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TENTATIVA DE HOMICIDIO

RADICACIÓN: 661706000091200800201
PROCESADO: SIMEY MARÍN RAMÍREZ

REPÚBLICA DE COLOMBIA
RAMA JUDICIAL

TRIBUNAL SUPERIOR DEL DISTRITO


SALA DE DECISIÓN PENAL
MAGISTRADO PONENTE
JORGE ARTURO CASTAÑO DUQUE

Pereira, once (11) de diciembre de dos mil nueve (2009).

ACTA DE AUDIENCIA PÚBLICA No. 912

SEGUNDA INSTANCIA

Hora: 5:30 p.m.


Imputado: Simey Marín Ramírez
Cédula de ciudadanía No: 18.513.643 de Dosquebradas (Rda.)
Delito: Tentativa de Homicidio
Víctima: Antonio Marín Ramírez
Procedencia: Juzgado Penal del Circuito de Dosquebradas con función
de conocimiento.
Asunto: Se conoce de la apelación del auto de fecha 22-09-09, por
medio del cual se improbó un acuerdo entre las partes.

El Tribunal Superior del Distrito Judicial de Pereira, pronuncia la decisión en los


siguientes términos:

1.- hechos Y precedentes

La situación fáctica jurídicamente relevante y la actuación procesal esencial para la


decisión a tomar, se pueden sintetizar en los siguientes términos:

1.1.- La imputación fáctica plasmada en el acta de preacuerdo se dejó consignada


en los siguientes términos:

“El 21 de febrero de 2008, SIMEI MARÍN RAMÍREZ se encontraba destapando una


cuneta o sanja -sic- al lado de una vía que constituye una servidumbre en tierras
que reclama como propias ANTONIO MARÍN RAMÍREZ, cuando éste se presentó y
solicitó no destapara la zanja porque si lo hacía él la volvería a tapar. Cuando
Antonio se alejó en compañía de su hijo Alejandro, se agacharon a recoger unas
piedras. SIMEY se vino corriendo con su machete en la mano hacia donde estaba
ANTONIO. En esos hechos, resultó ANTONIO lesionado en su cuello con el arma
blanca y presenta lesiones superficiales en brazo y pierna según reconocimiento
médico legal. Se estableció que de tiempo atrás se han presentado continuos

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conflictos entre ambas familias, existiendo actuaciones administrativas y judiciales al


respecto”.

1.2.- A consecuencia de lo anterior y a instancias de la Fiscalía, se llevaron a cabo


las correspondientes audiencias preliminares ante el Juzgado Segundo Penal
Municipal con función de Control de Garantías con sede en Dosquebradas (02-07-
09), por medio de las cuales se declaró legal la aprehensión, se imputó al indiciado
autoría material en el punible de tentativa de homicidio simple (artículos 103 y 27 del
Código Penal), y se impuso como medida de aseguramiento la detención preventiva
en forma intramural -decisión que fue objeto de apelación-. El indiciado NO ACEPTÓ
los cargos.

1.3.- Ante ese no allanamiento unilateral a los cargos, el procedimiento siguió su


trámite ordinario y posteriormente se elaboró un preacuerdo entre Fiscalía y
procesado debidamente asistido, por medio del cual se reconoció la existencia de un
estado de ira e intenso dolor (art. 57 C.P.) al igual que una rebaja de pena
equivalente al 50% de la sanción a imponer, la que a su vez sería la mínima
establecida por la ley, a cambio de que el imputado admitiera la comisión del ilícito.
Negociación que fue presentada ante el Juez Penal del Circuito de Dosquebradas
(Rda.), autoridad que improbó la terminación anticipada del proceso por la vía del
preacuerdo, porque a su juicio no existía prueba que permitiera advertir el
cumplimiento de los requisitos esenciales para el reconocimiento de un estado de ira
e intenso dolor en el sujeto agente.

1.4.- El Defensor se mostró inconforme con esa determinación y la impugnó, motivo


por el cual se dispuso el envío de los registros a esta corporación con el fin de
desatar la alzada.

2.- Debate

2.1.- Defensa -recurrente-

A su entender, el funcionario a quo se quedó corto en el análisis porque no abordó el


juicio de tipicidad en sentido pleno en tanto no avizoró que la Fiscalía había fallado
en su trabajo de hacer coincidir lo fáctico con lo jurídico, como situación que hace
parte del debido proceso.

