignidad y la gloria de la esposa de Cristo.
Cap. 12: 3, 4. "También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón
escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cabezas siete diademas; y
su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la
tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de
devorar a su hijo tan pronto como naciese”.
3. El Hijo Varón
Cap. 12: 5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono".
Alford afirma que "el hijo varón es el Señor Jesucristo, y no ningún otro". Dice
además que "las exigencias de este pasaje requieren que el nacimiento se entienda
literal e históricamente, como el nacimiento que todos los cristianos conocen". Y sin
embargo, sostiene que la madre es "la iglesia"; que "no es posible que se quiera dar a
entender la Bienaventurada Virgen". Estas dos suposiciones son incompatibles, y se
destruyen mutuamente. A primera vista, sí parece natural suponer que se quiere
significar a Cristo, pero una consideración ulterior mostrará que no puede ser así.
Nunca se dice que la iglesia es la madre de Cristo, ni que Cristo es el hijo de la iglesia.
La iglesia es la novia, la esposa, el cuerpo, la casa de Cristo, pero nunca la madre.
Cristo es el Rey, la Cabeza, el Esposo de la iglesia, pero nunca el hijo o el niño. Él es
el Hijo de Dios, y el Hijo del hombre; pero nunca el hijo de la iglesia. En una figura
así, habría una incongruencia y una impropiedad que repugnan al sentido de lo
correcto.
Creemos que la clave de este símbolo debe encontrarse en el capítulo sesenta y seis de
Isaías, que es la fuente original de la cual se derivan las figuras. Jerusalén está
representada aquí como una mujer en dolores de parto, que da a luz a un hijo varón
(vers. 7, 8): "Antes que estuviese de parto, dio a luz; antes que le viniesen dolores, dio
a luz hijo. ¿Quién oyó cosa semejante? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una
nación de una vez? Pues en cuanto Sión estuvo de parto, dio a luz sus hijos". Es
imposible creer que la semejanza entre estos pasajes sea meramente casual; y
recibimos, pues, una gran ayuda en la interpretación de la visión de parte de las
representaciones análogas en la profecía. Así como en la profecía el hijo varón, o los
hijos de Sión, significan los fieles de la tierra o de Jerusalén, así también el hijo varón
nacido de la mujer perseguida en Apocalipsis denota los fieles discípulos de Cristo en
Judea, y hasta en Jerusalén misma. Esta explicación armoniza las aparentes
incongruencias del pasaje, y da un sentido inteligible y razonable a la representación
entera. La iglesia hebreo-cristiana está personificada como la madre perseguida de un
vástago perseguido; ella da a luz a un hijo varón, pero un hijo varón es también una
nación, según las palabras del profeta. Este hijo varón está destinado a "regir a las
naciones con vara de hierro, y es arrebatado para Dios y para su trono". Estas
afirmaciones les parecen a muchos sólo aplicables al Hijo de Dios mismo; pero, en
realidad, en Apocalipsis se afirma que son el privilegio y la recompensa de todo
discípulo fiel: "Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad
sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro" (cap. 2:26,27); "al que venciere,
le daré que se siente conmigo en mi trono" (3:21). No es, pues, injustificable aplicar
estas expresiones, por elevadas que sean, a los fieles discípulos de Cristo.
Cap. 12:6. "Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para
que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días".
"Creo que, considerando las analogías y el lenguaje usados, estoy mucho más
dispuesto a interpretar la persecución de la mujer por el dragón como las varias
persecuciones por parte de los judíos, interpretaciones que siguieron a la ascensión, y
su huida al desierto como la retirada gradual de la iglesia y sus seguidores en
Jerusalén y Judea, una retirada consumada finalmente en la huida a las montañas
durante el sitio que se acercaba, comandados por nuestro Señor mismo".
Es extraño que, habiendo encontrado un hecho histórico que correspondía tan bien al
símbolo, el crítico no buscara más en la misma dirección, lo que sin duda habría
resultado en una luminosa exposición del todo; pero es alejado por el fuego fatuo de
un compendio de historia universal de la iglesia en Apocalipsis, ignorando
inexplicablemente las expresas afirmaciones del libro mismo con referencia al período
muy restringido dentro del cual debían cumplirse sus visiones.
Ahora llegamos al conflicto entre el dragón y el campeón que aparece para defender a
la mujer perseguida:
Cap. 12:7-9. "Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles
luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no
prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran
dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo
entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él".
No parece que este suceso - el conflicto entre Miguel y el dragón - fuera representado
para el vidente en visión. No es introducido con la fórmula usual en estos casos: "Y
miré, y he aquí" [ειδον και ιδου], sino relatado en el estilo de un historiador.
Tampoco se nos informa ni del tiempo ni la ocasión del conflicto que tuvo lugar. En
realidad, todo el suceso es misterioso, y está fuera del ámbito de las cosas terrenales;
el escenario de él es "en el cielo"; los combatientes son seres espirituales -
"principados y potestades en lugares celestiales"; aunque es razonable suponer que el
acontecimiento tiene íntima relación con la historia del período apocalíptico que es el
sujeto de la visión. Evidentemente, se introduce para explicar la intensa hostilidad del
dragón contra la iglesia de Cristo; y esta circunstancia parece dar a entender que la
expulsión de Satanás a la que se alude aquí tuvo lugar poco antes de que estallara la
persecución contra los cristianos. Es importante recordar que "Miguel" está
identificado, con toda probabilidad, con el Hijo de Dios. El lector es referido a la
prueba satisfactoria de su identidad aducida por Hengstenberg.
No debemos concebir este conflicto como de fuerza física, como las batallas de
Milton en "El Paraíso Perdido", sino más bien como una victoria moral y espiritual de
la verdad sobre el error, de la luz sobre las tinieblas, del evangelio sobre el pecado y la
incredulidad. Hay probablemente una íntima relación entre la expulsión de Satanás a
la que se hace referencia aquí y las palabras de nuestro Señor a sus discípulos cuando
volvieron con su informe de su exitosa misión como evangelistas: "Yo veía a Satanás
caer del cielo como un rayo" (Luc. 10:18); y nuevamente: "Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera" (Juan 12:31); y otra vez:
"Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3:8).
Traducidos los símbolos al lenguaje común, parecen significar que el progreso del
cristianismo en el país despertó la hostilidad de Satanás y sus emisarios, y condujo a
una persecución más activa de los discípulos de Cristo.
Cap. 12:10,11. "Entonces oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la
salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha
sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de
nuestro Dios día y noche".
Satanás, frustrado de su presa y sabiendo que "sólo le queda poco tiempo" porque la
consumación está ahora muy, muy cercana, se va, como hemos visto, a hacer guerra
contra el resto de la descendencia de la mujer, "los que guardan los mandamientos de
Dios y tienen el testimonio de Jesús" (ver. 17).
4. La Primera Bestia
Cap. 13:1-10. "Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que
tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus
cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus
pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su
trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su
herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y
adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia,
diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le dio
boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar
cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de
su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer
guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu,
pueblo, lengua, y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos
nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo. Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en
cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto.
Aquí está la paciencia y la fe de los santos".
Ahora se admite que la verdadera lectura del primer versículo es εσταθη [él se paró],
es decir, el dragón. Esto no carece de importancia. El dragón, frustrado en su intento
de destruir a la mujer y a su simiente, se instala sobre la arena del mar, buscando con
los ojos a un poderoso auxiliar para alistarlo a su servicio.
El Número de la Bestia
Juan no escribía a los romanos, ni en latín, así que la primera forma puede ser hecha a
un lado en seguida. Sin embargo, escribía en griego, y para lectores bien
familiarizados con el idioma griego, aunque la mayoría de ellos eran probablemente
de sangre judía. Es probable que la mayoría de ellos pronunciara el temido nombre en
seguida e instintivamente. En ese caso, se sentirían desorientados, porque las letras
griegas ΝερωνΚαισαρ no sumarían los números requeridos.
Pero si eso hubiese sido todo lo que se necesitaba, el nombre habría estado en la
superficie, patente y palpable para el más lerdo entendimiento. No se requeriría ni
sabiduría ni entendimiento para leer el enigma. El lector no debe intentar otro método.
Juan era hebreo, y aunque escribía en caracteres griegos, sus pensamientos eran
hebreos, y la forma hebrea del nombre y el título imperial le eran familiares a él y a
sus amigos hebreo-cristianos tanto de Asia Menor como de Judea. Podría no
ocurrírsele de modo natural al lector reflexivo calcular el valor de las letras que
expresaban el nombre del emperador en hebreo. Y el secreto sería revelado:
N = 50 Q = 100
R = 200 S = 60
W = 6 R = 200
N = 50
306 +360 = 666.
Aquí hay, pues, un número que expresa un nombre; el nombre de un hombre, del
hombre que, de entre todos los que entonces vivían, merecía mejor ser llamado una
bestia: el cabeza del imperio, el amo del mundo; que reclamaba para sí el título de
dios, que recibía honores divinos, que perseguía a los santos del Altísimo; en suma,
que respondía en todos los detalles a la descripción de la visión apocalíptica. Si se
preguntase: ¿Por qué envolvería el profeta su significado en enigmas? ¿Por qué no
nombraría expresamente al individuo al que se refería? Primero, Apocalipsis es un
libro de símbolos: todo en él se expresa en imágenes, que necesitan ser traducidas al
lenguaje corriente. Pero, en segundo lugar, no sería seguro hablar más claramente.
Expresar abiertamente el nombre del tirano, después de describirle y designarle de la
manera expresada en Apocalipsis, habría sido precipitado e imprudente en extremo.
Como Pablo cuando describió al "hombre de pecado", Juan vela su significado bajo
un disfraz, que los paganos griegos o romanos no discernirían, pero que los instruidos
cristianos de Judea o de Asia Menor entenderían en seguida.
5. La Segunda Bestia
Cap. 13:11-17. "Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos
semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la
autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los
moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada.
También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo
a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las
señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los
moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada
y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen
hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos, pequeños y
grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano
derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese
la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre".
Al examinar estas características, se hace perfectamente claro que tenemos que buscar
el antitipo para esta figura simbólica en un hombre de carácter similar al del mismo
monstruo Nerón. Evidentemente, él es el alter ego del emperador, aunque sus
proporciones ocurren en menor escala.
1. El hecho de que surja de la tierra, mientras que la primera bestia surge del mar,
denota que la segunda bestia es una autoridad local, que gobierna a Judea,
mientras que la otra es una potencia extranjera.
2. El hecho de que tenga dos cuernos como los de un cordero, mientras que la
primera bestia tiene diez, denota que su esfera de gobierno es pequeña, y que
su poder es limitado en comparación con el otro.
3. El hecho de que hable como dragón, o como serpiente, denota su carácter
astuto y engañoso.
4. El hecho de que esté investido de la autoridad de la primera bestia indica que él
es el representante oficial y el delegado de Nerón en Judea.
En este punto se nos revela el individuo. No puede ser otro que el procurador romano
o el gobernador de Judea a las órdenes de Nerón, y el gobernador particular hay que
buscarlo en o cerca del estallido de la guerra judía; y aquí la historia de la época arroja
muchísima luz sobre la investigación.
Hay dos nombres que pueden competir entre sí por la mala pre-eminencia del original
de esta descripción de la segunda bestia - Albino y Gessio Floro. Cada uno de ellos
fue un monstruo de tiranía y crueldad, pero el último lo fue más que primero. Antes de
que Gesio Floro llegara al puesto, los judíos tenían a Albino por el peor gobernador
que jamás les había pisoteado con su opresión. Después de que llegó Gesio Floro,
consideraron a Albino un hombre casi virtuoso en comparación. Floro fue un bellaco
digno de estar al lado de Nerón: un esclavo digno de tal amo.
"La imagen de la bestia es claramente la estatua del emperador", y añade: "La prueba
a la que eran sometidos los mártires era adorar al emperador, ofrecer incienso ante su
estatua, e invocar a los dioses". (Véase Review of Newman´s Development of
Christian Doctrine).
"Ahora el vidente describe los hechos que la historia justifica para nosotros en su
cumplimiento literal. La imagen de César, que los hombres eran obligados a adorar,
estaba por todas partes: era delante de ésta que los mártires cristianos eran puestos a
prueba, y ejecutados si rehusaban el acto de adoración...
"Si se dice, como objeción a esto, que no es una imagen del emperador, sino de la
bestia misma de la que se habla, la respuesta es muy sencilla: El vidente mismo, en el
cap. 17:11, no vacila en identificar a uno de los "siete reyes" con la bestia misma, así
que podemos suponer correctamente que la imagen de la bestia, por el momento, sería
la imagen del emperador reinante".
Al mismo efecto son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son tanto más
notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia al pasaje que tenemos
delante:
"La imagen del emperador era en aquel tiempo [bajo el Imperio] objeto de reverencia
religiosa: él era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas' -- Juv. 4.71), y la
adoración rendida a él era verdadera. Es notable que, en aquellos tiempos (haciendo a
un lado formas decadentes de religión), los únicos dos cultos genuinos en el mundo
civilizado eran la adoración a Tiberio o a Nerón, por un lado, y la adoración a Cristo,
por la otra".
Cap. 14:1-13. "Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de
Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su
Padre escrito en la frente”. Etc.
Esta porción de la visión apenas requiere intérprete; habla por sí misma. Hay un
agudo contraste entre la bestia que gobierna como vice-regente del dragón y el
Cordero que gobierna en nombre de su Padre. No puede haber ninguna duda de que
los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el nombre de Cristo y el del Padre inscrito
en sus frentes son idénticos a los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los
hijos de Israel que tienen el sello de Dios en sus frentes, y a los cuales se alude en el
capítulo 7. Son los elegidos de la iglesia hebreo-cristiana de Judea, posiblemente de
Jerusalén, y están representados como de pie con el Cordero sobre el Monte de Sión,
redimidos, triunfantes, glorificados; ya no están expuestos al peligro y a la muerte,
sino reunidos en el redil del Gran Pastor. Por supuesto, la representación es proléptica
- una anticipación de lo que ahora era inminente; de hecho, una repetición de la
gloriosa escena descrita en el cap. 7:9-17. ¿Es posible creer que el autor de la Epístola
a los Hebreos no tuviera en mente esta visión cuando escribió aquel noble pasaje: "Os
habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial",
etc.? Los puntos de semejanza son tan marcados y tan numerosos que no pueden ser
accidentales. La escena es la misma: el monte de Sión; los mismos personajes
dramáticos; "la congregación de los primogénitos, que están inscritos en el cielo", que
corresponde a los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En la
epístola se les llama "la congregación de los primogénitos"; la visión explica el título:
son "las primicias para Dios y para el Cordero"; los primeros conversos a la fe de
Cristo en la tierra de Judea. En la epístola se les designa como "los espíritus de los
justos hechos perfectos"; en la visión son "los que no se contaminaron con mujeres,
pues son vírgenes; en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante
del trono de Dios". Tanto en la visión como en la epístola, encontramos "la
innumerable compañía de los ángeles" y "el Cordero", por medio de quien se obtuvo
la redención. Resumiendo, queda más allá de toda duda razonable que, puesto que no
puede suponerse que el autor de Apocalipsis haya tomado su descripción de la
epístola, el autor de la epístola debe haber derivado sus ideas y sus imágenes de
Apocalipsis.
