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I. LA IDEA DE CONSTITUCIÓN
Surgen en este período que va desde el inicio del sistema constitucional en 1810-
1812, hasta su definitiva implantación en 1837, las constituciones denominadas de
primera generación, que son aquellas que centran toda su atención en la consolidación
de la transformación del modelo social y político del Antiguo Régimen en otro que
garantice la soberanía nacional y los derechos fundamentales y las libertades públicas,
por encima de cualquier otro orden político.
El ideario revolucionario que invade Europa desde finales del siglo XVIII
influye en España tras la crisis de 1808, germinando su propia revolución a la española,
expulsando al pérfido invasor francés pero apostado por el modelo constitucional,
antaño aprobado por la Asamblea francesa de 1791. Así, del viejo orden político
monolítico que era el Antiguo Régimen, surgen ahora las minorías políticas que copan
las altas esferas de poder, repartiéndose así el poder de forma ideológica en dos grandes
bloques antagónicos. Por un lado, los absolutistas, aferrados al esquema del viejo
régimen, defensores del poder absoluto del monarca y de la sociedad estamental; y por
otro lado, los liberales, acordes con el nuevo rumbo de los tiempos, favorables a los
principios de la soberanía nacional y partidarios de la división de poderes, y por ende
contrarios a la desigualdad social por naturaleza y al privilegio jurídico.
Este grupo de los liberales, en una segunda etapa, la del trienio liberal, entre
1810 y 1823, propenderán a una escisión ideológica, distinguiéndose entonces los
doceañistas o defensores moderados de la Constitución gaditana de 1812, partidarios del
mantenimiento de una soberanía compartida entre Rey y Cortes y muy recelosos de la
vuelta del Absolutismo, por lo que sus reformas constitucionales fueron siempre
atrayentes del poder del Rey, aunque de forma controlada y moderada. Por su parte, los
radicales o exaltados, propugnan un mayor avance del programa revolucionario
gaditano, buscando seguir profundizando en la soberanía nacional, reducir los poderes
del Rey y consolidar definitivamente el sistema constitucional.
Etapa moderada
Etapa progresista
Desde finales del siglo XIX, el problema social que arrastraba España,
basamentado en una mala distribución de la riqueza, la falta de trabajo para la inmensa
masa de trabajadores, una nefasta política de reforma agraria así como una tardía pero
necesaria revolución industrial, provocaron que la conflictividad social, elevara las cotas
de poder de los grupos políticos socialistas y comunistas, así como de las
organizaciones sindicales, y una reducción de las fuerzas conservadoras y monárquicas.
Con ocasión de este panorama político se establece la II República en España
que dotará a los españoles del primer constitucionalismo social, gracias al texto
aprobado en diciembre de 1931.
“España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se
organiza en régimen de libertad y Justicia”. Así se expresaba el artículo 1 de una
constitucional, que influenciada por la alemana de Weimar, ya desde este artículo
establecía una nueva fórmula de Estado, la republicana, desapareciendo la figura del
Monarca como Jefe del Estado.
Esta constitución garantizó por fin la soberanía popular, expresada en el derecho
al sufragio libre, universal, directo y secreto de todos los españoles, sin distinción de
sexo. Igualmente garantizó un voluminoso conjunto de derechos fundamentales y
libertades públicas, entre ellas la laicidad del Estado, y redistribuyendo estos derechos,
entre los considerados como derechos políticos (derecho al sufragio) y derecho sociales
y económicos, con una especial protección al trabajo, a la familia, a la economía y a la
cultura.
Se regulaba como era evidente una nueva Jefatura del Estado, la presidencia de
la República, elegida conjuntamente por las Cortes y un número de compromisarios
igual al de diputados nacionales, con mandato de seis años, diferenciado de la
presidencia del Gobierno, como líder del Ejecutivo y habilitado tras la correspondiente
convocatoria electoral.
Institucionalmente surge un nuevo Tribunal, el de Garantías Constitucionales,
precedente del actual Tribunal Constitucional.
Otra novedad de la constitución de 1931 se encuentra en su modelo de
vertebración del Estado, ya que el nuevo Estado, ahora denominado “integral”, se
estructura en la base a través de una administración local compuesta por municipios y
provincias –y sus correspondientes órganos de gobierno, Ayuntamientos y Diputaciones
provinciales-, a nivel intermedio a través de las llamadas Regiones Autónomas –
precedente del actual modelo autonómico- y a nivel central, la Administración del
Estado central. De este Estado integral podrán surgir, por agrupación de provincias, las
llamadas regiones autónomas, de las que fueron habilitadas las de Cataluña y País
Vasco, ambas dos con aprobación de sus correspondientes Estatutos de Autonomía, así
como las de Galicia y Andalucía, que no vieron nacer sus correspondientes estatutos
regionales.