No comparte el hecho de afirmarse que aquí se le está dando a su cliente “una doble
rebaja”, toda vez que “la aceptación de cargos es una conducta post-delictual propia
de la justicia premial, y las diminuentes dadas por la colaboración con la
Administración de Justicia no están referidas a la conducta punible; luego entonces,
el estado de ira no hace parte en este caso de la ilicitud atribuida y no es un regalo
por la economía procesal como sí lo es la admisión de los cargos”.

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La Fiscalía dejó en claro que una cosa fue la imputación hecha en un comienzo y otra
lo advertido luego de allegar algunos elementos de convicción que demostraban la
existencia de esa diminuente.

En su criterio, aquí no se dio el homicidio en grado de tentativa por ausencia de la


intención de matar, porque está probado que si bien hubo problemas previos, todo
eso se concilió y ya no tenían interés en agredirse, incluso, de haber querido SIMEY
atentar contra la vida de ANTONIO, hace rato lo hubiera hecho. Lo único que
objetivamente se comprobó fue unas lesiones personales en estado de ira. Pero más
allá de eso, lo que el juez debió haber hecho primar en el presente caso, es una
legítima defensa que se resalta en el conjunto probatorio en cuanto la hoy víctima se
había provisto de piedras con las cuales quiso atacar a su patrocinado, situación que
dio lugar a que éste utilizara el machete que poseía como herramienta de trabajo
única y exclusivamente para repeler la injusta agresión.

Ahora, en cuanto a la existencia o no de la ira, asegura que “la ira sólo a siente el
autor del hecho”, en consecuencia, debe dársele un valor preponderante a lo que
expuso SIMEY en su versión en el sentido que lo afectaron las expresiones que
utilizó ANTONIO y el hecho de haberse agachado a recoger unas piedras para
atacarlo como en ocasión anterior lo había hecho con su padre. Y si a eso se une que
la propia víctima acepta que su cliente “estaba lleno de ira”, no cabe duda que la
figura está presente y debe ser reconocida por la judicatura.

Concluye diciendo que si bien comparte la providencia del juez de instancia en


algunos aspectos, solicita por parte del Tribunal se emita una de estas tres
determinaciones: (i) se declare la existencia de una legítima defensa en el actuar de
su protegido con fundamento en el in dubio pro reo; de no ser así (ii) se diga que no
estamos en presencia de un homicidio en grado de tentativa sino de unas lesiones
personales ejecutadas con ira; y, de no prosperar ninguna de la anteriores peticiones
(iii) se dé validez al preacuerdo celebrado entre Fiscalía e imputado.

De todas formas, sea cual fuere la determinación -dice- debe dejarse en libertad
inmediata a su representado “porque la pena no superaría los tres años de prisión”
(art. 63 C.P.).

2.2.- Procesado

Le parece bien que el caso se analice con total honestidad, para que se aclare lo que
realmente fue y se tomen las determinaciones que en derecho correspondan.

2.3.- Procurador Judicial -no recurrente-

Luego de un análisis del material contenido en la carpeta, considera que la legítima


defensa que plantea la defensa, si bien podría extraerse de algunos apartes de las
versiones, la realidad es que el relato ofrecido por el imputado desvirtúa esa
posibilidad en cuanto aseguró que “el ataque se dio cuando ANTONIO se iba a

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retirar”, en consecuencia, no existió una agresión actual, grave e injusta de parte de


la víctima que justifique la concesión de una legítima defensa ni tampoco el estado
de ira que ahora se pregona.

Al no estar dados los requisitos de ese estado emocional por ausencia de un acto
injusto de parte de quien sufrió el daño, la Fiscalía no podía reconocerla en el
preacuerdo, toda vez que la función del ente acusador tiene un límite en el principio
de legalidad.

Ahora, que si la herida fue no fue grave, si se tenía o no la intención de matar, y si el


realidad el resultado se impidió por circunstancias ajenas a la voluntad del agente, es
a su juicio algo indiscutible porque la lesión fue sumamente grave al afectar la región
del cuello con compromiso de la yugular, y en efecto el resultado no se produjo por
la oportuna intervención del hijo del agredido quien intervino para que las cosas no
pasaran a mayores. En esas condiciones, no es posible hablar de unas “simples
lesiones”.

Concluye que la forma en que fue elaborado el preacuerdo viola la prohibición legal
de conceder doble rebaja al agraciado y por lo mismo solicita del Tribunal la
confirmación plena del proveído confutado.