Le sigue un tercer mensajero, que denuncia, con terrible lenguaje, la ira de Dios sobre
todos los adoradores de ídolos:
En agudo contraste con estas palabras está el mensaje que un ser celestial trae a los
fieles discípulos de Cristo "que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de
Jesús".
Cap. 14:13. "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de
aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
Todo esto indica claramente la cercana aproximación de la catástrofe final. Hay, sin
embargo, una expresión en la última cita que requiere una explicación, es decir, el
anuncio con respecto a la bienaventuranza de los muertos que mueren en el Señor de
aquí en adelante. Este "de aquí en adelante" [απ αρτι] es la palabra enfática en la
oración, y debe tener un significado importante. No es simplemente que los muertos
en Cristo están seguros y felices, sino que, desde y después de cierto período
específico, una peculiar bienaventuranza les pertenece a todos los que de aquí en
adelante mueren en el Señor.
Este importante pasaje sería totalmente inexplicable a no ser por la luz que sobre él
arrojan Heb. 4:1-11; 11:9, 10, 13, 39,40.
Cap. 14:14-20. "Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado
semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la
mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que
estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha
llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube
metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
"Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Y
salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que
tenía la voz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra,
porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la
viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el
lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por
mil seiscientos estadios".
Ahora llegamos a la séptima y última de las figuras místicas de las cuales consiste esta
cuarta visión, y al desenlace, donde podemos esperar encontrar la catástrofe del todo.
Ni quedamos chasqueados; porque nada puede estar marcado más claramente que la
catástrofe bajo este símbolo, siendo la interpretación tan evidente en sí misma que
difícilmente podría malinterpretarse.
La escena comienza con la aparición de "uno semejante al Hijo del Hombre sentado
en una nube blanca", que tenía una corona de oro sobre su cabeza y una hoz aguda en
su mano. El arma que sostiene es el emblema de la transacción que está a punto de
tener lugar. Es el tiempo de la siega, porque "la mies de la tierra está madura. Y el que
estaba sentado en la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada".
Éste es un símbolo terrible, pero casi literal en su verdad histórica. Fue un pueblo el
que fue "pisado" en la furia de la ira divina. ¿Cuándo hubo jamás un mar de sangre
como el que fue derramado en la guerra de exterminio de Vespasiano y de Tito? La
carnicería, como la relata Josefo, supera todo lo registrado en los anales de la guerra.
Jerusalén, y sus hijos dentro de ella, fueron pisados en el gran lagar de la ira de Dios.
Entonces se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: "Como lagar ha hollado el
Señor a la virgen hija de Judá" (Lam. 1:15). Hay hechos, así como símbolos, en la
horrorosa escena que representa la caballería invasora como nadando en sangre hasta
los frenos de los caballos; y hay probablemente una alusión a la extensión geográfica
de Palestina en los "mil seiscientos estadios", así que podemos considerar la
descripción simbólica como equivalente a la afirmación de que, desde un extremo
hasta el otro, el territorio estaba inundado de sangre.
PART III
La Parusía en el Apocalipsis
LA QUINTA VISIÓN
LAS SIETE COPAS, CAPS. 15,16
Cap. 15:1. "Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las
siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios".
Se verá en seguida que hay una marcada correspondencia entre la visión de las siete
copas y la de las siete trompetas. Las copas, que son, real y simplemente, una
repetición y un compendio de las trompetas, siguen el mismo orden y asumen
sustancialmente la misma forma. Es verdad que hay circunstancias adicionales
introducidas en la visión de las siete copas, pero la semejanza entre las dos visiones es
todavía tan impresionante que fuerce en la mente la convicción de que ambas se
refieren a los mismos sucesos históricos.
El paralelo adjunto muestra más claramente la correspondencia entre las dos visiones:
Esto no puede ser una mera y casual coincidencia: es identidad, y sugiere la pregunta:
¿Por qué se repite la visión? No puede ser sólo por simetría, para completar el
séptuplo plan de la construcción, porque la maravillosa opulencia del libro hace
completamente absurda la idea de pobreza de invención, o repetición, con propósitos
de relleno. Más probable es la explicación de que la visión de las copas se introduce,
no sólo para reafirmar los juicios que están a punto de caer sobre la tierra, sino
especialmente para preparar el camino para introducir al gran criminal, cuya hora del
juicio ha llegado. La última de las siete copas representa a Babilonia la grande
viniendo en memoria delante de Dios; pero, en la catástrofe de la visión, su juicio es
suspendido, porque debe formar el material de una visión separada, es decir, la sexta.
Ahora es apropiado pasar revista brevemente a las sucesivas copas de los siete
ángeles.
Como las cuatro primeras trompetas, las cuatro primeras copas (cap. 16:2-9) afectan al
mundo natural - la tierra, el mar, los ríos, el sol. Todos ellos son trastornados y
atacados por plagas - el armazón de la naturaleza queda descoyuntado, y la creación
inanimada se enferma y gime a causa de la maldad de los hombres. Puede decirse que
ésta es una figura de lenguaje, aunque hay suficientes en la Escritura; es imposible
decir hasta dónde expresa hechos históricos, pero es notable que el lenguaje de
nuestro Señor, al hablar de este mismo período, se acerca mucho a los símbolos del
Apocalipsis: "Habrá señales en el sol, en la luna, y las estrellas; y en la tierra angustia
de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas, desfalleciendo
los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra;
porque las potencias de los cielos serán conmovidas" (Luc. 21:25,26). Si hemos de
confiar en el testimonio de Josefo, la destrucción de Jerusalén fue precedida por
portentos de lo más alarmante. Debe observarse que el área afectada por estas plagas
es "la tierra", esto es, Judea, la escena de la tragedia. El carácter local y nacional de las
transacciones representadas en la visión se destaca claramente en el ver. 6. Cuando el
tercer ángel convierte los ríos en sangre, se oye al ángel de las aguas reconocer la
justicia retributiva de esta plaga: "Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de
los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen". Este "matar a
los profetas" fue el pecado mismo de Israel, y de Jerusalén, y no hay ninguna otra
ciudad ni nación contra las cuales se esgrima este crimen particular como su
característica peculiar. Esta acusación fija decisivamente la alusión de la visión al
pueblo judío, y a aquel terrible período en su historia cuando se pudo decir
verdaderamente que por los cauces de sus ríos corrió la sangre.
Como la sexta trompeta, la sexta copa actúa sobre el gran río Éufrates (ver. 12), cuyas
aguas se secan "para preparar el camino de los reyes del oriente". Ahora nos
acercamos a la gran catástrofe. En la visión de la sexta trompeta, vemos una
innumerable hueste reunida para la gran batalla; en la visión de la sexta copa, vemos
"tres espíritus inmundos, a manera de ranas, que salen de la boca del dragón, y de la
boca de la bestia, y de la boca del falso profeta"; los emisarios de los poderes de las
tinieblas salen a congregar los ejércitos de "los reyes del mundo entero" para reunirlos
para la gran guerra del "gran día del Dios Todopoderoso". Traducido a términos
históricos, este símbolo representa la movilización de las fuerzas del Imperio y de los
reyes de las naciones vecinas para la guerra contra los judíos. El secamiento del
Éufrates parece indicar claramente que es cruzado con facilidad y rapidez, y esto,
considerado en relación con el símbolo correspondiente bajo la sexta trompeta, es
decir, la liberación de los cuatro ángeles atados en el Éufrates, apunta a la retirada de
las tropas de ese cuadrante para la invasión de Judea. Sabemos que este es un hecho
histórico. No sólo las legiones romanas de la frontera del Éufrates, sino también los
reyes auxiliares cuyos dominios estaban en esa región, como Antíoco de Comágenes y
Soemo de Sofena, más propiamente designados "reyes del oriente", siguieron a las
águilas de Roma al sitio de Jerusalén. El nombre dado al conflicto que se aproximaba
establece decisivamente el suceso al que se hace referencia: es "la batalla" o "la
batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso", una expresión que equivale al "día
grande y terrible de Jehová". Que este día había llegado queda indicado claramente
por la advertencia en el versículo 15: "He aquí, vengo como ladrón". Además, el
escenario del conflicto, "Armagedón" - un nombre que está asociado a uno de los días
más negros y desastrosos de la historia de Israel, la llanura de Megido, emblema de
derrota y matanza - está situada en territorio ϕυδ&ιιαχυτε ο. Ese nombre de mal
augurio habría de ser tipo de aquel campo de sangre en el que Israel estaba condenado
a perecer como nación.
"Por admirables que fuesen las máquinas construidas por todas las legiones, las de las
décima eran de peculiar excelencia. Sus escorpiones eran de mayor poder y sus
catapultas de mayor tamaño, y con ellos mantenían a raya, no sólo a los
contraatacantes, sino también a los de las murallas. Las piedras lanzadas eran del peso
de un talento, y tenían un alcance de cuatrocientos metros o más. El impacto, no sólo
en los que primero se encontraban con ellas, sino hasta en los que estaban bastante
más allá de esta distancia, era irresistible. Sin embargo, al principio los judíos podían
protegerse de las piedras, pues su aproximación era indicada, no sólo al oído por el
silbido que se oía, sino también a la vista, por el color, pues eran blancas y brillantes.
En consecuencia, los judíos tenían centinelas apostados en las torres, que avisaban
cuándo la máquina era disparada y la piedra lanzada, gritando en su idioma nativo:
"Viene el hijo", a lo cual aquellos a los que eran dirigidas estas palabras se separaban
y se arrojaban al suelo antes de que las piedras les alcanzasen. Sucedía así que, debido
a estas precauciones, la piedra caía sin hacer daño. Entonces, se les ocurrió a los
romanos ennegrecer las piedras; apuntando con mayor cuidado, derribaban a muchos
judíos con una sola descarga, pues las piedras ya no eran fácilmente distinguibles
cuando se aproximaban". Josefo, Guerras Judías, libro v., cap. vi. 3.
2. Véase de Josefo, Guerras Judías, libro 3, cap. 4, párrafo 2; libro 5, cap. 1, párrafo 6.
3. Hay otra circunstancia curiosa relacionada con este pasaje en Josefo. Whiston tiene la
siguiente acerca de ella.
"Cuál debe ser el significado de esta señal o consigna, "Viene el hijo", cuando el centinela veía
venir una piedra disparada por una máquina de guerra, o qué error se produce al interpretar esta
señal, no lo sé. Todos los manuscritos, tanto en griego como en latín, concuerdan en esta
interpretación; y no puedo aprobar ninguna alteración conjetural y sin fundamento del texto de
nioz a ioz, en el sentido de que no venía ni el hijo, ni una piedra, sino una flecha o dardo, como
la alteración que ha hecho el Dr. Hudson y que no ha sido corregida por Havercamp. Si Josefo
hubiese escrito aun su primera edición de estos libros de la guerra en hebreo puro, o si los judíos
hubiesen usado entonces el hebreo puro en Jerusalén - la palabra hebrea para hijo es tan
semejante a la palabra para piedra, Ben y Eben - tal corrección se habría aceptado más
fácilmente. Pero Josefo escribió su primera edición para uso de los judíos que vivían más allá del
Éufrates y en el idioma caldeo, al preparar esta segunda edición en idioma griego; y Bar era la
palabra caldea para hijo, en lugar de la palabra hebrea Ben, y se usaba no sólo en Caldea, sino
también en Judea, como nos lo informa el Nuevo Testamento. También Dio nos informa que los
mismos romanos de Roma pronunciaban el nombre de Simón hijo de Gioras como Bar-Poras en
lugar de Bar-Gioras, como nos lo dice Hifilino, p. 217. Reland observa que "muchos buscarán un
misterio aquí, como si el significado fuese que el Hijo de Dios viniese ahora a tomar venganza de
los pecados de la nación judía", que es ciertamente la verdad de los hechos, pero difícilmente lo
que los judíos quisiesen significar ahora, a menos, posiblemente, que quisiesen burlarse de
Cristo" amenazando tan a menudo que vendría a la cabeza del ejército romano para destruirles.
Pero aun esta interpretación no tiene sino un pequeño grado de probabilidad. Si yo fuese a hacer
una pequeña enmienda por mera conjetura, leería petroz, en vez de nioz, aunque la semejanza no
es tan grande como con ioz, porque esa es la palabra que Josefo acaba de usar, como ya se ha
observado en esta misma ocasión; mientras que ioz, una flecha o dardo, es sólo una palabra
poética, y nunca es usada por Josefo en ninguna otra parte, y en realidad no es adecuada para la
ocasión, siendo que esta máquina de guerra no lanza flechas ni dardos, sino grandes piedras en
esta ocasión". - Josefo, de Whiston, libro 5, cap. 6, párrafo 3, Nota.
PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS
LA SEXTA VISIÓN
Ahora nos acercamos a una parte de nuestra investigación en la cual estamos a punto
de exigir del lector mucha sinceridad e imparcialidad, y tenemos que pedirle que
sopese, con paciencia y sin prejuicios, la evidencia que se le presentará. Posiblemente
nos opongamos a muchos prejuicios, pero, si la silla del juicio está ocupada por un
amor imparcial por la verdad, no tememos a una opinión adversa.
De salida, puede ser conveniente echar un vistazo general a esta visión como un todo,
ocupando, como ocupa, un espacio mayor que cualquiera otra en el libro, e indicando
así la importancia pre-eminente de su contenido.
La visión es introducida por un corto prefacio o prólogo (cap. 17:1,2). Uno de los
ángeles de las copas invita al vidente a contemplar el juicio de "la gran ramera que se
sienta sobre muchas aguas". La visión se ve en "el desierto". El profeta ve a una mujer
sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres de blasfemia, y teniendo siete
cabezas y diez cuernos. La mujer está lujosamente ataviada con túnica de púrpura y
escarlata, y adornada de oro y piedras preciosas, y sostiene en la mano una copa de
oro "llena de las abominaciones y la inmundicia de su fornicación". En la frente de
esta figura visionaria hay una inscripción: "Misterio, Babilonia la grande, la madre de
las rameras y las abominaciones de la tierra". Se dice, además, que está "ebria con la
sangre de los santos, y con la sangre de los mártires de Jesús". Luego, el ángel-
intérprete procede a revelar al asombrado profeta el significado de la aparición.
Identifica a la bestia de esta visión con la primera bestia descrita en el capítulo 13,
cuyo número es seiscientos sesenta y seis, añadiendo detalles adicionales a la
descripción, algunos de ellos de un carácter muy oscuro. Declara que la mujer, o la
ramera, es "la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra". En el siguiente
capítulo (18), se describe la caída de Babilonia la grande, o la ciudad ramera, con
lenguaje de gran poder y belleza. Esto es seguido, en el cap. 19, por la celebración en
el cielo del triunfo sobre Babilonia, lo que ocasión para introducir anticipadamente las
nupcias del Cordero, que se aproximan; después de lo cual hay una descripción de la
victoria del divino Campeón, cuyo nombre es la Palabra de Dios, sobre "la bestia, el
falso profeta, y los reyes de la tierra". En el capítulo 20, el dragón, el cabecilla de la
gran confederación contra la causa de la verdad y de Dios, es atado y encerrado en el
abismo por un período de mil años. La visión luego termina con una gran catástrofe,
un solemne acto de juicio, en el cual los muertos, chicos y grandes, comparecen de pie
delante de Dios, y son juzgados según sus obras. Tal es el rápido bosquejo de los
contornos de esta magnífica visión.
Parecerá presuntuoso y arriesgado resistir una decisión que ha sido pronunciada por
una autoridad tan alta, y que ha prevalecido por tanto tiempo entre comentaristas y
teólogos protestantes, y que el que se aventura a hacerlo entra en la lista con gran
desventaja. Sin embargo, en interés de la verdad, y con toda reverencia y lealtad a la
enseñanza de la divina Palabra, puede ser, no sólo permisible, sino hasta imperativo,
mostrar por qué causa la interpretación popular de este símbolo debe ser rechazada
por insostenible e incorrecta.
1. Hay una presuposición a priori, del tipo más fuerte, contra la idea de que Roma
es la Babilonia del Apocalipsis. La improbabilidad es grande aun con respecto
a la Roma pagana, pero mucho mayor con respecto a la Roma papal. El
propósito mismo del libro excluye la posibilidad de que Roma sea representada
como uno de los personajes dramáticos. La idea fundamental del Apocalipsis,
como hemos tratado de demostrar, es la Parusía próxima y el juicio de la nación
culpable, que la acompañaba. Roma, la pagana o la cristiana, queda
completamente fuera del campo de visión apocalíptico, que está limitado a "las
cosas que deben suceder pronto". Divagar por todas las épocas y todos los
países en la interpretación de estas visiones queda absolutamente prohibido por
las expresas y fundamentales limitaciones establecidas en el libro mismo.
2. Por otra parte, es de esperarse a priori que se le diese gran prominencia al
Apocalipsis en Jerusalén. Este hecho debería ser la figura central en el cuadro,
si nuestro punto de vista sobre el diseño y el tema del libro son correctos. Si
Apocalipsis es sólo la reproducción y la expansión de la profecía de nuestro
Señor en el Monte de los Olivos, profecía que se ocupa principalmente del
cercano juicio de Israel y de Jerusalén, podemos encontrar lo mismo en
Apocalipsis; y es tan irrazonable buscar a Roma en Apocalipsis como buscarla
en la profecía de nuestro Señor en el Monte.
3. Merece especial atención el hecho de que en Apocalipsis hay dos ciudades, y
sólo dos, que son mencionadas de manera prominente y por nombre por medio
de una representación simbólica. Cada una es la antítesis de la otra. Una es la
personificación de todo lo que es bueno y santo, la otra es la personificación de
todo lo que es impío y maldito. Conocer a cualquiera de las dos es conocer la
otra. Estas dos ciudades en contraste son la nueva Jerusalén y Babilonia la
grande.
No puede haber lugar a dudas en cuanto a lo que se quiere decir con la nueva
Jerusalén: es la ciudad de Dios, la morada celestial, la herencia de los santos en luz.
Pero, entonces, ¿cuál es la antítesis correcta de la nueva Jerusalén? Ciertamente, no
puede ser otra que la antigua Jerusalén. En realidad, esta antítesis entre la antigua
Jerusalén y la nueva la traza Pablo para nosotros tan claramente en la Epístola a los
Gálatas, que nos pone en la mano la clave para la interpretación de este símbolo en
Apocalipsis. El apóstol contrasta la Jerusalén "que ahora es" con la Jerusalén que
habría de ser: la Jerusalén que está en esclavitud con la Jerusalén que es libre: la
Jerusalén de abajo con la Jerusalén de arriba (Gál. 4:25,26). Tenemos una antítesis
similar en la Epístola a los Hebreos, donde "la ciudad que tiene fundamentos" es
contrastada con la "ciudad sin continuidad"; la ciudad "cuyo constructor es Dios" con
la ciudad de creación humana; "la ciudad del Dios viviente" o la "Jerusalén celestial"
con la Jerusalén terrenal (Heb. 11:10, 16; 12:22). De la misma manera, tenemos la
antítesis entre estas dos ciudades presentada clara y ampliamente en Apocalipsis,
siendo una la ramera, y la otra la novia, la Esposa del Cordero.
Estos paralelos o contrastes sólo tienen que ser presentados a los ojos para que hablen
por sí mismos:
Pasando por alto a los otros profetas, es en Ezequiel en quien encontramos la figura
elaborada al máximo. En el capítulo dieciséis, se relata, en estilo alegórico y poético,
la historia entera de Israel, personificada por Jerusalén. Será suficiente citar aquí la
tabla de contenido de ese capítulo en las palabras prefijadas por nuestros traductores.
EZEQUIEL 16 – Contenido
Creemos que es apenas posible para cualquier mente honesta e inteligente comparar
las alegorías de Ezequiel en los capítulos dieciséis, veintidós, y veintitrés con la
descripción de la ramera de Apocalipsis, sin convencerse de que en la profecía
encontramos el original y el prototipo de la visión, y de que ambos representan lo
mismo, es decir, a Jerusalén.
Así pues, tenemos evidencia decisiva de que la culpa característica de Jerusalén era el
pecado que se conoce en las Escrituras como adulterio espiritual; una ofensa que no se
le podía imputar a Roma, porque ésta no tenía la misma relación con Dios que tenía
Jerusalén. Es a Jerusalén, y sólo a Jerusalén, a la que se le aplica el desgraciado
epíteto, con melancolía uniforme, peculiar y pre-eminentemente, de "ciudad ramera".
Pero, admitiendo que la expresión "asentada sobre siete montes" tiene un significado
topográfico, esta característica está representada adecuadamente en la situación de
Jerusalén. Ésta era en realidad una ciudad-monte mucho más que la misma Roma. "Su
cimiento está en el monte santo" (Sal. 87:1). "Grande es Jehová, y digno de ser en
gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo" (Sal. 48:1,2).
Jerusalén era "una ciudad sobre un monte". Aun hoy día, al viajero le llama la
peculiaridad de su ubicación.
"La ciudad misma está soberbiamente emplazada, como una reina, sobre los montes,
con los profundos valles y los montes alrededor de ella para protegerla".
Sin embargo, si todavía el literalista exige que la Babilonia mística tenga el número
completo de colinas, Jerusalén tiene tanto derecho como Roma para asentarse sobre
siete colinas. Además de las bien conocidas colinas de Sión, Moria, Acra, Bezeta, y
Ofel, el castillo de Antonia estaba situado sobre otra altura, y había otra prominencia
rocosa o cumbre sobre la cual Herodes el Grande había construído las torres de
Hípico, Fasalo, y Mariamne. (Véase a Zuellig sobre El Apocalipsis, Stud. und Krit.
para 1842). Es posible, por lo tanto, encontrar siete colinas en Jerusalén; aunque debe
admitirse que Josefo habla sólo de cuatro, o a lo mucho, de cinco. Consideramos, sin
embargo, que el símbolo se refiere a la elevada situación de la ciudad, o a su
preeminencia política. Otra objeción, todavía más formidable, se presentará en la
declaración del vers. 18: "Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre
los reyes de la tierra". Se dirá que esto no se puede aplicar a Jerusalén, y sólo se puede
aplicar a Roma. Jerusalén nunca fue una ciudad imperial, con naciones vasallas y
reyes que pagaban tributo y estaban sujetos a su autoridad, mientras que Roma era la
señora y la reina del mundo.
Por lo que concierne al título "la gran ciudad" [η πολιζ η µεγαλη], hemos
demostrado que en realidad se aplica a Jerusalén en varios pasajes de Apocalipsis
(cap. 11:8,13; 14:8,20; 16:19). Para los judíos, era la gran ciudad, y con justa razón.
Hay un pasaje notable en Josefo, en que éste informa sobre el discurso de Eleazar, el
valiente defensor de la fortaleza de Masada, que incita a sus hombres a destruirse a sí
mismos, junto con sus esposas y sus hijos, antes que rendirse a los romanos:
"¿Dónde, está, pues", dijo él, "aquella gran ciudad, la metrópolis de la nación entera
de los judíos, protegida por tantas murallas circundantes, asegurada por tantos fuertes,
y por la enormidad de sus torres, que con dificultad podía contener sus pertrechos de
guerra, y cuyas guarniciones consistían de tantas miríadas de defensores? ¿Qué fue de
aquella ciudad nuestra en la cual se creía que habitaba Dios mismo? Arrancada de sus
fundamentos, fue barrida, quedando de ella sólo un recuerdo, y estando el
campamento de sus destructores plantado en sus ruinas todavía".
Este pasaje acaba en seguida con la objeción de que el título de "aquella gran ciudad"
no es aplicable a Jerusalén.
Con respecto a la frase "que reina sobre los reyes de la tierra" - la falacia que ha
engañado a muchos es la traducción errónea "los reyes de la tierra" [βασιλειζ τηζ γη
ζ]. Una fuente muy fructífera de confusión y error en la interpretación del Nuevo
Testamento es la manera caprichosa e insegura en que gh fue traducida en nuestra
Versión Autorizada [en inglés - Ed.] Algunas, aunque raras veces, aparece con su
traducción correcta, el territorio; pero más frecuentemente ha sido traducido como la
tierra, y parece que nuestros traductores nunca se tomaron el trabajo de averiguar si la
palabra debe tomarse en su sentido más amplio o en un sentido más restringido. Con
increíble descuido, traducen πασαι αι φυλαι τηζ γηζ como "todas las tribus de la
tierra" en vez de "todas las tribus del territorio"; y η αµπελοζ τηζ γηζ como "la viña
de la tierra" en vez de "la viña del territorio", así que, en el pasaje que tenemos delante
(cap. 17:18), los "reyes de la tierra" debería ser "los reyes del territorio", es decir,
Judea o Palestina. Esta misma frase la usa Pedro en el Nuevo Testamento, en Hechos
4:26,27, con el sentido restringido de "los reyes del territorio" [en inglés - Editor]:
"Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien
ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel", etc., y
reconoce este hecho como cumplimiento de la predicción en el Salmo 2: "¿Por qué se
amotinan la gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes del
territorio [οι βασιλειζ τηζ γηζ] y los príncipes consultarán unidos contra Jehová y
contra su ungido". Los "reyes del territorio", pues, son identificados por el apóstol
Pedro como los gobernantes confederados que ejecutaron al Hijo de Dios en la ciudad
de Jerusalén. Así también ocurre en Apoc. 6:15, donde "los reyes del territorio" [οι β
ασιλειζ τηζ γηζ] son representados como ocultándose de la ira de Aquél que está
sentado en el trono, en el gran día de su ira. La frase, pues, equivale a "la autoridades
gobernantes en el territorio de Judea" o de Palestina.
Así interpretada, la descripción de Babilonia la grande como que "reina sobre los
reyes del territorio" se vuelve perfectamente apropiada para Jerusalén. Esto se ve por
el lenguaje con el cual tanto las Escrituras como otros escritos hebreos hablan de la
autoridad y la preeminencia de aquella ciudad. Por ejemplo, el profeta Jeremías
describe a Jerusalén como "la que era grande entre las naciones, ha venido a ser la
señora de provincias" (Lam. 1:1), lenguaje que es plenamente equivalente a "aquella
gran ciudad que reina sobre los reyes del territorio". Nuevamente, si una ciudad tan
pequeña como Belén pudo ser llamada "no la más pequeña entre los príncipes de
Judá" (Mat. 2:6), seguramente de la ciudad metropolitana podría decirse
correctamente que "reinaba sobre los príncipes o gobernantes del territorio". Pero el
lenguaje que Josefo emplea cuando habla de este tema justifica plenamente la
descripción apocalíptica de Jerusalén.
"Judea", nos cuenta, "alcanza en anchura desde el río Jordán hasta Jope. En su mismo
centro está la ciudad de Jerusalén, por cuya causa algunos, no sin razón, han llamado a
aquella ciudad 'el ombligo' del país. Judea está dividida en once jurisdicciones
(toparquías), de las cuales Jerusalén, como asiento de la realeza, es suprema,
exaltada por encima de toda la región adyacente, como la cabeza lo está sobre el
cuerpo".
Este lenguaje equivale a la expresión "aquella gran ciudad que reina sobre los reyes o
gobernantes del territorio".
"La esencia de la idolatría era profanación de Dios: de esto los judíos eran culpables en alto
grado. Habían convertido la casa de Dios en cueva de ladrones".
No es sin razón, por tanto, que a los apóstoles y profetas se les invita a regocijarse por
la caída de su implacable perseguidora y asesina. Las almas bajo el altar hacía mucho
que habían clamado: "¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas
nuestra sangre en los que moran en la tierra?" Se habían consolado con el mensaje:
"para que descansasen un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus
consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos", luego
"Dios vengará pronto a sus escogidos". Y ahora el día de la venganza, el año de sus
redimidos, ha llegado.
¿Puede alguna prueba ser más concluyente que es Jerusalén, la asesina de los profetas,
la que se describe aquí -- que Jerusalén es la Babilonia del Apocalipsis? Cuán exacta
es la correspondencia entre la predicción de nuestro Señor en Lucas 11:49-51 y su
cumplimiento en Apoc. 18:24:
"Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas "Y en ella se halló la sangre de
y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán, los profetas y de los santos, y de
para que se demande de esta generación la sangre de todos los todos los que han sido muertos
profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo". en la tierra".
Cap. 17:3,7-11.- "Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de
nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos ... Yo te diré el misterio
de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los diez
cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a
perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos
desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia
que era y no es, y será. Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas
son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. Cinco de ellos
han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure
breve tiempo. La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete,
y va a la perdición".
No puede haber ninguna duda razonable de que la bestia [θηριον] descrita aquí es
idéntica a la del capítulo 13. El nombre, la descripción, y los atributos del monstruo
apuntan claramente a la misma identidad. Hay, sin embargo, detalles adicionales en
esta segunda descripción que al principio parecen oscurecer más bien que aclarar el
significado. El color escarlata puede, en verdad, reconocerse como símbolo de la
dignidad imperial; pero, ¿qué puede decirse de las aparentes paradojas "era, y no es, y
será"? y "es el octavo [rey], y es de entre los siete, y va a la perdición"?