2.4.- Fiscal -no recurrente-

No entiende el porqué la defensa cambió la tesis propuesta en un comienzo para


sorprender ahora con la petición de que se reconozca a su defendido una legítima
defensa o en su defecto unas simples lesiones personales, cuando se sabe que una
tal solicitud no fue objeto de análisis en la primera instancia, ni era tema de
discusión en el instante en que se estudiaba la viabilidad o no de llegar a un
preacuerdo en los términos ya conocidos.

Si esa es la postura del defensor, solicita de la Sala permitir que eso sea debatido en
juicio en donde se tenga ocasión de conocer todas las probanzas de una manera
plena.

En cuanto a la ira, fue partidaria de su concesión en el acta del preacuerdo porque


observa que se trata de un cambio favorable en la calificación de la conducta, tal
cual lo autorizan las disposiciones legales vigentes y la jurisprudencia nacional, en el
sentido de que la Fiscalía tiene esa facultad e incluso el juez lo puede hacer en el
instante de proferir el fallo de mérito. Lo dicho, siempre y cuando se respete el
núcleo fáctico de la imputación y para el caso concreto éste se ha respetado.

La información allegada con posterioridad a la imputación corroboró ese estado de


ira, en consecuencia, no se trató de una concesión con ocasión del preacuerdo, sino
de un hecho ya demostrado que era necesario reconocerle al imputado.

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No basta mirar lo fáctico para concluir si esa especial condición aminorante de la


punibilidad tiene asidero en el caso específico, se requiere mirar el problema en su
conjunto para advertir que no se trató de un hecho aislado. Ellos y en general las
dos familias -son primos entre sí-, tenía problemas desde mucho tiempo atrás y de
ello dan buena cuenta los trámites policivos adelantados para precaver esos
conflictos.

Es de resaltar, que en el año 2006, el señor ANTONIO y un hermano agredieron al


padre de SIMEY a consecuencia de lo cual se produjeron graves lesiones, no
obstante el asunto se arregló por medio de una conciliación. Ya para el mes de abril
de 2008, surgió un nuevo altercado, motivo por el cual retornaron a la Inspección de
Policía, en esta ocasión por querella instaurada por SIMEY. Igualmente hay que
decir, que es cierto que el hoy imputado se introdujo sin permiso en el predio de hoy
ofendido, pero cabe recordar que se trata de una servidumbre a la cual aquél
consideraba tener derecho.

De suerte que esa lesión que sufrió el padre de SIMEY marcó para siempre a éste,
porque en el instante en que ANTONIO se agachó a coger las piedras se le vino a la
mente de SIMEY ese ingrato recuerdo, se “llenó de ira”, y procedió a utilizar el
machete con los resultados ya conocidos.

Deja la decisión al criterio del Tribunal.

2.5.- Apoderado de la víctima -no recurrente-

Avala en un todo la posición del juez al improbar el preacuerdo, con mayor razón
cuando aquí se desconoció la participación de la víctima en su elaboración.

Es evidente que aquí no hay prueba de ese estado de ira que se intenta conceder,
ante por el contrario, el imputado obró de una manera salvaje y primitiva y sin
mediar insultos o amenazas por parte del señor ANTONIO quien sólo llegó a ese
lugar para decirle en buenos términos a SIMEY que no continuara lo que estaba
haciendo, y aquél estaba en todo su derecho de obrar en ese sentido porque se le
habían metido a su predio sin previa autorización.

Eso de tratarse de una servidumbre es algo bien discutible y no se ha sido


reconocido por ninguna autoridad, luego entonces, lo que estaba realizando SIMEY
era simplemente un abuso.

Las lesiones que le ocasión tampoco son un “simple rasguño” como se quiere hacer
notar; por el contrario, la acción fue directa a acabar con su vida. Ahora, el hecho de
que haya recogido unas piedras nadie significa porque nadie ha dicho que se las
lanzó o intentó lanzárselas, simplemente que se agachó y nada más; aunque de
todas formas ANTONIO y su hijos niegan que se hayan agachado a coger esas
piedras como se está afirmando por la contraparte.

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Se pregunta: ¿qué comportamiento grave e injusto realizó ANTONIO MARÍN?, la


respuesta es: ninguno; luego entonces, se cae por su propio peso que aquí no es
posible hablar de un estado de ira. Eso de que existió una agresión de hace ya varios
años, no puede ser causa que justifique esta reacción y menos cuando SIMEY
estaba realizando una acción provocadora. A su entender, la ira debe ser
instantánea, coetánea, “chispeante”, “de desfogue”, y no un acto tardío; lo que
permaneció en el tiempo fue el instinto homicida y vengativo de SIMEY.