Ya hemos sido llevados a la conclusión de que la bestia (cap. 13) significa Nerón. La
paradoja o el enigma que lo representa como "la bestia que era, y no es, y será" es un
rompecabezas que a primera vista parece inexplicable. Es evidentemente una
contradicción de términos, y sólo puede ser verdadera en algún sentido peculiar. Que
tiene que ser verdad acerca de Nerón en algún sentido es uno de los hechos más
extraordinarios de la historia, y le ajusta esta descripción simbólica con toda la fuerza
de la demostración. Parece establecido por la más clara evidencia que, a la muerte de
Nerón, hubo una creencia popular y muy extendida de que el tirano todavía vivía, y
que pronto reaparecería. Tenemos el testimonio expreso de Tácito, Suetonio, y otros
historiadores en cuanto a la existencia de tal convicción. Se ha objetado que esta
explicación de la paradoja casi imputa la equivocación a las Escrituras. ¿Qué puede
ser más frívolo que este argumento? Cualquier explicación de qué es una
contradicción de términos debe ser hasta cierto punto antinatural y equívoco; pero, al
tratar con un libro de símbolos, es absurdo exigir la verdad literal. ¿Hay que demostrar
que Nerón tenía diez cuernos?
Es más difícil resolver el enigma de los siete reyes, uno de los cuales es la bestia, y sin
embargo, es el octavo. Las siete cabezas del monstruo parecen ser emblemáticas, no
sólo de las siete colinas sobre las cuales se sienta la mujer, sino también de siete reyes
que tienen una relación doble, a saber, con la mujer y con la bestia. El antitipo del
símbolo debe, por tanto, sustentar esta doble relación, aunque uno esperaría, por ser
connatural con el monstruo, que su relación con él sería de lo más íntima. De estos
siete reyes, "cinco", se dice, "han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando
venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que era, y no es, es también el
octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición".
Ya hemos visto que, en general, el número siete, siendo un número simbólico, no debe
ser tomado como otras tantas unidades, sino como indicación de perfección o de
totalidad. Hay ocasiones, sin embargo, en que parece necesario tomarlo en sentido
aritmético, por ejemplo, cuando está en estrecha relación con otros números. En el
caso que nos ocupa, en que leemos acerca de siete reyes, cinco de los cuales han
caído, y uno es, y el séptimo aún no ha venido, mientras se sugiere un octavo
misterioso, es difícil entender el número siete en cualquier otro sentido que no sea el
literal.
Entonces, ¿dónde debemos buscar para encontrar estos siete reyes o estas siete
cabezas? Es también presumible que también estén donde están las montañas, en el
lugar en que la escena se desarrolla. Si la ramera significa Jerusalén, debemos esperar
encontrar a los reyes allí también. ¿Dónde, pues, en Jerusalén deben encontrarse siete
reyes, y un misterioso octavo? Se han sugerido los reyes del linaje herodiano, a saber:
1. Herodes el Grande; 2. Arquelao; 3. Filipo; 4. Herodes Antipas; 5. Agripa I; 6.
Herodes de Calcis; 7. Agripa II. Esta es la sugerencia del Dr. Zwellig, y merece la
alabanza de la ingeniosidad; pero hay dos objeciones fatales contra ella: primera, no
se puede decir de todos que han sido reyes o gobernantes en Jerusalén, ni siquiera en
Judea; y segunda, no todos pertenecen al período apocalíptico, el fin de la era judía, o
los últimos días de Jerusalén, lo cual es una condición indispensable.
Nos aventuramos a proponer otra solución, que creemos llenará en todos sus respectos
los requisitos del problema. Teniendo presente lo que ya se ha demostrado, que el
título de "reyes" se usa a menudo como sinónimo de gobernantes o gobernadores,
sugerimos que el basileiz a los que se alude aquí no son otros que los procuradores
romanos de Judea bajo la autoridad de Claudio y de Nerón. Fue en el reinado de
Claudio que Judea se convirtió en provincia romana por segunda vez. Este hecho es
declarado expresamente por Josefo, y es también la razón de que se hiciera el cambio.
A la muerte de Herodes Agripa I, a quien Calígula había conferido la soberanía del
reino entero, su hijo Agripa II fue considerado por Claudio como muy joven para
ocupar el trono de su padre. Judea quedó, por tanto, reducida a la forma de una
provincia. Cuspio Fado fue enviado a Judea como el primero de esta segunda serie de
procuradores.
Aquí tenemos, pues, un período bien definido, que cae dentro de los límites
apocalípticos en cuanto a tiempo, que ocupa terreno apocalíptico en cuanto a lugar, y
que corresponde al símbolo apocalíptico en cuanto a número, carácter, y título. Estos
virreyes sustentan la doble relación requerida por el símbolo; estaban relacionados
con la bestia como romanos y como delegados; y están relacionados con la mujer
como poderes gobernantes.
Ahora es fácil ver cómo se puede decir que Nerón mismo, la bestia que sube del mar,
el tirano extranjero, es el octavo, y sin embargo de entre los siete. Él era la cabeza
suprema, y estos procuradores eran sus delegados, los representantes del emperador
en Judea y en Jerusalén. Así, puede decirse que él de entre ellos, y sin embargo,
diferente de ellos -- el octavo, y sin embargo, de entre los siete. Esto proporciona una
propiedad natural y adecuada al lenguaje aparentemente enigmático y paradójico de la
representación simbólica, y resuelve el enigma sin violentas torturas ni diestras
manipulaciones.
"Y los diez cuernos que has visto son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una
hora [o en una hora, --- contemporáneamente] recibirán autoridad como reyes juntamente con la
bestia".
La influencia ejercida por la raza judía en todas partes del Imperio Romano antes de la
destrucción de Jerusalén era inmensa; sus sinagogas se encontraban en todas las
ciudades, y sus colonias echaban raíces en todas las regiones. En Hechos 2, vemos las
maravillosas ramificaciones de la raza hebrea en países extranjeros, por la
enumeración de las diferentes naciones representadas en Jerusalén el día de
Pentecostés: "Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las
naciones bajo el cielo ... partos, medos, elamitas, los que habitaban en Mesopotamia,
en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las
regiones de África más allá de Cirene, y romanos allí residentes, tanto judíos como
prosélitos, cretenses y árabes". Se podía decir verdaderamente de Jerusalén que "se
sentaba sobre muchas aguas", es decir, que ejercía poderosa influencia sobre "pueblos,
y muchedumbres, y naciones, y lenguas".
Además de esto, hay una correspondencia tan detallada y tan múltiple entre "el
hombre de pecado" de Pablo y "la bestia" de Juan que es casi seguro que ambos se
refieren al mismo individuo. Sobre bases independientes y tratando cada tema por
separado, ya hemos llegado a la conclusión de que ambos apóstoles tienen en mente al
emperador Nerón, y cuando colocamos las dos partituras una al lado de la otra, esta
conclusión queda establecida definitivamente. Sólo es necesario echar un vistazo a las
descripciones paralelas para convencerse de que describen al mismo individuo, y de
que ese individuo es el monstruo Nerón.
EL HOMBRE DE PECADO, 2
LA BESTIA, APOC. 13, 17
TES. 2
"Sobre sus cabezas, un nombre blasfemo" (13:1).
"El hombre de pecado" (ver. 3).
"Llena de nombres de blasfemia" (17:3).
"La bestia está ... para ir a perdición" (17:8).
"El hijo de perdición" (ver. 3).
"Y va a la perdición" (17:11).
"Aquel inicuo" (ver. 8). "Se le dio autoridad para actuar" (13:5).
"El cual se opone y se levanta contra todo "Se le dio boca que hablaba grandes cosas y
lo que se llama Dios o es objeto de culto" blasfemias ... abrió su boca en blasfemias contra
(ver.4). Dios" (13:5,6).
"Y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la
"Se sienta en el templo de Dios como
bestia? ... Y la adoraron todos los moradores de la
Dios, haciéndose pasar por Dios" (ver. 4).
tierra [del territorio]" (13:5,6).
"Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá"
(17:14).
"A quien el Señor matará con el espíritu de
su boca, y destruirá con el resplandor de su
"Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta ...
venida" (ver. 8).
Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de
fuego que arde con azufre" (19:20).
"Cuyo advenimiento es por obra de "Y el dragón le dio su poder" (13:2).
Satanás" (ver. 9)
"También hace grandes señales, de tal manera que aun
"Con gran poder y señales y prodigios
hace descender fuego del cielo a la tierra delante de
mentirosos" (ver. 9).
los hombres" (13:13)
"Con todo engaño de iniquidad para los
que se pierden" (ver. 10).
"Engaña a los moradores de la tierra con las señales
que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia"
"Por esto Dios les envía un poder
(13:14).
engañoso, para que crean la mentira" (ver.
11).
"Para que sean condenados todos los que "Si alguno adora a la bestia y a su imagen ... él
no creyeron a la verdad" (ver. 12). también beberá del vino de la ira de Dios" (14:9,10).
LA CAÍDA DE BABILONIA
"De algún modo, aquel período", nos cuenta, "había sido tan prolífico en iniquidades
de todo tipo entre los judíos, que ninguna obra malvada había quedado sin ser
perpetrada... tan universal era el contagio tanto público como privado, y tal era el
esfuerzo por superarse los unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios y de
injusticia hacia el prójimo".
"Creo que, si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, la tierra se
habría abierto y se hubiese tragado la ciudad, ésta habría sido barrida por un diluvio, o
habría participado de los relámpagos de la tierra de Sodoma".
Luego, se oye una voz desde el cielo llamando al pueblo de Dios a salir de la ciudad
condenada a muerte: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus
pecados, y no recibáis de sus plagas". Observamos aquí cómo la catástrofe final se
mantiene en suspenso -- una y otra vez parece como si el fin ha llegado en realidad, y
luego encontramos que se interponen nuevas circunstancias, y que el golpe ha sido
aparentemente detenido en el momento mismo en que estaba a punto de ser asestado.
Esta característica de Apocalipsis aumenta grandemente el efecto dramático, y
estimula poderosamente el interés en la acción. Podría haberse supuesto que todos los
fieles habían abandonado mucho antes la ciudad condenada; pero no debemos buscar
la misma estricta consistencia y secuencia en una descripción poética y figurada que
en una narración histórica. Además, las imágenes se derivan parcialmente de la
descripción profética de la caída de la antigua Babilonia como la presenta Jeremías
(cap. 51), donde encontramos este mismo llamado a "salir de ella" (ver. 45).
Después de esto, sigue una endecha, si puede llamarse así, solemne y patética, acerca
de la ciudad caída, cuya hora final ha llegado. Los reyes y gobernantes del territorio,
los mercaderes-comerciantes, y los marineros que la conocían en la plenitud de su
poder y de su gloria, ahora lamentan su caída. La ciudad real, el emporio del comercio
y la riqueza, está envuelta en llamas, y los marineros y mercaderes que se
enriquecieron con su tráfico están a la distancia, contemplando el humo de su
incendio, y llorando: "¿Cuál ciudad como esta gran ciudad?" La descripción que en
este capítulo se da de la riqueza y el lujo de la Babilonia mística apenas podría parecer
apropiada para Jerusalén si no fuese porque en Josefo tenemos amplia evidencia de
que no hay ninguna exageración, ni siquiera en esta representación altamente
elaborada. Más de una vez, el historiador judío habla de la magnificencia y la vasta
riqueza de Jerusalén. Es muy notable que el inventario de los despojos, tomados del
tesoro del templo contiene casi todos los artículos enumerados en este lamento por la
ciudad caída: "Oro, plata, piedras preciosas, púrpura, escarlata, canela, especias,
ungüentos, e incienso".
Puede que se diga que esto es poesía, y sin duda lo es; pero también es historia. Tan
total fue la destrucción de Jerusalén, que Josefo dice: "Ya no había nada que hiciera
pensar a los que visitaban el lugar que alguna vez había sido habitado".
Ya hemos comentado las palabras finales del capítulo, que proporcionan evidencia
decisiva de la identidad de la ciudad ramera: "Y en ella se halló la sangre de los
profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra" (ver. 24).
Estas palabras no se aplican a ninguna otra ciudad aparte de Jerusalén, y demuestran
de modo concluyente que Jerusalén es el tema de toda la representación visionaria.
Jerusalén era preeminentemente la "asesina de profetas", y la sangre de ellos será
requerida de ella, de acuerdo con la predicción del Señor: "Para que venga sobre
vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra" (Mat. 23:35).
Podríamos suponer que ahora hemos llegado a la catástrofe de la visión, puesto que el
juicio de la gran ramera está completo, y ella desaparece de la escena; pero el tema
continúa todavía en los dos capítulos siguientes, que se ocupan principalmente de
hechos de juicio contra los otros enemigos de Cristo y de su iglesia.
Primero, sin embargo, tenemos un cántico de triunfo en el cielo por el criminal caído
y condenado cuyo terrible juicio se ha consumado (cap. 19:1-5). Es el coro de Aleluya
de una gran multitud, cuya voz es como la de muchas aguas, y como la voz de truenos
poderosos, que da gloria a Dios por la justicia ejecutada en la ciudad ramera, y por la
venganza de la sangre de sus siervos derramada por su mano. Ahora se ha cumplido la
promesa de Dios de que vengaría prontamente la sangre de sus elegidos, que
clamaban a Él día y noche. Ahora, también, ha venido el reino de Dios: la
consumación tiempo ha predicha y por tanto tiempo esperada, por la cual han
ascendido al cielo sin cesar las oraciones de los santos: "Venga tu reino". La gran
victoria del Mesías ha sido obtenida; su reino ha alcanzado su pleno desarrollo; el
Mesías entrega a su Padre su autoridad delegada; y un estallido de aclamación resuena
por todo el cielo: "¡Aleluya!, porque el Señor Dios omnipotente reina".
Pero la venida del reino está asociada con otros sucesos, siendo uno de los principales
"las bodas del Cordero", para las cuales se da ahora la nota de preparación, aunque los
detalles del suceso se reservan para la séptima y última visión. Es evidente que las
nupcias del Cordero se anuncian prolépticamente, de acuerdo con el uso frecuente en
Apocalipsis. Esta unión pública y solemne de Cristo con su iglesia es lo que se
prefigura en las parábolas de la fiesta de bodas (Mat. 22) y de las diez vírgenes (Mat.
25). Es la cena de bodas del gran Rey, a la cual rehúsan venir los primeros invitados,
que maltrataron y mataron a los mensajeros del rey. Ahora les ha sobrevenido el
juicio: "El rey envió sus ejércitos, y destruyó a aquellos asesinos, y quemó su ciudad"
(Mat. 22:7).
Pero antes de que tenga lugar esta feliz consumación, deben ejecutarse actos de juicio.
La Babilonia mística ha sido juzgada, pero los otros enemigos del Rey - la bestia, su
delegado el falso profeta, y el dragón - todavía deben recibir su merecido castigo.
Cap. 20:1-3. "Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una
gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y
Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello
sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil
años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo".
"Hay que confesar que en ταχει [en breve] contiene, entre otros períodos, uno de mil
años. ¿Sobre qué principio debemos afirmar que no abarca un período bastamente
superior a éste en su contenido total?"
Lo que a los ojos de Dean Alford parece una objeción tan insuperable es desestimada
nada menos que por Moses Stuart, que dice:
"La porción del libro que contiene esto [la referencia a un período distante] es tan
pequeña, y la parte del libro que se cumplió en breve es tan grande, que no se puede
construir ninguna dificultad razonable con respecto a la afirmación que tenemos
delante. 'Cuán en ταχει, es decir, en breve, ocurrieron realmente las cosas a causa de
las cuales se escribió el libro principalmente".
La verdad es que algunos intérpretes intentan salvar la dificultad suponiendo que los
mil años, siendo un número simbólico, pueden representar un período de muy corta
duración, y así, intentan poner el todo dentro de los límites apocalípticos prescritos;
pero este método de interpretación nos parece tan violento y antinatural que no
dudamos en rechazarlo. El acto de atar y encerrar al dragón ciertamente cae dentro del
"en breve" de la declaración apocalíptica, porque coincide, o casi coincide, con el
juicio de la ramera y de la bestia; pero se afirma claramente que el término de la
prisión del dragón es de mil años, y así, tiene que pasar necesariamente más allá del
campo visual tan estricta y tan constantemente limitado por el libro mismo. Creemos,
sin embargo, que éste es el solitario ejemplo que el libro entero contiene de esta
excursión más allá de los límites del "en breve", y concordamos con Stuart en que no
se puede construir ninguna razonable dificultad a cuenta de esta sola excepción de la
regla. Al continuar, también descubriremos que los sucesos a los que se alude como
teniendo lugar después de la terminación de los mil años se predicen como en una
profecía, y no se representan como en una visión. En realidad, parece evidente que el
pasaje, cap. 20:5-10, es introducido parentéticamente, interrumpiendo la continuidad
de la narración, que se reanuda nuevamente en el ver. 11, como veremos.
Este acto de apresar, encadenar, y arrojar al abismo se representa como teniendo lugar
ante los ojos del vidente, siendo introducido con la fórmula: "Y vi". Es un acto
contemporáneo, o casi contemporáneo, con los juicios ejecutados contra los otros
criminales, la ramera y la bestia. Esta parte de la visión, pues, cae dentro de los límites
apropiados de la visión apocalíptica, y es parte integral de la serie de grandes sucesos
relacionados con la Parusía.
¿Hemos, pues, de suponer que cualquier cosa equivalente a este símbolo, el acto de
atar y aprisionar a Satanás, ha tenido lugar realmente, y tuvo lugar en el tiempo
indicado, vale decir, el fin de la dispensación judía? No vacilamos en contestar
afirmativamente, y creemos que hay, en las Escrituras y en la historia, la más clara
justificación para llegar a esta conclusión.
1. Nadie argumentará que los símbolos de la visión requieren un encadenamiento
literal o físico del dragón. El sentido común enseña que todo lo que se quiere
significar es la represión y la restricción del poder satánico durante el período
indicado. Ahora bien, no parece haber ninguna razón para dudar de que, antes
de y durante la encarnación de nuestro Salvador, existió en la tierra una energía
y una actividad de maldad moral tal que excedía con mucho cualquier cosa que
ahora se conoce entre los hombres. No es irrazonable suponer que el período de
la vida terrenal de nuestro Señor fue una época de actividad intensa y sin
paralelo entre los poderes de las tinieblas. Si sabían que el campeón de Dios, el
Redentor de la humanidad, había venido "para destruir las obras del diablo",
había causa para que se alarmasen; y las tentaciones de nuestro Señor en el
desierto, y la maligna oposición a Cristo y su causa, atribuidas a Satanás por
todas partes en el Nuevo Testamento, revelan tanto el conocimiento del
adversario con respecto a la misión del Salvador como sus incesantes esfuerzos
para contrarrestarla. Además, la notable prevalencia del misterioso fenómeno
de posesión demoníaca en tiempos de Cristo es prueba decisiva de la presencia
y la actividad de la maléfica influencia espiritual, en una forma y hasta un
grado, desconocidos para nosotros, y para muchos, hasta increíble. Entonces, a
menos que estemos preparados para renunciar a la realidad de esa misteriosa
influencia, y considerarla como resultado de mera ignorancia popular o mero
engaño, tenemos que admitir que ha habido una marcada y decisiva restricción
del poder de Satanás sobre los hombres desde el tiempo de Cristo. Lo
mismo puede decirse con respecto a la prevalencia de la maldad moral
en aquella época del mundo. Que considere cualquier persona lo que Roma era
en los días de Nerón, y lo que Jerusalén era en el período final de la comunidad
judía, y en seguida aceptará el hecho innegable de un desarrollo anormal y
portentoso de la maldad que a nosotros nos parece increíble. Juvenal y Tácito
serán testigos de Roma, y Josefo de Jerusalén; y no es contrario a la razón, y al
mismo tiempo concuerda con Apocalipsis, inferir que un vicio tan enorme y tan
colosal traiciona la operación de una influencia satánica.
"Ante la intuitiva mirada de Su espíritu estaban expuestos los resultados que habrían de
fluir de su obra redentora después de su ascensión al cielo. En espíritu, vio el reino de
Dios avanzando triunfal sobre el reino de Satanás".
Con el mismo propósito pronunció Jesús estas palabras: "Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". ¿Qué significado puede
atribuirse a estas significativas palabras si ellas no implican que una poderosa
restricción estaba a punto de ser impuesta a la influencia de Satanás sobre las mentes
de los hombres; una restricción que surge enteramente de la muerte de Cristo en la
cruz?
Llegamos, pues, a la conclusión de que al "fin del tiempo" se le impuso una marcada y
definitiva restricción al poder de Satanás, y que esta restricción está representada
simbólicamente en Apocalipsis por el encadenamiento y el aprisionamiento del
dragón en el abismo. De esto no se sigue que el error y la maldad fueron proscritos de
la tierra. Es suficiente mostrar que esto fue, como dice Schliegel,
"la crisis definitiva entre los tiempos antiguos y modernos", y que la introducción del
cristianismo "ha cambiado y regenerado, no sólo el gobierno y la ciencia, sino el
sistema entero de la vida humana".
Hubo una hora en que la marea de la maldad humana comenzó a invertirse: fue en el
mismo período en que esa marea estaba en su punto más alto; desde ese tiempo, ha
estado disminuyendo, y no tenemos dificultad en reconocer que la primera
disminución del poder del mal corresponde en el tiempo con el suceso que aquí se
designa como el atar a Satanás y aprisionarle en el abismo.
Cap. 20:4-6. "Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de
juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo
mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil
años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la
primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán
sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años".
Nos acercamos a este misterioso pasaje con la mayor reserva, evitando
cuidadosamente las adivinanzas y las explicaciones conjeturales, así como todo
intento de forzar en modo alguno el significado natural de las palabras.
Lo primero que notamos es que la visión que se describe ahora cae dentro del período
apocalíptico. Es introducida con la fórmula: "Y vi", que marca lo que viene bajo la
observación personal del vidente.
Luego, debe observarse que hay una evidente antítesis entre esta escena y el acto de
juicio ejecutado contra la bestia y sus seguidores. Es el método usual del Apocalipsis
poner en marcado contraste la recompensa de los justos y la retribución de los impíos.
Observamos, además, que hay en este pasaje una alusión manifiesta a la promesa de
nuestro Señor a sus discípulos: "De cierto os digo que en la regeneración, cuando el
Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido
también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mat.
19:28). Ese período ha llegado ahora. La palingenesia, o regeneración, cuando el
reino del Mesías había de venir, ahora es considerada como presente, y los discípulos
son glorificados con su Maestro glorificado: "les es dado que juzguen", "se sientan en
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel". Debemos concebir la multitud de los
redimidos del territorio - los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los
hijos de Israel - como que forman el reino, o los súbditos, puestos bajo el gobierno
espiritual de la hermandad apostólica.
Además de éstos, el vidente contempla "las almas de los decapitados por causa del
testimonio de Jesús y por la palabra de Dios" y también (porque la palabra οιτινεζ
parece indicar que esta es otra clase que se especifica) "los que no habían adorado a la
bestia ni a su imagen"; éstos también "viven y reinan con Cristo", una expresión que
implica que ellos también tenían "tronos" y que se les había dado que "juzgasen". Es
imposible no reconocer en las "almas de los decapitados" a los mismos santos
martirizados que el vidente contempló, en la visión del sexto sello, bajo el altar y
clamando venganza de sus asesinos. Fueron consolados con el mensaje de que, en
poco tiempo, cuando se les uniesen sus consiervos que estaban a punto de sufrir como
ellos, su oración sería contestada. Ahora ese momento ha llegado; sus enemigos han
perecido, y ellos viven y reinan con Cristo.
Esta visión mira también retrospectivamente el notable pasaje en 1 Pedro 4:6. Estos
mártires son los muertos a los cuales se les dirigió el consolador mensaje [ευηγγελισθ
η]. Habían sido condenados por el juicio de los hombres cuando estaban en la carne,
pero ahora viven en su espíritu por el juicio de Dios, que les ha vindicado y les ha
coronado. Cuánta nueva luz es arrojada sobre las palabras de Pedro, ζωσιν δε κατα θ
εον πνευµατι, por el lenguaje de Apocalipsis, εζησαν και εβασιλευσαν. Esta es
una de esas sutiles coincidencias que a menudo son las pruebas más seguras de una
verdadera interpretación.
Estas almas que testifican y que sufren son representadas como disfrutando de un
privilegio y una distinción que no se les concede a otros: "Vivieron y reinaron con
Cristo mil años, pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron
mil años". Este es el punto crucial del pasaje, y presenta una formidable dificultad. La
única posición desde la cual podemos discernir algún rayo de luz es la dirección de la
pregunta: ¿Quiénes son "los otros muertos"? ¿Son el resto de los justos muertos, o los
impíos muertos, o ambos? Al buen juicio le repugna la idea de que sean los justos
muertos. Si ellos fuesen a ser excluidos de participar en la bienaventuranza del cielo
durante un vasto período, ¿cómo podría decirse: "Bienaventurados los muertos que
mueren en el Señor de aquí en adelante"? Nos vemos obligados, pues, a imaginar la
posibilidad de la otra alternativa y de que el pasaje hable de los impíos muertos,
aunque tal suposición no esté exenta de dificultades. En este caso, "la primera
resurrección" incluye sólo a los muertos en Cristo; y esta puede ser la interpretación
correcta, porque el versículo siguiente ciertamente indica que todos los que tienen
parte en "la primera resurrección" son bienaventurados y santos, y disfrutan del gran
privilegio y el honor de "reinar con Cristo".
Una cosa más hay que notar, y es que no se dice que el reino de los santos que sufren
y testifican, y de todos los que tienen parte en la primera resurrección, está en la
tierra. Ellos viven y reinan "con Cristo"; están "con él donde él está, contemplando su
gloria".
Hasta ahora, hemos tratado de tantear nuestro camino en una región "oscura de
excesiva claridad", pero no pretendemos tener ninguna confianza en la última porción
de nuestra exégesis.
LA LIBERACIÓN DE SATANÁS
DESPUÉS DE LOS MIL AÑOS
Cap. 20:7-10. "Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y
saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a
Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del
mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos
y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. Y el diablo
que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el
falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos".
El misterio y la oscuridad que envuelven una porción del contexto precedente se
vuelven aquí más oscuros, si es posible. Hay, sin embargo, ciertos puntos que parecen
se pueden establecer.
2. Es evidente que la predicción de lo que ha de tener lugar al fin de los mil años no
cae dentro de lo que nos hemos aventurado a llamar "límites apocalípticos". Estos
límites, como se nos advierte una y otra vez en el libro mismo, están rígidamente
confinados dentro de un ámbito muy estrecho; las cosas mostradas "deben suceder
pronto". Habría sido un abuso del lenguaje decir que los sucesos a una distancia de
mil años habrían de ocurrir pronto; por tanto, nos vemos obligados a considerar que
esta predicción cae por completo fuera de los límites apocalípticos.
4. Hay una evidente conexión entre esta profecía y la visión de Ezequiel concerniente
a Gog y a Magog (caps. 38, 39), que es igualmente misteriosa y oscura. En ambas, la
escena del conflicto se presenta en el mismo lugar, la tierra de Israel; y en ambas los
enemigos de Dios encuentran un derrocamiento señalado y desastroso.
5. El resultado de todo es que debemos considerar el pasaje que trata de los mil años,
desde el ver. 5 hasta el ver. 10, como una intercalación o un paréntesis. Habiendo
comenzado a relatar el juicio del dragón, el vidente, en el ver. 7, sale de los límites
apocalípticos para concluir lo que tenía que decir con respecto al castigo final de "la
serpiente antigua", y la suerte que le esperaba al final del prolongado período llamado
"los mil años". Creemos que éste es el único caso en el libro entero de una incursión
en el futuro distante; y estamos dispuestos a considerar el paréntesis entero como
relativo a cuestiones todavía futuras, que no se han cumplido. La interrumpida
narración continúa en en el ver. 11, donde el vidente reanuda el relato de lo que ha
contemplado en visión, introduciéndolo con la conocida fórmula "Y vi".
Estos versículos nos presentan la catástrofe de la sexta visión. Como las otras
catástrofes que la han precedido, es un solemne acto de juicio, o más bien, la misma
gran transacción judicial presentada en un nuevo aspecto. Ahora el vidente reanuda la
narración que había sido interrumpida por la digresión relativa a los mil años,
retomando el hilo que se había roto al final del ver. 4. Se nos devuelve, pues, al
mismo punto de los versículos primero y cuarto. Esta catástrofe pertenece, natural y
necesariamente, a la misma serie de sucesos que han sido representados en la visión
de la ciudad ramera, y cae dentro de los límites apocalípticos prescritos, estando entre
las cosas "que deben suceder pronto".
En cuanto a la catástrofe misma, no puede haber duda de que representa una solemne
investigación judicial a la más vasta escala. Es la gran consumación, o un aspecto de
ella, hacia la cual se mueve toda la acción de Apocalipsis, y a la que se llega, de una u
otra forma, al final de cada visión sucesiva. En cada catástrofe, hay, sin embargo,
rasgos especiales que la distinguen de las demás, a pesar de que se refiere al mismo
gran suceso. Una comparación con las catástrofes precedentes mostrará cuánto tiene
ésta en común con ellas y lo que le es peculiar a ella. En la catástrofe de la visión de
los siete sellos, por ejemplo, tenemos las mismas imágenes del cielo que se desvanece
y de los montes y las islas que son removidos de sus lugares (cap. 6:14). En la
catástrofe de la visión de las siete copas, se repite la misma imagen (cap. 14:20). En la
catástrofe de la séptima trompeta, se declara que "ha venido el tiempo de juzgar a los
muertos", etc. (cap. 11:18); y en la catástrofe de las siete figuras místicas, vemos "una
nube blanca, y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del hombre" (cap. 14:14),
que corresponde al "gran trono blanco y al que estaba sentado en él" en el pasaje que
tenemos delante. Hay, sin embargo, ciertos rasgos peculiares a esta catástrofe -- los
libros del juicio; el mar, la muerte, y el Hades, que entregan sus muertos; y el arrojar
la muerte y el Hades en el lago de fuego.