2.6.- La víctima -no recurrente-

Lo único que pide es que se tenga en cuenta que existe un documento firmado el 25
de agosto de 2006 en la Inspección de Agua Azul, dentro del cual se dejaron
consignadas las amenazas de muerte de SIMEY quien dijo que: “le mocharía la
cabeza”; incluso, agrega, que éste posee varios procesos diferentes a éste y es una
persona peligrosa.

En todas las audiencias ha podido demostrar que por su parte no ha sido agresivo y
que siempre las autoridades le han concedido la razón en cuanto al problema de la
finca; pero ahora la Fiscalía pretende adjudicarle a él cosas que son mentiras,
cuando la verdad es que “el papá de SIMEY es aún más culpable que éste”.

Finalmente, asegura que el predio en el cual estaba el hoy acusado le pertenecía a


él, aunque ya lo vendió por causa de estos problemas, y aclara que en realidad ellos
no estaban arreglando la carretera como dicen, sino que se metieron para provocarlo
y de allí sobrevino su justa reclamación.

3.- consideraciones

3.1.- Competencia

La tiene la Magistratura por los factores objetivo, territorial y funcional, a voces del
artículo 34.1 de la Ley 906 de 2004.

3.2.- Problema jurídico planteado

Se contrae básicamente a establecer, si los términos de la negociación preacordada


que presentaron fiscal y procesado debidamente asistido ante el Juez de
conocimiento, viola de alguna forma las garantías fundamentales y/o las exigencias
de legalidad necesarias para dar soporte a un fallo de mérito.

3.3.- Solución a la controversia

Antes de penetrar en el tema central de discusión referido a la posibilidad o no de


acceder al reconocimiento por vía de consenso del estado de ira en el caso que se

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juzga, es imperioso para la Sala hacer algunas precisiones en orden a contraer el


debate a sus justos términos y proporciones porque observa de entrada que algunas
partes e intervinientes han desbordado el objeto de la controversia. Explicamos:

La defensa, bajo el plurito de exigir de la judicatura un pronunciamiento más allá del


análisis del contenido del preacuerdo objeto de control, esboza que es deber de los
jueces en todos sus niveles penetrar en la esfera de los elementos del hecho punible
y que para ello se hace prioritario ahondar en la congruencia entre el aspecto fáctico
de la imputación y lo atinente a la calificación jurídica que formula la Fiscalía, con
miras a desvirtuar que nos encontramos en presencia de una tentativa de homicidio
dado que la conducta sólo es ubicable en unas lesiones personales por ausencia de
dolo de matar, o que están dados los requisitos para acceder a una justificación de la
acción por un actuar en legítima defensa.

El Ministerio Público y el apoderado de la víctima, proponen que unas tales lesiones


no se dan y por el contrario la intención era clara en cuanto al deseo de exterminar
al enemigo; igualmente, que no se avizoran por parte alguna los ingredientes para
atender un estado especial de legítima defensa en cabeza de SIMEY MARÍN, por
cuanto éste obró en forma premeditada y sin mediar ofensa alguna de palabra o de
obra por parte de ANTONIO MARÍN RAMÍREZ.

Desde ya se dirá que en ninguno de esos terrenos propuestos penetrará la Sala,


porque no se trata aquí de establecer si los términos de la imputación elaborada por
la Fiscalía son acordes con la realidad probatoria. Hay que entender que en principio
la hipótesis delictiva propuesta por el órgano persecutor se debe respetar y no está
en discusión en este momento si el asunto encuadra mejor en unas simples lesiones
personales que en una tentativa de homicidio, menos aún si lo que procede es el
reconocimiento de una legítima defensa. Con relación a lo primero, porque tanto el
tipo penal contra la vida, como aquél otro de menor entidad contra la integridad
física, están dentro del mismo núcleo central de imputación fáctica y sólo en caso de
confrontarse en juicio ambas posiciones podría definirse por la judicatura de parte de
quién está la razón; y, con relación a lo segundo -legítima defensa-, no estamos en
presencia de una petición formal de preclusión que nos permita ingresar en el
análisis de esa causal de exclusión de responsabilidad, y el momento procesal
apropiado para debatirlo sería la sentencia de mérito que se profiera una vez
agotado el juicio oral con todos sus pormenores, en caso de que finalmente no
prospere un preacuerdo.