No hay razón para dudar de que la escena de juicio presentada aquí es idéntica a la
descrita por nuestro Señor en Mateo 25:31-46. Tenemos el mismo "trono de gloria", la
misma reunión de todas las naciones, la misma discriminación de los juzgados según
sus obras, y el mismo "fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles".
LA SÉPTIMA VISIÓN
Puede que la estructura de la visión nos detenga por un momento. Es introducida por
un prefacio o prólogo, que se extiende desde el primer versículo del cap. 21 hasta el
octavo. En el noveno versículo, la visión de la esposa es iniciada de la misma manera
que la visión de la ramera, por "uno de los siete ángeles, que tenía las siete copas,
llenas de las siete últimas plagas", que invita al vidente a venir y contemplar a "la
novia, la esposa del Cordero". La visión alcanza su clímax o catástrofe en el quinto
versículo del cap. 22. El resto forma la conclusión, o el epílogo, no sólo de esta visión,
sino del Apocalipsis mismo.
PRÓLOGO A LA VISIÓN
Cap. 21:1-8. "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la
nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada
para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de
Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo
estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya
no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las
cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo:
Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le
daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas
las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los
abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los
mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
segunda".
Ahora nos encontramos rodeados de un escenario tan novedoso y tan maravilloso que
no es sorprendente que nos preguntemos dónde estamos. ¿Es en esta tierra, o en el
cielo? Todas y cada una de las señales han desaparecido; lo viejo se ha desvanecido, y
ha dado lugar a lo nuevo: hay un nuevo cielo por encima de nosotros; hay una nueva
tierra debajo de nosotros. Deben existir nuevas condiciones de vida, pues "el mar ya
no existía más". Es claro que aquí tenemos una representación en que el simbolismo
es llevado a sus límites más extremos; y el que trate a estas espléndidas imágenes
como a prosaicas literalidades es incapaz de comprenderlas. Pero los símbolos,
aunque trascendentales, no carecen de significado. "Son ejemplo y sombra de las
cosas celestiales", y toda la pompa y el esplendor de la tierra se emplean para
presentar la belleza de la excelencia moral y espiritual.
Una vez más, esta conclusión queda certificada por la representación de ser la morada
del Altísimo: "El Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero"; "el
trono de Dios y del Cordero estará en ella"; "sus siervos le servirán, y verán su rostro".
En realidad, esta visión de la santa ciudad es anticipada en la catástrofe de la visión de
los sellos, donde los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de
Israel, y la gran multitud que nadie podía contar, se representan como disfrutando de
la misma gloria y felicidad, en el mismo lugar y en las mismas circunstancias que en
la visión que tenemos delante. Las dos escenas son idénticas; o diferentes aspectos de
una y la misma gran consumación.
Caps. 21:9-27; 22:1-5. “Habiendo llegado así a la conclusión de que aquí se quiere
significar el estado celestial, no seremos culpables de la presunción y la estupidez de
entrar en ninguna explicación detallada de los símbolos mismos. Hay una aparente
confusión de las figuras con las cuales se representa la nueva Jerusalén, siendo
descrita a veces como una ciudad, a veces como una esposa. La misma figura doble
se emplea en la descripción de la ramera, o antigua Jerusalén, que es representada a
veces como una mujer y a veces como una ciudad. En la séptima visión, la figura de
la desposada es dejada a un lado casi tan pronto como es introducida, y la totalidad
del resto de la descripción se ocupa de los detalles de la arquitectura, la riqueza, el
esplendor, y la gloria de la ciudad. Algunos de los rasgos se derivan evidentemente
de la ciudad visionaria contemplada por Ezequiel; pero hay esta notable diferencia,
que, mientras el templo y sus prolijos detalles ocupan la parte principal de la visión
del Antiguo Testamento, no se ve ningún templo en absoluto en la visión apocalíptica
-- quizás por la razón de que, donde todo es santo, ningún lugar es más santo que
otro, o porque la presencia de Dios se manifiesta plenamente, el lugar entero se
convierte en un gran templo”.
Hay un punto, sin embargo, que merece atención particular, porque sirve para
identificar la ciudad llamada la nueva Jerusalén. En Hebreos 11:10, encontramos la
notable afirmación de que el patriarca Abraham viajó como extranjero a la misma
tierra que le había sido prometida como posesión suya, y de que lo hizo porque tenía
fe en un cumplimiento mayor y más elevado de la promesa que cualquier mera ciudad
terrenal y humana pudiera haberle concedido. "Esperaba la ciudad con fundamentos,
cuyo arquitecto y constructor es Dios". ¿Qué es esto, sino la misma ciudad descrita en
Apocalipsis -- la ciudad que tiene doce fundamentos, en los cuales están inscritos los
nombres de los doce apóstoles del Cordero; la ciudad que no ha sido construida por
manos humanas; "la ciudad del Dios viviente", la Jerusalén celestial? Esta es una
prueba decisiva, primero, de que el escritor de la epístola había leído Apocalipsis, y,
segundo, que reconocía la visión de la nueva Jerusalén como representación del
mundo celestial.
EPÍLOGO
Cap. 22:6-21. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios
de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto. ¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que
guarda las palabras de la profecía de este libro”.
Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me
postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo:
Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de
los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo: No selles las
palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El que es injusto, sea
injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique
la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y
mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa
y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que
lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas de
la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los
homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.
Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo
soy la raíz y el linaje de David; la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu
y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.
Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno
añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro.
Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del
libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.
El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven,
Señor Jesús.
Así termina este libro maravilloso; tan prolijo en su construcción, tan magnífico en su
dicción, tan misterioso en sus imágenes, tan glorioso en sus revelaciones. Más que
cualquier otro libro de la Biblia, ha estado sellado y cerrado para la aprehensión
inteligente de sus lectores, y esto principalmente a causa del extraño descuido de sus
propias y nada ambiguas instrucciones para entenderlo correctamente. Herder, que
contribuyó con su genio poético antes que con sus facultades críticas a la dilucidación
del Apocalipsis, pregunta:
"¿Se envió una clave con el libro, y esta clave se ha perdido? ¿Fue lanzada al mar en
Patmos, o al Meandro?"
"¡No!", contesta un crítico capaz y sagaz, Moses Stuart, cuyos trabajos han hecho
mucho para preparar el camino para una verdadera interpretación:
"No se envió ninguna clave, y ninguna se ha perdido. Los lectores primitivos - quiero
decir, por supuesto, los hombres inteligentes entre ellos - podían entender el libro; y,
si nosotros estuviésemos en su lugar por poco tiempo, podríamos hacer a un lado
todos los comentarios sobre él, y los romances teológicos que han surgido de él, que
han hecho su aparición desde el tiempo del exilio de Juan hasta la actualidad". 1
Pero, quizás pueda darse una mejor respuesta. Sí se envió la clave junto con el libro, y
se le ha permitido permanecer enmohecida y sin uso, mientras se ha probado, y
probado en vano, toda clase de llaves falsas y ganzúas hasta que los hombres han
llegado a ver el Apocalipsis como un enigma ininteligible, que sólo tiene el propósito
de desconcertar y confundir. La verdadera clave ha estado bien visible todo el tiempo,
y se ha llamado la atención de los hombres a ella en alta voz casi en todas las páginas
del libro. Esa clave es la declaración, que se hace tan frecuentemente, de que todo
está a punto de cumplirse. Si los lectores originales eran competentes, como arguye
Stuart, para entender el Apocalipsis sin un intérprete, sólo podía ser porque
reconocían su relación con los sucesos de sus propios días. Suponer que ellos podían
entender o sentir el más mínimo interés en un libro que trataba de Concilios papales,
una Reforma protestante, una Revolución Francesa, y sucesos distantes en tierras
extranjeras y épocas en el lejano futuro sería una de las más extravagantes fantasías
que haya poseído un cerebro humano. De principio a fin, el libro mismo da testimonio
decisivo del inmediato cumplimiento de sus predicciones. Se inicia con la expresa
declaración de que los sucesos a los cuales se refiere "deben suceder pronto", y
termina con la reiteración de la misma afirmación: "El Señor Dios ha enviado su ángel
para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto". "El tiempo está cerca".
Debió habérseles ocurrido a los intérpretes del Apocalipsis que era una presunción
abrumadoramente prioritaria contra su método el hecho de que éste requiriese un
inmenso aparato crítico, una vasta cantidad de información histórica, el transcurrir de
muchos siglos, y "algo así como una vena profética", para producir una exposición
satisfactoria aún para sí mismos. No es fácil ver qué valor tendría tal "revelación" para
los primitivos creyentes, que con corazones temblorosos obedecían el mandato que les
enviaba a la desconcertante tarea de estudiar sus páginas. Ni es de mucho mayor valor
para la masa de modernos lectores, que deben tener una gran facultad crítica para
poder discernir lo adecuado y lo verdadero de la interpretación ofrecida, y decidir
entre interpretaciones conflictivas. No es de extrañar que, ocupando una posición tan
falsa, los defensores de la divina revelación quedasen expuestos a los ataques de
escépticos como Strauss y "la destructora escuela de la crítica" y que, refugiándose en
una interpretación antinatural, pusiesen en peligro la ciudadela misma de la fe. Debe
reconocerse que una culpable negligencia de "los dichos verdaderos de Dios" por
parte de expositores cristianos le ha dado con frecuencia ventaja a los enemigos de la
revelación, ventaja que no han tardado en aprovechar.
Por estas razones, así como por las enseñanzas del Apocalipsis y el resto de las
escrituras del Nuevo Testamento, llegamos a la conclusión de que, en los días de Juan,
la iglesia cristiana entera creía universalmente que la Parusía estaba cercana. Era la
promesa de Cristo, la predicación de los apóstoles, la fe de la iglesia. También se nos
enseña la importancia de aquel gran acontecimiento. Marcó una nueva época en la
administración divina. Hasta que ese suceso tuvo lugar, la completa bienaventuranza
del estado celestial no se abrió para las almas de los creyentes.
La epístola a los Hebreos enseña que, hasta la llegada de la gran consumación, algo
faltaba para la plena perfección de los que habían "muerto en la fe". Lo mismo se
enseña en Apocalipsis. Hasta que la ciudad ramera fue juzgada y condenada, la "santa
ciudad" no fue preparada para morada de los santos. Se nos da a entender también el
final de la dispensación judía, la abrogación de la economía legal, y la destrucción de
la ciudad y el templo de Jerusalén, indicando la disolución de la peculiar relación
entre Jehová y la nación de Israel. La nación había rechazado a su Rey, y el Rey había
juzgado a la nación; y la misión mesiánica, tanto por misericordia como para juicio, se
cumplió entonces. El remanente fiel fue reunido al reino, o a "la nueva Jerusalén", y
toda la armazón y la cobertura del judaísmo fueron hechas pedazos y destruidas para
siempre. El reino de Dios había venido, y Aquél que, por un período tan largo, había
dirigido su administración, y había sido su Mediador y su Jefe, ahora que ha coronado
el edificio renuncia a su carácter oficial y "entrega el reino" en manos del Padre. Su
obra como Mesías está cumplida; ya no es más "ministro de circuncisión"; lo local y
lo limitado da lugar a lo universal, "para que Dios sea todo en todos". Esto no
significa que la relación entre Cristo y la humanidad cesa, sino que su misión como
Rey de Israel se ha cumplido; la nación-pacto ya no existe; ya no hay ni judíos ni
gentiles, circuncisos ni incircuncisos; el Israel de Dios es más amplio y mayor que el
Israel según la carne; la Jerusalén de arriba no es la madre de los judíos, sino "la
madre de todos nosotros".
Fue a plena vista de aquel glorioso día, que estaba a punto de "abrir el reino de los
cielos para todos los creyentes", que el discípulo amado respondió al anuncio de su
Señor acerca de su pronta venida: "¡Amén! Ven, Señor Jesús".
6. La doctrina de los apóstoles con respecto a la venida del Señor está en perfecta
armonía con esto. Nada puede ser más evidente sino que todos creían y
enseñaban el pronto regreso del Señor. Desde el primer discurso de Pedro en el
día de Pentecostés hasta el último pronunciamiento de Juan en Apocalipsis, esta
convicción está expresada clara y constantemente. Decir que los apóstoles
mismos eran ignorantes del tiempo del regreso de su Señor, y que, por lo tanto,
no podían creer en el tema - no podían enseñar lo que no sabían - es contradecir
sus propias, expresas y reiteradas afirmaciones. Es verdad que no sabían, y no
enseñaban, "el día y la hora"; ellos no decían que vendría en un mes específico
de un año específico, pero con seguridad daban a entender a las iglesias que Él
vendría pronto; que podían esperar verle pronto; y nunca dejaban de exhortarles
a mantener una actitud de constante vigilancia y preparación.
(1) En sus epístolas, Pablo da gran prominencia a esta cara esperanza de la iglesia
cristiana.
(2) Santiago representa la venida del Señor como cercana. "Han llegado" los últimos
días. Se exhorta a los cristianos sufrientes a "ser pacientes hasta la venida del Señor".
Se les asegura que esa venida "está cerca", que "el Juez está a la puerta".
(3) Como Pablo, Pedro concede gran prominencia a la Parusía y a los sucesos
relacionados con ella.
a. El día de Pentecostés, declaró que aquellos eran "los últimos días" predichos
por el profeta Joel, que introducían "el día grande y terrible de Jehová".
b. En su Primera Epístola, afirma que este era "el último tiempo"; que Dios estaba
"listo para juzgar a los vivos y a los muertos"; que "el fin de todas las cosas se
acercaba"; que "había llegado el tiempo en que el juicio debía comenzar por la
casa de Dios".
c. En su Segunda Epístola, exhorta a los cristianos a "esperar y apresurarse hasta
la venida del día de Dios"; y describe la cercana disolución del "cielo y de la
tierra".
(4) La Epístola a los Hebreos habla de "los últimos días" como si fueran presentes
ahora; es "el fin del tiempo"; se ve al día como "acercándose". "Aún un poquito, y el
que ha de venir vendrá, y no tardará".
(5) Juan confirma y completa el testimonio de los otros apóstoles; es "el último
tiempo"; "el anticristo ha venido"; "ya está en el mundo". Se exhorta a los cristianos a
vivir de tal manera que no se avergüencen delante de Cristo a su venida.
Finalmente, el Apocalipsis está lleno de la Parusía: "He aquí que viene con las nubes";
"el tiempo está cerca"; "he aquí, vengo presto".
Tal es un bosquejo rápido del testimonio apostólico de la pronta venida del Señor.
Habría sido extraño que, con semejantes garantías y exhortaciones, las iglesias
apostólicas no hubiesen vivido en constante y ansiosa expectación de la Parusía. De
que vivían así tenemos la más clara evidencia en el Nuevo Testamento, y podemos
concebir la poderosa influencia que esta fe y esta esperanza debe haber tenido en la
vida y el carácter cristianos.
Pero, admitiendo - lo que no puede ser bien negado - que los apóstoles y los cristianos
primitivos sí acariciaban estas esperanzas, y que su creencia se fundaba en las
enseñanzas de nuestro Señor, surge la pregunta: ¿No estaban equivocados en sus
expectativas? Esto casi equivale a preguntar: ¿Se les permitió a los apóstoles mismos
caer en el error y llevar a otros a un engaño similar, con respecto a una cuestión de
hecho que ellos tuvieron abundantes oportunidades de conocer; lo que debe haber sido
tema frecuente de conversación y conferencia entre ellos mismos; a lo que nunca
dejaron de llamar la atención delante de las iglesias, y sobre lo cual todos estaban de
acuerdo?
Hay críticos que no tienen escrúpulos en afirmar que los apóstoles estaban errados, y
que el tiempo ha demostrado la falacia de sus esperanzas. Los críticos nos dicen que,
o los discípulos entendieron mal las enseñanzas de su Maestro, o Él también estaba
bajo una impresión errónea. Por supuesto, esto es tanto hacer a un lado las
afirmaciones de los apóstoles en el sentido de que tenían derecho a hablar con
autoridad como los mensajeros inspirados de Cristo, como socavar las bases mismas
de la fe cristiana.
Hay otros, más reverentes en su tratamiento de las Escrituras, que reconocen que los
apóstoles en realidad estaban equivocados, pero que este error fue permitido por
sabias razones; que, de hecho, el error fue altamente beneficioso en sus resultados:
estimuló la esperanza, fortaleció el valor, inspiró la devoción". *
(* Por siglos, la esperanza del mundo había sido el segundo advenimiento. La iglesia
primitiva la esperaba en sus propios días. "Los que vivimos y hayamos quedado hasta
la venida del Señor". El Señor mismo había dicho: "No pasará esta generación sin que
todo esto acontezca". Pero el Hijo del hombre nunca vino. En los primeros siglos, los
cristianos primitivos creían que el advenimiento milenial estaba cerca; escucharon la
advertencia del apóstol, breve y precisa: "El tiempo es corto". Ahora bien.
Supongamos que, en vez de esto, hubiesen visto desenrollada la monótona página de
la historia de la iglesia; supongamos que habían sabido que, después de dos mil años,
el mundo habría apenas deletreado tres letras del significado del cristianismo, ¿dónde
habrían quedado aquellos esfuerzos gigantescos, aquella vida vivida como al borde
mismo de la eternidad, que caracterizan los días de la iglesia primitiva? - F. W.
Robertson, Sermón sobre lo Ilusorio de la Vida).
"Si los cristianos del siglo primero", dice Hengstenberg, "hubiesen previsto que la
segunda venida de Cristo no tendría lugar durante mil ochocientos años, ¡cuánto más
débil habría sido la impresión causada en ellos por esta doctrina que cuando le
esperaban a Él cada hora, y se les decía que velaran porque vendría como ladrón en la
noche, a una hora en que no le esperaban!" (Hengstenberg, Christology, vol. iv, p.
443).
Hay otra teoría, sin embargo, por medio de la cual muchos suponen que puede
salvarse el crédito de los apóstoles, y, sin embargo, deja lugar para evitar la
aceptación de su aparente enseñanza sobre el tema de la venida de Cristo. Esto es, por
medio de la hipótesis de un cumplimiento primario y parcial de sus predicciones en
sus propios días, que debía ser seguido y completado por un cumplimiento final y
pleno al fin de la historia humana. Según este punto de vista, lo que los apóstoles
esperaban no era totalmente erróneo. Algo tuvo lugar en realidad, algo que podría
llamarse "una venida del Señor", "un día de juicio". Las predicciones recibieron casi
un cumplimiento en la destrucción de Jerusalén y en el juicio de la nación culpable.
Aquella consumación al fin de la era judía era tipo de otra catástrofe, infinitamente
mayor, cuando la raza humana entera sea llevada ante el tribunal de Cristo y la tierra
sea consumida por una conflagración general. Este es probablemente el punto de vista
más comúnmente aceptado por la mayoría de los expositores y lectores del Nuevo
Testamento en la actualidad. La primera objeción a esta hipótesis es que no tiene
fundamento en las enseñanzas de las Escrituras. No hay un ápice de evidencia de que
los apóstoles y los cristianos primitivos tuvieran ninguna sospecha de una doble
referencia en las predicciones de Jesús concernientes al fin. No se sugiere nada en el
sentido de que los dichos de Jesús debían tener un cumplimiento primario y parcial en
aquella generación, y de que un cumplimiento completo y exhaustivo estaba reservado
para un período futuro y distante. La verdad es completamente opuesta. ¿Qué puede
ser más abarcante y concluyente que las palabras de nuestro Señor: "De cierto os digo:
No pasará esta generación hasta que TODAS estas cosas se hayan cumplido"? ¡Qué
tortura crítica se les ha aplicado a estas palabras para extraerles algún otro significado
diferente del obvio y natural! ¡Cómo ha sido buscado yeveá a través de todo su linaje
y genealogía para descubrir que posiblemente no signifique las personas que entonces
vivían en la tierra! Pero todos esos esfuerzos son completamente fútiles. Mientras las
palabras permanezcan en el texto, su sentido claro y obvio prevalecerá sobre todas los
oropeles y las distorsiones de la crítica ingeniosa. La hipótesis de un cumplimiento
doble no tiene apoyo en las Escrituras. Sólo tenemos que leer el lenguaje con el cual
los apóstoles hablan de la cercana consumación, para persuadirnos de que ellos tenían
en mente sólo un gran acontecimiento, y sólo uno, y que ellos pensaban y hablaban de
él como muy cercano.
Esto nos trae a otra objeción contra la hipótesis de un cumplimiento doble, y hasta
múltiple, de las predicciones del Nuevo Testamento, es decir, que procede de un
concepto fundamentalmente erróneo del verdadero significado y la verdadera
grandeza de aquella gran crisis en el gobierno divino del mundo que está marcada por
la Parusía. No son pocos los que parecen creer que, si la profecía de nuestro Señor en
el Monte de los Olivos, y las predicciones de los apóstoles de la venida de Cristo en
gloria, no significaban más que la destrucción de Jerusalén, y se cumplieron con aquel
suceso, entonces todos los anuncios y todas las expectaciones terminaron en un mero
fiasco, y la realidad histórica responde muy débil e inadecuadamente a esta magnífica
profecía. Hay razón para creer que el verdadero significado y la verdadera grandeza
de aquel gran suceso son poco apreciados por muchos. La destrucción de Jerusalén no
fue meramente un suceso emocionante en el drama de la historia, como el sitio de
Troya o la caída de Cartago, y que cerró un capítulo en los anales de un estado o de un
pueblo. Fue un acontecimiento sin paralelo en la historia. Fue la señal externa y
visible de una gran época en el gobierno divino del mundo. Fue el fin de una
dispensación y el comienzo de otra. Marcó la inauguración de un nuevo orden de
cosas. La economía mosaica - que había sido introducida por los milagros en Egipto,
los relámpagos y los truenos de Sinaí, y las gloriosas manifestaciones de Jehová a
Israel - estaba abolida ahora, después de haber subsistido por más de quince siglos. La
peculiar relación entre el Altísimo y la nación del pacto estaba disuelta. El reino
mesiánico, es decir, la administración del gobierno divino por el Mediador, hasta
ahora, al menos, por lo que concernía a Israel, había alcanzado su punto culminante.
El reino por tanto tiempo predicho y esperado, y por el cual se había orado por tanto
tiempo, ahora había llegado plenamente. El acto final del Rey fue sentarse en el trono
de su gloria y juzgar a su pueblo. Entonces pudo "entregar el reino a Dios y al Padre".
Este es el significado de la destrucción de Jerusalén según lo muestra la Palabra de
Dios. No fue un hecho aislado, una solitaria catástrofe; fue el centro de un grupo de
sucesos relacionados y coincidentes, no sólo en el mundo material sino también en el
mundo espiritual; no sólo en la tierra, sino también en la tierra y en el infierno; siendo
algunos de ellos cognoscibles por los sentidos y susceptibles de confirmación
histórica, mientras que otros no.
Quizás puede decirse que esta explicación de las predicciones del Nuevo Testamento,
en vez de aliviar la dificultad, nos turba y nos deja perplejos más que nunca. Es
posible creer en el cumplimiento de las predicciones que se cumplen en el orden
visible y externo de las cosas porque tenemos evidencia histórica de ese
cumplimiento; pero, ¿cómo puede esperarse que creamos en cumplimientos de los
cuales se dice que han tenido lugar en la región de lo espiritual y lo invisible cuando
no tenemos ningún testigo para confirmar los hechos? Podemos creer implícitamente
en el cumplimiento de todo lo que se predijo con respecto a los horrores del sitio de
Jerusalén, el incendio del templo, y la demolición de la ciudad, porque tenemos el
testimonio de Josefo en cuanto a los hechos; pero, ¿cómo podemos creer en la venida
del Hijo del hombre, en una resurrección de los muertos, en un acto de juicio, cuando
no tenemos nada en que confiar sino la palabra de la profecía, y no tenemos ningún
Josefo que respalde la exactitud histórica de los hechos?
A esto sólo se puede contestar que la exigencia de un testimonio humano acerca de los
sucesos en la región de lo invisible no es completamente razonable. Si los recibimos
siquiera, debe ser basándonos en la palabra de Aquél que declaró que todas estas
cosas ciertamente tendrían lugar antes de que pasara aquella generación. Pero,
después de todo, ¿es tan excesiva la demanda sobre nuestra fe en esta cuestión?
Sabemos que gran parte de estas predicciones se han cumplido literal y puntualmente;
reconocemos en ese cumplimiento una notable prueba de la verdad de la Palabra de
Dios y la presciencia sobrehumana que previó y predijo el futuro. ¿Podría algo haber
sido menos probable, en el momento en que nuestro Señor pronunció su discurso
profético, que la total destrucción del templo, el arrasamiento del templo, y la ruina de
la nación durante la generación que existía entonces? ¿Qué puede ser más minucioso
y particular que las señales del fin enumeradas por nuestro Señor? ¿Qué puede ser
más preciso y literal que el cumplimiento de ellas?
Pero la parte que declaradamente se ha cumplido, y que está respaldada por la historia
no inspirada, está unida inseparablemente a la otra porción que no está respaldada.
Nada, excepto un violento trastorno, puede separar una parte de la profecía de la otra.
Es una de principio a fin; un todo completo. El más fino instrumento no logra trazar
una línea que separe la una porción que se refiere a aquella generación de la otra
porción que se refiere a un período diferente y distante. Cada parte de ella descansa en
el mismo fundamento, y el todo está de tal manera enlazado y concatenado que todo o
se sostiene o cae junto. Por lo tanto, estamos justificados al sostener que el exacto
cumplimiento de una tal parte de la profecía que viene por el conocimiento de los
sentidos, y que puede ser apoyada por el humano testimonio, presupone y garantiza el
exacto cumplimiento de la porción que está dentro de la región de lo invisible y
espiritual, y que no puede, en la naturaleza de las cosas, ser atestiguada por la
evidencia humana. Esto no es credulidad, sino fe razonable, como la que los hombres
ejercen sin temor en todas sus mundanas transacciones.
Aquí podemos hacer una pausa, porque la profecía en la Escritura no nos lleva más
allá. Pero el fin de la era no es el fin del mundo, y la suerte de Israel no nos enseña
nada con respecto al destino de la raza humana. Lo queramos o no, no podemos evitar
especular sobre el futuro y predecir el destino último de un mundo que ha sido el
escenario de tan estupendas demostraciones del juicio y la misericordia divinos.
Algunos pensarán probablemente que es una desagradable conclusión la de que
Apocalipsis no es el programa de historia civil y eclesiástica que una errónea teoría de
interpretación suponía. Les parecerá que la extinción de aquellas falsas luces, que
confundieron con estrellas guiadoras, les deja en total oscuridad acerca del futuro, y se
preguntarán perplejos: ¿A dónde vamos? ¿Cuál ha de ser el fin y la consumación de la
historia humana? ¿Está esta tierra, con su preciosa carga de intereses inmortales y
eternos, avanzando hacia la luz y la verdad, o apresurándose hacia regiones de
oscuridad y distanciándose de Dios?
En verdad, puede parecer extraño e inexplicable que ahora hayamos sido dejados sin
ninguna de aquellas manifestaciones y revelaciones divinas que en otras épocas
complació a Dios entregar a los hombres. En algunos respectos, parecemos estar más
lejos del cielo que en las épocas en que las voces y las visiones recordaban a los
hombres la cercanía del Invisible. Podemos decir, con los judíos del cautiverio: "No
vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quién sepa hasta
cuándo" (Sal. 74:9).
Han pasado mil ochocientos años desde que en la tierra se oyó una voz que decía:
"Así dice el Señor". Es como si en el cielo se hubiese cerrado una puerta, y se hubiese
cortado la comunicación directa entre Dios y los hombres; y parecemos estar en
desventaja en comparación con los que fueron favorecidos con "las visiones y las
revelaciones del Señor". Pero hasta en esto puede que no juzguemos correctamente.
Sin duda, es mejor que las cosas sean así. El Señor declaró que la presencia del
Espíritu Santo con los discípulos más que compensaba su propia ausencia. Ese
Espíritu mora con nosotros, y en nosotros, y es su oficio "tomar lo que es de Cristo y
mostrárnoslo a nosotros". Tenemos también la Palabra escrita de Dios, y en esto
disfrutamos de una incalculable superioridad sobre los tiempos anteriores. Es mejor la
Palabra escrita que el profeta viviente. Pero, si fuese necesario para el bienestar y la
guía de la humanidad que Dios se manifestase nuevamente, no hay ninguna
presunción contra revelaciones adicionales. ¿Por qué tendríamos que pensar que Dios
ha dicho a los hombres su última palabra? Pero le toca a Él escoger, y no a nosotros
dictaminar. Puede muy bien ser que aún ahora, de modos que nosotros no
sospechamos, Él está hablando al hombre. "Dios se cumple a sí mismo de muchas
maneras, y la historia humana está tan llena de Dios hoy día como en la época de
milagros y profecías. Lejos sea de nosotros la incredulidad que pierde la esperanza en
el cristianismo y en el hombre. Ciertamente, no fue en vano que Dios dijo: "Yo soy la
luz del mundo". "No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo pudiese ser salvo". "Yo, si fuese levantado de la tierra, a todos
atraeré a mí mismo".