De lo que se trata aquí es bien diferente, nada distinto a analizar si el preacuerdo al


cual llegó la fiscal con el procesado debidamente asistido, cumple o no las exigencias
de ley. Frente a esa negociación, se torna impertinente la alegación de una variación
en la tipificación de la conducta, o la existencia de una causal de justificación del
hecho, porque obviamente una y otra pretensión chocan frontalmente con el
preacuerdo celebrado y echa por la borda cualquier forma de terminación anormal
del proceso por la vía bilateral como aquí se pretende. Es más, hasta podríamos
decir que si el interés del letrado es hacer primar una calificación de la conducta aún

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más favorable o incluso exonerar a su cliente de responsabilidad por la vía de la


legítima defensa, no tiene sentido el recurso de apelación interpuesto contra la
providencia que negó el preacuerdo, porque se cae de su peso que en caso de que la
judicatura avizore que esas dos circunstancias propuestas tienen alguna cabida, la
única determinación judicial plausible es precisamente la improbación del acuerdo
que como se sabe daría lugar irremediablemente a un fallo de condena en
consonancia con lo transigido.

Palabras más palabras menos, el distinguido defensor con su forma de intervenir le


concede razón al juzgador de primer grado en la decisión que es objeto de
apelación, porque si los términos en que fue elaborado el preacuerdo transgreden de
algún modo la correcta tipificación de la conducta, tal situación lleva inmersa la
violación al principio de legalidad como garantía fundamental insoslayable que es
preciso proteger al momento de efectuarse el control judicial correspondiente.

Con esas indispensables precisiones, ahora sí abordará el Tribunal lo concerniente


con el examen de lo que fue materia de convenio entre las partes, para determinar si
las condiciones del preacuerdo rebasan de alguna forma los límites de lo permitido.

Para el Tribunal es importante destacar en esta ocasión y en atención al inusitado


auge que se viene presentando en la transacción de la figura aminorante de la ira y
el intenso dolor, que no puede perderse de vista que tal como quedó reglado entre
nosotros, el órgano de la acusación no posee una plena capacidad dispositiva de la
acción penal en la forma en que la ostentan en otras latitudes quienes hacen parte
del ejecutivo y están regidos por un control político antes que por un control legal. 1

Aunque ciertamente el esquema que nos rige es innovador, aún conserva rasgos
característicos de la dualidad existente entre la otrora figura de la sentencia
anticipada y la audiencia especial, cuya remembranza se torna importante por
cuanto la primera era igualmente una aceptación unilateral de los cargos y la
segunda consistía en un acuerdo bilateral que se daba por “duda probatoria”,
término este último que dio lugar a múltiples censuras puesto que en ese caso lo que
correspondería era una absolución por in dubio pro reo.2

Se abandonó así la idea de “duda probatoria” para acoger la presentación de


hipótesis dentro de las cuales las partes confrontadas intentan ceder mutuamente en
todo aquello que no elimine el núcleo factico y jurídico de la imputación. Se entiende
ahora, que los acuerdos pueden versar en todo aquello que amerite la posibilidad de
una argumentación o entendimiento jurídico diverso que cada parte rescata a su
favor, de allí que se hable de que los interesados deben hacer un análisis de costo-
beneficio según su particular teoría del caso.

1
Recordemos que al decir de la Corte Constitucional en sentencia C-396 de 2007: “[…] en los casos de
terminación anticipada del proceso, existirá control judicial material y formal de la decisión adoptada”.
2
Esa censura no es compartida por el profesor Darío Bazzani Montoya, cfr. “La Terminación Anticipada del
Proceso Penal por Consenso y el Principio de Oportunidad” en Reflexiones sobre el Nuevo Sistema Procesal
Penal. Los grandes desafíos del Juez Penal Colombiano”, Plan Nacional de Formación y Capacitación de la
Rama Judicial, Escuela Judicial Rodrigo Lara Bonilla, Bogotá, pg.204.

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También hay lugar a la negociación, cuando se discute jurídicamente la adecuación


típica de ese comportamiento básico, v.gr. no peculado sino hurto, o no hurto
agravado por la confianza y sí abuso de confianza, o también, no peculado sino
abuso de confianza calificado, etc; esto es, argumentaciones que puede esgrimir la
defensa hacia la obtención de un reconocimiento por parte del fiscal de una conducta
ilícita de menor punibilidad.

De estar presentes esos factores que ameritan controversia, las partes están en total
libertad de hacer concesiones o intercambios y de proponer alternativas de solución
que interesen y favorezcan por igual al imputado y a la sociedad. Las negociaciones
así concebidas se llevan al juez quien tiene el deber de avalarlas si no quebrantan las
garantías constitucionales, a cuyo efecto hay que recordar que el principio de
legalidad en sí mismo, es una garantía constitucional, una conquista social para
poner límites al poder estatal frente a los administrados.

Con lo anterior queremos significar, que los preacuerdos, para que sean válidos, no
deben versar sobre lo intransable, por ejemplo, no es posible decir que en virtud de
un acuerdo el arma de fuego que se sabe de uso privativo de las fuerzas armadas,
se tendrá como de defensa personal; o que la sustancia incautada que dio resultado
positivo para cocaína, se le considere otra sustancia que admita un peso mayor de
dosis personal; o que, irracionalmente, al homicidio consumado se le considere
simples lesiones, etc. Del mismo modo, la Fiscalía no debe transigir frente a lo que
está plenamente establecido en aras de congraciarse con la contraparte, olvidándose
de los fines que orientan los preacuerdos al tenor del artículo 348 de la Ley 906 de
2004, entre ellos: aprestigiar la administración de justicia y evitar su
cuestionamiento.

Para el caso específico de la figura de la ira e intenso dolor, existe una situación
singular porque ella posee un doble componente configurativo. De una parte, está
conformada por elementos objetivos esenciales que deben estar debidamente
acreditados para que pueda surgir a la vida jurídica y ser susceptible de transacción,
entre ellos: la existencia de un comportamiento grave e injusto, una reacción
atemperada por la ira o el dolor, y una relación causal entre los dos. Pero de otra,
están los ingredientes subjetivos desencadenantes: la exaltación del ánimo, la
perturbación momentánea de la siquis, y una afectación superlativa a nivel volitivo e
intelectivo; todos los cuales también deben estar debidamente demostrados, no sólo
en su existencia sino en su grado de intensidad.

No en vano, la sentencia de casación del ocho (08) de octubre de 2008, radicación


29.338, expresó:

“Referido a los supuestos de esta figura, basta a la Corte recordar, en conceptos


conocidos desde antiguo y que de manera reiterada doctrina y jurisprudencia han
sentado, que para que sea procedente la aminorante punitiva por ira se exige la
demostración de todos y cada uno de los elementos que la estructuran, toda vez
que así como no toda conducta que causa encono puede ser calificada de agresiva,

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tampoco toda provocación es necesariamente grave e injusta, ni mucho menos su


existencia supone el desencadenamiento del estado de ira, ni todo estado irascible o
de dolor por sí solo da lugar a la aplicación de esta específica atenuante, pues bien
se ha clarificado ser requisito indispensable que cualquiera de estos estados hayan
tenido su origen directo en un comportamiento grave e injusto”.

Hay que entender, que esos factores objetivos externos, se deben inferir
razonablemente en un juicio ex ante y no ex post ubicándose el juzgador en las
circunstancias particulares del sujeto y en el momento de ocurrencia del episodio
criminoso. Y se acepta incluso su demostración jurídica por vía del error de
apreciación, en lo que se ha dado en llamar “provocación putativa” o “provocación
subjetiva”, por oposición a la “provocación objetiva o real”; sin embargo, para que
ésta opere, doctrina y jurisprudencia coinciden en exigir, como no podía ser de otra
manera, que esa provocación putativa o subjetiva propia del error, procede siempre
y cuando parta “de circunstancias material y objetivamente verificables y
demostradas en el proceso…es preciso que el supuestamente provocado haya
procedido con explicable error en la interpretación de la realidad” .3

Aquella parte esencialmente subjetiva de la figura, representada por la intensidad del


sentimiento producido, es bien difícil de probar, porque se trata de los aspectos
espirituales que hacen parte de lo que el autor HASSEMER denomina “esfera interna
del delito”, caracterizada según él por su “impenetrable invisibilidad” 4.

A lo anterior se suma el hecho de que el actuar con ira lleva inmerso un sentimiento
de venganza que también debe ser analizado, porque debe tratarse de una venganza
justa, contraria a la venganza abyecta, baja, ruín, que antes que aminorar la pena, la
agrava.