El apóstol favorecido que, más que ningún otro, parece haber comprendido "la
anchura, la longura, y la profundidad, y la altura del amor de Cristo", nos sugiere
ideas del alcance y la eficacia de la gran redención que nuestra latente incredulidad
puede apenas recibir. El apóstol no vacila en afirmar que la obra restauradora de
Cristo finalmente reparará con creces la ruina causada por el pecado. "Así como por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también,
por la obediencia de Uno, los muchos serán constituidos justos". Esta comparación no
tendría sentido si "los muchos" de un lado de la ecuación no fuesen proporcionales a
"los muchos" del otro lado de ella. Pero esto no es todo: la obra redentora de Cristo
hace más que restablecer el equilibrio: "Cuando el pecado abundó, sobreabundó la
gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por
la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro" (Rom. 5:19-21).
Está fuera del ámbito de esta discusión argumentar sobre bases filosóficas la natural
probabilidad de un reinado de la verdad y la justicia en la tierra; estamos felices de
que se nos asegure la consumación sobre bases más elevadas y más seguras, aún la
promesa de Aquél que nos enseñó a orar: "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en
el cielo". Porque cada oración enseñada por Dios contiene una profecía, y transmite
una promesa. Este mundo ya no pertenece al diablo, sino a Dios. Cristo lo ha
redimido, y lo recuperará, y atraerá a Sí a todos los hombres. De lo contrario, es
inconcebible que Dios haya enseñado a su pueblo en todos los tiempos a pronunciar
con fe y esperanza aquella oración sublime y profética:
"Si relatáramos todo lo que los teólogos han dicho referente al número 666 en
Apocalipsis, compondríamos una historia muy singular. Sin embargo, éste no es el
lugar para hacerlo, y sería por lo general un mero desperdicio de tiempo refutar
errores palpables y alucinaciones absurdas. Nuestros textos son tan claros para los que
tienen ojos para ver y comprender, que la simple afirmación del significado verdadero
de estos textos debería disipar en seguida las nubes acumuladas alrededor de ellos por
prejuicios dogmáticos, imaginaciones interesadas, y pre-construcciones políticas.
"El número de la bestia, 666, es el número de un hombre, αριθµοζ, ανθρωπου, dice
el profeta. Es el número de un nombre, dice nuevamente, y ese nombre está escrito en
la frente de los que son súbditos leales y adoradores de la bestia. Pero la bestia misma
es un ser personal - el anticristo, y no representa ninguna idea abstracta. De esto se
sigue que el número 666 no representa un período de la historia eclesiástica, como se
sostiene en la interpretación de teólogos protestantes ortodoxos y milenialistas
pietistas de la escuela de Bengel. Tampoco representa un nombre común, ni
caracteriza a un poder, ni a un imperio, por ejemplo, el paganismo romano, como trató
de demostrar Ireneo con su Aateinoz, que ha sido adoptado por todos los intérpretes
subsiguientes que no han podido inventar nada todavía más inadmisible, y que los
protestantes han usado ansiosamente en interés de sus polémicas contra el Papa. Los
términos "Lacio", "latinos" no existían en el siglo primero, sino en la poesía y la
geografía local de la Campaña de Roma, y, como nombre de un lenguaje, eran
completamente desconocidos en cualquier forma dentro de la esfera apostólica (Lucas
23:38; Juan 19:20).
"El número 666, pues, tiene que contener un nombre propio, el nombre de un
personaje político e histórico que debía jugar el papel de Anticristo en todas las
grandes revoluciones que esperaban al mundo judeo-cristiano. Después de leer a
Daniel y la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, sabemos cuál es el tema. Nuestro
autor procede finalmente a decirnos de quién está hablando.
"Aquí, pues, está la dificultad (si es que es dificultad) que más a menudo ha
confundido hasta a los que han enfocado el problema con un espíritu libre de prejuicio
e ilusión. La bestia del capítulo trece no es un individuo, sino el Imperio Romano,
cnsiderado como un poder. El escritor mismo nos dice (cap. 17) que las siete cabezas
de la bestia representan las siete colinas sobre las cuales está edificada la ciudad; y
nuevamente, siete reyes que han reinado allí, o todavía reinan. Esto es bastante
correcto, pero él nos dice con bastante claridad que esta bestia es al mismo tiempo una
de las siete cabezas, una combinación aparentemente inconcebible y más que
paradójica, pero al mismo tiempo muy natural, y hasta necesaria. La idea de un poder,
especialmente de una influencia hostil, siempre tiende a asumir una forma concreta,
para personificarse en la mente popular. El monstruo ideal se convierte en un
individuo; el principio toma una clara forma humana, y bajo esta forma personal las
ideas se popularizan, hasta que los individuos, a su vez, se convierten en
representantes permanentes de las ideas e influencias que les sobreviven. Para la
mayor parte de los hombres, un nombre propio transmite más que una definición, y es
más probable que despierte un sentimiento cálido y vivo. El poder, la idolatría, la
blasfemia, y la persecución pagana, todo lo que despierta las justas antipatías de la
iglesia, todo lo que le inspira horror, y le arranca exclamaciones de dolor, sería
naturalmente individualizado y concentrado en la persona de aquél que, unos años
antes de la destrucción de Jerusalén, había llenado la medida de sus crímenes. La
bestia es, pues, a un tiempo el imperio y el emperador, y el nombre de éste último está
en los labios del lector pensante antes de pronunciarlo. Arrojemos sobre él, pues, toda
la luz de la ciencia histórica.
"Una lectura atenta del capítulo 11 ya nos habrá convencido de que este libro se
escribió antes de la destrucción de Jerusalén. El templo y su atrio interior, con el gran
altar, son los medidos - es decir, destinados, para ser preservados (Zac. 2), mientras
que el resto de la ciudad es entregado a los paganos y dedicado al sacrilegio. Estos
pasajes no podrían haber sido enmarcados en vista del estado de cosas que existieron
después del año 70. Pero las indicaciones que se dan en el capítulo 17 son todavía más
decisivas. Sostendremos que aquí se habla de Roma hasta que se pueda demostrar que
en la época de los apóstoles existía otra ciudad construida sobre siete colinas, urbem
septicollem, en la que la sangre de los testigos de Cristo haya sido derramada a
torrentes (vers. 6,9). Esta ciudad, o este imperio, tiene siete reyes. Las revelaciones de
Daniel, Enoc, y Esdras siguen el mismo plan cronológico, contando todas las
sucesiones de reyes para poner al lector sobre la pista de las fechas. De esos siete
reyes, cinco ya están muertos (ver. 10), el sexto reina en este momento. El sexto
emperador de Roma era Galba, un anciano, de setenta y tres años de edad cuando
ascendió al trono. La catástrofe final, que había de destruir la ciudad y el imperio,
debía tener lugar en tres años y medio, como ya hemos observado. Por esta única y
simple razón, la serie de emperadores incluye sólo uno después del monarca que
entonces reinaba, y que no reinaría sino por poco tiempo. El escritor no le conoce,
pero conoce la duración relativa de su reinado, porque sabe que Roma, en tres años y
medio, perecerá finalmente, para no levantarse jamás.
"Vendrá un octavo emperador, es uno de los siete, y es al mismo tiempo la bestia que
era, pero que, en este momento, no es. Esto tiene que referirse, pues, a uno de los
emperadores anteriores, que ha de venir una segunda vez, pero como el Anticristo,
esto es, investido de todo el poder del diablo, y para el propósito especial de combatir
contra el Señor. Puesto que se dice que, en el momento en que se escribió la visión, no
es, pero ya ha sido, debe ser uno de los primeros cinco emperadores. Ya ha sido
herido de muerte (cap. 13:3), de modo que hay algo milagroso en su reaparición. No
puede, pues, ser Augusto, ni Tiberio, ni Claudio, ninguno de los cuales tuvo un fin
violento, y los que, además, quedan fuera de consideración por el hecho de que
ninguno de éstos era hostil en sus relaciones con la Iglesia. Esta razón también
excluye a Calígula. Sólo queda Nerón; pero todo concurre para señalarle como el
personaje designado tan misteriosamente. Mientras reinó Galba, y aún mucho tiempo
después de eso, el pueblo no creía que Nerón estuviese muerto; le suponían oculto en
alguna parte y listo para regresar y vengarse de sus enemigos. Las ideas mesiánicas de
los judíos, que habían sido vagamente difundidas en Occidente (como nos lo dicen
Tácito y Suetonio), mezclándose con estos conceptos populares, le sugerían a los
crédulos la idea de que Nerón vendría otra vez del Oriente, para reconquistar el trono
con ayuda de los partos. Aparecieron muchos falsos Nerones. Estas fantasías
populares se esparcieron también entre los cristianos. Las visiones eran ocurrencia
común, y los padres de la Iglesia perpetúan la misma tradición durante varios siglos
después.
"Por último, para que no falte nada para una evidencia plena, nuestro libro nombra a
Nerón, por decirlo así, en cada letra. El nombre de Nerón está contenido en el número
666. El mecanismo del problema se basa en uno de los artificios cabalísticos usados
en la hermenéutica judía, que consistía en calcular el valor numérico de las letras que
componían una palabra. Este método, llamado gematría, o geométrico, es decir,
matemático, y usado por los judíos en la exégesis del Antiguo Testamento, ha dado
mucho trabajo a nuestros eruditos, y les ha llevado a un laberinto de errores. Todos los
alfabetos antiguos y modernos han sido puestos a colaborar, y en cada ocasión se han
ensayado todas las combinaciones imaginables de números y letras. Al método se le
ha hecho producir casi todos los nombres históricos de los pasados dieciocho siglos: -
Tito Vespasiano y Simón Gioras, Julián el Apóstata y Genserico, Mohomet y Lutero,
Benedicto IX y Luís XV, Napoleón I y el Duque de Reichstadt - y no sería difícil para
ninguno de nosotros, usando los mismos principios, leer por medio de él los nombres
de los unos o los otros. La verdad es que el enigma no era tan difícil, aunque sólo ha
sido resuelto por medio de la exégesis en nuestros propios días. Era tan poco insoluble
que varios eruditos contemporáneos encontraron la clave simultáneamente, y sin saber
nada de los trabajos los unos de los otros. La gematría es un ar hebreo. El número
tiene que ser descifrado por medio del alfabeto hebreo: rsq nwrn se lee "Nerón César":-
NOTA B
"Si tuviéramos en existencia una historia cristiana, como tenemos una historia pagana
escrita por Tácito y una judía escrita por Josefo, que relatan lo que ocurrió dentro de
aquella ciudad dedicada durante el terrible período de su historia, podríamos
bosquejar más claramente la profecía sobre los dos testigos. El gran cuerpo de
cristianos, advertidos por las señales que les había dado el Señor, según el testimonio
antiguo, parece haber abandonado Palestina cuando ésta fue invadida por los romanos
... Pero fue la voluntad de Dios que un número competente de testigos de Cristo
quedasen para predicar el evangelio hasta el último momento a sus engañados y
miserables compatriotas. Puede haber sido parte de su trabajo reiterar las profecías
relativas a la destrucción de la ciudad, el templo, y la comunidad. Los testigos debían
profetizar durante el tiempo en que los romanos habrían de arrasar la Tierra Santa y la
ciudad. El hecho de que estuviesen vestidos de cilicio indica el carácter triste de su
misión. En su designación como los dos olivos, y los dos candelabros o las dos
lámparas de pie delante de Dios, hay una alusión a Zacarías 4, donde estos dos
símbolos son interpretados como los dos ungidos, Josué el sumo sacerdote y
Zorobabel el príncipe, fundador del segundo templo. Los olivos, frescos y vigorosos,
mantienen las lámparas siempre provistas de aceite. Estos testigos, en medio de la
oscuridad que se ha asentado alrededor de Jerusalén, dan una luz constante e infalible.
Poseen el poder de hacer milagros tan maravillosos como cualquiera de los que
llevaron a cabo Moisés y Elías. Lo que se predice aquí debe haberse cumplido antes
del fin de la era milagrosa o apostólica. Todos los que aquí encuentran una predicción
del estado de la iglesia durante el surgimiento del papado, o en cualquier período
después de la era de los apóstoles, les es necesario, por supuesto, explicar todo este
lenguaje que atribuye poder milagroso a los testigos. Ellos habrían de caer víctimas de
la guerra, o del mismo poder que hacía la guerra, y sus cadáveres debían yacer
insepultos por tres días y medio en las calles de la ciudad donde Cristo fue
crucificado. Su resurrección y ascensión al cielo deben ser interpretadas literalmente;
aunque, como en el caso de los milagros que llevaban a cabo, no existe un registro
histórico de los sucesos mismos. Si estos dos profetas fuesen los únicos cristianos en
Jerusalén, puesto que ambos fueron asesinados, no habría quedado nadie para registrar
o informar del caso; y aquí tenemos, por lo tanto, un ejemplo de una profecía que
contiene al mismo tiempo la única historia y la única observación de los sucesos que
le dieron cumplimiento. La oleada de ruina que barrió a Jerusalén, y cuyo olor llegó
hasta el cielo, borró o evitó toda memoria humana de su obra de fe, su paciencia de
esperanza, y su obra de amor. La profecía que los predijo es su única historia, o la
única historia del papel que debían desempeñar en las escenas finales de Jerusalén.
Llegamos a la conclusión, pues, que estos testigos eran dos de aquellos apóstoles que
parecen haberse perdido para la historia tan extrañamente, o de los cuales no se ha
podido descubrir ningún rastro auténtico después de la destrucción de Jerusalén. ¿No
puede haber sido uno de ellos Santiago el Menor, o el segundo Santiago (para
diferenciarlo del hermano de Juan), comúnmente llamado obispo de Jerusalén? Según
Egésipo, un historiador judeo-cristiano, que escribió cerca de mediados del siglo
segundo, su monumento todavía se levantaba cerca de las ruinas del templo. Egésipo
dice que fue muerto en el año 69, y que representa al apóstol dando un poderoso
testimonio de la condición mesiánica de Jesús, y señalando hacia su segunda venida
en las nubes del cielo, hasta el mismo momento de su muerte. Estos testigos de Cristo
parecen ser particularmente adecuados, hombres dotados de los dones más
sobrenaturales, de pie hasta el final en la ciudad abandonada, profetizando su
destrucción, y lamentándose de lo que una vez le fue querido a Dios". Pp. 161, 16.
NOTA SUPLEMENTARIA
Las siguientes observaciones del erudito autor de "La Divina Legación" concuerdan
notablemente con las opiniones expresadas en esta obra:
"Siendo esta, pues, una de las épocas más importantes en la economía de la gracia, y
la más terrible revolución en todas las dispensaciones religiosas de Dios, vemos la
elegancia y la propiedad de los términos en cuestión para denotar un suceso tan
grandioso, junto con la destrucción de Jerusalén, por medio de la cual se efectuó;
porque en todo el lenguaje profético, el cambio y la caída de principados y potestades,
ya sean espirituales o civiles, están señalados por el zarandeo de los cielos y la tierra,
el oscurecimiento del sol y de la luna, y la caída de las estrellas; como el surgimiento
y el establecimiento de los nuevos son por medio de procesiones en las nubes del
cielo, por el sonido de las trompetas, y la reunión de huestes y congregaciones".
FIN