En conclusión, los factores objetivos ya referidos necesariamente tienen que estar


presentes; en tanto, los subjetivos podrían ser objeto de transacción a efectos de
completar su configuración. Sería impensable, por ejemplo, que sin existir prueba
cierta acerca de un comportamiento grave e injusto de parte de quien finalmente
recibe el daño antijurídico, o sin establecerse la relación causal entre esa ofensa
injustificada y la subsecuente reacción intempestiva del agraviado, se permitiera
hablar en un caso específico del estado de ira. Empero, una vez preestablecidos esos
elementos objetivos esenciales, sí estaría dentro de lo admisible en una negociación,
el acordar, por ejemplo, que aún sin una prueba contundente en el plenario, se
entienda que la alteración del ánimo en el caso concreto efectivamente sí pudo ser
de tal magnitud que obnubiló los sentidos y dio lugar al desencadenamiento de la
ira.

Para el caso que nos convoca, la Sala, al igual que el juez a quo, no observa prueba
cierta y contundente acerca de un comportamiento grave e injusto de parte del
lesionado ANTONIO MARÍN RAMÍREZ. De los registros se extrae de momento y en
forma irrefutable, que entre las familias a las cuales ellos pertenecen se venían
3
Sent. del 14-12-99. Rad. 12.343.-M.P. Dr. Carlos Augusto Gálvez Argote.
4
Cfr. WILNFRIED HASSEMER, Fundamentos del Derecho Penal, Bosch Casa Editorial, Barcelona, 1984, pg. 83.

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presentando confrontaciones permanentes, las que dieron lugar a múltiples


intervenciones de los funcionarios de policía, con los consabidos requerimientos y
compromisos de ambas partes, con el fin de impedir los agravios tanto físicos como
verbales. No obstante esa realidad, SIMEY MARÍN se atrevió a ejecutar un acto
que él sabía iba a generar rechazo en la persona de ANTONIO MARÍN, como en
efecto sucedió.

En nuestro criterio, si alguna injusticia se observa, no es propiamente de parte de


ANTONIO MARÍN hacia SIMEY, sino de éste hacia aquél, porque no tenía el deber
de soportar las vías de hecho que éste a consciencia había iniciado con el
convencimiento que a nada bueno llevarían.

Es importante determinar quién provocó el desencadenamiento violento, a quién se


le puede tildar de injusto provocador, toda vez que el derecho no puede amparar ni
para excluir ni para aminorar, aquellos comportamientos preconcebidos, planeados,
programados; quien actúa con esa ponderación, con ese cálculo, no puede pretender
el amparo de la ley.

Ahora, si lo que se pretende alegar es una supuesta arremetida con piedras que
recogió en el lugar ANTONIO MÁRIN en aquel funesto desenlace, entonces ya las
potenciales figuras a analizar serían la legítima defensa real o putativa, o el exceso
en la misma, que como ya se dejó consignado escapa al examen jurídico que aquí
nos corresponde.

Nos dice la delegada Fiscal, que también tuvo en consideración para el


reconocimiento de la ira, el hecho de que con anterioridad la hoy víctima agredió
brutalmente al padre de SIMEY, como situación que a éste se le vino a la mente en
el instante en que vio a MARÍN RAMÍREZ recogiendo las piedras, a cuyo efecto
agrega que la aminorante también tiene aplicabilidad cuando la agresión pasada se
efectúa contra terceras personas -en nuestro caso familiares-, sin importar el tiempo
transcurrido. A juicio de la Sala, no tiene discusión el que las agresiones a terceros
con algún vínculo afectivo también sirven para suplir las exigencias de la ira, e
igualmente que el transcurso del tiempo en determinadas circunstancias no impide
su reconocimiento y por eso precisamente se le ha dado la denominación de
“estado”; sin embargo, la situación que impide tener en consideración la diminuente
en el caso concreto, radica en el hecho de que SIMEY era sabedor de las
consecuencias de su acto y aún así no buscó evitar el contratiempo. El simple hecho
de que la hoy víctima haya agredido al padre de SIMEY en el pasado, no es
situación que por sí misma pueda servir para disminuir el reproche de su acto,
porque ya se sabe que ese hecho inicial ya había sido materia de amigable
composición y a partir de aquél momento las partes en conflicto habían cesado en
sus ofensas. Este hecho realizado por SIMEY constituía por tanto -se repite- un
nuevo acto de provocación inesperado.

No se trataba por supuesto de exigirle a SIMEY que cesara en el empeño de


obtener el reconocimiento de los derechos que consideraba tener a título de

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servidumbre, sino de entender que sólo por las vías legales podía lograrlo y para
bien o para mal hasta ese momento la situación favorecía únicamente al agredido
MARÍN RAMÍREZ.

Recuérdese, como tantas veces se ha dicho, que la diminuente de la ira no fue


creada para amparar temperamentos irascibles, fácilmente irritables, ni
personalidades agresivas; tampoco está llamada a ser aplicada a eventos en los
cuales el transcurso del tiempo también puede torna la reacción en un acto
premeditado, frío, calculador, como lo hace notar el profesor ORLANDO GÓMEZ
LÓPEZ en los siguientes términos: “…Sólo la venganza fría, calculada, serena, por
fuera de la ira o del dolor, excluye la atenuante, pues en tal caso el acto vindicativo
no es secuela del fragor afectivo, que arrasa la parte consciente del hombre, sino
precisamente una abyecta personalidad criminal…” 5; lo mismo el autor ANTONIO
JOSÉ CANCINO, quien nos recuerda que: “…Buen cuidado tendrá el juzgador de
establecer dicha relación, porque a pesar de lo dicho, no podemos desconocer que
en muchas ocasiones, si bien obró un ultraje, una ofensa o provocación graves, el
transcurso del tiempo y la personalidad del sindicado llegan a desnaturalizar ese
estado especial que el legislador pretendió comprender como digno de especial
tratamiento punitivo, y lejos de la iracundia o el dolor, llegan a obrar otros bajos
sentimientos, como el de venganza”.6

Además, la ira es diferente a la rabia y al enfado que podría generar tal vez una
atenuación diferente -la del numeral 3º del artículo 55 del Código Penal-

“[…] y en ello le asistió completa razón al Tribunal pues no es igual la rabia, o el


enfado, o el enojo, constitutivo de una condición clínica emocional que puede llevar
al ser humano a comportarse violentamente, que la ira grave e injustamente
provocada, pues ésta implica una cualificación jurídica que exige estricta verificación
en el recaudo probatorio.

El primer conjunto de situaciones emocionales, ha dicho la Sala, pueden producir


efectos jurídicos diversos, así por ejemplo, configurar la circunstancia genérica de
menor punibilidad establecida en el numeral 3º del artículo 55 del Código penal, a
saber: El obrar en estado de emoción, pasión excusables, o de temor intenso.

En este evento, dijo la Sala en el último precedente citado ‘no es la alteración del
tono afectivo aisladamente considerada la que autoriza la rebaja de pena, sino la
constatación probatoria de que a este estado emotivo llegó el implicado después de
ser grave e injustamente provocado’”.7

En conclusión, no encuentra la Sala argumentos y pruebas que le permitan dar lugar


a la diminuente de responsabilidad que se invoca, razón por la cual avala la
determinación adoptada en la primera instancia.

Pero adicionalmente a lo hasta aquí concluido, existe otra situación que genera
improcedencia del acuerdo en los particulares términos en que fue concebido,

5
GÓMEZ LÓPEZ, Orlando, El Delito Emocional, Ediciones Doctrina y Ley, Bogotá, 1995, pg. 121,123.
6
CANCINO, Antonio José, El Delito Emocional, Monografías Jurídicas, No 20, Edit. Temis, Bogotá, 1982.
7
C.S.J., Sentencia del 23-03-06, M.P. Sigifredo Espinosa Pérez.

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porque a la diminuente por el estado de ira que como se ha concluido no cumple en


el caso concreto las exigencias legales para su otorgamiento, se le abonó la
exigencia de aplicar el mínimo de la pena y además el reconocimiento de un 50% de
rebaja punitiva no obstante el no allanamiento a los cargos desde un primer
momento; es decir, tres beneficios que resultan incompatibles al tenor de lo
dispuesto por el artículo 351 de la Ley 906 de 2004, cuando prescribe: “Si hubiere un
cambio favorable para el imputado con relación a la pena por imponer, esto
constituirá la única rebaja compensatoria por el acuerdo”.

En mérito de lo expuesto, el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Pereira (Rda.),


Sala de Decisión Penal, CONFIRMA la decisión interlocutoria objeto de
impugnación.

Esta providencia queda notificada en estrados y contra ella no procede recurso.

Los Magistrados,

JORGE ARTURO CASTAÑO DUQUE JAIRO ERNESTO ESCOBAR SANZ

LEONEL ROGELES MORENO

La Secretaria de la Sala,

CRUZ ELENA GONZÁLEZ LÓPEZ

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